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J. D. Salinger es una de las fi guras más emblemáticas del siglo XXXX. Autor de El guardián entre el centeno, cuyo poder ha ejercido un infl u-jo único generación tras generación, se convirtió en un mito cuando, abrumado por la fama, decidió dejar de publicar y desapareció. Y aunque él y su obra han sido objeto de un sinfín de libros y artículos, el hombre detrás del escritor sigue siendo un misterio. Hasta ahora.

Estas páginas de lectura apasionante recopilan material totalmente inédito hasta el momento: más de ciento cincuenta fotos nunca antes publicadas, cartas, fragmentos de diarios y el testimonio de más de doscientas personas, muchas de las cuales se habían negado antes a contar su relación con Salinger. David Shields y Shane Salerno reúnen las piezas de un puzle revelador que da respuesta, por fi n, a las más importantes incógnitas:

¿POR QUÉ DESAPARECIÓ J. D. SALINGER? ¿CÓMO CAMBIÓ SU VIDA LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL?

¿SIGUIÓ ESCRIBIENDO?

«Escrita con elocuencia y muy documentada […]. Un éxito sin paliativos […]. Una revelación que ofrece el retrato más completo de un icono americano, un hombre deifi cado por el silencio, perseguido por la guerra, frustrado por el amor, y más frágil y humano de lo que quería que el mundo supiera», USA Today.

«Te mete tan adentro de la cabeza de Salinger como es posible», Entertainment Weekly.

«Ofrece el relato más completo hasta la fecha de los años de Salinger en la Segunda Guerra Mundial, un trauma que lo transformó y que empezó con el desem-barco de Normandía y acabó con la liberación del campo de Dachau», Th e Washington Post.

«Emocionante […]. Llega hasta el corazón de Salin-ger. Los autores han tenido acceso a material único», Th e Wall Street Journal.

«El libro se estructura como una historia oral […]. Entre los citados hay personajes tan variados como los hijos de Salinger, autores como Tom Wolfe y Gore Vi-dal, incluso Mark David Chapman, que se refi rió a El guardián entre el centeno como el motivo por el cual asesinó a John Lennon en 1980», Th e Washington Post.

«Salinger está repleta de fascinantes revelaciones», Th e Daily Beast.

«Lo nunca visto en Salinger […]. Su literatura ence-rraba con insoportable genio y ligereza el dolor de cre-cer… la épica de un país siempre en tránsito hacia la madurez. […] La vida del escritor, cifrada en sus nihi-listas y desencantados relatos, tal vez ayude a retratarlo mejor», Elsa Fernández-Santos, El País.

«Revela los enigmas de Salinger […]. Su resolución es el gran desafío de los cazadores de tesoros litera-rios», Josep Massot, La Vanguardia.

«Toda la verdad sobre J. D. Salinger», ABC.es

«Alumbra una vida que siempre fue polémica por su prudencia, estridente por su discreción y popular por su modestia. Jamás un hombre ha sido tan estigmati-zado por su talento como lo fue Salinger […]. Cuenta con la opinión de, entre otros, William Faulkner, Phi-lip Roth, Tom Wolfe, John Updike, Ernest Hemingway, Truman Capote y Norman Mailer. Una biografía oral», Javier Ors, La Razón.

«Una colosal biografía del autor […]. Nuevos datos e historias que cambiarán del todo la visión que el mun-do tiene de Salinger», Javier Zurro, El Confi dencial.

«Una ambiciosa experiencia de lectura, enriquecedora, fundacional», rtve.es

DAVID SHIELDSEs autor de quince libros, entre los que destacan el best seller How Literature Saved My Life; Reality Hun-ger, elegido como uno de los mejores libros de 2010 por más de treinta publicaciones; Black Planet, fi nalis-ta del National Book Critics Circle Award, y Remote, que obtuvo el PEN/Revson Award. Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.

SHANE SALERNOEs el guionista, productor y director del documental Salinger, producido por Th e Weinstein Company. Ha sido guionista y ha producido numerosas películas y series televisivas de éxito. Coescribió y se encargó de la producción ejecutiva de Salvajes, la aclamada pelí-cula de Oliver Stone (2012).

Diseño de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño, Área Edi-torial Grupo PlanetaFotografía de la contracubierta: J. D. Salinger escribiendo El guar-dián entre el centeno durante la Segunda Guerra Mundial. Cortesía de Denise Fitzgerald (continúa en solapa posterior)

CORRECCIÓN: SEGUNDAS

SELLO

FORMATO

SERVICIO

SEIX BARRAL

26/11

COLECCIÓN

13X23-TAPA DURA

26-03-2013DISEÑO

REALIZACIÓN

CARACTERÍSTICAS

CORRECCIÓN: PRIMERAS

EDICIÓN

5 tintas-CMYK + Pantone 187C

IMPRESIÓN

FORRO TAPA

PAPEL

PLASTIFÍCADO

UVI

RELIEVE

BAJORRELIEVE

STAMPING

GUARDAS

Folding 240grs

Brillo

INSTRUCCIONES ESPECIALES

+ FAJA (Pantone 187C) P.Brillo

DISEÑO

REALIZACIÓN

20-11-2013

Forro tapa Geltex gofrado LS Embosing LS 111 Blanco, impreso en frontal y lomo Pantone 187 C

Cartón nº 20Sobrecubierta en papel Offset Blanco de 150 grs.impresa a 4/0 tintas, barniz de maquina delante mate y peliculado en brillo detrás. con un relieve en seco al titulo.

Faja impresa a 1/0 tintas en offset blanco de 150 grs. + barniz mate maquina delanteó a 4/0 tintas.

Encuadernación tapa dura fresada con sobrecubi-erta, cabezadas 687 (Ref Cristal)

(continuación de solapa anterior)

pvp 27,00 €

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David Shields y Shane Salerno Salinger

Traducción del inglés por Javier Calvo

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 15

P R I M E R A PA R T E

B R A H M A C HA R IAA P R E N D I Z A J E

1 ESTA GUERRA LA VAMOS A EMPEZAR DESDE AQUÍ MISMO 23

2 LIGERA REBELIÓN EN PARK AVENUE 52

Conversación con Salinger n.o 1 118

3 METRO NOVENTA DE MÚSCULO

Y CINTA DE MÁQUINA DE ESCRIBIR EN UNA TRINCHERA 127

Conversación con Salinger n.o 2 146

4 BOSQUE INVERTIDO 150

Conversación con Salinger n.o 3 168

5 MUERTOS EN INVIERNO 170

6 TODAVÍA EN LLAMAS 185

7 VÍCTIMA Y VERDUGO 199

8 ESTAR A LA ALTURA 220

Conversación con Salinger n.o 4 251

9 EL ORIGEN DE ESMÉ 253

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10 PERO ¿EL CHAVAL DE ESTE LIBRO ESTÁ LOCO O QUÉ? 278

11 NOS PODEMOS ESCAPAR IGUALMENTE 306

Conversación con Salinger n.o 5 330

12 SIGUE LA BALA: NUEVE CUENTOS 340

Conversación con Salinger n.o 6 353

S E G U N D A PA R T E

G A R HA S T H IAD E B E R E S D E L D U E Ñ O D E U NA C A S A

13 SU LARGA NOCHE OSCURA 357

14 UNA CAÍDA DE LO MÁS TERRIBLE 393

Conversación con Salinger n.o 7 437

Conversación con Salinger n.o 8 438

T E R C E R A PA R T E

VA NA P R A S T HAR E T I R A R S E D E L M U N D O

15 EL SEGUNDO SUICIDIO DE SEYMOUR 441

Conversación con Salinger n.o 9 455

16 QUERIDA SEÑORITA MAYNARD 457

17 QUERIDO SEÑOR SALINGER 469

Conversación con Salinger n.o 10 495

Conversación con Salinger n.o 11 502

Conversación con Salinger n.o 12 505

18 ASESINOS 513

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C UA R TA PA R T E

S A N N YA S AR E N U N C IA A L M U N D O

19 UNA PERSONA SIN VIDA PÚBLICA 545

20 A MILLONES DE KILÓMETROS DE DISTANCIA, EN SU TORRE 603

21 JEROME DAVID SALINGER: CONCLUSIÓN 621

22 SECRETOS 634

OBRA NARRATIVA EN EL ORDEN CRONOLÓGICO DE SU PUBLICACIÓN 639

RELATOS PERDIDOS, RELATOS NO RECOPILADOS Y CARTAS PUBLICADAS 643

LA FAMILIA GLASS 647

NOTAS BIOGRÁFICAS 651

NOTAS 669

BIBLIOGRAFÍA 693

AGRADECIMIENTOS 723

CRÉDITOS FOTOGRÁFICOS 729

PERMISOS 733

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ESTA GUERRA LA VAMOS A EMPEZAR DESDE AQUÍ MISMO

PLAYA UTAH, NORMANDÍA, 6 DE JUNIO DE 1944;

SAINT-LÔ, MORTAIN Y CHERBURGO, FRANCIA, JUNIO-AGOSTO DE 1944

El 12.o Regimiento de Infantería de Salinger desembarcó en Pla-ya Utah el Día D, 6 de junio de 1944, con menos de 3.100 sol-

dados; para finales de junio ya había perdido a casi 2.500. Salinger se ve las caras con la aniquilación tanto en el monumental colec-tivo como en la intimidad de su unidad.

J . D. S A L I N G E R : 1 Desembarqué en Playa Utah el Día D, con la 4.a División.

M A R G A R E T S A L I N G E R : 2 «Desembarqué el Día D, ya sabes», me decía en tono sombrío, de soldado a soldado, por así decirlo, como si yo entendiera lo que aquello implicaba.

E D WA R D G . M I L L E R : De todos los días en que se podía iniciar uno en el combate, a Jerome David Salinger le tocó el Día D.

M A R I N E R O K E N OA K L E Y: 3 La noche antes de los desembar-cos del Día D, el oficial al mando nos dio las instrucciones, y yo no me olvidaré nunca de sus últimas palabras. «No os preocupéis si a los de la primera oleada os matan a todos —nos dijo—. Noso-tros nos limitaremos a pasar por encima de vuestros cuerpos con

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más y más hombres.» Qué idea tan tranquilizadora para irse a dormir.

S H A N E S A L E R N O : Salinger era un chaval de veinticinco años de Park Avenue, un privilegiado criado entre algodones que se creía que la guerra iba a ser una aventura, algo romántico lleno de gla-mour. Se imaginaba a sí mismo de protagonista de una novela de Jack London y confiaba en que el servicio militar reventaría la bur-buja en la que se había criado. Salinger escribió: «En mi mente ten-go una provisión de corbatas negras y, aunque las voy tirando a medida que las encuentro, siempre quedarán unas cuantas.» Se pre-guntaba si tal vez le faltaba el dolor necesario para convertirse en escritor. Quería que la guerra lo curtiera, que lo hiciera más pro-fundo como persona y como escritor. El año siguiente lo iba a cam-biar para siempre.

DAV I D S H I E L D S : Salinger le contó a Whit Burnett, su profesor de escritura en la Universidad de Columbia y redactor jefe de la revista Story, que el Día D llevaba encima seis capítulos de El guar-dián entre el centeno, que necesitaba llevar encima aquellas pági-nas no solamente como amuleto para ayudarlo a sobrevivir, sino como razón misma para sobrevivir.

W E R N E R K L E E M A N : 4 Por entonces Jerry no era más que un cha-valín. Más bien callado. Yo ya me daba cuenta de que era un poco raro. Era distinto. No se abrochaba las correas del casco. Hacía lo que le daba la gana.

A L E X K E R S HAW: El número de serie de Salinger era 32325200; el mismo número que muchos años después le adjudicaría a su per-sonaje de ficción Babe Gladwaller en su relato «Last Day of the Last Furlough».

S HA N E S A L E R N O : John Keenan sirvió con Salinger en el CIC, el Cuerpo de Contraespionaje. Salinger, Keenan, Jack Altaras y Paul Fitzgerald se pasaron la guerra juntos, haciéndose llamar los «Cua-tro Mosqueteros». Siguieron siendo amigos íntimos toda la vida. A Altaras y Fitzgerald nunca se los había identificado hasta ahora.

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J O H N K E E NA N : 5 Creo que eran las tres de la mañana cuando sa-lieron los hombres rana [las unidades de demolición de combate naval]. Allí no podía dormir nadie, así que nos enteramos de todo lo que estaba pasando. Nos dedicamos a hablar sobre temas trivia-les y a hacernos los valientes. Creo que no había nadie que pensa-ra que aquélla iba a ser la gran aventura de nuestras vidas. Gracias a Dios, volvieron todos. Sobre las cinco salieron los de infantería. Eran la primera oleada.

E B E R HA R D A L S E N : A Salinger lo asignaron al 12.o Regimiento de Infantería. Yo pensaba que él había desembarcado con su regi-miento a las 10.30, casi cuatro horas después de la Hora H. Pero el texto oficial de la History of the Counter Intelligence Corps afir-ma que «el Cuarto Destacamento del CIC bajó con la 4.a División de Infantería en su asalto a Playa Utah a las 6.45». Esto quiere de-cir que el destacamento del CIC de Salinger bajó a tierra aquella hora junto con el 8.o Regimiento, que hizo de punta de lanza del desembarco de la 4.a División.

DAV I D S H I E L D S : Un testigo ocular, Werner Kleeman, que ser-vía como intérprete para el 12.o de Infantería y era amigo de Sal-

Los Cuatro Mosqueteros: De izquierda a derecha, J. D. Salinger, Jack Altaras, John Keenan y Paul Fitzgerald.

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inger, declaró que éste había desembarcado en la segunda oleada del asalto del Día D.

A L E X K E R S H AW: El Día D, Salinger estaba en una lancha de de sembarco, acercándose a Playa Utah, apelotonado con sus ami-gos y compañeros de unidad, algunos de los cuales no tardarían en morir.

W E R N E R K L E E M A N : 6 Nos volaban obuses por encima de la ca-beza. Las armas de infantería todavía estaban llegando. Los obu-ses de la artillería estaban llegando.

E D WA R D G . M I L L E R : La mayoría de aquellos tipos tenían die-cinueve, veinte o veintiún años. Salinger tenía veinticinco, era un viejo.

PAU L F I T Z G E R A L D (fragmento de un poema inédito): Allí no había glamour ni bravuconadas que valieran. Teníamos la playa de-lante. Vi mi primer muerto flotar en la marea.

J O H N K E E NA N : 7 Los acorazados disparaban a la costa, apun-tando a los fortines [estructuras de cemento fortificadas desde las cuales los alemanes manejaban sus ametralladoras].

S T E P H E N E . A M B R O S E : 8 Las olas zarandeaban de un lado a otro las lanchas de desembarco, entraban por las bordas para gol-pear a las tropas en toda la cara y agobiaban tanto a los hombres que muchos ya se morían de ganas de salir.

S O L DA D O R A L P H D E L L A- VO L P E : 9 Los barcos iban de un lado a otro, compitiendo por colocarse en posición. Yo me había toma-do un desayuno extra extra grande, pensando que me ayudaría, pero lo perdí.

S T E P H E N E . A M B R O S E : 10 Él y muchos otros. El marinero Mar-vin Perrett, de dieciocho años, agente de la Guardia Costera de Nue-va Orleans, iba de timonel en una lancha Higgins construida en Nueva Orleans. Los treinta miembros del 12.o Regimiento de la 4.a División a los que estaba transportando a tierra tenían las ca-

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bezas vueltas hacia él para evitar la espuma. Él les veía la preo-cu pación y el miedo en la cara. Justo delante tenía a un capellán. Perrett estaba concentrado en mantener su puesto en la línea de avance. En aquel momento el capellán vomitó el desayuno, el vien-to lo arrastró y a Perrett (y a todos los demás) le quedó la cara cu-bierta de huevos sin digerir, café y pedazos de beicon.

S A R G E N T O P R I M E R O DAV I D R O D E R I C K : 11 Playa Utah te-nía una subida larga y suave. Sorprendimos a los alemanes asal-tando Utah con la marea baja, cuando todos los obstáculos queda-ban a la vista. Sin embargo, obligamos a nuestras tropas a cruzar más de cien metros de terreno descubierto, además de aproxima-damente otros cien de agua. Desembarcamos a nuestras tropas de la 4.a División de Infantería en aguas de un metro y medio o dos de profundidad y ellos tuvieron que salvar con dificultades los aproximadamente doscientos metros que los separaban del rom-peolas. Éste tenía entre un metro y medio y dos metros y medio de altura, y detrás había dunas de hasta tres metros. Las fortifica-ciones que flanqueaban la playa podían barrerla con armas de in-fantería, ametralladoras y artillería.

Yo soy de la opinión de que la única pregunta que se hacía Sal-inger, o que nos hacíamos cualquiera de nosotros, era: «¿Voy a salir vivo? ¿Voy a llegar vivo a la playa?» A mí aquello me ponía especialmente nervioso porque no se me daba muy bien nadar. Los salvavidas que te daban no eran más que una banda ancha que te rodeaba la cintura, y tú llevabas un montón de equipamiento pe-sado a la espalda. Si no tenías cuidado, si te caías al agua e inflabas aquel trasto, podía pasar que te pusiera cabeza abajo y te ahogaras.

S O L DA D O A L B E R T S O H L : 12 «¡Preparados!», gritó el timonel pa ra hacerse oír por encima del rugido del motor. Viró con habili-dad nuestra lancha hacia tierra entre aquel tráfico embarullado de barcazas. Las explosiones esporádicas de la artillería de tierra des-filaban por la orilla sobre unas botas invisibles de siete leguas. El corazón me latía acelerado, pero seguía sin poder ver a nadie en la costa que se pareciera a nuestro enemigo. A unos cincuenta me-tros aproximadamente de la playa, nuestro piloto dio marcha atrás con las hélices. Mientras la lancha se ponía al pairo, abrió de gol-pe la rampa delantera. A lo lejos retumbaban las detonaciones. Nos

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pasaban aviones zumbando por encima. Los penachos entrecor-tados de humo negro procedentes de los veloces destructores cru-zaban aquella caótica escena. «¡Hemos llegado al final de la fila! —gritó el timonel por encima del estruendo—. Moved el culo, que tengo que volver a por más pasajeros.»

C O R O N E L G E R D E N F. J O H N S O N : 13 Los hombres sintieron que se les tensaban los músculos cuando les susurraron que ya tenían la costa enfrente. Mientras corrían hacia la orilla, el capitán pidió a voz en grito más mantas. Aquello quería decir que había heridos en la playa, lo cual hizo que todos se cagaran de miedo. El proble-ma inmediato de todos ellos quedó en primer plano. Todos sabían que, si querían llegar vivos a la noche, primero iban a tener que sobrevivir a la carrera hasta la playa. Era lo único que importaba. Para salir de ésa, tendrían que sobrevivir a lo que les parecería una eternidad de tiempo caminando por el agua, desde la lancha de desembarco hasta la playa, vadeando aquella distancia con el equi-po que llevaban a cuestas y que frenaba su avance, una eternidad durante la cual se sentirían completamente indefensos bajo el fue-go asesino de quienes estaban al otro lado de la playa.

G E N E R A L M AT T H E W R I D G WAY: 14 Por primera vez vi el más solitario y ominoso de todos los paisajes: un campo de batalla. Y por primera vez conocí esa extraña euforia que se adueña de un hombre cuando sabe que a lo lejos hay una mirada hostil clavada en él y que en cualquier momento lo puede alcanzar una bala que tal vez no llegue a escuchar nunca, disparada por un enemigo al que no puede ver.

C A P I TÁ N G E O R G E M AY B E R RY: 15 Nunca en la vida había te-nido tantas ganas de correr, pero solamente podía avanzar como una tortuga por el agua. Nos separaban de la orilla aproximada-mente un centenar de metros, y yo tardé dos minutos en llegar adonde el agua no cubría. Fueron dos minutos extremadamen-te largos. Ni siquiera en la playa pude correr, porque el uniforme empapado me pesaba un montón y tenía las piernas entumecidas y doloridas.

Empezaron a explotar obuses pesados en la playa, además de fuego de mortero esporádico procedente de un poco más tie-

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rra adentro. Un soldado que iba justo delante de mí reventó en pedazos cuando le dio un obús de lleno. En aquel mismo mo-mento, algo pequeño me golpeó en la barriga. Era el pulgar del tipo.

S A R G E N T O P R I M E R O DAV I D R O D E R I C K : Vi que flotaba en el agua equipamiento, salvavidas y tablones de una lancha que ha-bía chocado con una mina. A doscientos metros de distancia oí una explosión fuerte; la Batería B de artillería acababa de chocar con una mina y su lancha de desembarco voló por los aires con una explosión tremenda. En la lancha iban cuatro piezas de arti-llería y sesenta hombres. Todos miramos horrorizados cómo vo-laban cuerpos y metal por los aires: murieron treinta y nueve de los sesenta hombres.

S A R G E N T O P R I M E R O DAV I D R O D E R I C K : Avanzamos de-prisa. Todo el mundo tenía la misma meta: bajar y llegar al rom-peolas lo más rápido posible. Estábamos expuestos directamente al fuego enemigo. Me acuerdo de un tipo que salió con la primera oleada y que nada más bajar de la lancha apenas consiguió man-tenerse a flote. Un grandullón lo agarró por el trasero de los pan-talones, lo levantó en vilo y le dijo: «Eh, Tapón, más te vale poner los pies en el suelo.» Antes de que Tapón le pudiera dar las gracias, su salvador recibió un balazo que le atravesó la cabeza.

Los obuses nos llovían encima y los francotiradores se iban cargando a mis amigos. De hecho, al primer tipo que murió bajo mi mando se lo cargó un francotirador alemán de un disparo en-tre los ojos. Yo oía las ametralladoras playa abajo, donde había un batallón que atacaba una fortificación enemiga.

J O H N M c M A N U S : Hay una foto de un soldado americano al que había matado un francotirador en Utah, cuando ya casi llegaba al rompeolas. Su cuerpo estaba completamente intacto, había muer-to de un tiro limpio en la cabeza. Es una de las imágenes más per-durables de Playa Utah.

W E R N E R K L E E M A N : 16 Cuando llegamos a la playa vimos cien-tos de banderitas con la advertencia: «Achtung, Minen!» (¡Cuida-

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do, minas!), pero las minas resultaron ser falsas. Vimos que algu-nos soldados ya habían muerto y estaban tirados en una zanja de-lante del rompeolas.

J O S E P H BA L KO S K I : 17 Toda la primera oleada de la 4.a División, integrada por más de seiscientos soldados de infantería a bordo de veinte lanchas de desembarco, había bajado a tierra bastante más al sur del punto en el que tenían que desembarcar.

[El general de brigada Theodore Roosevelt Jr.] fue uno de los primeros soldados que se dieron cuenta de aquel inquietan-te error. Su orden —«¡Esta guerra la vamos a empezar desde aquí mismo!»— se convertiría en el momento decisivo de la invasión de Playa Utah.

E D WA R D G . M I L L E R : Los puntos de referencia que Salinger ha-bía sido entrenado para reconocer, para orientarse una vez en tie-rra, no estaban. La única suerte era que las defensas alemanas eran un poco más débiles allí de lo que habrían sido si Salinger y su uni-dad hubieran desembarcado en un punto situado más al norte de la península de Cherburgo, pero aun así las balas eran las mismas. Las explosiones, la artillería, las arenas movedizas, la espuma, la confusión, la lluvia, el humo, las náuseas.

Soldados americanos detrás de un rompeolas de Playa Utah.

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Salinger tuvo una introducción al combate para la que no creo que estuvieran preparados ni él ni nadie en el ejército. Para Salin-ger, el Día Uno en la costa debió de ser una jornada de terror en estado puro. Las prisas por llegar a la playa, por recibir el arma allí y por protegerse, los soldados que lo rodeaban. El fuego. El humo. Los gritos. Ni todo el adiestramiento del mundo lo podría haber preparado para aquello. La experiencia fue brutal, repentina y es-pantosa. Se le quedaría grabada a fuego en el alma.

DAV I D S H I E L D S : El único relato de Salinger que evoca directa-mente la guerra, «The Magic Foxhole», fue escrito poco después del Día D y está basado claramente en esa experiencia. Nunca se publicó. Lleno de cinismo hacia la misma idea del conflicto bé-lico, el relato narra la fatiga de guerra que sufren dos soldados, uno de los cuales, Garrity, cuenta la historia en forma de monó-logo acelerado. En la primera escena muere un capellán que está intentando encontrar sus gafas por entre los cadáveres de una pla-ya de Normandía. Dios no sólo es ciego sino que está muerto. Sal-inger se pasará toda la vida intentando encontrar una visión de recambio, un sustituto para Dios.

Avance por Playa Utah, Día D.

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J . D. S A L I N G E R («The Magic Foxhole», inédito):

Llegamos veinte minutos antes de la Hora H del Día D. En la playa no había nada más que los muchachos muertos de las Compañías «A» y «B», algunos marineros muertos y un capellán que gateaba por la arena en busca de sus gafas. Era lo único que se movía allí, con ochenta y ocho obuses estallando a su alrededor y allí seguía él, a cuatro patas, buscando sus gafas. Fue derribado... Así estaba la playa cuando llegué yo.18

E B E R HA R D A L S E N : Muchos de los pasajes de «The Magic Fox-hole» son autobiográficos y se corresponden exactamente con lo que vio Salinger. Nos hace un relato parecido el soldado Ray A. Mann, que desembarcó con el 8.o Regimiento en Playa Utah.

S O L DA D O R AY A . M A N N : 19 Nuestro equipo salió en tromba de la lancha y cruzó la playa en grupos pequeños. [Y tal que así,] a unos cinco o seis metros playa adentro, empezaron a caer obuses. Los primeros aterrizaron en grupo justo delante de mí. Hasta aquel momento yo había tenido casi la misma impresión que en las ma-niobras previas de Florida, o incluso que en Slapton Sands. Pero cuando vi a nuestros hombres heridos con dolores de agonía y los

Soldado herido en Playa Utah.

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oí gritar, me di cuenta de que ahora estábamos jugando en serio. Un segundo grupo de obuses aterrizó cerca de mi grupo y al pa-recer alcanzó a nuestro sargento primero. Nunca lo volví a ver. Tam-bién alcanzaron al furriel de la compañía... Por fin llegué al rom-peolas y me quedé horrorizado al ver la cantidad de hombres que habían desembarcado y la cantidad de heridos que quedaban des-perdigados por la playa. Aquí y allá se veía a un capellán rezando junto a los muertos.

A L E X K E R S HAW: Solamente el combate te puede enseñar los efectos del miedo en el cuerpo y la mente de los seres humanos. Lo único que quería Salinger era seguir vivo.

J O H N M c M A N U S : Los veteranos del Día D a los que he entre-vistado me han contado que pensaban: «Me muero de ganas de disparar a alguien», y un segundo más tarde: «No quiero disparar a nadie.»

S A R G E N T O P R I M E R O DAV I D R O D E R I C K : Nuestros obuses hacían un silbido al salir. Una de las cosas que Salinger debió de aprender enseguida fue a distinguir el correo entrante [la artillería alemana] del correo saliente [la artillería americana]. Nuestra ar-tillería hacía una especie de silbido al salir. Con el correo entrante se pondría tenso y a cubierto. Debió de aprender enseguida la di-ferencia entre los ruidos, sobre todo el de las baterías alemanas del calibre 88, que eran las mejores piezas de artillería de toda la guerra y disparaban como un rifle. No pasaba mucho tiempo entre que las oías y el impacto. Oías pum y ya tenías el obús encima. Era un arma fantástica para los alemanes. También tenían lo que nosotros lla-mábamos Screaming Meemies, que eran unos cohetes de mortero que subían muy alto antes de bajar. Los oías chirriar y se te helaban hasta los huesos. Los proyectiles no eran tipo obús, de manera que no giraban en el aire, y eso hacía que el ruido fuera un poco distin-to, más espeluznante que el de la artillería normal. El segundo día perdí a ocho hombres por culpa de los Screaming Meemies.

A L E X K E R S HAW: Salinger sabía que lo que lo podía matar era la metralla, el fuego de ametralladora y las piezas de artillería.

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Y la mejor manera que tenía de seguir con vida era avanzar por lo bajo, preferiblemente con la cabeza bajo tierra; y si no podía ser bajo tierra, lo más cerca posible del suelo en todo momento.

J O H N C L A R K : 20 Yo había visto montones de cosas terribles: pe-dazos de cadáveres tirados en la playa y tipos reventados de mala manera. Pero creo que lo que peor me sentó fue ver un tanque con una pala que subía por el camino e iba echando los cuerpos a la zanja para que no les pasara por encima el avance de los tanques y las tropas.

E D WA R D G . M I L L E R : Una vez en la orilla, el primer objetivo que tenían Salinger y el resto de su regimiento era organizar la ca-beza de playa y afianzarla. Muchos de los peores combates, sin em-bargo, no tuvieron lugar en la playa. La toma de la playa se aca-bó en cuestión de horas, pero el verdadero infierno, lo más aciago del combate de infantería en su peor versión, llegó una vez despe-jada la playa.

A L E X K E R S HAW: Playa Utah no fue la playa más sangrienta del Día D. La 4.a División de Infantería sufrió unas doscientas bajas en Utah, hombres a quienes Salinger había conocido y con quie-nes había recibido instrucción. Pero el problema de Utah y del Día D no fueron las bajas que se produjeron ese día, sino las de las jornadas inmediatamente posteriores. Debido a que Utah no ha-bía sido la playa más sangrienta del Día D, se propagó una falsa sensación de seguridad en el seno de la 4.a División, y ciertamen-te entre Salinger y sus camaradas, acerca de lo que vendría a con-tinuación.

C O R O N E L G E R D E N F. J O H N S O N : 21 Tras romper las defensas de la cabeza de playa, el Tercer Ejército Americano [...] mandó seis divisiones a toda prisa hacia Bretaña con la intención de ro-dear a los alemanes y abrir una ruta hacia París. Y a aquellas di-visiones había que hacerlas pasar por un corredor muy estrecho, situado al este de Avranches y formado cuando los alemanes ane-garon una zona del tamaño de Rhode Island.

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