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Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
1
INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 3
JUECES, RUT, 1 Y 2 SAMUEL
El Libro de Jueces
Capítulo 1
La agonía de la apostasía
El Libro de Jueces abarca cuatrocientos años de historia
hebrea. La primera oración del libro menciona la muerte de Josué y la
falta de liderazgo que hubo después. Josué no logró entrenar a un líder
que continuara su labor. En cierto sentido, el Libro de Jueces relata
hasta qué punto llegó la desorientación de los israelitas por esta razón.
A lo largo de este libro vemos que ninguno de los jueces logró
entrenar a líderes que los sucedieran y dieran continuidad a su visión
de cómo debía ser conducido el pueblo de Dios.
El versículo clave del Libro de Jueces nos dice que no había
rey en Israel durante este período de la historia, y que “cada uno hacía
lo que bien le parecía” (Jueces 17:6). Muchos estudiosos creen que
Samuel fue el autor de Jueces. Dado que no había ningún rey en el
tiempo de los jueces, bien podría ser que el autor de este libro lo haya
escrito durante el tiempo de la monarquía, con una mirada
retrospectiva. Los días en que gobernaron los jueces, antes que Israel
tuviera rey, fueron la edad oscura de la historia hebrea.
El mensaje devocional de Jueces tiene que ver con un problema
básico, el de la apostasía. La palabra “apostasía” significa ‘estar
alejado de’. A veces, la palabra significa apartarse de los compromisos
de la fe. En el capítulo final del Libro de Josué, los hijos de Israel
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hicieron un compromiso y sellaron su fe con un pacto solemne. Josué
dijo: “Ustedes deben elegir por ustedes y por su casa, pero yo y mi
casa serviremos a Jehová” (ver Josué 30:15). En esencia, juraron ante
Dios y Josué: “Elegimos poner a Dios en el primer lugar. Elegimos
servir y obedecer a Dios”.
Ellos eligieron servir al Señor, y asumieron esa postura por
ellos y por sus familias. La apostasía es simplemente esto: Uno toma
una postura como hicieron los hijos de Israel, y luego se aparta o
reniega de su compromiso con Dios y de su pacto con Él.
Un ciclo de apostasía
En el Libro de Jueces vemos un ciclo de apostasía que recorren
los hijos de Israel siete veces en menos de cuatrocientos años. Si
imaginamos un reloj, este ciclo de apostasía comienza con la manecilla
que marca las horas sobre el número doce. Esto representa a los hijos
de Israel cuando Dios está en el primer lugar y ellos están alineados
con Él. A la una, los hijos de Israel se apartan de su compromiso con
Dios. A las dos, hay una corrupción moral, seguida por corrupción
política a las tres. A las cuatro, aparece un enemigo feroz. A las cinco,
Israel es conquistado por ese enemigo. Cuando la manecilla está abajo,
apuntando al seis, los hijos de Israel son esclavos de ese conquistador.
Al avanzar la manecilla por el otro lado, a las siete hay un
avivamiento espiritual. El pueblo clama a Dios pidiendo misericordia.
A las ocho, Dios levanta un líder al que llama, equipa e inspira para
liderar una revolución y derrocar al conquistador malvado. Ese líder es
llamado “juez”. A las nueve, el juez comienza a urdir las formas de
derrocar al conquistador. A las diez, hay una revolución, con la
victoria a las once. Con la victoria ganada y el conquistador derrotado,
los hijos de Israel vuelven a estar en la posición del doce, sirviendo y
amando a Dios nuevamente.
Durante distintos períodos de tiempo, todo está bien, hasta que
volvemos a leer esas tremendas palabras: “Los hijos de Israel hicieron
lo malo ante los ojos de Jehová” (ej: Jueces 2:11). Entonces nos damos
cuenta de que se está repitiendo el ciclo de la apostasía, vez tras vez
tras vez. Los hijos de Israel tuvieron paz durante ochenta años a veces,
pero la apostasía volvía a surgir, y el ciclo de la apostasía se repitió
siete veces.
Hay, al menos, dos aplicaciones devocionales y prácticas para
nosotros cuando leemos el Libro de Jueces. Primero, hay una
aplicación personal. ¿Podemos apartarnos o alejarnos de lo que
creemos? ¿Podemos cometer apostasía? ¡El Libro de Jueces dice que
sí, que es posible!
El Libro de Deuteronomio, y también el apóstol Pablo (1
Corintios 10:12), nos advierte: “El que piensa estar (continuamente)
firme, mire que no caiga”. El hecho de que hayamos entrado a nuestra
“tierra prometida de Canaán” y hayamos vencido no significa que no
podamos apartarnos o alejarnos de lo que creemos. El Libro de Jueces
nos muestra vez tras vez que los hijos de Israel cayeron en la apostasía.
Como ellos, todos tenemos esos tiempos en que hacemos grandes
compromisos con Dios, pero luego nos apartamos o alejamos de esos
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pactos con Él. Cuando lo hacemos, debemos pagar, con el tiempo, el
alto costo de la apostasía.
La segunda aplicación devocional del Libro de Jueces es lo que
podríamos llamar la apostasía nacional. Así como la nación de Israel
pasó por este ciclo tantas veces en el Libro de Jueces, es posible que
otras naciones recorran el mismo ciclo hoy.
Hubo un tiempo en que Tierra Santa era “el cuartel general de
Dios” y Jerusalén era la capital espiritual del mundo. Pero los líderes
espirituales se alejaron de Dios y rechazaron a Jesucristo y sus
afirmaciones mesiánicas. Cuando Jesús entró en Jerusalén en ese
primer Domingo de Ramos, dijo a los líderes religiosos: “Si ustedes no
quieren generar fruto en el reino de Dios, Dios les quitará el reino y se
lo dará a personas que quieren hacerlo”. En otras palabras, Dios
“trasladaría su cuartel general”, si el país no daba fruto para el reino de
Dios. Jesús dijo que el compromiso con Dios es como caer sobre una
roca. O uno cae sobre la roca y es quebrado por ella, o la roca cae
sobre uno y lo hace polvo (ver Mateo 21:42-44).
Cuando Jesús quitó el reino a los líderes religiosos de Israel, lo
entregó a su iglesia. Esto significa que la aplicación devocional de este
ciclo de apostasía debería dirigirse principalmente a la iglesia. Dado
que hay una interpretación pero varias aplicaciones de las Escrituras,
esta advertencia acerca de la apostasía puede ser aplicada a ministerios
como los miles de institutos, universidades y seminarios relacionados
con la iglesia que fueron creados para enseñar la Palabra de Dios.
Debemos aplicar las tremendas advertencias relacionadas con
la apostasía en el Libro de Jueces personalmente, institucionalmente y
nacionalmente. El mensaje de este libro es que siempre debemos “estar
en el doce”, amando, adorando y sirviendo a Dios.
Capítulo 2
Cosas fuera de lo común hechas por medio de personas comunes
Además de las advertencias sobre la apostasía en el Libro de
Jueces, hay muchas verdades devocionales que pueden aprenderse de
las vidas personales de los jueces. Estos jueces son algunos de los
mejores estudios de personalidad de la Biblia.
Otoniel fue el primer juez. Según la Biblia, su única carta de
presentación parece haber sido que era el sobrino de Caleb. La única
carta de presentación del segundo juez, Aod, era su condición de
zurdo. Se nos dice que otra juez, Débora, era una madre de Israel. Le
costó bastante lograr que un militar, Barac, reuniera el valor suficiente
como para acompañarla a la batalla. Gedeón, cuando fue llamado, dijo:
“Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia
es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Jueces
6:15). Un tema recurrente en los perfiles de personalidad de estos
jueces es que eran personas muy comunes.
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¿Se considera usted una persona común y corriente? ¿Cree que
no Dios no querría, o tal vez no podría, usarlo porque no es una
persona muy dotada y con muchos logros? Este Libro de Jueces le
mostrará que a Dios le encanta hacer cosas fuera de lo común a través
de personas muy comunes, como usted o como yo.
Otoniel era el hijo del hermano menor de Caleb. La Biblia dice
que el Espíritu de Dios se apoderó de él, y él reformó y purgó a Israel
de forma tal que cuando condujo a las fuerzas de Israel contra el
enemigo, Dios ayudó a Israel a conquistar completamente (ver Jueces
3:9-11).
A Dios le encanta tomar gente común y hacer cosas fuera de lo
común a través de ellas porque su Espíritu las está controlando. Eso es
lo que el Nuevo Testamento llama ser lleno del Espíritu Santo.
Vemos esto en la vida de un juez llamado Aod, cuya única
carta de presentación era ser zurdo. Israel había sido dominado por los
moabitas. Un rey llamado Eglón los había conquistado. En esos días,
cuando una nación conquistaba a otra, siempre la cargaba con
impuestos insoportables. Aod lideró un grupo que fue a la capital de
Moab para pagar los impuestos de Israel y fue al palacio de Eglón.
Antes de partir para esta misión, hizo un puñal de casi cincuenta
centímetros de largo.
Cuando se paró frente al rey de Eglón, que era sumamente
gordo, le dijo: “Tengo un mensaje para usted de Dios”. Leemos que,
con su fuerte brazo izquierdo, sacó su puñal y mató al rey. Aod
comenzó una revolución, y los moabitas fueron derrocados. Lo único
que se nos dice de Aod es que era zurdo. Es posible que su brazo
izquierdo fuera lo único que él tuviera para ofrecer a Dios, y Dios lo
usó poderosamente. ¿Ha ofrecido usted sus talentos, grandes y
pequeños, a Dios? Si usted pone sus magros dones y talentos en las
manos de Dios, Él los usará, como usó el brazo izquierdo de Aod.
Una de mis historias favoritas de estos libertadores es la de
Débora, una madre de Israel. Débora tenía un don espiritual especial.
Era una profetisa. Se sentaba debajo de una palmera y profetizaba, y
las personas venían de todas partes de Israel para escucharla hablar sus
mensajes sobre Dios.
Un día le dijo a un hombre llamado Barac: “Dios mismo tiene
un mensaje para ti. Debes movilizar diez mil hombres y atacar a
Sísara, el general cananeo, que tiene novecientos carros de hierro y
conduce un gran ejército. Atácalo y libra a Israel de los cananeos” (ver
Jueces 4:6, 7).
Barac dijo: “Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres
conmigo, no iré” (Jueces 4:8). Él sabía que, si Dios estaba realmente
diciéndole esto a través de Débora, entonces lo haría victorioso. Tal
vez para probar a Débora, para ver si realmente creía que era un
mensaje de Dios, le dijo: “Tú ven conmigo. Marcha con nosotros”.
Débora accedió, pero le advirtió: “La historia dirá que una mujer libró
a Israel de los cananeos” (ver Jueces 4:9). Cuando Barac pidió a
israelitas que fueran a la batalla, diez mil hombres se ofrecieron como
voluntarios. Eso era exactamente lo que Débora le había dicho que
ocurriría.
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La batalla se libró en el monte de Tabor. Dios confundió a los
carros de Sísara. El ejército cananeo entró en pánico. Los hombres de
Barac tomaron el control, y Sísara intentó huir. Una mujer llamada
Jael le ofreció esconderse en su tienda. Él se durmió rápidamente y,
mientras dormía, Jael tomó un mazo y una estaca de la tienda y clavó
su cabeza al suelo.
Recuerde que el mensaje central de Jueces es la apostasía y las
consecuencias espantosas de la apostasía. Pero también aprendemos de
las vidas de los jueces que Dios usa a personas poco importantes. A Él
le encanta tomar personas comunes, como usted o como yo, y hacer
cosas fuera de lo común con ellas. Dios hace cosas increíbles a través
de personas comunes y corrientes que están controladas por su
Espíritu.
Capítulo 3
Cada hombre en su lugar
Gedeón es el más pintoresco de todos estos jueces. Miraremos
de cerca su vida, porque tiene mucho que enseñarnos. Por ejemplo, si
usted tiene una baja autoestima, reflexione sobre lo que tiene que decir
Gedeón de sí mismo: “He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y
yo el menor en la casa de mi padre” (Jueces 6:15). Él vivió durante la
conquista de Israel por parte de los madianitas, que fue brutalmente
cruel. Muchos israelitas habían sido muertos en la guerra contra los
madianitas, y estos habían destruido los cultivos del pueblo escogido,
dejándolos sin nada para comer.
Luego de siete años de pobreza y crueldad, el pueblo de Israel
comenzó a clamar al Señor pidiendo ayuda. El Señor llamó al hombre
que se convertiría en su libertador. Ese hombre era Gedeón.
Leemos que el ángel del Señor vino y se sentó debajo de la
encima que estaba en Ofra, que era de Joás. Su hijo, Gedeón, estaba
sacudiendo el trigo en el lagar, porque quería ocultar el trigo de los
madianitas. El ángel del Señor se le apareció y le dijo: “Jehová está
contigo, varón esforzado y valiente. Y Gedeón le respondió: Ah, señor
mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo
esto? ¿Y dónde están todas sus maravillas?” (Jueces 6:12-14).
Habían pasado muchos años desde el cruce del Mar Rojo, y
Gedeón quería saber si Dios todavía haría un milagro por su pueblo
como el que había hecho en tiempo de Moisés. En esencia, el ángel del
Señor dijo a Gedeón que, si quería encontrar el milagro que iba a usar
para liberar al pueblo de Israel de los madianitas, debía mirarse en un
espejo. Dios se deleitaría en tomar al menor de la tribu más débil, y
usar lo común para lograr el milagro fuera de lo común que había
planeado para esta liberación.
Es importante que, cuando Dios lo llama para hacer un trabajo
para Él, usted haga ese trabajo sabiendo que Él lo ha enviado y estará
con usted. También debe aprender algunos secretos espirituales que
tuvieron que aprender estos jueces y otros grandes libertadores, como
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Moisés. Estos secretos espirituales son: No se trata de quién o qué es
usted, sino de Quién y Qué es Dios. No se trata de lo que usted puede
hacer, sino de lo que Dios puede hacer. No se trata de lo que usted
quiere, sino de lo que Dios quiere. Cuando ocurran los milagros, usted
mirará atrás y dirá: “No fue lo que yo hice, sino lo que Dios hizo
porque me envió a mí y estuvo conmigo”.
Dios no busca súper santos. A menudo busca al menor del más
débil, porque es más probable que éste aprenda los secretos
espirituales que aprendieron Moisés y los demás líderes del pueblo de
Dios. ¿Cómo puede alguien aprender estos secretos si es un “súper
santo”? Es más probable que confíe en él mismo que en Dios. Pero si
es el menor del más débil, Dios puede hacer que confíe en Él. Este fue
el tipo de líder que Dios levantó vez tras vez en el Libro de Jueces.
Cuando Dios llamó a Gedeón para derrocar a los madianitas,
había cientos de miles de madianitas. Eran como una plaga de
langostas en cuanto a la cantidad. Dios tenía que edificar la fe de
Gedeón. Dios quiere hacer dos cosas cuando intenta dar a un hombre
el don de la fe. Primero, quiere probar la fe de ese hombre mediante la
prueba. Luego, Dios quiere probarse a sí mismo a ese hombre.
Observe cómo Dios confirma la fe de las personas cuando las llama a
hacer algo que requiere una gran fe. Salmos 37:23 dice: “Por Jehová
son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino”.
La mayoría de nosotros conocemos la historia del vellón de
Gedeón. Dios lo llamó para ser quien libertara a Israel de los
madianitas. Gedeón necesitaba saber con seguridad que Dios lo
llamaba, así que le pidió que confirmara su llamado. Por la noche puso
un vellón de lana seco al aire libre y dijo a Dios que, si la tierra
alrededor estaba seca, pero el vellón estaba mojado a la mañana
siguiente, sabría que el Señor realmente lo estaba llamando a ser un
libertador. Cuando Gedeón se levantó, a la mañana siguiente, la tierra
estaba seca, pero pudo llenar una vasija de agua entera al exprimir el
vellón. Como no estaba seguro todavía, la noche siguiente pidió a Dios
que la tierra estuviera mojada y el vellón, seco. A la mañana siguiente,
la tierra estaba empapada de rocío y el vellón estaba seco.
Como Dios estaba llamando a Gedeón a hacer una gran tarea,
hizo lo que éste le pidió. Pero debemos tener cuidado cuando pedimos
a Dios que nos dé pruebas de sí. Hay una delgada línea entre poner un
vellón, como hizo Gedeón, y poner a prueba al Señor. Cuando Jesús
fue tentado en el desierto, fue desafiado a arrojarse del punto más alto
del templo. Si los ángeles lo salvaban, todos sabrían que era el Hijo de
Dios. Pero Jesús dijo: “Está escrito que no debes poner a prueba a
Dios”. Llegamos a Dios por fe. Habrá veces cuando Dios nos probará.
Sin embargo, nosotros no tenemos derecho a probar a Dios.
Cuando usted comienza su viaje espiritual, es como si estuviera
ingresando a la “Universidad de la Fe” de Dios. Usted no tiene
derecho a probar a Dios. Pero Dios sí tiene derecho a probarlo a usted.
Él puede tomarle una “prueba sorpresa” y exámenes difíciles en
intervalos regulares, pero usted nunca tiene el derecho de tomarle
exámenes a Él. Dios sabe que habrá ocasiones en las que usted tiene fe
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realmente, pero necesita alguna confirmación. Esto no es lo mismo que
poner a prueba a Dios porque no le cree.
Dios probó la fe de Gedeón de otra forma todavía. Antes de
atacar a los madianitas, que estaban acampados en el oscuro valle de
Jezreel, Dios dijo a Gedeón que se metiera a escondidas en el
campamento madianita. Junto a una tienda de dos soldados madianitas,
escuchó que uno de ellos contaba al otro un sueño. Se había
despertado de una pesadilla. Le dijo: “Soñé que un gran pan de cebada
rodaba desde la montaña y aplastaba nuestra tienda. Me pregunto qué
podría significar”. Su compañero le dijo: “Sé lo que significa. Esta es
la espada de Gedeón, ese poderoso ejército israelita que está del otro
lado del monte. Tu sueño significa que el ejército de Israel vendrá y
aplastará el ejército madianita” (ver Jueces 7:13, 14).
Cuando Gedeón lo escuchó, allí, en la oscuridad, inclinó su
cabeza y adoró a Dios. Entonces volvió a su pueblo y dijo:
“Levántense, porque Dios ha entregado a Madián en sus manos”. ¿Está
Dios preparándolo para una obra de fe? ¿Es posible que Dios quiera
hacer una gran obra a través de usted, pero usted no está lo
suficientemente cerca de Él como para saberlo?
Antes de utilizar a Gedeón para derrotar a los madianitas,
vemos cómo Dios le da muchas pruebas de sí mismo, y que también
prueba la fe de Gedeón. El mayor desafío a la fe de Gedeón fue
cuando Dios le pidió que sacrificara el mejor toro de su padre. El padre
de Gedeón era un padre apóstata. Había edificado un altar a Baal, un
dios pagano. Dios dijo a Gedeón que tomara el mejor toro de su padre
(en términos modernos sería como tomar su tractor de 75.000 dólares),
y lo encadenara al altar para derribarlo. Luego, Dios le dijo que tomara
el ídolo de su padre, lo cortara en pedazos e hiciera fuego con él, sobre
el cual sacrificaría el toro como un holocausto para Dios.
Ese fue un desafío enorme. Muchas veces, en los Evangelios,
Jesús dijo: “Si no están dispuestos a ponerme en el primer lugar, por
encima de su padre, no son dignos de mí”. Jesús nos desafía a ponerlo
primero, antes que nuestro padre y nuestra madre. Eso era lo que Dios
pedía que hiciese Gedeón cuando le ordenó destruir el ídolo de su
padre de esta forma.
Gedeón obedeció la orden de Dios al pie de la letra. A la
mañana siguiente, cuando la gente de la ciudad vio lo que había
ocurrido con su altar y su ídolo, preguntó: “¿Quién hizo esto?”. La
respuesta fue: “Gedeón lo hizo”. Querían matarlo porque había
ofendido a Baal. Como el padre de Gedeón amaba a su hijo, dijo a los
habitantes de la ciudad: “Ustedes deberían ser muertos por ofender a
Baal porque, si es un dios, deberían dejar que se defienda por sí solo”.
Ese día, Gedeón recibió el apodo de Jerobaaal, que significa ‘que Baal
se defienda por sí solo’.
Dios probó a Gedeón nuevamente cuando le dijo que “podara”
su ejército. Gedeón contaba con treinta y dos mil hombres para atacar
a los madianitas. Cuando iban por el camino, Dios le dijo: “Gedeón, es
demasiada gente”. Dios no quería que Gedeón pensara que su victoria
era gracias a la cantidad de gente que tenía en su ejército, así que le
ordenó que enviara de vuelta a su casa a todo el que tuviera miedo.
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¿Recuerda usted que, en Deuteronomio, Moisés escribió la ley
que ordenaba este tipo de desafío cuando un ejército de Israel
marchaba hacia una gran batalla? Debían enviar de vuelta a casa a los
soldados que tenían miedo, que estaban recién casados o que habían
plantado un viñedo y todavía no habían cosechado sus frutos
(Deuteronomio 20:1-8). Cuando Gedeón desafió a los temerosos a que
se fueran, veintidós mil soldados se retiraron.
Gedeón continuó marchando con diez mil soldados, hasta que
Dios le dijo: “Gedeón, sigues teniendo demasiada gente”. Él sabía que
Gedeón todavía atribuiría la victoria a la cantidad de hombres que
tenía en su ejército. Dios le dijo que dejara que sus hombres bebieran
agua de un río y que separara a los que se arrodillaban para beber de
los que lamían el agua mientras marchaban por el río. Nueve mil
setecientos hombres se arrodillaron para beber, y Dios dijo,
básicamente: “Diles que se vayan a casa. ¡No los necesitamos! Con los
trescientos que lamieron el agua mientras cruzaban el río, entregaré a
los madianitas en tu mano” (ver Jueces 7:5-7).
Esto es menos del 1% de la cantidad con la que empezó
Gedeón. Dios no necesita miles de seguidores no comprometidos.
Nunca lo ha necesitado. Él necesita un pequeño grupo de siervos
completamente consagrados.
Dios probó la fe de Gedeón nuevamente a través del plan de
batalla con el cual conquistó a los madianitas. La victoria de Gedeón
requería gran fe, una tremenda valentía y un plan hermoso. Los
madianitas estaban acampados en un valle muy oscuro. Dios dijo a
Gedeón que tomara sus trescientos hombres, los dividiera en tres
compañías de cien hombres cada una, y que los colocara en tres
lugares: al norte, este y oeste del ejército madianita. Gedeón recibió
instrucciones claras, que transmitió a sus hombres.
Este es un gran estudio sobre el liderazgo, cuando Gedeón
dice: “Miradme a mí, y haced como hago yo; he aquí que cuando yo
llegue al extremo del campamento, haréis vosotros como hago yo”
(7:17). Esa es la esencia del verdadero liderazgo. Todos estos hombres
simplemente tenían que estar totalmente consagrados a Dios y a
Gedeón. En su mano izquierda tenían un cántaro que cubría una tea.
En su mano derecha, una trompeta. Cuando Gedeón dio la señal,
rompieron los cántaros que cubrían las teas y las dejaron al descubierto
Entonces hicieron sonar sus cien trompetas. Gritaron: “¡Por la espada
de Jehová y de Gedeón!”. Esto ocurrió en tres lugares distintos.
Si usted fuera un madianita, dormido en el suelo en la
oscuridad total, ¿qué pensaría si despertara oyendo que se rompen cien
cántaros, cien trompetas que suenan y cien hombres que gritan al norte
de su campamento? Y luego ocurre lo mismo al este y al oeste de
donde está acampado. Probablemente piense que el gran ejército de
Gedeón lo ha rodeado.
Los madianitas realmente creyeron que estaban rodeados.
Entraron en pánico en la oscuridad y comenzaron a matarse entre sí.
Los hombres de Gedeón los corrieron del valle como si fueran ganado.
Luego los hombres que habían dejado el ejército de Gedeón volvieron
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y se incorporaron a la batalla. Los que habían ido a sus casas volvieron
y, juntos, destruyeron por completo a los madianitas.
El verso que relata la victoria nos da esta descripción de los
trescientos: “Y se estuvieron firmes cada uno en su puesto en derredor
del campamento; entonces todo el ejército echó a correr dando gritos y
huyendo” (7:21). Si un porcentaje de los trescientos no hubiera
descubierto sus teas, no hubiera hecho sonar sus trompetas y no
hubiera gritado cuando correspondía, todo el plan de batalla hubiera
fracasado, y habrían sido destruidos por los madianitas.
Esta es una hermosa imagen de la iglesia de Jesucristo hoy. El
Cristo resucitado no necesita miles de seguidores no comprometidos.
Él necesita una minoría consagrada de discípulos que se mantengan
firmes en su lugar. Si Dios pudiera conseguir que cada uno de nosotros
nos mantuviésemos firmes y usáramos todos los dones que nos ha
dado, en el lugar adonde nos lleven esos dones, con un compromiso
del ciento por ciento con Jesucristo, entonces podríamos hacer huir a
todas las huestes del infierno.
Recuerde que el versículo clave que revela la verdad de los
libros históricos del Antiguo Testamento se encuentra en el Nuevo
Testamento. El apóstol Pablo nos dice que busquemos ejemplos y
advertencias cuando leamos la historia hebrea (1 Corintios 10:11). En
el Libro de Jueces, las advertencias se agrupan alrededor de las
tremendas consecuencias de la apostasía.
Los ejemplos pueden encontrarse en la vida de los jueces. Hay
otros, como Sansón, que son una advertencia y un ejemplo. Busque
ambos en su vida. Las vidas de todos estos jueces son ejemplos de la
dinámica verdad de que Dios se deleita en usar a personas muy
comunes para hacer cosas fuera de lo común para Él y para su gloria.
Cuando comprendemos esa verdad, debemos darnos cuenta de que
nuestra mayor capacidad es nuestra disponibilidad para Dios y para lo
que Él quiere que hagamos.
El Libro de Rut
Capítulo 4
El romance de la redención
Al avanzar en los libros históricos del Antiguo Testamento,
después de ver los Libros de Josué y Jueces, llegamos al Libro de Rut,
una hermosa historia de amor que tuvo lugar “en los días que
gobernaban los jueces”.
Esta historia de amor es un reflejo de la salvación y de nuestra
relación con el Señor Jesucristo. Las escrituras del Antiguo y del
Nuevo Testamento nos dicen que estamos comprometidos en
matrimonio con Él. Él es el Esposo y nosotros, la iglesia, somos su
“esposa”. El Libro de Rut presenta esta relación como un “romance de
redención”. La Biblia nos da esta hermosa historia de amor:
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
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“Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo
hambre en la tierra. Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los
campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos. El nombre de aquel
varón era Elimelec, y el de su mujer, Noemí; y los nombres de sus
hijos eran Mahlón y Quelión, efrateos de Belén de Judá. Llegaron,
pues, a los campos de Moab, y se quedaron allí. Y murió Elimelec,
marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos, los cuales tomaron
para sí mujeres moabitas; el nombre de una era Orfa, y el nombre de la
otra, Rut; y habitaron allí unos diez años. Y murieron también los dos,
Mahlón y Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos
hijos y de su marido” (Rut 1:1-5).
Elimelec, Noemí y sus dos hijos fueron a un país lejano y
pasaron por tiempos duros. La tierra de Moab tiene una connotación
negativa para los judíos devotos, similar al país lejano de la historia
del Hijo Pródigo. La historia de esta familia sigue el mismo patrón.
Mientras la familia pródiga estaba en la tierra de Moab, ambos hijos
murieron. Elimelec murió también. Noemí es la única sobreviviente de
la familia que viajó a Moab para huir del hambre en Belén y Judá.
Si nos centramos en Noemí, vemos un perfil de algunos de los
patrones de la historia de los pródigos. Mientras Noemí estuvo en el
país lejano de Moab, las cosas fueron muy duras. Sus hijos se casaron
con mujeres moabitas, lo cual estaba prohibido, y luego murieron. Ella
había ido a Moab con un esposo y dos hijos. Ahora no tenía esposo, no
tenía hijos, y tenía dos nueras moabitas.
La historia continúa: “Entonces se levantó con sus nueras, y
regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que
Jehová había visitado a su pueblo para darles pan” (Rut 1:6). Esto es
algo que ocurre casi siempre con un pródigo. Mientras está en país
lejano de este mundo, escucha qué bien están las cosas en la casa de su
padre.
“Salió, pues, del lugar donde había estado, y con ella sus dos
nueras, y comenzaron a caminar para volverse a la tierra de Judá” (Rut
1:7). Este era el retorno de la hija pródiga. Antes de volver, Noemí se
vuelve hacia sus nueras y les dice: “Andad, volveos cada una a la casa
de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis
hecho con los muertos y conmigo. Os conceda Jehová que halléis
descanso, cada una en casa de su marido. Luego las besó, y ellas
alzaron su voz y lloraron”.
La historia continúa: “Y le dijeron: Ciertamente nosotras
iremos contigo a tu pueblo. Y Noemí respondió: Volveos, hijas mías;
¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre,
que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos; porque
yo ya soy vieja para tener marido” (Rut 1:10-12). Leemos que una
nuera de Noemí, Orfa, le dio un beso y se fue. Pero Rut se quedó con
ella.
Noemí le dijo a Rut: “He aquí tu cuñada se ha vuelto a su
pueblo y a sus dioses; vuélvete tú tras ella” (v. 15). Es aquí donde Rut
se convierte en la pieza central del libro que lleva su nombre, y donde
encontramos al personaje principal de esta hermosa historia de amor.
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
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Rut dice: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a
dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres,
moriré yo, y allí seré sepultada” (Rut 1:16, 17).
Rut nos dio un notable modelo de lealtad cuando hizo este
compromiso solemne con Noemí. Estos dos versículos presentan un
bosquejo muy bueno para los votos matrimoniales, porque representan
el tipo de compromiso que debería haber entre un hombre y una mujer.
Cuando una persona se casa, se compromete a ir a vivir adonde va a
vivir su cónyuge. Tal vez piense que no está casándose con una familia
pero, luego de unos años, descubrirá que le conviene decir “tu pueblo
será mi pueblo”, para no tener un relación tirante con su cónyuge.
La parte más importante del compromiso es la que dice “tu
Dios será mi Dios”. Si no tienen el mismo Dios, no tendrán una base
común para su sistema de valores. Esa es una de las causas de los
matrimonios rotos. Cuando la pareja no tiene el mismo sistema de
valores, tiene problemas. Cuando piensan cómo pasarán su vida juntos
en términos de su tiempo, su dinero y su energía, no estarán de
acuerdo en nada. El fundamento que da a una pareja casada un
esquema mental común es poder decir: “Tu Dios es mi Dios”. Cuando
obtienen sus valores de su relación con Dios, tendrán un sistema de
valores común.
El último versículo del capítulo 1 dice: “Así volvió Noemí, y
Rut la moabita su nuera con ella; volvió de los campos de Moab, y
llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada”. El hecho de
que fuera el comienzo de la siega de la cebada cuando volvieron a
Belén es muy importante. Al llegar estas dos mujeres a Belén, Noemí
era la imagen de un hijo de Dios que vuelve a la casa de su padre. La
gracia de Dios estaba esperando recibirla allí, así como el padre salió
corriendo para darle la bienvenida, afirmar, abrazar y aceptar al hijo
pródigo (Lucas 15:20).
En esta historia, Rut representa a aquellas personas que no
forman parte de la familia de Dios. Rut no era hebrea. Era una
extranjera. ¿Tiene Dios alguna gracia para la persona que no es un
miembro de su familia? Si, la tiene. La gracia salvadora, que nos
alcanzó cuando éramos pecadores, es la que nos permite llegar a
formar parte de la familia de Dios. Como veremos, la gracia de Dios
para Noemí y Rut se encontrará en su ley.
La primera ley de Dios que dio gracia a Rut y Noemí se
encuentra en Levítico 19:9, 10. Esta ley, llamada la ley del espigueo,
dice que los cosechadores no debían levantar el grano que caía
accidentalmente al suelo en la cosecha, sino que debían dejarlo para
que los pobres y los extranjeros los espigaran. Rut decidió en su
primer día en Belén que espigaría en los campos. Leemos: “Y Rut la
moabita dijo a Noemí: Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré
espigas en pos de aquel a cuyos ojos hallare gracia. Y ella le
respondió: Ve, hija mía. Fue, pues, y llegando, espigó en el campo en
pos de los segadores; y aconteció que aquella parte del campo era de
Booz, el cual era de la familia de Elimelec” (Ruth 2:2-4).
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
12
Hay otra ley de Moisés que es un importante telón de fondo
que nos ayuda a entender por qué se encuentra en la Biblia esta
historia de amor. Es la ley del levirato o del “pariente redentor”. Esta
ley decía que, si el hermano de un hombre moría sin hijos, su viuda no
debía casarse fuera de la familia. Para continuar su nombre en Israel, el
hermano de su esposo debía casarse con ella. Si el hermano del
hombre muerto rehusaba hacerlo, entonces ella podía denunciarlo ante
los ancianos de la ciudad (esto equivalía a llevarlo a juicio). Si seguía
rehusándose ante los ancianos, ella podía sacarle el calzado del pie y
escupirle en la cara. A partir de ese día, la casa de él se llamaría algo
así como “la casa del hombre al que le sacaron el calzado”. Era una
desgracia llevar ese rótulo en la cultura de Israel.
Dado que Rut había estado casada con un hebreo, como
resultado de ese matrimonio, ella fue incorporada a la familia de Dios,
la nación hebrea. Cuando su esposo murió, no tenían hijos, así que Rut
ya no pertenecía a la familia de Dios. La ley decía que ella podía ir a
un pariente de su esposo fallecido y pedirle que se casara con ella. Si
se rehusaba, ella podía presentar el tema ante un tribunal. Si aun así no
quería casarse con ella, los ancianos harían la ceremonia descrita por la
ley del pariente redentor.
El hombre que accedía a casarse con tal mujer hacía dos cosas
por ella. Primero, la compraba de vuelta al pagar cualquier deuda que
tuviera. La segunda cosa que hacía el redentor era casarse con ella. Al
establecer la relación de matrimonio con ella, la traía de vuelta a la
familia de Dios. Esa era la esperanza de Rut al volver a Belén de Judá.
Por eso el capítulo 2 comienza con la noticia emocionante de que el
suegro fallecido de Rut tenía un pariente que era un hombre rico, cuyo
nombre era Booz.
A medida que continúa esta historia de amor, veremos una
imagen de la gracia de Dios para el hijo pródigo que vuelve a su casa,
y la gracia de Dios para la persona que acuda a Él para ser redimida.
Capítulo 5
Amor a primera vista
La historia de Rut tuvo lugar en los días en que gobernaban los
jueces, la edad oscura espiritual de la historia hebrea. El romance que
relata el Libro de Rut es un cuadro hermoso de nuestra salvación y
redención. Rut, la nuera moabita, es una imagen de una persona que no
forma parte de la familia de Dios. Vemos a Dios mostrando su amor y
gracia por ella en la redención que prescribe la ley de Dios.
Rut fue a espigar en un campo que pertenecía a Booz. Cuando
Booz fue a trabajar ese día, vio a Rut, y aparentemente quedó
impactado por su belleza. Preguntó a su sirviente: “¿De quién es esta
joven?”. Obviamente, se había enamorado de ella. El nombre Rut
significa ‘hermosura’ o ‘capullo de rosa’. Su sirviente le contó cómo
había estado casada con un hebreo en Moab que había muerto, y que
había hecho un juramento de lealtad a su suegra. Compartió con Booz
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
13
el hecho de que Rut se había convertido en creyente mientras estuvo
casada con su esposo hebreo.
Booz le dijo a Rut que se quedara en su campo, donde podría
protegerla. Dejó muy en claro a Rut que estaba interesado en ella. En
el versículo 10 leemos: “Ella entonces bajando su rostro se inclinó a
tierra, y le dijo: ¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me
reconozcas, siendo yo extranjera?”. La palabra “gracia” significa ‘el
favor y la bendición de Dios que no merecemos’. Booz le dijo que él
sabía de la muerte de su esposo y su juramento a Noemí. También le
dijo que sabía que ella había llegado a creer en el Dios de Israel.
Ella le dijo: “Señor mío, halle yo gracia delante de tus ojos”
(Rut 2:13). A la hora de la comida, Booz le pidió que lo acompañara a
almorzar. Ella comió hasta que ya no tuvo hambre, y Booz se encargó
de que volviera a su casa con porciones grandes del producto de su
espigado en los campos ese día. Booz dio órdenes estrictas a sus
cosechadores de que, si veían a Rut espigando detrás de ellos, dejaran
manojos a propósito para ella. Booz amaba a Rut.
Un romance en reversa
El capítulo 2 de Rut finaliza diciéndonos que Rut trabajó en los
campos de Booz durante dos cosechas. Eso significa que repitió lo
sucedido en el capítulo 1 durante seis meses. El capítulo 3 comienza
así: “Después le dijo su suegra Noemí: Hija mía, ¿no he de buscar
hogar para ti, para que te vaya bien?”. En otras palabras, Noemí le
dijo: “¿Quieres que te busque un esposo?”. Es probable que Noemí le
hubiera contado a Rut acerca de las leyes del espigado y de la
redención. Podemos suponer que Rut conocía la ley del pariente
redentor y que Booz era el pariente de ellas. Booz y sus trabajadores
estaban trillando esa noche, y siempre dormían junto a su cosecha
luego de trillar. Noemí le dijo: “Te lavarás, pues, y te ungirás, y
vistiéndote tus vestidos, irás a la era”. Noemí le estaba diciendo a Rut
que le propusiera matrimonio a Booz pidiéndole que fuera su pariente
redentor.
También había un banquete luego del trillado. Noemí le dijo a
Rut que fuera y viera donde ponía Booz su petate. “En el medio de la
noche”, le dijo Noemí, “ve y preséntate ante él y pídele matrimonio
diciéndole que quieres que sea tu pariente redentor”. Esto no era solo
un romance de redención, sino un romance en reversa. En esa cultura,
Booz no podía proponerle matrimonio a Rut. Ella tenía que pedírselo a
él. Había muchos parientes de su esposo fallecido. Según la ley, Rut
debía ir a uno de ellos y pedirle que fuera su pariente redentor. Todo lo
que podía hacer Booz era mostrarle, a través de muchos gestos
amorosos, que a él le encantaría ser su redentor.
Lo que hizo en el capítulo 3 fue lo correcto. Era una propuesta
de matrimonio. Leemos que, a la medianoche, Rut fue y se acostó a los
pies de Booz. Él se asustó cuando vio a una mujer allí. Le preguntó:
“¿Quién eres?”. Ella le contestó: “Yo soy Rut tu sierva; extiende el
borde de tu capa sobre tu sierva, por cuanto eres pariente cercano”
(Rut 3:9). Booz dijo: “Bendita seas tú de Jehová, hija mía; has hecho
mejor tu postrera bondad que la primera, no yendo en busca de los
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
14
jóvenes, sean pobres o ricos. Ahora pues, no temas, hija mía; yo haré
contigo lo que tú digas, pues toda la gente de mi pueblo sabe que eres
mujer virtuosa” (Rut 3:10, 11). Booz dio a Rut todo el grano que ella
podía cargar y dio órdenes estrictas para que regresara a la casa de su
suegra.
Redención en un romance
Hemos visto a nuestros dos amantes encontrarse, enamorarse y
proponerse matrimonio. Debido a la ley de Antiguo Testamento
hebreo, hemos visto a la mujer proponerle matrimonio al hombre.
Cuando lo hace, su amante debe ocuparse de los aspectos legales. Al
comienzo del capítulo 4 de este libro, vemos que Booz organiza una
reunión de los ancianos, a fin de legalizar el matrimonio.
Muy temprano, la mañana siguiente después que Rut le
propuso matrimonio, Booz vio al pariente que era más cercano a Rut
que él y le habló de la propiedad de Elimelec que necesitaba ser
redimida. El hombre estuvo de acuerdo con redimirla. Pero cuando
Booz le dijo que para redimir la propiedad debería casarse con una
mujer moabita, ya no lo quiso hacer, porque “dañaría su heredad”, es
decir que sería una mancha en su árbol genealógico. Entonces Booz
dijo a los ancianos que estaban presentes que iba a redimir toda la
propiedad de Elimelec y que redimiría mediante el matrimonio a Rut,
la moabita, que era la nuera de Elimelec que había enviudado.
Redimir significa ‘comprar de vuelta’ y ‘traer de vuelta’. Booz
redimió a Rut de dos formas. Primero, la compró de vuelta cuando
pagó todas sus deudas. Luego estableció una relación con ella que la
trajo de vuelta a la familia de Dios.
En el quinto capítulo del Libro de Apocalipsis hay otra
hermosa imagen de la redención. Hay llanto en el cielo porque no hay
ningún (pariente) redentor que pueda romper los sellos de un rollo y
redimir a la humanidad. Entonces se les dice a los que están en el cielo
que no lloren más, porque se ha encontrado un Redentor que está
calificado y dispuesto a redimirlos. Ese Redentor es Jesucristo.
¿Cuál es nuestra esperanza cuando nos damos cuenta de que
necesitamos ser redimidos? Nuestra única esperanza de redención está
basada en nuestra fe en la muerte y resurrección de Jesucristo. La
muerte de Cristo fue el precio que tuvo que ser pagado para volver a
comprarnos para la familia de Dios. La resurrección de Jesucristo
significa que podemos establecer una relación con el Cristo resucitado
y vivo, que se compara con una relación matrimonial, tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento. Esa relación nos trae de vuelta
a la comunión con Dios, confirma nuestra condición de hijos de Dios y
nos trae de vuelta a la familia de Dios.
En el principio, Dios y el hombre estaban en una relación
perfecta, que usted podría ilustrar uniendo sus manos. El Libro de
Génesis dice que Dios creó al hombre como una criatura con poder de
elección, y el hombre eligió alejarse de Dios, que usted podría ilustrar
soltándose las manos y alejándolas entre sí. La Buena Nueva es que
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
15
Dios trajo al hombre de vuelta a través de la muerte de Jesucristo en la
cruz, que usted podría ilustrar volviendo a juntar las manos. Pedro
escribe que no fueron cosas terrenales, como oro o plata, sino la
preciosa sangre de Cristo la que nos redimió (ver 1 Pedro 1:18, 19).
Pero esto es solo la mitad del milagro de la redención. El
matrimonio entre Booz y Rut nos muestra la segunda dimensión de
este milagro. Jesucristo resucitó de los muertos y golpea a la puerta de
nuestro corazón. Una de las metáforas más hermosas de la Biblia
muestra al Cristo resucitado y vivo que golpea a la puerta de nuestro
corazón. Nos dice que quiere que abramos esa puerta lo invitemos a
entrar a tener una relación íntima con nosotros. Jesucristo es el Esposo,
y nosotros somos la “esposa” en esta relación (ver Mateo 25:1-13;
Juan 3:29; Apocalipsis 21:2; 22:17).
El Libro de Rut es una profunda alegoría que ilustra esta
misma verdad. Esa verdad es lo que llamo “el romance en reversa”. En
la mayoría de las culturas, el hombre escoge a la mujer y le propone
matrimonio. Las leyes de la redención que se aplican a esta hermosa
historia de amor significan que Rut tuvo que proponerle matrimonio a
Booz. Lo mismo ocurre en nuestra redención. Todo lo que pudo hacer
Booz era mostrar que la amaba y que quería redimirla. Pero ella tuvo
que decir: “Quiero que seas tú, Booz. ¡Quiero que tú seas mi pariente
redentor!”.
De la misma forma, usted y yo debemos decir al Cristo
resucitado, que está parado a la puerta de nuestra vida, golpeando
pacientemente: “¡Quiero que Tú seas mi pariente redentor! Quiero que
tú me compres de vuelta a través de tu muerte en la cruz, y quiero que
Tú me traigas de vuelta a la familia de Dios, estableciendo una
relación íntima conmigo”.
Cuando leemos el Libro de Rut, hay otra hermosa palabra
bíblica en la que deberíamos centrarnos. Esa palabra es “gracia”. Unos
años después que Rut se casara con Booz, Dios les dio un hijo, a quien
llamaron Obed. Obed fue el abuelo de David, lo cual coloca a Rut y
Booz en la ascendencia de Jesucristo. Usted encontrará sus nombres en
la genealogía del Mesías en el primer capítulo del Evangelio de Mateo.
Imagine que Rut sale de compras con su hijito y ve a algunos
de los trabajadores que había conocido en el campo de Booz.
Supóngase que le dicen: “Tú realmente supiste cómo ganártelo a Booz.
¡Hiciste todo lo que pudiste para llegar a donde estás ahora!”. ¿Cómo
piensa que habría respondido Rut a una expresión de este tipo? ¿Se
imagina con cuánta vehemencia Rut hubiera explicado que ella debía
todo lo que era y tenía al amor de Booz? Como un creyente devoto,
¿puede imaginársela explicando que debía todo al amor y a la gracia
del Dios para una extranjera como ella, expresados a través de las
leyes del espigado y la redención?
También piense la forma en que Noemí representa el formador
de discípulos, que es la tarea que nos toca hacer a nosotros. Fue Noemí
la que alentó a Rut a pedir a Booz que fuera su redentor.
¿Ha sido redimido usted? ¿Ha sido comprado de vuelta a Dios
por la sangre de Jesucristo? ¿Ha sido traído de vuelta a Dios porque
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
16
tiene una relación con Jesucristo? ¿Le ha pedido personalmente a
Jesucristo que sea su Pariente Redentor?
Jesucristo quiere ser nuestro Pariente. Él se hizo hombre.
Jesucristo está parado a la puerta de su corazón ahora mismo. Él quiere
ser su Redentor. Usted debe pedirle personalmente que sea su
Redentor. Esta es la aplicación más importante de este hermoso
Romance de la Redención.
Capítulo 7
El reino de Dios
En el fascículo anterior estudiamos los primeros tres libros
históricos del Antiguo Testamento –Josué, Jueces y Rut–, que son
conocidos también como los “libros históricos alegóricos”, por los
ejemplos y advertencias que brindan. Cuando llegamos a Primera de
Samuel, comenzamos la siguiente sección de los libros históricos,
conocidos como los “libros históricos de la literatura del reino”. Esta
sección incluye Primera y Segunda de Samuel, Primera y Segunda de
Reyes, y Primera y Segunda de Crónicas. Todos estos libros son
“literatura del reino”, porque nos hablan del reino de Dios. De hecho,
algunas versiones de la Biblia llaman a Primera y Segunda de Samuel
como Primera y Segunda de Reyes, y llaman a Primera y Segunda de
Reyes como Tercera y Cuarta de Reyes. Los Libros de Crónicas
repiten ese mismo período histórico, pero desde el punto de vista de
Dios.
El concepto del reino de Dios es el tema central de estos libros,
que nos ayudan a entender este importante concepto cuando leemos el
Nuevo Testamento, especialmente las enseñanzas de Jesús. Así pues,
tomemos algún tiempo para ver lo que significaba el reino de Dios en
el tiempo del Antiguo Testamento, y cuán significativo fue en la
enseñanza de Cristo.
El reino de Dios en el Antiguo Testamento
Bajo Moisés, los hijos de Israel tuvieron un liderazgo de
acuerdo con la voluntad de Dios. El Señor quería que vivieran en una
teocracia, lo cual significa que Dios gobierna a su pueblo. Todo lo que
necesitaba Dios para una teocracia era un profeta-sacerdote, como
Moisés (y, más adelante, Samuel). Cuando Moisés intercedía ante Dios
en nombre del pueblo, era un sacerdote (ver, por ejemplo, Números
1:1, 2; 21:7). Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con palabras de
Dios para el pueblo, era un profeta (ver Éxodo 20-24). Mientras Dios
tuviera a alguien como Moisés, Él podría gobernar al pueblo a través
de ese líder. Este profeta-sacerdote podría ser el canal de la voluntad
de Dios, y Dios podría gobernar su pueblo. Ese era el plan de Dios
para el gobierno de su pueblo elegido.
En Primera de Samuel, Samuel era el profeta-sacerdote. Pero
cuando él envejeció, y los israelitas vieron que sus hijos no tenían la
integridad de su padre, le dijeron a Samuel que querían tener un rey
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
17
como todas las demás naciones (1 Samuel 8:1-5). Perturbado, Samuel
oró fervientemente al Señor. Dios le dijo que no tomara este rechazo
como algo personal. El pueblo, en realidad, estaba rechazando al
Señor, y prefería un rey humano antes que tener a Dios como su Rey.
Así que Dios dijo a Samuel, básicamente: “Si quieren reyes, Samuel,
¡les daré sus reyes!” (ver vv. 6-22).
Esto nos introduce en el concepto del reino de Dios. El reinado
que el pueblo quería era un reinado nacional y terrenal que gobernara
una nación de un pueblo específico. Para que funcionara este arreglo,
Dios necesitaba un rey que lo obedeciera, y necesitaba sacerdotes que
entraran en su presencia en nombre del pueblo. También necesitaba
profetas que hablaran por Él al pueblo y a sus líderes.
El primer rey que Dios dio al pueblo de Israel fue Saúl, a quien
ungió Samuel (1 Samuel 9). Tristemente, Saúl resultó ser
desobediente; no tuvo un corazón dedicado a hacer la voluntad de
Dios. Luego de unos años, Samuel tuvo que decir a Saúl que Dios lo
había rechazado como rey de Israel (capítulo 15). Como veremos en la
literatura del reino, Dios siguió utilizando al profeta-sacerdote en la
era del reino. Si el rey no hacía la voluntad de Dios, el profeta-
sacerdote lo confrontaba con la palabra de Dios. Básicamente, le decía:
“Te conviene hacer lo que Dios te dice, porque, si no, tú y todo el
pueblo sufrirán terriblemente”.
Cuando Saúl no obedeció a Dios, Samuel, que tuvo el
privilegio de contratar al primer rey de Israel, recibió órdenes de Dios
de despedirlo. En lugar de Saúl, el Señor indicó a Samuel que ungiera
al joven David, un varón conforme al corazón de Dios que haría su
voluntad (capítulo 16; ver también Hechos 13:22). David fue el mejor
rey que tuvo Israel jamás. Dios podía obrar a través de él, porque él
obedecía a Dios. No fue perfecto, como veremos, pero su corazón era
siempre tierno y sumiso ante el Señor.
El siguiente rey fue el hijo de David, Salomón. Al principio,
Salomón parecía ser el tipo de hombre que Dios podría usar. Oró
pidiendo discernimiento para gobernar al pueblo de Dios con justicia,
por lo cual Dios lo recompensó con sabiduría, además de riqueza y
honor (ver 1 Reyes 3:5-14). Salomón construyó el templo para el
Señor que su padre David había soñado construir (ver 1 Crónicas 22).
Salomón sucumbió trágicamente a la lujuria, ¡casándose con
setecientas mujeres y teniendo trescientas más como concubinas! Estas
mujeres adoraban ídolos, y Salomón se unió a ellas en su culto pagano
(1 Reyes 11:1-8). El pecado de David fue muy serio, como veremos.
Sin embargo, fue el pecado de Salomón que trajo consecuencias
caóticas a esta nación escogida. El hijo de Salomón, Roboam, siguió a
Salomón como el cuarto rey de Israel (11:9-13).
Después de Salomón, Israel se convirtió en un reino dividido.
Diez tribus fueron al norte y se llamaron Israel. Dos se quedaron en el
sur (Judá y Benjamín), y se llamaron Judá. Muchos reyes se nombran
en los libros históricos de Primera y Segunda de Reyes y en las
Crónicas. El reino del norte no tuvo un solo rey bueno. Los malvados
y tremendamente crueles asirios conquistaron el reino del norte y
llevaron las diez tribus al cautiverio. Nunca más se supo de ellas. Judá
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
18
terminó siendo llevado cautivo a Babilonia, donde estuvo setenta años.
Cuando Persia conquistó Babilonia, Dios ordenó al nuevo emperador,
Ciro el Grande, que decretara que todo judío que lo quisiera, podría
volver a su tierra para reconstruir el templo del Señor (ver 2 Crónicas
36:22, 23; Esdras 1).
Los libros históricos de la literatura del reino pueden ser
confusos, y uno debe estar preparado para cosas fuertes al leerlos, pero
siempre podrá mantener algún equilibrio histórico si se centra
claramente en siete hechos básicos de la historia hebrea:
1. El reino unido (bajo Saúl, David y Salomón)
2. El reino dividido
3. La cautividad del reino del norte, Israel, bajo los asirios.
4. La extinción del reino del norte
5. La cautividad del reino del sur, Judá, bajo los babilonios.
6. conquista de Babilonia por parte de los persas
7. El retorno de la cautividad en Babilonia (Persia)
Resumiendo, entonces, en el Antiguo Testamento el reino de
Dios era literal. Era un dominio histórico y geográfico donde Dios era
soberano, donde Dios mismo deseaba ser el único gobernante sobre un
pueblo específico, en un lugar específico y en un tiempo específico de
la historia. Sin embargo, el pueblo rechazó a Dios como su rey y pidió
reyes humanos, cosa que obtuvo. ¿El resultado? La tragedia.
Recuerdo una mujer que nunca había leído la Biblia antes. Era
una persona culta y sofisticada, y dijo de esta sección de la Biblia:
“Nunca había leído algo tan horrible en mi vida. Si no fuera por el
Espíritu Santo, nunca podría haber leído estos libros. ¡Esto es
terrible!”. Bueno, ¡lo es! Recuerde que Dios nunca quiso que su
pueblo tuviera estos reyes o las consecuencias de tener sus reyes. El
Señor no fue responsable de todo lo que leemos en la literatura del
reino, sino los reyes, porque la mayoría de ellos eran malos. El pueblo,
también, fue responsable, porque quisieron tener reyes y escogieron
esos reyes. Nunca olvide esto al leer estos libros del reino.
El reino de Dios en el Nuevo Testamento
Los libros de la literatura del reino brindan un contexto que nos
ayuda a entender el concepto del reino de Dios en el Nuevo
Testamento. Históricamente, luego que los judíos volvieron a su tierra
para reconstruir su templo y su ciudad, vivieron cuatrocientos años de
silencio luego de la muerte de Nehemías y el profeta Malaquías. Dios
no volvió a hablar —en el sentido de dar una revelación especial—
hasta el período del Nuevo Testamento.
Para entonces, los judíos habían sido conquistados
nuevamente. Esta vez, su conquistador fue el imperio romano. Este
capítulo de la historia hebrea comenzó cuando Juan el Bautista y
Jesucristo, el Mesías, rompieron cuatrocientos años de silencio al
predicar el mensaje de Dios. ¿Cuál fue su mensaje? ¡Las Buenas
Nuevas del reino de Dios!
Jesús dijo, básicamente, que Él no predicaba un reino
geográfico, nacional o histórico, porque el pueblo había rechazado eso
mucho tiempo atrás. Más bien quería que el pueblo supiera que Dios
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
19
estaba dispuesto a ser su rey nuevamente, pero esta vez de forma
individual. Esta vez, el reino de Dios estaría dentro de ellos (ver Lucas
17:20, 21). ¿Se da cuenta lo que significa esto? ¡Cualquier hombre,
mujer, niño o niña que se entrega a Dios y le pide que haga flamear su
bandera en su corazón, confesando: “Quiero que seas mi rey, y quiero
ser súbdito tuyo”, ha ingresado en el reino de Dios!
Jesús habló con un rabí llamado Nicodemo, y le dijo que, a
menos que naciera de nuevo, no podría ver el reino de Dios. Según
Jesús, solo las personas que han nacido de nuevo pueden tener ojos
para ver que Dios quiere ser su rey (Juan 3:3-5; 1 Corintios 12:3) y,
una vez que han visto el reino, entonces pueden entrar en él. Oímos
hablar mucho sobre nacer de nuevo, y está bien. Pero, en este pasaje,
el tema principal no es el nuevo nacimiento, sino el reino de Dios. El
nuevo nacimiento no es una meta en sí misma, sino una forma de
llegar al objetivo final, y ese objetivo es el reino de Dios.
¿Recuerda el sistema de valores que Jesús comunicó en el
Sermón del Monte? ¿Qué dijo que debería ser lo más importante en
nuestra vida? Buscar el reino de Dios: “Buscad primeramente el reino
de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo
6:33).
¿En base a qué cosas emplea usted su tiempo, su dinero y su
energía? ¿Cuáles son sus prioridades? El propósito del nuevo
nacimiento es hacernos entrar en el reino de Dios, donde Él reina sobre
nuestra vida. Imagine a sus prioridades como si fueran un blanco con
un círculo rojo en el centro y diez círculos alrededor de ese centro rojo.
Según Jesús, el reino de Dios y lo que Él le muestra que es lo correcto
están en el centro, y todas sus prioridades necesitan ser definidas como
los círculos alrededor de ese centro. Tenemos que reconocerlo y
servirlo como nuestro rey, y nuestras prioridades reflejarán cuán
sinceramente lo estamos haciendo. Nuestras oraciones también tienen
que reflejar lo que Jesús nos enseñó: “Padre nuestro que estás en los
cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad,
como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy...” (Mateo 6:9-11).
Observe que, antes que Jesús nos enseñe a decir “danos”, tres
veces nos dice que debemos poner a Dios en el primer lugar. Él nos
dijo que debíamos orar diciendo: “Dios, tu nombre, tu reino, tu
voluntad. Esto es lo que está en primer lugar entre mis prioridades”.
Entonces, y solo entonces, oramos: “Danos”. Podemos tener las cosas
como las queremos nosotros, como hicieron los israelitas. Pero, si lo
hacemos, debemos estar dispuestos a comer el banquete de las
amargas consecuencias que surge de ponernos a nosotros y nuestras
prioridades en el primer lugar.
Esto es algo que debemos tener en mente al estudiar el reino de
Dios en los libros históricos de la literatura del reino. Si usted entiende
este concepto en el Antiguo Testamento, ¡le estallará en forma de
revelación en el Nuevo Testamento! Recuerde que el propósito del
nuevo nacimiento es ver y entrar en el reino de Dios. ¿Ha visto usted
su reino? ¿Ha entrado en él? ¿Ha nacido de nuevo?
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
20
Capítulo 8
Oído de Dios
Como vimos en nuestro capítulo anterior, el reino de Dios es
un concepto crucial que debemos tener en mente cuando estudiamos
los libros históricos de la literatura del reino en el Antiguo Testamento.
Otro aspecto importante de estos libros son los ejemplos y
advertencias que brindan. Como escribió el apóstol Pablo: “Estas cosas
les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a
nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios
10:11). ¡Encontraremos bastantes ejemplos y advertencias en los libros
que tenemos frente a nosotros!
Primera y Segunda de Samuel eran considerados como un solo
libro mucho tiempo atrás, así como Primera y Segunda de Reyes y
Primera y Segunda de Crónicas. Los libros de Samuel nos comunican
la verdad de Dios en la forma de breves biografías, centrándose en tres
personas especialmente. Los primeros ocho capítulos de 1 Samuel nos
dan un ejemplo positivo para seguir en la vida y el liderazgo del
profeta Samuel. Del capítulo 9 al 15, el centro pasa a ser el primer rey
de Israel, Saúl, cuya vida es una tremenda advertencia. Comenzando
en 1 Samuel 16 y hasta el final de 2 Samuel (en total, treinta
capítulos), el personaje principal es David. David fue el mejor rey que
haya tenido Israel jamás y, si nos guiamos por el espacio que el
Espíritu Santo asignó a su historia, es uno de los principales personajes
de toda la Biblia.
Además del espacio que le dedican los libros de Samuel, David
también escribió algo así como la mitad de los salmos. Muchos de los
salmos que escribió contienen una inscripción (técnicamente, un
superscrito), que indica lo que ocurría en su vida cuando escribió ese
salmo específico. Podemos lograr una mucha mayor comprensión de
nuestra lectura de sus salmos si conocemos su vida a partir de 1 y 2
Samuel. Y podemos lograr una perspectiva de su vida y sus emociones
en los libros de Samuel a partir de los salmos que escribió sobre sus
experiencias registradas en esos dos libros históricos.
Así que los tres principales personajes que consideraremos en
nuestro estudio de 1 y 2 Samuel son: Samuel, Saúl y David.
Comencemos por Samuel.
Samuel
El nombre de Samuel está formado por dos palabras hebreas
que significan ‘oído’ y ‘de Dios’. Esto es muy apropiado, si tenemos
en cuenta cómo llegó a nacer. Su madre, Ana, había vivido por años
con la angustia de ser estéril. En esos días, tener hijos era una señal de
la bendición de Dios, así que Ana tiene que haber pensado que su
esterilidad significaba que Dios no estaba contento con ella.
Un día, cuando su familia estaba adorando al Señor en el
tabernáculo en Siloé, ella lloró amargamente y oró pidiéndole a Dios
que le diera un hijo. ¡Oró tan fervientemente, con sus labios
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
21
moviéndose sin emitir sonido al compás de su corazón, que un viejo
sacerdote, Elí, pensó que estaba ebria! “Deja la botella”, le dijo (ver 1
Samuel 1:14). Cuando Ana le explicó la situación, Elí se conmovió
tanto que pronunció una bendición sobre ella y le dijo que Dios
contestaría su oración (vv. 15-17). Y fue así. Ana concibió y dio a luz
a un niño, a quien llamó Samuel, porque Dios había oído su pedido (v.
20). (Dicho sea de paso, cada vez que un nombre de la Biblia termina
con “el”, ese nombre tiene algo que ver con Dios –como Daniel–
porque la palabra hebrea para Dios es “EL”.).
Una vez destetado Samuel, Ana lo llevó al tabernáculo y lo
entregó literalmente a Dios, presentándolo al sacerdote, Elí. Aquí se
demostró nuevamente cuán adecuado era su nombre, porque cuando
Samuel era un niñito, criado en la presencia de Dios por Elí, escuchó
la voz de Dios (capítulo 3). Tristemente, el mensaje era una reprensión
a Elí por no disciplinar a sus hijos, que habían desobedecido a Dios y
habían profanado su adoración (ver 2:12-17, 22-25, 27-36). Samuel,
que consideraba a Elí como su padre, tuvo que decir al viejo sacerdote
que sería quitado del sacerdocio.
El nombre “oído de Dios” también fue apropiado para Samuel
cuando se hizo hombre. La Biblia dice que desde el extremo norte
hasta el extremo sur (“de Dan a Beerseba”), todo Israel reconocía que,
cuando hablaba Samuel, Dios les había enviado un profeta (3:19-4:1).
Todo Israel escuchó la palabra de Dios a través de este hombre, así que
“oído de Dios” ciertamente es un nombre muy adecuado para él.
La vida de Samuel nos da varios ejemplos positivos. Primero,
él y su madre muestran el valor de la crianza y la educación piadosas.
Para ser eficaces y piadosos, tenemos que pensar en nuestro papel
como padres como un llamado y una responsabilidad sagrados.
También debemos considerar que nuestros hijos son grandes
bendiciones de Dios (Salmos 127:3). Cuando profesamos y afirmamos
este enfoque prioritario, como Samuel y Juan el Bautista, más
adelante, nuestros hijos tendrán las bendiciones de una crianza
espiritual.
Segundo, Samuel es un gran ejemplo de lo que la crianza
piadosa puede lograr cuando lo vemos guiar a Israel fuera de su edad
oscura espiritual, conocida como “los días en que gobernaban los
jueces”. Algunos estudiosos consideran que él fue el último juez, así
que su vida fue un hito en la historia hebrea.
Tenemos un tercer ejemplo positivo en estos libros de Samuel,
al ver a este gran hombre convertirse en un gran líder político, que
unió el tiempo de los jueces con el de los reyes. Él ungió a Saúl y a
David, el más grande rey de Israel. A través de tiempos tormentosos,
como el reinado vacilante de Saúl, Samuel se mantuvo fiel al Señor y
al pueblo de Israel hasta el fin de su vida.
Saúl
Mientras la vida de Samuel nos da ejemplos positivos para
seguir, la vida de Saúl es una serie de tristes advertencias.
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
22
Saúl es una figura polémica en la Biblia porque su vida plantea
un tema teológico espinoso: ¿Puede una persona ser salva hoy y
perderse mañana? Algunos dicen que no, que uno no puede perder su
salvación, y citan muchos pasajes bíblicos que apoyan su argumento
de que los pródigos siempre vuelven. Pero otros dicen que sí, que uno
puede perder la salvación, y usan la experiencia de Saúl, y muchos
otros pasajes bíblicos, para afirmar que esto es posible. Saúl parece
haber experimentado una auténtica regeneración y luego parece haber
perdido esa milagrosa obra de regeneración en su vida. Aquellos que
asumen esta postura creen que uno debe nacer de nuevo cada vez que
uno se convierte en un pródigo.
Yo creo que la Biblia enseña la elección, es decir que Dios nos
elige y nos salva exclusivamente por su gracia y soberanía. Así que, si
una persona ha experimentado una salvación auténtica y genuina –si
realmente ha nacido de nuevo–, no perderá su salvación.
Saúl tuvo una experiencia espiritual y, al principio, parece
haberse convertido en un hombre espiritual. Después que Samuel lo
ungió, Dios cambió su corazón (10:9). Hasta llegó a profetizar con una
banda de profetas cuando el Espíritu de Dios cayó poderosamente
sobre él (10:10, 11). Sin embargo, se vuelve obvio, al avanzar en
nuestro estudio de su vida, que perdió esa espiritualidad.
Primera de Samuel 9 nos presenta a Saúl. Lo primero que
sabemos de él es que de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del
pueblo y se destacaba por su aspecto (9:2). La apariencia física de una
persona no debería ser el criterio por el cual juzgarla o considerarla
para el liderazgo. En contraste, el Señor le dijo más adelante a Samuel,
cuando fue a ungir a David: “No mires a su parecer, ni a lo grande de
su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira
el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero
Jehová mira el corazón” (16:7).
Cuando vemos a Saúl por primera vez, él y un siervo están
buscando las asnas perdidas de su padre, sin éxito. Cuando están a
punto de abandonar la búsqueda, el siervo de Saúl recuerda que un
profeta (Samuel) está cerca. Así que van al hombre de Dios, y Dios
había preparado Samuel sobrenaturalmente para su visita (9:13, 14,
18-20): “Y un día antes que Saúl viniese, Jehová había revelado al
oído de Samuel, diciendo: Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti
un varón de la tierra de Benjamín, al cual ungirás por príncipe sobre
mi pueblo Israel, y salvará a mi pueblo de mano de los filisteos;
porque yo he mirado a mi pueblo, por cuanto su clamor ha llegado
hasta mí” (9:15, 16). Así que, cuando Saúl se encontró con Samuel, lo
esperaba una gran sorpresa.
Samuel lo invitó a un banquete, le dijo que las asnas habían
sido encontradas, ¡y le informó que él sería el rey que Israel estaba
anhelando! (9:19, 20). Atónito, Saúl contestó que él no era nadie, un
hombre de la tribu más pequeña de Israel, Benjamín, y de la más
pequeña de las familias (v. 21).
Saúl agrega su voz al coro de voces que ya hemos oído en el
Antiguo Testamento cuando Dios llama a un líder. Gedeón dijo estas
mismas palabras, y Moisés planteó las mismas objeciones cuando Dios
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
23
lo llamó a ser el gran liberador. Si recuerda, al final de Jueces, la tribu
de Benjamín fue prácticamente eliminada luego que los hombres de
Gabaa violaron y mataron a la concubina de un levita en uno de los
incidentes más sórdidos registrados en la Biblia (ver Jueces 19-20).
Solo quedaron seiscientos hombres de Benjamín luego que Israel
terminara su guerra civil contra ellos, y tuvieron que buscarles esposas
para que la tribu no desapareciera de la faz de la tierra (Jueces 21).
Esa era la herencia de Saúl. Con razón dijo que venía de la
tribu más pequeña y que era el más pequeño de los pequeños. Su
humildad era sincera y saludable. No obstante, Samuel partió el pan
con Saúl y lo ungió como rey al día siguiente, ante la orden de Dios (1
Samuel 9:22-10:1).
Saúl no fue un buen rey. Podría haber sido un gran rey y un
gran hombre espiritualmente. Dios estaba planeando hacer que él y sus
descendientes reinaran sobre Israel para siempre. Pero, debido a su
desobediencia, el reino le fue quitado (13:13, 14).
¿Qué ocurrió al hombre cuyo corazón Dios había cambiado?
Algunas vez había sido pequeño ante sus ojos (15:17), pero ahora
parecía pensar que sus propias ideas eran más importantes que las de
Dios. Desobedeció, no una vez, sino dos. Primero, en la batalla contra
los filisteos, entró en pánico cuando vio que Samuel tardaba en venir a
ofrecer el sacrificio, así que asumió la tarea de sacerdote y ofreció el
sacrificio él mismo (capítulo 13).
Cuando Samuel lo reprendió, también predijo el gran gobierno
de David como el mayor rey que Israel tendría jamás. Samuel
profetizó que Dios le daría su reino a un hombre conforme a su
corazón, que le obedecería y haría su voluntad (13:14). Esta es la
primera vez que vemos una referencia a David.
Segundo, Saúl arruinó la segunda oportunidad que Dios le dio
al no aniquilar a los amalecitas (capítulo 15). Saúl había recibido la
orden de destruir todo: todas las personas, todos los bueyes, las ovejas,
los camellos, los asnos. ¡Todo! Pero Saúl y su ejército guardaron lo
mejor del botín para ellos y hasta le perdonaron la vida al rey
amalecita. El Señor dijo a Samuel: “Me pesa haber puesto por rey a
Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis
palabras” (15:11).
Apesadumbrado, Samuel confrontó a Saúl, que dijo haber
obedecido completamente al Señor, a pesar de los balidos de las ovejas
que sonaban en el fondo mientras ellos hablaban (ver vv. 13, 14).
Entonces Saúl puso como excusa que él y sus hombres habían salvado
a los animales para sacrificarlos al Señor. Pero Samuel no le creyó
nada. Le dijo a Saúl que a Dios le agradaba más la obediencia que el
sacrificio, y que su obstinada rebelión era tan mala como la hechicería
y la idolatría. Cuando Samuel trató de irse, Saúl lo tomó y rasgó su
vestidura. Samuel le dijo a Saúl que, de la misma forma, Dios
arrancaría el reino de su mano (ver 15:22-29).
Más adelante, vemos que el Espíritu de Dios dejó a Saúl (ver
18:17). La palabra con que se expresa esto es icabod, que significa ‘la
gloria ha partido’. En los tiempos del Antiguo Testamento, el Espíritu
de Dios venía sobre las personas y, si no lo obedecían, se retiraba. Hoy
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
24
tenemos la promesa del Cristo resucitado de que, si Él mora en
nosotros, nunca nos dejará ni nos abandonará (Hebreos 13:15). Sin
embargo, la vida de Saúl es una sombría advertencia para nosotros. Si
bien Él no nos dejará, nosotros sí podemos dejarlo a Él, contristarlo y
apagarlo. La vida de Saúl es una advertencia contra la desobediencia
ungida, una advertencia contra despilfarrar la gracia y las bendiciones
de Dios.
Capítulo 9
Obediencia ungida
Al seguir analizando la vida de Saúl y David, tenemos que
recordar que la unción del Espíritu Santo no convierte a las personas
en robots. Seguimos teniendo libre albedrío. En el caso de Saúl, era
plenamente capaz de tomar decisiones, y vez tras vez tomó decisiones
erradas. Así que el Señor retiró su Espíritu de él (1 Samuel 16:14;
18:12).
¿Puede pasarnos a nosotros, hoy, lo que le pasó a Saúl? Yo
creo que el Espíritu Santo trataba con las personas de forma diferente
en los tiempos del Antiguo Testamento que lo que hace hoy, gracias a
la cruz y a Pentecostés. Oímos a David orar: “No me eches de delante
de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu” (Salmos 51:11). Jesús ahora
nos dice: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). Una vez
que experimentamos el nuevo nacimiento, Dios comienza su obra
espiritual en nosotros y la realiza “hasta el día de Jesucristo”
(Filipenses 1:6; 2:13). En nuestro día, la obra del Espíritu Santo tiene
dos dimensiones: (1) su obra en nosotros, que es el nuevo nacimiento,
y esa dimensión de su obra se revela como el fruto del Espíritu (ver
Gálatas 5:22, 23), y (2) su bendición o unción sobre nosotros. Esa
dimensión de su obra se revela a través de los dones del Espíritu Santo,
que nos da el poder para una variedad de ministerios y servicios.
Tristemente, la desobediencia de Saúl hizo que el Señor lo
echara de su presencia y le quitara su Espíritu Santo. Cuando ocurrió
esto, la vida de Saúl se convirtió en una definición viva de lo que
describimos en nuestra cultura como la desintegración de una
personalidad.
La desintegración de Saúl
Hoy tal vez rotularíamos a Saúl como “paranoide con matices
esquizofrénicos”. El diccionario define al último término como ‘la
desintegración de la personalidad’. Esa definición ciertamente encaja
con la situación de Saúl. Saúl era paranoico también. Llegó a creer que
todos estaban conspirando contra él, especialmente el joven David.
Con el tiempo, se volvió enfermizamente celoso de David, convencido
de que pensaba quitarle el reino (1 Samuel 18:8; 20:30, 31). En cierta
forma, Saúl quizá, se haya sentido torturado por la profecía de Samuel
de que su reino sería arrancado de él para dárselo a alguien mejor,
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
25
alguien que haría toda la voluntad de Dios con todo su corazón
(13:14).
La característica predominante en la vida de Saúl, en una
palabra, fue la desobediencia. La palabra que Dios escribió sobre la
vida de Saúl fue icabod, que significa ‘la gloria ha partido’.
David: Un hombre conforme al corazón de Dios
La vida de David fue completamente lo opuesto de la vida de
Saúl. La característica predominante de la vida de David fue la
obediencia; él era un hombre conforme al corazón de Dios, que estaba
dispuesto a hacer toda la voluntad de Dios. Mientras la vida de Saúl se
desintegraba porque se había divorciado de Dios, Dios estaba
organizando todo en la vida de David, porque este estaba más centrado
en la obediencia que Saúl en la desobediencia.
Dios envió a Samuel a la casa de Isaí de Belén, para ungir al
rey de Israel que sucedería a Saúl. El profeta-sacerdote pensó que el
apuesto hijo mayor podría ser un rey impresionante, pero Dios corrigió
su perspectiva con una verdad significativa: “No mires a su parecer, ni
a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no
mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de
sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (16:7).
Isaí hizo desfilar siete de sus fuertes hijos ante Samuel, pero el
Señor no había elegido a ninguno de ellos. Tal vez un poco
confundido, Samuel preguntó a Isaí si estos eran todos los hijos que
tenía (16:10). Bueno, tenía uno más, David, su hijo menor, que
guardaba las ovejas (v. 11). Samuel dijo a Isaí que fuera a buscarlo y,
por supuesto, David, el menor de los hermanos (¿le resulta familiar?),
¡era el elegido por Dios para ser el próximo rey! (v. 12). Así que
Samuel lo ungió, y el Espíritu Santo estuvo sobre David de ese día en
adelante (v. 13).
Sin embargo, pasó mucho tiempo antes que David llegara a ser
rey. Durante la mayor parte de 1 Samuel, vemos a David en el
seminario de preparación de Dios. Mientras Saúl lo perseguía por
celos para matarlo, David atravesó todo tipo de pruebas que le
enseñaron a confiar en el Señor y obedecerlo, sin importar lo que
ocurriera. Todo lo que experimentaba lo hacía apto para los propósitos
de Dios para su vida. ¿Sabía usted que Dios hace lo mismo con
nosotros? Cada día que vivimos nos prepara para los demás días que
vamos a vivir. Si amamos a Dios y somos llamados de acuerdo con sus
propósitos, todo lo que experimentamos contribuye a lo que Dios
quiere que hagamos en el futuro (ver Romanos 8:28).
Veamos algunas de las experiencias que Dios hizo que David
pasara, y cómo lo moldearon hasta convertirlo en el hombre que Dios
quería que fuera.
David, el pastor
Muchos de los grandes líderes de la Biblia, como Moisés y
David, fueron pastores. Hay una razón para esto, y la experiencia de
David nos muestra por qué. En varias ocasiones, mientras vigilaba el
rebaño de su padre, David tuvo que luchar contra leones y osos que
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
26
atacaban a las ovejas (1 Samuel 17:34-36). Como Jesucristo, el
Mesías, David estaba dispuesto a dar su vida por las ovejas (compare
con Juan 10:11-15). Dios debe haber visto esto y pensado: “Si ese
jovencito actúa así con relación a las ovejas de su padre, también lo
hará con relación a mis ovejas. ¡Lo haré rey!”.
David, el músico
Cuando Saúl estaba de mal humor –lo que hoy llamaríamos
“depresión”–, necesitaba ayuda. Sus siervos sugirieron la música como
terapia. Alguien de su entorno conocía el talento de David. Uno de
ellos dijo que conocía a un joven de Belén, el hijo de un hombre
llamado Isaí, que no solo era un talentoso ejecutante del arpa sino que
era apuesto, valiente y fuerte, y tenía un juicio bueno y sólido. “Es
más”, agregó, “el Señor está con él” (ver 16:18).
Así que David calmaba el espíritu de Saúl con su música (v.
23) y muy probablemente también cantaba salmos que había escrito.
Recuerde que David escribió alrededor de la mitad del Libro de los
Salmos, que era el himnario de Israel. Hacia el fin de su vida, también
ordenó la administración del templo y la estructura de su adoración,
con cuatro mil sacerdotes que tocaban instrumentos musicales que
David mismo había hecho “para tributar alabanzas” (1 Crónicas 23:5).
Más que ninguna otra persona en la historia del pueblo de Dios, David
unió la música y la Palabra de Dios y las “casó” para siempre.
David, el guerrero
A una edad temprana, David luchó las batallas del Señor.
¿Recuerda la historia de David y Goliat? (1 Samuel 17). Goliat era el
guerrero campeón de los filisteos, ¡un gigante de más de tres metros de
altura! (v. 4). Se burlaba de los ejércitos del Señor, que estaban
paralizados de temor. Entonces David, que iba al frente de batalla solo
para llevar comida a sus hermanos y a los comandantes, escuchó el
desafío de Goliat. Declaró que lucharía con el “filisteo incircunciso” y,
cuando enfrentó a Goliat, le dijo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y
jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el
Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te
entregará hoy en mi mano [...]; y toda la tierra sabrá que hay Dios en
Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada
y con lanza; porque de Jehová es la batalla” (17:45-47).
En esencia, David dijo que la causa era de Dios y la batalla era
del Señor.
David, el líder de hombres
David también llegó a ser un general con una tremenda
influencia. Sus hombres estaban dispuestos a arriesgar su vida por él.
Cuando David era un fugitivo del enloquecido Saúl, escondido en las
cuevas de Adulam, los filisteos invadieron Israel y ocuparon Belén.
Cuando tres hombres de su fuerza de élite vinieron a verlo, David
mencionó, al pasar, en voz alta, cuánto deseaba tomar agua del pozo
de la ciudad de Belén. ¡Así que esos valientes desafiaron al ejército
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
27
enemigo, atravesaron sus filas y trajeron a David agua de ese pozo!
Sin embargo, David no quiso beberla, sino que la derramó ante el
Señor, diciendo que no era digno de beber de esa agua porque esos
valientes habían arriesgado su vida para traérsela (ver 2 Samuel
23:17). Dicen que un líder es un hombre con seguidores. David era un
verdadero líder de hombres.
David y Jonatán
Uno de los más hermosos ejemplos de amistad del mundo se
encuentra en la amistad de David con Jonatán, el hijo de Saúl. Cuando
David se enteró de que Jonatán había sido muerto, dijo: “Angustia
tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más
maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres” (2 Samuel
1:26).
Muchos hombres no pueden mirar a otro hombre a los ojos y
decir: “Te amo”. Esto podría ser por temor a una relación homosexual.
Pero la amistad entre un hombre y otro hombre, o entre una mujer y
otra mujer, es algo hermoso. Según mi experiencia, cuando Dios
prepara algo hermoso en esta vida, el diablo lo distorsiona con los
pecados más desagradables alrededor de esa hermosa bendición
espiritual que Dios quiere darnos, para alejarnos de la intención de
Dios. Fue Dios quien unió los corazones de David y Jonatán.
¿Cuál fue el secreto espiritual de la vida de David? Era un
hombre completamente entregado a Dios, que quería hacer toda la
voluntad de Dios. David aparece en las páginas de la Biblia como un
gran ejemplo de lo que Dios puede hacer con una persona que está
completamente entregada a Él.
Capítulo 10
Cómo fracasar exitosamente
En la Biblia, la clave para ser ungido por el Espíritu Santo es la
obediencia. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y
yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador [el Espíritu Santo] ...”
(Juan 14:15, 16). En otras palabras, la obediencia es el requisito previo
para experimentar el poder el Espíritu Santo (ver Hechos 5:32).
Durante gran parte de su vida, David fue un excelente ejemplo de esta
verdad.
El amanecer del éxito
El ejemplo de la ungida obediencia de David alcanza su punto
más elevado en 2 Samuel 7. David tenía en su corazón el deseo de
edificar una casa para Dios. Él mismo vivía en un palacio de cedro, así
que quería construir un gran palacio para Dios porque, en ese tiempo,
la morada terrenal de Dios era una tienda. Pero el profeta Natán le dijo
que Dios no quería que David edificara una casa para Él, porque Él iba
a construir una casa para David. Una dinastía, una sucesión de hijos
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
28
que gobernarían a Israel, un reino eterno. El Mesías vendría del linaje
de David, y su reino no tendría fin (ver Lucas 1:33).
David respondió con una hermosa oración: “¿Quién soy yo, y
qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha
parecido poco esto, Señor Jehová, pues también has hablado de la casa
de tu siervo en lo por venir. ¿Es así como procede el hombre, Señor
Jehová? ¿Y qué más puede añadir David hablando contigo? Pues tú
conoces a tu siervo, Señor Jehová. Todas estas grandezas has hecho
por tu palabra y conforme a tu corazón, haciéndolas saber a tu siervo”
(2 Samuel 7:18-21).
Dios no nos bendice poro nuestros logros o nuestro desempeño.
La esencia de lo que David dijo en su oración es que Dios nos bendice
por su gracia.
Las nubes tormentosas del pecado
Cuando llegamos a 2 Samuel 11, comenzamos otro capítulo en
la vida de David, uno de los más largos y difíciles de toda su vida.
David deja de ser un ejemplo aquí, y su vida se convierte en una de las
mayores advertencias de la Biblia. David cometió los pecados de
adulterio y asesinato, y trató de cubrir su pecado durante todo un año.
¿Cómo pudo caer tan trágicamente un hombre que era
conforme al corazón de Dios, cuyo corazón estaba centrado en hacer la
voluntad de Dios? Primero, David pecó porque era humano. Si bien
era un hombre piadoso, era un hombre, y no estaba ajeno a la
posibilidad del pecado o el fracaso espiritual (ver 1 Corintios 10:12,
13).
Segundo, el éxito de David lo volvió vulnerable. Leemos en 2
Samuel 11:1: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los
reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a
todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David
se quedó en Jerusalén”.
Cuando tendría que haber conducido su ejército a la batalla,
David se quedó en Jerusalén y envió a Joab en su lugar. David pecó
porque estaba fuera de la voluntad de Dios para su vida. Yo también
creo que David pecó porque estaba en el punto más alto de su éxito. El
apóstol Pablo una vez dijo: “Sé vivir humildemente, y sé tener
abundancia” (Filipenses 4:12). Se necesita mucha madurez espiritual
para manejar la escasez. Y, tal vez, se requiere aun más madurez
espiritual para manejar la abundancia. No dependemos tanto de Dios
cuando estamos en la abundancia, y esto nos hace vulnerables
espiritualmente, como David.
Mientras su ejército sitiaba la ciudad de Rabá, una noche,
David, en Jerusalén, salió al balcón y vio a una hermosa mujer
bañándose, y deseó lo que vio. Dado que era el rey, tenía el poder para
tomar lo que quería. Y la tomó. El adulterio de David no fue una
cuestión de amor mutuo. Note, mientras lee, que Betsabé no tuvo nada
que decir en este asunto. No se trataba de lo que ella quería. Su esposo,
Urías, era uno de los hombres poderosos de David, y ella parece haber
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
29
amado a su esposo profundamente. Pero él estaba lejos, luchando por
David.
Cuando David se enteró de que Betsabé había concebido, trajo
a su esposo de vuelta de la guerra. David intentó hacer que Urías fuera
a su casa y durmiera con su esposa, Betsabé, pero él era un soldado tan
leal que no quiso hacerlo. David hasta hizo emborrachar a Urías, pero
igualmente él no quiso volver a dormir con su esposa mientras sus
compañeros enfrentaban la adversidad en el campo de batalla. Así que
David envió un mensaje, por mano de Urías mismo, a su general, Joab:
“Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él,
para que sea herido y muera” (2 Samuel 11:15).
El general Joab pronto envió un mensaje de vuelta al rey
dándole un relato completo de la batalla y agregando: “También tu
siervo Urías heteo es muerto” (v. 21). Urías fue muerto, así que David
era culpable, no solo de adulterio, sino de asesinato también. Cuando
este pecado es analizado más adelante en Crónicas, el asesinato de
Urías es considerado el centro del pecado de David. Y fue culpable de
vivir una mentira. David cubrió su mentira todo un año, pensando que
nadie más que él sabía, y tal vez su general de confianza, Joab. Ese
año de encubrimiento fue tal vez el año más infeliz de la vida de David
(lea lo que sentía en su corazón, en los Salmos 32 y 51).
La culpa que David sintió lo hizo sentirse, en realidad,
físicamente enfermo. Finalmente, se volvió al Señor: “Mi pecado te
declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones
a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:5).
David dijo que las personas piadosas deberían orar pidiendo la
bendición del perdón. ¿Sugiere esto que las personas piadosas pueden
pecar? Sí, por supuesto que sí. Pero, en un sentido, la grandeza de
David queda resaltada por la forma en que respondió a su pecado y a
las consecuencias de su pecado.
Rayos de luz en el cielo oscuro
Cuando fracasamos, lo importante es lo que hacemos con
nuestro fracaso, cómo respondemos ante el hecho. Es en este punto
que la vida de David, aun cuando pecó, se convierte en uno de los
mayores ejemplos de la Biblia para nosotros.
Confrontación
En 2 Samuel 12, un valiente profeta llamado Natán fue a la
corte de David y contó una historia sobre un hombre rico que tenía
mucho ganado, y un hombre pobre del mismo pueblo que solo tenía
una ovejita. El hombre pobre amaba su ovejita; era como una mascota
para sus hijos. Esa oveja comía a su mesa y tomaba de su copa.
Entonces, un invitado vino a posar a la casa del hombre rico, y este, en
lugar de matar a uno de sus propios animales, sacrificó la única
ovejita, tan querida, del hombre pobre, para la comida.
Cuando David escuchó esto, exclamó enojado: “¡Vive Jehová,
que el que tal hizo es digno de muerte!” (v. 5). Entonces Natán señaló
a David y le dijo: “Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de
Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
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[...] te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría
añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de
Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a
espada, y tomaste por mujer a su mujer” (2 Samuel 12:7-9).
Frente a toda la corte, Natán confrontó a David con su pecado.
Recuerde que David era rey, y podría haber dicho: “Córtenle la
cabeza”. Pero no lo hizo. En cambio, confesó humildemente su pecado
(12:13a). Dios lo perdonó (12:13b), pero a David todavía le faltaba
sentarse al terrible banquete de las consecuencias de su pecado.
Consecuencias
Natán transmitió esta palabra del Señor a David: “Por lo cual
ahora no se apartará jamás de tu casa la espada [...] yo haré levantar el
mal sobre ti de tu misma casa” (12:10a, 11a). Dado que David pecó en
la relación familiar, fue allí donde Dios lo castigó. En capítulo tras
capítulo del resto de 2 Samuel, vemos cómo se cumple la profecía de
Natán.
Primero, el profeta le dijo que el hijo que él y Betsabé habían
concebido moriría. Durante seis días y seis noches, David ayunó, oró y
estuvo postrado ante el Señor. Pero su hijo enfermaba cada vez más, y
en el séptimo día murió. Cuando David lo supo, se levantó, se bañó, se
cambió de ropa, adoró en el tabernáculo y comió. Su comportamiento
desconcertó a sus siervos, pero David explicó que, mientras el bebé
vivía, había una posibilidad de que Dios mostrara misericordia y le
tuviera piedad. Pero, cuando el niño murió, David dijo que él ya no
podía hacer nada para hacerlo regresar, y agregó: “Yo voy a él, mas él
no volverá a mí” (12:23).
Yo creo que esta historia nos indica que, cuando Dios quita la
vida de un niño, no tenemos que tener ninguna duda acerca de su
destino eterno. David expresó esta esperanza cuando dijo: “Yo voy a
él”. Contraste este comportamiento de David con su enorme pena
cuando recibió noticia de la muerte de su hijo, Absalón, más adelante
en esta historia del castigo de David.
Al leer el capítulo 13 y subsiguientes, descubrimos que las
consecuencias del pecado de David continuaron. El hijo de David,
Amnón, violó a su hermanastra, Tamar. Luego Absalón, hermano de
Tamar y la niña de los ojos de David, mató a Amnón y huyó para
salvar su vida y se hizo fugitivo. Gracias a la intercesión y a ciertas
intrigas de Joab, Absalón pudo regresar a Jerusalén. Sin embargo, aun
cuando David permitió el regreso de Absalón, se rehusó a verlo.
David anhelaba tener comunión con Absalón, pero, en realidad,
no lo perdonó y no restauró su relación (14:24). Alienado y enojado,
Absalón comenzó una revolución contra su padre y, con el tiempo,
echó a David de Jerusalén. En el colmo de su traición, Absalón fue
ayudado por el propio consejero de confianza de David, Ahitofel. Él
aconsejó a Absalón que incitara a David a luchar antes de estar listo
llevando las diez concubinas de su padre que quedaban en Jerusalén al
techo del palacio y violándolas a la vista de todo Israel. Trágicamente,
Absalón siguió este consejo traicionero.
Formatted
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
31
Cuando David se enteró de esta atrocidad –cuando supo que su
querido amigo, el hombre que era como un padre para él, había
aconsejado a su hijo que atacara a estas mujeres indefensas– escribió
el Salmo 55. Léalo y verá que el corazón de David estaba lleno de
horror. Usted puede leer todos los detalles trágicos de este capítulo
horrible de la vida de David en 2 Samuel 11-18.
A pesar de todo lo que había hecho Absalón, cuando estaba por
librarse la gran batalla entre los hombres valientes de David y el
ejército de Israel, bajo el liderazgo de Absalón, David advirtió a sus
tropas que no le hicieran daño a su hijo. El golpe final que Dios
propinó a David fue el mensaje de que Absalón había sido muerto. De
nuevo, observe la diferencia entre su respuesta cuando murió su bebé y
su respuesta ante la muerte de Absalón. Cuando éste murió, el dolor
abrumó a David. Dijo, vez tras vez: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo
mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón,
hijo mío, hijo mío!” (18:33).
Absalón había iniciado una revolución contra su propio padre;
¿por qué, pues, este reaccionaba de esa forma? A diferencia de la
muerte de su bebé, David no dijo de Absalón: “Yo voy a él”. Creo que
esta es la razón por la que es tan grande su pena por Absalón. Es
probable, también, que David creyera que Absalón había muerto por
los pecados de su padre, y que deseara que las cosas hubieran ocurrido
al revés.
Al leer la historia del pecado de David, y especialmente las
consecuencias de su pecado, recordemos que ninguno de nosotros
estamos ajenos a la posibilidad de caer (1 Corintios 10:12, 13). Dese
cuenta de que David nos mostró a todos nosotros cómo manejar el
fracaso espiritual y moral. Luego aprecie las palabras del Señor Jesús
cuando dijo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11).
Capítulo 11
La bendición del perdón
Uno de mis objetivos al escribir este estudio de la Biblia es
mostrar la correlación, es decir, cómo los libros de la Biblia se
relacionan entre sí: la unidad de la Biblia. Por ejemplo, una vez
estudiados los libros históricos, cuando uno llega a los profetas se da
cuenta de que ya tiene el contexto histórico en el cual estos grandes
profetas vivieron, predicaron, sufrieron y murieron. La literatura
histórica también nos equipa para entender uno de los más grandes
libros de la Biblia, Salmos, y especialmente los salmos de David.
El corazón de David en los salmos
Los salmos de David y 2 Samuel 11-18 van juntos de una
forma hermosa. En los salmos escritos durante este período de su vida,
llegamos a entender la grandeza de David, aun cuando este fue un
tiempo de su vida en el que fracasó moralmente y espiritualmente.
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
32
Salmo 3
Cuando David fue al desierto huyendo de Absalón, un hombre
llamado Simei lo maldijo (2 Samuel 16:5-8). El general de David le
dijo: “¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego
que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza” (v. 9). Pero David contestó:
“Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho [que me maldiga]”
(v. 11b).
Mientras David se retiraba de Jerusalén, escribió el Salmo 3,
que comienza así: “¡Oh Jehová, cuánto se han multiplicado mis
adversarios! Muchos son los que se levantan contra mí. Muchos son
los que dicen de mí: No hay para él salvación en Dios” (vv. 1, 2). Eso
era lo que decía Simei cuando maldecía a David y le arrojaba piedras.
Pero David escribió (y aquí demostró lo piadoso que era): “Mas tú,
Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi
cabeza. Con mi voz clamé a Jehová, y él me respondió desde su monte
santo” (vv. 3, 4).
Al mirar a su pasado, David podía ver hitos de milagros –
oraciones contestadas– en su camino. Y estos le daban confianza y fe
en Dios, en el presente y para el futuro.
Salmo 4
El Salmo 4 también encaja en este período de la vida de David.
Nos dice que, si nuestro clima emocional es de aflicción o de tensión,
y no podemos dormir, podría ser porque tenemos que tomar una
decisión importante que involucra hacer las cosas correctas. En el
medio de la noche, cuando no podía dormir, David se propuso en su
corazón: “Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en Jehová” (v. 5).
Su motivación para hacer lo correcto era que estaba rodeado de
personas que decían: “¿Quién nos mostrará el bien?” (v. 6). Todos
estamos rodeados de personas que buscan a alguien que haga lo
correcto y no lo conveniente. Cuando lo ven, además del costo que
pagamos para hacer lo correcto, ellos son muy bendecidos y se
vuelven a Dios por lo que ven.
Salmo 23
En el Salmo 23:3, David dice: “Confortará mi alma”. Cuando
el Señor nos ha hecho yacer y reconocer el hecho de que somos ovejas
y Él es nuestro pastor, nos volvemos a levantar. Pero cuando nosotros
asumimos el control, aquellos verdes pastos se secan, las aguas se
enturbian y la copa llena se vacía. Cuando nos olvidamos de quién es
el pastor y quiénes son las ovejas, necesitamos ser restaurados.
¿Cómo nos restaura Dios? Él es muy práctico. David lo
expresó así: “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre”
(v. 3b). El avivamiento es más que pasar al frente en un culto de una
iglesia en respuesta a una invitación. Es más que una experiencia de
oración ante un altar. Dios dice: “Escucha. Así es como quisiera
restaurarte. Tú ven y anda por las sendas de justicia un par de años. Y,
al caminar por las sendas de justicia, ellas restaurarán tu alma”.
Eso es lo que vemos que ocurre en la vida de David en 2
Samuel 11-18. David se había entregado a Dios y había dicho:
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
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“Vendré y caminaré por las sendas de justicia por amor de tu nombre”.
Cuando David respondió al castigo de Dios y a todas las demás
consecuencias de su pecado andando por las sendas de justicia, Dios
restauró su alma.
David fue rey cuarenta años: dieciséis antes de pecar y
veinticuatro más luego de que Dios restaurara su alma y su reino. Pero
esa restauración solo ocurrió luego que David anduviera por las sendas
de justicia, confesando su pecado, arrepintiéndose de él y
comprometiéndose a seguir el camino del Señor.
¿Está usted personalmente necesitado de confesión y un
arrepentimiento genuino y auténtico? Con todo amor y sinceridad, le
digo que nunca conocerá la bendición del perdón hasta que siga el
ejemplo de David y confiese su pecado ante Dios. Recuerde que la
confesión simplemente significa decir lo mismo que dice Dios sobre su
pecado. Lo aliento a que lea los Salmos 32, 51, 55, 23, y deje que las
palabras de David guíen su confesión. Luego, como él, usted
experimentará la bendición del gracioso perdón de Dios.
Cantando las canciones del perdón
Quizá usted se haya preguntado alguna vez: “¿Cómo sé que
mis pecados han sido perdonados?”. Algunos dicen que uno sabe
porque la Biblia lo dice: “La Biblia lo dice, yo lo creo, asunto
terminado”. Pero hay otra forma en que puede saber que sus pecados
han sido perdonados: cuando Dios quita su culpa.
Hoy, muchos terapeutas tratan con el problema de la culpa de
otra forma. Dicen: “No debería haber tal cosa como la culpa, porque lo
bueno y lo malo no existen. No hay nada que no se deba hacer. No hay
absolutos morales. La culpa es para los niños, porque solo ellos
permiten que la gente les diga lo que está bien y lo que está mal. No
dejen que nadie les diga que lo que están haciendo está mal”. Me
asombra la cantidad de personas que tratan de resolver su problema de
la culpa de esta forma.
En contraste, David dijo, básicamente: “Tengo un problema de
culpa porque soy culpable. Tengo un problema de culpa porque
pequé”. La solución de Dios para nuestro problema de culpa es
confesar que somos culpables, que hemos pecado. Mostramos que
entendemos y creemos en la solución de Dios para nuestro problema
de la culpa cuando ofrecemos los sacrificios de justicia que expresan
nuestro arrepentimiento y confesión, y ponemos nuestra confianza en
el Señor. Entonces, y solo entonces, experimentaremos la bendición
del perdón, porque entonces nuestro problema de la culpa habrá sido
quitado.
El Salmo 51 no es solo la confesión que David hace de su
pecado, sino que nos da también una ventana a través de la cual
podemos ver la grandeza de este hombre. En el Salmo 51, observe
varias cosas. Primero, David oró a Dios por el origen de su pecado:
“He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho
comprender sabiduría” (v. 6). En respuesta a esa petición, Dios dio a
David una revelación, y este escribió: “...y mi pecado está siempre
Fascículo 3: De Jueces a 2 Samuel
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delante de mí [...] He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado
me concibió mi madre” (vv. 3b, 5).
Luego observe la gran petición de David: “Crea en mí, oh
Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (v.
10). La palabra que se traduce como “crear” en este versículo es la
palabra hebrea bara, que significa ‘hacer algo a partir de nada’. Se usa
solo tres veces en Génesis 1, y aquí es usada en Salmos 51:10, donde
significa que David está diciendo, básicamente: “Tú no tienes nada
con qué trabajar. Te estoy pidiendo que hagas algo de la nada. Pon
algo en mí, en el núcleo de mi ser, que no estaba allí cuando nací. Tú
debes hacer un milagro de creación en mi ser interior. Esa es la única
forma en que tengo alguna esperanza de vivir una vida que te
glorifique”.
La respuesta a esa oración es lo que el Nuevo Testamento
llama el “nuevo nacimiento”. Jesús dice: “Lo que es nacido de la
carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te
maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” o, más bien,
que necesitas otro acto de creación en tu corazón (ver Juan 3:6, 7).
Los apóstoles llaman al nuevo nacimiento “creación”: “Si
alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). Dios ha
creado algo en el núcleo de un hombre o una mujer que ha nacido de
nuevo. David tenía una perspectiva profética cuando hizo esta petición
dos mil años antes que Jesús dijera: “Tienes que nacer de nuevo”.
También, observe la motivación de David para querer esta
restauración: “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me
sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los
pecadores se convertirán a ti” (Salmos 51:12, 13). David amaba la
Palabra de Dios. Amaba predicarla, enseñarla y cantarla. Y él quería
guiar a otros pecadores de vuelta al Autor de esa Palabra, como había
hecho muchas veces en el pasado.
Y, finalmente, observe la perspectiva poco común que
demuestra David al final del salmo: “Porque no quieres sacrificio, que
yo lo daría; no quieres holocausto” (v. 16). ¿Recuerda cuando
estudiamos el tabernáculo en el desierto? La gente llevaba un animal a
la Tienda de la Adoración y lo ofrecía como sacrificio por sus pecados.
El tipo de animal o la cantidad de animales dependía del grado de
pecado y de la situación económica de la persona.
David sabía que estaba en condiciones de llevar toda una
manada a la Tienda de Adoración, pero también sabía que Dios no
quería eso. Palabras más, palabras menos, David dijo: “Eso no es lo
que quieres, Dios. Tú quieres una revolución en mi hombre interior.
Tú quieres un corazón quebrantado ante ti, y quieres un espíritu
contrito”. La palabra “contrito” significa ‘sumamente apenado por el
pecado’. David dijo: “Esto es lo que quieres, Dios”. Así que oró
diciendo: “Rompe en mí el núcleo de mi ser. Sáname en el núcleo de
mi ser. Crea algo en el núcleo de mi ser que no estaba en mí cuando
nací físicamente, y entonces viviré una vida que te glorificará”.
Déjeme repetirlo: si usted ha pecado y no sabe cómo confesar
su pecado, si necesita ser restaurado en su alma y no sabe cómo lograr
esa restauración, vaya al Salmo 51. Deje que este salmo sea su oración
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de confesión y arrepentimiento. Si lo hace, cumplirá con la hermosa
experiencia de confesar su pecado y arrepentirse de él.
Capítulo 12
Tres hechos sobre el pecado y tres hechos sobre la salvación
Quisiera dedicar un capítulo más al tema del pecado de David.
Tal vez usted piense que estoy exagerando, pero lo hago porque la
Biblia misma enfatiza el pecado de David. Deberíamos tratar de
descubrir por qué Dios ha asignado tanto espacio en 2 Samuel al
pecado de David, para que podamos aprender las lecciones espirituales
que Él quiere que aprendamos sobre el pecado y que las apliquemos
cuando pecamos.
Lecciones adicionales sobre el pecado
Una de las lecciones más importantes que podemos aprender
de la historia del pecado de David es cómo trató con el problema de la
culpa. Quisiera darle una ilustración.
La mente humana tiene dos dimensiones: la consciente y la
inconsciente. Todos nosotros luchamos con nuestros pensamientos
contradictorios. En nuestra mente consciente, tenemos un pensamiento
bueno y positivo como: “El Señor es mi Pastor, y no me preocuparé;
tengo mucha fe en mi Pastor”. Pero, a menudo, en los siguientes
treinta segundos, comenzamos a preocuparnos. Como resultado,
tenemos colitis y úlceras. No se supone que deberíamos preocuparnos,
porque Dios es nuestro Pastor. Pero lo hacemos igual. ¿Cómo tratamos
con estos pensamientos contradictorios?
Construimos un pared por el medio de nuestra mente y
aislamos nuestros pensamientos contradictorios en dos
compartimentos. En un compartimento tenemos fe y decimos: “El
Señor es mi Pastor”. Cuando lo decimos, no nos permitimos recordar
que tenemos úlceras porque nos preocupamos. En el otro
compartimento de nuestra mente, ¡nos preocupamos y no nos
permitimos recordar que tenemos fe! Eso conduce a los
compartimentos lógicos separados de la “esquizofrenia espiritual”.
La esquizofrenia espiritual no es un problema serio en la mente
consciente. Pero lo es en la mente subconsciente, porque cada
pensamiento consciente se aloja en nuestra mente subconsciente y
permanece allí para siempre. Así que nuestros conflictos pasan a
nuestra mente subconsciente y acumulan un reservorio de conflictos
debajo de la superficie. Esto puede ser un problema serio, porque la
mente subconsciente es como una taza. Cuando está llena de
conflictos, envía señales a nuestro cuerpo, y comenzamos a sufrir de
síntomas físicos.
La Biblia nos dice que no debemos almacenar conflictos, sino
que debemos resolverlos. Los psiquiatras están de acuerdo, pero suelen
tener un distinto modo de resolverlos. Su solución secular es alejar a
las personas de los valores y la moral absoluta que están en conflicto
con su comportamiento. Sin embargo, la Biblia nos dice que el bien y
el mal realmente existen. Si tenemos una norma absoluta de integridad
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y de lo correcto porque realmente creemos en absolutos morales, y
nuestro estilo de vida está en conflicto con esa norma absoluta de
integridad, nos estamos enfermando.
La Biblia dice nos dice que resolvamos nuestros conflictos de
esta forma: dado que la lámpara del cuerpo es el ojo, si nuestra
perspectiva o esquema mental es como Dios quiere que sea, y vivimos
según vemos las cosas, todo nuestro cuerpo podrá ser lleno de luz (ver
Mateo 6:22). En otras palabras, resolvemos nuestros conflictos cuando
nos comportamos según lo que creemos.
David nos dice que resolvemos nuestro problema de la culpa
cuando reconocemos la norma de Dios de lo que está bien y lo que está
mal, aun cuando esa norma nos convence de que somos pecadores y
nos declara culpables de nuestro pecado. Cuando confesemos nuestro
pecado, Dios restaurará nuestra alma. Esa es una de las aplicaciones
más importantes que podemos hacer de la historia del pecado de
David.
Tres hechos sobre el pecado
Otra aplicación de este sórdido capítulo de la vida de David es
que el pecado tiene consecuencias terribles. En 2 Samuel 11-18, David
tuvo que comer un banquete de amargas consecuencias. Su historia, en
realidad, ilustra tres hechos sobre el pecado y tres hechos sobre la
salvación. Consideremos primero el lado del pecado.
El pecado tiene un castigo
Primero, el pecado tiene un castigo. El pecado siempre
conduce a un castigo futuro y un castigo presente. Por eso Dios tuvo
que echar mano del cielo y enviar a Jesucristo a este mundo. La única
forma en que podemos quitar el castigo futuro del pecado (el infierno)
de nuestra vida es creyendo en la muerte de Jesucristo en la cruz (ver
Juan 3:16).
Sin embargo, las tres quintas partes de las veces en que la
Biblia usa la palabra “salvación”, no la aplica al castigo futuro del
pecado, sino a la remoción del castigo presente del pecado. Por
ejemplo, somos salvados del castigo de una vida malgastada. Cuando
Jesús hablaba del infierno, usaba la palabra griega gehenna, que era un
gran basural afuera de Jerusalén, “donde el gusano de ellos no muere,
y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:44). Cuando la gente pensaba en
la Gehenna, pensaban en desperdicios. Jesús enseñó que el desperdicio
es una de las peores realidades del infierno.
Otro castigo presente del pecado es la esclavitud. La gente no
hace lo que quiere hacer; la gente hace lo que debe hacer, lo que está
obligada a hacer. Las personas están controladas por compulsiones y
hábitos que la Biblia rotula como “pecado”. La salvación libera a las
personas de su esclavitud al pecado (ver Juan 8:30-35; también Mateo
1:21).
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El poder del pecado
Segundo, el pecado tiene mucho poder. Creo que toda la
historia de David nos dice lo que Pablo escribió en 1 Corintios 10:12:
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. En el versículo
siguiente, Pablo escribe que la tentación es humana. Si un hombre
como David pudo caer bajo el poder del pecado, ¿quiénes somos
nosotros para pensar que podremos enfrentarlo? Nunca subestime el
poder del pecado.
El precio del pecado
Tercero, el pecado tiene un precio muy alto. Pablo nos dice que
“la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Pablo no hablaba solo
de la muerte literal, sino también del banquete de las consecuencias:
aquellas hierbas amargas que el pecador siempre tiene que comer
finalmente. El pecado tiene sus cicatrices y sus manchas, algunas de
las cuales son irreversibles e irrevocables.
Tres hechos sobre la salvación
Como el fondo de terciopelo negro sobre el cual el joyero
exhibe sus diamantes, el oscuro castigo, el poder y el precio del pecado
siempre hacen que los tres hechos de la salvación se destaquen mucho
más.
Jesús ha quitado el castigo del pecado
Primero, Jesucristo ha quitado el castigo del pecado. La Biblia
llama a esto “el evangelio” o las “buenas nuevas”. Jesús dijo a
Nicodemo, palabras más, palabras menos: “Yo soy el único Hijo de
Dios, soy la única solución dada por Dios, y el único Salvador dado
por Dios. El Padre no tiene otra solución ni otro Salvador” (ver Juan
3:14-18). Cuando uno verdaderamente presta atención a lo que Jesús
dijo, se dará cuenta de que convirtió a todas las demás religiones en
callejones sin salida. Uno cree en Jesucristo o no cree. Esta es una de
las declaraciones más dogmáticas que haya hecho Jesús jamás.
El Espíritu Santo puede vencer el poder del pecado
Segundo, el Espíritu Santo puede mantener a raya el poder del
pecado en su vida y en la mía. El apóstol Juan nos dice, en 1 Juan 4:4:
“Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”. Fuera
del poder de Dios, no hay en el mundo poder mayor que el poder del
pecado, del mal y de Satanás. ¡Pero las buenas nuevas son que el poder
de Dios es mayor que el poder de Satanás, el mal y el pecado! El
apóstol Pablo dice que, cuando nos apropiamos de la gracia de Dios,
podemos ser más que vencedores sobre el poder del pecado en nuestra
vida (comparar con Romanos 8:37-39).
La justificación quita nuestro pecado de su vista
El tercer hecho de la salvación es algo más complicado, porque
tiene que ver con las manchas, las cicatrices y el precio del pecado. A
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los ojos de Dios, aun las manchas del pecado son lavadas por el
perdón. Como escribió David en otro de sus salmos: “Cuanto está lejos
el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”
(Salmos 103:12; ver también Miqueas 7:19). La palabra “justificado”
es una de las palabras más hermosas de la Biblia. Significa que,
cuando confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos de ellos, ¡en
lo que respecta a Dios, es como si nunca los hubiéramos cometido!
Nuestro pecado no solo es condonado; nuestro pecado no solo es
perdonado; nuestro pecado no es simplemente quitado; ha
desaparecido. Es como si nunca hubiésemos pecado.
Sin embargo, la justificación viene en dos dimensiones. A
veces, las manchas y las cicatrices del pecado son irreversibles en el
nivel humano. Si una persona comete un asesinato y luego cree en
Jesucristo, a la vista de Dios es como si nunca hubiera pecado o
cometido ese asesinato. Pero, ¿significa que su fe en Cristo le permite
salir libre? No. Sigue habiendo consecuencias que pagar.
Cierta ve me llamaron para que fuera a la casa de un hombre de
ochenta y tres años de edad. Se había convertido a los ochenta y dos
años, lo cual es muy inusual. Luego de su conversión, que fue genuina,
su esposa me llamó y me dijo: “Usted debe venir a hablar con mi
esposo. Lo único que hace es quedarse sentado llorando, y no quiere
hablar de esto”. Así que fui a verlo. Cuando pudo, finalmente,
controlar sus emociones, dijo: “¡Mis hijos! ¡Mis hijos! ¡Mis hijos!”. Le
pregunté: “¿Qué pasa con sus hijos?”. Entonces me contó la forma
terrible en que los había tratado. Dos de ellos estaban en hospitales
psiquiátricos y, según él, había sido el responsable de arruinarles la
vida. Este padre había sido convertido genuinamente y, a los ojos de
Dios, no tenía manchas, castigos ni cicatrices. Pero las cicatrices y las
manchas de sus hijos seguían siendo muy reales.
Hay algunas cosas que no podemos deshacer (no podemos
separar huevos revueltos). El pecado tiene un precio alto, y las
cicatrices son irreversibles. Por esta razón el apóstol Juan escribe, en
su primera epístola: “Estas cosas os escribo para que no pequéis” (1
Juan 2:1)
Es una monstruosidad teológica dar a los jóvenes la impresión
de que hay algo bueno o aun divertido en el pecado. ¡No hay nada
bueno en el pecado o en sus consecuencias! Sí, Dios puede poner en
evidencia su gracia y su misericordia si respondemos a las
consecuencias del pecado como lo hizo David. Dios hasta puede sanar
muchas de las cicatrices. Pero algunas manchas y cicatrices so
irrevocables e irreversibles. Por eso la Biblia dice que es mejor no
pecar. “Ni yo te condeno”, le dijo Jesús a la mujer atrapada en el acto
de adulterio. Pero también le dijo, porque amaba a esa mujer: “Vete, y
no peques más” (Juan 8:11). Nunca deje que nadie dé a sus hijos la
impresión de que hay algo bueno en vivir en pecado y luego ser
salvado de una vida de pecado. Es mejor no pecar.
Hay una epidemia de pecado entre personas que dicen ser
discípulos de Jesucristo hoy. Dios quiere que todos nosotros, a través
de la historia del pecado de David, escuchemos las palabras de Jesús:
“Vete, y no peques más”.