TEMA 5º: LA METAFÍSICA - filoblog2012 · libertad es resultado de la imaginación?, ¿y si...
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TEMA 5º: LA METAFÍSICA
1º. ¿Qué es la metafísica?: definición y origen del término
2ª. Los grandes problemas de la metafísica:
a) El Ser: inmutabilidad y devenir
b) El ser y la nada
c) La vida:
1º. Teorías filosóficas sobre la vida
2º. El sentido de la existencia humana
d) Dios:
1º. Distintas concepciones de lo Absoluto
2º. Argumentos filosóficos para demostrar la existencia de Dios
3º. Argumentos filosóficos para negar la existencia de Dios
4º. La Teodicea: Dios y el problema del mal
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1º. ¿Qué es la metafísica?
a) Definición y origen del término:
La primera noticia que tenemos sobre el término se la debemos a Andrónico de Rodas en el
siglo I a.C. que al intentar clasificar las obras físicas de Aristóteles, encontró 14 libros que no
pertenecían ni a la lógica, ni a la política, ni a la ética, ni a la física, y que ordenó tras ésta,
dándole el nombre de τa µετα τα υυσικα “ta metá tá physicá” = “Después de la Física”. Sin
embargo, podemos aventurar que se trata de una simple anécdota y que el contenido de esos
libros designa un tipo de saber que va más allá de lo puramente físico.
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Aristóteles nunca empleó dicha palabra en su obra, sino los términos “ontología”= (ciencia del
ser) o “filosofía primera”, para tratar del concepto más general y abstracto: el Ser, que es lo
común a todo lo existente, lo ente., y no puede reducirse a lo puramente material. En el conjunto
de libros clasificado por Andrónico, Aristóteles ofrece tres definiciones distintas de esa disciplina
filosófica:
1ª. El saber que trata del ser en cuanto ser: Los demás saberes tratan de aspectos concretos.
En cambio, la metafísica es el estudio del ser en cuanto a lo que es. Por tanto, sería el enfoque de
la metafísica como ontología (El estudio del ser)
2ª. La filosofía primera: Es la forma más radical, básica y primordial de reflexión filosófica,
ya que es el estudio del Ser por antonomasia, al que Aristóteles denominó Dios. Por tanto, sería el
enfoque de la metafísica como teología (el estudio de Dios)
3ª. La ciencia buscada: Aristóteles consideró la metafísica una ciencia no acabada, siempre
en busca de su objeto, entendiendo “ciencia” como un saber estrictamente racional.
En la posterior historia de la filosofía, el término metafísica se ha usado de manera habitual
para designar aquella rama de la filosofía que se ocupa del estudio de todos los problemas “no
físicos”, es decir, de los problemas más abstractos: del Ser, del sentido último de la existencia,
Dios… Se trata de una disciplina existente ya en el mundo griego y que, para muchos pensadores,
es la que define con más exactitud la esencia de la filosofía.
2ª. Los grandes problemas de la metafísica:
a) El Ser: inmutabilidad y devenir
Ya hemos dicho que desde sus orígenes la metafísica se ha ocupado del problema del ser:
¿qué significa “ser”?, ¿qué relación hay entre realidad y apariencia?, ¿la nada “es”?, ¿todo lo que
es tiene necesariamente que ser material?... Estas son algunas de las interrogantes que la
metafísica se ha hecho a lo largo de la historia de la filosofía. Comencemos con el problema del
ser y la polémica sobre su carácter inmutable o cambiable.
Ante la pregunta por el ser, se puede responder intuitivamente que el ser está constituido por
el conjunto de todo lo que es o existe. Esta afirmación parece sencilla, pero encierra ya algunos
problemas: ¿existen los átomos de la misma manera que existen los árboles o las mesas?, ¿existe
la libertad y la mente?, ¿existen Superman y Batman?
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Esas preguntas muestran que el término “existencia” (habitualmente tomado como sinónimo
de “ser”) no es unívoco, sino que encierra distintos matices y sentidos, y no siempre se usa con el
mismo significado. En filosofía se han distinguido tres usos del término:
1º. Sentido restrictivo: se considera que existe y es real aquello de lo que podemos tener
experiencia directa, bien por los sentidos (árboles), bien porque puede observarse gracias a
instrumentos como microscopios o telescopios (átomos, virus…), o porque podemos constatar
consecuencias de su existencia (ley de gravitación universal)
2º. Sentido amplio: se considera que existe no sólo los seres materiales y observables
directa o indirectamente, sino también realidades subjetivas que “sentimos” de manera indudable
(creencias, estados anímicos…). Aquí también se incluyen productos culturales (personajes
literarios, mitológicos, de ciencia ficción) e incluso realidades puramente abstractas e
inmateriales (Dios, la libertad…).
Según esta distinción, los Reyes Magos, el Capitán América o Sancho Panza existen si
admitimos el segundo sentido del término “existencia”, pero no si aceptamos el primero. Es lo
que con frecuencia queremos expresar cuando afirmamos que tales realidades no existen
realmente. Pero entonces, ¿cómo es posible hablar de “algo” que no existe realmente?, ¿qué tipo
de existencia es esa que no es “real”? , ¿mera ilusión o imaginación? Podemos aceptarlo si
pensamos en el hombre del saco que aterroriza a un niño, pero ¿también mi sentimiento de
libertad es resultado de la imaginación?, ¿y si sucediese que no existe la libertad, sino sólo mi
sentimiento de ser libre?
Aparte de esta dificultad de discernir y fijar con claridad el sentido del término “ser”, en la
historia de la filosofía ha habido otro gran problema relacionado con dicha cuestión: ¿el ser es
inmutable o cambia?, ¿cómo podemos dar cabida en el ser a todo aquello que cambia?, ¿forman
parte de la realidad, es decir, siguen “siendo” los sentimientos variables, los seres que vivieron y
ya no existen, por ejemplo, los animales que se han extinguido, o los idiomas o dialectos que ya
nadie habla? El devenir y el fluir del tiempo, en definitiva, el problema del cambio, ha
constituido desde Grecia uno de los grandes enigmas de la metafísica.
Hubo tres grandes teorías explicativas sobre el problema “ser-devenir”: Dos de ellas fueron
opuestas (Heráclito y Parménides), mientras que la tercera, defendida por Aristóteles, supuso una
síntesis conciliadora. Vamos a verlas brevemente
Heráclito: Nació en Éfeso y vivió entre los siglos VI y V a C. Defendió una explicación
monista sobre la naturaleza al concebir al fuego como el elemento primordial. Sin embargo, su
importancia en la historia de la filosofía no se deriva de esta afirmación, sino de su visión de la
realidad. Para él, el movimiento, el cambio o el devenir es la cualidad esencial de todo lo real. Su
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ontología dinámica se resume en su célebre afirmación “todo fluye”, ejemplificada en su tesis de
la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río. El movimiento cósmico no es caótico,
sino que está regido por una ley, que denomina logos, una ley intrínseca a la propia “physis”
eterna. La realidad es una continua e inacabable lucha de contrarios. Por otro lado, estas
afirmaciones implican también una valoración positiva del conocimiento empírico, aquel que nos
pone en contacto con el movimiento, con el devenir. Por eso, Heráclito supone una excepción
dentro del panorama de la filosofía griega que fue de marcado carácter racionalista, lo que supuso
el menosprecio del conocimiento empírico. El triunfo de Parménides condicionó todo el
pensamiento occidental posterior, hasta que en el siglo XIX Heráclito será reivindicado por
Nietzsche como un pensador fundamental.
Parménides: Aproximadamente contemporáneo de Heráclito mantuvo, sin embargo, una
visión diametralmente opuesta de la realidad, que, por diferentes razones, terminó imponiéndose
en la historia del pensamiento. Su ontología puede resumirse tomando como punto de partida su
célebre afirmación: A partir de una única realidad es imposible que surja la pluralidad. Si sólo
existe inicialmente un principio (por ejemplo, el agua), ¿por qué no siguió habiendo eternamente
sólo agua?, ¿cómo se transformó en otra cosa?, ¿qué le hizo cambiar sí nada más que agua
existía?... Esto suponía un ataque frontal a las explicaciones anteriores sobre el origen del
Universo. Lo que hay, lo que existe debe ser único, pero, a su vez, debe ser eterno e inmutable.
Hay una sola realidad. La consecuencia de esto es que si de una única realidad no puede surgir la
pluralidad y si, por otra, la razón nos obliga a aceptar la existencia de una única realidad, no
habrá más remedio que declarar el movimiento y la pluralidad como algo irracional.
Ciertamente, los sentidos nos ponen en contacto con una realidad móvil, cambiante, dinámica
pero esta no es la verdadera realidad, sino un mundo de apariencias. La verdadera realidad, que
es inmutable, es sólo accesible a través de la Razón. De este modo, Parménides sentó las bases
para la oposición radical entre razón y sentidos, afirmando que el conocimiento de lo que son las
cosas, es decir, de su ser (o esencia), jamás es accesible al conocimiento sensorial.
Aristóteles: Aristóteles defendió una concepción teleológica de la naturaleza, según la cual
todo proceso natural sigue un fin que le orienta y dirige, de tal manera que cuando dicho fin se
alcanza, ese proceso se realiza plenamente. Eso significa aceptar que en la naturaleza nada ocurre
por azar o capricho o sin motivo alguno. Por otro lado, concibió la naturaleza como movimiento.
En realidad, el cambio o movimiento es el atributo fundamental de la naturaleza y, por eso,
comprenderlo y explicarlo resultó una cuestión fundamental para este pensador.
Para explicar el movimiento, Aristóteles elaboró su teoría del acto y la potencia. Con ella
lograba resolver satisfactoriamente el problema planteado por Parménides sobre la incapacidad
de pensar y comprender el movimiento. Para el filósofo presocrático, todo movimiento, todo
cambio era en el fondo imposible porque equivaldría al paso del No-Ser al Ser, lo que, desde un
punto de vista lógico, supone una contradicción. Para poder explicar el movimiento, Aristóteles
sostuvo que toda sustancia primera (individuo o ente concreto) está compuesta, además de por
materia y forma, por otras dos estructuras ontológicas fundamentales: acto y potencia. Un ente
puede ser algo o tener la posibilidad de serlo, pero sin serlo aún. En el primer caso decimos que
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es en acto, en el segundo que es en potencia. Usemos un ejemplo. Una semilla no es aún un árbol,
es un árbol en potencia, pero es una semilla ya en acto. Un niño es un niño en acto y un adulto en
potencia. El paso de la potencia al acto es el paso del no-ser relativo al ser y en ello consiste el
movimiento. Al introducir esta noción de “no-ser relativo” (o ser en potencia), Aristóteles estaba
salvando el planteamiento de Parménides y explicando el cambio y devenir observable en el
mundo empírico. Parménides habría pensado solo con dos categorías: no ser y ser, mientras que
Aristóteles introduce la noción de “no-ser relativo”. Pensar el movimiento como tránsito de la
potencia al acto fue mérito aristotélico
El paso de la potencia al acto ocurre de manera distinta según se trate de un ser natural (una
bellota o un niño) o un ser artificial (una mesa). En el primer caso, la causa del movimiento es
interna al propio ente. La propia naturaleza (physis) se encarga de efectuar ese proceso. En el
caso de los entes artificiales, el paso de la potencia al acto requiere siempre la actuación de un
agente externo, de una causa que está fuera del propio ente. Así, para que unas tablas de madera
(mesa en potencia) se conviertan en mesa (mesa en acto) es necesario que un carpintero actúe
sobre ellas y les transforme en mesa.
Una vez definido el movimiento en general (paso de la potencia al acto), Aristóteles
diferenció los dos tipos generales de movimiento existentes en la naturaleza: Cambio sustancial:
cuando se genera una sustancia nueva o deja de existir una ya existente. Implica un cambio de
forma. En el caso de los seres naturales, se produce cuando nace o muere un ente. En el de los
seres artificiales cuando algo es producido o destruido. Cambio accidental: No se generan ni
destruyen sustancias, sino que sufren cambios en aspectos no esenciales de su ser, es decir,
experimentan modificaciones accidentales, pero la forma se mantiene. El cambio accidental
puede ser de tres tipos: cuantitativo (un árbol que crece), cualitativo (las hojas del árbol se caen)
o locativo (un árbol que es trasplantado).
Por último, la explicación aristotélica del cambio destacó también los distintos elementos que
intervienen en dicho proceso. En todo cambio, ya sea sustancial o accidental, se aprecia una
estructura común: hay algo que permanece a través del cambio, algo que desaparece y algo que
aparece. El siguiente esquema recoge cómo se combinan estos elementos según el tipo de cambio
que se produzca
Algo que
desaparece
Algo que aparece Algo que
permanece
Cambio sustancial Una sustancia Una sustancia La materia prima
Cambio accidental Un accidente Un accidente La sustancia
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Para completar su explicación del cambio o movimiento, Aristóteles estableció como
principio fundamental que todo lo que se mueve es movido por algo, y dado que no es posible
remontarse al infinito en la serie de causas, debe existir un Primer Motor Inmóvil, que sea
causa y origen del movimiento de la physis. Se trata de una sustancia que es puro acto, forma sin
materia alguna, que habría transmitido el movimiento al Universo, siendo exterior a éste. El
primer motor se identificará en la Edad Media con el Dios creador del cristianismo.
b) El ser y la nada: Otra de las cuestiones clásicas en la metafísica ha sido la reflexión acerca de
la nada. ¿A qué aludimos exactamente con el término “nada”?, ¿qué es la nada?
A primera vista, parece que la idea de nada corresponde con la negación del ser, esto es, con el
no-ser. Así, mientras el ser es lo que hay o lo que existe, es decir, la realidad, por el contrario, la
nada sería la negación del ser y, por lo tanto, lo que no es, lo que no existe o no tiene realidad.
Sin embargo, esta concepción de la nada comporta un interesante problema filosófico: ¿cómo
se puede afirmar la nada?, ¿cómo se puede decir que “algo no es”, si por el mero hecho de
nombrarlo ha de tener algún tipo de existencia? Es decir, ¿cómo podemos ni siquiera nombrar la
nada, si no es nada? Ante estos desconcertantes interrogantes pueden adoptarse distintos puntos
de vista. Vamos a destacar dos:
1ª. La nada es una pseudoidea. Según Henri Bergson (1859-1941), la nada es un término sin
significado, ya que no puede ni imaginarse ni pensarse. En efecto, la nada no puede ser
imaginada, puesto que no se podría imaginar una nada sin darse cuenta, al menos confusamente,
de que se la imagina, es decir, de que se actúa, se piensa y, por tanto, aún subsiste algo. Por eso,
la nada no es una verdadera idea, sino sólo una idea aparente ya que no existe ninguna realidad
extra-mental que se identifique con lo que esa idea representaría. Pensar que esa realidad sería la
ausencia total del ser, el vacío, sería paradójico y contradictorio. Es verdad que con frecuencia
tendemos a concebir la nada como espacio vacío, pero si hay espacio, hay algo y ya no podemos
hablar de nada.
2ª. La nada es un término lógico. Podemos usar el término nada en el lenguaje con la función
de expresar la negación de una existencia, independientemente de si le corresponde un concepto
real o no. Un término que utilizamos para indicar la ausencia de “algo” que podría o debería estar
presente. Sería el uso que le damos al término cuando decimos frases como: “En la mochila no
hay nada”, “A mí no me da miedo nada”, “No quiero nada de comer”… Así entendida, la nada
es una estructura lógica vacía de contenido, pero es.
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c) La vida: desde sus orígenes, la filosofía no sólo se ha preocupado de conocer la realidad e
intentar explicarla, sino que también ha pretendido encontrar respuestas a preguntas que han
interesado, y siguen interesando, a la humanidad: ¿qué hago aquí?, ¿qué sentido tiene mi vida?,
¿existe algo después de la muerte o todo acaba con ella?...
La búsqueda y la necesidad de sentido han sido una constante, no sólo en el pensamiento
filosófico, sino también en la vida cotidiana de muchas personas. Para algunas, la vida, tal como
nos es dada, resulta absurda si no hay una razón que justifique nuestro sufrimiento y nuestro
fugaz paso por ella. Si no hay una finalidad, si la vida se acaba con la muerte y no hay nada más
después, entonces ¿qué sentido podemos dar a lo que hacemos?, ¿qué valor puede haber en el
progreso humano, en las acciones buenas, en el amor, en la amistad… en todo lo que buscamos y
anhelamos?
El sentido de la existencia constituye un problema filosófico y humano sin resolver, pero
que, indudablemente, está unido a la experiencia del dolor y a la certeza de la muerte.
Pero antes de tratar esta cuestión es necesario aclarar qué se entiende por “vida”. La filosofía,
a lo largo de su historia, ha ofrecido diferentes respuestas a esa cuestión. A continuación
exponemos las cuatro más destacadas:
1ª. Teorías filosóficas sobre la vida:
TEORÍAS FILOSÓFICAS SOBRE LA VIDA
HILOZOÍSMO
Sostiene que materia y vida son
inseparables, porque la materia tiene
propiedades vitales o porque la vida tiene su
origen en la materia. Los primeros filósofos
griegos (Tales, Anaximandro,
Anaxímenes…) fueron hilozoístas.
Aristóteles introdujo la diferencia entre
materia y vida cuando identificó la vida con
el alma. Para Aristóteles, el alma es
principio de vida.
Esta teoría reduce las leyes biológicas a leyes
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MECANICISMO
fisicoquímicas, con el propósito de incluir lo
viviente en el nivel de lo físico, sin hacer de lo
viviente una excepción de la naturaleza.
Un filósofo mecanicista fue el francés
Descartes, quien negó la existencia de alma
en los animales, considerándolos meras
máquinas.
El mecanicismo, que se extendió por
Europa a partir del siglo XVII, niega que
exista una finalidad trascendente (por
ejemplo, Dios) que de sentido a la vida.
ORGANICISMO
Es la doctrina que interpreta el fenómeno de
la vida a partir de la idea de organismo. Por
lo tanto, comprende el cuerpo viviente como
la estructura en la que cada parte se
subordina y colabora en el funcionamiento
del todo.
Los organiscistas niegan el reduccionismo
mecanicista que explica el fenómeno vital
sólo desde las propiedades fisicoquímicas o
bioquímicas de la materia.
Según esta teoría, el organismo vivo se
caracteriza por tener un finalismo
intrínseco, entendido como una fuerza
formadora que explica sus funciones.
El organicismo fue defendido, sobre todo,
por los filósofos románticos del siglo XIX
(Schelling, Schlegel…), para quienes la
naturaleza era un gran ser vivo dinamizado
por un elemento espiritual que actúa según
niveles y formas diferentes.
Es la teoría que explica la vida por la
acción de una fuerza específica interna que
impulsa una determinada clase de materia.
De este modo, se opone tanto al
mecanicismo como al organicismo
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VITALISMO
espiritualista
No obstante, los vitalistas comparten con el
organicismo la defensa de la especificidad
de la vida como algo irreductible a una
interpretación casual y mecanicista, pues
consideran que esta explicación no puede
justificar el orden y la finalidad inherente a
los fenómenos orgánicos.
Destacados filósofos vitalistas fueron:
Dilthey, Bergson o el español Ortega y
Gasset.
2º. El sentido de la existencia humana:
La respuesta que puede darse a esta cuestión depende mucho de la postura que en filosofía se
adopte acerca de la naturaleza última de la Realidad. Desde la Antigüedad han coexistido dos
posturas o perspectivas diferentes: la interpretación espiritualista y la materialista.
-Espiritualismo: se consideran espiritualistas aquellos pensadores que sostienen que más allá
de la realidad material de la que tenemos experiencia, existe una realidad espiritual que la da
sentido: Dios, la mente, el destino…
-Materialismo: materialistas son los filósofos que niegan la existencia de realidades de tipo
espiritual y, por lo tanto, reducen o identifican todo lo que hay a realidad material o sensorial..
Tradicionalmente la toma de conciencia de la ausencia de sentido de la vida humana ha tenido
lugar, sobre todo, al reflexionar sobre la muerte. El ser humano no es el único ser vivo mortal,
pero sí el que establece una relación más íntima y consciente con el fenómeno de la muerte, pues
sabe que va a morir desde muy temprano. La biología nos ha mostrado que la muerte se produce
cuando los órganos vitales de un organismo (tallo, hojas, corazón, pulmones…) dejan de ejercer
su función. Este rasgo es, por lo tanto, común a todo ser vivo. Sin embargo, en filosofía se ha
destacado más el rasgo específico de la muerte humana.
Mientras que en las plantas y animales la muerte es un hecho que acontece al final de la vida
y que no está presente durante el desarrollo de ésta, en el ser humano es un elemento constitutivo
de la propia vida. Ello se debe, como ya hemos dicho, a que el hombre es consciente no de la
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muerte en general, sino de su propia muerte como suceso inevitable. A menudo se ha afirmado
que, aunque pueda parecer paradójico, es precisamente esa conciencia la que da sentido a la vida
humana. Si no existiese esa conciencia, quizá nada nos afectaría del modo en que lo hace, quizá
no sentiríamos la necesidad de actuar y hacer, ya que creeríamos disponer de un tiempo
indefinido para ello, por lo que, posiblemente no valoraríamos nada, puesto que todo se diluiría
en la inmensidad de un tiempo eterno.
Por otro lado, lo que hace de la muerte un enigma filosófico es la imposibilidad de tener
experiencia de ella. La muerte, de entrada, parece ser algo personal, algo íntimo de cada uno.
Nuestra muerte nos pertenece de la misma forma que nos pertenece nuestra vida, y nadie puede
“vivirla” por nosotros. Sin embargo, ¿significa esto que nosotros podemos vivir nuestra muerte,
que podemos experimentarla? Intuitivamente, parece que no. Para nosotros mismos nuestra
muerte es un misterio, algo que podemos esperar, prever…, pero no sentir. La muerte sólo existe
cuando deja de haber vida, al menos biológica. En este sentido, está más allá de la vida y es
imposible vivirla, sentirla.
La muerte es inexperimentable. Sólo vivimos de manera directa e íntima lo que la muerte
ajena produce en nosotros, el estado en el que nos deja la no existencia del otro: la soledad, el
desamparo, su carácter definitivo e irremediable, la desesperación, la sensación de injusticia y de
falta de sentido… Pero, estrictamente, todos estos sentimientos no son experiencias de lo que es
la muerte, sino de lo que ésta produce en los demás y no en el que fallece.
Concepciones filosóficas de la muerte
La imposibilidad de conocer lo que es la muerte ha propiciado la aparición de distintas teorías
filosóficas sobre ella. En general, y simplificando bastante el problema, podemos diferenciar dos
grandes concepciones filosóficas sobre la muerte.
1ª. La muerte como acontecimiento definitivo: A pesar de que nadie puede asegurar en qué
consiste la muerte, muchas personas se inclinan a pensar que ésta supone el final definitivo de
toda forma de vida. Esta postura la han mantenido mayoritariamente (aunque no sólo) filósofos
materialistas, que consideran que el ser humano es solo materia.
Dentro de esta visión de la muerte pueden, a su vez, distinguirse dos vertientes:
RESIGNACIÓN Y ACEPTACIÓN RECHAZO
Esta actitud es propia de los que rechazan
cualquier tipo de temor o rebelión ante el
La aceptación de la muerte como algo que
inevitablemente nos va a suceder y que, por
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hecho de la muerte.
Un ejemplo sería el epicureísmo, corriente
filosófica griega fundada por Epicuro (341-
270 a. C.). Para esta corriente, una reflexión
detenida acerca del carácter de la muerte
nos ayudará a comprender lo absurdo que
resulta temer algo que nunca vamos a sentir.
La muerte no existe para los seres humanos,
pues mientras vivimos no estamos muertos,
y cuando estemos muertos ya no
existiremos. Por tanto, lo único que de
verdad existe para nosotros es el vivir, ya
que sólo de la vida tenemos experiencia.
Preocuparse de la muerte o temerla es, pues,
de necios…
tanto, es inútil temer suele resultar difícil
para muchas personas. A pesar de su
carácter inevitable, la mayoría de nosotros
suele rebelarse contra su carácter definitivo.
No nos resignamos a que sea el límite total
a nuestra existencia.
Un ejemplo de esta posición sería el
pensamiento del filósofo español Miguel de
Unamuno. Según él, la creencia de que
nuestra mente, con sus recuerdos, creencias
y experiencias personales, sobrevive a la
muerte es necesaria para poder vivir. Pero,
además, no basta con sobrevivir en la fama,
en el trabajo o en los hijos…La única
perduración satisfactoria, dice Unamuno, es
la resurrección del ser humano total, tal
como la promete el cristianismo. El
problema, lo que hace que la existencia
humana sea una tragedia, es el hecho de no
tener ninguna certeza de que esto vaya a ser
así
2ª. La muerte como tránsito: Para mucha gente, aunque la muerte es pérdida de vida, lo es sólo en
sentido biológico. Así, la destrucción del cuerpo causada por el cese de las actividades vitales no
se entiende como una destrucción total de la persona. Desde una perspectiva espiritualista, por
ejemplo, es posible aceptar que la mente, o el alma, continúa viviendo a pesar de la muerte del
cuerpo. Para los filósofos espiritualistas, el ser humano se concibe como un ser dual, resultado de
la unión de alma (o mente) y cuerpo, consideradas dos realidades distintas e independientes y, por
tanto, separables. Para ellos, la muerte no es un dejar de existir definitivo, sino el tránsito de
nuestra alma a una vida distinta y, para la mayoría, mejor.
Muchos han sido los filósofos que han defendido el dualismo antropológico, y la inmortalidad
del alma. En Grecia, por ejemplo, Platón y Aristóteles. Todos los filósofos medievales también la
apoyaron (Agustín de Hipona, Anselmo de Canterbury, Tomás de Aquino…), igualmente,
Descartes, el primer filósofo de la modernidad, Kant, autor que cierra esa época… En general,
hasta el siglo XIX fue la actitud dominante, que fue perdiendo protagonismo frente al avance del
materialismo, apoyado en el avance de las ciencias naturales (física, química, biología…). No
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obstante, en la actualidad siguen existiendo pensadores espiritualistas que defienden la idea de la
muerte como un tránsito.
d) Dios: Uno de los temas fundamentales de la historia de la metafísica ha sido Dios. La
conciencia de la finitud humana, la experiencia del dolor, del mal, de la muerte, en fin, la
contingencia del mundo y de su finitud, la grandeza del universo,… ha llevado al hombre a
afirmar la existencia de un ser superior que ha dado origen a todo y que nos garantiza una vida
posterior y más excelente que la meramente biológica, al tiempo que nos explica porqué existe lo
que existe.
A la hora de dar cuenta de estos hechos, una primera idea sale a nuestro encuentro: todas las
culturas han desarrollado formas distintas de religiosidad y todas han apelado a la existencia de
un ser, Dios, concebido de muy diversas maneras, origen de todo y que daría sentido a la vida
humana, de ahí que el ser humano pueda ser definido como un animal religioso. Cuando
hablamos de la necesidad por parte del hombre de transcender los límites de lo físico y afirmar la
existencia de un ser trascendente, es necesario reflexionar sobre lo que hay de común en todas sus
manifestaciones (animismo, politeísmo, panteísmo, monoteísmo,…). A pesar de la gran
diversidad que revisten estas manifestaciones culturales, podemos afirmar unos rasgos comunes a
la hora de describir la divinidad:
1º. Trascendente. Dios está en un mundo “más allá” de la realidad física.
2º. Sagrado. Dios es perfecto y omnipotente y, por tanto, el hombre debe de asumir su realidad
y llevar a cabo una serie de ritos destinados a la purificación.
para existir y, sin embargo, es causa y razón de todo lo que existe.
4º. Se expresa mediante símbolos y manifestaciones misteriosas que el hombre no comprende
pero que debe aceptar para merecer la gracia divina.
5º. Infinito e ilimitado. Dios no está sometido ni condicionado por las limitaciones del espacio
y del tiempo, está más allá de ellas, cosa que los hombres y demás criaturas no pueden prescindir.
6º. Sobrehumano. Dios está por encima del hombre en todos los órdenes, es infinitamente
superior a él y la superioridad del ser humano sobre el resto de los seres, es debido al poder
sobrehumano de Dios.
1º. Distintas concepciones de lo Absoluto:
Animismo: etimológicamente, el término animismo deriva de la palabra latina ánima
(„alma‟). Significaría la creencia en seres espirituales, incluidas las almas humanas. Los
animistas creen que seres sobrenaturales personificados (o almas), dotados de razón, inteligencia
y voluntad habitan los objetos inanimados y gobiernan su existencia. El animismo supone la
creencia en la existencia de una fuerza vital sustancial presente en todos los seres animados, y
sostiene la interrelación entre el mundo de los vivos y el de los muertos, reconociendo la
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existencia de un Dios único aunque inaccesible. La mayoría de los sistemas de creencias
animistas sostienen que existe un alma que sobrevive la muerte del cuerpo.
Panteísmo: el término panteísmo procede de las palabras griegas pan, "todo" y theos, "dios":
literalmente significa "Dios es todo" y "todo es Dios". Es una doctrina filosófica según la cual el
Universo, la naturaleza y Dios son equivalentes. La ley natural, la existencia y el universo (la
suma de todo lo que fue, es y será) se representa por medio del concepto teológico de "Dios". El
panteísmo es la creencia de que el mundo y Dios son lo mismo, es más una creencia filosófica
que religiosa. Cada criatura es un aspecto o una manifestación de Dios, que es concebido como el
actor divino que desempeña a la vez los innumerables papeles de humanos, animales, plantas,
estrellas y fuerzas de la naturaleza.
El panteísmo es incompatible con la creencia en un Dios personal, de ahí que para algunos sea
una expresión de ateísmo, acusación que se le dirigía, por ejemplo, a Spinoza, filósofo
racionalista moderno. De manera general, el panteísmo puede ser considerado como una teoría
filosófica, o como una "concepción del mundo". En el panteísmo se enfrentan dos términos:
"dios" y "mundo" y esta concepción procede a identificarlos. El resultado es un monismo. El
budismo y el hinduismo son religiones panteístas.
Teísmo: la palabra se originó en la Grecia antigua con el significado de la creencia en los
dioses del Olimpo. Por extensión pasó a significar la creencia en la existencia de un Dios o dioses
personales, creadores del mundo, que influyen en él y sobre la vida de los hombres. Los dioses
son inmanentes en el universo, pero lo trascienden. Dentro del teísmo propio, se puede distinguir
entre monoteísmo (sólo existe un dios) y politeísmo (existen varios dioses).
En ambos casos supone la creencia en un Dios personal y providente, quién creó el universo y
lo mantiene. Igualmente los dioses garantizan al hombre que su vida no acabará con la muerte
biológica, sino que hay otra más excelente donde habitarán las almas de los hombres. Las grandes
religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islam son teístas.
Deísmo: el deísmo es una concepción filosófica más que religiosa que deriva la existencia y la
naturaleza de Dios, de la razón y la experiencia personal, en lugar de hacerlo a través de los
elementos comunes de las religiones teístas, como la revelación directa, la fe o la tradición.
Esta concepción está basada en la creencia de que Dios existe y creó el universo físico, pero
no interfiere con él. Por ello no toma posición sobre lo que hace Dios fuera del universo, en
contraste con las tres grandes religiones monoteístas.
Los deístas también tienden a rechazar los hechos sobrenaturales (milagros, profecías, etc.) y
afirman que Dios no influye de ninguna manera en la vida de los humanos, ni en las leyes del
universo. Por ello, a menudo utilizan la analogía de Dios como un relojero. Dios sería un relojero
que creó y dio cuerda al universo, sin ninguna otra intervención sobre él. Los deístas creen que el
mayor don divino a la humanidad no es la religión, sino la habilidad de razonar.
El deísmo cobró notoriedad en los siglos XVII y XVIII durante la Ilustración, especialmente
en el Reino Unido, Francia y los Estados Unidos, principalmente entre aquellas personas
educadas como cristianas que vieron que no podían creer ni en la Trinidad divina, la divinidad de
Jesús, los milagros ni en la infalibilidad de la Biblia; pero que sí creían en un solo dios. Voltaire o
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Hume son ejemplos de pensadores deístas, que considera que el acceso a Dios solo es posible
mediante la razón.
2º. Argumentos filosóficos para demostrar la existencia de Dios:
Dios para muchos filósofos no es sólo el Ser en el que se “cree” con una fe ciega que no
precisa demostración, sino que han intentado definirlo y demostrar su existencia. Tres han sido
los tipos de argumentaciones más importantes que se han dado:
a) Argumento ontológico: dado que Dios es perfecto, tiene que tener todas las perfecciones
que podamos pensar. La existencia es una de estas perfecciones, por tanto, Dios al ser perfecto,
tiene que existir. Anselmo de Canterbury, filósofo medieval, fue el más firme defensor de este
argumento.
b) Argumento cosmológico: el cosmos, el universo y todos sus seres son finitos, no tienen la
causa en sí mismos, sino que proceden de otros seres anteriores. Debe de haber, por tanto, un Ser,
que sea causa de sí mismo, que no proceda de nadie anterior y que fuera la causa del universo y
de sus primeras criaturas. Tomás de Aquino, entre otros, defendió este argumento.
c) Argumento teleológico: el mundo es demasiado complejo como para que pueda haber
surgido por azar o causalidad. Todos los seres del universo y el universo en su totalidad
mantienen un orden tal, que es imposible que no haya sido diseñado por un ser infinitamente
omnipotente y sabio: Dios. Aparte de Tomás de Aquino, este argumento fue defendido por
Descartes y también aceptado, aunque con matices, por autores deístas como Hume
3º. Argumentos filosóficos para negar la existencia de Dios:
Las posturas filosóficas que ponen en duda la existencia, o al menos la posibilidad de un
conocimiento por parte del hombre del Ser divino, se han dado prácticamente desde la aparición
de la filosofía. Ya en el siglo V antes de Cristo, filósofos como Demócrito y Protágoras ponían en
duda la posibilidad de conocer o afirmar la existencia de dios. Demócrito defendió la existencia
de un universo compuesto de átomos y sin intervención alguna de los dioses; Protágoras, por su
parte defendió que no podemos demostrar la existencia o inexistencia de los dioses. También este
filósofo, para denunciar el carácter antropológico de los dioses en las religiones, manifestó para
gran escándalo de muchos de sus contemporáneos, que si los animales hubieran podido crear una
religión, seguro que habrían creado a sus dioses con rasgos físicos y el comportamiento de la
especie animal creadora de semejante religión.
Las posturas críticas contra el teísmo y deísmo son fundamentalmente dos: agnosticismo y
ateísmo.
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Agnosticimo: el agnosticismo es una postura filosófica o personal que, a grandes rasgos,
considera inaccesible para el ser humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende o
va más allá de lo experimentado o experimentable. Mientras que el ateísmo niega la existencia de
un dios como ente sobrenatural en el que se concentra lo divino y permite creer en fenómenos
sobrenaturales que trascienden lo natural, el agnosticismo es una doctrina basada en las
observaciones y experiencias, y por lo tanto, declara imposible por parte de la razón humana ir
más allá de la experimentación o comprobación empírica. En otras palabras, para un agnóstico, la
verdad sobre la existencia de Dios es incognoscible. Kant fue el filósofo agnóstico más célebre.
Ateísmo: aunque como ya hemos dicho el ateísmo es una postura filosófica muy antigua, es
en el contexto contemporáneo, y especialmente en Occidente, donde el fenómeno del ateísmo, lo
mismo que el agnosticismo, ha cobrado mayor importancia. El desarrollo del ateísmo corre parejo
con el portentoso desarrollo de la ciencia y el avance del laicismo. Ante el hecho constatable de
que todas las culturas han tenido dioses y religión, el ateísmo lo explica como una tendencia del
hombre, fundamentada en una serie de factores:
- Existencia de fenómenos y hechos en la naturaleza inexplicables racionalmente en aquel
momento.
- Impotencia y limitaciones del hombre.
- Dificultad humana de entender que un universo tan complejo sea debido exclusivamente
al azar.
- Imprevisibilidad del futuro.
- Conciencia de que vamos a morir.
El ateísmo no es una postura homogénea, sino que existen muchas posiciones ateas, el punto
en común de todas ellas es la de negar la misma existencia de Dios. Tres son los argumentos más
importantes para justificar la inexistencia de un Ser superior:
1º. Argumento del desacuerdo inter-religioso: este es un argumento usado en las discusiones
acerca de la existencia de Dios por parte de los defensores del ateísmo. Consiste en señalar las
diferencias y las contradicciones entre las religiones, y consecuentemente señalar que no pueden
ser todas ciertas. El análisis de las distintas religiones muestra que sus contenidos son muy
heterogéneos y a veces contradictorios, entonces, ¿cuál es la religión verdadera?, ¿y las falsas?
2º. Argumento por pedido de demostración: este argumento afirma que no son los ateos los
que “tienen que demostrar” que Dios no existe, sino los filósofos teístas los que tienen que dar
pruebas científicas que prueben su existencia, dado que sin ellas la apelación a una facultad
distinta de la razón justificaría por igual la existencia de Dios que de cualquier ser mitológico.
3º. Argumento por la existencia del mal: se conoce con este nombre al argumento con el que
se pretende demostrar la inexistencia de Dios entendido en su forma judeo/cristiana, al observar
una contradicción entre dos de las cualidades que se le atribuyen: la bondad, y la omnipotencia.
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Esto se hace señalando la existencia del mal en el mundo, y planteando que si Dios es bueno, no
puede ser omnipotente, pues no evita el mal; si por otra parte, Dios fuera omnipotente acabaría
con el mal, y si no lo hace es porque no es bueno. Al ser esto contradictorio, no puede haber una
deidad con estas características atribuidas.
Algunos filósofos ateos destacados han sido:
Feuerbach, en esta línea del humanismo ateo, considera que Dios es la “proyección” que el
ser humano hace de sus máximas virtudes, su esencia: bondad, inteligencia... pero elevadas al
infinito. Pero al actuar de este modo, el ser humano sitúa fuera de sí su esencia, lo que provoca la
alienación.
Marx, siguiendo a Feurbach, también considera que la idea de Dios implica una alienación.
La religión es una forma de alienación por tres razones:
1ª. Porque es una experiencia de algo irreal, es una experiencia de algo que no existe.
Siguiendo a Feuerbach, Marx considera que no es Dios quien crea al hombre sino el hombre a
Dios. En la religión el hombre toma lo que considera mejor de sí mismo (voluntad, inteligencia,
bondad...) y lo proyecta fuera de sí, en el ámbito de lo infinito; a su vez, esta proyección se vive
como una realidad que se enfrenta al propio sujeto que la ha creado. Si la religión supone la
existencia de Dios como algo infinito, lo hace oponiendo a ella el mundo finito, incluido el
hombre mismo, desvalorizando su propio ser y su propio destino, desvalorizando el mundo
humano frente a la calidad absoluta de la realidad divina, realidad, meramente inventada por el
hombre.
2ª. La religión también es alienación porque desvía al hombre del único ámbito en donde le
es realmente posible la salvación y felicidad, el mundo humano. Al consolar al hombre del
sufrimiento que en este mundo le toca vivir, sugiriendo que en el otro mundo le corresponderá la
justicia y la felicidad plena, le resta capacidad, energía y determinación para cambiar las
situaciones sociales, políticas y económicas que son las realmente culpables de su sufrimiento. En
este sentido hay que entender la célebre afirmación de Marx, que define la religión como el “opio
del pueblo”. La religión legitima y refuerza la injusticia social al adormecer al pueblo
canalizando sus energías hacia un más allá inexistente e imposibilitando la transformación de la
realidad.
3ª. Finalmente, su crítica a la religión se extiende también al hecho de que la religión suele
tomar partido no por las clases desfavorecidas sino por la clase dominante, perpetuando a ésta
en el poder, legitimando el estado de cosas existente, dando incluso, en casos extremos,
justificaciones teológicas al dominio de un grupo social sobre otro (pensemos, por ejemplo, en la
justificación divina del poder político del emperador medieval o del monarca absoluto del
Antiguo Régimen…)
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Por las razones citadas, Marx consideró que era necesaria la superación de la religión que
pasa necesariamente por la superación del sistema de clases sociales, que no es un fenómeno
natural sino una construcción histórica. Esta construcción tiene su origen en la injustificada
apropiación, por parte de unos pocos, de los medios de producción. En las sociedades de clases,
la mayoría oprimida y explotada trabaja para la minoría dominante, que le devuelve solo una
parte de la riqueza que su trabajo genera (lo mínimo para garantizar su subsistencia y
reproducción) y se apropia del resto (la plusvalía). La alienación religiosa es, por consiguiente,
una consecuencia de una alineación anterior: la económica. El ser humano necesita creer en
Dios, en un mundo irreal y perfecto porque vive a disgusto en su mundo real, necesita huir
porque está alienado en su vida cotidiana, por vivir en una sociedad de clases opresora en la que
no puede realizarse como ser humano ni ser auténticamente feliz.
A diferencia de Feuerbach, que creía posible una superación intelectual de la religión, Marx
creyó siempre que lo fundamental sería la necesaria modificación de las condiciones económicas
que han hecho posible la propia religión, es decir, la desaparición del orden social creado a partir
de la existencia de la propiedad privada, desaparición que solo será posible si el pueblo oprimido
aúna sus fuerzas y se organiza para transformar de manera radical la estructura social del mundo
real. En la sociedad comunista no existirá la religión pues en esta sociedad no existirá la
alienación, y ya se ha dicho que la religión aparece como consecuencia de la alienación
económica. En la sociedad comunista no habrá lugar para la religión, dado que el ser humano
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será feliz en su vida terrenal y no necesitará ya consuelos ficticios ni esperanzas sobrenaturales
para encontrar sentido a su existencia.
Nietzsche, filósofo nihilista (activo) y vitalista, por su parte, entiende que Dios es un concepto
inventado y vacío, es “nada” (de ahí su nihilismo. Proviene del latín nihil = nada. El nihilismo
(activo) afirma que no existe un fundamento último de la moral, el conocimiento, la verdad ... de
las ideas en general, tal como defiende el nihilismo pasivo, y que todas nuestras ideas al respecto
son una invención o creación humana, más concretamente de los sacerdotes y los filósofos,
aunque hemos llegado hasta el punto de creer nuestras propias “mentiras”) La idea de Dios debe
ser, según él, eliminada, porque es como una enfermedad que nos impide apreciar la única
realidad tangible: la vida, el cuerpo. Afirma: “Dios ha muerto”, y podría haber añadido: “¡Viva el
hombre!” o el superhombre. El vitalismo nietzscheano defiende la vida como realidad radical, y
considera que Dios es un concepto anti-vital en tanto que promueve una moral de esclavos,
heterónoma, y que creer en su existencia es una señal de debilidad vital y de miedo.
4º. La teodicea y el problema del mal:
La teodicea es una disciplina filosófica que tiene como objetivo hacer compatible
racionalmente la existencia del mal y la existencia de un Dios bondadoso y todopoderoso: ¿cómo
puede Dios, siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permitir la existencia del mal en el
mundo por Él creado? Esta es la pregunta que la teodicea debe responder.
Como dijo ya en su momento el filósofo griego Epicuro la existencia del mal físico
(terremotos, virus, bacterias, sequías…) y del mal moral (mentira, guerras, asesinatos…) parece
destruir toda creencia en Dios, porque o bien no es realmente bueno, pues permite el mal
pudiendo evitarlo, o bien desea erradicarlo, pero no puede, de lo que se seguiría que es
bondadoso, pero no todopoderoso. En definitiva, ¿cómo podemos hacer compatible la existencia
de un Dios omnipotente y bondadoso con la existencia del mal en el mundo?
A continuación exponemos los cinco argumentos más célebres que se han dado en la historia
de la filosofía para intentar responder satisfactoriamente a esta espinosa cuestión:
1º. El mal existe, pero es necesario para obtener un bien mayor. Si pudiésemos comprender la
estructura y funcionamiento global del Universo, veríamos que el mal es inevitable y, en la
mayoría de los casos, un medio para lograr un bien mayor posterior. Así, el dolor que nos
provoca el dentista es un medio para lograr la salud bucal posterior, las guerras son mecanismos
para mantener el control demográfico de la humanidad…
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2º. El mal existe pero es un producto de la acción humana. Esta sería la célebre postura
defendida ya en la Edad Media por Agustín de Hipona. El mal es el resultado de la libertad
humana, que debe ser respetada por una auto-exigencia del mismo Dios. Dios nos ha hecho libres
y nos quiere libres, aún sabiendo que con frecuencia usaremos mal esa libertad. No obstante, solo
porque somos libres puede Dios ser justo al premiar o castigar al hombre.
El problema, en cualquier caso, no acabaría aquí, porque aunque considerando que el mal
que infringe el hombre es fruto de su voluntad, esta razón no serviría para explicar el mal que
provocan, por ejemplo, los desastres naturales: inundaciones, terremotos, maremotos, etc.
3º. El mal existe y es responsabilidad exclusiva del ser humano, mejor dicho de la sociedad.
El hombre es bueno por naturaleza: inocente, solidario, confiado…, pero la sociedad nos hace
egoístas, competitivos, envidiosos. Esta es la tesis sostenida por el filósofo ilustrado Rousseau.
4º. El mal no existe. Es una apariencia derivada de las limitaciones del entendimiento humano.
El hombre no puede comprender la realidad en su conjunto y el motivo último de las cosas.
Como decían los estoicos, la mayoría de los males son males simplemente porque el hombre los
considera así según sus intereses, es decir, son males para nosotros, pero para el Todo no lo son.
En realidad, el Universo es ordenado, armónico, bello y bueno. Por eso, como decía también San
Agustín, en realidad el mal no es nada “entitativo”, no tiene realidad ontológica, lo que el ser
humano llama “mal” es simplemente “ausencia de bien”. Así, la enfermedad no es un mal,
simplemente es ausencia de salud.
Como es fácil ver al leer estos argumentos, la cuestión del mal es muy compleja y en
absoluto fácil de solucionar, siendo un problema metafísico-teológico plenamente vigente en
nuestros días. A cada argumento a favor de Dios, puede oponérsele un contra-argumento, de tal
manera que racionalmente resulta casi imposible resolver este problema.