try not to breathe Jennifer R H

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Moderadora

Panchys

Traductoras

♥...Luisa...♥

Clo

Munieca

Lorena

Panchys

pao*martinez

Vero

LizC

AnnaissJ

Annabelle

Liseth_Johanna

Madeleyn

Mary Ann♥

Majo_Smile ♥

Larosky

DaniO

Mery

Vane-1095

Correctoras

Melii

Tamis11

Juli_Arg

LuciiTamy

vane-1095

Mali..♥

Vero

Vericity

Chio

Escritora Solitaria

Recopilación & Lectura Final

Phedre

Diseño

July

Staff

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Sinopsis

Capítulo1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Índice

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yan pasa la mayor parte de su tiempo a solas en la cascada local porque

es la única cosa que le hace sentirse vivo. Tiene dieciséis, es post-suicida y trata de saber qué hacer consigo mismo después de una

temporada en el hospital psiquiátrico. Entonces, Nicki irrumpe en su

mundo, rebosante de vida y energía, y hace preguntas sobre la depresión de Ryan que nadie más ha sido lo suficientemente valiente – o se ha preocupado lo suficiente - para

preguntar.

Ryan no está seguro de porqué confía a Nicki sus más oscuros secretos, pero esa

confianza se convierte en el catalizador que él necesita desesperadamente para comenzar una nueva vida.

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Sinopsis

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Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por tamis11

ra peligroso estar bajo la cascada, pero algunos chicos lo hacían de todos modos, y yo era uno de ellos. El agua golpeaba mi mente en blanco, picándome la piel. Golpeándome la espalda desnuda, el pecho

y los hombros con tanta fuerza que no podía pensar. El agua podría derribarme, forzarme a sacar el aire de los pulmones o clavarme a la roca, y yo lo

sabía.

Pero lo seguía haciendo.

Las cabezas de mis padres habrían atravesado el techo si lo hubieran sabido. Habían hecho todo lo posible para envolverme en algodón desde que había salido del hospital Patterson hace unos meses. Mi madre entraría en pánico si me saltara una sola

dosis de mis medicamentos, por lo que obviamente, no iba a decirle nada acerca de la cascada. Y de todos modos, ¿cómo podría explicarlo?

Porque lo necesitaba. El agua rugiente derrumbándose sobre la repisa y cayéndome en los hombros y la cabeza, el trueno que sentía incluso a través de las

piedras resbaladizas bajo los pies. Mis nervios crepitando y zumbando. Era todo lo que podía hacer para estar quieto contra el agua.

Lo que fuera que hice para arruinar mi vida, podría seguir haciéndolo por

mucho más tiempo, podía seguir así. De acuerdo, creo que no estoy loco.

***

Había rumores de que un hombre se había ahogado una vez aquí, o que se había caído desde el acantilado y se había abierto la cabeza contra las rocas, derramando su cerebro en el interior de la piscina de abajo. Cada versión de la historia

era más sangrienta y menos creíble que la anterior.

Había rumores sobre mí, de lo que había hecho en primavera. Todo el mundo

me miraba en los pasillos de la escuela tras haber salido de Patterson. A veces, tuve la tentación de echar espuma por la boca y hacer el paripé de ver gente invisible, solo

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porque los otros chicos parecían muy decepcionados de que no lo hiciera. Pero no

podía estar seguro de que se dieran cuenta de que habría sido una broma. Las pocas veces que había intentado hacer reír a alguien, todo lo que conseguí fueron miradas

nerviosas y retorcidas.

Nadie esperaba que tuviera sentido del humor, y era más seguro para mí

hacerles pensar que podría ser un demente que probárselo.

Así que yo sabía acerca de los rumores, como eran el 95 por ciento de mierda con quizá un núcleo de verdad. No estaba seguro de dónde estaba el núcleo en la

historia del hombre muerto en la cascada.

***

La primera vez que estuve debajo de la cascada fue en mayo, y seguí haciéndolo durante todo el verano. Julio era tan cálido, imaginaba vapor saliendo de mi cuerpo febril cada vez que el hielo me tocaba la piel.

A principios de Agosto tuvimos lluvia. Vi la caída de agua desde la orilla del arroyo, esperando que la tormenta fría pasara, para que el calor regresara.

Estaba sentado allí un día, cuando la hermana de Kent Thornton pasó por allí. Kent iba a entrar en el undécimo grado, como yo, y sabía que su hermana era un año

menor, pero nunca había hablado con ella mucho más. El año pasado había estado en la secundaria, ya que Seaton High no comenzaba hasta el décimo grado.

—Hola, Ryan —dijo, plantando los pies en el musgo.

―Hola —Traté de recordar su nombre, pero no pude. Ella se quedó mirando la

carga de agua sobre el acantilado y a los helechos encontrándose con la brisa.

—¿Entraras? —preguntó.

—No, hoy no —Toda esa lluvia había aumentado el arroyo y la cascada. Tuve la tentación de ver si podía ponerme de pie bajo el peso frío del agua, pero no estaba

completamente loco, sin importar lo que los chicos en la escuela pudieran susurrar a mí alrededor.

―Lo hago todo el tiempo —sonrió—. Mi amiga Angie ni siquiera pone el pie

en el agua, dice que las rocas son muy resbaladizas.

—Lo son —No es que alguna vez eso me hubiese detenido. La hermana de

Kent se secó el sudor de la parte posterior de su cuello.

—Vives en la casa de cristal ¿no?

—No es de cristal —Odiaba cuando la gente la llamaba de esa manera. Parecía que estábamos esperando un programa de televisión que nos presentara en nuestra

maravilla arquitectónica de casa. Estilos de Vida de las Personas que Tienen más Dinero que

Tú—. Solo tiene un montón de ventanas.

―Lo que sea. Esa es tu casa, ¿verdad?

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—Sí. ¿Por qué? —su rostro se puso de color rosa.

—Solo me preguntaba —Saludó a la cascada—. ¿Me retas a bajar?

—No, hoy hace demasiado frío. Y el agua tiene mucha fuerza. Es algo

peligroso.

Se metió en el agua. Las ondas se extendieron desde el pie. Llevaba una

camiseta sin mangas y pantalones cortos que no se quitó. Caminó hacia la cascada, cayéndose una vez en las rocas cubiertas de musgo.

La seguí con la mirada. El terror me apretó el estómago y un nudo se me encajo

en la parte posterior de la garganta. Ni siquiera conocía a esta chica, pero no tenía ningún deseo de verla aplastada o ahogada. Desapareció debajo de la cortina plateada

de agua.

Me puse de pie porque no podía verla más. Eche un vistazo al agua espumosa,

tratando de ver en ella, a través de ella.

Golpeé ligeramente con los dedos sobre mis piernas, como contando los segundos que había estado bajo. ¿Cuánto tiempo debía esperar antes de ir detrás de

ella? Si es que debía ir… Hay una línea muy fina entre un héroe y un idiota.

La hermana de Kent salió, escupiendo, con el pelo pegado a la cabeza. Exhale.

Levantó un puñado de pelo mojado de la cara, se sacudió como un perro, se rió y me salpicó.

—¿Estás bien? —Tenía los labios morados, la piel de gallina y los dientes martilleando uno contra otro.

—Tenía que haber traído una toalla —A mí también me había pasado eso de

acordarme de la toalla solo cuando ya estaba completamente mojado.

—Te puedo conseguir una.

—Está bien —se frotó los brazos—. Eso suena fantástico.

***

La llevé a mi casa, un paseo de diez minutos por el bosque. No sabía cómo

actuar: la posibilidad de hacer contacto con los ojos, cuánto tiempo debía mirarla, cómo de cerca debía ir al caminar. Yo no hablaba mucho con la gente, salvo con Jake

y Val, y con ellos podía hablar de cualquier cosa. ¿Qué se supone que le dices a la gente que apenas conoces? Ese era el tipo de cosas para las que necesitaba lecciones,

olviden álgebra e historia.

Su ropa mojada goteaba sobre las agujas de los pinos que cubrían la ruta de acceso. Algunas veces, ella se acercaba a arrancar las agujas de pino blanco, que

colgaban en blandos racimos, de los árboles que había a lo largo del camino.

—Así que puedo llegar a ver la casa de cristal —dijo parloteando a través de los

dientes.

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—No te hagas ilusiones. No es tan emocionante.

—Tiene que ser más emocionante que mi casa —¿Qué era lo esperaba, una fuente de champán? ¿Un teatro privado? Me tropecé con una raíz, tambaleándome un

par de pasos, y decidí pegar los ojos en el suelo a partir de ese momento.

—Creo que te vi en la cascada ayer —prosiguió—. Leyendo, pero te fuiste

mientras yo subía por el sendero.

—Ah, sí, estaba allí.

—¿Qué estabas leyendo?

—Ese libro acerca de unos chicos que trataron de cruzar el Océano Pacífico en una balsa hecha a mano.

—¿El Pacifico? ¿En una balsa? —Sacudió la cabeza—. Eso es salvaje.

Por eso quería leerlo, pero nadie más sabía que parecía impresionado. Mi padre

había dicho: "Eh, ¿qué te parece?", exactamente la misma respuesta que había usado cuando mi madre le dijo que el precio del espárrago había subido.

Val había dicho: Dios, algunas personas tienen que hacer todo lo posible por

complicarse la vida. Mi amigo Jake no parecía tener del todo claro qué océano era el

Pacífico.

—¿Lo consiguen? —Preguntó la hermana de Kent. Estaba deseando poder recordar su nombre ahora, deseando no haber esperado demasiado tiempo para

preguntar. No solo porque se preocupaba por los chicos de la balsa, sino porque no escogía cada palabra como si tuviera que envolverla en papel de seda antes de

decírmela —como si pudiera romperme si me dijera algo equivocado. Lo cuál, era la forma en la que me hablaban prácticamente todos los demás en la escuela.

—No todo el camino, la balsa se cayó a pedazos, así que tuvieron que dejarlo.

—Eso hubiera sido increíble —después de una pausa—. Si lo hubieran hecho, quiero decir.

***

Nuestra casa se escondía entre los árboles. Se trataba sobre todo de maderas verticales y vidrio. Mamá decía que tenía líneas limpias y modernas. Y que

necesitábamos todas esas ventanas para traer la naturaleza dentro. Mi abuela siempre le

decía que era horrible, demasiado grande y demasiado dura, pero nada de lo que nadie dijera podría detener la obsesión que mamá podía sentía por este lugar. Le había

costado tres años y un ejército de contratistas para construirla. Había pasado más tardes de las que me gustaría recordar en este patio, respirando la pintura y el aguarrás,

quitándome el serrín del pelo. Mamá solía perseguir fontaneros, electricistas y carpinteros por todo el terreno mientras yo hacía mi tarea debajo de los árboles. He

desarrollado una increíble capacidad de concentración gracias a estudiar con el tronar de fondo de los martillos y las sierras desgarrando a través de la madera.

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La hermana de Kent esperó sobre las baldosas del vestíbulo, mientras le traía

dos grandes toallas blancas.

—Mullidas —dijo retorciendo su pelo y frotándose con ellas.

—Fresco y suave como una mañana de primavera —Arrastre las palabras, citando a un estúpido anuncio de suavizante que últimamente ponían todo el tiempo, y

se rió.

***

Quería decir algo más sobre los chicos de la balsa del Pacífico, porque hacía días que la historia me rondaba la cabeza, y me imaginaba que estaba allí en el océano

con ellos. Pero pensé que tal vez a ella realmente no le importaba, después de todo, tal vez solo estaba siendo amable.

—¿Puedo echar un vistazo alrededor? —preguntó.

—Supongo que sí —Mamá había dado giras de la casa a todos sus amigos y familiares, pero nunca había prestado mucha atención, más allá de darme cuenta de

cómo sus ojos se ponían vidriosos después de la tercera habitación. Sin embargo, si esta chica realmente quería ver la casa (¿para buscar las fuentes de champán que no

existen?), no tenía ningún problema con eso—. ¿Quieres secar la ropa? Podría darte una camiseta o algo así.

—No, gracias. Estoy bien.

Ella me siguió a través de la sala, donde una de las paredes estaba formada completamente por ventanas. La alfombra y los muebles eran de un color blanco,

como vainilla, porque mi madre decía que las vistas debían ser el punto focal de la

habitación. No es que hubiera mencionado los puntos focales a la hermana de Kent.

De hecho, no es que le dijera nada en absoluto, por si acaso ella estuviera tomando notas para poder decirle a todo el barrio cómo era el interior de la casa del

loco. Pero todo lo que dijo fue:

—Los árboles están ahí —extendiendo los brazos hacia ellos—. Es como vivir en el bosque.

Quería ver todo, desde los baños hasta el cuarto de las escobas. Tal vez el cuarto de las escobas era interesante de alguna extraña manera, como prueba de que

alguien en nuestra familia era un poco compulsivo — las escobas, mopas y esponjas

todos en fila, los trapos del polvo doblados en una pila en el estante, pero por lo

demás, no le vi nada fascinante.

Entró en mi habitación, sin ni siquiera hacer una pausa en el umbral. ¿Podría

ella decir que era la primera mujer con menos de cuarenta en poner los pies allí? Con una mano tapándose los ojos, hizo girar el globo terráqueo de mi escritorio. Detuve el movimiento con las manos y mis dedos aterrizaron en Groenlandia. Estudió mi mano

mientras esta descansaba sobre el planeta detenido y sentí que no estaba inspeccionando solo la casa, me estaba inspeccionando a mí también. De repente fui

consciente del sonido de mi propia respiración.

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¿Sonaba más fuerte que de costumbre? y si es así ¿lo había notado?

Seguí su mirada a medida que esta caía sobre mi ordenador, mi biblioteca y las paredes que estaban vacías excepto por una pintura que Val había hecho en terapia, un

abstracto de remolinos azules y púrpuras. A menudo trazaba esos remolinos satinados como si pudiera tocar la piel de Val a través de ellos, como si hubiera dejado parte de

su carne en la pintura.

—Entonces, ¿cuál es el veredicto? —Le pregunté a la hermana de Kent, cansado de tratar de leer cada abrir y cerrar de sus pestañas, cada movimiento de su boca. No

pude evitar la sensación de que ella estaba buscando algo, aunque no podía imaginar lo que era.

—Comparados contigo, mis hermanos son unos patanes. Pero la verdad es que comparados con cualquiera, también son unos patanes.

Lo único que no quería que ella viera era el paquete que había en el estante superior de mi armario. Traté de pensar en una excusa para mantenerla fuera de allí, como si le debiera una explicación de porqué no podía ver el interior de cada cajón y

cubículo. Pero solo miró hacia la puerta entreabierta. Aparentemente mi ropa no era tan fascinante como las mopas y las escobas, y no inspeccionó el armario después de

todo.

Levantó una esquina de la cortina de la ventana y se asomó. —Me encanta tu

habitación. Eres muy afortunado.

***

La única puerta que no se podía abrir era la de la oficina de mi madre. Una

parte del problema de presentarle a mamá a una chica cuyo nombre no podía recordar, es que no quería pasar por todo el interrogatorio de quien es la nueva amiga de Ryan.

Mi madre podría exprimir la biografía completa de cada persona, incluyendo el tipo de sangre y los nombres de los maestros de primer grado. Así que dije:

—Mamá está trabajando allí.

La hermana de Kent puso la oreja en la puerta.

—¿En serio? —susurró—. No se oye nada.

Me eché a reír.

—Está con el ordenador ¿Qué esperabas? —Por un momento pensé que

sospechaba que escondía cuerpos desmembrados allí o algo así. Me podía imaginar lo que los chicos en la escuela dirían si la hermana de Kent les dijera que tenía una puerta misteriosa que nunca se abría. Pero ella se alejó de la puerta y se encogió de hombros.

***

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Terminamos el recorrido en el sótano.

—¡Santo cielo, es como un gimnasio entero! —dijo—. ¿Utilizas todo este equipo?

—Antes, especialmente la cinta para correr. Ahora lo usa más mi madre —La hermana de Kent se abrió paso entre las máquinas. Se sentó en la máquina de remo.

—Ey, podemos remar a través del Pacífico —Remó un par de golpes, se detuvo y giró la cabeza hacia mí—. ¿Cómo es que ya no usas estas cosas? —Pasé mi mano por el panel de control de la cinta de correr.

—El invierno pasado tuve mononucleosis. Tuve que dejar todo por un tiempo. Solía jugar al béisbol y correr. . . y nunca volví a hacerlo.

—Mononucleosis —repitió, como si estuviera sopesando esa historia en contra de los rumores que había oído. Sus ojos eran de color gris pálido, con la luz suficiente,

casi parecían transparentes.

—Sí —dije, sin parpadear—. Mononucleosis.

Se puso de pie y se dirigió a la pared del fondo. A lo largo de una zona de la

habitación que era un bar que nunca se utiliza. Mis padres habían tenido una fantasía cuando nos mudamos, que esta sería la sede de los partidos regulares. No estaba

seguro de dónde había venido la idea, ya que nunca había antes habíamos tenido una sala para ver los partidos y no la tendríamos ahora. La hermana de Kent se sentó en un

taburete de bar, cruzó las piernas y torció el brazo, sosteniendo una copa de vino imaginario. Cubrió su cuello con una de las toallas como si fuera un visón.

—Encanh-tador, querih-do —disparó ella, agitando el vaso imaginario—. ¿No

vas a ponerme oh-tro? —Di un paso detrás de la barra.

—El alcohol está bajo llave. Y tampoco es que haya mucho, para empezar.

Pero puedes tener toda el agua tónica que quieras ―Scó la lengua y se atraganto.

—Sí, lo sé, la única cosa que me gusta de la tónica es que se vuelve de color azul con luces negras —Se apoyó en la barra y jugueteó con uno de los extremos de la

toalla—. ¿De verdad tuviste mononucleosis?

—Sí —dije.

—Escuché que estabas en el hospital —Miró por encima de mí, al vodka de color verde esmeralda firmado que mis padres habían colgado en la pared para darle

ese ambiente de bar.

—Estuve —Le dije—. Pero no por mononucleosis.

Sus ojos se movieron de nuevo a mi cara. Sentí la pregunta que tenía en la

punta de la lengua. Si le diera un golpecito en la espalda, es probable que saliera enseguida. Pasé los dedos sobre la parte superior lisa de la barra y encontré su mirada,

desafiándola a que me preguntara. No estaba seguro de porqué estaba retándola, excepto que, por la forma en que se había infiltrado en mi casa, sentía curiosidad

acerca de lo lejos que llegaría. Por lo que había visto, si alguien tenía el valor de preguntarme a la cara, sería esta chica.

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Sus ojos se clavaron en los míos, sus pestañas se elevaron, como si esperara que

yo respondiera sin que tuviera que decirlo en voz alta. Pero apartó la mirada primero, mirando lejos.

—Vamos ―le dije—. Te acompaño al piso de arriba.

***

Nos quedamos en la sala de estar, frente a la pared con ventana. Su aliento

empañó el cristal

—Tienes la mejor casa.

—Deberías de haberla visto cuando nos mudamos. Mis padres todavía están demandando al constructor.

—¿Por qué?

—Solo estuvimos aquí un par de semanas antes de que las ventanas comenzaran a gotear. Después el techo —Mi madre supervisando cada minuto de la

construcción no había garantizado una casa perfecta, después de todo—.Tuvimos que salir durante unas pocas semanas, mientras que lo arreglaban—. Me detuve entonces,

porque no quería hablar de lo que había sucedido durante esa mudanza.

—¿Vas mucho a la cascada? —preguntó la hermana de Kent.

—Todos los días.

—Un chico murió allí una vez, ya sabes —Tocó un ritmo rápido, nervioso en el cristal de la ventana con la uña.

—No se puede creer todo lo que oyes.

—No es solo un rumor —sacudió la cabeza—. Estuve ahí. Su nombre era Bruce

Macauley. Él tenía como ocho años y yo tenía seis.

—¿Estabas allí?

—Sí, mi hermano y yo. Se deslizó, Bruce quiero decir. Resbaló en las rocas.

—Oh —Me había imaginado muchas veces resbalar en las rocas, la fuerza de la cascada clavándome la cabeza bajo el agua, pero en ese momento me di cuenta de que

nunca había creído realmente los rumores.

Acaricie la ventana, con los dedos en esta ocasión. Mi madre, que se lanzaba

sobre todas las huellas dactilares con un limpiacristales y un sermón, hubiera estallado.

—Todavía me gusta la cascada, sin embargo —dijo la hermana de Kent.

***

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Me devolvió las toallas, toallas con su toque sobre ellas. Se me ocurrió que

debería haberlas tomado antes, así no habría tenido que llevarlas por toda la casa.

—Adiós, Ryan —dijo en la puerta, y deseé de nuevo haber podido recordar su

nombre. Retorcí las toallas, con ganas de decirle algo más, pero ya se había ido.

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Traducido por Clo

Corregido por tamis11

ubí a la planta alta a revisar mi teléfono y computadora en busca de mensajes de Jake y Val, las únicas dos personas que me enviaban algo

alguna vez. Habíamos estado juntos en el Hospital Patterson, y todos estábamos afuera ahora. En los últimos meses nos habíamos mantenido

en contacto, a pesar de vivir en diferentes partes del estado.

No tenía mensajes de Val. Le escribí uno y luego lo borré sin enviarlo. Levanté la mirada hacia su pintura en mi pared, como si pudiera comunicarme con ella de esa

manera, pero las ondas de mis pensamientos no tenían ningún efecto evidente en la pintura o en mi bandeja de entrada. Comencé a borrar correos basura.

Jake me había enviado un enlace a un video de un avestruz jugando al fútbol, que era el tipo de basura que siempre nos mandábamos el uno al otro. Le envié de

regreso un clip de dibujos animados de morsas bailando.

—¿Estás ahí? —me envió—. ¿Dónde has estado todo el día?

—Afuera. Luego, vino esa chica.

—¿Qué chica? ¿Desde cuándo tienes una chica?

—Es solo una chica. Ella vive por aquí.

—Entonces ¿qué le has hecho?

—¡Ja! Nada.

—Vamos, dame algunos detalles jugosos. Incluso aunque tengas que inventártelos.

Cambié de tema.

—¿Qué hiciste durante todo el día?

—Lo que hago siempre. Jugué a la consola hasta que las muñecas se me quedaron bloqueadas. Mi madre sigue molestándome para que salga del cuarto, pero ¿para qué diablos? Si tuviera una nevera y un cuarto de baño nunca tendría que dejarlo.

—No creo que se te permita ser un recluso, a menos que también seas un millonario.

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—Estoy a tan solo $ 999,999,960.00 por debajo de esa meta. Tal vez debería comenzar

un programa de beneficencia: AYÚDAME A SER UN RECLUSO MILLONARIO; AMÉRICA.

Me preguntaba si Jake habría dejado su casa desde que salió de Patterson en

junio, pero cada vez que preguntaba, él bromeaba sobre el asunto. Val y yo le dijimos que debería convertirse en un espía o recibir tickets por la falta de luz solar, bueno, está bien, creo que también nosotros bromeábamos al respecto. Val y yo a veces teníamos

conversaciones serias, pero, desde que salimos de Patterson Jake y yo nunca lo hacíamos. Supongo que él pensaba que ya eran lo suficientemente malas las cosas que

podíamos recordar del hospital el uno del otro: los arrebatos emocionales en la sala de estar, las confesiones en Grupo, la forma en que no podíamos ocultar nada a nadie

nunca porque estábamos juntos veinticuatro horas al día. Una vez que alguien te ha

visto limpiarte los mocos de la cara después de haberte derrumbado y confesarle a un círculo de enfermos mentales que te odias a ti mismo por querer una atención que

nunca obtienes —Bueno, entonces, prefieres enviar clips de avestruces y morsas que hablar de esa mierda.

***

Temprano, a la mañana siguiente, subí a la cascada. Hacía frío, el aire estaba brumoso con la evaporación del rocío. Kent Thornton estaba sentado allí, fumando. Al

principio pensé que era solo un cigarrillo, hasta que el fuerte olor dulzón me golpeó.

—Escuché que viste a Nicki aquí —dijo.

Nicki, ese era el nombre de su hermana.

—Sí.

—Ella es una loca.

Mi rostro escoció. Cuando la gente decía cosas como esa, no sabía si lo hacían como una indirecta hacia mí o no.

—Mi madre dice que es más problemática que mi hermano y yo juntos —Se quedó mirando la cascada, la interminable caída del agua—. Es una buena chica, pero

está completamente jodida desde que murió papá.

Di un paso hacia atrás. Si él se iba a sentar aquí toda la mañana, yo podría

caminar hacia los senderos. Estaba sediento de soledad. Cuando me encontraba alrededor de otras personas, siempre estaba a la expectativa de la próxima cosa que saldría de sus bocas para cortarme. Kent no me había dicho ni cinco palabras en la

escuela, no estaba ansioso por que él comenzara a hablar ahora.

—Ten cuidado con ella, sin embargo —Kent giró la cabeza hacia mí, sus ojos

cubiertos por una membrana de color rojo—. Sigue siendo mi hermana.

¿Tener cuidado con ella? Todo lo que había hecho era prestarle una toalla. Y

dejarla inspeccionar mi casa, hasta el armario de escobas.

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Kent señaló el agua atronadora —Vas por allí abajo ¿no?

—A veces.

—Qué locura —se le quebró la voz—. ¿Qué demonios está mal contigo?

Buena pregunta, Kent, quise decirle. ¿Cuántas horas tienes, para escuchar la respuesta?

—No podrías pagarme lo suficiente para ir por allí abajo —continuó—. No

podrías pagarme lo suficiente. —Sacudió la cabeza, luego siguió moviéndola hacia adelante y atrás como si hubiera olvidado cómo parar. Me aclaré la garganta, y él se detuvo.

—Nos vemos —Le dije, y escapé por uno de los senderos. Regresé una hora más tarde, cuando Kent se había ido.

***

Ese momento bajo la cascada, cuando no podía respirar, era el mejor y el peor. Me asusté, pero no de una mala manera. El choque frío, la fuerza del agua pegándome

en la cara- me hacía imposible respirar hasta que me moví a un lado. Cuando lo hice, la bocanada de aire me golpeó como el primer bocado de comida cuando estás

hambriento.

Me tambaleé hacia la orilla, caí sobre el musgo, y cerré los ojos. El agua

goteaba desde mi cuerpo en el musgo y en el barro.

—He oído que está muy frío ahí abajo —dijo una voz desde arriba—. Y un poco peligroso.

Abrí los ojos. Nicki estaba parada por encima de mí.

—También lo he oído —dije.

Se sentó cerca de mi cabeza. Olía a protector solar. Y un aroma ácido, como naranjas. Tuve que girar los ojos hacia arriba para mirarla.

—¿Vas a quedarte simplemente ahí tirado? —dijo.

—¿Hay alguna otra cosa que se supone que deba estar haciendo?

Intentar mirarla desde ese ángulo me daba dolor de cabeza. Dejé que mis ojos

volvieran otra vez a su posición natural. La cascada golpeaba contra las rocas en frente de nosotros, levantando espuma.

—Quiero preguntarte algo —dijo.

Recordé ese momento en mi sótano cuando ella había mencionado el hospital.

Por fin iba a tomar mi desafío.

—Pregunta lo que quieras.

—¿Por qué vienes aquí?

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—¿A la cascada? —Bueno, por lo que no era la pregunta que había estado

esperado.

—¿Alguna vez… soñaste con este lugar? ¿O sentiste que estabas destinado a

estar aquí? ¿O te ocurrió algo raro aquí?

Me senté.

—¿De qué estás hablando?

Ella suspiró, al menos, pensé que lo hizo. Era difícil decirlo tan cerca del rugido del agua.

—Una vez —dijo—, la cascada me tiró al suelo con tanta fuerza que se me hundió la cabeza, y por un minuto fue como si estuviera flotando por encima de mi

cuerpo, viéndome a mí misma tumbada en el agua. Y luego la siguiente cosa que sé, es que me estaba poniendo de pie. Estaba tosiendo y, ya sabes, de nuevo dentro de mi

cuerpo.

—Es probable que te quedaras inconsciente durante unos segundos.

—¿Alguna vez te sucedió algo como eso?

—No, pero…. —Le conté sobre el libro que estaba leyendo. Había terminado la historia de la balsa del Pacífico y ahora estaba leyendo sobre un tipo que había estado

subiendo una de las montañas más altas del mundo cuando fue atrapado en una tormenta. Estaba tan exhausto y desorientado que, aunque estaba solo, pensaba que

alguien más estaba con él, que alguien lo guiaba montaña abajo. Incluso le hablaba a la persona, o quien sea o lo que sea que fuera. Había leído casos como ese antes, donde personas solas en situaciones mortales, tenían la sensación de que alguien más estaba

con ellos.

—¡Eso es exactamente el tipo de cosas de las que estoy hablando! —dijo

Nicki—. ¿Qué crees que vio él?

—Creo que estaba alucinando. Estaba deshidratado y probablemente con

hipotermia, también.

—¿Y crees que yo estaba alucinando?

—Bueno, suena como que sí te golpeaste la cabeza.

—Pensaba que tú más que nadie creería en…

Se congeló, sus labios se detuvieron en una media curva.

Tú más que nadie. Nicki no fue la única que se congeló, una capa glacial cubrió

mi piel en un instante.

—¿Qué quieres decir con eso? —Le pregunté tan pronto como mi boca se descongeló lo suficiente como para permitírmelo. En el mismo momento ella empezó

a decir—, no quise decir… —Entonces, ambos nos callamos.

Nicki se quedó mirando el agua, pero ahora yo la estaba observando. Se frotó el dobladillo de sus pantalones cortos.

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—Yo más que todas las personas ¿qué significa? —Cualquier cosa que quisiera

de mí, necesitaba que la escupiera. Estaba cansado de sopesar cada palabra que decía, cansado de intentar deducir porqué me había comenzado a hablar en primer lugar.

Le habló a la cascada. —¿De verdad intentaste matarte?

Sí, esa era la pregunta. La había desafiado a que me lo preguntara ayer, pero

ahora lo estaba pensando de nuevo. Había algo en ella que me hacía desconfiar, una presión, una urgencia. —¿Por qué quieres saberlo?

—Yo… hay una razón. No estoy siendo entrometida. —Desvió los ojos de la

cascada y encontró los míos. Las pecas espolvoreaban su rostro.

—¿Qué razón?

—Es. . . complicado.

Me puse de pie y finos regueros de agua me corrieron por las piernas, cayendo

desde mi camiseta y pantalones mojados. Ella también se las arregló para levantarse.

—¿Por qué quieres saberlo? —pregunté de nuevo.

En realidad, a la gente le había resultado fácil descubrir la verdad sobre mí.

Inmediatamente después de haber desaparecido, la escuela había tenido una asamblea de prevención del suicidio. Y por alguna razón desconocida, mi madre había ido a

recoger mis notas y a limpiar mi taquilla en mitad del día, en vez de después de clases. Y entonces todo el mundo lo supo, incluso sin que yo dijera una palabra.

Nicki inclinó la cabeza hacia el cielo, como si la respuesta pudiera estar colgando de los árboles o cayendo en espiral desde una nube. —Es difícil de explicar— Volvió la cabeza hacia el bosque, por lo que me quedé mirando su perfil y se rascó una

costra morada en la pierna. Quise correr fuera de allí, para esconderme lejos de sus preguntas y de los rumores que aparentemente me iban a perseguir el resto de mi vida.

Pero algo me detuvo, una punzada de preocupación o conciencia.

—Mira —Le dije—. A veces, cuando la gente me pregunta acerca de esto, es

porque están pensando en intentarlo ellos mismos.

Nicki negó con la cabeza.

—Está bien, quiero decir, te daré el número de mi médica. Ella está de

vacaciones hasta fin de mes, pero habrá alguien en su oficina.

—No es eso, lo juro.

—No me importa. Lo he hecho antes. Le di su número a un chico en la escuela que apenas conozco. —Este chico había venido a mí porque yo era la única persona en

la escuela que se había intentado matar, al menos, era el único del que todos sabían. Cualquier otro que lo hubiera intentado lo había mantenido más en secreto de lo que yo pude. Le di el número de mi médica y el número directo de asistencia al suicida, y

también le comenté al consejero de la escuela acerca de él. Por lo que sabía, seguía vivo, aunque no tenía ni idea de si había usado los números.

Nicki verdaderamente me miró entonces.

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—¿Un chico en la escuela? ¿Quién?

—No te voy a decir eso.

—Bueno… no estoy planeando suicidarme. No es esa la razón por la que te

pregunté.

—¿Tienes un teléfono contigo?

Ella suspiró. —Realmente no lo necesito, pero puedo ver que no dejarás de hablar de ello —Me entregó su teléfono y me dejó introducir el número—. Dame el tuyo también. Y tu e-mail.

—¿Por qué?

—Quiero enviarte algo.

Dudé, luego marqué mi información, con las manos temblorosas. —No me mandes esos mensajes de broma que se envían a cincuenta mil personas —dije. Lo que

realmente estaba pensando era: No me digas que te quieres suicidar.

—Yo no envío esa basura —Suavizó la voz—. Quiero decirte algo, pero no puedo decirlo cuando estoy contigo. Así que voy a enviártelo en su lugar. ¿Está bien?

—Está bien.

Si ella tenía tendencias suicidas, le enviaría su mensaje directo a mi médica. No

es que me pareciera una suicida, pero ¿por qué otra razón le importaría mi pasado? ¿Qué podría tener que preguntarme?

***

Los pensamientos acerca de Nicki se quedaron conmigo mientras caminaba a casa y mientras subía a mi habitación a cambiarme la ropa húmeda. Tenía la extraña

sensación de que ella me estaba siguiendo, o mejor dicho guiando, por la casa de nuevo. Intenté ver mi cuarto de la manera en que ella lo había visto: el escritorio

despejado de todo salvo la computadora, mi cama con su suave colcha, la alfombra con nuevas líneas de aspiradora en ella. Decidí que ella debía de haber deducido que yo era un maniático del orden.

La pintura de Val era la única cosa en mi habitación que no encontrarías en un cuarto de hotel: esos violentos remolinos de color púrpura y azul. Mi madre había

revoloteado alrededor todo el tiempo que tardé en colgarla, infeliz, no solo porque clavara un clavo en sus preciosas paredes, sino también por que estuviera

contaminando su decoración con el arte de una institución mental.

Y había otra cosa en esta habitación que era diferente, no es que Nicki la hubiera visto o la hubiera reconocido si lo hubiera hecho. Abrí la puerta del armario,

sin desearlo pero teniendo que hacerlo, odiando el impulso que me llevaba a tomar ese paquete en primer lugar, y luego me hacía abrirlo y mirarlo. Un obsesivo pinchazo y

excavación en el lugar más doloroso que tenía.

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Enganché un brazo arriba y lo saqué del estante, atrapándolo mientras caía.

Inspirando profundamente, abrí uno de los extremos de la bolsa de papel marrón.

El suéter todavía estaba allí, con su suave tela rosada. No podría decir si el

tenue aroma a perfume era real o solo el recuerdo de cómo solía oler la primera vez que lo tuve. Miré dentro de la bolsa, pero no toqué el suéter. Tenía la sensación de que

dejaría una película venenosa en mi piel y, sin embargo, parte de mí quería tocarlo.

Me pregunté cómo sería abrir este armario y encontrar que el paquete había desaparecido, con la bolsa y todo, hacia un lugar donde nunca tendría que mirar o

pensar en él de nuevo. Sabía que tenía que deshacerme de él. Pero me hubiera sido más fácil arrancarme mi propio bazo.

De alguna manera, parecía que el suéter debería haber cambiado algo más durante los meses que lo había tenido. El perfume se estaba desvaneciendo, pero pensé

que también la tela debería estarse pudriendo, deshaciendo, desintegrando. Deseaba que fuera así. Cada vez que miraba, sin embargo, estaba tan brillante y suave como siempre.

Cerré la bolsa y volví a meterla en el estante.

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Traducido por munieca

Corregido por LuciiTamy

uando conecté mi ordenador por la tarde, estaba buscando mensajes de Val y Jake. Tenía uno de Jake —había encontrado doce dólares más para su multimillonario maratón televisivo— pero nada de Val.

Le respondí a Jake:

¿Has tenido noticias de Val últimamente?

Él respondió de inmediato. No lo creí nunca desconectado de su computadora,

puede también habérsela implantado en la cabeza.

Está ocupada con las cosas de esa orquesta estudiantil.

Recordé a Val cuando estuvimos en el hospital, hablando de música: inclinada hacia delante, las manos volando, las palabras volando de su boca. Ella tocaba el piano, la flauta y el violín (no todos al mismo tiempo). Incluso había dado un

concierto en Patterson una vez en la sala de estar.

Val podía hacer música en cualquier lugar. Nos había enseñado a Jake y a mí, a

tocar con ella en la cafetería de Patterson, con tenedores, vasos y bandejas, con las manos y los pies, con peines. A algunos de los empleados de la cocina les habían

gustado nuestras sesiones. Otros nos interrumpían, asustados por cualquier iniciativa que mostráramos, cualquier acto impredecible por nuestra parte. Pero Val consiguió incorporar a algunos de ellos, convenció al trabajador de cocina de cara agria para que

agitara una cacerola de arroz crudo como acompañamiento. Ella podría derretir a cualquier persona si le das tiempo suficiente.

Después de un rato bromeando con Jake, escribí un breve mensaje a Val.

Hola, ¿qué tal?

Casi lo elimino, pero luego lo envié. Estaba a punto de cerrar la sesión, porque

no quería quedarme allí el resto del día, revisando mis mensajes, esperando a que ella respondiera, cuando llegó un mensaje desde alguien llamado nicki_t.

Hice clic en abrir:

Quiero saber lo que es y por qué lo hiciste porque mi padre también lo hizo y yo esperaba que me dijeras por qué lo hiciste y si te acuerdas algo de cómo fue. Espero que no suene mal.

Necesito saber y no tengo a nadie a más a quien preguntar.

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¿Su papá? Mierda.

Por un momento me senté paralizado, el estómago endurecido, leyendo las palabras de

Nicki una y otra vez.

Quiero saber lo que es y por qué lo hiciste…

Ella quería saber acerca del peor día de mi vida.

Había hablado sobre ese día exactamente dos veces: a la gente en la sala de emergencias después de que ocurriera y a mi grupo en Patterson.

Cuando estuve en la sala de emergencias, no me importó lo que dije ni a quien se lo dije. La segunda vez fue diferente, había levantado un grueso caparazón

alrededor de ese día y no quería mirar dentro de él. Pero ellos me rajaron para abrirlo un día en el grupo, y me derramé sobre el suelo del Hospital Patterson como un charco de huevo crudo.

A Val y Jake les llevó horas levantarme de ese suelo. Los recuerdos me aplastaban, la mano de Jake en uno de mis hombros y la de Val en el otro. Sus voces

divagando, relajantes, Val deteniéndose de vez en cuando para hablar bruscamente a cualquier otra persona que se acercara demasiado. Ambos se perdieron la cena de esa

noche, porque no me podía mover y les pedí que no me dejaran.

—Por supuesto que no, no vamos a ninguna parte —dijo Val.

—No tenemos hambre —Añadió Jake, aunque su estómago se mantuvo

gorgoteando y gruñendo.

—Este suelo está frío —dije.

—¿Quieres subir? Los asistentes nos van a ayudar si tú quieres.

—No quiero que nadie más se me acerque.

—Está bien —dijo Val.

—Solo ustedes, chicos.

—Está bien.

—Aunque si fueran inteligentes, correrían lo más lejos posible de mí.

—Odio tener que decírtelo, Ryan, pero ni siquiera eres la persona más enferma

en este pasillo.

—Estoy tan jodido… ¿Pueden creer lo jodido que estoy?

—Está bien, Ryan.

—Hay cosas que ni siquiera saben.

Val me apretó el hombro.

—No puedo hacer nada bien. Incluyendo matarme. No se vayan ¿de acuerdo?

—No lo haremos.

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Y así fue, durante horas, yo soltando todo estúpido y patético pensamiento que

me vino a la cabeza, y diciéndoselos una y otra vez. No sé por qué Val y Jake no me golpearon para hacerme callar. No tenía ni filtro, ni orgullo, ni dignidad. Era una fibra

sensible, un paquete llorón de necesidad. Esa fue la última vez que había hablado de ello.

Deseé que todo lo que Nicki hubiera querido fuera el número de teléfono de mi médico. Sería mucho más fácil pasársela a los profesionales. Sería mucho más fácil si no estuviera preguntando por este pedazo de mí—sobre todo porque no tenía idea de

lo que iba a hacer con ello. Lo sentía por su padre, pero ¿ella realmente creía que cualquier cosa que le dijera podría ayudar?

Le envié la respuesta fácil:

No me gusta hablar de ello.

Ella escribió de vuelta.

Por favor

Esas palabras casi me atrapan, letras minúsculas, como si estuviera susurrando, o suplicando.

***

Mi madre me hizo llevarle la cena al piso de arriba, donde comió delante de su

ordenador. Ella solo tenía que ir a su despacho en la oficina una vez por semana. La mayor parte del tiempo, estaba en casa. Su puesto de trabajo era algo así como supervisor de sucursal para la supervisión de contratos. Lo que sea que eso quisiera

decir, requería que ella estuviera conectada a su ordenador cuarenta horas a la semana, a veces más.

—Lo siento, no puedo comer contigo, este proyecto tiene un plazo ajustado. Les dije la semana pasada que estábamos corriendo atrasados, pero… —Suspiró—,

Luisa Rossi se niega a ajustarse a ese horario. ¿Por qué no comes aquí, conmigo?

—Ya comí.

—¿En serio? ¿Incluyendo las verduras?

—Sí.

Ella cortó cada zanahoria bebé en cuartos y masticó un bocado a la vez. Yo

estaba en la puerta, de puntillas y listo para salir corriendo, mientras ella corría a través de su lista de control. Supongo que tuve suerte que no me equipara con una cámara o

un chip de seguimiento.

—¿Tomaste el medicamento esta mañana?

—Sí. Me viste.

Mamá giró su silla hacia mí y clavó los dedos del pie en la alfombra gris.

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Llevaba una falda, como si estuviera en una oficina real, pero zapatos nunca.

Ella inspeccionó mi cara, en busca de signos reveladores (de problemas, supuse). Era parte de nuestra rutina diaria. Sonrió. Una sonrisa torcida con esperanza y

preocupación. Desde mis días en Patterson, mi madre siempre parecía estar al borde de las lágrimas cuando me sonreía, por lo que cada vez que lo hacía era como otra barra

de hierro aplastándome el pecho. Aparté la mirada y traté de respirar.

—Muy bien—dijo, liberándome.

***

No volví a saber de Val hasta la mañana siguiente. La visión de su nombre en la pantalla envió una oleada eléctrica a través de mí. Como de costumbre, no se molestó

con el hola-cómo-estás-tú, en cambio, saltó directo a:

Me corté el pelo.

Bueno, tal vez yo hubiera preferido un mensaje acerca de como no podía vivir

sin mí, pero era un mensaje y era de ella.

¿Qué aspecto tiene ahora?

Pregunté. La primera cosa en la que me fijé de Val era su pelo. Cuando la

conocí, tenía el pelo hasta los hombros en un lado de la cabeza, y hasta la barbilla en el otro. Me imaginé que era un corte de pelo loco, hasta que me di cuenta que Val era

una de las personas más cuerdas en Patterson.

Se había cortado el pelo así por diversión, dijo: para ser única, ser diferente.

¿Quién dijo que el pelo tenía que ser simétrico, de todos modos?

Ella me envió imágenes: de frente y espalda. Desde la parte delantera pensé que había cortado todo a la altura de la barbilla, pero atrás, una pieza triangular grande

había sido cortada. Se veía como si el hocico muy puntiagudo de un tiburón hubiera tomado un bocado de su cabello. Guardé las fotos para verlas otra vez más tarde.

Mi papá dice que parece que mi pelo pasó a través de un perforador de billetes gigante.

Escribió.

Eso es lo lindo de él.

Me envió un rostro sonriente.

¿Qué más está pasando? Pregunté.

¿Cómo qué?

Tu familia. Chicos

El sudor brotó sobre mi piel cuando escribí chicos. No pude evitar pensar en

Amy Trillis cada vez que hablaba con una chica. No es que Val pudiera deliberadamente afectarme de la manera en que Amy podía —Al menos eso es lo que

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yo pensaba— pero si a Val le gustaba alguien más, sé que me afectaría de una manera

u otra.

Pero Val contestó: La familia es lo mismo de siempre. Mamá molesta. No hay tiempo

para chicos.

Exhalé.

¿Tú? Escribió.

Tampoco tengo tiempo para chicos.

Ja ¿Chicas? Vamos, dame más detalles ¡Voy a vivir a través de tus aventuras!

Mis aventuras… eso sí que era gracioso. No hay nada que contar.

Pero luego pensé en Nicki, no como una chica chica, en el sentido que preguntó

Val, sino porque no podía olvidar su último mensaje.

Hay una chica. Escribí.

Síííííí… cuenta.

Me dijo que su padre se suicidó y quiere hablar conmigo al respecto.

¿Sabe sobre ti?

Toda la escuela lo sabe.

Antes de que Val pudiera contestar, escribí: Me preguntó por qué lo hice.

Desde que había dejado Patterson, nadie, además de la Dra. Briggs, me había preguntado nunca lo mismo que Nicki. Al menos, nunca habían preguntado sin

rodeos.

A veces, la gente daba a entender que no les importaría oír los detalles

sangrientos. Me daban ligeras ganas de vomitar. Pero nadie me había preguntado directamente por ese día en el garaje.

Ahora escribí, acerca de Nicki: ¿Qué quiere de mí, de todos modos?

Y Val contestó: Tal vez solo necesita un amigo.

***

Val Ishihara sabía acerca de las personas que necesitan amigos. Fue la primera persona con la que hablé cuando ingresé en Patterson, exceptuando a los consejeros.

Llevaba ingresado más o menos una semana y ella me habló todos los días. Siempre dejaba una oportunidad para que yo respondiera, pero si no lo hacía, seguía llevando sola la conversación.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté, cuando por fin comencé a hablar. Estábamos sentados en el salón social de Patterson, mientras ella hojeaba las pilas de

partituras manchadas, tratando de organizar las páginas—. Tú pareces demasiado normal para este lugar.

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Val tenía pequeños tics: se rascaba las uñas y el cuero cabelludo, jugaba con su

pelo, sacudía los pies y agachaba la cabeza y hablaba con el suelo cuando se ponía nerviosa. Pero no era como los niños que pensaban que el gobierno les había colocado

dispositivos de espionaje en los cerebros. No se acurrucaba como una pelota debajo de su cama, tal y como yo lo hice en mi primer día.

Ella se rió.

—Deberías haberme visto cuando llegué aquí. Era un ataque de ansiedad andante. Incluso casi no podía decidirme a ir al baño.

En Grupo ella siempre hablaba de los ataques de pánico, la preocupación obsesiva, atascándose en movimientos repetitivos. Se había arrancado las cejas y la

mitad de las pestañas un año en la secundaria. Se había mordido la piel alrededor de las uñas, desprendiéndola para mostrar la capa inferior rojo crudo, roída hasta que

empezaba a sangrar. Si quería cruzar la habitación y no podía decidir si dar el primer paso con el pie izquierdo o el derecho, se quedaba congelada durante horas. Llegó a Patterson cuando sus obsesiones de ansiedad le impedían ducharse, comer, e incluso

usar el baño. Eso es lo que dijo. Viéndola, no estaba seguro de creerla.

—¿Por qué? —dije—. Quiero decir, ¿por qué llegaste de esa manera?

Ella se encogió de hombros. —Solo estoy empezando a entenderlo. Nunca va a ser como una ecuación matemática: a más b es igual a crisis de ansiedad; c menos d es

igual a estoy curado.

—Lo sé —dije—. Mi madre ha estado buscando la fórmula mágica desde que llegué aquí. Ella piensa que puede encontrar el momento en el que todo salió mal.

—¿Y qué estás buscando tú?

Podría haber dicho que no sabía, o que estaba buscando una forma de morir, o

que estaba buscando sentirme bien otra vez, todo lo cual era cierto, y también era todo lo que les había dicho a los consejeros. Pero quería decirle algo diferente a Val. Igual

de cierto, pero diferente. Mantuve la mirada en sus manos, en sus uñas mordidas, los dedos callosos y le dije: —Solía querer volar.

—Qué, ¿Cómo un piloto? ¿Volar un avión?

—No, no un avión. —Hay que permanecer detrás del vidrio y el metal cuando vuelas en un avión—. Quiero decir, volar de verdad.

En el momento en que lo dije, me sentí como un idiota. Podría pensar que quería ser un pájaro o un superhéroe, lo que sonaba exactamente como a que yo

pertenecía aquí, a un hospital psiquiátrico. Pero ella dejó de barajar las páginas y dijo: —Eso sería genial —Y cerró los ojos por un segundo, como si sintiera el viento en su cara.

Durante meses, había vivido detrás de lo que sentía como un cristal, separado del mundo, pero en ese momento, el escudo transparente comenzó a resquebrajarse.

Tal vez fueron mis medicinas nuevas pateando, o tal vez fue la manera en la que Val escuchó sin juzgar, y lo que sea que le dije, era lo que ella esperaba que dijera. Pero nos

mantuvimos juntos después de eso. Y cuando Jake llegó unos días más tarde, con cara

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de pánico, congelado, como yo había estado la primera vez que llegué aquí, lo

acogimos, también.

Solo una vez vi a Val actuar como una paciente de Patterson. Un día en nuestra

sala, estalló. Nunca supe por qué. Yo estaba en la sala de estar con Jake cuando oímos un ruido y golpes en el pasillo. Jake se escondió debajo de una silla—él todavía estaba

en el punto en que no podía manejar cualquier turbulencia—pero yo saqué la cabeza por la puerta y vi a los niños huyendo de Val. Una bandeja de plástico de la cafetería estaba en el suelo, y supuse que ella la habría arrojado. Los asistentes se acercaron

hasta ella, hablando en voz baja y calmada, de igual manera que si trataran de hablar a un animal salvaje. Sabía que la iban a arrastrar a la Habitación Silenciosa cuando la

atraparan.

Pero ella rompió a llorar y se derrumbó sobre uno de los sofás de la sala con

flores anaranjadas. Cuando los ayudantes se acercaron, ella levantó una mano para detenerlos. La regla era que si no estabas siendo violento, si no eras perjudicial a nada ni a nadie, no tenías por qué dejar que la gente te toque. Algunos niños se miraron,

algunos se rieron y algunos corrieron. Algunos se metieron en su propio mundo. Me subí al sofá de Val, esperando que me mantuviera alejado con esa mano levantada,

pero ella me dejó sentarme en el sillón, al lado de su cabeza.

Sostuve mi mano sobre su cabello, pero sin tocarlo. Ella no se inmutó. Bajé mi

mano por milímetros, mirándola. Ella sollozó como si sus entrañas fueran trituradas.

Le toqué el pelo negro y brillante, y ella me dejó.

Lloró tan fuerte que hizo que mi propia garganta doliera, un sonido como de

metal raspando contra el asfalto. Me estremeció ver a Val de este modo, porque siempre había parecido cuerda. Lo único que hice fue acariciar su cabeza. No sabía

qué más hacer. Estaba dispuesto a sentarme en el sofá con ella durante unos cien años, si tuviera que hacerlo. Y ella lloró hasta que nada más podía salir.

Más tarde le pregunté por qué me había dejado acercarme a ella. —Porque tú eras el único que no quería que me callara —dijo.

***

Solíamos hablar todos los días, Escribí ahora a Val. Creo que te echo de menos. De

hecho, yo sabía que la extrañaba, pero era demasiado difícil decirlo de la manera que

yo quería.

Yo también te extraño, pero tú vives allí y yo vivo aquí, así que…

Sí, allí estaba el problema: las millas que se extienden entre nosotros. ¿Cómo te

va con la música? Escribí, lo cual la entretendría por un largo rato. Me senté de nuevo y

vi sus palabras desplazarse, disfrutando cada una de ellas, queriendo arrebatarlas fuera

de la pantalla y ponerlas en mi boca.

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***

Después de despedirme de Val, me tiré en la cama pensando en ese día en que

le acaricié el pelo mientras ella lloraba. Y después, en el momento en que habíamos estado juntos de pie en la sala y ella rodeó mi muñeca con la mano. Puse mi mano en

la muñeca, tratando de sentir lo que ella había sentido, para sentir el peso de su tacto. Un hilo caliente, viajó desde ese punto hasta mi brazo, dentro del pecho, abajo hacia el estómago y más abajo, extendiendo el calor por todo el recorrido.

Me senté. Quería abrir la ventana, pero el aire acondicionado estaba en marcha. Me senté unos minutos más, tratando de disipar el calor interno que había alzado.

Cuando mi piel se enfrió, bajé las escaleras.

***

Fui de excursión a la cascada en la que permanecí hasta que el frío del agua me

hizo temblar. Salí seguro de que me estaba volviendo de color púrpura. Por lo menos me había traído una toalla esta vez. Nicki se presentó mientras me frotaba la piel,

tratando de calentarme.

—Ah, hola —dije. Dejé de secarme, sorprendido al verla y buscando a tientas lo

algo correcto que decir.

—Quería decirte… —Comenzó, pero mis palabras tropezaron con las suyas.

—Siento mucho lo de tu papá —dije.

Frunció la boca y la cara se le puso de color rosa. —Lo siento por el mensaje que te envié. Siento si fue agresivo.

—No, es... —La vi equilibrarse sobre una pierna, como un flamenco, manteniendo la mirada en el suelo—. Está bien—dije.

—No tendría que haberte molestado.

—No estabas…

—Es que nunca tuve a nadie a quién preguntar antes. Tenía siete años cuando

mi padre murió y todos pensaban que era demasiado joven para hablar de ello. Pero

luego, más tarde, todos querían dejarlo estar y no remover el pasado. Así que leí un par

de libros y esas cosas, pero nunca me dijeron lo que quería saber. —Alzó los ojos, gris escarcha, para encontrar los míos—. De todos modos, he descubierto otra manera de

averiguar acerca de él.

Me quité la camisa mojada. —¿Cuál?

—Pedí una cita en Seaton.

—¿Una cita para qué?

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Ella dio un paso más cerca, lo suficientemente cerca de mí como para captar el

aroma a naranjas. Bajó la voz, como si las ardillas pudieran estar tomando notas sobre nosotros. —He encontrado una vidente que habla con los muertos. Voy a verla

mañana.

—Estás bromeando.

Nicki negó con la cabeza.

—Pero, sabes que esas cosas son una mierda, ¿verdad?

—No, no lo es.

—Vamos. —Casi le lancé mi toalla—. No vayas. Es un desperdicio.

—Se supone que ella es realmente buena. Mi amiga Angie fue a verla en la

primavera pasada. El abuelo de Angie habló por medio de la psíquica y le contó a cerca de ese perro que solía tener que jugaba al Frisbee. No había manera que la

psíquica pudiera saber eso.

Cualquiera puede suponer que una persona tuvo un perro. No era como que la psíquica había visto un unicornio de tres cabezas.

—Estupideces —dije.

—¿Cómo puedes decir eso? Tiene que haber algo.

—¿Por qué… simplemente porque la gente quiere que lo haya?

Ella frunció el ceño y se pellizcó el labio inferior. Fue entonces cuando me di

cuenta de que se había pintado las uñas de púrpura. —Así que tu solo crees en lo que se puede ver, lo que está aquí ¿y eso es todo?

—Creo en un montón de cosas que no he visto. Creo que tengo un hígado y yo

nunca lo he visto.

Ella hizo un gesto con la mano, sus uñas una mancha color uva. —No quiero

decir eso. ¿Nunca has tenido un sueño que se hizo realidad, o pensar en alguien el segundo antes de que te llamara, o…?

—Eso es una coincidencia.

Ella frunció el ceño, y casi podía ver su cerebro buscando, esforzándose por otro argumento. —Tú ya has admitido que hay cosas que no puedes explicar, ¿verdad?

—Sí, pero tienes que pensar en lo que tiene más sentido. La cosa más simple, la

explicación más probable —Torcí mi toalla. Estaba a punto de mencionar la navaja de

Ockham, cuando me interrumpió.

—Pero no lo sabes con certeza.

—Sé que si los muertos pudieran hablar, hablarían sobre algo mucho más importante que de perros jugando al Frisbee.

—¿Quién lo dice? Tal vez no pueden describir la otra vida en palabras que

podamos entender. Tal vez están atrapados entre dos mundos cuando le hablan a las personas que todavía están vivas.

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Hace una semana, ni siquiera sabía el nombre de esta chica, y ahora estábamos

negociando puntos de vista sobre la otra vida. No podía creer que estuviera teniendo una conversación que involucraba las palabras atrapado entre dos mundos.

—Esa “psíquica” solo va a informarte de mierda general que se podría aplicar a cualquier persona. Y luego, tomará tu dinero, ¿Cuánto te está cobrando, de todos

modos?

—No es de tu maldita incumbencia.

—Bien —dije—, pero si yo fuera tú, sería muy cuidadoso de cuánto voy a

pagarle.

Se puso las manos en las caderas. —¿Me quieres dar consejos, pero no quieres

ayudarme cuando es necesario?

Tragué saliva y volví la cabeza. Me dije a mi mismo que ella no era mi

problema. Pero oí el mensaje que me había enviado, esas letras pequeñas, como un susurro en mi cerebro, ese por favor. Me dije que no le debía nada. Y, sin embargo,

cada vez que alguien me decía que conocía a una persona que se había matado, mi estómago se iba cargando de culpa, como si yo fuera personalmente responsable de todos los suicidios del mundo. ¿Por qué nos haces pasar por esto? era la pregunta que oía,

quisieran decírmelo o no.

—Estoy tratando de ayudarte —Le dije—, pero no quieres escuchar.

—Mira, si hay incluso una posibilidad de que esta persona pueda darme algunas respuestas, voy a intentarlo. Eso es todo lo que estoy haciendo, intentarlo.

—Sí, pero ten cuidado. Si quieres creer, ellos lo usarán contra ti, tratarán de confundirte.

—¿Cómo sabes tanto al respecto?

—Leí un libro hace un par de años sobre un tipo que expone a un montón de videntes falsos.

—Lees mucho ¿no es así? —No era una pregunta—. Ven a reunirte con el resto de nosotros en el mundo real para variar.

—Tú eres la que no está viviendo en el mundo real.

Ella trató de mirar hacia abajo y luego, me clavó los ojos de la misma manera que lo hizo el otro día en mi sótano. Pero yo era mucho mejor que ella manteniendo

los ojos estables y el gesto congelado. La boca de Nicki se estremeció y supe que parpadearía en primero, y sin embargo…

Y, sin embargo, no creí que pudiera disuadirla. Iría sin importar lo que le había dicho. Se había lanzado a la cascada y luego a mi casa, y ahora iba a sumergirse

directamente a través de la pared entre la vida y la muerte. Sí, ella tenía su manera de hacer las cosas. Pero no creo que ella pueda —O alguien más pueda— derribar esa barrera.

—¿Alguien va contigo, por lo menos? —Pregunté—. ¿Angie?

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—Angie estará durante todo el verano en la casa de su abuela. Voy a estar bien.

—Ni siquiera conoces a esa mujer.

Arqueó las cejas. —Bueno ¿y quién va a venir conmigo? ¿Tú?

Enrollé la toalla alrededor de mi mano. —No, yo…

—Entonces deja de hablar de ello —Se volvió y dio un paso alejándose de mí

antes de que yo pudiera estirarme y tocarle el brazo con la toalla.

—Tal vez podría ir —dije.

—¿Por qué, para que puedas jugar a ser el vigilante?

—Si quieres llamarlo así. Sí —dije, con la boca seca—. Voy a ir de vigilante.

—Está bien, entonces. Mañana a la una.

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Traducido por Lorena

Corregido por LuciiTamy

sa noche, estaba en el porche buscando murciélagos y luciérnagas. Me

colgué de la barandilla de la cubierta para estudiar las sombras de debajo, la sangre se me subía a la cabeza.

La voz de mi madre cortó mi fantasía. —¿Qué estás haciendo, Ryan?

Levanté la cabeza demasiado deprisa y me mareé. —Nada —Mi respuesta estándar, diseñada en la conspiración silenciosa que mi padre y yo teníamos para

evitar que a mi madre le saliera úlcera.

Ella se paró en la puerta con la cara llena de preocupación. —Te pregunté qué

estás haciendo.

—No estoy intentando saltar, si es eso lo que te preocupa —No quería dar explicaciones. Incluso si era lo suficientemente estúpido para intentar suicidarme desde

esta altura.

Lo peor es que se me había enganchado un tobillo.

Ella se estremeció.

—Lo siento —dije.

Si hubiera dicho eso delante de la Dra. Briggs, nos habría hecho a mi madre y a mí analizarlo, separar cada cosa que habíamos dicho, para cazar cada oculto (o no tan oculto) sentido. ¿Por qué dije eso? ¿Qué pensaba mi madre sobre eso? ¿Por qué se

había estremecido? ¿Qué pensaba yo sobre que ella se estremeciera? En los días inmediatamente posteriores a mi salida de Patterson, mi madre nunca habría dejado

pasar una frase como esa. Pero ahora, simplemente cambió de tema.

—Tu padre estará en casa mañana… si esas tormentas en Nueva York no lo

mantienen allí. Aunque preferiría que los aviones se quedaran en tierra con un tiempo como ese. No sé si incluso le dejaran despegar de Londres si la tormenta está aquí…

Después de un completo análisis del tiempo y del tráfico aéreo en ambos lados

del Atlántico, se quebró. —¿Quieres venir dentro? —pregunta.

—Todavía no.

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Ella vaciló otro minuto antes de deslizar la puerta de cristal cerrándola. Pero se

paro en el salón, esperando. Esperé, también. Odiaba ser observado de esa manera. El calor se concentraba sobre los músculos de mis piernas con energía reprimida. Sacudí

las piernas y me di cuenta de que querían correr. Durante semanas había pensado en empezar a correr otra vez, y había estado a punto de hacerlo, pero algo me detenía. Sin

embargo, esta noche todo lo que sentía a mí alrededor era el aire del verano.

Cuando los mosquitos me agujerearon la piel más rápido de lo que yo podía golpearlos, me fui dentro. —Bien —dijo mamá brillantemente—. ¿Vamos a la cama?

—Supongo.

Ella me observó subir las escaleras. —El show se ha acabado —Murmure, pero

no lo suficientemente alto para que lo escuchara.

Arriba, en mi habitación, comprobé mis mensajes. Me hubiera encantado

contarle a Val el plan de Nicki y ver si ella pensaba que toda la idea era tan loca como yo creía, pero no estaba conectada.

Nicki me había dicho que fuera a su casa. Kent podría llevarnos hasta Seaton y

dejarnos allí. No es que Kent supiera que nosotros estábamos en una misión psíquica secreta para contactar con su padre muerto. El tenia algo que hacer en la ciudad, y

Nicki había amenazado con descubrirme si le contaba de lo que trataba nuestra cita.

Los Thortons vivían abajo de la ruta siete, en una casa tipo caja con un césped

que era más tierra que césped. Alguien había traído un montón de mantillo y compost para pasto, como si planeara un proyecto, pero el bulto había estado allí el tiempo suficiente para que crecieran malas hierbas en él.

Las cejas de Kent se levantaron cuando me vio con Nicki, pero no dijo nada. El tintineo sus llaves y asintió hacia el coche, invitándonos a entrar. Nicki se sentó

delante y jugó con la radio. Me senté detrás. Ella puso la radio tan alta que Kent no hubiera podido hablar con nosotros aunque hubiese querido. La carretera relucía,

parecía derretirse.

Intente leer tensión o tristeza o esperanza o cualquier cosa en la parte de atrás de la cabeza de Nicki, pero no tenía ni idea. Intente imaginarme al psíquico, pero

tampoco tenía ni idea. Me imaginé a una mujer en ropa brillante inclinada sobre una bola de cristal, pero… ¿Realmente hacían eso o solo era en la televisión?

Seaton era la clase de lugar al cual se refería la gente cuando decían que América se estaba convirtiendo en una serie de tiendas en cadena. Tenía gasolineras, restaurantes

de comida rápida, tintorerías, grandes almacenes y nada que no pudieras encontrar en

cualquier otro sitio. Si te desmayaras y te despertaras en Seaton, no tendrías ni idea de donde estabas, o en que parte del país te encontrarías.

Kent nos dejo fuera de la oficina de correos. El aire de agosto se arremolinaba por la carretera en borrosas olas, quemándome los pulmones. Deseé que hubiéramos

estado en mi porche, escuchando las cigarras zumbar, o en la cascada, con espuma fría cayendo sobre nosotros.

Nicki torció sus dedos juntos y dijo: —Vamos.

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Le temblaba la voz y pensé en cogerle la mano para calmarla. Pero no veía

como poner mi mano entre las suyas, para romper su nudo de nervios. Nunca tocaba a la gente, de todas maneras.

Caminamos detrás de la oficina de correos y algunos almacenes. Bolsas de basura vacías y envoltorios pasaron volando por nuestro lado. Las aceras estaban

arruinadas, las malas hierbas crecían a través de las grietas. El sol pesaba sobre nuestros hombros; ya tenía la camiseta mojada. Gotas claras se reunieron en la piel de Nicki.

Tenía curiosidad sobre cómo iba a actuar la psíquica, lo que diría, si la pillaría en cualquier truco obvio. —La regla principal —dije—, es que tú no le digas nada, deja

que ella te hable.

—¡Lo sé! Dale una oportunidad.

Llegamos a una hilera de casas de ladrillo detrás de una valla metálica, y Nicki comenzó a contar las direcciones. Quería preguntarle que si la psíquica era tan poderosa, porque no había predicho el numero ganador de la lotería y se había

mudado a un vecindario mejor. Pero me mordí la lengua. De todas maneras, me imaginaba que los psíquicos oían la pregunta de la lotería todo el tiempo,

probablemente tenían algún tipo de respuesta para ello.

—Esta es —dijo Nicki, cuando un paquete de galletas de queso le rozó el

tobillo. Caminamos hacia la puerta de la casa de ladrillo. Llamó al timbre.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Sí —Espetó.

Había estado equivocado sobre las ropas y el cristal. No tuvimos incienso, una habitación oscura o misteriosa música de fondo. En cambio una pequeña mujer

redonda y con gafas nos dejo entrar. Me recordaba a la abuela de Jake, que solía visitarlo en Patterson.

Entramos a un salón con millones de figuritas de porcelana alineadas en estanterías que colgaban de las paredes. Muñecos de nieve, bailarinas, perros, gatos, caballos, unicornios, flores…. Mis ojos se enroscaron intentando enfocarlas a todas.

Nicki y yo nos paramos mirando hacia las figuras (que nos devolvían la mirada) mientras la psíquica esperaba frente a dos sofás color huevo que eran totalmente

eclipsados por las estanterías. Todavía no intento hablar con nosotros. Aparentemente, había aprendido que sus invitados necesitaban tiempo para aclimatarse a las

estanterías.

—¡Guau! —dijo Nicki, al final.

—¿Te gustan?

—Um… claro. Son monas.

—Tú eres Nicki —dijo la psíquica, entonces elevó sus cejas hacia mí.

Quería hacer que ella adivinara quien era yo, para comprobar sus poderes, pero Nicki dijo: —Este es mi amigo Ryan.

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—Bienvenidos, por favor coger asiento.

Nos hundimos dentro de los gigantes cojines que olían a rancio del sofá.

—Gracias por encontrarse conmigo. Sra. Hale. O usted… ¿Cómo la debo

llamar? —La voz de Nicki subió una octava, como si hubiera rejuvenecido desde que habíamos entrado por la puerta. Sus manos exprimiéndose una a la otra.

—Por favor, llámame Andrea —dijo la psíquica.

Andrea Hale. Así que no se llamaba algo como Madame Zorela. Y continuaba sonriendo como una abuela lo haría, como si fuera a ofrecernos galletas recién hechas

en vez de un encuentro con un muerto.

Nicki escarbó en el bolsillo de sus pantalones cortos y sacó unos billetes

sudorosos. El dinero por delante, por supuesto.

Andrea metió el dinero en un cajón y se sentó en el otro sofá. —¿Con quién

deseas hablar?

Hablé entonces: —¿Eso no nos lo debería decir usted? —Andrea sonrió.

—Hay algunas almas que quizás quieran hablar contigo. Podemos ahorrar

tiempo si puedo centrarme en alguien específicamente.

Incluso aunque no me creía nada de esto, por un momento mi piel hormigueó

cuando dijo eso de que había almas que querían hablar con nosotros. No ayudaría imaginar montones de gente muerta concentrados en la puerta. Quizás se harían cargo

de las figuras y tendríamos una tormenta de pequeñas figuras de porcelana volando a través de la habitación.

—Mi padre —dijo Nicki—. Su… su nombre era Philip Thornton.

Andrea asintió y cerró los ojos.

Un viejo aire acondicionado en la ventana rugió y resonó de fondo. Nicki se

estremeció a mi lado, pero no fue por el aire acondicionado, porque debíamos de estar cerca de los ochenta en esta habitación cargada. Mire hacia arriba a las estanterías, a

todos los puntos negros fijos de los ojos de las figuritas de porcelana y aparté la mirada.

La frente de Andrea estaba arrugada. Sus labios trabajaban. Nicki seguía aguantando la respiración, quedándose sin aire y luego jadeando. Deje la rodilla a una

pulgada de la suya, sin tocarla, pero lo suficientemente cerca para recordarle que estaba allí.

Los ojos de Andrea permanecían cerrados. Un camión retumbó calle abajo, agitando la casa. Las figuras de porcelana se sacudieron, mirándonos. Pensé otra vez

en ellas volviendo a la vida. Quizás se iban en estampida por la casa durante la noche.

Luego me di cuenta que si seguía pensando así, acabaría en Patterson.

—Philip esta aquí —dijo Andrea.

Mis ojos se lanzaron por la habitación buscando una sombra, una bruma, una agitación en el aire. Nada.

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Nicki exhaló. Parpadeó, agrupando las lágrimas en sus pestañas, yo quería que

no la creyera tan pronto, que no se tirara a la piscina si comprobar el agua.

Ella dijo: —Um… sí ¿Él me recuerda?

Silencio. Andrea sonrió. —Sí, por supuesto, tú eres su hija; él nunca te olvidará —Se rió entre dientes—. Él se está riendo un poco de que pensaras que te había

olvidado… pero en el fondo esta triste.

Nicki clavo sus uñas en las palmas de su manos, dejando marcas púrpuras.

—Pregúntale porque lo hizo.

—¿Por qué lo hizo? —Repitió Andrea.

Sí, pensé. No hay muchas pistas en eso. ¿Las hay, Andrea? ¿Ahora qué vas a

hacer para arreglarlo?

—Sí —dijo Nicki con voz firme.

La voz de Andrea vaciló. —Él no cree… que pueda explicártelo. Lo desearía… es complicado, él no está seguro de que lo vayas a entender…

—No lo entiendo. Por eso estoy aquí —Nicki se pasó una mano por la mejilla,

donde sus lágrimas se estaban derramando.

—Él quiere que sepas que te quiere.

—Sí, ¡Lo sé! Sé eso. Necesito saber porque él… —Le pegué a Nicki con la punta del codo antes de que ella pudiera dar más pistas. Ella miró hacia mí. Su rostro

enrojecido, sus ojos rojos.

—Necesito saber por qué hizo lo que hizo.

Andrea seguía arrugando su frente, como si pudiera exprimir una respuesta del

aire por pura concentración.

—Él lo siente —dijo ella.

—¡Eso no me dice nada! —La voz de Nicki se rompió en la última palabra; el borde irregular de esto parecía cortarme. Había estado esperando que viera lo inútil

que era esto, que viera que Andrea era un fraude. Pero ahora estaba dispuesto a que Andrea encontrara al padre de Nicki, o que por lo menos saliera con algo convincente. Me centré en la cara de Andrea, intentando emitir ondas de pensamientos hacia ella.

—Él…Su voz no es muy clara ahora. Déjame ver si la puedo conseguir más

fuerte.

Sí, puedes hacerlo mejor, pensé. Vamos Andrea.

El aire acondicionado hizo ruido y gimió. Nicki sorbió. Mis piernas se

contrajeron; quería saltar fuera de este sofá y correr.

—Papi —dijo Nicki.

Ahí fue cuando abrí mi boca.

—Pregúntale si tal vez no fue su intención llegar tan lejos —dije.

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Andrea vaciló.

—Pregúntale si él… no vio otra manera en ese momento.

Después de un momento, Andrea asintió. —Es algo así, dice él.

Nicki contuvo el aliento.

—Como si a lo mejor él creía que no podía contarle a nadie lo que estaba

pasando —Añadí yo. ¿Cuánto tiempo le tomaría a Andrea recoger su pista? ¿No eran las psíquicas buenas supuestamente leyendo a las personas?

—Él estaba envuelto en dolor en aquel momento —dijo Andrea, finalmente

atrapando el enorme balón que le había lanzado—. Él no miro el futuro, las consecuencias.

Parecía que no podía callarme, ahora que había empezado. —Pregúntale si él no sabía simplemente que más hacer.

—Él volvería y lo haría diferente si pudiera.

Nicki nos miraba, su cabeza balanceándose adelante y atrás.

—Oh, Dios mío —dijo ella.

Había exagerado, y lo sabía. Había hablado demasiado, dando pistas demasiado obvias. Pero sabía que había algo de verdad en lo que yo había dicho. Ey,

quizá su padre estaba hablando a través de mí en vez de Andrea. ¿No era eso lo que Nicki hubiera querido? ¿No fue eso lo que me pidió que hiciera?

Nicki espero a que estuviéramos en la cera de nuevo, para golpear mi brazo con su puño.

—¿Estas contento, ahora?

—¿Qué?

—No te hagas el tonto.

—Nicki…

—Así que tenias razón, era un fraude. ¿No te hace eso sentir mejor? Pateó una

lata de cerveza vacía contra la pared de una casa.

—¿Qué te hizo decir que era un fraude?

—¡Oh, vamos! Era tan obvio. Se lo estabas dando todo.

—No sé de lo que me estás hablando —Pero podía oír la mentira en mi propia voz.

—¿Te estabas burlando de mí?

—No.

Sollozó. La senté bajo un muro desmoronado delante de un almacén.

—Era tan mala, que ni siquiera pude pretender que la creía.

—Lo siento —dije.

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—ya, seguro...

—No, quiero decir… pensé que podría pasar esto, pero no quería que pasara. Me gustaría que hubieses conseguido lo que querías.

La dejé limpiarse la cara en la manga de mi camiseta. Ella rodó sus ojos enrojecidos hacia mí.

—¿Por qué alimentaste su historia de todos modos?

—No lo sé.

—¿Creías que me estabas engañando? ¡No soy estúpida!

—No pensé en ello. Solo me salió.

—Ahora nunca sabré porque lo hizo.

—Él probablemente no te lo diría, aunque estuviera aquí mismo.

Ella sollozó. —Podría haberme dejado una nota a algo. ¿Por qué no lo hizo?

¡Dios!

Se frotó en mi manga húmeda. Estaba pensando en porque y cuan complicada era esa pregunta, cuando habló de nuevo.

—¿Tú escribiste una nota?

—¿Qué?

—¿Tú escribiste una nota?

El clima caluroso hacía que mi cuerpo estuviera empapado en sudor, pero no sé

como, la boca se me había secado.

—No.

—¿Por qué no? ¿Por qué demonios no? —Se levanto, paseo en un círculo

cerrado, y pateó la pared en la que yo estaba sentado.

—Mira, esto no es sobre mí.

—Tú hiciste esto algo sobre ti, ¿no? Seguro como el infierno que tú hiciste de esto algo tuyo ahí dentro —Apunto atrás, hacia la casa de la psíquica.

—Quería que sacaras algo de allí. Andrea se estaba ahogando como un pez muerto. Te lo dije, no lo pensé.

—Sí, seguro que no lo hiciste —Se limpió la cara con el botón de su camiseta,

dándome un destello de un sujetador azul oscuro.

Ella no pareció notarlo o importarle. —Así que tú le diste a mi padre… perdón,

al imaginario fantasma de mi padre… todas tus razones.

—¿Quién dice que esas eran mis razones?

Ella resopló. —¿Qué más podían ser? Tú no te sacaste todas esas cosas de la nada.

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Todo se drenaba fuera de mí; No podía apenas mantener la cabeza levantada.

Me incliné y apoye los cojos sobre las rodillas. Ella frunció el ceño, se dio la vuelta, y pateo un trozó de ladrillo de la acera. No me dejé a mí mismo pensar si tenía razón, si

las palabras que puse en la boca de Andrea, habían sido mías. Después de todo, el padre de Nicki no pudo cometer los mismos errores que cometí, no podía haber

arrastrado la misma vergüenza con la que yo cargué. Quizás él sintió lo que yo sentí… ese pozo triste de entumecimiento… pero él no había tenido una Amy Trillis o una Serena.

Él nunca tuvo que esconder un jersey rosa en su armario. Él no tuvo que hacer las cosas que yo hice. Apostaría por ello.

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Traducido por ♥...Luisa...♥ & Panchys

Corregido por Juli_Arg

uvimos que esperar otra media hora antes de que Kent nos recogiera. Nicki compró un zumo de uva, yo una Coca-Cola y nos sentamos en un banco fuera de la oficina de correos, viendo a la gente entrar y salir. Las

comisuras de la boca de Nicki se pusieron moradas por el zumo, pero el color rosa en su rostro y sus ojos se estaba desvaneciendo. Ya parecía normal en el

momento en el que Kent se reunió con nosotros.

Quería preguntarle acerca de su padre, para saber más sobre la persona cuyo

espíritu habíamos tratado de invocar, pero no quería arruinarla de nuevo ahora que había dejado de llorar. No me podía imaginar a mi propio padre no estando cerca. A pesar de que viajaba todo el tiempo, por lo menos sabía que él estaba en algún lugar

del planeta, caminando, hablando y pensando. Donde estuviera, se encontraba en una reunión de negocios, llevando las gafas en la nariz y estirándose la corbata, o sentado

en un restaurante extranjero aclarándose la garganta y parpadeando de la manera en que lo hacia cuando tenia que comer alimentos que no le gustaban. O tal vez estaba en

un aeropuerto, comprobando los resultados de béisbol de su equipo, ya que se suponía que volvería a casa hoy. Pero si quería oír su voz, todo lo que necesitaba era un teléfono. No tenía necesidad de psíquicos que lo llamaran.

Miré de reojo a Nicki. Ella inclinó la botella, y la última pulgada de jugo de color morado ondulaba de ida y vuelta.

—No puedo creer que empiecen las clases en un par de semanas —dijo—. Vas a ser un junior, ¿verdad?

—Sí. —Si quería alejarse de hablar de padres muertos, estaba bien conmigo.

Val, Jake y yo solíamos hacer eso en Patterson, íbamos a hablar de uno a otro cuando algo era demasiado. Se podían escuchar las voces de la gente, cuando se acercaban al

borde del colapso: un sonido fuerte estrangulado en la garganta, sus palabras saliendo delgadas y de madera. Tal vez esa tensión fue lo que hizo tragar a Nicki todo el jugo.

—¿Echaste mucho de menos la escuela cuando, tú sabes, estuviste en el hospital? —preguntó.

—Sí, pero lo arreglé. Regresé en mayo, e hice un trabajo extra hasta julio, así que no me detuve.

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—Voy a estar en la escuela secundaria, también este año. ¿Con quién pasaras el

tiempo allí?

—Nadie especial. —Sorbió de la parte inferior de la botella.

—¿No tienes amigos?

Conocía a personas, pero no diría que tenía amigos en esta escuela. No estaba

seguro de lo que me había impedido hacerlos. Es cierto que era conocido como el chico que había intentado suicidarse y pasó varias semanas en el manicomio, lo que no me hizo el Sr. Popular, pero más que eso, era que me resultaba más fácil no arriesgar

nada con nadie más. No necesitaba amigos en la escuela de todos modos, desde que tuve a Jake y Val. Le dije a Nicki, —Sí, un par de chicos que conocí en el hospital.

—¿Están ellos como… locos?

—Cierto. Nos reunimos a babear y a aporrearnos en la cabeza a nosotros

mismos. Esa es la verdadera vinculación entre locos. —Un camión de correos paso pesadamente junto a nosotros, arrojando gases. Contuvimos la respiración, y cuando el camión había doblado la esquina, Nicki, dijo:

—No lo quería decir de esa manera. ¿Siguen en el hospital?

—No, todos salimos. Val salió la primera —Me detuve, recordando el

momento en que Val había vuelto a Patterson. El recital que había dado en la sala de estar. Su mano sobre mi muñeca.

—¿Qué? —dijo Nicki, viendo que yo no estaba del todo con ella. Negué con la cabeza.

—Solo pensaba en algo. —Kent se detuvo entonces, parando la conversación.

***

Nicki jugó con la radio hasta que Kent le gritó. Apoyé la frente en la ventanilla

del coche, acordándome aún de la noche de abril en Patterson, cuando Val había venido a visitarme. Al verla entrar en el hospital como un extraño, uno de ellos y no uno de nosotros, apenas podía siquiera hablar con ella. Una bola de ácido se sentó en

la parte superior de mi garganta todo el tiempo que estuvo allí. No quería ir a su recital, pero Jake me había encerrado en la sala de estar con los demás.

—¿Cómo es que estamos usando la sala de estar por la noche? —repliqué, pero él no lo oyó. Se fue y se sentó en la parte delantera, mientras que Val calentaba en el

piano desafinado, haciendo una mueca como siempre lo hacia en las notas más confusas.

Me senté en la parte posterior, cerca de la ventana. No encendí la lámpara junto

a mí, pero las otras luces fueron suficientes de modo que todo lo que pude ver por la ventana era el reflejo de mí mismo y la sala de estar con los otros psicópatas. Y aunque

la música de Val tiraba de mí como una corriente de resaca, a pesar de que algunas de las personas a mi alrededor lloraban y mis ojos ardían y me dolía la garganta, todo lo

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que podía pensar era lo mucho que la odiaba, y que no la miraría y que no quería

escuchar su música. Lo pensé, incluso cuando la música me llenaba.

La había echado de menos. Nunca había dejado de buscarla en esos pasillos.

Siempre había un gran sitio vacío a mi lado en el comedor, en el grupo, en el salón social, en el patio. Sin embargo, me quedé en mi asiento cuando el recital había

terminado, con las piernas pesadas, hasta que pudiera confiar en mí mismo para poder pasarla con la cara en blanco. La gente se amontonó a su alrededor, incluyendo a Jake.

Ella estaba hablando con ellos cuando salí de la sala de estar. Pero me siguió

hasta el pasillo y me tocó el brazo.

—Oye, ¿no ibas a saludarme?

—Hola.

—¿Qué pasa?

—¿Qué te hace pensar que algo está mal?

—Bueno, todo el tiempo que toqué tú te sentaste allí con los brazos cruzados, mirando por la ventana. Viéndote muy cabreado. —Su voz se suavizó—. ¿Qué es?

Habla conmigo.

—No lo entiendes —Le dije, negándome a mirarla a los ojos.

—¿No entiendo qué?

Me concentré en la señal de salida a través del pasillo. —Fue amable de tu parte

venir a tocar para nosotros, unos patéticos confinados, pero puedes volver a tu vida normal ahora.

Fue entonces cuando me agarró del brazo, envolvió mi muñeca, y mi pulso latía

contra su mano. Dijo: —Todavía soy…

Su contacto había pegado la lengua a mi paladar, pero la liberé y con voz ronca

dije: —¿Aún qué?

—Sigo siendo tu amiga. Dios, Ryan, ¡solo ha pasado una semana! ¿Crees que

me voy a olvidar ti y lo que se siente al estar aquí? ¿Crees que quiero olvidar?

—¿Por qué querrías recordar?

—Porque es parte de mí. Porque yo los amo, a ti y a Jake.

Negué con la cabeza. No importaba si se trataba de una semana o una hora: ella

había cruzado esa línea. Estaba allí ahora, en el mundo normal, y estaba atrapado

aquí, todavía enfermo.

—¿Por qué crees que vine aquí hoy?

—¿Caridad?

Ella apretó los labios hasta que casi desaparecieron. —¿Por qué estás siendo un idiota? ¿Caridad, de verdad? Vamos.

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—Tú estás ahí y yo no. —Sus dedos quemaron mi muñeca mientras trataba de

hacerle entender. No podía ver por qué no lo entendía, a menos que no quisiera hacerlo.

—Estás teniendo una vida. —Ahora iba a pasar todo el día con personas reales, con chicos que no eran enfermos mentales, quienes no se obsesionaban con quitarse la

vida, que nunca se habían avergonzado a ellos mismos delante del grupo.

—Deja de actuar como si yo estuviera arriba en un algún pedestal. De todas formas, vas a salir pronto. ¿No lo sabes?

Solté una risita.

—Lo digo en serio, Ryan. Pasaste de esconderte bajo la cama a ayudar a

algunos de los chicos nuevos. Tú y Jake solían ir una y otra vez acerca de la muerte, y ahora hablan de ponerse al día en la escuela. Solías caminar como un zombie, dentro

de tu pequeño propio mundo. Ahora, la mayoría de las veces, te las arreglas para estar aquí con el resto de nosotros. —Sus dedos apretaron—. A pesar de que has estado actuando como un imbécil toda la noche, todavía estás aquí. Me di cuenta de que

estabas enojado. Así que estás enojado, por lo menos tienes algo. Tú ya no eres nada.

Se soltó y tuve el impulso natural de agarrarla de vuelta, para aferrarme a ella

como si pudiera mantenerme con vida. Pero no lo hice. La dejé ir, y cuando me llamó dos días después, fui capaz de decirle que tenía razón. Se estaban preparando para

dejarme salir, también.

***

La verdad es que cuando me tocó, agitó algo que estaba muerto en mí desde

hacía meses. La idea de chicas y sexo se había apagado, se había ido en cenizas, se deslizó bajo capas de lodo negro. Había dejado de soñar despierto con eso o esperar

por ello o siquiera recordar su existencia. Había olvidado lo que era desear eso, olvidado cómo se sentía el localizar el cuerpo de una chica con los ojos y querer seguir con mis manos. Había estado adormecido hasta que los dedos de Val, en la fina piel de

mi muñeca, me hicieron recordar el calor, me sacudieron de nuevo en el hambre.

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Traducido por pao*martinez

Corregido por LuciiTamy

icki quería ir a la cascada tan pronto como regreso de Seaton. No

había pensado en que una caminata desde su casa, era mucho más larga que desde la mía, y cuesta arriba. Los dos estábamos jadeando

cuando llegamos a la piscina, algunos niños pequeños lanzaban rocas en el agua, pero huyeron cuando nos vieron llegar.

Me despoje de mi camiseta. Nicki se saco la suya también, la dejó caer sobre el banco, y se sumergió en el agua. La observé durante un minuto, su sostén de color azul oscuro contra la palidez de su espalda, hasta que desapareció bajo la cortina de agua.

No sabía lo que quería decir arrancándose la camisa frente a mí. ¿Qué no le importaba si yo la veía de esa manera, ya que no era nadie? ¿O es que estaba tan

molesta por lo ocurrido con Andrea que no sabía lo que estaba haciendo?

Salió un minuto después, jadeando, agua chorreando de su pelo.

—¿Viste este lugar la primavera pasada? —dijo—. El agua te noqueaba, si eras tan estúpido como para permanecer en ella.

Ya lo sabía, porque había sido lo suficiente estúpido.

Sin responder, me metí en el agua y me hundí hasta el fondo, deseando lavar las figuritas de porcelana, la suave sonrisa, sacarme el aire acondicionado, y todo rastro

del gran fracaso psíquico de Andrea. El agua martillaba bajo sobre mí y me quedé allí de pié durante más tiempo del que jamás había podido estar antes, comprendiendo que

Nicki tenía razón: la sequedad del mes de agosto había reducido un poco el poder de la

cascada. Pero al salir, su rugido aún me llenaba la cabeza.

—Me estaba preparando para ir tras de ti —dijo Nicki, frotándose los brazos.

Le di mi camiseta para secarse. Ella se retorció en su camisa seca y se apartó el cabello.

—¿Estás bien? —pregunté.

—No.

***

N

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Fuimos a mi casa. En el sótano, la habitación de entrenamiento tenía un

armario lleno de ropa de gimnasia de mi madre, saque un par de pantalones de ejercicio para que Nicki usara mientras tendía sus pantalones cortos en

la barandilla de la cubierta. Me deshice de mi ropa mojada en la lavadora para que mamá no la viera.

Mis padres sabían que yo nadaba en el río, pero no que estaba debajo de la cascada. Al principio de mudarnos aquí, me habían dicho que la cascada era peligrosa, pero nunca me habían prohibido expresamente ir bajo de ella. Supongo

que nunca se les ocurrió que lo haría. Tampoco es que pensara decírselo y cuantas menos oportunidades tuvieran de ver mi ropa mojada, menos oportunidades habría de

que preguntaran.

Nicki y yo nos sentamos en el suelo de la sala con la luz del sol filtrándose a

través de las agujas de los pinos, que brillan frente a nosotros.

—No lo tomes a mal —dijo Nicki—. Pero no entiendo por qué alguien que vive en un lugar como éste querría quitarse la vida —Miro hacia mí pero yo

estaba mirando por la ventana. Probablemente no se dio cuenta que había escuchado lo mismo unas cien veces antes y que incluso me lo había dicho a mí mismo. A

menudo pensaba que no tenía nada de que quejarme, en comparación con algunas de las historias que había oído en Patterson. Había niños que habían sido violados por sus

propios padres, niños que habían sido golpeados, quemados o ahogados, niños cuyos cerebros estaban tan jodidos por las drogas que no sabía cómo habían logrado alimentarse por sí mismos. Había niños que nunca sabían cuál de sus padres estaría en

casa o cuándo iban ser canjeados por una parte del dinero en una pelea de divorcio. Conocer todas esas historias me confundía más, porque a mí no

me sucedía nada de eso. Yo no sabía por qué diablos caía en el abismo ¿por qué nunca pude ver lo que me estaba empujando hacia abajo?

***

Nicki y yo nos sentamos un rato más. En algún momento me levanté y traje un plato de frutos secos, semillas de girasol y arándanos. Nos llenamos de eso, lamiendo

la sal de nuestros dedos.

—Este alimento no es para pájaros ¿verdad? —dijo.

Me eché a reír. —¿Y qué pasaría si te digo que si? ya nos hemos comido la

mitad del plato.

Ella chilló.

—No —dije, sonriéndole, y se calmo—. Es solo esta mierda de merienda saludable que a mi madre le gusta comprar. De todos modos, estoy comiéndolo

también, ¿no?

—Sí, pero tú tienes deseos de morir.

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Me eché a reír de nuevo. Su rostro se había congelado al segundo después de

decirlo, como si quisiera morder las palabras en el aire y llevarlas de vuelta a la boca. Pero yo estaba bien. De hecho, quería que más chicos en la escuela dijeran cosas así,

en lugar de las miradas furtivas a veinte metros de distancia como solían hacer. No es que yo sepa tampoco la forma de hacerles saber que estaba bien.

No podía dejar de pensar en la sesión de Andrea, los instantes que esperé mientras intentaba ponerse en contacto con el padre de Nicki

—¿Qué quieres de tu papá? —pregunté.

Me tendí en el sofá, mientras ella se sentaba en el suelo recogiendo las últimas nueces y bayas.

Se detuvo con los dedos en la boca y se quedo mirándome fijamente. Luego sacó su mano y dijo:

—Tuve una muñeca que solía ser de Kent. Bueno, realmente se trataba de un muñeco, Kent lo llamaba una figura de acción. Lo llamé Slade porque pensé que era el mejor nombre —Ella deslizó los dedos a lo largo de la parte inferior del cuenco con

sal—. Un día deje a Slade en Seaton Park, no me di cuenta hasta que llegamos a casa. Estaba histérica. Matt y Kent me dijeron que seguramente lo robaron, había llovido

sobre él o fue masticado por animales salvajes. Mi papá me llevo al parque a buscarlo, a pesar de que la cena estaba lista. Esa es la clase de persona era mi padre.

De nuevo se llevó los dedos a la boca, para chupar la sal. Me quede mirando sus labios. Parecía estar esperando a que yo hablara, pero cuando no lo hice, se saco la mano de la boca y la sacudió en el aire.

—Él solía apostar a los caballos en Sandford, a veces me llevaba. Me encantaba ver a los caballos correr, especialmente cuando pasaban por donde tú estabas, como un

trueno. Planificábamos lo que íbamos a hacer con el dinero que ganara excepto que casi nunca ganó. Una vez que ganó cien dólares y tuvimos una gran cena, pedí creme

brulee para cenar.

Ella se echó a reír.

—Yo ni siquiera sabía lo que era. Lo llamaba “Crema brooley”.

Apoyé la barbilla sobre las manos —¿Qué más?

Me sentí un poco como la Dra. Briggs. Fue agradable ser el que escucha por

una vez y no tener que raspar las cosas fuera de mi propio cerebro para poder tener de

que hablar.

—Él solía discutir con mi mamá. Sobre el dinero y de lo tarde que se quedaba fuera con sus amigos —Trató de girar el plato, pero no se deslizaba bien en la

alfombra—- Nunca habló de suicidio. Hasta donde yo sé.

Yo nunca había hablado de ello tampoco, no de antemano.

Me miró. —Se pegó un tiro en el bosque detrás de la casa. Mi hermano Matt y

yo lo encontramos.

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Mi estómago dio un vuelco. Quede aplastado por las imágenes de la sangre y el

cerebro, los huesos rotos. No me podía imaginar lo horrible que sería encontrar a alguien que se había disparado, por no hablar de tu propio padre. Sobre todo desde que

se veía con el chico que se ahogaba en la cascada. Dios, ¿cómo hizo ella para no quebrar su mente y terminar en un lugar como Patterson?

—Eso es una mierda, lo siento Nicki.

—Para ti es fácil decirlo ¿Quién te encontró?

—No estamos hablando de mí.

—Solo quiero saber por qué lo hizo —Fijo su mirada en la mía—, ¿Por qué lo hiciste tú? Y no me digas que no eres mi papá. No me importa. Él no está aquí para

preguntarle y tú sí.

—Debes preguntarle a tu madre —dije—. Después de todo, no conocí a tu

padre y ella sí lo hizo.

—Ella no puede hablar sobre él. Si el tema está por salir, pone esa mirada enferma en su rostro. Y de todos modos, tú lo debes de saber, quiero decir, tú debes de

sentir lo que él sintió.

—No es lo mismo para todos —Le dije—. En mi grupo del hospital, las

historias de todo el mundo eran diferentes.

—Eso no es lo que quiero decir. Quiero saber cómo llegaste hasta este punto,

lastimarte a ti mismo es algo que tienes que tomarte en serio. Cuando piensas; “sí, puedo hacer eso”.

Cerré los ojos para no tener que mirarla.

—Dime —dijo.

Tal vez no tendría que decírselo si no la hubiera acompañado a la casa de

Andrea. Si yo no hubiera tratado de ayudar a Andrea a conjurar el fantasma del padre de Nicki, si yo no hubiera visto llorar a Nicki. Si ella no hubiera bromeado conmigo

como si fuera una persona normal, en vez de ser un frágil psicótico desequilibrado. Si ella no hubiera querido ser la única en encontrar a su padre.

Pero todas esas cosas sucedieron, así que tome aire y empecé hablar.

***

Nos mudamos a esta casa. La casa de ensueño de mi madre, a la mitad de mi

segundo año. Nunca había sido el niño nuevo antes, nunca había pensado lo extraño que sería incluso encontrar los baños, no importa el lado derecho de las cafeterías o el lado derecho del autobús; cuando eres nuevo uno esta realmente solo.

Entonces la casa se empezó a desmoronar.

Sucedió durante las tormentas de febrero, cuando una descongelación rara nos

golpeo con lluvias torrenciales. El agua caía, se derramó por el arrollo y golpeó en el

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techo. Incluso se filtró dentro de la casa. Se filtró por el borde de las ventanas, el techo

tenía goteras.

Una noche, con relámpagos como luz estroboscópica, mientras corríamos a

poner las ollas para el agua de la lluvia, yo me reía ya que esta casa de lujo, la obsesión de mi madre por años, se estaba desmoronando literalmente desde los cimientos.

—Yo no le veo nada gracioso —mi madre se quebró, poniendo toallas para absorber el agua que había formando un charco y empapaba la alfombra.

—Es una locura —acerté a decir, tomando una respiración. No podía creer que

no viera un poco de ironía o humor, o lo que sea dada la situación. Aquí corríamos como locos, tratando de captar cada nueva mini cascada. Yo estaba en pantalones

cortos, ya que eso es lo que llevaba a la cama. Mis padres llevaban batas sobre sus pijamas y el pelo empapado.

Seguimos tropezando mientras corríamos a tapar una fuga tras otra. La casa iba a ser perfecta, y no lo fue.

Algo sobre eso me hizo sentir mejor de lo que había sentido en semanas, redujo

la presión en el pecho. Hacia tiempo que no me había reído y creía que pasaría un largo tiempo hasta que pudiera volver a reír otra vez, pero esa noche no podía parar.

***

Alquilamos una casa en Seaton, mientras que esta estaba con goteras y sin impermeabilizar. Mi madre estaba furiosa, documentado cada paso para la demanda

que iba a presentar contra la constructora. Sacamos cajas y maletas, dejando aquí la mayor parte de nuestro mobiliario cubierto con lonas de plástico. Todo en la casa

alquilada era extraño. Tropezaba contra las paredes cuando iba al baño en mitad de la noche. Nada me era conocido.

Seaton High aún era bastante nuevo para mí también, no encaje en ninguna parte. Me tropecé a través de los días, siempre un poco perdido.

Perdí los horarios de los equipos, así que perdí las audiciones de béisbol.

Cuando hablé con el entrenador, estuvo de acuerdo en que me vieran practicar para poder demostrar lo que sabía hacer. Pero antes de hacerlo, tuve el peor dolor de

garganta, con escalofríos y fiebre.

Resultó que tenía mononucleosis, y estaba tan enfermo que casi ni podía

arrastrarme hasta el baño. Solía detenerme en un cierto punto a mitad del pasillo, donde mi madre había enchufado una lámpara en forma de concha. Me encontraba ahí tendido con la cara contra la alfombra, inhalando las migajas y motas de tierra que

habían caído, mirando hacia la carcasa de plástico. Reunía fuerzas para hacer la mitad del viaje. Sobre todo, eso es lo que recuerdo de las dos semanas de enfermedad: la

lámpara de noche.

El entrenador me envió un mensaje para que olvidara el béisbol. Dijo que era

solo un estudiante de segundo año, y que de todos modos podría intentarlo el año que

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viene, pero me pareció difícil creer que alguna vez volviera a jugar. También había

tenido que dejar de correr. Lo había hecho por diversión, no para un equipo.

Nunca un había hecho un seguimiento de mis tiempos o distancias pero lo

hacía porque me gustaba, porque sentía la sangre correr a través de mí y me hacía sentir menos como si estuviera viviendo detrás de un panel de vidrio.

***

—¿Qué quieres decir con un panel de vidrio? —Preguntó Nicki.

—Es como que puedo ver y oír a todo el mundo, pero no estoy realmente allí

con ellos. La sensación iba y venía, quiero decir, que siempre se me pasaba. Hasta el año pasado, cuando se ese sentimiento se quedó.

La Dra. Briggs, una vez me preguntó por cuánto tiempo había sentido eso. Pensé que tal vez todo comenzó cuando tenía ocho años. La primera vez que me subí al trampolín en mi clase de natación, nadie más había parecía asustado, así que todo

actué como si nada pasara, solo después en el vestuario sentí las sacudidas.

—Hay un adormecimiento que va con ello —Le dije a Nicki—. Es como estar

muerto, pero no estás muerto oficialmente. Quiero decir, es como pensaba que se sentía.

Ella asintió con la cabeza como si hubiese dicho algo con sentido, tocándome la mano. Me obligue a mirarla, a seguir hablando, porque si me detenía y dejaba de sentir su mano en mi piel, jamás podría pasar a través de la parte del garaje.

***

Este entumecimiento parecía no irse nunca. Mi madre estaba obsesionada con

la casa. Los contratistas detenían el trabajo en el techo y las ventanas sin razón, desaparecían durante días y dejaban algunas cosas en el aire. Mi padre estaba de viaje y cuando regreso dijo:

—¿No está listo todavía?

No parecía dejar de llover nunca, no tenía ningún amigo en la escuela. Yo aun

tenía mononucleosis, pero por lo menos podía ir a clase otra vez aunque no podía volver a correr. Llegaba todos los días a la casa y era para dormir. No hay nada como

el agotamiento de la mononucleosis. No es como estar cansado después de un buen entrenamiento o de una noche sin dormir, ese el tipo de cansancio en el que apenas dejas de moverte, empiezas a recargarte de nuevo. Con la mononucleosis, no es así. Te

sientes como si nunca hubieras tenido energía y nunca más la volverás a tener. Eso hubiera sido aterrador, excepto porque se necesita energía para que eso me importara,

y yo no la tenía.

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No sabía cómo cambiar las cosas. Todo lo que sabía era que nada se sentía

bien, yo me sentía mal, como si ni siquiera debiera existir. Odiaba levantarme por la mañana. Odiaba moverme penosamente en la escuela. Odiaba la persistente ansiedad

de mi madre y mi padre desapareciendo. Odiaba no tener interés por nada nunca.

Nuestra casa alquilada tenía un garaje. Una noche fui

bajé para encender el coche de mi madre. Ella se había ido a la cama y mi padre estaba en una reunión hasta tarde. Yo no tenía una licencia o algo, pero sabía cómo arrancar el motor. Cerré las ventanillas del coche y el garaje.

Había oído decir que en tan solo unos minutos se podría llenar un garaje con gases lo suficientemente fuertes como para matar. Giré la llave y deje que el motor

traqueteara por un minuto, quizá menos.

Lo apagué porque recordé de repente otra cosa de la que había oído hablar: que

los humos entran en la casa y podían matar a la gente que estuviera ahí. Salí del automóvil, encontré una sabana que alguien había utilizado como paño y la extendí a lo largo de la grieta que llevaba del garaje a la casa.

Volví al coche, pero esta vez, no podía girar la llave ¿Qué pasaba si la sabana no era suficiente? Era solo algodón, probablemente no era hermética al gas. ¿Qué pasaba

si los humos pasaban a través de ella? ¿Qué pasaba si en vez de matarme a mi, mataba a mi madre?

¿Realmente quiero hacerme esto?

Yo no podía pensar en cualquier otra cosa que hacer, cualquier manera en la que la vida pudiera mejorar, alguna manera que hiciera que la oscuridad se fuera, pero

al mismo tiempo, girar la llave parecía un montón de problemas.

Me senté allí discutiendo conmigo mismo, mi mano en la llave sin girar. Estuve

allí por un largo tiempo.

Finalmente, la puerta del garaje retumbo abriéndose. Mi padre se estaciono,

salió fuera de su auto y comenzó a cruzar delante del de mi madre.

—¿Qué demonios estás haciendo? —dijo cuando me vio—. ¡Usted no tiene una licencia, señor! ¿Qué estás haciendo en ese coche?

Solo pude parpadear hacia él. Él pensó que yo me estaba preparando para salir a divertirme. Pudo haberlo pensando, si no hubiera visto la sábana en la grieta debajo

de la puerta. Cuando lo vio, su cabeza giró hacia mí, se fijo en la ventana abierta, en mí en el asiento del conductor. Sus ojos se movieron de nuevo a la puerta del garaje,

que había estado cerrada, hasta que él entró.

***

Nicki me apretó la mano, crujió debajo de la de ella, y casi dejo de hablar. Pero después de haber llegado tan lejos tenia que seguir, contarlo todo.

***

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—¿Encendiste el coche? —preguntó mi padre—. ¿No sabes que no se puede encender un coche en un espacio cerrado?

—Sí —dije—. Ya lo sé —fue lo único que pude decirle sin decirle la verdad.

Nos miramos el uno al otro. Yo creo que él estaba esperando que le dijera que

no estaba tratando de hacer lo que ambos sabíamos que estaba tratando de hacer.

—¿Hiciste arrancar el motor?

—Solo por un minuto —Le dije.

—¿Dónde diablos está tu madre?

Señalé en la puerta de la casa.

—Sal del coche.

Pero yo no podía moverme. Puse la cabeza en el volante y él corrió hacia el

interior, llamando a mi madre.

***

—Me pregunto si mi padre puso la mano en el gatillo primero

sin apretarlo —susurró Nicki—. Si él pensó en detenerse, ¿sabes?

Yo no lo sabía. Pero si tuviera que apostar, apostaría que sí. Él puede haberse

sentado allí con su dedo en el gatillo tanto tiempo como yo me senté allí en el estúpido garaje sin girar la llave.

***

Mi padre me llevó a la sala de urgencias, donde se me revisó por intoxicación de monóxido de carbono. Lo cual, por supuesto, no tenía. Sin embargo, la enfermera

me preguntó si trataba de hacerme daño.

—Sí —dije—. Pero no soy muy bueno en eso.

Mis propias palabras me parecieron graciosas, lo más divertido desde que

estuvimos en esa casa tratando de tapar las fugas, pero la enfermera no se rió.

Llamo a otras personas para hablar conmigo. Me hicieron más preguntas por el

estilo y luego le dijeron a mi padre que no podía ir a casa porque yo era un peligro para mí mismo.

—No me siento peligroso —Le dije a alguien, una enfermera o pasante o quienquiera que fuese. Pero me registré de todos modos.

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Le dije a los residentes de psiquiatría que me vieron al día siguiente que yo ni

siquiera había hecho nada, que solo había girado la llave por un minuto. Ella me dijo que mis padres habían registrado mi habitación en casa y encontraron diez botellas de

analgésicos, mucho más de lo que iba a necesitar para cualquier dolor de cabeza, y mucho más de lo que necesitaría para matarme. Ella me preguntó porque las tenía. Yo

sabía que el medicamento podría matarme. Las había comprado porque me sentía mejor cuando lo hacía, me sentía un poquito mejor, por un ratito.

Pero no iba a utilizar las botellas, porque sabía que una sobredosis podría

destruirme el hígado, y no quería estar vivo con un hígado dañado. No es que le fuera a decir algo de eso a la psiquiatra. Ella me pregunto por qué tenía

toda esa medicina y yo le dije que me había olvidado de que la tenía, así que compraba una nueva botella. Ella preguntó por qué la había escondido debajo de la cama. Le dije

que no quería esconderlo, que era donde las guardaba.

Ella se las arreglo para no poner los ojos en blanco.

Más tarde ese mismo día, después de que mis padres hubieran llamado por

teléfono a no sé cuántos hospitales y a la compañía de seguros, encontraron un lugar para mí en Patterson, que estaba solo a una hora de Seaton.

—Tenemos suerte de tener una buena instalación para adolescentes aquí —dijo mi madre mientras esperábamos en el vestíbulo del hospital a

que mi padre trajera el coche, para que poder llevarme allí.

—Sí —dije—. Somos afortunados de tener tantos adolescentes jodidos cerca.

Ella se giró hacia mí con la mano levantada. Ninguno de mis padres me había

pegado desde que tenía cinco años, cuando me daban una palmada en el trasero por delitos tales como manchar las paredes con salsa de tomate. Cerré los ojos, esperando

la bofetada, pero no llegó.

Ella no dijo una palabra. Cuando abrí los ojos, ya no estaba frente a mí. Estaba

mirando una máquina expendedora, la barra de caramelos atascada detrás del vidrio en el muelle de alambre, agarrando su bolso con ambas manos.

Ella estaba en silencio cuando mi padre se detuvo, estuvimos en silencio

mientras entrábamos al coche y nos dirigíamos hacia la carretera. Entonces se echó a llorar y se inclinó en la parte delantera de su asiento, manchas de lápiz labial y de ojos

en las mangas y manos.

—Melissa, no estés así. Él va a estar bien —dijo mi padre, acariciando su

hombro con una mano. Su cabeza miro alrededor controlando la ruta en la que íbamos. Trató de sacar el coche a la derecha, pero nadie se lo permitió. Ellos aceleraban tocando sus cornetas cada vez que el coche intentaba meterse al carril de al

lado.

—Maldita sea —dijo, mientras se acomodaba en su asiento—. Ayudadme.

Miren por su lado del coche y díganme cuando esté solo —Su voz se elevó—. Melissa. Te necesito para hacer esto.

Ella sollozó y el coche siguió su camino hacia adelante a sesenta y cinco kilómetros por hora, hacia adelante, porque nadie nos permitía parar.

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—¿Puedes mantenerte tranquila por unos minutos?

—Lo estoy intentando.

—¿Puedes por favor…?

—Olvídalo. —Se enderezó rayas negras brillando en sus mejillas—. Nadie te va a dejar parar, a nadie le importa un comino. Nuestras cabezas podrían estar en llamas

y nadie bajaría la velocidad por medio minuto para que tú accedas a la vía. Solo sigue conduciendo, Henry.

—Si necesitas hacer una parada…

—No lo necesito, estoy bien —Miró por el parabrisas, su cara húmeda por las lágrimas—. Sigue adelante.

Me quede mirando, esperando sentir algo. Pero no sentí nada, excepto la misma desolación que no tenía derecho a sentir, porque yo era un niño sano de una

buena familia. Un niño cuya madre ni siquiera podía darle una bofetada cuando él la estaba apuñalando, un niño cuyos padres estaban sangrando dinero para enviarlo a un lugar como Patterson.

—Cuando supiste que estabas en problemas ¿por qué no intentaste hablar con alguien? —preguntó Nicki.

—¿Cómo quién?

—¿Tus padres?

—¿Qué les iba a decir? ¿Qué me sentía como si estuviera detrás de un panel de cristal? Eso hubiera tenido un montón de sentido.

—Si les hubieras dicho que pensabas en suicidarte estoy segura que hubieran

estado interesados.

Su voz estaba llena de sentido común. Enterré la cara entre los brazos e inhalé.

El sofá olía ligeramente como las rosas, la mujer de la limpieza rociaba algo en él cada semana, probablemente nos dará cáncer dentro de unos años.

A pesar de la enfermiza tela con olor a limpio, aspiré profunda y lentamente, tratando de contener el pánico que se estremecía dentro de mí.

Debería haber sabido lo que me iba hacer contárselo a Nicki. Cómo me hizo

sentir en carne viva. La última vez que había contado esta historia a Val y Jake había tenido que unirme de nuevo a mí mismo. No estaba en Patterson, no podía permitirme

el lujo de abrirme de esta manera. ¿Por qué pensé que podría ayudar a Nicki de todos modos?

Nicki puso su mano en mi espalda. —¿Estás bien?

—Sí.

—¿En serio?

Volví la cabeza para que pudiera ver mi cara. —Sí.

—Lo siento si te obligue a que me lo contaras.

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—No lo hiciste.

Ella frunció el ceño en la pared. —Te empuje para que me lo contaras.

—¿Te ayudó?

—¿Qué quieres decir?

—¿Conseguiste lo que querías? —dije.

—Yo-yo no lo sé.

Nos miramos el uno al otro, las pupilas eran pequeñas en sus ojos grises, pequeñas a la luz de las ventanas.

***

Nicki y yo terminamos afuera, lanzando una pelota de béisbol hacia delante y

de regreso. Uno de mis viejos guantes le valía. El cielo había palidecido a un color como el blanco sucio de los calcetines viejos. No estaba seguro de qué nos decidió comenzar a jugar a la pelota, salvo que necesitaba un descanso, era necesario dar

marcha atrás de lo que nos habíamos dicho el uno al otro.

La puntería de Nicki estaba bien, pero su técnica apestaba.

—Así —dije, demostrándole—. No abras tu brazo de regreso así… ¿Estas mirando?

Ella se rió y trató de equilibrar la pelota en su pie.

—Usted no tiene que convertir esto en una lección, entrenador.

Me calle acerca del lanzamiento, mis padres solían decir que convertía todo en

una lección de aprendizaje.

—A menos que quieras que te dé clases de voleibol —prosiguió.

—¿Voleibol?

—Sí, era lanzadora en mi equipo el año pasado. Apuesto a que hacen el equipo

este otoño a pesar de que soy solo una estudiante de segundo año.

La palabra ‘universidad’ me pinchó en el estómago. Me preguntaba si yo podría haber hecho lo mismo en el equipo de béisbol si no hubiera estado enfermo. Y si sería

capaz de jugar la próxima primavera, después de perder un año. Pero todo lo que dijo Nicki fue—: Vamos, lanza la pelota.

El cielo se oscureció, pero el aire no se enfrío. —Es tan cálido —dijo Nicki cuando la pelota iba y venía entre nosotros, golpeando nuestros guantes—. Si

seguimos así, voy a tener que ir de nuevo a la cascada.

—Está bien por mí.

—Es cierto lo que dicen sobre ti —se echó a reír—. Prácticamente vives allí.

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Mi tiro fue un poco salvaje y le costó agarrarla.

—¿Quién dice qué sobre mi?

Su rostro enrojeció —.Es solo que la gente sabe que te gusta pasar el rato allí.

Te han visto. Así es como supe dónde encontrarte.

Ella envió la pelota hacia a mi, la agarre y la sostuve. Nunca habría pensando

que me había buscado a propósito. Siempre pensé que nuestro encuentro había sido accidental.

—¿Fuiste a buscarme?

—Bueno, sí —Se rascó el brazo, mirando hacia mis rodillas en lugar de a mi cara—. Me acercaba a la cascada de todos modos, cada poco tiempo, luego me dijeron

que tú siempre te ibas un poco antes de que yo llegara así que empecé a ir antes, quería hablarte acerca de mi papá ¿no sabias eso?

—Nunca he pensado en eso —dije lentamente—. Creí que simplemente te recordaba a tu papá, no sabía que venías a buscarme.

—Bueno, hemos hablado de él de todos modos ¿cuál es la diferencia? —Alzó

los ojos, encontrando los míos por un segundo—. ¿Vas a tirar la pelota?

—No hay diferencia —Le dije, pero sí hubo una diferencia. Hizo que mi

estómago quemara porque yo no podía entender cual diablos era la diferencia.

—Tira la pelota —dijo.

Me quedé allí, mi boca seca por un segundo, escondí la pelota en el guante.

—Así que solo me utilizaste por mis historias de suicidas, pero bueno, ya sabía eso todo el tiempo, ¿no?

Nicki negó con la cabeza.

—Eso no es todo.

Las nubes se empujaban hacia abajo sobre las copas de los árboles.

La presión crecía encima de mí, dentro de mí. Entre en pánico, me dije a mi

mismo que no entraría, pero igualmente lo hice.

Lancé la pelota. Su mano se alzó y la pelota golpeo en su guante. Sacó la mano del guante y la estiro.

—¿Estás tratando de romperme los dedos o qué?

—¿Qué más dice la gente de mí?

—Nada —Movió los dedos.

—¿Vas a decirles todo acerca de mí ahora? ¿Mi jodida noche en el garaje y

cómo ni siquiera podía girar la llave?

Se acercó a mí, y yo di un paso atrás. No podía soportar estar tan cerca de ella, no podía creer que hubiera dejado que antes ella pusiera la mano sobre mi piel. El aire

húmedo y pesado me llenó la garganta, haciéndome difícil respirar.

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—¿Cuál es tu problema? —dijo.

—No me gusta que la gente sepa la mierda de mí.

El viento agitó las copas de los árboles, todavía no llegaba al suelo. Ella estiró

una mano hacia mí. Yo olía mi propio sudor y no podía entender por qué no sintió el hedor. Las yemas de sus dedos me rozaron el brazo y me encogí alejándome.

—No me toques.

—Ryan, estás actuando como un idiota. Escúchame.

—Soy un idiota por contarte toda esa mierda —Necesitaba una buena dosis de

la cascada. Necesitaba el ruido, la presión en la cara cuando inclinaba la cabeza hacia arriba.

—¿Por qué no te vas a reír con tus amigos? Diles cómo bajo a la cascada y cómo no tenía las agallas para girar la llave.

—Ryan…

—Y cómo hablo demasiado alrededor de las malditas personas equivocadas.

Ella se quedó paralizada.

—Adelante. Fuera de aquí, va a llover en cualquier momento.

Viento frío corrió por entre los árboles. Ella arranco los pantalones de la

barandilla. Las plantas que crecían alrededor de nuestra planta baja, los helechos y arbustos, se encorvaban y tocaban el suelo. Nicki miró el cielo.

—No hemos terminado —dijo. Tiró la pelota y el guante al suelo y agarró los pantalones cortos. Luego corrió hacia el bosque, hacia la penumbra de la tormenta que se avecinaba.

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Traducido por Vero

Corregido por Vane-1095

ocos minutos después de que Nicki se fuera, gruesas gotas de lluvia

comenzaron a caer. Entré en casa y abrí las ventanas de la cocina para dejar entrar el olor de la lluvia sobre la tierra caliente. Abrí la puerta

hasta la cubierta, y el viento sopló esparciéndose en el interior. Voló una revista de la mesa de café y golpeó un jarrón de la encimera de la cocina. El jarrón se

rompió, pero no se derramó agua, ya que mamá nunca ponía nada dentro.

—Ryan —Mi madre corrió y cerró todo de golpe. Nunca le gustó el aire del exterior, con su suciedad y polen; prefiere el aire filtrado—. ¿En qué diablos estabas

pensando?

—Estaba refrescando la casa.

—El aire acondicionado está encendido ¿Qué es lo que te pasa?

La lluvia resonó mientras caía, golpeando el techo y el cristal de la ventana,

tamborileando sobre el porche. Las ventanas de la sala se volvieron líquidas. Mamá pasó el dedo por el borde de una ventana, como hacía a menudo cuando llovía, comprobando si había fugas. No habíamos tenido ningún problema desde que nos

mudamos después de las reparaciones, pero siguió con las pruebas de todos modos.

—¿Qué has hecho durante todo el día? —preguntó, con alegría forzada.

Veamos: estuve debajo de una cascada, fui a ver a un falso psíquico, reviví la peor noche de mi vida, peleé con Nicki. —No mucho.

—Podría decirse… —Sus ojos escudriñaron mi rostro—. Podría decirse que no

has hecho demasiado desde que terminaste tus tareas escolares el mes pasado.

—Estamos en vacaciones.

—Ryan —dijo, tomando el recogedor de basura y la escoba del armario de cocina—. Creo que es hora de que empieces hacer cosas de nuevo. Tu padre y yo

hemos sido muy pacientes, no te hemos ajustado la correa. Pero...

—¿La correa? —dije—. ¿Qué soy, un perro?

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—No quise decir eso. —Sacó la escoba y un recogedor—. Vamos a levantar este

jarrón.

Barrí los fragmentos. —No tengo una correa.

—Esa fue una mala elección de palabras. —dijo—. Mi punto es que necesitas disciplina. No queremos presionarte para que te exijas demasiadas cosas demasiado

pronto, y pensamos que algo como un campamento o clases de verano podían ser demasiado, pero ahora tengo mis dudas. Me preocupa que estés a la deriva, sin metas.

—Tengo metas.

—¿Por ejemplo?

—Voy a empezar a correr de nuevo. —Me deshice de los cristales rotos en la

basura.

—Eso está muy bien. —Su tono derramaba dulzura—. Pero estoy pensando en

algo más que un simple hobby.

—¿Dejarás de hablar de mí como si tuviera cinco años de edad? Era un paciente psiquiátrico, no un idiota.

Contuvo el aliento. —Tú lo dijiste ¿no?

—En realidad no.

Se agarró de la encimera de la cocina, donde el jarrón había estado. —Te gusta escandalizarme.

—¿Por qué debería escandalizarte? Eso es lo que era.

Sacudió la cabeza. —Lo estás diciendo de la peor manera posible. La Dra. Briggs dice que eso te hace sentir que tienes el control.

Odiaba cuando me hablaba así, como si me estuviera mirando en un manual y la lectura de esa sección se titulara Cómo Responder Cuando Ryan Te Recuerda Que Estuvo

En Un Manicomio. Lancé la escoba y el recogedor en el armario, en lugar de colgarlos

en sus pequeños ganchos especiales.

—Ryan. —Su cara se contrajo, sabía que tenía que parar, y dar marcha atrás, porque nunca tomaba mucho hacerla desmoronarse. Pero mis nervios estaban tensos,

a punto de romperse, y no estaba seguro de si era por lo que había dicho, o si esta tensión había quedado desde mi escena con Nicki. Solo sabía que necesitaba que se callara. Y no lo hizo.

—No puedes sostener tu enfermedad sobre nuestras cabezas para el resto de tu vida. No es excusa para la mala educación. No lo es.

—Tú eres la que la sostiene sobre mi cabeza.

Su rostro se derrumbó y se quedó sollozando en medio de la cocina. La culpa

me atravesó. Abrí la puerta del armario y colgué el recogedor y la escoba. Pero ella seguía llorando, con una mano en la cara y los hombros temblorosos. Debería haber tratado de darle un abrazo o por lo menos de tocar su hombro, pero no

pude. Era como ver a alguien ahogándose, y preocuparse de que si extiendes tu brazo

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para ayudarle, te arrastre abajo, también. Me golpeé los costados de las piernas

mientras ella se atragantaba, lágrimas derramándose sobre sus dedos. Finalmente me las arreglé para sacar una toalla de papel del rollo y entregársela.

—Gracias. —Murmuró, secando su rostro—. ¿Por qué no solo vas arriba? —Su voz sonaba tranquila ahora, grave por el llanto, y no me miraba.

***

En mi habitación, fui directo a la computadora. Val no estaba por ahí, pero

estaba Jake.

¿Qué estás haciendo? pregunté.

La Mamá1 quiere que me vaya fuera. Le dije que no hay nada por ahí que necesitara ver. Entonces me manipula2 para que corte el césped.

Únete a nosotros aquí en el mundo donde hay maravillas como esta. Le envié una foto

de una berenjena, cuyo propietario afirmaba que se parecía a Albert Einstein. Después de todo el drama con Nicki y mamá, era un alivio centrarse en vegetales que, supuestamente, se asemejaban a científicos famosos. Podía entender a medias porque

Jake nunca quería salir de su habitación.

Ves, saldría afuera si tuvieran berenjenas como esas en mi jardín, pero es solo un manojo

de hierba aburrida que debe ser cortada. Escribió Jake No sé por qué “El Magnífico” no puede

cortar el césped. Solo un toque de sus dedos de oro y la hierba probablemente se corte a sí misma.

Oye, si tu hermano no tiene una berenjena de Einstein, no es tan magnífico.

Jake guardó silencio entonces, durante tanto tiempo que pensé que podría haberse caído la conexión. Estaba a punto de comprobarlo cuando escribió: ¿Cómo es

para ti la escuela?

No está mal. Le escribí, pensando en la forma en que flotaba por los pasillos

como un iceberg, la gente conduciéndose a mi alrededor. No es genial. No está mal.

Para mí está mal.

¿Cómo es eso?

Silencio, el cursor parpadeando en mi pantalla. Luego, Jake regresó.

Siempre estuvo mal el año pasado. Pero ahora escuché que TODO EL MUNDO sabe que estuve en Patterson.

Bueno, yo también. Lo sabía cuando regresé en mayo. ¿Y qué?

¿Qué te hicieron? preguntó.

1 En el original The Mom. 2 En el original Guit Trip que quiere decir: Cuando alguien trata de hacerte sentir culpable por pensar/

sentir/ hacer las cosas de cierta manera. O cuando alguien trata de obligarte a hacer lo que quieren que

hagas de modo que empiezan a hacerte sentir mal acerca de algo... es entonces cuando cedes y haces lo

que quieren.

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La mayoría de ellos se mantuvieron alejados. Como si llevara la peste del suicidio.

Me gustaría que se mantuvieran alejados de mí.

Antes de que pudiera responder, escribió: Mamá está gritándome para que salga de la computadora. Nos vemos.

***

Me senté por un momento, preguntándome por qué Jake me había preguntado acerca de la escuela y lo que entendía por mal. Me podía imaginar cincuenta mil

matices de mal, cincuenta mil maneras en que la escuela podría ir mal. Tal vez

Patterson debería habernos dado todo un curso especial de reinserción en el mundo. No es que supiera lo que podría haberse enseñado allí. Tratar de prepararnos, hacer

un "plan de transición" para cada uno de nosotros.

Pero tal vez no había manera de escapar de la rareza, no había manera en torno

a los rumores, las miradas y las burlas; no había manera, excepto vivir a pesar de ello. Cuando mi consejero en Patterson me dijo que me iba, lo primero que dije fue—: No estoy listo. —A pesar de que siempre había dicho que no podía esperar a salir de allí.

—Estás listo.

—Pero yo... No soy...Quiero decir, sigo siendo… —Me di por vencido y

comencé una frase completamente nueva—. Pensé que me sentiría mucho mejor que esto cuando me fuera.

—Vas a tener que continuar con tu medicación, y te estoy refiriendo a Isabel Briggs para la terapia. Pero no necesitas más atención hospitalaria. En este punto, vas

a mejorar más cuando estés de vuelta en casa, viviendo tu vida de nuevo.

Ahora me preguntaba si le habían dicho lo mismo a Jake. Porque a veces vivir tu

vida era todo el problema.

Un mensaje de Nicki apareció en mi ordenador.

Justo lo que necesitaba.

En caso de que te lo estés preguntando, NO logré llegar a casa antes de la lluvia. ¿Puedes creer que la falsa psíquica llamó y dijo que había recibido un mensaje para mí de mi padre? No la creo, pero tenía que saber lo que era. Soy una tonta. Era una mentira del tipo aprovechar al

máximo la vida y ser feliz, bla, bla, cualquier persona podría haber hecho eso. No lo hiciste

mucho peor cuando estábamos en su casa y estuviste tratando de canalizar a mi papá, pero al menos te doy crédito por haberlo intentado.

No le respondí. Pensé en ella estando sola, empapada por la lluvia, llamando a

esa psíquica. Llamándola, probablemente, antes siquiera de haberse secado. Conteniendo la respiración por si Andrea tuviera algo importante que decir, y la sorpresa en el estómago al darse cuenta de que era otra falsa alarma. Pero aun

pensando todo eso, no pude obligarme a responderla. No pude superar la combustión en mi garganta, la pared que había surgido entre nosotros.

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***

Ryan supongo que todavía estás enojado conmigo, pero no me importa. Adelante enójate

todo lo que quieras. ¿Qué me importa?

No le respondí a ese, tampoco.

***

Por cierto me alegro de que no te suicidaras. Ahora, adelante y vuelve a estar enojado conmigo, estoy un poco enojada contigo también.

Tampoco a ese.

***

Abrí el armario, tomé el paquete, y desdoblé la bolsa de papel. La tentación de tocar este paquete siempre estaba allí, pero ahora me llenaba el cerebro, y no sería capaz de relajarme y pensar en otra cosa hasta que consiguiera terminar con esto.

Metí la mano y acaricié la tela rosa del suéter. Había sido suave la primera vez que lo toqué, pero era áspero ahora, como si pudiera sentir cada fibra e hilo.

La aspereza me sacó de cualquier trance en el que hubiera estado metido. Envolví el suéter y lo puse en el estante, molesto de que me hubiera conseguido absorber para

tocarlo de nuevo. La culpa, como el hormigón, me llenó el estómago, el pecho e incluso el interior de la cabeza.

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Traducido por ♥...Luisa...♥ y Vero

Corregido por Juli_Arg

sa noche, mi padre llegó a casa para la cena. Era un comercial, pero no del tipo que llama a las puertas o trabaja en una tienda. Vendía equipo

industrial a las fábricas. Su pasaporte tenía sellos de todo el mundo. Cuando era pequeño, hice un pasaporte como el suyo, con dibujos a

mano de sellos de lugares inventados. No me di cuenta, hasta que estaba en segundo grado, de que no todo el mundo hacia esto, que otros niños pensaban que era extraño jugar con pasaportes falsos y viejas pegatinas de reclamo de equipaje.

Papá seguía prometiendo que me llevaría con él, pero cuando le preguntaba acerca de un viaje específico, me decía: —Estoy completamente ocupado con las

reuniones. Y no tengo tiempo para ti. —Le dije que podía hacer turismo por mi cuenta; me veía corriendo por las calles de ciudades extranjeras, rebotando en un río

de idiomas que no entendía, pero libre. A ninguno de mis padres les gustaba esa idea. Cuando todos se sentaron a comer, mi madre me dio una sonrisa temblorosa, así que supuse que había sido perdonado por romper el jarrón antes. Ella dividió su pescado

en partes iguales, sin dejar que tocara sus zanahorias o judías verdes.

—Hay un partido esta noche —dijo papá—. ¿Quieres verlo?

—Está bien. —Nunca supe si hacía estas noches de padre e hijo por obligación o porque quería, pero no me importó. No era como que tuviera otros planes.

Mamá subió a ver algo más, porque decía que el béisbol era enloquecedoramente lento, y nos acomodamos en el sofá del salón. La forma de hablar de béisbol de los locutores es muy relajante. Es como que no tienen nada que ver con

el resto de sus vidas, además de ver el juego que está en frente de ellos. No es que

escuchara cada palabra. Me gustaba el sonido de sus voces, la corriente de los hechos,

los números, las estadísticas y los nombres. Empujaba todo lo demás de mi mente.

—Tu madre mencionó que quieres empezar a correr de nuevo —dijo papá

durante un anuncio.

—Oh, sí, dije eso. —Hizo una pausa antes de hablar otra vez. En los últimos meses, siempre parecía digerir mis palabras, sopesar y analizar. O tal vez, sopesaba sus

propias palabras, tratando de que no me llevaran a otro viaje a Locolandia.

—No olvides que la cinta está abajo, cada vez que quieras usarla.

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—Lo sé. Pero quiero vivir la naturaleza de por aquí. —La cinta de correr se

había convertido en cosa de mi madre. Yo ya no quería correr dentro. Había estado protegido, amortiguado, desde que salí de Patterson y ahora, quería esforzarme más.

Para encontrar los límites de las cosas.

—Bien por ti —dijo papá, un poco de todo corazón. Me preguntaba si alguno

de mis padres se relajaría por completo nuevamente a mí alrededor.

***

Había regresado de mi hogar en Patterson, a esta casa, los contratistas habían

terminado de sellarla mientras me encontraba en el hospital. Nunca regresaría a la casa con garaje o a la sala donde mis padres habían encontrado pastillas debajo de mi cama.

Mi cama se veía extraña, mi equipo y mi escritorio, como si pertenecieran a alguien a quien había conocido años atrás. Lo primero que hice fue colgar la pintura de Val y luego, me sentí un poco mejor. Mamá se cernía, frunciendo el ceño.

—¿Qué es eso? ¿Sabes pintar? ¿Oh, Val lo hizo? ¿No es eso... interesante? ¿Quieres algo de comer? ¿O beber? Tengo un poco de fruta y galletas, podría hacerte

un sándwich ¿Necesitas tomar una siesta?

—Pensaba dar un paseo —Le dije, con ganas de estar fuera, sin paredes o

cercas.

—¿Un paseo? ¿Dónde?

—Allá en el bosque.

—¿Solo? ¿Un paseo a dónde? ¿Por qué?

—Simplemente por los alrededores. Para hacer algo de ejercicio. A ningún

lugar especial. —Había insistido en venir conmigo. Tuve que esperar, para que encontrara un suéter y zapatos cómodos para caminar y las llaves de la casa y

finalmente, partimos. Quería estar solo, pero sabía que no debía empujar cuando apenas había llegado a la puerta. Por lo que ella sabía, pensaba acabar conmigo mismo en el bosque.

—Estoy bien, mamá —Le dije mientras caminábamos. No estaba del todo bien. Pero no me encontraba al borde del suicidio, que era la parte que ella necesitaba saber.

Trató de reír, una mentira que no me preocupaba.

—Lo sé, pero… —Me incliné para recoger una piña. La miró en mis manos

como si fuera una pista, una señal de donde estaba parado en el metro de la locura/cordura. Volví a la piña, estudiando su forma de espiral, y la arroje de nuevo en

el bosque.

Apenas y habíamos dejado la casa detrás cuando dijo: —¿Cuánto más vas a caminar?

—No sé.

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—No hay que ir demasiado lejos.

—Acabamos de empezar. Necesito un poco de ejercicio.

—Sin embargo, Ryan, tienes una sala de entrenamiento en el sótano.

—Quiero estar fuera. He estado encerrado mucho tiempo.

—Bueno, ya hemos estado fuera.

—¡Solo durante diez minutos!

—Por favor, no pelees conmigo en esto —dijo, y dejé que nos diéramos la vuelta. Conseguiría tiempo a solas, me dije. Solo se tardaría más de lo que esperaba.

***

Desde ese día, mis padres aflojaron su mano sobre mí, pero solo por unos

centímetros. Durante los comerciales en el juego de béisbol, mi padre me miró como si quisiera decir algo, pero lo que fuera, no lo dijo. Antes de irme a la cama, di unas cuantas vueltas al fondo de mi armario, hasta que encontré los zapatos para correr que

papá me había dado al comienzo del verano. Le había dicho en junio que pensaba correr de nuevo, y me había llevado a Seaton para conseguir los zapatos.

—Es bueno ver que tienes interés en las cosas de nuevo. —Había dicho, cerniéndose sobre mí en la tienda mientras los ataba, radiante como si hubiera traído a

casa una medalla olímpica. Pero no había utilizado los zapatos, comprarlos había sido un paso suficientemente grande. Ahora los saque de la caja, fuera del papel de seda y los puse en el suelo al lado de mi cama. Olían a caucho y a plástico nuevo. Olían al

comienzo de algo.

***

Val estaba en línea, respondiendo a un mensaje que le había dejado antes.

¿Me ha llamado, señor?

Escribí de regreso: Sí. Tuve un mal día. Dije varias cosas de mierda a gente y ni

siquiera estoy seguro de por qué.

¿Como a quién?

¿Sabes esa chica de la que te hablé? Quería oír toda mi historia del garaje.

¿Se la contaste?

Síp.

Deben estar haciéndose muy cercanos, si le estás diciendo sobre el garaje.

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Fue porque me dijo todas estas cosas de su padre. Lo siguiente que supe fue que le estaba

contando. Hice una pausa, después seguí escribiendo. Lo más extraño es que, cuando lo piensas, nunca fui tan lejos en el garaje. ¿Recuerdas cómo Alex siempre dijo que ni siquiera debería contar como un verdadero intento? Que no trataba de matarme, ¿Qué solo quise probar?

¿Qué es esto, una competencia? ¿Quién es más serio sobre hacerse daño a sí mismo? El ganador termina en una caja. ¡Vaya victoria!

No lo sé.

Alex siempre trataba de probar que se encontraba más jodido que nadie. Como si pudiera

conseguir un premio por ser el peor. Creo que estaba celoso de ti. Escribió Val.

¿Por qué?

Porque trabajaste duro. Y supiste como escuchar a la gente, lo cual, él nunca hizo.

No, si se puso celoso era porque os tenía a ti y a Jake.

Estaba celoso porque nunca pinté su retrato

Me reí de eso. Val había pintado mucho en Patterson, pero la única cosa que

había hecho por diversión, era retratos abstractos de Jake y de mí, pintados con los dedos. Jake era un montón de líneas negras delgadas Yo era una nube de color azul, con destellos de color naranja y morado. Todo era una especie de broma, cuando Jake

lo vio, dijo—: Pienso más en mí mismo como un triángulo verde. —Nos hizo reír, incluso cuando nadie más lo hizo.

Esta era la cosa con Val, Jake y conmigo: teníamos nuestro propio mundo, nuestro propio lenguaje.

Podrías haber curado a Alex, poniendo su vida de cabeza. Escribí entonces. Si tan solo lo hubieras pintado, también.

El cursor parpadeaba. Casi podía sentir a Val, en el otro extremo de esta

conversación, escuchando. Bueno, leyendo, pero era como escuchar.

Te extraño. Escribió. Echo de menos tener conversaciones como esta.

Yo también.

Escribí una canción. ¿Puedo enviártela?

Sí.

Escúchala ahora, ¿de acuerdo?

Sí. Envíala.

Me envió el enlace al archivo de música y la escuché. Era un tormentoso instrumental: un piano y una guitarra, con unas pocas ráfagas de flauta. Me gustó su

aspereza y la forma en que la flauta seguía sorprendiéndome.

Escribí: GUAU.

¿Te gusta?

Es increíble. ¿Qué instrumento tocaste?

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Piano y flauta. Mi hermano hizo la guitarra.

Escribimos un rato acerca de la canción, acerca de cuánto tiempo le llevó escribirla, cómo la grabó y lo que su hermano dijo al respecto. No quería dejarla ir, y

temía el momento en que nuestra relación se rompiera.

Volviendo a Patterson, a veces solía pensar (cuando no estaba ocupado conspirando para mi propia destrucción, o tratando de detener la conspiración) que

Val me gustaba. Nada había ocurrido entre nosotros en el hospital. Nada, excepto la chispa cuando rodeó mi muñeca con su mano. Ahora que estábamos fuera, a veces

pensaba que debería correr el riesgo y decirle lo que quería. Podría haberlo hecho ya, si no viviera tan lejos. ¿Y si no estaba interesada? Sería arruinar lo que teníamos y

acabaría con nada.

No pude evitar recordar lo que había sucedido con Amy Trillis, a pesar de que Val no era nada como Amy. Así que esta noche, una vez más, me despedí sin decirle

nada a Val.

***

Mirando ahora hacia atrás, no estoy seguro de por qué me gustaba Amy Trillis. Me enamoré en el comienzo de segundo año: mi cabeza llena de ella, mi pulso saltando cada vez que estábamos en la misma habitación. No hablé con ella, pero todo

el mundo sabía quién era. Era una junior, la vicepresidenta de su clase, una estrella en el equipo de fútbol femenino, una de las editoras de la página web de los estudiantes.

Siempre parecía saber exactamente quién era. Me gustaba su risa, también. Había algo cálido, algo que me hacía querer enrollarme con ella. Compartíamos la misma clase de

historia.

Se sentaba frente a mí y una fila a la derecha, ideal para mirarla, sin ser demasiado obvio. Usaba un bolígrafo verde brillante, y siempre estaba masticando la

tapa. A veces, sus rizos negros caían por el lado izquierdo de su rostro y no podía ver su expresión. Mis ojos seguían la curva de su hombro y la línea de su suéter. No usaba

camisas de corte bajo o cualquier cosa que fuera ajustado, pero podías ver su cuerpo.

Todo lo que vestía le quedaba bien, marcaba su figura. La observaba, pero

nunca tuve el coraje de hablar con ella. Mirarla era como ver a alguien en la televisión, así de lejana parecía.

Un día, estábamos los dos ausentes, cuando hubo que hacer parejas para los

proyectos de grupo. La profesora me agarró en el salón al día siguiente y me dijo que Amy y yo éramos los únicos dos que faltaban, así que me encontré a Amy en el salón

antes de la clase. Había ensayado lo qué iba a decir, porque era la primera vez que iba a hablarle directamente.

—La Sra. Bruno dice que debemos trabajar juntos en este proyecto. Todos los demás ya tienen compañero.

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Amy dio un paso hacia atrás, me miró de arriba abajo como si hubiera moho

brotando de mis poros, y dijo—: No, gracias.

Sus dos mejores amigas, las chicas que la seguían a través de los pasillos, se

rieron. Mi cara comenzó a calentarse.

—Somos los únicos que faltamos —Le dije. No era como si estuviera

pidiéndole que tuviera mis hijos. Este era un proyecto de historia. Una asignación.

Negó con la cabeza. —Voy a cambiar con alguien.

Dándose vuelta, se agarró del brazo de su amiga más cercana y las tres se

echaron a reír. Esa risa me golpeó en el estómago.

—Dios, es el chico espeluznante que siempre me está mirando en clase —dijo

Amy, sin molestarse en bajar la voz.

El calor destelló sobre mí y parecía tener un enjambre de abejas dentro de la

cabeza, un zumbido eufórico que casi —pero no del todo— ahogó las risitas de las chicas. Se alejaron, riendo tan fuerte, que se tambaleaban y tropezaban unas con otras. Fui a mi casillero, el sudor me llenó la piel, con una sensación de que todo el mundo

en la escuela debió de haber oído lo que había sucedido. Las palabras que Amy había dicho, se reproducían una y otra en mi cabeza, haciendo extender mi sangre cada vez,

destrozando mis nervios. Y entonces, el panel de vidrio apareció y el mundo pareció moverse un paso detrás de mí, así que al menos podía respirar de nuevo.

En historia, Martín Reyes se acercó y me dijo que había cambiado con Amy, así ella podía trabajar con Dave Shaw. Dije que estaba bien, que no me importaba. No miré en dirección a Amy. Ni entonces, ni nunca más en esa clase.

Odiaba cuando la profesora se ponía de pie, en el lado derecho de la sala, donde Amy se encontraba en mi línea de visión. Me negaba a mirar en esa dirección, por lo

que la Sra. Bruno, me acusó de no prestar atención.

Salir de West Seaton, lejos de Amy Trillis, fue un alivio. Pero lo más

lamentable, era que todo tenía que ver con que ella vivió en lo más profundo de mi estómago. En realidad, nunca dejé nada de esto atrás.

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Traducido por LizC

Corregido por Escritora solitaria

a mañana después de que Nicki y yo fuéramos a la psíquica, corrí por

los senderos del bosque, salpicando barro y patinando entre resbaladizas raíces de árboles. Tan temprano como era, el vapor ya iba llenado el

bosque, el rocío goteando de las ramas de los pinos y los abetos. No había corrido desde el invierno y estaba en pésima forma; el correr me dejaba sin aire. Pero no me importó. Me gustó el rugido de la sangre por mis venas. Incluso me gustó

sudar.

Seguí el camino hasta arriba y lejos de la cascada, al borde de una antigua

cantera. Ahí el camino murió y me dejó mirando hacia abajo a una pared de piedra, ante salientes rocas y escombros polvorientos debajo en el suelo.

Me acerqué al borde de la cantera, con las piernas temblando, el sudor corriendo por mi espalda. La pared vertical de roca se extendía muy por debajo de mis pies. Le di una patada a una piedra por encima del borde y la vi rebotar en el polvo por

debajo, recordando el día en el que le dije a Val que desearía volar.

Alguien había colocado alguna vez una cerca de alambre por aquí, pero se

había oxidado y hundido. Los alambres se habían rizado y sobresalían libres, y la cerca ya no iba todo el camino al otro lado. Envolví la mano alrededor del alambre oxidado.

Los últimos mensajes de Nicki se filtraban a través de mi cerebro. No sabía cómo se las arregló para hacer eso, invadir mi cabeza con sus minúsculas letras susurrantes, pero no podía deshacerme de ella. Seguía escuchando: Me alegro de que no

te mataras... ahora estoy en cierto modo enojada contigo también...

Quería ayudarla, pero no sabía cómo. Ella siempre parecía pensar que yo sabía

más de lo que sé, que estaba escondiendo el gran secreto que ella tenía que aprender.

Tenía secretos, pero no tenían nada que ver con el padre de Nicki.

Sostuve el alambre suelto, con ganas de inclinarme sobre el borde. Me incliné

hacia adelante, y luego me tiré hacia atrás. Algo acerca de las alturas tiró de mí como un vórtice. No era un deseo de muerte, sin embargo. Cada célula de mi cuerpo

respiraba y latía, lo contrario de la sensación de adormecimiento que me había enviado a Patterson.

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Le di una patada a otra roca fuera del borde.

No había terminado con Nicki todavía, lo sabía. Tal vez no podía darle las respuestas que quería, pero no habíamos terminado con los demás.

Pasé la cascada en el camino de vuelta, pero Nicki no estaba allí. Me di una ducha en casa y caminé hasta la suya, me temblaban las piernas en la empinada cuesta

abajo.

Kent estaba sentado en el camino de entrada, fumando… cigarrillos esta vez. ―¿Nicki está aquí? ―le pregunté.

Alzó las cejas. ―¿Qué pasa con ustedes dos?

―Solo necesito hablar con ella.

―Bueno, como te he dicho, ten cuidado con ella. ―Se quedó mirando a mi

cabello mojado―. ¿Has estado bajo esa cascada de mierda otra vez?

―Hoy, no. ―No entendía por qué le molestaba tanto, a menos que tal vez

pensara que era un mal ejemplo para Nicki―. ¿Por qué te importa?

Se encogió de hombros. ―No me importa. Golpéate la cabeza si quieres.

―Soltó una enorme nube de humo, lo cual me pareció una cosa bastante irónica de

hacer mientras me da una conferencia de seguridad. Luego echó la cabeza hacia la

casa―. Nicki está en su habitación.

Me abrí paso sobre un contenedor vacío de aceite de motor, un montón de piedras y un rastrillo roto, y llamé a la puerta de entrada. Kent dijo―: Solo entra. No

hay nadie más en casa. Está arriba.

Me sentí extraño abriendo la puerta y caminar por ella como si perteneciera

aquí, pero Kent me estaba mirando, así que lo hice.

La sala tenía un techo tan bajo que mi garganta se cerró. La habitación estaba llena de sofás, alfombras, mesas, revistas, herramientas, tazas de café y yo no sé qué

más; solo tenía la impresión de que las cosas me hacinaban, robándome el aire. Olía como a pimienta, canela y repollo, perro, gasolina y moho. Me di cuenta de por qué

otra razón el aire era tan pesado: no tenían aire acondicionado o las ventanas abiertas.

Me dirigí directamente arriba por la escalera, que retumbó hueca bajo mis pies.

En el centro de cada escalón, fibras blancas se mostraban a través de la alfombra de color barro. Me detuve en la parte superior.

―¡Nicki! ―llamé.

Abrió una de las puertas a lo largo del pasillo. ―¿Qué estás haciendo aquí?

―Quiero hablar contigo.

Ella sacó una cadera, y pensé que estaba a punto de decirme que me fuera al

infierno, pero luego abrió la puerta aún más y dio un paso atrás. Entré. Esta habitación era mucho más concurrida que la planta baja: una cama con montones de almohadas,

sábanas retorcidas y más revistas; una cómoda apretada entre el final de la cama y la

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pared, la parte superior ahogada en botellas de esmalte de uñas, vasos de jugo,

marcadores, baterías…

―¿Qué quieres? ―Nicki se dejó caer pesadamente en un taburete frente a la

cómoda, la cual tenía un espejo grande detrás―. ¿Los pantalones? Están en la

lavadora.

Me había olvidado de los pantalones que Nicki había tomado prestado el día

anterior.

―Oh… no hay prisa. ―Me senté en la cama detrás de ella, y nuestras miradas

se encontraron en el espejo. Estaba sentado sobre una revista abierta, pero no quería

moverme todavía. Quería estar firme, no retorcerme, cuando le dijera lo que había venido a decir.

―Lo siento ―dije.

―¿Por qué?

―Por no responder a tus mensajes de ayer.

Ella destapó una botella de esmalte de uñas. El olor llenó la habitación. A mí me gustaba pero pensé que probablemente era malo para nosotros, el olor de un

producto químico no debería inhalarse muy profundamente. Tomó el pequeño cepillo y lo rodó hacia abajo sobre una de sus uñas del pulgar: plateado. ―¿Por qué te pusiste

tan… receloso? ¿Qué pensaste que estaba tratando de hacer?

Me pasé una mano por el cabello, lo vi alborotado en el espejo, y lo alisé de nuevo hacia abajo. ―No hablo de estas cosas con mucha gente, ya sabes.

―No le he dicho a nadie lo que me has dicho. ―Terminó de pintarse la uña del

pulgar y sopló sobre ella. Tapó la botella y miró fijamente a su única uña plateada―.

Siempre pensaba hablar contigo acerca de mi padre, pero eso no significa que solo

quiero… exprimir un poco de información de ti y desaparecer.

Nicki se encontró con mis ojos en el espejo una vez más, soplando en la uña del pulgar. ―Me gusta pasar tiempo contigo, y hablar. Mis hermanos y un montón de

chicos en la escuela no creen que sea lo suficientemente inteligente como para hablar de cosas importantes.

La creía… a pesar de que era difícil ver cómo alguien podía cometer el error de subestimar a Nicki.

―Tienes que confiar en mí un poco ¿verdad? ―continuó―. ¿Ya que estás aquí?

Lo hacía. Era algo sobre la forma en que siempre parecía a punto de estallar a través de su piel, como si no pudiera ocultarse, incluso aunque quisiera hacerlo. Algo

sobre la forma en la que había escuchado mi historia del garaje sin decirme lo que tendría que haber hecho o que debería haber sido más fuerte. Pero antes de que pudiera sacar la respuesta de la boca, continuó―: ¿Confías en alguien?

―Bueno, sí. ―Tragué―. En mi papá. Mi amigo Jake. Y Val.

―¿Val es tu novia?

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―No exactamente. ―Me saqué la revista de debajo de mi trasero y la puse en

el estante junto a mí, el cual tenía una pelota de voleibol y un balón de fútbol. Por encima, Nicki había pegado un cartel de un tipo con un bronceado de estrella de cine

montando una tabla de surf, resplandeciendo con el sol y las gotitas de agua.

Sintiéndome mucho más pálido y aún más fuera de forma de lo que me había sentido cinco minutos antes, aparté los ojos lejos de esa imagen.

Nicki abrió otra botella y comenzó a pintar su dedo índice de color azul claro. ―¿Qué quieres decir? ¿Lo es o no lo es?

Muy bien podría haberle mentido. ―No.

―¿Por qué no? ―Levantó los ojos de sus uñas y me miró a la cara―. ¿Te

rechazó o nunca le preguntaste? ―Apuntó el pincel de uñas hacia mí en el espejo―.

Espera, déjame adivinar. Nunca le preguntaste.

Estaba empezando a conocerme, demasiado bien.

―Era difícil encontrar el momento adecuado, en medio del electroshock y las

clases de cestería. ―No es que alguna vez haya recibido electroshock o clases de

cestería. Pero Nicki prosiguió como si yo no hubiera hablado.

―Deberías preguntarle ―dijo.

―Olvídalo.

―¿Por qué no? ¿Está ya con alguien? ¿Con chicas? ¿Quiere ser monja?

―No.

―Bueno, entonces. ―Extendió la mano, admirando sus dos uñas de color.

Estaba empezando a arrepentirme de haber venido hasta aquí. ¿Tenía la necesidad de que diseccionara mi vida amorosa no existente? ¿Cómo habíamos llegado

a este tema de todos modos? ―Vive muy lejos.

―¿Dónde?

―Brookfield.

Nicki frunció el ceño. ―Eso está solo como a tres horas de distancia.

―En coche. El cual no tengo.

Ella suspiró. ―Te das por vencido tan fácilmente… ―Su voz adquirió un tono

de profesor, en extraño contraste con sus sucios pies descalzos, la demasiado pequeña camiseta con conejos de dibujos animados y esmalte de uñas de colores chillones―. Si

quieres llegar a alguna parte en la vida, tienes que hacerte cargo. Sé persistente.

―Levantó una botella de esmalte y la sacudió―. Llévame… Estoy buscando otra

psíquica.

Gemí.

―No, lo digo en serio. Voy a encontrar una mejor. Quiero decir, fui un poco

estúpida al pensar que una gran psíquica estaría viviendo en Seaton, el grano en el culo

del país.

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―Nicki… ―Ablandé la voz tanto como pude―. ¿Por qué no renuncias a eso?

―Porque amaba a mi papá. Y quiero hablar con él. Como acabo de terminar de

decirte, yo no me doy por vencida.

Bueno, eso era bastante simple. Lástima que también era imposible.

Ella untó el siguiente esmalte de uñas en su dedo medio, una de color grisáceo esta vez. Logré ver la palabra “estaño” en la botella, era un buen nombre para algo tan

feo.

―Voy a llevarte a ver a Val ―anunció ella.

―¿Qué?

―Vamos a llevarnos la camioneta de Matt. Voy apostar todo a que no puedes

conducir una camioneta. Todo lo que necesitas hacer es pagar la gasolina. Y cuando

lleguemos allí, incluso te diré qué decirle a Val, si no puedes manejar esa parte tampoco.

Agitó la mano, con su uña húmeda, en el aire. ―No puedes conducir.

―No soy lo suficientemente mayor para tener licencia, pero puedo conducir.

Todos en mi familia aprenden a conducir cuando tienen, como, trece años. Lo hago todo el tiempo.

―No vamos a ver a Val. ―Quería verla muchísimo, tanto que mis nervios

zumbaron, chisporrotearon y casi entran en cortocircuito cuando Nicki anunció su

plan. Pero no estaba tan loco como para saltar al naufragio de Matt Thornton para un viaje ilegal de seis horas de ida y vuelta con una chica que, al parecer, tendría las uñas en diez colores diferentes para entonces y cuyo interés principal en la vida era cazar el

espíritu de su difunto padre.

―Sí, lo haremos.

―¿Por qué te importa?

―Por un lado, te debo una por ir a la psíquica conmigo. Y me gusta conducir.

Es muy divertido.

―Pero…

―Además, tienes que dejar de deprimirte en secreto por esta chica. Es

angustioso de ver.

―No estoy deprimiéndome en secreto. ―Dios, odiaba eso. Me recordó a Amy

Trillis. Mi rostro picó, y casi le tiró una almohada a Nicki―. ¡Caray, apégate a

arruinar tu propia vida!

―¿No quieres ir? ―Ella se volvió hacia mí―. ¿Cuánto tiempo más puedes

mantenerte deseando algo y no preguntar por ello? Es como…

Ella se detuvo, y sus palabras quedaron flotando en el aire. Tal vez estaba empezando a suponer que toda mi vida se trataba de querer y no preguntar. Querer y no hacer. Contenerme.

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Traducido por Anna Banana

Corregido por Juli_Arg

n fuerte ruido me despertó en medio de la noche. Me di la vuelta,

deseando que se detuviera, pero no lo hizo. Capa tras capa de sueño se fue desvaneciendo hasta que, finalmente, me encontré mirando al techo. El ruido me era familiar, pero no podía decir de qué, y no sabía

por qué lo estaba escuchando a las —me di la vuelta para mirar los números brillando intensamente en el reloj— 1:12 de la madrugada.

Salí de la cama y seguí el ruido afuera de mi habitación, por el pasillo, por las escaleras. Me detuve en la sala de estar, donde la luna atravesaba por las gigantes

ventanas y bañaba los muebles en color plata. El ruido venía de debajo de mí, y más fuerte, procediendo de la sala de ejercicio. Mi papá roncaba en el piso de arriba, así que sabía quién debía de estar allí abajo. Me pregunté si realmente quería saber por qué

ella se encontraba corriendo en el medio de la noche, y luego descendí las escaleras.

Mamá corría en la caminadora, el sudor brillando en su piel, auriculares

bloqueándolo todo a su alrededor. Debió de haber sentido mis ojos, porque se volvió a mirarme y retiró un auricular. —¿Qué estás haciendo aquí a esta hora?

—Podría preguntar lo mismo.

—No tuve oportunidad de ejercitar hoy. Largo día.

No le pregunté por qué simplemente no había ido a la cama, ignorado la

caminadora. Mi madre trabajaba en sus días de ejercicio sin importar qué. Si le tomaba hasta la 1:12 en la madrugada para llegar a ese punto en su lista de cosas por hacer,

entonces ejercitaba a la 1:12. Ni siquiera dejó de correr mientras me miraba.

—¿Sucede algo? —preguntó.

¿Aparte de mi madre ejercitando como loca en medio de la noche? —No.

—¿Seguro que estás bien?

—Síp, solo me levanté para ver qué era el ruido. —Me di cuenta que cuanto

más me quedara allí, más se preocuparía, y me lanzaría un buque infinito de preguntas de en verdad estás bien—. Buenas noches —dije, volviendo escaleras arriba.

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***

Se sentía asfixiantemente caliente a la mañana siguiente, pero corrí de todos modos. Sarpullido caliente manchaba mis brazos, y seguí corriendo. Cuando

comienzas a entrenar, es muy fácil encontrar excusas para no hacerlo. El truco es olvidarte de justificaciones y ejercitar sin importar qué.

Por otro lado, tal vez puedes tomar el “sin excusas” demasiado lejos—ya que es

probablemente la misma actitud que tienen las personas en caminadoras en mitad de la noche.

Corrí a la cantera y caminé a lo largo del borde, pateando algunas piedras en el hoyo. Pensé en caer, volando por el aire. Aterrizar, por supuesto, era el problema. Si

tan solo pudiera tener esa caída, el viento contra mi piel, sin el plaf al final. Me recordó a una camisa que Jake usaba a veces: LA GRAVEDAD ES UNA PERRA.

Había leído libros acerca de personas que volaron aviones pequeños y

planeadores y globos de aire caliente, pero ninguna de esas cosas me daría exactamente lo que quería. ¿Tal vez saltando de un bungee? ¿Paracaidismo?

De regreso a casa, me puse en línea y comencé a buscar lugares de paracaidismo. Había unos cuantos no muy lejos; te permitían realizar saltos en tándem

con tan solo un día de entrenamiento.

Le envié un mensaje a Jake (¿Estás ahí?) porque quería poner en torno la ida de

paracaidismo, pero no respondió. Lo cual era extraño, porque Jake siempre se

encontraba allí. En cambio, quizá era bueno que no estuviera. Tal vez finalmente había salido de su habitación.

Tenía un mensaje de Nicki: detalles de nuestro viaje a lo de Val, lo que quería hacer mañana. Marqué el número de Val. Mi dedo flotaba sobre el botón Enviar como

si la manera en la que lo presionara determinaría cómo iría la llamada, como si tuviera que tocarlo de la manera correcta.

***

—¿En serio? ¿Van a estar aquí mañana? —dijo Val.

—Sí, un amigo mío conducirá hasta ahí. Visitando a su primo. —Esa era la

historia falsa. No podía decirle a Val que iríamos hasta Brookfield a verla. No hasta saber si quería verme.

—Bien, tienes que venir por aquí. ¿Tendrás tiempo?

—Podemos arreglarlo. —Sí, probablemente podríamos encontrar tiempo para el propósito de nuestro viaje—. Debemos estar ahí alrededor de las once.

—Pueden comer aquí. Eso es genial, no puedo esperar para verte.

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No puedo esperar. ¿Simplemente era amable? ¿Pensando que sería divertido ver a

un viejo amigo? ¿O había otro hilo en su voz?

Tal vez tan solo debería estar contento de que quisiera verme. Tal vez debería

colgar el jodido teléfono antes de que dijera demasiado.

—Te veo mañana —Le dije. Mi estómago se contrajo, y sentí como si un colibrí

se encontrara atascado en mi garganta.

Mañana. Después de todo este tiempo, después de cuatro largos meses, estaría mañana con Val.

***

—Una chica estuvo aquí por la mañana, mientras te encontrabas corriendo —

dijo mamá durante la cena esa noche—. La he visto por el vecindario antes, pero no recuerdo su nombre.

—¿Una chica? —dije. Me tomó un minuto darme cuenta a quién se refería—.

Oh, Nicki Thornton. Ella vive al final de la Rota 7. —Cogí un pedazo de cebolla de entre mis habichuelas—. Eso me recuerda, haremos una excursión mañana,

llevaremos comida y todo. —Eso explicaría el hecho de que iba a estar fuera de casa todo el día.

—Asegúrate de llevar tu teléfono para poder contactarte. ¿Es tu novia?

—No.

—Sería una chica muy linda si hubiese tenido aparato —dijo mi madre—. ¡Esos

dientes!

—No hay nada de malo con sus dientes.

—Tiene una sobre-mordida. —Mi mamá mostró sus dientes a mi padre—. Como esto.

—Ella no se ve así. —Tal vez Nicki tenía un poco de sobre-mordida, pero nunca lo había notado. Mi mamá se había vuelto una gárgola con su imitación.

—Gracias a Dios que tú nunca necesitaste aparatos de ortodoncia. Aunque, no

lo sé, tus dientes de abajo son un poco desiguales. Casi no se nota, pero a veces pienso que deberíamos haber hecho un poco más de…

—Ryan no necesita aparato—intervino papá.

—No, no lo necesita, pero podrían ser una mejora.

—No necesito mejorar, gracias —dije.

Todos volvimos a comer nuevamente. La idea de ver a Val mañana me dio

ganas de salir volando de la silla. Era la misma sensación que tuve al borde de la cantera—como querer saltar, caer sin aterrizar.

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—Estás muy callado esta noche —me dijo mi madre después de una larga

pausa.

Antes de que la Dra. Briggs se fuera de vacaciones, tuvimos una sesión familiar

en la cual mi madre se había quejado de que nunca les decía a mis padres nada, y querían saber lo que pasaba conmigo. Así que le dije—: Estaba pensando en

paracaidismo. Me gustaría intentarlo.

Sus tenedores se congelaron. Sus bocas se detuvieron a medio masticar. Ni siquiera sabía si respiraban.

—Sé que es caro. Pero busqué en línea hoy por la tarde, y solo cuesta doscientos dólares por una sesión de un día. Menos por persona si puedes entrar en grupo. —No

es que tuviera idea de a quién le gustaría unirse a un grupo de paracaidismo conmigo—. Tal vez podría hacerlo para mi cumpleaños. Está abierto todo el año.

—No —dijo mi padre.

—¿Estás demente? —El tenedor de mi madre cayó ruidosamente sobre la mesa—. ¿Crees que te vamos a dejar saltar de un avión?

—Absolutamente no —dijo papá. Su cara se veía gris y rígida. De cemento.

—¿No tienen un requisito de edad? —preguntó mamá.

No había revisado eso. Pero ahora que lo sacó a relucir, no me sorprendería si lo hacían.

—No hay ninguna manera de que lo permitiera. ¿Qué clase de padres dejan que a sus hijos saltar de aviones? Es una locura. —La cara de mamá se tornó rosa con la última palabra.

—¿De dónde sacaste esa idea? —cuestionó papá, sus labios congelados.

—Estaba… —Me detuve antes de poder mencionar la cantera. La manera en

que actuaban en este momento, podría asegurar de que me prohibirían ir allí si lo supieran—, pensando que sería divertido. —Era la verdad, pero me atraganté en la

palabra divertido porque se veían horrorizados—. Mamá preguntó lo que quería hace

un par de semanas atrás. Dijo que nunca les digo lo que quiero.

Comieron en silencio, mi madre cortando sus habas en partes iguales, mi padre

luciendo como si hubiera tomado una inyección de novocaína en la mandíbula. Está bien, esto pasaba por decirles a mis padres lo que pasaba conmigo.

—¿Has hablado con la Dra. Briggs acerca de esto? —cuestionó mi padre.

—Está de vacaciones este mes.

—No hay necesidad de hablar sobre ello —dijo mamá—. Ryan no hará paracaidismo. Ningún lugar dejaría que un chico de su edad saltará sin el permiso de

sus padres y nosotros, ciertamente, no se lo estamos concediendo. ¿Verdad?

—¿Por qué me miras de esa manera? —le cuestionó papá.

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—Porque tú eres el que siempre está empujándolo a hacer más, a ser

independiente. Confía en él, me dices. Deja que tenga una vida. Y este es el tipo de tonterías que se le ocurren. —Respiró hondo y luego buscó a tientas su vaso de agua.

Mi padre dejó el cuchillo y el tenedor. —Ryan.

—¿Sí?

—¿Estás seguro que no estás pensando en… —Al parecer esperaba que yo terminara la frase, que supiera a dónde iba. Cuando no lo hice, lo dejó salir—: Acabas de decir que quieres saltar de un avión. ¿De verdad vas a tirar de la cuerda en el

camino hacia abajo?

Tosí, escupiendo. —¿Qué?

Empujó mi vaso de leche hacia mí. —Me has oído.

Bebí y me aclaré la garganta. Los ojos de mi madre eran gigantescos, su rostro

de un tono de rosa. Deseé no haber sacado a relucir el tema. —Por supuesto que voy a tirar de la cuerda. En la mayoría de los lugares hacen un salto de tándem y el instructor tira de la cuerda. Ni siquiera es una pregunta.

—Porque no entiendo por qué quieres hacer algo tan peligroso —añadió.

—Dios. Solo pensé que sería divertido. Ni siquiera creo que sea tan peligroso.

Casi nunca se conocen accidentes; no como conduciendo un coche y tú conduces todo el tiempo.

Tal vez no debí haber dicho eso sobre los coches. Tal vez le recordó al garaje. Tomó un sorbo largo y lento de agua. —Bueno, la respuesta es no.

—Sí, ya lo sabía.

Volvimos a comer, el único sonido era el roce de los cubiertos contra los platos.

Sí tenía la intención de jalar la cuerda. Nunca había pensado en hacer otra cosa,

porque para mí el paracaidismo era sobre vivir, no sobre morir y la depresión. Y aunque me sorprendió que mi padre pensara que no tiraría de la cuerda,

probablemente no debería haberlo hecho.

La gente buscaba eso de mí ahora. Tal vez siempre lo harían. Si sabían de mí, siempre buscarían las señales, y las verían incluso si no se encontraban allí.

***

Le envié un mensaje a Jake tan pronto como llegué a mi habitación: un

videoclip de alguien tirando colinabos de un helicóptero.

¿Qué pasa? Escribió de vuelta.

No mucho. Casi le conté que vería a Val al día siguiente, pero no quería que se

sintiera excluido. Si hubiera sabido que él y Val estaban juntos sin mí, mi garganta se atragantaría. ¿Tú?

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Mierda, nada. Mi Hermano Increíble ganó un jodido trofeo en el puto campo de fútbol.

Es como el trofeo número 457 de su vida.

El hermano de Jake también era conocido como El Magnífico, El Hijo Perfecto, y El Chico Que Puede Hacer Todo.

Bueno, él no puede volar ¿verdad?

Tal vez. Solo no lo ha INTENTADO todavía.

Cierto, ¿crees que es una locura querer saltar de un avión?

Síp.

Me refiero con un paracaídas.

Igual de loco.

¿No crees que sería divertido?

¿Estás diciendo que quieres saltar de un avión?

Sí, pero mis padres no me dejan.

Qué sorpresa. Suena como que necesitas ayuda psiquiátrica. Tal vez una estancia en el Hospital Patterson…

Muy gracioso.

Personalmente creo que: si quieres saltar de un avión, entonces hazlo, aunque no sé por qué diablos quieres hacerlo.

Enviamos algunos mensajes más de ida y vuelta. Usualmente, cuando me desconectaba de Val o Jake, tenía un minuto de vacío, donde me sentía más solo que

de costumbre. Pero esa noche no me di cuenta de ello para nada, debido al viaje a Brookfield. Esta noche tenía a Val para esperar.

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Traducido por Vane-1095 y ♥…Luisa…♥

Corregido por Mali..♥

icki se veía más joven que nunca, sentada detrás del volante de la

camioneta de su hermano. —Esto nunca va a funcionar —dije.

—Claro que lo hará —Se puso una visera en la cabeza, como una gorra de béisbol, pero con: SUMINISTROS DE GRANJA COOZ,

bordado en ella. Efectivamente, cuando tenía la gorra puesta, era más difícil ver lo joven que era—. Hago esto todo el tiempo. Nunca he sido detenida.

Le mostré las instrucciones que había descargado, pero ella las rechazo. —Léelas a medida que avancemos. No puedo leer y conducir.

Encendió el motor y puso marcha atrás. —No puedo creer que tu hermano te deje usar su camioneta —dije.

—Sí, bien, si quiere mantener mi boca cerrada sobre las plantas creciendo fuera

y las chicas colándose en su habitación, sabe que lo mejor para él es no quejarse. Aunque dice que si alguna vez soy atrapada, jurará que le robé las llaves.

—Oh, genial —Tuve una visión de mis padres recogiéndome en la estación de policía. Eso es todo lo que necesitarían para llevarlos al borde.

—Relájate, Ryan. ¿Nadie te ha dicho que eres muy tenso?

Reí. —Lo han hecho una o dos veces.

—Sí, apuesto a que sí.

Nos detuvimos en una tienda de donas antes incluso de haber llegado a la carretera, porque Nicki dijo que necesitaba algo para mantenerse en pie. Lo que resulto

ser un enorme café en el que echó un chorrito de leche y azúcar suficiente como para hacer mis dientes vibrar solo por estar mirando. También consiguió una dona de

chocolate congelado con relleno de frambuesa.

—No se puede encontrar esta clase de chocolate y frambuesa en cualquier lugar. —dijo, con la boca llena a medida que el volvíamos a subir a la camioneta—. Por eso

vengo aquí siempre que puedo.

N

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—Uh. —Tomé un sorbo de mi agua, había decidido ir en contra del café, ya

que Nicki pensaba que yo estaba demasiado tenso.

—En serio, ¿Quieres una mordida?

—No, gracias.

—Oh, tienes que probarlo. Vamos, vive un poco —Siguió empujando la dona,

la cual rezumaba mermelada rubí, en mi cara hasta que le di un mordisco solo para que se callara—. ¿Ves? ¿No está bueno?

El dulce de azúcar glasee pegado a mi paladar. La frambuesa más viscosa de lo

que esperaba, no enfermizamente dulce. —Sí.

Ella se echó a reír. —No suenes tan sorprendido. No te envenenaría.

Lamí el chocolate de mis labios y lo bajé con agua.

Nos acercamos hasta la rampa de la entrada de la autopista. Nicki se deslizo en

la corriente de coches como una profesional.

Mejor, de hecho, que mi madre, cuya dirección tendía a ser un poco desigual.

—¿Por qué se sigue erizando tu pelo? ¿Estás nervioso?

—Por supuesto que estoy nervioso —Señale la ventana para distraerla—. ¿Has visto ese halcón?

—¿Que halcón?

—Por encima de cada poste de luz. Se sientan allí, a lo largo de las carreteras, y

esperan por algún animal atropellado.

—No, estoy demasiado ocupada asegurándome de no conducir en el coche frente a nosotros —El ver al halcón me hizo pensar en volar, me recordó el

paracaidismo. Le conté a Nicki al respecto.

—¡Es una gran idea!

—Mis padres no piensan eso —Mi papá estaba evidentemente aún molesto por el asunto. Esta mañana se aseguró de ver que yo tomaba mi antidepresivo, algo que no

había hecho en semanas. Por lo general, mamá era la que me veía, e incluso ella hacía que eso se viera casual. Pero esta mañana mi padre había dicho—: Déjame verlo —Me había obligado a mostrar la pastilla de mi lengua, y luego había comprobado que me la

hubiera tomado.

—Sí, es probable de que mi mamá odiara la idea también —Nicki suspiró—.

Ella incluso se puso un poco rara cuando me torcí el tobillo jugando al voleibol.

Mi papá nunca había hecho un escándalo cuando me lesionaba en las prácticas

de deportes, en cierta forma, creo que se sentía un poco orgulloso cuando llegaba a casa algo maltratado. No es que él quisiera que me lastimara seriamente o algo así, pero el ocasional dedo atascado o la rodilla torcida solía conllevar más que la

simpática palmadita en la espalda. Pero eso fue antes de la noche en el garaje.

—Jugaste béisbol, ¿verdad? —preguntó Nicki.

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—Sí.

—¿En qué posición?

—Segunda base, normalmente. Yo era el campocorto3 de respaldo y jugaba un

par de veces.

—Debes de haber sido un buen centrocampista. ¿Siquiera podías batear?

—Había chicos en el equipo que eran mejores que yo. Aunque yo era bueno para correr las bases. Por lo general, me ponían en la parte superior de la alineación.

—Si eras tan bueno ¿por qué te detuviste?

Me quede mirando por la ventana. —Te lo dije, mononucleosis.

—¿Pero ya no la tienes, no? Puedes jugar el año que vienes si quieres.

—Solo he jugado en West Seaton. No sé cómo podría llegar hasta lo alto de Seaton High. No sé si quiera si podría entrar en el equipo.

Ella sacudió la cabeza. —Si dejara de jugar voleibol, lo echaría de menos. ¿No extrañas el béisbol?

Pensé en todos los juegos que vi con mi papá. La manera en que mi brazo se

torcía algunas veces cuando la segunda base hacia un tiro, la manera en que mis piernas se tensaban cuando veía un corredor de base. —No lo sé, tal vez.

—Suena como si lo extrañaras.

—Oye, si quiero alguien para analizar mis sentimientos iré con mi psiquiatra.

—¡Tocada! ¿Por qué no admitir que lo echas de menos? —La ignoré y froté un lugar en el parabrisas para ver mejor.

—Vamos, Ryan, ¿Que saldrá de ti actuando como un robot? A veces cuando

hablas oigo todas esas capas en tu voz, puedo decir que piensas esas cosas y te preocupas por ellas y cuando te cierras tu voz muere.

No le respondí, pero estaba escuchando.

—Eres mucho más interesante cuando no eres un robot. Y eso va a ser un paseo

en coche muuuuy largo si te cierras.

—¿Por qué tengo que hacer toda la conversación? —dije—. Habla un rato —Y ya que estábamos en el tema de los deportes, decidí que podía hablar de voleibol—.

Háblame de ser un colocador4.

—Eso no te interesa.

—Sí, lo hace. Adelante.

3 Se llama parador en corto o campocorto o torpedero según el país, a aquel jugador que ocupa la

posición entre la segunda y tercera base. 4 Los colocadores son los que dirigen la ofensiva del equipo. Aparte de una gran precisión táctica han de

tener una visión clara y rápida del juego. También es importante su colaboración en el bloqueo y la

posibilidad de puntualmente realizar ataques (o fintas) ellos mismos. Su territorio del campo es la zona

2.

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Ella soltó un bufido. —No lo hace. Dime una cosa que sepas acerca del

voleibol.

—Consigues tres hits a un lado, sin contar los bloques.

Eso la hizo callar por un segundo. Luego—: Todo el mundo sabe eso.

—Vamos —Tome el último trago de mi agua—. ¿Quién está siendo tocada y

cerrada ahora?

Se echó a reír. —Está bien, me encanta ser colocadora porque me permite jugar mucho. —Tranquilamente adelantó a un conductor que había bajado la velocidad para

hablar por teléfono—. Lo ideal sería que yo fuera el segundo hit en cada jugada. Tengo que saber cómo les gusta golpear a todos en el equipo, y no solo se quedan donde

quieren, pero en un lugar donde se puede golpear a toda la audiencia. —Pude ver como a Nicki le gusta eso, estando en el centro de la acción, teniendo la última

palabra.

Habló sobre unos partidos cerrados que habían tenido, los errores que había cometido, sus problemas de aprendizaje en el lanzamiento.

Habló de jugar contra una escuela con el techo tan bajo, que las bolas golpeadas todavía estaban en juego. —Esas chicas tenían ventaja, porque jugaban allí todo el

tiempo y sabían cómo manejarse en los rebotes.

—Ventaja de techo —dije, y ella se rió.

Cuando se cansó de las historias de voleibol, cogí un libro que había traído, pero a pesar de que mis ojos pasaban sobre las palabras, mi cerebro seguía viendo a Val. Bajé el libro.

No podía dejar de pensar en ese momento en Patterson, en el salón social. Mis sesiones de terapia se habían intensificado, con mi consejero empujándome a hablar

sobre el invierno pasado, cuando había acumulado los analgésicos. Quería saber lo que me había impulsado a comprar cada botella, me obligaba a revivir cada estúpido,

embarazoso y horrible momento que me había llevado a la farmacia.

Le había contado cómo nadie en mi escuela de mierda hablaba conmigo. Le había dicho como había sido obligado por la mononucleosis, abandonar el béisbol, la

única cosa en la que había sido alguna vez bueno, lo bastante bueno para que la gente, a veces, recordara mi nombre.

Mi consejero me había hecho hablar sobre qué sentido tenía, porque si yo desaparecía, nadie recordaría que había estado allí, porque no me había destacado en

nada. Yo era uno de esos aburridos que a la gente común no le importan, que nunca hacen nada que valga la pena resaltar. Y eso si era en sí un aburrido problema, no como los problemas que oía en el grupo todos los días. Así que me derrumbe en la sala

de estar después de periodo de sesiones, en un hervidero de odio a mí mismo, sintiendo que si me movía, aunque fuera un centímetro, sangraría por cada célula.

Val acechaba entonces. Me salí de mi niebla el tiempo suficiente para notar las lágrimas en sus ojos, su boca apretada en una línea. —¿Alguna vez crees que este

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mundo es un lugar totalmente injusto, inútil y jodido? —pregunto, acercándose mucho

a mi lado.

Ella no suele hablar de esa manera. Yo lo hacía todo el tiempo y también lo

hacía Jake. Cuando Val se enojaba, se tiraba del pelo o se mordía las uñas o se pisaba los pies, pero rara vez se dejaba llevar por la desesperación.

Y por lo general yo hubiera respondido algo como: ¿Acabas de captar eso? o, Si,

me he dado cuenta un par de miles de veces. Pero no dije nada. Quería preguntarle que le

pasaba, pero no salió de mí. Un coagulo de miseria me llenaba el estómago, el pecho y la garganta, sin dejar espacio para nada más. Excepto que, alrededor de los bordes, el tirón que sentía por Val se estiro.

Saqué la mano, pero no estaba seguro de si ella me dejaría tocarla en ese

momento, así que apoyé la mano en el borde de la silla, y nos sentamos así durante un

minuto.

Jake entró, sosteniendo el balón blando de futbol que servía como una de

nuestras piezas de “equipos de recreo”.

—Firmé la pelota. —dijo—. ¿Quieren jugar con ella en el patio?

Val levantó la barbilla. —Oh, sí. —dijo—. Quiero patear el infierno en la

pelota.

Se quedó en mi mente, ya que, tan terrible como ese día había sido, en cierto

modo, fue un gran día. No sería una exageración decir que la mano de Val en mi silla fue una de las cosas que me mantuvieron, que me hicieron pensar que podía soportar

seguir viviendo.

***

Nicki condujo bien, nunca con exceso de velocidad y los ojos fijos en la carretera. —¡Un poco de música! —anunció, buscando en la radio. Mientras yo

respondía a mi mamá, el segundo texto estúpido del día (¿Quieres naranjas o melocotones

para cuando vaya al mercado?). Nicki encontró una estación country y se puso a cantar.

En voz alta. Justo cuando estaba a punto de sufrir una sobredosis de vaqueros y angustias, apago la música y dijo—: ¿Cual es el nombre de la chica otra vez?

—Val.

—Val. —repitió ella como saboreando el nombre—. ¿Sabe ella que te gusta?

—No lo sé. Quizá.

—¿Alguna vez la has besado?

Reí. —No

—¿Alguna vez has besado a alguien?

—Sí.

Sus labios estaban fruncidos mientras se concentraba en la carretera. O tal vez en la siguiente cuestión, que era—: ¿Alguna vez has tenido sexo?

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—¿Qué?¿Por qué quieres saber eso?

—Solo me preguntaba. Tenemos al menos una hora que matar, y bien podríamos hablar de algo.

—Entonces, ¿Por qué no hablas de tu vida sexual?

Ella frunció el ceño. —¿De verdad quieres saber?

—Sí ¿por qué no? —Me acerque más a la ventana y deje que la brisa me diera con toda su fuerza.

—Bueno, yo tenía un novio el año pasado. Era unos años mayor que yo, mi

madre lo odiaba.

—Apuesto que lo hacía.

—Me acosté con él, aunque probablemente no debería haberlo hecho. En ese momento yo pensaba que era tan grande y tuvimos este gran amor y todo, y resulto

que él estaba enganchado con su antigua novia al mismo tiempo que estábamos saliendo.

—¿Dónde encontraste un idiota como ese?

Ella puso los ojos en blanco. —Vivía al lado de uno de mis amigos.

—No, quiero decir, ¿Qué te hizo salir con él en primer lugar? Puedes hacerlo

mucho mejor.

Ella dio una media sonrisa avergonzada. —Tenía unos ojos increíbles. Y bajaba

su tono de voz cuando me hablaba. —Que ella demostró—. Como esto. —Se aclaró la

garganta y volvió a su voz regular—. Como si estuviera diciendo secretos, y todo quedara entre nosotros. Ahora sé que todo era una mierda, pero parecía tan sincero. Y

tenía esa genial barba peluda…

—¡Barba! ¿Cuántos años tenía él?

—Dieciocho —dijo en voz baja, con los ojos en la carretera. Yo sabía que ella tenía quince años ahora, lo que significaba que ese tipo debió de haber sido mayor que

ella tres o cuatro años.

—¿No es eso una clase de…?

—No lo digas. —Tenía la boca torcida—. Mi madre y mis hermanos ya lo dijeron. Matt casi acaba con el tipo. De todos modos —Ella agitó una mano, al parecer tratando de parecer casual, pero golpeó el espejo retrovisor—. ¡Ay! De todos modos,

parece que fue hace mucho tiempo ahora. Era una niña tonta en ese entonces.

No sabía qué decir en un primer momento. Dejé que los kilómetros de carretera

pasaran. Luego—: ¿Te gustaba porque era más viejo, o a pesar de ello?

—Um. . . porque… Yo creo. Sí, porque. Los chicos de mi edad son todos tan

torpes y estúpidos.

Me volví muy consciente de mi rodilla izquierda en ese momento, que estaba prácticamente pegada a la palanca de cambios, mi rodilla derecha golpeando la

guantera y mis codos sobresaliendo. Pero ya que era aproximadamente un año y

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medio mayor que ella, no sé si contaba como "mayor" o "de su edad". No estaba en

peligro de dejarme crecer la barba completa, eso era seguro. Revisé para ver si mi pelo se pegaba, pero soplaba por todas partes por la ventana abierta.

—Bueno, suena como un pinchazo para mí —Le dije. Ella se echó a reír.

—Te dije quien era. Por lo tanto, tu turno. ¿Eres virgen o no? —Había estado

esperando que se olvidara de esa pregunta.

—No.

—¿Quién fue la chica afortunada?

—Nadie que conozcas.

—¿Estás seguro?

—Ella fue a mi antigua escuela.

—Vamos, Ryan. Quiero más detalles. —chasqueó los dedos—. Nombres,

fechas, quien hizo el primer movimiento.

—No lo creo.

—Vamos. ¡Te conté lo mío!

—Voy a decirte esto. Fue solo una vez, no fue la mejor noche de mi vida, y ella nunca me habló de nuevo.

—¡Jesús! —dijo Nicki tras una larga pausa, durante la cual los neumáticos se comieron varios kilómetros de carretera—. ¿Que hicimos para merecer esas primeras

veces de mierda? —No tenía ni idea de lo que Nicki podría haber hecho. Pero estaba bastante seguro de que sabía lo que yo había hecho mal.

***

Sucedió después de todo el fiasco con Amy Trillis, justo antes de que nos mudáramos de West Seaton y viniéramos a vivir en la casa en el bosque. Algunos

chicos del equipo de béisbol me convencieron de ir con ellos a esa fiesta de Navidad. Apenas conocía al dueño de la casa y los chicos del equipo se fueron a jugar un juego de beber en la cocina unos minutos después de que llegáramos allí.

Yo vagaba por la casa con una taza gigante de plástico en la mano. Al principio

bebía porque no sabía qué más hacer, porque mantenía mis manos y boca ocupadas. Y

luego bebí porque lo hacía todo borroso, fuera de foco, menos real. No era que fuera más feliz, pero ya no me importara si era feliz o no.

Al final, me apoye contra una pared, y bebí, y observe a todos los demás a través de mi niebla.

—Holaaa —dijo esta chica llamada Serena, sonriéndome, con la cara brillante

por el calor de la habitación. Estaba en mi clase de matemáticas, pero nunca había

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hablado mucho con ella. Yo recordaba un poco vagamente su apellido—, ¿Hunter?

¿Huntington?

—Hola —dije.

—¿Si te mueves, la pared se caerá? —Ella se río y frotó mi hombro.

—¿A dónde debo moverme?

—¿Arriba? —Ella volvió la cabeza para echar un vistazo a Bret Jackson, su novio sí y no. Estaba colgado por todas partes con una chica de mi clase de inglés, que siempre me había como que gustado.

Los dedos de Serena se deslizaron por la parte delantera de mi camisa. Sabía el juego que estaba jugando, pero entre mi depresión y las bebidas que había tenido, no

me importaba. Tragué lo que quedaba en mi vaso de plástico y lo dejé caer al suelo. Toque el brazo de Serena, tentativamente, a la espera de que estuviera bromeando.

Pero ella sacudió la cabeza y se pegó más. Y entonces tenía su boca en la mía, húmeda y con sabor a cerveza, empujando su lengua contra la mía. La besé de regreso, no porque se sintiera bien, pero tenía la esperanza de llegar al punto en que me sintiera

bien. Tenía la esperanza de que fuera solo la sorpresa de su ataque repentino lo que hacía que besarla pareciera hacerlo con una esponja vieja, usada para limpiar la

cerveza del suelo. Echó otro vistazo a Bret y tiró de mi camisa.

—Vamos, vamos arriba.

Cuando estábamos solos en una habitación vacía, sin Bret para impresionar, esperaba que se detuviera, pero no lo hizo.

Yacía sobre una propagación de rayas en una cama doble estrecha y tiraba de

mí hacia abajo, para que me pusiera sobre de ella. Mi cuerpo respondió al contacto, pero mi mente parecía flotar en algún lugar del techo. Su respiración quemó mi oído.

—¿Tienes algo? —murmuró, desabrochando mis pantalones.

—No. —Ella gruñó y se retorció para llegar a su propio bolsillo.

—Está bien, yo tengo.

No podía creer que ella estuviera todavía en el juego, siguiendo adelante. No podía creer que yo la estuviera siguiendo por ese camino, tampoco. Sabía que no me

gustaba mucho. Yo no le gusta, tampoco. Ella no era nada. Pero entonces, yo no era nada, tampoco. Nada que le importara. Podría tener sexo con ella o no tener sexo con

ella, no importaba de cualquier manera.

Excepto tal vez que si lo hacía, mi adormecimiento se rompería.

Algo iba a cambiar. Perder la virginidad es un gran cambio ¿verdad? Se debe sentir como algo. Debe ser diferente, llegar a cruzar el puente a algún otro lugar. En cualquier otro lugar.

Manoseé la ropa de Serena, y a ella. Luché con el condón. No tuve que decirle que era mi primera vez, era patéticamente obvio. Cuando por fin me ayudo a ponerlo

en su lugar, ella volvió la cara. Todo lo que podía ver era su mandíbula apretada y los

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mechones de pelo que caían sobre la oreja. Cerré los ojos y termine el asunto lo más

rápido que pude.

Cuando todo estaba hecho y estaba tratando de averiguar qué hacer con el

preservativo (¿lo tiraba a la papelera? ¿Le importaría al dueño de esta habitación?), ella se quejó.

—Oh, Dios —Vomitó la cerveza sobre el lado de la cama. Luego tropezó con la papelera y empezó a atragantarse y vomitar allí. Deje caer el condón en la canasta y le toque la espalda.

—¿Estás bien?

Ella siguió vomitando. No sabía que ella estaba borracha, no había dejado que

ese hecho se filtrara en mi propia niebla borracha. Mis piernas empezaron a temblar, en parte por la culpa y en parte con el mareo de ver todo lo que vomitaba. Encontré mi

ropa y me la puse, poniéndome mis pantalones hacia atrás antes de que finalmente descubriera la manera correcta. Me senté en la cama, mirándome fijamente las manos y escuchándola vomitar, por no sé cuánto tiempo. Cuando se detuvo jadeante, le traje

su ropa, pero ella me dio una palmada para que me alejara.

—Déjame en paz —Se quejó.

—No creo que deba hacerlo.

—¿Dónde está Bret?

—No lo sé. En la planta baja, supongo.

Ella comenzó a sollozar, el maquillaje corrido por su rostro. Quería ir a casa. Quería entrar en mi propia cama y tirar hacia arriba las cobijas y permanecer allí

durante cien años. Quise retroceder las quien-sabe-cuantas-horas que había estado en esta habitación. Si esto era lo que se sentía al no ser virgen bueno—todo lo que puedo

decir fue que no estuvo a la altura de las expectativas.

Me encontré con una amiga suya que estaba sobria, porque tenía conducir. Ella

suspiró y se fue a cuidar a Serena, y me dirigí hacia las escaleras. Dudé en el rellano cuando vi a Bret a los pies de las escaleras, con algunos de sus compañeros. Ellos no me miraron.

—¿Has visto a Serena irse con ese tipo? — Estaba diciendo uno de ellos.

—¿Qué tipo? —gruñó Bret.

—Ese… ¿Cuál es su apellido? Está en el equipo de béisbol. Ese chico… ¿Taylor? Mi apellido es Turner.

Bret se echó a reír.

—¿Y qué? —dijo, y no era una risa tipo Serena me importa un comino era una risa

como a quien le importa ese "Taylor". Era una risa que significaba que nada de lo que

hice, posiblemente, podría ponerle en peligro o le preocupara. No existía para él.

¿Podría mantener su risa si bajaba las escaleras delante de él, ahora mismo, con

todo el maquillaje de Serena untado sobre la cara y camisa, oliendo a su perfume, y el

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olor de ella en mi piel? ¿O tan solo miraría a través de mí? Nunca llegué a saberlo,

porque su grupo se trasladó a la sala.

Me escapé por las escaleras, en la noche, tragando el aire frío, mirando a las

estrellas de invierno que parecían siempre muy lejos. Me estaba quedando sin opciones.

El cristal de vidrio había estado conmigo desde hacía semanas, más tiempo que nunca. Si la bebida no me hacía sentir nada mejor, y el sexo no ayudaba, entonces, ¿Qué haría?

Sabía que nos estábamos mudando a Seaton en un par de semanas, y nunca tendría que ver a Amy Trillis o Serena otra vez. Sin duda, las cosas mejorarían cuando

nos mudáramos, me dije. Estaríamos viviendo en la casa de los sueños de mi madre, y me gustaría llegar a empezar de nuevo en una nueva escuela, y las cosas mejorarían.

Tenían que hacerlo.

Salvo que no tenían por qué.

***

Mientras Nicki y yo nos acercábamos a Brookfield, los nervios comenzaron a vibrar, disparando pulsos al azar que me hacían querer saltar de la camioneta. Me dije

a mi mismo que Val ya me había visto en mi peor momento. Esta vez no estaría mudo o me escondería debajo de mi cama o me encogería en el suelo. Ya no vivía en un hospital. Cualquier cosa que pasara ahora, al menos estaría parado algunos pasos por

delante de donde ella me había visto antes.

Era mi amiga, no importa lo que sucediera o dejara de suceder. Ella no era

Amy Trillis. Pero me temblaban las manos y las presioné contra los muslos de mis jeans para que Nicki no se diera cuenta.

Por mucho que quisiera ver a Val, no estaba listo cuando llegamos frente a su casa. Necesitaba más tiempo, pensé, ¿Pero tiempo para qué? ¿Alguna vez estaría listo?

—¡Impresionante! —dijo Nicki mientras el camión se detenía resollando—. Su

casa es aún más grande que la tuya.

Era cierto, pero lo más importante que noté fue que Ishihara había recortado

sus arbustos en formas de sacacorchos. No tenía ninguna duda de que mi madre haría lo mismo si tuviéramos setos alrededor de nuestra casa.

La madre de Valentina, a quien había conocido un par de veces en Patterson, nos dejo pasar.

—Pasa, pasa —dijo ella, sonriendo hacia mí—. Val está terminando su práctica.

¿Cómo estás, Ryan?

—Bien —Le contesté, pensando en la gran carga que tenía esa pregunta,

cuando la gente sabía que habías estado en un lugar como Patterson. Pero lo que más me gustaba de esa mujer, era que no parecía estar esperando a que me rompiera

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delante de ella. Ella nunca se acercaba de puntillas a mi alrededor, de la manera en que

la madre de Jake lo hacía a veces.

—Esta es mi amiga Nicki. Nicki, esta es la Dra. Ishihara.

—Es genial conocerla —Nicki sacudió la mano de la Dra. Ishihara como si hubiera estado esperando el encuentro toda su vida. Sí, la mamá de Val era

prácticamente la mejor persona que he conocido.

Otro caso más de culpa-a-los-padres-por-la-psique-de-su-hijo que no estaba

funcionando. No es que ella fuera perfecta. De escuchar a Val en el grupo, sabía el tipo

de presión que puso en Val para que fuera buena en todo, no solo buena: superior. Pero fuera mala o no, ella se preocupaba por Val.

La Dra. Ishihara nos dio limonada y arrastró hechos al azar sobre nuestra

escuela. Mi teléfono sonó en mi bolsillo y lo saqué, marqué en las teclas, y envié una

mentira de una sola palabra en respuesta al último texto de mamá ("Parece que va a

llover. ¿Tienes tu impermeable?”). Nicki pasó las piernas bajo la mesa de la cocina y

estudio las pinturas abstractas en la pared, pintadas por Val: cubos y ángulos en una sola imagen, remolinos verdes en otros remolinos que me recordaron a la pintura en mi propia habitación. Al mismo tiempo, escuché el reproductor de Val. Era el violín

hace un momento, algo oscuro y complicado, que sonaba como si las cuerdas estuvieran de los nervios, como partes del cuerpo de Val. Era todo lo que podía hacer

para estar en esa mesa; tener una pequeña charla amable con su madre, en lugar de romper por las escaleras y tirarme a ella.

La música se detuvo, y un par de minutos más tarde, apareció Val delimitada por las escaleras.

—¿Por qué no me dijiste que Ryan estaba aquí? —dijo, corriendo a la sala, los

ojos fijos en mí. Finalmente, Val.

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Traducido por Annabelle

Corregido por Vane-1095

al nos hizo sándwiches, y nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina.

Hablamos sobre la prima imaginaria de Nicki, nuestra excusa para estar en Brookfield en primer lugar. Conversamos sobre lo joven que se

veía Nicki como para tener licencia de conducir (—Me lo dicen todo el tiempo. —dijo Nicki en una voz tan aburrida que de pronto sonaba como de treinta). Hablamos sobre

el corte de cabello de Val. Se giró para mostrárnoslo por la parte de atrás, donde la parte en forma de triangulo había sido cortada.

—Es tan genial. —dijo Nicki, mordiendo una patata frita—. Desearía que mi

cabello fuese liso para poder hacer eso.

Val se sentó del otro lado frente a mí, y miré cada pedazo de comida que ella

tomaba, aunque intenté no hacerlo, volví a pensar en Amy, y lo que había dicho sobre el chico raro que me miraba fijamente. Pero a diferencia de Amy, Val me miraba también.

Todo su rostro parecía contener una sonrisa, como si no quisiera que ni su mamá o Nicki se dieran cuenta todo lo que deseaba decirme.

Tomaba mordiscos precisos y pequeños de su sándwich. Yo intentaba no

manchar la mesa con ensalada de pollo o masticar muy fuerte las patatas fritas. Nicki acaparaba toda la atención de la mamá de Val, y me encontraba agradecido por cada

silaba que mantenía los ojos de la Dra. Ishihara lejos de Val y de mí. Tenía el presentimiento de que Nicki había tomado la conexión que tenía con Val como su

proyecto personal; iba a lograr juntarnos o moriría en el intento.

Una vez, el pie de Val se frotó con mi pierna debajo de la mesa. La mesa era tan amplia que tenía que extenderse y estirar la pierna como pataleando a cámara lenta,

así que sabía que no había sido un accidente. Sus dedos tocaron mi espinilla por un instante. Mi mano tembló y dejé caer un pedazo de pepinillo. Una sonrisa alumbró su

rostro, y se la devolví.

Nicki lo notó. Le preguntó a la madre de Val sobre las pinturas en la pared,

apuntando a la parte más alejada de nosotros en la habitación. Lamí la sal de mis labios. Val limpió un poco de mayonesa en la esquina de su boca.

V

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—Bueno —dijo Nicki, luego de comerse dos sándwiches de atún—, mejor voy a

ver a mi prima, si no, no lo haré nunca. Regresaré en un par de horas.

La seguí a la puerta de enfrente para susurrar. —¿A dónde vas?

—Solo conduciré por ahí. De camino pasamos por un parque y algunas tiendas. Iré a dar un paseo allí. Regresaré a las cuatro. —Luego me llamó con su dedo,

esperando hasta que me incliné para que mi oído estuviera justo frente a su boca—. Díselo. —murmuró—. No te atrevas a echarte atrás. —Luego, sonriendo, salió por la puerta.

Me quede solo de pie frente a la puerta por un minuto, dándome el valor de enfrentar a Val de nuevo, de atreverme a hacer lo que Nicki me trajo a hacer aquí.

Cuando regresé a la cocina, me encontré con que la Dra. Ishihara también se había desvanecido.

—Mamá dijo que nos dejará ponernos al día. —Val se estiró, levantando los brazos por encima de su cabeza y curvando su cuerpo hacia mí. Todo lo que quería hacer era mirarla. Había pasado mucho tiempo desde que habíamos estado solos en la

misma habitación. Y por algunos minutos, eso era lo único que podía hacer: quedarme allí contemplándola, sin decir una sola palabra.

—Es bueno verte, —dijo Val, finalmente—. Extraño pasar tiempo contigo y Jake.

—Yo igual.

—¿Cómo estas, de verdad? —Comenzó a jugar con su mantel, tirando de las trenzas sueltas.

—Estoy bien. ¿Tú?

Asintió e inclinó la cabeza, provocando que su cabello cayera como una

brillante cortina. Había olvidado que solía hacer eso, esconderse tras su cabello cuando se sentía cohibida. Luego levantó la barbilla de nuevo.

—¿Has oído de Jake últimamente? —preguntó.

Me senté frente a ella. —Sí. Casi todos los días.

Frunció el ceño. —Me preocupa. Se siente muy nervioso por que la escuela

comience. —Jugó con un mechón de su cabello—. No lo pasa muy bien allí.

—¿Cómo lo sabes?

—Todo el tiempo me escribe para contármelo. ¿No te lo ha dicho? Cómo los chicos se burlan de él, le roban sus pantalones de gimnasia e introducen su cabeza en

los inodoros, ya sabes. Todas esas cosas de bravucones. Y ahora le preocupa que se ponga peor, ya que todos se enteraron de Patterson. —Frotó el dedo por su labio inferior. Deseé poder colocar allí mi propio dedo, o mi boca.

—¿Te sucede lo mismo, también? —preguntó, y forcé a mi mente a recordar los problemas en la escuela, a recordar a Jake.

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—Nah, las personas me dejan en paz la mayoría del tiempo. Casi como si

tuviera viruela o algo así. —Pero si debía de ser completamente honesto, evitaba a la gente casi tanto como ellos me evitaban a mí—. Jake no me contó nada de eso. Hizo

alguna referencia, pero…

—No me sorprende que no te haya contado lo peor. Él te admira.

Me ahogué con mi último sorbo de limonada. —¿Jake me admira?¿Por qué?

—Oh, ya lo sabes. Porque saliste del hospital antes de que él lo hiciera. Pero más allá de eso, porque cambiaste en Patterson. —Miró por encima de mi hombro,

como si viera una película de mi anterior yo, proyectada en la pared de detrás de mí—. Al principio, cuando llegaste allí, siempre hablabas de cómo querías morir. Y tenías

esa… especie de escudo a tu alrededor. Pero lograste salir de todo eso. No todo el tiempo, pero tuviste tus momentos.

Presioné el frío vaso entre las manos.

Sus ojos se enfocaron en mí. —Y todavía… te ves bien, Ryan. Solías tener esta manera de bloquearte. Podría estar sentada a tu lado o tú hablando en el grupo, y de

repente era como si te convirtieras en una estatua. Tu cuerpo se encontraba allí, pero tú no. Ahora estás aquí en verdad.

Ella me había dicho eso en Patterson, también. Antes de Val, no me había dado cuenta de que las otras personas podían notar cuando me adormecía. Me costaba

trabajo creer que la gente notara algo de mí, en absoluto. Pero Val siempre se daba cuenta, y también Jake.

—Quiero mostrarte unos mensajes que Jake me envió.

Val colocó nuestros vasos vacíos en la pila, y estiró una mano hacia mí. No sabía si se suponía que debía tomarla o si solo era un gesto de que la siguiera. Así que

solo mantuve las manos a mis costados y la seguí.

* * *

La habitación de Val. He intentado imaginármela, y a ella dentro, un millón de

veces. Combinaba completamente con ella. Paredes de verde pálido, no del verde como hospital de Patterson, sino como el color de los helechos recién nacidos. Un

suelo de madera y un escritorio de madera frente a la ventana. Carteles de arte abstracto en las paredes, con formas atrevidas y bordes afilados, líneas enredadas y

enmarañadas en negro. En una esquina de la habitación se encontraba un estante de música y los estuches de sus instrumentos.

Así que desde aquí era de donde Val me enviaba mensajes. Y donde practicaba

su música. Y dormía. Y se desvestía.

Se sentó en la computadora. Yo me quede de pie junto a ella, intentando no

respirar en su cuello, mientras ella encontraba viejos mensajes de Jake.

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Val, no puedo soportarlo más. No puedo. En esta escuela era un perdedor y eso es todo lo

que siempre seré. Todos ya saben por qué me fui el año pasado antes de los exámenes finales, y ahora debo repetir algunas clases, y todo el asunto es un desastre. Septiembre va a apestar muchísimo. A ti te va bien por tu música, a Ryan parece estarle yendo bien, pero a mí no. No

entiendo por qué yo siempre tengo que ser el perdedor, el que no puede soportar las cosas, y estoy cansado de eso.

Sentía no haberle contado más a Jake de cómo mayo y junio habían sido para mí, la manera en que me cambié a una zona de cero gente. Quizás se hubiese sentido

menos solo si le hubiese contado más sobre la verdad.

Mis familiares siguen molestándome. Continuó el mensaje de Jake. Molestándome

sobre “ir a fiestas” y “unirme a algún equipo”. Es decir, ¡HOLA, nadie me invita! ¿No entienden eso?

—Mierda. —murmuré. Val le dio clic a la barra para que pudiese leer más.

Algunos días ni siquiera salgo de la cama. Odio este lugar. Odio mi vida. Es mucho peor que en Patterson, porque al menos allí los tenía a ustedes.

—¿Le respondiste? —pregunté.

—Por supuesto. Estaba extremamente preocupada. Pero se retractó, dijo que lamentaba sus lloriqueos, y que solo se encontraba de mal humor.

—Quizás lo estaba.

—¿Crees eso?

—No.

—Exacto. Yo tampoco.

Seguimos mirando la computadora, la miseria de Jake cauterizada en la

pantalla. Tragué, y el sonido pareció rebotar de las paredes, haciendo eco con el romper de un rayo.

Ella suspiró. Dio clic en algo, y una intensa música de piano se escuchó en la computadora. Me recordó a la música que tocó para nosotros cuando volvió a Patterson, me recordó a esa noche, y a su mano alrededor de mi muñeca.

Miré su muñeca, imaginándome a mí mismo alcanzándola y rodeándola de esa manera. Era el gesto que siempre me venía a la cabeza cuando pensaba en Val, la

única vez en la que sentí que quizás me quería de la misma forma en la que yo la

quería a ella. Aunque no me moví y ella se apartó de la computadora y se levantó.

Giró para mirarme. Debía haberme apartado para permitirle moverse lejos de la silla, pero no lo hice. Me quedé mirándola, con las palabras acumulándose en mi garganta, y con la piel hormigueándome por querer tocarla.

Lo hice. Rodeé su muñeca con mi mano.

Se congeló cuando la toqué. No sabía si eso era bueno o malo.

No había estado así de cerca de nadie desde… Ni siquiera podía recordarlo. No había tocado a nadie, especialmente no a una chica. Era casi como si hubiese olvidado

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que la piel de otras personas podría ser cálida, que un pulso latía dentro de ellos. Nicki

me había tocado el día que le dije sobre el garaje, había descansado su mano en mi espalda, pero eso no contaba.

Ésta era Val.

Esperé y esperé por su respuesta. No se alejó de mí. Ni se inclinó hacia mí.

Dejé que mi pulgar se moviera contra su muñeca, acariciando la delgada piel que reflejaba venas azules. Se encontraba tan inmóvil que me pregunté si contenía el aliento; ya para este momento, yo sostenía el mío.

Me las arreglé para subir la mirada. El borde de las pestañas por encima de sus ojos apenas se movía. Sus irises eran marrones, tibios e intensos. Su labio tembló y creí

que diría algo, pero en vez de eso, volvió a estar inmóvil. Quería acercarme más, y aún así, esperé por una señal de su parte. Al menos no se separaba. Su brazo se quedó

tenso bajo mi toque.

Incliné mi cabeza hacia adelante. Mis labios casi frotaron los de ella.

Casi.

Retiró su cabeza, solo una pulgada, pero fue más que suficiente. Solté su muñeca y me aparté.

—Ryan...

—Olvídalo. Lo siento. —Me di cuenta entonces del desastre que era, con mi

camisa medio abierta y el cabello desordenado. Nicki me había hecho peinarlo antes de tocar el timbre de los Ishihara, pero lo desordené en el almuerzo, y ahora podía sentir cómo apuntaba a seis direcciones diferentes.

—Ryan. —Val estiró su mano—. No lo sientas, quiero explicártelo.

—No debes hacerlo. —Continué caminando hacia atrás y choqué contra su

papelera de metal, haciendo algo de ruido. Lo último que quería era escuchar su explicación, escucharla rechazarme en una clara, racional y lenta agonía. Permítame

salir de este jodido lugar. Al menos no se reía, o se burlaba de mí con sus amigos, pero de alguna manera, esto era mucho peor que la escena con Amy Trillis.

—Sí me gustas. —dijo. Obligué mis oídos a llenarse de cemento, para bloquear

su voz antes de que dijera que solo como un amigo, pero no lo dijo. En vez de eso, continuó—: Desearía que no viviésemos tan lejos.

—¿Qué? —Había retrocedido hasta la cama. No tenía ningún otro lugar a donde ir.

—Podría ser diferente si viviésemos más cerca uno del otro. —dijo—. Una de las cosas que conozco sobre mí en este momento es que necesito a alguien cerca. Puedes entender eso, ¿verdad?

Tenía un punto. También quería estar cerca de ella todo el tiempo. Excepto que soportaría la relación a larga distancia si era todo lo que podría obtener. —Podríamos

intentarlo. —solté, con la boca seca.

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—No voy a hacer eso. —Sus labios se tensaron por un momento—. Necesito

algo cerca. No puedo estar con alguien en… pequeños períodos ¿entiendes? ¿Recuerdas lo que el Dr. Coleman dijo sobre no privarte a ti mismo de tus verdaderas

necesidades?

Me senté en la cama y gruñí. —No me des un discurso terapéutico ¿de acuerdo?

Rió y se sentó a mi lado. —De acuerdo.

Giré mi rostro lejos de ella y hablé entre dientes. —Sé a qué te refieres, pero quiero intentarlo de todas maneras.

Todo un minuto pasó antes de que dijera: —Yo… no puedo. Tal vez no me gustas lo suficiente para hacer eso. O quizás simplemente estamos demasiado lejos uno

del otro. No lo sé. Yo...

Tal vez no me gustas lo suficiente para eso. Eso es lo que llamamos Honestidad

Patterson: la verdad, desnuda de cualquier tipo de formalidad o educación. En

Patterson todos nos hablábamos de esa manera, pero afuera, en el mundo, las personas

no eran tan honestas unas con otras. Normalmente.

Inclinó la cabeza y comenzó a jugar con la piel de su dedo. —Solía pensar en ti todo el tiempo cuando estábamos en Patterson. ¿Recuerdas cuando nos tendíamos

juntos en el césped?

Era más lodo que césped, pero lo recordaba. El olor a tierra, la suciedad entre

mis uñas, las pequeñas fibras de verde, todo recordándonos que el mundo fuera de Patterson aún existía. El grupo de lilas en la esquina con una esencia tan fuerte como

la miel. El cielo despejado, la manera en que el sol nos arropaba con un deslumbrante calor, un calor tan fuerte que cerrábamos los ojos contra él. Lo que más recordaba era a ella recostada a solo centímetros de mí, y cómo cada día intentaba reducir ese

espacio, hasta disminuirlo por completo.

—Pensé en besarte un par de veces. —dijo—. Sabía que iba en contra de las

reglas, pero no me importaba. Lo habría hecho de todas maneras, excepto que…

—Debiste hacerlo. —dije. Dios, desearía que lo hubiese hecho. Desearía

haberlo hecho yo.

Sacudió la cabeza. —No estabas listo. No estoy segura de que yo estuviera lista. Incluso en ese momento, no sabía si estábamos tan juntos solo por estar en Patterson,

si eso era lo que hacía que nos necesitáramos mutuamente. Aunque te extrañé como loca cuando salí. Tú eras la razón principal por la que volví a dar ese recital. —El

chirrido de sus uñas se hizo más alto—. Pero ya no estamos en Patterson.

—De acuerdo. Olvida que si quiera lo traje a colación. —Casi me levanto, listo

para salir de la casa, pero luego recordé que debía esperar por Nicki. Mierda. ¿Por qué toqué a Val? ¿Por qué demonios había dicho algo?

—Ryan. —Descansó su mano sobre mi brazo, y fue totalmente distinto a esa

noche en donde tomó mi muñeca. Sin chispa, sin ninguna urgencia esta vez—. Quiero mantener lo que tenemos ahora. No puedo tener toda esa intensidad de relación

contigo y luego que cuando termine nos arruine. En verdad me importas.

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Oh, Dios, la línea del me importas. Esa que debía ser un premio de consolación

para él Pero no te amo. —No. —dije—. No digas nada.

Asintió. Siempre supimos cuando callarnos.

Lo habíamos hecho para el otro millones de veces; lo habíamos hecho para Jake.

Al estar sentado allí con ella, quise derretirme sobre el cubrecama. La amaba lo suficiente para querer quedarme con ella lo más que pudiese, incluso después de todo

lo que acabábamos de decirnos, y el hecho de que me había roto y me había hecho dudar de si en verdad quería vivir durante todo el camino a casa. Sus dedos sobre mi brazo se encontraban ásperos y fuertes debido a la música que tocaba, y quería que no

los retirara nunca. Me odiaba a mí mismo por ser tan patético.

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Traducido por Panchys

Corregido por Vericity

icki llegó media hora más tarde, media hora que pasé en la sala de

estar tratando de tener una pequeña charla con Val y su madre. Notando los largos períodos de silencio entre nosotros, la Dra. Ishihara

sugirió que Val tocase algo. Estuve a punto de saltar con la idea, así no tendría que hablar más, pero sabía que escuchar algo de la música de Val en este

momento cortaría el último delgado nervio que me sostenía en mi sitio. Podría romperme en su sala de estar, la cabeza rodando por esta dirección, las piernas disparándose a la esquina, el codo sobresaliendo en un ángulo extraño. En lugar de

hacerles ver eso, dije: —Val estaba practicando cuando llegamos aquí. Probablemente está cansada.

Y Val dijo: —Sí, me duelen los brazos y, además, Ryan no necesita escuchar las mismas canciones una vez más. —Después de otro minuto de silencio, hice un

brillante comentario acerca de cómo estaba de nublado fuera. Estuvieron de acuerdo conmigo.

Cuando Nicki apareció, di un salto del sofá para saludarla. En respuesta a las

preguntas de la madre de Val, dijo que su prima imaginaria estaba bien. Agradecí a los Ishihara por el almuerzo y con Nicki nos dirigimos hacia la puerta, evitando los ojos

de Val todo el tiempo.

Subimos a la camioneta y avanzamos hasta el final de la calle, fuera de la vista

de la casa de Val, en caso de que alguien estuviera mirando por la ventana, antes de inclinarme por completo hacia delante y golpear la frente en el tablero.

Nicki frenó. —Ryan.

Gemí.

—Puedo ver que tuviste un mal momento.

No tenía nada que decir a eso.

—Lo intentaste ¿no? Quiero decir…

—Oh, sí, lo intenté. Incluso traté de besarla. Recibí una retirada.

Nicki hizo una mueca, y luego bebió de un vaso de té helado que había recogido en alguna parte en sus solitarias horas. —Bueno, entonces, es una estúpida.

N

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Me senté y me puse el cinturón de seguridad. —Solo conduce.

***

La lluvia golpeaba el parabrisas, salpicando al principio, y luego el aire

alrededor de nosotros la disolvió en láminas de agua. Los neumáticos silbaron en el pavimento. Nicki se concentró en la carretera. Pensé ausentemente que las condiciones parecían peligrosas, pero no me importaba mucho si nos salíamos en el carril opuesto o

caíamos en una zanja, al menos por mí no me importaba. Quería que Nicki estuviera segura, sin embargo, y me encantó la forma en que se inclinó hacia adelante, las dos

manos en el volante, mirando a través del cristal mojado, totalmente centrada en lo que estaba delante de ella.

—Eres una buena conductora —Le dije.

—Te lo dije, todos nosotros lo somos. Empezamos a conducir temprano, y ninguno ha tenido siquiera una multa por velocidad. —Se mordió el labio—. Estoy

empezando a preocuparme por Kent, sin embargo. Quiero decir, se está drogando mucho ahora. No puedo creer que no trate de conducir de esa manera tarde o

temprano. —Me miró—. ¿Crees que se droga demasiado?

Me acordé de Kent fumando en el baño de la escuela y en la cascada. Sentado

con los ojos vidriosos en la sala de estudio.

—Ha estado drogado prácticamente cada vez que lo he visto.

Ella suspiró.

La lluvia cesó, y ahora que había roto el hielo al hablar, comenzó Nicki. Habló de todo y nada, su voz era calmante, incesante. Me contó algunas historias acerca de

Kent, incluyendo la forma en que había tratado de atrapar a un mapache como mascota y creo que dijo que tenía miedo a las alturas. No le presté mucha atención a

las palabras, solo al sonido, el ascenso y la caída de su voz, y me di cuenta que ese era el punto. Estaba balbuceando el ruido de fondo, balbuceando para que no estuviese atrapado solo en mi cabeza con la voz de Val diciendo: Tal vez no me gustas lo suficiente

como para eso. Honestidad Patterson. La verdad desnuda, tanto si estás preparado para

ello como si no.

***

Mamá me envió un mensaje nuevo, y casi tiré el teléfono por la ventana. En su

lugar escribí Pronto en respuesta a su Se hace tarde y hay mal tiempo. ¿Cuando vienes a casa?

Me di cuenta que tendría que estar fuera durante unos minutos cuando regresáramos a nuestro barrio, o de lo contrario, mi madre podría pensar que era extraño que hubiera

sido capaz de caminar bajo la lluvia sin mojarme.

Nicki y yo paramos en el estacionamiento de una parada de descanso. No

estaba totalmente oscuro aún, pero la lluvia había convertido el mundo en un gris

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profundo y todas las luces se habían encendido. El estacionamiento medio vacío olía a

gasolina, asfalto, lluvia, y grasa de patatas fritas.

Nicki estacionó cerca de un área de picnic, donde no había nadie. Un hombre

paseaba a su perro allí y fumaba un cigarrillo, una forma oscura con una estrella naranja en la boca.

Fuimos a la estación de descanso, utilizamos los baños y compramos refrescos en las máquinas expendedoras. Me quedé mirando el mapa del estado en la pared, con los ojos doloridos y arenosos por la luz fluorescente. El resplandor mostró cada

imperfección en el rostro de Nicki: un par de puntos púrpura que eran granos, la aspersión pálida de las pecas, las sombras grises y líneas de color púrpura alrededor de

los ojos. Pero se veía hermosa en ese momento, incluso con la forma de conejo en la que se veían sus dientes frontales.

Mi madre tenía razón acerca de la mordida, aunque lo exageró, y de alguna manera en Nicki se veía bien.

Nicki se rascó la mejilla y se puso a mi lado, con los ojos trazando rutas en el

mapa. Pensé en sugerirle que condujéramos hacia la salida, el infierno fuera de aquí, seguir conduciendo hasta llegar al mar.

Pero entonces, ¿qué?

Había hablado así con la Dra. Briggs una docena de veces: fantaseando acerca

de alejarme de la escuela en la que todo el mundo sabía lo que había hecho en el garaje. Lejos del paquete de color rosa en mi armario. Lejos de los sueños de Val que eran como una ampolla en aumento bajo mi piel, hinchada, con ganas de estallar. La

Dra. Briggs siempre decía que si me iba de un lugar tendría que llegar a otro, y el dolor me seguiría dondequiera que fuera.

—¿Es mejor quedarse y enfrentarse a él, entonces, después de todo? —me había preguntado, en esa manera que tenía de convertir las declaraciones en preguntas.

Nicki bebió de su lata de refresco. —¿Listo? —dijo.

Caminamos a la camioneta, pero no quería entrar.

—Vamos a sentarnos aquí por un tiempo —Le dije, sentándome en la parte

superior de una de las mesas de picnic. Podría haber utilizado la cascada, pero ahora mismo lo único que teníamos era la parada de descanso en la lluvia.

Se sentó en la húmeda madera, a mi lado. Nuestros refrescos burbujeando y crujiendo en las latas. Los coches retumbaban dentro y fuera del terreno. El paseador

de perros se había ido. Estaba tan silencioso que podía oír tragar a Nicki.

—¿Estás bien? —preguntó finalmente.

Era lo que la gente solía preguntar el uno al otro en Patterson, excepto que

cuando lo preguntábamos allí, lo decíamos en serio. No era esa pregunta superficial, esperando un automático sí. Tomé la posibilidad de que realmente quería saber y le

conté la verdad. —No.

—¿Quieres hablar de ello?

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—No.

Apoyó la mano sobre la mía. Tenía la piel húmeda y fría por la lata de refresco, pero un minuto después se calentó.

Entonces sacó la mano para levantar la lata de nuevo y tomar otro sorbo. Puse mi mano sobre su rodilla. Tenía un agujero en sus pantalones vaqueros, y el calor

y la suavidad de su piel me sorprendieron. Había esperado sentir la tela, para mantenerla entre nosotros, pero mi mano tocó la rodilla desnuda a través del agujero desgastado.

Sus ojos se posaron sobre mi rostro, y su boca se abrió un poco. No se congeló en la manera en que Val lo hizo, pero no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Si

tuviera que describir su expresión, habría elegido sorprendida. Entonces se acercó y

apoyó los dedos en el lado de mi cara.

Me di cuenta de que había esperado que se separase o alejara, al igual que hizo Val, al igual que Amy Trillis hizo. Pero su mano se quedó donde estaba. Estábamos conectados a través de sus dedos en mi mejilla, mi mano en su rodilla. Ella había

cerrado el circuito.

Le quité el sombrero de SUMINISTROS DE LA GRANJA COOZ y lo dejé

caer sobre la mesa. Observó, sin decir nada, así que tomé un respiro y me incliné unos centímetros.

No se echó para atrás. Su cabeza se inclinó hacia mí y la besé. Abrió la boca bajo la mía, presionando contra mí.

Ninguna chica me había besado así. Había tenido unos cuantos besos torpes en

las fiestas, y luego todo el desastre con Serena, donde no me besaba tanto como actuar en beneficio de Bret Jackson.

Pero Nicki envolvió sus brazos alrededor de mí y me besó, una y otra y otra vez. Nos acostamos en la parte superior de la mesa, así que sentí todo su cuerpo contra

el mío. Pasé las manos por sus brazos y espalda, donde el aire húmedo había pegado la camisa a su piel. Tenía miedo de tocarla en algún otro lugar a pesar de que presionó su pecho, sus caderas y sus muslos, contra mí.

Besé su cuello, que estaba salado por el calor. Me quedé esperando a que me empujara lejos, a pesar de que suspiró y murmuró en mi oído. Cuando regresé a su

boca la abrió y me dejó probar el refresco de cola en su lengua una y otra vez. Rodé sobre ella y tomó mi peso, nunca dejó de besarme de vuelta. No había pensado en

besar a Nicki, pero ahora besarla parecía ser una de las muchas cosas que ni siquiera había sabido que deseaba.

*****

Un coche se acercó y se estacionó al lado de nuestra camioneta, los faros apuntando el área de picnic. Las luces no iban directamente a nosotros, pero un brillo

de color amarillo tenue nos iluminó, y se sentía como si alguien me hubiera arrancado

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de mi piel. De todos los espacios vacíos en el estacionamiento, ¿el conductor tuvo que

elegir ese lugar? Molesto, levanté la cabeza, y Nicki jadeó para respirar debajo de mí.

En ese momento, quería protegerla, decirle que no debería enrollarse en una

parada en la autopista con un ex paciente mental que estaba enamorado de otra persona.

También quería sumergir la cabeza hacia abajo y continuar besándola. Dividido exactamente por la mitad, me quedé donde estaba, hasta que ella dijo: —¿Qué es? ¿Son policías o algo así?

Su voz me concentró. —Nicki —dije, sentándome derecho—. Lo siento.

—¿Lo sientes por qué? —Se incorporó, también, su pelo alborotado alrededor

de su cara. Lo saqué de vuelta, tratando de suavizarlo para ella. Repetí los últimos minutos en mi cabeza. ¿Por qué había besado Nicki? ¿Por qué me devolvió el beso?

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Había una persona en la tierra tan despistado sobre las chicas como yo?

Recogió su sombrero, ahora aplastado, y volvió a colocarlo en su cabeza. —

Este lugar no tiene ambiente —anunció. Tomó su refresco y me llevó de vuelta a la camioneta.

—Ambiente —repetí. Su actitud, el arco de su espalda mientras ponía la gorra de nuevo sobre su pelo, y la palabra que había empleado, disparó a través de mi niebla

confusa de forma en que un solo rayo de luz a veces golpea a través de una nube, y me reí.

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Traducido por Liseth_Johanna

Corregido por Chio

icki tarareó mientras encendía la camioneta. No tenía idea de que estaba pensando. No tenía idea de que estaba pensando yo, porqué mis piernas todavía temblaban y el calor bajo mi piel aún no había

disminuido. Me sequé la boca, deslizando mis ojos para observarla.

—Bueno —dijo ella, sorbiendo más de su soda—, no esperaba que eso pasara.

—Tampoco yo. —Mi boca se había secado, y quería beberme a mí mismo. Había dejado mi lata a medio llenar en la mesa de picnic.

Pero no podía estirarme y pedir la suya. Algo en beber de la misma lata, poner mi boca en donde la suya había estado, lo haría parecer como si fuera a continuar lo que habíamos empezado. Lo que fuera que eso fuera.

Extendió su soda. —¿Quieres?

Me estremecí.

—¿Qué?

—Nada. Fue como si acabaras de leerme la mente. —Tomé la lata con las

puntas de mis dedos, como si el metal pudiera quemarme.

Se rió. —Pensé que no creías en la lectura de mentes.

—Ja, ja. —Bebí la soda, deteniéndome de tragarla por completo.

—De cualquier forma, créeme, definitivamente no puedo leer tu mente ahora mismo.

—Desearía que pudieras —dije—, así podrías explicarme qué demonios está pasando allí.

Me froté el cuero cabelludo y observé la corriente de faros en el carril contrario, concentrado en ellos de modo que no tuviera que escuchar mis propios pensamientos.

—Ryan, ni siquiera sé que está pasando en mi mente. Estoy… confundida.

—Oye, paso mi vida entera confundido. —Tiré del cinturón y reajusté mis piernas, intentando no golpearlas contra la guantera.

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Otra larga pausa, los faros reflejando el brillante camino húmedo. Calculé la

distancia entre Nicki y yo, luego la recalculé, una y otra vez. ¿Treinta centímetros? ¿Sesenta?

Algunas veces se sentía más cerca, y mi respiración se aceleraba.

Algunas veces se sentía como kilómetros desde el volante a donde estaba sentado.

—Bueno —dijo finalmente—, algunas veces está bien estar confundido.

—Eso espero —dije—. Es una de las pocas cosas en las que soy bueno.

Golpeteó el volante. —No te rías de esto, pero… saqué ese libro de la librería una vez, sobre un profesor budista, y él seguía diciéndole a sus estudiantes que está

bien no saber. Supongo que quería decir que no tienes que forzar las respuestas.

—¿Por qué me reiría de eso?

—No lo sé, Kent siempre se burla de mí cuando me ve leyendo o pensando en

cosas como esa. Como si pensara que soy demasiado estúpida.

—No eres estúpida. —Observé los limpiaparabrisas despejar motas del

parabrisas.

Nicki dejó pasar unos cuantos metros más de camino, la lluvia siseando bajo las

llantas, los limpiaparabrisas suavizando la lluvia del vidrio frente a nosotros, antes de que encendiera la radio. Tarareó, aunque no cantaba de la forma que lo había hecho esta mañana.

Le devolví la soda. —Gracias —dije.

Había empezado a sentirme casi bien de nuevo, pero el desorden completo con

Val me perseguía debajo de todo. Cuando pensaba en ella, mi estómago caía a un hoyo, así que dejé de hacerlo. Bajé la ventana a pesar de la lluvia y dejé que la briza me

bañara, dejé que desaparecieran todos los pensamientos de mi cabeza.

***

Nicki me dejó al final de mi calle, de modo que pudiera dejar caer algo de lluvia

sobre mí para que apoyara mi historia y así mi mamá no hiciera incómodas preguntas sobre de quién era la camioneta de la que me había bajado.

—Nos vemos —dijo, como si la parada de descanso no hubiera sucedido, y dije:

—Uh, sí, gracias por el aventón. —Golpeándome el brazo contra la puerta y tropezándome con mis cordones en la oscuridad.

Me tambaleé hasta mi casa y a la cocina para localizar alguna clase de cena. Papá se había ido a otro viaje más temprano ese día, y mamá estaba arriba, en su

computador.

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Puse la cena en el microondas y la comí en la bandeja de plástico, de pie junto

al fregadero. Luego me reporté con mamá.

—Te ves un poco pálido —dijo, pero pasé la inspección.

Finalmente a solas en mi cuarto, tenía un mensaje de Val:

Espero que estés bien. Espero que entiendas.

No te preocupes por eso. Envié en respuesta.

Me fui a la cama con la mente hecha un nudo de Val y Nicki.

Val se alejaba, Nicki envolvía sus brazos a mí alrededor. Soñé con ellas y seguí

despertándome pensando en ellas. Pensé haber escuchar el teléfono sonar, aunque no estaba seguro si lo había soñado. A un punto, el golpetear de mi madre en su rutina me

despertó y me puse la almohada sobre la cabeza, pero no pude dormir de esa forma. Era demasiado sofocante.

Me desperté a las seis con los globos oculares sintiéndose como si hubieran

estado marinándose en salsa tabasco, pero no estaba cansado. Todo lo que quería era ir a la catarata y dejarla aclarar mi mente. Salí de la casa. Mi madre ni siquiera estaba

todavía en el computador, así de temprano era.

***

El mundo estaba mojado, pero la lluvia se había detenido. Un pesado cielo gris

presionaba contra las cimas de los árboles y todo goteaba. Mis pies exprimían líquido del barro del sendero. Cuando llegué a la catarata, me di cuenta que había olvidado

traer una toalla, pero me saqué la camiseta de todas maneras. Luego alguien en la ribera se levantó, y yo salté.

—Hola —dijo Nicki.

—¿Qué estás haciendo aquí tan temprano?

—Podría preguntarte eso. —Me lanzó una bellota.

—No podía dormir.

—Tampoco yo.

Dios, ella no iba a hablar de eso, o sí, ¿lo que había pasado anoche? Se mordió el

labio, mirando a un punto en alguna parte alrededor de mis rótulas, y me quité los

zapatos.

—Está demasiado frío para meterse —dijo cuando me acercaba a la orilla.

—No, no lo está. —Sudé y me estremecí de frío al mismo tiempo. Me hundí en el estanque, nadé y resbalé sobre las rocas pulidas, me deslicé y derrapé mi camino hacia la cascada. Nicki me gritó algo, pero no pude oír sus palabras por encima de la

estruendosa agua. Me sumergí.

Me había olvidado de toda la lluvia que habíamos tenido los últimos días.

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No había mirado de cerca la cortina de agua antes de lanzarme hacia ella, no

me había detenido a pensar por qué era más fuerte y más ruidosa que la última vez que había estado aquí.

Me golpeó en la cabeza y rugió en mis oídos, sacudió mis hombros. Y luego tiró de mis piernas por debajo de mí. Me aferré a una roca, al agua. Mi cara estaba llena de

agua y de mi propio cabello. Me aclaré de alguna forma —desesperadamente arañando, en su mayor parte— y levanté manos y rodillas, empapado, jadeando.

Nicki se zambulló y agarró mi cabello. Cuando pude, me estiré y liberé sus

dedos.

—Solo quería asegurarme de que pudieras mantener tu cabeza por encima del

agua —gritó sobre el estruendo—. ¿Estás bien ahora?

Asentí y me arrastré a la orilla, en donde colapsé, bocabajo. Se dejó caer a mi

lado. Cuando mis orejas dejaron de zumbar, cuando mi cerebro se aclaró, dije:

—El agua está áspera hoy.

Se rió. —No, mierda. —Luego apoyó una mano en mi espalda—. ¿De verdad

estás bien?

—Sí.

—No hablo solo de tu cuerpo. Hablo de… fue un poquito descabellado sumergirse allí hoy.

—Bueno. —Me di vuelta—sucede que soy un poco descabellado.

—Cierto. —Sacó una piedrita del barro—. Me alegra que hayas venido aquí, porque quería preguntarte algo.

—¿Qué?

—¿Puedes venir conmigo mañana? Voy a ver a otro vidente.

—¿Es enserio?

—Por supuesto. Te dije que iba a buscar otro.

—Nicki, no sé qué crees que van a decirte.

Rodó la piedra en sus dedos. Vi una mancha purpúrea en su cuello, tuve un vibrar en mi estómago cuando reconocí lo que era, aparté los ojos de ello tan rápido

como pude.

—Tengo que intentarlo —dijo ella.

—Es una pérdida de dinero —dije—. ¿De dónde estás sacando el dinero, de todas formas?

Una larga pausa. Quizá me había sobrepasado. No hablábamos de eso, la diferencia en el tamaño de nuestras casas, la diferencia en nuestras prestaciones. Nicki había aceptado el dinero de la gasolina de mi parte antes porque había conducido, y

dado que era a mi amiga a quien íbamos a ver en primer lugar, eso era lo justo. Aun

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así, sabía que no éramos iguales en lo que a dinero respectaba, sin importar lo que

Nicki quisiera pretender.

—Mi abuela abrió una cuenta en el banco para cada uno de nosotros cuando

éramos niños —dijo ella—. Su idea era que pudiéramos usarlo para ir a la universidad. —Bufó—. Sí, como si poner unos cuantos cientos de dólares al año fuera a

comprarnos cuatro años en Harvard.

—¿Estás usando el dinero de la universidad?

—Solo una parte. No es como si hubiera muchísimo, para empezar. Tendré

suerte si esa cuenta termina comprándome los libros de estudio. Matt está tomando dos clases en la universidad comunitaria, y apenas puede permitirse eso con lo que

gana en su trabajo. —Se encogió de hombros—. Haré lo mismo, trabajar y tomar clases cuando pueda.

—Tu papá probablemente preferiría que usaras el dinero para la escuela que para visitar a todos estos…

—¡Cállate! —Tomó una áspera respiración—. Te lo dije, no es una posibilidad,

y además, no es de tu incumbencia.

Sequé agua de mi cuello, en donde mi cabello había goteado. —De acuerdo.

—Voy a ir con este vidente con o sin ti, pero desearía que vinieras. Después de todo, me lo debes. Te llevé todo el camino para ver… —Se detuvo antes de que dijera

el nombre de Val.

—Sí, lo sé. Iré contigo. ¿A qué hora? —¿Qué si no creía en los videntes, si no creía que el padre de Nicki pudiera explicarse a sí mismo para satisfacción de ella incluso, que

pudiéramos de alguna manera hablar con él? No iba porque creyera que pudiéramos hablar

con un fantasma; iba por Nicki. Porque tenía el presentimiento de que ella iba a

necesitar a alguien.

***

Mi madre me esperó en la cocina. Se levantó de un salto, el café derramándose

de la taza en su mano, en el instante en que entré. —¿En dónde has estado?

—Nadando en el lago.

—¿A esta hora? Olvídalo. Necesito hablar contigo.

De verdad debe necesitar hablar conmigo, si ni siquiera hizo un comentario

sobre mi ropa empapada. Su cabello se erizaba alrededor de su cara; me di cuenta con sorpresa que no se lo había peinado. Eran más de las siete y ni siquiera se había lavado la cara o se había cambiado su bata todavía.

—¿Qué sucede? —dije, recordando el sonido del teléfono en medio de la noche. ¿Era papá? Él vuela todo el tiempo… ¿un accidente de avión?

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—April Carson llamó. Tuvieron que llevar a Jake de vuelta a Patterson. —

Buscó en mi rostro, inclinándose hacia adelante, como si esperará a tener que atraparme.

Mi estómago se retorció. —¿Está bien?

—Eso depende. Físicamente, está… en buen estado, por lo que sé—.Pero no

está bien que Val y yo hubiéramos discutido esto apenas ayer, leído los mensajes de Jake, dicho lo preocupados que estábamos. Pero luego el desorden entre nosotros había apartado todo eso al fondo.

Me serví una taza de café. —¿Puedo ir a verlo?

Mamá agarró su taza tan fuerte que sus manos lucieron como garras. —No sé si

debería dejarte.

—¿Por qué no?

—Desearía saber lo que pensaría la Dra. Briggs. ¿Quién está de guardia este mes, el Dr. Solomon? Tal vez debería hablar con él. Pero él no sabe que tú también casi…

—No me importa con quién hables. Quiero ver a Jake.

—Al menos estaré allí contigo… desearía saber si es bueno que vayas.

Descansó sus labios en el borde de su taza sin beberla, luego levantó la boca de nuevo.

—April dijo que no tenían idea de que estuviera teniendo problemas de nuevo. ¿Lo sabías?

—Más o menos.

Su voz se elevó. —¿Más o menos? ¿Qué significa eso?

—Sabía que no estaba demasiado contento por el inicio de clases. —Deslicé

una mano a través de mi cabello húmedo.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no les dijiste a sus padres?

—¿Decirte qué?

—Que Jake está en problemas.

—No podía estar seguro si… quiero decir, el no querer ir a la escuela no

significa necesariamente que estés en problemas.

—¡Si estaba todo menos contento, debiste habernos dicho inmediatamente! Los

padres necesitamos saber estas cosas. ¿Sabes lo peligroso que es que alguien que ha estado deprimido…?

—¿Todo menos contento? —Bebí café negro. Quemó mi lengua, pero de alguna

forma se sintió casi bien—. Nadie está contento todo el tiempo. Si yo fuera contigo

cada vez que alguien no estuviera feliz… —Me callé. Sus ojos sobresalían al punto de asustarme; su cabello despeinado solo se añadía al efecto.

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—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? ¿Estás intentando decir que no eres feliz

tampoco?

—No, yo…

Bajó la taza de sopetón y la puso en la encimera. —No sé qué hacer contigo. Tienes todas las razones para ser feliz, todo por lo cual vivir…

—Lo sé. —Lo sabía, y lo sentía. Mucho más, probablemente, de lo que creería.

Resolló, agarrando su taza. Tomé otra bocanada de café porque no sabía qué otra cosa hacer.

—Me culpo a mí misma —dijo ella, su voz baja ahora, apenas saliendo de su garganta—. Debí haberte conseguido ayuda antes…

—¿Cómo? —dije—. No lo sabías.

—Debí haber visto que había algo mal contigo. Pensé que estabas

recuperándote de la mononucleosis, que estabas cansado por eso. Pero debí haber sabido que era más que eso. Debí haberme dado cuenta.

—Detente —dije, frotándome un ojo. Mi otra mano tembló, derramando café

en el piso. Esa era, normalmente, una ofensa mayor contra la estéril cocina de mi madre, pero hoy ni siquiera lo notó—. Olvídate de mí, ¿sí? Estoy bien.

—Eso espero, Ryan. Estamos felices de que estés saliendo de casa de nuevo, haciendo ejercicio, haciendo amigos. Pero luego algo como esto pasa, con Jake… y me

pregunto si lo sabríamos si no estuvieras bien.

—Estoy bien.

—Me lo pregunto —repitió, como si no hubiera dicho nada.

—Sí, lo sabrían —dije—. Se lo diría esta vez.

Tal vez era cierto. No estaba seguro. Pero era lo que necesitaba escuchar, y yo

no podía dejarla ponerme en vigilancia de suicidio. —¿Podemos, por favor, ir a ver a Jake?

Tragó. —Si la Dra. Briggs…

—Diría que está bien.

Miré los ojos de mi madre. Me quedaría allí sin parpadear todo el día si tenía

que hacerlo.

—De acuerdo —dijo—. Iremos a Patterson.

—Gracias. —Y luego recordé algo más—. ¿Tienes mi pastilla? No me la he tomado hoy todavía.

Salió de la cocina, para desasegurar el botiquín de medicamentos que mantenían alejado de mí y presioné mi espalda contra la puerta del refrigerador.

***

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Había empezado a ver a la Dra. Briggs en Mayo, cuando salí de Patterson. Tenía un cabello crespo y gruesas gafas redondeadas. Tenía puesto un brillante vestido

con forma de bata. Su oficina era de un frío verde y marrón, con un gigante helecho en la esquina que siempre parecía listo para tomar el control del resto de la oficina.

Me sonrió cuando nos conocimos. No era una sonrisa de un millón de dólares como si estuviera intentando algo, sino una versión más ligera que parecía decir: sí, te

veo. Se sentaba en el escritorio, pero siempre giraba su silla lejos de él y hacia mí. Yo

me sentaba en la silla marrón junto a su escritorio. Cuando fuera que tuviera problemas para hablar, cuando las palabras se atoraban en mi garganta, se inclinaba,

como si su energía, su atención extra, pudieran traer las palabras. Y algunas veces funcionaba.

Nunca lloré en su oficina, o tuve alguno de esos derrumbes cuando, de repente, te das cuenta por qué eres de la forma que eres y cómo dejas de ser así. No que

esperara un milagro en solo tres meses, pero la Dra. Briggs creó grandes escenarios milagrosos de todas formas.

Algunas veces teníamos una sesión con mis padres, aquellas eran las más

difíciles. Mamá intentaba que la Dra. Briggs le diera instrucciones (Cómo Reparar el

Cerebro de Ryan: La Guía Completa), pero la Dra. Briggs no se las daba.

—Algunas de las preguntas que está haciéndome, podría hacérselas a Ryan —decía ella, y mamá descansaba su espalda en el respaldo de la silla.

La mayor parte del tiempo, la Dra. Briggs escuchaba. Algunas veces me hacía preguntas, y algunas me hacía sugerencias. Le conté de la hoja de vidrio, el garaje, los

analgésicos. Le conté un poco sobre Amy Trillis. No le conté sobre el suéter rosa, pero nunca le diría a nadie eso.

Cuando se estaba alistando para sus vacaciones, me dijo que el Dr. Solomon

estaría de turno si yo necesitaba algo.

Pero cuando se trataba de visitar a Jake en Patterson, no tenía que llamar a

nadie. Sabía que necesitaba ver a Jake, y sabía que la Dra. Briggs también lo creería.

***

Me aparté del refrigerador, bajé las escaleras y me puse ropa seca. La puerta de

la habitación de mi madre estaba cerrada. Toqué y dije—: estoy listo cuando tú lo estés, —A la puerta.

Asomó la cabeza, su cabello peinado ahora, una línea de lápiz labial cruzando su boca. —Saldré en un minuto —dijo—. Tu pastilla está en tu escritorio.

—Bueno. —Empecé a caminar hacia mi dormitorio, me volví y dije—: ¿quieres que la traiga hasta aquí y me la tome en frente de ti?

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Dudó, agarrando el borde la puerta de su habitación. —Nooo —dijo al final, y

sentí en el estómago lo mucho que le costó, cómo sacó ese no de sí misma por pura

fuerza.

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Traducido por Madeleyn

Corregido por Chio

o hablamos mucho de camino a Patterson. La lluvia salpicaba las ventanas. Mamá encendió el aire acondicionado, y mis ojos y boca

comenzaron a secarse. Una corriente de aire frío atacó mi barbilla y mi cuello, pero el resto de mi cuerpo permanecía caliente. El aire olía

como moho y cigarrillos rancios, aunque nadie había fumado alguna vez en este coche

por lo que yo sabía. Apunte la ventilación lejos de mi cara.

—Jake estará encantado de verte —dijo.

—Mmm —dije. Me preguntaba si Val estaría allí, aunque yo no sabía si había oído hablar de Jake todavía. Debería haberla llamado, pero la idea de hablar con ella

hacía de mi estómago un rollo.

***

La primera cosa que noté acerca de Patterson fue su olor, familiar y sin cambios: sudor, cloro, el estancamiento de la ventanas cerradas y las comidas

cocinadas hace horas, el olor del miedo. Y entonces me di cuenta de los pitidos y zumbidos de las cerraduras, el ruido metálico de las puertas y el resplandor azul fluorescente de las luces del pasillo. Se sentía como si hiciera cien años que estuve allí,

y a la vez, se sentía como si apenas hubieran pasado un par de días.

De repente me di cuenta que mi vieja habitación no era la mía, ya no más,

alguien más vivía allí. Alguien más dormía en el delgado colchón chirriante y me quedé mirando la grieta en forma de rayo de la pintura sobre la puerta. Y aunque no

quería volver a Patterson, ese pensamiento se deslizó como un trozo de hielo bajo mi piel. No tenía sentido, pero para entonces, había dejado de esperar que mi vida tuviera sentido.

No nos dejaron ver a Jake. Nos habíamos olvidado por completo acerca de la regla de que no podría tener visitas los primeros días.

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—Bueno ¿puedes decirle que vine? —Le pregunté a Marybeth en la mesa,

mientras mi madre se removía, respirando con dificultad y retorciendo el asa de su cartera. Ya había protestado por la política de no-visitas, hablando de lo mucho que

había conducido, pero Marybeth, no se dejó impresionar.

—Puedes dejar una nota, si quieres —Me dijo.

—Esa es una buena idea —dijo mamá—. Hay una tienda de tarjetas a la vuelta de la esquina, Ryan. ¿Por qué no nos detenemos ahí?

Fuimos a la tienda, pero no tenía idea qué tipo de tarjeta debía comprar.

¿Mejórate pronto?, ¿Anímate?, Lo siento ¿Has vuelto al Hospital Psiquiátrico? Al final,

escogí una tarjeta con una lagartija tirándose un pedo en la portada. Esto me recordó a

las cosas estúpidas que nos enviábamos por correo electrónico el uno al otro. Mi

madre compro una tarjeta grande con rosas y brillantina por todas partes.

Me parecía extraño, porque ella no conocía a Jake. Estaba confundido acerca de lo bien que mi madre conocía a Jake, pero estaba comenzando a pensar que había hablado mucho más de él de lo que me había dado cuenta. Estaba empezando a ver lo

mucho que no sabía. Cuántas veces estuve alrededor, pero solo fuera del escenario, invisible.

***

Después de que dejamos las tarjetas, le envié un mensaje a Val desde mi teléfono sobre Jake. Me encontré escuchando lo difícil que fue volver, el ring hizo que

me dolieran los oídos, por lo que hice clic en apagar el teléfono. Mi madre me llevó a almorzar a un restaurante, donde ordenó la comida en los patrones habituales. Apreté

una grasienta botella plástica de Ketchup y unte una patata frita en la mancha roja en

mi plato, tratando de ignorar los ejercicios geométricos de ella. Sus labios nunca

tocaban el tenedor mientras ella comía su ensalada de frutas.

Ella enseñaba los dientes en cada bocado.

—Me alegraré cuando la Dra. Briggs regrese —dijo.

—¿Por qué? ¿Necesitas ayuda para controlar a tu hijo loco?

Lo dije sin pensar. Era el tipo de cosas que podría decirles a Val, Jake o Nicki y

ellos ni siquiera parpadearían, pero mamá dio un respingo como si yo hubiera metido

mi pepino en su ojo.

—Lo siento —dije.

Dejó el tenedor en el plato. —Tal vez no lo sabes, Ryan, pero tu enfermedad no

ha sido fácil para mí.

—No pensé que fuera fácil —Frotaba las migajas de la orilla de mi sándwich.

—¿Tienes alguna idea de lo que nos hiciste a tu padre y mi al verte tan enfermo?

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Pensé en como su boca temblaba cada vez que me miraba, los gritos telefónicos

de peleas que había tenido con la compañía aseguradora sobre el cubrimiento de mi tratamiento, suspiró, no parecía darse cuenta de que cada vez que lo hacía me dejaba

en la oficina de la Dra. Briggs. Pensé en la cara de mi padre cuando me atrapó en el garaje y en la línea entre sus ojos cada vez que inspeccionaba mi boca para asegurarse

de que me había tragado mi pastilla.

Una vez escuché parte de una pelea, mi madre gritando.

—¡Por supuesto que no sabía que estaba en el garaje! —y mi padre diciendo—. No estoy

culpándote.

Me puse los cascos con música para no escuchar el resto de eso.

Ahora, dijo: —¿Sabes lo que significa, tener que dejar este lugar y en el coche?

¿Tratando de descubrir que había hecho mal?

—No se trata de ti —Le dije a mi plato, a medio comer de BLT5.

—¿Qué?

—Quiero decir, no es tu culpa. —Miré arriba, a su cara.

Las manchas se destacaron en sus mejillas.

—¿Sabes lo que es tener un hijo que quiere matarse? Porque yo te lo diré. —Empujó las palabras fuera de su boca como si tuvieran fuerza propia, como si sus

labios no lo pudieran aguantar más. Las personas en el stand más cercano nos miraron, pero siguió adelante, por una vez, ajena a los que estaban a nuestro

alrededor, que pudieran oír—. Es la peor cosa que puedas imaginar. No puedes concentrarte en el trabajo. No puedes dormir.

Aplasté una patata fría en un charco de jugo de pepinillos, deseando que se

detuviera, que se callara. Todavía no estaba listo para escuchar esto. Especialmente no ahora, no con lo de Jake volviendo a Patterson y Val alejada de mí y la Dra. Briggs de

vacaciones.

Pero escuché a mamá, porque sabía que se lo merecía.

—El querer sacudirlo y prometer que va a estar mejor. Y entonces te odias por pensar de esa forma. Quieres arreglarlo, pero no puedes. Y peor que eso, ninguno de los llamados expertos puede garantizar que lo solucionaran,

ninguno.

La sal se había derramado sobre la mesa. Apreté los dedos en el grano blanco,

pensando en la palabra solución, rodando en mi mente. Hielo formándose en mi piel.

—Lloras todas las noches y luego vas a verlo y él ni siquiera habla contigo. —

Su voz se astilló—. O si habla, dice que quiere morir. Le preguntas por qué, y se acurruca en una pelota.

5 BLT: El más grande sándwich jamás inventado. Compuesto por un tomate, varias tiras de tocino, dos

o tres pedazos de lechuga y mayonesa en la pieza superior del pan.

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Luché por quedarme con ella, para seguir escuchando porque se lo debía. El

sonido de mi propia respiración hizo eco en el interior mi cabeza, y el frío fue de mi cabeza a los huesos.

—Buscas en su habitación y encuentras que ha acumulado medicamentos para el dolor, suficientes como para matar a un elefante. Entonces tratas de hablar con él y

solo se rasca la cabeza o los brazos. Los médicos te dirán que está deprimido. No importa que hayas hecho todo por él, que cambiaste sus pañales y limpiaste su vómito en medio de la noche. Que le diste todo lo que siempre quiso tener. Aparentemente, no

es suficiente. Lo mejor que puedes hacer no es suficiente.

Estaba sin aliento ahora, o tal vez era que estaba al borde de las lágrimas, su

voz se enganchó en su garganta.

—Él está deprimido. ¿Por qué está triste? Los médicos no pueden

decírtelo. El no te lo dirá. —

Tomé la pimienta junto a la sal. Colocó su mano sobre la mía y salté. Su mano estaba fría y húmeda, una película de manchas desde su piel a la mía e hizo que me

picara el cuello.

—Ryan —dijo.

—No sé porqué estaba deprimido. —No era solo porque Amy Trillis me odiara, peor aún, pensé que no valía la pena odiarme. No era solo porque había perdido casi

todo por lo que siempre me preocupaba: el béisbol, correr, mi viejo barrio, mi antigua escuela.

—¿Crees que eso es lo que te estoy preguntando ahora? ¿Por qué no me

escuchas?

—¿No era eso exactamente lo que me estabas pidiendo? —Si no lo hizo

yo quería una explicación, la misma explicación que Nicki quería de su padre, entonces no sabía lo que mi mamá quería.

Tragó saliva, los labios chasquearon con sequedad, y continuó su historia.

—Entonces, tu hijo regresa del hospital. Obtienes un trabajo donde puedes estar con él en casa todo el tiempo, a pesar de que se escapa al bosque todas las veces que

puede. Estás aterrada de dejarlo fuera de vista, pero sabes que tiene que salir al mundo y que tiene una vida. Al menos, eso es lo que dice su padre, y esperas que esté bien. El

problema es que no puedes dejar de caminar sobre cáscaras de huevo.

Agaché mi cabeza como Val lo hacía muy a menudo, pero mi madre continuó.

Y sucesivamente, dijo todas las cosas que quería decirme desde aquella noche en el garaje. Su baja voz por encima de mí, me golpeó de la manera que lo hace una cascada, me golpeó cuando me puse debajo de ella. Estaba contando los granos de sal

y pimienta en la mesa cuando sus palabras me golpearon, ya no era capaz de absorber su significado, solo la sensación de exponer mi piel.

Mamá se detuvo con un grito de asombro. Miró alrededor del restaurante como si estuviera en un país extranjero y tuviera que averiguar dónde estaba. Luego se volvió

hacia mí.

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—¿Todavía estás conmigo, Ryan?

No podía hablar.

—¡Maldita sea! Quería esperar hasta que pudiéramos hacer esto en la oficina de

la doctora Briggs. —No había oído una maldición en mi madre desde el día que me había llevado a Patterson, pero la novedad de esto ni siquiera hizo mella en el escudo

invisible que ahora estaba a mi alrededor.

Dio un codazo a mi vaso de agua cerca de mí. —Toma un trago ¿Te encuentras bien?

Me quedé mirando el cristal, pensando, el agua, el agua, recordándome a mí mismo qué era. Deseando que la cascada diera una sacudida a mi vida. Recordar que

la Dra. Briggs estuvo hablando acerca de tener una sesión especial con mi madre, tal vez en septiembre.

—Lo hice todo mal. —Mamá agarró un pelo suelto y lo llevo al lado de su cara. —Solo quería decirte que ojala hubiéramos sabido qué hacer, que hicimos nuestro mejor esfuerzo y quería decirlo de la manera correcta y entonces todo esto con Jake y

estar de vuelta aquí en Patterson se me vino encima.

Mamá plantó su codo sobre la mesa y se sujetó la frente con la mano, así que no

pude ver su rostro. Finalmente levantó la cabeza y trató de tirar las servilletas del resorte dispensador plateado. El resorte se había atiborrado y arrancó las servilletas.

Luchó con el papel picado, rasgándolo.

Pulsé en el dispensador para que pudiera sacar un fajo de servilletas libres, manteniendo la boca cerrada. Me jodió lo suficiente como estaba.

Solo podía pensar en cuántos años de vida le había cortado a mi madre, nada que yo dijera ahora podría morder más la distancia.

Limpiando su boca, parpadeó cansada hacia mí. —¿Alguna vez me vas a perdonar?

—¿Perdonarte? —dije sorprendido, porque esa no era la cuestión. Esa no era la cuestión en absoluto.

***

La cuenta llegó, interrumpiéndonos, y luego mamá se fue al baño de mujeres.

Cuando regresó, ninguno tenía apetito para responder a las preguntas que nos

habíamos hecho. Mientras caminábamos hacia el coche, puso su brazo a mí alrededor para darme un abrazo fuerte. Me tropecé y no la abracé de vuelta. Mis pies sobre la acera, en silencio. Las bocinas de los coches sonaban débilmente. No podía oír la voz

de mi madre.

***

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Mamá y yo nos evitamos el uno al otro durante el resto del día.

Fui a correr y me detuve en el borde de la cantera. Me incliné sobre los restos

oxidados de la valla de alambre, jadeando, no estaba seguro de que se mantuviera.

Mi mente en blanco, porque no importa en quien pensara, Val, Jake, mis

padres, todo me hería un borde afilado que amenazaba con cortarme.

***

Me fui a la cama temprano, pero no me había quedado dormido aún, cuando

mi teléfono sonó: Val.

—Sí —dije acostado en la oscuridad con el teléfono en mi oreja.

—¿Lograste ver a Jake? ¿Sabes cómo está?

—No. Todo lo que pude hacer fue dejarle unas cartas.

—Dios, temía que hiciera algo como eso.

—Solo ayer…

—Lo sé. Lo recuerdo.

Una larga pausa, sujeté el teléfono cerca de mi oído.

—¿Y tú, Ryan? ¿Estás bien?

—Sí.

—¿Estás seguro? Porque sé que las cosas se pusieron como extrañas entre nosotros. No quiero que te hagan daño. Especialmente ahora.

Cerré los ojos, porque de esa manera podía ver su rostro con claridad, con claridad suficiente para tocarla, casi.

Ahí estaba de nuevo, solo un centímetro me separaba de ella, el enloquecedor espacio que mantiene todo lo que quería fuera de mi alcance. Mi voz salió áspera,

cruda —Vamos, Val ¿qué estas pensando? ¿Qué voy a matarme por ti?

—No, yo…

—Preocúpate por Jake, no por mí.

—Me preocupan Jake y tú. Preocuparme es lo que hago ¿recuerdas? —su voz se volvió frágil, recordándome los peores días que la había visto tener en Patterson,

recordándome que tenía puntos débiles, también.

—Sí —Conteste mientras la ira se desvanecía—. Lo sé. ¿Cómo estás?

—Creo que estoy bien. A veces tengo miedo de que muera y otras estoy tan enojada con Jake que quiero meter la esperanza en su cerebro, pero en el fondo...

Estoy bien. Estoy escribiendo música, eso ayuda.

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Nos quedamos en el teléfono a pesar de que ninguno de los dos volvió a hablar.

Siempre sacando fuerzas uno del otro, y me volvía loco que no quisiera tomar ese sentimiento tan lejos y tan profundo como pudo ir. Odiaba que lo que teníamos fuera

suficiente para ella, que no tenía el mismo hambre que yo de ser algo más.

Pero había decidido dar un paso atrás, para poner este espacio entre nosotros, y

yo no la iba a empujar. Esta vez fui yo el que dijo: —Debo irme.

—Buenas noches, Ryan —dijo.

Y el clic cuando apagué mi teléfono era como un hilo de ruptura.

***

Me desperté al día siguiente con todas las cosas pesando en mi estomago como

una comida que no se digiere. Pero me levanté, haciendo caso omiso de la molestia.

No podía preocuparme por mi madre, Jake o Val o cualquier otra cosa en estos momentos. Me gustaría correr y comer mi almuerzo y luego tenía una cita con un

hombre muerto.

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Traducido por Panchys

Corregido por Chio

icki se encontró conmigo en su camino de entrada usando un traje:

una chaqueta y falda a juego. Incluso había recogido su pelo en un moño. Casi dije: Estás vestida como mi madre, pero retrocedí. En lugar

de eso, dije:

—¿Por qué estás vestida así?

—Quiero verme mayor. Esa última psíquica no me respetó porque pensó que

era una niña.

Miré la camioneta y hacia mis propios jeans y camiseta. La camioneta y yo sin

duda, íbamos a estropear la imagen, incluso si no hubiera algo raro en la manera en la que Nicki se veía.

—Pero es como si… estuvieras intentándolo demasiado. Te hace parecer aún más joven.

Me miró, abrió la puerta de la camioneta y comenzó a lanzar los vasos de papel

viejo y envolturas de comida. Di la vuelta a su lado y tiré el clip de su cabello.

—¡Oye! —Agarró su cabeza, mientras sus rizos caían alrededor de su cuello.

—Te ves mejor así. Mayor, también, si eso es lo que estás buscando.

Se miró en el espejo lateral. —Bueno, tal vez —dijo, y señaló a mí—. Ve al otro

lado y limpia la basura de allí. No puedo creer que Matt acumuló tanta basura aquí en solo dos días.

Terminamos de limpiar y nos dirigimos al camino. —¿A dónde vamos? —le pregunté mientras entrábamos a la autopista.

—Somerton. —Me entregó una hoja de papel—. Cuando lleguemos a la salida

23, empieza a leerme las instrucciones.

***

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Estaciones de gasolina y tiendas pequeñas pasaban por delante de las ventanas.

Me di cuenta de que lo último que quería hacer en una tarde de agosto era sentarme en la casa de algún psíquico tratando —y fallando— de resucitar a los muertos. Y luego

me pregunté: ¿Por qué no podríamos hacer otra cosa? El sol había salido, Nicki y yo

teníamos la camioneta, nadie sabía dónde estábamos.

—Hace mucho calor hoy —Le dije—. ¿Por qué mejor no vamos a la playa?

El océano estaba a unas dos horas de distancia y si hubiera pensado en ello durante medio segundo me hubiera dado cuenta de que nada podía distraer a Nicki de

su búsqueda de una gran psíquica, pero por un momento sentí una brisa salada en la cara. Nos vi yendo muy lejos de aquí, sin nada mejor que hacer que cavar nuestros

dedos de los pies en la arena mojada y escuchar la subida y bajada de las olas.

—¡La playa! ¿De dónde vienes con eso?

—No lo sé. Te lo dije, hace mucho calor.

—Hace calor todos los días. Es por eso que llaman a ésta época del año verano. —Hizo una pausa para cambiar de carril—. Realmente espero que esta psíquica sepa

lo que está haciendo.

—No contengas la respiración.

—Mira, Ryan, tiene que haber algo en todo este material psíquico, ¿verdad?

—¿Por qué?

—Quiero decir, mucha gente cree en ello y tienen experiencias. No pueden estar todos equivocados.

—Sí, pueden estarlo.

Suspiró. —Entonces, ¿por qué aún estás aquí?

—Porque no creo que debas hacer esto sola.

Un kilómetro de restaurantes de comida rápida, bancos y gasolineras pasó zumbando por las ventanas. Al final dijo: —¿No quieres saber lo que pasa después de

morir? —Cuando no respondí, dijo—: ¿Qué pensaste que te iba a pasar, de todos modos?

—¿Qué?

—Cuando tú, ya sabes, cuando lo intentaste. ¿Qué esperabas?

Apreté los dedos contra la ventanilla del coche. Dejaron huellas sudorosas. —

Para decirte la verdad, no pensé mucho sobre ello.

—¿Cómo no pensaste en ello?

—Bueno… —Olí el garaje de nuevo, la gasolina y el cemento húmedo, sentí la llave en mi mano—. Pensé que sería como dormir.

—¿Para siempre? —Sacudió la cabeza—. Dios, espero que sea más que eso.

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***

Somerton era el lugar más melifluo que jamás había visto: un barrio como en el

que viví, antes de que mi madre tuviera el anhelo de construir su retiro en el bosque. Eran rectángulo después de rectángulo de lotes idénticos, casas idénticas, hasta el

último de ellos un rancho de dos niveles. Le dije a Nicki dónde girar y nos detuvimos frente a una casa amarilla donde la hierba se quemaba por el sol.

—Se supone que es muy buena —dijo Nicki, mirando a la casa, sin hacer

ningún movimiento para abrir la puerta.

—¿Según quién? ¿La Academia Americana de Psíquicos?

—De acuerdo a las personas que la han utilizado. —Nicki irguió su espalda—. Vamos, entremos.

***

Paula, la psíquica, medía por lo menos 180 cm de altura. Su rostro me recordaba a una moto sierra tallando un tronco de árbol. Nos examinó a cada uno de

nosotros como si pudiera a través de rayos X a nuestros cerebros. Nicki palideció y pareció encogerse. Me imaginé que si Paula era una psíquica, por lo menos tenía ojos

para ello. Luego recordé que no creía en los psíquicos.

Nos hizo apagar nuestros teléfonos (¿interferencia con el mundo de los espíritus?) Y nos llevó a una oficina con paneles oscuros y una alfombra roja. Nicki y

yo nos sentamos frente a Paula, que estaba sentada y nos estudiaba. Me rasqué la barbilla, y sus ojos siguieron la mano. Puse la mano en mi regazo y sus ojos seguían

eso. Nicki tosió y los ojos de Paula pasaron a ella.

—Quieres hablar con alguien importante para ti, una persona con un gran

significado en tu vida —dijo Paula, su voz tan profunda como la de un hombre. Sus huesos de la muñeca sobresalían mientras cruzó las manos.

—Sí —dijo Nicki.

Los ojos de Paula estaban fijos en ella. Nicki le devolvió la mirada. ¿Era esto hipnosis? Tal vez así es como Paula haría a Nicki creer que la había puesto en contacto

con su padre.

—Él te escucha —dijo Paula.

—Mmm, ¿qué? —dijo Nicki.

—Él te escucha. La persona que buscas.

Nicki frotó los pies en la alfombra roja. —¿Qué… qué tiene que decirme?

Sus ojos nunca se apartaron de la otra. Comencé a sentirme invisible, a fundirme en el patrón de la tela de la silla.

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El aire de ésta sala era pesado y oscuro, como si se hubiera colgado aquí

durante décadas. No olía mal, exactamente, solo viejo.

Paula suspiró y extendió una mano sobre su amplio muslo.

—Hay muchas preguntas sin respuesta.

Sí, no es broma, pensé. Es por eso que estamos aquí.

Paula giró la cabeza hacia mí. Mi piel se erizó mientras sus ojos me clavaban en la silla. —Estás bloqueando.

—¿Perdón?

—Tu energía negativa está bloqueando el espíritu. —Levantó la mano para ilustrar—. Él no puede venir a través.

Se volvió a Nicki. —Tu amigo debe irse. Tiene que esperar afuera.

Nicki me miró.

No quería dejarla sola en este lugar. ¿Qué es lo que sabemos acerca de Paula la Psíquica, de todos modos? Pero yo sabía lo mucho que Nicki quería hablar con su padre. Tal vez podría sentarme frente a la puerta. Al igual que el organismo de control

que se suponía que era.

Nicki se frotó la boca. Paula se sentó allí como un monumento, pesada e

inmóvil.

Estaba a punto de levantarme cuando Nicki dijo: —No. Él se queda.

—Está interfiriendo con la conexión —gruñó Paula.

—Él es la conexión.

¿Qué?

Paula y Nicki se miraron tanto tiempo que pensé que sus ojos se secaban. Paula dijo: —No puedo hacer la conexión si insistes en bloquearla. He hecho todo lo posible,

te interpones en tu camino.

Nicki se puso de pie. —Eso es todo, entonces.

—Como quieras.

Nicki y yo estábamos en la puerta cuando Paula dijo:

—Te estás olvidando del pago.

Nicki se giró. —¿Por qué? No has hecho la lectura.

—Eso no es culpa mía. Usaste mi tiempo y tu propia decisión te impidió recibir

una lectura. Si tu amigo se va, todavía puedes recibirla, pero en cualquier caso, me debes un pago.

Nicki agarró la bolsa que había traído con ella, no podía acostumbrarse a verla

con un bolso, como si Paula pudiera luchar, y avanzó hacia el pasillo.

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Paula estaba fuera de su silla y había puesto su mano en mi hombro antes de

que pudiera dar dos pasos.

—Vamos —dije—. Tendrás tu dinero.

Soltó mi hombro, pero se puso encima de mí mientras yo sacaba el dinero. —Estoy pagando por tu tiempo —Le dije—, porque no creo que cualquier otra cosa que

ofrezcas es digno de una mierda.

—Soy consciente de eso. Me compadezco de ti y de tu mente cerrada. —Apuntó con el mentón gigante a la puerta—. Deja mi casa.

—Encantado. —Mantuve mi espalda recta mientras caminaba afuera donde Nicki esperaba, pero un temblor extraño viajo de mi estómago por mis piernas. Un

efecto secundario de la sacudida de adrenalina, supuse. Nunca antes había tenido a una supuesta psíquica gigante sobre mí y demandando dinero.

Nicki frunció el ceño. —¿Le pagaste?

—Olvídate de eso.

—¡Yo no quería que le dieras el dinero!

—Nunca te habría dejado tranquila hasta que llegara su dinero. De todas formas, ella tenía razón. No es que su lectura hubiera sido digna de cualquier cosa si la

hubiéramos conseguido.

—Te voy a pagar, entonces.

—Olvídalo.

—Yo no quiero que tú…

—Nicki, olvídalo. Digamos que fue mi culpa que no conseguieras la lectura, y

ahora estamos en paz.

La seguí hasta la camioneta. No fue hasta que estábamos de regreso en las

calles de la urbanización, conmigo tratando de desentrañar las instrucciones en contrario, que Nicki volvió a hablar.

—No puedo creer lo que hizo.

—¿Hacer qué? Gira a la izquierda.

—Tratar de echarte.

—Bueno, obviamente se podría decir que no creía en todo esto. Me quería sacar

de allí para que pudiera tratar de estafarte.

La boca de Nicki se curvó. —¿Por qué crees que soy tan tonta? ¿Crees que me podría en desventaja si no estabas allí?

—Ella creía que sí. ¿Crees que te estaba engañando, o que estaba realmente en contacto con tu papá?

—No lo sé. —Le di unas cuantas direcciones más y luego Nicki dijo—: Pero si

se trataba de mi padre, creo que él te querría allí.

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—Sí, eso es lo que dijiste. ¿A qué te refieres?

Se centró en el camino de la misma manera en que había centrado los ojos en Paula. —Porque… va a sonar extraño, pero… es como si mi padre me llevó a ti en

primer lugar. Siempre he pensado que tienes algo que decirme sobre él. —Se dirigió hacia la derecha, llevándonos a una parada en la acera—. Y si solo me lo dijeras, yo no

tendría que ir a todos estos psíquicos. —Se volvió hacia mí.

—Nicki, no sé lo que sea que crees que sé. No tengo las respuestas que…

—Las tienes. Has estado en el mismo lugar que él. Es como… si alguien va a

China, y les pregunto cómo era, y no me lo dicen. —Tragó, su cara de color rosa—. Sé que es probablemente difícil para ti, y no quieres hablar de ello, así que, bueno, por eso

estoy tratando con los psíquicos. Pero creo que eres parte de esto por una razón. Quiero decir, cuando te hablé por primera vez en la cascada, podrías haberme dicho

que me fuera a la mierda, pero no lo hiciste. Has estado pegado alrededor desde entonces. Y es por eso que no me fío de ningún vidente que me dice que te envíe fuera de la habitación.

Pisó el acelerador, volviendo a la carretera.

—De todas formas, Paula no era nuestra única oportunidad. Tenemos otra cita

a las tres.

—¿Qué?

—Sí, he decidido crear dos citas. Quería ver la lectura de un psíquico contra el otro. Por lo tanto, no tenemos nada de Paula… oh, bueno. Vamos a ver cómo lo hace el segundo.

Por la manera en que apretó los labios, me pregunté si visitaríamos cada psíquica en el estado. Si no conseguía lo que quería de este lado, ¿dónde estaría

terminando todo esto? ¿Cuántos había que ver antes de que se rindiera? Había pensado que

después de uno o dos, iba a ver lo inútil que era. Me había pegado a ella para que no

estuviera sola cuando golpeara esa particular pared de ladrillo de la realidad. Pero ahora estaba empezando a pensar que todavía podría estar pagando dinero a los

psíquicos cuando tuviera cincuenta años, viajando por el mundo para encontrar al único que podía contarle todo.

—Nicki —Le dije.

—Mira, Ryan, si no quieres decirme lo que pasó contigo, respeto totalmente eso. Pero entonces no puedes quejarte porque vaya a ver a esos psíquicos. Si no me vas

a ayudar, tengo que encontrar a alguien que lo haga.

¿Qué pasa si nadie te puede ayudar? Quise preguntarle, pero no lo hice.

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Traducido por Mary Ann♥ & Majo_Smile ♥

Corregido por Vericity

icki sacó otra página de direcciones y seguimos hacia un recodo surcado de baches fuera de Kirkville. Algunos de los camiones que

pasaban tenían cabras o caballos en ellos. La mayoría tenían perros. El aire olía a trébol, estiércol, lodo y hierba. Bastante grueso al gusto.

No podía haber esperado que un psíquico viviera aquí. Psíquicos y granjas no conectaban en mi mente. Pero después de todo, ninguno de los psíquicos había sido lo que había esperado.

Nicki se quitó su chaqueta, jadeando. Su camiseta se aferró a ella, y traté de no mirar. Durante la mayor parte del día, había sido capaz de olvidar lo que había

sucedido en la mesa de picnic en el área de descanso. Sin embargo, en algunos momentos, podía recordar, y el aire parecía casi tararear entre nosotros. No tenía idea

de si ella también lo sintió, o si se trataba solo de mí. No tenía intención de preguntarle, tampoco. Sobre todo mientras los sentimientos por Val estaban ensuciando mi cerebro.

Nicki puso el coche en un camino lleno de agujeros. Sujeté las manos contra el techo para evitar golpearme la cabeza.

—Mierda —dijo ella—. Espero no quedarme atascada.

El camino de entrada se embutió a través de una ranura estrecha entre los

árboles. Nos detuvimos para subir los parabrisas, y las ramas golpearon el cristal

mientras conducíamos. Finalmente nos detuvimos frente a una pequeña casa marrón. Su porche flaqueaba bajo celosías rotas. Un gato con aspecto grumoso, salpicado con

calvas, parpadeó hacia nosotros desde el primer escalón.

—Bueno —dijo Nicki—, creo que estamos aquí.

Esperé a que abriera su puerta. Siempre quería que supiera que no tenía que ir a estos lugares, que podía retirarse si quería. Probablemente no debería haberme

molestado. Conociendo Nicki, iría a estas casas sin importar qué pasara.

Ella agarró mi mano, la rodeó con sus dedos resbaladizos.

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—Va a estar bien, ¿verdad? —dijo, los ojos brillantes. No un brillo feliz, sino un

brillo febril.

—No lo sé —Le dije, porque me resultaba difícil mentirle. En el instante

siguiente, me hubiera gustado haber dicho que sí, porque obviamente necesitaba un sí, pero se rió. La fiebre quebró, sus ojos perdieron ese barniz duro y volvió a la vida.

Golpeó mi hombro, riendo.

—Siempre puedo depender de ti —dijo. Me levanté y me fui alrededor de la parte delantera de la camioneta, a la espera, mientras que ella se bajaba (no es tan fácil

con una falda, me di cuenta, capturando un destello de color vainilla de encaje). La seguí por las escaleras, donde el gato maullaba y se deslizaba alrededor de nuestros

tobillos.

La mujer que llegó a la puerta se veía casi tan joven como nosotros. Sus largos

rizos rubios caían hasta la cintura, y parpadeó ante nosotros con grandes ojos de muñeca-porcelana.

—Entra —dijo con una increíblemente alta, pequeña, voz de niña, la voz de

una muñeca mecánica.

Su sonido envió un frío por el centro de mi espalda, como si hubiera sido

apuñalado con un carámbano. Si realmente era una psíquica, sus poderes debían de estar centrados en su voz, como los de Paula estaban centrados en los ojos.

Entramos en una habitación caliente, sin aire, tan oscura que tenía problemas para ver mis pies en el suelo. Celestia, la psíquica, nos llevó a través de la oscuridad hacia una pequeña caja de una habitación iluminada solo por velas.

Al principio pensé que la habitación no tenía ventanas, pero cuando mis ojos se acostumbraron me di cuenta de que las ventanas habían sido bloqueadas con toallas o

mantas oscuras.

Hasta el momento, esta casa era lo más cercano a lo que había esperado acerca

de la comunicación con la muerte, aunque no vi ninguna bola de cristal.

Al gesto de Celestia, nos sentamos en las sillas bajas, en una mesa frente a ella.

Nicki tiró de su camisa sudada. Quería presionar mis labios por su cuello y

decirle que olvidara toda esta locura. Miré lejos de su cuello, lejos de ella por completo.

Celestia se inclinó hacia nosotros. En su lugar, yo hubiera tenido miedo de salir chamuscado por las velas, especialmente si hubiera tenido tanto cabello como ella.

Pero asomó su cabeza entre las llamas y apoyó los brazos en la mesa.

—Entiendo que estás aquí para contactar con alguien específico.

—Sí —contestó Nicki, mientras yo pensaba sobre lo que Celestia había dicho.

¿No todo el mundo venía para hablar con alguien específico? ¿Alguien conducía todo el camino hacia aquí para hablar con personas muertas al azar, cualquier viejo espíritu

que pasó a estar roñando entre los mundos?

Me forcé a concentrarme en lo que estaba pasando frente a mí.

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Celestia cerró los ojos y comenzó a hablar monótonamente, si alguien con su

aguda voz puede hacerlo monótonamente: —¡Oh espíritus, hacemos un llamado especial al espíritu con quien nuestra querida amiga Nicki más desea fervientemente

hablar. Oh espíritus, por favor escuchen su llamado y dirijan a nosotros, en esta sala, en este momento, ese mismo espíritu. Oh espíritus, por favor, despejad el camino y

dejad que uno solo salga, oh espíritus...

Los ojos de Nicki se clavaron alrededor de la habitación, como si los espíritus pudieran materializarse y responder a Celestia en cualquier momento. Yo luchaba por

respirar en el aire denso y húmedo. El sudor se abrió paso por mi espalda. Las velas parecían hacer la habitación más caliente, pequeña como las llamas.

La cabeza de Celestia cayó. Nicki y yo nos miramos el uno al otro. Me preparé para saltar hacia delante y sofocar la cabeza Celestia, si su cabello se incendiaba.

Silencio. Solo el zumbido de las cigarras afuera, un zumbido que me hizo dormir. La sangre parecía espesarse en mis venas.

—Los escucho —murmuró Celestia.

—¿Qué? —dijo Nicki. La barbilla de Celestia se levantó, y abrió los ojos.

—Hemos hecho contacto.

—¿Con mi papá?

—Con esos espíritus que están dispuestos a aparecer. ¿Deseas escuchar su

mensaje?

Nicki asintió con la cabeza. Celestia me miró, yo no me moví. Cerró los ojos y dijo: —Muy bien. Vamos a escuchar los mensajes.

Respiró hondo y ese zumbido extraño comenzó de nuevo.

—Hablando en nombre de los espíritus que has convocado, los invisibles que

han respondido a tu llamada, nosotros le daremos algo de la sabiduría que poseemos y compartimos contigo lo que vemos que te pertenece a ti y a tu vida, tu futuro y

felicidad. Hay un vínculo entre los dos aquí ante nosotros, un vínculo que no debe ser ignorado porque no es simplemente un vínculo terrenal sino un vínculo espiritual, un vínculo forjado por sus propósitos espirituales, y ustedes deben aprender y enseñar y

intercambiar los dones de sus espíritus y actuar como mensajeros uno hacia el otro.

—Espera —dijo Nicki—. ¿Estás hablando sobre mí y Ryan? Porque no vine

aquí para un consejo sobre una relación. Quiero hablar con mi padre.

—Las respuestas que has estado buscando no están donde piensas que están y

no se ven de la forma que piensas que deberían de verse. De hecho, es posible que las hayas visto y las pasaras por alto. Presta atención a tu espíritu mensajero y al mensaje que lleva y no te desesperes si la respuesta no es la que pensabas que debería ser. Es

tiempo para que conozcas la verdad.

Celestia divagó de esa forma por un tiempo, pero no dijo nada nuevo. Lo

esencial de la cuestión parecía ser que Nicki y yo teníamos algún tipo de destino juntos. Supuse que era la razón por la que las personas venían a Celestia: querían oír

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que el amor estaba a la vuelta de la esquina, y ella decía lo que querían oír. Pero no

sabía por qué no había escuchado a Nicki sobre lo que quería, lo cual era saber algo sobre su padre.

¿No pudo Celestia inventar algo que sonara como un mensaje de un padre?

Finalmente, abrió los ojos y suspiró.

—Es agotador —dijo—, actuar como un vehículo, para usar mi energía vital para soportar su mensaje, pero lo hago porque creo que es un trabajo importante.

Nicki simplemente la miró boquiabierta.

—¿Estaba el padre de Nicki en alguna parte? —pregunté.

Celestia sonrió. —Cuando la gente pasa, ellos ya no están completamente en su

forma humana, independiente. Se mezclan en cierta medida con la energía psíquica de los demás. Y no siempre se puede distinguir exactamente quién está allí —pero creo

que él pudo haber estado. Sentí una muy fuerte energía deseando comunicarse con ustedes dos.

Los labios de Nicki se fruncieron.

—Puedo ver que estás molesta —dijo Celestia—, pero escucha, realmente escucha, las palabras que he dicho. Todas las respuestas están ahí para ti. Has sido

engañada una y otra vez —has estado caminando pasando las respuestas, porque no se veían como tú esperabas.

Nicki pagó. Lo que sea que Celestia había hecho o no, ella había dado un infierno de larga lectura. Salimos fuera a la luz del sol de la tarde, parpadeando, y deteniéndonos en el porche mientras el gato escuálido inspeccionaba nuestros pies.

Nicki abrió la boca, pero la cerró otra vez. Sacó las llaves de su coche y caminó hacia la camioneta.

—Así que, ¿qué piensas? —pregunté mientras ella arrancaba el motor. Tenía curiosidad por si iba a encontrar algún sentido a ese torrente de palabras, o si iba a

inventar el significado, construir algo ella misma. Lo que era, probablemente, la forma en la que Celestia operó para empezar.

—Cállate —dijo Nicki. La camioneta se resistió mientras ella nos daba la

vuelta—. Si vas a decir “te lo dije….”

—No iba a hacerlo. —Apretaba las manos contra el techo a medida que nos

movíamos de vuelta al camino de entrada—. Realmente quiero saber qué piensas que esa cosa significa.

Nicki se sorbió y limpió su nariz con la parte trasera de la mano. —¿Qué crees tú qué significa?

—No lo sé. Es tu padre, no el mío.

Ella apretó el acelerador, y el rebote fue tan violento que pensé que mi cabeza iba a salir disparada de mi cuello. Nos revolvimos un minuto en el barro de la entrada,

y luego disparamos más en la superficie del nivel del camino de tierra. Nicki aceleró por la calle, los neumáticos escupiendo la grava.

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No habíamos conducido mucho antes de que entrara en una pequeña estación.

—Necesito un helado —dijo—. Debo de haber perdido dos libras en esa casa, estoy asada.

Conseguimos unas grandes barritas de chocolate cremoso y nos los comimos en el estacionamiento. Empezaron a gotear al segundo en que los desenvolvimos.

Me alegré de no poder hablar, que necesitáramos toda nuestra concentración para lamer el helado. Cuando terminamos, volví a la tienda y compré una botella grande de agua. Serví un poco por encima de nuestras manos pegajosas, dejando que

Nicki bebiera antes y luego yo.

—Me siento casi humana otra vez —dijo Nicki. Tomó otro sorbo de agua y se

echó a llorar.

No sabía qué hacer. Había pensado que estaba calmada ahora que la crisis

había pasado.

Me quedé ahí estúpidamente mientras ella agarraba la botella y sollozaba.

—Nicki… —Tomé la botella y traté de acariciar su espalda. Era terrible en el

contacto con las personas, con miedo de hacerlo demasiado suave o demasiado fuerte, miedo de que se zafara de mí. Mi mano se cernía una pulgada por encima del paño

húmedo de su camisa.

Ella resopló, tragó sus lágrimas. —Estoy bien —dijo—. Vámonos de aquí.

—¿Estás bien para conducir?

Asintió y regresamos a la camioneta. Pero solo fuimos un par de kilómetros antes de que ella saliera de la camioneta otra vez, esta vez hacia el estacionamiento de

un cementerio local. El lote constaba de solo unos cuantos espacios, espacios de tierra y piedras rodeados por malas hierbas, y el nuestro era el único vehículo allí. Nicki se

dirigió directamente hacia el cementerio y se echó sobre su espalda a la sombra de un arce enorme. Me senté a su lado.

—Mi padre no está enterrado —dijo.

—Oh —dije, a falta de una respuesta mejor.

—Fue incinerado. Tiramos sus cenizas en la cima de la montaña Pembroke.

En Patterson había conocido a unos niños que habían pensado mucho sobre qué querían hacer con sus cuerpos después de que murieran.

A mí no me había importado mucho sobre lo qué le habría pasado al mío —solo quería precipitarme hacia el final, donde no tendría que tomar ninguna decisión.

Entierro o incineración ¿qué me importaba?

—Si lo hubiéramos enterrado, podría visitar su tumba ¿piensas que me sentiría más cerca de él? No siento nada en la Montaña Pembroke.

—No lo sé. Dos de mis abuelos están enterrados, pero no vamos a sus tumbas. Son algo lejos.

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Nicki volteó su cabeza hacia mí. —Celestia dijo las mismas cosas sobre ti que

yo.

—¿Qué?

—No sé me ocurrió al principio, pero dijo prácticamente lo mismo que te conté cuando nos fuimos de la casa de Paula. Que eres la conexión con mi padre.

El sudor se reunió en mi frente y en el interior de mi cuello.

—Ella no dijo eso.

—Dijo que eras un mensajero espiritual. La misma cosa ¿verdad?

—No creo que tenga mensajes espirituales. —Quería suavizar su cabello donde los rizos sueltos se pegaban encima de su frente, pero tenía miedo de tocarla. Era muy

consciente de sus pechos contra la tela blanca de su camisa, la curva de sus caderas, y la forma en que su falda se había subido hasta sus muslos. Traté de olvidar la visión de

su ropa interior que había conseguido antes. Y me odié a mí mismo por notar esto cuando estábamos, por el amor de Dios, en un cementerio hablando de su padre muerto.

—Lo haces. ¡Tú solo no vas a decírmelo!

—Nicki ¿qué crees que puedo decir? Ya te dije lo que pasó en el garaje.

—Me dijiste lo que hiciste, pero no por qué. Quiero saberlo. —Sus ojos se clavaron en los míos, las pupilas pequeños agujeros tratando de atraerme.

¿Qué podía decirle? ¿Que algunas de las cosas que estaba preguntando, no se las había dicho siquiera a la Dra. Briggs, o incluso admitido a mí mismo aún? ¿Que a veces no entendía qué diablos me pasaba, y otras veces pensaba que era demasiado

obvio?

—¿Qué quieres saber?

—Cómo te sentiste ¿Estabas enojado? ¿Triste? ¿Te arrepentiste?

No quería decirle a Nicki cómo había sido. Tenía miedo de volver a ese espacio

mental, me di cuenta. Miedo de volver y no salir.

Sacudí el sudor fuera de mi frente. No veía cómo algo de lo que pudiera decirle iba a ayudarla, pero después de verla exponerse con esos psíquicos, estaba dispuesto a

intentarlo.

Estaba cansado de verla llegar con las manos vacías de cada lugar al que había

acudido buscando respuestas. Quería darle algo.

O tal vez me estaba engañando, o tal vez era yo el que quería algo. Tal vez

hasta fuera necesario que ella lo supiera.

—De acuerdo —dije, y comencé a contárselo.

Ya le había contado sobre el pasado invierno, sobre el movimiento y conseguir

la mononucleosis. Sobre nuestra casa de lujo, que se suponía que sería un lugar perfecto para vivir, la casa que se filtraba por las rendijas.

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Ahora le conté sobre el almacenamiento de los analgésicos y la forma en que

pasé las manos sobre las tapas de los recipientes cerrados, saboreando toda la colección con sus múltiples dosis letales.

—Escuché que a los chicos le gustan las armas más que las pastillas —dijo Nicki. Yo pensaba en su padre y apuesto a que ella también lo hizo, aunque ninguno

de los dos lo dijo.

—En mi familia nunca nadie tuvo armas. No sabía dónde conseguir una —y si hubiera consiguiera una, no habría sabido cómo utilizarla. Para conseguir un arma,

tendría que haber hablado con extraños, preguntar —lo cual se estaba convirtiendo en imposible a través de mi siempre espeso panel de vidrio.

Tendría que haber encontrado una tienda de armas y tal vez un permiso, por todo lo que sabía —y tampoco sabía si venderían armas a un menor de edad. Si

hubiera llegado tan lejos, tendría que haber averiguado que munición conseguir, y encontrar a alguien para que me mostrase cómo disparar la maldita cosa.

Solo de pensar en todos esos pasos me agotaba, y apenas estaba pasando el día

como era.

Pero con la medicina, todo lo que tenía que hacer era conseguir una botella y

ponerla en el mostrador y pagar al cajero. Sin hablar, sin las estúpidas preguntas requeridas.

—No es que piense que deberías haber conseguido un arma —dijo Nicki—. No quería decirlo de esa forma.

—Lo sé. No lo tomé de esa forma.

Mi boca se secó. Nicki se fue a la camioneta. Volvió descalza, cargando el resto del agua, y bebí. La sombra del árbol se extendió más.

—Ryan, espero que sepas a lo que me refiero, pero aún no sé por qué querías morir.

Tomé otro sorbo de agua. Entonces le conté sobre el fiasco con Serena, la forma en que nosotros nos habíamos usado el uno al otro, mi culpa. La manera en la que la dejé en el cuarto y envié a su amiga para que tratara con ella, mientras me iba en la

noche. La cara de Nicki aún mostraba preguntas.

Continué —esperando, ahora, para finalizar lo que había comenzado.

Esperando para seguir, ya que ella había absorbido todo lo que había dicho con parpadeos simpáticos y una cara que preguntaba por más, siempre más, todos los

últimos secretos, porque nada de lo que había escuchado era lo bastante malo.

Le conté, ahogándome, sobre Amy Trillis, sobre el frío que sentí cuando miró a través de mí. Sobre cómo se había reído de mí y me había marchitado.

Estaba cada vez más cerca del conjunto color rosa en mi armario, moviéndome cautelosamente ahora.

El cielo había comenzado a oscurecerse por encima de nosotros, a brillar en el horizonte. Bebí más agua de la fuente para detenerme, para no decir la siguiente parte.

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Nicki estaba en su sitio, frente a mí, la cabeza apoyada en su mano, el codo en la

hierba. Jugos verdes manchaban su camisa y su falda.

Apoyó la mano sobre mi rodilla. Me quedé ronco; mi garganta se sentía como

si hubiera tratado de tragarme un rallador de queso. Nunca había hablado tanto de una sola vez, en mi vida —ni siquiera a Val y Jake. Cada toque de los dedos de Nicki

encendía chispas, chispas invisibles que viajaban arriba y abajo por mi pierna, enjambres de impulsos eléctricos.

Puse un dedo sobre la palma de su mano, y ella no se inmutó.

—¿Por qué fuiste a la cascada? —dijo.

Ya me había preguntado eso antes, pero supuse que pensó que podría darle una

respuesta diferente aquí, ahora.

—Se siente bien —dije—. No puedes pensar en nada mientras estás ahí debajo.

—Incluso hablar de ello llenaba mi cabeza con su pico y rugido por unos segundos. Decidí devolverle la pregunta—. ¿Por qué fuiste tú?

Se movió, su ropa crujiendo. —Sé que no vas a crees esto, pero siento como que

tengo que ir, como que estoy destinada a ir allí.

—Creo que te gusta —dije. Recordé el primer día que la vi allí. La forma en la

que se había manifestado en ese fuerte spray.

—Tenía miedo de ella. Cada vez que iba me quedaba más cerca, y luego puse el

brazo debajo, después los dos brazos, y finalmente me hundí. Me obligué a pasar por debajo porque me daba miedo.

—¿Tienes miedo ahora cuanto vas debajo?

—Sí —dijo—. ¿No lo tienes tú?

—Bueno, sí. No sería tan bueno si no lo tuviese. —Entonces me detuve, porque

nunca me había dado cuenta de ello —al menos nunca lo había puesto en palabras.

***

Los mosquitos comenzaron a silbar en nuestros oídos, pero no nos marchamos.

Mi camisa sudada se había secado en mi espalda. Una brisa sopló sobre nosotros, y sentí como si no tuviese que ir a ninguna parte por el resto de mi vida.

—Me pregunto qué quería mi padre —dijo Nicki. Su voz estaba silenciosa, sin la fiebre que usualmente tenía cuando lo mencionaba.

Apoyé mi mano entre las suyas. Sin preguntar por nada más, simplemente sintiendo su calor, el recordatorio que estaba viva y era real y no se estaba alejando de mí.

Nunca hubo un momento mágico cuando supe porque el moribundo me había llamado a mí, nunca hubo un momento mágico cuando decidí que quería vivir en su

lugar. Mi madre había estado buscando una mágica razón, lo sabía. Quería una

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explicación. Diablos, se merecía una, también. Nicki también quería una razón mágica

—más por su padre que por mí— pero lo que le había contado era todo lo que podía dar, el vomito de lo peor que estaba dentro de mí.

—Lo siento —susurré. Mi rodilla dolió y quemó debajo de su mano.

—¿Por qué?

¿Por dónde podía empezar?

***

Tenía un gran secreto oculto, uno sobre Amy Trillis y la biblioteca.

Nicki lamió su pulgar y lo frotó sobre una mancha verde en su falda. —Este es el traje de mi madre —dijo—.Va a matarme.

Le entregué el agua, pero ella suspiró y dijo: —Olvídalo. Voy a ver qué puedo hacer con el jabón cuando llegue a casa.

Dejamos que la oscuridad recostara sobre nosotros, y mi historia restante se

sentó en mi estómago. Nunca le había contado esto a la Dra. Briggs. Ni a nadie en Patterson.

Pero ahora este secreto quería seguir al resto, subió por mi garganta y por mi lengua, fuera de mi boca. Algo en mí quería ver si Nicki podía aguantarlo, si tal vez

podía escuchar esto, también, desde que había oído todo lo demás.

Mi garganta trabajó, pero nada salió. Nicki se levantó y colocó sus labios cerca de mi oreja. —¿Qué es? —susurró, y estaba contento de que la oscuridad nos ocultara.

***

El año pasado en West Seaton, antes de mudarnos, tenía el quinto período en la

sala de estudio. Por Acción de Gracias no podía soportar estar cerca de otras personas, para tratar de hablar con ellos. Era más fácil obtener un pase para la biblioteca y sentarse en una mesa por mi cuenta.

Amy Trillis y sus amigos fueron a la biblioteca, también.

Sacaron sus sillas en círculo y se rieron, enviaron mensajes a sus novios, y se

pasaron el brillo de labios —por lo menos hasta donde yo podía decir, eso era lo que parecía que hacían.

Pude ver y oír desde donde estaba sentado, pero nunca miré directamente a ellas. Después de que Amy se había reído de mí, no quería que se fijara en que estaba cerca.

Parecía haberse olvidado de mí por ahora. Pero no podía dejar de mirarla y escucharla e importarme lo que pensaba. A pesar de que la odiaba al mismo tiempo.

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Entonces, ella y sus amigas se levantaron, agrupándose alrededor de las

ventanas para ver a algunos chicos caminando. Dejaron sus abrigos y bolsas para libros, cuadernos, lápices y brillos de labios detrás, llenando las sillas y el suelo. Amy

dejó un suéter de color rosa colgando del borde de la silla. Las chicas estaban de espaldas a mí.

Esa chaqueta parecía llevar el movimiento y el aroma de Amy. Mi estómago rugía como si estuviera hambriento de la chaqueta. Por un momento, un zumbido caliente bramó en mis oídos, y luego el entumecimiento se hizo cargo. Nada

importaba.

No lo planeé, no lo pensé. Tomé dos pasos con mi mochila en una mano,

recogí la chaqueta en mi mochila, cerré la cremallera, y me fui detrás de la estantería cerca de la puerta. Cuando volvieron a sus sillas, Amy no se dio cuenta al principio,

pero cuando lo hizo se puso de pie, se agachó y buscó por todos lados.

—¡Mi chaqueta! ¿No la viste? ¿Qué le pasó? No, era rosa... No, la tenía aquí mismo…

Y entonces empezaron a mirar a su alrededor, más allá de su círculo.

—¡Alguien lo tomó! ¿Puedes creer que alguien se la llevó? ¿Alguien vio algo? —

El bibliotecario se acercó a ver qué era todo ese alboroto, y se dispersaron a través de la biblioteca, pidiendo a la gente si había visto algo. Me deslicé por la puerta. Nadie me

detuvo.

Y aquí está la cosa: nadie me preguntó sobre ello más adelante. No habían notado que estaba allí. Vi una lista que Amy y sus amigos hicieron de las personas que

habían estado en la biblioteca cuando la chaqueta fue robada, que publicaron fuera de la oficina. Mi nombre no estaba en ella. Había estado en el centro de la biblioteca,

evidente para cualquiera que hubiera querido levantar la cabeza, pero nadie levantó la vista cuando me moví, así que nadie me había visto o prestado atención a lo que estaba

haciendo. Era peor que detrás del cristal, me había vuelto invisible.

***

En el cementerio, ahora, hablé más rápido, sin querer hacer una pausa, no queriendo dar a Nicki la oportunidad de hablar. Porque si me detenía y ella no decía

nada, o decía la cosa incorrecta, no creía que pudiera soportarlo.

***

Yo podría haber sido invisible, pero la chaqueta rosa era demasiado visible. Olía a perfume, y era la cosa más rosa que había visto. Ya la odiaba para el momento

en que la tuve en casa. Era obvio que no era mía, cualquiera que la viese preguntaría de dónde la había sacado. La envolví en una bolsa de papel y la guardé en el estante

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superior del armario, antes en nuestra antigua casa y luego en la nueva casa. Cuando

nos trasladamos temporalmente a Seaton para escapar de las perdidas, lo dejé en mi armario en la casa en el bosque, esperando que por arte de magia desapareciese antes

de que volviéramos. Pero cuando llegué a casa desde Patterson, estaba esperando por mí. No podía escapar de lo que significaba.

Cuando la tomé, había cruzado algún tipo de línea. Tenía la chaqueta, y Amy no sabía que yo la tenía. Este era el tipo de cosa que un hombre acosador patético haría.

Estaba más avergonzado de esto que casi cualquier otra cosa que jamás había hecho. Yo era el tipo acosador patético.

Estos son los tipos de secretos que tenía. No los grandes secretos donde cualquiera sentiría lástima por ti, comprenderían tu dolor —como podría ser perder a

un padre o contraer una enfermedad grave. Los míos eran del tipo vergonzoso, horrible. Los sucios pequeños secretos retorcidos, de los cuales la gente se contraería lejos de mí si supieran lo patético que era.

Viví en esta casa grande y elegante que mi familia pensó que era mejor que todas los demás, pero en realidad era un chico espeluznante que robaba la ropa de las

niñas. Bueno, de una niña y una pieza de ropa. Pero aún así.

***

—¿Qué hiciste con él? —dijo Nicki.

—Todavía lo tengo. No sé qué hacer con él.

Ella no se movió ni habló. Quería que lo hiciera. Deseaba que me empujara lejos y acabara con esto. Pensé en la manera en que Amy se habría reído de mí, de

cómo Val se había alejado de mí.

Nicki frotó mi rodilla ligeramente, con aire ausente. Agotado, quise sostenerme en el tronco del arce, pero al mismo tiempo no quería alejar su mano de mi rodilla.

Mientras estuviese dispuesta a tocarme, que seguramente no podía ser mucho más tiempo, no la alejaría.

—Sé que es enfermo —Le dije.

—¿Qué?

—Eso de que me llevé su chaqueta.

—Bueno, triste es lo que me parece. Como que has querido algo muy malo pero lo que terminaste tomando fue un suéter. —Sus dedos revolotearon, golpeó mi piel a

través de mis pantalones vaqueros—. Sigues diciendo que eras insensible, pero no creo que estuvieras adormecido si podías querer algo tan malo.

No pareció que pensara que la cosa del suéter fuera tan horrible como yo siempre había creído, y no estaba seguro de cuál de los dos tenía razón. Debido a que

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cada vez que miraba a ese suéter, me veía en el futuro, a un Chico Acosador y Loco en

toda regla, acurrucado en los callejones, mirando de reojo a la gente. El hombre cuyos ojos nadie encontraba en la calle. El tipo que habla consigo mismo porque nadie más

va a hablar con él. El hombre que atesora la ropa de otras personas, porque es lo mejor que puede hacer, lo más cercano que puede llegar al contacto humano real.

—¿Qué dijo tu doctor al respecto? —preguntó.

—Nunca le dije.

—¿Por qué no? Creo que deberías.

—Tal vez lo haré. —Antes de hoy, no podía imaginarme diciéndoselo a nadie. Pero me las había arreglado para contárselo a Nicki, y todavía estaba aquí, no gritando

o incluso arrastrándose lejos de mí—.Quería deshacerme de él, pero...

Me detuve allí, porque sabía que lo que seguía después parecía una locura. No

lo había querido tirar porque pensaba que mis huellas dactilares o el ADN de las células de mi piel podrían estar en ella. Como si alguien que lo viera en la basura al instante supiese que era robado. Como si fueran a gastar dinero en pruebas forenses

que probablemente ni siquiera funcionan. Obviamente, estaba viendo demasiados programas de crímenes en la televisión. Pero la culpabilidad no hace exactamente

racional a una persona.

No había querido enviarla por correo a Amy anónimamente por la misma

razón, mi culpa venía por todas partes. Tenía incluso miedo a entregarlo en la escuela a perdidos y encontrados, o a dejarlo caer en la escuela donde alguien lo encontrara.

Así que lo escondí en mi armario y deseaba que se derritiera, se desintegrara, de

desvaneciera en la nada. Tenía la esperanza de que algún día abriera la bolsa de papel marrón y ni siquiera encontraría una sola fibra de color rosa o una bola de pelusa.

—Se podría quemar —dijo Nicki.

¿Quemarlo en qué lugar? Nuestra chimenea de mármol blanco nunca había sido

utilizada. Cualquier olor a humo convertiría a mi madre en el peor de los casos de un detective. No podía hacerlo al aire libre, en caso de que accidentalmente el bosque se quemara. Podía verme a mí mismo tratando de explicarlo a mi familia y al jefe de

bomberos. Vaya opción sería la siguiente: si preferirían pensar que era un acosador o un pirómano. Si la idea del paracaidismo había enviado mis padres al pánico,

imaginen lo que un incendio forestal haría.

Además de todo eso, a pesar de que el fuego podía quemar las huellas dactilares

y destruir la mayor parte del suéter, dudaba de que cada fibra fuera quemada. El lugar donde se quemase se convertiría en mi nueva chaqueta rosa: un lugar al que evitar, pero con el que obsesionarme.

—No creo que nada con el fuego sea una gran idea —Le dije.

—Bueno, hay un montón de maneras de hacerlo, si realmente quieres

deshacerte de él.

—Lo hago —Le dije. Y Dios sabe que lo había pensado un millón de veces

antes, pero la diferencia era que ahora creía que algún día podría llegar a hacerlo.

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***

Confesado, me quedé en silencio. Nicki yacía en el suelo otra vez. Cuando soltó

mi mano, accidentalmente cayó en su pelo. Ella no se opuso, así que no me moví. Los grillos y las cigarras hicieron las ondas de sonido, su canto subiendo y bajando y subiendo otra vez, cada comienzo de la nueva ola antes de que la anterior había

desaparecido por completo.

—¿Crees que hay alguna otra vida después? —preguntó Nicki. Sus dedos se

extendían sobre la hierba, la hierba que cubría a los muertos debajo de nosotros—. ¿El cielo, la reencarnación o algo así?

—A veces creo que la hay, pero no sé si es solo porque quiero que la haya.

—Me dijiste que pensabas que la muerte sería como un sueño.

Me froté el cuero cabelludo. —Sí.

—¿Y eso es lo que querías? ¿Solo el sueño, para siempre? ¿No te molesta pensar en las cosas que perderías, las cosas que nunca llegaríamos a hacer de nuevo?

—Sí, he pensado en eso. Tal vez por eso esperé tanto tiempo. Pero también pensaba en la mierda que nunca tendría que volver a pasar.

—Pero aún así. ¿Para siempre?

—Bueno, todavía estoy aquí, ¿verdad?

Ella se quedó en silencio, y pensé que podía oír la respiración de la hierba, el

rocío como abalorios en las puntas de cada hoja.

***

—¿Puedo decirte algo? —dijo Nicki.

—Claro.

—Ven aquí.

Me acosté a su lado. Se acurrucó contra mí.

—¿Me juras que no se lo dirás a nadie?

—Sí.

Un suspiro, justo en mi oreja. Ella susurró: —La semana antes de la muerte de

mi padre, él me llevó a Funworld.

—¿El parque de diversiones?

—Sí.

Esperé.

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—Se saltó su trabajo para hacerlo. —Su cuerpo era caliente a mi lado izquierdo,

la hierba estaba fría bajo mi espalda. El calor y el frío se reunieron en algún lugar en medio de mí, como si tuviese fiebre.

—Me divertí mucho —dijo—. Éramos solo nosotros dos. Cuando toda la familia iba, Matt solo subía a las montañas rusas, y Kent siempre se enfermaba

después de tres paseos, por lo que fue la única vez que pude ir a todos los paseos y hacer todo lo que quería.

Las hebras de su cabello rozaron mi cuello, haciéndome cosquillas en la piel.

Pero no me moví.

—Él se metió en problemas, sin embargo. Se había escapado de su trabajo

también muchas veces. Lo despidieron, y él tomó esa realidad muy mal. —Su respiración era pesada en mi oído—. Todo el mundo en mi familia supo que fue

despedido y esa es una de las razones por las que probablemente se suicidó. Pero no saben nada del día en Funworld. Dijo que mamá se enojaría con él, Kent y Matt y se sentirían excluidos, por lo que no se lo dijimos a nadie.

Yo escuchaba, esperando el gran secreto, para lo que necesitaba susurrar.

—Mi familia todavía no lo sabe.

—Uh.

—Si hubiera hecho que se fuera a trabajar en vez…

—No fue tu culpa. —De pronto comprendí lo que el gran secreto era —precisamente esto. Lo que ya me había dicho. Ella había puesto la muerte de su padre sobre este día, en el Funworld —como si hubiera una sola cosa que lo había acusado.

—Si no me hubiera llevado a Funworld, no habría conseguido el despedido.

—No lo sé. Además, tú dijiste que no fue despedido a causa de ese primer día.

No fue a trabajar por mucho tiempo. —Me moví para poder poner mi brazo alrededor de ella.

Ella sacudió la cabeza con frustración porque yo no había entendido, no había comprendido su culpa y el por qué era la chica mala de esta historia. Pero el hecho era que lo entendí exactamente.

***

Le acaricié el brazo de la manera en que ella había acariciado el mío, y volvió la cara hacia mí. Sabía que si me giraba mi cabeza, no sería capaz de mantener mi boca fuera de ella. Y no lo entendía, porque no podía olvidarme de lo de Val, ya sea, incluso

si no había ninguna posibilidad que pasase algo allí.

Nicki me tocó la mejilla y volvió mi cabeza hacia la de ella —no es que tuviera

que empujar duro. Nuestras bocas se encontraron y casi nos pareció dejar de respirar. La atraje encima de mí para poder sentir su cuerpo contra el mío, y esta vez dejé ir mis

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manos a todas partes, por encima de su camisa, la falda, luego de regreso por encima

de sus ropas sudorosas, arrugadas, hasta la maraña de su pelo. Abajo una vez más, palmo a palmo en esta ocasión, nunca teniendo mi boca fuera de ella.

Seguimos con la ropa puesta. Tenía miedo de lo que sucedería si no lo hacíamos, porque en ese momento justo como que habría tomado todo, le habría dado

todo. En lugar de eso, intenté acoger todo su cuerpo en mis manos, a través de mi lengua, su aliento en mi boca, sus manos sobre mí.

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Traducido por Larosky_3

Corregido por Vane-1095

Dónde estuviste? —preguntó mi mamá cuando entre por la puerta. Solo me había perdido nuestro chequeo diario, pero ella y mi padre habían estado más tensos, cerniéndose sobre mí un poco más, desde la charla sobre

paracaidismo. El regreso de Jake a Patterson tampoco ayudaba—. ¡Te llame al celular y no contestabas!

—Oh, lo apague y me olvide de prenderlo. —Ahí me di cuenta de cuanta suerte había tenido de que no hubiera mandado a la policía.

—Si no lo puedes tener prendido, quizás deberías quedarte en casa.

—Lo siento.

—Tengo que ser capaz de encontrarte. ¿Dónde estabas?

Patee las zapatillas. —Con Nicki.

—¿La chica con la sobre mordida?¿Otra vez? —Me siguió por la sala, hacia la

cocina.

—No lo digas como si fuera lo más obvio de ella.

—No me gusta que salgas con ella sin supervisión.

—¿Por qué? —Abrí la heladera y me paré ahí descalzo, viendo lo que había.

Yogurt dietético, limonada dietética, gaseosa dietética. Urgh. Saqué una ciruela

y pase mi dedo por la capa helada en la piel.

—Es muy fácil meterse en problemas.

—¿Quieres decir quedarse embarazada? No es mi novia, mamá.

No lo era, ¿o sí? No sabía qué demonios era después de esta noche. Nunca

había tenido una novia real antes, pero seguro que había un numero limite de veces que puedes besarte con tu amiga antes de que se convierta en…

Los labios de mamá se torcieron. —No solo eso. También están las bebidas y

las drogas.

¿

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—No tomamos ni estamos en drogas. —Solo manejamos por alrededor en la

camioneta de su hermano visitando a los psíquicos del estado, tratando de hablar con el fantasma de su padre.

—¿Qué hacen?

—Pasar el rato, hablar. No mucho.

Mordí la ciruela. Trabamos nuestras miradas como si ella esperase que confesara que Nicki y yo construíamos bombas de tubo o teníamos orgías en el bosque. Pero no tenía nada que decir. Comí la fruta hasta el hueso y lo tiré en la basura,

mientras el rosa se deslizaba por la cara de mamá. Escuché sus palabras de ayer una y otra vez, su voz triturándose en la cena.

—Lo siento —repetí —.Debí haber revisado el teléfono.

Frunció el ceño y enderezó el borde de la bolsa de basura que sobresalía del

cubo.

—Hablé con la mamá de Jake. Le está yendo tan bien como se puede esperar.

—¿Qué significa eso?

Suspiró. —No estoy segura de saberlo.

***

Subí a mi habitación y revise mis mensajes. Tenía un par de Val; hice clic en el primero.

Gracias por avisarme que fuiste a Patterson. Estoy feliz de que hayas ido, aunque no te

hayan dejado ver a Jake. Por lo menos él supo que estabas ahí. No puedo soportar pensar en eso. Cuando escuche que se corto las muñecas, pensé imágenes de las que no me puedo deshacer. Trate de prepararme para estas cosas, pero nunca puedo. ¿Cómo lo estas tomando?

Cuando no respondí su mensaje, porque había estado con Nicki todo el día,

envió otro.

Ahora sé que es tonto y que no debería estar preocupada pero la verdad es que cuando algo como esto pasa me preocupo. Sabes cómo en Patterson hablamos sobre imitadores y estoy segura

de que no harías nada como eso, pero no es como si nunca lo hubieras pensado. Me acuerdo de ti y Jake hablando sobre las mejores formas de matarse, sobre cuerdas y armas y puentes y esas

cosas, cuando él llegó a Patterson. Y aunque eso fue hace meses, el está de vuelta en el hospital, y si me pudieras mandar un mensaje para dejarme saber que estas bien, lo apreciaría. Y si no estás

bien, también lo quiero saber. ¡Incluso más!

Lo firmó: Con amor Val.

Podía imaginarme lo que pensó cuando no respondí ese mensaje tampoco.

Revisé la hora: 6:23. Pero no fue solo para calmarla que apreté contestar. ¿Qué era eso de Jake cortándose las muñecas? ¿Y porque no lo había sabido antes?

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Hola, Val. Estoy aquí. Estuve lejos de la computadora todo el día y tenía el celular

apagado. ¿Dijiste que Jake se cortó las muñecas? Porque mi madre no me dijo eso.

Val debió de haber estado esperando, porque su respuesta me llegó de inmediato.

Probablemente tenía miedo de decírtelo. Por tu historia.

Amaba eso. Mi historia.

Pero es cierto. Escribió. Se cortó pero no funcionó.

Es bueno. Digo, es bueno que no haya funcionado.

Una pausa. Luego me llegó: ¿Estás bien?

Sí.

¿Seguro? Porque me puedes decir si no lo estas. Cuando dije que quería ser tu amiga, era de verdad. Amigo ni siquiera es lo suficientemente fuerte para describir lo que eres. Te amo, espero que lo sepas.

De alguna forma, cuando decía cosas como estas, era más difícil de aceptar que me hubiera rechazado. A veces, casi conseguir lo que quieres es peor que ni siquiera estar cerca.

Sin embargo, todavía éramos amigos. Y teníamos que preocuparnos por Jake.

Si estoy bien. ¿Y tú?

Sí. Pero estoy enojada con Jake. Y siento pena por él. Quiero golpearlo y abrazarlo al

mismo tiempo.

Todavía no había sentido nada de eso. Siempre me tomaba tiempo asimilar las cosas. Para cuando absorbía lo que estaba pasando, el resto del mundo había seguido

adelante, y yo estaba atorado pensando en las cosas que los demás ya habían pasado. Me conformé con contestarle: Puedo ver eso.

Desearía que hubiera hablado conmigo. Lo hizo por un tiempo pero después se cerró. Incluso aunque estaba ahí para él.

A veces es muy difícil

Tonterías. ¿Peor que matarte?

Eso estaba dirigido a mí, también, lo sabía. Nuestros deseos de morir siempre la habían molestado a Val; ella no entendía porque éramos así. Siempre quiso

arreglarnos. Lo peor que Jake le dijo una vez que ella lo había presionado demasiado fue: —¡Deja de preocuparte por mí, y fíjate si puedes dejar de escarbarte las uñas y sacarte las pestañas por tres segundos!

Y ella le respondió: —¡Por lo menos lo mío no es fatal!

Mi mamá dijo que estaba bien. Escribí ¿También mintió sobre eso? ¿O está bien? Digo

físicamente, ya sé que él no está totalmente bien.

Sí, por lo que sé solo le pusieron algunos puntos.

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Nos enviamos unos pocos mensajes más, mayoritariamente sobre como

esperábamos que Jake lo lograra y luego me desconecte. Di varias vueltas alrededor de mi cuarto, queriendo bajar y enfrentar a mi madre, preguntarle que pretendía al

esconderme esta información.

Pero ya lo sabía. Ella no creía que pudiera manejarlo, tenía miedo de que me

diera ideas. Y yo no quería empezar otra charla que pudiera terminar en otra marejada como la que había soltado en el restaurante.

***

Me paré en frente de armario y giré el picaporte. El envoltorio estaba ahí en su estante. Me di cuenta de que le había dicho a Nicki sobre él. Le había dicho la cosa

más enferma que había hecho, y ella no había gritado o corrido. No me salieron llamas de la cabeza. Ella incluso me había besado después de saber la verdad. Había odiado este suéter por meses, pero esta era la primera vez que me parecía

posible (realmente posible, no solo una fantasía) deshacerme de él.

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Traducido por Vero

Corregido por Melii

l día siguiente me levanté temprano y salí a correr. Pensé en una sola cosa mientras estaba en la pista: el plan del suéter.

Lo tracé, imaginé el final de cientos de formas diferentes. Me dije que las escenas en las que la policía me llevaba esposado eran ridículas. Ni siquiera Amy Trillis llamaría a la policía en una situación como ésta, ¿O lo haría?

A menos que ¿Quizá quisiera pedir una orden de restricción?

Mis pies golpearon la tierra. Porciones pegajosas de barro volaron, manchando

mis pantorrillas y mis pantalones cortos. Las hojas a mi alrededor olían a verde, quebradas, hinchadas por la lluvia y la clorofila. Traté de concentrarme en el ritmo de

mis pasos, pero imágenes de Amy cruzaron por mi mente.

Corrí más rápido, sudando, hasta que pensé que podría disolverme. Tal vez podría desvanecerme antes de tener que confrontarla. Podría convertirme en un charco

en el camino, penetrar en el suelo, levantarme a través de las raíces de los árboles.

Pero al final de la carrera, a pesar de que estaba agitado, empapado y cubierto

de barro, todavía estaba aquí.

***

En la ducha, puse mi mente en blanco. Me dije a mi mismo que me había preparado lo suficiente, no había nada más que imaginar. O, visualizar, como se decía

en Patterson. Ajusté el rocío de agua hasta que agujas calientes golpearon mi piel,

agaché la cabeza y me froté el cuero cabelludo. Si pudiera haber detenido el tiempo entonces, lo habría hecho.

***

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Iba en bicicleta hacia el oeste de Seaton, donde la tía de Amy tenía un

restaurante llamado Gingerbread Café. Amy había trabajado ahí, y pensé que aún podría estar en ese lugar, o por lo menos la gente de allí lo sabría. No conocía la

dirección de su casa y no quería ir en busca de ella, porque no necesitaba sentirme más acosador de lo que ya lo hacía.

—¿Conoces a Amy Trillis? —Le pregunté a la chica detrás del mostrador de la cafetería, una muchacha con un aro en la ceja que le daba una mirada de sorpresa constante.

—Sí, está aquí ahora —dijo la muchacha—. Trabajando en la parte de atrás.

—¿A qué hora acaba su turno?

—A las dos.

Eran las doce treinta. Una hora y media se extendía frente a mí, pero me

recordé que había vivido todo este tiempo con el suéter. Podía aguantar un poco más.

Fui a la biblioteca y me senté en un rincón oscuro de la sección histórica con una revista en mis manos, leyendo palabras que nunca se quedaron en mi cerebro. El

edificio olía a papel y polvo, olores confortables.

Traté de no imaginarme la escena con Amy. Repasé mi intervención planificada

por enésima vez, pero traté de no imaginar lo que ella podría decir, y lo que yo diría en respuesta. Solo tendría que dejar que suceda. Si se echa a reír, si grita, si se aparta, si se

burla de mí—no, tengo que dejar de pensar en ello—.

Este suéter ha sido un peso sobre mí desde hace meses, y no podía creer que hoy fuera el día en que me deshiciera de él. A menos que cambié de opinión. Este no

tiene que ser el día. Podría ir a casa ahora mismo y no hablar con Amy—suficiente—.

Se terminó lo de ocultar el suéter, agonizando acerca de si alguien lo encuentra.

He terminado de revivir el día en que lo había tomado y de encogerme en todo momento.

Después de todo, Nicki sabía la verdad, y no me había dicho que debiera estar encerrado.

Por supuesto, no era su suéter el que había tomado.

Para conducir mi mente fuera de este circuito de locura, saqué mi teléfono. Primero tuve que responder un mensaje de texto de mi mamá y asegurarle que todavía

estaba vivo. Luego pensé que podría romper la tensión de la espera enviando algún mensaje estúpido a Jake—hasta que me acordé dónde estaba—. ¿Tal vez debería

enviarle un mensaje a Val? No. No tenía mucho en común con Amy al contrario, sin embargo ambas me rechazaron, y no podía lidiar con Val en estos momentos.

¿Qué hay de Nicki? Tal vez. Excepto que quería esperar y hablar con ella

cuando todo esto haya terminado. Quería ser capaz de decirle que le había dado la espalda al suéter.

La bolsa de papel marrón descansaba en la mesa frente a mí. No me podía imaginar cómo sería no tenerla más.

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Sería como una amputación, salvo que el suéter era más un tumor que una

extremidad.

***

Esperé fuera del Gingerbread Café hasta las dos menos diez. Me senté junto al soporte para bicicletas, tratando de parecer natural, sintiendo como si mis codos y rodillas sobresalieran. La gente me miraba a hurtadillas, y yo sabía que pensaban que

tenía la intención de robar sus bicis, pero miraba más allá de ellos para mostrarles que tenía cosas más grandes e importantes en mi mente. Respiraba profundamente para

calmarme, aspirando el olor a goma de las llantas de bicicleta.

Veinte minutos más tarde, por fin, Amy salió, comprobando su teléfono

mientras caminaba. Llevaba menos maquillaje que el que usaba el año pasado, pero tenía los mismos rizos oscuros que recordaba. Mis ojos acostumbraban a trazar las curvas de su cara, sus hombros, y su cuerpo. Pero hoy caminaba hacia ella sin saborear

la visión—piernas temblando y con ganas de correr en otra dirección—.

—¿Amy? Disculpa.

Volvió la cabeza hacia mí, sin un destello de reconocimiento en sus ojos. Y, sin embargo, no parecía sorprendida de que supiera su nombre. Tal vez las chicas como

ella simplemente estaban acostumbradas a que todos supieran quiénes eran.

—Soy Ryan Turner. Solía ir a la escuela contigo —dije—. ¿Puedo hablarte un minuto?

—Supongo. —Echó un vistazo a su teléfono e hizo clic en algo.

—Esto no tomará mucho tiempo.

—Está bien.

El Gingerbread Café tenía un par de mesas de picnic al aire libre y bancos. Los

que se encontraban en la sombra estaban llenos, pero me senté en el lugar más soleado, donde no había nadie lo suficientemente cerca para oírnos. Amy se cernía, sin sentarse. —Tengo algo que te pertenece. —Tiré de la bolsa del supermercado fuera de

mi mochila, abrí la parte superior, y se lo mostré. Apenas se asomó.

—¿Qué es eso?

—Un suéter.

Ella parpadeó. Me sorprendió que no lo agarrara de inmediato—no estaba

seguro de que lo reconociera—. Para mí había parecido tan enorme, que parecía brillar como luces de neón en mi estantería, incluso a través de la cubierta de color marrón. Me la imaginaba buscándolo todos los días, echándolo de menos, preguntándose

dónde se encontraría. Solo ahora vi lo estúpido que era.

—Lo tomé de la biblioteca en la secundaria West Seaton el año pasado.

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—¡Oh, sí, me acuerdo! Simplemente desapareció. —Metió la mano en la bolsa

y lo sacó. Me encogí, deseando que no lo sostuviera en plena luz del día donde todo el mundo a nuestro alrededor pudiera verlo, olvidando que para ellos sería una pieza de

ropa ordinaria. —Sí, eso es todo. ¡Vaya! —Sus ojos se movieron de nuevo sobre mí. —¿Dijiste que te lo llevaste? ¿Por qué?

—No lo sé —dije automáticamente, pero había jurado decir la verdad hoy, así que lo intenté de nuevo—. Fue una tontería hacerlo. Supongo que había tenido un flechazo contigo en ese entonces.

Cualquier cosa que sentía por ella se había secado hace mucho tiempo y lo oí en la plenitud en mi propia voz. Desde diciembre, cuando lo había tomado, ese suéter

había sido más que una vergüenza para mí.

—Oh. —Dio un paso atrás y enrolló el suéter.

—Yo... no lo sé. —Podría haberle dicho que había sabido, ella una vez había adivinado lo mucho que me había gustado, pero se había olvidado, obviamente. No importaba.

—¿Por qué estás trayéndolo de nuevo ahora?

—Siempre me sentí mal por tomarlo, y lo siento.

—Bueno. —Asintió, pero sin mirarme a los ojos.

Echando un vistazo a un lado, como si comprobara las rutas de escape.

—¿Eso es todo?

—Sí.

Metió el suéter en la bolsa, con el ceño fruncido. —¿Sabes qué? ¿Te importaría

si... ¿Podrías poner esto en una caja de Buena Voluntad o algo así?

Casi gemí. Después de haber conseguido por fin liberarme de la maldita cosa, lo

último que quería era tomarlo de nuevo. Pero tenía que ver en esto. Podía entender por qué no lo quería de vuelta. Así que le dije—: Muy bien. Si eso es lo que quieres.

—Bien. —Bajó la bolsa sobre el banco junto a mí.

—Gracias—dijo y se alejó.

***

Viajé en bicicleta a un lugar en la avenida Nichols donde siempre acostumbraba ver una caja de ropa para regalar. Todavía estaba allí. Bajé la puerta metálica y lancé el

suéter dentro, con bolsa y todo y volví a casa, con las manos vacías al fin.

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Traducido por DaniO

Corregido por Vero

speraba que abandonar el suéter prácticamente me hiciera flotar hasta

mi casa. Y tuve minutos como esos, minutos donde una sonrisa cruzaba mi cara y los pedales daban vueltas alrededor sin esfuerzo alguno, pero

luego el terror me invadió. Amy Trills sabía mi secreto ahora. Amy Trills, de todas las personas. Podía retratar la imagen de ella diciéndole a todo West Seaton.

—Nunca creerás la cosa extraña que acaba de pasar —Podía decir y el mundo entero me conocería como el Patético Chico Acosador.

O—pensé mientras la euforia regresaba—tal vez ella no se molestaría en decir

nada. Obviamente eso no le había importado mucho. Ni siquiera había querido recuperar el suéter. Parecía que quería olvidar todo el asunto. Me di cuenta de que ya

no me importaba si Amy Trills pensaba que era raro. La había mirado a los ojos y le había dicho la verdad, ella no se había reído de mí. No quería especialmente que el

mundo supiera que había tomado su suéter, pero si se enteraban, lidiaría con ello.

Me detuve en Seaton por una bebida. Tomé una de esas bebidas energéticas azules en el aparcamiento de un mini mercado con mi bicicleta apoyada en mi cadera.

En frente de la tienda, cinco chicos de mi barrio se habían reunido. Sabía algunos de sus nombres pero no había hablado mucho con ellos. Eran un poco más jóvenes que

yo.

—¿Es ese el niño psiquiátrico? —dijo uno de ellos y supe que estaban hablando

de mí, pero seguí bebiendo el líquido azul y observando el horizonte aunque estaba escuchando con atención.

—Sí, eso creo. ¿No es ese el chico con el que siempre está Nicki últimamente?

—Uh-huh. Hombre, ¿Qué está mal con ella?

Se rieron. Luego una chica con piernas delgadas y largo cabello dijo —No se

preocupen, me prometió que no está saliendo con él ni anda parecido. Solo está siendo amable con el perdedor local.

Más risas. —Tal vez, pero, ¿Por qué?

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Me subí a la bicicleta y empecé a pedalear, botando el envase vacío en una

papelera verde que había a la salida del estacionamiento. El asfalto brillaba en el calor mientras sus risas se disolvían detrás de mí. Pero las palabras “perdedor local” se

grabaron en mi cerebro.

***

Aunque había pedaleado todo el camino hasta mi casa y quería colapsar en mi

cama, decidí correr hasta la cascada. Tenía unas cuantas palabras para Nicki.

Pero ella no estaba allí. En su lugar estaba Kent, fumando como siempre.

—Hola —dijo

—Hola —Me incliné por un minuto, jadeando, deseando estar en mejor forma—. ¿Dónde está tu hermana?

—No sé.

Exhaló el humo por la boca, confundiéndose con la niebla mientras saludaba a

un cartel que decía NO NADE O BUCEÉ. Odiaba la forma fría en que lo planteaban pero podía entender por qué lo hacían.

—Mira eso —dijo Kent—, ellos siguen tratando pero ese aviso será derribado

dentro de un par de días.

—Supongo que lo hacen debido al niño que murió aquí. Se sienten responsables

o algo así.

Kent me observó —¿Niño? ¿Qué niño?

—Su nombre era Bruce. Nicki me lo dijo. Dijo que estaba aquí el día que sucedió.

Kent ladró; no lo podrías tildar como una risa.

—No era ningún niño. Era nuestro padre.

—¿Qué?

Me acerqué. Con el rugido de la cascada no lo podía escuchar bien. Creo que él dijo, “era nuestro padre”.

—Papá murió aquí —Kent apuntó con su cigarrillo la cima de la cascada—, caminó por allí, saltó —El cigarrillo trazaba el camino en el aire—. Aterrizó allí abajo, con su cabeza primero. Nicki ni siquiera estaba aquí. Solo Matt y yo.

Me detuve, llamas atravesaban todo mi cuerpo.

—¿Tu padre?

—Estaba completamente seguro que te lo había dicho. Estás saliendo con ella últimamente todo el tiempo.

La niebla de la cascada rodeaba mi rostro.

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—Ellos pensaban que fue un accidente, pero Matt y yo lo vimos saltar.

Demonios, él hizo una jodida zambullida. Además, dejó una nota.

—¿Dejó una nota? —¿Después de todas las quejas de Nicki acerca de ¿por qué

él no dejó una nota? Entonces que... Por qué…

—Bueno, no una nota como tal. Más bien un “No puedo soportarlo más. Lo

siento”. Cómo si eso fuera lo que se suponía que nos tenía que decir y que no lo entenderíamos. —Kent tomó una calada de su cigarrillo—. No lo vi aterrizar, pero Matt sí. Cerré mis ojos. Lo escuché aterrizar de todos modos —Se encogió de

hombros—. Eso me jodió bastante por un tiempo, también a Matt. Nicki enloqueció porque papá no la dejó venir ese día. Ella debería haber estado contenta.

—Lo siento —dije.

—No puedo creer que no te lo haya dicho —dijo—. A veces no la puedo

entender.

***

Me fui a casa, directo a mi computadora. No podía estar seguro de que Nicki había mentido; ¿Cómo sabía que Kent estaba diciendo la verdad? Así que empecé a

buscar.

Los artículos no fueron difíciles de encontrar. HOMBRE LOCAL MUERE EN

UN ACCIDENTE ACUÁTICO, decía el primer artículo. Pero el segundo tildaba al hecho como un suicidio e informaba de la existencia, más no el contenido de la nota.

Philip Thornton había saltado de la cima de una cascada mientras sus dos hijos miraban. Su esposa e hija estaban en casa. Se rompió su cuello y murió instantáneamente. El municipio había puesto barreras de contención y signos

alrededor de la cascada. Me preguntaba cuanto tiempo les había tomado a las barreras desaparecer.

Navegué en la computadora consternado. Revisé mis mensajes. Val quería saber si podía encontrarme con ella en Patterson el fin de semana siguiente para visitar

a Jake. Le dije que lo haría. El pensamiento de Val dolía, pero era un dolor sordo, el dolor de un viejo sentimiento, como si ella fuera un hueso roto que había sanado y ahora solo me molestaba en la lluvia. Podía soportar verla si Jake nos necesitaba.

Tenía un mensaje de la madre de Jake, agradeciéndome por la tarjeta y diciéndome que él quería verme. Le escribí de vuelta, diciéndole que Val y yo iríamos

el próximo fin de semana.

No tenía nada más que spam así que apagué la computadora y me dirigí hacia

mi armario. Mi estómago se revolvió cuando vi que el lugar donde solía estar la bolsa estaba vacío ahora. Luego recordé: estaba vacío para siempre. La reunión con Amy parecía haber pasado hace años atrás. Caí en la cama y presioné mi cara contra la

almohada. Traté de olvidar a Nicki, borrar las palabras “solo siendo amable con el perdedor local” de mi cerebro, junto con las risitas de sus amigos. Quería olvidar todo

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lo que ella me había dicho, pero no podía evitar que sus palabras se precipitaran sobre

mí, lo que ella había dicho acerca de un chico llamado Bruce muriendo en la cascada o sobre su padre teniendo un arma, y como necesitaba saber por qué lo había hecho y

por qué ni siquiera había dejado una nota, Dios, ¿Acaso alguna vez me había dicho la verdad sobre algo?

Si yo no me hubiera apartado de todos en la escuela, tal vez habría sabido al verdad más rápido. Alguien me habría contado acerca del padre de Nicki y Kent antes de hoy. Pero me había mantenido a mí mismo tan aislado que solo el rumor de un

chico muerto había penetrado a través de mí, además, no creía en los rumores. China podía envidiar la muralla que había construido a mí alrededor.

Hasta que Nicki había atravesado la muralla.

Y le había contado todo. Mi estómago se contrajo cuando pensé en lo mucho

que había derramado la noche anterior. Ya sabía cómo me sentía acerca de Val. Sabía acerca del garaje. Y ahora le había contado acerca de Amy y el suéter.

Me di la vuelta en la cama y fulminé con la mirada al techo. Recordé la mesa de

picnic en la parada de descanso. El modo en que ella me había besado después del desastroso día con Val, y otra vez cuando había vomitado mis peores secretos en el

cementerio. Podía sentir el calor de su boca, y el modo en que se había presionado contra mí.

Y podía sentirla susurrando su secreto en mi oído, la noche pasada debajo del árbol. ¿Había sido el día en Funworld con su padre real? ¿O también lo había inventado? ¿Qué demonios había estado haciendo… Jugando conmigo? ¿Y por qué

nunca me había dicho la verdad acerca de la cascada?

***

Había conocido mentirosos patológicos en Patterson. Obviamente todos

nosotros habíamos mentido un poco, acerca de cosas que no nos atrevíamos a admitir. Pero había unos pocos que contaron mentiras enormes, como las que Nicki me había

dicho.

***

Rodé una vez más, cada palabra que ella me había dicho haciendo eco en mis oídos.

***

Algo se construyó dentro de mí, un rugido parecido a la estática. Empecé a

arañarme la piel. Cuando me sentía así en Patterson, me decían que hablara de ello, no

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actúes, háblalo, le decían a los chicos que les gustaba arrojar sillas, y a los chicos como

yo, no te lo guardes para ti mismo, habla de ello. Pero, ¿A quién tenía ahora? La Doctora

Briggs estaba lejos; y había hablado con el Doctor Solomon solo una vez.

Jake estaba en el hospital.

No podía enfrentar a Val con esto. No podía decirle que en menos de una

semana desde que ella me había apartado, otra chica había hecho de mí un tonto. No podía perder esa pizca de orgullo que tenía con Val, el orgullo de no haberme

derrumbado en frente de ella cuando me rechazó.

Mi papá estaba lejos. No podía hablar con mi madre, no después de lo que había dicho en la cena el otro día. No a menos que quisiera que ella muriera de

ansiedad.

Traté de tomar respiraciones profundas. Sacudí los pies, me rasguñé los brazos.

Conté hasta mil, me perdí y empecé de nuevo.

Val no me quería. Jake estaba en problemas. Mi madre nunca superaría la

noche en el garaje y mi estadía en Patterson. La única persona en la que había sido capaz de confiar en los últimos días había sido Nicki y ahora ella…

***

Deambulé hasta el baño y abrí la gaveta de medicinas.

Después de que me habían atrapado acumulando analgésicos, mis padres habían limpiado sus gavetas y armarios. Nuestros limpiadores ahora no eran tóxicos y

habían comprado medicinas en contenedores lo más pequeños posibles. Mantenían los antidepresivos bajo llave y fuera de mi alcance todo el tiempo. Cuando salí de

Patterson, mis padres y yo habíamos firmado un “contrato” diciendo que me comprometía a no acumular drogas si ellos se comprometían a no registrar mi habitación. Se suponía que teníamos que renovar el acuerdo cada mes pero dejamos de

hacerlo en Julio cuando le dije a la Doctora Briggs que el único momento en el que había querido acumular drogas fue cuando tuve que firmar ese estúpido papel.

Ahora yacía contra el fregadero, estudiando esas mínimas cajas y botellas. Luego cerré el gabinete, evitando mirar al espejo de enfrente.

Me encerré de nuevo en mi habitación. Pensé en correr hacia la presa, pero

tenía el presentimiento de que no debería hacerlo. Hoy me sentía como si estuviera en el borde. Me hubiera gustado romper las ventanas de mi habitación. Corrí los dedos

por el cristal, que dejaban manchas a su paso; mi madre se hubiera vuelto loca si lo viera. Luego presioné el cristal, probándolo. Luego golpeé mis nudillos contra él, y lo

hice otra vez más fuerte. El vidrio no se rompió.

Debería correr, me dije. A pesar de las carreras y el ciclismo que había hecho,

una espinosa y nerviosa energía se construía en mis brazos y piernas. La Dra. Briggs probablemente me habría dicho que corriera, excepto que no hacia la cascada. Bueno, lo que en verdad hubiera hecho sería hacerme hablar acerca de Nicki. Acerca de los

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psíquicos y el padre de Nicki y las mentiras. El hecho de que Nicki me había estado

mintiendo todo el jodido mes y no sabía por qué, que ella se había acurrucado conmigo la noche anterior y me había contado una historia que probablemente ni

siquiera era cierta… el hecho de que ella solo estaba siendo amable con el psiquiátrico

del barrio… tomé un respiro. Uno profundo y lento, como nos enseñaron en Patterson.

Como Val me enseñó; dijo que eran Buenos para alejar ataques de pánico. No era que yo fuera a tener un ataque de pánico. No por Nicki; no puede ser. Nicki.

El pensamiento de ella hizo que algo surgiera a la superficie e imaginé mi puño

golpeando a través del cristal aunque seguía con mis nudillos apoyados contra este. Mis dientes estaban apretados. Traté de relajar mi mandíbula y mi brazo, que se había

puesto rígido. Demonios, tenía que salir de aquí. Iría a correr, decidí.

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Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Vero

orrí hacia la puerta principal. En el borde de nuestro patio, donde el

camino terminaba en la sombra del bosque, choqué contra Nicki.

Había estado dirigiéndose a mi casa, su cabello volaba por el viento.

Rebotamos.

—Kent dijo… te dijo algunas cosas —jadeó.

—Sí, vaya que lo hizo.

Se agachó, las manos contra sus muslos. —Necesito hablar contigo.

—¿Sobre qué?

Rodó los ojos, su cuerpo esforzándose por respirar. —Sabes sobre qué.

—¿Por qué no me lo dices? —Crucé mis brazos—. O, lo sé, debo conseguir a un

psíquico para leer tu mente.

—Detente —Tomó aire. Finalmente, se enderezó—. ¿Puedo entrar?

Me eche hacia atrás y hacia adelante por un minuto. Luego regresé a la casa y la dejé entrar.

Se sentó en el sofá. Me paré en frente, a la parte con la ventana y crucé los

brazos nuevamente. Mi pulso zumbaba en mi cabeza.

—¿Que te dijo Kent? —preguntó.

—¿Por qué? ¿Necesito escuchar tu versión de la historia?

Suspiró y se inclinó hacia adelante, apartando los mechones de cabello que

colgaban sobre su frente. —Solo quiero saber cuánto necesito explicar.

—¿Que tal todo?

Cerró sus ojos. —Probablemente crees que soy una mentirosa. Pero no tenía

intención de mentirte.

—Ese es un buen comienzo —dije—. ¿Qué pensabas hacer?

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—No lo sé. Yo solo… quería encajar.

—¿De qué diablos estás hablando?

—Quiero decir, sé lo que realmente pasó, pero me parece una equivocación —

Sus ojos se abrieron—. No tiene sentido. Como…

—¿Cómo, qué? —Espeté cuando no continuó.

—Bueno, como… ¿Porqué mi papá no escribe una nota que signifique algo?

—Oh, sí. La nota —dije. El pensamiento de esa nota encendió una chispa dentro de mí—. La nota que dijiste que no existía.

—Correcto, hubo una nota, pero no una nota real.

—¿Que quieres decir con real?

—Todo lo que decía era Lo siento y No puedo soportar esto más No decía lo que yo

necesitaba saber. Eso no decía nada —Tragó—. Así que tenía una nota, pero sentí que

no tenía nada.

Esperó, pero cuando no dije nada, continuó. —Y… la cascada. ¿Por qué eligió

un lugar tan hermoso?

—¿Y por qué diablos no? —Había elegido una cochera, porque era el único lugar cerrado donde sabía que el auto podría encajar. No habría elegido un lugar como

la cascada. Si tuviera que elegir un lugar.

—¿Por qué se llevó a Matt y Kent con él, pero no a mí? ¿Y por qué me llevó a

mí al parque de atracciones y no a ellos? —Su rostro, que cambió de pálido a normal, se sonrojó otra vez—. ¿Estaba jugando a enemistarnos?

Su pregunta quedó en el aire. En mi mente agregué la siguiente pregunta, una que ella no hizo: ¿Y si todo fue echado a suertes… Nicki o los chicos? ¿Los chicos iban al parque de atracciones o los llevaba con él en su último viaje a la cascada?

Dijo —Esto no tiene sentido. Las piezas no encajan. Y es por eso que creo que no estaba mintiéndote como dije…

—Es como si mintieras.

Me miró entonces, sus ojos enormes. —Lo siento, Ryan.

No respondí por un minuto. Tenía tantas emociones dentro de mí, que no podía identificarlas.

Luego dije: —Confíe en ti. No confíe en nada, pero confíe en ti.

—Yo…

—Debí haber estado loco. Es mi jodida culpa… hay una razón por la que nunca

confío en nadie y…

—¡Solo quería encontrarle algún sentido!

Eso cortó la respiración en mi garganta. Sus palabras resonaron en el centro de la habitación.

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No supe que decir. No estaba listo para admitirlo, pero lo sabía.

—¿Quieres un vaso de agua? —Mi voz se volvió rasposa, y mis manos temblaban, pero necesitaba enfriarme un poco.

—Sí. Por favor.

Me observó cruzar la sala, entrar a la cocina, y poner el vaso bajo la llave. Llené

el vaso con agua y dejé caer dos cubos de hielo. Ella hizo una mueca cuando crujieron.

Volví y le entregué el vaso.

—No podía decirte sobre la cascada —dijo—. Pensé que te asustaría y no

podría ir más allí —Bebió un sorbo de agua, todavía me observaba—. Y tengo que ir a la cascada. Nadie entiende eso… ni siquiera Kent, quien va allí todo el tiempo,

también. Dice que es porque en ese lugar puede drogarse, pero vamos, puede drogarse plenamente en otros lugares.

Observé los cubos de hielo chocar el uno contra el otro en su bebida. —¿Cómo fue que decidiste hablar conmigo, de todas formas? ¿Fue como: “ese chico es un paciente psiquiátrico, así que a quién le importa lo que le digo?

—¡No! Te elegí porque… porque pensé que lo entenderías —Sus ojos eran grises, con manchas oscuras. No apararon la mirada de mí—. No solo porque

intentaste la misma cosa que él hizo, si no porque siempre estabas en la cascada. Era como si estuviera destinada a conocerte.

—Oye, de acuerdo con tus amigos, solo estás siendo amable con el perdedor local.

—¿Qué amigos? ¿De qué estás hablando?

—Esa chica delgada, con el cabello largo, que vive abajo en Maybrook, el chico

que pasea con ella y su camisa tiene un esqueleto…

—¿Amanda y J. T.? No son mis amigos. Solíamos almorzar juntos en octavo

grado y creen que aún me conocen, pero no.

La humedad goteaba en el vaso que sostenía, se esparció entre sus dedos. Me

concentré en eso, para evitar mirarla a los ojos de nuevo.

—Esa es la verdad —dijo—. ¿Crees que les diría a ellos sobre mi papá? ¿Sobre el parque de atracciones? ¿Crees que saben alguna de las cosas que te conté?

Quería creerle, pero no podía. Mi instinto me decía que confiara en ella, pero mi cerebro, el cual aún desentrañaba sus mentiras, pensó que era una locura. Ataqué

por otro frente. —¿Porqué mierda condujimos por todo el estado para hablar con esos psíquicos?

Tomó otro trago y dejó el bajo en la alfombra. —Tú sabes por qué.

—No, realmente, no lo sé.

—Quería encontrar a mi padre. Como te dije —Limpió su mano sobre sus pantaloncillos cortos—. No es como si ellos tuvieran alguna respuesta. Así que seguí regresando a ti —Otra mirada suplicante.

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Respiré duro, odio esa expresión en su rostro, el creer que ella me habló siempre

por su padre. Por responsabilidad. Más que nada, no podía manejar esa responsabilidad.

—Eso es basura —dije.

—En serio. Lo que sea que aprendí de mi padre… al menos, el por qué él hizo

lo que hizo… lo aprendí de ti.

Me volví hacia la ventana y enfrenté los árboles afuera, los helechos, la luz solar filtrándose a través de ramas verdes. Cuanto más me sentía tentado a perdonar a Nicki,

más me dolía. Como si estuviéramos separados por centímetros, cada célula se alargaba hasta el punto de casi romperse. Cada campana de alarma sonó en mi cuerpo,

advirtiéndome de que no la dejara entrar de nuevo. Con lo que ella sabía de mí, podía destrozarme en frente del vecindario, esparcir mis tripas en el suelo para que todos las

pisoteen.

—No quiero ser tú… gurú suicida —dije—. Estoy harto de ti.

—No quise decir…

—¿Esa fue la razón por la que te besaste conmigo? ¿Es por eso que me contaste sobre Funworld? ¿Solo intentabas sacarme más información? —Me giré hacía ella—.

Bueno, al diablo. Ya lo había dicho todo.

Se levantó y caminó hacia mí, su pie golpeando sobre el vaso. El agua se

esparció sobre la alfombra, pero a ninguno nos molestó eso. En cambio, ella cuadró sus hombros y dijo: —No te engañé. Sabes que no lo hice. Quizás, tuve miedo de decirte algunos de los detalles reales, pero las cosas importantes eran ciertas. Mi padre

está muerto, y se suicidó, y no sé por qué. Y todo lo que te dije sobre Funworld fue real —tragó—. Y te besé porque quería besarte. Porque me gustas. Algunas veces creo que

yo puedo llegar a gustarte, si me lo permites. Y no puedo entender porque esa estúpida Val no tuvo cerebro para besarte.

Ahora ambos respirábamos con fuerza, como si hubiéramos estado corriendo en el camino o acabáramos de salir debajo de la cascada. Quería creerla y al mismo tiempo no quería, no quería arriesgarme.

Y por eso no cedí.

—¿Y porque inventaste la parte sobre el arma? ¿Sobre cómo tú y Matt lo

encontraron?

—Matt estuvo allí con mi padre. Pero dije que fui yo en lugar de Kent, porque

me hubiera gustado estar allí —Su cara se quedó en blanco durante un segundo, luego se sonrojó, y sollozó. Su sollozo me hizo estremecer—. Algunas personas creen que eso es enfermo, pero no significa que yo quisiera verlo muerto. Quisiera haber estado

allí, quisiera haber estado allí… ya sabes, como esas personas que van al hospital y se despiden cuando alguien muere.

Jadeó, limpiándose su rostro con el dorso de la mano. —Nadie piensa que eso es extraño —dijo—. Todo el mundo se cierne sobre la cama del hospital, y nadie cree

que es extraño.

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Quería tocarla, detener su llanto, acariciar su cabello, pero no lo hice. No podía.

Mi mano derecha temblaba, pero era todo lo que se podía mover.

Sollozó, lamió las lágrimas de sus labios. Y luego se agachó para recoger el

hielo en la alfombra.

—Lo siento —dijo, haciendo tintinear los cubitos de hielo en el vaso—. Lo

siento.

Me moví un poco más, hasta que estuve en frente de ella, la alfombra empapada debajo de mi pie.

—Nicki —dije. Alargué mi mano, lentamente. Pero ella saltó, agarró mi mano, y tiró de mi más cerca de ella.

Envolví mis brazos a su alrededor. Presionó su cara contra mi camisa, y sus lágrimas humedecieron mis hombros. El aire acondicionado zumbaba en el fondo, un

ruido bajo que por lo general ni siquiera notaba.

Sus sollozos se apagaron para comenzar a sorber por la nariz. —Supongo que piensas que estoy loca —dijo.

—No soy nadie para juzgarte.

Nos reímos un poco. Suspiró y me dejó ir.

—¿Quién es Bruce Macauley? —pregunté.

—¿Qué?

—Ese que dijiste que murió en la cascada. ¿Cómo sabías ese nombre?

Se quedó junto a mí durante un minuto, luego rió. —Olvidé que usé ese nombre. Él era un niño que conocí en segundo grado. Se mudó ese año… gracias a

Dios. Solía matar ranas y ardillas, y siempre lanzaba piedras a mis amigos y a mí.

Traje toallas de la cocina, y las extendí sobre el agua derramada en el suelo de

la sala.

Nicki me siguió hasta el pórtico. El día se había vuelto cálido, el sol caía sobre

nuestros rostros y hombros. Me incliné contra la barandilla del porche, mirando hacia los árboles. La sentí observándome y la miré. —¿Qué? —dije.

Negó con la cabeza, como di dijera nada. Pero no dejó de mirarme,

estudiándome.

Era como si me mirara por primera vez. Cada vez que estaba detrás de la pared

de cristal, me sentía invisible, a pesar de que se supone que el cristal es transparente. Me había vuelto invisible en la biblioteca; nadie me habría visto aún si vestía un

enorme suéter fluorescente. He sido invisible en mi nueva escuela, excepto por los rumores de suicidio que traía. Sin embargo, que la gente sepa sobre ti, no es lo mismo

a que te conozcan.

Pero Nicki me veía.

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***

—Nunca voy a saber lo que pasó con mi papá, ¿verdad? —dijo, de pie cerca de mí. Tenía un aroma como a madera, cítricos y a las agujas de pino. No creí que ella

usara perfume.

—Probablemente no.

—Déjame preguntarte algo —Rozó la cabeza de un clavo en la barandilla del pórtico.

—¿Qué?

—¿Algunas vez… todavía piensas en suicidarte?

—No —dije automáticamente, porque eso es lo que siempre digo cuando la

Dra. Briggs me lo pregunta. Eso es lo que les contesto a mis padres siempre que lo preguntan.

Luego dije: —A veces —Hice una pausa—. Sí, lo hago.

Después de todo, ¿A quien quería engañar? Había estado pensando en eso hace

menos de una hora.

—¿Por qué? —preguntó.

—No lo sé. Cuando las cosas se ponen difíciles, ese tipo de pensamientos

vienen a mi mente. No lo he pensado en serio desde hace mucho tiempo, y estoy muy lejos de hacerlo, pero pienso en ello.

Nunca lo había admitido antes a nadie. Tenía miedo de que si se lo decía a mis padres o la Dra. Briggs, ellos me encerrarían de nuevo. Mis padres, seguramente,

nunca más confiarían en mí. Apenas confiaban en mí ahora. Pero siempre había una opción. Una opción que se movió muy abajo en la lista, pero que pesaba mucho en mi bolsillo trasero, como el boleto de autobús de emergencia que solía usar para moverme

alrededor de West Seaton. Solo por si acaso.

Nicki tocó mi espalda, en un principio tan ligeramente que apenas pude

sentirlo. Cuando no me moví, dejó que su mano descansara allí más sólidamente. Cerré los ojos, saboreando el sol en mi piel. Y el tacto de Nicki, la forma en que los dos

estábamos separados solo por el fino algodón de mi camisa.

***

Mi padre llegó a casa esa noche, y se quedó dormido mientras observaba otro juego de béisbol. Ni siquiera despertó en la octava entrada, cuando le grité que era el

turno del bateador estrella. El bateador conectó un jon round.

—Lamentará habérselo perdido —dije hacia la televisión, tomando lo último de

las palomitas de maíz entre las duras pepitas. Papá siguió roncando.

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Se despertó al final de la novena entrada, durante un cambio de lanzador. —

¿Quién va ganando?

—Empate.

—Oh —Frotó su rostro, que estaba gris por la barba, y luego se quitó las gafas y frotó sus ojos—. Parece que me desperté justo a tiempo.

En uno de los comerciales de cerveza mostraron a un chico saltando en un avión. —Haré eso en mi decimoctavo cumpleaños.

Papá se puso sus gafas. Tenía unas especiales con lentes que no se reflejaban,

por lo cual pude ver sus ojos, como si los marcos estuvieran vacíos, como si los lentes no existieran—. ¿Estás pensando en eso?

—Sí. He investigado… tienes que tener mayoría de edad. Así que lo haré entonces.

—Vas a darle a tu madre un ataque al corazón.

—Eso no sería todo por mi culpa.

No lo pensé antes de decirlo. Las palabras parecieron golpear el rostro de mi

padre a cámara lenta. Me sorprendieron a mí, también.

—¿Qué quieres decir? —dijo.

—¿No crees que ella tiene problemas? —Había estado pensando solo en mí mismo como el enfermo durante tanto tiempo, que ahora podía reconocer lo cerca del

borde que mi madre vivía, en fuerte control a todo, miedo de… ¿Qué? Pensé en ella en medio de la noche, cortando la comida simétricamente. No era solo por mi y esa noche en la cochera. Había sido así desde que podía recordar—. Ella esta… un poco

herida —No podía creer que tuviera que explicarlo. Debió haberlo notado.

Frunció el ceño. —Tu madre es una persona angustiada. Siempre ha sido una

persona ansiosa. —Y yo no ayudé en eso, le dí más cosas por las que preocuparse. Pero siempre ha estado allí para ti. Eres la razón principal por la cual tomó un empleo

donde pudiera trabajar desde casa.

—Pensé que era porque así podría pasar tiempo de calidad con esta familia.

—No seas ridículo. Lo hizo por ti —Su voz tenía un borde extraño, áspero

como un cuchillo de sierra—. Pensó que, después de Patterson, debería viajar menos, pasar más tiempo aquí —Se detuvo, luego dijo las siguientes palabras tan

cuidadosamente, que casi pude escucharlo mientras las escogía en su mente—. Pero decidió trabajar en casa, y pensé que sería bueno para nosotros, para ti. Pensé que sería

mejor si todo volvía a la normalidad.

—Tenías razón —No es que me hubiera importado ver a mi padre más. Pero si ambos pasaban el verano sobre mí, observando cada respiración que tomaba,

probablemente estaría de regreso en el hospital mucho antes que Jake.

Por otra parte, si papá se quedaran en casa, ¿Podría mamá relajarse más? ¿Se

volvería mi niñera a tiempo completo? ¿No le gustaría la oportunidad de salir de aquí algunas veces, para volar a través de su mismo océano?

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Sin embargo, no podía imaginármela relajada, sin la tensión que hay en el aire

prácticamente cada vez que entra en la habitación. Le dije a papá: —Todo lo que estoy diciendo es, quizás debería pasar menos tiempo preocupándose por mí, y más tiempo

preocupándose por sí misma.

El juego había comenzado de nuevo, los locutores comenzaron su narración. El

marcador iba dos a dos.

—Ryan, tu madre siempre ha estado muy estresada. Pero nunca ha almacenado las suficientes pastillas para suicidarse. Nunca encendió un auto en una cochera

cerrada —Se ajustó las gafas sobre su nariz—. Y ella no es la única que se preocupará por esa idea de paracaidismo. Creo que deberías hablar con la Dra. Briggs al respecto.

Sobre por qué quieres hacerlo.

—Bien —Desde la televisión se escuchó el crujido y el rugido de un: hit—, sé

porque quiero hacerlo, sin embargo.

—¿Por qué? —Sonó ronco, como si tuviera palomitas de maíz atoradas en la garganta.

—Porque sería como volar —Me volví de nuevo a la televisión. Justo antes de que bajara el volumen con el control remoto, agregué—: Tiraré del cordón, sabes.

—¿Qué? —dijo.

—Nada —Pero estoy bastante seguro de que me escucho.

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Traducido por Majo_Smile ♥

Corregido por Melii

l sábado mi madre me llevó de vuelta a Patterson. En el coche, le dije:

—Sé que Jake se cortó las venas.

—Oh —dijo.

—Podrías habérmelo dicho.

Sus nudillos palidecieron sobre el volante. Los observe mientras espere su

respuesta.

—No es algo fácil de hablar para mi, Ryan —dijo—. Es algo que me duele recordar.

Después de un minuto, le dije: —Lo sé, pero yo no veo el punto de pretender que no sucedió

—No estoy fingiendo Solo quiero que nos enfoquemos en las cosas más positivas. No creo que sea saludable insistir en…

Esperé el final de esa frase, pero lo único que hizo fue suspirar. Y dijo: —Quiero que tengas un buen entorno, buenas influencias. Si podemos controlar eso…

—Pero tú no puedes controlarlo.

Una vez más, sus nudillos fueron amarillos por la tensión.

—No puedes controlar todo lo que yo escuche y a todas las personas que

conozca y todo lo que me sucede.

Pasó un largo rato, tanto que dudé el que ella me escuchara. Pero finalmente, se

rió y dijo, en voz baja: —Eso es exactamente lo que aborrezco.

***

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Me senté con Jake en la sala de estar, que había sido pintado de un de color

mostaza oscuro deprimente. Me habían dado una insignia de visitante en la recepción, y me quedé con la extraña sensación de que debía quitármelo, que mis viejos

consejeros me iba a ver y preguntar a quién estaba tratando de engañar. Y sin embargo yo sabía que no pertenecía allí.

Los brazos de Jake estaban cargados con vendajes. Levantó la venda, y pensé en los cortes debajo de ella, los bordes ásperos de la piel cosidos entre sí, las costras al rojo vivo, que probablemente le hacían doler los brazos, incluso ahora. Me alegré de

que estuviera vivo, que su cuerpo se hubiera negado a desangrarse.

Y me alegré de que no fuera yo. Alegre de que mis brazos fueran lisos, de que

pudiera levantarme y salir de este hospital en cualquier momento que yo quisiera.

—Esta nueva medicina hace que mi lengua pese diez kilos —dijo arrastrando

las palabras—. ¿Está hinchada? —sacó la lengua.

—No, se ve normal.

Abrió la boca, tragó. Me acordé de la sequedad en la boca que había

conseguido de mi receta, cuando fui por primera vez sobre ello. —¿Quieres tomar algo?, —Pregunté.

Val se apresuró adentro. —Oh, Dios mío, mira estas paredes. Es el color más feo que he visto nunca. —Ella besó a Jake en la mejilla—. ¿Cómo estás?

—De mierda.

—La madre de Ryan y la mía están en las escaleras. ¿Está bien si ellas vienen y te saludan? Te quieren ver.

Vaciló.

—No tienes que aceptar si no quieres —Le dije.

—Bueno —dijo—. Porque, realmente no quiero.

Val se sentó a su otro lado. Allí estábamos, los tres en una fila, al igual que en

los viejos tiempos. Salvo que todo estaba diferente ahora, y todos lo sabíamos.

—Supongo que reprobé —dijo Jake.

—¿Qué? —Preguntó Val.

—Todos se graduaron de este lugar ¿verdad? Excepto que yo soy el único que tenía que volver.

—No estás reprobando —le dijo—. No te atrevas a pensar en de esa manera.

Volvió la cara lejos de ella. —Me gustaría tener una hamburguesa con queso.

—Te voy a conseguir una. —Me puse de pie, aliviado por la posibilidad de alejarme de Val.

Jake me dio una media sonrisa. —Con todo lo que contiene. Dame un motivo

para vivir, hombre.

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—No es más que una hamburguesa con queso —Le dije—, pero haré lo que

pueda.

Bajé del bloque y lo conseguí, junto con papas fritas y un refresco grande para

su boca seca. Yo luche contra las preguntas de las madres en el vestíbulo. Mi madre no quería matarme aparentemente, por lo que supuse que la Dra. Ishihara no había

mencionado mi visita a Val todavía. Me podía imaginar lo que haría si mamá se enterara de que Nicki me había llevado a Brookfield.

Cuando regresé a la sala de estar, Jake estaba inclinado sobre el regazo de

Valentina, colgando de ella, mientras ella le acariciaba el pelo. Me quedé atrás, mirando, y la forma en que se agarraba a ella me hizo preguntarme si tal vez no había

sido el único enamorado de Val en todo este tiempo.

Val se fijó en mí primero y luego Jake levantó la cabeza. —Oye, es mi razón

para vivir, —dijo cuando vio la bolsa en mi mano.

Crucé la habitación. —Bueno, eso huele muy bien.

Él se enderezó, pasó una mano por su rostro, y tomó la bolsa. Val le dio unas

palmaditas en el hombro y le dijo: —Esto es justo lo que necesitas

Tan pronto como se había ido, mordió una fritura. —No fue lo que parecía —

dijo.

—¿Qué quieres decir?

—Ella no me gusta de esa manera. Y tú siempre le has gustado.

—No lo suficiente, —Le dije—. Ella lo dejó la semana pasada bastante claro. —Picó admitirlo, pero al menos ya no se sentía como si mis entrañas estaban siendo

raspados un centímetro a la vez.

Él suspiró y siguió comiendo. Val volvió y se sentó con nosotros, los tres en

silencio, el modo en que había aprendido a estar con cada uno de los otros meses anteriores. Fue divertido, no me gustaría vivir en Patterson, de nuevo, pero por unos

minutos extrañaba lo que había tenido cuando todos vivíamos allí, cuando nos veíamos todos los días.

Jake terminó su hamburguesa, sorbiendo el último pedazo de cebolla y tomate.

Luego dijo: —No sé cómo hacer esto. No sé por qué tú y Val lo entendieron y yo no puedo.

—Yo no he entendido nada —Le dije—, solo lo estoy inventando a medida que avanzo.

—Yo también —dijo Val.

Jake extendió el resto de las papas fritas para nosotros. —Siempre me siento como si hubiera un libro de reglas que otro encontró y que yo nunca conseguí.

Val y yo nos reímos. No había llegado el libro, tampoco.

—Estoy harto de sentirme como una mierda —dijo.

Val le tocó la rodilla. —Se pone mejor.

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—¿Ah, sí? ¿Cuándo?

—No lo sé. Pero ya pasará.

Arrugó la bolsa vacía. —Para todos menos para mí.

Recordé sentirme de esa manera, aquella noche en el garaje. Y de nuevo en el camino a casa de Val, después de que ella me rechazara. Y cada vez que había tenido

que ver ese suéter de color rosa estúpido en mi armario. Y cuando yo había descubierto que Nicki me había mentido. Cada vez que pensaba que las cosas podrían estar bien, el terreno cedía bajo mis pies.

Sin embargo, como dijo Val, las cosas mejoraron. Y empeoraron nuevamente. Y mejoraron. Comenzaba a pensar que la vida era un subir y bajar para siempre,

comenzaba a pensar que quizás así era la vida.

—Si te hace sentir mejor —dijo Val—, te prometo que se pondrá mejor.

Jake negó con la mano. Aplastó la bolsa haciéndola una pequeña bola. —Mentiras —dijo, pero su voz temblaba, también, y yo sabía que él quería creerla. Se volvió hacia mí. —¿Puede haber algo mejor?

Esa era la pregunta, y yo le debía Honestidad Patterson. Así que se la di.

—Sí —dije.

***

Entrada la tarde, volví a la cascada. No pase por debajo de la cascada. Me sumergí en la piscina y vi el agua verterse sobre las rocas. Puse todo lo que conocía de

la pelea de Nicki y su padre de nuevo juntos, traté de reemplazar a las mentiras con la verdad. No siempre era fácil recordar qué piezas del rompecabezas pertenecían a qué

puzzle, o poner las nuevas piezas en el lugar de las antiguas.

Cuando Nicki apareció en la orilla con otros cuatro chicos que vivían a lo largo

de la carretera, casi me metí bajo el agua, pero sabía que no podía aguantar la respiración hasta que se fueran. Reconocí a un par de ellos de la parada de autobús el año pasado (no es que hubiera hablado con ellos). Yo solía sentarme solo en una

piedra, con unos auriculares puestos. Algunas de las veces, con los audífonos a todo volumen. Me puse los auriculares, ya que me daban una excusa para no hablar con

nadie, y dieron a todos los demás una razón obvia para no tener que hablar conmigo.

Ahora los chicos se sentaron en un grupo de árboles caídos y de espaldas a la

orilla del agua, hablando, fumando. La chica que me había llamado el perdedor local no

estaba allí. Nicki miraba de mí a sus amigos, como si no estuviera segura de a dónde

pertenecía.

Me salí fuera del agua y me seque con la toalla, chorreando sobre el césped, sentí sus ojos sobre mí. Si me alejaba sin decir nada, no podrían pensar que era

inusual. Probablemente no esperaban otra cosa de mí en este momento.

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Y ¿qué pasa con Nicki?

Ella había dicho, pienso que yo podría llegar a gustarte, si tú me lo permites, y esas

palabras habían estado en marcha en mi mente una y otra vez, frotándolas suaves

como piedras de la playa. Yo podría haber dicho esas mismas palabras acerca de Val. Pero cada vez que veía o hablaba con Val ahora, me parecía que el espacio entre

nosotros era cada vez mayor.

Pienso que podría gustarme mucho.

Me encontré con los ojos de Nicki, y ella desvió la mirada al instante, de la

forma en que gotas de agua rebotan en una sartén caliente.

Pensé que podría gustarle mucho. Tal vez ya lo hacía. A pesar de todo. Tal vez

por todo. Debido a que los dos sabíamos lo que era sentirse mal y escoger el camino

equivocado para afrontarlo. Debido a que ambos estamos cubiertos de cosas que no soportábamos admitir. Debido a que ambos queríamos creer que había una cosa como

el perdón.

Estrujé mi toalla y me acerqué al grupo. Les saludé y asintieron hacia atrás,

hicieron algunas bromas acerca de la escuela a partir de la próxima semana, me ofrecieron un cigarrillo. Me había olvidado de lo que era hablar con la gente,

casualmente, al menos de tonterías sobre cosas normales. Pero después de unos minutos, el óxido se desprendió de mi voz, y me las arreglé para sonar algo parecido a un ser humano.

Nicki se sentó en silencio, con el rostro enrojecido cada vez que la miraba. Un mechón de pelo soplaba sobre su mejilla, y quería sacudírselo.

—¿Quieres dar un paseo? —Le pregunté. No había pensado en su cara podía conseguir más rojo, pero lo hizo entonces.

—Sí.

Dijimos adiós a los demás y tomó el camino que lleva a mi casa. Tan pronto como estuvimos solos, me dijo, —Realmente siento haberte mentido.

Asentí con la cabeza. —Siento que perdieras a tu papá —Después de una pausa—, Tú sabes que lo que hizo no fue tu culpa, ¿no?

—La mayoría de las veces yo lo sé.

—Bueno, es cierto. Fue él, no tú.

—Gracias —dijo, en voz tan baja que casi lo perdí.

Me froté la lengua contra el paladar de mi boca, en busca de cualquier resto de humedad, cualquier cosa para ayudar a conseguir las siguientes palabras que quería

decir.

—¿Qué? —dijo, y yo negué con la cabeza. Ella se detuvo, así que paré, también,

y nos enfrentamos mutuamente. Mayormente lo que yo quería hacer era tocarla, su brazo o tal vez la espalda, la forma en que me tocó en la cubierta.

No sabía exactamente lo que éramos entre nosotros, pero yo no tenía que pegar una etiqueta sobre ella, sin embargo. Necesitaba que la sombra de Val desapareciera

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más rápido para que pudiera estar seguro, pero creía saber lo que iba a encontrar

cuando desapareciera. Quise que mi mano se moviera, y por un segundo parecía que el cristal estaba de vuelta, bloqueándome, pero me tiró de la mano. Y a pesar de que mi

brazo estaba rígido y pesado, me las arreglé para levantarlo y apoyar la mano sobre el hombro de Nicki. Me encontré con mi pulgar a lo largo de la costura de su blusa. Tocó

la parte de atrás de mi cuello, froto la piel fresca, donde el agua se filtraba por debajo de mi pelo. —Estás temblando —dijo.

—Lo sé.

Mi mano temblaba, pero no estaba dormida. Sentía la rugosidad de la tela y el calor de su cuerpo, el leve aumento que su hombro hizo con cada respiración. Me di

cuenta que no era el único temblando. Nos apoyamos entre nosotros, y me incliné para descansar mi frente contra la suya. Asustado como estaba por estar tan cerca de ella,

me quedé allí, mi piel tocando la suya. Y no me aparté.

FIN

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Traducido, Corregido

& Diseñado en:

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