Subsidio Corpus 2008

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Aparecida - Corpus 2008 Caminando en Asamblea - 1 En el espíritu de Aparecida Corpus Christi Año 2008

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En el espíritu de Aparecida

Corpus Christi

Año 2008

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Índice

Palabras del Arzobispo, Cardenal Jorge Bergoglio en la primera reunión del Consejo Presbiteral 2008. La renovación misionera en la Argentina Corpus Christi,. Fiesta de la presencia de Jesús. Cristo Eucarístico presente ¿para comerlo o para adorarlo? Ideas para la Adoración preparando la solemnidad de Corpus Christi. Hora Santa delante del Santísimo. Sacramento del Altar. Esquemas para la Hora Santa

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En el espíritu de Aparecida

La Misión

permanente

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Palabras del Arzobispo en la primera reunión

del Consejo Presbiteral 2008 El camino recorrido

Hace cinco años el encuentro con la realidad particular de nuestra ciudad y sus exigencias, nos interpeló a buscar “cómo ser hoy Iglesia en Buenos Aires”. La Asamblea se presentó como mo-mento eclesial de encuentro en el Señor; un espacio de afirmación de nuestra identidad y de toma de conciencia de nuestra misión en un ámbito de comunión y participación. La vivencia de la Asamblea tenía que reflejar la realidad de la Iglesia en Buenos Aires para po-nerla en común y, juntos, encontrar los caminos para seguir andan-do el sendero iniciado con el Plan de Pastoral Orgánico Arquidioce-sano, descubriendo nuevas expresiones de evangelización1.

Esperábamos y buscábamos, en lo que luego se llamó el es-tado de asamblea2, un tiempo para decidir y planificar. Sin em-bargo el Señor nos fue llevando con su Espíritu a posar nuestra mi-rada sobre el santo pueblo de Dios: y ahí reconocimos experien-cialmente sus heridas y fragilidades3 que son también son las nuestras. En la medida que nos involucramos con la vida de nuestro pueblo fiel y sentimos el hondón de sus heridas pudimos mirar el rostro de Cristo, ir a su Evangelio para rezar, pensar y discernir lo que necesita. No buscando soluciones rápidas y prearmadas, sino dejándonos iluminar y trasformar por la oración y la confrontación con los otros, permitiendo que sea Dios el que hable y no las rece-tas ya experimentadas. 1 Año 2004 2 Año 2005 3 Año 2003

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Por las heridas y fragilidades Dios nos habló pidiéndonos la ternura del Padre que sólo podemos brindar en la medida que se renueva y crece nuestro fervor apostólico4 siendo testimonio vivo del amor de Aquel “que nos amó y nos salvó”.

La pluralidad de exigencias nos llamó y nos llama a reforzar una identidad eclesial que brote de una mayor comunión que se haga palpable en un estilo común5,“sean uno para que el mundo crea”, procurando el modo de acoger a todos haciendo de nuestras parroquias, geografías pastorales, y muy especialmente de las “pe-riferias existenciales nuestra ciudad6, santuarios7 donde se expe-rimenta la presencia de Dios que es ternura8 que vino a noso-tros, nos amó y nos salvó9 y continúa pasando por nuestra vida y derramando su bendición10.

La mano providente de Dios quiso que este camino que fui-mos haciendo como Iglesia en Buenos Aires nos fuera preparando el corazón para que la respuesta a esa pregunta madrugadora: -¿Cómo ser iglesia en nuestra ciudad?, que en definitiva es descubrir cómo responder a nuestra misión de bautizados, de hijos de Dios- viniera también de la mano de la Iglesia en Aparecida. Nuestro lugar y nuestra tarea son los de discípulos misioneros.

En las inquietudes y búsquedas de Aparecida nos encontra-mos totalmente identificados, en sintonía y confirmados en el ca-mino. La luz que nos trajo Aparecida

La Iglesia Latinoamericana que se reúne en Aparecida es una

Iglesia consciente de que tiene muchos problemas. Muchos de ellos 4 Año 2004 5 Año 2006 6 Año 2006 7 Año 2006 8 Años 2005/06/07 9 Años 2006/07/08 10 Año 2008

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se repiten y lo descubrimos en nuestra realidad pastoral cotidiana: el crecimiento de los bautizados no acompaña el crecimiento de-mográfico, año a año muchos fieles abandonan la Iglesia, muchos se van a otros grupos religiosos, nuestras comunidades están lejos de los pobres, hay pocos cristianos en los lugares donde se toman las decisiones que marcan la vida de nuestros países, empobrecimiento y exclusión. Cambio de época

Es un tiempo de cambios11que tienen un alcance global12 con

consecuencias en todas las dimensiones de la vida de nuestros pue-blos: lo cultural, lo socio-político, lo económico, las ciencias, la educación… y naturalmente también lo religioso.

Muchas veces al hablar de “época de cambios” decíamos que vivíamos cambios: algunos fuertes, en algunas esferas de la vida de las personas y de los pueblos, pero la matriz social y cultural, los puntos de referencia, permanecían.

En Aparecida la Iglesia toma conciencia de lo que se venía anunciando desde hace varios años. Lo que estamos viviendo es un “cambio epocal”, lo que está aconteciendo es que cambia preci-samente esa matriz. Los cambios “no se refieren a los múltiples sentidos parciales que cada uno puede encontrar en las acciones cotidianas que realiza, sino al sentido que da unidad a todo lo que existe13.

Lo propio del “cambio de época” es que ya las cosas no es-tán en su sitio. Lo que antes servía para explicar el mundo, las re-laciones, el bien y el mal, ya parece que no funciona más. La ma-nera de ubicarnos en la historia cambió. Cosas que pensamos que nunca iban a pasar, o que por lo menos no las íbamos a ver, las 11 DA 33 12 DA 34 13DA 37

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estamos viviendo y delante del futuro no nos animamos ni siquiera a pensar. Probablemente lo que nos parecía normal de la familia, la Iglesia, la sociedad y el mundo, parecería que ya no volverá a ser de ese modo. Lo que vivimos no es algo que ilusoriamente tenemos que esperar que pase para que las cosas vuelvan a ser como siem-pre fueron.

Con gran dolor se constata que la fe, que por más de cinco siglos ha animado la Iglesia en Latinoamérica, ha erosionado14. Ya no se transmite de generación en generación con la misma flui-dez15. Pero lejos del lamento o la condena de la situación, Apareci-da reconoce que no tiene las respuestas a los problemas y por eso es una invitación a discernir con la luz del Espíritu Santo de que manera ponerse al servicio del Reino en esta realidad16. Es un acto de profunda humildad el reconocimiento público de no saber qué es con precisión lo que hay que hacer. La respuesta de Aparecida

Aparecida no nos trae recetas sino unas claves, unos crite-rios, unas pequeñas grandes certezas para iluminar y sobre todo “encender” el deseo profundo de quitarnos todo ropaje innecesario y volver a las raíces, a lo esencial, a esa actitud que plantó la fe en los comienzos de la Iglesia y después hizo de nuestro continente la tierra de la esperanza. Ante la pregunta: ¿qué es lo que hay que hacer? Aparecida responde: Ser discípulos misioneros en el hoy de nuestro continente. Eso es, en definitiva, el gran objetivo de Apa-recida, y lo que nuestro mundo necesita de nosotros. Lo propio del discípulo: la “mirada humilde” y aprendedora17, la escucha silen-ciosa y atenta18. El discípulo no es Maestro por eso no sabe lo que

14 DA 38 15 DA 39 16 DA 33 17 DA 36 18 DA 36

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tiene que hacer, no tiene respuestas.19 La Iglesia de Aparecida es comunidad de discípulos misioneros que quieren escuchar al Señor y escuchar la realidad con humildad para discernir qué es lo que hay que ser y hacer: “necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y la plenitud de la vida”.

Y necesitamos al mismo tiempo que arda en nosotros el celo apostólico para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo “aquel sentido unitario y completo de la vida humana” que sólo Cristo puede dar20.

La escucha del Señor también se hace en la escucha de la realidad con espíritu profético. Ello significa “poner luz sobre mo-delos antropológicos incompatibles con la naturaleza y dignidad del hombre” y “presentar la persona humana como el centro de toda la vida social y cultural”: En nuestros días, hacer este anuncio integralmente exige espíritu profético y coraje.

La realidad se presenta complicada y desconcertante, pero los cristianos tenemos que vivirla como discípulos del Maestro. No podemos ser observadores asépticos e imparciales, sino hombres y mujeres apasionados por el Reino, deseosos de impregnar todas las estructuras de la sociedad de una Vida, un Amor que hemos cono-cido.

Ese Amor nos hace vivir abundantemente, como dijo el Papa en el Discurso Inaugural: es “lo mejor que nos pasó en la vida”, es lo que tenemos para ofrecer al mundo y contrarrestar la cultura de

19 hay que dejar que la realidad surja del pueblo fiel de Dios, tanto en la preparación como en la elección del método no habrá condicionamientos previos. Se irán recogiendo los di-versos aportes que inspire el Espíritu a las personas, a los diversos grupos parroquiales, movimientos apostólicos, y bautizados que no pertenecen a ninguna institución. Y el servi-cio del obispo consistirá en armonizar esos aportes. Armonizar con la fuerza del Espíritu Santo, no con pre-concepciones funcionales, sino con el Espíritu, puesto que “Ipse est har-monia” J. Bergoglio 2004 20 DA 41

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muerte con la cultura cristiana de la vida y la solidaridad21. Por eso, no podemos mirar la realidad más que en términos de misión.

La Misión como propuesta y desafío.

La misión vocación, definitiva de la Iglesia de Jesucristo, es el corazón de Aparecida. “No podemos quedarnos en espera pasi-va en nuestros templos”22. Benedicto XVI reafirmó reiteradas veces esta comprensión de la misión como luz de la pastoral ordinaria diciendo que “los verda-deros destinatarios de la actividad misionera del Pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazo-

nes” 23. “…los Apóstoles, transformados interiormente el día de Pentecostés por la fuerza del Espíritu Santo, comenzaron a dar testimonio del Señor muerto y resucitado. Desde entonces, la Iglesia prosigue esa misma misión, que constituye para todos los creyentes un compromiso irrenunciable y permanente. Por con-siguiente, toda comunidad cristiana está llamada a dar a cono-cer a Dios, que es Amor24.” “Se trata efectivamente de no aho-rrar esfuerzos en la búsqueda de los católicos apartados y de aquellos que poco o nada conocen sobre Jesucristo, a través de una pastoral de acogida”25.

Al abordar el tema de la Misión permanente y la Misión con-tinental debemos evitar caer en un reduccionismo que lleve a la realización de una Misión programática en la que se concentran durante un tiempo determinado todos los esfuerzos y los mejores 21 DA 480 22 DA 548 23 BENEDICTO XVI, Discurso a las Obras Misionales Pontificias del 05/05/2007. 24 Mensaje del S.S. Benedicto XVI para la jornada mundial de las misiones. "La caridad, alma de la misión” 24 Encuentro del Pontífice con la comunidad católica de Brasil.

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recursos en una salida misionera, de modo que cuando concluye todo vuelve a ser igual.

La propuesta de Aparecida es más audaz, va más allá de una misión programática aunque no la excluye. La Misión que propone Aparecida no está limitada en el tiempo, sino pensada de forma tal que después que se inicie siga sola, que sea una misión permanen-te. No se trata de programar una serie de acciones, aunque no lo descarta, sino el comienzo de algo con proyección indeterminada. Podemos entonces, hablar de la Misión permanente y la Misión con-tinental que propone Aparecida como una “Misión paradigmáti-ca”. Esto significa tener la misión como una clave de interpreta-ción de toda la acción pastoral, es impulsar fuertemente un proce-so pastoral que tiene como característica la dimensión misionera en los ámbitos de la pastoral ordinaria. No es acción misionera ad extra sino ad intra y ad extra continua y permanente.

La misión se convierte en el paradigma de toda acción evan-gelizadora. “La conversión personal despierta la capacidad de so-meterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida. Obis-pos, sacerdotes, diáconos permanentes, consagrados y consagra-das, laicos, y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con aten-ción y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se mani-fiesta. ” 26 El párroco “debe ser un ardoroso misionero que vive el cons-tante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la sim-ple administración”27. El amor de Cristo, de hecho, viene comuni-cado a los hermanos con ejemplos y palabras; con toda la vida. “La vocación especial de los misioneros ad vitam conserva toda su va-lidez: representa el paradigma del compromiso misionero de la

26 DA 366 27 DA 201

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Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impul-sos nuevos y valientes”28.

Esta clave de interpretación, por ejemplo, hace que no se piense solamente en misionar para que se acerquen más personas a la catequesis o a los sacramentos sino que nos desafía a repensar la realidad catequística y sacramental desde una perspectiva misione-ra.

En el espíritu de Aparecida implicará también encaminar to-do el quehacer evangelizador de nuestra Iglesia en el marco de una Pastoral de Conjunto donde obispos, sacerdotes, religiosos, laicos, organismos y asociaciones trabajemos corresponsablemente en la formación de comunidades discipulares misioneras y servidoras comprometidas a llevar con pasión el anuncio del Evangelio a to-dos los hombres.

La propuesta de una pastoral en clave Misionera surge de la necesidad de una nueva relación con los que están "fuera", es de-cir, los no creyentes, los alejados, los no practicantes, las nuevas culturas, etc. que constituyen el lugar prioritario de la misión. Hombres y mujeres que muchas veces comparten las mismas cele-braciones, viven en un mismo barrio, trabajan en un mismo lugar y caminan por una misma ciudad.

Esta realidad designa no sólo a los no bautizados o a aque-llos que no han recibido todavía el misterio del Reino, sino que in-cluye, de hecho, a todos aquellos para los que los misterios del Re-ino de Dios y la Iglesia son todavía algo exterior, en los que no se participa desde dentro, con los que no se identifica hasta el punto de que todo parece lejano, desconocido o sin valor, “caminar jun-tos, contar persona a persona, cuerpo a cuerpo, con la voz, con las manos y con el corazón, que Jesucristo es el Señor”29.

Una pastoral en clave de Misión pretende sencillamente abandonar el cómodo criterio pastoral del "siempre se ha hecho así ", salir de la repetición mecánica, superar la improvisación y la ru- 28 Redemptoris missio, 66 29 J. Bergoglio: Jornada preasamblea Junio 2005

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tina, dejar de dar respuestas estereotipadas a preguntas que nadie se hace, construir un proyecto válido de misión permanente, orde-nando en función de este proyecto las actividades de los agentes de pastoral, partiendo de la realidad, valorando los recursos humanos y materiales y teniendo muy en cuenta la medida del tiempo para proponerse objetivos concretos a corto, mediano y largo plazo.

Por lo tanto, el sentido misionero deberá animar todas las programaciones pastorales y acciones de la pastoral ordinaria in-tentando seriamente llegar a todos en sus propios lugares y en su estilo de vida. Conversión pastoral

Para promover una pastoral en clave misionera es necesario estar dispuestos a una conversión pastoral que implica un cambio de mentalidad, de actitudes y de conductas; para lo cual es nece-saria una perseverante docilidad al Espíritu que transforma los co-razones y convierte a las comunidades en signos elocuentes de una forma diferente de pensar y de vivir. “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de me-ra conservación a una pastoral decididamente misionera […] haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de

comunión misionera”30. El complejo fenómeno de la globalización, los cambios cultu-

rales acelerados, la gran influencia de los medios de comunicación y los múltiples retos que afronta la sociedad en todos los ámbitos, son un desafío a su creatividad pastoral, a su sensibilidad de cre-yentes y a su espíritu misionero. Por eso se siente la urgencia de un giro decidido hacia una nueva orientación pastoral, animada por una verdadera conversión pastoral.

30 DA 370

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La experiencia de conversión está en el centro de la vida y espiritualidad cristiana. Es una experiencia: teórica que compro-mete nuestra inteligencia, relacional porque involucra nuestra vida afectiva, práctica porque nos da una fisonomía moral determinada y espiritual porque hace a nuestra relación con Jesucristo. Una transformación de la acción pastoral y una consecuente acción pas-toral transformadora sólo podrá producirse cuando haya sido me-diada por la transformación interior de los agentes de pastoral y miembros de la comunidad que la componen.

La conversión pastoral se vive cuando las “transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la condu-ce, de una renovación eclesial, que implica reformas espiritua-

les, pastorales y también institucionales.”31. Todas las estructu-ras de comunión de la Iglesia requieren esa conversión, desde las pequeñas comunidades y las parroquias a las diócesis y sus estruc-turas pastorales. Y además todos los lugares donde se puede dar el encuentro con el Señor: familias, movimientos, colegios y universi-dades. “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estruc-

turas caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.32”. La conversión pastoral es un proceso pascual de muerte y re-

surrección, de fe incondicional y esperanza inquebrantable en el Dios de Vida. Donde hay conversión podemos tener la certeza que Espíritu está animando la marcha de la Iglesia que, con audacia, se hace capaz de cambiar su rumbo para ir asumiendo las opciones que permiten una experiencia y vivencia cada vez más profunda del 31 DA 367 32 DA 365

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Reino de Dios. “Para convertirnos en una Iglesia llena de ímpetu y audacia evangelizadora, tenemos que ser de nuevo evangeli-zados y fieles discípulos […] No hemos de dar nada por presu-puesto y descontado. Todos los bautizados estamos llamados a ‘recomenzar desde Cristo’, a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros

discípulos”33. Porque “el seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida ple-na”34.

Que todos nos sintamos fascinados, atraídos y apremiados por el amor de Cristo35 y podamos decir con San Pablo ¡”Ay de mí si no evangelizo”! 36. La Madre del Señor, que experimentó la peculiar fatiga del corazón37, nos acompañe y sostenga en nues-tras fatigas cotidianas y nos obtenga la gracia de la audacia evan-gelizadora, el fervor apostólico y la constancia misionera. Buenos Aires, 15 de abril de 2008 Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

33 DA 549 34 DA 277 35 2 Cor. 5, 14 36 1 Cor. 9, 16 37 Redempt. Mater. 17

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Apéndice Algunas pistas que podemos tener en cuenta

”Una Iglesia en clave misionera vive una constante conversión pas-toral que lleva a asumir nuevas actitudes y formas de evangeliza-ción.

• Vive la pasión por el Reino como centro de la vida y acción eclesial.

• Evangeliza y es evangelizada constantemente desde el anun-cio del Kerygma.

• Se sostiene por Palabra y apunta al encuentro con Jesús que lleva al cambio personal y a la creación de certezas profun-das que iluminan tanto la vida personal como social.

• Anuncia de modo directo y directo a Jesús • Reformula las estructuras eclesiales y los planes pastorales

de acuerdo a esta nueva clave de interpretación. • Ofrece antes de exigir, no condiciona sino que presenta

creativamente nuevas posibilidades y opciones. • Discierne los signos de los tiempos y no da nada por supues-

to. • Supera la desesperanza del “siempre se hizo así” y del “no se

puede hacer nada”. • Asume la realidad tal como se presenta sin pruritos ni pre-

juicios. • Vive la acción pastoral con corazón samaritano que va al en-

cuentro del hermano necesitado, del que se ha ido, del que no está.

• Crea servicios que lleguen a los excluidos para hacer de la Iglesia “Casa y escuela de Comunión”.

• Tiende por todos los medios a una ser un Iglesia de puertas abiertas.

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• La identidad de sus miembros se verifica con el discipulado y la misión.

• Realiza un proceso que lleva a la parroquia a ubicarse como comunidad de comunidades y porción de una Iglesia más am-plia.

• Experimenta la Misión como tarea de todos y expresión viva de la fe.

Esta nueva perspectiva supone una mística, certezas y opciones

• Evangelizar es “hacer discípulos” no adherentes. • El discípulo vive una relación profunda con el Maestro, no só-

lo formal. • Esta relación lleva a seguir a Jesús haciendo nuestro su estilo

de vida. • La escucha orante de la Palabra alimenta el seguimiento de

Jesús. • La oración es el lugar de la intimidad con Jesús y de encuen-

tro intercesor por los hermanos. • La Misión es la razón de ser del discípulo. • La parroquia es “casa y escuela de comunión, de participa-

ción y solidaridad”. • La parroquia se convierte en lugar de misión que afecta a

toda la vida social de barrio.

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La renovación misionera

en Argentina

Sabemos que en los últimos 30 años fue gestándose y desarro-llándose una megatendencia que se llama el subjetivismo individua-lista posmoderno. La posmodernidad tiene sus valores, pero guarda dentro un núcleo que no podemos asumir en su esencia, porque con-tradice al Evangelio. El problema es que lo podemos criticar en teo-ría, pero otra. Se ha criticado mucho el subjetivismo en lo que res-pecta a la doctrina, el subjetivismo de las ideas, pero no tanto el subjetivismo que se convierte en hábitos existenciales, en estilos de vida que contradicen la propuesta del Evangelio.

Aquí mismo, años atrás hablamos de algunos síntomas de este

fenómeno que afecta también a los sacerdotes: Separar demasiado el ámbito privado de los compromisos públicos, necesidad de sacarse el sacerdocio de encima, buscar celosamente espacios de relax, de distensión, avidez por la privacidad y por la distracción, sea en for-ma de viajes, sea dentro de la propia habitación con la tele o Inter-net. Necesidad de reducir el tiempo de trabajo y la variedad de sus exigencias. Encierro en pequeños grupos de amigos. Hay como un temor a meterse en el corazón del mundo con el Evangelio, y un te-rror de perder el pequeño espacio de la privacidad más cómoda.

En estos mismos 30 años, de los ’80 en adelante, han aumen-

tado notablemente las inquietudes espirituales en el clero y en los seminaristas, creció mucho el aprecio por la lectio divina y el gusto por los ejercicios espirituales. Pero no ha crecido proporcionalmente la pasión por la misión, sino más bien lo contrario. Eso permite ad-vertir el riesgo de que el subjetivismo individualista produzca un es-tilo de vida cristiana a su medida. Aparecida sintetiza este riego bajo la expresión “conciencia aislada”.

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La Evangelii Nuntiandi, hace 32 años, ya constataba una falta

de fervor que se manifiesta en la fatiga y la desilusión, en la acomo-dación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en la falta de alegría y de esperanza en la entrega. Esto, que en la época de Evan-gelii Nuntiandi se percibía fuertemente en Europa, hoy ya invadió todo el mundo, se globalizó. Ahora Benedicto XVI ha dicho que “nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual todo procede con normalidad pero, en reali-dad, la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (DA 12).

A esto se une el hecho innegable de un creciente número de

personas que deja la Iglesia católica. En los sectores medios y altos hacia formas de espiritualidad oriental, New Age, etc. Y sobre todo en los sectores bajos como un éxodo hacia grupos neopentecostales.

Por todo esto, nada hay más oportuno que un llamado a una

renovación misionera. Juan Pablo II ya veía el problema hace 17 años, cuando escri-

bió una de sus encíclicas más importantes y mejor preparadas: la Redemptoris Missio (1990). Encíclica realmente provocativa y audaz, pero faltó el coraje para aplicarla.

Yo creo que Aparecida es la recepción decidida de Redempto-

ris Missio en América Latina, tardía pero no por eso menos oportuna. Entonces vamos a intentar avanzar en nuestra reflexión sobre

la misión, haciendo distinciones necesarias, no sólo en general, sino teniendo en cuenta nuestra realidad cultural. Nos planteamos en-tonces cómo afecta a nuestra Diócesis la renovación misionera que se nos propone.

Redemptoris Missio nos invita a reconocer que “es necesario

mantener viva la solicitud por el anuncio” a los que están alejados

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de Cristo, “porque esa es la tarea primordial de la Iglesia” (RMi 34) y que “la actividad misionera representa, también hoy día, el mayor desafío para la Iglesia” (RMi 40). También hoy, “para el creyente en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera” (RMi 86).

No podemos evitar esta interpelación diciendo que se refiere

a la actividad evangelizadora en general. Es la excusa más común. En Redemptoris Missio se habla de misión en un sentido estricto, diver-so al de la pastoral ordinaria: “Ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes” (RMi 3).

Las dificultades actuales no son excusas para el desencanto y

el lamento, sino oportunidades para la renovación misionera: “En la historia de la humanidad son numerosos los cambios periódicos que favorecen el dinamismo misionero. La Iglesia, guiada por el Espíritu, ha respondido siempre a ellos con generosidad y previsión” (RMi 30).

Yo me pregunto: ¿Qué se podrá decir de nosotros al respecto dentro de cincuenta años? En esta oportunidad histórica, ¿reaccio-namos como los primeros cristianos, como Santo Domingo en su épo-ca, como San Francisco Javier? ¿Nuestra tendencia es a responder con el lamento o con una reacción creativa y generosa?

Decíamos que esta apasionada convocatoria de Juan Pablo II,

en América Latina sólo fue acogida con esta contundencia en el Do-cumento Conclusivo de Aparecida. Veamos como ejemplo sólo tres textos de Aparecida que hacen resonar entre nosotros el llamado mi-sionero de Redemptoris Missio:

* “No podemos quedarnos en espera pasiva en nuestros tem-

plos” (DA 548). * “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que

se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral deci-didamente misionera […] haciendo que la Iglesia se manifieste como

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una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370).

* “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las es-tructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, pa-rroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier insti-tución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe. La conversión personal des-pierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida” (DA 365-366).

Cómo este llamado misionero involucra a los presbíteros.

El problema es que esta invitación parece contradecir el pro-

fundo sentido de arraigo en un lugar que caracteriza al sacerdote diocesano. Esta exhortación cae muy bien a las personas dedicadas a las misiones, pero los presbíteros diocesanos en general tenemos una serie de prejuicios en lo que respecta a la misión. Cuando se acercan personas que invitan a la misión, nos parece leer en su modo de plantear las cosas una falta de comprensión de nuestro propio caris-ma, tan local, tan arraigado en un territorio, tan establemente en-carnado en un lugar y en un pueblo que es nuestro hasta la muerte. Desde Navega Mar Adentro, nos planteamos si esto no contradice nuestra opción por la pastoral ordinaria (el primer criterio de nues-tro documento).

Por eso, se vuelve necesario clarificar el sentido completo y exacto de la convocatoria misionera, de manera que pueda ser asu-mida por todos desde su vocación específica. Sobre todo si tomamos conciencia e intentamos asumir que no se trata de un área secunda-ria de la pastoral de la Iglesia, o de un aspecto más al lado de tantos otros.

Hay que recordar que un sacerdote diocesano, como para

cualquier otro cristiano, y por el simple hecho de seguir siendo cris-

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tiano, está llamado particularmente a llegar a las personas que viven al margen de Jesucristo, le desconocen, y no se reconocen miembros de la Iglesia Católica. Y está llamado con el mismo deber irrenuncia-ble de amar a Dios y amar al prójimo, por cuanto el llamado misione-ro es parte de la esencia misma del ser cristiano:

Todos los sacerdotes deben estar abiertos “sobre todo a los

grupos no cristianos del propio ambiente” (PDV 32b). “El Señor les confía no sólo el cuidado pastoral de la comuni-

dad cristiana, sino también y sobre todo la evangelización de sus compatriotas que no forman parte de su grey” (RMi 67).

El párroco “debe ser un ardoroso misionero que vive el cons-tante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (DA 201).

En este sentido, cualquier párroco debería asumir, como tarea

fundamental, tan esencial e ineludible como el amor a Dios y al pró-jimo, la misión ad gentes en su propio territorio. Con ello recupera la dimensión estrictamente misionera, inseparable de su identidad cristiana, sin necesidad de salir de su diócesis. Porque “no pueden ser misioneros de otros países, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble de la misión ad extra” (RMi 34).

Benedicto XVI reafirmó esta comprensión de la misión ad gen-

tes diciendo que “el campo de la misión ad gentes se ha ampliado notablemente y no se puede definir sólo basándose en consideracio-nes geográficas o jurídicas. En efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del Pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas sino también los ámbitos sociocul-turales y, sobre todo, los corazones”.38

Pero esto no vuelve la misión menos exigente, sino que nos

reclama volvernos más misioneros en lo ordinario y en la propia pa-

38 BENEDICTO XVI, Discurso a las Obras Misionales Pontificias del 05/05/2007.

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rroquia. Se trata de ser un apasionado buscador de la oveja perdida en el propio territorio. Cómo se entiende en América Latina y en Argentina

En primer lugar hay que reconocer también en nuestro país que va creciendo el número de personas que ya no se consideran ca-tólicas y han ido debilitando su identidad cristiana hasta prescindir de Jesucristo en sus vidas, aunque vivan en lugares caracterizados por una cultura de raíz católica. Por eso hay que aceptar la necesi-dad de la llamada “nueva evangelización”. Redemptoris Missio la describe como un anuncio dirigido a personas que “no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio” (RMi 33).

Este fenómeno se explica por las características del mundo

actual donde muchas veces los padres bautizados ya no dedican tiempo a sus hijos, por lo cual no les transmiten la fe católica, y lle-vados por la vorágine de la vida posmoderna, ni siquiera llevan a sus hijos a bautizar. En esas familias están los típicos destinatarios de una nueva evangelización, que en general no se sitúa en el contexto de un rechazo explícito o de una ignorancia total de la propuesta cristiana, pero que puede estar condicionada por una situación de indiferencia, de desinterés, o incluso de prejuicios negativos y mu-chas distracciones generadas por los medios de comunicación y por la sociedad de consumo.

Pero les propongo que vayamos más hondo en este planteo. Si

tenemos en cuenta la realidad de una fuerte piedad popular en nuestra gente, se nos plantea el siguiente problema: si acogemos el llamado de Redemptoris missio y dedicamos todas nuestras fuerzas a estos sectores que ya no se reconocen católicos o prescinden com-pletamente de Jesucristo, eso nos obligaría a optar por minorías, descuidando las mayorías en riesgo. Y ese no es sin duda el espíritu

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de Aparecida, y tampoco un criterio fuerte de NMA que invita a lle-gar a todos, más que concentrarnos en minorías.

La mayoría de los pobladores de nuestras diócesis argentinas

siguen reconociéndose como miembros de la Iglesia Católica, y, a su modo, llevan una existencia conectada con Cristo y con su Evangelio. No son paganos que nunca oyeron hablar de Jesucristo, sino que se declaran católicos sin vergüenza, aman a Jesucristo, son profunda-mente devotos de la Virgen. En la imagen de María leen el Evangelio.

¿Cómo acogemos entonces el llamado de Juan Pablo II, de Be-

nedicto XVI y de Aparecida, de priorizar la misión en un sentido más estricto de buscar a los alejados?

Creo que la respuesta está en el llamado de Benedicto XVI en

Brasil, que pidió dedicar todas las fuerzas eclesiales en una activi-dad misionera en las periferias (recogido en Aparecida 550).

Es verdad que en las periferias todavía hay una mayoría de

fieles católicos. Pero a esos sectores no se les aplica fácilmente la categoría de “atención pastoral ordinaria”. La inmensa mayoría de ellos no asiste a la Misa dominical y no integra grupos o instituciones de parroquias o movimientos católicos, de manera que las estructu-ras ordinarias de las parroquias no llegan a ellos.

La pastoral ordinaria está más ligada a los servicios que ordi-nariamente se brindan a los fieles que asisten con frecuencia a los centros católicos: confesión, acompañamiento espiritual, charlas, cursos de formación, predicación dominical, etc. La actividad misio-nera dirigida a los fieles de la piedad popular, que procura el creci-miento de su fe católica, toma otra forma completamente diferente que suele llamarse “pastoral popular”. Pero es importante notar que la pastoral “popular” tiene algunas características que la asemejan a la actividad misionera en un sentido más propio. Por ejemplo: des-prenderse de las seguridades que brindan los esquemas instituciona-les a los que estamos habituados, ir a dónde ellos viven, hacer un peculiar esfuerzo de adaptación a su modo cultural propio, etc. Es

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decir, el movimiento de “salir de las estructuras pastorales ordina-rias para llegar a las periferias pobres” se parece a la misión “ad gentes” en cuanto al modo, pero no en su finalidad. Porque no se trata de procurar una conversión a Jesucristo, como si fueran ateos, sino de acompañar, alentar y promover una fe católica ya viva, de manera que pueda seguir desarrollándose, con su forma cultural pro-pia, en el seno de la Iglesia Católica.

Hay que reconocer que estamos en un momento histórico

donde el peso de los medios de comunicación como formadores de cultura es enorme (mucho más que en décadas anteriores), y donde el estilo de vida de las personas ha sufrido cambios muy marcados. Por eso la fe popular necesita un acompañamiento más cercano. Hay cierta ruptura en la transmisión de la fe. Aparecida lo reconoce di-ciendo que “nuestras tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra con la misma fluidez que en el pasado. Ello afecta, incluso, a ese núcleo más profundo de cada cultura, consti-tuido por la experiencia religiosa” (DA 39).

Sería ingenuo ignorarlo. De otro modo no se explicaría que en

las zonas periféricas sean tantos los pobres que dejan la Iglesia Cató-lica (alrededor de 50 millones en Brasil en las últimas décadas. Un poco menos, pero también varios millones en el Gran Buenos Aires y muchos en barrios pobres de ciudades pequeñas). Con esos millones de pobres la transmisión popular de la fe no funcionó mágicamente. Es decir, no es algo infalible y automático, necesita apoyo.

Sería suicida ignorar estos cambios del sujeto social y las nue-vas necesidades de las personas, que si no encuentran lo que buscan en estructuras católicas lo buscarán en otra parte. Hace falta reac-ciones más rápidas que nos vuelvan cercanos. De otro modo nos sin-dicarán a nosotros como responsables de un proceso de entropía que puede comenzar a producir síntomas imparables.

Hoy la fe popular requiere una atención que propicie caminos

de expresión, de maduración, crecimiento y afianzamiento, aunque

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siempre habrá que hacerlo a partir de un profundo reconocimiento de su identidad cultural específica:

“Se necesita cuidar el tesoro de la religiosidad popular de nuestros pueblos, para que sea siempre nuevamente evangelizada” (DA 549)

Aparecida invita a valorarla profundamente y a respetar su

modo cultural propio, pero al mismo tiempo a llevar esa piedad po-pular a un crecimiento y afianzamiento en un “contacto más direc-to” con las Escrituras y en una mayor cercanía a la Eucaristía (cf. DA 262). Reconozcamos que esa plenitud debería resultarnos imperiosa si tenemos un corazón realmente misionero. Nadie puede negar que, si la acción secreta de la gracia en un pagano reclama la plenitud eucarística, con mayor razón hay que decirlo de fieles católicos que viven su fe con profunda devoción. La actividad evangelizadora de la Iglesia debería ocuparse de eliminar los condicionamientos de todo tipo que impiden que la vida de la gracia presente y manifiesta en millones de fieles católicos pueda lograr esa plenitud eucarística a la que tiende por su propia naturaleza. Si es propio de la Iglesia Católi-ca poseer y ofrecer una “plenitud” de medios de salvación (UR 3), por lo cual a ella se orienta la vida de la gracia presente en los no cristianos, entonces se vuelve evidente que a esa plenitud son invi-tados particularmente a nuestros propios fieles.

¿Entonces cómo se sintetiza todo esto?: en un llamado a salir

hacia las preferías más descuidadas. Allí se desarrollan tres estra-tegias pastorales diversas: según el caso, habrá que desarrollar el primer anuncio propio de la misión ad gentes, o el esfuerzo por vol-ver a despertar una fe perdida (nueva evangelización) o el acompa-ñamiento que llamamos “pastoral popular”, tan diferente de la pas-toral ordinaria. Estas tres formas de la actividad misionera se combi-nan en las periferias en riesgo.

En esta salida hacia las periferias, no sólo estaremos escu-

chando el llamado del Papa o acogiendo Aparecida, sino cumpliendo el Evangelio: “Cuando des un banquete no invites a tus amigos ni a

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tus vecinos ricos… Invita a los pobres, a los lisiados…” (Lc 14, 12-14). Esto es Evangelio puro, no es ideología. Aparecida lo cita diciendo:

“En esta época, suele suceder que defendemos demasiado nuestros espacios de privacidad y disfrute, y nos dejamos contagiar fácilmente por el consumismo individualista. Por eso, nuestra opción por los pobres corre el riesgo de quedarse en un plano teórico o me-ramente emotivo, sin verdadera incidencia en nuestros comporta-mientos y en nuestras decisiones. Es necesaria una actitud perma-nente que se manifieste en opciones y gestos concretos... Se nos pi-de dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíci-les, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida… Sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos an-helos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres” (DA 397-398). (DA 397-398).

Se trata entonces de salir, de ir hacia, no hay vuelta de hoja.

Es una salida, un éxtasis trinitario que se traduce en cercanía. Por-que es salir para estar cerca, es ir a los hogares, ir a las casas, ir donde ellos viven, celebrar misa más cerca de ellos, caminar las ve-redas, acercarse a donde ellos están. No hay otra. Esto ni significa que el cura mismo deba ir a todos los hogares, sino anime a otros pa-ra que lo hagan, alentando un constante movimiento de cercanía.

Es para nuestras diócesis el desafío de crear nuevas par-oikias, una nueva cercanía física con las familias.

La renovación “extática”, “Kerygmática” y vocacional de la pas-toral ordinaria y del sacerdocio

Todo esto implica una renovación personal y eclesial. Pero

precisemos ahora en qué consiste una renovación misionera dentro de nuestras diócesis. Tiene 3 aspectos.

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1) La renovación misionera de las comunidades es en primer lugar una renovación “extática” (ex-tasis: salida de sí). Es decir, consiste en reestructurar las actividades, los grupos y los proyectos pastorales para poder llegar a las periferias, para “salir” hacia los que no cono-cen a Cristo y hacia los que están más abandonados. Esta renovación misionera que propone Aparecida tiene manifestaciones muy concre-tas, como multiplicación de servicios y ministerios misioneros (cf DA 202), superación de la “burocracia” (DA 203), “sectorización en uni-dades territoriales más pequeñas” (DA 372, 518c), “creación de co-munidades de familias” (DA 372), etc. Es un éxtasis, una salida, pero no para desarraigar, sino para crear nuevas formas de comunión, más ricas y más incluyentes de los que no se sienten convocados. Es salir para hacer nacer nuevos centros de arraigo y de fe compartida. Pero eso implica, como ha dicho el Cardenal Bergoglio, aceptar y asumir un cierto desorden, una novedad que nos desinstala, que nos llama a una disponibilidad abierta, y nos expone a lo imprevisto. Se trata entonces de aceptar internamente ser desinstalados por lo im-previsto (una profunda actitud espiritual). 2) Pero esto sería quedarse sólo en un primer nivel de la renovación eclesial que, aunque sea indispensable, todavía no nos permite lle-gar al fondo de una verdadera transformación misionera. Porque una renovación misionera profunda y realmente decisiva requiere tam-bién una renovación “Kerygmática” que transfigure la pastoral ordi-naria. Esto nos permite advertir que la propuesta de Aparecida no invita a descuidar la atención pastoral ordinaria, a vaciar las sedes parroquiales, sino a transformarla a la luz de la misión ad gentes.

¿Qué significa precisamente esto? La misión ad gentes es el paradigma de toda acción evangelizadora, es el primer analogado. Pues bien, la misión ad gentes está ordenada en primer lugar al Ke-rygma. Es el anuncio del amor infinito de Dios que nos redimió en la Cruz de Jesucristo, quien ha resucitado y vive con nosotros. Vive y ofrece vida en abundancia. Y está presente de tal manera que no nos

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abandona pase lo que pase, que puede darle un sentido a todo, has-ta a la peor de las angustias. Porque mi Redentor está vivo.

Estamos llamados a decirle esto de un modo u otro a cada persona, cara a cara. No hay que tener tanta vergüenza de hacer es-te anuncio. Es verdad, y nadie tiene derecho a relativizarlo o ridicu-lizarlo.

Pero no hay que entenderlo de un modo elitista o despreciati-

vo de la fe de la gente. Este anuncio no se llama “primero” sólo en un sentido cronológico, sino sobre todo en un sentido “cualitativo”. Es el anuncio fundamental y fundante, que debe estar presente siempre, atravesando todas las actividades de la pastoral ordinaria. Cuando repetimos este anuncio a los fieles no lo hacemos pensando que nunca lo han escuchado, sino porque es la convicción principal que hay que renovar y afianzar constantemente, para que todo lo demás no se reduzca a un conjunto de normas, prácticas o ideas re-ligiosas (cf. DA 12), porque más que “una decisión ética o una gran idea” lo que configura el ser cristiano es un “encuentro con un acon-tecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1; DA 12, 243).

Precisamente por eso, los obispos en Aparecida han dicho que “el amor vivificador de Dios que se nos ofrece en Cristo muerto y re-sucitado” es “lo primero que necesitamos anunciar y también escu-char” (DA 348). Es decir, aún el obispo necesita volver a escuchar aquello que siempre será lo primero.

La renovación Kerygmática de la pastoral ordinaria, que desa-

rrolla la nos vuelve a todos más misioneros, implica renunciar a la idea de impartir a todos una formación minuciosa, antes de enviar-los, o el ideal de concentrarse en pequeños grupos para darles una preparación exhaustiva. Se trata de llegar a todos a través de todos, con un renovado anuncio del Kerygma, y no sólo a través de los que han recibido varios años de instrucción cristiana.

Pablo no esperó tener una formación cristiana completa para salir a anunciar a Jesucristo. En Mc 5, 20 el endemoniado liberado

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cumple anunciando por todas partes lo que Jesús le dijo: “Cuéntales lo que el Señor ha hecho por ti”. Sin duda hay ministerios que re-quieren una formación prolongada, pero eso no vale para el anuncio misionero fundamental, que es obligación de todos, sin excepción. En todo caso, un misionero convencido de este anuncio, comienza a necesitar y a pedir él mismo una formación creciente para perfec-cionar su actividad misionera.

Pero también hay que lograr que la actualización del primer

anuncio esté presente constantemente en la predicación, la cate-quesis, la pastoral social, y en todas las áreas pastorales, iluminando y transformando toda la pastoral ordinaria.

Aun la celebración de los sacramentos puede dejarse interpe-lar por esta propuesta de renovación Kerygmática. Eso implicaría aprovechar mejor las posibilidades misioneras que otorgan, particu-larmente, las celebraciones de bautismos y casamientos. Se trata en-tonces de situar el Kerygma constantemente en el centro de la acti-vidad pastoral:

“El encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana […] debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del Kerygma y la acción misionera de la comunidad. El Ke-rygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el Kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterili-dad, sin corazones verdaderamente convertidos al Señor. Sólo desde el Kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. Por eso, la Iglesia ha de tenerlo presente en todas sus acciones” (DA 278a).

Sólo de esta manera los agentes pastorales estarán verdade-ramente dispuestos para llevar ese anuncio a la vida pública y a las periferias de la sociedad con convicción.

Los presbíteros, así como deben alentar la comunión fraterna

en todos los sectores de la actividad pastoral, también están llama-dos a asegurar esta constante renovación Kerygmática.

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Esto no complica el ministerio ni lo vuelve más pesado. Al contrario. Cuando un presbítero vuelve al núcleo de su fe, no tiene temor a complicar su vida con un montón de exigencias nuevas. Sim-plemente retorna al manantial más fresco y puro, y orienta a los demás en ese mismo sentido. Así, no sólo se simplifica y renueva su vida cristiana sino la de toda la comunidad.

Como consecuencia, se deja de perder tiempo y energías en cosas internas, preocupaciones secundarias, discusiones inútiles, es-tructuras asfixiantes, y las energías se encauzan en lo esencial. Por eso, no se trata de sobrecargar todavía más su agenda, sino de adop-tar un nuevo estilo, que libera al cura de pesos inútiles y a la vez lo vuelve más fecundo.

De otra manera, el miedo a la misión nos mantiene encerra-

dos en pequeños sectores algo enfermizos, y desarrollamos una vida parroquial entrópica, involutiva, que no tiene más futuro que en-friarse todavía más y destruirse poco a poco a sí misma. Es un círculo vicioso de mezquindad llena de excusas. Hay que convencerse de que la vida se acrecienta dándola. 3) La renovación misionera tiene también un tercer aspecto, el voca-cional: Para que haya una misión permanente hay que partir de una base, y es que todos estén convencidos de que su vida mismo es una misión para los otros, de que el Dios que los ama los envía a los de-más, y eso es lo que da sentido a su paso por este mundo. ¿Para qué estás en esta tierra si no es para cumplir una misión? El cura, por ser el primer animador misionero, tiene que ofrecer constantes motiva-ciones para que la gente se decida con gusto por la misión. La dimensión discipular esencial de la propuesta

Vamos ahora a la otra cara de este dinamismo renovador. To-do lo que acabamos de decir, bien entendido, muestra que no se tra-ta ante todo de modificaciones estructurales de la Iglesia, para que

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responda mejor a su naturaleza misionera. Cualquier cambio externo es infecundo si no se fortalece la identidad discipular de cada cre-yente. Precisamente porque supone una “conversión” pastoral, es imposible asumir esto como una mera obligación, sin un espíritu que fecunde una decisión sincera.

La renovación misionera supone ante todo que uno mantenga viva la ilusión por llevar a Cristo a los demás, pero por eso mismo re-quiere que el propio ser cristiano se mantenga vivo y sano.

Si no tengo la convicción real, sincera, existencial, de que co-nocer a Cristo y tratarlo vale la pena, si él no sigue siendo verdade-ramente importante para mí, no hay un interés sincero por llevar a otros a ese encuentro de amistad. Sabemos que, cuando se enfría el amor por Cristo, cuando ya no nos cautiva meditar el Evangelio, cuando el encuentro con él deja de atraernos y cuando su figura de-ja de fascinarnos, no habrá un interés genuino de hablar de él. Por eso se comprende claramente que Aparecida haya colocado al lado de la identidad misionera, de modo inseparable, la identidad discipu-lar.

Aunque yo mismo tenía ciertos reparos ante un acento exage-

rado en el discipulado, que pudiera volverse dialéctico o espiritualis-ta. Pero reconozco la necesidad de entender el auténtico e indispen-sable aporte de este acento. Concebirse a sí mismo como discípulo es condición necesaria para ser auténtica y establemente misione-ros.

Pero creo que el peor error sería entender esto de un modo pragmático, y resumirlo en una invitación a dar prioridad de modo dialéctico a la oración personal, a espacios espirituales, a la soledad o la privacidad, o a prácticas devotas. Se trata de algo mucho más profundo que está detrás, y que si no se desarrolla, las prácticas pia-dosas se nos convierten en nuevas formas de autorreferencialidad.

Es algo más radical, es una convicción nuclear: Es aceptar depender de Dios, perder ese miedo profundo a ser tomados por Él, a estar bajo su dominio. Esto responde a nuestra realidad profunda de ser criaturas, que no hemos comprado la vida sino que la recibi-mos gratuitamente. Es el origen fontal de la amistad con Jesucristo,

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que no puede ser merecida ni pagada, sino sólo acogida como don llamado al crecimiento. Y esto se vive en lo cotidiano, en pequeñas pero constantes elevaciones del corazón que pide ayuda, en una cer-teza permanente de necesitarlo a él. El discípulo es ante todo el que escucha, el que acoge, el que se deja llevar, guiar, transfigurar se-gún la imagen del Maestro. Un misionero que no haya desarrollado esta radical conciencia receptiva, es un predicador vacío, un profe-sional que no contagia a nadie, aunque rece. Porque en realidad está viviendo en una venenosa inmanencia.

El Papa había subrayado esta dimensión al decir que la Iglesia

es “misionera en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero”.39 El origen y el núcleo permanente del discipulado misio-nero es una serena y feliz receptividad ante el amor de Dios.40 Por eso, todo misionero debería pedir la gracia de dejarse amar, de abandonar sus resistencias y su pretensión de autonomía. En la acep-tación sincera de esta dependencia –en el ser y en la gracia se juega toda forma auténtica de discipulado misionero, que nos permita de-jar de ser quejosos e insatisfechos que no contagian a nadie.

Entonces, “para convertirnos en una Iglesia llena de ímpetu y

audacia evangelizadora, tenemos que ser de nuevo evangelizados y fieles discípulos […] No hemos de dar nada por presupuesto y des-contado. Todos los bautizados estamos llamados a ‘recomenzar desde Cristo’, a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos” (DA 549). Porque “el seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena” (DA 277).

39 BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de Inauguración de la V Conferencia, Aparecida, 13/05/2007. 40 J. A. SAYÉS, La gracia de Cristo, Madrid, 1993, 181.

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Pero en la práctica discipulado y misión son inseparables porque el auténtico discipulado es una mirada verdaderamente contemplati-va a Jesucristo. Pero realmente contemplativa, hasta el fondo. Tan contemplativa que nos hace participar de la mirada de Jesús hacia los abandonados y buscados por él, que ha querido necesitar de nuestra cooperación. Una mirada tan hondamente contemplativa que nos saca de nosotros mismos hasta reconocer y aceptar de corazón su envío misionero: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evange-lio” (Mc 16, 15). Tan fuertemente contemplativa que nos permita volver a reconocer que el mismo amor de Cristo “nos apremia” a ser misioneros (cf. 2 Co 5, 14), hasta el punto que llegamos a decir: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Co 9, 16).

Aparecida, para alentar un nuevo compromiso misionero, nos invita a todos a volver a convencernos de que Jesucristo vale la pe-na. Nos propone que nos atrevamos al vértigo de vivir de él y para él en medio del vacío posmoderno. Nos convoca, de esta manera, a volver a hablar de él sin vergüenza ni complejos, sabiendo que su amor, que nos hace tanto bien, nos llama a recomenzar con entu-siasmo en la misión de comunicar su vida.

También a us-

tedes y a mí se nos invita a volver a la esencia de la propia vocación. Alguna vez quisimos entregarle la vida a Jesucristo con un profundo deseo de hacer el bien a los demás, de convertirnos en una especie de cántaro de vida donde los demás pudieran ir a refrescarse y a be-ber. Descubrimos que el sacerdocio nos permitía unir la fascinación por Jesucristo con ese ideal fraterno y donativo. Queremos recupe-rar todos la ilusión y devolverle a nuestro sacerdocio esa dimensión misionera que le viene de nuestra radical vocación cristiana que de ningún modo ha sido debilitada por el Orden Sagrado.

Notas básicas de la misión que propone Aparecida

Terminemos con orientaciones para la misión en nuestras Dió-cesis. Para no entender esta propuesta misionera como “una” misión más, tengamos en cuenta que, más allá de la perfección organizati-

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va, hay seis notas básicas que conviene asegurar. Si estamos prepa-rando la misión en nuestras diócesis, veamos si están presentes: 1) Que no sea acotada el en tiempo, sino pensada de tal manera que después siga sola, que sea una misión permanente, a largo alcance. No es un conjunto de eventos sino el comienzo de algo con proyec-ción (si no hacemos como los políticos, incapaces de proyectar cosas a largo plazo). Esto supone un trabajo sobre nuestras parroquias que las oriente a la descentralización y a la salida. 2) Que su contenido esté centrado en el Kerygma como ofrecimiento de vida. Se trata de simplificar el mensaje mostrando toda su frescu-ra y simplicidad y dirigiéndolo personalmente a cada uno. La gente quiere vivir bien, por lo cual el Kerygma se les presenta como una propuesta para llegar a las mayores profundidades de una vida inten-sa y plena (es otro de los grandes temas de Aparecida). 3) Que se dirija sobre todo a las periferias más descuidadas o aban-donadas (no necesariamente geográficas, sino existenciales). Pero no necesariamente en la propia parroquia. El sujeto y el ámbito es so-bre todo la Iglesia diocesana. A todos tienen que dolernos las peri-ferias abandonadas de la Diócesis, aunque no estén en la propia pa-rroquia. 4) Que convoque a todos, para que todos, de diversas maneras, sean misioneros. No sólo a un grupo de mesoneras de manzana, sino a to-dos. Al mismo tiempo, alentar el compromiso en las instituciones de la vida pública, con lo cual haríamos un aporte a la celebración del Bicentenario. Es decir, no todos visitarán hogares, podrán asumir un mayor y más explícito compromiso misionero en el corazón de las instituciones. Habrá variadas estrategias misioneras. 5) Que esté acompañada permanentemente por diversas formas de predicación que muestren la vida misma como misión y que ofrezcan constantes motivaciones para ser misioneros.

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6) Que incluya siempre en ese anuncio algún texto de la Palabra de Dios, que el anuncio se perciba como manando de la Palabra. Esto sin duda hará que los misioneros vayan pidiendo una mayor forma-ción bíblica y nos moverá a concretar la animación bíblica de toda la pastoral. Desde Aparecida no se puede avanzar en indicaciones más prácticas que estas, porque más que un programa es un paradigma: es la pro-puesta de un estilo de vida cristiana que puede tomar formas muy diversas en cada Diócesis con el aliento de la CEA. Así lo indica Apa-recida en el número 431.

P. Víctor Manuel Fernández Reflexión en la 95 Asamblea Plenaria el 09-04-2008

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“Soy la Vida”

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Corpus Christi

Fiesta de la presencia de Jesús HISTORIA DE LA FIESTA

A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la Exposición y Bendi-ción con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas duran-te la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi.

Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta Fiesta. Desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siem-pre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Juliana comunicó estas apariciones a Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente y, como en ese tiem-po los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus dióce-sis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante. El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez al año siguiente el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad. Más tarde un obispo alemán conoció la costumbre y la extendió por toda la actual Alemania.

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El Santo Padre Urbano IV, por aquél entonces, tenía la corte en Orvieto, un poco al norte de Roma. Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1263 o 1264 se produjo el Milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en proce-sión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales –donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

El Papa movido por el prodigio, y a petición de varios obis-pos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Igle-sia por medio de la bula Transiturus del 8 septiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.

Algunos biógrafos de Urbano IV dicen que éste encargó un oficio –la liturgia de las horas- a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino. Cuando el Papa comenzó a leer en voz alta el de Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se di-fundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y, en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. En 1317 se promulga una recopila-ción de leyes –por Juan XXII- y así se extiende la fiesta a toda la Iglesia.

Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísi-mo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas proce-siones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eu-genio IV y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.

El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosa-mente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos

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los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y vene-rable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reveren-te y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y luga-res públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y re-surrección de Nuestro Señor Jesucristo. LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR Y LA PIEDAD POPULAR

El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.

La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.

Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el prin-cipal punto de confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte, lite-ratura, folclore – han contribuido a dar vida a muchas y significati-vas expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eu-caristía.

La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser educada para que capte dos realidades de fondo:

- que el punto de referencia supremo de la piedad eucarísti-ca es la Pascua del Señor; la Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra parte, la Eucaristía es

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ante todo celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;

- que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su cele-bración, ya porque prolonga las actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.

A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles, cuando veneran a Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia deriva del Sacrificio y tiende a la comunión, sacramental y espiritual". La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaris-tía: inmediatamente después de la Misa, la Hostia que ha sido con-sagrada en dicha Misa se conduce fuera de la iglesia para que el pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento".

Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que cami-na con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdade-ramente el "Dios con nosotros".Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan su de-sarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las ca-lles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a manifestar su fe en Cristo, aten-diendo únicamente a la alabanza del Señor", y ajenos a toda forma de emulación. Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmen-te, con la bendición del santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la con-clusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición con el santísimo Sacramento. Es importante que los fieles comprendan que la ben-

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dición con el santísimo Sacramento no es una forma de piedad eu-carística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cul-tual suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohí-be "la exposición realizada únicamente para impartir la bendición".

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Cristo Eucarístico presente ¿para comerlo o para adorarlo?

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

La adoración del santísimo Sacramento es una expresión par-ticularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede re-montar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la cele-bración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia perma-nente en las Especies consagradas. La reserva de las Especies sa-gradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sa-cramento.

De hecho, "la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo natural a la manifestación externa y pública de esta misma fe (...) La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogan-do por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salva-ción del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumen-to de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es con-

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veniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre".

La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de di-versas maneras: - la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa; - adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las nor-mas litúrgicas, en la custodia o en el copón, de forma prolongada o breve; - la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numero-sas expresiones de piedad eucarística. En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de ora-ción, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que perma-nezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progre-sivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención.

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MAESTROS ESPIRITUALES DE LA DEVOCIÓN A LA EUCARISTÍA

El más grande teólogo de la devoción a la Eucaristía es santo Tomás de Aquino (1224-1274). Según datos históricos exactos, sa-bemos que santo Tomás era en su comunidad dominica «el primero en levantarse por la noche, e iba a postrarse ante el Santísimo Sa-cramento. Y cuando tocaban a maitines, antes de que formasen fila los religiosos para ir a coro, se volvía sigilosamente a su celda para que nadie lo notase. El Santísimo Sacramento era su devoción pre-dilecta. Celebraba todos los días, a primera hora de la mañana, y luego oía otra misa o dos, a las que servía con frecuencia» (S. Ra-mírez, Suma Teológica, BAC 29, 1957,57*).

Él compuso, por encargo del Papa, el maravilloso texto litúr-gico del Oficio del Corpus: Pange lingua, Sacris solemniis, Lauda Sion, etc. (Sisto Terán, Santo Tomás, poeta del Santísimo Sacra-mento, Univ. Católica, Tucumán 1979). La tradición iconográfica suele representarle con el sol de la Eucaristía en el pecho. Un cua-dro de Rubens, en el Prado, «la procesión del Santísimo Sacramen-to», presenta, entre varios santos, a santa Clara con la custodia, y junto a ella a santo Tomás, explicándole el Misterio. Sobre la tum-ba de éste, en Toulouse, en la iglesia de san Fermín, una estatua le representa teniendo en la mano derecha el Santísimo Sacramento.

Desde el siglo XIII, los grandes maestros espirituales han en-señado siempre la relación profunda que existe entre la Eucaristía -celebrada y adorada- y la configuración progresiva a Jesucristo. Recordaremos sólo a algunos.

Guiard de Laon, el doctor eucarístico, relacionado con Julia-na de Mont-Cornillon y el movimiento eucarístico de Lieja, publica hacia 1222 De XII fructibus venerabilis sacramenti. San Buenaven-tura (+1274) expresa su franciscana devoción eucarística en De sanctissimo corpore Christi, partiendo de los seis grandes símbolos eucarísticos anticipados en el Antiguo Testamento. El franciscano Roger Bacon (+1294), la terciaria franciscana santa Ángela de Folig-no (+1309), los dominicos Jean Taulero (+1361) y Enrique Suso

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(+1365), el canciller de la universidad de París, Jean Gerson (+1429), Dionisio el cartujano, el doctor extático (+1471), se distin-guen también por la centralidad de la devoción eucarística en su espiritualidad. La Devotio moderna, tan importante en la espiritua-lidad de los siglos XIV y XV, es también netamente eucarística. Po-demos comprobarlo, por ejemplo, en el libro IV de la Imitación de Cristo, De Sacramento Corporis Christi.

Esta relación de maestros espirituales acentuadamente euca-rísticos podría alargarse hasta nuestro tiempo. Pero aquí solamente haremos mención especial de algunos santos de los últimos siglos.

En el XVI, pocos hacen tanto por difundir entre el pueblo cristiano el amor al Sacramento como san Ignacio de Loyola (1491-1556). En seguida de su conversión, estando en Manresa (1522-1523), en la Misa, «alzándose el Corpus Domini, vio con los ojos interiores... vio con el entendimiento claramente cómo estaba en aquel Santísimo Sacramento Jesucristo nuestro Señor» (Autobiogra-fía, 29).

Recordemos también las visiones que tiene de la divina Tri-nidad, con tantas lágrimas, en la celebración de la Misa, y «aca-bando la Misa», al «hacer oración al Corpus Domini», estando en el «lugar del Santísimo Sacramento» (Diario espiritual 34: 6-III-1544).

No es extraño, pues, que san Ignacio fomentara tanto en el pueblo la devoción a la Eucaristía. Así lo hizo, concretamente, con sus paisanos de Azpeitia. En efecto, cuando Paulo III, en 1539, aprueba con Bula la Cofradía del Santísimo Sacramento fundada por el dominico Tomás de Stella en la iglesia dominicana de la Minerva, San Ignacio se apresura a comunicar esta gracia a los de Azpeitia, y en 1540 les escribe: «ofreciéndose una gran obra, que Dios N. S. ha hecho por un fraile dominico, nuestro muy grande amigo y conocido de muchos años, es a saber, en honor y favor del santísimo Sacra-mento, determiné de consolar y visitar vuestras ánimas in Spiritu Sancto con esa Bula que el señor bachiller [Antonio Araoz] lleva» (VIII/IX-1540). Los jesuitas, fieles a este carisma original, serán después unos de los mayores difusores de la piedad eucarística, por

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las Congregaciones Marianas y por muchos otros medios, como el Apostolado de la Oración.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582), en el mismo siglo, tiene también una vida espiritual muy centrada en el Santísimo Sacra-mento. Ella, que tenía especial devoción a la fiesta del Corpus (Vi-da 30,11), refiere que en medio de sus tentaciones, cansancios y angustias, «algunas veces, y casi de ordinario, al menos lo más con-tinuo, en acabando de comulgar descansaba; y aun algunas, en lle-gando a el Sacramento, luego a la hora quedaba tan buena, alma y cuerpo, que yo me espanto» (30,14). Confiesa con frecuencia su asombro enamorado ante la Majestad infinita de Dios, hecha presente en la humildad indecible de una hostia pequeña: «y muchas veces quiere el Señor que le vea en la Hostia» (38,19). «Harta misericordia nos hace a todos, que quiere entienda [el alma] que es Él el que está en el Santísimo Sacramen-to» (Camino Esc. 61,10).

La Eucaristía, para el alma y para el cuerpo, es el pan y la medicina de Teresa: « ¿pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este santísimo Manjar, y gran medicina aun para los males corporales? Yo sé que lo es» (Camino Vall. 34,7; +el pan nuestro de cada día: 33-34).

Ella se conmueve ante la palabra inefable del Cantar de los Cantares, «bésame con beso de tu boca» (1,1): « ¡Oh Señor mío y Dios mío, y qué palabra ésta, para que la diga un gusano de su Criador!». Pero la ve cumplida asombrosamente en la Eucaristía: « ¿Qué nos espanta? ¿No es de admirar más la obra? ¿No nos llegamos al Santísimo Sacramento?» (Conceptos del Amor de Dios 1,10). La comunión eucarística es un abrazo inmenso que nos da el Señor.

Para santa Teresa, fundar un Carmelo es ante todo encender la llama de un nuevo Sagrario. Y esto es lo que más le conforta en sus abrumadores trabajos de fundadora: «para mí es grandísimo consuelo ver una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento» (Fundaciones 3,10). «Nunca dejé fundación por miedo de trabajo, considerando que en aquella casa se había de alabar al Señor y

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haber Santísimo Sacramento... No lo advertimos estar Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está, en el Santísimo Sacramento en muchas partes, grande consuelo nos había de ser» (18,5). Hecha la fundación, la inauguración del Sagrario es su máximo premio y gozo: «fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento» (36,6). Por otra parte, Teresa sufre y se angustia a causa de las ofensas inferidas al Sacramento. Nada le duele tanto. Mucho hemos de re-zar y ofrecer para que «no vaya adelante tan grandísimo mal y des-acatos como se hacen en los lugares adonde estaba este Santísimo Sacramento entre estos luteranos, deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes, quitados los sacramentos» (Camino Perf. Vall. 35,3)... «parece que le quieren ya tornar a echar del mundo» (ib. Esc. 62,63; +58,2).

Pero aún le horrorizan más a Teresa las ofensas a la Eucaris-tía que proceden de los malos cristianos: «Tengo por cierto habrá muchas personas que se llegan al Santísimo Sacramento -y plega al Señor yo mienta- con pecados mortales graves» (Conceptos Amor de Dios 1,11).

En la España de ese tiempo, la devoción eucarística está ya plenamente arraigada en el pueblo cristiano. San Juan de Ribera (1532-1611), obispo de Valencia, en una carta a los sacerdotes les escribe: «Oímos con mucho consuelo lo que muchos de vosotros me han escrito, afirmándome que está muy introducida la costumbre de saludarse unas personas a otras diciendo: Alabado sea el Santí-simo Sacramento. Esto mismo deseo que se observe en todo nuestro arzobispado» (28-II-1609).

En Francia, en el siglo XVII, las más altas revelaciones priva-

das que recibió santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), religiosa de la Visitación, acerca del Sagrado Corazón se produjeron estando ella en adoración del Santísimo expuesto.

Y como ella misma refiere, esa devoción inmensa a la Euca-ristía la tenía ya de joven, antes de entrar religiosa, cuando toda-

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vía vivía al servicio de personas que le eran hostiles: «ante el Santí-simo Sacramento me encontraba tan absorta que jamás sentía can-sancio. Hubiera pasado allí los días enteros con sus noches sin be-ber, ni comer y sin saber lo que hacía, si no era consumirme en su presencia, como un cirio ardiente, para devolverle amor por amor. No me podía quedar en el fondo de la iglesia, y por confusión que sintiese de mí misma, no dejaba de acercarme cuanto pudiera al Santísimo Sacramento» (Autobiografía 13).

De hecho, la devoción al Corazón de Jesús, desde sus mismos inicios, ha sido siempre acentuadamente eucarística, y por causas muy profundas, como subraya el Magisterio (Pío XII, 1946, Haurietis aquas, 20, 35; Pablo VI, cta. apost. Investigabiles divitias 6-II-1965).

En el siglo siguiente, en el XVIII, podemos recordar la gran devoción eucarística de san Pablo de la Cruz (+1775), el fundador de los Pasionistas. Él, como declara en su Diario espiritual, «desea-ba morir mártir, yendo allí donde se niega el adorabilísimo misterio del Santísimo Sacramento» (26-XII-1720). Captaba en la Eucaristía de tal modo la majestad y santidad de Cristo, que apenas le era posible a veces mantenerse en la iglesia: «decía yo a los ángeles que asisten al adorabilísimo Misterio que me arrojasen fuera de la iglesia, pues yo soy peor que un demonio. Sin embargo, la confian-za en mi Esposo sacramentado no se me quita: le decía que se acuerde de lo que me ha dejado en el santo Evangelio, esto es, que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Diario 5-XII-1720).

En cuanto al siglo XIX, recordemos al santo Cura de Ars

(1786-1859). Juan XXIII, en la encíclica Sacerdotii Nostri primordia, de 1959, en el centenario del santo, hace un extenso elogio de esa devoción: «La oración del Cura de Ars que pasó, digámoslo así, los últimos treinta años de su vida en su iglesia, donde le retenían sus innumerables penitentes, era sobre todo una oración eucarística.

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Su devoción a nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento, era verdaderamente extraordinaria: Allí está, solía decir» (16).

Otro gran modelo de piedad eucarística en ese mismo siglo es san Antonio María Claret (1807-1870), fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, los claretianos. En su Autobiogra-fía refiere: cuando era niño, «las funciones que más me gustaban eran las del Santísimo Sacramento» (37). Su iconografía propia le representa a veces con una Hostia en el pecho, como si él fuera una custodia viviente. Esto es a causa de un prodigio que él mismo refiere en su Autobiografía: el 26 de agosto de 1861, «a las 7 de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales, y tener siempre, día y noche, el Santí-simo Sacramento en el pecho» (694). Gracia singularísima, de la que él mismo no estaba seguro, hasta que el mismo Cristo se la confirma el 16 de mayo de 1862, de madrugada: «en la Misa, me ha dicho Jesucristo que me había concedido esta gracia de permane-cer en mi interior sacramentalmente» (700). El Señor, por otra par-te, le hace ver que una de las devociones fundamentales para ata-jar los males que amenazan a España es la devoción al Santísimo Sacramento (695). FRUTOS DE LA PIEDAD EUCARÍSTICA

El desarrollo de la piedad eucarística ha producido en la Igle-sia inmensos frutos espirituales. Los ha producido en la vida inter-ior y mística de todos los santos; por citar algunos: Juan de Ávila, Teresa, Ignacio, Pascual Bailón, María de la Encarnación, Margarita María, Pablo de la Cruz, Eymard, Micaela, Antonio María Claret, Foucauld, Teresa de Calcuta, etc. Ellos, con todo el pueblo cristia-no, contemplando a Jesús en la Eucaristía, han experimentado qué verdad es lo que dice la Escritura: «contemplad al Señor y queda-réis radiantes» (Sal 33,6).

Pero la devoción eucarística ha producido también otros ma-ravillosos frutos, que se dan en la suscitación de vocaciones sacer-

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dotales y religiosas, en la educación cristiana de los niños, en la piedad de los laicos y de las familias, en la promoción de obras apostólicas o asistenciales, y en todos los otros campos de la vida cristiana. Es, pues, una espiritualidad de inmensa fecundidad. «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20).

Hoy, por ejemplo, en Francia, los movimientos laicales con más vitalidad, y aquellos que más vocaciones sacerdotales y religio-sas suscitan, como Emmanuel, se caracterizan por su profunda pie-dad eucarística.

En las Comunidades de las Bienaventuranzas, concretamen-te, compuestas en su mayor parte por laicos, se practica la adora-ción continua todo el día. Iniciadas hacia 1975, reúnen hoy unos 1.200 miembros en unas 70 comunidades, que están distribuidas por todo el mundo. Y recordemos también la Orden de los laicos consagrados (Angot, Las casas de adoración). ¿DEFICIENCIAS EN LA PIEDAD EUCARÍSTICA?

La sagrada Eucaristía es en la Iglesia el misterio más grandio-

so, es el misterio por excelencia: mysterium fidei. Excede absolu-tamente la capacidad intelectual de los teólogos, que balbucean cuando intentan explicaciones conceptuales. Y también es inefable para los más altos místicos, que se abisman en su luz transforman-te. No es, pues, extraño que, al paso de los siglos, las devociones eucarísticas hayan incurrido a veces en acentuaciones o visiones parciales, que no alcanzan a abarcar armoniosamente toda la ple-nitud del misterio. No se trata en esto de errores doctrinales, pero sí de costumbres piadosas que expresan y que inducen acentuacio-nes excesivamente parciales del misterio inmenso de la Eucaristía. Escribe acerca de esto Pere Tena: «"El Espíritu de verdad os guiará hasta la verdad completa" (Jn 16,13)... Desde la primitiva comuni-dad de Jerusalén, que partía el pan por las casas y tomaba alimen-to con alegría y simplicidad de corazón (Hch 2,46), hasta la solem-ne misa conclusiva de un Congreso Eucarístico internacional, pa-

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sando por las asambleas dominicales de las parroquias y por las pro-longadas adoraciones eucarísticas de las comunidades religiosas especialmente dedicadas a ello, la realidad de la Eucaristía se ha visto constantemente profundizada, y continúa siendo fuente reno-vada de vigor cristiano.

«Esto no significa que en todo momento haya habido, o haya en la actualidad incluso, una armonía perfecta de los diversos as-pectos (...) Un aspecto legítimo de la Eucaristía puede, en deter-minadas circunstancias espirituales, adquirir tal intensidad y tal valoración unilateral, que llegue casi a relegar a un segundo plano los aspectos más fundamentales y frontales del misterio. Pero estas desviaciones de atención no niegan el valor de acentuación que tal aspecto concreto representa para la comprensión de la Eucaristía, ni pueden ser relegados al olvido tales aspectos en la práctica his-tórica de la comunidad eclesial, una vez han entrado a formar par-te del patrimonio de las expresiones de la fe cristiana» (205-206).

Es una trampa dialéctica, en la que ciertamente no pensa-mos caer, decir: «cuanto más se centren los fieles en el Sacramen-to, menos valorarán el Sacrificio»; «cuanto más capten la presencia de Cristo en la Eucaristía, menos lo verán en la Palabra divina o en los pobres»; etc. Un san Luís María Grignion de Montfort, por ejem-plo, ya conoció ampliamente este tipo de falsas contraposiciones -«a mayor devoción a María, menos devoción a Jesús»-, y las refutó con gran fuerza.

No. En la teoría y también en la práctica, es decir, de suyo y en la inmensa mayoría de los casos, «a más amor a la Virgen, más amor a Cristo», «donde hay mayor devoción al Sacramento, hay más y mejor participación en el Sacrificio», «a más captación de la presencia de Cristo en la Eucaristía, mayor facilidad para recono-cerlo en la Palabra divina o en los pobres».

¿Cómo puede contraponerse en serio, concretamente, devo-ción a Cristo en la Eucaristía y devoción servicial a los pobres? ¿Qué dirían de tal aberración Micaela del Santísimo Sacramento, Charles de Foucauld o Teresa de Calcuta?... Son trampas dialécticas sin

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fundamento alguno doctrinal o práctico. Pablo VI, por el contrario, afirma que «el culto de la divina Eucaristía mueve muy fuertemen-te el ánimo a cultivar el amor social», y explica cómo y por qué (Mysterium fidei 38).

Siempre se ha entendido así. El artículo 15 de los Estatutos de la Compañía del Santísimo Sacramento, fundada en Francia el 1630, dispone que «el objeto de la caridad de los hermanos serán los hospitales, prisiones, enfermos, pobres vergonzantes, todos aquellos que están necesitados de ayuda», etc. (DSp II/2, 1302).

El venerable Alberto Capellán (1888-1965), labrador, padre de ocho hijos, miembro de la Adoración Nocturna, en la que pasa 660 noches ante el Santísimo, escribe: «Dios me encomendó la mi-sión de recoger a los pobres por la noche». Hace un refugio, y des-de 1928 hasta su muerte acoge a pobres y les atiende personalmen-te (G. Capellán, La lucha que hace grande al hombre. El venerable Alberto Capellán Zuazo, c/ Ob. Fidel 1, 26004 Logroño, 1998).

La madre Teresa de Calcuta refiere en una ocasión: «En el Capítulo General que tuvimos en 1973, las hermanas [Misioneras de la Caridad] pidieron que la Adoración al Santísimo, que teníamos una vez por semana, pasáramos a tenerla cada día, a pesar del enorme trabajo que pesaba sobre ellas. Esta intensidad de oración ante el Santísimo ha aportado un gran cambio en nuestra Congre-gación. Hemos experimentado que nuestro amor por Jesús es más grande, nuestro amor de unas por otras es más comprensivo, nues-tro amor por los pobres es más compasivo y nosotras tenemos el doble de vocaciones» («Reino de Cristo» I-1987).

Ahora bien, ¿significa todo eso que la devoción eucarística, al paso de los siglos, de hecho, no ha sufrido deficiencias o desvia-ciones? Por supuesto que las ha sufrido, y muchas, como todas las instituciones de la Iglesia. Pero ¿el monacato, la educación católi-ca, las misiones, la misma celebración de la Misa, el clero diocesa-no, la familia cristiana, no han sufrido deficiencias y desviaciones muy graves en el curso de los siglos? «El que de vosotros esté sin

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pecado, arroje la piedra el primero» contra la piedad eucarística (Jn 8,7).

El monacato, por ejemplo, ha conocido en su historia desvia-ciones o deficiencias muy considerables. En la historia del monaca-to ha habido ascetismos asilvestrados, vagancias ignorantes, erudi-ciones sin virtud, semipelagianismos furibundos, condenaciones maniqueas de la vida seglar, romanticismos del claustro y del de-sierto, etc. Pero no por eso dejamos de considerar la vida monásti-ca como una forma maravillosa de realizar el Evangelio. Nada nos cuesta admitir que en esa forma de vida admirable han florecido santos de entre los más grandes de la Iglesia. Y no se nos ocurre decir de la vida monástica lo que alguno ha dicho de la piedad eu-carística: que «aunque legítima, está fundada en una visión parcial del misterio» cristiano, por lo que «está expuesta a tambalearse por sí sola, si se pone en contraste con formas de vida cristiana más plenas», sobre todo cuando «se funda más en el sentimiento que en la razón». Por el contrario, nosotros decimos simplemente y con toda sinceridad que la vida monástica -aunque no ignoramos sus diversas deficiencias históricas- es una de las maneras más bellas y santificantes de vivir el Evangelio. HUBO DEFICIENCIAS

Pues bien, es evidente que en la historia de la devoción eu-carística, según tiempos y lugares, se han dado desviaciones, acen-tuaciones excesivamente unilaterales, incluso errores y abusos, unas veces en las exposiciones doctrinales, otras en las costumbres prácticas. Y por eso ahora, al tratar aquí de la espiritualidad euca-rística, es necesario que señalemos esas deficiencias, al menos las que estimamos más importantes.

En efecto, una acentuación parcial de la Presencia real eu-carística ha llevado en ocasiones a devaluar otras modalidades de la presencia de Cristo en la Iglesia: en la Palabra, por ejemplo, o en los pobres o en la misma inhabitación.

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Otras veces la devoción centrada en la Presencia real ha de-jado en segundo plano aspectos fundamentales de la Eucaristía, entendida ésta, por ejemplo, como memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo, como actualización del sacrificio de la re-dención, como signo y causa de la unidad de la Iglesia, etc.

Los fieles, entonces, más o menos conscientemente, consi-deran que la Misa se celebra ante todo y principalmente para con-seguir esa presencia real de Jesucristo. Olvidando en buena medida que la Misa es ante todo el memorial del Sacrificio de la redención, «la Eucaristía se ha transformado en una epifanía, la venida del Señor, que aparece entre los hombres y les distribuye sus gracias. Y los hombres se han reunido en torno al altar para participar de es-tas gracias» (Jungmann I, 157).

En esta perspectiva, no se relaciona adecuadamente la pre-sencia real de Cristo y la celebración del sacrificio eucarístico, de donde tal presencia se deriva. No siempre se ha entendido tampo-co, como se entendía en la antigüedad, que la reserva de la Euca-ristía se realiza principalmente para hacer posible fuera de la Misa la comunión de enfermos y ausentes.

Esto ha dado lugar, en ocasiones, a una multiplicación incon-veniente de sagrarios en una misma casa, orientando así la reserva casi exclusivamente a la devoción.

En algunos tiempos y lugares la veneración a la Presencia re-al se ha estimado en forma tan prevalente que las Misas más so-lemnes se celebran ante el Santísimo expuesto (Jungmann I, 164).

Con relativa frecuencia, por otra parte, la solemnización sensible de la presencia real de Cristo en el Sacramento -cantos, órgano, número de cirios encendidos, uso del incienso- ha sido no-tablemente superior a la empleada en la celebración misma del Sacrificio.

Y a veces, en lugar de exponer la sagrada Hostia sobre el al-tar, según la tradición primera, que expresa bien la unidad entre Sacrificio y Sacramento, se ha expuesto el Santísimo en ostensorios

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monumentales, muy distantes del altar y mucho más altos que és-te. DEFICIENCIAS DEL LENGUAJE PIADOSO

Otra cuestión, especialmente delicada, es la del lenguaje de

la devoción a la Eucaristía. También aquí ha habido deficiencias considerables, sobre todo en la época barroca. « ¡Oh, Jesús Sacra-mentado, divino prisionero del Sagrario! Acudimos a Vos, que en el trono del sagrario te dignas recibir el rendimiento de nuestra plei-tesía», etc.

No debemos ironizar, sin embargo, sobre estas efusiones eu-carísticas piadosas, tan frecuentes en los libros de Visitas al Santí-simo y de Horas santas. Son perfectamente legítimas, desde el pun-to de vista teológico. Merecen nuestro respeto y nuestro afecto. Han sido empleadas por muchos santos. Han servido para alimentar en innumerables cristianos un amor verdaderamente profundo a Jesucristo en la Eucaristía. Y más que expresiones inexactas, son simplemente obsoletas.

Por lo demás, los cristianos de hoy, en lo referente a la de-voción eucarística, no estamos en condiciones de mirar por encima del hombro a nuestros antepasados. Al atardecer de nuestra vida, vamos a ser juzgados en el amor, más bien que por la calidad esté-tica y teológica de nuestras fórmulas verbales o de nuestros signos expresivos.

Pero tampoco debemos ignorar que, no pocas veces hoy, la sensibilidad de los cristianos, por grande que sea su amor a la Euca-ristía, suele encontrarse muy distante de esas expresiones de pie-dad. Hoy, quizá, el sentimiento religioso, al menos en ciertas cues-tiones, está bastante más próximo a la Antigüedad patrística y a la Edad Media o al Renacimiento, que al Barroco o al Romanticismo. También en las devociones eucarísticas.

Recordemos, por ejemplo, la ternura tan elegante de la de-voción franciscana hacia el Misterio eucarístico. Recordemos el

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temple bíblico y litúrgico, así como la profundidad teológica y la altura mística de las oraciones eucarísticas de santo Tomás o de santa Catalina de Siena... Por eso, entre los autores del siglo XX, las expresiones devocionales de mayor calidad teológica y estética hacia la Eucaristía las hallamos justamente en aquellos autores, como los benedictinos Dom Marmion o Dom Vonier, que están más vinculados a la inspiración bíblica y litúrgica, y a la tradición teoló-gica y mística de la Edad Media. DEFICIENCIAS HISTÓRICAS

Pero, volviendo a la cuestión central, todas éstas son defi-ciencias históricas -que en seguida veremos corregidas por la reno-vación litúrgica moderna-, y en modo alguno nos llevan a pensar que la piedad eucarística es en sí misma deficiente. Alguno, sin embargo, arrogándose la representación del movimiento litúrgico, se expresa como si lo fuera: «El movimiento litúrgico ha reco-nocido que [la piedad eucarística] se trata de una piedad legítima, fundada empero en una visión parcial del misterio de la eucaristía; por esto mismo dicha piedad está expuesta por sí sola a tambalear-se cuando se la contrasta con cualquier forma de espiritualidad que ofrezca una visión completa del misterio de Cristo, del mismo modo que están expuestas a perder actualidad otras devociones que ten-gan una visión parcial de la historia de la salvación, sobre todo las que se fundan más en el sentimiento que en la razón [sic; querrá decir que en la fe]»

¿Cómo se puede decir que la devoción eucarística, la devo-ción predilecta de Francisco y Clara, de Tomás e Ignacio, de Marga-rita María, de Antonio María, de Foucauld o de Teresa de Calcuta, la mil veces aprobada y recomendada por el Magisterio apostólico, la piedad tan hondamente vivida por el pueblo cristiano en los úl-timos ocho siglos, está fundada en una visión parcial del misterio de la fe, se apoya más en el sentimiento que en la fe, y en sí misma

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se tambalea? Y por otra parte, ¿qué fin cauteloso se pretende al declarar legítima una devoción que se juzga de tan mala calidad? RENOVACIÓN ACTUAL DE LA PIEDAD EUCARÍSTICA

El movimiento litúrgico y el Magisterio apostólico, por obra como siempre del Espíritu Santo, al profundizar más y más en la realidad misteriosa de la Eucaristía, han renovado maravillosamen-te la doctrina y la disciplina del culto eucarístico.

Por lo que al Magisterio se refiere, los documentos más im-portantes sobre el tema han sido la encíclica de Pío XII Mediator Dei (1947), la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium (1963), la encíclica de Pablo VI Mysterium fidei (1965), muy espe-cialmente la instrucción Eucharisticum mysterium (1967) y el Ritual para la sagrada comunión y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, publicado en castellano en 1974. Y la exhortación apostólica de Juan Pablo II, Dominicæ Cenæ (1980). La devoción y el culto a la Eucaristía, en fin, es recomendada a todos los fieles en el Catecis-mo de la Iglesia Católica (1992: 1378-1381). DIVERSAS MODALIDADES DE LA PRESENCIA DE CRISTO EN SU IGLESIA

El concilio Vaticano II, en su constitución sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, da una enseñanza de suma importancia para la espiritualidad cristiana: «Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacri-ficio de la Misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz" [Trento], sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que cuan-do alguien bautiza, es Cristo quien bautiza [S. Agustín]. Está pre-sente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Es-critura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "donde están

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dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)» (7).

Pablo VI, en su encíclica Mysterium fidei, hace una enume-ración semejante de los modos de la presencia de Cristo, añadien-do: está presente a su Iglesia «que ejerce las obras de misericor-dia», a su Iglesia «que predica», «que rige y gobierna al pueblo de Dios» (19-20). Y finalmente dice: «Pero es muy distinto el modo, verdaderamente sublime, con el que Cristo está presente a su Igle-sia en el sacramento de la Eucaristía... Tal presencia se llama real no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por anto-nomasia, porque es también corporal y sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e ínte-gro» (21-22; Ritual 6). Y aún se podría hablar de otros modos reales de la presencia. La inhabitación de Cristo en el justo que le ama es real, según Él mismo lo dice: «si alguno me ama... vendremos a él, y en él haremos morada» (Jn 14,23).

En cuanto a la presencia de Cristo en los pobres, fácilmente se aprecia que es de otro orden. Tanto les ama, que nos dice: «lo que les hagáis, a mí me lo hacéis» (Mt 25,34-46). En un pobre, sin embargo, que no ama a Cristo, no se da, sin duda, esa presencia real de inhabitación.

Pues bien, la configuración de una espiritualidad cristiana concreta se deriva principalmente de su modo de captar las diver-sas maneras de la presencia de Cristo. Desde luego, toda espiritua-lidad cristiana ha de creer y ha de vivir con verdadera devoción todos los modos de la presencia de Cristo. Pero es evidente que cada espiritualidad concreta tiene su estilo propio en la captación de esas presencias. Hay espiritualidades más o menos sensibles a la presencia de Cristo en la Escritura, en la Eucaristía, en la inhabita-ción, en los sacramentos, en los pobres, etc. Ahora bien, si la pre-sencia de Cristo por antonomasia está en la Eucaristía, toda espiri-tualidad cristiana, con uno u otro acento, deberá poner en ella el centro de su devoción.

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EL FUNDAMENTO PRIMERO DE LA ADORACIÓN

La Iglesia cree y confiesa que «en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se con-tiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sen-sibles» (Trento 1551: Dz 874/1636).

La divina Presencia real del Señor, éste es el fundamento primero de la devoción y del culto al Santísimo Sacramento. Ahí está Cristo, el Señor, Dios y hombre verdadero, mereciendo absolu-tamente nuestra adoración y suscitándola por la acción del Espíritu Santo. No está, pues, fundada la piedad eucarística en un puro sen-timiento, sino precisamente en la fe. Otras devociones, quizá, sue-len llevar en su ejercicio una mayor estimulación de los sentidos -por ejemplo, el servicio de caridad a los pobres-; pero la devoción eucarística, precisamente ella, se fundamenta muy exclusivamente en la fe, en la pura fe sobre el Mysterium fidei («præstet fides sup-plementum sensuum defectui»: que la fe conforte la debilidad del sentido; Pange lingua).

Por tanto, «este culto de adoración se apoya en una razón seria y sólida, ya que la Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramen-to, y se distingue de los demás en que no sólo comunica la gracia, sino que encierra de un modo estable al mismo Autor de ella. «Cuando la Iglesia nos manda adorar a Cristo, escondido bajo los velos eucarísticos, y pedirle los dones espirituales y temporales que en todo tiempo necesitamos, manifiesta la viva fe con que cree que su divino Esposo está bajo dichos velos, le expresa su gratitud y goza de su íntima familiaridad» (Mediator Dei 164). El culto euca-rístico, ordenado a los cuatro fines del santo Sacrificio, es culto dirigido al glorioso Hijo encarnado, que vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Es, pues, un culto que presta a la santísima Trinidad la adoración que se le debe (Dominicæ Cenæ 3).

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SACRIFICIO Y SACRAMENTO

Puede decirse que «para ordenar y promover rectamente la piedad hacia el santísimo sacramento de la Eucaristía [lo más im-portante] es considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud, tanto en la celebración de la Misa, como en el culto a las sagradas especies» (Ritual 4).

Juan Pablo II insiste en este aspecto: «No es lícito ni en el pensamiento, ni en la vida, ni en la acción quitar a este Sacramen-to, verdaderamente santísimo, su dimensión plena y su significado esencial. Es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia» (Redemptor hominis 20). Ya Pío XII orienta en esta misma dirección su doctrina sobre la devoción eucarística (cf. Discurso al Congreso internacional de pastoral litúr-gica, de Asís (A.A.S. 48, 1956, 771-725).

Esta doctrina ha sido central, concretamente, en la discipli-na renovada del culto a la Eucaristía. «Los fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia proviene del Sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual» (Ritual 80).

Lógicamente, pues, «se prohíbe la celebración de la Misa du-rante el tiempo en que está expuesto el santísimo Sacramento en la misma nave de la iglesia» (ib. 83). Esa íntima unión entre Sacrificio y Sacramento se expresa, por ejemplo, en el hecho de que, al final de la exposición, el ministro «tomando la custodia o el copón, hace en silencio la señal de la Cruz sobre el pueblo» (ib. 99). El Corpus Christi de la custodia es el mismo cuerpo ofrecido por nosotros en el sacrificio de la redención: el mismo cuerpo que ahora está resu-citado y glorioso. DEVOCIÓN EUCARÍSTICA Y COMUNIÓN

La presencia eucarística de Cristo siempre «se ordena a la comunión sacramental y espiritual» (Ritual 80). En efecto, la Euca-

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ristía como sacramento está intrínsecamente orientada hacia la comunión. Las mismas palabras de Cristo lo hacen entender así: «tomad, comed, esto es mi cuerpo, entregado por vosotros». Con-siguientemente, la finalidad primera de la reserva es hacer posible, principalmente a los enfermos, la comunión fuera de la Misa. En el sagrario. Como en la Misa, Cristo sigue siendo «el Pan vivo bajado del cielo».

En efecto, «el fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies fuera de la misa es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la adora-ción de Nuestro Señor Jesucristo, presente en el Sacramento. Pues la reserva de las especies sagradas para los enfermos ha introduci-do la laudable costumbre de adorar este manjar del cielo conser-vado en las iglesias» (Ritual 5).

Según eso, en la Eucaristía, Cristo está dándose, está entre-gándose como pan vivo que el Padre celestial da a los hombres. Y sólo podemos recibirlo en la fe y en el amor. Así es como, ante el sagrario, nos unimos a Él en comunión espiritual. En la adoración eucarística Él se entrega a nosotros y nosotros nos entregamos a Él. Y en la medida en que nos damos a Él, nos damos también a los hermanos.

«En la sagrada Eucaristía -dice el Vaticano II- se contiene to-do el tesoro espiritual de la Iglesia, es decir, el mismo Cristo, nues-tra Pascua y Pan vivo, que, mediante su carne vivificada y vivifi-cante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, invitándolos así y estimulándolos a ofrecer sus trabajos, la creación entera y a sí mismos en unión con él» (Presbiterorum ordinis 5).

La adoración eucarística, por tanto, ha de tener siempre forma de comunión espiritual. Y según eso, «acuérdense [los fieles] de prolongar por medio de la oración ante Cristo, el Señor, presen-te en el Sacramento, la unión con él conseguida en la Comunión, y renovar la alianza que les impulsa a mantener en sus costumbres y en su vida la que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el Sacramento» (Ritual 81).

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ADORACIÓN EUCARÍSTICA Y VIDA ESPIRITUAL

La piedad eucarística ha de marcar y configurar todas las dimensiones de la vida espiritual cristiana. Y esto ha de vivirse tan-to en la devoción más interior como en la misma vida exterior.

En lo interior. «La piedad que impulsa a los fieles a adorar a la santa Eucaristía los lleva a participar más plenamente en el Mis-terio pascual y a responder con agradecimiento al don de aquel que, por medio de su humanidad, infunde continuamente la vida en los miembros de su Cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón por sí mismos y por todos los suyos, y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente el Memorial del Señor y reci-bir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre» (Ritual 80).

Disfrutan del trato íntimo del Señor. Efectivamente, éste es uno de los aspectos más preciosos de la devoción eucarística, uno de los más acentuados por los santos y los maestros espirituales, que a veces citan al respecto aquello del Apocalipsis: «mira que estoy a la puerta y llamo -dice el Señor-; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). En lo exterior, igualmente, toda la vida ordinaria de los adoradores debe estar sellada por el espíritu de la Eucaristía. «Procurarán, pues, que su vida discurra con alegría en la fortaleza de este ali-mento del cielo, participando en la muerte y resurrección del Se-ñor. Así cada uno procure hacer buenas obras, agradar a Dios, tra-bajando por impregnar al mundo del espíritu cristiano, y también proponiéndose llegar a ser testigo de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana» (Ritual 81; +Dominicæ Coenæ 7).

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ADORACIÓN Y OFRENDA PERSONAL

Adorando a Cristo en la Eucaristía, hagamos de nuestra vida «una ofrenda permanente». Los fines del Sacrificio eucarístico, como es sabido, son principalmente cuatro: adoración de Dios, ac-ción de gracias, expiación e impetración (Trento: Dz 940. 950/1743. 1753; Mediator Dei 90-93). Pues bien, esos mismos fines de la Misa han de ser pretendidos igualmente en el culto eucarísti-co. Por él, como antes nos ha dicho el Ritual, los adoradores han de «ofrecer con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo» (80). Pío XII lo explica bien: «Aquello del Apóstol, "habéis de tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Flp 2,5), exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí mismos, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio; es decir, que imiten su humildad y eleven a la suma Majestad divina la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la peni-tencia, detestando y expiando cada uno sus propios pecados. Exige, en fin, que nos ofrezcamos a la muerte mística en la cruz, junta-mente con Jesucristo, de modo que podamos decir como san Pablo: "estoy clavado en la cruz juntamente con Cristo" (Gál. 2,19)» (Me-diator Dei 101). ADORACIÓN Y SÚPLICA

En el Evangelio vemos muchas veces que quienes se acercan

a Cristo, reconociendo en él al Salvador de los hombres, se postran primero en adoración, y con la más humilde actitud, piden gracias para sí mismos o para otros. La mujer cananea, por ejemplo, «acercándose [a Jesús], se postró ante él, diciendo: ¡Señor, ayú-dame!» (Mt 15,25). Y obtuvo la gracia pedida. Los adoradores cris-tianos, con absoluta fe y confianza, piden al Salvador, presente en

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la Eucaristía, por sí mismos, por el mundo, por la Iglesia. En la pre-sencia real del Señor de la gloria, le confían sus peticiones, sabien-do con certeza que «tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo, el Justo. Él es la víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1Jn 2,1-2).

En efecto, Jesús-Hostia es Jesús-Mediador. «Hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a Sí mismo como rescate por todos» (1Tim 2,5-6). Su Sacerdocio es eterno, y por eso «es per-fecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios, y vive siempre para interceder por ellos» (Heb 7,24-25). ADOREMOS A CRISTO, PRESENTE EN LA EUCARISTÍA

Al finalizar su estudio sobre La presencia real de Cristo en la Eucaristía, José Antonio Sayés escribe: «La adoración, la alabanza y la acción de gracias están presentes sin duda en la trama misma de la "acción de gracias" que es la celebración eucarística y que en ella dirigimos al Padre por la mediación del sacrificio de su Hijo. «Pero la adoración, que es el sentimiento profundo y desinteresado de reconocimiento y acción de gracias de toda criatura respecto de su Creador, quiere expresarse como tal y alabar y honrar a Dios no sólo porque en la celebración eucarística participamos y hacemos nuestro el sacrificio de Cristo como culmen de toda la historia de salvación, sino por el simple hecho de que Dios está presente en el sacramento... «Por otra parte, hemos de pensar que la Encarnación merece por sí sola ser reconocida con la contemplación de la gloria del Unigénito que procede del Padre (Jn 1,14)... La conciencia viva de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, prolongación sacra-mental de la Encarnación, ha permitido a la Iglesia seguir siendo fiel al misterio de la Encarnación en todas sus implicaciones y al misterio de la mediación salvífica del cuerpo de Cristo, por el que se asegura el realismo de nuestra participación sacramental en su

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sacrificio, se consuma la unidad de la Iglesia y se participa ya desde ahora en la gloria futura» (312-313). Adoremos, pues, al mismo Cristo en el misterio de su máximo Sacramento. Adorémosle de to-do corazón, en oración solitaria o en reuniones comunitarias, pri-vada o públicamente, en formas simples o con toda solemnidad. - Adoremos a Cristo en el Sacrificio y en el Sacramento. La adora-ción eucarística fuera de la Misa ha de ser, en efecto, preparación y prolongación de la adoración de Cristo en la misma celebración de la Eucaristía. Con razón hace notar Pere Tena: «La adoración eucarística ha nacido en la celebración, aunque se haya desarrolla-do fuera de ella. Si se pierde el sentido de adoración en el interior de la celebración, difícilmente se encontrará justificación para promoverla fuera de ella... Quizá esta consideración pueda ser in-teresante para revisar las celebraciones en las que los signos de referencia a una realidad trascendente casi se esfuman» (212). -Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía: exaltemos al humi-llado. Es un deber glorioso e indiscutible, que los fieles cristianos -cumpliendo la profecía del mismo Cristo- realizamos bajo la acción del Espíritu Santo: «él [el Espíritu Santo] me glorificará» (Jn 16,14). En ocasión muy solemne, en el Credo del Pueblo de Dios, declara Pablo VI: «la única e indivisible existencia de Cristo, Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el Sacramento se hace pre-sente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nues-tros templos. Por lo cual estamos obligados, por obligación cierta-mente gratísima, a honrar y adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos» (n. 26).

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-Adorando a Cristo en la Eucaristía, bendigamos a la Santísima Tri-nidad, como lo hacía el venerable Manuel González: «Padre eterno, bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo Unigénito se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: "sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Padre, Hijo y Espíritu Santo, benditos seáis por cada uno de los segundos que está con nosotros el Corazón de Jesús en cada uno de los Sa-grarios de la tierra. Bendito, bendito Emmanuel» (Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, 37). -Adoremos a Cristo en exposiciones breves o prolongadas. Respecto a las exposiciones más prolongadas, por ejemplo, las de Cuarenta Horas, el Ritual litúrgico de la Eucaristía dispone: «en las iglesias en que se reserva habitualmente la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición solemne del santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente continuado, a fin de que la comunidad local pueda meditar y orar más intensa-mente este misterio. Pero esta exposición, con el consentimiento del Ordinario del lugar, se hará sólamente si se prevé una asisten-cia conveniente de fieles» (86). «Póngase el copón o la custodia sobre la mesa del altar. Pero si la exposición se alarga durante un tiempo prolongado, y se hace con la custodia, se puede utilizar el trono o expositorio, situado en un lugar más elevado; pero evítese que esté demasiado alto y distante» (93). Ante el Santísimo expues-to, el ministro y el acólito permanecen arrodillados, concretamen-te durante la incensión (97). Y lo mismo, se entiende, el pueblo. Es el mismo arrodillamiento que, siguiendo muy larga tradición, viene prescrito por la Ordenación general del Misal Romano «durante la consagración» de la Eucaristía (21). Y recuérdese en esto que «la postura uniforme es un signo de comunidad y unidad de la asam-blea, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes» (20).

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-Adoremos a Cristo con cantos y lecturas, con preces y silencio. «Durante la exposición, las preces, cantos y lecturas deben organi-zarse de manera que los fieles atentos a la oración se dediquen a Cristo, el Señor». «Para alimentar la oración íntima, háganse lectu-ras de la sagrada Escritura con homilía o breves exhortaciones, que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene tam-bién que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios. En momentos oportunos, debe guardarse un silencio sagrado» (Ritual 95; 89). -Adoremos a Cristo, rezando la Liturgia de las Horas. «Ante el santí-simo Sacramento, expuesto durante un tiempo prolongado, puede celebrarse también alguna parte de la Liturgia de las horas, espe-cialmente las Horas principales [laudes y vísperas]. «Por su medio, las alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la ce-lebración de la Eucaristía, se amplían a las diferentes horas del día, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el mundo» (Ritual 96). Las Horas litúrgicas, en efecto, están dispuestas precisamente para «extender a los distin-tos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, "centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cris-tiana" (CD 30)» (Ordenación general de la Liturgia de las Horas 12). -Adoremos a Cristo, haciendo «visitas al Santísimo». En efecto, co-mo dice Pío XII, «las piadosas y aún cotidianas visitas a los divinos sagrarios», con otros modos de piedad eucarística, «han contribui-do de modo admirable a la fe y a la vida sobrenatural de la Iglesia militante en la tierra, que de esta manera se hace eco, en cierto modo, de la triunfante, que perpetuamente entona el himno de alabanza a Dios y al Cordero "que ha sido sacrificado" (Ap 5,12; +7,10). Por eso la Iglesia no sólo ha aprobado esos piadosos ejerci-cios, propagados por toda la tierra en el transcurso de los siglos,

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sino que los ha recomendado con su autoridad. Ellos proceden de la sagrada liturgia, y son tales que, si se practican con el debido de-coro, fe y piedad, en gran manera ayudan, sin duda alguna, a vivir la vida litúrgica» (Mediator Dei 165-166). SAGRARIOS DIGNOS EN IGLESIAS ABIERTAS

Procuremos tener sagrarios dignos en iglesias abiertas, para que pueda llevarse a la práctica esa adoración eucarística de los fieles. Así pues, «cuiden los pastores de que las iglesias y oratorios públicos en que se guarda la santísima Eucaristía estén abiertas diariamente durante varias horas en el tiempo más oportuno del día, para que los fieles puedan fácilmente orar ante el santísimo Sacramento» (Ritual 8; +Código 937). «El lugar en que se guarda la santísima Eucaristía sea verdaderamente destacado. Conviene que sea igualmente apto para la adoración y oración privada» (Ritual 9). «Según la costumbre tradicional, arda continuamente junto al sagrario una lámpara de aceite o de cera, como signo de honor al Señor» (Ritual 11; puede ser eléctrica, pero no común: Código 940).

En cada iglesia u oratorio haya «un solo sagrario» (Código 938,1). Y en los conventos o casas de espiritualidad el sagrario esté «sólo en la iglesia o en el oratorio principal anejo a la casa; pero el Ordinario, por causa justa, puede permitir que se reserve también en otro oratorio de la misma casa» (ib. 937). DEVOCIÓN EUCARÍSTICA Y ESPERANZA ESCATOLÓGICA

Adoremos a Cristo en la Eucaristía, como prenda y anticipo de la vida celeste. La celebración eucarística es «fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura» (Vat. II: UR 15a). Por eso el culto eucarístico tiene como gracia propia mantener al cristiano en una continua tensión escatológica. Ante el sagrario o la custo-dia, en la más preciosa esperanza teologal, el discípulo de Cristo

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permanece día a día ante Aquél que es la puerta del cielo: «yo soy la puerta; el que por mí entrare, se salvará» (Jn 10,9). Ante el sagrario, ante la custodia, el discípulo persevera un día y otro ante Aquél «que es, que era, que vendrá» (Ap 1,4.8). El Cristo que vino en la encarnación; que viene en la Eucaristía, en la in-habitación, en la gracia; que vendrá glorioso al final de los tiem-pos. No olvidemos, en efecto, que en la Eucaristía el que vino -«quédate con nosotros» (Lc 24,29)- viene a nosotros en la fe, «mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesu-cristo». Así lo confesamos diariamente en la Misa. Como hace notar Tena, «la presencia del Señor entre nosotros no puede ser más que en la perspectiva del futuræ gloriæ pignus [prenda de la futura gloria]» (217).

En los últimos siglos, ha prevalecido entre los cristianos la captación de Cristo en la Eucaristía como Emmanuel, como el Señor con nosotros; y éste es un aspecto del Misterio que es verdadero y muy laudable. Pero los Padres de la Iglesia primitiva, al tratar de la Eucaristía, insistían mucho más que nosotros en su dimensión esca-tológica. En ella, más que el Emmanuel, veían el acceso al Cristo glorioso que ha de venir. Y en sus homilías y catequesis señalaban con frecuencia la relación existente entre la Eucaristía y la vida futura, esto es, la resurrección de los muertos: «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día» (Jn 6,54).

Esta perspectiva escatológica de la Eucaristía no es exclusiva de los Padres primeros, pues se manifiesta también muy acentuada en la Edad Media, es decir, en las primeras formulaciones de la adoración eucarística. Bastará, por ejemplo, que recordemos algu-nas estrofas de los himnos eucarísticos compuestos por santo To-más: «O salutaris hostia, quæ cæli pandis ostium» (Hostia de salva-ción, que abres las puertas del cielo: Verbum supernum, Laudes, Oficio del Corpus). «Tu qui cuncta scis et vales, qui nos pascis hic mortales, tuos ibi comensales, coheredes et sodales fac sanctorum civium» (Tú, que conoces y puedes todo, que nos alimentas aquí,

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siendo mortales, haznos allí comensales, coherederos y compañeros de tus santos: Lauda Sion, secuencia Misa del Corpus). «Iesu, quem velatum nunc aspicio, oro fiat illud quod tam sitio; ut te revelata cernens facie, visu sim beatus tuæ gloriæ» (Jesús, a quien ahora miro oculto, cumple lo que tanto ansío: que contemplando tu ros-tro descubierto, sea yo feliz con la visión de tu gloria. Adoro te de-vote, himno atribuido a Santo Tomás, para después de la eleva-ción). «O amantissime Pater, concede mihi dilectum Filium tuum, quem nunc velatum in via suscipere propono, revelata tandem fa-cie perpetuo contemplari» (Padre amadísimo, concédeme al fin contemplar eternamente el rostro descubierto de tu Hijo predilec-to, al que ahora, de camino, voy a recibir velado: Omnipotens sempiterne Deus, oración preparatoria a la Eucaristía, atribuida a Santo Tomás). La secularización de la vida presente, es decir, la disminución o la pérdida de la esperanza en la vida eterna, es hoy sin duda la tentación principal del mundo, y también de los cristia-nos. Por eso precisamente «la Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico» (Dominicæ Cenæ 3), porque ésa es, sin duda, la devoción que con más fuerza levanta el corazón de los fieles hacia la vida celestial definitiva.

Y «he aquí -escribe Tena- cómo a través de esta dimensión escatológica de la adoración eucarística, reencontramos la motiva-ción fundamental de la misma reserva: para el Viático, para que los enfermos puedan comulgar... Este pan de vida que está encima del altar, así como procede del banquete celestial, continúa ofrecido como alimento de tránsito: es un viático, sobre todo. Cada uno de los adoradores puede pensar, en el instante de adoración silencio-sa, en este momento en que recibirá por última vez la Eucaristía: "¡quien come de este pan vivirá para siempre!" (Jn 6,58). La prenda del futuro absoluto está ahí: es la presencia del Señor de la gloria, que aparece en la Eucaristía» (217). LOS SACERDOTES Y LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

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Si todos los fieles han de venerar a Cristo en el Sacramento, «los pastores en este punto vayan delante con su ejemplo y exhór-tenles con sus palabras» (Ritual 80). En efecto, los sacerdotes de-ben suscitar en los fieles la devoción eucarística tanto por el ejem-plo como por la predicación. Es un deber pastoral grave.

La piedad eucarística de los fieles depende en buena medida de que sus sacerdotes la vivan y, consiguientemente, la prediquen -«de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34)-. Por eso la Congregación para la Educación Católica, en su instrucción de 1980 Sobre la vida espiritual en los Seminarios, muestra tanto inte-rés en que los candidatos al sacerdocio sean formados en el con-vencimiento de que «el continuo desarrollo del culto de adoración eucarística es una de las más maravillosas experiencias de la Igle-sia». «Un sacerdote que no participe de este fervor, que no haya adquirido el gusto de esta adoración, no sólo será incapaz de transmitirlo y traicionará la Eucaristía misma, sino que cerrará a los fieles el acceso a un tesoro incomparable». Y por eso la Congrega-ción para el Clero, en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 1994, toca también con insistencia el mismo punto: «La centralidad de la Eucaristía se debe indicar no sólo por la digna y piadosa celebración del Sacrificio, sino aún más por la adoración habitual del Sacramento. El presbítero debe mostrarse modelo de la grey [1Pe 5,3] también en el devoto cuidado del Se-ñor en el sagrario y en la meditación asidua que hace -siempre que sea posible- ante Jesús Sacramentado. Es conveniente que los sa-cerdotes encargados de la dirección de una comunidad dediquen espacios largos de tiempo para la adoración en comunidad, y tribu-ten atenciones y honores, mayores que a cualquier otro rito, al Santísimo Sacramento del altar, también fuera de la Santa Misa. "La fe y el amor por la Eucaristía hacen imposible que la presencia de Cristo en el sagrario permanezca solitaria" (Juan Pablo II, 9-VI-1993). La liturgia de las horas puede ser un momento privilegiado para la adoración eucarística» (50).

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De todo esto, ya hace años, dijo hermosas cosas el gran li-turgista dominico A.-M. Roguet (L'adoration eucharistique dans la piété sacerdotale, «Vie Spirituelle» 91, 1954, 11-12). LA DEVOCIÓN EUCARÍSTICA DESPUÉS DEL VATICANO II

La piedad eucarística es en el siglo XX una parte integrante de la espiritualidad cristiana común. Por eso San Pío X no hace sino afirmar una convicción general cuando dice: «Todas bellas, todas santas son las devociones de la Iglesia Católica, pero la devoción al Santísimo Sacramento es, entre todas, la más sublime, la más tier-na, la más fructuosa» (A la Adoración Nocturna Española 6-VII-1908). ¿Y después del Vaticano II? La gran renovación litúrgica im-pulsada por el Concilio también se ha ocupado de la piedad euca-rística. Concretamente, el Ritual de la sagrada comunión y del cul-to a la Eucaristía fuera de la Misa es una realización de la Iglesia postconciliar. Antes no había un Ritual, y la devoción eucarística discurría por los simples cauces de la piadosa costumbre. Ahora se ha ordenado por rito litúrgico esta devoción.

Por otra parte, en el Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, de 1977, después de la comunión, se incluye un rito para la «inauguración de la capilla del Santísimo Sacramento». Antes tam-poco existía ese rito.

Son éstos, sin duda, gestos importantes de la renovación li-túrgica postconciliar. Y los recientes documentos magistrales sobre la adoración eucarística que hemos recordado, más explícitamente todavía, nos muestran el gran aprecio que la Iglesia actual tiene por esta devoción y este culto. Por eso, si la doctrina y la disciplina de la Iglesia ha querido en nuestro tiempo podar el árbol de la pie-dad eucarística, lo ha hecho ciertamente a fin de que crezca más fuerte y dé aún mejores y más abundantes frutos.

Y por eso aquéllos que, en vez de podar el árbol de la devo-ción al Sacramento, lo cortan de raíz se están alejando de la tradi-

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ción católica y, sin saberlo normalmente, se oponen al impulso re-novador de la Iglesia actual.

Ya en 1983 observaba Pere Tena: «sabemos y constatamos cómo en muchos lugares se ha silenciado absolutamente el sentido espiritual de la oración personal ante el santísimo sacramento, y cómo esto, juntamente con la supresión de las procesiones eucarís-ticas y de las exposiciones prolongadas, se considera como un pro-greso» (209). En esta línea, podemos añadir, hay parroquias hoy que no tienen custodia, y en las que el sagrario, si existe, no está asequible a la devoción de los fieles.

La supresión de la piedad eucarística no es un progreso, evi-dentemente, sino más bien una decadencia en la fe, en la fuerza teologal de la esperanza y en el amor a Jesucristo. Y no parece aventurado estimar que entre la eliminación de la devoción euca-rística y la disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas existe una relación cierta, aunque no exclusiva.

Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Dominicæ Coenæ, no sólamente manifiesta con fuerza su voluntad de estimu-lar todas las formas tradicionales de la devoción eucarística, «ora-ciones personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposicio-nes breves, prolongadas, anuales -las cuarenta horas-, bendiciones y procesiones eucarísticas, congresos eucarísticos», sino que afirma incluso que «la animación y el fortalecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa auténtica renovación que el Concilio se ha propuesto y de la que es el punto central».

Y es que «la Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (3). SECULARIZACIÓN O SACRALIDAD

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Hoy se hace necesario en el cristianismo elegir entre secula-rización y sacralidad. - El cristianismo secularizado, de claras raíces nestorianas y pela-gianas, deja en la duda la divinidad de Jesús y la virginidad de Ma-ría, busca la salvación en el hombre mismo, ignorando la necesidad de la fe y de la gracia para la salvación, olvida la vida eterna, y aleja al pueblo cristiano de la Misa y de los sacramentos, especial-mente del sacramento de la penitencia. Este «cristianismo», por supuesto, suprime la adoración eucarística, vacía los templos, y consigue así tenerlos cerrados. De este modo evita que los cristia-nos se pierdan en pietismos alienantes, y fomenta que vayan entre los hombres, que es donde deben estar. Hoy es bien conocido este falso cristianismo (Iraburu, Sacralidad y secularización, Fundación GRATIS DATE, Pamplona 1996): falsifica la acción misionera, niega la necesidad de la Iglesia, elimina la finalidad sobrenatural de las obras misioneras y educativas, caritativas y asistenciales, y secula-rizando todo en un horizontalismo inmanentista, acaba, claro está, con las vocaciones sacerdotales y religiosas. - El cristianismo sagrado, por el contrario, el bíblico y tradicional, el propugnado por el Magisterio apostólico, confiesa firmemente a Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre, afirma que su gracia es en absoluto necesaria para el hombre, y que su presencia en la Eucaristía, real y verdadera, debe ser adorada. Los cristianos, en este verdadero cristianismo, permanecen en el mismo Señor Je-sucristo, como sarmientos en la Vid santa, y se unen a él por el amor servicial y la oración, por la penitencia sacramental, y muy especialmente por la celebración y la adoración de la Eucaristía. Ésta es la Iglesia que, centrada en el Mysterium fidei, florece en vocaciones, en familias cristianas y en innumerables obras misione-ras y educativas, sociales, culturales y asistenciales. Escuchemos, pues, de nuevo a Juan Pablo II (Dominicæ Coenæ 3): «La animación y el fortalecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa

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auténtica renovación que el Concilio se ha propuesto, y de la que es el punto central. La Iglesia y el mundo tienen una gran necesi-dad del culto eucarístico».

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Ideas para la Adoración

preparando la solemnidad de Corpus Christi

1. CANTO. 2. EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO. 3. SILENCIO. 4. LA PALABRA DE DIOS

Del Evangelio según San Juan. 6,52-66. Discutían entre sí los judíos: “¿Cómo puede éste darnos a

comer su carne?”. Jesús les dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Por-que mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebi-da. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre que vive y me ha enviado, y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí”... Muchos de sus discípulos dijeron: “Muy duro es este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?”... Desde entonces, muchos de sus discípulos se volvie-ron atrás y ya no andaban con él... Pero Simón Pedro respondió: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Palabra del Señor. Salmo 33 5. REFLEXIÓN.

¿Qué significó la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acla-mado por el pueblo, montado sobre un asno, y recorriendo los ca-

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minos, alfombrados con ramos verdes y con las vestiduras de sus entusiastas seguidores?... Allí se juntaron la grandeza con la humil-dad, la fe con la incredulidad, el amor de unos con el odio de otros... Allí se reveló ya lo que iba a ser la presencia de Jesucristo, el “Dios hecho hombre”, en medio de su pueblo cuando se quedase con nosotros en la Eucaristía. La Palabra de Dios puede iluminar este hecho singular, cuando le dice a Israel: “No hay nación tan grande que tenga sus dioses tan cercanos como Yahvé, nuestro Dios, lo está de nosotros” (Deuteronomio 4,7). Y, con Jesús ya en el mundo, viene la acusación del Bautista en el Jordán: “En medio de ustedes está uno a quien no conocen” (Juan 1,26)

Jesús, el “Dios con nosotros”, no puede estar más cercano.

¿Qué más podemos pedirle si se ha quedado día y noche en la mo-rada de su Sagrario, esperando a todos y recibiendo a cuantos de-sean visitarlo? Creemos, y nos unimos a Él en el Altar. Creemos, y lo recibimos en la Comunión. Creemos, y lo acompañamos en su Sa-grario. Creemos, y hoy lo paseamos triunfalmente por nuestras ca-lles, para que bendiga nuestros pueblos, nuestras casas, a nuestras familias y a todos los conciudadanos nuestros, creyentes y no cre-yentes, llevando a todos su salvación... Señor Jesucristo, el manso y humilde de Corazón, Nosotros queremos agradecerte en este día el amor inmenso que te movió en la Última Cena a quedarte hasta el fin del mundo. Aquí estamos, Señor, mirándote, amándote, y unidos a toda la Iglesia que hoy te aclama jubilosa. 6. TESTIMONIO. Es conocida la ilusión que la procesión del Corpus le causaba a San-ta Teresa del Niño Jesús: “Me encantaban sobre manera las proce-siones del Santísimo Sacramento. ¡Qué dicha sembrar flores al paso

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de Dios! Pero antes de dejarlas caer, las lanzaba lo más alto que podía; y cuando mis rosas deshojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo”. Y al recordar su primera comunión decía: “Mi Primera Comunión ha quedado grabada en mi vida como un recuerdo sin nubes... El más hermoso de los días, fue una jorna-da de Cielo... No me cansaba de repetir interiormente las palabras de San Pablo: “¡Ya no vivo yo; es Jesús quien vive en mí!”... 7. CANTO. 8. ALABANZA COMUNITARIA. Respondemos todos a cada invocación: - ¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

- Jesús, Dios cercanísimo que vives entre nosotros. - Jesús, Pan de los Ángeles, hecho Pan de los hombres. - Jesús, Amor de los amores, Dios que estás aquí. - Jesús, manso y humilde, que aceptas nuestros homenajes. - Jesús, desconocido del mundo y vivo para los creyentes. - Jesús, hostia pura de nuestros altares. - Jesús, alimento nuestro en la comunión. - Jesús, amigo nuestro en la intimidad de tu Sagrario. - Jesús, Rey amoroso - Jesús, que gozas con nuestros homenajes de amor. - Jesús, reconocido por la fe viva que nos infundes. - Jesús, a quien esperamos ver sin velos en la Gloria.

Señor Jesús, que en este admirable Sacramento te has quedado presente Tú mismo para que nos sea un imposible olvidarnos de ti. Haz que yo viva pendiente de tu presencia adorable, para corres-ponder con amor al amor inmenso que has derrochado al darte en Pan de Vida y al hacerte el compañero de nuestra peregrinación.

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Gloria al Padre… Madre María, en cuyo seno se amasó el Pan celestial que ahora nos comemos en la Comunión. Tú, que en la primitiva Iglesia eras co-mensal asidua cuando los Apóstoles de Jesús partían el Pan, ensé-ñame a tener hambre de este manjar del Cielo y a hacer compañía al Jesús que se queda en el Sagrario. Dios te salve María… 9. PRECES Cristo nos invita a todos a su cena, en la cual entrega su Cuerpo y su Sangre para la vida del mundo. Nosotros le decimos ahora: A cada oración rezamos: Cristo, Pan celestial, danos la vida eterna.

- Cristo, maná del cielo, que haces que formemos un solo cuerpo todos los que comemos del mismo pan, refuerza la paz y la armonía de todos los que creemos en ti.

- Cristo, médico celestial, que por medio de tu Pan nos das un remedio de inmortalidad y una prenda de resurrección, de-vuelve la salud a los enfermos y la esperanza viva a los cre-yentes.

- Cristo, Rey venidero, que mandaste celebrar tus misterios para proclamar tu muerte hasta que vuelvas, haz que parti-cipen de tu resurrección todos los que han muerto en ti.

Padre nuestro… Señor Sacramentado, Pan de los Ángeles y Pan nuestro celestial, que te nos das como prenda del banquete del Reino y que perma-neces con nosotros día y noche en tu Sagrario. Nosotros queremos

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vivir de ti para que nos llene la vida de Dios. Jesús, si nuestra fe te ve ahora oculto en los velos sacramentales, que un día te veamos cara a cara en los esplendores de la Gloria. Amén. 10. RITO DE LA BENDICIÓN EUCARÍSTICA (canto – oración – bendición) 11. RESERVA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO. CANTO.

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Hora Santa delante del Santísimo

Sacramento del Altar

1. CANTO INICIAL. EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO. 2. INTRODUCCIÓN: Ahora, otra vez reunidos junto al altar renovemos delante del Se-ñor Sacramentado el memorial de su misterio de amor. Escuchemos sus palabras pronunciadas en el Cenáculo junto con sus discípulos. Sus palabras son su testamento. En silencio contemplativo, entre-mos en el misterio y amor de un Dios-con-nosotros, el Emmanuel. Queremos dedicar este tiempo a estar junto a él para escucharle, orar con él al Padre y darle gracias por el gran misterio de su Pas-cua. 3. ORACIÓN Padre santo nos reunimos junto al altar para hacer memoria de la Eucaristía celebrada y adorar la presencia sacramental de tu Hijo entregado para la salvación de todos. Él es el Profeta, haz que su Palabra resuene en nuestro corazón y nuestras palabras sean eco de la suya. Él es el Sacerdote, haz que nuestra ofrenda y oración se eleve hasta tu trono, como incienso, y te ofrezcamos el gozo y el llanto de la humanidad. Él es el Emmanuel, que permanece en el Sacramento, haz que nosotros permanezcamos con él, como los sarmientos en la vid. Él nos ha dado como testamento el manda-miento del amor, haz que lo cumplamos y seamos instrumento de caridad. Padre santo, aumenta nuestra fe en el misterio que ado-ramos y veneramos. Ayúdanos a crecer y testimoniar nuestra fe en

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la vida para que un día podamos contemplarte a ti y a tu Hijo, sin velo alguno. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. 4. PALABRA DE DIOS En esta hora de silencio introduzcámonos en el Cenáculo y escu-chemos las palabras de Jesús que dirigió a sus apóstoles.

Lectura del santo evangelio según san Juan 13,31.33a. 34-35 Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con ustedes. Les doy un man-damiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo los he amado, ámense también entre ustedes. La señal por la que conocerán to-dos que son discípulos míos será que se aman unos a otros”.

Palabra del Señor. Te alabamos Señor

Después de un breve silencio, el guía propone y la asamblea repite muy despacio por tres veces la siguiente antífona: Les doy un mandamiento nuevo: ámense unos a otros, como yo los he amado. Canto. Silencio

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 1-12 Dijo Jesús a sus discípulos: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo,

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para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”.Jesús le responde: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le replica: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre?” ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre”.

Palabra del Señor. Te alabamos Señor.

Después de un breve silencio, el guía propone y la asamblea repite muy despacio por tres veces la siguiente antífona: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, nadie va al Padre, sino por mí. Canto. Silencio.

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 23-29 “El que ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendre-mos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Pa-dre que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy a su la-do, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy yo

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como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y vuelvo a su lado”.

Palabra del Señor. Te alabamos Señor.

Después de un breve silencio, el guía propone y la asamblea repite muy despacio por tres veces la siguiente antífona: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y ven-dremos a él. Canto

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 1-8 Dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado; permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, ni no permanecéis en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y ar-den. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”.

Palabra del Señor. Te alabamos Señor.

Después de un breve silencio, el guía propone y la asamblea repite muy despacio por tres veces la siguiente antífona:

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Permaneced en mí, y yo en ustedes el que permanece en mí da fru-to abundante. Canto

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 11b-26 Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi ale-gría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que lo retires del mundo. Sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad. Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me dis-tes, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmi-go donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como tam-bién yo estoy con ellos”.

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Palabra del Señor. Te alabamos Señor

Canto 5. SÚPLICA Hemos escuchado las palabras de Jesús en el cenáculo. Terminemos esta hora santa delante de la Presencia admirable de Jesús sacra-mentado, dándole gracias por la Eucaristía y por este rato de ora-ción, y supliquémosle que derrame su gracia a favor de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres del mundo. Por eso con confianza cada invocación rezamos: Te lo pedimos Señor.

- te pedimos ser adoradores en espíritu y en verdad - te pedimos estrechar la comunión contigo y con los herma-

nos, - te pedimos servirte, sirviendo a los necesitados y margina-

dos, - te pedimos ser portadores de paz y justicia, - te pedimos ser constructores de un mundo más solidario, - te pedimos un corazón quebrantado y humillado para recibir

tu misericordia, - te pedimos la gracia de vivir con espíritu de recogimiento, - te pedimos por los que no creen, - te pedimos por los que son indiferentes a tu amor.

6. ACCIÓN DE GRACIAS Señor Jesús, tus palabras en el cenáculo nos han conmovido y que-remos darte gracias por ello repetimos rezando: Te damos gracias Señor.

- gracias, por la institución de la Eucaristía,

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- gracias, por tu misterio pascual que nos salva y redime, - gracias, por el mandamiento nuevo, - gracias, por ser Emmanuel, Dios–con–nosotros, - gracias, por esta hora de oración ante tu Presencia, - gracias, por la gracia de tus dones, - gracias, por escucharnos y renovar nuestra vida y sentimien-

tos. Padre nuestro... Señor Jesús, nuestro encuentro de oración contigo no termina aquí, se prolonga en nuestro compromiso en la vida, ayúdanos con tu gracia a serte fieles aquí en la tierra y poder contemplar tu ros-tro en el cielo. Que vives y reinas, por los siglos de los siglos. 7. RITO DE LA BENDICIÓN EUCARÍSTICA (CANTO – ORACIÓN – BENDICIÓN) 8. CANTO. RESERVA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO.

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Esquemas

para la Hora Santa Preparados por el DEMEC

Estos esquemas de Adoración al Santísimo Sacramento están prepa-radas por miembros de diferentes movimientos eclesiales que inte-gran el DEMEC (Departamento de Movimientos Eclesiales, Asocia-ciones y nuevas Comunidades de la Arquidiócesis de Buenos Aires) Les sugerimos tener en cuenta estas pautas como medio para una mejor ADORACIÓN en sus comunidades: � Que haya dos lectores y un grupo a cargo de la música. � Se incluye en esta guía el texto de las canciones sugeridas como

ejemplo, teniendo en cuenta que pueden cambiarlas por otras más conocidas por la comunidad.

� Se ha intentado calcular los tiempos para sesenta minutos, es aconsejable que los guías y músicos puedan leer previamente todo el guión para que durante la misma estén tranquilos al hacerlo.

� Para que haya más participación, sería conveniente tengan can-cioneros en los bancos. � En el caso de tener menos tiempo para la adoración se pueden

sacar canciones y/o algunas partes que los guías vean.

HHOORRAA SSAANNTTAA II En preparación a Corpus Christi

GUÍA 1: Esta Hora Santa está centrada en la FIESTA DE CORPUS CRISTI, que se conmemora el sábado 9 de este mes. Toda la Iglesia

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Arquidiocesana nos encontraremos a las frente a la catedral metro-politana junto a nuestro Pastor, quien presidirá la Eucaristía. Ahora entonces, preparemos nuestros corazones para esta Fiesta Grande de la Iglesia viviendo este momento fuerte de encuentro personal y comunitario con Jesús Sacramentado. (Tiempo estimado dos minu-tos)

���� Exposición del Santísimo: = Mientras se expone el Santísimo, a cargo del sacerdote o minis-tro, cantamos: Canto

GUÍA 2: (leer pausadamente en actitud orante) Señor Jesús, estamos aquí otra vez en tu Presencia, veni-mos para poner en tu corazón nuestra Arquidiócesis. En estos días, donde la Eucaristía nos reúne como pueblo y afianza nuestros vín-culos, queremos renovar nuestra fe en tu Cuerpo sacramentado expuesto ante nosotros. Y así como Vos te exponés ante nosotros, queremos aprender a exponernos ante Vos y ante nuestros herma-nos, haciéndonos testimonios vivos de tu vida entregada por cada uno de nosotros. (Tiempo estimado de lectura un minuto y medio) GUÍA 1: Adoremos a Jesús Eucaristía en un silencio de encuentro profundo. (Se hace cinco minutos de silencio) Canto GUÍA 2: El Papa Urbano IV fue quien estableció en el siglo XIII esta fiesta del Cuerpo de Cristo y para esta le confió a Santo Tomás de

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Aquino la composición de un himno. Escuchemos y oremos con esta oración que toda la Iglesia continúa rezando hasta el presente en la liturgia de las horas de esta fiesta. La leeremos haciendo pequeñas pausas para aprovechar cada palabra y repetírsela a Jesús en la intimidad de nuestro corazón. (Tiempo estimado 1 minuto) GUÍA 1: (leerlo pausado en clima orante, puede ser conveniente leer de a dos estrofas cada guía) Publica, lengua, y canta El misterio del cuerpo glorioso Y de la sangre santa que dio por mi reposo El fruto de aquel vientre generoso. Aquella creadora palabra, con palabra, sin mudarse, Lo que era pan ahora, en carne hace tornarse Y el vino en propia sangre trastornarse. (Se Hace pausa de un minuto y luego se continúa) A todos nos fue dado, de la Virgen purísima María Por todos engendrado; y mientras acá vivía su celestial doctrina esparcía. De allí en nueva manera dio fin maravilloso a su jornada la noche ya postrera, la noche deseada, estando ya la cena aparejada. (Se Hace pausa de un minuto y luego se continúa)

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Convida a sus hermanos, Y, cumplida la sombra y ley primero Con sus sagradas manos por el legal cordero Les da a comer su cuerpo verdadero. Y puesto que el grosero sentido se acordaba y desfallece. El corazón insano por eso no enflaquece, porque la fe le anima y favorece (Se Hace pausa de un minuto y luego se continúa) Honremos pues, echados por tierra, tan divino sacramento, Y queden desechados, pues vino el cumplimiento los ritos del Antiguo Testamento. Y si el sentido queda pasmado de tan alta y nueva cosa Lo que Él no puede pueda, Ose lo que Él no osa, la fe determinada y animosa. ¡Gloria al Omnipotente, y al gran engendrador y al engendrado, y al inefablemente de entre ambos inspirado igual loor, igual honor sea dado! (Tiempo estimado de toda esta lectura seis minutos)

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GUIA 2: En un silencio de adoración profunda de corazón al Cora-zón de Jesús. Repitamos en nuestros corazones la palabra que más ha resonado de esta oración y estemos en la paz del encuentro ín-timo con el Señor. (Se hace un silencio de cinco minutos) Canto GUÍA 1: En el seno de María se amasó el pan de los ángeles a fin de hacerse pan de los hombres. Pidámosle a María Mujer Eucarísti-ca que nos enseñe a hacernos pan en su Hijo. Junto a Ella Oremos por nuestra comunidad eclesial. En silencio rezamos por nuestra Iglesia en Buenos Aires.

GUÍA 2:

Habiendo adorado al Señor creciendo en contemplación y amor cantemos una vez más alabando y agradeciendo su Cuerpo Bendito entre nosotros.

Bendición. Reserva.

HHOORRAA SSAANNTTAA IIII

���� Exposición del Santísimo: = Mientras se expone el Santísimo, a cargo del sacerdote o minis-tro, cantamos: Canto

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GUÍA 1: Aquí estamos Señor, venimos a adorarte en comunidad, en asam-blea fraterna reunida alrededor de tu Mesa Santa. (Pausa) Te adoramos Señor, te reconocemos, creemos en tu Verdadera Pre-sencia en el Pan Eucarístico. (Pausa) Danos luz y humildad para ser verdaderos adoradores en Espíritu y en verdad. (Pausa) Ante tu Presencia Sacramental y en la Escucha de tu palabra que nos va formando, día a día, aquí estamos Señor. (Pausa) Bendito seas Señor por haberte quedado entre nosotros (pausa), por hacernos hijos y hermanos (pausa), por enseñarnos a orar… reunidos y encontrados en Tu Divina Pre-sencia. (Pausa) (Tiempo estimado: tres minutos) GUÍA 2: (leer pausadamente en actitud orante) Santa Teresita de Lisieux dice sobre su relacionarse con Jesús: “Es cierto que no siempre soy fiel, pero no me descorazono ja-más...El Señor me ha enseñado a sacar partido de todo. El tiene en cuenta nuestras debilidades y conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza. ¿De qué podré tener miedo? El se cansará más rápidamente de hacerme esperar que yo de esperarlo.

No hay otra cosa con qué conquistar a Jesús sino por el corazón. (Pausa de un minuto) GUÍA 1: (leer pausadamente) No podemos prescindir de las cosas humanas que nos van sucedien-do, pero toda tristeza podemos iluminarla enseguida con la seguri-dad de la bondad del Padre y sobretodo con la seguridad de su cer-canía. El Padre está aquí, está dentro de nosotros, no está lejos.

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Jesús nos dice en el evangelio de San Juan...”... ¿creen que yo es-toy en el Padre y que el Padre está en mí?” Adoremos a Jesús Eucaristía meditando en estas palabras encon-trándonos profundamente con el Señor (5 minutos de silencio). Canto GUÍA 2: En la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino ade-más según el orden en que conviene rezarlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir sino que también forma toda nuestra afectividad. Muchas veces rezamos esta divina oración aprendida de Jesús, pero ¿la hemos aprendido de corazón?... Ado-rando a Jesús…, hablemos con Él sobre como oramos al Padre en nuestra vida cotidiana, según Él mismo nos enseñó. (Tres minutos de silencio) GUÍA 1: oremos ahora juntos esta oración del Padre Nuestro, lo haremos muy tranquilamente, haciendo una pausa en cada frase, con mucha devoción. Hagámoslo como si fuera la primera vez que aprendemos estas palabras dadas por Jesús para referirnos a Dios Padre. Que nuestros labios estén unidos como nunca al sentir de nuestro corazón filial que clama siempre desde lo más profundo Abba, ¡Pa-dre! (pausa)

Padre Nuestro, que estás en el cielo, (pausa)

Santificado sea Tu Nombre (pausa)

Venga a nosotros Tu Reino (pausa)

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. (Pausa)

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Danos hoy nuestro pan de cada día (pausa)

Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden (pausa)

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén (pausa)

(Todo tiempo estimado cuatro minutos) GUÍA 2: Quedémonos ante Jesús con las palabras de esta oración que más han resonado en nuestros corazones (silencio de cinco mi-nutos). Canto GUÍA 1: Nos decía Juan Pablo II “No tengamos miedo, Cristo conoce “lo que hay dentro del hom-bre”: Solo El lo conoce. Con Cristo no hay pérdidas. El da tan abun-dantemente que ustedes pueden enriquecer a otros aún y con El transformar el mundo. (Silencio de un minuto) GUÍA 2: Nos dice Jesús en el evangelio de San Mateo: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca encuentra y al que llama se le abrirá.” Mt 6,7-8 (pausa) Confiados en el Señor que nos enseñó a pedir al Padre, no dudemos en hacerlo con humildad y plena confianza porque si nosotros, con nuestras limitaciones y egoísmos sabemos dar cosas buenas a nues-tros hijos; cuánto más el Padre del cielo nos colmará de dones y gracias por intermedio de su Espíritu. (Silencio cinco minutos)

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Canto Bendición. Reserva

HHOORRAA SSAANNTTAA IIIIII

���� Exposición del Santísimo: = Mientras se expone el Santísimo, a cargo del sacerdote o minis-tro, cantamos: Canto GUÍA 1: Alabemos y glorifiquemos a nuestro Dios, presente en el Santísimo Sacramento del Altar. (Pausa) Aquí estamos Señor, venimos a visitarte con alegría. (Pausa) Te adoramos en el Sacramento de tu Amor. (Pausa) Te adoramos en todos los sagrarios del mundo. (Pausa) Te adoramos sobre todo allí donde estás más abandonado y eres más ofendido. (Pausa) Jesús sacramentado, te ofrecemos todos los actos de adoración que has recibido desde la institución de este Sacramento y recibirás hasta el fin de los siglos. (Pausa) (Tiempo estimado: tres minutos) GUÍA 2: (leer pausadamente en actitud orante) Ponemos en el corazón del Santísimo Sacramento del Altar, la Ar-quidiócesis de Buenos Aires y todos los miembros de esta Iglesia Particular.

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GUÍA 1: En este rato de Adoración Eucarística, vamos a meditar con el Señor, el pasaje de la Transfiguración del Señor (Mateo 17, 1-9) “Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y lo llevó aparte a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente; su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. En seguida vieron a Moisés y Elías hablando con Jesús. (Pausa) Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡Qué bueno que es-temos aquí! Si quieres, levantaré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” (Pausa) Estaba Pedro todavía hablando cuando una nube luminosa los cu-brió con su sombra y una voz que salía de la nube dijo: “¡Este es mi Hijo, el Amado; Este es mi Elegido, escúchenlo!” (Pausa) Al oír la voz, los discípulos se echaron al suelo, llenos de miedo. Pero Jesús se acercó, los tocó y les dijo: “levántense, no tengan miedo.” (Pausa) Ellos levantaron los ojos, pero ya no vieron a nadie más que a Je-sús. (Pausa) Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión hasta que el Hijo del Hombre halla resucitado de en-tre los muertos.” (Pausa) (Tiempo estimado 4 minutos) GUÍA 2: (leer pausadamente) En los primeros versículos de este pasaje dice: “Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y lo llevó aparte a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente; su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. En seguida vieron a Moisés y Elías hablando con Jesús. “(pausa) (tiempo estimado 2 minutos) GUÍA 1: El Señor subió al cerro a orar. Fue una noche de intimidad con Dios, durante la cual concentró toda su alma en la cercanía de El.

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Tal intimidad le permitió irradiar el fulgor de Dios, convirtiéndose en una viva transparencia de El. En este encuentro se experimenta la manifestación del Amor que es el único Bien por el que vale la pena vivir, es el gran tesoro. Invita y lleva a Pedro, a Santiago y a Juan, para que experimenten rápidamente esta experiencia celes-tial (la gloria de Dios). Moisés y Elías representan la ley y los profe-tas, es decir el antiguo testamento. Cristo y los apóstoles el nuevo testamento que será predicado en todo el mundo ¿Qué actitud tomaría, si el Señor me invita como verdadero amigo de El, a subir al monte, de la misma manera que lo hizo con Pe-dro, Santiago y Juan? ¿Entiendo para que me invita el Señor? ¿Sería testigo de su gloria? ¿Qué le digo a Jesús Pan de Vida presente en medio de nosotros? (Tiempo estimado: tres minutos) Meditemos unos minutos en silencio con Él. (Tres minutos de silen-cio) Canto GUÍA 2: Continuamos con la meditación de la Palabra “Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡Qué bueno que es-temos aquí! Si quieres, levantaré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” (Pausa) Estaba Pedro todavía hablando cuando una nube luminosa los cu-brió con su sombra y una voz que salía de la nube dijo: “¡Este es mi Hijo, el Amado; Este es mi Elegido, escúchenlo!” (Tiempo esti-mado 1 minuto) GUÍA 1: Los apóstoles sintieron por un momento la plenitud de felicidad y de vida, por eso desearon levantar las tiendas y quedarse allí para siempre.

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El escenario de la transfiguración es similar al de los grandes mo-mentos de encuentro con Dios en el antiguo testamento: la cima del monte, el clima de oración, la nube de la presencia de Dios y la voz. También Moisés y Elías, son figuras clave del antiguo testa-mento. La nube luminosa, la luz y la ropa brillante son signos exteriores que nos manifiestan algo del misterio de Jesús; y el día que resuci-te de entre los muertos, todo su ser humano será renovado, am-pliado, lleno de energías divinas, para que pueda a su vez resuci-tarnos a todos. Dios, que se fue revelando de tantos modos a lo largo de la histo-ria, se revela aquí en su Hijo. Jesús Pan de Nuestras vidas, ayúdanos a ver la verdad en nuestra relación y encuentro con Vos por eso nos preguntamos… ¿Dónde ver a Dios? ¿Dónde escuchar a Dios? ¿Hubo en nuestra vida algún mo-mento que quisimos armar la carpa? ¿Tuvimos o tuve la experiencia fuerte, de querer quedarme con Vos, o de escaparme de tu Presen-cia? (tiempo estimado tres minutos) Por un momento, hagamos memoria, de estas experiencias de en-cuentro más intimo con el Señor y meditemos sobre nuestras res-puestas y actitudes. (Silencio de tres minutos) GUÍA 2: “Al oír la voz, los discípulos se echaron al suelo, llenos de miedo. Pero Jesús se acercó, los tocó y les dijo: “levántense, no tengan miedo.” (Pausa) Ellos levantaron los ojos, pero ya no vieron a nadie más que a Je-sús. (Pausa) Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión hasta que el Hijo del Hombre halla resucitado de en-tre los muertos.” (Tiempo estimado 1minuto)

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GUÍA 1: Frente a lo desconocido los apóstoles se asustan, pero nuevamente el Señor con su cercanía y con su Palabra los calma y les dice no tengan miedo, sabiendo que están ante la presencia de Dios. La transfiguración es efectivamente, no la cumbre, sino el resumen de toda la revelación. ¿Señor, reconozco tu Voz? ¿Tengo miedo de testimoniarte en mi vida diaria? ¿Creo que resucitaré como Vos nos prometiste? (Tiempo estimado tres minutos) Canto GUÍA 1: ¿Qué nos enseña este acontecimiento?

• Nos enseña a seguir adelante aquí en la tierra aunque ten-gamos que sufrir, con la esperanza de que Él nos espera con su gloria en el Cielo y que vale la pena cualquier sufrimiento por alcanzarlo. (Silencio) Rezamos Ave Maria. (tiempo esti-mado dos minutos).

• A entender que el sufrimiento, cuando se ofrece a Dios, se convierte en sacrificio y así, éste tiene el poder de salvar a las almas. Jesús sufrió y así se desprendió de su vida para salvarnos a todos los hombres. (Silencio) Rezamos Ave Maria. (tiempo estimado dos minutos)

• A valorar la oración, ya que Jesús constantemente oraba con el Padre. A entender que el Cielo es algo que hay que ganar con los detalles de la vida de todos los días. (Silencio)

• Rezamos Ave Maria. (tiempo estimado dos minutos)

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• A vivir el mandamiento que Él nos dejó: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. (Silencio) Rezamos Ave Ma-ria. (tiempo estimado dos minutos)

• Habrá un juicio final que se basará en el amor, es decir, en cuánto hayamos amado o dejado de amar a los demás. (Si-lencio) Rezamos Ave Maria. (tiempo estimado un minuto)

• Dios da su gracia a través de la oración y los sacramentos. Su gracia puede suplir todas nuestras debilidades. (Silencio) Re-zamos Ave Maria. (tiempo estimado un minuto)

Bendición. Reserva.

HHOORRAA SSAANNTTAA IIVV

���� Exposición del Santísimo: = Mientras se expone el Santísimo, a cargo del sacerdote o minis-tro, cantamos: Canto GUIA 1: Señor vinimos a alabarte, a estar en tu presencia, vamos a tomar-nos unos minutos para abrirnos y así estar nosotros presentes frente a ti, para tener un encuentro profundo de corazón a corazón. (1 minuto)

GUIA 2:

Nos dice Jesús en el Evangelio de Juan 3, 13-17

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“Sin embargo, nadie ha subido al Cielo, sino el que ha bajado del Cielo: el Hijo del Hombre.

Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en alto, para que todo aquel que crea tenga por él vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.

Dios no mandó a su Hijo a este mundo para condenar al mundo, sino que por él ha de salvarse el mundo.” (1 minuto)

Nos quedamos meditando la Palabra del Señor. Silencio: 2 mi-nutos

Canto

GUIA 2: Leer pausadamente (tiempo estimado 3 minutos)

Es la Cruz de salvación, Árbol que nos dio la vida Precio de la redención De la humanidad caída. Cruz de Cristo vencedor Te adoramos, sálvanos. Ara donde se inmoló El Cordero inmaculado Cristo en ti nos redimió De la muerte y del pecado Cruz de Cristo vencedor Te adoramos, sálvanos.

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Árbol santo inmortal Son tus frutos redentores, Gracia, luz, perdón y paz, Brindas a los pecadores. Cruz de Cristo vencedor Te adoramos, sálvanos. Santa Cruz de redención. Arco Iris de la Alianza, Signo eterno del perdón, Fuente viva de esperanza Cruz de Cristo vencedor Te adoramos, sálvanos.

Meditación en silencio: 2 minutos.

GUIA 1:

Leer con pausa después de cada párrafo. (Tiempo estimado 2 minu-tos.)

Filipenses 2, 6-11

“Él, siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad con Dios, sino que se despojó, tomando la condición de servidor, y llegó a ser semejante a los hombres.” (Pausa)

“Más aún: al verlo, se comprobó que era hombre.” (Pausa) “Se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

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Por eso Dios lo engrandeció y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre, para que, ante el Nombre de Jesús, todos se arrodi-llen, en los cielos, en la tierra y entre los muertos.” (Pausa) “Y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre.” (Pausa) Silencio de aproximadamente: 15 minutos (Se sugiere música instrumentada, cantos gregorianos,.....) Canto GUIA 1: Tiempo aproximado de lectura del siguiente texto (4 minutos) Habiéndonos dado Dios a su propio Hijo –dice san Pablo- ¿podremos temer que nos niegue bien alguno? Sabemos que el Padre eterno todo cuanto tiene se lo ha dado a Jesucristo. Agradezcamos, pues, siempre la bondad, la misericordia y la liberalidad de nuestro amantísimo Dios, que quiso enriquecernos con todos los bienes y todas las gracias dándonos a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar. (Pausa) En verdad, Salvador del mundo, Verbo hecho hombre, puedo decir que eres enteramente mío si yo lo quiero. Pero ¿puedo igualmente afirmar que soy todo tuyo como tú quieres? Señor mío. Haz que no se vea en el mundo el desconcierto e ingratitud de que yo no sea tuyo como tú lo quieres. ¡Nunca más suceda! Si así fue en el pasa-do, que no lo sea en adelante. Hoy resueltamente me consagro a ti. Te entrego para el tiempo y para la eternidad mi vida, mi voluntad, mis pensamientos, mis acciones y mis padecimientos. Soy tuyo en-teramente, y como víctima a ti consagrada, me doy totalmente a ti. (Pausa)

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Abrásame en las llamas de tu divino amor. No quiero que en mi co-razón vuelvan a tener parte las criaturas. Las pruebas que me has dado del amor que me tienes, cuando ni siquiera te amaba, me mueven a esperar que ciertamente me recibas ahora que te amo y que por amor tuyo a ti me entregue. Te ofrezco hoy Padre Eterno, todas las virtudes, actos y afectos del Corazón de tu amado Jesús, y que por sus merecimientos, todos son míos, pues El me los ha dado, concédeme la gracia que Jesús pide para mí. Con estos merecimientos te doy gracias por tantas miseri-cordias como has usado conmigo; con ellos satisfago lo que por mis culpas te debe; por ellos espero de ti, Señor, todas las gracias: el perdón la perseverancia, la gloria y, sobre todo, el sumo don de tu perfecto amor. (Pausa) Bien veo que soy yo quien a todo pone impedimento, pero esto mismo tú lo vas a remediar. Te lo pido en nombre de Jesucristo, el cual nos prometió que nos concederías todo aquello que en su nombre te pidiéramos. Por tanto, no te puede negar. No quiero, Señor, sino amarte, entregarme enteramente a ti y no ser ya ingra-to como hasta ahora lo he sido. Mírame y escúchame; haz que sea hoy el día en que del todo me convierta a ti, para nunca más dejar de amarte. Te amo, Dios mío; te amo, Bondad infinita; te amo, amor mío, gloria mía, mi bien, mi vida y mi todo. Silencio: 5 minutos Canto GUIA 1: Tiempo estimado de lectura (2 minutos) Oremos con el salmo 77

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“Atiende, pueblo mío, a mi enseñanza; -oye con atención- las pala-bras que brotan de mis labios. Hablaré en parábolas –sacaré a luz los enigmas antiguos... Cuando los castigaba, lo buscaban –se volvían a Dios y le rogaban; -se acordaban que Dios era su roca- y el Altísimo Dios, su Redentor. Mas sólo lo engañaban con sus labios –y con su lengua sólo le mentí-an, -no era su corazón con él sincero –ni tampoco creían en su alianza. El, sin embargo, bueno y compasivo, -en lugar de acabarlos, -perdonaba sus culpas; -refrenaba su enojo muchas veces, -para que su ira no se desatara.” Silencio: 2 minutos Canto GUIA 1: (LEER PAUSADAMENTE EN ACTITUD ORANTE) Señor Jesús, Pan de nuestra Comunión Eclesial, luego de esta medi-tación que nos llevó a ahondar en tu Amor Santificador y Redentor por nosotros, queremos poner en el corazón del Santísimo Sacra-mento del Altar toda la vida de nuestra Arquidiócesis ACLAMACIONES EUCARISTICAS Bendito sea Dios

1. Bendito sea Dios. 2. Bendito sea su santo Nombre. 3. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. 4. Bendito sea el Nombre de Jesús. 5. Bendito sea su sacratísimo corazón. 6. Bendita sea su preciosísima sangre. 7. Bendito sea Jesús en el santísimo sacramento del altar. 8. Bendito sea Espíritu Santo Consolador.

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9. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. 10. Bendita sea su santa e inmaculada concepción. 11. Bendita sea su gloriosa asunción. 12. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. 13. Bendito sea san José, su castísimo esposo. 14. Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Bendición. Reserva.

HHOORRAA SSAANNTTAA VV

���� Exposición del Santísimo: Canto GUIA 1: Señor Jesús hoy estamos aquí, venimos a adorarte y a agradecerte porque estás Prisionero de Amor por nosotros en el Sagrario y ahora expuesto en la Custodia para nosotros tus Hijos sedientos de tu Amor. Hacemos un momento de adoración profunda en nuestros corazones ante tu Divina Presencia. (Silencio 1 minuto) Silencio: 3 minutos GUIA 2: Nos dice Jesús en el Evangelio de Lucas 10, 1-12 “El Señor designó a otros setenta y dos discípulos, además de los doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas

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las ciudades y sitios adonde Él debía ir. Y les dijo: la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero ni provisiones ni calzado y no se detengan a saludar a nadie por el camino” (1 minuto) Nos quedamos meditando la Palabra del Señor. (Silencio: 3 minutos) GUIA 1 Hoy también Jesús nos invita a través del mensaje dado por nues-tros obispos latinoamericanos, reunidos este año, en Aparecida, Brasil, que, como discípulos, salgamos de nuestra quietud y vaya-mos a esos lugares donde nos toca actuar. Lugares como el Traba-jo, familia, parroquia, barrio, amigos, clubes, etc. Llevando la no-ticia que el Señor está cerca, está en medio de nosotros y Él es la causa de nuestra alegría. (1 minuto) Canto GUIA 2: Santa Teresita del Niño Jesús nos enseña su espíritu de discípula misione-ra, escuchémosla:

“Tengo vocación de apóstol. Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu cruz gloriosa en todo suelo. Pero, una sola mi-sión no sería suficiente para mí. Quisiera anunciar el evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo. Quisiera ser misione-ra no solo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguirlo siendo hasta la consumación de los siglos.” Leer pausadamente (tiempo estimado 2 minutos) GUIA 1: Hagamos un espacio de reflexión ante Jesús Eucaristía, sobre nues-tro compromiso de cristianos misioneros enviados desde el día de nuestro bautismo.

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Sin temor y con confianza de niños reconozcamos ante el Señor la autenticidad o no de nuestra respuesta. Leer pausado (Tiempo es-timado 2 minutos.) (Silencio de cinco minutos) Canto GUIA 2: Como comunidad orante y adoradora, reconociendo que Tú eres el Médico de la vida te presentamos nuestras peticiones. A cada oración respondemos: Que seamos instrumentos de tu amor.

� Para aquellos que están solos, enfermos y desocupados. Oremos:

� Para aquellos que no ven nada en el camino y están agobia-dos por la tristeza. Oremos:

� Para los ancianos, niños y madres que sufren la soledad del abandono. Oremos:

� Para los adolescentes, jóvenes que la vida les resulta hueca, vacía y sin sentido. Oremos:

Canto GUIA 1: Jesús nos muestra el camino para ser sus discípulos, escuchemos su Palabra en el apóstol San Juan. “Quien nos ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Si nos amamos unos a otros, Dios per-manece en nosotros y su Amor ha llegado en nosotros a su plenitud. Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Amémonos, pues Él nos amó primero” (1 Jn. 4, 8.12.19.20)

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Tiempo estimado de lectura (3 minutos) Silencio: 4 minutos GUIA 2: En el encuentro frecuente con Jesús Eucaristía está la fuerza de nuestro discipulado. Intercedamos unos por otros para que seamos cada vez más convertidos por Jesús Pan de Vida y viva su Reino en-tre nosotros. Que María del Santísimo Sacramento nos acompañe en la fidelidad al camino. Canto Bendición y reserva.