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179 R ECIBIDO : 9 de enero, 2016 ACEPTADO: 20 de enero, 2016 MUNDO NUEVO. Caracas, Venezuela (Año VII. N° 17. 2015) pp. 179-208 Rita Jáimez Esteves UPEL-IPC-IVILLAB [email protected] Sandra Maurera Caballero UPEL-IPC-IVILLAB [email protected] NUEVA MIRADA FEMENINA DE LA INMIGRACIÓN A INDIAS 9 Resumen: Ya por iniciativa de sus esposos, ya por imposición real, ya por decisión propia, las mujeres hispánicas arribaron a Indias. ¿Cómo fueron sus vidas? ¿Qué les agradó? ¿Siempre sintieron arraigo en el nuevo suelo? ¿Desearon regresar al viejo hogar? ¿Qué añoraban? ¿A quiénes escribían? ¿Qué del Nuevo Mundo les relataban a sus lectores? ¿Qué les solicitaban? ¿A qué le temían? Preguntas como estas serán respondidas en este artículo. Para escudriñar en la vivencia femenina del siglo XVI nos apoyaremos en la edición que Marta Fernández Alcaide realizó de Cartas de particulares en Indias del siglo XVI (2009). Como se aprecia en las distintas epístolas formuladas por voz femenina, las mujeres que hicieron las Indias cuentan el deseo de ver a sus familiares, la necesidad que tienen de su venida, el miedo a morir sin verlos, el peligro del mar, la hacienda que han levanta- do, las dificultades que confrontan, la alegría que genera saber de ellos, el fallecimiento de los amigos, los nacimientos y un extenso etcétera. Todas estas informaciones permiten apreciar quiénes eran y cómo llevaban el amoldamiento. Palabras clave: mujeres hispánicas, Indias, siglo XVI, cartas.

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179Recib ido : 9 de enero, 2016

AceptAdo: 20 de enero, 2016

M UND O NU EVO . Caracas, Venezuela

(Año VII. N° 17. 2015) pp. 179-208

Rita Jáimez EstevesUPEL-IPC-IVILLAB [email protected]

Sandra Maurera CaballeroUPEL-IPC-IVILLAB [email protected]

NuEva MiRada fEMENiNa dE la iNMigRaCióN a iNdiaS

9Resumen: Ya por iniciativa de sus esposos, ya por imposición real, ya por decisión propia, las mujeres hispánicas arribaron a Indias. ¿Cómo fueron sus vidas? ¿Qué les agradó? ¿Siempre sintieron arraigo en el nuevo suelo? ¿Desearon regresar al viejo hogar? ¿Qué añoraban? ¿A quiénes escribían? ¿Qué del Nuevo Mundo les relataban a sus lectores? ¿Qué les solicitaban? ¿A qué le temían? Preguntas como estas serán respondidas en este artículo. Para escudriñar en la vivencia femenina del siglo XVI nos apoyaremos en la edición que Marta Fernández Alcaide realizó de Cartas de particulares en Indias del siglo XVI (2009). Como se aprecia en las distintas epístolas formuladas por voz femenina, las mujeres que hicieron las Indias cuentan el deseo de ver a sus familiares, la necesidad que tienen de su venida, el miedo a morir sin verlos, el peligro del mar, la hacienda que han levanta-do, las dificultades que confrontan, la alegría que genera saber de ellos, el fallecimiento de los amigos, los nacimientos y un extenso etcétera. Todas estas informaciones permiten apreciar quiénes eran y cómo llevaban el amoldamiento.

Palabras clave: mujeres hispánicas, Indias, siglo XVI, cartas.

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NEw fEMiNiNE look of thE iMMigRatioN to thE iNdiES

abstract: This essay explores how the first Spanish women tell their life in the West Indies. The article answers these questions: How were their lives? What things about your new life to them liked? Do wanted them to return to their old home? What they longed for their previous life? Whom do they directed their letters? What of the New World had recounted to your readers? What things they asked its readers? What European objects them asked its readers? What circumstances they feared? For the research we intend here, we will use Cartas de particulares en Indias del siglo XVI by Marta Fernández Alcaide (2009). According to the letters, women speaks about that they need to see their families, they need that their fami-lies will be traveling to the Indies, they fear to die without hug your their families, they explain that the sea is very dangerous, they grow money and will prosper, they tell their joys and their sorrows.

key words: Hispanic women, Indian, XVI century, letters.

1. introducción

“La realidad es que la mujer española fue la gran ausente en la América del siglo XVI y aun en los siglos sucesivos” (López Morales, 1992: 288). Con el puertorriqueño concuerdan Cho-cano Mena (2000), Lavrin (1990) y Sánchez-Albornoz (1990). Con toda seguridad, los hombres protagonizaron la lid conquis-tadora porque la faena revestía osadía, peligro, incertidumbre y mucha fortaleza física. Esto no significa que la mujer no estu-viera presente, lo estuvo, pero en un bajísimo porcentaje (Boyd-Bowman, 1968; Mijares Pérez, 1988; y Mörner, 1992).

Ya instalados los hombres, superado el tiempo de la inestabilidad, de la ardua refriega, comienza la población, el hacer vida, hispanizar y, para ello, el Imperio precisa familias. Entonces, la Reina Juana1,

1 Si bien en los documentos aparece en primer lugar el nombre de la reina, la historia niega la posibilidad de que ella lo haya suscrito de-bido a su reclusión en Tordesillas. Con toda seguridad la responsabi-lidad de la misma corresponde a Carlos V y su corte.

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el 17 de agosto de 1535, desde Madrid y mediante oficio, apre-sura a los españoles para que diligencien la reunión con sus esposas, que esperan en España:

He sido informada que en esa isla [Cubagua] y en las islas de la Margarita e Cumaná ay algunos casados que han tenido e tienen posibilidad de poder ir a hazer vida maridable con sus mugeres o enviar por ellas para bivir en esas partes, e no lo quieren hazer por no aver quien les conpele e apremie a ello (…); por ende yo vos encargo e mando que de aquí adelante a los que viéredes que tienen posibilidad para enviar por sus mugeres y estuvieren amançebados les amonestéis y exortéis con buenas palabras que lo hagan (Juana I, [1535] 1962: 110)2.

Ciertamente, la metrópoli se moviliza para multiplicar en el Nuevo Mundo hogares con costumbres hispánicas. Casi cuatro años más tarde, no justifica que hombres sin sus esposas pasen el océano y emite leyes con el propósito de conseguirlo. Así lo estipula, como puede apreciarse en la imagen que sigue, la Ley XXIV, Título 26 del Libro IX incluida en Recopilaciones de las Leyes de Indias (1681):

2 Respetamos la transcripción original de los textos renacentistas citados, salvo en el caso de las cartas femeninas: modificamos la transcripción realizada por Marta Fernández Alcaide (2009), procurando una lectura más fluida.

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“Que no pasen mujeres solteras sin licencias del Rey y las ca-sadas vayan con sus maridos”, dispone Carlos V. Presupone-mos que esta ley, como muchas otras, no se acató en la medida esperada porque Carlos V más tarde, en 1554, vuelve sobre el asunto, y ahora instruye a las autoridades indianas a vigilar que todo español casado, avecindado en la América española, agenciara la reunión definitiva con su esposa, fuera a España personalmente a buscarla o la trajera gracias a un intermediario (Baudot, 1992). Con ello, comienzan a llegar mujeres españo-las. Esta realidad la explica Troconis de Veracoechea en los siguientes términos:

Las leyes españolas fijaban que una vez establecido el mari-do en estas tierras tenía la obligación de traer a su legítima esposa. Algunas de éstas, aun sin ser llamadas por el marido pasaban a América con la protección real, con la intención de recobrar al esposo que, por años, había disfrutado de una pasajera soltería (1990: 25).

Así que por decisión espontánea de los esposos, por imposición real (López de Mariscal, 2013) o por decisión propia, las damas europeas arribaron a las Indias Occidentales. Después de ins-talarse y comenzar sus andanzas por los recodos americanos, nos interesa saber qué fue de ellas. ¿Cómo estas damas inter-pretan el mundo? ¿Cómo valoran la empresa? ¿Qué les agrada o desagrada? ¿Desean regresar al viejo hogar? ¿Qué añoran? ¿A quién escriben? ¿Qué del Nuevo Mundo relatan a sus lectores? ¿A qué le temían? Preguntas como estas serán respondidas en este artículo.

Para escudriñar en la vivencia de las españolas en el Nuevo Mundo del siglo XVI nos apoyaremos en varias epístolas en-viadas por mujeres, las cuales, en Cartas de particulares en Indias del siglo XVI, compiló Marta Fernández Alcaide (2009). Estos escritos se conservan en expedientes porque los viajeros los usan como argumentos para acceder a la licencia que les permitiría embarcar legalmente con destino al Nuevo Mundo. En este sentido, son manuscritos privados, los dirigen a sus fa-

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miliares; pero al mismo tiempo tienen utilidad pública3 (Nava-rro García, 1999).

Luego de leer las misivas y para la realización del artículo, por mero recurso metodológico se extrajeron y aislaron unas categorías, no obstante estar fundidas en el desarrollo de los manuscritos. Vale acotar que se usaron las mismas categorías discriminadas para ordenar globalmente este texto. De igual manera, conviene aclarar que las citas se identifican con el mis-mo número que Fernández Alcaide le asigna a las cartas en su ya mencionada obra.

Enrique Otte en su artículo intitulado La mujer de indias en el siglo XVI, publicado en 2000, ya trata la actuación de las europeas en Indias; por esta razón, aquí ofrecemos una “nueva mirada”. En su artículo, el estudioso alemán, luego de justifi-car su trabajo fundamentándose en los lamentos que en distin-tos momentos realizaran María J. Rodríguez-Shadow y Robert D. Shadow, Silvia Marina Arrom, Asunción Lavrin, Enriqueta Vila, James Lockhart y Elinor Burkett porque el tópico había recibido exigua atención, resalta algunas particularidades de la europea en Indias: se enorgullece de sus acciones, de la nueva tierra y desdeña a España. Se apiada de la mujer viuda que pa-dece en la patria y de los hombres que allá sirven a algún señor. Se distingue por un profundo sentido familiar: socorre econó-micamente a sus familiares en España. Presume por su estatus de casada; si está viuda y sin hijos, pide que se vengan otros familiares. Algunas también se encargan de sus encomiendas. Enrique Otte sintetiza su mirada aseverando que

la mujer de Indias no fue inferior en pensamiento y actividad al hombre, al contrario creemos que superó al hombre en dig-nidad, conciencia de su valor y autodeterminación. Al con-trario de lo que se dice fue culta, y en la mayoría de nuestros ejemplos sabía leer y escribir (2000: 1502).

3 El autor se refiere exclusivamente a las cartas escritas desde Cuba en el siglo XIX, estudiadas en la obra de María Dolores Pérez Murillo; sin embargo, su aserción puede extenderse a otras epístolas como las trata-das aquí.

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Como veremos en los próximos folios, la panorámica ofrecida aquí a veces coincide con Otte, otras veces complementa su trabajo. Interpretamos que en la documentación yacen voces, temores, anhelos, planes, en fin, historias femeninas, aun cuan-do algunas de las esquelas no las redactaron las propias mujeres sino un escribano.

2. ¿Qué apreciamos en las cartas?

2.1. El desarraigo y el regreso

Observamos en las distintas misivas formuladas que no todas las mujeres desearon quedarse en América. Algunas escriben soli-citando que cierto familiar (masculino) vengan a recogerlas; in-cluso se ofrecen a financiar el viaje. Por ejemplo, María Díaz en marzo de 1577 le suplica a su hija, Inés, que consiga que su espo-so, Pedro Díaz, viaje hasta México y la acompañe en el trayecto de regreso a España. Reconoce lo dificultoso de la travesía, pero manifiesta que ella sabrá recompensarlo. Acompaña la solicitud con argumentos afectivos. Le pide que no permita que ella se quede desamparada y sola ni que fallezca lejos de los suyos.

Os ruego hija que roguéis a mi hijo y vuestro marido Pedro Díaz que sobre todas las mercedes que me ha hecho sea esta que si posible es aunque el camino sea tan largo y peligroso como él venga por mí porque el trabajo que tomare en la ve-nida, dándome Dios a mi salud, yo lo satisfaré y esto [lo cual] también se lo [en]vío a rogar a él por otra parte y no permitáis q yo esté en esta tierra sola y desamparada sino llevarme a tierra adonde yo muera entre los míos (Carta 299).

Doña María, acaba de quedar viuda, ya no tiene la compañía de su esposo e intuye que mantenerse en Indias será difícil ahora que no tiene un hombre a su lado. Juzga que América no es su tierra, se siente ajena y desea regresar al lado de sus seres queridos. Muy parecido es el caso de Leonor López de León. El 6 de junio de 1594 le solicita a su hermana Luisa en Alcalá de Henares que envíe a su hijo, Jusepe de Carpa, para que este la acompañe en el viaje de regreso. Le informa que la madre de ambas irá con ella.

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He acordado para ponerme en camino que será bien que sea para España y ansi hermana mía le suplico que vista esta se venga mi sobrino Jusepe de Carpa para que en la primera flo-ta que haya para Castilla nos lleve a mí y a mi buena madre (Carta 246).

Cuando mucho del éxito empresarial depende de ellas, puede desaparecer o mitigarse la posibilidad del nuevo arraigo. Enton-ces desean realizar el tornaviaje, pero el mar encierra peligros. La embarcación es una ciudad excesivamente poblada y satura-da de sobresaltos. Se ignora qué se hallará tras el siguiente olea-je. De día el sol se cuela por todos lados, de noche la penumbra y los ruidos se adueñan de la embarcación. El vaivén del mar avinagra el vino, el paso de los días daña los alimentos y acaba el agua. Si se descuidan, desaparecen los bienes y provisiones. Además, la naturaleza tampoco perdona, es el Atlántico zona de grandes tormentas (Guevara, [1539] 1999; Torre, [1544-1545] 1999; y Salazar, [1573] 1999), muchas de las cuales terminan en huracán. Por algo la lengua taína poseía este término. En las cartas, alguna dama hispánica deja testimonio de la violencia marina. María Díaz da cuenta a su hija, Inés Díaz, avecindada en Sevilla, de lo mal que el mar trató a ella y a su padre:

avisaros los grandes trabajos y peligros en que nos hemos visto en la mar yo y vuestro padre que cierto si entendiera los grandes peligros y tormentas de la mar en que nos hemos visto no digo yo venir mas pasarme por el pensamiento lo tuviera por grande peligro porque demás de las tormentas que nos han sucedido [en] la mar sobre todas fue una que nos tuvo dos días y dos noches y cierto pensamos perecer [en] la mar porque fue tan grande la tempestad que quebró el mástel de la nao (Carta 299).

Muchas damas creyeron morir en medio del océano como lo noticia María Díaz. Vivió dos días y dos noches de terror, pensó que el barco zozobraría. La travesía representa muchos peligros: la infectan piratas, huracanes y maleantes. Por otro lado, no hay intimidad aun viajando en cámara. Así que también puede es-fumarse la honra y, con ella, el honor tan preciado en aquellos tiempos. Sostiene Lavrin (1990: 9):

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La preservación de sí mismas y del honor de la familia era de extrema importancia. Ello consistía en la protección de su pureza y virginidad hasta llegar al matrimonio, y el mante-nimiento de la absoluta fidelidad a sus maridos después del mismo. La reputación de la mujer dependía profundamente de la valoración social que se hacía de su castidad, virtud y fidelidad, cualquiera que fuera su rango social.

Por ello, “es común recomendar a las señoras que viajen acom-pañadas” (López de Mariscal, 2013: 78). Varios hombres lo en-cargan, a veces sugieren la compañía de sacerdotes o de otras damas. En la escritura femenil observamos una situación simi-lar. Ellas requieren que un familiar, siempre una figura mascu-lina, realice el viaje para rescatarlas.

2.2. ¿ver o tener?

Pero no es el mar, el único temor que acosa a las damas. Por lo reiterativo de las cartas, ellas temen más no volver a ver a sus familiares en este lado o en el otro del océano. Es un argumento que se repite tanto en las damas que desean regresar como en las que decidieron morar en el Nuevo Mundo.

María de Ávila le dice a su madre, María de la Paz, quien reside en Talavera de la Reina: “nuestro señor me deje ver a vuestra merced como yo deseo” (Carta 261). María Bazán Espeletale asegura a Pedro Rodríguez de Medina, su hijo, quien vive en Jerez de la Frontera: “si de ello fuere servido [Dios] me los deje ver” (Carta 296). María Díaz le declara a su hija, Inés Díaz, re-sidenciada en Sevilla que espera que “Dios me las deje ir a ver como yo deseo” (Carta 299). Cabe reseñar que las tres Marías desean regresar a Europa.

Ver a sus seres queridos, como dijimos es una razón muy co-mún. Las damas ansían mirarlos. En las “cartas de llamada”4, es decir, los legajos en los que se invita a un familiar o cono-

4 Acuñó Enrique Otte esta nominación. También a este estudioso alemán y a su libro Cartas privadas de emigrantes a Indias (1988) debemos la atención que han recibido estos manuscritos. La edición manejada aquí, de Fernández Alcaide, es prueba de ello.

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cido a residenciarse en las Indias, también se manifiesta este anhelo. Inés Alonso Cervera se lo expresa a su hijo, García de Escobar, vecino de Trujillo: “vuestra madre (…) desea y más ver que escribir” (Carta 297). Y en otra carta apunta: “suplico a nuestro señor me dé vida hasta que yo os vuelva a ver a vos y alguno de vuestros hermanos” (Carta 303). Francisca Her-nández le escribe a su sobrina, María de Barrera, quien habita en El Pedroso, un pueblo de Sevilla: “quedo rogando a nuestro señor me los deje ver” (Carta 364). Beatriz de Carvallar le de-clara a su padre, Lorenzo Martínez de Carvallar, quien vive en Fuentes de León, un poblado de Badajoz: “si Dios me lo deja ver en esta tierra” (Carta 341). Y Leonor de Aguilera alega a su sobrino, Francisco del Castillo, en Atienza, caserío de Guada-lajara: “porque soy vieja y como ya estoy imposibilitada de ir a España querría ver a mi sobrina y sus hijos y a usted antes que me muriese” (Carta 391).

Conque tenemos que hubo mujeres que decidieron regresar al hogar, a las costumbres de siempre, al mundo conocido; pero hubo otras que optaron por quedarse a hacer las Améri-cas. Dichas mujeres ya avecindadas procuraron que alguien de los suyos se sumara al cometido americano. Entonces, “ver” no significa tan solo ‘distinguir mediante el sentido de la vis-ta’. Significa poseer a quien consideran suyo y ser poseída por quienes ellas desean, y eso solo lo conseguirían con la cercanía física. Adicionalmente, con la venida de alguno de los suyos, obtienen algo de allá, una valiosa tajada del mundo conocido, de identidad. Si bien el otro pedazo, el de mayor tamaño se que-da allá, hay un modo de transportarlo: las palabras. Así nacen las quejas o reclamos.

2.3. Reclamos

Persiguen saber de los suyos, enterarse de cómo marcha la vida de quienes dejaron atrás, por ello, las cartas pueden iniciarse con reclamos que sintetizaremos con el siguiente enunciado: “por qué no he visto letra vuestra”. Pilar García Mouton (2004) advirtió es-tas mismas quejas en las cartas emitidas en términos masculinos;

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veamos ahora cómo se exteriorizan en palabras féminas. Ana de Ureña en 1587 desde México le reclama a Juana de Espinosa que se halla en La Puebla de Montalbán, un pueblo de Toledo, que no le han escrito ni ella ni otros allegados:

hará más de un año que no he visto carta de vuestra merced ni de mi señora ni de mi hermano Diego de Villegas ni del señor Francisco Hurtado de lo cual he estado con pena (Carta 598).

Una demanda similar hace María Esquivel y Castañeda a su nieta, Juana Osorio, avecindada en Sevilla: “por munchas vías os he escrito y todas las veces llevan duplicadas las cartas y solamente he recibido dos cartas” (Carta 608). Contemplemos, además, que ella escribe dos veces sus esquelas. Es una manera de incrementar las probabilidades de éxito. Como ya dijimos, muchos eran los peligros en el mar, los navíos podían zozobrar por una tempestad, por lastrado indebido o por enfrentamiento con piratas. Esto mismo hacen las autoridades; se creía, y con sobrada razón, que si una carta no llegaba en un navío podría llegar en otro.

También Francisca Maldonado le reprocha a su hijo, Jerónimo Leandro Maldonado, en Ocaña, la falta de cartas: “de más de tres veces las que tengo escrito allá y en todo este tiempo no he visto letra de ningunos de los que allá” (Carta 286). Y Ana Ló-pez le explica a su madre, Ana López, en Santa Olalla, que ha

Escrito a vuestras mercedes desde que llegamos a México todas las veces que ha salido navío para esas partes no he tenido respuesta, entiendo no habrá sido por hab[er] habido de parte de vuestra merced descuido en no hab[er]me escrito bien se entiende el trabajo que comúnmente se suele tener [en] caminar las cartas para esta tierra (Carta 263).

Exterioriza el consabido reclamo pero a la vez justifica la au-sencia de letras. Por consecuencia, Ana López actualiza una realidad: no abundan la tinta ni el papel, tampoco estaba estruc-turado del todo el correo, pese a que en 1514 se creó el cargo Correo Mayor de Indias (Castillo Gómez, 2011). Ello implica que había que buscar a un conocido de un conocido de un primo

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de aquel vecino que hiciera de mensajero. A veces, incluso, fun-ge como cartero alguien conocido por la emisora, mas no por el destinatario. María de Ávila le informa a su madre, María de la Paz, que la carta llegará por intermedio de “un mancebo que iba a la corte llamado Pacheco por lo cual daba cuenta a vuestra merced de todo lo que acá pasa” (Carta 261).

Junto al reclamo aparece la alegría. No se trata de recibir mera información, se trata de saber del ausente, de enterarse de los hechos acaecidos allende el mar, de sentirlo cerca. Las cartas conectan a los habitantes de las dos Españas. A los de allá les interesa saber cómo les va a los de acá y viceversa. Isabel Ro-dríguez le expresa a su padre, Juan Diez, en Sepúlveda, la ale-gría que le ha generado saber de él y de que él sepa de ella:

una de vuestra merced recibí hoy lunes a cuatro de enero de mil quinientos y cincuenta y siete años y fue tanto el placer mío y de mi marido, Julio Ordóñez, que no lo puedo escribir y me holgado mucho en sab[er] que vuestra merced había re-cibido las mías que cada día estaba en rogativa a nuestro señor que las recibiese y me trajera esas buenas nuevas (Carta 328).

Arriba notamos mediante la información exacta de la fecha en la que recibió la carta, la importancia y el efecto que el escrito produjo en su receptora. En otro texto, Ana López le expone a su padre en Santa Olalla la necesidad de sus cartas: “Suplico a vuestra merced merezca yo ver letra de vuestra merced pues se entiende el contento que con ella recibiré” (Carta 334). Y desde México, Andrea López de Vargas le expresa a su madre, quien vive en Cádiz, el gran regocijo que le han generado sus escritos:

la de vuestra merced recibí que fue la que me trajo Pedro de Morales y con ella recibí tanto contento que quererlo decir aquí sería infinito y lo recibí muy grande en que Pedro de Morales me dijo vido a vuestra merced y estuvo hablando con vuestra merced y mis hermanas que fue cosa que me dio el contento que solo Dios lo sabe y es testigo (Carta 271).

Da cuenta, asimismo, de lo feliz que la hizo Pedro de Morales cuando le contó que las vio y que estuvo hablando con ellas.

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Andrea López carece de palabras para expresar su júbilo, es infinita la sensación de felicidad, solo Dios puede entender la magnitud de sus sentimientos. La necesidad de escribir y de saber reposa (o palpita) en ambas partes, incluso Ana López le escribe a su padre para excusarse, sabe que no ha escrito suficiente, pero argumenta que la información básica, es decir, cómo se encuentra ella, cómo le va, se la ha comunicado tam-bién por carta su primo, Luis López, que entendemos comparte con ella la experiencia indiana:

Corta conozco he quedado en no haber escrito a vuestra mer-ced todas las veces que yo quisiera, que bien se me puede dar crédito que hubieran sido no pocas, pero le he dado la mano a el señor mi primo Luis López y así entiendo ha escrito a vuestra merced muchas veces y ha dado relación copiosa de lo que por acá pasa (Carta 334).

Las féminas valoran muchísimo estos pliegos porque unen, te-jen, mantienen y nutren transoceánicos lazos consanguíneos, afectivos y existenciales. Con ellos, alcanza su máxima expre-sión la necesidad gregaria de la persona humana. Quizás para las damas de acá representa seguridad, certeza; acaso para los seres de allá, esperanza, posibilidad de ascenso social de uno de los suyos. Y en ambos grupos tranquilidad, la serenidad que brinda conocer cómo está el otro. Posiblemente a esto se deba que las cartas tengan dos destinatarios, uno exterior, a quien va dirigida, y varios interiores, puesto que en el cuerpo hay men-sajes para terceros, a quienes la autora les encomienda que “las tenga por suyas”.

2.4. Extensivas

Efectivamente, las esquelas incluyen noticias y mensajes para una diversidad de familiares y amigos. Son textos extensivos. Leonor López de León le escribe a su hermana Luisa de León, pero apunta, además, que “mi hermano Martín de Carpa que tenga esta por suya” (Carta 246). María Bazán Espeleta le diri-ge el pliego a su hijo, Pedro Rodríguez de Medina, pero también le comunica que “a todos esos mis señores y consuegros suyos y

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hijos dé mis besamanos y que esta sea suya” (Carta 296). Isabel Rodríguez escoge a su padre, Juan Diez, como destinario exter-no, pero en el interior de la carta explicita que “mis hermanas y hermanos y esta tengan por suya y de mis tíos y tías y a todos en común” (Carta 328). Con esta aseveración, Isabel Rodríguez ex-presa abiertamente en el siglo XVI lo que reconocemos ahora: las cartas tenían múltiples destinarios. María de Ávila expide su misiva a su madre, María de la Paz y en el interior del folio ins-cribe: “a mi hermana que reciba esta por suya propia que por no ser prolija no escribo pues todo es una misma cosa y lo que digo a la una suplico a la otra” (Carta 261). La frase sintetiza la situa-ción: las damas consideran que para todos los seres que sienten próximos un texto que escriban es suficiente, porque permite muchas lecturas y abarca a múltiples destinatarios.

Reparamos circunstancias similares en las provincias ultrama-rinas. También los emisores podían ser un colectivo: Francisca Maldonado le comunica a Jerónimo Leandro Maldonado, su hijo, que su “hermano, Lucas Ramírez, te besa las manos” (Car-ta 286). Escasas palabras después, agrega que sus hermanas también están pendientes de él: “tus hermanas doña Madalena y doña Gerónima te besan las manos” (Carta 286). Median-te una esquela, cuya autoría corresponde a Isabel Domínguez, otros familiares que comparten con ella en la ciudad de Tunja envían buenos deseos a los parientes que se habitan en Llerena: “La señora mujer de mi tío besa las manos de vuestras merce-des (…), mi tía la de Pedro Rodríguez y Leonor Pérez y Ana Rodríguez les besan las manos muchas veces” (Carta 329).

Transcurren los meses, ya establecidas las féminas con sus es-posos, juzgan que les va bien en Indias y otean grandes pro-vechos futuros, entonces advierten que necesitan ayuda para iniciar los planes que conducirán a ellos, y deciden llamar a gente de su confianza, familiares o allegados.

2.5. El llamado

El 25 de abril de 1575, María de Bazán Espeleta le escribe a su hijo, Pedro Rodríguez de Medina, en Jerez de la Frontera.

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Igualmente, sirva esta epístola para aclarar cómo la invitación se extiende a varios familiares:

Tengo necesidad que vuestro hijo de los suyos el mayor venga en el primer navío y carabela (…) en la otra escribí que se in-forme y hijo yerno suyo de Francisco de Nova si le conviene venir acá y de la calidad de la tierra y de todo lo demás y si le cuadrare venir acá será para mi gran consuelo y no deje de venir mi hijo y suyo el mayor (Carta 296).

En 1568, María de Ávila le escribe a su madre, María de la Paz, en Talavera de la Reina, para que varios familiares se trasladen a Veracruz, ciudad donde residen ella y su esposo. No deja de aclarar que de este modo lo solicita su marido, quien desea fran-camente esta reunión:

suplicándole a vuestra merced y a mi hermano juntamente con sus hijos se vengan a esta tierra porque en extremo lo desea Juan Gómez y si otra cosa vuestra merced hace será parte para no tener tanta cuenta como yo quería para su des-canso de vuestra merced y para esto como tengo dicho escri-bimos con aquel mancebo la orden que se había de tener para su venida [en]viando avisar que [en] casa de Pedro de Morga banquero [en] Sevilla se le diese todo lo necesario para su aviamiento (Carta 391).

Por el hecho de que solicite mano de obra masculina, deducimos que Juan Gómez vislumbra ganancias; no en balde, le ofrece descanso en Indias a la madre de su esposa, es decir, le ofre-ce vivir de forma holgada, sin aprietos. De igual modo, en el manuscrito señala que ellos, emisores del escrito, financiarán el viaje y se encargarán de los preparativos.

Inés de Cabañas es mucho más explícita con su hermano, Sancho de Cabañas, en Trujillo (Cáceres). Luego de saludarlo, lo insta encarecidamente a que se traslade a las Indias. El adverbio que utiliza la autora es: “ahincadamente”. Es decir, “de rodillas”. Esta aserción implica que sinceramente lo necesita en Indias, no quiere dejar dudas sobre el deseo que encierra su llamado. A favor de la invitación argumenta la bondad de la tierra:

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el señor Gabriel de pliego que es el portador de esta dará a vuestra merced cuenta de mí y de mi salud e hijos. Esta solo servirá para suplicar a vuestra merced muy ahincadamente se pase a estas partes pues habrá entendido cuan buena tierra es. Ame dado palabra la cual creo cumplirá habiendo disposición de parte de vuestra merced. El señor Gabriel de pliego que trae-rá a vuestra merced estas partes lleva memoria para que cobrán-dose de Álvaro de Castro dé a vuestra merced lo necesario para el viaje, creo que a la que no se cobre lo hará porque así se lo he rogado (Carta 584).

En un mundo agrícola, en el que la tenencia de la tierra se tradu-ce en poder económico y social (Aizpurua, 2009), la invitación atrae. Agrega que los arreglos de su trayecto están casi con-cluidos. Ella ha dado su palabra para que se gestione su arribo: Álvaro de Castro aportará lo que necesite para el viaje, el cual debe efectuarlo mejor en compañía del mencionado Gabriel, quien es el portador de la misma comunicación.

Catalina Rodríguez emplaza a su hijo, Pedro Rodríguez, en Pe-ñafiel. Este llamado ya lo ha hecho con anterioridad pero Pedro no se anima. Su madre cree que lo atemorizan las seis semanas que exige el trayecto náutico. Entonces, lo apremia con argu-mentos que apelan a la masculinidad: otros hombres como él han pasado el Atlántico

y quisiereis venir él os traerá como dicho tengo, por eso hijo vos como sois hombre podéis disponer a veniros por esta vía que digo a pasar a estas partes como pasan otros muchos que no serán tan hombres como vos, que muchos vienen a ganar de comer y vos hijo lo tenéis ganado y aunque pensaréis mo-rir en esta demanda era justo que cuantas veces os enviado a llamar por mis cartas hubieras venido (Carta 305).

Además, le recuerda que mientras los otros van sin certeza, con atrevimiento, arriesgando todo porque no tienen garantía de éxito, porque desconocen si les aguarda la fortuna, él deberá venir tranquilo, puesto que lo espera una herencia, el fruto que le han labrado ella y su padre.

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Inés Alonso Cervera llama a su hijo, García de Escobar, en Tru-jillo. Ella ha quedado viuda y es propietaria. Necesita que su hijo se venga en compañía de su familia para mantener el im-pulso de su hacienda:

os ruego mucho que vista esta en habiendo navíos os vengáis que por esta serán esos señores servidos daros licencia cons-tándoles la necesidad, que de vos tengo, porque como digo no tengo amparo ninguno, ni quien mire por mi hacienda, que cada día ira a menos, y traed a vuestra mujer e hijos, pues nuestro señor como digo, nos ha dado con que vivir honrosa-mente (Carta 297).

Asimismo, le asegura que muchas son las oportunidades que se presentan en las provincias ultramarinas. Mientras en España cuesta alimentarse, hay que esperar la primavera para recoger los frutos de la cosecha, en América los víveres se consiguen más pronto y con menor esfuerzo, ergo, “no se sufre” para ob-tener el sustento:

Dios fue servido de me echar[en esta tierra] no se no se sufre ir donde tantos trabajos se pasan como es en España, así que mas querría que os dispusieses a os venir a esta tierra que al fin no es menester andar los hombres arrastrados para comer ni estamos aguardando abril ni a mayo (Carta 303).

Es decir, algunas mujeres están dispuestas a asumir las riendas de su hacienda o de sus encomiendas cuando falta el marido. Este es el mismo caso de María de Bazán Espeleta, quien le indica a su hijo Pedro Rodríguez de Medina le envíe su nieto:

es grande la gravedad que en esta casa se tenía y así imponga a mi nieto de mi alma que venga con mucha y bien aderezado (Carta 296).

Con los argumentos esgrimidos por Inés Alonso Cervera y María de Bazán Espeleta se actualizan dos de los argumentos manejados por Otte (2000): la hispana indianizada desdeña a España y asume la dirección de sus bienes. Es decir, no siempre se presenta en el rol de desamparada o indefensa.

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Desde México en 1571, Ana López escribe dos cartas, una a su madre, Ana López, y otra a su padre, Francisco Sánchez. En el par de misivas doña Ana llama a sus hermanos, Sancho y Juan, porque cree que se les ha presentado la oportunidad de realizar un buen matrimonio en Indias. Ella piensa que lograrían hacer pareja con las dos hijas que tiene Julio Franco. Aprovecha la ocasión para sugerirles que se apresten en lectura y escritura, puesto que saber leer y escribir es una gran ventaja. Veamos las palabras que Ana López le profirió a su madre:

si hubiese disposición para [en]viar a mis hermanos Sancho y Juan a estas partes vuestra merced lo ordenase porque acá se pagaría la costa que se hiciese así entender estando despier-tos en leer y escribir para saberse gob[er]nar porque faltando esto es muy gran manquera el día de hoy por estar la tierra tan delgada qua aun con mucho trabajo no se gana de comer lo que me mueve para escribir esto es tener Julio Franco dos hijas niñas y tener para poderlas casar muy aventajadamente (Carta 263).

La misma noción le reitera a su padre:

que si a vuestra merced le pareciese encaminase para esta ciudad a mis hermanos Sancho y Juan por haber disposición donde puedan ser aprovechados. Juan Franco tiene dos hijas para las cuales tiene bien quedarles el proprio tratando de mis hermanos a apuntado el negocio. No entiendo haya contradic-ción en todo lo que yo en este caso hiciere. Vuestra merced procure que sepan leer y escribir que es lo que en estas partes es no poco menester (Carta 334).

Ocasionalmente, apremia tanto la necesidad de que los familia-res y amigos se trasladen a Indias que, incluso, alguna dama se atreve a sugerir que se falsifiquen los datos con el objeto de que se aprobara el tránsito. María de Ávila, a su madre, María de la Paz demanda el envío de un sobrino. Para ello, apunta:

y si no pudieren haber la de mi sobrino aunque sea por paje hablaran a Pedro de Murga para que le reciban [en] la nao o escondido o como pudieren porque de acá se le escribirán

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todo suplicándole que haga todo lo posible y así entiendo que lo hará porque es persona de mucha calidad (Carta 261).

Presuponemos que en enunciados como estos se sustenta Otte (2000) para elogiar la autodeterminación femenina indiana. Dos atrevimientos muestra María de Ávila en este fragmento: que su sobrino se asigne cualquier oficio, “aunque sea de paje”, y que se embarque como polizón. Esto es una práctica habitual, la del “llovido” o polizón (Pedroviejo Esteruelas, 2011), que obliga a los especialistas a hablar de aproximaciones en lo que respecta al número total de europeos que pasaron a América desde la Península. Igual ocurre con el cambio de oficio (Boyd-Bowman, 1964; y Mörner, 1992). Por otro lado, adjuntamente dilucidamos que algún tipo de solidaridad se va estableciendo entre quienes viven en Indias y quien va y viene, no importa que a veces se viole la ley.

2.6. la geografía

A medida que hombres y mujeres comienzan a trasladarse y comienza a masificarse la escritura, en esa misma medida co-mienzan a aparecer cartas entre ausentes. ¿Cuentan estas mi-sivas, entre otros aspectos, cómo es la tierra, si les agrada la geografía, el clima, de qué se alimentan? Alguna lo hace, pero no predominan estas informaciones en boca de las féminas. El único ejemplo que encontramos lo provee Isabel Domínguez en una carta que dirige a sus padres:

es tierra trabajosa que n[o ay] pan en ella sí solas tortillas otros regalos hay muy muchos sino [que] es este de no haber pan también no es aficionado aquella tierra [pobla]da de mu-chos mosquitos. México es tierra templada que ni hace frío ni mucho calor y es tierra que se gana de comer (Carta 329).

En este fragmento, la señora Isabel le participa que habita en México, que no hay pan de trigo, el que se conoce en la Penín-sula, que hay otro tipo de pan: tortilla. Agrega que es tierra de mosquitos. Añade información sobre el clima: no hace frío ni calor. Creemos que con ello alude a que no hay cambio de esta-

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ciones, así es el trópico. Finalmente, la cita también señala que ella está satisfecha con la hacienda que levanta en compañía de su esposo. La tierra da bien de comer.

Las escribientes entienden que a quien no está también hay que notificarle las nuevas situaciones y circunstancias. Aquella in-formación cotidiana que pudiera ser trivial en presencia, se re-valoriza en ausencia. Entonces, las correspondencias indianas demandan conocer la vida cotidiana y aparecen comentarios más personales.

2.7. vida cotidiana

Francisca de Trujillo le pregunta a Juana de Trujillo, su hija, por su nieto: “decidme tenéis un hijo y nieto mío y no me en-viáis a decir cómo se llama ni qué edad tiene. Avisarme de todo y escribiéndole a vuestro señor padre” (Carta 302). Beatriz de Carvallar le comunica a su padre que recibió una carta en la que le relata cómo marchan las cosas por Fuentes de León, en Badajoz: “recibimos cuatro cartas dos de vuestra merced y dos de mi hermana con las cuales (…) da cuenta de su salud que era la cosa más deseada que en esta vida tenía, señor, también me da cuenta de sus trabajos” (Carta 341). En esa misma epís-tola, doña Beatriz informa cómo se ha desarrollado su vida en América: su hija mayor “está gorda” y ha tenido otra hija hace apenas unos cuatro meses. Esta última, ya criolla, es más bonita que la mayor:

María de Vargas, su nieta de vuestra merced, tiene salud y está gorda y hermosa, y ha sido Dios servido de darme otra hija que tiene cuatro meses y llámase Beatriz y es muy linda y hermosa y más hermosa que María (Carta 341).

Otro tanto hace Isabel Domínguez, les informa a sus padres, vecinos de Llerena, los hijos que ha alumbrado:

esta será para hacer saber a vuestras mercedes como vivimos en este mundo yo y mi marido muy trabajosamente y nos ha dado Dios tres hijos y dos machos y una hembra el uno se llama Pedro y el otro Gonzalo y la otra Virgeda (Carta 329).

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Y unas líneas más adelante, detalla que el día de la Candelaria, hace cosa de un mes, dio a luz, que su esposo está feliz, que ella es muy feliz en su matrimonio y que nadie es tan querida como ella:

sepa vuestra merced como quedo parida de (…) mes pari-da de nuestra señora de Candelaria una niña la más lin[da] que ha nacido en esta tierra. Está Baldelomar tan alegre lo ve[o] por verme sana y lo otro con su hija señor tenga gran content[o] vuestra merced porque tengo el mejor casamiento y soy más querida de Baldelomar que mujer vio en mi gene-ración que toda la Nuev[a] España no hay marido y mujer tan conformes (Carta 329).

Especulamos, aquí no hay únicamente noticia, hay presunción en ambas mujeres. En aquellos tiempos, “la maternidad era una función preeminente porque la esperanza de la familia en el futuro se apoyaba en la reproducción y crianza de los hijos” (Lavrin, 1990: 8). Ambas han cumplido a cabalidad su tarea.

También relata ciertas pérdidas humanas. Algunas personas de las que vinieron nunca regresarán ni las volverán a ver en Espa-ña: perecieron en Indias. Dios se las llevó al cielo. No se eviden-cia pesadumbre pero surge un conflicto: ¿vestir la indumentaria del luto o no? Aquí ofrece varios datos interesantes. Sobre las costumbres no deja lugar a dudas de que se llevaba el luto. Y sobre el mundo textil indica que no abundan las telas. Llevar luto representa un lujo. La tela escasea en el Nuevo Mundo, por ello los precios son significativamente superiores comparados con los de España (López de Mariscal, 2015). La señora Do-mínguez anota:

Leonor Márquez, su madre de Cristóbal Moreno y Beatriz Marqués de Liana, su hermana de Cristóbal Moreno las lle-vo Dios y plégale a el de Avellas, llévado, Dios las tenga en el cielo que cierto ninguna falta me hacen que aunque a su fallecimiento me puse luto hice cuenta que era hábito muy galano que para pocas gentes lo es este hábito yo guste traello algunos días no digo esto porque las quería mal cierto sino porque con su falta tengo quietud Dios (Carta 329).

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Definitivamente faltan lienzos y géneros afines en el Nuevo Mundo. Constancias de ello deja María de Ávila en una epístola dirigida a su madre, María de la Paz. En su carta de llamada indica que si queda algún dinero del que ella envía para la pre-paración del viaje, le despachen en España

tres o cuatro pares de botillas y tocas para ellas delgadas por-que acá no se puede sufrir lienzo y también si hubiere algún lienzo de hilo de a tres blancas o de dos mercedes me lo trai-gan para algunas camisas y algún hilo portugués o gordo de coser y si hubiere algunos tramados que sean buenos (Carta 261).

Constatamos gracias a carta enviada por María de Bazán Espe-leta que se acostumbran los arreglos matrimoniales. Ella en su epístola da instrucción precisa a su hijo sobre el futuro maridaje de su sobrino:

Dice vuestra merced amado hijo mío que no case a su sobrina doña Mariquita aún no tiene siete años y en el testamento me manda mi buen marido que sea en el cielo que la case con su sobrino Juan Dezpeleta; que les deje los indios por emparentar con tal sangre como allá ya tendrá sabido creo lo haré aunque hay tiempo que como digo no tiene ocho años (Carta 296).

Recordemos las dos cartas enviadas por Ana López a sus pa-dres en las que observa la posibilidad de que sus dos hermanos, Sancho y Juan, viajen a casarse en Indias. Ahora apreciamos cómo lo dispuso desde su testamento el esposo de María de Ba-zán Espeleta. Expresa que ese futuro matrimonio será heredero de indios. Algunas familias levantaron fortunas, acumularon riquezas, explotaron tierra y temían que se perdieran. Vieron en bodas entre parientes la posibilidad de conservarlas. En su testamento, su esposo recomienda la constitución de la pareja que dispuso como legataria:

Desde México, le escribe Catalina Martín a Francisco Marre-ro, su hijo, que se halla en la Isla de la Palma. En esa esquela le pormenoriza el fallecimiento de su padre: el andaba al trato del vino e iba y venía a los puertos con sus mozos e sus recuas

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e de una poca de agua que bebió viniendo sudando se la hizo una opilación o postema que lo tuvo en cama siete meses e de ella fue Dios servido llevarlo. Quedo sola digo desconsolada porque con tu hermana e yerno e una niña que tiene me estoy prendada de manera que por no verme en trabajos de la mar determino quedarme (Carta 639).

Porque ingirió agua estando agitado y acalorado, enfermó su esposo y posteriormente falleció. Ella está desolada, aunque se encuentra en compañía de una hija, una nieta y de su yerno; pero no desea regresar a España. Por otro lado, le comenta una información que recibió de unos conocidos que habían estado en las islas. Para ella son noticas alarmantes:

Casanova y Antonio Luis me contaron cómo te habías casado ahora tres años y pobre e que habías andado hecho soldado, son cosas tuyas, pobre de tu mujer que no sé quién la engaño. Pregunte si tenías hijos, no me lo supieron decir (Carta 639).

Su hijo se casó, pero no tiene trabajo fijo, de hecho, no le ha ido muy bien. No tiene vida próspera. Incluso, llega a considerar víctima a la mujer con quien contrajo matrimonio. La señora Marín en su texto mezcla queja, turbación, sonrojo, amenaza y sanción porque a él, Francisco Marrero, su hijo, se le asocia con cierta conducta ignominiosa. Profiere la madre:

pero lo que supe y no de ellos sino de otros que te conocen a quien he preguntado cual naipe anda como suele y quien malas mañas atarde e nunca las perderá. Plega a Dios cuál bellaco, ladrón que tal ténsenos y sonsaco de mi casa, que arda en el infierno. Yo determino no darte un real aunque te vea en la horca. Si quieres venirte aquí a estar debajo de mi mano, trae a tu mujer e hijos, que yo te mantendré y si hicieres como bueno yo lo haré bien y si no (…) yo escribo al señor García de la moneda por orden de un su compañero que te dé para el camino cien pesos de a ocho reales y si no fuere para esto que no te dé sino cincuenta que serán los primeros y postreros (Carta 639).

Advertimos la reprimenda. La madre está molesta. El compor-tamiento de su hijo no se corresponde con el de un hombre

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de bien: “Mirará en otra dirección si lo ahorcan”. Se pregunta quién lo llevó por el mal camino; es decir, quién lo sacó de su casa. Al responsable le desea que se consuma en las llamas del averno. Vacila. Afirma que no le dará más dinero, pero luego agrega: si vienes obtendrás 100 pesos de a ocho reales, si no vienes la mitad. Adicionalmente, le advierte, con respecto a esta cantidad: será la única que recibas.

Como doña Catalina, las féminas europeas dejaron un mundo conocido, amigos y familiares, muchos afectos y necesitan sa-ber de ellos. Por esta razón, envían cartas a través de las olas atlánticas, las cuales hemos examinado aquí. Las conclusiones a las que nos condujo tal revisión las expondremos de inmediato.

3. Epílogo

En un principio fueron pocas las mujeres hispánicas que viaja-ron a Indias, pero ya superada la época de las contiendas, cuan-do los conquistadores dominan el territorio, llega la hora de la mujer. Lo exigió Juana I y por ley lo dispuso Carlos V. Miles vinieron y, aunque algunas volvieron a España, más fueron las que se quedaron a hacer las Américas.

Luego de escudriñar estas esquelas sopesamos que si bien se da una conversación entre ausentes como ocurre en otras comuni-caciones (Pagés-Rangel, 1997 y Castillo Gómez, 2011), estas epístolas son más que eso: son un abrazo en la distancia, un lla-mado de atención, un decir presente a quien se encuentra lejos, tan lejos que es posible no se vuelva a ver jamás. Por ello, los legajos están llenos de reclamos, de buenos deseos de encuen-tros tanto en esta orilla como en aquella, de necesidad de ver y abrazar, de miedo a morir sin nunca antes ver a los suyos.

También apreciamos que aquí tuvieron sus hijos, los vieron cre-cer y vieron nacer a algunos de sus nietos. Aquí, en compañía de nuevas o viejas amistades, de familiares, comenzaron a teñir la tierra. Con su viejo mundo fusionado con el nuevo intentaron mantener sus costumbres, añoraron sus alimentos y sus deseos. Satisfechas vieron cómo de la poca riqueza y del mucho es-

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fuerzo se transformaron en propietarias, apreciaron orgullosas cómo de una tierra baldía erigían heredad para sus hijos y otros parientes.

Ellas escriben a sus seres queridos para mantenerse unidas, ne-cesitan un trozo de ellas allá y una porción de allá aquí. En sus escritos vemos que son hermanas, hijas, madres, tías, sobrinas, abuelas, roles totalmente femeninos y humanos. Hablan de sus querencias y de sus temores, reprochan, amonestan, proyectan, esperan, sueñan, crían, pero, por encima de todo, añoran el bien de los suyos.

Por otro lado, contemplamos que la mirada femenina también aprecia que hacer la América, de algún modo, es cosa de hom-bres. Llaman a sus familiares masculinos para que las acompa-ñen en su recorrido marino o en su vida indiana. Apreciamos que se cuela el Derecho Romano y la figura del Pater Familias. Esta herencia romana pasó a España (Beneyto, 1993) y, ulterior-mente, viajó al Nuevo Mundo en la conciencia de las féminas. “La figura del hombre es quien domina y manda” (Zambrano Blanco, 2009), y también protege. No obstante, en las letras fe-meninas también se cuela el empeño y la fortaleza espiritual que caracterizó a aquellas mujeres que pasaron el Atlántico obligadas o necesitadas por el pacto nupcial y por el deseo de tener una vida mejor.

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Cabañas, Inés. (Carta 584). “De Inés de Cabañas a su hermano, Sancho de Cabaña, en Trujillo (Cáceres)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1594] 2009, pp.839-840.

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Carvallar, Beatriz de. (Carta 341). “De Beatriz de Carvallar a su padre, Lorenzo Martínez de Carvallar, en Fuentes de León (Badajoz)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1574] 2009, pp. 516-519.

Díaz, María. (Carta 299). “De María Díaz a su hija, Inés Díaz, mujer de Pedro Díaz, vecinos de Sevilla”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1577] 2009, pp. 449-450.

Domínguez, Isabel. (Carta 329). “De Isabel Domínguez, casada con Pero Gómez, conquistador, a sus padres, Gonzalo Domínguez, labrador, y María Sánchez, naturales y vecinos de Llerena”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [15??] 2009, pp. 492-493.

Esquivel y Castañeda, María. (Carta 608). “De María Esquivel y Casta-ñeda a su nieta, Juana Osorio, de Sevilla”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Ma-drid: Iberoamericana, [1590] 2009, pp. 867-868.

Hernández, Francisca. (Carta 364). “De Francisca Hernández del Pe-droso a María de Barrera, su sobrina, aunque el expediente está a nombre de su marido, Gonzalo García Marín, vecino de El Pedroso (Sevilla)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de parti-culares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1572] 2009, pp. 568-569.

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López, Ana. (Carta 263). “De Ana López a su madre, del mismo nombre, en Santa Olalla (Toledo)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoame-ricana, [1571] 2009, pp. 394-396.

López, Ana. (Carta 334). “De Ana López a su padre, Francisco Sánchez, en Santa Olalla (Toledo)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoame-ricana, [1571] 2009, pp. 505-506.

López de León, Leonor. (Carta 246). “De Leonor López de León a su hermana Luisa de León, en Alcalá de Henares (Madrid)”, en Fer-nández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1594] 2009, p. 370.

López de Vargas, Andrea. (Carta 271). “Andrea López de Vargas le ex-presa a su madre, quien vive en Cádiz 1577”, en Fernández Alcai-de, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1577] 2009, pp. 406-408.

Maldonado, Francisca. (Carta 286). “De Francisca Maldonado a su hijo, Jerónimo Leandro Maldonado, en Ocaña”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Ma-drid: Iberoamericana, [15??] 2009, pp. 430-432.

Martín, Catalina. (Carta 639). “De Catalina Martín a su hijo, Francis-co Marrero, en la Isla de la Palma”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1572] 2009, pp. 907-908.

Rodríguez, Catalina. (Carta 305). “De Catalina Rodríguez a sus hijos, en especial a Pedro Rodríguez, que es el que pedirá la licencia, y es vecino de Peñafiel (Valladolid)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1580] 2009, pp. 458-459.

Rodríguez, Isabel. (Carta 328). “De Isabel Rodríguez a su padre, Juan Diez, en Sepúlveda”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1557] 2009, pp. 491-492.

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Trujillo, Francisca. (Carta 302). “De Francisca de Trujillo a sus hijos, Diego de Torres y Juana de Trujillo, en Valladolid. Sin embargo, la emisora es de Jerez de la Frontera (Cádiz)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Ma-drid: Iberoamericana, [1578] 2009, pp. 453-455.

Ureña, Ana de. (Carta 598). “De Ana de Ureña a Juana de Espinosa, en La Puebla de Montalbán (Toledo)”, en Fernández Alcaide, Marta (comp.). Cartas de particulares en Indias del siglo XVI. Madrid: Iberoamericana, [1587] 2009, p. 854.