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La Estructura Ocupacional y el Proceso de Desarrollo Tanto en el sector público como privado de nuestras economías, existe hoy en día una preocupación creciente por los problemas rela- cionados con empleo, desempleo, subempleo y concentración de la fuer- za de trabajo en algunos sectores críticos. Sin embargo, esta preocupa- ción no se ha traducido en el campo de las ciencias sociales en estudios concretos que fundamenten políticas y planes de desarrollo en que se encuentra empeñado el sector público. La anterior afirmación no es ge- neralizaba para todos los países latinoamericanos, aunque sí desafor- tunadamente para el nuestro. Contamos, es cierto, con estudios de or- ganismos internacionales que tienen como fin hacer evaluaciones com- parativas entre los diferentes países de la región y aunque tales traba- jos presentan cierta utilidad, padecen necesariamente de un nivel de generalidad que imposibilita el conocimiento profundo y preciso de las estructuras de empleo nacionales y por regiones dentro de la nación. El interés por los problemas ocupacionales ha rebasado el ámbito académico y se ha extendido a hombres de industria, políticos, estadis- tas, etc. Cada uno de ellos enfatiza la necesidad de estudios de este tipo. Lauchlin Currie, piensa que "... el empleo de nuestra población es por su- puesto, el problema fundamental del desarrollo económico y social, tanto a corto como a largo plazo. Sin embargo los estudios sobre el tema son prácticamente inexistentes. Se carece inclusive del material estadístico básico indispensable, y solo hay información numérica sobre ocupación en la industria manufacturera, en el petróleo y en el sector público... Vale la pena llamar la atención sobre esta laguna, que es sin duda una de las manifestaciones más críticas del desconocimiento que tenemos de nuestra realidad social... Los fallidos intentos de planeación en Colombia han ignorado este problema y ni siquiera se ha intentado un — l l —

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La Estructura Ocupacional y el Proceso de Desarrollo

Tanto en el sector público como privado de nuestras economías, existe hoy en día una preocupación creciente por los problemas rela­cionados con empleo, desempleo, subempleo y concentración de la fuer­za de trabajo en algunos sectores críticos. Sin embargo, esta preocupa­ción no se ha traducido en el campo de las ciencias sociales en estudios concretos que fundamenten políticas y planes de desarrollo en que se encuentra empeñado el sector público. La anterior afirmación no es ge­neralizaba para todos los países latinoamericanos, aunque sí desafor­tunadamente para el nuestro. Contamos, es cierto, con estudios de or­ganismos internacionales que tienen como fin hacer evaluaciones com­parativas entre los diferentes países de la región y aunque tales traba­jos presentan cierta utilidad, padecen necesariamente de un nivel de generalidad que imposibilita el conocimiento profundo y preciso de las estructuras de empleo nacionales y por regiones dentro de la nación.

El interés por los problemas ocupacionales ha rebasado el ámbito académico y se ha extendido a hombres de industria, políticos, estadis­tas, etc. Cada uno de ellos enfatiza la necesidad de estudios de este tipo. Lauchlin Currie, piensa que " . . . el empleo de nuestra población es por su­puesto, el problema fundamental del desarrollo económico y social, tanto a corto como a largo plazo. Sin embargo los estudios sobre el tema son prácticamente inexistentes. Se carece inclusive del material estadístico básico indispensable, y solo hay información numérica sobre ocupación en la industria manufacturera, en el petróleo y en el sector público... Vale la pena llamar la atención sobre esta laguna, que es sin duda una de las manifestaciones más críticas del desconocimiento que tenemos de nuestra realidad social... Los fallidos intentos de planeación en Colombia han ignorado este problema y ni siquiera se ha intentado un

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diagnóstico global y objetivo del mismo".1 Ignacio Betancourt Campu-zano —presidente de la Asociación Nacional de Industriales (ANDI) — en el discurso pronunciado ante la asamblea general del organismo re­unida en Barranquilla, y refiriéndose a los problemas de desempleo, se expresaba así: "Es increíble y sorprendente la escasez de estudios bá­sicos que hay sobre el trabajo como fuente primera de la riqueza, como mecanismo de distribución del ingreso y como factor del progreso so­cial y cultural estable".2

El estudio que aquí nos ocupa pretende ser una respuesta al pro­blema planteado. Respuesta limitada, es cierto, puesto que nuestro pro­pósito reside en la descripción de los cambios acaecidos en la estruc­tura ocupacional colombiana entre los años de 1918 y 1964 (en base a los datos proporcionados por los censos de 1918, 1938, 1951 y 1964), sin pretender dar explicación causal de tales cambios. Se tratará de des­cribir algunas concomitantes sociales y sociológicas de determinadas estructuras de empleo con el objeto de relacionar una parte de la es­tructura económica con la totalidad de la estructura social.

Supuestos teóricos para un estudio de la estructura ocupacional.

El proceso de desarrollo económico consiste en la introducción de nuevas combinaciones de factores de la producción que tienden a au­mentar la productividad del trabajo.3 Estas nuevas combinaciones y oscilaciones en la productividad afectan de inmediato la proporción de mano de obra empleada y la distribución sectorial de ella. En una región subdesarrollada siempre existe una utilización deficiente de los factores de la producción, pero esta deficiencia no resulta necesariamente de la mala combinación de los factores existentes. A menudo tiene su origen en la escasez del factor capital. Se desperdicia un factor —la mano de obra— porque el otro —el capital— es insuficiente. 4 La primacía que en los últimos tiempos han tenido los aspectos sociales del desarrollo ha traído consigo una redefinición del mismo en el sentido de que no es suficiente la introducción de combinaciones más racionales de los fac­tores con miras a un aumento en la productividad, sino que el proceso de racionalización debe ir acompañado de la absorción de la mano de obra disponible. No se trata exclusivamente de una mejor utilización de los re­cursos, sino que ella debe traducirse en situaciones de pleno empleo que aseguren un más alto nivel de vida y el bienestar general de la pobla­ción. Así, la distribución de la fuerza de trabajo en un país, y sus cam­bios a través del tiempo se convierte en uno de los indicadores más per­tinentes del grado de desarrollo alcanzado.

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De hecho, la mayoría de la literatura existente postula relaciones entre el grado de desarrollo y determinada distribución de la fuerza de trabajo.5 Estos cambios en la distribución ocupacional se refieren tan­to a cambios sectoriales, como a cambios en las ramas de actividad, en la participación por sexo, por edad, por nivel educacional, etc. Aunque la distribución de la fuerza de trabajo está afectada por condiciones peculiares de cada país y de cada región, es lícito atribuirle determina­das características según el grado de desarrollo alcanzado, así como también determinados correlatos o concomitantes en la estructura so­cial. La experiencia histórica y los numerosos estudios realizados con­firman y sustentan las relaciones postuladas (grado de desarrollo-es­tructura ocupacional).

Desde nuestro punto de vista, no nos es posible sustraernos a tales supuestos, pero sí complementarlos sociológicamente, en el sentido de que la mayoría de los estudios hacen referencia exclusiva a factores económicos que acompañan a una determinada distribución de la fuer­za de trabajo, olvidando en qué forma pueden relacionarse la estructura ocupacional y la estructura social. El olvidar las estructuras de encua-dramiento ha sido un fenómeno frecuente en nuestros días. El desa­rrollo se concibe —al igual que el subdesarrollo— como un fenómeno puramente económico, cuando es un problema que se plantea en tér­minos de estructura social. 6 El desarrollo y el subdesarrollo son fenó­menos que permean la vida total de una nación.

Así pues, este mismo tipo de relación puede describirse según las etapas en que comúnmente se estudia el continuum sociedad tradicio-nal-sociedad moderna. Como el contexto de nuestro estudio es una so­ciedad subdesarrollada, omitiremos las relaciones que se presentan en la sociedad moderna y solamente tomaremos en cuenta la sociedad tra­dicional y la sociedad subdesarrollada en su momento de ruptura con el tradicionalismo y en su momento de acercamiento a la sociedad mo­derna. La relación entre la distribución de la fuerza de trabajo y el tipo de sociedad en la cual se da tal distribución, puede expresarse en el siguiente cuadro:

Sociedad Tradicional: La sociedad tradicional se caracteriza por ser eminentemente agraria (alrededor del 75% de la fuerza de trabajo se halla en el sector primario). El sector secundario (más o menos el 10 % de la fuerza de trabajo), está compuesto en su gran mayoría por acti­vidades artesanales o industrias fabriles que se dedican a la elaboración primaria de materias primas nacionales para la exportación. El sector

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CUADRO No 1

Distribución de la fuerza de trabajo por sectores según el estadio de desarrollo

Estadio de desarrollo

Sociedad tradicional Sociedad subdesarrollada: Pr imer momento Segundo momento Sociedad moderna

Sector primario (porcentajes)

75

50 25 15

Sector secundario (porcentajes)

10

20 30 35

Sector terciario (porcentajes)

15

30 45 50

Fuente: Aspectos sociales del desarrollo en América Latina, curso dictado por el profesor Jorge Graciarena, apuntes manuscritos de clase. Bogotá: Uni­versidad Nacional, Departamento de Sociología, Programa Postgraduado de Estudios del Desarrollo, 1966.

terciario (alrededor de un 15%) se compone fundamentalmente de ser­vicios personales y de escasos servicios profesionales. Lo común a es­tos tres sectores es la baja productividad, resultado de una tecnología rudimentaria que para mantener la producción a un cierto nivel nece­sita de gran número de gente ocupada. El trabajo es, pues, una cosa co­mún en hombres y mujeres de todas las edades, niños y ancianos. Una gran parte de esta masa trabajadora se halla en condiciones de sub-empleo.

El tipo de explotación es el latifundio que abarca a la gran familia señorial y a las explotaciones familiares de autoconsumo. La tierra constituye la base del poder y del prestigio social y los terratenientes ejercen el poder político en forma indisputada.

La artesanía se concentra, sobre todo, en las pequeñas localidades que carecen de un carácter urbano propiamente tal y que agrupan al reducido núcleo de profesionales y funcionarios públicos. El sistema mercantil se halla en su etapa más primitiva y el poder del dinero para dirigir el movimiento de bienes y servicios es mínimo.7 Por la baja di­ferenciación institucional que enmarca la vida social, las actividades económicas se entrelazan con las familiares, dando por resultado un sistema de roles superpuestos y una baja división del trabajo. 8

En cuanto al patrón de estratificación social, como las posiciones ocupacionales son polares no existe una clase media claramente cons­tituida, fenómeno que se da con mayor fuerza en el sector rural que en el urbano. La pirámide de estratificación asume la forma de dos pi­rámides invertidas unidas por sus cúspides.9

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En otras palabras, esta sociedad se encuentra en el polo opuesto al de las sociedades urbanoindustriales; la economía tiene un aspecto marcadamente autárquico; y el comercio y el consumo se realizan dentro del contexto familiar y la comunidad local. En esta etapa se encontra­ban casi todos los países latinoamericanos al principio del siglo, y en ella se encuentra todavía el desarrollo industrial de las zonas más re­motas y de extensas áreas rurales de este continente.

La sociedad subdesarrollada: Lo que tipifica al subdesarrollo no es tanto la existencia de una economía fundamentalmente agraria, en cu­yo caso tendríamos tan solo una economía atrasada, sino más bien la existencia del dualismo estructural.10 Esto se origina cuando una eco­nomía agrícola atrasada, por razones históricas, se abre al mercado internacional propiciando la introducción de una economía capitalista, creando desequilibrios a nivel de los factores de producción con refle­jos en toda la estructura social. Dada la existencia de dos formas de remuneración del trabajo, de dos tecnologías extremadamente diver­sas, de dos concepciones de organización de la producción, la economía dual es intrínsecamente inestable. n El sector de alta productividad que utiliza la tecnología avanzada, absorbe parte de la mano de obra des­plazada del sector agrícola, pero por el nivel de productividad llega pronto a un estado de saturación de mano de obra. El sector de baja productividad acoge todavía una gran cantidad de fuerza de trabajo en condiciones de subempleo (más o menos un 50%, que se concentra en las labores agrícolas); la industria se compone sobre todo de indus­trias de transformación (con un 20% de la fuerza de trabajo) y el sec­tor terciario crece a un ritmo superior al de la urbanización y relega a la mayor parte de los inmigrantes a trabajos dentro del sector ter­ciario de baja calificación como son los servicios personales y domésti­cos y las actividades comerciales por cuenta propia.12

El dualismo estructural se traduce en la concentración del desarro­llo regional, produciendo grandes migraciones hacia los polos de desa­rrollo que da como resultado la descapitalización creciente de las zonas atrasadas, reforzando la estructura dual, sobre todo si se tiene en cuen­ta que la población que emigra es la población joven que se encuentra en el período de transición de población dependiente a población pro­ductora.

"Las relaciones del sector desarrollado con la economía agrícola van mucho más allá de la mera transferencia de mano de obra. El cre­cimiento de la demanda de productos agrícolas en las zonas urbanas, generado por el desarrollo del sector capitalista, tiene necesariamente

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un fuerte efecto en el sector rural, sometido ya a una succión permanen­te de mano de obra. Se crea así una presión sobre el sector rural que tiende a dividirlo, pasando una parte de sus actividades bajo el domi­nio directo de empresarios capitalistas. Esto produce una situación de inestabilidad para la antigua clase latifundista la cual procura apoyar­se en las instituciones políticas para defender sus privilegios".13

La penetración del sector capitalista en la agricultura favorece la racionalización y el uso de tecnologías modernas que elevan la produc­tividad desplazando mano de otara hacia los centros urbanos. Si bien es cierto que aumenta el desempleo por la incapacidad de éstos últimos de brindar ocupación a los nuevos inmigrantes, el subempleo dismi­nuye en las labores agrícolas.

La situación es bien distinta en la ciudad pues la industria fabril incorpora los grandes avances técnicos mundiales que necesitan gran­des cantidades de capital pero emplean poca mano de obra. Queda así una mano de obra flotante, sin calificación y sin posibilidades de em­pleo productivo que pasa a engrosar el sector de servicios en activida­des de baja calificación y que forma las poblaciones marginales de los grandes centros urbanos.

La multiplicación de empleos de oficina y de tipo burocrático pa­rece ser una consecuencia del desarrollo económico tan importante y tan evidente como lo son las alteraciones que se producen en la estruc­tura del trabajo industrial. La industrialización implica, casi necesaria­mente, el surgimiento de un nuevo tipo de empresa en el que las fun­ciones burocráticas crecen en número y se elevan en la escala de pres­tigio, formando una categoría social que tarde o temprano quiere ha­llar en la pirámide social su propia posición.14

La polarización ocupacional que existía en la sociedad tradicional comienza a ser minada por esa presión creciente de ocupaciones de cla­se media que introduce cambios progresivos en el patrón de estratifi­cación. Con la expansión de la escolarización aumentan las posibilida­des de ascenso en la jerarquía social. Sin embargo, lo característico de este proceso no lo constituyen las oportunidades de movilidad indivi­dual. Los trabajadores de ocupaciones intermedias y de labores fabri­les calificadas han sido grupos que han cambiado su posición dentro de la estructura por un proceso de movilidad estructural. La pirámide de la estratificación adquiere en el primer momento de rompimiento con la sociedad tradicional la forma de una pirámide regular y poste­riormente, cuando se adquiere un ritmo de desarrollo mayor, asume la forma de dos pirámides unidas por su base.15

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Los cambios mencionados no significan en ningún momento que desaparezca el patrón tradicional de estratificación, sino simplemente que aparecen clases emergentes que conviven con las clases residuales. Este es un aspecto en que el dualismo estructural se traduce en dualis­mo en los patrones de estratificación. El surgimiento de estas nuevas clases modifica por completo el panorama en la lucha política, sobre todo en cuanto se refiere a los centros urbanos.

El progresivo avance del desarrollo económico también afecta el tipo de industrias y la posición de la sociedad con respecto a la comu­nidad internacional. Posteriormente a las industrias de transformación van surgiendo la industria semipesada y las industrias básicas que mo­difican la composición de las importaciones. Como la agricultura se ha tecnificado en gran medida, la población ocupada en labores agrícolas se reduce de un 50% más o menos a un 25%. A pesar de que el sector industrial utiliza tecnologías que requieren baja cantidad de mano de obra, su crecimiento —debido a los cambios en la demanda total por el ascenso de los sectores medios— incorpora nuevos elementos ocupados subiendo la proporción de un 20 % a un 30 % más o menos. En el sector servicios que es el que cuenta con mayores efectivos conviven a su vez servicios profesionales y calificados de alta productividad con servicios de baja calificación que constituyen subempleo.

La distribución de la fuerza de trabajo sufre modificaciones de im­portancia en su composición por edades y sexo. En los sectores urba­nos la extensión de la educación y la seguridad social a grupos que an­tes no la tenían, influye para que la población joven —por lo menos en parte —retarde su ingreso a la población activa y para que los de edad madura puedan retirarse más prontamente de ella. En cuanto a las mujeres, su participación global dentro de la población económicamen­te activa disminuye, pero aumenta el número de mujeres en trabajos profesionales o calificados ya que, como se sabe, en estas sociedades existe una gran participación del trabajo femenino, pero en condicio­nes de subempleo.

El desarrollo económico y la distribución de la fuerza de trabajo.

En el proceso de desarrollo el número de personas que trabaja en la agricultura tiende a decrecer en relación con la industria y el de la industria, a su vez, con el de los servicios. Esto se debe a los cam­bios en el volumen y en la distribución del ingreso, y a la manera como estos cambios afectan la demanda. Con el aumento del ingreso per cá-

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pita en los países subdesarrollados —contrariamente a lo que sucede en los desarrollados— aumenta la demanda de productos agrícolas por las precarias condiciones de vida anterior, pero una vez satisfecha la de­manda real de tales productos, ésta se diversifica dirigiéndose inicial-mente al sector de bienes manufacturados y luego en favor de los ser­vicios.

Dados estos cambios esperados en la demanda, debe también te­nerse en cuenta la eficiencia con la cual trabajan las diferentes indus­trias para satisfacerlos. El producto real por hora hombre en la ma­nufactura, por ejemplo, casi siempre avanza a una velocidad mayor que el producto real por hora hombre en otros sectores de la economía. Por esta razón, aún cuando la demanda relativa de manufacturas esté en aumento, se puede sin embargo esperar, a largo plazo, un decrecimien­to en la proporción de la fuerza de trabajo empleada en tal rama.16

La agricultura en todas las sociedades, a excepción de las más pri­mitivas, muestra regularmente una tendencia constante hacia el in­cremento de su productividad, aunque generalmente no tan rápida co­mo en la manufactura. Como hay un decrecimiento relativo, a largo plazo, en la demanda de bienes agrícolas, esto podría ser suficiente co­mo para producir el firme declinamiento de la proporción de fuerza de trabajo en la agricultura.

En el campo de los servicios se han presentado dudas. Antigua­mente se creía que no se podía lograr en tal sector un producto real por hora-hombre. De aquí se deducía que su relativa importancia en la fuerza de trabajo aumentaba rápidamente, aún si la demanda rela­tiva de estos sectores permaneciera estacionaria. Hoy en día, se sabe que pueden lograrse enormes aumentos de eficiencia en el sector servicios en las economías más avanzadas. Esto invalida el razonamiento ante­rior, el cual debe ser reemplazado por la generalización más cautelosa de que mientras la eficiencia del transporte y del comercio, en ciertas etapas del desarrollo económico de un país, puede avanzar aún más rápidamente que la de la manufactura, parece sin embargo ser el caso, para estos servicios, que su demanda aumenta a mayor velocidad y que, por consiguiente, la proporción de la fuerza de trabajo en ellos ocupada demuestra aún una tendencia al incremento.17

Otro factor que introduce cambios en la distribución de la fuerza de trabajo en un proceso de desarrollo es el de la incorporación de nue­vas tecnologías en el proceso productivo. La característica especial que

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ha revestido su introducción en el proceso productivo de los países sub­desarrollados, y en especial de Latinoamérica, ha dado por resultado el "desempleo estructural", problema crónico en América Latina.

El problema de la capacidad de absorción de mano de obra en la industria ha sido objeto de controversia. De una parte se acentúa la conveniencia de que en el proceso de desarrollo industrial se propenda por una mayor incorporación posible del progreso técnico, de modo que las actividades manufactureras alcancen los más altos niveles de pro­ductividad. De esto podría resultar una contribución muy escasa de la industria a la absorción de fuerza de trabajo, quedando esto a cargo de los otros sectores de la economía, mientras la industria altamente me­canizada y con fuertes inversiones de capital, impulsaría el desarrollo económico general.

Por otra parte, la gravedad del problema del desempleo obliga a buscar, inclusive dentro del sector industrial, las formas de fortalecer, en condiciones económicas, su contribución a la absorción de mano de obra.18 En los países desarrollados, la disminución relativa del empleo agrícola ha constituido un fenómeno "inducido", forzado por la cre­ciente demanda de mano de obra en las actividades urbano-industriales y en ellos el avance tecnológico, reflejado en un aumento de la produc­tividad, ha sido una respuesta a la escasez de mano de obra tanto en las actividades urbanas como en las agrícolas.

Sin embargo, en América Latina, la migración rural-urbana ha re­vestido características más "autónomas". Los elevados índices de urba­nización y la proliferación de poblaciones marginales, carentes de em­pleo regular y permanente, en los principales centros urbanos de la región, son indicadores de la discontinuidad con que se han producido los dos fenómenos. El progreso técnico, por su parte, no ha sido el fruto de esfuerzos para responder a una necesidad local e inmediata, sino que fue transplantado desde las economías más avanzadas cuyas condicio­nes particulares lo habían requerido.

A este respecto, se observa que en los países industrializados se pro­ducen dos hechos característicos: una participación relativamente am­plia del empleo industrial en la ocupación urbana y un carácter cons­tante de esa relación a través del tiempo. Pero en América Latina, los niveles máximos alcanzados en la participación del sector industrial han sido muy inferiores en relación con las economías industrializadas y esta participación ha tendido a declinar con especial intensidad durante el período de la postguerra.19

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Otro hecho que merece subrayarse es que la mayor parte del cre­cimiento industrial de los últimos años en los países latinoamericanos se debió a la expansión de las actividades propiamente fabriles y muy poco a la expansión de las actividades artesanales, tendencias que se registran independientemente de la etapa de desarrollo industrial en que se halle cada país. En este desplazamiento de la artesanía a la fá­brica radica uno de los factores de más decisiva influencia sobre la dé­bil capacidad de absorción de mano de obra adicional que ha demos­trado el conjunto del sector manufacturero latinoamericano. Con lo anterior queda demostrado que las necesidades de demanda de ma­no de obra en el sector industrial latinoamericano encontraron su pro­pia fuente de abastecimiento en el mismo ramo de la manufactura (de la artesanía a la fábrica), cuya magnitud absoluta sigue siendo tan grande, que los efectos del desplazamiento interno continuarán pesan­do negativamente sobre las posibilidades del sector industrial de con­tribuir en mayor medida a la absorción de una parte del crecimiento de la población en edad activa.

Todo lo anterior induce a pensar que cuanto más se adelanta en el grado de industrialización, tanto más se debilita la capacidad de ab­sorción de mano de obra adicional, incluso en el estrato fabril, ya que los cambios en la estructura de la producción manufacturera —carac­terizados en general por la creciente importancia relativa de industrias de alta densidad de capital— van en desmedro de las tradicionales que ocupan mayor cantidad de mano de obra.20

En las economías industrializadas el progreso técnico ha corres­pondido a orientaciones fundamentales dictadas por su propia conste­lación de recursos, caracterizada principalmente por una creciente dis­ponibilidad de capital y una progresiva escasez relativa de mano de obra. Las economías poco desarrolladas, cuya provisión técnica viene de los países industrializados, deben asimilar técnicas diseñadas para condiciones diferentes que no responden a su disponibilidad relativa de factores básicos y en particular a su abundancia de mano de obra y de escasez de capital. Esta tendencia ha sido reforzada por características de la política económica de los países latinoamericanos, ya que esta ha contribuido a disminuir relativamente los costos de capital a través de tratamientos preferenciales a la importación de maquinarias y equipos y por otras medidas de estímulo a la inversión de capital en la indus­tria manufacturera. En cambio, las políticas de seguridad social han tendido a elevar los costos de mano de obra. Además, la decisión por la preferencia de tecnologías altamente productivas se ve influenciada por

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otras consideraciones de carácter extra-económico, como la resistencia a ampliar la ocupación por temor de que llegue a fortalecerse la capa­cidad de negociación de las organizaciones laborales.21

Con este comportamiento histórico de la ocupación industrial, Amé­rica Latina se ha alejado considerablemente de ese esquema conceptual armónico que supone una emigración paulatina de fuerza de trabajo desde la agricultura hacia los centros urbanos donde una proporción con­siderable sería absorbida por el sector manufacturero a niveles de produc­tividad mucho mayores. Aún sin contar con esa emigración, el desempleo disfrazado acumulado en las ciudades, la racionalización y tecnificación del sector servicios y la permanencia de una importante masa de ocu­pación artesanal, son hoy en día fuentes potenciales de mano de obra cuya dimensión aparece enorme frente a las oportunidades de empleo que ofrece la industria manufacturera. Además, si se tiene en cuenta la adquisición de técnicas con niveles de eficiencia cada vez mayores y que ocupan menos mano de obra, se comprenderá que las perspecti­vas de que el sector manufacturero ofrezca una contribución más efi­caz a la superación de los problemas ocupacionales, son hoy aún más dudosas que en el pasado.

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