Traslapuente nº 46

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Número 46 de la Revista Literaria Traslapuente

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Revista Literaria de la Ribera de Navarra

N.° 46 - Marzo de 2013

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ISSN 1130-6092Depósito Legal: NA.642-1990Impresión y maquetación:

Gráficas LarradPol. Ind. Las LabradasC/ Comunidad Foral Navarra31500 Tudela (Navarra)

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Revista Literaria de la Ribera de Navarra N.° 46 – Marzo de 2013

CONSEJO DE DIRECCIÓN:

JESÚS ALFARO BAZTÁN JOSÉ JAVIER ALFARO CALVO MANUEL ARRIAZU SADA PILAR BAIGORRI ARRIAZU SANTIAGO BLAS RUIZ CARLOS GONZÁLEZ MONGUILÁN ISIDRO LÓPEZ FUMEROELÍ AS MARCHITE LORENTE EDUARDO PÉREZ RUIZ RAFAEL RODRÍGUEZ NATERA ALEJANDRO ROS SATRÚSTEGUI MILAGROS RUBIO SALVATIERRA ROBERTO SIMÓN ROMANO JUAN JOSÉ VALENCIA NAVARRO ANDRÉS ZARDOYA ANTÓN

DOMICILIO:

CASTEL RUIZPlaza del Mercadal - Tfnos.: 948 82 58 67 / 948 82 58 6831500 TUDELA (Navarra)[email protected]

CASTEL RUIZM. I. AYUNTAMIENTO DE TUDELA

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ÍNDICE

PILAR BAIGORRI ARRIAZU ..............................................................5

JOSÉ JAVIER ALFARO CALVO ..........................................................8

MANUEL ARRIAZU SADA ................................................................11

JAVIER ASIÁIN ..................................................................................18

JUANA CORTÉS AMUNÁRRIZ ........................................................20

JULIO CÉSAR JIMÉNEZ ..................................................................25

ISIDRO LÓPEZ FUMERO .................................................................28

JOSÉ LUIS MORALES ......................................................................30

ALFONSO PASCAL ROS ...................................................................34

EDUARDO PÉREZ RUIZ ...................................................................36

FELIPE RIVAS SOLANO ...................................................................38

ALEJANDRO ROS SATRÚSTEGUI .................................................40

MILAGROS RUBIO SALVATIERRA .................................................42

MARÍA SANZ ......................................................................................44

ROBERTO SIMÓN ROMANO ...........................................................46

MICRORRELATOS “AUTOBÚS DE LA VIDA” ................................48

LAS CATEGORÍAS DE KANT NO FUNCIONAN EN LA NOCHE

Por Francisco Onieva ..........................................................................53

NOTICIAS CULTURALES .................................................................56

COLABORADORES ...........................................................................60

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PILAR BAIGORRI ARRIAZU

PRESENTE AUSENCIA

Cuando este Nº 46 estaba prácticamente maquetado, el tres de febrero se produjo el fallecimiento de nuestra amiga y compañera del Consejo de Dirección de Traslapuente Pilar Baigorri, tras cerca de dos años de lucha contra el cáncer. Y, también, tras casi dos años de despe-dida, pues aunque se aferraba a la vida, sabía la cercanía de la muerte y vivía cada instante como si fuese el último. Bastaba que tuviera un momento de mínima fuerza para echarse a la calle, para seguir escri-biendo, para estar un ratito con nosotros en cualquier acto literario.

Recordamos la primera vez que Pili se acercó a nuestro Grupo. Venía con ese cierto temor que provoca el desconocimiento, pero tam-bién con decisión. Con temor a no encajar en un Grupo que le “habían vendido” como lejano e inalcanzable. Venía también con enorme hu-mildad, pensando que su quehacer poético no tendría espacio entre el nuestro. Pero también sabía, porque se lo dijimos telefónicamente, que nuestro grupo tenía la puerta abierta a quien lo desease. Una puerta para entrar y abierta para salir, al gusto de cada persona. Pili entró y ya no volvió a salir. Se quedó con nosotros, enriqueciéndonos. Y no sola-mente creció y nos hizo crecer en el sentimiento poético, sino que tuvi-mos la enorme fortuna de enriquecernos con una mujer de un enorme corazón, llena de sensibilidad y que nos ayudó a organizar y a estar al quite de cualquier detalle que al resto se nos hubiera pasado. Pili fue nuestro soporte, nuestra efectiva “secretaria” que se encargó de tener todo en orden cuando se requería cualquier tipo de acto o papeleo. En Murchante, en Fontellas y en Tudela, sus lugares más familiares por trabajo, nacimiento y domicilio, se preocupó por acercar la Poesía tanto a pequeños como a mayores, encargándose de todos los detalles cuando se trataba de contactar con diversas Asociaciones y Bibliotecas para que todo saliese bien y los actos llegasen a la mayor gente posible.

Siempre cercana, siempre sonriente, siempre generosa, siem-pre con la solución a mano ante cualquier problema, Pili no es pasa-do, Pili es esa “PRESENTE AUSENCIA” que está y estará siempre con nosotros.

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Juntos crecimos y transitamos caminos comunes de la Poesía. Mientras otros nos aventurábamos por distintos territorios líricos, Pili se mantuvo fiel a sí misma y, si bien es cierto que su Poesía creció formalmente con el conocimiento mutuo, su contenido no varió, sien-do su leit motiv el sentimiento amoroso de su propia vida. Y, desde que supo de su enfermedad, se acrecentó ese sentimiento del Amor junto con la valoración de una Vida que se le escapaba. En los últi-mos meses, el aprovechar el tiempo que le quedaba fue su obsesión. En sus correos, con una entereza que nos hacía llorar, nos tuvo al corriente de todo el proceso de su enfermedad, celebrando cualquier atisbo de mejoría. El pasado diciembre nos comunicaba su último ingreso hospitalario, contándonos los pormenores de su delicada e irreversible situación. Pero fue la primera que envió su colaboración poética para este Nº 46, número que, por distintas circunstancias, aparece algo más tarde de lo habitual. Por eso sigue aún su nombre en el Consejo de Dirección. Aquí está esa última colaboración. “La Poesía es Vida” y Pili lo demuestra con este poema, casi testamento, en el que podemos ver su fortaleza y su pasión, a pesar de que la aurora de aquella mañana tuviese “columnas de hierro”.

SIN RENDICIÓN

Las horas vienen y van. Caminan de mi manoentre romeros. Y necesito tiempo.Tiempo que palpite mientras te miropara ser como quiero, después de conocerme.

Abres la puerta y el mundo te agarrota.No se borran los lodos del veranoy van surgiendo miedos: entregar, recoger,dejar todo ordenado, callar,y encontrar el lugar al que asirse,anudando las manos y el pensamiento.

Preciso es aferrarse a la vida con mil clavos,mirar alrededor y hacerse fuerte.

El sol sigue siendo amargo. Y roto.Pero hoy es tiempo de magmas interiores,el instante en que creces y aspiras a vivir.

La aurora tiene columnas de hierro.

El Consejo de Dirección de Traslapuente

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JOSÉ JAVIER ALFARO CALVO

LOCUS AMOENUS

Retirado en la paz de estos desiertos-Francisco de Quevedo-

Debajo de la piel de estas palabrashabita un “yo poético” -eso dicen-que se pasa las horas esquivandolos más gramaticales accidentes.

Ese yo no soy yo -que quede claro-ya que yo ando reñido con las musas y, si en algún lugar se me aproximan,-no sé por qué prefieren los retretes-mis dos hijas me piden que desciendadel trono de mi Olimpo y les expliqueun análisis sintáctico que ignoroo les ayude con las ecuaciones.

Este otro yo, el de a pie, por si esto fuerapoco, debe intentar cada mañanasobrevivir a esos otros cruentosaccidentes -¿o son Apocalipsis?-con que los dirigentes, entre risas, nos acongojan en los noticiariosy profetizan -sólo en función de si están dentro o afuera de Moncloa- un cielo o un infierno a corto plazo.

Y es que escribir es eso: un espejismode un hombre como yo que va robando-¡ladrón!- endecasílabos al tiempoen la nocturnidad y alevosíade ese cantado locus amoenusque reside en la paz de los retretes.

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MANUEL ARRIAZU SADA

DESALOJO

Ayer por la tarde bajé al sótano. Tuve que hacerlo. Comenzaba a sospechar que algo andaba ocurriendo allí. Aprovecharía para recoger algunas herramientas que podían serme de utilidad. A partir del tercero la luz de la escalera no funcionaba. Era extraño porque no recordaba que la instalación estuviera afectada por nin-gún tipo de avería. Todavía no. Traté en vano de darla presionando una y otra vez el mecanismo. El caso fue que desde el tercero la penumbra conquistaba a intervalos los tramos de escalera. Sobre todo a partir de la planta baja. Hasta allí la luz del atardecer se filtraba a través de los ventanucos de cristal traslúcido que dan al patio de luces interior y dotaba a la atmósfera de un aliento de irrealidad que contrastaba con la certeza terca de la situación. Bajé a tientas el primer tramo de escaleras hacia el sótano y allí encendí la luz de la linterna, no lo hice antes porque no deseaba correr el riesgo de que el resplandor denunciase ni mi presencia ni mis movimientos al exterior del edificio. Era una luz amarillen-ta que irradiaba sobre las superficies que iluminaba un aura de calidez de la que probablemente carecían. Las escaleras estaban sucias y de las paredes, con sólo rozarlas, se desprendía un polvillo seco que quedaba flotando en el aire iluminado por el haz amari-llento de la linterna, igual que un mundo abisal, y que al respirar producía un escozor que acababa por provocar el estornudo. Eso al principio. Después uno se habitúa. El suelo del sótano me devolvió en medio de irisaciones imposibles y destellos de espejo oscuro la luz que me guiaba. Había comenzado a inundarse y, por el olor fétido que flotaba en el ambiente, adiviné que lo hacía a través de los desagües, del inodoro también, con toda seguridad. Por ahora la profundidad del agua no alcanzaba más allá de tres centíme-tros y no me importó enfangarme con tal de recuperar la caja de herramientas. Di con ella sin problemas y puesto que el resto de los habitáculos particulares de los que fueron inquilinos estaban abiertos inspeccioné su interior y fui tomando de ellos aquello que creí podía serme de utilidad en un futuro. Un gato de coche, una cizalla, un ovillo de alambre, un pequeño generador de gasoil al

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que el agua todavía no había alcanzado, una garrafa de plástico que contenía lo que mi olfato reconoció como combustible... Realicé varios viajes dejando en los peldaños del arranque de la escalera el fruto de mis pesquisas. Bastaba con saberlos a salvo y calculé que con depositarlos más allá del sexto escalón lo estarían ya que, según recordaba, esa debía ser la altura a la que se encontraba el nivel de la calle y estaba claro que el agua encontraría salida hacia ella a través de cualquiera de los ventanucos de respiración. Por si la inundación no iba más allá y podía regresar más adelante tomé nota mentalmente de aquello que se almacenaba sin dema-siado orden ni concierto en los trasteros. Nunca sabe uno lo que las circunstancias pueden depararle y qué ha de serle de utilidad. Tomé la caja de herramientas y regresé. Al alcanzar la planta baja volví a apagar la luz de la linterna. Tras la oscuridad total del só-tano, la escasa luz natural que todavía se filtraba a través de los tragaluces de la escalera se antojaba suficiente. Antes de enfilar las escaleras deposité sobre el suelo la caja de herramientas y, por simple precaución, me interné a través del largo pasillo del prime-ro bajo. Casi ni recordaba ya quienes fueron sus últimos inquili-nos. Me quedaba de ellos un recuerdo etéreo, diluido en el tiempo, y únicamente alcanzaba a dibujar en mi memoria el rostro avejen-tado de la mujer, María creo recordar que se llamaba. Alcancé la habitación del fondo y pude comprobar que todo estaba en orden. La puerta del armario empotrado, forrada en el mismo papel flo-reado que el resto de la habitación, no mostraba signo alguno de haber sido forzada y enfoqué la linterna hacia donde debía hallar el papelito doblado que me garantizaba que así era. Después re-gresé, a oscuras, y al alcanzar el arranque de las escaleras apenas si existía ya la luz que recordaba. Tomé a tientas la caja metálica y comencé a subir el primer tramo de unas escaleras que conocía de memoria, ocho escalones y el rellano, otros ocho y el piso, sin dar la luz ni siquiera a partir del tercero, así hasta llegar al ático. Allí, sin razón aparente, me sentía a salvo de algunas de las amenazas que se cernían sobre mí. Era, estaba claro, el último habitante de un mundo que agonizaba en mitad de la oscuridad, a merced de la amenazas perennes y concretas, y, eso ya lo sabía yo por entonces, ni siquiera la noche era garantía alguna de paz. Miré a través de la ventana. Las farolas apenas si conseguían disipar las sombras y no fue difícil dar con evidencias de la presencia vigilante de quie-nes esperaban al acecho.

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Los últimos en sucumbir fueron los del tercero be. Hace unos días llamaron a la puerta y me comunicaron su decisión. Así no podemos seguir, dijeron, y se despidieron de mí deseándome toda la suerte del mundo, la iba a necesitar. Les agradecí el esfuerzo y el tesón que hasta aquel momento habían puesto en la empresa y sé que callaron algunas palabras porque sus miradas era toda una invitación implícita a unirme a ellos, invitación que decliné con otra mirada cargada de decisión que ellos debieron de com-prender al instante. Habían contratado un servicio de mudanzas y, cargado el último de los escasos bultos que componían el uni-verso de sus pertenencias, salieron. Cerré el portal y aseguré la puerta clavando algunos tablones cruzados e incrustando varias cuñas de madera de modo que la hoja quedara atorada. Añadí la del tercero be al manojo de llaves y de regreso al ático decidí ir comprobando, piso a piso, cuál de ellas abría. Facilitó la tarea el hecho de que en su mayor parte portaran una etiqueta plástica, un papelito engomado en otras, con la leyenda correspondiente. El resto requirió un ejercicio de ensayo y error que me llevó un tiempo. No me importó. Si algo me sobraba ahora era tiempo. También a ellos. No tenían prisa, seguro, porque pensaban que tarde o temprano había de ceder del mismo modo que acabaron por hacerlo el resto de los inquilinos. Se limitan a estar ahí, a hacerte saber que esperan que entiendas que estás de más allí donde sólo ellos tienen cabida. Su insistencia ejerce la presión de una prensa que, giro a giro, tan lento que apenas parece que lo hicieran, van avanzando en el tornillo, en la espiral de la rosca, hasta ahogar en ti toda esperanza. Así hasta ahora. Se lo que me espera. Porque sé que andan apostados, ahí afuera, al acecho y que tratarían de aprovechar cualquier oportunidad para acceder al inmueble. Pero sé que mi presencia aquí es lo único que les detiene. Y cada vez con más determinación, estoy dispuesto a soportar el asedio. Porque es eso. Al principio trataban de pasar desapercibidos, unos obreros que instalan o revisan las líneas telefónicas en la fachada, una obra en la alcantarilla de la acera, justo al lado de la puerta, un puesto ambulante de golosinas... Eso y las amenazas veladas, las visitas de sus abogados, los media-dores, los hombres buenos, los sobornos... Más tarde su presencia evidente, que ya ni siquiera se molestan en guardar las formas, simplemente vigilan, día y noche. Ahora, además han comenza-do los sabotajes. Por eso no me sorprende tanto como debería el

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corte de fluido que afecta a parte de la instalación del inmueble. Es posible que tarden algún tiempo en percatarse de que otra parte de la instalación recibe aún el suministro de energía que ellos intentan cortar. Inundar el sótano, por el contrario, se me antoja una idea brillante, no esperaba algo así, pero entiendo que es un intento de inutilizar todo aquello que de un modo u otro suponen podría serme útil en el empeño de soportar su asedio. Ya no envían cartas de apremio, amenazantes e inútiles. Y hace dos días que cortaron el teléfono. Ellos hicieron la última llamada. Una voz ronca que ni siquiera se identificó insistió en lo desca-bellado de mi postura terca, que podíamos llegar a un acuerdo conveniente para ambas partes, otros lo habían entendido así y por eso se fueron, me dijo. Pero yo sabía que su ofrecimiento y la denuncia de deserciones interesadas formaba parte de su estra-tegia de desgaste. Colgué. Ya no ha vuelto a sonar, y no hay línea. Lo compruebo de vez en cuando, pero sé que no la va a haber.

Fue don Santiago Manero, el del cuarto derecha, uno de los inquilinos más antiguos, el que antes de marcharse (para enton-ces otros muchos lo habían hecho ya) subió hasta el ático una noche y me despertó para decirme, hay algo que deberías saber, y yo, medio en sueños, tras escuchar la advertencia de no dar la luz, le seguí bostezando escaleras abajo sin conseguir desperezarme del todo. Cuando regresé de nuevo a mi ático, a pesar de todo, ig-noraba la trascendencia de aquello que el bueno de don Santiago acababa de poner en mi conocimiento. Y es que don Santiago, antes de ser el inquilino del cuarto derecha, mucho antes, lo fue del primero bajo. Supongo que, ni siquiera sus posteriores inqui-linos, aquellos que le sucedieron en su uso, conocían algo que, si hemos de creerle, y no hay razón para no hacerlo, descubrió por casualidad, el único modo de descubrir estas cosas, eso dijo él. Creí que alguna respuesta coherente tendría para la pregunta de por qué a mí, qué razón le hacía confiarme un secreto que él podía utilizar. Se encogió de hombros, yo ya estoy viejo, dijo, tú sabrás qué uso hacer de él. No le volví a ver. Se había marchado de madrugada y ellos estarían ya celebrando, a buen seguro, la caída de un nuevo bastión. Brindarían por el éxito de su empresa. Por nuestra derrota. La que ahora sólo podía ser mía. Y lo hubie-ra sido de no ser por la revelación de aquel buen hombre que me despertó en mitad de la noche para abrirme los ojos... a la luz de

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la esperanza, porque lo que don Santiago Manero me mostró fue cómo llegar al dormitorio del fondo de aquel primero bajo. Allí, cuando comenzaba ya a arrepentirme de haber dado oídos a una petición absurda, se abrió la puerta de aquel armario empotrado y, una vez ambos en el interior, me mostró el modo de abrir otra puerta interior disimulada en la pared del fondo del armario y, por precaución, sólo por eso, así me lo aseguró, no nos internamos en la Librería Betanzos, que a ella daba, pues ignoraba si en la actualidad disponía de sistemas de detección de movimiento o cualquier otro tipo de alarma que acabase por dar al traste con todo. Si ellos no lo saben, es un as en tu manga, me dijo.

Esta mañana he encendido la tele (era inexplicable que to-davía no hubieran conseguido cortar por completo el fluido eléc-trico), la radio hace días que dejó de funcionar sin que consiga imaginar la manera en la que consiguieron provocar la subida de tensión que fundió el transformador de la fuente de alimen-tación. Un petardazo seco que llenó la cocina de un humo negro, acre e irrespirable, y que provocó un conato de incendio que logré dominar a golpes de toalla húmeda. Al recordarlo mientras en-cendía la tele he pensado por un instante que volvería a suceder. Pero no ha ocurrido y durante unos minutos, mientras desayu-naba, me he dedicado a pasar de un canal a otro en busca de algo que ni siquiera yo podría explicar con certeza. Hasta que en un momento dado el corazón me ha dado un vuelco y he tenido que volver atrás para descubrir un nuevo canal que en buena lógica no debía hallarse allí, porque jamás lo estuvo. La pantalla se ha iluminado en un azul intenso justo antes de que en la banda in-ferior de subtítulos haya ido emergiendo, de izquierda a derecha, un mensaje que he sabido desde el principio que se dirigía a mi. Mucho antes de que apareciese la imagen de aquel ser anodino que, sin mirar a la cámara, se ha dedicado durante un par de minutos a leer con voz engolada una mezcla de promesas y ame-nazas, todas ellas dirigidas a alguien que sé que era yo, aunque sin nombrarme. El mismo mensaje recorría la banda de subtítu-los y lo ha seguido haciendo bastante tiempo después de que la imagen haya desaparecido y haya ocupado su lugar el azul. Un ultimátum. En realidad cualquier comunicación lo era, termina-ba por serlo. Una más. Yo sabía que iba en serio. Antes del medio día he escuchado un zumbido y he intuido lo que ocurría, a partir

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de ese momento todo el edificio ha quedado privado de energía eléctrica. Me he alegrado de haber conseguido salvar del naufra-gio del sótano el pequeño generador.

La primera ocasión en que empujado por la necesidad bajé al primero bajo y enfile el pasillo hacia la habitación del fondo con la esperanza de que aquello que creía recordar no fueran imagi-naciones mías, lo hice también recordando las recomendaciones de don Santiago Manero. Elegí una hora en la que me consta-ba que la Librería Betanzos, además de estar abierta al público, recibía la visita de un número suficiente de clientes. Desde el interior del armario empotrado pude elegir, observando a través de un orificio mínimo, el momento oportuno para descorrer con cuidado los cerrojos y empujar la puerta que cedió con cierta fa-cilidad a pesar de resultar más pesada de lo que en principio era de esperar, algo que comprendí apenas puse el pie al otro lado y cerré, con el corazón latiendo desbocado, porque al otro lado la puerta era una estantería repleta de libros. Mi única salida que-daba pues, ahora lo sabía, al fondo del pasillo dedicado a ficción. También a poesía contemporánea. Hice que echaba un vistazo y después, sorteando gentes que curioseaban las últimas noveda-des, fui acercándome hacia la puerta. La señorita que atendía el mostrador y la caja andaba ocupada con un cliente y, casi sin mirar, me dirigió un buenos días y muchas gracias por su visita. Me informé de la hora de cierre, no fuera a quedarme en la calle. No podía llevar de regreso a casa todo lo que hubiera deseado, no podía permitirme el lujo de levantar sospechas llamando la atención por arrastrar un sinfín de bultos, así que me limité a llevar lo imprescindible. Pensé también que podía dejarlo todo en la acera y realizar sucesivos viajes, depositando mi carga al otro lado, en el interior del armario, pero decidí que estos aspectos técnicos requerían de una experiencia de la que entonces carecía. Nadie, a pesar de todo, reparó en mi presencia. Nadie sospechó, el negocio de la librería Betanzos parecía gozar de una salud envidiable, una clientela fiel y abundante, y yo, con el corazón de nuevo al galope, no respiré tranquilo hasta haber pasado los cerrojos desde el interior del armario de pared. De nuevo en casa. El avituallamiento estaba asegurado para varios días. Al llegar a mi ático comprobé que ellos habían dado una vuelta de tuerca más. Habían cortado el suministro de agua. Nada que no se pu-

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diera remediar. Anoté “agua” en la lista de la próxima compra y calculé que no quedaban demasiado lejos los baños públicos.

En la actualidad, a pesar de que he restringido mis salidas al exterior a lo meramente imprescindible, atravieso la Librería Betanzos al menos una vez a la semana, a veces dos, depende. Cuando lo hago me ocupo de que quienes vigilan desde el exte-rior tengan pruebas de que en realidad sigo allí, tiendo ropa en las ventanas, levanto o echo alguna de las persianas exteriores.

Han aparecido las ratas. La curiosidad me venció en una de esas ocasiones y al regre-

sar, aún era temprano, la Librería Batanzos tardaría aún unas horas en cerrar, y me pasé por la cafetería Donázar cuya terraza se extendía ocupando casi toda la acera, frente al edificio. No era la primera vez que montaban sus turnos de vigilancia desde una de las mesas. Ocupé una de las mesas, junto a quien supuse mon-taba guardia ya que no dejaba de mirar hacia la fachada de en-frente elevando su mirada sobre el borde del periódico que fingía leer. Tenía un aire aburrido y era obvio que el aburrimiento era una causa más que suficiente para descuidar la vigilancia que tenía encomendada. Resultó ser un hombre amable con quien no fue difícil trabar conversación, una persona apacible, de vuelta ya de tantas y tantas cosas que estaba, eso dijo, curado de espan-to. Fueron varias las ocasiones que tuve de conversar con Fidel, así se llamaba, a pesar de que no siempre era él quien monta-ba guardia desde el Donázar, eran otros y, desde luego, mucho menos proclives al trato humano y la confidencia. Porque Fidel, día a día, me fue poniendo al tanto de lo que allí le llevaba ocho horas al día, mañana, tarde o noche, dependía del turno, así me lo explicó, para dedicar el tiempo a observar cualquier cambio que experimentase el inmueble con el fin de redactar un infor-me al cabo de su turno y entregarlo en ventanilla. Nunca había nada nuevo, me dijo, así que tenía que aguzar el ingenio porque sospechaba que su puesto de trabajo dependía de factores que nada tenían que ver con la casualidad. Por eso inventaba ruidos sospechosos, luces que se encendían y apagaban, voces que sona-ban en el interior, en fin cualquier cosa que justificase su trabajo ante quienes financiaban aquel desquehacer, una inmobiliaria,

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casi con seguridad, por más que a él le hubiera contratado una agencia de información, sí hombre, una que queda en la esquina de la calle Lodos, justo en el chaflán con el paseo de Bruño, eso me explicó. Me explicó también que, al parecer, la culpa de todo la tenía un descerebrado que no estaba dispuesto a aceptar las condiciones de desalojo del inmueble y que se había atrincherado allí, malmetiendo a sus vecinos al principio y resistiendo como un desesperado cuando quedó solo. Fidel no se explicaba bien lo que andaba ocurriendo, que aquel tipo no podía ser que viviera del aire, que sabía de buena fuente que la empresa había cor-tado los suministros de agua, luz y teléfono y hacía ya casi tres semanas que nadie entraba o salía al inmueble. A lo peor se ha muerto, apunté la posibilidad. Pero eso Fidel lo tenía bien claro, que no todos los signos de vida se los inventaba él para el infor-me, que había ocasiones en las que aparecía ropa tendida y al-gunas persianas aparecían más bajadas o subidas de lo que ayer o anteayer lo estaban. Me dijo también sentir pena por él. Por quién. Por el pobre tipo ese, empecinado en un imposible, tarde o temprano tendrá que ceder, del mismo modo que cedieron otros, siempre ocurre así, no es la primera vez. Para Fidel la verdadera finalidad de quienes disponían aquel asedio no era disponer a su antojo de un edificio que el peor de los días se vendría abajo, no, no era eso. Le miré, sorprendido, ¿entonces? No pueden soportar que nadie sea capaz de defender lo suyo, lo más íntimo, esa parte de uno mismo profunda y personal, eso que nos hace ser nosotros mismos. Fidel estaba convencido de que en la actualidad la ver-dadera razón de aquel cerco tenía mucho que ver con la derrota personal e íntima del último inquilino. Mucho más que el desalo-jo del inmueble. Eso crees, pregunté. Pues claro. Después se giró hacia mí como si hubiera detectado un algo peligroso. Oye, tú no serás periodista, eh. No, no qué va.

De modo que a partir de ese día mi mente no cesó de indagar

en la naturaleza de los últimos acontecimientos y las palabras de Fidel, ajeno a la identidad de quien le escuchaba, resonaban en mi interior con un eco extraño ya que podían ser ciertas sus elucubraciones. No cercaban el inmueble. Era a mí a quien inten-taban someter. Necesitaban doblegar a quien de algún modo les retaba. Sólo por ser él mismo. Y mostrar al mundo que así era, una muestra de su poder para quienes sintieran la tentación de

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intentarlo. De modo que el edificio no era sino una carcasa que envolvía sus deseos. Comprendí que si algo podía salvar era mi vida, que debía hacerlo. Y decidí irme. Definitivamente.

Una tarde salí de la Librería Betanzos con la intención de

no regresar nunca más. Ellos seguirían vigilando, rellenando sus informes, maquinando sutiles amenazas y sabotajes. Pero yo ya no estaría allí, todo sería en vano. Tendrían su envoltorio de celo-fán pero dentro no habría nada. Yo recuperaba mi vida. Fuera de allí. En alguna ocasión regresé al interior del inmueble a través de la Librería y dejé señales de vida, más que nada por Fidel, así tendría algo que reseñar en su informe, algo que no tendría que inventar. Pero nada era lo mismo. Sentía que no era mi sitio. Ya no. De vez en cuando, muy de vez en cuando, me pasaba por la cafetería Donázar por ver si era el turno de Fidel y andaba apañando informes de incidencias que sólo creería quien estu-viera predispuesto. Todo sigue igual, sentenciaba Fidel, nada ha cambiado. Pero el tiempo pasaba y algunas cosas no eran ya lo que fueron. La librería Betanzos cerró. No es que el negocio fuera mal, qué va, pero habían recibido una oferta millonaria por par-te de un banco que quería abrir una sucursal. La librería sigue cerrada y las obras de la sucursal todavía no han comenzado. A veces pienso que fue la inmobiliaria la que la adquirió. Pero ya no tiene mucho sentido. Supongo que dentro de unos años me enteraré por la prensa de que se ha venido abajo el edificio del número diecisiete de la calle Murias, frente a la cafetería Doná-zar, que se veía venir ya que hacía meses la habían declarado en ruina. Se me dará por desaparecido.

(“Desalojo” recibió el 1º Premio en el V Certamen Apoloybaco (Sevilla) 2010)

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JAVIER ASIÁIN

CANTOS SAPIENCIALES

VMe ungí bajo tus aguasComí del pan benditoAhora sé quelos siete sacramentos son seis y entre los cincose consagran cuatrode los tres que ahora pronuncio:Comunión Penitencia

VICondúceme mujer a tus estancias qué importa que pasaran miles de siglosSoy yo el profeta unívoco quien todavía hoy predica la belleza ante tanto presidio

Ahora sé que este canto sobrevendrá a la muerteOráculo perpetuo y salvación

VIIEsta es el arca antigua del vínculoTuyo soyPor ti nací de nuevoAhora que perdí la vidaqué quieres mujer que hagacon la gloria que me concedióganarla

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VIIICada noche cuando el sol oculta su brazo poderosomi cuerpo recogido junto a tu cuerpoeleva una oracióncomo agónica súplica Que todo en la tierra sea contigoTodo en el cielo Todo en el cielo

(De Liturgia de las horas)

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JUANA CORTÉS AMUNÁRRIZ

UNA NOCHE, ESA NOCHE

Esa noche el general Maroto se despertó sobresaltado, empapado en sudor. La angustia le brotaba por cada uno de sus poros. Ya están cerca, a quince o veinte kilómetros, se dijo. Su mujer dormía tranqui-lamente a su lado, el rostro relajado, los labios ligeramente abiertos. Sentía un presagio funesto, el olor a desgracia impregnaba el ambiente. ¿Cuánto tiempo tardarían en llegar? Dependía de la resistencia que ofrecieran los soldados. Primero los habían ordenado replegarse para buscar un lugar mejor desde el que protegerse, pero poco después les habían animado a defender la posición, a pesar de que no contaban más que con unas penosas trincheras excavadas en aquella tierra seca y dura. Corría el mes de octubre, y aquella era la primera noche verda-deramente fría. El general abrió la ventana y sintió la humedad abra-zando su garganta con sus dedos mojados. Su mujer tuvo un escalofrío; la vio revolverse en la cama, buscando la protección de las mantas que pronto ocultaron su perfil. Cerró la ventana con un estremecimiento. Sus pasos le llevaron al baño y, bajo la luz mortecina, buscó su navaja de afeitar. Le impresionaron sus ojos hundidos, el rostro impasible, sin color, la mirada apagada, cuajada de cera fría, cuando se vio reflejado en el espejito. Sostuvo la navaja, hasta ahora amiga, entre las manos. La navaja fría, pesada, que conocía su piel después de muchos años, sus pliegues, la curvatura de la barbilla, la caída del cuello, salvando siem-pre una pequeña verruga. El general recorrió la casa, de habitación en habitación, con el sigilo de un fantasma. Los niños dormían. El perro, viejo y casi ciego, dormía. Las tropas enemigas avanzaban, y anticipa-ban el placer de la futura victoria en sus labios resecos.

Esa misma noche, u otra noche similar, el soldado Cifuentes repo-saba en el lecho junto a Isabela. El chico había sido reclutado para ir al frente en el último minuto; se necesitaba el mayor número de hombres, la victoria era inminente. Hasta ese mismo momento había creído que, a causa de su condición de tullido, se había librado de las atrocidades que otros habían vivido. Cifuentes tenía una pierna siete centímetros más corta que la otra. Siempre se había sentido un ser inferior, y su carácter introvertido le había hecho dependiente del juicio ajeno, a me-nudo cruel e injusto. Pero el petate listo, el uniforme listo, le decían que su suerte había cambiado. Esa noche el pobre cojo era un hombre más, un soldado más, condenado a jugarse su vida. Y por eso Isabela dormía

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a su lado, a pesar de su pie volador, con aspecto de paloma enferma. Isabela se lo había encontrado en la estación, y se había ofrecido para acompañarle, a él que ni siquiera sabía dónde pasar la noche. Final-mente le había llevado a su casa. Es modesta, le había dicho la joven disculpándose. Hacía tiempo que no había carbón para la estufa, y el café, aguado, sirvió para calentarles. Antes de acostarse con él, Isabela había besado los párpados de Cifuentes, como hacen las madres o las novias vírgenes. Mientras la joven dormía, Cifuentes escuchaba el rit-mo de su propia respiración. No conseguía descansar y se abrazaba a Isabela, asustado, sabiendo que al día siguiente portaría un fusil que no sabía disparar, y ostentaría una rabia que le era desconocida.

Esa noche de octubre, fría, la misma noche, o una noche similar, to-das las noches convertidas en la misma noche, la noche del miedo, la no-che en la que faltaba poco para que la guerra terminara, era inminente el fin, eso decían los futuros vencedores, y lo mismo repetían los futuros vencidos, Isabela escribía una carta bajo la luz de una vela. Isabela, pequeña y hermosa mujer, que no sólo había perdido a su marido en la guerra, sino también a su pequeña hijita, que no había sobrevivido a aquel tiempo de calamidades. Durante meses la joven se había dedica-do a animar a los soldados que salían desde su ciudad hacia el frente, chicos que encontraba perdidos, con aire huidizo, asustado, algunos be-bidos, forjando su valor en tragos de coñac. Muchachos que ella llevaba a su apartamento y allí los animaba, como había animado a su marido desaparecido. Isabela hacía la guerra a su manera, todo el mundo lo ha-cía. La guerra era una atmósfera, estaba en el aire que respiraban y en el agua que bebían. Todo sabía a guerra. Y ella había puesto su cuerpo al servicio de su patria. Su coño era trinchera. Sus pechos lomas tras las que esconderse, sobre las que descansar suavemente. Sus brazos y sus piernas la orografía de la esperanza. Reconfortaba así a sus soldados, con su bello cuerpo y sus labios calientes. Isabela enamoraba a aquellos futuros héroes, o futuros hijos de puta, o simplemente futuros muertos, nunca se sabía. Y antes de que se fueran por la mañana, un beso dulce, muy dulce, una despedida triste, los cuerpos todavía adormecidos, tras-pasados por las sensaciones placenteras, Isabela apuntaba sus nom-bres en una libretita. Los nombres, tras los cuales, cuando sus amantes habían desaparecido, escribía sus características, sus secretos. Porque los hombres temerosos confesaban sus debilidades con la facilidad y la dedicación con la que los niños tiran piedras al río. Luego, días después, Isabela escribía, querido, querido mío, espero que estés bien, espero que seas fuerte, espero que la suerte te acompañe, o que los santos te protejan. Cartas todas parecidas, como las noches, cada vez más frías, como los días cada vez más cortos. Cartas que a veces llegaban a su

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destinatario, y le calentaban el corazón, pero otras veces quedaban en el montón de la correspondencia que había que devolver con una marca siniestra sobre los sobres blancos. E Isabela, cuando recibía de vuelta esas cartas, tachaba el nombre en la libretita con el lapicero, hacía la señal de la cruz a un lado y seguía escribiendo, o buscando jóvenes a los que alentar su valentía. Incansable.

Esa noche, que era igual a otras noches, igual a noche pasadas, y a noches futuras, noches de tensa espera, atronaban las ráfagas de las ametralladoras. Los hombres corrían, se arrastraban, se empujaban y gritaban, se animaban los unos a los otros. Lloraban, tiraban de los heridos cogiéndolos por los pies, los abrazaban, se morían. Se morían. Y el general Maroto cumplía con lo que creía su deber, él que había luchado en el frente, él que sabía cómo eran las cosas, cómo era el infier-no. Había luchado durante varios años, hasta que había sido retirado por problemas mentales. Ya nadie se fiaba de él. Maroto anda mal de la cabeza, decían. Cualquier día Maroto hace alguna gorda... ¿Cuánto te apuestas a que acaba fusilado? Realmente le daba igual apuntar a unos y a otros, disparar a unos y a otros. No distinguía cuál era el ene-migo. Enemigo era cualquiera que le mirase a los ojos, que se cruzara en su camino. Le mandaron a su casa, con los suyos, para que reposara. Le retiraron las armas. Y ahora él sabía lo que le esperaba. El ejército enemigo avanzaba, revolcándose en el barro, revolcándose en charcos de sangre y vísceras. Avanzaban escondiendo la cabeza, que un disparo haría explotar como un melón. Avanzaban. El general Maroto sabía lo que hacían con las mujeres y los niños, con los civiles que caían prisio-neros. Sabía, él lo sabía bien, que el miedo y el alcohol envalentonaba a los vencedores, que hasta hacía bien poco habían sido los vencidos, y se cobraban su victoria en carne. No había escrúpulos. Todo lo que un día respetaron se había quedado en el camino, hundido en el barro. Todo. El general Maroto cogió la navaja que siempre llevaba en el bolsillo. Era una noche fría de octubre, como muchas noches anteriores, y muchas otras que llegaron después.

Esa noche, precisamente esa noche, al entrar en aquel pueblo, uno más en su avance hacia la capital, pronto llegaría la gran victoria, Ci-fuentes no aguantó más. Ni siquiera pensó en ello, no tenía capacidad para el discurso, para los argumentos, fue su cuerpo el que tomó la deci-sión, el que saltó y, rompiendo una ventana, entró de cabeza al interior de aquella casa, que era una de las pocas que no ardía. ¿Cuánto tiempo tardarían las llamas en alcanzarla? Imaginó que sus habitantes habían huido despavoridos, y se cobijó él mismo en una esquina, bajo una mesa de la que ya nunca volvería a ser una casa acogedora. No quería dispa-rar más. No quería recoger heridos, con las tripas fueras, sin ojos, trozos

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de carne que gritaban, que saltaban entre sus brazos en los últimos estertores. No quería ver más muertos, harto, cansado, desquiciado. Y no quería morir. Pensó en Isabela, en sus bonitos ojos, y sus bonitos pe-chos. Los cojos tienen suerte, le había dicho la chica. Él había sonreído. El pie sano le dolía; se había torcido el tobillo al caer. Quería dormir, sólo dormir, y soñar que descansaba de nuevo junto a Isabela. Entonces escuchó unos pasos en el piso de arriba, y se encogió asustado. Siempre le sucedía. Antes de disparar, degollar, golpear, llegaba el miedo, el mie-do a ser abatido, degollado, golpeado. Por eso actuaba, porque el miedo le decía, elige. Elige. Y uno elegía la vida, no había otra. Luego escuchó un grito, y antes de poder pensar, corría como podía, arrastrando su pie malo, arrastrando su pie bueno, con el fusil entre las manos. Volvió a escuchar un grito, y cuando llegó a la planta superior vio a una mujer que golpeaba a un hombre vestido con el uniforme enemigo. Una mujer madura, con el rostro desfigurado, con los ojos muy abiertos, con la boca también muy abierta, boca agujero, guarida, de la que escapaba el grito animal. Le llamó cabrón, le dijo cómo has podido hacerlo, mientras le golpeaba en el pecho, y lloraba, todo al mismo tiempo. El hombre, in-mutable, la sujetó con sus poderosos brazos, le dio la vuelta y la apoyó contra él. Antes de que Cifuentes pudiera reaccionar, le había rebanado el cuello con una navaja y ella se desvanecía, despacio. Al caer dobló las rodillas y luego se inclinó, hasta que la cabeza se golpeó contra el suelo quedando en la postura de una penitente. Cifuentes disparó. Disparó varias veces. El general se desplomó como un fardo, con un golpe sordo.

Esa noche, una horrible noche, como muchas otras en aquel tiem-po del demonio, Cifuentes recorrió las habitaciones de aquella vivien-da, arrastrando ahora un pie, luego el otro. Y su corazón se estreme-ció una vez, y otra, y otra más, al encontrar su trágico contenido, algo terrible, incluso horrible para él, un soldado que había visto de todo en tan sólo unas semanas. Afuera se oían gritos, caían granadas que explotaban, que rompían los tímpanos, había fuego, más fuego, pero Cifuentes seguía investigando, atrapado por el horror de lo que iba descubriendo. Los niños parecían dormir, pero tenían los ojos muy abiertos. Ojos que habían visto algo que no podían entender. ¿Por qué, papá? Se había preguntado el hijo mayor, que sólo tenía doce años. La sangre empapaba las sábanas. Los ojos abiertos. Un niño, y otro, y otro. También había dos niñas, que yacían juntas y rígidas en la misma cama, niñas que poco tiempo antes dormían abrazadas. Los cabellos rubios, los camisones de lino, las zapatillas, y algún juguete en el suelo, una muñequita, o una pelota. Cifuentes pensó que aquel perro, también degollado, añadía un punto de humor macabro. Al en-trar en la habitación principal le pareció que algo se movía en una

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cuna. Se acercó. Levantó suavemente la tela, y vio el rostro de una chiquilla que le miraba fijamente. No tendría más de cuatro meses. Le miraba y callaba, agitando sus puños cerrados.

Y una noche como esa, similar a esa, y a otras, Cifuentes corrió con la niña entre los brazos, sosteniéndola pegada a su pecho. Corrió a pesar de sus pies doloridos. Corrió y su sombra era un espantajo, que parecía a punto de caer, pero no caía, y avanzaba en dirección contraria a la de los valientes soldados que se proclamarían victoriosos en poco tiempo. Y corrió sobre el campo regado con la sangre de los caídos, san-gre que quizás había pertenecido a cada uno de los nombres junto a los cuales Isabela había pintado una cruz en el margen de su libretita. Co-rrió sobre el cadáver del amado esposo de la joven que nadie identificó y acabó en una fosa común, junto a una prostituta, un capellán, dos gatos, una vaca y doce soldados más. Corrió junto a los barracones de donde hacía ya unos meses las nuevas fuerzas victoriosas habían liberado a las prisioneras, mujeres con la cabeza rapada y los ojos color ceniza. Mujeres que trabajaban haciendo munición hasta caer rendidas, con las manos llenas de ampollas, los dedos retorcidos, los ojos arrasados por el cansancio. Mujeres que, si llegaban preñadas, o si las preñaban allí, parían en silencio, con los ojos muy abiertos, con las piernas muy abiertas. Parían entre ratas, entre escombros, entre muertos. Cifuentes corrió junto a los barracones, ahora vacíos, y escuchó el llanto de los re-cién nacidos. Y siguió corriendo con la niña que había salvado, o robado, o no sabía bien qué. Y cuando lloraba le metía el dedo en la boca, o se la colgaba del pezón seco, masculino, que la niña mordisqueaba con las encías todavía vacías de dientes. Y si conseguía leche en algún pueblo –quién eres, qué haces aquí, no serás un desertor, andan buscando a los desertores, les cuelgan boca abajo, dejan que los buitres les arranquen los ojos- se la daba a la niña, la llenaba de leche hasta que el líquido blanco caía de su boca, y seguía corriendo. Y eso fue lo que hizo, durante un tiempo largo, denso, inabarcable, correr y correr. Hasta que esa no-che, una noche fría, una noche espantosa, como todas lo eran, cada una con su propia fealdad, con sus propios monstruos, antes de parar para descansar, antes de encontrar un sitio adecuado, pisó una mina, que lo lanzó por los aires. La niña voló por los aires, como voló la pierna coja, y Cifuentes también voló, convertido en lechuza, hacia el cielo negro, cua-jado de estrellas diminutas, el silencio roto por el rugido del monstruo que dormía bajo la tierra inocente.

Esa noche, fría, oscura, terrible, alguien llamó a la puerta de Isabela, que dormía sola, ya no llegaban soldados, ya no escribía apenas cartas, la lista repleta de pequeñas cruces, y la joven se le-vantó cubriendo su camisón con una chaqueta de lana. Y allí estaba

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un hombre que le miraba fijamente. ¿Es usted Isabela Donovan?, preguntó. La joven asintió, observando el uniforme del emisario. Su aire cansado. Isabela llevaba meses recibiendo noticias, siempre malas noticias, y por eso hizo un esfuerzo para no cerrar la puerta y escuchar lo que aquel hombre tenía que decirle. Su marido. Su hija... Están en un hospital a unos cincuenta kilómetros, dijo. Se equivoca, contestó Isabela, sobreponiéndose a la mención de sus seres queri-dos. Hacía tiempo que no lloraba, seca, muy seca por dentro. Ellos están más lejos. Están en el cielo, contestó. El soldado le contó que su marido había pasado algunas semanas en estado crítico. Los mé-dicos no sabían cómo ha salido adelante; parecía un milagro. Había perdido una pierna. Había perdido el rostro y la memoria. La niña había tenido más suerte. Su padre la había lanzado por los aires y había ido a caer sobre una montaña de hojas secas. La protegieron los espíritus del bosque. No es posible, musitó Isabela, sintiendo que se mareaba. ¡Por el amor de Dios, señora! Necesitan verla. ¿Cuál era el nombre de su marido? Él ni siquiera lo sabe... Mi marido está muerto, insistió la joven. ¿Y el de su hija? Él la llama la niña. Siempre habla de la niña, la niña esto, la niña lo otro. Sara, contestó Isabela con los ojos llenos de lágrimas. Su nombre es Sara. El hom-bre le dijo que al día siguiente, por la mañana temprano, pasaría a buscarla. Le aconsejó que intentara dormir. Necesita descansar; está usted muy pálida.

Antes de irse, el emisario se dio la vuelta. Hasta ahora todas las noches me parecían la misma noche, dijo en un susurro. Todas eran igual de frías, de tristes, de espeluznantes. ¿Sabe de lo que ha-blo? Isabela asintió. Ella, y todos los que habían sufrido la guerra lo sabían. ¡Cómo escapar a aquella noche perpetua, que les asfixiaba, que les hermanaba con los roedores! Pero esto va a cambiar, dijo el soldado intentando sonreír. Abriendo los labios. ¡Qué mueca tan ex-traña, esa esperanza recién nacida en su boca! ¿No se ha enterado? ¿Realmente no está al tanto? ¿No sabe de qué hablo? Le preguntó. El frío lamía las piernas desnudas de Isabela bajo el camisón. Que-rida señora, esta noche, precisamente esta noche, se ha firmado el armisticio. Ella cayó de golpe, sobre sus rodillas, y sintió un fuerte dolor, como si se le hubieran astillado los huesos. Entonces... musitó Isabela, alzando el rostro, como si estuviera rezando a aquel dios vestido de soldado. Entonces... El emisario le confirmó, sosteniendo sus manos temblorosas, la noticia que acababa de darle. ¡Levántese del suelo, señora! ¡Levántese! ¿No ve que la guerra ha terminado?

(Premio “Tomás Fermín de Arteta” de Aoiz, 2012)

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JULIO CÉSAR JIMÉNEZ

LOS SUEÑOS SON PARA LOS NIÑOS

Lo sabéis amigos,no volveremos más.

Sólo los viejos vagabundos al morirpueden saber quizá

el secreto de la hora derramaday el porqué de la mujer húmeda en estío.

Pero nosotros no. No podemos volver.MIGUEL LABORDETA

¿Qué podría contar de la niñez? Mi hija lo preguntafrente a la casa de donde arrancó mi memoria.Le dije: son los primeros nudos que por nosotrosva haciendo alguien en la cuerda de la vida.Entonces hay un silencio que ella no entiendecuando busco en sus ojos nuevos algunos enigmasque yo no resolví: el inquietante robot de plásticoque hablaba, nunca supe porqué, metido en el ropero,la bicicleta azul con el manillar siempre flojoo aquel libro de aventuras que no explicabapor qué unos niños con pecas y rodillas suciasse metían siempre en líos. (Quizá un día lo encuentrealargue la mano y sea un espejismo).En fin, que como los niños de mi edad, fabriqué tambiénuna escopeta con gomillas y pinzas de la ropa,coleccioné canicas y cromos de fútboly monté mi propio quiosco de juguetes usados.Un verano mi padre sacó un inmenso flotador negrode su Irizar 1028 y fue cuando comenzó mi farsa:iba contando por el barrio que despellejamos vivauna orca distraída en la playa y que sus ojos pequeños,aún con vida, nos maldecían tras los parches de goma.Ahora sé que la niñez hay que echarla a correrjunto al sueño, y aunque parezca hecha con esos objetos,

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lo está por su uso después de olvidados.Tenía quince, recuerdo, cuando mostré ya cierta destrezacon mis propios nudos. Perdí algo del sentido de la propiedadal descubrir unas piedras que fuera de mis manosno necesitaban volver a mí. (Puestas donde yo queríaestaba en ellas para siempre).Y así fui creciendo, confundiendo niñez y crueldad,una como envoltura de la otrapara que mis padres pudieran disculparsecon un mundo adulto y desconocidoaunque a mí algunos nunca pudieranperdonarme. (Roberto Tugués, por ejemplo,se convirtió una tarde en un niño con la frentemoldeada por mi más soberbio ladrillazo,o mi abuela materna, que formó unidad con un camiónpor unos dedos que luego serían alambres). Pero, sí:salvo excepción, a mí siempre me absolvíancuando trabajaba en el diseño de la lástima.Ahora esa niñez, con su peso total pero intermitentey recibido de golpe, se restaura empleando sentidosque a cualquier edad manejen con solvencia el vacío.De ahí que interese tener, como poco,una memoria con buenos reflejosy no haber llenado del todo la piel con la luz.Ayer mismo (¿o fue hoy?) un balón saltó una vallamientras Irene salía del colegio.Se me vio amable en el gesto por tratar de devolverla,pero una añoranza súbita salió de mi piernay mandó todas las miradas al balcón de un tercero.Oí a algunas madres llamarme animal.Yo estaba confuso.

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ISIDRO LÓPEZ FUMERO

LAS DELICADAS LUCES

Después de mi casa empieza el bosque. Un espeso bosque tras la penumbra de mi jardín. Claroscuro es este bosque que entre capas de encaje verde se recuesta bajo el cielo travestido del otoño.

Hay algo más, se derrama algo más que la blanca niebla. Hay una luz que pasea, serena, casi a tientas, entre coronas de los narcisos. Hay esperanza y granos y briznas y restos calientes de otra materia. Hay hojas vivas, hojas que en la tierra se deshacen, cotidianas y serviles. Hojas rotas que tiritan, muertas de frío tras la alambrada.

El bosque es grande, grande como el cielo de la nada que poseo. Grande como el cielo de este otoño que se carga de un frío mordido.

He besado con mis labios los vacíos de un poema. He volado hasta llegar, a la altura fragmentada de tu espacio.He sellado, unos versos que no quieren ver llorar, este día que ama-nece.Qué no acaban de cerrar esta herida penetrante.

He intentado imaginarme que soy aire. Los extraños movimientos cuando aprieto con mis manos estas hojas son los ritmos diminutos y sangrantes de mi voz.

Tiemblo y siento por instantes el dolor de mi cabeza. Es extraño que en el mundo en el que sueño, hoy me abrumen estos gestos. Te presiento y abrazado entre las ramas de los setos necesito acariciar, todo el viento que me impulsa al infinito, recrearme, palmo a palmo por tu piel.

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Más allá de las laderas, donde casi apenas se recuesta el bosque, esa luz que te recrea, se ilumina por completo. Existencia y sensaciones acompañan por el aire un tiempo helado.

Observo, como brilla la nieve fresca en la gravilla que se ve afuera del jardín.Observo otra vez, me fijo otra vez, como brilla con el sol.Una garra de ternura se apodera del entorno y no dejan de crecer las petunias que rodean las laderas.

Tiembla el frío de la escarcha sobre el manto de la yerba y mis versos se deshacen. Luce el sol, sol que extiende interminable, solitaria, tu belleza. Tú caminas a la espalda del corcel que galopa entre los sotos persiguiendo mariposas.

Más allá de la maleza, del reflejo de la nieve, hay paisajes muy abiertos. Eso creo vislumbrar cuando admiro esta acuarela. Cuando veo entre las hojas, la textura de las luces, delicadas, de este bosque.

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JOSÉ LUIS MORALES

BLAS

A Sabina de la Cruz,que llamó el martes para decirme que tenía prácticamente

preparadas las obras completas de Blas de Otero.

Ayer llamó Sabina -yo no estaba-,“que ha regresado Blas, que ha vuelto entero y verdadero”, Blas, el de Redoble de conciencia, el Que trata sin vergüenza de España, el que discute hablándole hasta a Dios En castellano. ¡Eh, que ha vuelto Blas! Oid. La voz que clama en las plazas y bares de los pueblos-no en la sala de estar de la Academia-, vozque calla y fuma o se levanta y fuma o bisbisea y fuma y escupe al cielo y fumaaunque tose a granel- y juega al subastao hasta perder la nochemientras José Agustín va a por más whiskyy se pone a mear -Julia, no mires-contra el fosco galván de una farolay tarda en regresar, quizás no vuelva,-porque eligió salir por la ventana- y Blas no duerme,porque no duerme nunca, no concibedescansar mientras siga habiendo muertosde hambre, y otros cenensolomillo de obrero como si fuese foie -y tal vez lo sea-.

Y aunque no estaba yo, dejó el mensaje,“que ha vuelto Blas”, a mi mujer, “que ha vuelto”

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fiero y con más Historiasfingidas de verdad o verdaderascomo el dolor aquel de aquel Pessoapoeta, que fingíano ser sino unos cuantos,para morir de cuatro o cinco muertesdiferentes,en una sola angustia verdadera.

“Que ha vuelto Blas”, que traePoesía e historia desde Rusiay canciones cubanas y armoníasde gentes de Beijing, a los que amabacomo a la enfermedad de Dios que fue su vida.

Y al irse, -mi mujer hace gimnasiados días por semana-, dejó un post-itescueto: “Ha vuelto Blas; llamó Sabina” .Y así supe también que aquellas Hojasúltimas de Madrid no lo seríany que había que alzar con La Galernael puño nuevamente y la palabracontra el reino sin ley de los mercados.

(Ahora se dice así, ya no son mercaderesporque no tienen rostro, pero compransangre y miseria ajena como siempre,y especulan y venden, y especulan y prestan,y especulan y embargan, y ríen y desahuciansin saciarse jamás, y no se sabequiénes son, porque borransus huellas y no tienen ni nombre ni color,sólo un password cifrado en la Islas Caimán,la cara de alquiler y el corazón de piedra.)

Y al llegar la llamé: “que ha vuelto Blas, que ha vuelto;no abandones, no dejes

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de escribir; mon ami, que la palabrapuede volver a ser faro y consigna,estruendo de verdad, camino al almade los otros, timónde la mejor conciencia”.

Que ha vuelto Blas,que ha vuelto”, repetía Sabina,y con él la legión de sus adverbiosterminados en mente, y mademoiselleIsabel y su Ancia y su pronombrehipertrofiado yo -que quiere decir patria_y el sustantivo pazen carne viva.

Que ha vuelto Blas, -dice el mensajedel contestador-,que ha vuelto Blas,que ha vuelto.

(Premio, ex aequo, de Poesía “Bilaketa” de Aoiz, 2012)

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ALFONSO PASCAL ROS

PRINCIPIO DE PASCAL

De los págalos disponíay apenas prestamero por un rato,firmado y lubricadomientras coleccionaba capicúas.Apenas por un ratoescribo este poema por encargode un poeta sentadoque por no disponer no disponía,entre Sesma y el Desna,del yo poemático,de págalos siquiera.

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COSAS QUE NO SOPORTO

EN UN POEMA

(13 versos para Emilio Quintana y Miguel D´Ors)

A Javier Corcín y Manuel Arriazu

Que aparezcan jefes (directores incluso)y dientes como perlas (salvo el primero que lo dijo),que suceda en Venecia o en París.Que sea para el pueblo y sabe usted,usted no se imagina con quién habla.Que se escuche de fondo una canción(pongo por caso un blues)y un hombre se retire antes de oírlapara evitar el llanto.Que esté lleno de epítetos y acentosde alguien que sabe mucho y va a congresos.Que comparen un verso a Bellas Artes,renieguen de las Feas y las otras.

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EDUARDO PÉREZ RUIZ

DIFERENCIA

Todos conocemos sobradamentela diferencia que siempre existióentre hacer señales de humo y venderlo,romper una lanza a favor del prójimoy que te la claven en el costado,pintar como Velázquez o Picassoy que pinten bastos, pintar la mona.Pero no está de más que, sobre todosobre todo, no perdamos de vistala abismal diferencia que se encuentraentre alimentarse de miguitasy el tener que luchar por las migajas.

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AUTORIDADES

Aquí es donde me gustaría verlos.

Aquí, donde juegas tu cuarto a espadas,a medio palmo apenas del abismo—como quien dice con el culo al aire—,cuando es hora de parar el relojy se antoja bastante más sencilloir de los Apeninos a los Andesque neutralizar los cuatro centímetrosy los insignificantes segundosque separan tus labios de mis labios.

Aquí, a tiro, en línea de fuegoy no atrincherados en las palabrasy los versos mil veces repetidos.Aquí, gallitos, a ver qué decían,qué inventaban Garcilaso, Cyrano,Mastroianni o el mismo Johnny Depp.Dónde se han ocultado ahora que túme inquieres que te suelte algo bonitoy pasemos luego del verso al beso.

Aquí, a la hora de la verdad—que por favor no me escurran el bulto—dónde demonios están los teóricos,dónde se esconden, dónde se han metido.

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FELIPE RIVAS SOLANO

ROBERT SHUMANN AÑORA EL MAR EN EL MANICOMIO DE ENDERLICH

Alucinaciones auditivas de Schumann.El día 20 de febrero de 1854, junto a las alucinaciones auditivas,

tiene otras visuales, complejas, escenográficas; se crees sucesivamente rodeado de ángeles que le dictan melodías maravillosas.

R. Schumann de Vallejo Nájera

Era la muerte, Clara, era la muerte….Entre las frondas del recuerdo,

luna de plata lenta se adentra en la memoriacomo espuela de sangre clavada en los ijaresde todos mis cabellos desbocados. Desde la tibia arboladura de los sueñosoigo un rumor de lluvia o viento o cisnes de rocíoque con dolor de sistro se esparcen por el aire,mientras yertos violines desangran sus tristezascontra la bruma incandescente de la noche.

¿Es arrayán en flor o scherzos y baladas lo que albea a lo lejos?Hay niebla en mis estuariosy en el largo poniente negras torcaces vuelan por las ojivas de la luz.

Como llamas al viento se expanden las tristezas,el taimado placer, bajo el sol ardoroso, se pierde en los caminosy en la gresca del tiempo se funden las nostalgias.Sólo tus ojos, Clara, con un sabor a menta, atisban desolados mis últimos rescoldos.

Y todo es música en la noche:oboes y clarines, laúdes y timbales retumban bulliciososSincopando los ritmos, atropellando pausaso aromando de arpegios la eternidad sonora de los mares.La orgía del teclado entona una cantata,tambores tenebrosos percuten en mi pechoy las violas se arrastran como cobras de bronce

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por la carnosa densidad de las espumas…¡Detened la voz de los violines, detened los torrentes musicales

y abrid las puertas del silencio a todos mis corceles desbocados!No más cascadas en las montañas de mi mente,no más resacas en las estancias del olvido;no, no oír la música, verla en el airedesgarrarse en núbiles conciertos, no de auditivo son,sino en el visual destello de unas notas que estallan delirantescomo gotas de luz heridas por el viento.

Y el mar, el mar en sus abismos:vuelo de albatros, el albo flamear de las gaviotaspor las orillas heladas de la lunaque en aguas cristalinas refleja sus topacios.Así la muerte –tiniebla y claridad en los caminos largos de los astros-:y cuando llegue, que me sumerja en el arroyo silente de las sombraso en un galope de potros desangrados,cuando el otoño encienda las hojas de los saucesy el imposible sueño de la luna se precipitepor la ventana abierta del ocaso.

¿Son de nieve y fatiga los broncos alazanes? ¿Acaso la nostal-gia es un regreso?Pues mientras dure, quisiera estar en el santuario de tu cuerpo,entre manos y labios oblatorios, bajo la albada de los ojos-soñándose en los míos – inmóviles cristales en aguas submarinas.

Por los ríos del tiempo el agua se remansa y mi recuerdo es lento.En la noche escarchada, sobre el negro lunado de las calles,la catedral reposa en su sueño de piedra;son verdes susurrantes, junto al violeta en llamas,lo que traspasan los vitrales.Por los blandones céreos corren dardos de luz.Desde la gloria del crucero la umbela del retablo.Un ángel de penumbra, en gótica postura, se aduerme en el trasluz.Ungido por la gracia, sólo mis pasos resuenan en la nave.Y tú a mi lado, Clara, y el eco intenso de tu llantoperdido entre sollozos por las arcadas grises de los claustros.

…era la muerte, Clara, era la muertelo que el ángel de ensueño con el dedo en los labios me anunciaba.

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ALEJANDRO ROS SATRÚSTEGUI

MELANCOLÍA

El cielo se halla hoy ennegrecido y caen copos blancos que, muy lentos, tapizan el asfalto. El cielo se halla hoy ennegrecido mas otros días es azul,azul intenso y límpido en los atardeceres por el céfiro. En algunas jornadas su aspecto se anubla por las gélidas rachas de polvo que transitan en el cierzo. Otras es gris o dorado o de múltiples tonos en las cintas que pinta el bíblico arco iris El cielo se halla hoy ennegrecido, sin luz, como tus ojos y sus lágrimas.

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MILAGROS RUBIO SALVATIERRA

VIVE

(A Stéphane Hessel, que murió a los 95 años, todavía joven)

Tu puedes decir que soy un soñador, Pero no soy el único,

Espero que algún día te nos unas, Y el mundo vivirá como uno solo.

(J.Lennon)

Se levanta la brumaDescubro ante la tardearrugas, dudas, duendes.Son millones de hambrientosmordiendo los zapatosde la corte G-8.Los corruptos se ocultancon hipotecas de oro.Tras sus huellas,Silencio.

Cierro las puertas prestaMe visto con el traje de aquí no pasa nadaHuyo por las callejaspero sigo desnudaSus sombras me atormentan

En medio de la nubese alzan sobre su fame y toman las estrellas.Son millones de vocessorbiendo dignidad sobre platos vacíos.¡Indignaos! Es gritode un siglo de razonesa punto de cerrarse.

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La corte retrocede¡vuelve la poesía a la casa del pobre!Plaza del sol, stopdesahucios y recortesverdes antorchas, voces,tijeras no, la calle.¡Indignaos! Os digoal borde de marcharme.

Ningún infierno debajo de nosotros, Arriba de nosotros, solamente cielo.

Desgranan los acordes a golpe de pancartaRetrocede la cumbreLos duendes tienen voces.El caballero oscurose aleja del anillo.La poesía Vive.

Aun se canta imagineen las calles del miedo.

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MARÍA SANZ

A SHIRLEY HORN, EN EL VIENTO

Aún estás tratando de averiguar tu vida,con qué luz desvelarla, cómo creer en ella,mientras huye tu voz por sus tórridos ecosy ahora no le sirves ni siquiera de humo.

Es verdad que esta noche todo se cierra en falso,todo flota en el margen de un lento vaticinio,entre sábanas frías y muros transparentes.Es verdad, no te niegues a ti misma y responde.

En el viento buscabas el roce del silenciocuando apenas un pájaro deshacía la tardecon su trino dorado, cuando casi teníasen tu interior las mieles que otro cuerpo manaba.

Aún estás queriendo vivir de lo vivido,como tantas canciones desgarradas a solas,aventuras desiertas donde alguien fue lunay supo traspasarte con su rayo perverso.

Tal vez has conseguido que se eleve esa flama,que tu voz ardorosa sea más que ceniza.No lo olvides, el viento desoye la tristezay abandera la imagen del amor sin presente.

Pero todo termina por declamar incendioscuando callan tus ojos, esa luz delatorasobre gélidos muros, esa noche cerradaque aún sigue tratando de liberarte. Mientras,alguien pulsa tu miedo como un desconocido,

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como aquella locura donde se aparecíasin revelar quién era o por qué derrotabasu cuerpo con el tuyo. Aléjate. Regresaa los trinos dorados y a las mieles ocultas,a esa voz que ha vivido de morir tantas veces.

(Premio, ex aequo, de Poesía “Bilaketa” de Aoiz, 2012)

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ROBERTO SIMÓN ROMANO

YA SÉ

Ya sé (por fin) que ellosno velan por mí, ni por ti ni nadie.Solo lavan sus besoscon fulgores subordinados a sus bolsillosy a sus estupideces.Solo andan por sus sendas de zarzalescreyéndose luciérnagasde la historia y el mundo.

Ya sé (nunca es tarde para saber)que ellos no aman la tierra que yo abrazoy cultivo y doy como verdes ángeleschucherías de esfuerzo. Incongruentemente, cortan piernas al campo para evitar el rumbo hacia la hambruna, la equidad y la boca del homónimo.

Ya sé (y aquí lo digo) que invadiéndonoscon sus injustas leyesprorrogan concesiones a sus cuerpos y espírituscomo intocables diosesdueños de los hundidos.

Ya sé (nunca tuve tanta certeza) que ellosson muñecos con cuerda y pilas recargablesque aúllan para el congojo de los demásy la protección firme de sus cuentas.

Ya sé (quizá también ustedes sepan)que llevan mucho tiempotocándonos... su horrible sinfonía

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que a mí ya no me embauca,ni engaña, ni adormece.

Ya sé (solo los muertos son silencio)que para compartirnos, nada máselemental que huir de sus insultoscamuflados en voces imposibles. Que dejarlos con la gestión del mundo es destejer esencias y arrojarnos premeditadamente a los leones insaciables de los Mercados.

Ya sé que (lo profundo es mi mejor territorio)pese a sus obstinadoscercos de las finanzas,me instalo en el amor como profusasfloraciones de los seres humanosque esperan la llegada fecundabledel abrazo común y la equidada las huertas abiertasde nuestras desahuciadas ilusiones.

Ya sé (claro que sí)que a pesar de esta cárcel de injusticias,solo rompiendo el ego y las fortunasnos viviremos libres.

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La Plataforma por el mantenimiento del “Autobús de la Vida” convocó un concurso de microrrelatos, con la condición de que apareciese la frase “Autobús de la Vida”. Se consiguió un éxito de participación, ya que fueron un total de 126 microrrelatos los presentados. La entrega de premios tuvo lugar el 14 de noviembre, en el Salón de ac-tos e castel Ruiz, que se llenó para este acto.

Los premiados fueron los siguientes:CategoríaA(hasta 16 años):Anastasiya Lushchyk (mejor relato por Una noticia desagradable). Imanol Díez Íñiguez (relato más divertido). Andrea Sarnago Gómez y Uxúe Muñoz Berruezo (los más origi-nales). Ruth Malo Berrozpe (más reivindicativo).

Categoría B (16 a 60 años): Enrique Álvarez Asiáin (mejor relato por su trabajo sin título). Ignacio Arraiza Valle (el más reivindicativo). Juan José Huerta Chueca (el más original). Luis Santiago Fernández González y Maite Sanz Gallego (ex ae-quo, los más divertidos).

Categoría C (más de 60 años):María Rosario Fuentes (mejor relato con Antoñita). Antonio San Vicente Leza (el más reivindicativo).Leocadio Escribano Gómara (el más original). Cristina Rupérez Palomar (el más divertido).

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ANASTASIYA LUSHCHYK

UNA NOTICIA DESAGRADABLE

Todos los días iba al trabajo, todo igual, día tras día, hasta que una mañana me encontré a un señor sentado en un banco. No sabía lo que hacía allí parado, no le quise molestar. Era una persona mayor e igual estaba durmiendo. Al volver, aún seguía allí. Me fui preocupado por no saber lo que le pasaba. Al día si-guiente volví a pasar por ese sitio donde aquel hombre perma-necía impasible, pero no lo encontré solo sino con mucha más gente. Eso me extrañó mucho y muy pensativo me fui al trabajo. Al regresar a casa, pasé por aquel enigmático banco y allí esta-ban ellos. Me atreví a preguntarles qué hacían y un hombre me dijo que esperaban al autobús de la vida, y yo les dije: Quizá ya no pasa por este camino, hay que buscarlo todas las mañanas cuando nos levantamos de la cama...

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ENRIQUE ÁLVAREZ

Pasan las nubes allí arriba. Despacio, se deslizan con suavi-dad a través del cielo. Cuanto más lejos llevo mi mirada sobre el paisaje, los objetos se desplazan con mayor lentitud. Aquí abajo, cerca de mis ojos, todo se mueve demasiado rápido, apenas se distingue el contorno de las cosas. Da vértigo, como los pensa-mientos que se arremolinan en mi cabeza. Un poco más allá, jus-to en medio, está la línea del horizonte, marcando la distancia casi insalvable entre la tierra y el cielo, entre mi dolor y mi espe-ranza, entre lo que siento y lo que quisiera sentir. Tengo miedo. Es mi primera vez, pero sé que no estoy solo. Ella está a mi lado y me mira, pone su mano sobre mi mejilla, seca mis lágrimas, sonríe. Me dice que lo llaman el autobús de la vida, porque es la vida lo que nos espera cuando termine el viaje. Pasan las nubes allí arriba...

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Mª ROSARIO FUENTES

ANTOÑITA

‘Como pomposa muñeca mutilada reaparezco’. Magnífica forma de comenzar un poemario. El primer verso me sobresal-tó, pura sabiduría. Tomé el teléfono y consulté a una amiga. Me contestó con un nombre desconocido. No puede ser un primer poemario, no me engañes. Sí lo era. Su autora, guapísima y ma-dura, estaba mastectomizada. El trance, a trancas y barrancas, la había hecho coger el ordenador, afianzar memoria, afrontar el futuro. Fue una niña de Andalucía la Baja, educada a la antigua, con tata de pendientes mandarrón blanco que le contaba cuentos al caer la luna, niña aristócrata, Lectora de libros fascinantes. Ver la muerte la acercó a la luz. Antoñita, mujer, tomó al autobús de la vida, convirtió la amputación en belleza, su duelo en sabi-duría. ¿Quién le dictaba? ¿La memoria genética? ¿el sur? Suspiré al llegar a su último verso: ‘Y siguió la ruta de la gran caravana’.

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LAS CATEGORÍAS DE KANT NO

FUNCIONAN EN LA NOCHE

POR FRANCISCO ONIEVA

Título: Las categorías de Kant no funcionan en la noche Autor: Julio César JiménezAño: 2012Editorial: CelyaPáginas: 64

Bajo este sugerente título, el poeta malagueño Julio César Jiménez, una de las voces más singulares de la poesía española reciente, nos ofrece un poemario arriesgado. El libro, editado por la editorial Celya dentro de su colección “Generación del Vértice”, le ha valido el VI Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Pamplona” a este escritor cuya obra ha sido traducida al inglés, al búlgaro y al italiano, además de ser recogida en diversas anto-logías poéticas, entre las que podemos destacar Poetas en Mála-ga (1995), La poesía que llega. Jóvenes poetas españoles (Huerga & Fierro, 1998), Poetas andaluces actuales (Rada Panchovska, Sofía, 1999), Compañeros de viaje (en “El maquinista de la ge-neración”, Centro Cultural Generación del 27, 2002), Las sendas interiores. Antología de poesía malagueña contemporánea (Ca-jasur, Córdoba, 2005), Ocho poetas jóvenes de Andalucía (Mia-mi, 2006), Doce al sur (2006), Frontera Sur, antología de jóvenes poetas malagueños (edición de Francisco Ruiz Noguera, 2007) o Andén sur. Málaga en la poesía del siglo XX (2007).

Dieciséis años han pasado desde la publicación de De las co-sas sustituibles en Ediciones Corona del Sur. Desde entonces, y hasta el presente libro, se han ido sucediendo, con la lentitud y el sosiego necesarios para ir trazando un camino personal con cohe-rencia, otros cuatro poemarios: Estrategia para la fuga (Premio Málaga CREA, Ayto. de Málaga, 1996), Del ámbito del desorden o quince revelaciones imprevisibles (Premio Ateneo-UMA, Ate-neo de Málaga, 1998), Contra sanguinem, (Colección Monosabio, Ayto. de Málaga, 2001) y La sed adiestrada (XVI Premio Ciudad de las Palmas 2008).

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Sin embargo, la personalidad inquieta de Julio César Jimé-nez —que ya durante los años de estudiante de Filología His-pánica en la Universidad de Málaga coordinaba la revista de pensamiento, arte y literatura Robador de Europa— no puede constreñirse solo a la creación poética, y, así, ha colaborado en la biografía Genial Picasso (Diario Málaga-Cajasur-Universidad de Málaga, 1996), acerca del inmortal pintor malagueño, y, como autor-editor, ha seleccionado y prologado Antología del beso. Poe-sía última española (Editorial Mitad-Doble, 2009) y, junto a Raúl Díaz Rosales, Y para qué + poetas. Herederos y precursores (Edi-torial Eppur, 2010). Actualmente dirige la colección de poesía contemporánea Robadores (Mitad Doble Ed.).

Las categorías de Kant no funcionan en la noche es un libro en el que se aprecia una voz fácilmente identificable, forjada mediante el ahondamiento en los presupuestos éticos y estéticos presentes en los anteriores poemarios: la difuminación de las fronteras entre poesía y narración (“Sin ir más lejos, yo mismo vivo de lo que nun-ca seré. / Con setenta años, el rostro verde y los ojos amarillos / (el diablo vigilándome desde el hígado), / vivo el sueño de un niño en un ático umbrío.”), que se advierte tanto en el gusto por unos títu-los largos que forman parte de la estructura interna del poema al delimitar en ellos las líneas esenciales que lo articulan (“Jacques Kohn se encuentra en la cama con una condesa cuyo amante podía echar la puerta abajo en cualquier momento” o “Querido Papá. Creo que ya es hora que te diga que pienso en ti constantemente. Leo y releo tus cartas incesantemente y hablo de ti con ciertos hom-bres. He movido tu foto a mi cuarto y la miro con cierta debilidad. Marlene Dietrich.”) como en el eficaz manejo del versículo, capaz de adecuarse bien a la profundidad de pensamiento del poema (“No se puede vivir en los alrededores del hombre. / Hay en ellos un no sé qué que lleva siempre a lo mismo: / el democrático atractivo de salvarse como sea / de lo malo y de lo feo, no encontrar fascinantes / los halagos repulsivos de un salvajismo inocente / (que ahora que lo pienso ¿por qué tanta importancia / al malvado si es una plaza desechada / por la habilidad que exige?”), el uso de la ironía que no solo puede servir de contrapunto a dicho tono reflexivo y al ritmo de pensamiento sobre el que se estructura el versículo de Jiménez (“Una mañana / llamaron a tu puerta tres señores muy serios, / y te preguntaron: / —Díganos, señor: con las manos mordidas / ¿cuántas posibilidades tiene / para encogerse y desaparecer?”) sino que tam-

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bién contribuye a reflejar la naturaleza conflictiva del mundo que rodea al yo poético (como se aprecia en el poema “Procedimiento J.F. 739/2011. Salvaje ilustrado arrincona Mazda CX5”) o el empleo de un léxico visceral que sirve para reforzar la citada idea de con-flicto entendido siempre como el principio generador de la propia identidad, como punto a partir del cual se construye un yo que úni-camente puede definirse a través de las relaciones que establece con el cosmos (“Supongamos que una vez / nos rompieran la boca o explotara el petardo / en las manos o apartáramos con el codo / el vidrio plantado en las tapias, los campos / cultivados con peligros prensiles / como un perro ensamblado al tobillo / o tentaciones con-fusas que encontramos / de camino a casa o en el margen / de la vida de otro. Supongamos / que no es preciso tirarse sin saber dónde / o entrar en la manada sin sacar antes / la mano entre las aspas del corazón. / Supongamos que al fin nos dejamos arrollar / por la tira-nía de las cosas únicas.”)

En torno al símbolo de la noche —el lado más primario del individuo y que toma entidad en ella— fulmina los conceptos de tiempo y espacio, que quedan diluidos en la oscuridad. El au-tor, haciendo una relectura personal del Kant menos académico, aquel que, al intentar explicar de un modo racional el mundo y nuestras relaciones con él, comprueba la insuficiencia de la ra-zón y la necesidad de buscar una tabla de salvación en lo irra-cional, que es, en última instancia, la única brújula que puede guiarnos, aunque sea a tientas, a través de un mundo hostil y conflictivo, en el que el yo poético se define de un modo poliédrico en sus múltiples aristas.

Estamos, pues, ante un libro difícil, que exige un lector con cierto bagaje cultural, pues son múltiples las referencias cultu-rales (Jack Khone), literarias (Kafka, Salinger, Herman Hes-se, la hispanista estadounidense y amante de Pedro Salinas, Catherine Whitmore, con la que el poeta tuvo una relación y a la que dedicó La voz a ti debida) y filosóficas (Hume) que se entrecruzan en ella ya desde el mismo título, en el cual se hace referencia, por un lado, a la obra del filósofo prusiano y, por otra, a la del premio Nobel de Literatura polaco Isaac Bashevis Singer, de quien son los versos que están en la base del título (“En la oscuridad, las categorías de Kant / no valen nada”) y que sirven de antesala al primer poema.

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NOTICIAS CULTURALES

En el III Certamen Literario Igualdad y Mujer de Ribaforada, en la modalidad de relato corto se impuso Isabel García Viñao, de Jaca, con el relato “Pie derecho”. El segundo premio recayó en Lucía Jalle, de Ribaforada, por la obra titulada “Alas de ángel”. También se entregó un accésit al relato “Como una marioneta”, de Juani Torrijos, natural de La Solana (Ciudad Real). En la modalidad de poesía “El regalo que soñaste”, de la tudelana Mª Elena Sánchez Brun, se alzó con la victoria. María Pilar Chueca, de Buñuel, fue con su poesía “Escríbeme”, la ganadora del segundo premio, dotado con un detalle. Cada ganadora recitó su obra y, tras las lecturas, Roberto Simón, Mª Jesús Zabalza y José Javier Alfaro clausuraron con un recital el acto de entrega de premios.

El escritor navarro Javier Izcue Argandoña, con su obra Amaranta en Venecia, ha resultado ganador del VI Premio de poesía para niños. El Príncipe Preguntón” que promueve el área de Cultura de la Diputación de Granada.

El sábado 18 de Agosto tuvo lugar en Grisel la entrega de premios correspondiente a la XIV del Concurso de Relatos Cortos “Memorias y Cuentos del Moncayo”, organizado por la Asociación Cultural “La Diezma” con la colaboración del Ayuntamiento de Grisel. En la categoría de adultos resultó ganador el relato “QUIMERAS” de Manuel Arriazu Sada. En la CATEGORÍA JUVENIL es concedió un accésit a: “EL VINCULO DEL MONCAYO” de Alejandro Compaired Sánchez. Y en la CATEGORÍA INFANTIL, el primer Premio fue para el relato “DON QUIJOTE DE GRISEL” de Ana Lozano Lapeña; el Segundo Premio: REENCUENTRO EN EL PUEBLO DE MANUEL” de Pedro Javier Gómez Fernández y el Tercer Premio: “LA PRINCESA DE LOS AINES” de Sofía Machín Martínez. El PREMIO AL MEJOR RELATO AMBIENTADO EN EL PUEBLO DE GRISEL fue para “LA SIMA DE LOS AINES” de Roberto Laborda Grima.

El poeta navarro Javier Asiáin, con la obra Liturgia de las horas, ha ganado el XXIII Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, organizado por Caja de Ávila y la Colonia Fontivereña Abulense. Se presentaron 163 obras al certamen, cuyo premio también supone la edición en la colección Adonais. Los integrantes del jurado eran Clara Janés, Antonio Colinas, Carmelo Guillén, Jesús Munárriz, Luis Hernández, Teodoro Rubio y Carlos Aganzo.

Alfonso Pascal Ros, con su obra Principio de Pascal, ha ganado la modalidad de poesía del Premio de Creación Literaria 2012. En esta edición del premio, que tiene por objeto ayudar a la creación y publicación de una obra inédita,

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han concurrido once autores. El jurado ha estado integrado por personal del Departamento de Cultura, Turismo y Relaciones Institucionales (la directora del Servicio de Acción Cultural, Cristina Urdánoz; la jefa de la Sección de Creación, Producción y Servicios Artísticos, Amaya Mena; y un técnico de dicha sección, Patrick Ullate). Además, han formado parte del jurado Juan Gracia, Daniel Aldaya y Javier Asiáin en calidad de escritores y expertos en literatura.

Se entregaron los premios del XXXIV Concurso de Cuentos Aller, que organiza la Tertulia Literaria Allerana. Compusieron el jurado los profesores de Lengua Castellana y Literatura: Marta Elena Castañón Álvarez, José Antonio de Lillo Cuadrado y Alejandro Antolín Guerra, con la asistencia del resto de los miembros de la Tertulia Literaria Allerana. De los siete cuentos finalistas, se elige como ganador el titulado “Penélope en su laberinto”, cuyo autor es Manuel Arriazu Sada. Menciones Honoríficas: “VALENTÍN DE LILLO”, al cuento “Carnicería: automatismo psíquico nº 1”, de Fernando Molero Campos. “CASTILLO DE SOTO”, al cuento “Los santos lugares” de Pablo José Conejo Pérez y “COLEGIATA DE MURIAS”, al cuento “El nieto de Pepón” de, Eumelia Sanz Vaca.

El Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid ha fallado el XV Premio de Relato Corto ‘Frida Kahlo: Primer Premio: a MANUEL ARRIAZU SADA, por el relato titulado “CIUDAD VACÍA”. Accésit a JOSÉ LUIS ENCISO MARTÍNEZ, por el relato titulado “DÍAS DE TEMPORAL”. Conformaban el jurado Francisco José García Corrales, Pablo Elorduy Cádiz y Montserrat Cano Guitarte.

Borja Monreal Gaínza (Estella, 1984) ha obtenido el 26º Premio Francisco Ynduráin de las Letras para Autores Jóvenes que otorga Bilaketa (Aoiz, Navarra). El galardón consiste en un diploma y en la edición de un libro que determine el premiado. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, Monreal también cursó Ciencias Políticas e hizo un máster en Relaciones Internacionales y otro en Economía.

La Cofradía del Vino de Navarra el IX Certamen Literario ‘Del Vino y la Viña’ que organiza en colaboración con el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Navarra, el Ayuntamiento de Olite y el Consorcio de Desarrollo de la Zona Media. El número de obras presentadas ha sido de 84 en total, siendo 47 en la modalidad de poesía, 32 en la de narrativa y 5 en la de microrrelatos –creada este año para conectar con la población más joven de Navarra- . La entrega de premios tuvo lugar el domingo 16 de diciembre, en la Sala del Rey del Palacio Real de Olite. El Premio de Narrativa “Olite, Ciudad del Vino” – Ayuntamiento de Olite es para Francisco Javier Pérez Fernández por “Angustia en la bodega”. El Premio de Poesía “Vino Navarra” – Consejo de la Denominación de Origen Navarra ha recaído en Vicente Rodríguez Manchado por “Su

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perfume de arcilla”. El Premio de Microrrelatos “Cultura del Vino” – Cofradía del Vino de Navarra lo ha ganado Amaia García Casado por “La Sonrisa”.

El que camina (Bardenas paso a paso), es el título del libro editado por la Comunidad de Bardenas Reales de Navarra, escrito por Manuel Arriazu Sada, con fotografías de la Asociación de Cazadores y Pescadores de Bardenas Reales (Ascapebar) y coordinado por el Instituto Bardenas Reales de Cortes, que fue presentado el 5 de octubre. El mismo ha contado con el patrocinio del Ministerio de Cultura, UNESCO y MAB.

La obra titulada Voz en off, del bilbaíno Aitor Bergara Ramos, resultó ganadora del XVIII Certamen de Poesía “María del Villar”, que convoca la Fundación María del Villar Berruezo, de Tafalla (Navarra). Aitor Bergara es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Deusto. El jurado, encarnado en la figura de su presidente, Tomás Yerro, ha calificado el poemario de provocador, desgarrador y lleno de ironía. El ganador será premiado con la edición y publicación de la obra ganadora de la que se entregan los primeros 150 ejemplares al autor, la participación como miembro del jurado en la siguiente edición y la escultura de un huevo de plata, símbolo de la Fundación María del Villar. En el acto se presentó el número 28 de la revista Luces y Sombras y el libro premiado en la anterior edición, Diamantinamente, del escritor Aureliano Cañadas.

Roberto Simón Romano presentó su libro Romance sobre Zarandillica. El día 14 de diciembre lo hizo en la Casa de Cultura de Murchante, y el día 21 de diciembre en la casa de Cultura de Ribaforada. José Javier Alfaro intervino junto al autor y, a continuación con varios componentes del grupo Literario Traslapuente se leyeron algunos de los capítulos del libro. El romance tiene 11 capítulos y constituye una crítica al materialismo de la sociedad actual.

Palabras en la lluvia es el primer libro que publica Eva Álvaro García. El libro recoge una cincuentena de relatos. Ilustrados por el artista JHERS (Javier Hernández Soria). Eva Álvaro es Profesora en el Colegio de Jesuita de Tudela donde imparte Lengua y Literatura y Creación literaria.

José Javier Alfaro Calvo, ha publicado Nanas para dormir animales en la Editorial Olifante, inaugurando la “Colección Haya” dedicada al público infantil. El libro se presentó en el CEBA de Tudela el 20 de diciembre y en la Librería “La pantera rossa” de Zaragoza el 3 de enero. Le acompañó en ambas presentaciones

la Editora Trinidad Ruiz Marcellán.

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COLABORADORES

JOSÉ JAVIER ALFARO CALVO:Cortes, 1947. Reside en Tudela. Maestro. Coautor de Cuatro poetas tudelanos y Sonetos a cuatro voces. Autor de los poemarios Memoria del olvido, Magiapalabra, Poemímame, Navarra de la A a la Z, Maneras de quitar el polvo y Nanas para dormir animales. Es “PREMIO A LA CREACIÓN” del Gobierno de Navarra con el poemario Asfalto y piel.

MANUEL ARRIAZU SADA: Ablitas, 1952. Reside en Fustiñana. Profesor de inglés en el IES “Benjamín de Tudela. Publica habitualmente en “El ideal” de Fustiñana y en la “Voz de la Ribera”. Ha ganado numerosos premios de cuentos, entre ellos el “Ana Velasco” de Marcilla, el “Navarra” de Tudela, el de Muskiz , el “Villa de Murchante”, el ”Encarna León” de Melilla, el “Martín Sauras” de Andorra (Teruel) y el “Ciudad de Tudela”. Ha publicado los libros Invitados, La lentitud de las balas, Animalicos, Cielo de luto, Caldo de cabeza y Nada que ver.

JAVIER ASIÁIN:Pamplona, 1970. Su obra poética figura en diferentes antologías. Ha publicado varios poemarios, entre ellos Mientras llega la Paz (1995), Efectos personales (2002) y Desde las ondas (2003). Con Votos perpetuos obtuvo el IV Premio Internacional de Poesía “León Felipe” 2005. Ha obtenido entre otros los Premios “Villa de Aoiz”, “León Felipe”, “Arte Joven” “Ciudad de Getafe” y “Ciudad de Santa Andreu”.

PILAR BAIGORRI ARRIAZU:Tudela, 1961. Inició sus publicaciones poéticas en “Traslapuente”. Participa en recitales poéticos y colabora con otras publicaciones.

JUANA CORTÉS AMUNÁRRIZ:Juana Cortés Amunarriz, escritora nacida en Hondarribia en 1966, es licenciada en Filosofía por la Universidad del País Vasco. Reside en Madrid, donde inicia su trayectoria literaria en el año 2004. Ha obtenido diversos premios de relato entre los que destacan el Segundo Premio Hucha de Oro, el Gaceta de Salamanca, el Premio Alcalá de Narrativa, el Premio de Novela Juvenil Avelino Hernández o el Premio de Relato Tomás Fermín de Arteta. En 2009 publicó su primera novela, Memorias de un ahogado, en la colección Almirante de la editorial El tercer nombre. En 2010 vio la luz su libro de relatos Queridos niños, publicada por Alcalá Narrativa. Su tercer libro, la novela juvenil Corazón, mano, corazón, publicada por Everest en el año 2012, queda finalista en los Premios Euskadi de Literatura en la modalidad de Novela Juvenil en Castellano. Ese mismo año Baile del Sol publica Las batallas silenciosas, que recoge una selección de los relatos premiados de la autora. Su blog se llama http://memoriasdeunahogado-jcortes.blogspot.com/.

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JULIO CÉSAR JIMÉNEZ:Málaga, 1972. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga.Como autor de poesía ha publicado Estrategia para la fuga (Premio Málaga CREA 1996), Del ámbito del desorden o quince revelaciones imprevisibles (Premio Ateneo-UMA, 1998), Contra sanguinem (Col. Monosabio, Málaga, 2001), La sed adiestrada (XVI Premio Internacional Las Palmas de Gran Canaria, 2008), y Las Categorías de Kant no funcionan en la noche (VI Premio Internacional Ciudad de Pamplona, Ed. Celya, 2012).Como autor-editor ha seleccionado y prologado Antología del beso. Poesía última española (Ed. Mitad Doble, 2009), y, junto a Raúl Díaz Rosales, Y para qué + poetas. Herederos y precursores, Ed. Eppur, 2010).

ISIDRO LÓPEZ FUMERO:Los Realejos (Tenerife), 1955. Reside en Tudela. Ha ganado varios premios literarios y participa en diversos recitales.

JOSÉ LUIS MORALES: Fernán Caballero (Ciudad Real), 1955. Vive en Madrid desde la adolescencia. Licenciado en Filosofía y Letras (UCM), Ha ejercido el periodismo y la docencia. Ha publicado diversas obras como ‘7 x 7. Antología. Comunicación Literaria de Autores’ (Bilbao, 1975); ‘El Bierzo y las tierras de Babia’, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1990; ‘Por las deshabitadas arboledas’ (Premio Blas de Otero, 1990) y ‘Par(entes)is’ (Premio Rafael Morales 1994).

ALFONSO PASCAL ROS: (Pamplona, 1965) ha publicado diecisiete poemarios: Poeta de un tiempo imaginario (El Paisaje, 1987), De aquellos mares estos sueños (Rialp, Adonáis, 1993), Cuaderno para Miguel [Oteizas] (Bermingham, 2008) o Un hombre ha terminado de escribir (CELYA, 2010) entre ellos. Con Principio de Pascal ha obtenido el Premio a la Creación Literaria del Gobierno de Navarra 2012. Autor de dos poemarios infantiles: La huerta de Ana (Hiperión, 2004) y Ana y Miguel en los Juegos Olímpicos (Everest, 2008). Fue miembro del Consejo de Redacción de la revista Río Arga (1993-2004).

EDUARDO PÉREZ RUIZ:Tudela, 1979. Licenciado en Filología. Participa en recitales poéticos y colabora con otras revistas. Accesit del “Villa de Castejón” de poesía 2003. Ha publicado el poemario Paso de peatones en “Planeta Clandestino” de “Ediciones del 4 de Agosto”.

FELIPE RIVAS SOLANO:Castejón. Poeta “desde siempre”, ha sido galardonado en diversos certámenes tanto de relato como de poesía. Con su relato “El nacimiento de un pueblo” ganó el segundo premio de cuentos “Ciudad de Tudela” en 1990.

ALEJANDRO ROS SATRÚSTEGUI:Pamplona 1946. Reside en Tudela. Médico cardiólogo. Tiene publicados los siguientes libros de poemas: Camino de mi interior (1979), Escrito en la brisa (1980) y Poemas de un hombre corriente (1984). Es coautor del libro Cuatro poetas tudelanos. Colabora asiduamente en revistas locales.

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MILAGROS RUBIO SALVATIERRA:Tudela, 1952. Inició sus publicaciones poéticas en “Traslapuente”. Participa en tertulias, recitales, encuentros y otras actividades literarias.

MARÍA SANZ:Sevilla, 1956). Estudia el Bachillerato Superior de Letras y, desde su adolescencia, se dedica a la creación poética. En 1981 aparece su primer libro, Tierra difícil, habiendo publicado más de una treintena de títulos hasta la fecha. Entre los premios obtenidos figuran Ricardo Molina, Cáceres, Tiflos, Leonor, Ciudad de Torrevieja, Valencia, Ciudad de Badajoz y Hermanos Machado.

ROBERTO SIMÓN ROMANO: Murchante, 1960. Miembro fundador del Colectivo Paretón de Murchante, en cuya revista, “Paretón” fue colaborador entre 1983-87. Colabora en diversas publicaciones y ha publicado los poemarios A sueño lento hierve el alma, La tierra poseída y Romance sobre Zarandillica.. Finalista del premio “CIUDADELA” en 1993, 1994 y 1995. Ganador del Premio de poesía “Villa de Cadreita”.

ILUSTRADORASANDRA ALLO:San Adrián, 1971. Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Pública del País Vasco, especialidad Pintura, año 1995, ejerce de profesora de Dibujo en el IES Alhama de Corella. Ha realizado numerosas exposiciones tanto colectivas como individuales (en la Casa de Cultura de San Adrián en 1998; en la SDR ARENAS en 2003 o en Mi sitico en 2012) y ha sido merecedora de diversos galardones tanto en pintura como en ilustración (3ª Premio de Pintura del “XIII Certamen Pamplona Jóvenes Artistas” en 1997, 1º Premio de Postales Navideñas de Postal Free, Pamplona en 2000 o 1ª Premio del Logotipo del Nafarroa Oinez 2002, Tudela entre otros).

FOTÓGRAFO

JOSÉ Mª SÁNCHEZ ANTÓN.Ablitas, 1945. Estudia Magisterio y ejerce como maestro (13 años), como contable en la Cooperativa de Cabanillas y como empleado de Caja Navarra. En el año 2002 se prejubila y se dedica a sus aficiones: huerto, vídeos educativos en el Colegio San Julián, vídeos familiares y fotografía analógica. Hace un año comienza con la fotografía digital. Han creado la Asociación Fotográfica Tudelana a la que pertenecen 24 fotógrafos aficionados. Han expuesto en la S.D. Arenas, en Castel Ruiz y Fontellas. Actualmente dirige un proyecto para fotografiar la Catedral de Tudela y hacer unos vídeos con las fotografías. Uno de los vídeos que lleva por título “Otras Miradas a la Catedral de Tudela”. El otro que se titula “La Escultura del Claustro”.

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