Un Eucaristia y Esperanza
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EUCARISTIA Y ESPERANZA
Eucaristía, felicidad de los pobres y esperanza del reino que viene..
Misión San Juan Diego
Deseo mostrar cómo la celebración de la
Eucaristía es para nosotros una escuela para adquirir madurez espiritual y, por lo tanto, crecimiento en las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.
Empecé evocando la manera en que nos educa a
tener una mirada de fe y cómo a través de dicha
mirada adquirimos acceso a las realidades más bellas
y más fecundas.
Quisiera ahora profundizar en la segunda virtud teologal y decir algunas palabras acerca del lazo que existe entre la Eucaristía y la esperanza.
La esperanza es la espera segura de la realización de las promesas de Dios. Nos vuelca, alegremente, hacia el mundo que está por llegar; hacia la gloria de la cual somos herederos por Cristo, gloria sin ninguna proporción con los sufrimientos del tiempo presente. La esperanza también es esta que nos lleva a aceptarnos pobres, a nunca preocuparnos ni desanimarnos por nuestras debilidades, sino a esperar todo de la misericordia y del amor de Dios. Profundicemos en estos dos aspectos, empezando por el segundo.
ESPERANZA Y POBREZA
ESPIRITUAL.La esperanza es la actitud del corazón que nos hace esperar todo del don de
Dios, a partir de la aceptación de la pobreza esperanza espiritual y la confianza. Creo que esta
actitud se expresa y se vive de manera muy
privilegiada en la celebración y la adoración
de la Eucaristía.
Para entender adecuadamente lo anterior, hay que analizar el estrecho lazo que existe entre la pobreza y la esperanza. Uno sólo puede verdaderamente “entrar en la esperanza”, según la invitación de Juan Pablo II, si es pobre de corazón. Mientras tengamos riquezas a las que nos aferremos, seguridades y soportes humanos en los cuales poner nuestra confianza, no podemos realmente practicar la esperanza, que consiste fundamentalmente en sólo contar con Dios. Es por eso que en su pedagogía, Dios permite que a veces pasemos por empobrecimientos, pérdida de algunas seguridades y hasta caídas lamentables, para aprender finalmente que sólo debemos contar con Él y su misericordia. Pedro es un buen ejemplo de esto: Fue necesaria su negación durante la Pasión para que aprendiera a apoyarse no en sus virtudes, su propio valor o sus entusiastas impulsos humanos, sino en el amor único de Jesús
Aunque en el ámbito espiritual, siempre estamos
tentados por la riqueza: quisiéramos estar seguros de nosotros mismos, tener cantidades abundantes de gracia, virtudes, formación y sabiduría sobre los cuales apoyarnos para enfrentar
tranquilamente las dificultades de la vida. ¡Pero, por definición, la
gracia no aumenta mediante la acumulación!
Se recibe humildemente día tras día.
Es como el mamá que nutría a los hebreos en el
desierto: cuando uno quería hacer de éste
provisiones, parecía. Era necesario recogerle cada día. No digo que no haga
falta ejercer la virtud y adquirir competencias,
pero no hay que apoyarnos en ellas y hacer de ésta una
base de seguridad. En el Padre Nuestro, cuando
confiamos a Dios nuestras necesidades.
(¡que conoce aun mejor que nosotros mismos), no le pedimos reservas de pan
para guardarlas: le pedimos el pan de cada día, lo necesario para hoy,
olvidando el pasado y sin preocuparnos por el
mañana; “Por tanto, no se preocupen por el día de mañana; porque el día de
mañana cuidará de sí mismo. Bástele a cada día
sus propios problemas” nos dice el Evangelio.
Entonces, entrar en la esperanza implica aceptar la debilidad y la pobreza, vivir en una especie de precariedad permanente, sin apoyo humano
verdaderamente satisfactorio ni en nosotros mismos ni fuera de nosotros y, al mismo tiempo, con una confianza infinita en la fidelidad y la bondad de Dios. Esta actitud es, a fin de cuentas, fuente de mucha libertad y alegría.
De libertad: mientras que nos apoyamos en las riquezas
propias, viviremos siempre preocupados. El miedo de perder tal o cual apoyo y la
tentación de calcular y medir sin parar no nos permitirá
vivir verdaderamente libres. De Alegría: si uno espera todo
de Dios, entonces seres enormemente feliz al vivir la experiencia concreta de su fidelidad y al recibir de su mano, día con día, todo lo
necesario… Alegría de recibir todo gratuitamente de la
mano de Aquel que nos ama y amamos.
El corazón se llena así de gratitud y de amor. Santa Teresa decía: “¡Se siente
una paz tan grande al saberse uno tan
absolutamente pobre y al no contar más que con
Dios!”.
EUCARISTIA, RIQUEZA DE LOS POBRES.
Todo lo que acabamos de decir encuentra un campo de aplicación privilegiado en nuestra manera de vivir la Eucaristía. Es este maná que en el desierto de la vida nutre nuestra indigencia y nos da día tras día exactamente lo que nos es necesario, ni mas ni menos. La Liturgia de la Iglesia siempre ha querido utilizar como canto de comunión el Salmo 23, “El Señor es mi Pastor”. Muchos de sus versos pueden ser interpretados en comida, la copa: “Tú preparas la mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; has ungido mi cabeza con aceite; mi copa está rebosada.”
También se encuentra la alegría de la presencia
divina: “Ciertamente el bien y la misericordia me
seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos
días.”
El Samlo 23 empieza con estas palabras: “El Señor
es mi Pastor, nada me faltará”. Sin duda una de las oraciones más bellas
que podemos hacer cuando hemos
comulgado es repetir esta frase en una actitud
de gran ƒe. Afirmamos que gracias a esta
comunión no me hace falta nada más.
Estoy seguro de que Dios me dio
absolutamente todo lo que me es
necesario para vivir hoy. “La Eucaristía
es el don de Dios en su plenitud, nos
comunica todo lo que necesitamos para cumplir la
voluntad de Dios”, dice el padre Lean-
Claude Sagne.
Si tenemos ƒe, Dios contestará a nuestra confianza y nuestras comuniones serán mucho más fecundas. “Hágase en ustedes según su ƒe”, dice a menudo
Jesús en el Evangelio.
Pablo no s dice en la Segunda Carta a los Corintios: “Conocen, en efecto, la generosidad de nuestro Señor Jesús
Cristo, quién se hizo pobre para ustedes, con el fin de enriquecerles por su pobreza”.
En ninguna otra parte mas que en la Eucaristía resplandece este misterio de amor de Dios que se vuelve increíblemente pobre
para nosotros y que nos enriquece desde la plenitud de su amor y de su vida. ¡Maravillosa intercambio en donde la pobreza de
Dios se vuelve nuestra riqueza!
Creo que en la oración Eucarística, el hecho de mantenernos pobres delante de Jesús tan pobre -no tenemos mucho más que
hacer allí- nos ayuda poco a poco a aceptarnos pobres y transfigura nuestra pobreza a un lugar de acogida del don de
Dios, que es, en definitiva, nuestra única riqueza.
El padre Sagne escribe esta frase muy linda en cuanto a la adoración cristiana, la
adoración es el compromiso de la persona consigo misma, en donde puede tocar los límites de los actos y de las palabras. La adoración se despliega
con un trasfondo de pobreza consentida…la
adoración es la oración del pobre: abre bien tu boca y
la llenaré (Sal 81,11)”.
EUCARISTIA Y ESPERANZA DEL REINO
Cuando Pedro se dirigió a los jerarcas de las Iglesias -de los
que forma parte-, recuerda que un responsable de la Iglesia,
antes de asumir un misterio, es alguien que ha vivido una
experiencia espiritual: “Por tanto, a los ancianos entre
ustedes, exhortó yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participantes de la
gloria que ha de ser revelada”.
Conoció el amor apasionado de Dios manifestado en los sufrimientos de Cristo y eso lo lleva a
vivir plenamente la gloria y la belleza del mundo por venir. Sin embargo, estas dos realidades las encontramos en la
Eucaristía. Es el recordatorio que vuelve actual la Pasión del Señor (durante cada misa, somos místicamente contemporáneos
a la Cruz), pero también es la presencia anticipada del mundo futuro. La Eucaristía nos hace comulgar en los sufrimientos de Jesús y nos hace comulgar la gloria y la felicidad del próximo
mundo. Orienta y nutre la esperanza del cristiano. Intensifica en el deseo de la Segunda Venida, “aguardando la venida gloriosa de Jesucristo, nuestra esperanza”, dice la liturgia eucarística después
del Padre Nuestro.
La Eucaristía celebrada con fervor permite que esta
esperanza se vuelva cada vez más una certidumbre que
fortalece nuestros compromisos en este
mundo. ¡Nada más movilizado que la esperanza!
Al contrario, la falta de esperanza, la desesperación
y la inquietud acaban rápidamente por agotar la
generosidad del amor. En su carta apostolica Mane
Nobiscum Domine, San Juan Pablo II decía:
Al mismo tiempo, mientras actualiza el pasado, la Eucaristía nos proyecta hacia el futuro de la última venida de Cristo, al final de la historia. Este aspecto “escatológico” da al sacramento eucarístico un dinamismo que abre al camino
cristiano el paso a la esperanza. También hizo las siguientes bellas expresiones sobre el vínculo entre la
celebración eucarística y el Reino futuro:
Esta relación de íntima y recíproca “permanencia” nos permite participar en cierto modo el cielo en la tierra. 1No es
quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¡No es esto lo que Dios se ha propuesto realizar en la historia su designio de
salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el “hambre” de su Palabra (Cfr. Am 8,11), un hambre que sólo se
satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para “saciarnos” de Dios en esta tierra, a la espera
de la plena satisfacción en el cielo.
La esperanza juega un papel clave en el dinamismo de la vida espiritual. Basada en la ƒe, permite la expansión de San Juan: “Y todo él tiene esta esperanza puesta en Él, sé purifica, así comoÉl es puro”. Permite, entonces, que Dios mire su obra. Es la fuente de todas las gracias: como decía San Juan de la Cruz ( y estas palabras encantaban a la Santa Teresita): “Se
obtiene de Dios tanto como de Él se espera”, Dios nos provee de acuerdo a nuestros méritos, nuestras virtudes o nuestras cualidades, sino según la esperanza que pongamos en Él y
según nuestra confianza en su misericordia. Entender eso nos llena de inmensa libertad y profundo consuelo.
Entonces que cada una de nuestras celebraciones
eucarísticas sea la ocasión de manifestar y nutrir de
“gloria nuestra esperanza”. La cual debe habitar el
corazón de todo cristiano, según la hermosa expresión de la Carta a los Hebreos.
Ver toda realidad a través de un mirada de esperanza, es
tal vez el mayor servicio que los creyentes pueden
aportarle al mundo hoy en día.