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71 FILIPINAS. UNA FRONTERA MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA Antonio GARCÍA-ABÁSOLO Universidad de Córdoba LA IMAGEN DE FILIPINAS DE LOS ESPAÑOLES Es bastante probable que uno de los aspectos más llamativos de la presencia de España en Extremo Oriente en general y en Filipinas en par- ticular sea el escaso interés que ha tenido entre los españoles. Quizá la mejor muestra de ese desapego sea que lo que mejor conoce de ellas la mayoría del público es su independencia, y probablemente gracias a una película afortunada 1 . Durante su estancia en España entre 1882 y 1885, José Rizal hizo muchas cosas interesantes, como estudiar inglés, alemán y árabe, licen- ciarse en Medicina y Filosofía, y estudiar dibujo en la Academia de San Fernando. Además, participó en muchas actividades políticas y cultura- les y escribió importantes artículos en la revista La Solidaridad, platafor- ma de las reivindicaciones políticas de los filipinos. Con tanta actividad encima, percibió que una de las cosas que todavía nadie había hecho era explicarle a los españoles cómo eran las Filipinas, el país en donde esta- ban asentados desde 1565. Con su amigo Pedro Paterno, que tenía pluma fácil y bolsillo generoso, programó la edición de algunos libros, de los que Paterno llegó a publicar uno, dedicado preferentemente a versificar acerca de Filipinas, cosa muy justificable puesto que presumía de poeta 2 . En líneas generales, el desconocimiento de Filipinas produjo una imagen peculiar que se mantuvo desde el siglo XVI hasta el XIX. Aquí se puede presentar una paradoja, porque Oriente siempre ha ejercido una enorme fascinación para el hombre occidental. Pero esto no es contradictorio con la incertidumbre, en el sentido de desconocimiento, 1 En el año 2001, María Lourdes Díaz-Trechuelo publicó una breve historia de Filipinas que título Filipinas. La gran desconocida (1565-1898) . Pamplona: EUNSA, Colección Astrolabio. En las páginas introductorias hace una exposición evocadora de su dedicación a la historia de Filipinas en un pa- norama académicamente yermo, que no ha mejorado sustancialmente en la Universidad española actual. 2 ORTIZ ARMENGOL, Pedro. Letras en Filipinas. Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas, 1999, pp. 209-210. Fronteras del mundo JL.indd 71 Fronteras del mundo JL.indd 71 31/03/11 15:31 31/03/11 15:31

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FILIPINAS. UNA FRONTERA MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA

Antonio GARCÍA-ABÁSOLO

Universidad de Córdoba

LA IMAGEN DE FILIPINAS DE LOS ESPAÑOLES

Es bastante probable que uno de los aspectos más llamativos de la presencia de España en Extremo Oriente en general y en Filipinas en par-ticular sea el escaso interés que ha tenido entre los españoles. Quizá la mejor muestra de ese desapego sea que lo que mejor conoce de ellas la mayoría del público es su independencia, y probablemente gracias a una película afortunada1.

Durante su estancia en España entre 1882 y 1885, José Rizal hizo muchas cosas interesantes, como estudiar inglés, alemán y árabe, licen-ciarse en Medicina y Filosofía, y estudiar dibujo en la Academia de San Fernando. Además, participó en muchas actividades políticas y cultura-les y escribió importantes artículos en la revista La Solidaridad, platafor-ma de las reivindicaciones políticas de los filipinos. Con tanta actividad encima, percibió que una de las cosas que todavía nadie había hecho era explicarle a los españoles cómo eran las Filipinas, el país en donde esta-ban asentados desde 1565. Con su amigo Pedro Paterno, que tenía pluma fácil y bolsillo generoso, programó la edición de algunos libros, de los que Paterno llegó a publicar uno, dedicado preferentemente a versificar acerca de Filipinas, cosa muy justificable puesto que presumía de poeta2. En líneas generales, el desconocimiento de Filipinas produjo una imagen peculiar que se mantuvo desde el siglo XVI hasta el XIX.

Aquí se puede presentar una paradoja, porque Oriente siempre ha ejercido una enorme fascinación para el hombre occidental. Pero esto no es contradictorio con la incertidumbre, en el sentido de desconocimiento,

1 En el año 2001, María Lourdes Díaz-Trechuelo publicó una breve historia de Filipinas que título Filipinas. La gran desconocida (1565-1898). Pamplona: EUNSA, Colección Astrolabio. En las páginas introductorias hace una exposición evocadora de su dedicación a la historia de Filipinas en un pa-norama académicamente yermo, que no ha mejorado sustancialmente en la Universidad española actual.2 ORTIZ ARMENGOL, Pedro. Letras en Filipinas. Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas, 1999, pp. 209-210.

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Fronteras del mundo hispánico: Filipinas en el contexto de las regiones liminares novohispanas. Ed. lite. Marta María Manchado López y Miguel Luque Talaván, Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 2011
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que he mencionado. El mismo término fascinante se puede referir tanto a algo irresistiblemente atractivo como a algo engañoso.

Hasta el siglo XVI, el atractivo de Oriente llegó a los hombres de la cristiandad occidental como un acicate para salir de sí mismos. El fraca-so de las cruzadas no acabó con las esperanzas de Roma para hacer una penetración espiritual hacia el Oriente. También con los cruzados fueron misioneros franciscanos y dominicos, que permanecieron allí una vez que las cruzadas terminaron y fueron la vanguardia de Occidente en un avan-ce que se hizo cada vez más complicado. Dentro de ese mundo cerrado que se extendía profundamente hacia el Este, la única presencia cristiana tolerada había sido la de ciertos misioneros del cristianismo nestoriano, que habían conseguido establecerse en China en el siglo VII con el con-sentimiento de los emperadores y que significaban una esperanza para la cristiandad occidental.

Probablemente Legazpi habría oído hablar de los relatos de Chi-na escritos por Juan Piano de Carpini, compañero de San Francisco de Asís, que recogió noticias de su presencia entre los mongoles en 1247 y las expuso en sus libros Historia Mongolorum y Liber Tartarorum3. La jefatura de la armada de Filipinas es posible que le hubiera llevado a interesarse también por las cartas de fray Juan de Montecorvino, que fue el primer arzobispo de Pekín entre 1307 y 1329. E igualmente por el relato del viaje de Odorico de Pordenone, un franciscano que visitó a Montecorvino en China y que presentó al Papa una relación de lo que había visto, además de solicitar, como embajador de Montecorvino, el envío de misioneros a China. Gracias a la labor de Pordenone, el Papa Juan XII, segundo de Avi-ñón, envió a China cincuenta misioneros, muy necesarios en aquella pri-mera iglesia Católica china que contaba con siete obispos sufragáneos del arzobispado de Pekín.

Algunos allegados de los kanes estuvieron muy cerca del cristianis-mo nestoriano e incluso tenemos noticia de que la actividad de los fran-ciscanos había conseguido la conversión al catolicismo de algún prínci-pe mongol. Pero los relatos que llegaron a Occidente transmitieron una imagen de China que se acabó en 1368, con la llegada de la dinastía Ming al imperio, aunque las buenas noticias dejaron un poso de esperanza en

3 Georges Baudot considera estas primeras crónicas franciscanas como trabajos etnográficos, in-dagaciones sobre las sociedades orientales preparatorias de la conquista espiritual e incluso de la política. Indagaciones etnográficas precursoras de los trabajos de Motolinía, Andrés de Olmos y Bernardino de Sahagún. Ver: BAUDOT, Georges. Utopía e historia en México. Los primeros cronistas de la civilización mexicana (1520-1569). Madrid: Espasa Calpe, 1983. También “Los precursores francisca-nos de Sahagún del siglo XIII al siglo XVI en Asia y América”. Estudios de Cultura Náhuatl (México). 32 (enero 2001), pp. 159-173.

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Occidente. Es posible que Legazpi llevara consigo a Filipinas el bagaje de deseos que compartía Occidente por dar continuidad a la labor apostólica que habían comenzado en China los franciscanos en la segunda mitad del siglo XIII.

Pocos comerciantes y viajeros europeos llegaron a Extremo Orien-te antes del siglo XVI. Tal vez por eso, la primera imagen de Oriente en Occidente fue fantástica, alimentada por el exotismo de sus productos y por las verdades y fabulaciones que algunos de esos privilegiados, como Marco Polo y John de Mandeville, narraron en libros que fascinaron a los europeos durante siglos, incluso después de saber que también contaban mentiras4.

En el siglo XVI, la Cristiandad Occidental dispuso de fuentes direc-tas de información, primero de los portugueses establecidos en India y China, y después de los españoles establecidos en Filipinas. A la imagen fantástica de Oriente se le fue añadiendo un contenido más académico que, sobre todo, se ocupó de China. En la formación de la imagen de Chi-na, es preciso tener en cuenta la influencia de las obras de dos españoles: Juan González de Mendoza y Bernardino de Escalante; en particular una parte de la descripción de Escalante, que fue incorporada por Abraham Ortelius en la primera edición española del Theatrum Orbis Terrarum, obra de gran difusión publicada en Amberes en 1588. (Ilustración 1).

Además de estas fuentes de creación de imagen, también hay rela-ciones de China escritas por españoles que hicieron embajadas al país, en un intento de establecer tanto las misiones desde las que evangelizar el continente asiático, como alguna base comercial al estilo de Macao, que consiguieron en El Pinal a fin del siglo XVI. (Ilustración 2).

A un nivel más popular, y tal vez por ello más interesante cuando se trata de estudiar percepciones, también contamos con documentos que pueden transmitir los sentimientos más íntimos como los testamentos de los pobladores españoles de Filipinas y las cartas que escribieron a sus familiares en España, que sirvieron a una escala que no conocemos bien todavía para formar el imaginario de Filipinas en concreto y de Oriente en general. En la recopilación realizada por Enrique Otte hay dos cartas de vecinos de Manila a sus familiares en España, pero hay algunas más sin

4 Marco Polo estuvo en China entre 1271 y 1295, de manera que su experiencia en China, relatada después en Il Millione, corresponde a la época de los misioneros franciscanos. En la obra de Man-deville, sin embargo, solo lo que se refiere a Egipto parece corresponder a su experiencia directa. Puede consultarse una edición telemática del Libro de las maravillas del mundo (Valencia, 1540, edición realizada por Estela PÉREZ BOSCH). Edición electrónica e imágenes de José L. Canet (http://parnaseo.uv.es/lemir/Textos/Mandeville/Index.htm).

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editar5. Estas cartas tuvieron una gran influencia en el ámbito local, por-que resultaban muy sugerentes en tantos pueblos y barrios de ciudades, pequeños mundos cerrados en los que se apreciaban a fondo las noticias, de manera que los que sabían leer leían esas cartas una y otra vez hasta que toda la comunidad terminaba por conocerlas. En estas cartas se deja ver la doble consideración de Filipinas como lugar lejano y extraño, pero también como tierra del mundo español en la que vivía un pariente, y por

5 Un buen número de estos testamentos y algunas de estas cartas (inéditas), recopiladas en los Au-tos de bienes de difuntos del Archivo General de Indias de Sevilla, están mostrándonos su utilidad con motivo del desarrollo del Proyecto Por la muerte a la vida. A través de este Proyecto, financiado por la Dirección General de Programas y Transferencias de Conocimiento (Ref. HUM2007-64796), estudiamos una nueva metodología de trabajo consistente en la aplicación de técnicas de inteli-gencia artificial al estudio de los testamentos de los pobladores de Indias. También se pueden ver cartas publicadas de pobladores de América y Filipinas del siglo XVI y principios del siglo XVII en: OTTE, Enrique. Cartas privadas de emigrantes a Indias 1540-1616. Sevilla: Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1988. Colabora Guadalupe Albi. También en edición más reciente por el Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

ILUSTRACIÓN 1. Portada de la edición facsímil del libro de Bernardino de Escalante, Discurso de la navegación que los portugueses hazen a los reinos y provincias del Oriente y de la noticia que se tiene del reino de China. Sevilla, 1577, preparada por la Universidad de Cantabria y el Excmo. Ayuntamiento de Laredo. Salamanca, 1991.

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tanto, cercana y familiar. Por otra parte, las citas de Filipinas en esas cartas eran referencias genéricas a China, de forma que muestran la razonable indefinición en la que se movían los españoles vinculados emotivamente a Oriente. También en el Virreinato de la Nueva España los filipinos eran conocidos como chinos.

Por otra parte, el sistema de gobierno del Imperio español concedía a cada territorio una capacidad de autonomía que, en el caso de Filipinas, se veía acentuada por la enorme distancia entre las islas y España o entre las islas y México. Filipinas perteneció jurisdiccionalmente al Virreinato de la Nueva España, pero se entiende que el gobernador, en la práctica, actuaba necesariamente con bastante independencia respecto del virrey de México. El sistema propiciaba que los súbitos de los distintos lugares del Imperio se consideraran españoles de cada una de las “españas” que lo componían6.

6 Una digresión interesante sobre esta cuestión se puede ver en: RALEY, Harold. El espíritu de España. Madrid: Alianza, 2003, pp. 67-73.

ILUSTRACIÓN 2. Enclave de El Pinal y ruta comercial desde Manila. El puerto de El Pinal estuvo cedi-do a los españoles entre 1598 y 1600. Estaba si-tuado en una pequeña isla cerca de Cantón y de Macao (Dibujo de Antonio García-Atance).

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Es preciso añadir que en la época de la formación de Filipinas colo-nial, es decir, en el último cuarto del siglo XVI, el origen de sus pobladores se repartió por toda España: fueron castellanos poco más de la mitad, mientras que el resto se repartió por todas las demás regiones. Por tanto, en casi todos los lugares de España existía la posibilidad de recibir noti-cias afectivas de Oriente. (Gráfico 3).

GRÁFICO 3. Pasajeros a Filipinas por regiones de origen (1571-1841). Autor: Antonio García-Abásolo.

La confusión de Filipinas y China parece razonable, porque, des-pués de la llegada de Legazpi a Filipinas, pasó mucho tiempo antes de que llegaran desde México instrucciones precisas sobre lo que había que hacer. Hubo una época de incertidumbre en la que los españoles de Ma-nila estuvieron convencidos de que el asentamiento en Filipinas era sólo un paso para la posterior conquista de China7. Esos planes de conquista fueron un fenómeno colectivo en Filipinas y no un tema de unos pocos locos extemporáneos, aunque la mayoría pensaba más en una especie de conquista espiritual tutelada por los religiosos, que recordaba a los mo-delos americanos. No obstante, es seguro que muchos en Manila estuvie-

7 Sobre este tema se pueden ver los trabajos de: PORRAS, José Luis. Sínodo de Manila. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1988; y más específicamente el de: OLLÉ, Manel. La inven-ción de China. Percepciones y estrategias de Filipinas respecto de China durante el siglo XVI. Wiesbaden: Harrassowitz Verlag, 2000.

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ron convencidos de que podían realmente conquistar China; lo podemos entender si tenemos en cuenta que las grandes conquistas americanas se habían realizado hacía cincuenta o sesenta años.

El asentamiento español en Extremo Oriente hizo que el dominio español, y consiguientemente su percepción, se hicieran universales. En la Historia Natural y Moral de las Indias, José de Acosta consideró el Nuevo Mundo como un todo compuesto por las Indias Occidentales y las Orien-tales8. En realidad, esa visión global era cercana a la que implícitamente contenían las bulas de 1493.

La imagen de Filipinas como lugar lejano y exótico permaneció siempre, pero la experiencia de la vida en Manila, con un clima extraño y duro, y la frecuencia de catástrofes naturales en forma de terremotos y aguaceros, fue añadiendo una nota más de lugar incómodo y no desea-ble. Para la burocracia se convirtió en un destino transitorio que podía compensar con un salto siguiente más rápido en el cursus honorum; para los comerciantes de España y de México, vivir en Manila era un riesgo compensado por la oportunidad de riqueza que ofrecía la rentabilidad enorme del comercio chino a través de la nueva ruta de la seda entre Ma-nila y Acapulco; para los descendientes de los primeros pobladores y para los que llegaron después en una corriente siempre muy reducida, la vida en Manila fue una dura comprobación de lo difícil que podía ser formar un linaje duradero; y, por último, los muchos religiosos que se trasladaron ininterrumpidamente a las islas, levantaron en Filipinas el Estado Misio-nero que, a pesar de sus esfuerzos, no habían conseguido en América9.

El resumen de estas consideraciones puede ser que Filipinas para los españoles se movió frecuentemente en una paradoja: lugar lejano en el espacio y en el tiempo pero cercano en el afecto y en la política; lugar de riqueza rápida pero de dificultades evidentes para conseguirla; espacio aparentemente sosegado pero frecuentemente amenazado; fin del Impe-rio y puerta de Asia. Unas paradojas que hacían de Filipinas una provin-cia difícil de entender y que pueden explicar por qué Rizal deseaba ha-cerla más cercana a los españoles del siglo XIX. Paradoja también durante mucho tiempo entre la realidad y la geografía oficial. ¿Qué merecía más

8 La unidad imperial a la que Acosta se refirió se percibe habitualmente en los documentos de la administración colonial. Ver: HEADLEY, John M. “Spain’s Asian Presence, 1565-1590. Structures and Aspirations”. Hispanic American Historical Review (Durham, EE. UU.). 75/4 (noviembre 1995), pp. 623-646.9 La influencia de los religiosos en Filipinas es fácilmente perceptible en casi todos los ámbitos. Regalado Trota José la pone en evidencia en su libro Impreso, dedicado a la actividad editorial en Filipinas entre 1593 y 1811. Ha catalogado más de mil publicaciones de las cuales la mayor parte se ocupa de cuestiones relacionadas de variada manera con la actividad de los frailes (Impreso. Philip-pine imprints 1593-1811. Manila: Fundación Santiago Ayala, 1993).

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crédito: la reducida distancia reflejada en los mapas de Abraham Ortelius de fines del siglo XVI, o la dura experiencia de los españoles que termina-ron su vida en el Pacífico en la misma época? (Ilustración 3).

ILUSTRACIÓN 3. Detalle del mapa de Abraham Ortelius (1584).

FILIPINAS COMO FRONTERA

Tal vez se puede hacer una interpretación de las Filipinas españolas entre los siglos XVI y XVIII como un mundo cerrado en una frontera abier-ta, o como una frontera más allá de la frontera. No es aplicable el concepto clásico griego de frontera como delimitación de la posición propia frente a los bárbaros. Sería aplicable frente a los moros del sur pero no respecto de los sangleyes, que fueron una curiosa mezcla de vecinos-extranjeros dentro de Filipinas.

En primer lugar Filipinas participa de los ingredientes presumibles en un concepto genérico de frontera10 por ser:

10 Filipinas también es susceptible de ser considerada como la frontera del Virreinato de Nueva España hacia el Pacífico. Por ello, es interesante y conveniente no perder de vista el marco general de la frontera en la América española. Es de gran utilidad para esto el trabajo de: JIMÉNEZ NÚÑEZ, Al-fredo. “La frontera en América: observaciones, críticas y sugerencias”, en SARABIA VIEJO, Mª Justina; et al. (editores). Entre Puebla de los Angeles y Sevilla: estudios americanistas en homenaje al Dr. José Antonio

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a) Línea de intercambios materiales. Presenta similitudes con el Ca-mino Real de Santa Fe, un camino largo para contactar con la frontera después de atravesar un espacio poco explorado y lle-no de riesgos, como la ruta del galeón de Manila. De hecho, a principios del siglo XVII se empleban seis meses para recorrer la distancia entre México y Santa Fe y entre cinco y siete entre Ma-nila y Acapulco. (Ilustración 4). Pero, a pesar de la dureza, ambos caminos permanecieron por razón del beneficio económico y el interés político. En cierto sentido, ambos caminos recorrían un gran espacio de frontera para llegar más allá de la frontera. Se parecen el galeón de Manila y el Camino Real de Santa Fe porque ambos recorrieron grandes espacios tempranamente explorados pero no colonizados o poco colonizados. En estos casos, tuvieron una colonización lenta y espasmódica.

ILUSTRACIÓN 4. Camino Real de México a Santa Fe. Se empleaban seis meses para llegar a Santa Fe, cubriendo una distancia de 2.560 km.

(Dibujo de Antonio García-Atance).

Calderón Quijano. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Universidad de Sevilla, 1997, pp. 475-494. El mismo autor hace un tratamiento más amplio y sistemático de esta cuestión en El Gran Norte de México. Una frontera imperial en la Nueva España (1540-1820). Madrid: Tebar, 2006.

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b) Línea de intercambios culturales desarrollados en modelos muy originales. La frontera es campo fértil en conocimientos para la historia y para la antropología. Manila fue la ciudad más exóti-ca de su tiempo, en la que compartieron sus bagajes las etnias que, hasta entonces, habían estado más alejadas del mundo. Pero todavía más original fue el galeón de Manila como crisol de cul-turas: bastaría con considerar en cuántas lenguas se lamentarían y se alegrarían los pasajeros y las tripulaciones que luchaban por sobrevivir apretadamente dos o tres meses entre Acapulco y Manila y de cinco a siete meses entre Manila y Acapulco.

Con los chinos-sangleyes, la línea de intercambios culturales fue grande en lo material. En el ámbito de lo interno, la entrada de los chinos en el sistema de valores español se produjo rápidamente en lo que se refiere a la política y a la economía, pero menos en la religión y en la lengua. La convivencia de comunidades con siste-mas de valores distintos fue difícil, pero produjo planteamientos y experiencias muy interesantes y originales para el mundo occi-dental11.

c) Línea de intercambios humanos mediante un mestizaje reduci-do hispano-filipino y abundante chino-filipino. En Filipinas no hubo una inmigración de familias españolas y mexicanas en busca de tierras de cultivo. Filipinas fue tierra explorada y co-lonizada por frailes. Hubo casos de mestizaje hispano-filipino pero fueron irrelevantes, como correspondía a una población es-pañola muy reducida. A pesar de esto, la comunidad de Manila fue un elemento de atracción permanente de población china que progresivamente fue asentándose en las islas, sobre todo en Ma-nila y su comarca. A mediados del siglo XVIII, los mestizos de sangley en Manila y las provincias de su entorno eran la cuarta parte de la población tributaria12. (Grafico 4).

11 Sobre las relaciones entre españoles y chinos en Filipinas, cuestión que me ocupa desde hace tiempo, remito a algunos de mis trabajos, como “Relaciones entre españoles y chinos en Filipinas”, en CABRERO FERNÁNDEZ, Leoncio (editor). España y el Pacífico. Legazpi. Madrid: Fundación Carolina, 2004, tomo II, pp. 231-250. También “La difícil convivencia entre españoles y chinos en Filipinas”, en NAVARRO GARCÍA, Luis (coordinador). Élites urbanas en Hispanoamérica. Sevilla: Secretariado de Publi-caciones de la Universidad de Sevilla, 2005, pp. 487-494.12 Los datos proceden de los resultados de la visita realizada por el oidor Pedro Calderón Enríquez a esa zona. Ver: GARCÍA-ABÁSOLO, 2005, p. 492.

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GRÁFICO 4. Pobladores de Filipinas (1571-1841). Frecuencia decenal. Autor: Antonio García-Abásolo.

Filipinas fue también un mundo de riesgo, bien representado en Manila por varias razones:

Primero, por ser un escenario propicio al miedo: el de la experiencia de una paradójica soledad comunitaria; Manila fue una ciudad que nació y se desarrolló intramuros para subsisitir.

Segundo, por las enfermedades derivadas probablemente de la claustrofobia de Manila: suicidios, raptos, enfermedades psíquicas,... Puede servir de ejemplo la paradoja de las reclutas de soldados forzados en Nueva España. Habían sido llevados de manera forzada a Filipinas a causa de deudas de juego, especialmente convenidas para la recluta, y en Filipinas se les prohibió jugarse las soldadas a los naipes. Hay muestras constantes de la afición al juego entre los soldados de la fortaleza de Ma-nila. También de lesiones derivadas de las frecuentes situaciones de vio-lencia. Hubo homicidios, raptos de mujeres, suicidios y, en general, com-portamientos anómalos –o quizá no tanto– entre los vecinos de Manila. Eran males propios de una comunidad pequeña en la que todos conocían las virtudes y los defectos de los demás, una comunidad suspicaz que se movía con frecuencia entre la ambición, el miedo, la melancolía, la deses-peranza y el aburrimiento.

El padre Pedro Murillo Velarde dejó un testimonio magnífico de esta especie de marco de la psicología social de Manila. Refiriéndose a un problema entre la autoridad secular y la eclesiástica a fines del siglo XVII, hizo este sustancioso comentario: “Cosa de tanta entidad no se pudo ocultar

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en ciudad tan pequeña y ociosa, donde no solo se cuentan los hechos, los dichos y aun los pasos, sino que se brujulean, se adivinan, se adelantan y aun se fingen los pensamientos de cada uno”13.

En un mundo de estas características, la adaptación de los que se atrevían a quedarse era radical y bien compensada: en el caso de los reli-giosos por las convicciones, en el de los comerciantes por el beneficio, y en el de los gobernantes por el mantenimiento del poder en la geopolítica del Pacífico americano.

Al fin, tendió a establecerse un modo de vida original en función del medio, las posibilidades y los objetivos. Para la mayoría, experimentando la vida exótica pero monótona y rutinaria de la comunidad de Manila, a la espera de los chinos y del galeón de Acapulco y con bastante desinterés hacia la propiedad de la tierra. Para los religiosos, tratando de establecer en las Indias Orientales lo que no habían conseguido en las Occidentales: el desarrollo de hecho de un Estado misionero.

Tal vez se pueda hablar de Manila, que viene a ser lo mismo que decir de la comunidad española de Filipinas, como una frontera más allá de la frontera, en la que no llegaron a consolidarse mundos que parecían impermeables: Occidente llegó a América y allí se fundió o restableció su propio mundo; a Oriente llegó pero no se fundió.

FILIPINAS, UN MUNDO CERRADO EN UNA FRONTERA ABIERTA O UNA FRONTERA MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA

En segundo lugar, voy a intentar perfilar el complejo mundo de los españoles de Filipinas, para tratar de comprender por qué se puede decir de ellos que estaban más allá de la frontera.

La presencia de España en Filipinas implicó varios modos específi-cos de frontera. En principio se podría definir como una frontera activa pero regresiva. Como señala Fernando Palanco, en la historia de Filipinas la relación de la llanura sometida fue más intensa con la montaña atrasada que con el mundo más hispanizado. La tendencia fue que siempre lo colo-nizado se abasteció más de la frontera y de su mundo que de lo foráneo (lo hispano)14. Lo más hispanizado fue el entorno de Manila, pero en muchas zonas de Filipinas el nivel de hispanización fue muy precario: dependió de la posibilidad de que se remontaran los indígenas cristianizados de

13 MURILLO VELARDE, Pedro (SI). Historia de la Provincia de Philipinas de la Compañía de Jesús. II Parte (161-1716). Manila: Imprenta de la Compañía de Jesús, 1749, libro IV, capítulo XVI, nº 774.14 PALANCO AGUADO, Fernando. Rebeliones indígenas en Filipinas (siglos XVI-XVIII). Tesis doctoral inédi-ta. Madrid, Universidad Complutense, 2001, pp. 169-231.

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las tierras bajas. Muchas zonas de Filipinas vivieron en una situación de frontera que podía inclinar las cosas a un lado o a otro al menor síntoma de peligro. También estos remontes dieron lugar a situaciones engañosas, en cuanto que los religiosos solieron considerarlos y recogerlos en sus cró-nicas como sublevaciones.

Después hay que considerar que la comunidad española en Filipinas fue pequeña pero poderosa ante la administración colonial. Filipinas fue un ámbito colonial asentado en una cierta forma de chantaje: los frailes amenazando con dejar sus doctrinas en sus enfrentamientos con arzobis-pos y gobernadores, y los vecinos de Manila amenazando con marcharse a Nueva España, cuando se incrementaba la exigencia del cumplimiento de la fiscalidad del comercio del galeón. Amenazas ciertas porque ambos eran irremplazables. En el caso de las autoridades y los vecinos de Manila, se podía concluir que los repartos de privilegios tendieron a desarrollar en cierta manera un gobierno secuestrado.

Hay muchas situaciones en las que se puede comprobar esto, una de ellas sucedió a principios del siglo XVII. En 1600 Manila se vio ame-nazada por la entrada del holandés Oliver van Noort en la bahía. Fue re-chazado por las fuerzas preparadas por el oidor Antonio de Morga, pero, poco después, en 1603 otro gran peligro se abatió sobre Manila: se produjo el primero y más grave levantamiento de los chinos de Filipinas, que se cerró con muchas muertes por ambos bandos, más por el de los chinos. La constatación de estos peligros causó un gran temor entre los vecinos de Manila, muchos de los cuales abandonaron la ciudad camino de Nue-va España, sin que el gobernador Pedro Bravo de Acuña pudiera hacer nada para evitarlo. El peligro de despoblación fue tal, que desde Madrid se ordenó a los sucesores de Pedro Bravo de Acuña que restringieran la concesión de licencias para los vecinos que quisieran abandonar Manila15.

Si esto sucedía por las amenazas de los chinos y de la competencia colonial europea, otro tanto se experimenta con las actuaciones que mo-dificaban sustancialmente la normativa de los galeones de la carrera del Pacífico. En los años veinte y treinta del siglo XVII, el incremento de la fis-calidad a los comerciantes de la carrera de Acapulco, protagonizado por el oidor Pedro de Quiroga y por el virrey marqués de Cadereyta, de nuevo provocó amenazas de despoblación y dio lugar al descenso de la actividad comercial por muchos años16.

15 Pedro Bravo de Acuña al rey. Manila, 15 de julio de 1604. Archivo General de Indias (Sevilla) -en adelante, AGI-, Filipinas, 7.16 Real cédula al virrey de Nueva España, marqués de Cadereyta, Madrid, 2 de septiembre de 1628. AGI, Filipinas, 330, L 4, fols. 73v-75r.

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También es preciso tener en cuenta que Manila fue una comunidad entre murallas pero débil ante sus dependencias. Protegida por murallas pero al mismo tiempo cercada por el miedo que procedía de la amenaza externa, holandesa e inglesa especialmente, y de la interna, representada por los sangleyes, de los que dependía por completo Manila para su abas-tecimiento y su riqueza17. Y también en ocasiones el miedo a los filipinos, aunque pocas veces se sublevaron y, cuando lo hicieron, en muchos casos y afortunadamente para los españoles, utilizaron los cauces de la admi-nistración colonial y no los de la época prehispánica. Las posibilidades de defensa de la comunidad española siempre fueron reducidas; a menudo los vecinos de Manila fueron reclamados para la vigilancia ordinaria de la ciudad, concentrada en la defensa de Manila, Cavite y la Bahía. Cuando las fuentes de los siglos XVI al XVIII se refieren a tropas de Manila, hay que entender que se trataba de gente no siempre bien pertrechada, corta en número y con una presencia demasiado notable en el ambiente de una ciudad que, a fin de cuentas, era una fortaleza. El gobernador Juan Niño de Tavora hacía la siguiente descripción de Manila, breve pero enjundio-sa, en 1629: “Por ser presidio, (Manila) está llena de soldadesca que anda siempre con las armas al hombro. La gente (es) por la mayor parte inquieta y facinerosa, desechada de Castilla y de la Nueva España”18.

En suma, las peculiares circunstancias de la vida de Manila hicieron de ella una pequeña comunidad claustrofóbica y psicológicamente acosa-da, especialmente por la falta de control real sobre sus dependencias, es decir, el galeón, los chinos y los peligros externos. Probablemente, este régimen de vida fue un elemento de identidad de la comunidad de Manila que se añadió al sistema de valores español: una lengua, una religión y un régimen administrativo, más un encerramiento en sí misma aprendiendo a vivir frente a sus dependencias, que produjo formas peculiares de com-portamiento. En ocasiones, la comunidad de Manila se hace acreedora de un estudio de psicología social particular19.

Fuera de Manila, aún más allá de la frontera, sobre todo en las provincias del norte de Luzón cercanas a China, los alcaldes mayores se aliaron a los principales locales y a los sangleyes para hacer operaciones mercantiles. El proceso de hispanización por la vía del fraude tocó a los

17 Me permito remitir al lector a mi trabajo titulado “Una comunidad amenazada. Manila a media-dos del siglo XVIII”, en SARABIA VIEJO, 1997, pp. 353-367.18 Juan Niño de Tavora al rey. Cavite, 1 de agosto de 1629. AGI, Filipinas, 21, R 3, N 14.19 Algunas muestras de esto en: GARCÍA-ABÁSOLO, Antonio. “Formas de alteración social en Filipinas. Manila, escenario urbano de dramas personales”, en LUQUE TALAVÁN, Miguel; Marta Mª MANCHA-DO LÓPEZ (coordinadores y editores). Un Océano de intercambios: Hispanoasia (1521-1898). Homenaje al Profesor Leoncio Cabrero Fernández. Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, Agencia Española de Cooperación Internacional, 2008, tomo I, pp. 255-284.

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sectores de privilegio20. Lo mismo sucedió con las autoridades de Manila y especialmente con las encargadas de la jurisdicción del barrio chino o parián21. El oidor Pedro Calderón Enríquez expuso algunos aspectos de estos fraudes, referidos a los juegos y criticó el comportamiento del gober-nador Juan de Arechederra y Tovar, dominico y también obispo electo de la diócesis de Nueva Segovia:

“En los juegos y tablajes hay el desorden que jamás se ha visto, con juego público de gallos dentro de la ciudad, en el Mabolo, y de naipes en muchas coimerías, corriendo con ellos el sargento mayor, y el principal interés es notorio cogerlo el gobernador. A que añadió por enero pasado permitir a los sangleyes coimerías dentro del Parián, y que por solo permitirlas ocho días, en el principio de su luna y pascua, pagaron en el siglo pasado 12.000 pesos cada año a la real hacienda. Que por los graves inconvenientes que se ex-perimentaron, se prohibió por diferentes reales cédulas, pero como le daban cada día más de 200 pesos, se conservó más de un mes. Y quitado a fuerza de instancias, se ha puesto en el fortín, en un camarín hecho a este intento, un juego secreto para que allí acudan los sangleyes, valiéndole esta coimería 400 pesos al mes, según públicamente se afirma”22.

También fuera de Manila, pero en casi todo lo que no era Manila, la actividad española fue civilizadora y evangelizadora al mismo tiempo, y la hicieron los frailes en exclusiva.

Más allá de la frontera, todavía fuera de Manila, en las Visayas, los remontamientos permanentes de indios poco hispanizados fueron cons-tantes ante los ataques de los moros del sur. Los misioneros de esos pue-blos, muy pocos y muy desasistidos, experimentaron en ocasiones un pro-ceso de regresión cultural, al que las crónicas de sus hermanos de Orden llamaron muy expresivamente asilvestramiento. En el fondo, lo que había en las Visayas era un grado de hispanización mínimo y una tradición de huidas a los montes máximo, a causa de la captura de cautivos por los piratas. Y no había remedio: los recoletos culparon a los jesuitas de lo que

20 En 1757 terminó en Manila el proceso contra Francisco Cedrón, alcalde mayor de la provincia de Ilocos, por haber permitido a los chinos hacer comercio ilícito en su jurisdicción. Real cédula de 23 de mayo de 1759. AGI, Filipinas, 335, L 17, fols. 94v-95v.21 GARCÍA-ABÁSOLO, Antonio. “La Audiencia de Manila y los chinos de Filipinas. Casos de integra-ción en el delito”, en SOBERANES FERNÁNDEZ, José Luis; Rosa Mª MARTÍNEZ DE CODES (coordinadores). Homenaje a Alberto de la Hera. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de In-vestigaciones Jurídicas, 2008, pp. 339-368.22 Pedro Calderón al rey. Manila, 15 de junio de 1749. Expediente sobre el encuentro entre una com-pañía que marchaba a formar guardia en la Puerta del Parián y el coche del oidor Pedro Calderón Enríquez. AGI, Filipinas, 567.

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ellos no habían podido hacer antes, ni hicieron después cuando recupe-raron estas misiones tras la expulsión de 1786, como ha mostrado Marta María Manchado23.

FILIPINAS, UNA FRONTERA CERCANA Y LEJANA EN EL SIGLO XIX

En conjunto, entre el siglo XVI y el XIX cambiaron muchas circuns-tancias que tendieron a hacer más llevaderos los inconvenientes que afec-taban a los españoles de Filipinas. Contra los terremotos y aguaceros no se podía hacer demasiado, pero sí hubo una mejora de las condiciones urbanas, de las construcciones y de las medidas higiénicas, que sirvieron para combatir con relativa eficacia algunos elementos negativos menos catastróficos. Por ejemplo, en el siglo XIX ir a Filipinas y regresar a España era otra cosa muy distinta que en los tiempos clásicos del galeón de Aca-pulco. Desde los años de la Restauración, a partir de 1875, la Compañía Transatlántica hacía viaje de Barcelona a Manila por el Canal de Suez cada veintiocho días. Al menos en el tiempo, la frontera de Filipinas se acercó a los españoles mucho más de lo que había estado nunca.

Pero la imagen de Filipinas como lugar incómodo continuó reite-rándose en España, como muestra la novela del siglo XIX. En una obra corta titulada La leva, que trata de las requisas de hombres para servir en la armada española, José María de Pereda hace referencia a la dureza de Filipinas para los españoles. Entre los consejos que un marinero anciano y experimentado daba a un joven recluta, uno se refería a Manila y decía lo siguiente: “Si a usted le encajan en Manila, hasta el pan se conjura contra uno; el cuerpo es una remanga en aquella tierra: lo mismo da llenarle, que no llenarle, que hace más agua que un casco viejo; y en cuanto se desembarca no le queda una gota (de agua) adentro. Un mes en aquellos mares deja al hombre que no le conoce la madre que le parió”.

La remanga es una red de pesca, en la que, como en todas, el agua entra por un lado y sale por otro constantemente. El viejo marinero estaba hablando de las consecuencias de la disentería que, normalmente, afecta-ba a los españoles recién llegados a Manila.

Pedro Ortiz Armengol, tan buen conocedor de Filipinas como de la obra de Benito Pérez Galdós, ha estudiado el reflejo de la imagen del país en los Episodios Nacionales, escritos entre 1868 y 191224. Filipinas aparece en

23 MANCHADO LÓPEZ, Marta Mª. Tiempos de turbación y mudanza: la Iglesia en Filipinas tras la expulsión de los jesuitas. Sevilla: Muñoz Moya : Universidad de Córdoba, 2002, pp. 39-82.24 ORTIZ ARMENGOL, Pedro. Letras en Filipinas. Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas, 1999, pp. 225-231.

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ellos como un destino personal para el funcionario que, según los casos, podía considerarse como premio o como castigo –generalmente más lo último–; como destino de deportados políticos; e incluso, a veces, tam-bién como una solución de problemas domésticos poniendo mucha tierra y mucha agua de por medio. La consideración de Filipinas y Marianas como destinos de cuerdas de deportados es constante, como corresponde a la agitación política de la España del siglo XIX. Tal y como se planteaba, el sistema cubría dos frentes de un modo, al menos teóricamente, llevade-ro, porque los deportados en Filipinas o Marianas tenían libertad de mo-vimientos, y podían ejercer su profesión, si les era materialmente posible.

La imagen como lugar de deportados es muy habitual y aparece con frecuencia en la literatura; Galdós recurre a ella a menudo, quizá de manera especial en el episodio Las Tormentas del 48, que comprende la dic-tadura de Narváez. De manera que los españoles se encontraron de nuevo con una situación paradójica: la Compañía Trasatlántica había acercado Filipinas a España, pero las convulsiones políticas les habían devuelto la imagen de Filipinas como lugar lejano, de destierro.

En cuanto a Filipinas como solución de problemas domésticos, queda expuesto de manera expresiva en el episodio que Galdós dedica a O’Donnell. Después de la partida de un oficial con destino a Filipinas, su mujer, que le había animado a pedirlo para conseguir un ascenso, co-menta con su íntima amiga: “¡Ay, qué descanso! … Si en España tuviéramos divorcio, no necesitábamos Filipinas”.

También hicieron imagen los productos orientales. Durante el siglo XIX, como consecuencia de la mejora de las comunicaciones y la consi-guiente intensificación del comercio con Filipinas, la presencia en España de estos productos se hizo más abundante que cuando el galeón de Manila los llevaba a Acapulco. También la novela de la época refleja la presencia de estos objetos que evocaban el exotismo de Filipinas, juguetes del cielo los llamó Galdós. Si Ortiz Armengol tiene razón, encontramos una nueva paradoja: la prenda evocadora de Filipinas por antonomasia, el mantón de Manila, no pertenece al vestuario oriental. La hicieron los chinos para venderla primero en México y después en España, siguiendo una especie de adaptación de Oriente al gusto occidental. En 1998, el Ministerio de Asntos Exteriores de Filipinas publicó un libro magnífico titulado Descu-briendo el arte filipino en los museos españoles, que recoge una buena cantidad de testimonios de la importancia de la presencia de Filipinas en España25.

25 Discovering Philippine Art in Spain. Manila: Department of Foreign Affairs, 1998. En esta obra, junto a otros autores, José Regalado Trota ha recogido el fruto de muchos años de trabajo en España, que le han llevado a convertirse en el mejor conocedor del arte filipino en la época colonial.

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En los últimos años, la posición oficial de los gobiernos españoles está siendo de recuperación del terreno perdido. En 1997, el Ministerio de Cultura del Gobierno de España puso en marcha el Programa Espa-ñol para la Cooperación Cultural Hispano-Filipina. Desde el año 2003, el Departamento de Educación de Filipinas celebra anualmente el Día de la Amistad Hispano-Filipina. En el año 2005 comenzó a reunirse la Tribuna España-Filipinas, como foro bilateral de encuentro de representantes de los dos países. En noviembre de 2008, el ministro de Educación Jesli Lapus anunció que el español volverá como asignatura al sistema educativo fili-pino. Esto, además de unas partidas presupuestarias de ayuda a Filipinas que ocupan un lugar de vanguardia en la política exterior española.

Estas políticas de aproximación entre España y Filipinas necesitan la recuperación de la historia compartida, porque lo que hace más cerca-nos a nuestros dos países es haber tenido la misma historia durante tres siglos. Sería de esperar, por tanto, que nuestros gobiernos apoyen la labor de los historiadores, que es la que puede dar el mejor fundamento y la continuidad a ese acercamiento político.

Sin embargo, aquí nos volvemos a encontrar con otra paradoja. Las actitudes políticas no han producido mejoras en el ámbito académico, en el que la preocupación por el conocimiento de la historia del periodo es-pañol en Filipinas no ha mejorado sustancialmente: los pocos cursos de la Universidad española en los que se contemplaba la actuación de los espa-ñoles en el Pacífico han desaparecido con los nuevos planes. La esperanza de que se mantenga viva sigue dependiendo de personas como las que tan ilusionadamente han participado en este libro. Compartiendo el idealismo de Rizal, seguimos empeñados en enseñar a los españoles cómo fueron las Filipinas.

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