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UNIDAD 11 DISUASIÓN NUCLEAR Y ESTRATEGIA POLÍTICO-MILITAR 38. Acerca de la naturaleza de la guerra KARL VON CLAUSEWITZ iQUÉ ES LA GUERRA? 1. Introducción Nos proponemos analizar, primeramente , los elementos particulares de nuestra materia; en- seguida, cada rama o parte y, por último, el todo y todas sus relaciones; es decir, avanzar de lo simple a lo complejo. Pero es necesari o que comencemos con un vistazo sob re la natu - raleza de ese todo, pues resulta especialmente necesario que, para el análisis de cualquiera de las partes, se tenga constantemente presente la relación de éstas con la totalidad . 2. Definición No tendríamos que abordar ninguna de l as oscuras definiciones de la guerra empleadas por los publicistas . Debemos apega rnos al elemen- to de la cosa misma, al duelo. La guerra no es Tomado de 011 War, Libro 1, Capítulo 1, de la traducción realizJda por ). ). Graham en 1874 , publicada nuevamente en Londres en 1909. :H4 sino un duelo a gran escala . Si concibiéramos como una sola unidad el incontable número de duelos que componen una guerra, haríamos me- jor en suponer a dos luchadores: cada uno de e llos lucha por someter al otro a su voluntad mediante la fuerza física; cada uno se afana por derrotar a su adversario y dejarlo, así, incapaci- tado para ofrecer mayor resistencia. La guerra es, por tanto, un acto de violen- cia encaminado a obligar a nuestro oponente a cumplir nuestra voluntad. La vio lencia se arma a misma con l os in- ventos del arte y de la ciencia, a fin de lu char co ntra la violencia. Restricciones autoimpues- tas casi imperceptibles y apenas dignas de men- cionarse, así como u sos ca lificados del Derecho Internacional , todo esto lo acompaña, sin de- teriorar -en lo esencial- su poder. La violen- cia, es decir, la fuerza física (puesto que no ex iste fuerza moral s in los co ncept os de Estado y Ley) constituye, por tanto, el medio; la forzosa su - misión del enemigo a nu estra vo lunt ad es el ob- jetivo último . A fin de l ograr totalmente dicho objet ivo , el enemigo debe ser desarmado . Y, así, el desarme se convierte -en teoría- en el ob- jetivo inm edia to de la s h osti lidau es. Toma el

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UNIDAD

11 DISUASIÓN NUCLEAR

Y ESTRATEGIA POLÍTICO-MILITAR

38. Acerca de la naturaleza de la guerra

KARL VON CLAUSEWITZ

iQUÉ ES LA GUERRA?

1. Introducción

Nos proponemos analizar, primeramente, los elementos particulares de nuestra materia; en­seguida, cada rama o parte y, por último, el todo y todas sus relaciones; es decir, avanzar de lo simple a lo complejo. Pero es necesario que comencemos con un vistazo sobre la natu­raleza de ese todo, pues resulta especialmente necesario que, para el análisis de cualquiera de las partes, se tenga constantemente presente la relación de éstas con la totalidad.

2. Definición

No tendríamos que abordar ninguna de las oscuras definiciones de la guerra empleadas por los publicistas. Debemos apegarnos al elemen­to de la cosa misma, al duelo. La guerra no es

Tomado de 011 War, Libro 1, Capítulo 1, de la traducción realizJda por ). ). Graham en 1874 , publicada nuevamente en Londres en 1909.

:H4

sino un duelo a gran escala. Si concibiéramos como una sola unidad el incontable número de duelos que componen una guerra, haríamos me­jor en suponer a dos luchadores: cada uno de ellos lucha por someter al otro a su voluntad mediante la fuerza física; cada uno se afana por derrotar a su adversario y dejarlo, así, incapaci­tado para ofrecer mayor resistencia.

La guerra es, por tanto, un acto de violen­cia encaminado a obligar a nuestro oponente a cumplir nuestra voluntad.

La violencia se arma a sí misma con los in­ventos del arte y de la ciencia, a fin de luchar contra la violencia. Restricciones autoimpues­tas casi imperceptibles y apenas dignas de men­cionarse, así como usos calificados del Derecho Internacional, todo esto lo acompaña, sin de­teriorar -en lo esencial- su poder. La violen­cia, es decir, la fuerza física (puesto que no existe fuerza moral sin los conceptos de Estado y Ley) constituye, por tanto, el medio; la forzosa su­misión del enemigo a nuestra voluntad es el ob­jetivo último. A fin de lograr totalmente dicho objetivo, el enemigo debe ser desarmado. Y, así, el desarme se convierte -en teoría- en el ob­jetivo inmediato de las hostilidaues. Toma el

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lugar del objetivo final, y lo hace a un lado, co­mo algo que podemos eliminar de nuestros cálculos.

3. Uso extremo de la fuerza

Ahora, los filántropos pueden imaginar fácil­mente que hay un método expedito para de­sarmar y vencer al enemigo sin causar gran derramamiento de sangre, y sentir que ésta es la adecuada tendencia del arte de la guerra. No obstante lo plausible que esto pueda parecer, representa un error que debe ser extirpado, ya que en situaciones tan graves como una guerra, los errores que proceden de un espíritu de be­nevolencia son los peores. Cuando el empleo del poder físico, a niveles extremos, por nin­gún medio excluye la cooperación de la inteli­gencia, es lógico pensar que aquel que usa la fuerza despiadadamente, sin referencia alguna a la matanza implicada, debe obtener la supe­rioridad si su adversario emplea menos vigor en su aplicación de la fuerza. El primero, entonces, dicta las leyes a este último, y ambos proceden hasta extremos en los cuales las únicas limita­ciones son las impuestas por el grado de fuerza de contraataque de cada facción.

Ésta es la forma en que el asunto debe con­siderarse, y no hay razón (incluso , hacerlo iría en contra del propio interés) para desviarnos de la consideración de la verdadera naturaleza del asunto porque el horror de sus elementos pro­voque repugnancia ...

Así pues, si vemos que las naciones civiliza­das no condenan a muerte a sus prisioneros, ni devastan ciudades o países, ello es porque la inte­ligencia ejerce una influencia mayor en su modo de llevar la guerra, y les ha enseñado medios más eficaces de aplicar la fuerza que esos rudísimos actos de mero instinto. La invención de la pólvo­ra y el constante avance en cuanto a mejoras en la construcción de armas de fuego son pruebas sufi­cientes de que la tendencia a destruir al adversa­rio, misma que yace en el fondo de la concepción de la guerra, de ninguna manera cambia ni se mo­difica a través del progreso de la civilización.

Por tanto, repetimos nuestra proposición: la guerra es un acto de violencia llevada a sus má-

. Acerca de la naturaleza de la guerra 345

ximos extremos. Cuando una facción dicta la ley a la otra, surge allí una suerte de acción re­cíproca que, lógicamente, debe conducir a un punto extremo. 1 Esta es la primera acción re­cíproca y, además, el primer punto extremo con que nos encontramos.

4. El propósito, desarmar al enemigo

Ya hemos dicho que el objetivo de toda ac­ción de guerra es desarmar al enemigo, y ahora tendríamos que demostrar que esto, teórica­mente al menos, resulta indispensable.

Si vamos a hacer que nuestro oponente se doblegue a nuestra voluntad, debemos colocar­lo en una situación que le resulte más opresiva que el propio sacrificio que exigimos. Pero las desventajas de esta posición no deben, desde luego, ser de naturaleza transitoria, al menos en apariencia; de otro modo, el enemigo, en vez de ceder, se mantendría firme ante la perspec­tiva de mejoría. En dicha posición, cada cam­bio producido por la continuidad de la guerra tendría que ser, sin duda, un cambio hacia 10 peor. La condición más crítica en que una fac­ción beligerante puede ser colocada es la de quedar completamente desarmada ...

... Mientras el enemigo no haya sido derro­tado, él puede derrotarme a mí, por tanto, yo ya no seré mi propio amo, pues él habrá de im­ponerme leyes, como yo hice con él. Esta es, pues, la segunda acción recíproca, y conduce a un segundo punto extremo.

5. Ejecución máxima del poder

Si deseamos derrotar al enemigo, debemos adecuar nuestros esfuerzos en relación a su po­der de resistencia. Esto se expresa mediante el producto de dos factores que no pueden ser se­parados, a saber: la suma de medios disponi­bles y la fuerza de voluntad. La suma de medios disponibles puede calcularse en una medida, pues depende (aunque o completamente) de nú-

I Con esto, Clausewitz indica que no hay lí­mite para el uso ele la fuerza. -ED.

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meros. Pero la fuerza volitiva es más difícil de determinar, y sólo puede calcularse hasta cierto punto por la fuerza de los motivos. Cuando he­mos obtenido en esta forma una aproximación al grado de poderío contra el que se va a luchar, po­demos entonces realizar una revisión de nuestros propios medios, e incrementarlos a fin de obte­ner preponderancia o, en caso de que no conte­mos con los recursos para realizar esto, hacer lo que se pueda aumentando nuestros medios tan­to como sea posible. Pero el adversario hará lo mismo; por tanto, hay un nuevo y mutuo acre­centamiento que, en puro concepto, debe gene­rar un esfuerzo fresco dirigido hacia un punto extremo. Este es el tercer caso de acción recípro­ca, y el tercer punto extremo que encontramos.

6. Modificación de la realidad

Al razonar así, en abstracto, la mente no pue­de detenerse antes de llegar a un punto ex­tremo, dado que est~ obligada a manejar un extremo; un conflicto de fuerzas abandonadas a sí mismas, que no obedecen a otras leyes si­no a las propias leyes internas. Si tuviéramos que deducir de puro concepto de la guerra un punto absoluto para la finalidad que nos propondre­mos y los medios que aplicaremos, esta cons­tante acción recíproca nos involucraría en los extremos, lo que no sería más que un juego de ideas producidas por una casi invisible sucesión de sutilezas lógicas ... Pero todo adquiere una forma distinta cuando pasamos de las abstrac­ciones a la realidad ...

7. Jamás la guerra es un acto aislado

En relación con el primer punto, ninguno de los dos oponentes es una persona abstracta pa­ra el otro, ni siquiera en cuanto al factor en la suma de resistencia que no depende de cosas objetivas, esto es, la voluntad. Dicha voluntad no es una cantidad enteramente desconocida sino que indica lo que será mañana, a través d~ lo que es hoy. La guerra no estalla en forma de­masiado súbita, ni en un momento alcanza su máxima expresión; así, cada uno de los dos opo­nemes puede formarse una opinión del otro, en

gran medida, a partir de lo que es y lo que ha­ce, en vez de establecer un juicio de acuerdo con lo que, estrictamente hablando, debería ser y hacer ... Así pues, tales deficiencias con in­fluencia en ambos bandos, llegan a c~nstituir un principio modificador.

8. La guerra no consiste en un único golpe instantáneo

El segundo punto da lugar a las siguientes consideraciones:

Si la guerra culminara en una solución única o en varias soluciones simultáneas, entonce¿ -naturalmente- todos los preparativos para la misma tendrían a lo extremo, ya que una omi­sión de ninguna manera podría enmendarse. Lo máximo, entonces, con que el mundo de la rea­lidad podría proveernos como guía serían los preparativos del enemigo, hasta donde nos re­sulten conocidos. Todo el resto caería en el te­rreno de lo abstracto. Pero si el resultado se compone de varios actos sucesivos, entonces el que precede con todas sus fases puede tomar­se, naturalmente, como una medida de lo que habrá de seguir, y en esta forma el mundo de la realidad toma nuevamente el lugar de lo abs­tracto, y modifica el esfuerzo dirigido hacia el punto extremo ...

.' . .la posibilidad de ganar un resultado pos­tenor hace que los hombres se refugien en tales expectativas, debido a la repugnancia que para la mente humana representa realizar esfuerzos excesiv?s. Así, las fuerzas no se concentran y las medidas no se emprenden en la primera deci­sión con la energía que, de otro modo, tendría que. emplearse. Cualquier cosa que un beligerante omite en razón de su debilidad, se convierte pa­ra.el otro en t~rreno realmente objetivo para li­mitar sus propiOS esfuerzos y así, nuevamente, a través de esta acción recíproca, las tendencias extremas son abatidas hasta el nivel de esfuer­zos de escala limitada.

9. En la guerra, los resultados nunca son absolutos

Finalmente, incluso la decisión última de una guerra total nunca debe tomarse como algo ab-

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soluto. La nación conquistada sólo ve en su de­rrota un mal pasajero, que puede repararse luego de algún tiempo por medio de combinaciones de orden político. ¿En qué grado debe esto modifi­car el grado de tensión y el vigor de los esfuerzos desarrollados? La respuesta es obvia.

10. Las probabilidades de vida real toman el lugar de los conceptos de lo extremo y lo absoluto

En esta forma, el acto total de la guerra sale de la rigurosa ley de las fuerzas ejercidas al má­ximo. Si el punto extremo no tiene ya que te­merse ni tiene tampoco que buscarse, queda pues al razonamiento determinar los límites de los esfuerzos que se realizarán en lugar de aquél, lo cual sólo puede hacerse con base en los da­tos proporcionados por los hechos del mundo real, mediante las leyes de la probabilidad. Una vez que las partes beligerantes no son ya meros conceptos, sino estados y gobiernos individua­les, y que la guerra no constituye un ideal, sino un procedimiento substancial preciso, entonces la realidad suministrará los datos para calcular las cantidades desconocidas que es necesario hallar.

Con base en el carácter, las medidas y la situa­ción del adversario, así como en las relaciones que lo rodean, cada bando extraerá sus conclu­siones mediante la ley de probabilidades, en lo que se refiere a los propósitos del otro, y ac­tuará al respecto.

11. El objetivo político reaparece ahora

Aquí, la cuestión que habíamos dejado a un lado surge nuevamente a consideración (véase el número 2); nos referimos al objetivo político de la guerra. La ley de lo extremo, el propósi­to de desarmar al adversario, de derrocarlo, has­ta ahora y en cierto grado ha usurpado el lugar de esta finalidad u objetivo. A medida que esta ley pierde su fuerza, el obletivo político debe emerger nuevamente. Si la consideración total es un cálculo de probabilidades basado en per­sonas y relaciones específicas, entonces el ob­jetivo político, siendo el motivo original, debe

Acerca de la naturaleza de la guerra 347

constituir un factor esencial del producto. Entre menor sea el sacrificio que exigimos de nuestro oponente, más insignificantes puede esperarse que resulten los medios de resistencia que éste empleará. Pero a menor grado de preparación de su parte, menor será también la que nosotros re­quiramos. Además, entre menor sea nuestro ob­jetivo político, menos valor le concederemos y, sin duda, más fácilmente nos veremos indu­cidos a renunciar al mismo.

Así, pues, el objetivo político, como motivo original de la guerra, será el parámetro para de­terminar tanto la meta de la fuerza militar como el grado de esfuerzos que debamos realizar. Y esto no puede ser por sí mismo, sino en rela­ción con ambas naciones beligerantes, ya que estamos interesados en realidades y no en me­ras abstracciones. Un mismo objetivo político puede producir efectos totalmente diferentes sobre pueblos distintos; incluso, sobre la mis­ma gente, pero en épocas diferentes; ...

23. La guerra es siempre un medio grave encaminado a un objetivo grave (y ésta, su definición más específica)

. .. La guerra de una comunidad -de na­ciones enteras, y en particular, de naciones civilizadas- se inicia invariablemente a par­tir de una condición política, y es provocada por un motivo político. Se trata, pues, de un acto político. Ahora que, si se tratara de una per­fecta, desenfrenada y absoluta expresión de fuerza, según pudiéramos deducirlo del mero concepto, entonces en el momento en que es provocada por la política, pasaría al plano co­rrespondiente, y como algo muy independiente de la política, se colocaría aparte, y sólo segui­ría sus propias leyes, justamente como lo hace una mina que, en el momento de la explosión no puede ser guiada en otra dirección que no sea aquélla en que se le ha programado mediante los arreglos preparatorios. Así es como hasta la fecha se le ha percibido, siempre que un deseo de armonía entre la política y la conducción de la guerra han inducido a realizar diferenciacio­nes teóricas de este tipo. Sin emhargo. esto no es así, y la idea resulta completamente falsa. La

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guerra en el mundo de la realidad, según lo he­mos visto ya, no constituye en algo extremo que se gasta en una sola descarga. Es la operación de fuerzas que no se desarrollan por completo en una misma forma y una misma medida, sino que en alguna ocasión se expanden lo suficiente co­mo para vencer la resistencia opuesta por la iner­cia o la fricción, en tanto que en otro momento resultan demasiado débiles para producir algún efecto. Por tanto, la guerra es, en cierta medi­da, una pulsación de fuerza violenta más o me­nos vehemente que, en consecuencia, realiza sus descargas y agota sus poderes más o menos rápidamente; en otras palabras: que conduce con menor o mayor rapidez hacia la meta, pero retardándose siempre lo suficiente para admi­tir la influencia que se ejerza sobre ella durante su curso, imprimiéndole así esta o aquella di­rección para, en pocas palabras sujetarse a la voluntad de una inteligencia-guía. Ahora, si re­flexionamos que la guerra tiene su raíz en un objetivo político, entonces -naturalmente­este motivo original que provocó su existencia debería también continuar siendo la primera y más alta consideración de su conducta. Con todo, el objetivo político no es un legislador despótico en la materia: debe adaptarse a la na­turaleza de los medios y, pese a que los cambios en estos últimos pueden implicar modificacio­nes en el objetivo político, éste retiene siempre el derecho prioritario en cuanto a considera­ción. La política, por tanto, va entretejida con la acción bélica total, y debe ejercer allí una con tinua influencia: tanto como lo permita la natura­leza de las fuerzas liberadas por la propia guerra.

24. La guerra es una mera continuación de la política por otros medios

Hemos visto, pues, que la guerra no consti­tuye un mero acto político, sino también un ver­dadero instrumento político, una continuación del comercio político, una realización de la po­lítica por otros medios. Todo aquello más allá de esto que le es estrictamente peculiar a la gue­rra se relaciona de modo simple con la especial naturaleza de los medios que aquélla emplea. Que las tendencias y propósitos de la política no

resulten incompatibles con estos medios es lo que pueden demandar el arte de la guerra en general y el comandante en cada caso particu­lar; exigenCia que en realidad no es insignifican­te. Pero, no obstante el vigor con que pudiera influir en los propósitos políticos en casos par­ticulares, debe -pese a todo- verse sólo co­mo una modificación de los mismos, ya que el propósito político es el objetivo, y la guerra el medio. Y los medios deben siempre incluir en nuestra concepción el objetivo.

25. Diversidad de la naturaleza de las guerras

Entre mayor y más poderoso sea el motivo de una guerra, en mayor grado afectará a la exis­tencia total de un pueblo. A mayor violncia en la conmoción que la precede, más se aproximará la guerra a su forma abstracta, mucho más en­caminada estará a la destrucción del enemigo, en mayor grado coincidirán los fines políticos y los militares, y la guerra parecerá más de ín­dole militar que política. Pero a motivos y ten­siones más débiles, mucho menos coincidente será también la dirección de los elementos mi­litares -es decir, la fuerza- con la dirección que señale el elemento político. Así, entre más deba desviarse la guerra de su dirección natu­ral , más divergentes serán el objetivo político y los propósitos de una guerra ideal, y ésta pa­recerá convertirse en una guerra política . . .

27. Influencia de esta opinión sobre la correcta comprensión de la historia militar y sobre los fundamentos de la teoría

Vemos, pues, que -en primer lugar- en nin­guna circunstanCia la guerra debe concebirse co­mo un fenómeno independiente, sino como un instrumento político. Y es sólo al adoptar esta perspectiva como podemos evitar encontrarnos en oposición a toda la historia militar. Este es el único medio de abrir el gran libro y hacerlo in­teligible. En segundo lugar, esta perspectiva nos muestra cómo las guerras deben diferir en carác­ter, de acuerdo con la naturaleza de los motivos y las circunstancias de las que proceden . . .

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39. Los tres tipos de disuasión

HERMAN KAHN , 1 , '

DISUASiÓN TIPO I (DISUASiÓN CONTRA UN ATAQUE DIRECTO)

Cabe subrayar la importancia de distinguir tres t.!Q9.s de-ºis_uasión. El primero de ellos es: la di­suasión tipo 1, o disuasión contra un ataque directo.

Hoy en día, la mayoría de los expertos con­vienen en que se impone lograr que este tipo de disuasión funcione, y argumentan que sencilla­mente no podemos hacer frente a la posibilidad de un fracaso. Jamás el éxito o el fracaso en ma­teria de prevención han planteado riesgos tan elevados. Pese a que la perspectiva extrema de que la disuasión lo es todo y que la mitigación es causa perdida se antoja un tanto cuestiona­ble, es evidente que la disuasión tipo 1 debe te­ner prioridad absoluta.

Condensado de "The Nature and Feasibility of War and Deterrence" ("La naturaleza y facti­bilidad de la guerra y la disuasión") . Herman Kahn, en Walter Hahn y John Neff, editores, American Strategy in the Nuc(ear Age (Garden City, N.Y .: Anchor, 1960), pp. 225-229, 233-237. Reimpreso con autorización del autor.

Por costumbre, toda discusión que se suscita en torno a la capacidad de los Estados uriídós para refrenar un' a'fáqtie directo suele cotejar el , inventado de preataque de las fuerzas rusas -es decir, el número de aeroplanos, misiles, divi­siones armadas y submarinos con que ambas na­ciones cuentan se somete a una comparación directa . Se trata de un método de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales.

Sin embargo, las cifras realmenté esenciales estriban en los cálculos del daño que las fuerzas vengadoras pueden infligir despues de ser ataca­das. La tarea de evaluación debe timar en cuenta que los rusos podrían asestar el golpe en el mo­mento y con las tácticas que ellos elijan. Dado el caso, nosotros contraatacamos con una fuerza dañada y, probablemente, no coordinada, mis­ma que debe conducir sus operativos en una atmósfera de posataque. Los rusos pueden va­lerse de amenazas de chantaje para intimidar nuestra reacción. La defensiva rusa se encuentra en total estado de alerta. Si su ataque ha sido pre­cedido por un periodo de tensión, se deduce que sus fuerzas de defensa activas han sido incre­mentadas, y que sus ciudades por lo menos han sido parcialmente evacuadas. Cualquiera de los

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términos en cursivas puede ser trascendente, pero casi a todos ellos se les suele ignorar en la mayoría de las discusiones relacionadas con la disuasión tipo I.

El primer paso de este cálculo -análisis de los efectos que causaría el ataque ruso en la ca­pacidad de contestación de los EE. UU.- depende esencialmente de las tácticas y capacidades desa­rrolladas por el enemigo. Generalmente, el pro­blema de la advertencia resulta altamente prio­ritario. Los análisis realizados en torno al efecto que produciría el primer ataque enemigo suelen ignorar la parte más importante del problema, al suponer que los mensajes de advertencia cum­plirán fielmente con su cometido y que nuestras fuerzas despegarán y se enfilarán hacia sus obje­tivos. De hecho, en ausencia de una advertencia eficaz, el desgaste en las fuerzas terrestres puede ser mucho mayor que en las fuerzas aéreas. El enemigo puede no sólo valerse de tácticas que mermen nuestros sistemas de advertencia, sino incluso emprender otro tipo de acciones que contrarrestren nuestras medidas de defensa, ta­les como interferir en nuestras disposiCiones de mando y control. Por ende, al evaluar las ca­pacidades enemigas, no sólo es importante la observación de las tácticas empleadas en el pasa­do, o de aquello que las conjeturas generalizadas pudieran inducirnos a esperar, sino también la consideración meticulosa de cualquier otro ti­po de táctica que un enemigo audaz pudiera emplear. . .

La segunda parte del cálculo -las consecuen­cias de una falta de coordinación entre las fuer­zas supervivientes en los EE.UU.- depende en gran medida de nuestras tácticas, así como de la flexibilidad de nuestros planes. Si, por ejemplo, se asigna a nuestra fuerza ofensiva un amplio sis­tema de objetivos, de modo tal que se disemine ligeramente, y si además, en razón de un prolon­gado o exitoso ataque ruso, Rusia logra destruir la mayoría de nuestras fuerzas, cabe la posibili­dad de que numerosos objetivos rusos impor­tantes salgan libres de todo ataque. Pero si, por el contrario, con el fin de evitar lo anterior du­plicamos o triplicamos la asignación a objetivos

importantes, es posible que nosotros inflijamos una destrucción excesiva a la mayoría de éstos, particularmente si los soviéticos no han logra­do llevar a cabo un ataque exitoso. Tanto por ésta como por otras razones, sería prudente eva­luar los daños y, posteriormente, asignar nuevos objetivos a las fuerzas supervivientes. La facti­bilidad de esto depende principalmente de la oportunidad con que sobrevenga el ataque, de la naturaleza del proceso de asignación de ob­jetivos, así como de nuestra capacidad de eva­luciación mando y control en la fase posterior al ataque ...

Otro punto que puede ser de gran importan­cia es el siguiente: los modernos armamentos nucleares son tan poderosos que, aun cuando no destruyan su objetivo, pueden transformar el ambiente al grado de provocar la inoperabi­lidad de las armas de contraataque. Entre los di­versos efectos de los armamentos nucleares se destacan las descargas en ráfaga, la radiación térmica y la electromagnética, el impacto contra la corteza terrestre, la acumulación de desechos radiactivos, polvaredas y radiación ionizadora -cada uno de los cuales puede efectuar a los seres humanos, a los equipos, a la propagación de señales electromagnéticas, etc., etc. Podría de­cirse que el problema que plantea operar en un ambiente de posataque cuando se ha entrena­do en un ambiente de paz es similar al de entre­nar en la zona del Ecuador para posteriormente trasladar una parte considerable pero incompleta (es decir, un sistema dañado) a la región del Ártico, y esperar que ese equipo fragmentado funcione eficientemente desde la primera vez que se le someta a prueba. Esto resulta altamente improbable desde el momento en que, como suele suceder, el sistema intacto escasamente funciona en el Ecuador (es decir, en tiempos de paz).

Además de atacar al sistema, el enemigo puede intentar un ataque contra nuestro poder de de­terminación. Imaginemos, por ejemplo, que po­seemos un sistema Polaris puro, invulnerable a todo ataque extremo y simultáneo por parte del enemigo (invulnerable por suposición, mas no

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por análisis), y que a pesar de eso el enemigo empieza a destruir uno a uno nuestros subma­rinos activos. Ahora supongamos que un presi­dente norteamericano recibe la advertencia de que, si iniciamos una guerra extrema de repre­salia, los soviéticos podrían destruir y de he­cho lo harían, a todos los norteamericanos por las limitaciones de nuestra ofensiva y de nuestras defensas activas y pasivas. Si, en tal caso, el pre­sidente se permite unos segundos para reconside­rar el problema, resulta obvio que no podrá de­sencadenar este tipo de guerra incluso frente a tal provocación.

Uno de los elementos fundamentales y, no obstante, frecuentemente ignorado del cálculo de contraataque es el efecto de las medidas ru­sas de defensa civil. En rara ocasión se otorga a los rusos el crédido de incluso los más modes­tos preparativos de defensa civil. Casi nunca se somete a un análisis realista una alternativa mucho más razonable que podría aplicarse a muchas de las situaciones: que, en un momento dado, los rusos pudiesen evacuar sus problaciones citadi­nas hacia lugares que les brindaran protección ya existente o improvisable contra ataques aé­reos. Si los rusos adoptaron medidas para evacuar sus ciudades, decrecería impresionantemente la vulnerabilidad de su población.

Asimismo, los soviéticos están conscientes de que pueden absorber una cantidad fabulosa de da­ños económicos, y retrasar su desarrollo previs­to sólo por un periodo breve. De hecho, reali­zaron una faena semejante después de la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, lo que resulta aún más asombroso es que hayan librado una guerra después de que los alemanes destruyeron la ma­yor parte de su poderío militar existente yocupa­ron un area que incluía aproximadamente al 40 por ciento de la población soviética de la pregue­rra -al 40 por ciento más industrializado.

Las dificultades que plantea la Disuasión tipo 1 surgen, principalmente, porque la nación di­suasora debe ser la segunda en atacar. A tales dificultades, se agregan la vertiginosa velocida con que se transforma la tecnología de guerra y la dificultad que tiene el defensor para reaccio­nar con rapidez y suficiencia a todo cambio que se registra en la ofensiva ...

Los tres tipos de disuasión 351

DISUASiÓN TIPO 11 (DISUASiÓN DE PROVOCACiÓN EXTREMA)

A la disuasión tipo JI de los UU.EE. corresponde un cálculo diametralmente opuesto. pese a que sigue siendo un cálculo de índole soviética (só­lo que esta vez se trata de un cálculo soviético en torno a un cálculo norteamericano). La defi­nición de la disuasión tipo 11 dicta el empleo de amenazas estratégicas con el fin de disuadir a un enemigo de emprender actos de provocación extrema distintos de un ataque directo contra el territorio de los Estados Unidos. El estratega so­viético se cuestiona: si realizo este movimiento de provocación extrema, ¿nos atacarán los nor­teamericanos? La posibilidad de que los soviéti­cos pongan en marcha la provocación contem­plada será determinada en gran medida por sus estimaciones del cálculo norteamericano con respecto a lo que sucedería si los papeles se in­virtieran. Es decir, de lo que sucedería si los nor­teamericanos atacaran y dañaran seriamente la fuerza aérea estratégica rusa, y los rusos contra­atacaran sin coordinación alguna en las fauces de una defensiva aérea de los EE.UU. alertada y, probablemente, contra una población nortea­mericana debidamente evacuada? Si tal posibi­lidad resulta creíble para los soviéticos, debe serlo porque ellos reconocen el probable fra­caso de su propia disuasión tipo 1. Si Khrush­che v es un seguidor convencido de la teoría de la balanza del terror, y no considera que su di­suasión tipo 1 puede fallar, entonces es pro­bable que lleve a cabo el acto de provocación extrema.

Cabe destacar la importancia de tomar con­ciencia de que la operación de la disuasión tipo 11 implicará la posibilidad de que los Estados Unidos obtengan el primer ataque estratégico, o algún tipo de movimientos contemporizador, como la evacuación. Son muchos los que ha­blan de la importancia de poseer una defensa civil y aérea adecuada como respaldo de nues­tra política exterior. No obstante, todo cálculo que se hace al evaluar la ejecuación de un pro­grama de defensa aérea y civil propuesto pre­supone invariablemente un ataque sorpresivo por parte de los soviéticos -para dificultar aún

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352 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

más el problema-, un ataque sorpresivo diri­gido principalmente contra la población civil. Tal suposición se antoja innecesariamente pesimis­ta. Probablemente, los cálculos en los que uno considere un primer ataque norteamericano en represalia a una provocadón soviética sean de mayor importancia al tratar de evaluar el papel que desempeñan la ofensiva y la defensiva en la alteración de ciertos aspectos importantes de la política exterior.

Bajo esta suposición, aun cuando contáramos con un programa de defensa no militar de ca­racterísticas moderadas, sería probable que su puesta en marcha resultara impresionante tan­to para los soviéticos como para la mayoría de los europeos . . Por ejemplo, se habrá reducido en gran medida el problema crucial de recibir la advertencia adecuada, al menos a juicio de los rusos. También es probable que piensen que po­seemos mayor libertad que la que realmente ten­dremos. Los soviéticos pueden creer que no nos preocupa la posibilidad de que ellos reciban ad­vertencia estratégica o táctica prematura. Esto podría ser así, pese a que en la práctica real un ataque de ese tipo implicaría el considerable riesgo de que los soviéticos recibieran alguna advertencia. Toda planificación tendría que ser moderada por una sensata toma de conciencia de que cualquier revelación o error podría pro­vocar un ataque ruso por derecho de prioridad.

La posibilidad de aumentar nuestra defensa activa y pasiva cobra especial importancia. Es decir, en vez de atacar a los rusos si éstos reali­zan un acto de provocación extrema, quizá pre­firiéramos evacuar nuestra población civil a los refugios atómicos "reforzar" nuestra defensiva y ofensiva aérea, y entonces declarar a los ru­sos que nos hemos colocado en una posición mucho más poderosa para dar inicio a las hosti­lidades. Después de lograr esa posición en la cual un ataque de represalia ruso infligiría mucho menor daño que una catástrofe total, los rusos contarían exclusivamente con tres amplias cla­ses de alternativas:

l . Dar inicio a cierto tipo de ataque. 2. Prolongar la crisis , aun cuando ello propiciara una

mayor credibilidad de un ataque de nuestra parte si continúa la provocación en contra nuestra.

3. Ceder o llegar a un acuerdo satisfactorio para dar fin a la crisis.

Ojalá efectivamente los soviéticos se decidie­ran al final por la tercera alternativa, dado que nuestra disuasión tipo 1 restaría todo atractivo a la primera alternativa, y nuestra disuasión ti­po 11 actuaría de igual manera por lo que respec­ta a la segunda.

DISUASiÓN TIPO 111 (DISUASiÓN DE PROVOCACiÓN MODERADA)

La disuasión tipo III podría calificarse de "di­suasión de ojo por ojo" . Se refiere a aquellos actos que se refrenan en función de que el agre­sor potencial teme que el defensor u otros adop­ten en consecuencia acciones limitadas, tanto de índde militar como no militar, lo cual resta­ría todo beneficio a la agresión.

La amenaza más obvia que podríamos agru­par bajo la categoría de disuasión tipo III sería la capacidad de librar una guerra limitada de cualquier especie. Dado lo intrincado del tema y la brevedad de espacio, no procederé a anali­zar esta capacidad particular de la disuasión ti­po III -aunque si sería importante y necesario hacerlo. En lugar de esto, tomaré en considera­ción algunas de las estratagemas no militares que se nos ofrecen ...

¿Qué es lo que disuade a los rusos de una se­rie de Coreas y de Indochinas? Probablemente no sea tanto el temor a un ataque directo de los EE.UU., con sus fuerzas actuales, como la proba­bilidad de que los Estados Unidos y sus aliados incrementen enormemente tanto su poderío mi­litar como su resolución ante crisis de tal mag­nitud. Es factible aumentar el efecto disuasor de dicha posibilidad mediante la realización de pre­parativos explícitos, de modo tal que podamos maximizar nuestras fuerzas instantáneamente ca­da vez que el bando contrario nos provoque. Por ejemplo, en junio de 1950, los Estados Unidos se vieron involucrados en un gran debate para decidir si el presupuesto de defensa debería as­cender a catorce, o quince o dieciséis mil mi­llones de dólares. Al mismo tiempo se presentó

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el asunto de Corea. El Congreso se apresuró a autorizar la suma de sesenta mil millones de dó­lares, ¡se cuadruplicó la cifra inicial!

No importa cuáles hayan sido los triunfos que la causa comunista lograra en Corea; la citada autorización representa una contundente derro­ta militar para los soviéticos. No obstante, trans­currieron casi tres años antes de que dicha auto­rización se tradujera plenamente en incremento de gastos y el poderío militar correspondiente. Fs muy valioso poder incrementar nuestros gastos en el rubro de defensa, pero dicha capacidad suele aumentar su valor si las autorizaciones del Congreso se pueden traducir en poderío militar dentro del lapso de un año, aproximadamente. Si los rusos cobran conciencia de .que el deterioro en el ámbito de las relaciones internacionales nos impulsará a adoptar un programa de choque, quizá no estén tan dispuestos a permitir que se deterioren las relaciones internacionales. El pro­blema es el siguiente: ¿contaríamos con el tiem­po necesario para poner en marcha un programa útil? Después de todo, la postura militar bási­ca (incluidas las instalaciones) debe ser de la es­pecie adecuada si se ha de posibilitar su expan­sión, dentro del lapso aproximado de un año, a un grado tal que le permita estar preparada pa­ra librar una guerra y, a la vez, tener la capacidad de refrenarla. Probablemente, nuestra postura actual (1960) diste mucho de las condiciones idóneas para alcanzar ese nivel.

Si este tipo de preparativos fuera, al menos, moderadamente oneroso y muy explícito, los rusos considerarían creíble que los Estados Uni­dos pudieran iniciar y llevar a cabo un programa de tales dimensiones, si los primeros actuaran de manera provocativa, incluso, digamos, en la es­cala de una Corea, o menor aún. Bajo esas cir­cunstancias, los rusos se enfrentarían a las tres alternativas siguientes:

l . Podrían atacar a los Estados Unidos antes de que el aumento de poderío llegara demasiado lejos. Es­ta alternativa no sería nada atractiva, sobre todo porque la acumulación progresiva de fuerzas se­guramente se acompañaría de un estado de alerta reforzada y otras medidas tendientes a disminuir

Los tres tipos de disuasión 353

la vulnerabilidad del SAC (Mando Estratégico de las Fuerzas Aéreas).

2. Podrían tratar de equipar el programa de los EE.UU. Esto resultaría demasiado oneroso.

3. Podrían conformarse con una posición de inferio­ridad. Tal aceptación sería irrefutable y seria, da­do que en esos momentos los Estados Unidos contarían con la capacidad de "librar la guerra" y de "disuadir la guerra" simultáneamente.

En cada uno de los casos, se incrementarían tanto los costos como los riesgos de su provo­cación, por lo que podría darse la situación de que los soviéticos sopesaran esos costos y ries­gos extras antes de intentar cualquier tipo de provocación. Si ni bajo tales condiciones se les pudiese disuadir, podríamos emprender el pro­grama de choque. Entonces no encontraríamos en posición de corregir los resultados de su pro­vocación pasada o, por lo menos, de disuadir­los en el futuro de sacar provecho de dichos resultados.

Sería especialmente valioso contar con pla­nes creíbles y explícitos tendientes a instituir programas de choque para aumentar las capaci­dades de defensa civil y de guerra limitada. Al parecer, resulta particularmente factible mante­ner bases de movilización, no costosas yefica­cez, para ambas categorías, además de que la instauración de un programa de choque demos­traría fehacientemente tanto a los rusos como a nuestros aliados y a los neutrales que entra­ríamos en guerra, dentro de un nivel adecuado, a la luz de una nueva provocación.

He aquí una de las amenazas p(incipales que podríamos dirigir expresamente a los rusos. Si, por otra parte, no cobramos conciencia de la amenaza que ellos representan, si considerarnos que el duplicar el presupuesto implicaría realmen­te una bancarrota inmediata u otra catástrofe de índole fmanciera, entonces los rusos tendrán la posibilidad de ofrecernos alternativas que, final­mente, redundará en su victoria dentro de los ámbitps diplomático, político y de política exte-

. rior. Es fundamental que comprendamos nuestro propio poderío, pero también nuestras posibles debilidades.

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40. Problemas que plantea la guerra limitada

tlENRY A. KISSINGER

En esta era nuclear, quizá el problema básico que plantea la estrategia radica en la forma de establecer una relación entre una política de di­suasión y una estrategia para librar una guerra en caso de que aquélla fracase. Desde lapers­pectiva del impacto que ejercería en los actos del agresor, es posible igualar la disuasión má­Xima a la amenaza de capacidad máxima de des­trucción. Desde el punto de vista del estado de preparación· de una potencia para resistir una agresión, la estrategia óptima es aquella que le permita lograr sus objetivos a un costo mínimo. La tentación que emana de la doctrina estraté­gica estriba en tratar de amalgamar las ventajas de cada uno de loscutsos de acción: alcanzar la disuasión máxima pero con un riesgo mínimo.

No obstante, desde que nuestro monopolio atómico llegó a su término, este esfuerzo se ha

Condensado de Nuclear Weapons and Fo­reign Policy. Henry A. Kissinger, pp. 114-125, 139-144. Copyright © 1957,1958, Council on Foreign Relations, lnc. Publicado por Double­day Anchcr Books para el Consejo de Relacio­nes Exteriores. Reimpreso con autorización del Consejo de Relaciones Exteriores.

visto obstaculizado por la imposibilidad de amalgamar máxima capacidad destructiva con riesgo limitado. A medida que se han magnifica­do el horror y nuestras capacidades destructi­vas, ha decrecido proporcionalmente la certeza de que alguna vez se les ponga en práctica. Ba­jo tales circunstancias, se produce la disuasión no sólo por una relación física, sino también por otra de índole psicológica: la disuasión alcanza su clímax cuando el poderío militar se asocia con la disposición a emplearlo. Se logra cuando la disposición de uno de los bandos en cuanto a correr riesgo con relación al otro es elevada; resulta efectiva en un grado mínimo cuando escasea la disposición a correr riesgos, no im­porta cuán poderosa sea la capaCidad militar. Por ende, ya no es posible seguir hablando acerca de superioridad militar en el vacío. ¿Qué puede significar estar "a la cabeza" de la carrera nu­clear, si cada bando cuenta ya. con los medios suficientes para destruir la substancia nacional del otro? ¿Dónde estriba la importancia estra­tégica de incrementar la destructividad del ar­senal nuclear, cuando la inmensa mayoría de los actuales sistemas de armamento tiende ya en es­tos momentos a paralizar la voluntad?

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Problemas que plantea la guerra limitada 355

Habida cue'1ta del poderío de los armamentos modernos, cualquier nación que dependa de una guerra extrema como su principal medio de disuasión se impone a sí misma un temible obstáculo psicológico. La decisión más angus­tiosa a la que puede enfrentarse un estadista ra­dica en desatar o no una guerra total; el cúmulo de pw;iones propiciará la vacilación, en ausen­cia de un ataque directo que amenace la exis­tencia de la nación. El estadista verá confirmadas sus dudas por la firme convicción de que, en tanto que su fuerza vengativa permanezca in­tacta, ningún cambio en la balanza territorial tendrá una importancia decisiva. En consecuen­cia, tanto el horror como el poderío de los ar­mamentos modernos tienden a paralizar la toma de acción: el primer elemento, en razón de que reducirá por mucho el número de problemas por los que valga la pena contender; el segundo, porque provocará que muchas de las querellas parezcan fuera de propósito ante la ecuación es­tratégica total. Por ende, de manera casi inevi­tale, la ecuación psicológica operará en contra del bando que únicamente pueda apartarse de una situación mediante la amenaza de una gue­rra extrema. ¿Quién puede estar seguro de que, ante la catástrofe de una guerra total, incluso valga la pena arriesgar al continente europeo -piedra angular de nuestra seguridad desde tiempos remotos?

A medida que se agiganta el poderío de los armamentos modernos, la amenaza de una gue­rra total pierde su credibilidad y, en consecuen­cia, su eficacia en .el ámbito político . ..

¿Cuál es la doctrina estratégica que nos ofre­ce mayores probabilidades de evitar el dilema de vernos obligados a elegir entre una guerra tOlal y una pérdida gradual de posiciones; en­tre el bíblico Armagedón y una derrota sin gue­rra? ¿Acaso en este periodo nuclear se erige la guerra limitada en un instrumento político con­cebible? En este punto, se impone un análisis preciso del significado de "guerra limitada" . ..

Una guerra limitada ... se libra en razón de objetivos políticos específicos que, por su mera existencia, tienden a fincar una relación erúre la fuerza empleada y la meta a alcanzar. Refle­ja la tentativa de modificar la determinación del

contrario, no de reducirla a cenizas, de modo tal que las condiciones que se impongan parezcan más atractivas que una resistencia continua; pug­nar por metas específicas y no por la aniquila­ción total.

La guerra limitada plantea dificultades espe­ciales a las fuerzas armadas. Resulta sencillo, has­ta cierto punto, planificar una guerra total, dado que sus límites los fijan las consideraciones mi­litares e incluso la capacidad militar. ..

Entre más proyectos trace el cuerpo militar sobre la base de aplastar al enemigo, aun den­tro de un área limitada, más se resistirá ellide­razgo político ante los riesgos de emprender cualquier acción militar. Entre mayor sea la me­dida en que se conciba a una guerra limitada co­mo una guerra total "en pequeño", mayor será el grado en que produzca inhibiciones semejan­tes a aquellas que genera el concepto de repre­salia masiva. El requisito para una política de guerra limitada consiste en reintroducir el ele­mento político en nuestro concepto de contien­da bélica, y en descartar esa noción que dicta que la política llega a su fin cuando la guerra es­talla, o que la guerra puede acariciar objetivos distintos de los que se haya planteado la políti-ca nacional. .

¿Hasta qué punto puede abrigar la era nuclear a una política de objetivos intermedios? ¿Aca­so siguen en vigencia aquellos factores que, en el pasado, propiciaron una diplomacia deObje­ti vos limitados y una política militar de guerras limitadas?

Durante los periodos de esplendor de la di­plomacia de gabinete europea, entre el Trata­do de Westfalia y la Revolución Francesa, así como entre el Congreso de Viena y el estallido de la Primera Guerra Mundial, las guerras eran limitadas por la existencia de Un marco políti­co que engendraba la aceptación general de uria política de riesgos limitados . ..

Hoy en día, tal como hemos observado, ca­recemos tanto de relaciones estables de poder como de un oroen político legítimo en cuyos estatutos convengan todas las grandes poten­cias. Tales deficiencias , empero, pueden verse compensadas por un tercer factor : el temor a una confrontación termonuclear. Nunca han

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356 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

sido tan obvias las consecuencias de una gue­rra total; jamás han parecido las ganancias tan insignificantes en comparación con los sacri­ficios . . .

La conducción de una guerra limitada exige dos requisitos: una doctrina y la capacidad. Mientras consideremos a la guerra limitada co­mo una aberración del caso "puro" de la guerra total, no estaremos en condiciones de asir las oportunidades que ofrece . . .

Una doctrina relativa a la guerra limitada ten­drá la obligación de descartar cualquier vana ilusión acerca de lo que se podrá lograr al po­nerla en práctica. La guerra limitada no es un substituto barato de la represalia masiva. Por el contrario, debe fundamentarse en una toma de conciencia de que, al haber terminado nuestro monopolio atómico, ya no es posible imponer una rendición incondicional a un costo acep­table.

El propósito de la guerra limitada es infligir graves pérdidas, o en plantear riesgos al enemi­go, que sobrepasen toda proporción con los ob­jetivos en disputa. A mayor moderación en el objetivo, menor probabilidad de violencia en la guerra. Sin embargo, esto no significa que los operativos militares no puedan ir más allá del te­rritorio o del objetivo en disputa; de hecho, uno de los medios para incrementar la disposición del enemigo para llegar a un acuerdo consiste en privarlo de algo que sólo pueda recuperar mediante un tratado de paz. No obstante, el resul­tado de una guerra limitada no puede depen­der exclusivamente de consideraciones milita­res; éste refleja la capacidad para conjuntar objetivos políticos y militares de manera armó­nica. Indudablemente, la tentativa de reducir al enemigo hasta la impotencia, desembocaría en una guerra total.

Sin embargo, no se debe confundir una doc­trina estratégica que deponga la imposición de una rendición incondicional con la aceptación de un estancamiento de hostilidades. La no­ción que aduce que no existen términos medios entre la rendición incondicional y el statu quo ante resulta excesivamente mecánica. Sin du­da, la restauración del statu quo ante suele re­presentar la solución más sencilla, aunque no es

la única factible . Tanto lá psicología como la ex­periencia refutan el trillado argumento de que ningún bando aceptará la derrota -aunque sea limitada- sin antes agotar el último reducto de su arsenal. Parece insensato el tratar de salvarse de una derrota limitada provocando el cataclis­mo que implicaría una guerra total, especialmen­te si esta guerra total conlleva la amenaza de una calamidad que rebasaría en dimensiQnes gigan­tescas cualquier sufrimiento que acarreara una derrota limitada. Simplemente no hay lógica al­guna en que un bando que se resiste a perder una guerra limitada pueda extraer el menor be­neficio de una guerra total. ..

Por ende, existen tres razones para el desa­rrollo de una estrategia de guerra limitada. Pri­mera: la guerra limitada representa el único medio disponible para evitar que el bloque so­viético -a un costo razonable- invada las zo­nas periféricas de Eurasia. Segunda: una amplia gama de capacidades militares puede marcar la diferencia entre derrota y victoria, incluso en una guerra total. Tercera y final: las manifesta­ciones intermedias de nuestro poderío ofrecen la mejor oportunidad de provocar cambios es­tratégicos favorables para nuestro bando . ..

La guerra limitada no es una mera cuestión de fuerzas militares y de doctrinas adecuadas. De hecho, impone severas exigencias en cuan­to a la disciplina y la sutileza del liderazgo polí­tico, así como a la confianza que la sociedad cifre en éste. Desde la perspectiva psicológica, la guerra limitada plantea un problema mucho más complejo que la guerra total. En esta últi­ma, no habrá más alternativa que la rendición o la resistencia incompetente contra una ame­naza a la existencia nacional. Indudablemente, los factores psicológicos determinarán en gran medida la disposición relativa a involucrarse en una conflagración total; el bando más dispuesto a correr riesgos puede ganar una ventaja contun­dente en la tarea diplomática. No obstante, una vez que se toma irremediablemente la decisión de combatir, la capacidad física de una nación para conducir la guerra será el factor que real­mente determine el resultado final.

Por el contrario, en una guerra limitada la ecuación psicológica será de crucial importan-

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Problemas que plantea la guerra limitada 357 .. '~ r ;:t::

cia, no sólo en el aspecto de decidir el ingreso al estado de guerra, sino en todo el transcurso de las operaciones militares. Una guerra limitada en­tre grandes potencias puede conservar dimen­siones limitadas únicamente en función de una elección consciente de los protagonistas. Cada uno de los bandos cuenta con el poder fisico para ensanchar esas dimensiones, y en la medida en que cada uno de ellos esté dispuesto a incremen­tar su compromiso dentro de la conflagración, en lugar de aceptar un estancamiento o una derro­ta, la guerra cobrará gradualmente proporciones magnas. El freno que mantiene a una guerra den­tro de un margen limitado es de índole psicoló­gica: las consecuencias de una victoria limitada, o de una derrota limitada o de un estancamiento -es decir, los tres posibles resultados de una guerra limitada- deben parecer preferibles a las consecuencias de una guerra total.

En el marco de una guerra limitada, las al­ternativas son mucho más variadas que en un conflicto total, y su naturaleza presenta mayor ambigüedad. La victoria no ofrece ninguna so­lución final, y la derrota no comporta la severi­dad de una catástrofe nacional. El bando que se encuentra en la posición más ventajosa es aquel que está más dispuesto a arriesgarse en una guerra total, o aquel que puede convencer a su oponente de su mayor disposición a afron­tar tal riesgo. Incluso en el caso de que la dis­posición de ambos bandos a encarar riesgos sea igual al principio, la ecuación psicológica regis­trará cambios continuos, dependiendo del curso de los operativos militares. Dado que el temor a desencadenar un holocausto termonuclear provoca la limitación del conflicto, paradóji­camente, la ecuación psicológica se transforma constantemente pero en dirección contraria al bando que parece llevar la ventaja. Entre ma­yor sea la transformación que procure, mayor será la probabilidad de que su oponente amena­ce con desencadenar una guerra total. En cuanto más se aproxime el perdedor de una guerra limi­tada a las consecuencias que tendría que padecer por una derrota en una guerra total, menos se contendrá de recurrir a medidas extremas.

Simúltaneamente, el bando victorioso pue­de mostrarse cada vez más renuente a someter a

prueba la disposición del contrario a recurrir a una guerra total. Entre más ventajosa se 'torne ' su posición, mayor seguridad experimentará y menor será su disposición a aceptar los riesgos de una conflagración total. Entre más precaria sea la posición del bando en desventaja, mayor será la probabilidad de que incremente su com­promiso hasta alcanzar dimensiones de guerra total. En consecuencia, el éxito en las guerras limitadas exige que el oponente sea persuadi­do de que la supervivencia nacional no corre riesgo alguno, y de que es posible llegar a un acuerdo bajo términos razonables. De otro mo­do, el resultado consistirá seguramente en una de dos alternativas probables: estancamiento o guerra total.

Si uno de los oponentes atribuye enorme im­portancia a una área en disputa -o se conside­ra que se la atribuye-, éste poseerá una clara ventaja psicológica en una guerra limitada. Tal fue el caso de China en Corea. Se puede consi­derar que algunas zonas revisten importancia tan extrema para uno de los contendientes que éstas se verán protegidas por la creencia -por parte del oponente- de que cualquier ataque dirigi­do contra ellas provocará una guerra general. La defensa local no ofrecerá una protección tan eficaz para dichas áreas como la balanza estra­tégica global. Hasta la actualidad, tal ha sido el caso de Europa Occidental con relación a los Estados Unidos, o de los países-satélite con res­pecto a la U .R.S.S. No obstante, a medida que la guerra total imponga perspectivas cada vez más ominosas, la balanza estratégica global ofre­cerá una protección cada vez menos adecuada para las zonas amenazadas, puesto que cada vez serán menos las regiones que merezcan la pena de correr tal riesgo. A medida que se compren­dan mejor las implicaciones de una guerra total con armamento moderno, la seguridad de una gran cantidad de regiones dependerá creciente­mente de la capacidad para emprender la acción a nivel local. Así, la guerra limitada se convertirá en una prueba de la determinación de las partes contendientes, en un calibrador de la importan­cia que atribuyen a los asuntos en disputa. Si una de las partes atribuye mucha mayor importan­cia a una zona o a un problema, y se encuentra

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358 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

dispuesta a pagar un precio más elevado, y si además cuenta con la capacidad para librar una guerra limitada, entonces cuenta con una am­plia probabilidad de lograr un cambio favora­ble en la ecuación estratégica.

La clave de una política exitosa de guerra li­mitada radica en mantener el desafío contra el oponente -sea diplomático o militar- un paso antes de traspasar ese umbral que puede desen­cadenar una guerra total. Entre mayor sea el riesgo con respecto al desafío, menor será la probabilidad de una respuesta de dimensiones totales. Entre más se aproxime el desafío a los riesgos que implica una guerra total, más di­fícil resultará limitar el conflicto. Por tanto, una política de guerra limitada presupone tres condiciones: la capacidad de generar presiones distintas de la amenaza de una guerra total; la habilidad para crear un clima donde no se con­sidere que cualquier problema puede poner en riesgo la supervivencia; y la capacidad nece­saria para conservar el control de li opinión pública en caso de que surjan desacuerdos so­bre la posibilidad o no de que la supervivencia nacional se encuentre amenazada. La primera condición depende, en gran medida, de la flexi­bilidad de nuestra política militar; la segunda, de la sutileza de nuestra diplomacia; la tercera, por su parte, reflejará la valentía de nuestro lide­razgo .. .

Nuestra amplia trayectoria de invulnerabili­dad nos ha acostumbrado a considerar la guerra más en términos del daño que podemos infli­gir que de las pérdidas que podemos sufrir. Es necesario crear conciencia entre el pueblo nor­teamericano de que, con el fin de nuestro mo­nopolio atómico, la guerra total ha dejado de ser un instrumento político, salvo como un úl­timo recurso; y de que, en la mayoría de los asuntos que probablemente engendren dispu­tas, Questra única alternativa consiste en la es­trategia de una guerra limitada, o en la inercia

total. Sería trágico que nuestro gobierno se viese despojado de la libertad de acción, en razón de la ignorancia del público acerca de las con­secuencias de una decisión de la que se arre­pentiría si estuviera consciente de todas sus implicaciones. Esto resulta cada vez más cierto, dado que esa misma ignorancia que yace en el trasfondo de la exigencia de soluciones radica­les -todo o nada- bien podría producir páni­co si, inesperadamente, nuestro pueblo tuviera que enfrentarse a las consecuencias de una gue­rra total. Por el contrario, un pueblo que ha co­brado plena conciencia de los peligros que lo rodean, y que se siente psicológicamente pro­tegido por un programa de defensa civil ade­cuado, se encontrará mejor preparado para respaldar una política nacional más flexible .

No importa cuál sea el aspecto de nuestra problemática estratégica que sometamos a con­sideración -mitigar los horrores de la guerra, crear un espectro de capacidades para ofrecer resistencia a posibles desafíos soviéticos-, in­variablemente debemos reconocer la importan­cia de desarrollar una estrategia que abrigue la posibilidad de una guerra limitada. La creación de un estado de preparación para la guerra li­mitada no se debe considerar como un asunto de elección, sino de necesidad. Se deriva de la imposibilidad de amalgamar tanto fuerza máxi­ma como disposición máxima a actuar. . .

Incluso entre las grandes potencias será di­fícil poner en práctica la estrategia planteada en este capítulo. Esta presupone una capacidad mi­litar verdaderamente graduada. Da por sentada una diplomacia que sea capaz de evitar que ca­da conflicto se considere como el preludio de un desastre final. Además, precisa de un tem­ple firme. Sólo podemos lograr que funcione una estrategia de guerra limitada si despejamos absolutamente toda duda en cuanto a nuestra disposición y capacidad para hacer frente a un holocausto.

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41. El cálculo de la disuasión

BRUCE M. RUSSETT

ESTUDIO COMPARATIVO DE LA DISUASiÓN

Uno de los problemas persistentes al que han tenido que enfrentarse los estrategas políticos y militares norteamericanos ha sido la interro­gante de cómo defender "terceras áreas" . ¿Cómo puede proceder una gran potencia para realizar unatenlativa creíble de defensa en favor de un

; aliado menos poderoso, contra el ataque de otra gran potencia? No basta simplemente hacer una promesa explícita de defender a un aliado, sea que dicha promesa quede asentada en un tratado formal o en una declaración unilateral. Son in­contables los casos en que los "juramentos so­lemnes" fueron olvidados en los momentos de crisis. Por otra parte, en más de una ocasión una gran potencia ha tomado las armas para defen­der una nación con la cual poseía vínculos con-

Reimpreso a partir de " The Calculus oC Dete­rrence", de Bruce M. Russett,journal of Con­fUet Resolution 7/2 (junio de 1963), pp. 97-109 Copyright © 1963, Universidad de Mlchlgan, con autorización de Sage Publications, Inc., y del autor. Notas al calce suprimidas.

siderablemente menos valederos que los que se fmcan mediante un compromiso formal.

Algunos analistas como Herman Kahn sos­tienen que el factor determinante radica en la naturaleza de la balanza estratégica global. Para dar credibilidad a una promesa de defender ter­ceras áreas, el defensor debe poseer una supe­rioridad estratégica total; es decir, debe contar con la capacidad de atacar el suelo patrio del atacante, sin que ello signifique un daño inacep­table para sí a cambio (Kahn, 1960). Por supues­to, el análisis precedente implica una estrategia que amenaza con ejercer represalias -incluso para un ataque local- directamente en el terri­torio nacional de la gran potencia antagonista. Los defensores de la estrategia de guerra limitada refutan que, en ausencia de una preclara supe­rioridad estratégica, la capacidad para librar una guerra de índole local puede disuadir al ataque de manera eficaz.

Otros escritores -entre los que destaca Tho­mas C. Schelling-, han sugerido que la credibili­dad de la amenaza propia puede ser considera­blemente aumentada mediante actos unilaterales que incrementen lac¡ pérdidas del defensor si es­te no cumple su promesa (Schelling, 1960). Uno

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360 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

de los ejemplos que mejor ilustran este concep­to es la decisión que adoptó Chiang Kai-shek en 1958 en cuanto a estacionar casi la mitad de sus efectivos militares en Quemoy y Matsu. Aunque Qichas islas poseían una importancia intrínseca dudosa, la presencia de tan nutrido contingente en las mismas virtualmente impi­dió que Chiang, o su aliado norteamericano, abandonaran las islas bajo el fuego.

Todas estas explicaciones tienden a resaltar preponderantemente el elemento militar, cuan­do en realidad se trata de una situación política de complejidad extrema. Existen, empero, nu­merosos procedimientos no militares mediante los cuales uno puede fortalecer el compromiso propio hacia un área en particular. Un gobier­no puede hacer de esto un asunto de prestigio ante su electorado. Una nación puede incluso aumentar deliberadamente su dependencia eco­nómica de los suministros de cierta área, con el fin de reafirmar la credibilidad de su prome­sa de defensa hacia la misma. La obra clásica de W. W. Kaufmann identificó los elementos de la credibilidad: las capacidades de una potencia, los costos que puede infligir al emplear dichas ca­pacidades, y sus intenciones, tal y como las per­cibe el enemigo. Al evaluar las intenciones del defensor, el presunto atacante revisará sus ac­ciones del pasado, sus pronunciamientos actua­les y el estado que presenta su opinión pública (Kaufmann, 1956, pp. 12-38).

La formulación de Kaufmann resulta más con­veniente que otras, más sencillas, que otorgan un énfasis casi exclusivo a los factores milita­res; no obstante, es necesario redondearla y de­tallarla. Uno debe analizar en especial los costos potenciales que tendría que erogar la potencia defensora si ésta no cumple sus compromisos. Además, toda proposición acerca de los factores que determinan la credibilidad de una amenaza dada deben ser verificados sistemáticamente so­bre una base comparativa. En varias ocasiones, por ejemplo, el agresor ha hecho caso omiso de las amenazas de una gran potencia "defensora" de entrar en guerra por proteger a una peque­ña nación "peón", aun cuando la defensora po­seía tanto la superioridad estratégica como la capacidad de librar con éxito una guerra local.

La anexión de Austria por parte de Hitler en 1938 representa exactamente este tipo de caso; un caso en que, por otra parte, el agresor hizo sus cálculos correctos.

En el presente documento, analizaremos to­dos los casos que se han registrado en el trans­curso de las últimas tres décadas, donde una gran potencia "atacante" amenazó patentemen­te a otra "peón" con la fuerza militar y donde el defensor, antes de la crisis, ya había dado señales de su intención de proteger al peón o había firmado un compromiso a tiempo para prevenir el ataque en ciernes. Se puede o no creer en una amenaza; puede tratarse de un alar­de o de una amenaza sincera. A menudo, el pro­pio defensor no puede sentirse muy seguro de su reacción, sino hasta que la crisis se presenta realmente. Exploraremos el tema de lo que da credibilidad a una amenaza, mediante la inda­gación de las que en el pasado han sido dignas de crédito o t1agrantemente ignoradas. La disua­sión exitosa -se define como aquella instancia en la que se evita o se repele un ataque contra el peón, sin que ello provoque conflicto entre las fuerzas atacantes y las unidades regulares de combate de la gran potencia" defensora" . (En la definición de "unidades regulares de comba­te" no se incluye la participaCión estrictamen­te limitada de unos cuantos asesores militares.) Bajo esta formulación, debemos ignorar aque­llas instancias que probablemente son las más exitosas de todas- es decir, donde se disuade al atacante de realizar cualquier tipo de amena­za abierta en contra del peón. No obstante, de­bemos dejar a un lado este tipo de casos por que son demasiado numerosos como para examinar­los en detalle, porque resultaría sumamente di­fícil distinguir los elementos en la mayoría de los casos. ¿Quién, por ejemplo, fue el "atacan­te" real? ¿Fue disuadido por un acto del defen­sor, o por mera indiferencia? Estas interrogantes nos inducirían a un exceso especulativo, a ex­pensas del detallado y meticuloso análisis de ca­da uno de los casos.

La disuasión fracasa cuando el atacante deci­de que la amenaza del defensor probablemente no se llevará a cabo. En este sentido, representa el mismo fracaso si el defensor realmente tiene

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la intención de combatir, pero no sabe comu­nicar dicha intención al atacante, o si sólo está fanfarroneando. Posteriormente plantearemos, desde la perspectiva del agresor, cuáles son las amenazas que se deben recibir con seriedad. En este punto, nos limitaremos a examinar casos pasados de intento de disuasión, con el fin de descubrir cuáles son los elementos que gene­ralmente se asocian con una amenaza digna de crédito (o que por lo menos no es ignorada con la suficiente confianza para que el agresor ac­túe con base en tal menosprecio) y, por ende, cuáles son las medidas que un defensor debe adoptar para hacer que su oponente de mayor credibilidad a sus amenazas. En la tabla 11.1 se proporciona una lista de los casos a tomar en consideración.

Por supuesto, dichos casos no resultan com­parables en todos los aspectos . Especialmente en los casos de disuasión exitosa, las causas son complejas y no fácilmente identificables. Pese a todo, una comparación sistemática -empren­dida con cautela- puede arrojar ciertas ideas que escaparían al énfasis en la exclusividad his­tórica de cada caso.

La disuasión en décadas recientes

En primer lugar, podemos descartar -en cali­dad de erróneos- algunos argumentos frecuen­tes acerca de la credibilidad de la disuasión. Se suele decir que una gran potencia sólo incu­rrirá en guerra para proteger una posición "im­portante", y no para defender cierta zona de dimensiones o de población relativamente insig­nificantes. Tal como se verá en líneas posterio­res, esto es cierto en un sentido casi tautológico -si en el rubro de "importante" incluimos el empantamiemo del prestigio del defensor ante la suerte que habrá de correr el peón, la impor­tancia simbólica de dicho peón puede agran­darse ante los ojos de otros aliados, y se pueden atribuir al peón valores estratégicos o políticos en particular. Sin embargo, si se adjudica la cate­goría de "importante" a cualquier factor objeti­vamente mensurable, como la población relativa o el Producto Interno Bruto, dicha aseveración pierde toda validez.

El cálculo de la disuasión 361

Según lo demuestra la tabla 11.1, en todos nuestros casos de disuasión eficaz -Irán, Tur­quía, Berlín, Egipto, Quemoy y Matsu y Cuba­la población del peón se encontraba muy por debajo de lS por ciento, y su P .l.B. representa­ba menos deiS por ciento del total de P.l.B. del defensor principal, en comparación. (Gran Bre­taña no era el principal protector de Irán.) Ahora, en cinco de los once casos donde no se disuadió al atacante, el territorio en cuestión represen­tó más del 20 por ciento de la población del defensor (Etiopía, Checoslovaquia durante la cri­sis de los Sudetes y, nuevamente en 1939, Po­lonia y Rumania). En 1939, Polonia constituía la presea más valiosa de todas; sin embargo, es posible que Hitler no haya tenido una convic­ción plena de que tanto Gran Bretaña como Francia entrarían en guerra como objeto de sal­varla. Tampoco puede uno descubrir cualquier importancia estratégica o industrial en particu­lar que ostente el peón únicamente en casos de triunfo. Austria y los dos casos de Checoslova­quia cumplieron con los criterios expuestos y, no obstante, fueron invadidas; además, los Estados Unidos no contemplaron la posibilidad de que la China Comunista combatiera en pro de Co­rea del Norte, pese a su obvia importancia es­tratégica .

Asimismo, resulta claro que no se trata sen­cillamente de que el defensor emita una prome­sa formal de proteger al peón. Sólo en un caso de triunfo se presentó algo que se podría des­cribir como un compromiso nítido e indudable previo a la crisis real (Berlín). En los demás, dicho compromiso fue un tanto ambiguo (Irán, Cu­ba y Quemoy y Matsu) o no se realizó hasta que la crisis ya llevaba un buen tiempo (Turquía y Egipto). El principal compromiso de precrisis de los Estados Unidos hacia Irán fue el comu­nicado de los Tres Grandes emitido desde Te­herán en 1943 (redactado en su mayor parte por la delegación norteamericana), en el cual se ga­rantizaba a los iraníes "independencia, soberanía e integridad territorial" . Gran Bretaña era alia­da de Irán, pero los soviéticos reconocieron que cualquier tipo de resistencia efectiva contra sus planes tendría que provenir de los Estados Uni­dos, y no de una Inglaterra exhausta. En julio

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,I

362 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

TABLA 11.1 Dimensiones (Población y Producto Interno Bruto) del peón en comparación con las del (de los defensores (es)

Peón

Irán (1946)

Turquía (1947) Berlín (1948)

Egipto (1956) Quemoy-Matsu

(1954-1955) (1958) Cuba (1961)

Etiopía (1935)

Austria (1938)

Checoslovaquia (1938)

Albania (1939) Checoslovaquia (1939)

Rumania (1940) Guatemala (1954)

Hungría (1956)

Poloniab (1939)

Corea del Sur (1950)

Defensor(es)

Estados Unidos Gran Bretaña Estados Unidos Estados Unidos Gran Bretaña Francia Unión Soviética Estados Unidos

Unión Soviética

Agresor(es)

ÉXITO

Unión Soviética

Unión Soviética Unión Soviética

Gran Bretaña - Francia China Comunista

Estados Unidos (apoyo a los rebeldes)

FRACASO - PÉRDIDA DEL PEÓN

Gran Bretaña Italia Francia Gran Bretaña Alemania Francia Italia Gran Bretaña Alemania Francia Gran Bretaña Italia Gran Bretaña Alemania Francia Gran Bretaña Unión Soviética Unión Soviética Estados Unidos

(apoyo a los rebeldes) Estados Unidos Unión Soviétic:l

FRACASO - NO SE EVITÓ LA GUERRA

Gran Bretaña Francia Estados Unidos

Alemania

Corea del Norte (1950) China Comunista

Corea del Norte (apoyada por China y por la Unión Soviética

Estados Unidos

Población del peón como

porcentaje de la población del defensor

12 37 13

1.5 4 5

12 a

3

28 31 14 16 16 30 34

2 23 26 33

1.6

6

73 82 14

2

P./. B. del peón como porcentaje

del P.I. B. del defensor

a

4 1.7 a

3 3 2 a

1.5

1.8 2 7 8

17 14 16

a

11 12 11

a

1.0

25 29

a

3

" Menos del 1 por ciento h Probablernente no se debe considerar al caso polaco como un fracaso rotundo, dado que Hitler pudo haber contado con que Gran Bretaña y Francia combatirían y estaba preparado para hacer frente a las consecuencias . A . J. P. Taylor expone una n:rsión radical en torno al argumento que presupone que Hitler esperaba que Polonia y/o Gran Bretaña y Francia se rindieran (Taylor, 1961). Fuentes: Población Naciones ¡ ' nidas (Naciont's Unidas, 1949, pp. 98-105; N:lciones Unidas, 1962, pp. 126-~ 7). P.I.D.: :'\onon t;insburg (Ginshurg, 1962, p . \(,). Los datos de P.I.D. son aproximados y, en ocasiones, cálcu los someros.

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de 1960, Khrushchev advirtió que la Unión So­viética ejercería represalias con misiles si los Es­tados Unidos atacaban a Cuba; no obstante, esto se calificó posteriormente de "mero simbolis­mo", y quedó indefinido e! contenido exacto de la represalia soviética. Ni e! Congreso ni el Presidente han declarado jamás las circunstancias exactas bajo las cuales nuestras garantías formales a Taiwán se aplicarían a las islas de mar adentro.

Sin embargo, en por lo menos seis casos, el agresor ha preferido ignorar un compromiso ex­plícito y públicamente reconocido que exige que el defensor proteja al peón. Gran Bretaña, Fran­cia e Italia estaban comprometidas con Austria mediante un tratado; Francia con Checoslova­quia en 1938 por tratado; Francia por tratado y Gran Bretaña por acuerdo ejecutivo con Che­coslovaquia en 1939; Gran Bretaña por acuerdo ejecutivo con Rumania; Gran Bretaña y Francia por tratado con Polonia, y China por declara­ción pública con Corea de! Norte. En tres casos más, se registro por lo menos un compromiso ambiguo, por parte del" defensor", que podría haberse interpretado en forma más rigurosa. Me­diante un tratado en 1906, Gran Bretaña, Fran­cia e Italia juraron "cooperar para mantener la integridad de Etiopía"; Gran Bretaña e Italia con­vinieron en 1938 "preservar e! statu qua en el Mediterráneo" (incluida Albania) y, en la déca­da de 1950, los funcionarios norteamericanos hicieron ciertas declaraciones acerca de "liberar" a los satélites que fueron trágicamente sobrees­timados en Hungría. Entre la lista de fracasos, de hecho, sólo Guatemala y probablemente Corea de! Sur carecían de toda indicación verbal res­pecto a la voluntad de combatir por parte de sus "protectores" . (En estos casos, los defenso­res demostraron principalmente su interés me­diante e! envío de armas a los peones antes del ataque.) El analista que en su análisis se limi­tara a los casos presentes se vería obligado a llegar a la conclusión de que una nación me­nor poseía el mismo grado de seguridad con o sin una garantía explícita. Al menos, dichas ga­rantías existieron en menos casos de éxito (uno en seis) que fracaso (seis de once).

El cálculo de la disuasión 363

Cabe analizar asimismo la proposición que aduce que la disuasión no resulta creíble a me­nos que e! defensor posea una superioridad es­tratégica contundente; es decir, a menos que pueda infligir al agresor un daño mucho mayor que el que pudiera recibir a cambio. Es cier­to que la disuasión éxitosa de un ataque se asocia frecuentemente con la superioridad estratégica; no obstante, la Unión Soviética detentaba cuan­do mucho igualdad estratégica con los Estados Unidos al suscitarse e! problema de Bahía de Cochinos. Pese a que Rusia poseía una clara su­perioridad por encima de Gran Bretaña y de Francia cuando amenazó, en 1956, con lanzar un ataque con cohetes contra estos países, re­sulta por demás evidente que carecía de una fuerza creíble de primer ataque para emplear­la contra su aliado norteamericano.

Por otra parte, en al menos cinco casos en que el agresor no fue disuadido, es notorio que el defensor contaba definitivamente con la ca­pacidad de vencer. en cualquier gran conflicto que hubiera podido desarrollarse (en los casos de Etiopía, Austria, Checoslovaquia en 1938, Al­bania y Corea del Sur); en dos casos más (Che­coslovaquia en 1939 y Hungría), e! defensor poseía al menos una ventaja marginal. (El análi­sis post hoc de los documentos pertinentes, in­dica que con mayor frecuencia era e! agresor quien percibía dicha superioridad -y no el de­fensor -, y pese a todo acometía su empresa con la esperanza de que e! defensor no la empleara. Hitler reconoció fehacientemente la fortaleza de sus oponentes, y sin embargo desestimó su de­terminación de emplearla.)

Aún menos necesario resulta que el defen­sor cuente con la capacidad de ganar una gue­rra local limitada. De entre todos los casos de victoria, sólo en Egipto pudo e! defensor sos­tener en forma plausible la capacidad de luchar hasta provocar una retirada a nivel local. En las demás instancias, e! defensor no podía aspirar a lograr la igualdad sin un esfuerzo prolongado y sostenido, y la superioridad local parecía fue­ra de todo alcance. Por lo menos en dos fraca­sos, los defensores -quizá de manera individual

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364 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

y seguramente en coalición- gozaban de supe­rioridad local (Etiopía y Austria), yen otros cuatro (Checoslovaquia en 1938, Albania, y los casos de Corea), los defensores mostraron una casi igualdad con sus presuntos antagonistas .

Ahora, si estos dos tipos de capacidades -lo­cales y estratégicas- se analizan en conjunto, surge la probabilidad de que un defensor no presente una clara inferioridad en ambas, e in­cluso que aspire a refrenar al agresor. Pese a que la Unión Soviética no podía ni soñar en un en­frentamiento con los Estados Unidos en una guerra limitada en el Caribe, por lo menos en 1961 sus capacidades nucleares estratégicas pa­recían estar casi a la par con las norteameri­canas. Asimismo, aunque Rusia era inferior a Gran Bretaña-Francia-Estados Unidos en el ni­vel estratégico, crecieron las probabilidades de que los soviéticos pudieran al menos equiparar sus esfuerzos en una guerra local por el territo­rio egipcio. La victoria precisa como mínimo de una igualdad aparente en uno u otro nivel (esto difícilmente puede sorprendernos); no obstan­te, al recordar que incluso la superioridad en ambos niveles se ha ascociado frecuentemente con el fracaso, extraemos algo de mayor signi­ficación. La superioridad, en cualquier nivel, no es una condición de éxito. La igualdad en un nivel como mínimo es una condición nece­saria, pero de ninguna manera suficiente. Los factores puramente militares, típicos de la con­cepción tradicional, no revisten de credibilidad a las amenazas por sí solos.

Tampoco -como se ha sugerido en algunas ocasiones- el tipo de sistema político en cues­tión ostenta gran importancia, aunque ciertamen­te marca alguna diferencia. Frecuentemente, se dice, un poder dictatorial puede amenazar de ma­nera mucho más convincente que una demo­cracia, dado que la dictadura puede controlar sus propios medios de comunicación y mos­trar un frente aparentemente unido. Las demo­cracias, por el contrario, no tienen la capacidad de suprimir fácilmente las voces de disensión que aclaman que el peón "no vale los huesos de un solo granadero" . Ahora bien, no se de­be exagerar la importancia de este argumento -en cuatro de nuestros casos exitosos de di-

suasión participó una democracia que se defen­día de una dictadura. Sin embargo, en todos es­tos casos, la democracia poseía superioridad estratégica, en tanto que las otras dos victorias, anotadas por una dictadura, se registraron en el mejor de los casos bajo condiciones de igual­dad estratégica para el defensor. Además, en los once fracasos , con excepción de dos (Corea del Norte y Guatemala), el defensor fue un país de­mócrata. Por ende, el control que ejerce una po­tencia totalitaria sobre la expresión de opinión de sus ciudadanos pueden conferirle cierto gra­do de ventaja, cuando no una ventaja contunden­te - especialmente bajo condiciones tales en que la posición estratégica del defensor es rela­tivamente débil .

INTERDEPENDENCIA Y CREDIBILIDAD

Una vez descartadas algunas de estas hipótesis, po­demos proceder a examinar otro renglón de de­bate: la credibilidad de la disuasión depende de la interdependencia económica, política y mi­litar entre peón y defensor. Siempre que exis­tan vínculos visibles de cooperación militar, de integración política pasada o presente, o de co­mercio, será mucho más probable que el agre­sor ceda a las amenazas del defensor -o si no cede, cabrá el inminente riesgo de que entre en guerra con el defensor.

Cooperación militar

En cada caso de éxito, el defensor apoyó al peón con asistencia militar, traducida en armas y asesores. En uno de estos casos (Berlín), por supuesto, los defensores contaban con tropas estacionadas en el territorio del peón. El vínculo militar con Irán fue hasta cierto punto tenue, dado que Irán no recibió embarques de equi­po militar norteamericano sino hasta que cedió la crisis de 1946. Sin embargo, en esa época se encontraba estacionada en ese país una misión militar norteamericana, y 30,000 soldados nor­teamericanos habían permanecido en suelo iraní hasta el fin de 1945 (Kirk, 1952, p. 150), Así, Norteamérica había ofrecido una señal tangible,

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aunque modesta, de su interés por Irán. No obs­tante, sólo en cinco de los once fracasos se re­gistraron embarques importantes de armamento al peón. Francia extendió cuantiosos créditos militares a Polonia, y Gran Bretaña margó un reducido crédito (veinte millones de dólares) a Rumania. Los norteamericanos y los chinos en­viaron tanto armas como asesores a sus pro­tegidos coreanos. Los soviéticos despacharon armamento ligero a Guatemala, pero ningún ase­sor, y no dieron tampoco la menor señal explí­cita de un intento de intervención en cualquier movimiento en contra del gobierno guatemal­teco por parte de los Estados Unidos. Una mi­sión militar francesa estuvo estacionada en Praga antes y durante el transcurso de las dos crisis checoslovacas, pero nunca se envió una canti­dad importante de equipo f~ancés (en parte por la alta calidad de la industria checoslovaca de armamento). En ninguno de los demás fracasos se regisró ningún tipo de interdependencia mi­litar tangible . Es posible que un nivel modera­do de cooperación militar no siempre basta para lograr una disuasión eficaz, pero de hecho se tra­ta de un factor eSencial.

Interdependencia política

He aquí una condición valiosa, si no esen­cial. Cuatro de los casos de disuasión exitosa in­cluyen alguna clase de vínculo político reciente o actual además de cualquier alianza actual. Las tropas occidentales se encontraban estaciona­das en Berlín, y las tres potencias occidentales participaron en el gobierno de la ciudad median­te convenio internacional. Estados Unidos V la China Nacionalista habían sido aliados en' un conflicto bélico reciente. Turquía se había alia­do con los Tres Grandes hacia el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. Irán había experimen­tado la ocupación por parte de tropas británicas hasta principios de 1946, y de tropas norteame­ricanas hasta fines de 1945. Por lo que respecta a los fracasos, sólo cuatro de once peones te­nían algún tipo de vínculo anterior significati­vo con un defensor. Gran Bretaña y Rumania fueron aliadas en la Primera Guerra Mundial , del mismo modo que lo fueron la l) .R.S:S. y

El cálculo de la disuasión 365

Guatemala en la Segunda Guerra Mundial. Ob­viamente, ninguno de estos lazos eran estrechos en absoluto. Los otros dos, sin embargo, estaban marcados por vínculos casi férreos . Las fuerzas de los Estados Unidos ocuparon Corea después de la Segunda Guerra Mundial, y el gobierno de la República de Corea se convirtió en protegido norteamericano. La China comunista poseía es­trechos vínculos partidarios e ideológicos con el régimen de Corea del Norte; además, cabe re­cordar que unas cuantas décadas antes, Corea había estado sujeta a la soberanía china.

Interdependencia económica

Procederemos con base en una medida apro­ximada, pero a la vez sencilla y objetiva, de in­terdependencia económica. En 1954, todos los países del mundo, que no fueran los Estados Uni­dos, importaban un total de sesenta y cinco mil millones de dólares en mercancías, 16 por cien­to de los cuales procedían de los Estados Uni­dos. Sin embargo un 35 por ciento del total de las importaciones de Corea del Sur correspon­día a productos norteamericanos -cifra muy superior al promedio mundial. He aquí la medi­da que nos guiará: ¿el peón importa del defen­sor en proporciones muy superiores al prome­dio o, viceversa, el defensor importa del peón en proporciones muy superiores al promedio? Repito, se trata de una medida aproximada. No nos señala, por ejemplo, si el defensor depen­de del peón en cuanto al suministro de una ma­teria prima vital. Sin embargo, existen pocas áreas de importancia económica crucial en este sentido -casi contadas las mercancías se pue­den obtener de más de un país, aunque no siem­pre al mismo precio-; además, la atención a vínculos comerciales globales nos da una me­dida general del estado económico de un país en otro. En ninguno de los casos donde esta prueba no demuestra interdependencia econó­mica general hay pruebas de que el defensor de­pendiera enormemente del peón en cuanto al suministro de un producto en particular.

En cinco de seis casos de disuasión exitosa, el peón recibía un índice desmesuradamente eleva­do de sus importaciones de parte del defensor, ()

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366 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

viceversa. En el caso restante, la economía ira­ní se encontraba férreamente vinculada con la británica, cuando no con la norteamericana, pe­ro sólo en tres de los once fracasos se registró interdependencia entre peón y defensor. Aus­tria sostenía nexos comerciales superiores al promedio con Italia, pero no con Francia y Gran Bretaña, que eran las otras dos partes comprome­tidas -por tratado- en la preservación de su integridad. También los dos regímenes coreanos presentaban elevados índices de intercambio comercial con sus defensores. La interdepen­dencia económica puede resultar virtualmente esencial para la disuasión exitosa.

INTENCIONES ADIVINATORIAS

También, podemos examinar brevemente el te­ma desde la perspectiva del agresor. Si la amena­za planteada por el defensor no es confrontada por un desafío, es posible que jamás se sepa si en realidad expresa la intención de combatir, o si sólo se trata de un alarde. Es probable que ni siquiera el propio defensor lo sepa hasta que se suscitan las circunstancias reales. No obstante, podemos analizar los once casos en que la di­suasión no tuvo la credibilidad necesaria para evitar el ataque. Anteriormente, preguntamos cuál era el elemento que establecía la diferencia entre los casos en que el agresor ejerció presión y aquéllos en que optó por refrenar sus ambi­ciones. Ahora, ¿ qué es lo que distingue aque­llos casos en que el defensor realmente entró en guerra de aquéllos en que no lo hizo?

Las "dimensiones''', tampoco en este caso -y como se indicó previamente- son un factor crucial. Polonia, país por el cual Gran Bretaña y Francia incursionaron en la acción bélica, re­presentaba una pre"sea altamente codiciable; sin embargo, ni Corea dd Norte ni Corea del Sur representaban una proporción importante de la población o del P.LB. de su defensor. De los ocho casos enlos que se desenmascaró con éxi­to al defensor fanfarrón, cuatro de los peones (Etiopí;l, Checoslovaquia en ambas ocasiones y

Rumania) representaban más del 20 por ciento de la población del defensor, y cuatro (Austria, Checoslovaquia en ambas ocasiones y Rumania) más del 5 por ciento de su P.LB. En proporción, los peones "codiciables" eran objeto con ma­yor frecuencia de "alardes" que de intenciones serias. Tampoco hay necesariamente un compro­miso explícito en aquellos casos que desembocan en conflicto bélico. Este tipo de compromiso existía en lo que respecta a Polonia Corea del Norte; Corea del Sur, por su parte, constituye una obvia excepción. Además, había un com­promiso explicíto en la mitad de los "alardes" (Austria, Checoslvaquia en ambas ocasiones, y Rumania) y, por lo que respecta a otros tres ca­sos (Etiopía, Albania y Hungría), había un com­promiso incierto y dudoso.

En ninguno de los casos parece ha ter ejer­cido un efecto contundente el estado de la ba­lanza militar. En cuatro "alardes" por lo menos (Etiopía, Austria, Checoslovaquia en 1938 y Al­bania),los defensores detentaban una marcada superioridad global y, en otros dos (Checoslo­vaquia en 1939 y Hungría) poseían por lo me­nos una superioridad marginal. Gran Bretaña y Francia, pese a su desfavorable posición mili­tar, combatieron por Polonia en 1939. A pesar de las peroratas "envalentonadas" de los chinos, quizá realmente se habrían hecho pocas ilusiones en cuanto a su posición de haber contrarresta­do los Estados Unidos su incursión en Corea del Norte con todo su poderío convencional y nu­clear. En ninguno de los casos combatió un de­fensor, contó éste con la capacidad de lograr una victoria local rápida y relativamente desahoga­da . Sin embargo, en los dos casos en que el de­fensor probablemente contaba con la capacidad necesaria para hacerlo (Etopía y Austria), éste no la empleó. Tampoco parece importar mucho el sistema político del defensor. Los chinos com­batieron en aras de defender a Corea del Norte, pero las dictaduras no hicieron nada por proteger a Austria y a Guatemala.

No obstante, los lazos de interdependencia -económica, política y militar- cobran espe­cial importancia. En cada uno de los casos en

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que el defensor incursionó en la guerra, él ya había provisto anteriormente de armas y de ase­sores militares al peón. Sólo cuatro de los ocho "alardes" estuvieron marcados por cualquiera de estas actividades, y ninguno por un grado considerable de ambas. Las dos Coreas tenían notables vínculos políticos previos con sus even­tuales defensores, pero sólo dos de los casos de "alarde", (Rumania y Guatemala) estuvieron revestidos de algún vestigio de alianzas previas. También los dos estados coreanos poseían estre­chos nexos económicos con sus defensores, pero de los siete casos de "alarde", sólo Italia-Austria tenía un vínculo de fuerza similar. Nuevamente, es la naturaleza de la relación defensor-peón-y no los atributos de cada parte por separado­la que se erige en principal reveladora del acon­tecimiento.

Debemos tener absoluta claridad en cuanto a la naturaleza de estos vínculos. Por supuesto, nadie -salvo el marxista más empedernido­aseguraría que los Estados Unidos ingresaron a la Guerra de Corea con el fin de proteger sus inversiones e intereses económicos. Los Esta­dos Unidos entraron en guerra con el fin de pro­teger a un estado con el que habían logrado una gran identificación. Su compromiso económico

. con Corea era relativamente fuerte, y su presti­gio como gobierno corría el grave riesgo de que­dar en entredicho. Los Estados Unidos habían ocupado el terrirorio y restablecido el orden lue­go del desplome japonés; habían inst:dado y apoyado un gobierno casi democrático; ade­más, habían entrenado, organizado y equipado al ejército. El hecho de no defender a este país ante un ataque manifiesto habría mermado peli­grosamente el prestigio norteamericano, además . de la confianza que otros gobiernos cifraban en el apoyo de los Estados Unidos. El gobierno nor­teamericano, pese a no haber realizado promesa alguna de defender a Corea (incluso había de­clar;Jdo que no la defendería en una conflagra­ción general Este· Oeste), no pudo desligarse de la suerte que correría la península coreana. Es decir, pese a la ausencia de promesas norteame­ricanas, la "presencia" norteamericana de hecho garantizó su protección.

El cálculo de la disuasión 367

REVESTIR DE CREDIBILIDAD A LA DISUASiÓN .

Ahora se torna aparente la razón por la cual la disuasión no depende de ninguna manera de la simple declaración pública de una "solemne promesa", ni únicamente de los medios físicos pafa librar una guerra, sea limitada o general. La decisión de un defensor en cuanto a prose­guir con una política "firme" que comporte el riesgo de guerra dependerá de los cálculos que realice en cuanto al valor y a la probabilidad de diversos resultados. Si ha de aplicar mano firme, las perspectivas de ganancia con una po­l1tica firme exitosa deben ser mucho mayores, al sopesar la probabilidad de éxito y ya descon­tados los costos y probabilidades de guerra, que las pérdidas que implicaría una retirada. El agre­sor, por su parte, determinará si ha de empren­der su ataque en gran medida con base en su propia estimación de los cálculos del defensor. Si considera que existe un elevado índlce de probabilidades de que el defensor combata, sólo atacará si las perspectivas de beneficios al ha­cerlo parecen enormes.

Los medios físicos de combate disponibles para ambos bandos distan mucho de ser irrele­vantes, puesto que de ellos dependerán las po­siciones de cada bando en caso de que estalle la guerra. El compromisodeurt defensor care­cerá de credibilidad ' si su situaCión militar es marcadamente inferior a la de su enemigo. Sin embargo, ni ia superlorida.dpteclara le ofrecerá garantía alguna de qUe' su opoIlente se refre­nará si al parecer'el defenso'r:t~~he rela,tivamente poco que perder con un ' ~ ap~ciguamieI1tO" . En la época de)a crisis a.usiriaÚ, Nevil,k Cham­berlaiQ estaba convendd{j)nó)~olQ pe qti~ el apa­ciguarrÚento contab~ , c911; '1lt;;¡spf<?b,abilidades de éxito, sino también, 'd<;;gll,e de registrarse un posible fracaso las perspecJj"as de pérdidas no se­rían avasalladoras. D~ . .rronera particular, no con­siderólos efectos que e1.apaciguamiento tendría

. en las demás promesas emitidas por Gran Bre­raña en cuanto a defender a naciones menores . Hacia el otoño de 1939, sin embargo, se tornó

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368 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

evidente que un mayor apaciguamiento sólo alentaría a Hitler a seguir haciendo caso omiso de las amenazas británicas de ingresar en el com­bate, algo provocado por la inacción británica en el caso de Austria. . Bajo tales circunstancias, el éxito de la ame­

naza planteada por el defensor depende enor­memente de los nexos tangibles e intangibles que priven entre él y el peón. Si otros facto­res presentan una posición de igualdad, el agre­sor considerará mayor el riesgo de una respuesta militar por parte del defensor, entre más nu­trida sea la cantidad de vínculos militares, polí­ticos y económicos que existan entre peón y defensor. Son escasas las probabilidades de que un agresor mida estos nexos -por ejemplo la­zos comerciales- del mismo modo en que los hemos bosquejado aquí, pero también resulta altamente improbable que sea insensible a su existencia.

En efecto, el fortalecimiento de estos nexos representa una estrategia para elevar la credibi­lidad de la disuasión, pues aumenta la pérdida que uno sufriría a! no cumplir una promesa. Es­to ilustra la razón por la cual la promesa nor­teamericana de defender la Europa Occidental -incluso con armamento nuclear de ser nece­sario- resulta tan creíble pese a la ausencia de una abrumadora superioridad estratégica por parte de los Estados Unidos. Por su puesto, la Europa Occidental tiene una importancia extre­ma por su población numerosa y técnicamente entrenada, así como por su capacidad industria!. Pero es especialmente importante para los Es­tados Unidos, por el alto grado de integración política y militar que se ha alcanzado en la zona del Atlántico Norte . . ..

La interdependencia, por supuesto, no ofre­ce la menor garantía de que·la amenaza de un defensor tendrá credibilidad. Se han dado algu­nos casos en los que el agresor prefirió ignorar una amenaza, a pesar de existir una interáepen­dencia relativamente estrecha. No obstante, si uno realmente desea proteger una zona, es muy difícil revestir tal intención de credibilidad si no hay nexos de alguna índole entre defensor y peón. Si los Estados Unidos desean proteger a un país, será prudente que" demuestren", e incluso

que incrementen, su interés en la independen­cia de dicho país .. .

Los índices particulares de integración eco­nómica, militar y política que aquí se emplean, revisten menor importancia como elementos aislados que como indicadores de un tipo más am­plio de integración política y cultural, de aque­llo a lo que K. W. Deutsch denomina simpatía y lealtad recíprocas, "sentimiento mutuo", confian­za y consideración de una para otro (Deutsch, 1954, pp. 33-64). Tales nexos de identificación mutua impulsan -y a su vez son alentados por­el establecimiento de vínculos de comunicación y de atención. La atención mutua en los medios de comunicación masiva, el intercambio de per­sonas (inmigrantes, turistas, estudiantes, etc.) y las actividades comerciales, todos estos facto­res, aportan su contribución. En algunas de es­tas áreas el contacto mutuo -por ejemplo el intercambio de personas- tiende a promover contactos de otros tipos, y suele propiciar sim­patías recíprocas y preocupación por el bie­nestar del otro. Dicho proceso no funciona de manera infalible, pero sí funciona con frecuen­cia. Además, estas simpatías mutuas suelen ser esenciales para el crecimiento de un elevado ni­vel de intercambio comercial, especialmente en­tre naciones económicamente desarrolladas, más que entre naciones que guardan una relación esencialmente colonial entre sí.

Además de la pérdida de prestigio y de bienes tangibles, existe otro medio por el cual un defen­sor puede perder si no cumple con su promesa. Los neoyorquinos, por ejemplo, sacrificarían su amor propio si no defendieran a los california­nos de un ataque externo; algo de ese mismo sentimiento se aplica, aunque en menor grado, en lo que respecta a la actitud de los neoyor­quinos hacia los británicos. Pese a su esencia difusa e intangible, este tipo de relación no de­ja por ello de ser contundentemente real, y en ocasiones el conocimiento de la misma refrena al agresor.

Dentro de un proceso de refuerzo mutuo, la comunicación y la atención producen -y a su vez son producidas por- una integración po­lítica y cultural. El apéndi(:e de este documento demuestra el grado en que se encuentran corre-

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lacio nadas las interdependencias económica, militar y política. Todo esto suscita la sempiter­na pregunta: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? En tal situación de "retroalimentación", no existe respuesta sencilla; en ocasiones el co­mercio sigue a la bandera; en otras, la bandera sigue al comercio ... (Russett, 1963, capítulo 4). Sin embargo, y hasta cierto punto, existe cierta independencia, por lo que la correlación dista mucho de ser perfecta. A partir de los da­tos disponibles, uno no puede identificar un 60-lo factor que sea esencial para la disuasión. No obstante, a medida que crece la presencia de es­tos faclores, se reafirma aún más la interdepen­dencia mutua, agravándose así los riesgos que corre el agresor si insiste en presionar.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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El cálculo de la disuasión 369

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370 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

APÉNDICES Presencia o ausencia de d iversos facto res que supuestamente hacen crerbles las amenazas de l disuasor

EL AGRESOR SE ABSTIENE EL AGRESOR PRESIONA

El defensor El defensor no combate combate

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Peón 20% + de la x x x x x población del defensor

Peón 5% + del P.I.B. del x x x x x defensor

Compromiso formal previo x x x x x x x a la crisis

Defensor posee superioridad x x x x x x x x x estratégica

Defensor posee superioridad x x local

Defensor es una dictadura x x x x Cooperación militar x x x x x x x x x x x x x

peón defensor Interdependencia política x x x x x x x x

peón defensor Interdependencia económica x x x x x x x peón defensor

Clave: x Factor presente ? Ambiguo o dudoso • Factor presente para un defensor

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42. La brecha que separa a la teoría de la disuasión, de la política de la disuasión

ALEXANDER L. GEORGE y RICHARD SMOKE

En gran proporción, la Parte Uno del presente estudio gira alrededor del tema de que la teoría contemporánea, deductivista y abstracta de la disuasión es inadecuada para la aplicación polí­tica, pese a haberse ofrecido en una forma nor­mativa y prescriptiva. Los once casos que hemos examinado señalan el tipo de complejidades que surgen cuando los Estados Unidos realizan ver­daderos intentos de disuasión; complejidades que, en muchos aspectos, no son abordados por la teoría abstracta de la disuasión.

Indudablemente, los teóricos de la disuasión siempre han reconocido que: como cualquier otra teoría, la suya -también- simplifica la rea­lidad. Sin embargo, esto no basta para detener­se en tal advertencia. Además, hay la obligación -reconocida por la mayoría de teóricos de la disuasión- de ir más allá e identificar los aspec­tos del fenómeno de la disuasión, en ámbitos de la vida real, que pueden ser decisivos en los

Reimpreso a partir de Deterrence in Ameri­can Foreign Policy. Alexander L. George y Ri­chard Smoke (Nueva York, Columbia University Press, 1974), pp. 503-508, Reimpreso con auto­rización del editor. Notas al calce, suprimidas .

resultados y que no se incluyen en las premisas simplificadoras de tal teoría, en su presente for­ma. Esta difícil labor, una de las más necesarias desde que la teoría de la disuasión ha ofrecido pautas a seguir en la creación de política a ex­terior, no se ha realizado en forma satisfacto­ria. Al mismo tiempo, debe reconocerse que las prudentes y exitosas aplicaciones de la estrate­gia de disuasión a las situaciones de la vida real son altamente problemáticas sin una clara y pre­cisa comprensión de aquellas complejidades que la teoría simplifica o pasa por alto.

No es sorprendente, así, que las suposicio­nes simplificadoras de la teoría prescriptiva de la disuasión hayan restringido gravemente la pertinencia y utilidad de ésta, en la creación de política exterior. La incapacidad de los teóricos de la disuasión para realizar un adecuado análi­sis de la brecha que hay entre las suposiciones de su teoría y las complejidades de la conduc­ta de disuasión en la vida real, necesariamente ha dejado esa importante labor en manos de quienes elaboran la política. Abandonados a sus propios recursos, los norteamericanos que tra­zan la política han llenado esta brecha lo mejor que pudieron, muy a su manera; y a menudo,

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372 Disuasión nuclear y estrategia político-militar

los resultados han sido desafortunados. Por otra parte, la estrategia de disuasión, según la apli­can quienes hacen la política, ofrece únicamente un laxo parecido con la original, abstracta y sólo desarrollada en parte teoría de la disuasión. De aquí que ni los éxitos ni las fallas de la estrate­gia de disuasión en la política exterior nortea­mericana puedan atribuirse a la influencia de la teoría formal de la disuasión, que ha carecido del nivel de detalle requerido por una teoría de política pertinente y que, por tal razón, haya lo­grado sólo una modesta influencia.

Como teoría prescriptiva, la de la disuasión permanece incompleta e insatisfactoria. Cada vez se ha hecho más obvio que las afirmacio­nes iniciales de esta teoría únicamente bosque­jan un punto de partida, y que el desarrollo y ei refinamiento necesarios brillan por su ausen­cia. Resulta instructivo reflexionar más acerca de esta experiencia y lo que ella implica en re­lación con los propósitos de desarrollar una teo­ría para los diferentes aspectos de la política internacional. ..

Permítase nos recordar brevemente siete hi­pótesis simplificadoras de la teoría de la di­suasión .. .

Hipótesis 1: Cada lado de la situación de di­suasión constituye un actor unitario y propositi­vo. (Este supuesto pasa por alto el hecho de que la conducta política de los gobiernos se ve afec­tada por la dinámica de la conducta organiza­cional y por la política gubernamental interna.)

Hipótesis 2: La teoría general de la disuasión puede resultar útil para quienes hacen la política, incluso aunque no defina el campo de acción o pertinencia de la estrategia de disuasión co­mo un instrumento de política eAterior.

Hipótesis 3: La teoría general de la disuasión puede resultar útil para quienes hacen la política, incluso aunque no defina el campo de acción o pertinencia de la estrategia de disuasión co­mo un instrumento de política exterior.

Hipótesis 4: La mayor amenaza para los in­tereses de la potencia que asume su propia de­fensa reside en la capacidad de sus oponentes para lanzar ataques militares.

Hipótesis 5: Los compromisos de la disua­sión son siempre un mero asunto de "esto o

aquello"; por ejemplo, la potencia que asume su propia defensa se compromete o no se com­promete; y si lo hace, entonces el compromiso es firme, inequívoco, absoluto y de duración in­definida.

Hipótesis 6: La potencia que disuade puede apoyarse en amenazas para persuadir al oponen­te de que no altere el status qua.

Hipótesis 7: La labor crítica y problemática en sí de la estrategia de disuasión estriba en lo­grar credibilidad respecto al compromiso.

Las hipótesis de la teoría prescriptiva de la disuasión han tenido que ser, muy a menudo, desechadas o modificadas, al diagnosticarse si­tuaciones específicas, por parte de aquellos que hacen la política. Unos cuantos ejemplos serán suficientes para indicarnos la escasa o engañosa calidad de la teoría formal de la disuasión para hacer los diagnósticos de situación necesarios en la elaboración de la política. En contra de la hi pótesis 2 de la lista, en la Parte Dos advertimos sobre la dificultad crónica que los políticos nor­teamericanos experimentaron al tratar de calcu­lar en qué forma el oponente medía los riesgos de sus propias opciones. En los tres casos de Berlín, en la Guerra de Corea y en la crisis cu­bana de misiles, los norteamericanos que trazan la política quedaron sorprendidos por la acción emprendida por el oponente. En cada caso, los funcionarios de los Estados Unidos habían pen­sado que el oponente no actuaría como lo hi­zo, ya que hacerlo implicaba graves riesgos. De hecho, razones para creer que en cada uno de es­tos casos el oponente observó su propia inicia­tiva como una estrategia de escaso riesgo, y con la cual creía poder controlar y evitar riesgos no deseados, de mayor magnitud. Es evidente que para realizar los diagnósticos que evalúen las si­tuaciones, quien elabora la política no puede tra­bajar sobre la hipótesis de que todos los actores operan con el mismo tipo de "racionalidad". Más bien, quien hace la política nec,esita modelos teóricos que determinen mejor la forma en que determinados oponentes se comportan en situa­ciones de conflicto,

Respecto a la hipótesis 3, nuestros estudios de casos sugieren, por lo contrario, que el cam­po de acción y la pertinencia de la estrategia de

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La brecha que separa a la teoría de la disuasión 373

disuasión en la política exterior deben definir­se estricta y cuidadosamente. Nuestras historias de casos de la Doctrina Eisenhower para el Oriente Medio y la intervención de China Co­munista en Corea ilustran los riesgos de la con­fianza excesiva por parte de los Estados Unidos en la estrategia de disuasÍón. El compromiso de refrenamiento bélico representado por la Doc­trina Eisenhower incrementó -de modo para­dójico- la inestabilidad política interna en algunos países de Oriente Medio a los cuales es­taba destinada a ayudar. Nuestro estudio sobre la intervención China en Corea destaca el hecho de que la estrategia de disuasión no puede ser substituto confiable de una política exterior sensata, ni puede emplearse, como lo hicieron Truman y Acheson en ese caso, para evitar las consecuencias de un .error de política exterior peligrosamente provocativo. Sólo el oportuno abandono de aquella política que trataba de uni­ficar a Corea por medio de la fuerza pudo haber reducido -de modo confiable- el peligro de la guerra con China Comunista, al cambia.r o re­ducir substancialmente las motivaciones de ésta para intervenir.

A mayor-abundamiento, la política norteame­ricana de contención durante la Guerra Fría su­frió gravemente de una falla para definir los límites del campo de acción y la pertinencia de la estrategia de disuasión. Aunque, lógica­mente, la contención requería en algún grado del empleo de la estrategia de disuasión, la nece­sidad de un uso selectivo y analítico del refrena­miento para apoyar la contención dio lugar a un rígido intento de excluir pérdidas de cual­quier territorio, incluso de las islas mar afuera, que se hallan a corta distancia de la China con­tinental. La deformación de la contención con­dujo a una proliferación de compromisos por parte de EE.UU. respecto a la disuasión, a través de todo el mundo. Y, según había de quejar­se George Kennan, llevó también a una "mili­tarización" de la propia contención. Como se­ñalamos en nuestro relato de la crisis del Estre­cho de Taiwan [o Formosa], de 1954 a 1955, el esfuerzo realizado por los norteamericanos pa­ra extender la contención desde Europa hasta Asia, convocó serios y nuevos riesgos, a causa

de la diferente estructura de la s~tuación, . que resultaba peligrosamente huidiza y.no claramen­te definida, como lo estaba Europa, en cuanto a una aplicación clásica y defensiva de la estra­tegia de disuasión. Como la guerra civil China permanecía sin solución, el esfuerzo de los norte­americanos por emplear la estrategia de disuasión en favor del régimen nacionalista en Taiwan dio como resultado una confusión entre contención y "liberación", incrementándose así las tensio­nes, y llamando a la crisis.

Finalmente, según lo destaca nuestro relato de la crisis cubana de misiles, los riesgos y las consecuencias adversas de tan desmedida con­fianza, por ambas partes, en la estrategia de disuasión y el poderío estratégico durante la Guerra Fría, para lograr una amplia gama de ob­jetivos de política exterior, contribuyeron a ge­nerar la más peligrosa confrontación de las dos superpotencias nucleares.

En contraste con la hipótesis 5, respecto a la característica de "esto o aquello" de los com­promisos, nuestros estudios de casos indican que quienes estructuran la política necesitan de una comprensión más profunda de la naturale­za de los compromisos para poder expf<rsar los suyos propios con mayor eficacia y ofrecer un mejor diagnóstico de aquellos que otros acto­res sellan por su parte . ..

Por lo que toca a la hipótesis 6, que trata so­bre la función central de las amenazas en la estrategia de disuasión, sostenemos -por el contrario- que quien traza la política queda­ría mejor servido, en cuanto a la conducción de la política exterior, por una teoría de influen­cia más amplia. Habrá de tomaren cuenta una variedad de medios políticos para reducir, reen­cauzar, adaptar, disuadir o frustar aquellos de­safíos a diferentes clases de intereses, y no sólo las amenazas de disuasión. La necesidad de san­cionar mediante amenazas no puede ser juzga­da adecuadamente por quien hace la política basándose para ello en una teoría prescriptiva que se limita a indicar 4ué amenazas habrán, probablemente, de requerirse para disuadir la intrusión en los intereses de uno. Un creador de políticas que diagnostica situaciones conflic­tivas sólo desde el ángulo de cómo hacer un uso

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374 Disuasi6n nuclear y estrategia político-militar

más efectivo de las amenazas descubrirá que és­tas a menudo son irrelevantes o disfuncionales. Esta inoperancia de las amenazas de disuasión se hizo evidente en las crisis de Oriente Medio, en 1957-1958. Algunas de las consecuencias no­civas de tales amenazas surgen en la crisis de Berlín de 1961; luego de que ésta concluyó, el presidente Kennedy se preguntaba si alguna de las iniciativas que él había emprendido para comunicar resolución no habían -de paso­agravado la crisis al forzar a Khrushchev a em­prender acciones similares.

Además, en ciertas situaciones, las amenazas pueden resultar provocativas. Aquéllas lanzadas por los Estados Unidos y sus aliados, en 1941, para disuadir a Japón de intentar más instrusiones en contra de los países asiáticos resultaron -to­das- demasiado p'otentes y creíbles para los líderes japoneses. Estos decidieron que no les quedaba más opción que la de recurrir a una es­trategia aún más ambiciosa, y atacar a los Esta­dos Unidos. Pero el hecho de que las amenazas de disuasión en contra de un oponente altamente motivado sean en ocasiones ineficaces, o puedan presentar efecto de rebote, nos impide llegar a la conclusión de que resultarán más efectivas si se dirigen a un oponente cauto que se limite a opciones de escaso riesgo o de riesgo controla­do. En el caso de Quemoy yen la crisis de misiles de Cuba, las amenazas no disuadieron las estra­tegias controladas de bajo riesgo con las que los oponentes estaban comprometidos.

Quien estructura la política e invariablemente se apoya en amenazas para disuadir la intromi-

sión ajena en contra de sus intereses probable­mente, en algunas situaciones, pague un alto precio por éxitos temporales de refrenamien­to, los cuales en realidad no qabrán de eliminar las fuentes del conflicto. Nosotros llamamos la atención sobre este punto en nuestros relatos de las crisis del Estrecho de Taiwan y de Quemoy, de 1954-1955 y 1958. Un triunfo disuasivo de esta especie, reditúa tiempo a los esfuerzos por reestructurar la situación, una vez que la crisis cede, a fin de diluir su potencial de conflicto. El no saber utilizar un éxito temporal de disuasión para alterar la situación invita a una repetición de la crisis en el futuro, tal vez bajo nuevas cir­cunstancias, en que el recurso de la estrategia de disuasión puede, incluso, resultar más cos­toso e ineficaz.

Así, desde una perspectiva más amplia en tor­no a las relaciones internacionales, las crisis con­troladas del tipo de las que ocurrieron en los casos de Berlín y del Estrecho de Taiwan a me­nudo tienen una función catalítica para produ­cir cambios indispensables si se desea evitar -a la larga- una guerra. Aunque la disuasión pue­de ser necesaria para eludir los peligros del "apa­ciguamiento" bajo presión, en tales crisis un éxito de disuasión creará peligros de otro tipo, si es que anima a la potencia que está realizando su propia defensa a pasar por alto otros acerca­mientos políticos (en el siguiente periodo, ya fuera de la crisis) para dar con soluciones más viables y mutuamente aceptables en el conflic­to de intereses.