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Testimonios de una escritura política

Julio Cortá

zar

SeriePensamiento Social

Caracas, Venezuela 2014

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© Julio Cortázar© Fundación Editorial El perro y la rana, 2014 Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio, Caracas - Venezuela, 1010. Teléfonos: (0212) 768.8300 / 768.8399.

Correos electró[email protected]@fepr.gob.ve

Páginas webwww.elperroylarana.gob.vewww.mincultura.gob.ve/mppc/

Diseño de la colecciónHernán RiveraDileny Jiménez

Edición Alejandro Madero

CorrecciónErika Palomino CamargoYesenia GalindoZoraida Coello

DiagramaciónMaria Victoria Sosa Martínez

Hecho el Depósito de Ley Depósito legal lf 4022014800520ISBN 978-980-14-2796-4

IMPRESO EN LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

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La Colección Alfredo Maneiro, Política y sociedad, publica obras puntuales, urgentes, necesarias, capaces de desentrañar el

significado de los procesos sociales que dictaminan el curso del mundo actual. Venezuela integra ese mundo en formación, de allí

la importancia del pensamiento, la investigación, la crítica, la reflexión, y por ende, de las soluciones surgidas del análisis y la

comprensión de nuestra realidad.Firmes propósitos animan a esta colección: por una parte, rendir

homenaje a la figura de Alfredo Maneiro, uno de los principales protagonistas de los movimientos sociales y políticos que

tuvieron lugar en Venezuela durante los duros y conflictivos años sesenta, y por la otra, difundir ediciones de libros en los cuales se

abordan temas medulares de nuestro tiempo.Pensamiento Social: es un espacio para el debate teórico en torno al

ideario económico, político y social que ha perfilado el devenir histórico latinoamericano y caribeño. Igualmente sirve para la

exposición y profundización del espíritu emancipador de nuestro continente.

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Breve introducción

La literatura de Julio Cortázar en su primera etapa ha sido considerada como elitesca y demasiado preocupada por lo artís-tico. Él mismo manifestó en varias oportunidades que a pesar de considerarse antiperonista, en su juventud nunca hizo militancia política. Debido a esta disconformidad con el gobierno de Perón, Cortázar decide emigrar a Europa y establecerse en Francia, en 1951. Ocho años más tarde, en 1959, ocurre un acontecimiento en América Latina que lo hace cambiar bruscamente sus puntos de vista en cuanto a lo que debe ser un artista: el triunfo de la Revolu-ción Cubana. Esto lo hace verse a sí mismo como un escritor alejado de la realidad: “Desligar la obra de toda militancia es dar la espalda a nuestros pueblos en nombre de supuestos valores absolutos”, dice en Nicaragua tan violentamente dulce. Fue esta revolución la que generó un cambio en su manera de pensar y entender el arte, la que le abrió los ojos mostrándole el gran vacío político que había en él, su inutilidad política. A partir de ese momento Cortázar buscará ser un escritor comprometido y contribuir con los pueblos de América Latina que buscan su soberanía e independencia y que se ven sometidos por regímenes dictatoriales, como lo hicieron César Vallejo, Ernesto Cardenal, y muchos otros escritores. Para lograr esto se convirtió en un comunicador social que dio a conocer lo que realmente ocurría en esos países y de esta manera procuró evitar la información sesgada y manipulada que transmitían los medios imperialistas; también buscaba la solidaridad de otros pueblos y contribuir con las campañas de alfabetización. Además, Cortázar dona el dinero generado por la venta y los derechos de autor de algunos de sus libros para ayudar a la liberación de los presos polí-ticos. Uno de ellos fue Libro de Manuel, novela de tema político que fue ganadora del premio Médicis étranger; el dinero que obtuvo con este galardón lo donó al Frente Unificado de la resistencia chilena. También colaboró con Nicaragua y la Revolución Sandinista, país al que viajó en varias oportunidades y con el que contribuyó en gran

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manera; experiencia que dejó plasmada en el libro Nicaragua tan violentamente dulce.

Dicho libro es el fiel testimonio de los momentos clave de la Revolución Sandinista y de cómo Cortázar colaboró en la medida de sus posibilidades con aquella revolución naciente, como en su momento lo hiciera con la cubana: “Ayudar hoy a Nicaragua es ayudar a la causa de la libertad y la justicia en América Latina”, dice. Él va a ese país por primera vez mucho antes del triunfo de la revo-lución, en 1967, gracias a una invitación que le extiende el poeta Ernesto Cardenal y el novelista Sergio Ramírez. Los tres hacen un viaje clandestino desde San José (Costa Rica) hasta la frontera con Nicaragua, y de ahí en barco hasta el archipiélago. Allí se encuentra con un país destruido por la guerra civil y en completa ruina física y cultural. Su propósito será dar cuenta de cada uno de los atropellos a la dignidad y los derechos humanos ocasionados por los somo-cistas y rechazar la injerencia de los Estados Unidos en su territorio, pero también el de testimoniar cómo este pueblo entregó todo por su libertad y no le importó arriesgar la vida con tal de conseguirla. En él da cuenta de cómo niños y jóvenes se vieron en la obligación de cumplir tareas de adultos al tener que colaborar con las guerri-llas y armarse con fusiles. También hace referencia a los países que se solidarizaron con la causa de Nicaragua; ejemplo de ello el gran gesto que tuvo Grenada, esa pequeña isla del Caribe que logró reunir con grandes esfuerzos 5000 dólares para donárselos; la ayuda que prestó Cuba llevando contingentes de maestros para alfabetizar a la población, y cómo la mitad de ésta enseñó a leer a la otra mitad; y su experiencia junto a los revolucionarios Tomás Borge y Sergio Ramírez. De tal modo, testimonia cada una de estas actividades criticando ideas revolucionarias que considera erradas, por ejemplo condena que en Cuba se quisiera crear un esquema del “hombre nuevo”, un tipo de “revolucionario permanente”, dentro de cuyos parámetros no cabe el homosexual, al que se condena y se define como un enfermo, o nuestro “machismo tropical”, entre otros tópicos.

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Además, el libro Nicaragua tan violentamente dulce mezcla la crónica periodística y el testimonio con el ensayo literario y la crítica. Reunimos en la presente edición otros testimonios que de alguna manera dan un perfil más completo de la actividad de Cortázar como escritor comprometido con causas políticas. Ellos son:

La entrevista hecha por Omar Prego, donde Cortázar explica cuándo y por qué asume un compromiso político; siendo quizás el documento más fácilmente clasificable, es la conjunción de la oralidad con imágenes que exceden lo propiamente literario para plantear conceptos políticos capitales, así, por ejemplo, la imagen de la rosa de los vientos es usada para dar cuenta de la relación entre perspectiva y orientación política en un mundo globalizado.

La Carta abierta a Roberto Fernández Retamar, donde se refiere al intelectual latinoamericano, es un documento público escrito como quien habla a un amigo, es decir en un tono íntimo y fraternal.

La Carta a Adelaida y Roberto Fernández Retamar es una conmo-vedora carta sobre la muerte del Che, que, a pesar de su carácter privado, es, sin embargo, un documento micropolítico que expresa un sentimiento de duelo necesariamente público y remata con un poema.

Por su parte, la Respuesta a la revista Life se sale de los cánones de una colaboración para convertirse en “una incursión en el terri-torio enemigo” que denuncia los mecanismos de poder usados por Estados Unidos y las transnacionales mediáticas y el imperia-lismo, que manipulan la información y establecen condiciones para publicar las noticias que a ellos les interesa suministrar.

Y por último, el poema Policrítica en la hora de los chacales es una respuesta y justificación a la toma de posición frente al sonado caso de Heberto Padilla y más generalmente en torno a la Revolu-ción Cubana.

Alejandro Madero

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Nota editorial

La intención de este libro es dar a conocer las facetas políticas del pensamiento y la escritura de Julio Cortázar, quien ha sido generalmente encasillado por los cánones actuales como escritor de ficción o de literatura, opacando con esto su praxis política y en particular los vínculos que él establecía entre la creación artística –en este caso literaria– y la acción revolucionaria.

Por tal motivo reunimos, bajo el título Testimonios de una escri-tura política, una serie heterogénea de sus escritos tomados de lo que podríamos denominar como su etapa política a partir de 1959, año en que triunfa la Revolución Cubana. Lo heterogéneo de dicha antología se debe a la diversidad de géneros: cartas personales y públicas, crónica, entrevista, notas para la prensa, poesía; y también a que los textos son en sí mismos heterodoxos con respecto a los géneros estipulados por la crítica.

Esta serie de escritos aborda al menos tres aspectos de impor-tancia capital para pensar y construir la revolución. El primero es el testimonio del proceso de toma de posición política del autor en el contexto mundial que le tocó vivir. El segundo es la relación entre política y arte. El tercero es la relación entre los intelectuales y artistas con las luchas de los pueblos oprimidos y la revolución. En general, se puede decir que todo el libro desarrolla y piensa qué significa comprometerse políticamente.

Los capítulos que componen Nicaragua tan violentamente dulce, fueron publicados con anterioridad en la prensa iberoamericana. La primera edición fue publicada en 1983 por la editorial Nueva Nicaragua. Esta edición se basó en la de Muchnik Editores, S.A. Cuarta edición aumentada, Barcelona, 1984.

El lector podrá encontrar la información sobre las fuentes bibliográficas de donde fueron tomados los escritos aquí publi-cados en los pie de página de cada título, lugar donde también encontrará –en los casos necesarios– datos relativos al contexto de su publicación original.

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Por último, quisiéramos decir que si bien no agotamos aquí toda la producción política de Cortázar, los escritos reunidos son, en sí mismos, un ejemplo de praxis política. No sólo expresan las ideas del autor sino que suponen una intervención política concreta, la cual tiene como medio la potencia de la palabra.

Alejandro Madero

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NICARAGUA TAN VIOLENTAMENTE DULCE

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Noticia para viajeros

Si todo es corazón y rienda sueltay en las caras hay luz de mediodía,si en una selva de armas juegan niños y cada calle la ganó, la vida,

no estás en Asunción ni en Buenos Aires, no te has equivocado de aeropuerto,no se llama Santiago el fin de etapa, su nombre es otro que Montevideo.

Viento de libertad fue tu pilotoy brújula de pueblo te dio el norte, cuántas manos tendidas esperándote, cuántas mujeres, cuántos niños y hombres

al fin alzando juntos el futuro,al fin transfigurados en sí mismos, mientras la larga noche de la infamia se pierde en el desprecio del olvido.

La viste desde el aire, ésta es Managua de pie entre ruinas, bella en sus baldíos, pobre como las armas combatientes,rica como la sangre de sus hijos.

Ya ves, viajero, está su puerta abierta, todo el país es una inmensa casa.No, no te equivocaste de aeropuerto:entra nomás, estás en Nicaragua.

Managua, febrero de 1980

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Apuntes al margen de una relectura de 1984

Discurso del idiota

Una noche, creo que en Torún, cuna de Copérnico, el pintor Matta me vio llegar y me saludó, diciéndome:

“¡Ah, aquí está, el idiota!” Me quedé un tanto helado, pero la expli-cación vino en seguida: “Te llamo idiota como lo llamaban al príncipe Mishkin, porque a ti te ocurre como a él, meter el dedo en la llaga con la mayor inocencia, y estás siempre alarmando a la gente porque dices las cosas más inapropiadas en cualquier circunstancia, y sólo algunos se dan cuenta de que no eran de ninguna manera inapropiadas. Tú, entretanto, no entiendes nada de lo que pasa, igual que el príncipe de Dostoievski”. Tal vez aquí tampoco entiendo nada, querido Matta.

El horror: totalidad y parcialidad

Casi desde el comienzo, la certidumbre de que el horror tiene un límite al que sólo se llegará después de bajar un incontable número de peldaños. El Infierno de Dante Alighieri es estático, jerárquico; los grados del horror se abarcan desde la invocación inicial, la esperanza que queda atrás para siempre, pero se abarcan desde un narrador que sólo participa como testigo y que al fin, lo sabemos, volverá a ver el sol y las demás estrellas. Winston Smith, en cambio, no volverá de su inmersión en el horror, y de alguna manera lo sabe desde el principio; cuando O’Brien se lo dice en la última etapa, no le dice nada nuevo; Winston Smith deberá bajar uno a uno los peldaños, y en algunos de ellos habrá como una esperanza agazapada: Julia O’Brien, el anti-cuario, un destello de posible salvación que se negará a sí mismo y mostrará su traición y su engaño, hasta obligarlo a su vez a la traición y al autoengaño final. El horror es infinitamente más grande en 1984 porque su límite no está en sí mismo, en la progresión del mal, sino en la inversión de la esperanza, el descubrimiento de que es también una de las fuerzas del mal. Lo que en un famoso relato de Villiers de L’Isle Adam se condensa en una inversión final y fulminante (la

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tortura por la esperanza), en el de Orwell se da en una serie de desga-rramientos; la esperanza no es posible pero sin embargo está ahí, y la comprobación de su imposibilidad es cada vez la ocasión del desgarra-miento. El fondo del horror está en una escena final nada horrible en sí misma, el breve reencuentro de Winston y Julia, cuando los dos saben que se han traicionado mutuamente y sólo buscan separarse, olvidarse, seguir traicionándose allí donde en lo más hondo de sí mismos había latido la esperanza.

Obviamente, el horror en 1984 es una figura que sólo alcanza su sentido fuera del libro, en la realidad histórica que lo contiene parcial y no totalmente. Un sentido figurado: el mundo podría llegar a ser como el de 1984, puesto que ya lo es en algunas de sus facetas. Por eso Orwell puede saltar del realismo a la alegoría, a la figura total, no cree, ni tampoco busca que el lector crea que el mundo va a llegar a ser el de 1984, pero al proyectar ficticiamente el horror a sus últimas consecuen-cias, nos sitúa frente a nuestra responsabilidad, y esa responsabilidad supone la esperanza; es ésta quien hace entrar en acción a la respon-sabilidad que lleva a la lucha para impedir que 1984 pueda cumplirse en cualquier otro año del siglo. Y es mi esperanza la que escribe estas líneas en un momento en que muchos fragmentos y esbozos del mundo de 1984 se manifiestan inequívocamente en nuestra realidad. Ahora bien, el mundo orwelliano es el Mal que ya ha triunfado; el nuestro (ese en el que creemos y por el cual luchamos) contiene el Mal en el seno del Bien; y si ésta es también una figura, podemos ya pasar de nuestro lado y hablar de reacción dentro de la revolución; terreno crítico si lo hay, y precisamente por ese terreno de la máxima responsabilidad del escritor comprometido con la causa de los pueblos. (Y no sólo de él, por supuesto, pero aquí me sitúo en mi terreno específico, sin pretender entrar en el de los ideólogos y los politólogos.)

Los grados de la crítica

Me muevo en el contexto de los procesos liberadores de Cuba y de Nicaragua, que conozco de cerca; si critico, lo hago por esos procesos y no contra ellos; aquí se instala la diferencia con la crítica

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que los rechaza desde su base; aunque no siempre lo reconozca explícitamente. Esa base es casi siempre escamoteada; práctica-mente no se niega nunca al socialismo como ideología válida, mien-tras que se denuncian y atacan vehementemente los frecuentes errores de su práctica. A la cabeza (y a la vez en el fondo cuando se trata de Cuba) está la noción de la URSS vista como un régimen execrable; Stalin borra la imagen de Lenin, y Lenin la de Marx. Esa crítica no acepta el socialismo como ideología viable, y no lo acepta por las mismas razones que el capitalismo enuncia desemboza-damente, así como éste supone un elitismo económico dominante e imperialista, esa crítica intelectual supone un elitismo “espiri-tual” que se alía automática y necesariamente al económico. Pero eso, claro, no se dice nunca. El miedo signa esa crítica: el miedo de perder un status milenario.

Cuando no se tiene en cuenta esta opción básica, ese tipo de crítica puede convencer a muchos, y de hecho los convence, máxime cuando se hace con inteligencia y con el beneficio del prestigio que da una importante obra literaria paralela; ¿cómo echar en saco roto las críticas de un Octavio Paz, de un Mario Vargas Llosa? Personalmente comparto muchos de sus reparos, con la diferencia de que en mi caso lo hago para defender una idea del futuro que ellos sólo parecen imaginar como un presente, mejorado, sin aceptar que hay que cambiarlo de raíz. Estoy de acuerdo con ellos en su punto de vista sobre problemas tales como el de Polonia o Afganistán, sobre los atropellos a la dignidad y a los derechos humanos que se repiten ominosamente en muchos regí-menes socialistas (quiero decir, en muchos regímenes que a cada reiteración de esos atropellos se alejan del socialismo en vez de afirmarlo); estoy de acuerdo en que ningún argumento ideológico justifica poner el todo sobre las partes, la noción global de pueblo sobre la de individuo (pero en la medida en que la noción de indi-viduo no escamotee la de pueblo, como es el caso en ese tipo de crítica siempre egocéntrica, que extrapola a los Sakharov o a los Padilla al conjunto de sus compatriotas y los convierte a todos en víctimas por lo menos potenciales). Hace rato que me reprochan

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no sumarme explícitamente a este tipo de denuncias; bueno, ahí tienen la denuncia, pero no les va a servir para gran cosa; porque mi crítica se abre y se cierra en cada caso concreto sin proyectarse a procesos sociales de una infinita complejidad y que de ninguna manera quedan invalidados, como se pretende, por errores e injusticias condenables pero circunstanciales, aborrecibles pero superables. Toda la diferencia está entre negar el socialismo como camino político viable, y defenderlo porque se lo critica, porque en cada caso concreto se denuncian errores y sus aberraciones.

Y ya que estamos...

Rimbaud lo dijo para siempre: Hay que cambiar la vida. Tanto él como Marx comprendieron que si la vida seguía por el cauce que hasta el siglo XX buscó trazarle ese Pantocrátor que también se llama Historia de Occidente, el destino del hombre era 1984. Ocurre entonces que el socialismo nace para destruir al Pantocrátor en la imagen del Zar, como Fidel Castro lo destruye en la de Batista y los sandinistas en la de Somoza. La noción del hombre nuevo surge inevitablemente; entonces, claro, empiezan los problemas en este ajedrez humano, demasiado humano.

Para empezar: ¿en qué medida puede gestarse el hombre nuevo? ¿Quién conoce los parámetros? Hay un esquema ilusorio que rápidamente deriva al sectarismo y al empobrecimiento de la entidad humana: el de querer crear un tipo de revolucio-nario permanente, considerado a priori como bueno, abnegado, etc. Como bien lo supieron en Cuba, esta idealización entraña la negación de todas las ambivalencias libidinales, de las pulsiones irracionales; en última instancia se traduce en cosas tales como la condena del temperamento homosexual, del individualismo intelectual cuando se expresa en actitudes críticas o en activi-dades aparentemente desvinculadas del esfuerzo revolucionario, y puede abarcar en su repulsa al sentimiento religioso considerado como un resabio reaccionario.

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En Cuba hace rato que las tentativas parciales por imponer el esquema idealista del hombre nuevo han cedido a una visión más abierta que se hace sentir positivamente en todos los planos, desde el intelectual hasta el lúdico y el erótico; nadie sabe en verdad cómo deberá ser el hombre nuevo, pero en cambio los cubanos parecen saber cuál es la cuota de hombre viejo que no se le puede quitar sin mutilarlo irremisiblemente. Una experiencia de veinte años empieza a dar resultados positivos en este campo fundamental; pero, por supuesto, la impenitente crítica antisocialista insiste en denunciar el primer esquema ya superado como si fuera perma-nente; le basta un caso aislado, un poeta en la prisión, un científico perseguido, para decretar el gulag total.

El viraje negativo de la imagen exterior de Cuba se dio, es sabido, como consecuencia del llamado “caso Padilla”1, a comienzo de los años setenta, que en su momento condensó la visión errónea nacida del esquema ilusorio, y que se tradujo en medidas coerci-tivas que humillaban en vez de transformar, buscando un valor catártico y hasta ejemplar en cosas tales como la autocrítica pública, sin conseguir otra cosa que un estado de temor permanente, un pregusto de todo lo que en su última instancia desemboca en el terror de 1984. Esto lo saben de sobra los cubanos, y los que hoy lo niegan se cuentan seguramente entre quienes estuvieron más atemorizados y más callados en aquel momento.

Si para algo sirvió en definitiva el caso Padilla, fue para separar el trigo de la paja fuera de Cuba, pues la crítica se escindió en las dos vertientes de que se habla más arriba. Mi crítica, por más soli-daria que fuese, me valió siete años de silencio y de ausencia, pero

1 Heberto Padilla (1932-2000) Poeta cubano que tuvo una visión crítica de la revolución en la publicación de artículos para el periódico Juventud Rebelde y el poemario Fuera de juego con el que ganó el premio Ju-lián del Casal pero publicado con una nota de advertencia que señalaba que contenía tópicos ideológicamente contrarios a la revolución, como la exaltación del individualismo, visión del tiempo como algo cíclico, etc. En 1971 es detenido por haber dado un recital y acusado de actividades subversivas. Este encarcelamiento provocó la protesta de muchos inte-lectuales y una ruptura de la armonía que había entre intelectualidad y revolución (nota del editor).

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era una crítica que acaso, ayudó a franquear el paso del esquema ilusorio a otro en el que la necesidad de renovación no ignorara las pulsiones que hacen de un hombre lo que verdaderamente es. En cambio la crítica antisocialista se aferró a todas las extrapola-ciones y generalizaciones que su retórica era capaz de inventar, y desde entonces hasta hoy, quince años después, sigue anclada en la denuncia permanente de algo transitorio; su periódica reiteración responde mecánicamente a la misma técnica: denunciar un atro-pello verdadero o no (Arenas, Valladares, etc.) y lanzar desde ahí la monótona escalada a la totalidad de lo cubano, porque esa totalidad es el socialismo en marcha, y de lo que se trata es de acabar con él.

Esa crítica no me duele por sí misma sino porque opera en terreno favorable, con el sostén y el apoyo tácitos de los norteame-ricanos del establishment y de los intereses capitalistas mundiales. Los cubanos han contribuido no poco a favorecerla, aunque les sorprenda oírlo; demasiado solos en su isla, nunca comprendieron toda la importancia de estar auténticamente presentes en el exte-rior a través de su red diplomática y otros medios de información. La famosa carta de los intelectuales franceses a Fidel Castro, cuando el caso Padilla, fue una carta paternalista e imperdonable por su inso-lencia, pero puedo afirmar con todas las pruebas necesarias que esa carta no hubiera sido enviada si el primer pedido de información sobre los hechos –que firmé con muchos otros– hubiera tenido una respuesta en un plazo razonable. Es penoso comprobar, en Francia, por lo menos, que los episodios que se dan como negativos y que la crítica explota a fondo y diariamente, son los que se marcan más en la memoria colectiva, puesto que hay poca información sobre el prodigioso avance socioeconómico, cultural y científico de Cuba no sólo con respecto a su propio pasado sino frente al conjunto de los países latinoamericanos, la mayoría de ellos más ricos y poderosos que esa pequeña isla pero incapaces de operar el paso decisivo de la dependencia a la toma de posesión de su verdadera y escamoteada identidad nacional que reemplazan por un patriotismo vocinglero del que el fútbol y las islas Malvinas dan el mejor ejemplo.

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En ese sentido la crítica antisocialista ha marcado puntos y los seguirá marcando si Cuba no proyecta mejor su verdadera imagen. A veces creo soñar cuando algún francés me interroga sobre el caso Padilla; si le explico que eso es analógicamente como si me pregun-tara sobre los dinosaurios, se asombra un poco pues lo sigue viendo como algo actual y operante. Nicaragua, en cambio (es verdad que su revolución tiene la frescura de la infancia) ha logrado crear una imagen cada vez más amplia y completa en Europa, pese al diluvio de falsedades provenientes de Washington. ¿Pero no me estoy alejando demasiado de 1984?

Los muchos caminos del buen camino

No, y por una razón muy simple: la necesidad y el deber de luchar contra todos los brotes de Arimán en las tierras de Ormuz. El horror de 1984 sólo podrá evitarse si, paradójicamente, se combate contra sus gérmenes y sus latencias, dentro del campo mismo de Ormuz, dentro de un proceso socialista que es el polo opuesto del mundo imaginado por George Orwell.

Hay dos críticas igualmente necesarias: la que hagamos del Moloch norteamericano, como exponente imperial de la domina-ción capitalista, y la que hagamos del socialismo cuando creemos que yerra el camino. Y de esta última se trata aquí como se ha visto, en la medida en que toca directamente a Cuba y a Nicaragua.

Hay que volver, pues, a la cuestión del hombre nuevo que preocupa a estas dos jóvenes revoluciones...

¿Pueden modificarse las estructuras antropológicas tradicio-nales, en las que sigue dominando el machismo no sólo tropical sino latinoamericano en su conjunto? No es fácil, cuando incluso muchas mujeres lo defienden, cuando la agresión imperialista obliga a constituir ejércitos profesionales en los que el signo es avasalladoramente masculino. Pienso que la educación en ambos países puede ser la cuña que rompa ese bloque de prejuicios activos y pasivos; que los hijos, por favor, se diferencien por fin de sus padres en este campo discriminatorio.

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El hecho incontestable de la homosexualidad como una de las facetas del calidoscopio humano es, a diferencia del machismo, un componente que nadie ha explicado bien, genética o social-mente, pero que no puede ser ignorado y mucho menos entendido como negativo; sus proyecciones sociales vienen de la reacción del animal acorralado, de las máscaras que buscan ocultarlo a los caza-dores, y eso frente al hecho comprobable de que toda asimilación coherente al cuerpo social puede acabar con ese ghetto como lo muestran países más avanzados en ese terreno. La definición del homosexual como un enfermo, que se formuló alguna vez en Cuba, es una aberración y una ingenuidad simultáneas. Un comandante nicaragüense me dijo alguna vez que había que radiar a los homo-sexuales de los servicios públicos de alto nivel, porque su condición los volvía fáciles presas de la extorsión por parte de la “inteligencia” del enemigo. Le hice notar que tal cosa sólo podía ocurrir si esos funcionarios se veían obligados a mentir sobre su temperamento sexual y a ocultarlo; y que era falso, aunque cómodo, sostener como algunos críticos que se creen revolucionarios, que los movimientos gay en diversas partes del mundo sólo prueban la podredumbre del régimen capitalista. Siempre hubo y siempre habrá homosexuales, y su reconocimiento es la única manera de superar el problema; sin contar que –y esto enfurecerá a algunos–, a menos machismo menos homosexualidad; el equilibrio social derivado del equilibrio sexual amenguará automáticamente la agresividad que exacerba y compartimenta hoy la pulsión erótica.

Cosa que también debe decirse del sadismo como latencia en las zonas irracionales y a veces todopoderosas, del ser humano. Esa latencia no me parece desarraigable, es una de las oscuras fuerzas que junto con la fuerza libidinal mueven muchas conductas. ¿Vamos a postular al hombre nuevo como integralmente bueno? No, por supuesto, pero en cambio su novedad estará en todo lo que le dé el socialismo para que las latencias sádicas se sublimen lo más posible, así como según ciertos psicoanalistas todo ciru-jano esconde sin saberlo a un sádico que ama la vista de la sangre. Frente al culto del sadismo a través de los media del enemigo, que

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tantas veces consigue hacer de un niño un pequeño asesino que espera su hora, la orientación ética y política del socialismo es el mejor y más legítimo cuadro de vida para que las pulsiones sádicas se sublimen o incluso sean controladas por una decisión racional y no por el miedo al castigo que es (y que no es, dicho sea de paso) el único freno que el pánico capitalista posee para disminuir las olas de “violencia y los crímenes sexuales entre otras” manifestaciones de nuestra cuota sádica. Cuota que seguirá latente también en el hombre nuevo, pero inflexionada lo más positivamente posible; digamos, emblemáticamente a más cirujanos menos violadores de niños.

Todo esto es chapucero y apenas esbozado, pero estábamos hablando de 1984, si me acuerdo bien, y en 1984 el sadismo es aunque Orwell no lo dice nunca, la razón de ser de Big Brother y su aparato total y totalitario de poder. Allí Arimán ha liquidado hasta el último resto de Ormuz. El socialismo no podrá liquidar jamás ente-ramente a Arimán, pero puede y debe neutralizarlo; esperar y hasta postular la creación de un hombre nuevo en el que las pulsiones profundas se hayan extinguido, es una ingenuidad en la que en el fondo, nadie cree.

El idiota se despide

Termino estos apuntes en momentos en que Arimán Reagan empuja imperiosamente a sus títeres externos e internos para que destruyan la Revolución Sandinista en Nicaragua y continúen combatiendo a las fuerzas populares de El Salvador. 1984 acaba de entrar en su simultaneidad literaria y temporal; las cosas no serán así en el mundo este año, pero sólo lo que está ocurriendo en América Central basta para mostrar uno de los peldaños por los cuales el horror orwelliano sigue descendiendo en su monstruosa voluntad de entropía. Polonia, Guatemala, Afganistán son otros peldaños; el lector conoce muchos más en África y en Asia. La esca-lera parece infinita pero no lo es; en lo más profundo de la noche está su término, y el descenso puede verse acelerado en cualquier

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momento; la guerra nuclear, la bomba neutrónica, el arrasamiento de inmensas zonas del planeta pueden convertir el descenso paulatino en una caída vertical que sólo habrá de detenerse ante la imagen final de Big Brother.

Frente a esta perspectiva, sólo creo en el socialismo como posi-bilidad humana; pero ese socialismo debe ser un fénix permanente, dejarse atrás a sí mismo en un proceso de renovación y de inven-ción constantes; y eso sólo puede lograrse a través de su propia crítica, de la que estos apuntes son vagos y mínimos fragmentos.

Apocalipsis de Solentiname

Los ticos son siempre así, más bien calladitos pero llenos de sorpresas, uno baja en San José de Costa Rica: y ahí están esperán-dote Carmen Naranjo y Samuel Rovinski y Sergio Ramírez (que es de Nicaragua y no tico, pero qué diferencia en el fondo si es lo mismo, qué diferencia en que yo sea argentino aunque por genti-leza debería decir tino, y los otros nicas o ricos). Hacía uno de esos calores y para peor todo empezaba en seguida, conferencia de prensa con lo de siempre, ¿por qué no vivís en tu patria, qué pasó que Blow-Up era tan distinto de tu cuento, te parece que el escritor tiene que estar comprometido? A esta altura de las cosas ya sé que la última entrevista me la harán en las puertas del infierno y seguro que serán las mismas preguntas, y si por caso es chez San Pedro la cosa no va a cambiar, ¿a usted no le parece, que allá abajo escribía demasiado hermético para el pueblo?

Después el hotel Europa y esa ducha que corona los viajes con un largo monólogo de jabón y de silencio.

Solamente que a las siete, cuando ya era hora de caminar por San José y ver si era sencillo y parejito como me habían dicho, una mano se me prendió del saco y detrás estaba Ernesto Cardenal y qué abrazo, poeta, qué bueno que estuvieras ahí después del encuentro en Roma, de tantos encuentros sobre el papel a lo largo de años. Siempre me sorprende, siempre me conmueve que alguien como Ernesto venga a verme y a buscarme, vos dirás que hiervo

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de falsa modestia pero decilo nomás viejo, el chacal aúlla pero el ómnibus pasa, siempre seré un aficionado, alguien que desde abajo quiere tanto a algunos que un día, resulta que también lo quieren, son cosas que me superan, mejor pasamos a la otra línea.

La otra línea era que Ernesto sabía que yo llegaba a Costa Rica y dale, de su isla se había venido en avión porque el pajarito que le lleva las noticias lo tenía informado de que los ticos me planeaban un viaje a Solentiname, y a él le parecía irresistible la idea de venir a buscarme, con lo cual dos días después Sergio y Oscar y Ernesto y yo colmábamos la demasiado colmable capacidad de una avio-neta Piper Aztec, cuyo nombre será siempre un enigma para mí, pero que volaba entre hipos y borborigmos ominosos mientras el rubio piloto sintonizaba unos calipsos contrarrestantes y parecía por completo indiferente a mi noción de que el azteca nos llevaba derecho a la pirámide del sacrificio. No fue así, como puede verse, bajamos en Los Chiles y de ahí un jeep igualmente tambaleante nos puso en la finca del poeta José Coronel Urtecho, a quien más gente haría bien en leer y en cuya casa descansamos hablando de tantos otros amigos poetas, de Roque Dalton y de Gertrude Stein y de Carlos Martínez Rivas hasta que llegó Luis Coronel, y nos fuimos para Nicaragua en su jeep y en su panga de sobresaltadas veloci-dades. Pero antes hubo fotos de recuerdo con una cámara de esas que dejan salir ahí nomás un papelito celeste que poco a poco y, maravillosamente y polaroid se va llenando de imágenes paula-tinas, primero ectoplasmas inquietantes y poco a poco una nariz, un pelo crespo, la sonrisa de Ernesto con su vincha nazarena, doña María y don José recortándose contra la veranda. A todos les parecía muy normal eso porque desde luego estaban habituados a servirse de esa cámara pero yo no, a mí ver salir de la nada, del cuadra-dito celeste de la nada esas caras y esas sonrisas de despedida me llenaba de asombro y se lo dije, me acuerdo de haberle preguntado a Oscar qué pasaría si alguna vez después de una foto de familia el papelito celeste de la nada empezara a llenarse con Napoleón a caballo, y la carcajada de don José Coronel que todo lo escuchaba como siempre, el jeep, vámonos ya para el lago.

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A Solentiname llegamos entrada la noche. Allí esperaban Teresa y William y un poeta gringo y los otros muchachos de la comunidad; nos fuimos a dormir casi en seguida pero antes vi las pinturas en un rincón. Ernesto hablaba con su gente y sacaba de una bolsa las provisiones y regalos que traía de San José, alguien dormía en una hamaca y yo vi las pinturas en un rincón, empecé a mirarlas. No recuerdo quién me explicó que eran trabajos de los campesinos de la zona, ésta la pintó el Vicente, ésta es de la Ramona, algunas firmadas y otras no, pero todas tan hermosas, una vez más la visión primera del mundo; la mirada limpia del que describe su entorno como un canto de alabanza: vaquitas enanas en prados de amapola, la choza de azúcar donde va saliendo la gente como hormigas; el caballo de ojos verdes contra un fondo de cañaverales, el bautismo en una iglesia que no cree en la perspectiva y se trepa o se cae sobre sí misma, el lago con botecitos como zapatos y en último plano un pez enorme que ríe con labios de color turquesa. Entonces vino Ernesto a explicarme que la venta de las pinturas ayudaba a tirar adelante; por la mañana me mostraría trabajos en madera y piedra de los campesinos y también sus propias esculturas, nos íbamos quedando dormidos, pero yo seguí todavía ojeando los cuadritos amontonados en un rincón; sacando las grandes barajas de tela con las vaquitas y las flores y esa madre con dos niños en las rodillas, uno de blanco y el otro de rojo, bajo un cielo tan lleno de estrellas que la única nube quedaba como humillada en un ángulo, apretán-dose contra la varilla del cuadro, saliéndose ya de la tela de puro miedo. Al otro día era domingo y misa de once, la misa de Solen-tiname en la que los campesinos, y Ernesto y los amigos de visita comentan juntos un capítulo del evangelio que ese día era el arresto de Jesús en el huerto, un tema que la gente de Solentiname trataba como si hablaran de ellos mismos, de la amenaza de que les cayeran en la noche, o en pleno día, esa vida en permanente incertidumbre de las islas y de la tierra firme y de toda Nicaragua; no solamente de toda Nicaragua, sino de casi toda América Latina, vida rodeada de miedo y de muerte, vida de Guatemala y vida de El Salvador, vida de

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la Argentina; y de Bolivia, vida de Chile y de Santo Domingo, vida del Paraguay, vida de Brasil y de Colombia.

Ya después hubo que pensar en volverse y fue entonces que pensé de nuevo en los cuadros, fui a la sala de la comunidad y empecé a mirarlos a la luz delirante de mediodía, los colores más altos, los acrílicos o los óleos enfrentándose desde caballitos y girasoles y fiestas en los prados y palmares simétricos. Recordé que tenía un rollo de color en la cámara y salí a la veranda con una brazada de cuadros; Sergio, que llegaba, me ayudó a tenerlos parados en la buena luz, y de uno en uno los fui fotografiando con cuidado, centrando de manera que cada cuadro ocupara entera-mente el visor. Las casualidades son así: me quedaban tantas tomas como cuadros, ninguno se quedó afuera y cuando vino Ernesto a decirnos que la panga estaba lista, le conté lo que había hecho y él se rió, ladrón de cuadros, contrabandista de imágenes. Sí, le dije, me los llevo todos, allá los proyectaré en mi pantalla y serán más grandes y más brillantes que éstos, jódete.

Volví a San José, estuve en La Habana y anduve por ahí haciendo cosas, de vuelta a París con un cansancio lleno de nostalgia, Clau-dine calladita esperándome en Orly, otra vez la vida de reloj pulsera y merci monsieur, bónjour madame, los comités, los cines, el vino tinto y Claudine, los cuartetos de Mozart y Claudine. Entre tanta cosa que los sapos maletas habían escupido sobre la cama y la alfombra, revistas, recortes, pañuelos y libros de poetas centroamericanos, los tubos de plástico gris con los rollos de películas, tanta cosa a lo largo de dos meses, la secuencia de la Escuela Lenin de La Habana, las calles de Trinidad, los perfiles del volcán Irazú y su cubeta de agua hirviente verde donde Samuel y yo y Sarita habíamos imaginado patos ya asados flotando entre gasas de humo azufrado. Claudine llevó los rollos a revelar, una tarde andando por el barrio latino me acordé y como tenía la boleta en el bolsillo los recogí y eran ocho, pensé en seguida en los cuadritos de Solentiname y cuando estuve en mi casa busqué en las cajas y fui mirando el primer diapositivo de cada serie, me acordaba de que antes de fotografiar los cuadritos, había estado sacando la misa de Ernesto unos niños jugando entre

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las palmeras igualitos a las pinturas, niños, y palmeras y vacas contra un fondo violentamente azul de cielo y de lago apenas un poco más verde, o a lo mejor al revés, ya no lo tenía claro. Puse en el cargador la caja de los niños y, la misa, sabía que después empe-zaban las pinturas, hasta el final del rollo.

Anochecía y yo estaba solo, Claudine vendría al salir del trabajo para escuchar música y quedarse conmigo; armé la pantalla y un ron con mucho hielo, el proyector con su cargador listo y su botón de telecomando; no hacía falta correr las cortinas, la noche servicial ya estaba ahí encendiendo las lámparas y el perfume del ron; era grato pensar que todo volvería a darse poco a poco, después de los cuadritos de Solentiname empezaría a pasar las cajas con las fotos cubanas, pero por qué los cuadritos primero, por qué la deforma-ción profesional, el arte antes que la vida, y por qué no le dijo el otro a éste en su eterno indesarmable diálogo fraterno y rencoroso, por qué no mirar primero las pinturas de Solentiname si también son la vida, si todo es lo mismo. Pasaron las fotos de la misa, más bien malas por errores de exposición, los niños en cambio jugaban a plena luz y dientes tan blancos. Apretaba sin ganas el botón de cambio, me hubiera quedado tanto rato mirando cada foto pegajosa de recuerdo, pequeño mundo frágil de Solentiname rodeado de agua y de esbirros como estaba rodeado el muchacho que miré sin comprender, yo había apretado el botón y el muchacho estaba ahí en un segundo plano, clarísimo, una cara ancha y lisa como llena de incrédula sorpresa mientras su cuerpo se vencía hacia adelante, el agujero metido en mitad de la frente, la pistola del oficial, marcando todavía la trayectoria de la bala, los otros a los lados las metralletas, un fondo confuso de casas y de árboles.

Se piensa lo que se piensa, eso llega siempre antes que uno mismo y lo deja tan atrás; estúpidamente, me dije que se habrían equivocado en la óptica que me habían dado las fotos de otro cliente, pero entonces la misa; los niños jugando en el prado, entonces cómo. Tampoco mi mano obedecía cuando apretó el botón y fue un salitral interminable a mediodía con dos o tres cobertizos de chapas herrumbradas, gente amontonada a la izquierda mirando los

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cuerpos tendidos boca arriba, sus brazos abiertos contra un cielo desnudo y gris; había que fijarse mucho para distinguir en el fondo al grupo uniformado de espaldas y yéndose, el jeep que esperaba en lo alto de una loma.

Sé que seguí; frente a eso que se resistía a toda cordura lo único posible era seguir apretando el botón, mirando la esquina de Corrientes y San Martín y el auto negro con los cuatro tipos apun-tando a la vereda donde alguien corría con una camisa blanca y zapatillas, dos mujeres queriendo refugiarse detrás de un camión estacionado, alguien mirando de frente, una cara de incredulidad horrorizada, llevándose una mano al mentón como para tocarse y sentirse todavía vivo, y de golpe la pieza casi a oscuras, una sucia luz cayendo de la alta ventanilla enrejada, la mesa con la muchacha desnuda boca arriba y el pelo colgándole hasta el suelo, la sombra de espaldas metiéndole un cable entre las piernas abiertas, los dos tipos de frente hablando entre ellos, una corbata azul y un suéter verde. Nunca supe si seguía apretando o no el botón, vi un claro de selva, una cabaña con techo de paja y árboles en primer plano, contra el tronco del más próximo un muchacho flaco mirando hacia la izquierda donde un grupo confuso, cinco o seis muy juntos le apuntaban con fusiles y pistolas; el muchacho de cara larga y un mechón cayéndole en la frente morena los miraba, una mano alzada a medias, la otra a lo mejor en el bolsillo del pantalón era como si les estuviera diciendo algo sin apuro, casi displicen-temente, y aunque la foto era borrosa yo sentí y supe y vi que el muchacho era Roque Dalton, y entonces sí apreté el botón como si con eso pudiera salvarlo de la infamia de esa muerte y alcancé a ver un auto que volaba en pedazos en pleno centro de una ciudad que podía ser Buenos Aires o São Paulo, seguí apretando y apre-tando entre ráfagas de caras ensangrentadas y pedazos de cuerpos y carreras de mujeres y de niños por una ladera boliviana o guate-malteca, de golpe la pantalla se llenó de mercurio, y de nada y también de Claudine que entraba silenciosa volcando su sombra en la pantalla antes de inclinarse y besarme en el pelo y preguntar si eran lindas, si estaba contento de las fotos, si se las quería mostrar.

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Corrí el cargador y volví a ponerlo en cero; uno no sabe cómo ni por qué hace las cosas. Cuando ha cruzado un límite que tampoco sabe. Sin mirarla, porque hubiera comprendido o simplemente tenido miedo de esa que debía ser mi cara, sin explicarle nada porque todo era un solo nudo desde la garganta hasta las uñas de los pies, me levanté y despacio la senté en mi sillón y algo debí decir de que iba a buscarle un trago y que mirara, que mirara ella mientras yo iba a buscarle un trago. En el baño creo que vomité, o solamente lloré y, después vomité o no hice nada y solamente estuve sentado en el borde de la bañera dejando pasar el tiempo hasta que pude ir a la cocina y prepararle a Claudine su bebida preferida, llenársela de hielo y entonces sentir el silencio, darme cuenta de que Clau-dine no gritaba ni venía corriendo a preguntarme, el silencio nada más y por momentos el bolero azucarado que se filtraba desde el departamento de al lado. No sé cuánto tardé en recorrer lo que iba de la cocina al salón, ver la parte de atrás de la pantalla justo cuando ella llegaba al final y la pieza se llenaba con el reflejo del mercurio instantáneo, y después la penumbra, Claudine apagando el proyector y echándose atrás en el sillón para tomar el vaso y sonreírme despacito, feliz y grata y tan contenta.

—Qué bonitas te salieron, esa del pescado que se ríe y la madre con los dos niños y las vaquitas en el campo; espera y esa otra del bautismo en la iglesia, decime quién los pintó, no se ven las firmas.

Sentado en el suelo sin mirarla, busqué mi vaso y bebí de un trago. No le iba a decir nada, qué le podía decir ahora, pero, me acuerdo de que pensé vagamente en preguntarle una idiotez, preguntarle si en algún momento no había visto una foto de Napo-león a caballo. Pero no se lo pregunté, claro.

San José, La Habana; abril de 1976

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Nicaragua la nueva

Asaltos y otras bellezas

Aunque, no me falta un poco de imaginación, si alguien me hubiera dicho hace un mes que me tocaría entrar en Nicaragua a bordo del jet que perteneció a Somoza, yo le habría contestado como buen porteño:

“Anda cántale a Gardel”.Bien mirado, sin embargo, hubiera debido tener presente que

hasta ahora mis ingresos en Nicaragua han sido por lo menos insólitos. La vez anterior, tres años atrás, lo hice clandestinamente en una avioneta que salió de Costa Rica llevándonos a Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Oscar Castillo, y yo hasta la frontera donde amigos, seguros nos trasvasaron a jeeps y lanchas para desembarcarnos en Solentiname; pero todo esto ya lo he contado en otra parte, aunque acaso algunos lectores hayan pensado entonces que se trataba de una ficción. Empiezo a creer que tratándose de Nicaragua la frontera entre ficción y realidad no está muy clara en lo que a mí se refiere, porque este segundo viaje, nada clandestino ahora, tuvo también ribetes casi oníricos, o sea que empezó con una pesadilla diurna cuando en pleno centro de Panamá, donde hacíamos tiempo antes de tomar el avión de línea para Managua, mi compañera Carol y yo fuimos asaltados por alguien que dotado de considerable eficacia se perdió en la nada llevándose casi todo lo que teníamos, entre otras cosas nuestros pasaportes.

Perder el pasaporte es siempre temible en nuestros tiempos, sobre todo cuando no se está nada seguro de que las autoridades de nuestros países van a darnos otro y cuando no hay manera de abordar un avión sin papeles, tarjetas, sellos, contrasellos y matase-llos. La pesadilla se volvió resueltamente kafkiana en los cuarteles de la policía, donde un trámite es un trámite y fue preciso exponer en detalle algo que había ocurrido en pocos segundos. En casos así me ocurre situarme en una especie de segundo plano desde el cual me veo a mí mismo con una indiferente objetividad (claro

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que la procesión sigue por dentro) y asisto con todas mis reservas de humor a lo que me está ocurriendo, en este caso que un oficial de policía alce los ojos de la máquina de escribir y me pregunte: “¿Cómo se llama su papá?” (sic) mientras yo pienso que maldito lo que tiene que hacer ahí y en esas circunstancias un señor que se ha muerto hace treinta y cinco años, pero lo mismo hay que explicar que se llamaba Julio, aunque a los efectos del caso lo mismo daría bautizarlo Hilario o Constantino.

La pesadilla kafkiana (que consiste en que todo se estira inter-minablemente y siempre en una dirección inútil y a la vez vaga-mente peligrosa, como si de nuestro interrogatorio, en tanto que víctimas de un asalto pudiera nacer poco a poco una bifurcación que nos fuera transformando en sospechosos y finalmente en culpables de algún gravísimo delito), volvió bruscamente a una realidad harto preferible en esos momentos, con la entrada en escena de un emisario del general Omar Torrijos, quien enterado de nuestra presencia en Panamá nos mandaba buscar y de paso ponía a todos los detectives de la ciudad en persecución del ladrón de pasaportes. Éstos no aparecieron, pero sí largos tragos helados y alcohólicos y necesarios, y una hospitalidad que no olvidaremos, cálida y discreta a la vez, una charla con un hombre cuya fuerza interior se oculta tras una displicente bonhomía. Tímido como soy cuando no conozco bien a mi interlocutor, sentí en Torrijos la misma dificultad para el contacto, que se fue dando poco a poco y final-mente se cumplió con una llaneza, que creo nos colmó plenamente a ambos. Si tuviera que resumir la personalidad de Omar Torrijos creo que evocaría la imagen del leopardo, su suave negligencia bajo la cual se agazapa la fuerza fulminante.

Pero lo irracional velaba todavía, porque cuando la realidad se acumula y se condensa en demasía termina por cambiar de signo y todo es posible en ella como en los sueños o los cuentos fantás-ticos. Preocupado por nuestro destino inmediato, Torrijos nos propuso enviarnos a Managua en su avión privado, y en eso está-bamos cuando uno de sus asistentes llegó con la noticia de que en Nicaragua ya se habían enterado de nuestras dificultades y que

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el comandante Tomás Borge, ministro del interior de la Junta de Gobierno, acababa de ordenar el envío de un avión para llevarnos por la mañana a Managua; he aquí cómo después de vernos privados de toda posibilidad de desplazamiento, dos aviones fuera de serie se ponían al mismo tiempo a nuestra disposición. Torrijos retiró amablemente el suyo y por la mañana nos hizo llevar al aeró-dromo militar, pero lo que sigue merece párrafo aparte.

Un cielo por fin libre

Pequeño, brillante, con dos jóvenes pilotos y una aeromoza que hacía en él su primer vuelo y estaba tan excitada como nosotros: el jet que fuera de Somoza y que se quedó atrás en la fuga nada elegante del tirano y sus esbirros. Su interior: una banqueta lateral para cuatro personas y dos sillones frente a frente con una mesa de por medio, todo forrado con pieles y oliendo a dólares. La culmina-ción simbólica: el retrete, donde hay que buscar con mucha aten-ción el artefacto necesario, porque tanto él como las paredes y el piso desaparecen bajo los capitonados, algo así como la tienda de un sheik árabe en una película de Hollywood.

Volar a Managua en tan inesperado avión iba más allá de lo onírico, y saboreamos cada minuto junto con un par de sandwiches y un café fuerte. Sentado en uno de los sillones traté de imaginar los diálogos que pudieron darse allí: entre el dictador y los suyos, sus ojos de zopilotes mirando por las ventanillas los campos y los cultivos, entendidos como feudo personal, como reino incontestable de la dinastía. Podía imaginar incluso el recibimiento acostum-brado en el aeropuerto, la Guardia formada y los saludos serviles; nosotros en cambio, con la alegre improvisación de las revoluciones jóvenes, aterrizamos frente a un hangar vacío mientras los amigos y los periodistas nos esperaban exactamente en la otra punta del aeródromo. Un auto –perdón un carro– nos juntó en pocos minutos, y yo tuve mi segundo baño de Nicaragua, mi segunda y hermosa inmersión en las aguas de un pueblo inconteniblemente feliz en su liberación y su renacimiento. Radio, televisión, entrevistas

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relámpago, todo entre abrazos y planes y noticias y contradicciones y las primeras visiones de los milicianos en armas, chicos y chicas con metralletas y pistolas y uniformes a veces indescriptibles y siempre invariablemente siempre, la sonrisa de la libertad, quiero decir también la libertad de la sonrisa.

Tomás Borge no solamente nos había enviado un avión, sino que nos recibió en su casa para alojarnos junto a él y su esposa Jose-fina, y por su parte Ernesto Cardenal nos esperaba en el Ministerio de Cultura para ponerme bajo las narices un considerable plan de trabajo (que discutí con la energía necesaria hasta reducirlo a proporciones humanas). Me alegro de que las cosas hayan ocurrido así, pues de la amistosa rivalidad de dos ministros –sin hablar de un tercero, Sergio Ramírez– nació una semana en la que no sola-mente hubo contactos culturales, sino una cercanía inmediata con las masas de trabajadores de la ciudad y del campo. Cambié un par de mesas redondas, por concentraciones populares en las provin-cias (no sin trabajo a veces porque el cariño, y la amistad suelen exigir de uno el don de ubicuidad), y creo que una semana me bastó para abarcar en sus grandes diámetros este enclave de la esperanza que es hoy Nicaragua en América Latina. No soy sistemático en mis recuerdos y sólo podré mostrar algo de lo que supe y lo que vi; otros lo irán haciendo con más profundidad y detalle, porque muchos historiadores, sociólogos y periodistas están trabajando allá sobre el terreno para que la revolución del pueblo nicaragüense sea por fin mejor conocida y reciba un apoyo, y, una solidaridad, que hasta ahora no ha estado a la altura que merece y necesita.

La encrucijada de los niños

Hablé de revolución, es el término que se emplea en Nicaragua para designar el estado de cosas que sigue a las infames décadas somocistas después del triunfo del Frente Sandinista de Libe-ración Nacional. Etimológicamente hablando, ese término sólo es correcto si se lo emplea como una proyección futura, mientras que liberación responde en un todo a la realidad actual del país.

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Razones que todo el mundo conoce llevan a la Junta de Gobierno a proceder con una prudencia que se impugna ya en los sectores más radicalizados, pero que la enorme mayoría del pueblo comprende y apoya. Sólo así ha sido posible hacer tanto en tan poco tiempo; asombra pensar en la transformación que se ha operado en cuatro meses apenas, comprobar las líneas de fuerza que se tienden en todas direcciones para acelerar la reconstrucción total de un país devastado por la rapiña, el terror, el monstruoso ensañamiento de la mal llamada Guardia Nacional en las últimas etapas de la lucha. Un símbolo apenas: cuando entré en un aula de la Universidad (la UCA) para participar en una mesa redonda con asistencia de escri-tores y estudiantes, lo primero que vi fueron pizarras con listas de voluntarios para la campaña de alfabetización que comenzará en marzo de 1980. Reunidos con profesores, los estudiantes discutían los planes, los contingentes, la distribución de esfuerzos. Un censo lo más completo posible, dadas las circunstancias, revela el estado de total abandono cultural en que se encontraban los niños y los jóvenes bajo el somocismo; ahora cada vez que asistí a una concen-tración popular en la que se aludía a alfabetización, vi claramente el apoyo que esta campaña tendrá en todas partes. En vísperas de nuestra partida llegó a Managua un primer contingente de cien maestros cubanos, que tanto saben de alfabetización; su tarea será la de orientar a sus colegas nicaragüenses, y sobre todo a los estu-diantes de universidades y liceos que van a convertirse en alfabe-tizadores. Y no es inútil señalar que en este momento en la “Isla de la Juventud” de Cuba, mil niños nicaragüenses estudian a la par de los cubanos; trescientos de entre ellos combatieron en las filas del Frente Sandinista. En este último caso, los miembros de la Junta tienen clara conciencia del problema que representa la readapta-ción de muchos niños y jóvenes a su condición natural de menores de edad y de estudiantes; basta asomarse a la calle y ver las caras lampiñas de muchachitos uniformados y armados que cumplen sus tareas de milicianos con la evidente conciencia de ejercer un derecho bien ganado. Muchachas apenas núbiles montan guardia con pesadas metralletas al hombro; más de una vez nos mostraron,

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entre los más jóvenes, a guerrilleros y guerrilleras que se habían batido denodadamente contra la Guardia Nacional. Una tarde fuimos a orillas del mar con Sergio Ramírez y Tomás Borge; un niño de apenas quince años, cuyo nombre se me escapa, fue recibido calurosamente y se sumó a nuestra rueda. Guerrillero de extraordi-naria puntería y audacia, había acabado con treinta hombres de la Guardia Nacional; ahora chupaba su helado y respondía sonriente a las preguntas que le hacían Tomás y Sergio. No era fácil imagi-narlo de vuelta en una escuela, y sé que su caso se multiplica en todo el país. Por un lado, una enorme cantidad de analfabetos; por otro, una generación a caballo entre la niñez y la juventud que ha vivido el drama de los adultos, y que hoy, en condiciones por fin normales, tendrá no pocas dificultades para reajustarse a esa normalidad.

Por todo eso, los niños

El compañero David se encarga de nuestra seguridad; y, esto que podría parecer una exageración responde, sin embargo, al estado de cosas en el país. La casi increíble clemencia de los sandi-nistas al término de la lucha, la decisión de la Junta de no enviar al paredón a tantos guardias nacionales que habían cometido los peores crímenes hasta último momento ha sido positiva en la medida en que el pueblo la ha aprobado en su conjunto prefiriendo orientarte inmediatamente hacia el futuro en vez de ajustar las turbias cuentas del pasado. Pero la contrapartida está en grupos de emboscados que aquí y allá aprovechan de la noche para intranqui-lizar los ánimos y crear alertas que pueden perturbar los sectores de la población menos comprometida en la lucha armada por la liberación. Al alba de nuestro tercer día en Managua oímos un tiroteo sostenido en la zona donde habita el comandante Borge, y aunque por la mañana se nos dijo que había sido mero producto de una borrachera entre gente armada que tiraba a las estrellas para divertirse, sentimos que no había sido así porque el tiroteo se daba desde diferentes direcciones y convergía lentamente hacia la casa de Borge. Pasará probablemente un tiempo antes de que la capital y

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el resto del país queden libres de los francotiradores que alimentan la insensata esperanza de modificar una realidad más que definida y que cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría. De todos modos, los extranjeros son especialmente escoltados, y asombra verificar a cada paso la disciplina de los jóvenes milicianos que no aceptan siquiera que uno de sus compañeros entre en ciertos sectores llevando sus armas, y sólo le dan paso después de verificar su iden-tidad y sus propósitos. Uno se acostumbra de tal manera a andar entre pistolas y metralletas que, de regreso a Caracas, nos parecía extraño no ver armas en el aeropuerto y en las calles, o viajar en auto sin tener parte de una enorme metralleta sobre los muslos o apoyada en una ventanilla.

El compañero David, hombre culto y fino a quien también le interesaba más hablar del futuro, que del pasado (sólo una vez, en una visita a León donde él había combatido, nos relató alguna acción de guerra) no parece haber terminado de asombrarse de lo que ocurre hoy en su país. Casi al igual que nosotros, el espec-táculo de las calles, las escuelas y los comercios le produce una alegría que nos conmueve. Los niños, sobre todo, esa riente y abiga-rrada presencia en todas partes, sus voces y sus juegos allí donde hace apenas cuatro meses la muerte rondaba vestida de Guardia Nacional.

—Nadie los dejaba salir a la calle –nos cuenta David–, porque muchas veces los mataban por matarlos, por sembrar el terror en un barrio. Sabían que muchos de ellos eran capaces de luchar al igual que los hombres, y les tenían odio y miedo. Si un niño se trepaba a un árbol para coger un fruto o mirar a lo lejos, era frecuente que un guardia se divirtiera baleándolo desde lejos para verlo caer. Y miren ahora...

Hay tanto para mirar, Managua y las ciudades del interior hormiguean de niños y, de muchachos. En las concentraciones populares se los ve treparse a esos mismos árboles que antes les hubieran costado la vida, y por encima de la multitud que llena la plaza asoman como monitos o flores tropicales entre las copas y las ramas. A la salida de los liceos, racimos de chicas y chicos hacen

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señas a los camiones y los carros que se detienen a levantarlos y a acercarlos a sus domicilios. Los más pobres han vuelto a sus oficios, lustrabotas y vendedores de periódicos en las esquinas; los hay que piden una moneda a la entrada de los restaurantes. Ignoro la polí-tica de la Junta en materia de natalidad; sé solamente que harán falta muchas más escuelas, comedores y dispensarios, muchos manuales escolares, muchas vacunas (se prepara ya la vacuna general contra la polio, que costará harto más de lo que puede pagar el Estado en estos momentos). Inevitablemente mi memoria vuelve casi veinte años atrás y me veo en mis primeros viajes a Cuba, ese gran ejemplo inicial de revolución latinoamericana, veo las mismas cosas, la alfabetización como un huracán de risas y pizarras cubriendo la isla, veo nacer las escuelas como hongos, los centros sanitarios,: los parques de juegos. Oigo a Fidel hablando de los niños como ahora acabo de oír a Ernesto Cardenal, al ministro de la Salud, al comandante Borge, a todos los que miran hacia adelante, y saben que siempre, en algún lugar de la visión hay un niño que espera y que confía.

Los que muestran el camino

El poeta Cardenal (casi todo el mundo le dice “padre”) no ha renunciado a su sempiterna boina y a su camisa blanca; el mismo que secretamente me desembarcó una noche en su comunidad de Solentiname me recibe ahora en su despacho del Ministerio de Cultura donde la gente entra y sale y discute y se concierta o se desconcierta según el momento, donde hay libros y carpetas por todos lados, colaboradores que luchan con los teléfonos y por supuesto con planes, encuentros, conferencias, mesas redondas, proyectos de ediciones y muy poco dinero para hacer todo eso. El despacho de Sergio Ramírez es más austero y vacío, empe-zando porque Sergio no está demasiado en él, puesto que viaja a todos lados para anunciar nuevas medidas, consultar a la pobla-ción, juramentar a los integrantes regionales de la Junta (en Siuna asumieron esa función tres mujeres en una población de mineros,

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lo que me pareció de buen signo en un país donde al igual que en toda América Latina el machismo pretende tener siempre la última palabra). No conocí el despacho de Tomás Borge, uno de los jefes máximos de la lucha armada y ministro del Interior, pero como estábamos alojados en su casa tuve por momentos la impresión de que Tomás manejaba desde allí su Ministerio, cosa posiblemente equivocada pero no del todo. Yo conocía desde hace años a Cardenal y a Sergio Ramírez, pero entablar ahora una relación y una amistad con Tomás Borge fue una de las más altas recompensas que me dio este primer viaje a Nicaragua, a la que por lo demás volveré muy pronto, puesto que si los elefantes son contagiosos, como decían los surrealistas, en mi caso Cuba y Nicaragua lo son muchísimo más y ya no habrá vacuna que me cure ni falta que me hace. Conocer a Borge como jefe y como hombre fue una de esas experiencias que jamás alcanzarán a entrar en la palabra escrita; el silencio, la simple alusión son preferibles, pero quiero decir aquí cómo encontré en él esa difícil alianza de la sensibilidad poética con el duro oficio de llevar a un pueblo hacia su auténtico destino, esa voluntad de hierro tendiendo una mano que aprieta sin lastimar. Conocía ya su libro de recuerdos sobre Carlos Fonseca, fundador con otros héroes del Frente Sandinista de Liberación Nacional, base germinal del movimiento que acabó con la tiranía somocista; en ese breve texto escrito en la cárcel, Tomás revelaba su propia personalidad sin ponerse jamás en primer plano, limitándose a aludir a esas páginas como “poseídas por el dios de la furia y el demonio de la ternura”. Nadie como él hubiera podido describir con tan pocas palabras la admirable personalidad de Carlos Fonseca, y a la vez describirse a sí mismo sin saberlo, retratándose a contraluz a través de un estilo donde el pudor elimina toda retórica, donde todo está dicho casi sin decirlo (y yo, que me obstino en reclamar de los revolucionarios una palabra y una escritura verdaderamente revolucionarias en vez de los clisés que seguimos escuchando en tantos discursos y libros, tengo el derecho de afirmar aquí que ese texto de Tomás Borge es un claro y raro ejemplo de ese estilo). Hosco, tierno amigo, ya para siempre, sé que en algún momento en que yo no podía escucharte,

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le dijiste a Carol: “Cuida de Julio, cuídalo mucho”. Claro que ella me cuidará, pero eres tú quien debe cuidarse, Tomás, porque tu pueblo te necesita como necesita a todos tus compañeros. No te diré más, no es necesario entre nosotros ahora. Vives con Nicaragua y tu pueblo es hoy el pueblo más vivo del mundo, el más hermoso y el más libre.

¿Dónde está la solidaridad con Nicaragua?

La palabra “solidaridad” asoma a veces a los labios de los diri-gentes de la Junta, acompañada casi siempre por una sonrisa entre irónica y desencantada. Es tiempo de decirlo bien claro: la solida-ridad internacional no se ha lucido hasta ahora en lo que toca a Nicaragua. Todo el mundo está ya al tanto de lo que ha costado la guerra de liberación, una guerra en la que los somocistas no vaci-laron en bombardear salvajemente las ciudades más importantes del país destruyendo por el solo placer fascista de destruir. Nadie ignora ya que la guerra significó el abandono de los cultivos, una pérdida considerable de ganado, una paralización de las pequeñas industrias y manufacturas, un empeoramiento aún mayor de las pésimas condiciones en que vivía el país bajo las guerras de Somoza. ¿No justifica todo esto el envío inmediato de abastecimientos de equipos, de asistencia técnica, de medicinas, de libros, por parte de tantos países que muchas veces han reaccionado frente a situa-ciones comparativamente menos graves? Los nicaragüenses no piden nada, tienen el silencioso orgullo de los que han ganado solos su batalla y están dispuestos a seguir librándola igualmente solos, pero los extranjeros que visitan el país y comprueban de inmediato sus inmensas necesidades están en el deber de pedir por ellos, de ser portavoces espontáneos de un pueblo que en los próximos meses se verá frente a una dramática escasez de productos alimen-ticios (leche para los niños, entre tantas otras cosas) que la escasez de divisas no permitirá remediar. Ayudar hoy a Nicaragua es ayudar a la causa de la libertad y la justicia en América Latina. ¿Será por eso que esa ayuda es tan escasa, oh seudodemocracias de este mundo del norte y del oeste?

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Apenas liberado el país, esa diminuta isla del Caribe que se llama Grenada y que tiene una de las poblaciones más pobres del mundo, reunió cinco mil dólares para Nicaragua. Proporcional-mente, esa mínima cantidad representó una solidaridad mayor que la de los Estados Unidos, y eso los nicaragüenses no lo olvidarán nunca. Alguien me contó que un avión chileno trajo una contri-bución consistente en dos cajas con latas de leche, una con medi-cinas, y setenta colchones; a lo mejor es una calumnia, puesto que el general Pinochet es, según él, un hombre calumniado; yo me limito a repetir la información, y pienso al mismo tiempo en el equipo de doscientos médicos cubanos que trabaja en este momento en todo el país (ya aludí antes a un contingente de cien maestros alfabetiza-dores). Que yo sepa a Cuba no le sobran médicos, muy al contrario; pero es que la verdadera solidaridad no es una cuestión de surplus sino de hermandad y, como ocurre casi siempre, los países pobres son los mejores hermanos de otros países pobres en dificultades.

Paradójicamente, y aunque no tengo datos numéricos la solida-ridad con Nicaragua fue mucho mayor en ocasión del terrible terre-moto que destruyó Managua en el año 1972.

Ya nadie ignora que en aquella oportunidad, Somoza y sus inte-ligentes colaboradores se quedaron con la mayoría de los socorros destinados a la población, razón por la cual Managua siguió y sigue siendo una ciudad casi en ruinas. Es tristemente irónico pensar que ahora se retacea o se rehúsa una solidaridad cuyo producto iría limpiamente a manos de todo un pueblo empeñado en la recons-trucción de su economía y en la salud y la educación de sus niños. Pero no seamos totalmente pesimistas al terminar estas impre-siones tan llenas de luz y de esperanza; a lo mejor entre mis lectores internacionales hay algún ministro de economía, de agricultura de sanidad, o el presidente de una fundación o de un consorcio bancario, capaces de comprender esta dura realidad y de organizar planes de acción. Los nicaragüenses no les pedirán nada, pero no pueden impedirme que yo lo haga por ellos, y que lo haga por admi-ración y por amor frente a su coraje; ya la lección histórica que están dando a nuestra amarga, sufriente América Latina.

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El pueblo de Nicaragua, maestro de sí mismo

Muy pocos meses después de su liberación, Nicaragua se lanza a una campaña general de alfabetización que durante un plazo todavía imprevisible convertirá la totalidad del país en una gigan-tesca escuela en la que de alguna manera la mitad de la población enseñará a leer y a escribir a la otra mitad.

Sólo una vez se había asistido en América Latina a una movi-lización tan dramática y tan emocionante en procura de una auténtica toma de conciencia; así, poco después del triunfo de la revolución en 1959, el pueblo de Cuba había sido, a la vez teatro y actor de un titánico esfuerzo destinado a arrancarlo del atraso y de la ignorancia, con resultados que Nicaragua se propone repetir y, si es posible superar. Dos pequeños países latinoamericanos mues-tran así un camino que un día deberán seguir muchos otros, en un continente en el que el analfabetismo es no solamente una rémora en el progreso y el desarrollo de las naciones, sino un aplastante factor negativo en esa búsqueda de raíces auténticas, de identidad profunda que de diversas y confusas maneras se percibe en el convulso panorama latinoamericano de estas últimas décadas.

Curiosa e irónicamente, los movimientos de independencia de nuestros países nacieron bajo ideales de educación y de cultura popular que sus gestores y héroes habían heredado de la Revo-lución Francesa y que bajo el sello del romanticismo habrían de manifestarse en proclamas, constituciones, y actos de gobierno. Las nociones de “educar al soberano”, la conciencia de que sólo un hombre capaz de leer y escribir podía llegar a ser un buen ciuda-dano, fueron moneda corriente en el siglo XIX. Pero casi de inme-diato las guerras civiles, el surgimiento de los caudillismos, y su secuela de dictaduras y tiranías cada vez más preponderantes, disi-paron ilusiones y propósitos que sólo muy lentamente y en condi-ciones más favorables hubieran podido concretarse.

La inmensidad geográfica, las diferencias étnicas y las injeren-cias extranjeras paralelas o cómplices de regímenes despóticos se sumaron para aislar y alienar a nuestros pueblos, y para preferir

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masas sometidas o ingenuas en vez de ciudadanos capaces de cultura, de reflexión y de crítica. El caso de Nicaragua es un ejemplo extremo de cómo cuarenta años de opresión y explotación se traducen en una tasa de analfabetismo que se ha llegado a calcular en más del sesenta por ciento.

La victoria del pueblo nicaragüense el 19 de julio de 1979 se manifestó de inmediato por una voluntad de reconstrucción que iba mucho más allá del sentido material de la palabra. Cuando la Junta de Gobierno emplea ese término para autodefinirse, lo hace sabiendo que es plenamente comprendido por quienes sienten en carne propia las enormes desventajas de la ignorancia; no por nada en esa Junta hay poetas e intelectuales como Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Tomás Borge, para quienes reconstruir signi-fica levantar no sólo al país de sus ruinas todavía humeantes, sino colocar a niños y adultos en un nivel de plena participación cons-ciente y crítica en esa tarea.

Basta hablar con cualquiera de ellos para sentir que su noción de reconstrucción se basa fundamentalmente en un concepto del hombre nicaragüense que lo incluye por un lado como trabajador activo en esa reconstrucción, pero a la vez como alguien dotado de la capacidad de comprender lo que está haciendo, por qué hay que hacerlo y cómo debe hacerlo. A la noción aplastantemente pasiva de pueblo tal como siempre lo entendió y lo quiso el régimen de los Somoza, sucede una noción dinámica de participación y de consulta, y esto no es imaginable sin un mínimo de preparación intelectual que rebase los conocimientos atávicos y tradicionales, los utilice cuando los juzga positivos o los deje definitivamente atrás cuando son un factor de retraso o de estancamiento.

Conocidos estos criterios, puede comprenderse mejor el apasio-nado interés con que Nicaragua ha preparado y puesto en marcha su campaña de alfabetización. Carente de los medios más elemen-tales, desde lápices hasta materiales pedagógicos, el país entero entendió que la organización de la campaña debía adelantarse a la eventual ayuda solidaria que pudiera llegarle de países amigos, y en ese sentido es justo señalar que el llamamiento formulado por

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la Unesco responde plena y calurosamente a esa decisión popular frente a la cual no es posible permanecer indiferente o cauteloso. A diferencia de lo ocurrido en Cuba en los años sesenta, cuando la Unesco esperó el desarrollo de la campaña de alfabetización para verificar sus resultados y exponerlos elogiosamente, ahora la vemos adelantarse sin vacilar para pedir una ayuda mundial, demostrando así su plena confianza en que otro pueblo latinoamericano será también capaz de arrancarse por sí mismo a la ignorancia.

Los informes oficiales estiman que el bárbaro genocidio perpe-trado por los somocistas y que incluyó el bombardeo indiscrimi-nado de centros urbanos y rurales, representa para Nicaragua una destrucción de edificios escolares, mobiliarios, equipos y materiales educativos estimada en más de cien millones de córdobas (cerca de diez millones de dólares). Esta destrucción, paralela a la espantosa suma de 30.000 muertos y cerca de 100.000 heridos, permite medir de lleno las dificultades que se enfrentarán en esta nueva batalla, la batalla por la educación popular. Los problemas son múltiples: falta de materiales de trabajo, medios de transporte y créditos, difi-cultades de comunicación con las zonas del interior, especialmente, la Costa Atlántica, y necesidad de llevar la alfabetización a las regiones donde predominan pobladores indios (misquitos, sumos, etcétera). ¿Cómo se va a hacer frente a todo esto?

La respuesta es muy realista; todo aquel que sepa leer y escribir puede incorporarse a la campaña como alfabetizador. Los niños que estudian en los liceos constituirán el contingente mayor puesto que todavía no trabajan y pueden dedicarse por entero a esa tarea. Brigadistas cuya edad mínima es de trece años serán destinados a las diversas zonas urbanas y rurales del país, encuadrados por asesores de mayor experiencia y por toda la logística necesaria; vivirán en campos y selvas, en fábricas y aldeas en sierras y puertos, compartiendo la vida y las ocupaciones de sus alumnos adultos en su mayor parte. Todo el país será una sola escuela; y los métodos y técnicas se irán determinando en el curso de la tarea. Los pobla-dores indios deberán ser alfabetizados tanto en su lengua como en español, puesto que constituyen comunidades con culturas propias

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profundamente arraigadas. En la Costa Atlántica se habla además el inglés: otro problema a enfrentar.

Si la alfabetización de los adultos es imprescindible, basta visitar las ciudades y el interior del país para darse cuenta de que tanto el gobierno como el pueblo de Nicaragua ponen su máxima atención y preocupación en la infancia. Los niños han entrado en una vida por completo diferente después de la liberación del país, y a ellos les tocará la responsabilidad de llevarlo adelante dentro de muy pocos años. El hecho de que sean ellos quienes constituyen el grueso del ejército de alfabetizadores no hace más que acentuar este doble aspecto que da a la campaña un tono característico e inconfundible. Las familias nicaragüenses no han cesado todavía de maravillarse del cambio de vida que se respira en la calle, en las plazas, en cualquier lugar público. Si para ellas significa la libertad y la seguridad, el símbolo más hermoso y emocionante de esa conquista lo dan los niños con su presencia bulliciosa, sus juegos, y sus cantos.

En mis primeros recorridos por Managua, me asombró que mis acompañantes, jóvenes soldados sandinistas, se entusiasmaran cada vez que veían grupos de niños en las calles. Terminaron por explicarme que bajo el régimen de Somoza no se veían niños fuera de sus casas, porque los guardias sospechaban de ellos o simple-mente los odiaban por despecho o crueldad. Sabían que muchos niños y adolescentes cumplían misiones de enlace, que incluso los había capaces de participar en acciones militares, y con frecuencia los apresaban o mataban para aterrorizar a la población. “La sola aparición de alguien uniformado hacía huir a los niños como gorriones”, me dijo uno de mis acompañantes. Hasta les habían prohibido jugar al fútbol en los terrenos baldíos, porque sospe-chaban que era una forma de entrenarse disimuladamente. Hoy, cuando los niños ven a los soldados, el uniforme es para ellos una garantía de protección y de amistad, y muchas veces nos vimos rodeados por grupos infantiles que, como es lógico, se intere-saban sobremanera por las metralletas o las pistolas de los jóvenes soldados.

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Al mismo tiempo, la participación de los niños y adolescentes en la alfabetización plantea problemas de no fácil solución. Para empezar, muchos de ellos pueden correr riesgos en zonas alejadas de los centros urbanos, pues los somocistas refugiados en países vecinos o escondidos en el país no han ocultado sus intenciones de venganza y de revancha; también en Cuba algunos niños alfabeti-zadores perecieron a manos de los bandidos contrarrevoluciona-rios que operaban en la sierra del Escambray. Frente a eso, la Junta ha decidido que sólo los niños debidamente autorizados por sus padres podrán partir a destinos lejanos, que por supuesto es el que la mayoría de ellos prefiere. Pude seguir en Managua las alterna-tivas de esta situación que puede llegar a ser dramática, pues hay padres que se niegan a firmar la autorización, creando entre sus hijos y sus condiscípulos autorizados una situación muchas veces penosa. La reacción frente a esto podría parecer sorpresiva a quien no haya vivido junto al pueblo nicaragüense después de la victoria; los niños que formarán las brigadas alfabetizadoras no solamente se han mostrado solidarios con sus compañeros no autorizados, sino que muchas veces han formado comisiones para visitar a los padres, explicarles su punto de vista y pedirles que reconsideren su actitud y den la autorización que sus hijos desean. Nada parece haber de compulsivo en esto, y es ya claro que la inmensa mayoría de los alumnos de los liceos partirán en marzo para cumplir junto a maestros y universitarios una tarea que los exalta y los enorgu-llece: Cada uno de ellos llevará consigo una cartilla de alfabetiza-ción preparada en Nicaragua e impresa en Costa Rica; pobre bagaje frente a la inexperiencia, los azares geográficos, los riesgos climá-ticos, las enfermedades endémicas, las carencias alimenticias y la dureza de la vida en regiones muchas veces inhóspitas.

Pienso que esto puede ayudar a comprender mejor el cálido llamamiento de la Unesco a una solidaridad mundial para la campaña nicaragüense de alfabetización. La organización cifra esa ayuda en veinte millones de dólares. Frente a tantos presupuestos bélicos y tantos dividendos comerciales, la suma citada resulta modesta; sin embargo, bastaría para que un pueblo de menos de

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tres millones de personas saliera definitivamente del atraso en que lo mantuvo un régimen que huyó del país llevándose mucho más que eso en los bolsillos.

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Bocetos de Nicaragua

Escribo estas líneas para los que sólo conocen Nicaragua a través de la prensa; simples bosquejos deseo de agregar a esa infor-mación, algo que la acerque un poco más al aire que se respira en el país, a lo que la gente dice y hace en su vida cotidiana. Bocetos más que fotografías: un poco como querer darle mis ojos al lector para que también eche a andar por sus calles y caminos, y asista lo más directamente posible a algo de lo que allí está ocurriendo.

Por trivial que parezca (los observadores no siempre comentan estas cosas, preocupados por los problemas de fondo) me bastó un primer paseo por Managua para descubrir algo que me parece un claro símbolo de lo mucho que se ha avanzado en el país desde mi viaje anterior hace dos años. En aquella ocasión había reco-rrido lo que llaman los barrios “orientales” (o sea los situados al este de la ciudad); acaso los más pobres de esa capital tan pobre, y lo había hecho a pie porque los autobuses y los taxis no podían entrar sin empantanarse en calles que no eran más que lodazales. Ahora, cuando me di cuenta, nuestro auto recorría los barrios en todas direcciones, mientras el compañero que lo manejaba me iba mostrando las nuevas terminales de autobuses, las plazas y las calles con su pavimento flamante.

—Esto se hizo muy rápido –me explicó–, y ahora todo el mundo entra y sale sin problemas.

—Pero son muchos kilómetros empedrados –le dije sorpren-dido.

—Sí, pero aquí la gente del barrio se movilizó, y todo el mundo le dio a las palas.

Donde antes había pantanos con cerdos hozando entre las inmun-dicias, ahora pasaban autobuses llenos de escolares y empleados. Me acordé de haber visto casas, y aceras tan sucias y abandonadas como el resto, mientras que ahora me costaba reconocerlas, tan grande fue el esfuerzo cumplido por sus ocupantes para tenerlas limpias y pintadas, con tinajas de flores en las aceras que crean una sensación de comunidad y de alegría.

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“Todo eso lo hizo la gente”, repitió mi acompañante, como si para él fuera lo más natural del mundo.

Dos horas después escuchamos por radio que bandas somo-cistas acababan de volar una represa y varios puentes; el día termi-naba así con un balance más que simbólico de la dura realidad nicaragüense.

Sí, muchas cosas han pasado en los dos últimos años, y las dife-rencias son claramente perceptibles. Nadie ha perdido el tiempo en Nicaragua; para bien y para mal. Como antes y después de la victoria sobre la tiranía de Somoza, el pueblo que la logró al precio de tantos años y tantas vidas sigue respondiendo mayoritariamente a las directivas de su Junta de Gobierno, y de los resultados positivos se hablará en seguida, porque son de una evidencia deslumbrante. Pero como nadie ha perdido el tiempo, también los enemigos, abiertos o potenciales de la nueva Nicaragua, siguen buscando por todos los medios devolverla a su condición anterior. Claramente se advierten las dos maneras de intentar esto. Por un lado se enar-bolan los principios abstractos de un liberalismo democrático que no es ni una cosa ni la otra, puesto que sólo busca recuperar los privilegios de los terratenientes o de las grandes empresas comer-ciales e industriales; por otra parte, en la frontera de Honduras y en los Estados Unidos se agrupan los exguardias de Somoza, ávidos de reconquistar a sangre y fuego, la tierra perdida y vengarse de quienes los expulsaron. Todas las ocasiones son buenas para violar las fronteras, cometer actos de sabotaje y de pillaje, y asesinar campesinos y milicianos, al punto que mientras escribo esto oigo por la radio que el gobierno nicaragüense ha decidido retirar a su embajador en Honduras, pues comprende que toda protesta por vía diplomática es inútil.

La amenaza permanente de una invasión obliga a distraer cada vez más recursos, ya de por sí precarios en un pequeño país subde-sarrollado, a fin de reforzar la defensa. Basta pensar que las milicias son el pueblo armado y entrenado, lo que significa una obligada disminución de la fuerza de trabajo precisamente en momentos en que Nicaragua empezaba a mostrar su plena recuperación después

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del difícil período que siguió al triunfo sandinista. Créditos del exiguo presupuesto que en condiciones normales hubieran sido destinados a la agricultura, al mejoramiento de la vivienda y al del nivel de vida y de educación, se ven hoy reducidos por las nece-sidades de la defensa. La gente trabaja con el fusil al alcance de la mano, y si ésta es una situación que viene desde hace mucho, cuando el enemigo era el propio gobierno, el derecho a la libertad y a la paz se sigue pagando con una dura cuota de tiempo y de vigi-lancia en un estado de quién vive permanente.

Si usted va un día a Managua, no deje de visitar el museo de las fuerzas armadas. No es un museo militar, aunque allí todo habla de lucha, sino la crónica gráfica de la larga gesta de un pueblo que, privado de libertad por sus enemigos internos y externos, sólo llega a la victoria después de indescriptibles sufrimientos. Esto no es nuevo en la historia de las naciones, y prácticamente cada país del mundo tiene su museo histórico donde se retrasan las etapas de sus combates. Pero el de Nicaragua difiere de los otros en su espíritu y en su mensaje puesto que, como en tantas otras cosas, revela una mentalidad y una sensibilidad que hasta hoy no he encontrado en otra parte.

Desde los primeros atropellos cometidos por los norteameri-canos a fines del siglo pasado, hasta el interminable recurso de la tiranía de los Somoza padre e hijo (el nieto, refugiado en Honduras, sueña con la venganza y prepara a sus mercenarios con el apoyo de los Estados Unidos), el museo muestra el lento, penoso y a veces increíble avance de un pueblo casi desarmado frente a un enemigo tan poderoso como implacable. La figura de Augusto César Sandino domina por derecho propio la escena, pero los organizadores del museo han evitado todo sentimentalismo fácil, toda propaganda demagógica; una vez más se comprueba la dignidad, la serenidad, la confianza en un pueblo que sabe dónde está la verdad y no necesita que se la repitan a base de retumbantes consignas patrióticas. Las salas del modesto museo se suceden como los distintos momentos de una buena y clara lección de historia, documentos, mapas, fotos, pertrechos militares. Cuando se llega al período final cualquiera

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esperaría encontrar las pruebas de lo que el pueblo nicaragüense conoció desde el horror y la sangre: los asesinatos, las torturas, los pillajes cometidos por la Guardia de Somoza. Pues bien, no hay nada, los rostros de los patriotas muertos en combate o masacrados en las cárceles nos miran serenamente desde fotos de familia, grupos de amigos, instantáneas tomadas en los campamentos de la montaña o de la selva.

Incluso el humor está presente: uno de los uniformes de Somoza cubierto con todas las condecoraciones que dejó abandonadas, y que lo cubren desde el cuello hasta los pies. Una larga pared exhibe las armas de los combatientes revolucionarios; viejos fusiles que ya usaban los soldados de Sandino, otros fabricados de manera arte-sanal, armas casi inofensivas cuando se piensa en los tanques y las ametralladoras del enemigo... Y hablando de tanques, otro rasgo de humor es el que Benito Mussolini le regaló a Somoza padre, y que provoca la risa por sus exiguas dimensiones. Me imaginé teniendo que tripularlo, y pedí que me fotografiaran a su lado para guardar uno de los recuerdos más cómicos de mi vida.

Fui esta vez a Managua para tomar parte en las deliberaciones del Comité de Intelectuales nacido del encuentro internacional, celebrado en La Habana a fines de 1981. Sabía que una de nues-tras tareas más urgentes y necesarias era la de plantear en Nica-ragua lo que ya se había discutido en Cuba: el establecimiento de relaciones y contactos positivos con los sectores intelectuales y populares estadounidenses que cada vez abren más los ojos frente a los atropellos y las arbitrariedades imperialistas del gobierno de Ronald Reagan. En el avión había tenido tiempo de preguntarme cómo sería recibida en Nicaragua una actitud que a muchos podría parecerles a contracorriente del justificado antagonismo que los Estados Unidos provocan en América Central, especialmente en la tierra que Sandino defendió tanto tiempo contra los ataques y la prepotencia de quienes siguen considerando a esos países como su traspatio.

Pero era juzgar mal la clara distinción que incluso los nicara-güenses más simples establecen entre los gobiernos y el pueblo de

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los Estados Unidos, y me bastó participar en el acto inaugural de las sesiones del comité para darme cuenta de que estábamos en el terreno más favorable para llevar adelante nuestra acción. Después del discurso de Armando Hart, ministro de cultura de Cuba, que se refirió sin rodeos a la urgencia de llevar nuestro mensaje al seno de los intelectuales y los ciudadanos honestos de los Estados Unidos, las palabras de Sergio Ramírez en nombre de la Junta nicaragüense de gobierno confirmaron en un todo esa voluntad de abrir un diálogo no sólo posible sino necesario.

Cuando más tarde traté de pulsar las reacciones en los niveles populares, no advertí ninguna oposición basada en odios atávicos, harto justificables históricamente. Con la sensibilidad que le es propia, el nicaragüense sabe que en el pueblo norteamericano hay muchos que comprenden tanto la gesta sandinista como la lucha de liberación del pueblo salvadoreño, y que cada día hacen sentir más su oposición a la política de Reagan en el área centroamericana.

Como integrantes del comité, esto nos alienta en nuestro próximo paso, que será la reunión en México, en septiembre, de una gran cantidad de intelectuales y artistas de los Estados Unidos con sus homólogos latinoamericanos. Pero si en París o México esto podría parecer relativamente normal, que también lo sea en un país que diariamente sufre las amenazas y las presiones de Washington tiene algo no solamente de extraordinario sino de admirable. Espe-cialmente cuando se sabe que los nicaragüenses están preparados para luchar hasta la muerte contra cualquier tentativa de llevar a ejecución las bravuconadas de Reagan, Haig y el resto de sus asesores.

Entre dos sesiones del comité me fui de nuevo a la calle en busca de esa realidad cotidiana sin cuyo respaldo los mejores discursos son letra muerta. Pronto lo supe: en estos dos años Nica-ragua ha mejorado considerablemente la variedad, la distribución y el costo de los artículos vitales de consumo. Los mercados callejeros están siendo sustituidos por centros donde vendedores y clientes se encuentran en un clima espacioso y limpio, en edificios bella-mente concebidos. Como en tantos lugares de reunión popular, la

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atmósfera es alegre y comunicativa, se habla y se bromea por cual-quier cosa. En cambio, en los centros menos populares donde el comercio mantiene sus boutiques más pretenciosas o adineradas, el clima es menos cordial; se siente ahí la oposición de quienes siguen pensando, con criterios individualistas, los mismos criterios que llenan las costumbres del periódico La Prensa, que diariamente se sirve de su libertad de expresión para quejarse de cualquier restric-ción que vulnere los intereses de los propietarios y los comerciantes empeñados en mantener sus antiguos privilegios.

Así, leyendo artículos de La Prensa, donde todo lo que no es “democrático” con arreglo a su terminología, se vuelve automáti-camente “marxista”, no se puede menos que admirar la decisión de los dirigentes de no impedir que la oposición interna se manifieste públicamente. Si el estado de urgencia decretado por la amenaza de una invasión inminente gravitara obligadamente en este uso abusivo de la libertad de prensa (de La Prensa), nadie podría atri-buir esto a una voluntad autoritaria de acallar la crítica. Para mí, en todo caso, lo que sigue dando el auténtico pulso de la realidad y la verdad está en la calle más que en los periódicos; allí se ve y se siente la respuesta popular al egoísmo de una minoría empecinada en salvar las sobras del antiguo festín, y su símbolo más directo es el de los alegres y bellos mercados frente a los restos de una menta-lidad que todavía asoma desde tantas residencias, tantos automó-viles, tantos restaurantes, tantas boutiques.

El lector habrá leído comentarios sobre la situación de los indios misquitos, esa considerable minoría que habita en la zona atlántica de Nicaragua, separada por la tradición, el idioma y la historia de la zona pacífica donde se gestó y se realizó la liberación del país. El general Alexander Haig se cubrió de ridículo hace pocos meses dando a conocer una foto en la que figuraba la cremación de una pila de cadáveres, y atribuyéndola a milicianos sandinistas en tren de hacer desaparecer los cuerpos de los misquitos que habrían asesinado. Nada menos que Le Fígaro de París publicó esa foto, rápidamente desmentida no sólo por la presentación de pruebas sino por el propio Haig. Pero a falta de mentiras truculentas, se

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insiste ahora en que el gobierno ha concentrado a los misquitos en barracones para controlarlos, pues se duda de su lealtad revolucio-naria.

Si usted va un día a Managua, dése un salto hasta la otra costa abierta por fin a las comunicaciones gracias a una carretera que ha sido una proeza de trabajo y de rapidez. Allí comprobará que esos indios no tienen plumas, son como usted o yo, solamente que hablan su lengua, conservan sus tradiciones, y que el olvido en que los mantuvo el régimen de Somoza los ha distanciado obliga-damente de la historia, a la cual empiezan a incorporarse gracias al contacto permanente que mantienen desde hace poco con los dirigentes sandinistas y el pueblo de la zona del Pacífico. Su obli-gada concentración se debió al hecho de que habitan en la zona fronteriza con Honduras, a merced de las bandas somocistas y de la propaganda tendenciosa que se puede imaginar. El gobierno les está dando casas y tierras en una zona segura, de manera que puedan mantener su estilo de vida y sus costumbres, incluso su religión que, paradójicamente, es el protestantismo inculcado por misioneros moravos que guardan todo su prestigio. Para la Junta de Gobierno el problema de los misquitos ha sido acaso el más deli-cado y el más duro que han enfrentado en una tarea que casi no comporta más que problemas.2

Estoy acostumbrado a los estallidos de indignación que en cualquier país provoca el menor acto agresivo contra sus inte-reses o su soberanía, y que en muchas ocasiones son inescrupulo-samente provocados o manipulados por regímenes que tratan de explotar un patriotismo no siempre reflexivo, como está ocurriendo ahora mismo en Gran Bretaña y Argentina por el caso de las islas Malvinas.

Tal vez por eso me sigue asombrando que en Nicaragua la más firme de las determinaciones y el más probado de los corajes se vean acompañados por una calma, un buen humor y una gentileza

2 Para detalles más completos, véase el excelente artículo de Marié-Chantal Barre, en Le Monde Diplomatique (Nota de la edición de muchnick Editores, S.A.,1984).

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que debe desconcertar a más de un periodista y visitante europeo. Cuando desembarqué en Managua se hablaba en todos lados de la llamada Comunidad Democrática Centroamericana, esa burda alianza de Costa Rica, Honduras y El Salvador que excluye deli-beradamente a Cuba y a Nicaragua, y nace de una manipulación norteamericana destinada obviamente a ejercer presión militar y psicológica desde los países más próximos a Nicaragua. Un cerco semejante hubiera provocado probablemente una verdadera histeria en cualquier otro país, pero los nicas lo recibían con algo que parecería fatalismo pero que no lo es en absoluto; nada hay de fatalismo en su voluntad de seguir adelante a pesar de este tipo de maquinaciones (a las que se suman las amenazas directas de los Estados Unidos, y el peligro diario de una invasión contrarrevolu-cionaria).

En el más alto nivel, mis diálogos con diversos dirigentes –Tomás Borge, Sergio Ramírez, Miguel D’Escoto, entre otros– me dieron invariablemente la misma impresión de serena lucidez frente a un peligro que en nada disminuye la certidumbre de que el proceso histórico nicaragüense seguirá cumpliéndose contra viento y marea; pero si esto es de por sí sorprendente, ¿cómo no asombrarse aún más cuando se lo comprueba en el grueso de la población, en las conversaciones de café o de la calle? Inevita-blemente recordé mi viaje anterior, cuando asistí a algunos de los procesos a criminales de guerra somocistas, y me pasmó el clima de calma, de objetividad, de deseo de justicia y no de venganza que reinaba no solamente entre los miembros de los tribunales sino entre el público presente. Nunca olvidaré el juicio a un coronel, de quien se tenían pruebas sobradas de que entre múltiples crímenes atroces, había hecho arrojar campesinos desde helicópteros para que cayeran en sus propias aldeas y sembraran así el espanto y el horror. Frente a esas acusaciones, el coronel respondía cínicamente que no sólo eran falsas, sino que su deber de cristiano (SIC) había consistido en cumplir misiones de bienestar social en la campaña. En otros países, la reacción de los asistentes hubiera sido difícil de contener, en Managua se le escuchaba en silencio, con la seguridad

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de que se haría justicia; y el solo hecho de que no se hubiera esta-blecido la pena de muerte a pesar de tantos crímenes incalifica-bles, ¿no era ya el barómetro de esta manera de ser que separa de manera tan radical el auténtico pueblo nicaragüense de los que durante años y años fueron sus torturadores y sus verdugos?

Creo que en Europa se sabe bastante sobre la campaña de alfabetización de 1980, que según informes precisos ha permitido hacer bajar una tasa de analfabetismo de más del 50 por ciento a un 11 por ciento, y de la que bien pudo decirse que la mitad del pueblo enseñó a leer a la otra mitad.

Por supuesto, como bien lo saben la Unesco y los especialistas, el verdadero problema empieza después de la primera campaña, cuando se trata de mantener el terreno ganado y crear poco a poco el hábito de la lectura en quienes por razones de aislamiento y de trabajo tienden a olvidar lo adquirido. Los nicas tampoco se han dormido en este sector, muy al contrario: los CEP (Colectivos de Educación Popular) son núcleos de maestros y estudiantes que en este mes de abril de 1982, después de un período de preparación de planes y materiales, se lanzarán a una nueva campaña que abar-cará a 180.000 estudiantes y cerca de 26.000 maestros.

Una vez más, las brigadas de intelectuales, profesores y alumnos universitarios y de liceos se diseminarán en todo el territorio para mejorar el grado de instrucción de los pobladores. En un país donde como en casi toda América Latina el nivel de los programas radiales es bajo, hay sin embargo una emisión totalmente dedicada a ayudar a las tareas de alfabetización. Y en los niveles de la cultura superior, el avance es igualmente considerable; de todo lo que pude conocer en ese campo, lo más significativo me pareció la fundación de la editorial Nueva Nicaragua, que en poco tiempo ha publicado una serie de libros de bolsillo que se difunden ampliamente, y que se dispone a lanzar una serie de casi cien títulos con las grandes obras de la literatura universal. Hace poco, en una feria del libro, la gente se arrebató un conjunto de cinco libros presentados en una diver-tida “casita” de cartón y a un precio que haría soñar a los lectores franceses. Paralelamente a esto, aumenta el número de semanarios

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dedicados a la cultura, entre los que se destaca por su gran difusión el suplemento Ventana, del diario Barricada, donde no sólo hay abundante material literario sino estético, con reproducciones de pinturas y trabajos críticos de alta calidad.

Todo esto se refleja cada vez más vivamente en la respuesta popular a los actos culturales, a los que no se va por compromiso o para matar el tiempo, sino en busca de un diálogo directo con los poetas, los narradores y los artistas plásticos y musicales. Bien pudimos apreciarlo Gabriel García Márquez, Rogelio Sinán y yo la noche en que leímos algunos de nuestros textos ante un público que llenaba un parque popular de Managua; centenares de adultos, jóvenes y niños sentados en el césped siguieron con avidez cada palabra de la lectura. Personalmente no me gusta leer mis textos en voz alta ni escuchar los ajenos, supongo que por el mal hábito de la lectura solitaria, y esa noche tuve miedo de que el acto resultara demasiado largo, y que la gente se quedara solamente por cortesía: Pero cuando salíamos, un grupo de jóvenes se me acercó para decirme que estaban cordialmente enojados porque habíamos leído demasiado poco...

Llego al final de estos fragmentos de recuerdos, y algunas imágenes sueltas buscan fijarse como despedida. Al igual que toda nuestra América el encanto de la inocencia popular, siempre mezclada con ironía y humor, no conoce límites. Como el cartel de una humilde tienda en los barrios orientales, donde se puede leer: Barbería Demetrio, técnica unisex, anuncio que le deja a uno pensa-tivo. En una tienda se vende un cartel para poner en la oficina: En las horas de trabajo, las visitas al carajo. Vi una miserable choza de paja y latas viejas levantada en un descampado del centro de la ciudad, donde una anciana instalada en su hamaca espera pacientemente la llegada de quienes quieren comprarle sus buñuelos. En lo alto de la choza, un cartel dice inexplicablemente: C.I.T., y en el terreno baldío lleno de malezas y charcos, otro cartel indica: Parking reser-vado a la clientela de C.I.T.

Por tantas cosas así, no puedo irme de Nicaragua sin que la ternura sea mi sentimiento dominante, esa ternura que me hace

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volver a ella cada vez que puedo. Y pienso una vez más en una frase del comandante Tomás Borge que tan bien resume lo que aquí no alcanzo a decir: “No se puede ser revolucionario sin ternura en los ojos y en las manos, sin amor a los pobres y a los niños”.

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Nicaragua desde adentro (I)

No soy un corresponsal ni un experto en la geopolítica de América Central; estas notas sólo buscan situarse como entrelineas de los informes concretos que el lector tiene con frecuencia a su alcance, un poco a la manera de esas voces en off que completan el sentido de una imagen, o tal vez mejor, como imágenes que permiten entender mejor el discurso racional. En estos últimos tiempos se repite, en todas partes que la situación en Nicaragua es grave, como parte inevitable de una gravedad que dentro de distintos contextos convulsiona a El Salvador, a Guatemala, y, actualmente incluso a Honduras. ¿Pero de qué gravedad se habla realmente?

No en un plano inmediatamente visible, en todo caso. He vuelto a una Managua, a una campaña en la que todo mantiene el ritmo impreso por el gobierno nicaragüense al otro día del triunfo sandi-nista. Incluso los progresos son visibles en lo que toca a la vida diaria, la alimentación y las condiciones sanitarias. Pero lo que faltaba y sólo podía ser obtenido por medio de créditos y divisas, sigue faltando medios de transporte, piezas de repuesto, material hospitalario, medicamentos, infraestructuras para los planes de construcción. ¿Cómo podría no faltar; pese a los esfuerzos de soli-daridad de no pocos países del este y del oeste, si Nicaragua les fue devuelta a sus legítimos dueños como un muñeco roto, una casa devastada por el más siniestro de los tifones, que no se llamó Flora ni Lucy sino Somoza?

La víspera de mi llegada desde México, leí en los periódicos la denuncia que hacía Sergio Ramírez de una nueva triquiñuela de los Estados Unidos para desestabilizar el régimen y favorecer el eventual retorno a las condiciones “democráticas” tal como las definen del lado del Potomac. Después de haber dado de largas al otorgamiento de créditos prometidos inmediatamente después del triunfo sandinista por el gobierno de Jimmy Carter, el de Reagan decide generosamente la donación de cinco millones de dólares a la empresa privada de Nicaragua. Cuando se sabe que en buena parte

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esa empresa responde al sector conservador y/o a los intereses de los Estados Unidos, es obvio que la incidencia de esos créditos no beneficiará mucho al pueblo nicaragüense; lo que la Junta de Gobierno hubiera destinado a planes de interés general, o sea al progreso en vez de la ganancia, entra de nuevo en el turbio juego de los intereses personales, familiares o corporativos. Y es por cosas así que la situación es grave; nada parece un peligro tangible, no se ha producido la invasión planeada desde hace tanto tiempo, todo da la impresión de mantener su ritmo habitual, y sin embargo los responsables del gobierno tienen la certidumbre –y se lo dicen al pueblo con una claridad admirable, como es admirable la calma con que el pueblo recibe esas noticias– que las tenazas siguen cerrándose día a día y que la única manera de frenar lo peor es tirándose a fondo en lo mejor, en el nivel más alto de conciencia política, de trabajo y de capacidad de defensa.

Como le pasó a Cuba en uno de sus peores momentos, las catástrofes naturales se suman a las manufacturadas por los enemigos: las inundaciones recientes harán sentir durante más de dos años sus efectos negativos en el plano de la agricultura, la vialidad y la vivienda. Para eso, claro, no hay créditos suficientes, pero en cambio es bueno saber que las visitas que hacen en estos días diversos miembros del gobierno a países extranjeros pueden mejorar el panorama económico e incluso político del país. El comandante Daniel Ortega en Francia y España, el canciller D’Escoto y el ministro de cultura Ernesto Cardenal en otros países, perfilarán mejor una imagen de Nicaragua que a veces se diluye en el complejo damero centroamericano. Demasiado sabemos que las agencias y los columnistas “liberales”, por no decir los de la pura derecha, han empezado hace rato el mismo sucio juego que hicieron con Cuba, y que aquí tiene ecos frecuentes en los sectores que temen por sus intereses e incluso por sus dogmas. Cada día se insiste más en presentar a Nicaragua como dependiente de la URSS, olvidando minuciosamente (y hablo ahora al margen del problema de la opción ideológica) que la presencia soviética en el Caribe fue resultado directo de la torpeza de los USA al poner a

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Cuba en la disyuntiva de aceptar una ayuda esencial, la del petróleo de la URSS, o hundirse en quince días como un barquito de papel. Lo repito: que esa presencia hubiera sido buscada sin razones tan dramáticas, es posible y hasta probable. ¿Por qué no? Pero en aque-llas circunstancias y en las que hoy enfrenta Nicaragua, poner el grito en el cielo por la “injerencia soviética” en la región, es de una hipocresía que sólo se compara con la de quienes se dicen demó-cratas, sin querer reconocer que la primera mitad de esa palabra contiene lo que más temen, el verdadero demos, ese que en América Central acabará poco a poco por entrar de veras en la historia después de tanto tiempo de haber vivido acorralado en el famoso patio trasero de la estrategia norteamericana.

La situación es grave en Nicaragua. Comprenderlo ya es algo; tratar de echar una mano sería mucho mejor.

Managua, julio de 1982

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Nicaragua desde adentro (II)

El mar, como un vasto cristal azogado. Me gusta imaginar que Darío pudo escribir su poema mirando a la distancia desde la veranda de este bungalow de “El Velero” donde trabajo; al fin y al cabo León, la ciudad del poeta, está muy cerca de aquí. Pero nada de esto existía en su tiempo, salvo el vasto cristal azogado lamiendo la playa de arena cobriza; “El Velero”, que es ahora un centro de vacaciones para obreros, nació mucho después de él, y con propó-sitos harto diferentes, puesto que era uno de los clubes de Somoza donde supongo que venía de cuando en cuando para meditar sobre la mejor manera de seguir instalando otros clubes no menos exclu-sivos en los mejores lugares del país, y así sucesivamente hasta lo que todos sabemos.

Al igual que los cubanos, los nicas piensan que en esta época que ellos llaman invierno sólo a los extranjeros y a los piantados se les puede ocurrir bañarse en el mar, que imaginan cubierto de icebergs o algo así; la verdad es que hace un calor tremendo, que el agua tiene una temperatura que jamás conoció el Mediterráneo, y que si no te cuidas del sol de mediodía los cangrejos te adoptarán como a uno de los suyos. Por esas razones es fácil conseguir ahora un bungalow al lado del mar y “El Velero” boga con pocos pasajeros a bordo; su ritmo de viaje, sin embargo, es el de todo el año y los servicios funcionan normalmente: la casa comunal donde se sirven las comidas, se ve la televisión y se juega al billar; la limpieza coti-diana de las casas ocupadas, los trabajos de ampliación, alcanta-rillado, y la edificación de casas nuevas; la atención médica tres o cuatro veces por semana. Da gusto navegar en este velero en el que la gente tiene la sonrisa franca y espontánea y donde el “buenos días” de cada mañana suena de otra manera que en las grandes ciudades. Y sobre todo da gusto ver este antiguo reducto del despo-tismo convertido en un centro donde las familias obreras encuen-tran solaz y descanso por un precio más que económico.

Entre mi bungalow y el mar se tiende el “parque”, también cali-ficado de “vergel-jardín”, aunque todo eso pertenece más al futuro

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que al presente. Pero si las plantas tardan en crecer y afirmarse, los juegos para los niños se alzan variados y multicolores. Una vez más el ingenio ha suplido la falta de materiales: hamacas y tobo-ganes nacen de la recuperación de tablones, bidones y neumáticos usados, apenas reconocibles bajo una capa de brillantes colores. En el centro se alza una especie de pirámide maya, a cuya plataforma se accede por una escalinata cuyos peldaños amarillos y verdes son otros tantos neumáticos colocados horizontalmente. Una vez arriba, en vez de sacrificios a los dioses, espera la posibilidad de resbalar por los toboganes de cemento, aunque los niños tienden a bajarlos con saltos de ranitas, sabedores de que el sol convierte el tobogán en sartén y que si se deslizan por él se van a chamuscar el culito. Hay también una especie de mirador y mesas a la sombra; de noche se ve un caballo blanco que se acerca a los juegos y los olisquea como con una vaga nostalgia. Y hay luciérnagas, y una gran paz.

No así en la frontera hondureña, de donde siguen llegando noticias de atropellos, de escaramuzas contrarrevolucionarias que se dirían ensayos generales antes de una invasión latente desde hace tanto tiempo. Los sandinistas repelen los ataques y pagan un duro tributo de pérdidas, a la misma hora en que los otros gobiernos centroamericanos bailan al compás de Washington y despliegan todo el vocabulario de la democracia tal como se la entiende allá arriba. Dentro de dos días el pueblo sandinista se reunirá en Masaya para celebrar el tercer aniversario de la liberación de país. Tres duros años, por dentro y por fuera años de reconstrucción con las manos casi vacías, de respetos a un pluralismo político que desde un comienzo fue aprovechado por quienes desconfiaban de todo que significara un avance auténtico del pueblo por el camino de la educación, la conciencia política y la participación en el bienestar común. Yo pensé alguna vez que si el socialismo se pretende inter-nacional, hay algo que lo es más que él: la burguesía. Los burgueses son absolutamente idénticos en cualquier país de la tierra, y un burgués alemán reconoce a uno francés o uruguayo con más pron-titud que los socialistas alcanzan a reconocerse entre ellos. Por eso

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los burgueses de Nicaragua siguen exactamente el mismo camino y los mismos procedimientos que los cubanos. Cuando una tiranía se les vuelve demasiado dura, sea la de Batista o la de Somoza, ayudan a echarla abajo y se suman al desfile de la victoria, pero pare de contar amigo: nada de dejar que el populacho se la tome en serio y quiera meterse con lo que heredamos de papá, que lo heredó de abuelito, o de lo que ganamos con las multinacionales que al final hacen progresar el país y traen las mejores importaciones. No me olvido de una frase de Fidel Castro al otro día de la entrada en La Habana, cuando los autos de los burgueses desfilaban con gallar-detes revolucionarios. Le dijo al Che: “Ya vas a ver cómo esos gallar-detes se caen antes de un mes”. Y aquí no habrá sido muy diferente.

Pero yo estaba hablando de “El Velero”. Ahora iré a almorzar a la casa comunal: frijoles, claro, puedo ganar cualquier apuesta en ese sentido. Frijoles y carne picada, o un pescado, o huevos. Y la cerveza helada, que es tan rica en Nicaragua. El almuerzo más el café cuesta veinticinco córdobas (un dólar). La cerveza, trece córdobas. Buen provecho, compañeros.

Managua, julio de 1982

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Nicaragua desde adentro (III)

En Europa, la fragmentación de las noticias tiende a mostrar aisladamente a los pequeños países centroamericanos, y no siempre están claras las incidencias recíprocas de sus procesos históricos. Tampoco lo estuvieron aquí en otros tiempos, pero hoy ya nadie se engaña: cada paso adelante, de la Revolución nicara-güense o cada paso atrás de la política costarricense son sentidos globalmente en América Central, cuyos pueblos amplían cada vez más su espectro mental y su conciencia política; la lucha armada en Guatemala y El Salvador no son pulsiones populares aisladas; como tampoco la creciente resistencia del pueblo de Honduras frente al uso que se quiere hacer de su ejército. Basta abrir un diario de Managua para ver, en la primera página, la presencia total de Centroamérica en sus noticias más importantes; y la mentalidad popular es semejante a esa primera página.

Digo esto después de leer una entrevista que Claribel Alegría y D. J. Flakoll acaban de hacerle a Salvador Cayetano Carpió, más conocido como el comandante Marcial, una figura ya legendaria en El Salvador donde después de toda una vida de lucha sindical, persecuciones, prisión, tortura y exilios repetidos, acabó creando con un grupo de compañeros el FPL, Fuerzas Populares de Libe-ración Farabundo Martí, y es hoy miembro de la comandancia del FMLN, el Frente de Liberación Nacional que también lleva el nombre de Farabundo Martí y que en estos momentos sigue teniendo en jaque a las tropas gubernamentales que, a pesar del enorme apoyo de los Estados Unidos, no han logrado ni mucho menos detener el avance de todo un pueblo cuyo brazo armado es el Frente.

Hay en esa entrevista algunos puntos de vista que me parecen fundamentales para entender mejor lo que el comandante Marcial llama la “regionalización” de un proceso que muchos tienden todavía a parcelar por países. Para él esa regionalización es el obje-tivo de la nueva política de Washington en la zona centroamericana y del Caribe, en la que hasta ahora sus intervenciones de todo orden

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(desde créditos a los gobiernos amigos hasta invasiones armadas como aquellas contra las cuales tanto luchó Sandino en Nicaragua) habían estado casi siempre localizadas, centradas en escenarios precisos. Desde hace tiempo, observa Marcial que una estrategia global reemplaza cada vez más las injerencias y las intervenciones aisladas; no es por azar que una lenta e insidiosa tela de araña se va tejiendo en la totalidad de la zona centroamericana y caribeña; no es por azar que los tres ejércitos que responden a gobiernos “mane-jables” –Guatemala, Honduras y El Salvador– están siendo diaria-mente alimentados con toda clase de armamentos antiguerrilleros, sin hablar de la asesoría técnica y los créditos cuantiosos; no es azar, pensamos a nuestra vez, que se haya creado la mal llamada Comu-nidad Democrática Centroamericana en la que por supuesto no figuran ni Cuba ni Nicaragua; no es por azar que el nuevo gobierno de Costa Rica, país que alguna vez fue un ejemplo de sensatez y de buena vecindad, multiplique las denuncias sobre el “avance marxista” allí donde se lucha por la soberanía popular; y tampoco es por azar que al abrigo de maniobras conjuntas en las que los norteamericanos han impartido un amplio know how al ejér-cito hondureño, este último esté tendiendo una línea de agresivos campamentos y fuertes en la frontera con Nicaragua, allí mismo donde las bandas somocistas incursionan bajo su protección y tole-rancia para sabotear, asesinar y saquear en las zonas rurales, como acaba de ocurrir en San Francisco del Norte. Por todo eso Marcial tiene harta razón cuando concluye textualmente: “Podríamos decir que estamos a las puertas de la guerra, pero es más adecuado decir que Centroamérica entera está en guerra”.

Si todo esto es grave, si la enorme araña del norte puede cubrir cada vez más lo que se obstina en considerar como su traspatio, a la vez este proceso suscita un efecto dialéctico que a Washington parece escapársele como siempre se le han escapado los puntos esenciales en materia internacional. Hoy en día no hay nadie en Centroamérica que se considere aislado, tanto si cuenta con el favor o enfrenta la enemistad de los Estados Unidos, y vuelvo a citar a los diarios nicas como el mejor ejemplo de esta regionalización

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informativa, puesto que ellos son el espejo de todo un pueblo. Cada triunfo o cada revés popular en Guatemala y en El Salvador, cada maniobra favorable o desfavorable de la diplomacia costarricense u hondureña, los últimos sucesos en Panamá, que representan una malla más de la tela de la araña del norte, los problemas en Granada o Belice, cada hecho centroamericano o caribeño son vistos como parte de un proceso global, como elementos positivos o negativos de un juego en el que todos los pueblos de la zona están compro-metidos y frente a los cuales se sienten responsables. Marcial piensa que Estados Unidos tendrá finalmente que invadir mili-tarmente a Centroamérica, y que no le servirá de nada. Entre otras cosas porque en cualquier país en el que desembarque no tardará en darse cuenta de que frente a él no sólo estará el pueblo de ese país; sino los de todos los países de la zona. Y esa es una determi-nación que comparten cada vez más aquellos que en esta parte del mundo luchan por su soberanía y por su dignidad, como bien lo sabe Marcial que es uno de sus más admirables ejemplos.

Managua, agosto de 1982

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Nicaragua desde adentro (IV)

Hace dos noches estuve en una de las salas de mujeres del hospital Dávila Bolaños de Managua, para visitar a una jovencita de quince años, estudiante del segundo año de secundaria.

La reconocí en seguida entre las muchas enfermas, porque su foto se está publicando diariamente en los periódicos nicara-güenses, y su cara no es de las que puedan olvidarse o confundirse.

Todo el mundo habla de su sonrisa, que estaba como siempre en sus labios cuando me acerqué a su cama. Todo el mundo habla de Brenda Rocha con una mezcla de amor y de admiración, pero a la par de esos sentimientos se percibe el horror y, sobre todo la cólera frente a las razones por las cuales esta niña está en una cama de hospital.

Desde hace unos días a Brenda le falta el brazo derecho, ampu-tado a cinco centímetros del hombro.

En una de las zonas de más difícil acceso en el país, la región de los yacimientos minerales de Siuna, La Rosita y Bonanza, hay un pueblecito llamado Salto Grande que, como todos los lugares aislados del interior, se ve frecuentemente amenazado por las bandas de los exguardias somocistas que, valiéndose de la ayuda en armas que reciben del exterior, se dedican a asaltar y asesinar a los campe-sinos, a robar y saquear las comunidades y a hostigar a los milicianos sandinistas que defienden a los pobladores.

Junto con un pequeño grupo de compañeros procedentes de Bonanza, Brenda Rocha tenía a su cargo la protección de Salto Grande.

A los quince años, después de haber trabajado como alfabeti-zadora e ingresado a las Juventudes Sandinistas, Brenda se había sumado a las milicias; como ella misma lo dice con toda naturalidad, su tarea era la de hacer frente a cualquier ataque, y el 24 de julio pasado estaba montando guardia con sus compañeros cuando una banda muy superior en número y armamento descendió por las lomas y atacó el poblado.

En la batalla que siguió, siete milicianos hallaron la muerte, seis hombres y una mujer; Brenda, gravemente alcanzada por balas que

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le destrozaron el brazo, siguió disparando con la mano izquierda hasta que la pérdida de sangre la obligó a cesar el fuego cuando ya los somocistas invadían el poblado. Tendida boca abajo, fingió estar muerta, y los asaltantes que temían la llegada de refuerzos sandinistas se retiraron sin tocarla; los pobladores la atendieron en un primer momento, hasta que pudo ser transportada a Managua donde fue preciso amputarle el brazo. Los médicos afirman que a fin de mes estará en condiciones de ser trasladada a la Unión Sovié-tica, y allí la cirugía más avanzada le instalará una prótesis; para Brenda esto significa volver a estar en condiciones para reanudar su trabajo, de seguir cumpliendo con sus obligaciones de miliciana.

Mientras estaba a su lado, recibiendo su mirada que parece rechazar dulcemente toda piedad e incluso toda admiración, me dije que los nicaragüenses conocen la muerte de tan cerca después de años y años de lucha sin cuartel, que sus sentimientos frente a Brenda no se limitan a la alegría de que haya escapado por un mero azar al destino que abatió a sus compañeros de combate: tanto en Brenda como en todos los que la sienten hoy como una hija, una hermana o una novia, lo que cuenta es aceptar lo sucedido como parte del trabajo revolucionario y verlo como prueba de una imba-tible determinación. Creo que por eso su sonrisa, de la que todos hablan, se ha grabado en las memorias y en los corazones con tanta fuerza como si fuera una consigna de lucha, una bandera o una canción revolucionaria.

Uno de los amigos que me acompañaba esa noche en el hospital, me dijo que Brenda se sonreía como los ángeles de Giotto.

Es cierto, pero yo la siento todavía más cerca, de la inolvidable sonrisa del ángel de la catedral de Reims, que desde lo alto nos contempla con una expresión llena de travesura y de gracia, casi de complicidad. Ese ángel parece comprenderlo todo, y precisa-mente por eso está más cerca de nosotros que los que se distan-cian envueltos en una pureza abstracta. El rostro de Brenda Rocha es el rostro de un ángel, pero nada podría ser más hermosamente humano que ese rostro que vio la muerte y el horror de frente, y sin embargo no está marcado por el sufrimiento o la cólera. De pronto

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sé con toda claridad por qué Brenda es hoy un símbolo entrañable para los nicas: ella es como Nicaragua, ella es Nicaragua.

Sus quince años son la juventud de los tres años de la revolu-ción; su coraje y su serenidad son los que día a día veo en quienes esperan a pie firme a los enemigos de fuera y de dentro; el muñón de su brazo es la cuota de sangre que ha pagado y sigue pagando este pueblo enamorado de la luz y la libertad y la alegría.

Sí; la sonrisa de Brenda es también la sonrisa de Nicaragua que se reconoce en ella y la hace suya.

Managua, agosto de 1982

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Aquí, la dignidad y la belleza

Conócete a ti mismo. Es fácil decirlo, y aún más creerlo; después, en los momentos de ruptura, de implosión; de caída en uno mismo, lo que se descubre es otra cosa. Cebollas infinitas, no termina-remos jamás de retirar las telas que nos abarcan desde los siete velos de Salomé hasta la prodigiosa espeleología del psicoanálisis; debajo, siempre más abajo, el centro rehúsa dejarse ver tal como es. Estamos lejos de muchas cosas, pero de nada estamos más lejos que de nosotros mismos.

Pensamientos de alto vuelo, como se ve, tal vez por hilarlos a ocho mil metros de altura mientras el avión me trae una vez más hacia Managua mi muy querida. Todos estos meses he deseado diariamente llegar para agregarme una vez más al esfuerzo sandi-nista, avanzar en el conocimiento de su proceso liberador y difun-dirlo después a mi manera a fin de contrarrestar en lo posible tantas mentiras o verdades a medias que circulan en Europa. Confieso que he tenido miedo de quedarme afuera, de que lo peor se produjera estando lejos y ya no pudiese entrar; ¿quién no sabe que la frontera con Honduras es esa gigantesca espada de Damocles suspendida sobre todo un pueblo que quiere la paz y está dando su sangre por ella?

Pero ahora que toco tierra en Managua, algo toca también tierra en otra parte de mí, y siento que lo primero, lo que más deseo ver, es el museo de pintura y escultura inaugurado en diciembre y que contiene las donaciones solidarias de centenares de grandes artistas latinoamericanos. Apenas lo haya visto me echaré a la calle como tantas otras veces, y empezaré la ronda de amigos que me reseñarán la situación y me embarcarán en viajes a las zonas más críticas del momento. Pero el museo primero, no sé realmente por qué. (¡Conócete a ti mismo, vaya broma!)

Y ahí, como una rectificación brutal y necesaria, la realidad espe-rándome apenas salgo del aeropuerto con el comandante Tomás Borge: no hemos recorrido ni medio kilómetro cuando vemos llegar un cortejo fúnebre y escuchamos las consignas sandinistas de la

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pequeña multitud que acompaña a uno de los combatientes caídos hace tres días, en la frontera hondureña, uno de los muchos que han muerto y siguen muriendo bajo las balas de los exguardias somo-cistas allí concentrados. Sólo mucho más tarde vuelvo a pensar en el museo, y me digo que allí sigue la vida, que allí se concentra otro tipo de incitación a seguir adelante y a superarse en todos los planos. Carmen Waugh, la compañera chilena que lo ha organizado, me lleva al teatro Rubén Darío en cuyas galerías están expuestas provisionalmente gran parte de las obras, en espera de un local definitivo que no es fácil conseguir en una ciudad que guarda todavía las infinitas cicatrices del terremoto de los años setenta, y que carece de recursos para la instalación de un museo moderno.

Pero es así, en Nicaragua las cosas se hacen como se puede y después se las va consolidando, y no creo que en el mundo haya otro caso de una enorme y valiosísima colección de obras de arte que antecede al museo que deberá contenerlas. Por ahora el público se pasea por las galerías del teatro, se conforma con la iluminación insu-ficiente, entabla sus primeros diálogos silenciosos (o a gritos, cuando es un grupo de amigos) con un arte resueltamente contemporáneo que provoca todo lo que siempre debe provocar el arte de avan-zada: fascinación, repulsa, amor, antagonismo, las tomas de posición necesarias, para lanzar la imaginación a todo motor, discutir hasta quedarse sin aliento, y al final salir del museo con algo nuevo y dife-rente en la memoria, ese “algo” que irá modificando la visión interior sin que la conciencia se dé clara cuenta que irá afinando lentamente el gusto y ayudando a rechazar tanta cosa barata que se tomaba por arte y por belleza, y que desde luego no puede desaparecer en un día. Y si en Nicaragua ha habido y hay magníficos artistas, tanto “cultos” como “primitivos”, el museo contribuirá a crear en el público un mayor interés por sus obras, no sólo las que figuran en él, sino las que existen en diferentes centros culturales, establecimientos de educa-ción y talleres de pintores. El ojo, la visión estética, se enriquece con cada nuevo descubrimiento en ese terreno, y lo internacional ayuda siempre a comprender y a valorar mejor lo nacional.

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Agrego algo que me parece de primera importancia: aunque el museo ya esté allí abierto gratuitamente al público, casi todo queda todavía por hacer, y confío en que los nicas lo harán lo antes posible a pesar de las dramáticas dificultades del momento en materia de defensa, producción y educación popular. Entre otras cosas hará falta un catálogo explicativo para que el público poco familiari-zado con el arte de nuestro tiempo pueda entrar en las variadas corrientes estéticas y conocer la personalidad de artistas tan céle-bres en el mundo como Lam, Matta, Le Pare, Soto, la lista es enorme. Hará falta que los artistas y profesores lleven a sus estudiantes y los guíen en esa selva de colores y de formas y de ritmos. Hará falta que los suplementos literarios que llegan a todo el país despierten en el público el deseo de darse una vuelta por el museo. Y hablando de esto, no me gusta el término “museo”, que suena siempre un poco a momia egipcia, a templo académico. ¿Por qué no la Casa del Arte Latinoamericano, o algo igualmente acogedor y próximo? ¿Por qué los jóvenes pintores, grabadores y escultores de Nicaragua no orga-nizan turnos voluntarios para charlar con los visitantes y acompa-ñarlos en su exploración, ayudándoles de compañero a compañero a orientarse mejor en ese terreno tan nuevo para Nicaragua?

Por mi parte salgo del museo pensando en que es el primero en el país, y que la solidaridad latinoamericana ha hecho de él uno de los más ricos y representativos del continente. Que la belleza pura se instale hoy con ese vuelo en Nicaragua es para mí el mejor símbolo del presente y del futuro de un pueblo en el que es posible llevar a cabo cosas así. De una manera que la razón no podría explicar, ese museo multiplica la fuerza y la decisión de quienes luchan aquí por una vida libre y digna. No hay verdadera revolución sin belleza y sin poesía, las dos caras de una misma medalla.

Managua, enero de 1983

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Vigilia en Bismuna

En las planicies pantanosas del nordeste, a muy poca distancia de la frontera con Honduras donde arde una guerra no declarada, hay un ínfimo punto en el mapa: Bismuna, ruina de lo que fue un poblado de indios misquitos y teatro, hace apenas diez días, de un encarnizado combate entre los guardafronteras sandinistas y una banda de contrarrevolucionarios que intentaron repetir otra de las frecuentes incursiones que dejan un elevado saldo de asesinatos de campesinos y saqueos de sus míseras aldeas.

Casi en el mismo momento, un grupo de unos veinte norteame-ricanos de diferentes procedencias, confesiones y profesiones, desembarcó en Managua con el propósito declarado de llevar a cabo una “vigilia de la paz”, o sea instalarse en algún lugar lo más próximo posible de la frontera para protestar con su actitud y su ejemplo contra las maniobras “Pino Grande” que estaban llevando a cabo tropas estadounidenses en combinación con las hondureñas.

La poeta salvadoreña Claribel Alegría, su esposo y yo decidimos partir con el grupo y compartir la vigilia; cuando llegamos, en la aislada y poco accesible Costa Atlántica, a Puerto Cabezas, etapa inicial del viaje (desde luego aprobado y facilitado por el gobierno sandinista), lo primero que nos dijo William Ramírez, comandante de la zona, fue que estábamos completamente locos.

—Hasta ayer se estaba combatiendo en Bismuna, y a ustedes se les ocurre precisamente ir allí. No sé si podré autorizar el viaje, mañana les daré la respuesta; pero si es afirmativa, sepan que iré con ustedes porque también yo soy loco cuando se trata de cosas así.

Tras esa declaración que todos encontramos de una gran cordura, hubo un compás de espera que nos permitió conocer Puerto Cabezas, segunda ciudad de la distante y crítica zona atlántica del país. El grupo de los norteamericanos conoció por primera vez en esos días amenazantes la actitud de los pobla-dores de la ciudad, que por las noches encienden grandes fogatas en las esquinas y se reúnen para cantar canciones revolucionarias

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y folklóricas, escuchar poemas de autores locales, y manifestar su apoyo a las tareas de defensa y vigilancia, más que nunca necesa-rias en una costa particularmente vulnerable a las infiltraciones del enemigo.

A la mañana siguiente partimos por fin a Bismuna, donde los guardafronteras sandinistas nos esperaban para asegurar nuestra protección y darnos las instrucciones necesarias en caso de algún ataque. Nos alojamos en las cabañas abandonadas de los misquitos –que viven ahora en uno de los nuevos asentamientos que a su vez les aseguran protección contra las incursiones–, y nuestro campa-mento donde los principales enemigos eran los insectos, y el sol como de plomo fundido se volvió escenario de esa vigilia de paz a tan poca distancia del lugar donde se cumplían las sospechosas maniobras.

El contacto de los visitantes con los jóvenes combatientes sandinistas se llevó a cabo fácilmente gracias a los excelentes intérpretes con que contábamos, y todos pudimos conocer de muy cerca la situación fronteriza, visitar la zona donde se habían desarrollado los combates de los últimos días, con algunas de sus macabras huellas y los restos todavía humeantes de los incendios de cabañas y pastizales. Muchas y a veces pintorescas anécdotas llenaron nuestros días de vigilia, y sus noches se vieron animadas por largas reuniones en las que los jóvenes combatientes pudieron escuchar las canciones de Norma Elena Gadea, incansable trova-dora de la canción nicaragüense, conocer mejor a sus insólitos visi-tantes, dialogar con ellos y compartir vituallas y mosquitos con la misma fraternidad. Hubo alguna alerta la segunda noche, que nos obligó a dormir con las botas puestas y prontos a correr hasta la trin-chera a la que teníamos orden de arrojarnos en caso de bombardeo; pero pronto se vio que la derrota sufrida por los contrarrevolucio-narios en los días anteriores bastaba por el momento para mante-nerlos a distancia.

En el ínterin se supo que la noticia de la vigilia estaba ya llegando a los Estados Unidos, donde muchos sectores de la población no habrán quedado indiferentes ante un acto cuyo valor simbólico

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debió ser profundamente dramático para muchos de ellos: del otro lado de la frontera en Honduras, imponentes despliegues de tropas, barcos, aviones y hasta submarinos norteamericanos maniobraban en la zona junto con tropas del ejército hondureño. De este lado, un pequeño grupo de veinte mujeres y hombres cumplían una vigilia silenciosa y pacífica, enarbolando distintivos contra la guerra nuclear y la intervención de su país en América Central. Una vez más el pequeño David se erguía ante el monumental Goliat, a uno y otro lado de esa frontera diariamente violada por las incursiones de los exguardias somocistas envalentonados por el apoyo de los que buscan desestabilizar el proceso liberador de Nicaragua.

Nunca las estrellas de la caliente noche tropical me parecieron más brillantes y hermosas mientras velaba junto con mis compa-ñeros norteamericanos; nunca estuve más seguro de que el futuro centroamericano pertenece a sus pueblos en lucha, desde Guate-mala hasta El Salvador. Se lo dije a uno de esos amigos a la vez momentáneos y permanentes: “El día vendrá en que aquí podremos mirar el cielo por el placer de contemplar estas estrellas y no para detectar los aviones que traen la muerte”. El humo de nuestros cigarrillos era más dulce y más perfumado en ese silencio que nos envolvía en torno a la fogata de medianoche.

Nicaragua, febrero de 1983

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Retorno a Solentiname

Siete años, no son muchos años, pero en la historia de la nueva Nicaragua se diría que equivalen a las botas de siete leguas llevando a enormes brincos a este Pulgarcito centroamericano. Tal vez por eso, cuando acepto la invitación de un amigo para volver a la región del gran lago, pienso en mi primer pasaje en 1976, y hay algo de remoto en la memoria de esos días, como si de alguna manera todo hubiera sucedido después de esa fecha en que por primera vez puse los pies en el archipiélago de Solentiname y entré en plena noche y clandestinamente en la comunidad del poeta Ernesto Cardenal.

Prodigiosa aceleración de la historia, culminando en el 19 de julio del 79, abriéndose hoy en el vasto panorama de un proceso popular que comporta tantas realizaciones tangibles, tantas metas cumplidas o cumpliéndose en medio de esto que sigue siendo pobreza / trópico, tópico trópico con sus rezagos, sus rémoras, su machismo exacerbado, América Latina en su franja más tórrida, Nicaragua tan violentamente dulce como sus bruscos atarde-ceres cuando del rosa y del naranja se vira a un terciopelo verde y la noche cae llena de ojos de tigre, oliente y espesa. Y hablando de tigres, hay otro aquí, pero antes está mi nuevo viaje a San Carlos y la panga que baja por el Río San Juan hasta Santa Fe, hasta esa casa de amigos donde a lo largo de tantas horas miraré fluir las aguas que perezosamente buscan la salida al Atlántico, anchísimas, hirvientes de peces, empenachadas de camalotes.

Frente al río pienso en Langston Hughes (I´ve seen rivers) y la extraña fusión del tiempo y el espacio que parece cumplirse en ese camino que anda –como le llamaron al Nilo los antiguos egipcios–. No sé describir paisajes y por una vez lo lamento; hubiera querido embarcar al lector en esta caliente pereza puntuada por el garabato blanco de las garzas en las orillas del San Juan, hacerle sentir eso que Europa ha perdido hace mucho, el vago temor a lo desconocido, al misterio que empieza en las orillas del río y que el doble telón verde de la selva y los manglares oculta a la mirada. Inútil consultar el mapa donde vagas e imprecisas referencias muestran afluentes,

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colinas y volcanes, raramente una indicación de vida humana, aldeas desperdigadas en una soledad que también aquí merece llamarse sonora, pero sus sonidos son los de la alerta, el pájaro agorero, el rugido de la fiera, la burla chillante de los monos. Sombras terribles de Orellana, Gonzalo Pizarro, Lope de Aguirre, su coraje casi impensable mientras se internaban por primera vez en este mundo fluvial americano que aún ahora y por otras razones encierra la amenaza y la muerte; ya no la flecha enve-nenada viniendo desde la espesura, sino el fusil del contrarre-volucionario, la emboscada que tantas vidas cuesta en Nicaragua como precio de esta libertad que hay que seguir defendiendo día a día. En Santa Fe, antes de partir hacia el lago y Solentiname, veo al tigre junto al muelle. Será un jaguar pero tan enorme que nada lo distingue del rey de las selvas bengalíes: lo cazaron pequeño, creció en la finca y ahí está su territorio limitado por una irri-soria cadena que podría romper sin esfuerzo, y que le da amplio espacio para tirarse al agua de la que sale con un pez en la boca, y para jugar con los que ahora lo acariciamos recelosamente. Los de la casa lo tratan como a un gato, le abren la boca para que veamos sus dientes, le cortan las uñas cada tanto, y el tigre acepta y gruñe, ahora de golpe me traba las piernas con sus zarpas y me mira como juzgándome, y yo preferiría enormemente estar más allá del alcance de la cadena, pero eso no se dice en esta tierra donde de alguna manera cada uno está jugando con un tigre. Y cuando consigo apartarme decorosamente (el dueño de casa está ahí, por las dudas, pero mis dudas son muchas), me acuerdo de un viejo cuento donde también un tigre se paseaba por una casa de campo, y me digo que acaso estoy imaginando de nuevo todo esto; pero todavía siento en los brazos la lengua del tigre, su áspera lima explorando mi piel, y debajo de la piel está la sangre...

Después nos vamos, a caballo a Solentiname, quiero decir que cruzamos el inmenso lago en una panga que galopa sobre un oleaje duro y solapado, nos obliga a sujetarnos y a buscar instin-tivamente estribos y riendas para no saltar tanto. Y allí está el archipiélago donde la isla que abrigó la comunidad de Ernesto

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Cardenal va a mostrarnos las huellas del vandalismo somocista, el taller de artesanía quemado, las cabañas saqueadas. Todo está en reconstrucción, blanco y dulce como en las pinturas que ya todo el mundo conoce; la iglesia no fue tocada y las deliciosas deco-raciones infantiles de los muros brillan con todos los colores de sus peces, gallinas, chozas, caimanes y avioncitos. En abril volverá Cardenal a la casa que le están terminando, la de huéspedes funciona ya, almorzamos largamente con los amigos y vemos crecer el lago bajo un viento que pone en peligro el retorno. ¿Pero quién tiene ganas de retornar?

Solo, me paseo un rato por los prados donde en el 76 sentí por primera vez la llamada de Nicaragua, el inicio de una comunión, de un pacto entonces secreto y nocturno. Me embarco a desgana en la lancha que nos devolverá a San Carlos, y estoy todavía en esa mezcla de recuerdos y sensaciones donde el río, el lago y el tiempo juegan conmigo, cuando una tremenda sacudida nos hace saltar a todos en una realidad que no se anuncia como agradable. La lancha se inmoviliza y hay las carreras y los gritos de rigor en esos casos, tras de los cuales llega la explicación casi irrisoria: un enorme sábalo se ha dejado atrapar por la hélice y es una masa sanguinolenta de escamas y carne que hay que desprender con no poco trabajo de las palas. ¿Cuánto medía ese sábalo kamikaze capaz de meternos semejante susto? Ya está ahí San Carlos, la avioneta nos espera para llevarnos de vuelta a Managua. Pienso en el sábalo, pienso en el tigre, vuelvo a ver la ancha y bruñida corriente del San Juan. La desmesura ha sido aquí la medida de las cosas. Como todo en el país, me digo atándome el cinturón que siempre parece inútil en las avionetas. Tan pequeña, Nicaragua, tierra de gente viviendo con tigres, de sábalos que revientan una lancha, de un pueblo que se mide diariamente contra fuerzas tanto más grandes que él. Desde el aire vuelvo a ver Solenti-name bajo un cielo dorado de atardecer. Ahí está la paz, volverá a florecer la belleza del arte popular ingenuo y sabio, con sábalos y tigres pintados y esculpidos por los niños, las mujeres, los pesca-dores. Todo busca aquí su camino, su equilibrio difícil. Un trópico

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que deja de ser tópico en sus muchas carencias y torpezas, un trópico para un pueblo verdaderamente libre por fuera y por dentro. Será largo, compañero. Pero Pulgarcito se ha puesto las botas para siempre.

Nicaragua, febrero de 1983

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El escritor y su quehacer en América Latina3

Si estas páginas suenan como una conferencia, será por culpa mía, y lo lamentaré mucho. Subo a esta tribuna, en torno a la cual se reúnen tantos amigos queridos y admirados, con el estado de ánimo del que entra en una casa o en un café; donde esos amigos lo esperan para charlar. Pero me conozco lo bastante como para saber que el solo hecho de estar en un estrado que me sitúa físi-camente por encima de los demás –a pesar de que eso también me pasa casi siempre al nivel del suelo– basta para privarme de toda espontaneidad oral y hasta de toda coherencia; incapaz de improvisar una línea discursiva, me veo precisado a escribir lo que hubiera preferido exponer con esa soltura que admiro en tantos otros. Por eso, si empiezo por justificar la necesidad de estos folios, quisiera que nadie lo tome como una vanidad estilís-tica; estoy hablando con ustedes y no leyendo una conferencia.

Hace años que muchos de los aquí presentes enfrentamos el problema que motiva esta reunión, y particularmente el que me atribuye el temario: el quehacer del escritor en América Latina. No es necesario reiterar nociones que se han vuelto muy claras para todo intelectual responsable, entendiendo por responsabi-lidad la conciencia de la libertad y de la autodeterminación de nuestros pueblos y la decisión de participar en el proceso que los lleve a ellas o las consolide si ya están logradas. Viejas polémicas sobre el llamado compromiso del escritor se ven hoy felizmente superadas por una problemática concreta. ¿Qué hacer además de lo que hacemos, cómo incrementar nuestra participación en el terreno geopolítico desde nuestro particular sector de trabaja-dores intelectuales, cómo inventar y aplicar nuevas modalidades de contacto que disminuyan cada vez más el enorme hiato que separa al escritor de los que todavía no pueden ser sus lectores?

3 Texto para un seminario sobre política cultural y liberación democrática en América Latina (Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Sitges, España, septiembre de 1982)(Nota de la edición de muchnick Editores, S.A.,1984).

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Por poco dotados que estemos muchos de nosotros en el terreno práctico –y creo que somos mayoría, y que no cabe avergonzarse, puesto que nuestra práctica es otra–, a nadie puede escapársele ya la importancia de esta etapa en la que los análisis teóricos parecen haber sido suficientemente agotados y abren el camino a las formas de la acción, a las intervenciones directas. Como ingenieros de la creación literaria, como proyectistas y arqui-tectos de la palabra, hemos tenido tiempo sobrado para imaginar y calcular el arco de los puentes, cada vez más imprescindibles entre el producto intelectual y sus destinatarios, ahora es ya el momento de construir esos puentes en la realidad y echar a andar sobre ese espacio: a fin de que se convierta en sendero, en comunicación tangible, en literatura de vivencias para nosotros y en vivencia de la literatura para nuestros pueblos.

El puente, como imagen y como realidad, es casi tan viejo como el hombre. Un poema ha sido siempre un puente, como una música, o una novela, o una pintura. Lo que es menos nuevo es la noción de un puente que partiendo de un lugar habitado por esas novelas, esas pinturas y esas músicas, se tienda hacia otra orilla donde nada de eso ha llegado o llega verdaderamente.

Los puentes, que tienden los editores, por ejemplo, unen a los escritores con los lectores, pero más allá de las zonas de ese tráfico se abren los páramos de la soledad y de la incomu-nicación, quizá en menor escala en un país como éste, pero en proporciones pavorosas, en el conjunto de América Latina. Y por eso la noción de quehacer que nos reúne hoy aquí, parte obli-gadamente de algo que las ilusiones urbanas, los humanismos elitistas y las buenas conciencias intelectuales prefirieron ignorar o escamotear de la misma manera que tantos gobiernos y tantas políticas se atrincheran en el circuito de las capitales y los centros urbanos, marginándose de la inmensidad de los pueblos que los rodean en un silencio de ignorancia, de opresión, de incomunicación, de extranjería, por decirlo así.

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En Nicaragua la cultura ha roto todas las etiquetas

Hace tres semanas yo estaba todavía en Nicaragua, donde una vez más fui a reunirme con quienes conocen mejor que nadie los efectos de esta hipócrita noción de cultura, de esta discriminación que una dinastía de tiranos practicó a base del viejo principio de que la ignorancia de los muchos facilita el enriquecimiento de los pocos.

Desde hace tres años el gobierno sandinista dedica el máximo de sus posibilidades a eliminar el analfabetismo como primer peldaño para incorporar la totalidad del pueblo a una conciencia de la existencia humana que se diversifique en todos sus aspectos inte-lectuales, estéticos y políticos. No es por azar que en ese gobierno haya escritores de la talla de Ernesto Cardenal, de Sergio Ramírez, y catadores de la belleza plástica y de la poesía como Miguel D’Escoto y Tomás Borge; que uno de sus jóvenes comandantes guerrilleros, Omar Cabezas, publique un libro donde el testimonio de la lucha contra Somoza se alía a una eficacia poco frecuente en el género, y que una pléyade de escritores y artistas colabore estrechamente en las duras tareas cotidianas de ese pequeño país amenazado cada vez más por Estados Unidos y sus cómplices. No es azar que sean ellos los que están tendiendo los primeros puentes intelectuales entre la ciudad y el interior, entre los creadores, limitados hasta hace poco a los lectores previsibles, y esa masa que de día en día y paso a paso ha empezado a descubrir que la vida no es sólo sobre-vivir, que el trabajo no tiene por qué terminar en el espeso sueño de cada noche, y que pensar es mucho más que dar vueltas en la cabeza a las ideas recibidas, los atavismos y los prejuicios.

Si aludo aquí a Nicaragua con algún detalle, es porque la noción de quehacer se vuelve más imperiosa cuando se está en contacto directo con una de las muchas realidades latinoamericanas en las que nuestro trabajo es necesario y urgente. Para empezar, los intelectuales nicaragüenses me dan cada vez más la impresión de estar articulando su obra vocacional con las múltiples actividades que cumplen públicamente como dirigentes, administradores,

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o simples interlocutores en los incesantes encuentros, mesas redondas, reuniones de información y manifestaciones populares. Y si esto sólo parece factible en un contexto de reestructuración revolucionaria como el de Nicaragua, sirve, sin embargo, para mostrar por contraste hasta qué punto en otros países el escritor vive pegado a una especie de etiqueta que lo distingue de los demás, y para preguntarse en qué medida nuestro quehacer en cualquier lugar donde vivamos no consiste hoy en proyectarnos mucho más, personalmente al escenario latinoamericano, físicamente cuando es posible, o bien dando a nuestros trabajos nuevas características de difusión que, sin privarlos en absoluto de su índole natural propia los inserten más y mejor en aquellos núcleos para quienes pueden ser útiles. Huelga decir que no estoy abogando por la faci-lidad, por la simplificación que tantos reclaman todavía en nombre de esa inserción popular, sin darse cuenta de que todo paternalismo intelectual es una forma de desprecio disimulado. Las vanguardias intelectuales son incontenibles y nadie conseguirá jamás que un verdadero escritor baje el punto de mira de su creación, puesto que ese escritor sabe que el símbolo y el signo del hombre en la historia y en la cultura es una espiral ascendente; de lo que se trata es que los accesos inmediatos o mediatos a la cultura se esti-mulen y faciliten para que esa espiral sea cada vez más la obra de todos, para que su ritmo ascendente se acelere en esa multiplica-ción en la que cada uno hacedor o receptor, pueda dar el máximo de sus posibilidades.

Pero ya dije que habíamos dejado atrás las teorías y que ha llegado la hora de la acción. Por eso quisiera apuntalar esta voluntad de quehacer en la forma más tangible que las condiciones actuales permiten y sobre todo reclaman.

Hace poco, en un discurso que todavía sigue levantando polvo en muchas palestras, el ministro de cultura de Francia afirmó en México que una cultura indisociada de las pulsiones más profundas de los pueblos –y eso no sólo incluye las idiosincrasias étnicas, sino también las opciones históricas y políticas– no es verdaderamente la cultura. Si esta noción no es nueva, en cambio surge por primera

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vez con la fuerza que le da el ser proclamada por un gobierno dispuesto a llevarla a la práctica, lanzada como un desafío frente a las falsas culturas estabilizantes cuando no desestabilizantes, como de sobra las conoce y sufre América Latina. Un punto de vista que hasta ahora parecía reservado a nuestro enclave intelectual y a su formulación restringida al libro, a la conferencia o a la clase magistral irrumpe hoy como un golpe de lanza en el escenario más apropiado, el de un continente de culturas escamoteadas, de culturas sojuzgadas, de culturas aculturadas, de culturas ridícula-mente minoritarias y elitistas, de culturas para hombres cultos. Y por eso, cuando se me pide que hable de nuestro quehacer en este plano, digo simplemente que hay que superar la vieja noción de lo cultural como un bien inmueble e intentar lo imposible para que se convierta en un bien mueble, en un elemento de la vida colectiva que se ofrezca, se dé y se tome, se trueque y se modifique, tal como lo hacemos con los bienes de consumo, con el pan y las bicicletas, y los zapatos.

¿Pero cómo?, me lo pregunto como imagino que muchos se lo están preguntando aquí. ¿Cómo podemos los intelectuales sacar la cultura de su cáscara, que definen los diccionarios y defienden los que todavía viven replegados en un elitismo mental que les parece inseparable de toda poesía, de toda creación?

Por una autocrítica de los estereotipos

Esta pregunta ha tenido ya un comienzo de respuesta a lo largo de los últimos años. Pocos son los escritores responsables en América Latina que, al margen de sus libros, no participan de una u otra manera en el proceso geopolítico de sus pueblos, tanto en forma directa como en el caso de los nicaragüenses ya citados, o bien cumpliendo actividades paralelas de información perio-dística (García Márquez es aquí un alto ejemplo), o de colabora-ción con organizaciones nacionales e internacionales que luchan por los derechos humanos y la autodeterminación de los pueblos, sin hablar de muchas otras tareas literarias y extraliterarias de

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solidaridad, de apoyo o de denuncia, según los casos. Estas labores que cada día agrupan a un número mayor de intelectuales traba-jando de consuno con juristas, dirigentes políticos, económicos y sociólogos, me parecen una primera etapa de sobra conocida, en la que acaso el Tribunal Bertrand Russell vale como símbolo domi-nante. Sin embargo, esta creciente intervención intelectual en la materia misma de la historia y de los procesos populares latinoa-mericanos ha tenido hasta ahora un límite negativo, creado en parte por lo específico, y especializado de esas actividades, y en parte, por el bloqueo que los regímenes opresores de nuestro continente y su vigilante padrino norteamericano oponen a la irradiación de sus líneas de fuerza, del estímulo y la influencia que estas activi-dades podrían y deberían tener en los niveles populares. Es por eso que nuestro quehacer debe inventar nuevas formas de contacto, abrir otro espectro de comunicaciones en todos los niveles, y es ahí donde los estereotipos profesionales (digamos vocacionales si se quiere, pero agregando que escribir no es sólo vocación, sino trasla-ción, comunicación), es precisamente ahí donde nuestros estereo-tipos demandan una autocrítica profunda que no todos hemos sido capaces de hacer hasta ahora.

No sólo palabras...

Lo que sigue podrá parecer pueril, pero si el viejo adagio dice que el niño es el padre del hombre, ¿por qué callarlo en nombre de una seriedad adulta que no siempre lleva a buen puerto? Se habrá advertido ya que me abstengo hoy de toda incursión o digresión literaria, y la única excepción estará destinada a marcar aún más esta distancia. Quisiera recordar solamente que en 1812 el poeta Shelley sintió exactamente lo que estamos sintiendo hoy aquí, y que su deseo de comunicar lo más ampliamente posible sus ideas revolucionarias le llevó a echar botellas al mar y lanzar globos al aire con mensajes destinados a todo aquel que los encontrara. Su aparente excentricidad le valió los peores ataques del establishment de su tiempo y el comienzo de una persecución política que debía

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conducirle finalmente al exilio, y la peor acusación de sus enemigos fue la de puerilidad.

Cito así a uno de mis poetas más queridos, pensando que hace unos años, en una reunión de solidaridad para con el pueblo de Chile que se celebró en Polonia, propuse –supongo que con la misma puerilidad de Shelley– algunas actividades que podían reemplazar con ventaja tantas afirmaciones tribunicias que no siempre van más allá de las palabras y de quienes se conforman con ellas. Sugerí, por ejemplo, que en vez de lamentarse tanto por la censura impuesta por Pinochet a los libros editados en Chile o provenientes del extranjero, cada uno de nosotros se ingeniara para enviar paquetes de libros por vía marítima, que cuesta muy poco, a personas capaces de distribuir su contenido, y hoy sé que muchos jóvenes chilenos tuvieron y tienen oportunidad de leer lo que unos cuantos depositamos en el correo de la esquina de nuestra casa, como ahora lo estamos haciendo para el pueblo nicaragüense por razones muy diferentes, pero igualmente necesarias.

Aludí también a la posibilidad de perfeccionar las emisiones de onda corta con destino a Chile, Argentina y Uruguay, no sólo como vehículo de información fidedigna sobre todo que los gobiernos de esos países escamotean y distorsionan (y la guerra de las Malvinas acaba de dar un ejemplo monstruoso de cómo se puede mentir a un pueblo incluso hasta después de la catástrofe final), sino también como presencia viva de escritores exiliados, cuya voz y cuya obra podría llegar a miles de oyentes sometidos a la censura de las publicaciones por escrito y de las radios o televisoras locales.

Recursos para aproximarnos...

¿Es pueril, es insignificante todo esto? Muchos de nosotros hemos grabado cassettes que son introducidos fácilmente en nues-tros países y que tienen un valor a la vez intelectual y político, y muchos hemos aprovechado las facilidades del video para multi-plicar una presencia o por lo menos una cercanía. ¿Por qué escri-tores que se limitan específicamente a escribir artículos que casi

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nunca pueden entrar en sus países no toman contacto con equipos de video, cada vez más accesibles y numerosos en los sectores mili-tantes latinoamericanos para burlar fácilmente las barreras de la censura? Yo acabo de hacerlo para los combatientes salvadoreños, y sé de muchos compañeros que lo hacen para Guatemala, Argen-tina y Chile. Si es cierto que la imaginación es y será nuestra mejor arma para tomar el poder, entendiendo por poder una participación más estrecha y más eficaz en la lucha del pueblo por su identidad y su legítimo destino, nuestro quehacer tiene que articularse a base de técnicas más eficaces que las consuetudinarias, menos estereo-tipadas que las que emanan de nuestras tradicionales etiquetas de cuentistas, poetas, novelistas y ensayistas, y todo eso sin dar un solo paso atrás en lo que nos es connatural, pero vehiculándolo de una manera capaz de llegar allí, donde nunca llegará si seguimos en nuestro viejo circuito rutinario, por más bello, avanzado y audaz que sea en sí mismo.

Eficacia del relato gráfico

Y por eso espero que a esta altura de lo que digo nadie sonreirá irónicamente si hago referencia a posibilidades tales como las tiras cómicas, así denominadas por una mala traducción del inglés y que sería mejor llamar relatos gráficos. Sabemos que los dibujos humo-rísticos de contenido satírico –eso que los anglosajones llaman cartoons– han probado desde hace siglos su eficacia política incluso en países donde la censura se ensaña contra todo lo que considera serio, pero se ve obligada a dejar pasar lo meramente cómico, tras de lo cual alienta una seriedad que el pueblo descifra y asimila infa-liblemente.

Por desgracia, es evidente que este arte tan importante no nos ha sido dado a los escritores, incapaces en la mayoría de los casos de imaginar un tema de ese tipo y mucho menos de dibujarlo. La tira cómica, en cambio, supone casi siempre la colaboración de un dibujante y un escritor; es como un cine inmóvil, un relato en el que participan la imagen y la escritura, el guión con todo su contenido

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intelectual y los personajes representados por una pluma capaz de darles vida y conectarlos con la sensibilidad del lector-espectador. Este género tiene magníficos exponentes en casi todos los países latinoamericanos, pero el trabajo individual de talentos, como el de Rius, en México; Quino, en Argentina, y tantos otros sin duda bien conocidos por ustedes, abre la posibilidad de multiplicar sus efectos si los escritores forman equipo con los dibujantes y llevan la tira cómica a dimensiones que no tienen por qué ser inferiores a los de la literatura narrativa. Hace unos años yo robé una tira cómica mexicana que me incluía con gran desenvoltura como uno de los personajes de las aventuras de Fantomas, una especie de supermán idolatrado por millares de lectores populares, y con ayuda de amigos publiqué un falso equivalente, cuyo verdadero fin era denunciar a las transnacionales y poner en descubierto las más sucias tareas de la CIA en América Latina. La edición se agotó en seguida gracias a Fantomas, por supuesto, que una vez más se metió por la ventana y no por la puerta de sus lectores, pero ahora con una finalidad muy diferente de las que le habían dado tanta fama en México.

Escritores y medios de comunicación

Y ya que estamos en esto, ¿qué decir de esa otra plaga moderna que podría ser convertida en un fascinante mensaje cultural, como es el caso de las fotonovelas? La asociación inteligente de escritores y fotógrafos abre un campo inmenso a la imaginación popular, pero ya sabemos lo que se publica hoy en revistas que embrutecen a millares de lectores ingenuos y llena los bolsillos de las transnacionales. Me quedaría por citar el arma más extraordi-naria, más delirante, más operativa: la televisión. Alguien me dirá en seguida que ella, como el cine, está en manos del gran capital y que nadie accede a sus santuarios sin la censura previa de los lava-dores de cerebros; pero es triste comprobar que en América Latina hay países como Cuba y Nicaragua, que tienen canales que son del pueblo y para el pueblo, y que, sin embargo, continúan obedeciendo

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en gran medida a la ley de la facilidad y del conformismo, simple-mente, porque los escritores, los artistas, todos nosotros, con nues-tras etiquetas, hemos sido incapaces hasta hoy de tomar por asalto esos reductos desde donde la verdadera cultura podría abrirse paso hasta los lugares más alejados y más desposeídos. Tal vez las únicas excepciones dignas en el terreno artístico sean el cine y el teatro, puesto que en América Latina se dan con un acento cada vez más revolucionario; es bueno poder decir que su ejemplo tiene un alto valor en esta hora en que nos preguntamos, siempre un poco desconcertados, por las formas posibles de nuestro quehacer intelectual.

Como bien saben los escritores, el azar es nuestro mejor Virgilio en este infierno histórico en que vivimos, y él me ha guiado en estos días hacia unas páginas del escritor venezolano Luis Britto García, que hablando en un encuentro celebrado en Managua en julio del año pasado se refirió admirablemente a la incomunica-ción de la cultura en América Latina. De su ponencia quisiera citar estas líneas, que sólo él podía escribir con tanta lucidez, y que tras de referirse a la ofensiva de las transnacionales y de los medios de comunicación para alienar el espacio cultural latinoamericano, mostrando que la única cultura que ellas buscan en nuestro conti-nente es la cultura imperialista que niega al ser humano, lo explota y lo discrimina, agregan lo siguiente:

Ello plantea, para el intelectual latinoamericano, la tarea de servirse de los medios de comunicación de masas aún en los países en los cuales no hay perspectivas revolucionarias inmediatas. Posi-ciones muy respetables han afirmado el derecho del creador a desligar su obra de toda militancia en favor del contenido estético. Pensamos, por el contrario, que la urgencia de la hora impone al intelectual una triple militancia: la de la participación en las organizaciones políticas progresistas; la de la inclusión del compromiso en el contexto de su obra, y la tercera militancia de batallar por la inserción de su obra, en el ámbito real de los medios masivos de comunicación, anticipándose así a la revolución política, que concluirá por ponerlos íntegramente

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al servicio del pueblo. Porque mientras la política no asegure la libe-ración cultural de nuestra América, la cultura deberá abrir el camino para la liberación política.

Por un quehacer abierto en todas las direcciones

Sé muy bien que podemos discutir los matices de esa triple militancia, y que por mi parte no creo que el compromiso deba ser una constante invariable en la obra de un escritor, ni mucho menos, puesto que la pura ficción es también una levadura revolucionaria cuando procede de un autor que su pueblo reconoce como uno de los suyos. Pero sí creo, con Britto García, que nuestro quehacer tiene que abrirse en todas las direcciones posibles, según las vocaciones y las posibilidades de cada uno, y que desligar la obra de toda mili-tancia es dar la espalda a nuestros pueblos en nombre de supuestos valores absolutos que el huracán de nuestro tiempo contempo-ráneo convierte en hojas secas y en olvido. De sobra sabemos que en América Latina hay escritores que no renuncian a la feria de las vanidades editoriales y a los galardones de la sociedad privilegiada que los adula, y que se obstinan en el anacrónico refugio de sus torres de marfil. Nada han hecho ni nada harán para evitar que un día pueda caer también sobre ellos el fuego del napalm o la bomba de neutrones; acaso creen basándose en lecturas esotéricas, que el marfil los protegerá de las radiaciones.

Podría seguir proponiendo quehaceres, como, por ejemplo, el de la asociación de la música popular con textos que la salven de la sensiblería, el conformismo y la vulgaridad, que sigue siendo en gran medida la norma comercial y que el público absorbe inge-nuamente. Las llamadas canciones de protesta, así como las de la Nueva Trova Cubana y las de muchos artistas españoles y, de otros países, han mostrado ya el camino, y por mi parte sé que algunos tangos que hicimos en París con amigos argentinos y que obvia-mente fueron prohibidos en el Río de la Plata, viven hoy en la memoria de quienes los escucharon por vías clandestinas. Pero me detengo aquí, porque todo esto no es una lección para nadie, sino

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una manera de concretar lo mejor posible una esperanza y traer algo más que ideas teóricas a una reunión que espera otra cosa de todos nosotros. Terminaré con otra esperanza, la de un quehacer fundamental que no puedo pasar por alto y que toca directamente a esa inmensa multitud de los latinoamericanos exiliados en tantos pedazos del mundo. Si ese exilio ha de tener algún sentido, no será a base de negatividad de todo lo que comporta, de sufrimiento y de nostalgia, sino de una inversión total de valores que le den esa fuerza que hace temible al bumerang: la fuerza del regreso...

Todo aquel que no haya renunciado a esa voluntad de regreso puede y debe poner su capacidad y su imaginación al servicio de su pueblo, y a los intelectuales se les abren no sólo posibilidades como las que he esbozado aquí, sino todas aquellas que puedan nacer de su propia invención, siempre capaz de saltar de la página escrita, de la novela o del poema, a la arena más que nunca inevitable y preciosa de la realidad latinoamericana, ese inmenso libro que podemos escribir entre todos y para todos.

Dejando de hablar para el silencio

Por más crueles que puedan parecer mis palabras, digo una vez más que el exilio enriquece a quien mantiene los ojos abiertos y la guardia en alto. Volveremos a nuestras tierras siendo menos insulares, menos nacionalistas, menos egoístas; pero esa vuelta tenemos que ganarla desde ahora, y la mejor manera es proyec-tarnos, en obra, en contacto, y transmitir infatigablemente ese enriquecimiento interior que nos está dando la diáspora. Este semi-nario de escritores amigos, entre los cuales hay tantos exiliados, ha nacido del generoso deseo de una universidad en tierra española que quiso acogerme en su seno y reunirme con todos aquellos que amo y respeto.

Ella comprenderá mi gratitud si digo que mi esperanza más honda es la de que nuestro encuentro sea ya un momento útil en ese quehacer que nos preocupa. Porque no es la reunión misma la que tiene importancia, sino su irradiación hacia una América

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Latina profundamente solitaria, la de millones de hombres para los cuales no hay reuniones, no hay libros, no hay puentes. Si cada uno de nosotros ayuda a proyectarla hacia nuestros pueblos por todos los medios a su alcance, no habremos venido inútilmente a Sitges, no habremos hablado para el silencio.

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Discurso de recepción de la orden Rubén Darío

Recibir del pueblo sandinista de Nicaragua la Orden que su diri-gencia me confiere esta noche, no es solamente una distinción ante la cual todas las palabras me parecen como espejos empañados; como inútiles tentativas para comunicar algo que está mucho antes y también mucho más allá de ellas. Para mí, la Orden Rubén Darío no es solamente esa alta distinción, sino que representa algo así como el fin de un larguísimo viaje por las tierras y los mares del tiempo, el término del periplo de una vida que entra en su ocaso sin ningún orgullo, pero sin la cabeza baja. Y como sucede siempre en los peri-plos, en ese eterno retorno en el que principio y fin se confunden y se concilian, yo pienso esta noche en mi lejana infancia, en mis primeras lecturas, en mi despertar a la poesía, mala y buena poesía; de los manuales escolares y las bibliotecas familiares, y así como hace pocos días en Managua citaba un poema nunca olvidado de Gaspar Núñez de Arce, así ahora surge ese instante de mi joven vida en que sobre mí cayó un relámpago que habría de dibujar para siempre su serpiente de fuego en mi memoria, el instante en que creyendo leer, uno de los tantos poemas de uno de mis tantos libros, entré en la maravilla de El coloquio de los centauros, y descubrí en una misma iluminación a Rubén Darío, a la más alta poesía que me hubiera sido dada a conocer hasta ese entonces, y acaso mi propio destino literario, mi hermosa y dura condena a ser un pastor de palabras, ése que ahora trata una vez más de encauzarlas en su rebaño infinito, en su arte combinatoria que ninguna computadora podría abarcar jamás y cuyo producto es eso que llamamos cultura. De esa cultura quisiera decir algo aquí, pero antes me era nece-sario recordar mi primer encuentro con Rubén Darío para que se comprendiera mejor lo que para mí significa esta alta recompensa que recibo en su patria, este término del largo viaje en que vuelvo a sentirme ese niño que despertó a la belleza gracias a él en un lejano pero nunca olvidado día.

Hablar de la cultura en Nicaragua constituye un problema muy diferente del que se plantea en muchos otros países del mundo.

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Quien pretenda hacerlo partiendo de los parámetros habituales en la materia, sean los europeos o los de diversos países latinoameri-canos, se expone a hablar en el vacío, o a lo sumo aplicar fórmulas válidas en otras circunstancias, pero que aquí se diluyen frente a una realidad por completo diferente. Por mi parte, quisiera trans-mitir mis propias vivencias sin la menor pretensión de agotar un tema inagotable por definición, puesto que la cultura, siempre difícil de definir exactamente, es un proceso que recuerda el mito del Fénix, un proceso cíclico e ininterrumpido a la vez, una dialéctica que incide en la historia y a la vez la refleja, un cama-león mental sentimental y estético que varía sus colores según las sociedades en las que se manifiesta. Como toda generalización, querer hablar de cultura en abstracto no es demasiado útil; pero sí lo es abordarla dentro de un contexto dado y tratar de comprender su especificidad y sus modalidades, como quisiera hacerlo ahora y aquí. Dejemos pues a otros el tema de las muchas revoluciones en la cultura desde los tiempos más remotos, y hablemos concre-tamente de la cultura en la revolución, en esta revolución que hoy me une más que nunca a ella con un lazo de amor que jamás podré agradecer lo bastante.

La cosa es así: apenas se llega a Nicaragua, la del 19 de julio por supuesto, la palabra cultura empieza a repiquetear en los oídos, forma parte de una temática y de un programa extremadamente variados, y basta muy poco tiempo para advertir que esa palabra tiene aquí una connotación de la que carece en países donde sólo se la usa en un nivel que algunos llamarían privilegiado, pero que yo prefiero calificar de elitista. Para dar un ejemplo, Nicaragua tiene un Ministerio de Cultura, pero ese ministerio no se parece para nada a muchos de sus homólogos en los que la noción y la práctica de la cultura siguen respondiendo a esquemas piramidales, o en el mejor de los casos a la noción de que la cultura es sólo uno de los diversos componentes de la estructura social. De inmediato se tiene aquí la clara sensación de que tanto el ministerio como cual-quiera de las otras instancias del gobierno han expandido desde un primer momento el concepto de cultura, le han quitado ese barniz

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siempre un poco elegante que tiene por ejemplo en el occidente europeo, han empujado la palabra cultura a la calle como si fuera un carrito de helados o de frutas, se la han puesto al pueblo en la mano y en la boca con el gesto simple y cordial del que ofrece un banano; y esa incorporación de la palabra al vocabulario común y cotidiano expresa lo que verdaderamente importa, que no es la palabra en sí, sino lo que ella comporta como carga, su explosiva, maravillosa, riquísima carga actual y potencial para cada uno de los habitantes del país. Y si mi ejemplo está quizá despertando ya el apetito de algunos de ustedes, lo completaré diciendo que en Nicaragua todo lo que es, puede ser o llegará a ser cultura no me parece visto como un componente autónomo del alimento social, no me parece visto como la sal o el azúcar que se agregan para darle más sabor o más sazón a un plato de comida; aquí yo siento que el plato y la cultura son ya una misma cosa, que en última instancia la cultura está presente en cada uno de los avances, de las inicia-tivas y de las realizaciones populares, que no es ya el privilegio de los que escriben muy bien o cantan muy bien o pintan muy bien, sino que la noción parcial de la cultura ha explotado en miles de pedazos que se recomponen en una síntesis cada vez más visible y que comporta igualmente miles de voluntades, de sentimientos, de opciones y de actos.

Alguien podrá decir que esta tentativa de descripción no parece lo suficientemente precisa: es justamente el tipo de crítica que podría hacer un hombre “culto” en el sentido académico del término, para quien cultura es ante todo una difícil adquisición individual, lo que naturalmente reduce el número de quienes la poseen y además los distingue claramente de los que no han acce-dido a ella. Por eso casi fatalmente hay que dar un paso adelante y tratar de entenderse mejor sobre esa palabra tan equívoca. El interés, yo diría la pasión por la cultura en Nicaragua, constituye, a partir del triunfo de la revolución popular, un índice clarísimo de cuál es el derrotero presente y futuro de este incontenible proceso de liberación, de dignidad, de justicia y de perfecciona-miento intelectual y estético. A los indiferentes no se los cultiva,

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a lo sumo se les inculcan rudimentos de educación; pero en Nica-ragua basta observar la forma en que enormes multitudes escu-chan y comprenden discursos en los que se plantean y analizan cuestiones muchas veces complejas, y la forma en que reaccionan frente a manifestaciones artísticas de toda naturaleza, para darse cuenta de que para ellas la noción de cultura no es ya una inal-canzable referencia intelectual, sino un estado de ánimo y de conciencia que busca por todos los medios alcanzar su realización práctica. Por encima de los diversos grados de conocimiento que puedan existir en el pueblo sandinista, ese interés de las masas populares por la cosa pública, por los problemas comunes, por los actos y los eventos más variados, muestran con claridad lo que podríamos llamar la movilización cultural, por difícil y precaria que sea todavía frente a los obstáculos que le oponen los enemigos de dentro y de fuera.

Desde luego, nada de esto es nuevo para ustedes, pero en cambio lo es para muchos de los que desde lejos siguen con interés el proceso histórico nicaragüense. Para ustedes, identificados con el ideario y el mensaje de hombres como Sandino y Carlos Fonseca, esta asimilación y esta ósmosis de la revolución y la cultura es un hecho más que evidente; pero las cosas cambian cuando no se conocen suficientemente las claves históricas, intelectuales y morales del proceso liberador, y por eso, aunque estas palabras son dichas en Nicaragua y para Nicaragua, mi esperanza es que se proyecten también hacía quienes no siempre creen lo que para nosotros es casi obvio.

Me bastará dar un solo ejemplo: en Europa se asombran a veces de la multiplicación y la importancia que han llegado a tener los talleres de poesía en Nicaragua. Que la sed y la voluntad de cultura busquen su expresión en tantísimos centros donde jóvenes y menos jóvenes ejercitan la imaginación, gozan del placer de ese inmenso plato de frutas que es el lenguaje cuando se lo saborea, después de elegirlo, pulirlo y morderlo con fruición, he ahí algo que pasma a otras sociedades donde la poesía sigue siendo una acti-vidad solitaria y entre cuatro paredes, reducida a un mínimo de

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publicaciones y de lectores. No es fácil que comprendan hasta qué punto esa actividad no tiene absolutamente nada de “cultural” en el sentido elitista, sino que es una manifestación de esta otra cultura que estoy tratando de mostrar a los escépticos o a los sorpren-didos, esta cultura que es revolución porque esta revolución es cultura, sin compartimentaciones selectivas ni genéricas.

Algunos de los no convencidos apelarán a la tradicional adhe-sión de Nicaragua a todo lo que sea poesía, y estaré dispuesto a conceder que nada tiene de fortuito que la poesía sea la expresión cultural más favorecida a esta altura del proceso revolucionario. Pero precisamente la movilización cultural que estamos viendo en plena marcha equivale –si se me permite semejante despropó-sito bajo este clima– a la bola de nieve que aumenta y aumenta a medida que rueda. Todo lo que he podido y puedo ver aquí muestra que no me equivoco: la música está ahí para probarlo, con la entu-siasta adhesión del público a sus diversas manifestaciones, el teatro popular que parece cada vez más dinámico e inventivo, el baile en sus diversos estilos, y ahora también el campo de las artes plásticas, que en este avance incontenible va a expandirse enormemente con la creación y la influencia del Museo de Arte de las Américas, nacido de la solidaridad internacional, pero respondiendo desde luego a una urgente necesidad de asimilación y disfrute de los campos estéticos más variados. En efecto, ¿quién hubiera podido soñar, hace tan poco tiempo con una colección de pintura y escultura como la que se expone provisionalmente en el teatro Rubén Darío? ¿Quién que no tuviera los medios económicos para viajar al extran-jero hubiera podido asomarse a un desfile tan múltiple y complejo de todas las tendencias estéticas dominantes de nuestro tiempo? Todo eso es cultura, pero una cultura que en vez de darse como procesos aislados salta hacia adelante en la gran ola de la movili-zación cultural masiva, y la fuerza incontenible de esa ola nace de que la dirigencia y el pueblo comparten y se reparten esa misma sed de conocimiento y de belleza. ¿Quién hubiera imaginado aquí una editorial como Nueva Nicaragua, que apenas en sus primeros pasos ha lanzado ya una serie considerable y hermosísima de libros

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para satisfacer un ansia de lectura que la campaña alfabetizadora ha vuelto multitudinaria?

Por cosas así se comprenderá que alguien como yo no tenga el menor temor de que esta movilización se estanque o se anquilose; el gran camaleón del arte y de las letras, de las artesanías y de las músicas, inventará nuevos colores cada día en la imaginación de su pueblo. Pero al mismo tiempo sé el precio que desde el 19 de julio se ha venido pagando para que la cultura se difunda y se renueve, un precio que en estos momentos se ha vuelto más alto y más duro que nunca. Que el esfuerzo que trato de esbozar se siga cumpliendo frente al ataque desembozado de contrarrevolucionarios cínica-mente ayudados por los Estados Unidos y sus cómplices o títeres, no solamente es la prueba de su inflexible arraigo en el pueblo sandi-nista, sino también la mejor garantía de su indomable vitalidad. No olvido a aquel jerarca nazi de los años treinta, no sé si Goering o Goebbels, que dijo: “Cuando oigo hablar de la cultura, saco la pistola”. La amenaza no era gratuita, porque cuando una cultura es como la que está creando y viviendo el pueblo de Nicaragua, esa cultura es revolucionaria y resulta inevitable que frente a ella se alcen una vez más las pistolas de quienes buscan esclavos, colonos o lacayos a quienes imponer la ley del amo. Si el pueblo sandinista muestra diariamente que está dispuesto a enfrentar esas pistolas, lo hace con una decisión que sólo puede nacer de un sentimiento de plenitud humana, de saberse al mismo tiempo pueblo e individuo, pueblo formado por individuos y no por una masa amorfa de indivi-duos que no buscan ser entidades aisladas, como lo es en el fondo el programa cultural de tantas sociedades basadas en el egoísmo, en la llamada lucha por la vida, ese tan norteamericano struggle for life que en definitiva es la ley de la selva, es tratar de ser el más rico o el más poderoso o el más culto a costa de cualquier cosa, y sobre todo a costa del prójimo.

Por eso, ya a esta altura del proceso revolucionario, lo que me parece más acertado y más importante es que la política cultural nicaragüense se abra como lo está haciendo en todas las direcciones posibles y por todos los medios a su alcance. Me conmueve que aquí

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todas las actividades populares van siempre como de la mano con un elemento de cultura, un incentivo mental o estético, y eso es algo que se siente en los discursos de los dirigentes, en ese evidente deseo de que cada cosa que se haga, por simple o incluso penosa que sea, no caiga jamás en el mero nivel del trabajo a ciegas. A ustedes tal vez ya no les impresiona como a mí encontrar cada semana los suplementos culturales de los diarios revolucionarios, sin hablar de tantas revistas, programas radiales y televisados, y otras incitaciones que pueden mejorarse todavía mucho más, pero que ya están ahí y son parte de la vivencia permanente que tiene el pueblo en materia estética y literaria. Cada vez que abro esos suplementos pienso que en ese mismo momento están llegando a todos los rincones del país, humildemente escondidos en el cuerpo del diario, y que millares y millares de ojos que no sabían distinguir las letras del alfabeto hace tan poco tiempo, van a leer junto conmigo, el poema de un combatiente o de un niño, un ensayo sobre pintura o una entrevista a un médico o a un músico, y que acaso en muchas de esas familias habrá quienes lean eso y quienes no lo lean, habrá las ignorancias o las indiferencias que también son parte lógica del proceso, y habrá las revelaciones inesperadas y fecundas que un artículo, un cuento, un poema o una imagen pueden provocar en un adolescente o en un adulto, y cambiar acaso completamente su vida.

En esta diseminación, en este esfuerzo, hay las nubes negras de tantos obstáculos que aún llevará tiempo y sacrificio echar abajo. ¿Cómo ignorar las dificultades de las comunicaciones, los problemas étnicos, las múltiples trabas a esos contactos mentales capaces de eliminar poco a poco los tabúes y prejuicios, de acabar con las ideas fijas y sustituir todo ese aparato negativo y siempre peligroso por una conciencia clara de las metas revolucionarias en todos sus planos? Nicaragua no es Arcadia, sus carreteras y sus vías fluviales no son las de Suiza. Pero si la alfabetización dio los resultados que conocemos gracias a que una parte del pueblo fue el maestro de la otra parte, ahora es el momento en que los conte-nidos culturales, tanto de orden intelectual como político, ético o

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estético, se ahonden en la conciencia popular gracias a ese meca-nismo de transmisión de individuo a individuo y de grupo a grupo, allí donde el que sabe algo esté dispuesto a comunicarlo y a hacer de toda cultura individual una cultura compartida. Pero cuando digo compartida no pienso de ninguna manera en una cultura repetitiva sino, muy al contrario, en un fermento mental y afec-tivo con todo lo que eso puede conllevar de discusión, polémica, aciertos y equivocaciones. Así como personalmente he defendido siempre el derecho del escritor a explorar a fondo su espacio de trabajo, pese al riesgo de no ser bien comprendido en el momento e incluso acusado de elitista o de egotista, así también veo esta cultura revolucionaria de Nicaragua como una palestra de ideas y de sentimientos en sus más diversas posibilidades y manifesta-ciones. Para mí la menor huella de uniformidad temática o formal sería un desencanto. La cultura revolucionaria se me aparece como una bandada de pájaros volando a cielo abierto; la bandada es siempre la misma, pero a cada instante su dibujo, el orden de sus componentes, el ritmo del vuelo van cambiando, la bandada asciende y desciende, traza sus curvas en el espacio, inventa de continuo un maravilloso dibujo, lo borra y empieza otro nuevo, y es siempre la misma bandada, y en esa bandada están los mismos pájaros, y eso a su manera es la cultura de los pájaros, su júbilo de libertad en la creación, su fiesta continua. Estoy convencido, porque es algo que siento cada vez con más fuerza en cada una de mis visitas a Nicaragua, que ésa será la cultura de su pueblo en el futuro, firme en lo que le es propio y abierta a la vez a todos los vientos de la creación y de la libertad del hombre planetario.

Pido que se me perdone todo lo que esta tentativa de abarcar un panorama tan vasto pueda tener de precario e incluso de super-ficial. Hablo de lo que he visto y sentido, pero no lo hago como los visitantes o periodistas extranjeros que apenas desembarcan en el país se creen capacitados para explicar y criticar cualquier cosa, y hasta para profetizar acerca de la Revolución Sandinista y su proceso popular. Sé que cualquiera de ustedes conoce mejor y vive más a fondo que yo ese proceso, pero que también puede ser útil

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que alguien del exterior ofrezca sus puntos de vista siempre que lo haga sinceramente, siempre que sea capaz de vivir de muy cerca y apasionadamente esta realidad antes de pronunciar la primera palabra de una opinión o de un juicio. Muchas gracias.

Nicaragua, febrero de 1983

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Las batallas desiguales

En una reciente declaración firmada por varios conocidos escritores latinoamericanos, entre ellos Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, se acusa a los Estados Unidos de haber desen-cadenado contra Nicaragua una guerra que se califica de reaccio-naria, inhumana e inmoral. La moral poco ha tenido y tiene que ver con las guerras, pero en este caso la conducta y los procedimientos que aplica el gobierno de Ronald Reagan –estrechamente para-lelos a los que practica en El Salvador– merecen ser mejor cono-cidos por quienes sólo cuentan con la información periodística en la que la inmoralidad de esa política suele pasar inadvertida frente al sonido y la furia de los hechos de armas. De todas las califica-ciones que recibe esa guerra por parte de los firmantes de la decla-ración, la de inmoral es sin duda la más grave, porque en ella se resumen de alguna manera todas las otras; y esto no sólo porque la versión oficial que se da como pasto cotidiano a millones de norteamericanos es de una inmoralidad total, sino que con escasas excepciones la información periodística independiente de ese país coincide en lo profundo con la geopolítica del sistema y de hecho lo avala, a pesar de sus críticas frecuentes y de sus pretensiones de objetividad y de verdad.

En ese sentido la “autopsia” de cualquier artículo indepen-diente de diarios tan influyentes como el Washington Post o el New York Times muestra de inmediato, a quien sepa manejar el bisturí mental, el grado de inmoralidad que subyace en los artí-culos aparentemente más objetivos. Tomo al azar uno de Christo-pher Dickey, publicado en el Post hace pocos días4, y que narra sus experiencias en la zona nicaragüense de Nueva Segovia donde este periodista pasó una semana junto a las bandas contrarrevolucio-narias que invadieron Nicaragua desde Honduras. Dickey tiene esa suprema habilidad del oficio que consiste en poner todo lo que dice en una especie de balanza de la justicia, para que el lector esté

4 Reproducido en el Herald Tribune del 7 de abril de 1983 (edición interna-cional) (Nota de la edición de muchnick Editores, S.A.,1984).

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seguro de que no toma partido ni por unos ni por otros. Escucha las afirmaciones o las quejas de los campesinos de esa región, y es sumamente moderado en sus juicios. Pero, para empezar, como no dice nada de las características aisladas, atrasadas y primitivas de la zona donde se mueve, cualquier lector ignorante de la geografía nicaragüense verá en los campesinos de Nueva Segovia un equi-valente de la entera población rural del país, y en eso reside la primera añagaza. Personalmente ignoro el grado de eficacia que en esa zona pudo tener la campaña de alfabetización emprendida por los sandinistas al otro día de su victoria, pero supongo que fue muy relativo y que una de las primeras consecuencias nefastas del hostigamiento somocista a lo largo de la frontera hondureña es la paralización total de los trabajos de post-alfabetización (lo que se suma al enorme retraso que la guerra provoca en todos los terrenos de la educación y del trabajo y que está haciendo más daño a Nica-ragua que la propia guerra, cosa que sin duda satisface profunda-mente a los dirigentes norteamericanos).

Frente a este cuadro, nadie debería sorprenderse de que una parte de los campesinos de la región tiendan a simpatizar con los invasores; su grado de conciencia política es todavía muy bajo, puesto que la situación en la zona y los frecuentes asesinatos de alfabetizadores y asistentes sociales no han permitido llevar a cabo el trabajo con la eficacia alcanzada en regiones más acce-sibles del país. Dickey lo revela claramente cuando subraya en primer lugar los intereses económicos puramente individuales de los campesinos, que traducen una ignorancia profunda de las fina-lidades de la revolución popular y el apego a un estado de cosas atávico del cual el gobierno busca arrancarlos gracias a la reforma agraria, a la educación y a la participación plena e inteligente en el proceso popular. Cito un párrafo revelador de esta situación harto frecuente en América Central, en cuyas zonas más miserables el dinero es lo único que tiene sentido, y máxime en el caso de estos campesinos que no son culpables de haber sido relegados e igno-rados por cuarenta años de somocismo urbano y proburgués. Dice Dickey: “Los campesinos se quejan de verse obligados a vender

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sus cosechas o sus animales a los almacenes del estado, y a precios fijados por el gobierno”. O sea que no entienden aún el plan de reforma agraria, de cooperativas, de incorporación de la economía rural a un conjunto económico que elimine cada vez más las desigualdades sobre las cuales Dickey guarda un perfecto silencio. “Se enfurecen –agrega– frente a las tropas sandinistas que les piden la entrega de una parte de sus escasas provisiones y sólo les dejan un papel en cambio”. ¿No se le ocurrió a Dickey que ese papel es el recibo que ajustará las cuentas con arreglo a las disposiciones económicas del gobierno? Pero aquí surge la realidad profunda en la frase siguiente: “(En cambio) los ‘contras’ pagan en efectivo. La patrulla con la cual me movía en la zona llevaba consigo el equiva-lente de varios miles de dólares en moneda local”. Y, por supuesto, al señor Dickey no se le ocurre preguntarse de dónde salen esos miles de dólares, espejos de engaños para gente miserable, soborno irre-sistible para quienes viven en un mundo de hambre.

Así, la contrarrevolución busca abrirse paso en las masas campesinas con el dinero introducido, como sus tropas, desde Honduras, aunque su procedencia original se sitúa indudable-mente mucho más al norte. Para quien conozca un poco la menta-lidad del campesino que aún no ha despertado a la conciencia de un proceso que abarca a la totalidad del país, el dinero es un arma mucho más poderosa que la intimidación de los fusiles. Para terminar su artículo, Dickey descubre que “las gentes de Nueva Segovia son las más conservadoras de Nicaragua, y el régimen centralista que los sandinistas han tratado de imponer desde su triunfo en 1979 no les gusta”. ¿Por qué no les gusta? Porque no tienen la menor idea de que la elaboración del proceso popular se inicia en Managua, y que el gobierno tiende desde la capital las líneas de organización, educación, planificación y mejoramiento colectivo. Son todavía incapaces de hacerse una idea global de ese proceso, y por eso sus primeros efectos prácticos les parecen una intromisión en su enclave de aislamiento; en el fondo, la patria de todo campesino atrasado es su aldea, pues del resto sólo tiene una idea nebulosa y casi siempre hostil. Por eso, desde julio de 1979

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el gobierno nicaragüense lucha incesantemente contra esa visión primitiva, y por eso la alfabetización fue la primera y fundamental etapa de ese combate que hoy se ve coartado y mutilado por una invasión que responde precisamente a todo lo que hay que erra-dicar en Nicaragua. Resulta casi ingenuo por parte de Dickey que termine su artículo con estas palabras:

En cambio (o sea a diferencia de los esfuerzos del gobierno para llevar el adelanto desde el centro hacia la periferia), los dirigentes contrarrevolucionarios prometen a los nicaragüenses, para citar las palabras de uno de sus jefes, Adolfo Calero, menos gobierno del que tuvieron hasta ahora, y menos intervención del gobierno en sus vidas.

Es aquí donde la inmoralidad profunda del artículo salta como el pus de una herida infectada. ¿Qué fue la tiranía de los Somoza en sus décadas de infamia? Precisamente eso: menos gobierno, porque el gobierno no tenía otro interés que el de explotar sin gobernar; y menos intervención del gobierno en las vidas de los campesinos, porque las vidas de los campesinos malditos si les importaban a los Somoza mientras se estuvieran quietos en sus míseras parcelas, ajenos a cualquier cosa que no fuera su entorno cotidiano. El programa de los contrarrevolucionarios es simple-mente la vuelta a ese estado de cosas del pasado, o sea, la vuelta al sistema de los latifundios y las ganancias exorbitantes para un grupo privilegiado protegido por el poder que a su vez es prote-gido por los intereses de Washington.

Tal es la moral de los Calero y los Robelo y de los somocistas que a sus ambiciones materiales suman la sed de la venganza por haber sido arrojados fuera del país (al precio de cincuenta mil muertos).

Naturalmente, los lectores norteamericanos sacarán del artí-culo de Dickey y de tantos otros la impresión tranquilizadora de que los sandinistas son impopulares en las zonas rurales. Pocos, segu-ramente, serán capaces de sospechar la realidad que se esconde detrás de esta batalla desigual en la que un proceso de avance

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popular multitudinario se ve obstaculizado por las fuerzas combi-nadas del dinero y las armas procedentes del extranjero. Pero, claro, el Departamento de Estado seguirá afirmando que no se mete en los asuntos internos de Nicaragua; la moral se lo impide, no faltaba más.

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Un sueño realizado: El arte de las Américas llega a Nicaragua

Aunque parezca mentira...

Estamos tan acostumbrados a visitar museos de arte que resulta difícil imaginar un país que no los tenga, grandes o pequeños. Y éste era el caso de Nicaragua antes de la revolución de 1979. Un país con magníficos artistas plásticos, y una pintura “primitiva” llena de gracia, un país cuyo pueblo tiene una sensi-bilidad a flor de piel cuando se trata de la belleza en cualquiera de sus formas, había llegado a nuestros días sin la menor posibi-lidad de asomarse a un museo de obras de arte; la ignorancia y el desprecio de los Somoza padre e hijo frente a cualquier manifes-tación estética habían privado a tres millones de nicaragüenses de todo contacto con el arte internacional; que se arreglaran con el cine o la televisión...

Lo que voy a narrar aquí es otra prueba de cómo los dirigentes sandinistas no perdieron un solo día en la batalla contra la igno-rancia. Todo el mundo conoce la amplitud y los resultados de la campaña contra el analfabetismo, llevada a cabo en el primer año de la liberación del país, en cambio se conoce menos la múltiple acción paralela emprendida en el campo de la música, el teatro y las artes plásticas. A cuatro años del triunfo del 19 de julio, Nica-ragua ve concretarse la ambición de los dirigentes y del pueblo; el primer museo de arte abre sus puertas (con las dificultades que reseñaré), y los nicaragüenses pueden asomarse con curiosidad y maravilla al panorama artístico de todo el continente.

Lo que pocos años antes hubiera parecido un cuento de hadas se ha vuelto realidad tangible: Nicaragua posee hoy uno de los museos más ricos en pintura y escultura de todo el ámbito lati-noamericano; y lo que es aún más hermoso, ese museo ha nacido de un vasto movimiento de solidaridad por parte de los artistas de América Latina. A la hora en que los exguardias somocistas buscan invadir y aplastar el país en nombre de lo que Reagan y la señora Kirkpatrick llaman “la democracia”, centenares de artistas

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se hacen presentes con sus obras como reafirmación de su amor por ese pequeño país que no ceja en seguir adelante frente a las mayores dificultades, y que a cada tentativa de intimidación de los Estados Unidos responde con las últimas palabras de uno de sus mártires, el joven combatiente y poeta Leonel Rugama: “¡Que se rinda tu madre!”.

Todos los caminos llevan a Roma, pero algunos empiezan ahí

En su casa de Managua, Carmen Waugh –chilena, experta en artes plásticas a lo largo de un amplio derrotero como directora de galerías de pintura en Chile, Argentina y España– me cuenta el comienzo de la historia.

—Poco después del triunfo sandinista se organizó una semana latinoamericana en Roma, y el alcalde de la ciudad me confió la preparación de una muestra de artes plásticas. Por razones econó-micas hubo que limitarse a los artistas exiliados en Europa, pero como entre ellos figuraban y figuran muchos de los más famosos, expulsados de sus países por circunstancias harto conocidas, la muestra tuvo un alto nivel de calidad. En esos días llegó Ernesto Cardenal, gran poeta nicaragüense y ministro de cultura de su país, quien luego de visitar la exposición nos habló de los problemas de Nicaragua en ese campo, y nos preguntó si no sería posible orga-nizar un movimiento de solidaridad que se tradujera en la crea-ción de un fondo artístico para Nicaragua. Tanto yo como algunos pintores presentes –Le Pare, Gamarra y otros– recogimos con entu-siasmo la idea e hicimos los primeros trámites, pero sólo al año siguiente la idea tomó cuerpo. Viajé a Nicaragua por primera vez, y Cardenal me pidió que tomara a mi cargo la puesta en práctica del proyecto; volví a Europa, y a finales del año 81 teníamos ya cien obras de artistas exiliados en Francia, casi treinta de los que viven en España, y eso constituyó el núcleo inicial de la colección.

Se dice demasiado que los poetas son soñadores; en el caso de Cardenal, su confianza en Carmen Waugh mostró de sobra su capa-cidad pragmática, puesto que a ella se debía la organización y las

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múltiples presentaciones del llamado museo Salvador Allende, que en estos diez años llevó a tantas ciudades el mensaje estético de los artistas identificados con la causa del pueblo chileno. Poseedora de una vasta experiencia en la materia, conocedora de los mejores artistas de nuestro tiempo, Carmen pudo lograr en muy poco tiempo una cantidad inapreciable de donaciones.

—Hicimos una primera presentación en París, en el Palais de Tokyo, y tuvimos la generosa adhesión del ministro de cultura de Francia, Jack Lang, quien además nos ofreció el traslado de las obras a Nicaragua: cuando se piensa en lo que cuesta un envío de esa naturaleza, te imaginas lo que eso pudo representar para los nicas...

—Y entretanto, ¿se seguían recibiendo donaciones?—Por supuesto. A los artistas latinoamericanos de los países

que cité antes, se sumaron los que viven en la República Democrá-tica Alemana, en Italia y en Inglaterra. Se incorporaron así trabajos de artistas tan conocidos como Nemesio Antúnez, Rómulo Macció y otros. En agosto de 1982 teníamos en Managua un total de 150 obras de primerísima calidad. Te juro que yo me frotaba los ojos cuando las veía. ¡Ciento cincuenta trabajos de ese calibre en Managua!

En verdad la nómina de los artistas solidarios enorgullecería a cualquier colección de pintura contemporánea. Imposible citarlos a todos, pero bastan algunos nombres para hacerse una idea de conjunto: Matta, Cruz Diez, Soto, Ravelo, Sobrino, Zañartu, Toma-sello, Cuevas; Gamarra, Núñez, Piza, Seguí, Gironella, Felguérez, Balmes, Asís, Lublin, Le Pare, Novoa...

Problemas de alojamiento

Sí, de veras es como para frotarse los ojos: Y preguntarle después a Carmen Waugh cómo se las arreglaron los nicas para alojar y presentar ese primer núcleo del museo en una ciudad que sigue estando parcialmente en ruinas después del espantoso terremoto de 1973.

—Ah, esa es toda una historia que te resumiré lo mejor posible. Aquí no había la menor experiencia en materia de museos, y ni

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siquiera la posibilidad de presentar los cuadros en cualquier local, puesto que todo edificio más o menos útil está ocupado por las oficinas del gobierno; y las dificultades económicas reducen al mínimo los planes de construcción de viviendas. Cuando llegó el primer lote de obras, Ernesto Cardenal y yo hablamos con otros dirigentes y les planteamos la urgencia de encontrar un local que se prestara para una buena presentación de los trabajos. Sergio Ramírez y el comandante Tomás Borge se interesaron desde un comienzo, y este último me propuso un edificio en el centro de Managua, que luego resultó estar ya asignado a un ministerio. Todos estábamos de acuerdo en que el museo debería crearse en la zona de la Plaza de la Revolución, que está destinada a conver-tirse en un gran centro cívico. Había que renunciar al sueño de un edificio construido especialmente y buscar entre las ruinas de la zona, alguno que se prestara a una reconstrucción. Te aseguro que fueron meses penosos en los que yo creía haber encontrado por fin el edificio soñado hasta que debía abandonar la idea por una razón u otra.

—¿Y los cuadros, entretanto?—Los cuadros fueron mostrados desde el principio en forma

provisional, aprovechando las galerías del “foyer” del Teatro Popular Rubén Darío. Pese a la iluminación insuficiente y a otras carencias técnicas, la colección pudo ser expuesta en toda su importancia. Pero déjame seguir con lo de la sede, que por suerte tiene un final feliz luego de un período lleno de decepciones. Hay que darse cuenta, Julio, de que este problema de la sede no era el más importante para los dirigentes en momentos en que Nica-ragua se veía atacada diariamente por los exguardias de Somoza con bases en Honduras. Y, sin embargo, lo era en otro sentido, puesto que ninguno de ellos lo olvidó, al punto de que el coman-dante Daniel Ortega encontró tiempo para estudiar el asunto con Ernesto Cardenal y finalmente propuso que se utilizara lo que quedaba del antiguo Gran Hotel en pleno centro de Managua.

—Ayer fui a visitar esa ruina, y no me extraña que la idea te haya parecido una solución definitiva.

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—Por supuesto, ya que el emplazamiento responde a todos nuestros proyectos (a veces los llamo sueños, pero sé que muchos sueños se realizan en Nicaragua, y éste será uno de ellos). Para empezar, lo que queda del edificio del Gran Hotel permite una reconstrucción que se adaptará admirablemente al museo, ya que se cuenta con una vasta superficie aprovechable. ¿Sabías que el hotel era de Somoza?

—No, pero a veces me pregunto qué no era de Somoza antes del 19 de julio...

—Bueno, la gran ventaja de eso es que sus innumerables propiedades han pasado automáticamente a ser del pueblo, y se las puede destinar a mejores fines. Para darte una idea, el hotel tiene una superficie total de seis mil metros cuadrados, y bastará reconstruir la planta baja, cuya estructura se mantuvo en pie cuando el terremoto, para disponer de todo lo necesario para el museo.

—O sea que se planea algo más que una gran sala de exposi-ción.

—Mucho más que eso. El edificio está situado al lado de la Plaza de la Revolución y el gobierno sandinista quiere crear allí una gran zona cultural abierta al público. Junto con el museo se instalará la biblioteca nacional y el edificio del llamado Palacio Nacional, antigua sede del gobierno, será destinado a abrigar el Museo de la Revolución. El cine González, está en esa misma zona, y la cinema-teca tendrá también su sala de proyecciones. La idea es convertir ese conjunto en un lugar de paseo donde no entrarán los automóviles, donde el pueblo podrá visitar los diferentes centros culturales; por eso queremos completar ese panorama con una reconstrucción del antiguo Gran Hotel que permita la instalación no sólo del museo en sí mismo, sino de una serie de recintos que alberguen una cafe-tería, una librería, venta de discos y cassettes, un taller de grabado, otro de fabricación de marcos, e incluso una gran tienda donde se venda la hermosa artesanía nicaragüense, esas ropas y trabajos en algodón y cuero que tanta reputación le han dado a Masaya entre

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otras ciudades. Todo eso va a nacer de las ruinas, como tantas otras cosas en Nicaragua...

“Museo” es una palabra triste

Carmen me muestra un primer proyecto de reconstrucción que permite imaginar el futuro museo flanqueado por otros centros de cultura y espacios verdes. El impulso solidario que llevó a la dona-ción de centenares de obras de arte va a multiplicarse aquí, y de la primera semilla van a brotar múltiples espigas. Pienso, con amarga ironía, en algunos artistas que se obstinan en sostener que las donaciones no sirven de nada, y me alegro por todos aquellos cuyo trabajo estará representado en el museo como un magnífico deto-nador cultural, presencia viva de la libertad y la belleza en el seno de un pueblo que se bate por ellas.

—La denominación definitiva del museo ha sido bastante discutida –digo–. ¿Hay un acuerdo?

—Sí, aunque por ahora seguimos hablando de “museo”. El problema se planteó en diciembre del 82, cuando la inauguración provisional. En esa oportunidad Ernesto Cardenal sostuvo que la colección de arte no debería limitarse solamente a América Latina, sino abarcar la totalidad del continente americano, incluyendo así a los Estados Unidos, Canadá y los países caribeños, en los que hay cantidad de artistas dispuestos a mostrarse solidarios con Nica-ragua.

De esa idea, recogida con entusiasmo y ya en vías de materiali-zación, surgió la denominación definitiva:

ARTE DE LAS AMÉRICAS / SOLIDARIDAD CON NICARAGUA.—Me alegro que se haya eliminado lo de “museo”, que suena

siempre como algo solemne y un poco polvoriento.—Y que hubiera distanciado a muchos espectadores, es verdad.

Hay que pensar que aquí no ha habido jamás un museo de esta natu-raleza (ni de otras) y que nuestra intención es incorporar a todos los nicaragüenses, sea en Managua o en las ciudades del interior, a una

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experiencia de contacto directo con el arte del hemisferio, lo cual no es nunca fácil en un comienzo. Queremos que la gente entre a ver las obras de arte con la misma naturalidad con que entra en el cine, y que las salas de exposición no tengan el empaque y la gravedad de tantos museos del mundo.

—Lo cual supone una técnica de presentación y de acogida. Pero antes de ir a eso me gustaría saber cómo se sigue manifes-tando la solidaridad de los artistas en el hemisferio.

—Si te digo que lo que ya tenemos constituye una colección de primerísima fila, te darás cuenta de lo que será dentro de muy poco, y sobre todo después que la sede de Managua esté lista para recibir las más diversas obras.

—¿Se acepta cualquier donación?—No, desgraciadamente tú sabes que eso es imposible; pues la

buena voluntad no sustituye por sí misma la calidad artística. Lo que hemos hecho es invitar a los artistas de primera línea, y así a las 250 obras ya reunidas en Managua se van sumando las prove-nientes de diversos países. Aquí me parece justo y bello decir que Venezuela ha sido la avanzada en este campo pues fue el primer país que envió más de veinte obras en 1980, antes de que nos lanzá-ramos a nuestra campaña, y recuerdo que las enviaron “para el futuro museo latinoamericano”.

—¿Y actualmente?—Los cubanos nos han prometido veinticinco trabajos, de

los que ya han llegado ocho. De México vienen cincuenta obras, y un número equivalente de Colombia. El Perú está presente con dieciocho trabajos. Nos faltan aún varios países, entre ellos Ecuador, y sólo ahora empezamos a ocuparnos de los Estados Unidos y Canadá, además de los países caribeños.

—Cuando hablas de países, ¿te refieres a artistas que viven en su patria o a exiliados? ¿Qué pasa con la Argentina, por ejemplo?

—Todos los trabajos recibidos son de artistas exiliados, y lo mismo te puedo decir de Chile, con tres excepciones. Ahora me toca a mí viajar a varios países, encontrar a sus artistas y hacer una selección. Pero como ves, el primer fondo de obras reunidas

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solamente en Europa se está multiplicando de una manera extraor-dinaria. Menos mal que el antiguo Gran Hotel nos dará todo el espacio necesario...

El arte para todos

Lo que me está diciendo Carmen Waugh despierta la imagen de una vasta colección de pinturas, esculturas y grabados que llenan salas y salas. Pero recuerdo a la vez que una de las preocupaciones culturales básicas del gobierno nicaragüense es la de descentra-lizar lo más posible las actividades en ese terreno. ¿Se podrá hacer lo mismo con Arte de las Américas?

—No sólo se podrá sino que la primera etapa acaba de cumplirse en estos días cuando en la ciudad de León se inauguró nuestra primera filial, que por ahora se llama Sede León del Museo de las Américas. El comandante Carlos Núñez, que se ocupaba de organizar los actos de celebración del cuarto aniversario de la revo-lución en esa ciudad que tan valientemente había luchado contra el somocismo, me llamó para pedirme que pusiéramos a punto una filial del museo. Bueno, ya sabes el tipo de problema que uno enfrenta en Nicaragua en esas circunstancias: no hay locales o falta toda infraestructura, o hay que reconstruir una parte del edificio...

—Sí, algo sé de eso. ¿Y de cuánto tiempo disponías?—¡De dos semanas! Bien empleadas, te aseguro. Rechacé una

primera posibilidad de local, y entonces, la gente de los centros populares de cultura de León me informaron de la existencia de una casa hermosísima situada en pleno centro, y que había perte-necido a un abuelo de Somoza, un médico que tenía allí un hospital. Incluso la gente la seguía llamando “la casa de salud”. Vi el edificio y me entusiasmé, pero el problema era que estaba sirviendo de cuartel a un destacamento de milicianos. Hablé entonces con Luis Felipe Pérez, coordinador regional de la Junta de Gobierno, quien me asombró al decirme que siempre se había pensado que esa casa merecía ser convertida en museo. “Nunca lo hicimos –agregó memorablemente–, porque no sabíamos qué ponerle adentro”.

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—¿Y te la dieron?—Claro que sí, pero apenas quedaban doce días y el interior de

la casa estaba a la miseria. Todo el mundo “se puso las pilas”, como dicen los nicas, y se procedió a techar y a habilitar cuatro grandes salas. ¿Me creerás? Yo estaba hablando a las nueve de la mañana con los compañeros de la Junta y a las dos de la tarde llegaron los primeros albañiles y electricistas, a trabajar.

—¿Qué pensó la gente de León?—Estaban encantados con la idea de tener un museo de arte.

Incluso, el día de la inauguración, aparecieron diversas personas pertenecientes a la burguesía local, nada simpatizantes con el proceso sandinista. Era la primera vez que participaban en un acto popular, y su presencia mostró de sobra lo que esa iniciativa representaba para la ciudad de León. Supongo que en Granada, donde estamos ya buscando la sede de la segunda filial, ocurrirá lo mismo. Y después llevaremos otra parte del fondo a Estelí, porque el gobierno no quiere para Managua otras prioridades que las lógicas en una capital. Llegará el día en que todos los habitantes del país podrán visitar alguna de las sedes de Arte de las Américas y la ignorancia y el atraso en la materia pertenecerán definitiva-mente al pasado.

Lo que falta por hacer

No quiero terminar esta reseña sin saber algo de las reacciones populares frente a obras plásticas, de las que jamás habían tenido la menor idea. Cuando le hago la pregunta, Carmen Waugh sonríe feliz.

—Muy por encima de lo que esperaba –me dice–. Te confieso que el día en que se abrió la muestra provisional en el foyer del teatro Rubén Darío, yo me preguntaba si no habría que salir a la calle para convencer a la gente de que entrara a ver las obras. Pero ocurrió exactamente lo contrario, porque la televisión había anun-ciado la apertura de la muestra y el público no se hizo esperar. Lo más hermoso ocurrió en la semana del cuarto aniversario, cuando

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el Ministerio de Cultura organizó visitas colectivas, y los primeros en llegar fueron los miembros de la Central Sandinista de Traba-jadores, en su mayoría cortadores de caña del interior. Luego vinieron las mujeres de la Asociación Nicaragüense de Madres Luisa Amanda Espinosa, después se presentó un amplio sector de la Juventud Sandinista, seguido por la Asociación Nicaragüense de Maestros y por más de doscientos miembros del Ministerio del Interior. Ahora la gente conocía el camino de la exposición, y no cabía duda alguna de su interés y su entusiasmo.

—Tú estabas allí, por supuesto. ¿Cómo reaccionaba el público frente a obras a veces tan complejas, y en todo caso sin ninguna complacencia hacia los espectadores?

—Había y hay de todo, como es lógico. Los que no entienden, los que no quieren entender, y los que descubren por primera vez un mundo diferente que los maravilla. En ese sentido se hace lo posible por dar explicaciones, se guía a los grupos o a los indi-viduos a fin de familiarizarlos con los movimientos contemporá-neos del arte, y se buscan los diálogos, que a veces te aseguro son muy animados, porque los nicas nunca callan sus opiniones que naturalmente son muy variadas.

—¿Se ha pensado ya en preparar un catálogo, explicaciones sucintas, reproducciones de obras, para que el público pueda ampliar su conocimiento?

—Todo eso deberá estar preparado para el día en que Arte de las Américas inaugure su sede definitiva en Managua, coinci-diendo con el quinto aniversario de la revolución. La editorial Nueva Nicaragua ha ofrecido publicar el catálogo que será planeado no sólo como la nómina de las obras reunidas, sino como una introducción a las artes plásticas contemporáneas: tendencias, líneas de fuerza, datos biográficos de los artistas... Se ha pensado asimismo publicar extractos de los diálogos que mantienen los guías y profesores con el público, puesto que dan la pauta de las reacciones frente a cada obra expuesta. Mi propia experiencia en este campo me dice que el público en general se deslumbra frente a los trabajos abstractos pero prefiere la pintura figurativa, donde ve un espejo de la historia

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contemporánea. “Ahora entendemos mejor lo que pasa en otros países latinoamericanos”, me dijo una campesina después de ver una serie de obras donde está presente la lucha y donde se evoca la opresión y la tortura. “Ahora sabemos que no estamos solos”, es otra frase que resume la toma de conciencia popular frente a otros procesos históricos latinoamericanos que se reflejan en un arte de protesta y de combate.

—¿Podrá Nicaragua costear los trabajos de construcción de la sede?

—No lo sé –dice Carmen Waugh–. A base de los primeros planos y proyectos, se prevé un costo de medio millón de dólares, que es mucho dinero para un país que está de hecho en pie de guerra y sometido a todo tipo de bloqueos y presiones del enemigo. Digamos que si la solidaridad fundamental ya ha sido lograda plenamente en el campo de los artistas, se entra ahora en una etapa que requiere una solidaridad económica por parte de países amigos, organiza-ciones nacionales o internacionales, e incluso personas privadas que quieran asociar su esfuerzo a nuestro trabajo. Pronto estarán listos los proyectos concernientes a la iluminación, al aire acon-dicionado, la compleja infraestructura que requiere un museo moderno. En este campo hay países amigos que podrán facilitar parte de esos elementos; por ejemplo, un país como Holanda podría ayudarnos mucho en materia de electricidad e iluminación.

—¿Pero cómo encauzar todo eso?—Pienso que los comités de solidaridad con Nicaragua, que

existen en muchos países, podrán ocuparse de interesar al Estado y a los particulares en cada caso concreto. Los agregados culturales nicaragüenses podrán por su parte presentar nuestros planes a los organismos capaces de contribuir de alguna manera. En realidad se trata de multiplicar la información sobre Arte de las Américas, mostrando la enorme riqueza del material reunido y la necesidad de presentarlo dignamente. Dicho sea de paso, esta entrevista que me estás haciendo forma ya parte de esa información; habrá que sumarle otros mensajes, enriquecer los datos que das en ella, para que los aportes parciales provenientes de diversos países amigos

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nos permitan llevar a término nuestros planes. Creo que lo logra-remos, creo que Arte de las Américas Solidaridad con Nicaragua podrá abrir sus puertas al pueblo en el curso del año que viene.

Cuando salgo de casa de Carmen Waugh veo a un grupo de niños jugando en la calle. Dos de ellos hacen dibujos en la tierra, trazan líneas con un palito, estudian seriamente su trabajo. Uno de ellos me explica que su dibujo es una gallina; el otro ha optado por un avión de guerra. Los niños corren y se persiguen, pero cuando llegan a la zona de los dibujos dan un salto para no estro-pearlos. La noche de Managua avanza con sus perfumes, con su cielo violeta y fosforescente.

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Nicaragua: el fast food de las noticias

Se diría que la gran mayoría de los países que son o se dicen democráticos asisten al drama que se está desarrollando en Nica-ragua con la actitud del que mira un programa de televisión desde su sofá, la copa de licor y los cigarrillos al alcance de la mano, la atención vagamente puesta en un programa que no le interesa demasiado.

Si algunos de ellos utilizan las vías diplomáticas con el propó-sito de buscar un mejoramiento de la grave situación actual, sus gestiones de carácter regional o internacional se llevan a cabo con una lentitud insoportable frente al ritmo de los enfrenta-mientos armados en el territorio nicaragüense. Nadie, en el fondo, parecería querer abandonar el sofá desde el cual contempla el espectáculo. Nadie, ni los gobiernos ni los pueblos; no sé en estas semanas de manifestaciones callejeras, de protestas públicas, de expresiones concretas de solidaridad hacia los sandinistas que defienden metro a metro su tierra y su libertad ganadas hace apenas cuatro años al terror y a la opresión del somocismo.

Por una de esas paradojas que terminan por dar náuseas a la hora en que las informaciones se multiplican sobre las inten-ciones y las acciones de los Estados Unidos contra Nicaragua, de la doble invasión por el norte y el sur, de la intervención de elementos militares hondureños junto a los contrarrevoluciona-rios somocistas, a esta hora en la que cualquier lector o telespec-tador recibe el máximo de información sobre lo que sucede en ese lejano país; la indiferencia y la pasividad se hacen sentir más que nunca, como si la gente no tuviera idea de lo que sucede.

¿El mundo llamado libre va a abandonar a Nicaragua a su suerte? ¿Va a permitir que día a día el peso de la intervención estadounidense, en forma de dólares, equipos y asesores, infil-traciones de la CIA, presiones sobre los países limítrofes, multi-plique sus puntas de lanza en un país que defiende su derecho a ser soberano y a buscar su propia vía histórica en el presente y el futuro?

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Se diría que sí, que no son muchos los que tratan de ayudar a Nicaragua desde el exterior. Pero entonces, ¿se ha perdido la noción de la justicia al punto de tirar la ética más elemental a la basura? Esa indiferencia –entre otras, desde luego–, ¿no revela algo así como una entropía universal, un abandono de valores que no sólo abarca el destino de otros pueblos, sino el de cada pueblo en sí mismo? Si tolero que una banda de matones golpee a un ciego en plena calle, ¿podré volver a mi casa y mirar en los ojos a mi propia familia?

Se diría que es así, y que en su enorme mayoría a los europeos no les importa lo que está pasando en Nicaragua porque en el fondo tampoco les importa demasiado lo que pasa en sus propias tierras, salvo (¡ah, eso sí!) en materias de interés personal, de esca-lamiento de posiciones, de bienestar egoísta (cf. la actual oposición en Francia). Se diría que un cinismo helado gana terreno día a día en los pueblos y en los gobiernos. Nunca hubiera tenido el coraje de decir esto si no viera diariamente cómo, frente a la posibilidad de analizar o juzgar los hechos sobre los cuales existe un máximo de información, el hombre medio pliega el diario y decide olvidarse de lo que acaba de leer. ¿Para qué sirven al fin de cuentas la orgu-llosa prensa mundial, la televisión y la radio? Nicaragua está sola, más sola que nunca; rodeada de hienas y de lobos, defendiéndose en una soledad que ninguna palabrería diplomática puede ya disi-mular.

Y, sin embargo, lo que sabemos hoy debería bastar para promover y suscitar reacciones oficiales y populares capaces de influir incluso, decisivamente en la coyuntura de está hora tan grave. Acabo de leer, como todo el mundo, un resumen de las últimas maniobras políticas norteamericanas, de las que surge sin el menor disimulo ni desmentido que:

1) La CIA está prestando pleno apoyo a los contrarrevolucionarios que invaden Nicaragua después de tres años de entrenamiento favore-cido por la misma CIA, asesores argentinos y dólares norteamericanos, además del apoyo entre furtivo y abierto de Honduras, principal base de operaciones de la invasión; 2) La Cámara de Representantes había

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prohibido hace pocos días a la CIA que se sirviera de sus créditos para apoyar a los antisandinistas, pero una comisión del Senado acaba de dar carta blanca a Reagan pata mantener ese sostén (que no es el único), y eso basta el 30 de septiembre de 1982. ¿Se ha pensado en lo que representan cuatro meses de una invasión cada vez más reforzada por los Estados Unidos? ¿Se ha pensado en que el gigantesco esfuerzo llevado a cabo por el pueblo nica-ragüense para alfabetizarse, difundir la cultura, mejorar el nivel de vida de todo lo cual he sido y soy testigo y partícipe, se ve hoy frenado y acaso paralizado por la necesidad de mantener al país en pie de guerra? ¿Se ha pensado que diariamente jóvenes madres y hermanos entierran a muchachos milicianos caídos en combate? Nicaragua apela ahora al Consejo de Seguridad, y frente al seguro veto de los Estados Unidos pedirá una reunión extraordinaria de las Naciones Unidas. Pero, una vez más, Hamlet podrá murmurar: Words, words, words... Las buenas conciencias se darán por satis-fechas con los debates diplomáticos, pero en esas buenas concien-cias, como también diría Hamlet, empieza a percibirse el olor de la podredumbre. Cien mil nicaragüenses han protestado hace diez días en Managua por el cínico discurso de Reagan sobre los “deberes” norteamericanos en América Central. ¿No habrá grupos de quinientos, de mil europeos que repitan esas protestas frente a las embajadas de los Estados Unidos en sus países? ¿Nos vamos a quedar así, comiendo el fast food de las noticias diarias como si vinieran de Marte? Es para pensar que los telespectadores ya no distinguen demasiado entre un noticioso y una película de ficción, o que prefieren estás últimas puesto que son más realistas. Sí, se diría que la verdadera realidad se nos escapa de entre los dedos, trátese de la bomba de neutrones o de la lucha del pueblo sandinista.

Hay momentos en que envidio al primer bonzo que se inmoló por el fuego como gesto supremo de repugnancia ante lo que lo rodeaba. Pero a la vez sé que ese no es el camino. Un pueblo se bate allá lejos por su dignidad y su felicidad: en su ejemplo está el camino. ¿De qué sirve escribir estas líneas que tanta gente tirará junto con el diario? De nada, piensa el bonzo y se pega fuego. Pero

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la verdadera nada, el triunfo de la entropía definitiva, estaría en no escribirlas. Somos muchos los que seguiremos abriéndonos paso en la indiferencia como tantas otras veces en la historia, sabemos que en algún momento las manos empezarán a tenderse, las pala-bras se volverán verdad y vida.

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De diferentes maneras de matar

Como en el cuento del pastor y el lobo, la invasión de Nicaragua tan anunciada a lo largo de estos meses no se produce, por lo cual en Europa se tiende a pensar en un estancamiento sine díe de la situación. Otros vórtices de violencia atraen la atención del público: América Central se deslíe lentamente en las memorias. Y en su más reciente reencarnación, Maquiavelo cuenta con eso para armar una estrategia diferente y más peligrosa que el ataque frontal a la manera de Granada.

En el ajedrez de estas últimas semanas se han acumulado jugadas como las siguientes, que enumero sin orden cronológico y sin agotarlas:

—Rechazo expreso o tácito por parte de Washington de todas las aperturas hechas por Nicaragua en favor de una negociación clara y limpia basada en el retiro de la ayuda militar y económica de los Estados Unidos a El Salvador y a Honduras, destinada a favo-recer la invasión de Nicaragua por fuerzas antisandinistas, y recí-procamente la suspensión de todo contacto o ayuda de Nicaragua a las fuerzas rebeldes de El Salvador.

—Negativa a conceder un visado al comandante Tomás Borge para que discuta esas y otras cuestiones análogas con los responsa-bles de la administración Reagan en Washington.

—Crédito de 25 millones de dólares otorgado públicamente por el Congreso norteamericano: a la CIA para que lleve adelante sus operaciones “destinadas a desestabilizar el régimen sandinista”.

—Revelación hecha por el New York Times de que el avión utilizado en el intento de bombardeo a Managua fue comprado en Estados Unidos con fondos facilitados indirecta pero proba-damente por la CIA y entregado al contrarrevolucionario Edén Pastora.

—Confesión ante periodistas y cámaras de TV en Managua, del piloto aviador Amador Narváez, capturado por los sandinistas, de la que resulta que los ataques aéreos a Nicaragua se organizan en Honduras bajo la supervisión directa de la CIA; con la participación

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de militares hondureños y de asesores argentinos que entrenan a las fuerzas somocistas.

Mientras estas formas directas e indirectas de hostigamiento, a las que podrían agregarse muchas otras, se van acumulando a lo largo de los días, los esfuerzos de Nicaragua por mostrar su voluntad de negociación son objeto de un total silencio o de comen-tarios escépticos por parte de funcionarios norteamericanos y de dirigentes contrarrevolucionarios. Así, el hecho de que la Junta de Gobierno de Managua haya informado del regreso a Cuba de los asesores de ese país (maestros y médicos en su enorme mayoría) no se considera como “suficiente” en Washington, de la misma manera que se ignora o se comenta irónicamente la serie de disposiciones tomadas por el gobierno nicaragüense con vistas a las elecciones. Resulta obvio que Reagan y sus asesores han decidido de antemano que toda tentativa para lograr una normalización por vía pacífica no merece ser tenida en cuenta. Su meta está clara: conseguir que los contrarrevolucionarios continúen sus ataques hasta posesio-narse de una fracción de territorio nicaragüense y proclamar un gobierno “democrático” con vistas a ser reconocidos oficialmente por los Estados Unidos y sus países cómplices.

Todo esto ocurre en forma parcelada, de manera de distraer la atención mundial de algo que de hecho es una ofensiva cada vez más cerrada y continua. La mejor prueba de su siniestra eficacia viene de la misma Nicaragua, a poco que se examine su situa-ción interior. Por un lado, los problemas militares en las fronteras hondureña y costarricense, y los ataques aéreos contra ciudades y puertos petroleros, obliga al país a un esfuerzo de guerra que se está haciendo sentir en el plano del trabajo –cultivos, producción y distribución en general–, en el plano de la cultura (postalfabeti-zación y educación en todos los niveles), y en el ritmo de la vida en el país. Por otro lado, la Junta de Gobierno ha mostrado al máximo su buena voluntad para negociar en un plano que no atente contra los derechos y la dignidad de su pueblo, y es evidente que no puede ni quiere ir más allá de ese límite. ¿Qué se pretende de Nicaragua al acorralarla de esa manera? Los que no conocen el coraje y la

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decisión del pueblo sandinista esperan un derrumbe interior, favo-recido no sólo por todo lo dicho más arriba, sino por la actitud de la iglesia conservadora del país y los grupos opositores abiertamente alineados en lo que ellos llaman “democracia” a la manera de la señora Kirkpatrick. La actitud del arzobispado nicaragüense ante la necesidad de un servicio militar que abarque a la totalidad del pueblo, es una prueba clarísima de esta obstrucción sistemática a los legítimos esfuerzos de la Junta para defender una revolución amenazada desde todos los ángulos. Tal es en síntesis el panorama, pero lo que no todo el mundo pregunta en España y América Latina es cuáles son las razones más profundas que mueven a los Estados Unidos a buscar el aniquilamiento del proceso social sandinista. En “Sábado”, suplemento del diario mexicano Uno Más Uno, acabo de leer un lúcido ensayo de Sol Argüedas sobre este tema, que resumo aquí parcialmente. Argüedas señala que el propósito expreso de Nicaragua ha sido desde un comienzo el de organizar una economía mixta partiendo de una hegemonía de las fuerzas populares, y es esto lo que resulta inaceptable a los intereses del capitalismo norteamericano y a la burguesía nicaragüense; porque si bien la economía mixta existe y funciona en muchos países, lo hace bajo una égida exclusivamente burguesa, y por tanto en detrimento de las clases desfavorecidas. Cuando en un reciente programa de TV en España dije que detrás de todo el palabrerío “democrático” de Kirkpatrick and Co. estaban como siempre los dólares, quise decir lo mismo.

Argüedas hace notar que la tentativa nicaragüense tiene estrecha relación con los postulados del llamado “eurocomu-nismo”, que se aparta de la línea leninista (para escándalo de los ortodoxos) al sostener que a esta altura de la historia no se trata de destruir el “Estado burgués” ni mucho menos, sino de transformar la sociedad partiendo del mismo Estado, sólo que bajo la hege-monía de las fuerzas del trabajo y de la cultura y no de la enveje-cida “dictadura del proletariado”. Y esto, que para los europeos no es más que un ideal, Nicaragua lo ha puesto en marcha desde el 19 de julio de 1979.

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Pero, claro, Washington prefiere callar algo que sabe muy bien, y en cambio clama contra lo que considera trabas a la democracia en el campo del pluralismo político y la libertad de expresión, trabas inevitables en el caso de una nación agredida y que debe defen-derse de enemigos internos y externos. ¿Se sabe de algún país en guerra –y Nicaragua lo está– que no haya controlado los medios informativos y los grupos opositores? Argüedas cita palabras de Olof Palme que resumen esto claramente: “No se puede exigir una total pureza democrática, con prensa libre y elecciones inmediatas, a un país que está siendo agredido constantemente y sometido a presiones como le ocurre ahora a Nicaragua”.

A mí, asistente a la campaña de alfabetización en la primera etapa del gobierno sandinista, me consta la decidida voluntad de los dirigentes en el sentido de crear un grado de conciencia inte-lectual y política capaz de llevar al pueblo hacía la democracia sin que ésta, como en tantos casos, sea parodiada por una mera dema-gogia. Ese gigantesco esfuerzo en un país tan desposeído, pobre e ignorante como Nicaragua, se ha visto brutalmente frenado por los ataques somocistas telecomandados desde Washington. ¡Y Washington reclama democracia! También he visto la forma en que procede la iglesia reaccionaria del país, y que llega al colmo en la campaña en contra de la conscripción militar. ¡Y Washington reclama libertad de prensa y pluralidad política! No joroben. Reagan and Co., el juego es demasiado claro, y ese juego es una estrangulación paulatina de un país al que se le van quitando uno a uno los medios para llevar a cabo su proceso en busca de una democracia verdadera y de raíz popular, a la vez que se le reprocha airadamente que no cumpla con los postulados de la democracia tal como es concebible en los países más desarrollados. (Y ahora que pienso en mi mención inicial de Maquiavelo, recuerdo que éste elogia con entusiasmo a César Borgia que alguna vez hizo caer en una trampa a sus enemigos y los mandó estrangular uno a uno...).

Todo está tristemente claro: Nicaragua caerá si no multipli-camos nuestros esfuerzos solidarios, y esto significa algo más que

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leer un texto como este y estar de acuerdo con él; significa una movi-lización ante los poderes nacionales en América Latina y en Europa –especialmente en España–, para que sepan que sus pueblos no toleran esa ejecución retardada, ese lento suplicio inferido con tanto cinismo. ¿Vamos a dejar sola a Nicaragua en esta hora que es como su Huerto de los Olivos? ¿Dejaremos que le claven las manos y los pies para que un insolente procónsul siga jugando con el resto del mundo en nombre de una pax... norteamericana?

Febrero 1984

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“Buenas noches”

El 24 de noviembre de 1983, Julio Cortázar fue entrevistado, junto con Ernesto Cardenal y Ricardo Utrilla, director de la agencia EFE, por Mercedes Milá en su programa “Buenas Noches” de Televisión Española. Esta es la transcripción de lo que se dijo.

Mercedes Milá: Hola, buenas noches. Estamos con ustedes en directo, como todos los jueves, desde San Cugat, cuando son las 9:10 de la noche. Juntos, ustedes y nosotros, vamos a cumplir una ilusión: cantarán juntos Ana Belén y Víctor Manuel. Como ustedes saben, desde hace tiempo Nicaragua está pasando una situación muy difícil.

Podríamos decir que el pueblo nicaragüense está ahora en estado de alerta. Ernesto Cardenal, poeta, sacerdote y ahora ministro de Cultura del Gobierno sandinista. Buenas noches, Ernesto Cardenal. Hemos visto imágenes suyas en el Telediario, en las que usted adelantaba un poco cuál es la situación de Nica-ragua. Pero, para quienes no lo han visto ¿podría en pocas palabras situarnos en la posición del pueblo nicaragüense hoy?

Ernesto Cardenal: Sabemos que Reagan ha planeado una inva-sión a Nicaragua. Sabemos que ya se ha decidido. Pensaban hacerlo inmediatamente después de la invasión a Granada, a fines de noviembre. Casi como decir el día de hoy. No han podido hacerlo. Lo han aplazado para fines de diciembre. No sabemos si lo van a poder hacer también a fines de diciembre. Luego ya viene la campaña electoral de Reagan. De todas maneras el pueblo de Nicaragua, con la herencia heroica de los españoles y los indios para resistir las invasiones, está decidido a repeler esta invasión.

MM: Habla usted en un tono muy duro. Yo lo comprendo, pues que a alguien lo invadan así por las buenas es como para hablar en un tono muy duro. ¿Se podría decir que está usted tan humana-mente enfadado o furioso que le cuesta utilizar palabras suaves?

EC: Usted recuerde, ya que es española, la invasión de los moros. Tenemos que resistir nosotros esa invasión y vencer.

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MM: Entonces hablaremos más tarde, durante esta entrevista, con Cardenal de esto y muchas cosas más...

La información es muy importante. La gente que tiene en sus manos el acceso a la información tiene algo que se valora mucho en el mundo contemporáneo. La agencia EFE es como agencia de noticias una primerísima fuente de información. Ricardo Utrilla es su presidente. Uno de los problemas de tener la información y entregarla a los demás a través de los periódicos es la posible manipulación de esa información. ¿Cómo se defiende una persona como usted frente a esa acusación de manipulación que se hace en general a toda la prensa?

Ricardo Utrilla: Es una acusación un poco temeraria. La palabra manipulación es peyorativa; es como si alguien estuviera amasando cosas que no son. En realidad, siempre he dicho que en una agencia de información, incluso si hubiera la voluntad de manipular la informa-ción, sería muy difícil porque el proceso es tan rápido y obliga tanto a la objetividad que resulta imposible. Puesto que estamos hablando de Nicaragua, diré que la agencia EFE tiene como clientes en Nicaragua a La Prensa y a Barricada, que son dos periódicos totalmente enfrentados. Es decir que las noticias que proporcionamos tienen que ser tan utiliza-bles por La Prensa como por Barricada. Es muy difícil caer en esa tenta-ción de la manipulación. Hablar de ella sólo viene como consecuencia de haber vivido en un régimen totalitario donde una de las obsesiones es manipular la información. En un contexto de información libre yo creo que a nadie se le ocurre hacer esto en plan profesional.

MM: Una agencia de noticias puede dar lugar a una gran cantidad de temas interesantes que supongo saldrán aquí esta noche. También está con nosotros una de esas pocas personas que se puede decir que hacen literatura al máximo nivel. Él está consi-derado como uno de los creadores más importantes de nuestro siglo en lengua castellana. Buenas noches, Julio Cortázar. Hace tiempo que no le vemos en TV, no es fácil verle en las pantallas.

Julio Cortázar: No, yo supongo que es una cuestión de defor-mación profesional. Donde yo estoy verdaderamente cómodo es delante de mi máquina de escribir. Las pantallas, los proyectores,

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las luces, todo eso me asusta un poco. Sé que tengo que hacerlo, pero prefiero mi máquina.

MM: Este acento que habrán notado de R francesa en Julio Cortázar es tradicional. Vive en Francia desde hace 32 años, pero lo tiene desde antes.

JC: Es un defecto vocal.MM: Pero en todo caso es la típica R francesa.JC: Coincide. Si viviera en Suecia, tendría exactamente el mismo

defecto.MM: De todas maneras Cortázar tiene la nacionalidad fran-

cesa y al mismo tiempo conserva la nacionalidad argentina, porque es argentino y continúa siéndolo. ¿Cuánto tiempo hace que no ha estado en Argentina?

JC: Exactamente diez años. O sea desde el momento del golpe de Videla, después de las elecciones que había ganado Cámpora. El golpe de Videla inició la escalada de las torturas, las desapari-ciones, los asesinatos, y yo –que vivía como un emigrado voluntario e iba y venía de la Argentina cuando quería– me convertí en un exiliado como tantos miles y miles de argentinos dispersos en todo el mundo.

MM: Y ahora, después de las elecciones, ¿cuál es su opinión de la situación de Argentina?

JC: Bueno, yo creo que se abre un momento de esperanza y espero que los argentinos no se vean defraudados en sus espe-ranzas. En gran medida depende de ellos, depende de los civiles argentinos. Estoy absolutamente convencido de que si el pueblo argentino deja de lado sus diferencias sin perder su sentido crítico, y la oposición es una oposición constructiva y no negativa frente al nuevo poder, tenemos posibilidades de mantener alejados a los militares. De lo contrario, si empiezan de nuevo las quere-llas internas, si los civiles pierden el tiempo en esas querellas, tendremos otro golpe de Estado, porque eso ya es una costumbre del ejército argentino.

MM: ¿Y usted piensa volver ahora? JC: Sí, claro. Lo antes que pueda.

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MM: Todo el mundo está deseando saber si Cortázar va a volver a la Argentina, ¿no?

JC: Soy yo el que está deseando volver hacia los argentinos.MM: Además allí está su madre, que es una mujer muy mayor.JC: Sí, claro. Desde luego. Tiene casi 90 años y yo hace 10 que no

la veo. MM: Vaya momento, duro y emotivo encontrarse con su madre.JC: Desde luego va a ser una cosa muy hermosa.MM: Usted tiene casi 70 años. Es un tópico decirlo. Pero real-

mente Julio Cortázar no lo parece en absoluto. Nadie lo diría. Me quiere decir cómo lo hace. ¿O es natural?

JC: Yo no he hecho nada. Yo tampoco lo creo.MM: ¿Qué es lo que no cree?JC: No creo tener 69 años, porque usted me ha agregado uno

gratuitamente. Creo que el hecho de no creerlo, es lo que me mantiene relativamente joven, porque yo sé muy bien los años que tengo.

MM: Quizá el ser un hombre solitario, un hombre que, como he dicho antes, los medios de comunicación no son precisamente lo que más le atrae, le ha hecho tener este aspecto. Pero por otro lado se dedica a viajar de una forma tremenda. Tiene una viaja-dera –como diría Ernesto Cardenal– tremenda. Es una palabra muy gráfica en este sentido. No para de escribir, de viajar, de explicar. No se cansa.

JC: Bueno, no siempre lo decido yo: lo deciden las circuns-tancias. Y lo deciden además los enemigos, cosa que me fastidia mucho porque es precisamente para luchar contra los enemigos de América Latina que yo viajo mucho a países latinoamericanos. Sobre todo a Nicaragua en estos últimos tiempos. La situación es tan angustiosa y yo tengo tanto miedo frente a lo que está sucediendo en América Central, que esos viajes son la mínima contribución que un escritor puede hacer en el plano de la comunicación: difundir la verdad frente a tanta mentira, frente a tanta información falsa que se difunde y que lamentablemente es muy creída en Europa.

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MM: Ve, eso es lo que yo le preguntaba antes a Ricardo Utrilla, lo de la información falsa, lo de la manipulación de la información. Entonces supongo que no estaba muy de acuerdo con lo que ha dicho Ricardo Utrilla.

JC: No, no, en absoluto. Estoy perfectamente de acuerdo con él, porque no es Utrilla quien manipula la información que viene de Washington que yo sepa, ¿no?

MM: Entonces, la información manipulada viene de Wash-ington.

JC: Bueno, es una de las informaciones (la que cuenta más para mí) que viene profundamente manipulada.

MM: A través de las agencias americanas ¿o cómo?JC: A través de ellas, aunque también hay que reconocer que

en Estados Unidos hay una crítica y un periodismo muy indepen-diente, y el señor Ronald Reagan lo sabe muy bien, porque ahí le hacen críticas muy duras, y saben perfectamente de qué lado está la verdad y de qué lado está la razón. Pero la masa de información que sale al exterior y que se difunde en un país como España, en un país como Francia, está frecuentemente contaminada, no por la infor-mación misma, sino por el vocabulario. En la época en que los sandi-nistas luchaban en las montañas contra Somoza, los periódicos norteamericanos hablaban elogiosamente en la última etapa. Ya no les quedaba otra solución. Hablaban elogiosamente del avance de los sandinistas, pero los calificaban siempre de marxistas, es decir metían la palabrita para ir creando el sentimiento de desconfianza y de miedo en el público lector norteamericano. La principal mani-pulación está dirigida a los lectores locales, y no a los extranjeros, pero se refleja como en un espejo.

MM: ¿Pertenece usted a algún partido político, es comunista? JC: No.MM: Es un hombre independiente. JC: Absolutamente.MM: ¿Y no es peligroso para la creación literaria ese compro-

miso político que usted tiene con gobiernos latinoamericanos?

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JC: Yo creo que es muy peligroso para los malos escritores. Ahora, un escritor que tiene una conciencia precisa de lo que es la literatura –como me parece que es mi caso–, creo que tiene la técnica y los medios suficientes como para establecer una convergencia entre su mensaje literario y su mensaje político, sin que el uno sacrifique al otro. Hay que decir que es muy difícil, ¿eh?

MM: Claro, porque hay momentos en que a Julio Cortázar se le hacen entrevistas prácticamente políticas.

JC: Sí, me toman por politólogo.MM: No lo es, ¿no? JC: No, en absoluto.MM: Le gusta mucho más la literatura supongo —y su profesión,

¿no? JC: Sí, desde luego.MM: Aunque es muy difícil en estos momentos, tal como está el

mundo, hablar con Julio Cortázar solamente de literatura, ¿hay algo que le guste más que la literatura?

JC: Tal vez, en el fondo, la música. Yo soy un músico frustrado. Yo hubiera querido ser un músico, y bueno no tengo capacidad para ser un músico y entonces me limito a escuchar música, y escucho tal vez más cantidad de música que lo que absorbo como literatura.

MM: Toda esa conciencia de lucha por América Latina comienza en Cuba, parece ser, hacia el año 1961, y usted en alguna ocasión ha dicho “Nunca me perdonarán mi apoyo a la Revolución Cubana”, ¿por qué?

JC: Por supuesto que hay muchos que no me lo perdonarán nunca. Pero es verdad que yo desperté a una conciencia política y al sentimiento de ser latinoamericano en el momento de la Revolución Cubana, como consecuencia inmediata de cuando fui a Cuba por primera vez y vi a ese pueblo ajustándose el cinturón al máximo; y luchando en condiciones monstruosas de dificultades frente al injusto bloqueo estadounidense, frente a todo lo que significaba ese cerco a que se veía sometido, mostraba al mismo tiempo un sentimiento de alegría, una sensación de haber llegado a un punto desde el cual podía encontrar su propia identidad. Y 25, casi 25 años de revolución no han desmentido ese sentimiento.

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MM: Pero sí habrá algún aspecto criticable para usted en Cuba. JC: Claro que sí.MM: ¿Por ejemplo?JC: Yo creo que un verdadero revolucionario debe saber criticar.

El que dice sí a todo no es un verdadero revolucionario. Desde luego, tanto en Cuba como en Nicaragua hay aspectos que se pueden criticar. En Cuba me gustaría ver, por ejemplo, una verda-dera prensa. Todavía no hay una prensa en Cuba. Me gustaría ver una difusión cultural en planos diferentes del simple libro. Me gustaría ver una serie de cosas que faltan. Pero es el Tercer Mundo, es el subdesarrollo y es además el problema económico cotidiano.

MM: El caso de Ernesto Cardenal es muy parecido, ¿no? También en Cuba tiene esa conversión a un tipo de revolución concreta, ¿es así?

EC: He dicho que fue mi segunda conversión. Mi primera conversión fue mi conversión a Dios. Y cuando yo visité por primera vez Cuba, en el año 70, yo tuve una segunda conversión, fue mi conversión a la revolución. Porque ahí descubrí que se estaba poniendo en práctica el Evangelio, en dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, enseñar al que no sabe, en fin darle todo al que nada tenía. Y siendo ellos cristianos o no cristianos, era una revo-lución cristiana porque ponía en práctica el Evangelio. Porque el Evangelio es práctica, no es una creencia. San Juan el Apóstol dice que el que ama a su prójimo conoce a Dios y el que no ama a su prójimo no conoce a Dios.

MM: Seguramente podríamos estar mucho rato hablando de Nicaragua, y durante la entrevista a Ernesto Cardenal tendremos la oportunidad de hacerlo también con Julio Cortázar, porque yo no quisiera dejar de hablar, de agradecer públicamente a Julio Cortázar el placer que nos provoca a los que hemos podido leer, no ya su literatura por supuesto (eso ya no hay ni que decirlo), sino por ejemplo sus traducciones. Su traducción de las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar es tan maravillosa, Julio Cortázar, de verdad. Usted es consciente de eso, supongo. Disfrutó muchí-simo traduciendo el libro.

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JC: La palabra maravillosa la encuentro exagerada, tal vez. Creo que es una buena y fiel traducción, que me llevó mucho tiempo y mucho amor. Sólo así, con tiempo y amor, se puede traducir bien.

MM: ¿Y ahora está haciendo algo respecto a traducciones o ya las dejó completamente? ¿Está traduciendo algo más?

JC: Lo último que traduje fueron los textos de mi mujer, Carol Dunlop, para ese libro que ha aparecido últimamente, porque ella escribía en francés. Pero ya no hago más traducciones.

MM: Ese libro se titula Los autonautas de la cosmopista, título del que me va a permitir que le pida explicación, porque la gente no va a entender.

JC: Bueno, es un juego de palabras. Es la historia de dos auto-movilistas, en este caso Carol y yo, que decidimos llevar a cabo un viaje exploratorio un poco extraño, es decir, bajar de París a Marsella por la autopista del sur de Francia, que es un viaje que dura 10 horas. Nosotros lo hicimos en 33 días, deteniéndonos a razón de dos paraderos o dos parkings por día, y explorando todo y descubriendo un mundo muy extraordinario del que los turistas no tienen idea porque se detienen en los paraderos simplemente para tomar gasolina o comer un emparedado. Bueno, ahí descubrimos un mundo diferente y escribimos el libro juntos cada uno sus textos por su cuenta, parodiando un poco amablemente las grandes expe-diciones del pasado.

MM: Carol, su mujer, murió ahora hace un año. Por lo tanto se trata de un libro que para Cortázar tiene muchísima más impor-tancia de la que hubiera tenido el libro sin más. Hubiera sido un libro sobre sus experiencias en la autopista y se acabó. Vamos a ver, ¿y ahora qué? Porque ese no es un tema que vamos a tratar con usted. Es demasiado doloroso como para que entremos ahí, es preferible respetarlo. ¿Ahora qué? Porque en España hay muchas obras suyas publicadas. La editorial Alfaguara lo ha hecho, Deshoras, su penúltimo libro. ¿Y ahora qué va a seguir escribiendo? ¿Tiene prevista alguna novela, otro cuento, cuentos?

JC: Bueno, los viajes de que hablábamos hace un momento me quitan mucho tiempo. No me es fácil escribir en esta época. Pero los

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cuentos se pueden escribir o comenzar por lo menos en un avión y terminar en un hotel. Cosa que no sucede con las novelas. Por eso hace muchos años que no escribo una novela. Una novela para mí significa un mínimo de un año o año y medio. Pero en cambio sí puedo escribir cuentos cuando me baja alguna idea y la puedo aprovechar. Entonces tal vez aparezcan nuevos cuentos. No lo sé. Nunca hago planes ni cálculos.

MM: ¿Y no hay nada que le está molestando ahí dentro, que quiera salir?

JC: Sí, una novela.MM: ¡Ah!JC: Sí, sí. Es una novela con la que yo sueño todas las noches. MM: Qué es, a ver, cuénteme.JC: Y lo que es muy triste, en el sueño la novela ya está escrita.

De manera que, cuando me despierto, es una sensación muy frus-trante, pero que al mismo tiempo me da ánimos y pienso que el año que viene voy a encontrar un hueco como para comenzar ese trabajo.

MM: No me diga que va a ser un año sabático.JC: Sí, sí. Lo voy a autotitular mi año sabático.MM: Y de esa novela ¿no me puede adelantar nada de nada? JC: No, porque yo no sé nada.MM: Pero lo que sueña.JC: Eh, no, porque en el sueño lo que existe es el libro. Yo veo

el manuscrito, yo veo el libro ya hecho siempre en manuscrito. Aunque escribo a máquina, lo veo manuscrito. Pero del contenido no tengo ninguna idea. Me despierto antes de poder leerla.

MM: ¡Qué rabia! ¿No? Una impotencia espantosa. JC: Me molesta mucho, sí.MM: La misma impotencia que debe sentir una persona,

o parecida, que haya dedicado tantas horas de su vida a trabajar en el Tribunal Russell, cuando se llamaba así, o en el Tribunal de los Pueblos después, tratando de defender los derechos humanos, tratando de luchar por los pueblos en un mundo, Julio Cortázar,

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al que yo creo que, para definirlo, podríamos utilizar la palabra cinismo.

JC: Yo la uso con mucha frecuencia, Mercedes. Porque el cinismo parece ser una constante en muchas de las cosas que suceden actualmente en el mundo. Y entonces la tarea de un tribunal como el Russell, donde conocí a Ernesto Cardenal, donde nos vimos por primera vez, y tantos otros tribunales o comisiones, da la impre-sión de ser un pigmeo frente a gigantes. Yo creo, sin embargo, que la palabra y que la voz, no ya la de los intelectuales, sino también la de los juristas y luego la de la opinión pública (porque el trabajo de esos tribunales se trasmite por las vías de la prensa) hacen su camino y avanzan. No se puede luchar contra fuerzas aplastantes en otros campos, pero en la medida de sus posibilidades el trabajo de los intelectuales obtiene resultados a veces insospechados para los que detentan los poderes, los poderes negativos. Por eso hay que seguir adelante, por eso hay que seguir escribiendo y hablando.

MM: Y si usted un buen día se da cuenta que eso por lo que luchaba... es decir, por ejemplo, apoyando a la Revolución Cubana, o apoyando a la Revolución Sandinista, apoyando a Nicaragua, ya no es por lo que usted estaba luchando, porque se ha desvirtuado, ¿será capaz de echar atrás?

JC: Bueno, primero tendría que saber eso, y creo que estoy y estaré muy lejos de saber una cosa parecida.

MM: ¿Por qué? Ah, porque no pasa.JC: Desde luego; tengo la impresión de que el camino de Cuba

y de Nicaragua está trazado con la suficiente claridad como para que yo no lo imagine como negativo en ningún momento del futuro. Puede tener sus accidentes, sus problemas, pero yo lo veo como posi-tivo en los dos casos. De manera que no hago frente a esa hipótesis. Pero suponiendo, en un terreno absolutamente hipotético, que eso pudiera suceder, desde luego que yo me pondría en contra.

MM: Supongo que lo que más le importa es el respeto al ser humano, de manera que en el momento en que eso desapareciera, usted se pondría en contra.

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JC: Allí donde se falte el respeto a la dignidad humana, pues yo estaré en contra siempre.

MM: Gracias por sus palabras. Gracias, Julio.

(Mercedes Milá hace un paréntesis para presentar a los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén; comenta que Ana Belén se cortó el pelo al estilo de los años 30).

MM: ¿Qué decía usted sobre los años 30, Ricardo Utrilla, mien-tras veía cantar a Ana Belén con su corte de pelo años 30?

RU: Me parece mala señal que los años 30 vuelvan a estar tan de moda, porque fueron unos años donde todo presagiaba tormenta y me parece que en estos momentos estamos en una situación muy parecida.

MM: Usted utilizó las palabras “todo huele a guerra”. RU: No, no he dicho huele, he dicho apesta.MM: Más duro todavía, ¿no? Me ha dejado usted en un plan

para continuar la entrevista...RU: No quiero ser trágico ni mucho menos.MM: Bueno, de todos modos es usted un hombre informado,

quiero decir como presidente de la agencia EFE.RU: Creo que en ese terreno todos estamos igualmente infor-

mados. Para estos temas no hay secretos.MM: Julio Cortázar, este es un tema que también le angustia y le

afecta a usted. Este “apesta a guerra”, que podría ser la señal de la moda años 30 –como decíamos–, ¿qué le dice a usted?

JC: Me dice de una gran insensatez por parte de los que no tienen derecho a ser insensatos, los que por circunstancias diversas tienen las riendas del poder en tantos países, en tantas poten-cias, en tantas superpotencias. Y no sé si algún psicoanalista tiene razón cuando dice que en el fondo la humanidad tiene una cierta tendencia a lo que llama la entropía o el suicidio. Yo no lo veo así, yo soy optimista en este plano y creo que si la humanidad ha sobrevi-vido a tanta plaga y a tanta guerra y a tanta destrucción a lo largo de miles de años, seguirá avanzando por su camino. Pero es triste pensar que en una época en que estamos utilizando, por ejemplo,

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esta maravilla que es la TV, y que estamos viendo las posibilidades tecnológicas que podrían hacer una parte de la felicidad humana, todo eso derivando hacia un camino que, como muy bien lo ha dicho usted hace un segundo, apesta a guerra.

MM: ¿Para ser presidente de la agencia EFE, hay que ser militante del Partido Socialista?

RU: No, evidentemente no, y la prueba está en que yo soy presi-dente.

MM: Y, cuando se es presidente de EFE, ¿se reciben presiones muy fuertes del Gobierno para publicar o no publicar ciertas cosas?

RU: No sé qué habrá sucedido con otros presidentes. Desde luego, conmigo ni fuertes ni ligeras ni medianas, de ningún tipo.

MM: ¿Está diciendo la verdad?RU: Absolutamente. ¿No hay una Biblia por aquí?MM: Seguramente mucha gente no lo cree así, porque es una

agencia estatal y por lo tanto es lógico que en algún momento...RU: Sí, pero hay muchas cosas estatales: por ejemplo, Iberia

es una compañía estatal y no se les dan gratis los billetes a los ministros. Es una compañía que funciona como una compañía privada. Lo que pasa es que a ciertos niveles las empresas tienen que tener una financiación estatal. Yo siempre estoy en contra de la definición de la agencia EFE como agencia oficial. Simplemente es nacional.

MM: ¿Tiene sentido que la agencia EFE sea estatal?RU: Sí, porque no hay capitales privados que puedan o que

hayan intentado crear una agencia similar, y es evidente que es un gran instrumento para la imagen y la presencia cultural española, sobre todo en Iberoamérica.

MM: ¿Cuesta dinero a los españoles la agencia EFE?RU: Sí, pero menos de lo que se piensa, y sobre todo proporcio-

nalmente a su función. MM: ¿Se puede conseguir que sea rentable?RU: Eso es muy difícil, porque en las agencias de ese tipo no hay

casos en el mundo. El único que yo conozco es la agencia Reuter, y

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es cada vez menos estatal y tiene un esquema muy comercial y casi de empresa privada.

MM: ¿Se pueden dar todas las noticias que llegan a una agencia? ¿Se dan?

RU: Si se entiende por noticia un producto acabado con arreglo a ciertas técnicas y que se ha probado por una serie de profesionales de la información que empiezan desde reporteros hasta digamos el redactor jefe, entonces evidentemente se da. Yo no conozco perso-nalmente ningún caso en que una noticia que se ajuste a las normas (digamos profesionales) haya sido retenida en una agencia.

MM: ¿Por qué ha dado usted una explicación tan larga cuando un sí bastaba?

RU: Quizá te resulte fácil porque tú eres una profesional. Desde que se origina la noticia, con quien la encuentra, hasta que sale por el hilo su evolución es bastante complicada.

MM: ¿No hay noticias que es mejor que no se den para el bien a lo mejor de un país o para una situación en un momento dado?

RU: Bueno, eso es un problema de alta ética profesional y entramos en un terreno... ¿Quién juzga lo que es bueno y lo que es malo para los lectores?

MM: Es una cosa que yo sé que a Ricardo Utrilla le preocupa en particular. Lo ha dicho en muchas ocasiones. Esa ética...

RU: La ética, sí, pero no la posibilidad de dar o no dar una infor-mación. Yo soy partidario en un 99,9% de dar la información.

MM: ¿Siempre de darla?RU: Siempre, si se ajusta a las normas técnicas, es decir, si es una

información fiable y es una información de interés para la mayoría de los ciudadanos.

MM: ¿Está satisfecho de su posición en EFE? La verdad.RU: La verdad, me he encontrado con una situación en que lo

profesional –que es lo que a mí me hace vivir, como a Cortázar la literatura– es la información de agencia a la que he dedicado prácti-camente toda mi vida profesional, y en EFE tengo muy poca ocasión de ejercer y de poder satisfacer esa pasión. Estoy dedicado a temas empresariales sobre todo.

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MM: ¿Toda su experiencia en France Presse no la ha podido poner en marcha?

RU: No he podido aplicar técnicamente mis conocimientos, pero evidentemente el haber estado 15 años en una agencia como France Presse ayuda mucho a la hora de dirigir EFE.

MM: ¿Se siente el poder, siendo presidente de una agencia como EFE, se siente uno más poderoso que sus conciudadanos?

RU: No, esa pregunta me la han hecho varias veces.MM: ¡No me diga que no lo siente! Usted descuelga el teléfono... RU: No lo siento, no...MM: Vamos, usted, entonces, igual que yo. RU: ¡Por supuesto!MM: Pues es un cargo muy codiciado, eso sí lo sabrá, ¿no?RU: Hombre, sí, claro, debe ser gente mal informada quienes

codician el cargo, pero...MM: ¿No siente orgullo?RU: En España es una consagración estar al frente de una

agencia que es el órgano informativo español, donde se reúnen más y mejores profesionales.

MM: ¿Interviene la ideología política en la selección del personal?

RU: No, en absoluto. Lo que importa es la capacidad profesional. MM: ¿Se ha encontrado con sorpresas en EFE?RU: Sí, algunas.MM: ¿Positivas o negativas?RU: Ambas, pero más negativas, a veces de responsabilidad

colectiva y a veces personal.MM: ¿Por ejemplo?RU: Por ejemplo mi predecesor, el señor Ansón, tenía la idea

de que la agencia EFE debía ser una especie de gran ministerio de asuntos exteriores y tener una capacidad de representación de España a un altísimo nivel. Por ejemplo, elegía comprar edificios suntuosos para las delegaciones de EFE, cuando yo prefiero tener mejores teletipos y menos palacios.

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MM: Concretamente, hace unos días hubo una agresión a un fotógrafo de El País y a un fotógrafo de la agencia EFE. ¿Usted cree que, si no hubieran sido periodistas, aunque me duele hacer esta pregunta, hubiera habido una denuncia tan fuerte en todo el mundo de lo que ocurrió?

RU: No, evidentemente no. En todos los países del mundo hay una solidaridad inmediata que es identificarse con el colega y en España todavía más. Aquí se llega a lo que llamamos un poco peyo-rativamente el corporativismo. Es decir, quizá heredada de la etapa anterior de nuestro país, hay una mentalidad corporativa de iden-tificación total cuando uno de los compañeros es víctima del poder. Es una cosa que el periodista siente muy claramente y su reacción, aunque no tenga tendencias corporativistas, es identificarse con el agredido.

MM: En todo caso es una acción condenable. RU: Por supuesto.MM: Casi nos habíamos olvidado de estas cosas. ¿Verdad, señor

Utrilla?RU: Son moneda corriente en muchos países y en algunos

mucho más brutales. Hace poco la TV estaba pasando las mani-festaciones de los ecologistas y pacifistas en Alemania, cuando el parlamento alemán estaba votando sobre los euromisiles, y se pudo ver la forma en que la policía alemana actúa. He visto en París (como el señor Cortázar seguramente) actuar a los CRS, y no son hermanas de la caridad. Son objetivamente más brutales que en general la policía española, bastante más.

MM: Las personas que lo conocen de años anteriores dirán: ¡Cómo se ha puesto Utrilla de gubernamental! ¿No? Porque está usted justificando una acción que quizás en otras circunstancias hubiera condenado.

RU: Yo hubiera dicho lo mismo en el franquismo. La policía española disolviendo manifestaciones ha sido siempre, incluso con Franco, mucho menos feroz, mucho menos profesional si se quiere, que la policía que yo he visto actuar, como la francesa y la

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norteamericana. Ésta disolviendo manifestaciones es una máquina implacable de destrozar a la gente que se pone por delante.

MM: ¿Tiene usted alguna noticia esperanzadora de última hora que darme?

RU: Las noticias más recientes no son esperanzadoras. Lo que acaban de pasar aquí en la TV es más reciente que lo que yo leí en mi teletipo antes de venir al programa.

MM: Debe ser difícil salir de esa oficina todos los días, ya que habrá algunos en que diga: “No aguanto más las malas noticias, tanto que mejor me tiro por la ventana”, ¿no? ¿O se va formando un callo y desaparece la sensibilidad?

RU: No desaparece exactamente. La sensibilidad, cuando se tiene, siempre queda en el trasfondo. Pero es cierto que la profesión de periodista, y sobremodo de agenciero (que es como les llamamos a los que trabajan en agencias), es una profesión que crea una especie de cinismo, una palabra de la que se ha hablado antes. Yo no la emplearía como término peyorativo sino que es una especie de autodefensa, porque si no uno tendría que salir corriendo y no seguir con esta historia.

MM: Antes de empezar la entrevista con Ernesto Cardenal, ministro de cultura de Nicaragua, le pregunto, Ricardo Utrilla, ¿cuál es su postura sobre la situación en Nicaragua en este momento como periodista?

RU: Como periodista –lo dije antes–, nosotros tenemos que ser lo más objetivos posible, sobre todo tratándose de una agencia de información que tiene clientes en Nicaragua que están en los dos bandos. Es decir, lo que los franceses llaman los hermanos enemigos, porque literalmente están dirigidos: el periódico La Prensa, por Pedro Joaquín Chamorro, y Barricada está dirigido por su hermano Carlos Fernando. Es decir que nosotros tenemos la obligación de ser lo más objetivos posible y ya como persona uno puede ver un aspecto más negro que otro.

MM: ¿Por ejemplo?RU: Se hablaba hace un momento de los derechos humanos

(estoy hablando como individuo y no como periodista), es triste,

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por decirlo de alguna manera, que una revolución tenga que trans-gredir derechos humanos de una forma más o menos evidente, como sucede en Nicaragua, como sucedió en Cuba y sucede todavía. Es decir que no es como uno desearía, como hemos soñado de jóvenes y no tan jóvenes con lo que es una revolución que tengan que sufrir inocentes en función de esa ansia revolucionaria.

EC: Yo le podría decir al señor Utrilla, ahora que él está hablando de diferentes policías de distintos países, que en Nicaragua desde el triunfo de la revolución, hace ya cuatro años y medio, la policía no ha usado gases lacrimógenos ni una sola vez, en ninguna ciudad de Nicaragua. Tampoco ha usado mangueras de agua para disolver ninguna protesta. Ni una sola vez, en ninguna ciudad, desde el triunfo de la revolución. La policía no usa en Nicaragua cachipo-rras: Julio Cortázar ha estado muchas veces y puede atestiguarlo. Los policías en la calle no llevan cachiporra. Los policías en Nica-ragua no han usado ni una sola vez escudos antimitines. Éste es un récord que pocos países tienen, y la agencia EFE eso no lo informa. La agencia EFE informa muy poco en España de América Latina teniendo corresponsales en América Latina.

RU: No, permítame.EC: Tenemos un corresponsal en Nicaragua y muy pocas veces

se han publicado noticias de Nicaragua en la prensa y cuando se publican suelen ser cosas en contra de la revolución y no, por ejemplo, esto que yo estoy diciendo.

RU: No de la agencia EFE, le puedo asegurar. En primer lugar el hecho de que se publique una información o no se publique ya no es responsabilidad de la agencia EFE. La agencia EFE difunde la información y hay periódicos que la utilizan y periódicos que no la utilizan. Pero si hay una agencia en el mundo que se ocupe de América Latina puede usted garantizar que es la nuestra, y lo será cada vez más. Porque el objetivo declarado de la agencia EFE, el objetivo oficial, es convertirse en la primera agencia mundial en información iberoamericana. Es el objetivo de la nueva presi-dencia.

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JC: Me gustaría agregar algo a lo que ha dicho el señor Utrilla. Su idea de lo que debería ser una revolución me parece estar un poco fuera del contexto realista de la historia y de la humanidad. Es absolutamente inimaginable que una revolución, por el hecho de ser una revolución, sea un fenómeno absolutamente puro, absolutamente positivo, en el que jamás haya una trasgresión a los derechos humanos. Lo que es importante es distinguir entre viola-ciones incidentales o individuales (que pueden producirse dentro de un contexto revolucionario, y que yo condeno, desde luego), y la violación sistemática de los derechos humanos que, por ejemplo, están llevando a cabo en este momento los EE.UU. Yo creo que es una diferencia muy grande y que una de las faltas mayores, de los crímenes, de las culpas mayores que tienen los que atacan sistemá-ticamente a la Revolución Cubana y la nicaragüense, es el hecho de extrapolar cualquier incidente individual que toca a una persona, a un preso político, a cualquier acto que pueda significar una viola-ción individual de derechos humanos, de desplazarlo inmediata-mente en las noticias y en los comentarios para que la gente tenga la impresión de que eso abarca nueve millones de personas, o tres millones de personas. Hay que distinguir cuidadosamente en ese terreno.

RU: Yo tengo entendido, señor Cortázar, que en Nicaragua hay más de un preso político.

MM: Un momento. ¿Hay o no hay presos políticos?JC: Hay montones de somocistas condenados por sus crímenes;

si usted les considera como presos políticos, y yo también en este caso, por supuesto que están en la cárcel. Pero no nos olvidemos de una cosa maravillosa, un caso único en la historia de la humanidad: la clemencia de la Revolución Sandinista. La abolición de la pena de muerte. Criminales a cuyos juicios yo he asistido, coroneles somo-cistas que habían tirado campesinos desde helicópteros en el medio de sus pueblos, para aterrorizar a la población, y que se defendían con un cinismo increíble diciendo que esa era una acusación falsa porque ellos eran católicos.

MM: ¿Los habían tirado para matarlos?

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JC: ¡No se puede tirar a nadie desde un helicóptero sin matarlo! Los tiraban para matarlos y sembrar el espanto en el pueblo. Esa era la acusación directa contra ese coronel cuyo nombre he olvidado y a cuyo proceso asistí. Y ese hombre recibió la pena máxima. La pena máxima son 30 años de cárcel en Nicaragua. No es el paredón, no es la pena de muerte. No nos olvidemos de eso.

RU: Yo no quisiera erigirme ni mucho menos en fiscal de la Revo-lución Sandinista, pero no tengo más remedio que recurrir a datos de los que dispongo. No sólo hay presos políticos en Nicaragua, que usted califica de somocistas. Bueno, Franco, a todos sus enemigos los calificaba de comunistas. Los españoles tenemos un cierto hábito de esta forma de calificar las cosas. Pero es que además se empieza a hablar desde hace algún tiempo en Nicaragua (y yo lamento tener que evocarlo) de un fenómeno tan trágico y tan repelente como el que se ha producido en Argentina con los llamados desaparecidos. Es decir, que es posible que la pena de muerte haya sido abolida en Nicaragua, pero se han producido muchos casos de desaparecidos, algunos de ellos identificados como detenidos, es decir que no desaparecieron de sus casas, desaparecieron de comisarías. Esos son datos objetivos.

EC: No, no es cierto. Perdone que le diga que no es cierto (faltan unas palabras por el cambio de cinta) fueron desaparecidos a quienes mató el pueblo. Fueron unos 70.

MM: Pero después de que la Junta tomó el poder eso no ha vuelto a tener lugar.

EC: En absoluto.MM: Esto puede usted certificarlo con toda seguridad. Como

ministro, supongo que tiene conocimiento.EC: He conocido muchísimos casos personales, por ejemplo,

un compañero mío fue formado por mí en la comunidad de Solen-tiname. Él expuso su vida por defender a unos guardias no somo-cistas. Ninguno ha sido preso por ser somocista, sino por ser guardias asesinos. A unos asesinos los habían capturado y el pueblo los quería linchar. Iban a linchar también a ese compañero, y entonces él estuvo a punto de entregarlos al pueblo para salvar su vida, pero pensó que él tenía el deber de preservar la vida de los prisioneros y expuso

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su vida por salvar la vida de los prisioneros. El pueblo estaba dete-niendo el jeep. Las madres decían que ellos habían matado a sus hijas, matado a sus hijos, y enseñaban las fotografías de sus hijos. Estaban dispuestas a matar a este compañero porque no les entregaba a los guardias criminales.

MM: Ernesto Cardenal ha hablado de Solentiname. Cardenal es un poeta, como dije al principio, es sacerdote y es ministro de cultura también. Él ha hablado ya al principio del programa de que tuvo dos conversiones en su vida. Una cuando viajó a Cuba, que fue después de la auténtica conversión religiosa, que tuvo lugar cuando él tenía 37 años, ya mayor. Él se hizo sacerdote y fundó esa comunidad de Solen-tiname que podríamos decir, Ernesto Cardenal, señor ministro, que fue ya un signo de una visión de la religión no en la línea tradicional sino en otra línea.

EC: Sí. Fue un consejo que me dio mi maestro de novicios, el escritor místico norteamericano muy famoso Thomas Merton, que fundara una comunidad contemplativa en mi país, que no tuviera las cosas arcaicas de las órdenes contemplativas medievales, sino que fuera una institución nueva, libre. Le dije que me hiciera unas reglas para la comunidad y me dijo que la primera regla era que no hubiera reglas, entonces sobraban todas las reglas. Estaba con el espíritu del Concilio Vaticano II, que empezó poco después y yo estuve en esa comunidad 12 años hasta que vino la insurrección del pueblo de Nicaragua. Dos jóvenes, muchachos y muchachas de la comunidad, se hicieron guerrilleros y la comunidad fue destruida por la guardia de Somoza y yo también pasé a las filas del Frente Sandinista.

MM: Jesucristo y Marx han sido dos personas muy importantes para la vida de Ernesto Cardenal. Para muchas personas, el que Jesucristo y Marx sean fundamentales, los dos juntos, puede ser raro. ¿Pero se pueden compaginar, señor ministro?

EC: Yo lo que digo es que el marxismo y el cristianismo no son incompatibles. Podrían ser incompatibles el ateísmo y el cristia-nismo; pero se puede ser marxista sin ser ateo y entonces no hay incompatibilidad.

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MM: ¿No hay contradicciones entre el Dios de La Biblia y el concepto de Dios del marxismo- leninismo?

EC: El marxismo de Marx, tal y como está en el libro El Capital, no se mete con la existencia o no existencia de Dios, sino en el problema del capitalismo.

MM: Cuando triunfa la revolución y a usted lo nombran ministro de cultura, es decir un cargo político, a usted y a otros sacerdotes que ostentan cargos políticos también en Nicaragua, ¿qué reacción tiene la Iglesia católica oficial?

EC: Nosotros somos la Iglesia católica también. MM: Bueno, la Iglesia oficial, la Iglesia de Roma.EC: Quiere decir los obispos. Bueno, yo estuve en el Vaticano, yo

hablé con el cardenal secretario de Estado, el cardenal Cassaroli, y me dijo que yo sabía la posición del Vaticano con respecto a los sacerdotes en puestos públicos, pero que para ellos el caso de Nica-ragua era una excepción, porque el caso de Nicaragua es nuevo, y me dijo: “Yo aquí en el Vaticano siempre digo que en Nicaragua todo es nuevo”.

MM: Pero usted no está dispuesto a desobedecer a la Iglesia, ¿no?

EC: No nos han prohibido estar en estos cargos.MM: Si así fuera, ¿desobedecería? EC: Obedecería a mi conciencia.MM: Y cuando el viaje del Papa a Centroamérica, todos o muchos

recordamos en este momento esa fotografía en que usted, Ernesto Cardenal, arrodillado, le está besando la mano al Papa. ¿Qué le dijo el Papa?

EC: El Papa me dijo sencillamente: “Usted debe regularizar su situación”.

MM: ¿Lo ha hecho?EC: No sé qué quiso decir, porque mi situación está regulari-

zada. Estamos con la aprobación de los obispos y del Vaticano en nuestros cargos.

MM: ¿Entonces?

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EC: Yo no me podía poner a discutir con Su Santidad en ese momento, cuando era un saludo de protocolo que estaba haciendo a los ministros del gabinete y al cuerpo diplomático.

MM: ¿Pero le dolió?EC: Fue una humillación, pero en la vida religiosa uno está

acostumbrado a no pensar en uno mismo y a recibir con natura-lidad las humillaciones.

MM: Y usted en este momento, en una situación tan difícil como en la que está Nicaragua, ¿cree que la gente del país, el pueblo de Nicaragua, están satisfechos con lo que ustedes están haciendo? ¿Han entendido que todos estos sacrificios son necesarios? ¿Han tenido tiempo de demostrarlo?

EC: Por ejemplo, cuando yo salgo a la calle, veo con qué cariño me saludan los niños, las viejitas, las muchachas, los hombres, todo el mundo, todo el pueblo. ¿Y por qué? No por ser poeta; Nicaragua tiene muchos poetas y muy buenos. No por ser sacerdote, ya que en Nicaragua hay muchos sacerdotes. Es porque soy un sacerdote que apoya la revolución.

MM: Y ese cariño no será un cariño... También aquí podría decir que a Francisco Franco, al general Franco, le saludaban con cariño por las calles. Eso no me parece un argumento muy de peso.

EC: Yo digo la gente sencilla de la calle. Los niños que están vendiendo los periódicos, las viejitas, la gente del pueblo.

MM: Pero los movimientos del país, es decir, Nicaragua tiene una serie de millones de habitantes, ¿están entendiendo lo que se está haciendo?

EC: Por eso el pueblo está defendiendo la revolución y está muriendo por ella. Porque la mayoría de los combates contra los somocistas no los hace el ejército, los hace el pueblo armado: obreros, campesinos, estudiantes, que son milicianos voluntarios.

MM: ¿Existe libertad de expresión y de movimiento en Nica-ragua? ¿Uno puede entrar y salir del país cuando quiere?

EC: Completamente, sí. Hay viajes diarios a Miami y cualquiera va a Miami y se puede quedar, y puede quedarse y volver.

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MM: Esa libertad de prensa a la que hacía alusión Ricardo Utrilla antes, ¿es cierta? Es decir, hay un periódico que está en...

EC: Hay un periódico de oposición.MM: Usted en este momento tiene el Ministerio de Cultura en la

que fue mansión de Somoza. Ha dicho antes Julio Cortázar, reivindi-cando –de una forma muy seria y muy importante para mí– la aboli-ción de la pena de muerte en Nicaragua cuando ustedes llegan al poder. ¿Qué pensó cuando asesinaron a Somoza?

EC: Todos en Nicaragua nos alegramos. Hubo una fiesta nacional.MM: ¿Y no le parece eso contradictorio con la abolición de la

pena de muerte? EC: Nosotros no lo matamos.MM: Es igual. Si uno se alegra de la muerte de alguien...EC: Le digo con franqueza que sí nos alegramos. Le mentiría si

dijera lo contrario.MM: Y no le parece a usted que esto no tiene nada que ver con el

mandamiento de Jesús cuando dice: “No matarás”.EC: En ese mismo libro de La Biblia, en el “Deuteronomio”, se

especifica cómo se debe matar al homicida culpable por haber faltado al mandamiento “No matarás”. En La Biblia están especifi-cadas las distintas maneras de matar al asesino.

MM: Señor ministro, usted durante una época fue partidario de la no-violencia; más tarde, justificó la lucha armada.

EC: Sigo siendo partidario de la no-violencia, pero Gandhi decía que había casos en que la violencia tenía que ser necesaria. Gandhi instó al pueblo hindú a ingresar al ejército inglés para combatir a Hitler. Y Gandhi decía que él prefería la no-violencia a la violencia, pero que prefería la violencia a la cobardía.

MM: Usted sabe que en este momento, en España, hay voces que acusan a Nicaragua de ser cómplice de grupos armados como la ETA. A pesar de que su gobierno ya ha desmentido esa relación, y que incluso Luis Yáñez, que está hoy precisamente en Nicaragua firmando unos convenios con su país, ha dicho que el Gobierno de Nicaragua afirma que nada tiene que ver con ETA. ¿Desearía usted añadir algo a eso?

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EC: Es completamente estúpido pensar eso. El Frente Sandi-nista nunca recurrió al terrorismo en más de 20 años de lucha. ¿Y por qué va a buscar alianzas con terroristas ahora que está en el poder? Los detectives siempre siguen el principio de buscar, cuando hay una investigación, ¿a quién le interesa el delito? ¿Qué interés puede tener el Gobierno de Nicaragua en una alianza con terroristas? ¿El interés de Nicaragua no será la amistad con el gobierno, y el pueblo de España? ¿Seríamos tan estúpidos nosotros de no buscar el apoyo del Gobierno de España y del pueblo, sino de unos terroristas, cuando nosotros estamos siendo atacados por terroristas y somos víctimas del terrorismo?

MM: Además incluso creo que ustedes ponen en cuestión que ese terrorismo tenga nada que ver con una revolución, ¿no es cierto? O sea, no consideran que los etarras estén llevando a cabo una revolución.

EC: Nosotros no creemos en la legitimidad del separatismo en una nación que ha estado históricamente unida. Y no aprobamos ese separatismo.

MM: ¿Cuándo reciben por primera vez ayuda de la URSS?EC: Pues pronto. Después del triunfo. No le puedo decir cuándo. MM: ¿Después del triunfo?EC: Sí.MM: ¿Nunca antes? EC: No.MM: Julio Cortázar, en este sentido, cuando se acusa a Nica-

ragua de ser una cabeza de puente, y cuando se le acusa de estar en la órbita de Moscú, en ese grupo de poder, ¿también se está come-tiendo un error, desde su punto de vista?

JC: Sí, porque se está haciendo una discriminación en lo que podemos calificar de solidaridad. Yo tengo la impresión de que muchísimos países del mundo se han mostrado y se muestran solidarios con Nicaragua, y entre ellos España por supuesto, y expresan esa solidaridad de múltiples maneras: prácticas cultu-rales, espirituales, con simpatía. La URSS es uno de los países que manifiesta esa solidaridad con el mismo derecho que cualquier

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otro país. Lo que pasa es que basta que sea la URSS para que inmediatamente en Washington entren en plena histeria y hagan una discriminación bien precisa entre la URSS y cualquier otro país del mundo. La solidaridad sueca los tiene totalmente sin cuidado. Pero la solidaridad soviética...

EC: Quería decir que la ayuda que Nicaragua recibe de Europa Occidental es el 27% de la ayuda que recibe Nicaragua, y de la URSS y de todos los países socialistas es el 18 %.

RU: Hay que distinguir solidaridades, porque da la casua-lidad que la URSS está expresando su solidaridad con Nicaragua de la misma forma que los EE.UU. expresaron su solidaridad con Vietnam del Sur. Es decir, enviando armas y asesores militares. La solidaridad cubana y la solidaridad soviética se distinguen precisamente por eso: son fuentes de armamento y de instrucción militar del régimen sandinista.

EC: Señor Utrilla, le quiero decir que Nicaragua después del triunfo de la revolución, quiso comprar armas a los EE.UU., y el presidente Cárter las negó. Después quiso comprar también a Suecia y le fue negado. Y también le quiso comprar a Alemania Federal, y en público, el alcalde de Hamburgo, el señor Von Tonane, me dijo: “Nosotros somos culpables de no haber vendido armas a Nicaragua”. Nicaragua entonces tenía que buscarlas en otra parte.

RU: Eso es cierto. Hay errores históricos, es verdad.MM: Señor Cardenal, mi última pregunta sería: ¿se sienten

ustedes heridos por la reacción que estamos teniendo muchas veces gentes que, por estar lejos, no entendemos bien lo que está pasando allí en Nicaragua?

¿Y están incluso desesperados porque no pueden explicar o no son capaces de explicar algo que para ustedes está clarísimo?

EC: No diría yo que heridos ni desesperados, pero sí realmente quisiéramos nosotros que se tuviera aquí más conciencia de la inminencia de una invasión de los EE.UU. en Nicaragua.

MM: ¿Pero podemos hablar tan tranquilamente de una inva-sión?

EC: Pero si lo están diciendo ellos.

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MM: ¿Y podemos aceptarlo todos tan tranquilamente?EC: Es lo que yo digo. Que no se debe de aceptar, que el mundo

no lo debe de aceptar. MM: ¡Y qué se puede hacer!EC: Condenarlo, antes que suceda, y no lamentarlo después.JC: El programa de esta noche es una de las cosas que se pueden

hacer. Yo creo que no caerá en oídos sordos en muchas personas que lo habrán escuchado.

MM: No sé, Ricardo Utrilla, cuál puede ser su postura pero, como ciudadano de este mundo, ¿se puede aceptar que los EE.UU. puedan amenazar a un país con que lo van a invadir?

RU: No, no en absoluto, de ninguna manera. MM: ¿Y todos estamos tan tranquilos?RU: Estoy absolutamente en contra de que ningún país invada a

otro, y mucho menos en función de consideraciones que pueden ser muy arbitrarias. Evidentemente, los únicos jueces de la realidad, digamos de la relación de un país con el resto de los habitantes, no es individual de un país sino colectiva. Es decir, es objetivamente reprobable que un país amenace y sobre todo que invada. Pero es válido igual para Afganistán, para en su momento Hungría, y para las amenazas de invasión, que afortunadamente ya han desapare-cido, pero siguen latentes en Polonia.

MM: ¿Algo más?JC: Hay algo que se olvida con mucha frecuencia. Los EE.UU.

manejan ahora su tentativa de agresión y sus explicaciones de agresión en toda América Central, no sólo en Nicaragua, con argu-mentos de tipo político: restaurar la democracia, por ejemplo. Volver a instaurar la democracia. Ellos que en Nicaragua fueron los cómplices y los protectores de los dos Somozas, padre e hijo, durante 45 años; que los tuvieron en el poder porque les convenía. Es que hay una cosa que se olvida, de la que se hablaba mucho hace 20 años y ahora no sé por qué no se habla nunca. Y es del dinero. Lo que hay detrás de eso se llama dólar. Los EE.UU. no quieren perder su traspatio, lo han poseído demasiado tiempo. Han explotado demasiado tiempo a América Central y no la quieren perder. Entonces es muy fácil inventar una

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plataforma política, como la señora Kirkpatrick que dice que “hay que restaurar la democracia”. Tiene el cinismo de decir eso con respecto a Nicaragua. Lo que hay detrás de eso es simplemente el capitalismo norteamericano en su forma más repugnante y más cínica.

MM (presenta ahora la canción La muralla, con letra de Nicolás Guillen y música chilena de Quilapayún): Ernesto Cardenal, las últimas noticias de la prensa dicen que Nicaragua tiene previsto realizar elecciones generales pronto. Incluso se decía que se adelantaría ese calendario. ¿Qué podría decirnos al respecto?

EC: No se va a adelantar, va a ser como se había previsto. Acaba de terminarse de elaborar la Ley de Partidos Políticos y se está terminando de elaborar la Ley Electoral. La campaña electoral empieza en el año 1984. Las elecciones serán en 1985. En estos días se va a fijar ya el calendario de las elecciones.

MM: Si Jesús estuviera aquí, ¿estaría en Nicaragua? EC: ¡Está en Nicaragua!MM: Ricardo Utrilla, ¿se puede ser optimista viviendo en

España en este momento, después de las cosas que uno oye y que uno ve del mundo?

RU: Yo creo que hay dos motivos. España es uno de los países que ha acumulado más optimismo. En los últimos años hemos hecho una transición modélica que muchos nos envidian y además los españoles somos muy sufridos.

MM: ¿Estamos dispuestos a...?RU: Yo creo que lo que haya que aguantar se aguantará y yo creo

que, al final, todo saldrá bien –dentro del contexto mundial, claro.MM: Tener a Julio Cortázar en un programa es algo que emociona

mucho. Le voy a dejar a Cortázar que termine este programa con sus palabras diciendo lo que quiera. Seguro que siempre serán palabras bonitas, de esperanza, y sobre todo palabras que nos van a meter en la cama un poco más optimistas, lo que es muy importante.

JC: No, mis palabras no serán bonitas. Mis palabras creo que serán justas y sobre todo serán necesarias. Una vez más hago alusión a la solidaridad con Nicaragua, porque hay muchas formas de solidaridad, incluso desde la llamada caridad hasta la solidaridad

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en un sentido mucho más amplio. Yo creo que para los pueblos latinos, y muy especialmente para el caso de España –puesto que estoy en este momento dirigiéndome a un público español–, la solidaridad con Nicaragua es una responsabilidad muy profunda, porque va más allá de Nicaragua misma. Al defender a Nicaragua, la causa de Nicaragua que es justa, estamos defendiendo muchas cosas. Estamos defendiendo un idioma, estamos defendiendo un origen común, estamos defendiendo una cultura. ¡Al defender a Nicaragua, defendemos a América Latina y defendemos a España!

MM: Gracias a todos ustedes por sus testimonios, a Ernesto Cardenal, a Ricardo Utrilla y a Julio Cortázar.

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Otros testimonios

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OTROS TESTIMONIOS

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Entrevista por omar Prego5

Omar Prego: Hay un aspecto de tu obra que ha generado un malentendido bastante considerable, es la noción de juego (en su sentido más amplio y más profundo, yo diría casi sagrado) y la de compromiso político. Yo sé que acerca de esto se ha escrito mucho, sé que tú has explicado en más de un texto cuál es tu posición a ese respecto. Pero como no podemos remitir al lector a esa biblio-grafía bastante cuantiosa, me parece útil que hablemos de ello aquí y que empecemos por el principio. Es decir, cuándo, de qué manera y por qué Julio Cortázar asume un compromiso político. Que no es lo mismo que ser un escritor comprometido.

Julio Cortázar: En primer lugar, es uno de los momentos en que la biografía de una persona se bifurca, toma un nuevo rumbo, adquiere nuevas características. La verdad es que yo era acentua-damente indiferente a las coyunturas políticas y a la situación polí-tica en general.

OP: A pesar de que en la Argentina asumiste una actitud clara-mente antiperonista.

JC: Sí, pero fue una actitud política que se limitaba –como las actitudes políticas de la mayoría de mis amigos y de la gente de mi generación– a la expresión de opiniones en un plano privado y a lo sumo en un café, entre nosotros, pero que no se traducía en la menor militancia. Es decir que yo me sentía antiperonista pero nunca me integré a grupos políticos o grupos de pensamiento o de estudio que pudieran tratar de llegar a hacer una especie de prác-tica de ese antiperonismo. Todo quedaba en esa época en la opinión personal, en lo que uno pensaba. Y curiosamente eso nos satisfacía a casi todos nosotros, nos parecía suficiente. Incluso nuestra posi-ción durante la Guerra Civil Española y durante la Segunda Guerra Mundial. En un caso, claro, estábamos por los republicanos, pero ninguno de nosotros fue a combatir como voluntario a España y ni siquiera actuó políticamente en asociaciones republicanas en

5 Tomado de Omar Prego: La fascinación de las palabras. Conversaciones con Julio Cortázar. Barcelona, Muchnik Editores, 1985. (Nota del editor).

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Argentina. Y naturalmente, cuando la Segunda Guerra Mundial éramos todos antinazis, pero ese antinazismo no se tradujo nunca en ninguna militancia. Las había y se podía hacer cosas en el plano práctico. Digamos entonces que mis decisiones políticas ya estaban tomadas y daban hacia la izquierda, pero no pasaban de una opinión, en realidad era un punto de vista que no se diferenciaba mucho de los puntos de vista que yo podía tener sobre la literatura o sobre la filosofía.

En cambio, la Revolución Cubana me mostró, me metió en algo que ya no era una visión política teórica, una postura política mera-mente oral: esa primera visita a Cuba me colocó frente a un hecho consumado. Yo fui muy poco tiempo después del triunfo de la revo-lución –la revolución triunfó en 1959 y yo fui en 1961–, en momentos muy difíciles en que los cubanos tenían que apretarse el cinturón porque el bloqueo era implacable, había problemas internos a raíz de las tentativas contrarrevolucionarias: muy poco después se produjo eso que se llamó los alzados del Escambray, esos grupos anticas-tristas que hubo que eliminar al precio de una lucha de varios años.

OP: Es decir que por primera vez –y esto le ocurrió a toda una generación de escritores, artistas, economistas, periodistas– los inte-lectuales latinoamericanos podían asistir al proceso de construcción del socialismo en un país del continente.

JC: Claro. Y ese con el pueblo cubano, esa relación con los diri-gentes y con los amigos cubanos, de golpe, sin que yo me diera cuenta (nunca fui consciente de todo eso) y ya en el camino de vuelta a Europa, vi que por primera vez yo había estado metido en pleno corazón de un pueblo que estaba haciendo su revolución, que estaba tratando de buscar su camino. Y ése es el momento en que tendí los lazos mentales y en que me pregunté, o me dije, que yo no había tratado de entender el peronismo. Un proceso que no pudiendo compararse en absoluto con la Revolución Cubana, de todas maneras tenía analogías: también ahí un pueblo se había levantado, había venido del interior hacia la capital y a su manera, en mi opinión equivocada y chapucera, también estaba buscando algo que no había tenido hasta ese momento.

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OTROS TESTIMONIOS

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La Revolución Cubana, por analogía, me mostró entonces y de una manera muy cruel y que me dolió mucho, el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política. Desde ese día traté de docu-mentarme, traté de entender, de leer: el proceso se fue haciendo paulatinamente y a veces de una manera casi inconsciente. los temas en donde había implicaciones de tipo político o ideológico, más que político, se fueron metiendo en mi literatura. Ése es un proceso que se puede ir apreciando a lo largo de los años.

OP: ¿Tenés un ejemplo?JC: Ese cuento que se llama “Reunión”, cuyo personaje es

el Che Guevara. Ése es un cuento que yo jamás habría escrito si me hubiera quedado en Buenos Aires ni en mis primeros años de París, porque no me hubiera parecido un tema, no hubiera tenido ningún interés para mí. En cambio, en ese momento, el tema de ese relato me resultaba absolutamente apasionante, porque yo traté de meter ahí, en esas 20 páginas, toda la esencia, todo el motor, todo el impulso revolucionario que llevó a los barbudos al triunfo.

Pero todo esto que te estoy diciendo acerca de esa especie de entrada en la conciencia política o ideológica, que antes había sido más bien uno de los tantos ejercicios intelectuales y de las opiniones que uno tiene a lo largo de la vida, no tendría demasiado sentido si no se conectara con otra cosa. Y así como te cité “Reunión” como el primer cuento que marcaría esa entrada en el campo ideo-lógico y por lo tanto una participación (porque ahí yo ya entré parti-cipando), de esos mismos años debería citar, de manera simbólica, ese otro cuento que es “El perseguidor”.

OP: Yo, así, a primera vista, no veo una relación muy clara.JC: Bueno, en “El perseguidor” la política no tiene absoluta-

mente nada que ver, la ideología tampoco. Pero sí tiene que ver, por primera vez en lo que yo llevaba escrito hasta ese momento, una tentativa de acercamiento al máximo a los hombres como seres humanos. Hasta ese momento mi literatura se había servido un poco de los personajes, los personajes estaban ahí para que se cumpliera un acto fantástico, una trama fantástica,. los perso-najes no me interesaban demasiado, yo no estaba enamorado de mis

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personajes, con una que otra excepción relativa. En “El perseguidor” es fácil darse cuenta de que la figura de Johnny Carter y la de su anta-gonista fraternal, Bruno, han tratado de ser vistas por el autor como si él fuera ellos en alguna medida. El autor trata ahí de estar lo más cerca posible de su pie, de su carne, de su pensamiento. Y si hago esta referencia a este otro cuento es porque en el fondo se trata de una misma operación.

La toma de conciencia ideológica, política, que me dio la Revolu-ción Cubana no se limitó solamente a las ideas. La revolución debe triunfar y se debe hacer la revolución porque sus protagonistas son los hombres, lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparente-mente tan trivial e incluso perogrullesca fue muy importante para mí, porque si yo había sido indiferente a los vaivenes políticos del mundo, era porque era indiferente a los protagonistas de esos vaivenes polí-ticos. Yo podía tener mucha simpatía por los republicanos españoles y mucho odio por los franquistas, pero era a base de criterios mentales. No me gustaba el fascismo por razones obvias y sí me gustaba la democracia de los republicanos. Pero yo me quedaba afuera de la parte que correspondía a la sangre, a la carne, a la vida, al destino personal de cada uno de los participantes en esos enormes dramas históricos.

Entonces, en muy poco tiempo (el símbolo son estos dos cuentos) se produce la aparición de lo que actualmente se llama el compro-miso. Es decir, que yo empiezo a darme cuenta, a descubrir un terri-torio que hasta entonces apenas había entrevisto. Lo cual no quiere decir que yo vaya a ser un escritor de obediencia, un escritor que se limita únicamente a defender su causa y a atacar a la contraria, sino que voy a seguir viviendo en plena libertad, en mi terreno fantástico, en mi terreno lúdico, y yo sé que vos querés que hablemos de lo lúdico.

OP: Sí, pero antes me gustaría que dejáramos claro esto que algunos llamarían “un viraje” a falta de una expresión mejor. Yo siempre tuve la impresión de que en ti fue algo así como el deslum-bramiento en el Camino de Damasco, salvo que vos nunca estuviste del lado de los represores, como en cambio lo estuvo Saulo.

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JC: Sí, un viraje que en realidad no lo es. Más bien eso que consiste en tomar una conciencia directa de los problemas ideo-lógicos por un lado y de sus protagonistas por otro, algo que empe-zaba a determinar, por lo que a mi tocaba, eso que suele llamarse habitualmente compromiso. Es decir, que llegó el día en que frente a una injusticia cualquiera –hablemos en abstracto– yo tuve la necesidad de sentarme a la máquina y escribir un artículo protes-tando por esa injusticia, me sentí obligado a no quedarme callado, sino a hacer lo único que podía hacer, que era o hablar en público si se trataba de reuniones o de escribir artículos de denuncia o de defensa según los casos. Y eso, en el fondo, es lo que termina por llamarse compromiso. O sea, que un hombre que está entregado a la literatura, de golpe, agrega, incorpora y fusiona preocupaciones de tipo geopolítico que se pueden manifestar en lo que escribe lite-rariamente o que pueden darse separadamente, como un cuerpo ya más especializado de escritura. Creo que ya te señalé el horror que me produce todo “escritor comprometido” que solamente es eso. En general, nunca he conocido un buen escritor que fuera comprome-tido a tal punto que todo lo que escribiera estuviese embarcado en ese compromiso, sin libertad para escribir otras cosas.

OP: Un profesional del compromiso, o un comprometido profe-sional.

JC: No, yo no conozco ningún gran escritor que haya hecho eso. Estoy hablando de escritores de literatura, no de filósofos ni de ensayistas. Alguien como Gregorio Selser, por ejemplo, no hace otra cosa que escribir artículos políticos, pero él no es un novelista ni un cuentista, ni tiene interés en serlo. Ese no es mi caso, porque yo siempre he vivido en un mundo de literatura que al mismo tiempo es un mundo lúdico, porque para mí es la misma cosa. Yo no podía de ninguna manera aceptar el compromiso como una obediencia a un deber exclusivo de ocuparme de cosas de tipo ideológico.

OP: Sería un poco el caso de Sartre, de mención inevitable cuando se habla de este tema.

JC: El caso de Sartre me parece profundamente admirable, porque cuando Sartre despierta a una realidad política (un poco

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como en otro plano habría de sucederme a mí), pero sin abandonar la literatura y la filosofía, comienza a introducir elementos de la historia contemporánea, de los problemas contemporáneos en su creación de ficción, como es el caso de Los caminos de la libertad y La náusea. En Los caminos de la libertad eso es más explícito, porque el libro se va cumpliendo mientras fuera del libro se están desarro-llando esos procesos. Y creo que Sartre, mientras tuvo una capa-cidad creadora pura, la utilizó sin ninguna concesión. Sólo forzando mucho las cosas se puede ir a buscar símbolos de tipo político o ideológico en muchos de sus cuentos y obras de teatro.

Yo tengo la impresión de que él quería que se las considerara como puras obras de arte, y ése es estrictamente mi punto de vista. Cuando a mí me nace la idea de un cuento que tiene una referencia a las desapariciones en Argentina, escribo ese cuento con el mismo criterio literario y la misma absorción literaria con que puedo escribir cualquier cuento puramente fantástico, digamos “La isla a mediodía”. Para mí se trata de obras literarias, sólo que en el caso de los desaparecidos se trata de un tema que significa mucho para mí, es ese tema espantoso de lo que ha sucedido en Argentina estos últimos años, y se presenta como una posibilidad de desarrollo lite-rario y si lo escribo igual que los cuentos puramente literarios, hay una cosa que me complace, y es que una vez que lo he terminado no puedo dejar de pensar que ese cuento va a llegar a muchos lectores y que además del efecto literario va a tener un efecto de tipo polí-tico. Ésa me parece que es la visión del compromiso, la justa en un escritor.

OP: O sea que las dos visiones se concilian finalmente y se hacen una sola.

JC: Claro. Pero cuando decís eso planteás el grave problema al que aludo en el prólogo a Libro de Manuel, que es donde ataqué de frente el problema. Problema que consiste en el tratar de conseguir una convergencia de la historia contemporánea –para llamarlo así– de ciertos aspectos de la historia y su convergencia con la literatura pura. Convergencia particularmente difícil porque en la mayoría de los libros llamados comprometidos o bien la política (la parte

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política, la parte del mensaje político) anula y empobrece la parte literaria y se convierte en una especie de ensayo disfrazado, o bien la literatura es más fuerte y apaga, deja en una situación de infe-rioridad al mensaje, a la comunicación que el autor desea pasar a su lector. Entonces, ese dificilísimo equilibrio entre un contenido de tipo ideológico y un contenido de tipo literario –que es lo que yo quise hacer en Libro de Manuel– me parece que es uno de los problemas más apasionantes de la literatura contemporánea. Y me parece, además, que las soluciones son individuales, que no hay ninguna fórmula. Nadie tiene una fórmula para eso.

OP: Claro, porque si vamos a las fórmulas, entonces se corre el riesgo de caer en los esquemas que rechazás. Yo creo que este punto quedó suficientemente ventilado en tu “Carta a Roberto Fernández Retamar”, publicada en la revista Casa de las Américas e incluida en Último round, a la que podemos remitir a todo lector interesado en estos temas. Pero ya que estamos aquí, me gustaría que habláramos precisamente de dos cuentos tuyos recientes, “Grafitti” y “Segunda vez”. Yo creo que en ellos encontraste un nuevo camino para mostrar el rostro asumido por el horror en muchos países de nuestra América, y que consiste precisamente en despersonalizarlo, en hacerlo anónimo. En libros como El otoño del patriarca o Yo, el Supremo o El recurso del método, hay siempre un hombre de carne y hueso detrás del horror. Y entonces, como le ocurre a García Márquez con su Patriarca, el creador se encuentra con una criatura a la que se puede llegar a compadecer. En cambio, en esos cuentos tuyos no hay un hombre, por cruel que sea, sino algo que en ningún momento puede asumir una forma (como el ser monstruoso imaginado por Lovecraft en Las montañas de la locura, y sé que no te gusta Lovecraft), que en un momento determinado puede llamarse Ejército, Organizaciones Paramilitares, Comandos de la Muerte, pero que carece de rostro.

JC: Exactamente. El horror se acentúa porque se vuelve una especie de latencia omnímoda, una atmósfera que flota, en donde no se pueden conocer caras ni responsabilidades directas. Una especie de superestructura. Yo creo que la máquina del horror tiene

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en el campo de la novela dos ejemplos extraordinarios. Uno de ellos es El proceso, de Kafka. Y aunque ahora hay toda una teoría según la cual El proceso sería un libro cómico y que Kafka lo consi-deraba como un libro cómico, nosotros por lo menos lo leímos en una lectura dramática. Ahí ya se da el caso de ese destino que se va cumpliendo inexorablemente, paso a peso, sin que jamás se sepa hasta la última línea, sin que se llegue a saber jamás cuáles eran las motivaciones que determinaban ese destino. Muchas veces yo he pensado, leyendo casos típicos de desaparecidos y torturados en Argentina, que ellos han vivido exactamente El proceso de Kafka, porque han sido detenidos muchas veces por ser sólo parientes de gente que tenía una actuación política (ellos no la tenían, o la tenían de manera muy parcial) y han sido torturados, han sido detenidos y finalmente muchas veces ejecutados. Y esa gente, en cada etapa de su destino, ha debido preguntarse quién era el responsable, de dónde le venía esa acumulación de desgracias, y no lo ha podido saber nunca porque lo único que ha conocido es a los ejecutores, a los torturadores. Quienes, por otra parte, tampoco sabían quiénes eran los jefes.

El otro libro es ese a cuyo título, 1984, vamos a llegar cronológi-camente el año que viene, dentro de muy poco, el libro de Orwell. Yo acabo de escribir un texto bastante largo para El País de Madrid, que va a hacer crujir los dientes de mucha gente, incluso compañeros, porque es un artículo bastante duro, muy crítico. Ese libro contiene la imagen del Big Brother (que finalmente no existe, el Big Brother es un simulacro fabricado por ese partido que tampoco se sabe lo que es) donde se llega a un nivel totalmente infernal, a ese nivel al que vos aludías. Sí, esos dos cuentos míos que citaste contienen también esa mecánica del horror, el horror sin causa definible, sin causa precisable.

OP: Que también se da, aunque en otro registro, en “Satarsa”, donde todo también sucede sin que nadie sepa muy bien por qué ocurren las cosas, cuál es su sentido último, donde siempre alguien puede referirse a un escalón situado por encima suyo, hasta llegar acaso a la Ley de Seguridad del Estado.

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JC: O sea, a una abstracción total.OP: Bueno, yo te pediría que me hablaras un poco de las simili-

tudes que –al menos para mí– tienen Oliveira y Andrés, el de Libro de Manuel. Te adelanto algunos de esos elementos: el descon-cierto en la búsqueda y el sentimiento de lo lúdico, como si los dos creyeran que lo lúdico es una especificidad de la historia. Dos rasgos, por otra parte, que más de una vez le han sido atribuidos a un tal Julio Cortázar.

JC: Bueno, tu pregunta es demasiado vasta y exigiría tal vez un análisis parcializado. Pero tampoco hay por qué complicar inútil-mente las cosas. Vamos de lo más autobiográfico, de algo que yo conozco bien, a lo más general. Desde pequeño yo he tenido un gran sentido del humor y me acuerdo que siendo muy niño –tendría ocho o nueve años– me producía un gran asombro que en ciertas conversaciones de los mayores, en circunstancias en que todo hubiera podido arreglarse con una broma, con una respuesta llena de humor, todo el mundo se ponía trágico, todo el mundo se tomaba las cosas por el lado negativo. En el mejor de los casos se hacían chistes, los argentinos hacen muchos chistes, pero no todos tienen sentido del humor. Mirá que esto también puede aplicarse a la raza humana en general...

En todo caso la Argentina ha sido un país de humoristas indi-viduales, como Macedonio Fernández, detrás de cuya metafísica se esconde un humor terrible. Yo, desde muy niño, sentía que el humor era una de las formas con las cuales era posible hacerle frente a la realidad, a las realidades negativas sobre todo. Si cuando sucedía algo desagradable te defendías a base de humor, salías mejor parado que tu amigo o compañero que no disponía de esa arma, que no veía más que lo trágico. Bueno, de ahí a lo lúdico no hay más que un paso. Porque quien tiene sentido del humor tiene siempre la tendencia a ver en diferentes elementos de la realidad que lo rodea una serie de constelaciones que se articulan y que son en apariencia absurdas. Todas las frases del humor tienen ese elemento de absurdo, de cosa que no funciona dentro de una lógica aristotélica. Yo sentí que eso

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era una especie de pararealidad, es decir, una realidad que está a tu disposición en la medida que vos la sepas asumir y la sepas utilizar.

OP: Utilizabas el humor como una suerte de anticuerpo.JC: Yo me defendía de situaciones bastante penosas mediante el

recurso del humor, un humor blanco o negro, según las circunstan-cias. El humor negro también es un elemento importante. De modo que esas asociaciones aparentemente ilógicas que determinan las reacciones del humor y la eficacia del humor, llevan al juego. Lo lúdico no es un lujo, un agregado del ser humano que le puede ser útil para divertirse: lo lúdico es una de las armas centrales por las cuales él se maneja o puede manejarse en la vida. Lo lúdico no entendido como un partido de truco ni como un match de fútbol; lo lúdico entendido como una visión en la que las cosas dejan de tener sus funciones establecidas para asumir muchas veces funciones muy diferentes, funciones inventadas. El hombre que habita un mundo lúdico es un hombre metido en un mundo combinatorio, de invención combinatoria, está creando continuamente formas nuevas.

OP: Eso puede sonar un poco abstracto. ¿Cuáles eran tus métodos prácticos de defensa cuando eras niño?

JC: Bueno, te doy un ejemplo. A mí, desde pequeño, me fascinó la noción de monstruo, la idea de los animales mitológicos: una cabeza de león, alas de águila y plumas de pato, que naturalmente provoca la indiferencia general de la gente. Pero a mí, te repito, me fascinaba porque me di cuenta de que eso (la noción del monstruo, que es el resultado de una combinación diferente de los elementos aceptados por todos) se podía extrapolar a operaciones mentales, a conductas. Uno podía a veces conducirse lúdicamente, es decir, hacer un juego en el que de alguna manera uno era el monstruo, porque a un mismo tiempo estabas moviéndote como un león y volando como un águila.

Para llegar a la cosa central: desde que yo empecé a escribir (a escribir cosas publicables) la noción de lo lúdico estuvo profunda-mente imbricada, confundida, con la noción de literatura. Para mí, una literatura sin elementos lúdicos era una literatura aburrida, la

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literatura que no leo, la literatura pesada, el realismo socialista, por ejemplo.

OP: Bueno, precisamente, de eso se trata. Es decir que en cierta medida y hasta cierta época, se dio por aceptado que revolución era un concepto inseparable de realismo socialista. De modo que tú te insurgís justamente contra ese concepto.

JC: Sí, lo que me vale a veces enfrentamientos cordiales, si quieres, pero enfrentamientos bastante fuertes con compañeros revolucionarios. Libro de Manuel fue uno de esos ejemplos.

OP: Claro, porque Libro de Manuel, por el año en que fue publi-cado, 1973, hizo las veces de pararrayos de todas esas discrepancias que andaban flotando por ahí, las atrajo y las concentró de manera fulminante. En un reportaje publicado poco después de que te dieran el Premio Médicis para extranjeros, vos dijiste lo siguiente: “Yo no sé si llamarlo un libro político. Ésa es una palabra que me da un poco de miedo, porque política es una cosa muy profesional y muy precisa. Yo creo que es un libro que una vez más continúa una especie de apertura ideológica en la línea socialista que yo veo para América Latina, y además una especie de pre-crítica a todas las equivocaciones que suelen cometerse cuando se intentan y realizan revoluciones”. Y esto se compadece perfectamente, a mi modo de ver, con otro texto tuyo, Casilla del camaleón6, donde oponés precisamente el concepto de camaleón al de coleóptero. El caleóptero es quitinoso, rígido, poco flexible, como ciertos procesos revolucionarios.

JC: Desgraciadamente. Desgraciadamente las revoluciones parecen conllevar una tendencia a la estratificación (o quiti-nosidad, para seguir con la imagen). En sus formas iniciales, esas revoluciones adoptaron formas dinámicas, formas lúdicas, formas en las que el paso adelante, el salto adelante, esa inversión de todos los valores que implica una revolución, se operaban en un campo moviente, fluido y abierto a la imaginación, a la invención y a sus productos connaturales, la poesía, el teatro, el cine y la literatura.

6 La vuelta al día en ochenta mundos, Tomo II, pp. 185-193 (Nota de Omar Prego).

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Pero con una frecuencia bastante abrumadora, después de esa primera etapa las revoluciones se institucionalizan, empiezan a llenarse de quitina, van pasando a la condición de coleópteros.

Bueno, yo trato de luchar contra eso, ese es mi compromiso con a las revoluciones, a la revolución, para decirlo en general. Trato de luchar por todos los medios, y sobre todo con medios lúdicos, contra lo quitinoso. Libro de Manuel fue una tentativa de desquitinizar esos proemios revolucionarios que vagamente se asomaban en Argentina y que no llegaban a cuajar. Ese libro fue escrito cuando los grupos guerrilleros estaban en plena acción. Yo había conocido personalmente a algunos de sus protagonistas aquí en París, y me había quedado aterrado por su sentido dramático, trágico, de su acción, en donde no había el menor resquicio para que entrara ni siquiera una sonrisa, y mucho menos un rayo de sol.

Me di cuenta de que esa gente, con todos sus méritos, con todo su coraje y con toda la razón que tenían de llevar adelante su acción, si llegaban a cumplirla, si llegaban al final, la revolución que de ellos iba a salir no iba a ser mi revolución. Iba a ser una revolución quitinizada y estratificada desde el comienzo. Libro de Manuel es un desafío, pero no un desafío insolente ni negativo. Es un desafío muy cordial: vos has visto que yo a los personajes con toda la simpatía posible. Por ejemplo a Marcos, el jefe de ese grupo de guerrilla urbana que está un poco de vacaciones en Europa en ese momento. Y él mismo discute con sus amigos, si no este problema, problemas paralelos. Yo no los atacaba, muy al contrario. Si hubiera tenido ganas de atacarlos no habría escrito la novela. No sólo no era un ataque, sino que era una tentativa de ponerles en el bolsillo un libro que tal vez los hubiera ayudado un poco.

OP: En eso que a falta de mejor palabra podemos llamar prólogo, decís que “lo que cuenta, lo que yo he tratado de contar, es …el signo afirmativo frente a la escalada del desprecio y del espanto, y esa afirmación debe ser lo más solar, lo más vital del hombre: su sed erótica y lúcida, su liberación de los tabúes, su reclamo de una dignidad compartida en una tierra ya libre de este horizonte diario

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de colmillos y de dólares”. Han pasado diez años: si no hubieras escrito entonces Libro de Manuel, ¿escribirías hay algo parecido?

JC: Creo que sí. Sí, escribiría algo parecido. En Libro de Manuel yo di un paso adelante, incluso forzándome la mano a veces, porque estaba harto de haber discutido en Cuba acerca de problemas de tipo erótico, por ejemplo, y de tropezarme con la quitina. O el tema de la homosexualidad, que ahora es también objeto de una discu-sión fraternal pero muy viva con los nicaragüenses cada vez que voy para allá. Yo creo que esa actitud machista de rechazo, despectiva y humillante hacia la homosexualidad, no es en absoluto una actitud revolucionaria. Ése es otro de los aspectos que quise mostrar en Libro de Manuel.

Eso es, claro, sólo un aspecto. También hay un ataque al lenguaje anquilosado, al lenguaje quitinizado. Allí, a mi manera, yo libré un combate en el plano del idioma, por que pensaba (y lo sigo pensando) que ése es uno de los problemas más graves que hay en América Latina, toda esa hipocresía lingüística con la que habrá que acabar de una vez.

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Carta abierta a Roberto Fernández Retamar 7

Saignon (Vaucluse), 10 de mayo de 1967

A Roberto Fernández Retamar en La Habana

Mi querido Roberto:Te debo una carta, y unas páginas para el número de la Revista

que tratará de la situación del intelectual latinoamericano contem-poráneo. Por lo que verás a renglón casi seguido, me resulta más sencillo unir ambas cosas; hablando contigo, aunque sólo sea desde un papel por encima del mar, me parece que alcanzaré a decir mejor algunas cosas que se me almidonarían si les diera el tono del ensayo, y tú ya sabes que el almidón y yo no hacemos buenas camisas. Digamos entonces que una vez más estamos viajando en auto rumbo a Trinidad y que después de habernos apoderado con gran astucia de los dos mejores asientos, con probable cólera de Mario, Ernesto y Fernando apiñados en el fondo, reanudamos aquella conversación que me valió pasar tres maravillosos días en enero último, y que de alguna manera no se interrumpirá jamás entre tú y yo.

Prefiero este tono porque palabras como “intelectual” y “lati-noamericano” me hacen levantar instintivamente la guardia, y si además aparecen juntas me suenan en seguida a disertación del tipo de las que terminan casi siempre encuadernadas (iba a decir enterradas) en pasta española. Súmale a eso que llevo dieciséis años fuera de Latinoamérica, y que me considero sobre todo como un cronopio que escribe cuentos y novelas sin otro fin que el perse-guido ardorosamente por todos los cronopios, es decir su regocijo personal. Tengo que hacer un gran esfuerzo para comprender que a pesar de esas peculiaridades soy un intelectual latinoamericano; y me apresuro a decirte que si hasta hace pocos años esa clasifica-ción despertaba en mí el reflejo muscular consistente en elevar los

7 Publicada en la revista Casa de las Américas, Nº 45 (1967) y luego en el libro Último round, de Julio Cortázar. (Nota del editor).

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hombros hasta tocarme las orejas creo que los hechos cotidianos de esta realidad que nos agobia (¿realidad esta pesadilla irreal, esta danza de idiotas al borde del abismo?) obligan a suspender los juegos, y sobre todo los juegos de palabras. Acepto, entonces, considerarme un intelectual latinoamericano, pero mantengo una reserva: no es por serlo que diré lo que quiero decirte aquí. Si las circunstancias me sitúan en ese contexto y dentro de él debo hablar, prefiero que se entienda claramente que lo hago como un ente moral, digamos lisa y llanamente como un hombre de buena fe, sin que mi nacionalidad y mi vocación sean las razones determinantes de mis palabras. El que mis libros estén presentes desde hace años en Latinoamérica no invalida el hecho deliberado e irreversible de que me marché de la Argentina en 1951 y que sigo residiendo en un país europeo que elegí sin otro motivo que mi soberana voluntad de vivir y escribir en la forma que me parecía más plena y satisfac-toria. Hechos concretos me han movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba; pero la importancia que tiene para mí ese contacto no se deriva de mi condición de intelectual latinoamericano; al contrario, me apresuro a decirte que nace de una perspectiva mucho más europea que latinoamericana, y más ética que intelectual. Si lo que sigue ha de tener algún valor, debe nacer de una total franqueza, y empiezo por señalarlo a los nacio-nalistas de escarapela y banderita que directa o indirectamente me han reprochado muchas veces mi “alejamiento” de mi patria o, en todo caso, mi negativa a reintegrarme físicamente a ella.

En última instancia, tú y yo sabemos de sobra que el problema del intelectual contemporáneo es uno solo, el de la paz fundada en la justicia social, y que las pertenencias nacionales de cada uno sólo subdividen la cuestión sin quitarle su carácter básico. Pero es aquí donde un escritor alejado de su país se sitúa forzosamente en una perspectiva diferente. Al margen de la circunstancia local, sin la inevitable dialéctica del challenge and response cotidianos que representan los problemas políticos, económicos o sociales del país, y que exigen el compromiso inmediato de todo intelectual

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consciente, su sentimiento del proceso humano se vuelve por decirlo así más planetario, opera por conjuntos y por síntesis, y si pierde la fuerza concentrada en un contexto inmediato, alcanza en cambio una lucidez a veces insoportable pero siempre escla-recedora. Es obvio que desde el punto de vista de la mera infor-mación mundial, da casi lo mismo estar en Buenos Aires que en Washington o en Roma, vivir en el propio país o fuera de él. Pero aquí no se trata de información sino de visión. Como revolucionario cubano, sabes de sobra hasta qué punto los imperativos locales, los problemas cotidianos de tu país, forman por así decirlo un primer círculo vital en el que debes obrar e incidir como escritor, y que ese primer círculo en el que se juega tu vida y tu destino personal a la par de la vida y el destino de tu pueblo, es a la vez contacto y barrera con el resto del mundo, contacto porque tu batalla es la de la huma-nidad, barrera porque en la batalla no es fácil atender a otra cosa que a la línea de fuego.

No se me escapa que hay escritores con plena responsabilidad de su misión nacional que bregan a la vez por algo que la rebasa y la universaliza; pero bastante más frecuente es el caso de los intelectuales que, sometidos a ese condicionamiento circunstan-cial, actúan por así decirlo desde fuera hacia adentro, partiendo de ideales y principios universales para circunscribirlos a un país, a un idioma, a una manera de ser. Desde luego no creo en los univer-salismos diluidos y teóricos, en las “ciudadanías del mundo” enten-didas como un medio para evadir las responsabilidades inmediatas y concretas “Vietnam, Cuba, toda Latinoamérica” en nombre de un universalismo más cómodo por menos peligroso; sin embargo, mi propia situación personal me inclina a participar en lo que nos ocurre a todos, a escuchar las voces que entran por cualquier cuadrante de la rosa de los vientos. A veces me he preguntado qué hubiera sido de mi obra de haberme quedado en la Argen-tina; sé que hubiera seguido escribiendo porque no sirvo para otra cosa, pero a juzgar por lo que llevaba hecho hasta el momento de marcharme de mi país, me inclino a suponer que habría seguido la concurrida vía del escapismo intelectual, que era la mía hasta

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entonces y sigue siendo la de muchísimos intelectuales argentinos de mi generación y mis gustos. Si tuviera que enumerar las causas por las que me alegro de haber salido de mi país (y quede bien claro que hablo por mí solamente, y de manera a título de parangón) creo que la principal sería el haber seguido desde Europa, con una visión des-nacionalizada, la Revolución Cubana. Para afir-marme en esta convicción me basta, de cuando en cuando, hablar con amigos argentinos que pasan por París con la más triste igno-rancia de lo que verdaderamente ocurre en Cuba; me basta hojear los periódicos que leen veinte millones de compatriotas; me basta y me sobra sentirme a cubierto de la influencia que ejerce la infor-mación norteamericana en mi país y de la que no se salvan, incluso creyéndolo sinceramente, infinidad de escritores y artistas argen-tinos de mi generación que comulgan todos los días con las ruedas de molino subliminales de la United Press y las revistas “democrá-ticas” que marchan al compás de Time o de Life.

Aquí ya puedo hablar en primera persona, puesto que de eso se trata en los testimonios que nos has pedido. Lo primero que diré es una paradoja que puede tener su valor si se la mide a la luz de los párrafos anteriores en que he tratado de situarme y situarte mejor ¿No te parece en verdad paradójico que un argentino casi enteramente volcado hacia Europa en su juventud, al punto de quemar las naves y venirse a Francia, sin una idea precisa de su destino, haya descubierto aquí, después de una década, su verda-dera condición de latinoamericano? Pero esta paradoja abre una cuestión más honda: la de si no era necesario situarse en la pers-pectiva más universal del viejo mundo, desde donde todo parece poder abarcarse con una especie de ubicuidad mental, para ir descubriendo poco a poco las verdaderas raíces de lo latinoameri-cano sin perder por eso la visión global de la historia y del hombre. La edad, la madurez, influyen desde luego, pero no bastan para explicar ese proceso de reconciliación y recuperación de valores originales; insisto en creer (y en hablar por mí mismo y sólo por mí mismo) que, si me hubiera quedado en la Argentina, mi madurez de escritor se hubiera traducido de otra manera, probablemente más

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perfecta y satisfactoria para los historiadores de la literatura, pero ciertamente menos incitadora, provocadora y en última instancia fraternal para aquellos que leen mis libros por razones vitales y no con vistas a la ficha bibliográfica o la clasificación estética. Aquí quiero agregar que de ninguna manera me creo un ejemplo de esa “vuelta a los orígenes” –telúricos, nacionales, lo que quieras– que ilustra precisamente una importante corriente de la literatura latinoamericana, digamos Los pasos perdidos y, más circunscrita-mente, Doña Bárbara. El telurismo como lo entiende entre ustedes un Samuel Feijóo, por ejemplo, me es profundamente ajeno por estrecho, parroquial y hasta diría aldeano; puedo comprenderlo y admirarlo en quienes no alcanzan, por razones múltiples, una visión totalizadora de la cultura y de la historia, y concentran todo su talento en una labor “de zona“, pero me parece un preámbulo a los peores avances del nacionalismo negativo cuando se convierte en el credo de escritores que, casi siempre por falencias culturales, se obstinan en exaltar los valores del terruño contra los valores a secas, el país contra el mundo, la raza (porque en eso se acaba) contra las demás razas. ¿Podrías tú imaginarte a un hombre de la latitud de un Alejo Carpentier convirtiendo la tesis de su novela citada en una inflexible bandera de combate? Desde luego que no, pero los hay que lo hacen, así como hay circunstancias de la vida de los pueblos en que ese sentimiento del retorno, ese arquetipo casi junguiano del hijo pródigo, de Odiseo al final de periplo, puede derivar a una exaltación tal de lo propio que, por contragolpe lógico, la vía del desprecio más insensato se abra hacia todo lo demás. Y entonces ya sabemos lo que pasa, lo que pasó hasta 1945, lo que puede volver a pasar.

Quedamos, entonces, para volver a mí que soy desganadamente el tema de estas páginas, que la paradoja de redescubrir a distancia lo latinoamericano entraña un proceso de orden muy diferente a una arrepentida y sentimental vuelta al pago. No solamente no he vuelto al pago sino que Francia, que es mi casa, me sigue pare-ciendo el lugar de elección para un temperamento como el mío, para mis gustos y, espero, para lo que pienso todavía escribir antes

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de dedicarme a la vejez, tarea complicada y absorbente como es sabido. Cuando digo que aquí me fue dado descubrir mi condición de latinoamericano, indico tan sólo una de las consecuencias de una evolución más compleja y abierta. Ésta no es una autobiografía, y por eso resumiré esa evolución en el mero apunte de sus etapas. De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deberán culminar en la realidad. Ese proceso comportó muchas batallas, derrotas, traiciones y logros parciales. Empecé por tener conciencia de mi prójimo, en un plano sentimental y por decirlo así antropológico; un día desperté en Francia a la evidencia abominable de la guerra de Argelia, yo que de muchacho había seguido la guerra de España y más tarde la guerra mundial como una cuestión en la que lo fundamental eran princi-pios e ideas en lucha. En 1957 empecé a tomar conciencia de lo que pasaba en Cuba (antes había noticias periodísticas de cuando en cuando, vaga noción de una dictadura sangrienta como tantas otras, ninguna participación afectiva a pesar de la adhesión en el plano de los principios). El triunfo de la Revolución Cubana, los primeros años del gobierno, no fueron ya una mera satisfacción histórica o política; de pronto sentí otra cosa, una encarnación de la causa del hombre como por fin había llegado a concebirla y desearla. Comprendí que el socialismo, que hasta entonces me había pare-cido una corriente histórica aceptable e incluso necesaria, era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial, en el ethos tan elemental como ignorado por las sociedades en que me tocaba vivir, en el simple, inconcebiblemente difícil y simple principio de que la humanidad empezará verdade-ramente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explota-ción del hombre por el hombre. Más allá no era capaz de ir, porque, como te lo he dicho y probado tantas veces, lo ignoro todo de la filosofía política, y no llegué a sentirme un escritor de izquierda a consecuencia de un proceso intelectual sino por el mismo meca-nismo que me hace escribir como escribo o vivir como vivo, un estado en el que la intuición, la participación al modo mágico en

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el ritmo de los hombres y las cosas, decide mi camino sin dar ni pedir explicaciones. Con una simplificación demasiado maniquea, puedo decir que así como tropiezo todos los días con hombres que conocen a fondo la filosofía marxista y actúan sin embargo con una conciencia reaccionaria en el plano personal, a mí me sucede estar empapado por el peso de toda una vida en la filosofía burguesa, y sin embargo me interno cada vez más por las vías del socialismo. Y no es fácil, y ésa es precisamente mi situación actual por la que se pregunta en esta encuesta. Un texto mío que publicaste hace poco en la revista Casilla del Camaleón puede mostrar una parte de ese conflicto permanente de un poeta con el mundo, de un escritor con su trabajo.

Pero para hablar de mi situación como escritor que ha decidido asumir una tarea que considera indispensable en el mundo que lo rodea, tengo que completar la síntesis de ese camino que llegó a su fin con mi nueva conciencia de la Revolución Cubana. Cuando fui invitado por primera vez a visitar tu país, acababa de leer Cuba, isla profética, de Waldo Frank, que resonó extrañamente en mí, despertándome a una nostalgia, a un sentimiento de carencia, a un no estar verdaderamente en el mundo de mi tiempo aunque en esos años mi mundo parisiense fuera tan pleno y exaltante como lo había deseado siempre y lo había conseguido después de más de una década de vida en Francia. El contacto personal con las reali-zaciones de la revolución, la amistad y el diálogo con escritores y artistas, lo positivo y lo negativo que vi y compartí en ese primer viaje actuaron doblemente en mí; por un lado tocaba otra vez la realidad latinoamericana de la que tan alejado me había sentido en el terreno personal, y por otro lado asistía cotidianamente a la dura y a veces desesperada tarea de edificar el socialismo en un país tan poco preparado en muchos aspectos y tan abierto a los riesgos más inminentes. Pero entonces sentí que esa doble experiencia no era doble en el fondo, y ese brusco descubrimiento me deslumbró. Sin razonarlo, sin análisis previo, viví de pronto el sentimiento mara-villoso de que mi camino ideológico coincidiera con mi retorno latinoamericano; de que esa revolución, la primera revolución

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socialista que me era dado seguir de cerca, fuera una revolución latinoamericana. Guardo la esperanza de que en mi segunda visita a Cuba, tres años más tarde, te haya mostrado que ese deslumbra-miento y esa alegría no se quedaron en mero goce personal. Ahora me sentía situado en un punto donde convergían y se conciliaban mi convicción en un futuro socialista de la humanidad y mi regreso individual y sentimental a una Latinoamérica de la que me había marchado sin mirar hacia atrás muchos años antes.

Cuando regresé a Francia luego de esos dos viajes, comprendí mejor dos cosas. Por una parte, mi hasta entonces vago compromiso personal e intelectual con la lucha por el socialismo entraría, como ha entrado, en un terreno de definiciones concretas, de colabora-ción personal allí donde pudiera ser útil. Por otra parte, mi trabajo de escritor continuaría el rumbo que le marca mi manera de ser, y aunque en algún momento pudiera reflejar ese compromiso (como algún cuento que conoces y que ocurre en tu tierra) lo haría por las mismas razones de libertad estética que ahora me están llevando a escribir una novela que ocurre prácticamente fuera del tiempo y del espacio histórico. A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que, como lo decía al comienzo, escribe para su rego-cijo o su sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obliga-ciones “latinoamericanas” o “socialistas” entendidas como a prioris pragmáticos. Y es aquí donde lo que traté de explicar al principio encuentra, creo, su justificación más profunda. Sé de sobra que vivir en Europa y escribir “argentino” escandaliza a los que exigen una especie de asistencia obligatoria a clase por parte del escritor. Una vez que para mi considerable estupefacción un jurado insen-sato me otorgó un premio en Buenos Aires, supe que alguna célebre novelista de esos pagos había dicho con patriótica indignación que los premios argentinos deberían darse solamente a los residentes en el país. Esta anécdota sintetiza en su considerable estupidez una actitud que alcanza a expresarse de muchas maneras pero que tiende siempre al mismo fin; incluso en Cuba, donde poco podría importar si habito en Francia o en Islandia, no han faltado los que

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se inquietan amistosamente por ese supuesto exilio. Como la falsa modestia no es mi fuerte, me asombra que a veces no se advierta hasta qué punto el eco que han podido despertar mis libros en Latinoamérica se deriva de que proponen una literatura cuya raíz nacional y regional está como potenciada por una experiencia más abierta y más compleja, y en la que cada evocación o recreación de lo originalmente mío alcanza su extrema tensión gracias a esa aper-tura sobre y desde un mundo que lo rebasa y en último extremo lo elige y lo perfecciona. Lo que entre ustedes ha hecho un Lezama Lima, es decir, asimilar y cubanizar por vía exclusivamente libresca y de síntesis mágico-poética los elementos más heterogéneos de una cultura que abarca desde Parménides hasta Serge Diaghilev, me ocurre a mí hacerlo a través de experiencias tangibles, de contactos directos con una realidad que no tiene nada que ver con la información o la erudición pero que es su equivalente vital, la sangre misma de Europa. Y si de Lezama puede afirmarse, como acaba de hacerlo Vargas Llosa en un bello ensayo aparecido en la revista Amaru, que su cubanidad se afirma soberana por esa asimi-lación de lo extranjero a los jugos y a la voz de su tierra, yo siento que también la argentinidad de mi obra ha ganado en vez de perder por esa ósmosis espiritual en la que el escritor no renuncia a nada, no traiciona nada sino que sitúa su visión en un plano desde donde sus valores originales se insertan en una trama infinitamente más amplia y más rica y por eso mismo –como de sobra lo sé yo aunque otros lo nieguen– ganan a su vez en amplitud y riqueza, se recobran en lo que pueden tener de más hondo y de más valedero.

Por todo esto, comprenderás que mi “situación” no solamente no me preocupa en el plano personal sino que estoy dispuesto a seguir siendo un escritor latinoamericano en Francia. A salvo por el momento de toda coacción, de la censura o la autocen-sura que traban la expresión de los que viven en medios política-mente hostiles o condicionados por circunstancias de urgencia, mi problema sigue siendo, como debiste sentirlo al leer Rayuela, un problema metafísico, un desgarramiento continuo entre el mons-truoso error de ser lo que somos como individuos y como pueblos

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en este siglo, y la entrevisión de un futuro en el que la sociedad humana culminaría por fin en ese arquetipo del que el socialismo da una visión práctica y la poesía una visión espiritual. Desde el momento en que tomé conciencia del hecho humano esencial, esa búsqueda representa mi compromiso y mi deber. Pero ya no creo, como pude cómodamente creerlo en otro tiempo, que la literatura de mera creación imaginativa baste para sentir que me he cumplido como escritor, puesto que mi noción de esa literatura ha cambiado y contiene en sí el conflicto entre la realización individual como la entendía el humanismo, y la realización colectiva como la entiende el socialismo, conflicto que alcanza su expresión quizá más desga-rradora en el Marat-Sade de Peter Weiss. Jamás escribiré expresa-mente para nadie, minorías o mayorías, y la repercusión que tengan mis libros será siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sin embargo hoy sé que escribo para, que hay una intenciona-lidad que apunta a esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro. No puedo ser indiferente al hecho de que mis libros hayan encontrado en los jóvenes latinoameri-canos un eco vital, una confirmación de latencias, de vislumbres, de aperturas hacia el misterio y la extrañeza y la gran hermosura de la vida. Sé de escritores que me superan en muchos terrenos y cuyos libros, sin embargo, no entablan con los hombres de nuestras tierras el combate fraternal que libran los míos. La razón es simple, porque si alguna vez se pudo ser un gran escritor sin sentirse partí-cipe del destino histórico inmediato del hombre, en este momento no se puede escribir sin esa participación que es responsabilidad y obligación, y sólo las obras que la trasunten, aunque sean de pura imaginación, aunque inventen la infinita gama lúdica de que es capaz el poeta y el novelista, aunque jamás apunten directamente a esa participación, sólo ellas contendrán de alguna indecible manera ese temblor, esa presencia, esa atmósfera que las hace reconocibles y entrañables, que despierta en el lector un sentimiento de contacto y cercanía.

Si esto no es aún suficientemente claro, déjame completarlo con un ejemplo. Hace veinte años veía yo en un Paul Valéry el más

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alto exponente de la literatura occidental. Hoy continúo admirando al gran poeta y ensayista, pero ya no representa para mí ese ideal. No puede representarlo quien, a lo largo de toda una vida consa-grada a la meditación y a la creación, ignoró soberanamente (y no sólo en sus escritos) los dramas de la condición humana que en esos mismos años se abrían paso en la obra epónima de un André Malraux y, desgarrada y contradictoriamente pero de una manera admirable precisamente por ese desgarramiento y esas contra-dicciones, en un André Gide. Insisto en que a ningún escritor le exijo que se haga tribuno de la lucha que en tantos frentes se está librando contra el imperialismo en todas sus formas, pero sí que sea testigo de su tiempo como lo querían Martínez Estrada y Camus, y que su obra o su vida (¿pero cómo separarlas?) den ese testimonio en la forma que les sea propia. Ya no es posible respetar como se respetó en otros tiempos al escritor que se refugiaba en una libertad mal entendida para dar la espalda a su propio signo humano, a su pobre y maravillosa condición de hombre entre hombres, de privi-legiado entre desposeídos y martirizados.

Para mí, Roberto, y con esto terminaré, nada de eso es fácil. El lento, absorbente, infinito y egoísta comercio con la belleza y la cultura, la vida en un continente donde unas pocas horas me ponen frente a los frescos de Giotto o los Velázquez del Prado, en la curva del Rialto del Gran Canal o en esas salas londinenses donde se diría que las pinturas de Turner vuelven a inventar la luz, la tenta-ción cotidiana de volver como en otros tiempos a una entrega total y fervorosa a los problemas estéticos e intelectuales, a la filosofía abstracta, a los altos juegos del pensamiento y de la imaginación, a la creación sin otro fin que el placer de la inteligencia y de la sensi-bilidad, libran en mí una interminable batalla con el sentimiento de que nada de todo eso se justifica éticamente si al mismo tiempo no se está abierto a los problemas vitales de los pueblos, si no se asume decididamente la condición de intelectual del Tercer Mundo en la medida en que todo intelectual, hoy en día, pertenece potencial o efectivamente al Tercer Mundo puesto que su sola vocación es un peligro, una amenaza, un escándalo para los que apoyan lenta pero

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seguramente el dedo en el gatillo de la bomba. Ayer, en Le Monde, un cable de la UPI transcribía declaraciones de Robert McNamara. Textualmente, el secretario norteamericano de la defensa (¿de qué defensa?) dice esto: “Estimamos que la explosión de un número relativamente pequeño de ojivas nucleares en cincuenta centros urbanos de China destruiría la mitad de la población urbana (más de cincuenta millones de personas) y más de la mitad de la pobla-ción industrial. Además, el ataque exterminaría a un gran número de personas que ocupan puestos clave en el gobierno, en la esfera técnica y en la dirección de las fábricas, así como una gran propor-ción de obreros especializados”. Cito ese párrafo porque pienso que, después de leerlo, un escritor digno de tal nombre no puede volver a sus libros como si no hubiera pasado nada, no puede seguir escribiendo con el confortable sentimiento de que su misión se cumple en el mero ejercicio de una vocación de novelista, de poeta o de dramaturgo. Cuando leo un párrafo semejante, sé cuál de los dos elementos de mi naturaleza ha ganado la batalla. Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura, a mi empecinada búsqueda ontológica, a los juegos de la imaginación en sus planos más vertiginosos; pero todo eso no gira ya en sí mismo y por sí mismo, no tiene ya nada que ver con el cómodo humanismo de los mandarines de occidente. En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad. Estoy conven-cido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido.

Un abrazo muy fuerte de tuJulio

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Carta a Adelaida y Roberto Fernández Retamar

París, 29 de octubre de 1967Roberto, Adelaida, mis muy queridos:

Anoche volví a París desde Argel. Sólo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesa-dilla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide deses-peradamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disi-mulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que el silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié ese texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como si uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me importa; en todo caso tú sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto

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que te cuento también me avergüenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos.

Che

Yo tuve un hermano. No nos vimos nuncapero no importaba. Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía.Lo quise a mi modo le tomé su vozlibre como el agua, caminé de a ratos cerca de su sombra.

No nos vimos nuncapero no importaba, mi hermano despierto mientras yo dormía,mi hermano mostrándomedetrás de la noche su estrella elegida.

Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,

Julio

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Incursión en territorio enemigo. En respuesta a la revista Life (Fragmentos)8

Lo que sigue se basa en una serie de preguntas que Rita Guibert me formuló por escrito en nombre de Life, pero antes de contes-tarlas me parece indispensable dejar en claro algunas circunstan-cias vinculadas con estas páginas. La moral y la práctica quieren que un escritor exprese habitualmente sus ideas en publicaciones que pertenecen a su propio campo ideológico e incluso intelectual; no es esto lo que ocurre aquí, y tanto Life como yo lo sabemos y lo aceptamos. Desde nuestro primer contacto quedó entendido que mi consentimiento no solamente no “significaba” una colaboración para Life, sino que para mí representaba precisamente lo contrario: una incursión en territorio adversario. Life aceptó este punto de vista y se dio las garantías necesarias de que mis palabras serían reproducidas textualmente. Soy, pues, único responsable de ellas; nadie las ha adaptado a exigencias periodísticas y es justicia decirlo desde ahora.

Si como usted dice, Life quiere abrirse al diálogo, enhora-buena. Pero yo necesito una garantía formal, digamos incluso legal, de que razones “tipográficas”, y otras argucias de última hora no van a mutilar o alterar mi texto… Yo entregaré un original de mis respuestas junto con una copia, y en esta copia, un responsable directo de Life hará constar que el original contiene el mismo texto hasta la última coma. Esta copia así certificada quedará en mis manos; si Life modifica luego la entrevista, yo podré iniciar una acción o protestar, pruebas en mano, en otras publicaciones de cualquier país(...)

Todo eso suena mal, lo sé. Pero es que todo suena mal en el mundo de hoy. Hay muchas maneras de matar a los Che Guevara, y aunque estoy lejos de compararme a él, yo hago también mi guerrilla desde hace mucho contra el imperialismo yanqui (…) Mi desconfianza inicial, mi demanda de garantías, sorprendieron a los

8 Tomado de Life en español, Chicago, vol XXXIII, n° 7, 7 de abril de 1969. (Nota del editor).

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responsables de Life como sorprenderían a muchos de sus lectores; empezaré por referirme a esto, pues es una manera de responder prácticamente a algunas de las preguntas de carácter ideológico y político que se me formulan. No solamente desconfío de las publi-caciones norteamericanas del tipo de Life, en cualquier idioma en que aparezcan y muy especialmente en español, sino que tengo el convencimiento de que todas ellas, por más democráticas y avan-zadas que pretendan ser, han servido, sirven y servirán a la causa del imperialismo norteamericano, que a su vez sirve por todos los medios a la causa del capitalismo (…)

El capitalismo norteamericano ha comprendido que su coloni-zación cultural en América Latina –punta de lanza por excelencia para la colonización económica y política– exigía procedimientos más sutiles e inteligentes que los utilizados en otros tiempos; ahora sabe servirse incluso de instituciones y personas que, en su propio país y en el exterior, creen combatirlo y neutralizarlo en el terreno intelectual. Hay algo de diabólico en este aprovechamiento de las buenas voluntades, de las complicidades inconscientes en las que caen tantos hombres a quienes la difusión de la cultura les sigue pareciendo ingenuamente el mejor camino hacia la paz y el progreso. La buena voluntad de Life puede ser en ese sentido tan diabólica como la más agresiva de las actitudes del Departamento de Estado, e incluso más en la medida en que muchos de sus redac-tores y la gran mayoría de sus lectores creen sin duda en la utilidad democrática y cultural de sus páginas. A mí me basta una ojeada a cualquiera de sus números para adivinar el verdadero rostro que se oculta tras la máscara; consulten los lectores, por ejemplo, el número del 11 de marzo de 1968: en la cubierta, soldados norviet-nameses ilustran una loable voluntad de información objetiva; en el interior, Jorge Luis Borges habla larga y bellamente de su vida y de su obra; en la contratapa, por fin, asoma la verdadera cara: un anuncio de la Coca Cola. Variante divertida en el número del 17 de junio del mismo año: Ho Chi Minh en la tapa, y los cigarrillos Ches-terfield en la contratapa. Simbólicamente, psicoanalíticamente,

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capitalísticamente, Life entrega las claves: la tapa es la máscara, la contratapa el verdadero rostro mirando hacia América Latina.

Algún lector sobresaltado se estará preguntando cómo es posible que semejantes juicios se publiquen precisamente en la revista enjuiciada. Ignora, sin duda, que la dialéctica del diablo consiste justamente en pagar un alto precio para conseguir, en otro tablero, ganancias mucho más altas (…) yo sostengo por mi parte que el capitalismo yanqui se vale de Life como de tantas otras cosas para sus fines últimos, que requieren la colonización cultural que faci-lite la colonización económica de América Latina; hoy sabemos que CIA ha pagado revistas que hablaban muy mal de la CIA, un poco como la Iglesia Católica tiene siempre un sector “avanzado” que arremete contra encíclicas y concilios. La tradición del bufón del rey no se ha perdido, porque es útil y necesaria para los reyes de todos los tiempos, aunque los de ahora huelan a petróleo y hablen con acento tejano.

Algún otro lector igualmente sobresaltado se estará enco-giendo de hombros al darse-cuenta-de-la-verdad: Julio Cortázar es comunista, y por consiguiente ve enemigos escondidos en cada botella de la pausa que refresca. Como ya es hora de entrar en la entrevista propiamente dicha, será bueno aclarar que mi ideal del socialismo no pasa por Moscú sino que nace con Marx para proyec-tarse hacia la realidad revolucionaria latinoamericana que es una realidad con características propias, con ideologías y realizaciones condicionadas por nuestras idiosincrasias y nuestras necesidades, y que hoy se expresa históricamente en hechos tales como la Revo-lución Cubana, la guerra de guerrillas en diversos países del conti-nente, y las figuras de hombres como Fidel Castro y Che Guevara. A partir de esa concepción revolucionaria, mi idea del socialismo lati-noamericano es profundamente crítica, como lo saben de sobra mis amigos cubanos, en la medida en que rechazo toda postergación de la plenitud humana en aras de una hipotética consolidación a largo plazo de las estructuras revolucionarias. Mi humanismo es socia-lista, lo que para mi significa que es el grado más alto, por universal, del humanismo; si no acepto la alienación que necesita mantener

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el capitalismo para alcanzar sus fines, mucho menos acepto la alie-nación que se deriva de la obediencia a los aparatos burocráticos de cualquier sistema por revolucionario que pretenda ser. Creo, con Roger Garaudy y Eduardo Goldsticker, que el fin supremo del marxismo no puede ser otro que el de proporcionar a la raza humana los instrumentos para alcanzar la libertad y la dignidad que le son consustanciales; esto entraña una visión optimista de la historia, como se ve, contrariamente al pesimismo egoísta que justi-fica y defiende el capitalismo, triste paraíso de unos pocos a costa de un purgatorio cuando no de un infierno de millones y millones de desposeídos. De todas maneras, mi idea del socialismo no se diluye en un tibio humanismo teñido de tolerancia; si los hombres valen para mí más que los sistemas, entiendo que el sistema socialista es el único que puede llegar alguna vez a proyectar al hombre hacia su auténtico destino; parafraseando el famoso verso de Mallarmé sobre Poe (me regocija el horror de los literatos puros que lean esto) creo que el socialismo, y no la vaga eternidad anunciada por el poeta y las iglesias, transformará al hombre en el hombre mismo. Por eso rechazo toda solución basada en el sistema capi-talista o el llamado neocapitalismo, y a la vez rechazo la solución de todo comunismo esclerosado y dogmático; creo que el auténtico socialismo esta amenazado por las dos, que no solamente no repre-sentan soluciones sino que postergan cada una a su manera, y con fines diferentes, el acceso del hombre auténtico a la libertad y a la vida.

Así, mi solidaridad con la Revolución Cubana se basó desde un comienzo en la evidencia de que tanto sus dirigentes como la inmensa mayoría del pueblo aspiraban a sentar las bases de un marxismo centrado en lo que por falta de mejor nombre seguiré llamando humanismo. No sé de otra revolución que haya contado con un apoyo más entusiasta de intelectuales y artistas, naturalmente sensibles a esa tentativa de afirmación y defensa de valores humanos a partir de una justicia económica y social. Para un intelectual que poco sabe de economía y de política esa coincidencia entre hombres como Fidel, el Che, y

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la enorme mayoría de los escritores cubanos (para no hablar de los intelectuales extranjeros) era el signo más seguro de la buena vía; por eso siempre me inquietaron –y me siguen inquietando– los conflictos que pueden darse en Cuba o en cualquier otra revolución socialista entre la plena manifestación del espíritu crítico revolucionario y otras tendencias más “duras” (quizá inevitables, pero también superables, pues eso y no otra cosa es una dialéctica bien entendida) que busquen en el intelectual una adhesión a ras de trabajo cotidiano, un mero magisterio más que una libre y alta creación de valores. Subrayo esta cuestión porque es la mejor manera de contestar a varias preguntas de Life y porque entiendo que un revolucionario (intelectual o guerrillero, pensador o ejecutor o ambas cosas, poco importa en este caso) está obligado a luchar en dos frentes, el exterior y el interior, es decir, contra el capitalismo que es el enemigo total, y también contra las corrientes regresivas o esclerosantes dentro de la revolución misma, los aparatos burocráticos tantas veces denunciados por Fidel Castro, esa barrera de la que creo ya hablaba Marx y que paulatinamente va aislando a los dirigentes de su pueblo, condenándolos a mirarse desde lejos como quien contempla un acuario o forma parte de éste. Y puesto que he citado a Cuba, quisiera que se entienda (contestando de paso a una pregunta concreta de Life), que mi adhesión a su lucha revolucionaria nace de que la creo la primera gran tentativa en profundidad para rescatar a América Latina del colonialismo y del subdesarrollo. Cuando se me reprocha mi falta de militancia política con respecto a la Argentina, por ejemplo, lo único que podría contestar es, primero, que no soy un militante político y, segundo, que mi compromiso personal e intelectual rebasa nacionalidades y patriotismos para servir la causa latinoamericana allí donde pueda ser más útil. Desde Europa, donde vivo, sé de sobra que es preferible trabajar en pro de la Revolución Cubana que dedicarme a criticar el régimen de Onganía o de sus equivalentes en el cono sur, y que mi mejor contribución al futuro de la Argentina está en hacer todo lo que pueda para ampliar el ámbito continental de la Revolución Cubana. Lo he dicho muchas veces, pero habría

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que repetirlo: el patriotismo (¿por qué no el nacionalismo, en el que tan fácilmente desemboca?) me causa horror en la medida en que pretende someter a los individuos a una fatalidad casi astrológica de ascendencia y de nacimiento. Yo les pregunto a esos patriotas: ¿por qué no se quedó en la Argentina el Che Guevara? ¿Por qué no se quedó Régis Debray en Francia? ¿Qué diablos tenían que hacer fuera de su país? Pienso con algo que se parece al asco en los que le reprochan a Mario Vargas Llosa que viva en Europa o que se indignan porque yo asisto a un congreso cultural en La Habana en vez de ir a dar conferencias en Buenos Aires. Si en la Argentina las querellas políticas e intelectuales llevaran de una buena vez a un movimiento de fondo que se enfrentara revolucionariamente con las oligarquías y el gorilato, nada justificaría mi ausencia; pero tal como veo las cosas hoy en día, lo poco que puedo hacer en favor de ese movimiento de fondo lo estoy haciendo a mi manera desde Francia, como también desde Francia trabajo en pro de la Revolución Cubana. Y cuando voy a Cuba lo hago con fines concretos que no tendrían equivalentes válidos en la Argentina actual: formo parte de un jurado que escoge libros destinados a una población de la que un alto porcentaje ha salido del analfabetismo gracias a la obra revolucionaria, y cuya nueva generación está ansiosa de educación y cultura; trabajo en el comité de colaboración de la revista de la Casa de las Américas, asisto a un congreso donde se discute el deber de los intelectuales del Tercer Mundo frente al colonialismo económico y cultural, temas que no creo frecuentes en los congresos de escritores de nuestros países. Todo eso, como se ve, tiene un objetivo capital: la lucha contra el imperialismo en todos los planos materiales y mentales, lucha que desde Cuba y por Cuba sigue proyectándose sobre todo el continente, no sólo a nivel de la acción, que llega al martirio en las selvas de Bolivia, en Colombia y Venezuela, sino en las ideas, los diálogos entre intelectuales y artistas de todos nuestros países, la infraestructura moral y mental que acabará un día con el gorilato latinoamericano y con el subdesarrollo que todavía lo explica y hace su triste fuerza.

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En una “Carta abierta a Roberto Fernández Retamar”, que ha sido tema de no pocas polémicas, dije claramente que jamás renunciaría a ser ante todo y sobre todo un escritor y que esa y no otra era mi manera de hacer la revolución; pero este aserto no es una especie de escapismo por la vía de lo sublime, y por eso cuando Life me pregunta concretamente qué diferencia encuentro entre la intervención de los soviéticos en Checoslovaquia y la de los nortea-mericanos en la República Dominicana y en Vietnam, yo le pregunto a mi vez si alguno de los reporteros de Life vio niños quemados con napalm en las calles de Praga. Y cuando me pregunta en base a qué he desarrollado mi sentimiento antiyanqui, le contesto que si cualquier sistema imperialista me es odioso, el neocolonialismo norteamericano disfrazado de ayuda al Tercer Mundo, alianza para el progreso, decenio para el desarrollo y otras boinas verdes de esa calaña me es todavía más odioso porque miente en cada etapa, finge la democracia que niega cotidianamente a sus ciudadanos negros, gasta millones en una política cultural y artística destinada a fabricar una imagen paternal y generosa en la imaginación de las masas desposeídas e ingenuas. Aquí en París tengo sobrada ocasión de medir la fuerza con que se implantan los espejismos de la “civi-lización” norteamericana; en Moscú también saben de eso, según parece, y acaso en Checoslovaquia lo supieron demasiado. Si esto ocurre en países tan altamente desarrollados, ¿qué esperar de nues-tras poblaciones analfabetas, de nuestras economías dependientes, de nuestras culturas embrionarias? ¿Cómo aceptar, incluso en sus formas más generosas –las hay, sin duda–, los dones de nuestro peor enemigo? Cuando se me dice que la ayuda de los Estados Unidos a Latinoamérica es menos egoísta de lo que parece, entonces me veo precisado a recordar cifras. En la última conferencia de la Unctad, celebrada en Nueva Delhi a comienzos de 1968, un informe oficial (no hablo de comunicados de delegaciones adversarias) indicó lo siguiente, textualmente: “En el año 1959, los Estados Unidos obtu-vieron en América Latina 775 millones de dólares de beneficios por concepto de inversiones privadas, de los cuales reinvirtieron 200 y guardaron 575”. Estas son las cosas que prefieren ignorar

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tantos intelectuales latinoamericanos que se pasean por los Estados Unidos en plan de confraternidad cultural y otras come-dias. Yo me niego a ignorarlo, y eso define mi actitud como escritor latinoamericano. Pero también –listen, American– me enorgullece que mis libros y los de mis colegas se traduzcan en los Estados Unidos, donde sé que tenemos lectores y amigos, y jamás me negare a un contacto con los auténticos valores del país de Lincoln, de Poe y de Whitman; amo en los Estados Unidos todo lo que un día será la fuerza de su revolución, porque también habrá una revolución en los Estados Unidos cuando suene la hora del hombre y acabe la del robot de carne y hueso, cuando la voz de los Estados Unidos dentro y fuera de sus fronteras sea, simbólicamente, la voz de Bob Dylan y no la de Robert MacNamara(…) ¿No habremos inventado la metafísica por mera pobreza, porque como en la fábula decre-tábamos que las uvas estaban verdes? No lo estaban para Platón, y esa es una metafísica de la nostalgia que pocos entendieron más allá de lo teórico; tampoco lo estaban para Rimbaud, y esa es ya la ardiente metafísica del verbo en plena tierra, y tampoco para el Che Guevara, y esa es la metafísica en el preciso instante en que Aquiles sabe que jamás alcanzará a la tortuga si se queda en la nostalgia o en el verbo, pero que sí la alcanzará corriendo tras ella y demos-trándole que el hombre vive aquí abajo y que esa es su verdadera metafísica, si es capaz de adueñarse de la realidad y aniquilar los fantasmas inventados por una historia alienante. Creo que Marx acabó con las metafísicas compensatorias en el plano mental, y que mostró el camino para liquidarlas en el plano de la praxis; perso-nalmente no necesito ya de esas metafísicas, creo con Sartre que la existencia precede a la esencia en la medida en que la existencia es como Aquiles y la esencia como la tortuga, es decir, que la auténtica existencia es correr para alcanzar la meta y que esa meta está aquí, no en el mundo de las ideas platónicas o en los diversos y vistosos paraísos de las iglesias(…) De paso: ¿hasta cuándo vamos a seguir pegados a las bibliotecas? Día a día siento que las aparentemente liquidadas torres de marfil siguen habitadas en todos sus pisos y hasta en la azotea por una raza de escribas que se horripila de

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cualquier acto extraliterario dentro de la literatura, entendiendo que ésta nace del hombre como un gesto de conformismo y no con el libre movimiento de Prometeo al robarle el fuego al gorila de su tiempo. Lo cual me lleva analógicamente una vez más al problema del “compromiso” del escritor en lo que se refiere a los temas de que trata, porque los locatarios de las torres de marfil se-ponen-pálidos-como-la-muerte ante la idea de novelizar situaciones o personajes de la historia contemporánea, puesto que en el fondo su idea de la literatura es aséptica, ucrónica, y tiende patéticamente a la eternidad, a ser un valor absoluto y permanente (…)

Cuando publiqué Todos los fuegos el fuego, recibí no pocas cartas en las que después de alabar la mayoría de los cuentos se lamentaba la presencia del titulado “Reunión”, cuyos perso-najes eran transparentemente el Che y Fidel. Para los ebúrneos, en efecto, esos no son temas literarios. Por lo que a mí se refiere lo que ha dejado de ser literario es el libro mismo, la noción de libro; estamos al borde del vértigo, de las bombas atómicas, acercándonos a las peores catástrofes, y el libro sólo me parece una de las armas (estética o política o ambas cosas, pues cada cual debe hacer lo que le dé la gana mientras lo haga bien) que todavía puede defendernos del autogenocidio universal en el que colaboran alegremente la mayoría de las futuras víctimas. Me resulta risible que un novelista mexicano o argentino tenga úlcera de estómago porque sus libros no son lo bastante famosos, y que organice minuciosas políticas de autopromoción para que los editores o la critica no lo olviden; frente a lo que nos muestra la primera página de los diarios al despertar con miras a una “duración” cada vez más improbable frente a una historia en la que los gustos y sus formas de expresión habrán cambiado vertiginosamente antes de mucho? Cuando me pregunta qué pienso del futuro de la novela, contesto que me importa tres pitos; lo único importante es el futuro del hombre, con novelas o televisores o todavía inconcebibles tiras cómicas o perfumes signi-ficantes o significativos, sin contar que a lo mejor uno de estos días llegan los marcianos con sus múltiples patitas y nos enseñan formas de expresión frente a las cuales El Quijote parecerá un

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pterodáctilo resfriado. Por mi parte me reservo la úlcera de estó-mago para cuando camino por los suburbios de Calcuta, cuando leo un discurso de Adolf Von Thadden o de Castelo Branco, cuando descubro, con Sartre, que un niño muerto en Vietnam cuenta más que La náusea. El futuro de mis libros o de los libros ajenos me tiene perfectamente sin cuidado; tanto ansioso atesoramiento me hace pensar en esos locos que guardan sus recortes de uñas o de pelo; en el terreno de la literatura también hay que acabar con el senti-miento de la propiedad privada, porque para lo único que sirve la literatura es para ser un bien común como lo intuyó Lautréamont de la poesía, y eso no lo decide ni lo regentea ningún autor desde su torrecita criselefantina.

(…) Si no hacemos la revolución profunda en todos los planos y

proyectamos al hombre de nuestras tierras hacia la órbita de un destino más autentico, el verbo sólo será realmente nuestro el día en que también lo sean nuestras tierras y nuestros pueblos. Mien-tras haya colonizadores y gorilas en nuestros países, la lucha por una literatura latinoamericana debe ser –en su terreno espiritual, lingüístico y estético– la misma lucha que en tantos otros terrenos se esta librando para acabar con el imperialismo que nos envilece y nos enajena.

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Policrítica en la hora de los chacales9

Julio-agosto de 1971, La Habana

Explicación del título: hablando de los complejos problemas cubanos, una amiga francesa mezcló los términos crítica y política, inventando la palabra policritique. Al escucharla pensé (también en francés) que entre poli y tique se situaba la sílaba cri, es decir, grito. Grito político, crítica política en la que el grito está ahí como un pulmón que respira; así he entendido siempre, así la seguiré sintiendo y diciendo. Hoy hay que gritar una política crítica, hay que criticar gritando cada vez que se lo cree justo: sólo así podremos acabar un día con los chacales y las hienas.

De qué sirve escribir la buena prosa,de qué vale que exponga razones y argumentossi los chacales velan, la manada se tira contra el verbo,lo mutilan, le sacan lo que quieren, dejan de lado el resto,vuelven lo blanco negro, el signo más se cambia en signo menos,los chacales son sabios en los télex,son las tijeras de la infamia y del malentendido,manada universal, blancos, negros, albinos,lacayos si no firman y todavía más chacales cuando firman,de qué sirve escribir midiendo cada frase,de qué sirve pesar cada acción, cada gesto que expliquen laconducta

9 En 1971 el poeta cubano Heberto Padilla es detenido y acusado de ac-tividades contrarrevolucionarias. Esto determinó que intelectuales de todo el globo se dirigieran a Fidel Castro mediante una carta, reclaman-do una explicación al hecho. Entre los que firmaron la misiva se encuen-tran Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortázar. La polémica se extendió hasta una segunda carta que firmaron 62 intelectuales y que significó el alejamiento de es-tos del régimen cubano. Cortázar no firmó esa carta. Tanto sus razones como su posición las expuso en el poema que aquí presentamos, el cual fue publicado en la revista de la Casa de las Américas en mayo de 1971. (Nota del editor).

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si al otro día los periódicos, los consejeros, las agencias,los policías disfrazados,los asesores del gorila, los abogados de los trustsse encargarán de la versión más adecuada para consumo deinocentes o de crápulas,fabricarán una vez más la mentira que corre, la duda que seinstala,y tanta buena gente en tanto pueblo y tanto campo de tantatierra nuestraque abre su diario y busca su verdad y se encuentracon la mentira maquillada, los bocados a punto, y va tragandobaba prefabricada, mierda en pulcras columnas, y hay quiencreey hay quien olvida el resto, tantos años de amor y de combate,porque así es, compadre, los chacales lo saben: la memoria esfalibley como en los contratos, como en los testamentos, el diario dehoy con sus noticias invalidatodo lo precedente, hunde el pasado en la basura de un presentetraficado y mentido.

Entonces no, mejor ser lo que se es,decir eso que quema la lengua y el estómago, siempre habráquien entiendaeste lenguaje que del fondo vienecomo del fondo brotan el semen, la leche, las espigas.Y el que espera otra cosa, la defensa o la fina explicación,la reincidencia o el escape, nada más fácil que comprar el diariomade in USAy leer los comentarios a este texto, las versiones de Reuter ode la UPIdonde los chacales sabihondos le darán la versión satisfactoria,donde editorialistas mexicanos o brasileños o argentinostraducirán para él, con tanta generosidad,las instrucciones del chacal con sede en Washington,

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las pondrán en correcto castellano, mezcladas con salivanacionalcon mierda autóctona, fácil de tragar.No me excuso de nada, y sobre todono excuso este lenguaje,es la hora del Chacal, de los chacales y de sus obedientes:los mando a todos a la reputa madre que los parió,y digo lo que vivo y lo que siento y lo que sufro y lo queespero.

Diariamente, en mi mesa, los recortes de prensa: París,Londres,Nueva York, Buenos Aires, México City, Río. Diariamente(en poco tiempo, apenas dos semanas) la máquina montada,la operación cumplida, los liberales encantados, losrevolucionarios confundidos,la violación con letra impresa, los comentarios compungidos,alianza de chacales y de puros, la manada feliz, todo va bien.Me cuesta emplear esta primera persona del singular, y más mecuestadecir: esto es así, o esto es mentira. Todo escritor, Narciso, semasturbadefendiendo su nombre, el Occidentelo ha llenado de orgullo solitario. ¿Quién soy yofrente a los pueblos que luchan por la sal y la vida,con qué derecho he de llenar más páginas con negociaciones yopiniones personales?Si hablo de mí es que acaso, compañero,allí donde te encuentran estas líneas,me ayudarás, te ayudaré a matar a los chacales,veremos más preciso el horizonte, más verde el mar y másseguro el hombre.Les hablo a todos mis hermanos, pero miro hacia Cuba,no sé de otra manera mejor para abarcar la América Latina.Comprendo a Cuba como sólo se comprende al ser amado,

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los gestos, las distancias y tantas diferencias,las cóleras, los gritos: por encima está el sol, la libertad.

Y todo empieza por lo opuesto, por un poeta encarcelado,por la necesidad de comprender por qué, de preguntar y deesperar,qué sabemos aquí de lo que pasa, tantos que somos Cuba,Tantos que diariamente resistimos el aluvión y el vómitode las buenas conciencias,de los desencantados, de los que ven cambiar ese modeloque imaginaron por su cuenta y en sus casas, para dormirtranquilossin hacer nada, sin mirar de cerca, la luna de miel barata con su

islaparaísolo bastante lejana para ser de verdad paraísoy que de golpe encuentran en su cielito lindo les cae en lacabeza.Tienes razón Fidel: sólo en la brega hay derecho aldescontento,sólo de adentro ha de salir la crítica, la búsqueda de fórmulasmejores,sí, pero de adentro es tan afuera a veces,y si hoy me aparto para siempre del liberal a la violeta, de losque firman los virtuosos textospor-que-Cu-ba-no-es-eso-que-e-xi-gen-sus-es-que-mas-de-

bu-fe-te,no me creo excepción, soy como ellos, qué habré hecho porCuba más allá del amor,qué habré dado por Cuba más allá de un deseo, una esperanza.Pero me aparto ahora de su mundo ideal, de sus esquemas,precisamente ahora cuandose me pone en la puerta de lo que amo, se me prohíbedefenderlo,es ahora que ejerzo mi derecho a elegir, a estar una vez más y

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más que nuncacon tu Revolución, mi Cuba, a mi manera. Y mi manera torpe,a manotazos,es ésta, es repetir lo que me gusta o no me gusta,aceptando el reproche de hablar desde tan lejosy a la vez insistiendo (cuántas veces lo habré hecho para elviento)en que soy lo que soy, y no soy nada, y esa nada es mi tierraamericana,Y como pueda y donde este signo siendo tierra, y por sushombresescribo cada letra de mis libros y vivo cada día de mi vida.

Comentario de los chacales (vía México, reproducida con alborozo en Río de Janeiro y Buenos Aires): “El ahora francés Julio Cortázar… etc.”. De nuevo el patrioterismo de escarapela, cómodo y rendidor, de nuevo la baba de los resentidos, de tantos que se quedan en sus pozos sin hacer nada, sin ser oídos más que en sus casas a la hora del bife; como si en algo dejara yo de ser latinoamericano, como si un cambio a nivel de pasaporte (y ni siquiera lo es, pero no vamos a poner a explicar, al chacal se lo patea y se acabó) mi corazón fuera a cambiar, mi conducta fuera a cambiar, mi camino fuera a cambiar. Demasiado asco para seguir con esto; mi patria es otra cosa, nacionalista infeliz; me sueno los mocos con tu bandera de pacotilla, ahí donde estés. La revolución también es otra cosa; a su término, muy lejos, tal vez infi-nitamente lejos, hay una magnífica quema de banderas, una fogata de trapos manchados por todas las mentiras y la sangre de la historia de los chacales y los resentidos y los mediocres y los burócratas y los gorilas y los lacayos.

Y así es, compañeros, si me oyen en La Habana, en cualquierparte,hay cosas que no trago,hay cosas que no puedo tragar en una marcha hacia la luz,

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nadie llega a la luz si saca a relucir los podridos fantasmas del pasado,

si los perjuicios, los tabúes del macho y de la hembrasiguen en sus maletas,y si un vocabulario de casuistas cuando no de energúmenosarma la burocracia del idioma y los cerebros, condiciona a lospueblosque Marx y que Lenin soñaron libres por dentro y por fuera,en carne y en conciencia y en amor,en alegría y trabajo.Por eso, compañeros, sé que puedo decirleslo que creo y no creo, lo que acepto y no acepto,está mi policrítica, mi herramienta de luz,y en Cuba sé de ese combate contra tanto enemigo,sé de esa isla de hombres enteros que nunca olvidarán la risa yLa ternura,que las defenderán enamoradamente,que cantan y que beben entre turnos de brega, que hacenguardia fumando,que son los que buscó Martí, lo que firmaron con su sangretantos muertosa la hora de caer frente a chacales de dentro y a chacales defuera.No seré yo quien proclame al divino botón el coraje de Cuba ysu combate.

Siempre hay alguna hiena maquinada de juez, poeta o crítico,lista a cantar las loas de lo que odia en el fondo de sus tripas,pronta a asfixiar la voz de los que quieren el verdadero diálogo,el contactopor lo alto y por lo bajo: contacto con ese hombre que mandaen el peligro porque el pueblocuenta con él y sabeque está ahí porque es justo, porque en él se definela razón de la lucha, del duro derrotero,

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porque jugó su vida con Camilo y el Che y tantos que pueblande huesos y memorias la tierra de la palma;y también en contacto con el otro, el sencillo camarada que

necesita la palabra y el rumbopara impulsar mejor la máquina, para cortar mejor la caña.Nadie espere de mí el elogio fácil,pero hoy es más que nunca tiempo de decisión y de aguasclaras:diálogo pido, encuentro en las borrascas, policríticas diarias,no acepto la repetición de humillaciones torpes,no acepto risas de los fariseos convencidos de que todo andabien después de cada ejemplo,no acepto la intimidación ni la vergüenza. Y es por eso queaceptola crítica de veras, la que viene de aquel que aguanta en eltimón,de aquellos que pelean por una causa justa, allá o aquí, en loalto o en lo bajo,y reconozco la torpeza de pretender saberlo todo desde un meroescritorioy busco humildemente la verdad en los hechos de ayer y demañana,y te busco la cara, Cuba la muy querida, y soy el que fue a ticomo se va a beber el agua, con la sed que será racimo o canto.Revolución hecha de hombres,llena estarás de errores y desvíos, llena estarás de lágrimas yausencias,pero a mí, a los que tantos en horizontes somos pedazos deAmérica Latina,tú nos comprenderás al término del día,volveremos a vernos, a estar juntos, carajo,contra hienas y cerdos y chacales de cualquier meridiano,contra tibios y flojos y escribas y lacayosen París, en La Habana o Buenos Aires,contra lo peor que duerme en lo mejor, contra el peligro

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de quedarse atascado en plena ruta, de no cortar los nudosmachetazo limpio,así yo sé que un día volveremos a vernos,buenos días, Fidel, buenos días, Haydée, buenos días mi Casa,mi sitio en los amigos y en las calles, mi buchito, mi amor,mi caimancito herido y más vivo que nunca,yo soy esta palabra mano a mano como otros son tus ojos o tusmúsculos,todos juntos iremos a la zafra futura,al azúcar de un tiempo sin imperios ni esclavos.Hablémonos, eso es de hombres: al comienzofue el diálogo. Déjame defendertecuando asome el chacal de turno, déjame estar ahí. Y si no loquieres,oye, compadre, olvida tanta crisis barata. Empecemos de nuevo,di lo tuyo, aquí estoy, aquí te espero; toma, fuma conmigo,largo es el día, el humo ahuyenta los mosquitos. Sabes,nunca estuve tan cercacomo ahora, de lejos, contra viento y marea. El día nace.

Julio Cortázar

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Índice

Breve introducción 7

Nota editorial 11

Nicaragua tan violentamente dulce 13

Noticia para viajeros 15

Apuntes al margen de una relectura de 1984 16

Apocalipsis de Solentiname 25

Nicaragua la nueva 32

El pueblo de Nicaragua, maestro de sí mismo 43

Bocetos de Nicaragua 49

Nicaragua desde adentro (I) 60

Nicaragua desde adentro (II) 63

Nicaragua desde adentro (III) 66

Nicaragua desde adentro (IV) 69

Aquí, la dignidad y la belleza 72

Vigilia en Bismuna 75

Retorno a Solentiname 78

El escritor y su quehacer en América Latina 82

Discurso de recepción de la orden Rubén Darío 95

Las batallas desiguales 104

Un sueño realizado: El arte de las Américas llega a Nicaragua 109

Nicaragua: el fast food de las noticias 121

De diferentes maneras de matar 125

“Buenas noches” 130

Otros testimonios 159

Entrevista por Omar Prego 161

Carta abierta a Roberto Fernández Retamar 174

Carta a Adelaida y Roberto Fernández Retamar 186

Incursión en territorio enemigo. En respuesta

a la revista Life (Fragmentos) 188

Policrítica en la hora de los chacales 198

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3.000 ejemplares

Se terminó de imprimir en laFundación Imprenta de la Cultura

Caracas, julio de 2014

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