Una Vision Antrologica Del Aborto - Julian Marias

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ABC, pog. 42j- TRIBUNA ABIERTA -MARTES 24-5-83 L A espinosa cues- tión del aborto voluntario, que en los últimos años ha adquirido una amplitud desconocida, hasta convertirse en una de las cuestiones más apremiantes en las sociedades occidentales, se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideran la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más fre- cuente es el religioso. Se suele responder que, para los cristianos, el aborto puede ser ilícito, pero que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razo- nes biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, enteramente fide- dignas, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten por fe (se entiende, por fe en la ciencia, por la vigencia que ésta tiene en el mundo actual). Hay otro factor que me parece más grave respecto al planteamiento científico de la cuestión: depende del estado actual de la ciencia biológica, de los resultados de la más reciente y avanzada investigación. Quiero decir que lo que hoy se sabe, no se sabía antes. Creo que hace falta un planteamiento ele- mental, ligado a la mera condición humana, accesible a cualquiera, independiente de co- nocimientos científicos o teológicos, que po- seen. Es menester plantear una cuestión tan importante, de consecuencias prácticas deci- sivas, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer, de una ma- nera evidente, inmediata, fundada en lo que todos viven y entienden sin interposición de teoría (que en ocasiones impiden la visión di- recta y provocan la desorientación). Esta visión no puede ser otra que la antro- pología, fundada en la mera realidad del hombre tal como se ve, se vive, se com- prende a sí mismo. Hay, pues, que intentar retrotraerse a lo más elemental, que por serlo no tiene supuestos de ninguna ciencia o doc- trina, que apela únicamente a la evidencia y no pide más que una cosa: abrir los ojos y no volverse de espaldas a la realidad. Se trata de la distinción decisiva entre cosas y persona. Sin embargo, dicho así puede parecer cosa de doctrina. Por verda- dera y justificable que sea, evitémosla. Limité- monos a algo que forma parte de nuestra vida más elemental y espontánea: el uso de la lengua. Todo e! mundo, en todas las lenguas que conozco, distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre qué y quién, algo y alguien, nada y nadie. Si entro en una habitación donde no está ninguna per- sona, diré: «no hay nadie», pero no. se me ocurrirá decir: «no hay nada», porque puede estar llena de muebles, libros, lámparas, cua- dros. Si se oyen un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «¿qué pasa?» o «¿Qué es eso?». Pero si oigo el golpe de unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré: «¿qué es?», sino «¿quién es?». A pesar de ello, la ciencia y aun la filosofía llevan dos milenios y medio preguntando: «¿Qué es el hombre?», con lo cual han dibu- jado ya el marco de una respuesta errónea, porque sólo muy secundariamente es el hom- bre un «qué»; ía pregunta recta y pertinente sería: «¿Quién es el hombre?», o, con mayor rigor y adecuación: «¿Quién soy yo?». Por supuesto, «yo» o «tú», o «él» siempre que se entienda de manera inequívocamente personal. Es significativo que los pronombres de primera y segunda persona (yo, tú) tienen una sola forma, sin distinción de género. UNA VISION ANTROPOLÓGICA DEL ABORTO Por Julián MARÍAS mientras que el de tercera persona admite esa distinción, e incluso con tres género (él, ella, ello). El que habla y a quien se habla son inmediatamente realidades personales, y su género es evidente en la ac- ción misma, mientras que no lo es cuando se habla de alguien no presente (y, además, se puede habla de algo). Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver qué es, en qué consiste, cuál es su reali- dad. El nacimiento de un niño es una radical innovación de reali- dad: la aparición de una realidad nueva. Se dirá tal vez que no propiamente nueva, ya que se deriva o viene de sus padres. Diré que es cierto, y mucho más: de los padres, de los abuelos, de todos los antepasados; y tam- bién dei oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter viene de ahí, y no es rigurosamente nuevo. Diremos que lo que el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es reductible a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, diferente de todas las demás, en muchos sentidos única, pero al fin una cosa. Desde este punto de vista, su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante. Lo que es el hijo puede «reducirse» a sus padres y al mundo; pero el hijo no es lo que es. Es alguien. No un qué, sino un quién, alguien a quien se dice tú, que dirá en su momento, dentro de algún tiempo, yo. Y este quién es irreductible a todo y a todos, desde los elementos químicos a sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir «yo», se enfrenta con todo el universo, se contrapone polarmente a todo lo que no es él, a todo lo demás «incluido, por supuesto, lo que es). Es un tercero absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre. Y es tan distinto de lo que es, que dos-gemelos univitelinos, biológicamente indiscernibles, y que podemos suponer «idénticos», son absolutamente dis- tintos entre sí y cada uno de todo lo demás; son, sin la menor restricción ni duda, «yo» y «tú». Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre, se dice una insigne fal- sedad, porque no es parte: está alojado en ella, mejor aún, implantado en ella (en ella, y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Pero además, y sobre todo, la cuestión no se reduce al qué, sino a ese quién, a ese tercero que viene, y que hará que sean tres los que antes eran dos. Para que esto sea más claro aún, piénsese en !a muerte. Cuando alguien muere, nos deja solos; éramos dos y ya no hay más que uno. Inver- samente, cuando alguien nace, hay tres en vez de dos (o, si se quiere, dos en vez de una). Esto es lo que se vive de manera inme- diata, lo que se impone a la evidencia sin teo- rías, lo que reflejan los usos del lenguaje. Una mujer dice: «voy a tener un niño»; no dice: «tengo un tumor». (Cuando una mujer se cree embarazada y resulta que lo que tiene es un tumor, su sorpresa es tal que Julián MARÍAS muestra hasta qué punto se trata de reali- dades radicalmente di- ferentes.) El niño no nacido aún es una realidad vi- niente, que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Pero si se miran bien las cosas, esto no es exclusivo del niño antes de su nacimiento: el hombre es siempre una realidad viniente, que se va haciendo y realizando, alguien siempre inconcluso, un proyecto inacabado, un argumento que tiende a un desenlace. Y si se dice que el feto no es un «quién» porque no tiene una vida «personal», habría que decir lo mismo del niño ya nacido du- rante muchos meses (y habría que volver a decirlo del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteriesclerosis avanzada, la extrema senilidad, no digamos el estado de coma). A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para de- nominar el aborto provocado; se dice que es «la interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificulta- des: ¿para qué hablar de tal pena, de tal muerte? La norca o el garrote pueden lla- marse «interrupción de la respiración» «y con un par de minutos basta); ya no hay pro- blema. .Cuando se provoca el aborto o se ahorca no se interrumpe el embarazo o la respiración: en ambos casos se mata a al- guien. Y, por supuesto, es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses de esa etapa de la vida que se llama naci- miento va a ser sorprendido por la muerte. Consideremos otro aspecto de la cuestión. Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anor- mal, física o psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal no debe vivir, ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enferme- dad o vejez. Si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuen- cias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Pqlonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto —se pen- saría en protegerlo— en el seno materno; lo cual añade gravedad al hecho: en una época en que cuando se encuentra a un terrorista con una metralleta en la mano, todavía humeante, junto al cadáver de un hombre acribillado a balazos, se dice que es «el pre- sunto asesino», la mera probabilidad dé una anormalidad se considera suficiente para de- cretar la muerte del que está expuesto al riesgo de ser más o menos anormal. Esta ac- titud no es nueva; ya se ha^aplicado, y con gran amplitud, en la Alemania nitleriana, hace medio siglo, con el nombre de eugenesia práctica. Lo que aquí me interesa es entender qué es aborto. Con increíble frecuencia se en- mascara su realidad con sus fines. Quiero decir que se intenta identificar el aborto con ciertos propósitos que parecen valiosos, con- venientes o por lo menos aceptables: por ejemplo, la regulación de la población, el bie- nestar de los padres, la situación de la madre soltera, las dificultades económicas, la conve- niencia de disponer de tiempo libre, la mejora de la raza. Se podría investigar en cada caso I veracidad o la justificación de esos mismos ABC (Madrid) - 24/05/1983, Página 42 Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.

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ABC, pog. 42j- TRIBUNA ABIERTA -MARTES 24-5-83

LA espinosa cues-tión del abortovoluntario, que

en los últimos años haadquirido una amplituddesconocida, hastaconvertirse en una de las cuestiones másapremiantes en las sociedades occidentales,se puede plantear de maneras muy diversas.Entre los que consideran la inconveniencia oilicitud del aborto, el planteamiento más fre-cuente es el religioso. Se suele responderque, para los cristianos, el aborto puede serilícito, pero que no se puede imponer a unasociedad entera una moral «particular».

Hay otro planteamiento que pretende tenervalidez universal, y es el científico. Las razo-nes biológicas, concretamente genéticas, seconsideran demostrables, enteramente fide-dignas, concluyentes para cualquiera. Perosus pruebas no son accesibles a la inmensamayoría de los hombres y mujeres, que lasadmiten por fe (se entiende, por fe en laciencia, por la vigencia que ésta tiene en elmundo actual).

Hay otro factor que me parece más graverespecto al planteamiento científico de lacuestión: depende del estado actual de laciencia biológica, de los resultados de la másreciente y avanzada investigación. Quierodecir que lo que hoy se sabe, no se sabíaantes.

Creo que hace falta un planteamiento ele-mental, ligado a la mera condición humana,accesible a cualquiera, independiente de co-nocimientos científicos o teológicos, que po-seen. Es menester plantear una cuestión tanimportante, de consecuencias prácticas deci-sivas, que afecta a millones de personas y ala posibilidad de vida de millones de niñosque nacerán o dejarán de nacer, de una ma-nera evidente, inmediata, fundada en lo quetodos viven y entienden sin interposición deteoría (que en ocasiones impiden la visión di-recta y provocan la desorientación).

Esta visión no puede ser otra que la antro-pología, fundada en la mera realidad delhombre tal como se ve, se vive, se com-prende a sí mismo. Hay, pues, que intentarretrotraerse a lo más elemental, que por serlono tiene supuestos de ninguna ciencia o doc-trina, que apela únicamente a la evidencia yno pide más que una cosa: abrir los ojos y novolverse de espaldas a la realidad.

Se trata de la distinción decisiva entrecosas y persona. Sin embargo, dicho asípuede parecer cosa de doctrina. Por verda-dera y justificable que sea, evitémosla. Limité-monos a algo que forma parte de nuestravida más elemental y espontánea: el uso dela lengua.

Todo e! mundo, en todas laslenguas que conozco, distingue, sin la menorposibilidad de confusión, entre qué y quién,algo y alguien, nada y nadie. Si entro enuna habitación donde no está ninguna per-sona, diré: «no hay nadie», pero no. se meocurrirá decir: «no hay nada», porque puedeestar llena de muebles, libros, lámparas, cua-dros. Si se oyen un gran ruido extraño, mealarmaré y preguntaré: «¿qué pasa?» o«¿Qué es eso?». Pero si oigo el golpe deunos nudillos que llaman a la puerta, nuncapreguntaré: «¿qué es?», sino «¿quién es?».A pesar de ello, la ciencia y aun la filosofíallevan dos milenios y medio preguntando:«¿Qué es el hombre?», con lo cual han dibu-jado ya el marco de una respuesta errónea,porque sólo muy secundariamente es el hom-bre un «qué»; ía pregunta recta y pertinentesería: «¿Quién es el hombre?», o, con mayorrigor y adecuación: «¿Quién soy yo?».

Por supuesto, «yo» o «tú», o «él» siempreque se entienda de manera inequívocamentepersonal. Es significativo que los pronombresde primera y segunda persona (yo, tú) tienenuna sola forma, sin distinción de género.

UNA VISION ANTROPOLÓGICA DEL ABORTOPor Julián MARÍAS

mientras que el de tercera persona admiteesa distinción, e incluso con tres género (él,ella, ello). El que habla y a quien se hablason inmediatamente realidades personales, ysu género es evidente en la ac-ción misma, mientras que no loes cuando se habla de alguienno presente (y, además, sepuede habla de algo).

Se preguntará qué tiene estoque ver con el aborto. Lo queaquí me interesa es ver qué es,en qué consiste, cuál es su reali-dad. El nacimiento de un niño esuna radical innovación de reali-dad: la aparición de una realidadnueva. Se dirá tal vez que nopropiamente nueva, ya que sederiva o viene de sus padres.Diré que es cierto, y mucho más:de los padres, de los abuelos, detodos los antepasados; y tam-bién dei oxígeno, el nitrógeno, elhidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo ytodos los demás elementos que intervienenen la composición de su organismo. Elcuerpo, lo psíquico, hasta el carácter viene deahí, y no es rigurosamente nuevo.

Diremos que lo que el hijo es se deriva detodo eso que he enumerado, es reductible aello. Es una «cosa», ciertamente animada yno inerte, diferente de todas las demás, enmuchos sentidos única, pero al fin una cosa.Desde este punto de vista, su destrucciónes irreparable, como cuando se rompe unapieza que es ejemplar único. Pero todavía noes esto lo importante.

Lo que es el hijo puede «reducirse» a suspadres y al mundo; pero el hijo no es lo quees. Es alguien. No un qué, sino un quién,alguien a quien se dice tú, que dirá en sumomento, dentro de algún tiempo, yo. Y estequién es irreductible a todo y a todos,desde los elementos químicos a sus padres,y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir«yo», se enfrenta con todo el universo, secontrapone polarmente a todo lo que no esél, a todo lo demás «incluido, por supuesto,lo que es).

Es un tercero absolutamente nuevo, que seañade al padre y a la madre. Y es tan distintode lo que es, que dos-gemelos univitelinos,biológicamente indiscernibles, y que podemossuponer «idénticos», son absolutamente dis-tintos entre sí y cada uno de todo lo demás;son, sin la menor restricción ni duda, «yo» y«tú».

Cuando se dice que el feto es «parte» delcuerpo de la madre, se dice una insigne fal-sedad, porque no es parte: está alojado enella, mejor aún, implantado en ella (en ella, yno meramente en su cuerpo). Una mujer dirá:«estoy embarazada», nunca «mi cuerpo estáembarazado». Es un asunto personal porparte de la madre.

Pero además, y sobre todo, la cuestión nose reduce al qué, sino a ese quién, a esetercero que viene, y que hará que sean treslos que antes eran dos. Para que esto seamás claro aún, piénsese en !a muerte.Cuando alguien muere, nos deja solos;éramos dos y ya no hay más que uno. Inver-samente, cuando alguien nace, hay tres envez de dos (o, si se quiere, dos en vez deuna).

Esto es lo que se vive de manera inme-diata, lo que se impone a la evidencia sin teo-rías, lo que reflejan los usos del lenguaje.Una mujer dice: «voy a tener un niño»; nodice: «tengo un tumor». (Cuando una mujerse cree embarazada y resulta que lo quetiene es un tumor, su sorpresa es tal que

Julián MARÍAS

muestra hasta quépunto se trata de reali-dades radicalmente di-ferentes.)

El niño no nacidoaún es una realidad vi-

niente, que llegará si no lo paramos, si no lomatamos en el camino. Pero si se miran bienlas cosas, esto no es exclusivo del niño antesde su nacimiento: el hombre es siempre

una realidad viniente, que seva haciendo y realizando, alguiensiempre inconcluso, un proyectoinacabado, un argumento quetiende a un desenlace.

Y si se dice que el feto no esun «quién» porque no tiene unavida «personal», habría que decirlo mismo del niño ya nacido du-rante muchos meses (y habríaque volver a decirlo del hombredurante el sueño profundo, laanestesia, la arteriesclerosisavanzada, la extrema senilidad,no digamos el estado de coma).

A veces se usa una expresiónde refinada hipocresía para de-nominar el aborto provocado; sedice que es «la interrupción delembarazo». Los partidarios de la

pena de muerte tienen resueltas sus dificulta-des: ¿para qué hablar de tal pena, de talmuerte? La norca o el garrote pueden lla-marse «interrupción de la respiración» «y conun par de minutos basta); ya no hay pro-blema. .Cuando se provoca el aborto o seahorca no se interrumpe el embarazo o larespiración: en ambos casos se mata a al-guien.

Y, por supuesto, es una hipocresía másconsiderar que hay diferencia según en quélugar del camino se encuentre el niño queviene, a qué distancia de semanas o mesesde esa etapa de la vida que se llama naci-miento va a ser sorprendido por la muerte.

Consideremos otro aspecto de la cuestión.Con frecuencia se afirma la licitud del abortocuando se juzga que probablemente el queva a nacer (el que iba a nacer) sería anor-mal, física o psíquicamente. Pero esto implicaque el que es anormal no debe vivir, ya queesa condición no es probable, sino segura. Yhabría que extender la misma norma al quellega a ser anormal por accidente, enferme-dad o vejez. Si se tiene esa convicción, hayque mantenerla con todas sus consecuen-cias; otra cosa es actuar como Hamlet en eldrama de Shakespeare, que hiere a Pqloniocon su espada cuando está oculto detrás dela cortina. Hay quienes no se atreven a heriral niño más que cuando está oculto —se pen-saría en protegerlo— en el seno materno; locual añade gravedad al hecho: en una épocaen que cuando se encuentra a un terroristacon una metralleta en la mano, todavíahumeante, junto al cadáver de un hombreacribillado a balazos, se dice que es «el pre-sunto asesino», la mera probabilidad dé unaanormalidad se considera suficiente para de-cretar la muerte del que está expuesto alriesgo de ser más o menos anormal. Esta ac-titud no es nueva; ya se ha^aplicado, y congran amplitud, en la Alemania nitleriana, hacemedio siglo, con el nombre de eugenesiapráctica.

Lo que aquí me interesa es entender quées aborto. Con increíble frecuencia se en-mascara su realidad con sus fines. Quierodecir que se intenta identificar el aborto conciertos propósitos que parecen valiosos, con-venientes o por lo menos aceptables: porejemplo, la regulación de la población, el bie-nestar de los padres, la situación de la madresoltera, las dificultades económicas, la conve-niencia de disponer de tiempo libre, la mejorade la raza. Se podría investigar en cada casoI veracidad o la justificación de esos mismos

ABC (Madrid) - 24/05/1983, Página 42Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de loscontenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposicióncomo resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de losproductos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.