Simenon, Georges - El Gato

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    Ilustracin de la cubierta: Mature couple sitting at Table, woman holding Coffe Cup, man

    reading. Fotografa de Karen Beard Karen Beard / Getty images

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    Georges Simenon E L G A T O

    Andanzas

    El gatoISBN: 84-8310-276-5208 pg.

    Georges Simenon escribi El gato en 1966, acuciado por la dolorosa separacin de susegunda esposa, Denise, quien le haba abandonado tras aos de conflicto. La novela es unsrdido drama protagonizado por un matrimonio de ancianos empeados en destruirse el unoal otro. El propio Simenon, persuadido de que la obra era un inconsciente arreglo de cuentascon el pasado familiar, afirm ms tarde queEl gato era su novela ms cruel, y su amigoMarcel Achard la calific como uno de sus libros ms estremecedores.

    Cuando mile y Marguerite deciden casarse, ambos cuentan ya ms de sesenta aos deedad, los dos son viudos y posiblemente contraen matrimonio por miedo a la vejez y a lasoledad. Pero pasado el tiempo, la vida en comn dista de ser plcida. mile es un antiguoobrero de escasas luces y modales poco educados; Marguerite, por el contrario, es de

    carcter dulce y delicado al menos a primera vista, y parece echar de menos lasdistinguidas maneras de su primer marido. A su vez, l aora la alegra y la espontaneidad desu primera esposa. Ahora, transcurridos ya unos cuantos aos desde la boda, las pequeasrencillas del matrimonio comienzan a adquirir un tono amargo, violento a veces. En esascircunstancias, el gato que el matrimonio tiene se convertir en un pretexto para destapartoda suerte de sentimientos hasta el momento contenidos.

    En El gato, Simenon explora una de sus obsesiones favoritas y que pocos escritores hansabido reflejar como l: la de que basta hurgar un poco en la realidad cotidiana ms trivial

    para que aflore ante nuestros ojos todo un insospechado mundo de sordidez y crueldad.

    COLECCIN ANDANZAS 1 Edicin: julio de 2004

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    GEORGES SIMENONLe chat

    EL GATOTraduccin de Mercedes Abad

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    Bouin solt el peridico, que tras desplegarse sobre sus rodillas fue deslizndose lentamente antesde aterrizar sobre el parquet encerado. De no ser por la estrecha ranura que de vez en cuando se dibujaba

    entre sus prpados, se habra dicho que acababa de dormirse.Engaaba con ello a su mujer? Marguerite tricotaba sentada en su silln bajo, junto a la chimenea.

    Nunca pareca que lo observara, pero l sabia desde hacia tiempo que nada se le escapaba, ni siquiera eltemblor apenas perceptible de uno de sus msculos.

    En la acera de enfrente, una cuchara bivalva con mandbulas de acero se precipitaba desde lo alto dela gra y golpeaba pesadamente el suelo, cerca de la hormigonera, provocando un ruido de chatarra. Acada golpe, la casa temblaba y la mujer se sobresaltaba y se llevaba la mano al pecho como si ese ruido,

    pese a haberse convertido en algo cotidiano, le llegase hasta lo ms profundo de las entraas.

    Se observaban el uno al otro sin necesidad de mirarse. Haca aos que se escrutaban de manerasolapada, e iban aportando a ese juego nuevas sutilezas.

    Una sonrisa aflor en el rostro del hombre. El reloj de mrmol negro con adornos de broncesealaba las cinco menos cinco; pareca que contara los minutos y los segundos. En realidad, los contabade forma mecnica, a la espera de que la aguja grande se pusiera en posicin vertical. Entonces los ruidoscausados por la hormigonera y por la gra cesaran de repente. Los, obreros, que llevaban impermeablesde hule y cuyos rostros y manos chorreaban el agua de la lluvia, se quedaran un momento inmvilesantes de encaminarse al barracn de tablones que se alzaba en una esquina del solar.

    Corra el mes de noviembre. Desde las cuatro de la tarde los hombres trabajaban a la luz de los

    focos, que ahora ya no tardaran en apagarse. Cuando eso sucediera, se haran repentinamente laoscuridad y el silencio, y en el callejn no quedara ya ms luz que la de una solitaria farola.

    mile Bouin tena las piernas entumecidas a causa del calor. Cuando entreabra los ojos, vea lasllamas que desprendan los leos de la chimenea, amarillas las unas y azuladas en la base las otras. Lachimenea era de mrmol negro, como el reloj de pared y los candelabros de cuatro brazos que laflanqueaban.

    Salvo las manos de Marguerite, en continuo movimiento, y el tenue entrechocar de las agujas dehacer punto, en la casa reinaba la misma tranquilidad y silencio que en una fotografa o en un cuadro.

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    Georges Simenon E L G A T OLas cinco menos tres minutos. Menos dos. Los obreros empezaron a dirigirse, lenta y cansinamente,

    hacia el barracn para cambiarse, pero la gra segua funcionando, de modo que la cuchara bivalva seelev por ltima vez con su carga de cemento hacia el encofrado que sealaba el primer piso de laconstruccin.

    Menos un minuto. Las cinco. La manecilla del reloj se estremeci, vacilante, sobre la esferadescolorida, y se oyeron cinco toques espaciados, como si en esa casa todo fuera lento.

    Marguerite suspir y aguz el odo para captar el sbito silencio del exterior, que se prolongarahasta la maana siguiente.

    mile Bouin estaba pensativo. Contemplaba las llamas a travs de los prpados entornados, altiempo que esbozaba una vaga sonrisa.

    El leo que se hallaba arriba del todo ya no era ms que un esqueleto ennegrecido del que ascendanhilillos de humo. Los otros dos an estaban al rojo vivo, pero unos crujidos anunciaban que no tardaran

    en desplomarse.

    Marguerite se preguntaba si mile se levantara, cogera ms leos del cesto y los colocarla en lachimenea. Ambos estaban acostumbrados al calor del hogar, y disfrutaban de l hasta que sentan una

    picazn en la cara y se vean obligados a retirar un poco el silln.

    A Bouin se le ensanch la sonrisa: no estaba sonrindole a su mujer. Tampoco era el fuego la causa,sino una idea que le rondaba por la cabeza.

    No tena prisa por llevarla a cabo. Tanto l como su mujer disponan de tiempo, todo el tiempo quefaltaba hasta que uno de los dos muriese. Cmo saber quin se ira primero? Sin duda, Margueritetambin deba de pensar en ello. Desde haca varios aos, ambos pensaban varias veces al da en lo que sehaba convertido en su problema fundamental.

    l tambin suspir, y con la mano derecha, que antes reposaba en el antebrazo del silln, busc atientas el bolsillo de su chaqueta de estar por casa, del que sac un cuadernillo que desempeaba un papelimportante en la vida familiar. Las estrechas pginas tenan lneas punteadas que permitan desprenderlimpiamente trozos de papel de unos tres centmetros.

    El cuaderno era de tapas rojas y llevaba un lpiz estrecho sujeto por un caracolillo de cuero.

    Se haba sobresaltado Marguerite? Se estaba preguntando cul sera el mensaje en esta ocasin?Aunque ya se haba acostumbrado a aquello, nunca lograba adivinar qu palabras garabatearla l.

    Bouin se qued inmvil adrede, con el lpiz en la mano, como si estuviese ensimismado.

    No tena nada que decirle; slo pretenda turbarla, tenerla en vilo en el preciso momento en que elcese del estruendo de las obras le procuraba cierto alivio.

    A Bouin se le ocurrieron varias ideas, pero las fue rechazando una tras otra. El ritmo de las agujasde tricotar haba variado; Bouin haba conseguido inquietarla, o por lo menos despertar su curiosidad.

    Prolong ese placer durante otros cinco minutos. Se oyeron los pasos de uno de los obreros que seencaminaba hacia el extremo del callejn.

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    Al final escribi con letras de molde: EL GATO.

    De nuevo se qued inmvil unos instantes antes de volver a meterse en el bolsillo el cuadernillo delque haba arrancado una tira de papel.

    Luego dobl la hoja en pequeos trozos, como hacen los nios con el papel que lanzan con unagoma. Pero l no necesitaba ninguna goma, pues haba desarrollado una habilidad asombrosa y casimaquiavlica para aquel juego.

    Colocaba el papel entre el pulgar y el dedo corazn. El pulgar se replegaba, doblado hacia atrs, y alextenderse de repente el mensaje sala disparado hasta el regazo de Marguerite. Nunca erraba el tiro, poras decirlo, y cada vez se regocijaba en su interior.

    Saba que Marguerite no chistara, que fingira no haber visto nada y seguirla tricotando, moviendolos labios como si rezase mientras contaba los puntos en silencio. A veces esperaba a que l saliera de la

    habitacin o a que le diera la espalda cuando pona nuevos leos en el hogar. En otras ocasiones, despusde algunos minutos de indiferencia aparente, deslizaba la mano derecha sobre el delantal y se apoderabadel mensaje.

    Aunque sus actos eran siempre ms o menos los mismos, ambos solan introducir algunas variantes.Aquel da, por ejemplo, Marguerite aguard a que todos los ruidos del solar en obras cesaran y a que elsilencio invadiera el callejn en cuyo extremo vivan.

    Como si ya la hubiese acabado, Marguerite dej la labor sobre un taburete y, entornando los ojostambin ella, pareci a punto de amodorrarse a su vez al calor de los leos.

    Mucho tiempo despus, hizo como si acabara de descubrir el papel doblado que tena en el delantaly a continuacin lo tom entre sus dedos surcados por finas arrugas. Todava podra haber parecido quefuera a tirarlo al fuego, que vacilara. Pero l saba que aquello formaba parte de la comedia de todos losdas y ya no se dejaba engatusar.

    Hay nios que durante un periodo ms o menos largo retoman todos los das y a horas fijas elmismo juego, sin perder su conviccin aparente. Representan un papel. A diferencia de esos nios, mileBouin tena setenta y tres aos y Marguerite setenta y uno. Otra diferencia resida en el hecho de que su

    juego duraba desde hacia cuatro aos y que no parecan cansarse en absoluto de l.

    En medio de la atmsfera hmeda y silenciosa del saln, la mujer despleg por fin el papel y sinponerse las gafas ley las dos palabras garabateadas por su marido: El gato.

    Ella no rechist y su rostro permaneci imperturbable. Haba habido notitas ms largas, msinesperadas, ms dramticas. Algunas planteaban un verdadero enigma. sta era la ms trivial y la que serepeta ms a menudo cuando a mile Bouin no se le ocurra otra maldad.

    Despus de tirar el papel a la chimenea, donde se elev una pequea llama que muri de inmediato,Marguerite se qued inmvil, con las manos sobre el regazo, de modo que en el saln ya no hubo mssignos de vida que los emitidos por el hogar.

    Cuando el reloj se estremeci y son una sola vez, como si se tratara de una seal convenida,Marguerite, una mujer baja y menuda, se levant.

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    Llevaba un vestido de color rosa plido, del mismo tono rosado que sus mejillas, y un delantal decuadros azul pastel. En sus cabellos blancos an se distinguan algunos reflejos rubios.

    Con los aos se le haban afilado los rasgos. Para quienes no la conocan, expresaban dulzura,

    melancola y resignacin.

    Esa mujer siempre ha valido mucho!

    mile Bouin no saludaba este comentario con una risita burlona. Ni el uno ni la otra necesitaban yade manifestaciones tan ostentosas de sus estados de nimo. Les bastaba un temblor, un leve movimientode las comisuras de los labios, un destello fugaz en las pupilas.

    Ella miraba a su alrededor como si dudara acerca de lo que iba a hacer. Pero l ya lo habaadivinado, de la misma manera que en el juego de las damas se intuye qu ficha se dispone a mover elcontrincante.

    Bouin no se haba equivocado: Marguerite estaba dirigindose hacia la jaula, una jaula grande depie, blanca y azul con hilillos dorados.

    En su interior haba un loro de abigarrado plumaje. Y aunque permaneca inmvil con la miradafija, uno tardaba un rato en darse cuenta de que los ojos eran de vidrio y que el loro, posado en su vara,estaba disecado.

    Pese a todo, Marguerite lo miraba con ternura, como si an estuviera vivo, alargaba la mano ydeslizaba un dedo a travs de los barrotes.

    Mova los labios como unos instantes antes, cuando contaba los puntos de la labor. Hablaba con elpjaro y casi pareca que fuera a darle de comer.

    l haba escrito:El gato. Y ella le contestaba sin palabras: El loro.

    Aqulla era la respuesta invariable cuando l la acusaba de haber envenenado al gato, a su gato, alque Bouin adoraba antes incluso de conocerla a ella.

    Siempre que se sentaba frente al fuego, abotargado por las bocanadas de calor que le llegaban de losleos, se senta tentado de alargar un poco la mano para acariciar al animal de suave pelaje estriado de

    negro que en el pasado iba a enroscarse sobre su regazo en cuanto l se sentaba. Un vulgar gatocallejero, repeta ella. Era la poca en que todava se hablaban, casi siempre para acabar enzarzados enuna discusin.

    Aunque no era un gato con pedigr, tampoco se trataba de un gato callejero. Su cuerpo esbelto yflexible se desperezaba a lo largo de las paredes y los muebles como si fuera un tigre. La cabeza era ms

    pequea y triangular que la de los gatos domsticos, y miraba fijamente, de manera misteriosa.

    mile Bouin estaba convencido de que se trataba de un gato salvaje que se haba aventurado porParis. Lo encontr cuando an era un cachorro, al fondo de un solar en construccin en la poca en quean trabajaba para el Departamento de Obras Pblicas de Pars. Era viudo, viva solo y el gato se

    convirti en su compaero. En aquel tiempo an haba casas del otro lado del callejn, donde ahoraestaban construyendo un gran edificio de pisos de alquiler.

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    Cuando cruz la calle para casarse con Marguerite, el gato lo sigui.

    EI gato.

    El gato que Bouin haba encontrado una maana en el rincn ms oscuro de la bodega. El mismoque muri envenenado al tomarse la comida que le prepar Marguerite.

    El animal nunca lleg a acostumbrarse a Marguerite; durante los cuatro aos que vivi en la casa deella, slo aceptaba la comida que le pona Bouin.

    Dos o tres veces al da, cuando ola el simple chasquido de la lengua que haca las veces de seal, elgato segua a su dueo a lo largo del callejn, como un perro amaestrado.

    Hasta el da en que entraron en una casa nueva donde reinaban olores desconocidos, Bouin era lanica persona que haba acariciado al gato.

    Es un poco salvaje, pero ya se acostumbrar a ti...

    Aun as, el gato no lleg a acostumbrarse. Desconfiaba y nunca se acercaba a Marguerite ni a lajaula del loro, un gran guacamayo de brillantes colores que no hablaba, pero que emita unos chillidosespeluznantes cuando se enfureca.

    Tu gato...

    Tu loro...

    Marguerite era dulce, casi melindrosa. No costaba mucho imaginarla joven y esbelta, vestida yaentonces con tonos pastel, tocada con un ancho sombrero de paja y paseando poticamente, sombrilla enmano, por la orilla de un ro. De hecho, en el comedor haba una fotografa que la mostraba de esta guisa.Segua igual de delgada; slo las piernas se le haban hinchado un poco, pero le sonrea a la vida de lamisma forma meliflua como lo haba hecho tiempo atrs ante el fotgrafo.

    El gato y el loro, tan recelosos el uno como el otro, se limitaban a observarse de lejos con ciertorespeto. Cuando el gato empezaba a ronronear sobre el regazo de su amo, el loro se quedaba inmvilcontemplndolo con sus grandes ojos redondos, como si ese sonido regular y montono lo sumiera en la

    perplejidad.

    Haba advertido el gato el poder que ejerca sobre el guacamayo? Acaso no lo espiaba con losojos entornados y henchido de una dulce satisfaccin?

    l no estaba enjaulado. Comparta el delicioso calor con su amo, quien lo protega.

    Al final, el loro, harto de darle vueltas a un problema sin solucin, se pona nervioso y montaba enclera. Las plumas se estremecan, el cuello se le tensaba, como si no estuviera entre barrotes y fuera aabalanzarse sobre su enemigo, y sus agudos chillidos retumbaban por toda la casa.

    -Ser mejor que nos dejes un momento -deca entonces Marguerite, refirindose a ella y a su

    animal. Y el gato, que sabia que iban a cogerlo y llevarlo al fro comedor donde Bouin se sentara en unsilln distinto, se estremeca.

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    Mientras abra la jaula, Marguerite hablaba con una voz dulcsima, como si estuviera dirigindose aun amante o a un hijo. No necesitaba tender la mano. Despus de abrir la jaula, Marguerite volva asentarse en su sitio. El guacamayo examinaba la puerta cerrada del saln y aguzaba los odos paracerciorarse de que no corra peligro alguno y de que los dos extraos, el hombre y su animal, ya no

    estaban all para amenazarlo o burlarse de l.

    Entonces se abalanzaba de un gran salto sobre el respaldo de una silla, pues no volaba. En dos o tressaltos, llegaba hasta su ama y se posaba sobre su hombro.

    Ella no dejaba de hacer punto. El movimiento de las brillantes agujas lo tena subyugado. Cuando secansaba, frotaba el enorme pico contra la mejilla de la mujer y luego contra la piel ms suave de detrs dela oreja.

    Tu gato.

    Tu loro.

    As transcurra el tiempo: mile permaneca en el comedor y Marguerite en el saln hasta que lasmanecillas del reloj de mrmol sealaban la hora de hacer la cena.

    Por aquel entonces, todava era ella quien cocinaba para los dos mientras que l se encargaba depreparar la comida de su gato. Una semana que mile contrajo la gripe y tuvo que guardar cama durantetres das, Marguerite aprovech para comprar asadura en la carnicera, trocearla, cocerla y mezclarla conarroz y verduras.

    -Ha comido?

    -Primero, no... -dijo ella, vacilante.

    -Y luego?

    -Luego, si...

    Habra jurado que ella estaba mintiendo. Al da siguiente tena treinta y nueve de fiebre y ella lecontest lo mismo. Al tercer da, mientras ella compraba en el mercado de la Rue Saint-Jacques, baj en

    bata y descubri la comida del gato del da anterior intacta debajo del fregadero.

    El gato, que haba ido tras l, le dirigi una mirada de reproche. mile volvi a mezclar de nuevolos alimentos y tendi el plato al animal, que tard en decidirse a comer.

    A su regreso, Marguerite encontr el plato vaco. Y el gato ya no estaba en la planta baja, sino en lahabitacin del primer piso, echado junto a las piernas de su amo.

    All era donde dorma todas las noches.

    -Eso no puede ser sano -haba protestado al principio.

    -Lleva varios aos durmiendo conmigo y jams me haba puesto enfermo.

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    Georges Simenon E L G A T O-No me deja dormir con sus ronquidos.

    -No ronca: ronronea. Ya te acostumbrars, como me he acostumbrado yo.

    Marguerite estaba en lo cierto: aquel gato no ronroneaba exactamente como los dems; se trataba

    ms bien de un ronquido tan sonoro como el de un hombre que hubiera bebido demasiado.

    Ahora ella se hallaba de pie junto a la jaula y, mientras contemplaba al loro disecado, mova loslabios como si le susurrara ternezas.

    mile, que estaba de espaldas a su mujer, no necesitaba verla. Conoca esa farsa de Margueritecomo tambin conoca otras. Sonrea vagamente sin apartar la mirada de los leos que se ennegrecan. Alfinal, se levant para coger dos ms y colocarlos en el hogar, procurando con ayuda de un atizador que semantuvieran en equilibrio.

    Fuera, ya no se oa ningn ruido, excepto el repiqueteo de la lluvia y el chorrito del agua de lafuente al caer en el piln de mrmol. En el callejn haba siete casas una junto a otra, todas iguales; cadauna tena una puerta central, las dos ventanas del saln a la izquierda y a la derecha la ventana delcomedor, detrs del cual se hallaba la cocina. Las habitaciones se encontraban en el primer piso.

    Apenas dos aos antes, una hilera de casas idnticas, que llevaban los nmeros pares, se alzaba alotro lado de la calle. La enorme bola de hierro de la empresa de demolicin las haba derribado como si setratara de juguetes de cartn, y ahora un solar en construccin abarrotado de gras, viguetas, trituradoras,tablones y carretillas constitua el nico paisaje.

    En aquella calle, tres vecinos tenan coche. Por la noche, poda orse si alguien sala incluso aunquelos postigos estuvieran echados. Y desde fuera poda verse en qu habitacin se encontraban loshabitantes de las casas.

    Pocos inquilinos echaban las cortinas, de modo que se vea a las parejas y a las familias a la mesa:aqu un hombre de frente despejada que lea sentado en un silln, bajo un cuadro con el marco color oroviejo; all un nio inclinado sobre una libreta que mordisqueaba un lpiz y un poco ms all una mujerque limpiaba las verduras para el da siguiente.

    Todo era suave, dulzn y muelle. A decir verdad, el murmullo de la fuente slo era perceptiblerealmente cuando uno se meta en la cama y apagaba la luz.

    La casa de los Bouin, a la que an se la conoca como la casa de los Doise, era la ltima de la hileray lindaba con el alto muro que cerraba el callejn. Al pie de este muro se alzaba una estatua, un amorcillode bronce que sostena un pez. Un chorrito de agua que sala de la boca de ste iba a parar a una conchade mrmol.

    Marguerite haba ocupado de nuevo su lugar frente a la chimenea. Ya no hacia punto, sino que, conla nariz calzada por las gafas de montura de plata, hojeaba el peridico que haba recogido del suelo,cerca del silln de su marido.

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    Georges Simenon E L G A T OLas manecillas negras del reloj avanzaban con lentitud, con aquel temblor vacilante que las sacuda

    al marcar las horas en punto y las medias.

    mile ni lea ni fijaba la vista en nada. Mantena los ojos cerrados y tal vez estuviera absorto en suspensamientos o dormitara. En ocasiones cambiaba de posicin las piernas, entumecidas por el calor.

    Slo cuando el reloj dio las siete se levant lentamente y se dirigi hacia la puerta sin echar ni unaojeada a su mujer o a la jaula del loro disecado.

    El pasillo no estaba iluminado. La puerta de entrada de la casa, con el buzn vaco en medio, seencontraba a la izquierda, mientras que la escalera que conduca al piso superior se hallaba a la derecha.Le dio al interruptor, volvi a cerrar la puerta tras l y abri la del comedor, donde el aire era fro.

    Aunque haba calefaccin central en la casa, slo la encendan los das muy fros. En realidad,ninguno utilizaba ya el comedor. Los esposos coman en la cocina, donde la estufa de gas bastaba paracaldear lo suficiente la estancia.

    Bouin, que era cuidadoso y metdico, apag la bombilla del pasillo, volvi a cerrar la puerta alsalir, se encamin hacia la cocina y, una vez que la hubo iluminado, quit la luz del comedor.

    Haba adoptado los hbitos de ahorro de su mujer, pero adems exista una razn aadida que loimpulsaba a actuar as.

    Saba que, en cuanto l se levantaba, Marguerite, que no quera seguirlo de inmediato, empezaba arebullirse en el silln. Cuando, tras hacer un poco de tiempo, se levantase a su vez profiriendo un suspiro,como acostumbraba al trmino de las distintas fases del da, tendra que apagar las luces del saln,encender las del pasillo, volver a apagarlas y cerrar todas las puertas al pasar. Cada uno de losmovimientos de ambos se haba convertido en un ritual y revesta un significado ms o menos misterioso.

    mile Bouin, que se hallaba en la cocina, se sac una llave del bolsillo antes de abrir el aparador dela derecha, pues haba dos. El de la izquierda, ms antiguo, era de pino de Australia y ya estaba allcuando viva el padre de Marguerite. El de la derecha, pintado de blanco, era el de Bouin, que lo habacomprado en el Boulevard Barbs.

    De su aparador extrajo una chuleta, una cebolla y tres endibias cocidas que haban sobrado en elalmuerzo y que haba guardado en un cuenco. Tambin cogi una botella de vino tinto, que estaba por lamitad, y se sirvi un vaso antes de echar mano de su mantequilla, su aceite y su vinagre.

    En cuanto hubo encendido el gas, puso a fundir un poco de mantequilla, cort la cebolla a rodajas y,cuando empez a dorarse, coloc la chuleta en la sartn.

    Marguerite, que acababa de aparecer por la puerta, haca como si no lo viera, como si pasara poralto su presencia, como si tampoco se percatara del olor a cebolla, que la molestaba.

    Tambin ella abri su aparador, con una llave que llevaba sujeta al cinturn.

    La estancia no era grande y la mesa ocupaba buena parte de ella, de modo que se vean obligados amoverse con cuidado para evitarse. Pero estaban tan acostumbrados a ello, que casi nunca se rozaban.

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    Georges Simenon E L G A T OEn lugar de utilizar los manteles como antes, se contentaban con el hule de cuadros que cubra la

    mesa de la cocina.

    Marguerite tambin tena su propia botella, pero no de vino, sino de un cordial que se puso muy demoda a principios de siglo y que su padre le serva durante los almuerzos y las cenas cuando todava era

    una adolescente anmica. En la etiqueta, de estilo anticuado y donde haba dibujadas unas hojas difcilesde identificar, se lea, escrito con letras recargadas: CORDIAL DE LOS ALPES. Llen un vasito muypequeo de licor, y se moj los labios en l con glotonera.

    En cuanto la chuleta estuvo hecha y las endibias recalentadas, Bouin lo coloc todo en un plato y seinstal a un extremo de la mesa, delante de su botella, su pan, su ensalada, su queso y su mantequilla.

    Con una aparente indiferencia hacia lo que l coma, ella dispuso su cena al otro extremo de lamesa: una loncha de jamn, dos patatas fras que haba envuelto en papel de estao antes de meterlas enla nevera y dos finas rebanadas de pan.

    Llevaba cierto retraso con respecto a su marido. En ocasiones uno de ellos se sentaba a la mesacuando el otro ya haba terminado. Pero eso careca de importancia, pues de todas formas semenospreciaban.

    Igual que hacan en silencio todo lo dems, tambin coman sin dirigirse la palabra.

    Bouin habra jurado que su mujer estaba pensando: Otro da que vuelve a comer carne dos veces!Y sofre las cebollas adrede... .

    Y en parte, esto ltimo era cierto, pues le gustaban las cebollas, pero no todos los das le apetecan.

    A veces, para hacerla rabiar, se cocinaba platos complicados, que requeran una hora o dos depreparacin. Aquello tena sentido para l, pues evidenciaba que no haba perdido un pice de su apetitoni haba dejado de gustarle comer, y que el hecho de tener que prepararse l mismo la comida no lodesanimaba en absoluto.

    Otros das traa a casa tripas, cuya simple visin le resultaba repugnante a su mujer.

    Ella, por su parte, para subrayar su frugalidad no cenaba ms que una loncha fra de jamn o deternera, un pedazo de queso y a veces una o dos patatas de las sobras del medioda.

    Tambin eso significaba algo, varias cosas en realidad. En primer lugar, se trataba de dejar claroque l gastaba ms dinero que ella en comida. En segundo lugar, que ella se negaba a utilizar la sartndespus de que l la hubiera usado. Cuando era indispensable, Marguerite esperaba a que l la limpiara,aunque eso implicase comer mucho ms tarde.

    Ambos masticaban despacio, ella con un movimiento mandibular apenas perceptible, como unarata, y l, por el contrario, manifestando de forma ruidosa su apetito y su delectacin.

    Ya lo ves! Tu presencia no me importuna en absoluto. Pretendas castigarme y acabar conmigo.En cambio, estoy encantado y no pierdo el apetito... Huelga decir que aunque sus dilogos eran mudos,se conocan lo bastante bien como para adivinar las palabras y las intenciones del otro.

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T OEres un hombre vulgar. Comes como un cerdo y te hinchas de cebollas como los pobretones. Yo

    siempre he comido como un pajarito. Y mi primer marido, que, aunque era msico, tena talento para lapoesa, me llamaba "su palomita frgil...".

    Aunque ella slo se rea para sus adentros, l se percataba de esa risa.

    Fue l, pobrecito, quien muri. l si que era frgil...

    Si echaba una rpida ojeada a su segundo marido, la mirada se le endureca.

    Y t, que te crees tan fuerte, tambin te irs antes que yo...

    Si me descuido, hace tiempo que me habra ido... Es que ya no te acuerdas del frasquito que habaen la bodega?

    Y l tambin rea para sus adentros. Aunque estuvieran solos en aquella casa silenciosa y se

    hubieran condenado al mutismo, se las ingeniaban para intercambiar rplicas feroces.

    Espera y vers como te amargo la cena...

    Entonces l se sacaba el cuadernillo del bolsillo, garabateaba tres palabras y arrancaba la tira depapel, que lanzaba con destreza al plato de su esposa.

    Sin manifestar sorpresa en absoluto, ella desplegaba la notita: Cuidado con la mantequilla.

    No poda evitar ponerse rgida. No haba conseguido acostumbrarse del todo a esa broma. Sabia quela mantequilla no estaba envenenada, puesto que la guardaba bajo llave, en su propio aparador, aun ariesgo de que se reblandeciera o incluso, de vez en cuando, se fundiera.

    Pese a ello, para conseguir volver a probarla deba realizar un esfuerzo enorme.

    Ya se vengara ms adelante. An no saba cmo, pero dispona de tiempo para pensarlo. Al fin y alcabo, ninguno de los dos tena absolutamente nada que hacer.

    No olvides que soy una mujer y que las mujeres siempre tenemos la ltima palabra, de la mismamanera que solemos vivir de tres a cinco aos ms que los hombres. Basta con hacer recuento de lasviudas, acaso no son mucho ms numerosas que los viudos?

    l tambin haba sido viudo, pero su caso no contaba porque fue a resultas de un accidente: a sumujer la atropell un autobs en el Boulevard Saint-Michel. No muri en el acto, sino que se quedinvlida y an malvivi as durante dos aos. l trabajaba, todava no se haba jubilado. As que cuandoregresaba del trabajo, tena que cuidar de ella y hacerse cargo de la casa.

    Ella consigui vengarse, no?

    Un vaco, el silencio y la lluvia, que repiqueteaba en el patio.

    A veces me pregunto si al final no acabaste por cansarte y decidiste deshacerte de ella. Con tantos

    medicamentos como tomaba, no poda ser muy difcil... Y ella no era tan recelosa ni tan lista como yo.

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T OEra una muchacha insignificante, que haba ordeado vacas en su juventud, y tena unas manazasenrojecidas...

    Marguerite no haba llegado a conocerla, porque el matrimonio viva en Charenton. Fue el propiomile quien, henchido de ternura, por cierto, le habl de las manos enrojecidas en la poca en que todava

    se dirigan la palabra.

    -Me resulta raro que tengas las manos tan blancas, las muecas tan finas y la piel casi transparente.Mi primera mujer era una campesina, de constitucin slida y con unas buenas manos, grandes yenrojecidas...

    Bouin se sac del bolsillo un paquete de puros italianos irregulares, muy negros y muy fuertes, a losque se conoce con el nombre de clavos de atad. Tras encenderse uno, exhal una bocanada de humoacre y utiliz la cerilla para limpiarse los dientes.

    Te est bien empleado, querida... As aprenders a no ser tan tiquismiquis.

    Espera y vers ...

    Bouin apur el vaso de vino, y tambin la botella y, tras unos instantes de quietud, se levantpesadamente y se dirigi hacia la pila, donde abri el grifo del agua caliente.

    Mientras ella se terminaba la cena a bocaditos, l freg los platos. Despus de limpiar la sartn conun papel, primero, y luego con una bayeta, envolvi cuidadosamente con un peridico viejo el hueso y lagrasa de la chuleta y fue a tirarlo al cubo de la basura que se hallaba bajo la escalera, pero antes tom la

    precaucin, por descontado, de cerrar con llave su aparador.

    Tras consumir de ese modo, a mordisquitos, una porcin del da, acometi el ltimo tramo de lajornada de regreso en el saln, donde se puso a toquetear los mandos del televisor. En la primera cadenadaban las noticias. Cambi la orientacin de la butaca. En la chimenea los leos casi se habanconsumido, pero ya no era necesario alimentar el fuego pues en la estancia reinaba un calor agradable.

    Mientras Marguerite fregaba los platos, l la oa trajinar. Ms tarde se reuni con l, pero tard enponer el silln de cara al televisor porque las noticias no le interesaban.

    No hay ms que escndalos polticos, accidentes y brutalidades -sola decir antes.

    Una vez ms, ella se entreg a su sempiterna labor. Despus, cuando anunciaron un festival decanciones, movi el silln, primero ligeramente, luego otro poco y un poco ms despus. No quera quepareciese que le apasionaban esas tonteras, sin embargo, en ocasiones tena que sonarse en el curso dealguna romanza particularmente triste y sentimental.

    Bouin se levant para llevar el cubo de la basura de debajo de la escalera al borde de la acera. Lalluvia era helada y el callejn se hallaba desierto, con sus siete casas alineadas, algunas ventanasiluminadas, los tres coches que esperaban hasta la maana y el espantoso solar en construccin, donde losmuros que empezaban a levantarse se alternaban con agujeros que parecan bocas abiertas.

    El pez de la fuente segua escupiendo sin cesar un chorro de agua que caa en el piln en forma de

    concha mientras el amorcillo de bronce chorreaba lluvia.

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T ODespus de entrar, cerr tras de si la puerta con llave y ech el pestillo. Luego, como haca todas las

    noches, cerr los postigos del comedor y por ltimo los del saln, donde el televisor segua encendido.

    Aunque el aparato slo emita un resplandor plateado en la habitacin, esa luz le permiti advertir,en un abrir y cerrar de ojos, que su mujer tena un termmetro en la boca.

    Aqulla era la pequea venganza que Marguerite haba urdido, su respuesta a la historia de lamantequilla. Seguramente imaginaba que lograra preocuparlo hacindole creer que estaba enferma.

    En el pasado, hablaba de su pecho y de sus bronquitis y, en cuanto hacia un poco de fresco, secubra de chales.

    As revientes, querida... : Bouin no slo lo pens, sino que lo escribi en un pedazo de papel que,al aterrizar sobre el regazo de su mujer, pill a sta desprevenida. Despus de leerlo y quitarse eltermmetro de la boca, ella dirigi a su marido una mirada cargada de conmiseracin. Acto seguido,cogi un trozo de papel del bolsillo v escribi a su vez: Ya ests verdoso.

    En lugar de lanzarla, Marguerite coloc la notita encima de la mesa. Ella no se provea decuadernillos de hojas con lneas de puntos. Le bastaba con cualquier pedazo de papel, incluso arrancadode un peridico.

    A pesar de su curiosidad, l no se atrevera a levantarse enseguida, sino que esperarla tanto tiempocomo le fuera posible.

    Pero Marguerite se las ingeni para obligarlo a decidirse: para ello le bast con levantarse ysintonizar la televisin en la segunda cadena, pues Bouin no poda soportar que se le impusiera un

    programa distinto al que l hubiera elegido.

    En cuanto la mujer se sent de nuevo en el silln, l se levant a su vez, cambi de cadena y, alpasar, se hizo con la notita como por casualidad.

    Conque verdoso! Bouin se ech a reir. Lo haca aposta, pero se rea mal, de manera un pocoforzada, porque, como poda comprobar cada maana al afeitarse, era cierto que no tena buen color.

    Primero lo achac a la luz que haba en aquel cuarto de bao de azulejos deslustrados, y fue amirarse en otra parte. No poda negarse que haba adelgazado, pero se deca que, cuando uno envejece, es

    preferible siempre adelgazar a engordar. Haba ledo en algn peridico que las compaas de seguros

    hacen pagar primas ms altas a los gordos que a los flacos. Sin embargo, le costaba acostumbrarse alhombre en el cual se haba convertido. Era alto, y tiempo atrs haba sido ancho, corpulento y fuerte.

    Cuando acuda a las obras, sola llevar unas botas enormes y una chaqueta de cuero negro que no sequitaba ni en verano ni en invierno. Coma y beba cualquier cosa sin preocuparse por el estmago. Ydurante cincuenta aos ni siquiera se le haba ocurrido pesarse.

    Ahora se senta esculido. La ropa le venia anchsima y a veces senta dolores, ya fuera en el pie oen la rodilla, en el pecho o en la nuca.

    Tena setenta y tres aos pero, aparte de aquella prdida de peso, se negaba a considerarse viejo.

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    Georges Simenon E L G A T OY Marguerite? Acaso se consideraba ella una anciana? Cuando l se desnudaba, ella haca como

    si se burlase de l, sin darse cuenta de que estaba mucho ms ajada que su marido.

    Aqul era otro de sus juegos, al que se entregaran cuando subieran a acostarse, sobre las diez. En elprimer piso haba tres habitaciones. Como es natural, la noche de bodas durmieron en el mismo

    dormitorio, que haba sido el de los padres de Marguerite y que sta ocup con su primer marido.

    Ella haba conservado la vieja cama de nogal de sus padres, con el colchn de plumas y el edrednenorme. Bouin intent acostumbrarse, pero renunci pocos das despus, sobre todo porque su mujer senegaba a dejar la ventana abierta.

    No lleg hasta el extremo de cambiar de habitacin, pero l llev su propia cama y la instal junto ala de su mujer.

    Un papel pintado con un estampado de flores pequeas recubra la pared. Al principio no colgaronde ella ms que dos ampliaciones fotogrficas colocadas en sendos marcos ovalados, la de Sbastien

    Doise, el padre de Marguerite, y la de su madre, que muri de tisis en plena juventud.

    Ms adelante, cuando dejaron de dirigirse la palabra, Marguerite colg el retrato de FrdricCharmois, su primer marido, junto al de su padre. Por lo que mostraba la fotografa, era un hombredelgado y distinguido, con aire de poeta, que luca un fino bigotito y una perilla. Era primer violinista enla pera y de da daba clases particulares a unos cuantos alumnos.

    Menos de una semana despus, Bouin respondi a la provocacin colocando el retrato de su primeramujer en la cabecera de su cama.

    As pues, se desafiaban mutuamente, incluso en el momento de desnudarse. Tanto l como ellapodan haberse retirado a otra habitacin, pero no queran cambiar ninguno de los hbitos contradosdurante los primeros aos.

    Casi siempre era Bouin el primero en desnudarse, y lo hacia con el mayor pudor posible. Aun as,no poda evitar mostrar durante unos instantes su pecho desnudo, las costillas cada vez ms marcadas, las

    piernas y los muslos velludos cuyos msculos se haban vuelto flccidos.

    Saba que ella lo espiaba, encantada de ver cmo se deterioraba poco a poco. Pero, algo despus, letocaba a ella y entonces era l quien echaba miradas furtivas al pecho enjuto y plano, a las nalgas caldas ya los tobillos hinchados de su mujer.

    Menuda belleza ests hecha, hija ma!

    Y t? No te has mirado al espejo?

    Sin embargo, seguan sin dirigirse la palabra, limitndose a medirse en silencio. Se turnaban paralavarse los dientes, pues el cuarto de bao era la nica habitacin de la casa donde nunca coincidiran. Elruidito del pestillo cada vez que uno de ellos se encerraba se haba convertido en un sonido familiar.

    Despus de echarse pesadamente, Bouin apagaba la lamparita de noche de la cabecera de su cama.Su mujer se deslizaba entre las sbanas con ms delicadeza. l saba que ella permaneca largo tiempo

    con los ojos abiertos antes de poder conciliar el sueo.

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    Georges Simenon E L G A T Ol se dorma casi de inmediato. Otra porcin de la jornada, la ltima, acababa de agotarse. Maana

    sera otro da ms o menos igual.

    Dormir le sentaba bien. Lo que ms le gustaba era tener sueos en los que careca de edad, dondeno era viejo. De vez en cuando vea paisajes como los que haba visto antao, paisajes llenos de vida, de

    colores vibrantes y olores deliciosos. En ocasiones incluso corra hasta perder el resuello en busca de unmanantial cuyo murmullo llegaba hasta l.

    Nunca soaba con Marguerite y rara vez con su primera mujer, aunque cuando eso suceda, siemprela vea como era poco antes de su boda.

    Soaba tambin Marguerite? Con su primer marido? Con su padre? O soaba con la poca enque llevaba pamelas de paja de ala ancha y paseaba por la orilla del Marne protegida por una sombrilla?

    Qu ms le daba eso a l? Que ella soase con su marido el msico y con su infancia si le venia engana.

    A fin de cuentas, eso a l le traa sin cuidado, no?

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T O2

    Como de costumbre, Bouin se despert a las seis, como lo haba hecho durante toda la vida sin tener

    que recurrir jams a un despertador. Su padre tambin madrugaba; haba sido albail en una poca en quean no se empleaban gras para construir los edificios y en la que los muros se levantaban ladrillo aladrillo, conforme montaban los andamios.

    Vivan en Charenton, en una casita conocida como el pabelln. La casita se hallaba justo detrsde la esclusa que enlazaba el canal del Marne con el Sena. Algunos vecinos del barrio crean que su padretena los cabellos grises porque estaban salpicados de yeso o de mortero.

    En el pabelln no haba cuarto de bao, as que se lavaban en el patio, junto a la bomba de agua,desnudos de cintura para arriba tanto en invierno como en verano, y una vez por semana, los sbados,acudan a los baos pblicos.

    Bouin tambin haba sido albail. A los catorce aos empez como aprendiz, y al principio sutrabajo haba consistido sobre todo en ir a comprar litros de vino tinto para los trabajadores.

    Asista a la escuela nocturna y dorma poco. Ya se haba casado cuando aprob el examen paracontramaestre y, bastante tiempo despus, el de inspector de obras del Departamento de Obras Pblicas.

    Su primera mujer se llamaba Angle, Angle Delige. Proceda de un pueblo prximo a Le Havre;sus padres la enviaron a Pars a los diecisis aos, como haban hecho con sus cuatro hermanas. Trabajcomo niera y despus como dependienta en una charcutera. Era cierto que haba ordeado vacas y quetena unas manos grandes y enrojecidas.

    Alquilaron una vivienda en el muelle de Charenton, no muy lejos de la esclusa. En aquella poca,Bouin an iba todos los das a dar un beso a su padre y a su madre antes de encaminarse al trabajo.

    En la casa del muelle de Charenton tampoco tenan cuarto de bao, as que Bouin seguafrecuentando los baos pblicos, cuyos pasillos se vean invadidos por un vapor que ola a humanidad.

    Por qu no utilizas la baera?

    Marguerite y l haban tardado en tutearse. Tena sesenta y cinco aos cuando volvi a casarse, y

    ella contaba sesenta y tres. Se mostraban torpes el uno con el otro y ms intimidados que si hubieran sidouna pareja de jvenes enamorados.

    Estaban realmente enamorados?

    Prefiero la ducha.

    Sumergirse en el agua caliente le angustiaba. Se senta presa de un entumecimiento que no leresultaba natural; prefera que, despus de enjabonarse bajo la ducha, el agua fra cayera largo tiemposobre su cuerpo desnudo.

    No vas a dejar de madrugar, ahora que ya no tienes nada que hacer en todo el da?

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T OCon la cama le pasaba ms o menos lo mismo que con la baera. Por la noche se senta a gusto en

    ella y se sumerga en el sueo, pero a partir de la seis, y en verano con frecuencia an ms temprano, leapremiaba el deseo de volver a la vida. Para complacer a Marguerite, haba intentado remolonear entre lassbanas, pero eso le provocaba un malestar que se localizaba en el pecho.

    Bouin se levantaba con sigilo, se deslizaba en el cuarto de bao y volva a cerrar la puerta, sinolvidarse de echar el pestillo. Una vez duchado y afeitado, se pona un pantaln viejo de terciopelo que leiba demasiado ancho y una camisa de franela, y bajaba en zapatillas para no hacer ruido.

    Estaba convencido de que la haba desvelado y de que ella finga dormir cuando en realidad loespiaba, alerta al menor ruido.

    Una vez abajo, se preparaba una buena taza de caf. Tras cerciorarse de que llevaba la llave en elbolsillo, se diriga hacia la puerta de entrada y ganaba el callejn.

    En aquella estacin todava no haba amanecido y la farola era la nica que arrojaba su luz

    amarillenta sobre las casas y los solares en construccin.

    Durante aos, su gato lo haba seguido con andares casi solemnes, como si ese paseo por las callesdesiertas hubiera supuesto para l un acto importante, una especie de misa que ambos celebraban ensilencio.

    Cuando resida en el muelle de Charenton, Bouin no tena gato. Los dos ltimos aos que vivi sumujer, invlida a consecuencia del accidente de autobs, no tena tiempo de pasearse. Se haca cargo de lalimpieza, pona orden, lavaba, fregaba y preparaba el desayuno de Angle.

    Antes del accidente, Bouin dedicaba media hora por lo menos a pasear por los muelles, acontemplar las barcazas amarradas, los toneles destinados a algn importante tratante en vinos, losremolcadores que arrastraban cuatro o cinco plataformas cargadas con arena extrada ms arriba deCorbeil.

    Ahora daba invariablemente el mismo paseo. El callejn desembocaba en la Rue de la Sant, que sehallaba a medio camino entre la prisin y el hospital Cochin. Ms abajo se alzaba el manicomio ante elque pasaba antes de subir por la Rue du Faubourg-Saint Jacques.

    En la esquina de la Rue de la Tombe-lssoire con la Place Saint-Jacques, se topaba con la iglesia deSaint-Dominique, donde Marguerite asista a misa los domingos y, en verano, a veces acuda tambin

    entre semana.Durante un tiempo ella comulgaba todas las maanas. Por aquel entonces mantena una estrecha

    amistad con el cura, a quien ayudaba a decorar los altares y a arreglar las flores que flanqueaban a laVirgen.

    Qu haba sucedido entre su mujer y el cura? Por qu motivo haban reido? Sea como fuere, ellahaba dejado de visitarlo y de hacerse cargo de las obras de la parroquia y, en lugar de ocupar unreclinatorio personal, se content con una silla de asiento de paja en la penumbra de la iglesia.

    Excepto el da en que se cas, Bouin no haba entrado all ms que una sola vez, por curiosidad.

    Estaba bautizado y haba hecho la primera comunin, pero en su familia nadie iba a misa, aunque eso nofue bice para que tanto a su padre como a su madre les hicieran exequias religiosas.

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T O

    Slo tena una hermana, que desde haca tiempo iba por el mal camino. Durante aos no recibieronnoticias de ella, ni siquiera saban si an estaba viva. Hasta que, un buen da, lleg por fin hasta mileuna carta que lo haba buscado en varias direcciones y que llevaba comentarios de distintos carteros. Suhermana le anunciaba que se haba casado con un molinero que viva cerca de Tours y que tena dos hijos,

    una casa grande junto al Loira y un coche americano.

    No haba vuelto a verla; se limit a escribirle que haba enviudado y que se acercaba a la edad dejubilarse.

    Al llegar al Boulevard de Port-Royal gir a la derecha, y de nuevo a la derecha en la Rue de laSant, que encontr tan vaca como cuando la abandon. En el curso de un paseo que duraba un cuarto dehora, anduvo por delante de un hospital, una prisin, un asilo, una escuela de enfermeras, una iglesia y uncuartel de bomberos. Acaso no era como un resumen de la existencia? No faltaba ms que el cementerio,que tampoco quedaba tan lejos.

    A su regreso, Victor Macri, uno de los vecinos, sali del nmero tres con sus andares solemnes ypuso el coche en marcha. Los dos hombres se saludaron y el coche empez a exhalar vapor antes de queel motor cogiera poco a poco el ritmo y Macri emprendiera el camino hacia el lujoso hotel de la RiveDroite donde trabajaba como conserje.

    Marguerite y mile conocan a todos los vecinos del callejn. Ella era la propietaria de la hilera decasas que quedaba, porque, unos aos antes de morir, su padre haba vendido la hilera de enfrente, dondeahora edificaban un gran bloque de pisos de alquiler.

    mile Bouin se sac la llave del bolsillo. Tres aos despus an aoraba a su gato y casi todas lasmaanas vacilaba, como si fuera a cederle el paso al animal segn una inveterada costumbre.

    Oy ruido de pasos en el primer piso y el del agua al llenar la baera. Ya poda abrir los postigosporque la oscuridad de fuera no tardara en hacerse menos densa. La luz de la farola palidecera y podranorse los pasos que se encaminaban hacia la Rue de la Sant, precedidos por portazos.

    No le pesaba la soledad de aquel momento del da ni tampoco el vaco que se produca a sualrededor. Llevaba toda la vida haciendo las mismas cosas a la misma hora; algunas de esas cosas yalgunos horarios haban cambiado. Haba pasado por diferentes periodos, pero cada uno de ellos venamarcado por un ritmo determinado que evitaba romper.

    Ahora haba llegado la hora del vino tinto, acompaado por un buen pedazo de pan con salchichn,como cuando se preparaba para visitar alguna obra.

    Antes de marcharse al trabajo, su padre se tomaba un cuenco grande de sopa, un bistec o un plato deestofado, y aun as se llevaba algo en la fiambrera para matar el hambre.

    Su madre era bajita y bastante gruesa. La recordaba sobre todo lavando la ropa que luego tenda enel patio. Por aquel entonces no existan las lavadoras y, aunque hubieran existido, habran sido demasiadocaras. Adems, a buen seguro que su madre habra desconfiado de ellas como desconfiaba de todo lo quefuncionaba con electricidad.

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T OElla sola poner la colada a hervir en un enorme recipiente galvanizado, y tena que arreglrselas

    para hacerlo temprano porque necesitaba que su marido o su hijo la ayudasen a retirarlo antes demarcharse.

    Haba das dedicados a la plancha, noches consagradas a zurcir calcetines y tardes en que se

    limpiaba el cobre, de modo que la semana era una sucesin de imgenes y de olores distintos.

    Curiosamente, Bouin se haba vuelto con la edad casi insensible a los olores. Tampoco vea lascalles con los mismos ojos de antes, en la poca en que le parecan un espectculo que cambiaba de formaincesante y del que no se cansaba jams.

    Tiempo atrs, al confundirse entre la muchedumbre, tena la impresin de formar parte de un todo,de integrarse en una suerte de sinfona donde cada nota, cada mancha de color, cada bocanada clida ofra lo regocijaban.

    Habra sido incapaz de decir en qu momento se haba producido el cambio; seguramente fue

    operndose poco a poco, conforme envejeca sin percatarse, porque nunca se haba dado cuenta de queenvejeca. No se senta viejo y cuando recordaba su edad no poda evitar sorprenderse.

    Con el tiempo, no se haba vuelto ni ms sabio ni ms indiferente. Persistan en l ciertosinfantilismos, pensamientos, actitudes y manas del nio que fue.

    Durante el desayuno empez a hojear el peridico de la maana que haba comprado en la PlaceSaint-Jacques. Marguerite llevaba mucho tiempo all arriba, en el bao. Cuatro aos antes, cuando todavase dirigan la palabra, l le haba advertido que resultaba peligroso baarse en una habitacin cerrada con

    pestillo porque, si de repente se encontraba mal, nadie se dara cuenta de ello.

    Bouin haba adquirido la costumbre, que no abandon ni despus de que se declarase la guerra, deaguzar el odo mientras ella se hallaba en el agua. Resultaba tanto ms fcil cuanto que el cuarto de baose encontraba encima de la cocina, y los desages, que pasaban por esta, junto a uno de los aparadores,hacan un ruido considerable cada vez que la baera se vaciaba.

    Apur dos vasos de vino, que no le gustaba tomar en copa, sino en vasos de cristal grueso, como enel campo. Se bebera un tercero ms tarde, cuando regresara de hacer la compra a media maana.

    El despertador sealaba las siete y cuarto; por la maana le pareca que su tictac era ms fuerte quedurante el resto del da. Tambin haba observado que iba ms deprisa que el del reloj del saln, y se

    preguntaba por qu, puesto que marcaba la misma hora.Tras encender su primer puro italiano, baj a la bodega, que se hallaba dbilmente iluminada por

    una bombilla que colgaba del techo. Durante cerca de una hora estuvo cortando lea, porque sala msbarato comprar leos grandes que cortados a la medida de la chimenea.

    Llen la cesta, la subi al saln y se entreg a la minuciosa tarea de encender el fuego mientrasescuchaba las noticias que difunda una radio porttil.

    En realidad, estas noticias no le interesaban, pero se trataba de una costumbre, como un hitodestinado a marcar el desarrollo de la jornada. Oy que Marguerite entraba primero en el comedor y

    luego en la cocina. Afuera, segua lloviendo en medio de una niebla blanquecina.

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  • 7/22/2019 Simenon, Georges - El Gato

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    Georges Simenon E L G A T ONo necesitaba vigilar a su mujer, puesto que los alimentos que le pertenecan se hallaban bajo llave

    en su propio aparador. Marguerite se preparaba caf descafeinado, pues estaba convencida de que padecadel corazn.

    No sera ms bien una coartada, un motivo para quejarse o para adoptar expresiones de

    sufrimiento?

    Ella se tomaba el caf con leche acompaado de tres o cuatro biscotes untados con mantequilla, asque no tena muchos platos que fregar.

    En el saln, el fuego empezaba a prender. Aunque el da no haba despuntado del todo y parecamortecino, apag las luces, y luego subi a la habitacin, donde su cama segua por hacer. Se aplicaba aesta tarea sin dejar una sola arruga en las sbanas, las mantas o la colcha.

    Cuando poco despus suba Marguerite, no se saludaban ni intercambiaban una sola mirada. Cadacual segua con sus cosas, sin echar ms que alguna mirada furtiva al otro cuando no se crea observado.

    Marguerite estaba envejeciendo. Es cierto que cuando la conoci ya no era una jovencita, sino unamujer madura y un poco delicada, lo que tal vez le confera cierto aire distinguido. Tena la tez lozana, deun color rosado como el de los caramelos, enmarcada por cabellos de un blanco sedoso, y su rostroexpresaba dulzura y bondad.

    Los comerciantes de la Rue Saint-Jacques la queran y la respetaban. Ella no perteneca al mundode aqullos, sino a un mundo aparte; de hecho, en el barrio donde tiempo atrs su padre mand construirlas casas del callejn que llevaba su nombre se la tena por una especie de aristcrata.

    Durante ms de treinta aos, Marguerite haba vivido con un hombre tan distinguido como ella, unmsico, un artista que trabajaba como primer violinista en la pera, a quien por las noches poda vrsele

    pasar vestido con frac y cubierto con una capa negra; alguien que, por mucho tiempo, sigui llevandosombrero de copa.

    l tambin posea una sonrisa dulce y vaga, esa buena educacin que atestiguaba timidez y almismo tiempo cierta condescendencia.

    Es tan buen profesor! Una vez ms, este ao uno de sus alumnos se ha llevado el primer premiodel Conservatori ...

    Por aquel entonces, en el callejn resonaban una y otra vez las mismas frases musicales, que seensayaban al violn y que el profesor acompaaba al piano.

    El piano todava se hallaba en un rincn del saln atestado de fotografas y de objetos frgiles.Marguerite sola tocarlo, pero cuando muri su primer marido, a su regreso del entierro, decidi no volvera interpretar msica nunca ms.

    Al principio, Bouin insista.

    -No, mile -contestaba ella, armada de una dulce obstinacin-. Era su piano. Es como si an fuera

    un pedazo de su vida.

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    Georges Simenon E L G A T OEn una ocasin, l levant la tapa y desliz un dedo por las teclas de marfil. Marguerite se apresur

    a bajarla, indignada e incapaz de comprender cmo Poda haber tenido l semejante atrevimiento.

    A su juicio, el piano formaba parte de su marido; se trataba de una reliquia sagrada, como tambinlo era el violn que se hallaba guardado en un armario. Es cierto que otro hombre comparta ahora la

    habitacin que Frdric Charmois haba ocupado con ella durante ms de treinta aos, un hombre que selavaba en el mismo cuarto de bao. Al principio, haban intentado mantener las habituales relacionesntimas, pero no haba funcionado. Ambos se sentan intimidados; les pareca que a su edad aquellosgestos, que ejecutaban con torpeza, se volvan ridculos, que se convertan en una suerte de parodia.

    Quin sabe? Desde la perspectiva de Marguerite, tal vez aquello fuera un sacrilegio. Bouin larecordaba con claridad, con los ojos cerrados y los labios muy apretados, resignada. Puesto que estabancasados, su nuevo marido tena derecho a disponer de su cuerpo, un cuerpo que estaba en tensin y a ladefensiva.

    Por qu no continas? No tienes ganas?

    Y t?

    No lo s.

    Tiempo atrs ella tal vez lo hubiera deseado. Puede que, al dormirse por las noches, alguna vezsoara con placeres que haba conocido en el pasado. Pero a la hora de la verdad, su alma se sublevaba.

    Ya nos acostumbraremos.

    Lo intentaron varias veces.

    Crea que me queras.

    Te quiero mucho. Perdname...

    Entonces, qu te lo impide?

    Perdname -repeta ella-. No es culpa ma... -Las lgrimas le perlaban el borde de las pestaas.

    La situacin, en lugar de arreglarse, fue de mal en peor. En cuanto Bouin se acercaba a la cama de

    nogal, el cuerpo de Marguerite se retraa, se le endureca la mirada y la invada algo que casi pareca odio.l era el macho por definicin, el bruto que slo persigue su propia satisfaccin. Ella tena que

    soportar sus andares pesados y su forma de moverse por aquella casa donde antes reinaban la discrecin yla delicadeza. Le costaba acostumbrarse a sus puros, que al principio se fumaba en el umbral de la puerta.

    En cuanto al gato, le inspiraba un terror rayano en lo supersticioso.

    Desde el primer da, el animal la miraba con fijeza, como si tratara de comprender qu pintaba ellaen su vida y en la de su amo.

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    Georges Simenon E L G A T OA veces la segua por la casa y escalera arriba, como si quisiera comprobar que no representaba

    peligro alguno, y en los ojos dorados del animal, llenos de misterio, siempre haba una expresininquisitiva.

    Dorma en la cama de Bouin, pegado a sus piernas, y antes de abandonarse al sueo aguardaba a

    que ese ser extrao, que dorma en la cama contigua, se quedara completamente inmvil.

    En aquella poca, Marguerite se ocupaba sola de todas las tareas domsticas.

    No te vas a pasear? -le preguntaba a Bouin.

    A Marguerite no le gustaba verlo vagar por la casa mientras ella haca la limpieza, de modo que lse calaba su gorra y se iba a callejear. A veces se alejaba mucho, por ejemplo hasta los muelles, que enocasiones segua a paso regular hasta que llegaba a su antiguo barrio.

    No era ni feliz ni desdichado. De vez en cuando se paraba a beber un vaso de vino tinto en algn

    bistrot, como hacia en el pasado, cuando inspeccionaba alguna obra y llegaba el momento del descanso.Sin embargo, tiempo atrs estaba rodeado de tipos como l, cubiertos de polvo o de barro. Gente quehablaba en voz alta, rea y brindaba. Esta ronda la pago yo, Alice ...

    Durante mucho tiempo trabaj en pleno centro de la ciudad, cuando se enlaz el BoulevardHaussmann con los grandes bulevares. Tambin intervino en la reforma de los bulevares exteriores y en elderribo de las antiguas murallas.

    En cualquiera de esos lugares poda encontrarse algn que otro bar agradable donde los hombres sereunan varias veces al da. A veces coman all las vituallas que llevaban en las fiambreras. Angle, su

    primera mujer, consideraba normal esa clase de vida. No tenan hijos y nunca trataron de averiguar si eraculpa de ella o de l.

    Angle no era una mujer distinguida. Era alegre, y la suya era una alegra ruidosa. Le encantaba elcine. Por las tardes iba sola, pero a menudo por la noche le peda que la acompaase a ver otra pelcula. Ylas veladas de los sbados las pasaban bailando.

    En verano, los domingos tomaban el tren en direccin a un campo cercano, donde almorzaban y aveces conocan a otras parejas agradables con las que tomaban unas copas.

    Como haca calor, sudaban y se baaban en el ro. Angle no saba nadar y chapoteaba cerca de la

    orilla.Regresaban a casa con un sabor extrao en la boca: el de las frituras que haban comido, el de las

    hojas arrugadas, el del lodo del ro. Estaban un poco mareados, porque solan beber mucho. A medida quese acercaban a casa, la mano de su mujer, que lo coga del brazo, se haca cada vez ms pesada.

    Estoy reventada.

    Le resultaba gracioso estar borracha.

    T no notas las piernas flojas?

    No.

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    Georges Simenon E L G A T O

    Seguro que querrs hacer el amor.

    Por qu no?

    Yo tambin tengo ganas, pero no s si me quedarn fuerzas. Si me duermo, peor para ti...

    Nada tena importancia, nada era serio ni mucho menos dramtico. A veces suceda que la cena noestaba preparada o la cama segua deshecha.

    Figrate, he dormido casi todo el da. En parte por tu culpa: si no me hubieras trabajado hasta lasdos de la madrugada...

    Marguerite la habra encontrado vulgar. Y, sin duda, lo era, de una buena y saludable vulgaridadparecida a la de l.

    mile, me has engaado alguna vez?

    Si ha habido ocasin...

    Y an lo haces?

    De vez en cuando, si se presenta la oportunidad. Siempre hay jovencitas que rondan por lasobras.

    Y no te da vergenza aprovecharte de ellas?

    -No.

    Sientes lo mismo que conmigo?

    No exactamente.

    Por qu?

    Porque te quiero. Con las otras es como si me tomase slo media botella.

    Si supiesen lo que opinas de ellas.Les trae sin cuidado. A veces nos las pasamos unos a otros...

    Quin sabe? Y si Angle tambin lo engaaba a l? Prefera no pensar en ello, pero no descartabaesa posibilidad. Su mujer tena todas las tardes libres; se iba al centro y recorra las tiendas, no paracomprar, puesto que no tena con qu, sino por mero placer. Se dejaba tentar por el primer cartel de cineque vea y se sentaba en la sala a oscuras.

    No probara entonces suerte algn hombre? No se refera slo a los viejos, para quienes se trata deuna especie de enfermedad, sino a jvenes que disfrutaran de su da libre.

    Y t, nunca me has engaado?

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    Georges Simenon E L G A T O

    Por qu me preguntas eso?

    Porque acabas de hacerme la misma pregunta.

    Y crees que voy a darte la misma respuesta? Ests celoso?

    Puede que s... y puede que no.

    De qu me servira? Ya tengo bastante contigo, no?

    Aqulla no era una respuesta. A veces le daba vueltas al asunto y frunca el ceo, pero en verdad nopoda decirse que estuviera angustiado.

    Puede que s, puede que no. De todas formas, era una buena muchacha que pona de su parte loposible para hacerlo feliz.

    Y ciertamente era feliz, no habra querido cambiar por nada del mundo. Le gustaba la vida quellevaba. Ms adelante, tal vez se comprara un coche para ir a pasear con Angle los domingos en lugar detomar el tren o el autobs.

    No poda saber que a su mujer la atropellaran al caer la tarde de un da de otoo en el BoulevardSaint-Michel ni, mucho menos, que cuando se jubilara, a los sesenta y cinco aos, Volvera a casarse conuna mujer casi tan mayor como l.

    A las diez l conclua la parte de las tareas domsticas que le corresponda. No fue ella quien lepidi que las hiciera, sino que un da despus de que dejaron de hablarse, l se propuso no deberle nada.En aquella poca, su enfado era an reciente. De vez en cuando hablaban solos cada uno por su lado.Ambos se sentan vctimas y consideraban al otro un monstruo.

    Casi con rabia, Bouin se puso a limpiar a fondo el saln, el comedor e incluso la cocina, cuyasbaldosas restreg, de rodillas y con agua jabonosa, como tiempo atrs se lo haba visto hacer a su madre.

    Como slo disponan de un aspirador, deba esperar a que dejara de orse su ruido en el dormitorio,que era el dominio de Marguerite, para ir a buscarlo. Lo justo habra sido que ella se lo bajara hasta mitad

    de la escalera.Una vez por semana enceraba el parquet del saln, no tanto para complacer a la anciana como

    porque le agradaba el olor de la cera.

    Despus daba comienzo el jueguecito. Ahora acababa de empezar. A decir verdad, la palabrajuego no le gustaba y a Marguerite seguramente tampoco. Pero cmo definira ella para sus adentrosla partida que tena lugar cada maana?

    La palabra juego lleva implcita cierta alegra que uno y otro slo sentan de vez en cuando y porseparado, y que procuraban ocultar.

    Desde otra perspectiva, sus actos y sus gestos resultaban ms trgicos o grotescos que cmicos.

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    Aquella maana, Marguerite no haba olvidado la farsa que inici la vspera con el termmetro.Cuando mile subi para coger el aspirador, ella volva a tenerlo en la boca. Como cada maana, se habacubierto el cabello con un pauelo de color azul plido. Tena mal aspecto su mujer o era una impresincausada por la luz del da lluvioso y con niebla? En la calle, el aire tena una tonalidad ligeramente

    amarillenta.

    Y si caa enferma de verdad? A pesar de lo mucho que se quejaba, nunca lo haba estado; tampocol haba enfermado. Ambos parecan destinados a vivir muchos aos.

    Los dos aguardaban para ver cul de ellos saldra primero, Marguerite en el primer piso y l en laplanta baja. Bouin ya se haba puesto el impermeable marrn, se haba calzado las botas de goma encimade los zapatos y tena la gorra al alcance de la mano.

    Ella tambin deba de estar lista. El da anterior, a l se le haba agotado la paciencia, peroencogindose de hombros, se march.

    Despus de diez minutos de espera que sin duda habra pasado de pie en la habitacin, con elparaguas en la mano y preparada ya para salir, Marguerite se decidi a bajar y a coger la malla de lacompra en la cocina.

    Bouin tambin tena una bolsa casi idntica. Cuando la puerta de la calle se cerr detrs de sumujer, l tambin ech a andar hacia el callejn.

    La observaba caminar por la acera, pequea y frgil, esforzndose por sortear los charcos, pero suspiernas hinchadas la volvan torpe y el paraguas de color malva se balanceaba sobre su cabeza.

    Ella saba que l la segua; otras veces, era ella quien iba detrs, nunca a mucha distancia, pues lprocuraba no caminar demasiado deprisa.

    Marguerite gir a la derecha hacia el Boulevard de Port-Royal y cruz la calle enfrente del hospitalCochin. En el patio del hospital, que algunos internos vestidos con batas blancas atravesaban a grandeszancadas, se vean varias ambulancias.

    Un poco despus ambos se internaban, a unos treinta metros de distancia, en la Rue Saint-Jacques,donde las tiendas estaban llenas de amas de casa.

    Entrar en la tienda de ultramarinos?, se preguntaba l.La tienda de ultramarinos Rossi era italiana. Se trataba de un local oscuro y hondo, bien abastecido

    de vveres, entre los que poda encontrarse, sobre todo, entremeses ya preparados, alcachofas pequeas enaceite, pescaditos fritos en salsa picante o pulpitos marinados del tamao de un pulgar que tanto lechiflaban.

    Necesitaba comprar azcar y caf. Cuando l entr, Marguerite estaba examinando las estanteras ypidiendo espaguetis y, despus, tres latas de sardinas en aceite.

    Ella hizo como si no supiera que su marido se hallaba all. Se ninguneaban, tanto en pblico como

    en casa, y los comerciantes ya se haban acostumbrado a verlos entrar en sus tiendas, pisndose lostalones, pero sin dirigirse jams ni una palabra ni una mirada.

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    Aunque cada uno compraba para s, no dejaban de espiarse, de modo que si uno de ellos peda algocaro u original, el otro no tardaba en comprar algo ms caro todava.

    -Tiene usted canelones?

    -Preparados esta misma maana.

    -Pngame cuatro.

    Los canelones eran largos y los haban rellenado con generosidad. A mile no le cupo la menorduda de que ella se habra estremecido.

    -Pngame cuatro lonchas de jamn de Parma -pidi ella a su vez-. No muy gruesas. Tengo tanpoco apetito!

    Ella llevaba un chal debajo del abrigo, como alguien que no se encuentra bien y teme enfriarse, yese atuendo la volva ms vieja y ms ajada.

    -No se encuentra usted bien, seora Bouin?

    A la gente le costaba llamarla por ese nombre. Los ancianos la haban conocido cuando era laseorita Doise, un apellido que revesta gran prestigio a sus ojos, puesto que vendan las Galletas Doise,las Mantecadas Doise y las Delicias de Francia, de la misma marca.

    Fue el abuelo de Marguerite quien fund la fbrica de galletas, cuya alta chimenea, en la que amedia altura se vea una gran letra de pintada de blanco, se alzaba an en la Rue de la Glacire.

    En la propia tienda de ultramarinos, sin ir ms lejos, varias de las latas con tapa de vidrio quecontenan golosinas llevaban la palabra DOISE, por ms que viniera seguida de esta mencin: v.SALLENAVE, SUCESOR.

    Como durante ms de treinta aos la haban llamado seora Charmois les costaba acostumbrarsea Bouin, su actual apellido.

    -Algo ms? -le pregunt la seora Rossi, que era quien la atenda.

    -Un momento, voy a consultar la lista... An tiene los mismos bombones que la ltima vez?-Los que estn rellenos de avellanas?

    -Si. Pngame doscientos veinticinco gramos, por favor. Slo tomo alguno de vez en cuando..., meduran mucho.

    l, por su parte, no se olvid de llevarse azcar y caf. Pidi que le sirvieran tambin cien gramosde salami y otros cien de mortadela. A diferencia de lo que le suceda a su mujer, no senta la menornecesidad de dar explicaciones.

    Cunto le debo? -inquiri Marguerite al tiempo que abra el monedero y sacaba algunasmonedas.

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    l remoloneaba por las estanteras para no acercarse a la caja hasta que ella se hubiera marchado.

    Luego vena la carnicera, que estaba un poco ms lejos. Mientras guardaban turno, Raoul Proucortaba la carne y bromeaba con las clientas.

    mile no entr hasta que dos amas de casa se pusieron en la cola detrs de Marguerite.

    Qu comentarios hacia la gente cuando ellos salan? Porque era impensable que Prou, cuandomenos, no dijera algo.

    Habis visto a esos dos chiflados? Son marido y mujer, pero cada maana aparecen uno detrs deotro, como si no se conocieran, y cada cual compra para si. Me pregunto qu diablos hacen todo el dia ensu casa. Y eso que ella era de buena familia... Su primer marido era violinista en la pera y daba clases

    particulares.

    -Le toca a usted, seora Bouin. Est resfriada?

    -Me parece que estoy incubando una bronquitis.

    -No diga eso! A su edad, esas cosas no se hacen. Qu le pongo?

    -Crteme un bistec pequeo y muy finito. Ya sabe que...

    Lo saba perfectamente. Ella contaba siempre que coma como un pajarito, como si as quisieraevitar que la acusaran de ser una avara.

    Le importara quitarle la grasa?

    -No va a quedarle gran cosa...

    Seguro que la compadecan y le echaban a l toda la culpa. No hacia tanto tiempo que Bouin habaempezado a encogerse. De hecho, cuando se cas con ella, an pareca un hombretn. Fumaba unos purosde aspecto irregular y muy fuertes. A veces escupa en el suelo una saliva amarillenta y se dejaba ver

    bebiendo en los bistrots. Huelga decir que el primer marido de Marguerite jams se habra comportadoas.

    No sostenan algunos que la haba engatusado y que se haba casado con ella por el dinero?Pero eso distaba mucho de ser verdad, pues l tena ms o menos tanto dinero como ella, aunque no

    pudiera saberse con exactitud, ya que ella era muy discreta en lo referente a asuntos monetarios. Sehaban casado en rgimen de separacin de bienes, pero ella no pareca contar con herederos directos niindirectos.

    Adems de sus ahorros, Bouin reciba una pensin y, si se mora antes que ella, Marguerite cobrarlala mitad durante el resto de su vida.

    Por consiguiente, cul de los dos era el interesado? Ambos? Ninguno?

    -Tiene un buen rin de ternera?

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    Ella ya se haba marchado. Abri el paraguas malva en el umbral de la carnicera y emprendi elcamino de la lechera.

    Cuando l lleg, Marguerite ya estaba pagando en la caja, as que no pudo ver lo que compraba.

    Slo sabia que la cuenta ascenda a dos francos con cuarenta y cinco.

    -Un cuarto de munster...

    Ella detestaba aquel queso de olor tan fuerte.

    -Una docena de huevos...

    Comprara un cuarto de championes y, esa noche, antes del queso, se prepararla una tortilla grandey muy jugosa, como a l le gustaban. Ella pondra cara de asco. Al verlo desempaquetar el munster, talvez abandonara la mesa, como hacia en ocasiones.

    Marguerite se hallaba frente al puesto de verduras, donde estaba comprando patatas. Le encantabanlas patatas, ya fueran calientes o fras, y las tomaba casi en todas las comidas.

    -Y ahora pngame unos championes, ciento veinticinco gramos.

    Se guard mucho de aadir, como habra hecho ella: Es para hacerme una tortilla.

    -Algo ms, seor Bouin?

    Tambin necesitaba patatas, y pidi que se las pusiera al fondo de la bolsa para que no aplastarantodo lo dems.

    -Y unas cebollas.... de las rojas, si es posible.

    -Le pongo medio kilo? Aguantan muy bien.

    -SI, ya lo s. Y un poco de perejil. Un kilo de manzanas... No, sas no: prefiero las de al lado, lasque estn un poco arrugadas.

    La gente deba de pensar que l todava saba disfrutar de la vida y an se corra sus juergas,

    mientras que la desdichada de su mujer se descuidaba y no coma ms que unas migajas, y con desgana.l ya no necesitaba comprar nada ms. Vio que su mujer entraba en la farmacia, que estaba pintada

    de verde. El farmacutico le mostraba varias cajas y varios tubos de comprimidos, sin duda medicamentospara el resfriado. Despus de hacer varias preguntas y de no pocos titubeos, se decidi por unas pastillas.Pero eso no era todo: tambin compr un paquete cuyo aspecto Bouin reconoci desde lejos, se trataba decataplasmas de harina de mostaza.

    Esa noche, antes de acostarse, ella humedecerla una y se la aplicarla sobre el pecho, luego haracontorsiones para ponerse otra en la espalda en lo que sera una operacin harto complicada. Bouin, queno poda por menos de apiadarse de ella, deba contenerse cada vez para no tender la mano y ayudarla,

    pues saba que ella habra considerado ese gesto como un insulto.

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    Georges Simenon E L G A T OEntonces, mientras las dos cataplasmas surtan efecto, Marguerite, en su nerviosismo, se entregarla

    a un sinfn de das y venidas entre el dormitorio y el cuarto de bao, hasta que el dolor se volvierainsoportable.

    Poda aguantarlas mucho tiempo, podra haberse dicho que era un castigo que se impona. Cuando

    se quitaba los papeles cubiertos de mostaza, la piel estaba tan enrojecida como una herida en carne viva.

    Haba acabado ya con las compras? No, an tena que canjear un libro en la librera de viejo dondepodan cambiarse volmenes por cincuenta cntimos. Marguerite elega invariablemente novelas deprincipios de siglo, historias tristes que alimentaban su melancola.

    l apenas haba ojeado unas pocas lneas aprovechando que su esposa no se hallaba en el saln.Siempre trataban acerca de alguna vctima orgullosa y valiente sobre quien se abatan todas las desdichas

    pero que, a pesar de ello, mantena la cabeza bien alta.

    Pobre mujer, pensaba a menudo Bouin, y a veces no poda por menos de considerarse un bruto.

    Cuando esto suceda, se pona a rumiar los recuerdos de los ltimos tres aos y, al final, escriba en unpapelito: El gato.

    No caba duda de que fue ella quien puso raticida en la comida del animal, aprovechando que lhaba contrado la gripe y guardaba cama. Por la noche, le sorprendi que el gato no acudiera a la cama.

    -No lo has visto?

    -No lo he visto desde esta tarde.

    -Lo has dejado salir?

    -Le he abierto la puerta sobre las cinco, cuando me lo ha pedido.

    -Y no te has quedado fuera con l?

    Se hallaban en pleno invierno; una capa de nieve cubra los adoquines. Las obras de derribo de lascasas de enfrente an no haban empezado, de modo que las dos hileras de casas se hacan frente como enla poca en que Sbastien-Doise las mand edificar.

    -Y no ha araado la puerta desde entonces?

    -Yo no he odo nada.

    Bouin ya estaba con una pierna fuera de la cama. -Quieres que vaya a mirar?

    -No, ya voy yo.

    -Vas a salir con la fiebre que tienes?

    Le pareci detectar cierta falsedad en la voz de su mujer. Hasta entonces, la consideraba algocomplicada y con cierta tendencia a albergar ideas fijas, algunas un poco tontas, pero jams se le habra

    ocurrido pensar que pudiera ser malvada.

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    Georges Simenon E L G A T OToda su rabia pareca cebarse nica y exclusivamente en el gato. Cada vez que ste la rozaba, se

    echaba a un lado gritando. Desde luego que exageraba; l estaba convencido de que finga. Desde laprimera semana de casados, ella empez a insinuar que podran deshacerse del animal, por ejemplo,regalndoselo a algn amigo.

    -Siempre me han dado miedo los gatos. A lo mejor podra acostumbrarme a un perro. Cuando vivami padre tuvimos uno, que me segua cuando era pequea y pareca protegerme. Pero los gatos sontraidores, nunca se sabe lo que piensan.

    -Joseph no es as.

    A Marguerite la escandalizaba que Bouin llamase Joseph al gato que se encontr una tarde alregresar a casa.

    -No creo que sea adecuado ponerle el nombre de un santo a un animal.

    -Pues ya es demasiado tarde para desbautizarlo.

    -Cmo puedes decir eso? Como si se bautizara a los animales!

    -Por qu no?

    Aqul fue el primer encontronazo. Le siguieron otros, siempre a propsito de Joseph, que losescuchaba como si supiera que era el objeto de la conversacin.

    -Ni siquiera es de raza.

    -Yo tampoco.

    Lo deca para enfadarla, pues eso formaba parte de su carcter y de sus costumbres; en las obras,solan decrselas de todos los colores, pero eso no impeda que, cuando tocaba la sirena, fueran a tomarseuna copa todos juntos.

    Tambin con Angle hablaba sin ambages, aunque a veces llegaba demasiado lejos.

    -Ven aqu, que eres terca como una mula.

    -Por qu lo dices?-Porque eres como todas las mujeres. En apariencia, podra decirse que te desvives por contentarme

    y que para ti soy lo nico que cuenta. Pero, en realidad, haces lo que te viene en gana, como las mulas.

    -No es verdad. Siempre te obedezco.

    -En cierto sentido, es verdad. Cuando t tienes ganas de hacer algo, te las arreglas paraconvencerme de que soy yo quien lo desea. Claro, cario; no me negars que te conozco. Y eres tan putacomo todas.

    -No te da vergenza?

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    Georges Simenon E L G A T O-No.

    Al final estallaban en carcajadas y la mayor parte de las veces acababan revolcndose en la cama.

    Con Marguerite era distinto. Uno no poda revolcarse en la cama ni emplear palabrotas, pues stas

    hacan que se estremeciera y se encerrara en el acto en un mutismo reprobador.

    Todava iba a comulgar todas las maanas y, de vez en cuando, a ltima hora de la tarde searrodillaba un rato en la penumbra de la iglesia, cerca del confesionario. -Entonces, has ido a rezar? -Herezado por ti, mile. No odiaba a Marguerite, sino a s mismo por haberse casado con ella, porque no erala clase de hombre que poda hacerla feliz.

    Cmo poda habrsele ocurrido casarse con ella? Desde entonces haba pensado a menudo en ello;cul de los dos haba dado el primer paso?

    l viva enfrente, en el lugar donde ahora se alzaba la gra. Haba alquilado una habitacin en el

    primer piso a una joven pareja para quien la casa resultaba demasiado grande y el alquiler demasiadocaro.

    Bouin abandon el muelle de Charenton en cierto modo por el mismo motivo. Se senta perdido enel piso que haba compartido con su mujer. Por regla general, coma en restaurantes, de modo que le

    bastaba con una habitacin grande y un bao. El silln se hallaba junto a la ventana y desde all oa elmurmullo del agua de la fuente. Las noches en que no sala, vea la televisin.

    Haba hecho amigos en el caf de la Place Denfert-Rochereau, donde iba a jugar a cartas. Y, en loreferente a las mujeres, estaba Nelly. Puede que no fuera muy decente, pero no le importaba: gracias aella no se obsesionaba con el asunto.

    Por las maanas, vea salir a la mujer menuda de la casa de enfrente para ir al mercado, y laencontraba distinguida. Se pareca a las mujeres de los calendarios antiguos, tena la misma sonrisa dulcey resignada.

    De ella slo saba que era la duea de las casas de enfrente y, aunque no ignoraba su apellido, no lohaba relacionado con las Mantecadas Doise que coma de nio.

    Regresaban a casa, ella con su paraguas y la bolsa que a veces se le quedaba enganchada en la ropade algn transente, l con su purito en la boca y el rostro mojado por la llovizna.

    No tardaran en encontrarse entre cuatro paredes, cada cual inmerso en sus pensamientos, cada cualcon sus paquetes de la compra, a la espera de que llegara la hora de prepararse el almuerzo.

    Al llegar a la Place Saint-Jacques se detuvo; dej que ella se adelantara y entr en un bar paratomarse una copa de vino tinto.

    La duea, que serva en la barra, era tan vieja como Marguerite. Llevaba el pelo sujeto en un mooprieto en lo alto de la cabeza y los grandes pechos flcidos le colgaban sobre el vientre prominente.

    -Parece que va a nevar -dijo l mientras contemplaba el color de la niebla.

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    Bouin baj en zapatillas y con la bata de lana echada sobre el pijama. Busc por todas partes, en elsaln, en el comedor, en la cocina. A causa de la fiebre, cuando se agachaba para mirar debajo de los

    muebles le dola la cabeza.

    De vez en cuando emita el ligero silbido al que el gato estaba acostumbrado y a veces lo llamabacon una voz dulce que dejaba traslucir su angustia.

    -Joseph... Joseph.

    Despus se calz las botas de goma y se ech sobre la bata la primera prenda de ropa que descolgdel perchero, que era una vieja chaqueta de cuero negro. Le traa sin cuidado hacer el ridculo.

    -mile! -lo llam su mujer desde lo alto de la escalera-. No salgas! Vas a coger algo...

    Aun as, recorri el callejn a oscuras, caminando sobre la nieve que cruja bajo sus pies. Dos o tresveces estuvo a punto de resbalar y caer cuan largo era. Un nio que lo segua con la mirada desde laventana iluminada de la segunda de las casas, con la cara pegada y la nariz aplastada contra el cristal, sevolvi para llamar a su madre, a quien se vislumbraba por la puerta abierta de la cocina. Su indumentariaasustaba a los nios!

    Aunque cuando lo dejaban salir solo para hacer sus necesidades, el gato nunca iba ms all de lalnea invisible que separaba la calle del callejn, Bouin camin hasta la Rue de la Sant.

    -Joseph!

    Tena ganas de llorar; nunca habra imaginado que la ausencia del gato pudiera afectarlo tanto yhacer que se sintiera tan desamparado.

    En la calle vivan dos perros, un basset oscuro que perteneca a una mujer que viva sola y un lulde Pomerania que una nia de doce o trece aos sola llevar de la correa. jams se haba producidoaltercado alguno entre ellos yJoseph. Cuando ste se tropezaba con los perros, se limitaba a mirar haciaotro lado, desdeoso, y si era necesario bajaba de la acera para cederles el paso.

    Se haba dejado la puerta entreabierta. La empuj, se despoj de la chaqueta de cuero y las botas de

    goma y subi a su habitacin. Iba a meterse de nuevo en la cama, con la mirada endurecida y el rostrocrispado, cuando se acord de la bodega y se dispuso a bajar. Marguerite lo sigui, visiblemente nerviosa,hasta la planta baja.

    -Has ido a buscar lea? -le pregunt l.

    -Claro, tena que calentar

    An no la estaba acusando, pero empezaba a sospechar. Una vez en la bodega, encendi la mserabombilla del techo y se puso a buscar entre las cajas viejas, las botellas y los leos.

    -Joseph!

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    Georges Simenon E L G A T OLo encontr por fin en un rincn al fondo, contra la pared hmeda, detrs de una pila de gavillas. El

    animal estaba tieso, con los ojos abiertos e inmviles y el cuerpo retorcido. Pareca mucho ms delgadoque cuando viva. Se le haba quedado pegada un poco de baba en el hocico y en el suelo de tierra batidase vea un vmito verdoso.

    mile lo tom en brazos y trat en vano de cerrarle los ojos; el contacto con el cuerpo helado leprocur una extraa sensacin a lo largo de la columna vertebral.

    No era un hombre colrico. Rara vez se haba peleado con alguien, ms que nada en algn caf yslo en una ocasin en una obra, pero nunca haba perdido el control. Sin embargo, ahora su rostro habaadquirido una expresin malvada. Con el animal en brazos, miraba a su alrededor como si buscase algo.Y, efectivamente, lo encontr.

    En el callejn abundaban las ratas. A veces, desde las ventanas del primer piso se las vea merodearentre los cubos de basura y Marguerite les tena muchsimo miedo.

    -Crees que las hay en nuestra bodega?

    -Es posible.

    -Si estuviera completamente segura, ya no me atrevera a bajar.

    Bouin haba comprado un producto a base de arsnico que poda encontrarse en las drogueras. Devez en cuando, untaba con l lonchas de pan que luego dejaba en un rincn de la bodega.

    Con todo, nunca encontr ms que una sola rata muerta, aunque lo cierto es que era enorme, tangrande comoJoseph. Tal vez alguna otra habra ido a morir a otro sitio.

    El frasquito de metal que contena el raticida estaba en un tosco estante donde iban a parar losdiversos objetos que no tenan un sitio asignado. Dej el gato un momento, encendi una cerilla, vio elantiguo cerco que la caja haba dejado en la madera polvorienta y advirti que haba un cerco nuevo.Despus tom el cuerpo del gato y volvi a subir, con tanta