Triduo Columna

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FIESTA DE SAN JOSE 19 de Marzo de 2009 Queridos hermanos Comenzamos hoy los cultos en honor del Señor de la Columna y la Virgen de las lágrimas. Y lo hacemos en la fiesta solemne de San José, fiesta muy relacionada con el Seminario y las vocaciones al sacerdocio. Por eso os invito a ofrecer estos días de oración y encuentro con el Señor Jesús por las vocaciones sacerdotales. Por las que ya están maduras y consagradas a Dios, pero también por esas vocaciones iniciales que se están planteando la llamada del Señor en estos momentos. Incluso por las vocaciones embrionarias de aquellos niños y jóvenes que aun no estando en el seminario comienza a sentir en su interior la llamada del Maestro. Toda vocación viene de Dios e impulsada por el Espíritu Santo. Esta noche lo podemos contemplar en la figura del glorioso patriarca San José. El evangelio de San Mateo lo situaba en el tiempo y en el seno de una familia: “Jacob engredó a José el esposo de María”. Un hombre justo, bueno, honrado. Los evangelios canónicos hablan poco de él, o mejor dicho, nos dicen lo fundamental. Por los evangelios apócrifos, es decir, evangelios que no están en la Biblia y que no son reconocidos en la Iglesia como Palabra del Señor, aunque ilustran la vida de algunos personajes como san José y la Virgen María, sabemos que era mayor que la Virgen, que era viudo y tenía hijos (de ahí que los evangelios hablen de “los hermanos de Jesús”) y que fue el elegido para desposarse con María y formar el hogar sagrado de Nazaret, donde Jesús, Dios hecho hombre, experimentó lo que es ser hijo, estar sometido a la autoridad de sus padres y gozar con el amor envolvente familiar. De todas formas estos evangelios apócrifos mezclan lo real con lo legendario. Pero a nosotros lo que más nos impresiona de San José es su amor y fidelidad a Dios, el respeto escrupuloso de sus planes y la entrega a fondo como partícipe en el plan de salvación de la mano de su esposa María y de Jesús. Esperó contra toda esperanza, se fió de Dios su Salvador, en la oscuridad y la duda buscó el mal menor y cuando vio la luz en sueños pronunció un fiat, es decir, un hágase en mi según tu palabra, tan firme y tan sólido como el de la Virgen.

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FIESTA DE SAN JOSE 19 de Marzo de 2009

Queridos hermanos Comenzamos hoy los cultos en honor del Señor de la Columna y la Virgen de las lágrimas. Y lo hacemos en la fiesta solemne de San José, fiesta muy relacionada con el Seminario y las vocaciones al sacerdocio. Por eso os invito a ofrecer estos días de oración y encuentro con el Señor Jesús por las vocaciones sacerdotales. Por las que ya están maduras y consagradas a Dios, pero también por esas vocaciones iniciales que se están planteando la llamada del Señor en estos momentos. Incluso por las vocaciones embrionarias de aquellos niños y jóvenes que aun no estando en el seminario comienza a sentir en su interior la llamada del Maestro. Toda vocación viene de Dios e impulsada por el Espíritu Santo. Esta noche lo podemos contemplar en la figura del glorioso patriarca San José. El evangelio de San Mateo lo situaba en el tiempo y en el seno de una familia: “Jacob engredó a José el esposo de María”. Un hombre justo, bueno, honrado. Los evangelios canónicos hablan poco de él, o mejor dicho, nos dicen lo fundamental. Por los evangelios apócrifos, es decir, evangelios que no están en la Biblia y que no son reconocidos en la Iglesia como Palabra del Señor, aunque ilustran la vida de algunos personajes como san José y la Virgen María, sabemos que era mayor que la Virgen, que era viudo y tenía hijos (de ahí que los evangelios hablen de “los hermanos de Jesús”) y que fue el elegido para desposarse con María y formar el hogar sagrado de Nazaret, donde Jesús, Dios hecho hombre, experimentó lo que es ser hijo, estar sometido a la autoridad de sus padres y gozar con el amor envolvente familiar. De todas formas estos evangelios apócrifos mezclan lo real con lo legendario. Pero a nosotros lo que más nos impresiona de San José es su amor y fidelidad a Dios, el respeto escrupuloso de sus planes y la entrega a fondo como partícipe en el plan de salvación de la mano de su esposa María y de Jesús. Esperó contra toda esperanza, se fió de Dios su Salvador, en la oscuridad y la duda buscó el mal menor y cuando vio la luz en sueños pronunció un fiat, es decir, un hágase en mi según tu palabra, tan firme y tan sólido como el de la Virgen.

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Por eso la liturgia de hoy lo compara con David, el rey que procura a Dios Yavé una casa entre los hombres, un templo, un santuario. Así San José también procuró para el Señor un hogar, sencillo y humilde, la casa de un artesano de una pequeña aldea de Israel, Nazaret. Pero la grandeza de ese hogar es el amor, la riqueza de ese hogar era la presencia de Dios entre ellos, del rey del universo. La liturgia, de la mano de San Pablo a los Romanos, lo compara también con Abraham, el primero llamado por Dios, el que creyó aunque cuando las evidencias decían todo lo contrario. El que siendo ya anciano con Sara, concibió un hijo, Isaac, causa de su alegría y de su prolongación en el tiempo. Fe, Esperanza, Caridad. En San José se hacen vida. Hermanos cofrades, la Cuaresma nos debe de estar ayudando a crecer en estas virtudes. La Iglesia necesita hoy personas que tenga profunda experiencia de Dios desde una fe recia, bien fundamentada. Cristianos con esperanza que miren al futuro con decisión, sin arrugarse ante las dificultades, incomprensiones o sinsabores. Cristianos con capacidad de amar, superando los roces propios, las limitaciones del género humano, o los ataques para que respondamos con desaires. Somos responsables de seguir construyendo la Iglesia que es la nueva casa de Dios, el nuevo templo de Dios. Somos responsables de hacer presente a Cristo entre los hombres, de propiciar esos encuentros siendo mediadores. También somos invitados a decir un SI claro a Dios como lo hizo san José. Algunos ese Sí les compromete la vida entera porque supone una consagración a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa, claustral. Otros, igual que José y María, deben de hacerlo en la familia, educando a sus hijos en la fe, llevándolos a Dios, siendo coherentes en el ámbito familiar porque un buen ejemplo es la mejor catequesis. Pongamos en las manos del Señor de la Columna estos deseos. Que San José y la Santísima Virgen de las Lágrimas intercedan por nuestra cofradía, por nuestra parroquia y por todos los que somos del Señor. Al Señor se lo pedimos y que así sea.

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SEGUNDO DIA DE TRIDUO Viernes 20 de Marzo de 2009

Escuchar y Amar. En estos dos verbos se resume, queridos hermanos, toda la ley y los profetas, todos los mandamientos, todos los preceptos. Es como decir, aquel que escucha y ama ese agrada a Dios, ese es fiel a Dios, ese es buen hijo de Dios. Parece fácil pero no lo es. Parece poca cosa pero cuesta mucho. ¿Sabemos escuchar a Dios y a los demás? ¿Tenemos capacidad de escucha? Para poder escuchar a Dios y a las personas lo primero que hay que hacer es querer escuchar. Si yo no acepto a Dios o al hermano. Si creo que ya lo se todo sobre El. Si creo que no me va a aportar nada nuevo. Si no estoy receptivo y asertivo frente al otro, entonces difícilmente escucharé. Yo observo que hay cristianos que lo creen ya todo sabido sobre Dios, lo creen todo leído y aprendido. Yo observo personas que cuando se ponen a escuchar al otro ya tienen prejuicios sobre él, o sencillamente andan montando la defensa a todo lo que dice. ¿Se puede así escuchar? Creo que no. Para poder escuchar a Dios y a las personas, además de querer y aceptarlas hay que saber callar. Callar exterior e interiormente. El silencio para la escucha. La palabra escucha en hebreo se dice shemá, una s sonora y larga shemá. Calla y escucha. Yo observo gente que aun cuando va sola lleva auriculares en los oídos. Los locales públicos con músicas altísima, o televisiones a gran volumen, y mucha gente hablando a gritos, incluso hablando dos y tres o cuatro a la vez sin escucharse nadie. Los jóvenes en los coches con la música a todo volumen, por no hablar de pubs y discotecas. ¿Quién puede escuchar en un ambiente así?. Es como si nos diese miedo el silencio. Y silencio es lo que hace falta para oír a Dios y oyendo a Dios es como podemos conocerlo y conociéndolo podemos amarlo y amándolo podemos cumplir su voluntad de amor.

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Cuaresma es un tiempo de recogimiento, de interiorización, de silencio, de soledad, de desierto y todo ello favorece la escucha y el encuentro con Dios. Esa actitud nos la recordaba el Salmo 80: “Yo soy tu Dios, escucha mi voz”. La voluntad de Dios es el amor. A Dios todo le mueve el amor, el corazón de Padre que tiene. El profeta Oseas nos lo recordaba en el primera lectura hablando en nombre de Dios: “Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos”. Porque Dios no nos ama por lo que hacemos, o por lo que le ofrecemos, o por lo que hacemos por él. Dios nos ama por nosotros mismos, por lo que somos, imagen y semejanza suya, obra de sus manos. Mas todavía, nos ama, porque cuando nos mira, ve la cara de su Hijo Jesucristo que nos ha salvado, que ha pagado por todos nosotros un rescate bien alto, su propia vida. Por su Hijo Jesucristo, somos hijos, herederos y coherederos. Por su Hijo Jesucristo ha perdonado nuestra iniquidad y nos ha dejado volver a su casa, la casa del Padre de la que nunca tuvieron que habernos sacado nuestros primeros padres Adán y Eva. Como el nos ama, nos pide que amemos a los demás. No debamos nada a nadie más que amor. Actuar como Cristo que siendo bueno y justo se entrega sin reservas en manos de los que no lo son. El no nos trata como merecen nuestros pecados, todo lo contrario, su amor y su benevolencia no tienen fin. Por eso Jesús dijo a aquel escriba: Escucha y Ama, no hay mandamiento mayor que estos dos. En esta noche, también quiero pedirlo para nuestra Cofradía del Señor de la Columna y la Virgen de las Lágrimas y para toda nuestra parroquia. Seamos oyentes de la Palabra de Dios, busquemos en la Palabra viva motivos para amar, para entregarnos, para servir, para cumplir la voluntad del que dio la vida por nosotros. Así lo pedimos y lo ofrecemos hoy en la Eucaristía. Que así sea.

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TERCER DIA DE TRIDUO Sábado 21 de Marzo de 2009

IV Domingo de Cuaresma Fe y Obediencia en San José, Escuchar y Amar como mensaje de Cristo, Todo nos lleva a la Salvación que Dios nos ofrece por amor, concretada en la figura de su Hijo Jesucristo que se nos entrega. Queridos hermanos Cofrades de la Columna, con este mensaje cerramos el día tercero de Triduo en honor de nuestros titulares. Estas han sido las invitaciones que nos ha hecho el Señor Jesús en la Cuaresma de este año. Hoy acabamos con ese precioso mensaje que nos ha dejado el evangelista San Juan: “Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él”. Como decía San Pablo en la segundo lectura a los Efesios, nosotros que estábamos muertos, que estábamos hundidos bajo el peso de nuestras culpas hemos encontrado en Cristo Jesús la gracia y el amor suficientes para ser salvados y liberados. Éramos como la ciudad santa de Jerusalén que se nos relataba en la primera lectura, una ciudad destruida, derruida y arrasada por culpa de sus muchas infidelidades, pero rescatada después de un tiempo gracias a Dios que actúa a través de un tal Ciro y los deja marchar. Así el efecto del pecado en nuestras vidas. Destrucción, sequedad, pero por la intervención de Dios hemos sido reedificados por la acción del Espíritu Santo, Espíritu de Vida y hemos sido convertidos de nuevo en edificios vivos donde poder dar culto a nuestro Dios. Por eso, y como decía el Salmo 136, no debemos en ningún momento olvidarnos de las maravillas de Dios en nosotros, del mucho amor que nos tiene, de la capacidad de perdón y paciencia con nuestras debilidades. Miremos en esta Cuaresma al que crucificaron, es nuestro estandarte, es nuestra bandera, es nuestro Salvador y demos infinitas gracias por tanto a cambio de nada. Pido al Señor que estos días y los venideros nos ayuden a crecer para creer mas y mejor, para obedecer a Dios sin reservas, para escuchar y amar, para dejarnos reconciliar con Dios y así gustar plenamente de su salvación. Que la Virgen de las lágrimas interceda por nosotros. Amén.