Realidad Geopolítica, Situación Centroamericana y Universidad
UNIVERSIDAD*CENTROAMERICANA* “JOSÉSIMEÓNCAÑAS”*
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UNIVERS IDAD CENTROAMER ICANA “ JOSÉ S IMEÓN CAÑAS”
“WHERE YOU FROM?” D I SCURSOS DE IDENT IDAD CONSTRUIDOS POR TRABAJADORES DE CALL CENTER EN EL SALVADOR QUE HAN S IDO DEPORTADOS DE LOS ESTADOS
UNIDOS
TES I S PREPARADA PARA LA FACULTAD DE POSGRADOS
PARA OPTAR AL GRADO DE MAESTRA EN COMUNICAC IÓN
POR
H I LARY CATHER INE GOODFR IEND
MAYO DE 2016 ANT IGUO CUSCATLÁN, E L SALVADOR, C .A .
2
Rector Andreu Ol iva de la Esperanza , S . J .
Secretar ia Genera l S i lv ia Azucena de Fernández
Decana de la Facu l tad de Postgrados
Nel ly Are ly Chévez Reynosa
D i rectora de Maestr ía en Comunicac ión Andrea Cr i s tancho
D i rectora de Tes i s Amparo Marroquín Parducc i
3
ÍNDICE
DEDICATORIA ..................................................................................................... 6
I. INTRODUCCIÓN …………………………………………………………….. 7
II. ANTECEDENTES ............................................................................................ 12
I. Políticas neoliberales y la migración salvadoreña …………..…….. 13
II. Condiciones de los inmigrantes en los Estados Unidos ………..….. 15
III. La deportación masiva ……………………..……………………… 23
IV. Los call centers en El Salvador …………………………...……….. 30
V. Estado de la cuestión …………………..…………………………... 34
III. MARCO TEÓRICO ……………….…………………………….…..………. 39
I. Comunicación, cultura e identidades ……………..……….……..… 40
I.I Comunicación y cultura
I.II Identidades y discurso
I.III El estigma
II. El poder y el cuerpo ……………………………....………………. 47
II.I El bio-poder y la disciplina
II.II La deportabilidad
II.III El bio-poder en el call center
III. Ciudadanías ………………………..……………………………… 51
III.I Aproximaciones a la ciudadanía
III.II Ciudadanía cultural
III.III Ciudadanía y el mercado
IV. METODOLOGÍA ……………………………………………………….. 60
I. Naturaleza de la investigación ………………...…………………... 60
II. Recolección de datos …………………………...…………………. 62
II.I Revisión bibliográfica
II.II Entrevistas
II.III Observación participantes
III. Muestreo ………………………………………………………….. 66
III.I Criterios
III.II Los participantes
4
IV. Posición de la investigadora ………………………………....…… 71
V. RESULTADOS ………………………..……………………………………… 74
I. Los Estados Unidos …………………………….………………… 74
I.I “Americanizado”
I.II “Latina y orgullosa”
I.II “¿Para dónde me van a llevar, si soy de acá?”
II. “Los Nativos” …………………….………………………………. 81
II.II “Otro mundo”
II.II “Las vidas de las personas aquí no valen nada”
II.III “Todo es corrupto”
II.IV “No les enseñaron el respeto”
II.V “La mente muy cerrada”
II.VI “Una gran cárcel con un gran patio”
III. Adaptaciones …………………………………..…………………. 91
III.I “Todavía me miran”
III.II “Ya no lo puedo hacer”
III.III “Tuve que aprender”
IV. Los deportados …………………………..……………………….. 95
IV.I “Nos da una mala fama”
IV.II “Nos entendemos”
V. La deportación ………………….....……………………………… 98
V.I “Nadie más tiene la culpa”
V.II “Tenés que cambiarte”
V.III “No fue deportable”
VI. El call center ……………………………………………………... 103
VI.I “Una platica normal”
VI.II “¡Son parásitos!”
VI.III “El único chance que tenemos”
VI.IV “Es una maquila”
VI.V “¡Qué bien hablar con un americano!”
VI. REFLEXIONES FINALES …………………………………………….. 115
5
I. Identificaciones ………………………………………………….. 116
I.I La persistencia de la nación
I.II El call center como portal
I.III El estigma y el call center
II. Subjetividades neoliberales ……………………………………… 122
II.I La deportabilidad extendida
II.II Ciudadanía neoliberal
II.III Resistencias limitadas
III. Consideraciones para investigación futura ………………………. 127
III.I Aportes para el campo de la comunicación
III.II Limites de la investigación presente
III.III Preguntas para investigaciones posteriores
VII. BIBLIOGRAFÍA ………………………………………..………………… 133
6
DEDICATORIA
Un proyecto de investigación no se hace solo. Agradezco a mi asesora de tesis, Amparo
Marroquín Parducci, por su seguimiento y entusiasmo a lo largo de este proyecto. Agradezco,
también, a mi pareja Allan Barrera por animarme y apoyarme. Agradezco, sobre todo, a los trece
individuos participantes del estudio por su apertura, confianza y paciencia.
Dedico este trabajo al profesor José Manuel González.
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CAPÍTULO I:
INTRODUCCIÓN
Esta investigación busca analizar la construcción discursiva de las identidades de
personas que han sido deportadas de los Estados Unidos, y que trabajan en la industria de los call
centers de San Salvador, brindando servicios en inglés para clientes norteamericanos. En
particular, se trata de entender cómo estas personas interpretan las experiencias de la migración,
la deportación y el trabajo de call center, y el papel de estas interpretaciones en la producción
narrativa de la identidad.
Las personas que se desempeñan en los call centers salvadoreños después de haber sido
deportadas de los Estados Unidos constituyen un sector particular de la sociedad salvadoreña.
Como demuestro en la presente investigación, es un sector que ha vivido algunos de los
fenómenos que más han marcado al país en la posguerra: la migración, la deportación, y la
globalización económica. También se trata de un sector marginado, discriminado, y
estigmatizado en El Salvador, debido a prejuicios generados por discursos hegemónicos que han
asociado a las personas deportadas de los Estados Unidos con la criminalidad, la violencia, y el
fracaso. Todas las personas de este sector entrevistadas para este estudio migraron a los Estados
Unidos como menores de edad, y pasaron los años determinantes para su formación allá, con
toda la socialización y aculturación que eso implica. Sin embargo, forman parte de un sector
cada vez minoritario dentro de la población de personas que son deportadas a El Salvador,
debido al alza de deportaciones desde México y de las zonas fronterizas de los Estados Unidos,
que cada vez más trae migrantes con nulo o poco tiempo de residencia en su país de destino.
El grupo descrito constituye una población única en el país, no obstante, existe muy poca
investigación académica, periodística u oficial sobre ellos en El Salvador. Como demuestro en el
“Estado de la cuestión” en el Capítulo I, las voces de las mismas personas que han sido
deportadas son notablemente ausentes de la conversación. Los datos oficiales sobre las personas
que son deportadas de los Estados Unidos no se comenzaron a sistematizar y poner en
disposición al público, sino hasta en los últimos cinco años. Por su parte, con unas pocas, pero
importantes excepciones, el trabajo académico en El Salvador se ha enfocado más en las
representaciones de las personas deportadas en los medios de comunicación y registros
estadísticos. Simplemente, el fenómeno de personas que han sido deportadas trabajando en la
8
industria de los call centers no figura como tema de investigación académica salvadoreña. Hay,
en cambio, algunos trabajos periodísticos salvadoreños y norteamericanos sobre el tema, pero se
enfocan más de registrar el fenómeno que en analizarlo de manera crítica, y la gran mayoría son
publicados en inglés. Por lo tanto, la investigación presente sirve para dar insumos críticos al
estudio de la migración y la deportación en El Salvador desde la comunicación, con una nueva
consideración importante: el papel de la participación de las personas que son deportadas en la
creciente industria de call centers del país.
A través de un análisis de entrevistas realizadas con trece individuos, junto con la
observación participante y la revisión bibliográfica, esta investigación revela cómo la migración,
la deportación y el trabajo de call center influyen en el proceso dinámico de la construcción
discursiva de la identidad, desde las interpretaciones de las mismas personas que han sido
deportadas y que trabajan en los call centers de San Salvador. El análisis de las entrevistas
establece, por un lado, una distinción importante que afirman los participantes contra los demás
salvadoreños, con implicaciones significativos para el concepto cuestionado de la nación.
También revela el papel que juega el trabajo de call center en mantener, reforzar e incentivar la
identificación con los Estados Unidos para las personas que han sido deportadas, y la posibilidad
que ofrece el call center de revertir el estigma que experimenta este sector en la sociedad
salvadoreña, al menos de una manera parcial. Propone, además, una revisión del concepto del De
Genova (2002) de la deportabilidad, para considerar cómo esta sigue operando aún después de la
expulsión del territorio nacional estadounidense. Cuestiona también los beneficios de la
ciudadanía neoliberal del agente de call center en el contexto de la deportación, y considera la
manera en que el éxito del discurso hegemónico neoliberal sobre la deportación, como proceso
moral individual, impide las reivindicaciones y resistencias postuladas por el concepto de la
ciudadanía cultural. Como aporte inicial a un tema de estudio poco abordado, el análisis y las
reflexiones con que concluyo constituyen meros puntos de partida para profundizar y explorar en
investigaciones futuras.
Este documento consta de siete capítulos. El primer capítulo es introductorio y consiste
en la presentación de los objetivos del estudio, la justificación, algunos de los hallazgos
principales y un resumen de los contenidos de los capítulos.
9
El Capítulo II se titula “Antecedentes”, y se dedica a revisar el contexto histórico, económico
y social del tema de la investigación. Demuestro, en particular, cómo la política neoliberal sirve
como hilo conductor para conectar los tres fenómenos centrales de la presente investigación: la
migración salvadoreña de la posguerra, la deportación masiva de los Estados Unidos, y el
surgimiento de los call centers en El Salvador. El primer apartado del capítulo, “Políticas
neoliberales y la migración salvadoreña”, se dedica a explicar cómo buena parte de la ola de
migración hacia los Estados Unidos en la posguerra fue impulsada por la devastación económica
que vivió el país tras la implementación de una serie de políticas económicas neoliberales. En el
segundo apartado, “Condiciones de los inmigrantes en los Estados Unidos”, describo la
evolución de las condiciones políticas, laborales y culturales de la comunidad salvadoreña
inmigrante en los Estados Unidos con los cambios en la política migratoria estadounidense. En el
tercero, “La deportación masiva”, exploro el surgimiento de la deportación masiva de no-
ciudadanos de los Estados Unidos como resultado de políticas neoliberales de privatización y
nuevos discursos de la seguridad nacional, así como algunas de sus consecuencias socio-
culturales en El Salvador. Luego, en el apartado denominado “Los call centers en El Salvador”,
demuestro cómo estas mismas políticas neoliberales han facilitado el surgimiento espectacular
del sector de los call centers en El Salvador, donde se desempeña una gran cantidad de
salvadoreños deportados de los Estados Unidos. Finalmente, en el “Estado de la cuestión”,
realizo un resumen de los trabajos investigativos relacionados con los salvadoreños deportados
de los EE.UU. empleados en los call centers del país, para señalar la existencia de ciertos vacíos
en el estudio cualitativo crítico sobre el tema, especialmente con respeto a las interpretaciones de
esta población de su propia experiencia.
En el Capítulo III, “Marco Teórico”, construyo los fundamentos teóricos de la
investigación. El primer apartado, “Comunicación, cultura e identidades”, se divide en tres sub-
secciones. En la primera, “comunicación y cultura”, sitúo la investigación dentro del giro hacia
la cultura que ha experimentado el campo de la comunicación, con los aportes de críticos como
Jesús Marín Barbero y Nestor García Canclini. La segunda sub-sección, “Identidades y
discurso”, se centra en la conceptualización de la construcción de las identidades como proceso
discursivo con base en los planteamientos de Stuart Hall y Teun A. Van Dyke. En la tercera, “El
estigma”, empleo la definición principal de Erving Goffman con aportes claves de Link y Phelan
10
(2001) para establecer el estigma como concepto importante en la construcción de las
identidades de personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.
El apartado siguiente, titulado “El poder y el cuerpo”, inicia con la sub-sección “El bio-
poder y la disciplina”, en la cual recurro a la obra de Michel Foucault y su teorización de las
formas institucionales de ejercer poder sobre el cuerpo. Posteriormente, en la sub-sección “La
deportabilidad”, analizo los aspectos disciplinarios y bio-políticos de la deportación
conceptualizados por Nicolas Genova (2002). En la última, “Bio-poder en el call center”,
considero la aplicación del bio-poder en el contexto laboral del call center planteada por Rowe et
al (2013) en su estudio de agentes de call center en la India al contexto salvadoreño.
En el último apartado, “Ciudadanías”, exploro las contradicciones de la ciudadanía
nacional para personas con larga residencia en los Estados Unidos que son posteriormente
deportadas a El Salvador, utilizando el concepto de la aproximación de Susan Bibler Coutin.
Luego, reviso el desarrollo del concepto de la ciudadanía cultural con los aportes de Renato
Rosaldo, Toby Miller, George Yúdice, William Flores y Gerardo León para destacar los límites
de la ciudadanía formal y considerar otras posibilidades de pertenencia y reivindicación. Para
cerrar, contemplo las posibilidades y limitaciones de la ciudadanía del consumo articulado por
Canclini (2009 [1995]) y de la ciudadanía neoliberal del agente del call center propuesta por
Rowe et al (2013).
El Capítulo IV aborda la metodología de la investigación. En el primer apartado, justifico
la naturaleza cualitativa de la investigación, con aportes de Ruíz Olabuénaga (2012) y Creswell
(1994), y también el uso del análisis del discurso, con base en las definiciones de Stetcher
(2010), Van Dijk (1993) y otros. Luego, en el apartado de “Recolección de datos”, presento los
instrumentos principales de la investigación, los cuales contemplan tanto la revisión bibliográfica
como el trabajo del campo—entrevistas y observación participante—, con aportes de Taylor y
Bogdan (1987). En el tercer apartado, “Muestreo”, identifico los parámetros de inclusión y
exclusión de los participantes, y ofrezco un breve perfil de cada uno de los trece entrevistados.
Finalmente, reflexiono sobre las implicaciones de mi propia participación en la investigación
desde mi posición de clase, raza, nacionalidad y género.
En el Capítulo V, presento los resultados principales del trabajo de campo. El capítulo
inicia con las representaciones de los Estados Unidos construidos por los participantes. La
primera sub-sección, “Americanizado”, detalla las características de la norteamericanidad
11
expresadas por los participantes. En la segunda, “Latina y orgullosa”, considero la división entre
las identificaciones expresadas con comunidades culturales estadounidenses y con El Salvador.
En la última subsección, “¿Para dónde me van a llevar, si soy de acá?”, exploro el concepto de
origen que emerge en las narrativas de los participantes. El segundo apartado, “Los Nativos”, se
dedica a las representaciones de El Salvador y los demás salvadoreños como ajenos, peligrosos,
corruptos, maleducados e intolerantes, y del país como prolongación de la detención en los
imaginarios de los participantes.
En el tercer apartado, “Adaptaciones”, reviso los cambios de estilo de vida, apariencia y
lenguaje que realizan los participantes tras su deportación. El cuarto apartado se titula “Los
deportados”, en el cual resumo las descripciones de las otras personas que han sido deportadas de
los Estados Unidos como delincuentes y como compatriotas, y como compañeros. El quinto
apartado lo dedico a las narrativas sobre el proceso de la deportación, el cual emerge en las
entrevistas como un castigo moral, como un renacimiento, y también como una injusticia. En el
sexto apartado, denominado “El call center”, demuestro cómo la experiencia del trabajo de call
center aparece en las narrativas de los participantes como, por un lado, un portal a la cultura
estadounidense, y también como lugar de discriminación, de explotación, y de auto-realización y
desarrollo personal. Finalmente, señalo cómo dentro de este espacio laboral complejo, el lugar
del agente de call center también constituye un territorio en disputa.
El Capítulo VI se titula “Reflexiones finales”. Ahí, ofrezco algunas posibles conclusiones
y análisis de los resultados anteriormente presentados, junto con algunas consideraciones para
investigaciones futuras en el tema. En el capítulo final, Capítulo VII, se encuentran las
referencias bibliográficas consultadas y citadas en la investigación.
12
CAPÍTULO II:
ANTECEDENTES
La migración salvadoreña no es un fenómeno novedoso: durante el siglo XIX, era la
población rural la que se trasladaba hacia los centros urbanos, y a principios del siglo XX eran
las “élites intelectuales y económicas que eran el rostro visible de la migración”. A partir de la
década de 1970s, además del flujo hacia lo urbano, la violencia que se consolidaría en el
conflicto armado del 1980-1992, impulsó otra ola de migración hacia el extranjero (Marroquín,
2014). En los años de la posguerra, el perfil del migrante comenzó a evolucionar de nuevo, esta
vez más motivado por factores económicos y, posteriormente, por la reunificación familiar y la
inseguridad generada por la delincuencia (Ruiz, 2010). Pero a pesar de que la migración este
presente en cada capítulo de la historia salvadoreña, la década de 1990 fue testigo del nacimiento
de un fenómeno nuevo: la deportación masiva. Equipados con habilidades bilingües y padrones
culturales ajenos, decenas de miles de salvadoreños vuelven a la fuerza de los Estados Unidos
cada año, y una población significante de sus filas ha encontrado empleo en el sector creciente de
los call centers.
En este capítulo, establezco los antecedentes históricos que han contribuido al fenómeno, y
los antecedentes de la investigación que han contribuido al estudio del mismo. Demuestro, en
particular, cómo la política neoliberal sirve como un hilo conductor para unir conecta los tres
fenómenos centrales de la presente investigación: la migración salvadoreña de la posguerra, la
deportación masiva de los Estados Unidos, y el surgimiento de los call centers en El Salvador.
El primer apartado, “Políticas neoliberales y la migración salvadoreña”, se dedica a explicar
cómo buena parte de la ola de migración hacia los Estados Unidos de la posguerra fue impulsada
por la devastación económica que vivió el país tras la implementación de una serie de políticas
económicas neoliberales recomendadas por los Estados Unidos y sus apéndices internacionales,
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En el segundo apartado, “Condiciones de
los inmigrantes en los Estados Unidos”, describo la evolución de las condiciones políticas,
laborales y culturales de la comunidad salvadoreña inmigrante en los Estados Unidos con los
cambios en la política migratoria estadounidense. En el tercero, “La deportación masiva”,
exploro el surgimiento de la deportación masiva de no-ciudadanos de los Estados Unidos, como
resultado de políticas neoliberales de privatización y nuevos discursos de la seguridad nacional, y
13
algunas de sus consecuencias socio-culturales en El Salvador. Posteriormente, en el apartado
denominado “Los call centers en El Salvador”, demuestro cómo estas mismas políticas
neoliberales facilitaron el surgimiento impresionante del sector de los call centers en El Salvador,
donde se desempeñan un gran número de salvadoreños que han sido deportados de los Estados
Unidos.
Al finalizar el capítulo, en el apartado titulado “Estado de la cuestión”, realizo un resumen de
los trabajos investigativos periodísticos y académicos relacionados con los salvadoreños que son
deportados de los EE.UU. y que son empleados en los call centers del país, para señalar la
existencia de importantes vacíos en el conocimiento y pensamiento crítico sobre el tema,
especialmente con respeto a las interpretaciones que esta población hace su propia experiencia.
I. POLÍTICAS NEOLIBERALES Y LA MIGRACIÓN SALVADOREÑA
En la década de 1990, tras la caída del muro de Berlín, la agenda económica capitalista
liderada por los Estados Unidos se posicionó como evangelio único al nivel global. Manuel
Castells (2004) describe esta transformación de la hegemonía de las prácticas económicas
mundiales: “bien directamente, mediante políticas de desregulación y privatización, bien
indirectamente, mediante las señales enviadas por los gobiernos a las empresas, las reglas del
juego cambiaron, primero en los Estados Unidos, después en el Reino Unido y finalmente en el
resto del mundo. La liberalización de los mercados y el abandono por parte de los gobiernos de
las políticas de gasto social y redistribución de la renta se convirtieron en una práctica
generalizada” (42).
Con el ávido apoyo de las élites gobernantes, El Salvador sirvió como laboratorio y
vanguardia en la implementación de estas políticas que se comenzaron a llamar “neoliberales”. A
partir del 1989, bajo los gobiernos del partido de la derecha, Alianza Republicana Nacionalista
(ARENA), fueron privatizados los bancos nacionales, la empresa de telecomunicaciones estatal,
el sistema de pensiones y la empresa energética pública (Moreno, 2004). Las consecuencias para
los empleados públicos y las finanzas del estado fueron inmediatas: unos 10,000 trabajadores
públicos perdieron sus trabajos, y el estado se quedó con $334 millones tras vender activos
valorados en un total de $5 mil 714 millones (Freedman, 2012).
14
Este proceso de (neo)liberalización se consolidó con la implementación del tratado de libre
comercio entre Estados Unidos, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala y la República
Dominicana, DR-CAFTA, en 2006. Los impactos han sido fuertes. Un informe de la Oficina de
Washington sobre América Latina (WOLA) de 2008 advierte que: “La liberalización del
comercio globaliza no sólo los mercados, sino que globaliza el fracaso del mercado.
Incorporando pequeño agricultores en América Latina a competencia sin mediación contra
productos agrícolas industrializados subsidiados y apoyados del norte global pone en riesgo
millones de agricultores productivos y productores de alimentos” (Pérez et al, 4).1 El Salvador no
fue excepción: la tarifa promedia aplicada a productos agrícolas bajó de 20.4% en 1989 a 1.5%
en 2009; en 1990, el sector agrícola constituyó 17.1% del PIB, cayendo a 11.9% en 2009. Por
otro lado, el sector de la maquila, el predecesor de los call centers, constituyó el 0.3% del PIB en
2000, y creció hasta 3.1% en 2009, a causa de las empresas extranjeras que competían para
establecer fábricas en un ambiente hostil para los trabajadores y muy acogedor para los
inversionistas extranjeros. (PNUD, 2010)
Mientras se mejoraban las condiciones para los inversionistas, los estándares laborales se
desintegraron. En 2009, WOLA encontró que las condiciones laborales habían empeorado bajo
el tratado de libre comercio, y concluyó que a pesar de los compromisos hechos por los países
partes del tratado, no se había progresado en el combate a la represión de líderes sindicales, el
cierre ilegal de fábricas, la discriminación de género y el trabajo infantil, y los responsables de
dichas violaciones continuaban actuando con impunidad en la región.
El deterioro de las condiciones económicas en El Salvador comenzó a generar nuevos flujos
de migración. De 1980-1990, los años principales de la guerra civil, 54,156 salvadoreños
migraban anualmente; entre 2000-2010, esa cifra se aumentó a 61,942 al año (PNUD, 2010). Los
que salieron en la década de 1980, citaron la crisis política en el país como factor principal de su
migración, mientras los que salieron en la década de 2000, citaron la situación económica (Ruiz,
2010). Actualmente, hay más de 2.5 millones salvadoreños viviendo en los Estados Unidos
(Ministerio de Relaciones Exteriores, 2013). Estas migraciones han impactado la fábrica social y
cultural salvadoreña, e incrementaron la dependencia económica del país de los EE.UU. (PNUD,
2010).
1 Traducción propia
15
Ruiz (2010) señala que, “las políticas económicas de los últimos veinte años no han
impulsado el crecimiento del sector agrícola y, por consiguiente, El Salvador en general ha visto
disminuidas las actividades campesinas mientras la migración de los grupos habitacionales del
campo a la ciudad se incrementa” (33). Gracias a esta “descampesinización” en las zonas rurales,
los índices de migración hacía el extranjero en estas regiones también incrementaron: en 2009,
uno de cada cuatro hogares rurales salvadoreños recibió remesas enviadas por parte de familiares
en el extranjero (Ruiz, 2010).
El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 2010 nota
que “durante la vigencia del modelo [económico] actual se expandió la maquila, se aceleraron las
migraciones laborales y se ha edificado una economía de consumo y servicios dependiente de las
remesas familiares, que se ha convertido en la principal variable macroeconómica del país” (55).
De hecho, las remesas de los migrantes en el extranjero, principalmente en los EE.UU., sirvieron
para suavizar el impacto de las políticas neoliberales (Coutin, 2007). En 2006, año en que se
implementó CAFTA, las remesas de los EE.UU. aumentaron 24.6% en El Salvador; 20.6% en
Guatemala; 39.4% en Honduras y hasta 10.6% en la Republica Dominicana (Gallardo, 2009). En
El Salvador, las remesas hoy constituyen más del 16% del PIB salvadoreño (Hurtado y Orantes
de Palacios, 2014). Hasta en los años 2012 y 2013, los motivos económicos fueron los más
señalados por parte de las personas retornadas a El Salvador de los Estados Unidos como su
principal motivación de migrar (Gaborit et al, 2015, 22-23).
Como he señalado, la situación económica en El Salvador contribuyó directamente al
incremento de la migración salvadoreña en los años después de la guerra. Las políticas
económicas neoliberales no solo han hecho El Salvador más dependiente de los Estados Unidos
en cuanto a importaciones e inversiones, sino también para el mantenimiento de la mano de obra
de los miles de salvadoreños que han migrado en búsqueda de mejores oportunidades tras la
reducción dramática del sector público, la destrucción del sector agrícola y el agravamiento de
las condiciones laborales. En el siguiente apartado, reviso la experiencia de esta comunidad
salvadoreña inmigrante en los Estados Unidos a lo largo de las últimas décadas.
II. CONDICIONES DE LOS INMIGRANTES EN LOS ESTADOS UNIDOS
16
La situación para inmigrantes salvadoreños en los EE.UU. se ha ido transformando de
manera significativa en las últimas dos décadas, debido, en gran parte, a los cambios en la
política migratoria estadounidense. A principios de la década de 1990, se vieron aperturas para
muchos de los salvadoreños que habían huido de la violencia bélica en su país; sin embargo, los
finales de la década fueron marcados por una restricción en la política migratoria. Los ataques
del once de septiembre de 2001 inauguraron una nueva época de políticas anti-inmigrantes
reforzadas por un nuevo discurso de la seguridad nacional. Frente estos obstáculos, los
inmigrantes y sus familias en los Estados Unidos han desarrollado fuertes luchas reivindicativas,
reconfigurando los discursos de la identidad nacional para exigir el reconocimiento de sus
derechos independientemente de su estatus migratorio.
La década de 1980 fue marcada por la lucha por acceder al asilo para los inmigrantes
salvadoreños en los EE.UU.. Con el incremento de refugios del conflicto armado, aumentó
también la cantidad de salvadoreños inmigrantes indocumentados en los EE.UU.: antes de 1982,
sólo 30% de los salvadoreños en los EE.UU. se encontraban en una situación de no-
documentación. De los que entraron al país entre 1982-1987, 60% estaban indocumentados
(Ruiz, 2010). Estos inmigrantes enfrentaron grandes obstáculos al buscar regularizar su estatus.
De 1980-1992, El Salvador fue escenario de una guerra civil. Sin embargo, la política
extranjera del gobierno de los EE.UU. impidió que se reconociera gran parte de la violencia
vivida por los salvadoreños refugiados del conflicto. La Comisión de la Verdad de las Naciones
Unidas determinaría, en 1993, que las fuerzas armadas salvadoreñas fueron responsables por lo
menos del 85% de los actos de violencia contra la población. Pero en esa década, 97% de las
peticiones de asilo por parte de salvadoreños en los EE.UU. fueron rechazadas. La relación
cercana del gobierno estadounidense con el gobierno de El Salvador no permitía el
reconocimiento de violaciones de derechos humanos realizadas por parte del Estado
centroamericano, aliado estratégico en la Guerra Fría que recibía financiamiento, armamento y
capacitación militar de los EE.UU.. (Coutin, 2007)
Sin embargo, la comunidad salvadoreña y sus aliados en los movimientos de solidaridad y
santuario estadounidenses seguían abogando por su derecho a desarrollar sus vidas dentro de las
fronteras estadounidenses. El mismo gobierno salvadoreño, reconociendo la importancia de las
remesas familiares en la economía nacional, también abogó por la regularización de los
17
inmigrantes salvadoreños indocumentados. Eventualmente, la ley fue modificada para abrir más
espacio a los inmigrantes salvadoreños.
En 1986, el Immigration Reform and Control Act (IRCA) permitió a ciertos trabajadores
indocumentados legalizar su estatus, aunque también castigó a los empleadores que contrataban
a trabajadores indocumentados. En 1990, fue aprobado el Temporary Protected Status (TPS),
que benefició a cientos de miles de salvadoreños por 18 meses. Renovado otra vez después del
terremoto de 2001, hoy son más de 200,000 salvadoreños que actualmente cuentan con dicho
estatus. En 1991, una resolución en el caso de American Baptist Churches v. Thornburgh (ABC)
abrió nuevas oportunidades de asilo para ciertos salvadoreños que habían sido rechazados
anteriormente por las políticas discriminatorias mencionadas y, en 1992, la administración del
expresidente George Bush permitió que los salvadoreños con TPS pudieran registrar para
“Deferred Enforced Departure” (DED), prorrogando sus procesos de deportación. Estas
excepciones jurídicas para muchos salvadoreños refugiados de la guerra permitieron la
consolidación de varias comunidades salvadoreñas en los EE.UU..
Pero los sentimientos nacionalistas incrementaron en la década de 1990, y en 1994, el estado
de California aprobó “Proposition 187”, lo cual obligó a maestros, doctores, policías y
trabajadores de servicios sociales informar a las autoridades sobre personas sospechosas de ser
indocumentadas. La propuesta fue eventualmente rechazada en las cortes por
inconstitucionalidad, pero fue seguida de una serie de reformas anti-inmigrantes a nivel nacional.
El mismo año, se comenzó a construir el muro fronterizo desde Tijuana hasta San Diego,
empujando el tránsito de los migrantes hacia caminos más peligrosos como el del desierto del
estado de Arizona, donde han muerto más de 10,000 inmigrantes (Marroquín, 2014). Luego, en
1996, fue aprobado el Illegal Immigration Reform and Immigrant Responsibility Act (IIRIRA),
que quitó muchos de los posibles remedios que existían para muchos salvadoreños que eran
partes de la demanda de la ABC. Con esas políticas anti-inmigrantes se dio inicio a un periodo de
restricción jurídica que continúa vigente de diversas formas hoy en día.
Junto con el Antiterrorism and Effective Death Penalty Act de 1996, el IIRIRA amplió la
definición de los delitos por los cuales una persona podría ser deportada, limitó la discreción de
los jueces en casos individuales de deportación, expandió la detención obligatoria durante
procesos de deportación y aceleró estos procesos. El Welfare Reform Act de 1996 también
restringió el acceso a varios programas de asistencia pública para muchos no-ciudadanos con
18
estatus regular. “Como es lógico, las actas de inmigración de 1996 transformaron las prácticas de
control migratorio, incrementaron la población de los centros de detención, alteraron la
proporción de criminales condenados entre los deportados, aumentaron los números totales de
individuos expulsados de los Estados Unidos” escribe Susan Bibler Coutin (2007, 22).2 Daniel
Kanstroom (2012) coincide, declarando que, “Como resultado directo de estas leyes, cientos de
miles de personas han sido excluidas y deportadas de los Estados Unidos quienes hubieran sido
permitidos hacerse residentes legales permanentes y (probablemente) ciudadanos naturalizados
bajo leyes anteriores” (13).3
Al cierre la década de 1990, con la economía creciendo, un consenso incipiente sobre la
necesidad de una reforma migratoria comprensiva en los EE.UU. estaba tomando forma. En
1997, el Nicaraguan Ajustment and Central American Relief Act (NACARA) ofreció un respiro
al endurecimiento de la política migratoria: otorgó una amnistía a muchos nicaragüenses—como
refugiados del gobierno sandinista, enemigo político del gobierno estadounidense—y también
permitió que a ciertos salvadoreños se les suspendieran sus procesos de deportación (Coutin,
2000). En el año 2000, la federación sindical AFL-CIO también declaró su apoyo a una amnistía
para los inmigrantes indocumentados (Coutin, 2007). La posibilidad de una reforma migratoria
parecía cerca. Sin embargo, los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 transformaron de
manera repentina y drástica toda discusión pública sobre la inmigración en los Estados Unidos.
Los ataques del 9/11 no solo detuvieron la lucha organizativa creciente para una reforma
migratoria integral en los Estados Unidos, sino que despertaron un sentimiento anti-migrante
latente en el público estadounidense. Así, el discurso de la seguridad nacional y del
contraterrorismo se amplió para incluirle discursos anti-inmigrantes. Con la aprobación del USA
PATRIOT Act en octubre de 2001, fue autorizada la detención y el encarcelamiento de no-
ciudadanos sobre la base de la sospecha de que el individuo en cuestión constituyera una
amenaza a la seguridad nacional, según el Estado. El PATRIOT Act también exigió un
incremento de 300% en las patrullas fronterizas, o Border Patrol en la frontera con Canadá,
junto con la instalación de más tecnología de vigilancia (Miller, 2014). En 2002, fue aprobado el
Homeland Security Act, lo cual desarticuló al Immigration and Naturalization Service (INS) y
trasladó a los procesos de deportación al nuevo Departament of Homeland Security. La misión
2 Traducción propia 3 Traducción propia
19
del Border Patrol también fue modificada para proteger a los EE.UU. de los “terroristas”. De sus
4,000 agentes en 1994, el Border Patrol creció a 8,500 en 200,1 y a más de 21,000 en 2014
(Miller, 2014). En pleno ejercicio del nuevo discurso de esta securitización de la migración, el
congresista republicano del estado de Iowa, Steve King, declaró que la migración irregular
constituía “un ataque terrorista lento, de camera lenta contra los Estados Unidos costándonos
miles de millones de dólares y, de hecho, miles de vidas”, y afirmó que, “[los estadounidenses
tenían] una obligación de proteger al pueblo americano, y eso implica sellar y proteger nuestras
fronteras”4 (King, 2006).
Por su parte, las comunidades de inmigrantes y sus familias en los EE.UU. no aceptaron con
pasividad los ataques a sus derechos. En el marco del 1º de mayo de 2006, multitudes de
inmigrantes latinoamericanos y latinos-estadounidenses llenaron las calles de las ciudades del
país, exigiendo una reforma migratoria integral y el reconocimiento de la humanidad y dignidad
de los inmigrantes, independientemente de su estatus migratorio. Cristina Beltrán escribe: “Ante
un gobierno más interesado en la criminalización que en la reforma, inmigrantes de todo el país,
legales e indocumentados, no respondieron con el retiro y un mayor aislamiento, sino
participando en cientos de marchas, concentraciones y huelgas laborales y escolares. La mera
magnitud de las protestas fue notable: el 7 de marzo se reunieron entre veinte mil y cuarenta mil
personas en Washington D.C.; el 10 de marzo, entre cien mil y treinta mil marcharon por las
calles de Chicago. Se calcula que el 25 de marzo un millón participó en ‘La Gran Marcha’ en
Los Ángeles. El 9 de abril, entre trescientos cincuenta mil y quinientos mil marcharon en Dallas;
trescientos mil se congregaron el día siguiente en Nueva York; y cientos de miles participaron en
más de ciento setenta evento en todo el país” (162). Eran manifestaciones de grandes
dimensiones, sin precedentes en la historia del país.
Las protestas de 2006 constituyeron a se vez un reto para las narrativas nacionalistas
estadounidenses, así como una apelación a las mismas. Los manifestantes recurrían a tropos
nacionalistas estadounidenses para reclamar sus derechos de pertenencia y dignidad. Beltrán
(2012) escribe: “Vestidos de blanco y portando letreros multilingües en los que se leía ‘Soy un
trabajador, no un delincuente’, ‘Justicia para todos’, o ‘Permítanos ser parte del Sueño
Americano’, los inmigrantes cantaron el himno nacional en inglés y en español y ondearon
banderas de sus países natales juntos con banderas de Estados Unidos” (162-3). Al basar sus
4 Traducción propia
20
reclamos en los mitos fundacionales estadounidenses como la ética protestante del trabajo, el
sueño norteamericano y libertad y justicia para todos, los inmigrantes afirmaron los valores y
relatos nacionalistas para exigir su ampliación para incluir a otros idiomas y orígenes, negando la
asimilación total.
Frente esta explosión de visibilidad y militancia por parte de los inmigrantes en los EE.UU.,
muchos estados intensificaron sus políticas discriminatorias. De 2006 a 2010, legisladores
estatales implementaron más de 5 mil leyes migratorias y unas 800 leyes estatales relacionadas
con la inmigración (Kanstroom, 2012). Tal es el caso de la controvertida ley SB 1070, del estado
de Arizona, aprobada en 2010, la cual requiere que la policía verifique el estatus migratorio de
cualquier persona detenida, siempre y cuando el agente tenga una “sospecha razonable” que
dicha persona no cuenta con un estatus migratorio regular. Leyes idénticas fueron presentadas y
aprobadas en Alabama, Georgia, Indiana, South Carolina y Utah. (ACLU, 2015). Al nivel
nacional, el Secure Fence Act de 2006 ordenó la construcción de 650 millas de valla fronteriza
en la frontera con México (Miller, 2014).
Estas leyes han impactado a las comunidades de salvadoreños e inmigrantes en general en los
ámbitos laboral, comunitario y familiar. Las condiciones económicas de los salvadoreños
inmigrantes en los EE.UU., aunque suelen ser mejores que las de sus pares en El Salvador, no
son óptimas. Según datos de 2009 recopilados por Laura Ruiz (2010), los salvadoreños en los
EE.UU. tienen índices más altos de pobreza (15%) que la población estadounidense en general
(12%).5 Mientras 37% de la población estadounidense en general trabaja en puestos de trabajo
directivos y profesionales—los cuales son mejor pagados—sólo 11% de los salvadoreños se
desempeñan en puestos de esa calidad. Ruiz considera que “es posible que este dato se relacione
con el menor nivel educativo alcanzado por la población salvadoreña residente en los Estados
Unidos. La falta de educación es un circulo vicioso para los inmigrantes salvadoreños, pues
afecta negativamente su acceso a mejores salarios, y por ende, dificulta el acceso a mejores
condiciones de vida” (67). Sin mayor formación técnica o académica, la mayoría de
salvadoreños en los EE.UU. (30%) trabajan en el sector de servicios, que es “una de las áreas
menos valorada y remunerada, en contraste con las poblaciones hispana (22%) y estadounidense
5 Y como contraste, un Índice de desarrollo humano más alto que en ESA (PNUD, 2005)
21
(14%)” (67). Con salarios bajos y sin muchas oportunidades para ascender, muchos salvadoreños
apenas alcanzan para mantener a sus familias, y muchos desempeñan en más de un empleo.
Además de estas condiciones económicas adversas, las leyes anti-inmigrantes hacen más
vulnerables a muchos salvadoreños de sufrir violaciones de sus derechos laborales, cívicos y
humanos. El programa E-Verify, por ejemplo, que es obligatorio para ciertos empleadores en 19
estados y para todo contratista del estado, facilita que empleadores verifiquen el estatus
migratorio de sus empleados, generando miedo en el entorno laboral. Así mismo, el programa
federal Secure Communities permite que fuerzas de seguridad locales y estatales compartan
información con el Department of Homeland Security de manera instantánea para revisar el
estatus migratorio de cualquier persona detenida, aún sin presentar cargas en su contra. Por lo
tanto, los trabajadores indocumentados suelen enfrentar amenazas de deportación cuando
intentan reclamar sus derechos a sus empleadores.
El National Employment Law Project reportó en su informe de 2013 que, “Secure
Communities ha tenido un impacto desastroso en comunidades inmigrantes, incluyendo en
víctimas del crimen y del abuso del empleador. […] Esta integración defectuosa de las
autoridades locales con las autoridades migratorias federales ha brindado medidas adicionales a
empleadores para tomar represalias contra trabajadores inmigrantes que buscan ejercer sus
derechos laborales. Empleadores pueden capitalizar sobre barreras lingüísticas o sesgos de las
autoridades locales para lograr sus objetivos. Debido a la colaboración creciente federal-local en
el control migratorio, trabajadores inmigrantes que son falsamente acusados de crímenes muchas
veces no tienen ningún recurso y en cambio terminan en procedimientos de la deportación
después de delatar sobre violaciones laborales” (Cho & Smith, 2013, 3).6 Además de generar
más precariedad laboral, el Secure Communities desincentiva a los inmigrantes indocumentados
para que recurran a la policía para denunciar cualquier crimen o violación que sufran en su
entorno doméstico o comunitario.7
Estas leyes y programas han logrado separar familias, sembrar miedo e inseguridad en
comunidades y generar más precariedad laboral, pero no han impactado de manera clara en los
6 Traducción propia 7 Cabe aclarar que las acciones ejecutivas de Presidente Obama de noviembre 2014 incluyeron la eliminación del programa Secure Communities, sustituyéndolo con el “Priority Enforcement Program”. Sin embargo, en la práctica el programa sigue intacto. Como señala Cházaro (2015), el cambio simplemente renombró el programa, sin modificar sus objetivos y funciones.
22
flujos de la inmigración irregular: El Department of Homeland Security estima que la población
de salvadoreños indocumentados en los EE.UU. subió de 430,000 en 2000 a 570,000 en 2008, un
aumento de 4.65% (Ruiz, 2010). Pero pesa a las dificultades que enfrenta la comunidad
salvadoreña en los EE.UU., los salvadoreños siguen migrando hacía el país norteamericano.
Frente esta proliferación de iniciativas anti-inmigrantes, en los últimos años la fuerza y
militancia de los movimientos de inmigrantes para una reforma migratoria integral han
aumentado. Jóvenes como los “Dreamers” y organizaciones como el National Daylaborer
Organizing Network (NDLON) con su campaña de “#Not1More” han construido movimientos
fuertes en contra de la detención, deportación y discriminación que sufren los inmigrantes y sus
familias en los EE.UU..
Como quedó evidenciado en el movimiento de 2006, muchos de estos organizadores apelan a
ideales norteamericanos de merecimiento, exigiendo el derecho de contribuir a la sociedad
estadounidense como trabajadores productivos. Los Dreamers, por ejemplo, se posicionan dentro
del relato del sueño norteamericano, representándose como una nueva generación
norteamericana lista para contribuir al desarrollo económico del país a través de sus estudios y de
su trabajo.
Pero estos mismos movimientos también van construyendo agendas comunes en las luchas
contra el neoliberalismo y el racismo en los Estados Unidos, difundiendo un análisis radical y
utilizando tácticas más y más militantes para intervenir en el debate público. Este esfuerzo para
combatir el miedo que envuelve a muchas vidas indocumentadas, junto con la insistencia en
afirmar el derecho de participar con igualdad en la sociedad estadounidense, evidencian la
configuración de nuevas identidades dentro de las comunidades inmigrantes que celebran sus
raíces latinoamericanas mientras reclaman sus derechos de vivir sin terror y discriminación en
tierra norteamericana.
Debido a la enorme presión ejercida por estos inmigrantes organizados, la administración del
Presidente Obama ha efectuado ciertas medidas ejecutivas que ofrecen posibilidades para
regularizar, de manera temporal, el estatus de millones de inmigrantes indocumentados. En junio
de 2012, Obama anunció la apertura de un posible estatus temporal de dos años y de un permiso
de trabajo para jóvenes inmigrantes que hayan llegado a los EE.UU. antes de los 16 años y
residido en los EE.UU. por lo menos cinco años, que tuvieran menos de 31 años al momento del
anuncio, que sean estudiantes, graduados o veteranos, y que no tengan antecedentes penales
23
graves: Deferred Acion for Childhood Arrivals (DACA). En noviembre de 2014, Obama anunció
una expansión de DACA para incluir a personas mayores de 31 años, y creó Deferred Action for
Parens of Americans and Lawful Permanent Residents (DAPA), que ofrece protección temporal
parecido para los parientes y algunos otros familiares de ciudadanos, residentes legales
permanentes, que han estado por lo menos cinco años en el país y que no tienen antecedentes
penales graves.
Juntas, estas acciones ejecutivas podrían proteger a unos 5 millones de los estimados 11
millones inmigrantes indocumentados que hoy residen en los EE.UU.—o, por lo menos,
prorrogar sus deportaciones. Sin embargo, estas últimas dos medidas ejecutivas han sido
suspendidas debido a una demanda en su contra, cuya resolución será apelada por parte del
gobierno (NILC, 2015).
En las últimas décadas, los inmigrantes salvadoreños en los EE.UU. han luchado para
mantener sus trabajos, sus familias y sus comunidades frente diversos obstáculos jurídicos,
políticos y laborales. A lo largo de estos años, han exigido su incorporación en la sociedad
estadounidense, reconfigurando los discursos sobre identidad nacional para afirmar su derecho
de pertenecer y participar en el “sueño norteamericano”. En los últimos años, han ganado
importantes logros en forma de las acciones ejecutivas, como las recientes impulsadas por
Obama; sin embargo, para más de dos millones de inmigrantes, las medidas llegaron muy tarde.
Porque el Presidente Obama tiene otro legado menos elogiado: la deportación masiva.
III. LA DEPORTACIÓN MASIVA
A pesar de sus esfuerzos recientes para proteger a ciertos sectores de la población
indocumentada en los EE.UU., Obama ha ganado el título de “Deporter in Chief” por la
aceleración y ampliación de la deportación bajo su administración (Epstein, 2014). En esta
sección, demuestro cómo los nuevos discursos de la seguridad nacional, junto con las
restricciones en el régimen jurídico que gobierna el sistema migratorio estadounidense, han
colaborado con los mismos procesos de neoliberalización global que impulsaron la migración
masiva de El Salvador para montar el sistema de deportación masiva en los Estados Unidos.
El aumento astronómico de las deportaciones en los últimos años está íntimamente vinculado
con el desarrollo de la detención privada como industria, facilitado siempre por las nuevas
24
políticas anti-migrantes y la orientación hacia la seguridad nacional en el contexto pos-9/11.
Kanstroom (2012) resume: “Las leyes de inmigración de 1996 ampliaron la detención obligatoria
durante los procedimientos de deportación para individuos condenados por ciertos crímenes. Los
acontecimientos del 11 de septiembre, 2001, y el énfasis posterior en la seguridad fronteriza y el
control migratorio, junto con los poderes ampliados de la detención autorizado por el USA
Patriot Act, también han jugado un papel principal en normalizar la idea de la detención amplia,
igual como el uso ampliado de la deportación acelerada. Finalmente, el aumentado control estatal
y local y la privatización han sostenido y fortalecido el sistema de la detención” (90).8 De ser una
medida poco utilizada, la detención de inmigrantes se ha convertido en una práctica estándar. En
1994, unas 5,500 personas no-ciudadanas fueron detenidas diariamente en los EE.UU.; pasando a
19,500 en 2001, y sumando más de 30,000 al finales de 2009 (Kanstroom, 2012).
Los procesos neoliberales de privatización han creado las condiciones para incentivar la
detención y deportación de migrantes indocumentados, haciéndola un negocio muy lucrativo. A
la vez, el Estado neoliberal contraterrorista estadounidense utiliza nuevas tecnologías de
comunicación y vigilancia que “refuerzan en sus posibilidades/tentaciones de control, mientras lo
debilitan al desligarlo de sus funciones públicas”, utilizando mecanismos de represión y
vigilancia para identificar y deportar a migrantes indocumentados, procesándolos en un sistema
más y más privatizado (Castells, 2002). El National Immigration Forum documentó en 2013 que:
“La expansión del sistema de detención inmigrante ha creado un mercado rentable para los
involucrados en operar las cárceles estatales y locales. La industria de las prisiones privadas
también ha sido beneficiada directamente por esta expansión. Corrections Corporation of
America (CCA) es el contratista más grande de ICE para la detención, operando un total de
quince locales contratados con ICE con un total de 5,800 camas. Geo Group, Inc. (GEO), el
segundo más grande contratista con ICE, opera siete localidades con un total de 7,183 camas. En
el año 2012, CCA y GEO reportaron ingresos anuales de $1.8 mil millones y $1.5 mil millones
respectivamente. En diciembre 2010, GEO compró B.I. Incorporated, una empresa que tiene
contratos públicos lucrativos con ICE como la única administradora de su programa de
alternativas a la detención. Empresas de prisión privada en 2011 alojaron casi la mitad de todos
los inmigrantes detenidos” (7).9
8 Traducción propia 9 Traducción propia
25
Aprovechando la nueva coyuntura pos-9/11, estas empresas han constituido el impulso
principal detrás de las políticas anti-inmigrantes en los EE.UU., como el famoso SB1070 de
Arizona, mencionado anteriormente: “Las tres empresas con el porcentaje más grande de los
contratos de detención con ICE, incluyendo CCA y GEO, gastaron colectivamente por lo menos
$45 millones en la última década en donaciones a campañas y cabildeo al nivel estatal y federal.
Las relaciones entre legisladores y empresas de prisión privadas son quizás mejor ilustradas por
la ley polémica de Arizona S.B. 1070, la cual fue redactado en la presencia de oficiales de CCA.
De los 36 patrocinadores de S.B. 1070, 30 recibieron contribuciones de campaña de cabilderos o
empresas de la prisión privada, incluyendo CCA” (National Immigration Forum, 2013, 7). Las
empresas que se benefician de la detención privada están promocionando políticas anti-
inmigrantes para asegurar que sus camas se mantengan llenas.
Como se puede inferir, el incremento de la detención ha sido acompañado por un incremento
de la deportación. En 1995 y 1996, 50,924 y 69,680 no-ciudadanos fueron expulsados de los
EE.UU., respectivamente. Posteriormente tras la implementación del IIRIRA, en 1997, esa cifra
aumentó a 114,432, y llegó a sumar hasta 173,146 en 1998 (Coutin, 2013). Pero ha sido en los
últimos años, bajo la administración demócrata de Barack Obama, que las deportaciones han
llegado a niveles sin precedentes. En 2010, el Department of Homeland Security registró más de
392,000 “removals”, los cuales incluyeron deportaciones formales y “voluntarias” (Kanstroom,
2012), aumentando la cantidad a 409,849 en 2012 (Marroquín, 2014). Ese mismo año, las
autoridades estadounidenses contaron con más de 29,000 personas detenidas diarias, con más de
1.6 millones de personas en procedimientos de deportación (Kastroom, 2012). En total, la
administración de Obama ha realizado más de 2 millones de deportaciones.
Como tercer grupo latinoamericano inmigrante más grande en los EE.UU., los salvadoreños
han sufrido el impacto de la deportación masiva en niveles desproporcionados para un país tan
pequeño. En 1991, 1,496 de del total de 33,189 personas deportadas de los EE.UU. eran
salvadoreñas, es decir el 22%; mientras que en 2005, sumaron 7,235 de 208,521, representando
el 29% (Bibler Coutin, 2007).
26
Tabla I
Personas deportadas de los EE.UU. a El
Salvador: 1988-1998
1988 2,780
1989 3,984
1990 2,470
1991 1,496
1992 1,937
1993 2,117
1994 1,900
1995 1,932
1996 2,493
1997 3,900
1998 5,348
(Tabla elaborada con datos presentados en
Bibler Coutin [2007, 24])
Tabla II
Personas deportadas de los EE.UU. a El
Salvador: 1999-2009
1999 4,160
2000 4,736
2001 3,928
2002 4,066
2003 5,561
2004 7,269
2005 8,305
2006 11,050
2007 20,045
2008 20,031
2009 17,370
(Tabla elaborada con datos presentados en
Ruiz Escobar [2010, 51])
Tabla III
Personas deportadas de los EE.UU. a El Salvador: 2011-201410
2011 8,946
2012 12,128
2013 21,906
2014 28,942
(Tabla elaborada con datos de la Dirección General de Migración y Extranjería de El Salvador
[2015])
10 Por vía aérea; no hay datos de la Dirección General de Migración y Extranjería que precisan las deportaciones por vía aérea para el año 2010; Estos datos contemplan las deportaciones por vía aérea exclusivamente, y por ende reflejan cantidades menores de las tendencias reflejadas en la tabla anterior
27
Debido a las nuevas leyes y programas de control migratorio en los EE.UU., la mayoría de
los llamados “retornados” no tienen antecedentes penales: de las personas deportadas a El
Salvador entre 2011-2014, solo 30% había cumplido una condena o tenía antecedentes penales
en los Estados Unidos (Rivas, 2015, 6). Y hay que considerar que de los no-ciudadanos
deportados por algún delito, la gran mayoría eran deportados por delitos no-violentos
(Kanstroom, 2012). Por ejemplo: de todas las personas deportadas a El Salvador de los Estados
Unidos en 2010, 40% tenían antecedentes penales, pero 32% de ellos eran crímenes no-violentos,
como “manejar ebrio, ebrio, violación de tránsito, documento falso, ilegal reincidente, pelea, y
‘otros’” (Gaborit et al, 2012, 24-25).
Según los datos, las personas que son deportadas de los Estados Unidos son, en su mayoría,
del género masculino. Las mujeres constituyeron 10% y el 8% de las personas deportadas por vía
aérea a El Salvador en 2011 y 2012, respectivamente; mientras que en 2013 y 2014,
representaron el 10% y el 15%, respectivamente (Rivas, 2015, 28). Aunque el porcentaje ha
subido junto con el aumento generalizado en las deportaciones bajo la administración Obama, los
hombres continúan representando la gran mayoría de las personas que son deportadas a El
Salvador.
Las personas deportadas de los Estados Unidos suelen ser también jóvenes de entre 10 a 25
años de edad. En 2012, personas de esa edad constituyeron 33.5% de las personas que fueron
deportadas por vía aérea ese año; en 2013, 35.7%, y hasta 44.9% en 2014 (Rivas, 2015). El
segundo grupo más grande son personas de entre 26 y 33 años de edad, junto con los mayores de
41 y los menos de 18 constituyendo las poblaciones más pequeñas. En general, entonces, la
mayoría de las personas deportadas de los Estados Unidos son jóvenes del sexo masculino.
Aunque la mayoría no cuentan con antecedentes penales, los deportados enfrentan a una
estigmatización y criminalización por parte de la sociedad salvadoreña y muchas veces por parte
de las mismas autoridades. De hecho, los programas desarrollados en la década del 2000 para
recibir a la creciente población de salvadoreños deportados han sido criticados por servir como
un “mecanismo de control y registro” policial en el aeropuerto (PDDH, 2008, 87). El mismo ex-
presidente de El Salvador, Tony Saca (2004-2009) advirtió en 2005 que “Estados Unidos va a
comenzar a deportar gente peligrosísima que hay que vigilar”, asimismo, el Director de la Policía
Nacional Civil afirmó que, “viene gente especializada en homicidios, crimen organizado, en
control de territorios, venta de drogas, tráfico de armas, porque es otro nivel en el que se maneja
28
las pandillas en Estados Unidos” (Gutiérrez y Marroquín, 2005). Hasta en enero de 2016, el
Secretario Técnico de la Presidencia, Roberto Lorenzana, declaró a los medios de comunicación
que “la migración y deportaciones están vinculadas al incremento de la violencia”, y que “esas
deportaciones alimentan a las pandillas” (Verdad Digital, 2016). Coutin (2007) encuentra que,
“En El Salvador, los deportados fueron estigmatizado como criminales y en algún sentido
extranjeros, mientras el pandillero remplazó al guerrillero como el foco de las medidas de la
seguridad salvadoreña”11 (205). Martel (2006) coincide, escribiendo que “el emigrante deportado
–criminal o no—es el incivilizado, que quebrantó la ley del país huésped (Estados Unidos); por
lo tanto, ahora debe regresar a su tierra. El discurso oficial acusa a este salvadoreño emigrante de
ser el cabecilla del gran enemigo público: las pandillas. Es el salvadoreño no deseado. El que
avergüenza al país” (963). En el discurso oficial, el deportado se convierte en delincuente, en un
peligro extranjero.
Los medios de comunicación también contribuyen a la construcción de este discurso del
deportado criminal. En un análisis del tratamiento de los jóvenes y las pandillas en la prensa
escrita centroamericana, Marroquín (2007) documenta el surgimiento de “uno de los mitos sobre
las pandillas más utilizados desde el discurso oficial y reproducido desde los medios de la
comunicación: los integrantes de las pandillas son deportados; o a la inversa funciona también
con afirmaciones del tipo ‘todos los deportados son pandilleros’ y los deportados son una
amenaza a la seguridad nacional” (64). Los datos contradicen este discurso, demostrando que en
1998, sólo 16% de los pandilleros activos en El Salvador habían residido en los EE.UU.. Sin
embargo, Ruiz (2010) señala que “son tres las principales causas que la población señala como la
raíz del aumento de la violencia en el país: el narcotráfico, las pandillas juveniles y las
deportaciones” (28).
Para los que habían migrado a los EE.UU. siendo niños, como es el caso de la mayoría de los
participantes en esta investigación, la situación es aún más complicada. Un estudio de 2008
encontró que a los que habían salido de El Salvador siendo menores, con un promedio de 14 años
en los EE.UU., se les fue más difícil integrarse a la sociedad salvadoreña que a los salvadoreños
que salieron siendo adultos. Como planteé en la sección anterior, la experiencia inmigrante en los
EE.UU. ha sido marcada por la lucha de pertenecer y participar en la sociedad estadounidense.
Por lo tanto, muchos de los deportados que pasaron la gran parte de sus vidas en Norteamérica
11 Traducción propia
29
entendían sus vidas allí como un proceso de “volverse norteamericano”, solo para terminar
abandonados en una tierra desconocida. Prácticamente, constituyen una población creciente de
extranjeros, criados en los EE.UU., que hablan inglés como su idioma primario y que tienen
enlaces familiares fuertes en los EE.UU.. Sus maneras de vestirse y caminar, sus acentos y
tatuajes, y sus gustos y consumos culturales, los diferencian de otros jóvenes salvadoreños.
Kanstroom (2012) los llama la “nueva diáspora norteamericana”: una población de personas con
conexiones culturales y sociales profundas e integrales entre ellos y con el Estado-nación del
cual fueron expulsadas a la fuerza.
Es importante señalar que con el aumento de las deportaciones de los Estados Unidos, el
perfil del deportado está cambiando. La cantidad de personas pasaron sus años formativos en los
Estados Unidos, hablan inglés como primer idioma o con fluidez natural, y pasaron un tiempo
significativo allá, va bajando con el aumento de la deportación. En 2011, casi 40% de las
personas deportadas por vía aérea contaron con entre uno y ocho años de residencia allá; en
2013, fue 15%, y menos en 2014.
Cada vez más son deportadas personas que han sido detenidas al momento de cruzar la
frontera con los Estados Unidos, o hasta desde México mismo: En 2011, 8,944 personas fueron
deportadas de México a El Salvador; en 2014, fueron 22,137. Rivas (2015) escribe que “es
alarmante el alza en las detenciones ocurridas durante el cruce de la frontera o inmediatamente
después de este cruce, pasando del 38% de las deportaciones ocurridas en el 2011 al 71% en el
2013” (41). La distribución de género de las personas que son deportadas también va
evolucionando, con el incremento de deportaciones de México: En 2014, 4,908 de las personas
deportadas de México, 22%, eran mujeres (Fundación Latitudes, 2015), comparado con personas
deportadas de los Estados Unidos, de las cuales 16% eran mujeres, y 35% eran menores de edad
(Gaborit, 2015). Es decir, que las personas que cumplen el perfil de los participantes de esta
investigación, que constituyen un sector mayormente masculino, con una larga residencia en los
Estados Unidos, son cada vez menos dentro de la población general de personas deportadas.
En esta sección, he señalado cómo los procesos de neoliberalización y securitización en los
EE.UU. han colaborado para montar una industria privada de detención de inmigrantes y una
régimen de la deportación masiva. El resultado ha sido la separación de millones de familias, y la
deportación de decenas de miles de salvadoreños cada año, entre ellos miles que vivieron la
mayor parte de su vida en los EE.UU.. Estas personas son objetos de discriminación por parte de
30
las autoridades, potenciales empleadores y la sociedad en general. Al llegar, constituyen una
población de jóvenes, en su mayoría masculinos, excluidos y marginados de la sociedad
salvadoreña, y sin mayor posibilidad de regresar al país que consideran su hogar: “una población
peligrosamente—a veces trágicamente—desarraigada, en gran parte no-asimilable,
permanentemente ‘extranjera’ en el país de su nacimiento” (Kanstroom, 154).12 Frente a esta
hostilidad en un entorno desconocido y extraño, el sector de los call centers se ha perfilado como
uno de los pocos que reciben a este sector mayoritario de las personas deportadas que habían
construido su proyecto de vida en los Estados Unidos, incluso los buscan.
IV. LOS CALL CENTERS DE EL SALVADOR
El sector de los call centers en El Salvador se perfila como una expresión extraordinaria de
los procesos de neoliberalización y globalización. En esta sección, exploro el surgimiento de los
call centers en el contexto de la liberalización económica en El Salvador, y cómo la deportación
masiva alimenta a este sector.
Los primeros call centers en El Salvador se abrieron en 2000. Rápidamente se convirtió en
uno de los sectores más dinámicos del país. La Agencia de Promoción de Exportaciones e
Inversiones de El Salvador (PROESA) consideró en 2012 que el sector se había “desarrollado
positivamente en El Salvador, teniendo una tasa de crecimiento de 29% del 2005 al 2011,
generando aproximadamente 12,000 empleos directos, 8,500 estaciones de trabajo y representa
más de 40 empresas locales y extranjeras”. En noviembre de 2012, El Diario de Hoy informó
que el crecimiento del sector de los call centers había aumentado 13% comparado con el año
anterior, y que había generado 13,500 empleos. Ese año, 45 empresas de call center operaban en
el país, cinco de las cuales se encuentran entre los 25 mayores empleadores privados en El
Salvador (Rodas, 2012) En 2014, habían 68 empresas de call center en el país (Tobar, 2014). En
2015, PROESA estimó que los call centers empleaban unos 17,000 personas (Teos y Ortiz,
2015).
El sector de los call centers comenzó a crecer al nivel mundial en las décadas de 1980 y
1990 con los procesos de globalización y fragmentación de la producción y operación. Hoy,
empresas que antes mantenían todas sus operaciones en Norteamérica o Europa Occidental han
12 Traducción propia
31
trasladado partes de sus actividades a regiones como Centroamérica, como parte de una
estrategia y tendencia global de bajar costos y acceder a nuevos mercados y mano de obra, o lo
que llaman dentro de la industria el business process outsourcing (BPO). Folgar (2002) define a
los call centers como “empresas que realizan un tipo de teletrabajo relacionado con el
outsourcing telemático-telefónico (externalización productiva), es decir, pueden ser consideradas
como empresas que participan en las redes formadas por las estrategias de outsourcing
informático de otras compañías” (263). A diferencia de las maquilas, los call centers no exportan
productos físicos, sino recursos humanos.
En El Salvador, los ajustes estructurales implementados a partir de la década de 1990
generaron las condiciones ideales para este sector. Con los proyectos de privatización y
promoción de inversión de esa década, las empresas transnacionales adquirieron buena parte del
sector de telecomunicaciones, y la Ley de Zonas Francas de 1998 definió la instalación de
empresas extranjeras para industrias de exportación como prioridad nacional (Rivas, 2014). En
2007, la Ley de Servicios Internacionales estableció beneficios específicos para operaciones
internacionales de logística, BPO, tecnología de información y call centers, incluyendo la libre
internación de maquinaria, equipo, herramientas, repuestos y otros bienes pertinentes, la
exención del Impuesto sobre la Renta, la exención del IVA y también de impuestos municipales
(Valdez, Suarez y Velasco, 2011).
Los call centers ofrecen beneficios ventajosos comparados con muchos otros sectores de
empleo en El Salvador, con salarios mínimos que casi duplican los $210.90 mensuales que se
pagan en las maquilas (Ministerio de Trabajo y Prevención Social, 2015). Sin embargo, las
condiciones laborales siguen el modelo establecido por la desregulación en que surgió la
maquila: vigilancia constante, poco acceso al baño, un ritmo muy acelerado de trabajo, mínimo
tiempo de descanso, pocas oportunidades para ascender y fuertes prácticas antisindicales. Por su
flexibilidad de horario, tiempo y demanda, además de sus altas exigencias, igual que en las
maquilas, la industria prefiere reclutar jóvenes (Flores, 2012) (Braga, 2007). Los horarios son
muy estrictos y los agentes son obligados a que seguir un guión con clientes generalmente
enojados, frustrados y desagradables, generando altos niveles de estrés para los empleados
(Rivas, 2014). Todo eso contribuye a que la industria se caracteriza por altos niveles de
agotamiento y rotación, y muy bajos niveles de organización sindical.
32
Teorizando sobre las experiencias de trabajadores de los call centers en Brasil, Braga (2007)
describe cómo los coordinadores de operaciones y gerentes de recursos humanos, “hacen un
esfuerzo sostenido de explicar a operadores de call center que son privilegiados de tener un
empleo bajo las condiciones de intensa competencia laboral, buscando disuadir a los trabajadores
de participar en cualquier acción de clase de naturaleza política o activista” (42).13 A pesar del
ambiente laboral altamente estructurado, la gerencia se esfuerza por cultivar una fuerte
identificación con la empresa y sentido de igualdad entre los empleados con el objetivo de
disminuir la posibilidad de organización laboral.
Estas tácticas no se limitan al sector de los call centers, sino que representan una tendencia
global. Mark Anner (2011) describe cómo en fábricas de automóviles en Argentina, las empresas
cultivan lealtad e identificación con la empresa para debilitar la fuerte tradición sindical en el
país; así, el trabajador se identifica más con la empresa y participa menos en alianzas
internacionales basadas en la clase social. Según Anner, General Motors busca trabajadores
jóvenes, con mayor nivel de educación pero poca experiencia laboral previa: “este significó que
no tuvieron experiencia sindical previa. Además, sus niveles más altos de educación y mayor
formación técnica les hicieron sentir como semi-profesionales, una identidad que la empresa
trabajó para cultivar” (158).14
En los call centers, todos los agentes u “operadores” se presentan como parte de un equipo,
contribuyendo a una cultura de despolitización. Braga (2007) considera que “la emergencia
hegemónica del categoría laboral ‘operador’ indica una restructuración profunda de la clase
trabajadora durante el periodo de la globalización neoliberal. Esta restructuración se asocia con
una disminución general de conciencia política en el lugar de trabajo, el cual tiene efectos
inmediatos—aumentando los sentimientos de los trabajadores de abandono y separación de la
jerarquía social, así contribuyendo a su desmoralización” (33).15
Los call centers dependen de las nuevas posibilidades de flujos globales, tanto de
información como de capital y personas. Rivas (2014) escribe: “El movimiento de capital (como
factor de la inversión extranjera) y la disponibilidad de empleados capacitados son factores
necesarios en el desarrollo de este sector. El call center se basa en la migración y movilidad y en
13 Traducción propia 14 Traducción propia 15 Traducción propia
33
alguna medida de inmovilidad—con las esperanzas de que empleados cansados y estresados no
abandonen a sus trabajos de manera repentina, y que las empresas extranjeras mantengan su
inversión en El Salvador” (123).16 Pero en el caso de los agentes deportados, además de la
inmovilidad impuesta por las políticas migratorias estadounidenses, también depende de su
movilidad anterior, a través de la cual adquirieron sus capacidades bilingües.
En los países con mayor industria de call center, como la India y las Filipinas, la enseñanza
de inglés en las escuelas es una parte integral del sistema educativo, debido en gran parte a la
historia colonial con Inglaterra y los EE.UU., respectivamente (Rivas, 2014). Pero El Salvador se
encuentra entre otro grupo de países como México y Guatemala—los países con mayor
recepción de deportados de los EE.UU.—donde una porción significativa de trabajadores de call
center se encuentran calificados debido a sus años vividos en los EE.UU. y su posterior
deportación.
En México, donde los EE.UU. deporta 250 mil personas cada año, la industria de call center
hoy vale unos $6 mil millones de dólares (Wessler, 2014). Honduras y Guatemala también
cuentan con industrias de call center en rápido crecimiento. Kevin O’neill (2015) escribe: “Igual
que en Panamá y Costa Rica, cuyos mercados de call center inflaron y luego reventaron, el auge
repentino en Guatemala superó la población bilingüe de la clase media. […] Para evitar
saturación, los call centers necesitaban los deportados” (98). De hecho, O’neill considera que la
industria de call center Guatemalteca se terminará trasladándose hacia El Salvador.
No hay figuras exactas para identificar la cantidad de personas que han sido deportadas y que
han sido empleadas en los call centers de estos países, entonces es difícil saber hasta qué punto la
expansión del sector de los call centers en los países mesoamericanos coincide con el aumento de
las expulsiones de sus paisanos de los EE.UU.. Pero como constan mis entrevistas, en El
Salvador, como en sus países vecinos, junto a la figura del pandillero deportado se está tomando
fuerza la figura del trabajador de call center deportado en el imaginario salvadoreño; la presencia
de personas que fueron deportadas de los Estados Unidos en los call centers centroamericanos se
ha vuelto estándar, hasta cliché (O’neill, 2015).
Además de contar con condiciones laborales adversas, los salvadoreños que han sido
deportados y que trabajan en los call centers también enfrentan una discriminación y
estigmatización dentro de la empresa. Sus colegas y superiores les identifican como otros,
16 Traducción propia
34
distintos, sospechosos y hasta peligrosos por su manera de vestir, hablar y socializar entre ellos
(Rivas, 2014). Pero a pesar de las condiciones difíciles—hasta hostiles—en los call centers,
muchos no tienen una mejor opción que comercializar sus habilidades lingüísticas y trabajar
como agentes para empresas privadas extranjeras, y brindar servicio en inglés a residentes de los
Estados Unidos y Canadá. Algunos call centers, como Sykes en El Salvador, incluso envían
representantes al aeropuerto para recibir a los vuelos de retornados y reclutarlos (Lindo, 2013).
Una vez contratados, pasan sus días atendiendo desde afuera a la comunidad de la cual fueron
expulsados.
El surgimiento del sector de los call centers en El Salvador es resultado directo de los
mismos procesos de neoliberalización que crearon las condiciones para la migración masiva de
la posguerra, y que también han colaborado en generar un sistema de deportación masiva en los
Estados Unidos. Esta interacción entre neoliberalización, migración y deportación ha establecido
una especie de ciclo paradójico, en que salvadoreños migran hacia los EE.UU., son expulsados, y
son re-absorbidos por el sector de los call centers en El Salvador. Aunque los EE.UU. los ha
declarado transgresores de la ley, no aptos para la sociedad estadounidense, es precisamente su
experiencia en los EE.UU. que los califica para el trabajo de call center.
V. ESTADO DE LA CUESTIÓN
Como he demostrado, los discursos oficiales sobre las personas que son deportadas a El
Salvador han contribuido a su criminalización y marginación, y los medios de comunicación en
el país también han colaborado en la construcción y reproducción de este relato. Estos discursos
evidencian la falta de conocimiento sistematizado sobre este sector de la población salvadoreña.
No existe una gran variedad de trabajos investigativos oficiales, académicos ni periodísticos
sobre las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos a El Salvador, y en menor
medida sobre los que se desempeñan en el sector de servicios informáticos tercerizados del país.
En esta sección, reviso la literatura existente para señalar, sobre todo, la ausencia de las voces,
perspectivas y experiencias de las propias personas que han sido deportadas y que trabajan en los
call centers de El Salvador.
Para comenzar, hay una falta de datos oficiales sobre las personas que son deportadas de
los EE.UU. en el país (OACNUDH et. al., 2012). No fue sino hasta 2012, con la aprobación de la
35
Ley de Especial para la Protección y Desarrollo de la Persona Migrantes Salvadoreña y su
Familia, que el Estado comenzó a encargarse de registrar y atender de manera más sistemática a
los llamados “retornados”, con el objetivo de darles seguimiento y apoyo para “reintegrarse” a la
sociedad salvadoreña (Ministerio de Relaciones Exteriores, 2013). Se desconoce la cantidad de
personas que han sido deportadas de los EE.UU. y se encuentran trabajando en los call centers
salvadoreños, tampoco cuáles puestos ocupan, ni cuántos de ellos tienen antecedentes penales,
etc.
A nivel periodístico, el tema de los trabajadores de call center que fueron deportados de
los EE.UU. ha sido tratado de manera muy limitada. La mayoría de los artículos sobre los call
centers en El Salvador se ubican en las secciones económicas de la prensa escrita nacional,
elogiando el crecimiento del sector; mientras la cobertura mediática de la deportación, como ya
señalé, suele ser más alarmista que otra cosa. Sin embargo, hay algunas excepciones.
A diferencia de la investigación académica, en el caso de la investigación periodística son
más periodistas salvadoreños que estadounidenses los que han dedicado tiempo al tema. En
2007, Ronald González escribió para la revista digital ComUnica de la Universidad
Centroamericana “José Simeón Cañas” el artículo “Llamadas laborales con acento inmigrante”,
documentando el fenómeno de los deportados trabajando en los call centers. En 2012, el diario
digital Contra Punto publicó un artículo por Roberto Flores titulado, “Los explotados de la
nueva industria”, el cual se centra en las condiciones laborales en los call centers y los esfuerzos
para sindicalizar a sus empleados, pero dejó fuera el tema de los deportados empleados en el
sector. En 2013, Roger Lindo escribió una nota para La Opinión, el diario latino de Los Ángeles,
informando sobre el hecho de que haya deportados trabajando en call centers salvadoreños
brindando servicio a clientes estadounidenses y canadienses, muchos reclutados directamente por
las mismas empresas; en contraste a Flores, Lindo se centro en los beneficios de los puestos de
call center, relativo a otros sectores de empleo en El Salvador. En 2014, el diario digital El
Mundo publicó, “Jóvenes buscan formación académica para conseguir trabajos en los call
centers”, enfocando en empleados graduados trabajando en call centers y no en la industria de su
formación; no trató el tema de los trabajadores que han sido deportados de los EE.UU..
A partir de 2014, algunos medios estadounidenses también se han interesado por el tema.
Ese año, Patty Ryan escribió para el periódico Tampa Bay Times del estado de Florida sobre los
impactos de una investigación contra unos empresarios del estado para sus empleados en un call
36
center de El Salvador; no se tocó el tema de los deportados trabajando en la industria (2014). Ese
mismo año, el National Public Radio publicó una nota por Seth Freed Wessler para el programa
popular “This American Life” sobre la experiencia de personas que han sido deportadas
trabajando para call centers; ese trabajo se destaca por su énfasis en entrevistas con las personas
mismas que han sido deportadas—pero el país de su estudio era México. De hecho, los
trabajadores de call center mexicanos que han sido deportados de los EE.UU. han recibido más
atención últimamente, también siendo los protagonistas del articulo “Tagged as a criminal:
Narratives of deportation and return migration in a Mexico City Call center” por Jill Anderson
(2015). En junio de 2015, McClatchy DC publicó un artículo titulado “Para deportados a El
Salvador, call centers se vuelven refugios”, desde una perspectiva algo sensacionalista pero
también simpatizante con la discriminación que describen los entrevistados (Johnson, 2015).
A lo largo de las dos últimas décadas, muchos investigadores salvadoreños se han
dedicado a pensar la migración y sus implicaciones en cuestiones de la identidad y la cultura
salvadoreña, entre ellos Huezo Mixto (1996), Lungo (1997), Andrade-Eekhoff (2004), y los
contribuyentes al Informe Desarrollo Humano de 2005. Sin embargo, el tema de la deportación y
la identidad se ha trabajado más por investigadores estadounidenses, quienes escriben en inglés y
publican en los EE.UU.. La mayoría de estudios sobre personas deportadas a El Salvador se
limitan al fenómeno de las pandillas y la violencia (Martel, 2006), sus motivos de migración
(Kennedy, 2014), o su representación en los medios de comunicación (Marroquín et. al., 2006;
Marroquín, 2007) o en el discurso oficial (Martel, 2006). Otros trabajos han buscado documentar
la deportación como parte de trabajos más amplios de registrar diversos aspectos de la migración
al nivel estadístico (Ruiz, 2010; Marroquín, 2014; Rivas, 2015; Gaborit et al, 2014).
Hay, por supuesto, algunas excepciones. La publicación en 2014 de “Sureños en El
Salvador: Un acercamiento Antropológico a las Pandillas Deportadas” (Amaya y Martínez)
analiza los testimonios de pandilleros deportados a El Salvador, y ofrece un breve
reconocimiento de los call centers como opción de empleo común ellos, aunque no lo analiza en
profundidad. El estudio de 2012 “La esperanza viaja sin visa” (Gaborit et al) es otro que
considera las voces y subjetividades de las personas que han sido deportados de manera
cualitativa; contempla, “el contexto de la re-inserción luego del retorno y las adecuaciones en el
autoconcepto [y] la revaloración del proceso migratorio” y su resignificación (53). Sin embargo,
el tema de los call centers se ausenta de la investigación.
37
Los call centers en El Salvador han recibido mucho menos atención que la migración y
deportación por los académicos salvadoreños. De hecho, el único estudio que logré ubicar es de
una estudiante de la Universidad Tecnológica de El Salvador, quién dedicó su tesis de
licenciatura al sector de los call centers como caso de “la globalización como intercambio
cultural” (González, 2009). Ninguna publicación académica en El Salvador ha vinculado la
migración y deportación con el sector de manera profunda y crítica.
En los EE.UU., quién más ha pensado el tema de las deportaciones de salvadoreños es
Susan Bibler Coutin (2007, 2010 y 2013), quién estudia procesos de deportación, conceptos de
ciudadanía y la experiencia de migrantes salvadoreños desde la etnografía, estudios críticos del
derecho y el campo emergente de los estudios de la deportación [deportation studies]. Countin
hace referencia al fenómeno de salvadoreños y guatemaltecos que encuentran empleo en los call
centers, pero no lo teoriza. Daniel Kanstroom (2012) también se centra mucho en los estudios
críticos de derecho, y dedica mucho espacio a los deportados salvadoreños en su libro Aftermath:
Deportation Law and the New American Diaspora para proponer reformas posibles a la ley
migratoria estadounidense. Cecilia M. Rivas, académica salvadoreña-estadounidense basada en
los EE.UU., ha pensado mucho los call centers en El Salvador. Su investigación de 2007 se
dedica a la globalización y “voice training” en los call centers, y su libro de 2014, Salvadoran
Imaginaries, contempla las representaciones de migrantes en los medios de comunicación y
construcciones simbólicas de los trabajadores de call center. El libro de Rivas es único por
reflexionar sobre personas que han sido deportadas como trabajadores de call center. Sin
embargo, considera los discursos sobre esas personas construidos por sus superiores o colegas, y
nunca desde sus propias interpretaciones.
El trabajo de Kevin O’neill, “The Soul of Security” (2012) y su libro reciente Secure the
Soul (2015), se destaca entre los demás estudios mencionados por sus reflexiones sobre las
personas deportadas de los EE.UU. a Guatemala que trabajan en los call center de dicho país; su
enfoque centra en la colusión entre el cristianismo evangélico y los call centers como estrategia
de control sobre las personas que son deportadas de los Estados Unidos a Guatemala. Esta
investigación sí considera las interpretaciones y perspectivas de las mismas personas que han
sido deportadas trabajando dentro de los call centers, pero se limita a la relación entre discursos
de la seguridad y la subjetividad y, por supuesto, no atiende a las particularidades del contexto
salvadoreño, sino del caso guatemalteco.
38
Este resumen de la literatura relacionada con trabajadores de call center en El Salvador
que han sido deportados de los EE.UU. evidencia una falta de investigación que analiza las
experiencias, perspectivas e interpretaciones de estos sujetos como sector. Los medios de
comunicación salvadoreños y, en menor nivel, estadounidenses han registrado el fenómeno, sin
mayor interés. En la academia, son investigadores estadounidenses quienes han pensado más el
tema, pero centrados principalmente en el contexto de cuestiones de derecho o, en el caso de
Rivas, la representación de los deportados en los call centers y los medios. Las voces de los
mismos salvadoreños deportados de los EE.UU. no se encuentran en estos registros.
Las personas que han sido deportadas de los EE.UU. y que trabajan en los call centers de
El Salvador, como parte de esta “diáspora norteamericana”, constituyen una población única en
El Salvador, con implicaciones culturales importantes para la sociedad salvadoreña. Después de
construir fuertes identificaciones estadounidenses, son expulsados para vivir como extranjeros en
el país de su nacimiento. A pesar de ser rechazados por el Estado norteamericano y
discriminados por la sociedad salvadoreña, son identificados como deseables por las empresas de
call center en El Salvador—muchas de ellas estadounidenses. Sus interpretaciones, perspectivas
y experiencias ilustran muchas de las nuevas tensiones, contradicciones y reformulaciones de la
identidad en el contexto neoliberal globalizado.
39
CAPÍTULO III:
MARCO TEÓRICO
En este capítulo, construyo los fundamentos teóricos de la investigación. Como he
afirmado en el Capítulo I, el pensamiento crítico sobre la deportación de los Estados Unidos a El
Salvador se ha limitado principalmente a los discursos construidos sobre las personas que han
sido deportadas, sin contemplar los discursos construidos por parte de las personas mismas;
tampoco se ha estudiado el sector de esta población que se desempeña en los call centers del
país. Por lo tanto, el marco teórico aquí presentado busca establecer algunos conceptos básicos
con los cuales analizaré las construcciones discursivas de las identidades narradas por los
participantes, con atención particular a las relaciones de poder que se ejercen en el proceso de la
deportación y en el trabajo de call center que tanto marcan las experiencias de las personas al
centro de este investigación. El capítulo se cuenta con tres apartados, cada uno con varios sub-
secciones.
El primer apartado, “Comunicación, cultura e identidades”, se divide en tres sub-
secciones. En la primera, “comunicación y cultura”, sitúo la investigación dentro del giro hacia
la cultura que ha experimentado el campo de la comunicación, con los aportes de críticos de
Jesús Marín Barbero y Nestor García Canclini. La segunda sub-sección, “Identidades y
discurso”, se centra en la conceptualización de la construcción de las identidades como proceso
discursivo con base en los planteamientos de Stuart Hall y Teun A. Van Dyke. En la tercera, “El
estigma”, empleo la definición principal de Erving Goffman con aportes claves de Link y Phelan
(2001) para establecer el estigma como concepto importante en la construcción de las
identidades de personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.
El segundo apartado se denomina, “El poder y el cuerpo”, y cuenta con tres subsecciones.
En la primera, “El bio-poder y la disciplina”, recurro a la obra de Michel Foucault y su
teorización de las formas institucionales de ejercer poder sobre el cuerpo. En la segunda, “la
deportabilidad”, pienso los aspectos disciplinarios y bio-políticos de la deportación
conceptualizados por Nicolás Genova. En la última, “Bio-poder en el call center”, considero la
aplicación del bio-poder en el contexto laboral del call center planteada por Rowe et al (2013).
Finalmente, el apartado “Ciudadanías” tiene tres sub-secciones. En la primera,
“Aproximaciones a la ciudadanía”, exploro las contradicciones de la ciudadanía nacional para
40
personas con larga residencia en los Estados Unidos que son posteriormente deportadas a El
Salvador, utilizando el concepto de la aproximación de Susan Bibler Coutin. En la segunda sub-
sección, “Ciudadanía cultural”, reviso el desarrollo del concepto de la ciudadanía cultural con los
aportes de críticos como Renato Rosaldo, Toby Miller, George Yúdice, William Flores y
Gerardo León para destacar los límites de la ciudadanía formal y considerar otras posibilidades
de pertenencia y reivindicación. En la tercera sub-sección, “Ciudadanía y el mercado”,
contemplo las posibilidades y límites de la ciudadanía del consumo articulado por Canclini (2009
[1995]) y de la ciudadanía neoliberal del agente del call center propuesta por Rowe et al (2013).
I. COMUNICACIÓN, CULTURA E IDENTIDADES
En las últimas décadas, en el contexto de nuevos flujos de migración masiva y capital global, y el
surgimiento de nuevas tecnologías de la comunicación, el campo de los estudios de la
comunicación ha vivido una transición, junto con las otras ciencias sociales, hacía una
contemplación más extensa de lo cultural. Dentro de esta creciente preocupación por la cultura se
encuentra el tema de las identidades, que es precisamente el enfoque de esta investigación.
Entendiendo la construcción de las identidades como proceso discursivo, y los discursos como
procesos marcados por las relaciones de poder, la identidad emerge como sitio clave de
significación en las conversaciones culturales críticas hoy en día.
I.I Comunicación y cultura
El giro académico hacia la cultura se anunció de manera formal, quizás, con la fundación del
campo de los estudios culturales en Inglaterra en la década de 1950 con el Birmingham Centre
for Contemoporary Cultural Studies. La consolidación de este campo en Inglaterra coincide con
el desarrollo de la teoría de la dependencia y las críticas al imperialismo cultural en los países
latinoamericanos y del llamado “Tercer Mundo” en las décadas de 1950 y 1960. En las décadas
de 1980 y 1990 el tema de la cultura ganó importancia en la agenda investigativa académica con
el crecimiento interés en los procesos de la globalización. (Yúdice, 2002)
Nestor García Canclini, protagonista del estudio multidisciplinario de la cultura
latinoamericana, describió este giro dentro de la investigación académica: “Hasta hace pocos
41
años varias disciplinas que se ocupaban de la cultura, fueran la antropología, la sociología o los
mismos estudios comunicacionales, tendían a concebir la producción, la circulación y el
consumo de cultura como algo que ocurría dentro de cada nación” (2001, 4). Sin embargo, los
fenómenos que integran lo que a menudo conocemos como la globalización generaron nuevas
líneas de estudio: “Varios autores, en los años recientes, están proponiendo reconceptualizar la
cultura, justamente para colocar en el centro estos movimientos de interculturalidad suscitados
por las migraciones, por los flujos económicos, financieros, mediáticos, de todo tipo” (4).
En el caso de la comunicación, el investigador y pensador Jesús Martín Barbero fue pionero
en ampliar el campo hacia la cultura. Martín Barbero escribió en 1993 que, “Desde mediados de
los ochenta la configuración de los estudios de la comunicación muestra cambios de fondo que
provienen no sólo, ni principalmente, de deslizamientos internos, sino de un movimiento general
en las ciencias sociales” (59). Afirmó que esta nueva tendencia ha buscado “rehacer conceptual y
metodológicamente el campo de la comunicación [desde] el ámbito de los movimientos sociales
y de las nuevas dinámicas culturales, abriendo así la investigación a las transformaciones de la
experiencia social” en un nuevo entorno latinoamericano de la desterritorialización e
hibridización de la cultura (59).
I.II Identidades y discurso
Las reconfiguraciones de lo cultural desde la comunicación implican, también, una re-
conceptualización de las identidades. Martín Barbero (1993) planteó que: “Pues lo que los
procesos y las prácticas de comunicación colectiva ponen en juego no son únicamente
desplazamientos del capital e innovaciones tecnológicas, sino profundas transformaciones en la
cultura cotidiana de las mayorías: cambios que sacan a flote estratos profundos de la memoria
colectiva, al tiempo que movilizan imaginarios fragmentadores y deshistorizadores de la
experiencia, la acelerada desterritorialización de las demarcaciones culturales –
moderno/tradicional, noble/vulgar, culto/popular/ masivo, propio/ajeno– y desconcertantes
hibridaciones en las identidades” (59). Es dentro de esta tendencia que ubico, por lo tanto, la
presente investigación, que contempla las subjetividades construidas tras las experiencias
profundamente configuradoras de la migración, la deportación y el trabajo de call center.
En este contexto dominado por las lógicas hegemónicas del neoliberalismo y marcado por
los flujos desiguales de personas, información y capital, la construcción de la identidad también
42
se vuelve un proceso fluido que requiere nuevos paradigmas de entendimiento. Por eso,
fundamento mi concepto de la identidad en el desarrollado por Stuart Hall. Hall (2003) escribe:
“El concepto de identidad aquí desplegado no es, por lo tanto, esencialista, sino estratégico y
posicional. […] El concepto acepta que las identidades nunca se unifican y, en los tiempos de la
modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas; nunca son singulares, sino
construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a
menudo cruzados y antagónicos” (17). La dispersión y atomización que caracteriza tanto la
estética posmoderna como la producción capitalista neoliberal globalizada se ve también en las
identidades construidas por los sujetos que navegan estos paisajes.
En vez de la identidad como rasgo estable, vinculado a un territorio limitado, Hall prefiere
hablar de la identificación como proceso necesariamente discursivo. Define la identificación
cómo un “proceso de sujeción a las prácticas discursivas, y la política de exclusión que todas
esas sujeciones parecen entrañar” (15). Hall escribe que la identificación, “puesto que como
proceso actúa a través de la diferencia, entraña un trabajo discursivo, la marcación y ratificación
de límites simbólicos, la producción de ‘efectos de fronteras’. Necesita lo que queda afuera, su
exterior constitutivo, para consolidar el proceso” (16). La identificación es, entonces,
profundamente relacional, y siempre en construcción. Hall explica: “No está determinado, en el
sentido de que siempre es posible ‘ganarlo’ o ‘perderlo’, sostenerlo o abandonarlo. Aunque no
carece de condiciones determinadas de existencia, que incluyen los recursos materiales y
simbólicos necesarios para sostenerla, la identificación es en definitiva condicional y se afinca en
la contingencia” (15). De esta forma, Hall establece la identificación como práctica y proceso
inestable, producto de negociaciones constantes y con expresiones múltiples y transitorias.
García Canclini (2009 [1995]) resume que, sencillamente, “la identidad es una
construcción que se relata” (123). Esta narración no se construye sola: “las identidades
nacionales y locales pueden persistir en la medida que las redituemos en una comunicación
multi-contextual. La identidad, dinamizada por este proceso, no será sólo una narración
ritualizada, la repetición monótona pretendida por los fundamentalismos. Al ser un relato que
reconstruimos incesantemente, que reconstruimos con los otros, la identidad es también una
coproducción” (131). Por lo tanto, Canclini insiste en estudiar las identidades como procesos de
“negociación, en tanto son híbridas, dúctiles, y multiculturales” (133). Estos procesos, por
supuesto, son frecuentemente marcados por conflictos y desigualdades.
43
Como proceso discursivo, la construcción de las identidades está íntimamente implicada en
las relaciones del poder. El análisis crítico del discurso reconoce el discurso como “forma de
acción y práctica social que tiene un rol constitutivo en los procesos de la construcción del
conocimiento, regulación de las relaciones sociales y configuración de las identidad” (Stetcher,
2010, 95). Los discursos constituyen un sitio de la legitimación del poder. Son espacios en los
que el conocimiento se consensúa y se construye la hegemonía. En un estudio sobre el trabajo
discursivo del racismo, Van Dijk (1993) escribe que, “en cada nivel de dominación y control
debe hacer actitudes y prácticas socialmente compartidas que condicionan a la mayoría del grupo
blanco a aceptar esta dominación como natural, justa, inevitable o de algún modo aceptable”
(139) .17 Esta necesidad de consolidar el poder a través del discurso es particularmente pertinente
en el caso de la deportación, como práctica estatal violenta que se ejerce en contra de un sector
amplio la población inmigrante en los Estados Unidos, pero también dentro del entorno laboral,
como el del call center, donde el discurso se emplea para legitimar y mantener la explotación.
Los discursos también constituyen un lugar de resistencia. Existen discursos alternativos que
afirman valores y verdades distintas a las hegemónicas. Este análisis de discurso también nos
permitirá conocer las resistencias, rechazos y contra-discursos que se construyen los deportados
en oposición a los discursos dominantes. Explicando la teorización sobre la ideología, Van Dijk
escribe que “las clases dominadas pueden desarrollar también su propia (contra-)ideología, por
ej., como una función de sus experiencia de opresión y de su posición socio-económica” (138).
El discurso puede ser normativo, pero también transformativo, hasta subversivo. El análisis de
los discursos construidos sobre la identidad, entonces, permite la exploración de cómo los sujetos
entrevistados reproducen las relaciones dominantes del poder, pero también cómo se las resistan.
I.III El estigma
El estigma figura como operación importante que inscribe la identidad de las personas
que han sido deportadas de los Estados Unidos a El Salvador. El concepto de estigma fue
teorizado de manera pionera por Erving Goffman en 1963, quien plantea la definición
comprensiva siguiente:
17 Traducción propia
44
Mientras el extraño está presente ante nosotros puede demostrar ser dueño de un
atributo que lo vuelve diferente de los demás (dentro de la categoría de las personas
a la que él tiene acceso) y lo convierte en alguien menos apetecible—en casos
extremos, en una persona casi enteramente malvada, peligrosa o débil—. De ese
modo, dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser
inficionado y menospreciado. Un atributo de esa naturaliza es un estigma, en
especial cuando él produce en los demás, a modo de efecto, un descrédito amplio;
a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja. […] El término
estigma será utilizado, pues, para hacer referencia a un atributo profundamente
desacreditador; pero lo que en realidad se necesita es un lenguaje de relaciones, no
de atributos. Un atributo que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la
normalidad de otro y, por consiguiente, no es ni honroso ni ignominioso en sí
mismo. (12-13)
El estigma, entonces, se destaca por ser un atributo socialmente construido, es decir
relativo, pero con el resultado de desacreditar al sujeto portador de este atributo. Goffman
clasifica los atributos en tres grupos, unos más inmediatamente perceptibles que otros: las
“abominaciones del cuerpo” o “deformidades físicas”, los “defectos del carácter del
individuo”, y los estigmas “tribales”, que son “susceptibles de ser transmitidos por
herencia y contaminar por igual a todos los miembros de una familia” (14). Enfatiza el
proceso de deshumanización que otorga el estigma, afirmando que “Creemos, por
definición, desde luego, que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana”
(15).
Goffman también señala que el estigma se refuerza por parte de los que
estigmatizan: “Construimos una teoría del estigma, una ideología para explicar su
inferioridad y dar cuenta del peligro que representa esa persona. […] Basándonos en el
defecto original, tendemos a atribuirle un elevado número de imperfecciones” (15). Así,
la discriminación del sujeto estigmatizado se justifica: “Podemos percibir su respuesta
defensiva a esta situación como una expresión directa de su defecto, y considerar
entonces que tanto el defecto como la respuesta son el justo castigo de algo que él, sus
padres o su tribu han hecho, y que justifica, por lo tanto, la manera como lo tratamos”
45
(16). De esa forma, el atributo estigmatizado puede contaminar a la identidad social
entera del sujeto.
Link y Phelan (2001) ofrecen una contribución significativa a la definición de estigma
establecida por Goffman, incorporando de manera más explícita las relaciones de poder y la
pérdida de estatus como componente crucial: “Elegimos definir el estigma en la convergencia de
componentes interrelacionados. Por eso, el estigma existe cuando elementos de etiquetar
[labeling], estereotipar, separaciones, pérdida de estatus, y discriminación ocurren juntos en una
situación de poder que los permite. […] Nuestra incorporación del poder, pérdida de estatus y
discriminación permite que la definición formal que derivamos cohesione con el entendimiento
actual de qué es un grupo estigmatizado” (377).18 Link y Phelan ubican el estigma dentro de un
contexto histórico y social de poder. Insisten que el estigma no solamente es cuestión de un acto
cognitivo de desacreditación, sino que el estigma tiene implicaciones materias para el estatus de
la persona que lo experimenta.
Al destacar la importancia de la distribución desigual de poder en una situación de
estigma, Link y Phelan también afirman que existen diferentes grados de estigmatización, y que
entender el estigma en este contexto de diferencias de poder “nos permite ver temas de
restricción y resistencia en el contexto de una lucha de poder. Podemos ver que personas en
grupos estigmatizados utilizan de manera activa los recursos disponibles para resistir las
tendencias del grupo más poderoso, y que, en la medida que lo hacen, no es adecuado retratarlos
como recipientes pasivos del estigma” (378).19 Reconocen que las personas estigmatizadas no
son pasivas frente el estigma, sino que tienen acceso a diferentes grados de prácticas y
posibilidades de resistencia según el caso específico.
En su estudio sobre personas deportadas de Europa e Irán en Afganistán, Schuster y
Majidi (2015) ofrecen un aporte útil en pensar el estigma en el contexto de la deportación. Ellos
consideran el estigma del fracaso, y sugieren que es la ruptura entre las expectativas sobre la
migración y las experiencias de las personas deportadas que produce ese estigma: “El contexto es
esencial en asignar categorías normativas del estigma”, afirman los autores; “Las interacciones
de micro-nivel aquí documentadas ocurren dentro de contextos estructurales de desigualdad y
pobreza que construyen la migración como solución a problemas individuales” (637). En ese
18 Traducción propia 19 Traducción propia
46
contexto, argumentan que, “familias y comunidades estigmatizarán a los que desafían sus
imágenes de las destinaciones de la migración como tierras de la oportunidad, prefiriendo creer
que sólo los que son perezosos, estúpidos o con mala suerte serán deportados. Sugerimos además
que esta estigmatización actúa como una presión adicional de re-migrar” (636). Schuster y
Majidi encuentran que el estigma y la discriminación que implica es especialmente fuerte “donde
la deportación desafía un entendimiento compartido (y expectativas compartidas cuando la
migración es una decisión colectiva) en las comunidades a las cuales las personas son retornadas,
uno que las personas se preocupan para mantener” (637).20 La realidad de la deportación
interrumpe una narrativa dominante sobre la migración, así produciendo la identidad social de la
persona que ha sido deportada como un fracaso, incapaz.
Los autores también exploran la internalización del estigma: “El discurso dominante
genera estereotipos y rechazo de los que desafían esos estereotipos, dando paso a un proceso de
exclusión, pero también de estigma internalizado. […] El ciclo de estigma que se genera es auto-
impuesto en parte, porque la persona deportada no logra cumplir con sus propias expectativas”
(642). En el contexto de su investigación, esta internalización del estigma suele resultar en las
personas que han sido deportadas excluyéndose del mercado laboral, apartándose de la vida
social en sus comunidades y, en muchos casos, migrando de nuevo. Otra estrategia identificada
por Schuster y Majidi es la de rechazar a la sociedad de Afganistán como contaminada, inferior:
“Una estrategia de afrontamiento es rechazar la sociedad afgani como contaminada y como
distinta a ‘sociedades normales’, una tendencia común entre los deportados de Europa” (642).21
Esta estrategia es una que se ve en el contexto salvadoreño también: un rechazo recíproco, pero
en condiciones desiguales de poder, como bien insistirían Link y Phelan. El rechazo de los que
han sido deportados no necesariamente impacta a su sociedad natal, pero el rechazo de la
sociedad de los que han sido deportado sí tiene implicaciones negativas para sus condiciones de
vida.
Algunas de las personas entrevistadas en este estudio experimentaban el estigma de vivir
indocumentadas en los Estados Unidos, de ser “ilegales”. Pero todos enfrentan el estigma de la
deportación en El Salvador. Los matices del estigma, como el poder, la pérdida de estatus y las
expectativas sobre la migración, constituyen importantes criterios de análisis para entender las
20 Traducción propia 21 Traducción propia
47
experiencias de las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos y los procesos a
través de los cuales construyen sus identidades.
II. EL PODER Y EL CUERPO
El proceso de la deportación y el trabajo de call center implican relacionarse con sistemas muy
poderosos de control y de disciplina sobre el cuerpo del migrante y del trabajador. La teorización
de Michel Foucault resulta fundamental para entender cómo el poder se ejerce sobre el cuerpo,
sea el poder estatal o empresarial. La obra pionera de Foucault forma la base con la cual otros
críticos han aplicado sus conceptos a los procesos de la deportación y al call center, de alta
utilidad para la presente investigación.
II.I El bio-poder y la disciplina
En su texto clásico de 1975, Vigilar y castigar, Foucault explora cómo el poder se ejerce
sobre el cuerpo de los dominados. Foucault teoriza el surgimiento del sistema penal moderno:
“La relación castigo-cuerpo no es en ellas idéntica a lo que era en los suplicios. El cuerpo se
encuentra aquí en situación de instrumento o de intermediario; si se interviene sobre él
encerrándolo o haciéndolo trabajar, es para privar al individuo de una libertad considerada a la
vez como un derecho y un bien. El cuerpo, según esta penalidad, queda prendido en un sistema
de coacción y de privación, de obligaciones y de prohibiciones. El sufrimiento físico, el dolor del
cuerpo mismo, no son ya los elementos constitutivos de la pena. El castigo ha pasado de un arte
de las sensaciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos” (13). Esta nueva
estrategia de control sobre los cuerpos de los transgresores busca (re)formar y utilizar la vida de
los castigados, no quitársela. Se trata de una “economía política del cuerpo” (26).
En este contexto, el provecho del cuerpo por parte del poder se logra ya no sólo con
amenaza de la violencia, sino con métodos más discretos. Foucault escribe: “El cuerpo sólo se
convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido. Pero este
sometimiento no se obtiene por los únicos instrumentos ya sean de la violencia, ya de la
ideología; puede muy bien ser directo, físico, emplear la fuerza contra la fuerza, obrar sobre
elementos materiales, y a pesar de todo esto no ser violento; puede ser calculado, organizado,
48
técnicamente reflexivo, - puede ser sutil, sin hacer uso ni de las armas ni del terror, y sin
embargo permanecer dentro del orden físico” (26-7). La producción de cuerpos dóciles,
disciplinados y productivos es un proceso, una cuestión no sólo de la fuerza sino de la formación.
Foucault demuestra cómo estos procesos de sometimiento surgieron a través de sistemas de
disciplina dentro de las instituciones de la sociedad occidental, sean de las escuelas, las fábricas
o las cárceles. Contemplan, por un lado, la distribución intencional de individuos en el espacio,
lo cual puede implicar clausura o emplazamientos funcionales. Operan, también, a través del
control de la actividad, lo cual implica un empleo metodológico del tiempo: “El tiempo medido y
pagado debe ser también un tiempo sin impureza ni defecto, un tiempo de buena calidad, a lo
largo de todo el cual permanezca el cuerpo aplicado a su ejercicio. La exactitud y la aplicación
son, junto con la regularidad, las virtudes fundamentales del tiempo disciplinario” (139).
Implican, además, la “articulación cuerpo-objeto”: “La reglamentación impuesta por el poder es
al mismo tiempo la ley de construcción de la operación. Y así aparece este carácter del poder
disciplinario: tiene menos una función de extracción que de síntesis, menos de extorsión del
producto que de vínculo coercitivo con el aparato de producción” (142). Todo control de la
actividad busca maximizar la productividad del cuerpo, contabilizando cada gesto, segmentando
cada operación, y agotando toda la energía disponible. “Así aparece una exigencia nueva a la
cual debe responder la disciplina: construir una máquina cuyo efecto se llevará al máximo por la
articulación concertada de las piezas elementales de que está compuesta. La disciplina no es ya
simplemente un arte de distribuir cuerpos, de extraer de ellos y de acumular tiempo, sino de
componer unas fuerzas para obtener un aparato eficaz.” (152). Aprendidas en la escuela, estas
técnicas se ponen en práctica posteriormente en las fábricas y los ejércitos.
Pero esta racionalización del tiempo se extiende más allá de las instituciones particulares:
“Es este tiempo disciplinario el que se impone poco a poco a la práctica pedagógica,
especializando el tiempo de formación y separándolo del tiempo adulto, del tiempo del oficio
adquirido; disponiendo diferentes estadios separados los unos de los otros por pruebas graduales;
determinando programas que deben desarrollarse cada uno durante una fase determinada, y que
implican ejercicios de dificultad creciente; calificando a los individuos según la manera en que
han recorrido estas series” (147). Toda la vida del sujeto moderno está conceptualizada a través
de esta operacionalización del tiempo, bajo una lógica de prueba y progreso.
49
Es a través de esa exploración del cuerpo y del poder que Foucault establece su concepto
del bio-poder. En La historia de la sexualidad I (1977), revisa la historia del poder sobre la vida
humana en la sociedad occidental, y resume: “La vieja potencia de la muerte, en la cual se
simbolizaba el poder soberano, se halla ahora cuidadosamente recubierta por la administración
de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida. Desarrollo rápido durante la edad clásica de
diversas disciplinas — escuelas, colegios, cuarteles, talleres; aparición también, en el campo de
las prácticas políticas y las observaciones económicas, de los problemas de natalidad,
longevidad, salud pública, vivienda, migración; explosión, pues, de técnicas diversas y
numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones. Se inicia así la
era de un ‘bio-poder’” (84). Es el bio-poder, entonces, que facilita la transición de las sociedades
occidentales y de los cuerpos de sus integrantes al capitalismo industrial.
Foucault concluye que, “el ajuste entre la acumulación de los hombres y la del capital, la
articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las fuerzas productivas
y la repartición diferencial de la ganancia, en parte fueron posibles gracias al ejercicio del bio-
poder en sus formas y procedimientos múltiples. La invasión del cuerpo viviente, su valorización
y la gestión distributiva de sus fuerzas fueron en ese momento indispensables” (84). El
capitalismo, según Foucault, “no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los
cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los
procesos económicos” (84). Pero además de las grandes instituciones del Estado, el capitalismo
también “requirió métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en
general, sin por ello tornarlas más difíciles de dominar”: estas son las “técnicas de poder” de la
biopolítica y anatomía que operaban “como factores de segregación y jerarquización sociales,
incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando relaciones de dominación y
efectos de hegemonía” (84). El control disciplinario y regulatorio del cuerpo, por lo tanto, son
claves para la inserción del sujeto moderno en el sistema capitalista, y para su sometimiento al
poder.
II.II La deportabilidad
El proceso de la deportación evidencia la importancia de la fuerza y violencia del Estado
para ejercer su poder en expulsar a una persona físicamente del territorio. Pero también implica
procesos más sutiles de control y vigilancia, en particular a través de la producción de lo que
50
Nicholas de Genova (2002) denomina la “deportabilidad”. Con base en los conceptos
Foucualtianos del poder, De Genova (2002) teoriza la categoría de la ilegalidad aplicada a los
inmigrantes no-documentados. Afirma que la ilegalidad es necesaria para la constitución de la
legalidad, es decir, de la ciudadanía: “Como tal, migraciones no-documentadas serían
impensables si no fuera por el valor que producen a través de los diversos servicios que brindan a
ciudadanos. ‘Ilegalidad’, entonces, tanto teórico y prácticamente, es una relación social que es
fundamentalmente inseparable de la ciudadanía” (422). De hecho, De Genova insiste que, “las
migraciones no-documentadas son constituidas para no excluir físicamente [a los migrantes] pero
en cambio para incluirlos socialmente bajo condiciones impuestas de una vulnerabilidad forzada
y prolongada” (429).22
Esta vulnerabilidad es precisamente su deportabilidad: “la susceptibilidad de los
inmigrantes indocumentados a la deportación, es un efecto del hecho más fundamental y antiguo
de su considerable y entusiasta importación como mano de obra, bajo las condiciones más
ventajosas para la acumulación del capital” (De Genova, 2006). La producción de la ilegalidad y
la deportabilidad asegura la disponibilidad de una población de “inmigrantes laborales
eminentemente flexible, relativamente maleable, y altamente explotable, cuya ‘ilegalidad’ –
producida en sí por la legislación de inmigración y las prácticamente de control de USA – los ha
relegado a una condición de vulnerabilidad duradera [y] sometidos a formas excesivas y
extraordinarias de vigilancia”, argumenta De Genova. La posibilidad de ser expulsados en
cualquier momento funciona para controlar a los trabajadores no-documentados y facilitar su
explotación laboral. De Genova (2006) concluye que “es la deportabilidad, no la deportación
como tal, la que asegura que algunos sean deportados para que muchos puedan permanecer (sin
ser deportados) como trabajadores cuya pronunciada y prolongada vulnerabilidad legal puede ser
mantenida indefinidamente por este medio”. La producción de la deportabilidad, es, entonces, un
proceso disciplinario que sirve para insertar a los migrantes en el mercado laboral
norteamericano en condiciones desiguales, bajo la amenaza constante de su desalojo.
II.III Bio-poder en el call center
22 Traducción propia
51
El concepto Foucaultiano del bio-poder y su teorización de la disciplina es también muy
útil al pensar el call center como institución. En su investigación sobre trabajadores de call center
en la India, Rowe et al (2013) exploran las implicaciones de ese labor para el cuerpo de los
agentes. Plantean, por ejemplo, la naturaleza biopolítica del trabajo de call center: “Los agentes
tienen que someterse a transformaciones psíquicas tremendas para construir un sentido de
igualdad y a su vez un sentido de proximidad a los clientes [norte]americanos. Tienen que
internalizar la cultura, imágenes, modos de comunicación y conocimiento [norte]americano, y
luego externalizar estas formas de especialización” (70-1).23 Los agentes del call center tienen
que proyectar una [norte]americanidad convincente en todas sus interacciones tanto con sus
clientes como con sus supervisores en el call center.
El bio-poder opera en distintos niveles de la labor de call center. Para comenzar, los
horarios irregulares, programados para concordar con horarios en otros geografías, interrumpen
los ciclos biológicos y sociales de los agentes (Rowe et al, 2013). A través del horario, el call
center dicta cuándo duermen los agentes, cuándo descansan, cuándo comen. El régimen de su
jornada también dicta hasta cuándo pueden ir al baño. Sus funciones biológicas están ordenadas
por el tiempo disciplinario del call center. Este tiempo disciplinario también fija estándares para
la duración de llamadas, y cuotas para alcanzar una máxima cantidad de operaciones dentro de
un periodo establecido. Además, muchos call centers también cuentan con sus propias cafeterías,
clínicas y espacios lúdicos adentro del edificio, asegurando el control de los agentes no solo en el
tiempo establecido sino también del espacio. Y a través de las capacitaciones, el habla, el
lenguaje de los agentes es refinado, adecuado al uso determinado.
Todos estos métodos de la disciplina son implementados con el acompañamiento de una
vigilancia constante. En adición a los supervisores humanos, existen cámaras de video que
supervisan los movimientos de los agentes junto con el monitoreo y grabación constante de sus
llamadas. Por lo tanto, se puede entender el call center como una institución donde el bio-poder
se emplea a través de diversas tácticas integrales del control para garantizar la máxima utilidad
del agente.
III. CIUDADANÍAS
23 Traducción propia
52
Las personas entrevistadas en esta investigación tienen una relación compleja y
conflictiva con la ciudadanía: el proceso de la deportación, por un lado, implica una negación
violenta de pertenencia y la imposición de otra afiliación nacional; sin embargo, la
discriminación que enfrentan en El Salvador impide el ejercicio pleno de esa ciudadanía
asignada por la deportación; finalmente, el trabajo de call center implica otra confrontación con
las fronteras nacionales, ahora a través de una cruce virtual diario, junto con la capitalización de
las habilidades lingüísticas y culturales adquiridas tras los años vividos en los Estados Unidos.
Sin duda, la ciudadanía emerge como concepto importante y conflictivo en sus narrativas.
En su texto clásico, Citizenship and Social Class, el sociólogo T.H. Marshall (1950)
divide la ciudadanía inglesa entre tres clases, las cuales corresponden a distintas etapas
históricas: la ciudadanía cívica, del siglo XVIII, la cual consiste en derechos de libertad
individual liberal; la ciudadanía política, del siglo XIX, que contempla la participación en el
ejercicio del poder político; y la ciudadanía social, del siglo XX, que incluye el bienestar
económico, seguridad social, educación y otros derechos garantizados por el Estado de bienestar,
y en la cual Marshall insiste que se encuentra el camino hacia mayor igualdad y justica. En las
últimas décadas, los movimientos desiguales de personas y de capital por fronteras nacionales y
culturales han reconfigurado las experiencias y el significado de la ciudadanía de manera aún
más profunda. En esta sección, exploro algunas propuestas de re-pensar la ciudadanía que
resultan relevantes para esta investigación.
III.I Aproximaciones de la ciudadanía
El proceso de la deportación es un acto que depende de las (re)asignaciones de
ciudadanía tanto por parte del Estado expulsor como por parte del Estado receptor. Sin embargo,
las percepciones y experiencias de la ciudadanía de las personas deportadas suelen ser distintas
que lo afirmado por parte de los Estados correspondientes. En su estudio de las experiencias de
personas nacidas en El Salvador viviendo en un estado de no-documentación en los Estados
Unidos, Coutin (2013) elabora un concepto muy útil de la aproximación de la ciudadanía. Coutin
define esta aproximación como: “el movimiento entre la afiliación formal e informal y entre
realidad e irrealidad legal. Refiero a este movimiento como ‘aproximación’ porque las formas de
53
afiliación informal y no reconocidas pueden acercar y parecer pero nunca plenamente replicar las
versiones formales y reconocidas” (115).24
Coutin señala que esta aproximación se vive por muchos “jóvenes salvadoreños de la
primera y media generación [“one-and-a-half generation”] que migraron durante los años de la
guerra y que fueron deportados a El Salvador a finales de las décadas 1990 o 2000. Por crecer en
los Estados Unidos, las vidas de estos jóvenes aproximaban, pero legalmente no eran
exactamente lo mismo como las de ciudadanos estadounidenses” (126). Ellos experimentan esta
aproximación a través de diversos procesos de aculturación, socialización, y participación
económica o política en el país en que residen. En las escuelas públicas estadounidenses, por
ejemplo, la participación e inclusión en “rituales cívicos les permitieron pensarse como cuasi-
ciudadanos” (126).25 Estas personas inmigrantes crecieron, por lo tanto, con la percepción de que
disfrutaban los mismos derechos y privilegios que cualquiera de sus compañeros
estadounidenses.
Estas personas que no son ciudadanas encuentran diversas maneras de reclamar su
afiliación en los Estados Unidos. Coutin escribe: “Esfuerzos de mover implican aproximar la
ciudadanía, como a través de la imitación o semejanza que puede eventualmente lograr un
reconocimiento jurídico; o a través de una cercanía o proximidad a través de la cual la presencia
de la persona no-autorizada entre residentes legales pueda crear afinidad o otros vínculos; a
través de una substitución o proxi. Un ejemplo de tal situación ocurre cuando habilidades
lingüísticas se toman como un proxi por la afiliación; y al no alcanzar, aproximando pero no
realizando la ciudadanía” (117). En algunos casos, estas aproximaciones constituyen criterios
para lograr un estatus migratorio permanente, incluso la ciudadanía. Sin embargo, para muchos,
no son suficientes: “Aproximación así puede resultar en afiliación o descalificación” (117).26
Muchas personas de esa generación de jóvenes migrantes, al ser deportadas a El
Salvador, hacen referencia frecuentemente a instituciones y espacios estadounidenses de estudio,
trabajo o recreo, así demostrando “que sus vidas se habían aproximado a las de ciudadanos
estadounidenses hasta tal grado que habían sido virtualmente no distinguibles de los demás“
24 Traducción propia 25 Traducción propia 26 Traducción propia
54
(130).27 Sin embargo, esta aproximación a la ciudadanía no se resultó en una ciudadanía jurídica,
y terminaron sufriendo la descalificación de la deportación.
En realidad, su descalificación es doble: “Porque, en El Salvador, los deportados eran
vistos con sospecha profunda, estos residentes de largo plazo en los Estados Unidos también
experimentaron una brecha doble: deportados de los Estados Unidos como no-ciudadanos,
fueron tratados como extranjeros en su supuesta patria. Por lo tanto, tras la deportación, jóvenes
descubrieron que su ciudadanía salvadoreña tampoco era plenamente real, en un sentido
práctico” (127).28 Negados los derechos y beneficios políticos de la ciudadanía en los Estados
Unidos, tampoco los pueden disfrutar en El Salvador.
III.II Ciudadanía cultural
Como lo anterior demuestra, la ciudadanía es más que la posesión de documentos. En
realidad, se ejerce en formas desiguales dependiendo de los recursos y privilegios disponibles a
diferentes sectores.
Renato Rosaldo (2000) afirma los límites de la ciudadanía tradicional: “Busco ampliar el
sentido del concepto de la ciudadanía porque en la práctica, en lo sustantivo, sobre todo en sus
orígenes a fines del siglo XVIII (el siglo de las luces), ‘ciudadanía’ es un concepto no solamente
universal, sino también excluyente. Y con esto quiero decir que ha sido parte de un proceso de
diferenciación de los hombres privilegiados respecto a los demás” (2). Rosaldo señala que
existen, y siempre han existido, desigualdades sociales que impiden el libre ejercicio de la
ciudadanía para varios sectores de la sociedad, sean por razones de clase, de género, de raza, de
sexualidad, etc. “Para muchos, la plaza pública, esto de estar cuerpo a cuerpo, cara a cara en un
espacio público dentro de la sociedad civil, era una solución. Para mí es solamente un punto de
partida, especialmente si pensamos en las desigualdades sutiles que se pueden dar dentro de una
reunión en la plaza pública”, escribe; “¿Quién tiene derecho de hablar en la plaza? ¿Quién habla
más? ¿A quién se le puede interrumpir?” (3). Intervenir e intercambiar en el espacio público es
facilitado, entonces, por determinados privilegios.
27 Traducción propia 28 Traducción propia
55
Por lo tanto, hay que pensar más allá de la ciudadanía en su conceptualización actual.
“Cuando el Estado reconoce derechos, pero no invierte recursos, entonces los derechos son
solamente formales y no sustanciales. […] Éste es pues un ‘derecho cínico’, es un derecho sin
contenido”, escribe Rosaldo (5). La ciudadanía se entiende no sólo por documentos, sino por “un
reconocimiento al sentido de pertenencia, y la reivindicación de derechos en el sentido sustancial
y no formal” (5). Toby Miller (2011) también advierte de las debilidades e injusticias de la
ciudadanía tradicional, considerando que ha llegado a su límite: “La inmigración y el
multiculturalismo de finales del siglo XX han puesto en duda la concepción tradicional de una
ciudadanía naturalizada. Se trata de una cuestión de pertenencia cultural y desigualdad material”
(61).
Por lo tanto, críticos como Renato, Miller, y otros han explorado las posibilidades de una
ciudadanía cultural. William Flores (2003) escribe que “el concepto de ‘ciudadanía cultural’ ha
sido desarrollado para referir a los varios procesos a través de los cuales grupos se definen,
forman una comunidad, y reclaman espacio y derechos sociales” (89). Según Flores,
“Ciudadanía cultural englobe un rango amplio de actividades cotidianas además de los
movimientos políticos y sociales más visibles. Un aspecto clave del concepto es la lucha por un
espacio social distinto en el cual los miembros del grupo marginado sean libres para expresarse y
sentirse en casa. Es en un tal espacio que los grupos pueden ‘imaginar’ a si mismos y desarrollar
organizaciones sociales y políticos independientes” (89).29 En las palabras de Gerardo León
(2015), “La ciudadanía cultural se practica desde las demandas concretas por la gestión misma
de los sujetos al poner en práctica soluciones por diferentes estrategias de incorporación a
sociedades distintas a las de origen, logrando conformar una cultura con formas de expresión
propias y procesos identitarios específicos” (6). A través de las luchas reivindicativas de grupos
auto-identificados, entonces, sujetos colectivos marginados pueden construir la ciudadanía
cultural.
En las palabras de Yúdice (2002), la ciudadanía cultural como propuesta utópica “implica
una ética de discriminación positiva que permitiría a los grupos unidos por ciertos rasgos
sociales, culturales y físicos afines participar en las esferas públicas y en la política, justamente
sobre la base de esos rasgos o características”, en donde “la cultura sirve de fundamento
29 Traducción propia
56
garantía” para exigir los derechos en dicha plaza pública (37). Aquí, la cultura, por ser lugar de la
pertenencia, es nada menos que “la condición necesaria de la ciudadanía” (37).
La ciudadanía cultural se ha pensado particularmente en el contexto de las luchas de
comunidades de latinos e inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos. Gerardo León
(2015) escribe: “Migrar significa renunciar a derechos y garantías que, por derecho socio-
histórico un sujeto gana en el territorio-espacio de pertenencia, por un lado, y por el otro
significa asumir una tarea de reconfiguración de las estructuras simbólicas en otro espacio-
tiempo y frente a otras estructuras de significación”. Propone que, “La ciudadanía cultural puede
ser una respuesta para el análisis sobre formas de generar prácticas socioculturales que los
migrantes llevan a cabo para poder incorporarse a un sistema social y recuperar sus derechos
básicos como trabajo, educación, ingresos, etcétera” (10). En el contexto de la deportación, que
abordo en la presente investigación, el concepto de ciudadanía cultural emerge como categoría
rica para considerar las afiliaciones y reivindicaciones afirmadas y negadas en los discursos
sobre la identidad construidos por los participantes entrevistados.
III.III Ciudadanía y el mercado
Toby Miller (2011) asocia el surgimiento de la ciudadanía cultural con los procesos
globales de neoliberalización. Escribe: “Tanto los críticos conservadores como los culturalistas
entusiastas entienden la ciudadanía cultural como el resultado de los movimientos sociales; sin
embargo, es necesario añadir que se trata de un ajuste fruto de las transformaciones económicas:
el proyecto de liberalización económica de la derecha ha jugado un papel esencial a la hora de
crear y mantener el concepto de ciudadanía cultural” (61). George Yúdice (2002) coincide,
argumentando que “la transición a un régimen posfordista bajo la hegemonía de las empresas
multinacionales y globales exacerbó las tensiones subyacentes y condujo a la tendencia
concomitante de reorganizar los contextos institucionales que sustentaban los derechos de la
ciudadanía en sus tres dimensiones [definidas por Marshall]”, y que “[L]a transición del Estado
benefactor al Estado neoliberal generó, en el proceso, una nueva dimensión de los derechos de
ciudadanía. Estoy pensando aquí en la ciudadanía cultural” (204). Son precisamente las políticas
económicas de fragmentación, desregulación y privatización que tanto han reducido la capacidad
del Estado de garantizar ciertos privilegios y derechos a su población las que han exigido nuevas
57
modas de participación y pertenencia culturales. Y muchas de estas nuevas formas de acción y
afiliación se articulan a través del mercado capitalista.
En Ciudadanos y consumidores, García Canclini (2009 [1995]) propone una re-
conceptualización de la ciudadanía en un mundo cada vez más marcado por el neoliberalismo, la
migración y la globalización del mercado, a través del consumo. Escribe: “Hombres y mujeres
perciben que muchas de las preguntas propias de los ciudadanos – a dónde pertenezco y qué
derechos me da, cómo puedo informarme, quién representa mis intereses – se contesta más en el
consumo privado de bienes y de los medios masivos que en las reglas abstractos de la
democracia o en la participación colectiva en espacios públicos” (29). Ante un creciente
desencanto con la política nacional tradicional, la consolidación de las industrias culturales
transnacionales y el surgimiento de nuevas tecnologías de comunicación, Canclini identifica el
consumo como posible nuevo escenario del ejercicio de la ciudadanía.
Llevado, quizás, a pesar de sus protestas, por la euforia del cierto posmodernismo que
converge peligrosamente con el neoliberalismo mismo, García Canclini ve grandes posibilidades
políticas en el consumo de bienes y de los medios masivos de comunicación: “Propongo
reconceptualizar el consumo, no solo como simple escenario de gastos inútiles e impulsos
irracionales sino como lugar que sirve para pensar, donde se organiza gran parte de la
racionalidad económica, sociopolítica y psicológica en las sociedades” (16). “Debemos
preguntarnos si al consumir no estamos haciendo algo que sustenta, nutre y hasta cierto punto
constituye un nuevo modo de ser ciudadanos,” afirma Canclini; “Si la respuesta es positiva, será
preciso aceptar que el espacio público desborda ahora la esfera de las interacciones políticas
clásicas” (43).
Los nuevos ciudadanos, señala Canclini, no se definen necesariamente por territorios,
idiomas o etnicidades, sino por sus prácticas de consumo y comunicación que se ejercen en el
mercado globalizado y a través de nuevas tecnologías de comunicación. Aunque yo no comparto
necesariamente su optimismo hacía el poder político de estas comunidades de consumo, sus
percepciones sobre las nuevas configuraciones de afinidades, identidades y comunidades son
muy importantes para pensar la construcción de la identidad en el contexto de la migración,
deportación y el trabajo de “migración virtual” en el call center (Rowe et al., 2013).
En su investigación sobre agentes de call center en la India, Rowe et al. (2013) conciben
de una ciudadanía neoliberal, la cual es facilitada por el mercado globalizada y las nuevas
58
tecnologías de la comunicación. Tal como habían notado Canclini, Renato, Miller y Yúdice, las
autoras señalan que los ideales tradicionales de la ciudadanía como afiliación con una nación
delimitada por y identificada con un territorio particular son “cada vez más perturbados por el
capitalismo del libre mercado. La ciudadanía contemporánea se desterritorializa de terrenos
nacionales y se reterritorializa dentro de los procesos desiguales del desarrollo capitalista. Ya no
ligado a una relación necesaria con territorio nacional, la ciudadanía se dispersa por el globo,
impulsado por la búsqueda implacable del capitalismo por mercados laborales baratos y bases
ampliadas de consumidores” (102). Son empresas transnacionales y el mercado global que cada
vez más ofrecen los derechos y beneficios asociados con la ciudadanía, mientras esta dispersión
del mercado disminuye la capacidad del Estado de proporcionarlos a sus ciudadanos: “Como
resultado de estos agitaciones, la ciudadanía neoliberal brinda beneficios a muchos anteriormente
excluidos de los privilegios de la pertenencia global” (102).30 A la vez que ciertos otros
ciudadanos de países privilegiados van perdiendo las ventajas que históricamente disfrutaban, la
desterritorialización del capital trae nuevas oportunidades de participación en el mercado global
a algunos sujetos históricamente marginados, como acceso a nuevos niveles de consumo y
comunicación.
En su estudio, Rowe et. al. consideran las posibilidades que ofrece esta nueva ciudadanía
neoliberal a los trabajadores de call center en la India. Acceso a tarjetas de crédito, aumentos de
salario y contacto con otras culturas permiten que los agentes en la India mejoren sus
condiciones de vida y contribuye a sus identidades como sujetos globales. Las autores
encuentran que “mientras los agentes hablan con otros lejanos, ganan un sentido de
empoderamiento global, nacional y local. Este sentido emergente de ciudadanía neoliberal no les
hace sentir menos indios, sino que los empodera como ciudadanos dinámicos indios y globales”
(105).31 Las autoras argumentan que esta ciudadanía neoliberal constituye un resultado de la
“migración virtual” que realizan los agentes de call center, abriéndoles oportunidades y
perspectivas que no podrían acceder de otra forma.
La aproximación de la ciudadanía revela los límites de la capacidad o voluntad del
Estado de garantizar los derechos de todos sus residentes, y tanto la ciudadanía cultural como la
ciudadanía neoliberal surgen como respuestas a este fracaso. Estas diversas propuestas de pensar
30 Traducción propia 31 Traducción propia
59
la ciudadanía ofrecen insumos importantes para explorar y analizar los discursos de
identificación, participación y pertenencia construidos por los trabajadores de call center en El
Salvador que han sido deportados de los Estados Unidos.
En este capítulo, he revisado las teorías y conceptos críticos de la comunicación, la
identidad, el poder y la ciudadanía que me permiten interpretar los discursos sobre la identidad
construidos por los participantes de la presente investigación. En el próximo capítulo, revelo la
metodología utilizada para captar los datos analizados.
60
CAPÍTULO IV:
METODOLOGÍA
Como he establecido en los capítulos anteriores, existen, aunque de manera escasa,
algunos trabajos investigativos que se dedican al estudio de las experiencias de personas nacidas
en El Salvador que han sido deportados de los Estados Unidos, y de cómo las rupturas y
(des)plazamientos que han vivido influyen y construyen sus subjetividades (Coutin 2007, 2010,
2013; Zilberg 2004). Sin embargo, estos estudios no contemplan el impacto del espacio y la
experiencia de los call centers en estos procesos. Por lo tanto, dedico el presente estudio a la
exploración de cómo el trabajo de los call centers en El Salvador afecta a la construcción de la
subjetividad en el contexto de la deportación, específicamente en la producción discursiva de la
identidad.
En este capítulo, reviso la metodología utilizada para la realización de esta investigación.
El capítulo cuenta con cuatro apartados, algunos con varias sub-secciones. En el primer apartado,
justifico la naturaleza cualitativa de la investigación, con aportes de Ruíz Olabuénaga (2012) y
Creswell (1994), y también el uso del análisis del discurso, tal como se define por Stetcher
(2010), Van Dijk (1993) y otros. En el segundo apartado, “Recolección de datos”, presento los
instrumentos principales de la investigación, los cuales contemplan tanto la revisión bibliográfica
como el trabajo del campo, con aportes de Taylor y Bogdan (1987). Este apartado cuenta con tres
sub-secciones: “Revisión bibliográfica”, “Entrevistas” y “Observación participante”. En el tercer
apartado, “Muestreo”, identifico los parámetros de inclusión y exclusión de los participantes en
la sub-sección “Criterios”, y ofrezco un breve perfil de cada uno en la sub-sección denominada
“Participantes”. Finalmente, en el apartado titulado “Posición de la investigadora”, reflexiono
sobre las implicaciones de mi propia participación en la investigación.
I. NATURALEZA DE LA INVESTIGACIÓN
Esta es una investigación de carácter cualitativo. Guillermo Orozco y Rodrigo González
(2012) definen la perspectiva cualitativa como: “aquella que busca comprender las cualidades de
un fenómeno respecto de las percepciones propias de los sujetos que dan lugar, habitan o
intervienen ese fenómeno” (116). La investigación cualitativa trata de detectar y analizar los
61
significados que los actores sociales asignan a sus experiencias—en este caso, las experiencias
de trabajadores de call center que han sido deportados a El Salvador de los EE.UU.. Ruíz
Olabuénaga (2012) escribe que la investigación cualitativa es “la captación y reconstrucción de
significado” (23). Además, plantea que “los métodos cualitativos parten del supuesto básico de
que el mundo social es un mundo construido con significados y símbolos, lo que implica la
búsqueda de esta construcción y de sus significados” por el investigador (31). Una investigación
cualitativa es necesaria para entender las experiencias de las personas al centro de mi estudio, y
para analizar las construcciones simbólicas y el sentido que asignan a sus experiencias a través
del discurso.
El proceso de investigación es inductivo, es decir, un microanálisis de lo particular a lo
general. Ruíz Olabuénaga (2012) identifica lo inductivo como procedimiento utilizado en las
investigaciones cualitativas, partiendo “de los datos para intentar reconstruir un mundo cuya
sistematización y teorización resulta difícil” (23). Este proceso requiere consideración de lo que
Creswell (1994) describe como una “configuración de factores simultánea e interdependientes”,
que son profundamente “atados al contexto” social, político, económico e histórico del fenómeno
(4).
Creswell afirma que, según el paradigma cualitativo, “la realidad es subjetiva y múltiple, tal
como es vista desde la perspectiva de aquellos involucrados en una investigación” (3). La
realidad no es única, sino diversa con influencia de factores como clase, género, raza, edad,
sexualidad, y muchos más. Dicha presuposición es fundamental para esta investigación, que se
trata de analizar y teorizar las experiencias subjetivas, diversas y complejas de un sector
delimitado.
Esta investigación busca entender cómo los trabajadores de call center, que han sido
deportados de los Estados Unidos interpretan sus propias experiencias a través de un análisis del
discurso. Entiendo el discurso como una práctica social, construido a través de relaciones
sociales (Fairclaugh, 1995). Como afirmé en el capítulo anterior, Stuart Hall (2003) teoriza la
identidad como un proceso discursivo, y emplea el término “identificación” para enfatizar la
inestabilidad del concepto: “el enfoque discursivo ve la identificación como una construcción, un
proceso nunca terminado [que]…actúa a través de la diferencia, entraña un trabajo discursivo, la
marcación y ratificación de límites simbólicos, la producción de ‘efectos de fronteras’” (15-16).
En la investigación presente, el análisis de los discursos construidos por las personas que han
62
sido deportadas y que trabajan en los call centers evidencia cómo ellos interpretan y negocian su
identidad en un contexto contradictorio, en el cual las fronteras en cuestión no son sólo
simbólicas.
Como bien señala la obra de Michel Foucault (1970; 1980), el poder se construye a través
de una lucha dinámica e inestable de discursos que legitiman o cuestionan al estatus quo. El
control social se ejerce no solamente con la amenaza de la fuerza, sino a través de la producción
y reproducción de narrativas y definiciones dominantes o hegemónicas, las cuales generan
discursos contrarios, de oposición, subversivos. Partiendo del método del análisis crítico del
discurso, considero que las implicaciones del trabajo discursivo con respecto a las relaciones de
poder y dominación son siempre muy relevantes. Como investigadora, parte de mi labor es el de
“visibilizar las prácticas y posibilidades de resistencias de los sujetos” al centro del estudio
(Stecher, 2010, 95). Van Dijk (1993) plantea que un análisis crítico del discurso revela cómo el
poder se mantiene “simbólicamente en términos de sentimientos grupales de superioridad,
control, solidaridad u homogeneidad y hegemonía cultural (por ej., en lengua, religión, artes,
normas y valores, costumbres, etc)”, y también cómo éste es cuestionado (138). La construcción
discursiva de la identidad siempre ocurre dentro de estas luchas, las cuales se vuelven
particularmente pertinentes, en este caso, en el contexto de la deportación y el trabajo de call
center, ambas experiencias muy marcadas por sistemas de control.
El análisis crítico del discurso, como método cualitativo, es idóneo para esta
investigación, porque en las palabras de Stecher (2010), “se caracteriza por estudiar
especialmente las relaciones entre lenguaje y poder, buscando revelar el modo en que el discurso
juega un rol en los mecanismos de dominación y control social característicos de las sociedades
capitalistas contemporáneas” (98). El proceso de la deportación tiene todo que ver con el poder y
la dominación, y la situación de las personas que han sido deportadas y que ahora trabajan en call
centers de San Salvador hace aún más compleja y contradictoria la experiencia de identidad y
pertenencia de los sujetos al centro del estudio.
II. RECOLECCIÓN DE DATOS
Las técnicas empleadas para la recolección de datos se pueden dividir en dos categorías:
el trabajo bibliográfico y el trabajo de campo. La investigación bibliográfica contempla la
63
revisión necesaria para construir el contexto histórico, el estado de la cuestión y el marco teórico,
mientras el trabajo de campo incluye la realización de entrevistas y la observación participante.
Todas estas técnicas fueron instrumentales en la obtención y el análisis de datos.
II.I Revisión bibliográfica
La revisión bibliográfica constituye una técnica fundamental en la construcción de la base
teórica de la investigación. Al identificar el fenómeno al centro de mi estudio, fue preciso
realizar una investigación de fuentes impresas y electrónicas para elaborar el contexto histórico
del fenómeno en sus dimensiones políticas, económicas y sociales. También revisé la
investigación académica, periodística y oficial que se relaciona con el tema de las personas
deportadas de los Estados Unidos a El Salvador y el trabajo en call center, para establecer el
“Estado de la cuestión”. El resultado de esta investigación bibliográfica se encuentra en el
Capítulo I, “Antecedentes”.
Además de establecer el contexto histórico y académico de la investigación, utilicé la
revisión bibliográfica para construir el marco teórico. A través de fuentes impresas y
electrónicas, revisé la literatura teórica pertinente para identificar los conceptos claves que
emplearía para analizar los datos recolectados en la investigación presente. El resultado de esta
labor se encuentra en el capítulo anterior, titulado “Marco teórico”.
II.II Entrevistas
Para el trabajo de campo, mi instrumento principal fue la entrevista. Realicé entrevistas
focalizadas y abiertas con los participantes a nivel individual y, en una ocasión, grupal. Las
entrevistas se realizaron, sin excepción, en inglés, según la preferencia de los participantes. La
mayoría se hicieron en persona, y una por medio de Skype. Con una excepción, todas las
entrevistas fueron grabadas por medio digital, con el permiso explícito de cada participante, y
luego transcritas y traducidas al español.
Durante las entrevistas, pregunté a los participantes sobre sus vidas en los Estados Unidos
y el proceso de deportación, sobre sus experiencias en El Salvador, y el trabajo en el call center,
y sobre sus prácticas de comunicación e identificación culturales y sociales. Utilicé el protocolo
64
siguiente para las entrevistas, con las preguntas generales separadas por categoría. Sin embargo,
la guía fue un instrumento flexible, sujeto a cambio según el carácter de cada entrevista
particular.
• Sobre los Estados Unidos
o ¿Cuál fue tu experiencia de vida allá?
o ¿Te sentiste ‘americano/a’ en algún momento? ¿En qué consiste?
o ¿Cómo fue el proceso de la deportación? ¿Consideras que tu experiencia fue típica o
excepcional? ¿Fue justa?
• Sobre El Salvador
o ¿Cómo fue tu vida aquí antes de migrar? ¿Cuándo y por qué te fuiste?
o ¿Te consideras ‘salvadoreño’?
o ¿Cómo fue tu experiencia de retorno? ¿Qué esperaste encontrar? ¿Cómo cumplió con
tus expectativas el país?
o ¿Cuál es tu proyecto de vida? ¿Pensás quedarte en El Salvador?
o ¿Cómo crees que habrías sido tu vida si te hubieras quedado aquí?
• Sobre el call center
o ¿Por qué elegiste el trabajo de call center?
o ¿Cómo es el trabajo? ¿Cómo se siente hablar con personas en inglés en los EE.UU.
por teléfono?
o ¿Hay discriminación contra las personas que han sido deportadas dentro de los call
centers?
o ¿Enfrentás discriminación por parte de los clientes en la línea?
o ¿Considerás que es un buen trabajo?
o ¿Qué es lo que hace un buen trabajador del call center?
• Procesos de comunicación y construcción de identidades
o ¿Mantenés contacto con personas en los EE.UU.? ¿A través de qué medios?
o ¿Qué idioma hablas en casa? ¿Con tus amigos?
o ¿Sueles ver programas de televisión o escuchar música más de origen estadounidense
o salvadoreño?
o ¿Con quiénes te socializás dentro y fuera del trabajo? ¿Por qué?
o ¿Qué papel tiene la religión en tu vida?
65
o ¿Cómo te perciben los otros salvadoreños? ¿Cuáles son los estereotipos que
enfrentás?
Más allá de los datos brindados, también estuve atenta al uso del idioma, expresiones afectivas,
discursos normativos o subversivos (re)producidos, y las exclusiones e inclusiones enunciadas
por los participantes.
Para proteger el anonimato de los participantes, los identifico a todos con pseudónimos, y
les informé de esa medida de confidencialidad al iniciar la entrevista. También les di la
oportunidad de contestar o no contestar todas aquellas preguntas que consideraran sensibles, y de
aportar cualquier información que consideraran relevante o importante en el momento. En el
espíritu del intercambio y diálogo, también contesté las preguntas que ellos me hicieron sobre mi
propia vida y sobre el proceso de la investigación.
II.III Observación participante
Otra técnica a la cual recurrí, de forma segundaria, fue la de la observación participante.
Implementé este método en el local donde realice la mayoría de las entrevistas y sus alrededores,
el cual fue una franquicia del Mister Donut cerca del Monumento al Divino Salvador del Mundo,
en la ciudad capitalina de San Salvador. Prefería realizar las entrevistas en este espacio “cuasi
público” (Taylor y Bogdan, 1987) por su proximidad a varios call centers—Teleperformance y
otros cuentan con instalaciones en el área. Por lo tanto, el local estaba conveniente y conocido
por muchos de los participantes, y también ofrecía posibilidades de interacción con otros actores
diversos: otros trabajadores de call center, otros consumidores, taxistas, etc. También elegí el
espacio por factores de seguridad, ya que en casi todos los casos se trataba de reuniones con
personas previamente desconocidas.
Taylor y Bogdan (1987) escriben que la observación participante refiere a “la
investigación que involucra la interacción social entre el investigador y los informantes en el
milieu de los últimos, y durante la cual se recogen datos de modo sistemático y no intrusivo”
(31). Los autores notan que en el caso de realizar la observación participante en espacios cuasi
públicos, suele ser conveniente adoptar “un rol participante aceptable” y adecuado al espacio. En
mi caso, justifiqué mi presencia en el local a través de mi consumo personal, y logré establecer
cierto nivel de confianza, o “rapport”, a través de mi uso de inglés y empleo de un tono informal
66
y abierto con las personas quienes estaba entrevistando (55). Taylor y Bogdan avisan que,
“Aunque no es necesario que los observadores en estos escenarios se presenten como
investigadores y expliquen sus propósitos a las personas con las que sólo tendrán contactos
efímeros, deberían en cambio explayarse con aquellas con las que mantendrán una relación
prolongada” (41). En el espíritu de la transparencia, siempre expliqué los parámetros de mi
investigación a las personas con las cuales estaba dialogando.
III. MUESTREO
III.I Criterios
El muestreo de los participantes en las entrevistas es de bola de nieve. Identifiqué a los
participantes iniciales, quienes trabajan en el call center de Sykes, a través de contactos
personales, y les pedí apoyo para contactar a otras personas que reunían el perfil necesario para
el estudio. Fui sumando sujetos a la investigación a través de las redes sociales y profesionales
de los entrevistados. Las personas que han sido deportadas a El Salvador de los Estados Unidos
suelen constituir una comunidad algo cerrada pero tampoco muy organizada, así que para ganar
la confianza y conocer a más personas decidí avanzar según las recomendaciones personales de
los contactos con los que ya contaba al iniciar el estudio, quienes ya me tenían cierta medida de
confianza.
Después de unos contactos preliminares, muchos de los participantes se involucraron a
través de un grupo de Facebook que se llama “Call Center Community El Salvador,” al cual uno
de mis contactos iniciales me agregó después de nuestra entrevista preliminar. Subí, en dos
ocasiones, solicitudes abiertas en inglés pidiendo que participantes interesados me enviaran un
mensaje privado, y así programamos las entrevistas personales.
Los criterios de inclusión de la muestra eran los siguientes: cada participante tenía que ser
salvadoreño de nacimiento, tenía que haber vivido un proceso de deportación de los Estados
Unidos a El Salvador, tenía que ser residente actual de El Salvador, y tenía que trabajar en un
call center ubicado en El Salvador donde brinda sus servicios en inglés a clientes en
Norteamérica. Los trabajadores de call center que no habían sido deportados de los Estados
Unidos, o personas que habían sido deportados de los Estados Unidos pero que laboraban en otro
sector, no fueron incluidos.
67
III.II Los participantes
En total, realicé entrevistas con trece individuos. Con la excepción de la entrevista a
Jimmy realizada en 2014, todas las entrevistas fueron realizadas entre mayo y octubre del año
2015. Con la excepción de la entrevista a Robert, que fue realizada por Syke, todas las
entrevistas fueron realizadas en persona en la ciudad de San Salvador, El Salvador. Los perfiles
son diversos, pero la gran mayoría son masculinos, con alguna formación segundaria, que vivían
por más de diez años en el estado de California en los Estados Unidos.
• “Edgar”: Hombre de treinta y cinco años. A los cinco años de edad se fue para los Estados
Unidos con su madre, y volvió a El Salvador un año después. A los diez años se fue de nuevo
para los Estados Unidos, y pasó dieciséis años allá. No divulgó su nivel de educación.
Regresó a El Salvador de Texas a través de un proceso de deportación “voluntaria” en 2006
por la posesión de un arma de fuego. Comenzó su desempeño en los call centers en
Teleperformance y ha trabajado en tres o cuatro distintos call centers desde ese entonces.
Jugaba futbol norteamericano para el equipo salvadoreño de una liga centroamericana hasta
que se lastimó.
• “Suza”: Hombre de veinte y siete años. Se fue a los Estados Unidos con trece años de edad
en el año 2001 para reunirse con su madre, y volvió a El Salvador por un proceso de
deportación en 2011, a los veinte y dos años de edad, tras seis años en la cárcel por la venta
de drogas y la posesión de un arma de fuego. Estudió hasta octavo grado en El Salvador, y
estudió su bachillerato en Los Ángeles pero no lo completó. Cuenta con varios tatuajes.
Tiene un par de años trabajando para un call center pequeño de un compañero de su iglesia
en Santa Elena.
• “Jimmy”: Hombre de veinte y ocho años. Se fue a Florida a los seis años de edad con su
familia en 1993, y fue deportado en 2010 a la edad de veinte y tres años. Estudió hasta el
penúltimo año de bachillerato en los Estados Unidos. Trabaja en un call center pequeño y
recién-establecido que se facilita la aplicación de un subsidio federal de líneas telefónicas
para familias de bajos recursos en los Estados Unidos. Tiene tatuajes visibles en el cuello. Es
cristiano evangélico.
68
• “TJ”: Hombre de treinta y cinco años. Se fue con su familia a los Estados Unidos en el año
1986, a los seis años de edad, y fue deportado de Texas de forma voluntaria en la década de
1990. Pasó dos años en El Salvador antes de volver de nuevo a los Estados Unidos, donde
luego fue encarcelado varios años antes de ser deportado otra vez en el año 2006, a los veinte
y seis años de edad. Estudió bachillerato en los Estados Unidos. Actualmente trabaja en el
call center Atento, con los participantes Tommy y Daniel. Juega fútbol norteamericano en
una liga centroamericana, y es alcohólico en recuperación, con quince años de no tomar.
• “Tommy”: Joven de unos diecinueve años. No quiso especificar muchos datos precisos sobre
su residencia en el estado norteamericano de Massachusetts, pero pasó tiempo encarcelado
antes de ser deportado a El Salvador, igual que su padre. No divulgó su nivel de educación.
Actualmente trabaja en el call center Atento con Daniel y TJ. Tiene afiliaciones de pandilla.
• “Daniel”: Hombre de cuarenta y dos años. Se fue joven para los Estados Unidos, donde pasó
al cuerpo de los Marines tras graduarse de bachillerato en California. Aceptó la deportación
voluntaria para El Salvador, y hoy trabaja en Atento. Organizó la entrevista grupal que realcé
con TJ y Tommy, y me facilitó el acceso al grupo de Facebook de “Call Center Community
El Salvador”.
• “Karla”: Mujer de veinte y cinco años. Se fue a los seis años de edad para Nueva York para
reunirse con su familia en 1995. Regresó a El Salvador con doce años de edad, y vivió en el
país por un período de tres años antes de volver a Nueva York a los quince años de edad. Se
graduó de bachillerato en Nueva York. Fue deportada en 2009 a los diecinueve años de edad
por su estatus migratorio indocumentado. Comenzó su desempeño en los call centers en
Transatel, que hoy se conoce como “Telus”.
• “Melvin”: Hombre de veinte y ocho años. Se fue en 2004 para California, a los diecisiete
años, para reunirse con su madre. Recibió su licenciatura como contador de la Universidad de
Northridge del Estado de California. Regresó a El Salvador en 2010 de forma voluntaria, a
los veinte y cuatro años.
• “Burro”: Hombre de treinta años. Se fue en 1987 para California a los dos años de edad.
Tiene padre mexicano y madre salvadoreña. Fue deportado a El Salvador en 2008 a los
veinte y uno años de edad por un acto de agresión violenta. Estudió bachillerato en
California, y se graduó dentro de la cárcel. Por una discrepancia entre su partida de
nacimiento salvadoreño y sus documentos estadounidenses, sus antecedentes penales
69
norteamericanos no se pueden vincular con sus documentos registrados en El Salvador. Tiene
una hija adolecente en los Estados Unidos. Hoy trabaja en el call center Sykes. Tiene
afiliaciones de pandilla sureña.
• “Raul”: Hombre de treinta y cinco años. Se fue a los seis años de edad, en el año de 1986, a
California para reunirse con su madre. Fue encarcelado en 2006, y apeló su caso por varios
años. En 2008, fue deportado de manera “accidental”, y la Embajada de los Estados Unidos
le mandó a traer de nuevo para los Estados Unidos después de unos meses, donde continuó
apelando su caso. Aceptó la deportación voluntaria en 2010, e inmediatamente regresó sin
documentos para los Estados Unidos, donde fue detenido después de un mes y deportado otra
vez en el año 2011 a los treinta y un años de edad. Estudió secundaria en los Estados Unidos,
pero no se graduó. Completó su título después, en la cárcel, donde también estudió
mecanografía. Su primer trabajo de call center en El Salvador fue con Sykes.
• “Robert”: Hombre de cuarenta y cinco años. Se fue para California en 1976 a los seis años
de edad con su familia. Volvió a través de la deportación voluntaria a los treinta y dos años
en 2002, cuando intentó cruzar la frontera con México después de una excursión con amigos
a Tijuana utilizando los documentos de un amigo ciudadano. Se graduó de bachillerato en
California. Su primer trabajo de call center fue con Sykes en 2004. Hoy trabaja para la
empresa Language Select, brindando interpretación telefónica entre español e inglés.
• “Pete”: Hombre de cuarenta años. Se fue en 1980 a los cinco años de edad para Nueva York
desde Gotera, Morazán. Fue deportado en 2007 a los treinta y un años. Completó un año de
la universidad, estudiando ingeniería eléctrica. Luego completó varios certificados en la
soldadura de carrocería de automóviles. Su primer trabajo de call center fue con Sykes,
donde hoy se desempeña en el departamento de inglés, evaluando y capacitando a nuevos
agentes. Tiene varios tatuajes visibles, incluyendo una estrella roja del partido Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en su pierna.
• “Nancy”: Mujer de veinte y siete años. Se fue en 2002 a los catorce años de edad a Texas
para reunirse con su madre, hermanos y abuela, y fue deportada por dejar vencer su visa en
2007. Estudió hasta octavo grado en una escuela católica de El Salvador, y estudió
bachillerato en los Estados Unidos, pero no se graduó. Ha trabajado en Sykes, Atento y
Benson. Tiene muchos tatuajes visibles, incluyendo uno grande y colorido de Alicia en el
País de las Maravillas en el pecho. Es lesbiana.
70
Como demuestran los perfiles, once de los participantes se identifican con el género
masculino, mientras que sólo dos se identifican con el género femenino, lo cual refleja en parte la
distribución de género de las personas deportadas de los Estados Unidos, pero también cierta
disposición de personalidad de los hombres que cumplieron el perfil de responder a mis
solicitudes. Los participantes tenían entre diecinueve y cuarenta y cinco años de edad en cuando
se realizaron las entrevistas. Todos, salvo uno (Tommy) tenían veinte y cinco años o más de
edad, y diez tenían treinta y cinco años o menos; es decir, la gran mayoría tenían entre veinte y
cinco y treinta y cinco años de edad. En cuanto a sus niveles de educación, la gran mayoría
tienen alguna formación secundaria, toda completada en los Estados Unidos, con la excepción de
Melvin, quien se graduó de bachillerato en El Salvador antes de estudiar su licenciatura en los
EE.UU. Siete cuentan con títulos de bachillerato; cuatro estudiaron bachillerato sin graduarse,
uno también tiene título universitario y otro estudió un año en la universidad pero no se graduó.
Dos no divulgaron su nivel de educación. En los Estados Unidos, la gran mayoría residieron en
California: seis vivieron en California, tres en Texas, dos en Nueva York, uno en Florida y otro
en Massachusetts. Sus residencias varían de entre cinco hasta veinte y siete años en los Estados
Unidos, pero la gran mayoría pasaron diez años o más allá: diez residieron por lo menos diez
años en los EE.UU., seis más de quince años, cuatro más de veinte y dos más de veinte y cinco
años. Finalmente, los años de su migración y deportación coinciden generalmente con las
tendencias identificadas en el capítulo de “Antecedentes”. Salieron entre los años 1976-2004,
pero la mayoría (siete) salieron del país durante los años de la guerra, y cuatro más se fueron
entre 1993-2004, en los años principales de los impactos de las políticas neoliberales en el país.
Todos fueron deportados entre 2002-2011.
Tabla IV – Perfiles de participantes
Nombre Edad Sexo Nivel de
educación
Estado de
residencia
Año de
migración
Año de
deportación
Años de
residencia
Edgar 35 M *no se sabe Texas 1990 2006 16
Suza 27 M Estudio
bachillerato,
no se graduó
California 2001 2011 10
71
Jimmy 28 M Estudió
bachillerato,
no se graduó
Florida 1993 2010 17
TJ 35 M Estudió
bachillerato,
no se graduó
Texas 1986 2006 10+
Tommy 19 M *no se sabe Massachusetts No se
sabe
No se sabe *no se sabe
Daniel 42 M Se graduó
del
bachillerato
California No se
sabe
No se sabe 20+
(*no se sabe
exactamente)
Karla 25 F Se graduó
del
bachillerato
Nueva York 1995 2009 10
Melvin 28 M Se graduó de
la
universidad
California 2004 2010 6
Burro 30 M Se graduó
del
bachillerato
California 1987 2008 21
Raúl 35 M Se graduó
del
bachillerato
California 1986 2011 22
Robert 45 M Se graduó
del
bachillerato
California 1976 2002 26
Pete 40 M Estudió la
universidad,
no se graduó
Nueva York 1980 2007 27
Nancy 27 F Estudió
bachillerato,
no se graduó
Texas 2002 2007 5
IV. Posición de la investigadora
72
En la investigación cualitativa, Ruíz Olabuénaga (2012) afirma que “la interacción
humana constituye la fuente central de los datos” (15). Como investigadora, interactúo con los
sujetos al centro de mi estudio. Nuestra interacción es, de hecho, la base fundamental para la
recolección de datos para la investigación. Por lo tanto, mi presencia y relación con los
participantes tiene una influencia inevitable sobre los resultados documentados.
Como cualquier investigador, mi presencia provoca una reacción específica y única en
cada participante, como aspecto innegable de toda interacción humana, y ejerce cierta influencia
sobre los resultados de la investigación. Mi posición como investigadora, mujer y extranjera
impacta de manera significativa en la relación y el diálogo que construyo con los participantes de
la investigación. Soy ciudadana estadounidense, blanca, mujer, joven y estudiante de posgrado
en una universidad privada y prestigiosa. Yo cuento con el privilegio que me otorga mi
etnicidad, mi posición de clase, mi estatus de ciudadanía y mi acceso a la educación.
Mis privilegios me permiten cruzar las fronteras entre El Salvador y los Estados Unidos
con libertad. Pero también complican mi acceso a otros espacios y confianzas. Como escriben
Taylor y Bogdan (1987), “Ante los extraños, todas las personas tratan de presentarse bajo la
mejor luz posible” (54). Por ser mujer, es posible que los participantes ocultaran o dejaran en
segundo plano aspectos más “feos” de su experiencia para no ofenderme, o para protegerme. De
igual forma, por ser investigadora y vista en alguna capacidad oficial, también es posible que
algunos participantes reservaran ciertos elementos de su pasado, delincuencia o uso de drogas,
por ejemplo, para lograr una representación más positiva en el registro de mi investigación. Por
el mismo motivo, es posible que también que exageraran ciertos aspectos de su experiencia,
como su compromiso de desarrollar una vida reformada, por ejemplo. Sin embargo, hay que
enfatizar que mi estudio se trata de analizar discursos y no hechos históricos. El significado se
encuentra en la construcción de las narrativas que las personas producen sobre sí mismos, y no
tanto en su veracidad.
De todas formas, tomé ciertas medidas para mitigar el impacto de los factores que
podrían limitar la confianza que me tenían los participantes. Tomé la decisión de realizar las
entrevistas en inglés, aun con participantes bilingües. Esa medida representó una inconveniencia
a la hora de traducirlas al español, pero facilitó la construcción de cierto rapport con los
participantes. El hecho de haberme criado en los Estados Unidos también implicaba que
compartíamos ciertas referencias culturales y simbólicas, junto con experiencias sociales
73
particulares. Consciente de esto, siempre les compartí información o anécdotas personales en el
transcurso de las entrevistas para establecer un terreno común y un espíritu del diálogo e
intercambio entre iguales. A su vez, comencé cada conversación explicándoles los objetivos de
la investigación y su metodología a todos los participantes, además, contesté cualquiera pregunta
sobre el estudio y también sobre mis propias experiencias. También procuré adecuar las
preguntas de la entrevista a cada conversación particular, haciendo referencia a sus respuestas
anteriores para comunicar mi interés sincero en sus palabras.
Como he mencionado, algunos aspectos de mi posición como extranjera también
ayudaron en establecer el rapport con los participantes. Compartíamos, por ejemplo, la
experiencia de venir a vivir en El Salvador tras una larga residencia en los Estados Unidos, con
los choques culturales que esto implica. Otro factor que también contribuyó a facilitar el diálogo
con los participantes, que no esperé, fue la experiencia compartida de verse distinto de los demás
salvadoreños, varios de ellos me trataron como cómplice en ese sentido, como otra persona cuya
apariencia se hace conspicua, fuera de lugar, en espacios públicos como en el bus, en la calle,
etc.
Finalmente, hay que reconocer que aunque la investigación se trata de analizar los valores
y perspectivas de los otros, como investigadora llevo a mi investigación mis propios valores y
perspectivas. El análisis crítico de discurso presupone, de hecho, que el investigador esté
comprometido con un sistema de valores que le opone a los sistemas de dominación y opresión
reproducidos por ciertos discursos hegemónicos, con el fin de “visibilizar las prácticas y
posibilidades de resistencias de los sujetos” al centro del estudio, como escribe Stecher (2010,
95). Como investigadora, no soy ni pretendo ser un sujeto neutro, pero tengo la responsabilidad
de representar de la manera más fiel posible los discursos construidos por los participantes del
estudio. Las palabras son suyas, mientras la interpretación es mía.
En este capítulo, he explicado la metodología que utilicé para recolectar los datos
analizados en esta investigación. En el capítulo siguiente, presento en detalle esos datos
recolectados a través de dicha metodología.
74
CAPÍTULO IV:
RESULTADOS
Los trece participantes entrevistados produjeron trece narrativos distintos, cada uno con sus
propios matices, tonos, perspectivas y discursos. En este capítulo, presento los resultados de
estas conversaciones e interacciones diferentes en una forma sistematizada según los conceptos
articulados con relación a las construcciones de la identidad. El capítulo se divide en seis
apartados, cada apartado con sus sub-secciones correspondientes.
En el primer apartado, “Los Estados Unidos”, exploro las representaciones de los Estados
Unidos construidas por los participantes. Examino los elementos identificados como rasgos de la
identidad estadounidense, la división entre identificaciones con comunidades culturales
estadounidenses y con El Salvador, y el concepto de origen. En el segundo apartado, “Los
nativos”, identifico las representaciones de El Salvador y los salvadoreños como ajenos,
peligrosos, corruptos, maleducados, intolerantes, y del país como prolongación de la detención
en los imaginarios de los participantes. El tercer apartado, “Adaptaciones”, se dedica a la
revisión de los cambios de estilo de vida, apariencia y lenguaje que realizan los participantes tras
su deportación. El cuarto se titula “Los deportados”; en este apartado, exploro las
representaciones de las demás personas que han sido deportadas como compatriotas y como
delincuentes. En el quinto apartado titulado “La deportación”, considero las representaciones del
proceso de la deportación como responsabilidad personal, como renacimiento, y como injusticia.
Finalmente, en “El call center”, reviso las diversas representaciones del call center como portal a
los Estados Unidos, lugar de discriminación y lugar de la salvación, y la identidad del agente del
call center en relación con la empresa y sus clientes.
I. LOS ESTADOS UNIDOS
Durante sus largas residencias en los Estados Unidos, los participantes formaron enlaces
afectivos, cívicos, laborales y culturales con el país. Cada uno expresó diferentes niveles de
identificación y de diferentes criterios con los Estados Unidos.
I.I “Americanizado”
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Los participantes identificaron diversas características de la identidad [norte]americana,
como la participación en ciertas instituciones cívicas, las relaciones afectivas familiares o
comunitarias, el consumo comercial y cultural, el uso del idioma y el acento. Para muchos, la
posesión de estos rasgos estadounidenses fue evidencia de su pertenencia, y los distinguían de
los salvadoreños que nunca vivieron en los Estados Unidos.
La socialización cívica en las escuelas norteamericanas emergió como factor fundamental
con el cual varios defienden su identidad estadounidense. Pete me contó que, “Allá en los
Estados Unidos, somos nativos. ¡Yo te puedo recitar todo el Pledge of Allegiance! No te puedo
recitar el Pledge of Allegiance [salvadoreño] o el himno salvadoreño, nunca lo podía hacer. ¡La
mayoría de las palabras ni las puedo decir!” Raúl, por su parte, me dijo: “Cuando uno crece
jurando lealtad a la bandera [norte]americana, te penetra. Claro, crecí allá. Todavía, hasta hoy,
por ejemplo, oigo el himno nacional en un partido de futbol—no te voy a mentir, me salen
lágrimas en los ojos”. La educación cívica, con la repetición de rituales como la recitación del
Pledge of Allegiance o el canto del himno nacional, construía una identificación patriótica
emocional y profunda. También creaba sentido de la ciudadanía funcional: Raúl también
admitió: “Creo que conozco más sobre el gobierno en los Estados Unidos que aquí, digo, la
constitución, tus derechos”.
La identidad norteamericana también se expresa a través del consumo. Edgar relacionó
la americanidad con un estilo y estándar de vida definida por el consumo. Comentó: “Yo fui
americanizado, verdad; estoy acostumbrado a McDonalds, estoy acostumbrado de ir aquí, ir de
compras, vestirme bien, hacer muchas cosas”. Aunque muchas franquicias comerciales
estadounidenses, como McDonalds, existen también en El Salvador, Edgar consideró que no
podía mantener el mismo nivel de consumo en el país como en los Estados Unidos.
Para muchos, el consumo cultural estadounidense se mantiene después de la deportación,
a través de medios digitales estadounidenses, en particular el cable digital y el internet. Burro me
dijo: “Yo no escucho música en español. Me gusta el rap; rap, rap, rap y rock”. TJ me contó que,
“Todo es básicamente de allá. Tengo Claro aquí, entonces tengo el paquete de deportes, lo veo
de allá. Y cada vez que veo, es en inglés. Veo Netflix”. Roberto hasta detalló cada canal de
televisión que poseía: “la mayoría de canales que veo: Warner Brothers, E, Fox, Space, The
History Channel, Discovery Channel, the National Geographic Channel, todos los canals de
76
música que ofrece Claro, TNT, Turner Classic Movies, HBO, HBO2, HBO Plus, HBO Family, a
ver, también CNN, BBC World News, ABC desde Florida”. Karla también: “Cuando comencé a
trabajar para Telus, nos ofrecieron un paquete de cable. Y yo lo vi, y la primera cosa que dije
fue, ‘¿Me puede pasar la lista de canales, por favor?’ Y pregunté a la señora, le dije, ‘¿Pero los
puedo ver en inglés?’ Y me dijo: ‘Sí, la cajita viene con esa opción’, y le dije, ‘Ok, lo quiero’.
Entonces, si vas a mi casa ahora y encendés mi televisión, seguramente verás E, MTV, VH1,
Discovery Channel; cualquier cosa de los Estados, lo verás en mi tele”. A través del consumo de
estos medios de comunicación estadounidenses, los participantes se mantienen informados y
actualizados sobre acontecimientos políticos y culturales norteamericanos, y también saturados
de mensajes y símbolos culturales provenientes de allá.
El deporte también emergió como ámbito importante a través del cual se expresa la
identidad estadounidense. Muchas de las personas entrevistadas mantenían su identificación
cultural con los Estados Unidos al seguir los partidos de la liga nacional de futbol
norteamericano por televisión e internet, pero algunos, como TJ y Edwin, hasta habían
participado en su propia liga de futbol norteamericano en El Salvador. Según ellos, la mayoría de
sus compañeros de equipo también habían sido deportados de los Estados Unidos y se
conocieron dentro del call center. Para Edwin, quien dejó de jugar después de una lesión, jugar
futbol norteamericano le daba continuidad entre su vida interrumpida en los Estados Unidos y su
vida después de la deportación; durante la entrevista, me enseñó fotos en su celular de él en su
uniforme de futbol: “Cuando estaba en secundaria, ves, hacía mucho más ejercicio entonces me
veo distinto. [Me enseña otra foto] Ese día estuvimos jugando aquí en El Salvador”. Pete, por su
parte, me dijo que jugaba baloncesto en un parque de su colonia con un grupo de otras personas
que habían sido deportadas de los Estados Unidos, muchos de los cuales también son
trabajadores de call center. Estos espacios deportivos no son solamente atléticos sino que son
espacios sociales, que permiten la formación de pequeñas comunidades culturales.
Además de actividades culturales, el acento estadounidense también se perfiló como
indicador de la [norte]americanidad para muchos de los participantes. Pete narró la indignación
que sintió durante su juicio de deportación al enfrentarse con un juez de Sudáfrica: “Tuve
personas en la audiencia de mi familia, compañeros de trabajo, jefes, nada de eso importaba.
Nada importaba, aunque él tenía un acento más fuerte que yo. Aunque el juez tenía un acento
más fuerte que yo, todavía tenía el descaro de deportarme. Y hasta le dije en la corte: ‘¿Cómo se
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atreve a deportarme cuando tiene un acento más fuerte que yo?’” El acento aquí funciona como
evidencia de socialización, aculturación, y, sobre todo, de pertenencia.
En el call center, el acento del agente también media un cierto control fronterizo
realizado por muchos clientes en los Estados Unidos. Según Burro, los clientes presumían que
era estadounidense, “por mi acento”, pero sus colegas que aprendieron inglés en El Salvador
sufrían por su acento salvadoreño. Me expresó su frustración al hablar con clientes que tienen
acentos extranjeros, como personas de la India: “Dicen: [con acento indio] ‘¿De qué país eres?’
Y digo: ‘¿Qué puta? Hombre, ¡esa mierda suena peor! ¿En qué país estás vos? ¿En serio?’ No [lo
hacen] a mí, pero a mis compañeros de trabajo dicen: ‘¿Dónde estás? Necesito alguien en los
Estados’”. Burro rechazó la discriminación que realizan estos clientes con acentos extranjeros
por su hipocresía, y se posicionó como superior por tener un acento más auténtico que ellos.
I.II “Latina y orgullosa”
Los participantes solían dividirse entre los que expresaron su identificación con diversas
comunidades de pertenencia y sub-culturas estadounidenses, y los que privilegiaron una
identidad salvadoreña durante su residencia allá.
Algunos se identificaron con la región o ciudad se su residencia en los Estados Unidos.
Karla, por ejemplo, me comentó que después de varios años: “comencé a considerarme,
supongo, una New Yorker”. Karla no se identificó tanto con el país, sino con el estado donde
residía. Pete también se identificó con Nueva York: “Básicamente, hablábamos como un
espanglish, ‘nuyorican’, lo dicen. Nuyorican, porque aun cuando hablo, no sé si te fijas, a veces
diré algo que, no sé, suena como sureño, a veces sueno jamaicano, a veces digo algo, bueno,
tengo todas las culturas diferentes”. Para Pete, su identidad de Nueva York era una identidad
multicultural, con fuertes influencias caribeñas.
Burro, por su parte, privilegió su identidad de pandillero: “No soy MS ni 18. Soy sureño,
de una pandilla de allá”, me explicó. Burro no contaba con fuertes referencias salvadoreñas en su
niñez y adolescencia en California: “De mi colonia, de donde soy, mi pandilla: todos son
mexicanos. Soy el único salvadoreño. Todos son chicanos”. A pesar de que su pandilla no
operaba en El Salvador, todavía basaba sus relaciones en sus criterios: “Me vale verga todo eso,
porque ya no me importa esa mierda, porque realmente no hay ni mierda acá pero no me gusta la
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gente de Houston, porque no se puede confiar en la gente de Houston. No se puede confiar en
ellos y no me gustan. Y pretenden ser todo—doy la vuelta y dicen: ‘Que se jode ese cerote, es de
Los Ángeles’. Entonces vale verga, verdad, yo te lo digo en la cara”. Para Burro, la lealtad a su
pandilla siempre superaba cualquier otro criterio; honraba los conflictos pandilleros con otras
personas que habían sido deportadas de territorio rival aun adentro de los call centers de San
Salvador.
Tommy, también, se identificó principalmente con sus afiliaciones de pandilla en los
Estados Unidos. Al llegar a los Estados Unidos: “No tenés a nadie, no tenés a nadie, estás ahí
solo. Tenés que sobrevivir en un lugar donde no conocés el idioma. Hay mucha gente racista”.
Pero en ese entorno hostil, Tommy encontró comunidad en la pandilla: “Al rato, una vez que
comenzás a conocer gente, te meten en la cárcel, toda la gente diferente ahí y ves que hay
grupos, verdad: blanco, negro, moreno, y ahí comenzás a representar. Allá, cada uno tiene su
propio nombre, verdad. Entonces en algún momento, de alguna forma, sí, podrías identificar con
eso”. Para Tommy, formar parte de a una pandilla en los Estados Unidos le dio un sentido de
pertenencia en un territorio desconocido.
Otros mantenían una fuerte identificación con El Salvador en los Estados Unidos:
“Nunca me sentía avergonzada por mi herencia. Sabés como los mexicanos y salvadoreños
hablan mucha mierda unos en contra de los otros—nunca hacía eso. Y una cosa es que los
mexicanos nunca cambian su forma de hablar, todavía dicen ‘tú’. Mi gente acá, se van allá a los
Estados y comienza a usar eso también. ¡Usamos el vos! ¿Me entendés? Presión del grupo, eso
es”. Melvin lamentaba los procesos de aculturación y asimilación que percibió entre sus
compatriotas salvadoreños en el exterior; estaba orgulloso de sus raíces salvadoreños.
Suza también se identificaba con El Salvador: “Siempre me consideraba salvadoreño,
siempre salvadoreño. Nunca pretendí ser algo que no soy. Entonces, allá hablaba español la
mayoría del tiempo, verdad, con la gente, con mi hermana, o con la gente que conocía. Vivía en
una área latina, ahí por Pico-Union District, básicamente una área toda latina. Nunca pensé que
era de los Estados, siempre sabía que era de otro país, y así era. Y siempre vivía en una área
centroamericana, vivía por el parque Lafayette, por Sixth y Rampart. Vivía allí, entonces es un
nivel como bastante alto de hispanos, pero es un nivel bastante alto de centroamericanos allí.
Ponía mi camisa salvadoreña, iba al parque y jugaba futbol. Siempre pensé que era de aquí,
nunca perdí mi cultura”. Suza formaba parte de una comunidad latina e inmigrante en Los
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Ángeles, donde prácticas y expresiones culturales centroamericanas y salvadoreñas eran
comunes y cotidianas. Wendy consideró: “Nunca me sentía americana ni nada así, pero tenía
raíces, verdad, raíces. Pero todavía era, ¿Cómo lo dicen, eso de ‘latina y orgullosa’? Sí”. Wendy
y Suza, quienes migraron a los Estados Unidos como adolecentes, siempre se consideraban
extranjeros; sin embargo, formaban parte de comunidades establecidas de inmigrantes
latinoamericanos y personas de descendencia latinoamericana en los Estados Unidos. Ambos
admitieron que hicieron sus vidas, sus “raíces”, allá.
Daniel, por su parte, insistió: “Siempre me sentía salvadoreño. […] Era orgulloso de ser
salvadoreño, iba a los partidos de El Salvador contra México, levantaba la bandera salvadoreña,
hablaba español, comía pupusas”. Me dijo que: “La única vez que levanté una bandera
estadounidense fue para ingresar a los Marines”. Daniel siempre quiso regresar a El Salvador, y
le ofrecieron una decisión entre la deportación voluntaria y dos años en la cárcel: “pensé que era
el momento para realizar mi sueño”. Sin embargo, el país que encontró al aterrizar no fue el que
había idealizado en los Estados Unidos. Dijo que llegó a cuestionar el patriotismo que demuestra
la comunidad salvadoreña en el exterior: “¿Y allá hacemos todo eso por esto?”
I.III “¿Para dónde me van a enviar, si soy de aquí?”
Citando las características de la identidad estadounidense mencionadas en la primera sub-
sección arriba, muchos de los participantes afirmaron que “son de” los Estados Unidos,
independientemente del país natal. Surgió un consenso sobre que el origen no tenía tanto que ver
con el nacimiento sino con el lugar de los recuerdos, la familia y la comunidad.
Karla me dijo: “Hice muchos amigos. Sí hice muchos amigos, y supongo que en ese
momento comencé a considerarme como, tal vez, de ahí, porque simplemente no tenía tantos
recuerdos de aquí”. La construcción de relaciones afectivas y la acumulación recuerdos y
experiencias conducían, entonces, al sentido de origen y de pertenencia. TJ expresó: “Pensé que
como había vivido allá toda mi vida, ya era ciudadano [norte]americano. Entonces, fue
simplemente que realmente ni pensé que era de otro país, porque crecí conociendo todo allá. […]
Crecí allá, iba a la escuela primaria allá y todo, es decir que sentí que había vivido allá toda mi
vida. Dije, ‘Cualquier cosa que hago es como--¿Para dónde me van a enviar, si soy de aquí?’”.
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Burro también insistió en su origen estadounidense: “En mi situación, siento que fue
jodido porque yo tengo una hija allá, y no tenía familia aquí. Me fui cuando era muy pequeño,
también, entonces pensé que fue muy jodido que me hicieran eso, porque realmente soy de allá.
Yo me considero—no es que quiero decir que soy blanco, nada así—soy de allá”. Burro afirmó
su pertenencia a los Estados Unidos, frente a una presumida e implícita identidad norteamericana
blanca ideal, y frente a las acciones injustas de las autoridades del país que le expulsó. Para él, su
red familiar y larga residencia en los Estados Unidos eran suficientes para constituir un origen
allá.
Este sentido de origen era tan fuerte y establecido que varios participantes dividieron la
población de El Salvador entre “deportados” y “nativos”. Pete me contó: “Empecé a trabajar para
el departamento de inglés en colaboración con Expedia, y básicamente todos en Expedia son
nativos, de acá”. Burro menciona que, “donde yo trabajo, hay un par de nativos, pero más
deportados. De supervisores, son cinco; tres son nativos, dos son deportados”. Los nativos en
este imaginario eran las personas quienes aprendieron su inglés en El Salvador, quienes nunca
vivieron en los Estados Unidos. Karen, hablando de sus colegas del call center, también
comentó: “Las personas de acá que hablan español nativo, o, perdón, que aprendieron su inglés
acá, es—y no les estoy insultando—pero es claro que no es igual que, bueno, nuestro inglés,
inglés nativo. Y entonces, supongo que no le gustan que, realmente, nosotros tenemos la ventaja
porque la gente acá quieren gente que hablan ingles nativo. Y la mayoría de nosotros que somos
deportados podemos hablar inglés nativo”. Había una distinción clara entre “ellos”, los
salvadoreños que aprendieron su inglés en El Salvador, y que hablan “español nativo”, que
pertenecen, y “nosotros”, que hablan “inglés nativo”: las personas que habían sido deportados,
entonces, se construían como otros, extranjeros, foráneos.
De hecho, la cuestión de origen resultó ser una clave para identificar a las personas que
han sido deportados entre ellos. Nancy explicó: “La manera que hablan—aun si no se visten
como homies, porque se ponen ropa formal—sólo la manera que hablan. Como, sólo les
preguntás: ‘Hey, where you from?’ [‘Hola, ¿de dónde sos?’] En cuanto te ven y apenas decís
algo: ‘Hey, wassup, where you from?’ [‘Hola, ¿qué ondas? ¿De dónde sos?’] Así es que sabés.
Supongo que todos tenemos eso, esa cosa de ‘Where you from?’ Así sabés, como: ‘Where you
from?’ [¿De dónde sos vos?]”. El uso de inglés en el interrogativo, junto con la construcción
coloquial (“Where you from?”, y no el prescriptivo “Where are you from?”) revela de manera
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inmediata el origen estadounidense del interrogador. La pregunta Where you from? se vuelve un
código simbólico común que ubica a las personas que han sido deportados y que les permite
afirmar su identidad estadounidense.
II. LOS “NATIVOS”
La identidad se construye a través de la diferencia, del otro. La diferencia en este caso se
manifiesta en el imaginario de El Salvador y de los salvadoreños “nativos”. El Salvador se
construyó en las narrativas de los participantes generalmente como territorio desconocido,
violento, corrupto, maleducado o ignorante; es incivilizado, con ausencia de leyes y costumbres
de civilidad básica. Para muchas personas que han sido deportadas, la comparación con los
Estados Unidos, implícita y explícita, fue esencial para afirmar su identificación con los Estados
Unidos.
II.I “Otro mundo”
Sobre todo, El Salvador emergió en las narrativas como un lugar ajeno. En algunos casos
era hasta exótico, pero siempre profundamente desconocido. “La primera vez que regresé, es
que, todo fue, me quedé asombrado. Porque es que, venir de este mundo y después venir a otro
mundo. Entonces fue como, ‘Hombre, no conozco nada de eso’”, dijo TJ. “Me asombró,” repitió,
“Es como venir de este mundo, y venir a otro mundo. Son como dos dimensiones distintas,
porque realmente regresé en el tiempo”. TJ narró su regreso a El Salvador como un viaje entre
universos, en que los Estados Unidos y El Salvador existían en planos de espacio y tiempo
totalmente distintos.
Otros contaron la experiencia de sentirse fuera de lugar. “Regresé, y me sentí más como
un extranjero en mi propio país”, reflexionó Melvin, con algo de sorpresa. Edgar también dijo
que no estaba preparado para el cambio: “Yo sabía que era salvadoreño y que nací acá, y siempre
sentí orgullo de saber que nací acá, pero al mismo tiempo, fui americanizado, podemos decir—la
comida, todo. La forma de vivir allá era diferente. Entonces cuando llegué aquí: agua frío, pero
frío”. Robert, por su parte, contó: “Fue un choque cultural total. […] Digo, fue una cosa tan
diferente, en términos del transporte, de la cultura, la comida. La forma de tomar el desayuno,
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almuerzo y cena no es lo mismo. El clima. El crimen”. Para Robert, casi cada elemento de la
vida cotidiana salvadoreña resultó desconocido.
El lenguaje surgió frecuentemente en las entrevistas como marca de la diferencia. Burro
hasta se comparó con un extranjero, diciendo: “Crecimos enseñando ingles a mi mamá, entonces
mi español es algo jodido. Sueno como un gringo”. A lo largo de nuestra entrevista en un
sucursal de la cadena Coffee Cup en el centro comercial Metrocentro, su dificultad con el idioma
fue evidente. Cuando le pregunté de dónde era su familia, Burro tropezó con la palabra
“Cuscatancingo”, repitiéndola varias veces sin lograr la pronunciación. En otro momento, pidió
la contraseña del wifi a la mesera, y no entendió su respuesta, me pidió que yo lo repitiera. Al
agradecerle, tartamudeó para decirle “gracias”.
Otros relataron dificultades parecidas. Raúl dijo: “A veces oigo a la gente aquí hablando,
y están hablando en jerga, verdad, y estoy perdido, no sé qué decir, porque no lo entiendo.
Entonces a veces no puedo relacionarme. Y especialmente porque como dije, realmente no tenía
mucha influencia salvadoreña en los Estados Unidos”. Pete confesó que le costaba entender a
salvadoreños “nativos”: “La mayoría del tiempo no entiendo qué están diciendo [se rió]. Mi
español es muy mal”.
Raúl describió al país como profundamente exótico: “¿Honestamente? La primera cosa
que me vino a la mente cuando estuve en el micro, yendo hacía la casa de mi tía, porque mi tía
me recogió--¿Conocés como en la televisión, las películas, cuando están en mercados de África o
como en el Medio Oriente? [se rió] Eso fue lo primero que se me vino a la mente, fue la primera
cosa que sentí, que percibí. Fue muy diferente. Chocante”. Los recursos a los cuales Raúl
recurría para entender su experiencia eran tropos de Hollywood, clichés orientalistas de las
industrias culturales estadounidenses.
II.II “Las vidas de las personas aquí no valen nada”
En casi todas las narrativas, El Salvador, se presentó como un lugar inseguro. El origen
del peligro dependía de cada participante. En general, la posibilidad de ser confundido por un
pandillero constituyó el peligro principal para la mayoría de los participantes, sea por las mismas
pandillas o por los cuerpos de seguridad estatales. Uno hasta dijo temer la sociedad en general,
por el miedo de que fuera a ser víctima de una represalia equivocada de algún ciudadano heroico.
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El tema de la violencia y la inseguridad también apareció de manera abstracta y
generalizada en algunas narrativas. “Aquí es un lugar para no meterse con la gente para nada,
porque las vidas de las personas aquí no valen nada”, dijo TJ. Nancy, por su parte, expresó cómo
la inseguridad impactaba su visión del futuro: “No quiero quedarme aquí, no quiero por la
situación del país, ni es seguro estar aquí”. Con algo de orgullo, Pete describió su paranoia como
actitud de alerta aprendida en los Estados Unidos: “Tengo ese ritmo, como que un día voy a salir
de la casa y no regresar. Siempre mantengo ese baile de Nueva York, lo llaman el ‘Broadway
shuffle’. Siempre estoy viendo a mi alrededor cuando voy caminando”. Sin embargo, en El
Salvador las amenazas que enfrentaba eran múltiples y fluidas.
Muchos identificaron las pandillas como fuente de la inseguridad. Suza, por ejemplo,
describió su experiencia con las pandillas en la zona donde vivía con su tía después de su
deportación: “Ella vive en una colonia complicada aquí, es realmente peligrosa, Alta Vista. Es
peligrosa. Y ellos me pusieron una pistola en mi cabeza, querían quitarme la camisa, me la
quitaron, y me preguntaron de dónde era. Les dije, ‘man, no soy de ningún lado, no soy
pandillero’, les dije la verdad. ‘Yo vendía droga allá, por eso me deportaron. No sé qué hacen
ustedes acá, sé que este es su territorio, yo no tengo nada que ver’”. Suza contó esta interacción
como su introducción al país, la cual estableció el tono para su experiencia en El Salvador.
Nancy habló del peligro que pueden representar las pandillas adentro de los call centers:
“A muchos en Sykes les ponían la renta. Y les perseguían, y les dirían, ‘sus hijos, los recogés a
tal hora’. Muchas personas renunciaron por eso, se mudaron y todo”. Nancy incluyó al espacio
laboral, el espacio transnacional privado de los call centers, dentro del territorio de control de las
pandillas, estableciéndolo como otra zona de vulnerabilidad posible. Ella consideró que algunas
personas que han sido deportadas son ingenuos por no entender el grado del peligro en el país:
“Yo sé que algunos tipos dicen, ‘oh, yo soy esto y lo otro’, pero ya no están allá, ya no están en
los Estados, es diferente. No lo entienden. No lo entenderán hasta que pase algo malo”.
Algunos consideraron las fuerzas de seguridad pública, como la policía y el ejército, más
peligrosas que los grupos delictivos mismos. Burro valoró: “Está jodido acá. Yo vivo en
Mejicanos. ¿Oíste de donde quemaron el bus? Yo vivo allí, como de una cuadra. Hombre, man,
cada vez que disparan a un policía a mí me dan verga. Tengo que bajar del bus, y cuando bajo
del bus hay como cincuenta soldados allí mismo y me dan verga”. Burro destacó su colonia
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como zona de violencia y muerte, y se posicionó como víctima frente a los abusos de los agentes
del Estado.
A Pete le preocupaba los reportes de violencia contra delincuentes tanto por la policía
como por ciudadanos comunes: “Escuché que algunas personas se están defendiendo ahora. La
policía se está haciendo peor, lo cual podría ser bueno desde cierta perspectiva, pero no si lo ves
de otra perspectiva: podría ser malo, porque yo no tengo afiliación de pandilla, no soy nada de
eso. Entonces, imagináte que alguien se venga conmigo solo por pensar que lo soy.
Probablemente me podría matar un buen ciudadano”.
En este imaginario, todo el terreno de El Salvador es territorio hostil. Las personas
entrevistadas son víctimas reales y potenciales, navegando un paisaje incierto e inestable.
II.III “Todo es corrupto”
Otro rasgo de El Salvador que apareció en muchos narrativos es del país corrupto. El país
fue caracterizado por no ser confiable, por la impunidad, por la falta de justicia. La corrupción se
manifiesta en distintos niveles: la política, los medios de comunicación, el ámbito laboral y hasta
las relaciones interpersonales.
Jimmy lamentó: “El Salvador no es un lugar muy bonito para venir y vivir. Las leyes
aquí—no hay leyes aquí. No hay justicia, no es como América, verdad, ‘justicia para todos’.
Haces algo, te agarrarán, te capturan rápido, pero aquí, alguien hace algo, no hacen nada por ello.
Todo es corrupto, la policía, todo. […] Las leyes no son buenas. Básicamente defienden a los
ladrones, los estafadores. Si tenés dinero, matás a alguien, pagás a alguien, vas libre. No es como
allá”. Jimmy contrastó una justicia estadounidense idealizada con la de un país salvaje e impune.
TJ calificó al gobierno como corrupto, culpándolo por la falta de solidaridad que percibía
en el país: “Quisiera que las cosas fueran diferentes, pero tiene que comenzar con el gobierno,
porque son los el gobierno que son más corruptos. Digo, si la gente realmente creyera en la
policía o en el gobierno mismo, que realmente muestran respeto, que realmente cumplen la ley”.
TJ citó como evidencia las acusaciones contra el ex-Presidente Mauricio Funes de haber chocado
un carro deportivo lujoso en la capital: “Si hicieron algo malo, deben de poder levantarse y
responsabilizarse por lo que hicieron malo. ¿Cómo esperan a la gente, alguien como vos o yo o
alguien, levantarse y responsabilizarse y decir: ‘Realmente hice algo malo, ok, pero voy a
85
intentar resolverlo’? Como, otro tema, como estos buseros, a veces no—ni ellos sino otra gente,
digamos que chocás el carro: ¿Entonces qué pasa? Si yo daño a alguien, como en los Estados, me
quedo allí, dejo que mis amigos me cubran, pero voy a mostrar que me quedo porque quiero
resolverlo, quiero asumir mi responsabilidad. ¿Entonces qué pasa acá? Si realmente intentás
hacerlo, ¡lo primero que hacen es llevarte a la cárcel!” TJ representó a todos los salvadoreños
“nativos” como interesados e irresponsables. Atribuye estas deficiencias de carácter a la falta de
gobernanza transparente al nivel nacional.
Tommy señaló la corrupción en los call centers, y también lo vinculó con la política: “Si
mirás en el gobierno, no verás apellidos diferentes, ¿Me entendés? Son los mismos apellidos, ‘mi
primo’—los mismos apellidos. Entonces es igual que trabajar acá”. Pete también destaca cierta
corrupción dentro del call center: “Aún en el trabajo que tengo ahora, veo un poco de
preferencia. Si no tenés cuello, como dicen aquí, no llegás a ningún lado”. Tanto Tommy como
Pete se presentaron como excluidos de los círculos de poder que gobiernan tanto el Estado como
el ámbito laboral.
Según Burro, los salvadoreños no son confiables. Dijo: “Acá, los salvadoreños son muy
interesados. En como, si les conviene, te ayudarán. Siempre están buscando una manera de
escalar, pero nunca hacen nada del corazón, no saben qué es”. Descalificó también los medios de
comunicación salvadoreños por no ser confiables. Burro consideró que los noticieros nacionales
“son estúpidas. Todo es mentira. Ponen una música al inicio como triste, y después te
muestran—es como, vale verga, ¡estos hijos de puta están haciendo una novela! Solo te cuentan
cualquier cosa que quieren contarte”. Nancy también desconfíaba en los medios del país, y
prefería consumir medios de comunicación estadounidenses: “Aquí es como, ¿no sé si has visto
esa cosa en Facebook de que la Prensa dice algo y el Diario dice lo opuesto? [se rió] Bueno, por
eso. Realmente no confío en nuestro país”. Para Nancy y Burro, los medios estadounidenses
constituían una autoridad confiable, mientras que los medios de El Salvador no brindaban
información digna de la confianza.
Burro valoró, además, que los salvadoreños no son lectores críticos de su entorno: “Aquí,
culpan a las maras por todo. Todo. La gente no se da cuenta que, ¡estos hijos de puta no tienen
dinero para traer como dieciséis toneladas de coca acá! […] La gente acá es muy estúpida,
cualquier cosa que escuche, es como, ‘ah, ok, esa es lo que pasa’. En los Estados, cada vez que
escuché algo, dije: ‘voy a investigar esa mierda’. La gente aquí es estúpida”. Tanto Burro como
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Nancy consideraron que su experiencia en los Estados Unidos les había convertido en
consumidores críticos y perspicaces de los medios de comunicaciones, a diferencia de los
salvadoreños “nativos”.
II.IV “No les enseñaron el respeto”
Las diferencias culturales que más resaltaron en las entrevistas tenían que ver con ciertos
códigos de convivencia y normas de relaciones. Algunos participantes coincidieron en su
evaluación de los salvadoreños como un pueblo maleducado e irrespetuoso.
Pete explicó por qué no le gustaba salir con salvadoreños “nativos”: “Mi novia es la única
nativa con quien paso […] Realmente no salgo con nadie más, solo deportados. Porque son los
únicos que no—como dije, crecí en una cultura de los Estados Unidos, y no me gustan ciertas
palabras que amigos les dicen aquí: ‘maje’, ‘pendejo’, ‘culero’, todas esas palabras son ofensivas
para mí. No me gusta estar con personas que me llaman así cuando estamos pasándolo bien,
porque son palabras de pelea para mí. […] Así que no me gusta cómo se hablan”. Para Pete, los
salvadoreños son malcriados, ofensivos, en contraste con la cultura estadounidense: “Yo traje mi
ética de los Estados. Crecí con todo tipo de culturas. Aprendés a respetar a la gente, o por lo
menos ofrecerles ayuda”.
Burro también se quejó de la falta de respeto que demuestran los salvadoreños: “Odio la
manera que te empujan en el bus, y cuando estás al frente de la cola en una tienda y la gente se
mete y te adelanta. Les estoy mirando, como, ‘¡gente maldita!’ Yo culpo a sus papás, porque no
les enseñaron nada de moral, no les enseñaron el respeto. Si yo te piso el pie, te voy a decir,
‘perdón’, ¿verdad? Pero acá—mi raza es muy ignorante”. Aquí, Burro se separó de los demás de
su “raza”. Apeló a sus valores como estadounidense para afirmar su identificación con ellos.
Melvin dijo: “Algunos son realmente respetuosos, y eso es algo en que me he fijado.
Homies, por lo menos tienen eso. Te abrirán la puerta. ¿Un hijo de puta de acá? No hacen eso.
[…] Esa gente, son caballeros. Eso es algo que aprendieron allá en los Estados Unidos, supongo:
cultura. Y eso es algo que nos falta acá. La cultura. Educación”. A diferencia de Burro, Melvin
no se identificó con los “homies”, o demás deportados, sino con los demás salvadoreños. Sin
embargo, también señaló las normas culturales de las personas que habían sido deportadas como
superiores.
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II.V “La mente muy cerrada”
La percepción de la falta de respeto señalada por varios participantes también se
manifestó en las valoraciones de los salvadoreños como ignorantes, conservadores y
discriminatorios, siempre en contraste con la sociedad estadounidense. Sobre todo, los
participantes destacaron el prejuicio de los salvadoreños “nativos” contra las personas que habían
sido deportadas, y por sus expresiones estéticas, como los tatuajes o el estilo de ropa. Algunos
también denunciaron el machismo, la homofobia y el racismo presente en la sociedad
salvadoreña. La navegación del espacio público en El Salvador no sólo era peligroso, sino
doloroso para muchas personas que habían sido deportadas. Había, en casi todos los comentarios,
más resignación que indignación frente la discriminación que profesan sufrir.
Pete describió su experiencia de discriminación en espacios públicos de la ciudad: “No sé
sómo llamarlo, no es racismo—discriminación, sí, discriminación, ¿verdad? La policía, la gente,
solo caminando por la calle, solo porque tengo tatuajes. Cuando caminás por las calles, en los
buses [se rió e hizo un gesto como de abrazar su cartera], así”. Según Pete, los salvadoreños
“nativos” le toman por ladrón por sus tatuajes. Raúl relató una experiencia parecida: “A veces
subo al bus, y no sé si es mi apariencia, porque mucha gente pueden ver que no soy de aquí.
Entonces generalmente cuando yo subo al bus, la gente suele asustarse. No sé si es porque soy de
los Estados, como, “¡Dios santo! ¡Es un ladrón!”, o pandillero, o algo, pero parecen asustarse.
Voy a lugares y me fijo en que le gente me ve distinto. Especialmente cuando me oyen hablar
español. Aquí discriminan, con todo, en general”. Raúl percibió que por los signos externos de su
vida en los Estados Unidos, los salvadoreños “nativos” le tenían miedo, le rechazaban.
La experiencia en el bus resaltó de manera particular en las entrevistas. Suza me dijo, “A
veces cuando andás en el bus, y la gente no te conoce, cree que probablemente la vas a robar o
algo”. Burro también me contó: “Da miedo. Quisiera que pudieras andar en el bus conmigo.
Bueno, imagino que también te pasa, te dan esa mirada. Pero a mí me dan esa otra mirada. A mí
me dan la mirada como [hace un gesto como para abrazar su cartera imaginaria]. Y digo ‘¿Qué
puta?’” Burro se sentía ofendido, víctima de reacciones no merecidas y valoraciones injustas.
El tema de los tatuajes también se repitió en las narrativas de la discriminación. Suza
dijo: “La policía me discrimina a veces. Estoy caminando yo solo, y me paran, me quitan la
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camisa, y dicen ‘Oh!’ Digo, yo estoy bien tatuado. Tengo tatuado este brazo, y tengo el nombre
de mi mamá, y tengo el nombre de mi bisabuela aquí, y aquí tengo todo el brazo, y tengo un
tatuaje aquí, y tengo el nombre de mi abuela y el nombre de mi hermana aquí en mis piernas. Y
si ando una camisa regular así, probablemente la gente se asusta, verdad. Diría, ‘Man, ¿Qué pasa
con este tipo?’ Es que no es lo mismo como en los Estados Unidos. Le gente vería, ‘Ok, sólo es
un tatuaje’’, es como todo el mundo, es normal. Pero acá la gente te discrimina por eso. Y
realmente entiendo el porqué. Es porque ahora hay mucha violencia y bueno, entiendo como es
El Salvador ahora, hay mucha violencia. Y creo que piensan que sos uno de esos, que no lo sos.
Es ese tipo de discriminación que a mí me da bastante, verdad. O si voy a una tienda, como a un
Super Selectos, verdad, sólo voy caminando y a veces un vigilante dice, ‘Oh, tal vez va a robar
algo’. Entonces a veces te discriminan”. Suza hizo el contraste explícito con los Estados Unidos,
donde su apariencia no generaba escándalo, con El Salvador, donde generaba sospecha, donde
era tomado por criminal. Pero también justificó la reacción como un hecho desafortunado pero
racional dado el contexto.
Melvin también comentó sobre la discriminación hacía personas con tatuajes en el país,
pero identificándose con los salvadoreños “nativos”: “Nosotros como comunidad acá en El
Salvador, es que tenemos la mente muy cerrada. Digo, si ves un tatuaje, digo acá, mi gente, esa
es la manera que piensa: si ve un tatuaje, sos un marero. Eso es lo que sos”. Melvin habló de la
discriminación desde la perspectiva de los que discriminan, categorizando a la sociedad
salvadoreña como conservadora.
Nancy, por su parte, culpó a la religión por mantener a la sociedad salvadoreña
“atrasada”, diciendo: “Supongo que es el país, porque lo dicen ‘cuadrado’, verdad. Todavía
como la religión, no permite que ven más allá, y supongo que eso es lo que nos está manteniendo
atrasados. No tienen la mente abierta para nada”. En general, Nancy hablaba de los salvadoreños
como otros, pero por un momento se incluye entre los que están quedando atrás. Ella vaciló entre
identificarse con la sociedad salvadoreña y excluirse.
Edgar dijo que estos prejuicios impedían que una persona que había sido deportada
consiga empleo: “Hay mucha discriminación. Supongo porque son americanizados, mucha gente
siente que son afiliados a pandillas o relacionados con pandillas. Es la manera que nos vestimos,
como los jerseys, nos gustan cosas así. No llegamos para representar a las pandillas, solo nos
acostumbramos de vestirnos así. Y eso es lo que algunos no entienden. Si vas y buscás un
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trabajo, y tenés un tatuaje que es visible, que tenés en el cuello, brazos, o algo, no te dan un
trabajo”. Edgar dijo que sufría por estos prejuicios con su familia en El Salvador: “Supongo que
el hecho de que fui deportado de alguna manera, se sienten incomodos al inicio. Desconfiados.
Algunas personas se sienten como que si sos deportado, sos marero, porque cometiste un delito:
tenés afiliaciones de pandilla. Es que eso es lo que mucha gente en El Salvador se confunde: es
que la mayoría de gente acá, que trabajan en los call centers, ves tipos pelones, tipos con tatuajes,
ves gente con la ropa toda floja, y sólo porque son americanizados. Si realmente hablás con la
mayoría de ellos, no son mareros. Ni se acercan a eso. Pero la gente cree que porque las pandillas
originaron de personas que fueron deportadas, así piensan”. Edgar explicó la lógica de los
prejuicios que enfrentaba junto con sus colegas de los call centers, defendiéndoles de las
percepciones erróneas de los demás salvadoreños.
TJ expresó la misma frustración: “Yo soy el tipo de persona que no te juzgo por cómo te
ves o cómo hablás. La mayoría de personas aquí, lo que hacen al inicio, solo por tu acento
quizás, van a decir, ‘Oh, este tipo no sabe hablar’, o tal vez la forma de—porque primero, lo más
grande para mí fue los tatuajes. La gente me miraba, ‘Oh, aquí hay otro marero’. Ni quieren
tomar la oportunidad para conocerme antes”. Pete expresa su indignación, pero después lo
califica: “Pero bueno, no les culpo, para decirte la verdad, no les culpo, porque al inicio dije,
‘Hombre, esta gente es ignorante’, pero ahora después de ver todo lo que la gente vive acá, ahora
yo mismo soy escéptico”.
Karla también categorizó a los salvadoreños como ignorantes por su recepción de
personas que fueron deportadas: “La gente te mira como que fueras criminal, como que no deben
de asociarse con vos, como que no vales nada, como que no has hecho nada con tu vida, como
que estuvieras en los Estados Unidos y todo lo que hiciste fue ser deportada. Pero no conocen la
historia verdadera, ¿me entendés? No todos somos criminales”. Karla expresó un gran dolor por
la condena moral que siente frente sus compatriotas, y se defendió apartándose de otras personas
que han sido deportadas por actos delictivos: “Mucha gente, es un poco horrible a veces porque
realmente te ve como que no valés nada. Y es una forma muy triste de pensar, porque mucha
gente acá en El Salvador es muy ignorante. No sabés qué ha vivido la gente—digo, no estoy
defendiendo a todos nosotros, porque yo sé que mucha gente cumplió su condena por lo que
hizo, pero no todos nosotros”.
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Después de la entrevista con Karla, fui testiga del grado de discriminación al que refirió.
Karla llegó a nuestra reunión acompañada por su novio, otra persona que había sido deportada de
los Estados Unidos. Era un hombre con la cabeza rapada, vestido de ropa deportiva floja, y habló
inglés de manera fluida y natural. Cuando salí a buscar un taxi, él ofreció solicitarlo para evitar
que los taxistas me cobraran más por ser extranjera. Al acercar a los taxistas ahí agrupados
afuera del Mister Donut, todos le negaron rotundamente cualquier servicio por cualquier precio.
Regresó a nosotros enojado y frustrado. Al final fue Karla, que no demostraba signos externos
visibles de su residencia en los Estados Unidos, quien logró conseguir el taxi.
Los participantes no sólo acusaron a la sociedad salvadoreña de ser intolerantes con las
personas que han sido deportadas. También señalaron otras actitudes intolerantes, como el
machismo. Pete, por ejemplo, me comentó, “Mi papá me cuidaba, a diferencia de otros, porque
todos sabemos cómo es esta sociedad en El Salvador”. Pete se separó de los padres salvadoreños
irresponsables, y me incluyó en su perspectiva superior. Nancy, por su parte, habló de la
homofobia que había encontrado en el país: “Acá, la gente te ve rara si andás de la mano con una
chera”, haciendo la comparación con la libertad que disfrutaba en los Estados Unidos. Por
último, Burro lamentó el racismo que enfrenta: “Mi pelo es—tengo pelo como afro, digo
realmente tengo el cabello de un negro. Si yo realmente hago afro, ¡esa mierda sale así! [señaló
con las manos por su cabeza] Lo odio, porque todos dicen, ‘¡mira eso!’ Todos me están
señalando, man. Sí, son muy, muy…¿Cómo lo digo? ¿Cuál es la palabra? Son muy ignorantes,
pero hay otra palabra también. Juzgan mucho acá, eso es todo. Pero al mismo tiempo no les
podés culpar”. Burro cerró defendiendo la ignorancia que acabó de condenar, aceptando la
discriminación y naturalizándola.
II.VII “Una gran cárcel con un gran patio”
Finalmente, otra representación saliente de El Salvador fue la del país como cárcel. La
mayoría de las personas entrevistadas fueron condenadas a un período específico de permanencia
fuera de los Estados Unidos, después del cual estarían autorizadas para intentar de solicitar el
ingreso al país de nuevo, por una vía legal. Por lo tanto, muchos entendían la deportación como
la extensión de una condena fuera del territorio estadounidense.
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Varios de los participantes me comentaron sobre los años que llevan deportados y cuánto
les faltan para cumplirlos. Edgar me contó: “Me enviaron de regreso para diez años, los cuales
casi termino”. Suza dijo: “Lo único que sé es que me iban a deportar por cinco años. Eso es lo
que dicen, entonces no sé si puedo regresar a los Estados, no estoy seguro”. Nancy hasta
mencionó la fecha en que fue expulsada: “Fue el 10 de agosto, 2007. Entonces he estado aquí ya
casi ocho años”. Como reos, los participantes mantenían un cálculo constante del tiempo que ha
pasado desde su deportación.
Pete llevó la cuenta de los años desde su deportación, sin embargo, agregó su tiempo
encarcelado en los Estados Unidos, fusionando las dos experiencias de cautiverio: “He estado
encarcelado, he estado fuera de—incluyendo encarcelado y el tiempo acá, cerca de nueve años
desde la última vez que estuve libre en los Estados Unidos”. Me dijo: “Hay gente en Los Estados
Unidos asesinando y no está siendo encarcelada por diez años, o cinco años, o que le piden, ‘oh,
váyanse a la cárcel de forma voluntaria’. Muchos deportados dicen que este es sólo una gran
cárcel con un gran patio, con un gran patio recreativo. Así describen a El Salvador: una gran
cárcel con un gran patio recreativo, nada más”. Pete equiparó la deportación con cualquier otra
condena penal, y señaló como absurdo e injusto el hecho de que personas como él sean obligadas
a salir del país.
Algunos llevaron otro cálculo de los años que les faltaban para regresar a los Estados.
Raúl, por ejemplo, me dijo: “Mi hijo mayor tiene trece años. Él puede solicitar mi retorno, pero
tiene que tener veintiún años, y eso está en unos ocho años [más], sumando entre un año y cinco
años para que se realice el trámite: estamos hablando de unos trece años antes de que pueda
considerar regresarme legalmente”. La política migratoria estadounidense funciona también
como una condena, años que hay que pasar antes de salir de El Salvador, o por lo menos antes de
intentar cruzar la frontera con los Estados Unidos legalmente.
III. ADAPTACIONES:
Casi todos los participantes señalaron que habían sido obligados a cambiar elementos de
su aspecto físico o comportamiento tras llegar a El Salvador. Más que asimilación, muchas de
estas adaptaciones son estrategias de sobrevivencia frente el peligro percibido de las autoridades
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o las pandillas. Sin embargo, también se las explicaron como tácticas para llevarse mejor con sus
familiares, conseguir empleo, o simplemente navegar el espacio público tranquilamente.
III.I “Todavía me miran”
Muchos de los signos externos de la vida en los Estados Unidos resultan problemáticos
para las personas que han sido deportadas. Por lo tanto, muchos hacen el esfuerzo de modificar
su cuerpo, o su estética personal, para evitar la discriminación que genera su diferencia visible.
Burro, por ejemplo, ocultaba sus tatuajes, y se vestía de una forma poca cómoda: “Mi
cabello me ayuda, porque tengo tatuajes en mi cabeza”. Le pregunté cuándo lo comenzó a dejar
crecer, y qué más había cambiado. “Cuando llegué”, dijo, “sólo el cabello. Y la forma de
vestirme. Cambié la forma de vestirme bastante. ¡Ahora me pongo ropa apretada! ¡Apretada! No
me gusta esta mierda. Siento como que estuviera intentando ser como un--¿Cómo se llaman a esa
mierda nueva, en que todos se ponen pantalón apretado ahora?” “¿Un hípster?”, le pregunté. “Sí,
¡eso! Vale verga. Pero tengo que ponerme pantalón apretado, realmente. Antes no lo hacía, pero
me cansé de que la gente me mirara. Todavía me miran”. Burro sentía que se estaba traicionando
al vestirse en la forma de otra subcultura, pero lo consideraba necesario. Además de cambiar su
estilo de vestir y su cabello, Burro dijo que llevaba su carnet del call center puesto aún afuera del
trabajo para que la gente no crea que es ladrón o pandillero, y para protegerse de la policía. TJ
estaba tomando medidas aún más drásticas para cambiar su apariencia. Me dijo: “Yo tengo
tatuajes. Como ves, me los estoy quitando, estoy en el proceso de quitármelos”, a través de un
programa de reinserción del gobierno.
Sentado con dos de sus compañeros del trabajo, Daniel y TJ, en el Mister Donut, Tommy
también me contó que le tocó cambiar su vestuario: “Esta semana es la primera semana que me
visto así”, me dice, haciendo referencia a su camisa de vestir y pantalón caqui. “Caminás por
aquí, man, la gente viendo como, ‘Oh, ese tipo va a matar’, o cuando—sí, ‘Este me va a robar’, o
algo, ‘Tiene una pistola’. Y bueno, comenzás a sentir eso de la gente, la forma que te mira.
Hasta, les digo a ellos, hasta en el bus, ¡ahora se sientan a la par mía! Así, se sientan a la par mía.
Pero cuando andaba con mi suéter, o con mis camisas grandes, no se sientan a la par tuya. Aun si
sólo hay un asiento a la par mía, pero la gente prefiere ir parada que a mi lado. ¿No creés que te
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vas a sentir mal porque todos te miran así?” Tommy expresó el rechazo que se sentía en los
espacios públicos como una experiencia profundamente dolorosa.
Nancy me contó que muchas personas recién-deportadas cambiaban su vestuario no sólo
para evitar problemas con las pandillas, sino también para buscar empleo: “Yo personalmente
nunca me visto como floja ni nada. Pero cuando vienen, por alguna razón siempre están como
con manga larga, obviamente por los tatuajes, pero como que fueran a la iglesia. Y así sabes, oh,
éste acaba de llegar, y está intentando solicitar un trabajo. Escuchó algunas cosas malas sobre las
maras”, y se rió. Según Nancy, las personas que han sido deportadas se pueden identificar no
sólo por sus rasgos estéticos estadounidenses, sino también por sus esfuerzos exagerados de
ocultarlos.
III.II “Ya no lo puedo hacer”
Las personas que son deportadas de los Estados Unidos también tienen que cambiar su
comportamiento al llegar a El Salvador. Pete me explicó las diversas tácticas que empleaba para
evitar problemas con los cuerpos de seguridad pública: “Usualmente me ves caminando con mis
dos pitbulls. No salgo de la casa sin ellos. Aun si voy a cortarme el pelo, voy con ellos, porque sé
que la policía me van a molestar. Por lo menos si me ven con mis pitbulls, dirán, ‘Ok, tiene
tatuajes, pero debe de tener una buena casa para estos perros. Los perros se ven gordos, los
perros son gordos, entonces debe de tener dinero para alimentarlos. Debe de estar haciendo algo
bueno, debe de ser bueno si tiene dos perros y los está paseando. Se preocupa por ellos’.
Entonces intento caminar con ellos cuando camino solo. Otra cosa, realmente no salgo con mis
amigos que son deportados. Si lo hago, me encuentro con ellos en algún lado. No iré en el mismo
caro que ellos, porque después te agarran en el juego y las afiliaciones y ¿qué es eso?
Afiliaciones de grupos o cosas así. Es predeterminado que sos pandillero, y ni tenés nada que
ver”.
TJ me habló de cambios drásticos en su estilo de vida: “Yo realmente he intentado evitar
a la personas, vestirme diferente, evitar—digo, apenas salgo ahora. Porque si voy a un lado u
otro, sólo porque tengo un tatuaje visible o algo así, van a pensar que soy marero y me van a
querer hacer algo. Entonces estoy intentando evitar de poner a mí y a mí familia en esa misma
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situación. Entonces me limito donde realmente voy”. Además de cambios a su aspecto, TJ
también restringía sus interacciones y relaciones sociales.
Jimmy me contó que se volvió religioso tras su deportación al país. “Yo casi no tengo
amigos”, dijo: “Ahora estoy enfocándome en Dios, enfocándome en la palabra de Dios. Toda mi
familia es cristiana, yo creo en Dios. Entonces por eso decidí alejarme de todo, verdad, yo solo
vengo al trabajo, hago mi trabajo, consigo mi dinero, consigo los números para esa gente y voy a
casa”. Jimmy había dedicado su vida en El Salvador a su trabajo y a su fe, a costo de posibles
amistades y relaciones sociales.
Mientras muchos hablaban de las adaptaciones necesarias para no parecer delincuente
frente la policía, las pandillas o la sociedad en general, Nancy también comentó la necesidad de
ocultar su sexualidad en los espacios públicos de El Salvador: “Cuando llegué acá, dije, ‘¡Oh,
no!’ Digo, ni fue que estaba viviendo con mi familia, simplemente fue raro, porque tenía que ser
como, por ejemplo: Allá tenía una novia, y allá la podía besar frente la casa o en la entrada. Acá,
la gente te ve rara si andás de la mano con una chera. Dije, ‘Ok, vaya, ya no lo haré’. Y supongo
que fue la única cosa a la cual tenía que acostumbrarme: que tenía un poco de libertad, pero
cuando llegué acá, fue como, ‘Aaah, ya no lo puedo hacer”. Nancy sentía que tenía que restringir
su comportamiento, escondiendo su identidad sexual para no provocar controversia.
III.III “Tuve que aprender”
Como señalé en el apartado de “Los ‘nativos’”, varios de los participantes mencionaron
sus dificultades lingüísticas con la transición del uso del inglés al uso del español en la vida
cotidiana. Pete, por ejemplo, dijo, “Mi español es un desorden total, pero ha mejorado con los
años, mucho. A través de los años he tenido que hablarlo todo el tiempo”. Burro, quien dijo que
hablaba “como un gringo”, mencionó que había “aprendido, he estado aquí desde 2008. Entonces
lo aprendí un poquito”. Hablando de su regreso intermedio a El Salvador, a los doce años, Karla
recordó: “A esas alturas apenas podía hablar el español, porque había estado allá tanto tiempo,
fue como aprender a hablar el español de nuevo. Entonces aprendí hablar español, aprendí a leer
y a escribir, y comencé a estudiar”. Para la mayoría, el retorno a El Salvador implicó aprender a
comunicar en un idioma que no era su idioma principal. Para Burro y Pete, quienes volvieron a
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El Salvador a una edad más avanzada que Karla, la dificultad con el idioma había limitado de
manera significativa sus interacciones sociales.
Edgar, quien manejaba un vocabulario con influencia chicana y mexicana en los Estados
Unidos, mencionó que fue necesario cambiar su forma de hablar: “Tuve que aprender. Porque a
veces, depende dónde estás, no podés decir algunas palabras. Eso fue muy difícil. Como, allá en
los Estados decimos, cuando hablamos con amigos, decimos ‘trucha’, como cuidado: ‘trucha’.
La usamos allá. Acá no podés decir esa palabra. Porque si decís esa palabra, y la mara rival
escucha esa palabra, vas a estar en un gran problema. Entonces, digo, la forma de dirigirte a la
gente, tenés que dirigirte de manera distinta”. La modificación de su lenguaje en este caso no se
presentó como forma de socializar mejor, sino como una medida urgente de protección.
IV. LOS DEPORTADOS:
Además de los salvadoreños “nativos”, los participantes también se definían en relación con las
otras personas que han sido deportadas de los Estados Unidos. Apareció, en las entrevistas, una
ambivalencia general entre la construcción del otro deportado como delincuente y como
compatriota, compañero. Las otras personas que fueron deportadas de los Estados Unidos
ofrecían tanto comunidad como contraste y otredad.
IV.I “Nos da una mala fama”
La mayoría de los participantes hicieron referencia a otras personas que habían sido
deportadas como delincuentes. Hubo, sobre todo, una presunción de que la mayoría de personas
que habían sido deportadas contaban con antecedentes penales que resultaron en su deportación
de los Estados Unidos. Sin embargo, muchas de las personas entrevistadas se distinguían de sus
colegas criminales, considerándose un caso excepcional.
Melvin describió las personas que habían sido deportadas como peligrosas: “Estos tipos,
la mayoría de las personas deportadas que conozco, todos han estado en la cárcel. No me
sorprendería si han matado. Digo, venden drogas y cosas así, toman mucho. Y, imagináte un tipo
que—esa gente estaba acostumbrado a hacer lo que quería, cuando quería, y las autoridades
decidieron enviarla devuelta a donde pertenece, y viene aquí”. Por haber regresado a El Salvador
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de manera voluntaria, Melvin se separó de las personas que fueron deportadas a la fuerza, a
quienes consideró viciosas, merecedoras de castigo.
Muchas hablaron de sus colegas como personas con pasados delictivos en los Estados
Unidos que no habían dejado esas actividades ilícitas al llegar a El Salvador. TJ lamentó:
“Algunas personas, ni las ves, están estafando totalmente, estafando, robando, todavía haciendo
las mismas cosas estúpidas”. TJ contaba con sus propios antecedentes penales en los Estados
Unidos, y calificó como “estúpidos” los que no habían buscado una vida reformada igual que él.
La representación de la persona que ha sido deportada como transgresora adentro del
espacio laboral del call center se destacó de manera particular. “Desafortunadamente, muchas
personas que son deportadas, ellos mismos crean un estereotipo por la forma que se visten, por la
forma que hablan, por la forma que son irrespetuosos con las compañeras. Entonces, parte del
problema, ellos lo han causado, ellos han causado el estereotipo. Han causado el estereotipo
también que no son confiables en algunas cuentas. Atento: Atento tenía US Airways”, me dijo
Robert. “Atento tiene US Airways. ¿Qué pasó al final? Un montón de gente que fue deportada
robó millones en tarjetas de crédito. ¿Ok? Y no es la única vez que ha pasado”. Robert culpó a
las acciones de las mismas personas que fueron deportadas por su mala reputación en la
industria.
Burro también lamentó la reputación que sus colegas irresponsables generaban para toda
persona que ha sido deportada: “Muchos deportados son estúpidos, nos dan una mala fama. […]
Yo trabajo un vergo, no robo. No hago nada de eso, pero nos dan una mala fama, especialmente
en el trabajo, porque personas deportadas que no llegan al trabajo, especialmente después del día
de pago”. Burro se separó de estas personas negligentes, insistiendo que a diferencia de ellos, él
no robaba y cumplía con sus obligaciones laborales.
Jimmy presentó a todos sus colegas de call center, también personas que fueron
deportadas de los Estados Unidos, como pandilleros. “Conozco muchas personas, trabajo en call
centers, pero soy una persona que lo que pueden esperar de mi es que sea amable, honesto, pero
básicamente no tengo amigos, porque amigos aquí, o se llevan con esta pandilla o se llevan con
esa pandilla. Yo estoy fuera de eso. Ahora estoy enfocándome en Dios, enfocado en la palabra de
Dios. Toda mi familia es cristiana, yo creo en Dios. Por eso decidí alejarme de todo. Solo llego al
trabajo, hago mi trabajo, gano mi dinero, les consigo sus números y voy a casa”. Igual que TJ,
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Jimmy se identificó como delincuente reformado, dedicado a su trabajo, su familia y su religión,
y evitando las malas influencias de sus compañeros.
IV.II “Nos entendemos”
A pesar de las referencias abundantes a la criminalidad o perdición de otras personas que
habían sido deportadas, casi todos los entrevistados dijeron que pasaban más con ellos que con
los “nativos”. Los que no se socializaban con personas que habían sido deportadas, como dijeron
TJ y Jimmy, lo hacían por una decisión de protegerse del riesgo percibido de esas asociaciones.
Edwin dijo que tenía amigos “nativos” y deportados, pero admitió que se sentía más
cómodo con otras personas que habían sido deportadas: “Yo paso con todos, no discrimino”, me
dijo. Y demás agregó, “Es más cómodo [con personas que fueron deportadas], pero como te dije,
hay que acostumbrarse a cómo funciona la vida. De alguna forma tenés que seguir, aunque,
como dije, tenés que acostumbrarte a otras cosas”. Edwin se esforzaba para integrarse en la
sociedad salvadoreña, a pesar de su preferencia por la compañía de otras personas que habían
sido deportadas.
Karla llegó a nuestra entrevista acompañada por su novio, un hombre con la cabeza
rapada y ropa floja que también fue deportado de los Estados Unidos; dijo que prefería socializar
con personas que habían sido deportadas: “Me gusta salir con todos, pero a veces sí prefiero salir
con personas de los Estados, sólo porque siempre te hace falta. Cualquiera persona que te dice
que está aquí y que lo está disfrutando está mintiendo. A todos nos hacen falta los Estados.
Entonces, para mí, salir con personas que son de allá me ayuda a tener un pedazo de lo que me
hace falta, ¿verdad? Básicamente nos entendemos, verdad, entendés la jerga, entendés todo que
te pasó allá, es una conexión muy distinta de las personas acá, aunque quiero mucho a mis
amigos, nunca podrían entender lo que me pasó allá, mientras si estoy aquí y hablo a las personas
sobre tendencias de moda en el bachillerato, verdad, de las cosas que solo podés hablar con
personas de allá”. Karla evidenció un nivel de comunicación e identificación más profunda con
personas que también habían vivido en los Estados Unidos. Daniel dijo lo mismo: “Son los
únicos que entienden”. La experiencia compartida implicaba que también compartían las mismas
referencias culturales, el mismo lenguaje, y hasta los mismos traumas.
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Pete también solía limitar sus amigos a otras personas que habían sido deportadas: “No,
realmente no salgo con gente de acá. Si salgo con vos, es porque estás con otro amigo mío
deportado, o porque sos mi novia. [Se rió] Sí, es la única manera. Yo sólo paso con mi novia, es
la única nativa con quien paso”. Como señalé arriba, Pete explicó que no le gustaba la compañía
de salvadoreños “nativos” por ciertas costumbres que le parecen ofensivas, y porque le costaba
comunicarse en el español.
Raúl compartió la dificultad de relacionarse en el español: “Creo que todos mis amigos
son de los Estados. Solo son unos pocos que tengo de acá. [Se rió] Pero casi todos son de allá”.
Para Raúl fue principalmente una cuestión de idioma, porque se sentía más cómodo hablando en
inglés: “Cuando llegué acá, el español fue difícil, porque estaba más acostumbrado a hablar
inglés todo el tiempo. Y hasta ahora, todavía, después de cuatro años, estoy más cómodo
hablando en inglés que en español. Entonces suelo pasar más con personas que realmente hablan
inglés por el hecho de que estoy más cómodo con el idioma”.
Durante la entrevista grupal con Daniel, TJ y Tommy en el Mister Donut, logré observar
ese compañerismo y solidaridad entre personas que han sido deportadas de forma inesperada. En
un momento durante la conversación, me di cuenta que un hombre sentado atrás de nosotros nos
estaba escuchando con interés. Era un hombre alto, grande, vestido en ropa deportiva floja.
Cuando íbamos finalizando la entrevista, Daniel también se fijó en que el hombre nos escuchaba,
y le comenzó a hablar inmediatamente en inglés. “Yo acabo de llegar”, nos dijo el hombre,
indicando que recién había sido deportado de los Estados Unidos. Había llegado a la zona para
buscar trabajo en los call centers, pero después de oír las críticas de Daniel, TJ y Tommy sobre la
industria, le surgieron algunas dudas. Daniel se levantó a sentarse con él, y mientras TJ y
Tommy continuaron la conversación, Daniel ofreció sus consejos al recién-llegado.
V. LA DEPORTACIÓN
El proceso de la deportación emergió en las narrativas como una experiencia que marcó a las
vidas e identidades de los participantes de manera profunda. En las entrevistas, la deportación se
representó como un castigo moral, como un renacimiento, y también como una injusticia.
V.I “Nadie más tiene la culpa”
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La mayoría de los participantes asumían la responsabilidad por su deportación de los
Estados Unidos. Culparon a sus propias acciones por su expulsión del país.
TJ comentó: “Comencé a ser miembro de pandillas, solo jodiendo, haciendo muchas
cosas estúpidas que realmente me hicieron volver acá”. TJ consideraba que su irresponsabilidad
e imprudencia le llevaron a la deportación. Burro también asumía responsabilidad por su
deportación: “Yo tengo la culpa por estar aquí. Nadia más tiene la culpa, yo la tengo. Porque mi
mamá me dijo, mi hermano [también], me dijeron. No escuché y estoy aquí”. Hablando de su
pasado vendiendo droga en Los Ángeles, Suza me contó: “Empecé a meterme en cosas malas
allá en los Estados. Empecé a salir con mala compañía”. Todos coincidían en que sus propias
decisiones constituían la raíz de sus deportaciones.
Esta culpa individual tiene una dimensión moral. Karla me dijo que acá en El Salvador,
“Las personas te ven como que fueras una criminal, como que no deben de asociarse contigo,
como que no valés nada, como que no has hecho nada con tu vida, como que estuviste en los
Estados Unidos y todo lo que lograste hacer es ser deportado”. Karla sentía una fuerte condena
moral lanzada por la sociedad salvadoreña en su contra. Ella percibía una valoración de su vida
como un fracaso, y había internalizada este cuestionamiento de su valor como ser humano.
TJ también se sentía el blanco de un juicio moral por parte de sus familiares:
“Mi propia familia, para ser honesto, siento que yo no—hay momentos en que yo, no se los digo
pero te puedo decir que te miran como, pues—la primera cosa que vas a escuchar, especialmente
de alguien que ha vivido aquí: ‘Fuiste a los Estados Unidos. Ahora estás aquí, ¿Qué hiciste con
tu vida? ¿Qué hiciste?’ Es que, yo hice muchas cosas, pero al final estuve en problemas y todas
las cosas que tenía, que estás realmente evaluando—las cosas materiales que tenía allá, me las
quitaron. No tengo nada. Entonces estás evaluando quién soy, en base a cosas materiales. ¿Me
entendés? Eso es lo que realmente les interesan. Así es la vida en todos lados, supongo, pero esa
es la primera cosa que vas a escuchar de alguien que está aquí: ‘Te fuiste allá, y ¿Qué has
hecho?’” TJ percibía que su familia valoraba su vida según sus éxitos materiales, y que su
deportación, por lo tanto, constituía un fracaso personal a ojos de ellos.
V.II “Tenés que cambiarte”
100
El concepto de la deportación como responsabilidad individual asumió otra forma en las
representaciones de la deportación como renacimiento. Muchos de los participantes hablaron de
su retorno a El Salvador como el comienzo de una nueva vida, como una oportunidad y
obligación de volver a empezar, y como momento de decisión entre el buen camino y la
perdición.
TJ argumentó que la deportación había impulsado su transformación: “Yo siento que he
hecho muchas cosas en mi vida acá en El Salvador para realmente crecer como persona, y en
términos del trabajo también, entonces realmente quiero mejorarme. […] Soy el tipo de persona
que yo volví acá, me di cuenta de los errores que cometí, realmente estoy intentando vivir una
vida diferente”.
Tommy afirmó la responsabilidad de cada persona que había sido deportada de iniciar
una nueva vida: “El punto principal es que depende de ti, depende de las personas. Ellos llegan
aquí, y es como que tenés que volver a empezar, ¿verdad? Entonces vos decidís. Si la cagás aquí,
vas a seguir haciendo lo mismo aquí, ¿Qué pasa?” Tommy presentó la deportación como
oportunidad para tomar una decisión personal importante sobre su futuro.
Jimmy también insistió que la deportación debía de ser un mandato de cambiar para
todos: “Todos merecen un chance, pero la mayoría de gente que viene a El Salvador, los
deportados, vienen para hacer las mismas cosas que hacían allá. Y no se puede hacer eso. Tenés
que cambiar; fuiste deportado por hacer algo malo allá, y ahora venís acá y hacés cosas malas, no
está bien. Tenés que cambiarte, [tenés que cambiar] las maneras de pensar y vivir en este país”.
Jimmy resaltó la dimensión moral de la deportación, la cual valoró como una oportunidad para
reformarse.
Igualmente, Suza destacó la obligación moral de la deportación: “Cuando vine, dije,
‘Tengo que cambiar mi vida. Tengo que convertirme en algo. No había sido un ciudadano allá,
pero acá tengo que ser bueno para la sociedad, tengo que ser una mejor persona, demostrarle a
mi mamá allá en los Estados, demostrarle a mi familia allá en los Estados que había cambiado mi
vida’”. Suza tomó la deportación como un mandato para transformar su carácter, para
transformar sus relaciones con su comunidad y convertirse en una persona exitosa.
Robert también aprovechó la deportación para rehacer su vida: “Supongo que todo
salió—todo quedó perfecto. Estaba viviendo un divorcio amargo, y resultó la mejor manera de
terminar todo con una buena excusa”. Robert no manejaba un discurso moral, pero siempre
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representó la deportación como un chance para terminar con su pasado e iniciar una mejor etapa
en su vida.
De hecho, el trabajo transformativo de la deportación es tanto que funciona para cambiar
no sólo el futuro de las personas que son deportadas, sino también su pasado: sus orígenes.
“Nunca realmente entendí hasta que estaba realmente en ese proceso de ser deportado, como,
‘No pertenecés aquí. Sos de otro lugar’”. No es hasta la deportación que TJ asumió una identidad
salvadoreña, intercambiando sus orígenes estadounidenses por orígenes salvadoreños. Jimmy
también expresó que la deportación le ha asignado nuevos orígenes: “Realmente, nací acá,
entonces este es el lugar de donde soy, de donde soy ahora”. La implicación de su comentario es
que antes Jimmy era de los Estados Unidos, pero tras su deportación asumió los orígenes
salvadoreños.
V.III “No fue deportable”
A pesar de la prevalencia del discurso de la deportación como responsabilidad moral
individual, varios también se presentaron como víctimas de una injusticia. Los mismos que
afirmaron su culpa por su deportación también señalaron que el procedimiento de la deportación
no era correcto en su caso. Estas valoraciones solían afirmar la excepcionalidad del caso
particular, sin denunciar el régimen de la deportación como tal.
Raúl estimó que las autoridades no consideraron todos los factores de su caso: “Yo pasé
toda mi vida en los Estados. No sé cómo controlaron todo. Creo que fue principalmente para
ellos, fue solamente un negocio: comenzar a deportar la gente para afuera. Yo podría entender
sus preocupaciones, pero creo que en algunos casos, deben de tener ciertos aspectos del caso”.
Raúl sostuvo que la duración de su residencia en los Estados Unidos debe de haber impactado a
la decisión de deportarlo, pero que los intereses financieros de los oficiales superaron la justicia.
“Mi caso fue muy poco usual, eso tenía mucho que ver. Creo que simplemente terminé con
malos agentes de migración”, me dijo.
Burro también sintió que su deportación no fue justa: “Puta, todos están siendo
deportados, por cualquier cosita. En mi situación, siento que fue jodido porque yo tengo una hija
allá, y no tenía familia aquí. Me fui cuando era muy joven también, entonces pensé que fue muy
jodido que hicieran eso, porque realmente soy de allá. Yo me considero—no es que quiero decir
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que soy blanco, nada así—soy de allá. Entonces creo que mi situación fue jodida. Los que van
allá y hacen cosas jodidas, la cagan, sí, lo merecen. Luego regresan acá, la cagan acá. Pero yo no,
para mí fue nuevo, me enviaron a un lugar nuevo, entonces creo que mi situación fue jodida.
Mucha gente se va de acá cuando está joven, y luego es deportado, es algo jodido”. Burro
justificó la deportación de algunos, pero argumentó que por sus enlaces familiares, la duración de
su residencia y su edad al irse de El Salvador, él y otros en su posición merecían quedarse en los
Estados Unidos.
Jimmy, por su parte, se opuso a las condiciones de su detención: “Es injusto, porque si
sos un inmigrante debés de estar en un centro de detención, verdad, solo para inmigrantes. Podía
ser gente como de Haiti, Honduras, El Salvador, México, verdad. Quizás están todos juntos pero
bueno, están en la misma onda. Pero sí, ¿Qué te encierren en un centro penal de verdad? Eso es
distinto. Eso es algo que están haciendo, y básicamente son federales, son como alguaciles
estadounidenses. Entonces, es algo loco porque te deben de encarcelar donde pertenecés, y te
encarcelan y te envían a un lugar que—básicamente te mienten, en los juzgados dicen, ‘Sí, te
vamos a encarcelar y mandarte de vuelta’, como bueno, vaya. Pero sí, te encarcelan en como una
prisión. No es justo”. Jimmy rechazó su detención con delincuentes, señalando que el
procedimiento de su encarcelación no fue correcto; acusó a las autoridades de duplicidad.
Pete insistió que los fundamentos de su caso eran erróneos: “Una vez que te han
etiquetado como un terrorista o algo de esa naturaleza, una vez que te tienen—especialmente
como me tuvieron ahí por veinte y cuatro horas sin nada, eso es una demanda enorme, creo yo.
Una demanda enorme. Entonces hicieron su mejor esfuerzo para construir el caso en mi contra.
Supongo que comenzaron a revisar mis antecedentes. Dijeron: ‘Ok, vamos a lograr que algo
pegue’, y usaron la acusación que me pusieron en el ’95—yo no fui condenado hasta enero,
febrero, y la ley, como sabés, no fue implementada hasta abril del ’96. Entonces estoy aquí
deportado por una paja”. Su indignación fue tanta que decidió tomar medidas represalias: “Creo
que es bien jodido lo que me pasó, y no es deportable. Mi caso no fue deportable, no fue
deportable para nada. Por eso me hice anti-USA por un año entero, y no me veo regresando. No
me veo pagando impuestos en los Estados Unidos. No les daría un centavo. Yo te robo antes de
que me vuelvo un pagador de impuestos allá. Simplemente ya no soy así”. Pete montó un boicot,
rehusándose a gastar en franquicias estadounidenses por un año. Después de su deportación, se
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sintió tan traicionado por lo que considera violaciones de su debido proceso que rechazó la
posibilidad de intentar volver a los Estados Unidos.
VI. EL CALL CENTER
La experiencia del trabajo de call center apareció en las narrativas de los participantes, por un
lado, como un portal a la cultura estadounidense, y por el otro como lugar de discriminación, de
explotación, y de auto-realización y desarrollo personal. Dentro de este espacio complejo, el
lugar del agente de call center también constituía un territorio en disputa.
VI.I “Una plática normal”
El call center emergió en las entrevistas como un portal a los Estados Unidos, no sólo por
facilitar el contacto laboral virtual, sino por las prácticas culturales que se desarrollan adentro. En
este espacio laboral, se celebran festivales norteamericanos, se visten con estilos
estadounidenses, y los agentes son premiados por su manejo de referencias sociales y culturales
que facilitan la comunicación con los clientes. Muchos de los deportados comentaron que el
trabajo les resultaba fácil, especialmente en contraste con sus colegas que nunca han vivido en
los EE.UU.. Sin embargo, este espacio conocido y cómodo donde se reproduce la cultura
estadounidense también genera dolor, porque exige un contacto constante con el terreno
nostálgico de dónde fueron expulsados, y refuerza también la distancia a través del contacto.
“La mejor cosa es que, si venís a un call center, podés hablar con la gente en inglés,
podés hacer muchas cosas, verdad, pasarlo en esa forma conocida en que pensás”, dijo Edgar.
Para él, el trabajo del call center le resulta natural: “Fue muy fácil. Fue muy fácil, porque como
dije, soy muy americanizado con los deportes y cosas así. Por eso creo que la gente en El
Salvador, tiene problemas al aprender su inglés aquí y va e intenta hablar con una persona en los
Estados Unidos. Porque, me entendés, ‘¿Cómo está la clima?’ ‘¿Ganaron los Rockets?’ ‘¿Cómo
hicieron los Dolphins?’ ‘¿Vio el partido de ayer?’ Cosas así, que las personas [de] aquí, no saben
nada de eso”. Edgar disfruta el trabajo, porque le ofrece la oportunidad de comunicarse con
clientes en los Estados Unidos que comparten sus intereses y referencias, como el futbol
norteamericano.
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Edgar estaba agradecido por la oportunidad de trabajar en el call center; me dijo que era
el único empleo para el cual él estaba preparado en el país: “Para mí fue muy cómodo, porque
honestamente, nunca he trabajado acá. No sé cómo es esa gente—digo, es mi gente, pero no sé
cómo es. No sé qué tipo de cliente es. Conozco los Estados. Estaba allá, trabajaba allá, sé qué
quieren. Sé cómo manejarlo, sé cómo hacerlo. ¿Pero acá en El Salvador? Pero creo que sería más
fácil, por la cultura. Acá, esa gente, ellos—lo siento, pero aguantan cualquier mierda, y no se
quejan. Como en los Estados, no tanto. Y bueno, sí, para mí fue bueno. Estaba feliz. Puedo
hablar con la gente con que he tratado, atender al cliente que conozco”. Poder trabajar con
clientes estadounidenses era para Edgar, trabajar con gente conocida, con una cultura que él
comparte.
Robert fue otro quien expresó el placer de las relaciones con los clientes estadounidenses:
“Fue normal. Digo, fue divertido. Fue divertido, digo, muchas personas te llaman, comenzás a
hablar con ellos como que les conociera, resolvés sus problemas; al final de la llamada si
resolviste su problema, fueron bastante agradecidos. Durante los pasos de troubleshooting
[solución de problemas] comenzás a hablar de la política, noticias, acontecimientos del mundo,
digo, como una plática normal, y ayudándoles a la vez”. Para Robert, las llamadas le permitían
ser útil y ayudar al otro, pero también le permitían conversar en un registro cómodo y natural.
TJ también habló de las relaciones con los clientes como interacciones agradables que le
permitían utilizar los recursos culturales y sociales que adquirió en los Estados Unidos: “Estás
tan acostumbrado a hablar con personas todos los días allá en los Estados, fue como cualquier
otro día para mí. Entonces, digo, realmente puedo socializar sobre cualquier cosa de allá, como,
‘hey’, verdad, como el cambio de las estaciones, como en la costa este, tenés las cuatro
estaciones: ‘Hey, es la primavera. Me encanta cómo florecen los árboles de cereza y todo, se ve
muy colorido’. O cuando nieva, o el otoño. Puedo hablar de deportes, futbol, béisbol, Nascar.
Muchas cosas que a mí me gustaban, a muchas de las personas con quienes hablo por teléfono
les gustan también, entonces fue muy fácil”. TJ estableció la comunicación con el cliente como
una vuelta a la normalidad, a una cotidianidad estadounidense perdida.
TJ consideró que las personas que habían vivido en los Estados Unidos eran las personas
más indicadas, más aptas para el trabajo del call center, precisamente porque podían construir un
rapport con el cliente estadounidense: “Mirá, lo que realmente quiere el call center—te lo voy a
explicar un poco. Necesitan personas como nosotros que fuimos deportados. La razón por la cual
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lo digo es porque hemos vivido con personas de distintos grupos étnicos. Personas que estaban
aquí, simplemente creen que—sólo viven con salvadoreños aquí. Es muy distinto cómo tenés que
tratar a la gente, ¿me entendés? La manera de expresarte es distinto allá. No sé muy bien cómo
decir lo que te quiero decir, explicarlo. Pero bueno, es diferente, es diferente. Podemos
asociarnos con personas de allá más fácilmente y expresarnos mucho mejor de lo que que ellos
pueden. Solo es mi opinión”. Según TJ, los salvadoreños “nativos” no contaban con los recursos
culturales y habilidades sociales necesarias para comunicarse con los clientes estadounidenses.
Las personas que habían sido deportadas, en cambio, eran capaces de adecuar su registro para
una clientela diversa.
Muchas encontraban un alivio en las relaciones con los clientes estadounidenses, pero
para Karla las interacciones eran dolorosas: “Para mí fue difícil, porque estás hablando con la
gente que está donde quisieras estar. Y eso es como, verdad, ese nudo en mi garganta”. Para
Karla, la comunicación con los clientes servía para reforzar la distancia física que los separa. Los
comentarios de Burro también evidenciaron cierto sufrimiento en las interacciones con los
clientes: “Ya me acostumbré, como dije, llevo, ¿qué?, ¿seis años acá? Entonces ya me
acostumbré. Y no puedo enojarme la gente por estar allá y yo estando acá. Porque eso es
estúpido”.
Según los participantes, no eran solamente las relaciones con los clientes que permiten a
los agentes acceder a la cultura estadounidense. Esa cultura también se reproducía adentro del
call center en la forma de celebraciones, el uso del idioma, y las expresiones estéticas permitidas.
Para comenzar, los call centers que brindan servicios en inglés procuran mantener un
ambiente de inglés dentro de sus instalaciones. Burro me contó que donde trabajaba, todos los
rótulos estaban en inglés, “salvo donde dicen dónde salir en caso de una emergencia”. Burro
hasta reclamaba a sus colegas por hablar en español: “Cuando hablan en español les digo:
‘English environment only please! [Ambiente exclusivo de inglés, por favor]’. Porque cuando
estamos en un call center de inglés, no hay porque hablar español. Yo hablo español como
“¡Cállate, hijo de puta!”, cuando hablan español”. Burro, quien no dominaba bien el español,
insistía en mantener el uso de inglés en su entorno cuando estaba adentro del call center, así
asegurando un ambiente cómodo y favorable donde él podía recuperar la ventaja que perdía cada
vez que salía a las calles.
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Los call centers también se presentaron como espacios dentro de las cuales las personas
que han sido deportadas pueden exhibir sus expresiones estéticas estadounidenses libremente. “A
los call centers no les importa cómo te vestís. No les importa si tenés tatuajes por toda la cara—
bueno, la cara no tanto, pero por todo el cuerpo. No les importa eso”, dijo Melvin. Tommy contó:
“Yo uso camisas largas, verdad, Nikes y pantalón así, y estando allá [indica hacía el call center]
se siente bien porque podés ser—todos esos tipos, son todos manchados, eso es normal, ¿verdad?
Pero una vez que salís de esas puertas, caminás por aquí, te digo, la gente te ve como, ‘Oh, ese
tipo va a matar [a alguien]’, o cuando—sí, ‘Este me va a robar’ o algo, ‘Tiene pistola’, verdad”.
Para Tommy, el call center era un refugio, donde podía vestirse como las modas estadounidenses
que él prefería sin sentir la discriminación y miedo que enfrentaba en los espacios públicos.
Finalmente, algunos notaron que los call centers reproducían actividades culturales de los
Estados Unidos. Edgar me contó: “Para mí, el mejor festival es Thanksgiving. La gente aquí ni
sabe lo que es Thanksgiving, y para mí, era uno de los mejores festivales. Lo que hago es, paso
con personas aquí, les digo: ‘Hey, vamos a hacer un pavo, hagamos eso, hagamos lo otro’.
Thanksgiving. En los call centers, de hecho, tenemos Halloween. Armamos el espacio”. El call
center le ofrecía a Edgardo la oportunidad de celebrar fiestas estadounidenses, de observar
tradiciones y rituales nostálgicos que de otra forma tendría que hacer solo.
VI.II “¡Son parásitos!”
A pesar de ofrecer un ambiente cultural conocido y cómodo, los call centers también
fueron retratados como zonas de conflicto. En particular, muchos participantes describieron el
entorno laboral como un espacio de discriminación, en que las personas que habían sido
deportadas eran marginadas y excluidas tanto por los clientes como por los salvadoreños
“nativos”.
Como ya señalé, muchos notaron que la discriminación a veces impedía que las personas
que habían sido deportadas consiguieran trabajo en los call centers. Burro dijo: “Hay otros call
centers que nos juzgan. Dicen: ‘no, no queremos dar a este tipo un trabajo, prefiero dárselo a
alguien que estudió acá’. Su inglés es pésimo, realmente, su inglés es una mierda”. Según Burro,
muchos salvadoreños “nativos” conseguían empleo en los call centers por contar con un título
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académico, a pesar de no contar con las aptitudes necesarias, mientras a otras personas muy
competentes se les negaban el empleo por haber sido deportadas.
Roberto lamentó la discriminación que enfrentaban las personas que habían sido
deportadas una vez que estaban dentro del call center: “Desafortunadamente, un salvadoreño que
ha aprendido su ingles acá tiene la tendencia de segregar al deportado, porque cree que porque
fueron deportados, vienen con antecedentes penales. Y desafortunadamente, también, por
algunas acciones que han hecho personas en los call centers, han dado una mala reputación a las
personas que han sido deportadas”. Según Roberto, estos prejuicios obstaculizaban que personas
que fueron deportadas ascendieran a cargos superiores: “Deportados que trabajan muy bien, ellos
tienen éxito porque tienen muy buenas capacidades humanas, tienen buenas capacidades del
software, pero no se los ascienden por dos razones: una es porque los superiores tienen una
manera de mover a los suyos, es la manera salvadoreña”. Otra vez, surgió la caracterización de
los salvadoreños como nepotistas, a costa de los que habían sido deportados, quienes se
encontraron fuera de ese círculo privilegiado.
Roberto hasta describió al call center como espacio carcelario, con divisiones claras entre
los agentes según su origen: “Y hay el mismo tipo de sistema como en una cárcel en los Estados.
Si estás en la cárcel, o sos un sureño o sos un norteño: sureño, verdad, sos un pandillero; un
norteño, sos una persona normal. Hay la misma mentalidad acá: sos un deportado, estás en otro
lado. Hay los que aprendieron su inglés acá en El Salvador, y te tratan de manera diferente”.
Aquí el call center emergió como un espacio segregado y también de encierro.
Pero la discriminación que enfrentaban los trabajadores de call center que habían sido
deportados de los Estados Unidos no sólo se originaba de sus colegas “nativos”, sino también de
los clientes. Muchos de los participantes comentan sobre el racismo que enfrentan en las
llamadas con clientes estadounidenses.
Hablando con TJ y Tommy, TJ admitió: “Hay personas que son buenas, pero otras dicen,
‘No, anda y transferirme. Ni sé por qué les dan trabajos. Digo, quitando los trabajos allá, están
quitando trabajos de personas Americanas—’”, “Nuestro dinero”, inyectó Tommy; los dos se
rieron, y Tommy siguió: “Yo he tenido una experiencia muy dura en ese aspecto. Cuando
trabajaba en TP [Teleperformance], en muchas de las llamadas tratábamos con mucha gente
negra, verdad, y bueno no digo que sólo gente negra, gente blanca también, son racistas. Y a
veces, verdad, estoy ayudando, y aunque te están tratando mal, estás ayudando. Me pateás y te
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estoy ayudando; me maldecís y te estoy ayudando. Cualquier cosa que digas, te voy a ayudar
siempre. Entonces es algo difícil, verdad, porque a veces solo tenés que respirar, y bueno, seguir.
[…] Hubo una llamada en que, hubo un tipo, estaba súper loco y me dijo cosas como, ‘¡Ustedes
son parásitos! ¡Son parásitos! Están llevando dinero, vienen acá, o están allá y ni saben cómo
hablar o qué están haciendo’. Le dije, ‘Señor, solo estoy aquí para ayudarle’, verdad, no importa
quién es, estoy aquí solo para ayudarle. Y hay mucha gente que te trata así cuando la ayudás. Es
algo difícil. Es la parte más difícil”. Tommy y TJ bromearon de los clientes racistas que
encuentran, pero también expresaron el dolor que les causaban estas interacciones violentas.
Pete coincidió: “Hay áreas donde sabés que te van a discriminar. Costa este: te van a
discriminar, hasta tu propia gente, hasta por hispánicos. Texas: hay una tendencia de discriminar.
Te mandan a estados centrales, te discriminan. No hay nada mejor que hablar con gente de la
costa oeste, es un poco más educada”. Karla también notó la distribución geográfica de la
discriminación: “Tenía que tener mucha paciencia. Me salió mucha gente gritándome. […] Los
canadienses son mucho más agradables. Son mucho más agradables, no te gritan tanto. Son un
poco más pacientes. Pero sí, o sea, yo estaba trabajando con gente de Texas inicialmente. Esa
gente es muy, muy maleducada”. Los agentes tienen que navegar un territorio precario y
explosivo en sus viajes virtuales del call center, y tienen bien mapeado el terreno estadounidense
para prepararse para esas interacciones negativas.
VI.III “El único chance que tenemos”
El call center también emergió en las entrevistas como la salvación de las personas que
venían deportadas de los Estados Unidos. Se presentó como la única forma de ganar una vida
digna en El Salvador, y también la opción de salida de la delincuencia, facilitando su
rehabilitación.
Pete habló con orgullo de su desempeño en el call center: “Acepté el trabajo. Tengo seis
años y medio con ellos ya. Trabajé en todas las compañías que mencioné antes: Metlife, Océ,
que hoy se maneja Canon, Hotel Sales, y ahora Expedia. Ahora soy parte del departamento de
inglés para Sykes. Lo cual me llevó mucho tiempo, me llevó unos cinco años y medio para
alcanzar una posición superior. Se llama el departamento de ‘EPAP’, que quiere decir
Departamento de Competencia de Inglés. Básicamente, evaluamos el inglés del candidato
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cuando vienen buscando un trabajo. […] Básicamente, todo lo que necesitan es terminología—
call center, verdad, información, cómo tomar las llamadas. Muchas de estas personas no saben
cómo tomar una llamada, no saben qué hacer. No han escuchado muchas palabras. Mucha
terminología, porque el call center tiene mucha terminología. Entonces básicamente eso es lo que
hago. Pero sí, me llevo bastante tiempo llegar a esa posición. Mucho trabajo”. Pete destacó su
desarrollo profesional en el call center, el cual le ofrecía más posibilidades: “Voy a incursionar
en la enseñanza de inglés, veo que es una gran industria que va creciendo, y en país extranjero,
el inglés es uno de los idiomas más hablados que existe. Entonces me veo metiendo en eso, y me
están dando el chance, me están pagando los cursos, verdad. Es tranquilo, ya no tengo el estrés
de tomar las llamadas y hablar con clientes. Hoy estoy más enseñando y más como un recurso.
Sí, más como un recurso para ellos, un recurso de ayuda”. Pete agradeció al call center por
brindarle, a raíz de su entrega y dedicación laboral, oportunidades para su formación técnica y
abrirle nuevos caminos profesionales.
Suza consideró que el trabajo de call center era una opción para reformar a las personas
que querían abandonar el camino de la criminalidad. Relató una conversación con su jefe: “Le
dije, ‘Mirá, yo tengo gente que quieren trabajar, pero tienen antecedentes’. Y conocí a unos tipos
que eran ex-pandilleros de acá, vienen de los Estados, quieren conseguir un trabajo acá también.
Dije a mi jefe, ‘Mirá, cree en Dios, verdad, y yo también’, aunque no voy tanto a la iglesia, pero
le dije, ‘Mirá, Dios le ayudará más si les deja entrar. Digo, hay unas personas que realmente
quieren cambiar, que realmente quieren cambiar sus vidas. ¿Por qué no les da un chance,
George? ¡Debe de hacerlo!’ Me dice: ‘Hombre, ¿y si me roban las computadoras, o…’ Verdad,
comenzó a pensar de eso. Entonces le dije: ‘Mirá, George, ¿por qué no hacés esto? Sabés que
hay un vigilante allí, afuera. Deja que revisa las mochilas, dales un chance. Solo probalos, y
cualquier que llega tarde un día lo echás; cualquiera que no llege a trabajar, lo echás. Pero solo,
digo, podrías ayudar a estos tipos. Podrías hacer algo.’ Él dice: ‘Ok, vamos a intentar. Lo haré
por vos’. Le digo: ‘Ok, bien’. Entonces, así lo estamos haciendo”. Suza convenció a su jefe de
abrir las puertas del call center a personas que habían sido deportadas y que tenían antecedentes
penales, o afiliaciones de pandilla evidentes por sus tatuajes, o que consumían droga, y que por
lo tanto no podían conseguir trabajo en los demás call centers. Era una misión hasta religiosa que
mantenía para rescatar a personas como él, que según Suza, querían buscar el buen camino. El
call center aquí era entonces una institución de transformación y salvación.
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Edgar atribuyó su éxito a las oportunidades que el trabajo de call center le ofreció:
“Todos cometimos errores, y todos deben de tener un chance. Yo lo hice, y lo tuve, y llegué a lo
más alto”. Para Edgar, el call center le había permitido superar su pasado equivocado.
Melvin afirmó que el call center era la única vía disponible para las personas que habían
sido deportadas a El Salvador: “Ha sido difícil porque es el único chance que tenemos, para
personas que han ido a los Estados y luego regresamos acá, el call center es la opción más
razonable que tenemos. ¿Qué más vamos a hacer acá? La mayoría de gente que viene de allá,
solo tienen un título de bachillerato. Acá, no hacés mucho con eso. Esos tipos por lo menos,
digo, los que son deportados, solo tienen el bachillerato, y si no fuera por el idioma, no sabrían
que hacer acá”. Para Melvin, el call center era la única forma que una persona que había sido
deportado podía mantenerse en el país; sin el call center, él y sus compañeros estuvieran
perdidos.
Raul, por su parte, criticó a los call centers que no empleaban a personas con
antecedentes penales: “Creo que actualmente los call centers están siendo injustos, porque no
están dando una oportunidad a las personas que vienen de los Estados Unidos y que realmente
tienen buenos acentos, por errores que cometieron en el pasado. Creo que es ridículo. Creo que
por algo que hiciste en otro lado en otro país, van a usarlo en tu contra acá, te está frenando,
porque podrías venir con las intenciones de realmente hacer algo con tu vida, superarte, verdad.
Por ejemplo como yo, yo llegué con las intenciones de avanzar en este país porque no me veía
regresando en el corto plazo, pero creo que se hace difícil porque los call centers no te
contratarán. Creo que es injusto. Porque, ¿cómo esperan de alguien que ha cometido un error en
otro lado venir acá y realmente ser un ciudadano progresivo, realmente cambiar su vida, si no le
das una oportunidad?” Raúl también representó el empleo en el call center como la vía hacia la
salvación para las personas que fueron deportadas y que querían reformarse. El call center para
Raúl no solo brindaba ingreso, sino que convertía a la persona que había sido deportada en un
buen ciudadano.
VI.IV “Es una maquila”
A pesar de las oportunidades que les ofrecía el call center, muchos de los participantes
también criticaron las condiciones laborales. En particular, contrastaron el ambiente laboral con
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las condiciones bajo las cuales trabajaban en los Estados Unidos; destacaron la falta de
proteccion a los trabajadores y el no-cumplimiento de las leyes laborales.
Burro se quejó de su experiencia laboral: “Todavía es difícil, todavía es difícil. Paso más
tiempo en el trabajo que en la casa. […] Y no nos pagan el almuerzo. No te pagan esa hora,
entonces realmente trabajamos nueve horas. […] Es una maquila. Sabes qué es eso, ¿verdad? Sí,
es pura maquila”. Burro equivalió la industria del call center con el sector de la maquiladora,
notorio por violaciones y abusos laborales. A diferencia de otras representaciones del trabajo de
call center como empleo prestigioso y profesional, Burro lo representó como un trabajo
degradado.
Raúl comparó su experiencia en los call centers con sus empleos previos en los Estados
Unidos: “Creo que alguien viniendo de los Estado que, bueno—yo no vivía bien pero vivía
cómodo. Entonces, acá no gano suficiente dinero, siento que me están estafando [se rió] porque
el trabajo que hacemos acá, el pago no es suficiente. Y la presión que te ponen es enorme.
Encima, los largos horarios del trabajo. Digo, venís de los Estados donde, turnos de ocho horas,
eso es normal. O cuando trabajé en construcción, si hice doce fue porque quería, no fue porque
fui empujado para hacerlo. Pero acá sentís la presión, que te están encima, como que tenés que
hacer las diez horas diarias”.
TJ también reflexionó sobre las diferencias entre el trabajo de call center y el trabajo en
los Estados Unidos: “Como en los Estados trabajás cuarenta horas a la semana, ocho horas.
Bueno, nosotros acá realmente tenemos que trabajar nueve o diez horas diarias. Algunos call
centers te dan un almuerzo de treinta minutos, afortunadamente ahora la cuenta que tengo es de
una hora. Te pagan la hora, pero todavía tenés que trabajar esas nueve o diez horas extras que vas
a trabajar, entonces, digo, al final realmente estás trabajando más”. Acostumbrados a unas
normas laborales más estrictas (y humanas), TJ y Raúl se sentían explotados dentro del call
center.
De la misma forma, Daniel refirió a las políticas laborales estadounidenses al criticar el
trabajo de call center: “En un call center aquí en El Salvador y en otros lugares, no podés
jubilarte. Como decir, ‘Oh, ya entré a tal call center, me voy a jubilar cuando yo tenga sesenta y
cinco años’. Digo, eso es loco. Que un agente, a los cuatro, cinco años, si él llega—bueno, qué
bien, pero nunca he visto yo una persona que me diga, ‘Me jubilo de tal call center. Tal call
center me va a dar mi pensión’. [Todos se rieron] ‘Me van a dar mis beneficios de tal call
112
center’”. Para Daniel y sus colegas TJ y Tommy, fue absurdo imaginar que un call center podría
ofrecer las prestaciones y la estabilidad laboral que, según ellos, estaban garantizadas en los
Estados Unidos.
TJ consideró que no se podía justificar las condiciones del trabajo en los call centers,
dado que eran empresas estadounidenses los cuales estaban externalizando los empleos a El
Salvador: “Digo, debe de ser un poco más como la misma cosa, si están trayendo empleos de
allá, deben de ser lo mismo también”.
La experiencia laboral en los Estados Unidos les había brindado a las personas
entrevistadas los criterios para criticar sus condiciones en El Salvador. Sin embargo, no tenían
los recursos para cambiarlas. TJ dijo: “Si vas a otros lados, en los Estados Unidos, digamos, y
tenés este tipo te trabajo, te van a pagar bien, pero acá, porque están haciendo outsourcing,
entiendo eso, pero quieren—la cosa es que los mismos call centers realmente limitan cuánto te
pueden pagar, porque cada año deben de aumentar el pago, pero dejan de hacerlo en cierto punto.
Entonces no es justo, no creo que es justo. No hay mucho que podemos hacer para combatirlo.
Como dije, si formamos un tipo de sindicato, lo que realmente estamos haciendo es
lastimándonos, porque no podemos regresar a ningún call center, nos ponen en la lista negra”. El
call center podría ser la opción más digna para las personas que han sido deportadas, pero no era
nada en comparación al empleo estadounidense idealizado que habían perdido.
VI.V “¡Qué bien hablar con un americano!”
Como presenté en la sección de “Adaptaciones” del presente capítulo, muchos de los
participantes se veían obligados a modificar aspectos de su comportamiento, apariencia y estilo
de vida ligado a su vida en los Estados Unidos al llegar a El Salvador. Una vez adentro del call
center, los agentes a veces eran obligados por la empresa de cambiar otra vez su identidad, esta
vez para complacer a los clientes. A petición de sus empleadores, muchos adoptaban nombres
anglosajones, o mentían sobre su ubicación geográfica. Así, las empresas buscaban invisibilizar
tanto la externalización de servicios como el fenómeno de la deportación en cada interacción con
los clientes norteamericanos.
Robert me dijo: “Especialmente en Sykes, no te permitían decir que estabas en El
Salvador. Entonces, no podrías decir que no estabas en los Estados—no podrías decir que estabas
113
en los Estados, pero no podrías decir que estabas acá”. “¿Qué decías?” le pregunté.
“‘Desafortunadamente, por cuestiones de divulgación, no nos permiten decir dónde estamos’. Y
entendían. Siempre me dirían que estaban bastante molestos con el servicio que habían recibido
de las Filipinas, o que se cansaban de hablar con personas de la India. Normalmente, te dirían:
‘Oh, ¡Qué bien hablar con un americano!’” A Robert le tocó asumir la identidad de un
norteamericano para evitar conflicto con clientes xenofóbicos, a petición de sus jefes.
Suza comentó que su cuenta le exigía inventar una ubicación estadounidense: “Según la
empresa, no podemos decir que estamos acá en El Salvador. Tenemos que decir que estamos en
Miami o en otro estado. Eso es lo que yo digo”. Igualmente, Karla contó cómo una empresa
canadiense le obligó a fingir su ubicación después de las quejas de los clientes: “Al inicio,
porque íbamos comenzando, nos permitían decir que estábamos en El Salvador. Luego fue
muy…la gente comenzó a molestarse. Como: ‘Quiero hablar con alguien en Canadá’. Entonces
la empresa eventualmente lo cambió, y diríamos que estábamos en Ontario, Canadá. Y hasta
teníamos una dirección, digo porque teníamos la dirección del local central de allá, supongo, de
la empresa. Esa era la dirección que debíamos de dar”.
Karla me dijo que sus colegas solían inventar nuevos nombres con una connotación
étnica blanca: “Yo siempre he dado mi nombre. Como, gente que tiene nombres muy hispánicos
como María o algo, la mayoría de esa gente cambian sus nombres a como Mary o otra cosa. Yo
creo que mi nombre el algo neutro: ‘Karla’. Siempre he dicho mi nombre, nunca he tenido la
necesidad de cambiar mi nombre. Pero te lo permitían”. Karla presentó la adaptación de nombres
anglosajonas como una elección propia de los agentes, para proyectar una falsa imagen del
personal norteamericano.
Las empresas norteamericanas se esforzaban para borrar las prácticas y políticas
económicas y migratorias que permitían que una persona de nacimiento salvadoreña que había
sido deportada de los Estados Unidos, pudiera trabajar como agente de call center en El
Salvador. Esta práctica también servía para borrar las identidades de los agentes mismos. Sin
embargo, algunos se apropiaban de esta manipulación de la realidad por las empresas para su
propio juego. Karla se rio: “Yo recuerdo, cuando hacíamos horas extras en la noche, no habían
supervisores y nos intercambiábamos nombres. Las chicas dirían que su nombre era ‘John’, y los
tipos dirían que su nombre era ‘Mary’”.
114
Edgar, por su parte, bromeó de la ignorancia de los clientes: “Les digo que estoy en
América. Esto aquí es América. Digo, eso es una de las cosas que confunden a la gente. Digo,
hay América Central, Norte y Sur. Pero la gente dice, cuando refiere a un americano, sienten que
es los Estados Unidos. Hasta canadienses son americanos [se rió] aunque no les guste. Entonces
cuando llaman acá y preguntan: ‘Eres un americano?’ ‘Soy de América’. Definitivamente soy de
América—no dije, ‘Soy de los Estados. Soy de los Estados Unidos’. Soy de América, porque lo
soy”. Edgar utilizaba la restricción impuesta por la empresa sobre la divulgación de su ubicación
para afirmarse. Tanto Karla como Edgar tomaban placer en estos juegos porque les permitían
afirmar algo de poder sobre los clientes y, por extensión, sobre la empresa, y tomar una cierta
medida de control en la interacción. Pete hasta corregía a los clientes: “Cada vez que contesto la
llamada, dicen: ‘¡Gracias a Dios, hablo con un [norte]americano!’ ‘Ah sí, está hablando con un
americano, soy un centroamericano, viviendo en El Salvador, Centroamérica, para ser exacto’.
[Se rió] Y lo digo con orgullo, para ser honesto”. En afirmar su ubicación e identidad
salvadoreña, y contradecir al cliente, Pete también asumía una posición de poder frente al cliente
norteamericano.
En este capítulo, he presentado las representaciones, imaginarios y conceptos que contribuyen a
la construcción de la identidad de las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.
En la próxima sección, me dedico a interpretar estos resultados, según los insumos teóricos
establecidos en el capítulo del “Marco teórico”.
115
CAPÍTULO VI:
REFLEXIONES FINALES
Durante el mes de septiembre de 2015, tuve que luchar para entrar al Mister Donut y
conseguir una mesa para realizar mis entrevistas. Otra vez, se me había olvidado que septiembre
en El Salvador es el mes de la promoción de donas dos por uno en el Mister. Septiembre es
también el mes cívico, en que El Salvador celebra su independencia de la colonia española, y la
promoción de donas se ha vuelto una especie de ritual patriótico en el país. Esta curiosa tradición
de la independencia ofrece sus propias sugerencias sobre la extraña confección empresarial
transnacional de la ciudadanía contemporánea, en la cual una cadena de donas estadounidense
casi extinta a nivel mundial—salvo en Japón, las Filipinas y El Salvador—se ha hecho un
símbolo nacional del país centroamericano. Aun más revelador, quizás, es el hecho de que las
personas que participaron en las entrevistas parecieron tan sorprendidas como yo al encontrar las
colas disneylandescas que sobrepasaron las puertas de la sucursal. Ellos, igual que yo, no
esperaban el festival de glotonería cívica glaseada.
En este capítulo, presento algunas reflexiones finales en materia de conclusiones posibles
y preguntas abiertas para investigaciones futuras que podrían profundizar en esta confluencia
única de migración, deportación, trabajo de call center e identidad. El capítulo se divide en tres
apartados. El primer apartado, “Identificaciones”, cuenta con tres sub-secciones. En la primera,
“La persistencia de la nación”, reflexiono sobre las divisiones entre un “nosotros” y “otros” que
emergen en las narrativas de los participantes. Luego, en “El call center como portal”, pienso las
formas de cómo el trabajo de call center refuerza las identificaciones con los Estados Unidos de
los participantes. En “El estigma y el call center”, considero cómo el estigma marca a los
participantes, y cómo el trabajo de call center los ofrece la posibilidad de revertirlo.
El segundo apartado se titula “Subjetividades neoliberales”. En su primera sub-sección,
“la deportabilidad extendida”, propongo otra dimensión teórica de la deportabilidad que opera
aún después de la deportación misma. En la segunda, “La ciudadanía neoliberal”, evalúo los
beneficios y límites de esta categoría para personas que han sido deportadas de los Estados
Unidos y que trabajan en los call centers salvadoreños. En la última sub-sección, “Resistencias
limitadas”, señalo el éxito de la lógica neoliberal en dominar los discursos sobre la deportación,
y sus implicaciones para las reivindicaciones posibles de los participantes.
116
El tercer apartado, “Consideraciones para investigación futura”, inicia con la sub-sección
“Aportes para el campo de la comunicación”, en la cual argumento las contribuciones de esta
investigación para el campo académico de la comunicación. En la segunda sub-sección, “Limites
de la investigación presente”, reviso las restricciones metodológicas y teóricas del estudio.
Finalmente, en la sub-sección “Preguntas para investigaciones posteriores”, presento algunas
interrogativas y líneas para estudios futuros del tema, junto con recomendaciones posibles para
instituciones claves como el Estado y los medios de comunicación salvadoreños a raíz de los
resultados del estudio.
I. IDENTIFICACIONES
I.I La persistencia de la nación
Las narrativas producidas por las entrevistas dejan clara la división explícita entre las
personas que han sido deportadas de los Estados Unidos y los demás salvadoreños: un “nosotros”
y un “ellos”. La socialización cívica, las relaciones afectivas, el consumo comercial y cultural, el
deporte, el lenguaje y el acento emergen como factores importantes que evidencian la
pertenencia de los participantes a la sociedad estadounidense, y que los distinguen de los
salvadoreños que nunca vivieron allá.
El Salvador se construye en las narrativas de los participantes generalmente como un
territorio ajeno, peligroso, corrupto, incivilizado, e injusto, siempre en contraste con los Estados
Unidos. Los participantes no sólo se identifican con prácticas culturales como tradiciones
culinarias, musicales o estéticas, sino que también se identifican con instituciones públicas como
el sistema educativo y judicial, y con mitos nacionalistas. Por supuesto, no es una identificación
sin complejidades. La mayoría de los participantes se identifican con un Estados Unidos diverso,
multicultural, inmigrante, tal como se presenta en los mitos nacionalistas del país como “melting
pot”, en que individuos de diversos origines se mezclan y se vuelven una sola nación, “una
nación de inmigrantes”. En las entrevistas, varios comentan sus habilidades de comunicarse con
clientes de diversas etnicidades, a diferencia de sus colegas “nativos” del call center.
Identificarse con los Estados Unidos no es negar sus raíces salvadoreñas, porque muchos como
117
Daniel describieron el orgullo que sentían de ser salvadoreño en los Estados Unidos, pero sí es
privilegiar esta afiliación nacional—Daniel hasta cumplió servicio militar en los Marines.
Cabe reiterar que los participantes cumplen un perfil cada vez minoritario dentro de la
población de personas deportadas de los Estados Unidos a El Salvador; migraron como menores
de edad, y pasaron varios años formativos de sus vidas allá. La deportación, entonces, constituyó
una ruptura traumática para la mayoría de los participantes. Fue una ruptura en que como señala
TJ, su identidad estadounidense, su sentido de pertenencia fue negado de manera violenta. Este
rechazo se repite a veces como agentes de call center en las interacciones con clientes racistas y
xenofóbicos, quienes ejercen también una especie de control fronterizo virtual al insultar y
oponerse a los agentes ubicados en El Salvador.
Pero a pesar de tanta negación, la gran mayoría de las personas entrevistadas insistieron en su
identificación con los Estados Unidos, en su origen norteamericano. Claro, no todos disfrutaban
esta claridad de identificación. Para Suza, quien se fue para los Estados Unidos como
adolescente, el origen era una cuestión más precaria. Vale la pena detenerse un momento sobre
su respuesta a los pandilleros que le pararon en la colonia de su tía, poco tiempo después de ser
deportado a El Salvador: “No soy de ningún lado”, dijo Suza, insistiendo que no proviene de
ningún territorio salvadoreño que le podría perjudicar, pero también señalando una condición
existencial más amplia generada por los procesos de la migración y la deportación.
Pero para los participantes que dejaron El Salvador como niños y niñas pequeños, su
afiliación con los Estados Unidos está clara. La designación de “nativos” de las personas nacidas
en El Salvador que no han sido deportadas es evidencia fuerte de esta distinción, junto con la
afirmación de muchos que “son de” los Estados Unidos y el manejo simbólico de la pregunta
‘Where you from?’. Después de su deportación, los participantes mantienen una identidad que
afirma su origen en el país que les expulsó a través de prácticas como el consumo de medios de
comunicación estadounidenses, el uso del idioma inglés y las relaciones sociales con otras
personas que han sido deportadas—y, por supuesto, a través de su labor en los call centers al
servicio de clientes y empresas norteamericanas.
Las representaciones de lo que es [norte]americano y lo que es salvadoreño revelan ciertas
construcciones de la identidad estadounidense frente a la salvadoreña, que no están exentas de
contradicciones. Algunas de las personas entrevistadas, como Edgar, asocian el estilo de vida
consumista y las cadenas comerciales norteamericanas con la [norte]americanidad, cuando el
118
pasaje salvadoreño está repleto de estas mismas empresas, y el consumismo también caracteriza
el estilo de vida salvadoreño de manera significante. Otros, como Raúl, citaron su falta de
conocimiento de los derechos otorgados por las leyes salvadoreñas como evidencia de su no
pertenencia, cuando los mismos salvadoreños conocen muy poco del contenido de su
jurisprudencia. Sin embargo, lo significante no es tanto el contenido de las diferencias
percibidas, sino la percepción misma de esta diferencia; es decir, el hecho de que las personas
que vienen deportadas se sienten fundamentalmente diferentes.
Estas lealtades a los Estados Unidos son reveladoras. Las identidades construidas en las
narrativas de estos trabajadores de call center que han sido deportados de los Estados Unidos
podrían poner en cuestión el concepto del Estado-nación como objeto de identificación, de deseo
y de pertenencia. Los participantes han cruzado varias fronteras varias veces, y podrían ser
entendidos como portadores de identidades fronterizas, o incluso como sujetos supranacionales.
Sin embargo, sus narrativas confirman que la nación imaginada sigue siendo muy fuerte para
ellos. La nación es todavía un anhelo de pertenencia y un marco de referencia clave en la
producción discursiva de su identidad.
I.II El call center como portal
Las prácticas culturales y sociales cotidianas de las personas entrevistadas sirven para
conservar y reproducir la identificación con los Estados Unidos. Pero hay otro factor que
también juega un papel importante en estos procesos: el call center. Las entrevistas sugieren que
la participación laboral en el espacio del call center contribuye a reforzar y mantener esta
distinción entre “deportados” y “nativos”.
El tema de la lengua, por ejemplo, emergió como factor crítico de la diferencia en las
narrativas producidas. A pesar del uso común del inglés en los medios de comunicación, el
ámbito profesional y hasta en muchos hogares salvadoreños, el idioma resulta ser un medio
fundamental de diferenciación para las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.
Dentro del call center, la cuestión del idioma resalta de manera muy importante. El manejo
“nativo” del inglés distingue las personas que han sido deportadas de las personas que
aprendieron el idioma en El Salvador, dándoles una ventaja competitiva, como bien señaló Karla.
119
En los call centers, el uso superior del inglés se traduce a ventas y servicios superiores para
las empresas, y bonos para los agentes. Por lo tanto, el call center promueve la conservación y
refinación de las habilidades lingüísticas de sus agentes. Muchos de los participantes comentaron
las dificultades sociales que experimentaban en El Salvador debido a su pobre dominio sobre el
español, aun después de varios años de residencia en el país. Es probable que este incentivo de
hacer un buen uso del idioma, además de la asociación con colegas que también fueron
deportados de los Estados Unidos y el uso constante del inglés dentro del ámbito laboral,
implicque poco incentivo para las personas que han sido deportadas, aprender o desarrollar un
español más fluido en su vida cotidiana.
De forma parecida, el acento norteamericano también figura como muestra importante de su
pertenencia en los EE.UU.; como evidencian las entrevistas, en el call center el acento resulta
clave en las interacciones y disputas con los clientes, como indicador de la autenticidad. Varios
de los participantes dijeron que no enfrenten tanta discriminación como sus colegas nativos por
no tener un acento extranjero al hablar inglés.
En su estudio sobre agentes de call center en la India, Rowe et al (2013) consideran la
labor de call center como una labor profundamente biopolítica, particularmente en cómo los
agentes son obligados a asumir identidades norteamericanas, estudiar y apropiarse de la cultura
norteamericana, y adecuar su cuerpo y psique a un horario y calendario norteamericano. La
industria de call center en El Salvador es menos rigurosa; el cambio de hora entre Centroamérica
y los Estados Unidos no es tan drástico, y los agentes no son sometidos a procesos de
aculturación tan formales. Por supuesto, la vigilancia constante, la disciplina del tiempo y control
de los cuerpos que exigen las cuotas impuestas por la empresa siempre implica un ejercicio del
bio-poder. Sin embargo, las implicaciones identitarias de esta labor para un trabajador de call
center de la India y para un trabajador de call center de El Salvador que ha sido deportado de los
Estados Unidos son muy distintas.
Los agentes de call center que han sido deportados no describen una transformación tan
drástica de su identidad a través del trabajo, sino más bien un regreso a una forma de ser, de
comunicar, de expresarse naturalmente. Las celebraciones de festivales estadounidenses, por
ejemplo, implican una orientación temporal hacia Norteamérica que coincide con la alineación
temporal que ya mantienen muchas de las personas entrevistadas, a través de su seguimiento de
deportes estadounidenses u otras actividades culturales por medio de los medios de
120
comunicación estadounidenses o la comunicación con sus familiares y amigos allá. El call center
es una especie de portal a los Estados Unidos, que permite e incluso incentiva, las expresiones
culturales estadounidenses. Para las personas que han sido deportadas, el call center sirve
también como cierto respiro de la sociedad salvadoreña foránea.
I.III El estigma y el call center
Algunas de las personas entrevistadas vivían el estigma de ser inmigrante indocumentado en
los Estados Unidos, de ser “ilegal”. Sin embargo, todos habían experimentado el estigma de la
deportación tras su regreso a El Salvador. Estas personas habían sido aculturadas en los Estados
Unidos antes de su deportación; se identifican con culturas y subculturas estadounidenses,
realizan prácticas de comunicación y expresión estética particulares aprendidas en los EE.UU..
Por lo tanto, sufren una fusión de dos clases del estigma planteados por Goffman (1963):
corporal y moral.
Los estigmas más perceptible son de carácter corporal: su manera distintiva de vestirse,
cortarse el pelo, y sobre todo, sus tatuajes, les aplica el estigma vinculado al cuerpo. Pero estos
signos exteriores, que son expresiones culturales y estéticas, están asociados con un atributo no
necesariamente perceptible: el atributo de haber sido deportado, lo cual les asigna la identidad de
criminales o pandilleros en la percepción pública. Este atributo es de clase moral, asociado con
una falta tanto de ética (son “delincuentes”) como de capacidades (son “fracasos”).
La actualización de la definición de estigma por parte de Link y Phelan (2001) es
importante para considerar la experiencia de las personas al centro del presente estudio. Este
estigma corporal-moral no sólo se manifiesta en las opiniones de los salvadoreños “nativos”, sino
que resulta en una discriminación fuerte, tanto al nivel de interacciones en el espacio público
como lo del transporte colectivo, como en sus interacciones con la policía, y al buscar empleo. El
estigma resulta en la marginación social, la vulnerabilidad física y la limitación de oportunidades
económicas, lo cual seguramente constituiría una pérdida de estatus según los criterios de Link y
Phelan.
En su investigación sobre personas deportadas de Europa en Afganistán, Schuster y
Majidi (2015) encuentran que una de las formas que las personas que han sido deportadas
enfrentan el estigma es de rechazar la sociedad afgani. Como demuestra sus caracterización de El
121
Salvador y los salvadoreños “nativos”, las personas deportados de los Estados Unidos a El
Salvador reaccionan de una manera parecida, construyendo un discurso de un El Salvador
sumamente negativo: desconocido, inseguro, corrupto, intolerante. Daniel, por ejemplo, lamentó
su patriotismo salvadoreño en los Estados Unidos, y expresó una profunda desilusión con El
Salvador. Este rechazo no es sólo a nivel discursivo: La gran mayoría de las personas
entrevistadas comentaron que consumían medios de comunicación estadounidense casi de
manera exclusiva, y muchos preferían socializarse con otras personas que han sido deportadas
que con salvadoreños “nativos”.
Muchos de los afganis entrevistados por Schuster y Majidi terminaron re-migrando a
Europa. Para las personas entrevistadas en mi investigación, el call center se perfila como una
alternativa. Realmente, se representa como la única opción que tienen las personas que han sido
deportadas de los Estados Unidos de desarrollar sus vidas en el país. Y esto es porque en el call
center, el mismo atributo que les asigna el estigma en la sociedad salvadoreña—es el haber sido
deportado de los Estados Unidos—es lo que les vuelven deseable para la empresa.
Las personas que han sido deportadas también contaron sus experiencias de
discriminación en los call centers con respeto a la ascensión, pero afirmaron que el empleo les
permitía aprovechar de sus habilidades lingüísticas y aculturación norteamericana. Muchas de
personas entrevistadas hablaron de las relaciones con los clientes como el uso de un registro
natural, como una “platica normal”, como la recuperación de una cotidianidad estadounidense
perdida. Esta capacidad de comunicar con fluidez lingüística y cultural con clientes
estadounidenses les daba una ventaja sobre sus colegas “nativos”. Otros, como Tommy,
enfatizaron que las expresiones estéticas estadounidenses no eran estigmatizadas dentro del call
center. Dentro del espacio del call center, las modas estadounidenses son permitidas, hasta
normalizadas. Es afuera, en el terreno hostil del espacio público salvadoreño, que enfrentan la
discriminación generada por su vestuario, su cabello, sus tatuajes, etc.
El call center, entonces, emerge como uno de los pocos espacios en que se vuelve posible
revertir el estigma y recuperar, hasta cierto punto, el estatus perdido. Es importante notar que,
aunque los participantes señalaron la existencia de otros espacios colectivos donde también las
personas que habían sido deportadas construían comunidades y estatus con base en prácticas y
expresiones culturales de los Estados Unidos, como son los espacios deportivos mencionados, o
incluso algunas asociaciones delictivas, constituyen por lo general espacios masculinos. La
122
recuperación del estatus y reversión del estigma que permite el trabajo de call center no está
condicionado por género, y por ende representa un proceso bastante único.
II. SUBJETIVIDADES NEOLIBERALES
II. I La deportabilidad extendida
La deportación es un acto jurídico interesante en que se extiende la soberanía del país
deportador, los Estados Unidos, hasta más allá de sus fronteras nacionales. Por supuesto, los
Estados Unidos ya ejerce su poder en terrenos exteriores, a través de intervenciones militares,
como por ejemplo, los ataques de drones. Pero la deportación constituye otro tipo de ejercicio de
poder, en la cual el Estado norteamericano mantiene un control invisible sobre los cuerpos de las
personas deportadas aún después de su expulsión del territorio nacional. Este control, este bio-
poder, se ejerce a través de la prohibición de cruzar la frontera estadounidense por un periodo
fijo, con la amenaza de años en la cárcel antes de otra deportación a El Salvador.
En su desarrollo del concepto de la deportabilidad, De Genova (2002) afirma que la
vulnerabilidad y precariedad generada por el estado de ilegalidad de los migrantes, es decir, por
la amenaza constante de la posibilidad de la deportación, facilita su explotación laboral en países
como los Estados Unidos. Propongo, pues, que la deportabilidad también sigue vigente después
del acto de la deportación. La deportabilidad así entendido resulta una condición permanente, o
semi-permanente, para las personas que han sido deportadas. La deportabilidad se produce no
sólo en el territorio nacional norteamericano, sino también en el territorio natal de los migrantes.
La amenaza de ser detenido, encarcelado y deportado de nuevo del terreno
norteamericano es, en gran parte, lo que mantiene a las personas entrevistadas dentro de las
fronteras salvadoreñas. Aunque tienen la libertad de moverse a cualquier otro país (que no
requiere visa), los participantes han dejado sus familias, sus proyectos de vida en los Estados
Unidos. Muchos pasan contando los años de su condena de exilio, esperando el momento de
solicitar entrada al país de nuevo por vía legal. La política estadounidense así continúa
restringiendo sus movimientos aún en El Salvador.
Así mismo, continúa facilitando su explotación laboral. El trabajo de call center, como
industria de servicios externalizados de empresas norteamericanas en la búsqueda de reducir sus
123
gastos, reciben y absorben a estas personas que han sido deportadas. Estas restricciones son de
máximo provecho para las empresas. Los participantes describieron el call center como maquila,
y criticaron las bajas estándares laborales comparado con las normas de los Estados Unidos. Sin
embargo, ellos también representaron el call center como la única opción laboral que les permite
un ingreso relativamente digno en el país, por lo menos mientras cumplen su condena--y hay que
reconocer que después tendrán que tramitar un proceso largo, costoso y nada seguro de solicitar
una visa para regresar a los Estados Unidos. Así, la deportabilidad sigue operando aun después
de la deportación misma, (re)produciendo una población de trabajadores vulnerables para la
explotación de capital norteamericano.
II.II Ciudadanía neoliberal
Las configuraciones y experiencias contradictorias de la ciudadanía evidencian las
contradicciones inherentes en la categoría del contexto de la migración, la deportación, la
globalización económica y las nuevas tecnologías de comunicación digitales que se juegan en el
contexto del call center salvadoreño. En su trabajo sobre call centers de la India, las autoras
Rowe et al (2013) destacan los beneficios de la ciudadanía neoliberal de esos agentes. Sin
embargo, vale reiterar que esta ciudadanía neoliberal del agente de call center también depende
de su inmovilidad. Su participación privilegiada—relativo a otras opciones de empleo local—en
la economía globalizada requiere que sus cuerpos permanecen en su país natal, mientras su labor
se proyecta a través de las fronteras hacia Estados Unidos.
Para los agentes de call center en El Salvador que han sido deportados, esta inmovilidad
ya está facilitada a través la operación de la deportabilidad extendida. Tras haber sido negadas la
ciudadanía estadounidense, y excluidas, por lo menos de manera parcial, del ejercicio pleno la
ciudadanía salvadoreña por el estigma que enfrentan, las personas que han sido deportadas
encuentran limitaciones graves en términos de las protecciones y privilegios que les ofrece la
ciudadanía neoliberal, que depende exclusivamente de su explotación laboral en el call center.
Esta ciudadanía neoliberal se logra por vender las habilidades sociales y culturales que
adquirieron tras sus largas residencias en los Estados Unidos. Estas capacidades los hacen
candidatos perfectos para realizar el performance de la norteamericanidad que las empresas
obligan a muchos de los trabajadores de call center. La charada de aparentar que están ubicados
124
en un estado norteamericano o de adoptar un nombre anglosajón ofrece un paralelo muy
interesante con el concepto de la aproximación a la ciudadanía planteado por Bibler Coutin
(2013). Para personas que han sido deportadas de los Estados Unidos, la aproximación de la
ciudadanía en sus diversas expresiones—cívicas, afectivas, laborales, etc.—no fue suficiente
para obtener la afiliación y pertenencia oficial. Los símbolos culturales y códigos sociales que
asumieron en los Estados Unidos no alcanzaron para reivindicar su derecho de vivir en territorio
estadounidense a nivel jurídico. Pero bastaron para ser un agente de call center.
El concepto de la ciudadanía neoliberal implica una cierta transcendencia—o abandono—
del Estado como garante de derechos. Sin embargo, la deportación, como acto violento por parte
del Estado que expulsa a un sujeto y prohíbe su entrada dentro de un periodo dado, evidencia un
Estado que todavía ejerce mucho poder, un Estado con la capacidad de otorgar o negar los
derechos de sus habitantes actuales y anteriores. La mayoría de participantes de este estudio,
después de haber trabajado por años, hasta décadas, en los Estados Unidos, dejaron claro que
estaban conscientes del provecho que les sacaban las empresas norteamericanas al trasladar sus
operaciones a El Salvador. Para las personas que fueron deportadas, la ciudadanía neoliberal,
como ganancia de una ciudadanía aproximada previamente ejercida, resulta un sustituto amargo
y deslucido para la ciudadanía legal disfrutada por muchos de sus familiares y amigos en los
Estados Unidos.
II.II Resistencias limitadas
A pesar de lamentar sus condiciones y experiencias personales, es notable que en general,
los participantes no disputaron la lógica del régimen de deportación estadounidense. Este
régimen funciona según, como escribe Charázo (2015), “las lógicas de criminalidad y expulsión.
Estas lógicas se basan en narrativas que posicionan a inmigrantes merecedores (trabajadores,
orientados a la familia) contra inmigrantes no-merecedores (criminales extranjeros)” (6-7).32
Varios de los participantes argumentaron la injusticia de su propio caso, pero siempre
como excepción a los demás. Esta tendencia de recurrir a su propia “respetabilidad”, como
señala Lisa Marie Cacho, sólo refuerza la binaria de inmigrantes buenos y malos, merecedores de
la deportación y merecedores de la residencia autorizada: “desafortunadamente, negar la
32 Traducción propia
125
criminalidad o ilegalidad no desafía la lógica del crimen y castigo, sino que la fortalece, la
sostiene, y la justifica” (199).33 La implicación del reclamo de Pete de que su caso “no fue
deportable”, por ejemplo, es que existe un legítimo parámetro jurídico de ofensas que sí son
“deportables”. Al cuestionar su clasificación como criminal por parte de las autoridades, de
manera tácita, participantes como Pete, aceptaron que sí existe una categoría valida de criminales
extranjeros que merecen la deportación, aunque ellos mismos no se encuentran dentro de sus
filas.
La reproducción del discurso hegemónico sobre las demás personas que han sido
deportadas como delincuentes es otra evidencia de la fuerza de esta lógica: ellos merecían ser
deportados, son transgresores. Las narrativas de la reformación, la salvación y el renacimiento
repetidas en las entrevistas también refuerzan este discurso de la deportación como castigo
debido a las violaciones que cometieron las personas que fueron deportadas. Como otra
expresión de la metáfora de El Salvador como cárcel, la deportación emerge como una
oportunidad para la expiación. Así mismo, su resignación y aceptación prevaleciente frente a la
discriminación que enfrentan en El Salvador, indica la internalización del estigma de la
deportación: hasta cierto punto, los demás salvadoreños tienen razón en marginarlos.
Hay, por supuesto, un tono fundamentalmente cristiano que empapa estas narrativas, y no
es casualidad. Como señala el historiador Greg Grandin (2007), fue en Centroamérica que las
iglesias evangélicas consolidaron su alianza con la Nueva Derecha estadounidense frente a la
amenaza percibida por el comunismo a través de la teología de la liberación en la década de
1980. Ahí, la libertad del individuo de elegir su salvación y la libertad del mercado convergen y
se vuelven indistinguible, y la ley del mercado y la ley de Dios se vuelven una. En esta visión del
mundo, lo importante es la responsabilidad moral individual. Los jóvenes amotinandos en las
calles de Los Ángeles en 1992, las familias cruzando la frontera con México, los trabajadores no-
documentados con números de seguro social falso, todos se volvieron los enemigos en lo que
Patrick Buchanan llamó “una guerra religiosa” y “una guerra cultural […] para el alma de
[norte]América” (O’neill, 2015, 13).34 Con esta justificación moral se armó el régimen de la
deportación masiva, y con ella se mantiene.
33 Traducción propia 34 Traducción propia
126
Esta lógica es la que domina las conversaciones sobre la migración en los Estados
Unidos, tanto a nivel oficial como en los movimientos sociales. Como evidencié en el capítulo de
“Antecedentes”, muchas de las luchas de los derechos de los inmigrantes también hacen una
distinción deshumanizante entre los inmigrantes “buenos”—los estudiantes, padres de familia,
militares y emprendedores que merecen quedarse—y los inmigrantes “malos”—los criminales,
corrompidos, que merecen ser exiliados. Igual, como escribe Cházaro (2015), en el discurso
oficial de la administración de Barak Obama los inmigrantes que califican para los beneficios de
DACA “emergen como los actores neoliberales ideales: presentados como excepcionales,
obligados a realizar el mito de la auto-suficiencia”, y valorizados “como individuos que avanzan
el excepcionalísimo [norte]americano” (43). En el discurso sobre la migración en los Estados
Unidos, todos los factores marco políticos, económico e históricos de la migración “son
enmascarados en una retórica que ve a la migración como una elección individual con actores
individuales culpables” (43).35
Como bien demuestran las declaraciones de los participantes, el discurso sobre las
personas que han sido deportadas como criminales, culpables, es también reproducido en El
Salvador. Aunque el discurso va evolucionando con la transformación del perfil de la persona
deportada en años recientes, la representación de la persona deportada como transgresor
peligroso en El Salvador sigue teniendo mucha fuerza. Los participantes contaron sus
experiencias y sentimientos de discriminación por parte de las autoridades, empleadores, colegas,
y la sociedad en general. Es probable, pues, que el estigma que estas personas enfrentan al volver
a El Salvador contribuye a reforzar la percepción de su culpabilidad individual. Incluso, muchos
que también denunciaron las irregularidades y violaciones en sus casos, como Jimmy y las
condiciones de su detención, al final atribuyeron su deportación a errores que ellos mismos
cometieron.
Todo esto sugiere que se puede entender la deportabilidad como proceso discursivo, y la
deportación misma, como procesos disciplinarios neoliberales, a través de los cuales el individuo
asume la responsabilidad personal por lo que es realmente la violación de sus derechos. Es aquí
donde vemos cómo el poder de la deportación es más que bio-político. No se trata solamente del
control sobre los cuerpos, sino también sobre el conocimiento, las percepciones, los valores, las
verdades, es decir, a nivel discursivo.
35 Traducción propia
127
El éxito de esta lógica neoliberal de la deportación contribuye, además, a la falta de
resistencia organizada por parte del sector al centro de este estudio. Y por eso, la ciudadanía
cultural, como propuesta que ofrece posibilidades reivindicativas a grupos culturales subalternos,
no resulta satisfactoria en el caso de las personas que han sido deportadas a El Salvador. La
división entre “nativos” y “deportados”, y las formas de comunicación y asociación practicadas
por las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos a El Salvador, evidencian que
constituyen un grupo con identificaciones culturales que los unifican. Pero como las entrevistas
demuestran, estas personas que han sido deportadas reproducen un discurso neoliberal y oficial
sobre su propia deportación, asumiendo la responsabilidad de su deportación y reduciendo la
negación de su derecho de migrar a un asunto moral: una transgresión individual. Esta lógica
impide la clase de reivindicaciones colectivas postuladas por el concepto de la ciudadanía
cultural.
Parece, además, que el call center contribuye a reforzar esta lógica neoliberal
individualizadora. En el call center, los agentes son orientados a pensar en su rendición
individual, incentivados con bonos y otros premios. Los call centers suelen proyectar imágenes
del éxito a través de la entrega y la disciplina personal, y muchos de las personas entrevistadas
describen el trabajo como herramienta de su propia reformación moral. Así, la potencia
reivindicativa de las personas que han sido deportadas como colectivo marginado se debilita.
III. CONSIDERACIONES PARA INVESTIGACIÓN FUTURA
III.I Aportes para el campo de la comunicación
Como he reiterado, existe muy poca investigación sobre el tema de las personas que
vienen deportadas de los Estados Unidos y que trabajan en los call centers del país. Sí existe, sin
embargo, una cantidad de estudios más extensos que tratan de las reflexiones de los medios de
comunicación sobre las personas que han sido deportadas a El Salvador. La investigación
presente constituye, pues, un aporte para complementar estos estudios con las reflexiones de las
personas mismas que han sido deportadas sobre sus propias experiencias e identidades.
En particular, se trata de las construcciones narrativas de las identidades por parte de un
sector específico: no pretende abarcar todas las personas que han sido deportadas de los Estados
128
Unidos, que son cada vez más personas detenidas en México o poco después de entrar a los
Estados Unidos, sino una población que va bajando, una población de personas que vivieron una
parte significativa de su juventud en los Estados Unidos, y quienes encuentran trabajo en los call
centers tras su deportación a El Salvador. Es un tema que anteriormente ha sido poco explorado,
y al cual espero que esta investigación pueda contribuir desde el campo de la comunicación.
Las narrativas producidas a través de las entrevistas con los trece participantes revelan
cómo las experiencias de la migración, la deportación y el trabajo de call center marcan a la
producción de las identidades de los participantes, y presentan oportunidades ricas de explorar
las prácticas discursivas que construyen estas identidades, las cuales están siempre en proceso de
hacerse. Nos permiten pensar cómo los participantes se identifican con o en oposición a varios
sectores, como son los salvadoreños “nativos”, o las demás personas que han sido deportadas de
los Estados Unidos; cómo construyen el imaginario de El Salvador como nación, y cómo
construyen el imaginario de los Estados Unidos en contraste; cómo reproducen discursos
hegemónicos sobre su deportación, y hasta qué punto los resisten; y, finalmente, cómo la
experiencia del trabajo de call center interactúa con la experiencia de la deportación al nivel de la
construcción y narración de las subjetividades. Lo fundamental es que son auto-representaciones,
discursos producidos por los propios actores.
III.II Limites de la investigación presente
Reconozco que la investigación cuenta con algunos límites, sobre todo metodológicos.
Algunas son de naturaleza estructural; el estudio fue realizado como proyecto de graduación de
un programa de maestría en la universidad, lo cual implica restricciones no insignificantes de
recursos y de tiempo. Con la disponibilidad de asistentes de la investigación, por ejemplo, o con
más tiempo para conocer los participantes, conseguir nuevos contactos y realizar más
observación participante, seguramente el alcance de la investigación hubiera sido mayor.
La muestra de participantes entrevistados también presenta un límite de la investigación.
El grupo de los trece participantes, aunque suficiente para elaborar un análisis preliminar, no es
estadísticamente representativo del sector de personas deportadas de los Estados Unidos que
trabajan en los call centers. Por lo tanto, la muestra imposibilita sacar conclusiones
129
estadísticamente representativas con relación al género, nivel de educación u otros factores
socio-económicos de los participantes.
La guía de entrevistas utilizada también tiene algunos límites. Por supuesto, era un
instrumento muy flexible, adecuado a cada entrevista particular, y no un guion exacto. Sin
embargo, no fue sometida a un proceso científico de validez de contenido, como el propuesto por
Lawshe (1975). Igual, como entrevistadora, no confronté a los participantes sobre sus
declaraciones, si se contradijeron en sus comentarios, por ejemplo. Es probable que al realizar
unas conversaciones más extendidas y dialógicas se hubiera podido revelar discursos más
completos y complejos para analizar.
El hecho de haber realizado las entrevistas en inglés constituye otra debilidad, en el
sentido de que, por un lado, se pierde la sutileza, riqueza e idiosincrasia del idioma en la
traducción. Sin embargo, por otro, este sacrificio me permitió construir un mayor rapport con los
participantes, a la vez que la redacción del documento final en español permite su difusión con
un público que hasta hace poco ha sido marginado de la conversación académica cualitativa
sobre la deportación.
Finalmente, como señalé en el capítulo “Metodología”, mi posición como mujer
investigadora extranjera facilitó mi comunicación con los participantes, pero también presentó
algunos obstáculos. Sobre todo, me dificultó el acceso a los participantes al inicio, en términos
de conocer a personas que cumplían el perfil para la investigación y comunicarme con ellos para
involucrarles. Estos obstáculos, y varios más se habrían podido superar con mayor facilidad si el
periodo de la investigación fuera más amplio, y si como investigadora hubiera sido posible
dedicarme a tiempo completo a la realización del estudio.
A pesar de los límites mencionados, los datos recolectados en esta investigación sirven
como un punto de partida importante para estudios futuros del tema.
III.III Preguntas para investigaciones posteriores
Los resultados de esta investigación ofrecen ricas preguntas y posibilidades para futuros
proyectos. Uno de los aspectos que sería importante explorar en estudios futuros es lo del género;
en particular, habría que pensar más en las experiencias y perspectivas de las mujeres que han
sido deportadas y que trabajan en los call centers. Las mujeres constituyen una minoría dentro de
130
la población de personas deportadas a El Salvador, y a consecuencia sus voces suelen ser
invisibilizadas en las conversaciones críticas sobre el tema. En los discursos oficiales y
mediáticas sobre la deportación que reproducen el estigma que tanto sufren los participantes de
la investigación presente, las personas suelen ser representadas como hombres. Habría que
pensar, pues, si hay formas diferentes de estigma que se experimentan las mujeres que han sido
deportadas, tanto en la sociedad salvadoreña en general como adentro del espacio laboral del call
center.
En esta investigación, propongo que los call centers emergen como espacios donde se vuelve
posible, para las personas que han sido deportadas de los EE.UU., revertir el estigma de la
deportación y recuperar el estatus perdido. Así mismo, noto que es probable que existan otros
espacios donde también este sector recupere cierto estatus social, por ejemplo: espacios
deportivos como la liga de futbol norteamericano en El Salvador o el grupo de baloncesto de la
colonia, pero también espacios delictivos como las pandillas y organizativos como el grupo
incipiente Red Nacional de Emprendedores Retornados (RENACERES), constituido en febrero
de 2015 (Avelar, 2015). Sería interesante explorar estas comunidades de manera más profunda, y
su significado para los participantes en términos de estatus, de socialización, de identificación,
etc., pero también la existencia de espacios sociales colectivos, más propios de las mujeres que
han sido deportadas, si es que existen.
Finalmente, un enfoque desde la psicología podría brindar otra oportunidad de
profundizar en el tema. Esta investigación se realizó desde el campo académico de la
comunicación. La psicología, en cambio, ofrece herramientas distintas para pensar fenómenos
como el estigma de la deportación, por ejemplo, y sus impactos en la producción de la identidad,
y también los impactos psicológicos del trabajo de call center en los trabajadores que han sido
deportados de los Estados Unidos.
***
Esta investigación es solo un primer aporte al estudio de los trabajadores de call center
que han sido deportados de los Estados Unidos en El Salvador. Juntas, las intervenciones de los
trece participantes ofrecen una perspectiva única de las dinámicas y complejas configuraciones
discursivas con que se construye la identidad en el contexto contradictorio de la migración, la
131
deportación, y el trabajo de call center. Las reflexiones arriba presentadas constituyen puntos de
partida para futuros trabajos, con el fin de visibilizar las voces y experiencias de un sector
singular en El Salvador, una población producto de flujos desiguales de personas, de información
y del capital global, y de varias décadas de políticas neoliberales en la región.
Los resultados de esta investigación también ofrecen posibles lecciones para la política
pública y otras instituciones del país que participan en la construcción de la identidad. Dada la
fuerte identificación nacional con los Estados Unidos expresada por muchos de los participantes,
valdría la pena que el Estado salvadoreño re-pensara los programas de recepción y re-integración
de personas “retornadas” con atención a las personas que nunca se habían “integrados” a la
sociedad salvadoreña de manera significativa; esto implicaría, por ejemplo, la oferta de
enseñanza de español, o una introducción básica a la geografía, historia, cultura, política y
normativa jurídica del país. También, se podría revisar las políticas de contratación en industrias
privadas y públicas, para reducir la discriminación que enfrentan las personas que cuentan con
antecedentes penales en los Estados Unidos y que tanto limita sus opciones de empleo. Además,
se podría pensar en formas de promover y dinamizar la organización de personas que han sido
deportadas para que puedan identificar sus necesidades prioritarias y abogar y luchar por ellos
como colectivo, así cultivando una ciudadanía plena, reivindicativa y participativa.
Los resultados también apuntan a la necesidad de escuchar las voces de las personas que
han sido deportadas en más ocasiones, tanto en los medios oficiales y comerciales como en la
academia salvadoreña. La organización colectiva de personas que han sido deportadas
contribuiría a ese fin; también, los medios de comunicación podrían entrevistar a los sujetos de
las deportaciones, y no sólo a las fuentes oficiales cuando abordan el tema. La presencia de las
perspectivas diversas en el discurso público tendría un impacto importante en disminuir el
estigma que criminaliza y margina a las personas que son deportadas de los Estados Unidos a El
Salvador.
Sin embargo, estas medidas que puedan tomar el Estado y otros actores de la sociedad
salvadoreña frente la discriminación, marginación e invisibilización de personas que han sido
deportadas de los Estados Unidos son respuestas a los síntomas de problemas de fondo: por un
lado, la política migratoria norteamericana, y por otro, las causas estructurales de la migración
masiva, entre ellas, la implementación de políticas económicas neoliberales.
132
Mientras yo escribo estas últimas páginas, durante los primeros días del año 2016, la
administración de Obama está ejecutando una campaña de redadas de deportación en contra de
familias centroamericanas que buscaron asilo los Estados Unidos. Niños de cuatro años se
encuentren entre los nuevos detenidos. La violencia de estas intervenciones traumáticas ha caído
como una bomba sobre las felicitaciones y deseos del nuevo año. Mientras las organizaciones
sociales e instituciones oficiales tratan de preparar y atender a la comunidad salvadoreña
vulnerable en los Estados Unidos, reflexiono sobre los sujetos al centro de mi investigación.
Pienso en cómo la cara de la deportación ha cambiado de manera drástica en los últimos años.
Cada vez más, son estos niños recién llegados los que llenan los aviones de retorno a El
Salvador; cada vez menos están cargadas con los cuerpos tatuados de Jimmy, de Pete, de Burro.
¿Qué será de su generación?
“Crecí jurando lealtad a la bandera [norte]americana,” me dijo Raúl, a sus treinta y cinco
años. “Todavía, hasta hoy, oigo el himno nacional en un partido de futbol [norteamericano] y, no
te voy a mentir, mis ojos se llenan de lágrimas. Digo, cuando oigo el himno salvadoreño es
como…ok”, Raúl se rió. “Es que, este es mi país, sé que nací acá, pero mi vida ha sido allá”.
133
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