Una Mirada al espejo en el tiempo

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Lázaro Cárdenas, MichoacánUna mirada al espejo del tiempo

Carlos CasillasCompilador

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Prólogo

Detrás de lo que hoy se ve en la zona de la desembocadura del Río Balsas, hay un importante esfuerzo de lucha, perseverancia y visión de futuro que vale la pena rescatar para las generaciones venideras. Nunca en la historia de este país, una región como ésta, nacida de un incipiente caserío de ordeñadores en un vasto y casi abandonado territorio, había tenido un explosivo crecimiento en tan poco tiempo que lo ha llevado a ser hoy la principal puerta de México al mundo comercial del que es un referente obligado.

Hueytlaco, La Orilla, Los Llanitos, Melchor Ocampo del Balsas y Lázaro Cárdenas, todos uno, han amalgamado en el tiempo lo mejor de sí para dar forma a una comunidad trabajadora, industriosa, con aspiración marítima y vocación de servicios en el turismo.

A diferencia de otras ciudades con la misma disposición minera que Lázaro Cárdenas, su historia en el desarrollo propio y del país, es nueva; ha consumido apenas 60 años en su consolidación y sus antecedentes de la época de la colonia son también de excepción, pues su lejanía con los nacientes centros virreinales lo mantuvo a resguardo de una dominación plena de españoles como de culturas tanto de tarascos o aztecas.

La región de la desembocadura del balsas, zona donde se sabe hoy, había coincidencias de otras culturas cercanas en la costa del pacífico, el altiplano o incluso mantuvo vínculos con culturas sudamericanas, no tuvo, ciertamente, hechos destacados de armas en el movimiento de independencia o la revolución, aunque si aportó hombres anónimos, pero valientes a Morelos y a la revolución.

El México de la posguerra se convirtió en el parteaguas para el desarrollo de la zona, desde finales del siglo XIX los intentos, particularmente de empresas extranjeras interesadas en la explotación minera y agrícola, no fructificaron tanto por la lejanía como por la falta de vías de comunicación.

Aquí es donde se yergue la figura de Lázaro Cárdenas quien como gobernador de Michoacán recogió el interés de la incipiente población por tener una mejor organización política, por lo que impulsa la creación del municipio y como presidente de México acelera la organización ejidal, pero como ex presidente, promueve el desarrollo económico mediante la industrialización de la región haciendo

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efectiva la explotación minera y la construcción de un puerto industrial, ahora comercial.

De ahí en adelante, la inercia generada por el gobierno federal, a la que se ha sumado el estatal, el municipal y el capital privado, no sin algunos tropiezos, han llevado a la ciudad de Lázaro Cárdenas y su zona de influencia a convertirse en la zona industrial y portuaria más prometedora del país con alcance internacional.

Para el gobierno municipal (2008-2011) resulta gratificante entregar a la comunidad el presente trabajo que busca recrear el desarrollo de la región, sus usos y sus costumbres en los últimos cien años y guardar en la memoria a los pioneros, a aquellos primeros hombres y mujeres que decidieron asentarse aquí y entregar su esfuerzo a hacer próspera una región entonces sumida en la marginación del México rural y erguirse en la industriosa ciudad que es hoy.

Si bien la sociedad que se desarrolla aquí desde la década de los años 60`s, tiene orígenes diversos y cultura diferente a los habitantes nativos de la desembocadura del Balsas, para todos, sin excepción, debe ser importante conocer el origen y la historia de la zona para valorar de mejor manera el esfuerzo conjunto por ser lo que la región de Lázaro Cárdenas actual representa para el país

Este esfuerzo representa el trabajo, la visión y la investigación de muchas gentes quienes lo han aportado sin regatear nada. Aquí se hayan contenidos recuerdos, vivencias, experiencias de habitantes de la región y pretende ser un retrato de una sociedad ida, a la que nos debemos. Por supuesto que el trabajo no está acabado; mientras haya memoria, habrá algo que contar.

Sinceramente

Mariano Ortega SánchezPresidente Municipal

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Contenido

El Perfil Capítulo IEl génesis de la región del Balsas.1.1 Antecedentes históricos.1.2 Independencia.1.3 Desmembramiento de la hacienda de “La Orilla”.1.4 La Isla del Cayacal, hacienda de Don Pedro López.

Capítulo IILos cimientos del futuro.2.1 Nace un Municipio.2.2 Alcaldes del puerto.2.3 Las Guacamayas.3.3 Playa Azul.3.4 La Mira.3.5 Caleta de Campos.

Capítulo IIINuestra forma de ser3.1 Usos y costumbres.3.2 Lagarteros, tortugueros y pescadores.3.3 De médicos y curanderos.3.4 Del comercio.3.5 Mitos y leyendas.3.6 Un día en la cotidianidad del naciente Melchor Ocampo del Balsas.

Capítulo IVPioneros de la educación4.1 El jardín del gobernador.4.2 La primera escuela secundaria de Lázaro Cárdenas.4.3 Primera preparatoria.4.4 Cetis 34, primera escuela medio superior.4.5 Primera escuela del nivel superior.4.6 Campus “Bicentenario” de la UMSNH.

Capitulo VCrónicas 5.1 Las cruces del camino. 5.2 De cuando la presa se iba a reventar.5.3 Entre el limbo y la globalización.5.4 “Uñas”, perra suerte.

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5.5 El muerto que bosteza.5.6 El sismo del 85.

Capitulo VIHistoria de la minería de “Las Truchas”.6.1 Principales antecedentes de los minerales de hierro de “Las Truchas”.6.2 Desarrollo regional, una suma de hechos.

Capítulo VII

Lázaro Cárdenas en la actualidad7.1 Playas del puerto, a la carta.7.2 Fiestas de marzo.7.3 Semana Santa.7.4 Fiesta de la tortuga marina.7.5 Día de muertos.

EpílogoAgradecimientos

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El Perfil

La ciudad y puerto de Lázaro Cárdenas, es la cabecera de uno de los 113 municipios que conforman Michoacán, ubicado al sur del estado, justo en la frontera con el estado de Guerrero que está delimitada por el Río Balsas.

Según el más reciente conteo de población y vivienda, realizado por el INEGI, el municipio de Lázaro Cárdenas cuenta oficialmente con una población de 162,997 habitantes. Otros datos, como la media de atención en el Imss, el consumo de servicios como agua, energía y la población estudiantil, sugieren una población cercana a los 300 mil habitantes. Lázaro Cárdenas se caracteriza por la fabricación y exportación de acero de primera categoría y por la creciente actividad marítima comercial a nivel mundial, además de tener una amplia variedad de playas y zonas naturales que hacen del municipio un lugar excelente para el turismo. La ciudad toma su nombre del general Lázaro Cárdenas del Río, quien fuera presidente de la República Mexicana desde el 30 de noviembre de 1934 al 1 de diciembre de 1940.

Lázaro Cárdenas es punta de lanza del proyecto industrializador de la costa michoacana denominado en su conjunto “Cuarto Polo de Desarrollo”, el cual empezó a cristalizarse a partir de la década de los 70´s. Dicho proyecto, fundamentó su viabilidad en los vastos yacimientos ferríferos de Las Truchas, cuya riqueza mineral ya era conocida desde el período post clásico.

Lázaro Cárdenas ha sido conocido con diferentes nombres al pasar de los años, como normalmente sucede con las municipalidades y ciudades en constante crecimiento y desarrollo. Desde el período de la colonia, a la región ocupada por lo que es hoy Lázaro Cárdenas, le llamaban con el nombre de "Hueytlaco" que significa “en el llano” o “el lugar grande”, razón por la cual se cree que ese es el origen del nombre que tomaría posteriormente la incipiente población que era "Los Llanitos", formando parte del municipio de Arteaga. Luego, en 1932 se le otorgó la categoría de tenencia, con el nombre de "Melchor Ocampo".

El 12 de abril de 1947, siendo gobernador del estado José María Mendoza Pardo, el Congreso de Michoacán decretó la creación del municipio de "Melchor Ocampo del Balsas".

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Tiempo después, tras la muerte del general Lázaro Cárdenas del Río, ocurrida el 19 de octubre de 1970, el Congreso de Michoacán, decretó que a partir del 17 de noviembre de 1970, el municipio de Melchor Ocampo, se llamaría Lázaro Cárdenas, dado que ya existía un municipio con el nombre de Ocampo y en honor al ilustre michoacano.

La zona del Balsas está enmarcada por la Sierra Madre del Sur y planicies costaneras y bañadas por los ríos Balsas, Chuta y Habillal y los arroyos Colomo y Verde. Cuenta con una de las más importantes infraestructuras de irrigación y generación de electricidad como la Presa José María Morelos, “La Villita”. Su superficie es de 1,160.24 km2 y representa un 1.97 % por ciento del total del estado

Su clima es tropical con lluvias en verano. Tiene una precipitación pluvial anual superior a los mil 200 milímetros y una temperatura media anual de 27,8 °C.

Su principal ecosistema está conformado por bosque tropical deciduo: papaya, zapote, mango, tepeguaje, congolote, parota y ceiba; palma, coco, anona, coyol, enandi y cueramo y su fauna representativa considera armadillo, cacomixtle, zorro, tlacuache, venado, coyote, nutria, ocelote, jabalí, pato, cerceta, faisán y especies marinas.

IEl génesis de la región del Balsas

Antecedentes históricos

Roger Bartra (en 1987) señala que el documento más antiguo que menciona la zona que comprende el Municipio de Lázaro Cárdenas sería el Lienzo de Jucutacato, donde se habla de una migración náhuatl, que una vez localizada en el poblado de Xihuquillan, (Jicalán) se dividió en cuatro ramas, una de las cuales se dirigiría a la costa, pasando por Apatzingán y Ahuindo, en las llamadas rutas mineras.

Aún cuando no se sabe exactamente si los migrantes eran o no toltecas -continúa Bartra- parece evidente que en algún momento afincó en el lugar gente de habla náhuatl. Y se apoya en Aguirre Beltrán, quien afirma que “todos los pueblos que luego formaron la provincia de los motines de Zacatula pertenecían (...) al stock (sic) nahuatliano...”.

…En la clasificación y análisis técnico de las figurillas encontradas en la desembocadura del Balsas, Salvador Pulido, recrea las relaciones entre la zona estudiada y otras áreas mesoamericanas, a partir de las similitudes entre las características y los métodos de elaboración y, con estos argumentos, sostiene que la región de la desembocadura del Balsas pudo establecer contactos y relaciones con gran parte de la

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costa del pacífico, con la zona del Altiplano Central: Teotihuacan, Tula y México-Tenochtitlan, con la zona del Golfo, con la huasteca y hasta con regiones sudamericanas. Tales planteamientos, si bien están sustentados en comparaciones de técnica de creación, materiales, y demás características, parecen ser insuficientes o al menos dejan muchas dudas sobre el cómo pudieron crearse tales vínculos, lo anterior es explicable debido a que estas figuras el ser encontradas carecían de su contexto original.Sin embargo, en lo que concierne a las piezas de influencia mexica, allí la relación parece ser mas evidente debido a que la cultura de la desembocadura del Balsas, la del reino del Zacatollan, de lengua náhuatl. “Hay en esta provincia muchas lenguas; entiéndase, en toda ella por la lengua mexicana, que hablan corrupta, en especial los hombres”. Además de ser nahuablantes, fueron un grupo que hacia el posclásico estuvieron bajo dominio del imperio azteca; acerca de esto Gerardo Sánchez indica: “… se menciona que el conquistador Hernán Cortés envió a varios españoles al sur con guías indígenas a buscar los lugares de procedencia del oro y la plata, que en años anteriores algunos pueblos de la Provincia de Zacatula solían pagar como tributo a los monarcas aztecas”.Si bien la descripción y clasificación de carácter técnico de las figurillas se cumplió a cabalidad, hicieron falta fechamientos en las figuras, pues como el propio autor sostiene, éstos hubieran ayudado a establecer una ubicación más específica en tiempo y espacio. El libro, a pesar del análisis y clasificación técnico de las figurillas y de contar con una bibliografía y referencias en otros estudios arqueológicos en la zona, se queda únicamente como un texto de clasificación de vestigios cuya interpretación deja abiertas dudas que abren nuevas rutas de investigación no solo arqueológica, sino histórica sobre las actividades productivas y comerciales; sobre la vida social y el arte en la costa del pacifico. (1)

Tampoco ha sido esclarecido totalmente a qué grupo dominante tributaban éstos en la época pre colonial. Según algunas fuentes, la región es dominada por los tarascos, mientras otras señalan a los aztecas. Bartra sugiere que el dominio fue disputado al estar la zona situada en la frontera de ambos imperios.

Otra fuente señala que hasta la llegada de los españoles las tierras que hoy forman parte de nuestro Municipio pertenecían al reinado de Coyucán, perteneciente a la Triple Alianza.

Años después, tras la llegada de los españoles, esta región se convirtió en un territorio codiciado por ellos, ya que al enterarse de la enorme riqueza de estas tierras, Hernán Cortés envía un pequeño grupo de hombres encabezado por Gonzalo de Umbría a investigar las minas de oro del señorío de Zacatula -llamado en esa época Zacatolán-, el cual llevó a su regreso, además de oro, a dos “principales” a ofrecerse como “servidores de su Majestad”.

Más adelante, Cortés ordena al Capitán Juan Álvarez Chico, ir a Zacatula recorriendo Tecoantepec, y en la ruta ir plantando algunas cruces en señal de que la corona española había tomado posesión del litoral y posteriormente, en 1523, Juan Rodríguez de Villafuerte y Ximón Cuenca, fundan “La Villa de Concepción de Zacatula”, y fue ahí mismo en la “Barra de Zacatula”, donde por órdenes de Hernán Cortés, se construyó el primer astillero que hubo en tierras mexicanas, convirtiendo a esta zona en un centro de importancia comercial y marítima, ya que gracias a su ubicación los españoles lo construyeron con la finalidad de seguir explorando el llamado “Mar del Sur”, casi

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desconocido para ellos y por otro lado lo utilizaron como punto de salida en sus expediciones a lo largo de todo la costa, en su afán de explorar el norte y el sur del continente.

En julio de 1527, el capitán Álvaro de Saavedra y Cerón, consanguíneo de Cortés, fue enviado al mando de los navíos “Florida” y “Santiago” y el bergantín “Espíritu Santo”, para explorar el mar a lo largo de las provincias de Zacatula y Colima.

Al establecerse los españoles en México instauran el sistema de encomiendas, con el objetivo de adoctrinar a los indígenas, despojarlos de sus tierras y utilizarlos como mano de obra. Conjuntamente llegaron los misioneros agustinos encabezados por Fray Juan Bautista de Moya, fundando doctrinas en Ajuchitlán, Coyuca, Pungarabato y otros lugares de menor importancia; avanzando luego hasta Coahuayutla, Petatlán, Tecpán y Acapulco. Detrás de ellos habían dejado una cadena de misiones que iniciaban en Tiripetío y que continuaban por Tacámbaro, Ario y La Huacana, hasta el Balsas.

En 1533 la corona española establece los Corregimientos y Alcaldías Mayores. Estas últimas ejercían vigilancia sobre los encomenderos y la que controlaba la región, tenía su sede en Zacatula. La explotación desmedida de los recursos de la región, riqueza que en su mayoría era enviada a España, trajo como consecuencia la casi total desaparición de zonas auríferas en estas tierras.

Los encomenderos, debido a las enfermedades, pestes de procedencia europea y al trabajo esclavizante a que sometían a los indígenas, vieron al poco tiempo disminuida la raza que habitaba estos lugares, siendo reemplazados por negros importados del África, cuyo comercio estaba autorizado por los monarcas españoles y les reportaba además grandes dividendos a ellos y a sus favorecidos.

A las tierras comprendidas entre los ríos Maquilí y Popoyuta se les denominó “Los Motines”, debido a los frecuentes enfrentamientos suscitados por la posesión de los más ricos placeres de oro. A partir del año de 1524, y por más de diez años, la explotación minera estuvo en auge y en ese entonces era considerada como la más importante de la Nueva España, pero al irse agotando su producción decreció su interés y ya para el año de 1560, no pudiendo competir con la bonanza de plata de las minas que se abrieron en Guanajuato y Zacatecas, perdió avidez para los españoles.

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Es a partir del año 1567, que se empieza a conocer como “La Orilla”, a la parte de la desembocadura del Río Balsas sobre el Océano Pacífico. Otros historiadores como el michoacano Rubén Romero Flores señala la llegada de los agustinos en el año de 1538, fundando las doctrinas indicadas y, como primer asentamiento conocido del actual Municipio de Lázaro Cárdenas, “La Orilla”.

... al disminuir grandemente la población indígena de nuestro territorio a mediados del siglo XVI, los españoles iniciaron la esclavitud de seres humanos de raza negra para ser explotados en el trabajo más duro al servicio de los españoles. La legislación española fue muy rigurosa con los negros; incluso el Virrey Martín Enríquez mandó exterminarlos en 1579. No lo pudo lograr, pero, estas personas se confinaron en zonas de difícil acceso, las cuales todavía persisten con su propia cultura. Empieza a llamársele “La Orilla” a esa parte de la desembocadura del Río de las Balsas sobre el Océano Pacífico. Los encomenderos, que ávidos de riqueza lograron explorar la región del Balsas, vieron al poco tiempo disminuida la raza que habitaba aquellos lugares, por las durísimas condiciones de trabajo a que la sujetaban; los hombres que no morían acababan por huir, siendo reemplazados por negros importados del África…A la parte de la desembocadura del Río de las Balsas sobre el Océano Pacífico empezó a llamársele desde entonces “La Orilla”, que fue poblándose con negros cimarrones, es decir, con negros prófugos de las encomiendas o con mestizos o blancos que huían de la justicia, procedentes del interior del país, dando con ello lugar a la formación de una nueva casta, la de los mulatos, que hoy son abundantes en aquellos parajes (2)

Las enfermedades y pestes ralearan considerablemente la población, a tal punto que Romero Flores explica que los encomenderos habían importado esclavos negros para sustituir a los indígenas que morían. Lo alejado del lugar, junto a su escasa salubridad, lo hicieron preferido para el refugio de quienes huían de la esclavitud; el español Don Luis de Cárdenas dirige en 1527 una carta al rey de España denunciando que la situación en la zona era intolerable, pues se había convertido en un refugio de ladrones y malvivientes, y a fines del siglo XVI había allí un importante contingente de negros cimarrones.

Durante los siglos XVII y XVIII, algunos piratas, como Dampier, escogieran las playas de la región como lugares de descanso y aprovisionamiento de agua fresca y vituallas, gracias a lo inhóspito y casi deshabitado de la misma. Las bahías de Petacalco y Caleta fueron los sitios más usados por los filibusteros.

Durante los años de 1736 y 1737, se tiene conocimiento de una epidemia que diezmó y causó el abandono de los pocos y aislados poblados existentes; quienes sobrevivieron buscaron refugio entre los indios pómaros, que habitaban el territorio comprendido entre los ríos Pómaro y Cachán, dando origen a un nuevo mestizaje.

Las denuncias de tierras baldías o realengas permitieron la concentración de la tierra en pocas manos. Por ejemplo, en 1734, la Hacienda de “las Benditas Ánimas del Limón” tenía más de 4 mil hectáreas; Don José de Molina poseía cerca de 2 mil hectáreas, y en 1770 quiso apoderarse de las tierras del pueblo de Zacatula; Don Benito Várela, en ese mismo

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año, denunció las tierras del poblado de Zacatula, afirmando que desde tres años atrás el lugar se encontraba desierto por el fallecimiento de todos sus habitantes, y en 1797, Don Manuel Antonio de Otero, rico minero de Guanajuato, denuncia por realengas las tierras de la entonces hacienda de “La Orilla”, con un total de más de 14 mil hectáreas que se incrementaron en el Siglo XIX a 93 mil hectáreas, siendo su propietario Agustín Luna.

Independencia

En los albores de la Revolución de Independencia, el Generalísimo Don José María Morelos y Pavón, por orden del cura Don Miguel Hidalgo y Costilla, partió del pueblo de Carácuaro al mando de veinticinco hombres armados de picas y machetes, rumbo a Tecpan (hoy, Tecpan de Galeana), donde debería reunirse con el General Hermenegildo Galeana y continuar hacia Acapulco para combatir a los españoles que estaban posesionados del Fuerte de San Diego.

A su paso por esta región, se dice, descansó en Acalpican (Acalpican de Morelos) para seguir a través de Playa Prieta (Playa Azul), Los Llanitos (hoy Ciudad Lázaro Cárdenas) y cruzar el río Balsas hacia Zacatula, donde el Capitán Marcos Martínez le proporcionó veinticinco soldados durante el primer encuentro, llegando finalmente a cincuenta el número de alzados, prosiguiendo de esta manera su marcha hacia el puerto de Acapulco.

En el siglo XIX, es decir, durante la época independiente, la región, muy aislada, sólo reconoce la autoridad de los caciques allí afincados. Uno de estos caciques fue Don Gordiano Guzmán, un hombre liberal y federalista que había participado en la lucha por la liberación nacional del reino español y que contaba con una fuerte preeminencia sobre la población. El General Juan Álvarez, durante el movimiento revolucionario de Ayutla, comisionó al Comandante Ramón Cano a fin de organizar las fuerzas de apoyo en la costa; sin embargo, éste traicionó a su causa y se unió a los generales santanistas y aprehendió a Gordiano Guzmán, dueño entonces de la hacienda de La Orilla, siendo trasladado y fusilado en la ciudad de Cutzamala, Guerrero, en el año de 1854.

Desmembramiento de la hacienda de La Orilla

Al término del siglo XIX la hacienda de La Orilla constituía un inmenso latifundio de 93 mil hectáreas de extensión, pertenecientes a Agustín Luna. En 1906 la hacienda fue adquirida por una empresa francesa denominada

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“Compañía de La Orilla”, según escritura pública número 2638, con fecha 20 de diciembre de ese año, vendida en la suma de 280 mil pesos por el heredero Salvador Luna. Los franceses tenían el propósito de explotar la minería de “Las Truchas” y así mismo dedicarse a la crianza de animales y la siembra a gran escala de cítricos, algodón, ajonjolí y tabaco, ocupando en los campos a negros cimarrones y peones que pronto empezaron a llegar, especialmente de la costa de Guerrero.

Es en 1910 que las fuerzas revolucionarias obligan a los franceses a abandonar la hacienda, y ellos huyen rumbo a Manzanillo en la embarcación “Ives” propiedad de los mismos.

Antes, en 1901, el Presidente Porfirio Díaz puso término al conflicto del límite territorial entre los estados de Guerrero y Michoacán; dictó el Laudo de Ley de División Territorial entre estas entidades federativas, siendo la margen izquierda del delta del río Balsas, en su parte media, la línea imaginaria limítrofe definitiva. El decreto señalaba que los municipios hasta entonces michoacanos de Pungarabato y Zirándaro pasarían a formar parte del estado de Guerrero, con lo que Michoacán reivindica para sí, como territorio propio, el latifundio de “La Orilla”.

Otros pueblos que estuvieron en jurisdicción de Guerrero, fueron Acalpican, Los Coyotes, Los Amates que regresaron a Michoacán por el referido laudo.

Para tener un mayor control sobre la alejada región, el 12 de marzo de 1907, el Gobierno de Michoacán crea el Distrito de Salazar, con atribuciones judiciales, rentísticas (fiscales) y políticas. La cabecera de dicho centro administrativo y jurisdiccional fue el pueblo de El Carrizal, hoy conocido como Arteaga, y comprendía la región de La Orilla y los pueblos o rancherías cercanos a ella, la mayor parte de los cuales fueron más tarde ejidales promovidos por la administración del Presidente Lázaro Cárdenas del Río.

Ese mismo año, otra compañía extranjera, llamada Minas y Fierros del Pacífico, obtuvo la concesión para explotar los yacimientos de “Las Truchas”, pero luego de pasar 10 años sin ser aprovechado el mineral, la compañía perdió los derechos por incumplimiento de obligaciones fiscales, incorporando el Presidente Venustiano Carranza los yacimientos a la reserva nacional.

Gabino Vázquez señala que “el empuje de las huestes revolucionarias, a raíz de la revolución Maderista de 1910,

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por la situación imperante en todo el país, por los hechos de armas ocurridos en aquella aislada región, y con motivo de la expedición de las leyes sociales y agrarias contenidas en la Constitución General de la República, publicada el 5 de febrero de 1917, los franceses salieron del latifundio, dejando en el total abandono plantaciones y construcciones..."

Los propios nativos de trabajadores, capataces de los ex hacendados fueron los primeros beneficiados con esa actitud, pues comenzaron a apoderarse de los bienes abandonados, a herrar el ganado y hacer nuevos linderos de la tierra dejada.

En 1936 se dieron los primeros remates fiscales a pobladores de la zona y a vecinos de Arteaga y tras ese desmembramiento legal, los restos del latifundio fueron vendidos en 1937 a Don Avelino del Río en el precio irrisorio de 7 mil 500 pesos.

Como hace constar el propio licenciado Gabino Vázquez en el libro sobre el reparto de la Hacienda de La Orilla en 1936-1939, el general Lázaro Cárdenas, ya como Presidente de la República, firmó las primeras resoluciones Presidenciales que afectaron terrenos del latifundio de la Orilla, para dotar de ejidos a los núcleos de población formados en la región. La solicitud más antigua de dotación de tierra data de 1931, y fue suscrita por habitantes del poblado de Melchor Ocampo.

En ese mismo año, el propio General Cárdenas, encomendó la construcción de la carretera para dar acceso a la costa michoacana, al Señor Avelino del Río que, gracias a sus conocimientos topográficos de la región, hizo la carretera con trazos provisionales que resultaron ser acertados y a un menor costo. Los trabajos de construcción duraron 4 años y al término de los cuales se puso en servicio una extensión de 150 kilómetros de carretera, que une aún a la región de la costa con la carretera de Uruapan, Apatzingán, pasando por Arteaga.

La Isla del Cayacal, hacienda de Don Pedro López

Don Pedro López fue en su tiempo dueño de las tierras de El Naranjito y La Isla del Cayacal. Junto a estas tierras se encuentra el cauce del Río Balsas ya en su etapa final para desembocar en el Pacifico mexicano, de esta parte también Don Pedro López era dueño de unas cinco mil hectáreas. Nadie sabe cómo ni de qué manera se hizo dueño de tanta tierra y de todo lo que había en ella: árboles, casas y hasta la gente que en ellas vivían. Don Pedro López

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y sus hermanos fueron en su tiempo los dueños de la tierra, es decir los caciques de la región del Balsas o más bien dicho, dueños de “La Haciendo de Burras”, allá en los límites de Michoacán y Guerrero.

La gente no tenía otra opción que la de Don Pedro, pues él tenía la primera y la última palabra y si alguien decía lo contrario, sus hermanos se lo hacían entender con las pistolas en las manos. Había que pedirle permiso para todo, para sembrar la tierra – que era de él- hasta para hacerse una casa de tres palos con palapas en cualquier terreno - Que también eran de él-.

- Mira Odilón, agárrate ese pedazo de tierra que está en la “vena” y siembra tu maíz, pero sábete que el rastrojo es de mis vacas.

Odilón era nacido ahí, pero igual que todos tenía que pedir permiso para usar la tierra y pagarle a Don Pedro la renta por usarla. El sabía que solo el maíz era de él y que tenía que sacarlo en cuanto estuviera sazón porque lo demás era para alimentar los caballos y las vacas. Si tardaba un poco Don Pedro no tenía miramientos con nadie, echaba sus vacas sobre el maizal o sobre las tamacuas de sandía y éstas arrasaban con todo, pues eran cientos de ellas. No había otra opción para Don Pedro, si no lo hacía así, se le morían de hambre.

-Don Pedro no sea “usté” así, mire que el maíz todavía está tierno, apenas si sirve para elotes. Mírelo, apenas está “muñequeando”.

-Mira Odilón, tu quita ese falsete que las vacas no pueden esperar pa´ tragar y no porque tu no hayas sacado tu maíz, ellas se van a quedar con hambre.

Así era siempre. Había que andar al alba porque Don Pedro no pedía permiso. Entre él, sus hermanos y los mozos quitaban los falsetes y las cercas para que las vacas comieran a sus anchas.

-Don Pedro, no me va a dejar pa´darles de comer a la mujer y a los hijos.

-Ahí te lo “haiga” Odilón pero mis vacas no pueden quedarse sin comer y morirse de hambre por tu culpa.

Y de la casa que quieres, hazla; pero en cuanto te vayas de la hacienda te la quemo, no me gustan estorbos aquí y allá.

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Y era cierto Don Pedro no le tenía compasión a nadie y lo mismo le daba tumbar un palo que le hacia estorbo o que no le gustara, que quemarles las casas a las gentes del pueblo y quien se le enfrentaba, lo hacía también a sus pistolas, siempre fajadas al cinto y media tapadas por la camisa de manta cruda que al igual que él todos usaban para vestirse.

Don Pedro no era un hombre común, pues sus facciones no eran las de un costeño de la costa grande de Guerrero, más bien parecía extranjero. Su pelo colorado como de elote tierno cuando este apenas esta “muñequeando” le hacía pensar a la gente que era un francés o descendiente de alguno de ellos. De esos franceses que vinieron a la región a explotar las minas de Las Truchas y fundaron la hacienda de “La Orilla” y todo esto hacía pensar a la gente porque él tenia algunas familias en la ciudad de México.

Nadie recuerda como llegó a estas tierras, lo cierto es que Don Pedro formó un gran latifundio cuando en nuestro país no existían los ejidos.

Don Pedro se murió de un coraje, como los alacranes. Desde la presidencia del país el “tata Lázaro” le quitó todas sus tierras para hacerla ejidos y repartírselas a la gente y solo le dejó la tierra de la uñas y la casa donde vivía. Le mandó un licenciado a comunicarle que le pertenecían doscientas treinta y cinco hectáreas por decreto y la demás se la repartiría a la gente. Don Pedro no entendió nada de decretos.

-Mire “usté” licenciado, dígale al general que si quiere quitarme mis tierras, esta bien; que las agarre todas y se las meta por el… Yo no quiero nada.

-Pero Don Pedro. Es el presidente de la república, no se enoje usted.

-Igual da, dígale que si tiene suficiente fundillo que se las meta todas y dígale a la gente que agarre lo que quiera de la tierra, vacas, caballos, que se queden con todo...

La gente no espero. Acostumbrados a obedecer las órdenes agarró lo que pudo, sin saber que Don Pedro pensaba que al irse el general de vuelta a México, se las quitaría y seguiría la cosa tal y como estaba antes de que él llegara.

Las sandías más grandes y jugosas, así como enormes calabazas, elotes bien logrados con unos “dientotes” como de burro se acomodaban en las bandejas de madera y se enviaban a la hacienda de Don Pedro, para que él y sus

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hijos las comieran y vieran en ello el agradecimiento por usar sus tierras para el cultivo. Nunca se negaba a recibir tales regalos, así como tampoco despreciaba las anegas de maíz ni las costaladas de ajonjolí que la gente cultivaba en sus tierras, excepto cuando despertaba con jaqueca. Era “el día de la muerte” para la gente pues cuando Don Pedro amanecía en su hamaca con un paliacate amarrado en la cabeza y oliendo a aceite de coco con alcanfor, la gente del Naranjito ya sabía que éste sería un día difícil.

Mire Don Pedro, aquí le traigo estas sandías, son las primeras de la tamacua que sembré. Tómelas para que se las coma con sus hijos y su mujercita. Mire vea que calabazas…

Parecía que se le hablaba a la pared o a los morillos de la casa, porque el viejo no volteaba a ver ni siquiera para saber lo bien rojas que estaban las sandías y los enormes mangos que le regalaban, así como tampoco descruzaba los brazos abajo del gabán.

-Ahí déjalas…

El broche de oro para un día así en la vida de Don Pedro era cuando sin esperar a que el agradecido vecino se fuera o saliera de la mediagua de la casa, empezaba a dar de gritos encolerizados al mozo de la casa.

-¡Albino!... ¡Albino!

-¿Me hablaba Don Pedro?

-Agarra esas sandías y las calabazas y échaselas a los cuches.

-¿Pero todavía no están podridas?

Los ojos se le clavaban a cuchilladas en la humanidad del joven mozo. Bajando la mirada recogía todo del suelo y enfilaba rumbo al chiquero donde la “bramata” y el pestilente olor de los cerdos le provocaban nauseas cada vez que tenia que darles de comer. Cuánto hubiera dado Albino por tener en su boca una jugosa rebanada de las sandías que los puercos “chacualeaban” entre sus fauces nauseabundas atestadas de pulgas y garrapatas. Tenía que aguantarse y volvía a la cocina y se tomaba un vaso de agua para mitigar los ardores de los jugos gástricos que le habían provocado el saborearse las rebanadas de sandías y al mismo tiempo la pestilencia de los cerdos almacenada en sus tripas.

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¡…Pero mi General, me esta usted quitando todas mis tierras!

Tata Lázaro se limitó a decirle que se cumplían los ideales de la Revolución.

- “La tierra es de quien la trabaja”.

Y cerró su conversación diciéndole que con la razón que le mandó con el Licenciado Gabino – Me hizo falta mas tierra para metérmela en el…

-Pero General, es como darle de comer venado a un cuche.

Estos desalmados para que quieren tierra si ni siquiera saben trabajarla.

De no haber sido que el General era el Presidente de la República, bien le hubiera dado unos balazos por repartir lo que no era de él. Sin embargo se tuvo que aguantar con la esperanza de que el “tata” recapacitara y les dijera a las gentes que le devolvieran las tierras que él un día pensó que podía quitárselas. No era posible que la isla del cayacal fuera ahora del ejido Melchor Ocampo y que otro pedazo de su tierra sea el ejido Guacamayas, y peor aún, ser dueño más que de su casa y de lo que en ella tenía, porque el general no le aceptó la petición que le hizo de que siempre sí quería las doscientas treinta y cinco hectáreas que le correspondían por decreto presidencial. El no tener derecho ya ni siquiera a eso que en su momento y por un coraje despreció, le dolía en lo más recóndito de la hiel.

Luchó por muchos años tratando de que el gobierno le devolviera lo que consideraba que era suyo. Pasaron los años y ni el gobierno ni el General le devolvieron nada. Finalmente conservó una pequeña propiedad adelante del antiguo puerto de Petacalco. Esa y la que traía entre los huaraches, fue su única tierra. Desde que supo la negativa del general de devolverle sus tierras, las jaquecas se apoderaron de él y desde ese momento no volvió a quitarse el paño rojo de la cabeza y no volvió a hablar con nadie del pueblo. Todos pasaban por frente de su casa pero ahora no lo saludaban como antes, sabían de por sí que no les iba a contestar.

Entonces todos ya se habían repartido las tierras de “la Hacienda de Burras” adueñándose del terreno donde vivían y de la parcela que el gobierno tuvo a repartirles. Desde ese momento cosecharon las sandías, el fríjol, el maíz y el ajonjolí cuando se les daba la gana sin preocuparse de las

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vacas ni de Don Pedro, ya que en ese momento se preocupaba nada más por sus dolores de cabeza y los del corazón.

No le quedó otra alternativa que maldecir la revolución y proferir injurias groseras para “tata” Lázaro. Comenzó a dejar de comer y a perder peso y al contrario, alimentó un rencor y una ira por todo lo que le rodeaba creando en él una presión que lo dejó tan flaco como una calavera cubierta de cuero. Así se mantuvo durante mucho tiempo en la mediagua, sentado en un banquito hecho de cuero de res hasta que una mañana ya no amaneció. La enfermedad que lo atacó hizo que sus hijos se lo llevaran a México porque su salud ya se encontraba muy deteriorada. Pasaron algunos años en que la gente fue olvidando poco a poco “la Hacienda de Burras” y también a Don Pedro López.

Cuando la gente ya no se acordaba de sus atrocidades llegó la noticia de que Don Pedro se había muerto. Grupitos aquí y allá como parvadas de zopilotes en mortandad se juntaban en las calles a comentar la muerte del cacique. No supieron la causa de su muerte, solo que estaba muerto y que allá mismo lo iban a enterrar.

-Oye Catunchita, quesque se murió Don Pedro

-Pues dicen.

-Y ¿de qué se moriría el viejo?

-Pus sabe Dios, pero de que está muerto, está.

-Oye, fue bien cabrón Don Pedro ¿verdad?

-Si pues… (3)

II

Los cimientos del futuro

Nace un Municipio

Tres o cuatro chozas alrededor de otra construida inicialmente para albergar a un cuidador de ganado en la “Hacienda de La Orilla” fueron el núcleo sobre el cual se fue desarrollando un caserío conocido como “El Llanito” o “Los Llanitos”, con quince o veinte habitantes, a principios de los años veinte, siendo elevada a la categoría de tenencia en el año de 1930 con el nombre de Melchor Ocampo, perteneciendo aún al Municipio de Arteaga.

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En este último año se censaron 385 habitantes, según datos del gobierno de Michoacán.

Melchor Ocampo fue elevado al rango de Municipio, llamándose precisamente Municipio de Melchor Ocampo, según artículo 2º del Decreto 112 del 12 de abril de 1947. La primera autoridad municipal se instaló oficialmente el 16 de marzo de 1949, y la cabecera municipal recibe entonces el nombre de Melchor Ocampo del Balsas

En 1949, sin documento oficial alguno, pero en el conocimiento de que se había decretado como municipio Melchor Ocampo hacía dos años, el señor Aurelio Campos, quien venía desempeñándose como recaudador de impuestos del municipio de Arteaga, asignado a Melchor Ocampo, convocó a las personas más representativas de las 17 casas que integraban el pueblo y en una de ellas, la del señor Nicanor de la Cruz, se nombró el 16 de marzo, el primer cuerpo de gobierno del naciente municipio.

El texto del Acta Constitutiva del Primer Ayuntamiento del Municipio de Melchor Ocampo, Michoacán, es el siguiente: “En el pueblo de Melchor Ocampo del Balsas, del Estado de Michoacán, siendo las 10 horas del día 16 de marzo de 1949, se constituyeron en la casa del señor Nicanor de la Cruz, a falta de edificio municipal, los CC. Wulfrano Aburto, Luis Romero, Desiderio Camacho, Crispín Polanco y Rufino Vargas, regidores para el Primer Ayuntamiento de este lugar, nombrados por el C. Lic. José María Mendoza Pardo, Gobernador Constitucional del Estado, para cumplimentar el contenido del artículo segundo del Decreto 112 del 12 de abril de 1947, por el cual queda erigida a la categoría de cabecera del municipio de este propio lugar, con el objeto de hacer la designación de Presidente Municipal y Síndico de la propia corporación. Se procedió en primer término para legalizar el acto, a la designación del Secretario de la Comuna, habiendo sido propuesto para tal cargo por el edil Desiderio Camacho, el ciudadano Ignacio Guízar Ponce, proposición que fue aprobada por unanimidad, fundándose en la competencia y aplomo concurrentes en esta persona. En seguida se procedió a la votación por escrutinio secreto, con el siguiente resultado: para Presidente Municipal, Luis Romero, con 4 votos; para Síndico Desiderio Camacho, con 4 votos. Los anteriores rindieron desde luego la protesta de ley, para entrar en funciones. Una vez hecho lo anterior, el C. Presidente Municipal propuso para cubrir la plaza de Tesorero a Aurelio Campos Campos, quien venía desempeñando el cargo de Agente de Hacienda Municipal con la capacidad y eficiencia debida.

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“Estuvieron presentes en el acto los ciudadanos Isidro Pérez, Visitador de Hacienda Municipal, a quien comisionó la Contaduría General de Glosa para el encauzamiento de los recursos económicos de este nuevo Municipio, y Héctor Torres Bravo, Tesorero Municipal de Arteaga, quien asiste en representación del H. Ayuntamiento de aquel lugar, para tomar participación en este acto de trascendental importancia para el propio municipio que nace. Damos fe”. Wulfrano Aburto R. y Otra ilegible. (Rúbricas).

Alcaldes del Municipio

Marzo-junio 1949 y Dic. 1950: Luis Romero Soberanis Junio- Nov 1949 :Crispín Polanco Pérez 1951-1953 Crescenciano García Pano 1954-1956 1969 -1971 J. Jesús Palafox Esquivel 1957-1958 1963-1965 Luis Gonzaga Sotelo Pérez 1958-1959 José Luis Luna Serrano 1960-1962 Felipe Pérez Tapia 1960-1962 Andrés Valle Dueñas 1964 Julián Pérez Silva 1966-1968 Benjamín Galeana Núñez 1969-1971 J. Jesús Palafox Esquivel. 1972-1974, 1987-1988 Benigno Trejo Ibarra 1975-1977 Lic. Arturo Aragón Sánchez 1977 Lic. Carlos Ixta Ixta 1978-1980 C.P. Heberto Berber Torres 1981-1983, 1996-1998 Rafael Melgoza Radillo 1983- P.A. Raúl Loperena Robles 1984-1986 Lic. Rogaciano Morales Reyes 1986 y 2001 Nicolás León Hernández 1987- Benigno Trejo Ibarra 1988- Lic. Fernando C. Uriegas Ramírez 1989- Lic. Ildefonso Estrada Jacobo 1990-1992, 2002 -2004 Manuel Santamaría Contreras 1993- Dr. Enrique Luna Guido 1993-1995 C.P. Ramón Aguilar Gerónimo 1999-2001 Ing. David Zamudio Gutiérrez2004- Lic. Julio Cesar Godoy Toscano 2005-2006 Lic. Gustavo Torres Camacho2006-2007 Francisco Javier Maldonado AlfaroMaria de Luz Torres Diaz 2008-2009 Mariano Ortega Sánchez 2009-2010 Adolfo Tovar Ontiveros

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2010-2011 Mariano Ortega Sánchez

El municipio de Lázaro Cárdenas cuenta con importantes comunidades: cinco tenencias y 32 encargaturas del orden. Tres de ellas se destacan por su número de población y su aportación al desarrollo del municipio. Es la jefatura de tenencia de Buenos Aires la de más reciente creación

Las Guacamayas

La construcción de la presa José Ma. Morelos, sería el detonante que incrementó el núcleo poblacional de Las Guacamayas, la segunda población en importancia del municipio, después de Lázaro Cárdenas, precisamente por su densidad de habitantes.

Guacamayas dejó de ser una casa aquí, y otra allá, con la instalación del campamento de trabajadores de la construcción de la presa y en la actualidad es la región mas densa del municipio, donde se aprecia la diversidad social desde colonias adecuadamente urbanizadas hasta áreas irregulares por el crecimiento desordenado y fuera de control y sin desarrollo urbano.

La tenencia de Guacamayas comprende un territorio que nace en la presa la Villita y va hasta las inmediaciones del 82 Batallón de Infantería. En este lugar está el 85% de las colonias irregulares del municipio, 43 en total con 5, 254 lotes que han nacido de lo que es el ejido Guacamayas cuyo territorio se está poblando vertiginosamente de suerte tal, que cada año esta demarcación estaba generando un promedio de 7 asentamientos

Las Guacamayas tiene su origen precisamente en la abundancia de esta ave. Antes del crecimiento poblacional abundaban en áreas arboladas de habillo a la salida del pueblo por el rumbo a la presa. Era tan abundante que cimbraban el lugar con sus graznidos. Guacamayas fue elevado a tenencia en 1983 en el período del entonces alcalde interino Raúl Loperena Robles.

Playa Azul

Si bien en la actualidad Lázaro Cárdenas identifica a la costa michoacana, antes del impulso industrializador, Playa Azul siempre fue el punto de referencia de esta región. Un pueblo viejo que se identificara como lugar de paseo para muchos michoacanos incluso de otros estados del Bajío. Playa Azul apareció en los mapas del país incluso antes que

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Melchor Ocampo. El trazo de la carretera originalmente fue concebido de Carapan –Playa Azul con una desviación en La Mira, al entonces Melchor Ocampo.

Su población no ha tenido un crecimiento similar a otros puntos como Lázaro Cárdenas o Guacamayas porque el poblado está limitado en su territorio. Virtualmente Playa Azul está rodeado por esteros, por un costado el de “Pichi” y por el otro el de “el Tigre” y el mar por otro lado

Su nombre original era “Playa Prieta” pero cambió a Playa Azul en 1930, cuando el poblado de Los Llanitos cambio por el de Melchor Ocampo. La actividad que distingue a esta tenencia es la agricultura, abundan las huertas de cocoteros, mango, plátano. También registra actividad pesquera y servicios de alimentos y hotelería.

La Mira

1918 es la referencia del origen de La Mira, la tercera población más importante del municipio. Una empresa de extranjeros entregada a la tarea de identificar las dimensiones del mineral de “Las Truchas”, convocó a las gentes de las rancherías aledañas que se asentaron en el lugar. El trazado de las calles de la tenencia inició en 1967 según fue creciendo por influencia de las minas que entonces daban empleo a unas 100 personas para la obtención de muestras por parte de extranjeros que tenían la concesión del mineral.

Otro movimiento migratorio importante que llegó a La Mira fue cuando unos empresarios de Uruapan solicitaron gente para sembrar 15 mil palmeras, instalándose unos 150 nuevos habitantes. Estos dos factores, la mina y la siembra de cocotero serian determinantes para el asentamiento de gentes de todos los ranchos de la región. En 1945 luego de terminada la construcción de la carretera Playa Azul – Nueva Italia se asentaron “fuereños”. Con la construcción de la presa Villita, y la construcción de Sicartsa se asentaron obreros y habrían de desbordar esa comunidad de unas 25 colonias actualmente.

Caleta de Campos

Caleta de Campos está enclavada en la costa michoacana, localizada sobre la carretera costera Acalpican– Manzanillo a la altura del kilómetro 50, a 40 metros sobre nivel del mar, siendo la comunidad más importante entre La Mira y Coahuayana.

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El nombre oficial de la comunidad reconocido por el diario oficial de la federación en 1987 a instancias de un jefe de tenencia de nombre Jerónimo Sánchez, es el de “Bahía de Bufadero”.

Este nombre se debe a la presencia de un risco en la parte sur de la comunidad, en donde la presión hidrostática del mar a su entrada con las rocas produce una columna de agua de mar en sentido vertical y se emite un “bufido” por la brusca salida de aire y de agua. La comunidad se fundó en los años 30; una familia de apellido Campos, liderada por Don Fermín Campos, se instaló en las márgenes del arroyo.

Las tierras de Caleta pertenecieron en un principio a Don Romualdo Málaga, posteriormente las compra el general Lázaro Cárdenas del Río, quien las cede al ejido Nexpa – Caleta, y es hasta 1987 en que se reconoce de manera oficial la tenencia de la tierra a favor de ese ejido.

Por los años 60´s esta zona de la costa michoacana, enmarcada en la sierra madre occidental, era de difícil acceso y poco desarrollo. No se contaba ni con caminos rurales que facilitaran la administración de servicios. Los burros y la fuerza humana eran los medios para llevar alimentos y medicinas a la comunidad.

Además existía una pista de aviación y hacía escala una avioneta de la línea Coahonte. Anecdóticamente se cuenta que ni existían llegadas formales de la avioneta por lo que los habitantes al ver surcar en el cielo a la avioneta salían de sus casas con sábanas blancas para hacer señales de que alguna persona viajaría.

La comunidad registra su fundación en 1934, y en 1948 se construye y se inaugura el rompeolas de la bahía con la presencia del general Lázaro Cárdenas del Río.

En 1953 se pone en funcionamiento el faro de navegación, siendo el primer guarda faro Jerónimo Sánchez Nazareno.

En 1982 se inaugura la carretera Acalpican – Manzanillo por el presidente de la republica Miguel de la Madrid Hurtado; en 1983 se lleva la energía eléctrica a esa comunidad y en 1998, el 12 de octubre llega la telefonía.

III

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Nuestra forma de ser

Usos y costumbres

La mezcla del Melchor Ocampo rural y la influencia española traída con la conquista, dieron a esta región del Balsas un rico contenido cultural colectivo en las fiestas religiosas y cívicas, principalmente.

“…en las fiestas patrias se organizaba un jaripeo. Los lugareños construían un corral de toros en la plaza y por las noches había un baile. Las fiestas empezaban el 14 de septiembre con la coronación de la reina; el 15 se iban al jaripeo y en la noche al “grito” y al baile; el 16 de septiembre se hacía un templete en el corral y “se exhibía la reina” y en la noche, al baile…”

“…el 24 de diciembre se organizaban Las Pastoras. Jacoba Tejeda, de Acalpican, ensayaba las pastoras y la Danza de los Moros…”

“…en las pastoras se usaba un palo alto a modo de báculo con tiras de papel y una canasta con flores y además le amarraban flores. Al golpear el báculo contra el piso sonaba maravillosamente. De la misma gente del pueblo alguien actuaba de “diablo”, otro de “el bato” y alguna mujer como “la jila…”

“…Los Moros y Los Cristianos eran muchos hombres (cerca de 40) montados a caballo y divididos en dos grupos; un ángel vestido de blanco, con alas y montado en un caballo blanco. Los caballos de los demás podían ser de cualquier color. Adornaban los caballos con capas que tenían medias lunas y estrellas de oropel que despedían resplandores. Los Cristianos peleaban contra Los Moros armados con espadas y machetes adornados. Cuando iban a la batalla, iban cantando ‘se va sultán valiente/ a campos de Santiago…’ y se iban encontrando. Cuando iban a pelear Los Moros y Los Cristianos, pasaban por una calle ancha, cerca de la palma…”

“…en un tiempo se hacían bailecitos con violín, guitarra y contrabajo. Los músicos eran Juan Guerrero, José Luis Velásquez y Manuel Suazo. Los hombres bailaban con la mano izquierda en el hombro de la mujer y la derecha en la cintura, pero guardando cierta distancia. Muchas fiestas eran para celebrar algún “combate”. Cuando era menester desmontar algún campo, muchos hombres ayudaban a la tumba

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de árboles y se les pagaba con una comida a mediodía y un baile en la noche…”

“…el jueves y viernes Santo, algunos hombres se vestían con vestidos de mujer y máscaras. Eran “los fariseos”, y en las noches del viernes se metían a las cocinas de las casas y se robaban los enseres y si querían que los regresaran, tenían que pagar una multa. Con ese dinero se organizaba un baile el sábado de Gloria…”

“…en la fiesta del Apóstol Santiago se organizaban carreras de caballos que eran muy originales pues no sólo se trataba de ver quien llegaba primero, sino que se corría en pareja para ganar una de las argollas que estaban amarradas a un listón y éste a un palo. Cada argolla tenía grabado el nombre de alguna de las muchachas del pueblo y que eran madrinas de la fiesta. Al jinete que bajara una de las argollas ensartándola con un lápiz, la madrina le ponía un listón en el cuello y le entregaba un premio que podía ser un perfume, un pañuelo o alguna otra cosa…”

“… las mujeres se vestían con faldas debajo de las rodillas y blusas con mangas de tres cuartos, ellas mismas se confeccionaban sus ropas y la de toda la familia…”

“…a “pachita” González la seguían mucho los niños porque era hija del profesor Rodrigo González y organizaba carreras de burros, relata Leonardo Málaga. Cuando no llovía sacaban al santito con “pachita” a la cabeza y lo llevaban al mar y le daban “unas zambullidas”. Después de la procesión, la mayoría de las veces caía tremendo aguacero –o a veces durante la misma procesión- y “pachita” regañaba a los que luego no se querían mojar…”

“…las mujeres, recuerda Francisco González Plancarte, usaban trenzas hasta la cintura y cuidaban el pelo con aceite de coco que les conservaba el cabello limpio, sin caída y libre de orzuela. Vestían blusas de media manga y faldas largas sin rajadas. Las muchachas y muchachos acostumbraban dar vueltas alrededor de la plaza. Los muchachos les regalaban flores a las muchachas de su preferencia y la elegida tenía que regalar a su vez una flor al galán. Los padres eran muy delicados y no consentían siquiera verlos platicar, menos que se tomaran de la mano…”

Lagarteros, tortugueros y pescadores

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Melchor Ocampo fue considerado un pueblo de pescadores. Su emplazamiento a orillas del Río Balsas y el mar Pacífico le dio la oportunidad de descollar en actividades relacionadas con la captura de lagarto, de tortuga, tiburón y pesca en general. Esta última para el autoconsumo, primeramente y luego, comercial.

“…Maximino Cerna tenía dos chinchorros y en compañía de algunos amigos como “el cuino”, hermano de Reyes Escalera o Chon “el Mediao” se iban a pescar al río y no encontraban que hacer con tanto pescado que sacaban. Un tiempo, dice María de Jesús de la Cruz Ayón, lo pusieron a secar y los arrieros se los compraban. Después, se pusieron de acuerdo con Enrique Coahonte para que él, en su avión se llevara toda la carga a vender a Uruapan. Había tanto pescado que se daban el lujo de apartar el robalo y el pargo y tirar el resto. Para conservarlo fresco hacían pozos en el suelo y lo rellenaban con hielo y lo tapaban con aserrín. Ahí lo guardaban mientras venía el avión…”

“…antes que viniera Don José Green, vino un señor de Tampico a comprar los cueros de caimán y se los llevaba a Mexcalhuacan donde los cargaba en un barco de 15 toneladas; traía tres barquitos. Algunos lagarteros eran tan hábiles que en tres horas mataban hasta 50 lagartos y al otro día pagaban peones para que los pelaran. De Manzanillo llegó gente exclusivamente para la cacería de lagartos y pusieron sus campamentos en los esteros, algunos venían hasta con familia. La matanza buena de lagartos duró como diez años…”

“…la pesca del tiburón también tuvo su época. Pescábamos con cimbra que se hacían con un rollo de mecate y anzuelos y en las mañanas se tiraba en el mar. Al otro día, también por la mañana, la sacabas y hasta 50 tiburones venían pegados. Del tiburón sólo se usaba el hígado, lo demás se tiraba. El hígado se cortaba en pedazos pequeños y lo enlataban. Se hacía aceite para la guerra en Japón. En esa época la lata de aceite de hígado de tiburón valía 2 mil pesos…”

De médicos y curanderos

Lo apartado del emplazamiento del Melchor Ocampo de aquella época, fue propicio para el desarrollo de enfermedades como el paludismo. La ausencia de médicos o personal de salud contribuyó a que estas enfermedades provocaran muertes.

Francisco Adame, quien fuera considerado de los fundadores de Melchor Ocampo y quien murió en 1956, además de trabajar

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en el campo era algo así como médico quiropráctico; sobaba descomposturas y curaba heridas de machetazos y balazos. Para que las heridas no cicatrizaran sin haber sanado por completo, cuenta su hija Inés, quien lo asistía como enfermera, preparaba ‘mechitas’ de hilo de manta remojada en azúcar, sal y yemas de huevo. Se metían en la herida y chupaban la pus…”

“…No había ni una pastilla, mucho menos doctores, dice José Chávez, quien nació en El Popote, dentro de la Isla del Cayacal en 1920. Lo único que había eran mujeres remedieras. Una fiebre tardaba en curarse, pero se curaba. A los enfermos les daban baños con agua caliente y bebida de yerbas medicinales. Aurelia García y Martina Vargas eran las remedieras…”

“…casi todos los años atacaba el paludismo, había cantidades enormes de zancudos que espantábamos con varas o con el sombrero”. Había “jejenes”, más bravos que el zancudo. Había tantos que parecía que los aventaban a puños…”

“…Las casas eran de palapa y los alacranes estaban en todas partes. Cuando le picaba a un niño muchas veces se moría. Como no había medicina les daban remedios del campo. Los bañaban en hojas de limón agrio y les daban de tomar hojas de atuto o manteca de tejón”, recuerda Jesús Serna Padilla

Aurora Tafolla Benítez, quien naciera en La Coquillera, cerca de Ahuindo, entre Caleta de Campos y La Manzanilla, en 1921 y que fue la primera mujer gestora social del municipio, que luchó en la organización de las mujeres, recuerda que muchas de ellas morían de parto o su producto por la impericia de las parteras. “Le platiqué al director del Seguro Social de Uruapan el problema de las parteras líricas y él ofreció dar un curso para 40 mujeres y su servidora”. El presidente Municipal Benigno Trejo (1972-1974) nos facilitó un camión y nos fuimos a Uruapan. Al término del curso salimos como “parteras empíricas afiliadas al Seguro Social”.

Iván Restrepo afirma que la región se caracterizó durante mucho tiempo por su escasa contribución a la actividad económica, pues se encontraba aislada y casi despoblada. En los años cincuenta, la actividad de la población costeña oscilaba entre la pesca y la agricultura para el autoconsumo; pocas personas se dedicaban al comercio en pequeño y llegaban avionetas procedentes de Uruapan tripuladas, primero, por Francisco Sarabia y posteriormente por los hermanos Loperena, cargadas de algunos utensilios

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para la pesca y comestibles enlatados, las cuales realizaban el servicio de taxi siempre y cuando no fuera época de lluvias.

Hasta la década de 1960 predominó una incipiente actividad minera y una actividad de tipo tradicional compuesta principalmente por el cultivo de frutales, maíz, frijol y legumbre para el autoconsumo, simultánea a una agricultura de plantación de palma de coco destinada al mercado nacional, controlada por unos cuantos intermediarios.

Agrega el autor que también existía una ganadería extensiva, de mala calidad y con escasos recursos tecnológicos. Las plantaciones contribuían con la mitad del valor de la producción agropecuaria del Municipio. Había una escasa actividad comercial y de servicios y una comunicación terrestre deficiente, pues nada más se contaba con una brecha de 150 kilómetros que vinculaba el delta del Balsas con el Valle de Tepalcatepec.

Había una incipiente producción de caña de azúcar para la elaboración de piloncillo, melcocha y panocha. “…La caña se exprimía en un pequeño trapiche con “tres monos” de madera que la trituraban, movidos por una mula. Cuando ésta se cansaba, ponían otra hasta que se obtenía el jugo que ponían a hervir en hornos de cal, dentro de moldes de madera donde se espesaba el jugo y quedaba convertido en piloncillo, melcocha o panocha…” recuerda Aurora Mendoza.

“… Maximino (Cerna) compraba novillos grandes a 25 pesos, y las vacas a 12 pesos, recuerda a su vez María de Jesús Ayon de la Cruz. Las vacas estaban tan gordas que sacaban hasta dos latas de cebo de su carne. Con el cebo se producía jabón y cada lata se vendía a 1.50 pesos. La carne la ponían a secar y la vendían a los arrieros en forma de cecina. A veces los arrieros traían zapatos a vender…”

“…Había muchas vacas porque las dejaron los gringos (franceses) cuando la revolución, dice María Inés Adame, y porque estaba muy barata la carne. El kilo para caldo valía 5 centavos y entonces mejor la vendían seca. A Francisco (Adame) le encargaban los arrieros que venían cada mes, 30 arrobas de carne seca –una arroba equivale a 11.5 kilo- toda la familia trabajaba matando reses. Las mataban, sacaban la cecina y la salaban y luego la empacaban. El costo de una vaca era de 13 pesos que se las compraban a Rosendo Gómez, que había sido administrador de

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la hacienda “La Orilla”. Cuando los gringos (franceses) compraron todo esto, no dejaron que la gente tuviera ganado, solo ellos, pero cuando los gringos huyeron, Don Rosendo se quedó con todo el ganado, vendió todo y se quedó con el dinero; nadie reclamó nada…”

Mitos y leyendas

*La abundancia de peces en la desembocadura del balsas, llegó a generar mitos sobre ellos. Los pobladores de El Naranjito, Guerrero, que tenían necesidad de cruzar a la Isla del Cayacal por el brazo izquierdo, lo pasaban en pango o lanchones, cuando estaba crecido y antes de que se construyera la presa, pero “en las secas” podían cruzarlo caminando. Las mujeres, principalmente, aseguraban que existía un “pez peineta” que les “serruchaba” los pies a quienes pasaban sin las debidas precauciones. El mito se atribuía a un rumor generado por Don Pedro López, en ese tiempo propietario de la Isla del Cayacal y dueño de una hacienda en aquel poblado, para evitar que pasaran a robarle el abundante cayaco.

* Las indomables aguas del Balsas fueron peligrosas, difíciles de cruzar hacia la isla y con corriente natural en las partes bajas. “El río era peligroso y no permitían que los niños se bañaran en él, cuenta María de Jesús Ayon. Para no dejarlos bañar los espantábamos con la leyenda de la llorona; una mujer que entrada la tarde pasaba llorando por la orilla del río buscando a un hijo que se había ahogado…”

* De los recuerdos de Engracia Gómez, resulta la leyenda de un toro que espantaba a la gente y que se aparecía en “La Orilla”, donde había una “primavera”. Por el rumbo de la ahora colonia 600 Casas habían pantanos donde salían chaneques, una especie de duendes, enanitos bien vestidos y con boina. Ella tenía un trabajador mudo y decían que lo habían dejado así los chaneques. El trabajador, que “hablaba” a señas, le decía que al día siguiente no iba a trabajar porque “se iba a bailar con una enana chichona”. No le creía porque en la Isla del Cayacal todo estaba solo, pero efectivamente, no se presentaba a trabajar. Seguramente esa enana “chichona” era un duende.

* “…en la vereda a Guacamayas había una habillera donde se aparecía un mono que le daba dinero a la gente, pero les ponía la disyuntiva que dijeran “si lo querían todo o nada”. Como supuestamente era mucho dinero el ofrecido, mejor lo dejaban porque no podían con él. Un día le salió a

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Lucas Gómez y éste se puso abusado y regresó por un costal para atrapar al mono, pero había dejado su sombrero en el camino para señalar el lugar donde lo había visto. Cuando regresó con el costal, el sombrero y por supuesto el mono ya no estaban en el lugar, por lo que no se cansaba de calificar de “ratero” al dicho mono.

*Reyes Escalera Hinojosa, quien naciera en El Parotal, en la Isla del Cayacal, se encontró a “un gentil” del mar –lo describe como un monstruo marino con apariencia humana. En 1953 había ido a pescar a “La Barra de Burras” con su papá y hermano, cerca de la huerta de Wulfrano Aburto. Ellos se encontraban retirados mientras él, zalapán en mano, se metió entre unos juncos buscando pescados de regular tamaño cuando vió a medio río, que un animal sacaba la cabeza y se paraba. Debió medir unos dos metros aunque sólo lo miraba de la cadera arriba.

“El hombre estaba grande, tenía la cabeza redonda y `una narizota´; no tenía orejas. Era negro por encima y bermejo por delante. Los ojos grandes y saltones y la boca trompuda, como dinosaurio. Los brazos eran aletas del codo hasta los dedos y éstos, unidos por membranas rematadas con largas y blancas uñas. No tenía cola pero tenía nalgas como persona y la piel de lagarto…”

Espantado, Reyes les gritó a sus acompañantes para que se acercaran, pero cuando llegaron “el gentil” ya se había sumergido y solo se le veía la espalda. Se fue impulsando con sus “manos” en el lodo, por la orilla del río y su hermano le lanzó el zalapán. Erró el tiro y el zalapán golpeó en un mangle y a su vez la espalda del “gentil”.

“Cuando sintió el golpe, ¡vieras como nadaba de rápido ese animal! braceaba en el agua como un hombre y se le veían unas patotas al impulsarse”. ¡En un ratito se perdió en el mar! ¡Que bueno que no le diste, dijo su papá, ese animal nos “viera” llevado a todos! (4)

Un día en la cotidianidad del naciente Melchor Ocampo del Balsas

El miércoles 16 de marzo de 1949, el canto matinal de los gallos seguramente se escuchó primero en los pueblos de la Isla Grande y de ahí pasó a Los Llanitos, luego siguió por la costa hasta Caleta, para después subir a la Sierra y llegar a Los Coyotes, Moreno, Las Higueras y El Reyno; fue oído en Playa Prieta, en El Bordonal y en el Agua Fría, y se fue rebotando hasta Guacamayas; así paso a los poblados Guerrerenses, anunciando la inminencia del alba.

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Todos los habitantes de la región se levantaron antes de que el sol apareciera y acudieron a ordeñar sus vacas; tomaron un café de uje y un desayuno fuerte para emprender los trabajos cotidianos en las huertas; la mayoría de los agricultores quisieron avanzar en la preparación de los grandes desmontes para la siembra de temporal que realizarían antes del 15 de mayo, por lo que había que desmontar, rozar, hachar, picar y quemar las ramas de los árboles; un gran trabajo para hacer producir la tierra.

Atrás habían quedado los años en los que los hombres de la casa debían ir a trabajar a las haciendas de la región: la de Don Pedro López en El Naranjito; La Orilla, que desde principios de siglo fue propiedad de Franceses, extendiéndose por toda la planicie de la margen derecha del Balsas; la del El Veladero, cerca de Guacamayas; la de San Francisco y la de Los Amates.

No eran pocos los jornaleros de la época de las haciendas que aún tenían en sus carnes las señales de haber sido marcados con un hierro candente. Una figura en forma de cangrejo era la marca que los hacendados franceses habían acordado poner a sus ganados y también a los hombres que trabajaban para ellos, aunque en ocasiones algunos de los labriegos llegaban a negarlo y decían que los patrones habían sido muy buenas gentes.

Sin embargo, los nativos recordaban, no sin cierto resquemor, que hacia 1911 fue necesario rebelarse contra los propietarios de la Hacienda La Orilla, y que luego de que éstos se embarcaron en Petacalco con destino a su patria, algunos hombres armados procedentes del estado de Guerrero cruzaron el Río Balsas, entraron a los poblados michoacanos y los incendiaron, obligando a sus habitantes a refugiarse en otras poblaciones del litoral, de donde no regresaron hasta que se apaciguaron los ánimos de sus vecinos.…Los hombres, además de laborar en las huertas, ocupaban sus esfuerzos en las fincas salineras “de burras”, lo que permitía que desde los años 20´s hubiera otra forma más de allegarse recursos y de estar listos para disfrutar los días de fiesta. Los arrieros que venían para llevar la sal a los principales centros comerciales dejaban buenas cantidades de dinero, pues además había que ayudarlos a cargar los grandes y pesados costales, que solo podían ser transportados en mulas para cruzar la Sierra Madre del Sur.

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Durante los años 30`s algunos arrieros, siguiendo una ruta menos abrupta, cruzaban el Río Balsas muy cerca de El Naranjito, llegaban a El Infiernillo donde era necesario cruzar el río en una panga y luego pasaban a Pinzandarán, antes de dirigirse a Ario, y después a Uruapan, para adentrarse en el centro del territorio estatal. Los arrieros llevaban de la costa cabezas de ganado, cecina, semillas, maíz, ajonjolí, cueros de venado y copra, entre otros artículos, y de regreso traían telas, legumbres, chiles secos, chocolate y en algunos casos bebidas como el aguardiente.…Además, algunos hombres se dedicaban a concentrar en la playa de Petacalco gran cantidad de mercancías que serían transportadas por el barco “María Martha” que cada mes partía con rumbo a Acapulco. En grandes casuchas de palapa concentraban las semillas, la copra, los cueros de diversos animales, la cecina, los pescados secos y otros productos que eran cargados en embarcación, mientras bajaban implementos agrícolas, gasolina blanca, petróleo diáfano, cencerros, arados, “gringas”, machetes y todo cuanto hiciera falta a los hombres y mujeres de la costa. Después de zarpar, el barco fondeaba mas adelante en Caleta donde dejaba y recogía las mercancías necesarias y finalmente partía a su base en Acapulco.…Eran no pocos los que durante toda la noche y a la luz, más que al calor de una fogata echa de copra, escuchaban las divertidas “charras” que entre gritos y risas gustaban de referir “guillo quemazones” o “goyo chismes”, entre otros, y en las que también participaban José Valencia, “el Viejo”.

Aquella forma especial de animación era sazonada con las “canelitas” y luego con las cervezas que vendían Doña Andrea Obregón y “La Niña” Gómez, en tanto que algunas mujeres como Doña María Gallo vendían enchiladas, tamales, atole y otros alimentos.…Las mujeres que estaban embarazadas confiaban en salir con bien de “su compromiso” -decían ellas-, pues en lo que iba del año habían ocurrido varios nacimientos en diversos pueblos. Estaban felices en la casa del pescador Juan López y de su esposa Salomé Galeana, pues hacía apenas un mes y medio había nacido Román; y que decir de la jovencísima Beatriz Sevilla, casada por la iglesia con Juan Málaga; el hijo de ambos, Gonzalo gozaba de cabal salud. También había nacido Emeteria, hija de Canuto Rosales y de Josefina Camacho. En El Reyno nació Yolando, hijo del maestro Natividad Martínez y de Presentación García. Igualmente Victoriano, del que eran padres Tomas García y Ascensión

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Bracamontes. Y en los Coyotillos vino al mundo Eliseo, de Paulino Rosas y Marcela Valdovinos.

Las mujeres al tanto de todo esto se dijeron confiadas de los buenos oficios que en su momento harían Doña Catarinita o Concha Chavarría para ayudarlas a salir del “apuro”, aunque pensaron que si las cosas se ponían difíciles podían mandar una lancha para traer desde la isla a Doña Alejandra Sánchez, que vivía en el mirador y no se negaría a venir, como tampoco su esposo, Don Elodio Bailón, se negaba a ir de pueblo en pueblo, curando y poniendo inyecciones gracias a sus conocimientos de medicina que nadie sabía dónde los había adquirido. …Ese día, mientras unos habitantes del pueblo trabajaban arduamente y otros cavilaban nostálgicos, se escuchó el ruido ensordecedor del carro anfibio de don Jesús Huerta, quien de seguro ya se acercaba a la pista que estaba a la orilla del río Balsas para recibir el avión que venía de Uruapan y del cual serían bajadas algunas verduras, posiblemente telas y hasta algunos encargos de los vecinos para adornar sus fiestas.

Más tarde la nave continuaría su viaje hasta Petatlán. Era el avión al que Doña María Gallo llamaba el de la “reústica”, por que gustaba de dar nombres a personas y cosas.

Enrique Maciel se dio prisa para llegar a la pista, aunque cuando llegó, ya los soldados comandados por el Teniente Ramón Thomas se habían colocado de manera estratégica a lo largo del terreno para espantar a los burros y las vacas que durante la noche habían dormido y rumiado en ese escampado, y que por lo visto no tenían intenciones de abandonar, pero ante la presencia de tantos soldados se vieron obligados a retirarse y dejar que aterrizara el avión piloteado por un capitán de apellido Patiño.

Los soldados habían llegado hacia pocos años primero a Playa Prieta y luego a Melchor Ocampo, solicitados por el maestro de la región, a quien algunos de los habitantes habían amenazado con colgar en un tamarindo de la plaza si seguía enseñando.

Esta actitud amenazante no deja de ser una reminiscencia del movimiento cristero que hacia unos veinte años había llegado muy cerca hasta -Los Coyotes-, en las estribaciones de la sierra -donde fusilaron a Don José María Paniagua-, aunque previamente, en El Habillal habían perdonado la vida

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a Don Viviano Armenta. Tras esta incursión que no se repitió, algunas gentes adoptaron una actitud de indiferencia hacia la Iglesia católica. Del general dicen que no se metía en esos asuntos y se limitaba a recomendar a los habitantes del pueblo que nunca fueran a vender sus tierras, porque el dinero no les duraría mucho, y en cambio, de sus parcelas podían comer tanto ellos como sus familias todo el tiempo que quisieran.

A Enrique le correspondía el trabajo de cargar las maletas de los escasos viajeros o empujar una carretilla con verduras y legumbre para “rancharlas” en las pequeñas y pocas surtidas tiendas del poblado. Mientras tanto, Lucio Rivera y Felicita Sánchez, que habían venido desde Lagunillas, Guerrero, para arreglar la boda de su hijo Isidro con Reinalda Vargas, vecina de Acalpican, confirmaban con alivio lo que alguien -posiblemente Aurelio Campos- las había dicho en cuanto a que ya no sería necesario ir hasta Arteaga para realizar la boda civil, ya que una vez instaladas las autoridades municipales también se abriría el registro civil, de modo que la boda podría realizarse en los Llanitos un día después. Así que harían venir de Arteaga a Antonio López para ser testigo, y los otros -Quirino Tejeda, Victoriano Gutiérrez y Nicolás Bataz eran de Acalpican-.

Más previsores, los padres de Agustín Rayo y de Reynalda López habían preparado la boda de sus hijos para el día 19, junto con las fiestas grande del pueblo, y hasta se habían puesto de acuerdo para que “Quico” González y sus músicos venidos de Arteaga les amenizaran la convivencia. …

“Bile” Polanco pospondría la preparación de sus gallos para las peleas de compromiso. Pensaba que sus gallos, comparados con otros, si bien no eran valientes, tenían la ventaja de que el usaría navajas de las llamadas “libres”, que median hasta cuatro pulgadas de largo, aunque ya le había llegado el rumor de que algunos de sus rivales que venían de Uruapan habían conseguido unas navajas todavía mas grandes, conocidas como “popochas”, con las cuales lo único que tenia que hacer el gallo era atinarle al rival para salir ganador de inmediato, y es que sólo con el uso de esas navajas se garantizaba que a la primera “topada” ya hubiera un ganador, pues no se tenía la certeza de que los gallos, puestos frente a frente por segunda ocasión, tuvieran ganas de volver a embestirse.…“Ojalá -pensó Bile- no vaya a haber un juez como el que hace poco dió como ganador de una pelea al gallo que luego de matar a su rival salió volando entre la gente y se fue

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muy lejos”. Cuando protestaron por la decisión, el juez dijo: “A ver, tu mata a uno y quédate tan campante”. Y ahí acabó la discusión.…

Pero Don Rufino Vargas había venido desde La Mira, donde como empleado de “los gringos” era el encargado de los trabajos de exploración de los yacimientos de fierro, y donde por el momento se había quedado responsable Don Rodrigo González Bazaldua, quien estaba a cargo del almacén y había sido maestro en El Llanito por espacio de unos diez años.

Don Wulfrano tenía gente trabajando en su rancho de El Manglito; su única preocupación, además de la producción de copra, era que sus hijos ya mayores siguieran haciendo cosas buenas. Por su parte, Don Desiderio Camacho, ya de edad, daba un sesgo tranquilizador a las cosas: hacia cinco meses que había nacido su ultimo hijo, José, y ya estaba identificado con esta tierra donde habían nacido sus hijos, excepción hecha de Julio, que había nacido en Playa Prieta hacia casi diez años. Sus hijos y unos amigos iban de vez en vez a la isla a recoger cayacos que ponían a secar en el patio de la casa, y luego de venderlos tenían dinero propio para lo que se les antojara, como ir al baile del 19 de marzo. Era una práctica que también realizaban incluso gentes adultas para mantener a sus familias. Los cayacos eran libres y cada quien podía ir a traer los que quisiera, pero mucho antes, cuando Don Pedro López era el dueño de la hacienda de El Naranjito, el exigía que se los vendieran, pues como intermediario sus ganancias aumentaban de manera considerable.

A Don Luis Romero, quien había sido jefe de tenencia, el general Cárdenas le tenía gran confianza por la tranquilidad con que analizaba las cosas, lo que era garantía de que en cualquier cargo que se le confiera haría un buen papel. Frisaban en los cuarenta años de edad el visitador de Hacienda del gobierno del estado, Isidoro Pérez, y Héctor Bravo, quienes venían en representación del ayuntamiento de Arteaga. Ambos esperaban el momento de instalar formalmente el nuevo municipio -algo que no se ve todos los días-, aunque dudaban de que este lugar tan inhóspito pudiera tener un desarrollo superior al que se registraba en Arteaga.

Antes de las diez de la mañana el avión surco los cielos rumbo a Petatlán, de donde regresaría el jueves para volar a Uruapan con una carga de pescado, chivos y puercos, razón por la que algunos llegaron a decirle “el puerquero”.

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Una vez instaladas las autoridades, se acordó que había que hablar con los vecinos que tenían terrenos cerca de la plaza para que proporcionaran un lugar en el cual pudiera construirse el edificio de la presidencia municipal. Se planteó la posibilidad de que se hablara con Don Lucas Gómez, que tenía una extensa propiedad frente a la actual pérgola municipal y quien como hombre de confianza del General Cárdenas seguramente estaría de acuerdo en contribuir con un terreno, aunque se sabia de antemano que los ejidatarios tampoco se negarían a proporcionar un lugar para el edificio.

La mañana de ese miércoles 16 de marzo de 1949 siguió siendo normal para los pocos más de 5 mil habitantes del naciente municipio. Se iniciaba una nueva etapa en la vida institucional aunque pocos cambios se advertían en ese momento y todavía el 90% de los pobladores se dedicaban a las actividades agrícolas, en tanto que los demás tenían diferentes ocupaciones.

Parte de los anteriormente mencionados: Juan Nila Santiago, Luis Becerra Cervantes, Gregorio Adame Hernández y Abraham Aguilar eran pescadores, mientras que José Sánchez Cruzaley se declaraba, además de pescador, electricista. Trabajaban como jornaleros J. Guadalupe Ramírez, Bardomiano Solís y Francisco Estrada, en tanto que Anastasio Guzmán Sánchez era labrador. Salvador Gómez Guerra era pasante de medicina, y su esposa, María Trinidad Pantoja, enfermera. Antonio Rojas era zapatero; Ignacio Álvarez y Alfonso Villalvazo, comerciantes; Fernando Solís, cinematografista; Ernesto Bucio, agente camionero; Antonio López, herrero; Ezequiel Vázquez, carpintero; Florentino Maldonado, peluquero, y Herman Novelo y Ernesto Ruiz Trujillo eran empleados particulares. Y Don Luis Camarena era el primer y único orfebre del pueblo. Los primeros técnicos y el primer Ingeniero llegaron al municipio algunos años después, por lo que la función que estos debían desarrollar la cumplían los propios vecinos que tenían ciertas dotes especiales o alguna capacidad inventiva. … (5)

IV

Educación

Antes que escuelas, hubo maestros, improvisados, gente que apenas sabiendo ellos leer y escribir, fueron comisionados a la educación de los demás.

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Los nativos de “Los Llanitos” y “Melchor Ocampo” ubican a Don Rodrigo González como el primer maestro llegado a estas tierras. Fue enviado por el general Benigno Serrato “en agradecimiento” a que Don Rodrigo y su esposa Lucía Corona, habían sobrellevado la orfandad del revolucionario a quien además de casa y sustento en Arteaga, que abandonó a los 12 años, le enseñó a leer y a escribir. Serrato fue gobernador de Michoacán. No concluyó su mandato porque murió en un accidente aéreo, cerca de la ciudad de Ario Rosales, el día 3 de diciembre de 1934.

Don Rodrigo González, quien sólo era instruido para leer y escribir, tenía que enviar a sus alumnos posteriormente al maestro Crecencio, para que él “les enseñara los números” y no obstante ello, Diego Hernández Topete, Director de la SEP en la zona escolar, apoyó a Don Rodrigo enviándole a José Sánchez Cruzaley como su ayudante. Después llegaron Miguel Ojeda Alanís, Gudelia Huerta, Esperanza Ramírez y Enoc García.

Las clases se daban en una ujera y las bancas se hacían de bordón. Aurelio Campos, en una visita del gobernador Dámaso Cárdenas propuso la creación de la primera escuela formal

La primera escuela primaria de Lázaro Cárdenas(El Jardín del Gobernador)

Cuenta Don Aurelio Campos, último Jefe de Tenencia de Melchor Ocampo, del conflicto que estaba generando un terreno con un pozo de agua:

…"en la época en que trazaron los predios en lo que ahora es el centro de la ciudad -todos de igual medida- hubo uno que generó la ambición de varios personajes locales, por contar con una noria. Congregados los aspirantes a dicho predio, se me ocurrió notificarles que el gobernador quería este terreno para un jardín, ¿O qué, vamos a negarle eso al Gobernador? “La maniobra -agrega- surtió efecto"; nadie discutió el asunto y lo que se conocía como “el jardín del gobernador”, se destinó finalmente para levantar la escuela “Melchor Ocampo”, primer plantel educativo construído con el apoyo del entonces Jefe del gobierno estatal Dámaso Cárdenas. Esto fue en 1945, dicha escuela sigue en activo.

La primera escuela secundaria de Lázaro Cárdenas

Gracias a que en 1945, se puso en funcionamiento la primera primaria en Melchor Ocampo, los niños de la localidad ya

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podían contar con educación básica. Sin embargo, se enfrentaron a otra limitación, ya que después de terminar sus estudios de primaria los niños tenían dos opciones: las niñas irse a trabajar a casa y los niños a las huertas, o en una segunda opción más afortunada ir a estudiar a Uruapan, Morelia y México. Esta situación cambió en 1966, debido a la iniciativa de algunos profesionistas que trabajaron en la construcción de la Presa José Ma. Morelos decidieron la creación de la primera escuela de nivel secundaria en la región y un año más tarde es reconocida oficialmente como “Escuela Secundaria Técnica, Industrial y Comercial No. 103”, actualmente conocida como EST 12.

La Secundaria comenzó a funcionar gracias a la cooperación de todos: el personal que voluntariamente prestaba sus servicios en mayor parte eran ingenieros de la Comisión del Río Balsas y algunos profesionistas recién radicados en el lugar. El General Cárdenas prestó una bomba para irrigar la parcela que los mismos alumnos cultivaron; facilitó la asistencia a la escuela de los improvisados y entusiastas maestros; donó bancas, pizarrones y después un local; y cuando en 1967 se autorizó el terreno para su construcción, el personal de la escuela, alumnos y padres de familia asistían por ratos a faenas de desmonte. Su primera Directora y principal promotora ante la comunidad fue la ingeniera Olimpia Turcot, quien trabajó en la construcción de la Presa “La Villita”.

Primera preparatoria

La preparatoria “General Enrique Ramírez”, fue fundada en 1972 y participaron en ello profesionistas quienes a su vez fueron los primero profesores. La escuela está incorporada a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Primera Escuela Técnica del Nivel Medio Superior

El Centro de Estudios Tecnológicos número 34, se fundó en 1979 y funciona actualmente con cinco carreras

Primera escuela del nivel superior

Con el impulso del patronato Pro Construcción que encabezó Salvador Magallón Barajas, el gobierno Federal, del estado y con apoyo del municipal, crearon en 1987 el Instituto Tecnológico de Lázaro Cárdenas

Campus “Bicentenario” Lázaro Cárdenas de la UMSNH

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Aún cuando la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo ya mantenía presencia en la zona del puerto a través de un nodo universitario donde se impartían cátedras para dos carreras, el 11 de agosto de 2010 fue inaugurado el Campus “Bicentenario Lázaro Cárdenas” de la UMSNH, con la impartición de cinco carreras

V

Crónicas

Las cruces del camino

No era el miedo a los “chaneques” lo que cada mañana que iba a llevar “lonche” a la parcela, hacía que esperara a que un adulto pasara por el camino para pegarme juntito a él y caminar al ritmo de su caballo y cruzar la cruz de madera que había a la vera del camino viejo a Guacamayas, por la orilla del río.

“No le tengas miedo a los muertos, ténselo a los vivos”era la constante conseja que no ayudaba a sobreponerse al temor de cruzar a pie o en bicicleta por ese lugar tan apartado y tan lleno de “espantos. Nunca supe porqué, quiénes se iban a trabajar a la huerta no se esperaban de una buena vez a llevarse el “bastimento”, si al cabo tenía que salir atrás de ellos minutos después cargando con los alimentos del día.

“Costalilla” y bule con agua al hombro, religiosamente cada mañana de lunes a sábado había que emprender el camino con la comida recién hecha y las tortillas acabadas de “desmontar” del comal de barro. La salida obligada era antes que calentara el sol para aprovechar “la fresca” y hacer más camino.

El camino real que iniciaba en la ahora calle Reforma y cruzaba por el barrio del Capire, agarraba luego para el monte, por el “callejón” que empezaba en la “laguna escondida”, seguía por las lagunas “cuatas”, la de “Vargas” y llegaba al punto conocido como “palos blancos”; “el Badén de las Higueras” y se empezaba a cubrir de alta vegetación llegando a la “habillera”.

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Aquí es donde empezaban los males. En la medida que se llegaba al lugar, el sudor frío en la espalda y el latido del corazón alertaban al oído para escuchar lo que uno quisiera; el agudo grito de las “chachalacas”, el correr de animales menores entre las hojas secas, o el imaginario llamado del muerto que, ya en confianza, me hablaba por mi nombre… al menos eso creía.

Antes de agarrar la bajada, lo mejor era proveerse de una piedra, o dos, si el peso de la carga lo permitía y esperar pacientemente a que algún rezagado labriego fuera o viniera por el “callejón”, pero que a fuerza tuviera que cruzar la pequeña curva, frente a donde estaba una cruz desvencijada de madera, caída por el golpe de tanta piedra que otros temerosos como yo, le arrojaban en su veloz paso de un lado a otro.

Para congraciarse con quien habían matado allí –años después supe que se trataba de Crispín Polanco, a quien le decían “Bile” y que había sido presidente municipal, el segundo, sólo que interino, en el recién formado municipio-, había que echar una piedra a su cruz. A fuerza de la creencia, el cerro de piedras que se formó, supongo que la mayoría arrojadas por mi, acabó por tumbar la señal, pero no derribó mi miedo.

Para mí, siempre fue mejor eso que ponerme a conversar con el difunto y sobre todo, “llevarla bien con él” porque si la ida a la huerta era de mañana, el regreso era por la tarde y a veces “oscureaba” más temprano y entonces sí, si no había quién pasara conmigo, hasta dolor de estómago me daba.

A Crispín Polanco, dicen los lugareños, lo “venadearon” en ese lugar. Le pegaron con una escopeta y quedó tirado a la mitad del camino de herradura. No se supo quien lo emboscó, pero se hablaba a coro de quién lo había mandado matar.

Más adelante, en el punto llamado “el mango de Gutiérrez”, había otra cruz perteneciente a otro asesinado. La cruz de Eleno “leno” Gutiérrez; no estaba cargada de piedras. A él lo mataron a machetazos y allí quedó tirado junto al árbol de fruta, entre el Río Balsas, el camino y la huerta familiar.

La Cruz de “leno”, no tenía piedras que dieran fe de una reconciliación con el difunto, que manifestaran el respeto por el caído, porque, simplemente no había piedras en el tramo de vereda donde estaba. Era un plano de tierra fértil y además no infundía tanto temor porque el lugar donde había caído, estaba despejado, muy iluminado y siempre

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cabía la posibilidad de darle la vuelta atravesando la cerca y cruzar por medio sembradío, hasta volver a agarrar el camino viejo mças adelante, donde las altas sasanileras cubrían el sol, pero no infundían temor.

Adelante y casi al terminar el callejón, en la entrada a su huerta, allí mismo en el poste mayor del falsete, estuvo la cruz de Miguel Melgoza, a quien igual y al más puro estilo de antes, le dispararon desde atrás de la cerca de alambre de púas mientras abría la puerta para cruzar con su camioneta.

A él nunca le tuve miedo; lo llegué a conocer y a veces me daba “aventón” a la parcela cuando me alcanzaba en el camino, pero por aquello de “no te entumas”, pasaba lejos del lugar, cruzando las huertas de plátano, no por miedo, sino para acortar camino.

De cuando la presa se iba a reventar

Los habitantes de Melchor Ocampo tuvieron su éxodo, para regresar luego de tres días al mismo lugar. En su rápida huida Llegaron a las partes altas de La Mira o Guacamayas, y regresaron al mismo lugar para seguir edificando el Lázaro Cárdenas que hoy todos conocen y que estuvo cerca de desaparecer arrastrado por el agua, de haberse desbordado la cortina de la presa La Villita, como amenazó con ocurrir.

Los de buena memoria dicen que fue una negra tarde de San Francisco, el 4 de octubre y otros el 15, el de Santa Teresa. Cualquiera que haya sido la fecha, el año 1967 es imborrable, aunque para quienes no lo vivieron, el evento es producto de una fantasía y para quienes sí, su recuerdo es una medalla a su espíritu pionero.

La construcción de la presa José María Morelos -La Villita- 55 kilómetros aguas abajo del “infiernillo”, en el último macizo montañoso, desde donde se contemplan en toda su extensión las islas y su comunión con el mar, provocó el éxodo de todos los habitantes del antiguo Melchor Ocampo y de poblados bajos en el estados de Guerrero, ranchos, cortijos, ordeñas, granjas y estancias de las islas cercanos al caudaloso afluente.

Las intensas lluvias, como sólo “antes se daban”, hizo que el nivel de la inconclusa presa se elevara peligrosamente, mientras que la del Infiernillo desfogaba a toda su capacidad sobre el río. La presa Morelos tenía dos de sus vertedores atorados y sin abrir en su totalidad. El riesgo

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de que la presa que no estaba revestida, aunque si erigida en su totalidad, se derramara, era eminente.

Abajo, en el pueblo de Melchor Ocampo, los habitantes incrédulos veían elevarse el nivel del río, cada vez más ancho y más indómito. Su elevación era medida en “el varadero del Cayuco” constantemente por personal del ejército que colocaba una vara con un paño rojo en la punta y había que poner otro cuando el primero había quedado bajo el agua. Vara tras vara el agua subía riesgosamente su nivel.

Una tarde, cuando el río ya “hacia olitas” sobre la calle Ignacio Comonfort, donde antes estaba “el burdel” del pueblo, la última barrera natural para que llegara el agua a la plaza pública, se organizó el éxodo. No se sabe de bien a bien si fue por el miedo natural o porque alguien instruyó en ese sentido.

Como fuera, de repente y poco antes del anochecer, en carretas tiradas por bueyes, camiones, tractores, en bestias y a pie, se organizó una larga caravana de pobladores que huían del agua y sus efectos, a buscar la parte alta de la sierra por el camino a La Mira, que “en las secas” hacia tragar polvo y “en las aguas”, lodo.

Militares resguardaron las casas vacías del pueblo mientras sus moradores, ensopados hasta los huesos ocuparon las calles más elevadas de La Mira, y algunas más en Guacamayas.

Años después, se supo que “la huida” a tierras altas fue innecesaria, pese a que las aguas del Rió Balsas estuvieron apunto de llegar a la plaza cívica y habían dejado bajo un metro de agua la Isla del Cayacal, a donde los maestros rurales que trabajan allá, no regresarían más, una vez desalojados en pangas de madera impulsadas con pértigas de espino.

Un personero del residente de la construcción de la presa, Cuauhtémoc Cárdenas, equivocó el destinatario de mensaje: “no hay que desalojar, pero dile al presidente que se estén listos por si acaso”, le habría dicho.

El alcalde del pueblo se encontraba en el billar, por lo que el mensaje llegó a otro habitante, mismo que al ir de boca en boca se fue deformando. En la tarde casi la totalidad del poblado se puso en movimiento.

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Tres días después, cuando ya el sol calaba y la tierra estaba “oreada”, el regreso al pueblo ya se hizo como cada quien pudo y en el momento que consideró prudente

Entre el limbo y la globalización

Pocos pueblos tienen el privilegio de haberse convertido en ciudad de casi la nada, y éste es uno de ellos. Aún cuando ahora ya no lo es tanto, en su momento fue considerada como la ciudad más joven del país, pero nunca se dijo que fuera la más bonita.

Esta es una ciudad de contrastes. En broma y en serio se asegura que es tan así, que es la única que ha tenido delegados de tránsito que no saben siquiera manejar; es la única donde el cronista de la ciudad tiene más años que ella y que en lugar de buscar en la historia, se sienta a esperar los sucesos. Es, como dicen los malévolos, la única ciudad con sólo tres estaciones al año; la del tren, la de la radio y la de calor.

La ciudad y sus habitantes, los nativos, contrastan enormidades con los venidos de fuera, la mayoría; hay una enorme diferencia entre quienes al hablar se comen la “S” y hablan del “pescao” y rematan cualquier afirmación con un “si pues” o mas lacónicos arrastran un pesado “ey” para decir que si.

Este pueblo que nació entre cocotales y plataneras; que vió cambiar su fisonomía por un rostro cada vez menos suyo, no ha tenido tiempo de asimilar las culturas nacionales que se abigarraron aquí en su origen y hoy está enmarañado en la ya famosa y chocante globalización y todo esto en menos de 40 años.

Ha incorporado a su lenguaje nativo términos tan desconocidos como la misma actividad que representan; acería, minas, colada continua, winches, estrobos, bitas, laminador, canal de navegación, porta contenedores, Car Carrier, o Ro-Ro… y ha acrecentado enormemente el inglés doméstico del chiclet`s, Coca-Cola, Twinki Wonder y chocomilk, al que ha sumado vocablos orientales para completar su internacionalización, como Samsung, Daewoo, Techint y Panasonic…

De 20 años a la fecha, han empezado a desaparecer las tiendas, tienditas y tendejones. Las tiendas “Lupitas”, “Las Cuatro Equinas”, “El Atorón”, “La Pasadita”, “La Tienda Nueva” o de “Papa Oso” y los clásicos anuncios de

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“hoy no se fía, mañana sí”, han sido cambiado por tiendas departamentales nacionales y allende las fronteras, con nombres en inglés y afrancesados, dueños del método de “abonos chiquitos”, pero para toda la vida.

Ya no más los nombres sencillos; hay que saber deletrear Hutchinson Port Holding, Kansas City Southerm, Maersk Sealand, Ningbo, Newcastle, Yokohama y ahora Richar`s Bay, y de allí pa´l real.

En la maraña de culturas y costumbre, Lázaro Cárdenas no cuenta aún con una identidad cultural propia; no hay un bailable que identifique o un guiso tradicional ancestral, pero puede diferenciar al nativo de quienes adoptaron sus costumbres. El nativo viste short, playera y sandalia “pata de gallo”; el foráneo, usa casi lo mismo, pero usa tenis el lugar de sandalia; el chilango, se viste igual, pero en lugar de tenis y sandalia “pata de gallo”, calza guarache, con calcetín o calceta.

Apenas el pescado a la talla salva el honor de un guiso tradicional, y el guerrerense frito con tamales “nejos” que se mezcló con la costa grande de Michoacán, pueden alzar la mano a favor de los costeños en las muestras gastronómicas.

Tal vez el casi desaparecido caldo de pescado hecho a base de robalo condimentado con chiles criollos, apenas abiertos en cruz, acompañado de una guarnición de “pachomata” - plátanos machos o “costillones” cocidos enteros con una pizca de sal- macerada y puesta la masa dentro del plato, ahora de vidrio, antes un “jongote de coco”, junto al caldo que se comen en forma combinada.

El agua de coco y el indescifrable misterio de cómo se forma el líquido en el interior, son un saludo para los visitantes y los propios, pero también lo es en cualquier costa del país, por lo que no tiene denominación de origen, ni puede presumirse de original, a menos que el agua de unos 10 cocos sea vertida en una olla de regular tamaño, se mezcle con hielo, jugo y rodajas de limón, hierbabuena macerada, algo de chocolate “la abuelita” molido y adicionado con azúcar “ligth” para no engordar; ginebra o el modesto alcohol del 96 “ del que había antes”. Entonces sÍ, ésta explosiva mezcla llamada, “changuirongo” -no pregunten porqué- puede presumirse como de aquí; “made in El Puerto”.

“Si pues”, pocas son las ciudades que han tenido tanto y nada en tan poco tiempo; una ciudad otoñal, a la que cada vez le encuentran más atractivos; a la que cada vez mas

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coquetean, de aquí y de fuera y que se entrega al de mayor capital.

“Uñas”, perra suerte

“Nail” pudo salvarse de morir ahogado, pero no se libró del “mal de llanta”. Murió como todo perro que se precie de serlo y hacerle honor a su especie: bajo las ruedas de un pesado camión, luego de haber sorteado las vicisitudes de un naufragio ¡suerte de perro!

“Uñas”, como sería la traducción, fue un perro cosmopolita. De origen africano fue propiedad de un jefe de máquinas filipino que navegó en un barco de bandera Noruega y que murió en México.

“Nails”, llegó a este puerto a bordo del buque tanque “Betula”, una tarde del 27 de junio de 1993, junto con una tripulación de 27 filipinos y un capitán Noruego y 9 mil toneladas de ácido sulfúrico.

El perro, de modesta estampa, “café corriente”, conocía a todos y todos lo conocían en la embarcación donde se había ganado la estima de los filipinos que en condiciones normales suelen incorporar la carne perruna a sus dietas, más no en este caso.

La medianoche del 29 de junio de ese año, las autoridades portuarias tomaron la determinación de sacar al buque “Betula” de los muelles de Fertinal donde se encontraba atracado. Se presume que el agua que entró a la nave por la perforación de uno de su doble fondo hizo reacción con el ácido que porteaba y amenazaba con hundir la embarcación en el mismo muelle.

Las 4 mil toneladas de ácido que aún quedaban por descargar de la embarcación, urgieron la maniobra de desalojo, más aún que había la amenaza de la llegada del huracán “Kalvin” con efectos de pronóstico reservado. El barco, por seguridad, debía salir “muerto”, es decir, sin propulsión propia ni tripulación; sólo el Capitán Francisco Alva Rosas se “echó el tiro” de conducir la nave aguas afuera para que se hundiera, como preveían que sucedería.

Toda la tripulación fue bajada de la nave y alojada en un hotel de la ciudad, mientras que funcionarios portuarios y responsables de la agencia naviera, como Rafael Zarco, con machetes y hachas cortaron las tirantes amarras de la embarcación sujeta a las bitas del muelle. Alguien más, soplete en mano, cortó los gruesos eslabones del ancla para

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liberar la nave que fue remolcada por “El Tarasco”, mar afuera.

La lucha del “Betula” por mantenerse sujeto al único cabo que lo unía a una posible salvación, duró 30 horas, hasta que se rompió. La nave fue dejada al garete, pues los efectos de “Kalvin” se hacían cada vez más presentes con los riesgos para la navegación.

Esa tarde y parte de la noche, el “Betula” se convirtió en un barco fantasma en la inmensidad del océano. El halo de vapores y gases que emanaron de la mezcla del ácido y el agua de mar, le dieron un aspecto terrorífico. Sin luces, a la deriva y a bordo, un perro que no cesó de ladrar en toda la noche a causa del abandono que provoco la prisa por dejar la nave.

Fue hasta la mañana siguiente que el “Betula” apareció encallado, ya con la mar en calma, en la playa de “Las Calabazas”. La fuerza del viento que acompañó a “kalvin” hizo que regresara a la playa, sin timón y sin gobierno.

Las primeras acciones por recuperar el llamado “look book”, o bitácora, en la jerga de la navegación y en medio de los continuados gases y vapores, llevaron a José Farrel y Armando Bucio como voluntarios, a colgarse de un arnés y ser elevados por un helicóptero puma de la CFE, para ser depositado en la cubierta de la embarcación que recibía todo el tiempo en la popa, los embates del mar y cuya agua cubría la torre de mando.

En la revisión de la nave, José Farrel encontró debajo de una cama a “nails” que había sobrevivido a la toxicidad de los gases y vapores, al miedo y a la soledad. No sin antes dejar patente en brazos y manos de Ferrel su condición de perro, el esquivo can fue atrapado y llevado a cubierta y después, en helicóptero a tierra.

“Uñas” tuvo ese día destellos de alegría, además de volver a probar la comida, tuvo un cariñoso reencuentro con su dueño; el filipino que estuvo albergado en un hotel en espera de que mejorara la suerte de la embarcación.

Mientras la tripulación estuvo en el puerto, el perro se hizo huésped también; fueron días de reencuentro y felicidad que terminaron cuando su dueño y los demás tuvieron que regresar a su país de origen.

El perro africano fue donado a la familia del entonces representante local de la agencia naviera, Rafael Zarco. Hacerse entender con el can, fue una proeza pues la mezcla

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de idiomas que se hablaba en la embarcación, menos español, fueron la principal barrera.

El perro “nails”, que nunca había pisado tierra firme y que su vida sentimental a bordo del Betula, fuera del cariño que se prodigó con su dueño, fue solitaria, sintió un día el reclamo natural de las hormonas.

Quizás en África el cortejo perruno sea de un modo particular, pero los de aquí, son de modo diferente, sobre todo en la calle donde hay que entrar a la pelea y a la rebatinga, y generalmente el que huye, pierde, y el perro que huye y pierde, debe fijarse para donde corre para no caer bajo las ruedas de algún taxi y le haga perder el ojo, como ocurrió con “uñas”.

Tras la amarga experiencia del atropellamiento y luciendo, tras sanar sus heridas, un aspecto malévolo, “uñas” se hizo callejero incontrolable. Gustaba de lucir las heridas ganadas en los devaneos amorosos y sus fracasados lances en las calles del puerto y se adaptaba a la nueva vida con actitudes de ser “un perro rudo”, pequeño, chaparrón, pero rudo, con una larga lista de actos de sobrevivencia.

Después de un año de haberse hecho a la ley de la calle, “nails” pereció finalmente del llamado “mal de llanta”; un pesado autobús de la línea Flecha Roja, cuya terminal está a un lado de donde alguna vez vivió, acabó con las vicisitudes y la vida de quien puede ser conocido como “Houdini” perruno, que se salvó de un naufragio, de los gases tóxicos y de los riesgos del amor, pero no de una pisada de de autobús.

El muerto que bosteza

Cuenta Rafael Cano que en sus mocedades y ante la falta de un mejor quehacer, le cuidaba la costalera de copra a su padrino Julián Pérez, allá, en la Isla del Cayacal.

Siendo él un jovencito, una tarde de un día cualquiera, echado sobre los costales de copra a la orilla de Río Balsas, en el brazo derecho, frente al entonces pueblo de Melchor, esperaba que llegara “la panga” para cargar los costales con copra y pasarlos el río para llevarlos a la bodega que se encontraba en la calle Reforma, frente a la Iglesia de San José, “ vio que venía cerca de la orilla del río, algo que parecía una calabaza o un coco flotando”.

Cuando pasó cerca de donde él estaba, en un remanso, notó bien que no era ni calabaza ni coco, era un ahogado, contaba Rafael haciendo énfasis e impostando la voz para

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darle un tono trágico y de miedo. Como pudo y sin meterse al agua le echó un lazo al cuello y lo amarró a unas raíces de un sauce y se fue a avisar a las autoridades.

Efectivamente, los agentes del orden corroboraron que se trataba de un obrero que había desaparecido en la construcción de la Presa “La Villita” y que era buscado. Eso habrá ocurrido allá por el año 67 del siglo pasado.

El ahogado, que vestía aún la ropa de trabajo, calzaba pesadas botas mineras, “de esas que tiene agujetas hasta la rodilla” y con el peso de las mismas, el agua lo arrastró corriente abajo en una posición que pareciera que todo el tiempo venía “caminando y de brinquito”, con el vaivén de las aguas.

Las diligencias funerarias y de la autoridad, hicieron que se olvidara por un buen rato la faena de llevar la preciada carga de copra para extraer aceite de coco. Con el sol ya queriéndose acomodar entre las palmeras y casi poniéndose rojo, los gendarmes ayudaron a “Quico” González, a colocar el cuerpo dentro del cajón.

“Quico” González, llegó a Melchor Ocampo de fuera en la década de los 60`s; de Arteaga donde había sido carpintero y como muchos de los que llegaron, se vino atraído por la promesa de una vida mejor.

Compró una huerta donde no tuvo mucho éxito y regresó a su oficio: la carpintería, la laudería y la música. El residente de construcción de la Presa La Villita, el entonces imberbe Cuauhtémoc Cárdenas, le había recomendado, con mucho tino, que construyera cajones para muertos y los tuviera listos para cuando se ocuparan, porque “iba a haber muchos” con la construcción de la presa -le pronosticó- por lo que ha sido desde entonces el dueño de uno de los negocios mas rentables, aunque ahora competidos.

Efectivamente, el finadito, que todo el tiempo estuvo flotando “de pie”, venía semi desnudo, con su pantalón abajo. “No se le salió porque traía un pie encogido” y se le atoró con las botas de obrero que cargaba.

Vale decir que sólo había dos tipos de cajones, como se llamaban antes los ahora ataúdes; “los de gente grande” y “los de niños”. Eso si, todos eran de madera de pino y recubiertos con una tela afelpada color gris rata, con ribetes del mismo tono. Esos eran los pagados. Para el entierro de los desconocidos y de los insolventes, los cajones eran de madera burda que apenas se habían hecho merecedores de dos o tres garlopazas para matarle el filo

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en las esquinas. La tapa era de igual material, pero plana y con una cruz de madera remachada con cola y clavos sin cabeza.

Entre todos echaron al finado al cajón, mientras Rafael Cano desde arriba de los costales observaba la acción. El problema se vino cuando quisieron poner la tapa. “Onde” crees que no cupo el amigo ese, ¡le estorbaba la rodilla que llevaba encogida!”.

¡Aja! con que no cabes, le dijo “Quico” González al tiempo que le ponía una mano en la rodilla y con la otra le sujetó la bota, a la altura del tobillo y hacía palanca para “estirarle” la pierna.

¡Ay, amigo! Dijo con acento grave, ¡vieras “oido” que “quejidón” se aventó ese hombre cuando sacó el aire de la panza!, mientras el célebre enterrador del pueblo le recriminaba al muerto; “No que no”.

¡Nombre!, remata el narrador casi enseguida, qué quedarme a cuidar la copra ni qué nada. Se regresó con los policías ya “pardeando la noche” y ni supo si le robaron los costales a su padrino Julián o qué pasó con la copra.

El sismo del 85

Aquel día fue jueves y el temblor fue a las 7:17:48 horas. A las 7:19 había alcanzado ya una magnitud de 8. 1 grados en la escala de richter.

El Instituto Sismológico Nacional ubicó el epicentro del movimiento telúrico en el Océano Pacífico, frente a las costas, muy cerca del puerto de Lázaro Cárdenas. Un informe del Instituto de Geofísica detalla más aún que el epicentro fue localizado frente a la desembocadura del Río Balsas localizada entre los límites del estado de Michoacán y Guerrero.

Fue un sismo de tipo trepidatorio y oscilatorio a la vez y se registró a una profundidad de 15 kilómetros. Fue producido por la falla llamada “Brecha de Michoacán”, que hasta esa ocasión no había tenido actividad. El sismo fue causado por el fenómeno de subducción de la Placa de Cocos por debajo de la Placa Norteamericana.

El terremoto del jueves 19 de septiembre de 1985, afectó en la zona centro, sur y occidente de México y ha sido el más significativo y mortífero de la historia del país. El Distrito Federal, resultó más afectado. Cabe remarcar que la réplica del viernes 20 de septiembre de 1985 también

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tuvo gran repercusión para la Ciudad de México. Su intensidad fue de 7.3 grados en la escala de richter y se registró a 07:37:13 de la tarde.

En el puerto, el sitio más cercano al epicentro del sismo, se registraron daños, nada comparados con los de la capital del país, pero trastocaron la cotidianidad de la región, máxime que es día ese aprestaba a recibir la visita del presidente de México, Miguel de la Madrid quien habría de inaugurar inversiones federales, tales como la empresa NKS y PMT, entre otras obras.

Resultaron afectados el Hospital General de la ciudad, hoteles y edificios públicos. En Playa Azul, hubo afectaciones y se registró el derrumbe en el área recreativa del Hotel Playa Azul.

Otras localidades ubicadas en la sierra de Michoacán desde Coalcomán hasta Coahuayana, registraron daños menores sin derrumbes. Los grados con los que fueron catalogadas éstas zonas fueron menores que VIII en la escala de Mercalli.

Otros importante daños se registraron en la industria local; en los patios de Fertinal que resultaron con un hundimiento de 15 centímetros, y la totalidad de las vías férreas dañadas; la caída de material refractario de plantas como coquizadora y alto horno en Sicartsa y daños en las carreteras locales. (6)

Capítulo VI

HISTORIA MINERA DE LAS TRUCHAS

En 1907 la compañía extranjera, llamada Minas y Fierros del Pacífico, obtuvo la concesión para explotar los yacimientos de “Las Truchas”, pero luego de pasar 10 años sin ser aprovechado el mineral, la compañía perdió los derechos por incumplimiento de obligaciones fiscales, incorporando el Presidente Venustiano Carranza los yacimientos a la reserva nacional.

Los yacimientos ferríferos de Las Truchas, Michoacán y de Plutón, Guerrero, que se localizan en la región de la desembocadura del Río Balsas al océano Pacífico, constituyen una importante reserva con que cuenta el país en materia ferrífera, habiendo rebasado en su momento los cien millones de toneladas, según los estudios de cubicación que al respecto realizó el Consejo de Recursos Naturales No Renovables.

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El gobierno de la República presidido por el licenciado Gustavo Díaz Ordaz acordó se constituya la empresa "Siderúrgica Las Truchas", como empresa mixta con participación estatal mayoritaria y cuya planta sería abastecida por el organismo del Estado que se forma para la explotación de los referidos minerales.

Principales antecedentes de los minerales de hierro de Las Truchas:

En 1917 el gobierno declaró la caducidad de la concesión a la empresa Minas y Fierros del Pacífico. Años después, la misma empresa, con el nombre de Compañía de Minas de Fierro de Las Truchas volvió a obtener la concesión de los yacimientos, pero sin efectuar aprovechamiento alguno.

En 1936 el gobierno decretó la caducidad de la concesión y los yacimientos se incorporaron a la reserva nacional. En 1937 el propio gobierno designó una comisión encargada de hacer los estudios necesarios en las cercanías de la desembocadura del Río Balsas, con la finalidad de impulsar el desarrollo de aquella región que hasta entonces contaba con escasos habitantes y con importantes recursos sin explotar, ubicados en jurisdicción de los estados de Michoacán y Guerrero.

Se consideró además la conveniencia de construir la red ferroviaria proyectada desde administraciones anteriores y que partiría del ramal de Uruapan hacia el puerto de Zihuatanejo; así como un puerto en la costa de Michoacán; varias presas para generación de energía e irrigación, entre las cuales se señalaban la del Salto de San Antonio o del Infiernillo y la de Las Tamacuas o La Villita como obras para incrementar la región con sus recursos naturales: tierra susceptible de riego, pesca, y en especial, los yacimientos ferríferos para instalar una industria nacional.

En 1941 un grupo de mexicanos logró obtener la concesión para explotar diversos lotes mineros del conjunto de Las Truchas y sin haber realizado trabajos la traspasó a la empresa subsidiaria de una fuerte compañía siderúrgica extranjera, que ya había obtenido con anterioridad la concesión. En 1944 el gobierno inició los trámites para cancelar la citada concesión y en 1948 terminó el juicio reincorporando de nuevo los minerales a la reserva nacional.

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Ese mismo año, 3 de junio de 1948, el gobierno por conducto de la Secretaría de Economía, autorizó a la Comisión del Tepalcatepec para que estudiara y proyectara el aprovechamiento de los criaderos ferríferos de Las Truchas, hasta el establecimiento de una planta siderúrgica, procediendo de inmediato a realizar los estudios señalados con la colaboración del Instituto Nacional para la Investigación de Recursos Minerales y de Petróleos Mexicanos, estudios que continuó el Consejo de Recursos Naturales No Renovables. Con base en los resultados obtenidos, el gobierno autorizó en junio de 1957 se encargara a Fried Krupp, de Alemania, el proyecto de la planta siderúrgica, proyecto que se elaboró considerando la reducción a base de hornos eléctricos con una capacidad de producción de quinientas mil toneladas anuales. Posteriormente, en función del avance tecnológico de la siderurgia nuevos estudios indicaron la conveniencia de considerar la alternativa de planta a base de altos hornos y elevar la capacidad de producción de la misma a un millón de toneladas anuales para mejorar aún más su rentabilidad.

Como consecuencia de los estudios enumerados, la Comisión del Tepalcatepec formuló el proyecto de la presa El Infiernillo, sobre el Río Balsas y en 1957 se le autorizó a iniciar su construcción para abastecer de energía a la siderúrgica.

En 1960, construido el camino de acceso y parte de las obras de la presa y en consideración a que el desarrollo del país demandó la energía de El Infiernillo para satisfacer las necesidades de diversas regiones de la República, se hizo cargo de esta obra la Comisión Federal de Electricidad que la concluyó en primera etapa en 1964 y en 1966 se terminó la instalación de las unidades 2, 3 y 4 elevando su capacidad a 678 000 kilovatios.

En 1964 la Comisión del Río Balsas en coordinación con la Comisión Federal de Electricidad puso en ejecución el proyecto de la presa La Villita, hoy "José María Morelos", obra de uso múltiple, o sea presa de almacenamiento para generación de energía, irrigación, puente para paso del ferrocarril y carretera; obra ésta sobre el cauce del Río Balsas y aguas abajo de la presa El Infiernillo y que suministrará la energía eléctrica que requiera la planta siderúrgica de Las Truchas.

El 26 de febrero de 1965 el gobierno expidió acuerdo reservando los yacimientos ferríferos de “Las Truchas” y Plutón para que su explotación y aprovechamiento se realice en beneficio de la nación por el organismo o empresa que para tal fin se estableciera.

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En tanto las obras de infraestructura se proseguían para el desarrollo de la región costera de los estados de Michoacán y de Guerrero, se integró una comisión intersecretarial para el estudio de los yacimientos y el proyecto siderúrgico de Las Truchas bajo la presidencia de la Secretaría del Patrimonio Nacional

El 5 de diciembre de 1968 el gobierno acordó la creación de la empresa minera y siderúrgica de Las Truchas y en cumplimiento de ello, en esta fecha se firmaron las escrituras de "Siderúrgica Las Truchas". Esta empresa de participación estatal procedió de inmediato a realizar sus trabajos que consistieron principalmente en esa etapa, en la actualización de los estudios y proyectos de la industria y la formulación del programa de desarrollo de la misma. La etapa siguiente fue poner en ejecución esos programas para el aprovechamiento de los citados yacimientos y de otros minerales ferríferos de Michoacán, cuya incorporación ya se habían solicitado a la Secretaría del Patrimonio Nacional como reserva lógica de esta siderúrgica.

La larga historia de los yacimientos de Las Truchas culmina con la integración de la nueva empresa siderúrgica. El hecho trascendental de aprovechar los recursos naturales en beneficio del país, contribuye además, a satisfacer la creciente demanda de productos de acero y propicia la creación de nuevas fuentes de trabajo y el desarrollo de una importante región geográfica de Michoacán y Guerrero, y con ello, con el establecimiento de lo que sería la primera industria pesada, se dió el primer paso de lo que es el desarrollo industrial básico del litoral del Pacífico, aprovechando los yacimientos mineros y otros recursos que existen a lo largo de la costa y que aún no se utilizan, desde Chiapas y Oaxaca hasta la Baja California. (7)

Desarrollo regional, una suma de hechos(Cronología)

En 1926 se llevó a cabo uno de los estudios más antiguos de que se tiene conocimiento y que dan pie a la posible idea de establecer un puerto en la región del Balsas. Dicho estudio fue un levantamiento hidrográfico de la zona costera frente a los estados de Guerrero y Michoacán, incluyendo por supuesto la parte frente a la desembocadura del Río Balsas. El estudio fue levantado únicamente con

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fines de navegación. La oficina hidrográfica de Estados Unidos, fue quien llevó a cabo dicho proyecto.

Tiempo después, con el objetivo de verificar la existencia de una fosa submarina que aparecía en el levantamiento efectuado por los norteamericanos, el ingeniero Tomás Marín, en 1938, teniendo como base la batimetría de la zona y los fenómenos observados, diseñó y localizó la ubicación de un muelle en “T”, en la bahía de Petacalco, para las maniobras de alijo que se venían llevando a cabo por medio de canoas. En esta misma zona, y siempre con la finalidad de localizar un puerto se efectuaron diversas campañas de medidas en diferentes años tales como 1951, 1954 y 1959.

Aunque en Melchor Ocampo existía ya una pista de aterrizaje, fue en 1940, cuando se hizo el primer campo de aviación. A la región llegaban avionetas que transportaban pasaje y mercancías, en una ruta que se originó en Morelia y se extendió a La Unión y Zihuatanejo. 20 años después se establecería el primer vuelo directo a la ciudad de México.

En 1951, se realizó la primera campaña de medidas que consistió en el levantamiento hidrográfico de una pequeña área frente al estero de Calabazas con el propósito de una posible localización del puerto en aquel lugar. Tres años más tarde, en 1954, la Secretaría de Marina inició estudios frente al estero del Pichi, que consistieron en el levantamiento topohidrográfico de la zona, analizando teóricamente el oleaje y llegando posteriormente a la proposición de la disposición de las obras exteriores e interiores del futuro puerto.

1948 el General Lázaro Cárdenas promovió el aprovechamiento de los yacimientos ferríferos de “Las Truchas” y los de carbón en Coahuila, para ello planteó la posibilidad de construir una siderúrgica posiblemente en Guanajuato, Querétaro o Michoacán.

1959, la Secretaria de la Marina, complementó los estudios realizados en 1951 y 1954 definiendo la localización aproximada del puerto que coadyuvaría al desarrollo de la zona económica del bajo Río Balsas y lugares circuncidantes.

Estos estudios abarcaron una amplia zona comprendida entre la desembocadura del Río Acalpican y la ensenada de Petacalco, quedando incluido el estero de Pichi y la propia ensenada de Petacalco.

La conclusión del estudio realizado en 1959 fue que la ensenada de Petacalco, reunía las mejores condiciones

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físicas para la instalación de un Puerto. Sin embargo, no se contaron con suficientes datos para su proyecto definitivo, por lo que hubo necesidad de llevar a cabo una serie de campañas de medidas a lo largo de varios años, con el objetivo de localizar el sitio más propicio para el puerto y determinar las necesidades de las obras a realizar.

Hacia 1960 se llevó a cabo un estudio desde el Río Acalpican hasta la fosa marina de Petacalco, efectuándose sondeos frente a El Pichi y en la mencionada fosa.

En el año de 1961 la empresa alemana Krupp, entregó el proyecto de la siderúrgica solicitado por Comisión del Tepalcatepec, la cual era presidida por el General Cárdenas, y en 1962 la Comisión del Río Balsas acepta el proyecto, dictándose el decreto que autorizaría la construcción del complejo siderúrgico durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, integrándose una Comisión Intersecretarial con el objetivo de realizar los estudios y la organización de dicha empresa.

En 1962 se realizaron estudios marítimos y terrestres en la Bahía de Petacalco, con el objetivo de determinar las condiciones para el establecimiento de un puerto en dicho sitio, habiéndose sondeado desde la Barra de San Francisco (o del Naranjito), hasta Las Peñitas.

Hacia 1963 se hicieron estudios topográficos en la zona del río Balsas con el fin de localizar el canal teórico y estudiar en el terreno la viabilidad de su construcción. Sin embargo finalmente se decidió establecer el puerto justamente en el delta del Balsas, al aprovechar el conjunto de sus ventajosas características fisiográficas, la cercanía de los yacimientos ferríferos de Las Truchas y su estratégica ubicación geográfica para el comercio marítimo. Siendo a finales de los 60`s cuando se concluyeron los estudios para la construcción del puerto y se pone en marcha con el dragado del canal de acceso.

En 1964 se crea el primer centro de población ajeno a la agricultura, se trata del “Campamento Obrero”, ubicado en las Guacamayas, y está poblado por los obreros de la construcción de la Presa La Villita y el campamento del casco de la Hacienda de La Orilla, donde estaban los técnicos y las oficinas de la Comisión del Río Balsas encargados de dicha obra. La construcción de esta presa provocó la primera gran migración hacia estas tierras.

Por otra parte, ya entrados los años sesenta, junto con caminos y brechas que permitieron unir la región costera,

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se iniciaba la construcción de las presas y plantas hidroeléctricas de El Infiernillo y José María Morelos (La Villita), en lo que significaba una de las continuaciones de la política de impulso a las cuencas hidrológicas iniciada por el gobierno de Alemán, a fines de los años cuarenta, obras de infraestructura que en la actualidad reportan grandes beneficios a la región y al país.

A fines del año de 1966, luego de varias pruebas y correcciones, la cabecera municipal -Melchor Ocampo del Balsas- pudo al fin recibir los beneficios de la electricidad y, por esas fechas, el inicio de la sustitución del carbón de leña como fuentes de energía por el gas licuado de petróleo para usos domésticos

El 3 de agosto de 1971 se puso la primera piedra para la construcción de una planta siderúrgica que fue inaugurada el 4 de noviembre de 1974, pues la producción de acero nacional era insuficiente para cubrir la demanda existente.

El puerto de Lázaro Cárdenas se abre a la navegación a mediados de 1974, y con la puesta en marcha del Puerto Industrial en el año de 1979, es decir, la aprobación de construcción de naves industriales y muelles accesorios, cuyo fin primordial es el de estimular el desarrollo económico y social de esta región costera, contempla una perspectiva más amplia, de largo plazo.

Las instalaciones del Puerto Lázaro Cárdenas están equipadas y calificadas para cubrir con eficiencia, seguridad y productividad todas las actividades comprendidas en un puerto industrial y comercial de su magnitud. El puerto está acondicionado para recibir navíos de grandes dimensiones y todo tipo de cargas.

Lázaro Cárdenas es el único puerto de México con 18 metros de profundidad en su canal de acceso y 16.5 metros de profundidad en la dársena principal de ciaboga. Es además, el único puerto protegido que puede recibir embarcaciones de hasta 165 mil toneladas de desplazamiento y de ultima generación que por sus dimensiones no cruzan por Panamá.

En 1982 se inicio la construcción de lo que sería la “segunda etapa de Sicartsa, empresa que en operación sería conocida como Siderúrgica del Balsas. En 1992 fue desincorporada de los activos del gobierno federal y fue vendida a Caribbean Ispat que la convertiría en Ispat Mexicana y finalmente en ArcelorMittal Planos. Sicartsa a su vez, comprada en 1992 primeramente por inversionistas

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regiomontanos agrupados en Grupo Villacero, continúo con ese nombre hasta 2006 en que pasó a manos de los mismos dueños de Ispat Mexicana, que cambiaron el nombre a ArcelorMittal Redondos, en alusión el tipo de productos que fabrican

En 1985 entró en operación la unidad industrial Lázaro Cárdenas de Fertilizantes Mexicanos – Fertimex- con cinco plantas para la producción de intermedios como ácido sulfúrico, ácido fosfórico, y ácido nítrico, así como de fertilizantes como los nitrogenados y fosfatados. También fue cedida al capital privado en 1992. Es aún la más grande de América Latina

De la co inversión de México y Japón a través de sus representantes Nacional Financiera -Nafin- Kobe Steel y Siderúrgica Mexicana –Sidermex- nació a la producción en enero de 1986, la empresa NKS que tras haber pasado al capital privado en 1992, tuvo su decadencia hasta llegar a la quiebra técnica.

Productora Mexicana de Tubería fue puesta en operaciones en 1986 y paró actividades en 1990 por falta de mercado. Fue dada de baja de los bienes públicos y vendidos en 1992 a una co-inversión privada de Ispat Mexicana y Tubacero. Dejó de operar completamente como fábrica de tubería de gran diámetro y su infraestructura está dedicada a la logística y es parte de una de las terminales de contenedores más grandes de América Latina.

VI

Lázaro Cárdenas en la actualidad

Playas del puerto, a la carta

Al margen de la actividad industrial, portuaria y comercial que se desarrolla aquí y cuya importancia está reconocida en el país por su aportación al desarrollo y en el mundo, por ser una amplia y conveniente puerta de acceso a los más grandes mercados de consumo, tanto en Asia como Estados Unidos, Lázaro Cárdenas se encuentra empeñado en alcanzar su destino también en rubros diferentes a los anteriormente señalados y prácticamente consolidados.

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El municipio de Lázaro Cárdenas, es cosmopolita y en constante crecimiento. Aquí, como se ha apuntado, han concurrido razas, etnias y culturas distintas, venidas de todos los rincones del país y del mundo.

Si bien los primeros esfuerzos para el desarrollo de esta región estuvieron focalizados a consolidar la industrialización, con algunos aportes al desarrollo urbano de la ciudad, la visión ha ido cambiando y se fortalece ahora el ramo turístico y de los servicios como un complemento a un círculo virtuoso que representa contar con un litoral de playas accesibles.

Servicios, infraestructura, comunicaciones, desarrollo constante y visión de futuro, proyectan al Lázaro Cárdenas de hoy a un promisorio futuro.

Lázaro Cárdenas urbanísticamente nació de manera desordenada, de prisa, carente de servicios, de espacios para la recreación, para el deporte y la cultura. La carrera en la inversión industrial y empresarial con la inversión en infraestructura urbana, fue brutalmente desigual.

No fue sino hasta que hubo un respiro en el afán de construir lo industrial, que empezaron a aflorar las carencias y fue dimensionado el tamaño del problema social que sobrevendría en una región “con un puerto de primera y una ciudad de tercera”.

Evidentemente que la industria toda, a plenitud de operaciones, en el corto plazo no sería capaz de dar ocupación a la creciente población, por lo que las estrategias de desarrollo han tenido que optar por otros sectores de la producción como es el turismo y los servicios, elementos que han estado ahí, sin mayor usufructo, como en su momento estuvieron los minerales que hoy dan vida, lustre y pujanza a la región,

Hay por ello el empeño del gobierno de Michoacán, de cambiar la fisonomía de la zona. De reimpulsar su potencial y reencausar a otros estadios su proyecto original de desarrollo.

La mejora de la carretera costera entre Lázaro Cárdenas y Manzanillo es el proyecto mas ambicioso en que se hayan enfrascado los dos niveles de gobierno, tanto por ser un acto de justicia social que permite sacar de la marginación a las poblaciones de la costa sierra náhuatl de Michoacán, como porque cumple un papel estratégico de acercar los dos

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puertos más importantes del pacífico: Manzanillo, en Colima y Lázaro Cárdenas, Michoacán, pero además acercar el desarrollo turístico a esa zona, rica en recursos naturales.

Para la zona de Lázaro Cárdenas, cabe decir, a partir de la puesta en operación de la Autopista Siglo XXI, que da fácil acceso a cualquier rincón del país, la mejora de las carreteras internas ha sido impostergable, pues el empuje cada vez más creciente de gentes que arriban, dada la cercanía con el altiplano y el bajío, dieron la pauta para ello.

En los últimos años se han incorporado elementos al paisaje urbano y servicios en la zona de playa, que en definitiva Lázaro Cárdenas ya no es el mismo para nunca jamás

Desde la misma desembocadura del Balsas, el corredor de Playa Jardín a Playa Azul, hay mucho donde entretenerse y mucho por descubrir; extensas playas de finas arenas guarecidas por la sombra de añosas y altas palmeras que se mecen desde temprana hora con el viento dominante del Oeste.

La más variada y llamativa gastronomía se practica en las típicas enramadas que se localizan a lo largo de esos primeros 14 kilómetros de costa -cómodamente transitable por el nuevo bulevar costero- y donde se conjuga mar, fauna y una rica variedad de aves propias de la región. A siete kilómetros se disfruta de la belleza natural del estero “Mata de Carrizo”, “Santa Ana” y “Barra de Pichi” que permiten paseos en lancha para conocer las tres variedades de mangle y todo el ecosistema que convive en ellos. Garzas, caimanes y lagartos que apacibles duermen sobre las arenas, invitan a una aventura de adrenalina.

Playa Jardín, Playa Eréndira, Playa Tortuga y otras, son las más cercanas a Lázaro Cárdenas. Es ideal para disfrutar de impactantes atardeceres y además poder saborear los exquisitos manjares del mar a la sombra de palapas o enramadas. Los cócteles de camarón, de pulpo o combinados; que decir de un pescado a la talla, zarandeado o frito. Ostiones en su concha o quizá la jaiba de temporada y la langosta de captura local con la sazón de una cocina tradicional que conserva en la sencillez de su elaboración, el buen gusto y el mejor trato al paladar.

Que decir de Playa Azul con su abolengo y tradición; con sus décadas de servicio, buena comida y variada diversión.

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Es un poblado con playas de fina arena en pleno mar abierto. Playa Azul se caracteriza por sus espléndidas aguas del singular color que le nombran. Es una de las playas más visitadas de la entidad y ofrece, además de suaves arenas, fuerte oleaje y suave pendiente para los iniciados en la práctica del surfing.

Sobre la carretera costera a Manzanillo, se encuentra Las Peñas; un poblado de pescadores que han encontrado en el servicio turístico una alternativa. Tradicional como vistosa, Las Peñas es junto con La Soledad y Caleta de Campos, los lugares más frecuentados por los paseantes que han encontrado en ellos el lugar ideal para el descanso.

A lo largo de los 60 kilómetros de carretera que separa a Lázaro Cárdenas con Caleta de Campos, el visitante encontrará playas más pequeñas, pero no menos hermosas; Mexcalhuacan, Chuquiapan, la Manzanilla, Teolán, Carrizalillo, Caletilla y la propia Nexpa que son una verdadera alternativa para el disfrute y para acampar con toda la seguridad.

La Soledad, Las Peñas, playa Rangel, el Bejuco, están al alcance de la mano y en breve formarán parte de un corredor turístico con la mejora de la carretera costera Playa Azul y Caleta de Campos.

El menú de posibilidades de esparcimiento ha crecido. El programa de vinculación entre el puerto y la ciudad, permite conocer de cerca la actividad marítima y portuaria, pues se ha abierto la primera de tres etapas del Malecón de la Cultura. La primer Etapa, el “Malecón Bicentenario” es una ventana a la vertiginosa actividad comercial. Desde las cómodas bancas instaladas se puede observar el devenir de los barcos de gran calado y tonelaje o el paso de las emblemáticas embarcaciones de la Secretaría de Marina, bajo el puente basculante “Albatros”, único de su tipo en México.

Fiestas de marzo

Realizadas originalmente como fiestas a San José, patrono del pueblo de Melchor Ocampo, el 19 de marzo de cada año. La costumbre era representar con la danza de Los Moros y Cristianos, hechos bíblicos de la fe católica. Los preparativos de la fiesta religiosa, eran por supuesto a cargo de la Iglesia de San José y los “ensayos” de la danza estaban a cargo de Esteban Cabrera, quien vivía frente al tempo.

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Moros y Cristianos “combatían a machetazos” y aunque siempre ganaban los cristianos, al siguiente año se volvían a enfrentar. También había peleas de gallos y jaripeo.

Melchor Ocampo pasó de ser tenencia a municipio mediante decreto publicado el 12 de abril de 1947. El 16 de marzo de 1949 se instaló la primara autoridad municipal y fue la ocasión propicia para cada año hacer una celebración que sigue hasta nuestros días y ha convertido a la Expo Fiestas de Marzo actual, en un escaparate de 15 días, para el lucimiento de la pujanza industrial, la riqueza cultural, la variada gastronomía, la llamativa muestra artesanal y comercial que convoca a los habitantes del municipio y se hace eco en otras regiones de la entidad y del país, al haberse convertido en una de las ferias mas importantes del estado.

Semana Santa

La Semana Santa en la región de la desembocadura del Balsas, recuerda la temporada de sandías. Época cuando las tamacuas estaban a punto de cosecha. Ya desde los tiempos del pasado Melchor Ocampo, la Semana Santa, principalmente “los días mayores”, jueves y viernes, estaban ligados al descanso y eran días de reunión familiar en playas o en el río.

Época de “fariseos”, en la que algunos hombres que “debían mandas” se vestían de mujer y se cubrían el rostro con máscaras de madera y a falta de ellas, elaboraban máscaras de cartón o cajas de zapatos las que deformaban con largas trenzas hechas a base de hilo de mecate o cuernos de papel, para no ser identificados por el resto de la comunidad y para hacer “sanas tropelías”. En ocasiones usaban “cueras” y hasta látigos que no dudaban en usar si alguien no cedía a sus pretensiones económicas. La bebida y el baile acompañaban a estos personajes que lo mismo se aparecían en caminos, que ingresaban a las viviendas a sustraer ollas y cazuelas por la que se debía pagar alguna cantidad para tenerlas de regreso.

La tradición de acampar en las playas, persiste aún en estos días. Son poco más de 60 kilómetros de playa con 21 sitios disponibles con servicios y comunicaciones para los propios y visitantes que viven la pasión de Cristo.

Fiesta de la tortuga marina

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Siendo esta región uno de los lugares que en sus orígenes participó de manera activa en la captura y comercialización de la tortuga y sus productos, una actividad que fue pilar de la economía de este pueblo de pescadores, las diversas cooperativas pesqueras que se han creado a partir de la “del Balsas” que se fundó en 1946, con 53 socios con embarcaciones y conocimientos para pesca marina, organizaciones de carácter conservacionistas y los tres niveles de gobierno participan a partir de 1990 en que se decretó la veda total y permanente, en campañas de conservación de la tortuga marina.

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A lo largo de las playas del municipio, pescadores de las diversas cooperativas se organizan en campamentos para rescatar los huevos de tortuga de las incidencias naturales y de la depredación que por desgracia no se ha erradicado totalmente, y en “corrales” construidos con ese propósito, son “sembrados” los huevos de tortuga cuyas crías eclosionan de manera natural y en un ambiente de protección, a los 45 días promedio.

Ello, está comprobado, incrementa las probabilidades de vida de las crías que regresan al mar y después, en la madurez, regresan a la playa que las vio nacer a cumplir el milenario rito de preservar su especie.

En Playa Azul está el mejor referente de esta actividad, pues en torno a ella se organizan eventos en los que paseantes y los propios habitantes de la región, pueden tener un contacto más intimo con esta accción y participar en un evento de conservación en el que, además se exponen los trabajos que se realizan, se orienta a niños y jóvenes sobre la necesidad de la conservación del quelonio, pero además se abre un escaparate para la exposición de los habitantes de este destino turístico, donde gastronomía, artesanías con elementos naturales y propios de la zona, no están reñidos con el programa de conservación. Octubre, es el mes dedicado a la conservación de la tortuga marina.

Día de muertos

A los muertos los enterraban en la Isla del Cayacal. Había que cruzar en panga desde Melchor Ocampo hasta donde se encuentra hoy la X Zona Naval. El primer panteón “oficial” se construyó en 1945, cuando Melchor Ocampo pertenecía aún al municipio de Arteaga. El primero en ser enterrado ahí fue un arriero desconocido que un día llegó, dicen que del estado de Guerrero y se quedó a dormir en el portal de la

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“Niña” Gómez –hoy portal Guillermo Prieto- frente a la plaza, donde había un billar. Se acostó y no amaneció vivo. Después de él, fue un marino quien fue sepultado el 15 de mayo de 1946.

Se trató, según la partida de su muerte, del capitán Natividad R. López, de 65 años, quien era comandante del buque salvavidas 5.1 adscrito a la capitanía del puerto de Acapulco, Guerrero. El marino, expresa su acta de defunción, salió de aquel lugar el 11 de mayo y a cuatro millas del fondeadero de Petacalco, “al venir sondeando el fondo”, el mencionado capitán R. López “sufrió un sincope que lo privó de la firmeza de las piernas, sin que volviera a pronunciar palabra…” El médico rural estimó que la causa del fallecimiento fue el síncope expresado producido por congestión cerebral y por falta de atención médica oportuna…

El culto a los muertos es una tradición a la que los habitantes de Lázaro Cárdenas no pueden sustraerse. Cada 1 y 2 de noviembre los panteones lucen llenos de dolientes que “conviven” esos días con sus difuntos.

El cerrito del “parque Erandeni” y el Malecón de la Cultura y las Artes, en la zona del puerto, se han convertido ya en los sitios tradicionales para la exposición de ofrendas y altares en recuerdo de los fallecidos y sirven además como punto de encuentro comunitario y reencuentro con los idos.

Epílogo

A lo largo de la historia de la región, tres han sido los momentos cumbre de sus habitantes. Momentos decisivos que cambiaron la historia de la desembocadura del Balsas que pasó de ser un sitio inhóspito, empobrecido y marginado de los centros urbanos más importantes del estado y del país, al de más pujanza en el desarrollo industrial y marítimo acorde a su vocación.

Aquel incipiente caserío de “Los Llanitos”, es apenas un recuerdo que ha pasado de voz en voz para no ser olvidado. Sus pobladores, hombres y mujeres recios, formados en las vicisitudes de su época, se enraizaron aquí, extendieron su descendencia y fueron tesoneros en su quehacer de labradores de la tierra, ganaderos y pescadores.

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Un segundo momento se desprende del interés y deseo de ser una sociedad organizada que gozara de los beneficios de la revolución. De una comunidad con instituciones como han sido ejidos y autoridades civiles legalmente constituidas; con servicios como el correo, el telégrafo y las carreteras que rompieran el ancestral cerco a que estuvieron sometidos por “la distancia y el olvido oficial” que incluso llevó en el pasado, a que la región del balsas y algunos de sus poblados, pasaran a control, principalmente rentístico, de las autoridades del vecino estado de Guerrero.

Es a partir de la consolidación del proyecto de explotación de los yacimientos mineros cuando Lázaro Cárdenas se perfila a su pleno desarrollo. Este tercer momento, no sin esfuerzo, ha venido a colocar a la ciudad y puerto de Lázaro Cárdenas en los ojos del país y el mundo y solo puede ser comparado con la promesa de que es mejor lo que aún está por venir.

Las formas de vida y costumbres pasadas, que dieron identidad y formaron una comunidad de esforzados, son un referente que no se debe olvidada, que no conviene olvidar, porque además de ser cimiento de esta nueva generación, entre más se conozca del pasado inmediato, entre más se descubra del pasado, más lustre dará al futuro de la sociedad del puerto de Lázaro Cárdenas, que es prometedor.

Agradecimientos

(1) Omar Fabián González SalinasPrograma de Licenciatura, Facultad de HistoriaUniversidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.(3) (J. Jesús Romero Flores).” (Lic. Gabino Vázquez, 1951)(4) Lorenzo Rosales de los Santos.Revista El Tata, número 4, Dic. 2001.(4) Memorias documentadas de Melchor Ocampo. Mario Osorio Valle.(5) Daniel Vargas Rivera, cronista de Lázaro Cárdenas- El fin de toda la tierra. Historia, ecología y cultura de la costa de Michoacán.(6) Carlos Casillas Bedolla. Crónicas. (7)Resumen informativo del presidente del consejo de administración de la Siderúrgica Las Truchas, S.A. sobre los antecedentes de los yacimientos ferríferos de Las Truchas y Plutón, expuesto al constituirse aquella empresa. México, D.F. 1 de julio de 1969. - Martín Salazar Cárdenas, Grupo Resguardo Arqueológico de la Costa Michoacana.

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-Lic. Martín Godoy Sánchez -Librado Godoy Sánchez-Alfredo Arroyo Valencia-Carlos Torres OsegueraPortada: Lic. Pedro Román BAutista