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Joan Margarit No estaba lejos, no era difícil año 5 número 19 dic. 2011 - feb. 2012 10000 ejemplares Paréntesis El periódico literario Poemas de Martha L. Canfield y Raymond Carver El álbum, de Héctor A. Faciolince Bibliotecas de escritores, de Jesús Marchamalo Taller de Escritura: Concreción Psicoanálisis: Si escribir fuese Viajes: Fronteras Música: Jorge Drexler Fallo del VI Concurso Paréntesis Cowboy de medianoche Que no se enfríen tus sueños Onetti Síndrome de abstinencia 4 9 11 3 5 6 7 10 8 10 Wayne Gonzales hasta el 22 de enero Giacometti (c)Suhrkamp Verlag 9

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Joan

Margarit

No estaba lejos,no era difícil

año 5

número 19

dic. 2011 - feb. 2012

10000 ejemplares ParéntesisEl periódico literario

Poemas de Martha L. Canfieldy Raymond Carver

El álbum, de Héctor A. Faciolince

Bibliotecas de escritores,de Jesús Marchamalo

Taller de Escritura: ConcreciónPsicoanálisis: Si escribir fuese

Viajes: FronterasMúsica: Jorge Drexler

Fallo del VI Concurso Paréntesis

Cowboy de medianoche

Que no se enfríen

tus sueños

Onetti

Síndrome deabstinencia4 9 11

3

5

6

7

10

8

10

Wayne Gonzales

hasta el 22 de enero

Giacometti

(c)Suhrkamp Verlag

9

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2 Paréntesis diciembre 2011 - febrero 2012

Periódico Paréntesis

C/Sánchez Pastor, 1, 1ºdcha.

29015 Málaga

Tlf. 952 60 82 44

www.tallerparentesis.com

[email protected]

Director

Rafael Caumel

Consejero

Antonio Almansa

Coordinadora

Lola Lorente

Delegado

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Redacción

Poesía de Siempre y de Hoy:

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Prosa de Siempre:

Antonio Almansa,

Rafael Caumel

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Prosa de Hoy:

Pablo Betancourt

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Viajes y Literatura:

Pedro Rojano,

Rafael Caumel

Música y Literatura:

Damián Marrapodi,

Jorge Rosa

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Escritura y Psicoanálisis:

Emilio Mármol

y otros

Taller de Escritura:

Rafael Caumel

Crítica literaria:

Antonio Almansa

y otros

Microtextos:

Eugenia Carrión,

Lourdes Díaz

y otros

Cine:

Sergio de los Santos

y otros

Relato por entregas:

Ada Valero

Entrevista:

Lola Lorente,

Rafael Caumel

y otros

Diseño y Maquetación:

Rafael Caumel

Asistencia gráfica:

Damián Marrapodi

Presentación del libro de relatos del taller

Un amigo madrileño me contó muy ilu-sionado que había descubierto unalibrería que organizaba talleres de lec-tura. Dijo: “Hay muchos talleres deescritura, ya era hora de que alguienadvirtiese cuál es la verdadera caren-cia”. Y aunque no le falta razón, creíoportuno comentarle que no importapor qué vía se llegue a la literatura: sino lo es aún, quien empieza a escribirestá obligado a convertirse en un buenlector. Lo importante es sumergirse enla palabra, desde un lado u otro.

El trabajo que han hecho los autoresde este libro durante el año de tallerdemuestra que se han atrevido a zam-bullirse. Algunos ya eran grandes lecto-res, otros empiezan a serlo; todos setomaron en serio el compromiso depresentar una obra común digna. Lostextos con que participan los eligieronellos mismos. Contratamos a un lectorprofesional, que no los conociese denada, para que señalase los títulos quedebían publicarse, y hemos respetadosu decisión. Además, entre la selecciónde sesenta y seis historias, hay unadocena de cuentos especialmente des-tacables, a la espera de ser descubier-tos.

Para mí ha sido un placer compartirtravesía con estas personas. Tanto sicontinúan adentrándose en la oceánicaincertidumbre del verbo, como si deci-den regresar a la seguridad de la costa,mis mejores deseos para todos. Mesiento honrado y orgulloso del año quepasamos juntos.

Rafael Caumel

El territorio de los deseos y temores es un profundo mar incógnito que nos reclama. Durante el tallerde escritura 2010-2011, los autores de este libro aparejaron lienzos, jarcias y teclados para navegar consus relatos por esa fosa abisal llamada “ser humano”.

Dejaron atrás la seguridad de la costa.

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Poesía de Hoy

Amor caníbal

Yo quisiera envolverte y protegertede las miradas de todos los demáscomo adentro de un capullo secretoen el que tú pudierasseguir creciendo y palpitandotu ingenuo corazónpequeño y niñoseguiría latiendo setenta veces por minutoy mi mano sería para élpantalla escudo estucheyo quisiera guardarte en un calor seguroquisiera acariciarte y devorartesentirte descender en la tiniebla visceraly percibir tu movimiento rítmicoadentro de mi estómago ocultoya despedazado por mis dientesde un amor de la índole del fuegoa nada semejantetransformado en la esencia de tiy ya sin formapura sustancia concentrada y librede todo posible movimiento autónomoque la esencia lo es muy simplementeen el tiempo sin tiempono se mueve no trata de cambiardentro de mí cuidada y protegidaincluso de ti mismotú me comprendes, ¿cierto?incluso de tu falta de amorde tu insensata pretensión de encontrar el placer en otra partequién sabe dónde, luego,¡habrase visto!

Martha L. Canfield(Montevideo, 1949)

Poesía de Siempre

Donde hayan vivido

Fuera donde fuera, aquel día andabapor su propio pasado. Dando puntapiés a jironesde recuerdos. Mirando las ventanasque no hace mucho le habían pertenecido.Trabajo, miseria y pocos cambios.En aquella época vivían para sus deseos,decididos a ser invencibles.Nada les detendría. Al menosdurante muchísimo tiempo.

En la habitación del motelaquella noche, de madrugada,abrió una cortina. Vio nubescubriendo la luna. Se apoyóen el cristal. Le traspasó un aire fríoque puso la mano sobre su corazón.Te amé, pensó.Te he amado mucho.Hasta que se me acabó el amor.

Tasio Peña

Raymond CarverTodos nosotros (Bartleby Poesía, 17€)

Si desea publicar un poema, cuento o microrrelato, envíelo junto a su nombre, apellidos y telé-fono a [email protected]. Paréntesis incluirá los mejores en los siguien-tes números del periódico.

Paréntesis 3diciembre 2011 - febrero 2012

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4 Paréntesis diciembre 2011 - febrero 2012

Prosa de siempre

La señora estaba siempre vestida denegro y arrastraba sonriente el reu-matismo del dormitorio a la sala.Otras habitaciones no había; pero síuna ventana que daba a un pequeñojardín parduzco. Miró el reloj que lecolgaba del pecho y pensó que falta-ba más de una hora para que llega-ran los niños. No eran suyos. A vecesdos, a veces tres que llegaban desdelas casas en ruinas, más allá de laplacita, atravesando el puente demadera sobre la zanja seca ahora,enfurecida de agua en los temporalesde invierno.

Aunque los niños empezaran a ira la escuela, siempre lograban esca-par de sus casas o de sus aulas a lahora de pereza y calma de la siesta.Todos, los dos o tres, eran sucios,hambrientos y físicamente muy dis-tintos. Pero la anciana siempre logra-ba reconocer en ellos algún rasgo delnieto perdido; a veces a Juan lecorrespondían los ojos o la franquezade ojos y sonrisa; otras, ella los des-cubría en Emilio o Guido. Pero notrascurría ninguna tarde sin haberreproducido algún gesto, algún ade-mán del nieto.

Pasó sin prisa a la cocina parapreparar los tres tazones de café conleche y los panques que envolvíandulce de membrillo.

Aquella tarde los chicos no hicie-ron sonar la campanilla de la verjasino que golpearon con los nudillos elcristal de la puerta de entrada, laanciana demoró en oírlos pero losgolpes continuaron insistentes y sinaumentar su fuerza. Por fin, porquehabía pasado a la sala para acomo-dar la mesa, la anciana percibió elruido y divisó las tres siluetas quehabían trepado los escalones.

Sentados alrededor de la mesa,con los carrillos hinchados por la dul-zura de la golosina, los niños repitie-ron las habituales tonterías, se acu-saron entre ellos de fracasos y trai-ciones. La anciana no los compren-día pero los miraba comer con unasonrisa inmóvil; para aquella tarde,después de observar mucho para noequivocarse, decidió que Emilio leestaba recordando el nieto muchomás que los otros dos. Sobre todocon el movimientos de las manos.

Mientras lavaba la loza en la coci-na oyó el coro de risas, las apagadasvoces del secreteo y luego el silencio.Alguno caminó furtivo y ella no pudooír el ruido sordo del hierro en lacabeza. Ya no oyó nada más, bam-boleó el cuerpo y luego quedó quietaen el suelo de su cocina.

Revolvieron en todos los muebles

del dormitorio, buscaron debajo delcolchón. Se repartieron billetes ymonedas y Juan le propuso a Emilio:

―Dale otro golpe. Por si lasdudas.

Caminaron despacio bajo el sol yal llegar al tablón de la zanja cadauno regresó separado, al barrio mise-rable. Cada uno a su choza y Guido,

cuando estuvo en la suya, vacíacomo siempre en la tarde, levantóropas, chatarra y desperdicios delcajón que tenía junto al catre y extra-jo la alcancía blanca y manchadapara guardar su dinero; una alcancíade yeso en forma de cerdito con unaranura en el lomo.

El cerdito, de Juan Carlos Onetti

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Todos los jueves almuerzo con mimadre. Por mucho tiempo ella haestado viviendo en una residenciapara ancianos, donde dispone de unpequeño apartamento. Cada jueves,llueva o truene, llego un poco des-pués del mediodía y charlamos unrato. A la una nos sentamos en elcomedor, una mesita estrecha al ladode la ventana que da al patio. Soy elúnico invitado, pero ella pone la mesacomo si viniera a comer quién sabequién: mantel y servilletas de linoblanco, bordados; cubiertos de plata;vasos de cristal, dos pequeños, parael vino, y dos grandes, siempre llenosde agua helada. La vajilla ―deLimoges, con el borde dorado y elmonograma de Palacio― es la mejorque tiene (la otra, la de diario, es deplástico). Sólo la usa los jueves,cuando vengo yo, y en todo caso nopodría usarla si hubiera más convida-dos, pues casi todos los platos sequebraron y apenas quedan piezaspara dos comensales.

Mi madre planea el menú desde elmartes y encarga por teléfono losingredientes; si hay que aliñar lacarne o marinar algo con tiempo,empieza a hacerlo desde el miérco-les, en la cocina de la residencia.Prepara siempre un banquete; lasrecetas las toma de un cuadernoamarillento escrito de su puño y letrahace ya muchos años, durante eltiempo en que vivía con su padre.Las instrucciones para cada plato

son precisas en las cantidades y muydetalladas en el procedimiento. Sonlas viejas recetas que mi madre lesvio hacer paso por paso a las cocine-ras de Palacio. Poco antes de la una,mi madre va hasta la cocina, trae lasfuentes en un carrito de ruedas y laspone sobre bandejas de plata marca-das con el mismo monograma de lavajilla. Entre las bandejas y las fuen-tes pone también una carpeta de lino,tan blanca como el mantel, y delmismo bordado. Mientras comemos,seguimos conversando. Dedicamosun rato a comentar el sabor y la cali-dad del almuerzo. Con el pretexto deque es bueno para el colesterol,tomamos siempre vino tinto. Éste lollevo yo, porque mi madre no podríapermitírselo. Si algo queda, ella se lotoma a lo largo de la semana.

A veces, después del postre, si yono tengo afán de volver al trabajo, mimadre y yo nos sentamos en el sofá,y mientras nos tomamos el café (endos tacitas de porcelana húngara,pintadas a mano, algo desportilla-das), nos gusta mirar juntos los álbu-mes de familia. Mi madre evita, portriste, el último álbum con las fotos demi padre, tomadas meses antes deque lo mataran, y el álbum de mi her-mana, que se murió de cáncer muyjoven, pero le encanta que miremosel más viejo de todos, donde estánlas fotos de ella niña y adolescente,con su padre en Palacio. EstePalacio, más bien una casona de una

sola planta, fue construido por donCoriolano Amador, el hombre másrico de la ciudad, en el siglo XIX, perofue derribado hace cuarenta añospara levantar un edificio de oficinas.Como yo nunca conocí la mansión,mi madre me la va describiendo yexplicando a través de las fotos. Losrombos de las vidrieras, dice, corres-ponden al comedor. Las altas estan-terías, atiborradas de libros, son lasdel despacho y biblioteca de «tíoJoaquín». Ella, con un pudor del quenunca ha querido desprenderse, ledice tío a su padre, el arzobispo. Allíse ve el pozo que había en la mitaddel patio, donde mi madre descendióalguna vez para exigir desde ahí quela dejaran casarse con mi padre.Cada foto, con las personas y lossitios que aparecen, le traen a lacabeza alguna historia, y así se nosva buena parte de la tarde. Cuandono son las fotos de Palacio, son lasde su matrimonio, o las del par deaños tan felices que pasaron enBoston, donde mi papá hacía el doc-torado, o mis fotos de infancia, o losrecuerdos del pueblo de los abuelos,o de los viajes a Oriente y aOccidente.

La semana pasada fue 1º demayo, y cayó un lunes. Despistadopor el día de fiesta, el jueves yo pen-saba que era miércoles. Ese jueves,sin pensar en el almuerzo de mimadre, estuve con Matilde, unaamiga, desde las cinco de la tarde

hasta las tres de la mañana. Esamisma noche mi madre tuvo una cri-sis cardíaca, o quizás un derrame, yse murió durante el sueño. Unaenfermera descubrió su cuerpo exá-nime en el cambio de turno a lascinco de la madrugada. Minutos des-pués, cuando me llamaron del asilo adarme la noticia, yo todavía no mehabía percatado de que ya era vier-nes. Cuando llegué a la residencia,aturdido e incrédulo, me di cuenta delerror por un comentario de la porteradel asilo: «Ella anoche estaba preo-cupada porque usted no había veni-do ni llamado; decía que eso nohabía pasado nunca y que en sucasa no le contestaban.»

Al entrar en su apartamento yencontrar la mesa puesta, la comidaintacta atiborrada malamente en lanevera, el álbum abierto en una fotode Palacio, no me dio la sensaciónde haber tenido un descuido, sino dehaber cometido un crimen. Había unreproche tácito en mi vaso de aguatibia, lleno todavía, en el mantelimpecable y la vajilla reluciente. Nopude evitar pensar en la coincidenciade que yo estuviera gozando conMatilde mientras mi madre se moría.A veces creo que el infierno, si exis-tiera, consistiría en poder ver, en elpreciso instante de nuestra muerte, loque están haciendo en ese mismomomento las personas a quieneshemos querido.

Álbum, de Héctor Abad Faciolince (El amanecer de un marido. Ed. Seix Barral. 18 €)

Paréntesis 5diciembre 2011- febrero 2012

Prosa de hoy

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6 Paréntesis diciembre 2011 - febrero 2012

No lo puedo remediar ni quiero corre-girme: me fascina indagar en lasvidas de escritores, cineastas, pinto-res… Si algún investigador descu-briera que el difunto John Cheevercortejó a un fornido camionero tejano,me gustaría conocer el rostro del con-ductor y el aspecto del hotel donde sedivertían; si me desvelaran la marcadel güisqui que bebía MargueriteDuras, trataría de comprarlo y probarsu sabor; si me enterase de la calle yel portal donde vivía Clarice Lispector,intentaría ir para observar el dintelbajo el que cruzaba. Son caprichos,pasatiempos, reconocimientos trivia-les que rindo a personas que hicieron,sin conocerme, algo por mí.

Hay ocasiones en que las maníasde esos grandes autores resuelvenmis pequeñas encrucijadas obsesi-vas. Mientras escribo mis reseñaspara este periódico suelo fumarme unMontecristo, y eso me parecería unantojo ridículo si no supiera queHemingway no podía escribir sintener en su bolsillo una pata de cone-jo reluciente de tanto sobarla entrepárrafo y párrafo. Gabriel GarcíaMárquez es incapaz de acabar unade sus benditas líneas si no está des-calzo y en su mesa de trabajo faltauna flor amarilla.

En vez de decidirme a escribir,pierdo tiempo pensando en la discipli-na que me falta y en la cantidad dehoras que sería prudente hacerloantes de saturarme. Isabel Allende–que siempre empieza sus novelas el8 de enero de cada año, nunca antesni después– parece que ante elmismo dilema encontró una buenamedida: coloca en su escritorio unavela que suele durar encendida seis osiete horas, y sólo escribe duranteese tiempo. Saramago resolvió susdudas con una costumbre que debiótranquilizarle durante muchos años:todos los días escribía dos folios; nomenos de dos y ni una sola palabramás que le obligase a utilizar el terce-ro.

Para escribir con recogimiento ysosiego, me digo que hacen faltaalgunas premisas; quizá una habita-ción confortable y cierta estabilidadeconómica. Sin embargo, en mislibros de cotilleos sobre escritoresaprendo que J.K. Rowling, la afortu-nada que acertó con los siete tomosde Harry Potter, comenzó el primeroen una cafetería de su barrio: se aco-modaba allí, en la mesa más alejadade la puerta de entrada, para que subebé no pasara frío y durmiese pláci-damente; en su casa no tenía calefac-ción (hoy vive en un castillo, conalmenas y todo). El original de Cienaños de soledad sumaba unos 600folios; su autor, entonces desconoci-do, lo remitió en dos partes a la edito-rial Sudamericana de Buenos Aires:carecía del dinero que le pedían enCorreos para enviar la obra completaen el mismo día.

Después de admirar las historiastan precisas y conmovedoras demuchos escritores sorprendentes,¿podré escribir siquiera algún cuentoque resulte memorable?, ¿interpreta-rán los editores sus aspectos «lúci-dos» y «novedosos»? Me animarecordar que el director del periódicoThe Examiner, de San Francisco,expulsó de su plantilla a RudyardKipling por ser un escritor aficionadoque no manejaba bien la lengua ingle-sa (ya había escrito nada menos queEl hombre que pudo reinar). Tambiéna Walt Whitman le despidieron delDepartamento de Interior, cuando erael secretario, poco después de que susuperior leyera unos poemas deHojas de hierba y los considerasepoesía perniciosa.

Durante mucho tiempo estuve pre-ocupado por acertar con la distribu-ción más eficaz de mis libros: cuentopor aquí, novela por allá, los anglosa-jones arriba, los de consulta abajo,clásicos al final… Hace poco noté quelos libros, por su cuenta, se habían

ido colocando solos (lo hacen siem-pre y cuando, claro, no se tenganhijos pequeños en casa, ni perro, nisuegra que pretenda desinfectarlotodo). Los montones que dejo apila-dos en el suelo y apoyo contra unapared del pasillo, los que se quedansobre un extremo de la encimera dela cocina, los que aparto ligeramentepara buscar un enchufe en el salón olos que están en las estanterías,encuentran su propio orden que,paradójicamente, coincide con misupuesto desorden. El caso es quelos libros y yo nos encontramos confacilidad, nos leemos, discutimos, lle-gamos a acuerdos, imaginamos:complejizando (a veces, complican-do) nuestras vidas somos modesta-mente felices.

No obstante me he comprado,para continuar curioseando durantelas próximas navidades, otro libro dechismes. Se trata de Donde se guar-dan los libros. Bibliotecas de escrito-res, del buen periodista y escritorJesús Marchamalo. ¿A quién no le

interesa descubrir cómo tiene ordena-da su biblioteca –o revuelta– EnriqueVila-Matas?, ¿hay quien no quierasaber si Fernando Savater mezcla alazar los libros de filósofos griegos conlos de su afición por la hípica?, ¿esposible despreciar la oportunidad deenterarse de cuántos y dónde guardatantos libros Javier Marías?, ¿esMario Vargas Llosa un ofuscado per-seguidor del orden?, ¿SoledadPuértolas, Clara Sánchez o LuísMateo Díez colocan muchos objetosevocadores, o fetiches, sobre susestanterías? ¿En qué momento deci-dieron deshacerse de los que ya nonecesitaban?, ¿qué libros no presta-rían jamás? En fin, un deleite paraescritores noveles o ejercitados, paracuriosos o mirones.

Titulo: Donde se guardan los libros.Bibliotecas de escritores

Autor: Jesús MarchamaloEditorial: Siruela-El ojo del tiempoPáginas: 224Precio: 19 €

Bibliotecas de escritoresAntonio Almansa

Crítica

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Concreción

Sentados a la mesa, le decimos alacompañante “pásame eso” mientrasseñalamos el pan con el dedo índice,y cuando va y coge el salero, corre-gimos: “No, eso no, lo que estádetrás”, como si nos costase coordi-nar el objeto que tenemos en mentecon la palabra que lo designa. Ennuestro día a día es habitual queresolvamos necesidades utilizandoun lenguaje mínimo, que se muestraprecario cuando nos obliga a insistir,pero esta pereza o descuido es undefecto muy pernicioso al escribir. Locontrario, la concreción, no solo evitadespistes indeseables, sino que apor-ta credibilidad a la historia.

Cada vez que al escribir imagina-mos una situación y la damos porasumida, la falta de detalles provoca-rá confusiones o incredulidades, igualque nos ocurrió antes con el salero.Hace poco, una alumna propuso unbonito cuento para La costa quedóatrás, el último libro de relatos deltaller de escritura. En el segundopárrafo se leía lo siguiente: Samuelinició una cruzada contra la oscuridady gastó gran parte de su fortuna enenjaular y domesticar la luz. En ape-nas un mes transformó su casa enuna cárcel blanca... Cuando le pre-gunté si hacía falta gastar gran partede una fortuna para tener iluminada

una casa durante todo el día, ella mecontó que había imaginado complejosy caros mecanismos. Pero la res-puesta a mi duda solo estaba en lamente de la autora. Para solucionar laincredulidad del lector, podría haberdescrito la intrincada instalación de

generadores, paneles y luminarias.Como la enumeración no venía alcaso y hubiese ralentizado el relato,en su lugar optó por un arreglo mássencillo: borrar “gran”.

Al quitar el exceso, hizo más creí-ble su historia. Lo que confirma que la

credibilidad de la concreción debe serconsiderada siempre. Si en una histo-ria decimos que nuestro protagonista“estaba enfadado y miró a Luis conganas de sacudirle un puñetazo”, lafrase podría servir, pero si en su lugarescribimos: “Miró fijamente a Luis yapretó los puños”, la comparación nodeja lugar a dudas. El gesto concretono solo nos traslada la informacióninicial, sino que además nos permitever y sentir al protagonista.

Esa es la ambivalencia de la con-creción. Porque no es lo mismo decir:“María se puso una flor en el pelo ysalió a la calle” que elegir la flor quese prendió. Según se trate de unamargarita, clavel, gardenia o hibisco,María nos comunicará una sensacióndiferente. El personaje se verá modi-ficado según la flor elegida, contribu-yendo a su caracterización.

Muchos escritores redactan fichasde personajes, antecedentes y un pri-mer borrador con muchísimos deta-lles. Durante la revisión, destilan eltexto eliminando lo superfluo y/oaquello que quede implícito. Ademásde quitar todo lo que sobra, confirmanque no están omitiendo detalles queel lector necesite para entender laobra. Así trabajan la concreción y evi-tan los dañinos problemas que suausencia, o exceso, provoca.

Taller de Escritura

Rafael Caumel

Si escribir fuese

Si escribir sólo consistiera en comunicar lo quepensamos, podríamos admitir lo que nos dice elfilósofo: que se trata del sentir, de los sentidoscomo origen y soporte de todo el mundo de lasideas. Y sugeriríamos a los que quieran escribirque afinaran esas condiciones: vista, oído, olfato…,y que con el auxilio de su imaginación, mezclandoideas y pensamientos, crearan sus relatos, sushéroes y situaciones. La creatividad quedaría, portanto, en manos de la artesanal manipulación ima-ginativa de lo que hemos sentido y de lo que yateníamos una idea previa, es decir, ideológica.

Así, lo que podemos considerar un medio –laimaginación, los sentidos– se convertiría en lafuente de todos los objetos que la creatividadpueda aportarnos.

Sin embargo, tanto la escritura como la lectura

serían ejercicios vanos, despropósitos comunicati-vos, si sólo aceptáramos como real o válido aque-llo de lo que ya tenemos una sensación previa, o loque es lo mismo, una idea previa (que podría sersocial, familiar; cultural, en definitiva, y no exacta-mente propia o nuestra).

La escritura no sería lo que creemos que es,cuando es un ejercicio creativo. Pues, si he de pro-ducir una metáfora para referirme a la escritura,diría que es “la envoltura formal y verdadera de uncadáver que no existió”. Y es, paradójicamente,desde ese vacío que evoca desde donde la escritu-ra puede conectar con lo más profundo y descono-cido de nuestro ser; porque nuestro ser se anuda,se apoya, tiene su soporte en un vacío. Y es porese vacío por lo que la comunicación de un escritory un lector puede producir una experiencia genuina

y sorprendente, plena de sentido.La escritura –nos referimos a la creativa, no a la

científica, administrativa o puramente informativa–lleva en su vientre otra cosa distinta a la que nosmuestra. En un plano elemental podríamos decir,siguiendo a Freud, que tiene un contenido mani-fiesto y otro latente. Y es a ese contenido latente alque legítimamente podemos concebir como fuentede la escritura, su lugar de origen. Lo que late en elfondo de un escritor, lo que impulsa a escribir, loque toma la forma de una necesidad que empuja,que exige, se origina en ese lugar de la subjetividadque quiere hacerse sentir, pero que aviva otro sen-tir distinto, tanto al que perciben nuestros sentidoscomo al sentido manifiesto, previsible, inclusoimpuesto como significación común. A eso lo llama-mos goce estético.

Escritura y Psicoanálisis

Emilio Mármol

Paréntesis 7diciembre 2011 - febrero 2012

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8 Paréntesis diciembre 2011 - febrero 2012

Istria es una región situada en unapenínsula casi desprendida del conti-nente en la costa noroeste deCroacia. Su superficie, con un tama-ño tres veces inferior a Andalucía,está repartida en tres países: Italia,Eslovenia y, en su mayor parte,Croacia. La península, con forma decorazón para los más románticos o deverruga, según se mire, fue italianaantes de la Segunda Guerra Mundial.Después de la guerra, en los despa-chos de Postdam, el mismo día enque los aliados se repartieron Berlín,también se decidió el futuro de estecostero territorio. La balanza se incli-nó entonces del lado soviético, y esaverruga o corazón se quedó en el blo-que oriental formando parte de lo queluego se llamaría Yugoslavia. Sushabitantes, que siempre se habíansentido italianos, y por su acento,gastronomía y costumbres bienpudieran ser de la Toscana, de lanoche a la mañana se convirtieron enciudadanos del Este. De italianospasaron a yugoslavos, y reciente-mente, tras una cruenta guerra civil,han pasado a ser croatas.

El escritor Ivo Andric (Dolac,Bosnia) también nació con una nacio-nalidad y murió con otra sin haberlaselegido. Pero, cuando le concedieron

el premio Nobel de literatura en 1965,compartía fronteras con los Istrianos.Un puente sobre el Drina, magníficaobra de su autoría, es un fiel reflejode los caprichos de los hombres a lolargo de los siglos por conquistar terri-torios y desplazar líneas de separa-ción invisibles que tan solo modifica-ban los poderes de los fuertes, perodejaban inalterable el paisaje. En ella,el auténtico protagonista de la novelaes el puente de Visegrad, que une

dos orillas enfrentadas (Bosnia ySerbia) y permanece impertérritofrente a los cambios de poder.

A veces toca estar de un lado o deotro sin quererlo, y nuestros destinoslos proyectan políticos que juegan atrazar fronteras. Hoy, la mayor partede la Istria croata es bilingüe, porquemuchos de aquellos italianos seempeñaron en conservar su lenguamaterna. Como cuentan los alegresguías de Rovinj, cuando Croacia se

independizó de la antigua Yugoslavia,la mayoría de los ancianos de Istriacomenzó a hablar italiano de repentey sin dificultad, a pesar de no haberloutilizado durante años. Fue como siestuviesen ungidos por un espírituazzurro. Al igual que ellos, los pue-blos, ajenos a fronteras, aún conser-van una arquitectura italiana demediados de siglo XX que, a pesar desus coloridos edificios y del mar azulque los baña, recuerdan a las pelícu-las en blanco y negro de Antonioni.

El puente sobre el Drina, cuya his-toria dejó escrita Ivo Andric en 1945,aún existe a pesar de sufrir un bom-bardeo reciente y ser de nuevo testi-go de la sangre sobre sus piedras enla guerra de Bosnia. Continúa unien-do dos orillas opuestas, ajeno al odioque contamina a sus habitantesdesde antes de su construcción. Hasido testigo del poder de los otoma-nos, austriacos, musulmanes, cristia-nos, serbios y, ahora, bosnios. Comoculmina magistralmente el autor enuno de los capítulos: “Las generacio-nes se sucedían junto al puente. Peroel puente se sacudía, como si fuesenuna mota de polvo, todas las huellasque habían dejado en él los caprichoso las necesidades de los hombres, ycontinuaba idéntico e inalterable.”

Fronteras

Viajes

Pedro Rojano

12 segundos de oscuridad (Jorge Drexler)

Mientras escucho el disco de JorgeDrexler, miro a través de la ventana yveo a lo lejos los destellos de la Torrede Hércules. Fuera, las persianas gol-pean los marcos; las bolsas de plásti-co y las hojas levantan el vuelo, ledan forma al remolino. Y al fin la lluviaque cae. La tormenta no me seducetanto como lo que la precede, elsegundo antes de que todo se rompa.Me pregunto cómo fue para Eloy eseinstante.

Eloy vivía en el primer piso del blo-que donde me crié. Me ofrecía sumano para saludarme como a unhombre, aplaudía cuando le contabaalguna anécdota y sonreía todo eltiempo; detalles diminutos que terecordaban que las cosas podían fun-cionar entre las personas. Yo tenía 12años y lo admiraba. Él era 15 añosmayor y pasaba las tardes junto aesos tíos a los que nuestras madreshabían bautizado “los locos”, denomi-nación que incluía a todo el que tuvie-se el cabello largo, escuchara rock yfumase marihuana en las esquinasdel barrio.

Una mañana me encontré con lanoticia de que Eloy había muerto.Pensé inmediatamente en los días deverano, en sus jeans cortados a laaltura de la rodilla y sus chanclas.Algunos vecinos me dijeron, bajando

la mirada, que fue un accidente.Otros, a media voz, afirmaron quecogió la autopista de noche con lamoto para suicidarse. Tal vez habíatomado la decisión antes y solo le fal-taba elegir fecha.

Me pregunto qué sintió. Abro laventana despacio. El agua cae conmenos fuerza. Son ocho pisos. Aterrapensar en que no hay segunda opor-

tunidad, ni un dios al que decirle queno, gracias, que mejor me voy alinfierno. Ni siquiera un infierno con suoferta de verbo tentador: arder.

Abajo, la acera de baldosas blan-cas y rosa pálido no va a ver mi crá-neo roto. ¿Son conscientes los suici-das de ese segundo en que todo serompe mientras cierran los ojos?

Cierro la ventana, pongo de nuevo

la primera canción del disco y escu-cho: “doce segundos de oscuridad,para que se vea desde alta mar, depoco le sirve al navegante que nosepa esperar”. No sé si saltar es unacobardía o un derecho, pero lamentoque Eloy no tuviese ocasión de consi-derar los versos de Drexler.

Música

Damián Marrapodi

Julian Nitzsche

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Paréntesis 9diciembre 2011 - febrero 2012

4. Síndrome de abstinencia

No sé para qué me estoy gastandolos cuartos en un psicoanalista. Estetío no me entiende, no me da solucio-nes. Y yo las necesito urgentemente.El otro día le decía que desde queClara está conmigo vivo como un frai-le franciscano. El tío guardaba silen-cio, no sé qué esperaba que hiciera, amí me pareció que estaba bien clari-to: no le iba a decir que me van aestallar los huevos con esta abstinen-cia forzosa. A mí esos silencios entreasentimientos de cabeza me sacande quicio. ¡Diga usted algo, coño!–exploté al cabo de unos minutos.Con toda la calma me pidió que ledijese si siempre había sido así. Perohombre de Dios, cómo va a habersido siempre así. Cuando sacaba aClarita de paseo, vamos, siendo ellaun bebé, ahí no veas, eso sí que eraun chollo: era pisar el parque y vení-an todas las mujeres habidas y porhaber, a rodearme con sus ofreci-mientos. Y como Clara llorase ya erael colmo, me la quitaban de los bra-zos y con eso de que compadecíanmi impericia allí que se quedaban adarme consejos, alguna que otra biencerquita del oído… ¡Qué tiempos! Encambio ahora… No hay repelentemás eficaz que una quinceañera paramantenerlas a raya. Lo malo es queyo no quiero mantenerlas a raya, y yava para largo.

El tipo me escuchaba imperturba-ble. Al cabo de otro largo silencio, melevanté y le dije que no le encontrabasentido a nuestras sesiones. Vamos,que me iba. Oye, mano de santo.¿Viven todavía sus padres?, me pre-guntó. Contesté que sí. ¿Y no ha pro-bado a dejar a su hija una noche encasa de la abuela?, añadió.

Eso es un psicoanalista como Diosmanda. Dicho y hecho. Mi madre me

puso todo tipo de pegas. Es mi sino:la madre desnaturalizada, la abueladesnaturalizada… Tuve que contarleuna milonga sobre un curso de conta-bilidad en fin de semana para no séqué créditos, en fin, el típico rollo dela promoción que le da vidilla a suscotilleos en el mercado. El caso esque finalmente aceptó.

El viernes por la noche no hubosuerte. Se ve que lleva uno pintada ladesesperación en la cara. El sábado,en cambio, se sentó a mi lado en la

barra una cuarentona. Hombre, no eslo ideal, pero no estaba tan mal y lascosas no están como para andarsecon remilgos. La tuve pronto en elbote: se ve que también ella andabacon el síndrome. Pero tiene sus ven-tajas, que conste: a esa edad nohacen falta ceremonias. En cuantollegamos al sofá, me preguntó dóndeestaba el cuarto de baño y desapare-ció con un gesto coqueto, pidiéndomeque no me fuera.

Y lo cierto es que no tardó en salir

blandiendo un paquete de tampones.Con el brazo izquierdo en jarras, mesoltó: Conque de Rodríguez, ¿eh?Visto y no visto. ¿Cómo cantabaSabina? Sacó del espejo su vivoretrato, ¿no? Pues eso.

Hoy Clara me ha preguntado si sédónde están sus tampones. Tienetela: encima de quedarme con trespalmos de narices, le ahorré el pasopor la droguería.

Paternidad irresponsable

Ada Valero

Paréntesis

La Asociación Cultural Paréntesis convoca el

VII Concurso de Microrrelatos ParéntesisPara autores de todo el mundo / Admisión hasta 30 de septiembre de 2012 / Bases expuestas en www.tallerparentesis.com

2.000 € al mejor microrrelato

VI Concurso de Microrrelatos Paréntesis

El jurado del VI Concurso de Microrrelatos Paréntesis ha decidido declarardesierto el premio de esta convocatoria. Han sido 2352 los cuentos presenta-dos a concurso, provenientes de todas partes del mundo. Agradecemos a susautores la participación y les animamos a intentarlo de nuevo el año que viene.

Tal como se recoge en las bases del concurso, el importe de esta convoca-toria se acumulará con la siguiente, por lo que el premio del VII Concurso deMicrorrelatos Paréntesis ascenderá a 2000 euros.

El jurado declara desierto el premio del VI Concurso de Microrrelatos

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10 Paréntesis diciembre 2011 - febrero 2012

Cowboy de medianoche, de John Schlesinger (1969)

Cowboy de medianoche es una delas películas más sobrecogedoras dela historia del cine. Modificó la formade narrar a partir de los años sesenta;impactó en el público; perduran sushallazgos técnicos y sus denunciasse mantienen vigentes con credibili-dad mayor, si cabe, que en la crítica einolvidable Easy Rider de DennisHopper. A pesar de ser censurada,forzando su clasificación con el estig-ma de la X, el poder de la industriacinematográfica norteamericana notuvo más remedio que concederletres de los siete Oscar a los que opta-ba.

La adaptación de la novela homó-nima de James Leo Herlihy por sudirector, el inglés John Schlesinger,dio un hachazo a la tramposa ideolo-gía del llamado sueño americano, elcebo para muchos inocentes (recu-rrente “burbuja” explotadora, todavíahoy) que se dejaron la vida intentan-do escapar de la miseria o anhelandoéxitos enfermizos.

Schlesinger consigue que en suscasi dos horas de metraje quepa másque su inmensa historia; agrios retra-tos que palpitan en cada plano y quepueden asociarse a cualquier granciudad, más allá de la Gran Manzana.La película rompe con una década defrivolidad para adentrarse en una delas oscuras realidades que EstadosUnidos ofrecía y que resultó tan inno-vadora como actual. Con acertados yperturbadores flash-backs nos pro-porciona información útil, nos haceempatizar con los personajes.

Sentimos el frío de Joe encogidoen su chaqueta de flecos y nos duelela garganta con cada tos de Ratso.Consigue crear un vínculo no sóloentre ellos, sino también con elespectador, que encumbra a este parde perdedores –gracias a sus impe-cables interpretaciones– hasta el uni-versal y reconocible icono del sigloXX que representan.

Joe (Jon Voight), un lavaplatos deTexas vestido de vaquero, sano yoptimista, cree que puede mejorardentro del círculo elemental de susrazonamientos y posibilidades (ven-derse a mujeres adineradas le parecesu mejor opción). Ratso (DustinHoffman) es un ratero tuberculosoque, como su padre, sabe que la per-

severancia por el éxito sirve sólo pararetrasar un fracaso al que está conde-nado; tiene un sueño: llegar a las cáli-das playas de Florida, donde imaginaque la temperatura y la vida son másamables. Joe y Ratso son dosinadaptados que desarrollan unaintensa, sincera y conmovedora amis-tad para caminar juntos por la junglaenloquecida de Nueva York. Pero notodo el mundo allí es bienvenido nicualquier ambición es conseguida: lacalle 42 no está repleta de indigentes,prostitutas y drogadictos porque labenevolencia de la Estatua de laLibertad acoja bajo sus faldas a cual-quier extraño.

Es una película sobre la necesi-dad de aunar fuerzas para sobrevivir,

sobre la relación urgente entre doshombres que huyen de la fatalidad ysobre la asesina silenciosa que es lasoledad no elegida (¿una relación,además, sexual o platónica? ¡Quémás da! En todo caso, otro de susasuntos velados del que según dijoAng Lee, le sirvió de mucho para fil-mar su explícita Brokeback Moun-tain). Un relato sin melodramas―este es uno de sus grandes acier-tos―: ambos protagonistas sobrelle-van y aceptan estoicos sus destinosde maneras diferentes.

Es inútil tratar de escoger esce-nas, toda la película es memorable.En todo caso recuerdo a Joe, cami-nando con paso firme y sonriendo porlas calles de Nueva York, atestadasde personas anónimas e indiferentessobre las que destaca por su altura,como si no encajase, y al enfermizo ypatético Ratso que cojea a su ladomientras suena la inconfundibleEverybody's Talkin', de Harry Nilsson;el hombre caído sobre la acera, quizámoribundo, al que nadie socorre; ydesde luego las escenas finales,hirientes y emocionantes, y que nodesvelaremos aquí: escenas duras ynecesarias en las que Joe se des-prende de su pasado y de su ingenui-dad. En el autobús hacia la soleadaFlorida, el sueño de una vida mejor essólo el reflejo externo de las erguidaspalmeras en los cristales de las ven-tanillas. En otro asiento, una señoramayor se maquilla. El autobús avan-za. La vida sigue.

Cine

Sergio de los Santos

Alberto Giacometti (Museo Picasso Málaga)

Fotografías del artículo y en la portada:

Alberto Giacometti. Una retrospectiva.Colección Alberto y Annette Giacometti, París©Museo Picasso Málaga, 2011©Fondation Giacometti, Paris / Succession

Giacometti, 2011

Las famosas esculturas de AlbertoGiacometti provocan una emocióníntima. Esas ahiladas figuras quedefinen la parte más conocida de suobra recuerdan, en su estiramiento, aalgunos personajes de las pinturas deEl Greco (como en Gran cabeza del-gada, 1954); en su oscuridad debronce, a sombras que se yerguen ysustituyen al cuerpo que las proyecta;en su cualidad de depósitos acumula-dos, a los pináculos que los niñoslevantan en la playa estrujando arenaempapada.

La espontaneidad que transmitenes falsa. Su autor no llegó ahí deforma repentina. Son obras de losaños 50 y 60. Antes hubo muchasotras. Ejercicios surrealistas, como lamujer cuchara, o cubistas, hechoscon yeso o bronce.

Eso es lo que permite apreciar unaretrospectiva: la evolución del crea-dor.

También invita a interpretar losmotivos recurrentes. ¿Por qué elhombre es representado caminando y

la mujer siempre aparece firme yestática? ¿Por qué cuando los mez-cla en una misma obra, ellos son bus-tos y ellas permanecen erguidassobre sus pies?

Es fascinante ver juntas algunasde sus obras para compararlas. En Elclaro (bronce, 1950) estamos conven-cidos de que todas esas hebras quese elevan son mujeres. Y en El bos-que (bronce, 1950) a las siete hebrasfemeninas añade el busto de un hom-bre, ¿un observador incapaz de dis-tinguir el árbol en ese bosque?

La composición de busto masculi-no y figura erguida femenina se repi-te de forma muy alusiva en La jaula(bronce, 1950). En la primera versiónde esta obra, las manos de ella estánamarradas a dos de las cuatro colum-nas del cubo que encierra a ambospersonajes. Parece encadenada a lascolumnas del dosel de una camamientras el busto del hombre la miradesde atrás. Sin embargo, en la ver-sión final de la obra, ella aparece conlos brazos pegados al cuerpo, firme,

también de espaldas a su observador.La base del conjunto es mucho másalta y ya no recuerda a una cama, esuna mesita sobre la que los persona-jes están fijados dentro de los trazosdel cubo. Ahí, ni ella ni él parecenpoder escapar. El autor decide librar-se del gesto sumiso de la primera ver-sión y apoya así el diálogo entreambas figuras. Al prescindir de lo evi-dente, el resultado es mucho másinquietante.

Muchas otras sorpresas depara lamuestra: los pequeños bustos sobreuna base mucho mayor (entre ellos,el de Simone de Beauvoir), El perro(bronce, 1951) o uno de sus cuader-nillos de dibujo, con apuntes y esbo-zos, ofrecen más ideas sobre las queescribir, único medio de ordenarlas ypoder pensar sobre ellas.

La retrospectiva de la obra deGiacometti que se exhibe en elMuseo Picasso Málaga hasta el 5 defebrero de 2012 es una ocasión únicade encontrarse con las propuestas deeste genial artista. No se la pierda.

Arte

Pablo Betancourt

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Paréntesis 11diciembre 2011 - febrero 2012

Entrevista

Joan Margarit (No estaba lejos, no era difícil - Visor Poesía)

Una de las características principalesde su poesía es la crudeza de los ver-sos.

¿Crudeza quiere decir lucidez o esun desnudo puro y duro? Porque si essólo un desnudo, no tiene mucha gra-cia.

En su caso, lucidez.

La lucidez no consiente adornos.Incluso cuando te permites una ima-gen, esta no puede estropear esalucidez, porque es algo muy fino, apoco que la cargues con unos ador-nos se rompe. Por tanto, la lucidezimplica el desnudo, pero no todos losdesnudos son lúcidos, no todas lascrudezas suponen lucidez. Si yo digoen un poema “ustedes son unosimbéciles”, es crudo, pero no lúcido.

Un poema, ¿tiene que ser cruel?

En general, la lucidez es cruel poruna razón: encuentra un terreno, quees el nuestro, el de nuestra vida,donde normalmente hay muchos disi-mulos, muchas capas que ocultannuestra lucidez. La entrada brusca enesta lucidez, directamente a nuestrocentro, produce, más que la crueldadde querer hacer daño, un susto en ellector que cree que le van a hacerdaño, y no es así, es todo lo contrario.

Ante la realidad que desvela unbuen poema, ¿puede surgir una sen-sación de impotencia?

No. En lo que sea cercano a estarealidad, a lo que llamamos verdad,todo esto es un mecanismo de placer.Es decir, sufrimos ante el desordendel mundo (o al menos desde nuestropunto de vista es un desorden, por-que si hay un orden no lo entende-mos). El desorden crea una sensa-ción de incomodidad, de dolor. Y lacrueldad del poema es una simula-ción, el destinatario cree que le cau-sará dolor, pero es ese dolor que nosdecían nuestras madres: lo que pica,cura. Lo que hacemos es poner unpoco de agua oxigenada, un poco deorden, y eso es placer.

Sin embargo, algunos percibimosque la impotencia está también pre-sente en su poesía.

¿Por qué? La impotencia no es lalimitación. La limitación es evidente.En cuanto a la impotencia, si te refie-res a la rabia de no poder, creo queno. Yo soy el que está presente, esuna investigación sobre qué se puedehacer, no sobre qué no se puedehacer. Intento hablar siempre de loque se puede hacer.

Al investigar sobre la resistenciade un material o sobre el origen de unsentimiento, ¿el científico debe contar

con una actitud poética y el poeta conuna actitud científica?

Hombre, es bueno. No es funda-mental, supongo que García Lorca notenía una actitud científica y sinembargo hizo grandes poemas. No,no creo que sea fundamental pero,como decimos los catalanes, nomolesta. A mí me ha ido muy bien,tengo unas ventajas y unos inconve-nientes que se deducen de mi vida.La tentación del poeta, sobre todocuando es joven, de caer en el oropel,me la ha ahorrado mi formación cien-tífica. Aunque también me ha quitadotiempo para ser un experto enAntonio Machado, cosa que no medisgustaría nada.

Hablábamos de orden, ¿la poesíaordena nuestro interior?

Sí, es lo que te quería decir, peroes exterior también, porque ambosvan mucho más ligados de lo que noscreemos. Todo esa historia de “vuél-vase usted hacia su interior”, que estávertebrando todos los libros de autoa-yuda, es como si distinguiera el fondode la forma, y el interior fuese el fondoy el exterior la forma. Así que olvíde-se de la forma y vaya al fondo...,cuando es imposible. En las cosasque valen la pena es imposible sepa-rar el fondo de la forma. El exterior yel interior son lo mismo. Las célulascon las que está hecho el cerebro ylas células de la piel son del mismotipo, por eso es tan difícil la dermato-

logía, porque la piel es tan complica-da como el cerebro.

¿Escribir poesía es una búsque-da?

Hombre, es bastante más. Es unabúsqueda y es un encuentro, y esdivertirse y apasionarse, es un saberqué hacer y un querer hacer. Es unalocomotora que va a toda velocidaddentro de ti, que no puedes parar.

Hablando de la búsqueda y elencuentro, de la labor y los benefi-cios, ¿qué es lo que busca usted ensu poesía?

Pues no lo sé, si supiera exacta-mente lo que busco lo encargaría auna agencia de información. Cuandoparece que encuentras lo que buscasya estás buscando otra cosa. No seacaba nunca, es una cadena. Quedatanto por buscar…

Se transforma como el deseo...

Bueno, nunca se alcanza porquese transforma, o porque se abando-na, pero sí, son encadenamientosque duran hasta la muerte… Y lamuerte es una fantochada, comotodos los mitos que nos hemos inven-tado. Hemos inventado toda una seriede cosas, que no sabemos hastadónde llegan, que nos consuelan,ordenan algo el desorden. La muertees uno de los grandes mitos.Sencillamente no existe. Se acaba la

vida, eso sí existe. Porque un sitiodonde no pasa nada es un desordentan terrorífico que tuvimos que inven-tar un personaje. La poesía en untiempo construyó dudas. Yo creo quehoy no construye dudas, sino que eltrabajo consiste en ver si podemosvivir sin mitos. Me permito esta simpli-ficación.

En uno de los poemas de su últi-mo libro rectifica usted a Nietzsche…

Sí, es un poema que dice:Nietzsche no tenía razón, somos másfuertes cuanto menos fuertes son losmitos. Él planteaba cambiar los mitosporque intuía la debilidad del serhumano sin ellos, e intuía el desgastede los mitos, por eso proponía crear-los nuevos. A mí la Ilíada no se me hadesgastado, si prescindo de ellacomo mito será por una necesidad demayor limpieza. El camino del indivi-duo hacia su final, hacia su proyec-tud, consiste precisamente en quitar.Es muy parecido a mi forma de hacerun poema. Voy escribiendo muchascosas en una página, seguramente laescribo en un día, y luego me pasounos cuantos meses quitando de aquíy de allá. En poco tiempo cargas contodo, y el resto lo vives destrozandotodo eso, ordenando, quitando y qui-tando. Parece mentira la de cosasque caen en muy poco tiempo.

Si desea seguir leyendo el resto de estaapasionante entrevista, puede encontrarla en

nuestra web: tallerparentesis.com.

Lola Lorente

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