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Tema 4: La celebración Litúrgica Liturgia y Sacramentos Sembrar - CEDIER 1 LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA ¿QUIÉN CELEBRA? “Las acciones litúrgicas son celebraciones de la Iglesia; es decir, del pueblo santo congregado y ordenado bajo la presidencia del obispo o de un presbítero (SC 26.41-42 y LG 28)”. “La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Los que desde ahora la celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta” (CIC 1136). Estas ideas del Concilio Vaticano II y que retoma el Catecismo de la Iglesia Católica, quiere situar en primer lugar el papel del pueblo de Dios en la celebración y las características de este pueblo en la realización de la acción sagrada. La acción litúrgica y principalmente la Eucaristía, no es la acción del sacerdote a quien se une el pueblo, servido por los ministros que precisamente a través de su ministerio dan al pueblo la presencia sacramental del Señor. La asamblea REUNIDA celebra junto con Jesucristo (centro de toda celebración y sacramento en sí mismo) de forma activa y participativa, como verdaderos integrantes del pueblo de Dios y no como meros espectadores, y siendo PRESIDIDA por el ministro ordenado. La celebración litúrgica se transforma así en ese misterio de comunión, junto a todos los hombres, unidos a la liturgia celestial, lo humano y lo divino se confunden en un mismo cuerpo celestial. Siguiendo el pensamiento litúrgico tradicional, la liturgia terrenal obtiene su realidad y su simbología de la liturgia celestial : allí está su origen, su fin, y sus signos. Por ello, en la gran tradición de la Iglesia, se estudia a la liturgia en orden a los celebrantes (los celestiales -CIC 1137ss-; los terrenales -CIC 1140ss-). LOS CELEBRANTES CELESTIALES . En el libro del Apocalipsis, leído en la liturgia de la Iglesia, se nos revela la “liturgia celestial” como obra ante todo la Santísima Trinidad en sus signos: “Uno sentado en el trono” (Ap 4,2), “el Cordero, inmolado y de pie” (Ap 5,6), “el río de Vida” (Ap 22,1); queda así establecida la ley del doble dinamismo de la liturgia cristiana, reflejado en tantas plegarias: Del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. (CIC 1137).

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LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA

¿QUIÉN CELEBRA?

“Las acciones litúrgicas son celebraciones de la Iglesia; es decir, del pueblo santo

congregado y ordenado bajo la presidencia del obispo o de un presbítero (SC 26.41-42 y

LG 28)”.

“La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Los que desde ahora la

celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la

celebración es enteramente comunión y fiesta” (CIC 1136).

Estas ideas del Concilio Vaticano II y que retoma el Catecismo de la Iglesia Católica,

quiere situar en primer lugar el papel del pueblo de Dios en la celebración y las

características de este pueblo en la realización de la acción sagrada. La acción litúrgica

y principalmente la Eucaristía, no es la acción del sacerdote a quien se une el pueblo,

servido por los ministros que precisamente a través de su ministerio dan al pueblo la

presencia sacramental del Señor.

La asamblea REUNIDA celebra junto con Jesucristo (centro de toda celebración y

sacramento en sí mismo) de forma activa y participativa, como verdaderos integrantes

del pueblo de Dios y no como meros espectadores, y siendo PRESIDIDA por el ministro

ordenado.

La celebración litúrgica se transforma así en ese misterio de comunión, junto a todos

los hombres, unidos a la liturgia celestial, lo humano y lo divino se confunden en un

mismo cuerpo celestial.

Siguiendo el pensamiento litúrgico tradicional, la liturgia terrenal obtiene su realidad y

su simbología de la liturgia celestial: allí está su origen, su fin, y sus signos. Por ello, en

la gran tradición de la Iglesia, se estudia a la liturgia en orden a los celebrantes (los

celestiales -CIC 1137ss-; los terrenales -CIC 1140ss-).

LOS CELEBRANTES CELESTIALES .

En el libro del Apocalipsis, leído en la liturgia de la Iglesia, se nos revela la “liturgia

celestial” como obra ante todo la Santísima Trinidad en sus signos: “Uno sentado en el

trono” (Ap 4,2), “el Cordero, inmolado y de pie” (Ap 5,6), “el río de Vida” (Ap 22,1);

queda así establecida la ley del doble dinamismo de la liturgia cristiana, reflejado en

tantas plegarias: Del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; al Padre por el Hijo en el

Espíritu Santo. (CIC 1137).

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Luego, los participantes creados abarcadores del nivel cósmico y del nivel histórico de

la creación, recapitulados en la Iglesia en cuanto Cuerpo de Cristo o Cristo Total (CIC

1138):

- Las potencias celestiales.

- Toda la creación entera.

- Los servidores de la Antigua y Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos).

- El nuevo pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil).

- Los mártires.

- La Bienaventurada Virgen María.

- Una muchedumbre inmensa que nadie podría contar (los santos y aquellos que

gozan de la gloria del cielo y que la Iglesia cuenta en la totalidad de los santos).

LOS CELEBRANTES TERRENALES [de la liturgia Sacramental]

La Iglesia. Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien

celebra. «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la

Iglesia, que es "sacramento de unidad", esto es, pueblo santo, congregado y ordenado

bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia,

influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera

diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual» (SC 26). Por

eso también, "siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan

una celebración común, con asistencia y participación activa de los fieles, hay que

inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea posible, a una celebración

individual y casi privada" (SC 27).

Consecuencia para la pastoral litúrgica: preferencia para con la celebración

comunitaria y la participación activa.1

La asamblea. En cada celebración la Iglesia se "actualiza" (se hace presente y se

manifiesta) en "estos fieles cristianos aquí y ahora reunidos": es la Iglesia la que hace a

la liturgia; es la liturgia la que hace a la Iglesia.

El bautismo, al injertarnos en Cristo, origina el doble fundamento de esa doble

realidad: origina la eclesialidad; origina el sacerdocio común. Porque gracias al

bautismo hay Iglesia y sacerdocio, por eso hay liturgia.

Consecuencia para la pastoral litúrgica: la participación de los fieles ha de ser plena o

fructífera (=mediante la gracia); consciente (=inteligente, intus legere); activa

(=corporal).

1 La liturgia nunca excluye el derecho de cada sacerdote a la legítima celebración individual de la Santa

Misa, mediante la cual cumple el principal ministerio del orden sagrado: ser “mediador entre Dios y los hombres” (CIC, 903-904).

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“La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella

participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la

naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del

bautismo, el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo

adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5)» (SC 14).

El orden sagrado. “Pero ‘todos los miembros no tienen la misma función’

(Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la

comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden,

por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar como representantes de Cristo-

Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia” (CIC 1142)

Así como la Iglesia debe realizarse-revelarse por y en la liturgia como Cristo-Cuerpo,

también ha de hacerlo como Cristo-Cabeza. Por ello, el sacerdocio ordenado (sobre

todo en la Eucaristía) es el que hace posible el ejercicio del sacerdocio común a cuyo

servicio es a su vez ordenado; o lo que es lo mismo, porque el Cristo se hace presente

por el sacerdocio jerárquico bajo las especies en su cuerpo eucarístico, por eso puede

estar en nosotros actualizándonos como su cuerpo místico en nuestro sacerdocio

bautismal.

Consecuencia para la pastoral litúrgica: a la larga al menos, toda liturgia (y por tanto el

misterio de Cristo en nosotros) es posible si hay presbíteros (y obispos); además, toda

liturgia es legítima "cum papa et episcopo" (para afianzar y expresar la legítima

comunión jerárquica y eclesial se los nombra en la plegaria eucarística).

Los ministerios particulares. Sirven de puente entre ambos sacerdocios: el obispo

los destina para colaborar en que el sacerdocio común pueda ejercerse efectivamente

de modo sacramental o visible.

“Ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas

funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las

necesidades pastorales. "Los acólitos, lectores, monitores/hostiarios y los que

pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico"(CIC

1143)

Consecuencia para la pastoral litúrgica: no son por tanto superfluos ni mero ornato

ceremonial, sino actores de un verdadero servicio posibilitador de celebración litúrgica

o sacramental.

La unidad de la asamblea en celebración. Tiene como fundamento la unidad con

Cristo en la unidad del Espíritu.

“En la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según

su función, pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones

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litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello

que le corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28).

(CIC 1144)

¿CÓMO CELEBRAR?

“Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía

divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la

cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en

plenitud en la persona y la obra de Cristo” (CIC 1145)

Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la iglesia: Desde la primera comunidad de

Jerusalén hasta la Parusía, las iglesias de Dios fieles a la fe apostólica, celebran en todo

lugar el mismo Misterio Pascual. El misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las

formas de su celebración son diversas.

La riqueza insondable del Misterio de Cristo es tal, que ninguna tradición litúrgica

puede agotar su expresión. La historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos

testimonia una maravillosa complementariedad. Cuando las iglesias han vivido estas

tradiciones litúrgicas en comunión en la fe y en los sacramentos de la fe, se han

enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición y a la misión común a

toda la iglesia. (Cf.EN 63-64).

Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia.

Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio de

Cristo, a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición

del depósito de la fe (Cf. 2 Tm 1, 14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de

la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios, y en tipos de

santidad. Así Cristo luz y salvación de todos los pueblos, mediante la vida litúrgica de la

Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se

enraíza. La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad purificándolas, todas las

verdaderas riquezas de las culturas (cf. LG 23; UR 4).

Las tradiciones litúrgicas o ritos, actualmente en uso en la Iglesia son, el Rito Latino

(principalmente el rito romano, pero también los ritos de algunas Iglesias locales como

el rito Ambrosiano, el rito Hispánico-Visigótico o los de diversas órdenes religiosas) y

los ritos Bizantino, Alejandrino o Copto, Siriaco, Armenio, Maronita y Calldeo.

“El Sacrosanto Concilio fiel a la tradición declara, que la Santa Madre Iglesia concede

igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el

futuro se conserven y fomenten por todos los medios”. (SC 4).

Por lo tanto la celebración de la liturgia debe al genio y a la cultura de los diferentes

pueblos (CF. SC 37-40). Para que el misterio de Cristo sea dado a conocer a todos los

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gentiles para obediencia de la fe (Rm 16,26) , debe ser anunciado celebrado y vivido en

todas las culturas, de modo que éstas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por

el.(cf. CT 53). La multitud de los hijos de Dios mediante su cultura humana propia,

asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para glorificarlo en un solo

Espíritu.

¿CUÁNDO CELEBRAR?

“La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su

divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada

semana, en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección, que una vez al

año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la

Pascua. Además, en el ciclo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo” (CIC 1163).

El día del Señor o Domingo

Dice Juan Pablo II: “Toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como

alabanza y agradecimiento al Creador. Pero la relación del hombre con Dios necesita

también momentos de oración explícita, en los que dicha relación se convierte en

diálogo intenso, que implica todas las dimensiones de la persona. El “día del Señor” es,

por excelencia, el día de esta relación, en la que el hombre eleva a Dios su canto,

haciéndose voz de toda la creación”.

“La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la

Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es

llamado con razón "día del Señor" o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin

de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la

Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo

renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1

Pe, 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse

a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del

trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma

importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año

litúrgico”. (SC 106)

El domingo es el día de la resurrección del Señor. En ella culmina la historia de la

salvación. Es la recapitulación del prolongado diálogo de Dios con su pueblo, desde el

Edén hasta la celebración gozosa del Apocalipsis. El tiempo es atravesado por este

acontecimiento del primer día de la semana: el Señor resucita, se aparece a los

discípulos, dándoles la plenitud del Espíritu.

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Cuando la comunidad expresa el primer día como día del Señor, está afirmando el

centro de la fe cristiana. Por todo esto el domingo es el centro del tiempo litúrgico,

porque es la celebración semanal del misterio pascual.

El año litúrgico

“La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días

determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el

día que llamó «del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra

también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua”. (SC 102)

La Santa Iglesia celebra la memoria sagrada de la obra de la salvación realizada por

Cristo, en días determinados durante el curso del año.

Los días litúrgicos:

1- El día litúrgico en general: Cada día es santificado por las celebraciones litúrgicas

del pueblo de Dios, principalmente por el sacrificio eucarístico y por la Liturgia de

las Horas. El día litúrgico comienza a medianoche y se extiende hasta la

medianoche siguiente. Pero la celebración del domingo y las solemnidades

comienza ya en la tarde del día precedente.

2- El domingo: Día festivo primordial.

3- La Iglesia venera con amor particular a la Santísima Virgen María, Madre de Dios-

en la liturgia después del Hijo, la Madre de Jesús, María- y propone las memorias

de los mártires y de los Santos- proclamando el misterio pascual cumplido en ellos

que sufrieron y fueron glorificados con Cristo-

4- Las ferias: los días de la semana

El curso del año – Tiempos litúrgicos

Durante el curso del año, la Iglesia conmemora todo el misterio de Cristo desde la

Encarnación hasta el día de Pentecostés y la expectativa de la venida del Señor.

I- El Triduo Pascual: Constituye el punto culminante de todo el año litúrgico. Está

formado –como su nombre indica- propiamente por tres días: Viernes y Sábado

Santos y Domingo de Resurrección. Pero este Triduo tiene como un pórtico o

apertura en la tarde del Jueves Santo, con una celebración que conmemora la

institución de la Eucaristía, sacramento que Cristo entregó a su Iglesia en la

víspera de su muerte, precisamente para que su misterio quedara

sacramentalmente presente y actuante en la misma Iglesia.

II- El Tiempo Pascual: En el Conjunto del año litúrgico, la Cincuentena pascual es

el “tiempo fuerte” por excelencia. Todo cristiano debería celebrar este ciclo

como algo diverso de los días restantes del año. Celebrar el año cristiano

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colocando su culminación en estos cincuenta días de alegría responde muy bien

a lo que es el núcleo mismo del mensaje cristiano: anuncio de alegría, de

liberación, de vida nueva.

A los cuarenta días de la Pascua: la Ascensión del Señor.

Los días, entre la Ascensión hasta el sábado antes de Pentecostés, preparan

para la venida del Espíritu Santo. Pentecostés: efusión del Espíritu, que es el

don del Resucitado.

III- El Tiempo de Cuaresma: En estos cuarenta días, la Iglesia revive el significado

que tuvo para los padres de Israel su peregrinación hacia la tierra prometida.

Para la Iglesia, pues, este período significa un camino de desierto y austeridad,

para llegar, por medio de la penitencia, a la verdadera libertad de la Pascua

definitiva.

Empieza el miércoles de ceniza hasta la misa vespertina del Jueves Santo. La

Semana Santa recuerda la Pasión del Señor desde su entrada mesiánica en

Jerusalén.

IV- El Tiempo de Navidad: Desde las primeras vísperas de la Natividad del Señor

hasta el domingo después de Epifanía –6 de enero-. El domingo después de

Epifanía es la fiesta del Bautismo del Señor. En este tiempo contemplamos al

Hijo de Dios hecho hombre, a fin de llevar a la humanidad a la comunión con

Dios.

V- El tiempo de Adviento: Desde las primeras vísperas del domingo más próximo

al 30 de noviembre, hasta Navidad. Tiene como finalidad celebrar la venida del

Señor, tanto en su aspecto histórico como en el escatológico. En los primeros

días se hace más ahínco en la venida escatológica, mientras que al final de este

período se subraya más bien la venida de Cristo en su nacimiento humano.

VI- El Tiempo Ordinario: El año litúrgico se divide en dos grandes bloques: por una

parte, los “tiempos fuertes” –Pascua, con la Cuaresma que la prepara, Adviento

y Navidad- y, por otra, el llamado “tiempo ordinario”

Este tiempo recuerda el misterio de Cristo en su plenitud (33 o 34 semanas).

Comienza desde el Bautismo del Señor hasta Cuaresma y desde Pentecostés

hasta Adviento.

Los ciclos anuales

Se dividen en tres ciclos:

- El ciclo A se basa preferentemente en el evangelio de Mateo.

- El ciclo B se basa preferentemente en el evangelio de Marcos

- El ciclo C se basa preferentemente en el evangelio de Lucas.

El evangelio de Juan se intercala en los distintos ciclos.

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La liturgia de las horas

¿QUÉ ES? La Liturgia de las Horas u Oficio Divino es el conjunto de oraciones (salmos,

antífonas, himnos, oraciones, lecturas bíblicas y otras) que la Iglesia ha organizado

para ser rezadas en determinadas horas de cada día, siendo su finalidad la santificación

del día.

El Oficio Divino es, pues, liturgia en el sentido más estricto, como lo son la eucaristía y

los demás sacramentos; y su característica propia es que se trata de una liturgia

constituida esencialmente por la oración. En segundo lugar, esta liturgia oracional es

de Horas, y está consiguientemente ordenada a la santificación continua del tiempo

humano.

El Oficio Divino al ser parte de la liturgia constituye, con la Misa, la plegaria pública y

oficial de la Iglesia.

Su fin es consagrar las horas al Señor, extendiendo la comunión con Cristo efectuada

en el Sacrificio de la Misa. Quien reza el oficio hace un paro en las labores para rezar

con la Iglesia aunque se encuentre físicamente solo. Sin duda es necesaria la oración

privada, pero también es necesario que los cristianos recen formalmente unidos como

Iglesia.

Si bien sólo los sacerdotes, religiosos y religiosas tienen obligación de rezar el Oficio

Divino, la Iglesia invita a todos sus fieles a rezar la Liturgia de las Horas:

“Se invita encarecidamente también a los demás fieles a que, según las circunstancias,

participen en la Liturgia de las Horas, puesto que es acción de la Iglesia” (Código de

Derecho Canónico 1174 § 2).

La Liturgia de las Horas está estructurada para que se consagre todo el día con la

alabanza de Dios. Se reza en diferentes "Horas" del día, siendo las principales

"laudes", que se hacen por la mañana, y "vísperas", al atardecer. De esta manera

todos los fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, ejercen el sacerdocio real de los

bautizados, “prolongando así el sacerdocio de Cristo a través de su Iglesia, que sin

cesar alaba al Señor, e intercede por la salvación de todo el mundo” (SC 83)

Sacrosanctum Concilium 88 dice: “Siendo el fin del Oficio la santificación del día,

restablézcase el curso tradicional de las Horas, de modo que dentro de lo posible, se

devuelva a las Horas su tiempo natural”

La liturgia de las Horas se divide en Horas Canónicas y Horas Menores:

- Horas canónicas:

Laudes, que significa “alabanza”, y es la oración matutina.

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Vísperas, proviene de “vesper”, que significa “tarde”, por lo que es la

oración vespertina.

Completas, son las oraciones al culminar el día, antes de acostarse.

Maitines, que viene del latín “matutinus”, es la primera de las Horas

canónicas, se suelen hacer como alabanza matutina o bien después de

la media noche.

- Horas menores:

Tercia: tercera hora después de salir el sol, aproximadamente a las 8:00.

Sexta: tres horas después, alrededor de las 11:00

Nona: novena hora, a las 14:00.

Oficio de Lecturas, consiste en tres salmos y dos lecturas, una bíblica y

otra de otra fuente, generalmente de los Padres de la Iglesia, de los

Santos o de un documento eclesial.

La celebración íntegra y cotidiana de la Liturgia de las Horas, es para los sacerdotes y

diáconos en camino a su ordenación presbiteral. Los miembros de institutos de vida

consagrada, están sujetos de acuerdo a sus constituciones particulares, según lo

expresa el Código de Derecho Canónico (canon 1174 § 1).

Los fieles laicos si celebran la Liturgia de las Horas, deben rezar las Horas principales,

Laudes y Vísperas, y pueden si lo desean, rezar cualquier otra de las horas menores, en

general se elige sólo una, de acuerdo a la que más se acomode al momento del día

elegido.

¿DÓNDE CELEBRAR?

El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar

exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando

los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras

vivas", reunidas para "la edificación de un edificio espiritual" (1 P 2,4-5).

Pero los cristianos, a lo largo de los siglos, construyen edificios destinados al culto

divino (templos). Estas Iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que

significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los

hombres reconciliados y unidos en Cristo.

"En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles

y se venera para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro

Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Esta casa de oración debe ser

hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas" (SC 122-127).

En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la constituyen deben

manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (SC 7).

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La función del templo-edificio de culto- es poner de relieve la presencia de lo sagrado.

Por eso el templo no solo hace presente lo sagrado sino que también es el lugar de

encuentro del hombre con Dios. Es así que podemos distinguir en el templo como dos

aspectos, que se diferencian por dos términos de la antigüedad griega:

- El templo es “Naós” habitación/morada de Dios.

- El templo es “Ierón” lugar consagrado, lugar que los hombres han separado

de cualquier otro uso para destinarlo solo al encuentro con Dios.

Al templo cristiano, también se lo llama “Iglesia” porque es el lugar de encuentro

donde se reúne la “Asamblea litúrgica” para el culto. Es por eso que en la Iglesia

primitiva de la llamaba “domus ecclesiae”, es decir, casa de reunión o casa de la Iglesia,

o como le gusta decir a algunos Padres: “la Casa entre las casas”.

Este es el sentido primario de nuestros templos, ser Iglesias. Aunque no podemos

dejar de tener en cuenta que es allí (en el Sagrario que los templos resguardan) donde

está la presencia del Dios viviente.

Es por eso que el concilio ha insistido en que: “Al edificar los templos, procúrese con

diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir

la participación activa de los fieles” (SC 124).

El verdadero templo cristiano, aquel en que Dios realmente habita, no es un edificio,

sino la comunidad, la Iglesia “Cuerpo de Cristo”.

Esta disposición apta para la celebración en que participe la Asamblea es la que

determina algunos que podríamos llamar elementos esenciales para el lugar donde se

celebra el misterio de la fe:

- EL PRESBITERIO, que es el lugar designado a los presbíteros o los ministros

sagrados. El presbiterio deberá distinguirse de la nave de la iglesia por hallarse en un

plano más elevado o por su peculiar estructura y ornato (IGMR 295).

Presbiterio debe estar ubicado:

El Altar Mayor:

El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos

sacramentales, es además la mesa del Señor, a cuya participación es convocado el

pueblo de Dios en la Misa; y es el centro de la acción de gracias que culmina en la

Eucaristía.

La celebración de la Eucaristía, en el lugar sagrado, debe hacerse siempre sobre el

altar; fuera del lugar sagrado, puede hacerse también sobre una mesa adecuada,

usándose siempre el mantel y el corporal, la cruz y los candeleros.

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Conviene que en todas las iglesias haya un altar fijo, que es signo más claro y

permanente de Cristo Jesús, la Piedra viva (1P 2,4; Ef 2,20); en los demás lugares,

dedicados a las celebraciones sagradas, puede haber un altar movible.

Se llama altar fijo al que está adherido al suelo y por tanto no se puede mover;

movible, al que se puede trasladar.

El altar ocupe el lugar que en verdad sea el centro hacia el que espontáneamente

converja la atención de toda la asamblea de los fieles.

Según la costumbre tradicional de la Iglesia y por lo que significa, la mesa del altar fijo

sea de piedra, es decir, de piedra natural.

El Ambon

La dignidad de la Palabra de Dios, exige que en la iglesia haya un lugar adecuado desde

donde se la anuncie, y hacia el cual converja espontáneamente la atención de los

fieles, durante la liturgia de la Palabra.

Desde el ambón se proclaman únicamente las lecturas, el salmo responsorial y el

pregón pascual; también desde él pueden hacerse la homilía y las intenciones de la

oración universal.

La sede presidencial y lugar para los ministros (lectores, acólitos entre

otros).

La sede del sacerdote celebrante debe significar su función de presidente de la

asamblea y de moderador de la oración.

También en el presbiterio se han de colocar los asientos para los sacerdotes

concelebrantes y para los presbíteros que, revestidos con la vestidura coral, asisten a

la celebración, aunque no concelebren.

El asiento para el diácono colóquese cerca de la sede del celebrante. Para los

otros ministros ubíquense de tal modo que se distingan claramente de los asientos del

clero y ellos mismos puedan cumplir con facilidad el oficio que se les ha confiado.

- EL LUGAR DE LOS FIELES, constituye lo que habitualmente llamamos “nave” de

la Iglesia. Estos lugares deben disponerse con todo cuidado, a fin de que los fieles

puedan participar debidamente, con la mirada y el espíritu, en las celebraciones

sagradas.

Los bancos o sillas, sobre todo en los edificios recientemente construidos, han de

disponerse de tal modo que los fieles puedan adoptar con facilidad las posturas

indicadas para las diversas partes de la celebración y puedan acercarse sin dificultad a

recibir la sagrada Comunión.

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Tema 4: La celebración Litúrgica Liturgia y Sacramentos Sembrar - CEDIER

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- LUGAR PARA EL CORO que cumple una función importante en la celebración.

El coro, según la disposición de cada iglesia, se colocará de modo que se vea con

claridad lo que es en realidad: parte de la asamblea de fieles congregada y que en ella

desempeñan una función particular; que les facilite la ejecución de su ministerio

litúrgico; que permita a cada uno de sus miembros la plena participación sacramental

en la Misa.

Algunos otros lugares importantes dentro del Templo:

Hay otros lugares en nuestro templo, que si bien no son necesarios e indispensables

para la celebración litúrgica (principalmente la Eucaristía), si toman relevancia en

alguno de los demás sacramentos o para la oración privada; y ayudan a lograr el

“espacio sagrado” necesario para la celebración litúrgica.

- Lugar de la reserva para la Eucaristía: Según la estructura de la iglesia y

conforme a las legítimas costumbres de cada lugar, el Santísimo Sacramento será

reservado en un sagrario en una parte de la iglesia muy noble, insigne, destacada,

convenientemente adornada y apropiada para la oración.

El sagrario, de ordinario, sea único, inamovible, hecho de material sólido e inviolable,

no transparente, y cerrado de tal modo que se evite al máximo el peligro de

profanación.

Por razón del signo es más apropiado que en el altar en el que se celebra la Misa no

esté el sagrario en el que se reserva la Santísima Eucaristía.

Conviene por eso que el sagrario sea colocado, a juicio del Obispo diocesano:

a) o en el presbiterio, fuera del altar de la celebración, en la forma y en el lugar

más conveniente, sin excluir el altar antiguo que no se usa más para la celebración.

b) o también en una capilla apta para la adoración y oración privada de los fieles,

que esté armoniosamente unida a la iglesia y sea visible a los fieles cristianos.

- La pila bautismal: Los antiguos bautisterios han quedado hoy reducidos a una

pila de piedra o de mármol, más o menos grande y artística. Hoy se tiende a

emplazarlas en el presbiterio. Es por eso que debe haber en el Templo un lugar

especial destinado a los bautismos, por medio del cual se entra a formar parte de la

Iglesia.

- El confesonario: Lugar donde Cristo, a través de su Iglesia, en la persona del

sacerdote, administra y ofrece el sacramento de la confesión para el perdón de los

pecados de los hombres. A partir del concilio de Trento, en el siglo XVI, aparecieron los

confesonarios cerrados a los lados, con paredes provistas de rejilla. Los confesonarios

actuales son funcionales y prácticos, y están situados en lugares especiales de la iglesia

o en capillas penitenciales.

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Tema 4: La celebración Litúrgica Liturgia y Sacramentos Sembrar - CEDIER

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Según el Código de Derecho Canónico, el lugar propio para oír confesiones es una

iglesia u oratorio.

Por lo que se refiere a la sede para oír confesiones, la Conferencia Episcopal dé

normas, asegurando en todo caso que existan siempre en lugar patente confesionarios

provistos de rejillas entre el penitente y el confesor que puedan utilizar libremente los

fieles que así lo deseen.

- El Atrio: Del latín “atrium” que significa: Patio de entrada.

Atrio, es el pórtico o espacio que está delante de un templo, como zona de transición

entre la calle y el edificio. Litúrgicamente puede tener un buen sentido pastoral el que

haya un atrio, ya que defiende el espacio interior del templo como espacio de silencio

y oración y a la vez sea un lugar de reunión, saludo o despedida antes y después de la

celebración.

- Pila de agua bendita: Lo primero que se encuentra, al entrar en una iglesia, es

una o dos pilas de agua bendita. Es un símbolo: purificarnos antes de comenzar una

acción litúrgica en el templo sagrado. Esta agua bendita es un sacramental, que

debemos aprovechar con devoción, fe y reverencia.

- Las imágenes sagradas: La Iglesia en la Liturgia terrena pregusta y participa de

aquella Liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén hacia la cual

peregrina, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, y venerando la memoria de

los Santos, espera tener parte con ellos y gozar de su compañía.

Así, conforme a una antiquísima tradición de la Iglesia, en los templos se han de

exponer a la veneración de los fieles, imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de

los Santos, y se han de disponer en el templo de tal modo que orienten a los fieles

hacia los misterios que allí se celebran.

Como dijo Benedicto XVI, "la naturaleza del templo cristiano se define por la liturgia

misma" (Sacramentum caritatis, n. 41). Por esta razón, incluso el diseño del mobiliario

sagrado (el altar, el tabernáculo, la sede, el ambón, el baptisterio, el lugar de la

penitencia) no pueden seguir solamente criterios funcionales. La arquitectura y el arte

no son factores extrínsecos a la liturgia, ni tampoco tienen una función puramente

decorativa. Por lo tanto, el compromiso de construir o adecuar las iglesias existentes

debe estar impregnado por el espíritu y las normas de la liturgia de la Iglesia, es decir,

de aquella lex orandi que expresa la lex credendi, y en esto está la gran

responsabilidad, sea de los diseñadores como de los clientes.