SEMANARIO Üt F. E. T. DLSTINO - Arxiu de Revistes ...

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DLSTINO SEMANARIO Üt F. E. T. y de las J . O. N. S.. editado por la Delegación de Prensa y Propaganda de la Terri- torial de Cataluña. Núm. 71.—15 O s . 9 de'julio de 1938 II Año Triunfal UNA GENUMION No vamos a exigir & nuestros caídos qu«, sobre el sacrifício de su vida, se vean obligados a aban- derar con su nombre posiciones de partido. No. Precisamente por ellos, por su sacrificio, viene nuestra unión, 0 por ellos se exige. De lo contra- rio, se realizaría, con la misma crudeza con que lo prevenimos, el más monstruoso de los concur- sos. No puede nadie, en este sentido, presenUir e£r tadisticas de sangre. ¡Ay de aquel que convierta en números el heroísmo de sus amigos! Ay del que salga en competencia a discutir ron otros la hegemonía sobre España, y presente para ello, ^como credenciales, el sacrificio de los que estaban próximiis a él. No jhay proximidad posible. No es posible elegír, entre un sacrificio y jotro. Esto no son elecciones. He olvidan las-proximidades y las le- janías; la sangre se mezcla en los campos de España. El sacrificio Ino es de nadie en particular. 6e trata del sacrificio de toda una generación, y aquí f i , hay que ser inexorables. Si se hubiera tratado de una lucha entre partidos políticos, la guerra de España no hubiera sido una; hubieran sido «las guerras'» de España, las que el mundo hubiera presenciado. Pe- |ro porque era la lucha de una generación contra una España vieja, por ello ha sido posible hablar de la guerra de España. De una sola iguerra, de una sola frontera, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo joven (y lo caduco. Entre una manerade «er^y una de no ser. Ahí está esta legión juvenil, con la boina colorada. Próximos a nosotros, con nosotros, porque tienen una juventud de cien años. Y •hay alguien con lanía posibilidad de hacer daño, que quiso inter- ponerse a dividir las dos falanges juveniles, por el único sitio por donde podía dividírselas: por la indumentaria. Triste suerte la de aquella? que np supieron ver que la boina colorada se lleva sobre la cabeza, y la camisa azul sobre el corazón. Triste suerte la de los que no han sabido ver que unos y otros no tienen que renunciar a nada, ni aún a sus símbolos de victoria, para sobrevivir, unidos, a una España caduca. Triste suerte la de los que, temiendo por la muerte de aquella suya tan querida campechanía republicana, quisieron hacer prevalecer a toda costa, sobre un movimiejitp total de Espa- ña, la crudeza inexorable de una de las fracciones, para seguir dis- poniendo del país gracias a minorías, desde donde jugar a saltos políticos, inclinar balanzas, obstaculizar la totalidad de un régi- men de juventud. Triste suerte, porque una sola generación se ha le- vantado en España—el espíritu de una sola generación . A la» ór- denes de este Caudillo joven, Generalísimo de los Ejércitos, la ge- neración de la guerra no será ya más «una generación con el alma partida». EL ORO QUE NO VA Wo es todavía ei oro </ue wue/iv, w, por (iboro, el oro ifue no va. 7rancia -buena ne^ocinMíc— pone en pnitli- tiJ, esta vez, él principio de la in lervención. (fuéremos regatear, sin embargo, esta vez, buetms intencioneA a los franceses. Vejándose guiar por la política serena de Wr. Cbamberlahi. ban asestado un rudo golpe a la Espa ña roja. !Wo se trataba de un simple litigio económico. "Había, de un lado, el valor, nada común, del oro en lili jjio. y en segundo lugar, la significú ción política del fallo. Cuando se tra ta de pesar dos doctrinas o dos acti tudes. entran en juego matices «fue no encajan del todo en los lérminos de la siñeerídad, segundas intenciones, o terceras. Qana el t/ne prei'é /<is tifie rieres consécuencids. £<i menlira, en esos ocasiones, es una mentira baralu Pero ciiiinífo se Iral.i de pesar oro, la mentira es cara. Hay (fue apresurarse, entonces, a decir la verdad íMo sé ad tniten conjeturas. Por esto se ha producido un litigio, por primero vez objetivo, ante las »ui dones enlrc la España roja v In £spa ña 'Nacional. PHIKTO. «TenemtiB el oro. .. Una cosa era descargar iiMteruü de guerra, cobrado en moneda. cMUUttt y sonante, y otra descargar oro. Una cosa es la España roía v olra f.i !Ma cional. Duro «jolpe para fos rojos. 70o po • demos dejar de pensar en aguel jamo so discurso de Prieto. ' Tenemos eí oro', decía. 'Ellos, nada tienen.' y pensamos en ello porgue viene, al cabo de dos años, a dar razón a un aforismo. £1; tiempo es oro. Pata el gue tiene la razón y la fe. claro está. Alvarez del Vayo ba perdido una de las más trascendentales hiitallas ínter' iiiinomiíes y no precisamente por culpa de la Sociedad de Naciones, sino de las na uont'S mismas. Como el oro, va a llegai un motílen- lo en gue Alvarez del Vayo no irá Como el ore. y como los voluntarios extranjeros. Ternura liberal scla vitud E N Barcelona vuelve a publicarse •< Revista de Ca- talunya». May que dar con el trabajo intelectual, como se pueda, una engañosa sensación de nor- malidad, do plenitud, de reflexión fecunda. Sin ex- tremar denasiado la nota marxista. En la zona ro- ja, cuyos resortes vitales ni suelta ni cede Moscú, caben—¿por qué noV—una fachada de «gobierno democrático», un comité «católico» y hasta una re- vista de tono liberal. Cada cual se limita a repre- sentar en la espantosa tragicomedia el papel que le toca. Cada cual, empezando por el llamado «go- bierno», se sabe altado a la Bestia por un contrato de arrendamiento de servicios. Volvamos a la revista. En ella la crítica de libros y el ensayo filosófico no pueden menos que alter- nar con los ecos de la lucha. En el número de mar- zo, por ejemplo, hemos leído unas breves páginas en que se describe un paseo solitario por entre las ruinas del barrio de Cali, en Barcelona. Propónese el escritor explotar las heridas que en la ciudad abrieron las bombas de los aviones. (Pasando en silencio, claro está, la cruel acumulación de obje- tivos militares que convirtió a Barcelona en el más doloroso de los blancos.) Y para mover al lector a la ternura, nos muestra, colgando, inFÓlito, de una pared al descubierto, el retrato de una niña en su primera comunión. El detalle, por eso lo cito, me parece revelador de un típico fariseísmo liberal. Porque el mismo escritor calló- y calla, y seguirá callando—acerca de los horrores de la persecución religiosa Cataluña, en el transcurso de la cual la posesión de unos retratos de primera comunión equivalía tal vez a una sentencia de muerte. «Retamos envenenados por el liberalismo parla- mentario» escribía recientemente Charles Maurras en su periódico. Es verdad. Y la intoxicación se no- ta, sobre todo, en esas alternancias de dura sensi- bilidad y de ternura enfermiza que tan a menú to nos sorprenden en un mismo individuo. Cuando la por G. M. SELVA chusma internacional, con su? «Ligas de los Dere- chos del Hombre», levanta en oleadas de pasión los nombres de Ferrer y Guardia, de Sacco y Vanzetti, de Prestes, cxinvirtiéndolos en banderas de odio, el liberal otorga su simpatía. Los crímenes atroces de la revolución roja, hombres y mujeres sacrificados, por centenares de millares, en holocausto a sus ideas, apenas si rozan, en cambio, la plácida con- ciencia del hijo de Rousseau. Das pesas y dos me- didas. El liberal, ya se ha visto, es beligerante. Lo cómico es que a veces no se da cuenta de serlo. Seguro que Manuel Azaña no se acordaba de su grotesca indignación de 1934 («Mi rebelión en Bar- celona») cuandu las Brigadas del Amanecer des- trozaban lo,s más nobles hogares madrileños. Su detención (¡detenerlo a él!) nos había valido un libro plúmbeo, un Frente Popular, una sed inex- tinguible de venganza... Frente al terror, dos años después, admiramos su sonrisa de sátrapa. Y así otros mil casos. «¿Por qué será tan estúpidamente rojo pregun- taba yo un día este magnifico artista del violon- celo?» «Oh, me contestaba, compungido, un libe- ral : es que detuvieron a uno de sus parientes, en Vendrell, a raíz del 6 de octubre». ¡En Vendrelll Y yo pensaba en aquellos veintidós Hermanos de San Juan de Dios, mártires de la caridad, pasea- dos con befa y escarnio, precisamente por las ca- lles de Vendrell, antes de recibir, entre cantos an- gélicos, las balas asesinas. Y frente a un crimen de tal magnitud, ¿qué pesan, en un corazón bien na- cido, los resquemores del amor propio? No importa: superhombres y hombrecillos, si los intoxicó el liberalismo, seguirán lamentándose a voz en grito de los rasguños recibidos, ciegos y sor- dos al dolor adverso. Por eso su misma sensibili- dad tiene algo de cruel. Ternura liberal, piedad de cocodrilo. I

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DLSTINO SEMANARIO Üt F. E . T.

y de las J . O. N. S.. editado

por la Delegación de Prensa

y Propaganda de la Terri­

torial de Cataluña.

Núm. 71.—15 O s . 9 de'julio de 1938

I I Año Triunfal

UNA GENUMION No vamos a exigir & nuestros ca ídos qu«, sobre

el sacrifício de su vida, se vean obligados a aban­derar con su nombre posiciones de partido. No. Precisamente por ellos, por su sacrificio, viene nuestra un ión , 0 por ellos se exige. De lo contra­r io, se real izaría, con la misma crudeza con que lo prevenimos, el m á s monstruoso de los concur­sos. No puede nadie, en este sentido, presenUir e£r tadisticas de sangre. ¡Ay de aquel que convierta en n ú m e r o s el hero í smo de sus amigos! Ay del que salga en competencia a discutir ron otros la hegemonía sobre España , y presente para ello,

como credenciales, el sacrificio de los que estaban próximiis a é l . No jhay proximidad posible. No es posible elegír , entre un sacrificio y jotro. Esto no son elecciones. He olvidan las-proximidades y las le-j a n í a s ; la sangre se mezcla en los campos de España . El sacrificio Ino es de nadie en particular.

6e trata del sacrificio de toda una generación, y a q u í f i , hay que ser inexorables. Si se hubiera tratado de una lucha entre partidos políticos, la guerra de E s p a ñ a no hubiera sido una; hubieran sido «las guerras'» de E s p a ñ a , las que el mundo hubiera presenciado. Pe-

|ro porque era la lucha de una generación contra una E s p a ñ a vieja, por ello ha sido posible hablar de la guerra de España . De una sola

iguerra, de una sola frontera, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo joven (y lo caduco. Entre una manerade « e r ^ y una de no ser.

Ahí e s t á esta legión juveni l , con la boina colorada. P r ó x i m o s a nosotros, con nosotros, porque tienen una juventud de cien años . Y •hay alguien con lanía posibilidad de hacer daño , que quiso inter­ponerse a d iv id i r las dos falanges juveniles, por el único sitio por donde podía d i v i d í r s e l a s : por la indumentaria. Triste suerte la de aquella? que np supieron ver que la boina colorada se lleva sobre la cabeza, y la camisa azul sobre el corazón. Triste suerte la de los que no han sabido ver que unos y otros no tienen que renunciar a nada, ni aún a sus s ímbolos de victoria, para sobrevivir, unidos, a una España caduca. Triste suerte la de los que, temiendo por la muerte de aquella suya tan querida c a m p e c h a n í a republicana, quisieron hacer prevalecer a toda costa, sobre un movimiejitp total de Espa­ña, la crudeza inexorable de una de las fracciones, para seguir dis­poniendo del país gracias a minor í a s , desde donde jugar a saltos polít icos, incl inar balanzas, obstaculizar la totalidad de un régi ­men de juventud. Triste suerte, porque una sola generación se ha le­vantado en España—el esp í r i tu de una sola generación— . A la» ór­denes de este Caudillo joven, Genera l í s imo de los Ejércitos, la ge­neración de la guerra no será ya más «una generación con el alma pa r t ida» .

EL ORO QUE NO VA Wo es todavía ei oro </ue wue/iv, w,

por (iboro, el oro ifue no va. 7rancia -buena ne^ocinMíc— pone en pnitli-

tiJ, esta vez, él principio de la in lervención. (fuéremos regatear, sin embargo, esta vez, buetms intencioneA a los franceses. Vejándose guiar por la política serena de Wr. Cbamberlahi. ban asestado un rudo golpe a la Espa ña roja. !Wo se trataba de un simple litigio económico. "Había, de un lado, el valor, nada común, del oro en lili jjio. y en segundo lugar, la significú ción política del fallo. Cuando se tra ta de pesar dos doctrinas o dos acti tudes. entran en juego matices «fue no encajan del todo en los lérminos de la siñeerídad, segundas intenciones, o terceras. Qana el t/ne prei'é /<is tifie rieres consécuencids. £<i menlira, en esos ocasiones, es una mentira baralu Pero ciiiinífo se Iral.i de pesar oro, la mentira es cara. Hay (fue apresurarse, entonces, a decir la verdad íMo sé ad tniten conjeturas.

Por esto se ha producido un litigio, por primero vez objetivo, ante las »ui dones enlrc la España roja v In £spa ña 'Nacional.

PHIKTO. «TenemtiB el oro. ..

Una cosa era descargar i i M t e r u ü de guerra, cobrado en moneda. cMUUttt y sonante, y otra descargar oro. Una cosa es la España roía v olra f.i !Ma cional.

Duro «jolpe para fos rojos. 70o po • demos dejar de pensar en aguel jamo so discurso de Prieto. ' Tenemos eí oro', decía. 'Ellos, nada tienen.'

y pensamos en ello porgue viene, al cabo de dos años, a dar razón a un aforismo.

£1; tiempo es oro. Pata el gue tiene la razón y la fe.

claro está. • Alvarez del Vayo ba perdido una de

las más trascendentales hiitallas ínter' iiiinomiíes

y no precisamente por culpa de la Sociedad de Naciones, sino de las na uont'S mismas.

Como el oro, va a llegai un motílen­lo en gue Alvarez del Vayo no irá Como el ore. y como los voluntarios extranjeros.

Ternura liberal

scla

vitud

E N Barcelona vuelve a publicarse •< Revista de Ca­ta lunya» . May que dar con el trabajo intelectual, como se pueda, una engañosa sensación de nor­

malidad, do plenitud, de reflexión fecunda. Sin ex­tremar denasiado la nota marxista. En la zona ro­ja, cuyos resortes vitales n i suelta ni cede Moscú, c a b e n — ¿ p o r q u é noV—una fachada de «gobierno democrát ico», un comité «católico» y hasta una re­vista de tono liberal . Cada cual se l imi ta a repre­sentar en la espantosa tragicomedia el papel que le toca. Cada cual, empezando por el llamado «go­bierno», se sabe altado a la Bestia por un contrato de arrendamiento de servicios.

Volvamos a la revista. E n ella la cr í t ica de libros y el ensayo filosófico no pueden menos que alter­nar con los ecos de la lucha. En el n ú m e r o de mar­zo, por ejemplo, hemos leído unas breves páginas en que se describe un paseo solitario por entre las ruinas del barrio de Cali , en Barcelona. Propónese el escritor explotar las heridas que en la ciudad abrieron las bombas de los aviones. (Pasando en silencio, claro está, la cruel acumulac ión de obje­tivos militares que convir t ió a Barcelona en el m á s doloroso de los blancos.) Y para mover a l lector a la ternura, nos muestra, colgando, inFÓlito, de una pared al descubierto, el retrato de una n iña en su primera comun ión . El detalle, por eso lo cito, me parece revelador de un t íp ico far iseísmo liberal . Porque el mismo escritor calló- y calla, y segu i rá callando—acerca de los horrores de la persecución religiosa Ca ta luña , en el transcurso de la cual la posesión de unos retratos de primera comunión equiva l ía tal vez a una sentencia de muerte.

«Retamos envenenados por el l iberalismo parla­mentar io» escr ib ía recientemente Charles Maurras en su periódico. Es verdad. Y la intoxicación se no­ta, sobre todo, en esas alternancias de dura sensi­bil idad y de ternura enfermiza que tan a menú to nos sorprenden en un mismo individuo. Cuando la

por G. M. SELVA

chusma internacional, con su? «Ligas de los Dere­chos del Hombre» , levanta en oleadas de pas ión los nombres de Ferrer y Guardia, de Sacco y Vanzetti , de Prestes, cxinvirtiéndolos en banderas de odio, el liberal otorga su s impat ía . Los c r ímenes atroces de la revolución roja, hombres y mujeres sacrificados, por centenares de millares, en holocausto a sus ideas, apenas si rozan, en cambio, la p l ác ida con­ciencia del hijo de Rousseau. Das pesas y dos me­didas. El l iberal , ya se ha visto, es beligerante. Lo cómico es que a veces no se da cuenta de serlo.

Seguro que Manuel Azaña no se acordaba de su grotesca indignación de 1934 («Mi rebelión en Bar­celona») cuandu las Brigadas del Amanecer des­trozaban lo,s m á s nobles hogares madr i l eños . Su detención ( ¡de tene r lo a é l ! ) nos había valido un l ibro p lúmbeo , un Frente Popular, una sed inex­tinguible de venganza... Frente al terror, dos años

después , admiramos su sonrisa de s á t r apa . Y así otros mi l casos.

« ¿ P o r qué será tan e s t ú p i d a m e n t e rojo pregun­taba yo un d ía este magnifico artista del violon­celo?» «Oh, me contestaba, compungido, un libe­ral : es que detuvieron a uno de sus parientes, en Vendrell, a raíz del 6 de oc tubre» . ¡En Vendre l l l Y yo pensaba en aquellos vein t idós Hermanos de San Juan de Dios, m á r t i r e s de la caridad, pasea-dos con befa y escarnio, precisamente por las ca­lles de Vendrell , antes de recibir, entre cantos an­gélicos, las balas asesinas. Y frente a un cr imen de tal magnitud, ¿ q u é pesan, en un corazón bien na­cido, los resquemores del amor propio?

No impor ta : superhombres y hombrecillos, si los intoxicó el liberalismo, s egu i r án l a m e n t á n d o s e a

voz en gri to de los r a sguños recibidos, ciegos y sor­dos al dolor adverso. Por eso su misma sensibili­dad tiene algo de cruel. Ternura liberal, piedad de cocodrilo.

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Comentario

Una revolución necesaria

En España el índice medio de la vida es bajo, singularmente por lo que afecta a la vivienda. El labriego, el obrero de la fábrica, habitan casas fal­tas de condiciones higiénicas. El traba­jador no siente la atracción estética de la casa en que vive. Le basta alimen­tarse bien, cubrirse bien. La casa le tiene sin cuidado. Los incrementos de fu salario, las ganancias que pueda experimentar por causas ajenas a su trabajo habitual, las invierte, casi in­variablemente, en elevar su tenor de vida vegetativa. Y si bien es cierto que el hombre que no se alimenta lo sufi­ciente tiende a mejorar su régimen ali­menticio, que el hombre que pasa frío tiende a vestirse con mejores y mayor número de prendas, no lo es menos que la natural primacía de que estos problemas gozan en la vida del hom­bre redunda en perjuicio de otros que. pese a la frivolidad de su apariencia, no son menos importantes.

Países cuya industrialización es más adelantada que la del nuestro, nos de­muestran estadísticamente que el índi­ce de mortalidad entre la clase obre ra decrece no solamente en proporción inversa con laa elevación de su régimen alimenticio, sino también con el per­feccionamiento de su vivienda. Las piezas bien ventiladas, con arreglo a criterios modernos; el agua al alcance, la limpieza facilitada por la Hnea de construcción sencilla, son elementos que influyen en la moral y en el físico del hombre, que a la larga determinan en él un estado de ánimo permanente, con todas las consecuencias que esto tiene sobre su salud física.

Y si la clase obrera descuida por completo ese magno problema, ¿qué diremos de la clase media? Pues que la mayor parte de la clase media sue­le ignorarlo en España tanto como la clase obrera. La clase media come, se viste y va al cine o al café. La clase media es la protectora entrañable de la industria del bar, con detrimento de la del mueble. La clase media descui­da el hogar por ir al café y al cine. Siente hacia estas dos industrias una benevolencia digna de mejor causa. Y como se encuentra luego con que su tasa aparece algo varía, algo descui­dada, carece de ese calor que despi­den las cosas reunidas con sacrificio y cariño día tras día, sigue yendo al ftífé y al cine, como si huyera de las paredes de su casa y se hallara mtjor entre los chabacanos adornos del bar y del teatro, rodeada por algunas amis­tades ocasionales y por un sin fin de desconocidos. Es un círculo viríoso del que difícilmente consigue salir el que se deja arrastrar por su inercia. Reconozco que existen excepciones; pero el fenómeno es tan extendido que no puedo menos que compararlo con una regla. La manía del café ha traído consigo una innegable decadencia del gusto. Se gasta en el bar y en el cine una cantidad que, ahorrada, se aplica­ría, como antaño, a la mejora del am-hiente habitual de cada día: la casa. Con ello, faltándole la protección ne­cesaria del público a las industrias que se aplican al adorno de interiores, és­tas tienen que producir forzosamente mercancía más barata, peor, por tanto, en todo sentido, porque se generaliza y se estraga el gusto del adquisidor por faltarle el término de compara­ción, que es' el que, en definitiva, de­termina la selección del gusto. Falta ese Culto a la casa que hace que pros- -peren todas las actividades encamina das a hacerla mejor, más agradable en tfl aspecto y más habitable.

La clase obrera, bien es verdad, ca­rece de los medios necesarios para obviar el inconveniente de su vivienda. La mejora incumbe a las Empresas, a los propietarios agrícolas, a los patro­nos ,a quienes, en general, posean los medios para construir el alojamiento del trabajador. En cuanto a. la clase media, que suele tener esos medios en su manos, el problema es distinto. Se trata aquí de una educación nueva, mejor dicho, de una reeducadón, por­que tiempos hubo, y no muy lejanos.

La semana de 40 horas No es pr«cisain«nte la Oficina I n ­

ternacional del Trabajo una insti­tuc ión derechista. No lo es, n i por el esp í r i tu de quien la fundara, AÍ-; bert Thomas, procedente de las f i ­las socialistas francesas; n i por el sentir de sue funcionarios, marxis-tas o izquierdistas, salvo honradas excepciones; n i por el esp í r i tu d*-las delegaciones obreras, marxistas en su mayor parte, y que son 1 -i - que mayor ruido n>eten. No es de ex­t r a ñ a r , pues, que el izquierdismo informe con harta frecuencia los te­ma? puestos a debate.

El problema de la semana de 40 horas de trabajo no tiene en sí mismo un ca rác t e r i n t r ín secamen te izquierdista, pero parece re­sultar así de la or ien tac ión q u la O. I . T. \e ha dado.

La política de los países llamados "democrAticos» gira desde hace años en to rno de una terr ible pesadilla : la de la competen­cia en las promesas a la masa obrera. No es que importe gran cosa el bienestar de esa masa, pero <le ella vienen los votos para las per iódicas elecciones, y la p rác t i ca ha demostrado que el obre­ro, excesivamente candido y c r é d u l o , se incl ina del lado que le promete más .

Esa competencia de promesas ee en realidad el origen de la semana de 40 horas, por m á s que la Oficina Internacional del Tra­bajo haya querido disfrazar el problema d á n d o l e el aspecto más científico de la reducc ión del paro obrero.

Incluso desde este ú l t imo punto de vista, e l absurdo es tan grande, que la experiencia del t iempo transcurrido desde que la O. I . T . hizo suya por vez pr imera la cues t ión , hasta las .cesio­nes de los pasados d ías , en que figuró como tema pr inc ipal , ha sido bastante para hacerla fracasar.

La cues t ión , puesta de un modo simplista, es de una claridad meridiana. Resuélvese por la regla de tres: Si para ejecutar un trabajo determinado se necesitan tantos obreros trabajando 48 ho­ras por semana, para ejecutar e l mismo trabajo trabajando 40 ho­ras por semana, ¿cuán tos obreros se neces i t a r án? Indudablemen­te, e l n ú m e r o de obreros aumenta, y la cifra de los parados se re­duce.

Mas |oh i r o n í a s del destino!, en la prác t ica falla la a r i tmé - , tica y el n ú m e r o de los parados aumenta.

As i , por lo menos, acaba de ocurr i r en Francia, donde el re­bultado lia sido aumentar considerablemente e l n ú m e r o de los funcionarios de los servicios púb l i cos , con aumento correspon­diente del presupuesto del Estado, a l paso que el n ú m e r o de obre­ros ocupados en^as empresas privadas, m á s bien ha disminuido.

Nadie podr ía cri t icar a la Oficina Internacional del Trabajo porque estudiase el problema d f la jornada de 40 horas, y fuere publicando los resultados de sus estudios, como ha hecho con otros asuntos. Es su fuerte y en ello se ha ganado merecida fama. En lo que ha pecado tal vez es en hacer suyo el problema y en darle ú n alcance de cosa imperiosa que no podía tener.

por DIEGO VICTORIA

La Oficina Internacional del Trabajo no reconoce a ol ía lás-pafía que la de Negr ín , por m á s que, con los 'Estatuios en la ma­na las condiciones que allí se exigen. Con todos los honores ha sido na las condiciones que ellí se exigen. Con todos los honores ha sido recibido el ministro del Trabajo, Jaime Aiguder, el de !a "ara de Robespierre, y a los delegados obreros y « ¡pa t rona l e s !» de Espa­ña «gube rnamen ta l» . En la zona roja no quedan patronos, pero no ha costado nada encontrar un vasco'«católicon que se prestase a la comedia.

Tan «bri l lante» delegación «española» se ha desentendido de las 40 lloras y de todos los d e m á s temas a tratar, ded icándose tan solo a colocar en todo momento, y sin gue viniese a cuento, los fa­mosos puntos de Negr ín .

El vasco citado, un t a l Velar, no lia dejado de priK-lamar a los cuatro vientos que en la E s p a ñ a «gubernamenta l» se respe­ta la propiedad y que el Gobierno de Barcelona defiende lá re l i ­gión. Y por supuesto, no de jó de visi tar al Vicario General de Gi­nebra, a quien quiso convencer de que, aunqui» no quedan igle­sias, porque todas ellas eran fortalezas de los «facciosos», n i ape­nas curas, porque eran unos trabucaires, nadie impide el culto éh liarcelona y otras partes. Que se dice misa en el Centro Vasco de Barcelona, y que í i no hay m á s misas, es porque los curas son unos cobardes, que no se atreven a salir con solana a la calle, n i los obispos con la mit ra y el bácu lo .

Yo no sé si en la España de Franco se es tablecerán o no las 40 horas. Sospecho que por de pronto h a b r á m á s trabajo que pa­ra eso. Pero lo que si sé ec que el problema no in te resará j a m á s con el fin de halagar a l obrero. tBn E s p a ñ a no se ha de halagar a nadie, n i a obreros n i a patronos, y todos ellos han de ser invita­dos a cumpl i r sus «deberes», antes que reivindicar sus derechos.

E l obrero de los países democrá t i cos parece eximido do todos los deberes, incluso el del patriotismo, con lo que se ha hecho a la idea (!<• que la patria sólo existe para aumentarla los salarios y d isminui r le las horas de trabajo.

Una concepción nueva debe elevarse en E s p a ñ a : la de la dig­nificación del obrero, entre otras cosas, por el patriotismo activo. E l nivel de vida del obrero ha de ser elevado, no para captar sus votos n i su influencia por e l n ú m e r o , ¿ino porque asi lo exige su dignidad de hombre y de español . Nadie h a b l ó m á s claro ni m á s fuerte en este aspecto que José Antonio, n i en parle aliruna se apunta mejor que en e l Fuero del Trabajo, donde, a la par que se promete que «se l imi ta rá convenientemente la du rac ión de l a jornada para que no sea excesiva» y que «se c r e a r á n las inst i tu­ciones necesarias para que en las horas libres y en los recreos de los trabajadores, tengan éstos acceso al disfrute de todos los bie­nes de la cul tura, la a legr ía , la mi l i c i a , la salud y el depor te» , se recuerda que «el derecho de trabajar es consecuencia del deber impuesto a l hombre por Dios para el cumplimiento de sus fines individuales y la prosperidad y grandeza de la P a t r i a » , y que «ser­vicio es el trabajo que se presta con h e r o í s m o , des in te rés o abne­gación, con á n i m o de contr ibui r al bien superior que España ro-p resen ta» .

Luis Companys, aquel que el 6 de octubre dejó impreso en el aire espa­ñol lo más abyecto de su vocabulario, aprendido en la mejor escuela del pis­tolerismo, y que ya antes, pero sobre todo a partir de aquella fecha hasta el presente, se había definido como el mayor de los desvergonzados, acaba de pronunciar en zona roja un discur­so breve y suculento. En el acto de despedida a los reclutas del reempla­zo 192 y 1926, soltó frases como las siguientes:

"Para cumplir las necesidades de la lucha, el Gobierno os ha confiado el honroso cargo de defender la unidad y h libertad de España que el fascis­mo quiere aplastar."

Y más tarde: "Al incorporaros al Ejército vais a

luchar al lado do lo mejor de la ju-veniud española, y con ella habéis de cooperar en la defensa de la libertad de España; tenéis que demostrar los valores de la raza, demostrar al mun­do que el espíritu indómito del pueblo español no pereció con la muerte de los conquistadores que llenan páginas y páginas de la historia patria."

Estas son las palabras que el héroe anarcoseparatista (pistolero, q u i z á s únicamente) del 6 de octubre pronun­cia en estos momentos.

No es posible ya mayor vergüenza

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en que los españoles producían más arte del que producen hoy. Y esto no se debía sino a la necesidad que expe­rimentaban de rodearse de un ambiente agradable, porque en él se sentían "en su casa". Si tos españoles fuéramos más amantes de nuestra casa y lo fué­ramos menos de la calle, ¿qué duda cabe que en un santiamén evoluciona­rían las industrias en forma de que lograríamos una casa buena, bonita y barata? Pero ahora, precisamente por lo que he dicho, lo bueno y bonito es caro. El Estado nuevo, en su acertado plan de iniciativas, incluirá seguramen­te las que produzcan esa necesaria re­volución en la vida de los españoles.

J G

E C O S que esta para la República española, ni mayor tragedia que la de la pobla ción agobiada, que soporta, sobre las huellas de los crímenes de Luis Com­panys, la desfachatez pública de su ci-

El Comisarlado de Servicios Eléctri­cos de Cataluña publica en la Prensa del 5 del actual las reglas para el em­pleo de fuerza eléctrica en los ramos de fabricación que no tengan conce­siones especiales, como industrias de guerra. Para el reparto de la fuerza se divide el país en seis zonas, y para las primeras tres semanas se fijan las si­guientes reglas:

En la primera semana, las fábricas de la zona primera trabajarán desde las seis a las catorce, y las de la zona tercerá desde las caturce a las veinti­dós.

En segunda semana, las fábricas de la zona segunda trabajarán desde las seis a las catorce, y las de la zona tercera desde las catorce a las veinti­dós.

En la tercera semana las fábricas de la zona sexta trabajarán desde las seis a las catorce, y las de la zona cuarta desde las catorce a las veintidós.

Por lo tanto, las fábricas trabajan una semana ocho horas diarias y están paradas dos semanas, o sean, dieciséis horas semanales de trabajo, término

medio en el período de tres semanas.

I n estas circunstancias es difícil au­mentar la producción ni servir los mé todos rusos de stakanovismo.

El único medio de salvar la situación era reconquistar los ceñiros producto res de fuerza de Tremp, Camarasa, etcétera, que fueron los objetivos de los últimos ataques de los rojos en Cataluña, que les produjeron la pérdi­da de más de 30.000 hombres, sin re­sultado. El pequeño resto de fuerza eléctrica con que cuenta todavía Cata­luña proviene principalmente de An­dorra, y está amenazada por los pró­ximos avances de nuestras tropas hacia el norte de Cataluña. Por lo tanto, hay pocos visos de mejoría.

El día 15 de junio se celebró en Barcelona la "Resta del Libro". Con motivo de esa jomada se ha puesto más que nunca al descubierto la inten­sidad de la propaganda comunista. "La Vanguardia" de ese día llena largas columnas con los anuncios de las bi­bliotecas comunistas.

Las Ediciones del Partido Comunis-iii de España anuncian cincuenta y tres

Robras, todas ellas publicadas "durante filos meses de lucha", además de las sediciones de tarjetas postales de Le-9!nin, Stalin, Dimitrov, Vorosilov, José pDíaz y La Pasionaria.

Las, £ d I Q Í O i i Lutopa-AmériLti anuncian nada menos que 127 obras

comunistas, agrupadas bajo diversos

títulos de serie: "Clásicos del marxis-moleninismo", con 23 volúmenes; "Pu­blicaciones sobre la Unión Soviética", con 24 volúmenes; "Biografías y epi sodios revolucionarios", con 22 volú menes; 'E l movimiento stajanovista", con cinco volúmenes; 'La juventud y el marxismo", con siete volúmenes; "La lucha contra el trostskismo", con once volúmenes; "Pequeña colección Stalin", con siete volúmenes; "Peque­ña colección. A los veinte años de la Revolución de octubre", con cinco vo­lúmenes; "A B C del marxismo", con un volumen; "Documentos revolucio­narios", con dos volúmenes; "Litera­tura revolucionaria", con ocho volú­menes.

Hemos citado solamente las colec­ciones exclusivamente comunistas, de­jando a un lado las numerosas obras de carácter comunista incluidas en otras colecciones.

Nada tiene de extraño que, al día siguiente, la misma "Vanguardia" bi cíese el siguiente comentario: " . . . Al gunas ediciones económicas editadas por una Editorial para la juventud se agotaron. J con ellos —ino diga mosl— los cliisicos del nninrismo, las publicaciones sobre la Vnión Soviéti ca, las biografías y episodios revolucio­narios...'

Y, como si esto fuera poco, añade el mismo periódico: "Por las Ramblas y otras calles céntricas postularon mu­chachas de la Asociación de Amigos de la U. R. S. S., que prendieron ban deritas a los ciudadanos. La recauda ción se destina a fines culturales."

Es de notar que, mientras en gene ral los libros, en la zona roja, han su bido diez y doce veces de precio, * al compás de la desvalorización de la moneda roja, la literatura comunista se vende a precios equivalentes aaos que regían para libros de igual presen­tación antes de la guerra. Los precios oscilan entre 0,35 pesetas y cuatro pe­setas rojas, con lo cual no se paga ni siquiera el papel ¿Quién pasa el res­to del costo?

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Consideraciones sobre los

bombardeos Cuando se escribe sobre bom­

bardeos y los destrozos que cau­san, suele ser en un tono de vio­lenta indignación contra los ata­que; pero no se tienen nunca en cuenta los motivos de éstos ni si la parte atacada tomado las m á s elementales medidas para evitar los daños. En este sentido, los rojos tienen en muchos casos una responsabilidad. Lo general es —según los datos de los ro­jos— que las bombas, principal­mente, matan mujeres y niños, lo cual, aunque puede parecer un poco extraño, tiene su explica­ción, si, por ejemplo, como pu­dieron comprobar los diputados del Labonr Party inglés en su vi­sita a Madrid, se conservan abier­tas grandes escuelas de niños en los barrios que están directamen­te en la línea de fuego. También es inevitable que los bombardeos dirigidos contra objetivos milita­res c a us e n víctimas inocentes cuando las fábricas de municiones y otras instalaciones militares es­tán emplazadas en medio de ba­rrios de densa población, dentro de grandes ciudades. De esto es un ejemplo típico Barcelona, don­de hay, aproximadamente, dos­cientos objetivos militares dentro de la población y la zona de! puerto, donde, además, se des­cargan a diario grandes cantida­des de material de guerra del ex­tranjero.

Después de que la conquista de parte de la costa del Mediterrá­neo ha dividido la España roja en dos, todo transporte de armas y municiones para la parte sur tie­ne que hacerse por vía marítima. Con ello se convierten automáti­camente en objetivos militares los puertos de descarga, lo cual ex­plica los repetidos bombardeos de poblaciones como Valencia, Ali­cante, Candía, Denia, etc. Se tra­ta aquí de bombardear los puer­tos, no las poblaciones. Por esta razón, en Alicante, donde la edi­ficación está encima del puerto, ha habido m u c h a s víctimas; mientras que en Valencia, cuyo puerto, El Grao, está a conside­rable distancia, afortunadamente ha habido que lamentar menor cantidad de muertes.

Al cortarse las comunicaciones por tierra entre Valencia y Bar­celona, ha adquirido capital im­portancia para las autoridades ro­jas el aumentar y asegurar el trá­fico marítimo. Como la flota de guerra de los rojos no se atreve a salir de Cartagena para romper el bloqueo, es imposible que barcos españoles puedan encargarse del transporte entre las dos partes de la España roja, por lo cual hay que encomendar el mismo al to­nelaje "neutral". Por esta razón, son barcos rojos españoles, bajo pabellón extranjero, y la flota ex­tranjera de contrabandistas pro­fesionales, los que se encargan de este tráfico.

Con el dinero del Gobierno rojo se ha fundado la Casa arma­dora "inglesa" "Mid-Atlantic", v la "francesa" "France - Naviga-. t lon' , cuyos barcos trafican los puertos rojos. A! mismo tiempo, los especuladores v contrabandis­tas, oue nunca faltan atando aso­ma el espectro de la guerra, han fundado una serie de Emnresas que no tienen que ver con el trá­fico marítimo corriente. I.as ave­riguaciones e n Inglaterra h a n puesto en claro que en muchos casos se ha tratado de aventure­ros extranjeros, en su mayoría rumanos y griegos. Cuando se tiene en cuenta que no cuesta más que una» ochenta libras esterli­nas el abanderar itn barco en In­glaterra, se comprende que sale a cuenta, si con ello se logra la pro­tección del Unión Jack para el tráfico de contrabando, y aL mis­mo tiempo se excita la opinión Mica ipglesa contra 'Ips crimina-IÍS atentados contra el comerció Itga!".

Rojos y blancqs en Ginebra

La Falange

Las esladisticas de 1937 acusaban para Ginebra un aumento de 6U0 habiiantes. No es gran cosa, pa­ra una población de 140.000 almas, pero los gine-brinos celebraron el acontecimiento, por cuanto en los años anteriores, la poblac ión iba m á s bien dis­minuyendo.

No decían las «©tadfsticas a q u é se a t r i b u í a el crecimiento, pero los que estamos en el secreto de la cosa bien podemos expl icar lo : esos (500 habitan­tes que Ginebra cuenta de m á s son los españoles (de Ca ta luña casi todos) refugiados y los ginebri-nos que buyeron de la zona lo ja eso.iftola. La cifra es aproximadamente exacta.

Probablemente, las es tadís t icas de 1938 a c u s a r á n otra vez un descenso, pues nuestros compatriotas, poco a poco, pasan otra vez la frontera españo la , aunque no ya por (Port-Bou, sino por I rún .

Más felices que en Ginebra se sienten en San Se­bas t ián , en Burgos, en Sevilla, donde comparten con los d e m á s españoles las penas de la guerra y las a legr ías de las continuas victorias.

Mas, otros españoles , aunque mal les es té este nombre, v e n d r á n probablemente a llenar el vacío que dejan los repatriados. En realidad, algunos ro­jos empiezan a llegar ya, como aves anunciadoras de la bandada que se aproxima.

A Ginebra a c u d i r á n , desde luego, los ricos, aque­llos que durante su «actuación» hayan logrado reu­n i r , con los despojos de lEspaña, un capitalito, que tienen m á s seguro en los bancos suizos que en los franceses, donde los «compañeros» del F ron l Po-puiaire llevan a mal traer las finanzas.

iEn Ginebra e s t án ya, desde tiempo a t r á s , los h i ­jos de Alvarez del Vayo, instalados en el magn í ­fico Colegio Internacional. De buena fe quiso lle­var t ambién allí los suyos un oculista cé lebre de Barcelona, y al preguntar al director si hab ía otros alumnos españoles , contestó el profesor, orgulloso: « jPues , , ya lo creo!, aqu í tenemos a los hijos del señor Alvarez del Vayo». « ¿ A h , s í?—repuso el ocu­lista—, le agradezco la advertencia. Los m í o s no v e n d r á n ciertamente a hacerles compañía .»

Negrín tiene t ambién en Ginebra a un hi jo suyo. Hace poco tiempo, desde j u e los c o m p a ñ e r o s de su edad se baten en España roja en la «br igada de los bebés». Es tá instalado en la Gasa de España , que coincide con la del violoncellista Brandia, Boule-vard Helvé th ique , 15.

Cipriano Rivas Cherif ya no es tá en el consulado, y ets una lás t ima , pues con sus meteduras de pata se hab ía hecho popularisimo en Ginebra;

«L'Action Nat ionale», e l per iód ico de los nacio­nalistas suizos, era su pesadilla. Como por arte d^ magia, todo documento comprometedor iba a pa­rar directamente desde el despacho del cónsul a la redacción del per iódico. Pr imero fué un recibo en que A . de Prato, redactor del «Journa l des Nat ions», reconocía haber recibido de Rivas Cherif 10.000 francos suizos. ¡Publicado el au tógrafo en «L'Action Nationale», a r tpóse el mayor e scánda lo del a ñ o . I n ­tervino el Gobierno suizo, y De Prato fué expulsa­do del territorio de' la Confederación Helvética.

¿E sca rmen tó Rivas Cherif de su temporal des­cuido? No, señor . A las pocas semanas, la misma «Aclion Nationale- publicaba otro autógrafo en que

Rivas Cherif apa rec ía como traficante de armas, i n ­fringiendo así la ley de la neutralidad suiza. Esta vez el mismo cónsul estuvo a pique de ser expul­sado.

Vino luego el regocijo de los ginebrinos al ver resucitar en las p á g i n a s de «L'Action Nationale» una i lus t rac ión de los d í a s en que Rivas Cherif p i ­saba las tablas del teatro. En el la apa rec í a el cón­sul, de «caballero español» , rendido a los pies de una e n m i r i ñ a d a dama.

De la m á s monumental de las planchas de Rivas Cherif no diremos nada. J a m á s su c u ñ a d o A z a ñ a tuvo mayor disgusto.. Pero, la verdad no puede to­d a v í a revelarse, y apuntamos el caso sólo para que conste que no nos ha pasado por alto.

No es rojo vivo, e l cufiado de Azaña. Es par­t idar io decidido de la mediac ión , vayan ustedes a saber si por convicción o por in te rés personal. Pues ¡qué se rá de él , como de otros muchos, como esa mediac ión no se produzca! Por ese motivo, según referencias que podr í amos l lamar casi «oficiosas» fueron él y Alvarez del Vayo a bofetadas cuando la ú l t i m a r eun ión de la Sociedad de las Naciones. Ma­las lenguas dicen, sin embargo, que los dos no es­taban de acuerdo sobre el destino a dar a unos m i -Honcejos que Cipriano t en í a a su nombre en los bancos ginebrinos.

E l caso es que, de resulta de esas bofetadas, R i ­vas Cherif, echado del consulado, se encuentra en Barcelona, donde su cufiado Azaña , para desagra­viarle de la des t i tuc ión y de los golpes recibidos, le n o m b r ó introductor de embajadores.

Desde luego, la «int roductora» y los « in t roduc-torc i tos», sus hijos, se quedaron en los alrededores de Ginebra, instalados a lo mi l lonar io en una mag­nífica quinta . Lo cual hace pensar que cuando Ci­priano no pueda introducir ya m á s embajadores, volverá a Ginebra, instalado a lo mil lonar io en una magnífica quin ta . 'Lu cual hace pensar que cuando Cipriano no pueda introducir ya má^ em­bajadores, volverá a Ginebra, a introducir a los «republicanos» que se salven de la quema. Que se salven con dinero, desde luego. Pues Ginebra, que no admite pobres, por santos que sean, da acogida a todos los que llegan con medios de vida, st'aii cua­les fueran sos ideas.

Y es de esperar que, cuando los 600 refugiados es­pañoles y ginebrinos vuelvan a los puestos que an­tes tuvieron en E s p a ñ a , 600 rojos v e n d r á n a llenar el vacío que aquél los h a b r á n dejado, con lo que, n i la población de Ginebra ni sus finanzas, h a b r á n su­frido merma.

N . B . En el momento de i r a echar estas l íneas al correo nos llega la noticia de que Cipriano Rivas Cherif vuelve a estar en Ginebra, no ya en el Con­sulado, que ocupa Víctor Hurtado con su fami l ia , sino en el palacete que hemos mencionado arriba. No a ñ a d i r e m o s sino las mismas palabras del mal comediante y peor d ip lomát ico : «Ahora ya no hay embajadores a introducir . Cuando alguno llegue, ya volveré a Barcelona.» En Ginebra se come me­jor q ü e en Barcelona, y se es tá m á s seguro.

Ginebra, 27 jun io .

Omoi . MONTAI.T

y Cataluña Con esfe título, el SCTITÍCÍO SVucio

n<il de Propaganda acaba de editar un

folíelo </ue condene lo mas funda mental que. sobre Cataluña, ha sido dicho o escrito por la Talange y sus hombres antes y después del Moin-micnto.

En este aspecto, el folleto incluye 'Ensayo sobre Nacionalismo'. de }osé Jntonio, las intervenciones en el Par lamento el i 4 de enero y 24 de fe­brero de 1934, el artículo 'España es irrevocable', "Una arenga a Catalu­ña", en 7f. del 7 de diciembre de 1933.

Además. 'Ca Talangc y Catalutui' contiene los siguientes textos: "fran­co proclama la unificación', discurso del Caudillo y decreto 255, los 26 puntos de falange Española Jradicio-nalista y de las J. O. W. S., norma programática del Nuevo Estado, Esta tutos de falange Española Jradiciona lista, e l saludo nacionaísindicalista (decreto número 263), 'El Emblema yugo y flechas', y los cuatro discur sos de José Jntonio (29 octubre, 17 de noviembre, 2 de febrero, y 'Dos rccoluciones frustradas', en el Parla­mento).

Se trata, pues, de un completísimo conjunto de textos, no sólo referentes al enunciado del folíelo, sino a todas las normas del !Movimiento.

El folleto 'Ca falange y Cataluña', según noticias (fue 1105 licúan, tvi di rectamente destinado a obtener la in­corporación definitiva de nuestra re-fion en la Unidad de Destino españo

la En este sentido, se trata de un conjunto de textos ifiii)>reciablcs. Un sentido político formidable —el de la falange es el (fue ha dicho, escrito y ordemiíío estos textos, atendiendo a la realidad histórica y pofílic<j de Es­paña, de forma gue. mientras nuestras armas conguistan con dolor la tierra española de Cataluña, otras ganan para España con la doctrinn n lo re gión. asegurando por fin una paz edi­ficada de ücuerdo con el sentido más hondo y más exacto de España

P o e s í a e Imperio Lo propiamente caracter ís t ico de la poesía, si t u v i é r a m o s que for­

mular, nuestro pensamiento, de un modo al mismo tiempo sugeridor y preciso, es la creación por la creencia.

Se ha definido, maduramente, la poesía, como el diálogo del hom­bre y el tiempo, y yo di r ía , para precisar el abolengo cristiano de es­ta definición, que poesía es el diá logo del hombre creyente con el t iempo de la creación. La palabra poética es siempre enamorada, y precisa por tanto del tiempo para ser, para su modo de ser poético, en el recuerdo o la esperanza. Ninguna actitud que no sea creyente, es decir, ninguna actitud, oscura o ignorante, escéptica o i rónica , puede servir de fundamento a lo m á s encendido de nuestro espí­r i t u , y de soporte humano a la poesía . Privilegiadamente, todo acto de fe es acto de creación, en la medida en que algo puedo ser creado por el ser hasta la decisión, enriquece el á m b i t o de nuestra finilud, y da forma y figura a nuestra humana l imi tac ión en el misterio que la rodea. A l incorporar el mundo a la creencia, le dotamos de ser y le salvamos, por la incorporación a su destino providencial. Las cosas son, objetivamente, en el seno de la naturaleza, pero son por la crea­ción del hombre, es decir por la creencia del hombre, para Dios. Só lo a t r avés del hombre cumplen las cosas su des t inac ión provi­dencial. Si la b ú s q u e d a del filósofo descubre la «patencia» de la ver­dad, la fe del poeta descubre su «evidencia». Por esto pienso que no hay fe verdadera ein acto de creación, y empleto esta palabra, en los ún icos sentidos en que al hombre la creación es posible, es decir, por la i l uminac ión precisa y l imi tada del misterio, o por la sa lvación de la naturaleza y su asunción a la verdad, a la belleza o a la Gracia. Nos d i s t r a i r í a de nuestra in tenc ión , al demostrar cómo, en definiti­va, tanto la belleza como la verdad es tán subordinadas a la Gracia. Por la act i tud del hombre creyente se ensancha el mundo en un pro­ceso de creación, del mismo modo que por la act i tud i rónica , e l inun­do se despuebla, en un proceso de des in tegrac ión . Tenemos de este modo y como pr imera y radical expres ión de la esencia poética, la

que consiste en la creación temporal que hace el hombre, con su creencia.

Ahora bien, ¿ n o es ésta la act i tud que h a r á posible el Imperio? ¿Nues t ro Imperio espiritual e spaño l no consiste en la c reac ión de una unidad superior a la Patria, por la creencia de sus hombres? Si bien es cierto que hubo Imperios que no han tenido alguna suerte radical de creencia, no sería difícil demostrar que no se consiguie­ron plenamente, por su falta de capacidad creadora. E l mandato po­lítico y uno, que agrupa diversas Patrias para la consecución o la salvaguardia de un mismo destino universal, no es solamente el I m ­perio español , n i la confederación es tampoco el Imperio, puesto que es preciso que esta subord inac ión de diversidades, sea un acto de verdadera incorporac ión á la unidad superior e indivis ible que su­prime, creadoramente, toda d i s t inc ión . Sabemos que esta incorpo­rac ión no se logró verdadera y rigurosamente por E s p a ñ a , sino me­diante un proceso de creación y en los momentos de pleni tud espiri­tua l , intelectual y moral de nuestra cultura. Decir imper ia l , por lo tanto, es designar como creador a un pueblo, en todos los sentidos que completan nuestra vida espir i tual . F u é , como siempre, nuestro José Antonio el pr imero en comprender y subrayar e n é r g i c a m e n t e ,

esta importancia decisoria de la actitud poética para lo que él llama­ba «el magisterio (es decir, la creación y enseñanza ) de las costum­bres y los ref inamientos». A t r a v é s de la unidad de la voz poét ica , todo nuestro saber se convierte en cul tura, se convierte en t r ad i c ión y legado para generaciones sucesivas, porque al transformarse en sentimiento toda idea, alcanza sus m á s altas j e r a r q u í a s de persis­tencia y comunicabil idad. Y al decirnos el Ausente que un pueblo, sólo poé t i camen te , llega a convertirse en Imper io , nos legó esta en­señanza : Sólo por la firmeza indivisible de su creencia, puede lle­gar u n pueblo a la c reac ión .

L u i s ROSALES

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ZcNTE PANORAMA internacional

El acuerdo recaído en la reunión del Comité de No intervención del pa­sado martes tiene como primera im­presión el carácter especialísimo de una victoria personal, del señor Cham berlain. Contra la política pacificado­ra del primer ministro inglés se han volcado estos últimos tiempos todos los mal disimulados odios de los So­viets y sus múltiples y sorprendentes colaboradores.

Al margen de la fuerza misma del bloque de potencias totalitarias, el cambio profundo de la política ingle­sa iniciado por el señor Chamberlain es el primer obstáculo para los hom­bres de la revolución mundial. Sin el apoyo de Inglaterra, son ineficaces los esfuerzos para conducir a una guerra entre dos ideologías opuestas.

A pesar de la evidente parcialidad que desde un principio tuvo con los rojos el Comité de No intervención, podrá así presentarse ante la Historia como preservador de la extensión de esta guerra atroz que ha venido alar­gando en España.

Lo más probable —aun contando que no surjan nuevas dificultades— es que el final de la lucha se anticipe a la aplicación total de alguno de los extremos del proyecto que, como la retirada de voluntarios, necesitará un número considerable de meses para llevarse a cabo. Porque, en último tér­mino, ha sido siempre Is realidad de la superior fuerza militar de \u Espa ña Nacional quien ha podido conducir la guerra por los caminos decisivos de hoy. Prescindiendo de las alteraciones del frente diplomático, y aun cuando éste favorecía más a los rojos, en el frente de la lucha no ha habido siem­pre más que una directiva de victoria.

Doble triunfo, pues. El que asegura la paz mundial opiniendo la barrera de un realismo político a los intentos des­tructores de Rusia. Y triunfo de nues­tra causa, para la cual el tardío reco­nocimiento de los derechos de belige­rancia es un simple acto de justicia.

Pero si nosotros podemos mirar el futuro con calma, ¿cuál será la próxi­ma reacción de los rojos, y, más que de ellos, la de las fuerzas que les mué ven? No es la primera vez que en el Comité de No intervención se llegan

acuerdos sensiblemente iguales al actual, sin poder nunca obtenerse su aplicación eficaz. El bombardeo del barco de guerra alemán "Deustsch-land", realizado por los rojos poco tiempo después de empezar el fracasa­do control naval del pasado año, es un hecho suficientemente aleccionador.

Es indudable que Rusia ha de pro­curar por todos lo smedios hacer im­practicable la política de No interven­ción^ por ello tememos que la armo nía actual recele nuevas provocacio­nes.

"La consigna esencial —decíase en uno de los Congresos de la Intemacio-sino la revolución proletaria.'

FOC.

BAJO LA BANDERA INGLESA Es innegable que la causa de la Re­

volución dispone de medios financieros sensiblemente superiores a la del or­den y la civilización. Este oro —de cuya existencia ya no es posible du­dar—, prodigado hábilmente, da lugar a una propaganda sin escrúpulos, que no vacila para alcanzar sus fines a adoptar las más recónditas modalida­des. Brutal y directa unas veces, se di­simula otras bajo formas insidiosas. Todas, empero, destinadas a producir los mismos terribles efectos.

De ambas tenemos sobrados testi­monios en nuestra guerra. ¿Que pro­vecho no hubieran sacado de los bom­bardeos de los barcos traficando con los rojos?

Los vociferadores de Hyde Park y las informaciones de una parte de la Prensa inglesa, más inclinada a un fá­cil sensacionalismo, pondrán en causa el pabellón británico y el honor de In­glaterra. Nada más peligroso. La pro-

diterráneo c o n los colores ingleses. Mientras las Compañías que ejercen un tráfico honesto se niegan a enviar sus barcos a los puertos bloqueados, otras Compañías paramente ficticias se lanzan a la desenfrenada especulación iel contrabando de armas. I^bor a cubierto bajo la bandera inglesa.

Ello no es legal ni humanitario, y ciertamente el honor inglés —ya que al honor inglés se invoca— encontra­ría una más alta resonancia en de­nunciar a estos traficantes de muerte que se amparan en él para prolongar la guerra.

No hay duda que entonces volverá aquel tiempo en que —como dice el almirante Keyes— *se admitía um­versalmente que un barco que enar-bolaba la bandera inglesa merecía to-

paganda de la Revolución sabe dónde dos los respetos y era tripulado por dirige sus dardos. los mejores marineros del mundo".

Buques de Rusia, de Grecia y de otras latitudes se presentan en el Me- MASCARO.

LORD MALIFAX

GUERRA

PAZ Se observa en ta Prensa ex­

tranjera un mopimienlo de sorpre­sa ante el anuncio de la próximii apertura al turismo de las rutas de guerra Ttel Norte, i Cómo es posible —se preguntan— íjue el furiswq, aparentemente incompa­tible con la guerra, pueda ahora asociarse con etta7

Wo nos extrañemos. £os rojos han ulílizíjífo úmaimente el turis­mo para atraer a sus filas nume­rosos inaiutos. £05 oficinas de tu­rismo eran, en verddá. centros de reclutamiento. ¿Wo kjremos tios-olros fo mismo con I05 turistas tjue vengan a visitarnos y los niiiti(f<iremos al frente?

Que acudan pronto estos turis­tas, y desearíamos, sobre todo, un mayor número posible de es­tas gentes sin eticfuela gue se han limitado a seguir nuestra guerra.

como seguirían los pormenores de cualguier torneo deportivo, to­mando el mismo furioso partido.

Cas 'personalidades' han teni­do tiempo y dinero suficiente para conocemos. Esperemos aho­ra la clásica figura del (urislíi medio sin temor alguno. Tiada te­nemos gue ocultar, y sí mucho a enseñarle.

Ventana al mundo LA V E R D A D D I F I C I L

La pretendida amistad franco-inglesa pasa aolualmente por una difícil prueba. Amis tad nacida principalmente d t un necesario apoyo continental para Inglaterra, las indiscreciones del tiempo permiten precisar sus sucesivos vai­venes. Bajo la apariencia de un perfecto acuer­do se esconde en realidad una sorda lucha que denota profundas divergencias.

Los diversos gobiernos del Frente Popular f rancés han venido observando con respecto a Inglaterra una polí t ica de perpetuo chantage. Prestarse oficialmente a las directivas inglesas,

pero apoyando, por otra parte, todas las maniobras susceptibles de entorpecer la real ización de las mismas.

Los cambios ministeriales han modificado muy poco esta acti­tud. La apl icación del acuerdo de No-intervención, por ejemplo, no ha realizado en manos del ¿eñor Bonnet n ingún sensible pro­greso. El bocho puramente circunstancial del cierre de la fron­tera catalana no e n g a ñ ó a nadie ni pudo servir para superar—en la base misma del conflicto español—la barrera que impide la entente entre Italia y Francia.

lEl fin que se persigue es llegar por un procedimiento u otro a hacer inevitable el fracaso de Mr . Chamberlain, y para ello uno de los medios m á s seguros era la pro longación de nuestra gue­rra.

Recientemente publicaba "Candide" una información sobre al­gunas incidencias, de este duelo entre el 'Primer Ministro inglés y süs mal disimulados enemigos del Quai d'Orsay. I12n ello se hac ía al Sr. Bonnet el triste honor de considerarlo un ministro de paja, sin m á s categoría que la de aceptar, buenamente o no, todas las combinaciones dispuestas por altos funcionarios de su ministe­rio , en int imo contacto con las fracciones extremistas. Este grupo que muove la política exterior del gobierno francés, al margen de sus declaraciones oficiales, sostiene esforzadamente la causa de los rojos e impone, casi, su resistencia.

De esta forma ha sido posible mantener libre el paso de la frontera y permi t i r considerar como de t ráns i to el material de guerra ruso que cruzaba el ter r i tor io francés. De esta forma tam­bién , fué desatinado el ruego que se atribuye i \ Prieto, el cual viendo inút i l toda resistencia, ped ía cesasen los envíos de mate­r ia l y armas por la frontera francesa.

Bajo la capa de la amistad del gobierno francés tienen hoy Mr . Chamberlain y la paz, algunos de sus peores enemigos.

B L U M DEFIENDE A RUSIA

León B l u m se ha erigido efetos días en el pr imer defensor de Rusia y naturalmente de sus rojos amigos de Barcelona y Valencia. Su reciente paso por el gobierno le veda todav ía revelarnos en sus a r t í cu los hasta que extremos se tradujo entonces su ín t imo acuerdo con la causa del partido de la revolución m u n d i a l .

B l u m quiere ahora defender la intervención ru­fa en E s p a ñ a p re sen t ándo la como desprovista de ambic ión alguna y viniendo ún i camen te a servir

de contrapeso a la actitud de las potencias fascistas.

iPara refrescar la memoria del h ipóc r i t a jud io , escr ib ía «La L ibe r t é» :

«No fué hasta el 15 de noviembre del 36 que la prensa guber­namental de E s p a ñ a y los periódicos social-comunistas de los dos hemisferios denunciaron la llegada de tropas fascistas extranje­ras en lEspaña. Basta entonces todos estos per iódicos se h a b í a n l imitado a hablar de los moros, de los terribles moros asesinos de cristianos.

Ahora bien, recordemos que del lado de la in te rvenc ión mar-xista, puede citarse:

A ú l t i m o s de j u l i o bajaban del av ión en iMadrid los señores Jouhaux, Cassou, Soria, Jean-Richard Bloch y I lya Ehrembourg, los cuales fueron a hablar con las llamadas autoridades republi­canas de cosas muy distintas a la l l u v i a o al buen tiempo.

A par t i r deHmes do agosto llegaron a España gran n ú m e r o de técnicos rusos y entre otros el que deb ía tomar el mando de las Brigadas Internacionales, el general Kleber.

E l 8 dé agosto «L 'Humani té» anunciaba por otra parte, la sa­lida de «voluntar ios».

En octubre todos los periódicos de Barcelona detallaban m i -nuciosamento la llegada de barcos soviéticos cargados de m u n i ­ciones.

Es evidente, pues, que fueron los rusos y los rusófilos quienes empezaron.

Era q u i z á su derecho. Pero favorecerlas y ayudar su interven­ción, no era ciertamente el derecho de un Jefe de gobierno que invocaba sin cesar el pr incipio y hecho de la No-intervención.

LO OOE DICEN LOS INOLiESES

Hace unos d ías el Times publicaba la siguiente carta: «Dis t inguido s e ñ o r : Recientemente la prensa se ha ocupado

bastante sobre el bombardeo de barcos b r i t án icos en o cerca de los puertos españo les . Después de leer todo esto, la impres ión es que nuestro gobierno piensa hacer algo. Pero antes de empren­der algo en este sentido, ser ía conveninte considerar los hechos del caso.

En p r imer lugar la guerra de E s p a ñ a , dura ya casi dos años y por consiguiente, el que piensa mezclarse en ella ha tenido ya su­ficientes advertencias.

En segundo lugar, los barcos br i tán icos—o .barcos que nave­gan bajo la bandera inglesa—comprometidos en el tráfico, lo es­t á n haciendo, no por el al truismo, sino ú n i c a m e n t e por el deseo de ganar dinero. Log fletes que se vienen pagando por este viaje son excesivos y por consiguiente impl ica el riesgo para los que se dedican a este negocio. Los barcos con ca rbón desde el Reino u n i ­do a los puertos como Almer ía o Barcelona perciben alrededor de 26s. y 6d. por Tonelada, mientras que el mismo flete a Huelva es de unos 8s. 6d. En algunos casos a las tripulaciones se les pagan salarios considerables m á s elevados, se hacen seguros para ellos y se ofrecen primas altas en caso de efectuar los viajes con éxi to. En otras palabras, todos los interesados salen para ganar todo lo que puedan. Ciertamente parece que no hay motivos fundados para a t r ibu i r al asunto m á s importancia o menos de l o q u e se debe excepto en aquellos casos cuando nuestros barcos puedan ser mo­lestados en alta mar .

Respetuosamente, «Union Club . Garitón House Terrace»

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Un mensaje del Kaid Ben Brahin al Generalísimo

11

RABIASE perdido la conciencia cla­

ra de lo nacional, escapaba a la

intuición y al corazón de tas gentes el

ser y la verdad eterna de España.

Todo era claudicación, vacilación o invidencia. El torbellino de los acón tecimientos y las voces de los compar

sas aturdían entonces los más finos las actuaciones mejores. Pocos fueron oídos, y precipitaban, frustrándolas, los españoles que en aquellos meses ruidosos y mediocres conservaron el pulso firme, la mirada sagaz y la ac­tuación serena. Y entre esos pocos hubo uno que halló la verdad de Es­paña y auscultó en el latido de la bora cobarde la urgencia exacta del momento. A éste cupo la misión pro­videncial de situarse ante las joventu-<]es de España e indicarles la actitud creadora, con enérgico ademán de pri macía.

El hombre: fué Ramiro l.edesma Ramos, el hombre de quien hablo, ele­gido por el destino de España para intercalar en la angustia del instante el grito inicial de la Cruzada. La pri­mera articulación de su voz y de su pensamiento fué "La Conquista del Estado", aparecida en los meses antes a la instauración de la segunda Re­pública española. Allí se expresaba ya un sentido nuevo de la política, una actitud ante la vida tomada en fun­ción de la Patria y del destino de Es­paña. Era algo, en fin, "La Conquista del Estado", que todavía no había cua­jado en las fórmulas definitivas del Movimiento, pero que invalidaba ya hasta su raíz el resto de las tendencias, las actitudes y las fórmulas que con más o menos forttma capeaban por en­tonces los temporales de la política es­pañola. Y el alma de todo ello, Rami ro, a través de cuya palabra, hablada y escrita, se expresaban, cada vez con mejor y más afortunada precisión, las urgencias insoslayables de España.

Aquello fué el punto de partida. Hespués, el genio creador no hizo más lúe seguir con ritmo preciso e impla­cable la ruta esbozada. Y surgió la fórmula grandiosa de las J. O. N . S. En ellas se reveló a los espíritus me­jores de España, a los más generosos, a los de más juvenil heroísmo y ternu­ra, la gloriosa necesidad de la Revolu­ción Española. La acción política se a8regó a la I abor teórica, y en las •J- O- N . S. se puso en marcha un mo­vimiento nacional, irresistible, triun-/ a n t Í . arrollador, por designio de la

9?. amiro ma

9?. amos necesidad histórica. Otros hombres y sino una etapa que se articula en la

otras corrientes amplificaron más tar- línea de su resurrección nacional, ini-de el Movimiento, y la guerra que hoy bajo el signo de las J. O. N . S. vivimos, el Alzamiento civil y militar y ^ ^ de Ramiro, que ha decidido la hora del triunfo, en su exacta perspectiva histórica, no es SANTIAGO MONTERO DIAZ.

ÜOU a Dios Unico. Su sa l i idor ía está sobre todas las cosas, y la taerza de su brazo es mayor que la fuerza de todos los guerreros. Sus

manos formaron las m o n t a ñ a s , y l ava ron el mar y coliraron las estrella»-; y sus. dedos abren las rosas todos los d ías .

Nuevo y grande Kmir de la hermana y noble nación española , General Franco.

Saludos. Yo quiero enviaros, perfumada como el aroma de una antigua

amistad, mi sa lu tac ión por vuestra elevación de los escoeidos y de los amados de Dios.

Si es tuviéseis cerca, yo os enviar ía t a m b i é n dát i les llorados y leche fría, como ya alguna vez os ofrecí en m i aduar, a la puerta de mi casi .

Los d ías son como los pá ja ros que pasan volando. M i barba ha encanecido algo desde que os vi por vez primera. KraLs- joven y mon tába i s un caballo blanco y oorriais ¿e reno al estruendo d e l combate, siempre entre los primeros. Y siempre a la ca ída del sol r e to rnába i s victorioso al frente de vuestra gente. Vuestro brazo era fuerte como el acero, y vuestro corazón era como el corazón de los que invocan a Dio^. Vuestra inteligencia como un águi la en com­parac ión a una banda de gorriones. Mucha gente (fe la m o n t a ñ a se admiraba de que nunca mur iése i s en la lucha, n i que siquiera per-diéseis un brazo o una pierna, porque a vuestro caballo apuntaban muchos fusiles escondidos entre la graba, que deseaban matar a vuestro caballo para matar luego al ginete.

No podfaií m o r i r ; ahora lo veo claro, como el que despierta de un sueño .

La mano misericordiosa del que todo lo puede defend ía tu pe cho, porque te guardaba para hacert.' el E m i r glorioso de E s p a ñ a . Y ya lo eres. Ahora g u i a r á s a E s p a ñ a y a nosotros con las riendas del conocimiento y de la piedad por los caminos de la glor ia y del bien, igual que el beduino guía a su camello, cargado de telas pre­ciosas y de tesoros, por las sendas borradas del desierto. Dios con­cede a los mejores la honra de salvar a los suyo» de los mayores peligros, para que los pueblos no sucumban y para que el bien permanezca sobre la t ie r ra : para que siempre baya quien g lo r i f i ­que a Dios en la hora de la orac ión .

Yo no he podido, por mi edad y por mis achaques, i r a guerrear contra los demonios, a tu lado; pero he aconsejado a todos que lo hagan y que te sigan, porque t ú llevas en tu espada la fuerza y llevas la victoria sentada a l ^ grupa de t u caballo. Porque t ú rezas el nombre bendito de Dios y sabe^ sus mandatos y los cuan pies. Dios ha extendido su mano sobre t u cabeza y no la q u i t a r á nunca de sobre ella. Por eso España puede estar contenta y las gentes del Mogreb t a m b i é n lo es tán , sobre todo yo, que te hab lé muchas veces y me honro con tu amistad.—Y la paz.»

UNA CONFERENCIA DE EUGENIO MONTES

E L CRISTO DE LAS BATALLAS CAPITALISMO Y SOCIALISMO

Capitalismo y socialismo nunca fueron enemigos; ambos obede-. oen a la misma concepción materialista de la existencia y si Garlos Marx se en te la raña los ojos entre los humos del liberalismo man-chéster iano, así en la Roma antigua, la época socialista vive, en gran parte, t r a í d a e impulsada por los capitalistas.

Mientras Marx creía que e l bolchevismo t end r í a visos de reali­dad en el seno de la sociedad indus t r i a l - en Inglaterra misma—el españo l Juan Donoso Cortés profetizaba que se r ía en Rusia, afian­zando su predicción en la inteligencia de que sólo podr í an arraigar las ideas disolventes donde la capa de la cul tura clásica era más dé­b i l , y hab ía que recordar que la profecía de Donoso es exacta, por­que en Rusia no estuvieron los romanos. Esta es, por fortuna para nosotros, la diferencia capital que hay entre E s p a ñ a y Rusia, y la que de una vez por todas desbarata esa superficial analogía que han eftablecido caprichosamente tantos literatoides fáciles, basados en la, a su juic io , s imi l i tud de las canciones de los gitanos españoles con las canciones rusas. El bolchevismo llevó a Rusia a su ser m á s an­tiguo ; era un mal ser; un pueblo de ciento setenta millones de im­béciles, con un mi l lón de hombres más inteligentes y decididos que ejercen sobre ellos una t i ranía constante en nombre de cualquier cosa, lo que sea.

Scheller decía, bajo las flechas de las torres de Colonia, que Ru­sia «siente la voluptuosidad de la sumis ión y la ha sentido s iempre» y de sumis ión en sumis ión ha llegado la del georgiano Stal in. p t o pueblo, falto de cultura clásica, no ha sido capaz de encontrar hasta ahora formas normales, occidentales, de existencia. Una li teratura e s túp ida y adulatoria ha convertido el vicio en v i r tud y la I m b é d l i -dad en genio.

DEBEMOS FELICITARNOS DE NO TENlER A L M A ESLAVA

Debemos felicitarnos de tener la menor cantidad posible de lo que llamamos alma eslava: porque lo cristiano, lo occidental, lo jus­to es toda lo contrario de eso. La pedan te r í a de Marx e^ t íp icamente judeo-occidental, judeo-alemana y el concepto hebreo lo domina to­do. E n realidad a los que sus tatarabuelos llamaban «pueblo prome­tido» él no hace m á s que llamarle proletario, lo que consiste siem­pre en suponer que hay un conjunto de hombres—justametde lo? menos dotados de valores imper ia les-que tienen de, por s í , por na­cimiento, a causa de su inferioridad, todas las excelencias y para ellos ha de ser «la t ierra p rome t ida» .

Nuestra predes t inac ión consiste en reunir lo mejor del mundo oriental y lo mejor del mundo occidental, contrariamente a lo que ha hecho Rusia, en donde se ha reunido lo peor del infierno occi­dental, con lo m á s degradado del purgatorio oriental . Este fenóme­

no ruso ha tenido como causa decisiva la falta de una verdadera aristocracia en ese país , que en 1!>17 hizo que el pueblo ruso se can sara antes que el f rancés y el a l e m á n , es decir, que fuera menos ca­paz de resistir a tu prueba de la guerra.

LA I N T M KNCIA DE DOSTOIRWSKI

La palabra «enorme» puede tomarse como lo verda<ieraniente ca­racter ís t ico del ruso: Shakespeare es genial, pero Dostoievvski es sólo enorme; falto de norma, falto de formas. Este hombre flojo en el fondo y en las forman fué material dúct i l en las manos del soviet. La l i teratura, entre ellos el mismo Dostoievvski fueron creando el cl ima que los soviets aspiran a convertir en realidad ; hacer rusos —enfermos impotentes- a lodos los hombres.

El defnonio parle de lo inferior allí donde los cristianos parten de lo alto.

Los escritores hebreos que pululan en Nor t eamér i ca han queri­do ser los pequeños Dostoievvski de esta nueva Rusia, y si un d í a un choque cualquiera sobresaltara la aparente seguridad norte ameri­cana, se produc i r ía allí un nuevo soviet igual al establecido en Moscú

Nor t eamér i ca no tiene un sentido mi l i t a r de la polí t ica. La ex­tensión de su terr i tor io hace parecer que la invasión sea lejana, y el Ejérci to , sin razón de existir, a c túa como un mecanismo of ic ia l : y sin una cap i tan ía mi l i t a r , falta de una verdadera diplomacia, ya que es dir igida por sociedades a n ó n i m a s , t rust y pequeños represen­tantes de universidades, llenos de técnica pero faltos de t ác t i ca y de una idea polít ica, se ver ía el d í a que ocurriese un choque serio a la merced de sus bajos fondos representados por el «gangs ter i smo».

Entretanto, en ninguna parte se organiza la resistencia de nues­tra cul tura, ni la apor tac ión de nuestra juventud.

DONDE APARECIO E L CRISTO DK LAS B A T A L L A S

Durante el siglo X I X se deshace el Estado; la Iglesia t a m b i é n sufre el ataque carbonario y masón , y sus miembros ceden a las ideas atrayentes en su exterior, de democracia, liberalismo y paci­fismo. Y mientras el Cristo de las batallas no apa rec í a—quizás por­que q u e r í a n reservarle a España el honor de ser el escenario de su primera apar ic ión -y el Estado se desmoronaba, no quedaba m á s que un elemento de resistencia ; el Ejército. Y la inteligencia des­tructora se aplicó a corroerlo.

Spencer establece como cosas incompatibles y contradiolorias de la categor ía mi l i tar y el mundo operante del t rabajo y fie la produc­ción. Sólo cuando es tá el mundo mi l i t a r en su sitio enhiesto, firme, es cuando el trabajo y la creación pueden desenvolverse. NflSüt&M hemos de volver a la a r t esan ía y la mi l ic ia que bajo la c ú p u l a re l i ­giosa se constituyeron en la plenitud medieval y son los elemento* indispensables para una comunidad noble, creadora y conservadora.

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España no se ha justi

fícado nunca sino por rl

cumplimiento de un uní

ver sal destino, y le loca

ihora cumptii éste

José Antonib

D c t l i n o

LA HORA DEL ESTADO

£n el campo es donde se nos oye con avidez ge nerosa. c o n una com­prensión más íntímti y con una esperanza de mayor seguridad

Onésimo Hedondo

ñera, sedera, género de punto, pen-i-mería, etc., que producen artículos tan buenos como los mejores del extran­jero. Naturalmeme, esto no basta. No podemos conformamos con que algu­nas zonas hayan alcanzado un alto ni­vel de desarrollo económico. Pretende­mos exactamente que ese nivel se con­siga en todo el territorio español p en la mayor parte de él, o por lo menos que las regiones desheredadas por la Naturaleza alcancen el nivel máxime consentido por las condiciones riafai-rales.

Para ello es preciso que los españo­les cambiemos de modo de ser. Que comprendamos que por encima de to­dos existe un interés superior y per­manente, ante-el cual es necesario que sacrifiquemos nuestras pasioncillas y nuestros egoísmos personales, de dase o de región, hasta donde sea humano y razonable. No es fácil, pero es po­sible. Otros países lo han conseguido.

Lo que hasta hoy han realizado nuestros agricultores,- lo han hecho.

. Vamos a ver si conseguimos resu mir y terminar lo que hemos venido diciendo en los artículos anteriores.

Un hecho debe quedar claro: que nuestra agricultura y nuestra, industria son, en conjunto, modestas, pero no despreciables. A pesar de que lo digan y repitan unos cuantos indocumenta­dos que pretenden hacerse pasar por economistas o por algo semejante. ... Al .contrario, resultan aceptables. No tenemos por qué avergonzarnos de elf*!. JEs más, C i e r t a s ágriculturas —porque hay que hablar de diferentes tipos de agriculturas peninsulares, co­rrespondientes a cada uno de nuestros climas—, ciertas agriculturas son fran-carheníe magníficas. El campó de Ta­rragona, el llano del Llobregat, los na­ranjales y arrozales de Valencia, la vega de Murcia, para no citar más que unas cuantas, admiten cualquier com­paración. En ningún país europeo se hallará nada qué las supere y bien poco que las iguale. Los mismo puede decirse de ciertas industrias-, .ilijodo

podría decirse, esponliine<inif»ile. Las cosas han ido saliendo a la buena de Dios, sin un plan, sin un propósito. Sin saber cómo, infinitos esfuerzos in­dividuales, desligados, contradictorios, a veces inútiles, nos han dado esta agricultura y esta industria nuestras. Por eso no son mejores de como son. Porque las condiciones de España no son propicias espontáneamente i una gran industria y a una gran agricul­tura. Las cosas no pueden ya seguir por el mismo camino. La situación del mundo, la crisis económica permanen­te que desencaja las fuerzas producto­ras de todos los continentes, la inquie­tud espiritual que nos ha Ueyadu a esta guerra y que es fiel reflejo de las dificultades .que desarticulan nuestra sociedad, no consienten ya la inexis­tencia de un plan, o mejor, para evitar las confusiones que la palabra podría originar, de una orientación concreta, firme y permanente.

Es decir, ha llegado la hora del Es­tado. Desde hace muchos años el Esta­

do viene influyendu en la economía, aunque contradiciendo su credo libe­ral. Pero esta influencia por su incons­tancia, fruto las más de las veces de simple cobardía ante las responsabili dades, resultaba con frecuencia per­turbadora. El Estado debe intervenir en la economía en medida no mucho mayor que la actual, pero sí más or­gánicamente. O de otra manera: para fomentar la vida económica del país y su resurgimiento esplendoroso, el Es­tado no debe hacer mucho más de lo que ha venido haciendo; pero debe ha­cerlo con mayor sentido común, con

•nn criterio claro y fijo, siguiendo una línea meditada, dirigida hacia una meta definida. . í^T

Oigo ya la objeción: ¿01 Listad"? ¿Pero si lo que más ruidosa y comp' ? tamente ha fracasado en España, en loj últimos años, ha sido el Estado? . Me atrevería a decir que la obseij vación es exacta. Pero esta revolucióp se ha hecho -y se hace y dnra y nies-ta aún infinitos sacrificios, precisa­

mente para reformar hasta en su espí ritu —en su espíritu sobre todo— ese Estado fracasado y carcomido por la roña de una decadencia secular. Va­mos a ver si creamos un Estado nuevo, sensible, atento de verdad a las más ínumas palpitaciones;'del país, cons­ciente de la misióf> hfctórica que, como expresión política d^la nación, le co­rresponde. Si c r e J p un Estado así, podrá intervenir con eficacia nuestra economía y lograremos armar una agricultura y tjfiá industria nacional­mente de primer orden. Si no, si hu­biésemos de volver a un Estado como-el que nos ha arrastrado inconsciente­mente á la tragedia de hoy. lo mefof acaso; seria que interviniese aún me­nos de cuanto intervenía Que nos de jase «n paz. Porque sólo un Estado como el que aspiramos a crear puede resolvér la terrible crisis que está di­solviendo la civilización de Occidente.

SAMUEL CONGOST.

I

Lofe hombres de ciencia somos ma­terialistas—en el buen sentido de la palabra. Acostumbrados al contacto con la realidad más crudá, y espedal mente con la realidad trágica del su­frimiento y de la muerte, no nos que­damos tranquilos si no investigamos continuamente lo que hay de verdad v de mentira en todas las cosas. No nos place la poesía en sí misma. Ha de ser poesía humana. No podemos aceptar lo que esté en contradicción con nnes-tra íntima naturaleza, aonqne recono­cemos nuestra insuficiencia científica al comprobar infinitas veces, en el terre­no de la psicología sobre todo, que los poetas saben mucho más que nosotros de nuestra íntima naturaleza espiri mal. / •

' i A y del que no sepa levantar, fren te a la poesía que destruye, la poesía que promete!"

Y nosotros, que no sé si adelantados 0 atrasados, vamos escudriñando con nhinco en el sér espiritual del hombre, v nos vamos abriendo, paso hacia la verdad y conocemos mucho mejor que hace unos años el contenido y la mor­fología del hombre, ante un movimien­to espiritual de tal envergadura como la Falange, desorientados por los múl tiples falsos movimientos de toda ín­dole .queremos saber si es que no se trata de una propaganda más que pue­da de momento adaptarse a nuestra manera de ser, pues en estados de in­seguridad y debilidad espiritual como el actual no se necesitan muchas garan­tías para que prendan en nosotros unas ideas falsas, a las que nos agarramos como si fueran nuestra tabla de sal­vación, para no hundimos en la inse­guridad y la duda.

Queremos saber si este espíritu de la 1 lispanidad de la Falange existe en nosotros o si puede existir sin que mo­difique nuestra actitud anímica en un sentido negativo; si es un bien para cada uno y para todos en conjunto que nuestra manera de ser y de actuar obedezca a las directrices que le mar ca dicho espíritu. Queremos saber, en una palabra, si este espíritu no está en contradicción con lo bueno y verdade-ró^que existe en nuestra alma de es­pañoles contemporáneos.

Decía Ramiro de Maeztu-. "Hace doscientos años que el alma se ros va en querer saber lo que no somos, en

Inconsciente colectivo e Hispanidad

vez de querer ser nosotros mismos." Doscientos años son muchos años, > tal vez podían haber influido en hacer nos espirítualmente de otra maneta, quizás incompatible con aquella ma ñera de ser de nuestros antepasados, los españoles del Imperio.

II

C. G. Jung, primer psicólogo con­temporáneo, de autoridad científica in­discutible, ha introducido en la psico­logía moderna un nuevo concepto: el inconsciente colectivo.

El inconsciente que Freud llamó subconsciente, y Adler llama, con un sentido práctico muy acertado, lo in-comprendido, es sencillamente nuestro contenido espiritual no consciente. To­do lo que nosotros tenemos como nuestro, pero que no se ve ni se pal­pa, forma parte de nuestro contenido espiritual, de nuestra alma. Nosotros amamos a Dios, amamos a nuestros padres, amamos a nuestra Patria. Este amor parte de algo que nosotros no vemos ni palpamos, de un ser espiri­tual que es nuestra alma. Y de estas manifestaciones de dicho sér, amor, voluntad, odio, etc.. nos damos perfec­ta cuenta, son conscientes. Este con­junto de manifestaciones es lo que for­ma nuestra consciencia, la parte cons­ciente de nuestro espíritu, la parte consciente de nuestra akna

Pero existe en ésta otra parte de la que no nos damos cuenta, de la que no podemos dar razón, y que, sin e-'i bargo, tiene una gran influencia en nuestros pensamientos, deseos y accio­nes, en nuestra parte consciente. Esta segunda parte de nuestra alma, de nuestro espíritu, es el inconsciente.

El hecho de la existencia del incons­ciente se hizo popular cuando se ex­tendieron, desde luego demasiado, las fantásticas teorías de Freud. Del in­consciente salen las fuerzas que nos impelen a determinadas acciones, sin

que nosotros nos expliquemos la cau­sa, pues la causa es inconsciente. Freud creyó que formaban el subconsciente deseos sexuales infantiles reprimidos Esto, desde luego, ha pasado a la his­toria. Pero si tal concepto del conte­nido del inconsciente ha pasado a la historia por falso, el hecho de la exis--tencia del inconsciente se ha afianzado cada vez más, hasta llegar a la com­plejidad que adquiere en la obra de C. G. Jung.

La nueva aportación de Jung es la siguiente: hasta ahora no se había visto en el contenido del inconsciente más que factores individuales (deseos sexuales de la infancia reprimidos por el imperativo de la consciencia, alma­cenados en el inconsciente, pero que siguen actuando sobre nuestro yo como fuerzas ocohas (Freud); volun­tad de potencia, reprimida por incom-prendida, q u e sigue influyendo en nuestros actos (Adler), o sea, factores individuales); pero Jung descubre en individuales; pero Jung descubre en lores que están por encima de lo per­sonal. Descubre Jung que el incons­ciente es múltiple, y que al lado del inconsciente individual, formado por factores personales, existe un incons­ciente colectivo, formado por factores colectivos. Un ejemplo nos lo acla­rará.

Sabemos que los sueños son imáge­nes o fantasías del inconsciente. Pues bien; así como hay sueños explica­bles por la existencia del inconsciente personal, sueños individuales, otros sólo son explicables por la existencia de un espíritu colectivo; son sueños de la Humanidad. "Analizando el incons­ciente, descubre que una región de sí mismo que ignoraba es una especie de receptáculo de los grandes temas que han conmovido la Humanidad. Tiene la visión grandiosa de su afinidad con los vedas y con los egipcios, con los antiguos Incas y con los antiguos ger­manos, con los chinos y con \oi afri­

canos; descubre, en suma, que "nada humano le es ajeno". Esta capa de su psiquis (alma) en que coincide con la humanidad de todos los países y de todas las- épocas, és él inconsciente co­lectivo." (Jung).

111

Los españoles de los siglos XVI y XVII se lanzan a aventuras grandio­sas. A los descubridores de nuevos mundos, a los reyes que con las ar­mas ganan nuevas tierras, a los misio­neros que propagan las verdades de la Fe, a los políticos que organizan la vida de nuevos pueblos hispánicos, a los teólogos que proclaman sabios principios filosóficos, a los juristas que instituyen nuevo Derecho, les acompa­ña el pueblo. Todos los españoles se sienten solidarios de las hazañas que los escogidos llevan a cabo y cada es­pañol ve en cada nueva hazaña la par­te que a él le corresponde. Se siente orgulloso de los actos que los grandes compatriotas realizan. Prende en ellos la nueva cultura, de hondas raíces hu­manas. El nombre de España es glo­rioso, y, al oírlo, sabe el español que hablan de él, y cuando lo pronuncian labios españoles miles de kilómetros lejos de la Península, por estos labios hablan todos los españoles y procla­man nuevas verdades -y verdades eter­nas que prenden en los habitantes de las nuevas tierras, incorporándose al gran hecho espiritual de la Hispani­dad. Qué orgullo el del español de aquellos siglos al ver que eran espa­ñoles los que cumplían el encargo de Jesús: "Id y doctrinad a todos los gen­tiles."

El Imperio de España no envidia a nadie. Nuestro orgullo es grande, y digno de lástima el español que no se sienta orgulloso de ser hijo de aquel Imperio.

Y el espíritu de aquellos españoles, el espíritu de la Hispanidad, tenía tan recias raigambres, que no nos asom­bra, a pesar de todo, que aún viva en nuestro sér espiritual contemporáneo. No podía ser de otro modo. Es tan hu mana |a cultura hispánica, que forzo­samente había de grabarse en todos los alimentados por ella. Lo que ha suce­dido es que nos hemos empeñado en ser otros, en no ser nosotros mismos. . Y la ciencia nos da la razón. Un es­

píritu como aquel, de senrido humano y universal, ¿no podía quedar ador­milado en nuestro inconsciente? No sólo podía, sino que lo natural era que quedase. Y si no fuese así no veríamos el grandioso espectáculo de nuestros días. Porque no es necesario que el soldado de rudimentaria cultura que lucha con heroísmo y muere por Es­paña sepa la Historia ni lo que es la Hispanidad. El no lo sabrá, pero en su inconsciente late el espírim que crea­ron nuestros antepasados, y éste va dictando normas a nuestra conscien cia. Sólo falta que adquiramos cons­ciencia de los grandes valores que po­seemos en las profundas capas de nuestra alma, y entonces toda nuestra vida, todos nuestros actos, irán dirigi­dos por un espíritu, que será el de la Hispanidad.

Ved, pues, qué gran verdad contie­ne aquella im'agen de José Antonio, hecha pública en la fecha azul de nuestra natividad, digna del más sutil psicólogo o del más grande poeta: "En derechas e izquierdas juveniles arde, oculto, el afán por encontrar en los espacios eternos los trozo.': ausentes de sus almas partidas.'

Dr. AZUL.

Imprenta F. E. T.-Burgos