Teoría Del Cielo

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Colección

Clásicos del Pensamiento

DirectorAntonio Truyol y Serra

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Francis Bacon

Teoríadel cielo

Estudio preliminar, traducción y notas deALBERTO ELENA y MARIA JOSE PASCUAL

SEGUNDA EDICION

 téños

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TITULOS ORIGINALES: Descriptio globi intellectualis (1612)

Thema coeli (1612)

1.a edición, 19892.a edición, 1998

Reservados todos lös derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas,además de las correspondientes indemnizaciones por daños y

 perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren ocomunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra litera-ria, artística o científica, o su transformación, interpretación oejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comuni-cada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

Diseño y realización de cubierta:Rafael Celda y Joaquín Gallego

Impresión de cubierta:Gráficas Molina

Estudio preliminar © A l b e r t o  E l e n a  y M a r ía  Jo s é  Pa s c u a l , 1989© EDITORIAL TECNOS, SA ., 1998

Juan Ignacio Luca de Tena, 15 28027 MadridISBN: 843091675X

Depósito Legal: M. 24.3821998Imprime: Fernández Ciudad, S. L.

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INDICE

E s tu d io p r e l i m in a r ........................................................  Pag.

TEORIA DEL CIELO

DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL . . .

TEORIA DEL CIELO ..................................................

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ESTUDIO PRELIMINAR 

FRANCIS BACON 

Y LA COSMOLOGIA MODERNA

 por Alberto Elena y María José Pascual

1. ESBOZO BIOGRAFICO1

Francis Bacon (15611626) nació en el seno de

la acomodada familia del lord guardasellos, Nicholas Bacon, cuyo padre había sido un modesto raba-dán de la abadía de Bury St. Edmunds. Nicholas

1 En este texto tan sólo pretendemos presentar de modoesquemático la sucesión de los acontecimientos más relevantesde la vida de Francis Bacon y su conexión con el desarrollo de

su pensamiento; conexión que en lo referente a la evolución dela filosofía natural baconiana se reduce en ocasiones a unamera sincronía. Remitiremos al lector, para obtener más deta-lles acerca de la vida del canciller a las siguientes biografías: F.H. Anderson, Francis Bacon: His Career and Thought,  University of Southern California Press, Los Angeles, 1962; J. J.Epstein, Francis Bacon: A Political Biography,  University ofOhio Press, Athens (Ohio), 1977; B. Famngton, Francis 

 Bacon, Philosopher of Industrial Science, AbelardSchumann,

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X  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

Bacon llegó a la universidad de Cambridge y nodesaprovechó la ocasión que se le brindaba deascender en la escala de la jerarquizada sociedad

inglesa. Trabó amistad con William Cecil —futurolord Burghley,—, contrayendo matrimonio con lacuñada de éste cuando su amigo era ya el favorito dela buena reina Bess. En 1S40 Nicholas Bacon adqui-rió unas tierras que habían sido desamortizadas en-tre 1536 y 1539; apoyado por Cecil, pronto logró elcargo que había de mantener durante su vida.

Su segundo hijo —Francis— acompañó al pri-mogénito a la universidad de Cambridge, donde permaneció entre los trece y los quince años, paraen 1576 seguir a Sir Amias Paule t a su embajada enParís. Cuando tres años después falleció su padre,regresó a Inglaterra y se inscribió en el prestigiosoGray’s Inn a fin de ganarse la vida ejerciendo la

abogacía. En 1584 ingresó en la Cámara de losComunes por Melcombe Regis y desde esemomento comenzó el acoso a los grandes paraobtener puestos más altos. En 1591 trabó amistadcon el conde de Essex, favorito de la reina, pero elapoyo de éste no bastó para lograr el anheladonombramiento como fiscal de la Corona.

Por entonces Bacon comenzó a escribir sus Ensayos,  publicados por primera vez en 1598, enuna inicial colección de diez. Poco después intentóganarse la simpatía de la reina colaborando comoabogado en el proceso que daría con Essex en el

 Nueva York, 1947, y R. W. Gibson, Francis Bacon. A Biblio- graphy,  Scrivener Press, Oxford, 1950, en la que se recogentodas las obras publicadas por, y sobre Bacon, hasta esa fecha.Una novedosa e interesante imagen del Francis Bacon políticoy filósofo natural es la aportada por Julian Martin en su Knowledge is Power: Francis Bacon, the State, and the Reform of   Natural Philosophy, tesis doctoral, Universidad de Cambrid-ge, 1988.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XI

 patíbulo; pese a ello, Isabel mantuvo el recelo quesentía hacia él.

En 1603, con la subida al trono de Jacobo I,

obtuvo el título de Sir y, como miembro del primerParlamento del nuevo monarca, inició una eferves-cente actividad. Fue en esas sesiones donde cono-ció a William Lower, uno de los discípulos deThomas Harriot y amigo del conde de Northum

 berland. Lower había recibido a su matrimoniocon la hijastra de Northumberland unas tierras en

Gales, en las que, junto a algunos amigos, se dedicóa la observación astronómica, refiriéndose en sucorrespondencia al grupo como «los filósofostraventanos»2.

Los contactos de Bacon con el grupo de discí- pulos de Harriot que rodeaban al conde debieronser sumamente provechosos, aun cuando no deri-vara ningún favor político de ellos. Fue segura-mente a través de sus relaciones como Baconconoció más detalles de la filosofía atomista resuci-tada por Harriot y elaborada por hombres comoWalter Warner, o rechazada por otros como Nathaniel Torporley3. El hecho es que hacia 1591Bacon había comenzado a plantearse cuestionesrelacionadas con la teoría de la materia, y en 1592escribe su  Mr. Bacon in Praise o f Knowledge*,  en

2 Carta de sir William Lower a Thomas Harriot de juniode 1610, citada en S. P. Rigaud, Supplement to Bradleÿs Misce- llaneus Works, Oxford University Press, Oxford, 1833, pp. 68

69. 3 Véase R. H. Kargon, Atomism in Englandfrom Harriot to  Newton,  Oxford Clarendon Press, Oxford, 1966, pp. 3144.

4 Véase en la edición de J. Spedding, R. L. Ellis y D. D.Heath, The Works of Francis Bacon,  Londres, 18571874(Reimpresión en Frommann Verlag, Stuttgart/Bad Cannstatt,1963, 14 vols.), VIII, pp.123126. De aquí en adelante todas lasreferencias a las obras de Bacon se harán por esta edición,

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XII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

que ya expresaba su confianza en la validez de ladescripción que alBitrüÿî hiciera de los movimien-tos celestes y en la idea de que las materias pneu-

mática y tangible sólo interactúan en —o cercade— la superficie terrestre. Parece claro que los pilares básicos de su cosmología surgen en su pen-samiento filosófico temprano, mientras que su ulte-rior contacto con el grupo de los primeros

 proponentes ingleses modernos del atomismo ser-virá de acicate para la reflexión acerca de las posi-

 bilidades de sobrepasar la capacidad explicativa delo que ya aparecía como una teoría rival, conser-vando, sin embargo, su principal cualidad: la incor-

 poración de un principio explicativo capaz deunificar una gran variedad de experiencias. No esextraño, contra lo que ha parecido a los historiado-res que han rastreado la relación del pensamiento

 baconiano con el emergente atomismo mecanicista5, que durante un tiempo en los escritos delfuturo canciller aparezcan referencias y considera-ciones sobre los atomistas clásicos, al tiempo que seasienta su propia filosofía.

Si ya en las  Meditationes sacrae  de 1597 habíasido rotundo en su rechazo del concepto epicúreode clinamen, en el momento en que escribe el Tem- 

 poris partus masculus  (c. 1602), tan sólo hace una breve y poco amable referencia a Epicuro6, y,mientras que en las Cogitationes de natura rerum de1604 (o quizá 1609) dedicaba dos reflexiones al ato-mismo7, las otras ocho que completan el escrito se

citándose como Works  seguido del número de volumen encifras romanas y del número de página en cifras árabes.

5 Véase nuestra nota 21 al texto de la Descripción del globo intelectual.

‘ Works.  III, p. 532.7 Works, III, pp. 1519, que corresponde a las Cogitationes

I y II.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XIII

ocupaban de otros temas. En  De sapientia vete- rum  (1609) interpreta las fábulas de Cupido yCoelo como transmisoras de la filosofía atomista

antigua, para dejar traslucir su predilección poruna teoría pneumática de la materia en la interpre-tación de la fábula de Proserpina8; y, lo que es más,en el  De Principiis atque originibus  de unos añosdespués, retomará las fábulas de Coelo y Cupidocon una actitud mucho más crítica que la mante-nida hasta entonces, dedicando la mayor parte de

la obra a analizar la filosofía de Bernardino Telesio, uno de sus más fructíferos descubrimientos,como más adelante veremos.

Entre 1603 y 1613, fecha en que finalmente con-sigue ser nombrado fiscal de la Corona, Bacon seconcentra en su producción filosófica —una vezsatisfecha de momento su ambición política— y

asienta las bases de lo que será todo su pensa-miento, tanto político (se editan en 1612 sus  Ensa

 yos,  ampliando el número inicial de diez al detreinta y ocho), como religioso y natural.

Su carrera política, al lado del nuevo favoritoreal, Georges Villiers, duque de Buckingham,alcanza cumbres cada vez más altas. En 1621,Francis Bacon es ya lord Verulam y vizconde deSaint Albans, ocupando el cargo de canciller.Desde tales cimas llegó la caída. Acusado de cohe-cho ante la Cámara de los Comunes, es juzgado enla de los Lores y, tras desistir de abordar su propiadefensa, finalmente se confesará culpable y darácon sus huesos en la Torre, aunque sólo por tresdías. La elevada multa que le había sido impuestale fue perdonada y el castigo de destierro del áreade la Corte fue conmutado a cambio de acceder a

8 Works,  VI, pp. 680682 donde se interpreta el mito deProserpina.

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XIV  A. ELENA Y Μ . J. PASCUAL

vender su mansión londinense (York House) alduque de Buckingham. Humillado y desilusionado,Bacon cambia su estrategia filosófica y política y,

aunque continuará dedicando a Jacobo I sus obras,su máxima aspiración será ahora la gloria de serconsiderado por la posteridad el gran restauradorde la dignidad humana, mostrándose confiado enque su empresa había de ser finalmente reconocida.

Los estudiosos del pensamiento baconiano hantendido a presentar una imagen de lord Verulam

fragmentada, en muchas ocasiones en exceso, porlo que su reconstrucción asemeja con frecuencia alrostro de Jano. Más, como ha subrayado H. B. Whi-te9, Bacon se mantuvo siempre firme en la creen-cia de que la incorporación del tardío Renacimientoinglés del período isabelino a las modernas corrien-tes económicas, políticas y culturales de Europa po-día ser lograda. La reforma y consolidación de lasnuevas instituciones sociales inglesas habrían deconducir a una sociedad de sólidas estructuras, em-

 prendedora y agresiva, capaz de disputar el bocadodel comercio y el dominio de los mares a las poten-cias rivales. Ciencia y Corona eran dos miembros deun solo cuerpo, el Estado moderno, del mismo mo-do que método y filosofía natural eran instrumentosde una única obra: recuperar para el género humanoel derecho suyo sobre la naturaleza que por dona-ción divina le compete. «Es gloría de Dios esconder  una cosa, gloria del rey buscarla»10.

9 H. B. White, Peace among the Willows. The Political Phi

losoph)/ o f Francis Bacon,  Martinus NijhofT, La Haya, 1968.*° Works,  I, p. 221. Véase en la edición castellana de la Instauratio Magna a cargo de Miguel Angel Granada, La Gran  Restauración, Alianza, Madrid, 1985, p. 183. A partir de ahoratodas las referencias a esta obra baconiana se harán por laedición de J. Spedding, R. L. Ellis y D. D. Heath y la caste-llana de M. A. Granada a fin de facilitar al lector la identifica-ción de los pasajes de dicha obra.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XV

2. LA HISTORIOGRAFIA Y LA FILOSOFIA NATURAL BACONIANA

La historiografía reciente sobre el pensamientocientífico de Bacon se ha dividido en escuelas quemantienen una curiosa distribución geográfica enfunción de sus diversos focos de interés dominan-tes. Como ha señalado Lisa Jardine11, la tradicióninglesa ha dedicado una especial atención al filó-sofo de la ciencia y a su influencia sobre las corrien-

tes científicas del siglo xvii y comienzos del xviii,mientras que una tradición italiana, inaugurada por Paolo Rossi en 195712, ha tendido a considerarde máxima importancia la caracterización de lafilosofía natural baconiana como un puente ten-dido entre la magia natural y la retórica renacen-tistas, y la ciencia natural de carácter mecánicocor-

 puscular. Junto a ambas se sitúa la tradición france-sa, más dedicada a la disección de los textos filosó-ficos de Bacon en busca de la cohesión entre métodoy filosofía.

En este panorama, los artículos que GrahamRees viene publicando desde 197513pueden ser vis-

11 Véase la recensión de Lisa Jardine a la edición de MartaFattori, Francis Bacon: Terminología e fortuna nel XVII secolo, 

 publicada en  Isis,  78, 291 (1987), pp. 129130.12 En esa fecha apareció la primera edición de su Francesco 

 Bacone. Dalla Magia alia Scienza,  Laterza, Bari, 1957.13 Graham Rees, « Francis Bacon’s SemiParacelsiam Cos

mology»,  Ambix,  22 (1975), pp. 81101; G. Rees, «FrancisBacon’s SemiParacelsian Cosmology and the Great Instaura

tion»,  Ambix, 22  (1975), pp. 161173; G. Rees, «The Fate ofFrancis Bacon’s Cosmology in the Seventeenth Century». Ambix, 24 (1977), pp. 2738; G. Rees, «Matter Theory: A Unifying Factor in Bacon’s Natural Philosophy»,  Ambix, 24 (1977), pp. 110125; G. Rees, «Francis Bacon on Verticity and theBowels of the Earth»,  Ambix, 26(1979), pp. 201211: G. Rees,«Atomism and “Subtlety” in Francis Bacon's Philosophy», Annals of Science, 37 (1980), pp. 549571; G. Rees, «An Unpu

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XVI  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

tos como la nave que —al igual que en el frontispi-cio de la  Instauratio Magna  de 1620— haatravesado las columnas de Hércules. Su lectura de

las dos obras que aqui se publican por vez primeraen castellano, y de algunas otras que habían sidointerpretadas a la luz de hipótesis previas arriesga-das, proyecta una imagen nueva y más coherentede la filosofía natural baconiana, restaurada, así,en su valor contextual y en su auténtica origina-lidad.

Cuando Bacon fallece en 1626, dejaba tras de síuna vasta obra en gran parte manuscrita. Si bien —como ha señalado Rees— la filosofía natural delord Verulam podría reconstruirse casi completa-mente a partir de los fragmentos contenidos en la

 Instauratio Magna  y en la Sylva Sylvarum  de 1626,varios factores contribuyeron a que ésta fuera igno-

rada por su auditorio del siglo xvn, habiendo mar-cado la lectura que entonces se hizo todas las posteriores.

Las referencias más antiguas a la obra de Baconaparecen en los múltiples escritos de Hartlib, Duryy Comenius, así como en la Apologie or Declaration of the Power and Providence of God   de GeorgeHakewill14. Mientras éste inauguraba lo que T. M.

 blished Manuscript by Francis Bacon: Sylva Sylvarum  Draftsand other Working Notes»,  Armais of Science,  38 (1981), pp.377412; G. Rees, «Francis Bacon’s Biological Ideas: A NewManuscript Source», en B. Vickers (ed.), Occult and Scientific 

 Mentalities in the Renaissance,  Cambridge University Press,Cambridge, 1984, pp. 297314; G. Rees, «Francis Bacon andspiritus vitalis», en Marta Fattori y Massimo Bianchini (eds.),Spiritus. Quarto Colloquio Intemazionale del Lessico Inteilet· tuale Europeo, Edizioni dcll’Ateneo, Roma, 1984; G. Rees y C.Upton, Francis Bacon's Natural Philosophy; A New Source, Bri-tish Society for the History of Science, Chalfont St. Giles, 1984.

14 Esta obra, publicada en Oxford el año 1630, es una

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XVII

Brown15 ha llamado el baconianismo culto, la obrade los comenianos ingleses contribuyó a difundir loque se ha dado en llamar baconianismo vulgar,  el

cual moriría con la Restauración, aunque dejandohuellas indelebles en las corrientes científicas quediscurrieron paralelas a la ciencia y la culturainglesa oficial  delxvii.

G. Hakewill, J. Wilkins, R. Boyle, R. Hooke,W. Petty, S. Ward, T. Haak, J. Glanvill y cuantos

 baconianos del Interregno confluyeron en la funda-

ción de la Royal Society hicieron una lectura ses-gada de la  Instauratio Magna,  seleccionandofundamentalmente las características del métodoinductivo como ideal de investigación científica y laretórica legitimadora de la empresa de la nuevaciencia.

Sólo en contadas ocasiones durante el sigloXVII se citaron o se comprobaron experimental-mente las ideas de Bacon. De la Historia Ventorum de 1622 se citó en la obra de Hakewill el vientotropical causado por el movimiento diurno del Sol,

 pero en modo alguno puede decirse que el autorconociera el trasfondo cosmológico de esa afirma-ción. Una nueva referencia a la  Historia Ventorum se encuentra en la obra de R. Bohun Discourse con- cerning the Origin and Properties o f Wind  (Oxford,1671). Alexander Ross, en su Arcana Microcosmi16, ridiculizaba la teoría pneumática de la materia, a

revisión de su  Apologie o f the Power and Providence of God, 

Oxford, 1627.15 T. M. Brown, «The Rise of Baconianism in the Seventeenth Century England. A Perspective on Science and Societyduring the Scientific Revolution», en Science and History. Studies in Honor of Edward Rosen,  Ossolineum, Cracovia, 1978, pp. 501522.

16 Alexander Ross, Arcana Microcosmi or the hid secrets on  Man's body discovered... with a Refutation of Doctor Brown

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XVIII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

 propósito del experimento sugerido por Bacon enla  Descripción  (pp. 65 y 74 de esta edición), en el

 Novum Organum17y en la Sylva Sylvarum18, en que se

explicaba cómo simular mediante alcohol y unavela de cera la forma esférica de los planetas. El 18de septiembre de 1661 la Royal Society de Londresrealizó dicho experimento, que resultó un rotundofracaso, y seguramente por ello no se mencionó enel libro de actas a Bacon como fuente de tal hipóte-sis acerca de la naturaleza planetaria19. En 1664

Henry Power, en su  Experimental Philosophy,  publicado en Londres, mostró cierto interés por la posibilidad de aplicación de la teoría pneumática ala física celeste, pero no se extendió acerca delmodo en que, en su opinión, podría llevarse a cabotal aplicación.

Sin embargo, sería ingenuo pensar que un expe-rimento pudiera ser suficiente para desprestigiar aquien la Royal Society y muchos de sus miembroshabían adoptado como patrón junto a Carlos II.Así, a mediados de 1680 se decide abordar en lassesiones públicas de la sociedad la realización deuna serie de experimentos propuestos por lordVerulam como parte de un programa más ampliode actividades orientadas a la reactivación de lavida institucional20. Pero, en realidad, aquellos que

Vulgar Errors, The Lord Bacon’s Natural History, and Doctor   Harvy’s Book De Generatione,  Londres, 1652, pp. 237240 y259260.

17 Works,  I p. 304;  La Gran Restauración,  pp. 287288.

18 Works,  III, pp. 352353.19 Véase Thomas Birch, The History o f the Royal Society o f   London, 1660-1687,  Londres, 1756, vol. I, p. 45.

20 Entre 1679 y 1680 la Royal Society discutió diferentes proyectos y planes cuya finalidad básica era atraer a sus miem- bros invitándoles a contribuir económica y científicamente a laSociedad· Es en este período cuando sir Joseph Williamson

 propone realizar públicamente una serie de experimentos suge-

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XIX

durante la década de 16501660 se hubieran podidosentir atraídos por la química baconiana del uni-verso (Vaughan, Charleton, Casaubon, Glanvill,

Power) habían comenzado inmediatamente des- pués a adoptar la filosofía mecánica de Gassendi altiempo que la lectura escéptica que de la química

 paracelsiana y helmontiana hiciera Robert Boyle ensu Sceptical Chymist  (Londres, 1661) lograría impo-nerse. La Teoría del cielo publicada postumamente

 por Isaac Gruter en Scripta in Naturali et Universali Philosophia (Amsterdam, 1653), así como las histo-rias naturales publicadas en Scripta in... Philosophia, 

 Resuscitatio  (1657) y los Opuscula  (1658), habíanllegado tarde. En 1687 Isaac Newton publicaba losPrincipia, con lo que el interés de la obra cosmoló-gica de Bacon pasaba a ser el de un vestigio del

 pasado.La imagen selectiva de los lectores del siglo xvii

marcaría la preferencia de los historiadores deci-monónicos por los aspectos metodológicos del

 Novum Organum21, de modo tal que sólo a partir dela década de 1940, con la publicación de la obra deBenjamin Farrington22, se abre el camino para laexploración de la herencia renacentista de lordVerulam. Tanto Farrington como después Paolo

ridos por lord Verulam en sus obras, convencido de que el buen nombre del canciller resultaría más atractivo que cual-quier otro. Véase Thomas Birch, History...  (cit. supra nota 19),vol. VI, pp. 43 y 46, así como la carta de John Evelyn a Samuel

Pepys del 25 de junio de 1680 en The Diary of John Evelyn,  E.P. Dutton & Co., Everyman’s Library, Nueva York, 1907.21 El tipo de lectura de tono positivista predominante en la

historiografía decimonónica sobre Bacon ha sido analizada por Richard Yeo en su «An Idol of the MarketPlace: Baconianism in NineteenthCentury Britain»,  History of Science,  23(1985).

22 Benjamin Farrington, op. cit. supra  nota 1.

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XX  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

Rossi23 percibieron la estrecha relación existenteentre la concepción experimentalista de la ciencia,la insistencia en la identidad de los fines del saber y

las artes, y el esfuerzo de los ingenieros y artesanosespecializados renacentistas por dotar a sus prácti-cas de la legitimidad que la tradicional división platónicoaristotélica les había rehusado. La críticaal modelo de saber escolástico y —en buena

 parte— humanista fue encaminada hacia la fundamentación de una nueva epistemología y una nueva

concepción de la naturaleza y del objeto del conoci-miento que, paso a paso, se impondrían tras la

 batalla que se ha dado en llamar de antiguos ymodernos24. La reivindicación de la tradición arte-sanal como fuente de la concepción baconiana delmétodo, que Farrington, Rossi o Jones hicieran,condujo finalmente a una exploración más deta-llada de la herencia cultural de lord Verulam, pro-duciéndose, a partir de la publicación del libro deRossi Francesco Bacone. Dalla magia alia scienza, un primer giro en los estudios sobre la filosofíanatural baconiana, de algún modo ampliado —ocompletado— a partir de las primeras publicacio-

23 Paolo Rossi, además de la obra citada en la nota 12, publica hacia esa misma época sus: «II Mito di Prometeo e gliIdeali della Nuova Scienza»,  Rivista di Filosofía,  46, 2 (1955);«Sulla Valutazione delle Arti Meccaniche nei secoli XVI aXVII»,  Rivista Critica di Storia della Filosofía,  fase. II, 1956; /

 fitosofi e le macchine (1400-1700), Feltrinelli, Milán, 1962 [ed.cast.:  Los filósofos y las máquinas (1400-1700),  Labor, Barce-lona, 1970]. Benjamin Farrington, además de en la obra citada

en la nota 1, retomaba estas ideas en su The Philosophy of  Francis Bacon, The University of Chicago Press, Chicago, 1966, pp. 2729 y 3234.

24 Sobre la batalla de antiguos y modernos en el contextode la cultura inglesa, la obra clásica es la de R. F. Jones, Ancients and Modems. A Study of the Rise of the Scientific Movement in Seventeenth Century England , University of Washington Press,St. Louis, 1936.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXI

nes de Graham Rees sobre los intereses cosmológi-cos del canciller y el lugar que tales temasocupaban en el contexto de toda su obra filosófica.

De este modo, podría decirse que hemos recupe-rado de las cenizas del Bacon metodólogo de lahistoriografía positivista del siglo XIX un Baconimbuido de los valores emergentes en la ciencia desu época y del afán de ésta por recuperar la sistematicidad y unidad aparentemente destruidas trasel duelo entablado con la ciencia clásica.

3. FRANCIS BACON Y LA TR ADICIO NCOSMOLOGICA RENACENTISTA

La formación de Francis Bacon no fue, ni pri-maria ni esencialmente académica. Su corta estan-

cia en Cambridge y su paso por el Gray’s Inndebieron proporcionarle un satisfactorio dominiodel latín, ciertos conocimientos de griego, retórica;filosofía escolástica y —eso sí— una adecuada pre-

 paración legal. Sin embargo, su amplia erudición ysus conocimientos de filosofía natural fueron ad-quiridos de forma autodidacta, a través de una

variada selección de lecturas cuyo fruto fundamen-tal fue la toma de conciencia de los problemas planteados a la comunidad científica del siglo XVI.Aunque es difícil precisar qué proceso le condujo ala búsqueda de soluciones al margen de las doctri-nas tradicionales, lo cierto es que su lectura de losmodernos  abarcó desde las nuevas tendencias en

filosofía política (encabezadas por Maquiavelo) alas nuevas propuestas cosmológicas de las corrien-tes de pensamiento ligadas al hermetismo25, el neo-

25 Sobre el tema del hermetismo, véase F. A. Yates, Gior- dano Bruno and the Hermetic Tradition,  Routledge & KeganPaul, Londres, 1964; F. A. Yates, «The Hermetic Tradition in

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XXII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

 platonismo26, la magia natural27, la alquimia28 y lacábala29, pasando por las problemáticas propues-tas de la astronomía postcopernicana y la medi-

cina nogalénica.

Renaissance Science», en C. Singleton (ed.),  Art, Science and   History in the Renaissance, Johns Hopkins University Press, Bal-timore, 1967, pp. 239254; F. A. Yates, The Oc cuit Philosophy in the Elizabethan Age, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1979; C.Vasoli,  Magia e scienza nella civilta umanistica, II Mulino,Bolonia, 1978; C. Vasoli, «L’influence de la tradition hermeti

que et cabalistique», en R. R. Bolgar (ed.), Classical Influences on Western Thought,  Cambridge University Press, Cambridge,1979, pp. 6175, y Paolo Rossi, «Hermeticism, Rationality andthe Scientific Revolution», en M. L. Righini Bonelli y W. R.Shea (eds.), Reason, Experiment an Mysticism in the Scientific 

 Revolution», Science History Publications, Nueva York, 1975, pp. 247273.

26 Véase N. A. Robb,  Neoplatonism of the Italian Renais

sance,  G. Allen & Unwin, Londres, 1935. Sobre el períodoinmediatamente anterior puede verse R. Klibansky, The Conti- nuity of the Platonic Tradition during the Middle Ages,  TheWarburg Institute, Londres, 1939.

27 Véase D. P. Walker, Spiritual and Demonic Magie from Ficino to Campanella, The Warburg Institute, Londres, 1958 y,sobre todo, el interesante artículo de Paola Zambelli, « II proble-ma della magia naturale nel Rinascimento»,  Rivista Critica di Storia della Filosofía, 28 (1973), pp. 271296.

28 Obras generales de carácter divulgativo sobre el tema dela alquimia y su relación con la nueva ciencia son la de F.Sherwood Taylor, The Alchemists, Founders of Modern Chemistry,  AbelardSchumann, Nueva York, 1949 (ed. cast.:  Los alquimistas,  F.C.E., México, 1957) y la de E. J. Holmyard,

 Alchemy,  Penguin Books, Harmondsworth, 1957, (ed. cast.:  La  prodigiosa historia de la alquimia, Guadiana, Madrid, 1970), So- bre el tema de la alquimia en Francis Bacon, véanse: J. C. Gre-

gory, «Chemistry and Alchemy in the Natural Philosophy ofSir Francis Bacon» Ambix, 2  (1938), pp. 93111; Muriel West,«Notes on the Importance of Alchemy to Modern Science inthe Writings of Francis Bacon and Robert Boyle», 9 (1962),

 pp. 102116, y S. J. Linden, «Francis Bacon and Alchemy: TheReformation of Vulcan»,  Journal of the History of Ideas,  35(1974), pp. 547560.

29 Sobre el tema, véase: Gershom Scholem,  Zur Kabbala

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXIII

Francis Bacon no solía citar las fuentes deinformación sobre las que erigía su filosofía, limi-tándose a citar unos pocos nombres en un contexto

más polémico que positivo30. Algunas de las másnítidas influencias sobre su pensamiento, como lacosmogonía paracelsiana, la filosofía vitalista detono neoplatónico de Bernardino Telesio y Fran-cesco Patrizi, la filosofía magnética de William Gil- bert, o la astronomía de Tycho Brahe y la defensadel copernicanismo abordada por Galileo Galilei,

 pueden ser probadas a partir de las referencias enlos textos baconianos o de las afirmaciones conte-nidas en algunos de sus cartas; sin embargo, desco-nocemos hasta qué punto otros autores dejaronhuella en su filosofía especulativa. Paolo Rossi harastreado las fuentes de la epistemología y retórica

 baconianas, adentrándose también en algunos as- pectos de su filosofía natural, mas el grueso de lacosmología de lord Verulam comienza ahora a des-hacerse de las acusaciones tradicionales de incom-

 prensión hacia la ciencia sustantiva del momento ohacia el papel de las matemáticas en el estudio de lanaturaleza31.

und ihrer Symbolik,  RheinVerlag, Zurich, 1960 (ed. cast.:  La câbala y su simbolismo, Siglo XXI, Madrid, 1978) y FrançoisSecret,  Les Kabbalistes Chrétiens à la Renaissance, Dunod,Paris, 1964 (ed. cast.:  La Kabbala cristiana del Renacimiento, Taurus, Madrid, 1979.

30 Véase A. Le vi, 11 pensiero di Francesco Bacone e la filoso fía naturale del Rinascimento, G. B. Para via e Co., Turin, 1925,la única obra en que de un modo general se abordaba el con-

texto del pensamiento baconiano antes de la irrupción, a partirde los años finales de la década de 1940 y ya en la de 1950, delconjunto de estudios que se mencionaban en la nota 23.

31 Graham Ress ha intentado, en sus artículos mencionadosen la nota 13, rectificar el error contenido en tales acusaciones,abordando el estudio del papel de las matemáticas en la ciencia baconiana en sus: «Quantitative Reasoning in Francis Bacon’s Natural Philosophy»,  Nouvelles de la République des Lettres,  1

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XXIV  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

 No sólo Francis Bacon no ignoró la ciencia desu época, sino que concentró su atención en lasdoctrinas que, a los ojos de sus contemporáneos,

aspiraban a resolver el problema fundamental deésta. El hilo conductor de su estudio crítico del paracelsianismo, el neoplatonismo vitalista o elcopernicanismo es el interés que tales doctrinas

 poseían como cosmologías alternativas a la aristo-télica, todavía dominante en los medios académi-cos. Es a partir de esas teorías rivales como cobrasentido la cosmología baconiana y, una vez empla-zada en el contexto de la ciencia de finales del sigloXVI y primer tercio del XVII, resulta difícil conti-nuar viendo la teoría pneumática de la materia y elsistema geocéntrico y geostático del universo comosimple ignorancia y pseudocientificismo disonantecon respecto al método.

A lo largo del siglo XVI el paracelsianismo —quehabía extendido su especulación del terreno dela crítica a la medicina hipocrática y galénica a losde la alquimia, la astrología y la filosofía de tonoespiritualistá— alcanzó tal grado de difusión y prestigio en el continente que constituyó un serio

obstáculo para la implantación, a comienzos del

(1985), y «Mathematics and Francis Bacon’s Natural Philosophy»,  Revue Internationale de Philosophie,  40, 159 (1986).Lord Verulam pudo no ser un gran conocedor de las matemáti-cas, pero sí supo apreciar su valor como instrumento de laciencia experimental y, aunque desconfiara de su uso heurístico,era consciente de que, llegado el momento en que se hubiese

alcanzado un adecuado conocimiento de las naturalezas sim- ples, las matemáticas habían de ser útilísimas pues, entonces, el problema quedaría desplazado de lo hasta entonces inconmen-surable, a lo ya mensurable, al modo como sucede con laMúsica, capaz de descomponer el continuo de sonido en notas ymedidas, haciendo racional lo que antes pertenecía al laberintode las sensaciones, difícilmente objetivable. Véase Works, I, pp.229230; La Gran Restauración,  pp. 198 y 319320.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXV

XVII, de la filosofía corpuscularmecanicista32. Sinembargo, aunque la iatroquímica y la quimiotera-

 pia paracelsianas lograran cierta implantación en-

tre los cirujanos y farmacéuticos ingleses, las impli-caciones herméticocabalísticas con que habíanvenido asociándose continuaban siendo vistas consospecha por el grueso de las comunidades cientí-fica y académica inglesas, de modo que las especu-laciones astrológicas de John Dee y las cabalísticasde Robert Recorde y Robert Fludd hubieron de

arroparse en la honorabilidad de sus produccionesmatemáticas o —en el caso de Fludd— en su inte-rés para la confección de almanaques. FrancisBacon fue el primero en Inglaterra que tomó enconsideración la teoría de la materia incorporada alas cosmologías paracelsianas33, siendo consciente

32 La obra filosóficonatural de Paracelso se halla conte-nida en Sämtliche Werke. I. Medizinische, naturwissenschaftliche und philosophische Schriften,  editada por K. Sudhoff y

 publicada por R. Oldenburg, Munich/Berlín, 19221933, 14vols. Sobre la obra y la vida intelectual de Paracelso, véaseWalter Pagel, Paracelsus,  S. Karger, Basiíea, 1958. Sobre ladifusión del paracelsianismo y su transformación en una tradi-ción científica, véanse: Walter Pagel, The Smiling Spleen: Para- celsianism in Storm and Stress, S. Karger, Basilea, 1984; A. G.Debus, The English Paracelsians,  Oldbourne, Londres, 1965;A. G. Debus, The Chemical Dream of the Renaissance,  W.Heffer & Sons, Cambridge, 1968; A. G. Debus, «The MedicoChemical World of the Paracelsians», en M. Teich y R. Young(eds.), Changing Perspectives in the History of Science,  Heinemann Educational, Londres, 1973; A. G. Debus, The Chemical Philosophy, Science History Publications, Nueva York, 1977.

Véase también la interesante, aunque en ocasiones un pocotendenciosa, obra de Charles Webster, From Paracelsus to  Newton. Magic and the Making of Modern Science,  CambridgeUniversity Press, Cambridge, 1982.

33 En un artículo ya antiguo, Harold Fisch relacionaba laobra filosófica de Paracelso y Bacon, «Bacon and Paracelsus»,Cambridge Journal, 5, (1952), pp. 752758. No obstante, hasido Graham Rees quien ha intentado con mayor detalle corre-

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XXVI  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

de su valor como concepción global capaz de ofre-cer una opción física que rivalizase con las hipóte-sis astronómicas carentes de contenido físico y, por

ello, parciales. Bacon conocía la obra de PetrusSeverinus y Michael Sendivogius, así como —posi- blemente— la de sus compatriotas Thomas Tymme,Robert Fludd y John Dee, mas es en la reelabora-ción de la cosmogonía de Paracelso, realizada porJoseph Duchesne en su  Ad veritatem hermetica medicinae  (París, 1602), donde encontró una más

clara exposición sistemática de las doctrinas paracelsianas presidida por una voluntad unifícadora detodos los fenómenos naturales bajo unos pocos

 principios sostenedores de la teoría de la materia.Paracelso había extendido la doctrina medieval

del mercurio y el azufre como principios de losmenstruos de los metales y minerales a una teoría

de la materia en la que mercurio, azufre y sal apare-cían como principios hipostáticos,  activos y espiri-tuales, capaces de infundir en todos los cuerpos lossemina invisibles que configuran sus cualidades dis-tintivas. Así, el azufre dotaba a los objetos de olea-ginosidad, inflamabilidad, viscosidad y estructura', el mercurio, de humedad, espíritu,  vaporosidad y

 poder vivificador, mientras que la sal los dotaba derigidez, solidez, sequedad y terrosidad. Junto aestos tres principios sóflcos, Paracelso considerabala materia como receptáculo informe e inerte cons-tituido por los cuatro elementos aristotélicos, masentendidos éstos no como cuerpos simples combi-nados, sino como matrices compuestas carentes de

lacionar la filosofía natural de ambos, y a él debe atribuirse elmérito de haber encontrado los aspectos en que la cosmología baconiana es indudablemente deudora de la cosmogonía de los paracelsianos. Véanse sus artículos «Francis Bacon's SemiParacelsian Cosmology» y «Francis Bacon’s SemiParacelsianCosmology and the Great Instauration», citados en la nota 13.

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 ESTUDIO PRELIM IN AR   XXVII

cualidades que actuaban como receptáculos de lossemina.

Joseph Duchesne elaboró la teoría química de

la materia en torno a la asunción del geocentrismo,con fines cosmológicos y —como todos los paracelsianos— manteniendo la omnipresencia de un sis-tema de correlaciones y concordancias entre elmicrocosmos y el macrocosmos. Su exposición dela filosofía mosaica  trasluce su fe en que el conoci-miento iluminado de los iniciados permitirá justifi-car su teoría de la materia mediante una correctainterpretación de los secretos escondidos por lossabios antiguos en las Sagradas Escrituras y el Cor

 pus Hermeticum.  De hecho, toda su cosmogoníagira alrededor de la interpretación alquímicoparacelsiana del Génesis.

Duchesne sostuvo que Dios creó de la nada elCaos originario, un abismo de aguas que el Espí-ritu divino agitó, separando la materia pura y espi-ritual que constituyó la región celeste, para luego,

 por medio del procedimiento alquímico de la desti-lación de las aguas iniciales, separar el licor sutil,aéreo y mercúrico, del sulfúreo, grosero y craso,que más tarde dividió, obteniendo el residuo sali-no. De este modo Dios creó los tres principios queinforman el mundo sublunar. Como Paracelso yPetrus Severinus, Duchesne situó en la regiónceleste el fuego verdadero, considerando el fuegoterrestre tan sólo un reflejo corrupto de aquél —re-flejo perecedero que aspira a la constancia del celes-

te, mas no es equiparable a los demás elementos—.Duchesne se apartó, por tanto, de su tradición y con-sideró tres elementos correlacionados con los tres

 principios: el aire —el más raro de los elementos—,la tierra —el más denso— y el agua —elemento inter-medio entre los anteriores—. Los elementos sublu-nares estaban también presentes en los cielos de

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XXVIII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

Duchesne, mas de un modo sumamente refinado,formando la materia de esa región, lacuartaesencia. El azufre era el principio activo presente en el fuego

celeste de estrellas y planetas, mientras en los eflu-vios irradiados por los astros actuaba el mercurio yla sal configuraba las esferas cristalinas que trans-

 portan a los astros.Esa distribución tenía su correlato en la región

más alta y rara del mundo sublunar, el aire; así,Duchesne consideraba la naturaleza de los vientos

esencialmente mercúrea, sulfúrea la de los cometasy salina la del granizo y la escarcha formados en laregión aérea. Si tal concordancia se daba entre loscielos y la región más elevada del mundo sublunar,no es extraño que existiese una concordancia simi-lar entre los cielos y los cuerpos situados en elglobo terrestre, pues también en ellos infunden lostres principios sus cualidades sobre la materia com-

 puesta de los tres elementos. Ese sistema de concor-dancias, y la presencia de los tres principios y lostres elementos a través de las distintas regiones delcosmos, constituían la base de una física antiaristo-télica que reunía el mundo supralunar con el sublu-nar y mantenía unos y los mismos principios comoresponsables de cuanto acontece en el universo.Lord Verulam no pudo pasar por alto ese carácteralternativo del sistema paracelsiano elaborado porDuchesne, ni tampoco el gran peso en él concedidoa los principios explicativos de carácter físico comoguías de la unidad de la naturaleza oculta tras ellaberinto presente a nuestros sentidos.

 No obstante, Francis Bacon criticó el exceso deespeculación contenido en las doctrinas paracelsianas, su concepción del conocimiento como una ilu-minación y su esfuerzo por justificar la teoría de lamateria apoyándose en la autoridad de los «librossagrados» (el Corpus hermeticum y el Antiguo Tes-

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXIX

tamento), más que en la adecuada interpretacióndel abecedarium  con que se escribe la naturaleza(historia de las virtudes). Bacon no podía admitir la

consideración del azufre, el mercurio y la sal como principios inmateriales capaces de actuar misterio-samente sobre la materia, ni la conservación —enúltima instancia— de dos esferas diferenciadas porel grado de perfección y que —también misteriosa-mente— se hallaban entrelazadas por una incom-

 prensible red de simpatías y antipatías. La doctrina

de los paralcesianos conservaba a los ojos del can-ciller todas las supersticiones de la magia ceremo-nial, no habiendo conseguido la adecuada disec-ción de la realidad antes de proceder a las generali-zaciones. Aun cuando el paracelsianismo habíamostrado un posible camino a la filosofía natural,sus resultados no le habían permitido pasar de serla religión de una nueva secta.

Una actitud similar es la adoptada frente a lasteorías atomistas de la antigüedad, que hacia fina-les del XVI comienzan de nuevo a ser tenidas encuenta. Los paracelsianos había conseguido —enopinión de Bacon— captar las profundas seme-

 janzas de las cosas; no obstante, su orgullosaactitud les había impedido percibir las sutiles dife-rencias. Como los atomistas, lord Verulam des-arrolla la idea de que el conocimiento de la sutilidad  de los fenómenos, oculta a nuestra experienciasensorial, puede ser alcanzado por analogía con loque es accesible a ella34. Sin embargo, ni la disec-ción en átomos ni la admisión de principios sóficos permiten el acceso a aquel tipo de sutilidades deque deriva la producción de obras: el conocimiento

34 Sobre el concepto de «sutilidad» en Bacon, véase el ar-tículo de G. Rees, «Atomism and “Subtlety” in FrancisBacon’s Natural Philosophy», cit. supra  nota 13.

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XXX  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

de las virtudes  y de los esquematismos latentes (oleyes de la acción y movimiento de la materia).

La disección que proporciona luz y frutos no

 puede ser la que utiliza el cuchillo atomista, niaquella que hace uso del fuego de los alquimistas,sino la disección metafórica que procede por induc-ción y razonamiento a partir de experimentos clari-ficadores de los esquematismos y procesos latentes,despreciando la especulación arbitraria. Bacon con-sideró su propia teoría de la materia como la máxi-

ma expresión de la idea de sutilidad   rudamenteesbozada por el atomismo y de la idea de unidad yconsenso entre los distintos órdenes de realidadque la filosofía paracelsiana había subrayado. Mas,

 junto a ello, la teoría pneumática de la materia esuna expresión depurada de los elementos vitalistas

 presentes en otras alternativas cosmológicas desellos diferentes, como son las de Bernardino Telesio y Francesco Patrizi, por un lado, y la deWilliam Gilbert, por otro.

Todos ellos, como supo apreciar Bacon, inten-taron la reconstrucción del sistema del mundodesde supuestos contrarios a la tradición aristoté-lica, acentuando la necesidad de que las matemáti-cas celestes concordaran con los principios de unafísica que abarcara las antiguas dos esferas y criti-cando severamente a la astronomía de su tiempo.

Bernardino Telesio35, en su  De rerum natura36 

35 Sobre la filosofía natural telesiana las obras más desta-cabas son las siguientes: Neil van Deusen, Telesio, the First of  

the Modems,  Columbia University Press, Nueva York, 1932; Nicola Abbagnano,  Bernardino Telesio e la filosofía del Rinas- cimento,  Garzanti, Milán, 1941; una biografía sobre Telesio —aunque antigua— puede encontrarse en Giovanni Gentile, II   pensiero italiano del Rinascimento, Florencia, 1968, 4.a ed., pp.507522.

36 El De rerum natura juxta propia principia de BernardinoTelesio fue publicado de forma incompleta en Roma el año

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXXI

 —cuya edición completa en nueve libros aparecióen Nápoles en 1586—, consideraba que todos losfenómenos del universo, incluidos los fenómenos

mentales, tenían como causa el conflicto entre losdos principios activos (incorpóreos, mas inherentesa toda la materia): el frío y el calor. La omnipresencia de ambos explicaba —según Telesio— el hechode que todo el cosmos estuviese dotado de un ciertotipo de sensibilidad, proporcionada a los cuerpos

 bien fuese por su alma material o espíritu, bien por

su alma infundida o racional (la cual diferencia alos seres humanos de los demás seres de la Crea-ción). Los espíritus presentes en todos los cuerpos

 —incluido el de los humanos— son materia extre-madamente rara y sentiente en que el calor infundesus cualidades (luminosidad, calidez, sutilidad yactividad), mientras que la materia en que talesespíritus inhieren está dotada con las cualidades del

 principio frío (frialdad, oscuridad u opacidad, den-sidad y pasividad). Los espíritus telesianos tiendena unirse con sus semejantes, escapando de sus pri-siones materiales para alcanzar el cálido éter celesteen que domina el principio que infunde su natura-leza, el calor. Las características y facultades pro-

 pias de cada principio son inseparables y, por ello,dominan cada una de las sedes propias de aquéllos:a la Tierra, las del frío, y al cielo, las del calor.

Es así como Telesio justifica la centralidad yestatismo terrestres: la materia fría, condensada ycontraria al movimiento ha de concentrarse en el

globo terrestre, cuya centralidad es necesaria y se1565, conteniendo sólo dos de los nueve libros que finalmentecontendría al ser publicado en Nápoles en 1586; sobre lassucesivas ediciones de esta obra, véase Valeria A. Giachetti,«Bernardino Telesio: I riferimenti a Telesio negli scritti diFrancesco Bacone», Rivista Critica di Storia della Filosofía,  25(1980), pp. 4178, especialmente, pp. 4243.

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XXXII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

sigue de la existencia de generación en los seres, dela existencia de un único sistema y un únicomundo, y del hecho de que la rotación de los cielos

exija la presencia de un punto estático en su inte-rior. Mas de la existencia de los contrarios se sigue, para Telesio, la necesaria constancia de una luchaentre los cielos y la Tierra, por repelerse éstosmutuamente.

El cielo se mueve incesantemente con un movi-miento circular porque el calor —su principio—arrastra consigo la masa en que inhiere, de la queno desea ni puede desligarse, dado que su existen-cia depende de esa inherencia a la materia y es el fin

 primordial de cada uno de los contrarios la super-vivencia. El calor confiere a los cielos una extrematenuidad y blancura, de modo que la luz de losastros llega hasta nosotros —cosa que no sucederíasi los cielos fueran opacos, o estuviesen constitui-dos por una materia similar a la de los vaporesterrestres—. Más, en la región del aire que envuelveal globo central, el calor mantiene una dura luchacon su contrario, logrando imponer —aunque ate-nuada— una de sus características, la luminosidad(como el hecho de que algunos animales sean capa-ces de ver en la oscuridad lo prueba)37.

Aunque las fuerzas de que está dotada la Tierrason más débiles que las del Sol, Telesio argumentaque hay cuatro razones por las que su calor nodestruye la tierra fría, logrando imponerse: la pri-mera es la enorme distancia que los separa; la

segunda, que el calor solar no llega al centro delsistema a través del vacío, sino a través de una

37 La afirmación de Telesio contenida en su  De rerum natura,  I, 3, es recogida por Bacon en la Descripción (véase p.65 de esta edición) y más tarde en el  Novum Organum (Works,I, p. 315;  La Gran Restauración,  p. 302).

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXXIII

sustancia rara, pero resistente; la tercera razón esque los rayos procedentes del Sol no inciden per-

 pendicularmente sobre la Tierra; y la cuarta es que,

además de incidir oblicuamente, lo hacen en unconstante movimiento —el que desplaza al cuerpoemisor— y no concentrándose sobre la Tierra,como ocurriría si el Sol estuviese estático.

Por otra parte, aunque la sede del calor esté enlos cielos, en las cercanías del centro la acción con-traria del principio opuesto obliga a los astros a

trazar movimientos orbitales que difieren entre síen velocidad y dirección, pudiendo llegar a ser susórbitas espirales (es decir, no retornando exacta-mente al punto de partida, ni recorriendo el mismocurso). El movimiento de los astros es más rápidocuanto más alejados de la Tierra se encuentran.Con ello Telesio rechaza la división aristotélica endos esferas, caracterizada una por la inmutabili-dad, la otra por la mutabilidad. Rechaza igual-mente la inmutabilidad atribuida a una ficticiaquintaesencia,  aunque asignando a la esfera de lasfijas —que se encuentra a la máxima distancia delcentro— la absoluta permanencia e incorruptibilidad.

En el globo terrestre se producen innumerablescambios bajo la acción calorífica del Sol, y ello sedebe, en primer lugar, al hecho de que todos losseres posean una cierta cantidad de calor latente

 —los espíritus— que, aunque imperceptible, tiendea unirse con el calor activo, como se muestra en elcalentamiento por aproximación de incluso losminerales y metales, menos propensos a la admi-sión de calor que el aire o el agua, y cuyas partesestán menos comunicadas entre sí que las de losfluidos. En segundo lugar, la acción calorífica solarse intensifica en la materia densa y compacta,mientras que en la materia fluida da lugar a una

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XXXIV  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

disgregación, difundiéndose rápidamente. Por otra parte, hay que tener en cuenta que no todos loscambios que acontecen en la Tierra son idénticos

 —dice Telesio—, pues hay al menos siete tipos dife-rentes de transformaciones en función de la intensi-dad del calor: el incremento de la ductilidad, el dela flexibilidad, el de la molicie, el de la viscosidad,de la fluidez, de la vaporosidad y finalmente la

 producción de hálitos como los aires dotados decalor natural y fuerte. Finalmente, la acción del

calor depende de la constitución de la materia, biensea ésta compacta, bien porosa. Mientras en loscuerpos compactos el calor actúa según el todo ysegún la masa, sin perder fuerza, en los cuerpos

 porosos el calor actúa por sucesión, de parte a parte, debilitándose.

Es en el contexto de su explicación de los cam- bios donde Telesio arremete contra la doctrinaaristotélica de las formas preexistentes a la materia.Postular que todas las formas y cualidades están

 presentes simultáneamente en toda la materia, en potencia, y que sólo una forma está en acto, es postular —en opinión de Telesio— que existenentidades inútiles en la naturaleza y que cada cosa

 podría ser cualquier otra con tan sólo el paso deuna forma en potencia —distinta de la actual— aacto. Junto a este absurdo, la teoría de Aristótelesno puede explicar el cambio más radical, la genera-ción y la corrupción, pues su doctrina de las formassólo consiente revelaciones de lo ya existente, noauténticas producciones. Para Telesio, como seña-lará Bacon, la materia es inerte, no susceptible deaumento ni disminución globales, mas —comoseñala también Bacon—38 no sabe explicar en vir-tud de qué se da esa conservación de la cantidad de

J» Works,  III, p. 115.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXXV

materia; y, como también supo ver lord Verulam39,los principios telesianos y la materia en que inhieren no son —como en Parménides— sustancias

tangibles, con lo que, en realidad, no logra superara las abstractas y misteriosas formas peripatéticas.Como tampoco puede Telesio —con el calor y elfrío— dar cuentas de los fenómenos supralunaresen toda su extensión. Su insistencia en que los dos

 principios luchan por la supervivencia y lo consi-guen sólo a condición de derrotar el uno al otro,

alcanzando el predominio, no permite comprendercabalmente la existencia de consensos. El segundodogma telesiano, contra el que arremete Bacon40,es la afirmación —contraria a Aristóteles y a laexperiencia— de que el calor no reseca los cuerpos,sino que lo humidifica, haciendo la materia másfluida. El tercer dogma del filósofo de Cosenza esque las transformaciones de los entes requieren laacción de un calor blando y no de uno violento,cuando es sabido —dirá el Canciller41— que notodos los cambios se producen por efecto del calor,ni todos los que así lo hacen ocurren por la acciónde calores débiles. De hecho, para Bacon, el granerror de Telesio es no haber comprendido que en lanaturaleza las cosas que se derivan del calor o elfrío lo hacen como de su causa eficiente y no comode su causa íntima, así como no haber entendidoque la supuesta inseparabilidad de las cuatro carac-terísticas atribuidas a cada uno de los contrarios no

 puede sostenerse sino de manera confusa, sacrifi-cando la verdad de la explicación de los fenómenosa la confirmación de los presupuestos.

Telesio, como ya hiciera Marsilio Ficino en su

39 Works,  III, p. 111.40 Works,  III, p. 110.41 Ibid.,  III, p. 110.

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XXXVI  A. ELENA Y Μ . J. PASCUAL

 De vita  (Venecia, 1548), consideró los espírituscomo cuerpos tan tenues que son casi almas, ocomo almas que son casi un cuerpo, cuya natura-

leza es similar a la del aire, el agua o el fuego, pero,sobre todo, similar a la de las estrellas. En tantoque sustancias sutiles y activas predomina en ellasel principio calor, razón por la cual son modifica-dos por la acción del calor natural. Estos espíritus,o almas materiales, son identificados en el serhumano con los espíritus médicos,  cosa que ya

habían hecho Melanchthon en su De Anima (París,1540), Miguel Servet en Christianismi Restitutio (Nuremberg, 1553), Antonio Persio en su Trattato dell’ingegno dell’huomo  (Venecia, 1576), y Vives ensu De Anima et Vita (Basilea, 1538). Aunque Agostino Donio, el discípulo de Telesio, llegará a identi-ficar esos espíritus con el alma en su  De Natura hominis  (Basilea, 1581), tanto Telesio como des-

 pués Bacon eluden tal identificación —poco orto-doxa—, admitiendo la existencia de un alma racio-nal infundida por Dios.

La doctrina de los espíritus telesianos, difundi-dos a través de toda la materia inerte, posee fuertesconexiones con la tradición mágica y astrológica.El spiritus  humano es afin a la sustancia de loscielos —si no idéntico al éter celeste— (cosa que yaJean Femel admitiera en su De naturali parte Medi- cinae, París, 1542), por lo que es especialmente sus-ceptible a las influencias astrales asignadas al spiritus mundi,  en la línea de la tradición neoplatónicadel cuerpo astral. Junto a ello, es a ese espíritutelesiano al que corresponde la facultad de la ima-ginación (vis imaginativa),  estrechamente relacio-nada con la tradición renacentista de la magianatural.

Aunque Bacon admitirá —como ya dijimos—la distinción telesiana entre alma material y racio-

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXXVII

nal, haciendo uso de la idea del alma, o espíritu, delos brutos, difundida en los animales más desarro-llados desde su sede cerebral a través de todo el

cuerpo con la sangre arterial, y considerando —conTelesio—que una de las acciones propias de eseespíritu es el movimiento, el canciller criticará aTelesio (que, en el fondo, considera esa alma nocomo una verdadera sustancia, sino como unaentelequia), pues no alcanza a explicar cómo se

 producen las dilataciones, compresiones y agitacio-

nes del espíritu, bajo la acción del calor o el frío.Igualmente criticará al filósofo cosentino por nohaber sentado con claridad las diferencias entre elspiritus  y el anima  humanos, quedando, por ende,sin explicación la diferencia en las capacidadesintelectuales del hombre y los demás seres vivos.

Francesco Patrizi42 —como Telesio y más tardeBacon— distingue en su Nova de Universis Philoso- 

 phia,  entre el anima humana, de naturaleza divina,y el animus,  que dirige a todas y cada una de lascosas y es derivado a partir de la unidad primigenia(la lux divina) por emanación, a través de los suce-sivos grados del ser. Ya en sus Discussiones peripa- teticae  (Basilea, 1581 )43, al discutir las ideas plató-nicas —a las que también denomina formas —, las

42 Sobre la cosmología de Francesco Patrizi, véanse:B. Brinkman, An Introduction to Francesco Patrizi*s «Nova de Universis Philosophia»,  Columbia University Press, NuevaYork, 1941, así como Paolo Rossi, «Sfere celesti e branchi digru», en  Imagini della Scienza,  Editori Riuniti, Roma, 1977,

 pp. 109147. La bibliografía más completa de, y sobre, la obrade Patrizi hasta 1957 se encuentra en Onoranze a Francesco Patrizi da Cherso: Catalogo della mostra bibliográfica,  Edizionedella Lega Nazionale di Trieste, Trieste, 1957.

43 Aunque la primera edición de esta obra apareció enVenecia en 1571, sólo contenía el tomo primero; en cambio, lade Basilea, diez años más tarde, contenía ya los cuatro quecomponen la obra completa.

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XXXVIII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

consideraba como las leyes familiares de la natura-leza establecidas por Dios en la Creación. Estasformas patrizianas dejan de ser meras abstraccio-

nes de la materia, meros ejemplares perfectos, paraconvertirse en agentes creativos, internos a la natu-raleza, al considerar la generación (que describe entérminos de emanación). Aunque de manera con-fusa, formas y animus se aproximan en Patrizi, pesea que el vitalismo domine casi toda su teoría de lamateria.

Patrizi niega la infinitud del tiempo y el mundo,así como la infinita divisibilidad de la materia—ad-mitida por los atomistas antiguos, según la inter-

 pretación patriziana del concepto de átomo—.Aunque en ocasiones admita la existencia de cuatroelementos (eliminando el fuego), Patrizi consideraen la  Nova de Universis Philosophia,  que existencuatro más fundamentales que los aristotélicos: elespacio —receptáculo de todo—, el lumen  —luzque diferencia de la lux originaria divina—, el calor

 —disperso por todo el universo y de la misma natu-raleza que la luz— y, finalmente, el flúor —presenteen todos los cuerpos como un elemento y del que seforman todas las cosas, siendo en ocasiones viscoso,no fluido—.

La cosmología de Francesco Patrizi, quizá lamás nítida de las neoplatónicas, acude, no obs-tante, a elementos claramente herméticos atribui-dos a Zoroastro, al propio Hermes Trismegisto o aParacelso, consolidando sobre una alternativa glo-

 bal nueva la dura crítica a Aristóteles que se con-tiene en sus obras. Para Patrizi, las estrellas no

 pueden en modo alguno estar fijas en esferas sóli-das, pues, si los cielos tuvieran la rigidez de unsólido, estallarían por la violencia de su rotacióndiurna (cuya velocidad calcula en la Pancosmia). Ha de considerarse, por tanto, que las estrellas se

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XXXIX

hallan dispersas por el cielo, gobernadas por losespíritus que les son propios, movidas por susanimi y manteniendo el orden perfecto que el Inte-

lecto —Dios— creó44. En el capítulo de la Pancos- mia  que Patrizi dedica a las estrellas, aflora elescepticismo frente a las hipótesis de la astronomíamatemática, que encontramos en Bacon45. Des-

 pués de revisar los sistemas de antiguos y modernos(entre los que incluye a Tycho Brahe y Copémico),concluye que difieren en tal manera que todos ellos

han de ser falsos, y, aunque admite la naturalezaígnea de las estrellas —cosa que encontramos enBacon—, la rotación de la Tierra y el influjo astral,Patrizi siente que la astronomía de su época plan-tea serios problemas de índole física, difícilmenteresolubles.

Aun cuando lord Verulam no puede admitir elescepticismo —parcial— de Patrizi ni su excesivaespeculación, pertenece, como él, a la escuela de losenciclopedistas tardorrenacentistas que tomarontodo el conocimiento por su provincia, y, en espe-cial, al subgrupo de los opositores a la cosmologíaaristotélica. Aunque Bacon critica la doctrina delas formas patrizianas, no deja de ser patente en susescritos una cierta cercanía a ese concepto y unamayor benevolencia hacia Platón. Junto a ello, esclaro que Bacon derivó la mayor parte de su infor-mación sobre fenómenos astronómicos, y las doc-trinas de los presocráticos, de la Nova de Universis Philosophia —como se verá a lo largo de la Descripción  y la Teoría —.

Si en los dos filósofos italianos encuentra Ba

44 Sobre la naturaleza de los cielos patrizianos, véaseEdward Rosen, «Francesco Patrizi and the Celestial Spheres»Physis,  26 (1984).

45 Véase Nova de Universis Philosophia, Pancosmia, XX: An Stellae aliquid agant.

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XL  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

con material suficiente para comprender que laextensión de la teoría de la materia pneumáticotangible puede abarcar en una unidad los dos mun-

dos peripatéticos, es en la filosofía magnética deWilliam Gilbert46 donde descubre el modelo deinteracción material que puede servir para apoyardicha unidad, lejos ya de las misteriosas simpatías yantipatías. La doctrina baconiana del consensoentre los esquematismos latentes aparece como unareformulación de la acción magnética gilbertiana

que liga los cielos y la Tierra. Si bien el De Mundo concentra en muchas ocasiones la atención del can-ciller, y a él dirige los reproches inspirados en suconcepción metodológica, no puede dudarse deque conociera también el De Magnete de 1600, puesen ocasiones reproduce —sin nombrar al autor—fragmentos de esa obra47.

Tradicionalmente los historiadores han inter- pretado las declaraciones explícitas, contenidas enla Instauratio Magna, acerca de la experimentaciónque Gilbert realizara con imanes y brújulas, comoel asentimiento baconiano al método utilizado en el

 De Magnete·, al tiempo que las observaciones críti-cas acerca de las especulaciones del  De Mundo,  entanto que extrapolaciones de la experiencia conimanes esféricos a la naturaleza y constitución deluniverso, eran tomadas en su valor facial, sin aden-trarse en qué aspectos de la filosofía magnética

46 Sobre la obra de William Gilbert, véanse: Edgar Zilsel,

«The Origins of William Gilbert’s Scientific Method»,  Journal of the History of Ideas,  2, 1 (1941), pp. 132; Duane H. D.Roller, The «De Magnete» of William Gillbert,  Amsterdam,1959, y Suzanne Kelly, The «De Mundo» of William Gilbert, Hertzberger, Amsterdam, 1965.

47 Ver al respecto el artículo de Suzanne Kelly, «Gilbert’sInfluence on Bacon: A Réévaluation», Physis, 5 (1963), pp.249258, en concreto, pp. 256257.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XLI

eran considerados repudiables por el Bacon epistemólogo, y cuáles eran reelaborados por el filósofonatural y cosmólogo.

Esa actitud es disculpable si tenemos en cuentaque, en primer lugar, la obra de Gilbert ha sidoestudiada fundamentalmente con miras a recons-truir su metodología y enclavar ésta en la corrientede la ciencia moderna, descartando los elementosneoplatónicos o su concepción de la acción a dis-tancia como reductos herméticos y animistas de

escaso valor para la ciencia posterior48. En segun-do lugar, la teoría de la materia de Bacon nuncahabía sido reconstruida a partir de los fragmentos yobras consideradas menores —y aún incomprensi-

 bles— desde la perspectiva del opus magnum meto-dológico, con lo que fragmentos como los conteni-dos en el  Novum Organum,  II, 48, II, 36, en que seanaliza la filosofía de Gilbert y lo que Verulamllama el movimiento magnético,  aparecían comodesvarios dispersos, ininteligibles. En tercer lugar,

 puesto que ni la cosmología de uno ni la del otroeran conocidas en detalle, las nociones de orbis vir- tutis  o verticidad,  que ambos utilizan en ese con-texto, aparecían sólo parcialmente dotadas desentido. A ello hay que añadir que, efectivamente,Bacon acarició durante algún tiempo la idea deincorporar a su cosmología la noción de verticidadterrestre, descartándola más tarde, cuando difícil-mente encajaba en el marco de su teoría desarro-llada49.

48 Esa es la actitud manifiesta en el artículo de Edgar Zilsel, cit. supra  nota 46, pp. 45.

49 Lo cual podría haber despistado a los estudiosos que buscaran la influencia sobre Bacon de Gilbert y su concepciónde la verticidad terrestre. Véase el artículo de Graham Rees,«Francis Bacon on Verticity and the Bowels of the Earth», cit.supra  nota 13, pp. 207208.

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XLII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

En la medida en que Francis Bacon mostró unmayor interés por las reflexiones cosmológicas y lascríticas a la tradición aristotélica contenidas en las

obras de Gilbert, nos concentraremos en ambosaspectos. Se ha dicho que el De Mundo es una obramás inmadura y más ligada a la retórica escolásticay la pedantería académica que el  De Magnete50, datándose su redacción entre 1591 (fecha de publica-ción de la Nova de Universis Philosophia de Patrizi, ala que se hace referencia en las pp. 118 y 151 del De 

 Mundo) y 1603, año en que fallece su autor. Aunqueen la primera edición de la obra, realizada en Ams-terdam por Isaac Gruter (quien dos años más tarde

 prepararía la edición de los manuscritos baconianosque había heredado de W. Boswell y que serían final-mente editados bajo su supervisión como Scripta... in philosophia en 1653), aparecen dos anotaciones enque se remite al De Magnete, se dice que éstas debie-ron ser hechas por el editor. Sea como fuere, nisiquiera el hermano de Gilbert conocía la fecha enque habían sido redactadas las dos obras.

Ya en el De Magnete, Gilbert critica la admisiónde argumentos basados exclusivamente en el prin-cipio de autoridad, rechaza el lenguaje oscuro delos alquimistas y su explicación de los fenómenosmagnéticos y eléctricos en términos de antipatías ysimpatías31 más cercanas a lo sobrenatural que a lanaturaleza de tales efectos naturales; igualmenterechaza la imagen animista del imán como entidadque vive y se alimenta del hierro, considerándola

50 Véase la extensa nota 1del artículo de Edgar Zilsel «TheOrigins of William Gilbert’s Scientific Method», cit. supra nota 46, pp. 12.

51 Véase el  De Magnete, magneticisque corporibus et de magno magnete tellure; physiologia nova, plurimis argumentis. et  experimentis demónstrala,  Londres, 1600, Prefacio, fol. iij,y I, 3.

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 ES TU DIO P R E U MIN A R   X LI 11

«cuentos de viejas» (I, 16 y II, 3). Gilbert, sinembargo, compara la acción magnética de la Tierrasobre el hierro —situado en la superficie— con la

acción de las estrellas sobre los niños al nacer, aun-que rechace la supuesta correspondencia entre los planetas y los metales, de la tradición astrológica.En éstas, como en otras manifestaciones de Gil-

 bert, es fácil observar la confluencia de corrientesfilosóficas aparentemente incompatibles, así comola confluencia de modos de pensamiento que algu-

nos historiadores consideran inconmensurables52.En el  De Magnete,  al explicar la relación exis-

tente entre los fenómenos eléctricos y los magnéti-cos, Gilbert acude a los conceptos tradicionales demateria  y forma, de cuya conjunción surgen todoslos cuerpos (II, 2); sin embargo, nos dice que laelectricidad obtiene su fuerza de la materia, mien-tras que el magnetismo es el fruto de una formaespecial y privilegiada que se manifiesta en puridaden el hierro que constituye el corazón de la madre Tierra, animada —como el resto de los planetas, laLuna y las estrellas— por un .alma —aunquecarezca de órganos sensoriales— (II, 2 y V, 12).Pese a la opinión de Edgard Zilsel, la doctrina esco-lástica de la materia y de la forma activa aparece enGilbert en el contexto de un esfuerzo animista, cer-cano a la doctrina neoplatónica de Patrizi o Tele-sio, por dar cuenta de lo que había sido hastaentonces considerado como ininteligible: las cuali-dades ocultas de la materia, de las cuales era siem-

 pre citado en primer lugar el magnetismo.Como señalaba Cornelius Agrippa en su  De

52 Esta es la actitud que domina la introducción y el ar-tículo de B. Vickers, en Brian Vickers (ed.), Occult and Scientific Mentalities in the Renaissance,  cit. supra  nota 13; véanse

 por ejemplo, las pp. 6 y 30.

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XLIV  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

occulta philosophia  (Amberes, 1531), las virtudes ocualidades ocultas son aquellas que no proceden deninguno de los cuatro elementos de la cosmología

sublunar aristotélica, y son llamadas ocultas por-que están más allá de nuestros sentidos (I, 10).Como William Barlow recalcaba en su The Navigators Supply  (Londres, 1597), frente al comporta-miento maravilloso —pero explicable— de la

 pólvora, el comportamiento del imán era verdade-ramente inexplicable53. Aunque la magia naturalrenacentista condujera a un cierto escepticismomoderado, se abre la puerta a la posibilidad de queel conocimiento que escapa a nuestros sentidos

 pueda ser alcanzado por medio de otro tipo deexperiencia.  Por ello, Gilbert comienza criticandola doctrina aristotélica de los cuatro elementos (De 

 Mundo,  I, 3, 4 y 5), en que se basa la tradicionalininteligibilidad de las cualidades ocultas, para así

 poder pasar a mostrar que el magnetismo no es lacausa oculta de efectos visibles, sino ese efectomismo, cuya naturaleza ha de ser investigada almargen de los sentidos y del ceremonial mágico,acudiendo a cierto tipo de experiencia que muestresu carácter inteligible, transformando lo insensibleen manifiesto.

Para Gilbert, como sus experimentos le mostra-ron, la fuerza del imán deriva de la Tierra, siendo laúnica sustancia cuya naturaleza es homogénea a lanaturaleza íntima de aquélla (De Magnete,  I, 17) yla única que conserva las capacidades primarias de

atracción, movimiento y ajuste a la posición delglobo terrestre y el mundo (1,16). Y si los experi-mentos revelan ciertos desajustes en esas capacida-

53 Citado en la p. 238 del artículo de Keith Hutchison«What Happened to Occult Qualities in the Scientific Revolu-tion?».  Isis,  72, 267 (1982), pp. 233253.

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XLV

des, se debe a que en la superficie el magnetismo puro del núcleo terrestre se ve afectado por laimpureza de las sustancias que allí rodean al hierro.

Gilbert utiliza las terrellae porque está firmementeconvencido de que la forma esférica y el movi-miento rotatorio en torno al eje son connaturales ala sustancia magnética pura y busca a través deimanes esféricos reproducir lo que en la naturalezase da en condiciones ideales de máxima puridad. Y sila Tierra es un sólido dotado de un alma magnética,

así también los planetas y estrellas han de ser sólidosen rotación, gobernados por sus respectivas almas ymantenidos en orden por el anima mundi de que ha-

 blaron los egipcios, los caldeos, Tales de Mileto y losneoplatónicos (afirmación en que se aprecia clara-mente la influencia de la Nova de Universis Philoso- 

 phia  de Patrizi)54.Ese movimiento de rotación, común a todos los

cuerpos celestes, es el único que Gilbert acepta,rechazando la tradicional división del movimientode los cielos en movimiento diurno y movimientode resistencia, en dirección contraria, de los plane-tas. Como señala en  De Mundo  (II, 10), seríaabsurdo pensar que la naturaleza haya formadoinmensas ruedas —las esferas aristotélicas— paradesplazar cuerpos que son, comparativamente,como la palma de la mano; argumento sobre el que

 basa también su afirmación de que basta suponer elmovimiento de rotación de la Tierra para darcuenta de la alternancia del día y la noche.

Junto a ello, Gilbert critica la supuesta inaltera- bilidad de la quintaesencia que configura los cielos(De Mundo, III, 5 y 6) afirmando —sobre la autori-

54 Véase  Nova de Universis Philosophia, Pampsychia,  cap.IV. Gilbert habla de ese tema en el  De Magnete,  V, 12.

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XLVI  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

dad observacional de Tycho Brahe, Thomas Digges, John Dee, Jerónimo Muñoz, Comelio GemmaFrisius y Michael Maestlin— que los cometas son

cuerpos supralunares y que existen cambios en loscielos (en lo que de nuevo se observa la influenciade Patrizi). Si los cielos no están hechos de unaquintaesencia, si no existen las esferas cristalinas, niel éter llena los espacios interestelares, las conclu-siones de Gilbert afloran ya sin dificultad: la Tierrarota en el centro del sistema de los planetas conoci-

dos y está bajo el orbis virtutis  de la Luna (De  Mundo, II, 7 y 19), mas ese movimiento es inherentea su naturaleza y no debido al supuesto movi-miento de unas esferas imaginarias, al igual quesucede con los demás globos (De Mundo, II, 10); dela conjunción de ese movimiento terrestre y de laacción magnética de la Luna surgen el movimientodel aire (De Mundo, I, 11) y de la masa de las aguas(ibid,  V, 16); rodeando a todos y a cada uno de loscuerpos celestes se encuentra una especie de atmós-feras, efluvio, cuya extensión configura el orbis virtutis  de cada cuerpo, pues, supuesta la naturalezamagnética de tales cuerpos, como en el imán, existeuna cierta distancia a la que alcanza la virtud  atrac-tiva (ibid,  I, 16, y II, 27) de éstos; más allá de talesatmósferas, sólo existe el vacío (De Mundo,  I, 20 y21); la tendencia de los graves a regresar a la Tierratras ser proyectados hacia arriba se debe, portanto, a la virtud  magnética del globo, conserván-dose tal tendencia en la esfera de la virtud  (o de lainfluencia), una vez superada la cual los graves per-derían esa direccionalidad hacia abajo (ibid., 1,19);todos los globos poseen tal orbis virtutis,  con locual es absurdo creer que la Tierra sea el únicocentro del universo, pues, al contrario, cuantosabemos nos induce a pensar que pueden existirinnumerables centros de mundos, esparcidos —co-

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 ESTUDIO PRELIM INAR   XLVII

mo las estrellas que nos son visibles— a diferen-tes distancias.

La cosmología de Gilbert, lejos de ser un aña-

dido al desarrollo experimental expuesto en el  De  Magnete, es un intento por explicar cómo los movi-mientos magnéticos de nuestra experiencia hacenmanifiestas las hasta entonces escasamente com-

 prensibles tendencias de los cuerpos celestes, incor- porando al nuevo sistema las observaciones ydescubrimientos de la astronomía práctica de la

época.Francis Bacon rechaza las ideas cosmológicasgenerales de Gilbert, porque, a partir de una únicavirtud y una no muy clara teoría de la materia en laque todavía dominan elementos animistas neoplatónicos, éste intentaba abarcar todos los fenóme-nos. Tales objeciones explícitas de carácter metodo-

lógico pueden estar motivadas, sin embargo, poruna —más interesada— voluntad de presentar comoinsostenible toda cosmología que no concuerde conlos principios en que se sustenta la propia, comoGraham Rees ha subrayado55.

Con Gilbert compartirá el intento por explicitarde forma unitaria la física celeste y terrestre, la ideade que existe algún tipo de consenso entre cuerposy fenómenos aparentemente dispares y que tal con-senso se desarrolla en la región en que domina uncierto tipo de materia dotada de determinadas virtudes·, rechazando, sin embargo, la idea de la plura-lidad de mundos, la rotación de los globos, lainmovilidad de los cielos, la existencia de un vacíocoarcervado entre dichos globos y la infinitud deluniverso. En un marco diferente aparecerán,

55 Véase al respecto su artículo «Francis Bacon's Biological Ideas: A New Manuscript Source», cit. supra,  nota 13.

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XLVIII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

ahora, las ideas gilbertianas del orbis virtutis, de lainfluencia lunar sobre las mareas y de la verticidadterrestre, aunque ésta última no como uno de losmovimientos impuestos por la virtud   magnética,sino como efecto del movimiento universal diurno.

William Gilbert había dado un paso hacia laexplicación de lo que hasta entonces había sidoconsiderado como cualidad oculta por antonoma-sia —el magnetismo—, reduciéndola a un ciertotipo de movimiento que podía dividirse en cuatromovimientos más simples: el de coacción o atrac-ción, el de variación —como el de la brújula—, elde declinación y el de verticidad o tendenciarotacional.

Bacon va más allá, aproximándose a lo que serála concepción dominante en la segunda mitad delsiglo XVII: lejos de limitarse a reducir lo oculto a lomanifiesto a través de un determinado tipo deexperiencia, hace de todas las cualidades inobser-vables, sólo cognoscibles analógicamente, metafó-ricamente, a partir de las sensaciones —depuradas

 por el método— y el entendimiento. Como mástarde hará el mecanicismo corpuscularista, consi-

dera que las causas de todas la cualidades sonextremadamente complejas y dependen de laestructura oculta de la materia, de los esquematis-mos latentes escritos en el lenguaje de las formas.Gilbert, como los escolásticos, paralizó la investi-gación de las cualidades ocultas cuando no se habíahecho sino comenzar a comprenderlas, antes de

llevar a cabo la disección completa que conduce ala inteligibilidad de las leyes universales de la mate-ria, las formas. El intentó reducir el magnetismo aalgo distinto de las simpatías y antipatías de lamagia, pero no llegó a entender que el consensoentre los principios activos de la naturaleza es uni-versal, ni que tal consenso consiste únicamente en

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 ESTUDIO PRELIMINAR  XLIX

la perfecta adaptación de las configuraciones laten-tes de las cosas.

En ese tratamiento moderno de las cualidades

de las cosas, Bacon se aproxima, aunque por la víade una teoría química y pneumática de la materia,a la posición de Galileo. Pero la relación de lordVerulam con Galileo, no discurrió por este camino,sino que llegó de la mano de los intereses físicoastronómicos de ambos56.

Cuando Bacon tiene noticia de los trabajos

astronómicos de Galileo y de su esfuerzo por asen-tar sobre fenómenos observables la realidad del sis-tema copernicano, ya había elaborado de formacasi completa su teoría de la materia sobre la basede un sistema cosmológico geocentrista y geostático, por lo que —como ocurriera en el caso deGilbert— sólo intentará adaptar a sus propios fines

tales descubrimientos y rebatir las implicaciones procopemicas de la teoría galilena —a todas luceserrónea— de las mareas.

Que Bacon antepusiera su sistema a los resulta-dos observacionales, tratanto simplemente deincorporarlos de manera no siempre consistente, escomprensible a la luz de la situación confusa y pro- blemática en que se encontraba la astronomía de suépoca. Lejos de ser el único escéptico ante las afir-maciones contradictorias de los distintos sistemasmatemáticoastronómicos, compartía dicha actitudcon prestigiosos científicos del momento, comoGassendi, Roberval, Mersenne, y Con algunos que,como Pascal, continuaban considerando en 1657que la teoría copernicana no estaba suficiente-

56 Véase el trabajo de Paolo Rossi «Venti, maree, ipotesiastronomiche in Bacon e in Galilei», en  Aspetti della Rivolu-  zione Scientiflca, Morano Editore, Nápoles, 1971, pp. 153222.

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L  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

mente probada57. Si a ello añadimos que Bacon poseía su propia hipótesis —o anticipación—acerca del sistema del mundo, y que confiaba, al

escribir la Descripción y la Teoría, en poder mostraral mundo la verdad de la teoría de la materia enque aquél descansaba, no es extraño que se mantu-viera inamovible en su posición.

Bacon estuvo al corriente de la actividad deGalileo a través de su amigo y corresponsal sirTobbie Mathew, un católico exiliado voluntaria-

mente, que residió durante años en Italia y se man-tuvo en contacto con Galileo y con otro católicoinglés residente durante algún tiempo en Florencia,Richard White. Este último fue quien, a petición deMathew, informó a Galileo de la teoría baconianade las mareas, tal y como era expuesta en el  De Fluxu et Refluxu Maris, enviando las objeciones delitaliano a lord Verulam. Richard White, a suregreso a Inglaterra, llevó consigo copias de algu-nos manuscritos galileanos, entre los que se encon-traba el escrito sobre las mareas de 1616 (que

 __ 57 Así M. Mersenne en su Quaestiones in Genesim,  París,1623 consideraba las hipótesis astronómicas como meras hipó-tesis cuyo único fin era salvar las apariencias (coll. 879894,895900, 912916 y 893896), mientras que en su  Impiété des 

 Deistes  consideraba el sistema copernicano como irrefutablesobre la base de los datos astronómicos, aunque ello no lohiciera verdadero (París, 1624, pp. 188189 —en el original las

 páginas no estaban numeradas—). Gassendi, en su  Institutio astronómica iuxta hypotheses tarn Veterum quam Copernici et  Tychonis  (París, 1647), consideraba equivalentes los tres siste-

mas del mundo (el ptolemaico, el copernicano y el tycónico); lamisma actitud es expresada por Roberval en su  Novarum observationum libri (París, 1634). Pascal, en carta a Noël del ¿9de octubre de 1647, afirmaba que las tres hipótesis astronómi-cas salvaban los fenómenos y señalaba la insuficiencia de las

 pruebas a favor del sistema copernicano (citado en P. Rossi,«Venti, maree, ipotesi astronomiche...», cit. supra, nota 56, p.157).

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LI

acabaría integrando la jornada cuarta del  Dialogo sopra i due massimi sistemi, publicado en 1632),concebido a modo de respuesta al  De Fluxu58.

Junto a la posición galileana acerca del movi-miento terrestre y las mareas, Bacon conoció con prontitud sus descubrimientos sobre la naturalezade las nebulosas, los satélites de Júpiter, el relievelunar, al igual que la interpretación que de talesobservaciones telescópicas hizo Galileo. Aunqueno sabemos si Bacon obtuvo la información deforma indirecta o recibió algún ejemplar del Side- reus Nuncius  a través de sus conocidos en Italia59,lo cierto es que ya en 1612 saludaba con entu-siasmo las posibilidades ofrecidas por el telescopio( Descripción, p. 25) y asumía, aunque con cautela,los descubrimientos astronómicos que su uso habíalogrado.

Aunque se ha dicho que Bacon nunca compren

58 Véase Paolo Rossi, «Venti, maree, ipotesi astronomiche...» cit. en nota 56, pp. 163169. Sobre el conocimiento queen Inglaterra se tenía de la obra galileana —en especial elintercambio de información entre Bacon y Galileo a través dediversos intermediarios— pueden verse también los artículosde Marie Boas Hall, «Galileo’s Influence on Seventeenthcentury English Scientists», en E. McMullin (ed.), Galileo, Man of Science, Basic Books, Nueva York, 1967, pp. 405414, en espe-cial p. 407 y nota 9, y de Stillman Drake, «Galileo in EnglishLiterature of the Seventeenth Century», ibid.,  pp. 415431,especialmente pp. 419, 423 y 424.

59 Algunos datos sobre Richard White y William Boswell,dos de los corresponsales de Bacon que más en contacto estu-

vieron con Galileo y la ciencia italiana del momento, puedenencontrarse en Mordechai Feingold, «Galileo in England: theFirst Phase», en Atti del Convegno Intemazionale di Studi Gail· leiani,  Giunti Barberk, Florencia, 1984, pp. 411420, en espe-cial p. 418, y Susana Gómez, «La presencia de Galileo en laciencia inglesa del siglo x v i i», en Actas de las Trobades Cientí- 

 flques de la Mediterránia. Historia de la Física, Mahón, 1987, de próxima aparición.

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LII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

dió el alcance de las observaciones galileanas, suactitud en la  Descripción  y en la Teoría prueba locontrario. Bacon no pretendió dar explicaciones ad  hoc de dichas observaciones, ni atribuirlas a ilusio-nes ópticas, como en un principio hicieron Claviusy Magini, sino que asumió las dificultades quehabría de superar su propio sistema. De hecho,lograría encajar en su cosmología —de modo pocofirme, no obstante— el carácter irregular del relievelunar y las manchas solares, aunque con respecto alos satélites de Júpiter la dificultad de admitir másde un centro en el sistema sobrepasó con mucho el

 potencial explicativo de su teoría bitetrádica de lamateria.

En estas páginas hemos intentado presentar laobra cosmológica de Francis Bacon en el contextode aquella filosofía natural que define su tradiciónintelectual. Pasaremos ahora a exponer algunosdetalles de la teoría de la materia sobre la que des-cansa su filosofía natural, a fin de hacer más com-

 prensibles los contenidos de las obras que se presentan en esta edición.

4. LA TEORIA BACONIANADE LA MATERIA

Como ya apuntábamos, teoría de la materia,cosmología y método están indisolublemente uni-dos en el pensamiento de Francis Bacon desde ladécada de 1590, y, si el sistema del universo aparece

ya definido de forma clara en la Teoría del cielo, laconjunción perfecta de astronomía y física forma parte de la empresa que la muerte del cancillerimpediría, a saber, la elaboración de una historianatural, si no completa, cuando menos suficiente-mente amplia como para que las generaciones pos-teriores pudieran guiar sus investigaciones en la

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LUI

línea propuesta. Es esa teoría de la materia en suforma más acabada —aunque reconstruida,siguiendo a Graham Rees, a partir de su dispersion

en la obra baconiana— la que aquí esbozamos.Para Bacon la materia existe en dos formas,tangible  y  pneumática.  La primera es densa, fría,

 pesada e inerte, mientras que la segunda es extre-madamente rara —hasta el punto de ser invisible—,cálida, carente de peso y sumamente activa. Lamateria tangible se concentra en el globo terrestre y

se halla en puridad en el núcleo inerte del planetacon que cabe identificar el centro del cosmos. En lasuperficie se encuentra mezclada con uno de lostipos de la materia pneumática, los espíritus liga-dos, a los que cabe asignar toda la actividad quecontemplan nuestros ojos. Así pues, el centro de laTierra no es ya la sede de la virtud  máximamente

activa, como Gilbert pensaba, sino que Bacon,siguiendo a Telesio —quien lo consideraba la sedede su principio frío—, le atribuye la perfecta iner-cia60. Del mismo modo, Bacon no asigna la vertici-dad gilbertiana a ese núcleo, sino a la corteza rígidadel planeta, atribuyendo su causa al movimientodiurno de los cielos, del cual es una de las últimasmanifestaciones. No obstante, como más tardeveremos, incluso esa concepción nogilbertiana delmovimiento rotacional, o, más bien, de la tenden-cia a ese movimiento, aparece por última vez deforma explícita en el  De Fluxu61, escrita aproxima-damente en la misma época que la Teoría, en la quetambién aparece dicha noción. En ese momentotenía como fin explicar cómo incluso los terremo-tos que conmueven y agitan la superficie del pla-neta no alteran ni pueden alterar su inmovilidad

40 Works,  III, p. 98.“ Works,  III, p. 58.

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LIV  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

 perfecta, ofreciendo una imagen del planeta comoel contenido de un bocadillo —por utilizar la ima-gen de Graham Rees— en el que la corteza, las

aguas que sobre ella descansan y la región del aireque llega hasta la Luna forman un todo entre la

 perfecta movilidad de los cielos y la absolutaimperturbabilidad del interior de la Tierra. Ya en el

 Novum Organum opta por no definirse acerca de lateoría gilbertiana de la verticidad62, para poco des-

 pués atribuirla no al interior, ni a la zona másexterna de la Tierra, sino a alguna zona interme-dia63, y finalmente abandonarla, no apareciendo enninguna de las obras posteriores64. La constante a lolargo de la obra baconiana es, en definitiva, la consi-deración de la materia tangible, concentrada en laTierra inerte, como aquélla que por su naturaleza

 puede estar en el centro del universo y ser el puntoinmóvil en torno al cual se produce el movimien-to diurno.

La materia pneumática es para Bacon de trestipos, imperfecta (inchoata), ligada (devincta) y

 pura (pura)65,  y a toda ella le da el nombre deespíritus66, que —a diferencia de los espíritus de la

62 Works,  I, p. 296;  La Gran Restauración,  p. 277.69 Ibid.,  I, p. 321;  La Gran Restauración,  p. 310.64 Véase Graham Rees, «Francis Bacon on Verticity and

the Bowels of the Earth», cit. supra  nota 13, p. 207.65 Works.  II, p. 254.66 Sobre el tema de los spititus  en Francis Bacon y su

tradición cultural, véanse: D. P. Walker, «Francis Bacon andSpiritus», en A. G. Debus, Science, Medicine and Society in the  Renaissance,  Science History Publications, Nueva York,1972, vol. II, pp. 121130; D. P. Walker,«Spiritus  in FrancisBacon», en Marta Fattori (ed.), Francis Bacon. Terminología e 

 fortuna nel XVII secolo,  Edizioni dell’Ateneo, Roma, 1984;Graham Rees, «Francis Bacon and Spiritus vitalis», cit. supra nota 13; Marta Fattori, «Spiritus dans Y Historia vitae et mortis de Francis Bacon», en Marta Fattori y Massimo Bianchi

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LV

tradición neoplatónica y hermética renacentistas—no son ya almas inmateriales, sino materiales yextensos, aunque sumamente tenues.

Los espíritus imperfectos de Bacon son algo asícomo humos  o residuos raros de los humos, decinco tipos diferentes: volátiles —exhalados por losmetales y algunos fósiles y fácilmente coagulablesmediante procesos de sublimación o precipita-ción—; vaporosos  —exhalados por el agua o lassubstancias acuosas—; humos exhalados por cuer-

 pos secos·, humos crasos —exhalados por substan-cias oleaginosas— y los alientos que se desprendende los cuerpos acuosos en sustancia, mas cargadosde espíritus inflamables (como son los alcoholes).

Los espíritus ligados están aprisionados en lamateria tangible, siendo su actividad el origen decualquier tipo de acción detectable en la Tierra(como la generación, la putrefacción, la madura-ción, la corrosión, la desecación, el dolor y el pla-cer, la sensación, y un largo etcétera). Estosespíritus ligados parecen ser casi tan variados comolos efectos que causan y pueden ser tanto inanima-dos como animados. Los primeros están presentesallí donde exista materia tangible, y no son «una virtud, ni una energía, ni una actualidad... sino un cuerpo raro e invisible que tiene, por tanto, lugar y  dimensión y realidad» semejantes de algún modo alaire, aunque difieran en sus naturalezas67. Lossegundos están presentes en los seres vivos, desdelas plantas hasta el hombre68.

(eds.), Spiritus. Quarto Colloquio Internazionale del Lessico  Intellettuale Europeo,  Edizioni dell’Ateneo, Roma, 1984.

67 Works,  II, p. 213.68 Uno de los escritos baconianos más interesante a la hora

de determinar la función de los espíritus ligados en la explica-ción de la generación de los minerales, plantas y seres vivos esel manuscrito Hardwick 7 2A, conservado en Chatsworth

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LVI  A. ELENA r M. J. PASCUAL

Los espíritus ligados inanimados combinan unanaturaleza ígnea con otra, predominante, aérea, lacual siente un apetito o simpatía hacia sus connatu-

rales, que también está presente en el aire, lo quehace que ambos conspiren para conseguir la libera-ción de los espíritus de su prisión material; paraello los espíritus atacan aquellas partes de la mate-ria que son cualitativamente más próximas a sunaturaleza predominante aérea, las partes acuosaso crudas, aunque en ciertas circunstancias pueden

llegar a atacar y digerir las partes oleaginosas69.Al contrario, los espíritus ligados, animados o

vitales, aunque combinen naturaleza aérea e ígnea,son predominantemente ígneos, lo que les dota defacultades y movimientos peculiares y de un apetito

 por aquellas partes ígneas que componen los cuer- pos. A diferencia de los espíritus inanimados (mortuales)  no se hayan dispersos por todo el cuerpo,sino que tienden a preservar su continuidad en loscanales por los que discurren los jugos de las plan-tas y, en los seres vivos más complejos —animales yhumanos—, a concentrarse en el cerebro difun-diéndose con la sangre arterial como un sistema deramificaciones. Más aún, puede establecerse unaescala de los seres animados a partir de sus espíri-tus vitales, pues cuanto más complejo es un servivo, más compleja es su estructura fisiológica, másígnea es la naturaleza de sus espíritus y más tiendenéstos a concentrarse en celdas o ventrículos de su

House y que contiene un breve tratado titulado De viis mortis et de senecf.-.te retardando, atqu¿ instaurandis viribus,  seguidode otro titulado  Aphorismi de dissolutione rerum quae fit per  aetatem in inanimatis et consistentibus. Ambos han sido trans-critos, traducidos y comentados por Graham Rees y Christopher Upton en la obra citada en la nota 13; véanse especialmentelos capítulos 3 y 4 de la Introducción.

69 Works,  I, p. 310; II, pp. 112, 119120 y 254255.

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LVII

estructura. A tales espíritus va también ligada laescala de las facultades de que es capaz un orga-nismo, de modo que las plantas —como de algún

modo todos los cuerpos— son sensibles en altogrado, los insectos poseen sensibilidad y aun unrudimento de imaginación que explica sus conduc-tas instintivas en las que parece haber incluso voli-ción; los animales poseen ya sensibilidad, imagina-ción y volición, mientras es plausible que losmamíferos posean ya memoria70. Esas son lasfacultades que el hombre comparte con los organis-mos; sin embargo, los supera a todos porque poseefacultades intelectivas derivadas de su alma inma-terial y racional; ésta es la razón de que sólo elhombre sea capaz de alterar la naturaleza y produ-cir las artes.

La noción baconiana de los espíritus animadosy su distinción entre éstos y el alma infundida einmaterial tiene sus raíces en la doctrina telesianadel animus/anima, como él mismo reconoce71en el

 De Augmentis de 1623, aunque negando que el alma producida de Telesio en su versión material, el espí-ritu animado, posea la facultad raciocinante, queen la teoría baconiana corresponde sólo al hombre.

Sin embargo, no sólo en Bacon y Telesio seencuentra una doctrina de los espíritus de estascaracterísticas. Como Ernán McMullin72 ha seña-

70 Aunque en principio la memoria es para Bacon unafacultad esencialmente humana que da origen, entre otrascosas, a la ciencia de la Historia, su tratamiento de algunos de

los comportamientos de los animales superiores permite pen-sar que, junto a una desarrollada imaginación, poseen tambiénun rudimento de memoria.

71 Works,  I, p. 606. Véase asimismo el capítulo 5 de laIntroducción a G. Rees y C. Upton, Francis Bacon’s Natural Philosophy: A New Source, cit. supra nota 13, especialmente pp.6369.

72 Eman McMullin (ed.), The Concept of Matter in Modem

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LVIII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

lado, aunque los filósofos mecanicistas de media-dos del siglo XVII hicieron poco uso de los espíritusvitales, los médicos y fisiólogos no podían trabajar

sin acudir a los espíritus médicos, conscientes comoeran —entre otros el propio William Harvey— deque los recursos explicativos del atomismo y elmecanicismo no podían dar cuenta de fenómenoscomo la generación, la cual es algo más que meraseparación y recomposición de partes preexisten-tes73. Así, Harvey acaba aceptando que «sangre y  espíritu significan una y la misma cosa»14.  Igual-

Philosophy, University of Notre Dame Press, Notre Dame/Lon-dres, 1978 ( 1.aed. de 1963), pp. 2627. D. P. Walker en su « Fran-cis Bacon and Spiritus», cit. supra nota 66, ha insistido, igual-mente, sobre la necesaria pervivencia de los espíritus médicos

en el siglo xvn (pp. 126127). Sobre la utilización del conceptode spiritus en algunos ámbitos de la investigación de la natura-leza, como un medio para dar cuenta de lo que hasta el siglo xvnse venían considerando cualidades ocultas, véanse: ErnánMcMullin,  Matter and Activity in Newton, The University of

 Notre Dame Press, Notre Dame/Londres, 1977, p. 15, y MartaFehér, «The Rise and Fall of Crucial Experiments»,  Doxa, Fi- lozófiai Mühely,  6 (1985).

73 Francis Bacon, como su  De viis mortis  pone de mani-fiesto, era consciente de la necesidad de dar cuenta de los procesos orgánicos en términos no disimilares a los que expli-can los fenómenos inorgánicos, mas salvaguardando las dife-rencias; por ello, a través de numerosos ensayos dispersos ensu obra, trató de consolidar una teoría de los espíritus anima-dos que fuese capaz de dar cuenta desde la generación de losinsectos, a las funciones de los órganos en los animales supe-riores y el hombre. Al tratar este último problema se mantuvo

fiel a los principios básicos de la medicina galénica de su épocaexplicando de forma similar a la de Harvey el papel del flujosanguíneo en el proceso de nutrición. Véase Works, II, pp. 130,180, 207, 358, 362, y 613, así como los comentarios de G. Reesy C. Upton en su obra cit. supra  nota 13, especialmente pp.4143 y η. 52.

74 William Harvey,  Exercitationes de generatione animalium,  Londres, 1651.

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LVIX

mente, subraya McMullin75, los espíritus de alqui-mistas como Van Helmont darían sus frutos unsiglo más tarde en la químicapneumática que inau-guró el estudio de innumerables tipos de cambioquímico y de los aires, que ya Van Helmot llamaragases. Así, no cabe ver la química de la materia y lafisiología vegetal y animal de Francis Bacon comoun sedimento estéril del animismo neoplatónico ydel vitalismo hermético o del esplritualismo detono paracelsiano, sino como un intento por darcuenta de aquello que en términos de los átomosresucitados durante el Renacimiento o de los ele-mentos de los peripatéticos permanecía sin explicar.

El otro tipo principal de materia pneumática enBacon son los espíritus puros que llenan el universo

 por encima de la sede de la materia tangible, es

decir, por encima de la superficie terrestre. Talesespíritus puros son: el aire, el éter, el fuego terrestrey el fuego sidéreo o celeste. El aire y el fuego terres-tre ocupan la región superior del globo terrestre,aquella que se extiende desde la superficie hasta laLuna y constituye junto con el agua y las substan-cias crasas o inflamables, respectivamente, los

miembros sublunares de la tétrada del mercurio —los primeros— y del azufre —los segundos—. Eléter y el fuego celeste constituyen los miembrossupralunares de las tétradas, extendiendose desdela Luna hasta las estrellas fijas. Finalmente el mer-curio y el azufre —en tanto que sustanciasnaturales— constituyen los elementos subterráneos

de cada una de las tétradas, tribus o familias76.

75 Ernán McMullin, The Concept of Matter in Modern Phi- losophy, cit. supra  nota 72, p. 27.

76 La tabla siguiente aparece en el artículo de GrahamRees, «Matter Theory: A Unifying Factor in Bacon’s NaturalPhilosophy», cit. supra  nota 13, p. 117.

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Tétrada 

del azufre

 IntermediosTétrada 

del mercurio

SUSTANCIAS TANGI-BLES (CON ESPIRITUSLIGADOS)

Azufre (subterráneo). Sales (subterráneas y en se-res orgánicos).

Mercurio (subterráneo).

Aceite y sustancias inflama- bles (terrestres) .

Jugo s de animales y plantas. Agua y sustancias noinflamables (terrestres).

SUSTANCIAS PNEUMA-TICAS.

Fuego terrestre (sublunar).Espíritus ligados animados einanimados (en materia tan-gible).

Aire (sublunar).

Cielo de las estrellas fijas. Eter (medio de los planetas).

L X

A  .E L E  NA 

Y M . J  .P A  S  C UA L 

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LXI

Aunque las tétradas baconianas guardan unagran similitud con el azufre y el mercurio que com- ponen los tria prima  paracelsianos, Bacon elimina

la sal, a la que considera un mero compuesto, unasubstancia más, integrada por el azufre y el mercu-rio naturales (como se afirma en la Teoría, p. 88, enla  Historia Sulphuris, Mercurii et Salis77 de 1622 oen la Sylva Sylvarum78 de 1626). Junto a ello, y másimportante, Bacon considera el azufre y el mercuriono como principios, sino como sustancias queactúan a modo de meras etiquetas que dan nombrea las tétradas de elementos que poseen virtudescomunes, una cierta afinidad en modo alguno mis-teriosa. Así, no hay principios sóficos y matricesinertes que actúen como receptáculos, sino cuerposmanifiestos y naturales a los que se accede diseccio-nando convenientemente los fenómenos y efectosnaturales que producen.

Los miembros de la tétrada del mercurio sonfríos, crudos, acuosos y noinflamables, mientrasque los miembros de la del azufre son cálidos, gra-sos , oleaginosos e inflamables, al modo como loeran los principios paracelsianos; el único correlato

en la teoría baconiana de aquellos elementosmatrices de Duchesne, son los cuerpos tangibles, y ello enla medida en que puedan discernirse de los espíritusligados que contienen. También como en el sistema

 paracelsiano de Duchesne, el fuego celeste y el éterson en las tétradas baconianas los fragmentos lige-ros de la destilación celeste del fuego y el agua

terrestres, respectivamente, pero nada tienen quever con la cuartaesencia  duchesniana.La teoría química de la materia de lord Veru

lam integra materia tangible y pneumática, así

11 Works,  II, pp. 8283.71 Works,  II, p. 459.

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LXII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

com o un a serie de sustancias interm edias que com - parten la na tu ra leza de los m iem bros sulfúreos ymercúricos, con el predominio de unos u otros, y

 poseen naturalezas tangibles o pneum áticas, com oaqué l los . S i en t re los miembros sub te r ráneos ,terrestres, sublunares o celestes de cada tétradaexiste una lucha sin descanso por el predominio,entre los distintos miembros de cada tétrada, seacual sea su sede, existe una cierta afinidad o con-senso, que los convierte —como dijimos— en inte-g r a n t e s d e u n a f a m i l i a . D o s s o n , p u e s , l a sconstantes de la teoría de la materia de Bacon: lalucha de los opuestos y el pacto entre éstos que dalugar a las sustancias intermedias. De este modo,los supuestos metafisicos del canciller impregnan ydirigen toda su filosofía especulativa, como G.Rees ha puesto de manifiesto79. La utilización delos mismos y de la teoría de la materia con finescosm ológicos es el pu nto de p ar tida de to d a la filo-sofía na tural bacon iana, que ab arca la astrono m ía,la física, la fisiología, la química, etc.

En la región sublunar, el aire y el fuego terres-tres luchan por el predominio, lo que hace que la

llama no persista entre nosotros y que de la luchade am bo s en los espíritus ligados, aflore la gen era-ción y destrucción que vemos por doquier; delmismo modo que en las entrañas de la Tierra elazufre y el m ercurio natu rales luchan p o r el p red o -m inio en la co nstitución de los m inerales y m etales,o que el agua y el aceite y las sustancias crasas

tratan de componer la materia tangible terrestre.M ientras tan to , en los cielos, la lucha entre el éter yel fuego sidéreo d a lugar a là form a y m ovim ientosde todos los cuerpos que allí se encuentran.

” G. Rees, «Matter Theory...», cit. supra nota 13, pp. 114115.

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LXII1

Cuantos más nos alejamos de la Tierra, mayores el do m inio y libertad con que a ctú an los espíritus puros. Así, el fuego celeste que conform a la sustan -

cia de los globos plan etarios y estelares, m anifiestade m od o m ás pu ro las cualidades que le son co nn a-turales (como la tendencia a adoptar una formaesférica y a moverse en forma circular y continua)en la esfera de las estrellas fijas; mientras ha deluchar con el éter , que domina el espacio interpla-netario, para mantener ese movimento, l legándose

a una situación de equilibrio en el medio estelar.Tal lucha explica tanto las irregularidades delmovimiento planetario (pues el éter reina en esaregión, logrando desviar a esas llamas celestes queson los plan etas de su m ovim iento n atu ral circular,o b l i g á n d o l o s a t r a z a r e l i p s e s ) c o m o a l g u n a scorrupciones de la l lama sidérea en las proximida-des de la Tierra, cuales son los cometas inferiores,las manchas solares y la aparente desigualdad delcuerpo de la Luna. Conforme nos acercamos a losconfines del universo, el pre do m inio pa sa a ser delfuego, con lo que las estrellas traz an su m ovim ientod iurn o sin pe rturbac iones, en un m edio en el que eléter va rindiéndose al poder de la llama.

Bacon construye su teo ría de la m ateria alrede-d o r de los principios astronó m icos de la un icentralidad del sistem a, la geo cen tricidad , el geo statism o,la unicida d del un iverso, su ca rác ter finito y la ine-xistencia del vacío, pues todo el espacio está ocu-

 p a d o p o r alguno de los m iem bros de las té tradas. Yel sistem a cinem ático celeste que m ejor se ad ap tab aal esquema de la teoría bitetrádica era sin duda elde alBifrüyl80, astrónomo andalusí que vivió en elsiglo XII y cuya única obra fue traducida al latín

80 Sobre la cinemática de alBi;rü\T, véase el artículo deJulio Samsó, «alBitrüji», en  Dictionary o f Scientific Bio-

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LXIV  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

 p o r M ichael Scot en 1217 bajo el títu lo de  De moti-  bus celorum circularibus.

En ella alBitrüyí reconstruía todo el movi-

m iento de los cielos a p ar tir del m ov im iento diu rn ode la esfe ra de las estrellas fijas, el cua l era tran sm i-tido esfera a esfera hasta el centro del sistema, con

 pérd ida de velocidad, de m odo que cu an to m áscercano se encontrara un cuerpo —planeta— a laT ierra, m ayo r era su retraso y m ayo r su desviacióndel m ovim iento circular perfecto de l primum mobile. Esa transmisión del movimiento diurno ralenti-zado llegaba en el sistem a de alB itrüÿ r ha sta laTierra misma, originando las mareas observablesen la m asa de las agua s, aun qu e dicho m ovim ientoera ya muy mortecino. No es de extrañar, portanto, que Bacon adopte esa explicación para darcuenta de los vientos constantes tropicales y delflujo y reflujo m arino s, au nq ue tam bién recu rra a lainfluencia lunar para explicar la marea mensual ysemimensual.

El m ovim iento d iurn o y único del fuego celestees trans m itido en el cosmos ba co nian o a través deléter y desde éste al aire y al ag ua , m iem bros am bo sde la misma tétrada y, por ello, capaces de unacierta simpatía o consenso. Durante un t iempo — com o decíam os an tes— pensó que tal m ovim iento p od ía tam bién transm itirse a la corteza terrestredan do origen en ella a un a latente tend encia ro tato -ria, ya lánguida y casi mortecina, que podía expli-car los terremotos y maremotos; s in embargo, puesto que su teoría de la transm isión del m ovi-m iento celeste actú a a través de sub stancias fluidas,¿cómo explicar que un sólido sum am ente rígido seasensible a tal m ovim iento? Finalm en te, B acon deci

graphy,  editado por C. C. Gillispie, Charles Scribner’s Sons, Nueva York, vol. XV: Supplement I, 1978, pp. 3336.

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LXV

dió descartar tal posibil idad, renunciando —conello— a d ar cu enta de los fenóm enos geológicos deeste modo.

Indudablemente e l s is tema baconiano contabacon serios problemas dinámicos difícilmente reso-lubles en u n estad io del desa rrollo científico en queapenas nada se conocía sobre e l comportamientofísico de los fluidos que integraban mayoritariam ente el universo pr op ue sto p o r la filosofía especu-lativa b aco nian a. Si a ello aña dim os las dificultades

 —ya com entadas— p a ra d a r cuenta de los nuevosdescubrimientos gali leanos, encontraremos razo-nes m ás que suficientes p ar a qu e la cau tela m etod o-lógica del canciller impusiera la no publicación delas obras que aquí presentamos. Ello no ha deentenderse como manifestación de escepticismoacerca de la potencialidad explicativa de la teoría

 b ite trád ica de la m ateria , ni acerca de la realidaddel sistema cinemático que defiende en la  Descrip ción  y la Teoría,  pues de hecho las referencias aambos pueblan una obra s í publicada, la  Instaura-  tio Magna.  Más bien ha de entenderse como lamera autoconcesión de un lapso para la reflexiónque hiciera posible la gra n restau ració n de las cien-cias a su un idad , ve rdad y fertilida d, signo del p od erhum ano sobre la N aturaleza, concedido po r Dios aAdán en el Paraíso.

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NOTA SOBRE 

LA PRESENTE EDICIONEsta edición castellana de la  Descripción del 

globo intelectual  y la Teoría del cielo  de FrancisB acon se ha llevado a ca bo a p a rtir de los originaleslatinos recogidos en la edición clásica de R. L.,Ellis, J. Spedding y D. D., Heath, The Works o f  

Francis Bacon  (Londres, 18571874; reimpresión p o r F rom m an V erlag, S tu ttg a r t/B ad C an n sta tt,1963), vol. III, cuya paginación hemos recogidoentre corchetes en los márgenes. Las referencias aotras obras de Bacon remiten igualmente a estaedición (citada siempre como Works),  si bien en elcaso de la  Instauratio Magna  — y en razón de su

m ayor accesibilidad— nos h a parecido convenientereferir también a la excelente edición castellana deM i g u e l A . G r a n a d a ( La Gran Restauración, Alianza, Madrid, 1985).

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B I B L I O G R A F I A *

I. OBRAS DE FRANCIS BACON

A) E d i c i o n e s   d e   r e f e r e n c i a

 — The Works of Francis Bacon, ed. por J. Spedding, R. L. Ellis

y D. D. Heath, 7 vols., Londres, 18571874; reimpresión enFromman Verlag, Stuttgart/Bad Cannstatt, 1963. — The Leiters and Life of Francis Bacon, including all his Occa- 

sional Works,  ed. por J. Spedding, 7 vols., Londres, 18611874; reimpresión en Stuttgart/Bad Cannstatt, 1963.

B) P r i n c i p a l e s   e d i c i o n e s  c a s t e l l a n a s

 — La gran restauración, ed. por M. A. Granada, Alianza, Ma-drid, 1985. — El avance del saber, ed. por M. Balseiro y A. Elena, Alianza,

Madrid, en prensa.

* Se han incluido en esta bibliografía aquellos títulos que,en nuestra opinión, presentan un mayor interés para el estudiode la obra de Bacon: dados los importantes avatares de lahistoriografía baconiana en los últimos años, no es casual que lamayor parte de tales títulos sea reciente. Asimismo, habidacuenta del carácter de esta edición, se hace cierto hincapié enaquellos referentes a la cosmología y la filosofía natural, noincluyéndose los dedicados a la proyección histórica del baco-nianismo. No se han desglosado los artículos que figuran enobras colectivas, consignadas siempre bajo el nombre del editor

del volumen.

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LXVIII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

 — Nueva Atlántida,  ed. por E. G. Estébanez, Mon dador i, Ma-drid, 1988.

 — Refutación de las filosofías, ed. por J. M. Artola y M. F. Pé-

rez, CSIC, Madrid, 1985. — Ensayos sobre moral y política, ed. por T. Brachet y A. RodaRivas, Universidad Nacional Autónoma de México, Méxi-co, 1974.

II. ESTUDIOS SOBRE FRANCIS BACON

A n d e r s o n , F. H.: The Philosophy of Francis Bacon, The University of Chicago Press, Chicago, 1948.

 — Francis Bacon: His Career and Thought, University of Sou-thern California Press, Los Angeles, 1962.

A s s e n z a , V. G.: «Bernardino Telesio: il migliore dei moderni.I riferimenti a Telesio negli scritti di Francesco Bacone»,

 Rivista Critica di Storia della Filosofía, 25 (1980), pp. 4178.Bo a s  H a l l , M.: «In Defence of Bacon’s Views on the Reform

of Science», The Personalist, 44 (1965), pp. 437453.D e l e u l e , D.: «Francis Bacon, alchimiste de l’esprit humaine», Etudes philosophiques,  3 (1985), pp. 289301.

De Mas, E.: Francesco Bacone da Verulamio: la filosofía dell'uomo,  Einaudi, Turin, 1964.

E p s t e in , J. J.: Francis Bacon: A Political Biography, Ohio Sta-te University Press, Athens (Ohio), 1977.

F a r r i n g t o n , B.: Francis Bacon, Philosopher of Industrial Science, AbelardSchumann, Nueva York, 1947; trad. cast.,Francis Bacon, filósofo de la Revolución industrial,  Ayuso^Madrid, 1971.

 — The Philosophy of Francis Bacon, Liverpool University Press,Liverpool, 1964.

F a t t o r i , M.: Lessico del «Novum Organum», Edizioni dell’Ateneo, Roma, 1980.

 — «Spiritus dans YHistoria vitae et mortis de Francis Bacon»,en M. Fattori y M. Bianchini (eds.), Spiritus. Quarto Collo- quio Internazionale del Lessico Intellettuale Europeo,  Edizio-ni dell’Ateneo, Roma, 1984, pp. 283323.

 — (ed.): Francis Bacon. Terminología e fortuna nel XVII secolo, Edizioni dell’Ateneo, Roma, 1984.

 — «La mémoire chez Francis Bacon»,  Etudes philosophiques, 3 (1985), pp. 349357.

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LXIX

G r a n a d a , M. A.: «Bacon y la  praeparatio mentis». Resurgimiento,  1 (1979), pp. 2943.

 —  El método y la concepción de la ciencia en Francis Bacon, 

Universidad de Barcelona, Barcelona, 1980. — «La reforma baconiana del saber: milenarismo cientifícista,magia, trabajo y superación del escepticismo», Teorema,  12(1982), pp. 7195.

H a r r i s o n , J. L.: «Bacon’s View of Rhetoric, Poetry and theImagination»,  Huntington Library Quartet,  20 (1957),

 pp. 107125.H a t t a w a y : «Bacon and “Knowledge Broken”: Limits for

Scientific Method», Journal of the History of Ideas, 39 ( 1978), pp. 183197.

H o r t o n , M.: «In Defence of Francis Bacon: A Criticism ofthe Critics of Inductive Method», Studies in History and  Philosophy of Science, 4  (1973), pp. 241178.

 — «Reply to Hattaway’s “Bacon’s Knowledge Broken”», Journal of the History of Ideas,  43 (1982), pp. 486504.

J a r d i n e , L.: Francis Bacon. Discovery and the Art o f Discourse, Cambridge University Press, Cambridge, 1974.K e l l y , S.: «Gilbert’s Influence on Bacon: A Réévaluation»,

Physis,  5 (1963), pp. 249258.K o c h e r  , P. H.: «Francis Bacon on the Science of Jurispru-

dence», Journal of the History of Ideas,  18 (1957), pp. 326.La f u e n t e , M. I.: «La reforma filosófica de Francis Bacon»,

en S. Onega (ed.),  Estudios literarios ingleses: Renacimien

to y Barroco,  Cátedra/Instituto de Estudios Ingleses, Ma-drid, 1986, pp. 437466.L a m a c c h i a , A.: «Una questione dibattuta: Probabili fonti

deirenciclopedia baconiana»,  Rivista di Storia della Filoso fía,  39 (1984), pp. 725740.

LARSEN, R. E.: «Tlie Aristotelianism of Bacon’s  Novum Organum», Journal of the History o f Ideas, 23 (1962), pp. 435450.

L e   D o e u f f  , M.: «L’idée d’un somnium doctrinae  chez Bacon

et Kepler»,  Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques,  47 (1983), pp. 553563.

 — «Un rationaliste chez Augias (de la force de l'imaginationdans la Sylva Sylvarum»), Etudes philosophiques,  3 (1985), pp. 325334.

 — «L’homme et la nature dans les jardins de la science», Revue  Internationale de Philosophie,  40 (1986), pp. 359377.

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LXX  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

L e  D o e u f f  , M., y L l a s e r a , M.: «Voyage dans la pensée baro-que», Postface à F. Bacon,  La Nouvelle Atlantide,  Payot,Paris, 1983, pp. 89220.

L e m m i , C. W.: The Classical Deities in Bacon, The Johns Hop-kins University Press, Baltimore, 1933.L e v i, A.:  Il pensiero di Francesco Bacone e la filosofía naturale 

del Rinascimento,  G. B. Paravia, Turin, 1925.L i n d e n , S. J.: «Francis Bacon and Alchemy: The Reformation

of Vulcan»,  Journal of the History of Ideas,  25 (1974), pp. 547560.

M a c c i o , M.: « A proposito delFatomismo nel Novum Organum di Francesco Bacone», Rivista Critica di Storia della Filoso

 fía,  17 (1962), pp. 187196.M a l h e r b e , M.: «L’induction des notions chez Francis Ba-

con»,  Revue Internationale de Philosophie, 40 (1986), pági-nas 427445.

M a l h e r b e , M ., y P o u s s e u r  , J. M. (eds.): Francis Bacon: Science et Méthode,  Vrin, Paris, 1985.

P a r k  , Κ .: «Bacon’s “Enchanted Glass” »,  Isis,  75 (1984), pp. 290302.

P o u s s e u r  , J. M.: «De l’interprétation: une logique pour l’in-vention»,  Revue Internationale de Philosophie,  40 (1986), pp. 378398.

 — Francis Bacon,  Vrin, Paris, 1988.P r i o r  , M. E.: «Bacon’s Man of Science», Journal of the History 

of Ideas,  15 (1954), pp. 123132.Q u i n t o n , A.: Francis Bacon, Oxford University Press, Oxford,1980; trad. cast., Francis Bacon,  Alianza, Madrid, 1985.

R a b b , T. Κ.: «Francis Bacon and the Reform of Society», enT. K. Rabb y J. E. Siegel (eds.),  Action and Conviction in 

 Early Modem Europe, Princeton University Press, Princeton(N. J.), 1969, pp. 169193.

R a v e t z , J. R.: «Francis Bacon and the Reform of Philosophy»,

en A. G. Debus (ed.), Science, Medicine and Society in the  Renaissance,  Science History Publications, Nueva York,1972, vol. 2, pp. 97117.

R e e s , G.: «Francis Bacon’s SemiParacelsian Cosmology», Ambix,  22 (1975), pp. 81101.

 — «Francis Bacon’s SemiParacelsian Cosmology and theGreat Instauration», Ambix, 22 (1975), pp. 161173.

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 ESTUDIO PRELIMINAR  LXXI

 — «The Fate of Francis Bacon’s Cosmology in the SeventeenthCentury»,  Ambix,  24 (1975), pp. 161173.

 — «Matter Theory: A Unifying Factor in Bacon’s Natural Phi

losophy», Ambix,  24 (1977), pp. 110125. — «Francis Bacon on Verticity and the Bowels of the Earth»,

 Ambix,  26 (1979), pp. 201211. — «Atomism and “Subtlety” in Francis Bacon’s Philosophy»,

 Annals o f Science,  37 (1980), pp. 549571. — «An Unpublished Manuscript by Francis Bacon: Sylva Syl- 

varum  Drafts and Other Working Notes»,  Annals of Scien

ce,  38 (1981), pp. 377412. — «Francis Bacon and “spiritus vitalis”», en M. Fattori y M.Bianchini (eds.), Spiritus. Quarto Colloquio Internazionale del Lessico Intellettuale Europeo,  Edizioni dell’Ateneo, Ro-ma, 1984, pp. 265281.

 — «Francis Bacon’s Biological Ideas: A New Manuscript Sour-ce», en B. Vickers (ed.), Occult and Scientific Mentalities in the Renaissance,  Cambridge University Press, Cambridge,

1984, pp. 297314. — «Quantitative Reasoning in Francis Bacon’s Natural Philo-sophy»,  Nouvelles de la République des Lettres,  1 (1985), pp. 2748.

 — «Mathematics and Francis Bacon’s Natural Philosophy», Revue Internationale de Philosophie,  40 (1986), pp. 399426.

R e e s , G., y U p t o n , C.: Francis Bacon*s Natural Philosophy: A  New Source, The British Society for the History of Science,Chalfont St. Giles, 1984.

Rossi, P.: Francesco Bacone: dalla magia alla scienza,  Laterza,Bari, 1957.

 — «Sul carattere non utilitaristico della filosofía di FrancescoBacone»,  Rivista Critica di Storia della Filosofía,  12 (1957), pp. 2241; trad. cast. como apéndice a P. Rossi, Los filósofos  y las máquinas (1400-1700),  Labor, Barcelona, 1966, pági-nas 139161.

 — «Bacone e la Bibbia»,  Archiwum Historii Filozofii i mysli spolcznej  (1966); reimpreso en P. Rossi, Aspetti della rivolu-  zione scientifica,  Morano Editore, Nápoles, 1971, pp. 5382.

 — «Venti, maree, ipotesi astronomiche in Bacone e in Galilei»,en Aspetti della rivoluzione scientifica, Morano Editore, Ná- poles, 1971, pp. 151222.

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LXXII  A. ELENA Y M. J. PASCUAL

S t e p h e n s , J. W.: Francis Bacon and the Style of Science,  TheUniversity of Chicago Press, Chicago, 1975.

V i a n o , C. A.: «Esperienza e natura nella filosofía di Francesco

Bacone»,  Rivista di Filosofía,  45 (1954), pp. 291313.V i c k e r s , B.: Francis Bacon and Renaissance Prose, CambridgeUniversity Press, Cambridge, 1968.

 — (ed.):  Essential Articles for the Study of Francis Bacon,  Ar-chon Books, Hamden (Conn.), 1968.

W a l k e r  , D. P.: «Francis Bacon and Spiritus», en A. G. Debus(ed.), Science, Medicine and Society in the Renaissance, Scien-ce History Publications, Nueva York, 1972, vol. 2, pági-

nas 121130.W a l l a c e , K. R.: Francis Bacon on Communication and Rheto- 

ric,  The University of North Carolina Press, Chapel Hill(N. C.), 1943.

 — Francis Bacon on the Nature of Man: The Faculties of Man's Soul,  The University of Illinois Press, Urbana (111.), 1967.

W e in b e r g e r  , J.: Science, Faith and Politics. Francis Bacon 

and the Utopian Roots of Modern Science, Cornell UniversityPress, Ithaca (N. Y.), 1985.W e s t , M.: «Notes on the Importance of Alchemy. to Modern

Science in the Writings of Francis Bacon and Robert Boyle», Ambix,  9 (1961), pp. 102114.

W h i t a k e r  , V. K.: «Francesco Patrizi and Francis Bacon»,Studies in Literary Imagination,  4 (1971), pp. 107120.

W h i t e , H. B.: Peace among the Willows: The Political Philoso

 phy of Francis Bacon,  Martinus Nijhoff, La Haya, 1968.W h i t n e y , C.: Francis Bacon and Modernity,  Yale University

Press, New Haven, 1986.Z e t t e r b e r g : «Echoes of Nature in Solomon’s House», Jour

nal of the History of Ideas,  43 (1982), pp. 179193.

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DESCRIPCION DEL GLOBO 

INTELECTUAL1

1 El globo intelectual al que, por contraste con el globo material  (el globo terráqueo), hace referencia Bacon no es sino elmundo del conocimiento y de las ideas. Además de dar título aeste opúsculo, dicho término reaparecerá en otros pasajes de laobra de Bacon, particularmente en  Novum organum, Distributio operis y I, 84 (Works,  I, pp. 134 y 191 \ La Gran Restaura

ción,  pp. 63 y 139).

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CAPITULO I

 División de todo el saber humano en historia,  poesía y filosofía, conforme a las tres facultades  de la mente: memoria, imaginación y razón.  La  misma división es también válida en teología; el  

 recipiente (esto es, el entendimiento humano) es el mismo, aunque varíen la materia y la vía de  acceso.

Adopto una división del saber humanoque se ajusta a las tres facultades del entendi-miento. Así, son tres sus partes: historia, poe-

sía y filosofía. La historia se refiere a lamemoria; la poesía, a la imaginación; y la filo-sofía, a la razón2. Por poesía no entiendo aquí

2 Bacon comienza presentando la división de las cienciasque ya expusiera en el libro segundo de The Advancement of   Learning (1605), clasificación que sin apenas variación se repe-tirá en la edición latina ampliada de esta obra, De dignitate et  augmentis scientiarum (1623), libros IIVIII (Works, I, pp. 485828) y a la que se remite en la Distributio operis de la Instaura- tio magna (1620). Como en ésta puede leerse, la primera partede la  Instauratio  debía exponer «la summa  o descripciónuniversal de la ciencia» (Works,  I, pp. 135; La Gran Restauración, pp. 6263). A modo de fundamento de la clasificación delsaber, Bacon se sirve de la división galénica de las facultadesintelectuales en imaginación, memoria y razón, que había sido

 popularizada recientemente por la obra de Juan Huarte  Exa-

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4 FRANCIS BACON 

sino una his tor ia f ic t ic ia3. La his tor ia seocupa de las cosas, cuyas impresiones consti

men de ingenios para las ciencias (Pamplona, 1578). Según Kat-herine Park [«Bacon’s “Enchanted Glass” », Isis, 75 (1984), p.294], hay suficientes indicios para poder afirmar que Baconconoció la obra de Huarte, aunque, si ello es cierto, hubo demanejar alguna versión latina de la misma, toda vez que latraducción inglesa de Edward Bellamy no vio la luz hasta1608. No obstante, como Bacon apunta en la  Distributio operis,  «no debe asombrar en modo alguno el que de vez en

cuando nos apartemos de las divisiones usuales de las cien-cias», pues las que él presenta «no sólo comprenden lo yadescubierto y conocido, sino cosas omitidas y pendientes hastaahora, pues al igual que en el globo terrestre también en elglobo intelectual se encuentran territorios cultivados y desier-tos» (Works,  I, p. 134;  La Gran Restauración, p. 63). Si bienesta Primera Parte de la Instauratio magna nunca fue escrita, elhecho de que Bacon retome en  De augmentis  la división

expuesta en la  Descripción  y el  Advancement   —no modifi-cando, pues, sus opiniones al respecto a lo largo de toda sucarrera— nos autoriza a suponer que hubiera permanecidoincólume en aquélla.

3 Bacon considera aquí la poesía como una historia ficticia  producto de la imaginación {phantasia), si bien no la única, taly como su tratamiento de la imaginación como facultad dejaentrever. Katherine Park («Bacon’s “Enchanted Glass” », pp.294 y 297299) y Lisa Jardine (Francis Bacon; Discovery and the 

 Art of Discourse,  Cambridge University Press, Cambridge,1974, pp. 59 y 6869) han puesto de relieve cómo la imagina-ción cumple además una importante labor en el proceso dedescubrimiento tanto de nuevas ideas como de las ocultascorrespondencias y simpatías existentes entre las cosas. En la

 Descripción del globo intelectual Bacon no entra a considerarlos distintos tipos de poesía de que tratara en el Advancement,II, 4 (Works, III, p. 344) y el De augmentis,  II, 13 (Works, I, pp.

517521) —a saber, narrativa, dramática y parabólica—, peroen otros textos subrayará la importancia de la poesía parabó-lica como medio de comunicación y recurso retórico de granrelevancia para la praeparatio mentis. Por otra parte, el hechode que en la Descripción no se detenga Bacon a considerar conmás detalle la poesía no resulta extraño a la luz de su ambiguaactitud hacia ésta y hacia la facultad que la produce (la imagi-nación); en efecto, si nos atenemos a la doctrina baconiana de

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL 5

tuyen los primeros y más antiguos huéspedesde la mente humana, así como la mater ia

 p rim a del conocim ien to . La m ente h u m ana

es tá con t inuamen te e j e rc i t ándose —y aúnJu g an d o — con es tos obje tos y con este m ate-rial; com o qu iera que tod o el conoc imiento n oconsiste sino en la ejercitación y la operaciónde la mente, cabe pues considerar a la poesíacomo ese juego. En la filosofía la mente estáaferrada a las cosas, mas en la poesía se halla

libre de tales cadena s y pu ede diva ga r y fingirlo que le plazca. Esto es evidente para cual-quiera que se interrogue, aunque sea de unam an era ingen ua y ac rítica, p o r el origen de lasimpresiones intelectuales. Pues las imágenesde los objetos son recibidas por los sentidos yson luego fi jadas en la memoria, pasando ensu integridad a ésta en el momento mismo enqu e se pro du ce n. E nton ces la m ente las revivey trae a la memoria y —conforme a lo que essu legítimo cometido— compara y separa las

 p arte s en que consisten. E n efecto, los d istin-tos ob jetos t ienen algo en com ún los uno s conlos otros, así como algo diferente y variado.

los espíritus, la imaginación no es una facultad del alma racio-nal, sino que es compartida por el hombre y las .bestias. Acercade este tema y de las numerosas polémicas suscitadas entre losestudiosos de la teoría baconiana de la imaginación puedeverse: Karl R. Wallace, Francis Bacon on the Nature o f Man: the Faculties of the Soul, The University of Illinois Press, Urbana,

1967; Eugene P. McCreary, «Bacon’s Theory of ImaginationReconsidered»,  Huntington Library Quarterly,  36 (1973);Miguel A. Granada, «Bacon y la praeparatio mentis»', Resurgimiento (1979); John M. Cocking, «Bacon’s View of Imagina-tion», y Marta Fattori, «‘Phantasia’ nella classificazione baco-niana delle scienze», ambos en Marta Fattori (ed.), Francis 

 Bacon. Terminología e fortuna netXVIIsecolo, Edizionidell’ Ate-neo, Roma, 1984.

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6 FRANCIS BACON 

Ahora bien, esta composición y separación puede llevarse a cabo según desee la mente o bien ajustándose a lo que se da en la realidad.

[728] Si es segú n desea la m ente y tales p arte s soncaprichosamente t ransformadas a semejanzade un determinado objeto, entonces estamosante un a operación de la im aginación, la cual — al n o estar som etida a n inguna ley ni a lanecesidad de la naturaleza o de la materia—

 puede un ir lo que en la n a tu ra leza no se da

sino separado y, por el contrario, separarcosas que en la naturaleza siempre están uni-das. D ebe, n o ob stante, ajustarse a esas partes p rim ordiales de las cosas, puesto que de loque nunca ha sido objeto de los sentidos no

 puede h abe r ni im aginación, ni tan siquiera unsueño. En cambio, cuando estas mismas par-

tes de las cosas se componen y separan deacuerdo con la realidad y tal como se dan enla naturaleza (o, al menos, tal y como a loshombres les parece que se dan), entonces es larazón la que actúa y a ella ha de atribuirsetod a operación de esta índole. P or lo tan to, esevidente que d e estas tres fuentes d erivan estostres productos: historia, poesía y filosofía, asícomo el hecho de que no pueda haber otrosdistintos de estos tres. Pues en la filosofía yoincluyo todas las artes y las ciencias; todo loque, en u na p alabra , ha s ido com puesto po r lamente a partir de los objetos dados y elabo-rado en nociones generales4.

4 Bacon engloba todas las artes y las ciencias en el marco dela filosofía, que concibe como la verdadera interpretación de la naturaleza',  de ella debía de haber tratado la sexta y última parte de la  Instauratio magna,  que Bacon tampoco llegó acomponer, y en la que ciencia y poder  humanos vendrían a ser 

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  7

En el caso de la teología no creo que seanecesaria una clasificación distinta de ésta, pues, aun que la inform ación proceden te de la

revelación y de los sentidos d ifiere claram entetanto en la mater ia misma como en la vía deacceso, la m ente h u m an a no d eja de ser un a yla misma; es, simplemente, como si se virtie-ran líquidos distintos a través de diferentesembudos, pero s iempre en un mismo reci- p iente. E n consecuencia, sostengo que la teo -

l o g í a c o n s i s t e e n h i s t o r i a s a g r a d a o e n p recep tos y dogm as divinos (a m odo de u n afilosofía perenne). Y aquella parte que pareceescap ar a esta división — a saber, la profecía—no es sino una especie de historia en la que,con la prerrogativa de la divinidad, puedenconjugarse las distintas épocas, y la narración

de los hechos puede preceder a éstos; por lodem ás, la form a de enun ciar las profecías p o rmedio de visiones y de los dogmas divinosmediante parábolas part ic ipa de la poesía .

CAPITULO II

 División de la historia en natural y civil, quedando la historia literaria y eclesiástica subsu- midas bajo esta última. División de la historia

en realidad una y la misma cosa. No obstante, fragmentosdispersos en las obras de Bacon permiten reconstruir en quéhabría de consistir esa filosofía segunda', de gran interés son lasobservaciones que a este respecto hace Graham Rees en su«Francis Bacon's SemiParacelsian Cosmology and the Great   Instauration», Ambix, 22 (1975), mostrando adecuadamente laconfluencia de método y filosofía especulativa en la obra deLord Verulam.

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8 FRANCIS BACON 

natural en historia de las generaciones, las generaciones irregulares y las artes, siguiendo a los tres estados de la naturaleza, a saber, libre, extraviada y constreñida5.

La historia o es natural, o es civil. En lahistoria natural se refieren los hechos y lasoperaciones de la naturaleza, en tanto que en

[729] la historia civil lo son los de los hombres. Ladivinidad se revela sin duda en ambas clases

de historia, pe ro m ás en la de los hom bres; dehecho, y au nq ue esté ad scrita a la civil, co ns ti-tuye un tipo específico de h istoria que co nve n-drem os en llam ar historia sag rad a o eclesiásti-ca. Comenzaré, no obstante , hablando de lahistoria natural .

La historia natural no se ocupa de lascosas aisladas. Y no es que me equivocaraantes al afirmar que esta historia versa acercade los objetos inscritos en el espacio y en eltiempo, pues efectivamente es así; lo quesucede es que, al darse tan gran des sem ejanzasentre las cosas de la naturaleza (de maneraque si conoces una, las conoces todas), resul-tar ía desmedido y aun interminable ocupar-nos de ellas u n a p o r una. Sin em ba rgo , es fácilco n statar que allí don de n o se d an tales sem e

5 Esta misma división aparece en el Parasceve ad historiam naturalem et experimentalem,  I (Works,  I, p. 395;  La Gran 

 Restauración,  pp. 370371) y se repite en  De augmentis,  II, 1(Works,  I, p. 496); como Bacon insistentemente subraya, taldivisión no es en modo alguno accidental, sino que responde alos tres estados diferentes en que puede darse la naturaleza.Sobre la concepción baconiana de la naturaleza y de la rela-ción del hombre con ella puede verse Mich'ele Le Doeuff,«L’homme et la nature dans les jardins de la science», Revue  Internationale de Philosophie,  40 (1986).

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL 9

 janzas, la h is to ria n a tu ra l tiene que ocuparsede las cosas pa rticulare s, es dec ir, de aqué llasque no consti tuyen una determinada clase o

grupo. Pues, en efecto, del Sol, la Luna, laTierra y otras cosas únicas en su especie, es

 perfectam ente legítim o com po ner u n a h isto-ria. Y no menos legítimo es componerlas decuanto se desvía de su norma para const i tuir p rodigios, ya que en ta l caso la descripción yel con ocim iento de la especie m isma no son ni

adecuados ni suficientes. Así pues, la historiana tura l no rechaz a estas dos clases de ob jetos,aun qu e — com o ya se ha dicho— se ocupe po rlo general de las especies.

La división de la historia natural se haráconforme a la fuerza y a la condición de la p rop ia natu ra leza , que puede hallarse en tresestados distintos, som etida — p o r así decir— atres regímenes diferentes. Puede encontrarseen libertad, desplegada a su aire y operandoen su forma acostumbrada, por s í misma, s inque nada le afecte ni constriña, como sucedeen los cielos, los animales, las plantas y elcuadro entero de la naturaleza. Puede tam- bién verse constreñida y ap a rta d a de su cursonormal en razón de una naturaleza contumazy rebelde que p erm ite lo an óm alo y extrao rdi-nario, o por la fuerza de los impedimentos,como sucede en el caso de los monstruos yheteróclitos de la naturaleza. Y, por último,

 puede ser dom in ada , m odelada, y aún com - p letam ente m odificada h asta casi recrearla p o r el a rte y el trab a jo hum anos, exactam enteigual que en las cosas artificiales; pues, enefecto, en la,s cosas artificiales parece como sila na turalez a fuera recreada en una nueva dis- posición de los cuerpos, com o si se tra ta ra de

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10 FRANCIS BACON 

un universo distinto. Por lo tanto, la historianatural se ocupa o bien de la naturaleza enlibertad, o bien de sus desvarios y con striccio-

nes. Y si a alguien molesta que a tales opera-ciones se les denomine constricciones de lanaturaleza, creyéndose más bien l lamados aser sus libe rtado res y defensores (pues en algu-nos casos , a l e l iminar los impedimentos ,hacen que se preserve el orden de la natura-leza y que ésta siga su propio curso), por mi

 parte no hab ré de p reocuparm e p o r estos refi-nam ientos y ornam entos del discurso. C ua ntoquiero decir es que la naturaleza, como Pro-teo, se ve com petida p o r el arte a com po rtarsecom o no lo ha ría de no m ediar el co ncu rso deéste; si esto es fue rza y cons tricc ión , o bienay ud a y perfección, que cad a cual lo considere

como le plazca6. Así pues, dividiremos la his[730] toria natural en historia de las generaciones,

historia de las generaciones irregulares e his-toria de las artes, recibiendo esta últ ima tam-

 b ié n e l n o m b re de h is to r ia m e c á n ic a oexperimental.

Por mi parte , t iendo más bien a contem- p la r la h isto ria de las a rtes com o u n a clase dehistoria natural7. Ciertamente es costumbre

6 Veanse Parasceve, V (Works,  I, p. 399; La Gran Restauración, p. 376) y la interpretación de dicho mito en De sapientia veterum,  XIII ( Works,  VI, pp. 651652).

7 Sobre la concepción baconiana de esa historia mecánica o

experimental puede verse Paolo Rossi, Francesco Bacone; dalla magia alia scienza,  Laterza, Bari, 1957 (en adelante citadosiempre por la 2* ed., Einaudi, Turin, 1974, pp. 365), así comoMiguel A. Granada, «La reforma baconiana del saber: milenarismo cientificista, magia, trabajo y superación del escepti-cismo», Teorema,  12 (1982), pp. 8184. La relación de Baconcon la tradición artesanal de la época es también adecuada-mente estudiada en la tesis doctoral inédita de A. Pérez

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  1I

h ab lar del arte com o si se trata ra de algo dife-rente de la naturaleza, de modo que las cosasnaturales y las artificiales por ser totalmente

distintas, habrían de ser separadas; ese es elmotivo por el que la mayor parte de quieneshan escrito sobre la historia natural creyeronsuficiente compilar historias de los animales,las plantas o los minerales (que son, conm uch o, las más im po rtantes p ara la filosofía).Y no sólo eso, pues to qu e en las m entes de los

hombres t iene cabida un error mucho mássutil, a sabe r, co nsid erar el arte com o un m eroaditamento de la naturaleza, capaz de con-cluir lo que ésta comienza o de corregirla ensus desvarios, mas nunca de introducir cam-

 bios radicales en la m ism a ni de conm over susfundamentos. Tal prejuicio ha introducido el

mayor de los pes imismos en los asun tosh u m a n o s . Lo s h o m b r e s , p o r e l c o n t r a r i o ,debe rían estar profund am ente convencidos deque las cosas artificiales difieren de las n a tu ra -les tan sólo en su causa eficiente —no en laesencia ni en la forma— y de que el único po d er que sobre la na tu ra leza tiene el hom brees el del movimiento (esto es, reunir o separarlos cuerpo s naturales), produ ciéndo se todo lodem ás p o r efecto de la prop ia naturaleza. Po rconsiguiente, allí donde es posible mover enuno u otro sentido los cuerpos naturales, elhombre y el arte pueden hacerlo todo; si tal

 posib ilidad no les es d ada , n ad a pueden hacer.Por lo demás, siempre que sea factible estegénero de movimiento necesario para produ-cir cua lquier efecto, po co im po rta q ue sean el

Ramos, Francis Bacon's Idea o f Science and the Maker’s Knowledge Tradition,  Universidad de Cambridge, 1982.

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12 FRANCIS BACON 

hombre y el arte quienes los produzcan o lanaturaleza por sí sola: no es mayor el poderdel uno que el del otro. D e este m od o, cuand o

un hombre reproduce el arco ir is sobre una pared salp icada con agua , la natu ra leza ac tú aexactamente igual que cuando lo produce enel aire a p ar tir de un a nube húm eda; y cua ndose halla oro puro en la arena es porque lanaturaleza lo ha depurado por sí misma, tal ycomo podrían hacerlo el hombre y el ingenio

humano. En otras ocasiones la ley del uni-verso quiere que sean otros animales los querealicen ese trabajo; así la miel, que es fabri-ca d a p o r la abe ja, no es m enos artificial que elazúcar, que es hecho p o r el hom bre, m ientrasque en el m aná (que es algo parec ido) la n atu -raleza se basta y se sobra. En consecuencia, yda do que la n aturaleza es una y la m ism a, quesu poder se aplica a todas las cosas y que

 jam ás reniega de sus princip ios, no cabe du d a[731] de que tan subordinados a ella se han de con-

siderar su curso ordenado, sus extravíos o elarte, que no es o tra cosa más que la op eraciónde la naturaleza con el concurso del hombre.Esa es la raz ón de que tod as estas cosas de ba nincluirse en la historia natural en una mismarelación continua, tal y como ya en ciertomodo hic iera P l in io8 , quien concib ió de

* Bacon se refiere a la  Historia naturalis de Plinio el Viejo,una de las principales fuentes de información de Bacon a la

hora de compilar la Sylva Sylvarum y otras historias naturalesespecificas: Aristóteles, Acosta, Della Porta, Cardano, Patrizio Telesio son sus habituales complementos en este punto.Acerca del tratamiento de tal información por parte de Bacon,

 pues en absoluto se trató de una asimilación acrítica, véaseGraham Rees, «An Unpublished Manuscript by FrancisBacon: Sylva Sylvarum  Drafts and Other Working Notes»,

 Armais o f Science,  38 (1981).

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  13

manera adecuada la his tor ia natural , pero nosupo llevarla a cabo como correspondía. Seaésta, pues, la primera parte de la historia

natural .

CAPITULO III

 División de la historia natural de acuerdo con su uso y finalidad, siendo el más noble de sus fines servir de fundamento a la filosofia; por esta ra

 zón es preciso diseñar una historia adecuada a tales fines.

La his tor ia natural , cuyo objeto —comoya se dijo— es triple, tiene en cam bio un doble

uso; p uede servir pa ra con oce r aquellas cosasde que ha de ocuparse o como mater ia pr ima

 p a ra la filosofía. A h o ra bien, el m ás noble delos fines de la historia natural consiste, sindu da , en prop orc ion ar el m ater ia l básico p arala legítim a y verda dera inducción, extrayendode los sentidos la información necesaria parael intelecto. Aquella otra clase de historian atura l que n o aspira sino a en tretene r graciasa la amenidad del relato o a contribuir a laejecución de los experimentos, y que única-mente se cultiva con vistas a obtener taldeleite o beneficio, es ciertamente inferior y,en su g énero, m ucho m enos valiosa que la queestá cualif icada para servir de adecuada pre- parac ión p a ra la construcción de la filosofía.Pues ésta es la historia natural que constituyeun fund am ento sólido y eterno p ara la verda-dera y activa filosofía y la que confiere el pri-mer destello a la pura y auténtica luz de la

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14 FRANCIS BACON 

naturaleza. El hecho de que haya sido olvi-dada, en lugar de haberse fomentado, explica p o r qué lam entablem ente han p ene trad o en

nosotros, por así. decir, esas huestes de espec-tros y reinos de sombras que revolotean entorno a las filosofías hasta el funesto extremode h acerlas de tod o p un to estériles en o b ra s9.

Pero yo afirmo y doy fe de que no existeaún u na his tor ia natu ral cabalm ente adecu adaa este fin, sino que tal cosa se echa en falta y

ha de contarse entre sus débitos. Y que nadiequede tan des lum brado po r los grandes nom -

 bres de los antiguos o los volum inosos librosde los modernos como para pensar que estaqueja mía es injustificada. Sé perfectamenteque disponemos de una vasta, variada y amenudo curiosa historia natural , mas está

repleta de fó rm ulas, ideas ran cias, citas y op i-niones de autores, consejos, vacías disputas ycontroversias , palabrer ía y ornamento (mu-cho más propias de conversaciones de hom

[732] bres doctos en banquetes y veladas nocturnasque d e la institución de la filosofía) qu e cie rta-mente a nada mejor han de conducir . Parececomo si se prefiriera la elocuencia al sólido y

* La idea·, concebida por Bacon en el Advancement  y luegoretomada en el  De augmentis, de elaborar una historia títera- rum a modo de historia de las ideas y de la cultura le permitirádesarrollar en distintos pasajes de su obra una teoría de los

signa  o criterios para determinar el valor de los diferentessistemas filosóficos, siendo el más importante la fecundidad oesterilidad de estos últimos en frutos y obras. Véanse, porejemplo, los pasajes relevantes de la Redargutio philosophiarum de 1608 (Works  III, p. 577) y el  Novum Organum,  I, 7177(Works,  I, pp. 181186; La Gran Restauración, pp. 124131), asícomo las interesantes reflexiones de Paolo Rossi, Francesco 

 Bacone,  pp. 8286.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  15

fidedigno registro de los hechos 10. Además,tam po co sirve de m ucho c ono cer o registrar laextraordinaria variedad de flores, como el

lirio o el tulipán, o de conchas, o perros, oaves de presa, ya que este tipo de enfoque noconstituye sino una especie de pasatiempo odiversión que apenas si se acerca a la natura-leza de las cosas pues, aunque entrañe unnotable conoc im iento de éstas, la inform aciónque p ro p o rc ion a a las ciencias es m uy escasa y

un tanto inútil. Sin embargo, éstas son lascosas de las qu e se jac ta la histo ria n atu ral a laque e s t amos acos tumbrados , l a cua l , t an

 p ro n to se p ierde en cuestiones superfluas oque no le competen, como omite o t ra tasuperficialmente aquellas otras que consti tu-yen sus principales y más sólidos pilares. En

efecto, ni la investigación llevada a cabo ni elmaterial compilado se ajustan o adecúan enm odo alguno al fin que he apu ntad o, a saber,la construcción de la filosofía, tal y como seaprecia con m ayor c lar idad en las ram as p art i-culares de ésta y , sobre todo, comparando lahis tor ia cuya descripción ah ora prop on go con

la que hasta el momento tenemos11.

10 Sobre la critica baconiana a la retórica tradicional y sureelaboración en un arte del discurso confluyente con el arte del descubrimiento,  véanse Karl R. Wallace, Francis Bacon on Communication and Rhetoric,  University of North CarolinaPress, Chapel Hill, 1943, y, muy especialmente, Paolo Rossi,Francesco Bacone,

  pp. 301355.11 Sobre la concepción baconiana de la historia natural encontraposición a la idea tradicional de una mera colección dehechos azarosamente reunidos, puede verse  Novum Organum, I, 98100 {Works,  I, pp. 202203;  La Gran Restauración,  pp.155157). Sobre el concepto baconianode experientia literata y su relación con la historia natural, véase Lisa Jardine, “Expe-rientia literata ou Novum Organum? Le dilemme de la mé-

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16 FRANCIS BACON 

CAPITULO IV

Comienzo de un tratado en el que se muestra  cómo debería ser esta historia que precisamos,  a saber, la historia natural que ha de servir para la construcción de la filosofía. Con objeto de que la explicación sea más clara se ofrece en 

 primer lugar una división dé la historia de las 

 generaciones, que consta de cinco partes: pri mera, la historia de los cielos; segunda, la histo ria de los meteoros; tercera, la historia de la  tierra y del mar; cuarta, la historia de los cole gios mayores, o elementos y masas; y quinta, la  historia de los colegios menores, o especies. La  historia de las virtudes primarias se pospone 

 hasta haber completado la explicación de esta  primera división de las generaciones, las gene raciones irregulares y las artes12.

thode scientifique de Bacon”, en Michel Malherbe y JeanMariePousseur (eds.), Francis Bacon; Science et Méthode, Vrin, Paris1985; también son interesantes las observaciones de KatherinePark, «Bacon’s ‘Enchanted Glass’», pp. 297298.

12 Para Bacon la teoría de las virtudes o naturalezas simples que componen los cuerpos sensibles es anterior a la historianatural en el orden de los principios (pues en ella se sustenta lateoría de la materia que constituye el fundamento de todo susistema cosmológico), pero es ulterior en el orden de descubri-miento (es decir, en el método). El programa de elaboración deuna historia de las virtudes se describe en el  Novum Organum (Works,  I, p. 142; La Gran Restauración, p. 72), mientras que el

 Abecedarium novum naturae  —un opúsculo cuyo manuscritointegro acaba de ser descubierto en la Biblioteca Nacional dePäris (Ms, Fonds Français η. 4745)— debía de consistir preci-samente en la ordenación y clasificación de tales virtudes; véaseGraham Rees, “Bacon’s Philosophy: Some New Sources withSpecial Reference to the  Abecedarium novum naturae”, enMarta Fattori (ed.), Francis Bacon, Terminología e fortuna nel 

 XVII secolo, ya cit.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  17

A unq ue ciertamen te no me juzgo capaz decom pletar p o r mí m ism o esta clase de historiatan ignorada por los demás, no puedo sino

asumir personalmente la tarea ya que cuantom ás accesible sea algo al ingenio de cada cual,m ay or es el peligro de que se desv irtúe m i pla n(por eso se incluye como tercera parte de mires taurac ión)13 . S in embargo , pa ra podermantenerme fiel a mi proyecto de ofrecer 

[733] aquellos ejemplos o explicaciones de cuanto

aún falta, y no menos para que algo puedasalvarse en el caso de mi fallecimiento, consi-dero oportuno exponer ahora mi opinión y parecer sobre to das estas cosas.

D ivido la historia de las generaciones — es-to es, de la naturaleza libre— en cinco par-tes. La primera es la historia del éter. La

13 Cuando Bacon redacta la Descripción del globo intelectual tiene ya cincuenta años, pero todavía parece sentirse capaz dellevar a cabo la tarea que él mismo se ha propuesto; sinembargo, ocho años más tarde, al escribir el Novum Organum,I, 130 (Works,  I, p. 223;  La Gran Restauración, pp. 185186),comprenderá que no dispone de tiempo suficiente para hacerloy decidirá cambiar su estrategia y confeccionar algunos mode-los de historias naturales que pudieran guiar a çuantos se mos-traran dispuestos a contribuir a la gran restauración de laciencia y el poder humanos (acerca de la importancia de dichoaforismo, véase Benjamin Farrington, Francis Bacon, filósofo de la revolución industrial, Ayuso, Madrid, 1971, pp. 137138).La urgencia de tal tarea, frente a la anterior insistencia en laelaboración del nuevo método, aparece asimismo con todaclaridad en el proemio al Parasceve (Works, I, pp. 393394; La 

Gran Restauración, pp. 367369). Lo más interesante de este pasaje de la Descripción es, no obstante, la constatación —opor-tunamente señalada por Rees, («Francis Bacon’s SemiParacelsian Cosmology and the Great Instauration», pp. 164 y172173)— de cómo ya en 1612 tenía Bacon planeada su  Instauratio magna y cómo tanto la Descripción como la Teoría del cielo  debían formar parte de ésta, integrándose el contenidocosmológico de ambas obras en la quinta parte de la misma.

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18 FRANCIS BACON 

segu nda es la historia de los m eteoros y de lasregiones l lamadas aéreas ; inc luyo aquí lareg ión sub lunar que se ex t iende has ta la

superficie de la Tierra y los cuerpos en ellasituados, así com o —p o r razones m etódicas—también considero meteoros a los cometas,cualquiera que sea la verdad sobre los mis-m os M. En terc er lu ga r viene la h isto ria de latierra y del mar, que constituyen un únicoglobo. Hasta aquí la división de la naturaleza

de las cosas se ha hecho de acuerdo con loslugares y las posiciones, pe ro en las do s pa rtesrestantes a lo que se atiende es a la sustanciade las cosas, o más bien a su masa. Pues, enefecto, los cuerpos connaturales se reúnen enmasas mayores o más pequeñas, a las quesuelo dar el nombre de colegios mayores y

menores, las cuales guardan entre sí la mismarelación que en la soc iedad civil las tribus y lasfamilias15. De este modo, el cuarto lugar 

14 Bacon apela a razones metódicas para situar los cometasen la región atmosférica, junto a los demás meteoros (idéntica

 posición mantendrá todavía en Parasceve, IV; Works, I, p. 397; La Gran Restauración, p. 374), pues, si bien no está convencidode la tesis aristótelica acerca del carácter sublunar de los mis-mos ( Meteorologica, I, 68), tampoco puede aceptar sin reser-vas los recientes descubrimientos de Tycho Brahe —expuestosen  De mundi aetherei recentioribus phaenomenis  (Uraniborg,1588)— a raíz de su estudio de la trayectoria del cometa de1577, los cuales ponían de relieve la inexistencia de las esferascristalinas de la tradición aristotélica y la artificialidad de latajante distinción entre el mundo sublunar y el mundo supra

lunar impuesto por ésta. Sobre la importancia de este fenó-meno para el desarrollo de la astronomía moderna, puedeverse C. Doris Hellman, The Comet of 1577: Its Place in the  History of Astronomy,  Columbia University Press, NuevaYork, 1944.

15 Los conceptos de tribu y familia que aparecen reiterada-mente en las obras de Bacon actúan como imágenes analógicasde su concepción del consenso cósmico y de la lucha existente

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  19

corresponde a la historia de los elementos ocolegios mayores, mientras que el quinto yúltimo se asigna a la historia de las especies o

colegios menores. Ahora bien, por elementosno entiendo los primeros principios de lascosas, sino tan sólo las mayores masas decuerpos connaturales, resultantes de la pro- pensión, sim plicidad, d isponib ilidad y asequi b ilidad de la tex tu ra de la m ateria de que estáncompuestos (en tanto que las especies son

mucho más raras en la naturaleza debido a lacomplejidad de su textura, que en la mayor p arte de los casos es orgánica).

P or lo que respecta a las virtudes que cabeconsiderar primordiales y universales en lanaturaleza (como son lo denso, lo raro, loliviano, lo pesado, lo cálido, lo frío, lo consis-tente, lo fluido, lo similar, lo diverso, lo espe-cíf ico , lo orgánico , e tc . ) , as í como a losmovimientos que las producen (a saber, resis-tencia, conex ión, co ntrac ción ,, exp an sión yotros, cuya historia desearía por todos losmedios haber compilado y elaborado antesincluso de dar paso a las operaciones del inte-lecto), me ocuparé de su historia y de cómollevarla a cabo c uan do h aya pu esto térm ino ala explicación de esta triple división de lasgeneraciones, generaciones irregulares y artes,en la cual no ha sido incluida aquélla por noser una historia en sentido estricto sino más bien estar, p o r así decir, a caballo entre lahistoria y la filosofía. P ero aho ra ocup ém ono sde la h istoria de los cue rpos celestes y dejem osel resto para después.

entre los miembros contrarios de las tétradas del mercurio ydel azufre.

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20 FRANCIS BACON 

[734] CAPITULO V

 Resumen de la historia de los cuerpos celestes,en donde se muestra qué carácter ha de tener y  cómo una adecuada disposición de la misma debe atender a tres clases de preceptos, a saber ,la finalidad , la materia y el modo de constitución.

La historia de los cuerpos celestes por laque abogo ha de ser simple y desprovista dedogmas, como si toda teoría o especulaciónhubiera quedado en suspenso; una historiaque únicamente recoja los fenómenos puros yaislados (en lugar de estar, com o h asta aho ra,contaminados por dogmas); una his tor ia , enuna pa labra, q ue presente un a simple descrip-ción de los hechos, como si nada hubiesenestablecido las artes de la astronomía y laastrología16, contando tan sólo con experi-

16 La actitud de Bacon hacia la astrología no ha sido siem- pre bien entendida. Lejos de oponerse rotundamente a ella,Bacon consideraba legítimos tanto sus planteamientos comosus fines, si bien la práctica de la misma había venido habitual-mente marcada por la vanidad y el error; lo que se necesitaba

 —como en el caso de la alquimia, con la que frecuentemente lacompara— era una reforma que restaurara su pureza depurán-dola de cuantos defectos se habían ido acumulando con eltiempo (Works, III, p. 289, y I, pp. 554560). De hecho, en unconocido pasaje del  Advancement of Learning (Works,  III, p.

435; ver también I, p. 733) se inspirará en la astrología para,según el predominio de uno u otro planeta, dividir los caracte-res humanos. En cuanto a su preferencia por una explicaciónmecánica del fenómeno de las mareas, hecho en el que PaoloRossi («Venti, maree, ipotesi astronomiche in Bacone e inGalileo», recogido en  Aspetti del la rivoluzione scientifica,Morano, Nápoles, 1971, pp. 170171 y 176178) creía recono-cer una prueba evidente de su rechazo de una visión astroló-

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTO A L  21

m entos y observaciones cuidado sam ente com - piladas y claram ente expuestas. Pero n ad a hay p o r el m om en to que responda a m is d irectri-

ces acerca de tal género de historia. Pliniotocó el tema de manera ligera y superficial,aunque en cambio podría extraerse y e labo-rarse una excelente historia de los cuerposcelestes a partir de Ptolomeo, Copémico yo t r o s g r a n d e s a s t r ó n o m o s , p u r g a n d o s u sconoc imien tos empí r i cos de toda ve le idad

do ctrinal y com plem entándolos con las obser-vaciones pract icadas por autores más moder-nos. Acaso parezca extraño que defienda unavuelta a la tosquedad y sencillez de las purasobservaciones en una materia tan laboriosa-mente forjada, desarrollada y perfeccionada,más lo cierto es que —sin menoscabo alguno

de todos los descubrimientos hasta la fecharealizados— la obra que pretendo llevar acabo es más noble: mi objetivo no son losmeros cálculos o las predicciones, sino la filo-sofía. Una filosofía que informe al intelectohumano no sólo del movimiento o los perío-

gica del mundo todavía muy extendida entre los filósofosnaturales de la época, convendrá recordar que tal explicacióncoexiste en el  Novum Organum (Works,  I, p. 321;  La Gran  Restauración, p. 310) con otra del ciclo semimensual en virtuddel influjo ejercido por la Luna. Aunque esta hipótesis habíaencontrado su primera formulación coherente en el Somnium seu de astronomía lunari (redactado en torno a 1609, pero sólo publicado póstumamente) de Kepler, no parece que fuera

conocida por Bacon —que jamás cita a Kepler en sus obras, pese a ser bien conocida en Inglaterra la obra de éste (véaseAdam J. Apt, The Reception o f Kepler's Astronomy in England, 1609-1650,  tesis doctoral, Universidad de Oxford, 1982)—,quien se refiere más bien a la tradicional doctrina astrológicadel influjo lunar expuesta, por ejemplo, en la Nova de universis 

 philosophia  (Ferrara, 1591), Pancosmia,  XXVIII, fols, 139r140v, de Patrizi.

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22 FRANCIS BACON 

dos de revolución de los cuerpos celestes, sinotam bién de su sustancia, cualidades, pode res einfluencias conforme a razones naturales y

verdaderas, libres de toda la superstición yfrivolidad de la tradición. Una filosofía quenos capacite no sólo pa ra d ar cuen ta de lo quese corresponde con los fenómenos, sino paradescribir y explicar el movimiento mismo ycu an to se da en la na turalez a y es real y au tén -ticamente verdadero. Pero es fácil constatar

cómo tanto los que creen que la Tierra semueve como aquellos que se aferran al  pri- 

 mum mobile y al viejo sistem a se sienten ig ua l-mente respaldados por los fenómenos. Inclusoen nuestros días el artífice de un nuevo sis-tema —que hace del Sol el centro del  secun- 

 dum mobile  tal y como la Tierra lo es del primum mobile,  de manera que en sus revolu-ciones los pla ne tas parecen la co m itiva del Sol

[735] (cosa que a lgu no de los an tiguos ya p ensó a p ropósito de Venus y M ercurio)— , de haberdesarrollado cabalmente sus ideas, segura-mente hubiera logrado espléndidos resulta-dos 17. Y no me cabe la m en or d u d a de q ue coningenio y rigurosa reflexión podrían inven-tarse otros sistemas parecidos, pues quienes

 p roponen tales teorías no p re tenden en abso-

17 Bacon se refiere, naturalmente, a Tycho Brahe, cuyo sis-tema no conoció jamás una exposición sistemática al no llegar

el astrónomo danés a redactar su proyectado Theatrum astro- nomicum.  Su antecesor entre los antiguos es Heráclides dePonto, de cuyo sistema se tenía conocimiento gracias a laenciclopedia de Marciano Capella  De nuptiis Philologiae et   Mercurii et de septem artibus liberalibus (1,19), obra que gozóde una gran difusión durante toda la Edad Media y que contri- buiría a la recuperación de dicho sistema geoheliocéntrico enel siglo xvi.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  23

luto que sean verdaderas, sino únicamentecómodas hipótesis para el cálculo y la cons-trucción de tablas. Sin em barg o, m i prop ósito

es muy diferente: lo que yo busco no soncor re spondenc ia s con lo s f enómenos , que pueden ser m uchas, sino la verdad de la cosa,que es única. El camino hacia la consecuciónde este objetivo pasa p o r u na p u ra y auténticahistoria de los fenómenos, mientras que unahis tor ia contaminada por dogmas resul ta rá

un obstáculo18.Estoy convencido de que una historia de

los cuerpos celestes compilada y realizadasegún mis directrices, y que atien da tan to a laobservación de las pasiones comunes como alas apetencias de la materia en ambos mun-dos, permitirá por sí sola descubrir la verdad

acerca de los fenómenos celestes. Pues, cierta-mente, el supuesto divorcio entre el mundoetéreo y el su blu na r n o es m ás que u na ficcióny una temeraria superstición, toda vez que esevidente que efectos tan variados como laexpans ión , l a con t racc ión , e l choque , l acesión, la reunión en masas, la atracción, larepulsión, la asimilación, la unión, etc., no

18 Bacon se revela aquí (y, por lo demás, en otros muchos pasajes; véase por ejemplo, Teoría del cielo, pp. 96 y 106107 deesta edición) como un decidido realista en su concepción de lashipótesis astronómicas, oponiéndose a cuantos considerabanque éstas eran simples hipótesis útiles para el cálculo y la

 predicción de las posiciones planetarias, pero en absolutoreflejo de la auténtica constitución de los cielos. Acerca del yahistórico conflicto entre estas dos tradiciones, puede verse:Pierre Duhem, «Sózein tú phainómena.  Essai sur la notion dethéorie physique de Platon à Galilée»,  Annales de Philosophie Chrétienne,  156 (1908), y Alberto Elena,  Las quimeras de los cielos. Aspectos epistemológicos de la revolución copemicana. Siglo XXI, Madrid, 1985.

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24 FRANCIS BACON 

sólo acontecen entre nosotros, sino tambiénen las alturas celestes y en el interior de laTierra. Y, de hecho, de ninguna otra guía

 puede servirse el en tendim iento hu m ano sidesea acceder a las entrañas de la Tierra, queen absoluto pueden observarse, o las alturasdel cielo, que con frecuencia nos resultanengañosas. Con razón representaron los anti-guos al multiforme Proteo como un profetat res veces grande , pues to que conocía e l

futuro, el pasado y los secretos del presente;en efecto, quien con oce las pasiones un iversa-les de la materia y por ello mismo sabe lo quees posible, no p uede sino saber tam bién lo queha sido, lo que es y, en sus líneas generales, loque será. De ahí que, de cara al estudio de loscuerpos celestes, funde mi confianza y depo-sité mis mayores esperanzas en las causas físi-cas, entendiendo por tales no lo que vulgar-mente se supone, sino más bien la doctrinasobre los apetitos de la materia sin distinciónalguna de regiones o lugares19. Por estemotivo —y vuelvo al tema que me ocupa— 

19 No sólo es la tradicional doctrina de los lugares naturalesla que Bacon pone en tela de juicio, sino también la no menosarraigada distinción entre mundo sublunar y mundo supralunar, puesto que la existencia de pasiones universales de la mateña se traduce en causas físicas que gobiernan todo el universo;véanse Graham Rees, «Matter Theory: A Unifying Factor inBacon’s Natural Philosophy»,  Ambix, 24 (1977), y nuestra

introducción a este volumen. El hecho de que tanto las alturascelestes como las entrañas de la Tierra escapen a nuestraobservación no es óbice para que Bacon confíe en poder acce-der, pese a todo, al conocimiento de las causas físicas queoperan en el universo por medio de analogías con lo observa- ble; véase Graham Rees, «Francis Bacon on Verticity and theBowels of the Earth»,  Ambix, 26 (1979), especialmente pp.204205.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  25

cu alqu ier esfuerzo ten de nte a la ob servación ya la descripción de los propios fenómenos me

 parecerá bien em pleado , ya que cu an to m ayor

s e a n u e s t r o r e p e r t o r i o , a n t e s t e n d r e m o s[736] alguna seguridad al respecto. Y en este punto

no puedo proseguir sin rendir homenaje a lahabilidad de los artesanos y al celo y energíade algunos hombres doctos que, a la manerade los barcos y las naves, han inauguradorecientemente un nuevo comercio con los

fenóm eno s celestes gracias al con curso de ins-trumentos ópticos. Una empresa la de estoshombres que, tanto en su propósi to comoen su inten ción, es bien digna del género h u m a-no , pues — a la vista de la claridad y sinceridadcon que expusieron todos los particularesde su investigación— no se sabe si elogiar

más su audacia o su tesón20. Cuanto ahorase necesita es constancia y gran rigor en el

 ju icio para perfeccionar los instrum entos,

20 Bacon rinde aquí homenaje a la ardua y minuciosa laborde observación llevada a cabo por Galileo con su telescopio, lacual sin duda resultó enormemente estimulante para aquél,

hasta el punto de probablemente haber sido el temprano cono-cimiento del Sidereus nuncius (Venecia, 1610) —a través de sirTobie Matthew, sir William Lower o Richard White— uno delos principales motivos que le indujeran a redactar la Descripción del globo intelectual  y la Teoría del cielo  en 1612. Lametáfora del telescopio como la nave que ha permitido a loshombres viajar a los remotos territorios de los cielos, de idén-tico modo a como las naves y técnicas de navegación habían

 permitido explorar territorios ignotos del globo terráqueo,reaparecerá en el Novum Organum, II, 39 (Works,  I, p. 308; La Gran Restauración, p. 292) mas para entonces Bacon conside-rará insuficientes y aun sospechosos los descubrimientos galileanos y se mostrará mucho menos optimista acerca de loscambios que el telescopio podría introducir en el estudio de laastronomía; véase Päolo Rossi, « Venti, maree, ipotesi astronomiche in Bacone e in Galileo», pp. 206209.

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FRANCIS BACON 

m ultiplicar el núm ero de testigos, repe tir cad aexperimento muchas veces y de muchas for-mas y, por úl t imo, plantearnos abier tamente

 —a noso tros m ism os, pero tam bién a losdemás— todas las objeciones que pudieranhacerse, no vaya a sucedem os lo que a Dem ócrito con los higos dulces, cuando resultó quela anc iana era m ás sabia que el filósofo y que ,tras la magna y admirable especulación deéste, no habia sino un pequeño y ridículo

error.Ahora, Analizado este preámbulo, pase-

mos a un a descripción m ás po rm eno rizad a dela historia de los cuerpos celestes a fin dehacer ver qué es lo que en ella hemos de bus-car. E n prim er lugar, pues, expo nd ré las cues-t iones na tu ra le s —cuando menos l a s másim po rtantes— pa ra enseguida pasa r a señalarla uti l idad que presumiblemente habrá dereportar a la humanidad el estudio de loscue rpos celestes: éste y no o tro es el prop ósitode dicha historia. Así, quienes deseen compi-lar un a h istoria de los cuerpos celestes sab ránde qué se trata y podrán tener siempre pre-sente cuáles son estas cuestiones y cuál su uti-lidad, de manera que tal historia dé efectiva-mente respuesta a las mismas y reporte algénero humano los mencionados beneficios.A h ora bien, las cuestiones a las que me refieroson aquellas que se interrogan por los hechosde la naturaleza y no por sus causas: ése y noo tro es el objeto de dicha historia. Voy a m os-trar, pues, en qué consiste esta historia de loscuerpos celestes, cuáles son sus partes, qué eslo qu e se ha de investigar y exp licar, qué expe-rimentos se habrán de l levar a cabo y compi-lar, qué observaciones se deberán examinar y

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  27

utilizar.. . , como si fueran una especie de tópi-cos inductivos o elementos para el estudio delos cielos. P or últim o, daré a lgunos preceptos

acerca de lo que se ha de investigar y de cómose ha de examinar y presentar por escrito,

 pues hay que ev ita r que el cu idado puesto enlas prim eras pesquisas se pierda po co despuéso, lo que es peor, que cuanto sigue demuestre

[737] que las premisas eran inadecuadas y falaces.En una palabra, explicaré qué es lo que se ha

de inve stigar en relación co n los cu erpos celes-tes, con qué objeto y de qué manera.

CAPITULO VI

¿Qué cuestiones filosóficas relativas a los cuer pos celestes, aunque contrarias a la opinión o algo arduas, han de aceptarse? Acerca del sistema propiamente dicho se proponen cinco cuestiones, a saber: ¿hay un sistema?; y si lo hay, ¿cuáles son su centro, su extensión, su conexión y la disposición de sus partes?

Sin duda la mayor parte de los hombres pensará que estoy rem oviendo viejas cuestio-nes, hace ya m ucho tiem po enterrad as y sepul-tadas, evocando sus fantasmas y mezclándo-las con otras nuevas. Pero, puesto que nadahay de cierto en la filosofía de que actual-m ente dispo nem os ace rca de los cielos, que esmi f í rme propósi to hacer comparecer todoante el tribunal de la inducción y que, si se pasan p o r a lto algunas cuestiones, m uchomenores serán el cuidado y los esfuerzos con-sagrad os a dicha historia (puesto que parecerá

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FRANCIS BACON 

superflue» investigar aque llo sob re lo que no seha suscitado cuestión alguna), estimo necesa-rio afrontar todas las cuestiones que la natu-

r a l e z a p r e s e n t e . C u a n t o m e n o s s e g u r o sestemos acerca de lo que se ha de determinar p o r nuestro m étodo ta n to m enor será la difi-cultad que enco ntrem os en pod er aceptar lo all legar a su término dicha tarea, cosa que nodudo tendrá que suceder .

La primera cuestión, por consiguiente, es

 si hay un sistema, o sea, si el m und o o universoconstituye un único globo, con u n solo cen tro,o si más bien los globos de la Tierra y losastros están dispersos, cada uno por su lado,sin formar parte de un sistema ni tener uncentro común.

Ciertamente la escuela de Demócrito y

Ep icuro atribu ía con orgullo a sus fun da do resla demolición de los muros de los mundos,m as tal c osa no se sigue nec esariam en te de sus

 p a la b ra s . C u a n d o D e m ó c rito c o n c ib ió lamateria como un número infinito de semillas

 —cuyos a trib u to s y po der eran , no ob stan te ,f initos—, siempre en movimiento y en abso-luto emplazadas en el mismo lugar desde laantigü eda d, se vio llevado po r la fuerza m ismade la doctr ina a postular mundos mult i for-mes, sujetos tanto a la generación como a lacorrupción, u nos bien orden ado s en tan to queotros ap enas si gu ard ab an cohesión, e inclusoensayos de mundos y espacios vacíos entreel los . Ahora bien, aun aceptando todo esto,no hay razón alguna para que a esta parte demateria que integra el mundo que nos es visi-

 ble n o podam os atribu irle u na figura esférica.Pues es preciso que cad a un o de esos m und ostenga una forma: aunque no pueda haber un

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  29

 p u n to cen tral en el infin ito , sí que puede encambio haber una figura esférica entre sus partes, tan to si es el m undo m ism o com o una

sim ple pelota. D em ócrito fue un bu en escruta-dor del mundo, pese a que en lo referido a las partes que lo in tegran hasta los filósofos o rd i-narios le superaron21. No obtante, la doctrinaa la que me refiero, que destruía y desbara-taba todo sistema, se debe a Heráclides dePonto, Ecfanto, Nicetas de Siracusa y, sobre

todo, a Fi lolao, s iendo perpetuada en nues-tros d ías po r G ilbert y cu an tos (con excepciónde Copérnico) creen que la Tierra es un pla-ne ta y se mueve c om o si fuera u n astro m ás 22.

21 Aunque Paolo Rossi (Francesco Bacone, p. 22) y Robert

H. Kargon ( Atomism in Englandfrom Harriot to Newton, Cla-rendon Press, Oxford, 1966, pp. 4353) han sostenido la exis-tencia de un período de juventud en la carrera de Bacon en elque éste habría aceptado en buena medida las tesis del ato-mismo clásico, para sólo ulteriormente —y conforme elaborala teoría de las formas — separarse de aquéllas y negar rotun-damente la existencia del vacío, Marco Máccio [«A propositodeiratomismo nel  Novum Organum di F. Bacone», Rivista Critica di Storia della Filosofía, 17 (1962)] está en lo cierto cuando

cuestiona ese supuesto compromiso inicial. Sin embargo, hasido Graham Rees [«Atomism and “Subtlety” in FrancisBacon’s Philosophy», Annals of Science, 37 (1980)] quien conmayor contundencia y rigor se ha opuesto a la tesis del ato-mismo del joven Bacon, mostrando asimismo cómo la filosofíaespeculativa de éste se desarrollló siempre conforme a unaúnica línea coherente caracterizada por una teoría de la mate-ria irreconciliable con las doctrinas atomistas. Acerca de la

concepción baconiana de la alquimia, ciertamente relevante aeste respecto, son interesantes los trabajos de Joshua C. Gre-gory, «Chemistry and Alchemy in the Natural Philosophy ofSir Francis Bacon»,  Ambix, 2 (1938), y Stanton J. Linden,“Francis Bacon and Alchemy: The Reformation of Vulcan”,

 Journal of the History of Ideas, 25 (1974)/22 Bacon malinterpreta aquí —quizás intencionadamente—

las posiciones de los astrónomos y filósofos que cita, puesto

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30 FRANCIS BACON 

Conforme a esta opinión, los planetas y lasestrellas —junto a otros muchos antros queescapan a nu estra visión debido a la distancia

a la qu e se en cu en tran o sim plem ente a que suna turaleza es opaca en lugar de resplandecien-te—, todos ellos dotados de sus globos o for-mas primarias, se encuentran diseminados ysuspendidos en ese inmenso espacio que seex t iende sobre noso t ros , ya es té vac ío orelleno de algún cue rpo sutil y casi im perce pti-

 ble, com o si de islas en un inm enso océano setratara , no girando en torno a ningún centrocomún, s ino cada cual de forma indepen-diente alreded or del suyo pro pio (unos con un'm ovimiento sim ple, otros en com binación conun movimiento progresivo del centro). Lom ás chocan te de esta do ctrina es que erradicael reposo o la inmovilidad de la naturaleza.Ahora bien, si existen en el universo cuerpos

[739] que giran con un m ov im iento infinito y perp e-tuo, también tendrá que darse —por contra-

 p o s ic ió n — a lgún cu e rp o que p erm a n ezc aes tac io n ar io23. E ntre am bo s existe u n a especie

que ni Ecfanto ni Heráclides afirmaron que la Tierra se despla-zara, ni Filolao ni Hicetas (que no Nicetas) —aun sosteniendoel movimiento de nuestro planeta— negaron la existencia deun sistema en el universo. El pasaje parece reproducir las afir-maciones de William Gilbert en su De Magnete, magneticisque corporibus et de magno magnete Tellure, physiologia nova pluri- mis et argumentis et experimentis demostrata  (Londres, 1600),VI, 3.

23 La necesidad de que exista una absoluta inmovilidad en eluniverso toda vez que también se acepta la existencia de unacompleta movilidad, debe entenderse en el marco de lo queGraham Ress («Matter Theory: A Unifying Factor in Bacon’s

 Natural Philosophy?», pp. 114115) ha presentado como elsupuesto metafísico básico del pensamiento baconiano: sugusto por las antítesis (y, en consecuencia, por argumentos ex opposito como éste), así como su creencia de que el universo es

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL   3 I

de naturaleza intermedia, que no es otra sinola de aquello que se mueve en línea recta, asaber, las partes del globo y todas las cosas

qu e ha n sido sep arad as de sus regiones nativasy tienden a reunirse con los globos de sus con-naturales a fin de p od er entonces girar o repo-sar ellas mismas24.

C iertam ente esta cuestión — si hay o no un sistema — tan sólo se resolverá en la m edidaen que se determine si la Tierra se mueve o no (es decir, si permanece estacionaria o estádotada de un movimiento de revolución), asícomo cuál es la sustancia de los astros (si son de naturaleza sólida o ignea)  y del éter o losespacios interestelares del universo (si son cor

 póreos o vacíos).  Pues, si la Tierra permaneceestac ion aria y el universo gira en to m o a ella

con u n m ovimiento diurno , entonces sin dudahay un sistema; en cambio, si es la Tierra laque gira, no por ello se sigue necesariamentela ausencia de todo sistema, dado que podríahaber otro centro del mismo (por ejemplo, elSol o cualquier otro cuerpo). Del mismomodo, si el globo terráqueo fuese el único

un campo de batalla donde luchan incansablemente las cuali-dades antitéticas, mediando entre ellas —a modo de estadostransitorios— determinadas sustancias intermedias que reúnen

 propiedades de las unas y de las otras.24 Bacon siempre consideró el movimiento rectilíneo como

un estado intermedio entre el perfecto y eterno movimiento

circular del fuego sidéreo y el reposo absoluto propio de lamateria tangible concentrada en el globo terráqueo, separán-dose así —en la línea de Copérnico, Digges o Bruno— de laconcepción aristotélica del mismo como movimiento natural

 propio del mundo sublunar. La razón de fondo, claro está, essu rechazo de la tradicional distinción entre movimientosnaturales y violentos; véase, por ejemplo,  Novum Organum,  I,66 {Works,  I, p. 177;  La Gran Restauración,  p. 118).

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32 FRANCIS BACON 

sólido y denso, parecería como si la materiadel universo tend iera a reun irse y con den sarseen torno a ese centro, mas, si resulta que la

Luna o cualquier otro planeta consis ten tam- bién en m ateria sólida y densa, parecería m ás bien que los cuerpos densos no se reúnen entorno a un centro, sino que se distribuyen demanera poco menos que for tui ta . Por úl t imo,si se mantiene la existencia de un gran vacíoen los espacios interestelares, más allá de los

sutiles halos qu e rod ean a los distintos globosno habrá sino vacío25; por el contrario, deadmitir que están llenos de alguna sustanciacorpórea, parecerá que lo denso se agrupa enel centro mientras que lo más raro es recha-zado hacia la circunferencia. Ahora bien, esde máxima impor tanc ia pa ra las c ienc ias

conocer la a r t icu lac ión de las cues t iones , puesto que en algunos casos es posible llevar acab o una historia o m ateria indu ctiva que per-mita zanjarlas, pero en otros no.

Concediendo, pues, que haya un sistema,se h a de p as ar a la siguiente cuestión: ¿cuál es el centro de dicho sistema?  De entre todos loscuerpos susceptibles de ocupar esa posición,hay dos que parecen adecuarse mejor a talnaturaleza: la Tierra y el Sol. En favor de laTierra cuentan el testimonio de los sentidos,una inveterada creencia y, sobre todo, elhecho de que puesto que los cuerpos densos

25 Bacon parece hacer referencia a  De mundo nostro sublu- nari philosophia nova  (Amsterdam, 1651), II, 27, de WilliamGilbert, obra publicada póstumamente a instancias de WilliamBoswell y de la que el único manuscrito que se conserva es

 precisamente el que apareció entre los papeles de Bacon. Elmejor estudio sobre ésta es el de Suzanne Kelly, The  «De 

 Mundo» of William Gilbert,  Hertzberger, Amsterdam, 1965.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  33

tienden a concentrarse y los raros a expan-dirse considerablemente (el área de todo cír-culo se contrae hacia el centro), de ello se

sigue casi ne cesariam ente que el an go sto esp a-cio que rodea al centro del universo parece ellugar prop io y adecuado para los cuerpos den-sos. En fav or del Sol, en cam bio, está la con si-derac ión de que al cuerpo que realiza la lab or p rim ord ia l del sistem a le ha de co rrespon dertal lugar a f in de que pueda actuar mejor

sobre tod o el s is tem a; com o qu iera que pareceser el Sol el que confiere vida al universo al

[740] tran sm itirle luz y ca lor, no deja de resultarcorrecto y apropiado suponerle en el centrodel mundo. Además el Sol tiene a Venus yMercurio por satél i tes26  —y, conforme a lao p i n i ó n d e T y c h o , t a m b i é n a l o s o t r o s

 p lanetas— , de m an era que es obvio que puedeconsti tuir un centro y desempeñar ese papel.En consecuencia, ningún otro as tro parecemás adecuado para ocupar e l cent ro del uni-verso, tal y como af irmara Copérnico.

Ahora bien, el sistema de Copérnico pre-senta muchos y grandes inconvenientes, puesel tercer movimiento atribuido a la Tierra esenormemente insatisfactorio27, en tanto que

24 La consideración de Mercurio y Venus como satélites delSol habrá de resultar chocante; probablemente lo que Bacontiene en mente no es tanto el llamado sistema egipcio —del quetambién diera cuenta Marciano Capella— como la escasa

elongación de uno y otro (véase  Novum Organum,  II, 48;Works,  I, p. 337; La Gran Restauración,  p. 331), pero aun asíconstituye uno de los elementos más sorprendentes de la Descripción del globo intelectual.

"   El tercer movimiento terrestre admitido por Copérnicoen  De revolutionibus orbium coelestium,  I, 11 (edición caste-llana de Carlos Mínguez y Mercedes Testal, Sobre las revoluciones,  Tecnos, Madrid, 1987) —y ya antes en el Commentario-

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34 FRANCIS BACON 

 privar al Sol de la compañía de los planetas —con los que tantas pasiones tiene encomún— constituye igualmente una dificul-

tad; por lo demás, introducir tanta inmovili-dad en la naturaleza, convirtiendo eninmóviles al Sol y a las estrellas, que son preci-samente los cuerpos más luminosos y resplan

[741] decientes, hacer que la Luna gire en unepiciclo alrededor de la Tierra, así como otrasmuchas de sus suposiciones, demuestran hasta

qué punto le traía sin cuidado a Copérnicointroducir cualesquiera hipótesis sobre lanaturaleza siempre y cuando los cálculosresultaran satisfactorios.

Pero, concediendo que la Tierra se mueva,en lugar de establecer un sistema con el Sol ensu centro, parecería mucho más lógico supo-ner que no hay sistema alguno, sino —con-forme a las doctrinas ya mencionadas—globos dispersos. Eso es lo que desde laantigüedad y durante siglos se ha venido cre-yendo y sosteniendo. Ahora bien, la doctrinadel movimiento de la Tierra no es nueva, sinoque —como ya dijimos— se ha tomado de losantiguos, mientras que la idea de que el Sol

 permanece inmóvil en el centro del mundo síque es absolutamente nueva (excepto por loque respecta a un pasaje mal traducido)*8y hasido Copérnico el primero en mantenerla.

lus  (edición castellana de Alberto Elena en Opúsculos sobre el movimiento de la Tierra,  Alianza, Madrid, 1982, pp. 3031)—no sólo fue rechazada por Bacon, sino también por Gilbert,Bruno, Galileo, etc.

28 Bacon alude a la interpretación «copernicana» que del Libro de Job,  IX, 6, hiciera Diego de Zúfliga en su  In Job commentaria (Toledo, 1584), pasaje que será igualmente citado por Galileo en su Carta a Cristina de Lorena, Gran Duquesa de

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  35

Pasemos entonces a la tercera cuestión,referente a la extensión del sistema, no tantocon v i s t a s a de te rmina r exac tamen te sus

dimensiones como a esclarecer si el firmamento constituye una única región o esfera, como vulgarmente se le llama, o por el contrario las llamadas estrellas fijas están a distinta altitud separadas entre sí por inmensas distancias.  Pues, en efecto, no pueden estar a lamisma al t i tud 7 —si esto se to m a al pie de la

letra— , ya qu e es evidente qu e no es tán en un[742] mismo plano (como las manchas o las burbu-

 jas , cuya ún ica d im ensión es la superficial),s ino que son p ropiam ente globos tan grandescomo profundos. Así, siendo tan diferentessus m agnitudes, p o r fuerza hab rán de sobresa-lir unos más que otros, sea hacia arriba o

hacia abajo, resul tando imposible que com- p a rta n un a ún ica superficie ex terio r o in terior.Y, si esto es verdad de las partes de las estre-llas, no dejaría de ser temerario afirmar que — tom adas en su to ta lid a d — no pued an estarunas más altas que las otras; pero, aunqueesto fuera cierto, ello no es óbice para poderseguir afirmando que la extensión de esaregión que se da en l lamar firmamento oesfera de las estrellas, por grande que sea, esfinita y que esas prominencias y grados dealtitud son en cierto modo limitados, pues enlos apogeos y perigeos de los planetas vemoscóm o es característ ica com ún de todo s los cie-los p o r los que ascienden y descienden el tenerun espesor apreciable. A ho ra bien, la cuestión p ropu esta no se refiere m ás que a si algunas

Toscana  (edición castellana de Moisés González, Alianza,Madrid, 1987), p. 87.

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36 FRANCIS BACON 

estrellas están ubicadas por encima de otras(en distintos niveles, como si dijéramos), tal ycom o sucede con los planetas. P ero esta cues-

tión tiene mucho que ver con la del movi-m iento o inm ovilidad de la Tierra, puesto q ue,si las estrellas giran en torno a ésta con unmovimiento diurno y todas ellas con idénticavelocidad y, por así decir, impulsadas por unmismo espíritu (al contrario que los planetas,los cuales es evidente que tienen movimientos

m ás ráp idos o m ás lentos según sea m ás alta omás baja su posición), es muy probable que — d ado que su velocidad es igual— esténtodas ellas situadas en una misma región eté-rea cuyo espesor o profundidad, por grandeque sea, no lo es lo suficiente como parainfluir en la velocidad o rapidez de sus movi-mientos. Antes bien, parece que permanecenunidos en u na m isma región com o po r efectode un vínculo connatural que les hace girar ala par o , cuando menos, con tan mínima dis-crepancia que a tal distancia no nos resultaapreciable. Si la Tierra se moviera, como haafirm ado C opérnico, las estrellas po drían p er-manecer estacionarias o, como ha sugeri-do Gi lbe r t29  y resulta mucho más plausible,cada cual po dría girar a lrede do r de su propiocentro y en su propio lugar, sin movimien-to alguno de su centro, tal y como lo ha-ce la Tierra (siempre y cuando se distinga

su movimiento diurno de los otros dos mo-vimientos espurios añadidos por Copérnico).Pero tanto en un caso como en el otro na-da impide que algunas estrellas puedan estar 

29 Bacon parece hacer referencia a  De Magnete,  V, 12,donde se atribuye a los astros un alma idéntica al de la Tierra.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  37

 p o r encim a de o tras h asta escapar a nuestravista.

La cuarta de las cuestiones propuestas se

[743] refiere al nexo o conexión del sistema.  De lana turalez a y esencia del p u ro éter que l lena losespacios interestelares me ocuparé más ade-lante, ya que ahora es sólo de la coherenciadel s istem a de lo que voy a hab lar . E sta pued eser de tres fo rm as, y a que o se d a el vacío, o lacon t igü idad , o l a cons i s t enc ia . Debemos ,

 pues, com enzar p reg u n tán d o n o s si hay un vacío coacervado en los espacios interestelares, cosa que Gi lber t mantuvo 30  y que también parecían pensa r aquellos de los an tiguos quecreían que los globos se encontraban disper-sos al m argen de cua lquier s istem a y, en pa rt i-cular , los que consideraban compactas lasm asas de los astro s. Su op inió n es la siguiente:que tod os los globos, tan to los as tros co m o laT ierra, e s tán con sti tuidos p o r m ater ia sól ida ydensa; que es tán ínt imamente circundados p o r u n a sustancia que es hasta cierto p u n toc o n n a t u r a l a l p r o p i o g l o b o , a u n q u e m á simperfecta, lánguida y atenuada, que no con-siste en realidad sino en efluvios y emanacio-nes de los m ism os glob os, al m odo en qu e losvapores, las exhalaciones y hasta el propioaire lo son con respecto a la Tierra; que talesefluvios n o se extiende n a un a distancia de m a-siado grande alrededor de cada globo; y quetodas las demás regiones del espacio, conm ucho las m ás extensas, están va c ías 31. D icha

30 Gilbert, De Mundo,  I, 20 y 22, y II, 2;  De Magnete, V, 4.31 Gilbert expone sus ideas acerca de la degeneración de las

sustancias que se extienden sobre la superficie terrestre en De  Magnete,  II, 14 y 17, y  De Mundo,  II, 1. La doctrina de losefluvio que rodean a los cuerpos celestes a modo de atmósferas

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38 FRANCIS BACON 

doctrina parece refrendada por el hecho deque los cuerpos de los astros puedan verse atan eno rm e distancia, d ad o qu e, si ese espacio

es tuv ie ra l l eno —sobre todo po r cue rposcuyas densidades son sin duda desiguales—,la refracción de los rayos sería tan grandeque no alcanzarían a nuestra visión; si, por elco n trario , la m ayor par te de ese espacio e stuvie-ra vacío, parece lógico suponer que pudieranatravesarlo con mucha mayor facil idad.

D e hecho , esta cuestión depend e en bu enam edida de o tra que voy a plantear a co ntinu a-ción referente a la sustancia de los astros, asaber,  si ésta es densa o más bien rara y dis

 persa.  Si su sustancia fuera sólida, pareceríacomo si la naturaleza únicamente se preocu- p a ra de los globos y de cuan to ín tim am ente

les rodea, descuidando y aun olvidando losespacios intermedios. Con todo, no dejaría deser plausible que los globos fueran m ás densoscerca del cen tro y m ás raros en su circun feren-cia, estando ya m uy aten ua da la m ateria en laatmósfera y los efluvios y acabando final-m ente p o r darse el vacío. Po r el con trario , si lanaturaleza de los astros fuera rara e ignea,

 p arecería m ás bien que esa rareza no consisteen un a m era dism inución de la densidad, sinoque es de por sí tan poderosa y primigeniacomo la naturaleza misma de lo sól ido, dán-do se ta n to en las estrellas com o en el éter o en

aparece en De Mundo, II, 2, 13,22,27, y III, 7. Sobre la actitudde Bacon frente a la filosofía natural de Gilbert pueden verse:Marie Boas, «Bacon and Gilbert’s»,  Journal o f the History oj 

 Ideas,  12 (1951); Suzanne Kelly, «Gilbert’s Influence onBacon: A Réévaluation», Physis,  5 (1963), y —muyespecialmente— el ya citado artículo de Graham Rees, «Fran-cis Bacon on Verticity and the Bowels of the Earth».

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  39

el aire, y re su ltand o así innecesario sup on er laexistencia de un vacío coacervado.

En cualquier caso, esta cuestión relativa a

la existencia del vacío en los espacios interes-telares d epen de a su vez de otra qu e tiene quever con los principios mismos de la natura-leza: ¿puede darse el vacío?  Natura lmente no

[744] cab e p lan tea rla así, en térm ino s ab so lutos ysin una adecuada distinción, puesto que unacosa es negar absolutamente la existencia del

vacío y otra m uy d istinta neg ar la de u n vacíocoacervado. Las razones que cabe aducir enfavor de un vacío entremezclado en el cual puedan rarificarse los cuerpos son m ucho m ásfuertes que aquéllas en las que se funda ladoctrina del vacío coacervado, es decir, de unvacío q ue cu bre los grand es espacios. Y no fueH eró n , un ingenioso m ecánico, el único enver lo as í , pues to que también Leuc ipo yDemócrito —que se cuentan entre los máslúcidos y célebres de los filósofos y a quienesse debe la doctrina del vacío; que luego Aris-tóteles trataría de refutar con sus agudascr í t i cas— admi t ie ron ese vac ío en t remez-clado, negando en cambio la existencia delvacío coacervado. Pues para Demócrito elvacío es finito y limitado, de manera que másallá de unos ciertos límites no son ya posiblesni la división ni la separación de los cuerpos,como tampoco lo son la unión o cohesión33.

Es verdad que tal cosa no se afirma expresa-mente en ninguna de las obras que han lle

32 Pneumático, proemio. Una comparación de los puntos devista de Herón y Bacon puede encontrarse en Graham Rees,«Atomism and “Subtlety” in Francis Bacon’s Philosophy», pp. 557558.

33 Lucrecio,  De rerum natura,  I, 982983.

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FRANCIS BACON 

gado has ta noso t ros , mas parece segu i r seclaramente de su afirmación de que tanto loscuerpos como los espacios son infinitos, ya

que de lo contrario —es decir, si el espaciofuera infinito y los cuerpos finitos— la cohe-sión de los cuerpos resultaría imposible; porconsiguiente, y dado que la materia y el espa-cio son igualmente infinitos, resulta necesarioque el vacío se mantenga dentro de unosdeterminados l ímites. Esta parece haber sido

su auténtica opinión, si se la entiende cabal-mente; así, la expansión de los cuerpos tieneun límite debido al vacío con el que estánentrem ezclados y no p uede darse n ingún vacíoa is lado a l margen de un cuerpo que loencierra.

Ahora bien, si no existe un vacío que

 pueda ofrecer un a solución de co n tin u idad alsistema y, en cambio, se da tal diversidad decuerpos en las diferentes partes y regiones delsistema, que parecen pertenecer —por asídecir— a diferentes naciones y países, surgeentonces una segunda cuestión relativa a laconexión del sistema: ¿es el puro éter un único 

 fluido continuo o, por el contrario, está com puesto por muchos de ellos, contiguos los unos a los otros?  Aunque no es mi propósi to entraren discusiones term inológicas, diré que po r uncuerpo contiguo entiendo aquel que se yuxta- pone a o tro , sin m ezclarse con él. Y no merefiero a una sucesión de cuerpos sólidos delgénero de los imaginados p o r los astrónom os,sino más bien a aquella otra que puede darseen los fluidos, como cuando, por ejemplo, elagua flota sobre el mercurio, el aceite sobre elag ua o el aire sobre el aceite. N o cabe d u d a deque en la inmensa región etérea se dan nota

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTO A L  41

 bles diferencias p o r lo que respecta a la rareza,la den sidad y tanta s otras cosas, mas tanto enun supuesto com o en otro — a saber, que haya

continuidad o contigüidad— ello es posible.Pues es bien sabido que incluso en el mar la

[745] parte superior y la parte inferior del agua tie-nen distinta consistencia y aun sabor, mien-tras q ue en el aire hay tam bién g ran diferenciaentre aquel que rodea a la Tierra y el de lasregiones superiores, sin que por ello dejen de

ser auténticos fluidos continuos.La cu estión se redu ce, pu es, a lo siguiente:

las diferencias manifiestas en la región del puro éter, ¿se revelan de una manera gradual y según un flujo continuo o, por el contrario, muestran ciertos límites perfectamente reconocibles donde se juntan los cuerpos que no pueden mezclarse, tal y como vemos que sucede con el aire que yace sobre el agua? Pues, en efecto, ha sta alos observadores menos dotados les pareceque ese cuerpo puro y fluido en el que flotanlos globo s de la T ierra y d e los astros co m o side un inmenso mar se tratara —y el cualocupa un espacio incomparablemente mayorque los globos en él intercalados— es algo

 p e rfe c ta m e n te co h e s io n a d o e in d iv iso . U nmás sagaz investigador de la naturaleza no

 pensará sino que ésta acostum bra a procedergradualm ente h asta que, de pro n to, comienzaa hacelo por saltos y sigue luego alternandoambos procedimientos; bien mirado, si lanaturaleza procediera siempre según gradosimperceptibles, jamás podríamos conocer laestructura de las cosas o la configuración delos organismos vivos. En consecuencia, un

 proceso g radual puede ser adecuado p ara losespacios interestelares, per o no p ara el m un do

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42 FRANCIS BACON 

como tal, cuya disposición requiere la separa-ción de aquellas cosas claramente diferentes, po r más que luego puedan darse apoxim acio

nes entre ellas. Así, el aire sigue a la tierra y elagua, con quienes está en estrecho contacto a pesar de ser cuerpos m uy distin tos: no se da p rim ero el lodo, luego el vaho o la n iebla y, p o r fin, el aire p u ro , sino d irec tam ente el aire,sin mediación alguna. Pero en el caso del airey el éter —a los que he dado en asociar— las

más ca rac te r í s t ica y rad ica l d i s t inc ión decua ntas pu dieran introdu cirse es aquella deri-vada de la mayor o menor receptividad paracon la m ater ia estelar. Y así, en efecto, en tre elglob o terrá qu eo y los confínes del cielo parecehaber tres regiones particularmente conspi-cuas, a saber, la región del aire, la región del

cielo de los p lan eta s y la región del cielo este-lar. En la región inferior la m ateria estelar noes consistente; en la intermedia sí lo es, aun-que reuniéndose en globos aislados; en lareg ión sup rema se r epa r t e en t r e un g rannúmero de globos hasta que en el techo de lamisma parece, por así decirlo, pasar al per-fecto em píreo. Pues no hay qu e o lvidar lo queya se ha dicho: la naturaleza acostumbra a p roceder a lternativam ente de m anera g radu aly po r saltos, de m an era que los confínes de la

 p r im e ra reg ió n son co m u n es a los de lasegunda, y éstos a los de la tercera. Así, en laregión más sublime, don de el aire com ienza aliberarse de los efluvios terrestres y a hacersemás sutil por efecto de los celestes, la llamatiende a mantenerse consistente, exactamenteigual que en el caso de los cometas inferiores(a medio camino, en lo que respecta a consis

[746] tencia y evanescencia, entre lo terrestre y la

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  43

m ateria estelar) y en las prox im idade s del Sol,donde el cielo parece empezar a adoptar unanaturaleza estelar. Incluso podría suceder que

esas manchas que con diligente y rigurosaobservación se han descubierto en el Sol nosean sino un a especie de rud im entos de m ate-ria estelar34. En el cielo de Júpiter son, encam bio, perfectam ente discernibles auténticosy verdaderos astros, si bien su pequeñez hacenecesario el concurso del telescopio35. Por

último, en lo más alto del firmamento losinnu m erables destellos del éter entre las estre-llas (que con tantas ineficaces causas se han

34 Las manchas solares fueron observadas por vez primeraen el invierno de 16101611 por Johannes Fabricius, siendo

 publicados sus resultados en Phrysii de maculis in Sole observa- tis et apparente earum cum Sole conversione narratio  (Witten- berg, 1611). Thomas Harriot también las había observado endiciembre de 1610, pero no supo a la sazón cómo interpretar-las. En cuanto a Galileo, que tuvo conocimiento de dichofenómeno por esas fechas, tardaría sin embargo algún tiempoen dar a la luz su  Istoria e dimostrazioni intorno alie macchie solari e loro accidenti  (Roma, 1613); Bacon no pudo, pues,conocer sus opiniones en el momento de redactar la

 Descripción.35 Bacon se limita a reproducir la información proporcio-

nada por Galileo en su Sidereus nuncius (véase la edición caste-llana de Carlos Solís,  El mensaje y el mensajero sideral,Alianza, Madrid, 1984, pp. 6790), sin pronunciarse nunca demanera clara sobre el problema de los satélites de Júpiter. Enla Teoría del cielo (véase, más abajo, p. 90) volverá sobre el temay en el Novum Organum,, II, 39 ( Works, I, p. 308; La Gran Restau

ración,  p..293), dejará entrever la razón fundamental de su escep-ticismo al respecto; la introducción de distintos centros de revo-lución en el universo representaba una evidente dificultad parala cosmología baconiana, no menos que para la tradicional cos-mología aristotélicoptolemaica (de ahí que parezca conve-niente no tomar al pie de la letra su presentación de Mercurio yVenus como satélites de Júpiter; véanse pp. 33 y 110 de este volu-men y, más arriba, nota 26).

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44 FRANCIS BACON 

querido explicar) parecen indicar que la n atu -raleza estelar es más difusa y continua. Detodo esto me ocuparé, sin embargo, en las

cuestriones que acerca de la materia estelar ylos espacios interestelares enseguida presen-taré, toda vez que hasta ahora únicamente seha tratado aquí de la cohesión del sistema.

Q ueda a ún la qu inta cuestión, relativa a la disposición de las partes del sistema, es decir, al orden de los cielos36.  Pues aunque se conce-

die ra la existencia de tal sistem a y se supu sieraque los globos están dispersos, o bien queexiste un sistem a q ue tiene po r ce ntro al Sol, oinc luso aunque lo s a s t rónomos busca ranalgún nuevo sistema, siempre subsistirá lacuestión de qué planeta está más próximo o más alejado de tal otro y, de idéntido modo, qué  

 planeta presenta una mayor elongación con res pecto a la Tierra y al Sol.  Ahora bien, si seacepta el sistema tradicional, no hay motivo

 p a ra seguir discutiendo acerca de los cua trocielos superiores, a saber, los de las estrellas

56 La ordenación a la que se ajustaron Platón, Eudoxo yAristóteles era: Luna, Sol, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter ySaturno. Hiparco y Ptolomeo se mostraron en desacuerdo ylograron imponer una nueva ordenación (basada en la mayoro menor velocidad de revolución, aunque todavía con algunasdudas a propósito de las órbitas de 'Venus y el Sol): Luna,Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Este fue elorden aceptado por toda la tradición astronómica medieval y

renacentista (Copérnico inclusive: véase  De revolutionibus,  I,10). La fuente de Bacon parece ser, sin embargo, FrancescoPatrizi y su  Nova de universis philosophia, Pancosmia,  XVIII,fol. lOSv; acerca de las relaciones entre ambos pueden verseVirgil K. Whitaker, «Francesco Patrizi and Francis Bacon»,Studies in the Literary Imagination, 4 (1971), y, sobre todo, latesis doctoral inédita de Marcella Sempio, Facultad de Letrasde la Universidad de Florencia, 1969.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  45

fijas, S aturn o, Jú p iter y M arte, ya que su dis- posición viene ava lada p o r el consenso de lossiglos y no parece hab er fenóm eno alguno dis-

cordante ni se presentan divergencias en loscálculos de sus movimientos (siendo éstos losque suministraban la prueba principal de laaltura de los cielos). En cambio, los antiguos

[747] tenían dudas acerca de las posiciones del Sol,Venus, M ercurio y la L un a en el sistema trad i-cional; incluso entre los modernos hay dife-

rencias de opinión con respecto a si Venusestá por encima de Mercurio o es al revés. Elhecho de que V enus se m ueva más lentam ente

 parece ind icar que está m ás arrib a , pero encambio la menor distancia de Mercurio al Solexige qu e se le supo ng a en el lugar inm ed iata-m ente superior. En cua nto a la Luna, nadie ha

du dad o jam ás de que sea la más próxim a a laTierra, pero, sin embargo, existen distintasopinion es acerca de su distancia al Sol. Y aúnhay otra cuestión que nadie que considereseriamente la constitución del sistema puedeeludir, a saber, si un planeta puede unas veces estar por encima de otro y otras por debajo, taly com o cuidadosas dem ostraciones han puestode relieve a propósito de Venus y el Sol. Delm ismo m odo , tam bién es preciso preguntarsesi el apogeo del planeta inferior no corta el peri- geo del superior y penetra en sus dominios  . El

37 El problema de la intrusión de unos planetas en los cielosde otros astros revestía suma gravedad en el caso de aquellossistemas que continuaban manteniendo la existencia de lasesferas sólidas; en particular, el sistema de Tycho Brahe (en elque se producía la intersección de la órbita del Sol con las deMercurio, Venus y Marte) resultaba de todo punto inaceptablea menos que se postulara la inexistencia de aquéllas, Bacon, en

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46 FRANCIS BACON 

último aspecto relativo a la  disposición de las  partes del sistema es si hay distintos centros en el   mismo y, por así decir, diferentes danzas,  toda

vez que no sólo hay quien supone a la Tierracentro del primum mobile y al Sol del secundum  mobile (pues eso es lo que sostiene Tycho), sinoque incluso Júpiter sería, según Galileo, el cen-tro del movimiento de esos pequeños astroserráticos recién descubiertos.

Estas son, pues, las cinco cuestiones que

 parecen relevantes a propósito del sistema propiamente dicho: ¿hay un sistema? ¿cuál es el centro del mismo? ¿cuál es su extensión? ¿cuál  es su conexión? y ¿cuál es el orden y la disposi ción de sus partes? En cuanto a los confínes delcielo y del empíreo no voy a proponer tesisalguna, ni tan siquiera suscitar cuestiones,

 puesto que no disponemos de una historia delos mismos ni tenemos conocimiento de susfenómenos: todo cuanto sobre ellos podamossaber será por deducción, mas no por induc-ción. Tal investigación llegará, no obstante,en su momento conforme a un plan y a unmétodo, si bien en lo relativo al cielo y losespacios inmateriales debemos remitirnos porentero a la religión y dejar el asunto en susmanos38. Así, cuanto los platónicos y más

cambio, veía ahí un excelente argumento contra la creenciatradicional.

38 La estricta separación de ciencia y teología (véase, sobre

todo,  Novum Organum,  I, 64, y I, 89; Works,  I, pp. 175176 y196198;  La Gran Restauración,  pp. 115116 y 146148) haceque Bacon excluya de la filosofía natural no sólo cualquierinvestigación sobre los ángeles y espíritus angélicos, sino tam- bién el estudio de los cielos inmateriales (que nada tienen quever con el cielo de los astrónomos; recuérdese que los espíritus puros que, según Bacon, lo componen son materiales, por másextremadamente raros y carentes de peso). Un importante

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL   47

recientemente Patr iz i39 —reclam ando para sufilosofía un carácter más divino— han dichoal respecto no me parecen sino invenciones y

frivolidades, fruto de la superstición, la arro-gancia y hasta de un cierto desorden mental:co m o en las im ágenes y los sueñ os de V alenti

[748] ñus40, su inmoderada audacia se revela abso-lutam en te estéril. P ues, si en m od o algu no hayque imitar a l emperador Claudio en su apo-teosis de la locura, peor aún sería hacer de la

vanidad objeto de veneración, ya que ello nollevaría sino a la au téntica ru ina y destruccióndel intelecto.

CAPITULO VII 'Cuestiones relativas a la sustancia de los cuer

 pos celestes: en qué se diferencia ésta de la de los cuerpos sublunares; en qué se diferencia el éter interestelar de la materia estelar; en qué se diferencia la sustancia de una estrella de la de

estudio acerca de las ideas de Bacon a propósito de las relacio-nes entre ciencia y teología es Paolo Rossi, «Bacone e la Bib

 bia», recogido en  Aspetti della rivoluzione scientifica.39 Bacon parece referirise al comienzo de la Nova de univer

sis philosophia, Panaugia,  I, fol. Ir de Patrizi.4° Basilio Valentinus es un misterioso alquimista de comien-

zos del siglo xv sobre cuya identidad se ha discutido larga-

mente; durante mucho tiempo se pensó que podría tratarse deun benedictino de Erfurt, pero hoy en día parece claro quedicho personaje no existió realmente y que las obras a él atri- buidas fueron en realidad escritas por Johann Thoelde [véase, por ejemplo, la contribución de Claus Priesner a ChristophMeinel (ed.).  Die Alchemie in der europäischen Kultur  — und  Wissenschaftsgeschichte,  Herzog August Bibliothek, Wolfen-

 büttel, 1986].

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FRANCIS BACON 

otra o de nuestro fuego; en qué consiste esa sustancia; cuál es la sustancia de la Vía Láctea 

 y de las manchas negras del hemisferio antár- tico. Se propone luego la primera cuestión: ¿son heterogéneos los cuerpos celestes y los teres- tres? ¿En qué sentido podrían serlo?

Vistas ya las cuestiones relativas al sis-tem a, h em os de p as ar a las qu e se refieren a lasustancia de los cuerpos celestes. Ahora bien,

el estudio de ésta y de las causas de su movi-miento corresponde a la f i losofía, en tantoque la investigación del movimiento propia-mente dicho y de sus acciones corresponde ala astron om ía: su influjo y su po d er son o bjetode am bas. El acu erdo en tre astrono m ía y filo-sofía debería ser tal que aquélla prefiriese las

hipótesis más cóm od as y sencillas pa ra el cálcu-lo y ésta las más ajustadas a la verdad de lanaturaleza: por lo demás, las hipótesis adop-tadas en astronomía en vir tud de su conve-niencia no h abrían de aten tar nunca co ntra laverd ad de las cosas, y los principios filosóficostendrían que resul tar perfectamente compati-

 bles con los fenóm enos astronóm icos. Sinembargo, sucede todo lo contrarío, pues lasficciones de la astronomía han invadido lafilosofía hasta corromperla, mientras que lasespeculaciones de los filósofos acerca de losfenómenos celestes no satisfacen sino a ellosmismos, desentendiéndose de la astronomía ydel estud io de los fenóm eno s particu lares y desus causas para lucubrar sobre los cielos engeneral. Así pues, dado que ambas ciencias — tal y com o se cultivan en la ac tu a lid ad —son superficiales y fútiles, es nece sario d a r un paso m ás y considerarlas com o u n a y la

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL   49

misma cosa, constituyendo una única ciencia[749] pese a que la estrechez de miras y la práctica

de los hombres doctos las hayan mantenido

separadas durante tanto tiempo.La primera cuestión que propongo es si la  sustancia de los cuerpos celestes es diferente a la de cuanto hay por debajo de ellos.  La temeri-dad y la sofistería de Aristóteles nos hanlegado un cielo fantástico, hecho de unaquintaesencia, libre de todo cambio, así como

también de calor41. Dejando por el momentoal margen los cuatro elementos que estaquinta esencia presupone, hay que convenircuán grande fue la osadía de romper el vín-culo entre el llamado mundo elemental y loscuerpos celestes, siendo como es evidente quedos de los elementos —el aire y el fuego— sonclaramente connaturales a las estrellas y aléter: sólo se explica por la tendencia de Aris-tóteles a abusar de su propio ingenio, su gusto

 por crearse dificultades y su preferencia porlas cosas oscuras. Pues, aunque no cabe dudade que las regiones sublunar y supralunar, asícomo los cuerpos que contienen, difieren bajomuchos e importantes respectos, no es menoscierto que los cuerpos de ambas regiones tie-nen en común numerosas inclinaciones, pasio-nes y movimientos, de tal modo que —enlugar de separarlos— parece más oportunohablar de matices dentro de la naturaleza. Encuanto a esa noción de heterogeneidad segúnla cual los cuerpos celestes son eternos, entanto que los inferiores son corruptibles,resulta incorrecta en ambos extremos, puestoque ni esa supuesta eternidad se da en los cie-

41 De cáelo.  II, 7, y  Metaphysica,  XII, 8.

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50 FRANCIS BACON 

los ni esa mutabilidad en la Tierra. En efecto,si se considera adecuadamente la cuestión,habrá que convenir que, por lo que respecta a

la Tierra, no cabe juzgar a partir de lo que noses dado observar, ya que el ojo humano nadaha visto que haya sido extraído de una pro-fundidad de más de tres millas, algo práctica-mente insignificante si se compara con laextensión del globo terráqueo. Nada es óbice,

 pues, para que el interior de la Tierra no

 pueda estar dotado de esa misma eternidadatribuida a los cielos. Si se produjeran grandesmutaciones en las profundidades de nuestro

 planeta, necesariamente tendrían que apre-ciarse en la región que habitamos fenómenosmás espectaculares que los que de hecho pre-senciamos. De por sí, por su propia fuerza, laTierra no parece producir cambios ostensibles

[750] en su superficie42; antes bien, éstos parecendeberse casi siempre a causas externas como

 puedan ser las condiciones atmosféricas, las

42 Bacon creía —como Gilbert, aunque por distintasrazones— que el interior de la Tierra estaba compuesto demateria tangible privada de espíritus y, por ello mismo, inerte.Aunque acepta la verticidad terrestre descrita por Gilbert(hasta 1612, pues después de los dos opúsculos que aquí pre-sentamos no vuelve a aparecer tal idea), Bacon no piensa enningún momento que se trate de un movimiento magnético denuestro planeta, sino que lo atribuye al movimiento cósmicoque constituye la clave de bóveda de toda su cosmología.Sobre este problema puede verse Graham Rees, «Francis

Bacon on Verticity and the Bowels of the Earth», quien por lodemás sugiere (pp. 205206) la posibilidad de que la fuente deinspiración de uno y otro fuera Bernardino Telesio; acerca dela influencia de la filosofía natural telesiana sobre la cosmolo-gía de lord Verulam, véase Valeria Giachetti Assenza, «Ber-nardino Telesio: il migliore dei modemi. I riferimenti a Telesionegli scritti di Francesco Bacone»,  Rivista Critica di Storia della Filosofía,  35 (1980).

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  51

lluvias, el calor, etc., y, au n ad m itiend o — cosa bastan te plausib le— que tam bién la T ierra,y no sólo los cu erpos celestes, pued e ac tua r so-

 bre las regiones del aire (ya sea exhalandofrío, produciendo vientos o de cualquier otromodo), lo cierto es que todo ello tiene lugaren las regiones más cercanas, aquellas en lasque nadie en sus cabales po drá negar que todo sesos cambios pueden producirse.

Incluso los fenóm enos terrestres que pa re-

cen acontecer a m ayor profund idad ( te rrem o-tos, erupciones de agua, exhalaciones ígneas,grietas, resquebrajaduras y similares) no se

 p roducen de hecho a una d istancia tan grandey por lo general afectan sólo a una pequeña p a rte de la superficie terrestre. Pues cuan tomayor sea la región de la superficie afectada p o r un te rrem o to — o p o r cualqu ier o tro fenó-meno similar—, tanto más profundos han desup on erse sus orígenes y raíces, y ta n to m enossi la zona afectada es más pequeña. Y no hay p o r qué d u d a r de que, ta l y com o se cuenta, aveces se produzcan terremotos que afectan aamplias y vastas zonas: lo que ocurre es queson un tanto excepcionales y han de compa-rarse con accidentes m ayores com o los com e-tas , que son igua lmente in f recuen tes . Encu alqu ier caso ya dije antes que lo que intentodemostrar no es que la Tierra sea eterna, sinoúnicamente que, por lo que se refiere a la

con stancia y el cam bio, no hay m ucha diferen-cia entre ella y el cielo. Además, tampocotiene sentido tratar de probar la eternidad a p a r tir de los princip ios del m ovim iento, puesasí como el movimiento circular no requierelímite alguno, tampoco el reposo; por otra

 p a rte , no m enos susceptible de considerarse

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52 FRANCIS BACON 

eterna resulta la persistencia de los cuerposdensos en su lugar o la mera congregación desus connaturales que la rotación de los cuer-

 pos m ás raros, to d a vez que cuando las partesde unos y otros se separan del todo tienden amoverse en línea recta.

Q ue el interio r de la T ierra no está sujeto amayores mutaciones que el propio cielo esalgo que puede asimismo inferirse del hechode que sólo haya corrupción al l í donde tam-

 bién hay m edios p a ra regenerar. Así, las llu-vias que caen de lo a l to y renuevan lasuperficie de la T ierra apenas pued en p en etraren el interior de ésta y su tam añ o y m agn itudno disminuyen en absoluto, puesto que nada

 puede perderse si no hay o tra cosa que vengaa o cu p ar su lug a r43. P or lo dem ás, la m utab ili-

d ad apreciable en la superficie terrestre pareceser ella misma un accidente. En efecto, esa

 p e q u e ñ a co rteza que se ex tien d e a lg u n asmillas hacia abajo (y en la que está contenida

[751] la no ble tra m a y estruc tura de p lan tas y m ine-ra les )44 difícilm ente p o d ría exh ibir tal varie-

43 Como afirmara más tarde en el  Novum Organum,  II, 40(Works,  I, p. 311; La Gran Restauración, p. 297), «nada hay enla naturaleza más verdadero que la proposición de que de la nada nada se produce o aquella otra gemela de que ninguna cosa se reduce a la nada. Por el contrario, permanece siempre cons-tante, sin aumentar ni disminuir, la misma cantidad o sumatotal de materia.» La observación tiene lugar en el contexto de

una discusión sobre lo denso y lo raro, pero responde básica-mente a la misma razón que ahora guía a Bacon en sus especu-laciones cosmológicas: la inexistencia del vacío y, enconsecuencia, la concepción plenista del universo.

44 La teoría que aseguraba que los minerales se formaban enlas entrañas de la Tierra a partir de exudaciones y destilacionesde la corteza ( Novum Organum,  II, 27 y 50; Works,  I, pp. 279,357 y 360; La Gran Restauración, pp. 254. 356 y 359) se remon

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  53

da d, y m enos a ún tan bellas y perfectas ob ras,si sobre ella no ac tua ra n los cuerp os celestes amodo de constante estímulo. Y, si alguien

 p iensa que el ca lo r y la fuerza activa del Sol p o d rían a c tu a r a través del espesor de la T ie-rra , con razón ca bría t ildarle de supersticiosoy fanático, pues es evidente que cualquier

 pequeño obstáculo b as ta ría p a ra evitarlo eimpedirlo. Cuanto hasta aquí se ha dichotiene que ver con la constancia de la Tierra;

 pasem os ah o ra al p ro b lem a de la m utab ilidadde los cielos.

En prim er lugar, no cabe inferir que no se p roduzcan cam bios en los cielos p o r el sim plehecho de que nosotros no los veamos. Pues lavisión puede verse impedida tanto por elexceso o la falta de luz com o p o r la distancia o

la propia sutileza o pequeñez del objeto; deeste modo, si alguien pudiera contemplar lasuperficie terrestre desde la Luna, no podríaapreciar los cambios que en ella acontecen(inundaciones, terremotos, etc.) ni tampocolas cosas y edificios, puesto que a tan enormedistancia no parecerían siquiera del tamañode una pequeña paja. Y del hecho de que el

taba a la antigüedad —el propio Aristóteles la defiende en Meteorologica,  III, 6—, pero había sido mantenida en fechasmás recientes por autores como Georg Bauer (Agrícola) (De 

 Re metallica,  Basilea, 1556) y Bernard Palissy (Discours admirables, París, 1580), ambos bien conocidos por Bacon. Es, por 

lo demás, muy curioso que éste comience la relación de prodi-gios efectuados en el Colegio de la Obra de los Seis Días, en la New Atlantis, con la producción artificial de minerales en gru-tas subterráneas en las que se reproduce el proceso natural deformación de los mismos; véanse a este respecto los comenta-rios de Michèle Le Doeuff y Margaret Llasera en su espléndidaedición de dicha obra (La Nouvelle Atlantide, Payot, París, 1983, pp. 183190).

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54 FRANCIS BACON 

espacio interestelar sea diáfano y en nochesclaras puedan verse siempre las mismas estre-llas ( tanto en número como en apariencia)

tam poco podem os con cluir que dicho éter sea perfectam ente transparen te , puro e in m u ta- ble: al igual que en el aire se d an innum erablesvariedades del calor y el frío, de olores y todaclase de mezclas con los vapores más sutilessin que por ello pierda su transparencia, asítampoco deberíamos f iamos del aspecto o

ap arien cia de los cielos. Si esos gran des cú m u-los de nubes que a veces oscurecen el cielo, ydebido a su proximidad nos privan de la luzdel Sol y las estrellas, estuv ieran s ituad os en la parte superio r del m ism o, entonces éste segui-ría pareciendo perfectamente claro, ya que niserían visibles en razón de la distancia ni la

 pequeñez de su m agnitud com p arad a con lade los astros p o d ría eclipsar a éstos. Es m ás, nisiquiera el globo lunar, excepto en aquella pa rte en la que brilla , a lte ra la apariencia delcielo; y, si no fuera p o r esa luz, u n cue rpo tangrande com o ése nos resultaría im perceptible.

Por lo demás, en cuanto el tamaño y lamagnitud de los cuerpos logran superar elobstáculo interpuesto por la distancia, y su

 b rillo y lu m in o s id ad son su fic ie n tem e n teintensos como para afectar a nuestra visión,nada nos impide observar en los cielos cam-

 bios sorprenden tes y fenóm enos singulares.Ese es el caso de los com etas superiores (aqu e

[752] líos qu e, excepto p o r la cola, ad o p tan la a p a -riencia de un astro), los cuales no sólo están

 p o r encim a de la L una, com o qu eda dem os-trado por la doctrina de la paralaje, sino queademás guardan una misma posición rela t ivacon respecto a las estrellas fijas y, lejos de

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  55

errar, se mantienen en órbitas estables: nues-tra época ha conocido más de uno de éstos , p rim ero en C asiopea y n o hace tan to en

Ofiuco45. Y en cuanto a esa idea de que laconstancia les es conferida a los cometas porla estrella más próxima (tal y como pensabaAristóteles, para quien existía la misma rela-ción entre un cometa y una estrella que entrela Vía Láctea y los cúmulos de estrellas,s iendo ambas nociones fa lsas)46, hace ya

mucho que fue rechazada, no sin habérselereproch ado de paso a A ris tóteles su tem eridad

 p o r suponer ta n a la ligera estas cosas. D e o tra parte , las nuevas estrellas que in trodu cen a lte-raciones en las regiones celestes no siempreson de naturaleza evanescente, sino que algu-nas veces perduran en ellas. Ese es el caso dela nueva estrella de H iparc o, cuya apa rición esm enciona da po r los an tigu os 47, m ás n o así sudesaparición; y recientemente ha aparecido

45 La nova  observada en 1572 en la constelación de Casio- pea fue estudiada por numerosos astrónomos, que no tardaronen dar cuenta de sus trabajos; Cornelio Gemma Frisius,  De stella peregrina, quae superiori anno apparere coepit  (Amberes,1573); Thomas Digges,  Alae, seu scalae mathematicae  (Lon-dres, 1573); Jerónimo Muñoz,  Libro del nuevo cometa (Valen-cia, 1573); Tadeas Hájek, Dislexis de novae et prius incognitae stellae (Francfort, 1574), y, sobre todo, Tycho Brahe, Astrono- miae instaúrala progymnasmata  (Praga, 1602). La nova  deOfiuco fue observada en 1604 por Kepler, quien de inmediato

redactó un breve opúsculo, Gründtlicher Bericht von einen ungewönlinchen neuen Stern (Praga, 1605), en donde la compa-raba con la de 1572 y tomaba como punto de referencia lasobservaciones que de ésta hiciera Brahe; dos años más tardesus trabajos se plasmarían en De stella nova in pede Sepentari (Praga, 1606).

46 Meteorologica,  I, 8.47 Plinio,  Historia naturalis,  II, 23.

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56 FRANCIS BACON 

una nu eva estrella en el pec ho del C isn e48, queya ha durado doce años —más de la edad deun cometa (según se dice)— sin que hasta la

fecha haya menguado o parezca que vaya adesaparecer. Tampoco es cierto que las estre-llas más viejas estén invariablemente exentasde to d o cam bio y éste sólo acontezc a en las demás reciente aparición, en la que no es deextrañar que se produzcan tales mutacionesya que su origen y generación no son tan

rem otos. D ejando ap arte la fábu la de los áreades acerca de la primera aparición de laLuna49, que aseguran es más joven que ellosmismos, no faltan ejemplos históricos dignosde to d o créd ito: así, el Sol ha ap arecid o en tresocasiones con el semblante alterado, sin quem ed iaran eclipses o interposiciones de nu bes yel aire estuviese claro y sereno (no siendosiqu iera igual en to do s los casos, pues un a vezlanguideció su luz y las otras dos apareciótostado) . Tales fenóm enos ocu rrieron du ran tediecisiete días en el año 790, durante medio

[753] añ o en tiem pos de Ju stinian o y po r u nos pocos d ías tras la m uerte de Ju lio C é sa r50.Acerca de este últim o con tam os con el notabletes t imonio de Virg i l io : «Compadec iéndose

48 La primera observación de dicha estrella tuvo lugar en1600. La alusión de Bacon a los doce años transcurridos desdetal momento ha permitido datar la  Descripción del globo intelectual.

49  Ovidio, Fastorum Libri,  I, 469.50 Bacon se sirve una vez más de la información contenida enla Nova de universis philosophia, Pancosmia, XVIII, fols. 106v y107r, así como XIX, fol. 11 Ir, donde se cita como fuente parael fenómeno del año 790 a Pablo el Diácono y del fenómeno delos tiempos de Justiniano a Pedro Mejía, Silva de varia lección (Sevilla, 1540) (aunque la fuente original sea Procopio,  De bello vandalico,  II, 14).

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  57

también él [el Sol] de Roma a la muerte deCésar, cubrió su cabeza bril lante con herrum-

 bre oscura y las generaciones im pías tem ieron

una noche eterna»51. Por otra parte, el relatode Varrón acerca de cómo el planeta Venuscam bió de color , tam año y form a en tiem posdel rey Ogygis podría haber merecido undudoso crédito (pese a ser Varrón un autén-tico experto en cuestiones históricas y repro-d u cir dicho relato San A g us tín)52 de no h abe r

tenido lugar en nuestra época, en el año 1578,un fenómeno parec ido que ha desper tado unano tab le expec tac ión . En tonces , y du ran tetod o u n añ o, el plan eta Venus experim entó denuevo una ostensible mutación, adquir iendoun a m ag nitud y un brillo inu suales, y volvién-dose más rojo que Marte , para ul ter iormente

cambiar varias veces de forma, deviniendounas t r i angu la r , o t r a s cuad rado e inc luso

[754] redondo como si hasta su propia masa y susustancia se hubieran visto afectadas53. Delm ismo m od o, esa vieja estrella de la cabeza deC an ícula en la que A ristó tele s54 afirm ab ahaber observado una especie de cola que a

 p rim era v ista parecía v ib ra r resulta hoy dis-tinta y se diría q ue ha perd ido tal cola, pue stoque nada parecido se detecta en nuestro días.

Además, es fácil que muchos de los cam- bios que sobrevienen a los cuerpos celestes — sobre to d o a los m ás pequeños— nos pasen

51 Virgilio, Geórgicas,  I, 469 (traducción de BartoloméSegura, Alianza, Madrid, 1981).

”  De civitate Dei,  XXI, 8.53 Es nuevamente a Patrizi ( Nova de universis philosophia, 

Pancosmia,  XVIII, fol. 107r) a quien Bacon debe tan extrañainformación.

54 Meteorologica,  I, 6.

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58 FRANCIS BACON 

desapercibidos en una observación descui-dada y, por tanto, permanezcan ignotos. Acualquier sabelotodo se le ocurrirá enseguida

que ello podría deberse a los vapores y a ladisposición del medio, mas aquellos cambiosque parecen afectar constante, uniforme y

 perm anentem ente a l cuerpo de u na estrella yg irar con ella ha n de supon erse inheren tes a lamisma o al menos al éter circundante, peronu nc a a la región inferior del aire. Ello es tam -

 bién evidente p o r el hecho de que tales cam - b io s r a ra m e n te te n g a n lu g a r , m e d ia n d osiempre largos intervalos, mientras que los p roduc idos p o r la in terposición de vapores enel aire se pro du ce n con m ay or frecuencia. Y siel o rde n del cielo y la co nstan cia de sus m ovi-m ientos llevan a alguien a con cluir su inm uta-

 b ilidad , entendiendo que la certeza de susrevoluciones y retorno s constituye un a prue baindudable de su eternidad (en la medida enqu e tal co nstan cia difícilm ente puede d arse enlas sustancias corruptibles), convendría queobservara con un poco más de atención anuestro alrededor y reparase en cómo inclusoaquí aba jo se enc uen tra en algunas cosas — es-

 pecialm ente en el flujo y reflujo del m ar—esa espec ie de c ic lo conforme a per íodosfijos55, en tanto que las pequeñas variacionesque puedan darse en las revoluciones y retor-nos celestes escap an a nu estra visión y a nues-tros cálculos. El movimiento circular de los

55 La teoría baconiana de las mareas es desarrollada en De  fhixu et refluxu maris (Works,  III, pp. 4761) y  Novum Organum,  II, 36 (Works,  I, pp. 294297; La Gran Restauración, pp.274278); sobre el problema puede verse Paolo Rossi, «Venti,maree, ipotesi astronomiche in Bacone e in Galilei», especial-mente pp. 163169 y 173179).

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL 59

cielos ya no puede seguirse considerando una p ru eb a de su e te rn id ad b ajo el p re tex to de queel movimiento circular carece de límites y el

movimiento eterno pertenece a la sustanciaetern a, p ues así es com o se m ueven los com e-tas sublunares s iguiendo su propio impulso(aunque haya quien se crea el cuento de queestán l igados a un astro) . Y, en todo caso, s ivamos a af i rmar la eternidad de los cuerposceles tes basándonos en su movimiento circu-

lar , m ás bien deb er íam os apl icar el argum entoa la totalidad del cielo y no a sus partes,teniendo en cuenta que tanto el mar como elaire o la tierra son eterno s en sus m asas y, sinem bargo , perecederos en sus par tes . Pero tam -

 b ién p o d ría decirse, m uy p o r el co n tra rio , queeste argumento fundado en el movimiento de

revolución no av ala la tesis de la eternid ad delcielo, pu esto qu e dicho m ov im iento no es real-m ente perfecto en éste ni se restau ra siguiendoun círculo completo y puro; antes bien, lohace siguiendo desviaciones, curvas y espi-ra les 5Í.

56 Bacon adopta una singular cinemática celeste como es ladesarrollada por alBitrüyí en su Kitab f t ’l-hay'a (traducido allatín en 1217 por Michael Scot como  De motibus celorum). AlBitrüyí consideraba, como después Bacon, que sólo existeun movimiento cósmico; el movimiento diurno del  primum mobile transmitido a las demás esferas con una cierta ralentización progresiva (taqsTr), hasta llegar a la propia Tierra y afec-

tar así a las masas de aire y de agua. Pero tal movimiento setransmitía ya desde las estrellas fijas de modo irregular, con loque las trayectorias de los astros se desviaban del perfectomovimiento circular requerido por la tradición para describiruna línea espiral (lawlab halazüm).  Bacon se separa, en cam- bio, de alBitrüyí en su concepción eminentemente cualitativade la explicación de los fenómenos celestes y en su rechazo delas esferas homocéntricas de la tradición peripatética, así como

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60 FRA NC IS BACON 

[755] A ho ra bien, no hay que de sde ña r un a posible objeción a la idea de que, si bien loscambios que tienen lugar en la Tierra son

 puram ente accidentales y ún icam ente resultandel influjo ejercido por el cielo, el caso de éstees distinto ya que la Tierra no puede actuarsobre él (toda vez que las emanaciones terres-tres se ag ota n enseguida) y p o r ello perm ane cecon toda probabilidad fuera del alcance decualquier fuerza host i l , jamás perturbado o

c o n m o v id o p o r n a tu r a l e z a s o p u e s t a s , d emanera que muy bien podría ser e terno. Laingenua opinión de Tales57, según la cual losfuegos celestes se alimentaban de los vaporessublimados de la t ierra y el océano, nutrién-dose y revitalizándose gracias a ellos, no memerece n ingún c réd i to : p rác t icamente la

misma cantidad de esos vapores vuelve luegoa caer y, p o r lo dem ás, ni son capaces de su birtan alto ni bastarían p ara regen erar la t ierra ylos cielos. Pero, aun admitiendo que estosefluvios materiales de la Tierra se detienenm uc ho an tes de llega r a la región celeste, no esfácil sin embargo determinar —supuesto quela Tierra sea, com o Parm énides y Telesio afir-

del orden planetario supuesto por el astrónomo andalusí (conVenus por encima del Sol). La versión latina del tratado dealBitrüyl —sin duda la que Bacon conociera— ha sido edi-tada por F. J. Carmody (The University of California Press,Berkeley, 1952), en tanto que B. R. Goldstein hizo lo propio

con el original árabe y la traducción hebrea de Moseh ibnTibbon (Yale University Press, New Haven, 1971). La primeravez que Bacon se hace eco de las ideas de alBitrüyí es en unescrito tan temprano como Mr. Bacon in Praise of Knowlegde (Works,  VIII, pp. 124125), probablemente compuesto en1592, si bien no hace allí referencia explícita a las espirales.

57 Tal opinión es atribuida a Tales de Mileto por Plutarco, De placitis philosopharum,  I, 3.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  61

m ara n , la fuen te original de lo frío— 58 has taqué a ltura puede l legar esta fuerza con traria yop uesta a la del cielo, sobre tod o teniendo en

cuenta que los cuerpos más raros absorben lana tura lez a y las cu alidades del frío y el ca lor y

 pueden tran sm itir éstos a g ran distancia. C on-cedamos, si se quiere, que el cielo no se veanunca afectado por la Tierra; mas, ¿por quéno podrían los cuerpos celestes influir losun os sob re los o tros (el Sol sob re las estrellas,

éstas sobre el Sol, el uno y las otras sobre los p lanetas, y el é ter c ircundan te sobre todosellos, especialmente en los límites de susglobos)?

Vemos de nuevo cómo la aparente fuerzade la tesis de la eternidad de los cielos derivamás bien de la estructura y disposición quetan laboriosamente acabaron suponiendo losastrónomos, no regateando esfuerzos paraeximir a los cuerpos celestes de todo cambioque no fue ra la p u ra revolución a fin de m an-tenerlos, por lo demás, estables e inmutables.Así, han imaginado a aquéllos fijos en susesferas, como si estuvieran clavados a ellas; p a ra cada una de sus declinaciones, elevacio-nes, depresiones o sinuosidades han buscadounos cuantos círculos perfectos del tamañoadecuado y han hecho que sus partes cónca-vas y convexas encajen suavem ente unas den-tro de otras, sin que subsistan prom inencias ni

58 Al margen de otras posibles líneas de influencia, el  De rerum natura juxta propria principia  (Roma, 1565; edicióndefinitiva en nueve libros, Nápoles, 1586) de Bernardino Tele-sio constituye para Bacon una de las principales fuentes deinformación acerca de los filósofos presocráticos; véase elcitado artículo de Valeria Giachetti Assenza, «BernardinoTelesio: il migliore dei modérai».

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62 FRANCIS BACON 

anfractuosidades y, tan admirablemente en-gastadas, puedan girar con gran facil idad ysuavidad: son esas inmortales invenciones las

que eliminan cualquier clase de violencia o p e r tu r b a c ió n , ín t im a m e n te l ig a d a s a lacorrupción. Es cierto que si unos cuerpos tan

[756] grand es com o las esferas de los as tro s sem ovieran a través del éter siguiendo tray ecto-rias cada vez distintas, invadiendo en ocasio-nes las regiones superiores, descendiendo en

otras, oscilando tan pronto hacia el sur comohacia el norte, existiría sin duda el riesgo deque se produjeran colisiones, sacudidas, des-

 p lazam ien tos y fluctuaciones en el cielo, de lascuales pudieran seguirse condensaciones ora re facc iones que p romov ie ran o h ic i e ran

 p o sib le s g en e rac io n es y m u tac io n es . M ascomo quiera que distintas razones físicas, asícom o los propios fenómenos, dem uestran queése es el caso y que las ficciones de los astró-nomos no son —como cualquier hombre ju i-cioso puede colegir— sino burlas a la na-turaleza carentes de toda realidad, la consi-guiente doctrina de la eternidad de los cieloshabrá de merecer idén t ica op in ión . Y, s ialguien pretende oponer objeciones de carác-ter religioso, respondería que es sólo la arro-gancia p aga na la que hace que se atribu ya taleternidad exclusivamente a los cielos, pues,según las Sagradas E scrituras, dicha eternida dcorresponde tanto a la Tierra como al cielo.En efecto, no sólo leemos en ellas que «el Sol yla Luna son eternos y fieles testigos del cielo»,sino también que «las generaciones pasan,

 p e ro la T ierra perm anece e te rn am en te» 59. Y

59 Eclesiastés,  I, 4.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  63

en otro pasaje es la naturaleza corruptible y perecedera de am bos la que se afirm a: «elcielo y la T ierra p asa rán , m as no así la pa labra

del Señor»60.Ahora bien, si de cuanto se ha dicho

alguien quiere concluir que, mientras que nocabe duda de que en la superficie de la Tierray en las regiones próximas a ésta tienen lugarinfinitas m utaciones, n o sucede lo m ism o en elcaso del cielo, he de responder lo siguiente:

aunque no pretendo que el cielo y la Tierrasean iguales bajo todos los respectos, sí afir-mo que en las regiones intermedia y supe-rior del aire (entendiendo por tal la superficieo capa interior del cielo, del mismo modo quela superficie o capa exterior de la Tierra estáco n stituida p o r ese espacio en el que se co ntie-nen animales, plantas y minerales) se dan dis-t in tas y muy var iadas c lases de cambios .Parece, pues, como si todo conflicto, pertur-

 bación o desorden tuviese lugar en los confi-nes del cielo y de la T ierra, de m an era similara lo qu e o cu rre en las cuestiones civiles: así, esfrecuente ver cómo, mientras que en las fron-teras de dos reinos se suceden con tinuas in cu r-siones e impera la violencia, las provincias delinterior de uno y otro disfrutan de una pazdurarera y no resultan afectadas sino por lasmás g raves guer ras que ra ramente t i enenlugar . En cuanto al otro argumento ar is toté-lico 61 en fav o r de la he tero ge neidad de loscielos (a sabe r, que n o so n calientes en sí mis-mos, pues en tal caso se produciría la confla-gración descrita por Herácli to, sino sólo la

Mateo, XXIV, 35. De cáelo,  II, 7.

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64 FRANC IS BACON 

cau sa acciden tal del calor po r m edio de la fric-ción y la diverberación), no entiendo cómonadie pue de d a r así la espa lda a la experiencia

y contravenir incluso el consenso de los anti-guos, excepto por el hecho de que no es nadadesacostumbrado en Aris tóteles tomar algode la experiencia para de inmediato burlarsede l a na tu ra leza con t an ta pus i l an imidadcomo audac ia . De todo e l lo hab la ré , s ine m b a r g o , m á s e x t e n s a y d e t a l l a d a m e n t e

cu an do me ocupe de la cuestión de si las estrellas son auténticos fuegos y, sob re tod o , en mis precep tos sobre la h isto ria de las v irtudes,m om ento en el que trata ré del origen del fr ío yel calor, un problema todavía desconocido einédito para los hombres. Dejemos así plan-teada la cuestión de la heterogeneidad de loscuerpos celestes, pues, aunque ésta parece laocasión propicia para crit icar la doctrina deAristóteles, el plan que he trazado para miexposición no lo permite.

Otra cuestión es qué contienen los espacios interestelares.  Pues o están vacíos, como pen-saba Gilbert, o llenos de un cuerpo que es alas estrellas lo que el aire a la llama (por men-cio n ar algo fam iliar a los sentidos), o llenos deun cuerpo hom ogéneo con respecto a las p ro-

 pias estrellas, lúcido y en cierto m odo em pí-reo, aunque su luz no sea tan refulgente niresplandeciente (esto es lo que parece signifi-car la doctrina tradicional según la cual lasestrellas no son sino las partes más densas desu esfera)62. Ahora bien, nada impide que uncuerpo lúcido sea, no obstante, suficiente-mente d iáfano como para t ransmit i r una luz

62 De cáelo,  II, 7.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO'INTELECTUA L  65

más fuerte. Telesio ha puesto adecuadamentede relieve cóm o incluso el aire com ún contienealgo de luz, argu m entand o que pa ra que algu-

nos animales puedan ver de noche es necesa-rio que su vista sea capaz de recibir y asimilaresta débil luz, ya que en modo alguno parece plausible que la acción de ésta pueda tenerlugar en ausencia de toda luz o simplementeen v irtu d de la luz inten sa del esp íritu v isu al63.Además, es evidente que si la luz es lo bas-

tante t ransparente como para t ransmit ir lasespecies de incluso los cuerpos opacos (como puede apreciarse en la m echa de una vela),mucho mejor lo hará cuando se trate de lasespecies de un a luz m ás inten sa. E n tre las mis

[758] m as llam as ha y algunas m ás tran sp are nte sque otras, bien sea por la naturaleza del

cuerpo que arde, bien por su cantidad. Enefecto, la llama del sebo o de la cera es máslum inosa y, po r así decir, m ás ígnea que la delespíritu del vino64, que es más opaca y volátil,sobre todo si su cantidad es tan pequeña quela llama no engrosa. Yo mismo he hecho la p rueba de to d o esto: coloqué una vela de ceraen un cubo metálico (para que la vela estu-viera protegida de la llama que habría derodearla) y metí éste en una pátera en la quehabía un poco de espíritu del vino; encendí

 p rim ero la vela y luego hice a rd er éste, viendoclaram ente cóm o la llama de la vela, blanca ycentelleante, destacaba en medio de la delespíri tu del vino, mucho más débil y transpa-rente. Por la m ism a raz ón se ven a veces en elcielo meteoros resplandecientes que emiten

‘3 Bernardino Telesio,  De rerum natura,  I, 3.64 El espíritu del vino  no es otra cosa que el alcohol.

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66 FRANCIS BACON 

una po tente luz e i lum inan de m ane ra singularla oscura noche, siendo posible, no obstante,ver las estrellas a través de sus bordes.

Esta heterogeneidad entre las estrellas y eléter interestelar no qu eda bien definida po r sudensidad o rareza, como si la estrella fueramás densa y el éter más raro. Pues así comoentre nosotros la llama es un cuerpo más sutilque el aire (más expansivo, yo diría, puestoque tiene menos m ateria con relación al espa-cio que ocupa) y es muy probable que lomismo suceda en los cielos, incurriríamos enun grave error si pensáramos que los astrosson parte de sus esferas, estando como clava-dos a ellas, y que es el éter lo que los ar ra stra :esto no es más que una ficción, exactamenteigual que esa famosa suces ión de esferaseng astada s las un as den tro de las otras. Pues o bien el a s tro atraviesa el é ter en su trayecto ria ,o bien el éter gira al mismo tiempo con idén-tico movimiento (de no ser así, el astro debe-ría atravesar el éter). Y en cuanto a esaestructura de círculos concéntricos en la quela parte cóncava del exterior encaja con laconvexa del interior sin que, dada su tersura,se obstaculicen en sus revoluciones (por másque sean desiguales en uno y otro caso), hayque decir que en absoluto es real. Siendo elcuerpo del é ter tan continuo e ininterrum pidocomo el del aire y habiendo tanta diferencia

entre am bos p o r lo que respecta a la rareza yotro s aspectos, tales regiones h an de ser ju st a -mente diferenciadas en aras de la exposición.

[759] Quede, pues, zanjada esta sexta cuestión con-forme a mis explicaciones.

Sigue entonces otra cuestión que no tienenad a de sencilla y qu e se refiere a la sustan cia

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  67

de los pro pios astros. A este respecto el prim er p ro b lem a es si hay otros globos o masas de materia sólida y compacta además de la Tierra. 

Según la razonable opinión expuesta en  De  facie in orbe Lunae6i, no parece probable que

la naturaleza concentrara toda la mater iacompacta en el globo terráqueo, habiendocomo hay tantos globos de mater ia rara yexpa nd ida. Pero G ilbert , pese a co n tar con elejemplo y la guía de alguno de los antiguos,

llevó esa idea demasiado lejos y llegó a afir-mar que no sólo la Tierra y la Luna, sinotambién otros muchos globos sól idos y opa-cos, están dispersos p o r tod o el cielo en tre losglobos resplandecientes. Y no contento conello mantuvo igualmente que esos globos deap arien cia resplandec iente —a saber, el Sol, la

Luna y las estrellas más brillantes— estabanhechos de una especie de materia sólida, másradiante y uniforme, confundiendo la luz pri-m itiva con la m ateria lum inosa que suele con -siderarse su im agen (pues pe nsa ba que inclusonuestro mar emitía una luz propia a una dis-tancia proporcional)66. Sin embargo, Gilbertno admit ía que la conf igurac ión esfér ica

 p ud iera darse fuera de la m ateria só lida ysu po nía que los cue rpos m ás raros y sutiles noera n sino u n a especie de efluvios o defeccionesde esa misma materia, más allá de lo cual sólohabría vacío. Ahofa bien, a cualquier dil i-gente y aplicado investigador de la naturalezase le puede ocurrir la idea de que la Luna estácompuesta de materia sólida, toda vez quecarece de luz propia y no puede transmitirla,

Plutarco,  De facie quae in orbe Lunae apparet,  924. De Mundo  II, 10;  De Magnete,  II, 27.

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68 FRANCIS BACON 

sino ú n icam en te. reflejarla, e stand o p o r lodemás repleta de irregularidades, todo lo cualsuele caracterizar a los cuerpos sólidos. En

efecto, vemos cómo el aire y el propio éter,que son cuerpos raros, reciben la luz solar,

 pero a diferencia de la L una no la reflejan.Los rayos del Sol son tan vigorosos que pue

[760] den pasar fácilmente a través de nubes muyespesas, que son de naturaleza acuosa, perono así a través de la Luna. La misma Luna,

aunque oscura, da algo de luz durante loseclipses, pero en los novilunios y los cuartosno es visible luz alguna excepto en aquella

 p arte que recibe los rayos del Sol. A dem ás, sifuera cierto — com o p ensa ba Em pédocles— 67que la Luna estuviese hecha de llamas impu-ras y feculentas, éstas tendrían que ser desi-

guales y por ello mismo estar continuamenteen m ovim iento, p o r m ás que se hayan venidosuponiendo constantes. En cualquier caso,ahora está claro gracias a los telescopios queesas manchas t ienen sus propias irregularida-des y que la Luna presenta una configuraciónmuy variada: la selenografía o mapa de laLuna que Gilbert concibiera parece por fin alalcance de la mano gracias a los trabajos deGalileo y otros68.

A ho ra bien, un a vez adm itido que la L unaestá hech a de algu na clase de m ateria sólida, amodo de pariente de la Tierra o de escoriaceleste (como suele decirse), es preciso pre-

67 La fuente más probable es Estobeo,  Eclogae physicae, I, 27.

68 Gilbert,  De Mundo,  II, 14; Galileo, Sidereus nuncius (véase  El mensaje y el mensajero sideral,  pp. 4153). La obramaestra de este género es, sin embargo, Johannes Hevelius,Selenographia, sive Lunae descriptio  (Danzig, 1647).

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  69

guntarnos si su caso es único o no, ya queMercurio también se ve a veces en conjuncióncon el Sol, como si fuera una mancha o un

 pequeño eclipse. No obstante, esas manchasnegruzcas apreciables en el hemisferio austral —y que están fijas, como la Vía Láctea— sus-citan considerables dudas acerca de la existen-cia de globos opacos en las regiones superio-res del cielo69. Pues, en efecto, no parece

 probable que estén causadas por el propio

cielo, que en esos lugares es tan raro que parece perforado, ya que a tan enorme distan-cia esa disminución o privación de un objetovisible no podría afectar a nuestra visión, alser invisible el resto de la materia etérea y sólo

 poderse distinguir por comparación con lamateria celeste. Resultaría quizás más plausi-

 ble atribuir tal negrura a una carencia de luzdebida a la escasez de estrellas en esa región,contrariamente a lo que ocurre en la Vía Lác-tea, donde son muy numerosas: esa es la razónde que ésta parezca continuamente iluminaday aquélla más sombría. La tendencia de loscuerpos a agruparse parece mayor en elhemisferio austral que en el nuestro, habiendoallí menos astros, aunque más grandes, asícomo espacios interestelares más extensos.Por lo demás, es verdad que la información deque disponemos acerca de tales manchas no esmuy fidedigna o, cuando menos, las observa-ciones no se han llevado a cabo con suficienterigor como para permitirnos extraer conse-cuencia alguna de ellas.

69 Francesco Patrizi,  Nova de universis philosophia, Pancos- mia,  fol. 90v, y José de Acosta, Historia natural y moral de las  Indias  (Sevilla, 1590), I, 2.

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70 FRANCIS BACON 

[761] Un pro blem a que tiene m uc ho que ver connuestra investigación es si pueden existir dis-

 persos p o r el é ter o tro s cuerpos opacos que

nos resulten completamente invisibles. Puescu an do hay luna nueva, y en la m edida en queesté i luminada por la luz solar, puede apre-ciarse el borde exterior del disco, mas no asísu centro, que no se distingue aparentementedel resto del éter. Y esos astros errantes queGalileo ha descubierto junto a Júpiter (si

hem os de d ar crédito a su relación) escapan anuestra visión en medio de ese mar de éter,como si fueran pequeñas e insignificantesislas. Del mismo modo, si se separaran todaslas estrellas que integran nuestra galaxia, enlugar de estar agrupadas, pasarían desaperci-

 b idas a nuestra vista, com o esas o tra s que a

veces vemos centellear en las noches claras,sobre todo en invierno. Además, el telescopioha revelado que esas estrellas nebulosas oab erturas del Pesebre no son sino cúm ulos deestrellas singulares e incluso que en la más p u ra fuente de luz (es decir, el Sol) parecenex i s t i r manchas , opac idades y des igua lda-des 70. Pero, a falta de o tro s elem entos de ju i-cio, la pro p ia g rad ac ión de luz en las estrellas,de las m ás b rillantes a las m ás oscuras y ne bu -losas, bastaría para avalar la hipótesis de laexistencia de globos completamente opacos,ya que ha y m enos diferencia entre un a estrellanebulosa y una opac a que entre aquélla y una

70 Bacon hace explícita referencia a la descripción de lanebulosa del Pesebre por Galileo (El mensaje y el mensajero sideral, p. 66) y, en general, a las conclusiones de éste sobre laresolución de la Vía Láctea en multitud de estrellas. Acerca delas manchas solares, véase, más arriba, la nota 34.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  71

muy brillante. Nuestra vista, sin embargo, eslimitada y nos engaña: todo lo que no tengaun tamaño considerable y carezca de una

fuerte y vivida luz nos pa sa rá desapercibido y,consig uientem ente, no alte ra rá la faz del cielo.Sea com o fue re, na die tend ría po r qué sentirse

 perplejo an te la p regunta de si los globos demater ia opaca podrían permanecer suspendi

[762] dos, ya que no sólo la Tierra flota en mediodel aire circundante, que es extraordinaria-

m ente ligero, sino que tam bién lo hacen gran -des masas de nubes de agua y granizo hastaque la proximidad de la Tierra las hace des-cargar. En ese sentido, ya subrayó muy ade-cuadamente Gilbert cómo la tendencia de loscuerpos pesados hacia abajo se ve gradual-mente debili tada cuando se alejan a gran dis-

t a n c i a d e l a T i e r r a , t o d a v e z q u e e s ainclinación deriva del simple apetito de loscuerpos por reunirse con la Tierra (con la quetienen en común una idéntica naturaleza) yello sólo d en tro de la esfera.de su influ en cia 71.Así, si se mantuviera que la Tierra se mueve,sería un a especie de po tente n ad a lo que atrae-ría las cosas hacia ella, habida cuenta de ques ó lo u n c u e r p o p u e d e a c tu a r s o b r e o t r ocuerpo.

Admitamos, pues, estas ideas sobre los

71  De Mundo,  I, 21. El concepto gilbertiano de orbis virtutis 

es adoptado por Bacon aun a costa de privarle de las connota-ciones magnéticas que originariamente tenía; véase  Novum Organum, II, 35 y 36 (Works,  I, pp. 292 y 298; La Gran Restauración,  pp. 272 y 280281). Sobre este importante concepto,derivado en última instancia de Giambattista della Porta, puede verse Fritz Krafft, «Sphaera activitatis orbis virtutis.Das Entstehen der Vorstellung von Zentralkraften», Sudhoffs 

 Archiv.  54 (1970).

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FRANCIS BACON 

cuerpos sólidos y opacos, por nuevas y con-trarias a las opiniones recibidas que puedanser, y pasemos a una no menos vieja, pero

tadavía controvertida, cuestión, a saber: ¿qué  estrellas emiten una luz propia y primigenia y  en cuáles otras deriva del Sol  (al que seríanconnaturales, exactamente igual que aquéllaslo serían a la Luna)? En última instancia,cu an to se refiera a las distintas clases de m ate-ria estelar —en virtud de la cual algunos

astros parecen múltiples, otros rojizos, plúm- beos, b lanquecinos, resplandecientes o m an i-fiesta y constantemente nebulosos— tendráque ver con esta séptima cuestión.

Ot ra cues t ión cuya caba l comprens iónrequiere una cierta perspicacia, es si las estrellas son auténticos fuegos.  Pues una cosa esdecir que las estrellas son auténticos fuegos yotra cosa muy dis t inta af irmar que, admitiendo que lo sean, ejerzan todos los poderes y 

 produzcan los mismos efectos que el fuego común.  Y no es preciso s up on er un fuego espe-culativo o im aginario, que conserve el nom bre pero no las p rop iedades, puesto que tam biénnuestro fuego realizaría operaciones diferen-tes de las que nos es dado observar si se leem plazara en el éter en tan considerable can ti-dad como la de las estrellas. En efecto, lascosas p resen tan d i fe ren tes p rop iedades enfunción tanto de su cantidad como de su

emplazamiento o posición relativa. Así, lasgrandes masas (es decir, los cuerpos connatu-rales que se congregan en una cantidad esti-m a b l e c o n r e s p e c t o a l a t o t a l i d a d d e luniverso) adquieren propiedades cósmicas delas que carecen sus partes: el océano, porejem plo, qu e es la m ayo r m asa de agua, t iene

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL T i

m areas, m ientras que n o sucede lo m ismo conlagos y estanqu es; del m ism o m od o, la T ierra

 perm anece suspendida en tan to que cualquier

 p a rte de ella cae hacia abajo . En cu an to a la posición rela tiva de las cosas, su im portanciaes evidente tanto en las partes más grandescomo en las más pequeñas, en razón de lacontigüidad o proximidad de cuerpos favora- bles o desfavorables. P or tan to lo d icho esfácil colegir cómo entre el fuego celeste y el

[763] nu estro d eb erá darse un a m ucho m ayo r diver-sidad de acciones, ya que a las diferencias deca ntid ad y de sus posiciones relativas hay queunir también una cierta variación sustancial:en efecto, el fuego de las estrellas es puro, perfecto y prim igenio , m ientras que el nuestroes deg ene rado (algo así com o la cojera de Vulcan o, pro du cto de su caída al ser arro jado a laTierra). Si alguien se detiene a considerarlo,verá q ue nu estro fuego está com o fuera de sulugar , t rémulo, rodeado de contrar ios , indi-gente, necesitado de combustible para subsis-tir, fugitivo; en el cielo, en cambio, ocupa suverdadero lugar, fuera del alcance de cual-quier contrario, constante en sí mismo y envirtud de sus similares, llevando a cabo susoperaciones libremente y sin constricciones.Realmente Patrizi no tenía necesidad alguna,a f in de preservar la forma piramidal de lallama (tal y como se da entre nosotros), de

fingir que la parte superior de una estrella,aquélla orientada hacia el éter, podría ser p iram idal, en tan to que la in ferior y visible p a ra no so tros sería esférica72. Esa configura-

72 Francesco Patrizi,  Nova de universis philosophia, Pancos- mia,  XV, fols. 97r101v.

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74 FRANC IS BACON 

ción piramidal de la llama es un simple acci-dente producido por el aire que la rodea y laoprime; en virtud de la hostilidad del aire la

llam a, que es más gruesa en la pro xim idad desu combustible, se ve gradualmente contraíday m odelada en form a de pirám ide. D e ahí quesea más ancha en la base y puntiaguda en elvértice, al revés qu e el hum o, que es com o u n a

 p irám ide invertida (pun tiaguda p o r aba jo ymás an ch a en la pa rte superior) , cosa explica-

 ble p o r el hecho de que el a ire acoge el hum o , pero reprim e a la llam a. R esulta, pues, perfec-tamente natural que la l lama tenga entre nos-otros forma piramidal y en el cielo, por elcon t ra r io , sea es fé r ica . En t re noso t ros lallama es un cuerpo inestable; en el éter, per-manente y duradero. Pero incluso así , de noverse destruidas por cuanto las rodea, aqué-llas podrían durar y subsistir en su propiaforma, como se pone de relieve en el caso delas l lamas más grandes; aquella parte si tuadaen el medio y rodeada de l lamas por todas partes no perece ni se extingue, sino que seconserva en idén t ica can t idad y t iende aascender rápidamente, mientras que los late-rales son hostigados y en ellos comienza aincubarse la extinción. La conservación de laforma esférica en la parte interior de la llamay la figura evanescente y piram idal de la p artee x t e r i o r p u e d e n d e m o s t r a r s e e x p e r im e n ta l-mente utilizando llamas de dos colores73.

73 Tanto aquí como en  Novum Organum,  II, 36 (Works,  I, pp. 303304;  La Gran Restauración,  pp. 286287), Baconintenta mostrar que el fuego terrestre participa de cualidadessemejantes a las del fuego sidéreo y que, en la medida en queresulte posible aislar aquél de su pugna con el aire, podránreproducirse algunas de las cualidades de éste. Apelando a la

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  75

En lo referente al ardor hay también unaconsiderable diferencia entre las llamas celes-tes y las nuestras, pues áquéllas se despliegan

libre y plác idam en te, com o si estuv ieran en sumorada, mientras que és tas parecen extrañosforcejeand o furiosa y violentam ente. En reali-dad, cualquier clase de fuego deviene másapas ionado cuando es tá contenido y apr is io-nado; los rayos de las propias llamas celestes parecen m ás inflam ados cuando en tran en

[764] contacto con cuerpos más densos y tenaces.Por consiguiente, aun admit iendo que lasestrellas fueran verdaderos fuegos, no habíam otivo p ara que A ristóteles temiese que en sumu n d o p u d i e r a d a r s e l a co n f l ag r ac i ó n d eHerácli to. Queda, pues, explicada así estacuestión.

La siguiente cuestión se refiere a si las estrellas han de ser alimentadas y si, por lo demás, aumentan, menguan, se generan y se extinguen.  De hecho, entre los ant iguos huboquien pensó —sobre la base de una inade-cuada observación— que las estrel las teníanque ser al imentadas exactamente igual que elfuego, siendo las aguas, los océanos y lahumedad terres tre los que desempeñaban talfunción, y que se regen eraba n en virtud de susvap ores y ex ha lacio ne s74. A h o ra bien, tal op i-nión no parece digna de m ayor consideración,

 pues dichos vapores se ag o tan m ucho antes de

evidencia empírica, Bacon trata de sustentar su tesis de lanaturaleza ígnea de los cuerpos celestes, poniendo de relievecómo el fuego sidéreo tiende a configurarse en formas esféri-cas. La más clara y tajante expresión de tales puntos de vistaaparecerá en la Sylva Sylvarum (Works,  II, pp. 352353).

74 Bacon vuelve a referirse a Tales conforme a la versión dePlutarco (véase, más arriba, la nota 57).

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FRANCIS BACON 

alcanzar la altitud de las estrellas y, si no bas-tan para renovar las aguas y la t ierra pormedio de la lluvia y el rocío, menos aún

 p o drían regenerar tan to s y tan enorm es glo- bos celestes; adem ás, es evidente que d u ran tem uchos siglos la hu m eda d de la tierra y de losocéanos no ha experimentado disminuciónalguna, p o r lo que parece claro que no es m áslo que liberan que lo que después recuperan.Y tampoco es posible aplicar este principio a

las estrellas por analogía con el fuego, ya que,si bien es verdad que allí donde algo perece yse pierde siempre hay otra cosa que lo repro-duce y sustituye, no menos cierto es que elloacontece en la región del Tártaro, allí dondeexisten los contrarios y los cuerpos deseme-

 jan tes , m ien tras que n ad a de ello se d a en lasconstantes masas interiores de las estrellas nien las e ntra ña s de la T ierra, qu e, lejos de tene rque ser alim entad as, preservan su su stancia envirtud de su identidad y en modo alguno porasimilación. Sin embargo, con respecto a los

 bordes exteriores de las estrellas cabe p regun-tarse si subsisten siempre idénticos o se nutren del éter circundante y, por así decir, lo corrom

 pen.  En este sentido sí que resulta oportuno p la n te a r la c u e s tió n del a lim en to de lasestrellas.

A todo lo dicho es preciso añadir unanueva cuestión referente a los aum entos o dis-minuciones de las estrellas entendidas comoun todo, po r m ás que los fenómenos no p arez-can arrojar dudas al respecto. Pues, paraempezar , no hay ejemplo alguno de que ta lcosa suceda ni n ad a de cua nto acontece entrenosotros ofrece un m otivo p ara la du da , tod avez que, en su con jun to, nuestro g lobo de tie

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 DESCRIPCION DEL GLOBO INTELECTUAL  77

rra y agua no parece experimentar ningúnaumento o disminución apreciable, sino quemás bien conserva su masa y su cantidad. Si

las estrellas nos parecen unas veces mayores yo tras m ás peq ue ñas, ello es deb ido a la distan

[765] cia o pro xim idad (com o en los apog eo s y perigeos de los planetas), o bien a la constituciónde l med io . Ahora b ien , aque l lo s cambiosimputables a la constitución del medio resul-tan fácilmente discernibles, ya que alteran la

ap ariencia del tod o y no sólo la de un a estrellacon creta, tal y com o sucede en algun as gélidasnoch es de invierno en que las estrellas parec enm ayores d ebido a que los vapores se produ cenmás difícilmente y escasean, de manera que elaire está com o m ás con den sado y se asemeja alo acuoso o cristalino, que presentan formas

m ás grandes. Y tam po co d ebería inducim os aengaño el que, por azar , unos determinadosvapores puedan interponerse entre nuestravista y un a estrella conc reta (así com o es ind u-dable que tal cosa sucede con frecuencia conel Sol y la Lu na, m uy bien p od ría ocu rrir tam - bién con los dem ás astros), pues esa variaciónen el tam añ o apenas du ra y aco m pañ a y sigueal astro en su movimiento, ya que éste notarda en liberarse de aquéllos y recobrar suapariencia habitual. De todas formas, y aun-que esto sea así, esta p ar te de la noven a cues-tión no carece, pese a todo, de sentido si setiene en cuenta que tanto en la antigüedadcomo en fechas recientes (momento en que seapreció m ejor y dio m uch o m ás que hab lar) el

 p lane ta Venus parece h abe r experim entado unconsiderable cambio en magnitud, color einc luso forma, que —por o t ra par te— unamutación que acompañe constante y perma

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78 FRANCIS BACON 

nentemente a un determinado astro y se des- p lace con él debe necesariam ente a tribu irse aéste y no al medio y que —por últ imo—

muchos fenómenos relevantes pueden haber-nos pasado desapercibidos en observacionesdescuidadas.

La otra parte de la cuestión es del mismogénero; ¿se crean y destruyen las estrellas con

 forme a vastos ciclos temporales? Son m uchosmás los fenómenos que suscitan esta cuestión

que los que sembraban dudas acerca de susaumentos o disminuciones, si bien siempre enla mism a línea. Pues, en efecto, n ad a hay en lamemoria de los siglos que hable del naci-m iento de a lgu no de los viejos astros (a excep-ción de las fábulas de los árcades sobre laLuna) ni tampoco de su desaparición. Por el

con t ra r io , de aqué l lo s cons ide rados como[766] cometas, pero que parecen realmente nuevas

estrellas tanto por su forma como por susm ovim ientos, sí que hem os presenciado ap ari-ciones — tam bién referidas po r los antiguos—y desapariciones; algunos han creído asistir asu d estrucción; otros , a su ascensión (com o si,tras haber caído hacia nosotros en sus perigeos, regresaran nuevamente a las regionessuperiores); no han faltado incluso a quienesles ha n pa rec ido ra rificarse ha sta disolverse enel éter. Sin embargo, reservo esta cuestiónreferente a las nuevas estrellas para cuandohable de los cometas75.

75 La hipótesis de la variación de la distancia de la estrella ala Tierra por efecto del alejamiento y acercamiento de la Tierraconforme completa su revolución en torno al Sol había sidosugerida por TTiomas Digges, en tanto que la posibilidad deque la nova estuviera alejándose hacia los confínes del universohabía sido acariciada por su amigo John Dee.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  79

La siguiente cuestión se refiere a la Vía  Láctea: ¿se trata de un cúmulo de pequeñas estrellas o más bien de un cuerpo continuo cuya  naturaleza está a medio camino entre lo etéreo  y lo estelar?  La doctrina de las exhalacionshace ya mucho que exhaló, no sin ofrecer laocasión de censurar a Aristóteles por atre-verse a atribuir una naturaleza transitoria yvariable a algo tan constante y estable76. El

 problema podría quedar zanjado si diéramos

crédito a Galileo, quien asegura que esta con-fusa apariencia de luz no resulta sino de laacumulación de numerosas estrellas particula-res, más el hecho de que la Vía Láctea nooculte a otras estrellas que se encuentran enmedio de ella impide que la balanza se inclinede uno u otro lado y, consiguientemente, que

 pueda dirimirse la cuestión. Quizás lo únicoque queda claro, por vía negativa, es que laVía Láctea no puede estar ubicada por debajodel firmamento; si lo estuviera, y por espesaque fuera, nuestra visión se vería probable-mente interceptada. Ahora bien, en el caso deque estuviera a la misma altura que las estre-llas que entre ella se divisan, ¿por qué nohabrían de fundirse éstas en la propia galaxiay en el resto del éter? También parece legítimo

 plantear esta cuestión.Las seis cuestiones precedentes se refieren

a la existencia de los cuerpos celestes, a saber,de qué clase es la materia celeste, la del éterinterestelar, la de la Vía Láctea y la de lasmismas estrellas, ya sea la una con respecto ala otra, a nuestro fuego o a su propio cuerpo.

76 Meteorológica, I, 8.

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FRANCIS BACON 

Con relación al número, magnitud, configura-ción y distancia de las estrellas, así como a losfenómenos mismos y a las cuestiones históri-

cas (de todo lo cual me ocuparé más ade-lante), los problemas filosóficos son bastantesencillos. Al número hace referencia lasiguiente cuestión: ¿corresponde el número de las estrellas a aquéllas que se ven y que Hiparco 

 diligentemente observara, registrara e incluyera en su modelo del universo? De hecho, no parece

muy sólida la explicación que se suele ofrecerde esas innumerables estrellas ocultas, difícil-mente visibles si no es en algunas noches cla-ras de invierno, a saber, que no son estrellasmás pequeñas, sino destellos y refulgenciaslanzadas, como si de dardos se tratara, por lasestrellas conocidas. En efecto, el censo de la

 población celeste recientemente elaborado por Galileo contiene nuevas cabezas tanto enla Vía Láctea como en la propia morada yconfiguración de los planetas, deviniendoinvisibles las estrellas bien por su pequeñez, suopacidad (no me satisface el término tenui-dad, pues la pura llama es un cuerpo de lamáxima tenuidad) o su elongación y distancia.Por lo demás, el problema del aumento delnúmero de estrellas en virtud de la generaciónde algunas nuevas será tratado, como ya dijeantes, cuando me ocupe de los cometas.

El contenido de la duodécima cuestión noes sino la investigación filosófica de la verda-dera magnitud de los astros, que no ha deconfundirse con la magnitud aparente apreciable en los fenómenos: ¿cuál es, pues, la ver dadera magnitud de cada astro, ya sea en valores exactos o por mera comparación? Cier-tamente resulta mucho más fácil descubrir y

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  81

dem ostrar que el globo lun ar es más pequeñoque el globo terráqueo que precisar cuántasmillas tiene su circunferencia; sin embargo, y

en la medida en que sea posible, debemosesforzamos por hal lar magnitudes exactas ysólo en su defecto recurrir a las comparacio-nes. Ahora bien, las verdaderas magnitudes

 pueden conocerse e inferirse a p a r tir de loseclipses y las sombras, de las emanaciones deluz y otras virtudes que cada cuerpo emite y

 p ro p ag a h asta u n a d istancia m ayor o m enorsegún sea su magnitud, y, por últ imo, de lasimetría del universo, que rige y define lasd imens iones de los cuerpos conna tura lessegún una cierta necesidad. Sin embargo, no podem os fiarnos de las estim aciones que untan to a la l igera y cap richo sam ente han hecholos astrónomos (por más que parezca unasunto de gran rigor y precisión), sino quedebemos buscar, en el supuesto de que lashaya, pruebas más directas y fidedignas. Puesaun qu e es cierto que, atend iend o a considera-ciones ópticas, se puede n con ocer la m agn itudy la distan cia de los astros, no lo es m enos queaquéllas han de ser convenientemente exami-nadas. La duodécima cuestión es, pues, éstarelativa a la magnitud de los astros.

La siguiente cu estión se refiere a su form a,inquiriendo  si los astros son globos  (esto es,acumulaciones de materia en un sólido esfé-rico). Conforme a todas las apariencias, loscuerpos celestes parecen ser de tres formas:esféricos y provistos de rayos, como el Sol;esfér icos y angulosos , como las es t re l las(entendiendo que tanto los rayos como losángulos se refieren únicamente a la aparien-cia, mientras que la esfericidad es sustancial),

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82 FRANCIS BACON 

y pu ram en te esféricos, com o la Lun a. Pues, en[768] efecto, no se ob serv a astro algun o que sea

oblongo, t r iangular , cuadrado o de cualquier

o tra form a y, po r lo demás, parece muy n atu -ral qu e las grand es m asas de las cosas tiend ana con figurarse en form as esféricas de ca ra a su

 preservación y m ás perfecta unión.La decimocuarta cuestión se refiere a la

distancia: ¿a qué distancia se encuentra realmente cada astro en la profundidad del cielo? Las distancias de los planetas entre sí y conrespecto a las estrellas fijas o a la revoluciónceleste están regidas por sus movimientos.A ho ra b ien, con respecto a las distancias digolo mismo que antes dijera a propósito de sumagni tud : s i no es pos ib le una medic iónexacta , habrem os de servim os de. un a co m pa-ración. De este m od o, si no nos es dad o co no -cer la distancia de, pongamos por caso, laTierra a Saturno o Júpiter , asegurémonos almenos de que aquél está por encima de éste.Pues la estructura del sistema celeste (es decir,su orden con relación a su altitud) no estálibre de c on troversia ni se ha creído siempre loque ahora aceptamos. Incluso hoy día siguesin resolverse la cuestión de si Mercurio está p o r encim a de Venus o es al revés77. Las dis-tancias pued en conocerse a p ar tir de las p a ra -lajes, los eclipses, el cálculo de los movimien-tos o las variaciones de la magnitud aparente,

77 Sorprende que Bacon asegure que la cuestión del ordende Mercurio y Venus sigue sin resolver, toda vez que los princi- pales sistemas astronómicos de la época (ptolemaico, copernicano y tychónico) coinciden en considerar a Mercurio comoinferior y no permiten albergar dudas al respecto.

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 DESCRIPCION DEL GLOBO IN TELECTUAL  83

m á s e l i n g e n io h u m a n o p o d r í a e n c o n t r a rotros procedimientos que contribuyeran a sudeterm inación. Adem ás, el groso r o profun di-

dad de las esferas también tiene que ver conlas distancias.

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Habida cuenta de las dificultades que portodas partes se presentan deberíamos damos p o r satisfechos si pud iéram os sostener algo plausible. Yo, po r mi parte , m e lim itaré a per-geñar una teoría del universo ajustada a lahistoria de lo que hasta la fecha nos es cono-

cido, reservándom e el juicio sin em bargo p aracuando , g rac ias a mi f i losof ía induc t iva ,alcance su m adu rez dicha h ist o ria 1. M e ocu - paré p rim ero de la m ateria de los cuerposcelestes, lo cual permitirá conocer mejor suconstitución y sus movimientos, para luego p resen tar mis ideas y conclusiones relativas al

movimiento mismo (que es la cuestión fun-damental) .Parece como si, al distribuir la materia, la

naturaleza hubiese separado los cuerpos mássutiles de los m ás crasos, asign an do estos últi-m os al globo terráq ue o y aquellos otros sutiles

1 Esta afirmación, junto con la que Bacon hace en la Descripción del globo intelectual,  IV (véanse, más arriba, p. 17, ynota 13 a la misma), es la que permite a Graham Rees («Fran-cis Bacon’s SemiParacelsian Cosmology and the  Instauratio magna», p. 164) contemplar los dos opúsculos que aquí publi-camos como ampliaciones de los pasajes cosmológicos del

 Advancement   que finalmente no integraría en la  Instauratio 

magna  de la que debían formar parte.

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88 FRANCIS BACON 

o pneumáticos al extenso espacio que abarcadesde la superficie terrestre hasta los confinesdel cielo; estas son las dos clases primordiales

de materia, repartidas, si no a partes iguales,sí conforme a proporciones adecuadas. Elhecho de que el agua penda de las nubes o elviento esté como enclaustrado en la Tierra nodebería confundir a nadie acerca de lo que esla propia y natural disposición de las cosas.D e hecho , esta distinción entre lo sutil o pn eu -

mático y lo craso o tangible es absolutamentefundamental y de máxima ut i l idad a la horade exponer el sistema del universo. El princi-

 pio de la m ism a se funda en la m ás sim ple delas cualidades de las cosas, a saber, la abun-dancia o escasez de materia en relación altamaño. Las sustancias pneumáticas que se

da n entre no sotros (me refiero exclusivamentea las puras y perfectas, no a las compuestas oimperfectamente mezcladas) son dos, el aire ye l fuego , deb iendo cons idera rse sus tanc iascompletamente heterogéneas, lo que significaque —en contra de la opinión del vulgo— elfuego no es aire inflamado. Al aire y el fuegocorresponden en el mundo superior las natu-ralezas etérea y estelar; en el inferio r, el agua yel aceite; y, todavía a mayor profundidad, elmercurio y el azufre o, en general, las sustan-cias crudas e inflamables (es decir, sustanciasque rehuyen la llama y sustancias que la aco-gen). La sal no es sino una naturaleza mixta,compuesta al mismo tiempo de partes crudase inflamables2.

2 Bacon rechaza la doctrina paracelsiana de los tres princi- pios sófícos (azufre, mercurio y sal) y de los elementosmatrices, tal y como es expuesta en los escritos del maestro o

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TEORIA DEL CIELO  89

Ahora bien, es preciso determinar cómo[770] estas dos grandes familias, las de lo pneumá-

tico y de lo ígneo, han llegado a ocupar la

mayor parte del universo y cuál es su funciónd en tro del sistem a. Así, en el aire pró xim o a laT ierra las llam as sub sisten brevem ente y ense-guida perecen. C ua nd o aquél com ienza a libe-r a r s e d e l a s e x h a l a c io n e s t e r r e s t r e s y ararificarse, la llama tiende a adquirir consis-tencia dentro del mismo, consiguiéndolo a

veces, no ya por pura sucesión (como sucedeentre nosotros), sino en virtud de su propiaidentidad; eso es lo que ocurre a veces enalguno de los com etas inferiores, que son u naespec ie de na tu ra leza in te rmedia en t re lal lama por suces ión y la consis tente3 . S inembargo, la llama nunca deviene estable oconstante hasta que alcanza la región lunar,donde deja de ser perecedera y, de una formau otra, logra subsistir, aunque sea débilmente

en obras tan características como la Idea medicinaephilosophi- cae fundamenta continens totius doctrinae Paracelsicae, Hippo- craticae et Galenicae  (Basilea, 1571) de Petrus Severinus. Suaceptación del azufre y el mercurio como sustancias básicas demateria tangible pertenecientes a las tétradas del azufre y delmercurio (nombres que funcionan meramente como cómodasetiquetas) no siginifica que las considere elementos ni en sen-tido paracelsiano, ni menos aún a la manera aristotélica. Lasal, por su parte, no es sino un compuesto, una sustanciaintermedia entre el azufre y el mercurio naturales; así loafirma, por ejemplo, en el Novum Organum, II, 50 (Works, I, p.

359; La Gran Restauración, p. 359), en el prefacio a la proyec-tada  Historia Sulphuris, Mercurii et Salis (1622) (Works, V, p.206), o en la Sylva Sylvmum  (1627) (Works,  II, p. 459).

3 Véase Novum Organum,  II, 36 (Works,  I, p. 304; La Gran  Restauración, pp. 286288). Sobre el experimento allí descrito ysu significado en el contexto de la cosmología baconiana

 puede verse Graham Rees, «Francis Bacon’s SemiParacelsianCosmology», p. 96.

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90 FRANCIS BACON 

y sin vigor, con escaso brillo y sin energía propia ni capacidad de ser excitada por lassustancias contrarias; tampoco es pura,

 puesto que está mezclada con la sustancia eté-rea que allí se da. Ni siquiera en la región deMercurio parece estar la llama felizmente ubi-cada, pues de su reunión no resulta sino un

 pequeño planeta cuyos movimientos presen-tan grandes fluctuaciones, irregularidades y

 perturbaciones, que ha de luchar y esforzarse

como los fuegos fatuos, y que apenas puedealejarse del Sol. En la región de Venus lallama comienza a hacerse más consistente y

 brillante, así como a configurarse en un globode tamaño considerable, si bien todavíadepende del Sol y no soporta un gran aleja-miento del mismo. En la región solar la llama

 perece alcanzar su trono, en medio de los fue-gos de los planetas, siendo más consistente y

 brillante que la de las estrellas fijas en razónde su mayor antiperístasis y de su más estre-cha unión. Todavía más consistente parece enla región de Marte, cuyo color rojizo revela la

 proximidad del Sol, aunque ya sea indepen-diente y pueda alejarse por todo el diámetroceleste. En la región de Júpiter la llama pierde

 parte de su fuerza y deviene más tranquila y blanquecina, no tanto por su propia natura-leza (parecida a la del planeta Venus, aunquemás ignea) como por la naturaleza menosexcitada y exasperada de cuanto le rodea; es probable que, según el descubrimiento deGalileo, en esta región el cielo comience a

[771] poblarse de estrellas, si bien tan pequeñas queresultan invisibles4. Pero en la región de

4 Bacon se refiere a los astros medíceos  —como llamara

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TEORIA DEL CIELO  91

Saturno la naturaleza ígnea parece nueva-mente debilitarse y languidecer, como si le fal-tara el aliento del Sol y la proximidad del cielo

estrellado contribuyera a agotarla. Por úl-timo, la naturaleza ígnea y sidérea, ven-ciendo a la etérea, da lugar al cielo estrellado,que no es sino una desigual combinación deambas naturalezas (exactamente igual que elglobo terráqueo está compuesto de tierra yagua) en la que la sustancia etérea, sin

embargo, está tan dominada, subyugada y asi-milada que resulta completamente paciente yobediente a la sidérea. Así pues, por lo querespecta a la naturaleza ígnea, hay entre laTierra y los confínes del cielo tres grandesregiones (tres niveles, por así decir) a saber: laregión del aire en la que la llama se extingue,la región en que se reúne y la región en que sedispersa.

Hablar de continuidad y contigüidad en elcaso de los cuerpos tenues y fluidos sería ina-

 propiado. Más bien es preciso comprenderque la naturaleza suele operar a veces gradual-mente y luego, de repente, por saltos, alter-nando ambos procedimientos; de lo contrario,si sólo hubiera cambios graduales, caraceríade toda estructura. Pues un considerable saltoes, atendiendo a la expansión de la materia, el

 paso de la tierra y el agua al aire, por espeso y

Galileo a los satélites de Júpiter (véase El mensaje y el mensa jero sideral,  pp. 8890)—, si bien sigue mostrándose indecisotanto acerca del valor de las observaciones como de su inter-

 pretación (véanse, más arriba, Descripción del globo intelectual,  p. 43 y nota 35 a la misma); como el pasaje muestra clara-mente, su existencia le obligaría, de entrada, a asumir unadiscontinuidad entre Júpiter y Saturno en lo que al predomi-nio de la naturaleza ígnea celeste se refiere.

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92 FRANCIS BACON 

nebuloso que pueda ser, y sin embargo esassustancias de naturaleza tan distinta puedenreunirse en un mismo lugar y entrar en con-

tacto sin necesidad de mediaciones o interme-diarios. Y todavía mayor, con respecto a lanaturaleza sustancial, es el salto de la regióndel aire a la lunar, por no hablar ya del pasode ésta al cielo estrellado. Por lo tanto, si lacontinuidad y la contigüidad se entiendenreferidas no al modo de la conexión sino a la

heterogeneidad de las sustancias conectadas,habrá que considerar a estas tres grandesregiones que acabo de mencionar como sim-

 plem ente contiguas.Pe ro aho ra e s necesa r io p re sen ta r de

forma clara y manifiesta qué es lo que afirmami teoría sobre las sustancias del sistema ytambién qué es lo que niega, a fin de que

 pueda ser m anten ido o rechazado con m ayorfac ilidad 5. En p rim er lugar, niega la tan exten-

5 Bacon es consciente del carácter anticipatorio de su cos-mología, pero sus tesis parecen, sin embargo, presentar dosgrados de certeza distintos. Así, mientras que la teoría pneu-mática de la materia es una constante a lo largo de toda suobra —recibiendo frecuentemente sus proposiciones el califi-cativo de axiomas  (término con el que Bacon suele referirse alos principios de la ciencia)—, la cinemática celeste y, en gene-ral, sus opiniones sobre cuestiones cosmológicas son conside-radas conjeturas provisionales que exigen ulterioresinvestigaciones; la lejanía de su objeto obliga a argumentaranalógicamente y por ello su conocimiento resulta más

incierto. De este modo, si el sistema del mundo baconianodebía efectivamente de haber conformado la quinta parte de la Instauratio magna, ello habría de ser por una vía diferente a laabierta por su método, aunque ciertamente Bacon confiaba en poder integrarlo después en la filosofía segunda o filosofía activa  de la parte sexta (véase  Novum Organum, Distributio operis; Works,  I, pp. 143144;  La Gran Restauración,  pp. 7576). Acerca de la relación entre la cosmología y el método,

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TEORIA DEL CIELO  93

dida opinión de que la llama sea aire inflamado,  afirmando en cambio que estas dossustancias, aire y fuego, son completamente

heterogéneas, como el agua y el azufre, o elaceite y el m ercurio. N iega la teo ría de G ilbertconforme a la cual existiría un vacío coacervado entre los globos dispersos,  af irm ando queese espacio está lleno, bien sea de naturalezaaérea, bien ígnea6. Niega que la Luna sea un cuerpo acuoso, denso o sólido,  p uesto que es

más bien de naturaleza ígnea, aunque débil ylánguida, como si se tratara del primer rudi

[772] mentó y último sedimento de la llama celeste(pues, en lo que se refiere a la densidad, lal lama admite tan innumerables grados comoel aire o los líqu ido s)7. A firm a qu e la llama, en su lugar propio y natural, es tan estable y cons-

véanse las interesantes consideraciones de Graham Rees,«Matter Theory; A Unifying Factor in Bacon’s Natural Philo-sophy?», pp. 118121.

6 Gilbert defendía la existencia de un vacío coacervado en De Mundo,  I, 10 y 20, así como en De Magnete, VI, 3. Evidente-mente su rechazo por parte de Bacon guarda estrecha relacióncon su reiterada oposición a las doctrinas atomistas clásicas(véase, más arriba, la nota 21 a la Descripción del globo intelectual).  En cuanto a la postulación de intersticios vacíos en elinterior de los cuerpos —una idea que se remonta, cuandomenos, a Herón de Alejandría y que presentaba notables ven-tajas a la hora de explicar los fenómenos de contracción ydilatación—, Bacon consideraba más plausible tal posibilidad, pero prefirió no obstante apelar a la sutilidad   de la materia

 pneumática para dar cuenta de tales fenómenos.7 Al suponer que la Luna es de naturaleza ígnea, Bacondifícilmente podía dar crédito a las observaciones telescópicasde Galileo; de hecho, de cuantas observaciones presentara éstees su Sidereus nuncius es a la del relieve lunar a la que sin duda presta menos atención lord Verulam, concibiendo la seleno-grafía de manera muy peculiar (véase, más arriba, la Descripción del globo intelectual, p. 68).

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FRANCIS BACON 

 tante  como puedan serlo el aire o el agua yque, por lo tanto, y al contrario de lo quesucede entre nosotros, no es algo efímero que

requiera renovación y alimento para subsistir.Afirma que la naturaleza de la llama es apta  para reunirse y configurarse en globos8, al igualque la de la Tierra, pero a diferencia de la delaire y el agua, que se agrupan en la superficie ylos intersticios de los globos sin llegar nunca aconformar esferas completas. Afirma que, en el lugar que le es propio (esto es, en el cielo estrellado), esa misma naturaleza ígnea se  reparte en infinitos cúmulos,  aunque demanera tal que la dicotomía entre el éter y lasestrellas se mantiene y la llama no alcanzanunca el perfecto empíreo. Afirma tambiénque los astros son auténticas llamas,  aunque laactividad ígnea de los cuerpos celestes no secorresponda con la de nuestras llamas, que por lo general no actúan sino de manera acci-dental. Afirma, por último, que la relación que entre sí guardan el éter interestelar y las estrellas es similar a la que existe entre el aire y el  

 fuego, si bien depurados y sublimados.  Estasson mis ideas y opiniones acerca de la sustan-cia del sistema.

Paso ahora, a la luz de cuanto se ha dicho,a hablar de los movimientos de los cuerposcelestes. Así, no parece razonable suponer queel reposo —como absoluto que es (pues no

estoy hablando de partículas)— esté ausentede la naturaleza. Tal cosa, dejando al margentoda clase de sutilezas lógicas y matemáticas,resulta evidente del hecho de que el ímpetu y

Véase, más arriba, la  Descripción,  p. 74, así como la173 a la misma.

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TEORIA DEL CIELO  95

la velocidad de los cuerpos celestes vayansosegándose gradualmente, como si hubierande ac ab ar en la inm ovilidad, de la circun stan-

cia de que guarden un cierto reposo con res- pecto a los polos y, no m enos, de que si seexcluyera la inmovilidad, todo el sistema sedisolvería y dispersaría. A ho ra b ien, supuestoque haya un cúmulo o masa de na tura lezaestática, n o será necesario e n tra r en ulteriores pesquisas p a ra d em o strar que ése es el globoterráqueo, toda vez que tan densa y estrechaagrupación de la m ater ia conlleva una dispo-s ic ión a l movimien to para l izan te y hos t i l(mientras que, por el contrario, su desplieguefavorece la disponibilidad y aptitud para elmovimiento). De ahí que no estuviera desen-caminado Telesio, que revitalizó la filosofía ylas discusiones de Parm énides en De primo frí

 gido 9,  al preferir contemplar la naturaleza entérminos de afinidad y armonía y no ya decoesenc ialidad y m ezcla, con virtiend o en alia-do s, de un a parte , a lo cálido, lo lum inoso, lotenue y lo móvil y, de o tra, en la pa rte co n tra-ria, a lo frío, lo oscuro, lo denso y lo inmóvil,teniend o aqu éllos su sede en el cielo y éstos enla Tierra. Pero si se admiten el reposo y la

* La asociación de las filosofías de Telesio y Parménides por parte de Bacon se hace aquí apelando al  De primo frígido dePlutarco, aunque había sido recientemente puesta de relieve

 por autores como Francesco Patrizi o Alessandro Maranta. A

 pesar de que el canciller considera a Telesio el mejor de ¡os modernos (Works,  II, p. 370) y le honra con una obra consa-grada al análisis de su pensamiento —  De principiis atque origi- nibus  (compuesta en torno a 16231624, pero sólo publicada postumamente)—, en otros múltiples pasajes de su obra nodeja de subrayar sus diferencias con éste y de reprocharle suescaso conocimiento de los auténticos principios de las cosas(véase, por ejemplo, Works,  III, p. 110).

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96 FRANCIS BACON 

inmovi l idad , t ambién parecer ía necesa r ioadmitir el movimiento sin límites y la perfectamovi l idad , espec ia lmente en sus opues tos .

Ahora bien, tal movimiento es el movimiento[773] de ro tac ió n , q ue suele darse en los cuerpos

celestes. En efecto, el movimiento circularcarece de límites y parece proceder de unainclinación del pro p io cu erpo a m overse p o r elsimple hecho de moverse, siguiendo sus pro- pias huellas, buscando su p ro p io ab razo , esti-

mulado por su propia naturaleza, de la cual parece servirse p a ra llevar a cabo su ta rea; p o rel contrario, el movimiento en línea recta seasemeja a un viaje abocado finalmente alreposo, ya sea po r cesar él m ismo o p o r trop e-zar con algún otro cuerpo. Veamos, pues,cóm o se inicia este m ovim iento de revolución,

que es e l au tén t ico y e te rno movimien to(característ ico, como habitualmente se supo-ne, de los cuerpos celestes), cómo se acelera yse frena y, en general, cómo se conserva.Ahora bien, en la explicación de tales cosasevitaré esas elegancias matemáticas que per-miten reducir los movimientos a círculos per-fectos, ya sean excéntricos o con cén tricos, asícomo las numerosas ficciones inventadas porlos astróno m os y su jactan cia al pre sen tar a laTierra, en comparación con los cielos, comoun sim ple p u nto sin dim ensiones; únicam entea los cálculos y a las tablas habré de remi-tirme.

En primer lugar, dividiré los movimientosde los cuerpos celestes en cósmicos y mutuos, clasificación que es tan verdadera como nece-saria. Por cósmicos entiendo aquellos que loscuerpos celestes adoptan por consenso no sólocon los cielos, sino con todo el universo, en

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tanto que  mutuos serían aque llos en los que u ncuerpo celeste depende de otro. Así, puestoque la Tierra permanece estacionaria (esta

opinión me parece, hoy por hoy, la más satis-fa cto ria ) 10, es evidente que los cielos g iran conun movimiento diurno cuyo período es dea p r o x i m a d a m e n t e v e i n t i c u a t r o h o r a s , s udirección de este a oeste y su eje de revolucióndefinido por ciertos puntos al norte y al surque se conocen co m o polos; ah o ra bien, ni los

cielos se desplaz an sob re polos m óviles, ni haymás puntos que los que acabo de mencionar.Es te mov imien to pa rece se r genu inamen tecósmico y por tanto único, aunque se den enél algunos amortiguamientos y desviacionesque se transmiten a través de todo el universoy, desd e el firm am en to, llega a p en etra r en lasentrañas y profundidades de la Tierra como p o r eterno consenso y sin violencia o vejaciónalgu na. En el cielo estrellado este m ovim ientoes perfecto y com pleto tan to en su jus tamedida temporal como en la exacta resti tu-ción espacial; sin embargo, a medida que des-cendemos , d icho mov imien to dev iene másim perfecto, es decir, m ás lento y desviado del

[774] movimiento circular.Empezando por la cuestión de la lentitud,

yo mantengo que el movimiento diurno deSaturno es demasiado lento para poder com

10 La cautela de que a propósito de las hipótesis geostática yheliostática hace gala Bacon en la Descripción del globo intelectual  y la Teoría del cielo  se tornará, años después, en unaactitud mucho más crítica: en Novum Organum, II, 47 (Works, I, p. 329; La Gran Restauración, p. 319), por ejemplo, no hay yalugar a dudas, mientras que en Sylva Sylvarum (Works,  II,

 pp. 189190, 351353, 371, 381, 459^60, 466, 618619, 644,etc.) la ofensiva anticopernicana es más que evidente.

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FRANCIS BACON 

 pletar su círculo y volver al mismo lugar enveinticuatro horas, en tanto que el firma-mento se mueve más deprisa y aventaja a

Saturno cada día en una distancia que, multi- plicada por el número de días de los treintaaños, nos da la totalidad del circuito celeste. Ylos mismo ocurre con los demás planetas, con-forme —claro está— a la diferencia existenteentre sus períodos. Por lo demás, el movi-miento diurno del firmamento (refiriéndomesólo a su período, no a las dimensiones delcírculo) es aproximadamente una hora másrápido que el de la Luna, aunque, si ésta com-

 pletara su circuito en veinticuatro días, tarda-ría exactamente una hora menos. Así pues, esesupuesto movimiento de oposición y resisten-cia de oeste a este que se suele atribuir a los

 planteas y se cree inherente a los mismos no esun movimiento real, sino una mera aparienciaderivada del hecho de que el firmamentoavance más rápidamente hacia occidente ydeje a los planetas atrás, hacia el este. Deacuerdo con esta suposición, es evidente quela velocidad de dicho movimiento cósmicodecrece proporcionalmente a medida que sedesciende, por lo que cuanto más próximo a laTierra se encuentra el planeta, más lentamentese mueve (justamente al contrario de la opi-nión establecida, que altera e invierte talnorma al atribuir a los planetas un movi-

miento propio y, en consecuencia, supone quecuanto más cerca están de la Tierra, que es lasede de la inmovilidad, más deprisa se mue-ven); de este fenómeno han tratado, errónea einfructuosamente, de dar cuenta los astróno-mos suponiendo una disminución de la vio-lencia del primum mobile. Y, si parece raro que

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en un espacio tan grande como el existenteentre el f irmamento y la Luna disminuya tan poco ese m ovim iento (m enos de una hora , que

es la veinticuatroava parte del movimientodiu rno), será preciso re co rda r que cu an to más p róxim o a la T ierra está un p laneta , tan tomenor es su trayectoria y que, por consi-guiente, sumada la disminución de la magni-tu d del círculo a la dism inución del pe ríod o derevolución, el movimiento decrece.de forma

muy considerable11.H a s t a a q u í h e h a b l a d o i n d e p e n d i e n t e -

mente de la velocidad, como si los planetas — em plazados, p o r ejem plo, en el equinoccioo cua lquiera de los p aralelos— se vieran ad e-lantado s p o r el f irm am ento y aun los unos po rlos otros, pero permanecieran siempre en elmismo círculo; se trataría, en tal caso, demeros adelantamientos en ausencia de cual-quier oblicuidad. Sin embargo, es evidenteque los planetas no sólo se mueven con desi-gual velocidad, sino que no regresan exacta-mente al mismo punto, desviándose hacia elnorte o hacia el sur con los trópicos comolímite. Tal declinación es el motivo de que sehay an introdu cido círculos oblicuos y diferen-cias de polaridad, del mismo modo que lavariación de la velocidad lo es del m ovim iento

[775] de resistencia. A ho ra bien , na d a hay en la

11 Véase  De fluxu et refluxu maris (Works,  II, pp. 5253 y5960), donde Bacon explica —de la mano de su teoría de ladebilitación del movimiento cósmico a medida que se trans-mite hacía los planetas inferiores y la propia Tierra— cómo elintervalo entre el flujo y el reflujo del mar no equivale exacta-mente a un cuarto de día sideral: la acumulación de esta dife-rencia entre el día sideral y el ciclo de las mareas es precisamente la que le permite dar cuenta del ciclo mensual.

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100 FRANCIS BACON 

naturaleza de las cosas que nos incite a recu-rrir a tales Acciones en lugar de cualesquieraotras, toda vez que basta con adoptar lineas

espirales (suposición ésta mucho más acordecon los sentidos y con los hechos) para darcuenta de aquellos fenómenos. Pero es funda-mental comprender que estas espirales no sonsino desviaciones del movimiento circular alque los planetas aspiran; pues, en efecto, en lamisma proporción en que degeneran la pureza

y la espontaneidad de las sustancias, así tam- bién lo hacen sus movimientos. Y, del mismomodo que los planetas superiores se muevenmás deprisa que los inferiores, así también susespirales se aproximan más al círculo, al con-trario que las de los inferiores, que se separany alejan más. A medida que se desciende los

 planetas van perdiendo velocidad y desvián-dose del círculo perfecto, aunque siempre con-forme a un patrón preciso. Y, puesto que, pesea otras divergencias, los planetas conservanmucho de su naturaleza común, sus declina-ciones resultan tener idénticos límites. Así, niSaturno regresa a los trópicos, ni la Luna lostraspasa (aunque con respecto al vagabundeode Venus hay algunas observaciones e infor-mes que no cabe pasar por alto); por el con-trario, todos los planetas, superiores einferiores, en cuanto llegan a los trópicosretroceden y rehacen su curso, como huyendo

de la espiral más pequeña en que se veríanenvueltos si se aproximaran más a los polos ytemiendo la pérdida de su movimiento y ladestrucción de su naturaleza. En el Arma-mento tanto las estrellas próximas a los poloscomo las que están en los equinoccios conser-van su posición y su orden, las unas gracias a

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TEORIA DEL CIELO  101

las o tras, en u n a perfecta y regu lar con stancia, p e ro no así los p lanetas, cuya na tu ra lezamixta parece incapacitarlos para persistir en

un mismo círculo, ya sea más grande o más pequeño .

Es tas h ipó tes i s sobre los movimien toscelestes me parecen bastante mejores que lasde la tracción, la repugnancia de los movi-m ientos, la diferente p o larid ad del zodíaco, elord en de velocidad inverso, etc. , que en mo do

alguno respon den a la naturalez a de las cosas, p o r m ás que p ued an co n co rd ar con los cálcu-los. Y no es que los más grandes astrónomosno se dieran cuenta, sino que, celosos de suoficio, obcecados en mantener los círculos

 perfectos y dem asiado sum isos a la filosofía,aca baro n desentendiéndose de la prop ia natu-raleza. A ho ra bien, esta arrog an te acti tud quefrente a la natura leza a d o p tan los f ilósofos es

[776] mucho peor que la ingenuidad y credulidaddel vulgo, pu es se desd eña lo m anifiesto po r elsimple hecho de serlo. Y todavía más grave yde m ayo r alcance es la prop en sión del ingeniohumano a ponerse por encima de la na tura-leza cu an do no es cap az de adecu arse a ella n .

Pero veamos ahora si ese único y sencillomovimiento, en círculo y en espiral, de orientea occidente, en torno a ciertos polos al norte yal sur, se agota y termina con el cielo o, por elcontrario, se transmite a cuanto hay pordebajo del mismo. Pues no sería lícito suponer 

12 La misma idea reaparecerá en Parasceve,  IV (Works,  I, p. 397;  La Gran Restauración,  p. 373): «En la historia querequerimos y proyectamos lo más importante es que posea unagran extensión y esté hecha a medida del universo, pues nohemos de estrechar el mundo a los limites del entendimiento».

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102 FRANCIS BACON 

sin más que en las regiones más próximas anosotros se hayan de dar aquellas cosas que sesupone acontecen en los cielos; si eventual-

mente se constatara que también se dan endichas regiones, ello significaría que son denaturaleza común o cósmica. Sea como fuere,resulta evidente que no están circunscritas alos límites celestes; las pruebas y testimoniosde que ello es así ya fueron detalladamente

 presentadas en mi anticipación sobre el flujo y

el reflujo del m ar13, por lo que me limitaré aremitirme a las mismas y, dando por zanjadala cuestión, pasaré a ocuparme de los demásmovimientos de los cuerpos celestes.

Estos, como ya dije, no son cósmicos, sinomutuos (es decir, dependen los unos de losotros). Además del cósmico, que es el movi-miento diurno dentro de los trópicos siguiendoespirales, los movimientos apreciables enlos cuerpos son de cuatro clases: puedenascender y luego descender, alejándose y acer-cándose a la Tierra; pueden retroceder y reco-rrer el zodíaco, desviándose hacia el norte ohacia el sur y formando lo que se da en llamar

 bucles; también pueden variar la velocidad yla dirección de su movimiento (pues yo unoambas cosas), avanzando a veces más deprísa,otras más despacio, e incluso retrogradando odeteniéndose y permaneciendo estacionarios;

 por último, pueden estar sujetos y confinadosa una mayor o menor distancia con respectoal Sol. La causa y naturaleza de todos estosmovimientos sólo se mencionarán en términosgenerales y en lo esencial, puesto que así lo

13 Véase, más arriba, la nota 55 a lá Descripción del globo intelectual.

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TEORIA DEL CIELO  103

requiere ahora mi plan de exposición. Mas, p a ra d e sb ro z a r el cam in o y p re p a ra r elterren o, es preciso que exponga claram ente mi

opinión sobre ciertas doctrinas filosóficas ehipótesis astronómicas, así como sobre lasobservaciones practicadas durante siglos porlos astrón om os y en las cuales han funda do sudisciplina, todo lo cual me parece plagado deerrores y confusiones.

Para empezar, la astronomía se ha visto

corrompida por a lgunos axiomas —o más bien opin iones— heredadas de los filósofos yaceptadas acrít icamente. No me extenderé enmi juicio negativo sobre las mismas, puesto

[777] que no tengo tiempo que perder en refutacio-nes. El primero de dichos errores consiste en pensar que tod o cuan to hay p o r encim a de laL un a, incluida ésta, es inc orru ptible y no estásujeto a ninguna clase de cambio o genera-ción. D e esto ya me he ocu pa do en o tro lugar,calificánd olo de sup erstición y ja c ta n c ia 14. N oobstante, esa es la fuente de la que deriva la

 pern iciosa costum bre de los astrónom os con-sistente en su po ne r nuevas y — con form e elloscreen— mejores teorías cada vez que tropie-zan con alguna ano m alía, atr ibuy en do a vecesa causas eternas e invariables lo que es pura-mente fortuito.

El segund o er ro r consiste en sup on er que elcielo, supuestamente hecho de una quinta-esencia y libre p o r co m pleto de sustancias ele-m entales, no es susceptible de acciones turb u -lentas como la compresión, la dilatación, la

14 Bacon se refiere probablemente al pasaje de la Descripción del globo intelectual reproducido en las pp. 4964 de estaedición.

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104  FRANCIS BACON 

repulsión, la cesión y otras similares, las cua-les parecen deberse a cualidades consideradaselementales, como la dureza o molicie de los

cuerpos. Ahora bien, tal pretensión constituyeuna insolente y escandalosa repulsa de loshechos y los sentidos. Pues allí donde hay uncuerpo natural, también se da una resistencia proporcional al mismo15. Y dondequiera quehaya cuerpos naturales y movimiento local,también habrá repulsión, cesión o división,

 pues todas estas cosas que se han mencionado(compresión, dilatación, repulsión, etc.) son

 pasiones universales de la m ateria. Sinembargo, de aquí ha surgido esa caprichosa yartificiosa multiplicación de círculos en movi-miento los unos dentro de los otros con talsuavidad y lubricación que no encuentranresistencia ni obstrucción alguna: todo esto noson más que fantasías y una burla a la natura-leza de las cosas.

El tercer error consiste en afirmar quetodos los cuerpos naturales están dotados desus propios movimientos, de tal manera que,si encontramos más de uno, habrá de ser por-que el resto tiene otra razón de ser y se debe aalgún otro cuerpo en movimiento. Nada másfalso, pues es manifiesto que todos los cuerpos

 participan de varios movimientos en virtud

13 En un universo pleno, como es el de Bacon, exclusiva-

mente constituido por materia tangible y pneumática y en elque los elementos de las tétradas del mercurio y el azufre hanasentado sus respectivos campos de batalla, el movimiento de resistencia de la materia —como se denomina en Novum Organum,  II, 48 (Works, I, p. 331; La Gran Restauración, p. 321), enel marco de las instancias de lucha o predominio — está «ínsitoen cada una de sus partes» de tal modo que «jamás podráocurrir que la materia se aniquile o no esté en ningún sitio».

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TEORIA DEL CIELO  105

del gra n consenso de las cosas, bien sea go be r-nan do , obedeciendo o incluso perm aneciendoen estado latente hasta ser excitados. Los

cuerpos carecen de m ovimientos propios y tansólo se dan en ellos modos y proporciones precisas de los m ovim ientos com unes. Esto hallevado a postular un primum mobile separadoy a yuxtaponer los cielos y toda una serie denuevos artificios con objeto de garantizar la

 p lausib ilidad de m ovim ientos tan diferentes.

El cuarto error es creer que todos losm ov im ientos celestes se llevan a c abo en círcu-los perfectos, penoso requisito que ha alum-

 b ra d o prodigios com o las excéntricas y losepiciclos. Si se hu biera c on sultado a la na tu ra -leza, se ha b ría co ns tatad o que, m ientras que elmovimiento regular y uniforme sigue círculos perfectos, el m ovim iento regular pero m ulti-form e — que es el que se en cu en tra en m uchoscuerpo s celestes— se lleva a cab o a lo largo detrayectorias diferentes; con razón se reía Gil

[778] be rt de tod o esto, afirm an do que no es p ro b a- ble que la n a tu ra leza haya fo rm ado ruedas devarias m illas de perím etro pa ra desplazar una

 bo la de un palm o de tam añ o (pues no parecenmayores los planetas cuando se los comparacon los círculos inventados para ponerlos enmovimiento)16.

El q uin to erro r consiste en sup on er que losastros son parte de sus esferas y están como

clavados en ellas17. Esto es, evidentemente,16 De Mundo, II, 2. Bacon incide de nuevo en su crítica a la

arbitrariedad de las construcciones geométricas diseñadas porlos astrónomos para salvar las apariencias celestes (véase, másarriba, distintos pasajes de la Descripción del globo intelectual,  pp. 2123, y la nota 18 a la misma).

17 La imagen pudiera proceder directamente de Patrizi,

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106 FRANCIS BACON 

una f icción for jada por quienes acostumbrana tra ta r con las m atem áticas en lugar de con lanaturaleza y, concentrando toda su atención

en el movimiento de los cuerpos, se olvidan p o r com pleto de su sustancia. Pues sólo loscuerpos compactos y consistentes son suscep-tibles de tal clase de sujeción, siendo en cam-

 b io difícilm ente im aginable que p ueda darsetambién en los cuerpos sutiles o líquidos.

El sexto er ro r es afirm ar que un a stro es la

 parte más densa de su p ro p ia esfera, to d a vezque los astros ni son partes de nada ni tansiquiera son m ás d en so s18. Lejos de ser ho m o-géneos con el aire y presentar sólo una dife-rencia de grado, los astros son completamen-te heterogéneos y diferentes incluso en susustancia, que es desde el p u n to d e vista de ladensidad m ucho m ás rara y difusa que el éter.

A unqu e hay o tras m uchas opiniones igual-mente erróneas, para nuestro propósi to bas-tará con las hasta aquí mencionadas; demos,

 pues, p o r conclu ido el tra tam ien to de las do c-trinas filosóficas relativas a los cuerpos celes-tes. En cuanto a las hipótesis de los astróno-mos, es inútil proceder a refutarlas ya que nisiquiera ellos las tienen por verdaderas; antes bien, suelen m anejar varias a la vez — aunquesean contradictorias entre sí— con tal de quese adecúen a los fenóm enos y pe rm itan sa lvar-los. C abe, pu es, establec er una especie de legí-tim o y con ven iente p ac to en tre la filosofía y laastronomía en virtud del cual ésta habrá de

 Nova de universis philosophia, Pancosmia,  fols. 89 rv y 90 v.Sobre el problema de las esferas sólidas en la cosmología dePatrizi puede, no obstante, verse Edward Rosen, «FrancescoPatrizi and the Celestial Spheres», Physis. 26 (1984).

" De nuevo Bacon se refiere críticamente a De cáelo,  II, 7.

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TEORIA DEL CIELO  107

 p referir las hipótesis m ás adecuadas y cóm o-das para el cálculo, mientras que aquella seap rox im ará más a la verdad; p o r lo dem ás, las

hipótesis de la astronomía no deberán prejuz-gar la verdad de las cosas, ni los principios dela f ilosofía p od rán ap artars e de los fenóm enosastron óm icos. N o me extenderé m ás acerca delas hipótesis, pero con respecto a las observa-ciones astron óm icas — incesantem ente recogi-das, como si fueran agua caída del cielo— sí

que quisiera prevenir a los hombres para queno se haga realidad la juiciosa fábula deEsopo en la que la mosca posada sobre lalanza de u n ca rro en las com peticiones olím pi-cas decía: «¡Vaya polvareda que estoy levan-ta n d o !» 19. Pues m uch as veces son pequ eña sobservaciones las que, debido a errores indu-cidos por los instrumentos, el propio ojo oincluso las cálculos, hacen pensar en algúncambio en el cielo cuya explicación requierenuevos círculos y esferas. Y con esto no pre

[779] tendo restar importancia a la diligente obser-vación y confección de historias (antes bien,creo que deben ser desarrolladas y perfeccio-nadas) , s ino únicamente recomendar pruden-cia y una suma y equil ibrada madurez de

 ju icio a la ho ra de rechazar o m odificar cual-quier h ipótes is20. Una vez desbrozado e l

” Se trata de la fábula de «La mosca y la muía»; aunque en

ella se reúnen todas las circunstancias del relato de Bacon, lalectura que éste hace de la misma es un tanto personal y no seatiene estrictamente a las intenciones de Esopo.

20 Sobre la concepción de las historias naturales por partede Bacon y su creciente convicción de que la compilación delas mismas era una tarea más importante y aun urgente de loque hasta entonces había pensado, véase la nota 13 a la  Descripción del globo intelectual.

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108  FRANCIS BACON 

camino, pasaré a hacer unas pocas observa-ciones generales sobre los movimientos pro-

 piam ente dichos.

Dije antes que los principales m ovim ientoscelestes son d e cu atro clases: movimientos en la 

 profundidad del cielo,  ya sea hacia arriba ohacia abajo; movimientos a lo largo de la altitud del zodíaco,  con desv iac ión aus t ra l o

 b o re a l; movimientos en la dirección del  zodíaco,  que pueden ser rápidos, lentos, pro-gresivos, retrógrados, o simplemente perma-necer estacionarios, y movimientos de elongación con respecto al Sol.  Ahora bien, alguien podría argum en ta r que este segundo m ovi-miento de lati tud, no siendo más que unainclinación altern ativa h acia el no rte y hacia elsur, podría referirse al gran movimiento cós-mico en la m edida en que las espirales se m ue-ven de idéntico modo de trópico a trópico,con la única diferencia de que este movi-m iento cósmico en espiral de ntro de los tró p i-cos sigue sim plem ente líneas espirales y el o troes mucho más sinuoso y presenta numerososintervalos m enores. Y a he tenid o en cu en ta tal

 posib ilidad , pero el hecho de que el Sol semueva a lo largo de la eclíptica constante y

 perpetuam en te, sin declinación en la titu d ni bucles, pese a com partir con los dem ás p lane-tas ese m ovim iento cósm ico en espiral d en trode los trópicos, me impide estar de acuerdo

con dicha opinión. D ebem os, po r el con trar io , buscar o tras causas tan to p a ra este m ovi-miento como para los otros tres restantes.

Estas son las ideas referentes a los movi-mientos celestes que me parecen más plausi-

 bles. R eca p itu lem o s, p u es , qué es lo qu eafirmo y qué es lo que niego.  Niego  que la

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TEORIA DEL CIELO  109

T ierra gire.  Niego qu e los cue rpos celestes pre-senten do s m ovim ientos, u no de los cuales seahacia el este; pero afirmo que unos adelantan

a los otros y los dejan atrás.  Niego  la existen-cia de un círculo o blicuo con diferentes polos,afirmando en cam bio la existencia de espirales.

 Niego la existencia de un  primum mobile sepa-rado que arrastre a los astros y afirmo que esun consenso cósm ico lo que garantiza la cohe-sión del sistema.  Afirmo  que el movimiento

diurno no sólo se da en el cielo, sino tambiénen el aire, el agua e incluso, por lo que serefiere a su verticidad, en la parte exterior dela Tierra21.  Afirmo  que el flujo y la rotacióncósmicas apreciables en los fluidos devienenverticidad y movimiento rectilíneo en los sóli-dos hasta alcanzar la completa inmovilidad.

 Niego que las estrellas estén fijas como nudosen un a ta b la y que las excén tricas, los epiciclosy dem ás estru ctura s sean reales.  Afirmo qu e elmovimiento magnético que asegura la cohe-sión de los cuerpos también se encuentra enlos as t ros , cuyo fuego provoca y susc i tafuego22.  Afirmo que los planetas se desplazancon más velocidad que el resto del cielo en elque están ubicados, que, aunque también se

[780] m ueve, lo hac e m ás lentam ente.  Afirmo que deesta desigualdad proceden las fluctuaciones,oscilaciones y alternancias del éter plan etario,

21 Véase la nota 42 a la  Descripción del globo intelectual.22 El movimiento magnético  es el noveno de los diecinueve

tipos de movimiento presentados por Bacon en  Novum Organum,  II, 48 (Works, I, p. 337; La Gran Restauración, p. 331): setrata de una modalidad de los movimientos de congregación menor  caracterizado, sin embargo, por poder actuar a distan-cia y no necesariamente por contacto.

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110 FRANCIS BACON 

a las cuales se debe una gran variedad demovimientos23. Afirmo la necesidad de que, envirtud del consenso cósmico, los planetas

giren con mayor o menor velocidad según seasuperior o inferior su situación en el cielo, si bien al mismo tiempo afirmo su aversión haciatodo movimiento antinatural o a lo largo decualquier clase de círculos mayores o meno-res.  Afirmo que los fuegos más débiles, Venusy Mercurio, tienen una tendencia a seguir al

Sol en virtud de su naturaleza indigente (sobretodo desde que Galileo ha descubierto unos

 pequeños astros errantes escoltando a Júpi-ter)24.

Esto es lo que desde el umbral de la histo-ria natural y la filosofía puedo divisar. Bien

 pudiera suceder que cuanto más profundizá-semos en la historia natural, más seguros deellos hayamos de estar, pero —lo repito unavez más— no deseo aferrarme a tales opinio-nes pues, en éste como en otros casos, estoyseguro de mi camino pero no de mi situación.Si las he presentado a modo de interludio es

 para que nadie piense que mi preferencia porlas cuestiones negativas se debe a una vacila

23 Bacon resuelve así el problema fundamental de la cine-mática de alBitrüyí, suponiendo que es la desigualdad denaturaleza y movimiento existente entre los cuerpos celestes yel medium interplanetario la que explica las irregularidades en

la transmisión del movimiento cósmico a los diferentes astros.24 En este caso Bacon trata —falazmente— de presentar eldescubrimiento galileano de los satélites de Júpiter (acerca delcual albergaba serias dudas; véanse, más arriba, las notas 35 ala Descripción del globo intelectual y 4 a esta Teoría del cielo) como un argumento a favor de su consideración de Mercurio yVenus como perpetuos escoltas del Sol (véase la nota 26 de la

 Descripción). ' 

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ción en el juicio o, pura y simplemente, a laincapacidad de afirmar algo. Sin embargo, yal igual que los cuerpos celestes de que nos

hemos venido ocupando, confío en podermantener una razonable constancia .

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7/21/2019 Teoría Del Cielo

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