TRAS LAS HUELLAS ECOLÓGICAS DEL METABOLISMO SOCIAL

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1 TRAS LAS HUELLAS ECOLÓGICAS DEL METABOLISMO SOCIAL: UNA PROPUESTA METODOLÓGICA PARA ANALIZAR EL PAISAJE COMO HUMANIZACIÓN DEL TERRITORIO Enric Tello (UB) Ramon Garrabou (UAB) Xavier Cussó (UAB) El paisaje es la expresión territorial del metabolismo que cualquier sociedad mantiene con los sistemas naturales que la sustentan. Para comprender cuando y por qué cambia la configuración del territorio es preciso analizar la trayectoria del metabolismo social que imprime su huella ecológica en el entorno. Abordar este análisis del intercambio de energía, materiales o residuos de la sociedad con sus fuentes de sostén requiere, a su vez, ampliar la ventana de observación de la realidad. Y esa ampliación del campo de visión sólo puede conseguirse mediante un diálogo transdisciplinar entre distintas áreas de conocimiento en las ciencias sociales y naturales que sean capaces de adoptar, todas ellas, una perspectiva histórica común. Metabolismo social Karl Marx fue el primero en introducir el concepto de metabolismo social en el ámbito de la economía y la historia. A partir de la noción de intercambio metabólico desarrollado en su tiempo por la biología, Marx caracterizó el trabajo humano como la modulación intencional de aquel metabolismo, y en una de las contadas ocasiones en que concretó programáticamente qué entendía por socialismo lo definió como la organización consciente de un intercambio entre el ser humano y la naturaleza “en una forma adecuada al pleno desarrollo humano.” 1 Sin embargo, tal como ha explicado Joan Martínez Alier, Marx y Engels rechazaron la propuesta de Sergei Podolinsky de analizar de forma operativa el metabolismo social mediante el cálculo de flujos energéticos. 2 Por una parte, la teoría del valor-trabajo les encadenaba polémicamente a los economistas liberales de su tiempo. Por otra, su rígido esquema dialéctico hegeliano les indujo a confiar ciegamente en el “crecimiento de las fuerzas productivas” como fulcro del cambio social, y a considerar un proceso histórico inexorable “la destrucción de las condiciones de origen puramente espontáneo de aquel intercambio entre el ser humano y la naturaleza.3 Eso cortocircuitó la consideración de la cuestión ambiental en las tradiciones marxistas del siglo XX, mientras los atisbos ecológicos de otros autores como Herbert Spencer, Stanley Jevons, Wilhelm Ostwald, Leopold Pfaundler, Eduard Sacher, Patrick Geddes o Frederick Soddy, correrían la misma suerte en la corriente principal del pensamiento económico. Este texto surge del proyecto sobre “El trabajo agrario y la inversión en capital-tierra en la formación de los paisajes agrarios mediterráneos: una perspectiva comparativa a largo plazo (siglos XI-XX)”, financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología (BXX200-0534-C03-02). 1 Marx, K., 1976 [1867]:141. 2 Martínez Alier, J. y Schlüpmann, K., 1991:67-85 y 268-277; Martínez Alier, J. edit., 1995:15-21 y 63-142; Fischer-Kowalski, M.,1998:61-78. 3 Sobre ese segundo aspecto, véase Sacristán, M., 1987:139-154.

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TRAS LAS HUELLAS ECOLÓGICAS DEL METABOLISMO SOCIAL: UNAPROPUESTA METODOLÓGICA PARA ANALIZAR EL PAISAJE COMOHUMANIZACIÓN DEL TERRITORIO ∗

Enric Tello (UB)Ramon Garrabou (UAB)Xavier Cussó (UAB)

El paisaje es la expresión territorial del metabolismo que cualquier sociedad mantiene conlos sistemas naturales que la sustentan. Para comprender cuando y por qué cambia laconfiguración del territorio es preciso analizar la trayectoria del metabolismo social queimprime su huella ecológica en el entorno. Abordar este análisis del intercambio de energía,materiales o residuos de la sociedad con sus fuentes de sostén requiere, a su vez, ampliar laventana de observación de la realidad. Y esa ampliación del campo de visión sólo puedeconseguirse mediante un diálogo transdisciplinar entre distintas áreas de conocimiento enlas ciencias sociales y naturales que sean capaces de adoptar, todas ellas, una perspectivahistórica común.

Metabolismo social

Karl Marx fue el primero en introducir el concepto de metabolismo social en el ámbito dela economía y la historia. A partir de la noción de intercambio metabólico desarrollado ensu tiempo por la biología, Marx caracterizó el trabajo humano como la modulaciónintencional de aquel metabolismo, y en una de las contadas ocasiones en que concretóprogramáticamente qué entendía por socialismo lo definió como la organizaciónconsciente de un intercambio entre el ser humano y la naturaleza “en una forma adecuadaal pleno desarrollo humano.”1 Sin embargo, tal como ha explicado Joan Martínez Alier,Marx y Engels rechazaron la propuesta de Sergei Podolinsky de analizar de forma operativael metabolismo social mediante el cálculo de flujos energéticos.2 Por una parte, la teoría delvalor-trabajo les encadenaba polémicamente a los economistas liberales de su tiempo. Porotra, su rígido esquema dialéctico hegeliano les indujo a confiar ciegamente en el“crecimiento de las fuerzas productivas” como fulcro del cambio social, y a considerar unproceso histórico inexorable “la destrucción de las condiciones de origen puramenteespontáneo de aquel intercambio entre el ser humano y la naturaleza.”3 Eso cortocircuitóla consideración de la cuestión ambiental en las tradiciones marxistas del siglo XX,mientras los atisbos ecológicos de otros autores como Herbert Spencer, Stanley Jevons,Wilhelm Ostwald, Leopold Pfaundler, Eduard Sacher, Patrick Geddes o Frederick Soddy,correrían la misma suerte en la corriente principal del pensamiento económico.

∗ Este texto surge del proyecto sobre “El trabajo agrario y la inversión en capital-tierra en la formación de lospaisajes agrarios mediterráneos: una perspectiva comparativa a largo plazo (siglos XI-XX)”, financiado por elMinisterio de Ciencia y Tecnología (BXX200-0534-C03-02).1 Marx, K., 1976 [1867]:141.2 Martínez Alier, J. y Schlüpmann, K., 1991:67-85 y 268-277; Martínez Alier, J. edit., 1995:15-21 y 63-142;Fischer-Kowalski, M.,1998:61-78.3 Sobre ese segundo aspecto, véase Sacristán, M., 1987:139-154.

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La necesidad de afrontar la crisis socioambiental de nuestro tiempo, y la consiguienteeclosión de la economía ecológica a partir de la obra de Nicholas Georgescu-Roegen, hanpermitido rescatar el concepto de metabolismo social para plasmarlo en una nuevacontabilidad energética y material de los flujos biofísicos de las sociedades humanas.4 Eseenfoque emergente retoma, en primer lugar, la tarea iniciada años atrás por autores pioneroscomo David Pimentel, Gerald Leach, Vaclav Smil, José Manuel Naredo, Pablo Campos oMario Giampietro, que han reconstruido los balances energéticos de diversos sistemasagrarios.5 En segundo lugar, la economía ecológica está fraguando alternativas concretas aluso exclusivo de los indicadores macroeconómicos de la contabilidad nacional, mediante eldesarrollo de un sistema paralelo de cuentas nacionales biofísicas del patrimonio natural.6

En tercer lugar, William Rees y Mathis Wackernagel han propuesto la traducción territorialde las partidas más significativas de aquellos flujos biofísicos mediante la estimación de suhuella ecológica.7

Huellas ecológicas: locales y globales

Eso abre un puente muy interesante entre el estudio de los flujos socioecológicos y laevolución del territorio, tanto a escala local como global.8 Combinando las diversasaproximaciones, y sus respectivos métodos o herramientas, podemos relacionar el estudiogeográfico e histórico del paisaje con el análisis de la trayectoria del metabolismo socialque ha conducido a sustituir múltiples huellas ecológicas locales, impresas en el territoriopor los requerimientos territoriales correspondientes a cada modo particular de uso de los

4 Georgescu-Roegen, N., 1996; Fischer-Kowalski, M. y Hüttler, W., 1999:107-136; Martínez Alier, J. y RocaJusmet, J., 2000; Haberl, H., 2001a:107-136, y 2001b:53-70.5 Pimentel, D. y Pimentel, M., 1979; Leach, G., 1981; Campos, P. y Naredo, J. M., 1980: 17-114 y 163-256;Smil, V., 1991 y 1993; Giampietro, M. y Pimentel, D., 1991:117-144; Giampietro, M., Bukkens, S. G. F. yPimentel, D., 1994:19-41.6 La publicación en 1970 del primer balance material de la economía de los Estados Unidos (Kneese, A.;Ayres, R. U; D’Argue, R. C., 1970) abrió el camino al análisis de flujos de la ecología industrial (Ayres, R. Uy Simonis, U. edits., 1994; Ayres, R. U. y Ayres, L. W., 1996), y a la realización en los años noventa deestudios comparativos de la “intensidad material” de algunas de las principales economías del mundo(Ariaanse, A.; Bringezu, S.; Hammond, A.; Moriguchi, Y.; Rodenburg, E.; Rogich, D. y Schütz, H., 1997;EUROSTAT, 1997 y 2001). Para un enfoque “ecointegrador” de la contabilidad nacional macroeconómicacon las cuentas de flujos y estocs de las cuentas del patrimonio natural, véase Naredo, J. M. y Parra, F.comps., 1993; Naredo, J. M. y Valero, A. dirs., 1999:47-56. Para la aplicación de estas metodologías a laeconomía española del último medio siglo, véase Carpintero, O., 2002:85-125. Véase también la magníficahistoria del siglo XX escrita por John McNeill tomando como hilo conductor la intervención humana en losgrandes flujos geobioquímicos de la Tierra (McNeill, J. R., 2000).7 Rees, W. y Wackernagel, M., 1996a:27-50 y 1996b. Para su aplicación en un análisis histórico a largo plazo,véase Haberl, H.; Erb, K. H., y Krausmann, F., 2001:25-45. Para el cálculo de la huella ecológica de laeconomía española entre 1955 y 1995, véase Carpintero, O., 2002:120-125. Para una primera estimación delas “huellas ecológicas” del sector agrario español, a partir de los balances energéticos de 1977-78 y 1993-94,véase Simón Fernández, X., 1999:115-138.8 Para distinguir entre la ‘huella ecológica’ global, calculada según el método de Rees y Wackernagel a partirde los rendimientos agrarios medios a escala mundial, y la huella local del metabolismo social calculada apartir de productividades históricas locales, en nuestro trabajo preferimos llamar a esta segunda requerimientoterritorial por unidad de producto o habitante. Su significado es idéntico al tercer método propuesto porHaberl, Erb y Krausmann para calcular la biocapacidad y la huella ecológica con rendimientos locales(2001:29).

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recursos, por una huella ecológica cada vez más global, uniforme, y alejada de lapercepción de quienes la originan (Figura 1).9

Figura 1. DE LAS “HUELLAS” TERRITORIALES DIRECTAS A LA “HUELLA ECOLÓGICA” GLOBAL

huella extracciones ecológica global vertidos Fuente: elaboración propia a partir de Rees, W. y Wackernagel, M., 1996.

Nuestro proyecto de investigación sobre los rasgos originales de los paisajes agrarios delmediterráneo noroccidental, cuyos primeros resultados presentamos a este encuentro, sesitúa en aquel puente entre dos grandes líneas de investigación. Por una parte se inspira enlos famosos simposios interdisciplinarios de 1955 y 1987 sobre la transformación de laTierra por la acción humana, que han dado lugar en años recientes al proyecto internacionalLand Cover-Land Use Change (LCLUC) auspiciado por la NASA.10 Por otra parte, ycoincidiendo con gran parte de los innovadores planteamientos del Departamento deEcología Social del Instituto de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad de Viena(IIR), consideramos que las fuerzas motoras del cambio en los usos del suelo obedecen alargo plazo a las transformaciones que experimenta el metabolismo social de la actividadhumana con el medio natural. Tal como plantean los investigadores austriacos del IIR, laclave metodológica para comprender la evolución del territorio se encuentra en el cruceentre el análisis de los flujos energéticos y materiales que subyacen a un determinadopatrón de consumo, de las pautas de uso del suelo que configuran el paisaje, y de losbalances de uso del tiempo o la capacidad de trabajo por parte de la misma población queconsume aquellos productos y habita un mismo territorio para satisfacer sus necesidades.11

9 Sobre la globalización del metabolismo social véase Fischer-Kowalski, M. y Amann, Ch., 2001:7-47.10 Man’s Role in Changing the Face of the Earth (Thomas, W. Jr.; Sauer, C. O.; Bates, M. y Mumford, L.,1956), y The Earth As Transformed by Human Action (Turner, B. L. y otros, 1990); véanse también Turner,B. L. edit., 1995; Boada, M.; Saurí, D., 2002. Para el programa LCLUC véase www.lcluc.gsfc.nasa.gov/.11 Para los aspectos teóricos y metodológicos véase especialmente Fischer-Kowalski, M., 1998:61-78 yFischer-Kowalski, M. y Hüttler, W., 1999: 107-136; Haberl, H., 2001a:107-136, y 2001b: 53-70; y Haberl, H.;Erb, K. H.; Krausmann, F.; Loibl, W.; Schultz, N.; Weisz, H., 2001:929-941. Para los primeros resultadosobtenidos véanse, entre otros, los trabajos de Krausmann, F. 2001; Schandl, H. y Schultz, N., 2002:203-221.

eficienciay escala delcomplejo

tecnológico ysocial de una

economía

huellaterritorial

directa(visible paraquienes laimprimen)

(territorioabandonado)

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Diversidad y fragilidad del Mediterráneo

La producción primaria neta de biomasa a través de la fotosíntesis es la base desustentación para todas las otras formas de vida, incluida la vida económica humana. Sucuantificación en términos energéticos o materiales constituye un punto de partidaineludible para el estudio del metabolismo social, en cualquier época o lugar. Sin embargo,y a diferencia del principal camino seguido por Helmut Haberl, Fridolin Krausmann, HeinzSchandl, Niels Schulz y otros investigadores del IIS, no consideramos que en el entornomediterráneo el cálculo del porcentaje de apropiación de aquella producción primaria netaresulte una vía adecuada para relacionar los flujos del metabolismo social con los usos delterritorio. Además de la carencia empírica de fuentes comparables a la cartografía catastraldecimonónica del Imperio Austrohúngaro, en los países del mediterráneo existe unproblema metodológico todavía más importante. Tal como la plantearon en 1986 PeterVitousek y sus colaboradores, la estimación de la apropiación humana de la producciónprimaria neta de biomasa aérea realizada por la fotosíntesis requiere llevar a cabo uncomplejo y problemático supuesto: cual habría sido la cobertura vegetal del territorio enausencia de intervención humana.12

No nos corresponde a nosotros juzgar la robustez de los supuestos implícitos a semejantecontrafactual ecológico, especialmente cuando se aplica a bioregiones donde lahumanización de territorio ha sustituido con un tipo de paisaje agrario relativamenteuniforme una cubierta vegetal originaria probablemente también dominada por unas pocasespecies. Quizá en tales condiciones resulte admisible extrapolar a un pasado no muyremoto el tipo de cubierta vegetal desarrollada contemporáneamente en los espaciosllamados “naturales”, donde la intervención humana ha sido deliberadamente reducida.Puede incluso que para otras bioregiones del mundo también resulte admisible tomar comoreferencia las zonas tropicales vírgenes o los bosques boreales prístinos, allí donde todavíasubsistan. Pero los estudios de ecología del paisaje mediterráneo han puesto claramente demanifiesto dos rasgos diferenciales que parecen invalidar la aplicabilidad de aquel métodoen nuestra bioregión.

Por una parte, como afirma el ecólogo Francisco Díaz Pineda, “el Mediterráneo es unazona histórica de ecotonía, refugio y ‘fondo de saco para la vida’”, donde la llamada teoríade la ‘perturbación intermedia’ ayuda mucho a explicar por qué las agudas oscilacionesestacionales e interanuales de los flujos de energía, materiales o agua han dado lugar, en elcontexto de una orografía muy heterogénea, a una gran diversidad biológica.13 Por otraparte, como señala Fernando Parra, en esta Europa mediterránea “la llamada naturalezavirginal es una entelequia” dado que “los paisajes denominados naturales son siempreresultado de la suave pero secular interacción del hombre con su entorno, incluso en losambientes más marginales como la alta montaña o las marismas.”14

12 Vitousek, P. M.; Ehrlich, P. R.; Ehrlich, A. H.; Matson, P. A., 1986:368-374.13 Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.; Montalvo, J., coords., 2002. Para la importancia delagua, véase Martín Duque, J. F. y Montalvo, J. edits., 1996. Desde un punto de vista agrario, González deMolina, M., 2001a:43-94.14 Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:254-259.

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La íntima conexión entre ambos rasgos –la gran diversidad de unos paisajes mediterráneosdonde la humanización del territorio se remonta muchos milenios atrás— ya había sidosubrayada por los primeros estudios de ecología del paisaje de Fernando GonzálezBernáldez.15 Coevolucionando con un medio natural caracterizado por una gran diversidady fragilidad, las culturas agrosilvopastorales han tendido a organizar el territorio en formade gradientes o anillos donde la intensidad de intervención humana también se modulaba deforma diferenciada.16 En consecuencia no existe un paisaje mediterráneo sino muchos, einternamente muy variados.17 La humanización del territorio en forma de mosaicos puedeconsiderarse “el resultado de una tensión entre explotación y conservación,correspondiendo cada situación a opciones concretas en un gradiente de intensidad deintervención humana.”18

Requerimientos y disponibilidades territoriales

Existe un amplio consenso en considerar que la intervención humana del pasado supuso enel Mediterráneo, por lo general, una ampliación de la topodiversidad que redundó en unamayor biodiversidad.19 En tales circunstancias, ¿puede tener algún sentido preguntarse cuálhabría sido la trayectoria natural de la cubierta vegetal mediterránea en ausencia deintervención humana? Si la vegetación que ha llegado hasta nosotros ha coevolucionadomilenariamente con una actividad humana siempre selectiva, ¿cómo podríamos llegar asaberlo? Por esa importante razón teórica, y también por otros motivos más pragmáticos, noconsideramos que la estimación del grado de apropiación de la producción primaria netasea un puente adecuado ni practicable para relacionar los flujos del metabolismo social conla organización del territorio mediterráneo. En su lugar, partimos de una formulación mássencilla y cercana al método de trabajo de los historiadores económicos agrarios: confrontarcon el territorio realmente disponible el requerimiento territorial por unidad de producto yhabitante –esto es: cuánto suelo agrícola, forestal o pecuario era necesario para obtenercada unidad de consumo alimentario y energético, calculando a la inversa los rendimientoso productividades convencionales—; e identificar, a partir de aquella contrastación, lassituaciones o momentos de ruptura que llevaron a diferentes sociedades humanas a cambiarla configuración de los paisajes culturales que habían heredado.

Tal como sugiere el esquema de la Figura 2, comparando el territorio requerido con eldisponible según las densidades de población, las productividades del sistema agrario o lastecnologías a su alcance, y teniendo en cuenta la diferente aptitud de los suelos, las pautasde organización del territorio, los derechos de propiedad u otras reglas de acceso a la tierra,e incluyendo el recurso a redes de intercambio comercial de mayor alcance, podemos llegara identificar aquellos momentos de crisis y transformación del uso del suelo que indujeron a

15 González Bernáldez, F., 1981 y 1995:131-149.16 Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:48.17 Eduardo Martínez de Pisón y Pedro Molina inventarían veinticuatro regiones o unidades de paisaje en laEspaña peninsular, pero cualquier conocedor de las mismas señalaría de inmediato multitud de divisiones ogradientes internos. Véase su contribución al volumen de Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.;Montalvo, J., coords., 2002:33-44.18 González Bernáldez, F., 1981:160-166.19 Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:253-259; Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.;Montalvo, J., coords., 2002.

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modificar los usos agrarios mediante la activación del trabajo humano y el conjunto deinstrumentos o conocimientos a su disposición. Las principales variables seleccionadas enla Figura 2 parten de la hipótesis que la modificación de alguno de los factoresdeterminantes del metabolismo social comportará cambios de su expresión territorial en elpaisaje. Ello sitúa algunas de las principales cuestiones tradicionalmente analizadas por loshistoriadores económicos –como el papel de la dinámica demográfica, el cambiotecnológico o la inserción en los mercados— en un marco de referencia más amplio quepermite incluir en el análisis los flujos biofísicos correspondientes, y la huella ecológicaque imprimen en el entorno.

Causas y efectos en una trayectoria coevolutiva

Ese enfoque más amplio no debe tomarse como un modelo cerrado con cuya especificaciónse pretenda predecir el resultado territorial de cualquier modificación de las demásvariables. Debe entenderse, por el contrario, como un esquema dinámico en el que lasrespuestas a cada desafío son abiertas, contextuales e históricas. Nuestra propuesta nopresupone ninguna causalidad única ni determinista desde los factores naturales a lossociales, y admite la posibilidad que su peso relativo cambiara de una situación a otra. Esees un matiz importante para prevenir de buen comienzo la acusación de reduccionismoambiental, que todavía con demasiada frecuencia suele provocar entre científicos sociales laampliación del campo de visión propuesta desde la economía ecológica y la historiasocioambiental. Tal como señala Joan Martínez Alier, “la relación entre las sociedadeshumanas y la naturaleza no puede ser comprendida sin entender la historia de los sereshumanos y sus conflictos”, y “lejos de naturalizar la historia la introducción de la ecologíaen la explicación de la historia humana historiza la ecología.”20

Nuestra hipótesis de partida es coevolutiva, en el mismo sentido que el planteamientosugerido por Josep Fontana citando al biólogo Steven Rose: los seres humanos tenemos lacapacidad de construir el propio futuro respondiendo a las contingencias cambiantes denuestro medio. La respuesta es abierta y radicalmente imprevisible. Lo único que nopodemos elegir, sin embargo, son las circunstancias en las que acontecen tales respuestas.Dado que aquellas circunstancias son resultado de acontecimientos y elecciones anteriores,el pasado se convierte en una llave del presente. Tanto en el ámbito ecológico como en eleconómico o social, nada tiene sentido si no es a la luz de la historia.21

En la elección resultante a cada situación crítica concreta han jugado y juegan papeles sinduda muy determinantes otras variables sociales y económicas no explicitadas en la Figura2, que en cada contexto histórico suelen adoptar una función de “filtro”. Se trata de losderechos de propiedad y las tramas institucionales, de los conflictos sociales concretos y suresolución específica, de las trayectorias del cambio tecnológico, y del grado o las formas

20 El código genético no rige el uso de energía exosomática, la demografía humana es una demografía“consciente”, y la territorialidad humana tampoco es obra de la “naturaleza” (Martínez Alier, J., 1998:55). Eneste sentido lleva razón Roberto M. Unger cuando señala que una teoría social bien fundada debe ser“antinecesitaria”, y plantearse el problema de cómo y por qué la plasticidad de la elección humana suelequedar severamente cercenada dentro de las rutinas o instituciones de la vida económico-social que constriñenel abanico de posibilidades reales (Unger, R. M., 1987).21 Fontana, J., 2000:14.

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de inserción en los mercados. La mejor aportación específica que podemos hacer loshistoriadores al estudio transdisciplinar del metabolismo social consiste en poner demanifiesto, junto a los factores básicos codeterminantes, el papel de los auténticos actores:los grupos humanos concretos que, con su trabajo e ingenio, han creado paisajestransformando el territorio para satisfacer de formas cambiantes sus necesidades tambiéncambiantes. Tal como ha señalado irónicamente Raymond Williams, con todos sus anheloso conflictos la gente no “forma parte” del paisaje: son y han sido siempre susconstructores.22

Umbrales de sustentabilidad

En la parte final del simposio internacional de 1987 publicado con el título The Earth AsTransformed by Human Action, y a modo de ilustración del trabajo a realizar paraidentificar las “fuerzas motoras” que han inducido los cambios de la cubierta vegetalmundial en los últimos trescientos años, el antropólogo norteamericano Karl Butzeremprendió la arriesgada operación consistente en extrapolar las tendencias generales delcambio socioecológico de la España peninsular a partir del estudio en detalle de loacontecido en el pueblecito de Aín, en la sierra de Espadán, limítrofe entre los reinos deValencia y Castilla la Nueva. Pese a lo burdo del método, y a la manera harto precipitadade avanzar unos resultados que requieren mejor fundamento –como estimar la “capacidadde carga” de los agroecosistemas tradicionales españoles en un máximo de siete millonesde habitantes—, resulta imposible no estar de acuerdo con Butzer cuando argumenta que elaumento de las densidades de población y el incremento de los intercambios comercialescondujeron, en algún momento situado entre 1700 y 1830, a cruzar el umbral desustentación que podía obtenerse con los aprovechamientos tradicionales de la agriculturamediterránea.23 Ese desafío daría lugar, como respuesta, al desarrollo entre 1830 y 1936 delo que Butzer llamaba “agricultura intensificada”, y los historiadores agrarios españolessolemos denominar una “agricultura orgánica avanzada” siguiendo la terminología deWrigley.24

Un objetivo importante de la historia socioecológica del paisaje agrario consiste,precisamente, en analizar más a fondo cuáles fueron en el mediterráneo occidental losfactores y actores determinantes del cambio hacia diversas formas de agricultura orgánicamás o menos avanzada que perduraron hasta la guerra civil española de 1936-39, o laSegunda Guerra mundial. Éstos fueron los paisajes que iban a sufrir después de 1950 la 22 “El campo y la ciudad son realidades históricas variables, tanto en ellas mismas como en las relacionesque mantienen”, pero su idealización abstracta pretende “crear una permanencia sin historia.” Por eso, en lacreación literaria de una determinada ‘estructura de sentimientos’, “un campo en actividad productiva no seconsidera casi nunca un paisaje. La propia idea de paisaje implica separación y observación. [...] Nuncacomprenderemos bien ni el campo ni la ciudad si no vamos más allá de aquellas abstracciones dicotómicas,encarnándolas en la gente concreta que los han construido y mantenido. [...] Cuando oigo idealizar al núcleorural no necesito basarme en los sentimientos otros; sé muy bien qué supone la vecindad, y qué significasepararse y partir. Pero también sé por qué la gente ha debido marchar, porqué tantos miembros de mifamilia tuvieron que emigrar. Por eso considero la idealización del arraigo rural, en la versión historico-literaria convencional, como una indiferencia prepotente hacia las necesidades de la mayoría de la gente”(Williams, R., 2001:120, 163, 357-360).23 Butzer, K. W., 1990:685-701.24 Wrigley, E. A., 1993. Véase González de Molina, M., 2001a:43-94 y 2001b:87-124.

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transformación más súbita y radical jamás experimentada por la milenaria historia de laagricultura.25 A su vez el programa de investigación también debe dirigirse hacia pasadosbastante más remotos, para esclarecer las diferentes pautas y trayectorias de aquellosaprovechamientos agrosilvopastorales que desde una óptica muy contemporánea tendemos,demasiado a menudo, a reunir en el mismo saco bajo el rótulo de “tradicionales”. Esteobjetivo enlaza bastante bien con las recientes estimaciones sobre consumos energéticos yrequerimientos territoriales avanzados por Paolo Malanima, todavía muy a vista de pájaro,para el conjunto de Europa occidental.

Si en la actualidad el consumo diario de energía comercial supera en Europa las 100.000Kcal. por habitante, o las 200.000 en Estados Unidos, Paolo Malanima estima que hacia1750 el promedio europeo habría rondado las 15 ó 20.000 Kcal. diarias por persona.26 Unsiglo y medio después se habría multiplicado por 2 ó 2,5, acercándose en 1900 a las 40.000Kcal. diarias, en 1950 a las 50.000, y en 1970 a las 90.000.27 Para sostener aquel consumoeuropeo de 15 a 20.000 Kcal. diarias por habitante se requerían, a las puertas de larevolución industrial, básicamente cuatro rubros: alimentos (500-800 grs. de cereales comobase), madera para combustible (2 Kg en el Mediterráneo, incluyendo un 25% para usosindustriales), tracción animal (un buey, mulo o caballo para cada seis habitantes queconsumía unos siete kilos de materia seca al día), junto a pequeñas pero localmenteimportantes aportaciones de tracción mecánica provenientes de la energía hidráulica oeólica. Según las estimaciones de Malanima, las proporciones y requerimientos territorialesrespectivos estarían en los siguientes órdenes de magnitud (Tabla 1):

Tabla 1.ÓRDENES DE MAGNITUD DEL CONSUMO ENERGÉTICO EUROPEO

PREINDUSTRIAL, Y SUS REQUERIMIENTOS TERRITORIALES (hacia 1750)suministro

diariorendi-miento

territorio aproximadorequerido

Kcal/dia % % hectáreas %alimentación humana 3.000 19,8 20,0 0,8-1,0 40-50calor obtenido de la leña 7.000 46,2 25,0 0,5-1,0 25-50alimento para la tracción animal 5.000 33,0 10,0 0,5-1,0 25-50tracción mecánica del viento y el agua 150 1,0 35,0 -- --TOTAL 15.150 100,0 15,0 = 2,0 100,0Fuente: elaboración propia a partir de MALAMINA, P. (1996 y 2001:51-68).

Aquella ‘huella ecológica’ aproximada de 2 hectáreas por habitante, y diez por familia, aúnpodría sostenerse hacia 1600 en las partes del continente europeo con unas densidades depoblación iguales o inferiores a 18 habitantes/Km2, donde todavía existiría un margen hastacuatro hectáreas por habitante incluso descontando un 25-30% de territorio improductivo.Pero lo que resulta indudable para el conjunto no tenía por qué ser cierto en algunas

25 Naredo, J. M., 1996; Garrabou, R. y Naredo, J. M. edits., 1996 y 1999; Naredo, J. M., 2001:55-86.26 Malamina, P., 2001:54-55.27 Malamina, P., 1996:126-129.

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regiones importantes. Con dos hectáreas por habitante los 55,6 millones de personas que en1600 habitaban la franja central europea, formada por Inglaterra, Holanda, Bélgica,Alemania, Francia e Italia, habrían requerido unos 110 millones de hectáreas en unterritorio que sólo dispone de 105, una vez descontando un 25-30% improductivo. Sólopara obtener el trigo necesario se habrían requerido 45 millones de hectáreas de cultivo, envez de los 35 millones que presumiblemente estaban disponibles. Las respuestas a esedesafío se obtuvieron por distintos caminos: intensificando la especialización y losintercambios –las importaciones de cereales de Europa oriental a través del Bálticocubrieron una parte creciente del déficit atlántico y mediterráneo—; incrementando laproducción conjunta de alimentos y forraje por hectárea, o produciendo e intercambiandoartículos industriales; y empleando como combustible pequeñas pero crecientes cantidadesde carbón mineral o turba en los países más desforestados, como Inglaterra y Holanda.

Los caminos abiertos por los países o regiones que primero experimentaron aquel desafíofueron importantes para la trayectoria posterior del resto. Si en la franja central europea la‘huella ecológica’ hubiera permanecido en dos hectáreas por habitante, cuando en 1800 lapoblación alcanzó los 83,5 millones de habitantes, las hectáreas requeridas para mantenerlahabrían superado en un 60% las disponibles. En consecuencia, la ‘huella ecológica’ debióreducirse a una hectárea y media por habitante. El único modo de sostener con menos tierraun mayor número de habitantes era incrementar el flujo de energía por unidad desuperficie. Paolo Malanima estima que debió aumentar casi un 50%, desde 2,75 hasta másde 4 millones de Kcal. por hectárea y año.28 El uso del territorio debía experimentar, enconsecuencia, cambios importantes a medida que las densidades de población superaban elumbral de 35 habitantes/Km2, equivalentes a 2 hectáreas útiles por habitante. En el rango dedensidades comprendidas entre 35 y 47 habitantes/Km2 la ‘huella ecológica’ requeridadebería reducirse a una hectárea y media de cultivos, pastos y bosques. Entre 47 y 70habitantes/Km2 el requerimiento territorial se comprimiría de nuevo hasta una sola hectáreabiológicamente productiva por persona.

¿Y por qué no hacer trabajar más a los demás?

Este planteamiento podría considerarse deudor del viejo debate entre las tesisaparentemente contrapuestas de Thomas R. Malthus y Ester Boserup sobre las respuestaseconómicas al crecimiento demográfico.29 Para nuestro enfoque tiene particular interés lasíntesis sugerida por Ronald D. Lee sobre una posible alternancia entre situacionesmalthusianas de sobrepresión sobre las capacidades productivas existentes, y otras de“creación” boserupiana.30 Estas segundas acumularían mayores dosis de capital-tierra, oaumentarían su productividad mediante aterrazamientos, sistemas de riego, plantaciones,selección de semillas y plantíos, introducción de nuevos cultivos, mejoras ganaderas,fertilizantes, o utillajes y prácticas agrícolas más eficientes, permitiendo sustentar mayoresdemandas directas o indirectas sobre el mismo territorio. Pero si las nuevas demandasoriginadas por el crecimiento poblacional, las cargas señoriales o tributarias, y las nuevasnecesidades generadas por la intensificación de los intercambios, superaban las capacidades

28 Malamina, P., 2001:62-63.29 Boserup, E., 1967 y 1984; Grigg, D., 1980 y 1982.30 Lee, R. D., 1986:96-130.

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o los márgenes de adaptación de aquellos sistemas agrarios, el desafío malthusiano y losrendimientos decrecientes entrarían de nuevo en escena.

Ronald Lee sintetiza ese planteamiento con la metáfora de una “burbuja”. La relación entredensidades de población y capacidades tecnológicas parece haber registrado sucesivos‘espacios’ o ‘burbujas’ boserupianas’ dentro de las cuales habrían operado las tendenciasasintóticas hacia un ‘techo malthusiano’. Entre ‘burbuja’ y ‘burbuja’ se habrían producidocambios en profundidad en el manejo del territorio o sus recursos, y una mayoracumulación de capital-tierra, utillajes y saberes agrarios, que habrían permitido “saltar”hacia la mayor capacidad de sustentación de la ‘burbuja’ siguiente. Pero tales ‘saltos’boserupianos habrían sido sólo una posibilidad, que únicamente se habría materializado enciertos casos mientras en otros el desafío maltusiano habría dado lugar a diversassituaciones de estancamiento en algún nivel intermedio:

“Nuestro análisis –afirma Ronald Lee— muestra que el ‘espacio’ Boserup, dentrodel cual el progreso tecnológico se produce automáticamente, puede darseúnicamente en una limitada porción de las posibilidades espacio-temporales, perolas fuerzas malthusianas dirigirán a la población y la tecnología hacia aquellaregión. El análisis también muestra como un freno preventivo demasiado débilpuede conducir a un equilibrio estable en un nivel tecnológico intermedio, en vezdel alto nivel sólo posible a densidades más elevadas que podría alcanzarse conunos frenos preventivos más fuertes. De modo análogo, los efectos de un frenopreventivo demasiado fuerte, una mortalidad exógena demasiado elevada, o unasinstituciones exactoras demasiado potentes, pueden conducir a un equilibriotecnológico intermedio cuando de otro modo podría alcanzarse otro más alto.También se muestra que el progreso hacia tecnologías superiores podría ocurrirmediante transiciones a través de una secuencia de equilibrios estables intermedios,en cada uno de los cuales el sistema puede quedar indefinidamente atrasado. Uncrecimiento de la población prematuro, o una restricción prematura del mismo,pueden hacer mucho menos probable el tránsito de un equilibrio estable a otro.”31

Ronald Lee ilustra su argumento con las dos grandes revoluciones económicas de lahistoria de la Humanidad –la revolución neolítica y la revolución industrial—, pero supropuesta analítica también parece aplicable a menor escala para rastrear la diversidad detrayectorias históricas regionales y locales de diversas sociedades rurales, a partir de suparticular relación entre crecimiento demográfico, dotación de recursos, capacidadestecnológicas, derechos de propiedad, reglas institucionales e intercambios comerciales. Denuevo nos encontramos con un planteamiento contextual abierto, no un modelo predictivocerrado que permita presuponer el carácter de la respuesta una vez planteado el desafío.Creemos que ese enfoque puede resultar particularmente útil para un estudiosocioecológico de la construcción y modificación del paisaje agrario entendido comoreflejo territorial de un modo particular de manejar los recursos naturales para satisfacernecesidades humanas. Si estamos en lo cierto, las sucesivas etapas de ‘inversiónboserupiana’ dirigidas a ampliar la capacidad de sostén humano del territorio deben haberquedado registradas en el palimpsesto del paisaje agrario, y también las etapas de posible

31 Lee, R. D., 1986:128.

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degradación originadas tanto por situaciones de ‘sobrepresión malthusiana’ como por unasdensidades demasiado bajas para mantener organizado el sistema territorial agrario.32

Nuestra propuesta de estudio socioecológico y económico del espacio agrario buscainterpretar este palimpsesto, explicando el sentido de las trayectorias paisajísticas teniendomuy en cuenta que, como ha recordado Edward Nell, “la presión demográfica no incidesobre la sociedad, es creada por la sociedad”. Una situación de rendimientos decrecientesque conduzca hacia la disminución del consumo medio per cápita suele interpretarse comouna incentivo a trabajar más. Y “¿por qué no un incentivo a que los otros trabajen más?”33

El entramado institucional que en cada momento histórico regula el acceso a los recursosnaturales, y las correlaciones de fuerza entre los grupos sociales que los controlan, parecenhaber sido factores fundamentales en la determinación de la dirección adoptada en cadabifurcación.

Atando cabos: huertos, “vacíos” de subsistencia y “revoluciones industriosas”

En un interesante estado de la cuestión sobre los niveles de vida Christopher Dyer haseñalado el intrigante ‘vacío de subsistencia’ que aparece en muchos estudios del pasadoeuropeo preindustrial:

“Las estimaciones de los presupuestos campesinos basados en la tenencia de latierra de la que se sabe que disponían, y la probable productividad de esta tierra,conducen a menudo a la conclusión de que una familia apenas se hubiesemantenido viva con 6 hectáreas. ¡Y sin embargo la mayoría de las familiasocupaban explotaciones de 1 a 5 hectáreas! […] Pero aunque deberíamos estarhallando miseria por todas partes, la gente cuyos presupuestos familiares hemosinvestigado no sólo sobrevivía, sino que en apariencia adquiría zapatos y vestidosnuevos, compraba cerveza e incluso jugaba. […]

Un relato parecido se desprende de un trabajo reciente sobre elabastecimiento de alimentos a la ciudad de Londres en 1300. Los investigadorescalcularon la cantidad de grano necesaria para alimentar a un habitante deLondres, y definieron la región de la cual se obtenían las provisiones para 80.000ciudadanos. Pero cuando la estimación se extendió a todo el país, la capacidadproductiva de la tierra resultó ser incapaz de proveer lo suficiente para unapoblación de 5 a 7 millones. […] Éste es sólo un ejemplo más de un fenómeno quedescribimos como el ‘vacío de la subsistencia’.”34

Dyer apunta un abanico de hipótesis que explicarían aquel ‘vacío’, incluyendo aspectoscomo las diferencias en estaturas y actividades que podrían determinar requerimientosnutricionales distintos, hasta la existencia de variedades de plantas y animales diferentes alas actuales con aportes nutricionales también distintos. Sin embargo esa clase de errores 32 McNeill, J. R., 1992:2-11. Véase un excelente ejemplo de lo segundo en la gran deforestación originada porel pastoreo practicado durante la transición de la antigüedad a los primeros siglos medievales, que Josep MªPalet y Santiago Riera detectan en su estudio arqueológico y paleoambiental de los paisajes agrarios fósiles deun sector de la sierra litoral catalana cercano a Badalona (Palet, J. M. y Riera, S., 2000:101-117).33 Nell, E. J., 1984:157-174.34 Dyer, Ch., 1998:106-107.

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serían aleatorios, y deberían tender a compensarse unos con otros. La hipótesis másplausible apunta, más bien, hacia la subestimación de los ingresos, recursos o capacidadesde unas economías familiares campesinas muy diversas y pluriactivas:

“Un elemento importante a tomar en consideración –prosigue Christopher Dyer—debe ser la ‘economía del cottage’ practicada por los pobres según algunosescritores comprensivos del siglo XIX, que presumiblemente fue una prácticaextendida en siglos anteriores. La ‘economía del cottage’, conocida también como‘economía de la improvisación’, se refiere a la explotación de cualquier fuente deingresos posible, como por ejemplo la venta de pequeñas cantidades de productosdel huerto, como verduras o miel, o los recursos disponibles en los pastoscomunales, como combustible, frutos, nueces, juncos, etc. Los derechos comunalescomo el de recoger las espigas de cereal que han quedado en los campos despuésde la siega se explotarían por completo. Los cottagers habrían tenido unos hábitosde consumo muy frugales, guardando alimentos cuando estos eran abundantes,criando un cerdo que convertía los desechos en carne comestible, ahorrando yreciclando en cada oportunidad. No dejarían escapar ninguna oportunidad deobtener ingresos a pequeña escala.”35

Como buen medievalista Dyer discute que todas aquellas prácticas –que implicaban laexistencia de circuitos y hábitos de intercambio regulares— fueran una adquisición logradaúnicamente en una etapa tardía coetánea a la llamada ‘revolución industriosa’ o ‘revolucióndel consumo’ de los siglos XVII y XVIII.36 Ya desde la Baja Edad media existía una tupidared de mercados semanales y ferias que proporcionaban oportunidades fundamentales parael sostén de los más pobres, a la vez que influían de manera importante en las decisioneseconómicas de las explotaciones rurales medianas y grandes.37 Eso implica, a su vez, que lavida de las sociedades rurales y sus paisajes agrarios no puede comprenderse cabalmente almargen de las villas y pequeñas ciudades con las que estaban en estrecho contacto. Durantebastantes siglos la mayor parte de aquella vida urbana cercana al mundo rural se desarrollóen una red de pequeños núcleos que los estudios convencionales de historia urbana suelendejar de lado: “hoy se considera que la población urbana era más numerosa,invariablemente más numerosa, de lo que antes se creía. Esto depende de que se incluyanen el cálculo numerosas poblaciones, es decir, lugares que servían como centros decomercio y manufactura, con una implicación muy pequeña en la agricultura, aunquetuviesen menos de 2.000 habitantes y en muchos casos proporcionasen medios de vida sólopara unos pocos cientos de personas.”38

35 Dyer, Ch., 1998:107-108.36 Para la ‘revolución del consumo’ y la ‘revolución industriosa’, aquella “mezcla de comercio y creatividad”–en palabras de Maxine Berg— que recorrería Europa en los dos últimos siglos de la edad moderna, véaseMcKendrick, N., Brewer, J. y Plumb, J. H. edits., 1983; Weatherill, L., 1988; Shammas, C., 1990; Berg, M.edit., 1995; Brewer, J. y Porter, R. edits., 1993; Torras, J. y Yun, B. edits., 1999. Para la discusión de todo esocon relación al nivel de vida, véase Zanden, J. L. Van, 1999:173-198 y 2001:69-87; Allen, R., 2000:1-25,2001:411-447, y 2002:13-32; y Vries, J. de, 2001:177-194.37 Dyer, Ch., 1991:194-239.38 Dyer, Ch., 1998:105.

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Tal como han señalado recientemente Peter Clark y Stephan Epstein, las pequeñas villasfueron un rasgo característico del paisaje europeo que durante muchos siglos albergaroncinco veces más población que todos los demás centros urbanos juntos. Su funciónprimordial consistía en coordinar el intercambio rural y concentrar la demanda que podíaestimular la especialización agraria.39 Otro importante papel desempeñado por aquella redde pequeños núcleos urbanos consistía en albergar y sostener a los pobres mediante unacobertura asistencial, pública o privada, de vital importancia para la reproducción delmundo rural.40

La solución al enigma del ‘vacío de subsistencia’ tiene mucho que ver con aquellasconexiones cercanas campo-ciudad, y con unas minúsculas fracciones del territorio quequizá por su papel en el sostén familiar, o por la imposibilidad de controlarlos desde lalejanía, casi siempre lograron escapar al decimador, el recaudador de rentas señoriales, o alcobrador de tributos (y, por consiguiente, a la mayoría de nuestras actuales fuentesescritas): los huertos. Hace ya algunos años Joan Thirsk llamó la atención sobre lasdistorsiones que puede introducir en nuestra visión del pasado –o de la realidad aún hoyviva en muchos lugares del Tercer mundo— el ignorar la contribución del huerto familiaren el sostén de los pobres del mundo rural. En su opinión, antes que empezara en Inglaterraalgo parecido a una ‘revolución agrícola’ ya se habría producido otra revolución hortícola:

“La expansión del cultivo de verduras y frutas fue una de las respuestas de losagricultores al descenso de los precios de los cereales, la lana y otros productosprincipales en el siglo XVII. […] Además, cuando la fruta y las verduras seincorporaron a la dieta como suplementos del pan, la carne y los productos lácteos,dos bebidas obtenidas de la fruta, la sidra de manzanas y la de peras, comenzaronasimismo a ocupar un lugar importante. […] Los escritores del siglo XVIIprestaron mucha atención a las ventajas del cultivo de frutas y verduras desde elpunto de vista de los agricultores. Hicieron hincapié en la ganancia monetaria, asícomo en la cantidad mucho mayor de verduras producidas por una hectáreacomparadas con los cereales. Todavía no se ha realizado un estudio mucho másdetallado sobre el cambio en las dietas como consecuencia de este proceso. PeroSir William Coventry resumió lo esencial de la situación en 1670 cuando describió‘el incremento en la utilización de frutas, hierbas y raíces, especialmente en lascercanías de todas las grandes ciudades, gracias a lo cual una hectárea de huertamantenía a más personas de lo que lo habrían hecho muchas hectáreas de pasto’.”41

Joan Thirsk señala un rasgo que también ha subrayado Jan de Vries a partir de laexperiencia holandesa y flamenca: las producciones agrarias tendían a diversificarse enépocas de estancamiento o disminución de los contingentes demográficos, cuando losprecios relativos de los cereales disminuían respecto a los hortícolas, frutícolas o pecuarios.Por el contrario, cuando la población aumentaba vigorosamente los precios relativos semovían a favor de la cerealicultura, y la producción agraria en su conjunto experimentaba

39 Clark, P. edit., 1995:1; Epstein , S. E. edit., 2001:1-29. Véase también Vries, J. de, 1987.40 Dyer, Ch., 1991:297-325 y 1998:113.41 Thirsk, J., 1990:113-114.

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de nuevo un proceso de ‘agricolización’.42 Joan Thirsk ha desarrollado este planteamientoen una interesante historia reciente de lo que ella denomina agricultura alternativa: despuésde la Peste Negra, entre 1350 y 1500, y de nuevo en el interludio de 1650 a 1750, loscampesinos y hacendados ingleses desarrollaron una amplia variedad de cultivosalternativos a la cerealicultura como la colza y el lúpulo, varias plantas tintóreas como larubia y el glasto o hierba pastel, los morales para la crianza de gusanos de seda o el azafrán,junto a una considerable variedad de productos frutícolas y hortícolas. Entre los cultivosalternativos que intentaron desarrollar en Inglaterra hacia mediados del siglo XVII,infructuosamente, destaca el principal producto que iba a cumplir una función análoga en elentorno mediterráneo: la vid.43

Todo eso debe servirnos para entender que la clave al enigma del ‘vacío de la subsistencia’reside, en gran medida, en aquellas múltiples estrategias campesinas de diversificación decultivos y prácticas agrarias. Los distintos aprovechamientos humanos del territoriosiempre han respondido a un gradiente variable de intensidad de usos del suelo. El desafíoplanteado por el incremento de las demandas simultáneas de alimento, tracción ycombustible pudo encontrar respuestas diversas, en lugares y momentos distintos, gracias ala existencia de una variada gama de posibles soluciones que probablemente ya seencontraban presentes a muy pequeña escala en el minúsculo universo –doméstico yfemenino en su mayor parte— del huerto familiar.44 La agricultura alternativa inglesa queJoan Thirsk rescata del olvido parece apuntar hacia otra historia de la nutrición y laagricultura, muy distinta a la convencional. Quizá en aquellos huertos y cercados intensivosse experimentara a pequeña escala, durante largo tiempo, muchas de las opciones quedespués podrían generalizarse a gran escala cuando las sociedades rurales cruzaban losumbrales de sustentabilidad de sus propios sistemas agrarios, y necesitaban encontrarurgentemente ‘nuevas’ soluciones para reducir la ‘huella ecológica’ de su metabolismosocial.

Redes comerciales: de la búsqueda del óptimo ecológico a la globalización

En un ensayo titulado “Trade. Observations of England”, William Petty [1623-1687]escribió lo que hoy podríamos considerar quizá una formulación preliminar de la idea de‘huella ecológica’:

“A man’s country is the circuit of Land Whose Radius is halfe a days journey fromhis house. Trade begins when men need more variety of Commoditys than their ownhome & country can best produce.”45

Resulta muy interesante que en sus ‘estadísticas vitales’ Petty evaluara la tierra requeridapor cada habitante de Inglaterra en tres acres: más o menos una hectárea y cuarto, cifra

42 Vries, J. de, 1982:88-93; Kriedte, P., 1982:32-47 y 1987:171-208.43 Thirsk, J. (1997).44 Piotr Kropotkin ya había señalado la importancia del huerto en Campos, fábricas y talleres, [1898]1938:53-97.45 Petty, W., [1927, vol. I]1967:209; (“Para un hombre su país es el entorno situado a una distancia de mediodía de camino desde su casa. El comercio comienza cuando los hombres necesitan una variedad demercancías mayor que aquella que su propio hogar y país pueden producir en las mejores condiciones”).

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congruente con las estimadas por Paolo Malanima para las áreas más densamente pobladasde Europa occidental a las puertas de la revolución industrial.46 Pero todavía lo es másaquella relación implícita que Petty establecía entre el recurso al comercio y la“compresión” del territorio vital disponible. Todos los estudios actuales sobre la‘revolución industriosa’ de finales de la edad moderna ponen el acento en la crecientedensidad de las redes comerciales, y en su impacto sobre las pautas de trabajo o consumode la población, pero quizá no han dedicado todavía suficiente atención a las consecuenciasde la correlativa disminución de las superficies útiles por habitante en una economía agrariade base orgánica.

Estableciendo una relación entre rendimientos físicos y económicos, David Grigg razona enuno de sus conocidos textos sobre la dinámica del cambio agrario que la ampliación de losintercambios comerciales permite aprovechar mejor los óptimos ecológicos de cadacultivo.47 Podríamos decir, de ese modo, que la especialización regional permitecontrarrestar temporalmente el efecto de los factores naturales limitantes de cadaecosistema, conocidos como los ‘mínimos de Liebig’. Rescatándolo del olvido, JoanMartínez Alier y Klaus Schlüpmann nos han recordado que Leopold Pfaundler [1839-1920]ya había relacionado el comercio con la capacidad de sustentación de la Tierra. Esacapacidad de sostén se movería entre dos límites: el más bajo, agregando las capacidadeslocales de los recursos de cada territorio por separado (dentro de los cuales operan muchosfactores limitantes naturales); y el más alto, que se obtendría considerando el planeta enterocomo si fuera un solo territorio cuyos recursos locales resultaran accesibles desde cualquierotro lugar (suponiendo erróneamente que la movilidad de materiales, necesaria paracontrarrestar los factores limitantes, fuera gratuita). Pfaundler consideraba que unaestimación realista debería ser forzosamente intermedia, dado que para vencer el“rozamiento” que supone el transporte horizontal también se necesita consumir energía ymateriales.48

Eso abre una interesante cuestión para el estudio socioecológico del paisaje. ¿Hasta quépunto, y en qué momentos, la intensificación de los intercambios comerciales sirvió paraaprovechar realmente ciertos óptimos ecológicos regionales que permitieran reducir elrequerimiento territorial de unas poblaciones las cuales, sin embrago, todavía mantenían unmetabolismo social de alcance local? ¿Y a partir de qué momento, y hasta qué punto, losflujos comerciales han mundializado literalmente el metabolismo social de la parte másafortunada de la Humanidad, cuya huella ecológica global se imprime sobre territorios cadavez más alejados de su vista?49 El cálculo de la ‘huella ecológica global’ ha sido concebidopara poner de manifiesto ese proceso de “desbordamiento” territorial50 provocado por la

46 Petty, W., [1927, vol. I]1967:xxxvii. Para el papel de Petty como antecesor, junto a Cantillon, Galiani,Turgot o López de Peñalver, de un enfoque reproductivo que atendía a la tierra y el trabajo como dos fuentessimultáneas de producción de valor económico, véase Barceló, A. y Sánchez, J., 1988:123-159.47 Grigg, D., 1982:47-67.48 Martínez Alier, J. y Schlüpmann, K., 1991:126-144.49 Richard Norgaard subraya que la globalización aumenta de la distancia física y cultural entre los afectadospor la degradación ambiental, multiplicando los costes de transacción para negociar posibles soluciones(Norgaard, R., 1997:175-193). Herman Daly ha planteado el problema de la escala óptima global de laeconomía dentro de una biosfera finita (Daly, H., 1996:73-110 y 1997:37-50).50 Véase, al respecto, el volumen de Naredo, J. M. y Valero, A. dirs., 1999.

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gran ruptura metabólica y paisajística acaecida en nuestra parte del mundo en la segundamitad del siglo XX.51

Una importante manifestación reciente de aquel “desbordamiento” espacial de la huellaecológica es la existencia en los países del Norte de una fracción cada vez mayor de suterritorio en proceso de abandono (figura 1). El estudio de Mauro Agnoletti sobre la pérdidade variedad paisajística experimentado en la Toscana, como resultado de las dinámicassimultáneas de abandono de grandes superficies del territorio, e intensificación de lapresión humana en otras mucho más reducidas, resulta ejemplar tanto por la metodologíaempleada como por los resultados constatados. “Tras el abandono –observa Agnoletti— elbosque se extiende como un “capa” sobre la diversidad originaria del mosaicopaisajístico, cerrando los espacios mediante un proceso tan general y continuo que enocasiones vale la pena preguntarse si semejante extensión incontrolada no debería dealgún modo gestionarse desde la óptica de una recuperación de la conservación delpaisaje. [...] Dado que la evolución natural transforma el paisaje, pero no siempre en unsentido positivo”, la conservación de los paisajes culturales requiere mayor intervenciónhumana, no menos, contraponiéndose entonces a una visión conservacionista que se limitesimplemente a “dejar hacer” a la naturaleza.52

Muchos ecólogos y geógrafos españoles están llegando a la misma conclusión. “Tanto laintensificación como el abandono aminoran la biodiversidad y propician la homogeneidadespacial”, afirma Francisco Díaz Pineda.53 Fernando Parra concluye que “la preservaciónde esa naturaleza implica siempre el mantenimiento, no la proscripción de esas actividadesextractivas o explotadoras agrícolas, ganaderas y silvícolas, sobre todo si están avaladaspor su persistencia histórica.”54 Constatar o refutar la persistencia de los llamados usosagrarios tradicionales, y explicar su razón de ser, constituye precisamente una de las tareascentrales de la historia socioecológica necesaria para entender los paisajes mediterráneosdel pasado cuyas virtudes estamos aprendiendo a apreciar. Lo cual, a su vez, resultaimprescindible para proponer otras formas más sostenibles de gestionar el territorio.

En busca de los constructores del paisaje

En definitiva: si los paisajes son resultado de la humanización del territorio, la historia y lageografía tienen cosas importantes que decir.55 Lo cual reclama una recuperación de la viejatradición de la geografía histórica para entender mejor aquellos agentes, las sociedadeshumanas que han construido y transformado tantas veces los paisajes que han llegado hasta

51 Rees, W. y Wackernagel, M., 1996a:27-50 y 1996b. Véase el debate sobre las virtudes, límites y defectosdel concepto de ‘huella ecológica’ global en el número 32 de Ecological Economics (Costanza, R.; Ayres, R.U.; Deutsch, L., Jansson, A., Troell, M., Rönnbäck, P., Folke, C. y Kautsky, N.; Herendeen, R. A.; Moffatt, I.;Opschoor, H., Rapports, D. J.; Rees, W.; Simmons, C., Lewis, K. y Barrett, J.; Templet, P. H.; Cornelis vanKooten, G. y Bulte, E.; Wackernagel, M. y Silvestrein, J., 2000:341-394).52 Agnoletti, M. dir. 2002:34 y 152. Véase también Agnoletti, M.; Paci, M. y Tarchiani, N. (2001).53 Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.; Montalvo, J., coords., 2002:xvi.54 Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:254.55 Tello, E., 1999:195-211.

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nosotros.56 Las formas del paisaje son resultado de un conjunto de factores y actores quehan dejado su huella en el territorio. Desde el complejo tecnológico, a la presióndemográfica o el desarrollo de los mercados, hasta el papel de los poderes públicos, losderechos de propiedad y las formas de tenencia de la tierra, en diferentes grados ymomentos todos esos factores incidieron en la conformación de una determinada cubiertavegetal donde prados, yermos y bosques alternaban con diversos tipos de cultivo. Sinembargo, siempre incidían de la mano de unos actores concretos: los grupos humanos quereaccionaban a los cambios demográficos, la evolución de los mercados, o los incentivos dela contratación agraria, empleando las tecnologías disponibles o transformándolas para daruna configuración concreta al territorio. Por eso es tan importante que los historiadorescentremos nuestra aportación en indagar a fondo sobre los constructores del paisaje.

El esquema representado en la Figura 2 sólo es un planteamiento heurístico, que sirve paraordenar factores relevantes y plantear preguntas sobre los actores reales a quienesafectaban. Su aplicación requiere aplicar el método retrospectivo sugerido por Marc Bloch:partir de lo mejor documentado y conocido para adentrarse después, con métodos distintos,hacia períodos o situaciones más oscuras.57 Pero las preguntas básicas son siempre lasmismas, y demandan respuestas muy “corpóreas” como las que reclama RaymondWilliams: encarnadas en la gente que construyó y rehizo tantas veces un mismo territorio.Sin conocer ni comprender los cambios que nuestros antepasados imprimieron antaño en elterritorio, ¿como podríamos ordenarlo ahora de forma sostenible? En palabras de FernandoGonzález Bernáldez, “para la interpretación del paisaje, y para la correcta gestión de losrecursos que esta permite, la visión histórica es una necesidad.”.58

56 Por ejemplo, los estudios de Marc Bloch sobre los mapas parcelarios, los regímenes agrarios y el paisaje,realizados hace ya setenta años, mantienen toda la vigencia de un clásico (Bloch, M., 2002).57 Bloch, M., 1978 y 2002.58 González Bernáldez, F., 1981:146; en el mismo sentido, Fontana, J., 2000:14 y 346-348.

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El paisaje agrario como expresión del metabolismo social: requerimientos ydisponibilidades territoriales en la comarca catalana del Vallès (1716-2000)∗

(4 pàgines per explicar l’enfocament teòric i la metodología. ET)1. disponibilidades territoriales: la población y los suelos(2 pàgines de síntesi de l’avaluació dels sòls i les densitats de població. ET)2. requerimientos alimentarios y cesta de consumo(3 pàgines de síntesi de la cistella alimentaria a mitjan segle XIX. RG)3. el balance energético del sistema agrario(6 pàgines de síntesi del balanç energètic. XC)4. la compresión tendencial de los requerimientos territoriales(2 pàgines de sínesti de la traducció territorial del balanç energètic. ET)5. derechos de acceso a la tierra y el papel del mercado(4 pàgines de síntesi de l’entramat institucional i l’estructura d’intercanvis. RG)6. momentos de crisis y cambio de trayectoria en el uso del suelo(4 pàgines d’interpretació de l’evolució a llarg termini del paisatge vallesà. RG i ET)7. sobre causas y efectos: algunas lecciones de aplicación general(3 pàgines de síntesi sobre la pluralitat de factors determinants i la seva diferentincidència en les successives cruïlles d’una trajectòria oberta. RG i ET)8. bibliografía y fuentes citadas(2 pàgines)

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∗ Este texto surge del proyecto sobre “El trabajo agrario y la inversión en capital-tierra en la formación delos paisajes agrarios mediterráneos: una perspectiva comparativa a largo plazo (siglos XI-XX)”,financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología (BXX200-0534-C03-02). Agradecemosespecialmente a Marc Badia, Ricard García y Núria Mallorquí su dedicación y entusiasmo como becariosdel proyecto. Marc Badia y Fernando Rodríguez han elaborado la cartografía y los análisis mediante SIG.Los mapas que se reproducen han sido elaborados por Marc Badia a partir de los amillaramientos y losparcelarios catastrales de Pedro Moreno Ramírez conservados en el Institut Cartogràfic de Catalunya, y sepublican con su autorización. También agradecemos a David Molina su ayuda en el trabajo cartográfico.

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