Taboada, Tercer Cine, Tres Manifiestos

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Tercer Cine: Tres Manifiestos Author(s): Javier de Taboada Source: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 37, No. 73 (2011), pp. 37-60 Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP Stable URL: http://www.jstor.org/stable/41407228 . Accessed: 03/02/2014 19:37 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. http://www.jstor.org This content downloaded from 168.176.5.118 on Mon, 3 Feb 2014 19:37:50 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Tercer Cine: Tres ManifiestosAuthor(s): Javier de TaboadaSource: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 37, No. 73 (2011), pp. 37-60Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACPStable URL: http://www.jstor.org/stable/41407228 .

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Revista de Crítica Literaria Latinoamericana Año XXXVII, № 73. Lima-Boston, 1er semestre de 2011, pp. 37-60

Tercer Cine: Tres Manifiestos

Javier de Taboada Harvard University

Resumen En los años 60, el cine latinoamericano se distancia de su tradición previa, construida a imitación del modelo industrial de Hollywood, e irrumpe en el pa- norama del cine mundial. Nuevos cineastas plantean un cine político que abor- de las cuestiones sociales urgentes del momento y que rompa radicalmente la pasividad del espectador. La actividad de estos cineastas fue tanto práctica co- mo teórica, esta última expresada en manifiestos que replantean todo el proce- so de realización cinematográfica, desde su producción hasta su exhibición. El presente trabajo analiza tres de los más influyentes de estos manifiestos, explo- rando sus posibilidades, límites y contradicciones. Palabras clave : Fernando Solanas, Octavio Getino. Glauber Rocha, Julio García Espinosa, Tercer Cinema, manifiestos, Nuevo Cine Latinoamericano.

Abstract In the 60s, Latin American cinema distances itself from its previous tradition, modeled around Hollywood's industry, and emerges into the landscape of World Cinema. New filmmakers propose a political cinema that addresses the urgent social problems of the time and radically breaks with the passivity of the spectator. The activity of these filmmakers was both practical and theoretical, the latter expressed in manifestos which rethink the whole filmmaking process, from production to exhibition. This essay analyzes three of the most influential manifestos, exploring their possibilities, limits and contradictions. Keywords'. Fernando Solanas, Octavio Getino. Glauber Rocha, Julio Garcia Es- pinosa, Third Cinema, manifestos, New Latin American Cinema.

Del Tercer Cine al Cine Transnacional

Si la influencia e importancia de la cultura occidental en la cons- titución de las identidades nacionales latinoamericanas se remonta cuando menos a algunos siglos atrás, la aparición de Latinoamérica

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en el panorama literario y cinematográfico mundial es bastante más reciente. Un primer momento, limitado al ámbito hispanoparlante, sería la aparición del modernismo, con Rubén Darío a la cabeza. Como ha señalado abundantemente la crítica, esta es la primera co- rriente literaria que logra invertir el sentido de la circulación que tra- dicionalmente discurría desde el centro hacia la periferia, desde Es-

paña hacia sus antiguas colonias. La innegable influencia de Darío en los poetas españoles de la generación del 98 inaugura así una nueva dimensión para la literatura latinoamericana. Finalmente, con el boom latinoamericano de comienzos de los 60, la literatura lati- noamericana adquiere presencia mundial. No hace falta insistir en la cantidad de traducciones, ediciones, artículos periodísticos y estu- dios académicos que generaron y siguen generando tanto los cuatro escritores del "núcleo" del boom (Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes) como sus adláteres. Todo esto es historia conocida.

Lo que es quizás un poco menos conocido es que más o menos por la misma época, a fines de la década, el cine latinoamericano también alcanzaba su consagración internacional. El entonces lla- mado "Nuevo Cine Latinoamericano"1 surgía como una alternativa innovadora frente a la dominación casi incontestada de Hollywood a nivel mundial, y se manifestaba a través de películas que buscaban rearticular los modos de producción y exhibición del cine, además de innovar el lenguaje cinematográfico; pero también, y ciertamente con no menor importancia, a través de manifiestos que explicitaban el ideario estético y político de esta nueva generación de cineastas.

El Nuevo Cine Latinoamericano, que en su internacionaüzación pasó a denominarse Tercer Cine, en una formulación ampliada para incluir el cine de otras regiones del Tercer Mundo, ha jugado, con su teoría y su práctica, un papel muy importante en todo el debate (postmoderno) sobre la pertinencia y los límites de lo "nacional" como categoría básica de clasificación para el cine producido en las distintas partes del mundo, y su puesta en cuestión a partir de la existencia de un cine transnacional, diaspórico, exiliado o acentua-

1 Fernando Birri y su Escuela Documental de Santa Fe están ciertamente en el origen de este movimiento, y su cortometraje documental Tire Dié (1 956- 1958) inicia un tipo de cine que producirá abundantes frutos, como veremos.

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do2, cada vez más frecuente en los últimos veinte años; a partir de la creciente importancia de las coproducciones que no son ya la ex-

cepción, sino más bien la norma en la producción de películas fuera de Hollywood. En estos debates, alguna referencia al Tercer Cine se hace casi ineludible, porque más allá de su origen regional latinoa-

mericano, se convirtió en el primer movimiento supranacional del Tercer Mundo, ofreciendo además una autoconciencia bastante lú- cida sobre la propia actividad. Si bien el aporte del Tercer Cine a las teorías generales del cine (film theory) puede haber pasado relativa- mente desapercibido3, su contribución a la problemática de lo na- cional y lo transnacional, las fronteras y sus límites no solamente es

importante, sino que forma parte de la propia historia de esta pro- blemática. Parece entonces relevante historiar un poco la evolución del Tercer Cine en este contexto de discusión.

Podríamos comenzar por decir que el Tercer Cine tiene dos momentos: el momento original, con la publicación de los manifies- tos de los cineastas latinoamericanos a fines de los 60. Casi todos los directores teorizan y escriben sobre su actividad, pero, con la

ventaja de una perspectiva ulterior, podemos identificar tres como los de mayor repercusión. En orden de importancia: a) "Hacia un Tercer Cine" (1969), firmado por Fernando Solanas y Octavio Getino en Argentina, b) "Estetica da Fome" (1965) del brasilero Glauber Rocha, y c) "Por un cine imperfecto" (1969) del cubano

Julio García Espinosa. El segundo momento es el de la internacio-

nalización, que se produce a comienzos de los 80, debido primero a la confluencia con los planteamientos de directores africanos e hin- dúes (como Ousmane Sembene y Ritwik Ghatak, entre otros), y se-

gundo, a la intervención de académicos de origen periférico, pero instalados en la metrópoli, que empiezan a revisar y actualizar el po- tencial revolucionario contenido en las propuestas originales. De

particular importancia en este segundo momento resultan la publi- cación de Third Cinema in the Third Worlds a cargo de Teshome Ga-

2 Hamid Naficy plantea las categorías de "Accented Cinema", "Exilic cine- ma" y "Diasporic cinema" para distinguir entre las diferentes circunstancias y matices del cine que en términos generales podría llamarse trans-nacional.

3 Guneratne y Dissenayake ofrecen algunas explicaciones para esta extraña omisión en la mayoría de panoramas de la teoría del cine, que tienen que ver tanto con el eurocentrismo de muchos de los compiladores como con las limi- taciones de los planteamientos del Tercer Cine.

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briel en 1982, y la conferencia sobre Tercer Cine llevada a cabo en 1986 en Edimburgo, y sintetizada en forma de libro por uno de sus principales organizadores, Paul Willemen, bajo el título Questions of Third Cinema. En el presente trabajo, sin embargo, nos limitaremos a analizar en detalle los manifiestos originarios, esbozando las poten- cialidades y limitaciones que se encontraban desde ya presentes en ellos y que marcarían los términos del debate sobre cine transnacio- nal y cine mundial en las últimas dos décadas del siglo XX.

Hacia un Tercer Cine

El manifiesto de Solanas y Getino fue el que terminó poniéndole nombre a un movimiento que se extendería a lo largo de tres conti- nentes4 (por lo menos). No por casualidad: uno de los principales aciertos del artículo radica en su título. "Tercer Cine" se asocia, de manera más obvia, con el cine del Tercer Mundo5, y remite al con- texto de la época: "diez años de revolución cubana, la epopeya de la lucha vietnamita [habría que agregar aquí la independencia de Arge- lia y otras excolonias europeas en África], el desarrollo de un movi- miento de liberación mundial cuyo motor se asienta en los países del Tercer Mundo" (Solanas y Getino, "Hacia un Tercer Cine" 38). Pero evidentemente no todo el cine producido en el Tercer Mundo puede ser considerado Tercer Cine6, de hecho, si nos ceñimos a los planteamientos de Solanas y Getino, la gran mayoría no lo sería. La división tripartita va así: El Primer Cine es "el cine dominante, aquel que desde las metrópolis se proyecta sobre los países dependientes y encuentra en estos sus obsecuentes continuadores" (43). Es de no- tar aquí que el Primer Cine no es solamente el de Hollywood, sino

4 De manera más profética que calculada, el artículo fue publicado inicial- mente en la revista cubana de difusión internacional Tricontinental. 5 Este término a su vez emergió en la conferencia de Bandung de países no- alineados de Asia y África en 1955.

6 Otra resonancia del término ha pasado mayormente desapercibida para la crítica (con excepción de Robert Stam). Se trata de la "tercera posición", o "tercera vía", intermedia entre el socialismo y el capitalismo, y predicada ya tempranamente por la retórica del peronismo. No olvidemos que los autores son peronistas militantes y confesos, y que la segunda parte de La hora de los hornos , está dedicada íntegramente a estudiar la evolución de este movimiento en la Argentina.

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también el cine industrial/ comercial de los países periféricos, inclu-

yendo el grueso de la producción de México, Brasil y Argentina, que eran los únicos países que en la época tenían una industria media- namente desarrollada (aunque para Solanas y Getino se trate de una "industria raquítica"). Lo interesante desde ya es que las categorías de estos cineastas no intentan definir conjuntos de películas, sino modos de producción cinematográfica.

Esto se confirma con la definición del Segundo Cine, que no es otro que el "cine de autor", también conocido como cine-arte o cine alternativo, etc. Este cine "promueve no sólo una nueva actitud, sino que aporta un conjunto de obras que en su momento constitu-

yeron la vanguardia del cine argentino (43)" La teoría auterista predi- cada por Bazin y Cahiers du Cinema había calado en Argentina más

que en cualquier otro país de Latinoamérica, y el cine argentino te- nía ya su pequeño panteón de autores contemporáneos7. Pero lo más importante es que "el segundo cine comenzó a generar sus

propias estructuras: formas de distribución y canales propios de ex- hibición" {ibid). La clásica oposición entre el cine comercial y el cine arte, como usualmente se suelen denominar estos polos, no está

planteada solamente -y esto creemos que es lo novedoso de la pro- puesta- en términos de temática y estilo, es decir, en términos de estética8, sino en términos de modos de producción ("modelos in- dustriales, modelos comerciales, modelos técnicos"), que incluyen circuitos diferenciados de distribución y exhibición. El Segundo Ci- ne no es pues solamente un cine hecho de otra manera, es verdade- ramente, otro cine, desde sus formas de financiamiento hasta sus

prácticas cotidianas, desde sus espectadores hasta sus comentadores. Pero para Solanas y Getino, el Segundo Cine, con su énfasis en

el autor individual, con su tendencia a la divagación metafísica y es- tilística, es insuficiente, ya que en su tentativa de competir con el ci- ne dominante, queda "mediatizad [o] por los condicionamientos

ideológicos y económicos del propio sistema" ("Hacia un Tercer Cine" 43). El potencial revolucionario o de desafío de este cine ter-

7 Solanas y Getino listan a Del Carril, Torre Nilson, Ayala, Feldman, Murua, Kohon, Khun, y Fernando Birri.

8 Desde este punto de vista, normalmente el cine de arte se opone al cine comercial por su diferente tempo narrativo, su mayor capacidad de experimenta- ción con el lenguaje cinematográfico, la reiteración de temas y motivos a lo lar- go de varias películas que así van constituyendo una obra, etc.

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mina siendo recuperado por el sistema (neocolonial) imperante, "para decorar de 'amplitud democrática' sus manifestaciones cultu- rales" (44). Es de notar, sin embargo, que frente al rechazo en blo-

que y sin matices de los autores al primer cine, su rechazo al cine de autor no es absoluto y deja espacio para la salvedad, al emplear rei- teradamente un fraseo como "aun en gran parte del llamado 'cine de autor' "importantes capas del segundo cine etc. Esta "concesión" al Segundo Cine, será, como veremos, constante en el Tercer Cine, y acaso, en la práctica, su destino.

El Tercer Cine, la propuesta de Solanas y Getino, sería una suer- te de síntesis dialéctica de los dos anteriores, y deberá diferenciarse de ellos sobre todo en dos aspectos: su carácter abierta y radical- mente político, que genera incluso nuevas formas de distribución y exhibición distintas a las del Primer y Segundo Cine, y su realización colectiva. Como ha señalado Gonzalo Aguilar, La hora de los hornos 9

rompe con una tradición en el cine argentino de abordar la política a través de la alegoría y el eufemismo, y rompe también con el cine

político practicado hasta entonces en Europa, y representado por películas como La batalla de Argelia (1965)10, de Gillo Pontecorvo o

Lejos de Vietnam (1967) de varios directores de la nouvelle vague fran- cesa. "En uno y en otro -sostiene convincentemente Aguilar- la po- lítica actuaba en el terreno de la conciencia, mientras en La hora de los hornos se abandonaba esa relación para constituir el 'film-acto'. En la película de Solanas y Getino también se toma partido y se de- nuncia una situación, pero la intervención del filme no se acaba ahí: es su propia forma la que se diluye para modificar y ser modificada por los acontecimientos" (7). Es así que se rompe con uno de los elementos aparentemente más básicos del cine: la continuidad de la

proyección. La interrupción de la proyección no interrumpe, para- dójicamente, el "film-acto": el acto político que se inicia con la pro- yección de la película. Es por eso que en ese acto lo más valioso era:

9 Aguilar se refiere a la película y no a los manifiestos, pero creemos que sus

observaciones son válidas para ambos, ya que teoría y práctica están íntima- mente relacionadas en el cine de Solanas y Getino. Tanto así, que en su mani- fiesto citan, en repetidas ocasiones, fragmentos ensayísticos de la película, que se integran con el discurso del manifiesto.

10 Esta película se puede considerar, y de hecho usualmente se considera, como perteneciente al Tercer Cine, más allá de que no cumpla al cien por cien- to con los postulados de Solanas y Getino.

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"1. El compañero participante, el hombre-actor cómplice que con- curría a la convocatoria. 2. El espacio libre en el que ese hombre

exponía sus inquietudes y proposiciones, se politizaba y liberaba. 3. El filme que importaba apenas como detonador o pretexto" (Sola- nas y Getino, "Hacia un Tercer Cine" 53). Se trataba pues de una obra abierta, pero no en el sentido usual del término de permitir una

multiplicidad de interpretaciones (en este sentido es más bien "es- tridentemente unívoco" como dicen Ella Shoat y Robert Stam), sino

que estaba verdaderamente abierto hacia los acontecimientos del exterior: a las discusiones políticas, a las propuestas de acciones a tomar, a la suspensión de la proyección por motivos de seguridad, a la irrupción en la sala de guerrilleros o militantes. Para Shoat y Stam: "Una amalgama provocadora de cine, teatro y mitin político, suelda los espacios de la representación y del espectador, haciendo así po- sible el diálogo 'real' e inmediato, si bien desigual" (262)11. Cada

proyección se convertía en un acontecimiento diferenciado y único, y la cantidad de participación (o "agencia") de los espectadores es infinitamente superior a la que podría permitir el primer cine, aún si consideramos un espectador que no asuma pasivamente los conte- nidos que se le muestran. En palabras de Aguilar: "El impacto que causó en su momento la película se explica por la radicaüdad de su

propuesta: no se trata de hacer cine político sino de transformar el cine -y eventualmente abolirlo- para hacer política" (10).

Esta politización del cine determinaba también su distribución, ya que los circuitos de exhibición tanto del Primer como incluso del

Segundo Cine le estaban vedados. Si el Tercer Cine era políticamen- te efectivo como pretendía, si lograba asestar verdaderamente un

golpe en las entrañas del Sistema, era de esperarse que fuera censu- rado y perseguido, y no podía por tanto exhibirse siquiera en un ci- ne-club: "las perspectivas a nivel continental señalan que la posibili- dad de continuidad de un cine revolucionario se apoya en la afirma- ción de infraestructuras rigurosamente clandestinas [...] en exhibi- ciones en departamentos y casas con un número de participantes que no debería superar nunca las 25 personas" (Solanas y Getino, "Hacia un Tercer Cine" 52). Esta vocación de clandestinidad es, pa- ra algunos críticos como Stephen Crofts, verdaderamente suicida, ya

11 La traducción es mía, y asimismo en todas las demás citas de fuentes en inglés, a menos que se indique lo contrario.

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que arriesga al equipo que trabaja en el filme, lo aparta de cualquier subsidio estatal y hace casi imposible reunir a una audiencia mediana (Crofts 5-6) 12. No hay que olvidar, sin embargo, que difícilmente habría otra forma de implementar un cine con las características que plantean los cineastas argentinos, en un contexto de dictadura como la que vivía entonces la Argentina con Onganía; y por otro lado, que los cineastas no dejaban de preocuparse por la recuperación de la inversión y plantear diversas estrategias para ello, que incluían la venta de copias a las organizaciones sindicales y políticas; el pago de "un importe que no debe ser inferior al que [se] abona cuando [se] va a un cine del Sistema" ("Hacia un Tercer Cine" 52), ya que es responsabilidad política de los militantes y las organizaciones sub- vencionar este cine hecho para ellos; asimismo, utilizar los circuitos de 16 mm (es decir de cine-arte, nada menos) existentes en Europa, aun cuando "no son el mejor ejemplo para los países neocoloniza- dos, pero sin embargo constituyen un complemento a tener muy en cuenta para la obtención de fondos" ("Hacia un Tercer Cine" 52). En suma, si bien el grueso del denominado Tercer Cine se produjo en países con una revolución triunfante y bajo la ancha manga del Estado, el grupo de Cine Liberación demostró en la práctica, y de manera muy innovadora, que "por primera vez quedaba probada la posibilidad de producir, realizar y difundir [cine] en un espacio his- tórico no liberado" (Getino, "Hacia una cinematografía legalizada por el pueblo" 9).

El segundo componente del Tercer Cine en su versión origina- ria, según dijimos, era la realización colectiva. Si bien es cierto que el cine, a diferencia de la literatura, es siempre un trabajo colectivo, los cineastas del Tercer Cine enfatizan este hecho en contraposición a la concepción individualista (y por tanto burguesa, dirían) caracterís- tica del segundo cine. Solanas y Getino, ampliando su famosa y provocadora metáfora de la cámara como arma13 "capaz de disparar

12 Otros, como Ella Shohat y Robert Stam, comparan la demanda radical que este cine exigía a su público, con las provocaciones de las vanguardias: "En lugar de los meros cohetes bajo el asiento de los dadaístas, el espectador se enfrentaba con la posibilidad distante pero real de un tiroteo en el cine. Todos los celebrados Ataques' al voyeurismo del espectador palidecen junto a esta amenaza de iniciación en la brutalidad política" (Shohat y Stam 262).

Nótese el contraste con la cámara-pluma icamera-stylo) auspiciada por An- dré Bazin.

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a 24 fotogramas por segundo" (49), equiparan el grupo de cine con un grupo guerrillero. La importancia del proyecto colectivo -sobre todo en las condiciones riesgosas de producción- se superpone asimismo a la tradicional división de oficios del cine, y "cada miem- bro del grupo [...] debe estar capacitado para sustituir a otro en

cualquiera de las fases de realización. Hay que derrumbar el mito de los técnicos insustituibles" (49). La analogía incluye la "concepción de cuadros y estructuras militares" típica de las células guerrilleras.

Mike Wayne (118-119) observa interesantemente que esta cate-

gorización del Primer, Segundo y Tercer Cine en compartimentos estancos, carentes de interacción entre ellos, y con los dos primeros supuestamente en vías de desaparición, se debería, más que a otra cosa, al contexto de la producción cinematográfica de la época, ya que, a diferencia de lo que sí ocurría en décadas anteriores en el cine

argentino, en los 60, "ni el Primer Cine ni el Segundo puede o quie- re abordar los conflictos políticos y sociales urgentes que arruinan al

país" {ibid) En contraposición, Wayne propone un modelo "dialéc- tico" de las tres categorías, que más que grandes cajones en donde almacenar los filmes, se convierten en elementos, componentes que una misma película puede conjugar en distintas proporciones. Esto es parte de la revaluación del Tercer Cine que se dará en las décadas

posteriores, y lo mencionamos como un ejemplo de su potencial. El otro aspecto que quisiéramos analizar de este manifiesto fun-

dacional del Tercer Cine es su dinámica entre nacionalismo e inter- nacionalismo. En la propuesta política de Cine Liberación hay un fuerte componente nacionalista: "En la situación neocolonial com- piten dos concepciones de la cultura, del arte, de la ciencia, del cine: la dominante y la nacional" (Solanas y Getino, "Hacia un Tercer Cine" 38). Este binarismo que, según vemos, se expande a todos los órdenes de la vida social (a toda la "superestructura") es una cons- tante tanto en el análisis político de los cineastas como de sus estra-

tegias formales a la hora de la realización, ya que el procedimiento preferido en Ym hora de los hornos es el contrapunto, ya sea entre imá-

genes o entre imagen y sonido. Pero no deja de ser interesante que el polo positivo del binomio sea precisamente lo nacional. ¿Y qué es lo nacional? "Una cinematografía, al igual que una cultura, no es na- cional por el solo hecho de estar planteada dentro de determinados marcos geográficos, sino cuando responde a las necesidades particu- lares de liberación y desarrollo de cada pueblo" ("Hacia un Tercer

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Cine" 42), explican los autores, sin dar otras precisiones, a pesar de

que la apelación a lo nacional volverá una y otra vez en su discurso. Este nacionalismo gaseoso podría quizás vincularse al nacionalismo

peronista dada la condición militante de los autores, no explicitada en su manifiesto, pero sí -y con abundancia- en La hora de los hornos. Pero si para el peronismo la apelación al nacionalismo era una ma- nera de enfatizar la unidad por sobre la lucha, y de intentar agrupar sectores diversos con intereses muchas veces encontrados, es evi- dente que Solanas y Getino prefieren la lucha y el conflicto, apoyan decididamente a los sectores proletarios y están dispuestos a conce- derle muy poco a la pequeña burguesía (clase media) que no es para ellos sino una "correa de transmisión" o "receptáculo" de la neoco- lonización imperialista. Otra posibilidad de interpretación es que lo nacional se define sólo negativamente, es la consecuencia lógica del rechazo tajante de los autores a todo lo extranjero y cosmopolita. Así lo sostiene Aguilar, cuando afirma que "en las antinomias irre- ductibles" que representa el cine de Solanas-Getino, "lo nacional se

configura como el lugar de la pureza, y el imperialismo, como el

agente de la mercan tilización" (10). Si bien no queda muy claro en qué consiste esta pureza, qué

quedaría después de extirpar las perniciosas e inautênticas influen- cias extranjeras, esta indefinición no es necesariamente un defecto, sino, acaso, una virtud:

Mientras que los intelectuales nacionalistas burgueses de los países liberados hablaban de efectuar una síntesis de Este y Oeste, o de Norte y Sur para forjar una nueva hegemonía, los intelectuales militantes rechazaron esa ilusión y optaron por una retórica del devenir: la cultura nacional emergería de la lucha [de la cual] la identidad nacional y cultural así como la identidad personal sería un inevitable subproducto (Willemen 19).

La equivalencia de lo nacional con la lucha de liberación en la "definición" de lo nacional que hemos citado más arriba, así como el hecho de que lo nacional no esté anclado a aspectos particulares de la cultura ni del pasado argentinos, podría contribuir a sostener esta interpretación. Aún así, no puede dejar de reconocerse que el nacionalismo de los cineastas argentinos cierra más posibilidades de las que abre, excluye más de lo que permite:

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Aun cuando nunca rechazaron las influencias culturales internacionales per se , la posibilidad de relaciones productivas con la cultura occidental permanece no reconocida ni teorizada. [...] El ideal de la autonomía, central al concepto [de nación] (y en el cual las fuerzas anticoloniales del Tercer Mundo invirtieron masivamente, por razones históricas entendibles) no puede admitir que en la práctica todas las naciones están integradas en la dinámica internacional. [...] La asunción de soberanía de un contexto global del estado-nación es igualada por su reticencia a abordar diferencias internas (de región, clase, género, y demás) (Wayne 122-123).

El desenmascaramiento de las verdades "universales" de la civi- lización occidental, que ocultan en verdad relaciones de dominio, no se extiende a la homogeneización de diferencias internas implícita en lo "nacional". Aún si el concepto de nación que usan se proyecta hacia la construcción de un futuro posible, en lugar de regodearse en un pasado perdido, no deja de haber algo de problemático cuan- do esta categoría aparece como el valor superior por excelencia.

Es cierto que al mismo tiempo que una retórica de lo nacional recorre el manifiesto, también hay apelaciones puntuales al interna- cionalismo solidario de la lucha de los pueblos. La documentación de una realidad nacional puede servir como ejemplo en otras latitu- des. Es más, este diálogo se hace incluso imprescindible: "ninguna forma internacionalista de lucha podrá ejecutarse con éxito si no hay un mutuo intercambio de las experiencias de otros pueblos, si no se

rompe la balcanización que a nivel mundial, continental y nacional intenta mantener el imperialismo" (48). Y en este sentido, el Tercer Cine ni siquiera está restringido al Tercer Mundo, ya que los autores mencionan ejemplos de grupos de cine revolucionario en Italia y Ja- pón. Lo mismo se aplica, a niveles más prácticos, a la colaboración entre grupos de cine-guerrilla para "garantizar la finalización de un

trabajo o la realización de ciertas fases de aquél". El imperialismo, pues, cumple con la doble y contradictoria valencia de imponer sus

productos culturales (su música, su cine, su literatura) a todo el mundo, generando admiradores e imitadores; y al mismo tiempo, de aislar a los países. El internacionalismo selectivo predicado por el Cine Liberación no debe por tanto confundirse con el cosmopoli- tismo a lo Borges o a lo Mujica Láinez tan detestado por Solanas y Getino (ya que en el mundo binario no cabe espacio para la reapro- piación creativa), y tiene quizás sus raíces más inmediatas en la retó-

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rica socialista del "Che" Guevara, cuya imagen, congelada por varios minutos, cierra hora de los hornos.

Pero este internacionalismo resultó ser un gesto retórico vacío. El manifiesto del Tercer Cine empezó a tener una resonancia insos- pechada para sus autores, y pronto las propuestas, y sobre todo el membrete de Tercer Cine se empezaron a usar de manera extensiva y ampliada. La reacción de los autores fue de desconcierto y descon- fianza. Consideraron necesario publicar un nuevo artículo para acla- rar "ciertas generalidades e imprecisiones" del manifiesto original bajo el título de "Cine militante: una categoría interna del Tercer Cine". En este artículo aceptaban la validez del Tercer Cine como categoría universaüzable al cine del Tercer Mundo, pero a la vez planteaban una subcategoria para abordar los problemas que, pre- sumiblemente, habían querido abordar con el Tercer Cine. Para ello se aseguraban que el "cine militante" quede restringido no sólo a un espacio y tiempo específico sino, incluso, a un partido político en particular:

El cine militante en la Argentina ha nacido como parte integrante del mis- mo proceso de liberación nacional y social que a través de diversas expre- siones sacude al continente y que en nuestro país se llama desde hace 25 años, peronismo. [. . .] Esta caracterización política del cine militante nacio- nal, presenta naturalmente situaciones particulares que además de no ser quizás extensibles a otros países, tampoco lo sean en relación a eventuales grupos que puedan ir naciendo a partir de ahora, vinculados a experiendas políticas ajenas a las del movimiento peronista (Solanas y Getino, "Cine militante: una categoría interna del Tercer Cine" 15, cursivas mías).

Diez años después de la publicación del manifiesto original, es decir en 1979, Octavio Getino hace una revisión del mismo, en la que reafirma algunas ideas y modifica otras de manera significativa, en la misma línea del artículo publicado con Solanas en 1971. Getino insiste en contextualizar -e indirectamente, restringir- la propuesta del Tercer Cine al espacio "de movilización y organiza- ción popular en el que apareció" e incluso habla de "una apropiadón del concepto de Tercer Cine asociado a la idea de un cine propa- gandista de la lucha armada, o un cine realizado por grupos colecti- vos, etc." (Getino, Л die ̂ años de ( Tríada un Tercer Cine " 9, cursivas mías). Esta es una palabra muy cargada en el vocabulario político marxista, ya que hace pensar en los mecanismos mediante los cuales

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el Sistema desarticula el potencial revolucionario de una contracul- tura, que era, como vimos, lo que pasaba con el segundo cine. Lejos de celebrar la solidaria lucha de los pueblos, lo que aparece es casi la reivindicación del derecho de propiedad sobre el concepto, que sur-

gió en tales circunstancias y en ellas debe permanecer, porque así lo ha decidido su autor. Esta mezcla de derecho propietario, compro- miso político-partidista e intolerancia se expresó en la práctica en la

negativa de Cine Liberación "a facilitar copias de La hora de los hor- nos , por ejemplo a grupos de cine militante que fueran ajenos al pro- yecto político y de liberación que el grupo asumía" (15). "Reformis- tas", por un lado, y "radicales", por otro, se vuelven los nuevos

enemigos de estos militantes que se encuentran ya lejos del interna- cionalismo predicado en su primer manifiesto.

Además, disconforme con la gran relevancia que había tenido el manifiesto, por encima incluso de su práctica cinematográfica, Getino declara la prevalencia de esta última: "Es por lo tanto esa

práctica lo que debería constituir el mayor tema de análisis y debate, ya que fue ella la que generó, condicionó e incluso determinó el tipo de ideas y propuestas realizadas diez años atrás" (9). Cierto despre- cio de la "teoría" (presente en la mayoría de los directores del mo-

vimiento) que, paradójicamente, fue el aspecto más influyente del Tercer Cine, condicionó, entre otras razones, que los importantes aportes de estos manifiestos no fueran incluidos en el canon occi- dental de la teoría del cine, como señalan Guneratne y Dessanayake: "En suma, al menospreciar la sistematicidad y enfatizar la práctica de la realización como su proyecto central, el Tercer Cine favorecía, para su propia desventaja, la empresa epistefílica y logocéntrica de la Teoría occidental" (11). Juüanne Burton-Carvajal va incluso más allá, diciendo que se trata de una "actitud defensiva", "parcialmente responsable del continuado 'subdesarrollo crítico' en muchos secto- res del cine del Tercer Mundo" (4).

La revisión de Getino de su manifiesto original contiene también una fuerte autocrítica. Corrían nuevos tiempos: el optimismo gene- rado por las luchas de liberación en el Tercer Mundo se había en

gran medida desvanecido al provocar éstas dictaduras militares de derecha o incluso el endurecimiento del régimen en los países en los

que la revolución había resultado triunfante (Cuba, Argelia). En Ar-

gentina, luego del breve retorno del peronismo, la nueva dictadura del Proceso demostró ser de lejos más brutal y represiva que sus ante-

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cesoras de los 60. Apuntan Ella Shohat y Robert Stam: "En lugar de ser sorprendida por la revolución, la Argentina, у 1м hora con ella, fue emboscada por la equivocación histórica" (261). Los modos de distribución y exhibición clandestina pregonados por el Tercer Cine se volvían impracticables "por la existencia de una situación política coyuntural que impide al pueblo aún hoy, en 1978-1979, actuar en la

superficie e incluso en la clandestinidad ' (Getino 19, cursivas mías).

Getino se reprocha el exceso de optimismo de aquellos años, en el

que se acomodaba la realidad a las "expectativas idealizantes" y "vo- caciones románticas" de los intelectuales que pretendían liderar el cambio y que no lograron conectarse realmente con la clase trabaja- dora. Critica asimismo el estilo del manifiesto, con su "guerrilleris- mo verbal" y sus "sucesivas andanadas de estridentes consignas"14.

La revisión del proyecto alcanza a las categorías de Primer, Se- gundo y Tercer Cine. Getino se distancia de la categorización des- criptiva empleada en el manifiesto y opta por una definición teleo- lógica. Lo que cataloga a un filme dentro de cada categoría ya "no es la temática, la estructura narrativa, el espacio de difusión, el tipo de realización (individual o colectiva), el formato de la película o lo económico de la producción", sino su fin último, su modo de uso , su intencionalidad política. Solanas replica la idea de manera un poco más elaborada cuando en una entrevista en CinemAction en 1978 re- define sus categorías sosteniendo que no se trata de "categorías pu- ramente fílmicas; en otras palabras, era un problema de los intereses a los cuales las películas respondían" (cit. en Chanan 7). Así, el Pri- mer Cine es el que representa los intere§es del gran capital; el Se- gundo, el que expresa las aspiraciones y frustraciones de la pequeña burguesía; y el Tercer Cine es el de la liberación nacional, anti- mítico, anti-racista, anti-burgués y popular {ibid). Solanas mantiene la tripartición, pero ahora se corresponde de manera directa con la división de clases del marxismo ortodoxo; abandona así la impor- tante mediación15 que representaban las categorías en tanto modos de producción cinematográficos. Esta (re)definición adolece del

14 Crítica extensible seguramente а 1м hora de los hornos , aunque Getino no lo explicita.

Una gran parte de la teoría estética marxista, incluyendo a Georg Lukacs y Lucien Goldman, ha insistido en la inconveniencia de trazar relaciones direc- tas entre base y superestructura, rescatando la importancia de las formas artísti- cas como formas de mediación.

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problema de cualquier definición teleológica: el criterio de clasifica- ción es en última instancia subjetivo, sujeto a la interpretación del crítico sobre la intencionalidad última -no declarada, y en muchos casos es de suponer oculta- de cada filme.

Pero esta reformulación también tiene que ver, más que con

problemas teóricos, con la insostenibilidad de las prácticas (sobre todo para la parte de distribución y exhibición) propugnadas para el Tercer Cine en el manifiesto original. Ya en 1972, a escasos tres años del manifiesto, los cineastas del Grupo Cine Liberación pare- cen empezar a hartarse de su auto-condena a la clandestinidad y se

proponen "desarrollar las batallas necesarias para imponer la legali- dad del uso y difusión de los filmes que hasta ahora siguen prohibi- dos y de aquellos otros que -enmarcados en la misma dirección- se hallan en proceso de realización" (Getino, "Hacia una cinemato-

grafía..." 18). Si bien Getino distingue retóricamente entre "legali- dad del régimen" y "legalidad del pueblo", lo cierto es que las limi- tadas audiencias que podían conseguir con los métodos de distribu- ción y exhibición del Tercer Cine, empiezan a resultar insuficientes. En todo caso, con la primavera peronista de 1973-76, consiguieron la buscada legalidad y aprovecharon ciertamente la oportunidad: "En esta etapa se llevan a cabo todas las producciones concebidas para una utilización en árcuitos comerciales, al margen de su eventual uso en los de tipo cultural, sindical o político" {ibid., cursivas nuestras). Asi- mismo, la primacía del documental sobre la ficción, defendida en el texto de 1969, es también puesta entre paréntesis con la aparición de películas como Los hijos de Fierro (1973), del propio Fernando So- lanas. En conclusión, con la producción de filmes de ficción, y la exhibición en circuitos comerciales, el Tercer Cine termina aproxi- mándose, si no al Primero, por lo menos al Segundo Cine, que antes había sido el enemigo a derrotar, o superar dialécticamente. El "pe- ligro" de la institucionalización, pecado original del Segundo Cine, como vimos, termina seduciendo a los directores argentinos. Algo similar y aún más acentuado, pasará, como veremos, con otros pro- ponentes del Tercer Cine.

Eztetyka da Fome

El Nuevo Cine Latinoamericano comenzó, después de Birri y en tanto movimiento colectivo, en Brasil, con el denominado Cinema

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Novo. En enero de 1965 se realizó en Génova16 una temprana re- trospectiva del movimiento, y en el contexto de la discusión entre los críticos italianos y los cineastas brasileros, Glauber Rocha, uno de los jóvenes cineastas más activos y arriesgados del Cinema Novo, presentó su famoso manifiesto "Eztetyka da Fome", que coincide, como veremos, en varios puntos -y difiere en otros- con lo que unos años después plantearía el Grupo Cine Liberación17.

En lugar de optar por una exposición ordenada y estructurada, como los argentinos, el texto de Rocha dispara una serie de ideas al modo vanguardista que saltan de un asunto a otro a través de la li- bre asociación, y no se preocupa demasiado por las contradicciones que puedan ir quedando en el camino18. El interlocutor implícito es el observador europeo, a quien se reprocha su incomprensión (que es casi una imposibilidad de comprensión) de la cultura y el cine la- tinoamericanos, y su "nostalgia do primitivismo", que es la razón principal que lo impulsa a acercarse a aquéllos. El paternalismo del observador europeo encuentra su justificación en el sentimentalis- mo con que la literatura19 y el cine locales han presentado el pro- blema del hambre, usando "uma linguagem de lágrimas ou de mudo sofrimento" (30). Rocha apela a la necesidad de una comprensión lúcida del asunto: "nossa originalidade é nossa fome e nossa maior miséria é que esta fome, sendo sentida, não é comprendida" (30). Esta apelación a la comprensión versus la manipulación emocional o la simple búsqueda de simpatía está implícitamente presente en el proyecto de Cine Liberación, y se repetirá en la mayor parte de los cineastas del movimiento20. García Espinosa, a partir de otra cita del

16 Es conocida -y reconocida- la influencia que tuvo el neorrealismo ita- liano sobre el conjunto del Nuevo Cine Latinoamericano, y aquí podemos ob- servar una de esas conexiones.

17 Pese a la precedencia cronológica, hemos decidido tratarlo después por su menor repercusión a nivel latinoamericano y mundial.

En el mismo sentido puede compararse la ensayística La hora de los hornos con, por ejemplo, la experimental y complicada Terra em transe.

Especialmente la literatura de "denuncia social" de los años 30, con Gra- ciliano Ramos a la cabeza.

20 Un buen ejemplo de elaboración más sofisticada sobre esta misma idea, es "Diálectica del espectador" de Tomás Gutiérrez Alea. Este texto es intere- sante de por sí, y ameritaría un análisis detallado, pero por razones de espacio nos limitaremos a los textos que han tenido mayor repercusión en los estudios sobre el Tercer Cine.

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mismo Rocha ("No nos interesan los problemas de los neuróticos, nos interesan los problemas de los lúcidos"21) asocia al neurótico con el culto (pequeñoburgués) al sufrimiento, y al lúcido con el que desea cambiar, revolucionariamente, el mundo22. Posteriormente observará Paul Willemen, que el Tercer Cine se conecta con las

vanguardias artístico-políticas de los años 20 y 30 en Europa y la

URSS, y al mismo tiempo supera sus limitaciones con este énfasis en la lucidez, que permitía enfrentar la nueva realidad de la industria

mediática, cuya presencia e influencia habían crecido exponencial- mente en las últimas décadas:

Comparados con las vanguardias socialistas soviéticas y alemanas, los latinoamericanos ponen una extraordinaria, casi desesperada fuerza en la necesidad de la lucidez en la lucha por un renovado intento de integrar arte y vida. [...] Dado que la industria cultural se ha vuelto extremadamente hábil en orquestar emocionalmente mientras atrofia deliberadamente el deseo de entendimiento e intelectualidad, tiene sentido para las vanguardias latinoamericanas enfatizar los aspectos cognitivos del trabajo cultural, invirtiendo así la jerarquía entre lo cognitivo y lo emotivo, manteniendo por supuesto la necesidad de involucrar a ambos (Willemen 12-13).

"Neocolonialismo y violencia" se titulaba la primera parte de 1м hora de los hornos , apuntando con el titulo, respectivamente, a la en- fermedad y la cura. Rocha suscribe ambas, pero más que pensar en una influencia directa del brasilero en los argentinos, es razonable

pensar en la común lectura de Lj)s condenados de la tierra , de Frantz

Fanon, publicada sólo unos pocos años antes (1961). Para Rocha, como para Solanas y Getino, "O problema internacional de Améri- ca Latina é ainda um caso de mudança de colonizadores" ("Eztetyka da Fome" 29). Pero si para los argentinos los síntomas del

(neo) colonialismo eran la alienación y el cosmopolitismo, para Ro- cha son la esterilidad y la histeria. La esterilidad, paradójicamente, consiste en la profusión -por centenares- de obras artísticas sin

mayor contenido, aunque sancionadas por todo un sistema acadé- mico igualmente estéril. La histeria, "um capítulo mais complexo", es lo que se produce cuando los artistas intentan abordar directa- mente los problemas sociales: "uma redução política da arte que faz

21 Cit. por García Espinosa 26. 22 Podríamos asociarlos también, respectivamente, con el Segundo y el Ter- cer Cine.

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má política por excesso de sectarismo" (29). Mala política y mal ar- te: Rocha no acepta en ningún momento la supeditación del arte a las necesidades y urgencias políticas. Y seguramente aquí se encuen- tra el germen de su nunca bien explicado reparo contra 1м hora de los hornos , ya que en un artículo posterior ("Eztetyka do Sonho", 1971) dedicado a Solanas23 confiesa que es "um filme que não me entu- siasma porque descoloniza a América Latina segundo Chris Marker e Joris Ivens" ("Eztetyka do Sonho" 216), sin explicar qué quiere decir exactamente con esto, además de devolverle astutamente la acusación de cosmopolitismo a sus impugnadores. Pero su "falta de entusiasmo" nunca se convierte en crítica abierta (solidaridad lati- noamericana de por medio), ya que inmediatamente agrega: "o filme do Solanas é mexida pra valer em cima do cinema latinoamericano".

El remedio contra el colonialismo no puede ser otro, dijimos, que la violencia. Fiel a Fanon, Rocha (y a esta altura incluso pone como ejemplo a Argelia) sostiene que sólo mediante el horror puede el colonizador comprender la fuerza de la cultura a la que explota. Pero, en un giro místico-poético muy propio, Rocha habla también del amor de la violencia: "O amor que esta violencia encerra é tão brutal quanto a propria violencia, porque não é um amor de com- placência ou de contemplação mas um amor de ação e transforma- ção" ("Eztetyka da Fome" 32).

Así como el Tercer Cine planteaba la posibilidad de su inter (o trans, diríamos hoy) nacionalización, el Cinema Novo, en boca de Glauber Rocha, hará lo mismo: "Onde houver um cineasta, de qualquer idade ou de qualquer procedência, pronto a pôr seu cine- ma e sua profissão ao serviço das causas importantes de seu tempo, aí haverá um germe do Cinema Novo" ("Eztetyka da Fome" 32). Al final, sin embargo, y pese a la poética universalista de Gláuber Ro- cha, el Cinema Novo quedará en la historia del cine como "uma en- tidade privilegiada do Brasil" y será el Tercer Cine el que represente, si no a todo cineasta al servicio de las causas importantes de su tiempo, sí al menos a todos los cineastas del Tercer Mundo com- prometidos con las luchas sociales y políticas de sus países.

23 Interesantemente, omite cualquier referencia a Getino, transformando una co-autoría (modo propio del Tercer Cine) en una autoría individual (modo propio del Segundo Cine).

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Pese a las coincidencias iniciales, las estéticas de Rocha y del Ci- ne Liberación transitan posteriormente por vertientes casi opuestas. Si en la revisión de su manifiesto Getino radicalizaba (incluso po- dríamos decir peroni^abá) algunas de sus posturas iniciales, a la hora de revisar el suyo ("Eztetyka do Sonho", 1971), Rocha se aleja de la

politización del arte que antes había defendido con tibia convicción.

Sigue hablando de revolución, pero esta vez con una clara primacía del sentido estético de la palabra sobre el político: "Uma obra de arte revoluáonaria deveria não só atuar de modo imediatamente políti- co como também promover a especulação filosófica, criando uma estética do eterno movimento humano rumo a sua integração cós- mica" (219, cursivas dei autor). Más aún, la revolución, ese término tan maleable en sus manos, termina por desembocar en el misticis- mo: "A revolução, como possessão do homem que lança sua vida rumo a uma ideia, é o mais alto astral do misticismo" {ibid).

En su "Eztetyka da fome" puede observarse el poco aprecio del cineasta brasilero por la industria del cine -tanto hegemónica como local- y sus productos. No se aprecia, sin embargo, su posición frente al Segundo Cine, que sale a la luz en muchos otros de sus es- critos. Para decirlo de una vez: de todos los cineastas latinomerica- nos del Tercer Cine, Glauber Rocha es el que más fervientemente se adhiere a la estética y el sistema del Cine de Autor. Ya en un texto anterior al manifiesto (1964), comentando 1 /idas Secas , Rocha plan- tea el clásico drama del autor luchando contra la industria: "O dra- ma de Eisenstein no stalinismo nao é diferente daquele de Orson Welles com a RKO ou de John Huston com a Metro: о autor é um individualista feroz e agressivo mas sua sobrevivencia depende de

integração numa prática coletiva"24. Asimismo, al plantear el método

para su Revisão Crítica do Cinema Brasileiro (1963), cita explícitamente a Bazin y plantea la historia del cine en términos de sus dos grandes antagonistas: "A historia do cinema, modernamente, tem de ser vis- ta, de Lumiere a Jean Rouch, como 'cinema comercial' e 'cinema de autor'". El tercer cine ha desaparecido del mapa o ha sido, en el me-

jor de los casos, asimilado al segundo: "Se o cinema comercial é a

tradição, o cinema de autor é a revolução" (Revisão Crítica do Cinema Brasileiro 35).

24 Esta crítica abierta al bloque socialista, sería por cierto, impensable en otros cineastas más militantes.

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Por un cine imperfecto

El mismo año del manifiesto de Solanas y Getino, apareció en Cine Cubano "Por un cine imperfecto", firmado por Julio García Es- pinosa. Tanto el tono como los problemas planteados por el cineas- ta cubano son de orden muy diferente a los de "Hacia un Tercer Cine". En contraste con el tono provocador y el "guerrillerismo verbal" de los argentinos, y con el estilo vanguardista del brasilero, García Espinosa emplea un estilo reflexivo y mesurado, didáctico, planteando constantemente preguntas retóricas a través de las cuales irá desarrollando sus ideas. En cuanto a la problemática, el campo en el que se ubica es el de la estética, y no el de la política (territorio de Cine Liberación): la estética general (no una poética particular como en el caso de Rocha), la disciplina del pensamiento que se pregunta qué es el arte, cuál es su función y su destino.

La "imperfección" del título tiene por lo menos dos sentidos: uno práctico y uno teórico25. El primero se refiere a la necesidad de hacer cine con los medios de que se disponga, sin preocuparse de- masiado por los aspectos técnicos, sino por la historia que se quiere narrar, o la realidad que se desea mostrar. Pero en Cuba, a diferencia de Argentina, y después de diez años de revolución, los medios a disposición no eran tan escasos ni precarios. Como dice Michael Chanan, el manifiesto "estaba previsto en primer lugar como una advertencia contra la perfección técnica que, después de diez años de práctica del ICAIC, empezaba ahora a quedar al alcance de los realizadores cubanos" (377). De ahí la primera oración, provocado- ra y categórica, del manifiesto cubano: "Hoy en día un cine perfecto -técnica y artísticamente logrado- es casi siempre un cine reaccio- nario" (13). Y es que el culto por la perfección formal no es ideoló- gicamente inocente. Tiende, por un lado, a desentenderse de los asuntos más coyunturales (que un cine "imperfecto" estaría más preparado a abordar), y por otro, a colocar al espectador en una po- sición más pasiva, ya que una superficie sin fisuras es más difícil de penetrar. Se trata de lo que García Espinosa llama un arte "desinte- resado", aunque, como veremos, la dialéctica entre el arte "interesa-

25 En su revisión al manifiesto, veinticinco años después, García Espinosa distingue tres significaciones, pero la primera y la segunda se encuentran rela- cionadas.

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do" y "desinteresado" es compleja en el manifiesto. En todo caso, este primer sentido del cine "imperfecto", que en el texto no es el

principal, es sin embargo el que más ha trascendido entre los lecto- res metropolitanos del manifiesto, como Chanan, o Paul Willemen: "La noción de [García] Espinosa de un cine tecnológicamente como financieramente pobre ha sido la manera más efectiva de avanzar

para los artistas opuestos a las industrias culturales dominadas por Hollywood" (Willemen 12).

El "cine imperfecto" también hace referencia a la imperfección general del arte en nuestra época, en la que sólo un grupo minorita- rio -una élite- puede dedicarse a esta actividad: "Arte de masas, hoy en día, es el arte que hacen unos pocos para las masas" (20). El ob-

jetivo último, como se repite una y otra vez en el texto, es que todos

puedan practicar la actividad artística como parte de su enriqueci- miento personal, "que, como decía Marx, en el futuro no habrá pin- tores, sino hombres que, entre otras cosas, practiquen la pintura" (18). El arte como una actividad "desinteresada"26, ajena a preocu- paciones prácticas, sólo podrá alcanzarse en aquel momento; mien- tras tanto, es necesario practicar un arte "interesado", imperfecto, con objetivos concretos que permitan avanzar en ese camino. Gar- cía Espinosa interpreta los experimentos de las vanguardias, y su

exigencia de una participación más activa del espectador como una batalla hacia la democratización del arte:

¿Qué otra cosa significa combatir las limitaciones del gusto, el arte para museos, las líneas marcadamente divisorias entre creador y público? ¿Qué es hoy la belleza? ¿Dónde se encuentra? ¿En las etiquetas de las sopas Campbell? [. . .] ¿No es -más que la desaparición del arte- la pretensión de que desaparezca el espectador? [. . .] ¿No hay toda una tendencia en el arte moderno de hacer participar cada vez más al espectador? Si cada vez parti- cipa más, ¿a dónde llegará? ¿No dejará, entonces, de ser espectador? ¿No es éste o no debe ser éste, al menos, el desenlace lógico? (22).

Esta transformación del espectador en autor es comparable con el espectador participante de Solanas y Getino. Por un lado, la invo- cación de García Espinosa a que los espectadores se conviertan "no

26 Este desinterés tiene claras resonancias kantianas de la "Analítica de lo bello", en donde Kant considera como característica principal del juicio de gus- to el desinterés, es decir que la contemplación estética se da por sí misma, ajena a cualquier finalidad externa como la utilidad o el bien moral.

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en espectadores más activos, en coautores, sino en verdaderos auto- res" (19) parece una propuesta aún más radical que la de los argen- tinos; pero por otro, es claro que la propuesta del cubano se remite al plano de las ideas y casi de la utopía (aunque el contexto de la época le permitía vislumbrarla como realizable), mientras que los argentinos implementaron mecanismos concretos para lograr la par- ticipación y la politización del espectador que estaban buscando.

García Espinosa se encuentra en el extremo opuesto al cine de autor propugnado por Glauber Rocha. Si, por ejemplo, para Rocha "A mayoría dos profetas da revolução total é composta por artistas [porque] tém uma aproximação mais sensitiva e menos intelectual com as massas pobres" ("Eztetyka da Fome" 218), para García Es- pinosa el artista es un fariseo, que "hipertrofia la importancia de su actividad", que "pretende considerarse crítico y conciencia de la so- ciedad" sin que nadie lo haya designado como tal. Pero García Es- pinosa escapa también de la retórica socialista del artista como "un trabajador más" (a la que sí se suscriben Solanas y Getino):

A diferencia de la ciencia, [el arte] nos enriquece en forma tal que sus resul- tados no son específicos, no se pueden aplicar a algo en particular. De ahí que lo podamos llamar una actividad "desinteresada", que podamos decir que el arte no es propiamente un "trabajo", que el artista es tal vez el me- nos intelectual de los intelectuales ("Por un cine imperfecto" 16).

Como el arte es en esencia una actividad desinteresada, aunque no se pueda por el momento practicar como tal, no es un trabajo (y no se le puede aplicar por tanto la división del trabajo: el arte como un oficio entre muchos), sino, en todo caso, una dimensión de la persona humana. Aquí radica, como vimos, la imperfección del arte, y también su "doble moral": el artista es "elitario" aun cuando quie- ra dejar de serlo, y lo peor que podría hacer un artista es reivindicar y enorgullecerse de su elitismo, como hace, desde este punto de vis- ta, el cine de autor. Por eso García Espinosa plantea una "poética suicida" y cierra su manifiesto con esta frase que resume todo su planteamiento: "El arte no va a desaparecer en la nada. Va a desapa- recer en el todo" (30).

Tanto Michael Chanan como Anthony Guneratne coinciden en señalar como un mérito de la propuesta de García Espinosa el ser menos restrictiva que la de sus colegas argentinos. Por ejemplo, mientras que Solanas y Getino prefieren y recomiendan un género

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(el documental) y una estrategia retórica (el contrapunto), el cubano se muestra abierto a todas las posibilidades: "El cine imperfecto puede utilizar el documental o la ficción o ambos. Puede utilizar un

género u otro o todos. Puede utilizar el cine como arte pluralista o como expresión específica. Ъе es igual. No son éstas sus alternativas, ni sus problemas, ni mucho menos sus objetivos

" (28, cursivas nuestras). El

eclecticismo de García Espinosa con respecto a los géneros cinema- tográficos, e incluso con respecto al dilema del cine como empresa individual o colectiva, explicita sus fundamentos: no le interesan es- tos problemas. La suya es una propuesta de tipo general, que no

puede verse reflejada punto por punto en Las aventuras de Juan Quin Quin (1967) ni en ninguna otra obra concreta; mientras que ha hora de los hornos y "Hacia un Tercer Cine" parecen variantes de un mis- mo discurso en distintos soportes genéricos. La mayor o menor

apertura que ofrecen es un atributo del tipo de discurso que enarbo- lan, más que un mérito o demérito.

Los tres manifiestos que hemos revisado difieren en muchas co- sas, pero coinciden en su oposición firme al cine dominante, y en los lineamientos más generales del cine que buscan hacer. Esto bas- ta para conformar un movimiento. Cada uno, a su modo, ha sabido sentar las bases de este movimiento, primero continental, y más tar- de tricontinental. Cada uno ofrece maneras interesantes y particula- res (distintas a las de otras vanguardias, como la nouvelle vague) de

(re)pensar el cine no sólo como aquello que se proyecta sobre una

pantalla (he ahí el énfasis, y también los límites, de otros movimien-

tos), sino tomando en cuenta los condicionamientos de su produc- ción, y, más aún, su relación con el espectador. Lecciones que no

dejarán de ser aprovechadas por los cineastas de generaciones pos- teriores, aún cuando el proyecto global del Tercer Cine haya termi- nado por encontrar su fecha de caducidad.

Bibliografía

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Page 25: Taboada, Tercer Cine, Tres Manifiestos

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