Sermón y literatura. La imagen del predicador en algunos sermones de la Nueva España

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191 Acta Poetica 29 (2) OTOÑO 2008 Sermón y literatura. La imagen del predicador en algunos sermones de la Nueva España Ana Castaño Navarro Por una parte, el sermón novohispano puede ubicarse en el extremo más académico del cultivo de la lengua literaria; pero, por otra parte y al mismo tiempo, puede hacer pleno uso de los recursos de la oralidad, del teatro y hasta del periodismo. En estas páginas se hacen algunas reflexiones acerca del papel del sermón en la cultura y en la vida literaria novohispanas y se analiza su prestigio y su vitalidad como forma, así como el correspondiente orgullo profesional de quienes lo cultivaban. Asimismo, se muestran algu- nos ejemplos, extraídos de sermones del periodo colonial, que ilustran las ideas que predominaban en la Nueva España en torno al predicador y su oficio, mostrando algunos de los tópicos más significativos relacionados con la figura de este personaje de las letras que, en más de un aspecto, puede equipararse al ensayista de nuestros días. PALABRAS CLAVE: literatura, Nueva España, predicación, comentario. On the one hand, the sermon of the Mexican colonial period partakes of the more learned and academic aspects of literary language; but on the other hand it can also partake of the techniques of orality, drama and even journa- lism. This paper discusses the Sermon as a genre in the cultural and literary atmosphere of colonial Mexico, as well as the prestige and vitality acquired by this long established literary form —with the corresponding professio- nal pride of those who cultivated it. Examples are drawn from sermons of this period, with images that portray some of the dominant ideas about the preacher in the Nueva España, whose work in more than one way resembles the modern essay.

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    Acta Poetica 29 (2)OTOO

    2008

    Sermn y literatura. La imagen del predicador en algunos sermones de la Nueva Espaa

    Ana Castao Navarro

    Por una parte, el sermn novohispano puede ubicarse en el extremo ms acadmico del cultivo de la lengua literaria; pero, por otra parte y al mismo tiempo, puede hacer pleno uso de los recursos de la oralidad, del teatro y hasta del periodismo. En estas pginas se hacen algunas reflexiones acerca del papel del sermn en la cultura y en la vida literaria novohispanas y se analiza su prestigio y su vitalidad como forma, as como el correspondiente orgullo profesional de quienes lo cultivaban. Asimismo, se muestran algu-nos ejemplos, extrados de sermones del periodo colonial, que ilustran las ideas que predominaban en la Nueva Espaa en torno al predicador y su oficio, mostrando algunos de los tpicos ms significativos relacionados con la figura de este personaje de las letras que, en ms de un aspecto, puede equipararse al ensayista de nuestros das.

    Palabras clave: literatura, Nueva Espaa, predicacin, comentario.

    On the one hand, the sermon of the Mexican colonial period partakes of the more learned and academic aspects of literary language; but on the other hand it can also partake of the techniques of orality, drama and even journa-lism. This paper discusses the Sermon as a genre in the cultural and literary atmosphere of colonial Mexico, as well as the prestige and vitality acquired by this long established literary form with the corresponding professio-nal pride of those who cultivated it. Examples are drawn from sermons of this period, with images that portray some of the dominant ideas about the preacher in the Nueva Espaa, whose work in more than one way resembles the modern essay.

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    Acta Poetica 29 (2)OTOO

    2008

    Ana CastaoInstituto de Investigaciones Filolgicas, unam

    Sermn y literatura. La imagen del predicador en algunos sermones de la Nueva Espaa

    El sermn y la vida literaria

    Tanta tinta ha corrido sobre los excesos conceptistas y cultera-nos de los predicadores gerundianos, as como sobre la po-lmica entre partidarios y detractores de la elocuencia en el plpito, que ha acabado por oscurecer una importante faceta de la produccin literaria de los siglos xvii y xviii.1 As, tendemos a olvidar, o a ignorar por completo, la gran vitalidad que du-rante esos siglos tuvo el gnero del sermn en la vida literaria y cultural del mundo cristiano. Y tendemos a ello a pesar de los esfuerzos de algunos estudiosos que, durante las ltimas dca-das, han llamado nuestra atencin sobre el poderoso atractivo literario que los sermones en nuestra lengua ejercieron sobre un pblico numeroso y diverso durante al menos tres siglos y, en consecuencia, el activo fermento que produjeron en distin-

    1 Ya lo deca, en 1956, el P. Flix Olmedo en su prlogo a los sermones de Dio-nisio Vzquez: Hablar de la predicacin espaola parece que es hablar de Fray Gerundio. El famoso predicador de Campazas es todava para muchos, no una cari-catura burlesca de los malos predicadores del tiempo del padre Isla, sino una figura simblica de nuestra predicacin, el predicador espaol de todos los tiempos pasa-dos, presentes y futuros (IX).

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    tos niveles de la lengua y de la creacin literaria.2 No obstante, no deja de llamarnos hoy la atencin el hecho de que, hace

    2 Para el periodo medieval debemos sendos trabajos seminales, aunque de muy diferente extensin y enfoque, a Francisco Rico y a Pedro Ctedra. Del primero, Predicacin y literatura en la Espaa medieval, Cdiz, Universidad Nacional de Educacin a Distancia, 1977; y del segundo, la edicin de los sermones castellanos de Vicente Ferrer: Sermn, sociedad y literatura en la Edad Media. San Vicente Ferrer en Castilla (1411-1412), Salamanca: Junta de Castilla y Len, 1994. Para los siglos xv al xvii en Espaa, tenemos las ediciones e introducciones del P. Flix Olmedo a los sermones de fray Dionisio Vzquez (en 1956) y Francisco Terrones del Cao (en 1946) de la coleccin Clsicos Castellanos; tambin el Sermonario clsico de Miguel Herrero Garca, y el muy importante Preaching in the Spanish Golden Age, de Hillary Dansey Smith, Oxford, Oxford University Press, 1978. Por otra parte, contamos con la edicin e introduccin de la Censura de la elocuencia (Zaragoza, 1648), de Jos de Ormaza, hechas por Giuseppina Ledda, Madrid, El Crotaln, 1985. Asimismo estn los varios estudios de Francis Cerdan (por ejem-plo, la edicin que hizo de los sermones de Paravicino: Fray Hortensio Paravicino. Sermones cortesanos, Madrid, Castalia-Comunidad de Madrid, 1994, y el artculo Oratoria sagrada y reescritura en el Siglo de Oro: el caso de la homila, Criticn, 79, 2000, 87-105. Tambin contamos con el extenso estudio del lenguaje literario de Paravicino que debemos a Emilio Alarcos, Los sermones de Paravicino, Revista de Filologa Espaola, XXIV, 1937, 162-197 y 249-319. Adems, y de manera ms reciente, los interesados en la emblemtica, a la vera de Marguerita Morreale, han estudiado la repercusin literaria de los jeroglficos, va la predicacin, en obras como La pcara Justina. En los ltimos aos Flix Herrero Salgado concluy otro trabajo de gran envergadura: los cuatro volmenes de La oratoria sagrada en los siglos xvi y xvii, Fundacin Universitaria Espaola, Madrid, 1996-2004. En lo que se refiere al sermn novohispano el panorama es ms pobre; aqu son principalmente los historiadores quienes han recurrido siempre desde la ptica de su disciplina a la lectura ms o menos sistemtica de sermones publicados durante los siglos co-loniales: Brian F. Connaughton, El sermn, la folletera y la ampliacin del mundo editorial mexicano, 1810-1854, Secuencia, nueva poca, 39 (sep.-dic. 1997); Car-los Herrejn Peredo, La oratoria en Nueva Espaa, Relaciones, 57, 1994, 57-80; Jorge Alberto Manrique, Retrica y Barroco. Respuesta de Jorge Alberto Manri-que al discurso La oratoria..., Relaciones, 57, 1994, 81-92; David Brading, Siete sermones guadalupanos (1709-1765), Mxico, Centro de Estudios de Historia de Mxico Condumex, 1994 [1993]; y, ms recientemente, Alicia Mayer tambin con algunos trabajos sobre el sermn novohispano como vehculo del guadalupanismo y de la ideologa de la contrarreforma. En el terreno de los estudios literarios, slo durante los ltimos aos ha surgido el inters por los sermones novohispanos. Perla Chinchilla Pawling public en 2004 un libro dedicado a la historia del sermn como gnero literario, donde analiza, partiendo de una rica documentacin, su ubicacin entre la oralidad y la escritura: De la Compositio Loci a la Repblica de las le-tras. Predicacin jesuita en el siglo xvii novohispano, Universidad Iberoamericana,

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    apenas 30 aos, uno de estos estudiosos pioneros del campo se sintiera en la necesidad de aclarar que, adems de ser una funcin religiosa, el sermn constituye un gnero.3

    Sabemos que una de las principales funciones religiosas des-empeadas por el sermn fue siempre la de ser una especie de despertador de conciencias (ttulo que ostenta ms de una obra de edificacin en la poca); pues bien, como gnero lite-rario situado en el encuentro entre oralidad y literariedad, podramos decir que el sermn fungi tambin como desper-tador de conciencias lingsticas y literarias. En relacin con dicho tema, es significativo el hecho de que la transmisin textual del gnero, en ms de una ocasin, refleja la asocia-cin del sermn con el uso y valoracin literaria de las lenguas vernculas Francisco Rico ha recordado que los primeros testimonios escritos de nuestra lengua se encuentran precisa-mente al margen de unos sermones de san Agustn. Por otra parte, no es extrao que encontremos, encuadernados junto a colecciones de sermones y tratados de elocuencia sagrada, o incluso formando parte de stos, escritos dedicados al elogio de la lengua vulgar, reflexiones sobre la traduccin, la lengua literaria, sobre el estilo, el uso y la norma. Jos de Ormaza (1648) se queja de que los espaoles piensan que el latn es ms elegante que su propia lengua porque dice nadie estima lo de casa (Censura, 50). Y antes que l, Bartolom Jimnez Patn, autor de una de las primeras gramticas renacentistas, y autor tambin de uno de los primeros manuales de predicacin impresos en espaol, publica ste junto con una apologa del

    Mxico, 2004. Empieza tambin a ser estudiado el aspecto literario de los sermones novohispanos en algunos trabajos de tesis en la Facultad de Filosofa y Letras de la unam.

    3 In few other literary genres (and I believe that the sermon is a genre as well as a religious function) is the personal voice so difficult to distinguish from the perso-na (Smith,(Smith, Preaching, viii, subrayado mo).

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    uso de la lengua vulgar como lengua literaria, escrita por Fer-nando Ballesteros Saavedra.4

    En el siglo xvii, el clebre predicador cortesano fray Hor-tensio Paravicino, amigo de Gngora, hacindose eco de las polmicas anticulteranas, defiende as la introduccin de nove-dades en la lengua y en la estructura de los sermones: Haber hallado, despus de tantos, algo nuevo en esta lengua [] no es formar otro idioma, sino venerar tanto el vulgar castellano nuestro, que nos prometemos de l la sublimidad clsica de los otros (Sermones, 224). Otro ejemplo que subraya esta tradi-cin es del ltimo cuarto del siglo xviii: Pedro Antonio Snchez Vaamonde incluye, en su Discurso sobre la elocuencia sagrada en Espaa (1778), un hermoso tratado literario que habla sobre el estilo, la lengua literaria, la traduccin, el cambio lingsti-co; y que constituye un verdadero homenaje a la elocuencia y a las buenas letras.5

    El sermn y el teatro. La oralidad

    Por otra parte, y en contraste con este aspecto, el sermn parti-cipa del mbito de la oralidad por todo lo que tiene de represen-

    4 Apologa orada en pblico concurso en prueba de que conviene que se escriban stos y otros libros de qualquier facultad en nuestra lengua vulgar Espaola, del licenciado don Fernando Vallesteros y Saavedra (apud Smith, Preaching, 41). El manual de predicacin de Ximnez Patn se titula El perfecto predicador (1612).

    5 Para hablar de los diferentes niveles del cambio lingstico dice, por ejemplo, que la lengua es semejante a una repblica, cuya variacin consiste, no en que poco a poco hayan muerto sus primeros ciudadanos, sino en haber mudado de leyes o de gobierno (Snchez Vaamonde, 13). Sobre la traduccin hace la siguiente reflexin: Quanto tienen de ms delicado los pensamientos y expresiones de los autores que han escrito con toda exactitud y sutileza se pierde al transferirlos a otra lengua; poco ms o menos como aquellas esencias exquisitas cuyo sutil olor se evapora cuando se mudan a otro vaso (210). Un pensamiento delicado, dice: Es propiamente aquel cuyo primor se esconde a los ms y de cuyo autor se puede dudar si trabaj ms en proponerle que en ocultarle (207 y 208).

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    tacin y hasta de espectculo; y es precisamente en ese mbito donde constituye, junto con el teatro de esos siglos, el lugar por excelencia del encuentro social y un vehculo para la creacin oral del momento. Fue Miguel Herrero Garca el primero que observ (en 1942) que el sermn y la comedia eran entonces los nicos centros de reunin de la sociedad culta y los nicos cauces de la literatura oral en Espaa (Sermonario, xviii).

    Pensemos en una corriente continua de influencia recproca entre el predicador o el autor teatral y su pblico, donde tienen amplia cabida la improvisacin, las referencias a deter-minadas circunstancias del momento (acontecimientos sociales o polticos, sucesos locales, el desarrollo de los festejos del da, etc.), e incluso la interpelacin directa al auditorio. Hay ade-ms otro tipo de paralelismos ms propiamente textuales que apuntan a la idea de teatralidad del sermn: la insercin de dilogos y de apstrofes, la adaptacin del texto al auditorio, el margen para la improvisacin, las didascalias y acotaciones de tipo escenogrfico que forman parte del texto. La carga de oralidad que comparten ambos gneros se ve tambin reflejada en el modo de transmisin y reproduccin de sus textos: tan-to los sermones como las obras teatrales estaban igualmente expuestos a los copistas clandestinos o piratas que, una vez escuchado el sermn o la comedia, volvan a casa a copiarlos de memoria (de ah el sobrenombre de memorillas). Natural-mente, estos personajes haran reelaboraciones ms o menos fieles de los textos escuchados, introduciendo en ellos numero-sas variantes.6

    La circulacin de estas copias entre la gente de letras era mu-cho ms activa de lo que hoy suponemos. De la popularidad de que gozaban muchos sermones, y de la demanda que llegaban

    6 Francisco de Tamayo y Porres memoriz y puso en verso un sermn de fray Antonio de Morato: Sermn en la festividad de San Pedro (Barcelona, 1627), encua-dernado con Sermones de santos, de Cristbal de Avendao (ver Suarez de Figueroa, Plaza Universal de todas las ciencias, 254 y 255, apud Smith, Preaching, 33).

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    a tener las copias impresas o manuscritas de algunos de ellos entre el pblico general tenemos abundantes testimonios; baste con recordar aqu el hecho de que Gngora y sus ami-gos lean con gran inters e incluso intercambiaban entre ellos copias de sermones (Copias de sermones como de sonetos!, exclama Dmaso Alonso), muchas veces para producir elogios o stiras de ellos en verso (Predicadores ensonetados, 97).

    El sermn y el comentario. La conciencia del propio oficio

    La amplia repercusin cultural, literaria y social que el ser-mn alcanz durante esos siglos debi haber determinado, en-tre otras cosas, el hecho de que los predicadores agudizaran la conciencia de su propio oficio; fomentando, como diramos hoy, su orgullo profesional.

    En alguna ocasin he sealado la comunidad de recursos que existe entre el gnero del sermn y el del comentario literario.7 Este hecho resulta, a fin de cuentas, muy natural si tomamos en cuenta que el sermn no deja de ser un comentario al texto de las Escrituras y, como tal, est sujeto a la tradicin exeg-tica. Entre los recursos compartidos por ambos gneros se en-cuentran: la necesaria presencia de autoridades, el uso de la quaestio, el uso de la etimologa como prueba, la introduccin de digresiones geogrficas, genealgicas, cientficas, histricas, mitolgicas o narrativas, etc. Aqu interesa detenernos un poco en otro de esos recursos, caracterstico tanto del sermn como del comentario: las reflexiones de tipo metadiscursivo, que nos permiten asomarnos a la conciencia del propio oficio y del pro-pio proceder que comparten comentaristas y predicadores.8

    7 Cfr. Castao, El sermn en Espaa y Sermones, explicaciones de arcos.8 Smith observ tambin la presencia de estas reflexiones, que explic por el

    hecho de que muchas colecciones de sermones estaban destinadas al uso de pre-dicadores (Preaching, viii-ix). Yo no estoy tan segura, ya que dichas reflexiones

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    Es frecuente, por ejemplo, que un predicador se refiera, en el cuerpo mismo de su discurso, a las partes de que consta un ser-mn. Es el caso del predicador novohispano Bartolom Felipe de Ita y Parra, que simula empezar su sermn con un exordio slo para interrumpir su discurso de la siguiente manera: Deje-mos exordios, no perdamos tiempo, si acaso es perderlo dar a los sermones lo que se les debe. Seis lneas ms adelante vuelve a detenerse para hacer una reflexin: Est propuesta la materia: pidamos la gracia (Brading, Siete sermones, 113). Tambin fray Juan Bautista Taboada interrumpe su discurso para sealar a sus oyentes/lectores cmo va construyndolo:

    [] introducido as y ajustado ya con el evangelio el asunto, y explicada ya tambin la primera parte del thema rstanos la segunda pero as como la primera nos ofreci materia para la salutacin, nos la dar la segunda para el sermn, que ser con acierto si nos asiste la gracia: Ave Mara (etc.) (Taboada, Sermn)

    Muchas reflexiones de este tipo se encuentran en la materia preliminar de los sermones impresos (dedicatorias, aprobacio-nes, pareceres, etc.), como la que hace fray Jos Jardn en la dedicatoria de su sermn a Luis Morote, en la cual, utilizando una metfora textil, se pronuncia por la homogeneidad de ma-teria entre dedicatoria y sermn9 para, lneas despus, subrayar

    aparecen por igual en los sermones sueltos, que circulaban entre un pblico lego y naturalmente ms amplio, y adems se trata de un rasgo que comparten por igual predicadores y comentaristas, que tambin escriban para un pblico relativamente amplio, y que buscaban legitimar su oficio (y su objeto de estudio), encarecindolo frente a pblicos cada vez ms diversos.

    9 Tengo credo que las dedicatorias y los sermones se han de vestir siempre de una tela; porque el predicador, si se ajusta a las leyes de la providencia, no ha de sacar de la tienda de los libros tan escasa la tela de que ha de vestir sus sermones que no sobre de la tela del sermn un retazo siquiera, por si se ofreciere vestir una pobre de-dicatoria, que as excusa la disformidad de los colores y quita el trabajo a los sastres de la oratoria, que si advierten el remiendo, le han de cortar el vestido de una pieza (Brading, Siete sermones guadalupanos, sermn 1).

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    un paralelismo estructural entre ambos.10 Ms adelante volve-remos sobre este rasgo caracterstico de los paratextos de los sermones impresos.

    La forma del sermn

    A pesar de que ni en la Nueva Espaa ni en la Pennsula se contaba con una precisin terminolgica que distinguiera con claridad entre sermn, tratado, homila, comento, pltica, ora-cin evanglica, discurso predicable y otras denominaciones aplicadas a colecciones de sermones, tales como Desperta-dor cristiano,11 los cultivadores del sermn en estos siglos, como hemos visto, parecen haber estado bien conscientes de que trabajaban con un gnero que se distingua por tener una estructura ms o menos precisa. Y se distingua no slo en el sentido de que se poda identificar y diferenciar frente a otras formas parecidas de discurso sino, sobre todo, por el prestigio y la autoridad que le eran concedidos a esta forma especfica de la oratoria sagrada por un pblico compuesto de letrados y co-nocedores, autoridad que, desde luego, tambin era reconocida por el pblico de las clases populares.

    10 [] me determino a formar esta dedicatoria en el Molde de un sermn. Para ste busca el predicador, en el santo, el blanco de los elogios; para aqulla solicita el agradecido en el Mecenas el sujeto de los afectos (Brading, Siete sermones gua-dalupanos, sermn 2).

    11 Un ejemplo: ya en pleno siglo xvii fray Hortensio Paravicino testimonia la pau-latina imposicin del trmino sermn sobre el equivalente de Oracin Evanglica al comenzar as su Sermn de Santa Isabel (1625): Esta Oracin Evanglica, o Ser-mn (como quiere el uso comn, hbito tan imperioso en las voces que suele hacerse tirano de ellas). El editor moderno pone la siguiente nota: Parece, en efecto, que la palabra sermn no se haba impuesto totalmente para designar la Oracin Evan-glica que se predicaba ante un auditorio. En 1588, Fray Pedro Maln de Chaide lo empleaba como sinnimo de tratado para su Libro de la Conversin de la Magda-lena (Paravicino, Sermones, 153). Para el anlisis cuidadoso de la diferencia entre sermn y tratado en este pasaje de Maln de Chaide y con referencias precisas, ver Smith, Preaching, 42-50.

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    Partiendo del hecho bien conocido de que todo sermn tiene como objeto comentar un pasaje de las Escrituras, esta es-tructura ms o menos precisa a que nos hemos referido (la particular forma, o dispositio, del gnero) deriva del sermn universitario medieval, tambin llamado sermn artstico o es-colstico, del que el gnero conserva algunos rasgos que per-manecen razonablemente constantes a lo largo de los siglos, y es tan caracterstica y fcil de reconocer que se presta a la parodia.12 Incluso en una poca tan tarda como lo son las lti-mas dcadas del siglo xviii en la Nueva Espaa, sigue habiendo una conciencia tan viva del molde (clsico o tradicional) del sermn, en sus rasgos esenciales, que al parecer sigue siendo el utilizado por la mayora de los oradores sagrados (al menos aquellos cuyos sermones nos han llegado): tras comenzar con un breve exordio que introduce o declara la letra del evangelio del da o de un pasaje de las escrituras y concluye con una salutacin (Ave Mara), se introduce la narracin del sermn, que parte siempre de un thema, por lo general un versculo de las Escrituras, que luego se divide y muchas veces se subdi-vide en varios puntos que se van desarrollando, o cuestiones que se van probando con autoridades, argumentos, ejemplos. La ltima parte suele consistir en una confirmacin, redondeo o recapitulacin de lo dicho en el sermn, para concluir con una invocacin a Dios o a la Virgen, y una peroracin (exhortacin y despedida al auditorio).

    12 What distinguishes this genre is a particular form, or dispositio, which remains fairly constant throughout the history of preaching and lends itself to parody by vir-tue of being quite easy to recognize. There is always a single main text (thema), and always a division of the text, traditionally a tripartite one in honour of the Trinity: [] There may of course be several divisions and subdivisions, and critics of the scholastic sermon quote gleefully actual or imagined cases of division by words, or even by letters. [] Within the basic sermon framework text and division su-pported by proofs and applications there is room for a great deal of diversity (Smith, Preaching, 44 y 45). Y poco antes: [] a sermon is the more concentrated way of expounding a Gospel text, and it may be recognized as a sermon in that it proposes and illustrates a certain thematic or propositional unity (43).

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    El esquema bsico (texto thema y divisiones apoyadas en pruebas y aplicaciones) es susceptible de todo tipo de modificaciones, lo que llev a los tratadistas a distinguir entre diferentes tipos de sermones (Smith, Preaching, 45-46). Pero, al margen de tipologas y precisiones tericas, interesa resaltar aqu la idea general que de este arte tenan los predicadores y hombres de letras de aquellos siglos, y los esfuerzos que hacan para deslindarlo de otros menos refinados o especializados, ta-les como la homila, el comento, el tratado o la parfrasis. Para ello se referan, de una u otra manera, a su estructura, pero evitaban meterse en demasiadas consideraciones formales. A veces lo hacan aproximndose a la nocin por la va negativa: Quien expone el Evangelio clusula por clusula, sin reducir-lo a unidad, hace o parfrasis, o comento, mas no oracin o ser-mn (Surez de Figueroa, El Pasajero, 145, apud Smith, 44).13

    Es elocuente la manera como Jos de Ormaza, en el captulo VIII de su Censura de la elocuencia [Zaragoza, 1648], explica la organicidad del sermn mediante una analoga con el cuerpo humano. En su tratado no propone un Arte para hacer ser-mones ni sugiere esquemas fijos, por generales que sean. Por el contrario, evita todo tipo de precisiones acerca de la estruc-tura14 sin dejar por ello de hablar de la arquitectura (o de la anatoma) de la oracin eclesistica. Le preocupa sobre todo subrayar la complejidad y el carcter orgnico de su estructura, insistiendo en que el solo hecho de hilvanar citas bblicas y pa-

    13 Tambin en Smith (44), que observa: The absence of any kind of structure or subordination to a chief proposition leads Fray Pedro de Valderrama to admit that his Ejercicios Espirituales are not sermones hechos, ni con tal intento se escribie-ron, sino tratados y ejercicios, donde cada uno puede ejercitar su ingenio []. Y as vern que no tienen salutaciones, ni introducciones formadas, slo es un juntar de material, para que labre cada uno la casa, y le d forma y traza conforme al sitio don-de la ha de edificar . Ejercicios espirituales para la Cuaresma, ii [Madrid, 1604].

    14 El ttulo de su captulo VIII reza: Donde en confusas lneas se idea la arquitec-tura del Sermn. Y luego anuncia: Porque ms claro se vea que ai ms que dezir lugares en un Sermn, advertir confusamente sus partes, etc. [Subrayados mos].

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    trsticas (lugares) no puede llevar nunca a la construccin de un sermn, ya que ste, como el cuerpo humano, debe constar de la proporcionada relacin entre sus partes: cabeza (consti-tuida por una cita de las Escrituras), miembros (las razones hu-manas y divinas), sangre, nervios, y hasta espritu y alma. Jos de Ormaza echa tambin mano aqu, con cierta gracia, de una metfora alimenticia (muy comn en la literatura patrstica, a partir de san Pablo, y en los comentarios literarios, a partir de Dante, para referirse al texto y al comentario):

    El cuerpo de la Oracin Eclesistica consta quiz de ms miem-bros que el cuerpo humano; si no le dan ms que uno, ni aun monstruo llegar a ser, sino un pedazo informe. Sea, pues, la cabeza deste cuerpo un assumpto cuerdamente brioso [...] lue-go la Escritura claro est que la hemos de poner sobre la ca-bea15 []. El miembro que crece a ser mayor que el cuerpo no slo es feo sino intil: de donde se ve qunta monstruosidad es que todo el sermn sea lugares [citas de las escrituras], como oi los vemos. Estas noticias vayan muchas veces digeridas y echas sustancia del discurso. No fiemos tampoco de nuestra razn que siempre ande en boca de otros. Mas los eruditos de estmago no digieren, sino bomitan las noticias con asquerosas arcadas, del modo que las tragaron. Los otros miembros deste cuerpo son las razones ya humanas, ya divinas, tomndose a braos con los vicios y ajustando con ellos cuentas []. De todos estos miembros han de ser sangre y nervios las razones, sentencias, invectivas, apstrofes, reprehensiones, exortaciones, afectos, animado todo de espritu alentado, de ingenio maoso, cuyo discurso ha de ser el alma de todo el cuerpo: ass ser perfecto, hermoso y fuerte con la proporcin de miembros. Miren pues si ai ms que hazer en el Sermn, que hilbanar lugares?

    Hemos visto que los textos preliminares que acompaan a los sermones escritos tambin suelen hacer eco de esa estructu-

    15 Alude al thema o texto bblico con que comienza un sermn.

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    ra, como hacindole homenaje y servicio, constituyndose mu-chas veces en una especie de rplica de la forma y del contenido de los sermones a los que sirven de introduccin. Se dira que su principal funcin fue la de hacer una reflexin que subrayara esa estructura ya cristalizada que fue como la sea de identi-dad del gnero durante varios siglos. Al revisar los sermones novohispanos publicados durante esos siglos se pone de mani-fiesto con cunta frecuencia esos textos preliminares resaltan el tema y la estructura del discurso que introducen, produciendo un efecto parecido al que produce un tramoyista cuando dirige el reflector al actor principal para acentuar ciertos momentos de una obra teatral. O bien, podra ser que la estructura del sermn, tan decantada y prestigiada a lo largo de los siglos, tuvo tal for-tuna que pas a contaminar tambin las dedicatorias, censuras, pareceres y dems elementos paratextuales que acompaaban a las piezas publicadas. Pero, independientemente de las cau-sas de este fenmeno, interesa destacar aqu un dato importante que viene a reforzar an ms la idea de la relacin entre sermn y literatura anunciada en el ttulo: en estos textos preliminares se presta invariablemente ms atencin a cuestiones de estruc-tura y estilo que a cuestiones teolgicas o doctrinales; es decir: en general este tipo de textos resaltan los aspectos literarios del sermn por encima de sus valores de adoctrinamiento moral.

    La figura del predicador

    La imagen que se tena del predicador no slo como autoridad moral, sino tambin como autoridad intelectual, como literato y creador, se refleja igualmente tanto en los preliminares como en el texto del sermn. A continuacin voy a referirme a algunas de estas imgenes del predicador que he encontrado en sermo-nes mexicanos de los siglos xvii y xviii. La primera correspon-de con el tpico del predicador como hombre docto y santo, en

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    clara correlacin con los tpicos clsicos del docto poeta y del probo orador. Esta imagen del predicador debe considerarse, como se haca en la poca, a la luz de las teoras sobre los di-versos tipos de ingenios plasmadas en la obra de Huarte de San Juan, as como a la luz de las constituciones prcticas de varias rdenes religiosas (Smith, Preaching, 24 y 25).

    Mediante un esquema que no deja de tener sus analogas con ciertos clichs actuales en torno a la relacin entre el autor aca-dmico y el escritor profesional, Huarte de San Juan que carga con toda una tradicin de conocimientos protocientficos, sobre todo de medicina, pero tambin de sentido comn opo-ne al ingenio terico (el telogo escolstico) el prctico (el predicador). El primero, dice el mdico humanista del siglo xvi, sabe la razn de lo que toca a su facultad; el segundo las proposiciones averiguadas y no ms; y, con esta base, Huarte seala el peligro que entraa que el predicador, careciendo de la potencia con que se saben de raz las verdades, tenga autoridad de ensear al pueblo la verdad, y el pueblo obligacin de creerle. El telogo poda tener las credenciales para discurrir con ple-na autoridad sobre los ms arduos problemas teolgicos, pero, por otra parte, el radio de influencia inmediata y de incidencia social del predicador era muchsimo ms amplio. Por todo ello, no debe extraarnos, como apuntaba Smith, el hecho de que tantos famosos predicadores que muchas veces eran titulares de ctedras universitarias se esforzaran continuamente por probar su competencia como telogos, y que al igual que los autores de artes de predicar subrayaran, a cada oportuni-dad, el carcter enciclopedista del conocimiento necesario para componer sermones. Y ste es otro aspecto compartido por los comentaristas de poesa cuando se refieren en trminos muy semejantes a las cualidades que deben tener los de su oficio.16

    16 El annimo autor del siglo xvii que escribi en Mxico su Arte breve para hacer sermones, conservada en manuscrito en la Biblioteca Nacional de Mxico, (Ms. 36 bnm) dice tambin que: Para ser grande escripturario (si quieres serlo) y

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    Por otra parte, a la faceta del predicador como moralista y, por metonimia, como hombre virtuoso: el santo predicador/probo orador corresponden algunas imgenes de tipo meta-frico, presentes en los sermones de la poca. Una de ellas es la del predicador y su sermn como los ojos y la luz de su comu-nidad. Veamos un ejemplo: Antonio Ponce de Len, capelln y prosecretario del obispo de Michoacn, en un sermn predicado el da de San Miguel, con motivo del estreno de una nueva y cos-tosa lmpara, donada por los seores del cabildo para la catedral de Valladolid,17 compara al arcngel Miguel con Argos:

    Es Miguel ojo del cordero. No tiene, como el mentido Polife-mo, slo un ojo, antes Argos sagrado, se hace ojos para alum-brar, a fuer de lmpara, en todas partes y a todas luces; por eso, si de Argos cant Ovidio que tena en 100 ojos 100 luces [] esta hermosa lmpara, copia del Argos Miguel, tiene con la de en medio cien luces.18

    tener mucha Copia de lugares en prompto: es menester que hurgues y juegues a mu-chos Vissos la Escriptura y para eso es necesario que sepas muchas exposisiones de P.P., muchas y diversas Verciones, muchos simbolos, sombras, y figuras de la Santa Scriptura, que mires lo antecedente, concomitante y consequente de dichos lugares: el tiempo, el lugar, las Personas, y sus nombres o de estos su significado: Y si tubie-res estudiosa observacion de esto, a buen seguro, se te descubrira espacioso Campo para adequacion de tu ministerio (Modo de fecundarse en la ynteligencia de la Escriptura, 10). Por su parte, Bartolom Jimnez Patn haba dicho: El telogo slo profesa Teologa, ms el predicador no ser perfecto si despus de ser sabio en Teologa no tiene noticia de las matemticas, y es en Retrica de buen lenguaje y accin. Cnones y Leyes sabe, de la Msica entiende, de la Historia no ignora, de Medicina tiene principios, en Cosmografa y Geografa es muy perspectivo, y con esto se halla en l gran fe, caridad, prudencia, bondad y santidad (Elocuencia espa-ola en Arte, Toledo, 1604, fo. 3v, apud Smith, Preaching, 25 y 26).

    17 La lmpara de los cielos el glorioso arcngel san Miguel. Sermn panegrico que en su da 29 de septiembre de 1735 en que se dedic la costosa y primorosa lmpara en la Santa Iglesia Catedral de Valladolid, predic en ella el Br. Joseph Antonio Eugenio Ponce de Len, capelln y prosecretario de visita del Ilmo. y Rmo. Sr. Obispo e Michoacn [...]. En Mxico por Joseph Bernardo de Hogal, 1735.

    18 Esta imagen cobra todo su significado gracias a la introduccin de este sermn, en la que el predicador nos narra la ancdota de su personal encuentro y meditacin con la vela que alumbra su mesa, cuando intentaba reunir fuerzas para empezar a escribirlo.

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    Ponce de Len establece el concepto en torno al cual va a girar el sermn: apoyndose en la autoridad de san Juan, es-tablece la analoga de san Miguel con una lmpara. La nueva lmpara de la catedral de Valladolid tiene cien luces y, como ella, san Miguel es una lmpara de cien luces. A continuacin, como hemos visto, el predicador establece la analoga del santo con Argos, que tiene cien ojos. En la misma tesitura, los auto-res de los dos pareceres que preceden al sermn, Joseph de Eguiara y Eguren y Juan de Mercado, continan el desarrollo del concepto, equiparando el sermn mismo con una lmpara de cien luces, y a ambos sermn y lmpara con la figura de Argos, el guardin de los cien ojos, inmortalizados en los ojos del plumaje del pavo real.19

    La imagen de Argos con sus cien ojos como emblema del texto (del sermn) haba sido aplicada tambin a las glosas o co-mentarios y esta es otra analoga entre ambos gneros por don Pedro de Portugal en las cien glosas a su Stira de felice e infelice vida (circa 1450), donde llama a aquellas hijas del texto, al que compara con Argos por tener cien de ellas.20 En la segunda glosa, tras narrar con detenimiento la historia que se encuentra en Ovidio (Metamorfosis, I), seala que Argos repre-senta la prudencia, y de all pasa a hacer la apologa de su propio oficio de comentarista: e asy como el ojo corpreo al cuerpo alumbra e gua, asy la glosa al testo por senblante manera faze, quitando dudas a los leyentes. E asy como el ojo da trae e causa

    19 Dice Eguiara y Eguren: [] me parece estar viendo en l [sermn] una bien torneada lmpara por el artificio y el ingenio que lleva en su juiciosa contextura y disposicin, tan ajustada a la Oratoria. Y poco ms adelante habla de el azeite de las buenas letras que ha sabido alambicar el estudio del autor.

    20 Fize glosas al testo, aunque no sea acostumbrado por los antiguos auctores glosar sus obras. Mas yo, movido cuasi por neessidat, lo propuse fazer, consierando que, syn ello, mi obra parecera desnuda e sola, e mas causadora de quistiones que no fenesedora de aquellas []. Et, llegando al puerto por mi desseado, leyendo que era tiempo convenible, quise enviar la madre con sus fijas a la vuestra muy sere-na virtud. [] reebid esta mi Argos, e reebid esta indigna sierva vuestra que, be-sando las manos reales, goze de la muy desseada vista (Portugal, Stira, 9 y 10).

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    gozo e alegria, asy la glosa alegra, satisfiziendo a lo obscuro, e declarando lo oculto (Portugal, Stira, 12)

    Para finalizar me referir a otro de los tpicos que ilustran la idea de la predicacin que prevaleca en aquellos siglos y que, una vez ms, refuerza la analoga entre el sermn y el comen-tario. Se trata de la importancia que se les atribuye a ambos no slo para dar lustre al texto, sino para concederle una exis-tencia, adems de oficial, duradera, incluso eterna. En el caso de la predicacin, el texto no es siempre ni exclusivamente las Escrituras, ya que, aunque se sirva de ellas, muchas veces el objeto principal de un sermn es un acontecimiento especfico (nacimientos, muertes, matrimonios, coronaciones, profesio-nes de monjas o sacerdotes), un personaje (sobre todo gente de la nobleza, gobernantes, funcionarios eclesisticos), una fiesta religiosa o cvica, e incluso un objeto importante o sagrado. Mediante su experto conocimiento y uso de la palabra, el pre-dicador tiene el poder de otorgar lustre e inmortalidad a los per-sonajes, acontecimientos y objetos de que habla con la debida maestra en su sermn, revistindolos de una rica significacin, al igual que el comentarista hace con las obras literarias.

    Miguel Romero Lpez de Arvizu, editor del sermn de La lmpara de los cielos, escribe una extensa dedicatoria del mismo al obispo de Michoacn, donde subraya el poder de la palabra (especficamente de la palabra impresa y lo que ms le inte-resa al editor de quienes la producen y la patrocinan) para conceder fama, larga vida y hasta para inmortalizar. En su enca-recimiento de la letra impresa, Miguel Romero llega a decirle al obispo de Michoacn que, si la lmpara del Tabernculo de Israel se mantendr siempre encendida como en su momento orden Dios a Moiss (xodo, XXVII), es gracias a que su descrip-cin ha llegado hasta nosotros impresa en el libro del xodo:

    Hizo Dios a Moiss tesorero del Tabernculo [] y en llegando a la lmpara [] le mand que sus esplendores siempre lucie-ran: [...] S lucir con las dems alhajas, pues su descripcin se

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    imprimi en los captulos del xodo (apud Ponce de Len, La lmpara de los cielos, Dedicatoria, s/f).

    De la misma manera, la flamante lmpara que acaba de es-trenar la catedral de Valladolid en Mxico podr lucir eterna-mente, y su fama y significacin durarn por siempre, gracias al sermn de Ponce de Len, que nos la ha dejado descrita en toda su gloria, revestida de toda una gama de valores simbli-cos ya indisolublemente asociados al arcngel san Miguel. El editor del sermn agradece a los miembros del cabildo de la catedral de Valladolid el patrocinio de la gran lmpara, compa-rando el inagotable celo y caridad de los prelados con el aceite bblico que eternamente se renueva, recurriendo a la etimologa como prueba otro recurso compartido por sermn y comen-tario.21 Luego viene la dedicatoria formal, en la que ensalza al sermn, llamndolo racional lmpara, por la filigrana de sus conceptos, labrados al martillo de su notorio estudio, pues gracias a l podr inmortalizarse el recuerdo de la lmpara real en molde.22

    En estas lneas me he referido slo a unas cuantas imgenes del predicador y de su oficio que circulaban ampliamente en los sermones del Mxico colonial. Sirvan como invitacin para

    21 Valle de Olivas es, en sabida etimologa, Valladolid; leo es la caridad y zelo: pues con el de V.S.Ilma. y los seores prebendados sern inextinguibles los esplen-dores de la lmpara []; que si de una se escribe que sin refaccionarla de azeite, ardi siglos enteros [Vegencio, in Vita Santae Catharinae] fue tanto el de el zelo con que la nuestra se hizo, que por siglos enteros estar en su duracin flamante el lucimiento de V.S. Ilma. Y los seores capitulares, que fieles administradores de la fabrica, la erigieron (apud Ponce de Len, La lmpara de los cielos).

    22 [] por eso yo les dedico la luzida lmpara de este sermn, como a princi-pales autores de la que en l doctamente se describe, sin desinteresarme de la gloria que me resulta de haberse fabricado en mi tiempo, ni sacar de parte al orador de este sermn, pues tiene tanta prenda en nuestro gozo, como recomienda aver hermosea-do la Lampara con la filigrana de sus conceptos, labrados al martillo de su notorio estudio, el que nos facilita inmortalizar el recuerdo de esta obra en el molde, de que es tan digna su racional lmpara, sindolo l, como destello de la familia lucida de V.S: Ilma. (apud Ponce de Len, La lmpara de los cielos).

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    seguir haciendo calas en ese acervo tan rico como poco explo-rado que son los sermones de la poca conservados en el Fon-do Reservado de la Biblioteca Nacional de Mxico. Tomemos en cuenta que la trascendencia literaria del sermn, tambin en tierras americanas, an no ha sido suficientemente aquilatada, y que su comprensin cabal abrir todava ms de una veta en nuestros estudios literarios.

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    REFERENCIAS

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    Zaragoza quien lo dedica Al Ilmo. Seor Doctor Don Juan Joseph de Escalona, y Calatayud, del Consejo de su Majestad, su dignsimo obispo de Michoacn, y a los seores Venerable Dean, y Cabildo de la Sta. Iglesia Catedral de Valladolid. En Mxico por Joseph Bernardo de Hogal, 1735.

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