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Sumar: diálogos transatlánticos JULIO ORTEGA BROWN UNIVERSITY RESUMEN: Este ensayo reflexiona sobre la obra de Carlos Fuentes, El naranjo o los círculos del tiempo, donde el autor juega con el proceso de reescritura, tanto de la historia como de la ficción, en un ejercicio dotado de irreverencia y comicidad y cuyo resulta- do es "un escenario donde los muertos adquieren la palabra del relato para regresar al discurso de sus días". El narrador en Fuentes es "una hipérbole de la enunciación". Más que un sujeto se transforma en un "acto de habla" de tal manera vivo que ter- mina por ser "una parábola del presente", donde dos temporali- dades se cruzan para formar un tiempo mítico, constituido por una serie de instancias paralelas. ABSTRACT:Ibis essayreflects on Carlos Fuentes' book El naranjo, o los círculos del tiempo, where tbe author plays with tbe rewriting process, both o[ history and fiction. As Ortega concludes, it is an exercise[ul/ o[ irreoerence and humor that results in "a stage where the dead acquire the narration 's ooice in order to return to tbe dis- course of tbeir days". Tbe narrator in Fuentes is "a byperbole cf enunciation ». Rather than a subject, the narrator is an "act o[ speecb",so vivid that it ends being "aparable cf the present", where two temporalities CTOSS each other creating a mythical time, built with a series of paral/eJ instances. Literatura Mexicana XII.1 (2001.1), pp. 71-86

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JULIO ORTEGA

BROWN UNIVERSITY

RESUMEN: Este ensayo reflexiona sobre la obra de Carlos Fuentes,El naranjo o los círculos del tiempo, donde el autor juega con elproceso de reescritura, tanto de la historia como de la ficción, enun ejercicio dotado de irreverencia y comicidad y cuyo resulta-do es "un escenario donde los muertos adquieren la palabra delrelato para regresar al discurso de sus días". El narrador enFuentes es "una hipérbole de la enunciación". Más que un sujetose transforma en un "acto de habla" de tal manera vivo que ter-mina por ser "una parábola del presente", donde dos temporali-dades se cruzan para formar un tiempo mítico, constituido poruna serie de instancias paralelas.

ABSTRACT:Ibis essay reflects on Carlos Fuentes' book El naranjo, olos círculos del tiempo, where tbe author plays with tbe rewritingprocess, both o[ history and fiction. As Ortega concludes, it is anexercise[ul/ o[ irreoerence and humor that results in "a stage wherethe dead acquire the narration 's ooice in order to return to tbe dis-course of tbeir days". Tbe narrator in Fuentes is "a byperbole cfenunciation ». Rather than a subject, the narrator is an "act o[speecb", so vivid that it ends being "aparable cf the present", wheretwo temporalities CTOSS each other creating a mythical time, builtwith a series of paral/eJ instances.

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SI EL TIEMPO está hecho de "círculos" quiere decir que en El naran-

jo o los drculos del tiempo (1993), de Carlos Fuentes (México, 1928),estamos no sólo ante el tiempo cronológico lineal sino tambiénante la temporalidad mítica y cíclica. Y si el "naranjo" adelanta laabundancia prometida, quiere decir que este árbol paradisiaco cre-ce entre ambos tiempos y concede sus frutos a quien los cultiva.En estas cinco novelas breves Fuentes reitera este emblema delViejo Mundo como una alegoría cultural de la hibridez del NuevoMundo. Estas naranjas pueden ser tanto el sol como la tierra, perotambién tanto la memoria original como el seno materno. El ár-bol del tiempo da los frutos de la tierra, reparte la carne del origeny convoca la nostalgia primigenia.

No en vano esta hipérbole de la abundancia crece en cada unode los relatos. Porque éste es un libro arborescente, cuyo bosque desímbolos remite a Europa y América, en un reiterado descubri-miento mutuo. Pero así mismo porque estos relatos crecen en unoy otro espacio histórico, a los que reescriben como si fueran paisa-jes reversibles. Cada uno de estos relatos abre una y otra vez eldoble fondo de la representación, revelando su carácter relativo yprovisorio, su naturaleza especular, su materia cambiante. La his-toria es el palimpsesto que, borrado, descubre un texto de ficción,que a su vez revela uno más, retórico. Y así narrar es desvelar, yescribir es reescribirlo todo para que todo pueda ser una versiónpersuasIva.

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Sólo que esa condición inacabada de la historia no es un meroincumplimiento ni una carencia que menoscaba el sentido, sinoque, por el contrario, es el modo en que la historia se actualiza,desbordando el presente, prologándolo y dirimiendo en él la liber-tad interpretativa del lector. Pocos libros ha escrito Fuentes don-de la complicidad con el lector sea a tal punto de parejo asombroy humor, de comicidad festiva y de irreverencia lúdica. Estos rela-tos se leen, por lo mismo, gozosamente, con la alegría de la fábulade las mutaciones felices, donde a la vuelta de la página la realidades otra, no menos amena y no menos lúcida, dibujada como unarabesco lujoso y grabada como una visión luminosa y simétrica.Después de la violencia de la historia, después de las revisiones dela ficción, Fuentes opta por reescribir una con las herramientas de laotra; no para demostrar el carácter ficticio de la historia ni sucondición de discurso construido, lo que sería superfluo dada lanecesidad, más actual, de sacar a la historia de su razón nacional yde librar a la ficción de sus obligaciones con lo verosímil. Másbien, Fuentes rehace la lógica de ambos discursos (historia, fic-ción) con la elocuencia de sus traslados y trasvases. La historia,parece decimos, es otra en manos de la ficción; pero ambas tra-man, al sobreponerse, modos alternativos y fecundos de imaginarotro descubrimiento, otro encuentro, otro diálogo de ambosmundos.

Reescribiendo la historia de la Conquista (que culmina con unainvasión maya de España), devolviéndole la voz a los hijos de Cor-tés (reabriendo la escena original del diálogo mexicano), reformu-lando el sitio de Numancia (donde todo se duplica, fantasmáti-camente), ironizando el devoramiento mexicano de Apolo (enAcapulco, por siete enanas) y añadiéndole fragmentos al Diario deColón (cuyo paraíso secreto es descubierto por los japoneses qui-nientos años después), estas novelas breves, en efecto, instauran en

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el pasado las voces de la actualidad. Y en esta operación de desdo-blamiento ficcional y de doblaje de las voces históricas, Fuentesconstruye un diálogo de sombras, un escenario donde los muertosadquieren la palabra del relato para regresar al discurso de sus vi-das. Si el decurso está cumplido en el tiempo histórico, no lo estáen el tiempo cíclico, anunciado por el árbol del conocimiento fa-buloso.

Esta libertad irrestricta que devuelve la palabra a los muertospara que rehagan su camino histórico y nos encuentren en la encruci-jada del puro presente, se debe al poder de la elocuencia y al deseode la ficción. Esta palabra alterna ensaya las alteridades del deseo ypermite una voz capaz de perpetuar el instante, encarnando comola negación paradójica del tiempo. De allí la viva agonía temporalde estos relatos, donde cada camino alterno es una refutación pun-tual del tiempo y una apuesta por la irrupción de su flujo cele-brante. Ser del tiempo pero ser más que el tiempo, esa reflexión deestirpe barroca suscita la paradoja de lo que Roland Barthes llamóel relato imposible: la voz que se enuncia en la muerte ("TextualAnalysis of a Tale of Poe"). Sólo que en estos relatos esa atribu-ción improbable (ya personajes de Juan Rulfo narraban su muer-te) no es un drama transgresivo sino una elocuencia festiva: aquílos muertos hablan como una licencia no de lo real sino del lengua-je. y lo hacen no para revelarse a sí mismos en una identidad comu-nitaria y comprensiva, como ocurre con los magníficos muertoslacónicos de Rulfo, sino para revelamos a nosotros, lectores, en elprobabilismo alegre de lo que no pudo ser pero, en la letra, vienea ser. Se diría que estos muertos ya han leído a Gabriel GarcíaMárquez.

Así, en "Las dos orillas" habla, desde la tumba, Jerónimo deAguilar -primer traductor de Cortés, para quien "el tiempo urgey la historia ruge"-, cuyo testimonio es una disputa con el lector

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acerca de su presencia en la Historia verdadera de la conquista de laNueva España (1568)de Bernal Díaz del Castillo, al que ha leído ycita puntualmente. O sea que reconstruye su lugar en nuestra lec-tura como si viviera otra vez su proyecto de traición: denunciar aCortés ante los indígenas, pasarse al bando de los vencidos y, conGonzalo Guerrero, convertidos en indígenas nuevos, suscitar larebelión de la palabra liberadora, de su poder restaurador. Poreso, la invasión de España, que encabezan, es una quema del Ar-chivo hispánico, una toma por el náhuatl de El Escorial de TerraNostra (1975);es decir, de la palabra de la ley. Y en esta reconquis-ota, o reversión de la conquista, la palabra maya preside el cuentode los orígenes que renombra y funda. "Un perpetuo reinicio dehistorias perpetuamente inacabadas", este informe que prolonga elpasado en el presente incumplido, confirma que el traductor esel verdadero historiador y que su narración disputa el orden co-nocido con su fantástica versión alterna. Por lo mismo, la muerte lolibra de la historia y lo restaura en el proyecto cultural de las resis-tencias y las respuestas, como un simulacro quimérico de la letra.

Este diálogo de Fuentes con el proyecto cultural de la traición,propuesto por Juan Goytisolo, sugiere también el acto sediciosode pasarse a la otra margen, al lugar del otro. En el siguiente rela-to, "Los hijos del conquistador", Fuentes dialoga, primero, con elfamoso capítulo "Los hijos de la Malinche", de El laberinto de lasoledad (1950) de Octavio Paz, un libro que ya había reescrito ynovelado en La muerte de Artemio Cruz (1962),y que ahora, comosi hablara consigo mismo, reformula fuera ya de la traumática fa-talidad materna, esta vez en el arbitrario dominio del poder pater-no, tan arbitrario que para demostrar su poder ha dejado vacío elpanteón mexicano levantado por Rulfo. Ser dos de los doce hijosde Cortés, esa definición mexicana de la orfandad filial, se planteaaquí como otro diálogo de sombras: hablan Martín 1, el hijo de la

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esposa española, y Martín 2, el hijo de la Malinche. Este es elrelato más entrañable del libro, por la elocuencia con que fundearrebato poético y crónica histórica. La biografía probable de losMartines ocupa la primera persona del relato como un instanteprivilegiado de la memoria de México, y no sólo porque su polari-dad de orígenes y destinos ilustra el espacio histórico sino porquela historia personal (el relato) se resuelve como historia nacional (elenigma de ese diálogo fraterno). Esa primera historia es conmove-dora, y se cumple como el recuento de lo vivido desde el padre yla madre, en esa herencia discorde, donde el criollo celebra losplaceresy el mestizo reclama saldar las cuentas. Todo lo saben desdela muerte, de modo que el lenguaje les favorece. Y a la hora de laconfesión, en el tiempo del habla recobrada que se les concede("narrando hoy con toda la verdad y claridad de mi espíritu, puesotra ocasión no tendré de hacerlo"), el Martín mestizo reclama larebelión del Martín criollo para que la historia personal se hagahistoria nacional. Distintos, se aproximan, y se funden en un corode revelaciones mutuas, donde el canto náhuatl se suma al cantocastellano, sólo para separarse luego, cuando el Martín criollovuelve a España. Dueños de su relato, perdidas sus vidas trágicas,son sólo este instante de la escritura, esta reverberación de la voz',

No menos histórico, y no menos fantástico, es "Las dos Nu-mancias", que reformula la leyenda de la resistencia ibérica a lainvasión romana desde la perspectiva del sitiador, Cornelio Esci-

1 Por lo menos desde La muerte de A rtemio Cruz Fuentes ha asumido, debati-do y hasta parodiado la famosa escena original mexicana, propuesta por Paz enel encuentro degradado de Cortés y Malinche. Roger Bartra avanzó una críticade ese mito, originado en el nacionalismo mexicano del siglo XIX, en su impor-tante ensayo La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis del mexicano. DeMartín Cortés sabemos que marchó a España en 1569 y que, poco después,murió en Granada peleando contra los moros sublevados; formó parte del ejér-

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pión. Pero esta vez no se trata de disputar la lección histórica sinode explorar su naturaleza especular. Dialogando aquí con Cervan-tes y Borges, Fuentes imagina que para vencer a Numancia el ge-neral romano construye otra Numancia que la rodea; ese simulacroes la historia: el espectáculo donde la primera ciudad se contemplasitiada por su propio destino trágico. El actor de la historia es yauna reescritura: él mismo es parte de ese espectáculo, y si la otraNumancia es una trampa, el otro Cornelio Escipión es al final suvíctima. Así, la historia escrita es un espejismo, pero no hay otrafuera de su cambiante interpretación: la historia sólo puede serinventada cada vez. "Sin la ficción, ni tú ni ustedes sabrán quécosa ocurrió en Numancia", nos dice el relato. Por ello, otra vezlos testigos toman la palabra en el relato porque en la historiarenunciaron al habla. Sólo la palabra disputada responde por lasfundaciones de la vida y la muerte sobre la tierra. La palabra ac-tual es la libertad de la historia, la fábula de rehabitar.

En "Apolo y las putas", un relato de desenfado satírico y grotes-co ameno, Fuentes nos presenta a un Cortés de estos tiempos: unactor de Hollywood de vacaciones en Acapulco. Es un irlandés quepasa del estereotipo turístico acapulqueño a la parodia mítica: en unbote llamado apropiadamente Las Dos Américas, guía mar aden-tro a siete muchachas cabareteras, sólo que de la pequeña muertepasa a la grande, y adquiere, por vía orgiástica, la imparcialidad de

cito de Juan de Austria, otro famoso "hijo natural", junto a quien tambiénsentó plaza el Inca Garcilaso de la Vega, así mismo "hijo natural". Estos dosmestizos americanos, aliado del malogrado príncipe, forman una inquieta figu-ra americana en España: los moros batidos son una suerte de Otro del Otro.Jean Franco en su ensayo "La Malinche" (1992) advirtió que ésta había sidoreapropiada como un signo multicultural y adquiría nuevos sentidos incluso enla cultura postmoderna, ver su Critical Passions. Selected Essays. Una revisiónsistemática de la historicidad y la leyenda de la traductora y amante de Cortés,es el tomo editado por Margo Glantz, La Malinche, sus padres y sus hijos.

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narrar desde su muerte y descubre que, en el naufragio, las sieteenanas han comido de su cuerpo. Lee la noticia de su fallecimientoen el Newsweek ("Desaparecido en Acapulco"), y entiende que "Enla muerte, me volví mexicano". Al final, como Cortés en el segun-do relato, lleva una máscara funeraria que él ya no puede descifrar.

"Las dos Américas" se toma la mayor libertad del libro con untexto histórico: reescribe el Diario de Colón. Y lo hace con hu-mor inventivo y suma de tiempos críticos. Después de todo, loque conocemos como el Diario de navegación del Almirante no essino el texto intervenido por el padre Bartolomé de las Casas,quien como si fuese ya un escritor de la nueva retórica favorecidapor América, se tomó la libertad de citar, glosar, resumir, y hacerhablar a Colón fragmentariamente en su "edición" miscelánica delos Diarios de a bordo. No deja de ser revelador, por otro lado,que el acta fundacional del descubrimiento de América sea estacita de un texto perdido, y que esa palabra, reescrita, copiada yfragmentaria, dé cuenta del primer día del Nuevo Mundo como sifuese un día reflejado, desdoblado de otra temporalidad. Y no escasual, por lo mismo, que el Diario reaparezca glosado en El otoñodel patriarca de Garda Márquez; y sea desmentido ahora por un"diario" dentro del "diario" en esta vuelta de tuerca, y por arte debirlibirloque. Hoy sabemos que como buen hacedor histórico,Colón escribió miles de páginas, cartas de reclamo y aclaracióncasi todas; y que esa fe en la revisión histórica le hi~o redactar unresumen de su diario que, frente a las costas de Europa, de vueltadel primer viaje, y en plena tormenta, arrojó al mar dentro de unabotella. En esa proliferación textual, Fuentes inscribe esta nuevaversión, que declara a todas las anteriores como simulacro: en ver-dad, Colón sí llegó al Paraíso, y para quedarse solo con él, perge-ñó esos diarios falsos. Se trata de un paraíso no religioso sino lite-ralmente materno, donde todas las madres prodigan su seno a este

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Colón que, como el filósofo chino favorito de Lezama Lima, eracapaz de "mamar el cielo". Pero no hay secreto que dure un quin-to centenario, ni japonés que no lo descubra. Devuelto a la historiadel presente, Colón y su isla encantada son urbanizados por elimperialismo turístico japonés. Vestido con ropas de Banana Re-public, este Colón de nuestro tiempo ecologista perdido, vuelve aEspaña en Iberia, lector de sí mismo, semilla él mismo del futuronaranjo de la fabulación.

Este es, pues, un libro en diálogo con varios textos canónicos ycon algunos escritores de estirpe innovadora. Pero en otra libertadde las afiliacionestextuales, Fuentes no practica aquí las mecánicasaluso en la narrativa histórica en boga; esto es, no reescribe simple-mente lo escrito, no altera solamente lo formalizado, y no se limi-ta al ejercicio intertextual de la parodia. Más bien, al convertir elpapel del narrador (testigo, actor y agente discursivo) en una hi-pérbole de la enunciación, promueve una cambiante actividad dis-cursiva. El narrador es más que un sujeto, un "acto de habla",cuyo efecto (speech.affect dice Derrida) es, en primer lugar, la ac-tualización del "cuerpo presente" (el narrador habla desde lamuerte); de modo que cuerpo y habla son equivalentes en el actode narrar. Así, la historia episódica adquiere otro sentido: se vacía desu propia explicación factual (la Conquista es puesta en entredicho,los hijos de Cortés son huérfanos de la historia, Numancia caídavence, Colón pierde el paraíso por segunda vez), y acontece comopura narración ejemplar, como parábola del presente. Se trata deuna cambiante libertad: el narrador, desde el habla sumaria de sumuerte física, se libera precisamente del tiempo histórico; y habladesde el presente como si lo hiciera desde la totalidad espectral delos tiempos. Esa libertad que el personaje le gana a la muerte, gra-cias al habla, restaura el aliento del cuerpo, su respiración marcadapor la voz del instante.

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Y, sin embargo, este cuerpo del relato que nace de su propiamuerte, no ignora dos grandes tensiones, que vienen de la obra deFuentes, y que articulan el sentido dramático de estos relatos apesar de su misma libertad con la representación y su juego gozosocon las permutaciones. Me refiero a la conciencia de lo temporal,que aquí aparece como una melancólica reflexión sobre la caduci-dad, subyacente a las tramas. Con sabiduría, pero a la vez con agu-deza nostálgica, Fuentes logra que estos personajes liberados de lacronología, dueños de la historia, vivan el estremecimiento deltiempo prestado, de ese plazo de vida actual. Allí radica la deriva-ción fantástica del relato, ya que dos temporalidades se cruzan, sinnegarse, como si el tiempo mítico cediese al tiempo vital, la dura-ción en que el habla recomienza y calla. Por eso también el valordel instante, cuya demanda de fruición es clásica, pero cuyo desen-gaño es barroco. Y si en "Apolo y lasputas", el narrador recubre desarcasmo el descubrimiento de su mortalidad; en "Los hijos delconquistador" el hijo mestizo reconoce "la historia viva de la me-moria y del deseo", que ocurre "siempre ahoritita mismo, ni ayerni mañana". El primero es devorado por el exotismo, el segundopor el terror de la historia. Uno pierde su cuerpo en manos de lasdiosas de Acapulco y su rostro entre caras que no entiende; el otrose refugia en el abrazo de su madre, la Malinche, y pierde el sentidode su propia historia. Con el habla, a ambos el tiempo les devuelvela conciencia de su fugacidad recusada. De modo que la consola-ción por la fábula es de vía melancólica: se puede transformar lahistoria y hasta se puede volver de la muerte, pero no se puede dejarde morir. Y volver supone el precio de morir doblemente.

La otra articulación de estos relatos la da el dilema del doble.Viene también de la obra anterior de Fuentes, y aunque no tienela complejidad barroca de Unafamilia lejana (1980) ni la ambigüe-dad poética de Aura (1962), sí tiene algo nuevo: la perturbadora

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posibilidad de que el otro sea no un mero espejo confirmatorio desemejanzas y desemejanzas, sino la parte de la subjetividad quenos incluye y nos excede. El doble es aquí, además, varias duplica-ciones, sucesivos desdoblamientos y hasta doblajes de la máscara yla voz. En "Las dos orillas" se trata de España y de América, perotambién de Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero frente aCortés, y del primer traductor ante Malinche, traductora; esta se-rie dual implica otras, que dividen al narrador entre la historia y lamoral, y a la narración entre la conquista y la contraconquista. Elrelato mismo se construye por la serie dual de las oposiciones des-encadenadas como desdoblamientos. Así se revela la discordia di-vidida de una gesta de la víctima, a cuya otra margen se ha pasadoel traductor/traidor, en un canje cultural que invierte los térmi-nos para denunciarlos. Pero, al mismo tiempo, la división entrecuerpo y voz (esta es una voz sin cuerpo, puramente escrita), su-giere que el cuerpo se extravía en la historia de la violencia colo-nial de todo orden, y que sólo la cultura del otro redimiría la indivi-dualidad perdida. Por eso, estos disidentes del proyecto imperialson los verdaderos fundadores, de la palabra común y de los puen-tes posibles. Y si la subjetividad española se funda en la violenciade la Conquista (de acuerdo con Eduardo Subirats), la inversión desu historia equivaldría a una restauración del cuerpo simbólico y suvoz plural.

En "Los hijos del conquistador" el doble es el otro y el mismo:Martín criollo y Martín mestizo, se deben a ambas orillas trans-atlánticas. La voz del primero (muerta la madre) se construye frenteal padre, pero como su discontinuidad, como su negación; la vozdel segundo (ausente el padre) se debe a la madre. Esa identidadrefleja los hace polares, y aunque complementarios sus destinossociales no los funde sino en el habla del diálogo sumario. Para elprimero se trata de restituir el cuerpo del placer, para el segundo

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el cuerpo de la naci6n histórica, cuya fundaci6n debería ser unacto reivindicativo. Y aunque la historia los separa, el habla los hacefraternos, recobrados ya no por el esplendor mundano ni por lavenganza sino por el sentido trágico de la herencia colonial. Vivenla identidad desgarrada de las culturas sin destino social; y si elprimero renuncia a su misión histórica (reivindicar a Cortés libe-rando a los indios), el segundo agoniza entre dos culturas, margi-nal a ambas. La historia, otra vez, extravía a esos cuerpos de lafundaci6n incumplida, apresados y desterrados por el poder paraque sus voces no se sumen.

"Las dos Numancias" multiplica a los narradores para actuali-zar su lecci6n de historia clásica: Escipi6n vence a los amuralladospero es vencido por su propio doble, la conciencia dividida de suestirpe militar y su culto estético, de su cuerpo atrapado por lahistoria y de su mente separada por la reflexi6n. El doble se tornaaquí "peligroso": "Dos dobles mirándose de frente uno al otro, seaniquilarían sin levantar un dedo". Por eso, Escipi6n construye entorno a Numancia un espacio amurallado que es su doblaje vacío:ese espejo del encierro termina venciendo a los rebeldes. Pero, enel proceso, el héroe escindido se duplica: se sueña muerto, escrito,cantado, y despierta para morir sabiendo que s610 le quedan laspalabras.

En "Apolo y las putas" el desdoblamiento es de otro orden: elactor irlandés (un gringo menos viejo) encuentra en México laotra muerte, la del mito y el ritual, degradado por el simulacropero restituido por la fábula. El actor agoniza en la nostalgia deltiempo perdido pero sólo puede ya reconocerse en la muerte. Bajoel sarcasmo de las sustituciones el ritual se cumple entre una Amé-rica y otra, ambas banalizadas por los mercados de turno. La co-media mexicana de la muerte, de la que se declaraba harto el Mar-tín mestizo, se cumple aquí como la irónica pérdida del mayor

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bien cultural de Occidente: la individualidad y unidad del cuerpo,devorado en última instancia por las fuerzas ancestrales que le dansu identidad en el panteón mexicano. Aunque la fábula política deque México terminará devorando a los Estados Unidos, sazonadoso no por Irlanda, es otra postulaci6n del fin de Apolo (aquí conrasgos de rebajamiento bajtiniano), más decisiva es, en el relato, lapregunta sin respuesta por la brevedad de 10 vivo.

Por último, "Las dos Américas" remite ya no a la antropofagiaNorte/Sur sino al fundador de su mito caribeño, Cristóbal Co16n,y a la ucronía pastoril: América aún no ha sido descubierta porqueCo16n, al entender que había llegado al Paraíso, decidi6 ocultar sudescubrimiento y sumarse a los nativos adánicos para fundirse enla tierra materna, cuyo seno nutricio había perseguido con fija-ción prefreudiana, es decir, inocente. Pero los japoneses terminandescubriendo la isla encantada, y de inmediato ellocus amoenus esurbanizado. La parodia crítica reemplaza así a la fantasía arcádica,el mercado al edén, y los samurai del progreso al fil6sofo autodi-dacto. Al final, Co16n, sefardita de la escuela de Toledo, hijo de latraducci6n, regresa a España como quien vuelve a una casa mater-na salvada por la palabra, por la voz circular del tiempo hecholenguaje. Esa América imaginaria es el espacio donde se libera laAmérica hist6rica, como el espejo donde se abre el deseo arcádicopara disputar el destino político. Como en el primer relato, en elúltimo la vuelta a la otra orilla del idioma se cumple al final delciclo como un ritual de la muerte; pero se abre también al desdo-blarse, duplicándose, cerrando la circunferencia mítica de lostiempos sumados por dentro y duplicados por fuera.

Son tiempos de reflexi6n gozosa y de acci6n reflexiva, forjadoscomo la forma renovada del fin del mundo conocido (hist6rico) yel re comienzo del mundo renombrado (imaginado) en la fábula.Al comienzo, como al final, la palabra cambiante traza los puen-

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tes, arma las articulaciones de la voz y el cuerpo, y explora lateatralidad del sujeto en su papel y su máscara'.

Así, este libro no cesa: va de sorpresa en sorpresa, ampliando suhorizonte, entre tiempos de abundancia y espacios de carencia,afincando en lo específico a pesar de sus dilemas hipotéticos ysimetrías especulativas. Las hipérboles de los hechos no ocultan elhumor apelativo; y en el cruce de los géneros reflexivos y los pa-ródicos, el relato se aligera de la densidad literaria, adelgaza sureferente histórico, y se arriesga en su arte combinatoria, meta-morfoseado por su propia libertad fabuladora.

Dialogando con sus propios orígenes, como si lo escribieratodo de nuevo, Carlos Fuentes recobra así el círculo fecundo de sutiempo narrado: allí donde todo recomienza como si el tiempofuese aun la primera tinta de la primera página.

Julio Ortega

2 Algunos lectores han preferido ver en las ficciones transatlánticas de Fuen-tes una ilustración de sus ideas sobre el vasto mestizaje cultural de España, deEspaña en Indias, y de Indias en el mundo moderno. En El espejo enterrado(1992) Fuentes ordenó sus visiones sumarias y sumas sincréticas en una visiónglobal y articulada de la colonización y sus gestaciones culturales. Este libro esun tratado de los varios encuentros y desencuentros entre América hispánica yEspaña colonial. Pero su tesis central reafirma la inclusión heterogénea y, poreso, más moderna y creativa de la diferencia americana. Con todo, otra lecturaes posible: la novelización que el autor introduce en su reordenamiento de lahistoria. En ese sentido, El espejo enterrado es una historia sin tragedia, unalectura de la historicidad como permanente innovación cultural.

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