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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 3 JUECES, RUT, 1 Y 2 SAMUEL El Libro de Jueces Capítulo 1 La agonía de la apostasía El Libro de Jueces abarca cuatrocientos años de historia hebrea. La primera oración del libro menciona la muerte de Josué y la falta de liderazgo que hubo después. Josué no logró entrenar a un líder que continuara su labor. En cierto sentido, el Libro de Jueces relata hasta qué punto llegó la desorientación de los israelitas por esta razón. A lo largo de este libro vemos que ninguno de los jueces logró entrenar a líderes que los sucedieran y dieran continuidad a su visión de cómo debía ser conducido el pueblo de Dios. El versículo clave del Libro de Jueces nos dice que no había rey en Israel durante este período de la historia, y que “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6). Muchos estudiosos creen que Samuel fue el autor de Jueces. Dado que no había ningún rey en el tiempo de los jueces, bien podría ser que el autor de este libro lo haya escrito durante el tiempo de la monarquía, con una mirada retrospectiva. Los días en que gobernaron los jueces, antes que Israel tuviera rey, fueron la edad oscura de la historia hebrea. El mensaje devocional de Jueces tiene que ver con un problema básico, el de la apostasía. La palabra “apostasía” significa ‘estar alejado de’. A veces, la palabra significa apartarse de los compromisos de la fe. En el capítulo final del Libro de Josué, los hijos de Israel

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

1

INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 3

JUECES, RUT, 1 Y 2 SAMUEL

El Libro de Jueces

Capítulo 1

La agonía de la apostasía

El Libro de Jueces abarca cuatrocientos años de historia

hebrea. La primera oración del libro menciona la muerte de Josué y la

falta de liderazgo que hubo después. Josué no logró entrenar a un líder

que continuara su labor. En cierto sentido, el Libro de Jueces relata

hasta qué punto llegó la desorientación de los israelitas por esta razón.

A lo largo de este libro vemos que ninguno de los jueces logró

entrenar a líderes que los sucedieran y dieran continuidad a su visión

de cómo debía ser conducido el pueblo de Dios.

El versículo clave del Libro de Jueces nos dice que no había

rey en Israel durante este período de la historia, y que “cada uno hacía

lo que bien le parecía” (Jueces 17:6). Muchos estudiosos creen que

Samuel fue el autor de Jueces. Dado que no había ningún rey en el

tiempo de los jueces, bien podría ser que el autor de este libro lo haya

escrito durante el tiempo de la monarquía, con una mirada

retrospectiva. Los días en que gobernaron los jueces, antes que Israel

tuviera rey, fueron la edad oscura de la historia hebrea.

El mensaje devocional de Jueces tiene que ver con un problema

básico, el de la apostasía. La palabra “apostasía” significa ‘estar

alejado de’. A veces, la palabra significa apartarse de los compromisos

de la fe. En el capítulo final del Libro de Josué, los hijos de Israel

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hicieron un compromiso y sellaron su fe con un pacto solemne. Josué

dijo: “Ustedes deben elegir por ustedes y por su casa, pero yo y mi

casa serviremos a Jehová” (ver Josué 30:15). En esencia, juraron ante

Dios y Josué: “Elegimos poner a Dios en el primer lugar. Elegimos

servir y obedecer a Dios”.

Ellos eligieron servir al Señor, y asumieron esa postura por

ellos y por sus familias. La apostasía es simplemente esto: Uno toma

una postura como hicieron los hijos de Israel, y luego se aparta o

reniega de su compromiso con Dios y de su pacto con Él.

Un ciclo de apostasía

En el Libro de Jueces vemos un ciclo de apostasía que recorren

los hijos de Israel siete veces en menos de cuatrocientos años. Si

imaginamos un reloj, este ciclo de apostasía comienza con la manecilla

que marca las horas sobre el número doce. Esto representa a los hijos

de Israel cuando Dios está en el primer lugar y ellos están alineados

con Él. A la una, los hijos de Israel se apartan de su compromiso con

Dios. A las dos, hay una corrupción moral, seguida por corrupción

política a las tres. A las cuatro, aparece un enemigo feroz. A las cinco,

Israel es conquistado por ese enemigo. Cuando la manecilla está abajo,

apuntando al seis, los hijos de Israel son esclavos de ese conquistador.

Al avanzar la manecilla por el otro lado, a las siete hay un

avivamiento espiritual. El pueblo clama a Dios pidiendo misericordia.

A las ocho, Dios levanta un líder al que llama, equipa e inspira para

liderar una revolución y derrocar al conquistador malvado. Ese líder es

llamado “juez”. A las nueve, el juez comienza a urdir las formas de

derrocar al conquistador. A las diez, hay una revolución, con la

victoria a las once. Con la victoria ganada y el conquistador derrotado,

los hijos de Israel vuelven a estar en la posición del doce, sirviendo y

amando a Dios nuevamente.

Durante distintos períodos de tiempo, todo está bien, hasta que

volvemos a leer esas tremendas palabras: “Los hijos de Israel hicieron

lo malo ante los ojos de Jehová” (ej: Jueces 2:11). Entonces nos damos

cuenta de que se está repitiendo el ciclo de la apostasía, vez tras vez

tras vez. Los hijos de Israel tuvieron paz durante ochenta años a veces,

pero la apostasía volvía a surgir, y el ciclo de la apostasía se repitió

siete veces.

Hay, al menos, dos aplicaciones devocionales y prácticas para

nosotros cuando leemos el Libro de Jueces. Primero, hay una

aplicación personal. ¿Podemos apartarnos o alejarnos de lo que

creemos? ¿Podemos cometer apostasía? ¡El Libro de Jueces dice que

sí, que es posible!

El Libro de Deuteronomio, y también el apóstol Pablo (1

Corintios 10:12), nos advierte: “El que piensa estar (continuamente)

firme, mire que no caiga”. El hecho de que hayamos entrado a nuestra

“tierra prometida de Canaán” y hayamos vencido no significa que no

podamos apartarnos o alejarnos de lo que creemos. El Libro de Jueces

nos muestra vez tras vez que los hijos de Israel cayeron en la apostasía.

Como ellos, todos tenemos esos tiempos en que hacemos grandes

compromisos con Dios, pero luego nos apartamos o alejamos de esos

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pactos con Él. Cuando lo hacemos, debemos pagar, con el tiempo, el

alto costo de la apostasía.

La segunda aplicación devocional del Libro de Jueces es lo que

podríamos llamar la apostasía nacional. Así como la nación de Israel

pasó por este ciclo tantas veces en el Libro de Jueces, es posible que

otras naciones recorran el mismo ciclo hoy.

Hubo un tiempo en que Tierra Santa era “el cuartel general de

Dios” y Jerusalén era la capital espiritual del mundo. Pero los líderes

espirituales se alejaron de Dios y rechazaron a Jesucristo y sus

afirmaciones mesiánicas. Cuando Jesús entró en Jerusalén en ese

primer Domingo de Ramos, dijo a los líderes religiosos: “Si ustedes no

quieren generar fruto en el reino de Dios, Dios les quitará el reino y se

lo dará a personas que quieren hacerlo”. En otras palabras, Dios

“trasladaría su cuartel general”, si el país no daba fruto para el reino de

Dios. Jesús dijo que el compromiso con Dios es como caer sobre una

roca. O uno cae sobre la roca y es quebrado por ella, o la roca cae

sobre uno y lo hace polvo (ver Mateo 21:42-44).

Cuando Jesús quitó el reino a los líderes religiosos de Israel, lo

entregó a su iglesia. Esto significa que la aplicación devocional de este

ciclo de apostasía debería dirigirse principalmente a la iglesia. Dado

que hay una interpretación pero varias aplicaciones de las Escrituras,

esta advertencia acerca de la apostasía puede ser aplicada a ministerios

como los miles de institutos, universidades y seminarios relacionados

con la iglesia que fueron creados para enseñar la Palabra de Dios.

Debemos aplicar las tremendas advertencias relacionadas con

la apostasía en el Libro de Jueces personalmente, institucionalmente y

nacionalmente. El mensaje de este libro es que siempre debemos “estar

en el doce”, amando, adorando y sirviendo a Dios.

Capítulo 2

Cosas fuera de lo común hechas por medio de personas comunes

Además de las advertencias sobre la apostasía en el Libro de

Jueces, hay muchas verdades devocionales que pueden aprenderse de

las vidas personales de los jueces. Estos jueces son algunos de los

mejores estudios de personalidad de la Biblia.

Otoniel fue el primer juez. Según la Biblia, su única carta de

presentación parece haber sido que era el sobrino de Caleb. La única

carta de presentación del segundo juez, Aod, era su condición de

zurdo. Se nos dice que otra juez, Débora, era una madre de Israel. Le

costó bastante lograr que un militar, Barac, reuniera el valor suficiente

como para acompañarla a la batalla. Gedeón, cuando fue llamado, dijo:

“Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia

es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Jueces

6:15). Un tema recurrente en los perfiles de personalidad de estos

jueces es que eran personas muy comunes.

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¿Se considera usted una persona común y corriente? ¿Cree que

no Dios no querría, o tal vez no podría, usarlo porque no es una

persona muy dotada y con muchos logros? Este Libro de Jueces le

mostrará que a Dios le encanta hacer cosas fuera de lo común a través

de personas muy comunes, como usted o como yo.

Otoniel era el hijo del hermano menor de Caleb. La Biblia dice

que el Espíritu de Dios se apoderó de él, y él reformó y purgó a Israel

de forma tal que cuando condujo a las fuerzas de Israel contra el

enemigo, Dios ayudó a Israel a conquistar completamente (ver Jueces

3:9-11).

A Dios le encanta tomar gente común y hacer cosas fuera de lo

común a través de ellas porque su Espíritu las está controlando. Eso es

lo que el Nuevo Testamento llama ser lleno del Espíritu Santo.

Vemos esto en la vida de un juez llamado Aod, cuya única

carta de presentación era ser zurdo. Israel había sido dominado por los

moabitas. Un rey llamado Eglón los había conquistado. En esos días,

cuando una nación conquistaba a otra, siempre la cargaba con

impuestos insoportables. Aod lideró un grupo que fue a la capital de

Moab para pagar los impuestos de Israel y fue al palacio de Eglón.

Antes de partir para esta misión, hizo un puñal de casi cincuenta

centímetros de largo.

Cuando se paró frente al rey de Eglón, que era sumamente

gordo, le dijo: “Tengo un mensaje para usted de Dios”. Leemos que,

con su fuerte brazo izquierdo, sacó su puñal y mató al rey. Aod

comenzó una revolución, y los moabitas fueron derrocados. Lo único

que se nos dice de Aod es que era zurdo. Es posible que su brazo

izquierdo fuera lo único que él tuviera para ofrecer a Dios, y Dios lo

usó poderosamente. ¿Ha ofrecido usted sus talentos, grandes y

pequeños, a Dios? Si usted pone sus magros dones y talentos en las

manos de Dios, Él los usará, como usó el brazo izquierdo de Aod.

Una de mis historias favoritas de estos libertadores es la de

Débora, una madre de Israel. Débora tenía un don espiritual especial.

Era una profetisa. Se sentaba debajo de una palmera y profetizaba, y

las personas venían de todas partes de Israel para escucharla hablar sus

mensajes sobre Dios.

Un día le dijo a un hombre llamado Barac: “Dios mismo tiene

un mensaje para ti. Debes movilizar diez mil hombres y atacar a

Sísara, el general cananeo, que tiene novecientos carros de hierro y

conduce un gran ejército. Atácalo y libra a Israel de los cananeos” (ver

Jueces 4:6, 7).

Barac dijo: “Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres

conmigo, no iré” (Jueces 4:8). Él sabía que, si Dios estaba realmente

diciéndole esto a través de Débora, entonces lo haría victorioso. Tal

vez para probar a Débora, para ver si realmente creía que era un

mensaje de Dios, le dijo: “Tú ven conmigo. Marcha con nosotros”.

Débora accedió, pero le advirtió: “La historia dirá que una mujer libró

a Israel de los cananeos” (ver Jueces 4:9). Cuando Barac pidió a

israelitas que fueran a la batalla, diez mil hombres se ofrecieron como

voluntarios. Eso era exactamente lo que Débora le había dicho que

ocurriría.

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La batalla se libró en el monte de Tabor. Dios confundió a los

carros de Sísara. El ejército cananeo entró en pánico. Los hombres de

Barac tomaron el control, y Sísara intentó huir. Una mujer llamada

Jael le ofreció esconderse en su tienda. Él se durmió rápidamente y,

mientras dormía, Jael tomó un mazo y una estaca de la tienda y clavó

su cabeza al suelo.

Recuerde que el mensaje central de Jueces es la apostasía y las

consecuencias espantosas de la apostasía. Pero también aprendemos de

las vidas de los jueces que Dios usa a personas poco importantes. A Él

le encanta tomar personas comunes, como usted o como yo, y hacer

cosas fuera de lo común con ellas. Dios hace cosas increíbles a través

de personas comunes y corrientes que están controladas por su

Espíritu.

Capítulo 3

Cada hombre en su lugar

Gedeón es el más pintoresco de todos estos jueces. Miraremos

de cerca su vida, porque tiene mucho que enseñarnos. Por ejemplo, si

usted tiene una baja autoestima, reflexione sobre lo que tiene que decir

Gedeón de sí mismo: “He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y

yo el menor en la casa de mi padre” (Jueces 6:15). Él vivió durante la

conquista de Israel por parte de los madianitas, que fue brutalmente

cruel. Muchos israelitas habían sido muertos en la guerra contra los

madianitas, y estos habían destruido los cultivos del pueblo escogido,

dejándolos sin nada para comer.

Luego de siete años de pobreza y crueldad, el pueblo de Israel

comenzó a clamar al Señor pidiendo ayuda. El Señor llamó al hombre

que se convertiría en su libertador. Ese hombre era Gedeón.

Leemos que el ángel del Señor vino y se sentó debajo de la

encima que estaba en Ofra, que era de Joás. Su hijo, Gedeón, estaba

sacudiendo el trigo en el lagar, porque quería ocultar el trigo de los

madianitas. El ángel del Señor se le apareció y le dijo: “Jehová está

contigo, varón esforzado y valiente. Y Gedeón le respondió: Ah, señor

mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo

esto? ¿Y dónde están todas sus maravillas?” (Jueces 6:12-14).

Habían pasado muchos años desde el cruce del Mar Rojo, y

Gedeón quería saber si Dios todavía haría un milagro por su pueblo

como el que había hecho en tiempo de Moisés. En esencia, el ángel del

Señor dijo a Gedeón que, si quería encontrar el milagro que iba a usar

para liberar al pueblo de Israel de los madianitas, debía mirarse en un

espejo. Dios se deleitaría en tomar al menor de la tribu más débil, y

usar lo común para lograr el milagro fuera de lo común que había

planeado para esta liberación.

Es importante que, cuando Dios lo llama para hacer un trabajo

para Él, usted haga ese trabajo sabiendo que Él lo ha enviado y estará

con usted. También debe aprender algunos secretos espirituales que

tuvieron que aprender estos jueces y otros grandes libertadores, como

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Moisés. Estos secretos espirituales son: No se trata de quién o qué es

usted, sino de Quién y Qué es Dios. No se trata de lo que usted puede

hacer, sino de lo que Dios puede hacer. No se trata de lo que usted

quiere, sino de lo que Dios quiere. Cuando ocurran los milagros, usted

mirará atrás y dirá: “No fue lo que yo hice, sino lo que Dios hizo

porque me envió a mí y estuvo conmigo”.

Dios no busca súper santos. A menudo busca al menor del más

débil, porque es más probable que éste aprenda los secretos

espirituales que aprendieron Moisés y los demás líderes del pueblo de

Dios. ¿Cómo puede alguien aprender estos secretos si es un “súper

santo”? Es más probable que confíe en él mismo que en Dios. Pero si

es el menor del más débil, Dios puede hacer que confíe en Él. Este fue

el tipo de líder que Dios levantó vez tras vez en el Libro de Jueces.

Cuando Dios llamó a Gedeón para derrocar a los madianitas,

había cientos de miles de madianitas. Eran como una plaga de

langostas en cuanto a la cantidad. Dios tenía que edificar la fe de

Gedeón. Dios quiere hacer dos cosas cuando intenta dar a un hombre

el don de la fe. Primero, quiere probar la fe de ese hombre mediante la

prueba. Luego, Dios quiere probarse a sí mismo a ese hombre.

Observe cómo Dios confirma la fe de las personas cuando las llama a

hacer algo que requiere una gran fe. Salmos 37:23 dice: “Por Jehová

son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino”.

La mayoría de nosotros conocemos la historia del vellón de

Gedeón. Dios lo llamó para ser quien libertara a Israel de los

madianitas. Gedeón necesitaba saber con seguridad que Dios lo

llamaba, así que le pidió que confirmara su llamado. Por la noche puso

un vellón de lana seco al aire libre y dijo a Dios que, si la tierra

alrededor estaba seca, pero el vellón estaba mojado a la mañana

siguiente, sabría que el Señor realmente lo estaba llamando a ser un

libertador. Cuando Gedeón se levantó, a la mañana siguiente, la tierra

estaba seca, pero pudo llenar una vasija de agua entera al exprimir el

vellón. Como no estaba seguro todavía, la noche siguiente pidió a Dios

que la tierra estuviera mojada y el vellón, seco. A la mañana siguiente,

la tierra estaba empapada de rocío y el vellón estaba seco.

Como Dios estaba llamando a Gedeón a hacer una gran tarea,

hizo lo que éste le pidió. Pero debemos tener cuidado cuando pedimos

a Dios que nos dé pruebas de sí. Hay una delgada línea entre poner un

vellón, como hizo Gedeón, y poner a prueba al Señor. Cuando Jesús

fue tentado en el desierto, fue desafiado a arrojarse del punto más alto

del templo. Si los ángeles lo salvaban, todos sabrían que era el Hijo de

Dios. Pero Jesús dijo: “Está escrito que no debes poner a prueba a

Dios”. Llegamos a Dios por fe. Habrá veces cuando Dios nos probará.

Sin embargo, nosotros no tenemos derecho a probar a Dios.

Cuando usted comienza su viaje espiritual, es como si estuviera

ingresando a la “Universidad de la Fe” de Dios. Usted no tiene

derecho a probar a Dios. Pero Dios sí tiene derecho a probarlo a usted.

Él puede tomarle una “prueba sorpresa” y exámenes difíciles en

intervalos regulares, pero usted nunca tiene el derecho de tomarle

exámenes a Él. Dios sabe que habrá ocasiones en las que usted tiene fe

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realmente, pero necesita alguna confirmación. Esto no es lo mismo que

poner a prueba a Dios porque no le cree.

Dios probó la fe de Gedeón de otra forma todavía. Antes de

atacar a los madianitas, que estaban acampados en el oscuro valle de

Jezreel, Dios dijo a Gedeón que se metiera a escondidas en el

campamento madianita. Junto a una tienda de dos soldados madianitas,

escuchó que uno de ellos contaba al otro un sueño. Se había

despertado de una pesadilla. Le dijo: “Soñé que un gran pan de cebada

rodaba desde la montaña y aplastaba nuestra tienda. Me pregunto qué

podría significar”. Su compañero le dijo: “Sé lo que significa. Esta es

la espada de Gedeón, ese poderoso ejército israelita que está del otro

lado del monte. Tu sueño significa que el ejército de Israel vendrá y

aplastará el ejército madianita” (ver Jueces 7:13, 14).

Cuando Gedeón lo escuchó, allí, en la oscuridad, inclinó su

cabeza y adoró a Dios. Entonces volvió a su pueblo y dijo:

“Levántense, porque Dios ha entregado a Madián en sus manos”. ¿Está

Dios preparándolo para una obra de fe? ¿Es posible que Dios quiera

hacer una gran obra a través de usted, pero usted no está lo

suficientemente cerca de Él como para saberlo?

Antes de utilizar a Gedeón para derrotar a los madianitas,

vemos cómo Dios le da muchas pruebas de sí mismo, y que también

prueba la fe de Gedeón. El mayor desafío a la fe de Gedeón fue

cuando Dios le pidió que sacrificara el mejor toro de su padre. El padre

de Gedeón era un padre apóstata. Había edificado un altar a Baal, un

dios pagano. Dios dijo a Gedeón que tomara el mejor toro de su padre

(en términos modernos sería como tomar su tractor de 75.000 dólares),

y lo encadenara al altar para derribarlo. Luego, Dios le dijo que tomara

el ídolo de su padre, lo cortara en pedazos e hiciera fuego con él, sobre

el cual sacrificaría el toro como un holocausto para Dios.

Ese fue un desafío enorme. Muchas veces, en los Evangelios,

Jesús dijo: “Si no están dispuestos a ponerme en el primer lugar, por

encima de su padre, no son dignos de mí”. Jesús nos desafía a ponerlo

primero, antes que nuestro padre y nuestra madre. Eso era lo que Dios

pedía que hiciese Gedeón cuando le ordenó destruir el ídolo de su

padre de esta forma.

Gedeón obedeció la orden de Dios al pie de la letra. A la

mañana siguiente, cuando la gente de la ciudad vio lo que había

ocurrido con su altar y su ídolo, preguntó: “¿Quién hizo esto?”. La

respuesta fue: “Gedeón lo hizo”. Querían matarlo porque había

ofendido a Baal. Como el padre de Gedeón amaba a su hijo, dijo a los

habitantes de la ciudad: “Ustedes deberían ser muertos por ofender a

Baal porque, si es un dios, deberían dejar que se defienda por sí solo”.

Ese día, Gedeón recibió el apodo de Jerobaaal, que significa ‘que Baal

se defienda por sí solo’.

Dios probó a Gedeón nuevamente cuando le dijo que “podara”

su ejército. Gedeón contaba con treinta y dos mil hombres para atacar

a los madianitas. Cuando iban por el camino, Dios le dijo: “Gedeón, es

demasiada gente”. Dios no quería que Gedeón pensara que su victoria

era gracias a la cantidad de gente que tenía en su ejército, así que le

ordenó que enviara de vuelta a su casa a todo el que tuviera miedo.

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¿Recuerda usted que, en Deuteronomio, Moisés escribió la ley

que ordenaba este tipo de desafío cuando un ejército de Israel

marchaba hacia una gran batalla? Debían enviar de vuelta a casa a los

soldados que tenían miedo, que estaban recién casados o que habían

plantado un viñedo y todavía no habían cosechado sus frutos

(Deuteronomio 20:1-8). Cuando Gedeón desafió a los temerosos a que

se fueran, veintidós mil soldados se retiraron.

Gedeón continuó marchando con diez mil soldados, hasta que

Dios le dijo: “Gedeón, sigues teniendo demasiada gente”. Él sabía que

Gedeón todavía atribuiría la victoria a la cantidad de hombres que

tenía en su ejército. Dios le dijo que dejara que sus hombres bebieran

agua de un río y que separara a los que se arrodillaban para beber de

los que lamían el agua mientras marchaban por el río. Nueve mil

setecientos hombres se arrodillaron para beber, y Dios dijo,

básicamente: “Diles que se vayan a casa. ¡No los necesitamos! Con los

trescientos que lamieron el agua mientras cruzaban el río, entregaré a

los madianitas en tu mano” (ver Jueces 7:5-7).

Esto es menos del 1% de la cantidad con la que empezó

Gedeón. Dios no necesita miles de seguidores no comprometidos.

Nunca lo ha necesitado. Él necesita un pequeño grupo de siervos

completamente consagrados.

Dios probó la fe de Gedeón nuevamente a través del plan de

batalla con el cual conquistó a los madianitas. La victoria de Gedeón

requería gran fe, una tremenda valentía y un plan hermoso. Los

madianitas estaban acampados en un valle muy oscuro. Dios dijo a

Gedeón que tomara sus trescientos hombres, los dividiera en tres

compañías de cien hombres cada una, y que los colocara en tres

lugares: al norte, este y oeste del ejército madianita. Gedeón recibió

instrucciones claras, que transmitió a sus hombres.

Este es un gran estudio sobre el liderazgo, cuando Gedeón

dice: “Miradme a mí, y haced como hago yo; he aquí que cuando yo

llegue al extremo del campamento, haréis vosotros como hago yo”

(7:17). Esa es la esencia del verdadero liderazgo. Todos estos hombres

simplemente tenían que estar totalmente consagrados a Dios y a

Gedeón. En su mano izquierda tenían un cántaro que cubría una tea.

En su mano derecha, una trompeta. Cuando Gedeón dio la señal,

rompieron los cántaros que cubrían las teas y las dejaron al descubierto

Entonces hicieron sonar sus cien trompetas. Gritaron: “¡Por la espada

de Jehová y de Gedeón!”. Esto ocurrió en tres lugares distintos.

Si usted fuera un madianita, dormido en el suelo en la

oscuridad total, ¿qué pensaría si despertara oyendo que se rompen cien

cántaros, cien trompetas que suenan y cien hombres que gritan al norte

de su campamento? Y luego ocurre lo mismo al este y al oeste de

donde está acampado. Probablemente piense que el gran ejército de

Gedeón lo ha rodeado.

Los madianitas realmente creyeron que estaban rodeados.

Entraron en pánico en la oscuridad y comenzaron a matarse entre sí.

Los hombres de Gedeón los corrieron del valle como si fueran ganado.

Luego los hombres que habían dejado el ejército de Gedeón volvieron

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y se incorporaron a la batalla. Los que habían ido a sus casas volvieron

y, juntos, destruyeron por completo a los madianitas.

El verso que relata la victoria nos da esta descripción de los

trescientos: “Y se estuvieron firmes cada uno en su puesto en derredor

del campamento; entonces todo el ejército echó a correr dando gritos y

huyendo” (7:21). Si un porcentaje de los trescientos no hubiera

descubierto sus teas, no hubiera hecho sonar sus trompetas y no

hubiera gritado cuando correspondía, todo el plan de batalla hubiera

fracasado, y habrían sido destruidos por los madianitas.

Esta es una hermosa imagen de la iglesia de Jesucristo hoy. El

Cristo resucitado no necesita miles de seguidores no comprometidos.

Él necesita una minoría consagrada de discípulos que se mantengan

firmes en su lugar. Si Dios pudiera conseguir que cada uno de nosotros

nos mantuviésemos firmes y usáramos todos los dones que nos ha

dado, en el lugar adonde nos lleven esos dones, con un compromiso

del ciento por ciento con Jesucristo, entonces podríamos hacer huir a

todas las huestes del infierno.

Recuerde que el versículo clave que revela la verdad de los

libros históricos del Antiguo Testamento se encuentra en el Nuevo

Testamento. El apóstol Pablo nos dice que busquemos ejemplos y

advertencias cuando leamos la historia hebrea (1 Corintios 10:11). En

el Libro de Jueces, las advertencias se agrupan alrededor de las

tremendas consecuencias de la apostasía.

Los ejemplos pueden encontrarse en la vida de los jueces. Hay

otros, como Sansón, que son una advertencia y un ejemplo. Busque

ambos en su vida. Las vidas de todos estos jueces son ejemplos de la

dinámica verdad de que Dios se deleita en usar a personas muy

comunes para hacer cosas fuera de lo común para Él y para su gloria.

Cuando comprendemos esa verdad, debemos darnos cuenta de que

nuestra mayor capacidad es nuestra disponibilidad para Dios y para lo

que Él quiere que hagamos.

El Libro de Rut

Capítulo 4

El romance de la redención

Al avanzar en los libros históricos del Antiguo Testamento,

después de ver los Libros de Josué y Jueces, llegamos al Libro de Rut,

una hermosa historia de amor que tuvo lugar “en los días que

gobernaban los jueces”.

Esta historia de amor es un reflejo de la salvación y de nuestra

relación con el Señor Jesucristo. Las escrituras del Antiguo y del

Nuevo Testamento nos dicen que estamos comprometidos en

matrimonio con Él. Él es el Esposo y nosotros, la iglesia, somos su

“esposa”. El Libro de Rut presenta esta relación como un “romance de

redención”. La Biblia nos da esta hermosa historia de amor:

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“Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo

hambre en la tierra. Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los

campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos. El nombre de aquel

varón era Elimelec, y el de su mujer, Noemí; y los nombres de sus

hijos eran Mahlón y Quelión, efrateos de Belén de Judá. Llegaron,

pues, a los campos de Moab, y se quedaron allí. Y murió Elimelec,

marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos, los cuales tomaron

para sí mujeres moabitas; el nombre de una era Orfa, y el nombre de la

otra, Rut; y habitaron allí unos diez años. Y murieron también los dos,

Mahlón y Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos

hijos y de su marido” (Rut 1:1-5).

Elimelec, Noemí y sus dos hijos fueron a un país lejano y

pasaron por tiempos duros. La tierra de Moab tiene una connotación

negativa para los judíos devotos, similar al país lejano de la historia

del Hijo Pródigo. La historia de esta familia sigue el mismo patrón.

Mientras la familia pródiga estaba en la tierra de Moab, ambos hijos

murieron. Elimelec murió también. Noemí es la única sobreviviente de

la familia que viajó a Moab para huir del hambre en Belén y Judá.

Si nos centramos en Noemí, vemos un perfil de algunos de los

patrones de la historia de los pródigos. Mientras Noemí estuvo en el

país lejano de Moab, las cosas fueron muy duras. Sus hijos se casaron

con mujeres moabitas, lo cual estaba prohibido, y luego murieron. Ella

había ido a Moab con un esposo y dos hijos. Ahora no tenía esposo, no

tenía hijos, y tenía dos nueras moabitas.

La historia continúa: “Entonces se levantó con sus nueras, y

regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que

Jehová había visitado a su pueblo para darles pan” (Rut 1:6). Esto es

algo que ocurre casi siempre con un pródigo. Mientras está en país

lejano de este mundo, escucha qué bien están las cosas en la casa de su

padre.

“Salió, pues, del lugar donde había estado, y con ella sus dos

nueras, y comenzaron a caminar para volverse a la tierra de Judá” (Rut

1:7). Este era el retorno de la hija pródiga. Antes de volver, Noemí se

vuelve hacia sus nueras y les dice: “Andad, volveos cada una a la casa

de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis

hecho con los muertos y conmigo. Os conceda Jehová que halléis

descanso, cada una en casa de su marido. Luego las besó, y ellas

alzaron su voz y lloraron”.

La historia continúa: “Y le dijeron: Ciertamente nosotras

iremos contigo a tu pueblo. Y Noemí respondió: Volveos, hijas mías;

¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre,

que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos; porque

yo ya soy vieja para tener marido” (Rut 1:10-12). Leemos que una

nuera de Noemí, Orfa, le dio un beso y se fue. Pero Rut se quedó con

ella.

Noemí le dijo a Rut: “He aquí tu cuñada se ha vuelto a su

pueblo y a sus dioses; vuélvete tú tras ella” (v. 15). Es aquí donde Rut

se convierte en la pieza central del libro que lleva su nombre, y donde

encontramos al personaje principal de esta hermosa historia de amor.

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

11

Rut dice: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a

dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré.

Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres,

moriré yo, y allí seré sepultada” (Rut 1:16, 17).

Rut nos dio un notable modelo de lealtad cuando hizo este

compromiso solemne con Noemí. Estos dos versículos presentan un

bosquejo muy bueno para los votos matrimoniales, porque representan

el tipo de compromiso que debería haber entre un hombre y una mujer.

Cuando una persona se casa, se compromete a ir a vivir adonde va a

vivir su cónyuge. Tal vez piense que no está casándose con una familia

pero, luego de unos años, descubrirá que le conviene decir “tu pueblo

será mi pueblo”, para no tener un relación tirante con su cónyuge.

La parte más importante del compromiso es la que dice “tu

Dios será mi Dios”. Si no tienen el mismo Dios, no tendrán una base

común para su sistema de valores. Esa es una de las causas de los

matrimonios rotos. Cuando la pareja no tiene el mismo sistema de

valores, tiene problemas. Cuando piensan cómo pasarán su vida juntos

en términos de su tiempo, su dinero y su energía, no estarán de

acuerdo en nada. El fundamento que da a una pareja casada un

esquema mental común es poder decir: “Tu Dios es mi Dios”. Cuando

obtienen sus valores de su relación con Dios, tendrán un sistema de

valores común.

El último versículo del capítulo 1 dice: “Así volvió Noemí, y

Rut la moabita su nuera con ella; volvió de los campos de Moab, y

llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada”. El hecho de

que fuera el comienzo de la siega de la cebada cuando volvieron a

Belén es muy importante. Al llegar estas dos mujeres a Belén, Noemí

era la imagen de un hijo de Dios que vuelve a la casa de su padre. La

gracia de Dios estaba esperando recibirla allí, así como el padre salió

corriendo para darle la bienvenida, afirmar, abrazar y aceptar al hijo

pródigo (Lucas 15:20).

En esta historia, Rut representa a aquellas personas que no

forman parte de la familia de Dios. Rut no era hebrea. Era una

extranjera. ¿Tiene Dios alguna gracia para la persona que no es un

miembro de su familia? Si, la tiene. La gracia salvadora, que nos

alcanzó cuando éramos pecadores, es la que nos permite llegar a

formar parte de la familia de Dios. Como veremos, la gracia de Dios

para Noemí y Rut se encontrará en su ley.

La primera ley de Dios que dio gracia a Rut y Noemí se

encuentra en Levítico 19:9, 10. Esta ley, llamada la ley del espigueo,

dice que los cosechadores no debían levantar el grano que caía

accidentalmente al suelo en la cosecha, sino que debían dejarlo para

que los pobres y los extranjeros los espigaran. Rut decidió en su

primer día en Belén que espigaría en los campos. Leemos: “Y Rut la

moabita dijo a Noemí: Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré

espigas en pos de aquel a cuyos ojos hallare gracia. Y ella le

respondió: Ve, hija mía. Fue, pues, y llegando, espigó en el campo en

pos de los segadores; y aconteció que aquella parte del campo era de

Booz, el cual era de la familia de Elimelec” (Ruth 2:2-4).

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

12

Hay otra ley de Moisés que es un importante telón de fondo

que nos ayuda a entender por qué se encuentra en la Biblia esta

historia de amor. Es la ley del levirato o del “pariente redentor”. Esta

ley decía que, si el hermano de un hombre moría sin hijos, su viuda no

debía casarse fuera de la familia. Para continuar su nombre en Israel, el

hermano de su esposo debía casarse con ella. Si el hermano del

hombre muerto rehusaba hacerlo, entonces ella podía denunciarlo ante

los ancianos de la ciudad (esto equivalía a llevarlo a juicio). Si seguía

rehusándose ante los ancianos, ella podía sacarle el calzado del pie y

escupirle en la cara. A partir de ese día, la casa de él se llamaría algo

así como “la casa del hombre al que le sacaron el calzado”. Era una

desgracia llevar ese rótulo en la cultura de Israel.

Dado que Rut había estado casada con un hebreo, como

resultado de ese matrimonio, ella fue incorporada a la familia de Dios,

la nación hebrea. Cuando su esposo murió, no tenían hijos, así que Rut

ya no pertenecía a la familia de Dios. La ley decía que ella podía ir a

un pariente de su esposo fallecido y pedirle que se casara con ella. Si

se rehusaba, ella podía presentar el tema ante un tribunal. Si aun así no

quería casarse con ella, los ancianos harían la ceremonia descrita por la

ley del pariente redentor.

El hombre que accedía a casarse con tal mujer hacía dos cosas

por ella. Primero, la compraba de vuelta al pagar cualquier deuda que

tuviera. La segunda cosa que hacía el redentor era casarse con ella. Al

establecer la relación de matrimonio con ella, la traía de vuelta a la

familia de Dios. Esa era la esperanza de Rut al volver a Belén de Judá.

Por eso el capítulo 2 comienza con la noticia emocionante de que el

suegro fallecido de Rut tenía un pariente que era un hombre rico, cuyo

nombre era Booz.

A medida que continúa esta historia de amor, veremos una

imagen de la gracia de Dios para el hijo pródigo que vuelve a su casa,

y la gracia de Dios para la persona que acuda a Él para ser redimida.

Capítulo 5

Amor a primera vista

La historia de Rut tuvo lugar en los días en que gobernaban los

jueces, la edad oscura espiritual de la historia hebrea. El romance que

relata el Libro de Rut es un cuadro hermoso de nuestra salvación y

redención. Rut, la nuera moabita, es una imagen de una persona que no

forma parte de la familia de Dios. Vemos a Dios mostrando su amor y

gracia por ella en la redención que prescribe la ley de Dios.

Rut fue a espigar en un campo que pertenecía a Booz. Cuando

Booz fue a trabajar ese día, vio a Rut, y aparentemente quedó

impactado por su belleza. Preguntó a su sirviente: “¿De quién es esta

joven?”. Obviamente, se había enamorado de ella. El nombre Rut

significa ‘hermosura’ o ‘capullo de rosa’. Su sirviente le contó cómo

había estado casada con un hebreo en Moab que había muerto, y que

había hecho un juramento de lealtad a su suegra. Compartió con Booz

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

13

el hecho de que Rut se había convertido en creyente mientras estuvo

casada con su esposo hebreo.

Booz le dijo a Rut que se quedara en su campo, donde podría

protegerla. Dejó muy en claro a Rut que estaba interesado en ella. En

el versículo 10 leemos: “Ella entonces bajando su rostro se inclinó a

tierra, y le dijo: ¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me

reconozcas, siendo yo extranjera?”. La palabra “gracia” significa ‘el

favor y la bendición de Dios que no merecemos’. Booz le dijo que él

sabía de la muerte de su esposo y su juramento a Noemí. También le

dijo que sabía que ella había llegado a creer en el Dios de Israel.

Ella le dijo: “Señor mío, halle yo gracia delante de tus ojos”

(Rut 2:13). A la hora de la comida, Booz le pidió que lo acompañara a

almorzar. Ella comió hasta que ya no tuvo hambre, y Booz se encargó

de que volviera a su casa con porciones grandes del producto de su

espigado en los campos ese día. Booz dio órdenes estrictas a sus

cosechadores de que, si veían a Rut espigando detrás de ellos, dejaran

manojos a propósito para ella. Booz amaba a Rut.

Un romance en reversa

El capítulo 2 de Rut finaliza diciéndonos que Rut trabajó en los

campos de Booz durante dos cosechas. Eso significa que repitió lo

sucedido en el capítulo 1 durante seis meses. El capítulo 3 comienza

así: “Después le dijo su suegra Noemí: Hija mía, ¿no he de buscar

hogar para ti, para que te vaya bien?”. En otras palabras, Noemí le

dijo: “¿Quieres que te busque un esposo?”. Es probable que Noemí le

hubiera contado a Rut acerca de las leyes del espigado y de la

redención. Podemos suponer que Rut conocía la ley del pariente

redentor y que Booz era el pariente de ellas. Booz y sus trabajadores

estaban trillando esa noche, y siempre dormían junto a su cosecha

luego de trillar. Noemí le dijo: “Te lavarás, pues, y te ungirás, y

vistiéndote tus vestidos, irás a la era”. Noemí le estaba diciendo a Rut

que le propusiera matrimonio a Booz pidiéndole que fuera su pariente

redentor.

También había un banquete luego del trillado. Noemí le dijo a

Rut que fuera y viera donde ponía Booz su petate. “En el medio de la

noche”, le dijo Noemí, “ve y preséntate ante él y pídele matrimonio

diciéndole que quieres que sea tu pariente redentor”. Esto no era solo

un romance de redención, sino un romance en reversa. En esa cultura,

Booz no podía proponerle matrimonio a Rut. Ella tenía que pedírselo a

él. Había muchos parientes de su esposo fallecido. Según la ley, Rut

debía ir a uno de ellos y pedirle que fuera su pariente redentor. Todo lo

que podía hacer Booz era mostrarle, a través de muchos gestos

amorosos, que a él le encantaría ser su redentor.

Lo que hizo en el capítulo 3 fue lo correcto. Era una propuesta

de matrimonio. Leemos que, a la medianoche, Rut fue y se acostó a los

pies de Booz. Él se asustó cuando vio a una mujer allí. Le preguntó:

“¿Quién eres?”. Ella le contestó: “Yo soy Rut tu sierva; extiende el

borde de tu capa sobre tu sierva, por cuanto eres pariente cercano”

(Rut 3:9). Booz dijo: “Bendita seas tú de Jehová, hija mía; has hecho

mejor tu postrera bondad que la primera, no yendo en busca de los

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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jóvenes, sean pobres o ricos. Ahora pues, no temas, hija mía; yo haré

contigo lo que tú digas, pues toda la gente de mi pueblo sabe que eres

mujer virtuosa” (Rut 3:10, 11). Booz dio a Rut todo el grano que ella

podía cargar y dio órdenes estrictas para que regresara a la casa de su

suegra.

Redención en un romance

Hemos visto a nuestros dos amantes encontrarse, enamorarse y

proponerse matrimonio. Debido a la ley de Antiguo Testamento

hebreo, hemos visto a la mujer proponerle matrimonio al hombre.

Cuando lo hace, su amante debe ocuparse de los aspectos legales. Al

comienzo del capítulo 4 de este libro, vemos que Booz organiza una

reunión de los ancianos, a fin de legalizar el matrimonio.

Muy temprano, la mañana siguiente después que Rut le

propuso matrimonio, Booz vio al pariente que era más cercano a Rut

que él y le habló de la propiedad de Elimelec que necesitaba ser

redimida. El hombre estuvo de acuerdo con redimirla. Pero cuando

Booz le dijo que para redimir la propiedad debería casarse con una

mujer moabita, ya no lo quiso hacer, porque “dañaría su heredad”, es

decir que sería una mancha en su árbol genealógico. Entonces Booz

dijo a los ancianos que estaban presentes que iba a redimir toda la

propiedad de Elimelec y que redimiría mediante el matrimonio a Rut,

la moabita, que era la nuera de Elimelec que había enviudado.

Redimir significa ‘comprar de vuelta’ y ‘traer de vuelta’. Booz

redimió a Rut de dos formas. Primero, la compró de vuelta cuando

pagó todas sus deudas. Luego estableció una relación con ella que la

trajo de vuelta a la familia de Dios.

En el quinto capítulo del Libro de Apocalipsis hay otra

hermosa imagen de la redención. Hay llanto en el cielo porque no hay

ningún (pariente) redentor que pueda romper los sellos de un rollo y

redimir a la humanidad. Entonces se les dice a los que están en el cielo

que no lloren más, porque se ha encontrado un Redentor que está

calificado y dispuesto a redimirlos. Ese Redentor es Jesucristo.

¿Cuál es nuestra esperanza cuando nos damos cuenta de que

necesitamos ser redimidos? Nuestra única esperanza de redención está

basada en nuestra fe en la muerte y resurrección de Jesucristo. La

muerte de Cristo fue el precio que tuvo que ser pagado para volver a

comprarnos para la familia de Dios. La resurrección de Jesucristo

significa que podemos establecer una relación con el Cristo resucitado

y vivo, que se compara con una relación matrimonial, tanto en el

Antiguo como en el Nuevo Testamento. Esa relación nos trae de vuelta

a la comunión con Dios, confirma nuestra condición de hijos de Dios y

nos trae de vuelta a la familia de Dios.

En el principio, Dios y el hombre estaban en una relación

perfecta, que usted podría ilustrar uniendo sus manos. El Libro de

Génesis dice que Dios creó al hombre como una criatura con poder de

elección, y el hombre eligió alejarse de Dios, que usted podría ilustrar

soltándose las manos y alejándolas entre sí. La Buena Nueva es que

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

15

Dios trajo al hombre de vuelta a través de la muerte de Jesucristo en la

cruz, que usted podría ilustrar volviendo a juntar las manos. Pedro

escribe que no fueron cosas terrenales, como oro o plata, sino la

preciosa sangre de Cristo la que nos redimió (ver 1 Pedro 1:18, 19).

Pero esto es solo la mitad del milagro de la redención. El

matrimonio entre Booz y Rut nos muestra la segunda dimensión de

este milagro. Jesucristo resucitó de los muertos y golpea a la puerta de

nuestro corazón. Una de las metáforas más hermosas de la Biblia

muestra al Cristo resucitado y vivo que golpea a la puerta de nuestro

corazón. Nos dice que quiere que abramos esa puerta lo invitemos a

entrar a tener una relación íntima con nosotros. Jesucristo es el Esposo,

y nosotros somos la “esposa” en esta relación (ver Mateo 25:1-13;

Juan 3:29; Apocalipsis 21:2; 22:17).

El Libro de Rut es una profunda alegoría que ilustra esta

misma verdad. Esa verdad es lo que llamo “el romance en reversa”. En

la mayoría de las culturas, el hombre escoge a la mujer y le propone

matrimonio. Las leyes de la redención que se aplican a esta hermosa

historia de amor significan que Rut tuvo que proponerle matrimonio a

Booz. Lo mismo ocurre en nuestra redención. Todo lo que pudo hacer

Booz era mostrar que la amaba y que quería redimirla. Pero ella tuvo

que decir: “Quiero que seas tú, Booz. ¡Quiero que tú seas mi pariente

redentor!”.

De la misma forma, usted y yo debemos decir al Cristo

resucitado, que está parado a la puerta de nuestra vida, golpeando

pacientemente: “¡Quiero que Tú seas mi pariente redentor! Quiero que

tú me compres de vuelta a través de tu muerte en la cruz, y quiero que

Tú me traigas de vuelta a la familia de Dios, estableciendo una

relación íntima conmigo”.

Cuando leemos el Libro de Rut, hay otra hermosa palabra

bíblica en la que deberíamos centrarnos. Esa palabra es “gracia”. Unos

años después que Rut se casara con Booz, Dios les dio un hijo, a quien

llamaron Obed. Obed fue el abuelo de David, lo cual coloca a Rut y

Booz en la ascendencia de Jesucristo. Usted encontrará sus nombres en

la genealogía del Mesías en el primer capítulo del Evangelio de Mateo.

Imagine que Rut sale de compras con su hijito y ve a algunos

de los trabajadores que había conocido en el campo de Booz.

Supóngase que le dicen: “Tú realmente supiste cómo ganártelo a Booz.

¡Hiciste todo lo que pudiste para llegar a donde estás ahora!”. ¿Cómo

piensa que habría respondido Rut a una expresión de este tipo? ¿Se

imagina con cuánta vehemencia Rut hubiera explicado que ella debía

todo lo que era y tenía al amor de Booz? Como un creyente devoto,

¿puede imaginársela explicando que debía todo al amor y a la gracia

del Dios para una extranjera como ella, expresados a través de las

leyes del espigado y la redención?

También piense la forma en que Noemí representa el formador

de discípulos, que es la tarea que nos toca hacer a nosotros. Fue Noemí

la que alentó a Rut a pedir a Booz que fuera su redentor.

¿Ha sido redimido usted? ¿Ha sido comprado de vuelta a Dios

por la sangre de Jesucristo? ¿Ha sido traído de vuelta a Dios porque

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

16

tiene una relación con Jesucristo? ¿Le ha pedido personalmente a

Jesucristo que sea su Pariente Redentor?

Jesucristo quiere ser nuestro Pariente. Él se hizo hombre.

Jesucristo está parado a la puerta de su corazón ahora mismo. Él quiere

ser su Redentor. Usted debe pedirle personalmente que sea su

Redentor. Esta es la aplicación más importante de este hermoso

Romance de la Redención.

Capítulo 7

El reino de Dios

En el fascículo anterior estudiamos los primeros tres libros

históricos del Antiguo Testamento –Josué, Jueces y Rut–, que son

conocidos también como los “libros históricos alegóricos”, por los

ejemplos y advertencias que brindan. Cuando llegamos a Primera de

Samuel, comenzamos la siguiente sección de los libros históricos,

conocidos como los “libros históricos de la literatura del reino”. Esta

sección incluye Primera y Segunda de Samuel, Primera y Segunda de

Reyes, y Primera y Segunda de Crónicas. Todos estos libros son

“literatura del reino”, porque nos hablan del reino de Dios. De hecho,

algunas versiones de la Biblia llaman a Primera y Segunda de Samuel

como Primera y Segunda de Reyes, y llaman a Primera y Segunda de

Reyes como Tercera y Cuarta de Reyes. Los Libros de Crónicas

repiten ese mismo período histórico, pero desde el punto de vista de

Dios.

El concepto del reino de Dios es el tema central de estos libros,

que nos ayudan a entender este importante concepto cuando leemos el

Nuevo Testamento, especialmente las enseñanzas de Jesús. Así pues,

tomemos algún tiempo para ver lo que significaba el reino de Dios en

el tiempo del Antiguo Testamento, y cuán significativo fue en la

enseñanza de Cristo.

El reino de Dios en el Antiguo Testamento

Bajo Moisés, los hijos de Israel tuvieron un liderazgo de

acuerdo con la voluntad de Dios. El Señor quería que vivieran en una

teocracia, lo cual significa que Dios gobierna a su pueblo. Todo lo que

necesitaba Dios para una teocracia era un profeta-sacerdote, como

Moisés (y, más adelante, Samuel). Cuando Moisés intercedía ante Dios

en nombre del pueblo, era un sacerdote (ver, por ejemplo, Números

1:1, 2; 21:7). Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con palabras de

Dios para el pueblo, era un profeta (ver Éxodo 20-24). Mientras Dios

tuviera a alguien como Moisés, Él podría gobernar al pueblo a través

de ese líder. Este profeta-sacerdote podría ser el canal de la voluntad

de Dios, y Dios podría gobernar su pueblo. Ese era el plan de Dios

para el gobierno de su pueblo elegido.

En Primera de Samuel, Samuel era el profeta-sacerdote. Pero

cuando él envejeció, y los israelitas vieron que sus hijos no tenían la

integridad de su padre, le dijeron a Samuel que querían tener un rey

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

17

como todas las demás naciones (1 Samuel 8:1-5). Perturbado, Samuel

oró fervientemente al Señor. Dios le dijo que no tomara este rechazo

como algo personal. El pueblo, en realidad, estaba rechazando al

Señor, y prefería un rey humano antes que tener a Dios como su Rey.

Así que Dios dijo a Samuel, básicamente: “Si quieren reyes, Samuel,

¡les daré sus reyes!” (ver vv. 6-22).

Esto nos introduce en el concepto del reino de Dios. El reinado

que el pueblo quería era un reinado nacional y terrenal que gobernara

una nación de un pueblo específico. Para que funcionara este arreglo,

Dios necesitaba un rey que lo obedeciera, y necesitaba sacerdotes que

entraran en su presencia en nombre del pueblo. También necesitaba

profetas que hablaran por Él al pueblo y a sus líderes.

El primer rey que Dios dio al pueblo de Israel fue Saúl, a quien

ungió Samuel (1 Samuel 9). Tristemente, Saúl resultó ser

desobediente; no tuvo un corazón dedicado a hacer la voluntad de

Dios. Luego de unos años, Samuel tuvo que decir a Saúl que Dios lo

había rechazado como rey de Israel (capítulo 15). Como veremos en la

literatura del reino, Dios siguió utilizando al profeta-sacerdote en la

era del reino. Si el rey no hacía la voluntad de Dios, el profeta-

sacerdote lo confrontaba con la palabra de Dios. Básicamente, le decía:

“Te conviene hacer lo que Dios te dice, porque, si no, tú y todo el

pueblo sufrirán terriblemente”.

Cuando Saúl no obedeció a Dios, Samuel, que tuvo el

privilegio de contratar al primer rey de Israel, recibió órdenes de Dios

de despedirlo. En lugar de Saúl, el Señor indicó a Samuel que ungiera

al joven David, un varón conforme al corazón de Dios que haría su

voluntad (capítulo 16; ver también Hechos 13:22). David fue el mejor

rey que tuvo Israel jamás. Dios podía obrar a través de él, porque él

obedecía a Dios. No fue perfecto, como veremos, pero su corazón era

siempre tierno y sumiso ante el Señor.

El siguiente rey fue el hijo de David, Salomón. Al principio,

Salomón parecía ser el tipo de hombre que Dios podría usar. Oró

pidiendo discernimiento para gobernar al pueblo de Dios con justicia,

por lo cual Dios lo recompensó con sabiduría, además de riqueza y

honor (ver 1 Reyes 3:5-14). Salomón construyó el templo para el

Señor que su padre David había soñado construir (ver 1 Crónicas 22).

Salomón sucumbió trágicamente a la lujuria, ¡casándose con

setecientas mujeres y teniendo trescientas más como concubinas! Estas

mujeres adoraban ídolos, y Salomón se unió a ellas en su culto pagano

(1 Reyes 11:1-8). El pecado de David fue muy serio, como veremos.

Sin embargo, fue el pecado de Salomón que trajo consecuencias

caóticas a esta nación escogida. El hijo de Salomón, Roboam, siguió a

Salomón como el cuarto rey de Israel (11:9-13).

Después de Salomón, Israel se convirtió en un reino dividido.

Diez tribus fueron al norte y se llamaron Israel. Dos se quedaron en el

sur (Judá y Benjamín), y se llamaron Judá. Muchos reyes se nombran

en los libros históricos de Primera y Segunda de Reyes y en las

Crónicas. El reino del norte no tuvo un solo rey bueno. Los malvados

y tremendamente crueles asirios conquistaron el reino del norte y

llevaron las diez tribus al cautiverio. Nunca más se supo de ellas. Judá

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

18

terminó siendo llevado cautivo a Babilonia, donde estuvo setenta años.

Cuando Persia conquistó Babilonia, Dios ordenó al nuevo emperador,

Ciro el Grande, que decretara que todo judío que lo quisiera, podría

volver a su tierra para reconstruir el templo del Señor (ver 2 Crónicas

36:22, 23; Esdras 1).

Los libros históricos de la literatura del reino pueden ser

confusos, y uno debe estar preparado para cosas fuertes al leerlos, pero

siempre podrá mantener algún equilibrio histórico si se centra

claramente en siete hechos básicos de la historia hebrea:

1. El reino unido (bajo Saúl, David y Salomón)

2. El reino dividido

3. La cautividad del reino del norte, Israel, bajo los asirios.

4. La extinción del reino del norte

5. La cautividad del reino del sur, Judá, bajo los babilonios.

6. conquista de Babilonia por parte de los persas

7. El retorno de la cautividad en Babilonia (Persia)

Resumiendo, entonces, en el Antiguo Testamento el reino de

Dios era literal. Era un dominio histórico y geográfico donde Dios era

soberano, donde Dios mismo deseaba ser el único gobernante sobre un

pueblo específico, en un lugar específico y en un tiempo específico de

la historia. Sin embargo, el pueblo rechazó a Dios como su rey y pidió

reyes humanos, cosa que obtuvo. ¿El resultado? La tragedia.

Recuerdo una mujer que nunca había leído la Biblia antes. Era

una persona culta y sofisticada, y dijo de esta sección de la Biblia:

“Nunca había leído algo tan horrible en mi vida. Si no fuera por el

Espíritu Santo, nunca podría haber leído estos libros. ¡Esto es

terrible!”. Bueno, ¡lo es! Recuerde que Dios nunca quiso que su

pueblo tuviera estos reyes o las consecuencias de tener sus reyes. El

Señor no fue responsable de todo lo que leemos en la literatura del

reino, sino los reyes, porque la mayoría de ellos eran malos. El pueblo,

también, fue responsable, porque quisieron tener reyes y escogieron

esos reyes. Nunca olvide esto al leer estos libros del reino.

El reino de Dios en el Nuevo Testamento

Los libros de la literatura del reino brindan un contexto que nos

ayuda a entender el concepto del reino de Dios en el Nuevo

Testamento. Históricamente, luego que los judíos volvieron a su tierra

para reconstruir su templo y su ciudad, vivieron cuatrocientos años de

silencio luego de la muerte de Nehemías y el profeta Malaquías. Dios

no volvió a hablar —en el sentido de dar una revelación especial—

hasta el período del Nuevo Testamento.

Para entonces, los judíos habían sido conquistados

nuevamente. Esta vez, su conquistador fue el imperio romano. Este

capítulo de la historia hebrea comenzó cuando Juan el Bautista y

Jesucristo, el Mesías, rompieron cuatrocientos años de silencio al

predicar el mensaje de Dios. ¿Cuál fue su mensaje? ¡Las Buenas

Nuevas del reino de Dios!

Jesús dijo, básicamente, que Él no predicaba un reino

geográfico, nacional o histórico, porque el pueblo había rechazado eso

mucho tiempo atrás. Más bien quería que el pueblo supiera que Dios

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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estaba dispuesto a ser su rey nuevamente, pero esta vez de forma

individual. Esta vez, el reino de Dios estaría dentro de ellos (ver Lucas

17:20, 21). ¿Se da cuenta lo que significa esto? ¡Cualquier hombre,

mujer, niño o niña que se entrega a Dios y le pide que haga flamear su

bandera en su corazón, confesando: “Quiero que seas mi rey, y quiero

ser súbdito tuyo”, ha ingresado en el reino de Dios!

Jesús habló con un rabí llamado Nicodemo, y le dijo que, a

menos que naciera de nuevo, no podría ver el reino de Dios. Según

Jesús, solo las personas que han nacido de nuevo pueden tener ojos

para ver que Dios quiere ser su rey (Juan 3:3-5; 1 Corintios 12:3) y,

una vez que han visto el reino, entonces pueden entrar en él. Oímos

hablar mucho sobre nacer de nuevo, y está bien. Pero, en este pasaje,

el tema principal no es el nuevo nacimiento, sino el reino de Dios. El

nuevo nacimiento no es una meta en sí misma, sino una forma de

llegar al objetivo final, y ese objetivo es el reino de Dios.

¿Recuerda el sistema de valores que Jesús comunicó en el

Sermón del Monte? ¿Qué dijo que debería ser lo más importante en

nuestra vida? Buscar el reino de Dios: “Buscad primeramente el reino

de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo

6:33).

¿En base a qué cosas emplea usted su tiempo, su dinero y su

energía? ¿Cuáles son sus prioridades? El propósito del nuevo

nacimiento es hacernos entrar en el reino de Dios, donde Él reina sobre

nuestra vida. Imagine a sus prioridades como si fueran un blanco con

un círculo rojo en el centro y diez círculos alrededor de ese centro rojo.

Según Jesús, el reino de Dios y lo que Él le muestra que es lo correcto

están en el centro, y todas sus prioridades necesitan ser definidas como

los círculos alrededor de ese centro. Tenemos que reconocerlo y

servirlo como nuestro rey, y nuestras prioridades reflejarán cuán

sinceramente lo estamos haciendo. Nuestras oraciones también tienen

que reflejar lo que Jesús nos enseñó: “Padre nuestro que estás en los

cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad,

como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,

dánoslo hoy...” (Mateo 6:9-11).

Observe que, antes que Jesús nos enseñe a decir “danos”, tres

veces nos dice que debemos poner a Dios en el primer lugar. Él nos

dijo que debíamos orar diciendo: “Dios, tu nombre, tu reino, tu

voluntad. Esto es lo que está en primer lugar entre mis prioridades”.

Entonces, y solo entonces, oramos: “Danos”. Podemos tener las cosas

como las queremos nosotros, como hicieron los israelitas. Pero, si lo

hacemos, debemos estar dispuestos a comer el banquete de las

amargas consecuencias que surge de ponernos a nosotros y nuestras

prioridades en el primer lugar.

Esto es algo que debemos tener en mente al estudiar el reino de

Dios en los libros históricos de la literatura del reino. Si usted entiende

este concepto en el Antiguo Testamento, ¡le estallará en forma de

revelación en el Nuevo Testamento! Recuerde que el propósito del

nuevo nacimiento es ver y entrar en el reino de Dios. ¿Ha visto usted

su reino? ¿Ha entrado en él? ¿Ha nacido de nuevo?

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

20

Capítulo 8

Oído de Dios

Como vimos en nuestro capítulo anterior, el reino de Dios es

un concepto crucial que debemos tener en mente cuando estudiamos

los libros históricos de la literatura del reino en el Antiguo Testamento.

Otro aspecto importante de estos libros son los ejemplos y

advertencias que brindan. Como escribió el apóstol Pablo: “Estas cosas

les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a

nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios

10:11). ¡Encontraremos bastantes ejemplos y advertencias en los libros

que tenemos frente a nosotros!

Primera y Segunda de Samuel eran considerados como un solo

libro mucho tiempo atrás, así como Primera y Segunda de Reyes y

Primera y Segunda de Crónicas. Los libros de Samuel nos comunican

la verdad de Dios en la forma de breves biografías, centrándose en tres

personas especialmente. Los primeros ocho capítulos de 1 Samuel nos

dan un ejemplo positivo para seguir en la vida y el liderazgo del

profeta Samuel. Del capítulo 9 al 15, el centro pasa a ser el primer rey

de Israel, Saúl, cuya vida es una tremenda advertencia. Comenzando

en 1 Samuel 16 y hasta el final de 2 Samuel (en total, treinta

capítulos), el personaje principal es David. David fue el mejor rey que

haya tenido Israel jamás y, si nos guiamos por el espacio que el

Espíritu Santo asignó a su historia, es uno de los principales personajes

de toda la Biblia.

Además del espacio que le dedican los libros de Samuel, David

también escribió algo así como la mitad de los salmos. Muchos de los

salmos que escribió contienen una inscripción (técnicamente, un

superscrito), que indica lo que ocurría en su vida cuando escribió ese

salmo específico. Podemos lograr una mucha mayor comprensión de

nuestra lectura de sus salmos si conocemos su vida a partir de 1 y 2

Samuel. Y podemos lograr una perspectiva de su vida y sus emociones

en los libros de Samuel a partir de los salmos que escribió sobre sus

experiencias registradas en esos dos libros históricos.

Así que los tres principales personajes que consideraremos en

nuestro estudio de 1 y 2 Samuel son: Samuel, Saúl y David.

Comencemos por Samuel.

Samuel

El nombre de Samuel está formado por dos palabras hebreas

que significan ‘oído’ y ‘de Dios’. Esto es muy apropiado, si tenemos

en cuenta cómo llegó a nacer. Su madre, Ana, había vivido por años

con la angustia de ser estéril. En esos días, tener hijos era una señal de

la bendición de Dios, así que Ana tiene que haber pensado que su

esterilidad significaba que Dios no estaba contento con ella.

Un día, cuando su familia estaba adorando al Señor en el

tabernáculo en Siloé, ella lloró amargamente y oró pidiéndole a Dios

que le diera un hijo. ¡Oró tan fervientemente, con sus labios

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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moviéndose sin emitir sonido al compás de su corazón, que un viejo

sacerdote, Elí, pensó que estaba ebria! “Deja la botella”, le dijo (ver 1

Samuel 1:14). Cuando Ana le explicó la situación, Elí se conmovió

tanto que pronunció una bendición sobre ella y le dijo que Dios

contestaría su oración (vv. 15-17). Y fue así. Ana concibió y dio a luz

a un niño, a quien llamó Samuel, porque Dios había oído su pedido (v.

20). (Dicho sea de paso, cada vez que un nombre de la Biblia termina

con “el”, ese nombre tiene algo que ver con Dios –como Daniel–

porque la palabra hebrea para Dios es “EL”.).

Una vez destetado Samuel, Ana lo llevó al tabernáculo y lo

entregó literalmente a Dios, presentándolo al sacerdote, Elí. Aquí se

demostró nuevamente cuán adecuado era su nombre, porque cuando

Samuel era un niñito, criado en la presencia de Dios por Elí, escuchó

la voz de Dios (capítulo 3). Tristemente, el mensaje era una reprensión

a Elí por no disciplinar a sus hijos, que habían desobedecido a Dios y

habían profanado su adoración (ver 2:12-17, 22-25, 27-36). Samuel,

que consideraba a Elí como su padre, tuvo que decir al viejo sacerdote

que sería quitado del sacerdocio.

El nombre “oído de Dios” también fue apropiado para Samuel

cuando se hizo hombre. La Biblia dice que desde el extremo norte

hasta el extremo sur (“de Dan a Beerseba”), todo Israel reconocía que,

cuando hablaba Samuel, Dios les había enviado un profeta (3:19-4:1).

Todo Israel escuchó la palabra de Dios a través de este hombre, así que

“oído de Dios” ciertamente es un nombre muy adecuado para él.

La vida de Samuel nos da varios ejemplos positivos. Primero,

él y su madre muestran el valor de la crianza y la educación piadosas.

Para ser eficaces y piadosos, tenemos que pensar en nuestro papel

como padres como un llamado y una responsabilidad sagrados.

También debemos considerar que nuestros hijos son grandes

bendiciones de Dios (Salmos 127:3). Cuando profesamos y afirmamos

este enfoque prioritario, como Samuel y Juan el Bautista, más

adelante, nuestros hijos tendrán las bendiciones de una crianza

espiritual.

Segundo, Samuel es un gran ejemplo de lo que la crianza

piadosa puede lograr cuando lo vemos guiar a Israel fuera de su edad

oscura espiritual, conocida como “los días en que gobernaban los

jueces”. Algunos estudiosos consideran que él fue el último juez, así

que su vida fue un hito en la historia hebrea.

Tenemos un tercer ejemplo positivo en estos libros de Samuel,

al ver a este gran hombre convertirse en un gran líder político, que

unió el tiempo de los jueces con el de los reyes. Él ungió a Saúl y a

David, el más grande rey de Israel. A través de tiempos tormentosos,

como el reinado vacilante de Saúl, Samuel se mantuvo fiel al Señor y

al pueblo de Israel hasta el fin de su vida.

Saúl

Mientras la vida de Samuel nos da ejemplos positivos para

seguir, la vida de Saúl es una serie de tristes advertencias.

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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Saúl es una figura polémica en la Biblia porque su vida plantea

un tema teológico espinoso: ¿Puede una persona ser salva hoy y

perderse mañana? Algunos dicen que no, que uno no puede perder su

salvación, y citan muchos pasajes bíblicos que apoyan su argumento

de que los pródigos siempre vuelven. Pero otros dicen que sí, que uno

puede perder la salvación, y usan la experiencia de Saúl, y muchos

otros pasajes bíblicos, para afirmar que esto es posible. Saúl parece

haber experimentado una auténtica regeneración y luego parece haber

perdido esa milagrosa obra de regeneración en su vida. Aquellos que

asumen esta postura creen que uno debe nacer de nuevo cada vez que

uno se convierte en un pródigo.

Yo creo que la Biblia enseña la elección, es decir que Dios nos

elige y nos salva exclusivamente por su gracia y soberanía. Así que, si

una persona ha experimentado una salvación auténtica y genuina –si

realmente ha nacido de nuevo–, no perderá su salvación.

Saúl tuvo una experiencia espiritual y, al principio, parece

haberse convertido en un hombre espiritual. Después que Samuel lo

ungió, Dios cambió su corazón (10:9). Hasta llegó a profetizar con una

banda de profetas cuando el Espíritu de Dios cayó poderosamente

sobre él (10:10, 11). Sin embargo, se vuelve obvio, al avanzar en

nuestro estudio de su vida, que perdió esa espiritualidad.

Primera de Samuel 9 nos presenta a Saúl. Lo primero que

sabemos de él es que de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del

pueblo y se destacaba por su aspecto (9:2). La apariencia física de una

persona no debería ser el criterio por el cual juzgarla o considerarla

para el liderazgo. En contraste, el Señor le dijo más adelante a Samuel,

cuando fue a ungir a David: “No mires a su parecer, ni a lo grande de

su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira

el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero

Jehová mira el corazón” (16:7).

Cuando vemos a Saúl por primera vez, él y un siervo están

buscando las asnas perdidas de su padre, sin éxito. Cuando están a

punto de abandonar la búsqueda, el siervo de Saúl recuerda que un

profeta (Samuel) está cerca. Así que van al hombre de Dios, y Dios

había preparado Samuel sobrenaturalmente para su visita (9:13, 14,

18-20): “Y un día antes que Saúl viniese, Jehová había revelado al

oído de Samuel, diciendo: Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti

un varón de la tierra de Benjamín, al cual ungirás por príncipe sobre

mi pueblo Israel, y salvará a mi pueblo de mano de los filisteos;

porque yo he mirado a mi pueblo, por cuanto su clamor ha llegado

hasta mí” (9:15, 16). Así que, cuando Saúl se encontró con Samuel, lo

esperaba una gran sorpresa.

Samuel lo invitó a un banquete, le dijo que las asnas habían

sido encontradas, ¡y le informó que él sería el rey que Israel estaba

anhelando! (9:19, 20). Atónito, Saúl contestó que él no era nadie, un

hombre de la tribu más pequeña de Israel, Benjamín, y de la más

pequeña de las familias (v. 21).

Saúl agrega su voz al coro de voces que ya hemos oído en el

Antiguo Testamento cuando Dios llama a un líder. Gedeón dijo estas

mismas palabras, y Moisés planteó las mismas objeciones cuando Dios

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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lo llamó a ser el gran liberador. Si recuerda, al final de Jueces, la tribu

de Benjamín fue prácticamente eliminada luego que los hombres de

Gabaa violaron y mataron a la concubina de un levita en uno de los

incidentes más sórdidos registrados en la Biblia (ver Jueces 19-20).

Solo quedaron seiscientos hombres de Benjamín luego que Israel

terminara su guerra civil contra ellos, y tuvieron que buscarles esposas

para que la tribu no desapareciera de la faz de la tierra (Jueces 21).

Esa era la herencia de Saúl. Con razón dijo que venía de la

tribu más pequeña y que era el más pequeño de los pequeños. Su

humildad era sincera y saludable. No obstante, Samuel partió el pan

con Saúl y lo ungió como rey al día siguiente, ante la orden de Dios (1

Samuel 9:22-10:1).

Saúl no fue un buen rey. Podría haber sido un gran rey y un

gran hombre espiritualmente. Dios estaba planeando hacer que él y sus

descendientes reinaran sobre Israel para siempre. Pero, debido a su

desobediencia, el reino le fue quitado (13:13, 14).

¿Qué ocurrió al hombre cuyo corazón Dios había cambiado?

Algunas vez había sido pequeño ante sus ojos (15:17), pero ahora

parecía pensar que sus propias ideas eran más importantes que las de

Dios. Desobedeció, no una vez, sino dos. Primero, en la batalla contra

los filisteos, entró en pánico cuando vio que Samuel tardaba en venir a

ofrecer el sacrificio, así que asumió la tarea de sacerdote y ofreció el

sacrificio él mismo (capítulo 13).

Cuando Samuel lo reprendió, también predijo el gran gobierno

de David como el mayor rey que Israel tendría jamás. Samuel

profetizó que Dios le daría su reino a un hombre conforme a su

corazón, que le obedecería y haría su voluntad (13:14). Esta es la

primera vez que vemos una referencia a David.

Segundo, Saúl arruinó la segunda oportunidad que Dios le dio

al no aniquilar a los amalecitas (capítulo 15). Saúl había recibido la

orden de destruir todo: todas las personas, todos los bueyes, las ovejas,

los camellos, los asnos. ¡Todo! Pero Saúl y su ejército guardaron lo

mejor del botín para ellos y hasta le perdonaron la vida al rey

amalecita. El Señor dijo a Samuel: “Me pesa haber puesto por rey a

Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis

palabras” (15:11).

Apesadumbrado, Samuel confrontó a Saúl, que dijo haber

obedecido completamente al Señor, a pesar de los balidos de las ovejas

que sonaban en el fondo mientras ellos hablaban (ver vv. 13, 14).

Entonces Saúl puso como excusa que él y sus hombres habían salvado

a los animales para sacrificarlos al Señor. Pero Samuel no le creyó

nada. Le dijo a Saúl que a Dios le agradaba más la obediencia que el

sacrificio, y que su obstinada rebelión era tan mala como la hechicería

y la idolatría. Cuando Samuel trató de irse, Saúl lo tomó y rasgó su

vestidura. Samuel le dijo a Saúl que, de la misma forma, Dios

arrancaría el reino de su mano (ver 15:22-29).

Más adelante, vemos que el Espíritu de Dios dejó a Saúl (ver

18:17). La palabra con que se expresa esto es icabod, que significa ‘la

gloria ha partido’. En los tiempos del Antiguo Testamento, el Espíritu

de Dios venía sobre las personas y, si no lo obedecían, se retiraba. Hoy

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tenemos la promesa del Cristo resucitado de que, si Él mora en

nosotros, nunca nos dejará ni nos abandonará (Hebreos 13:15). Sin

embargo, la vida de Saúl es una sombría advertencia para nosotros. Si

bien Él no nos dejará, nosotros sí podemos dejarlo a Él, contristarlo y

apagarlo. La vida de Saúl es una advertencia contra la desobediencia

ungida, una advertencia contra despilfarrar la gracia y las bendiciones

de Dios.

Capítulo 9

Obediencia ungida

Al seguir analizando la vida de Saúl y David, tenemos que

recordar que la unción del Espíritu Santo no convierte a las personas

en robots. Seguimos teniendo libre albedrío. En el caso de Saúl, era

plenamente capaz de tomar decisiones, y vez tras vez tomó decisiones

erradas. Así que el Señor retiró su Espíritu de él (1 Samuel 16:14;

18:12).

¿Puede pasarnos a nosotros, hoy, lo que le pasó a Saúl? Yo

creo que el Espíritu Santo trataba con las personas de forma diferente

en los tiempos del Antiguo Testamento que lo que hace hoy, gracias a

la cruz y a Pentecostés. Oímos a David orar: “No me eches de delante

de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu” (Salmos 51:11). Jesús ahora

nos dice: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). Una vez

que experimentamos el nuevo nacimiento, Dios comienza su obra

espiritual en nosotros y la realiza “hasta el día de Jesucristo”

(Filipenses 1:6; 2:13). En nuestro día, la obra del Espíritu Santo tiene

dos dimensiones: (1) su obra en nosotros, que es el nuevo nacimiento,

y esa dimensión de su obra se revela como el fruto del Espíritu (ver

Gálatas 5:22, 23), y (2) su bendición o unción sobre nosotros. Esa

dimensión de su obra se revela a través de los dones del Espíritu Santo,

que nos da el poder para una variedad de ministerios y servicios.

Tristemente, la desobediencia de Saúl hizo que el Señor lo

echara de su presencia y le quitara su Espíritu Santo. Cuando ocurrió

esto, la vida de Saúl se convirtió en una definición viva de lo que

describimos en nuestra cultura como la desintegración de una

personalidad.

La desintegración de Saúl

Hoy tal vez rotularíamos a Saúl como “paranoide con matices

esquizofrénicos”. El diccionario define al último término como ‘la

desintegración de la personalidad’. Esa definición ciertamente encaja

con la situación de Saúl. Saúl era paranoico también. Llegó a creer que

todos estaban conspirando contra él, especialmente el joven David.

Con el tiempo, se volvió enfermizamente celoso de David, convencido

de que pensaba quitarle el reino (1 Samuel 18:8; 20:30, 31). En cierta

forma, Saúl quizá, se haya sentido torturado por la profecía de Samuel

de que su reino sería arrancado de él para dárselo a alguien mejor,

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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alguien que haría toda la voluntad de Dios con todo su corazón

(13:14).

La característica predominante en la vida de Saúl, en una

palabra, fue la desobediencia. La palabra que Dios escribió sobre la

vida de Saúl fue icabod, que significa ‘la gloria ha partido’.

David: Un hombre conforme al corazón de Dios

La vida de David fue completamente lo opuesto de la vida de

Saúl. La característica predominante de la vida de David fue la

obediencia; él era un hombre conforme al corazón de Dios, que estaba

dispuesto a hacer toda la voluntad de Dios. Mientras la vida de Saúl se

desintegraba porque se había divorciado de Dios, Dios estaba

organizando todo en la vida de David, porque este estaba más centrado

en la obediencia que Saúl en la desobediencia.

Dios envió a Samuel a la casa de Isaí de Belén, para ungir al

rey de Israel que sucedería a Saúl. El profeta-sacerdote pensó que el

apuesto hijo mayor podría ser un rey impresionante, pero Dios corrigió

su perspectiva con una verdad significativa: “No mires a su parecer, ni

a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no

mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de

sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (16:7).

Isaí hizo desfilar siete de sus fuertes hijos ante Samuel, pero el

Señor no había elegido a ninguno de ellos. Tal vez un poco

confundido, Samuel preguntó a Isaí si estos eran todos los hijos que

tenía (16:10). Bueno, tenía uno más, David, su hijo menor, que

guardaba las ovejas (v. 11). Samuel dijo a Isaí que fuera a buscarlo y,

por supuesto, David, el menor de los hermanos (¿le resulta familiar?),

¡era el elegido por Dios para ser el próximo rey! (v. 12). Así que

Samuel lo ungió, y el Espíritu Santo estuvo sobre David de ese día en

adelante (v. 13).

Sin embargo, pasó mucho tiempo antes que David llegara a ser

rey. Durante la mayor parte de 1 Samuel, vemos a David en el

seminario de preparación de Dios. Mientras Saúl lo perseguía por

celos para matarlo, David atravesó todo tipo de pruebas que le

enseñaron a confiar en el Señor y obedecerlo, sin importar lo que

ocurriera. Todo lo que experimentaba lo hacía apto para los propósitos

de Dios para su vida. ¿Sabía usted que Dios hace lo mismo con

nosotros? Cada día que vivimos nos prepara para los demás días que

vamos a vivir. Si amamos a Dios y somos llamados de acuerdo con sus

propósitos, todo lo que experimentamos contribuye a lo que Dios

quiere que hagamos en el futuro (ver Romanos 8:28).

Veamos algunas de las experiencias que Dios hizo que David

pasara, y cómo lo moldearon hasta convertirlo en el hombre que Dios

quería que fuera.

David, el pastor

Muchos de los grandes líderes de la Biblia, como Moisés y

David, fueron pastores. Hay una razón para esto, y la experiencia de

David nos muestra por qué. En varias ocasiones, mientras vigilaba el

rebaño de su padre, David tuvo que luchar contra leones y osos que

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atacaban a las ovejas (1 Samuel 17:34-36). Como Jesucristo, el

Mesías, David estaba dispuesto a dar su vida por las ovejas (compare

con Juan 10:11-15). Dios debe haber visto esto y pensado: “Si ese

jovencito actúa así con relación a las ovejas de su padre, también lo

hará con relación a mis ovejas. ¡Lo haré rey!”.

David, el músico

Cuando Saúl estaba de mal humor –lo que hoy llamaríamos

“depresión”–, necesitaba ayuda. Sus siervos sugirieron la música como

terapia. Alguien de su entorno conocía el talento de David. Uno de

ellos dijo que conocía a un joven de Belén, el hijo de un hombre

llamado Isaí, que no solo era un talentoso ejecutante del arpa sino que

era apuesto, valiente y fuerte, y tenía un juicio bueno y sólido. “Es

más”, agregó, “el Señor está con él” (ver 16:18).

Así que David calmaba el espíritu de Saúl con su música (v.

23) y muy probablemente también cantaba salmos que había escrito.

Recuerde que David escribió alrededor de la mitad del Libro de los

Salmos, que era el himnario de Israel. Hacia el fin de su vida, también

ordenó la administración del templo y la estructura de su adoración,

con cuatro mil sacerdotes que tocaban instrumentos musicales que

David mismo había hecho “para tributar alabanzas” (1 Crónicas 23:5).

Más que ninguna otra persona en la historia del pueblo de Dios, David

unió la música y la Palabra de Dios y las “casó” para siempre.

David, el guerrero

A una edad temprana, David luchó las batallas del Señor.

¿Recuerda la historia de David y Goliat? (1 Samuel 17). Goliat era el

guerrero campeón de los filisteos, ¡un gigante de más de tres metros de

altura! (v. 4). Se burlaba de los ejércitos del Señor, que estaban

paralizados de temor. Entonces David, que iba al frente de batalla solo

para llevar comida a sus hermanos y a los comandantes, escuchó el

desafío de Goliat. Declaró que lucharía con el “filisteo incircunciso” y,

cuando enfrentó a Goliat, le dijo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y

jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el

Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te

entregará hoy en mi mano [...]; y toda la tierra sabrá que hay Dios en

Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada

y con lanza; porque de Jehová es la batalla” (17:45-47).

En esencia, David dijo que la causa era de Dios y la batalla era

del Señor.

David, el líder de hombres

David también llegó a ser un general con una tremenda

influencia. Sus hombres estaban dispuestos a arriesgar su vida por él.

Cuando David era un fugitivo del enloquecido Saúl, escondido en las

cuevas de Adulam, los filisteos invadieron Israel y ocuparon Belén.

Cuando tres hombres de su fuerza de élite vinieron a verlo, David

mencionó, al pasar, en voz alta, cuánto deseaba tomar agua del pozo

de la ciudad de Belén. ¡Así que esos valientes desafiaron al ejército

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enemigo, atravesaron sus filas y trajeron a David agua de ese pozo!

Sin embargo, David no quiso beberla, sino que la derramó ante el

Señor, diciendo que no era digno de beber de esa agua porque esos

valientes habían arriesgado su vida para traérsela (ver 2 Samuel

23:17). Dicen que un líder es un hombre con seguidores. David era un

verdadero líder de hombres.

David y Jonatán

Uno de los más hermosos ejemplos de amistad del mundo se

encuentra en la amistad de David con Jonatán, el hijo de Saúl. Cuando

David se enteró de que Jonatán había sido muerto, dijo: “Angustia

tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más

maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres” (2 Samuel

1:26).

Muchos hombres no pueden mirar a otro hombre a los ojos y

decir: “Te amo”. Esto podría ser por temor a una relación homosexual.

Pero la amistad entre un hombre y otro hombre, o entre una mujer y

otra mujer, es algo hermoso. Según mi experiencia, cuando Dios

prepara algo hermoso en esta vida, el diablo lo distorsiona con los

pecados más desagradables alrededor de esa hermosa bendición

espiritual que Dios quiere darnos, para alejarnos de la intención de

Dios. Fue Dios quien unió los corazones de David y Jonatán.

¿Cuál fue el secreto espiritual de la vida de David? Era un

hombre completamente entregado a Dios, que quería hacer toda la

voluntad de Dios. David aparece en las páginas de la Biblia como un

gran ejemplo de lo que Dios puede hacer con una persona que está

completamente entregada a Él.

Capítulo 10

Cómo fracasar exitosamente

En la Biblia, la clave para ser ungido por el Espíritu Santo es la

obediencia. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y

yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador [el Espíritu Santo] ...”

(Juan 14:15, 16). En otras palabras, la obediencia es el requisito previo

para experimentar el poder el Espíritu Santo (ver Hechos 5:32).

Durante gran parte de su vida, David fue un excelente ejemplo de esta

verdad.

El amanecer del éxito

El ejemplo de la ungida obediencia de David alcanza su punto

más elevado en 2 Samuel 7. David tenía en su corazón el deseo de

edificar una casa para Dios. Él mismo vivía en un palacio de cedro, así

que quería construir un gran palacio para Dios porque, en ese tiempo,

la morada terrenal de Dios era una tienda. Pero el profeta Natán le dijo

que Dios no quería que David edificara una casa para Él, porque Él iba

a construir una casa para David. Una dinastía, una sucesión de hijos

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que gobernarían a Israel, un reino eterno. El Mesías vendría del linaje

de David, y su reino no tendría fin (ver Lucas 1:33).

David respondió con una hermosa oración: “¿Quién soy yo, y

qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha

parecido poco esto, Señor Jehová, pues también has hablado de la casa

de tu siervo en lo por venir. ¿Es así como procede el hombre, Señor

Jehová? ¿Y qué más puede añadir David hablando contigo? Pues tú

conoces a tu siervo, Señor Jehová. Todas estas grandezas has hecho

por tu palabra y conforme a tu corazón, haciéndolas saber a tu siervo”

(2 Samuel 7:18-21).

Dios no nos bendice poro nuestros logros o nuestro desempeño.

La esencia de lo que David dijo en su oración es que Dios nos bendice

por su gracia.

Las nubes tormentosas del pecado

Cuando llegamos a 2 Samuel 11, comenzamos otro capítulo en

la vida de David, uno de los más largos y difíciles de toda su vida.

David deja de ser un ejemplo aquí, y su vida se convierte en una de las

mayores advertencias de la Biblia. David cometió los pecados de

adulterio y asesinato, y trató de cubrir su pecado durante todo un año.

¿Cómo pudo caer tan trágicamente un hombre que era

conforme al corazón de Dios, cuyo corazón estaba centrado en hacer la

voluntad de Dios? Primero, David pecó porque era humano. Si bien

era un hombre piadoso, era un hombre, y no estaba ajeno a la

posibilidad del pecado o el fracaso espiritual (ver 1 Corintios 10:12,

13).

Segundo, el éxito de David lo volvió vulnerable. Leemos en 2

Samuel 11:1: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los

reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a

todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David

se quedó en Jerusalén”.

Cuando tendría que haber conducido su ejército a la batalla,

David se quedó en Jerusalén y envió a Joab en su lugar. David pecó

porque estaba fuera de la voluntad de Dios para su vida. Yo también

creo que David pecó porque estaba en el punto más alto de su éxito. El

apóstol Pablo una vez dijo: “Sé vivir humildemente, y sé tener

abundancia” (Filipenses 4:12). Se necesita mucha madurez espiritual

para manejar la escasez. Y, tal vez, se requiere aun más madurez

espiritual para manejar la abundancia. No dependemos tanto de Dios

cuando estamos en la abundancia, y esto nos hace vulnerables

espiritualmente, como David.

Mientras su ejército sitiaba la ciudad de Rabá, una noche,

David, en Jerusalén, salió al balcón y vio a una hermosa mujer

bañándose, y deseó lo que vio. Dado que era el rey, tenía el poder para

tomar lo que quería. Y la tomó. El adulterio de David no fue una

cuestión de amor mutuo. Note, mientras lee, que Betsabé no tuvo nada

que decir en este asunto. No se trataba de lo que ella quería. Su esposo,

Urías, era uno de los hombres poderosos de David, y ella parece haber

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amado a su esposo profundamente. Pero él estaba lejos, luchando por

David.

Cuando David se enteró de que Betsabé había concebido, trajo

a su esposo de vuelta de la guerra. David intentó hacer que Urías fuera

a su casa y durmiera con su esposa, Betsabé, pero él era un soldado tan

leal que no quiso hacerlo. David hasta hizo emborrachar a Urías, pero

igualmente él no quiso volver a dormir con su esposa mientras sus

compañeros enfrentaban la adversidad en el campo de batalla. Así que

David envió un mensaje, por mano de Urías mismo, a su general, Joab:

“Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él,

para que sea herido y muera” (2 Samuel 11:15).

El general Joab pronto envió un mensaje de vuelta al rey

dándole un relato completo de la batalla y agregando: “También tu

siervo Urías heteo es muerto” (v. 21). Urías fue muerto, así que David

era culpable, no solo de adulterio, sino de asesinato también. Cuando

este pecado es analizado más adelante en Crónicas, el asesinato de

Urías es considerado el centro del pecado de David. Y fue culpable de

vivir una mentira. David cubrió su mentira todo un año, pensando que

nadie más que él sabía, y tal vez su general de confianza, Joab. Ese

año de encubrimiento fue tal vez el año más infeliz de la vida de David

(lea lo que sentía en su corazón, en los Salmos 32 y 51).

La culpa que David sintió lo hizo sentirse, en realidad,

físicamente enfermo. Finalmente, se volvió al Señor: “Mi pecado te

declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones

a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:5).

David dijo que las personas piadosas deberían orar pidiendo la

bendición del perdón. ¿Sugiere esto que las personas piadosas pueden

pecar? Sí, por supuesto que sí. Pero, en un sentido, la grandeza de

David queda resaltada por la forma en que respondió a su pecado y a

las consecuencias de su pecado.

Rayos de luz en el cielo oscuro

Cuando fracasamos, lo importante es lo que hacemos con

nuestro fracaso, cómo respondemos ante el hecho. Es en este punto

que la vida de David, aun cuando pecó, se convierte en uno de los

mayores ejemplos de la Biblia para nosotros.

Confrontación

En 2 Samuel 12, un valiente profeta llamado Natán fue a la

corte de David y contó una historia sobre un hombre rico que tenía

mucho ganado, y un hombre pobre del mismo pueblo que solo tenía

una ovejita. El hombre pobre amaba su ovejita; era como una mascota

para sus hijos. Esa oveja comía a su mesa y tomaba de su copa.

Entonces, un invitado vino a posar a la casa del hombre rico, y este, en

lugar de matar a uno de sus propios animales, sacrificó la única

ovejita, tan querida, del hombre pobre, para la comida.

Cuando David escuchó esto, exclamó enojado: “¡Vive Jehová,

que el que tal hizo es digno de muerte!” (v. 5). Entonces Natán señaló

a David y le dijo: “Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de

Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl

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30

[...] te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría

añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de

Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a

espada, y tomaste por mujer a su mujer” (2 Samuel 12:7-9).

Frente a toda la corte, Natán confrontó a David con su pecado.

Recuerde que David era rey, y podría haber dicho: “Córtenle la

cabeza”. Pero no lo hizo. En cambio, confesó humildemente su pecado

(12:13a). Dios lo perdonó (12:13b), pero a David todavía le faltaba

sentarse al terrible banquete de las consecuencias de su pecado.

Consecuencias

Natán transmitió esta palabra del Señor a David: “Por lo cual

ahora no se apartará jamás de tu casa la espada [...] yo haré levantar el

mal sobre ti de tu misma casa” (12:10a, 11a). Dado que David pecó en

la relación familiar, fue allí donde Dios lo castigó. En capítulo tras

capítulo del resto de 2 Samuel, vemos cómo se cumple la profecía de

Natán.

Primero, el profeta le dijo que el hijo que él y Betsabé habían

concebido moriría. Durante seis días y seis noches, David ayunó, oró y

estuvo postrado ante el Señor. Pero su hijo enfermaba cada vez más, y

en el séptimo día murió. Cuando David lo supo, se levantó, se bañó, se

cambió de ropa, adoró en el tabernáculo y comió. Su comportamiento

desconcertó a sus siervos, pero David explicó que, mientras el bebé

vivía, había una posibilidad de que Dios mostrara misericordia y le

tuviera piedad. Pero, cuando el niño murió, David dijo que él ya no

podía hacer nada para hacerlo regresar, y agregó: “Yo voy a él, mas él

no volverá a mí” (12:23).

Yo creo que esta historia nos indica que, cuando Dios quita la

vida de un niño, no tenemos que tener ninguna duda acerca de su

destino eterno. David expresó esta esperanza cuando dijo: “Yo voy a

él”. Contraste este comportamiento de David con su enorme pena

cuando recibió noticia de la muerte de su hijo, Absalón, más adelante

en esta historia del castigo de David.

Al leer el capítulo 13 y subsiguientes, descubrimos que las

consecuencias del pecado de David continuaron. El hijo de David,

Amnón, violó a su hermanastra, Tamar. Luego Absalón, hermano de

Tamar y la niña de los ojos de David, mató a Amnón y huyó para

salvar su vida y se hizo fugitivo. Gracias a la intercesión y a ciertas

intrigas de Joab, Absalón pudo regresar a Jerusalén. Sin embargo, aun

cuando David permitió el regreso de Absalón, se rehusó a verlo.

David anhelaba tener comunión con Absalón, pero, en realidad,

no lo perdonó y no restauró su relación (14:24). Alienado y enojado,

Absalón comenzó una revolución contra su padre y, con el tiempo,

echó a David de Jerusalén. En el colmo de su traición, Absalón fue

ayudado por el propio consejero de confianza de David, Ahitofel. Él

aconsejó a Absalón que incitara a David a luchar antes de estar listo

llevando las diez concubinas de su padre que quedaban en Jerusalén al

techo del palacio y violándolas a la vista de todo Israel. Trágicamente,

Absalón siguió este consejo traicionero.

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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Cuando David se enteró de esta atrocidad –cuando supo que su

querido amigo, el hombre que era como un padre para él, había

aconsejado a su hijo que atacara a estas mujeres indefensas– escribió

el Salmo 55. Léalo y verá que el corazón de David estaba lleno de

horror. Usted puede leer todos los detalles trágicos de este capítulo

horrible de la vida de David en 2 Samuel 11-18.

A pesar de todo lo que había hecho Absalón, cuando estaba por

librarse la gran batalla entre los hombres valientes de David y el

ejército de Israel, bajo el liderazgo de Absalón, David advirtió a sus

tropas que no le hicieran daño a su hijo. El golpe final que Dios

propinó a David fue el mensaje de que Absalón había sido muerto. De

nuevo, observe la diferencia entre su respuesta cuando murió su bebé y

su respuesta ante la muerte de Absalón. Cuando éste murió, el dolor

abrumó a David. Dijo, vez tras vez: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo

mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón,

hijo mío, hijo mío!” (18:33).

Absalón había iniciado una revolución contra su propio padre;

¿por qué, pues, este reaccionaba de esa forma? A diferencia de la

muerte de su bebé, David no dijo de Absalón: “Yo voy a él”. Creo que

esta es la razón por la que es tan grande su pena por Absalón. Es

probable, también, que David creyera que Absalón había muerto por

los pecados de su padre, y que deseara que las cosas hubieran ocurrido

al revés.

Al leer la historia del pecado de David, y especialmente las

consecuencias de su pecado, recordemos que ninguno de nosotros

estamos ajenos a la posibilidad de caer (1 Corintios 10:12, 13). Dese

cuenta de que David nos mostró a todos nosotros cómo manejar el

fracaso espiritual y moral. Luego aprecie las palabras del Señor Jesús

cuando dijo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11).

Capítulo 11

La bendición del perdón

Uno de mis objetivos al escribir este estudio de la Biblia es

mostrar la correlación, es decir, cómo los libros de la Biblia se

relacionan entre sí: la unidad de la Biblia. Por ejemplo, una vez

estudiados los libros históricos, cuando uno llega a los profetas se da

cuenta de que ya tiene el contexto histórico en el cual estos grandes

profetas vivieron, predicaron, sufrieron y murieron. La literatura

histórica también nos equipa para entender uno de los más grandes

libros de la Biblia, Salmos, y especialmente los salmos de David.

El corazón de David en los salmos

Los salmos de David y 2 Samuel 11-18 van juntos de una

forma hermosa. En los salmos escritos durante este período de su vida,

llegamos a entender la grandeza de David, aun cuando este fue un

tiempo de su vida en el que fracasó moralmente y espiritualmente.

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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Salmo 3

Cuando David fue al desierto huyendo de Absalón, un hombre

llamado Simei lo maldijo (2 Samuel 16:5-8). El general de David le

dijo: “¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego

que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza” (v. 9). Pero David contestó:

“Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho [que me maldiga]”

(v. 11b).

Mientras David se retiraba de Jerusalén, escribió el Salmo 3,

que comienza así: “¡Oh Jehová, cuánto se han multiplicado mis

adversarios! Muchos son los que se levantan contra mí. Muchos son

los que dicen de mí: No hay para él salvación en Dios” (vv. 1, 2). Eso

era lo que decía Simei cuando maldecía a David y le arrojaba piedras.

Pero David escribió (y aquí demostró lo piadoso que era): “Mas tú,

Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi

cabeza. Con mi voz clamé a Jehová, y él me respondió desde su monte

santo” (vv. 3, 4).

Al mirar a su pasado, David podía ver hitos de milagros –

oraciones contestadas– en su camino. Y estos le daban confianza y fe

en Dios, en el presente y para el futuro.

Salmo 4

El Salmo 4 también encaja en este período de la vida de David.

Nos dice que, si nuestro clima emocional es de aflicción o de tensión,

y no podemos dormir, podría ser porque tenemos que tomar una

decisión importante que involucra hacer las cosas correctas. En el

medio de la noche, cuando no podía dormir, David se propuso en su

corazón: “Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en Jehová” (v. 5).

Su motivación para hacer lo correcto era que estaba rodeado de

personas que decían: “¿Quién nos mostrará el bien?” (v. 6). Todos

estamos rodeados de personas que buscan a alguien que haga lo

correcto y no lo conveniente. Cuando lo ven, además del costo que

pagamos para hacer lo correcto, ellos son muy bendecidos y se

vuelven a Dios por lo que ven.

Salmo 23

En el Salmo 23:3, David dice: “Confortará mi alma”. Cuando

el Señor nos ha hecho yacer y reconocer el hecho de que somos ovejas

y Él es nuestro pastor, nos volvemos a levantar. Pero cuando nosotros

asumimos el control, aquellos verdes pastos se secan, las aguas se

enturbian y la copa llena se vacía. Cuando nos olvidamos de quién es

el pastor y quiénes son las ovejas, necesitamos ser restaurados.

¿Cómo nos restaura Dios? Él es muy práctico. David lo

expresó así: “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre”

(v. 3b). El avivamiento es más que pasar al frente en un culto de una

iglesia en respuesta a una invitación. Es más que una experiencia de

oración ante un altar. Dios dice: “Escucha. Así es como quisiera

restaurarte. Tú ven y anda por las sendas de justicia un par de años. Y,

al caminar por las sendas de justicia, ellas restaurarán tu alma”.

Eso es lo que vemos que ocurre en la vida de David en 2

Samuel 11-18. David se había entregado a Dios y había dicho:

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“Vendré y caminaré por las sendas de justicia por amor de tu nombre”.

Cuando David respondió al castigo de Dios y a todas las demás

consecuencias de su pecado andando por las sendas de justicia, Dios

restauró su alma.

David fue rey cuarenta años: dieciséis antes de pecar y

veinticuatro más luego de que Dios restaurara su alma y su reino. Pero

esa restauración solo ocurrió luego que David anduviera por las sendas

de justicia, confesando su pecado, arrepintiéndose de él y

comprometiéndose a seguir el camino del Señor.

¿Está usted personalmente necesitado de confesión y un

arrepentimiento genuino y auténtico? Con todo amor y sinceridad, le

digo que nunca conocerá la bendición del perdón hasta que siga el

ejemplo de David y confiese su pecado ante Dios. Recuerde que la

confesión simplemente significa decir lo mismo que dice Dios sobre su

pecado. Lo aliento a que lea los Salmos 32, 51, 55, 23, y deje que las

palabras de David guíen su confesión. Luego, como él, usted

experimentará la bendición del gracioso perdón de Dios.

Cantando las canciones del perdón

Quizá usted se haya preguntado alguna vez: “¿Cómo sé que

mis pecados han sido perdonados?”. Algunos dicen que uno sabe

porque la Biblia lo dice: “La Biblia lo dice, yo lo creo, asunto

terminado”. Pero hay otra forma en que puede saber que sus pecados

han sido perdonados: cuando Dios quita su culpa.

Hoy, muchos terapeutas tratan con el problema de la culpa de

otra forma. Dicen: “No debería haber tal cosa como la culpa, porque lo

bueno y lo malo no existen. No hay nada que no se deba hacer. No hay

absolutos morales. La culpa es para los niños, porque solo ellos

permiten que la gente les diga lo que está bien y lo que está mal. No

dejen que nadie les diga que lo que están haciendo está mal”. Me

asombra la cantidad de personas que tratan de resolver su problema de

la culpa de esta forma.

En contraste, David dijo, básicamente: “Tengo un problema de

culpa porque soy culpable. Tengo un problema de culpa porque

pequé”. La solución de Dios para nuestro problema de culpa es

confesar que somos culpables, que hemos pecado. Mostramos que

entendemos y creemos en la solución de Dios para nuestro problema

de la culpa cuando ofrecemos los sacrificios de justicia que expresan

nuestro arrepentimiento y confesión, y ponemos nuestra confianza en

el Señor. Entonces, y solo entonces, experimentaremos la bendición

del perdón, porque entonces nuestro problema de la culpa habrá sido

quitado.

El Salmo 51 no es solo la confesión que David hace de su

pecado, sino que nos da también una ventana a través de la cual

podemos ver la grandeza de este hombre. En el Salmo 51, observe

varias cosas. Primero, David oró a Dios por el origen de su pecado:

“He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho

comprender sabiduría” (v. 6). En respuesta a esa petición, Dios dio a

David una revelación, y este escribió: “...y mi pecado está siempre

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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delante de mí [...] He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado

me concibió mi madre” (vv. 3b, 5).

Luego observe la gran petición de David: “Crea en mí, oh

Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (v.

10). La palabra que se traduce como “crear” en este versículo es la

palabra hebrea bara, que significa ‘hacer algo a partir de nada’. Se usa

solo tres veces en Génesis 1, y aquí es usada en Salmos 51:10, donde

significa que David está diciendo, básicamente: “Tú no tienes nada

con qué trabajar. Te estoy pidiendo que hagas algo de la nada. Pon

algo en mí, en el núcleo de mi ser, que no estaba allí cuando nací. Tú

debes hacer un milagro de creación en mi ser interior. Esa es la única

forma en que tengo alguna esperanza de vivir una vida que te

glorifique”.

La respuesta a esa oración es lo que el Nuevo Testamento

llama el “nuevo nacimiento”. Jesús dice: “Lo que es nacido de la

carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te

maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” o, más bien,

que necesitas otro acto de creación en tu corazón (ver Juan 3:6, 7).

Los apóstoles llaman al nuevo nacimiento “creación”: “Si

alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). Dios ha

creado algo en el núcleo de un hombre o una mujer que ha nacido de

nuevo. David tenía una perspectiva profética cuando hizo esta petición

dos mil años antes que Jesús dijera: “Tienes que nacer de nuevo”.

También, observe la motivación de David para querer esta

restauración: “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me

sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los

pecadores se convertirán a ti” (Salmos 51:12, 13). David amaba la

Palabra de Dios. Amaba predicarla, enseñarla y cantarla. Y él quería

guiar a otros pecadores de vuelta al Autor de esa Palabra, como había

hecho muchas veces en el pasado.

Y, finalmente, observe la perspectiva poco común que

demuestra David al final del salmo: “Porque no quieres sacrificio, que

yo lo daría; no quieres holocausto” (v. 16). ¿Recuerda cuando

estudiamos el tabernáculo en el desierto? La gente llevaba un animal a

la Tienda de la Adoración y lo ofrecía como sacrificio por sus pecados.

El tipo de animal o la cantidad de animales dependía del grado de

pecado y de la situación económica de la persona.

David sabía que estaba en condiciones de llevar toda una

manada a la Tienda de Adoración, pero también sabía que Dios no

quería eso. Palabras más, palabras menos, David dijo: “Eso no es lo

que quieres, Dios. Tú quieres una revolución en mi hombre interior.

Tú quieres un corazón quebrantado ante ti, y quieres un espíritu

contrito”. La palabra “contrito” significa ‘sumamente apenado por el

pecado’. David dijo: “Esto es lo que quieres, Dios”. Así que oró

diciendo: “Rompe en mí el núcleo de mi ser. Sáname en el núcleo de

mi ser. Crea algo en el núcleo de mi ser que no estaba en mí cuando

nací físicamente, y entonces viviré una vida que te glorificará”.

Déjeme repetirlo: si usted ha pecado y no sabe cómo confesar

su pecado, si necesita ser restaurado en su alma y no sabe cómo lograr

esa restauración, vaya al Salmo 51. Deje que este salmo sea su oración

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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de confesión y arrepentimiento. Si lo hace, cumplirá con la hermosa

experiencia de confesar su pecado y arrepentirse de él.

Capítulo 12

Tres hechos sobre el pecado y tres hechos sobre la salvación

Quisiera dedicar un capítulo más al tema del pecado de David.

Tal vez usted piense que estoy exagerando, pero lo hago porque la

Biblia misma enfatiza el pecado de David. Deberíamos tratar de

descubrir por qué Dios ha asignado tanto espacio en 2 Samuel al

pecado de David, para que podamos aprender las lecciones espirituales

que Él quiere que aprendamos sobre el pecado y que las apliquemos

cuando pecamos.

Lecciones adicionales sobre el pecado

Una de las lecciones más importantes que podemos aprender

de la historia del pecado de David es cómo trató con el problema de la

culpa. Quisiera darle una ilustración.

La mente humana tiene dos dimensiones: la consciente y la

inconsciente. Todos nosotros luchamos con nuestros pensamientos

contradictorios. En nuestra mente consciente, tenemos un pensamiento

bueno y positivo como: “El Señor es mi Pastor, y no me preocuparé;

tengo mucha fe en mi Pastor”. Pero, a menudo, en los siguientes

treinta segundos, comenzamos a preocuparnos. Como resultado,

tenemos colitis y úlceras. No se supone que deberíamos preocuparnos,

porque Dios es nuestro Pastor. Pero lo hacemos igual. ¿Cómo tratamos

con estos pensamientos contradictorios?

Construimos un pared por el medio de nuestra mente y

aislamos nuestros pensamientos contradictorios en dos

compartimentos. En un compartimento tenemos fe y decimos: “El

Señor es mi Pastor”. Cuando lo decimos, no nos permitimos recordar

que tenemos úlceras porque nos preocupamos. En el otro

compartimento de nuestra mente, ¡nos preocupamos y no nos

permitimos recordar que tenemos fe! Eso conduce a los

compartimentos lógicos separados de la “esquizofrenia espiritual”.

La esquizofrenia espiritual no es un problema serio en la mente

consciente. Pero lo es en la mente subconsciente, porque cada

pensamiento consciente se aloja en nuestra mente subconsciente y

permanece allí para siempre. Así que nuestros conflictos pasan a

nuestra mente subconsciente y acumulan un reservorio de conflictos

debajo de la superficie. Esto puede ser un problema serio, porque la

mente subconsciente es como una taza. Cuando está llena de

conflictos, envía señales a nuestro cuerpo, y comenzamos a sufrir de

síntomas físicos.

La Biblia nos dice que no debemos almacenar conflictos, sino

que debemos resolverlos. Los psiquiatras están de acuerdo, pero suelen

tener un distinto modo de resolverlos. Su solución secular es alejar a

las personas de los valores y la moral absoluta que están en conflicto

con su comportamiento. Sin embargo, la Biblia nos dice que el bien y

el mal realmente existen. Si tenemos una norma absoluta de integridad

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

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y de lo correcto porque realmente creemos en absolutos morales, y

nuestro estilo de vida está en conflicto con esa norma absoluta de

integridad, nos estamos enfermando.

La Biblia dice nos dice que resolvamos nuestros conflictos de

esta forma: dado que la lámpara del cuerpo es el ojo, si nuestra

perspectiva o esquema mental es como Dios quiere que sea, y vivimos

según vemos las cosas, todo nuestro cuerpo podrá ser lleno de luz (ver

Mateo 6:22). En otras palabras, resolvemos nuestros conflictos cuando

nos comportamos según lo que creemos.

David nos dice que resolvemos nuestro problema de la culpa

cuando reconocemos la norma de Dios de lo que está bien y lo que está

mal, aun cuando esa norma nos convence de que somos pecadores y

nos declara culpables de nuestro pecado. Cuando confesemos nuestro

pecado, Dios restaurará nuestra alma. Esa es una de las aplicaciones

más importantes que podemos hacer de la historia del pecado de

David.

Tres hechos sobre el pecado

Otra aplicación de este sórdido capítulo de la vida de David es

que el pecado tiene consecuencias terribles. En 2 Samuel 11-18, David

tuvo que comer un banquete de amargas consecuencias. Su historia, en

realidad, ilustra tres hechos sobre el pecado y tres hechos sobre la

salvación. Consideremos primero el lado del pecado.

El pecado tiene un castigo

Primero, el pecado tiene un castigo. El pecado siempre

conduce a un castigo futuro y un castigo presente. Por eso Dios tuvo

que echar mano del cielo y enviar a Jesucristo a este mundo. La única

forma en que podemos quitar el castigo futuro del pecado (el infierno)

de nuestra vida es creyendo en la muerte de Jesucristo en la cruz (ver

Juan 3:16).

Sin embargo, las tres quintas partes de las veces en que la

Biblia usa la palabra “salvación”, no la aplica al castigo futuro del

pecado, sino a la remoción del castigo presente del pecado. Por

ejemplo, somos salvados del castigo de una vida malgastada. Cuando

Jesús hablaba del infierno, usaba la palabra griega gehenna, que era un

gran basural afuera de Jerusalén, “donde el gusano de ellos no muere,

y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:44). Cuando la gente pensaba en

la Gehenna, pensaban en desperdicios. Jesús enseñó que el desperdicio

es una de las peores realidades del infierno.

Otro castigo presente del pecado es la esclavitud. La gente no

hace lo que quiere hacer; la gente hace lo que debe hacer, lo que está

obligada a hacer. Las personas están controladas por compulsiones y

hábitos que la Biblia rotula como “pecado”. La salvación libera a las

personas de su esclavitud al pecado (ver Juan 8:30-35; también Mateo

1:21).

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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel

37

El poder del pecado

Segundo, el pecado tiene mucho poder. Creo que toda la

historia de David nos dice lo que Pablo escribió en 1 Corintios 10:12:

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. En el versículo

siguiente, Pablo escribe que la tentación es humana. Si un hombre

como David pudo caer bajo el poder del pecado, ¿quiénes somos

nosotros para pensar que podremos enfrentarlo? Nunca subestime el

poder del pecado.

El precio del pecado

Tercero, el pecado tiene un precio muy alto. Pablo nos dice que

“la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Pablo no hablaba solo

de la muerte literal, sino también del banquete de las consecuencias:

aquellas hierbas amargas que el pecador siempre tiene que comer

finalmente. El pecado tiene sus cicatrices y sus manchas, algunas de

las cuales son irreversibles e irrevocables.

Tres hechos sobre la salvación

Como el fondo de terciopelo negro sobre el cual el joyero

exhibe sus diamantes, el oscuro castigo, el poder y el precio del pecado

siempre hacen que los tres hechos de la salvación se destaquen mucho

más.

Jesús ha quitado el castigo del pecado

Primero, Jesucristo ha quitado el castigo del pecado. La Biblia

llama a esto “el evangelio” o las “buenas nuevas”. Jesús dijo a

Nicodemo, palabras más, palabras menos: “Yo soy el único Hijo de

Dios, soy la única solución dada por Dios, y el único Salvador dado

por Dios. El Padre no tiene otra solución ni otro Salvador” (ver Juan

3:14-18). Cuando uno verdaderamente presta atención a lo que Jesús

dijo, se dará cuenta de que convirtió a todas las demás religiones en

callejones sin salida. Uno cree en Jesucristo o no cree. Esta es una de

las declaraciones más dogmáticas que haya hecho Jesús jamás.

El Espíritu Santo puede vencer el poder del pecado

Segundo, el Espíritu Santo puede mantener a raya el poder del

pecado en su vida y en la mía. El apóstol Juan nos dice, en 1 Juan 4:4:

“Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”. Fuera

del poder de Dios, no hay en el mundo poder mayor que el poder del

pecado, del mal y de Satanás. ¡Pero las buenas nuevas son que el poder

de Dios es mayor que el poder de Satanás, el mal y el pecado! El

apóstol Pablo dice que, cuando nos apropiamos de la gracia de Dios,

podemos ser más que vencedores sobre el poder del pecado en nuestra

vida (comparar con Romanos 8:37-39).

La justificación quita nuestro pecado de su vista

El tercer hecho de la salvación es algo más complicado, porque

tiene que ver con las manchas, las cicatrices y el precio del pecado. A

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los ojos de Dios, aun las manchas del pecado son lavadas por el

perdón. Como escribió David en otro de sus salmos: “Cuanto está lejos

el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”

(Salmos 103:12; ver también Miqueas 7:19). La palabra “justificado”

es una de las palabras más hermosas de la Biblia. Significa que,

cuando confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos de ellos, ¡en

lo que respecta a Dios, es como si nunca los hubiéramos cometido!

Nuestro pecado no solo es condonado; nuestro pecado no solo es

perdonado; nuestro pecado no es simplemente quitado; ha

desaparecido. Es como si nunca hubiésemos pecado.

Sin embargo, la justificación viene en dos dimensiones. A

veces, las manchas y las cicatrices del pecado son irreversibles en el

nivel humano. Si una persona comete un asesinato y luego cree en

Jesucristo, a la vista de Dios es como si nunca hubiera pecado o

cometido ese asesinato. Pero, ¿significa que su fe en Cristo le permite

salir libre? No. Sigue habiendo consecuencias que pagar.

Cierta ve me llamaron para que fuera a la casa de un hombre de

ochenta y tres años de edad. Se había convertido a los ochenta y dos

años, lo cual es muy inusual. Luego de su conversión, que fue genuina,

su esposa me llamó y me dijo: “Usted debe venir a hablar con mi

esposo. Lo único que hace es quedarse sentado llorando, y no quiere

hablar de esto”. Así que fui a verlo. Cuando pudo, finalmente,

controlar sus emociones, dijo: “¡Mis hijos! ¡Mis hijos! ¡Mis hijos!”. Le

pregunté: “¿Qué pasa con sus hijos?”. Entonces me contó la forma

terrible en que los había tratado. Dos de ellos estaban en hospitales

psiquiátricos y, según él, había sido el responsable de arruinarles la

vida. Este padre había sido convertido genuinamente y, a los ojos de

Dios, no tenía manchas, castigos ni cicatrices. Pero las cicatrices y las

manchas de sus hijos seguían siendo muy reales.

Hay algunas cosas que no podemos deshacer (no podemos

separar huevos revueltos). El pecado tiene un precio alto, y las

cicatrices son irreversibles. Por esta razón el apóstol Juan escribe, en

su primera epístola: “Estas cosas os escribo para que no pequéis” (1

Juan 2:1)

Es una monstruosidad teológica dar a los jóvenes la impresión

de que hay algo bueno o aun divertido en el pecado. ¡No hay nada

bueno en el pecado o en sus consecuencias! Sí, Dios puede poner en

evidencia su gracia y su misericordia si respondemos a las

consecuencias del pecado como lo hizo David. Dios hasta puede sanar

muchas de las cicatrices. Pero algunas manchas y cicatrices so

irrevocables e irreversibles. Por eso la Biblia dice que es mejor no

pecar. “Ni yo te condeno”, le dijo Jesús a la mujer atrapada en el acto

de adulterio. Pero también le dijo, porque amaba a esa mujer: “Vete, y

no peques más” (Juan 8:11). Nunca deje que nadie dé a sus hijos la

impresión de que hay algo bueno en vivir en pecado y luego ser

salvado de una vida de pecado. Es mejor no pecar.

Hay una epidemia de pecado entre personas que dicen ser

discípulos de Jesucristo hoy. Dios quiere que todos nosotros, a través

de la historia del pecado de David, escuchemos las palabras de Jesús:

“Vete, y no peques más”.