Tramas Secretas Zenda

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Zenda Liendivit Las tramas secretas Cuentos de suspenso y misterio CONTRATIEMPO EDICIONES

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    Las tramas secretas Cuentos de suspenso

    y misterio

    CONTRATIEMPO EDICIONES

  • LAS TRAMAS SECRETAS

    1. UN CUERPO FLOTANDO EN EL RO

    En la 52 y 6 sera el encuentro, en un deli tan

    igual al resto que todos parecan la copia de algn origi-

    nal extraviado quin sabe en qu lugar de Nueva York.

    Un sitio comn, de esos que ahora abundan en la gran

    manzana a raz de las migraciones y la gente de paso, en

    trnsito, como los turistas y los hombres de negocios.

    La cafetera de la 7 Avenida a donde yo iba cuando

    estaba en Manhattan, fue descartada de inmediato, mu-

    cha luz, me dijo Columbo, mi informante, mucha vigi-

    lancia policial, nada de cafeteras, haba repetido, nos

    vemos en la 52, a las nueve de la noche, si no estoy, no

    espere, siga de largo. Rumbo a mi hotel recordaba esa

    frase que sonaba a advertencia o premonicin. Premoni-

    cin, ms que nada: flotando en el Hudson, as se lo en-

    contr a Columbo al da siguiente, flotando como des-

    perdicio en ese ro que era acceso y salida, welcome, s,

    welcome pero tambin good bye, pertenencia y sepultu-

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  • ra.

    Adis, mueca.

    Quiero ver al cochero.

    Yo soy el cochero.

    El hombre est recostado sobre un carro tirado a

    caballos, con techo negro y tapizado rojo, sobre la 59.

    La contrasea se le haba ocurrido a Ray, en homenaje a

    Raymond Chandler, me dijo.

    Columbo quiso vender el Van Gogh a un tra-

    ficante pero no se pusieron de acuerdo, algo pas, en-

    tonces se comunic con el dueo, un coleccionista que

    organiza exposiciones en Manhattan, yo le di el dato,

    conozco al hombre y s que le haban robado la pieza, la

    dio por perdida hace rato, no hizo denuncia policial.

    Todo iba bien hasta que aparece muerto en el ro. En-

    tonces le aviso a Ray, porque a Ray siempre le interesan

    estas historias, Ana est en el Hotel Wellington, te va a

    buscar a la parada, me dijo, conectala con la gente de

    Harlem

    Empieza a refrescar, es septiembre y la noche

    cae rpidamente. El botones me abre la puerta de calle,

    dos hojas de vidrio pesadas. El lobby del Wellington

    est atestado de turistas, o por lo menos, as parecen,

    por el aire despreocupado y la variedad lingstica. Los

    maleteros van y vienen con los carritos repletos, no mi-

    ran a nadie pero radiografan a todos. Espero el ascensor

    entre una multitud: soy Ana Snchez, o Anna Green, o

    Ana Ruiz, a veces Isabel. Soy la fuente annima de Ray,

    Ray a secas, el artfice de las notas periodsticas ms

    ruidosas del mundo meditico de la ltima dcada. Ray

    vende informacin a las agencias de noticias. Yo solo

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  • me ocupo de los fragmentos, aqullos que dan verosimi-

    litud al relato; la historia completa, en realidad, la termi-

    nan armando ellos. Vendo los fragmentos y de eso vivo.

    De fragmentos. Como los que tuve que recoger en

    Berln el ao anterior, cuando me fui con la expectativa

    de realizar el reportaje de mi carrera y termin casi con

    las manos vacas. Pero ese es otro cuento. Ahora estoy

    en Manhattan, con un cadver, un Van Gogh robado y

    mi nombre falso flotando en el Hudson.

    2. ALIAS

    Ray lanza una bocanada de humo que le desdi-

    buja el rostro antes de desaparecer por completo. Av. de

    Mayo aturde, corrompe la atmsfera con chirridos, fre-

    nadas y bocinazos que atraviesan el edificio destartalado

    de fines del XIX, 2 piso por escalera, al fondo, un antro

    donde nadie mira ni pregunta nada. Su escritorio es un

    completo desorden, papeles, anotadores, libros y lpi-

    ces, nada de telfonos ni correos electrnicos. Nada de

    huellas eternas que despus se desparraman en cuestin

    de segundos. Pero sobre todo, anticipadas, nada de hue-

    llas anticipadas a la pisada misma. Siempre hay alguien

    en guardia, esperando dar el zarpazo, sola decir Ray.

    Mi jefe se mova en un ambiente donde el plagio era

    moneda corriente: bastaba la simple sospecha, alimenta-

    da muchas veces por el espionaje activo, de que estaba

    preparando un informe periodstico sobre algn tema

    del momento para que ese tema se anticipara en primera

    plana, con investigaciones salidas de la galera y con

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  • tanta minuciosidad que cuando el original vea la luz, ya

    pareca una copia gastada. Haba ideado entonces un

    sistema de comunicacin clandestina, a la vista de to-

    dos: en el corazn del mismo, estaban los alias y los

    mensajes cifrados. Los encuentros se concertaban a

    travs del diario. Nosotros estbamos atentos al santo y

    la sea, al estilo Ray. Un dato revelaba a quin iba diri-

    gido el trabajo. Si el texto empezaba con A, era yo la

    destinataria, Ahora el futuro est en tus manos, siem-

    pre en la misma seccin, en la misma columna y en la

    misma hilera del mismo diario. Llamate noms Ana, me

    haba dicho, parafraseando sin saber a Saer, en la prime-

    ra lnea de La ocasin. Sos mujer, todava joven, un ros-

    tro que sin maquillaje es olvidable, sin seas particula-

    res, me haba definido tras una rpida inspeccin. As

    es que soy Ana, al margen del documento legal, soy

    Ana, a veces Isabel. Pero en Manhattan, siempre, Ana.

    Y un tal Columbo era el prximo objetivo.

    Columbo va a estar frente a la librera Strand,

    Broadway al 800. La cita es para el sbado prximo. l

    te va a conectar con indocumentados que trabajan en

    Manhattan y viven en Brooklyn, la historia de siempre.

    Vos vas, toms fotos, pregunts lo usual. Arms algo

    bien dramtico, miseria, abandono, alguna catstrofe

    familiar y sobre todo, el idioma, la tradicin oral, cmo

    conservan sus costumbres, etc. etc. Hay que hacer nfa-

    sis en cmo entraron, si pasaron por Mxico, con algn

    coyote, mejor, desde la frontera hasta la gran ciudad,

    una epopeya moderna, una pica de la voluntad. Si estn

    con la visa vencida, tambin. Y siempre tiene que apare-

    cer alguien que les dio una oportunidad tampoco es

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  • cuestin de presentarlos como el enemigo. Quiero entre-

    vistas, en sus lugares de trabajo y en sus casas, con fotos

    pero que no aparezcan los rostros, que pueda ser cual-

    quiera con muchos detalles, nombres de pila, seas

    particulares, pero sin datos concretos.

    Hace una pausa, enciende otro cigarrillo, mira

    por la ventana; luego, acercando levemente el cuerpo a

    mi silla, me dice en voz baja:

    Hay que conseguir que el lector sienta en car-

    ne propia la clandestinidad, el desarraigo, el miedo a

    que en cualquier momento lo descubran y lo manden de

    vuelta, a l, que est en su casa, cmodo, leyendo la no-

    ta. Un sufrimiento con salvacin garantizada. Tomate el

    tiempo que haga falta.

    3. EN HARLEM NO SOLO SE ESCUCHA GSPEL

    Franklin, Fitzgerald, Holyday, en ese orden, o

    en cualquiera, a veces en simultneo, como coro de un

    escenario improbable, sacuden las baldosas, agitan la

    atmsfera, los muertos se levantan de sus sepulturas, la

    negritud de Harlem me acompaa a lo largo de la 125

    donde me abro paso entre una multitud de lenguas, to-

    das son lenguas extraas ese domingo, turistas, policas

    y hip hop, hasta el puesto del rapero, el contacto que me

    deriv el cochero del Central Park. La cmara de fotos

    se bambolea, me golpea el pecho, solo cash, me aclara

    el rapero a modo de contrasea. Levanto un CD falso,

    acepto, pido una foto, sonro, me llevo dos remeras ne-

    gras, sigo revolviendo entre la mercadera.

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  • Columbo era intermediario me dice, pero

    no estaba en la pesada. Trabajaba de mozo en un restau-

    rante en la Av. Columbus. Nadie se la tena jurada, que

    yo sepa. Alguien tena algo para ubicar en el mercado y

    l haca los contactos, traficaba poco, y nada que causa-

    ra mucho ruido. Un da viene un tipo y me dice: tengo

    un van gogh, y entonces yo lo llamo a l y l casi se

    muere por anticipado, no sola traficar fuerte, celulares y

    dems, pero entonces viene este tipo y me dice, tengo

    un van gogh, y bueno, lo ubico al muerto y le digo, her-

    mano, hay un van gogh en Harlem, y l agarra viaje de

    inmediato. Pero traficante de arte no era, no era su ru-

    bro

    El hombre mueve los brazos, se bambolea lige-

    ramente, habla fluido, en un espaol neutro, que puede

    ser de cualquier parte del mundo hispano pero segura-

    mente de ninguna en especial, mezcla de msico de la

    MTV y locutor de CNN. Mira a su alrededor y sigue en

    tren de charla (no woman no cry, ahora es Marley el que

    adquiere fuerza, el rapero sube el volumen, se entremez-

    cla en la conversacin, la gente pasa, corea el tema a los

    gritos, saluda, saca fotos, sigue de largo):

    Habl con varios, con el dueo, s que llega-

    ron a un acuerdo, no s en qu trminos pero s que lle-

    garon a un acuerdo. En el medio me dice que le vendi

    la nota a una periodista, o sea, el van gogh al dueo y la

    historia del van gogh a la prensa, doble ingreso. Pero yo

    al cuadro no lo vi, aqu solo paso informacin, no tengo

    mercadera robada, solo palabras, que hay que cumplir-

    las, es la ley del barrio.

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  • 4. LOS CRMENES DE LA CALLE BROADWAY

    Columbo, el contacto de Broadway al 800, no

    apareci, no por lo menos de la forma que yo esperaba.

    Supuse que Ray, como suele ser costumbre, me pas un

    dato falso, o aproximado, para que fuera tanteando el

    terreno, investigando sobre la incertidumbre, sobre un

    rumor, hay miles de indocumentados, alguno voy a en-

    contrar para armar la historia y servrsela en bandeja

    con la suficiente verosimilitud como para atrapar a sus

    lectores, a los lectores de sus propios clientes. Porque

    Ray tampoco era el destino final, apenas un intermedia-

    rio, un nexo entre la realidad que nosotros obtenamos

    y aquellos medios que despus la publicaran en pgi-

    nas, pantallas o cualquier dispositivo electrnico. Una

    maquinaria que competa seriamente con las mejores

    ficciones, que a esta altura resultaban medio inspidas,

    agotadas por el uso y abuso de las frmulas probadas,

    nada nuevo bajo el sol, lo mejor ya estaba escrito. En

    cambio, esto era la vida real, tan impredecible e inve-

    rosmil como las peores ficciones. All tal vez radicaba

    el xito de su empresa.

    Camino por Broadway, doy vueltas alrededor de

    la Strand, la antigua librera que domina la esquina y

    que el sbado a la siesta est atestada de gente. Los ca-

    rritos con libros se alinean a lo largo de las veredas, hay

    ofertas increbles, de uno a cinco dlares, con ttulos

    ignotos, gente que lee, de pie, como indecisa, esperando

    que por fin el libro la convoque y la decida a pagar la

    oferta, que ya de por s es sospechosa. Si un libro cuesta

    uno o dos dlares, quin ser el autor?, alguien que en

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  • sus ratos de ocio se dedic a la literatura y escribi de

    corrido lo primero que se le vino a la mente, un par de

    cuentos, algunas ancdotas personales y listo, a la im-

    prenta?; o un genio cado en desgracia al que la suerte

    le esquiv y termin en la mesa de saldos con la expec-

    tativa de que la historia lo reivindique unos siglos des-

    pus? Tambin estaban los temticos, libros de cermi-

    ca, jardinera, autoayuda, viajes, donde aparecan visto-

    sas fotos en colores y consejos, y uno hojeaba y seguan

    las fotos, y ms fotos, a doble pgina, tanto que al final

    brotaba del cuerpo, del estmago, de la garganta, algo

    de repulsin hacia todo lo relacionado al verde, plantas

    y flores, y ni hablar de platos, vasijas o arenas blancas.

    Haba tambin best sellers, autores que ya desde la por-

    tada sonaban a invento, tipo John Smith, con un vaporo-

    so cuerpo de mujer que flotaba sobre un fondo tormen-

    toso y un musculoso detrs que la sostena en el aire, se

    saba, eran los escribientes de los grandes sellos que

    lanzaban novelas por docenas, todas las semanas, por-

    que contaban con un pblico devoto que las aguardaba

    con ansias para sacrselas de encima a los quince das,

    ansioso por el prximo ttulo. O de lo contrario, el escri-

    tor de moda con aires de intelectual de vanguardia, esos

    a los que los suplementos culturales aman durante un

    rato por compromisos con el protector de turno, que

    escriben mamotretos en forma inconexa o rebuscada

    como para demostrar que el lenguaje no es un mero ins-

    trumento, se vuelven famosos por perseverancia hasta el

    extremo de que, al final, nadie sabe muy bien qu escri-

    bieron pero andan rondando como espectros los ambien-

    tes literarios, a la espera de un nuevo cuarto de hora,

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  • una meterica carrera que los lleva de la inspiracin

    experimental al remate. Hojeo, y los mares azules se me

    confunden con pornografa sangrienta, historias de la

    humanidad en fascculos, consejos para obtener amigos

    y ganar fortunas, obsoletas investigaciones periodsticas

    y alguna que otra frase perdida y bien resuelta que voy a

    utilizar para adornar el rido lenguaje de mis notas y

    dejar en claro que siempre hay algo ms all de las pala-

    bras. Un trasfondo que escuchar el lector por sobre las

    lneas impresas y lo alertar de la densidad a la que se

    est adentrando. Entonces lo veo. Estaba primero en la

    fila del carrito perpendicular a la puerta de acceso, justo

    en la ochava con la calle 12: Los crmenes de la calle

    Broadway, la tapa con letras chorreando rojo sangre, la

    silueta recortada de un revolver humeante, todo con fon-

    do negro, tamao estndar, envejecidamente nuevo, de

    esos que salen del lote sin haberse abierto nunca pero

    que soportaron el traqueteo. Cuesta un dlar y est en

    castellano. El autor es Columbo, mi contacto, el que

    despus apareci en el Hudson.

    5. COLUMBO NO ES POE

    Una serie de crmenes en cadena que, geogrfi-

    camente, empieza en el lmite con el Bronx y termina en

    las inmediaciones del Puente de Brooklyn como escena-

    rios principales; hay emboscadas, traiciones, deudas

    impagas, ejecuciones y pandillas por todos los rincones

    de la ciudad; la polica a veces es honesta, otras corrup-

    ta, los personajes desbarrancan por la misma ambige-

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  • dad; a mitad del libro uno no sabe si ocurre en Manhat-

    tan o en una ciudad latinoamericana, la lengua flucta

    entre el cubano estilo Miami y el espaol colombiano y

    de vez en cuando, trminos en ingls mal escritos; tam-

    poco queda claro si la mafia es china o rusa y cul es la

    especialidad, si el contrabando, las drogas, la trata o

    sencillamente la venta de proteccin, o es un polirubro

    con todas las variantes del mundo delictivo. Una segui-

    dilla de lugares comunes hace ms insoportable el rela-

    to. La nica constante es Broadway, atraviesa el libro y

    va fijando puntos de tensin de norte a sur, que se disi-

    pan enseguida por la falta de destreza del escritor. Ter-

    mina sin pena ni gloria, casi todos muertos en forma

    violenta, la chica del matn que se queda con el botn y

    con el socio del matn y con algn arrepentimiento de

    lo ms inverosmil. Estoy sentada en el zcalo del muro

    de una iglesia con jardn al frente y rejas, al lado de un

    carrito que ofrece quesadillas y gyros. El viento se arre-

    molina en el centro de la calle, una rfaga arrasa con

    toldos, manteles de plstico, remeras, carteras que cuel-

    gan de ganchos, vuelan por los aires pero vuelven a tie-

    rra, la gente ruge, aprisiona lo que encuentra y sigue la

    venta callejera, hasta la prxima furia. Todo volar por

    los aires en cualquier momento, pienso, empieza con las

    cosas pequeas y se convierte en un tornado que arranca

    de raz las construcciones ms slidas. El tipo se llama

    Columbo, me haba dicho Ray, y va a estar cerca de la

    Strand. Lo que no aclar es que estara en la portada de

    un libro, que en realidad era ms un manual de mafioso

    de poca monta que una novela. Una breve biografa del

    autor con datos de contacto en la solapa me facilitaba la

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  • tarea; sospech enseguida que debido a sus problemas

    con las agencias federales, el hombre firmaba con

    seudnimo y que no solo entrevistara a un indocumen-

    tado sino que encima, a un autor, que a pesar de su si-

    tuacin desventajosa haba llegado a publicar una nove-

    la. Estaba frente a la epopeya que buscaba Ray. O, en el

    mejor de los casos, el hombre no solo era indocumenta-

    do sino tambin habitaba los bajos fondos de Manhat-

    tan, de Brooklyn o el Bronx, a los que quera retratar, tal

    vez, para ganarse la vida. Cosa bastante curiosa puesto

    que si hubiera andado en la tercera parte de lo que deca

    la novela, no hubiera necesitado editor ni distribuidor ni

    dedicarse a la escritura, todo para terminar en una mesa

    de saldos. Lo llam ese mismo da, le dije que era perio-

    dista, que estaba interesada en la historia de su vida. No

    tena idea de quin era Ray, cosa que no me extra en

    absoluto. Me habl sin embargo de una nota mucho ms

    interesante, y tambin mucho ms costosa, que cual-

    quier cuestin migratoria: el devenir increble de un Van

    Gogh robado. Me cit en el deli de 52 y 6. Me previno

    aquello de que siguiera de largo sino lo encontraba.

    6. TODO ES ORIGINAL Y FALSO

    Haca 17 grados bajo cero cuando llegu a la

    Neue Nationalgalerie de Berln para encontrarme con un

    informante; esto fue un ao antes de mi viaje a Manhat-

    tan. Era uno de los tantos contactos de Ray. El reportaje

    prometa develar una importante red de trfico de obras

    de arte que tena como ejes Europa y Estados Unidos,

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  • con algunas escalas en Sudamrca. Fui elegida por

    aquello del bajo perfil y porque siempre, para Ray, una

    mujer es menos sospechosa que un hombre. Intil re-

    sistirse a esta oferta, deca el clasificado donde me avi-

    saba que yo, Isabel para Europa, deba concurrir a su

    oficina de inmediato. El trabajo era grande y la paga

    importante; el objetivo, tambin. El sopln haba exigi-

    do que no llevara cmaras o grabadores. Hablara de los

    casos ms resonantes de la ltima dcada, de los autores

    ms solicitados, los itinerarios, los modos de accin y

    los perfiles de clientes, no dara nombres obviamente

    porque le arruinara el negocio. Tampoco poda ser

    identificado en la prensa por aquellos, pero afirmaba

    tener informacin que hara tambalear las estructuras

    del negocio; de paso, ayudara a levantar diarios que

    haban declinado las ventas y necesitaban un golpe de

    efecto entre sus lectores, una noticia que los mantuviera

    ocupados durante varias semanas, con incontables deri-

    vaciones. Una investigacin que sera tapa de domingo,

    anunciada con la urgencia del cable de ltimo momento

    y reproducida y ampliada despus en los circuitos digi-

    tales. En la espera, que dur cerca de una hora, me en-

    tretuve mirando Los pilares de la sociedad, un cuadro

    de George Grosz que forma parte de la exposicin per-

    manente del Nationalgalerie y que tena como vecinos a

    Otto Dix y a Hannah Hch, todos pintores del expresio-

    nismo alemn. En el fondo, y casi en penumbras, se ob-

    serva un ejrcito que con espadas y pistolas apalea a la

    turba; a un costado, el cura sermonea con los brazos en

    alto a un pblico ausente; densas llamaradas salen de los

    edificios incendiados que rodean al sacerdote. En primer

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  • plano, un burgus de rostro furioso empua una espada

    con la mano derecha mientras que con la izquierda, se

    aferra a un vaso de cerveza; al lado, el periodista apri-

    siona un peridico contra su pecho y sostiene una plu-

    ma. Y un poco ms atrs, un poltico de cara gorda, con

    mofletes y expresin de poco avispado, sostiene una

    bandera y un manifiesto. El periodista lleva una pelela

    como sombrero; los otros dos tienen el cerebro cortado

    por la mitad, del que salen ejrcitos y hedores. Faltaba

    el artista, aunque no s si se lo consideraba un pilar de

    la sociedad. En todo caso, tal vez, si ellos eran los pila-

    res, el lienzo era la fundacin, la base en donde se asen-

    taban los componentes verticales del edificio. Es decir,

    era el artista el que soportaba el peso y a la vez, el que

    tena la ltima palabra en cuanto a la representacin to-

    tal de la estructura. Es decir, era el artista el que decidir-

    a, de algn modo, la versin definitiva de la historia.

    En eso pensaba cuando por fin se me acerc un hombre,

    alrededor de 70 aos, sobretodo, bufanda, pelo largo y

    boina, un clich con aires parisinos aunque tambin

    poda ser vasco. Jams lo supe. Se ubic al lado y mien-

    tras contemplaba absorto a Grosz, en ese tono neutro

    que se emplea para no dejar rastros, murmur: todo es

    original y falso, que Ray lo sepa. Cuando me di vuelta,

    el hombre se encaminaba a la salida; lo segu, pero hab-

    a desaparecido. Para salvar el viaje, tuve que inventar

    una nota sobre el rol de los artistas en la sociedad actual.

    Siguiendo con las metforas arquitectnicas de Grosz,

    me preguntaba si todava estaban en las fundaciones,

    haban pasado a ser revestimiento o eran tan solo el or-

    namento que se coloca al final y cuya presencia o ausen-

    Las tramas secretas

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  • cia no modifica en nada a la estructura del edificio. Y en

    cualquier caso, alentada por la enigmtica frase del in-

    formante parisino o vasco, fuera fundacin, revestimien-

    to o decoracin, cules eran los criterios de verdad o

    falsedad en el arte actual. Ray la descart por presuntuo-

    sa e invendible; del mensaje no dijo una palabra.

    7. EL EDITOR DEL DIABLO

    La editorial funcionaba en una amplia y muy

    bien equipada oficina en un edificio al sur de Manhat-

    tan. All el editor de Los crmenes de la calle Broad-

    way me confirma varias cosas: Columbo no era indo-

    cumentado, ni siquiera inmigrante; no era escritor y no

    perteneca a los bajos fondos. Que era uno de los tantos

    autores falsos de su sello editorial para habla hispana.

    Que los reclutaba entre los barrios humildes y les ofrec-

    a una pequea paga para utilizar el nombre solo a fines

    legales. Que la escritura de Columbo era la suya y que

    el mozo haba optado, previsiblemente, por el seudni-

    mo de la direccin donde trabajaba; o, eventualmente,

    se inspir en el Columbus Park, vecino al edificio. Cual-

    quiera de las dos opciones, aunque claro, tambin poda

    ser por el detective de la popular serie de la dcada del

    70. Que haba mentido seguramente para sacarme plata

    o para invitarme a salir, al parecer era bastante mujerie-

    go; que no haba Van Gogh, ni original ni falso; que

    usufructu mi inters, puesto que una nota sobre inmi-

    gracin es menos redituable periodsticamente hablan-

    do, habra que ver en nmeros reales que una sobre

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  • trfico de arte y que l supona que Columbo, borracho,

    se cay al ro, justo unas horas antes de encontrarse con-

    migo. O tal vez se tom a golpes con un compaero, por

    una mujer o por deudas de juego, aunque no era jugador

    compulsivo ni un hombre violento y rara vez beba alco-

    hol. El editor me menta descaradamente, no pareca

    importarle tampoco que lo creyera o no, era tan inve-

    rosmil como su novela, pens que tal vez su estilo lite-

    rario lo aplicaba a la vida real y que ntimamente se jac-

    taba de ello. La versin del cochero, confirmada por el

    rapero, se situaba ms en el relato clsico, un asesinato,

    un mvil posible aunque desconocido, pistas engaosas

    para entorpecer la investigacin, como el mismo editor,

    y por ello, mucho ms creble. Algo sin embargo me

    llam la atencin y fue el comentario sobre que no haba

    Van Gogh, ni original ni falso. All record la frase de

    mi contacto en Berln. No era exactamente la misma;

    era, en realidad, lo opuesto. Pero Columbo solo haba

    mencionado por telfono que tena un Van Gogh y que

    estaba dispuesto a contar la historia del mismo, la in-

    creble historia del cuadro, me haba dicho. Resultaba

    extrao que esa increble historia se limitara a un tra-

    ficante deseoso de ubicar una pieza en el mercado ne-

    gro, a un rapero de Harlem que le haba pasado el dato y

    al dueo que quera recuperarlo. No se suele convocar a

    la prensa para una ancdota como esa; todo lo contrario,

    se la quiere bien lejos. Tal vez, con el rechazo de su pri-

    mer cliente, se enter de algo sobre la pintura en cues-

    tin, algo que iba ms all de una negociacin fallida y

    que podra estar relacionado con la naturaleza de la

    obra, de lo que se crea de ella y sobre todo, del estatus

    Las tramas secretas

    17

  • con el que circulaba en el mercado. Y an ms, ese Van

    Gogh tal vez solo era la punta de un inmenso entramado

    que actuaba, sostenindose recprocamente, tanto en el

    mundo del delito como en el de la alta cultura, de las

    colecciones privadas y las cuantiosas inversiones, ampa-

    rado en un claroscuro de lmites difusos donde las cate-

    goras de falso y verdadero estaran, por lo menos, en

    entredicho. Una complicidad tcitamente consensuada y

    cuya delacin pondra en riesgo no solo el comercio

    sino a la cultura misma. Columbo deba morir y tal vez

    yo fui la elegida para registrar esa muerte como una ad-

    vertencia a futuros delatores.

    En el hotel escrib el informe final de mi inves-

    tigacin. Habl de la lucha de un inmigrante honesto y

    trabajador que, para salir de la pobreza, haba cado en

    una red de trfico de obras robadas. Y que en un confu-

    so episodio, donde se mezclaban las pasiones y el alco-

    hol, haba terminado en el Hudson. Citaba a Columbo,

    nombraba el Van Gogh, lo completaba con un par de

    datos imprecisos. Si mi contacto telefnico lo haba lle-

    vado a la muerte, tuve sin embargo una actitud expiato-

    ria de esta complicidad involuntaria: mi nota conclua

    que el Van Gogh fue recuperado por el dueo y que

    cualquier otro que anduviera circulando por el mundo

    con ese nombre, sera, sin dudas, falso. Nadie rebatira

    esa historia, la que, por otro lado, vend a un medio lo-

    cal que la public un domingo. Pero si Columbus no era

    Poe, yo tampoco soy Borges: nunca supe si con ese in-

    vento echado a rodar como verdad a la prensa lo rescat

    a Columbo o termin de incorporarlo, como partcipe

    necesario, a esa trama que no alcanz a delatar.

    Zenda Liendivit

    18

  • 8. LO INNOMBRABLE

    Lo inslito para ciertas personas puede ser lo

    usual para otras. Mi cotidianeidad estaba plagada de

    gestos que rara vez tenan una explicacin lgica. Ellos

    me obligaban a agudizar los sentidos a fin de dilucidar,

    a veces en cuestin de segundos, la intencionalidad o la

    casualidad de cada uno: en esa velocidad deductiva radi-

    caban las posibilidades de seguir viviendo de un trabajo

    que me exiga pensar siempre en las fronteras de lo real.

    Y por qu no, de seguir viviendo. Personajes que hacan

    del camuflaje su forma de vida, espectros que merodea-

    ban solo en forma de rumor, eran mis contactos. Jams

    un nombre propio, jams un estar all para corroborar o

    atestiguar. Apenas sombras que habitaban un mundo

    donde las palabras se perdan ni bien eran pronunciadas,

    a la espera de alguna paternidad que pudiera sustentar-

    las. Cazadores que traficaban informacin pero a la vez,

    cazados por fuerzas que actuaban en una clandestinidad

    ms lingstica que real. Aunque comparta ciertas zo-

    nas de vecindad, este mundo constitua las antpodas del

    policial: toda operacin era siempre innombrable. De

    all que no distaba demasiado de la literatura aunque

    difera notablemente de sta en los efectos producidos.

    Antes de abandonar Nueva York y despus de

    entregar mi informe sobre el caso Columbo a un peri-

    dico local, abord el ferry que me dejara en Staten Is-

    land donde Ray me haba enviado para un nuevo traba-

    jo. Un pesado de la mafia quera declarar, algo saba de

    cierto contrabando donde al parecer, esta vez, la literatu-

    ra entraba a escena en el mundo delictivo. Manuscritos

    Las tramas secretas

    19

  • originales de dudosa autora hallados en algn atelier

    del viejo continente; ttulos inmortales publicados en

    ediciones clandestinas; traducciones que reinterpretaban

    obras existentes, y hasta inexistentes, y plagios de auto-

    res inmortales, elaborados por estudiosos y escritores de

    poca monta, formaban parte de ese cargamento que cir-

    culara entre colecciones privadas, archivos, bibliotecas

    y libreras. No pude dejar de pensar en el editor de Co-

    lumbo y en su particular estilo. No tena dudas de que

    algn papel jugara en la trama, tal vez, como distribui-

    dor o como enlace. Su misma escritura, notoriamente

    mala, lo invisibilizaba sin embargo ante cualquier sos-

    pecha donde el delito fuera el talento para confundirse

    con un gran creador. Recin all empec a sospechar que

    su disparatada novela, firmada por Columbo, Los

    crmenes de la calle Broadway, no era ms que una

    prueba falsa, plantada para desorientar y dejar el terreno

    libre a sus otros negocios, ms redituables aunque bas-

    tante ms oscuros.

    El agua apresurada que arremeta con violencia

    contra la embarcacin me llev al pasado. A un ao

    atrs, cuando viaj a Berln para encontrarme con el

    enigmtico informante que me haba despachado con

    aquello de que todo era original y copia. All tuvo lugar

    un hecho que recin deton en su verdadera dimensin

    en el cuerpo asesinado de Columbo, como esas minas

    personales que solo estallan cuando son solicitadas por

    un fuerza externa y convierten a la vctima tambin en

    su propio verdugo.

    Zenda Liendivit

    20

  • 9. LA CARCAJADA SINIESTRA

    Un volante publicitario, arrojado bajo la puerta

    de mi habitacin del hotel, avisaba que esa noche habra

    fiesta en Tacheles. El viejo almacn, devenido galera

    de arte y ocupado por artistas de las vanguardias berli-

    nesas desde haca varias dcadas, se halla ubicado en la

    parte oriental de la ciudad. Ya entonces pesaba sobre l

    una orden de desalojo, la que se hizo efectiva unos me-

    ses despus. Del volante amarillo, con letras desiguales

    y dibujos abstractos, como para ratificar el espritu li-

    bertario del lugar, me llam la atencin la palabra

    Isabel, el seudnimo con el que me mova en Europa,

    bien visible, escrita a mano, en el borde superior dere-

    cho del papel. Y si no hubiera sido por esta interpela-

    cin frontal, esta personalizacin de lo impersonal por

    excelencia como lo es un volante callejero, habra vuel-

    to a Buenos Aires sin protagonizar el captulo de esta

    saga que fue determinante para lo que ocurri un ao

    despus.

    La fiesta en Tacheles, sin embargo, jams exis-

    ti. La mole de ladrillo y vidrio del centro de arte se

    ergua un poco tenebrosa entre el silencio y el fro de

    febrero que solidificaban la atmsfera en una noche sin

    luna. Al salir del predio, en el baldo aledao al edificio,

    me tropec con un mendigo que se tambaleaba entre

    cacharros y papeles. Barba crecida, pelo escaso, gris y

    sucio, ropa harapienta pero abrigada, el hombre mas-

    cull algo en alemn que por supuesto no entend. De

    pronto, se puso a rer a carcajadas, una risotada tume-

    facta que rebotaba en los murales pintados del descam-

    Las tramas secretas

    21

  • pado y haca eco en la gigantesca galera. La escena me

    result de lo ms curiosa: un excomulgado, a la intem-

    perie de 20 grados bajo cero, riendo a las puertas de un

    centro de arte tambin condenado, el que a la vez de-

    volva distorsionada esa risa ya un poco mortuoria. El

    espectculo, por la densidad de la atmsfera y de los

    personajes ms que por el simple enunciado, ya prefigu-

    raba un final trgico. Esta impresin se vio reforzada

    por un detalle: lienzos sucios y arrugados como cobijas

    revueltas rodeaban al viejo; aunque a m me surgi, in-

    fluenciada por todo lo anterior, ms la figura del sepul-

    cro que la del abrigo. Dos fuerzas negativas, sin embar-

    go, suelen dar resultado positivo: el mendigo se hallaba

    enfrentado a un margen, prestigioso pero margen al fin

    su risa agnica, aunque encerraba desprecio y desespe-

    racin, pareca deber su existencia a ese eco que la co-

    nectaba con la edificacin principal. Por lo que no sera

    extrao que, en cierto momento, terminara siendo fun-

    cional a algn espacio central. La noticia policial publi-

    cada en el peridico al da siguiente resultaba por lo

    menos sugerente: un hombre haba sido ultimado a cu-

    chillazos en las inmediaciones de Tacheles la noche an-

    terior. La investigacin conclua que se trat de un ajus-

    te de cuentas o de una reyerta por cuestiones territoria-

    les. Vecinos de la zona consultados por la prensa sosten-

    an que el hombre se ganaba la vida haciendo retratos a

    los turistas. Y que alguna vez fue un prestigioso pintor;

    la bebida y el mal carcter terminaron confinndolo a la

    calle. Nada deca la nota sobre su pasado como recono-

    cido falsificador que operaba en la entonces Berln

    Oriental. Ese dato lo obtuve algunos das despus, de

    Zenda Liendivit

    22

  • manera accidental. Pero ese es otro cuento, cuyo desa-

    rrollo, como se ver despus, carece ya de sentido para

    esta historia. Cuando abandon la ciudad tena en claro

    dos cosas: que mi viaje a Berln en busca de informa-

    cin sobre el trfico mundial de obras de arte haba sido,

    en apariencia, un fracaso y que el volante destinado a

    Isabel pudo tratarse tanto de un intento por contactarme

    con el pintor cado en desgracia o, en el peor de los ca-

    sos, de una emboscada de la que me haba salvado gra-

    cias a la risotada siniestra del asesinado, la que apur mi

    paso hacia la avenida. Por motivos cronolgicos, no

    poda sospechar an que caba una tercera posibilidad:

    que yo deba estar all como testigo y narradora de un

    acto de ajusticiamiento. Una leccin ejemplar que se

    replicara en cuestin de segundos al mundo entero. Es-

    ta hiptesis, contemplada frente al segundo cadver, el

    de Columbo en el Hudson un ao despus, hizo que des-

    virtuara la historia y publicara la nota sobre el falso es-

    critor e inmigrante de Manhattan y el Van Gogh recupe-

    rado. Un invento que, efectivamente, se replic con esa

    velocidad que suele caracterizar ms a los rumores que

    a las cosas verdaderas.

    Ahora, sin embargo, en la embarcacin que gol-

    pea furiosa las aguas del otro ro neoyorkino, cuando

    estoy yendo a otro trabajo, uno en el que, tal vez, la

    suerte no est de mi lado y quede atrapada en esta trama

    que se obstina en mostrarme apenas sus caminos trans-

    versales, sus infinitas variantes pero ningn extremo,

    ahora recin pienso en la inutilidad de la escritura, de

    toda escritura, cuando la realidad se descubre monstruo-

    sa .

    Las tramas secretas

    23

  • 10. GRIETA Y SILENCIO

    Columbo, el traficante de ramos generales de

    Harlem, mozo de restaurante y seudo escritor, descubri

    por accidente una estafa donde el mundo entero es a la

    vez, vctima y verdugo. Su editor, empleador y verdade-

    ro autor de sus novelas, lo mand matar. El mendigo de

    Tacheles era un eslabn fundamental en este mecanis-

    mo, un falsificador que trabajaba para la industria del

    arte y que tambin fue silenciado. Tal vez amenaz con

    avisar que haba obras de Van Gogh que no eran de Van

    Gogh sino de l, que las haba imitado hasta confundir-

    las con el original ms para demostrar que la fama no es

    la nica garante de la genialidad que por motivos mera-

    mente econmicos. O tal vez, y ms prosaicamente,

    habra exigido mayor remuneracin por sus obras falsas.

    Despus de todo, estaba ocupando el lugar, simblico y

    efectivo, del gran pintor holands. Y a diferencia de

    ste, no tena intencin alguna de morir pobre y olvida-

    do. El contacto en Berln, ese que poda ser vasco o pa-

    risino, envi un mensaje a la prensa en general y a Ray

    en particular. Que las obras de arte circulan en el merca-

    do negro pero tambin en el oficial con absoluta liber-

    tad, ms all de su status de falsas o verdaderas: cual-

    quier obra, respaldada por un nombre universal, es con-

    siderada una obra de arte, aunque ese nombre tambin

    podra ser falso. Esto carece de importancia. Al negocio

    del arte y la cultura lo respaldan los nombres y las tra-

    mas secretas que articulan caminos transversales, fan-

    tasmas, testigos, redactores, vctimas y victimarios. Que

    los artistas, definitivamente, no son los pilares ni los

    Zenda Liendivit

    24

  • fundamentos de la sociedad; cada una de estas asevera-

    ciones podr ser, a la vez, falsa o verdadera y en cual-

    quiera de los casos, tendr su versin contraria. Ray es

    el personaje ausente que entra y sale de escena, mueve

    las piezas como un titiritero o un maestro de ceremo-

    nias, y decide destinos a travs de un sofisticado y poco

    rastreable sistema de comunicacin. Yo, apenas una

    escritora ms o menos oportuna que navega siempre en

    los medios sin acercarse jams a algn dato relevante.

    Solo en el medio, en infinitos medios que se entrecruza-

    ban y en cada entrecruzamiento, nuevos cruces. Y en

    cada direccin, nuevos personajes, nuevas subtramas,

    nuevas transversales. S que en algn momento llegar

    demasiado temprano o me ir demasiado tarde. Que en

    algn punto se definir mi suerte y en lugar de adverten-

    cia ser emboscada, dulce o travesura, a ver cul elijo, a

    ver en quin o en qu confo, rpido, se agota el tiempo,

    estoy a punto de salir de la trama o de quedar atrapada

    en ella eternamente. El ferry se bambolea, el agua se

    enfurece, la costa de Staten Island est engaosamente

    tranquila. Ana va a entrevistar a un conocido jefe de la

    mafia de Nueva York. Un tipo pesado. Prometi una

    nota a cambio de publicidad en los medios. Como certi-

    ficado de fortaleza, ratificacin de poder o mensaje en-

    viado quin sabe a qu destinatario. Tal vez a coleccio-

    nistas, a libreras o a grandes bibliotecas que resguardan

    un tesoro que no es y papeles que simulan ser. Una ex-

    torsin. Una emboscada. Ana tambin va a morir. Tam-

    bin, porque alguna bala oportuna ir para el jefe mafio-

    so, alguna que impactar en el cuerpo de uno para rebo-

    tar en el del otro. Y en ese rebote, en ese eterno juego

    Las tramas secretas

    25

  • especular, de uno por otro, en ese juego de infinitas

    transversales, de dobles, alias y desplazamientos varios,

    en ese mecanismo perfecto que no cesa pero que tampo-

    co se renueva o en sus variantes disparatadas que in-

    tentan enfrentarlo-, que clausura, digita, anquilosa y

    controla, en la ruptura por lo menos efmera de esa tra-

    ma, est tambin la posibilidad. Una grieta, un boquete

    que agujeree esa tela de araa que atrapa a cuanto bicho

    de luz cae entre sus hilos. Ana va a morir, ser asesina-

    da en su ley. All va, en el ferry golpeado por el ro, una

    tarde radiante de septiembre en la que, en realidad, no

    habr pasado nada.

    FIN

    26

    Las tramas secretas