Una mirada encalada en el pétalo de una flor

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El presente es un poemario en el cual se exploran las posibilidades de la belleza en cuanto a su capacidad inherente y metafísica de manifestar lo infinito y lo sublime. Una obra que equipara la grandeza de lo oceánico y lo fluido con el colorido natural de una pequeña y atrevida flor. Una obra que, en consecuencia, equipara la belleza y la elegancia natural con lo inconmensurable.

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Una mirada encalada

en el pétalo de una

flor

Miguel Ángel Guerrero

Ramos

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© del texto: Miguel Ángel Guerrero Ramos

© de esta edición: La Lluvia de una Noche

ISBN (formato impreso): 978-958-46-2284-6

Diseño de portada: La Lluvia de una Noche

1ª Edición: abril de 2013

2ª Edición: julio de 2014

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Contenido

1. Un sorbo de océano en una flor

El júbilo del mar

El alma es un río

Caricias de olas frescas

Las oceánicas pupilas de la magia primaveral

Era fácil para el mar

La mínima y más excelsa expresión del alma

El cielo es vanidoso

Tan cierto

Ella se enrolla entre las sábanas

Efímeros agujeros imperceptibles

En los ocasos de la cultura humana

El frescor del rocío

Un sorbo de océano en una flor

2. La revelación de una ilustre mariposa

Mirar al cielo

La revelación de una ilustre mariposa

Ese lívido rocío

Los más férvidos límites del universo

Cuando las miradas son olas

Una inspiración lunar es la más ensimismada de las elocuencias

Miradas que derraman liquicidades de estrellas

La mirada de mi sombra

En la memoria de un pétalo

En cada uno de nuestros sueños

Cada pálpito

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Buscando una pasión de contornos infinitos

Una insomne gota de nostalgia

¿Qué nos dice el firmamento?

La luz de algunas galaxias

3. Una rosa en un segundo de éxtasis

Pálpitos de mirada

La apasionada y secreta sed de las flores

Columpio de sensaciones

Una rosa en un segundo de éxtasis

4. Las flores como las efigies de las más sublimes entregas y algunas

cuantas abstractas y sinérgicas complicidades

El cálido despertar de los meridianos del alma

Los trazos de la brisa

El poeta que comienza a sentir la mentira cósmica

La certeza de la flor (haikus)

La sinuosa mecánica del límite

Almacenamientos de brillo

5. Artes que invocan a las flores

Genealogía de otras cosas

Durante el naufragio crepuscular de su sombra

Las paredes del alma de una flor

Una bella hada que cose el tiempo

Dice el fuego

El punto cardinal de la flor

La flor del arrecife

Nunca es tarde para un último rito

La efigie de las más sublimes entregas

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6. Una mirada encalada en el perfume de una flor

El consustancial secreto del aroma floral

Con una belleza capaz de incendiar almas

Cuando el alma inventa sus propias lejanías

Performance de rosa

Un pensamiento de suavísima estructura

Una mirada encalada en el perfume de una flor

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1. Un sorbo de océano en una flor

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El júbilo del mar

Por la plenitud de estar en sintonía

con la persona amada,

por el latir de un corazón furtivo y navegante,

por el camino que conduce al alma a través de la piel,

por la selva ampulosa

que compone la flora mística de los sentimientos,

y por el deseo que insta a los amantes a vestirse

únicamente de sí,

el júbilo del mar me dice que hay marea alta,

y que cada ola de amor, de ternura, de comprensión,

de dulce y pulquérrima entelequia que me prodigues,

estará, irremediablemente, indefectiblemente

destinada a ahogarme, y a sumergirme,

en la profundidad arrulladoramente insondable de tu ser.

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El alma es un río

El alma es un río

que ha perdido al tiempo.

Un río que nunca supo que era río,

pues se imaginaba a sí mismo

como un suspiro infinito.

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Caricias de olas frescas

Esta pasión de mar

está llena de olas,

de olas que dejan sensaciones remanentes

en los movimientos de esas finas sábanas

de aterciopeladas texturas y ucrónicos sentires

en las cuales se arrebujan los cuerpos.

Una pasión de mar que, sin duda,

es una elocuencia de caricias,

y una promesa de éxtasis,

tan ligera,

como para hacer levitar al alma

con una sedosidad insospechada.

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Las oceánicas pupilas de la magia primaveral

Las dulces pupilas

de la magia primaveral,

en el océano, destellan un azul muy similar

al que puede tener la vastedad del alma

o el enfrascamiento del infinito

en unos ojos de azul claro.

Ello sucede porque

las oceánicas pupilas de la magia primaveral,

saben medir las distancias con sus propias palpitaciones

y saben cómo distinguir todos y cada uno

de los perfumes florales

que desean engarzarse en la eternidad.

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Era fácil para el mar

Era fácil para el mar

conocer las palabras contenidas

en cada tipo de eso que llamamos silencio.

Era fácil para las olas

saber que cada palabra de amor

lleva en sus adentros alguna u otra clase de silencio.

Y así, entre tanto silencio,

entre tanto vértigo de pneumas insonoras,

siempre ha sido fácil para la marea

hacer malabares

con los secretos de la humanidad.

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La mínima y más excelsa expresión del alma

En las oblicuidades de una fugaz

pero intensa lluvia de sensaciones,

y en las más caóticas

de las esencias de la armonía,

un manojo de flores escarchadas

nos revela que el cuerpo

no es la mínima expresión

de esta transitoriedad física

del alma

sino la caricia.

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El cielo es vanidoso

El cielo es vanidoso,

no está para reflejar a la mar;

aquella amante,

extasiadamente bailarina, encendidamente azul,

fogosamente susurradora,

florida y primorosa, que baila para él,

que baila para él como una flor acariciada por la brisa.

Aquella amante que de cuando en cuando

se ve ebria con los húmedos perfumes

de una tormenta ocasional que representa,

sin ningún alarde de superioridad,

el relampagueo mismo de la ternura.

Una tormenta cuyos oleajes,

altivos y encendidos muchas veces,

y discretos en ocasiones,

son la forma curva y primigenia

de la sensualidad.

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Tan cierto

Sí, eso es muy pero muy cierto.

Es tan cierto como que el aire carece de pertenencias.

Tan cierto como que la inspiración

a veces se arropa plácidamente con las estrellas,

y tan cierto como que en su juventud

el corazón es muy dado a actuar

con las vanidosas y curiosas premuras de un océano.

Sí, es muy pero muy cierto

que mis más profundas cicatrices buscan otra alma,

y que yo aún sigo buscándote

en aquella inolvidable y mística playa

en la que te regalaba flores y te amaba

a un paso de la más lúcida y palpable eternidad.

A un paso de salir del tiempo.

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Ella se enrolla entre las sábanas

Ella se enrolla entre las sábanas

y ellas, como el dulce gorjeo de una luz

dentro de uno mismo,

adquieren la simetría

de unas olas impetuosas,

es decir, la sinuosa y aureada simetría

de sus femeninos

y apetecibles labios.

Unos labios de sedosísimo

e intempestivo oleaje pasional.

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Efímeros agujeros imperceptibles

Cada sueño y cada meta tienen

cierta cantidad de océano condensado.

Eso lo sabe cualquier sombra.

Para la luz, vistas desde otra perspectiva,

todas las cosas mienten con sus olores y sus formas.

Pero lo que en realidad sucede,

es que el universo entero, en su efímera presencia inagotable,

en sus agenciales pulsiones inaprehensibles,

y en sus más falsarios instantes de existencia,

cae, cae en los más evanescentes agujeros imperceptibles,

al igual que todas las luces y

todas las sombras de probable transitoriedad.

O al menos,

eso es lo que nos dice la conciencia,

aún vigente y lúcida, de una vieja

y extraviada creación.

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En los ocasos de la cultura humana

En los ocasos de la cultura humana

se llegará a pensar que la estrategia divina

está basada en la puzzlealidad de las almas.

Es decir, se llegará a pensar

que cada persona debe encajar

de múltiples formas, y con múltiples roles,

entre muchas otras personas.

Se llegará a pensar incluso

que cuando todas las personas encajen

con quienes deben encajar,

en un abrir y cerrar de ojos

el universo entro se dará la vuelta

y el tiempo volverá a empezar de nuevo.

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El frescor del rocío

Un extraño verano que titila de frío

entre los árboles,

recibe todo el polvo errabundo de la tierra.

Por extraño, o irónico

o inaudito que parezca,

aquel verano no anhela los cálidos

rayos del sol,

sino el fresco rocío del océano del cielo.

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Un sorbo de océano en una flor

Una flor esquiva y pudorosa

escribe un diario íntimo en el viento.

En todos los rincones místicos

en los que converge la dulzura de su aroma,

se comprende que ella lleva oculta,

en la levedad almibarada

y dulce de su fragancia

y en todos los intersticios de

su propio ser ella, una pasión oceánica

y una gota infinita de ternura.

Se comprende que ella contiene un sorbo de océano

que jamás dejará de chocar contra las orillas

sinuosas de la playa del deseo, que jamás

dejará de chocar en su empeño imperecedero,

y por siempre inacabable

de buscar su propia alma.

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2. La revelación de una ilustre mariposa

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Mirar al cielo

Mirar al cielo con el único objetivo

de anegarse de infinito,

es muy parecido a cuando dejas

que el capricho de tus alas interiores

te haga ver el mundo.

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La revelación de una ilustre mariposa

Perdido en las desconocidas orillas

de un océano de luz,

una mariposa que se ahoga

con su propio perfume,

me revela que muchas veces

el amor no es más que un viaje,

un viaje tímido o impetuoso,

irrequieto o explosivo,

intrínseco o extrínseco,

que comienza, y termina,

en los ojos de alguien más.

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Ese lívido rocío

Ese lívido rocío en donde se acumulan

los más tiernos pensamientos de una nube,

posee la misma energía

que tiene la huella invisible y sedosa,

que una piel ha dejado sobre otra piel.

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Los más férvidos límites del universo

Dicen, en una enfebrecida marea de miel,

o en algún sueño de posvirginal aroma,

que el universo termina

en las más vivas y venturosas miradas,

y vuelve a comenzar

en una pasión de ondeante e hipnótico desenfreno

y en unas sábanas

de oceánica y almidonada blancura.

Dicen, de hecho, que el universo

es el límite de la imaginación,

y, aun así, el comienzo más enfebrecido

y requirente de la experiencia táctil.

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Cuando las miradas son olas

Cuando las miradas son olas

y llegan a las plácidas arenas de la orilla de un alma

con sus más dionisíacas y meridianas palpitaciones,

en ese mismo momento, en ese mismo instante

de prefabricado infinito, ellas se vuelven

absolutamente inservibles para medir el tiempo.

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Una inspiración lunar es la más ensimismada de las elocuencias

Puede que sólo cuando la luna se desintegre

en millones de mariposas perladas y danzarinas,

el universo se canse, por fin,

y deje de requerir, de reclamar,

de exigir a toda costa

la forma más desnuda

y desinhibida del infinito.

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Miradas que derraman liquicidades de estrellas

Dicen que una mirada que desea derramar

la liquicidad de alguna que otra estrella,

es una de esas miradas

que saben abreviar todas y cada una

de nuestras distintas personalidades.

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La mirada de mi sombra

No sé por qué la mirada de mi sombra

siempre se encuentra en el corazón de mis intuiciones.

No sé por qué eso nunca dejará de ser así

aun cuando mi alma llegue a la edad

que tiene el universo ahora,

en este mismo instante de

abismada fugacidad.

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En la memoria de un pétalo

En la memoria de un pétalo

que ha perdido su flor,

quedan todas esas palabras

que utilizan los susurros

como puentes de ensueño.

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En cada uno de nuestros sueños

En cada uno de nuestros sueños

hay un lugar en el cual se encuentra

el itinerario de los mismos.

Sobre un camino esmaltado con la piel del sol,

se encontraba hace mucho un ave a la que le gustaba buscarlo.

Sí, un ave de lúbricos plumajes y ojos de aspecto primaveral,

a la que le gustaba buscar aquel itinerario

como a quien le gusta conquistar el amor de alguien

para ablandar al tiempo.

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Cada pálpito

Cada pálpito es para una emoción

lo que para el tiempo es un segundo.

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Buscando una pasión de contornos infinitos

Buscando una pasión de contornos infinitos

y una cálida sonrisa que quedó extraviada

en otro tiempo,

me topé de repente con una ventana

llena de voracidades interiores.

Es decir, con una noche

que sabe aprovechar al ciento por ciento

su propia desnudez.

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Una insomne gota de nostalgia

Una insomne gota de nostalgia

me hace sentir el silencio

como el tañido distintivo de la Nada.

Esa gota es una lágrima.

Una lágrima, triste, turbia y desdeñosa,

y muy bien acomodada al fondo

del pasillo de los silencios.

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¿Qué nos dice el firmamento?

¿Qué nos dice el firmamento?

Que mientras más excelsa la inspiración

más difuso el enamoramiento.

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La luz de algunas galaxias

La luz de algunas galaxias

que de lejos son simples puntos blancos,

pero de cerca unos racimos

fulgurantes de luz y colorido diverso,

suele esconderse de día

en el cuerpo repentinamente tierno

de algunas flores.

Unas flores que llegan al alma con perfumes

pero que la acarician con luminosidades.

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3. Una rosa en un segundo de éxtasis

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Pálpitos de mirada

Una mirada me quedó debiendo

para siempre la eternidad.

Otra mirada se coló en el mundo de los entresueños

y se abandonó a sí misma allí.

Otra más, se dedicó a buscar las flameantes

efervescencias de una piel amada.

Otra, quiso explorar como si nada

entre las insuficiencias del lenguaje y

detrás de los silencios.

Y no faltó, por supuesto, la mirada despistada

que se dedicó a vivir toda una vida

entre sugestivas alucinaciones.

Sí, entre todas y cada una de las alucinaciones

que son necesarias para conformar la realidad.

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La apasionada y secreta sed de las flores

En las flores se encuentra una pasión enervante,

una pasión que es una exhalación de eternidad

y todos los secretos suspiros

que se encuentran ocultos en las apetencias de la brisa.

En sus pétalos, por cierto,

en sus suaves y multicromáticos pétalos,

que son como labios dulces y ansiosos,

se encuentra una curiosa y extraña sed.

Una sed que conjura la lluvia,

porque según las flores,

la lluvia las hace ver más hermosas.

Sí, así es. Según las flores,

la lluvia exhala esa esencia que calma su sed

y toda la hermosura que se posa sobre ellas,

de la misma forma, en la cual, la naturaleza exhala

por los poros de la vida,

la sigilosa y cálida sospecha del infinito.

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Columpio de sensaciones

Una promesa que se agrieta

entre las esquivas aguas del tiempo

para caminar sobre la superficie de un pétalo

suele, de cuando en cuando,

cubrir mi alma de silencio e inquietud.

Una brisa siseante, que trae la dulcedumbre de un otoño

que me mira atentamente

con los ojos con los que suele mirar un espejismo,

y que suele plantear muy a menudo

una sucesión de situaciones que nunca sucedieron,

me llena por completo con esa levedad de aguas verdosas

que posee la esperanza.

Y así, en esa tónica de ir remando

entre mil dudas susurradas por la vida misma,

vivo en un sube y baja de sensaciones y sentimientos,

en un avasallador terraplén de horizontes inciertos.

Vivo sin ningún otro objetivo en mi efímera existencia,

más que el de querer hallar el único sentimiento

que aún no se ha inventado el corazón.

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Una rosa en un segundo de éxtasis

Los argumentos de la lluvia

siempre serán aburridos para una rosa

que se precie de ser la más bella de todas las rosas.

Por eso mismo es que ellas, es decir, las bellas rosas,

aman al sol, a quien consideran un amigo

que de día permite a todos los demás seres vivos

apreciar su suntuosa y magnificente belleza,

y que de noche,

se vuelve la casa de sus más eróticos sueños.

Sueños que en un día de límpida luz

bien pueden convertirse, de una u otra forma,

en efluvios de belleza pasional,

porque si hay algo que las rosas en verdad amen,

en toda su vida,

es y será siempre su radiante e impecable belleza.

Claro, cada una de ellas, de las hermosas rosas,

cree que solo puede ser bella,

o la más bella de todas las rosas,

cada vez que se sienten amadas.

Es por eso que ellas gustan de ofrecerse al sol

y a la brisa,

y cómo no, cómo no se van ellas a ofrecer,

si el éxtasis que sacude a su ser más íntimo

no es sino belleza pura y sempiterna que sale al exterior.

Es belleza que ha dejado de columpiarse

entre cualquier otro sentimiento o sensación

que no sea el placer,

pero eso sí, estamos hablando de un placer sigiloso,

habilidoso, fino,

un placer que tiende a tornarse en una forma

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y en unos colores bastante hermosos y cautivantes,

como si se tratase, acaso, de la solución,

en un solo efímero

pero eterno segundo,

a los secretos laberintos de algún colorido

y memorioso arco iris.

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4. Las flores como las efigies de las más

sublimes entregas y algunas cuantas

abstractas y sinérgicas complicidades

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El cálido despertar de los meridianos del alma

Hoy he despertado con unas ansias apremiantes

de querer vivir toda una vida de viajes turísticos inolvidables,

al cálido y placentero cuerpo de mi amada.

Hoy he despertado con esas volcánicas sacudidas

de mis horizontes interiores,

esas sacudidas que no dejan de clamar por la piel de ella.

Hoy he despertado, por cierto, soñando

el color del océano en sus más ligeras y extasiadas superficies.

He despertado soñando a mi amada totalmente desnuda

y flotando en los ligeros colores

de aquel océano cautivador cuyas superficies he soñado

no una sino cientos y cientos de veces.

Hoy he despertado anhelando esos besos

que unen los meridianos del alma,

los cuales no despiertan junto a mí

sino junto a mi hermosa y consentida amada.

Hoy he despertado así,

y hoy dormiré, sin duda alguna,

junto a esa llama pasional

que me reconforta junto a un bello

y femenino cuerpo musical.

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Los trazos de la brisa

Hoy tomaré todos los trazos que en una hora

la brisa hace al momento de esbozar los distintos perfiles de una nube.

Los tomaré para dibujar el suave roce de una perfecta caricia fractal.

Los tomaré para dibujar todos aquellos sucesos

que me sucederán el viernes número 1450 de mi vida.

Los tomaré y los haré solo míos.

Y para que nadie que no sea yo los pueda siquiera observar,

los ocultaré junto con otros secretos,

bajo el lustroso suelo ortogonal de mi cocina.

Sí, estoy completamente seguro de que allí estarán bien.

Estoy completamente seguro de que a nadie se le ocurrirá pensar,

que para descubrir aquellos finos y mágicos trazos,

no hace falta nada más que observar

una pequeña nube nómada y coqueta durante una hora.

Una hora de lívido y geométrico sosiego celeste.

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El poeta que comienza a sentir la mentira cósmica

Bajo un sol de apacibles pero constantes llamaradas

un poeta que no se cansa

de embadurnar la luna con sus sentimientos,

comienza a sentir, mientras escribe,

la pliegosidad de la mentira cósmica.

Comienza a sentirla y a presentirla intensamente

con cada una de las fibras de su ser,

mientras piensa en los distintos

segmentos del océano, del aire, y de la vida misma.

Sí, él comienza a sentir y a presentir la mentira cósmica,

la exquisita, almibarada y eterna mentira cósmica.

Comienza a sentirla mientras él camina de la mano junto a ella,

como si él y ella fueran acaso un par de nuevos enamorados

que no quieren pensar en otra cosa más que en ellos mismos.

Sí, aquel poeta comienza a sentir la mentira cósmica que anida

en su ser y en el ser de todas las personas;

tal y como podría sentir a una bella enamorada o a una extraña

suerte de vals que mece con tranquilidad y plenitud

el cuerpo de todas las dulzuras.

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La certeza de la flor (haikus)

Rama de árbol:

la brisa que te ama

calla el amor.

Ante una luz,

mi mano en su rosa

abre una flor.

Labios carmesí

dan besos de un rojo

luminiscente.

Camino de hiel,

para dos corazones:

una distancia.

Sueño difuso.

Destreza amatoria.

Luz de camelia.

Quiebra sus alas,

una mariposa

que ahora es flor.

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La sinuosa mecánica del límite

El último sorbo de tiempo líquido

rebosó la copa biselada de los sueños

y trastocó las fibras más sensibles

de la materia,

para transformarse en una simple

pero dulce gota de ti.

El abismo que engendra

el vértigo perfecto

es el mismo que hace que tus

ojos se aferren a mil sueños dulces

y profundos,

con un corazón intemporal

que no conoce de márgenes

ni de silencios que no sean de cristal.

Tú, como desafío a todos los

límites de la conciencia cósmica y el universo,

haces que la imposibilidad del

infinito perfore para siempre en mi corazón.

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Almacenamientos de brillo

A qué escalas de temperatura hierve y bulle el alma,

se preguntan unas ondulantes hordas pasionales,

unas hordas que conocen a la perfección

esas inciertas profecías que duermen en el interior de mis palabras,

aunque, eso sí, si me preguntaran, no podría decir

por qué diantres aquellas hordas pasionales se preguntan algo así.

El hecho es que se lo preguntan, y el alma,

entretanto, por alguna u otra razón,

transpira pequeñas gotas de infinito,

las traspira con la misma paciencia

que tiene el arquitecto que diseña las nubes.

Y es que no es fácil, dicen algunas nubes, caminar sobre

los monólogos de la brisa,

pero un solitario y errante hombre así lo prefiere,

en lugar de estar caminando por ahí

todo perdido en un desesperante laberinto

hecho con paredes de intervalo.

Por otra parte, las brisas a veces son de sedosidades verdes,

y, por ello, cambiando un poco de tema,

debo decir que una joven e insospechada mujer,

sin pensarlo dos veces, se bebió,

de un momento a otro, todo un diluvio de estrellas.

Ahora bien, por algún extraño motivo,

eso me hace preguntarme cuántas hebras de alma

lleva consigo un huracán,

y si no me lo pregunto yo, al menos

sí se lo pregunta aquella joven e insospechada mujer

de la que hablaba. Pero claro,

la respuesta a aquella pregunta no llega, y alguien, por alguna razón,

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decide tomar asiento en su cama,

mientras estrecha una suave almohada contra su pecho,

y las cortinas de su alma se abren de súbito y su luz se difumina

por todos los rincones de una perfumada alcoba.

Qué puede significar aquello,

más que algún día todos se ahogarán en las lágrimas de Dios,

o al menos eso es lo que dicen algunos cuantos

susurros fugaces.

Pero, yo me pregunto algo,

¿cómo no hemos de ver todas esas realidades

personales y autosuficientes que suelen tener las

almas teñidas de ocaso?

¿Cómo no verlas?... La verdad, no lo sé.

Quizá sea porque dichas realidades también parecen estar

inmersas en los claroscuros del tiempo,

pero repito que no sé.

De cualquier forma, siempre es mejor ponerse, ante todo,

a contemplar la curva y sugerente cintura de la excitación.

Siempre es mejor ponerse a oler una fragancia

de excelsas resurrecciones.

Siempre es mejor navegar entre dulces sustituciones de miradas.

Y, de cualquier forma, hay que recordar que la fúlgida vida

siempre será el más grande de todos los tesoros.

De todos los tesoros y de todos los misterios.

Pero ¿por qué ello es así?

La verdad es que eso tampoco lo sabría yo decir a ciencia cierta.

Lo único que puedo decir es lo siguiente:

la suma de todos los momentos certeros de alguien,

no son, a decir verdad, más que una insulsa Nada,

pero, eso sí, cualquier momento de máximo brillo

bien lo puede significar todo para alguien.

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5. Artes que invocan a las flores

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Genealogía de otras cosas

Deja de decirme eso.

Deja de decirme eso de que ningún alma humana

está vacía de fuego, de bellas soflamas quiescentes.

Deja de decirme que no existe un latido,

una pulsión en el pecho de alguien

que no bisbisee

las más profundas o crudas realidades.

Deja de decirme, por favor,

que el tiempo es muy dado

a secuestrar recuerdos distantes.

Deja de decirme que la luna de la mañana

no es, en verdad, sino una breve

asonada de pasión disfrazada de luz.

Deja de decirme que las rosas enrojecidas

siempre serán manifestaciones pasionales.

Deja de decirme, por amor a Dios,

que en cada uno de nosotros

hay pequeños retazos de futuro

archivados misteriosa y psicosomáticamente

en nuestros olvidos.

Deja de decirme, por lo que más quieras,

que no cultive amores infecundos

y que coseche siempre lo que con esfuerzo he sembrado.

Deja de decirme que no debo recoger

las esquirlas de otras almas.

Deja de decirme…

Deja de aconsejarme, por favor…

Y deja, ante todo, de recordarme a cada nada,

que cada uno de nosotros, no somos más

que la insulsa o compleja genealogía de otras cosas.

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Durante el naufragio crepuscular de su sombra

Durante el naufragio crepuscular de su sombra,

la bella diosa de las primaveras puede sentir

todos los ecos que van de una estrella a otra.

Puede sentir, aun sin mucho esfuerzo, ese sereno cantar

que atraviesa la linfa de la esperanza,

los retrasados resoplidos de un hipnótico sol adormecido,

y todos esos paisajes que saben prolongarse dentro del ser.

Puede sentir, además, esa insospechada

brisa que cierta vez se filtró entre el infierno

para sosegar un poco con su inigualable frescor

a los allí cautivos.

Durante el naufragio crepuscular de su sombra,

la bella diosa de las primaveras puede sentir

que la nostalgia descansa invisible en cada cosa desapercibida.

Puede sentir la forma en la que todos los amantes

llenan de golpe sus precipicios interiores

con los desbocados paroxismos de sus pieles.

Puede sentir un susurro clavado

en cada sombra que proyecta una estrella.

Puede sentir la armónica polifonía del enamoramiento

y puede sentir todas y cada una de las incertidumbres

que han sido puestas en la sinbalanza del plusequilibrio,

nadie sabe aún, si cósmico o espiritual.

Pero ¿cómo es posible que la bella diosa de las primaveras

pueda sentir todo aquello que hemos dicho que siente,

durante el crepuscular naufragio de su sombra?

No lo sabemos, pues lo único cierto

es que la bella diosa de las primaveras funciona

con el mismo mecanismo que hace

que en una gigantesca aurora espejeante,

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todo instante presente reflejado no sea más

que la visión de un hermoso sueño pasado.

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Las paredes del alma de una flor

Aquella flor se despierta muy coqueta en la mañana.

Si su presencia se incendia

desbordará al aire con su fragancia.

Si sus colores atraen a algunas cuantas aves, los cantos

de ellas serán, sin duda alguna, mucho más alegres.

Y si ella, por alguna razón,

me revela las esenciales directrices de sus vistosos colores,

entonces yo podré pintarla

con los más perennes y sublimes materiales del universo.

Podré pintarla, cómo no, con los colores

de una bella y espectacular nebulosa,

y lo digo sin temor a equivocarme.

Sí, yo podré pintarla a ella y a las suaves paredes de su alma,

es decir, a sus bellos y coloridos pétalos.

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Una bella hada que cose el tiempo

Una bella hada que cose el tiempo con cada uno de sus orgasmos,

se hace presente en el salón de los dioses ateos.

Muchos allí se encuentran afinando inspiraciones

o escondiendo límites

bajo alguna alfombra persa o alguna reluciente copa de oro.

Aquella hada los contempla entonces a todos allí,

como si ellos no fueran más que una familia

que ha sido dejada a solas en un mundo

en el que no tienen otra preocupación

más que la de sus potenciales incestos.

Sí, ella los contempla, a todos ellos y a todas ellas,

y, de un momento a otro, se desnuda por completo.

Ahora bien, luego de que ello sucediera,

vino un afán incontrolable de lujuria.

Todos los dioses ateos entraron entonces junto con aquella hermosa hada

en una gigantesca y fulgurante piscina divina.

Una gigantesca y fulgurante piscina divina llena con pétalos de flores, en donde

todos ellos, que no sabían nadar,

se ahogaron junto a aquella hada

y junto a todas las supuestas bellezas del infinito.

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Dice el fuego

Dice el fuego que mañana tendrás que desabrochar

los botones de los múltiples conceptos de lo finito.

La brisa dice que tendrás que cruzar

a nado un impetuoso mar de turquesas verdes.

La vida, por su parte,

Dice que mañana te verás obligado a hacer parte

del sueño de la flor más loca.

Una bella y resplandeciente sonrisa, en cambio,

dice que mañana tendrás que mecer la cuna

en donde reposa plácidamente

el absoluto de las eteridades.

Una luz que viaja de existencia en existencia,

dice que mañana habrás de descubrir,

con algunas cuantas pruebas irrefutables,

que la Verdad y la Mentira

funcionan con los mismos esquemas interiores.

Y yo, por mi parte, nada más te digo,

que el día de mañana habrán de doblarse,

para ti, y solamente para ti,

todos los ángulos hilemórficos del ayer.

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El punto cardinal de la flor

Una colorida y fragante flor anhela

que por un solo minuto todos sus anhelos,

o más bien todos sus pensamientos,

se muden de universo.

Claro, lo que sucede es que ella

quiere cambiar de dirección.

Ella quiere adornar otros paisajes

con sus hermosas vestimentas.

Quiere irse y llevarse consigo

aquella dádiva del cielo que

hace mucho le ha sido otorgada.

Ella quiere beber de otras cataratas,

sentir otros aromas de azahar,

procurar que sus fantasías atraviesen otros umbrales

y tratar de resolver otras paradojas.

Sí, ella quiere que otros seres sepan del dulce néctar

de sus labios, que se enteren de que la intensidad de su color,

es y siempre será una avidez perpetua.

Ella quiere asomarse desde otros balcones existenciales

mientras se afianza en una luz diáfana

y una rauda espiral de sueños intemporales.

Quiere hacer eso, mientras su fragancia viaja

en otras brisas, enamoradas, por supuesto,

del colorido de sus ojos.

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La flor del arrecife

La flor del arrecife sabe que

todas las personas nos podemos manchar cada vez

que el universo decide desteñir aquella tinta contenida

en los intangibles colores de la Nada.

La flor de las praderas sabe que,

con manchas o no, las aves siempre suelen

cantar tejiendo amaneceres.

La flor de los barrancos, por su parte,

sabe que siempre habrá oportunidad

para que se arrodillen sobre el tapiz de las irrealidades,

todas y cada una de las limitaciones humanas.

La flor de los arroyuelos, sabe que todos los seres

del planeta siempre somos sometidos

a los prejuiciosos favoritismos de la eternidad.

Sí, las flores tienen diversas ideas, pero si hay algo

en lo que todas ellas están de acuerdo,

es en la contundencia indiscutible de su belleza.

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Nunca es tarde para un último rito

Las flores saben que nunca es tarde para un último rito.

Ellas saben que nunca es tarde para ensayar

un juego escandalosamente lujurioso.

Ellas saben que siempre hay tiempo de sobra

para seguir la ruta embriagante de la única cicatriz bella

o de un curioso universo lleno de murmullos acuáticos.

Ellas saben que hasta el último segundo de sus vidas,

y hasta el último pétalo sedoso que de ellas caiga al suelo,

habrá tiempo, mucho mucho tiempo,

para que la colorida proyección de su mirada hechicera

se mezcle en forma incesante con una venturosa y tersa brisa.

Las flores saben que siempre habrá tiempo

para escuchar los trinos que llenan un bosque,

para expulsar esa bella fragancia de pasión

fluvial y diluviana que tanto las caracteriza,

para esbozar una de sus sutiles pero profundas sonrisas,

para embriagarse con las emociones insoslayables

de un cúmulo de estrellas contemplativas

y para dejarse amar por las desapercibidas delicuescencias

de un inspirador ambiente matinal.

Las flores saben que siempre habrá tiempo

para expresarle al mundo

la felicidad ligeramente incorpórea de su suave tacto

de terciopelo cromáticamente tierno.

Las flores saben, además,

que es muy fácil galopar entre palabras abismadas

o en el vertiginoso giro de hélices

de un universo todo lleno de dudas.

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Las flores saben que siempre habrá tiempo

para una última pasión amorosa,

porque ellas saben que un extraño silencio

desvela los ojos tiernos de la serenidad.

Las flores, como se ha podido ver,

saben muchas cosas sobre el tiempo

y saben muy bien eso

de que nunca es tarde para un último rito;

lo saben debido a que ellas también tienen conocimiento

de que, ante la orquesta catatónica de la Nada

y todas esas certezas

que han llegado a inundar sus suaves pétalos,

el universo está condenado a que le falte un solo segundo

para cumplir con su destino.

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La efigie de las más sublimes entregas

Hay una flor que se consume entre mil delirios distintos

y entre las más turbulentas vicisitudes de la galaxia,

una flor que conoce muy bien cada una

de las involuntariedades inmersas en las derrotas humanas,

y todos los inclementes enigmas que se ocultan

con sigilo en la oscuridad.

Hay una flor que posee un color sin precedentes en el mundo,

el agua lívida e intangible que llora el océano

y el más sublime de los contactos naturales.

Hay una flor, en alguna parte del mundo,

que posee el mismo andamiaje de todas las estrellas

que han sido tejidas con suspiros.

Hay una flor que conoce de las gramáticas del beso

y de la calidez de los más apasionados sueños.

Hay una flor que también sabe de tristezas

y que sabe muy pero muy bien, que solo silencio,

y nada más silencio, sale de entre las voces de la eternidad.

Aun así, y con todo, hay una flor, en alguna parte,

que conoce toda esa gran cantidad de luz que nuestras sombras

guardan en su interior.

Hay una flor que, sin duda alguna, se sabe hermosa.

Una flor que se puede llamar rosa, o azucena, o clavel,

o hortensia, o jazmín, o camelia o de muchas otras formas.

Lo que quiero decir es que hay una flor, en alguna parte,

que cuando abre sus pétalos, se convierte al instante

en la efigie de las más sublimes entregas.

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Una flor que bien puede expandir su fragancia

a nuestro alrededor, mientras retoña

en alguna parte de nuestro ser.

Sí, así es… Nadie debe olvidar jamás,

que ninguna flor de colores vívidos y claros,

se guarda sus alegrías solo para sus adentros.

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6. Una mirada encalada en el perfume de

una flor

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El consustancial secreto del aroma floral

Toda la lacrimosidad del otoño,

todos los temblores que pueden llegar a soportar

las azucenas en invierno,

así como las más dulces miradas

cristalinamente anochecidas del existir,

pueden llegar a ser parte de la quididad

sedosamente aflorecida de lo eterno.

Es decir, de la esencia primigenia,

y de la sustancia última,

de una pequeña porción de aroma floral.

Esto, a decir verdad, sucede a razón

de que todo aroma floral que se precie de tal,

posee una suprema energía de múltiples

sustancias encumbradas, y de múltiples momentos

inabarcables.

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Con una belleza capaz de incendiar almas

Ella es hermosa.

La luz de inconfundible

y atrayente esencia de su existir

es la de una vida

dulcemente cristalizada en estrellas,

en estrellas lumínicas y parpadeantes.

Sus ojos arrullan miles y miles de lunas.

Por su espectacular cabello azabache y otoñado

suele correr uno que otro de los más tardígrados

e incoloros perfumes de la primavera.

Ella posee la intactacidad de un

tiempo pasionalmente colmado de belleza,

y en su piel la noche se vuelve abismo inusitado.

Sus caricias, por su parte, bien pueden llegar a incendiar

esas sábanas intangibles y perfumadas que hacen las veces

de piel del alma.

Nunca, por cierto, ha sido necesario que ella diga

esto o lo otro para cautivar a cualquier persona.

Claro, es el silencio de las flores,

y no otra cosa,

lo que a diario recorre y aviva y ama con fuego enardecido,

su solícita piel.

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Cuando el alma inventa sus propias lejanías

Cuando el alma inventa sus propias lejanías,

las palabras de amor son apenas susurros.

Cuando se infarta de pasión el horizonte,

el mar desea alzarse entonces hasta

el origen mismo del universo,

o quién sabe si hasta el lunar y oleaginoso

naufragio de un cariño indescriptible.

Cuando la noche pierde su última desnudez,

la dulzura pierde todos sus colores.

Y cuando las flores deciden ser coquetas

y enternecidamente traviesas,

a una quiescente y bella primavera,

como bien se lo puede imaginar la brisa de lo absoluto,

ya no le importa estar o no estar en un determinado lugar

sino vivir hasta las últimas consecuencias.

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Performance de rosa

Aquel rojo, en aquella rosa,

es el performance perfecto de una entretejida

y bien hilvanada ilusión.

La ilusión más bella de la existencia.

La ilusión de una pasión infinitamente encendida

y naturalizada.

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Un pensamiento de suavísima estructura

Bajo un ocaso de color cereza,

un pensamiento entra de repente,

súbita y silenciosamente,

furtiva y acarameladamente,

en un almibarado y lustroso cuarto.

En una fantástica habitación de aurora sin cielo.

En una delicada tersura de expeditiva ensoñación.

En un álgido perfume de néctar azucarado.

En un infinito corazón de suspirantes latidos.

En una pequeña suite de lúcida ambrosía

y en la libido misma de las más candentes emociones.

Se trata de un pensamiento que entra a una flor

y, de cuando en cuando, en la misma

estructura de la noche.

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Una mirada encalada en el perfume de una flor

Se ha detenido a observar las flores,

allí, en aquella tierra en donde los suspiros

aceleran su mensaje.

De repente, cae un pétalo,

y por alguna razón a él le parece escuchar

la canción de una sirena

enfebrecidamente enamorada.

Por un instante, y sólo por un instante,

le parece que la flor

que se ha deshecho de uno de sus pétalos

se ve descieladamente perversa,

pero luego, con la magia que sólo puede poseer

la impostergabilidad del rocío,

le parece que ella, con todo

y su lujuriosidad de colores, se ve

irresistiblemente encantadora.

Pero no son los colores de aquella flor

los que le producen esa pasión alterna

y vigorizante que de pronto se ha apoderado

de él. No, es su perfume. El perfume de aquella flor.

Ese perfume que posee

el fragor de una vibrante irrealidad

y la esencia de todo ese cúmulo de aromas

que tan frecuentemente se cuelgan de la vida.

Él no sabe por qué causa el perfume de las flores

hace que él quiera contemplarlas.

Claro, no sabe que cuando ellas exhalan su perfume,

ellas no hacen otra cosa

más que abandonar la insabora inocencia de su ser.

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