UAN CARLOS ARA TORRALBA (Hues- NOSCE TE IPSUM

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LARUMBE. TEXTOS ARAGONESES NOSCE TE IPSUM Joaquín Costa Edición de Juan Carlos Ara Torralba

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NOSCE TE IPSUMJoaquín Costa

Edición de Juan Carlos Ara Torralba

Escrito en la convulsa segunda mitad de 1868, es el Nos-ce te ipsum no solo complemento inexcusable de las Me-morias costistas, sino una obra fundamental en la historia de la autobiografía en España. Si para un lector del siglo xxi el Nosce te ipsum puede ser entendido como un libro de autoayuda, para el Joaquín Costa de veintidós años supuso un nuevo episodio de introspección, texto abis-mal y especular donde descubrió el secreto de su alma.

ISBN

978

-84-

1340

-379

-3

UniversidadZaragozaPrensas de la Universidad

JUAN CARLOS ARA TORRALBA (Hues-ca, 1966), profesor titular de Literatu-ra de la Universidad de Zaragoza, es especialista en literatura española de

los siglos xix y xx. En su trayectoria destacan la edición de una antología de la Prosa crítica de Benito Pérez Galdós (tam-bién de su novela Doña Perfecta), los vo-lúmenes dedicados a Ricardo León (Del modernismo castizo: fama y alcance de Ri-cardo León y Los años malagueños de Ricar-do León), la edición de las Obras completas de Pío Baroja (bajo la dirección de José- Carlos Mainer), la coordinación del suple-mento al tomo vi de la Historia y crítica de la literatura española, o la supervisión y edición de los volúmenes de actas El lugar de Sender y Los textos del 98. Asimismo, es director de la revista Joaquín Costa y autor de un buen puñado de artículos de investi-gación acerca de Bécquer, Valle-Inclán, Cé-sar M. Arconada, León Felipe y otros escrito-res contemporáneos. En cuanto a su labor como investigador del patrimonio y la histo-ria literaria altoaragoneses, ha publicado el libro Arturo Zancada y Conchillos y sus pro-yectos culturales La Ilustración Militar y La Ilustración Nacional, así como numerosos artículos aparecidos en diversas revistas es-pecializadas, parte de ellos recogidos en el volumen A escala: letras oscenses. Para La-rumbe preparó la edición de La ley del em-budo, de Pascual Queral y Formigales; la de El penúltimo viaje, de Ramón Gil Novales, y la de las Memorias de Joaquín Costa.

IEAInstitutode EstudiosAltoaragoneses

Larumbe. Textos Aragoneses, 105

Directores de la colección: Fermín Gil Encabo, Antonio Pérez Lasheras y José Domingo Dueñas LorenteComité editorial:

Jesús Gascón Pérez, José Enrique Laplana Gil, José Manuel Latorre Ciria, Alberto Montaner Frutos, Francho Nagore Laín, Alberto del Río Nogueras y Eliseo Serrano Martín

JOAQUÍN COSTA

NOSCE TE IPSUM Y OTROS TEXTOS AUTOBIOGRÁFICOS DE JUVENTUD

Retrato y firma de Joaquín Costa.(Foto: Rivas, 1868; Archivo Histórico Provincial de Huesca, Fondo Costa)

Textos Aragoneses

Prensas de la Universidad de ZaragozaInstituto de Estudios Altoaragoneses

Instituto de Estudios TurolensesGobierno de Aragón

JOAQUÍN COSTA

NOSCE TE IPSUM Y OTROS TEXTOS AUTOBIOGRÁFICOS

DE JUVENTUD

Edición deJUAN CARLOS ARA TORRALBA

© Juan Carlos Ara Torralba© De la presente edición, Prensas de la Universidad de Zaragoza (Vicerrectorado

de Cultura y Proyección Social), IEA / Diputación Provincial de Huesca, Institu-to de Estudios Turolenses y Gobierno de Aragón

1.a edición, 2021

Prensas de la Universidad de Zaragoza. Edificio de Ciencias Geológicas, calle Pedro Cerbuna, 12. 50009. Zaragoza, España. Tel.: 976 761 [email protected] http://puz.unizar.es

IEA / Diputación Provincial de Huesca, calle del Parque, 10. 22002 Huesca, España. Tel.: 974 294 120 [email protected] http://www.iea.es

Instituto de Estudios Turolenses (Diputación Provincial de Teruel), calle Amantes, 15, 2.ª planta. 44001 Teruel, España. Tel.: 978 617 860 [email protected] http://www.ieturolenses.org

Gobierno de Aragón. Edificio Pignatelli, paseo María Agustín, 36. 50004 Zaragoza, España

Diseño de cubierta: José Luis Cano

ISBN: 978-84-1340-379-3Impreso en EspañaImprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de ZaragozaD. L.: Z 1268-2021

LOS TEXTOS SATÉLITESDE LAS MEMORIAS COSTISTAS

(1868-1872)

Juan Carlos Ara Torralba

UN CONÓCETE A TI MISMO BASTANTE DESCONOCIDO

Para comprender bien al Costa de la edad madura es preciso conocer su manera de pensar entre los años 1868 y 1870. Muchas de sus re-flexiones figuran en tres libritos de notas titula-dos Nosce te ipsum (1868) donde desarrolla con mayor tranquilidad las entradas de su Diario, casi siempre escritas bajo el impulso de la emoción inmediata. Contiene listas de libros leídos, co-mentarios sobre el método seguido para sus estu-dios y para mejorar su mala memoria, menciona las influencias que sufre, etc. (Cheyne, 1972: 63)

BBien sabía Cheyne de la radical trascendencia de las anotaciones costistas contenidas en los cua-dernillos manuscritos titulados Nosce te ipsum. Reputó a cada uno de ellos de «extraordinaria-

mente interesante» (Cheyne, 1972: 37) y de hecho una bue-na parte de los primeros capítulos de su biografía Joaquín Costa, el gran desconocido está redactada gracias a la infor-mación obtenida de la lectura de las Memorias (citadas como Diario por Cheyne) y de los manuscritos del Nosce te ipsum. Si era necesaria la edición crítica de las Memorias (Ara, 2011a) para completar la labor del hispanista británico es ahora de justicia, a diez años vista de la publicación de aquellas Memorias, la de los libritos del Nosce te ipsum acompañados de otros textos, también de naturaleza auto-biográfica, que terminan por arrojar luz sobre los recovecos

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más oscuros de la intimidad del joven Joaquín Costa. Con estas ediciones ya es dable trazar una cartografía estelar del laberíntico universo textual del joven Costa, con sus planetas y sus satélites, sus escritos nucleares y sus anota-ciones marginales.

Tiene el lector al alcance de sus manos el complemento imprescindible de las Memorias: por un lado, el Nosce te ipsum, que según el propio Costa anotó en aquel diario (Costa, 2011: 84) comenzó a escribirse en Barbastro y junio de 1868 y al que volvería, con nuevas y sucesivas notas, hasta febrero de 1870, ya instalado en Madrid, y por el otro, una serie de textos también fechables entre ese junio de 1868 y el septiembre de 1872 que podemos leer en la Declaración a don Hilarión Rubio o el escueto 1872 con el que Costa anotaba en el cuadernillo de las Semblanzas, compungido, que su adorada prima Elena Gil había toma-do los hábitos de monja. Ha tenido que pasar todo un sesquicentenario para que vean la luz unos textos que, a despecho de su radical interés, apenas habían sido trans-critos fragmentariamente por Cheyne (1972 y 1992), por quien estas páginas introductorias suscribe (Ara, 2011a, 2011b, 2011c, 2011d, 2012, 2014 y 2018) o por el anónimo editor —seguramente Sebastiana Pereira, secretaria de la revista Anales y quien tenía acceso directo a los manuscri-tos costistas por entonces todavía en manos de los herede-ros de Pilar Antígone— de «Un recuerdo infantil de Joaquín Costa», que publicó con ese título para el número 7 (1990) de la revista Anales de la Fundación Joaquín Costa parte del manuscrito costista Una vida, editado en este libro en su integridad.

Pero no solo es importante esta edición para que Joa-quín Costa deje de ser, de una vez por todas, aquel gran desconocido, sino que también lo es para la propia historia de la literatura española del xix. Ante la escasez de textos autobiográficos realmente íntimos de ese siglo, los escritos personales de Joaquín Costa son, a no dudar, un testimonio

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valioso, muy valioso, para la intelección cabal del alcance de la literatura memorialística, personal, de la centuria. Que el origen último, como modelo o exemplum, de los textos reservados de Joaquín Costa sean los libros de cuen-tas de su padre, Joaquín Costa Larrégola, el Cid —que el futuro autor del Colectivismo agrario siempre conservó junto a los suyos (Ara, 2011a: xiv)—, es revelador recorda-torio del nacimiento del género de los diarios en los libros de cuentas bajomedievales (Caballé: 64), y asunto no bala-dí en punto a considerar tanto el carácter contable de sí y de ajuste de cuentas con otros que suponen estos escritos costistas, como la circunstancia y el contexto rurales, casi medievales, del Monzón y el Graus que vivió Costa en su infancia y adolescencia. El pacto autobiográfico (Lejeune) suscrito por Joaquín Costa con el innominado lector con-temporáneo a la hora de escribir sus textos íntimos no ha de entenderse solo en términos de literariedad o alitera-riedad de unos textos aparentemente pensados en princi-pio solo para uno mismo (Picard), sino también como pro-ducto de la tensión entre exhibición y ocultación que padeció el joven Joaquín Costa en su angustiosa voluntad por fabricarse su propia Infancia célebre. En este sentido, no es extraño que Costa eligiese la forma del diario perso-nal —y subgéneros aledaños, como podrá comprobar el lector— como ejercicio literario juvenil, toda vez que hubo de converger de forma natural el sedicente carácter indó-mito del autor con un modo, el del «diario personal, forma indomable donde las haya, [que] se asienta en los dominios de la literatura a lo largo del siglo xix» (Luque, 2016: 273).

En estos razonamientos, insistimos, descansa el subido interés que tanto las Memorias como los textos satélites aquí editados tiene para la historia de la literatura española decimonónica. Con la publicación de estos escritos se cierra el acto de comunicación literario por el que unos cuaderni-llos manuscritos reservados —e incluso sellados con la advertencia «No leáis el secreto de mi alma» escrita con

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criptogramas en las cubiertas conservadas de los cuaderni-llos segundo y tercero del Nosce te ipsum— tienen al fin un público lector amplio mediante la edición impresa:

El texto diarístico original, como el texto novelístico o el autobiográfico cuando todavía no se han publicado, conserva no obstante la intención comunicativa. No hay que confundir el aparente destinatario único del diario personal con la verdadera naturaleza del texto. Al contra-rio, la escritura del diario, por muy personal que esta sea, no está dirigida exclusivamente al autor que la escribe, sino que en el horizonte textual siempre hay un tercero, otro. (Luque, 2016: 275)

Los escritos de Costa aquí editados son, en efecto, ínti-mos, fragmentarios, abiertos, pero en el magín del joven Joaquín siempre anidó la imagen del lector que supiera comprender las inquietudes y las obsesiones del autor:

Precisamente porque es una forma abierta no debe hablarse de incoherencia o de ausencia de obra definida o cerrada; el diario es un texto donde cabe todo, hasta el punto de que cuando una novela pretende imitar su forma busca, justamente, esta incoherencia textual que la habili-te como modalidad diarística. Por ello, cuando un diario es publicado, esté escrito o no con pretensión de serlo, el opus literario al que se refiere Picard es el propio libro resultante, puesto que el fenómeno de la publicación le da el estatus de obra cerrada a aquello que, realmente, es una forma abierta. En este sentido, el diario personal que no está pensado para la publicación, una vez que se pu-blica, no se diferencia del que sí está pensado para tal empresa. (Luque, 2016: 276)

Al fin se editan, y pasan a ser obra literaria, unos tex-tos que en puridad Joaquín Costa siempre pretendió que fueran publicados, como solución natural a la tensión exhibición-ocultación arriba expuesta: cierto es que Costa acudió a criptogramas y a jeroglifos, a mixturas de latín, inglés y francés macarrónicos para ocultar pensamientos

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íntimos; cierto es que inscribió en las cubiertas conservadas de los cuadernillos del Nosce te ipsum el lema «No leáis el secreto de mi alma»; pero no menos cierto es que Costa terminó la hojita donde ideó su Escritura secreta particular en «media hora» y en «Barbastro, [a] 30 de julio [de] 1868», con esta nota, de reveladoras palabras: «Los signos interme-dios a una palabra, que no sean de este alfabeto ni del ordinario, no indican nada, solo son para desorientar al cu-rioso y fijar mejor la idea en su lectura». La cursiva es, claro, mía, y los curiosos, todos nosotros, lectores de este libro.

«NO LEÁIS EL SECRETO DE MI ALMA»

El conocimiento de sí mismo

El defecto indicado en el párrafo anterior [la hipocresía del hombre consigo mismo] tiene diferente carácter en las diferentes personas, por cuyo motivo conviene sobremane-ra no perder jamás de vista aquella regla de los antiguos tan profundamente sabia: Conócete a ti mismo; Nosce te ipsum. Si bien hay ciertas cualidades comunes a todos los hom-bres, estas toman un carácter particular en cada uno de ellos; cada cual tiene, por decirlo así, un resorte que con-viene conocer y saber manejar. Este resorte es necesario descubrir cuál es en los demás para acertar a conducirse bien con ellos; pero es más necesario todavía descubrirle cada cual en sí mismo. Porque allí suele estar el secreto de las grandes cosas, así buenas como malas, a causa de que ese resorte no es más que una propensión fuerte que llega a dominar a las demás, subordinándolas todas a un objeto. De esta pasión dominante se resienten todas las otras: ella se mezcla en todos los actos de la vida, ella constituye lo que se llama el carácter. (Balmes, 1845: 315-316)

Oculta tras la singular escritura secreta que en ocasiones usó Joaquín Costa en su juventud, esa frase, «No leáis el secreto de mi alma», entre implorante y amenazadora, avisa-ba al lector de la naturaleza de ese proyecto autobiográfico

XIV JUAN CARLOS ARA TORRALBA

que Costa comenzó a redactar en el Barbastro de 1868 y que él mismo hubo de bautizar con el socrático lema Nosce te ipsum. Y a fe que nuestra, diríamos, profanación de la intimidad de Costa al descifrar el criptograma escrito en la portada de los cuadernos segundo y tercero del Nosce te ipsum estuvo a punto de evitarse toda vez que las car-petas en las que se conservaron los cuadernillos manus-critos durante más de una centuria no habrían de ver la luz pública hasta que la voluntad de Ana María Ortega Costa, legataria de aquellos —y fallecida hace pocos años—, hizo posible su donación a la Fundación Joaquín Costa, ubicada en el Instituto de Estudios Altoaragoneses, y de ahí fueron trasladadas al Archivo Histórico Provincial de Huesca, donde se custodian junto al resto de los pape-les de Barcelona y los conseguidos por el Ministerio de Cultura en subasta a principios de los años ochenta del siglo pasado.

Una vez editadas las Memorias por quien esto escribe (Ara, 2011a), restaba el compromiso ineludible de hacer lo propio con su texto complementario, este Nosce te ipsum que el lector tiene en sus manos. Si Costa pretendió redac-tar en aquellas una especie de memorándum o minuta de acontecimientos personales bajo la forma de diario, en el texto de 1868 emprendió la difícil tarea de diseccionar su intimidad hasta los límites que su pudor —su naturaleza reservada— le permitía. En este sentido, ¿fue una mano pudorosa la que arrancó cubierta y hoja inicial del primer cuadernillo?, ¿fue una ajena, posterior, de su hermano To-más o de su hija Pilar Antígone?, ¿se debió a un simple descuido? No lo sabremos, pero quizá el deseo de que no leyéramos el secreto del alma de Joaquín Costa pudo haber-se cumplido.

Para fortuna de los costistas, quedan el resto del primer cuadernillo y dos más, unos borradores y bocetos que no lo son tanto, pues obedecen, como era habitual en Costa, a un plan preconcebido y metódico, porque no es casual

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que Joaquín Costa dé inicio al Nosce te ipsum con una re-flexión sobre la impronta que su afición voraz a la lectura había dejado en su carácter. Es el primer capítulo de la obra constatación de que en primer lugar Costa es, fue, los libros que leyó, de que, a falta de educación sentimental —que llegaría más tarde en Huesca y a finales de los años setenta—, Costa tuvo una educación libresca que jamás abandonaría. La relación de libros leídos en Monzón y Graus hasta 1863 da cuenta de lo que se podía considerar (Flos sanctorum, Cajón de sastre…) como auténtica literatura popular en el medio rural español a mediados del siglo xix, y no sorprende que en su breve estancia en Zaragoza (1863) leyera literatura popular más urbana (Los mohica-nos de París, El conde de Montecristo…). Ya en Huesca desde diciembre de 1863, en sus manos caen obras que han de marcar fuertemente el carácter del Costa de 1868: los libros de Chateaubriand y Verne y El criterio de Jaime Balmes, o, lo que es lo mismo, romanticismo, ensoñación de progreso y disciplina moral e intelectual. Es casi seguro que de la lectura de El criterio tomase Costa la idea y el título del Nosce te ipsum, según puede deducirse del párra-fo xlii del capítulo xxii de la obra de 1845, que transcribi-mos tras el epígrafe segundo de esta introducción.

La mayoría de los volúmenes leídos durante su estancia en la Exposición Universal de París (1867), sin abandonar la cierta arbitrariedad enciclopédica de omni re scibile que caracteriza los listados, serían de índole más técnica… Ahora bien, jamás conviene olvidar que entre los textos leídos y releídos por Costa destacarán siempre los escritos por él mismo: esta certeza explica, por un lado, la auténti-ca mise en abyme que suponen sus papeles, sus notas y sus borradores conservados (tachones, notas sobre notas, subrayados posteriores, reescrituras constantes…: que en 1869 volviese Costa al texto del primer cuadernillo para anotar los libros leídos en Madrid tras su primera —por larga— instalación en la capital para trabajar en el Colegio

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Hispanoamericano de Santa Isabel, dirigido por su tío José Salamero, es un ejemplo aledaño a nuestras afirmaciones), y por otro que el principal proyecto enciclopédico-libresco lo constituía él mismo.

De ahí que más de las dos terceras partes de este inau-gural capítulo del primer cuaderno del Nosce te ipsum las ocupen la relación y las circunstancias de escritura de las composiciones escritas por Costa hasta la fecha, o, mejor, las fechas, pues el orgullo del joven Costa por dejar cons-tancia de su quehacer literario provoca que vuelva una y otra vez al Nosce te ipsum para anotar hasta el borrador o el proyecto más embrionarios, la gacetilla más marginal, el encargo escolar más menudo que le viene a la memoria (léase también: que encuentra entre sus innumerables apuntes, todos celosamente conservados). A la constante queja por la falta de un mentor que hubiese hecho de él una infancia célebre más la sucede sin solución de conti-nuidad la exhibición de sus triunfos y sus premios. Los también sucesivos cuadros de las composiciones pueden y deben constituir una valiosa fuente primaria para re-construir el tranco primitivo, casi prehistórico, del Estudio bibliográfico de la obra de Joaquín Costa (rindamos debido homenaje a la infatigable labor del siempre añorado Geor-ge J. G. Cheyne), pero asimismo se convierten en pruebas reveladoras del designio enciclopédico y progresivo que Costa se impuso a sí mismo como una suerte de imperativo vital: aquí tenéis mi yo último, el cuadro de mis libros y mis aspiraciones periódicamente corregido y aumentado.

Para un joven brillante, de casi veintidós años, hecho a sí mismo a través de sus lecturas y que confesaba padecer una enfermedad moral que se manifestaba en una desme-dida ambición de «figurar en la falange de los sabios» y ser glorificado, resultó natural comenzar la disección de su inte-rior con el listado de textos leídos y escritos hasta la fecha. La relación de la educación recibida de otros, lo que Costa llama en el libro sus «medios de instrucción», secundó a

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aquella en el Nosce te ipsum, máxime cuando la ausencia de un verdadero mentor de sus avances es un ostinato que-jumbroso tanto en las Memorias como en este Nosce te ip-sum. Conmueve comprobar cómo un autodidacto Costa recuerda uno a uno a sus maestros desde las aulas monti-sonenses a las gradenses, de las zaragozanas a las del Insti-tuto Provincial de Huesca, pero más si cabe de qué modo desea no olvidar a sus condiscípulos de Graus y Huesca, tal vez indicio de una semiconsciente nostalgia de unas amis-tades y un cariño perdidos, algo que también se percibe en los pasajes correspondientes de las Memorias. Ansioso de reconocimiento de su inteligencia, Costa recuerda especial-mente los triunfos y las consideraciones, los premios y las medallas, del mismo modo que cuando hablaba de los li-bros de otros terminaba por exhibir los proyectos literarios propios. A las mezquindades del sistema educativo español Costa opone la fascinadora experiencia parisina, pero tal vez porque en París conoce personalmente, al fin, a emi-nentes científicos («vanitas vanitatum et omne mendacium», dice Costa), y tal vez porque de nuevo él mismo, sin men-tor, lee y descubre los avances del progreso mostrados en la Exposición de 1867. La amistad, ya le pesa a Costa, tam-poco cuaja entre el montisonense y sus compañeros discí-pulos observadores, cuyo «santo y seña» olvida anotar en el Nosce te ipsum; y es que, como apunta Costa, «ninguno de los discípulos observadores tuvo que manifestar sentimien-to por separarse de sus compañeros».

El último capítulo del primer cuadernillo del Nosce te ipsum, titulado «Lo que sé y lo que comprendo», también muy balmesiano, resulta una vez más otro compendio de lo que Costa considera saberes adquiridos durante los casi veintidós años de existencia. Repasa Costa sus conocimien-tos de latín, gramática, idiomas, homeopatía (afición here-dada de su mentor Hilarión Rubio), taquigrafía, música, teología, mitología, economía, matemáticas, física, química, zoología, botánica, historia, geografía, psicología, lógica…,

XVIII JUAN CARLOS ARA TORRALBA

y cuando llega a la entrada literatura Costa vuelve a hablar de sí mismo: «Como escritor, creo que hubiera yo sobresa-lido en todos los estilos». Fiel a su concepción canónica de lo literario, en la lista de los libros que anota aquí como trascendentes brillan por su ausencia los folletines y los li-bros de Verne. Costa, insistimos, vuelve a recontar sus composiciones y pondera su valía, según su parecer, en los géneros descriptivo, festivo y sublime.

JOAQUÍN COSTA, UN HÉROE A LO CARLYLE

We have repeatedly endeavored to explain that all sorts of Heroes are intrinsically of the same material; that given a great soul, open to the Divine Significance of Life, then there is given a man fit to speak of this, to sing of this, to fight and work for this, in a great, victorious, enduring manner; there is given a Hero, —the outward shape of whom will depend on the time and the environment he finds himself in. (Carlyle, 1841: lecture iv, 15 de mayo de 1840)

Casi al final del primer cuadernillo del Nosce te ipsum, a principios de agosto de 1868, Costa anuncia que escribirá en breve de su corazón en particular. Cumplidor con sus promesas, el relato del segundo cuadernillo abandona li-bros, composiciones y conocimientos enciclopédicos para centrarse en la indagación del carácter de Costa. Este se-gundo cuadernillo será, sin duda, el que más agrade al lector curioso por conocer cómo era Joaquín Costa, o, me-jor dicho, por saber cómo se percibía, pues podemos ade-lantar que Costa forjó su carácter heroico por voluntad de ser un gran hombre y por oficiar también de cantor de sus propias hazañas: quería ser un hero y además el man fit to speak of this. Agónico conocedor de su tiempo y de su hostil environment (del ambiente, la cultura y la educa-ción, las amistades y los compañeros de trabajo algo había

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hablado Costa en el Nosce te ipsum y mucho en lo que llevaba escrito de sus Memorias), Costa sabía que el tem-peramento con el que se nace es una cosa y el carácter que se hace otra cosa bien distinta. Él forja su carácter desde una individualidad rabiosa, desde una voluntad de hierro que consolida con el hábito del estudio y el propósito ter-ne de dejar reflejada aquella en forma de diarios, memorias y otros escritos autobiográficos. Cada acontecimiento vivi-do repercutirá en Costa, poseedor (sufridor) de una gran emotividad, de manera extremada, hasta tal punto que la inclinación a responder a los estímulos ajenos lo conducirá a comportamientos también exagerados. A su carácter ma-nifiestamente apasionado (es reveladora por entonces su idolatría por Chateaubriand y Lamartine) Costa unirá una emotividad colérica reactiva que le provocará no pocos problemas en sus relaciones con los otros. De la lectura de «Mi corazón» y del resto de los capítulos del segundo cua-dernillo del Nosce te ipsum deducimos que Costa, como buen apasionado, gusta de trabajar solo, de estudiar de manera metódica, de estar eternamente ocupado en algo, posee una memoria y una imaginación asombrosas…, pero, como colérico ejemplar, se arrebata, improvisa, de-rrocha energías en varios asuntos a la vez, suele incurrir en la dispersión y hasta salta de una ambición a otra, de un asunto a otro, al poco de reaccionar con ira ante un desplante, un inconveniente, un obstáculo en lo que él entiende como destino inexorable de ser alguien (Ara, 2011a). En fin, Costa cambia frecuentemente de actividad y no es menos usual que no termine lo que un día empe-zó con bríos apasionados.

Costa tuvo un carácter difícil, mezcla de orgullo y hu-mildad, de vanidad y timidez, de afirmación iracunda e insatisfacciones íntimas, pero ante todo el modelo al que correspondía, en lo que tuvo de cantor de sí mismo como héroe, es el del temperamento fuerte, el arquetipo ejemplar del great man esbozado en libros capitales como El culto a

XX JUAN CARLOS ARA TORRALBA

los héroes de Thomas Carlyle (conferencias de 1840 y pri-mera edición en libro al año siguiente, 1841). No parece que Costa pudiese haber leído al sabio inglés a la altura de 1868, pero, si cotejamos algunas de sus reflexiones con los análisis de Carlyle, habremos de encontrar asombrosas se-mejanzas que permiten clasificar su carácter como uno arquetípico del siglo xix.

Así, y es un ejemplo muy revelador, Costa hablaba de sí habitualmente como de un salvaje (¡ojo!, nunca cruel), de un hombre sincero, enemigo de las convenciones sociales, que lucha siempre por la verdad de las cosas. Del mismo modo Thomas Carlyle definió la sinceridad salvaje —y fatal-mente trágica— como componente intrínseco del héroe:

A sort of savage sincerity, —not cruel, far from that; but wild, wrestling naked with the truth of things. In that sense, there is something of the savage in all great man. (Carlyle, 1841: lecture v, 19 de mayo de 1840)

Un corazón salvaje casa bien con uno tierno y compa-sivo como el de Lutero, que disecciona Carlyle en la misma conferencia: «A most gentle heart withal, full of pity and love, as indeed the truly valiant heart ever is».

Costa, salvaje de corteza y poeta de corazón, quiso ser siempre un gran hombre merecedor de una infancia céle-bre. Por eso escribió de sí y de sus inicios una y otra vez hasta bien adelantada la treintena. Nunca escondió su admi-ración por las vidas ejemplares leídas en centones y enci-clopedias. Curiosamente, la fascinación por los grandes hombres es otra de las características de esos santos, poetas, héroes al cabo, descritos por Carlyle:

I say great man are still admirable; I say there is, at bottom, nothing else admirable! No nobler feeling than this of admiration for one higher than himself dwells in the breast of man. It is to this hour, and at all hours, the vivifying influence in man’s life. (Carlyle, 1841: lecture i, 5 de mayo de 1840)

LOS TEXTOS SATÉLITES DE LAS MEMORIAS COSTISTAS XXI

De este modo, Costa forjó su carácter según los mo-delos librescos que había leído —y cuya relación domi-na, claro, el primer cuadernillo del Nosce te ipsum— con el fin de ganarse un lugar en la historia, una entrada en la enciclopedia del progreso humano. Decía Carlyle al respecto:

For, as I take it, Universal History, the history of what man has accomplished in this world, is at bottom the History of the Great Man who have worked here. They were the leaders of men, these great ones; the modellers, patterns, and in a wide sense creators, of whatsoever the general mass of men contrived to do or to attain. (Carlyle, 1841: lecture i, 5 de mayo de 1840)

La consecuente tendencia a la megalomanía no fue, por tanto, específica de Costa, sino que encuentra su explica-ción en todo un modo de conocimiento histórico provi-dencialista muy propio del siglo xix occidental. Otra cosa es que ciento cincuenta años después tengamos la suerte de conservar unos papeles íntimos que hayan dado buena cuenta de este particular modo de ver y comprender el mundo. Y es que un carácter fuerte había de tender hacia lo divino, hacia lo gigantesco, de una manera natural:

Untamed Thought, great, giantlike, enormous; —to be tamed in due time into the compact greatness, not giantlike, but godlike and stronger than gianthood, of the Shakespeares, the Goethes!— Spiritually as well as bodily these men are our progenitors. (Carlyle, 1841: lecture i, 5 de mayo de 1840)

La premisa de que los auténticos progenitores de los grandes hombres son los héroes de etapas pretéritas expli-ca la conmovedora confesión de Costa acerca del «amor filial muy reducido» que sentía por sus padres. Escrita el 10 de septiembre de 1868, dicha confidencia da prácticamente término al capítulo dedicado a «Mi corazón» y solo la suce-de un cántico sublime a la poesía: el héroe acepta el cáliz

XXII JUAN CARLOS ARA TORRALBA

amargo de su destino solitario renunciando al amor filial —pero también al fraternal y amical, desde luego—.

Y es que, como repite en el siguiente capítulo del cua-dernillo, «Mi carácter» —muy equivalente a «Mi corazón»—, Costa, con su rígido programa vital, fue mal compañero de viaje de padres, parientes, amigos y condiscípulos. De he-cho, siguiendo a Balmes, ve en los demás lo que no es él mismo, y desarrolla la reflexión sobre su carácter como si fuera un programa escolar de cualquier disciplina: primero los puntos («enemigo de la hipocresía, de la injusticia, de la crueldad, del escándalo y del cinismo, violento y desconfia-do por instinto, y amante de la patria hasta el extremo de mentir y encolerizarme contra la razón misma») y luego su desarrollo metódico hasta el final del apartado.

Y hasta aquí, en el Nosce te ipsum, han discurrido las in-dagaciones acerca de la memoria (libros y composiciones) y del entendimiento («lo que sé y lo que comprendo») del alma de Joaquín Costa. Faltaba la introspección de la volun-tad. De ello se ocupa el último capítulo del segundo cuader-nillo, de título «Aspiraciones de mi alma». Instalado en el sentimiento de fracaso de su proyecto vital, la voluntad he-roica de Costa se traslada nada más y nada menos que a su propia descendencia. Es «Aspiraciones del alma» un ensayo procrónico de los futuros Costa. Si Carlyle hablaba de los héroes como de los verdaderos progenitores, ¿cómo no había Costa de figurar su prole futura como la de unos pequeños héroes que tuvieran a los pretéritos —incluido él mismo— de modelo? Por descontado, de modelo libresco, pues ese futuro es el de una colección de «gran número de volúme-nes» titulada Vida y escritos de los Costa; el círculo vicioso de Mis composiciones se ampliaba hacia un infinito también cíclico —mítico, heroico— de escritos de los Costa, todos con nombres simbólicos. Eso sí, no había sitio para posibles heroínas Costa. Tampoco les había reservado uno Carlyle, por supuesto. El héroe del xix es viril y masculino. Tal vez por esta razón, cuando a Costa le nació una niña real, en 1883, hubo de ponerle por nombre Antígone.

LOS TEXTOS SATÉLITES DE LAS MEMORIAS COSTISTAS XXIII

CRISIS PERSONAL, CRISIS NACIONAL: IRRUMPE EL EXTERIOR

Sabemos que Joaquín Costa comenzó la escritura de las Memorias en 1864 tras un momento de intensa crisis personal motivada por el doloroso abandono de Zaragoza y de las aspiraciones de alistarse como soldado en la gue-rra de Puerto Rico. Un enfrentamiento con su padre termi-nó con Costa en Huesca al servicio del pariente lejano Hilarión Rubio. También el Nosce te ipsum nace de una crisis intensa. Costa está en el verano de 1868 en Barbastro atado a una máquina de extracción de grasas como partí-cipe de una sociedad en la que lo han embarcado Rubio, Barón, Lasala y Romero y donde ha invertido sus ahorros de discípulo observador de la Exposición de París. Costa no solo se siente engañado y sabedor de que se han esfu-mado dinero e ilusiones, sino que también percibe como una lamentable pérdida de tiempo las jornadas pasadas junto a una máquina que nunca acaba de funcionar. El proyecto vital se tambalea y es hora de introspecciones y de indagaciones acerca del programa biográfico nueva-mente estancado.

Ahora bien, septiembre de 1868 anuncia cambios en la vida política nacional que Costa verá bien pronto proyec-tables a su empresa personal. El apasionado y colérico Costa (Ara, 2007) está a punto de abandonar la composi-ción literaria complementaria a las Memorias. No lo sabe todavía en los comienzos de septiembre, pues es posible que reserve hueco para nuevos capítulos y anotaciones del Nosce te ipsum, circunstancia que se deduce del salto alfa-bético entre las «Notas A» y «B» que acompañan el texto del primer cuadernillo, las «Notas C», «D» y «E» del segundo y las «H» y «L» del tercero y último; faltan letras, y es posible, por tanto, que Costa tuviese en mente completar el Nosce te ipsum. Inconscientemente, sin embargo, Costa da un salto en los puntos de reflexión desarrollables para trasladar su

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atención a lo que llamó «Mis ideas políticas»: ¿pura coinci-dencia con el ambiente enrarecido previo a la revolución de la Gloriosa? No lo creemos. De hecho, comienza Costa su texto para el Nosce te ipsum de manera más bien displi-cente hacia la cosa política, manteniendo un tono católico y balmesiano bastante similar al que ha sostenido en ante-riores cuadernillos. Dice que le gustaría un «gobierno pa-triarcal», muy en consonancia con sus orígenes rurales y de acendrado cristianismo, y termina, cómo no, sintetizando su composición, de mayo de 1868, acerca de una «Confe-deración Ibérica». Una nota del 13 de octubre, todavía en Barbastro, y la «Adición» del 27 de diciembre, con Costa ya instalado en Madrid, cambian tono y sentido al texto. Un repentino entusiasmo republicano y federal, derivado de sus relaciones con una realidad bien ajena a la del trabaja-dor solitario atado a una máquina de extracción de grasas, sacan a Costa del ensimismamiento reflexivo. En la conti-nuidad del cuadernillo Costa añade una tardía reflexión, del 1 de febrero de 1870, bautizada como «Católicos labia-les, católicos cordiales», donde deja clara la confrontación entre la Providencia cristiana y la nueva iglesia del progre-so de la que será fiel feligrés. El capítulo siguiente, «Mis ideas religiosas», es absolutamente anacrónico; mejor di-cho, analéptico, pues está fechado en Barbastro el 23 de septiembre de 1868, y en él Costa anticipa sus ideas acerca del interés íntimo y colectivo de su concepto de refugium, pero todavía desde una perspectiva demasiado deudora de su pasado como lector de Balmes.

Estas deudas desaparecerán definitivamente con su ins-talación en Madrid desde noviembre de 1868. Allí, en la ca-pital de España, cambiarán sus lecturas —en especial la de libros esotéricos como el Progreso de los siglos o la Obra de la Misericordia—, y con ellas sus ideas políticas y religio-sas. Pero este es un asunto que el lector de estas líneas puede corroborar ojeando las entradas correspondientes de las Memorias de los años 1869 y siguientes. Lo que

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quedaba claro con esa irrupción de la realidad exterior y la aparición de nuevas ilusiones en la vida de Costa era que el proyecto que conocemos como Nosce te ipsum estaba heri-do de muerte. Que el último capítulo de este, breve y ano-dino, lleve el socorrido e insípido título de «Varia» resulta de lo más significativo. Lo es también, significativo, que Costa no hablara en él tanto del carácter como de una circunstan-cia física que habría de agriar aquel todavía más en el futu-ro: el agravamiento de la distrofia muscular y los inútiles tratamientos terapéuticos que siguió. El Nosce te ipsum ter-minaba con quejumbre física, no moral ni filosófica.

DISTINTOS MODOS DE CONTAR LA MISMA MATERIA: LAS NOTAS BIOGRÁFICAS

Con las Memorias y el Nosce te ipsum no agotó Costa las maneras de recontar su biografía. Arrancan las Notas bio-gráficas conservadas entre sus papeles con un proyecto (este sí, acabado) titulado inicialmente Mi vida y que Costa rebautizó, consciente de la tercera persona empleada en la redacción, como Una vida. Una vida es, en efecto, un re-lato en tercera persona compuesto por cuatro capítulos donde Costa refiere episodios de su infancia en Monzón y Graus. Esbozado también hacia 1868, tiene una escritura fragmentaria y las frases sueltas comienzan con participios, gerundios e infinitivos que pretenden dar al texto un carác-ter mucho más ajeno, novelesco o incluso teatral (abun-dan los diálogos y las frases sueltas a veces suenan a modo de acotaciones) que en el caso de los diarios o del Nosce te ipsum. Fue Una vida otra manera de escribir la infancia célebre que no fue del pequeño C. El ostinato quejumbroso es el mismo que resuena en las Memorias y en el Nosce te ipsum, y afloran de nuevo el escaso amor paternal por un hijo curioso, el lamento por la ausencia de un alma tutelar, el orgullo por los pequeños triunfos en la aplicación práctica

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de los conocimientos librescos y el rencor del despreciado por raro. El final de la infancia célebre escrita es, según era de esperar, más propio de una infancia trágica.

En Chapinería y 1870 Joaquín Costa escribe otras Notas sueltas donde vuelve a contemplar el origen y los progre-sos de su proyecto vital hasta la fecha. Son esas Notas un cajón de sastre donde se combinan nuevos listados —los Periodos entre los que aparece su breve periplo zaragoza-no de 1863— con anotaciones en primera y tercera perso-na sobre las nuevas composiciones ideadas ya en Madrid, de su patriotismo, de su carácter difícil y de su educación literaria. Por su lado, el Criterio, compuesto por fragmentos escritos entre agosto de 1868 y octubre de 1869 (en Barbas-tro y Madrid), responde a la balmesiana máxima de cono-cerse a sí mismo mediante el escrutinio de los caracteres ajenos. Complemento, por lo expuesto, del Nosce te ipsum, este Criterio habla del carácter de Costa en contraposición con las ambiciones y los intereses de otros —personajes que aparecen solo con sus iniciales pero cuya verdadera identidad desvelamos en la edición—. Supone uno de los primeros testimonios del agravamiento de la crisis de la relación entre Costa e Hilarión Rubio. La emancipación de-finitiva de esta tutela llegará más tarde, según tendremos ocasión de ver en la Declaración de 1872, pero la lectura de los episodios relatados en el Criterio arroja mucha luz acerca de varios momentos de la vida de Costa en aquellos años de 1868 y 1869. Y lo mismo podemos decir de las Exageraciones, texto escrito en Barbastro en agosto de 1868, pues es una continuación del Criterio con la exposi-ción de casos de conducta de Hilarión Rubio como ejem-plos de carácter hiperbólico, simplón e ignorante.

Por último, el texto que Costa tituló Mon enfance parece un borrador, un anticipo de lo que sería Mi vida y luego, según sabemos, Una vida. En él Costa persevera en sus ensayos de extrañamiento y mise en abyme escribiendo en francés el título y la explicación del texto y anunciando que

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lo escribe supuestamente un otro que lo conoce casi mejor que él mismo. Es Mon enfance un nuevo intento de cono-cerse a sí mismo pero desde la impostada objetividad de un tercero y el ocultamiento a través del empleo de códigos secretos, en este caso no de jeroglíficos y criptogramas, sino del uso macarrónico de unos idiomas distintos al castellano.

COSTA Y LOS CARACTERES AJENOS: LAS SEMBLANZAS DE 1869

Liberado, al fin, de la esclavitud que lo ataba a la má-quina de la Sociedad Extractora de Barbastro, Joaquín Costa viaja y se instala en Madrid en octubre de 1868. Hospedado en casa de Florencio Vidal (Arco de Santa Ma-ría, 7, segundo piso), va abandonando la tutela de Hilarión Rubio para aceptar, malgré lui, la influencia de una nueva, la de su tío Pepe, el canónigo José Salamero Martínez (Ara, 2011d). Y decimos a su pesar porque Costa jamás quiso reconocer —y si lo hizo, lo hizo a regañadientes— como protector a aquel primo de su madre que lo tomó como pupilo en los años anteriores a los estudios univer-sitarios en la Central de Madrid. Entre los papeles del le-gado de Ana María Ortega hay una hojita suelta, fechable en el otoño-invierno de 1868, donde Costa escribe:

Cuarto viaje a Madrid. Continúo el estudio sobre los hombres. Principio y se desarrolla bastante el de la políti-ca. Aprendo algo de historia natural, historia profana y geografía estudiando estas materias para explicarlas en el Colegio de Santa Isabel.

También en sus Memorias apunta Costa que el 16 de noviembre de 1868 ha entrado a trabajar de profesor en el Colegio Hispanoamericano de Santa Isabel (Barquillo, 5). No dice allí, porque no quiere reconocer la deuda, que aquel empleo lo ha conseguido por recomendación

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de José Salamero, a la sazón director del centro. Desde aquellas agonías de 1868 hasta el logro de la plaza de oficial letrado en 1876 —y también más tarde—, Costa pasará muchas temporadas en casa de Salamero, incluso lo habrá de acompañar a balnearios que calmarán la quebrada salud de ambos y, por descontado, recibirá can-tidades en préstamo de manos y bolsillo del presbítero. Costa no soportará esta protección justamente en un perio-do en el que está adentrándose en los círculos racionalistas madrileños. A esta circunstancia deben añadirse nuevas humillaciones infligidas por la grey ultramontana de Sala-mero en Madrid. Rodeado, en casa de Florencio Vidal, de parientes y deudos comarcanos de Salamero, Costa sien-te como agravios —y con este título se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Huesca una reveladora hoja manuscrita en la que Costa enumera varios de los sufridos en casa de Vidal— las preferencias de Salamero por otros miembros, como Florencio Vidal o Pedro Fuer-tes, y sobre todo por otro sobrino suyo, Antonio Ibor Guardia.

Exactamente en ese lugar y tiempo, Madrid, 2 de di-ciembre de 1868, Costa comienza a escribir las Semblanzas (Ara, 2018), cuadernillo finiquitado en noviembre de 1869 —salvo unas líneas añadidas en 1872—. Con el fin de com-prender cabalmente la génesis de las Semblanzas, del texto, ya supracitado, de la hojita del otoño-invierno de 1868 debemos recordar sobre todo esta frase: «Continúo el estu-dio sobre los hombres». Quiere decir Costa que, abandona-do el Nosce te ipsum —excepto las notas que va agregando al releerlo periódicamente—, persevera sin embargo en el consejo balmesiano de estudiar el carácter y el resorte último de los demás hombres. De allí nacen las Semblan-zas y de allí, asimismo, la escritura de los títulos («Todo malicia», «Todo vanidad», «Todo avaricia»…) que en casi toda ocasión ofician de epígrafes de estos estudios sobre los caracteres ajenos. No otra cosa sino retratos morales

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—en puridad, etopeyas— son las Semblanzas escritas por Costa.

Son unos retratos que, ciertamente, dicen más del ca-rácter del propio Costa que de las personas que desfilan, numeradas y semiocultas tras iniciales, por las Semblan-zas. Y es que, salvo Elena Gil, su prima —una pariente de la rama adinerada de los Gil con la que soñó en alguna ocasión casarse para medrar socialmente—, sus amigos Antonio Mata, Basilio Rosell —este desde los tiempos de becado de la delegación española en la Exposición Uni-versal de París de 1867— y Vicente Fuertes, los misterio-sos Sa. L. y Ma. Mn. y, claro, él mismo, los caracteres que retrata Costa son literalmente despedazados por su incle-mente pluma; trece de veinte, ahí es nada. Difícil y agrio, exigente con los demás y consigo mismo, Costa termina dedicando el doble, casi el triple de extensión a su propia semblanza que a las del resto —después, todo sea dicho, de una primera redacción que tacha y rehace definitiva-mente—. En este sentido, las Semblanzas deben leerse como singular continuación del Nosce te ipsum. Que las comenzase a escribir —seguro que de tirón y tras un arre-bato colérico— el 2 de diciembre de 1868, tres días antes de anotar en sus Memorias «¡Cuán mal estoy en este Cole-gio! ¡Cuánto sufro!», es también indicativo del momento de crisis que siempre anunciaba un comienzo de escritura compulsiva de un nuevo proyecto.

EL CASO HILARIÓN RUBIO: UN AJUSTE DE CUENTAS EN 1872

Para entender cabalmente el contenido de la Declara-ción a don Hilarión Rubio, último de los textos de naturaleza biográfica que editamos en este libro, resulta imprescindible recordar el difícil carácter de Joaquín Costa y el traumático

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final de las relaciones que mantuvo con los que en un tiempo fueron sus mentores. Como indicamos en otro lu-gar hablando de su relación con Francisco Giner (Ara, 2011b), la biografía de Joaquín Costa hasta 1897 se puede explicar como una sucesión de fracasos en la búsqueda del anhelado mentor definitivo que encauzase su progra-ma vital. Sabemos que, solitario y orgulloso, Costa fue mal compañero de viaje de cercanos y conocidos. Sabe-mos también que él mismo se ufanaba de su carácter salvaje desde los tiempos en que comenzó a escribir sus Memorias (1864-1878) o el Nosce te ipsum (1868). Los dos textos, por cierto, nacieron, según indicamos, en unos momentos cruciales de crisis de emancipación: en el caso del primero de aquellos, su padre, quien no quería que su hijo fuera soldado, le prohibió alistarse en un ejército que por aquel entonces de 1863 se batía en Santo Domingo. Costa aceptó a regañadientes la orden y marchó a Huesca para servir de criado, de mozo-para-todo de Hilarión Ru-bio. El resultado de esa primera humillación (Costa, rece-loso, suspicaz, siempre sintió como agravio personal cualquier consejo que pudiera desviar el rectilíneo pro-grama vital que geométricamente trazaba en su magín desde joven) fue el efectivo alejamiento de la comunidad familiar y la entrada en el mundo del trabajo dependiente y del estudio. Respecto de la primera tutela, la de sus padres, hemos de recordar que Costa había confesado en 1868, dentro del Nosce te ipsum, que a él mismo le extra-ñaba el escaso amor filial que profesaba a sus progenito-res. En el caso de la segunda tutela, hemos anotado más arriba que el Nosce te ipsum también nació de una crisis relacionada con una emancipación, en esta ocasión de Hilarión Rubio.

Y es que, después de su padre, la siguiente figura tutelar en la vida de Costa fue precisamente aquel Hilarión Rubio para el que trabajó en Huesca y que le costearía los estu-dios en el Instituto Provincial a cambio de duros trabajos de

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criado, primero, y de otros más llevaderos de delineante para sus obras, después. Él lo salvó de nuevas humillacio-nes sufridas en el seno del hogar de acogida —infligidas por la malhumorada madre de Rubio y de algunas de las otras criadas de la casa— y le proporcionó, indirectamen-te, la oportunidad de ir a París como pensionado albañil en la comisión española para la Exposición de París de 1867. En lo que ve y aprende Costa en la Ciudad de la Luz se fragua el inicio de las primeras disensiones con su protector, quien además profesa una ideología carlista, alejada cada vez más de ese racionalismo que va germi-nando en el cerebro de Costa conforme avanza en sus lecturas y sus estudios. Por si fuera poco, Rubio embarca a Costa, en Barbastro y 1868, en el nebuloso y turbio proyecto de una sociedad extractora de aceite que termi-na en ruina y también con el dinero ahorrado por Costa en París. Sabemos que Costa celebra en sus Memorias y en el Nosce te ipsum la llegada de la Gloriosa, entre otras razones, quizá porque entiende que dentro de sí se pro-duce también una rebelión que le permitirá emanciparse de un individuo que cada vez le resulta más ridículo y distante, según se puede comprobar en los renglones del Criterio y las Exageraciones, aquí editados. Los rifirrafes, anotados con delectación y corrosiva ironía por Costa, acaban no solo por romper la relación, sino también en un literal ajuste de cuentas en el que Rubio ha de decla-rar por escrito el final de la protección y el reconocimien-to de las deudas materiales contraídas y satisfechas a lo largo de los años entre ambos.

Así, entre los papeles que custodiaban los legatarios de Costa en Barcelona se encuentra la Declaración a don Hilarión Rubio, donde Rubio y Costa firman ante un ter-cero —el grausino Pedro Gambón— el fin de las relacio-nes. El interés biográfico de la Declaración es subido, tanto por los acontecimientos detallados en él como por el hecho de que en el laberinto de los papeles costistas

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las llamadas intertextuales son innúmeras, en el sentido de que Costa echa mano de sus Memorias como prueba judicial para la Declaración, mientras que la Declara-ción sirve como nuevo memorándum que, al cabo, con-servará entre sus papeles más íntimos hasta el final de sus días. Esta Declaración es, según se mire, un pa-limpsesto autobiográfico más, una nueva manera de re-contar la misma materia de las Memorias, del Nosce te ipsum, de las Notas sueltas o de las Semblanzas. Costa vuelve a hablar de sí mismo, esta vez desde el género notarial, tal vez aquel género reservado en el que al cabo se encontrará más a su gusto, liberado de los atre-vimientos y los íntimos impudores juveniles, y desde el cual sella el Nosce te ipsum con el admonitorio lema «No leáis el secreto de mi alma».

LOS MANUSCRITOS

Como ya indicamos con ocasión de la publicación de las Memorias, Joaquín Costa aprovechaba al máximo el papel para escribir sus notas y confeccionar cuadernillos. Él mismo nos dice en las Memorias que escribe en «des-graciados fragmentos de papel, tristes confidentes míos», y más adelante señala: «algún día no tengo papel, y tengo que revolver los cuadernos antiguos para arrancar la hoja u hojas que quedaron en blanco, y eso que gasto costeras de real». Para la escritura del Nosce te ipsum Costa usaba hojas de papel barato que plegaba para crear cuatro paginitas donde emborronar los anhelos íntimos. Con la secuencia de pliegos de diminuto tamaño componía los cuadernillos, cosidos rudimentariamente y cerrados con cubiertas no menos primitivas y casi siempre también rea-provechadas. Tres son los cuadernillos del Nosce te ipsum que se custodian en el Archivo Histórico Provincial de Huesca. He aquí su descripción.

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Cuaderno primero

Se conserva en el sobre 11 de los papeles legados por Ana María Ortega Costa. Es un cuadernillo de 21,5 por 16,5 centímetros plegado y cosido por el propio Costa. Consta de 72 páginas numeradas a lápiz. Comienza en la página 3, pues faltan la cubierta y las dos primeras páginas. El con-tenido sigue el esquema de un texto principal seguido por unas páginas de notas. Así:

[Falta título], páginas 3-20.«Mis medios de instrucción», páginas 20-40.—«Notas A», páginas 41-46.«Lo que sé y lo que comprendo», páginas 47-66.—«Notas B», páginas 66-72.

Cuaderno segundo

Se conserva en el sobre 3 de los papeles legados por Ana María Ortega Costa. Es un cuadernillo de 21,5 por 16,5 centímetros plegado y cosido por el propio Costa. Consta de 64 páginas numeradas a lápiz. En la numeración no se incluye la cubierta.

Cubierta: «Rsrvd.º / Borradores y bocetos / Agosto 1868 / a / [no hay fecha de finalización] / Nosce te ipsum / Cuader-no 2.º / Barbastro». Además reproduce algunos signos de la escritura secreta que utiliza Costa y que se traducen como «No leáis el secreto de mi alma», debajo de los cuales apare-ce un jeroglífico traducible como «Costa». El contenido se estructura en tres capítulos, cada uno de ellos seguido por unas páginas de notas. Así:

«Mi corazón», páginas 1-17.—Texto escrito seguido hasta la página 8, en la que

hace un inciso, «Hasta aquí 1.º de agosto 1868». Continúa en otra jornada hasta la página 18, que data «Barbastro, 10 de septiembre de 1868»

Siguen 4 páginas en blanco con errores en la nume-ración.

XXXIV JUAN CARLOS ARA TORRALBA

—«Notas C», páginas 21-24.«Mi carácter», páginas 25-37.—Finaliza con la datación «Barbastro, 8 de agosto de

1868».—«Notas D», páginas 37-39. La última de las notas lleva

la fecha «10 octubre».Páginas 40-41 en blanco.«Aspiraciones de mi alma», páginas 43-53.—Finaliza con la datación «Barbastro, 24 de septiem-

bre 68».—«Notas D», páginas 53-55.

Cuaderno tercero

Se conserva en el sobre 3 de los papeles legados por Ana María Ortega Costa. Es un cuadernillo de 21,5 por 16,5 centímetros plegado y cosido por el propio Costa. Consta de 32 páginas numeradas a lápiz. En la numeración no in-cluye la cubierta.

Cubierta: «(Rsrvd.º) / (Borradores y bocetos) / —Sep-tiembre 1868— / Nosce te ipsum / Cuaderno 3.º / Barbastro». Además reproduce algunos signos de la escritura secreta que utiliza Costa y que se traducen como «No leáis el secre-to de mi alma», debajo de los cuales aparece un jeroglífico traducible como «Costa». El contenido se estructura en dos capítulos, cada uno de ellos seguido por unas páginas de notas más una «Adición» y un apartado final titulado «Varia». Así:

«Mis ideas políticas», páginas 1-6.—Finaliza con la datación «Barbastro, septiembre

1868».—«Notas H», página 7. Dos notas datadas en «Barbas-

tro, 13 octubre 1868».«Adición a mis ideas políticas», páginas 7-11. Apartado

compuesto por dos textos escritos en fechas distintas.—El primero datado en la página 11 en «Madrid, 27

diciembre de 1868».—El segundo texto ocupa parte de la página 11. Está

fechado en «Madrid, 1.º de febrero de 1870».

LOS TEXTOS SATÉLITES DE LAS MEMORIAS COSTISTAS XXXV

«Mis ideas religiosas», páginas 13-19.—Finaliza con la datación «Barbastro, 20 septiembre

1868».—«Notas L», páginas 19-21. Dos notas datadas en «Bar-

bastro, 18 octubre 1868».Siguen tres páginas en blanco.«Varia», páginas 25-27. Último párrafo fechado el «10

octubre 68».

En cuanto a las Notas biográficas, estas comienzan con el manuscrito Una vida. Se conserva en el sobre 3 de los pape-les legados por Ana María Ortega Costa. Es un cuadernillo en octava, de 15,5 por 10,5 centímetros, realizado a partir de hojas plegadas por el propio Costa. La cubierta y las 5 últi-mas páginas están elaboradas con otro papel y miden 13,5 por 10 centímetros. Consta de 26 páginas y 5 hojas sueltas. La cubierta reza: «Lope de Vega tuvo un tío sa / cerdote que comprendió y fe / cundó ingenio; como Cao, co / mo Pico de la Mirandola…».

Las siguen en esta edición los Periodos, una hoja suelta manuscrita de 13,5 por 10,5 centímetros conservada tam-bién en el sobre 3 de los papeles legados por Ana María Ortega Costa. Vienen después unas Anotaciones. La prime-ra, que se conserva en el mismo sobre 3 y consiste en un pliego (4 páginas) de 16,5 por 11 centímetros, comienza con «Tenía las manos» y termina con «hablando de Colón)». A continuación hay otra, también en el sobre 3, una hoja de 6,5 por 10 centímetros, que empieza con el texto «He sido cuanto hay que ser» y acaba con «he leído mucho y pensado también mucho». La sigue otra, igualmente en el sobre 3, consistente en una hoja de 11,5 por 8 centímetros, que se inicia con el texto «Una de las cosas que más le irritaba» y finaliza con «(Clericalismo)». Luego hay otra, también en el sobre 3, una hoja escrita a lápiz de 11 por 8 centímetros, que comienza con el texto «Todas las perso-nas» y termina con «el carácter más sencillo». Y al fin en-contramos cuatro hojas sueltas adjuntas al cuadernillo de

XXXVI JUAN CARLOS ARA TORRALBA

Una vida, de 6,5 por 10 centímetros, cuyo texto se inicia con «Su patriotismo» y finaliza con «se le comieron los to-pos…».

El texto del Criterio y las Exageraciones proviene de un cuadernillo de 12 páginas (de 16 por 11 centímetros) reali-zado a partir de 3 pliegos cosidos a mano. Se conserva en el sobre 3 de los papeles legados por Ana María Ortega Costa. El texto del Criterio ocupa las páginas 1-6 y el de las Exageraciones las 7-12.

Mon enfance es un pliego de 12 por 8 centímetros que se conserva en el sobre 11 de los papeles legados por Ana María Ortega Costa.

Por lo que respecta al manuscrito de las Semblanzas, se trata de un cuadernillo en octava, de 15,5 por 10,5 centíme-tros, realizado a partir de hojas plegadas y cosidas por el propio Costa. Conservado en el sobre 3 de los papeles le-gados por Ana María Ortega Costa, consta de 20 páginas sin numerar escritas a lápiz hasta la 11. Su cubierta reza: «(Rsrvd.º) / Semblanzas. / Noviembre 1869. / Princ. Madrid 2 Dic.e 1868. [tachado a lápiz]».

Y, por último, la Declaración a don Hilarión Rubio es un manuscrito de 10 páginas (de 22 por 16,5 centímetros) cosidas a mano más la cubierta, de las cuales la Declara-ción ocupa las páginas 1-8 y la carta final a Pedro Gambón las 9-10. Se conserva en el sobre 3 de los papeles legados por Ana María Ortega Costa.

NUESTRA EDICIÓN

Como en el caso de la publicación de las Memorias de Joaquín Costa, el propósito de dar al público una edición del resto de los escritos biográficos de juventud desacon-sejaba una edición facsimilar o paleográfica que simple-mente habría trasladado la dificultad de lectura original a un nuevo soporte. Es por ello por lo que esta edición

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moderniza y actualiza la escritura de Costa conforme a las normas vigentes de ortografía y puntuación.

Por lo tanto, se moderniza la puntuación (coma, punto y coma, puntos suspensivos, signos de admiración e inte-rrogación…), la inicial de los meses del año pasa a ser minúscula, determinadas palabras se actualizan según el diccionario vigente, se corrigen los casos de leísmo cuando no son aceptables por la Real Academia Española, como también muchas de las concordancias ad sensum, señala-damente las muy forzadas o explicables por la urgencia de la escritura… En cuanto a los subrayados, a diferencia de lo que ocurría con las Memorias, los textos presentan solo dos fases bien diferenciadas: los que hace el propio Costa en el mismo tiempo de escritura de la redacción original y los que hace cuando vuelve a los textos meses o años más tarde para recordar algún pasaje o acontecimiento y no duda en señalar con trazo más grueso o tinta diferente pa-labras, sintagmas o frases. Solo transcribimos en cursiva los subrayados del tiempo de escritura original.

Un aspecto especialmente dificultoso —y que distingue la edición del Nosce te ipsum de la ya trabajosa de las Me-morias— es la transcripción de los textos añadidos, las frases interlineadas y las notas originales de Costa. Los pri-meros se reubican en el lugar adecuado del discurso y en nota que indica la autoría del reclamo original; los segun-dos se editan en su lugar correspondiente, sin indicación o nota, salvo que se trate claramente de un añadido muy posterior; en cuanto a las notas del Nosce te ipsum, el pro-pio Costa las agrupó al final de los capítulos o del mismo cuadernillo con una clasificación alfabética («Notas A», «No-tas B», etcétera) a la que seguía una indicación acerca de la página del manuscrito original a la que aludían. Hemos respetado en su mayor parte su condición de notas, acla-rando la autoría de Costa, pero su despliegue caótico—al que hay que añadir errores en el reclamo a la página co-rrespondiente— ha aconsejado que en nuestra edición las

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reordenemos cabalmente de manera acorde con una lógica discursiva ideal que el frenesí anotador de Costa infringió en muchas ocasiones. Toda la información acerca del lugar ori-ginal de las notas se aclara en texto escrito entre corchetes.

Se desarrollan todas las abreviaturas, excepto etc., por-que en Costa es muy común el uso de &. como signo de etcétera. Del mismo modo se procede con los nombres (por ejemplo, J. Salamero pasa a José Salamero) siempre que se han podido averiguar mediante la consulta de cen-sos, documentos o libros. Los títulos de libros, revistas y artículos se uniforman transcribiendo en cursiva los prime-ros y los segundos, y entrecomillados los últimos. Se han modernizado los nombres propios y corregido los apelli-dos de personajes de la época, especialmente de los ex-tranjeros. Los errores ortográficos evidentes se han subsa-nado, así como los típicos lapsus calami por omisión (haplografía) o repetición (duplografía) de palabras o síla-bas. Los añadidos de nuestra mano se transcriben entre corchetes.

En cuanto a las palabras de difícil lectura (la escritura de Costa, según saben muy bien los costistas, es en ocasio-nes difícil de descifrar), la mayoría de las veces se ha re-suelto optar por la lección adecuada. Hay, como en el caso de las Memorias, algunos pasajes de una dificultad extre-ma: los que Costa escribe en latín, francés, inglés o italiano macarrónicos (transcritos en cursiva) como ostentación de cultura y para codificar doblemente el mensaje. Entonces se transcribe en cursiva el original, y en nota su descifrado, cuando no su hipótesis. Abundan los criptogramas de la escritura secreta particular y algún que otro jeroglífico, cuando no párrafos resultado de una combinación de am-bos; en esta edición transcribimos en el cuerpo textual —o en nota cuando los criptogramas o el jeroglifo provienen de una nota original de Costa—, y en cursiva, la traduc-ción, aclarando en nota que en el original se trata bien de un texto escrito según esa peculiar escritura secreta, bien

LOS TEXTOS SATÉLITES DE LAS MEMORIAS COSTISTAS XXXIX

de un jeroglífico, bien de una combinación de ambos mé-todos de ocultación.

En las Memorias abordamos la anotación profusa de multitud de personajes que no han quedado ni siquiera en la historia menuda de nuestros anales. Decíamos que pa-saban por allí, por las Memorias, a veces fugazmente, compañeros de instituto, de universidad, de profesión, de-lineantes, empresarios, viajeros extranjeros, familiares en segundo o tercer grado de Costa en ocasiones menciona-dos por el mote de su casa, médicos electrópatas, oficiales administrativos, sacerdotes… que, como supondrá el lector, apenas han dejado huella salvo en censos, periódicos co-marcales y libros gremiales. El reto de dar una mínima in-formación de ellos, cuando en la mayor parte de los casos solo se tienen como pistas unas iniciales, un apellido sin nombre, un nombre sin apellido o un mote, era, a todas luces, detectivesco. Por fortuna, aquella labor de anotación nos ha allanado la correspondiente a esta edición, pues la mayoría de los aludidos en el Nosce te ipsum y en el resto de los textos autobiográficos aparecen también en las Me-morias: hemos creído conveniente aludir a los pasajes y las notas correspondientes de la edición de 2011 en los esco-lios de este libro. De este modo se alcanza el nivel óptimo de complementariedad entre la edición del texto que vio la luz en 2011 y esta de los que se ofrecen al lector en 2021.

En el mismo orden de cosas, conviene señalar que, se-gún ya indicamos en la edición de las Memorias, en las notas se ha pretendido dar más profundidad a los asuntos enciclopédicos raros, difíciles o novedosos en su relación con Costa que a acontecimientos, pasajes o personajes co-nocidos por el común de los lectores. Queremos decir que era más interesante para nuestros propósitos saber quiénes eran Ignacio Pedrol Gil o León Abadías o dónde se ubica Villatobas que dedicar más de un par de líneas a recordar los datos mínimos de, por ejemplo, la Revolución de 1868 o Isabel II, y todo ello porque pensamos que de este modo

XL JUAN CARLOS ARA TORRALBA

satisfacíamos los diferentes grados de lectura e intelección: la transcripción modernizada aseguraba una lectura en primer grado bastante transparente (los textos aquí edita-dos pueden leerse y comprenderse sin necesidad de leer los escolios, ubicados convenientemente para facilitar todavía más una lectura en primer grado), mientras que las notas permitían la reconstrucción fiable de todo un universo de hombres, mujeres, lugares, objetos y eventos de cuyo despliegue ordenado debería obtenerse una enri-quecedora lectura en segundo grado del Nosce te ipsum y otros textos autobiográficos. Confiamos sinceramente en haber alcanzado estos objetivos.

LOS TEXTOS SATÉLITES DE LAS MEMORIAS COSTISTAS (1868-1872) ..................... VII

Un conócete a ti mismo bastante desconocido ............ IX«No leáis el secreto de mi alma» .................................... XIIIJoaquín Costa, un héroe a lo Carlyle ............................ XVIIICrisis personal, crisis nacional: irrumpe el exterior .... XXIIIDistintos modos de contar la misma materia:

las Notas biográficas ................................................. XXVCosta y los caracteres ajenos: las Semblanzas de 1869 .. XXVIIEl caso Hilarión Rubio: un ajuste de cuentas en 1872 .... XXIXLos manuscritos ............................................................ XXXIINuestra edición .............................................................. XXXVI

NOSCE TE IPSUM ................................................................ 1[Mi afición a los libros] .................................................. 5Mis composiciones ........................................................ 24Mis medios de instrucción ........................................... 30Lo que sé y lo que comprendo ..................................... 50Mis composiciones [cuadro aumentado] ...................... 68Mi corazón ..................................................................... 74Mi carácter ..................................................................... 91Aspiraciones de mi alma ............................................... 103Mis ideas políticas ......................................................... 116Mis ideas religiosas ........................................................ 125Varia ................................................................................ 132

NOTAS BIOGRÁFICAS SUELTAS ....................................... 137Una vida ........................................................................ 139Periodos ......................................................................... 154[Anotaciones] .................................................................. 155Criterio ............................................................................ 160Exageraciones ............................................................... 165Mon enfance .................................................................. 167

SEMBLANZAS ...................................................................... 171

DECLARACIÓN A DON HILARIÓN RUBIO ...................... 185

BIBLIOGRAFÍA .................................................................... 199

Acabose de imprimir Nosce te ipsum, de Joaquín Costa, el 14 de sep-tiembre de 2021, cuando se cumplían ciento setenta y cinco años del nacimiento del autor. Quedó así enriquecida Larumbe. Textos Aragone-ses, colección creada por Fermín Gil Encabo para el Instituto de Estu-dios Altoaragoneses en 1990, desde 2001 coeditada con Prensas de la Universidad de Zaragoza y el Gobierno de Aragón, a partir de 2007 también con el Instituto de Estudios Turolenses y siempre abierta a la participación de otras entidades oficiales y particulares en función de títulos, autores y temas. Las proporciones del libro se atuvieron al dise-ño de José Luis Jiménez Cerezo según la sección áurea en homenaje a los promotores, operarios y devotos del mundo de la imprenta. Se dispuso un texto más legible armonizando tonos y texturas al tirarlo en el tipo Garamond y con formato in-quarto. Para el logotipo de la co-lección se recurrió a la parmesana letra Bodoni como tributo de admi-ración a José Nicolás de Azara. La L capitular procede de las Constitu-ciones synodales del obispo Padilla impresas por José Lorenzo de Larumbe en 1716. La viñeta que se exhibe varias veces aparece solitaria en la portada de la Palestra numerosa austriaca que convocó Luis Abarca de Bolea, editó José Amada e imprimió Juan Francisco de La-rumbe en 1650 según se aprecia en el ejemplar que fue de Valentín Carderera y Solano y, antes, de Tomás Fermín de Lezaún y Tornos. Al servicio de los lectores de esta colección, se buscó hermanar provecho y disfrute; para obsequio de los amantes del libro, quedaron conjugados cánones clásicos y procedimientos hodiernos y, en pro de la cultura, se ahormaron rasgos locales con pautas universales. ¡Ilusiones! ¡Ilusiones que alguna vez aún me convertirán en niño, que alguna vez me servirán de potro! La historia mía grabada aquí en el espejo de mi conciencia, y en una pequeña parte.

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NOSCE TE IPSUMJoaquín Costa

Edición de Juan Carlos Ara Torralba

Escrito en la convulsa segunda mitad de 1868, es el Nos-ce te ipsum no solo complemento inexcusable de las Me-morias costistas, sino una obra fundamental en la historia de la autobiografía en España. Si para un lector del siglo xxi el Nosce te ipsum puede ser entendido como un libro de autoayuda, para el Joaquín Costa de veintidós años supuso un nuevo episodio de introspección, texto abis-mal y especular donde descubrió el secreto de su alma.

ISBN

978

-84-

1340

-379

-3

UniversidadZaragozaPrensas de la Universidad

JUAN CARLOS ARA TORRALBA (Hues-ca, 1966), profesor titular de Literatu-ra de la Universidad de Zaragoza, es especialista en literatura española de

los siglos xix y xx. En su trayectoria destacan la edición de una antología de la Prosa crítica de Benito Pérez Galdós (tam-bién de su novela Doña Perfecta), los vo-lúmenes dedicados a Ricardo León (Del modernismo castizo: fama y alcance de Ri-cardo León y Los años malagueños de Ricar-do León), la edición de las Obras completas de Pío Baroja (bajo la dirección de José- Carlos Mainer), la coordinación del suple-mento al tomo vi de la Historia y crítica de la literatura española, o la supervisión y edición de los volúmenes de actas El lugar de Sender y Los textos del 98. Asimismo, es director de la revista Joaquín Costa y autor de un buen puñado de artículos de investi-gación acerca de Bécquer, Valle-Inclán, Cé-sar M. Arconada, León Felipe y otros escrito-res contemporáneos. En cuanto a su labor como investigador del patrimonio y la histo-ria literaria altoaragoneses, ha publicado el libro Arturo Zancada y Conchillos y sus pro-yectos culturales La Ilustración Militar y La Ilustración Nacional, así como numerosos artículos aparecidos en diversas revistas es-pecializadas, parte de ellos recogidos en el volumen A escala: letras oscenses. Para La-rumbe preparó la edición de La ley del em-budo, de Pascual Queral y Formigales; la de El penúltimo viaje, de Ramón Gil Novales, y la de las Memorias de Joaquín Costa.

IEAInstitutode EstudiosAltoaragoneses

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Edición de Juan Carlos Ara Torralba

Escrito en la convulsa segunda mitad de 1868, es el Nos-ce te ipsum no solo complemento inexcusable de las Me-morias costistas, sino una obra fundamental en la historia de la autobiografía en España. Si para un lector del siglo xxi el Nosce te ipsum puede ser entendido como un libro de autoayuda, para el Joaquín Costa de veintidós años supuso un nuevo episodio de introspección, texto abis-mal y especular donde descubrió el secreto de su alma.

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UniversidadZaragozaPrensas de la Universidad

JUAN CARLOS ARA TORRALBA (Hues-ca, 1966), profesor titular de Literatu-ra de la Universidad de Zaragoza, es especialista en literatura española de

los siglos xix y xx. En su trayectoria destacan la edición de una antología de la Prosa crítica de Benito Pérez Galdós (tam-bién de su novela Doña Perfecta), los vo-lúmenes dedicados a Ricardo León (Del modernismo castizo: fama y alcance de Ri-cardo León y Los años malagueños de Ricar-do León), la edición de las Obras completas de Pío Baroja (bajo la dirección de José- Carlos Mainer), la coordinación del suple-mento al tomo vi de la Historia y crítica de la literatura española, o la supervisión y edición de los volúmenes de actas El lugar de Sender y Los textos del 98. Asimismo, es director de la revista Joaquín Costa y autor de un buen puñado de artículos de investi-gación acerca de Bécquer, Valle-Inclán, Cé-sar M. Arconada, León Felipe y otros escrito-res contemporáneos. En cuanto a su labor como investigador del patrimonio y la histo-ria literaria altoaragoneses, ha publicado el libro Arturo Zancada y Conchillos y sus pro-yectos culturales La Ilustración Militar y La Ilustración Nacional, así como numerosos artículos aparecidos en diversas revistas es-pecializadas, parte de ellos recogidos en el volumen A escala: letras oscenses. Para La-rumbe preparó la edición de La ley del em-budo, de Pascual Queral y Formigales; la de El penúltimo viaje, de Ramón Gil Novales, y la de las Memorias de Joaquín Costa.

IEAInstitutode EstudiosAltoaragoneses