Triunfo Arciniegas / El mundo de Cristina
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Triunfo Arciniegas EL MUNDO DE CRISTINA
Ilustración de Andrew Wyeth
El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos 2
amá me rompe las muñecas. A Lola Zanahoria la dejó sin
pelo cuando supo que papá le daba besos a una cualquiera
en el bar de Osiris, a Pili le quebró una pata porque no vio
por donde iba y a Mónica Arequipe la dejó tuerta de un puntapié. Las pobres, así
de remendadas, parecen los pacientes de un hospital en tiempos de guerra. Lola es
tan flaca que le digo La Cometa, un puro viento, pero muy graciosa; Mónica
Arequipe se puso como un globo de comerse el apellido, toda colorada; Pili se me
escondía siempre y me asustaba de noche, después ya no tanto. Pero tengo la más
bonita de todas, Tesoro, escondida en el brevo, y nadie lo sabe. Muñeca de mi
dulce compañía, canto, no me desampares ni de noche ni de día, canto mucho,
hasta que mamá pega el grito: "Cierra el pico, mocosa". Mamá es peligrosa.
Tesoro está bien escondida, en una caja de zapatos amarrada con cintas rojas.
Debajo del brevo hay un tesoro. Peligrosísima. Mi muñeca se llama como el perro
que nos mataron, y eso sí, nunca la dejaré ver de mamá. Quisiera que la viera Nora
pero le molesta que juegue con las muñecas, que ya estoy grande, que lea, que haga
cosas de fundamento, niña. Hay un tesoro porque un fantasma con sombrero viene
a fumarse el tabaco junto al brevo, veo la brasa y voy corriendo a avisar y dicen que
invento. Desde la otra noche que papá salió en calzoncillos con el machete en la
mano no he vuelto a decir nada. Cuántos tesoros: el perro, mi muñeca, las
monedas de oro debajo del brevo, el baúl de papá, Nora. Papá le dice a Nora en la
oreja: "Tesorito". La arrincona y le dice otras cosas. ¿Cuál será su tesoro? Me da
risa cuando pienso que Nora es una alcancía llena de monedas de oro. ¿Papá quiere
sacarle las monedas? Nora no juega conmigo, anda muy ocupada, hace vestidos,
se cuida las piernas y todos los días se unta crema desde bien arriba hasta los pies
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y se perfuma las orejas. Sus pies lindos. Le dice barbaridades al espejo. Tiene
muchos vestidos esa Nora pero duerme en almendra, le gusta andar así cuando no
hay nadie en casa. Yo soy nadie. El fantasma también es nadie, sólo yo lo sigo
viendo junto al brevo con su tabaco prendido. Vestidos y revistas, montones de
revistas, viejas y nuevas, que Nora mira por las noches, untándose de saliva un
dedo antes de pasar la página. "¿Verdad que me parezco a ésta?", dice. "Mis
piernas son mejores." No me presta ni siquiera una de sus revistas. Que se las
vuelvo nada, que ni lo sueñe, que cuando sea grande, ya no sé si soy grande o no,
papá dice que sí y mamá que no. Soy una tonta, como dice mamá, no entiendo
nada, una idiota de remate. Una pobre niña, como dicen, una mensa. Ni siquiera
tengo con quién jugar a las muñecas. Matías no sabe. El otro día le dibujó a Lola
Zanahoria una araña entre las piernas y no hacía más que reírse. Ni siquiera sabe
hablar. No relincha, no sabe. Yo sí, mamá dice que parezco un caballo sin
amansar. Matías me mira y se ríe. Grita como Tarzán. Le cuento del fantasma y
se asusta. Antes le ladraba a Tesoro y Tesoro estiraba la cadena y esos colmillos
de Drácula. Una vez le mordió la pierna pero no cogió vergüenza. A mí nunca me
mordió porque nunca lo toreaba. Quería mucho a Tesoro y me daba lástima verlo
siempre amarrado junto al portón del solar. Lo soltamos Matías y yo, y no volvió.
Por la noche papá trajo el cuerpo atropellado y lo enterramos detrás del brevo,
donde Nora se abrió la blusa para que la viera por dentro el bobo Matías, que
apenas se reía. Alumbré con la linterna mientras papá sacaba tierra, mientras
echaba tierra, las manos de papá todo borracho untadas de tierra. Le invento a
Matías cosas del fantasma para asustarlo más, le digo que con el tabaco se quema
los pelos y que se saca los ojos y los pone a rodar como un par de dados. Nora se
escarbaba como si tuviese los senos enterrados. Después le digo al bobo que son
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mentiras, ni siquiera he visto la cara del fantasma, le doy agua para que se le pase
el susto. Persigue las mariposas como un trompo, hace como las palomas y se
sacude como los perros mojados. El resto del tiempo es chofer de un camión
invisible, da volante a lo loco y ronronea, frena para no atropellar a los perros y
arranca pasito y con cuidado, siempre engaraja en reversa. O se cree cortanariz y
me persigue la nariz. Ay, Matías Gutiérrez, tan grande. Se cree todo lo que le
digo. Si le digo que el fantasma vuela se lo cree, si le digo que le crecen los
colmillos se lo cree, si le digo que sus uñas son así para desgarrar a la gente se lo
cree. Es bobo y tiene piojos. Apenas sirve para cargar las sobras de los marranos.
Ni siquiera lo pongo a bajar brevas porque se aporrea. El otro día le propuse que si
me bajaba una breva madura me subiría el vestido, y casi se mata. Se quedó sin
ver nada. Además, mamá no quiere que ande por ahí, le da una moneda y le dice
que se vaya. Mamá dice que esos bobos son peligrosos. Matías se pone contento
con la moneda, no se cambia por nadie, la bota al sol y la coge en el aire, vanidoso,
se va riéndose, se ríe de todo. Es grande, camina chistoso, como machacando barro.
"Con su caminadito de caballo viejo", dice mamá. Matías tiene una hermana que
no es boba ni tiene piojos pero poco viene. O sí tiene pero poquitos, se peina mucho
y se los saca y los destripa entre las uñas, sobre la falda. Una vieja patirrajada
sube al monte y baja ganado, adivina, adivinador. Se baña y va a la escuela cada
vez que se acuerda. Pero nunca viene, qué lástima. Se adorna con flores la cabeza y
le dicen Margarita. Canta siempre la misma canción: "Margarita a la orilla del
mar, Margarita tiene ganas de amar". Dicen que vaga de noche y los borrachos la
aprovechan, beben con ella. Me quedo sola con Tesoro. También tengo una
muñeca de barro y no importa que mamá la encuentre y la estrelle contra el piso
como al caballito, no recogeré los trozos de barro seco, hay mucho barro para hacer
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muñecas, semillas para los ojos, palitos para dibujar el pelo, si alguien me ayudara.
Papá trajo el caballito. A mamá no le gusta que papá me siente en sus rodillas.
¿Eso se llama celos? Papá acaricia a Nora, yo lo he visto en el corredor. ¿Tiene
celos mamá? Nora es bonita, bien bonita, como de revista. Por eso sería que mamá
rompió el caballito de cristal, porque me gusta que papá me alce y me diga que soy
bonita. Mamá no me dice cosas, no me quiere mucho. Cogió el caballito con ambas
manos y lo elevó más allá de su cabeza y lo estrelló en el cemento del patio. Por la
noche recogí los destrozos en una bolsa y los boté a la quebrada. Yo recuerdo: hacía
frío, mucho, había llovido y me embarré los zapatos de correa. El cerdo gruñó en el
corral. Seguí, arrojé a la quebrada sucia mi caballito, destrozado, desde la cerca de
alambre. Pisé algo suave, un durazno que se pudría en el suelo. Después lavé los
zapatos. Tesoro ya no estaba para lamerme toda la cara. Un montón de estrellas
en el agua que temblaba. La noche no me asusta. Al otro día, acaballada en el palo
de la escoba, me dio una cosa rara y salí corriendo, subí la calle de piedra que va al
asilo de ancianos, corrí y corrí hasta que me encontraron. No me dijeron nada, no
me prohibieron jugar con la escoba. Tuve fiebre y vómito, pero me cuidaron, papá
me trajo un reloj de campanitas.
Me asusta toda la máscara de papá. Se pone chistoso cuando está
contento. La máscara es horrible: dientes afilados, labios gruesos, cejas espesas y
ojos redondos como de sapo. Se me paran los pelos cuando la máscara se traga a
papá y comienzo a gritar. "Voy a comerte, bombón, te voy a masticar pedacito a
pedacito", dice el monstruo y me pongo a llorar. A Nora le divierte, se retuerce de
risa, corre y grita, papá la persigue por toda la casa. Mamá se pone seria porque no
le gustan estos juegos de niños. Una noche la música me despertó y los vi
disfrazados a los tres. Por una rendija de la puerta vi a papá con la boca roja y los
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párpados morados, vi a Nora en medias negras y sin zapatos, con un vestidito que
apenas le tapaba el trasero, una peluca rubia y una manzana mordida, vi a mamá
vestida de negro, llena de collares. Nora y mamá bailaban, muy abrazadas,
compartían la manzana, mientras papá las contemplaba desde la silla. Papá se
levantó con dos copas, borracho, se acercó y las besó en la boca. Mamá siguió
bailando con papá, se decían cosas que la música escondía. Nora, delante del
espejo, terminó de comerse la manzana. Se embadurnaba de colorete y se
alborotaba la peluca. La vi quitarse las medias y ponérselas de bufanda. No la vi
más por unos segundos, oí sus gritos y entró acaballada en la escoba. Papá la
alcanzó y se le pegó a la espalda. Luego mamá subió a la escoba. Rodaron por el
piso, muertos de dicha, no los vi más. Volví a la cama y me dormí entre sus risas.
Al otro día les dolía la cabeza y no se miraban. Esa máscara sí me da miedo.
Mamá se pone el vestido verde y canta.
Sale a la calle y algo malo le cuentan porque vuelve furiosa. Me rompe otra
muñeca. Mamá es así. Le rompe los brazos y las piernas y se los remiendo con
esparadrapo. A veces no encuentro la cabeza. A esta muñeca mía la llaman La
Momia. O El Jinete sin Cabeza. La más sufrida. Dios la mandó a este mundo a
sufrir, como dice mamá de sí misma. Le cuento a Tesoro todo. No me lame ni me
habla pero entiende, nos entendemos. Tesoro tiene miedo de los ratones. No
soportaría que la remiende, vanidosa, no quiere que de pronto tenga que remendarla
con esparadrapo. Le digo que papá puso las trampas. Todas las muñecas tienen
miedo pero no dicen nada. Por eso sus ojos de espanto. Duérmete, mi niña,
duérmete ya. Y cuando grande no te pintes. Yo no me pinto. Cosas de payaso. De
Nora borracha.
Mamá se mira en el espejo y dice que está gorda.
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Se estira la cara con ambas manos, se levanta los pechos, se masajea el
cuello, se hace muecas.
Nora dice que está loca.
Se pinta los labios y besa el espejo. La he visto, esa Nora. Después borra
los besos.
Nora se pierde. Llega tarde. Acostada, con las piernas al aire, contempla el
cielo raso y se muerde la boca.
Papá también llega tarde y la cantaleta de mamá nos despierta a todos.
“Sueño con ciudades que no existen”, dice. “Quiero llegar pero no sé a
dónde. Un día de estos levanto vuelo.”
Mamá llora de rabia en la cocina.
Estrella una taza contra el lavaplatos.
“Si es cierto, los mato a ambos.”
Le pregunto a quiénes y me manda a jugar al patio.
Doy vueltas en un caballo invisible hasta caer rendida.
La otra noche soñé con el caballo de cristal. Me llevaba al cielo y también
era de cristal, las piernas todas transparentes, y el corazón, y los huesos, daba risa.
Tropezó con el pico de una montaña y nos volvimos pedazos.
Sueño cosas raras. No tengo a quien contarle los sueños. Matías no es muy
entendido y mamá dice que soy un bicho raro. Sueño que mamá se quita la sombra
y la vuelve tiras con el cuchillo de cocina. Lava las tiras hasta volverlas blancas y
se las come, las mastica con los ojos cerrados. Apenas Nora se descuida, mamá le
arranca la sombra y se la pone. Luego papá se mete a la sombra, brinca feliz en la
sombra de mamá.
Mamá es mala cuando no me dice, como papá, que seré una muchacha. ¿O
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no? Que para qué quiero ser una muchacha, me dice, si acaso para darle dolores de
cabeza. Quédate como estás, princesa, que los príncipes se acabaron. Sólo quedan
los borrachos. Maldice en la cocina, se corta un dedo al picar la cebolla, llora.
Habla de los borrachos que llenarán de niños la barriga de Margarita. Mamá
maldice a Margarita por eso, pero tiene a Nino, que le tira las tetas en la
oscuridad y la muerde porque le están saliendo los dientes, un marranito mascando
caña, gordito el marranito, y mamá se muere de rabia cuando la muerde. Otras
veces la cama cruje y mamá gime como si la estuvieran hiriendo. Lo que tienen los
hombres es una porquería, dice, y me golpea con rabia porque dejo caer el pocillo y
la leche se derrama en el piso, y me escondo, y ella me busca, me encuentra, me
hala los cabellos, me grita que me apure, engendro del demonio, hay que rezar el
rosario. Nora tiene razón: mamá se pone loca por temporadas.
Dicen que el mundo está lleno de globos.
Mamá habla de cuchillos.
Los vestidos de Nora también son una porquería, un escándalo, cada vez
con menos tela. Así, con el culo al aire, como dice mamá, Nora se sueña retratada
en las revistas. Mamá se burla. Pero también guarda revistas.
Papá también, cierto. Revistas de mujeres en pelota. Les dibuja una corona
de pelos ahí donde se unen las piernas y bocas grandes y rojas y largas pestañas,
hasta que se vuelven monstruos. Mamá se escandaliza y las quema. Papá se
divierte. Todo un payaso.
Mamá es un caso, como dicen, una loca bien rara. Colecciona fantasmas en
las botellas. "A Saturnino lo conocí en las ferias y fiestas de Málaga", dice y
señala la botella verde. "Celedonio me atacó en un parque de Sacramento, me
llenó de morados", y señala otra botella. "Felisberto es triste", y señala. Habla con
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alguien en las paredes, su propia sombra será, y pisotea un antiguo novio que la
dejó plantada. "Nos tenemos que decir adiós -canta- porque quizá jamás en la vida
te vuelva a encontrar." Y también: "Somos un sueño imposible que busca la noche".
Otras cosas.
Me encierra cuando vienen a castrar. Pero los chillidos se escuchan. Me
tapo las orejas. Después voy y hay sangre en la tierra. La tierra la chupa y el sol la
seca y la vuelve cáscara. La rasco con la uña. Cae un durazno picoteado y podrido.
Otras noches un carro atropella al caballo y estrellitas de vidrio y grito.
"Esta muchacha sí da problemas, ya ni dormir deja."
Mamá barre la casa y quiere que nadie ensucie el patio. Le duele la cabeza y
que nadie hable. Siempre le duele algo, hasta lo que no tiene. Mamá es terrible.
Todo el santo día escucha a Cuco Sánchez: "De piedra ha de ser la cama, de piedra
la cabecera". Terrible.
Los pies descalzos sobre la alfombra de estrellas. Caigo y ruedo como una
bola. Todos los dedos me duelen. Toda la piel. Toda la casa enarenada de vidrio.
La casa y los cuerpos.
Nora también dice que seré grande. Y tendré senos. Teticas. Detrás del
brevo se las mostró al Matías, qué grandes, qué bonitas, qué naranjas, por Dios,
cada una con un botoncito rosado que se le crece. Después le dijo que se las tocara.
Tetotas, se reía Matías. La otra noche me agarró los dedos con fuerza y los llevó
ahí abajo, entre esa mata de pelo, donde estaba mojada. ¿Te orinaste? No
respondió, se mordía, sollozaba.
A Nora le duele el estómago.
A mamá le duelen las muelas, quién la aguanta. Nunca me ha mostrado
nada. Quisiera verle los botoncitos, bañarme con ella, pero no me atrevo a
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proponérselo. Lástima que Nino no hablara para confesarlo. Llora y llora. O
duerme. Cuando llora, mamá cierra la puerta y le pone la teta. Cuando duerme
parece un angelito el marranito. A papá lo vi una vez. Dijo que le alcanzara el
jabón y lo vi todo mojado, con pelos. No dijo nada. Papá me sienta en las piernas
cuando está borracho y me unta de besos la nuca. Saca plata de la caja de metal
que guarda en el baúl, su tesoro, y la cuenta untándose saliva en los dedos como si
pasara páginas. La otra noche soñé que papá lindo era un ángel con alas de billetes
entre nubes de cerveza y se ensalivaba los dedos. Va a jugarse la plata a los dados
y a tirársela con los amigotes y vuelve por más, y dice cosas bonitas, le dice a Nino
que hable, mocoso, que diga papá, todas esas cosas, y le toca el trasero a mamá y le
mete la mano por debajo y ella dice que quieto, que mire la niña, papá contempla
las piernas de Nora con los ojos vidriosos y Nora se muerde, y al otro día
madrugamos a misa porque es domingo. Veo el ojo de Dios desde el triángulo.
Dios me ve. Entonces, mientras Dios me ve desde el triángulo, rezo por todos. Ya
no recuerdo nada, rezo sin rabia. No pienso que una noche tuve que echar a la
quebrada mi caballito destrozado. Olvido el ojo y veo a papá. Me da risa ver a
papá en el altar batiendo las alas, como un fantasma.