Tierra Quemada / Dossier

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Compilado de textos críticos -publicados originalmente en distintos medios escritos- sobre la película chilena Tierra Quemada, dirigida por Alejo Álvarez, y estrenada en 1968. / Selección, diagramación y diseño por Colectivo Miope. / http://www.cinechile.cl/pelicula-226

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_Contenido:

4 Cine chileno en busca de su propia expresión, por Omar Ramírez.

Revista Ecran, Nº 1952, 19 de julio, 1968.

7 Palabras de Alejo Álvarez. Ecran, Nº 1957, 27 de agosto, 1968.

8 Crítica de cine: Tierra Quemada, esperanzas fallidas a pesar del color, por Marcel Garcés. El Siglo, Santiago, 27 de agosto de 1968.

12 (Entrevista) Alejo Álvarez, un western a la chilena. Ercilla, Nº 1732, 28 de agosto-3 de septiembre, 1968.

13 Crítica de cine: Tierra Quemada, por R. de R. El Mercurio, 28 de agosto, 1968.

14 Crítica de cine: Tierra Quemada, por Joaquin Olalla. PEC, Nº 296, 30 de agosto, 1968.

16 Crítica de cine: Tierra Quemada y el cine chileno, por Carlos Ossa.

El Siglo, Santiago, 1 de septiembre de 1968.

18 Crítica de cine: Tierra Quemada, por Yolanda Montecinos.

Ecran, Nº 1958, 3 de septiembre, 1968.

20 Crítica de cine: Tierra Quemada, por Juan Ehrmann.

Revista Ercilla, Nº 1733, 4-10 septiembre, 1968.

22 Auge del cine chileno, por Rigel. La Nación, 18 de septiembre, 1968.

23 Crítica de cine: Tierra Quemada, por Héctor Soto. La Unión, Valparaíso, 22 de septiembre, 1968.

24 De algunos films chilenos, por Carlos Nuñez Quiroz. Plan, Nº 30, octubre, 1968.

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Cine chileno: en busca de su propia expresiónPor Omar Ramírez

Más de una decena de películas chilenas -algunas esperando la oportunidad del estreno, otras en proceso de finalización-

están señalando un índice de producción cinematográfica que no se registraba en Chile desde hace muchos años.

Hay, sin duda, una nueva etapa surgida en gran parte de los recientes apoyos legales: 1) la disposición que reintegra el valor de los impuestos a los productores nacionales y 2) la liberación de derechos en la internación de película virgen y elementos técnicos y también en gran parte de la inquietud de los hombres que han estado haciendo cine a costa de su propio esfuerzo y en forma aislada durante un largo período, prácticamente desde que llegó a su fin la controvertida época de Chile-Films, a mediados de la década de 1950. La “era Chile-Films” fue aquella en que la producción en serie se caracterizó más por el derroche que por el sentido de una economía funcional y en la que evidentemente predominó la fabricación del film entretenido o espectacular sobre la búsqueda de un cine expresivo y comprometido con nuestras realidades.

El Premio E x t r a o r d i n a r i o obtenido por Largo Viaje, de Patricio Kaulen, en el Festival Internacional de Karlovy Vary (Checoslovaquia), es una especie de reafirmación de que ahora el cine chileno se abre paso por un buen camino, y puede suponerse sin exceso de optimismo que una vez exhibidos los films actualmente en proceso de rodaje

final o montaje esta línea de éxitos será reafirmada.

HACIA UN NUEVO CINE

Uno de los aspectos más interesantes de este auge es tal vez la incorporación al trabajo cinematográfico de numerosos elementos jóvenes, que hasta ahora estaban esperando ansiosamente esa oportunidad.

Hace apenas un par de años hacer cine era simplemente soñar. Actualmente hacer cine parece ser algo real y concreto: diversos realizadores se están forjando en su primer largometraje, después de un cierto contacto con el cortometraje argumental o documental, distintas experiencias en el teatro y la TV o una constante actividad en el cine-club. Entre estos debemos citar a Helvio Soto (su filme Erase una vez un niño, un guerrillero, un caballo…, estaba constituido por tres cortos exhibidos previamente en forma independiente). Alvaro Covacevich (su Morir un poco era más bien un medio-metraje). Charles Elsseser, Raúl Ruiz, Miguel Littin, Pedro Chaskel (en un film episódico), Sergio Riesenberg, Hernán Garrido.

En su mayoría gente joven, inquieta, informada sobre el cine contemporáneo tanto europeo como latinoamericano y que (y quizás esto sea lo más importante) parece tener objetivos claros en cuanto a lo que anhela manifestar.

Se ha expresado una preocupación en la opinión

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pública por la “negrura” que revelan muchos de los temas escogidos por este cine libre chileno. No siempre es así: frente al Chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin, podría situarse New Love, de Covacevich o Algo de verdad, de Riesenberg, o Lunes 1º, domingo 7, de Soto, o Prohibido pisar las nubes, de Kramarenco. Hay, evidentemente, una distorsión en la alarma que se experimenta ante un film que no es ya un hecho ÚNICO, como solía ser en años anteriores, sino forma parte de una PRODUCCIÓN CINEMATOGRÁFICA que alcanzará a más de una docena de films este año. Hay también una evidente falta de buena fe en condenar una obra sin haberla visto.

El hecho de que varios, muchos realizadores estén junto a la cámara, guión en mano, trasladándose de un lugar a otro de la capital o del país, revela asimismo que estamos frente a una promoción responsable y consciente de su trabajo. Y un trabajo nada fácil, por supuesto.

Al mismo tiempo, junto a ellos y a los equipos técnicos que les secundan, no puede escapar a nuestra consideración el nuevo papel que este cine significa para muchos actores jóvenes. Algunos de ellos ya han tenido experiencias fílmicas anteriores, pero con el actual desarrollo cinematográfico veremos en constante actividad a los mismos y otros nuevos elementos: Humberto Duvauchelle, Sara Astica, Nelson Villagra, Shenda Román, Héctor Noguera, Marcelo Romo, Jorge Guerra, Patricia Guzmán, Mario Lorca, Mireya Kulczewski, Jaime Vadell, Luis Alarcón, Susana Cendoya, Amelia Galaz, Tennyson Ferrada, Sonia Viveros, Alonso Venegas.

EL MOMENTO ACTUAL

Un recuento general de la producción actual nos conduce a la apreciación de una labor múltiple y activa.

Aldo Francia filma las escenas finales de Valparaíso, mi amor, en los ambientes populares del principal puerto del país y en el cual utiliza desde actores profesionales (Sara Astica, Claudia Paz, Elena Moreno, Hugo Cárcamo) hasta niños comunes y corrientes, extraídos (un poco a la manera neorrealista) de los barrios suburbanos. Charles Elsseser terminó Los Testigos, un film interpretado por Mireya Kulczewski,

Jaime Vadell, Luis Alarcón y Mario R e b o l l e d o (el “Maestro Chasquilla”), donde se expone un drama de c a r á c t e r c r i m i n a l , vinculado al proceso de los loteos de terreno. Alejo Álvarez finalizó Tierra q u e m a d a (ex Los Salteadores y ex Los Valladares), inspirado en los tradicionales litigios por la tierra, con Pedro Messone, Gerardo Grez, Armando Fenoglio, Julia Pou, Amelia Galaz y Ana María Caviares en los papeles principales. Raúl Ruiz realizó Tres tristes tigres, un film de implicaciones dramático-sicológicas con Deflina Guzmán, Shenda Román, Nelson Villagra, Jaime Vadell y Luis Alarcón. Al film, anticipadamente, se le atribuyen aportes de carácter experimental. Miguel Littin está finalizando El Chacal, un film polémico basado en la patética existencia de Jorge del Carmen Valenzuela Toro, un hombre que entregó su vida frente al pelotón de fusilamiento, después de haber cometido un delito y que constituyó un caso cuyo origen y proyección sociales exigen aún un serio y agudo análisis. Nelson Villagra, Shenda Román, Marcelo Romo, Héctor Noguera, Jaime Vadell y Armando Fenoglio encabezan el reparto de este film. La captura (basado en un relato de Edesio Alvarado) es el episodio que Pedro Chaskel ha rodado para un film de tres cuentos, un film que todavía deberá esperar el tercer relato para ser terminado. Luis Cornejo es el realizador del primero, El angelito. Alvaro Covacevich se encuentra rodando New Love, una visión del mundo de los jóvenes de hoy. En cuanto a Helvio Soto, debe estrenar por estos días Lunes 1º, domingo 7.

En 16 mm. se han rodado otros films con vista a futuras ampliaciones a 35 mm.: tal es el caso de El tango del viudo de Raúl Ruiz; Un poco de verdad de

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Sergio Riesenberg, y Prontuario, de Hernán Garrido.Al margen de esta producción, que hemos llamado cine libre, se registran otros films, realizados en la línea de la entretención festiva o folklórica tales como Sonrisas chilenas de José Bohr y Ayúdeme usted, compadre, de Germán Becker. En aquel film desfilarán los cómicos y humoristas chilenos, entre éstos Manolo González, Jorge Romero (Firulete), Gastón Moreno, Eugenio Retes y Lucho Córdoba, y en el segundo, todos o casi todos los folkloristas que puedan vibrar con una cueca o una tonada.

UN REALISMO CHILENO

Desde luego resulta difícil anticipar juicios o consideraciones valorativas estrictas sobre lo que esta producción significará como tendencia o corriente en el cine chileno, pero, por sus rasgos generales, ya podemos percibir que en la mayoría de tales films, y probablemente en los más serios, se registrarán numerosas expresiones en un sentido más o menos realista, una cierta fidelidad a temas, hechos o aspectos propios de nuestra realidad. Por lo menos, ésa es la intención más notoria. Los resultados estéticos están aún por verse, naturalmente.

Se han buscado personajes fuertes e incluso desagradables para cierta gente. Pero, en todo caso, característicos en ciertos sectores sociales, como el llamado Chacal de Nahueltoro (que Littin presenta en

su film), Eloy (que ha sido trasladado de la novela de Carlos Droguett al cine en una coproducción chileno-argentino) y Cerón Pardo (que Garrido muestra en Prontuario).

Se ha reprochado la explotación de la miseria como tema, tal como fue expuesta en Morir un poco o en Largo viaje.

Pero, por otra parte, está claro que estas críticas anticipadas no van a desviar a los realizadores de su camino. Los films turísticos ya han tenido (y siguen teniendo) su hora, ya sea en producciones nacionales o en coproducciones. Quizás para mucha gente el ideal sería producir sólo películas optimistas, en que la realidad siga permaneciendo oculta tras una falsa visión de nuestro país y nuestra gente.

[Texto publicado originalmente en Revista Ecran, Nº 1952, 19 de julio de 1968, Santiago, Chile.]

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Primer estrenonacional del año

“Cuando tuve la idea de filmar “Tierra Quemada” —nos dice su director, Alejo Alvarez—, originariamente pensé en que debíamos insistir

en un tema que fuera netamente nuestro. En un film que mostrara lo que somos en la realidad..., sin subterfugios de ninguna clase...

“El camino que debíamos seguir tenía que contemplar todos los aspectos de un problema que nos concierne por igual, como es el de la tierra... Y más precisamente: el de la lucha personal y justa del hombre por la tierra...

“No debería interesarnos únicamente desde un punto de vista criollista..., sino ir más lejos. Ir tras la búsqueda de ese problema que nos refleja mejor desde cualquier ángulo...

“Y encontramos y reafirmamos una verdad largamente comentada: el campo, la tierra nuestra, posee una fuerza mucho mayor que la que puede exhibir el aspecto ciudadano.“”Tierra Quemada” tiene en sí una serie de elementos muy diversos a todo lo que se ha filmado hasta ahora en nuestro país...

“Finalmente, se trata de una película en colores, íntegramente interpretada por actores de larga trayectoria en la escena, la radio y la televisión. Todas conocidas figuras profesionales. Me siento en verdad orgulloso de haber tenido el honor de haberlos dirigido...”

Así opina el director. Desde esta semana el público tiene la palabra...

[Texto publicado originalmente en Revista Ecran, Nº 1957, 27 de agosto de 1968, Santiago, Chile.]

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“Tierra Quemada”, esperanzas fallidas a pesar del colorPor Marcel Garcés

El cine nacional merece que el análisis de sus producciones sea severo. El nivel alcanzado por la industria cinematográfica, que para

el presente año ha aunciado más de una decena de realizaciones hace que el juicio crítico frente a cada una de ellas tenga el contenido correspondiente a la responsabilidad de quienes hacen cine, de quienes tienen en sus manos este importante instrumento de comunicación. Creemos que hay una base técnica y artística suficiente como para que cada realizador

se haga plenamente responsable sobre sus éxitos y sus fracasos y aprenda de ellos, saque la suficiente experiencia autocrítica para continuar adelante. En este sentido,nos parece que el papel de la crítica cinematográfica, profundamente comprometida con este arte, es de importancia.

Se estrenó oficialmente TIERRA QUEMADA, película dirigida por Alejo Álvarez y en cuyo reparto figuran una serie de elementos taquilleros del teatro, de la televisión y de la canción popular. Está realizada en colores, lo que le otorga un atractivo especial por ser el primer largometraje con este sistema en ser presentado a la opinión pública.

Había esperanzas alrededor de este film, sobre todo considerando el prestigio de sus productores en cuanto a la experiencia en las cámaras (EMELCO Chilena S.A.C) y la abultada cantidad de dinero gastada en

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su realización. Desafortunadamente las expectativas resultaron demasiado optimistas. La película cuyo título tiene ya una historia conflictiva, adolece de fallas de envergadura.

LA HISTORIA

El argumento es responsabilidad de Alejo Álvarez, también director y protagonista, quien trató, de acuerdo a sus declaraciones, de reflejar la realidad nacional, en un estilo que definió como criollista.

La historia que relata el film es el de la rivalidad

entre dos familias que disputan la propiedad de un terrno, Melodramáticamente se entrelazan en la trama principal otras pequeñas historias, como el amor entre Rosalba y Anselmo (María Eugenia Cavieres y Alejo Álvarez); el romance de estilo “Romeo y Julieta”, entre uno de los hermanos Valladares( Pedro Messone) y una de las hermanas Vilches, sus rivales (Ana María Cabrera); otro romance entre el tercero de los Valladares con la hija del abogado que los despoja de sus tierras( la que es raptada, luego de ser muerto su padre); la relación entre el cura y el Alcalde (Lucho Córdoba y Pepe Rojas, respectivamente), con un aire similar al tradicional Don Camilo y Don Pepone, y otros.

Se entiende que con este suficiente recargo la película resulta densa. La resolución de todos los conflictos está hecha sin mucho ingenio y recargando las tintas en el melodrama más intrascendente. Se condimenta con esto sorpresivas escenas de carácter netamente cómico, que corren a cargo de Lucho Córdoba, Pepe Rojas, Jorge Boudón, Eduardo Aránguiz y Helvecia Viera, las que aparecen como skecht en medio de un ambiente tragedioso. Y habría mucho más que decir respecto del estudio de los personajes que debería haber realizado el director y argumentista.

LA REALIZACIÓN

El otro aspecto importante del film es lo que se refiere a la realización en la película de la historia de Álvarez. Y es aquí donde la falta de oficio del director queda demostrado cabalmente, ya que él es el responsable principal.

Y para no abundar demasiado, algunos ejemplos de errores no aceptables. El cura usa en su ascensión al refugio de los Valladares que ducho sea de paso no muestra la inaccesibilidad proclamada-una moderna mochila y una botella forrada en material plástico. Esto aparece en contradicción con la ubicación

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histórica de la trama, que no supone, y aquí hay que guiarse por los trajes “criollistas”, se desarrolla por lo menos a principios de siglo. Las casas son alumbradas con velas o lámparas de parafina y, sin embargo, en las casas del cura, del Alcalde, de los Vilches, y en una panorámica, aparecen indicios de la luz eléctrica, como tubos aislante de cables eléctricos, enchufes, postes y alambres. En varias secuencias aparece una botella de pisco de una conocida marca comercial.Hay errores de continuidad como que en una misma secuencia aparecen distintos los maquillajes de los actores. El doblaje es deficiente con los que se sigue siendo el problema técnico de más urgente solución en nuestras producciones.

TRES GENEROS DISTINTOS

En el film hay cosas destacables. Por ejemplo, la simbología encerrada en la aparición de las lechuza y las acciones de Anselmo y su hijo es distintos momentos cronológicos, al limpiar las plantas.

La cámara de Martorel cumple con mostrar el paisaje rural con sobriedad transformando nuestros escenarios naturales en una efectiva posibilidad fílmica. Una de las tomas de la secuencia inicial del film cuando muestra las patas de los caballos en carrera es de gran belleza plástica, pero, hay algunas fallas en los panning.

Y dos últimos cuestiones fundamentales. A nuestro juicio, no se puede hacer una mezcla tan arbitraria de tres géneros cinematográficos tan disimiles si no se tiene la maestría para equilibrar. En TIERRA QUEMADA se distinguen el melodrama más terrible, la película cómica con los recursos más manidos y la comedia musical, lisa y llana, durante las “presentaciones”de Pedro Messone.

Por otra parte la película se inicia con un raconto de Alejo Álvarez (Anselmo) que debía desembocar en las escenas culminantes después de la fiesta de Quasimodo. El momento en que Álvarez comienza el recuerdo, que por supuesto está dentro del relato fílmico debía repetirse, o por lo menos insinuarse cuando el recuerdo y la actuación se unifican. Pero no sucede así. En cuanto a la actuación, destacan Julita Pou, María Eugenia Cavieres, Elena Moreno, Lucho Córdoba, Eduardo Aránguiz y Gerardo Grez (el malo), que logran sobresalir claramanente en sus

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papeles frente al resto del reparto que sufre de los males de una excesiva teatralización, no limada por una dirección eficiente. Hay gente que simplemente no actúa, en determinados momento, sólo fotografía.

Hacer cine es una gran responsabilidad y deben hacerlo quienes estén preparados para ello. No es posible aceptar la improvisación, que lo único que hará sea perjudicar al cine nacional.

TIERRA QUEMADA es, desgraciadamente, la utilización sin la seriedad suficiente de los cuantiosos fondos dispuestos para esta industria , que es también un arte y no una manera de ganar dinero rápidamente.

[Texto publicado originalmente en El Siglo, 27 de agosto de 1968, Santiago, Chile.]

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Antes de su estreno, la película “Tierra quemada” ganó un galardón: ser la primera cinta en colores en la historia del cine

chileno. Para su director y coproductor Alejo Álvarez (presidente del Sindicato de Actores y director de documentales de Emelco) no se trata sólo de un hecho curioso: “El color permite mostrar en toda su dimensión plástica las costumbres de nuestro campo”.

Con fotografías y cámara de Andrés Martorell y un elenco de treinta actores, y numerosas extras, “Tierra quemada” tiene objetivos concretos:

–Traté de hacer un película de entretención, que llegue a una gran masa de público”.

En el reparto sobresalen Tennyson Ferrada, Julia Pou, Elena Moreno, Gerardo Grez, Pedro Messone, María Eugenia Cavieres, Jorge Boudón, Lucho Córdoba y el propio Álvarez. La música fue compuesta por Luis Aguirre Pinto.

Anteriormente, Alejo Álvarez dirigió “El hechizo del trigal” (1938), “Entre gallos y medianoche” (1941) y “La hechizada” (1951). Ahora no quería quedar al margen en el resurgimiento del cine nacional.

–¿A qué factores atribuye el auge de nuestro cine?

–La dictación de disposiciones legales que favorecen a los productores está dando un impulso decisivo a la cinematografía chilena. No es posible trabajar con puro entusiasmo, es necesario recuperar aunque sea una parte del capital.

Hay diferentes medios para lograr los favores del público. ¿Cuál debe ser el camino para el cine chileno?

–No debemos copiar formas extranjeras, por perfectas que nos parezcan. Hay que buscar un estilo chileno, sin caer en un preciosismo. No podemos competir con la industria de otros países en que se producen centenares de películas al año. Primero hay que formar un público y después entrar en experimentos y películas tipo festival.

Al margen de la anécdota argumental, un film puede perseguir objetivos más trascendentes. ¿Qué se pretende entregar con “Tierra quemada”?

–No se trata de cine-verdad o de cine-mensaje. Queremos terminar con un cine chileno triste y de escasa virilidad. En “Tierra quemada” hay secuencias graciosas, canciones y acción de personajes recios, que buscan su definición en contra de otro. Hay dos personajes básicos: Julián Vilches (Alejo Álvarez) y Anselmo Valladares (Tennyson Ferrada). Ambos disputan su tierra y luchan ardorosamente por lo que creen justo.

[Texto publicado originalmente en Revista Ercilla, Nº 1732, 28 de agosto-3 de septiembre, 1968, Santiago, Chile.]

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Por R. de R.

La aparición de una primera película chilena en color no puede ser más promisoria para el futuro del cine nacional tanto más cuanto

que se anuncian otras dos igualmente coloreadas. Tampoco hay nada improvisado en el asunto. La película se hizo con cuidado, se procuró mostrar un paisaje hermoso y auténtico de nuestros campos, y aun ofrecer aspectos folklóricos, destacado todo por una fotografía que alcanza momentos sobresalientes.

La historia, que se remonta a fines del siglo pasado, no es precisamente original. Presenta la violenta lucha de dos familias –los Vilches y los Valladares– subrayando la vileza de los primeros, que por codicia, rivalidad y hasta una vieja revancha sentimental pretenden desposeer de su tierra a sus verdaderos dueños. Naturalmente los Valladares defienden lo suyo con violencia, sin detenerse ante el derramamiento de sangre. Tampoco falta el toque similar al odio entre Capuletos y Montescos, cuando se ve que uno de los Valladares ama a una muchacha del bando enemigo.

El tema –melodramático y abundante en recursos efectistas– ha sido calculadamente trazado para conquistar al grueso público, aquel que goza con los westerns con mucha acción, riñas, canciones y danzas. Las circunstancias trágicas se encadenan –aligeradas apenas por algunas notas risueñas por lo general insufladas a la fuerza– para que el espectador encuentre todo tipo de gustosos elementos. Vemos incendios, raptos, persecuciones, abundantes muertes, desafíos y traiciones. La progresión dramática va en alza hasta desembocar en el golpe previsto: la lucha cuerpo a cuerpo de los enconados rivales quienes terminan por pagar con la vida el odio que se mantuvo sin tregua durante años.

“Tierra quemada” adolece de los errores en que suelen caer las películas donde las riendas están sujetas por una sola mano. Una mayor supervisión habría evitado fallas. Es así como se advierten anacronismos –basta recordar el empeño en señalar una marca de pisco que no existía en aquel tiempo– y afectación tanto en la interpretación

como en los parlamentos. No es raro escuchar frases rimbombantes: “Lástima que las malas hierbas que son algunos hombres no se puedan arrancan” . . . “Igual que ese peñón, a veces rodamos por el abismo”. El protagonista pronuncia un monólogo tan largo como para no poder reproducirlo.

Los actores usan de los recursos propios de la escena, olvidando que la cámara abulta hasta los más ligeros matices. Lucho Córdoba –fogueado y notable cómico– resulta exagerado en sus repetidos gestos, además de que se ponen en su boca chistes en extremo conocidos. Posiblemente los actores jóvenes y las figuras nuevas sea los más naturales aunque a cierta jovencita se le reemplaza el llanto con lágrimas de evidente apariencia química.

Hay notas curiosas e interesantes como los pasajes de Cuasimodo, bellas estampas costumbristas, cuecas y canciones. La mayor debilidad, insistimos, radica en la acumulación de incidentes previstos, en la exagerada dramatización de hechos y actuaciones.

En todo caso, el film está destinado a complacer a un gran público y eso lo consigue. Valga como su mejor mérito.

[Texto publicado originalmente en El Mercurio, 28 de agosto, 1968.]

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Film en Eastmancolor de ALEJO ÁLVAREZ con A. Álvarez. Tennyson Ferrada, Lucho Córdoba, María Eugenia Cavieres, Amelia Galaz, Julia Pou, Pedro Messone. Producción: Emelco, Chile 1968. Distribución: Emelco.

Cines: Central, Real, Continental, Oriente, Sao Paulo, San Martín, San Diego y Portugal.

Mayores de 14 años.

Execrable muestra de subdesarrollo mental y técnico.

La cuestión cine chileno reviste, hoy por hoy, una importancia acorde con la cantidad de films que se han venido produciendo en

los últimos años. El panorama para 1968, desde este punto de vista, resulta halagador. Pero es imposible conformarse con la mera verificación de estos datos, siendo indispensable penetrar en la realidad, e inquirir el verdadero significado de esta actividad.

“Tierra quemada”, desde esta ángulo, viene a ser un hecho negativo. Más aún: nada hay en el film que permita hablar de un logro: mucho menos de un aporte, sea artístico, técnico o industrial. (Por otra parte la publicidad habla del “primer largo en colores”, olvidando “Un país llamado Chile” (1960) de Boris Hardy –producido por Emelco– e “Isla de Pascua” (1964) de Nieves Yankovic y Jorge Di Lauro.

Decíamos que “Tierra quemada” es un evento negativo. Pero es necesario ir más adentro, situando al film dentro de un contexto cual es el panorama del cine nacional de los últimos años. Entonces aparece su verdadero dimensión: una grotesca y repugnante afirmación de ciertos criterios que vienen imperando en la producción nacional: todo lo contrario de lo que debe hacerse.

Alejo Álvarez –realizador, guionista y actor principal– responsable, en suma, del engendro, no tiene atenuantes. Ligado al cine desde 1938, “El hechizo del trigal”, “La hechizada” (1950) según la novela de Santiván, en la actualidad preside el Sindicato de Actores de Chile y la Asociación de Productores y Directores de Cine, ha tenido una actividad continua como realizador de documentales para Emelco. Con ello, no solo ha podido sondear la realidad nacional con el instrumento cine, sino que ha tenido una constante ejercitación profesional, a diferencia de otros realizadores que han debido permanecer mucho tiempo en silencio. Sin embargo, su aporte, en dicho terreno es la fuente de “Tierra quemada”. A juzgar por sus más recientes engendros en el campo documental, “Vinos de Chile” (1965) y “Viña del Mar” (1967), pertenece a esa “raza de cineastas” a quienes nada le importa el cine.

Si “Tierra quemada” funciona –puede seguirse sin un cansancio excesivo o un gran aburrimiento– se debe a la abundancia de eventos y lugares de acción, y a la presencia de algunos buenos actores. Pero ello no basta. La falta de oficio de Álvarez como guionista da por resultado una historia mal hilvanada y peor resuelta que oscila entre la épica y el melodrama –por no controlar lo primero– y abusa de la farsa de mal gusto para obtener “variedad”, que más que beneficiar el asunto, desvirtúa sus posibilidades. Estos defectos se amplifican en el plano de la realización. En este punto, es imposible hablar de una conceptualización de la “puesta en imágenes”, aunque fuese primitiva o rudimentaria: no existe ninguna preocupación conceptual o funcional frente al punto clave para cualquier formulación de lenguaje cinematográfico. Los planos son de una pobreza abismante, y aparte de su indiferencia (igual da cualquier posición o ángulo de cámara) la planificación cuantitativamente es pobre, abundando los planos con varios personajes hablando e inmóviles. Además de las incoherencias

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lógicas de la trama: un personaje dice “pronto anochecerá”, mientras el sol está en el cenit; o el personaje que se informa “mágicamente” de lo que acontece, mientras va a avisar del posible asalto de los “malos”. En fin, errores inadmisibles en un trabajo serio y responsable.

En el terreno de la actuación las cosas no van mejor. Los pocos personajes logrados se deben exclusivamente al oficio de sus intérpretes, por lo general, gente de gran experiencia teatral y profesionalmente respetables (a diferencia del realizador). Así, Lucho Córdoba logra hacer reir, gracias a su oficio como comediante que le permite coger el ritmo del chiste, por “clisé” que éste sea. Pero la mano del realizador –empezando por su propia persona– no aparece. Su protagonista es ridículo, chato y monocorde. Figuras como Jorge Boudon, Elena Moreno, Tennyson Ferrada. Pepe Rojas, Julia Pou, se defienden “por su cuenta”. Cabe eso si lamentar la suerte que corren aquellos que hace sus primeras armas, sin duda alguna con entusiasmo y amor. Nos referimos a Pedro Messone (potencialmente un buen comediante), o María Eugenia Cavieres, cuya responsabilidad profesional no merece dudas. Alejo Álvarez, que pretende ser actor (sin serlo por carencia de condiciones y técnica) poco le interesa el principiante serio: su actuación es un ejemplo, además de poner en ridículo a gente sin ninguna defensa, como Amelia Galaz. Estos aspectos, unidos a la desprolijidad general –empezando por los títulos– arruinan el resultado. La época, casi indiferente –un posible hallazgo– se desvirtúa por descuido de detalles. ¡Y qué decir de las peleas en que ni siquiera se vuelca una mesa o un vaso! (excluyendo el grotesco homenaje a “la salsa de tomate” en los tiroteos).

La técnica del film permite desmontar otros mitos “chilensis”. Una compaginación tan descuidada como la realización. (Desincronismo en las canciones de Messone). Ninguna concepción de la banda sonora, la que resulta de una pobreza inaceptable, junto a la arbitraria ubicación de los temas musicales. Todo ello poco importaría en comparación con la fotografía de Andrés Martorell, que por sus errores técnicos y conceptuales evidencia desconocer los problemas de la fotografía en color. Ha trabajado con el criterio luz y sombra propia del blanco y negro, ignorando la imposibilidad de

hacerlo por no permitirlo la capacidad de contraste de los materiales de color. Sus contraluces, con los fondos “quemados” al blanco –cuando en realidad hay verde– son el ejemplo. Además parece ignorar el factor temperatura de color, respecto de las fuentes de iluminación, obteniendo alteraciones cromáticas, que sumadas a los errores de exposición, le impiden mantener la continuidad fotográfica indispensable. Sumando a ello, el maquillaje, hecho como para blanco y negro, hace que los personajes parezcan “payasos” en muchos momentos, y el defectuoso control de la profundidad de campo (hay tomas fuera de foco) permiten preguntarse si Martorell es realmente un Director de Fotografía. De su desastre técnico, tampoco puede culpar al laboratorio: él mismo ha sido su laboratorista.

¿Qué resulta de todo esto?: un cero a la izquierda. Si un cine nacional se apoya sobre tres puntos bases (artísticos, técnicos e industriales). ¿qué aporta “Tierra quemada”? Su nivel general es vergonzoso. Por otra parte, Emelco, largos años envenenando al público con sus “filmlets” de mal gusto, prueba que ello nada ha servido, y se destruye el mito de que dicha actividad ha permitido la continuidad de un nivel cinematográfico profesional e industrial. Por último: un país subdesarrollado no puede permitirse lujos, si entendemos por tales las inversiones erradas. O sea, industrialmente hablando, es quemar pólvora a gallinazos. Y el subdesarrollo cinematográfico continúa.

[Texto publicado originalmente en Revista PEC, Nº 296, 30 de agosto, 1968.]

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“Tierra Quemada” y el cine chilenoPor Carlos Ossa

Desde hace muchos años, cada film nacional es esperado como la obra definitiva que dará impulso a la industria fílmica y que logrará,

en algunos aspectos, sobrepasar las agobiadoras frustraciones que han venido nutriendo el arte cinematográfico en nuestro país.

De esta manera, el espectador trata de rescatar alguna imagen valedera de cada film; no obstante, los espectáculos que se le han entregado están lejos de redimir sus apetencias en ese sentido: el espectador sigue estando solo y esperando –como diría Scalabrini Ortiz- sin encontrar un cine donde ver reflejada su problemática real, en donde pueda, por fin, reconocerse. Nada de ello ha ocurrido, desde luego, en reiterados intentos de los realizadores por patentizar esa imagen tan minuciosamente anhelada.

Sin embargo, en este largo camino de fracasos hay también matices; las cuentas de rosario no son todas iguales. Sería injusto desconocerlo. Hay directores que se han aproximado de alguna manera a una aprehensión más consciente de la realidad

nacional, aunque generalmente esa aprehensión ha estado ausente de valores artísticos más o menos estimables.

Tal vez la escasa profundidad de los temas trabajados, la valoración inadecuada que se ha hecho de la realidad, la desubicación de los realizadores frente a la vida nacional, son puntos básicos que señalan, irredargüiblemente, una ruptura entre el espectador y el cine chileno.

Pasar por alto gruesos errores, magros resultados artísticos, todo eso se ha transformado en benevolencia crítica, tan al uso nuestro. Los rasgos más

notorios de los juicios que se han desplegado frente al cine nacional son, en mayor o menos medida, complacientes y contemporizadores, al punto que han terminado por desorientar al mismo espectador que quiere regirse por esos juicios. Ha sido una manera de ayudar o estimular a los realizadores para que mantengan a flote los balbuceantes emergencias de la industria.

Pero el mal estaba en que se ocultaban los más notorios defectos, las más palmarias vaguedades en que incurría el cine nacional. De esa manera no se estimulaba, sino que se predicaba por omisión. Y ya se sabe que la omisión es una manera de mentir al revés.

Por eso hasta ahora el cine nacional se ha capitalizado a través de buenas intenciones, pero de muy escasas obras de algún nivel artístico. Este es un drama que conviene recordarlo.

Se ha llegado, por lo tanto, a una etapa en donde ya no se puede seguir en el improductivo juego de no decir las cosas como son. Hay que aplicar el mismo rigor con que se enfrenta el cine extranjero. De otra manera, implícitamente, estaríamos reconociendo que el cine chileno está hecho por individuos infradotados o que no cuentan con ninguna aptitud para las labores que con tanto empeño pretenden categorizar.

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Sostener la docilidad crítica frente al cine nacional es caer en intrincadas confusiones, una forma de eludir un problema con criterio definido, con verdad y exigencia.

Lo anterior, en todo caso, sirve –a manera de exordio- para la asunción de una razonable posición frente al cine chileno, sin caer en las ineptas trampas que ya se han hecho tradicionales.

De ahí que el último film chileno estrenado, TIERRA QUEMADA, dirigido por Alejo Alvarez –a quien al mismo tiempo pertenece el guión y uno de los principales papeles protagónicos- debe medir como uno de los más sólidos fracasos de los últimos años. Hay que decir, a la vez, que el cine chileno no tiene historia, apenas una prehistoria jalonada de pobrezas. Por eso no puede asustar un film como TIERRA QUEMADA: es sólo la constatación de las limitaciones de un realizador que además de tener ideas muy primarias frente al arte está muy lejos de conocer los rudimentos técnicos para encarar la cinematografía.

Sin quererlo, Alejo Alvarez ha caído en los más sonados vicioes de la literatura naturalista que asoló a este país durante más de cuatro década. Y decimos sin quererlo, pues, si los hubiera conocido habría, lógicamente, tratado de evitarlos. Ha tratado de reflejar en el cine la lucha por la tenencia de la tierra a comienzos de siglo, sin importarle para nada la historia agraria de Chile, sin detenerse a pensar un segundo en cuál es la realidad de esa lucha. Prefirió, en todo caso, presentar a dos familias rivales que combaten con todos los medios que tienen a su alcance, por un predio en litigio, sin jerarquizar ninguno de los elementos que podían otorgarle alguna autenticidad al film. Así planteada la situación se obliga al espectador a creer que los grandes latifundios se fueron formando a través de grandes luchas entre terratenientes y no a través del despojo a indios y campesinos pobres indefensos. Alejo Alvarez demuestra que tiene un conocimiento redondamente superficial del tema que trató. De otra manera, su enfoque del problema –si no es interesado- habría sido distinto.

Entre las muchas incompetencias que demuestra el director, una de las más notorias es su falta de capacidad para concretar la sicología de los personajes, para matizarlos. Prefiere, en todo caso, el más ramplón

maniqueísmo para no hacerlos intercambiables.

Y como tiene muy poco que decir, recurre, obviamente, a los golpes bajos, a matanzas descomunales (en las que sobran varios tarros de pintura roja), a la interpretación de canciones, de personajes típicos que ya ni pueden caracterizar nada. (Manuel J. Ortiz en sus célebres CARTAS DESDE MI ALDEA trazó magistralmente ciertas tipologías rurales que no se pueden desdeñar para cualquiera reconstrucción de época como pretende Alvarez  en este film).

El film es sólo una acumulación de sucesivas carencias: falseamiento de la realidad, como ya quedó dicho (cualquier relato de Federico Gana o Marta Brunet revela no sólo calidez artística, sino que un enfrentamiento mucho más real del problema, aunque haya sido hecho con un ineludible criterio clasista); desconocimiento de lo que debe entender como manejo de actores; cursilería insoportable de los diálogos, al punto de copiar ciertas fórmulas ya desdeñadas por los radioteatros; ninguna imaginación en los encuadres y el montaje; desubicación total de lo que debe entenderse como estructura de un relato cinematográfico.

Alvarez , como en las peores obras teatrales, no compone personajes, sino que maquetas. Y esas maquetas ya han sido desgastadas por el uso; no hacía falta inventariarlas de nuevo.

El film no hace más que consagrar la mediocridad de un realizador que no debió salirse nunca de un rubro que le ha sido siempre productivo: los cortometrajes de propaganda.Lo demás es “camelo”, comercio, fatuidad.

[Texto publicado originalmente en El Siglo, 1 de septiembre de 1968.]

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Por Yolanda Montecinos

“Tierra Quemada” podría definirse como un western a la mexicana. Representa en el actual renacimiento del cine nacional, un intento

comercial y una incursión en el campo del criollismo local. Medir méritos y fallas de esta producción nacional, nos obliga a establecer una especial escala de valores. Esta se situaría entre las aventuras tipo “Un chileno en España”, de José Bohr, o “Más Allá de Pipilco”, de Tito Davison, en un extremo, y en el otro el intelectualismo del “A. B. C. del Amor” (episodio de Helvio Soto). Ninguno aportó realmente a un nuevo cine local.

Este primer esfuerzo para producir un largometraje argumental en colores destaca, ante todo, por ser su equipo realizador íntegramente nacional. Técnicos de Emelco Chilena dan su examen en el largometraje luego de años de práctica en cine publicitario de tono menor, y aunque los defectos de realización, el mal gusto de la parte literaria del film pesen en forma considerable sobre el total, hay una cierta dignidad dada por la honestidad con que se trabajó y más precisamente por la imagen de “Tierra Quemada “. Andrés Martorell movió un equipo que muestra buenas posibilidades futuras, y en líneas generales dio a la película su factor más importante y positivo.

“Tierra Quemada “ conjuga con discreción recursos

seguros. Entre otros, un elenco estelar en los términos locales que aporta un factor de curiosidad y juego de reconocimiento en el espectador, junto con una cierta solvencia interpretativa. Es cierto que este factor tiene su pro y contra. Los artistas (figuras conocidas del teatro, radio y tevé) no tienen experiencia en el nuevo medio que es el cine. Se mantienen fieles a sus líneas usuales, aplican a fondo los elementos que les han ganado popularidad, configurando así un cuadro bastante heterogéneo que obviamente menoscabó el total. Los cómicos resultaron exagerados y sin dirección; los papeles dramáticos, grandilocuentes y exteriores. Naturalidad encontramos en Elena Moreno, Gerardo Grez, Tennyson Ferrada y María Eugenia Cavieres.

El aspecto interpretativo y sus reparos nos llevan a señalar que el libreto y el diálogo son responsables de buena parte de las deficiencias de los actores. El texto no es más que una sucesión de lugares comunes, de esos que abundan en las fotonovelas. El resultado es antinatural y falso. La historia misma nos parece débil, carente de enjundia, con un recargamiento innecesario de tintes melodramáticos. Se enfoca un conflicto por la posesión de la tierra, pero se le da un carácter novelesco (pugna entre dos familias) restándole vigor y vigencia. Se prodigan orgias de sangre en la tónica de los westerns a la italiana, pero con evidente falta de experiencia en el uso de los elementos claves de un film de acción.

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Los personajes trazados en perfil, situaciones cuyos antecedentes no se aclaran, producen una impresión algo ingenua y falsamente sentimental en torno a una problemática de tanta vivencia como es el dominio y explotación de la tierra chilena. Por fortuna, frente a estas fallas que deberían ser subsanables por el bisoño equipo de Emelco, existe el mérito de la fotografía, el descubrimiento del paisaje, en su dimensión de campo y cordillera. En este medio, y en general con un idioma limpio, discreto, casi preferentemente directo y narrativo, el director desarrolla su tema. Merecería nota aparte sin duda la hábil explotación del cantante popular Pedro Messone como uno de los principales actores del elenco.

En suma, “Tierra Quemada “ es una película que se desborda en orgias de violencia, sin contar todavía con la solvencia para producir este tipo de escenas con naturalidad; mueve un equipo estelar, descubre la belleza del campo chileno en una nueva dimensión de su paisaje, propende un retorno al criollismo ya caduco y que muy poco tiene que ver con el Chile de hoy y conjuga todo tipo de recursos para llegar al máximo posible de espectadores. Como primer intento en color y dejando en claro que se trata de un

film de intención estrictamente comercial en el que se utilizan sin contemplaciones todos los recursos sentimentalones y todos los clisés del “criollismo”, nos parece que logró entretener en un plano digno. PUEDE VERSE.

[Texto publicado originalmente en Revista Ecran, Nº 1958, 3 de septiembre de 1968, Santiago, Chile.]

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Por Juan Ehrmann

De todo hay en la viña del Señor, reza el viejo adagio, mientras Mao habló alguna vez de “dejar florecer las cien flores”. Algo así

también sucede en estos días con el cine chileno. Películas del más diverso tipo se estrenan en estos días, mientras otra serie de films se verá en los próximos meses.

En su conjunto, esta largamente esperada eclosión del cine nacional ofrecerá desde westerns hasta películas musicales, comedias y dramas; films sin otra meta que la entretención y otros de mensaje y crítica social. Todos ellos sin caminos lícitos. Pretender excluir alguna de estas tendencias por ser partidario de otras seria una forma de sectarismo. Si bien el futuro de nuestro cine dependerá esencialmente de los resultados que alcance el cine de expresión, éste deberá complementarse con películas cuya meta sea el simple entretener. Dada la estructura actual del negocio cinematográfico, lo anterior es una necesidad, pero al mismo tiempo un peligro, si de ellos surgiera un predominio demasiado aplastante del cine de simple diversión.

Esto lo dirá el futuro. Por el momento, lo importante es que cada film, en su propio nivel y dentro de su propio nivel y dentro de sus propias metas, alcance un nivel digno y profesional.

Un western.– Alejo Álvarez hizo un western

con el tema básico del despojo de tierras y la venganza de los afectados. A esto se agregan algunas notas cómicas a través del alcalde y el cura (con reminiscencias de Don Camilo y Peppone), algunos atisbos sentimentales y un poco de música y canciones.

Los Vilches ambicionan las tierras de los Valladares, y se apropian de ellas a sangre y fuego. “Ahora comenzamos a vivir la venganza”–dice Anselmo Valladares (Alejo Álvarez)–, y el camino será largo.” En ese trayecto habrá persecuciones, asaltos, cabalgatas, balazos y peleas a la chilena (cuchillo y rebenque). Al fin se hará justicia, pero al mismo tiempo no se enaltece

la venganza en sí, como forma de conducta humana.

Con tales ingredientes era perfectamente posible hacer una película muy aceptable en su género. Desgraciadamente no fue eso lo que sucedió.

El diálogo es de aquellos que se pueden escuchar a diario en los radioteatros. Grandilocuente y artificial, no tiene nada que ver con los personajes del campo chileno (donde, en esta película, se beben grandes cantidades de pisco, con miras bastante evidentes de hacerle publicidad a una determinada marca del brebaje).

La interpretación es, asimismo, deficiente. Se tiende a un estilo añejo y subrayado de actuación teatral, en boga hace treinta o cuarenta años (El caso más extremo, Pérez Berrocal.) El propio Alejo Álvarez, de tener sentido autocrítico, no se habría adjudicado el papel del “jovencito”. Los diálogos de Lucho Córdoba y Pepe Rojas (cura-alcalde) alcanzan cierta espontaneidad, y Tennyson Ferrada está en un nivel levemente mejor que la mayoría del reparto, pero en repetidas ocasiones surge la sensación de que se está frente a un radioteatro filmado.

La fotografía (en colores) de Andrés Martorell, profesional, pero sin mayores méritos al margen de su oficio.

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“Tierra Quemada” es, en su conjunto, una película chilena de hará unos treinta años. Los mecanismos de la acción misma funcionan, pero el pintoresquismo de nuestro campo, el desaprovechamiento de la procesión de Cuasimodo (cuya inclusión fue, en sí, una idea excelente), el pésimo diálogo y la interpretación tan poco satisfactoria, dejan un balance ampliamente negativo. Es una película destinada al mismo público popular que acude a los films mexicanos. Pero esos espectadores también merecen algo mejor, y la misma historia, realizada con mayor competencia, bien pudo dárselo.

[Texto publicado originalmente en Revista Ercilla, Nº 1733, 4-10 septiembre, 1968.]

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Por Rigel

La posibilidad de hacer cine implica la conjunción de tres elementos: empresariales, técnicos y artísticos. Una buena dosificación

de estos aspectos es indispensable para lograr un cine que sea artística y artesanalmente solvente y que a la vez quiebre la barrera de los costos, permitiendo la continuidad de producción, sin la cual no hay industria cinematográfica que se mantenga.

Un vistazo a la prensa diaria permite apreciar que en Chile se está asistiendo a la puesta en marcha de una auténtica producción cinematográfica con mercados internos y externos y, en la medida de nuestras disponibilidades humanas, con buen apresto para perfilar una expresión diferenciada, dueña de sus propios temas, problemas y características.

Acaban de estrenarse “Tierra Quemada”, de Alejo Álvarez, enfoque criollista de nuestros campos, y “New Love”, de Álvaro Covacevich, concebida en una dimensión radicalmente distinta, con un enfoque polémico sobre la actitud de la juventud contemporánea. Aparte de estas producciones, están en cartelera los reestrenos “Largo viaje” de Patricio Kaulen, que detenta un premio internacional en Checoslovaquia, y “Regreso al silencio”, de Naum Kramarenko, ambientaba en ciudades de Chile y Estados Unidos.

Pero la actual realidad cinematográfica chilena atiende a los elevados costos de producción y a las complejas condiciones técnicas y comerciales que rodean la filmación y distribución de una película. De hecho, parece que trabajar en cine ha dejado de ser en Chile una actividad puramente quijotesca y posibilita solamente sobre la base de asumir inversiones sin retorno.

Sobre este punto, conversamos con el productor de una de las películas actualmente en exhibición y le planteamos sin rodeos un problema directo e inmediato:

–¿Actualmente, es negocio hacer cine en Chile?

La respuesta fue taxativamente afirmativa:

–Sí. Se han creado condiciones de producción que anteriormente no existían. Desde luego, la consignación del impuesto al productor sobre la base de que utilice este dinero en la mantención de una continuidad de producción. La liberación de impuestos para importación de película virgen y otros materiales indispensables para hacer cine. Esta legislación permite afrontar el compromiso comercial cinematográfico en condiciones ventajosas.

Ya no hay excusa de dificultades materiales para no hacer cine. Además, hay que señalar la prestación de los estudios de Chile Fims con todo su excelente material técnico.

Esta declaración, proveniente de un aspecto más decisivo e ingrato de la industria cinematográfica, viene a destacar la base legal y proteccionismo sobre la cual se ha podido desplegar el auge actual del cine chileno. Los problemas de forma y de contenido obedecen a dimensiones artísticas imponderables y sobre ellas cabe toda la gama de opiniones del espectro. Pero una cosa es incuestionable: actualmente están dadas –gracias a medidas adoptadas por el Gobierno– las condiciones para producir ventajosamente cine nacional. A los técnicos, actores y directores, corresponde recubrir esta base legal con una producción artísticamente defendible que puede exhibirse como un producto estéticamente logrado y como un testimonio de nuestra realidad histórica y humana.

[Texto publicado originalmente en Revista La Nación, 18 de septiembre, 1968.]

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Una mezcla de acción, comedia y drama es el amargo tributo que Tierra Quemada rinde a la postración de cine nacional, cuya

verdadera existencia exigirá, en verdad, un esfuerzo mucho más serio que el desplegado hasta ahora; de lo contrario nadie podrá evitar el nacimiento de una cinematografía monstruosa, limitada en sus ideas y miserable en su técnica, cuyos contornos, por desgracia, ya se comienzan a perfilar.

Tierra Quemada  lo demuestra: el problema del cine nacional no es ya un asunto solamente económico como por allí todavía se afirma, sino algo mucho más grave, que excede la cuestión monetaria, y que parece radicarse – al menos en gran parte – en la responsabilidad de quienes han tomado hasta ahora el camino de la realización fílmica.

No basta, desde luego, advertir de que ésta es una “película para el público” tratando de justificar así los reparos que pueda hacer la crítica. Pues lo cierto es que tampoco se puede ofrecer al público una realización – acaso bien intencionada en principio – que no hace sino recopilar un cúmulo de lugares comunes, ni siquiera bien recreados, y encaminada por los más tétricos laberintos del mal gusto y la vulgaridad.

Bien puede ser que el fracaso de Tierra Quemada  arranque del guión, indudablemente el más débil de todos los elementos de la película en medio de falencia general. La historia del despojo de sus tierras a una familia, y su venganza posterior, es sólo un pretexto para montar un despliegue de situaciones accesorias (comedia, canciones, idilios…), y en términos generales, un testimonio desmesurado de una dudosa adhesión a las técnicas del radio teatro. Las incursiones de la obra en el terreno de la comedia y del drama están lejos de hallarse en relación funcional con su tema central, situación en la que se encuentran la mayor

parte de las escenas en que aparecen Lucho Córdoba, Juliera Pou, Jorge Boudón, etc… En cuanto a las canciones intercaladas en el relato, la situación es mucho mejor y para que Messone pueda cantar “El Casorio” en una taberna, el guión apela a un episodio que nada, absolutamente nada, tiene que ver con la historia, en tanto que tampoco ayuda a definirla la sicología del personaje.

En tales condiciones, es lógico que a la realización – no pueden esperarse

milagros al fin y al cabo – le sea imposible ocultar las incoherencias del libreto, los canallescos desbordes grandilocuentes del diálogo o la trista reiteración de algunos recursos humorísticos (las caídas de Boudon, por ejemplo).

Nadie duda de las buenas intenciones de Alejo Alvarez, pero la verdad es que en momentos decisivos para el futuro del cine chileno las intenciones no bastan. Al objetarse su película no se está obrando estimulado ni por la aversión al cine de entretención, ni por la aversión al melodrama, géneros frecuentemente desestimados por prejuicios intelectualoides, y que no obstante han sido el origen de obras maestras. En definitiva lo único que cuenta es la capacidad de contar una historia o expresar algunas ideas por medio de las imágenes, y la voluntad de asumir la responsabilidad ética y profesional que exigen en Chile, hoy en día, hacer una película. Por desgracia en Tierra Quemada , esa capacidad y esa voluntad no aparecen por ningún lado. MALA.

[Texto publicado originalmente en La Unión. Valparaíso, 22 de septiembre, 1968.]

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Por Calos Núñez Quiroz

Hasta hoy el problema del “cine chileno” no ha sido planteado. No basta decir: “el cine chileno está en crisis”, “al cine chileno hay

que juzgarlo como a cualquier otro”, etc. Lo que hay que interrogar es: existe un cine chileno? Sin duda hay filmes chilenos, como novelas. Pero ¿se puede hablar de cine chileno ante un conjunto diverso de obras que, si alguna constante tienen, es su falta de orientación.

Y esto no es todo, porque el cine no solo son films y quienes los hacen. En su estado actual, dominado por el comercio y el monopolio (en que Antonioni debe “trabajar” para Ponti), el mundo del cine también está integrado por un complejo humano más vasto, que va desde el productor al exhibidor pasando por el crítico. Lo curioso es que el cine nació casi sin éstos y cabe entonces preguntar si son fatalmente necesarios o no. Dentro de este complejo, el realizador ocupa el lugar preeminente: es él quien hace al cine, él y el público; los demás son casi todos comerciantes. Y aunque entre los realizadores haya diferencias, diferencias que de ningún modo agotan distinciones tan precarias como artesano/artista, ésa es una verdad indiscutible: están el realizador, el público y, entre ambos, el film. La intrusión de los demás intermediarios permite aberraciones como la Oficina Católica Internacional de Cine y la Censura. Por todas estas razones, cuando se había de cine chileno hay que implicar también a todo lo que, no habiendo nacido con él, por el chantaje moral,

económico y cultural que ejerce sobre el público, pareciera serle esencial.

Lo lamentable de los productores en nuestro medio es que siempre encaran al film como cualquier mercancía. Y esto ocurre en todas partes, salvo que aquí no ha dado productos que trasciendan lo mercantil; se presiona al público, que siempre responde, para que vea una producción chilena, como si esto le otorgara un valor extra. Parecido es el caso de distribuidores y exhibidores: éstos presentan la mercancía al público que, pese a todo, siempre aplaude. Pero si recordamos “Erase un niño, un guerrillero, un caballo…” podremos verificar que, a causa de ciertas significaciones, se constituyó en una obra políticamente maldita. Y no se piense en el lado artístico de ella porque la inocuidad y esquematismo de “Morir un poco” encontraron plena distribución. En conclusión, el público es siempre quien recibe los daños.

LA “CRITICA”

Pero como productores, distribuidores y exhibidores permanecen ocultos para el público, el problema surge de otra parte. Cada vez que se estrena un film chileno, se renueva una odiosa e infructífera polémica, que enfrenta a directores y críticos. Y, así como era válido preguntar por el cine chileno, también lo es preguntarse: ¿existe una crítica cinematográfica en Chile? O bien: eso que pasa por tal ¿es crítica? El metalenguaje crítico

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revela cómo entiende el cine quien lo emplea. Porque una cosa es ver cine, y otra hablar y pensar. Y si la crítica chilena piensa mal el cine es porque lo habla mal. Y hablarlo mal no sólo es alejarse de él sino eludirlo y, lo que es peor, perjudicar al público.

Descontando la urgencia y el pie forzado de toda crítica semanal o diario, en ella encontramos la persuasión y la disuasión como dos modalidades de un mismo chantaje: coacción sobre el lector para que vea esto y no aquello. Se diré que éste es el carácter de una crítica. Muy bien, pero siempre es discernible un punto de vista, y éste no se advierte por ninguna parte. Lo que sí queda es un conjunto de términos que basta asilarlos para observar su inoperancia. ¿Se puede llamar crítica a una actividad que emplea “conceptos” tan claros y distintos como “bodrio”, “obra impactante”, “divertimiento”, “astracanada”, “película interesante”, “dramón mexicano”, etc.? En casos de mayor profundidad encontramos: “cine épico”, “semántico”, “símbolo”, “hábil movimiento de cámara”, “excelente fotografía”, “actuación sobresaliente”, “punto de vista del narrador”, “leyes de la narración”, “género”, etc. salta a la vista la procedencia literaria de algunos de éstos términos que, en el caso de los levemente avisados, puede que correspondan relativamente a vagas intuiciones. Pero como dichos vocablos no están cargados de especificaciones cinematográficas su uso es insuficiente y únicamente logra desorientar al lector. En el caso de otros es evidente que han oído hablar de literatura aunque de manera “platónica”. Frecuentemente ocurre que, cuando esta crítica conoce lo que sus similares europeas o americanas han dicho de un film, todo va bien

para ella; basta con reconocer en el film lo que se ha leído sobre él y escribir. O sea que se produce a escala internacional lo que ella hace con el público local, sólo que esta vez los críticos son ese público lector. Se hacen cargo incluso de errores de apreciación y de método de la crítica extranjera, tales como el concepto “autor” y la “puesta en escena” (que algunos ingenuamente sustituyen por puesta en imagen, como si un simple reemplazo solucionara todo). Ambos conceptos, aplicados al comentario de un film del que se ha leído antes, abruman al lector no con conocimientos sino con “ambigüedades”. Notemos al pasar lo siguiente: cuando se estrena un film del que no se tienen antecedentes críticos extranjeros nuestros críticos pierden pie. En 1967 ocurrió con “Blow Up” y en 1968 especialmente con dos obras norteamericanas: “Bonnie and Clyde” y “The Incident”. Se habrá dicho: “evidentemente Penn es un “autor”, entonces éste es un gran film, lo que está demostrado por su hábil “puesta en escena”; ergo hay que saludarlo como a una obra-maestra”. Pero resulta que después se supo que los “Cahiers du Cinéma” rechazaron ambas obras. Ahora hay que esperar el balance del año para apreciar las retractaciones, como antes pasó con “Julieta de los espíritus”, “La felicidad”, “Las estaciones de nuestro amor” y otras.

LA CRÍTICA Y LOS FILMS CHILENOS

Pues bien, con este metalenguaje se pretende enfrentar un film. Entonces el resultado es lamentable si se trata de una obra chilena. Porque incluso aquéllos que por razones de amistad exaltan un film nacional también incurren en el mismo. Esta bien que a la crítica no le guste una obra nacional. Pero si un film es insuficiente, igual lo que es el punto de vista con que lo enfrenta la crítica. ¿Qué se logra diciendo que “Tierra quemada” no refleja la “realidad chilena”, cuando el problema no es ése? Los cineastas chilenos luchan por la tierra, en el sentido Heidegger. Por lo mismo no han entregado aún obras plasmadas en los diversos niveles del film. “Tierra quemada” y “Ayúdeme Ud., compadre” tienen en común dos factores que, más atenuadamente, aparecen en “Lunes 1º, Domingo 7”, pero que en los primeros deviene tic: empleo de zoom y de la panorámica. Sobre toda esta última, que generalmente abre o cierra secuencia, no logra

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constituirse en un elemento orgánico. Coinciden, además en un excesivo verbalismo que anula la presencia de la imagen, pareciendo desconocer la existencia del llamado campo vacío. La lucha por la tierra se desarrolla entonces a nivel de los acontecimientos, principalmente en “Tierra quemada” pero con ausencia clara de articulaciones espacio-temporales en la organización de tales acontecimientos. A su vez el show de Germán Becker, que es levemente argumental, está más lejos, porque debería tener la duración de tal y porque articula de modo ineficaz el acontecimiento en pro de lo turístico, careciendo totalmente de un elemento estructurante que organice los diversos números. “Tierra quemada” y “Ayúdeme Ud. compadre” compiten en falsedad, y sin ser ésta una categoría fílmica, podría originar la constante que algunos buscan para definir al cine nacional. He ahí la desorientación mencionada al comienzo: cada cual cree aprehender la “realidad nacional”, pero para adulterarla. Y ambas obras no van más allá de “Flor del Carmen” o “Uno que ha sido marido”.

Tampoco acierta la crítica frente a “Lunes 1º…” al consideraría el resurgimiento del cine nacional, porque seguiremos asistiendo a la realización de films como los anteriores. Ni Helvio Soto ni nadie es el cine chileno. Que este film constituye un progreso en su trayectoria es una afirmación de su propia individualidad, pero no la esperanza general. Y es necesario que así sea porque hasta el momento parece ser el único de quien se puede esperar obras mejor estructuradas filmícamente. Por lo menos a nivel del decupaje ha resuelto varios problemas: así por ejemplo los “récords” que, en interior de secuencia, dan flexibilidad al cambio y otorgan continuidad a la obra. Pero ciertos paralelismos a veces atentan contra la eficacia de los planos, va que se hacen esquemáticos. Excepción: el llamado telefónico coincidente. Lo mismo pasa con algunos desplazamientos de la cámara que se sienten levemente inseguros. A nivel fotográfico, hay momentos en que la imagen pierden nitidez sin que ésta sea siempre buscada. En cuando a los acontecimientos, éstos no se insertan en un complejo humano mayor, aparecen a flor de film, y por lo mismo tienden a la reiteración. Pero el film obtiene de este factor su rasgo más positivo: hay cierta “verdad”, encontrada en un medio urbano,

que recorre secretamente toda la obra. Incluso logra imponerse a una inclinación de “poetizar” los acontecimientos, que tal vez no resista el paso de los años. Su fragilidad reside en ser una “poesía” previa, reconocible de antemano por el público y que se manifiesta mas como intención que como resultado. Son “poéticos” a priori los palomas, el baile en el prado y, fotográficamente hablando”, la cámara lenta final; pero estamos ante un caso de “poesía” de las significaciones y no ante una construcción poética. Pero de todas maneras, y éstos son su logro y futuro, hasta ahora Helvio Soto es el único que manifiesta intuir que un film no es sólo un conjunto de acontecimientos, sino que además hay otros niveles fílmicos plenos de posibilidades. Por lo mismo, esto es un progreso personal que no puede inducir a las generación. Hay que esperar entonces que la crítica también progrese en sentido particular. Porque si según los críticos los films chilenos son “malos” (categoría cinematográfica en vigencias, ¿dónde ubicar los productos de la crítica?

[Texto publicado originalmente en Revista PLAN, Nº 30, octubre, 1968.]

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Selección, diagramación y diseño por Colectivo MiopeChile, agosto de 2015Fuentes consultadas: Cinechile.cl