Una Muerte en Patio Cemento

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Una muerte en Patio Cemento Caminó entre nosotros como si no nos viera, hizo girar los cuerpos de los muertos, contempló sus heridas, pidió el radioteléfono. “Ha caído Camilo”, dijo, sin emoción. Por: Hernando López Yepes Nos reclutaron por sorpresa. No hubo abrazo de novia, promesa de escribir, llanto de despedida. Viajamos apretados, de pie o tirados sobre el piso de un camión destartalado, hasta la fría Pamplona. En su cuartel cayeron sobre mí los gritos y las palabras duras; también los puñetazos, los puntapiés, los golpes de correa; la ofensa vil a la honra de mi madre; los días de encierro en la celda de castigo, el chorro de agua fría sobre la piel desnuda; la ilusión de salvarme en otra carne… olor a orines y mugre entre las sábanas, mordeduras de chinches, llanto de un niño inconsolable entre la oscuridad (tirado en un rincón, cualquier rincón en esa alcoba donde yaces con tu puta). Después, la purga: el nitrato de plata sobre la carne viva. Allí aprendí cómo perder la vida haciendo cosas para no perderla. Después rodé, de cuartel en cuartel, hasta llegar a la Brigada Quinta.

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Cuento alegórico de la violencia en Colombia sobre la muerte del líder guerrillero Camilo Torres

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Una muerte en Patio CementoCamin entre nosotros como si no nos viera, hizo girar los cuerpos de los muertos, contempl sus heridas, pidi el radiotelfono. Ha cado Camilo, dijo, sin emocin.

Por: Hernando Lpez YepesNos reclutaron por sorpresa. No hubo abrazo de novia, promesa de escribir, llanto de despedida. Viajamos apretados, de pie o tirados sobre el piso de un camin destartalado, hasta la fra Pamplona. En su cuartel cayeron sobre m los gritos y las palabras duras; tambin los puetazos, los puntapis, los golpes de correa; la ofensa vil a la honra de mi madre; los das de encierro en la celda de castigo, el chorro de agua fra sobre la piel desnuda; la ilusin de salvarme en otra carne olor a orines y mugre entre las sbanas, mordeduras de chinches, llanto de un nio inconsolable entre la oscuridad (tirado en un rincn, cualquier rincn en esa alcoba donde yaces con tu puta). Despus, la purga: el nitrato de plata sobre la carne viva. All aprend cmo perder la vida haciendo cosas para no perderla. Despus rod, de cuartel en cuartel, hasta llegar a la Brigada Quinta. Parque de los Nios, en Bucaramanga: Cartas de amor escritas junto al fogn de una cocina pobre, puestas en tu bolsillo por tu enamorada. Mensajes que te ofrecen ms que el cielo y que piden un precio que no puedes pagar: amor, amor, te quiero, te juro amarte eternamente. Te casars conmigo?. Y encima del escrito dos palomas con picos que se buscan; corazones flechados cayendo por la margen de una hoja; caminatas sin trmino, cabezas inclinadas y frentes que se encuentran, dedos entrelazados, su muslo contra el tuyo; avances, detenciones; calles de poco trnsito, cmplices del deseo; abrazos y caricias en lo oscuro de un cine. Muchachas cuyos labios no saban soltarse para el beso.Te acuestas fastidiado por la sed, el hambre y la fatiga. El calor te sofoca, te agobian los mosquitos. Te duermes, como siempre sin saberlo. Te arroja del camastro un grito airado. Haces flexiones, trotas, corres, Quieres morir! Buscas meter el mundo en un hueco de olvido. Te sientes bien cuando comprendes que tu alma ha muerto. Dispararas sobre el universo si lo ordenara un superior. Segundo mes del ao sesenta y seis: Patio Cemento (Santander). Palos de yuca esculidos y caas de maz entristecidas, aire caliente y tierra dura. Hombres como de piedra, hambre en todos los rostros, ojos que no desean verte, odos incapaces de escuchar tu voz. Un poco ms all, la casa de Genaro. Bajo la alfombra de la sala, el tnel. Despus la gasolina, el fuego, la explosin. No aplicamos, all, la fuerza, gradualmente. De no haber sujetado a las mujeres se habran arrojado entre las llamas. Cien metros ms all cruzamos el ro Opn. Al pie del monte ataques por sorpresa, huidas hacia la selva, persecucin intil. Se habl de la presencia de Camilo (el cura guerrillero) entre los insurgentes; tambin de una mujer, su nombre era Mariela. En el primer encuentro perdimos dieciocho hombres; ellos perdieron cinco. Luego vino la orden de tomar la montaa: Cercar y aniquilar, fue el nombre de la accin. Para el trabajo de inspeccin y bsqueda eleg tres soldados (eran, los tres, mis cmplices y amigos): Eyes Angulo Pablo, Nieto Federico Antonio y Casallas Libardo. Yo era Cabo Segundo. El grueso de la tropa (Batalln de montaa) ira tras nosotros. No haba amanecido; apenas distinguamos lo negro de lo blanco cuando empez el ascenso. Hicimos el camino alejados de la trocha. Trepar fue una tarea larga y dura. ramos, juntos, un nudo de lombrices; una espalda chocaba con las otras, las manos se buscaban. Formbamos un monstruo cuyos miembros no podan separarse. rboles y follaje detenan nuestros pasos, lo apretado del verde nos tapaba la luz. Ligamos con un caucho los tobillos de un hombre acalambrado; para volverle el alma metimos en su tripa agua salada. El ruido de metralla se escuchaba cercano. Nos empujaba el miedo al fuego amigo. Nos camos de espaldas (igual que escarabajos boca arriba), al alcanzar el filo. Haban transcurrido doce horas, tenamos sed de aire y dolor en el pecho; la sequedad de nuestras bocas haca imposible pronunciar palabra; los pjaros volvan a sus nidos; no haba una sola nube que enturbiara el cielo, el sol se iba ocultando; al frente nos miraba el cerro Pan de Azcar.Una voz como un trueno puso en vuelo las aves, ti en gris los azules, volvi ceniza el aire en nuestras bocas: el teniente Ramrez gritaba nuestros nombres. Nos pusimos en pie.Un golpe de metralla silenci sus aullidos, tambin nuestra respuesta; nos puso de rodillas, congel nuestra sangre. Todo fue a un mismo tiempo. Vaciamos nuestras armas. Cortamos con las balas los arbustos que se movan, un poco apenas, ms all del terreno despejado. Vino luego un silencio turbador ms inquietante, an, que el ruido de las armas. Pareca que el tiempo se hubiese detenido. Ms tarde omos un martillar de botas sobre la tierra dura eran nuestras pisadas. Los platos y pocillos hacan coro en las bolsas del menaje.Encontramos un hombre, agonizante, de mediana edad. Un nio de doce aos (tendra tal vez trece), tirado junto a l, pareca dormir. La vida haba pintado gravedad de hombre en su rostro infantil. Sus manos, blancas, se hicieron grises ante nuestros ojos. La carabina, con mira telescpica, haca guardia a su lado. Sent pena por l. Eran las cinco de la tarde. Me inclin sobre el hombre. Un papel que sala de su bolsillo pas a mi mano y se ocult en mis ropas. No me vio hacerlo porque ya haba muerto. Lo nuevo de su traje y lo limpio de sus manos me hicieron comprender quien era l. Pronto escuchamos una voz temida: era Angarita, tres veces capitn. Camin entre nosotros como si no nos viera, hizo girar los cuerpos de los muertos, contempl sus heridas, pidi el radiotelfono. Ha cado Camilo, dijo, sin emocin. Pronto llegar Mano de Yuca (Mano de Yuca era el nombre clave con el que llambamos al coronel) indic, sin mirarnos El grupo de localizadores descender del cerro. El personal debe recuperar vestuario y armas de los soldados y guerrilleros muertos que encuentre en el camino. Rodeamos el cuerpo del teniente. Nosotros le decamos Pancho Villa, por su aspecto fiero. Cuando gritaba carrera mar haba que arrancar, sin terminar de orlo, porque antes de ladrar su orden estaba disparndote a los pies. A veces era dulce en su autoritarismo; entonces nos deca en tono paternal: Hay que estar atentos, muchachos, la muerte no nos da segunda oportunidad. l no la tuvo. Cerr su mano izquierda en el tallo de rosa de la cerca, la otra le cubra el corazn, buscando protegerlo. La gorra le caa sobre la frente, por el lado derecho, cubriendo un ojo gris muerto desde haca tiempo. Su pecho era una tabla perforada. Solt, como al descuido, una oracin sobre su cuerpo.Sentimos el apremio de bajar. Queramos estar en nuestra base ante a una taza de caldo peligroso (ese caldo fuerte que nos servan en el rancho). Yo quera dormir. De arriba nos llegaba el rumor del helicptero, en l venan los altos mandos. El hambre nos coma. Las gentes nos negaron hasta el agua.Dos das despus le el papel que le rob al cadver. Era la copia de una carta de Monseor Luis Concha Crdoba, dirigida a Camilo. Recuerdo algunas frases:Quiero aadir que desde el principio de mi sacerdocio he estado absolutamente persuadido de que las directivas pontificias vedan al sacerdote intervenir en actividades polticas y en cuestiones puramente tcnicas y prcticas, en materia de accin social propiamente dicha. En virtud de esa conviccin, durante mi ya largo episcopado, me he esforzado por mantener el clero sujeto a mi jurisdiccin apartado de la intervencin en las materias que he mencionado.Por unos cuantos das se habl del nio muerto. Siempre en voz baja y, siempre, en sitios apartados. En San Vicente conocan su alias: le llamaban La Pava. Alguien elogi su puntera. Sobre su memoria se teji una leyenda, efmera y pequea al igual que su vida.No hubo interrogatorio. Jams nos preguntaron cmo muri Camilo. Cay en Patio Cemento. Corra el ao sesenta y seis. Nosotros disparamos sobre l.