Seiner Lizardo - Medioambiente RRNN y Sociedad13

32
1 Lizardo Seiner. Medioambiente, recursos naturales y sociedad, pp. 63-92. En: El Perú Republicano: 1821-2011. Lima, Fondo Editorial Universidad de Lima, 2012. El territorio y la oferta de recursos naturales En el capítulo I presentamos el proceso de establecimiento de fronteras llevado a cabo por el Estado peruano desde inicios de la República y las modalidades que adoptó su apropiación a través de la implementación de variados sistemas de transporte y comunicación. En el capítulo II nuestro objetivo fue trazar la presencia humana en el territorio presentando su evolución cuantitativa entre los siglos XIX y XX. Planteando entonces el gran escenario la naturaleza- y los actores la población- decidimos destinar este tercer capítulo a la identificación de la oferta de recursos naturales que contiene el territorio junto con la doble influencia que ejercen entre sí la sociedad y la naturaleza; ello implica identificar la serie de fenómenos destructivos que por siglos han provocado catástrofes como también el largo e irresponsable proceder de individuos y grupos en la destrucción, a veces sistemática, de la megadiversidad. Una oferta amplia de recursos: la megadiversidad En la actualidad, el Perú está considerado entre los 17 países megadiversos del mundo (Mittermeier 1997). La biodiversidad se entiende como la presencia de especies adaptadas a diferentes hábitats distribuidos dentro de un territorio nacional; megadiversidad alude a una cantidad excepcionalmente alta de estas. Formar parte de ese grupo fue resultado de la identificación de un volumen significativo de especies; ello se produjo gracias a la información proporcionada por los estudios desarrollados por las ciencias naturales desde mediados del siglo XIX tanto desde la botánica como de la zoología. Balances hechos por científicos a comienzos del siglo XXI arrojan resultados importantes con relación a la riqueza natural que alberga el Perú; se reconoce que ocupa el primer lugar del mundo en determinados números de especies; mariposas (3.000), aves (1.816) y orquídeas (4.000). Además, sumada a esa oferta natural se comprueba la existencia de un proceso cultural de alta significación social y económica, desarrollado en los últimos 8.000 años: el proceso de do- mesticación de plantas y animales. De las cinco zonas mundo en las que se fue desarrollando la actividad agrícola desde los 6000 a.C, los Andes peruanos se reconocen como aquella en la que se encuentran 182 especies domesticadas, la más alta del mundo (Brack 2004: 17). Los centros de domesticación dieron lugar al desarrollo de civilizaciones: tal fue el caso de China, Mesopotamia o Mesoamérica. Pero en ninguno llegó a disponerse del alto número de especies que se domesticaron en el Perú. Sin embargo las especies no domesticadas, sean de flora o de fauna representan una cantidad enormemente mayor que las domesticadas y la existencia de cada una es resultado de una conjunción de factores naturales. ¿Cuáles son las condiciones físicas del territorio que han posibilitado la existencia de tan vasta oferta natural? Primero, la latitud. Es aquella dimensión espacial definida como la distancia de cualquier punto de la Tierra en relación con la línea

Transcript of Seiner Lizardo - Medioambiente RRNN y Sociedad13

1

Lizardo Seiner. Medioambiente, recursos naturales y sociedad, pp. 63-92. En: El Perú

Republicano: 1821-2011. Lima, Fondo Editorial Universidad de Lima, 2012.

El territorio y la oferta de recursos naturales

En el capítulo I presentamos el proceso de establecimiento de fronteras llevado a cabo por el

Estado peruano desde inicios de la República y las modalidades que adoptó su apropiación a

través de la implementación de variados sistemas de transporte y comunicación. En el capítulo

II nuestro objetivo fue trazar la presencia humana en el territorio presentando su evolución

cuantitativa entre los siglos XIX y XX. Planteando entonces el gran escenario –la naturaleza- y

los actores –la población- decidimos destinar este tercer capítulo a la identificación de la oferta

de recursos naturales que contiene el territorio junto con la doble influencia que ejercen entre sí

la sociedad y la naturaleza; ello implica identificar la serie de fenómenos destructivos que por

siglos han provocado catástrofes como también el largo e irresponsable proceder de individuos

y grupos en la destrucción, a veces sistemática, de la megadiversidad.

Una oferta amplia de recursos: la megadiversidad

En la actualidad, el Perú está considerado entre los 17 países megadiversos del mundo

(Mittermeier 1997). La biodiversidad se entiende como la presencia de especies adaptadas a

diferentes hábitats distribuidos dentro de un territorio nacional; megadiversidad alude a una

cantidad excepcionalmente alta de estas. Formar parte de ese grupo fue resultado de la

identificación de un volumen significativo de especies; ello se produjo gracias a la información

proporcionada por los estudios desarrollados por las ciencias naturales desde mediados del

siglo XIX tanto desde la botánica como de la zoología. Balances hechos por científicos a

comienzos del siglo XXI arrojan resultados importantes con relación a la riqueza natural que

alberga el Perú; se reconoce que ocupa el primer lugar del mundo en determinados números de

especies; mariposas (3.000), aves (1.816) y orquídeas (4.000).

Además, sumada a esa oferta natural se comprueba la existencia de un proceso cultural de alta

significación social y económica, desarrollado en los últimos 8.000 años: el proceso de do-

mesticación de plantas y animales. De las cinco zonas mundo en las que se fue desarrollando

la actividad agrícola desde los 6000 a.C, los Andes peruanos se reconocen como aquella en la

que se encuentran 182 especies domesticadas, la más alta del mundo (Brack 2004: 17). Los

centros de domesticación dieron lugar al desarrollo de civilizaciones: tal fue el caso de China,

Mesopotamia o Mesoamérica. Pero en ninguno llegó a disponerse del alto número de especies

que se domesticaron en el Perú.

Sin embargo las especies no domesticadas, sean de flora o de fauna representan una cantidad

enormemente mayor que las domesticadas y la existencia de cada una es resultado de una

conjunción de factores naturales. ¿Cuáles son las condiciones físicas del territorio que han

posibilitado la existencia de tan vasta oferta natural? Primero, la latitud. Es aquella dimensión

espacial definida como la distancia de cualquier punto de la Tierra en relación con la línea

2

ecuatorial. Es la primera variable explicativa de la megadiversidad. El Perú se encuentra

ubicado en una posición geográfica de baja latitud (entre los 002' y 1821' de latitud sur), con

gran parte de su territorio próximo a dicha línea y, por consiguiente, expuesto a una constante

irradiación solar. Junto a la alta incidencia de pluviosidad ambos elementos explican la

existencia de los bosques amazónicos, ecosistema que alberga más especies que cualquier

otro del mundo.

La presencia de la cordillera de los Andes y el mar también explican la vasta oferta natural del

territorio. Dispuesta de manera longitudinal, siguiendo una dirección norte-sur, la cordillera

muestra una visible variación altitudinal que afecta factores ambientales como la humedad y la

temperatura. Así, los Andes del sur presentan mayor altura que los del norte. Por su parte, el

mar peruano debería tener una temperatura alta si se considera el hecho de hallarse cerca de

la línea ecuatorial no obstante, es enfriado por acción de la Corriente Peruana la que corre

paralela a la línea costera desde Tacna hasta Piura e influye directamente tanto en la variedad

de especies marítimas como en los ecosistemas terrestres adyacentes, caracterizados, en

grandes áreas, por su aridez (Brack 2004: 16-17).

Si en la actualidad la megadiversidad del territorio peruano se explica sobre la base de la

conjunción de los tres factores indicados, ello es posible gracias al conocimiento acumulado por

las ciencias naturales en el Perú. Los avances de la cartografía para situar de modo más exacto

las coordenadas entre las que se encuentra nuestro territorio, las expediciones realizadas por

décadas a los largo de los Andes con el propósito de explorar y medir la altura de las montañas

que lo conforman, estudiando su relieve y los diversos tipos de paisaje que alberga hasta la

larga serie de observaciones y registros llevados a cabo por oceanógrafos peruanos y

extranjeros sobre las características del mar peruano todo nos conduce a reconocer que ello es

el resultado conjunto de esfuerzos provenientes de las ciencias naturales hechos desde varios

frentes.

Estas ciencias se cultivaron y propagaron en el Perú a través de diversos centros de enseñanza

e investigación y representan la expresión local de una parte de la tradición científica de

Occidente, incrementada y sistematizada entre los siglos XIX y XX. No obstante, no debe

perderse de vista que dicha tradición investigó un territorio que venía siendo observado y

estudiado por los propios pobladores nativos por varios miles de años. ¿Cómo fue percibido el

territorio en el pasado antes de la llegada de los colonizadores europeos? No hay mayor duda

en reconocer que la población andina tuvo un conocimiento exhaustivo de su hábitat más

inmediato. Cada ayllu debió tener control sobre los recursos disponibles en su entorno natural

más próximo; prueba de ello es el desarrollo de la domesticación de especies y la presencia de

grandes logros culturales como la cerámica, la textilería o la medicina, muchas veces con

tradiciones locales muy distintas entre sí. En cada uno de ellos, el uso de plantas, técnicas e

instrumentos se basó en el conocimiento de las propiedades de cada recurso natural. Con el

desarrollo del Estado inca desde mediados del siglo XV, se construyeron visiones de gran

3

alcance sobre los diferentes ecosistemas del enorme territorio sobre el que ejercieron autoridad.

De no haber existido no podría explicarse, por ejemplo, la distribución que se hizo de las

distintas poblaciones con propósitos de colonización en ecosistemas distintos al de origen.

Sin embargo, una percepción más vasta del territorio recién fue gestándose desde mediados

del siglo XVI, cuando los colonizadores requirieron contar con una imagen amplia del lugar al

que habían arribado. La imagen de un territorio longitudinal y tripartito, en el que se distinguen

costa, sierra y selva, tal como los seguimos entendiendo grosso modo hasta la actualidad,

recién se configura a mediados del siglo XVI. Las siguientes líneas tienen el propósito de

ordenar la evolución preliminar de este proceso de comprensión territorial.

Entendiendo el territorio

Desde la llegada de la cultura occidental a los Andes en el siglo XVI, varios han sido los

esfuerzos por clasificar el territorio de acuerdo con sus principales características físicas. La

imagen inicial corresponde a la propuesta por el jesuita José de Acosta. Su Historia natural y

moral de las Indias (1590) ofrece la primera gran perspectiva de la riqueza natural americana

incidiendo en los casos que observó directamente en Perú y México. Su estadía en el Perú se

prolongó por más de una década visitando varias partes del virreinato y estudiando in situ

diversas especies, hecho que le confiere autoridad a sus observaciones. El territorio le suscitó

sorpresa, pues "[...] este pedaso de mundo que se llama Pirú es de más notable consideración

por tener propiedades muy estrañas y ser quasi excepción de tierras de Indias [...]”. Acosta

propuso la primera visión tripartita longitudinal del Perú en base a su experiencia de viajes por

el territorio; para éI, se pueden distinguir llanos, sierra y Andes, base de la futura denominación:

costa, sierra y selva (Acosta [1590] 1977, Lib.III, cap. 22:175-177). Pocas décadas después, ya

en el siglo XVII, otro jesuita, el padre Bernabé Cobo, publica su Historia del Nuevo Mundo

(1653), obra en la que también extiende sus observaciones a varias partes de América. Para el

Perú, sus estudios son relevantes pues se sostienen en una estadía de más de 50 años (Cobo

[1653] 1956).

A fines de la época virreinal, y a pesar de los avances realizados en diversas investigaciones

que giraron alrededor de la historia natural1, la imagen del territorio se mantuvo en su

concepción longitudinal y tripartita. En 1793, Hipólito Unanue publicó en su Guía del Perú, una

imagen del territorio que reflejaba dicha concepción y en la que, por ejemplo caracterizaba a la

costa como una región compuesta por "[...] arenales estériles y valles pequeños [...]” (Unanue

[1793] 1985, II); no obstante, adicionalmente, identificó las producciones características de cada

región y las sintetizó en la siguiente mención: "[...] Las producciones del Perú siguen la

naturaleza de sus diferentes climas. Los vinos, aceites y azúcares son los frutos más

apreciables de la costa; los maíces y trigos de las quebradas y la cascarilla y coca de las

1 Desde la antigüedad clásica, se conocía bajo la denominación Historia Natural a la disciplina que agrupaba diferentes campos

de conocimiento vinculados al estudio de la naturaleza, tales como la Botánica, Zoología o la Mineralogía. Desde mediados del siglo XIX se produce la diferenciación de los estudios en cada una de las ramas.

4

montañas [...]” (Unanue [1793] 1985, III). Tampoco descuidó las diferencias de temperatura que

se observan entre ellas pues "[...] varía mucho su temperamento, aun baxo de una misma

latitud. El de los lugares altos es sumamente rígido [...] el de las quebradas imita el de la costa

que se puede medir por el de Lima [...]".

En lo esencial la imagen construida por Unanue es similar a la que él mismo publicara dos años

antes en el Mercurio Peruano, cuando hacía referencia a la existencia de "[...] arenales que se

extienden a lo largo de casi toda la costa [...]”, aunque precisando que también existían valles

muy ricos gracias al regadío. De la cordillera le llamaron la atención las lagunas y pampas

mientras la montaña –tal como se denominaba a la selva en ese entonces - de Chanchamayo,

Huánuco y Lamas "[...] son unos parages privilegiados de la naturaleza en quanto a la

portentosa lozanía y hermosura de sus producciones [...]”, aún poco explorada debido a una

población nativa hostil y la adversidad de un clima húmedo y cálido (Mercurio Peruano 1966

[1791], I: 2, 7).

Unanue publicó sus observaciones desde comienzos de la década de1790 y considerando su

novedad y exactitud junto al hecho de formar él mismo parte de una élite ilustrada que recibió la

confianza directa del Virrey, pueden considerarse como la imagen oficial con la que el Estado

virreinal visualizó su territorio. A las autoridades coloniales del Perú les interesaba proyectar

dicha imagen territorial formando parte de una unidad mayor: la Monarquía Universal Española.

También representaba un paso importante en la construcción misma de la identidad territorial

peruana, pues destacó los rasgos particulares de su geografía. Paso inicial del nacionalismo fue

la intención explícita formulada en la Idea general del Perú, a saber: "[...] hacer más conocido el

país que habitamos, este país contra el qual los autores extrangeros han publicado tantos

paralogismos [...]” (Mercurio Peruano 1966 [1791], I: 1).

Aun cuando el Mercurio no representó formalmente una publicación oficial, recibió

constantemente apoyo directo de parte del virrey Gil de Taboada. Ello se materializó

plenamente luego cuando le encomendó directamente a Unanue la redacción de la Guía de

forasteros, obra concebida para ofrecer una imagen real y práctica del país, sostenida en el

acopio de estadísticas y de observaciones directas hechas a lo largo del territorio y sostenidas

en los principios de la Ilustración. Por consiguiente, es a fines del siglo XVIII y a partir de la

conjunción entre poder y ciencia que se produjo la forja de la imagen del territorio heredada por

el Perú republicano.

La fuerza de la imagen tripartita del territorio, forjada en los siglos virreinales y heredada por la

República, se prolonga hasta el presente. En términos generales, fue el discurso geográfico

escolar el que se convirtió en el medio eficaz que hizo posible el mantenimiento de dicha

imagen. Junto con los aprendizajes básicos, el niño desarrolla en la escuela su primera

percepción espacial de gran magnitud, la de su país, del cual se siente parte y que le permitirá

establecer los primeros vínculos de pertenencia a una comunidad que se asienta y controla un

5

espacio. No obstante, no debe dejar de reconocerse que la imagen tripartita no resultaba

plenamente satisfactoria para muchos científicos peruanos. Gracias a los aportes sucesivos de

muchos viajeros y naturalistas, sostenidos en largos recorridos por el territorio, la antigua

concepción tripartita se encuentra felizmente matizada en la actualidad y coexiste con otras más

modernas.

Si tres fueron las regiones identificadas por Unanue, cinco fueron las que consideró Raimondi.

Fue el científico que mejor estudió y comprendió el territorio peruano en el siglo XIX, resultado

de una larga estadía de 40 años, 20 de los cuales se dedicó a recorrerlo extensamente. En su

opinión "[...] el Perú puede subdividirse en cinco zonas distintas por su clima y producciones.

Estas zonas o regiones reciben el nombre de Costa, Sierra, Puna, Cordillera y Montaña [...]

cursiva nuestra (Raimondi 1878 2007: 368). Al igual que lo hecho por Unanue -aunque

sosteniendo sus opiniones en una experiencia de viaje más fructífera- Raimondi presentó los

rasgos de cada una de las regiones identificadas. Y como para demostrar el rol central de los

Andes en la configuración del territorio, la sierra de Unanue da paso en Raimondi a tres

regiones: sierra, puna y cordillera, diferenciadas entre sí por tres elementos: altura, clima y

recursos.

Profundizando la imagen de Unanue, Raimondi consignó puntualmente la altura sobre la que se

extiende cada región e incluso define los límites de cada una en base a la vegetación; para la

sierra indica que el límite superior, ubicado a 3.500 metros de altitud, lo establece el crecimiento

de la alfalfa, mientras que el inferior, a los 1.500, se define por la adaptación de la caña de

azúcar (Raimondi 1878 2007: 369).

Un esfuerzo mayor de sistematización fue el que emprendió Javier Pulgar Vidal desde la

década de 1930 con el propósito de distinguir las regiones. Basándose en el conocimiento tradi-

cional de la población nativa sobre el territorio y tomando distancia de la tripartición territorial

tradicional, decidió utilizar los mismos términos quechuas con el que esta entendía las visibles

diferencias altitudinales. Así registró ocho denominaciones que han tenido éxito en su

recepción, pues son materia de gran difusión en el nivel escolar: chala, yunga, quechua, suni,

puna, janca, rupa rupa y omagua (Pulgar Vidal 1996: 242, 272-273).

Cada una de las regiones se extiende dentro de un rango de altitud y alberga condiciones

propicias para el desarrollo de los "productos límite", de distribución escalonada y que se

producen hasta una determinada altitud. Aun cuando se trata de una propuesta relevante y

extendida, Pulgar Vidal recomendaba entender la interpenetración entre zonas como una

sección sinuosa para así evitar imaginar separaciones bruscas entre ellas; además, entrevió

que la existencia de las ocho regiones resulta innegable en la sección central mas no en otras;

por ejemplo no se advierte presencia de janca en los Andes del norte (Pulgar Vidal 1996: 31).

A fines del siglo XX se propuso una nueva forma de clasificación del territorio: la ecorregión.

6

Desde la década de 1980 Antonio Brack con formación en ciencias naturales y lector de los

relatos de viaje de Raimondi por el Perú, propuso el concepto de ecorregiones, distinguiéndolas

sobre la base de la incidencia de factores como vegetación, pluviosidad, suelos y altitud, entre

otros. Así resultaron once ecorregiones, a saber: Mar frío, Mar tropical, Desierto del Pacífico,

Bosque seco ecuatorial, Bosque tropical del Pacífico, Serranía esteparia, Puna, Páramo, Selva

alta, Selva baja y Sabana de palmeras (Brack 2004: 23). La distribución de cada una de las

ecorregiones en el territorio no es uniforme. Si apreciamos el territorio desde una perspectiva

transversal de dirección oeste a este, la distribución de estas varía; en la sección sur (16 lat.

S), por ejemplo no existe selva baja mientras que el páramo y bosque seco solo se hallan en la

sección norte (5 30' lat. S). El concepto ecorregión representa la más moderna modalidad de

clasificación del territorio, etapa final de una larga tradición de clasificación del territorio que se

prolongó a lo largo de cuatro siglos.

Las regiones han servido de criterio de clasificación del territorio, concentrando de distintos

modos la diversidad de especies. Estas, a su vez, requieren dos recursos indispensables para

su crecimiento y supervivencia: agua y suelos.

La distribución del agua en el Perú

El agua dulce no es un recurso escaso en el Perú. El problema central se deriva de su desigual

distribución a lo largo de las tres regiones principales. La cuenca del Amazonas concentra una

disponibilidad de agua 30 veces mayor de la que en conjunto muestran las cuencas del Pacífico

y del Titicaca. Si tenemos en cuenta este hecho y lo comparamos con la concentración de

población en cada una de las regiones, se produce un fenómeno curioso: una relación

inversamente proporcional entre disponibilidad de agua y concentración demográfica, que se

aprecia en el siguiente gráfico.

Aunque la cuenca del Pacífico apenas concentra poco más del 2% del agua disponible, alberga

el 66% de la población, la mayor concentración demográfica regional. En este fenómeno se han

conjugado dos variables: la conformación misma del territorio y los desplazamientos de

población intensificados en la segunda mitad del siglo XX, que despoblaron la sierra, región que

tradicionalmente concentró la mayor densidad demográfica, hasta mediados del siglo XX.

El volumen de agua dulce disponible en el Perú asciende a 2.046.287 hectómetros cúbicos

anuales.2 La agricultura es la actividad económica que absorbe el mayor porcentaje, el cual

asciende al 80%, seguido del uso doméstico, con poco más del 12%. Luego se encuentra el

consumo industrial y minero, consecutivamente. Representan cuatro modalidades de uso del

agua agrupados bajo la categoría "uso consuntivo", diferenciándolo del denominado "uso no-

consuntivo", aquel porcentaje que se destina a la generación de energía eléctrica y que no se

materializa en un consumo efectivo del recurso (Autoridad Nacional del Agua b).

2 El hectómetro cúbico es una medida de capacidad equivalente a un millón de metros cúbicos.

7

¿Qué utilización se da al 12% correspondiente a uso doméstico? Este porcentaje cubre las

necesidades cotidianas de la población, sea la higiene personal, la cocción de los alimentos o el

lavado de la ropa. A comienzos del siglo XXI el acceso al agua potable en el Perú se realiza a

través de servicios brindados por empresas privadas denominadas "prestadoras", establecidas

en varias ciudades del país y clasificadas sobre la base del número de conexiones instaladas. A

la cabeza se encuentra Sedapal, empresa que satisface la demanda de 1.100.000 conexiones

en Lima. Las demás se clasifican sobre la base del número de conexiones; 11 se clasifican

como grandes, pues tienen más de 40.000 conexiones, 21 son medianas y cubren más de

10.000, y 17 son pequeñas, por debajo de esta cifra.3 En el caso específico de la demanda de

las cinco ciudades más pobladas del Perú (Lima, Arequipa, Trujillo, Chiclayo y Piura incluyendo

provincias aledañas) es cubierta con la gestión de otras tantas empresas privadas reguladas

por el Estado a través de la Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento.

En Lima, parte del confort doméstico que existe en materia de distribución urbana de agua se

sostiene en una extensa red subterránea de tuberías que alcanza 11.308 kilómetros de

longitud, la más extensa del país, y de la cual el 6% está conformada por redes primarias. El

agua dulce se obtiene de distintas fuentes y requiere tratamiento antes de usarse. El proceso

de potabilización se sostiene en reservorios ubicados en distintas partes de la ciudad, los

cuales cuentan con una capacidad de almacenamiento de 326.000 metros cúbicos. Uno de

ellos es la planta de tratamiento de La Atarjea, la más importante y antigua de la capital, cuya

capacidad alcanza los 224.000 metros cúbicos, equivalente al 60% del total (Sedapal 2008:43).

Para un sector de la población cuyas necesidades de consumo doméstico de agua se hallan

debidamente satisfechas, pareciera perder muchas veces de vista las contingencias propias del

funcionamiento de un sistema complejo como es el de captación potabilización y distribución del

agua. Las fugas suelen representar la contingencia más frecuente del sistema y su detección

requiere una supervisión permanente por parte de las empresas prestadoras. La detección de

las contingencias representa una práctica indispensable y relevante pues evita la pérdida de un

caudal apreciable de agua: 225 litros por segundo.

Tratándose de un recurso escaso en una ciudad con las características ambientales de Lima,

rodeada de zonas áridas, la labor de detección no debe mantenerse solo en un plano técnico de

solución; debe incidir más bien en la acción de un usuario más informado y que se transforme

en actor responsable frente al uso de un recurso agotable, como es el agua potable en Lima.

No es una invocación superflua. Cuando cerca del 20% de la población carece de una conexión

domiciliaria de agua y un sector de ella no cuenta con una provisión constante durante el día

pues la recibe por horas o en volúmenes menores que los establecidos. No debe soslayarse el

hecho que el desarrollo de una cultura del agua en Lima representa una nueva dimensión de

3 La Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento (Sunass) es un organismo público descentralizado, creado en el

2003 y adscrito a la PCM. Para las cifras mencionadas consúltese específicamente el documento “Ranking de desempeño de empresas prestadoras (2007)”: http://www.sunass.gob.pe/docuemntos/indicadores/bechmark/bech07.pdf

8

ejercicio ciudadano.

Lima tiene la más baja disponibilidad de agua de América del Sur en comparación con otras

grandes ciudades de la región. Ordenadas de mayor a menor de acuerdo a su población, cuatro

megalópolis: Río de Janeiro (9 millones de habitantes), Lima (8 millones), Bogotá (6.500.000) y

Santiago (5.900.000) se encuentran emplazadas en lugares en los que existen enormes

diferencias en relación al acceso al agua. Si en el extremo superior se encuentra Río de Janeiro

con 1.170 milímetros cúbicos de precipitación anual -equivalente a más de un metro cúbico de

lluvia al año- en el extremo inferior de disponibilidad se halla Lima con apenas 9 milímetros

cúbicos al año; 800 son los que caen en Bogotá y 384 en Santiago. En cuanto a disponibilidad

de reservas, Río de Janeiro también encabeza la lista con 2.073 millones de metros cúbicos de

agua, seguida de Santiago (900) y Bogotá (800); cierra la lista Lima con apenas 282 millones, la

séptima parte de las que presenta el primero.

También son palpables las diferencias en cuanto a capacidad de producción de agua potable,

aspecto en el que los resultados desfavorecen a Lima, donde se producen 20 milímetros

cúbicos por segundo frente a los 24 de Santiago, 25 de Bogotá y 52 de Río de Janeiro (Sedapal

2007: 23). A partir de lo expuesto, no es difícil imaginar un escenario futuro en el que la

población mantenga las tendencias actuales de aumento constante mientras las reservas de

agua van disminuyendo a un ritmo acelerado. No es imprudente afirmar que la vulnerabilidad de

Lima aumentará significativamente en las próximas décadas en un ámbito no solo vital para la

cobertura de necesidades domésticas sino también comerciales e industriales.

Visualizar la vulnerabilidad de los escenarios futuros es parte de las responsabilidades técnicas

de las autoridades actuales. Previendo la escasez futura del agua, Sedapal tiene previsto

adelantar las obras del proyecto Huascacocha-Rímac, el cual prevé derivar 2,5 metros por

segundo desde la laguna al río, elevando la oferta disponible del recurso aun cuando ello no

implique llegar aún al nivel de otras ciudades sudamericanas. Las obras civiles demandarán,

entre otras, la construcción de una presa, un canal de 42 kilómetros de longitud y un túnel de

poco más de 3 kilómetros que atravesará la cordillera, constituyendo el más importante

proyecto actual de trasvase en la costa central peruana (Sedapal 2008: 51).

No será la primera vez que se apliquen en la costa peruana proyectos dirigidos a la derivación

de aguas desde la sierra. Desde mediados del siglo XIX se vio la necesidad de incrementar el

escaso caudal del Rímac aunque con propósitos esencialmente agrícolas, como los que planteó

Demetrio Olavegoya en 1853 o Dionisio Derteano en 1873 (Seiner 2002: 157).

¿Cuánta agua potable disponible hay en Lima? Se ha afirmado que Lima es la segunda ciudad

más poblada del mundo ubicada en un desierto, detrás de El Cairo. Lima debería ser

considerada además la más vulnerable del mundo entre las que albergan más población, pues

no hay comparación posible entre el caudal conducido por el Rímac frente al que exhibe el Nilo.

9

Comprender el problema implica primero entender la geografía; Carlos Amat destacaba esta

dimensión cuando afirmaba que en el Perú la geografía manda (Amat 2006: 15), dando a

entender el modo como la topografía y el clima influyen en el comportamiento de la población.

Una de las características básicas de la geografía física del Perú la ofrece la cordillera de los

Andes. Debido a la altura a la que llegan decenas de montañas, superior a los 5.000 metros,

esta contiene extensas áreas de glaciares de las que se forman depósitos de agua, sean lagos

o lagunas, muchos de los cuales son el origen de los ríos que desembocan en el Pacífico,

formando a su paso valles que se extienden en dirección este-oeste. No debe perderse de vista

que esta densidad de glaciares es la más grande del mundo situada en zona tropical. Sin

embargo, actualmente se encuentra atravesando un dramático retroceso. El agua originada de

los deshielos glaciares fluye por una simple razón de gravedad, bien hacia la mencionada

vertiente occidental o Cuenca del Pacífico, o bien hacia la oriental, la que se reúne en la gran

cuenca del Atlántico, en la que el Amazonas representa el eje principal.

Por sus características, el Rímac es un río estacional que nace en la cordillera de los Andes y

conduce un caudal promedio de 30 metros cúbicos, de acuerdo a cifras del año 2007; en época

de crecida el caudal se eleva a 41 metros cúbicos debido a las intensas precipitaciones

ocurridas en su cuenca alta, lo que contrasta con los 23 metros cúbicos a los que apenas llega

en periodo de estiaje. Siendo esta la época en la que se reduce la oferta natural del río, las

autoridades han creado un sistema para compensar la oferta deficitaria de la cuenca fluvial del

Pacífico, captando aguas de la vertiente del Atlántico. En la actualidad, de los 282 millones de

metros cúbicos de capacidad de almacenamiento con que cuenta Lima el 56% (157 millones)

tiene su origen en la vertiente oriental, en las lagunas Antacoto y Marcapomacocha, mientras

que el 44% restante (125 millones) proviene de las de Yuracmayo y de las que se ubican en las

alturas de la localidad de Santa Eulalia, enclavada en la vertiente del Pacífico (Sedapal 2007:

44). La capacidad de almacenamiento del sistema nunca ha sido cubierta en su totalidad en los

últimos años; en el lapso transcurrido entre mayo del 2004 y abril del 2008, el caudal osciló

constantemente, descargándose 140 millones durante todo el periodo de estiaje equivalente a

la mitad de la capacidad máxima de almacenamiento (Sedapal 2008: 36).

A las fuentes superficiales generadoras de caudal se agrega el volumen aportado por las aguas

subterráneas, captadas en más de 300 pozos distribuidos por toda la ciudad de Lima. Sumando

ambas fuentes se alcanzan los 20 metros cúbicos por segundo de agua disponible. Las cifras

de potabilización son elocuentes. En el 2007 se trataron 650 millones de metros cúbicos de

agua potable en Lima; para el 2008, el volumen se había elevado a 658 millones. Y la tendencia

se mantendría al alza pues la población se sigue incrementando en la ciudad. Los cálculos

estiman que solo el 90% de la población limeña recibe los beneficios del agua potable a través

de los sistemas de distribución; ello se materializa en casi 1.100.000 conexiones. EI 92% son

domésticas; el resto industriales y comerciales. Para el 2008 estas se habían incrementado a

1.230.000 conexiones (Sedapal 2007: 27, 30-33; 2008: 42, 44). Aún se mantiene un déficit

hídrico urbano que no puede ser debidamente cubierto por la existencia de dificultades técnicas

10

que se derivan de los emplazamientos elevados en los que se hallan algunos sectores de la

ciudad. No puede soslayarse el hecho de que la Asamblea General de las Naciones Unidas

reconoce el acceso universal al agua potable como un derecho humano (Organización de las

Naciones Unidas 2011: 2).

Presentar la dimensión material involucrada en el establecimiento y funcionamiento de una red

urbana de distribución de agua potable busca llamar la atención sobre la realidad de un proceso

tecnológico destinado a la obtención de un producto que satisface dimensiones vitales de

nuestra vida. La existencia de esa red sostiene un servicio vital por el que el usuario paga pero

del que tiene una idea difusa o inexistente sobre su funcionamiento. Conocerlo es el primer

paso para entenderlo y apreciarlo. Con ello podrían enmendarse conductas irresponsables en el

uso del recurso hídrico. La difusión de una cultura del agua arraigaría en la ciudadanía la

convicción de que un uso adecuado permitirá cubrir más eficazmente la demanda urbana

contemporánea y con ello la garantía de que estará disponible en condiciones óptimas y

cantidad suficiente para generaciones futuras. El caso de Lima es significativo por su magnitud

y esencialmente por tratarse de la mayor concentración urbana del país; sin embargo, ¿cuál es

la cobertura de agua potable en el resto del país?

Cifras del año 2005 establecían que la cobertura de agua potable a nivel nacional era de 83,7%.

No obstante, de acuerdo con la información proporcionada por dependencias técnicas del

Estado, ese mismo año de los 17,3 millones de habitantes comprendidos en el ámbito de

cobertura de las empresas prestadoras de servicios (EPS), 2.800.000 no tenían acceso al

servicio de agua potable (Sunass 2006: 11). Por consiguiente, con una población no atendida

por las EPS de más del 10%, sumado a las malas prácticas domésticas que derivan en

pérdidas sensibles de agua, se configura un escenario que sin llegar a los extremos de estrés

hídrico que se aprecian en África, requiere voluntad política y responsabilidad ciudadana

individual.

A fines del siglo XX, solo el 72% de la población peruana tenía acceso al agua potable a través

de una conexión domiciliaria. El 11% se encontraba dentro de la categoría "sin conexión

domiciliaria pero con fuente cercana”, lo que equivale a decir que empleaba una cantidad de

tiempo para acceder a dicha fuente, y luego conducir agua hasta su vivienda. Casi la quinta

parte, el 18% no cuenta con servicio alguno de distribución de agua. No obstante, no son

iguales los modos de acceso. En las zonas urbanas, el 85% de la población tenía conexión

domiciliaria, mientras que en las áreas rurales cerca del 36% de la población no contaba con el

servicio. En Lima metropolitana, el 91% de las personas gozaban de conexión domiciliaria;

menos de la mitad la tenía en la selva. Incluso entre aquellos que conforman el 72% que tenía

una conexión domiciliaria no presentaban la misma regularidad de acceso al recurso; el

promedio nacional era de 12.8 horas al día, lo cual significa que un porcentaje de personas

tienen oferta de agua apenas medio día (OPS 2001:9,14).

11

El problema del agua en las sociedades contemporáneas no se limita a identificar únicamente

las características de su distribución urbana. La disponibilidad de agua dulce cubre las

necesidades derivadas de los cuatro usos consuntivos: demanda doméstica, agrícola, industrial

y minera. Como se aprecia en el gráfico 2, la agricultura absorbe las cuatro quintas partes de la

disponibilidad de agua dulce. Por consiguiente, si a nivel de consumo doméstico se reclama la

adopción entre los ciudadanos de una cultura del agua que asegure su uso responsable, tendrá

incluso un mayor impacto cuantitativo la adopción de prácticas de racionalización del riego por

parte de los agricultores.

Por otro lado, aunque el consumo conjunto de agua por parte de la minería y la industria no

excede el 8%, algunos científicos han observado la cantidad de agua que se emplea en el

desarrollo de diferentes procesos productivos. Un concepto importante y aún poco difundido es

el de huella hídrica; se trata de un indicador del volumen de uso de agua dulce por parte de un

individuo o una comunidad utilizado para producir bienes y servicios.

No es esta la ocasión para extendernos sobre los sistemas de captación, potabilización y

distribución del agua en las ciudades. Aún está pendiente una historia del acceso urbano al

agua en el Perú en la que se identifique el proceso a través del cual los centros urbanos

accedieron al agua potable y de qué manera ello contribuyó a echar las bases de una

“civilización de la higiene” (Csergo 1988: 11) en el país, visible desde fines del siglo XIX y

encarnada en el discurso de los médicos. Bien lo han afirmado los teóricos de la salubridad

pública: la relación entre acceso al agua y disminución de la o incidencia de enfermedades es

directa. Ello ya se evidenciaba en el discurso de la salud difundido por los médicos en el Perú a

mediados del siglo XIX. Sucesivos gobiernos republicanos alentaron el desarrollo de obras

públicas urbanas destinadas a instalar redes modernas de distribución de agua. En la década

de 1860 se instalaron en Lima cañerías de fierro que reemplazaron a las antiguas hechas en

cerámica que eran comunes desde el siglo XVI. A mediados de esa década ya se habían

instalado 21.000 varas, lo que equivaldría a siete kilómetros (Fuentes 1866: 521).

Aún habría que continuar con la identificación de otras etapas en las que se difunden otros

materiales para conducción del agua. Sin embarga más bien nos interesa identificar otros

aspectos igualmente relevantes. Es muy reciente el fenómeno de visibilización del problema del

agua, el cual forma parte de una política social dirigida a asegurar el acceso a la población de

menos recursos. Si bien ello ha alentado un intenso y saludable debate contemporáneo,

¿desde cuándo existe preocupación por el acceso al agua por parte del Estado?, ¿desde

cuándo se viene planteando como problema la rápida disminución de las fuentes de agua? El

planteamiento del problema viene de antiguo. El conocimiento de las fuentes subterráneas de

agua en los valles de la costa se inicia con los estudios del Cuerpo de Ingenieros de Minas y

Aguas desde1902, entidad que dependía del Ministerio de Fomento. Aun cuando el objetivo

principal de la labor del Cuerpo no era evidenciar un problema sí lo era identificar el recurso,

pues al comprobarse su disponibilidad ello alentaría la inmigración de colonos europeos

12

dedicados a la agricultura en las pampas costeras (Seiner 2002).

Otras perspectivas mostraron interés por las fuentes de agua ubicadas en la sierra. En la

década de 1940 se inicia el estudio sistemático de los glaciares en el Callejón de Huaylas,

identificados como la fuente principal del caudal de los ríos que configuran las tres cuencas

hidrográficas del país (Carey 2010). Gracias a la creación del Instituto Geológico del Perú en

1940, su director Jorge Broggi inició el estudio de la deglaciación de los nevados andinos; para

1946, Spann publicó sus investigaciones glaciológicas en el país anotando el retroceso del

límite inferior de los glaciares en la Cordillera Blanca. Del mismo modo, Hanz Kinzl señaló en

1957 que el retroceso de las nieves en dicha zona había sido de 1 a 12 kilómetros en los

últimos 100 años, es decir, de 10 metros anuales en promedio. En el sur del Perú el retroceso

fue de 5 metros anuales entre las décadas de 1950 y 1980 (Portocarrero, Torres y Gómez

2008: 49). El discurso preventivo sobre el uso racional del agua en el ámbito urbano se remonta

a la década de 1990 en consonancia con las propuestas adoptadas en los organismos del

sistema de Naciones Unidas. La escuela amplió la difusión de este nuevo discurso preventivo.

En consecuencia, más de 100 años lleva el interés por el estudio del agua en el Perú. Desde el

propósito inicial de identificar la disponibilidad de las fuentes de agua, hasta la difusión del

discurso preventivo del uso, pasando por destacar el ritmo de deterioro de algunas fuentes

como los glaciares, ingenieros, ecólogos y maestros han usado sus saberes con el fin de

conocer los diversos impactos suscitados por el uso del agua en la sociedad peruana del siglo

XX.

Los usos del suelo en el Perú

El suelo, definido como la capa fértil de la tierra donde se sostiene la vida vegetal (Ramos 1987:

908), se clasifica sobre la base de cinco diferentes tipos de uso. Teniendo en cuenta la

extensión total del territorio peruano (1.285.215.60 kilómetros cuadrados), ¿qué porcentaje de

esa área se utiliza con fines agrícolas? Estudios publicados por el Instituto Nacional de

Recursos Naturales (Inrena) a principios de la década de 1980 demostraban la baja

significación del uso del suelo con fines agrícolas, que apenas ascendía a casi el 7% del total

(Dourojeanni 1981, IV:40). Y ese porcentaje aún se subdividía en dos categorías: suelos

destinados a cultivos en limpio y suelos para cultivos permanentes. La diferencia está en

función del modo en que se realiza la cosecha en cada uno de ellos; en los primeros, como son

los casos del arroz, el maíz o los cereales en general, el suelo queda sin resabio alguno de

cultivo, mientras que en los segundos, compuestos, entre otros, por frutales, café o coca los

troncos o tallos permanecen para ser reutilizados. Sobre las poco más de 128 millones de

hectáreas que componen el territorio peruano, 7% se destinan a la agricultura, mientras que el

14% se reserva al uso ganadero, y las de uso forestal son las que concentran el mayor

porcentaje (37,9%).

El uso conjunto que las sociedades hacen de aguas y suelos permite el sostenimiento de la

13

agricultura; sin embargo, a pesar de que en la actualidad ya no representa la principal actividad

económica del país –como lo fue durante siglos, pues ni reúne el mayor porcentaje de

población empleada ni genera un porcentaje significativo del PBI-sigue siendo una actividad

central para algunos sectores de la población.

La ruptura de la oferta natural: El proceso secular de la domesticación

La oferta contemporánea de recursos naturales en el Perú es amplia y diversa en cada uno de

los "reinos" con los que tradicionalmente se divide la naturaleza. Ello es comprobable, por

ejemplo, en el "reino" vegetal, en el que se agrupan especies botánicas destinadas a diversos

usos, satisfaciendo las necesidades de alimentación y vestido, salud y ornato y hasta

religiosidad de la población o bien utilizándose como materia prima en la industria

manufacturera. En cuanto a su ámbito de uso y comercialización, mayor es el número de

aquellas que se usan y circulan localmente de las que se destinan a la exportación. En base a

cifras oficiales del 2010, los productos agropecuarios representaron apenas el 9% de las

exportaciones totales, de los cuales los más importantes son el café, los espárragos y las uvas

frescas (Mincetur 2011: 5).

En cuanto a la satisfacción de las necesidades de alimentación en el Perú actual, la oferta

botánica es el resultado de una suma de especies nativas e importadas que suman 4.000

especies nativas y 600 introducidas. Un porcentaje de las nativas es también resultado de un

largo proceso de domesticación que se inició en los Andes peruanos 6000 años a.C. a través

de cultivos de pequeña escala, hortícola que luego devino en un proceso de mayor alcance y

complejidad gracias al empleo de sistemas de irrigación, momento a partir del cual puede

afirmarse el desarrollo de la agricultura. Si los primeros pasos en el cultivo de especies se

dieron en el nivel de la horticultura 6000 años a.C, la evolución de las técnicas de cuidado de

los cultivos fue posible a través de la utilización de abonos, selección de semillas e

implementación de sistemas de irrigación.

Tubérculos, cereales y frutas fueron objeto de este proceso y forman una muy larga lista; papa,

maíz, ají, zapallo, chirimoya, lúcuma, camucamu, se convirtieron en alimentos de los pobladores

andinos y amazónicos tras un proceso de conversión de su condición silvestre inicial a su

condición de especie domesticada. No debe soslayarse el hecho de que este proceso es de la

mayor relevancia cultural, pues se desenvolvió en forma paralela y sin contacto alguno con

otros que tenían lugar en espacios diferentes, como China o Mesoamérica. La domesticación

de especies en los Andes es uno de los cinco procesos con los cuales se inicia el desarrollo de

la agricultura en el mundo, además es el que cuenta con el mayor número de especies

domesticadas.

Otra de las especies nativas que también fue objeto de domesticación fue el algodón, el cual

proveyó de fibras empleadas en la confección de prendas de vestir. Como ocurre con la

intervención humana sobre una especie, esta puede modificarse y adoptar nuevas

14

características; tornarse, por ejemplo, más resistente a las plagas o alcanzar mayor

rendimiento. En el caso del algodón, un testimonio interesante y valioso de tal intervención lo

hallamos en los experimentos hechos en el valle de Pisco por Fermín Tangüis a comienzos del

siglo XX (Cueto y Lossio 1999: 74). A partir de los estragos causados por el cotton wilt,

enfermedad producida por un hongo que marchita la planta y que había afectado

frecuentemente los algodonales de varias partes del Perú, Tangüis decidió experimentar a fin

de crear un híbrido, combinando dos especies. Los resultados fueron halagüeños, pues por

décadas figuró en las estadísticas de exportación manteniendo su presencia hasta la

actualidad, aunque mostrando descensos anuales significativos.

Las especies botánicas que poseen propiedades medicinales son abundantes en el territorio.

Los cronistas de los siglos XVI y XVII detallaron su utilización por parte de los indígenas.

Bernabé Cobo ofrece un testimonio temprano del uso del chamico; advertía que tomado en

cantidad alteraba el juicio pero obtenido "[…] el zumo de las hojas desta yerba, mezclado con

unas gotas de vinagre y aplicado sobre el hígado y espinazo, quita la intemperie cálida y es

contra las fiebres ardientes; y el cocimiento de las mismas hojas, bebido de ordinario, es contra

la calentura continua […]" (Cobo 1653 1956, I: 196). ¿Cuánto del amplio conocimiento

herbario indígena fue adoptado por otras poblaciones inmigrantes europeas, africanas o

asiáticas? Lenta debió ser su adopción por parte de otros sectores de la población.

La historia de la quina es significativa pues es otro temprano testimonio del uso de una especie

nativa por parte de los españoles. En el siglo XVII Luis Jerónimo Fernández de Cabrera,

Conde de Chinchón y virrey del Perú, fue curado de fiebres tercianas gracias al empleo de la

quinina, el principio activo contenido en la corteza del arbusto (Lastres 1951:99). A inicios de la

República su fama quedó perennizada al incluírsele en la creación del escudo nacional en

1825. La feracidad botánica de la selva no pasó desapercibida para los primeros europeos

arribados a su territorio. En la temprana crónica que compuso sobre el río Amazonas, el jesuita

Cristóbal de Acuña tras destacar la variedad de especies como la zarzaparrilla o el aceite

obtenido de la andiroba "[...] que es un árbol que no tiene precio para curar las heridas [...]”

afirmaba "[...] aquí se hallan mil géneros de hierbas y árboles de particularísimos efectos, y hay

aún por descubrir otras muchas [...] y todos tuvieran bien que hacer en descubrir sus

propiedades [...]” (Acuña 1986: 56). Ciertamente se trata de una invitación –formulada hacia

casi 350 años- para preservar la flora amazónica y alentar la investigación de los principios

activos de las especies propias de esa zona. Tampoco se puede perder de vista el uso de

plantas con propósitos mágico-religiosos; el caso del wayruro es significativo, pues a sus

semillas se les atribuye ciertas propiedades de protección (Silva Santisteban 1980, XII: 84).

Desde fines de la década de 1950, Fernando Cabieses emprendió el esfuerzo encomiable de

identificar y estudiar las especies andinas poseedoras de propiedades farmacológicas.

Resultado de ello es un valioso catálogo en el que identifica especies de utilización frecuente

por no pocos sectores de la población, tanto por quienes están culturalmente sensibilizados en

15

su aplicación, como por aquellos que a pesar de provenir de una tradición occidental,

encuentran en su uso alternativas naturales a la medicación química industrial. Constituyen, a

no dudarlo, parte de nuestra rica reserva genética.

Y en cuanto a las especies de uso industrial, la oferta forestal es la que mejor cubre esa

demanda. De un lado están todas aquellas maderas provenientes de la Amazonía y que se

destinan a la industria de confección de muebles, pisos y enchapados, y de otro lado, aquellas

cuya savia se empleó ventajosamente. Desde fines del siglo XIX, el caucho fue la base de una

explotación forestal en varias zonas de la selva amazónica, tanto en territorio peruano como en

brasileño (Ordinaire 1988). Conocemos bastante bien las cifras de exportación del látex desde

Iquitos rumbo a Europa y que se empleaba en la novel industria de producción de neumáticos

(Thorp y Bertram 1978).

En síntesis, el uso de las especies vegetales en el Perú es múltiple. En la actualidad reúne una

amplísima gama de especies nativas e importadas; las primeras, resultado de siglos de

laboriosa experimentación del poblador andino, legando a la posteridad recursos que hoy

tenemos la fortuna de aprovechar. Las segundas, producto de procesos de domesticación

ambientados en otras latitudes pero que fueron exitosamente aclimatados en el Perú. Como

evidencia de la amplia circulación de especies vegetales en el mundo (Crosby 1988), cabe

afirmar que especies nativas del Perú tuvieron, a su vez, una apropiada aclimatación en otros

lugares. Tal fue el caso de la expansión del cultivo de la papa por Europa desde el siglo XVIII o

el desarrollo del caucho en Malasia trasplantado por los ingleses en el siglo XIX.

La introducción de nuevas especies

Junto con las especies nativas domesticadas en los Andes, las especies importadas completan

la oferta contemporánea de alimentos naturales de origen vegetal. Estas llegaron al Perú

formando parte de las diversas oleadas migratorias que arribaron en los últimos cinco siglos,

aunque debe precisarse que la primera de estas, la española, fue la que aclimató el mayor

número de especies. De esa manera, el trigo, la cebada, la caña de azúcar, el café, la vid, los

ajos, la cebolla y una larga lista de especies frutícolas como la manzana, el limón, la naranja y

la mandarina fueron objeto de aclimatación en diversos valles del país. Tempranas referencias

ofrecidas por cronistas coloniales dan cuenta de ello: Acosta (1590), Garcilaso (1609) y Cobo

(1653).

En tiempos de la Conquista, un importante desarrollo cultural inició su proceso de expansión

por el área andina paralelamente a los numerosos hechos vinculados a la pacificación del

antiguo territorio incaico. La llegada de los españoles no solo supuso la venida,

establecimiento y desarrollo de una nueva dimensión religiosa o el arraigo de una nueva

estructuración social, sino que también hubo una importación significativa de especies

vegetales y animales que formaron parte esencial de la dieta de los conquistadores y que

luego se fueron extendiendo, al cabo de los siglos, a otros sectores sociales.

16

Las nuevas especies fueron numerosas. Entre los alimentos de origen vegetal traídos por los

españoles se puede contar el conjunto de cereales europeos (trigo, cebada, avena y centeno)

y el arroz, con los que también arriban nuevas frutas como los cítricos (naranjas, limones,

mandarinas y toronjas), junto con la caña de azúcar y el café, aparte de los ajos y la cebolla.

Sin olvidar la vid, que se extendió por los valles de la costa sur, el panorama se nos dibuja en

perspectiva regional. Cada una de las nuevas especies fue adaptándose en diferentes partes

del territorio con grados de rendimiento diverso. Una regionalización productiva fue

rediseñando el paisaje agrícola en la costa y la sierra. Por siglos, la selva permaneció casi al

margen de este "imperialismo natural”. Solo desde el siglo XX se intensificó la penetración de

cultivos foráneos como el café y el arroz.

Podrían precisarse mejor los alcances del proceso de aclimatación de nuevas especies al

territorio peruano si reuniéramos un número significativo de estudios dedicados a evaluar el

impacto de cada especie; sin embargo, dichos estudios son escasos o fragmentarios. Por ello

nos ha parecido pertinente empezar mostrando un caso, la expansión del cultivo de caña de

azúcar. Su cultivo se extendió por los valles de la costa central y norte desde el siglo XVI,

formando extensas posesiones denominadas haciendas (Burga 1976). Un clima idóneo,

combinación de temperatura y humedad permitieron la difusión del nuevo cultivo; sin embargo,

la caña también se extendió hacia las zonas yungas de la sierra, zonas calientes encerradas

entre quebradas, como fue el caso de la hacienda Pachachaca en Apurímac (Polo y La Borda

1981). Su producción se consumió localmente.

La vid ofrece otro caso significativo, habida cuenta de su exitosa adaptación en los valles cos-

teros que se extienden entre Ica y Tacna. Al igual que el azúcar, su cultivo se inició en el siglo

XVI y los testimonios de los cronistas destacan las bondades de sus frutos. Sin embargo, el

mayor porcentaje de la producción vitivinícola se destinó a la fabricación de aguardiente, el

afamado pisco, que se transportaba a lugares tan distantes como Potosí, en Bolivia, donde

era muy apreciado por los consumidores. Un porcentaje menor servía para su fermentación,

obteniéndose vinos de reconocida calidad, incluso en Europa, tales como los de Locumba en

Tacna o los de Moquegua (Gutiérrez 2007). Ambos casos permiten apreciar el destino de la

producción, dirigida preferentemente a los mercados regionales, y otra destinada al consumo

local.

Aún estamos lejos de poder precisar los momentos en que los cultivos de origen europeo se

extendieron por las distintas regiones del país. Siguiendo el testimonio de Garcilaso, sabemos

que un conquistador español introdujo el cultivo del trigo en el Cusco en la década de 1540 y

que otro cultivó las primeras viñas en el valle hacia 1550 (Garcilaso 1609 1935). Menor aún

es la posibilidad de conocer las áreas que dichos cultivos abarcaban en cada valle. En la

época colonial no se desarrolló una información estadística unificada, vacío que se prolongó

hasta inicios del siglo XX. Solo podemos acceder de manera aproximada a los volúmenes de

17

producción deducidos de los montos pagados por concepto de diezmos y primicias,

contribuciones que gravaban la producción agraria en favor de la Iglesia. Se sabe que el trigo

proliferó rápidamente en la costa y los valles templados interandinos; fue intenso su cultivo en

los alrededores de Lima a fines del siglo XVI y significó una sensible mejora del nivel

alimenticio de la población española urbana (Rivera 1978, I: 533).

Simultáneamente, nuevas especies de animales se fueron adaptando y estableciendo en la

zona andina. El ganado vacuno, porcino y lanar, las aves de corral, así como mulas y

caballos, representaron nuevos proveedores de alimentación, fibra o transporte.

Los retos del territorio: las amenazas naturales

En los primeros años que lleva de transcurrido el siglo XXI, se han presentado dos eventos

sísmicos devastadores en el Perú. El 23 de junio del 2001, un terremoto de 6.9 grados en la

escala de Richter afectó los departamentos del sur del Perú el norte de Chile y la ciudad de La

Paz en Bolivia. El impacto fue devastador en el Perú. Dan cuenta de sus dimensiones la

muerte de 74 personas, 64 desaparecidos, 217.000 damnificados, 35.000 viviendas afectadas

-la mitad de las cuales quedaron destruidas (Tavera 2002:1)- y daños ascendentes a varias

decenas de millones de dólares. Años después, el 15 de agosto del 2007, otro terremoto de

magnitud 7.0 en la escala de Richter e intensidades de VII-VIl en la escala Mercalli

Modificada, con epicentro frente a Pisco, destruía varias ciudades del departamento de Ica

(Tavera 2008: 15). En comparación con el anterior evento, los efectos fueron mayores; en esta

ocasión se registraron 595 víctimas mortales, 32.000 damnificados y 230.000 viviendas

afectadas, de las cuales alrededor de 52.000 quedaron totalmente destruidas.

Junto con cada terremoto, otro fenómeno aportó su cuota de destrucción. En el 2001, un

tsunami afectó el valle de Camaná donde las aguas ingresaron 1.300 metros tierra adentro.

También en el 2007 se produjo otro violento ingreso de aguas en varios poblados de la costa

central y sur. Los tsunamis que se presentan en el litoral peruano no solo son consecuencia

de la actividad sísmica próxima al litoral peruano. También pueden ser el resultado de

terremotos de gran magnitud ocurridos en otras latitudes. En febrero del 2010, un cataclismo

afectó la zona central de Chile; se le reportó como el quinto terremoto más fuerte en la historia

sísmica mundial del siglo XVI al XXI, habiéndose registrado una magnitud de 8.8 grados en la

escala de Richter (United States Geological Service, en línea). Aparentemente alejado, ese

evento también trajo consecuencias en el Perú: fuertes movimientos de mar se produjeron en

la costa central peruana. Últimamente, en marzo del 2010, un fortísimo terremoto ocurrido en

Japón provocó una ola que se desplazó a través del Océano Pacífico y llegó hasta las costas

peruanas.

Los terremotos y los tsunamis no son fenómenos nuevos en el territorio peruano. Siempre han

constituido temas de observación y estudio. Desde los tiempos más tempranos de la

conquista, los españoles consignaron en diversos documentos su ocurrencia. No solo les

18

interesó dar testimonio de su propia experiencia ante los sismos sino también indagar si en la

época anterior a la Conquista estos se manifestaron y en qué lugares ocurrió ello. En el

transcurso de cinco siglos, cada época trató de explicar las causas de estos eventos; dar

cuenta de la evolución del discurso sismológico en el Perú corresponde más bien a una

historia de la ciencia y desborda los objetivos de este trabajo. Tampoco es ocasión para

desarrollar una historia de los riesgos, pues ello equivaldría a medir los avances en la

capacidad del Estado para enfrentar una catástrofe.

Nuestro objetivo es más modesto: identificar la larga secuencia de eventos destructivos que

afectaron sucesivamente la población de distintas localidades del país, pues en cada una de

esas ocasiones hubo diferentes grados de impacto sobre la economía e incluso, de acuerdo a

su magnitud, implicaron la posibilidad o el hecho real de trasladar de lugar la ciudad afectada.

Hay ciudades en el Perú que habiendo sido fundadas en época virreinal fueron reubicadas en

más de una ocasión; solo considérense los casos de Piura, Ica y Moquegua. Por ello nos

interesa más bien absolver dos preguntas: qué tipos de fenómenos naturales destructivos se

producen en el Perú y desde cuándo se registran ocurrencias de tipo destructivo? En nuestro

país la amenaza natural presenta orígenes diversos y es por ello que las acciones particulares

y estatales debieran considerarla como ineludible marco de referencia. Además, como ya se

mencionó fenómenos naturales ocurridos en otras latitudes también podrían afectarnos. Las

fronteras políticas sobre las que se yergue la identidad territorial de un Estado no limitan un

fenómeno natural. En más de una ocasión, un evento destructivo se ha manifestado en más

de un país.

Desde los orígenes de la República, el Estado ha registrado los fenómenos catastróficos de

origen natural del país. Entre 1821 y 1857, el cosmógrafo fue el funcionario encargado de

registrar dichos eventos, aunque centrando sus observaciones únicamente en Lima.

Excepcionalmente, cuando acaecía un evento de gran magnitud, el cosmógrafo daba cuenta

de ello como fue en 1828, a raíz del fenómeno de El Niño. Son, por consiguiente,

observaciones parciales. Todas las entidades que se fueron sucediendo luego se centraron en

la observación y descripción de dichos fenómenos. Solo después de la Segunda Guerra

Mundial se desarrollan instituciones que enriquecieron las funciones a través de la

implementación de programas de mitigación de desastres. La acción de la Comisión de

Control de Lagos, creada por Odría en 1950, se abocó a drenar lagos en la Cordillera Blanca y

a construir represas con el propósito de evitar desastres como resultado del desborde de

lagunas de origen glaciar (Carey 2010: 68). Años después, la creación del instituto Nacional

de Defensa Civil (Indeci) en 1972 ha alentado diversos estudios: ha propuesto un sistema de

clasificación de eventos destructivos en el Perú (Indeci 2010) tomando como base los trabajos

emprendidos por instituciones especializadas en el estudio de fenómenos naturales, como el

Instituto Geofísico del Perú, el Instituto Geológico Minero y Metalúrgico y el Instituto

Geográfico Nacional, entre otros.

19

Fenómenos tectónicos

El Perú se encuentra ubicado en el denominado Cinturón de Fuego del Pacifico, razón por la

cual está permanentemente expuesto a actividad sísmica de distinta magnitud, pues en el área

circumpacífica se concentra el 60% de toda la actividad sísmica mundial. El origen de la

actividad sísmica en el Perú se halla en un fenómeno que se manifiesta en distintas partes de la

corteza terrestre: la Tectónica de Placas. Se define como una dinámica por la cual, las placas

se encuentran en continuo movimiento produciéndose colisiones entre ellas. En el Perú el lento

desplazamiento de la Placa de Nazca por debajo de la Placa Continental se denomina

subducción, fenómeno que explica la ocurrencia sísmica. Se registra su mayor frecuencia a lo

largo de la franja de contacto de ambas, que corresponde al borde occidental de América del

Sur. Al cabo de décadas de registros y observaciones, los sismólogos peruanos han

determinado que la Placa de Nazca alcanza velocidades de desplazamiento que fluctúan entre

8 y 10 centímetros anuales; por ello, afirman con certeza que en el Perú: "[…] Teniendo en

cuenta la continua dinámica de las placas, siempre ocurrirán terremotos […]” (Instituto Geofísico

del Perú, en línea). Observación incómoda y preocupante pero cierta, sostenida en observación

científica permanente y que constituye el primer marco elemental de referencia para apreciar las

características de la amenaza sísmica en el Perú.

Pero complementemos. Aunque hay que considerar las diferentes escalas de ocurrencia

sísmica en el territorio, es difícil hallar una generación en el Perú que no haya experimentado

algún tipo de actividad sísmica. Ocurrirán sismos en el futuro según lo estiman los científicos

contemporáneos; siguen ocurriendo en la actualidad, pues el instrumental sismológico y la

propia experiencia de la población lo confirman. Pero también ocurrieron a lo largo de los siglos,

tal como lo confirmó la investigación histórica (Polo 1899). Desde la llegada de los españoles al

Perú hallamos referencias inequívocas de actividad sísmica gracias a la riqueza informativa

contenida en las crónicas, e incluso hay evidencia confiable que permite postular su ocurrencia

en época prehispánica (Seiner 2009). La experiencia sísmica es una presencia secular en la

historia peruana.

Fenómenos atmosféricos y oceanográficos

Junto con los fenómenos telúricos, también se producen frecuentemente fenómenos

atmosféricos como heladas, friajes, granizadas, sequías o regímenes anómalos de pluviosidad.

En los últimos años los severos periodos de friaje que han afectado las áreas altoandinas de

algunos departamentos de la sierra como Huancavelica o Puno han generado reacciones

solidarias por parte de la población, y se han implementado estrategias de mitigación por parte

de las dependencias encargadas del Estado, como el Indeci. De otra parte, los fenómenos

oceanográficos también producen efectos devastadores sobre la población y la infraestructura.

Entre todos, es el fenómeno de El Niño el que genera mayor volumen de efectos. En la

actualidad se conoce mejor el comportamiento de lo que en los círculos científicos se denomina

ENSO (El Niño South Oscilation). Ello ha permitido identificarlo como un fenómeno cíclico más

no periódico; se sabe que cada cierto número de años se produce un incremento de la

20

temperatura superficial del área central del océano Pacífico. No existe regularidad alguna en los

patrones de ocurrencia del fenómeno.

También se conoce mejor la envergadura del fenómeno. Hay eventos extraordinarios, fuertes,

moderados y leves. Desde el siglo XVI, no hay siglo donde no se haya producido un evento

extraordinario sobre el territorio peruano: 1578, 1624, 1720, 1791, 1877, 1891 (Seiner 2002:

49). En el siglo XX son bien conocidos los fenómenos que se produjeron en 1925, 1983 y 1997.

Los presidentes Leguía, Belaunde y Fujimori tuvieron que ordenar las finanzas para facilitar la

reconstrucción de la infraestructura afectada, especialmente las vías de comunicación.

Cada uno de los desastres mencionados generó efectos económicos. El fenómeno de El Niño

de 1997-1998 provocó en el Perú daños ascendentes a 1.925 millones de dólares debido a

inundaciones y cambios en el nivel y temperatura del agua del mar. Lo mismo ocurrió en

Ecuador, aunque con un impacto económico mayor (2.076 millones de dólares); los daños

totales a escala regional sumaron 4.910 millones de dólares considerando las sequías en

Bolivia –también afectada por inundaciones- Colombia y Venezuela (PNUD 2000: 12). Por

consiguiente, si en el territorio peruano ocurren diversos fenómenos naturales que provocan

daños en la población y la economía, y se sabe que son eventos recurrentes, que se han

presentado en los últimos cinco siglos, es lícito asumir que la única manera de poder hacerles

frente es desarrollando una cultura de gestión de riesgos.

Existen zonas del territorio más expuestas que otras a una amenaza natural. Si se concentran

en un área la mayor cantidad posible de desastres, tres departamentos muestran el índice más

alto de exposición a estos: Arequipa Moquegua y Ancash. Las provincias con mayor exposición

a peligros naturales en cada uno de estos tres departamentos ocupan porcentajes diferentes

del territorio; mientras en Moquegua dos de sus tres provincias muestran dicho rasgo y en

Arequipa, la mitad, en Ancash son apenas cuatro de las 20 provincias en que se divide su

territorio, articuladas en torno a las dos cordilleras que delimitan el Callejón de Huaylas. De 31

provincias litorales distribuidas entre Tumbes y Tacna, 19 de ellas presentan niveles muy altos

de amenaza, y entre estas, ocho suman además un nivel alto de peligro volcánico debido a su

proximidad a la zona de mayor concentración volcánica de todo el territorio (Indeci 2010: 159).

La ciencia moderna confía en sus métodos y en su instrumental. La ciencia y la tecnología

disponibles en los siglos XIX y XX, puestas al servicio de un Estado preocupado en asegurar el

bienestar común, representan uno de los caminos a través de los cuales se ha querido

"domesticar" la naturaleza en el Perú como en otros países influidos por la ciencia occidental.

Observarla, clasificarla, entenderla y analizarla son operaciones que demandan décadas de

paciente trabajo hecho con el propósito de identificar sus patrones de comportamiento con el

deseo de disminuir efectivamente los grados de vulnerabilidad de las poblaciones a las distintas

manifestaciones destructivas.

21

Las perspectivas ofrecidas por la ciencia en la explicación del comportamiento destructivo de la

naturaleza en el Perú no agotan las interpretaciones que surgen de otros sectores de la so-

ciedad. Inclusive, frente a fenómenos volcánicos violentos, de los que hace siglos no afectan el

territorio, cabe interrogarse cuál sería la reacción de poblaciones tradicionales y si resultaría

semejante con las ceremonias practicadas por los indígenas en el pasado frente a esos

eventos. En 1600 a raíz de la erupción del volcán Huaynaputina en Moquegua, los indígenas

realizaron sacrificios humanos (Tardieu 2002). Y aun cuando no se produjeran eventos

catastróficos, la sociedad andina más tradicional reconoce la influencia de la naturaleza en el

origen de ciertos males. A la Luna llena, los eclipses y el arco iris se les entiende como

causantes de malformaciones y defectos mentales (Silva Santisteban 1980, XII: 84).

Lo expuesto en este acápite tiene como propósito servir de marco de referencia para apreciar la

influencia obrada por las amenazas naturales sobre las poblaciones a lo largo de los siglos

virreinales y republicanos, entendiéndolas como una de las manifestaciones que la naturaleza

presenta en el territorio peruano. Su estudio, emprendido desde los orígenes mismos de la

República y la mejor comprensión de sus dinámicas tiene por objeto disminuir la vulnerabilidad

de las poblaciones amenazadas. La educación es la vía más eficaz para arraigar en la

población la necesidad de conocer la influencia de la naturaleza en los distintos órdenes de la

vida y que, en ocasiones, algunos fenómenos pueden provocar una afectación severa y directa

de la vida cotidiana.

Sin embargo, esta perspectiva del efecto destructivo de la naturaleza sobre las poblaciones no

puede dejar de lado otra aproximación, complementaria a través de la cual se desea dar a

entender cómo las poblaciones emplean los recursos brindados por la naturaleza con el fin de

procurarse confort y para sostener el funcionamiento de muchas actividades económicas. El

siguiente acápite está dedicado a identificar los diferentes medios que a través del tiempo han

permitido generar energía, recurso indispensable para la sostenibilidad de las sociedades que

han habitado el territorio peruano.

Recursos y generación de energía: la base material de las actividades económicas

Comencemos este acápite planteando dos interrogantes: ¿cuánto del confort urbano

contemporáneo se sostiene en la disponibilidad de electricidad? y ¿cuánto de la cotidianidad

depende del acceso a un sistema de distribución eléctrica? Desde la iluminación pública y

doméstica hasta el uso de la amplia gama de artefactos eléctricos que se encuentran en cada

vez mayor número en los hogares peruanos, el funcionamiento de cada bombilla y de cada

artefacto solo es posible gracias a una oferta permanente de energía. Ello a su vez se sostiene

en un complejo sistema de generación, transmisión y distribución que está a cargo de empresas

públicas y privadas. Y en estas, ingenieros, economistas, administradores y una larga lista de

especialidades técnicas representan el componente humano sobre el que descansa dicho

sistema. Cada poblador urbano es, pues, el beneficiario final de un servicio que se origina en la

interacción eficiente de procesos técnicos y administrativos y con el cual cubre, en la medida de

22

sus posibilidades, diferentes necesidades. Y si emprendiésemos una comparación, resulta

obvio afirmar el comportamiento de los espacios urbanos como grandes "devoradores" de

energía frente al escaso consumo del mundo rural.

Sin embargo, el uso de energía eléctrica no es evidentemente privativo de la esfera del hogar.

Junto al consumo doméstico, otras importantes y complejas esferas paralelas, agrupadas en los

tres sectores de la economía, también son grandes consumidoras de energía: la minería, la

industria y las diferentes actividades, sean comerciales o financieras, que conforman el sector

terciario, entre muchas otras. Cabe entonces preguntarse adicionalmente: ¿con cuánta energía

eléctrica se atienden actualmente en el Perú las diversas necesidades domésticas de la

población y las demás provenientes de actividades productivas o generadoras de servicios? En

la actualidad existen en el Perú dos sistemas paralelos de obtención de este tipo de energía: el

Sistema Eléctrico Interconectado Nacional (SEIN) y los denominados "sistemas aislados".

Mientras en un hogar urbano, el servicio de alumbrado público o la actividad comercial se

encuentran abastecidos por el SEIN, determinadas empresas, industriales o mineras, debido al

alto volumen de demanda de energía que su producción requiere, necesitan producir su propia

energía, constituyendo los denominados "sistemas aislados". Cifras oficiales correspondientes

al año 2009 dan cuenta de que en el Perú existía una potencia instalada ascendente a 7.953

MW (megavatios). Del total, 6.715 MW se generaban en el SEIN, que cubre la demanda del

mercado eléctrico, y 1.237 MW provenían de los sistemas aislados que la destinan a uso propio

(Ministerio de Energía y Minas 2009). Sobre la base de esa capacidad instalada, ambos

sistemas producen su respectivo volumen de energía: mientras el SEIN produce 30.917

gigavatio hora (GWh), equivalente al 93% del total, los sistemas aislados apenas producen

1.779 GWh, el 7% restante.

La energía eléctrica empleada en la cobertura de las necesidades domésticas de la población,

en el consumo público y en la demanda generada por los diferentes sectores de la economía,

tiene un doble origen: hidroeléctrico y térmico. De acuerdo con las cifras oficiales

proporcionadas por el Ministerio de Energía y Minas (Minem), del total ofertado, 3.271 MW

provinieron de generación hidroeléctrica, mientras 4.681 MW fueron de origen termoeléctrico.

Ambas fuentes de energía atienden las necesidades conjuntas de todos los actores indicados;

además, es de observarse que en el transcurso de un año no se registra una cantidad

constante de consumo de energía pues fluctúa diaria y mensualmente. La disponibilidad de

potencia instalada se ha ido incrementando en los últimos años. Comparada con las máximas

cantidades disponibles para el periodo 1997-2008, la del 2009 representó un 11% más de la

existente en el 2008. En1997 la demanda máxima registrada ascendió a 1.750 GWh, mientras

que para el 2008 se había incrementado a 4.196 GWh (COES 2010:17). Si cada año la

demanda máxima de energía fue mayor que la del año anterior, cabría preguntarse cuánto de

ello fue producto del incremento de las necesidades de una población en crecimiento o de las

necesidades de una economía que ha mostrado tan buena performance en los últimos años. Es

evidente que el crecimiento de la economía no podría sostenerse en otra base material que no

23

fuese la disponibilidad de energía. Por ello, las expectativas de crecimiento a las que aspiran

llegar los diferentes sectores productivos se sustentan en los planes de ampliación de cobertura

energética que implemente el Estado. Es esta coyuntura la que hoy define la pertinencia de

incorporar en la agenda económica y ciudadana la discusión sobre la matriz energética que

mejor se adapte a los requerimientos domésticos y productivos del país.

En la actualidad, hay 18 departamentos en los que existe alguna fuente de generación de

energía, sea en una central hidroeléctrica o en una térmica. Y aunque en el territorio de seis

departamentos no se cuente con alguna instalación semejante, ello no equivale a carecer de

energía pues se encuentran abastecidos por una amplia red de distribución que se extiende por

sus territorios. En el 2009 esta ascendía a 16.319 kilómetros (Minem 2010: 98).

En el siguiente mapa se aprecia la distribución espacial de centrales de generación eléctrica en

el Perú actual. En el mapa se ubican las 45 centrales eléctricas distribuidas en gran parte del

país. Varias de ellas tienen largas historias siendo las más antiguas algunas ubicadas en la

cuenca del río Rímac, como Huinco. Una de las más importantes es la Central Hidroeléctrica del

Cañón del Pato, concebida a inicios del siglo XX por el ingeniero Santiago Antúnez de Mayolo,

pero recién terminada e inaugurada por el presidente Manuel Prado en 1958. Fue una de las

primeras grandes obras públicas hechas en el Perú; se construyó con el propósito de cubrir un

aumento visible de la demanda de energía debido a las necesidades derivadas del acelerado

crecimiento urbano de Chimbote, de los poblados asentados a lo largo del Callejón de Huaylas

y de la puesta en marcha de la siderúrgica instalada en dicho puerto (Carey 2010:73). Una

empresa del Estado, la Corporación Peruana del Santa, tuvo a cargo su construcción y manejo

por varias décadas (Carey 2070:73). También es destacable otra gran obra de ingeniería, la

Central Hidroeléctrica Santiago Antúnez de Mayolo, inaugurada en 1973 y bautizada en

memoria del ilustre ingeniero. Ubicada en el departamento de Huancavelica, aprovecha las

aguas del río Mantaro y es la central hidroeléctrica más potente del país (ElectroPerú, en línea).

Ambas hidroeléctricas nacieron como obras emprendidas por el Estado y monitoreadas por este

a través del Ministerio de Fomento. No obstante, en la actualidad su propiedad corresponde a

entidades distintas. Mientras la central del Cañón del Pato fue vendida en la década de 1990 a

Duke Energy –empresa de capitales norteamericanos- corno parte del proceso de

privatizaciones implementado durante el gobierno fujimorista, la hidroeléctrica del Mantaro ha

permanecido en manos de Electroperú, empresa estatal. Esta dicotomía en cuanto a la

propiedad revela la realidad del mercado energético peruano contemporáneo. Empresas del

Estado y privadas se encargan de generar, distribuir y vender energía eléctrica.

Todo el sistema contemporáneo descrito es el producto de una historia relativamente reciente

cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XIX. La historia de la energía eléctrica en el

Perú suma 127 años de existencia. En comparación con otros procesos de mucho más larga

duración, sea la domesticación de plantas y animales, la arquitectura lítica o la producción textil

24

y orfebre andina, el proceso de generación eléctrica resulta sensiblemente más corto pero con

un impacto social tan importante como el de los procesos mencionados.

Los orígenes de la generación y uso de energía eléctrica se sitúan en el periodo de la

posguerra con Chile. En 1884 se instaló en el asiento minero de Tarija (Ancash) la primera

planta hidroeléctrica en el Perú. Dos años después se inaugura el alumbrado público de Lima

(1886), pionero en el país y que en el transcurso de los siguientes 20 años también se instala

en otras cinco ciudades del país: Arequipa (1898), Trujillo (1903), Chiclayo (1904), Ica (1912) y

Cusco (1914). Este mismo año, la Cerro de Pasco Copper Corporation inauguró una central

hidroeléctrica en La Oroya (Bonfiglio 1997: 23-24). Ciñéndonos al esquema actual de los dos

sistemas paralelos de obtención de energía, en esos primeros años, en el panorama del país no

existía ni remotamente una estructura de integración nacional, estaba configurado únicamente

por una suma de "sistemas aislados”, tanto urbanos, mineros e incluso rurales, pues se sabe

que antes de 1898 en el valle de Tambo ya se había instalado luz eléctrica, por iniciativa

particular del hacendado Víctor Lira (Egasa 2005: 11). La generación también tenía un doble

origen: hidroeléctrico, como fue el caso de Arequipa y térmico, como el de Trujillo y Chiclayo.

Los modos tradicionales de generación de energía se remontan a la fase de consolidación

industrial por la que atravesó el mundo occidental desde fines del siglo XIX, empleándose

principalmente combustibles de origen fósil, como el petróleo, a lo que se sumó la generación

hidroeléctrica. Al cabo de las décadas, ambas formas han mostrado vulnerabilidades. Si la

energía derivada del uso del petróleo es responsable de gran parte del porcentaje de

contaminación en el que actualmente se ven sumidas las áreas industriales, la de origen

hídrico, por el contrario, no contamina pero se le auguran periodos de acceso limitados que se

encuentran en función de la disponibilidad de agua de origen glaciar. Se ha calculado que si la

disponibilidad de agua de origen glaciar requerida por la central hidroeléctrica del Cañón del

Pato se redujera a la mitad, la generación de energía se reduciría de 1.540 gigawatts/ hora

anuales a solo 1.250 (Carey 20t0:190). Por consiguiente, el punto crítico es su sostenibilidad en

el tiempo. Por ello, es real la preocupación del Estado peruano por disponer de nuevas formas

de energía.

Matriz energética es un concepto con el que se alude a un panorama en el que se conjugan

fuentes de energía de distinto origen que satisfacen necesidades diversas provenientes de la

demanda. Por lo presentado en páginas anteriores se sabe que en la actualidad la matriz

energética peruana está constituida principalmente por energía de origen térmico, seguido de la

fuente hidroeléctrica. Esta estructura dista de ser la única en el mundo. Si extendemos una

mirada a la realidad del mundo contemporáneo, nos hallamos ante una situación en la que se

distinguen diferentes fuentes, tal como se puede apreciar en el gráfico 3, correspondiente al año

2005. En el gráfico anterior se observa el predominio de los derivados de combustibles fósiles,

petróleo y gas, que representan más de la mitad (55,7%) del consumo mundial de energía los

cuales, sumados al uso del carbón, suman alrededor del 80% del total. Los otros tipos de

25

energía, sean las renovables, nuclear, hídrica y una categoría conjunta formada por las de

origen geotérmico, eólico y solar, suman alrededor del 20%; es decir que las cuatro quintas

partes del consumo mundial de energía se satisface con fuentes tradicionales de energía y solo

una quinta parte se cubre con formas "modernas" de generación y aprovechamiento.

Si esta "radiografía" contemporánea relativa a las diferentes fuentes de energía muestra dichas

características, creemos que resulta necesario conocer el comportamiento de las tendencias de

consumo en el pasado. El gráfico 4 permite apreciar las tendencias mundiales de consumo a lo

largo de 34 años, comprendidos entre 1971 y el 2005. En primer lugar, al cabo de poco más de

tres décadas, las tendencias mundiales de consumo de energía muestran, primero, que este

prácticamente se ha duplicado. A las cinco fuentes originales se sumó otra: la nuclear, usada

principalmente en Europa tras la crisis energética de 1973. En la actualidad se ha iniciado un

movimiento en contra de la proliferación de centrales nucleares de generación de energía tras

el desastre ocurrido en la central de Fukushima, en Japón, a raíz del terremoto de marzo del

2011.

¿Son las proporciones mostradas semejantes a las que se observan en el Perú? La matriz

energética peruana contemporánea es esencialmente termoeléctrica, pues un alto porcentaje

del consumo nacional de energía se satisface con energía de ese origen. Ello estaría

implicando que si la disponibilidad de agua para generación eléctrica disminuyera en el Perú,

otras fuentes de energía estarían disponibles para cubrir la demanda nacional!,

por consiguiente,

la matriz energética peruana se modificaría. De otro lado, y de acuerdo con las tendencias

mostradas por el retroceso de los glaciares en los Andes, nos encontraríamos accediendo a esa

nueva matriz en un plazo relativamente corto. Por ello, frente a tan preocupante escenario, se

vienen planteando estudios en los que se propone la reducción progresiva del consumo de

energía hidroeléctrica sustituyéndola por fuentes más ecológicas, como la solar o la eólica.

La decisión resulta crucial. Observándose los índices de crecimiento económico de los últimos

seis años, es evidente que este se sostiene en el consumo de cantidades crecientes de

energía. También, si se disminuye la oferta de energía hidroeléctrica las opciones para suplirla

estarían representadas por combustibles de origen fósil, sean petróleo o gas. Y en la posibilidad

de que ese déficit fuese cubierto mayoritariamente con los derivados del petróleo, ello se

traduciría en un mayor volumen de deterioro ambiental que incrementaría los ya elevados

índices de contaminación urbana que muestran las principales ciudades peruanas; incremento

de la mortandad por problemas del sistema respiratorio y disminución sensible de la calidad de

vida serían algunas de las lamentables consecuencias de adoptar esa decisión.

En consecuencia, las propuestas destinadas a aumentar el consumo de gas natural son

relevantes, pues aparte de haberse demostrado su menor efecto contaminante su costo

también es menor. Por consiguiente, es importante discutir la transición de la matriz energética

hidroeléctrica a la alternativa menos contaminante y de menor costo. A fines del 2010 el Estado

26

decidió como parte de la proyección de su política energética al 2040 contar con una matriz

energética diversificada que permita lograr autosuficiencia en producción de energía,

impulsando inversiones en el rubro de gas natural (Minem 2010).

El Estado es la entidad encargada de colocar dicho problema en la agenda política con el fin de

que cada ciudadano, debidamente informado, exprese su decisión sobre el mejor modo de

cubrir sus demandas domésticas de energía. Paralelamente, las industrias también deben

evaluar la decisión que permita cubrir sus necesidades energéticas destinadas a la producción

con el menor impacto ambiental, dentro de una política de responsabilidad. ¿Podrán resultar

compatibles la natural tendencia a la acumulación de beneficios, propia de la empresa

capitalista, con un comportamiento ambiental responsable en el que se invierta en formas de

producción "limpias”?

Evolución de la matriz energética peruana

Si partimos de la premisa de que no hay actividad económica que no requiera alguna forma de

energía, es necesario identificar aquellas fuentes que fueron utilizadas en los diferentes

sectores de la economía nacional a lo largo del tiempo. En toda la época prehispánica, la bosta

(excremento de auquénidos) fue el principal combustible con el que se alimentaron los hornos

utilizados en la producción de ceramios y la fabricación de piezas de orfebrería (Ravines 1978).

En un territorio como el andino-serrano, carente de grandes coberturas boscosas y en

consecuencia deficitario de abastecimiento de leña, el excremento de origen animal no solo fue

utilizado en su función fertilizante, sino que su combustión también permitía alcanzar altas

temperaturas requeridas en los hornos. De otro lado, ya asentados los españoles en el Perú y

habiéndose creado extensos circuitos comerciales en el sur andino, la bosta tuvo el mismo uso,

aunque como combustible en los hornos dedicados a la fundición de la plata. Los siglos de

explotación argentífera en los yacimientos peruanos descansaron en la energía proporcionada

por el excremento animal. La poca leña disponible se empleó en las cocinas domésticas de las

principales ciudades virreinales.

El uso del carbón en el Perú se fue haciendo común en el transcurso del siglo XIX, tanto para la

navegación marítima –mercante, militar y primera gran fuente de demanda del recurso- como

para el transporte terrestre en vías férreas.

A mediados de ese siglo, la llegada de los primeros vapores a costas peruanas y la

construcción de los primeros ferrocarriles, aumentó la demanda. Perú, primer vapor en arribar al

Callao en 1840, consumía 12 toneladas diarias de carbón; el viaje inaugural desde Plymouth al

Callao duró tres meses y medio (Basadre 1947: 147). La navegación a vapor, sea por el

Pacífico, los ríos de la Amazonía o el lago Titicaca dependió exclusivamente del carbón mineral

desde mediados del siglo XIX.

El carbón mineral, base material del transporte, se importaba de Inglaterra o se obtenía en

27

pequeña escala de algunos yacimientos distribuidos en el departamento de Ancash (Raimondi

1873); frente al predominio del abastecimiento externo del carbón, Manuel Pardo propuso en

sus Estudios sobre la provincia de Jauja que la construcción de vías férreas transversales a la

cordillera permitiría transportarlo a Lima desde los yacimientos que existían en los alrededores

del valle del Mantaro, tornándolo así más barato y accesible que su par inglés, del que se

importaban 200.000 toneladas anuales por un valor de 3 millones de pesos (López 1947: 249).

Si se explotaba en el yacimiento de Morococha, gracias al ferrocarril, se hubiera podido

disponer del recurso en Lima en apenas seis horas, a diferencia del mes y medio que

demandaba su remisión desde Newcastle. Las ideas de Pardo representaron un planteamiento

pionero dirigido a disminuir la dependencia exterior de combustible. Tanto era el predominio del

carbón como combustible para el transporte ferrocarrilero, que una de las cláusulas del Contrato

Grace –suscrito en 1889 entre el gobierno peruano y el representante de los tenedores de

bonos de la deuda externa del país- exigía del gobierno facilitar el acceso a todo yacimiento de

carbón que se hallase en las inmediaciones de las líneas férreas que habían sido materia de

negociación en el contrato.

Agua y carbón fueron objeto de demanda creciente por parte de la industria manufacturera. La

primera fase de industrialización en el Perú, surgida a mediados del siglo XIX y centrada en la

producción textil, dependió de ambos; sea la pionera fábrica de los Tres Amigos de Lima

(1848), la de Terry en Urcón (Ancash, 1859) o la instalada por Nadal y Garmendia en el antiguo

obraje de Lucre (Cusco, 1861). Décadas después, la instalación de fábricas textiles de grandes

dimensiones en los alrededores de Lima aumentó sensiblemente la demanda. Fue en estas

fábricas donde se abrió paso a nuevas formas de uso del carbón; en la fábrica de tejidos Santa

Catalina se instaló por primera vez tecnología destinada a la generación de energía eléctrica

también a través del uso del carbón mineral. Una suerte de generación termoeléctrica se

mantuvo como la única fuente de energía eléctrica por varios años hasta ser desplazada

parcialmente por la generación hidroeléctrica desarrollada en el valle del Rímac desde 1903

(Bonfiglio 1997).

De consumo mucho menor en comparación con el uso del carbón, el gas fue exclusivamente

destinado al alumbrado público y doméstico. En la década de 1850 se había constituido en

Lima una empresa dedicada a este fin. Al cabo de los años, la empresa había instalado faroles

en las calles de la capital y alumbrado doméstico. Para fines del siglo XIX se había estructurado

en el Perú una matriz energética dual, compuesta por el consumo simultáneo de carbón y del

gas, aunque con un claro predominio del primero.

En las primeras décadas del siglo XX, la evolución de la matriz energética experimenta el inicio

de una nueva fase cuando se hace visible la proliferación de automóviles que tanto ha incidido

en el aumento de la contaminación urbana. El consumo del carbón y del gas no desaparece

pero se están sustituyendo progresivamente por el uso creciente de derivados del petróleo y de

energía eléctrica de origen hídrico. Esta dualidad, apelando a fuentes de energía distintas,

28

dominó el siglo XX.

Finalmente, desde los albores del siglo XXI, el consumo de gas natural va haciéndose algo

común en la industria, el hogar y el transporte. Desde las exploraciones pioneras hechas entre

1983 y 1986 en yacimientos ubicados en Camisea (Cusco), pasando por la instalación del

gasoducto que lo conduce hacia la costa central hasta llegar a la construcción de la planta de

Melchorita, al sur de Lima, el gas ha ido ganando protagonismo en la agenda energética

nacional. Intensas campañas de información intentan difundir y consolidar el consumo del

recurso en la población. Los resultados han sido halagüeños. El 2005 se recordará por ser el

primer año en que se usó gas natural. Comparando los resultados obtenidos en el bienio 2007-

2008, se comprueba el crecimiento significativo de la demanda de gas natural en Lima.

Por todo lo visto, y considerando el estigma contaminador que pesa sobre los combustibles

fósiles, no es arriesgado afirmar que nos hallamos en la actualidad en una fase de transición

energética en la cual, probablemente, el gas natural vaya desplazando a algunos derivados del

petróleo. No debe soslayarse la probabilidad de que la demanda del petróleo muestre una

tendencia a la baja en los próximos años. Impactos ambientales de envergadura como el que

provocó el derrame petrolero del Golfo de México a lo largo de 87 días en el 2010 (British

Petroleum, en línea) fortalecen los discursos que critican los efectos contaminantes del uso de

combustibles fósiles.

La amenaza humana o la explotación irracional de los recursos naturales

La civilización incaica pareciera no haber representado un factor de deterioro ambienta; más

posibilidades apreciamos en el Virreinato. Si la minería mostró visible predominio sobre las

demás como principal actividad económica, fue en los procesos de purificación del mineral

donde se advierten posibles fuentes de contaminación. Hubo uso extendido del mercurio,

mineral indispensable para practicar la amalgama, proceso a través del cual se purificaba la

plata extraída de las minas. La manipulación frecuente del mercurio por parte de los indígenas,

empleando pies o manos sin protección alguna, los dejaba expuestos al alto grado de toxicidad

del mineral; en consecuencia la actividad metalúrgica artesanal, la amalgama, fue causante de

una vía directa de contaminación a un sector de población nativa provocándole "[...] frecuentes

parálisis, esputos sanguíneos y cólicos [...]” (Lastres 1951, II: 34).

En contraste con su efecto pernicioso sobre poblaciones específicas, poco podríamos afirmar si

contaminó el agua o la tierra. Lo más probable es que sí, aunque no se evidencian directamente

sus efectos en la información proporcionada por las fuentes. En la actualidad, la inadecuada

manipulación del mercurio sigue representando un problema, pero mejor estudiado en sus

efectos; en la minería informal aurífera aluvial desarrollada en Madre de Dios, el mercurio es

causante de la contaminación del aire, los suelos y el agua, aparte de sus efectos perniciosos

en la salud de los operarios (Fundación Conservación Internacional 2009: 84).

29

La identificación de las otras actividades económicas virreinales permitiría afirmar,

preliminarmente, la inexistencia de agentes contaminantes en actividades primarias como la

agricultura o la ganadería; parece difícil toparse con fuentes de contaminación. Incluso, de las

pocas actividades manufactureras desarrolladas, a saber las de vidrio, jabón y cuero –aún

cuando hayan sido poco estudiadas- podríamos igualmente suponer su escaso o quizás nulo

efecto contaminante; una probable excepción la constituiría la actividad de las curtiembres,

caracterizadas por el uso frecuente de insumos, muchos de ellos altamente venenosos y

peligrosos al ser vertidos en los cursos de agua de la ciudad en los que se hallaban asentados

frecuentemente dichos establecimientos.

Con el advenimiento de la República, muchas actividades económicas se mantuvieron vigentes

en tanto otras nuevas aparecieron. ¿Fueron la explotación del guano y la producción de azúcar,

algodón, caucho y demás productos agrícolas que representaron los principales rubros de

exportación causa de contaminación? La inexistencia de trabajos dedicados al estudio de los

efectos contaminantes de las actividades económicas del siglo XIX en el Perú nos hace

suponer, preliminarmente y de la misma manera que lo hacíamos para el virreinato, la

inexistencia de fuentes de contaminación en dichas actividades. No obstante, una excepción

pareciera hallarse en el procesamiento del caucho, ya que en algunas especies, como el caso

de la seringa (Hevea guianensis), para coagular la savia se requería exponerla al humo

producido por la combustión de algunos tipos de palmera (Ordinaire 1988: 94), fuente de

contaminación para los indios operarios a quienes se les encomendó esa labor.

Es visible que al cabo de los siglos, en especial desde la Revolución Industrial en el siglo XVIII,

el crecimiento económico mundial trajo como secuela una severa contaminación. Y aun cuando

en la actualidad representa un problema global que se discute en espacios políticos y

académicos, centrado mayormente alrededor del cambio climático, para el Perú es

especialmente relevante por la megadiversidad que alberga en su territorio, riqueza que se

torna vulnerable frente al ritmo mundial de deterioro ambiental.

¿Desde cuándo se plantea el problema ambiental en el país? La primera impresión con que

contamos es que, por lo menos hasta fines del siglo XIX, el territorio peruano pareciera

considerarse impoluto, sin padecer efecto alguno referido a deterioro ambienta; testimonios

valiosos y sólidos como los de Antonio Raimondi o el tenaz y curioso alemán Heinrich Witt, nos

descubren un país que aún desconoce los efectos de la contaminación. Sin fábricas que

enrarezcan el aire como venía ocurriendo en Inglaterra (Mc Neilt 2003) y refinación masiva de

mineral en actividades metalúrgicas, el Perú era aún un remanso de pureza. Recién a mediados

del siglo XX se da un paso importante con el establecimiento de unidades de protección en el

territorio. En la década de 1960 se crean las tres primeras unidades de protección, los parques

nacionales de Cutervo (1961), Tingo María (1965) y la reserva de pampa Galeras (1967)

dedicada a la protección de camélidos sudamericanos (Dourojeanni 1986, IV: 201).

30

La contaminación se define como una alteración de las condiciones naturales de un espacio

geográfico. Es la liberación artificial de sustancias o energía sobre el medioambiente,

provocando efectos adversos sobre este o sobre el hombre, de modo directo o indirecto

(Ramos I987: 244). Uno de los ámbitos en los que se aprecia más directamente el deterioro de

recursos es el agua. Véase un caso en extremo significativo del grado de intervención

destructiva del hombre sobre la naturaleza: el río Rímac, el más importante del departamento

de Lima pues abastece de agua a la capital de la República y la provee de energía gracias a la

existencia de catorce centrales hidroeléctricas ubicadas en su cuenca.

A lo largo de sus 140 kilómetros de longitud, el Rímac recibe descargas contaminantes de

origen diverso; sean los desechos orgánicos de origen doméstico, vertidos sin tratamiento

alguno, que provienen de cinco centros urbanos en los que se concentra el 81% de la población

total de la cuenca. A ello se suma la polución provocada por los desechos de la actividad

minera desarrollada en la cuenca alta alrededor de la explotación y procesamiento de plomo,

cobre, zinc, plata y oro, entre otros. En otro ámbito, la industria provoca más desequilibrios

debido al vertimiento de sustancias provenientes de la manufactura textil y papelera y la

producción de alimentos, cerveza, cuero y materiales de construcción.

La minería, la extracción petrolera, la pesca y la industria manufacturera son actividades

productivas causantes de contaminación en el Perú del siglo XX. El inicio de las actividades de

la minería a gran escala incrementaron los índices de contaminación ambiental. Pocos años

después del establecimiento de la Cerro de Pasco Copper Corporation en el Perú, en 1903, las

autoridades denunciaban la contaminación de las aguas del lago Junín. A comienzos de la

década de 1920, José Julián Bravo, adscrito al Cuerpo de Ingenieros de Minas, publicó uno de

los más importantes informes de índole ecológica, quizás el primero, denunciando la

contaminación producida por los humos emanados de la fundición de La Oroya. Su evaluación

se centraba en el efecto pernicioso sobre la salud causado por el anhídrido sulfuroso evacuado

por los humos de la fundición; a cinco kilómetros de la fundición, la vegetación se había

destruido por completo. A 25 kilómetros se detectaron daños serios en los cultivos. Y aun a 60

kilómetros de distancia hubo disminución sensible de las cosechas (Bravo 1923: 227).

Lamentablemente un nuevo foco contaminante se registró desde I952, a partir del inicio de

actividades de Southern Peru Copper Co. en las serranías de Moquegua. Después de 40 años

de permanente laboreo en la modalidad de tajo abierto, explotando cobre en los yacimientos

de Toquepala y Cuajone, los resultados en el plano ambiental se han materializado en un

deterioro paulatino de la cuenca del río Locumba. Humos y escorias son los principales

contaminantes derivados de la actividad minera en dicha zona. La instalación de la fundición

metalúrgica en Ilo desplazó la agricultura de la zona debido a la considerable concentración de

anhídrido sulfuroso en la atmósfera. Paralelamente, los relaves se descargaban en el mar,

depositándose anualmente alrededor de 750.000 toneladas métricas de escorias en las playas

del departamento de Moquegua (Balvín 1995: 43, 92). Los efectos sobre la salud son patentes:

31

entre 1972 y 1986, las estadísticas extraídas de la atención brindada a pacientes en el Hospital

General de Ilo demuestran un aumento considerable de los casos de enfermedades,

principalmente debidas a afecciones respiratorias. En sus descargos, la empresa expuso las

acciones que ha emprendido para recuperar hábitats afectados. Por ejemplo, la remediación

de los relaves depositados en la bahía de Ite y las escorias en las zonas costeras de la playa

de Ilo junto a la disminución de la emisión de polvo (Southern Peru Copper Corporation 2011).

Por su parte, la pesca industrial ha devenido en altamente contaminante. Considerando sus

inicios como actividad propiamente industrial, la pesca se desarrolló desde la década de 1930.

Tras una crisis provocada en la década de 1940 debido a la implementación de barreras

arancelarias en Estados Unidos y Japón, se redujo el número de empresas pesqueras, cuyo

número se redujo de 69 a solo 6; la década de 1950 se caracterizó por la conversión de fábricas

conserveras o de salazón en fábricas productoras de harina de pescado (Thorp y Bertram

1978). Gracias a ello, la pesquería peruana se convirtió en una de las más importantes del

mundo; a fines de la década de1960, el Perú producía alrededor de 300.000 toneladas métricas

de harina de pescado (Arévalo 1995:71). Sin embargo, a mayor producción los índices de

contaminación del mar crecieron de manera alarmante. El proceso de elaboración de harina de

pescado genera diversos contaminantes –el “agua de cola” es el más conocido- que se

desechan al mar sin recibir tratamiento previo. Las bahías de Chimbote y Paracas son el triste

testimonio del irresponsable proceder del hombre (Brack 2004).

Otra dimensión de la contaminación se expresa en la deforestación costeña. En su recorrido

inicial por la costa, hasta su arribo al Tahuantinsuyu, los españoles quedaron sorprendidos

al encontrar diversos tipos de vegetación arbórea, en especial bosques de algarrobo y

guarango (Rostworowski 1989). La equilibrada relación forjada por siglos entre la población

aborigen y el medio ambiente quedó desarticulada a raíz del intenso proceso de

deforestación provocado por los españoles debido a la desordenada introducción de nuevas

especies vegetales que reemplazaron a las nativas.

Muchos bosques ubicados en la costa sucumbieron al avance urbano de la región,

particularmente los algarrobales de la costa norte. Sin embargo, a pesar de su extensión

considerable, los bosques costeños eran comparativamente minúsculos frente al área

boscosa de la selva amazónica. Su extensión impidió percibir el proceso deforestador que

ya se evidenciaba en el siglo XIX y su aislamiento los preservó de una devastación mayor.

El retraso de la integración vial del país protegió los bosques selváticos. De otro lado,

sabemos de la temprana deforestación ocurrida en la selva alta a mediados del siglo

pasado; en los límites de Puno y Madre de Dios, en las cercanías del pueblo de Sina. Sobre

ello, Raimondi comentaba:

[...] que no tiene de importante sino sus sabrosas papas, y su pequeño comercio de

tablas de AIiso, para obtener las cuales destruyen un tronco entero, sacando a golpe de

hachuela una sola tabla [...] (Raimondi 1874] 1965, I, Lib. I, cap. V: 201) [cursiva nuestra].

32

A fines del siglo XIX, Olivier Ordinaire, viajero francés, observó cómo los caucheros del Palcazu

prácticamente habían depredado una especie forestal en la selva central, cuyo tronco era

cortado para extraer más rápidamente la savia. Agregaba que:

[...] el siphocampylus ha disminuido considerablemente desde hace algunos años en la

orilla de los principales tributarios del Amazonas y para encontrarle hoy en grandes

cantidades hay que penetrar en el corazón de los bosques [...] (Ordinaire 1892 1988:94).

El proceso de deforestación se prolongó a lo largo de la República; creemos que el hallazgo de

casos puntuales que atestigüen la afirmación arrojaría resultados voluminosos. Hasta la

actualidad, la deforestación representa uno de los más incontrolables factores de desequilibrio

ambiental en los que se ve sumido el país. Fuese en los bosques de algarrobales ubicados en

la costa norte o en distintas zonas de la selva, la deforestación se cierne como el gran peligro

ecológico de las próximas décadas. Si evaluamos el efecto que este proceso tiene sobre el

régimen de lluvias veremos su relación directa sobre el aumento creciente de la desertificación.

En consecuencia, solo la reactivación de otras actividades económicas alternativas podría

contribuir a hacer de la actividad forestal una actividad controlada.

A modo de conclusión

Varios han sido los temas abordados en este tercer capítulo, intentando ilustrar un conjunto de

relaciones de interdependencia entre las sociedades y la naturaleza a lo largo de varios siglos

de ocupación humana en territorio peruano. Muchos han sido los ecocidios perpetrados contra

la naturaleza en el Perú en los últimos 500 años; la contaminación del suelo, del aire y del agua

se cuentan entre los más frecuentes y quizás irreversibles. Desde el choque de la Conquista, se

ha ido perdiendo progresiva y peligrosamente la memoria sobre los términos en los que se

desenvolvió la equilibrada interacción entre las sociedades prehispánicas y la naturaleza. Los

procesos inherentes al desarrollo material de la modernidad han provocado la concentración

urbana y revertido la secular distribución espacial de la población en desmedro de la sierra. Los

temas desarrollados en las páginas anteriores solo buscan contribuir a la identificación de los

hechos sobre los cuales se trazará la periodificación con la que entendamos la larga historia de

contactos, simultáneamente fructíferos y negativos, que fueron configurando una configurando

una historia medioambiental peruana.