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Texto. Las Derechas - La Extrema Derecha en la Argentina, el Brasil y Chile, 1890-1939
Autor. Sandra McGee Deutsch
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Introducción
El no especialista que pasa revista a los títulos de los trabajos académicos sobre América Latina
en el siglo xx puede casi concluir con seguridad que el pasado reciente de la región se caracteriza
por el izquierdismo y el cambio revolucionario. Sin embargo, América Latina ha sido gobernada
con más frecuencia por la derecha que por la izquierda y, aunque estén fuera del poder, los grupos
profundamente conservadores y antirrevolucionarios han influido en grado sobresaliente en la
región. Como lo puntualizó José Luis Romero, la persistencia de estructuras socioeconómicas
atrasadas y la manera como el desarrollo capitalista dependiente fortaleció esas estructuras
otorgaron un peso particular a los movimientos y al pensamiento político de derecha en la región.1
No obstante, a los investigadores les resultan más atrayentes las revoluciones que los grupos que se
oponen a ellas. Desde comienzos de la década de 1960 y tras la Revolución Cubana, los
latinoamericanistas —muchos de los cuales se considerarían así mismos progresistas o liberales
(según el significado que se da a esta palabra en el contexto norteamericano)— prefirieron estudiar los
movimientos izquierdistas. Algunos sencillamente desecharon a los grupos de derecha como
cavernícolas o extremistas lunáticos. Aun cuando reconocieran su importancia, empero, la mayoría de
los estudiosos prefirieron no examinar un punto de vista que consideraban repugnante o deprimente.
Por ende, a pesar de su importancia, la derecha latinoamericana del siglo xx recibió una atención
académica relativamente escasa. Algunos investigadores examinaron movimientos y líderes
individuales, y también se publicaron tres estudios académicos que abordan la trayectoria completa
de la derecha argentina.2
Estos trabajos proporcionaron información valiosa sobre la ideología y las
prácticas de la derecha, pero se concentraron en países aislados.3
Sólo Romero intentó trazar la
evolución de la derecha en varias naciones. Pero dado que precedió a la mayoría de los trabajos
secundarios sobre la derecha y optó por examinar toda América Latina desde la época colonial hasta
la década de 1950, su estudio, aunque sugerente, permanece incompleto. En resumen, nadie
comparó de manera explícita las organizaciones, las ideas y las acciones de la derecha que
surgieron en diferentes contextos nacionales. Y tampoco nadie se planteó las siguientes preguntas
en un contexto comparativo: ¿cómo variaron con el tiempo y entre los distintos países la composición
de clases y de género, los motivos y los programas de la derecha? ¿Cuán exitosamente
incorporaron los grupos de derecha a su agenda las inquietudes locales en vez del simple dogma
europeo? ¿Cómo afectaron sus actividades la movilización obrera? ¿Cómo se describirían las
relaciones entre los grupos de derecha y entre éstos y las Fuerzas Armadas, la Iglesia católica, el
gobierno y los partidos políticos? Y por último, ¿cuál fue el legado perdurable de la derecha?
El siguiente estudio de los grupos derechistas de la Argentina, el Brasil y Chile –o ABC–, que
contempla el período que va de 1890 a 1939, abordará estas preguntas. Las potencias del ABC
son objetos excelentes para el análisis comparativo por varias razones, y no solamente porque se
cuenten entre las naciones más importantes de América Latina. Los estudiosos han tendido a ver
a la Argentina y a Chile como polos opuestos4; el Brasil se halla entre ellos en ciertos aspectos y
difiere marcadamente de ambos en otros. La Argentina (de 1976 a 1983), el Brasil (de 1964 a
1985) y Chile (de 1973 a 1990) experimentaron recientes gobiernos militares de derecha5
y los
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grupos que apoyaron a estos regímenes siguen siendo vigorosos. Los tres países tuvieron
importantes movimientos derechistas en el período aquí estudiado que preanunciaron algunos
aspectos de esas dictaduras. Además, el grado de influjo de la derecha varió de una nación a otra.
Uno de los objetivos de este estudio es explicar esa divergencia crucial.6
Varios factores relacionados entre sí influyeron en la elección de esta era en particular. Los años
que van de 1890 a 1939 fueron testigos del desarrollo de una doctrina de extrema derecha
moderna y del punto culminante del poder de estos grupos en los países aquí examinados. Ésa
fue precisamente la época en que se desarrolló y floreció el fascismo europeo; dado que 105 lati-
noamericanos estaban muy al corriente del contexto internacional, esta coincidencia no fue casual.
Aun cuando en ocasiones me refiero al contexto internacional y a las influencias europeas, no me
centro en ellas.7
Puesto queme concentro en las raíces internas de la derecha, el relato culmina al
desencadenarse la Segunda Guerra Mundial. Hacia 1939, los movimientos se entrelazaron con los
acontecimientos europeos y algunos de ellos declinaron.
En este libro procuro disipar algunos mitos comúnmente arraigados sobre la derecha en América
Latina. De acuerdo con uno de ellos, los derechistas se opusieron de manera uniforme a la lucha de
los pobres por mejorar su situación económica. Pero aunque temían los cataclismos sociales, no
todos ellos propugnaron un orden por completo estático. Según otro mito, la derecha corresponde a
los intereses de las clases acomodadas que defendían los principios del libre mercado y que a
menudo colaboraron con el imperialismo extranjero. Este puede ser el caso de algunos miembros de
la derecha8, pero otros, dada su aversión por el capitalismo internacional, parecerían "progresistas"
en lo que toca a los temas económicos. Tampoco la derecha estuvo integrada exclusivamente por
varones, como lo sugieren a veces los trabajos secundarios más antiguos. La desconfianza
derechista por la movilización autónoma de las masas no les impidió intentar organizar amplios
movimientos de varones y de mujeres bajo su propia dirección. Mientras que algunos estudiosos
alegaron que América Latina no provee el marco socioeconómico adecuado para el fascismo,
algunos de estos movimientos encuadran sin duda en esta categoría. Y, pese a sus sospechas
sobre los inmigrantes y los judíos, no todos los derechistas fueron racistas.
¿Qué es, entonces, la derecha? No es sencillo definirla, ya que es un concepto más nebuloso que
el de izquierda, que por lo general se organiza sobre la base de principios explícitos. En cambio,
Roger Eatwell describió a la derecha tan sólo como "una variedad de respuestas ala izquierda". Yo
modificaría este enunciado señalando que la derecha se consolida en reacción a las tendencias
políticas igualitarias y liberadoras del momento –cualesquiera que sean éstas– y a otros factores
que a su juicio socavan el orden social y económico. Teme que los impulsos niveladores y los
ideales revolucionarios universales debiliten el respeto por la autoridad, la propiedad privada, las
tradiciones que valora9
y las particularidades de la familia, el terruño y la nación. Por lo tanto, para
definirla es menester relacionar a la derecha con el marco inmediato, tanto más que en el caso de
otras tendencias políticas.10
A medida que las condiciones subyacentes evolucionan, lo mismo sucede con la derecha. Eugen
Weber, Stanley Payne y otros especialistas en historia europea, así como Carlos Waisman
respecto de la Argentina, observaron cambios dentro de la derecha desde comienzos del siglo xix.
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Varios investigadores describieron una vieja y una nueva derecha. La vieja derecha finisecular
aceptaba el gobierno representativo y otros principios liberales en grado variable. Esto demostraba
su deseo de mitigar y cooptar el desafío liberal a sus ideas, así como su voluntad de apañar el
statu quo a fin de mantenerlo en lo posible. Más autoritaria y antiliberal que su predecesora, la
nueva derecha que se consolidó después de la Primera Guerra Mundial en América Latina y un
poco antes en Europa despreciaba la política electoral. Albert O. Hirschman distinguió tres olas de
reacción: la primera, contra la idea de derechos civiles de la Revolución Francesa; la segunda,
contra el sufragio universal, y la tercera, contra el Estado de bienestar. Eatwell halló cinco estilos
de pensamiento derechista. Las derechas reaccionaria y moderada emergieron como respuestas
al liberalismo clásico; la derecha radical y extrema reaccionó contra el socialismo en los albores de
la era de la política de masas, y la nueva derecha posterior a 1945 se opuso a los estados
socialista y de bienestar.11
Por otra parte, la derecha nunca fue monolítica. Weber y Arno Mayer identificaron tres tipos de
facciones derechistas en Europa a fines del siglo xix y comienzos del xx. Abarcaban a los
conservadores u opositores moderados al cambio; los reaccionarios que deseaban restaurar el
pasado, y los fascistas o contrarrevolucionarios que compartían la aversión de los reaccionarios
por el presente, pero diferían de éstos en su violencia, su oportunismo y su radicalismo12
.
Aunque útiles para Europa, estas distinciones nítidas no siempre son aplicables a América Latina,
pero sirven como punto de partida. La derecha en los países del ABC también cambió con el
transcurso del tiempo e incluyó tendencias moderadas y extremistas.13
La expresión las derechas*,
de uso corriente en Chile, es mucho más precisa que el singular, la derecha, y en parte por esta
razón la utilicé en el titulo de este libro. Como no existe ningún término comparable en inglés, a
veces usaré la palabra derecha antes que la más inconveniente derechistas. Esta elección
terminológica, empero, no implica considerar a la derecha como un conjunto único no diferenciado,
ya que la realidad fue más bien lo opuesto.
Me concentro en lo que denomino extrema derecha o derecha radical. Éstos fueron los
derechistas que se opusieron más resueltamente al igualitarismo, el izquierdismo y otros
cambios amenazadores, a menudo con medios ajenos al terreno electoral. De composición
social variable, la extrema derecha incluyó numerosas voces que intento sacar a luz, pues no se
pueden comprender los movimientos políticos si se contemplan sólo uno o dos líderes. Los
intelectuales prominentes de las organizaciones apelaron de modo preponderante a los
miembros de la élite, pero otros pensadores interpretaron sus ideas para hacerlas llegar a una
audiencia más amplia. A fin de entender la variedad existente dentro de la extrema derecha,
resulta crucial examinar a sus personajes vulgares y a sus intelectuales, sus escasas
exponentes femeninas y sus numerosos exponentes masculinos, así como sus periódicos de
circulación masiva y sus volúmenes más eruditos. Sólo de esta forma se pueden captar la
complejidad de pensamiento y la fluidez de posiciones. Además, es menester examinar las
acciones adoptadas para poner en práctica la ideología –o que a veces la contradijeron–.14
Sus
reuniones y sus manifestaciones públicas y los choques brutales con sus oponentes revelan la
sustancia ale la derecha radical y la rica textura de su historia.
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Los movimientos de extrema derecha se definen así mismos como masculinos, carácter que
consideran sinónimo de firmeza. Al hacerlo, se distinguen así mismos de las mujeres, a quienes
consideran inherentemente débiles. No obstante, algunos grupos cultivaron la participación femenina
como parte de su estrategia para atraer a una amplia franja cíe simpatizantes y derrotar a la
izquierda. Este reclutamiento femenino se vio rodeado de tensiones y ambigüedades inevitables.
Aun en ausencia de tales instancias, el género infundió su retórica. Esta preocupación no fue
privativa de la extrema derecha, pero sí una importante característica de su discurso político.15
La extrema derecha contrastó con la derecha moderada –los conservadores–, integrada
preponderantemente por la élite. En ocasiones unida a la iglesia y las Fuerzas Armadas, la
derecha moderada defendía el sistema imperante a fin de maximizar su control, aunque sus ideas
y sus tácticas variasen. A veces, los métodos de la extrema derecha para oponerse al cambio
revolucionario enajenaron a los moderados dentro de la derecha. Durante tos periodos de crisis,
empero, los derechistas moderados se acercaron a los extremistas y adoptaron rasgos de su
ideología y de su práctica. Corno observaron los expertos respecto de Europa, en esos momentos
las distinciones teóricas entre los grupos derechistas desaparecieron.16
Por lo tanto, la extrema
derecha provee una vidriera para contemplar el espectro total de la derecha.
El titulo del libro, Las derechas, subraya las diferencias entre las derechas moderada y extrema así
como las existentes dentro de cada sector. También llama la atención sobre las diferencias entre los
países del ABC. El interrogante más fascinante es por qué la extrema derecha logró un influjo más
profundo y persistente en la Argentina que en el Brasil o en particular en Chile. Algunos podrían
impugnar esta afirmación señalando que el Brasil tuvo el grupo singular más grande del período
1890-1939 desde el punto de vista numérico, los integralistas. También podrían alegar que, de los
tres países, Chile experimentó la dictadura de derecha más prolongada bajo un único líder, la de
Augusto Pinochet (1973-1990). Empero, sólo en la Argentina la extrema derecha dejó una profunda
impronta en los gobiernos de todas las décadas entre 1930 y 1980. Sólo allí se adueñó del término
nacionalismo para si misma, con el cual se la designa habitualmente. Esta apropiación no se produjo
ni en el Brasil ni en Chile, donde en diferentes momentos los izquierdistas se revistieron con el manto
nacionalista o varios movimientos políticos contendieron con él.17
Dos autores intentaron dar cuenta de los senderos divergentes del nacionalismo en la Argentina y
en Chile. Al destacar el impacto de la inmigración, Carl Solberg descubrió que el nacionalismo
argentino surgió como una ideología de la clase alta contra la clase trabajadora, compuesta
predominantemente por inmigrantes, mientras que la clase media chilena se convirtió en portavoz
de un nacionalismo que atacó al capitalismo foráneo, como forma de oponerse a los intereses
europeos, en vez de enfrentarse a los trabajadores extranjeros. Al plantearse un interrogante
similar, Charles Bergquist se concentró en la estructura de las exportaciones y en las luchas de los
trabajadores de los sectores exportadores. La prosperidad relativa de la economía exportadora de
la Argentina y el grado de control local sobre ella en comparación con Chile, observó, debilitó el
nacionalismo económico en aquélla y lo fortaleció en éste. Además, la cohesión de los
trabajadores chilenos del salitre, a diferencia de la fragmentada fuerza laboral de los sectores
ganadero y cerealero argentinos, les permitió a los trabajadores chilenos hacer atractiva su crítica
combinada del capitalismo y el imperialismo foráneos ante otros grupos sociales.18
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Al examinar la historia de la derecha y añadir el Brasil a estas consideraciones, puse a prueba
estas variables y descubrí otras. Las estructuras de las exportaciones fueron partes vitales del
contexto, y la inmigración ayudó a explicar el surgimiento de los movimientos radicalizados de
derecha, pero disminuyó de importancia con el tiempo. La fuerza de la izquierda y de la clase
trabajadora organizada en conjunto, no sólo de los trabajadores de los sectores exportadores,
influyó en el carácter y el vigor de la extrema derecha. Las percepciones de la Iglesia católica y de
los militares respecto de su propia posición y de la sociedad en general influyeron en su voluntad
de colaborar con la extrema derecha –y fortalecerla–. La unidad y el ascendiente de las fuerzas
conservadoras y del sistema político fueron especialmente críticos al determinar el espacio
disponible para los grupos orientados más a la derecha. Estos factores explican la prominencia
relativa de la extrema derecha argentina comparada con las variantes brasileña y chilena.
Si bien existen diferencias cruciales entre los países del ABC, también hay semejanzas. Una
importante, y que también puede resultar válida para otras partes de América Latina, es que hubo
tres períodos distintos de actividad derechista en los años estudiados. El libro está organizado en
tres grandes secciones que corresponden a estos períodos. Esta tipología pone énfasis en el
cambio a lo largo del tiempo, la diversidad dentro de la derecha y variables tales como la clase
trabajadora y la izquierda, los militares, la Iglesia, el conservadurismo y el sistema político, así
como, al menos en etapa temprana, la inmigración.
El primer periodo cubre los antecedentes de la extrema derecha moderna, desde 1890
aproximadamente hasta la Primera Guerra Mundial. En esa época, las tres economías del ABC
estaban basadas en las exportaciones: Chile, en el salitre; el Brasil, en el café, y la Argentina, en
los cereales y los productos pecuarios. Este periodo, que representó el apogeo de la prosperidad
inducida por las exportaciones, vio surgir la visión critica de que esta vía de desarrollo económico,
y el liberalismo que la justificaba, promovía el conflicto de clases, la dominación extranjera, una
élite rapaz y la desunión y la debilidad nacionales. Unos pocos derechistas expresaron sus recelos
sobre el sistema electoral, y algunos oficiales presentaron a las Fuerzas Armadas corno una
institución reformista felizmente por encima de las luchas partidarias. Varios autores mostraron
preocupación por la obtención de un mayor control nacional sobre la riqueza, mientras que las
mujeres y los varones social católicos propusieron medidas de asistencia social para aliviarla
pobreza y debilitar la atracción de la izquierda. Los inmigrantes, y, en Chile, los peruanos y los
bolivianos del norte del país, simbolizaron las diversas amenazas identificadas por la derecha.19
Los precursores más visibles de la extrema derecha, por consiguiente, fueron las Ligas Patrióticas
nativistas chilenas, los jacobinos brasileños y los guardias de asalto civiles argentinos. Los grupos
gobernantes de derecha moderada aceptaron algunas de las ideas de los extremistas, pero a
menudo rechazaron su violencia y su radicalismo. No obstante, la distinción entre moderados y
extremistas no era firme.
Durante el segundo periodo, desde la Primera Guerra Mundial hasta mediados de la década de
1920, la clase obrera militante comenzó a reemplazar la presencia extranjera como principal
catalizador de la acción derechista. Por lo general vinculados con los militares, los grupos
derechistas burgueses proclamaron su "nacionalismo" frente a la guerra y la revolución en otros
países y, en particular, frente a la movilización de los trabajadores en la propia patria. En Chile, la
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extrema derecha también se sirvió de los conflictos limítrofes con el Perú y con Bolivia para afirmar
sus credenciales nacionalistas. La percepción de la amenaza izquierdista impulsó a los
derechistas moderados a aceptar organizaciones extremistas como la Liga Patriótica Argentina y
las Ligas Patrióticas de Chile, pero mantuvieron reservas respecto de una organización similar
brasileña, la Acción Social Nacionalista. Siempre activas en la Iglesia, las mujeres comenzaron a
desplazarse hacia los grupos derechistas seculares. Las fluctuaciones de la demanda
internacional de las exportaciones de estas naciones produjeron crisis que proporcionaron un
ímpetu adicional a la creciente crítica derechista radical contra el liberalismo económico y político.
Lo mismo hicieron los Cursos de Cultura Católica en la Argentina y el Centro Dom Vital en el
Brasil, que formaron una generación de intelectuales en el pensamiento corporativista católico.
El tercer período se extendió desde los últimos años de la década de 1920 hasta 1939, cuando la
Gran Depresión fomentó un amplio desencanto respecto de la economía liberal y los sistemas
políticos existentes. Estos años fueron testigos de una proliferación de grupos influidos por el
catolicismo y el fascismo europeo, que se oponían al liberalismo, la democracia, la clase obrera, el
feminismo progresista y a los judíos. Su principal característica, empero, fue su intento de ofrecer
una alternativa radical ala izquierda, esbozando ideas desarrolladas antes por los católicos sociales,
así como un estilo militar de masculinidad. Al enfatizar la necesidad de un cambio drástico, aunque
no marxista, conforme con los lineamientos nacionalistas, el nacionalismo argentino, la Acción
Integralista Brasileña y el Movimiento Nacional Socialista de Chile atrajeron a un amplio séquito de
varones y mujeres. También encontraron aliados con la Iglesia, las Fuerzas Armadas y los círculos
gobernantes, sobre todo en la Argentina. Las relaciones entre las facciones derechistas no siempre
fueron armoniosas, aunque éstas hicieron a un lado sus desacuerdos cuando resultó conveniente.
Además, los derechistas moderados adoptaron algunos rasgos extremistas. Hacia 1939, las fuerzas
derechistas radicalizadas del Brasil y de Chile estaban en descomposición, pero en la Argentina el
movimiento retuvo su identidad y su influencia corporativas.
El conocimiento de los hechos anteriores a 1939 resulta vital para comprender esta diferencia
persistente. Como lo expongo en el último capitulo, el pasado sigue influyendo en el presente. Si
bien los movimientos aquí examinados dejaron un importante legado en cada uno de los tres
países, la tumultuosa historia de la Argentina posterior ala década de 1930 sugiere que esta
herencia fue particularmente gravosa allí.
NOTAS
1 Romero, El pensamiento, p. 16.
2 Sobre la historiografía de la derecha latinoamericana, véanse Hennessy, Payne, Fascism, pp. 167-175.
Sobre la Argentina, véanse Navarro Gerassi, Rock, Authoritarian Argentina; Deutsch y Dolkart. Brinkley
argumentó que la derecha norteamericana recibió asimismo escasa atención de parte de los estudiosos,
aunque otros historiadores discreparon. Véanse Brinkley, pp. 409-410; Ribulfo, pp. 438-441.
3 Los siguientes autores requirieron realizar exámenes comparados de la historia latinoamericana, incluidos sus
aspectos políticos: Skidmore, "Workers", p. 89; Mörner, Fawaz de Viñuela y French, p. 63; Bergquist, pp. 376-377.
4 Véanse, por ejemplo, Bergquist, p. 15; Remeter, p. 3.
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5 Véase Pinkney.
6 Bloch, renombrado historiador francés, señaló que "el interés primario del método comparativo es [...] la
observación de las diferencias". Citado en Woodward, p. 38.
7 Esto seria tema de otro libro, lo mismo que las conexiones entre los grupos latinoamericanos estudiados.
Tampoco comparo la derecha de los países estudiados con la de los Estados Unidos, ya que la influencia
europea fue preponderante.
8 Los no especialistas podrían verse tentados a equiparar a estos integrantes de la derecha con los
conservadores británicos al estilo de Margaret Thatcher, pero esto seria un error, pues muchos derechistas
latinoamericanos defensores del libre mercado respaldaron la dictadura antes que la democracia.
9 La derecha selecciona cuidadosamente y en algunos casos inventa estas tradiciones. Véase Hobsbawm y Ranger.
10 Sobre las dificultades para definir los términos políticos, véase Hale, sobre todo pp. 59, 61. Sobre los escollos
para definir la derecha, véanse Romero, El pensamiento, p. 11; Eugen Weber, introducción a Rogger y Weber.
Véase también Roger Eatwell, "The nature of the right, 2: The right as a variety of styles of thought"", en Eatwell
y O'Sullivan, p. 63. Yohn, empero, objetó considerar el conservadurismo norteamericano como "una reacción
contra una norma liberal para establecerlas condiciones del debate" (p. 437). Dado que cualquier definición de la
derecha refleja su carácter circunstancial, aquí ofrezco deliberadamente una más bien breve.
11 Payne, Fascism, pp. 14-15; Waisman, pp. 219, 227, 235; Hirschman, pp. 3-6; Rogger y Weber; Eatwell,
"The nature...", en Eatwell y O'Sullivan, pp. 62-76.
12 Weber, introducción a Rogger y Weber, pp. 15-16; Mayer, pp. 48-55, 59-71.
13 Influida por Mayer, en mi trabajo anterior use el término contrarrevolución para referirme a la constelación
total de fuerzas derechistas y a uno de los tres grupos de esta alianza. Aquí empleo la palabra derecha para
distinguir mis observaciones de las de Mayer, porque ahora divido la derecha latinoamericana en moderada y
extrema. Para una tipología de la derecha latinoamericana actual, véase Borón, en Chalmers y col. Villagrán
Kramer (p. 71) también usó las expresiones extrema derecha y derecha moderada, aunque sus definiciones
difieren de las mías.
* En castellano en el original. [N. del t.]
14 En lo que atañe ala importancia de estudiar la afiliación y las acciones de los grupos de derecha, véase
Moore, p. xii.
15 Los estudiosos de América Latina en el siglo xx apenas han comenzado a analizar el discurso político
desde la perspectiva del género. Un esfuerzo pionero para uno de los países aquí estudiados es el de Besse.
Sobre el género como tópico importante de estudio y metáfora de las relaciones de poder, véase Scott; sobre
las connotaciones del nacionalismo en cuanto al género, véase McClintock.
16 Sobre esta coincidencia, véanse Robin; Soucy; Sternhill, y sobre todo Blinkhorn. La definición de derecha
moderada o conservadora, así como la de derecha en general o de extrema derecha, también cambió con el tiempo.
17 Como señalaron Whitaker y Jordan, la "diversidad de América Latina se refleja en el carácter distintivo del
desenvolvimiento del proceso nacionalista en cada país" (p. 180). Para una comparación del nacionalismo de
clase alta, véase Bagú.
18 Solberg, Immigration; Bergquist.
19 Se encuentran ideas emparentadas en otros países en esa época. Sobre et recelo ante los inmigrantes, la
democracia y una elite utilitarista, séase también al escritor uruguayo Rodó, sobre todo pp. 48-72.
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Capitulo 6La Argentinización de la Clase Obrera
A diferencia de Chile, la Argentina ofrecía condiciones propicias para un movimiento de extrema
derecha. La élite terrateniente había perdido peso político en un sistema que se había democratizado
recientemente y enfrentaba un significativo desafío por parte de los trabajadores. La percepción de la
gravedad del peligro, sumada a la incertidumbre sobre la política laboral del gobierno, suscitó la
formación de un grupo violento por fuera de los canales políticos existentes: la Liga Patriótica
Argentina. El apoyo que recibió de políticos influyentes, militares y miembros de la Iglesia contribuyó
a convertirla en la expresión más poderosa de la extrema derecha en este periodo.
La Derecha Moderada
La influencia política de la oligarquía argentina decayó a comienzos del siglo xx en mayor grado
que la de la clase alta chilena. La agricultura del valle central de Chile requería de muchos
trabajadores permanentes, y el dominio de los terratenientes sobre ellos contribuía a asegurar su
poder político. Los terratenientes argentinos carecían de una base rural comparable, ya que sólo
empleaban pequeñas cantidades de peones para trabajar en sus estancias y sus arrendatarios
eran temporarios y habían nacido en el extranjero. Además, las rivalidades y los desacuerdos
personales habían fragmentado el oligárquico Partido Autonomista Nacional (PAN) en
agrupaciones provinciales. Entre tanto, la Unión Cívica Radical (UCR), que reclutaba adeptos
entre disidentes de la clase alta y en la clase media, se había organizado a nivel de distrito. La
preocupación por la creciente amenaza obrera llevó a los dirigentes de la antigua clase gobernante
a tratar de consolidar a los sectores altos y convocar a los ciudadanos nativos. También pensaron
que la cooptación de la plataforma de los radicales les permitiría retener el gobierno. Estas
deliberaciones desembocaron en la ley de 1912, que dispuso el sufragio universal masculino
secreto. Si bien amplios segmentos del pueblo habían participado en política con anterioridad, con
esta reforma sus votos adquirieron más peso. El sistema argentino era ahora apreciablemente
más democrático e inclusivo que el chileno, aunque ambos excluían a los trabajadores –en la
Argentina, porque los trabajadores extranjeros rara vez se naturalizaban como ciudadanos–.1
Las divisiones del PAN sirvieron principalmente como vehículo para los caudillos locales y los
intereses regionales de la élite. No quedaba claro qué es lo que representaban, más allá de la
ambición por el poder. Los argentinos por lo general identificaron al Partido Conservador de
Buenos Aires (fundado en 1908) y a otras facciones provinciales con el rótulo conservador, pero
estos partidos no eran conservadores en el sentido tradicional. La mayoría de sus adherentes
habían heredado los postulados del PAN sobre la economía del laissez faire, la inmigración, la
educación pública laica y otros aspectos del liberalismo del siglo xix, incluido su escepticismo ante
la democracia. Pocos abrazaban el clericalismo que caracterizaba a los conservadores chilenos.
La élite comenzó a autodenominarse conservadora durante la época de la reforma electoral, para
denotar su deseo de conservar la sociedad frente al embate izquierdista.2
Así, la derecha
moderada se distinguió desde sus comienzos por su lealtad a las viejas ideas y su
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antizquierdismo. Otra característica fue su uso de todos los medios necesarios, aun fraudulentos o
violentos, para mantener o recuperar el poder. La duda era si la élite aprendería a presentar sus
ideas y sus prácticas de manera que atrajese a un electorado de masas.
Algunos de sus miembros comprendieron que la victoria sobre los socialistas, cuya plataforma
propugnaba el cambio socioeconómico, y en especial sobre los radicales, con su campaña por la
rectitud democrática, requería la formación de un partido nacional moderno. Con tal finalidad, los
conservadores reformistas fundaron en 1914 el Partido Demócrata Progresista (PDP) y postularon
al diputado Lisandro de la Torre, de Santa Fe, como candidato presidencial para 1916. Redactada
por el reformista Carlos Ibarguren, la plataforma del PDP abogaba por el nacionalismo económico,
los principios democráticos y el bienestar social. Postulaba la protección arancelaria, la regulación
gubernamental de las condiciones de trabajo, el apoyo al mutualismo e incluso la reforma agraria.
La declaración del PDP demostraba más interés por estos temas que el que expresaban los
radicales, quienes ni siquiera tenían plataforma. El ardiente anticlericalismo de De la Torre y sus
modales aristocráticos ahuyentaron a potenciales seguidores, pero la fragmentación regional y las
ambiciones de otros dirigentes conservadores probaron ser aun mayores obstáculos para su
capacidad de cohesionar a la élite.3
Dividida, la derecha moderada no podría explotar las oportunidades electorales como lo habían
previsto los reformistas de 1912. Los socialistas triunfaron en la Capital Federal en las elecciones
de diputados nacionales de 1914 .y los radicales se impusieron en la contienda presidencial de
1916, en la que resultó electo su candidato, Hipólito Yrigoyen (19161922, 19281930). Aunque
controlaban el Senado, los conservadores ejercieron escaso peso en un sistema en el cual, a
diferencia del chileno, predominaba la rama ejecutiva. Su impotencia engendró aversión por la
democracia y la disposición a considerar formas extraparlamentarias de poder político. Por ende,
la suerte de la extrema derecha se relacionaría inversamente con la de la derecha moderada.
La Economía, La Clase Obrera e Yrigoyen
La Primera Guerra Mundial y la inmediata posguerra fueron testigos de una grave crisis
económica. Los vaivenes comerciales y la caída de las inversiones empujaron a la Argentina a una
recesión entre 1913 y 1917 que quizá fue peor que la de la década de 1930. Las exportaciones de
cereales no tuvieron un buen desempeño durante la guerra, a diferencia de los productos
pecuarios. Hacia 1918 comenzó una lenta recuperación en las zonas urbanas, pero el mercado
exterior de las exportaciones de carne y lana se contrajo. La demanda de cereales ascendió
brevemente para volver a caer. Durante los años de la guerra los salarios se redujeron 38% en la
Capital, mientras que el costo de vida subió 71%. Esto dio lugar a una importante brecha entre los
salarios de los trabajadores urbanos y rurales y el costo de las necesidades básicas, y el
desempleo trepó por lo menos al 30% en 1917. Los arrendatarios de la región cerealera afrontaron
un elevado endeudamiento y altas tasas de desalojos.4
Como reacción ante estas condiciones y como reflejo de la marea revolucionaria en Europa, los
trabajadores desplegaron un impresionante impulso de movilización. Sólo en Buenos Aires, el
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número de huelgas y de huelguistas ascendió, respectivamente, de 80 y 24.300 en 1916 a 367 y
309.000 en 1919. A comienzos de 1919, alrededor del 16% de la fuerza laboral de la Capital
adhería a la anarcosindicalista Federación Obrera Regional Argentina (FORA) ix, la más activa de
las federaciones de trabajadores, porcentaje que trepó al 24% a fines de ese año.5
Como lo
indicarían los acontecimientos ulteriores, el movimiento obrero no era tan fuerte como parecía. A
diferencia de los campos de salitre chilenos, el carácter disperso y transitorio de los trabajadores
de los sectores ganadero y cerealero les impedía mancomunarse y, a su vez, crear sindicatos. El
origen foráneo de la mayoría de tos militantes obreros y su incapacidad para cuestionar el
liberalismo constituían desventajas adicionales6. Con todo, las huelgas en las plantas frigoríficas,
en los puertos y en los ferrocarriles entre 1916 y 1918, junto con la creación de los primeros
sindicatos de trabajadores rurales sin tierra, amenazaron directamente la economía exportadora y
alarmaron a los terratenientes y a los administradores extranjeros.
Antes de que Yrigoyen asumiera la presidencia, la élite no había temido que pusiera en peligro su
posición de clase. La voluntad de varios dirigentes conservadores de retirarle el apoyo a De la Torre,
e incluso de dárselo al candidato radical, demostraba esta ausencia de preocupación.7
Las
propuestas sociales de Yrigoyen generaron escasa controversia, aunque el Congreso dominado por
la oposición aprobó pocas de ellas. La imagen populista del presidente y sus tratos iniciales con las
organizaciones de la clase obrera, empero, como en el caso de Alessandri, serían diferentes de las
de los presidentes anteriores. En procura de la paz social y de los votos de los trabajadores, el líder
radical se reunió con representantes sindicales y su administración ayudó a resolver algunas
grandes huelgas del período de la guerra en beneficio de los obreros. Antes de 1919, el gobierno no
deportó militantes ni declaró el estado de s tío y tampoco recurrió demasiado a la policía ni al Ejército
durante los conflictos entre el capital y el trabajo. No obstante, su respaldo a las compañías
extranjeras en la huelga de los frigoríficos de 1917 es ilustrativo de los límites que enfrentaba.
Los empresarios, empero, al no considerar garantizada la hostilidad del gobierno contra los
sindicatos, crearon una organización rompehuelgas permanente. Delegados de los principales
sectores económicos, que representaban tanto firmas locales como extranjeras, la Unión Industrial
Argentina y la Sociedad Rural Argentina, prestigiosa entidad de los estancieros, formaron la
Asociación Nacional del Trabajo (ANT) en julio de 1918. Su primer presidente fue Pedro
Christophersen, un empresario naviero de origen noruego, terrateniente y director de la bolsa de
valores. Al igual que su par chilena, la ANT insistió en que abogaba por beneficios económicos
para los trabajadores, pero su principal objetivo era en realidad destruir el movimiento sindical y
restablecer el control empresarial sobre la clase obrera.8
El obrerismo* del presidente, tal como lo calificaban, no era el único rasgo que molestaba a los
conservadores. Sin una base firme en el Congreso y en el interior, Yrigoyen había llegado a la
presidencia desde una posición de debilidad. Para obtener el control del Poder Legislativo, intervino
varias provincias dominadas por los conservadores para evitar el fraude electoral y adoptó una
estrategia de confrontación en el Congreso.9
Los conservadores, indignados, denunciaron sus
maniobras partidistas, ignorando el hecho de que el PAN había recurrido a tácticas similares.
Temiendo su desaparición política, respondieron con una conducta obstruccionista.
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La neutralidad de Yrigoyen también perturbó a jóvenes miembros de la élite. Influidos por la
reacción idealista contra el positivismo, los jóvenes de clase alta anhelaban fundir sus identidades
individuales en una causa noble. Muchos argentinos vieron esa causa en la guerra y censuraron a
Yrigoyen por negarles la oportunidad de participar en ella. Si bien un puñado de los futuros
ultraderechistas apoyaban a Alemania, la mayoría simpatizaba con los Aliados y crearon
organizaciones en su favor. Uno de tales grupos fue el Comité Nacional de la Juventud, surgido en
octubre de 1918, que incluyó a los referentes del nacionalismo cultural Ricardo Rojas y Leopoldo
Lugones. Sus actividades apenas se iniciaban cuando concluyó la guerra. En busca de un nuevo
canal para sus energías, el Comité renunció a los partidos existentes y se preparó a lanzarse a la
política por su cuenta.10
Antes de hacerlo, empero, hizo erupción una crisis obrera.
Trabajadores, Guardias de Asalto Civiles y Militares
Una huelga que se desato en la Capital desde diciembre de 1918 desembocó en una huelga general
el 9 de enero de 1919. Durante la semana que siguió, conocida como Semana Trágica, estalló una
lucha sangrienta que enfrentó a los trabajadores con el capital y con el Estado. La ola huelguística se
extendió a las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. El 9 de enero, La Epoca,
vocero del gobierno, advirtió a los trabajadores que debían suspender los desórdenes, pues si no el
gobierno lo haría por la fuerza. Esa noche y la mañana siguiente, el general radical Luis J. Dellepiane
movilizó sus tropas hacia Buenos Aires, que finalmente sofocaron la violencia obrera. Los funcio-
narios del gobierno y los dirigentes sindicales llegaron a un acuerdo para solucionar la huelga original
pocos días después. Evidentemente, Yrigoyen confió en que la represión apaciguaría a los
conservadores y que la mediación sosegaría a la clase trabajadora.11
Para los residentes de clase alta y media de la Capital, empero, la represión había comenzado
demasiado tarde. Los conservadores y la ANT habían solicitado severas medidas para imponer el
orden desde el comienzo de la crisis, Temiendo que el gobierno hubiera perdido el control, la élite
consideró que la situación era el lógico resultado del obrerismo de Yrigoyen. Los rumores de que
Dellepiane habla decidido por sí mismo movilizar las tropas hacia la ciudad pudieron haber
confirmado esa creencia.12
El contexto mundial de militancia obrera y activismo izquierdista llevó a
las clases acomodadas a predecir que era inminente una revolución. Identificaron esta revolución
con los judíos, la mayoría de los cuales eran de origen ruso.
Guiándose por estos temores, miembros del Comité Nacional de la juventud, jóvenes radicales y
otros civiles se unieron a la policía en ataques a barrios judíos y obreros del 10 al 14 de enero.
Destruyeron propiedades de judíos y sedes de organizaciones de la colectividad, así corno las de
instituciones y periódicos obreros, y aporrearon, dispararon y arrestaron a millares de personas.
Algunos observadores estimaron que Dellepiane trató de poner freno a las fuerzas del orden, pero
sus intentos parecieron poco convincentes. Los guardias de asalto civiles se asemejaban a la Policía
Civil Auxiliar que el general había organizado en 1910, y usaron armas del Ejército distribuidas con
autorización ele Dellepiane y quizá de Yrigoyen. Los índices de arrestos desproporcionadamente
elevados de judíos y la detención de los dirigentes judíos de un supuesto "soviet" denotaban que las
autoridades, lo mismo que la burguesía, equiparaban a los integrantes de esa colectividad con la
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revolución. (El gobierno liberó posteriormente a los sospechosos por falta de pruebas, pero el
sacerdote social-católico Gustavo Franceschi y otros continuaron culpando a los judíos por los
disturbios.) La complicidad oficial convirtió la represión a los judíos en un verdadero pogromo. Los
guardias blancos también atacaron a los judíos en Rosario y quizás en otras ciudades.13
Entre tanto, varones civiles y militares estaban formando abiertamente guardias blancas.
Miembros del Comité, ciudadanos mayores y oficiales militares se reunieron en las comisarías
para organizar patrullas barriales. A aquellos interesados en crear una fuerza reconocida
oficialmente, Dellepiane les sugirió que se dirigiesen al Centro Naval, club de oficiales donde se
congregaron y recibieron entrenamiento los guardias de asalto civiles durante la Semana Trágica.
La Liga Patriótica Argentina alegará más tarde que el gobierno había encomendado a uno de los
instructores, el capitán Jorge Yalour, que formase las patrullas barriales. El contralmirante Manuel
Domecq García invitó a los miembros del Comité y a otros civiles al Centro el 12 de enero a fin de
crear una guardia permanente para toda la ciudad. Informando a Dellepiane de sus acciones,
Domecq García entabló contactos con el Circulo Militar, el club de oficiales del Ejército, para
ayudar a planear la nueva organización.14
Públicamente, Dellepiane guardó distancia de la guardia, pero hay pocas eludas de que la
aprobaba. Presagiando siniestramente las prácticas de la dictadura de 1976-1983, Dellepiane le
dijo más tarde al embajador norteamericano que el gobierno podría haber prevenido la Semana
Trágica haciendo "desaparecer silenciosamente a los cabecillas uno por uno, sin ningún arresto
formal".15
La negativa de Yrigoyen a emplear este método pudo haber inclinado al general a
favorecer una organización paramilitar que no tuviera tales escrúpulos.
No es sorprendente que los militares propiciaran un movimiento de ultraderecha. Los presidentes
solían convocar a los soldados para reprimir a los trabajadores e Yrigoyen había ordenado a los
marinos doblegar la huelga de los frigoríficos de 1917. Dellepiane y otros oficiales iban y venían de
las Fuerzas Armadas a los altos rangos de la Policía de la Capital, otra fuerza empleada para
reprimir las huelgas. Al igual que a sus pares chilenos, a los oficiales argentinos les disgustaba ser
usados para este cometido impopular, en particular por un presidente que personalmente tomaba
distancia de tales políticas para cosechar respaldo entre los trabajadores. No obstante, la mayoría
de los oficiales se oponían ferozmente a la izquierda, y su oposición creció tras descubrirse dos
soviets en las filas del ejército. Tal vez pensaran, como los conservadores, que Yrigoyen había
manejado torpemente la política obrera. Por cierto, un grupo de oficiales retirados alentó a
Dellepiane a liderar un golpe cuando ingresó en la Capital, pero éste se negó. No queda claro,
empero, por qué la Armada tomó la iniciativa. Quizás el origen de clase de los jefes navales más
elevado que el de los oficiales del Ejército— y sus sentimientos en favor de los Aliados facilitaron
sus lazos con el Comité.16
O podría haber sido indecoroso que el Ejército, encargado de la
represión oficial, coordinase otra no oficial.
Las Fuerzas Armadas confirieron prestigio, legitimidad y poder al joven movimiento derechista. Le
imprimieron a la extrema derecha un sello de patriotismo. La conducción militar de las guardias
blancas denotaba la unidad de las clases conservadoras y de las fuerzas del arden contra la
amenaza izquierdista —y tal vez contra el gobierno—.
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Mientras los civiles patrullaban las calles de Buenos Aires, inscribían voluntarios en la nueva
guardia y formaban unidades parapoliciales en las provincias, otros solicitaban donativos para las
familias de los hombres muertos o heridos por los trabajadores. El más importante de estos
esfuerzos fue la Comisión ProDefensa del Orden, presidida por Domecq García, a la cual se
unieron conservadores y futuros radicales antipersonalistas (que más tarde romperían con
Yrigoyen), así corno prominentes católicos, miembros del Comité, patrullas barriales, la ANT,
Dellepiane, Yalour y otros oficiales de alto rango.17
La Liga Patriótica Argentina
Domecq García incorporó la Comisión, el Comité y otros grupos a una nueva guardia civil, la Liga
Patriótica Argentina (LPA). Un comité dirigido por él invitó a políticos, oficiales del Ejército y de la
Armada, socios de clubes de clase alta y clérigos a concurrir a la primera reunión, el 20 de enero, en el
Centro Naval. El mayor Justo Diana representó al Circulo Militar y el capitán Jorge Yalour, al Centro
Naval. Monseñores Agustín Piaggio y Miguel de Andrea, dirigente del catolicismo social, asistieron
como delegados de la Iglesia. La Asociación de Damas Patricias también envió observadoras.18
La LPA declaró que no se limitarla a cuidar los vecindarios. Para asegurar "el respeto a la ley, el
principio de autoridad y el orden social", los liguistas formarían grupos barriales para reprimir las
actividades anarquistas. Entre las metas de la LPA se hallaría la promoción de leyes y
organizaciones obreras que garantizasen la "justicia social" y el bienestar "proletario" dentro del
orden existente. La LPA abogaba por la naturalización de varias categorías de inmigrantes, tales
como los propietarios de inmuebles y comercios, pero excluía a los detractores de la Constitución.
Remontándose al nacionalismo cultural, cinco de las quince metas concernían a la "argentinización"
de las escuelas. Domecq García destacó que la misión de la LPA consistiría en promover un amplio
nacionalismo que combatiría los abusos de los ricos codiciosos y de los pobres violentos. Al situarse
en un campo intermedio, la LPA devolvería la armonía social a la nación.19
La argentinidad, según la LPA, implicaba aceptar el orden existente. Los trabajadores podían
aspirar legítimamente a mejores condiciones económicas y de trabajo, pero no necesariamente
debían luchar para conseguirlas; en su lugar, la LPA se encargaría de asegurar estos objetivos
para los pobres. El propósito de dispensar estos favores al pueblo, así como el de moralizarlo y
educarlo, se asemejaba a los proyectos de la Iglesia. Los militantes obreros y otros disidentes no
encajaban en la noción de la LPA de trabajar dentro del orden existente y, por consiguiente, eran
considerados "foráneos". El origen inmigratorio de la mayoría de los trabajadores reforzaba la
distinción que hacía la organización entre los "nacionalistas" burgueses y sus opositores
"extranjeros". Al igual que los católicos sociales y que Alberto Torres, la LPA delineó una tercera
posición entre el capitalismo desenfrenado y el izquierdismo obrero.
El hecho de que la LEA pudiera invocar este espacio sugería la debilidad del Estado. El papel
ideológico y el rol de preservación del orden que se había arrogado pertenecían propiamente al
Estado. El Congreso, empero, estaba sumido en el obstruccionismo partidista, y la LPA no confiaba
en la voluntad de la administración de contener a la clase obrera. Estanislao Zeballos, conservador,
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antiguo ministro y uno de los propulsores de la Liga Patriótica Nacional de 1901, acusó a Yrigoyen
de consentir a trabajadores delincuentes, aunque también deploró el "espectáculo" de los sportsmen
patriotas que habían reemplazado al personal oficial en las calles. Recurrir a "policías populares
irresponsables" era a su juicio un signo de descomposición gubernamental.20
Quizá la reverencia de Zeballos por el nacionalismo y por el orden se impuso sobre sus recelos,
pues al poco tiempo se unió a la LPA. Junto con De Andrea, oficiales de las dos Fuerzas Armadas y
políticos radicales y conservadores, integró un cuerpo directivo provisional encabezado por Domecq
García, que presidió la campaña de afiliación inicial de la LPA y la consolidación ele su estructura
organizativa. Las guardias barriales y provinciales se convirtieron en "brigadas", de acuerdo con el
léxico militar de la LPA. Había 43 brigadas en los 45 distritos policiales de Buenos Aires. Grupos
ocupacionales, asociaciones profesionales y ramas de la Sociedad Rural Argentina crearon sus
propias brigadas. Ansiosos por demostrar su patriotismo y distinguirse de los judíos izquierdistas, un
grupo de empresarios judíos formó una pequeña brigada de .corta vida. Terratenientes,
comerciantes y dirigentes cívicos del interior formaron brigadas a imitación de las de los
organizadores de la LPA; todos crearon brigadas de "trabajo libre" para contrarrestar a los sindicatos
militantes. Ilustrando aun más los objetivos de la LPA, las brigadas de las ciudades establecieron
"comisiones de defensa vecinales", y las del campo, "comisiones en defensa del trabajo rural".21
Domecq García decidió ceder su puesto a un civil, y el 5 de abril las brigadas eligieron como
presidente a Manuel Carlés, quien ocuparía ese puesto desde 1919 hasta su muerte en 1946.
Amigo tanto de conservadores reformistas corno de radicales, en particular de futuros
antipersonalistas, el antiguo diputado también era conocido por su patriótica oratoria en el funeral
del jefe de la Policía de la Capital, Ramón Falcón, y en otras ocasiones. Yrigoyen había nombrado
a Carlés para encabezar la intervención de Salta en 1918, y en febrero de 1919, cuando se estaba
formando la IPA, contempló la posibilidad de designarlo ministro de Marina. La Coalición
Conservadora de Buenos Aires también consideró incluirlo en su lista de diciembre de 1919. Sus
vínculos con diversas facciones políticas y con los oficiales, que habían sido sus alumnos en la
Escuela Superior de Guerra y otros institutos castrenses, apuntalaron su liderazgo22
Carlés reinó sobre una organización estrechamente articulada. La junta central estaba formada por
ochenta personas elegidas por las brigadas de la Capital Federal y un representante de cada una
de las brigadas provinciales. A su vez, la junta designaba ocho funcionarios que, con otros siete,
formaban el consejo ejecutivo. Aunque las elecciones tenían lugar cada dos años, la composición
de la junta y del consejo sólo varió escasamente durante la década de 1920. El consejo formulaba
las políticas, arbitraba en el seno de las brigadas y administraba los fondos. La junta discutía los
emprendimientos de la LPA, consultaba a los dirigentes de las brigadas y enviaba representantes
a las provincias para recoger información y crear nuevas filiales. También designaba comisiones
para recolectar fondos y estudiar los problemas nacionales. La junta invitaba a los delegados de
las brigadas a asistir a los congresos anuales de la LPA, que se iniciaron en 1920, para presentar
ponencias sobre los problemas nacionales y escuchar los informes de las comisiones.23
La organización se extendió a la larga por todo el país. Su núcleo estaba constituido por alrededor
de 550 brigadas masculinas que sumaban quizás 11 mil miembros permanentes, representados
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en los congresos anuales y mencionados en la prensa a lo largo de la década de 1920. La mayoría
de las brigadas estaban situadas en regiones de actividad sindical, como la Capital Federal, los
puertos y áreas rurales del Litoral, las zonas cerealeras y la Patagonia.24
Las Mujeres en la LPA
En general, ni la antigua clase gobernante ni los dirigentes de la LPA aprobaban la participación
femenina en la política. No obstante, la urgente situación exigía aprovechar para la misión de la
LPA los roles desempeñados por las mujeres en la beneficencia, en la educación y en la familia. El
comité organizador había invitado a un grupo de mujeres a asistir a la primera reunión, y los
estatutos permitieron el reclutamiento de ambos sexos. Cuando Caries asumió la presidencia,
comenzó a difundir el mensaje de la LPA entre las mujeres visitando iglesias y sus asociaciones,
actividad que continuó durante toda su vida, y recibió con agrado a los grupos femeninos en la
sede central de la LPA. El Consejo Nacional de Mujeres, federación de organizaciones
filantrópicas y clubes de clase alta, y la Asociación Nacional Pro Patria de Señoritas, anunciaron
su respaldo a la LPA, en tanto que organizaciones similares enviaron cartas de elogio. La LPA
invitó a la Asociación Pro Patria, a la Asociación de Damas Patricias, a la Sociedad de
Beneficencia y a la Congregación de la Santa Unión —instituto de religiosas que administraba una
escuela para niñas de la élite—, entre otros grupos femeninos, a la festividad patria del 24 de
mayo de 1919. Carlés y sus invitadas encabezaron un desfile por las calles de la Capital, en una
infrecuente aparición pública de las mujeres que guardó paralelo con su marcha junto a De Andrea
en 1910. Un cronista señaló que la presencia femenina le había impreso "una delicada nota de
belleza" a la procesión.25
La junta invitó a delegadas de las organizaciones benéficas de la clase alta de Buenos Aires al
primer mitin de la Liga Patriótica de Señoras el 29 de junio de 1919. Carlés y varias filantropas de
nota disertaron ante 65 damas y 12 jóvenes. El 20 de julio, las Señoras eligieron una junta ejecutiva
y una presidenta, Julia Elena A. de Martínez de Hoz, patrocinadora de obras de caridad católicas y
esposa de un prominente terrateniente y miembro de la LPA. A comienzos de octubre, las jóvenes se
separaron de las mayores y fundaron la Liga Patriótica de Señoritas.26
Esta división reflejaba la
distinción entre los roles de las mujeres casadas y las solteras en la sociedad en general.
Las mujeres organizaron más tarde sus propias brigadas —título que retuvieron a pesar de sus
connotaciones marciales—. En agosto, la junta de las Señoras designó miembros para crear
brigadas en 18 distritos de la Capital. Grupos parroquiales católicos y otros se convirtieron en
brigadas de sus barrios o ciudades. A veces, las Señoras de Buenos Aires solicitaban a los
dirigentes de las brigadas masculinas que creasen grupos auxiliares de mujeres, o las brigadas
masculinas sugerían a las mujeres de su propia localidad (a menudo sus esposas y parientas) que
crearan tales grupos. Las Señoritas centraron la mayoría de sus filiales en torno de su principal
actividad, las escuelas para obreras en las fábricas.27
Las mujeres también pertenecieron a otras secciones de la LPA. Dado que pocas mujeres habían
tornado parte en conflictos obreros importantes después del nacimiento de la LPA, sólo hubo un
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puñado de brigadas femeninas de trabajo libre. Sugestivamente, cuando las empleadas de las
grandes tiendas llevaron a cabo una huelga en Buenos Aires en 1919, apareció una brigada de esta
categoría ocupacional. Las mujeres formaron la Liga Patriótica del Magisterio Argentino en enero de
1920, aunque se filtraron en ella maestros varones. Las brigadas de maestros se organizaron según
líneas de género en la Capital y en las provincias de Buenos Aires y Mendoza. Al igual que la
brigada de empleadas, la brigada de Mendoza surgió durante una huelga de maestros.28
Los liguistas varones y mujeres vislumbraron importantes papeles para las mujeres dentro de la
organización. Cuando anunció la adhesión de la Asociación Nacional Pro Patria de Señoritas a
la LPA, su presidenta, Mercedes Pujato Crespo, escritora santafesina de orígenes modestos,
declaró que el grupo trabajaría en pro de la nación promoviendo el respeto por sus símbolos
sagrados, sus leyes y sus instituciones. Era el momento de que las mujeres argentinas se
unieran al "movimiento de defensa" contra aquellos que querían destruir la sociedad, sostuvo la
brigada femenina de Córdoba. Justo P. Correa, miembro de una antigua familia catamarqueña y
del Magisterio, escribió que, al incorporar a las mujeres, la LPA estaba dando forma integral a su
misión y empleando "lo bello y lo afectivo" para obtener la victoria.29
Cuarenta y una brigadas
femeninas permanentes con 820 miembros, más los grupos de las escuelas de las Señoritas,
concordaban con estas aspiraciones.
Carlés reafirmó la importancia de las mujeres para la LPA al señalar su posición dentro de la
familia, que consideraba baluarte de la nación. Con sus roles diferenciados y organizados
jerárquicamente de marido, esposa e hijos, la familia burguesa modelaba y reforzaba la sociedad
de clases. En este hogar ideal, las mujeres inculcaban en sus descendientes la obediencia, la
religión, la moralidad, el patriotismo y la reverencia por el trabajo. Los desordenados hogares de
los inmigrantes y la educación laica amenazaban con socavar estos valores, lo mismo que el
feminismo, que a juicio de Carlés representaba una lucha contra los varones con objeto de
masculinizar a las mujeres. Los años de la posguerra fueron testigos de un gran debate sobre el
sufragio Femenino, por el que bregaban con determinación los socialistas y las feministas de clase
media. Aunque las feministas no consiguieron el voto en ese momento, su ruidosa campaña
alarmó a Carlés y pudo haber inducido su ampliación del movimiento a las mujeres. En vez de
votar, creía que las mujeres debían moralizar las familias extranjeras y reforzar el tejido social.30
Pero tales tareas, ¿debilitarían su femineidad, a sus familias y a la sociedad? ¿No implicarían
incorporar a las mujeres a la esfera masculina de la política?
La LPA encontró la forma de sortear estos problemas. Se definió esmeradamente a si misma
como una asociación moral y patriótica en vez de una agrupación de tipo político. Esta declaración
no sólo refirmaba el apartidismo de la organización, sino que también legitimaba la actividad
femenina. La LPA, además, asignó prudentemente a las mujeres deberes similares a los que
ejercían en los hogares y en la Iglesia. Por otra parte, separó a los varones de las mujeres dentro
de la organización, a fin de evitar contactos ambiguos entre ambos sexos, y aseguró el control
masculino. Durante toda la década de 1920, la rama del Magisterio fue presidida por una mujer y
también eran mujeres la mayoría de sus dirigentes, pero su vocero principal era un varón. La LPA
permitió que las docentes mujeres, las Señoras y las Señoritas eligieran sus propias dirigentes,
pero no votaban en las elecciones de las autoridades masculinas a las que debían consultar. Por
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ende, la organización abogó por la supremacía masculina en la nación en su conjunto y la
mantuvo dentro de la agrupación.31
Las Bases de la LPA y sus Relaciones con el Gobierno
Su amplia composición social y de género fortaleció a la LPA. Aproximadamente el 69% de las
autoridades centrales masculinas pertenecían a la clase alta, al igual que casi todas las Señoras y
Señoritas, que estaban vinculadas por parentesco entre sí y con sus pares varones. La mitad de
los dirigentes masculinos eran propietarios de tierras o procedían de familias terratenientes, y al
menos el 31% había desempeñado cargos gubernamentales antes de 1916, lo cual sugería sus
lazos con la antigua clase gobernante. Los orígenes sociales de los miembros de las brigadas
masculinas no eran tan augustos. Sólo el 18% de los delegados de las brigadas a los congresos
anuales pertenecían a la clase alta, y el 19% eran terratenientes o miembros de familias de
hacendados. Corno era dudoso que los "trabajadores libres" contratados por los liguistas para
romper huelgas y debilitar a los sindicatos se hubiesen afiliado libremente a la LPA o compartieran
su ideología, la base popular de la organización estaba constituida por los sectores medios —tal
vez el 31% de los dirigentes masculinos nacionales, el 82% de tos delegados y un porcentaje aun
mayor de los miembros de las brigadas o de la rama docente—. El liguista varón promedio de
1920 tenía 47 años y probablemente se hallara en su apogeo profesional y económico.32
Su séquito militar también fortaleció a la LPA. El 17% de sus dirigentes y el 8% de la muestra total
eran oficiales de las Fuerzas Armadas. Seis meses después del nacimiento de la organización,
ésta declaraba contar entre sus integrantes a seis generales, 18 coroneles, 32 tenientes coroneles,
S0 mayores, 212 capitanes, 300 tenientes y más de 400 subtenientes —y esto sólo correspondía
al contingente del Ejército—. Los miembros de las Fuerzas Armadas adhirieron públicamente a la
LPA, los aviadores militares transportaron a las autoridades de la organización y difundieron su
propaganda y los oficiales viajaron al interior en misiones de la junta, fundaron brigadas y
asistieron a las conferencias. Cuando un solitario oficial se arriesgó a criticar públicamente esta
participación, el Ejército lo sancionó y así probablemente silenció a otros. Preocupado por la
amplitud de la participación militar, en julio de 1919 el gobierno prohibió al personal militar activo
afiliarse o respaldar públicamente a cualquier asociación patriótica. Al mes siguiente, el gobierno
prohibió a los liguistas reclutar policías o reunirse en dependencias policiales. Pero fue incapaz de
quebrar los vínculos entre la LPA y las fuerzas oficiales del orden. Irritados por la intromisión de
Yrigoyen en los asuntos militares, por su empleo de las tropas contra los huelguistas y por otros
agravios, tanto los oficiales activos corno los retirados permanecieron en la LPA o cooperaron con
ella, lo mismo que los policías. Durante toda la década de 1920, más de cien oficiales militares
participaron en la junta y en el consejo o actuaron como delegados de las brigadas a las reuniones
anuales. El mismo Dellepiane se unió hacia 1926.33
La cuestión de los militares subrayó la ambigua relación de la LPA con el gobierno. Durante la
Semana Trágica, la administración dio armas a los guardias civiles, entre los que se contaban
radicales, y al principio les permitió reunirse en las comisarías. La Época aprobó tanto los guardias
civiles como los comienzos de la LPA, y los radicales a veces se pronunciaron en favor de ésta en
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el Congreso.34
La participación militar en la organización, empero, suscitó dudas en la
administración, lo mismo que la habilidad de la LPA para atraer millares de adherentes en todo el
país, entre ellos los opositores de clase alta del presidente dentro y fuera ale su partido. Yrigoyen
quizá percibió que la LPA era una rival por el poder, un potencial partido conservador nacional.
No obstante, los dirigentes de la LPA se percataron de que el partidismo alejaría a 'machos de sus
heterogéneos seguidores, que únicamente se habían cohesionado en torno de la cuestión social.
Quizá comprendieron que su origen aristocrático les impediría triunfar en elecciones contra los
radicales. En vez de convertirse en un partido, la LPA procuró sus objetivos por su propia cuenta y
actuando como grupo de presión.
Los Liguistas Contra los Trabajadores
Sin enfrentar una seria interferencia por parte del gobierno, la LPA se dispuso a preservar el
orden. Como ya se señaló, trató ele controlar la oferta de mano de obra mediante la formación de
brigadas ele trabajo libre. La Dirección de Gremios de la LPA inscribía a los trabajadores, les
proporcionaba tarjetas ele identificación y actuaba como agencia de colocaciones —a menudo con
empresarios pertenecientes a la LPA—. Se suponía que las brigadas ele trabajadores proveerían a
sus miembros de los únicos servicios de tipo sindical que los liguistas consideraban legítimos, es
decir, socorros mutuos, educación y mejora gradual de las condiciones de trabajo y económicas.
Cabe dudar de que hayan cumplido de hecho estas funciones. En teoría, la LPA reconocía el dere-
cho de huelga por razones económicas limitadas, pero sólo en contados casos los "trabajadores
libres" protestaron realmente, y nunca con el consentimiento de sus dirigentes.35
Las brigadas de trabajo libre de la LPA se asemejaban llamativamente a las de la ANT, y ambas
organizaciones tenían las oficinas para inscribir a sus miembros en la misma dirección. Se
superponían además en otros aspectos, como por ejemplo sus afiliados. Ambos grupos trabajaron
al unísono para romper huelgas y debilitar a la clase obrera organizada ofreciendo trabajadores no
agremiados y recurriendo a la violencia.36
La ANT y la LPA cooperaron en los conflictos simultáneos de los estibadores portuarios y de los
choferes de taxi.37
Secundadas por la Policía de la Capital comandada por el dirigente radical
Elpidio González, la LPA y la Liga de Propietarios de Automóviles Particulares, afiliada a la ANT,
encabezaron una campaña inflexible contra el combativo sindicato de choferes de taxi entre fines
de mayo y principios de junio de 1921. El intendente radical accedió a la demanda de la LPA de
revocar las licencias de los "indeseables". La LPA también solicitó a la Municipalidad que sólo
contratara choferes de la lista aprobada por ella. Derrotados por la acción combinada de la LPA, la
ANT y las autoridades, los conductores de taxi retornaron al trabajo el 7 de junio.
La zona portuaria, nexo vital de la economía de exportación, fue escenario de un conflicto casi
continuo desde 1916.38
La Federación Obrera Marítima (FOM), principal sindicato portuario, había
conseguido el respaldo del gobierno y cierto control sobre las contrataciones, y sus conquistas le
permitieron prestar apoyo a otros afiliados de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) IX.
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Estas victorias, a su vez, reforzaron la determinación de los empleadores, de la ANT y de la LPA
de promover una confrontación decisiva en el puerto. Su oportunidad llegó a comienzos de 1921, a
raíz de una disputa entre sindicatos rivales de trabajadores de los muelles, que indujo a la ANT y a
la LPA a introducir en el puerto su brigada de estibadores recientemente creada. El gobierno fue
incapaz de resolver el conflicto jurisdiccional y sufrió fuertes presiones de los miembros de la ANT,
de diplomáticos norteamericanos y británicos y de los fletadores extranjeros, quienes amenazaron
con boicotear los puertos argentinos si no se permitía trabajar en ellos a los estibadores libres.
Además, se aproximaban las elecciones y el presidente quería afianzar sus apoyos entre los
argentinos acaudalados. Por estas razones, Yrigoyen dio la espalda a la FOM, se volcó en favor
del capital y abrió el puerto a todos los trabajadores el 23 de mayo.
AI día siguiente comenzaron las refriegas entre los estibadores sindicalizados y los rompehuelgas
de la LPAANT. En uno de estos incidentes perdió la vida el guardaespaldas del presidente de la
ANT y miembro de la LPA, Joaquín de Anchorena. La administración envió tropas comandadas
por el general José. F. Uriburu y reforzó la presencia policial, en tanto que miembros de la LPA y
de la Liga de Propietarios de Automóviles Particulares escoltaron a la brigada de estibadores al
puerto y la custodiaron durante el trabajo. La FOM respondió declarando una huelga general
portuaria el 31 de mayo, pero una severa ola represiva obligó a los sindicalistas a volver al trabajo.
La LPA y la ANT hostigaron libremente a los estibadores afiliados a la FOM e impidieron que los
contrataran. Con la ayuda del gobierno, de la LPA y de la ANT, los patrones doblegaron al
sindicato y recuperaron el control del puerto.
Más allá de estos conflictos con los taxistas y con los trabajadores portuarios, la LPA dejó en
general los asuntos laborales de Buenos Aires en manos de la ANT. Se hizo cargo de ellos fuera
de la Capital, aunque la ANT le proveyó financiación y rompehuelgas.39
Fue en el interior, donde
los trabajadores rurales se estaban organizando en zonas críticas para la economía exportadora,
que la LPA tuvo su principal confrontación con los asalariados.
Uno de los primeros choques tuvo lugar en Las Palmas del Chaco Austral, un enorme
establecimiento del noreste del Chaco que producía ganado, azúcar y tanino para exportación.
Los propietarios y directores de la compañía eran argentinos e ingleses, y su presidente, Carlos
T. Becú, era un prominente radical. Sus peones criollos, indios, brasileños y paraguayos
ganaban magros salarios pagados con vales que sólo podían canjear en las proveedurías de la
compañía. La convivencia en una zona aislada había despertado un sentimiento comunitario
entre los trabajadores. Auxiliados por la FOM y por la FORA IX, formaron un sindicato y se
declararon en huelga a fines de 1919, con lo que obtuvieron aumentos de salarios que debían
pagarse en efectivo, entre otros beneficios. La compañía, empero, insistió en cobrar una
comisión por este "servicio".40
Reacia a aceptar un sindicato, la gerencia comenzó su contrataque a comienzos de 1920. La LPA
y la ANT enviaron mercenarios que aterrorizaron a los pobladores y provocaron refriegas con los
trabajadores agremiados. En mayo, Alberto Danzey, gerente de la compañía, formó una brigada
con estos agentes provocadores. Cuando Becó y los gerentes locales desecharon los reclamos del
sindicato contra la LPA y obstruyeron los intentos de negociar de éste y de la FOFA, el sindicato
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convocó a la huelga en demanda de la expulsión de los liguistas y del cese de las comisiones por
el pago de los salarios en moneda corriente.
La huelga fue larga, sangrienta y de resultado incierto. Se registraron enfrentamientos entre los
trabajadores, por un lado, y los liguistas, la policía y los guardias de la compañía, por el otro. El
capitán Gregorio Pomar, comandante radical del Noveno Regimiento de Infantería, impuso en
agosto un cese del fuego y una conciliación favorable alas trabajadores. Tras la partida de las
tropas, empero, la firma desconoció el acuerdo y la huelga se reanudó. Abrumado por el hambre,
el terrorismo de la LPA y la afluencia de trabajadores despedidos por otros establecimientos de la
sufrida región, el sindicato puso fin a la huelga en junio de 1921. Auxiliado por la Unión Sindical
Argentina (USA), sucesora de la FORA IX, el sindicato logró que los salarios se pagaran en pesos
sin descuento dos años después. Una ley nacional aprobada en 192.5 confirmó este derecho para
todos los argentinos. Tras haber conseguido su objetivo, el sindicato languideció; la brigada de Las
Palmas le sobrevivió, pues perduró por lo menos hasta fines de la década ele 1920. Este
enfrentamiento particular con la LPA tuvo como resultado una infrecuente aunque leve victoria de
los trabajadores.
Los trabajadores sin tierra de la zona cerealera también estaban formando hacia 1919 gremios
vinculados con las federaciones sindicalistas y anarquistas. Una importante huelga en diciembre
de ese ario suscitó la represión gubernamental y la creación de brigadas de la LPA en toda la
región pampeana. La protesta rural continuó en 1920 y 1921, así como las movilizaciones de la
LPA. Hacia 1921, la Federación Obrera Comarcal (FOC), afiliada a la FORA IX, había organizado
74 sindicatos en la provincia de Entre Ríos; frente a ellos se hallaban 51 brigadas de la LPA.41
En enero de 1921, un sindicato de peones y trabajadores manuales del departamento de
Villaguay, situado en la región de las colonias agrícolas judías, declaró la huelga contra los
productores agrarios y los propietarios de trilladoras. Los liguistas atacaron al secretario del
sindicato, y la policía, algunos de cuyos miembros pertenecían a la LPA, lo encarceló junto con
otros militantes. El sindicato, los socialistas locales y la FOC planearon realizar un acto político el
11 de febrero en Villaguay para protestar por estas acciones. Se desató un tiroteo entre los
manifestantes, por un lado, y la policía y los liguistas —entre ellos el dirigente conservador local—,
por el otro. La mayoría de las 35 víctimas fueron trabajadores. La detención de 76 trabajadores y
socialistas —pero de ningún liguista— también demostró el control de la situación por la LPA. Ésta
continuó intimidando a los trabajadores y a los socialistas, incluso al diputado Fernando de
Andréis, enviado por el partido para defender a los detenidos.42
La brigada y los periódicos de Villaguay y un diputado radical por Entre Ríos, Eduardo Mouesca,
juzgaron que se había tratado de un enfrentamiento entre revolucionarios judíos y criollos
disciplinados. El hecho de que el secretarlo del sindicato y 18 de los encarcelados fuesen
inmigrantes judíos dio crédito a tales argumentos. No obstante, los judíos figuraban en ambas
partes del conflicto. La mayoría de los detenidos eran criollos, en tanto que entre los liguistas
locales se contaban judíos. Pertenecieran o no a la LPA, los intereses de los colonos judíos,
quienes eran más numerosos que los trabajadores judíos sin tierra, se asemejaban a los de la
organización. Por estas razones, los dirigentes nacionales de la LPA no formularon comentarios
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sobre la identidad de los participantes en el incidente. Ya sea porque concordaran con las metas
de la organización o porque temieran ser identificados con la izquierda, los judíos se afiliaron a la
LFA en cantidades crecientes tras el episodio de Villaguay. Hacia mayo, al menos doce de las
treinta brigadas de la zona de las colonias judías incluían miembros judíos.43
A pesar de las amenazas de la LPA y de la falta de cooperación de las autoridades radicales de
Entre Ríos, Andréis consiguió finalmente la liberación de los prisioneros. Para esa época, las
brigadas provinciales habían dirigido la mirada a la ciudad portuaria de Gualeguaychú, donde
había actividad de sindicatos afiliados a la FORA IX. Empresarios, agricultores, estancieros,
conservadores y radicales enemistados con el gobierno provincial habían formado una brigada a
fines de 1919. Sus estatutos proclamaban la "libertad de trabajo" y la independencia del capital
como "principios fundamentales" y eran contrarios a aceptar los sindicatos. La brigada intentó que
se despidiera a los trabajadores sindicalizados y confeccionó listas negras de éstos y de otros
críticos de la LPA. Estos esfuerzos se acentuaron a comienzos de 1921 y pronto se desató la
violencia entre ambas partes.44
Los enfrentamientos culminaron el 1° de mayo. La lira trató de apropiarse de este símbolo de lucha
del movimiento obrero internacional para transformarlo en un feriado nacional del trabajo libre,
como lo harían los nazis en Alemania. Las autoridades de la brigada argumentaron que el 1° de
mayo se conmemoraba el pronunciamiento de Justo José de Urquiza contra Rosas en 1851 en
Entre Ríos. Mientras que Urquiza había desafiado la tiranía rosista, los argentinos se enfrentaban
ahora a otra, impuesta por los sindicatos. Los entrerrianos debían derrotar las ideas europeas
perniciosas y el "trapo rojo", tal como habían vencido sobre la bandera punzó de Rosas en
Caseros en 1852. Así, la LPA le dio un nuevo sentido a un acontecimiento patrio para simbolizar la
cohesión contra la militancia obrera. El gobierno autorizó la celebración de la LPA en el apartado
hipódromo por la mañana y los festejos habituales de los trabajadores en la plaza central por la
tarde. AI separar los horarios y los lugares, esperaba evitar la violencia.45
El "Día del trabajador argentino" de la LPA comenzó con un desfile hacia el hipódromo de las
brigadas de Gualeguaychú y de otros doce pueblos, entre ellos las colonias judías, junto con sus
trabajadores libres. Los jinetes, muchos vestidos a la usanza gaucha, portaban estandartes azules
y blancos a su paso por la ciudad, y fueron recibidos con aplausos y flores por la multitud. El
desfile evocaba la visión ensalzadora de las relaciones de clase rurales del pasado sustentada por
los nacionalistas culturales. Su garbo y el uso de los colores argentinos correspondían al carácter
nacional de su causa. La coreografía bien ejecutada de la procesión y la parada fuera del
hipódromo simbolizaban la disciplinada sociedad cuasimilitar anhelada por la LPA. Carlés llegó en
avión, lo cual añadió una nota moderna a las prácticas por otra parte "tradicionales". Tras entonar
canciones patrias, oír los discursos y despedir a Carlés, los participantes se dispersaron.46
Los disturbios que se desarrollaron por fuera de la reunión política planeada revelaron más acerca
de su significado. Algunos miembros de la LPA se encaminaron hacia la manifestación de los
trabajadores, donde los pocos policías presentes no pudieron evitar que rodearan a la multitud.
Liguistas montados a caballo y personas que se hallaban dentro de los edificios que circundaban
la plaza realizaron una enorme andanada de disparos contra el gentío. Los policías arriesgaron
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sus vidas para proteger a los trabajadores de los disparos y uno murió a raíz de ello. Cuando cesó
el tiroteo, sólo quedaban en la plaza los liguistas y los caídos –al menos seis muertos y 28 heridos,
pocos de ellos miembros de la LPA–. Alegando engañosamente que no sabía quién había
realizado el primer disparo, Carlés lo elogió al considerarlo "dirigido contra una apostasía".47
A diferencia del episodio de Villaguay, el gobierno provincial respondió inicialmente de modo
imparcial. La controversia por el incidente previo, la cobertura por la prensa nacional, la evidente
culpabilidad de la LPA y la relativa ausencia de los rivales socialistas de la Unión Cívica Radical
ayudan a explicar la diferencia, así como la presencia de opositores de la administración en la
brigada de Gualeguaychú. La policía detuvo a varios miembros de los sindicatos y a cuatro
liguistas, entre ellos un dirigente conservador, pero pronto liberó a los trabajadores. El gobernador
Celestino Marcó declaró que la LPA socavaba la autoridad del gobierno y la acusó de los disparos,
como también lo hizo la prensa radical nacional. No obstante, tras la llegada de dirigentes
socialistas para representar en el juicio contra la LPA a las familias de los trabajadores asesinados
y al desvanecerse la cobertura periodística durante el prolongado proceso judicial, el gobierno
cambió de postura. Los policías de Gualeguaychú, que al principio habían acusado del crimen a la
LPA, ahora declararon que no sabían nada o responsabilizaron a los trabajadores. Temiendo las
represalias de la LPA y careciendo de protección oficial, tres jueces se excusaron del caso. El
cuarto liberó a los liguistas por insuficiencia de pruebas. Los policías reanudaron su habitual
hostigamiento a los militantes obreros, y la LPA consiguió imponer trabajadores libres en
categorías laborales antes dominadas por los afiliados a la FORA IX.48
Desde 1918, la FOM y la FORA IX también habían ayudado a organizar sindicatos en Chubut,
Santa Cruz y Tierra del Fuego, que se afiliaron a la Federación Obrera Regional (FOR) de Río
Gallegos. Como respuesta, empresarios, estancieros y administradores de estancias, muchos de
ellos nacidos en Europa o representantes de compañías extranjeras, formaron alrededor de 75 bri-
gadas, con ramas adicionales en el interior. La LPA y la ANT reforzaron estos grupos con
trabajadores libres. Como sucedió en otras partes, los nacidos en el extranjero se encontraban en
ambos lados del conflicto, hecho que la LPA trató de ocultar al distinguir a los "capitalistas"
extranjeros, que contribuían a la riqueza nacional, de los "izquierdistas" foráneos, la mayoría
chilenos, que a su juicio no lo hacían.
Los liguistas cooperaron con las autoridades para reprimir un vibrante movimiento obrero y una
de las huelgas rurales más grandes de la historia argentina. Convocada por la FOR en
noviembre de 1920, la huelga de los peones suscitó profunda ira entre los grandes estancieros
criadores de ovejas. Los guardias de asalto civiles de la LPA expulsaron a los huelguistas de las
estancias y capturaron a los trabajadores acusados de promover los desórdenes. El teniente
coronel 1Iéctor Varela, comandante radical del Décimo Regimiento de Caballería, ayudó a
resolver el conflicto en beneficio de los trabajadores, pero cuando los terratenientes
desconocieron el acuerdo, aquéllos reanudaron la huelga. Instando al gobierno a que interviniera
otra vez, la LPA y los patrones presionaron a Yrigoyen para que enviara de vuelta a Varela en
noviembre de 1921. La LPA patrulló Santa Cruz y se unió al Ejército en su batida por el interior.
Proporcionando vehículos, combustible, alojamiento y provisiones, la LPA contribuyó a la
matanza de aproximadamente 1.500 huelguistas a manos de los militares hasta enero de 1922.
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Una vez que los hombres de Varela destruyeron los sindicatos de la Patagonia, la LPA organizó
a los asalariados de la región en brigadas de trabajo libre. El episodio fue una de las victorias
más resonantes de la LPA sobre los trabajadores.49
Las brigadas de la Patagonia y Carlés felicitaron a Varela por su exitosa misión. Preocupado por la
posibilidad de que la matanza hubiese minado su apoyo entre los trabajadores, Yrigoyen no alabó
al militar ni hizo públicos los hechos. Su silencio irritó a los oficiales del Ejército, que consideraron
que el presidente procuraba apuntalar su imagen a expensas de ellos. También molestó a los
miembros de la élite, que creyeron que había repetido la conducta dilatoria que había exhibido en
la Semana Trágica. No obstante, el partido gobernante también trató de atraer a la clase alta. Los
diputados radicales ayudaron a frustrar el intento socialista de formar una comisión investigadora
de las matanzas de la Patagonia, del mismo modo como lo habían hecho con el requerimiento
socialista de interpelar al ministro del Interior para que diera explicaciones sobre el episodio de Las
Palmas.50
Cabe recordar asimismo la falta de simpatía de los radicales por los choferes de taxi y
por los trabajadores de Villaguay, y sus cambios de posición respecto de Gualeguaychú. En estos
casos, los intereses partidarios y el deseo de apaciguar a la élite inclinaron al partido gobernante
en favor del capital.
De este modo, lo mismo que en el caso de la ADT y Alessandri en Chile, la LPA y la ANT obligaron
a Yrigoyen a retornar en parte a los viejos métodos de represión de la clase obrera. El gobierno
siguió cortejando a los trabajadores nativos, menos conflictivos y sin afiliación política. Empero,
también prohibió algunos actos políticos izquierdistas y autorizó a la policía a encarcelar a los
militantes obreros, poner en vigor las leyes de residencia y ele defensa social y proscribir la
exhibición de las banderas anarquista y socialistas.51
Auxiliados por la LPA, por la ANT y por el gobierno, así corno por un gradual descenso de la
inflación y el excedente de mano de obra, los patrones triunfaron en la contienda con los
trabajadores. Los afiliados a los sindicatos y la cantidad de huelgas y huelguistas disminuyeron
marcadamente en la década de 1920. La FORA IX se disgregó en 1922 y fue reemplazada por la
USA, más débil y más pequeña. La izquierda también se fragmentó cuando algunos socialistas se
unieron al Partido Comunista, fundado en 1920. Aparentemente tan fuertes en 1919, la clase
obrera y los grupos de izquierda se hallaban en proceso de desorganización.52
El Género y la LPA
Mientras los varones liguistas reprimían a los trabajadores, sus compañeras mujeres procuraban
"argentinizarlos" recurriendo a su experiencia filantrópica y a sus concepciones social-católicas de
justicia social. Las principales destinatarias de sus acciones fueron las mujeres, que constituían
alrededor del 22% de la mano de obra nacional en 1914 y hasta el 30% de la fuerza de trabajo
industrial y manual. Algunas de estas mujeres participaban en sindicatos y en centros anarquistas
y socialistas femeninos. Aunque las trabajadoras se dividían por partes casi iguales entre
argentinas y nacidas en el exterior, las Señoritas consideraron que era necesario infundir en todas
la adhesión a la nación. Con este fin, fundaron escuelas gratuitas en el Gran Buenos Aires.
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Diecinueve de estas escuelas habían atraído a más de 9 mil estudiantes hacia 1927, y todavía en
1950 la LPA declaraba que seguían funcionando más de cincuenta.53
Carlés describió las escuelas como "exclusivamente argentinas". Los cursos de lectura y escritura,
aritmética, secretariado, costura y otros oficios, junto con el acceso a materiales de lectura en las
bibliotecas adjuntas, dieron a las mujeres la oportunidad de ascender dentro del orden existente.
La instrucción sobre higiene, economía doméstica, crianza cíe los niños y primeros auxilios las
prepararon para desempeñar tareas en el hogar. Las escuelas también proporcionaban una
alternativa a actividades malsanas como coquetear con los varones, beber, bailar el tango o ver
películas inmorales. Las lecciones de catecismo, paciencia, modestia, amor, familia y trabajo
reforzaban la misión moralizadora de las escuelas. Las estudiantes aprendían a estar contentas y
a ser atentas, puntuales y respetuosas de la autoridad —"valores argentinos" atractivos para los
gerentes—. Las disertaciones sobre historia y geografía argentinas y civismo subrayaban el
patriotismo, al igual que otros contenidos del plan de estudios. María Lea Gastón, estudiante de la
escuela de la fábrica Gratry, informó que su maestra les enseñó a coser y a entonar canciones
patrias al mismo tiempo.54
La naturaleza argentina de las escuelas implicaba sumisión al genero y
a la estructura de clases.
El objetivo primordial de las Señoritas era evitar que los subversivos explotaran la ignorancia de
las trabajadoras, como lo expresó Elisa del Campillo, su primera vicepresidenta. Una maestra de
las escuelas fabriles, Carmen Lasse, aplacó los posibles temores de los varones liguistas al
señalar en un congreso de la L PA que la educación de la mujer no significaba inculcarle una
“ciencia abstracta”, sino enseñarle a ser una "madre consciente" y a aborrecer el desorden.55
No
queda claro que las mujeres hayan transmitido sus lecciones a sus hijos y esposos, aunque
también asistía a las escuelas una pequeña cantidad de trabajadores varones.
Aunque asignaron las tareas docentes a maestras contratadas, las Señoritas desempeñaron un
importante papel en las escuelas. Formularon el plan de estudios, proporcionaron modelos de rol
para las jóvenes trabajadoras, solicitaron la concesión de espacios a los patrones, recolectaron
fondos y libros e hicieron públicos sus esfuerzos en los congresos de la LPA y ante toda la sociedad.
Este trabajo pudo haberlas aproximado a sus pupilas; como aprendió Jorgelina Cano, presidenta de
las Señoritas, estas jovencitas dignas de compasión eran "nuestras hermanas". Otra Señorita, Marta
Ezcurra, pasó de la LPA a una carrera en trabajo social. Si bien no queda claro que estos ejemplos
fueran típicos, es evidente que las Señoritas administraron el proyecto social más importante de la
LPA. También abrieron un hogar para delincuentes juveniles, recolectaron fondos para las brigadas
masculinas y para los niños necesitados y organizaron bibliotecas barriales.56
Las Señoras también orientaron la mayoría de sus esfuerzos a fortalecer la familia inmigrante e
integrarla a la nación. Organizaron guarderías infantiles, dispensarios, escuelas, celebraciones
patrióticas y repartos de comida, libros, ropa y cunas en zonas pobres, junto con eventos a
beneficio para financiar estas obras. Al hacerlo, cultivaron habilidades semejantes a las de las
Señoritas. No obstante, el proyecto mejor conocido de las Señoras no involucraba a los
extranjeros. Desde 1920 hasta por lo menos la década de 1930, realizaron exposiciones y ventas
anuales de tejidos producidos en sus hogares por mujeres indias y criollas del Noroeste. Las
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Señoras trataron de ayudar a un grupo de mujeres desheredadas y auténticamente argentinas
para permitirles que permanecieran en sus hogares. Asimismo, corno lo destacó su presidenta,
Hortensia Berdier, el proyecto ejemplificaba la creencia de la LPA en el estímulo de las industrias
que usaban materias primas locales.57
Los esfuerzos sociales de las mujeres apuntaron a mejorar problemas específicos del proletariado
sin incrementar su autonomía. Las ferias de tejidos también reflejaron la conciencia sobre un terna
más abstracto: la necesidad de una solución a largo plazo para el subdesarrollo. Al manifestar su
preocupación por temas amplios, las mujeres (y varones) de las brigadas del Magisterio
denostaron el bolchevismo y las influencias seculares en la educación y, al igual que los
partidarios del nacionalismo cultural, quisieron promover su carácter "argentino". En su mayoría,
empero, las liguistas dejaron las teorías y las abstracciones en manos de los varones.
Irónicamente, aunque las mujeres de la LPA aguzaron sus talentos en la organización, no
adoptaron una postura pública sobre el feminismo. Sus discursos nunca se refirieron a las mujeres
que obtuvieron el voto a nivel local en Santa Fe en 1921 y en San Juan en 1927, ni a los derechos
añadidos por la reforma del Código Civil en 1926. Por cierto, su origen privilegiado, aunque no
profesional, su noción elitista ele la caridad y sus lazos con la Iglesia alejaron a las liguistas de las
feministas y de las mujeres de izquierda.58
Los varones liguistas también se involucraron en la acción social, sobre todo después de que
ayudaron a reprimir la ola de huelgas hasta 1922. Entre sus proyectos se hallaban escuelas
primarias, la enseñanza de oficios a los trabajadores, dispensarios y paseos infantiles por la
Capital. También patrocinaron homenajes y premios para policías, bomberos y soldados,
conmemoraciones patrióticas y actividades con motivos nacionalistas o locales. Algunas de estas
actividades infundieron nuevo significado a prácticas habituales, corno las "comidas campestres"
auspiciadas a menudo por las brigadas. AI servir comidas típicas en una atmósfera rural, estos
ágapes recordaban a los invitados la paz social y las virtudes nacionales que supuestamente
habían imperado otrora en el campo argentino.59
Empero, estos esfuerzos no fueron tan importantes como los de las mujeres, los cuales
armonizaban con las nociones de género de la LPA y de la sociedad. La presidenta de las
Señoritas, Jorgelina Cano, adscribía a las mujeres rasgos como "paz, amor y resignación", así
como idealismo, fe, intuición, voluntad y perseverancia. Estas cualidades míticas estaban a tono
con los deberes de la mujer corno madre, compañera, maestra y custodia en el seno de la familia,
de la LPA y de la nación. La personalidad masculina vislumbrada por la LPA le asignaba a los
varones los roles de luchadores, publicistas, cabilderos e ideólogos. Los imaginaba como jefes de
familia y dirigentes de la esfera pública benevolentes aunque autoritarios, a quienes las mujeres,
los niños y sus inferiores sociales debían respeto y deferencia. Austeros y cristianos, estos
caballeros argentinos defenderían el honor, el hogar, la propiedad y el país, si era necesario con
las armas. En momentos de conflicto, los liguistas recurrieron al lenguaje marcial; los miembros de
la brigada de Gualeguaychú describieron a los varones de su provincia como bravos hidalgos con
"el brazo y el puño fuerte". Carlés advirtió, empero, que la "violencia es una excepción, no un
sistema; es una forma de la defensa nacional que nunca puede revestir el carácter de venganza".
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El presidente de la LPA, que era profesor en escuelas castrenses, defendió la "violencia inteligente
de guerreros, no de malhechores". Un observador interpretó que el "culto del heroísmo" por Carlés
suponía virtud cívica antes que disciplina marcial.60
Carlés y la LPA emplearon un lenguaje ambiguo al referirse a la fuerza como cualidad esencial de
la virilidad. La LPA patrocinó en 1923 un ciclo de conferencias dictadas por Leopoldo Lugones,
quien no abrigaba tales dudas. Su anhelo de que el pueblo se uniese en espíritu a los militares
contra sus enemigos, entre los que incluía la democracia y el izquierdismo, sobrepasaba al tenue
militarismo de Carlés. El poeta proclamó que los argentinos debían afrontar "virilmente" la tarea de
"limpiar el país" de inmigrantes radicalizados, sea mediante la represión o la expulsión. Al año
siguiente, en una célebre alocución (no relacionada con la LPA), Lugones anunció que había
sonado "la hora de la espada". La vida completa quedaba resumida en cuatro verbos de acción:
"amar, combatir, mandar, enseñar". Los tres primeros eran "expresiones de conquista y de fuerza";
por cierto, "la vida misma es un estado de fuerza". Para este propugnador de la virilidad, amar a
una mujer significaba dominarla. El hombre cabal debía asumir el superior llamado del deber, el
sacrificio, el heroísmo y otras virtudes marciales.61
Más extremada que la concepción de
masculinidad de la LPA, la visión lugoniana tendió un puente entre el vitalismo del Comité Nacional
de la Juventud y la extrema derecha de la década de 1930.
La Ideología de la LPA
La LPA encomendó a varones y mujeres infundir la moralidad en la sociedad. Por cierto, las
nociones de pureza y de propiedad obsesionaban a Carlés, quien, al igual que Julián Martel, no
quería que los extranjeros "contaminaran" la Argentina ni que el "contagio en hogares inmorales"
infectara a los niños. Carlés consideraba hogar inmoral al constituido fuera del matrimonio o al que
simpatizaba con las ideas de izquierda; para él, ambas cosas parecían idénticas. La tarea de la LPA,
señaló, era "moralizar el hogar y precaver al pueblo" de las "inmoralidades y perversiones" traídas
por los inmigrantes. Tal inmoralidad se extendía incluso al sistema político, donde "las malas raleas
políticas (...] estimulan todas las concupiscencias de los bajos fondos sociales a cambio del voto
electoral". Las madres argentinas defendían "la pureza de la moral" al disciplinar a sus hijos para
resistir las pasiones que debilitaban la razón; los varones liguistas lo hacían por medio de los armas,
la ideología y el ejemplo. La preocupación de Carlés por el control corporal revelaba su interés por el
control social. En su opinión, los males provenientes del exterior amenazaban la sociedad, el cuerpo
en letra grande; la limpieza significaba expulsar esa amenaza foránea.62
Los varones de la LPA enlazaron la moralidad en su ideología de conciliación de clases. Carlés
declaró que anteriormente a la inmigración masiva, los argentinos habían aceptado el mundo tal
como era, desigual y jerárquico. Al respetar la familia, la propiedad y la autoridad como la base de
la sociedad, habían progresado de manera ordenada por medio del trabajo esforzado y el ahorro.
Los "huéspedes" desagradecidos, en cambio, habían trastocado la política moral en favor de su
versión inmoral y contaminado la nación que los había acogido. Rechazaban el mundo como era
para preferir la forma como se les antojaba que fuese. Los utopistas, los anarquistas, los
socialistas y los sindicalistas eran todos ellos escoria humana sin Dios, patria, ley ni familia. Contra
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aquellos que querían moldear la sociedad de acuerdo con programas teóricos, la LPA esperaba
afianzar el bienestar general por medios naturales, conforme con lo que era "humanamente
posible". No se podían eliminar las distinciones entre las personas; todos los individuos
mantendrían las posiciones "naturales" respectivas y sólo se apropiarían de lo que legítimamente
les correspondía. Al mismo tiempo, la LPA abogaría por leyes que refrenaran a la vez los abusos
de los ricos y la militancia obrera, y auxiliaría a los pobres. Tales reformas "humanizarían" los
ideales izquierdistas al suprimir su barniz teórico y convertirlos en posibilidades reales. Carlés las
consideraba ejemplos de cristianismo práctico o de "humanitarismo práctico".63
La LPA discrepaba con la visión de clase y con et utopismo izquierdistas. Consideraba que las
unidades sociales primarias eran las naciones, no las clases. Algunos liguistas negaban la
existencia de clases en la Argentina, mientras que otros alegaban que no eran tan rígidas como en
Europa. Existieran o no las clases, la mayoría de los miembros de la UPA argumentaban que la
posibilidad de movilidad ascendente las despojaba de significado. Los liguistas ofrecían su propia
definición "argentina" de trabajadores, en la que incluían a todos los productores y pensadores.
Esta definición les permitió llamar a sus tres primeras reuniones anuales "congresos de
trabajadores". Como lo harían los nacionalsocialistas alemanes, los liguistas oscurecieron la
terminología izquierdista o procuraron reemplazarla por la suya.64
En los congresos de la LPA, sus miembros y los invitados analizaron los medios para llevar a la
práctica el humanitarismo. Debatieron los méritos de la seguridad social, las regulaciones
laborales, las licencias por maternidad y otros beneficios para las trabajadoras, las viviendas
públicas, las cooperativas, el reparto de utilidades y la reforma agraria. Muchas de estas
propuestas habían sido formularlas por los católicos sociales y los conservadores reformistas, y
miembros de estos grupos presentaron ponencias y colaboraron en la redacción de los informes
de las comisiones. Aunque algunos liguistas eran empresarios nacidos en el extranjero o
trabajaban para compañías extranjeras, los relatores manifestaron interés por el nacionalismo
económico. Uno de ellos explicó que las naciones industrializadas sostenían una balanza
comercial favorable a ellas, lo cual confinaba a los productores de materias primas a una
esclavitud económica que los mantenía en un plano inferior al de los países preparados para ser
dueños de sus destinos. Deseaba que la Argentina afirmara el control sobre sus propios
recursos y su vida económica. Los miembros de la LPA alentaron a los argentinos a invertir en el
país y solicitaron al gobierno que elevara las barreras arancelarias, pusiera freno a la inversión
extranjera, redujera la deuda externa y creara una marina mercante, un fondo de inversión
pública y una planta frigorífica estatal. Inevitablemente, la LPA ligó el nacionalismo económico
con la cuestión social. Vio en la industrialización un medio para fomentar el empleo y, por ende,
reducir el descontento obrero. Algunos liguistas atribuyeron el subdesarrollo a los desórdenes
promovidos por los trabajadores, lo cual les daba otro motivo para considerar antinacionalista a
la clase obrera. Al igual que Ricardo Rojas, Carlés trazó un paralelismo entre la explotación de
la Argentina por los inmigrantes radicalizados y la realizada por el capital extranjero; ambas
requerían, en su opinión, una solución nacionalista.65
Los liguistas evitaron criticar a la elite terrateniente y al capitalismo local al atribuir la culpa a otros.
No sólo las empresas y la clase obrera extranjeras eran blancos de la ira de la LPA, sino también
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los intermediarios, las compañías colonizadoras y los representantes del capital financiero. No
obstante, los congresos no singularizaron a los comerciantes y los financieros judíos.66
Tal como lo postuló Arturo Pallejá, prominente jurista y miembro de la junta central, el
corporativismo ofrecía una solución potencial a los problemas del desorden social, la
descomposición política y la usura.67
Aunque Carlés veía muchos defectos en las libertades civiles,
el sufragio universal, la igualdad y la "demagogia" yrigoyenista, hasta fines de la década de 1920
seguía considerando que el corporativismo era tiránico y no exigió un cambio del sistema
político.68
A diferencia de Chile, donde el temor a la inestabilidad social indujo a sancionar una
legislación laboral a mediados de la década ele 1920, en la Argentina, tras la derrota de la clase
obrera en 1922, pocos liguistas estaban dispuestos a considerar reformas tan arrolladoras para
preservar la esencia del orden social.
Familiarizados con el corporativismo, los miembros de la LPA también estaban al corriente de
los movimientos derechistas ele otras latitudes. Caries elogió el programa de distribución de
tierras de los fascistas italianos como una muralla contra el bolchevismo, y comparó a la LPA
con varios grupos antizquierdistas europeos, con los cuales ésta mantenía contacto. Un
liguista visitó incluso la Acción Francesa, grupo fundado por el principal ultraderechista
europeo de la época, Charles Maurras. No obstante, en las reuniones anuales y en los
panfletos de la LPA nunca se mencionó a Maurras y rara vez hubo referencias a alguna
organización europea. Las únicas influencias foráneas que el presidente de la LPA reconocía
eran el positivismo y el catolicismo. Una vez más, esto lo facultaba a diferenciar la
argentinidad de la LPA ele la "exótica" doctrina del conflicto de clases, que según Carlés no
era aplicable a un país subdesarrollado.69
La heterogeneidad en el seno de la organización impidió el consenso sobre otros temas aparte de
la necesidad de domesticar a los trabajadores. Los discursos en los congresos, empero, reflejaron
la creciente disposición de los sectores altos y medios a considerar ideas económicas antiliberales.
La incertidumbre económica ele la primera posguerra llevó a algunos miembros de la élite, dentro
y fuera ele la LPA, a contemplar un limitado programa de industrialización que no transformara la
estructura socio económica.70
A pesar del origen antijudío y antinmigratorio de la LPA, sus congresos dedicaron escasa atención
a estos temas. Los estatutos recomendaban excluir a los inmigrantes que rechazaban la
Constitución, y algunas alocuciones en las reuniones abogaron por restringir el ingreso de
inmigrantes. La mayoría de los liguistas, empero, parecían propiciar la argentinización y el control
de los extranjeros antes que su exclusión. Tampoco prosperó el antisemitismo en la ideología
oficial de la LPA, aun cuando el arribo a la Argentina de 67 mil judíos de Europa Oriental y Medio
Oriente entre 1921 y 1930 pudo haber inquietado a los liguistas. Su interés por mantener un
excedente de mano de obra atenuó su nativismo. Empero, es probable que la mayoría de los
miembros de la LPA desearan mantener a la Argentina lo más blanca y cristiana posible. Un
expositor invitado, el ensayista Lucas Arrayagaray, hizo hincapié en la necesidad de preservar la
herencia racial del país, sobre todo evitando el ingreso de asiáticos. De vez en cuando, los
liguistas se refirieron a medios para mejorar la raza criolla. La sugerencia de que las victimas de
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ciertas enfermedades debían abstenerse del matrimonio fue uno de los raros ejemplos de
darwinismo social dentro de la organización.71
La leve postura de la LPA respecto de la inmigración y de la raza denotaba sus opiniones
esencialmente moderadas. La agrupación representó la radicalización de la derecha moderada
durante la crisis de posguerra. Una vez que ésta se atenuó, sus miembros depusieron su violencia
y su retórica amenazante y volvieron al conservadurismo. La sumersión del antisemitismo en la
LPA fue un signo de la declinación de su extremismo. La critica estridente contra tos judíos podría
haberla llevado a un cuestionamiento más amplio del sistema económico, como sucederá más
adelante (véase Parte III), mayor del que la LPA aspiraba a emprender.
La Iglesia
La LPA tenía como compañera en el campo conservador a la Iglesia católica. Cinco sacerdotes y
al menos once laicos social-católicos aparecen en la muestra de los liguistas varones, y hubo otros
signos de superposición. El padre De Andrea integró el cuerpo directivo provisional y la primera
junta, y asistió junto con el padre Piaggio al primer encuentro de la LPA. El arzobispo de Buenos
Aires fue presidente honorario del octavo congreso, y al noveno concurrieron los obispos de
Corrientes, Salta y Tucumán. Otros clérigos de elevada posición, como el padre Gustavo
Franceschi y monseñores Dionisio Napal y Nicolás Fasolino, vicario general del Arzobispado de
Buenos Aires, pronunciaron discursos en las reuniones anuales de la LPA. Napal y el padre
Saravia Ferré fueron miembros de brigadas, y el franciscano Juan B. Lagos integró la junta central.
Es significativo que los clérigos vinculados con la LPA tendieran a ser capellanes castrenses, lo
cual denota los lazos entre las tres instituciones.72
El hecho de que Carlés diera charlas en iglesias
también fue señal de la aprobación de la jerarquía.
Lo que no resulta inmediatamente evidente es por qué la Iglesia respaldó a la LPA. Muchos
católicos pertenecían a la UCR y admiraban la filosofía de Yrigoyen, que contenía ideas de
naturaleza católica o que se asemejaban al pensamiento católico. Al igual que la Iglesia, le
asignaba al Estado el deber de mediar entre los grupos sociales y de promover la armonía, y
apelaba a la moral y a menudo recurría a metáforas cristianas. El presidente propició un código del
trabajo y otras medidas sociales que evocaban el catolicismo social, aunque se estancaron en el
Congreso. Yrigoyen donó su sueldo de presidente a la caridad católica, se opuso a los proyectos
legislativos para implantar el divorcio y eligió a clérigos prominentes para desempeñar papeles
ceremoniales. La Iglesia debe de haber considerado atractivos estos aspectos del yrigoyenismo.
Sin embargo, la jerarquía quizá concordaba con Franceschi, quien creía que el presidente no
había puesto freno suficiente a la militancia obrera.73
La persistente sospecha de la Iglesia
respecto del Estado también pudo haber motivado sus vínculos con una institución privada
defensora del orden.
El catolicismo y la LPA se superpusieron en grado significativo. Los sacerdotes se explayaron en
los congresos de la organización sobre temas como la legislación laboral, el nacionalismo en la
Iglesia y la misión social de ésta, lo que denota la receptividad de la LPA a estas opiniones. Cariés
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respaldó persistentemente posiciones social-católicas, la "moral cristiana", el cristianismo práctico
y la "escuela con Dios". La insistencia de la LPA en su carácter apolítico quizá también aplacó la
preocupación clerical de no ofender al gobierno.74
La respuesta a la Semana Trágica que ofreció la corriente predominante de la jerarquía se
asemejó a la del ala cooptativa de la LPA. Similares en teoría—aunque no en la práctica— a las
brigadas de trabajo libre, los 85 Círculos Católicos de Obreros habían atraído a 36 mil miembros
hacia 1919. En abril de ese ario se creó una nueva organización, la Unión Popular Católica
Argentina (UPCA), dedicada a vigorizar la conciencia social católica, "la nacionalidad y, más
concretamente, i...) el argentinismo", según De Andrea. Su directorio estaba integrado por tres
laicos liguistas, De Andrea y Fasolino. Una campaña nacional para recolectar fondos, bajo el lema
"Dad y... Conservaréis", fue su actividad más importante. Su líder espiritual era De Andrea y la
mayoría de los miembros de su comité financiero eran liguistas, así como otros organizadores y
colaboradores, entre ellos 18 mujeres. Con los ingresos se financiaron cuatro barrios obreros
pequeños, una escuela de oficios para trabajadoras y otros proyectos.75
Como lo sugiere el uso de estos fondos, los católicos sociales continuaron movilizando a las mujeres
—de formas que se asemejaban a las de la LPA—. La Sociedad de la Cruz de Obreras Fosforeras,
fundada por un sacerdote en 1917, atrajo a trabajadoras de otras industrias y abrió 15 sedes con 650
miembros en el Gran Buenos Aires. Entre tanto, bajo la guía del padre Gustavo Franceschi, jóvenes
de clase alta fundaron el Centro de Estudios Blanca de Castilla en 1916. El Centro organizó a
costureras, empleadas de comercio y otras trabajadoras en tres sindicatos católicos, que reclutaban
719 afiliadas hacia 1919. Al igual que sus pares creados por la Liga de Damas Chilenas, los
sindicatos y la Sociedad La Cruz respetaban la religión, el país, la familia y la propiedad y ponían
énfasis en la educación y en los socorros mutuos. En 1922, la explícitamente antirrevolucionaria
Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas (FACE), de De Andrea, absorbió los cuatro
grupos; nueve años después, la FACE reunía 18 sindicatos con 7 mil miembros.76
Quizá su coincidencia respecto de la conciliación entre las clases le permitió a la jerarquía pasar
por alto aspectos menos cristianos de la LEA. Uno de éstos era la tendencia de Cartes a deificar
la nación. Invocaba a la "patria" como la deidad que "consolidó la paz, afianzó la justicia,
promovió el bienestar general y aseguró los beneficios de la libertad". Apropiándose de términos
católicos para su uso político, tituló uno de sus discursos "Catecismo de la doctrina patria".77
Estas declaraciones no armonizaban con las enseñanzas de la Iglesia; el Vaticano condenaría a
la Acción Francesa, al fascismo italiano y al nazismo germano por anteponer el nacionalismo a
la religión y reemplazar ésta por aquél. Los actos violentos de la LPA tampoco concordaban con
las nociones católicas de paz social.
Miguel de Andrea era el epítome de los lazos de la Iglesia con la LPA y de un catolicismo más
patriótico que espiritual. Mientras que algunos, en particular figuras de la élite y de la jerarquía, lo
consideraban izquierdista, otros repudiaban su ambición, su estilo verticalista de liderazgo y sus
vínculos con políticos y con la clase alta. Lo acusaban de alejar a los pobres al moldear los
programas sociales católicos como instrumentos para evitar la revolución en lugar de promover la
simple justicia social. La controversia en torno de su persona contribuyó al fracaso de su
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nominación como arzobispo de Buenos Aires a mediados de la década de 1920. Tras el rechazo
del Vaticano, De Andrea retiró su candidatura, pero el presidente Marcelo T. de Alvear (19221928)
se negó a aceptar su dimisión. Cuando una delegación de católicos le solicitó a Alvear que
cambiara de opinión, éste suspendió en cambio la provisión de fondos a la Iglesia. Finalmente, el
presidente aceptó la renuncia, pero declaró personae non gratae al nuncio y a su secretario. La
disputa culminó en 1925, cuando el Vaticano ratificó la nueva elección hecha por Alvear.78
Las acciones de Alvear generaron resentimiento en muchos católicos y les recordaron que
carecían de influencia sobre el Estado laico. Por esta y otras razones, algunos se volvieron
opositores de la democracia. Franceschi propuso pasar a un sistema corporativista, en el cine la
legislatura representara a grupos económicos en lugar de partidos políticos y sólo votaran los jefes
de familia varones. Entre tanto, Franceschi y De Andrea moderaron sus sospechas sobre la
democracia en la creencia de que la Iglesia podría domesticarla y moralizarla.79
De los intentos de formar una joven élite católica surgiría un movimiento que rechazaría la
democracia en todos sus aspectos. Los estudiantes católicos ya se habían movilizado contra el
movimiento de reforma universitaria, que exigía un mayor papel de los estudiantes en el gobierno
de la universidad junto con otros cambios en la administración y en los planes de estudio. Para los
católicos, este movimiento ponía en peligro la jerarquía social y los valores religiosos. Organizados
en 1922 como reacción a ello, los Cursos de Cultura Católica instruyeron a los jóvenes de clase
alta en teología ortodoxa y filosofía. Al leer a pensadores derechistas laicos como Charles
Maurras, Ramiro de Maeztu, Nicolai Berdiaev, Oswald Spengler, Maurice Barrès y Werner
Sombart, los estudiantes comenzaron a vislumbrar una sociedad jerárquica corporativista. Los
participantes se consideraban a si mismos rebeldes contra los círculos dominantes burgueses
católicos. "Disidentes hacia la tradición y hacia la derecha, pero disidentes", iniciarían una
"revolución" católica que habría de transformar a la derecha a fines de la década de 1920.80
CONCLUSION
La LPA alcanzó su apogeo en 1922. Durante los siguientes seis arios, los sindicatos
languidecieron y la LPA se reveló conforme con el presidente Alvear, radical moderado que
nombró a Carlés interventor en San Juan en 1922 y a Domecq García ministro de Marina. Desde
este cargo, el primer presidente de la LPA podría imponer las políticas de trabajo libre en el puerto.
El gobierno estaba de nuevo en manos de aristócratas que gozaban de la confianza de la élite
para proteger sus intereses. Por ende, la LPA se mantuvo en reposo hasta el final de la década,
No obstante, las condiciones de la Argentina de la posguerra, a diferencia de las de Chile,
alimentaron un movimiento de extrema derecha. La clase obrera puso en peligro las bases
económicas de la oligarquía, y los miembros de las clases media y alta, tanto varones como
mujeres, temieron por sus propiedades y sus privilegios. Divididas y debilitadas, las fuerzas
conservadoras habían perdido el control del Estado en el más democrático de los países
latinoamericanos y abrigaban la sospecha de que el gobierno reformista era indulgente con los
trabajadores. Estos motivos las empujaron hacia la extrema derecha. La derecha moderada —
damas aristocráticas, empresarios, partidos conservadores, radicales de clase alta y la mayoría de
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los católicos sociales—compartía los principios básicos de la LPA y de la ANT, la ultraderecha. Lo
mismo sucedía con las facciones predominantes en la Iglesia yen las Fuerzas Armadas. El hecho
de que la LPA nunca se haya separado de los conservadores o de los radicales para constituirse
en un partido político hizo posible esta superposición. La LPA y la ANT reclutaron sus miembros
entre los moderados; lo único que separó a los moderados de los extremistas en esta crisis fue la
disposición de estos últimos a emplear la fuerza y a actuar por otras vías fuera del sistema político.
Así, los extremistas sirvieron como guardia armada de los moderados. Al final de este período,
empero, surgieron nuevos extremistas de inspiración católica cuyas creencias diferirían
marcadamente de las de los derechistas moderados.
NOTAS
1 Alonso; Sábato, pp. 139-163.
2 Cornblit, pp. 605-606; Stimson, Buenos Aires, desp. 737, 25 de enero de 1919, 835.00/ 164, en U.S.
Department of State, Records [...] Argentina, 1910-1929; La Mañana (Buenos Aires), 30 de enero de 1915, p.
1. Téngase en cuenta que el término "conservador" designa tanto a un partido político de la provincia de
Buenos Aires como a una variedad de partidos y personas de esa tendencia política.
3 Torre, Obras, vol. 5, pp. 29, 35-36, 43; Malamud; Deutsch, Contrarrevolución, pp. 39-41. El PDP también
cosechó el apoyo de la Liga del Sur de Santa Fe cuya base estaba constituida por chacareros inmigrantes.
4 Vásquez-Presedo, vol. 2, p. 46; Shipley, p. 75; Tulchin.
5 Vásquez-Presedo, vol. 2, p. 47; Rock, Politics, pp. 190-191.
6 Bergquist, pp. 102,134-136.
7 Cornblit, p. 628.
8 La Nación, 23 de mayo y 13 de julio de 1918; La Vanguardia (Buenos Aires), 15 de mayo de 1919;
Asociación del Trabajo, Normas, pp. 3-4.
* En castellano en el original [N. del t.]
9 Azaretto, pp. 65-67.
10 Deutsch, Contrarrevolución, pp. 78-81.
11 Sobre Ia Semana Trágica, véanse Babini, pp. 8-20; Bilsky, Godio; Rock, "Lucha"; "La Semana Trágica"; La
Nación, 9-19 de enero de 1969. Véanse también Godio, pp. 36, 48-49, 133; Ofelia Pianetto, "The labour
movement and the historical conjuncture: Córdoba, 1917-1921", en Adelman, Essays, p. 152.
12 Babini, p. 16; Bilsky, pp. 73-75; Godio, pp. 34-35, 181.
13 Sobre el antisemitismo, véanse Avni, "Antisemitismo'; Soler, p. 44; Solominsky, pp. 1.7-21; Franceschi, en
El Pueblo (Buenos Aires), 26 de enero de 1919, p. 2; Rìvanera Corsés (sobrino nieto de Manuel Cariés);
Deutsch, "Argentine right"; Mirelman, "Semana Trágica". Sobre las guardias y milicias civiles, véanse La
Prensa, 12-15 de enero de 1919; La Nación, 11-15 de enero de 1919; La Epoca (Buenos Aires), 10-12 de
enero de 1919; Carasy Caretas, N° 1059, 18 de enero de 1919; Romarin; Carulla, Al filo, pp. 159-160; Pifero,
p. 68.
14 Liga Patriótica Argentina (Liga), La verdad, pp. 6-7; Revista Militar, 19, enero de 1919, p. 198.
15 "A", Buenos Aires, N° 158, 2 de agosto de 1920, copia N° 1082; Stimson, 18 de febrero de 1920, C-10-K,
12931, en U.S. National Archives, RG 38.
16 Cantón, pp. 146-149; Bilsky, p. 74; Rouquié, Poder, vol. 1, pp. 150-151; Potash, p. 12.
17 La Epoca, 16-17 de enero de 1919; La Razón (Buenos Aires), 13 de enero de 191.9, p. 2; La Nación, 14
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de enero de 1919, p. 8; Godio, p. 183.
18 Revista Militar, 19, enero de 1919, pp. 199-202; La Razón (Buenos Aires), 17 de enero de 1919, p. 3; La
Epoca, 20 de enero de 1919, p. 2; La Prensa, 20 de enero de 1919, p. 8.
19 Liga, Estatutos.
20 Zeballos, "Gobierno radical", pp. 273-280; Liga, Primer Congreso, p. 69; Collier y Collier, p. 148.
21 Araújo Salvadores, entrevista; Argentina, Policía, Orden; Liga, Solemne homenaje, p. 16. Sobre la brigada
judía, véase Vicia Nuestra (Buenos Aires), 3, julio de 1919, s.p. La prensa describió exhaustivamente la
formación de brigadas y las actividades de las autoridades y de las brigadas de la Liga,
22 La Prensa, 4 de febrero de 1919 y 26 de octubre de 1946; Pedro Maglione Jaimes, "Una figura señera:
Manuel Carlés", La Nación, 12 de enero de 1969, 3' sección, p. 6; Archivo 20137, Archivo de La Prensa,
Buenos Aires; Rouquié, Poder, vol. 1, p. 144; -Leticia Alvarez, El nacionalismo, vol. 1, p. 193; Rocle, Politics,
p. 183.
23 Liga, Estatutos, pp. 23-29. Corno lo destacó Caterina (p. 84), en la dirigencia predominaban los
representantes de la Capital.
24 Calculé la cantidad de brigadas a partir de la prensa y los congresos; mi estimación sobre el número de
miembros del núcleo de la organización se basa en el hecho de que las brigadas promediaban veinte
oficiales. Cada brigada tenía sus propios oficiales electos, su junta, sus comisiones y su tesoro.
25 La Prensa, 15 de abril de 1919, p. 13, y 25 de mayo de 1919; Liga, Octavo Congreso, p. 410. Sobre el
Consejo, véase Grierson; sobre las opiniones acerca de la participación política femenina, véase Font.
26 El Pueblo, 30 de junio-1 de julio, 21-22 de julio de 1919; La Fronda (Buenos Aires), 8 de octubre y 1 de
noviembre de 1919; La Nación, 4 de noviembre de 1919.
27 La Fronda, 10 de agosto de 1920; El Pueblo, 10 de agosto de 1919.
28 El Pueblo, 15 de agosto de 1919; La Prensa, 12 y 31 de enero de 1920; La Nación, 13 de agosto de 1920;
La Capital (Rosario), 26 de enero de 1921; Spalding, Organized labor, p. 65.
29 Pujato Crespo, en La Prensa, 13 de mayo de 1919; Brigada de Córdoba, en La Voz del Interior (Córdoba),
23 de octubre de 1919; Correa, en La Capital, 17 de enero de 1921. Sobre Pujam Crespo, véanse La Palma
de Emery, pp. 192-193, y Auza, Periodismo, pp. 299-300.
30 Liga, Discurso de 1919, pp. 6, 9; Catecismo, pp. 1-3; Font, p. 163; Liga, Comisión de Bellas Artes,
Brigadas de Señoras, p. 7; Liga, Sexto Congreso, p. 44; Octavo Congreso, pp. 53, 57. Sobre el feminismo,
véanse Carlson, pp. 153-166; Lavrin, "Women", esp. pp. 266-277.
31 Lo que no significa que la izquierda fuese mucho mejor; por cierto, ridiculizó el reclutamiento de mujeres
por la era. Véase La Voz del Interior, 24 de octubre de 1919; La Protesta (Buenos Aires), 29 de octubre de
1919. Sobre la resistencia masculina a la participación femenina en la clase obrera y la izquierda, véanse
Lavrin, "Women", y Navarro.
32 La información sobre la composición social de la Liga está basada en una muestra de 146 delegados de
las brigadas a los congresos anuales y 71 miembros de la junta central y del consejo ejecutivo entre 1920 y
1928. Las fuentes se mencionan en la sección biográfica argentina de la bibliografía. Se consideraron de
clase alta los socias del Jockey Club, la Sociedad Rural y otras asociaciones rurales, organizaciones sociales
prestigiosas y el Círculo de Armas. Agradezco a Néstor Tomas Auza y a José Luis de Imaz por confirmar los
orígenes de clase de las personas estudiadas. En cuanto a la procedencia social de las mujeres, véanse
también La Voz del Interior, 24 de octubre de 1919; La Fronda, 1 de noviembre de 1919; Liga, Comisión de
Señoritas, Sus escuelas, p. 20. La mayoría de los delegados a los congresos eran oficiales de las brigadas y
su origen social probablemente fuese más alto que el de los cuadros y las filas de la agrupación.
33 Cifras extraídas de Review of the River Plate, 25 de julio de 1919. Véanse también El Mercurio, 27 de julia
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de 1919, p. 22; La Vanguardia, 2 de marzo y 11 de junio de 1919; El Pueblo, 21-22 de junio y 24 de junio ele
1919; Rock, Politics, pp. 183, 198; Ronariz, p. 171; Rouquié, Poder, vol. 1, pp. 151-157; Potash, pp. 9-
12;.Caterina, pp. 43-44, 46, 156-158, 290.
34 La Época, 11 de enero de 1919, p. 1, y 8 de febrero de 1919, p. I.
35 La Fronda, 15 de marzo de 1920; La Prensa, 15 de enero de 1920; La Vanguardia, 15 de diciembre de
1921; La Protesta, 14 de junio de 1923; Liga, Tercer Congreso, pp. 153-154.
36 La Vanguardia, 15-16 de maya de 1919; La Protesta, 29 de abril de 1922; La Prensa, 25 de enero de
1920; Boletín de Servicios de la Asociación del Trabajo (Buenos Aires), 1, N° 1, 5 de febrero de 1920, p. 1;
Asociación del Trabajo, ¿Qué es la Asociación?; Shipley, pp. 293-297, 117-318; Riddle, dese. 25, 10 de abril
de 1922, 835.5043/1.
37 Sobre estos dos casos, véase Deutsch, Contrarrevolución, pp. 122-124.
38 Horowitz, "Argentina's"; Adelman, "State", esp. pp. 89-102, y "The political economy of labour, 1870-1930",
en AdeInran, Essays, pp. 21-22.
39 La Vanguardia, 16 de febrero y 5 de mayo de 1921; La Protesta, 29 de abril de 1922; Shipley, p. 317;
Argentina, Congreso, Diputados, 31 de agosto de 1920, p. 652.
40 Sobre Las Palmas, véanse Diputados, 31 de agosto de 1920, p. 648; Dominguez; La Vanguardia, 12, 14,
17, 19, 24, 26 y 30 de agosto de 1920; Tissera; Cameron, p. 305.
41 Datos sobre sindicatos extraídos de Gori, p. 242; G. Cuadrado Hernández,
42 Sobre Villaguay, véase La Vanguardia, 15-21 y 24-28 de febrero de 1921; Diputados, 18 y 23 de febrero
de 1921, pp. 311-316, 355-392. Véase también La Fronda, 27 de febrero de 1921.
43 La Fronda, 3 y 14 de marzo de 1921; La Nación, 2 y 14 de marzo de 1921; Liga, Primero. Sobre la
participación de los judíos, véase el número completo de Vida Nuestra, 4, N° 9, marzo de 1921.
44 "Estatutos de la Liga Patriótica Argentina, Gualeguaychú", en Archivo Julio lrazusta, Documentos, vol. 1;
La Fronda, 15 de noviembre de 1919; La Nación, 23 y 31 de marzo de 1921; Liga, Primero, pp. 61-67;
Argentina, Provincia de Entre Ríos, vol. 2, pp. 519-522.
45 Liga, Humanitarismo, p. 10; Liga, Primero, esp. pp. 5, 9; La Nación, 19 de abril de 1921; Eric Hobsbawm,
"Introduction: Inventing traditions", en Hobsbawm y Ranger, p.9.
46 Sobre los episodios y el acto espectacular que tuvieron lugar ese día, véase Liga, Primero, pp. 29-32, 57-
60, 70-72; La Vanguardia, 2-4 y 6 de mayo y 1.2 de julio de 1921; La Fronda, 4 de mayo de 1921; Entre Ríos,
vol. 3, pp. 1026-1027; La Prensa, 2-3 de mayo de 1921; Antonio A. Giménez, entrevista. Véase también Mary.
Ryan, "The American parade; representations of the nineteenth-century social order", en Hunt, pp. 133-140.
47 Carlés, en Liga, Primero, pp. 85-86. Sperber (pp. 116-117) recalcó la importancia de estudiar "la
interacción de los acontecimientos planeados y no planeados".
48 Entre Ríos, vol. 2, pp. 521, 523-524; vol. 3, pp. 1029-1033, 1035-1036; La Vanguardia, 2-3, 8, 10, 16 y 27
de mayo, 15, 18, 22, 24 y 29 de junio, 6, 12 y 18 de julio y 26 de noviembre de 1921; La Fronda, 3 de mayo
de 1921; Marotta, vol. 3, p. 39.
49 Sobre los episodios de la Patagonia, véanse lscaro, vol. 2, pp. 189-191; Bayer; Fiorito; Liga, El culto;
Borrero, pp. 63-65. Como lo señaló Bergquist (p. 104), la identidad chilena compartida de los trabajadores y
las condiciones de aislamiento en que vivían en las estancias de cría de ovejas les dieron una sólida base a
estos sindicatos.
Sobre las acciones conjuntas de la LPA y del gobierno para reprimir a los trabajadores petroleros de
Comodoro Rivadavia y de Punta Arenas, Chile, véanse lscaro, vol. 2, p. 189; Solberg, Oil, pp. 66-68; La
Vanguardia, 23 de octubre de 1919 y 27 de febrero de 1920; La Prensa, 27 de enero de 1920.
50 Liga, Campaña; Diputados, 31 ele agosto de 1920, p. 648; 1 de febrero de 1922, pp. 54-110; Rouquié,
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Poder, vol. 1, p. 149; Bayer, vol. 2, pp. 350-352; vol. 3, pp. 143-150.
51 Review of the River Plate, 13 de junio de 1919; Rock, Politics, pp. 197-198; Walter, The Socialist Party, pp.
157, 160; Riddle, Buenos Aires, desp. 44, 10 de mayo de 1922, 835.00/298.
52 Rock, Politics, pp. 190, 214; Shipley, pp. 292, 302-305; Vásquez-Presedo, vol. 2, p. 47. Horowitz, empero,
en "When Argentine employers...", atribuye en parte la debilidad obrera de la década de 1920 al fracaso de la
huelga general de 1924.
53 La Fronda, 2 de julio de 1920; Liga, Comisión Central, Memoria 1927, p. 5; Auza, Periodismo, p. 130. Las
publicaciones de la LPA y la prensa mencionaron 19 escuelas; Liga, La verdad, p. 11, citó cincuenta. Las
fotografías de las escuelas en la prensa y en el Archivo Gráfico de la Nación, así como mi entrevista con
Baylac de Eizaguirre, confirmaron que estos proyectos continuaron mucho después de la década de 1920.
Sobre las mujeres trabajadoras, véase Lavrin, "Women", pp. 92, 101-102. Algunas industrias, como la frigo-
rífica, empleaban más mujeres inmigrantes que nativas. Véase Lobato, p. 177.
54 Liga, Comisión de Señoritas, Sus escuelas, p. 21; Liga, Comisión Central, Memoria de diez escuelas, pp.
44-50.
55 La Fronda, 27 de enero de 1921; Liga, Séptimo Congreso, p. 435; Liga, Comisión ele Señoritas, Sus
escuelas, p. 4.
56 Cano, en Liga, Comisión de Señoritas, Sus escuelas, p. 12; Ezcurra, entrevista; Liga, Libro de Actas, 28 de
septiembre de 1927 y 16 de abril de 1928, en Archivo de la Liga Patriótica Argentina; La Capital, 9 de
diciembre de 1919; Liga, Acción civilizadora (1921).
57 La Fronda, 25 de julio de 1920; Liga, Tercera Exposición, pp. 1-5; Berdier, en Liga, Discursos
pronunciados en el acto inaugural, p, 2.
58 Hollander, p. 237; Carlson, p. 166.
59 Liga, Libro de Actas, 18 de mayo de 1927 y 1 de abril de 1930, Archivo de la LPA; Argentina, Policía,
Memoria, pp. 79-83, 102; Liga, La verdad, p. 15; La Fronda, 20 de octubre de 1919; 12 de febrero y 14 de
diciembre de 1920; Liga, Acción civilizadora... 1922; Hobsbawm, "Introduction", en Hobsbawm y Ranger, pp.
6-7.
60 Cano, en Liga, Tercer Congreso, pp, 327-338; Liga, Solemne homenaje, p. 20; Carlés, en Liga, Quinto
Congreso, p. 38; Brigada de Gualeguaychú, en Liga, Primero, p. 11; Liga, Sexto Congreso, p. 54. Sobre la
división del trabajo en la Liga, véase McGee, "Visible".
61 Lugones, en Barbero y Devoto, pp. 55-56; Lugones, La organización, p. 11. Carlés respaldó a las Fuerzas
Armadas y el fortalecimiento de la defensa en "Diplomacia".
62 Carlés, en Barbero y Devoto, p. 49; Liga, Catecismo, p. 14; Coarto Congreso, p. 32; Octavo Congreso, pp.
52-53; Definición, p. 3; M. Douglas, pp. 12, 16, 98-99, 169; Sander Gilman, "Plague in Germany, 1939/1989:
cultural images of race, space, and disease", en A. Parker, pp. 180-183.
63 Liga, Tercer Congreso, pp. 23, 29; Catecismo, pp. 14-16; Definición, pp. 3-4, 20-21; Tercera Exposición, p.
6.
64 Liga, Séptimo Congreso, pp. 60-61; Primer Congreso, pp. 41, 197-198; Octavo Congreso, p. 291; Tercer
Congreso, p. 35; Los Principios (Córdoba), 8 de mayo de 1920; Kele, pp. 10, 43-44.
65 Liga, Congreso General, p. 115; Carlés, en Liga, Noveno Congreso, p. 79.
66 Véase, por ejemplo, Napal, en Liga, Cuarto Congreso, p. 484; Primer Congreso, p. 45.
67 Sobre las ideas de Palleja, véase Liga, Cuarto Congreso, pp. 93-107. Analizo el corporativismo en detalle
en la Parte III.
68 Carlés, en Liga, Primer Congreso, p. 44; Sexto Congreso, pp. 39-40; Séptimo Congreso, pp. 69-70.
69 Liga, Tercera Exposición, p. 7; Primero, p. 37; Humanitarismo. p. 18; Quinto Congreso, pp. 39-40; Stimson,
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desp. 1422, 21 de diciembre de 1920, 835.431.62; La Internacional (Buenos Aires), 20 de marzo de 1924.
Sobre los grupos antizquierdistas europeos, véanse Mayer, "Postwar nationalisms", pp. 114-118; Diehl;
Large. Sobre los lazos de la LPA con tales grupos, véase Deutsch, Contrarrevolución, pp. 171-173; sobre sus
lazos con la Liga Patriótica Militar chilena, véase Liga, Solemne homenaje.
70 Barbero y Devoto, p. 41; Falcoff, "Economic dependency"; Murmis y Portantiero.
71 Liga, Octavo Congreso, pp. 84-88; Sexto Congreso, pp. 215-216; El programa, p. 15; Ayarragaray, en
Noveno Congreso, pp. 473, 476. Véanse también DellaPergola, p. 95 (cifra); Caterina, pp. 228-229.
72 Sobre los vínculos de la LPA con la Iglesia, véase asimismo Caterina, pp. 285-288.
73 Franceschi, en El Pueblo, 26 de enero de 1919, p. 1; Rock, Authoritarian Argentina, pp. 61-63; Luna,
Yrigoyen, pp. 197-198, 201; White, Buenos Aires, N° 1567, 1 de junio de 1921, 835.00/237.
74 Carlés, en Liga, Sociedad, p. 6, y Tercer Congreso, p. 29; Primer Congreso, p. 132.
75 Las cifras sobre los Círculos ele Obreros se extrajeron de Niklison, p. 180, y sobre la Colecta, de Furlong,
p. 282. Véanse también Comité Ejecutivo; Andrea, Pensamiento, 85, 91, y Obras, vol. 2, pp. 81, 91, 99, 135;
La Fronda, octubre-noviembre de 1919. Caterina, pp. 288-289, constató que los Círculos de Obreros, tal vez
molestos por la violencia de la LPA contra los sindicatos, mantuvieron cierta distancia de ella.
76 Andrea, Obras, vol. 2, pp. 111-113, 165; Esposito; Archivo 46948, Archivo de La Prensa; Bayer, vol. 1, pp.
48-50; Auza, Aciertos, vol. 2, pp. 144-149; vol. 3, pp. 271-279.
77 Liga, Primer Congreso, p. 37; Catecismo.
78 El Pueblo, 16 de noviembre de 1919; Auza, Aciertos, vol. 2, pp. 399-401, 404; Comité Ejecutivo; Gálvez de
Tiscornia, pp. 36-37; lvereigh, pp. 69-70, 73; Caimari, Perón, p. 44; Furlong, pp. 286-287; Zurretti, pp 394,
396-397; Ruibal, p. 66.
79 Franceschi, Tres estudios, pp. 206-211, y La democracia; Andrea, Pensamiento, pp. 60, 80. av 80 Zuleta
Álvarez, El nacionalismo, vol. 1, pp. 188-189; Universitas, 9, N° 38, julio-septiembre de 1975, pp. 6, 13-14, 25,
46-47, 51.