SUPERVIELLE, Jules - Selección Tipeada

36
JULES SUPERVIELLE Selección de Bosque Sin Horas

description

SUPERVIELLE, Jules - Selección Tipeada

Transcript of SUPERVIELLE, Jules - Selección Tipeada

JULES SUPERVIELLE

JULES SUPERVIELLE

Seleccin de Bosque Sin HorasEl Retrato

Madre, yo apenas s cmo hallar a los muertos.

Me extravo en mi alma, en sus rostros erizados

Y en sus miradas perdidas.

Aydame a regresar

De mi horizonte sorbido por labios vertiginosos

Aydame a estar inmvil.

Nos separan tantos gestos y tantos perros crueles.

Me inclino sobre la fuente donde nace tu silencio

En un reflejo de hojas que tu alma hace temblar.

Sobre tu fotografa

Ah, no puedo ver siquiera de que rumbo est soplando tu mirada!

Sin embargo, nos marchamos, tu imagen conmigo mismo,

Condenados uno al otro

Y nuestro paso es igual

En el pas clandestino

Que slo t y yo cruzamos.

Subimos extraamente las cuestas y las montaas,

Jugamos por los descensos igual que heridos sin manos.Gotea un cirio cada noche, salpicndole a la aurora,

La aurora que siempre sale de los paos de la muerte

Casi del todo asfixiada

Tardando en reconocerse.

Yo te hablo duramente, madre ma,

Duramente hablo a los muertos, porque as hace falta hablarles.

De pi sobre los tejados,

Las dos manos en bocina y con un tono colrico,

Para vencer el silencio atronador

Que quisiera separarnos a los vivos de los muertos.

Tan fuertemente de ti he sido, yo que lo soy tan apenas,

Y tan unidos los dos que hubiramos debido morir juntos.

Como dos marineros medio ahogados, estorbndose el nadar,

Dndose de puntapis en las profundidades del Atlntico

Donde comienzan los peces ciegos

Y los horizontes verticales.

Porque t has sido yo

Puedo mirar un jardn sin pensar en otra cosa,

Elegir de mis miradas,

Salir a mi propio encuentro.

Puede ser que quede an

Una ua de tus manos entre las uas de mis manos,

Una de tus pestaas mezclada con las mas,

Uno de tus latidos extraviado entre los latidos de mi corazn,Lo reconozco entre todos

Y s como retenerlo.

Tu corazn late an? T ya no lo necesitas,

Separada de ti vives como si fueras tu propia hermana,

Mi muerta de veintiocho aos,

Mirndome de perfil,

Con el alma en equilibrio y colmada de pudor,

T llevas el mismo traje que nada desgastar,

El entr en la eternidad con infinita dulzura

Y a veces cambia el color, pero slo yo me entero.

Cigarras de cobre, leones de bronce, vboras de barro

Nada respira en torno mo.

El soplo de mi mentira

Vive slo alrededor

Y percibo aqu en mi puo

La pulsin mineral

De los muertos, que se escucha cuando se aproxima el cuerpo

A los hondos cementerios.CoraznA Pilar.No sabes ni mi nombre,

Corazn que me hospedas,

Me ignoras tanto como

Las regiones salvajes.

Altos llanos de sangre,

Espesuras vedadas,

De qu modo subiros

Arroyos de mi noche

Volviendo a vuestras fuentes,

Arroyos sin pescados

Pero ardientes y dulces?

Giro alrededor vuestro

Y no puedo abordar,

Son de playas lejanas.

Corrientes de mi tierra,

Me lanzis mar adentro

Sin ver que soy vosotras,

Y vosotras tambin,

Mis orillas violentas,

Espumas de mi vida.

Mujer de bellos rostro,

Cuerpo envuelto en espacio,

Yendo de sitio en sitio

Cmo has hecho t para

Entrar en esta isla

Donde no tengo acceso

Y que me es cada da

Ms sorda y ms inslita,

Para poner el pie

Igual que en tu morada,

Para alargar la mano

Sabiendo que es la hora

De tomar algn libro

O cerrar la ventana.

Vas de una parte a otra,

Usando de tu tiempo

Como si te siguiese

La mirada de un nio.

Bajo el cielo de carneSlo mi corazn

Se agita prisionero

Por salir de su jaula,

Si yo pudiera un da

Decirle sin palabras

Que formo como un crculo

En torno de su vida!

Por mis ojos abiertos

Hacer bajar a l

Todo el haz de la tierraY lo que sobrepasa

Las ondas y los cielos,

Las cabezas y los ojos!

No sabra yo al menos

Llamarle a medias

Como una llama dbil

Y mostrarle en la sombra

Aquella que en l vive

Sin asombrarse nunca.

Asir cuando ya todo

Se vaya, y con qu manos

Asir el pensamiento,

Y con qu manos firmes

Asir de pronto el da

Por la piel de su cuello

Sostenerlo movindose

Como una liebre viva

Ven sueo, ven, aydame,

T asirs para m

Lo que tomar no puedo

T, con manos ms grandes.

Escuchad: es mi nombre el que oigo y que ella grita.

No soy ms que silencio y ya bajo los ojos.

Seor de los barrancos polvorientos y alturas

T que me ests mirando y t que me conoces,

He perdido la vida?

Puerta, puerta, di: qu quieres?

Es quiz una muertecita

La que se esconde detrs?

No, que vive, ella est viva

Y mirad como sonre

De una manera tranquila.

Una cara entre dos puertas,

Una cara entre dos calles,

Ms de lo que pide un hombre

Que va huyendo de s mismo.

Nado bajo las olas, abrigo de mi amor,

Las algas tienen gusto y aroma de la luna.

Peces de alegres das, habis visto su cuerpo

Cuyo contorno brilla y hace tan bella espuma?

Gaviotas del ensueo, vienen a despertaros,

Volved arriba, plumas, velad, almas perdidas,

Socorro, mares vivos y chispazos profundos,

Guiad al que se hunde y que ya no respira.

Yo busco en torno mo ms sombra y ms dulzuraDe la que pide un hombre para ahogarse en un pozo,

Un poco an de oscuro, de frescura, de estrellas,

Verted manos, pestaas, lo que os queda de noche.

Hay sitio para ti

En estos ruidos sordos

Que cercan a la vez

El vivir y el morir,

Hay sitio para ti,

Acerca, tierna amiga de los labios atnitos,

Guardianes del placer

Que sin nosotros gira.

VivirPor haberte pisado

Corazn de la noche,

Soy un hombre prendido

En redes estrelladas.

Desconozco el reposo

Que conocen los hombres

Y est mi mismo sueo

Devorado de cielo.

Desnudez de mis das,

Ya te han crucificado

Pjaros de la selva

En aire tibio, yertos!

Ah! cais de los rboles.Sin DiosAvanzo entre los astros con dos mastines ciegos

Que alguna vez se acercan buscndome el camino

Por donde no veo nada que recuerde la tierra

Aunque asoma a mis labios un aroma salobre

Y oigo una voz que dentro de mi cabeza gira

Igual que en una jaula un ave casi humana.

Mi corazn de siempre, aqu la aurora es negra,

Quiere encenderse en vano y se desborda el cielo.

Inmoviliza el Eter la escarcha de la noche.

Cuando avanzo me siento mil veces descubierto,

Ofreciendo la espalda, la cabeza y el pecho

A todas las saetas que me lanza el Incgnito.

Voy poniendo los pies sobre un cielo nublado

Donde no ven mis ojos los vestigios de Dios

Y detrs de m dejo un vrtigo sobrante

Que a lo lejos difcil, lento se cicatriza.

Famlicas jirafas

Lamedoras de estrellas,

Oh! bueyes que buscis

Lo infinito en la hierba,

Lebreles que pensis

Asirlo a la carrera,

Races que sabis

Que se oculta en la tierra,

Qu sois para m ahora

Que perdido, viviente

Estoy sin otro apoyo

Que nocturnas arenas?

El aire se contrae

Hasta adquirir figura,

Qu es lo que va a ocurrir

A ambos lados del alma?

Recuerdos terrenales,

A qu llamis un rbol,

Una ola en la playa,

Un nio que se duerme?

Apaciguar quisiera

Mi quejosa memoria,

Le quisiera contar

Una historia tranquila.

Me cercan las errantes manos de los amigos

Sabiendo que estoy solo perdido en el espacio

Me buscan sin poder hallar el sitio justo

Y regresan en fila a la tierra que huye.

Una hoja de palmera privada de races

Murmura en mis odos una cancin sin squito.

El cielo tan cercano, me miente y me atormenta,

El sujet a mis perros convertidos en hielos

Ya escucho sus exanges e inmviles ladridos,

Las estrellas se agrupan y me tienden cadenas

Tendr que presentarles con humildad mis puos?

Una voz que nos hace creer en el verano

Finge un banco de parque a mi fatiga humana.

El cielo siempre est cavando su camino.

Escuchad en mi pecho el eco de las picas

Oh, cielo, cielo hundido, te toco con mis manos

Y penetro encorvado en la celeste mina!

T te acusas de crmenesQue nunca has cometido,

Torturas las cadenas

De tu alma insumisa,

T buscas quien pudiera

Servirte de verdugo

Y tu mejor amigo

En este mismo instante

Te mira fijamente.

Crueldad sobre el mundo,

Crueldad sobre ti,

Perdnate ser hombre

Y verte as cambiar,

Perdnate el insomnio

De tus ojos cansados,

Perdnale a esta mano

La angustia de estas letras,

Perdona todo el mal

Que llena tu razn

Perdnate este da

Que entra por la ventana,

Perdnate la duda

Donde tu ser reposa

En esta media tarde

De Febrero, catorce.

DespertarCerca de m se para el da

Pero me deja en el olvido.

Si me aproximo hacia el espejo

Nada descubro de m mismo.

Yo hubiera dicho ayer: Tambin: Hoy ya no s que decir,

Estn muy lejos las palabras,

En su delirio propio asidas.

Cuatro de la MaanaQu esperas t de estos grabados

Para siempre privados de luz

Y que nadie tocar

En ese cofre lejos del mar?

Si en ese rincn no hay nadie dime para qu mirarlo.

Qu esperas t del espacio

Que se levanta ante ti,

De esa sobra sobre el rincn

Que se adelanta escondindose

Como una dolencia mortal?

Ah!, cudate de la voz del vagabundo sin cuerpo

Y ya tambin sin cara

Que usa tus ojos y manos para escribir estos versos

Temblorosos de ver el da.Alta MarA Maurice Guillaume.Entre las aves y las lunas

Que a fondo de mares encantan,

Por las locas fases de espuma

Superficial adivinadas,

Entre los ciegos testimonios

Y las estrellas submarinas.

De miles de peces sin rostro

Que en s mismo su rumbo esquivan,

El ahogado busca la msica

Donde form su juventud

A las conchas en vano escucha

Y las tira a fondo sin luz.

El SupervivienteA Alfonso Reyes.Cuando el ahogado despierta en el fondo de los mares y cuando su corazn

Empieza a latir igual que las hojas de los lamos

Ve acercarse de pronto un jinete a trote largo

Y que respira contento hacindole seal de que no tenga miedo.

Le acaricia con un ramo de flores gualdas el rostro

Y ante l se corta una mano sin que haya una gota roja.

La mano cae en la arena donde se hunde sin un suspiro

Otra mano semejante ha crecido en su lugar y los dedos se mueven.

Y el ahogado se asombra de montar a caballo.

De volver la cabeza de derecha a izquierda como si se encontrara en su pas natal

Como si tuviera a su alrededor una gran llanura y su libertad

Y el permiso de alargar la mano para coger un fruto del esto.Es esto acaso la muerte, este dulzor vagabundo

Que se vuelve hacia nosotros por un oscuro favor?

Y ser yo ese ahogado cabalgando entre las algas

Que ve cmo se transforma el cielo herido de fbulas?

Palpo en mi cuerpo mojado como un testimonio dbil

Y mi montura relincha para afirmarme que es ella.

Tiembla una cuna, se ve el pie de un nio despierto,

Adelanto bajo un sol acabado de inventar

En seguida hasta mi vienen de los puntos ms lejanos

Los animales de mi infancia y de la Creacin.

Y el tigre me cree tigre. Y la serpiente, serpiente,

Cada uno reconoce en m a su hermano, su espectro.

Y la abeja me hace signos de irme volando con ella,

Y la liebre, que conoce en el hueco de la tierra una madriguera donde

Ya no se puede morir.

La NocheEsperar que la noche siempre identificable,

Por su gran altitud donde no alcanza el viento

Y s el dolor del hombre,

Venga a encender sus fuegos temblorosos e ntimos,

Y descargue el silencio barcas de pescadores,

Y linternas de a bordo brizadas por el cielo,

Y redes consteladas, en nuestra alma abierta.

Esperar que nos haga ella su confidente

Gracias a mil reflejos, a mviles secretos.Y que nos acaricien, como pieles, sus manos,

A nosotros, perdidas criaturas maltrechas

Por la gran luz y el da,

Recogidos por ella, penetrante, porosa,

Ms segura que esa cama de nuestra casa,

Albergue susurrante y siempre acompandonos,

Hueco donde posar la cabeza que ya

A gravitar empieza

A llenarse de estrellas, a dar con su camino.

La Nia Nacida Hace PocoPara Ana MaraCon el ademn vivo de separar las nubes

Ella al fin toca tierra saliendo de sus astros

Y los muros querran ver de cerca a la nia

Que les revela un poco de luz, diestra en la sombra.

El ruido de la calle que busca sus odos.

Desea penetrar como una abeja oscura,

Duda, luego se aleja, temeroso por grados,

De esta carne tan cerca de su secreto an

Y que en su pequeez se expone toda al aire

Iluminado, ciego, temblando de promesas,

Despus del largo viaje con los ojos cerrados

Siempre por un pas sin ecos y nocturno,

Cuyo recuerdo traen sus manos apretadas

(No se las aflojis, dejadla as pensar).

Ella piensa:.

Cuando ella abre los ojos, ellos le dan un rbol

Y su mundo de ramas, ellos le dan el mar

Y su cielo contento

Despus la nia se duerme por llevrselo todo.

El Viaje DifcilA Christian SnchalEn la carretera un carro,

Y dentro del carro un nio

Que no inclina la cabeza

Bajo los fuertes vaivenes.

La violencia del camino

Echa los caballos donde

La tierra es como una bola

En el gran silencio indeciso

Cllate: porque es aqu

Donde se estrangula al sol.

Diez matarifes en fila

Y diez cuchilladas iguales.

Aqu se sangra a la luna

Para darle su blancura.

Se trabaja sobre el yunque

La tormenta y el horror.

Nio, esconde bien tu cara

Que corres un gran peligro.

Extranjero, no ves t

Que tengo buenos caballos?

Muchachos de otros planetas,

Nunca olvidis a este nio

Del que no sabemos nada

Desde hace ya mucho tiempo.

La NubeHubo un tiempo en que las sombras

en su sitio verdadero

no oscurecan mis cuentos:

mi corazn daba luz.

Mis ojos comprendan a la silla de paja,

al tronco de madera;

mis manos no soaban por culpa de los dedos.

Escucha, Capitn de mi infancia,

volvamos al pasado;

subamos otra vez a mi primera barca

que surcaba los mares, cuando tena diez aos.

Por lo menos en ella, no entra el agua del sueo,

y ciertamente, huele todava a alquitrn,

escucha, solamente en mis recuerdos

el leo es leo an, y el hierro, duro.

Desde hace tiempo, Capitn,

todo se me ha hecho nube, y de ello muero.

Por detrs, las montaas; montaas por delante,

batallas enfiladas de sombras, de resplandores,

el universo est all mientras hincha las espaldas,

y nosotros, tan mezquinos entre nuestros prpados

y nuestros corazones siempre en sangre bajo la piel.

Ser preciso que por nosotros ardan tantas estrellas,

y que tanta lluvia haya cado de los cielos,

y que tantos das se resequen bajo el sol,

cuando un poco de viento basta para extinguir nuestras palabras,

acostndonos a lo largo de nuestros huesos obedientes.

Y han de venir gigantes cados de otros mundos,

franquearn las montaas, las mareas,

y han de palpar si es cierto que es redonda la tierra

por irrisin, con sus manos, tan gruesas

o bien, retrocediendo, con sus ojos sin lmites!

BONUS TRACKLa Desconocida del Sena

-Crea que una se quedaba en el fondo del ro, pero ya veo que vuelve a subir -pensaba confusamente esta ahogada de diecinueve aos que avanzaba entre dos aguas.Slo poco despus de cruzar el Puente Alejandro tuvo un miedo terrible, cuando los molestos representantes de la polica fluvial la golpearon el hombro con sus garfios, tratando, en vano, de engancharla por el traje.

Felizmente, se acercaba la noche, y no insistieron. Pescada otra vez -pensaba-. Tener que exponerse ante esas gentes sobre las losas de alguna morgue, sin poder hacer el menor movimiento de defensa ni retroceso, ni siquiera alzar el meique. Sentirse muerta y que alguien le acaricie a una la pierna. Y ni una mujer, ni una mujer alrededor para secaros y haceros vuestro ltimo tocado.

Haba, por fin, dejado atrs Pars, y derivaba ahora entre mrgenes decoradas con rboles y pastos; procuraba quedarse inmvil, durante el da, en algn recodo del ro para no viajar sino de noche, cuando slo la luna y las estrellas vienen a rozarse con las escamas de los peces.

-Si pudiese llegar al mar, ahora que no temo la ola ms alta. Marchaba ignorando que sobre su rostro brillaba una sonrisa, si trmula ms resistente que una sonrisa de vivo, siempre a merced de cualquiera cosa. Llegar al mar. Estas tres palabras le venan haciendo compaa por el ro.

Cerrados los prpados, juntos los pies, con los brazos al capricho del agua, molesta por los pliegues que formaba una de sus medias, con el pecho todava alguna fuerza del lado de la vida, avanzaba -humilde y flotante "suceso del da"- sin conocer otro modo de andar que el del viejo ro de Francia que, pasando siempre por los mismos meandros, caminaba ciegamente hacia el mar.

Al cruzar una ciudad -"Estar en Nantes? Estar en Rouen?"-la retuvieron algunos instantes, contra la arcada de un puente, algunos remolinos, y fue preciso que pasase muy cerca un remolcador, revolviendo el agua, para que la muchacha pudiese reanudar su viaje.

-Nunca, nunca llegar al mar -pensaba en el corazn de su tercera noche en el agua.-Pero ya est usted en l -le dijo all mismo un hombre que ella presenta muy grande y desnudo y que le at un lingote de plomo al tobillo. Despus le cogi la mano con tal autoridad, con tal persuasin, que ella quiz no hubiera podido resistir ms si no hubiera sido lo que era: una muertecita.

-Confiemos en l, puesto que no puedo valerme por m misma. Y el cuerpo de la muchacha se sumergi en un agua cada vez ms profunda.

Cuando juntos hubieron alcanzado las arenas que aguardan bajo el mar, muchos seres fosforescentes vinieron hasta ellos, pero el hombre -era el Gran Mojado- los apart con un ademn.

-Tenga confianza en nosotros -le dijo a la muchacha-. El error, sabe?, es querer respirar todava. No se espante tampoco cuando advierta que el corazn ya no palpita casi nunca, y slo por alguna equivocacin. Y no se empee usted en cerrar as la boca como si tuviese miedo de engullir agua de mar. Ella es ahora para usted lo que antes era el agua dulce. No tiene que temer nada, entiende? Nada que temer. Siente usted que le vuelven las fuerzas?

-Ah! Voy a desmayarme.

-De ningn modo. Para acostumbrarse inmediatamente, vaya pasando de una mano a otra la arena que tiene en los pies. No vale la pena de ir deprisa. As, bien. No tardar usted en recobrar el equilibrio.

Ella acab por tener conciencia de todo. Pero de pronto sinti un gran miedo. Cmo sera posible comprender a este marino de los abismos sin que l hubiera pronunciado una sola palabra en toda el agua? Pero su pnico no dur mucho. Enseguida se dio cuenta de que el hombre se expresaba nicamente por las fosforescencias de su cuerpo. Los mismos brazos de ella, ligeros y desnudos, desprendan, a la manera de una respuesta lucecitas como lucirnagas. Y los Chorreantes, en torno de ambos, no se hacan comprender de otro modo.

-Y, ahora, puedo saber de dnde viene usted? -pregunt el Gran Mojado, que se mantena siempre de perfil hacia ella, segn lo exigan las costumbres de los Chorreantes cuando un hombre se dirige a una muchacha.

-No s nada de m misma, ni siquiera mi nombre.

-Pues bien, usted ser la Desconocida del Sena. Eso es todo. Crea que nosotros no estamos mejor informados sobre nosotros mismos. Sepa solamente que hay aqu una gran colonia de Chorreantes donde usted no sera desgraciada.

Ella parpadeaba muy de prisa, como cuando uno se siente molesto por el exceso de luz, y el Gran Mojado hizo una sena a todos los peces antorchas para que si retiraran, excepto uno. S, haba all, alrededor suyo varios de ellos que iluminaban las profundidades y que por regla general, estaban inmviles.

Gentes de toda edad se acercaban curioseando. Iban desnudos.

-Tiene usted algn deseo que expresar? -pregunt el Gran Mojado.

-Quisiera guardar mi ropa.

-La guardar usted, muchacha. Eso es muy sencillo.

Y en los ojos, en los gestos lentos y corteses de estos habitantes de las profundidades, se adivinaba el deseo de prestar sus servicios a la recin llegada.

El lingote de plomo, atado a la pierna, la molestaba. Pensaba desembarazarse de l, o, al menos, aflojar el nudo en cuanto nadie la viese. El Gran Mojado comprendi su intencin.

-Sobretodo, no toque usted eso, se lo ruego. Perdera, usted el conocimiento y se remontara a la superficie, si por acaso llegaba usted a franquear la gran barrera de los tiburones.

La muchacha se resign, e imitando a los que la rodeaban, se puso a hacer el gesto de separar algas y peces. Haba all muchos pececitos, muy curiosos, que rondaban continuamente el rostro y el cuerpo de la muchacha, hasta tocarlos.

Uno o dos grandes peces domsticos o guardianes -raramente tres- se agregaban a la persona de cada Chorreante prestndole menudos servicios, como llevar en la boca diversos objetos, o desembarazarles la espalda de hierbas marinas que se les haban pegado. Acudan a la seal ms pequea, o antes quiz. A veces, su obsequiosidad era molesta. Se perciba en sus ojos una redonda y simplista admiracin que, con todo, daba placer. Y nunca se les vio comer pececillos que, como ellos, estuviesen de servicio.-Por qu me tir al agua? -pensaba la recin llegada-. Ignoro hasta si all arriba fui una mujer o una muchacha. Mi pobre cabeza slo est ahora poblada de algas y de conchas. Y tengo muchos deseos de decir que esto es muy triste, aunque no sepa ya exactamente qu significa esta palabra.

Al verla as, afligida, se le acerc otra muchacha que haba naufragado dos aos antes y era conocida por La Natural.

-El permanecer en las profundidades, usted ver -le dijo- cmo le da una gran confianza. Pero hay que dejar a las carnes tiempo para cambiar de forma, para hacerse suficientemente densas para que el cuerpo, as, no retorne a la superficie. No estar aqu para querer comer y beber. Esas nieras enseguida pasan. Y creo que muy pronto le brotarn de los ojos verdaderas perlas, cuando menos lo piense: se ser el indicio precursor de la aclimatacin.

-Qu se hace aqu? -pregunt la Desconocida del Sena al cabo de un momento.-Mil cosas. Le aseguro que una no se aburre. Se visita el fondo del mar para recoger all a los solitarios y traerlos aqu, a aumentar el poder de nuestra colonia. Qu emocin cuando se descubre a alguien que se cree condenado a soledad eterna en nuestra gran crcel de cristal! Cmo titubea y se agarra a las plantas marinas! Cmo se esconde! Por todas partes cree ver tiburones. Y, luego, he aqu que un hombre se le acerca y se lo lleva en brazos -como un enfermero despus de la batalla- haca regiones donde no habr ya nada que temer.

-Y barcos que se fueron a pique, se ven a menudo?

-Slo una vez he visto caer en el fondo del mar mil y mil cosas destinadas a la superficie. Todo lo que se nos vena encima, se despeaba en el agua: bales, vajilla, cordajes, y hasta coches de nios. Fue preciso ir a socorrer a los que quedaban en los camarotes, quitarles ante todo sus salvavidas. Vigorosos Chorreantes, hacha en mano, rescataban a los nufragos. Y, con el hacha escondida, les tranquilizaban como mejor podan. Se colocaban las provisiones de toda clase en los almacenes que hay bajo nuestra propia tierra, la que hay debajo del mar.

-Pero, cmo, si aqu ya no se tienen necesidades?

-Fingimos tenerlas para que nos pese menos el tiempo.

Un hombre avanzaba sujetando a un caballo por la brida. La bestia resplandeciente, un poco oblicua, reluca con una majestad, con una gentileza, con una aceptacin de la muerte, que eran otras tantas maravillas. Y todas aquellas burbujas de viva plata alrededor de su cuerpo!

-Tenemos muy pocos caballos -dijo La Natural. Eso es aqu gran lujo.Junto a la Desconocida del Sena, el hombre detuvo a la bestia que llevaba una silla de amazona.

-De parte del Gran Mojado -dijo.

-Oh! Que perdone, pero no me siento an bastante fuerte.

Y el hermoso caballo repudiado se march de all con toda su prestancia y esplendor, como si nada en el mundo pudiese ya cambiarlo ni conmoverlo.

-Es el Gran Mojado quien manda aqu? -pregunt la Desconocida del Sena, que ya estaba bien convencida de ello.

-S, es el ms fuerte de todos nosotros y el que mejor conoce la regin. Y tan slido que puede elevarse casi hasta la superficie. Algunos simples de espritu llegan a afirmar que l tiene noticias del sol, de las estrellas y de los hombres. Nada de eso. Bastante hermoso es poder subir as al encuentro de los ahogados errantes. S. l es de los seres completamente desconocidos sobre la tierra, que bajo el mar han adquirido una gran reputacin. No encontrar usted huellas en la historia -tal como arriba la ensean- del almirante francs Bernard de la Michelette, ni de Prstina, su mujer, ni de nuestro Gran Mojado, que ahogado como simple grumete, a los doce aos, se encontr tan a gusto en el ambiente submarino, que creci de un modo terrible y se hizo un gigante de nuestra fauna.

La Desconocida del Sena no abandonaba su traje ni aun para dormir. Es todo lo que haba salvado de su vida anterior. Utilizaba los pliegues y la mojadura del vestido, que le prestaban una milagrosa elegancia en medio de todas estas mujeres despojadas. Y los hombres de buena gana hubieran querido conocer la forma de su pecho.La muchacha, que quera hacerse perdonar su traje, viva aparte, con una modestia quiz un poco demasiado patente, y pasaba el da recogiendo conchas para los nios o para los ms humildes y los ms mutilados de entre los ahogados. Era siempre la primera en saludar, y, a menudo, peda excusas, aunque no hubiese por qu.Todos los das el Gran Mojado vena a hacerle una visita, y all se quedaban los dos con sus fosforescencias, como fragmentos de la Va Lctea, tendidos castamente uno junto al otro.

-No debemos estar muy lejos de la costa -dijo ella un da- Si yo pudiese volver al ro, escuchar algunos ruidos de la ciudad, o sencillamente la campanilla de un tranva retrasado en medio de la noche!

-Pobre nia, mala memoria... Se olvida de que est muerta y que se expone a ser encerrada all arriba en la ms odiosa de las crceles. A los vivientes no les gustan nuestros vagabundeos y en seguida nos castigan por ellos. Aqu est usted libre y en seguro.

-Pero usted no piensa nunca en las cosas de all arriba? A menudo acuden a m, una por una, sin orden alguno, lo que me hace muy desgraciada. En este mismo instante estoy viendo una mesa de roble, bien barnizada, pero completamente sola. Desaparece, y he aqu que llega un ojo de conejo. Y, ahora, la huella de una pezua de buey en la arena. Todo esto, parece avanzar como una embajada, y nada me dice sino que est presente. Y cuando las cosas acuden a m por parejas, son cosas que no se hicieron para ir juntas. Ahora veo una cereza en el agua de un lago. Y qu quiere usted que yo haga de esta gaviota en una cama, de esta perdiz en el cristal de esta gran lmpara que humea? No conozco nada ms desesperante. Estos fragmentos de la vida, sin la vida, son lo que se suele llamar la muerte?

Y aada para s:

-Y usted mismo que est aqu, junto a m, como un guerrero tallado en un tmpano?Una tras otra, las madres se negaron a dejar que sus hijas se tratasen con la Desconocida del Sena, en vista del traje que ella llevaba da y noche.

Una que haba naufragado, cuya razn estuvo quebrantada hasta despus de su muerte y que no poda hallar sosiego, dijo:

-Pero si ella vive! Os aseguro que esta muchacha est viva. Si estuviese como nosotros, le sera igual llevar o no vestido. Estos adornos no preocupan a los muertos.

-Cllese usted. Ha perdido usted el sentido -dijo La Natural-. Cmo quiere usted que est viva, bajo el mar?

-Verdaderamente, no se puede vivir bajo el mar -respondi la loca, abrumada, como si recordase de pronto una leccin aprendida hace ya mucho tiempo.

Pero ello no fue obstculo para que, al poco tiempo, volviese a repetir:-Pues yo, yo les digo que vive!

-Quiere dejarnos tranquilas, cabeza destornillada? -replic La Natural-. Se debera comenzar por no permitir que se dijesen cosas tales.

Pero un da, aquella misma que fue siempre la mejor amiga de la Desconocida se le acerc poniendo una cara que quera decir: "Tambin yo estoy enfadada con usted".

-Por qu tanto apego a un traje en el fondo del mar? -dijo La Natural.

-Me parece que me protege contra todo lo que an no comprendo.

Entonces una mujer, que ya la haba agredido de palabra, grit:

-Es que est demasiado satisfecha de singularizarse as! Se trata de una desvergonzada. Y por mi parte os aseguro que fui madre de familia en la tierra, y si tuviese conmigo a mi hija no vacilara en decirle: "Qutate ese traje, me oyes?". Y t, tambin, qutatelo -dijo a la Desconocida, a quien ya tuteaba para humillarla. (Era eso, en el fondo del mar, el peor de los insultos) -. O ten buen cuidado con esto, pequea -aadi, amenazndole con un par de tijeras que acab por tirar con rabia a los pies de la muchacha.

-Quiere usted marcharse? -dijo La Natural, conmovida por tanta crueldad.

La Desconocida, ya sola, escondi como pudo su dolor, en el agua pesada y difcil.

-No es esto lo que en la tierra -pensaba- se llama envidia?

Y al ver cmo de sus ojos rodaban tristemente pesadas perlas, dijo:

-Ah! De ningn modo! Yo no puedo, no quiero acostumbrarme.

Y huy hasta regiones desiertas, tan de prisa como se lo permita el lingote de plomo que arrastraba su pierna.

-Gestos horribles de la vida -pensaba-, dejadme tranquila. Dejadme ya tranquila! Qu queris que haga de vosotros, cuando lo dems ya no existe?

Cuando hubo dejado muy lejos, detrs de ella, todos los peces-antorchas, y se encontr en la noche profunda, cort el hilo de acero que la sujetaba al fondo del mar con las tijeras negras que, antes de huir, haba recogido.

-Morir, al fin, completamente! -pensaba, al elevarse en el agua.

En la noche marina, sus propias fosforescencias se hicieron muy voluminosas; luego se apagaron para siempre. Entonces volvi a sus labios su sonrisa de ahogada errante. Y sus peces favoritos no dudaron en escoltarla, quiero decir, en morir ahogados, a medida que iban ganando las aguas menos profundas.