SANAR EL CORAZÓN

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SANAR EL CORAZÓN EN BUSCA DE LA PAZ INTERIOR MATILDE EUGENIA PÉREZ TAMAYO 1

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SANAR EL CORAZÓNEN BUSCA DE LA PAZ INTERIOR

MATILDE EUGENIA PÉREZ TAMAYO

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CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

1. Un corazón herido• El dolor, una realidad agobiante• Negar el sufrimiento• ¿Por qué sufrimos?• Sentido y valor del sufrimiento humano• Jesús redime nuestro dolor • Para tener en cuenta y pensar

detenidamente...• Sufrir con paz

2. Para sanar el corazón y la vida• Es tu decisión• Entra en tu corazón... • Dios habita en tu corazón• Algo más para pensar despacio...• Cuando llegue el dolor...

3. Acepta tu realidad• Acéptate como eres• Acepta tu historia personal • Acepta a quienes comparten su

vida contigo

• Aceptación y resignación• Oración para pedir el don de la

aceptación

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4. Perdónate y perdona

• Dios, principio y fuente del amor y delperdón• El perdón visto desde la fe• Perdona lo que tengas que perdonar• Bienaventurados los que saben perdonar• María, madre y maestra del perdón• Para pensar y actuar...• Oración para pedir la gracia de perdonar decorazón

5. La espiritualidad, clave para sanar el corazón• La oración, medicina para el alma• Orar por quien nos ha hecho daño• La Confesión, Sacramento desanación• Otras ideas para tener encuenta...• Salmo 51(50): Súplica de perdón

6. El perdón, fundamento de la paz• Perdonar la violencia• Si quieres conseguir la paz

A MODO DE CONCLUSIÓN Una luz de esperanza

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“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.Bienaventurados los que tienen

hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la paz,porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,

porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados serán

cuando los injurien y los persigan y digan toda serie de mal contra ustedes

por mi causa. Alégrense y regocíjense,

porque su recompensa será grande en los cielos”

Palabras de Jesús en elEvangelio de San Mateo 5, 3-12

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INTRODUCCIÓN

Hablar del sufrimiento, en un mundo como elnuestro, y en nuestro tiempo, puede parecer “lloversobre mojado”, decir lo que todos ya saben, lo quesentimos en nuestra propia carne; lo que todoslamentamos y quisiéramos olvidar, aunque fuerasólo por un momento. Se ve inútil, repetitivo,masoquista – tal vez –, y sin embargo, es útil,necesario, urgente, porque el sufrimiento,cualquiera que sea, pero de un modo particularaquel que nace de la injusticia y de la violencia,afecta nuestra vida personal en su más profundaintimidad y afecta también nuestra convivencia conlos demás, de manera grave, y puede llegar aponernos en situaciones bien difíciles, que espreciso, primero identificar, y luego aceptar,entender, aprender a manejar, y llegar a superar, siqueremos tener paz interior; si queremos llevarnuestra vida a su plenitud y construir una sociedadnueva y justa para todos.

El sufrimiento físico y espiritual, es un misterio; unmisterio que nos toca profundamente, que nos hierede mil maneras distintas, en el cuerpo y en el alma;un misterio que nos envuelve sin que sepamosclaramente por qué ni cómo; un misterio quetenemos que aceptar, porque es ineludible paratodos; nadie puede escapar al sufrimiento por muyintensamente que lo desee y por mucho que luche

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para conseguirlo.

El sufrimiento físico y espiritual, es un misterio quetenemos que asumir porque está íntimamente unidoa nuestra condición humana, que es débil ylimitada, y fue herida de muerte por el pecado; unmisterio que tenemos que “conocer” y “entender” enla medida de lo posible, para poder enfrentarlo convalor y dignidad, sin angustias ni rebeldías que nosdesgastan interior y exteriormente.

El sufrimiento es un misterio que tenemos queaprender a mirar a la cara para que no nos precipiteen el abismo de la desesperanza; un misterio quetiene que ayudarnos a crecer interiormente, a sermás humanos y por ende más dignos hijos de Dios.

Entender el sufrimiento, comprenderlo en lo que éles, conocer cuál es su origen, dónde nace, por quéexiste, cómo se comporta, cómo afecta nuestravida, qué sentido podemos darle, qué valor tiene, esel comienzo de la salud del alma, de la sanación delcorazón y de la vida entera, y ésta lo es, a su vez,de la paz interior que todos necesitamos ybuscamos. Un corazón sano, sin heridas profundas ysangrantes, sin cicatrices dolorosas, es principio,fundamento de la paz interior del individuo y de suequilibrio emocional, que regula y orienta susrelaciones consigo mismo y también sus relaciones

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con los demás, y con Dios.

Muchos corazones sanos, sin heridas que sangren,sin cicatrices que se inflamen una y otra vez, hacencomunidades pacíficas, solidarias, integradas,maduras, capaces de solucionar sus problemas yde enfrentar todas sus diferencias, sin acudir a laviolencia que destruye todo lo que toca;comunidades capaces de ir más allá de ellasmismas y de los hechos de su historia, de encontrarnuevos rumbos y de establecer nuevos propósitos.

Sanar el corazón es sanar la vida entera, construirla sociedad, trabajar por la paz que todosanhelamos y buscamos, y que nace en nuestropropio corazón, donde Dios habita, como un donmaravilloso de su bondad, que tenemos que hacercrecer, fructificar y expandir.

Pero alcanzar la sanación del corazón, sanar elalma, sanar la vida, no es cosa fácil; al contrario,algunas veces es más difícil de lo que podemosimaginar, porque hay heridas muy hondas ytambién muy antiguas, que se han vuelto crónicas yduelen constantemente. Sin embargo, esperfectamente posible, sólo hace falta un poco debuena voluntad, una clara decisión paraconseguirlo, y una buena dosis de esfuerzopersonal de parte nuestra, y, por supuesto, tambiénla ayuda de Dios que no puede faltarnos, porque Él

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es el mejor médico y también el mejor sicólogo. EnÉl y con Él es posible superar todo dolor, todosufrimiento por grande y profundo que sea, y darleun sentido superior.

Sanar el corazón, el alma, la vida, es un procesoque se desarrolla paso a paso; parte de nuestrafirme voluntad para conseguirlo, y nos exige lucha,esfuerzo, tesón y constancia para no rendirnos antelas dificultades que se nos presentan con másfrecuencia y mayor fuerza de la que deseamos.

Exige aceptar y perdonar y ninguna de las doscosas es fácil, porque ambas nos exigen a su vez,ser humildes, y la humildad es una virtud quecuesta, porque nos pide bajarnos del pedestal en elque nos colocamos a nosotros mismos, y que noshace sentir de alguna manera superiores a losdemás, para situarnos en el lugar que noscorresponde, al mismo nivel de los otros. Perocuando logramos hacerlo, cuando perdonamos deverdad, con el corazón, con las entrañas, al modode Dios, nuestra vida se renueva totalmente y sehace más plena, más verdadera, más cercana a loque Dios quiso para todos sus hijos, desde elprincipio de los tiempos.

Que estas reflexiones y las que ellas susciten encada uno de quienes lean este libro, nos motivenpositivamente a todos y nos ayuden a:

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1. Dar un sentido a los sufrimientos quepadezcamos – los que tenemos en elpresente y los que vengan -, y luego a sanarlas heridas de nuestro propio corazón,perdonándonos a nosotros mismos, a losdemás, y perdonando a la vida lo quesintamos que está mal y que nos hace sufrir;

2. Asumir con valentía y con amor lo que nopodemos cambiar en nuestra historiapersonal y en la historia del mundo;

3. Buscar siempre y en todo la paz interior y lasana convivencia con quienes están cerca,perdonando lo que tengamos que perdonar;

4. Y también a ser promotores del perdón y lareconciliación en el grupo social en el quecada uno de nosotros se desenvuelve: ennuestra familia, en nuestro lugar de trabajo,entre nuestros amigos y vecinos, para queun día se haga realidad entre nosotros laverdadera fraternidad que Jesús – nuestrohermano mayor, enviado por el Padre – nosenseñó.

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1. UN CORAZÓN HERIDO

“Grandes trabajos han sido creados para todohombre,

un yugo pesado hay sobre todos los hijos de Adán, desde el día que salieron del vientre de su madre,

hasta el día de retorno a la madre de todo.

Sus reflexiones, el miedo de su corazón, es la idea del futuro, el día de la muerte.

Desde el que está sentado en su trono glorioso, hasta el que en tierra y ceniza está humillado,

desde el que lleva púrpura y corona, hasta el que se cubre de tela grosera,

sólo furor, envidia, turbación, inquietud, miedo a la muerte, miedo y discordia.

A la hora del descanso en la cama, el sueño de la noche altera el conocimiento.

Poco, casi nada, reposa, y ya en sueños como en día de guardia,

se ve turbado por las visiones de su corazón, como el que ha huido ante el combate.

A la hora de su turno se despierta, sorprendido de su vano temor.

Para toda carne, del hombre hasta la bestia, mas para los pecadores siete veces más:

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muerte, sangre, discordia, espada, adversidades, hambre, tribulación, azote.

Contra los sin ley fue creado todo esto, y por su culpa se produjo el diluvio.

Todo cuanto de tierra viene, a tierra vuelve, y cuanto de agua, en el mar desemboca”

(Eclesiástico 40, 1-11)

Yo sufro, tú sufres, él sufre, nosotros sufrimos. Elsufrimiento – físico y moral – es universal. Noconoce fronteras ni hace excepciones. Afecta porigual a todos los seres humanos. Nadie, ni hombreni mujer, ni niño ni anciano, ni rico ni pobre, ni sabioni ignorante, ni bueno ni malo, ni bonito ni feo,puede escaparse de él, de su acción, de sualcance, de sus consecuencias. La SagradaEscritura nos lo dice con absoluta claridad, ynosotros lo confirmamos con nuestra propiaexperiencia.

Sufrimos y vemos sufrir a otros, muchas veces consufrimientos que nos parece imposible soportar;sufrimos y hacemos sufrir a quienes viven a nuestroalrededor, inclusive a aquellos que son máscercanos a nuestro corazón y a nuestra vida,muchas veces sin quererlo, pero también sin poderevitarlo. Sufrimos y el dolor continúa asustándonos,“doliéndonos” en el cuerpo y en el alma, a pesar deque podemos decir que lo conocemos desde que

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tenemos conciencia de existir, y que es como de“nuestra familia”.

El corazón del ser humano - su yo más íntimo yprofundo, - es, sin duda ninguna, un corazón herido,un corazón sangrante que necesita ser atendido.Un corazón que necesita ser curado y fortalecido.Un corazón que necesita sanar, recuperarse, yllenarse de vitalidad, para que pueda realizar aplenitud lo que él es, la misión que le fueencomendada, aquello para lo que fue creado: dar yrecibir amor, amar y dejarse amar.

Yo sufro, tú sufres, él sufre, nosotros sufrimos...¿Por qué?... ¿Para qué?... ¿Qué sentido tiene elsufrimiento humano?... ¿Cuál es su valor?...Intentemos dar respuesta a cada una de estaspreguntas; una respuesta desde la fe.

EL DOLOR, UNA REALIDADAGOBIANTE

“El hombre nacido de la mujer tiene una vida breve,repleta de miseria” (Job 14, 1)

Aunque Dios nos creó para el bien y la felicidad,porque somos sus hijos muy queridos, y nos amacon un amor tierno y profundo, es un hecho cierto,que no necesita demostración y que ninguno denosotros puede negar, que el sufrimiento – tanto

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físico como espiritual – tienen un lugar, un espaciopropio en el mundo y más concretamente ennuestra vida, en la vida de todos los sereshumanos, hombres y mujeres, de todos los tiemposy de todos los lugares de la tierra, sin ningunaexcepción. Para saberlo, para tomar conciencia deello, nos basta mirarnos a nosotros mismos, pordentro y por fuera, confrontar nuestro ser y nuestravida. ¡No hay nada qué hacer. El dolor es parteintegrante de ella! ¿Por qué?... ¿Habrá algo que sepueda hacer al respecto?...

Igual cosa sucede si, saliendo de nosotros mismos,nos detenemos a mirar a nuestro alrededor, a losotros, al mundo entero, aquí y allá, cerca y lejos.¡Imposible negar algo tan palpable, tan obvio, tanelemental, tan profundamente real! El sufrimientono admite ninguna discusión. Simplemente se da,está ahí, nos agobia con su fuerza, nos aplasta consu presencia constante. Si alguien dijera que eldolor no hace parte de su vida, lo podríamos tacharde mentiroso.

Todos los hombres y todas las mujeres del mundo yde la historia, sin distinción de raza, de edad, denacionalidad, de condición social ni económica, decreencias religiosas ni de opiniones políticas; todos- unos más y otros menos - sentimos en nuestracarne y en nuestro corazón, una y otra vez, conmás insistencia de la que quisiéramos, el dolor que

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nos hiere, física y espiritualmente, y no podemoshacer nada para escaparnos de él, para eliminarlodefinitivamente de nuestra vida y de nuestra historiapersonal. Al menos esto es lo que pensamos y loque sentimos cuando su aguijón se clava ennuestra cuerpo o en nuestra alma y nos hacesangrar. No hay nada que lo detenga. Llega cuandotiene que llegar y se queda a vivir con nosotrosmuchas veces por largos períodos; en algunasocasiones hasta parece que es parte de nuestromismo ser, ¡tan fuerte y real es su presencia!

Enfermedades de todas clases que debilitannuestro cuerpo y nos hacen vulnerables a la tristezay al desánimo; catástrofes naturales imposibles dedetener, que siembran muerte y desolación;angustias, frustraciones, insatisfacciones,desprecios, incomprensiones, desilusiones, falta deamor, traiciones; problemas familiares,infidelidades, soledad, carencias, miedos,dificultades sin cuento; injusticias de todo tipo,pobreza física y espiritual; debilidades de diversaíndole, limitaciones físicas e intelectuales, defectosfísicos, desajustes emocionales, agresiones,violencia, y mil cosas más; toda una gama dehechos y de situaciones que nos atacan una y otravez, con más insistencia de la que quisiéramos; quenos ponen contra la pared y nos impiden – almenos aparentemente - realizarnos plenamente enlo que somos: personas inteligentes y libres, hijos e

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hijas de Dios y herederos de su gloria, y en lo quedeseamos ser.

Nos hieren y nos duelen profundamente, el amigoque se va, el desapego de los hijos, las continuasdiscusiones con el esposo o la esposa, la muerte dela madre, del padre, del hijo, o de cualquier otro serquerido; la falta de trabajo, las habladurías de losvecinos y conocidos, la meta que no podemosalcanzar, la enfermedad que empieza a gestarse ennuestro cuerpo, los años que pasan y nosenvejecen, las arrugas del rostro, los deseos que nopodemos satisfacer, las limitaciones que lasociedad nos impone por razones que nocomprendemos ni aceptamos, el color de la piel queno nos gusta, la imagen que producimos en elespejo cuando nos paramos enfrente de él, vernosy sentirnos disminuidos en nuestras capacidadesfísicas y mentales...

Nos hieren y nos duelen profundamente, la mentiraque dicen en contra nuestra, el juicio de los otros, lasoledad interior, el matrimonio que se deshace, loshijos que no responden a nuestros esfuerzos, lamarginación a la que nos someten los demás, lasofensas que recibimos, el trabajo mal pagado, lasamenazas de los que quieren imponérsenos, lasguerras que no son nuestras, el desorden social, elabandono de nuestros familiares y amigos, elirrespeto a nuestra dignidad personal, los derechos

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que nos son negados...

Nos hieren y nos duelen profundamente, laspresiones a las que nos someten los que tienenpoder, la persecución por las ideas o por lascreencias, la incapacidad para enfrentar el miedoque nos atenaza, la ausencia de oportunidadespara salir adelante, el trabajo que no nos gusta, lanecesidad de mantener la cabeza agachada y laespalda doblegada para poder comer...

Nos hieren y nos duelen profundamente, laslágrimas de los niños postrados por la enfermedad,los ancianos pobres y rechazados por susparientes, los jóvenes sin oportunidades, losdesechados de la sociedad, los marginados de todotipo...

Nos hieren y nos duelen profundamente, losalcohólicos que permanecen tirados en las calles denuestras ciudades y pueblos, los drogadictos quese deslizan tercamente hacia el fondo del abismode su propia destrucción, las familias rotas, losniños asesinados en el mismo vientre de susmadres, los enfermos terminales, las pandillasjuveniles que aterrorizan los barrios, los cientos demiles de campesinos desplazados de sus parcelas,las jóvenes violadas para quienes la vida se rompeen mil pedazos, los niños que no saben sonreírporque la guerra les ha arrebatado su alegría, las

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madres con sus hijos muertos en los brazos, losdesempleados que recorren la ciudad en busca deun trabajo que les permita al menos llevar algo decomida a sus familias, los que no tienen techo, losque no saben leer, los que no saben qué essentirse amados por alguien...

Nos hieren y nos duelen profundamente, lossufrimientos propios y los sufrimientos de lahumanidad entera, aquí, cerca, y en todos losrincones de la tierra...

Y nos hiere y nos duele profundamente, el misteriomismo del dolor que no comprendemos y nopodemos eludir; el misterio del dolor que alcanza atodos sin que podamos saber por qué; el misteriodel dolor que nos parece injusto, intolerable, sinsentido.

¿Por qué sufrimos?... ¿Para qué sufrimos?... ¿Dedónde viene el dolor?... ¿Cuál es su origen?...¿Cómo se explica?... ¿Por qué lo permite Dios?...¿Para qué sirve?... ¿Qué sentido tiene elsufrimiento humano?... ¿Cómo debemosasumirlo?... ¿Podemos llegar a vencerlo?...¿Cómo?... Son preguntas que nos hacemos una yotra vez. Preguntas que no sabemos responder conclaridad y nos sumergen en un mar de dudas.Preguntas que nos lastiman, casi tanprofundamente como el mismo dolor que amenaza

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con destruirnos si no logramos entenderlo, pararecibirlo y vivirlo adecuadamente, es decir, sin quenos precipite en el abismo de la desesperación.

Mucha gente piensa que el sufrimiento es uncastigo de Dios a quien lo padece. ¿Será ciertoesto?... Pero es que también sufren los buenos, losjustos, los que no tienen culpa del mal quesucede... ¿Acaso no vemos por todas partesinfinidad de niños sin amor, sucios, desarrapados,enfermos con enfermedades graves, a punto demorir, niños que mueren violentamente,atravesados por las balas que otros disparan?... ¡Ylos niños son buenos! ¡No mueren los que matan,mueren los inocentes, los que no han hecho nada,los que no tienen nada qué ver en las disputas!¿Entonces?...

¿Dónde está Dios que permite que las cosas seanasí, ¡tan distintas a lo que nosotros creemos quedebe ser! ¡Tan injustas!?... ¿Por qué no losdetiene?... ¿Por qué no los castiga a ellos?... ¿Porqué no hace que las cosas sean de otra manera, siÉl tiene todo el poder para hacerlo?... ¿Por qué?...¿Para qué?...

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NEGAR EL SUFRIMIENTO...

Hay personas que se empeñan tercamente ennegar que sufren. Y para respaldar lo que dicen,emplean todas sus energías en la búsquedaindiscriminada del placer. Fiestas de toda clase ycondición, emociones fuertes y también peligrosas,amigos por aquí y por allá, dinero, licor, sexo,droga... Creen que si se mantienen “entretenidos”,con su mente y su cuerpo “ocupados” en otra cosa,el dolor desaparecerá de su vida como por arte demagia.

Sin embargo, la realidad es otra muy distinta. Elplacer no hace que el dolor desaparezca; ni siquierahace que disminuya en intensidad. Y tampoco eltener, el hacer, o el poder. Sólo lo encubren, ymuchas veces lo aumentan y lo complican pordiversos hechos y circunstancias.

Concretamente, del placer “a toda consta” sederivan sucesos y situaciones que tambiénproducen sufrimiento, en una cadena sin fin (SIDA,drogadicción, alcoholismo, destrucción de la familia,accidentes inesperados con consecuencias fatales,muertes tempranas, etc., etc.).

El placer no elimina el dolor; placer y dolor son dosemociones, dos experiencias diferentes ytotalmente independientes entre sí, y aunque,

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evidentemente, la una es de carácter positivo y laotra de carácter negativo, no se anulanmutuamente. Cada una existe en sí misma y hastahay momentos en los cuales pueden llegar acoexistir.

Nada más peligroso que un sufrimientoenmascarado, escondido por el placer, o por eltener, el poder, el hacer. Cuando uno menospiensa “revienta” por cualquier parte y causaverdaderos estragos; esto, aparte del daño que vahaciendo en el corazón mismo de quien lo padece yno quiere tomar conciencia de él.

Los sufrimientos que no se enfrentan cara a cara,se “enquistan” y van dando lugar a resentimientos,rencores, envidias, odios, que tarde o tempranollevan a la desesperación, o dan lugar a lavenganza, y la venganza generalmente acude a laviolencia para realizarse, que sea como seasiempre es un mal mayor.

Placer y dolor son dos realidades humanas que nohay que mezclar ni intentar sobreponer. Dosrealidades que tenemos que aceptar y vivir en loque son y como son. Cada una tiene su momento ytambién su medida propia. Cada una aporta lo suyopara nuestra realización personal.

¿POR QUÉ SUFRIMOS?

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“¡Ah, si pudiera pesarse mi aflicción,si mis males se pusieran en la

balanza juntos!Pesarían más que la arena de los

mares...” (Job 6, 2)

Para responder adecuadamente esta pregunta quenos inquieta tan profundamente, debemos empezarpor responder otra que se relaciona íntimamentecon ella y se nos presenta como anterior: es lapregunta sobre el origen mismo del sufrimientohumano. ¿De dónde viene el dolor?... ¿Cuál es su origen ysu causa?... ¿Qué circunstancia particular le dio unlugar en el mundo y en nuestra historia humana?...

La mitología griega, anterior a nuestra fe cristiana,creyó aclarar el misterio del sufrimiento humanomediante el Mito de la Caja de Pandora.

Decían los griegos que Pandora fue la primeramujer creada por los dioses del Olimpo, parahabitar la tierra. Para congraciarse con ella, losdioses le dieron como regalo una hermosa caja,pero le advirtieron que por ningún motivo,incluyendo la curiosidad, fuera a abrirla, porque sellevaría una sorpresa. Pero Pandora se dejó llevarpor la curiosidad y un día cualquiera cedió a ella.

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Tan pronto como Pandora levantó la tapa quecerraba la caja, comenzaron a salir de esta,precipitadamente, uno tras otro, todos los males ytormentos posibles para los seres humanos, y parael mundo.

Asustada por lo que había hecho y por lasconsecuencias que ello traería, Pandora intentóponer nuevamente la tapa de la caja en su lugar,pero ya era demasiado tarde; sólo quedaba laEsperanza, un bien creado por los dioses paraconfortar a los hombres y ayudarles a soportar losmales que harían su vida profundamente dolorosa ymuy difícil de sobrellevar.

Lejos de esta concepción mitológica de Grecia y deotras concepciones de carácter dualista, que hablande un principio del Bien del cual sale todo lo que esbello y bueno, y un principio del Mal que da origen atodo lo feo y malo, la Biblia - Palabra de Dios a loshombres - nos enseña que el sufrimiento físico yespiritual, tienen su origen en el pecado delhombre, que a su vez, nace en la intimidad de sucorazón. Expliquemos un poco más esta idea.

Al comienzo del mundo y de la historia sólo existíaDios. Él era (es) la Bondad, la Perfección, laVerdad, el Ser único y absoluto, el Amor, según nosdice San Juan en su Primera Carta:

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“Dios es Amor, y quien permanece en el amorpermanece en Dios y Dios en él” (1 Juan 4, 16).

En su infinita bondad y llevado de su amor, Diosquiso participar su existencia, y para hacerlo creó elmundo y todo lo que contiene, y creó también al serhumano – hombre y mujer – como nos lo relata ellibro del Génesis, en un lenguaje hermoso y llenode símbolos.

Dios creó el cielo, la tierra, el aire, el agua, la luz, elsol, la luna y las estrellas, las plantas y losanimales, y como culmen de su obra creadora,creó, participándoles su propia Vida, al hombre y ala mujer, a quienes hizo “a su imagen y semejanza”,inteligentes y libres, y les dio poder sobre todo loque había creado (cf. Génesis 1 y 2). El Génesisconcluye esta obra creadora de Dios con una bellay muy diciente afirmación:

“Y vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muybien” (Génesis 1, 31).

Pero el hombre y la mujer no fueron fieles a Dios ya su amor bondadoso, emplearon mal su libertad,desoyeron sus mandatos, y pecaron (cf. Génesis 3).Con el pecado del primer hombre y la primeramujer, entró en el mundo el mal, y con el mal llegótambién el sufrimiento, como producto deldesequilibrio que el pecado impuso a toda la obrade la creación: a la naturaleza, a las relaciones

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entre las personas, a la sociedad en general, y acada hombre y cada mujer en particular. En elmismo capítulo 3 del libro del Génesis, Dios loexplica así a Adán y a Eva:

“Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: - Malditaseas entre todas las bestias y entre todos losanimales del campo. Sobre tu vientre caminarás ypolvo comerás todos los días de tu vida. Enemistadpondrá entre ti y la mujer y entre tu linaje y sulinaje: él te pisará la cabeza mientras acechas túsu calcañar.

A la mujer le dijo: - Tantas haré tus fatigas cuantossean tus embarazos; con dolor parirás los hijos.Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará.

Al hombre le dijo: - Por haber escuchado la voz detu mujer y comido del árbol que yo te habíaprohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa;con fatiga sacarás de él el alimento todos los díasde tu vida. Espinas y abrojos te producirá, ycomerás la hierba del campo. Con el sudor de turostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo,pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y alpolvo tornarás” (Génesis 3, 14-19).

Poco a poco, a medida que el mal fue creciendo acausa de los muchos y continuos pecados de loshombres, el sufrimiento se fue haciendo tambiénmás fuerte y agresivo, tanto para el mundo entero

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como para los seres humanos; la Sagrada Escrituranos da cuenta de ello en diversos pasajes delAntiguo Testamento (cf. Génesis 4, 1-16: Caín yAbel; Génesis 6, 5 ss: Noé y el diluvio).

El pueblo de Israel, elegido de Dios para realizar enél su promesa de salvación de toda la humanidad,se hizo consciente de esta íntima relación que seda desde el comienzo del mundo, entre el pecado yel sufrimiento. Podemos constatarlo en muchostextos bíblicos, como este del profeta Isaías:

“¡Ay del malvado! Que le irá mal, que el mérito desus manos se le dará” (Isaías 3, 11).

Y este otro tomado del Eclesiastés:

“No hagas mal y el mal no te dominará”(Eclesiastés 7,1).

A partir de esta primera idea, los israelitas llegarona concluir, que el hombre sufre – tanto física comoespiritualmente -, porque el sufrimiento es unaconsecuencia directa del pecado; más aún, es uncastigo de Dios a quien infringe sus leyes y obracontra su Voluntad.

Esta concepción del sufrimiento humano comocastigo de Dios, se conoce como “la doctrina de laretribución temporal”, y está presente en diversosepisodios de la historia sagrada; según ella, el

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hombre recibe aquí abajo el premio o el castigo porsus obras, según sean buenas o malas, conforme alos mandatos de Dios o en discordancia con ellos, ylo mismo ocurre en el plano colectivo. Así lo leemosen el libro del Deuteronomio:

“Yahvé hará de ti el pueblo consagrado a Él, comote ha jurado, si tú guardas los mandamientos deYahvé tu Dios y sigues sus caminos... Si desoyesla voz de Yahvé tu Dios, y no cuidas de practicartodos sus mandamientos y sus preceptos, que yo teprescribo hoy, te sobrevendrán y te alcanzarántodas las maldiciones siguientes...” (Deuteronomio28, 9.15) .

En el plano individual es el profeta Ezequiel quienenuncia más claramente esta doctrina:

“Miren: todas las vidas son mías, la vida del padre,lo mismo que la del hijo, mías son. El que peque esquien morirá” (Ezequiel 18, 4).

En el Libro de los Jueces y en los dos libros de losReyes se muestra cómo la doctrina de la retribucióntemporal se aplica a lo largo de toda la historia deIsrael. La predicación de los profetas la suponeconstantemente, e insiste en ella una y otra vez, lomismo que el libro de los Salmos. La tradiciónisraelita no abandonó nunca, definitivamente, elprincipio que el profeta Amós, consecuente con estadoctrina, formuló y proclamó abiertamente:

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“¿Sucede alguna desgracia en una ciudad sin queDios sea su autor?“ (Amós 3, 6). La doctrina de la retribución temporal llegó a tenertanta fuerza para los israelitas, que todavía entiempos de Jesús muchos judíos seguían pensandoen ella; el ejemplo más claro nos lo trae elEvangelio de San Juan:

“Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego denacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: - Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para quehaya nacido ciego? Respondió Jesús: - Ni él pecóni sus padres; es para que se manifiesten en él lasobras de Dios” (Juan 9, 1-1-3).

Pero la reflexión de Israel no se quedó aquí. Fuemucho más allá, llevado por la misma realidad. Lapregunta era – y sigue siendo -: Si cada uno debeser tratado como merecen sus obras, ¿por qué,entonces, el hombre que hace el bien, el hombreque es bueno, sufre a veces con tanta intensidad?El libro de Job, escrito en una etapa ya avanzadade la historia del pueblo escogido, intenta dar larespuesta. Job es un personaje simbólico. Representa a unhombre justo, que vive según las leyes de Dios, yque a pesar de ello es acosado por grandes ydiversos sufrimientos: pierde sus bienes, pierde su

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familia, pierde su salud... ¿Por qué? ¿Cómo esposible que Job siendo un justo sufra así?... Larespuesta a estas preguntas está dada al comienzodel libro: el sufrimiento de Job no proviene de Dios,proviene de Satán, que ha recibido del mismo Dios,permiso para probar la fidelidad de Job y su fe enÉl:

“El día en que los Hijos de Dios venían apresentarse ante Yahvé, vino también entre ellos elSatán. - ¿De dónde vienes? El Satán respondió aYahvé: - De recorrer la tierra y pasearme por ella. YYahvé dijo al Satán: - ¿No te has fijado en mi siervoJob? ¡No hay nadie como él en la tierra; es unhombre cabal, recto, que teme a Dios y se apartadel mal! Respondió el Satán a Yhavé: - ¿Es queJob teme a Dios de balde? ¿No has levantado túuna valla en torno a él, a su casa y a todas susposesiones? Has bendecido la obra de sus manosy sus rebaños hormiguean por el país. Peroextiende y toca todos sus bienes; verás si no temaldice a la cara. Dijo Yahvé al Satán: - Ahí tienestodos los bienes de Job en tus manos. Cuida sólode no poner tu mano en él. Y el Satán salió de lapresencia de Yahvé” (Job 1, 6-12)

Los amigos de Job que no saben qué ocurre con él,ni por qué sufre, responden sus inquietudes ytambién las propias, conforme a la antigua tradición:la felicidad de los malos es de breve duración, el

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infortunio de los justos prueba su virtud, y lossufrimientos no son otra cosa que el castigorecibido por las faltas cometidas por ignorancia opor debilidad; en último término, si Job sufre comoestá sufriendo, es porque seguramente ha cometidograndes pecados que tiene que pagar (doctrina dela retribución personal).

Sin embargo, Job insiste con fuerza en su inocenciay busca una explicación a los sufrimientos que loaquejan; sigue creyendo que Dios es bueno aunqueno entiende por qué lo trata así; por eso se dirige aÉl y lo interroga, le exige una respuesta a susangustias:

“¿Cuándo retirarás tu mirada de mí?¿No me dejarás ni el tiempo de tragar saliva?Si he pecado, ¿qué te he hecho a ti, oh guardián delos hombres?¿Por qué me has hecho blanco tuyo?¿Por qué te sirvo de cuidado?¿Y por qué no toleras mi delito y dejas pasar mifalta?Pues ahora me acosté en el polvo, me buscarás yya no existiré” (Job 7, 19-21)

Dios interviene en la historia y Job dialoga enprivado con Él, aunque no logra obtener unarespuesta clara para su sufrimiento. Pero Diosintroduce a Job en su misterio y le revela la

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trascendencia de su ser y de todos sus designios.Aquí, Job representa a la humanidad que sufre ybusca insistentemente a Dios, porque sabe quesólo Él puede llenar sus vacíos y responder a todassus inquietudes.

La conclusión final del libro es obvia: el creyentedebe persistir en su fe aún en medio del dolor y apesar de él.

“Y Job respondió a Yahvé:Sé que eres todopoderoso: ningún proyecto te esirrealizable.Era yo el que empañaba el Consejo con razonessin sentido.Sí, he hablado de grandezas que no entiendo, demaravillas que me superan y que ignoro.¡Escucha, deja que yo hable, voy a interrogarte y túme instruirás.Yo te conocía sólo de oídas, más ahora te han vistomis ojos.Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y laceniza” (Job 42, 1-6)

El libro termina con una puerta abierta a laesperanza. En medio de su dolor, Job se dirige conrespeto a Dios, lo reconoce como el Dueño y Señorde su vida, y le pide perdón por los reclamos que leha hecho, olvidando sus designios divinos. Diosrecibe y acepta el arrepentimiento de Job, y le

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devuelve su salud, le da una nueva familia ymuchos bienes.

“El Señor bendijo a Job después, más aún que alprincipio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas,seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y milborricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera sellamaba Paloma, la segunda Acacia, la terceraAzabache.No había en todo el país mujeres más bellas quelas hijas de Job. Su padre les repartió heredadescomo a sus hermanos.Después Job vivió ciento cuarenta años y conoció asus hijos, nietos y bisnietos. Y Job murió anciano ycolmado de años” (Job 42, 12-17)

Esta misma esperanza subyace en todos los librosbíblicos. A pesar de todo, y sea como sea, espreciso alegrarse por la vida; ningún sufrimiento,por fuerte que sea o por definitivo que parezca,puede cerrar de una vez y para siempre, laspuertas a la felicidad, al gozo de existir, porque lavida humana es valiosa en sí misma, y elsufrimiento no disminuye su valor:

“Anda, come con alegría tu pan y bebe de buengrado tu vino, que Dios está ya contento con tusobras” (Eclesiastés 9, 7).

Finalmente, como nada de lo que hay en el mundoy de lo que sucede en él, puede escaparse al poder

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infinito de Dios, queda latente, a lo largo de todo elAntiguo Testamento, la idea de que en el origen detodo sufrimiento, grande o pequeña, está implicadonecesariamente y de alguna manera, Dios, porquenada se escapa a su poder.

• ¿Qué nos dice la Iglesia Católica sobre elorigen del sufrimiento?

La fe de la Iglesia, fundamentada en las SagradasEscrituras, confirma para nosotros, que el origen detodo sufrimiento humano, es, sin ninguna duda, elpecado del hombre, que contradice radicalmente labondad infinita de Dios y su Voluntad para nosotros,sus hijos.

El pecado – que en definitiva no es otra cosa que elrechazo consciente de la Voluntad de Dios, de subondad y de su amor – introdujo en el mundo elcaos, y como consecuencia de éste, vino el dolor,que afecta no sólo al mismo hombre, sino a lanaturaleza entera, como lo afirma San Pabloclaramente en su Carta a los fieles de Roma:

“La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad,no espontáneamente, sino por aquel que lasometió, en la esperanza de ser liberada de laservidumbre de la corrupción, para participar en lagloriosa libertad de los hijos de Dios. Puessabemos que la creación entera gime hasta elpresente y sufre dolores de parto” (Romanos 8, 20-

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El Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica“Salvifici Doloris”, sobre el sentido del sufrimientohumano, nos dice:

“Se puede decir que el hombre sufre, cuandoexperimenta cualquier mal...

El cristianismo proclama el esencial bien de laexistencia y el bien de lo que existe, profesa labondad del Creador y proclama el bien de lascriaturas. El hombre sufre a causa del mal que esuna cierta falta, limitación o distorsión del bien. Sepodría decir que el hombre sufre a causa de unbien del que él no participa, del cual es en ciertomodo excluido o del que él mismo se ha privado.Sufre en particular cuando “debería” tener parte –en circunstancias normales – en este bien y no lotiene.

Así pues, en el concepto cristiano la realidad delsufrimiento se explica por medio del mal que estásiempre referido, de algún modo, a un bien”. (JuanPablo II, Exhortación Salvifici Doloris, N. 7)

Y más adelante añade:

“Cuando se dice que Cristo con su misión toca elmal en sus mismas raíces, nosotros pensamos nosólo en el mal y el sufrimiento definitivo,

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escatológico (...), sino también – al menosindirectamente – en el mal y el sufrimiento en sudimensión temporal. El mal, en efecto, estávinculado al pecado y a la muerte. Y aunque sedebe juzgar con gran cautela el sufrimiento delhombre como consecuencia de pecados concretos(...), sin embargo, éste no puede separarse delpecado de origen, de lo que San Juan llama “elpecado del mundo” (Juan 1, 29), del trasfondopecaminoso de las acciones personales y losprocesos sociales en la historia del hombre. Si noes lícito aplicar aquí el criterio restringido de ladependencia directa (como hacían los tres amigosde Job), sin embargo no se puede ni siquierarenunciar al criterio de que, en la base de lossufrimientos humanos, hay una implicación múltiplecon el pecado” (Ídem N. 15)

Esta concepción cristiana del sufrimientocontradice abiertamente – como el Papa mismo lodice - la doctrina de la retribución temporal quesostenían los israelitas. Los sufrimientos que losseres humanos padecemos aquí en el mundo, noson un castigo directo de Dios por nuestrospecados – sean cuales sean -, o por los pecados denuestros padres. Dios no es un juez castigador ycruel que se complace viendo correr las lágrimas delos hombres. Jesús nos enseñó con toda claridadque Dios es ante todo un Padre bueno y amorosoque quiere lo mejor para todos nosotros, porque

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somos sus hijos, y no le interesa para nadahacernos pagar con sufrimientos nuestras culpas.

Cuando alguien sufre por algo, cuando alguienpadece una enfermedad, o experimenta una pena,cuando sucede una catástrofe o se produce unacalamidad natural... No se está realizando un deseoo un mandato de Dios. Si bien es cierto que Dios esDueño y Señor de la historia, y que “ni uno solo delos cabellos de nuestra cabeza cae sin que Dios losepa” (cf. Mateo 10, 29-30), también lo es que Diosdeja actuar lo que los filósofos llaman las “causassegundas”, y que todo lo que nos pasa, todo lo queocurre en el mundo – bueno y malo –, esconsecuencia del libre desenvolvimiento de loshechos.

Estas causas segundas algunas veces son la leyesde la naturaleza, que por diversas circunstancias sedescontrolan y producen las enfermedades, lamuerte, las inundaciones, los terremotos, etc., yotras, las acciones libres y voluntarias de losmismos seres humanos que – con más frecuenciade la que quisiéramos -, obramos equivocadamentey hacemos – voluntaria o involuntariamente – elmal que nos hace daño a nosotros mismos ytambién a los otros.

Dios no quiere el mal ni quiere el sufrimiento denadie; no puede quererlos. Él es bueno y sólo

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puede querer el bien, el amor, la alegría, la paz...

Dios no quiere que un niño padezca unaenfermedad grave que debilita día a día su cuerpo ypone en peligro su vida; ni quiere que una madre defamilia muera en un accidente de tránsito y dejedesamparados a sus pequeños. Dios no quiere queun río crezca y destruya los cultivos de loscampesinos; ni quiere que una bala perdida mate aun joven que camina desprevenidamente por subarrio. Dios no quiere que una muchacha buenasea violentada, ni que un padre de familia pierda elempleo que le permite dar a su esposa y a sus hijosuna vida digna. Dios no quiere que una ciudadentera quede destruida en unos cuantos segundospor un terremoto, ni quiere que los sueños de unpaís se desvanezcan por la acción violenta de unoscuantos que destruyen lo que otros construyen conesfuerzo.

Dios no lo quiere, sólo “lo permite”, deja que ocurra.¿Por qué?... ¿Para qué?... No lo sabemos, es partedel misterio mismo de Dios que sólo podemos verde lejos.

Dios no quiere el sufrimiento de nadie, sólo loconoce de antemano porque es Dios y todo lo sabe,y deja que las circunstancias actúen, que lascausas segundas obren... Y como nos amaprofundamente, aprovecha lo que pasa – sea lo que

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sea – para nuestro bien. Dios sabe sacar bienes delos males. Nos lo dice el apóstol San Pablo conhermosas palabras:

“Sabemos que a los que aman a Dios, todo lessirve para el bien” (Romanos 8, 28).

El sufrimiento humano es un misterio... Lo ha sidodesde su mismo principio y lo seguirá siendo hastael final del tiempo; un misterio que no podemoscomprender, en sus múltiples dimensiones y contodas sus consecuencias. Pero un misterio que noescapa al amor infinito de Dios por nosotros. Unmisterio que se une al misterio maravilloso del amorde Dios en Jesús, y que en él, en Jesús crucificadoy luego resucitado, encuentra su sentido másprofundo, su valor más sublime.

SENTIDO Y VALOR DEL SUFRIMIENTO HUMANO

“Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo,

en favor de su Cuerpo que es la Iglesia”(San Pablo a los Colosenses 1, 24)

• ¿Para qué sufrimos?...• ¿Qué sentido tiene el dolor?...• ¿Cuál es el valor del sufrimiento humano?...

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Aunque el sufrimiento es en sí mismo un mal,porque implica una carencia, los seres humanospodemos hacer de él un bien, cuando le damos alas penas y dificultades que nos sobrevienen, unasignificación especial en nuestra vida; cuando lesconferimos un valor por encima del que tienen;cuando les señalamos una finalidad. Esto nosayuda además a aceptarlas, a asumirlas y a vivirlascon esperanza.

En el Antiguo Testamento podemos constatar congran claridad, en diversos pasajes, cómo losprofetas y sabios de Israel – aparte de ver elsufrimiento humano como un misterio que nolograban entender completamente, como undesignio de Dios que los confundía y que no podíanpenetrar con su inteligencia, sobre todo cuando setrataba del sufrimiento del hombre justo -, movidospor su fe en Yahvé, su Dios, y apoyados en ella,intentaban darle un sentido y un valor especial parasu vida personal y para la vida de todo el pueblo; deesta manera, motivaban a los demás y semotivaban a sí mismos, para soportar el dolor,cualquier fuera su naturaleza y su fuerza, conentereza y buena disposición. Es así como una yotra vez los libros sagrados insisten – tácitamente –en que el sufrimiento tiene sentido porque:

El sufrimiento es ante todo purificador, nos

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limpia por dentro, purifica nuestras intenciones,nuestras motivación al obrar:

“Tú nos probaste, oh Dios, nos purgaste, cual sepurga la plata” (Salmo 66 (65), 10)

El sufrimiento es también educativo ycorrectivo, porque es el medio que Dios usa,tanto para mostrarnos el buen camino, comopara reprendernos por nuestras faltas:

“No desdeñes, hijo mío, las instrucciones de Yahvé,no te dé fastidio su reprensión, porque Yahvéreprende a aquel que ama, como un padre al hijoquerido” (Proverbios 3, 11-12) El sufrimiento muchas veces y por diversascircunstancias, nos preserva del pecado que nossepara de Dios; la muerte prematura de un hombrejusto - por ejemplo –, perpetúa su bondad y sujusticia, y lo libra de cometer el mal en el futuro, locual es en sí mismo valioso:

“El justo muerto condenará a los impíos vivos, y lajuventud pronto consumada, la larga ancianidad delinicuo.Ven la muerte del sabio, mas no comprenden losplanes del Señor sobre él ni por qué le ha puestoen seguridad; lo ven y lo desprecian, pero el Señorse reirá de ellos...” (Sabiduría 4, 16-18).

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El sufrimiento es también un modo privilegiadode expiar el pecado, cuando se ha caído en él; elmal se puede “reparar” con el dolor ofrecido a Dioscon corazón arrepentido:

“Consuelen, consuelen a mi pueblo – dice su Dios.Hablen al corazón de Jerusalén y díganle bien altoque ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho porsu culpa, pues ha recibido de mano de Yahvécastigo doble por todos sus pecados” (Isaías 40, 1-2)

El sufrimiento también es una prueba que Diosreserva a sus servidores más fieles, a quienesestán más cerca de su corazón de Padre, para, porsu medio, enseñarles a ellos y a todos los demás, loque vale creer en Él, lo que vale amarlo de verdad,y lo que vale sufrir por su amor. El profeta Jeremías,a quien agobiaron durante toda su vida múltiples ydiversos sufrimientos – y es figura de lossufrimientos de Jesús -, es claro ejemplo del amorde Dios que prueba en el dolor a sus escogidos:

“¡Ay de mí, madre mía, por qué me diste a luz,varón discutido y debatido por todo el país! Ni lesdebo ni me deben, ¡pero todos me maldicen!Di, Yahvé, si no te he servido bien: intercedí por tiante mis enemigos en el tiempo de su mal y de suapuro....

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Tú lo sabes. Yahvé acuérdate de mí, visítame yvéngame de mis perseguidores. No dejes que poralargarse tu ira sea yo arrebatado. Sábelo, hesoportado por ti el oprobio. Se presentaban tus palabras y yo las devoraba; eratu palabra para mí un gozo y alegría de corazón,porque se me llamaba por tu Nombre, Yahvé, DiosSebaot. ...¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y miherida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ah!,¡serás tú para mí como un espejismo, aguas noverdaderas?Entonces Yahvé dijo así:Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás enmi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, seráscomo mi boca. Que ellos se vuelvan a ti y no tú aellos” (Jeremías 15, 10-19)

El sufrimiento aceptado y vivido con fe, conpaciencia y con humildad, sirve, incluso, paramostrar a Dios el amor con el que lo ama el justoque sufre:

“... él, por su parte, a punto ya de morir por losgolpes, dijo entre suspiros: - El Señor, que posee laciencia santa, sabe bien que, pudiendo librarme dela muerte, soporto flagelado en mi cuerpo reciosdolores, pero en mi alma los sufro con gusto portemor de Él” (2 Macabeos 6, 30)

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Y, finalmente, el sufrimiento también puedeofrecerse por la redención de las culpas y pecadosde otros:

“Luego me postré ante Yahvé: como la otra vez,estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comerni beber, por todo el pecado que habían cometido,haciendo mal a los ojos de Yahvé, hasta irritarle”(Deuteronomio 9, 18)

El profeta Isaías, en sus cuatro cánticos del Siervode Yahvé, que anuncia y representa a Jesús,muestra cómo el Siervo que es completamenteinocente, concentra en sí mismo todo el sufrimientoy todo el pecado del mundo, sufre dolores físicos ymorales inigualables, y lo hace con infinitapaciencia y humildad, por ello obtiene para todoslos hombres y mujeres, la curación definitiva delpecado, y la paz:

“¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahvé, ¿a quién se le reveló?Creció como retoño delante de él, como raíz detierra árida.No tenía apariencia ni presencia; le vimos y notenía aspecto que pudiésemos estimar.Despreciable y desecho de hombres, varón dedolores y sabedor de dolencias, como uno antequien se oculta el rostro, despreciable, y no letuvimos en cuenta.

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¡Y con todo, eran nuestras dolencias las que élllevaba!Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios yhumillado.Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido pornuestras culpas.Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con suscardenales hemos sido curados” (Isaías 53, 1-5)

Pero es en el Nuevo Testamento, con Jesús y porJesús, que el sufrimiento de los seres humanosalcanza su verdadero y más profundo sentido, sindejar de ser lo que es y de doler como nos duele,en lo más íntimo de nuestro ser.

Con Jesús y por Jesús el sufrimiento adquiere unvalor totalmente nuevo y renovador: se haceredentor. Al asumir nuestra naturaleza humana y hacersehombre como nosotros, encarnándose, Jesúsasumió también en su ser – cuerpo y alma -, en suvida entera, todos nuestros dolores, todos nuestrossufrimientos, tanto de orden físico como de ordenmoral, su dolorosa pasión y su muerte cruel yhumillante en la cruz, son muestra clara y definitivade ello. También en la Carta a los Hebreos, leemos:

“Por eso tuvo que asemejarse en todo a sushermanos, para ser misericordioso y SumoSacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a

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expiar los pecados del pueblo. Pues habiendo sidoprobado en el sufrimiento, puede ayudar a los quese ven probados” (Hebreos 2, 17-18)

Jesús asumió nuestros padecimientos y tambiénnuestras culpas y con su “amor hasta el extremo”(cf. Juan 13, 1), los enriqueció, y abrió para lahumanidad entera una puerta a la esperanza.

Con su pasión y su muerte en la cruz, Jesús no sóloalcanzó para nosotros el perdón de nuestrospecados – que es lo que ordinariamente tenemospresente en nuestra mente -, sino que también diosentido a todas las dimensiones de nuestra vida, atodos y cada uno de los acontecimientos de nuestrahistoria humana y muy particularmente a nuestrosdolores, a nuestros fracasos, a nuestras angustias,a nuestras dificultades y a todas nuestraslimitaciones y miserias. El Concilio Vaticano II, nosdice sobre esto:

“Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma deldolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nosenvuelve en absoluta oscuridad” (Concilio VaticanoII, Constitución dogmática sobre la Iglesia en elmundo actual - Gaudium et Spes – N. 22)

Y el Papa Juan Pablo II, a quien el sufrimiento tocótantas veces a lo largo de su vida, desde su mástierna infancia, y que se vio incluso muy cercano ala muerte violenta, agrega:

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“Como resultado de la obra salvífica de Cristo, elhombre existe sobre la tierra con la esperanza de lavida y de la santidad eternas. Y aunque la victoriasobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristocon su cruz y su resurrección no suprime lossufrimientos temporales de la vida humana, nilibera del sufrimiento toda la dimensión histórica dela existencia humana, sin embargo, sobre toda esadimensión y sobre cada sufrimiento esta victoriaproyecta una luz nueva, que es la luz de lasalvación. Es la luz del Evangelio, es decir, de laBuena Nueva. (...) ... Dios Padre ha amado a suHijo unigénito, es decir, lo ama de maneraduradera; y luego, precisamente por este amor quesupera todo, Él “entrega” este Hijo, a fin de quetoque las raíces mismas del mal humano y así seaproxime de manera salvífica al mundo entero delsufrimiento, del que el hombre es partícipe”. (JuanPablo II, Opus cit, N. 15)

Y más adelante añade algo que es muy importante:

“El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. PeroCristo ha hecho de él la más sólida base del biendefinitivo, o sea del bien de la salvación eterna...(...) Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico,se encuentra muy dentro de todo sufrimientohumano, y puede actuar desde el interior del mismocon el poder de su Espíritu de Verdad, de su

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Espíritu Consolador” (Idem, N . 26)

Han pasado 2.000 años y algo más desde queJesús vino a nuestro mundo como uno de nosotros;los hombres y mujeres de este siglo XXI seguimossufriendo en el cuerpo y en el alma, pero nuestrodolor no es ya, simplemente, un mal que nosoprime y nos hunde en la desesperación; todo locontrario, mirado desde la cruz de Jesús y unido aella, lo entendemos como un camino que, vivido enla fe, puede conducirnos y de hecho nos conduce auna mayor perfección de nuestro ser de hombres yde mujeres, y nos acerca así al modelo de hombreque es Jesús de Nazaret, Hijo eterno de Dios,“perfeccionado en el sufrimiento” (cf. Hebreos 2,10) y resucitado de entre los muertos por el amordel Padre, para nunca más padecer ni morir. Nos lodice también el Papa:

“A través de los siglos y generaciones se haconstatado que en el sufrimiento se esconde unaparticular fuerza que acerca interiormente elhombre a Cristo, una gracia especial... Fruto deesta conversión es no sólo el hecho de que elhombre descubre el sentido salvífico delsufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimientollega a ser un hombre completamente nuevo”(Ibídem, N. 26)

Es lo que proclama el apóstol Pablo en su Segunda

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Carta a los fieles de Corinto:

“En toda ocasión y por todas partes llevamos en elcuerpo la muerte de Jesús, para que también lavida de Jesús se manifieste en nuestra carnemortal. Mientras vivimos, continuamente nos estánentregando a la muerte, por causa de Jesús, paraque también la vida de Jesús se manifieste ennuestra carne mortal” (2 Corintios 4, 10-11)

Jesús resucitado es la prueba fehaciente y la mejorgarantía de que el sufrimiento asumido con fe y conamor, es un camino de esperanza, una promesa devictoria, un augurio de salvación, no sólo paraquienes creemos en él, sino también para todos loshombres y mujeres de buena voluntad.

Termino con un texto del Padre jesuita Piet VanBreemen, en su libro “Él nos amó primero”, queresume maravillosamente esta esperanza nuestra: "Dios es la antítesis del mal y de la muerte. Es puroAmor y Vida. Cuando combatimos el mal, tenemosla certeza de que Dios se encuentra a nuestro lado.Es Él mismo la garantía de que esa lucha acabaráen victoria, de que el sufrimiento no es inútil, de queel amor triunfará sobre el mal y de que la vida havencido a la muerte. El Señor ha entrado tanplenamente en el sufrimiento que se halla presenteno sólo en el que sufre sino en el que combate elsufrimiento. Él mismo sufrió para sanar a los

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demás, y con su propio sufrimiento los ha salvado"(Piet Van Breemen, S.J. "Él nos amó primero". SalTerrae, Santander, 1988, 3 edición, págs 144-145)

JESÚS REDIME NUESTRO DOLOR

“Al desembarcar, Jesús vio mucha gente,sintió compasión de ellos y curó a sus

enfermos” (Mateo 14, 14)

Los cuatro Evangelios nos presentan, en varios desus pasajes, la sensibilidad y la delicadeza deJesús ante al sufrimiento humano. Tenía siempre ypara todos los que se acercaban a él en busca dealivio para su dolor, actitudes de acogida y deapoyo, palabras de consuelo y de estímulo, y enmuchas ocasiones también un milagro queeliminaba totalmente su sufrimiento, ya fuera físicoo moral:

“Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra deéste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y lafiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirles. Alatardecer le trajeron muchos endemoniados; élexpulsó a los espíritus con una palabra, y curó atodos los enfermos, para que se cumpliera eloráculo del profeta Isaías: “Él tomó nuestrasflaquezas y cargó con nuestras enfermedades”(Mateo 8, 14-17)

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“Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: - Sientocompasión de la gente, porque hace ya tres díasque permanecen conmigo y no tienen qué comer. Yno quiero despedirlos en ayunas, no sea quedesfallezcan en el camino. Le dicen los discípulos: -¿Cómo hacemos en un desierto con pan suficientepara saciar a una multitud tan grande? DícelesJesús: - ¿Cuántos panes tienen? Ellos dijeron: -Siete y unos pocos pececillos. Él mandó a la genteacomodarse en el suelo. Tomó luego los sietepanes y los peces y, dando gracias, los partió e ibadándolos a los discípulos, y los discípulos a lagente. Comieron todos y se saciaron, y de lostrozos sobrantes recogieron siete canastas llenas.Y los que habían comido eran cuatro mil hombres,sin contar mujeres y niños” (Mateo 15, 32-38)

Esta manera de actuar de Jesús, era para él, propiade su misión de Mesías, enviado al mundo por DiosPadre para luchar contra el mal en todas susformas, y para vencerlo definitivamente; fue lo quedijo a los discípulos de Juan Bautista cuando lepreguntaron quién era y a qué venía:

“Juan, que en la cárcel había oído hablar de lasobras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: -¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar aotro?. Jesús les respondió: - Vayan y cuenten aJuan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos

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andan, los leprosos quedan limpios y los sordosoyen, los muertos resucitan y se anuncia a lospobres la Buena Nueva...” (Mateo 11, 2-6)

Así lo había anunciado el profeta Isaías 700 añosantes para el Enviado de Yahvé a su pueblo y almundo, según constaba en las Escrituras. Jesúsmismo lo confirmó ante sus propios parientes yconocidos, según nos lo cuenta el evangelista SanLucas:

“Vino Jesús a Nazaret, donde se había criado y,según su costumbre, entró en la sinagoga el día desábado, y se levantó para hacer la lectura. Leentregaron el volumen del profeta Isaías ydesenrollando el volumen, halló el pasaje en dondeestaba escrito:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porqueme ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación alos cautivos y dar la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y sesentó. En la sinagoga todos los ojos estabanpuestos en él. Comenzó pues a decirles: - EstaEscritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy”

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(Lucas 4, 16-21)

Jesús se compadecía de todos aquellos a quienesveía sufrir, enjugaba cariñosamente las lágrimas desus ojos, y con un gesto sencillo o una palabraaparentemente simple pero profundamenteelocuente y llena de sentido, cambiaba su dolor engozo, su tristeza en alegría, movido siempre por suamor, y con su poder de Dios:

“Y sucedió que a continuación Jesús se fue a unaciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos yuna gran muchedumbre. Cuando se acercaban a lapuerta de la ciudad, sacaban a enterrar a unmuerto, hijo único de su madre que era viuda, a laque acompañaba mucha gente de la ciudad. Alverla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: -No llores. Y, acercándose, tocó el féretro. Los quelo llevaba se pararon, y él dijo: - Joven, a ti te digo:Levántate. El muerto se incorporó y se puso ahablar, y él se lo dio a su madre” (Lucas 7, 11-15).

Con sus palabras y con sus actitudes, Jesúsmostraba a todos que si bien el sufrimiento es parael ser humano un mal no deseable, no había deninguna manera un nexo directo y sistemático entreeste y el pecado, y que no podía afirmarse sin másque los sufrimientos físicos y espirituales son uncastigo de Dios:

“En aquel mismo momento llegaron algunos que le

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contaron lo de los galileos, cuya sangre habíamezclado Pilato con la de sus sacrificios. Lesrespondió Jesús: - ¿Piensan que esos galileos eranmás pecadores que todos los demás galileos,porque han padecido estas cosas? No, se losaseguro...” (Lucas 13, 1-3)

Al contrario de lo que pensaba la gente, Jesús llegóa afirmar en varias ocasiones, que el sufrimientoaceptado y vivido con fe puede ser unabienaventuranza, porque prepara a quien lo padececon amor para acoger el Reino de Dios, que no esotra cosa que la soberanía de Dios, el “reinado” deDios en el corazón del hombre y en el mundoentero.

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos seránconsolados...Bienaventurados los perseguidos por causa de lajusticia, porque de ellos es el Reino de los Cielos...Bienaventurados serán cuando los injurien y lospersigan y digan con mentira toda clase de malcontra ustedes por mi causa. Alégrense yregocíjense porque su recompensa será grande enlos cielos...” (Mateo 5, 5. 10-12).

Y también, que el sufrimiento es una circunstanciade la vida de los seres humanos, en la que serevela de modo especial la gloria y el poder deDios:

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“Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania,pueblo de María y de su hermana Marta; María erala que ungió al Señor con perfumes y le secó lospies con sus cabellos; su hermano Lázaro era elenfermo. Las hermanas enviaron a decirle a Jesús:- Señor, aquel a quien tú quieres está enfermo. Aloírlo Jesús, dijo: - esta enfermedad no es demuerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijode Dios sea glorificado por ella” (Juan 11, 1-4).

Cuatro días después de recibir el mensaje, segúnnos dice el evangelista, Jesús se dirigió a Betania;cuando llegó encontró que Lázaro ya había muertoy sepultado.

Frente a la tumba de Lázaro Jesús lloró por sumuerte, porque Lázaro era su amigo, pero luego,ante el asombro de todos los presentes, lo resucitó.

Esta resurrección de Lázaro desencadenódefinitivamente para Jesús la persecución de losfariseos y los sumos sacerdotes, quienes finalmentelo llevaron a la cruz (cf. Juan 11).

Con sus palabras y con sus milagros, Jesúsproclamó sin reservas el sentido más profundo delsufrimiento humano. A este respecto nos dice elPapa:

“En el programa mesiánico de Cristo, que es a lavez el programa del reino de Dios, el sufrimiento

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está presente en el mundo para provocar amor,para hacer nacer obras de amor al prójimo, paratransformar toda la civilización humana en la“civilización del amor”. En este amor, el significadosalvífico del sufrimiento se realiza totalmente yalcanza su dimensión definitiva” (Juan Pablo II,Opus cit, N. 30)

La parábola del Buen Samaritano que podemos leeren el Evangelio según san Lucas, capítulo 10,versículos 29 a 37, es una muestra clara y concretade esta dimensión de la vida y de la predicación deJesús.

Jesús nos invita a todos sus seguidores acompadecernos como él, del sufrimiento de losdemás, y a trabajar activamente para socorrer lasnecesidades materiales y espirituales, las carenciasy los sufrimientos de todo tipo, de aquellos quecomparten su vida con nosotros. En esto,precisamente se fundamentará el juicio que élmismo nos hará al final de nuestra vida, según loconsigna san Mateo en su Evangelio, capítulo 25,versículos 31 a 46:

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“Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herenciadel Reino preparada para ustedes desde lacreación del mundo, porque tuve hambre y medieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber;era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, yme vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel yvinieron a verme...” (Mateo 25, 34-36).

Pero Jesús no sólo se enfrentó a los sufrimientosfísicos y morales de sus contemporáneos, al dolorde quienes veía sufrir cerca de él. También tuvo quepadecer su propio dolor, sus propios sufrimientos,las limitaciones de su naturaleza humana, elhambre, la sed, las persecuciones, las acusacionesinjustas, el miedo ante la muerte inminente, lasoledad, la traición, el abandono de los amigos,infinidad de afrentas y vejámenes de todo tipo en lapasión, y, finalmente, la horrorosa y humillantemuerte de cruz.

Sufriendo, con plena conciencia de su dolor y sinquejarse por él, Jesús dignificó el sufrimientohumano y le dio a todos nuestros sufrimientos, atodos nuestros dolores, un valor especial y único alos ojos de Dios: un valor redentor, un valor desalvación.

Jesús aceptó todos sus sufrimientos con infinitoamor, como una obediencia ferviente y confiada aDios Padre, completamente seguro de que esta era

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su Voluntad, no porque Dios deseara o necesitaraque muriera, sino porque, sus sufrimientos eranconsecuencia de su obrar, conforme en todo consu voluntad salvadora:

“El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo voy abeber?” (Juan 18, 11)

“Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero nose haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22, 42)

Y los ofreció en expiación de nuestras culpas ypecados, las culpas y pecados de todos loshombres y de todas las mujeres del mundo, detodos los tiempos y de todos los lugares:

“Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes...Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, quees derramada por ustedes...” (Lucas 22, 19-20).

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”(Lucas 23, 45)

Con Jesús crucificado, el sufrimiento físico y moraldejó de ser un mal, para convertirse en bien, pasóde ser signo de muerte para hacerse principio devida, de vida sobrenatural, de vida eterna. En lacruz, Jesús redimió nuestro dolor, lo salvó, lo“sanó”, lo santificó.

Desde la cruz, Jesús nos invita a aceptar todos

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nuestros sufrimientos, con fe y con esperanza, y aunirlos a sus propios sufrimientos, a los dolores desu vida, de su pasión y de su muerte, para alcanzarla vida eterna y para hacernos con él, salvadores delos demás. Como dice el Papa:

“El misterio de la redención del mundo estáarraigado en el sufrimiento de modo maravilloso, yéste a su vez encuentra en ese misterio susupremo y más seguro punto de referencia”(Ibídem, Conclusión)

La gloriosa resurrección de Jesús de entre losmuertos confirma todo lo dicho.

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a símismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porquequien quiera salvar su vida, la perderá, pero quienpierda su vida por mí, la salvará” (Lucas 9, 23-24)

“...Alégrense en la medida en que participan de lossufrimientos de Cristo, para que también se alegrenalborozados en la revelación de su gloria” (1 Pedro4, 13))

PARA TENER EN CUENTA Y PENSARDETENIDAMENTE

Tenemos que tener conciencia de que nuestrosufrimiento no es el único ni tampoco el más grande

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o el más profundo. Todos los seres humanossufrimos. En todos los rincones del mundo estápresente el dolor en mil facetas distintas. La pregunta: ¿Por qué me sucedió esto a mí?,es, definitivamente, una pregunta inútil. No conducea nada. No tiene respuesta. ¿Por qué a mí?Sencillamente porque así es la vida y a todos nospuede suceder cualquier cosa. Tendríamos quepreguntarnos más bien: ¿Para qué me sucedió estoa mí? Es una pregunta mucho más positiva, mássignificativa. Es importante aprender a sentir el dolor de losotros, a dejarnos traspasar por el sufrimiento de losotros como si fuera propio. La compasión enriquecela vida. Es un hecho perfectamente comprobable: anivel práctico, nada alivia tanto el sufrimiento comotender la mano a otra persona que también sufre.Igualmente, nada acrecienta el dolor tanto comoencerrarse egoístamente, en uno mismo, pensar yre-pensar en el propio sufrimiento. Una de las principales fuentes de dolor es, sinlugar a dudas, el egocentrismo y todo lo que de élse deriva: egoísmo, orgullo, vanidad, aislamiento,ambiciones, etc., etc. Cuando consideramos que lomás importante somos nosotros mismos esimposible no sufrir por infinidad de cosas que notienen mayor importancia. El dolor nos hace hermanos a todos. Todossufrimos igual. Todos somos igualmente vulnerables

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frente al sufrimiento. La fuente de la verdadera felicidad, de la paz,de la armonía, está más allá del simple placer, y encierto sentido no excluye el sufrimiento. No hay duda. El amor, la compasión, son másfuertes que el sufrimiento, por grande que este sea.Realizar actos de amor, de compasión, cuando sesufre, ayuda a superar el dolor que se padece. Una de las actitudes que suelen presentarsefrente al dolor es el miedo. Para superarlo esnecesario buscar ayuda, confiar en alguien, y hablarlibremente del temor que se siente. El dolor también puede dar lugar a la ira; peroes preciso no dejarse llevar por ella, para no caeren la violencia, que no soluciona nada; al contrario,lo complica todo. No está mal querer liberarse del dolor; alcontrario, es una actitud perfectamente normal,totalmente humana, absolutamente válida. Loimportante es hacerlo en paz, sin angustiarse. Es importante aceptar que se sufre. Pretenderlo contrario es un espejismo inútil, más aún, esprofundamente dañino. La mente humana no puede tolerar elsufrimiento sin significado. Es necesario, urgente,darle sentido a nuestro dolor, para que no noshunda en el abismo de la sinrazón. El dolor muchas veces da lugar a actos devalor, de heroísmo, que lo enriquecen y le dansentido.

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El sufrimiento, cualquiera que sea, nosennoblece, porque nos enseña, nos da lecciones devida y purifica nuestra naturaleza. Unir los propios sufrimientos a los sufrimientosde otros, comunica fortaleza, aunque esos otrossean desconocidos, e incluso “enemigos”. Para vencer el mal hay que hacer el bien. Paravencer el sufrimiento, que es un mal, hay querealizar acciones buenas, actos de amor, decompasión, de perdón. La venganza no alivia el sufrimiento, alcontrario, lo hace mayor; lo negativo refuerza lonegativo. La violencia engendra violencia. Evitamos cierta clase de sufrimientos cuandoevitamos sentirnos ofendidos, y evitamos sentirnosofendidos cuando somos sencillos y humildes,cuando no nos creemos superiores a los demás. No hay por qué “glorificar” el dolor, ni aferrase aél de ninguna manera, ni mucho menos representarel papel de víctima. El dolor se vive, se padece, sesufre, con naturalidad, sin darle más importancia dela que tiene. La oración es alivio seguro para el sufrimiento,cualquiera que él sea. En gran medida, nuestra personalidad se“nutre” de los sufrimientos que padecemos, de talmanera que lo que a primera vista aparece comonegativo, nos enriquece interiormente si sabemosenfrentarlo y asumirlo, si nos empeñamos en sacarbienes de los males.

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Un ejemplo de vida:

Cuentan que en uno de sus viajes a EstadosUnidos, la Madre Teresa de Calcuta se entrevistócon una mujer que estaba desesperada por elsufrimiento que le causaba haber abortadovoluntariamente un hijo. La Madre la escuchópaciente y amorosamente y al final le aconsejóadoptar un niño abandonado que tuviera la mismaedad del que había asesinado; incluso llegó adecirle que si ese niño estaba enfermo sería muchomejor.

La mujer escuchó el consejo y adoptó un niño deocho años con parálisis cerebral y se dedicóabnegadamente a cuidarlo y ayudarlo. Un año mástarde volvió a reunirse con la Madre y le confesó:“Seguí sus indicaciones al pie de la letra, y ahorasoy feliz. Finalmente logré sanar mi corazón yaunque todavía me duele haber hecho lo que hice,sufro en paz, y confío en que Dios me haperdonado”.

SUFRIR CON PAZ

Se puede sufrir con miedo, con rabia, condesesperación ... Y también se puede sufrir con valor, con fe,

con esperanza...

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Se puede sufrir con odio, con rencor, condeseos de venganza...

Y también se puede sufrir con amor, con humildad, pacientemente...

Se puede sufrir haciendo reclamos, llamando laatención sobre sí mismo una y otra vez, adoptandoel papel de víctima y exigiendo por elloconsideraciones y cuidados... Y también se puede sufrir en silencio, con

sencillez, sin pedir nada en compensación...

Se puede sufrir llorando, quejándose coninsistencia, con amargura, compadeciéndose a símismo... Y también se puede sufrir con la sonrisa en

los labios, sin quejas ni lamentos, con el corazón alegre y en paz...

Se puede sufrir haciendo a los otros únicosresponsables de nuestro dolor... Y también se puede sufrir aceptando y

asumiendo el dolor como algo normal, sin culpar a nadie...

Se puede sufrir peleando insistentementecontra el dolor, rechazándolo, dándole puñetazos,rebelándonos, mirándolo como un castigoinmerecido... Y también se puede sufrir aceptando el

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dolor como medio de purificación interior, pensando en el dolor de otros, en el sufrimiento de otros, en muchos casos infinitamente mayor...

Se puede sufrir con la idea de que el dolor esalgo negativo, inútil, frustrante, en una palabra,tiempo perdido... Y también su puede sufrir recibiendo el dolor

como una oportunidad, aprovechándolo para crecer como personas, espiritualmente, y ofreciéndolo a Dios Padre, en unión con Jesús, por la salvación personal y por la salvación de todos los hombres y mujeres

del mundo...

Cuando se sufre con miedo, con rabia, condesesperación, con odio, con rencor, con deseos devenganza, haciendo reclamos, llamando la atenciónsobre sí mismo una y otra vez, exigiendoconsideraciones y cuidados, llorando, quejándosecon insistencia, con amargura, compadeciéndose,haciendo a los otros responsables de nuestro dolor,peleando insistentemente contra él, rechazándolo,dándole puñetazos, rebelándonos, mirándolo comoun castigo inmerecido, con la idea de que el dolores algo negativo, inútil, frustrante, en una palabra,tiempo perdido... el dolor crece, se hace más pesado, más

difícil de soportar, más doloroso, más

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limitante de lo que es en realidad, algo imposible de comprender y también imposible de aceptar.

Cuando se sufre con valor, con fe, conesperanza, con amor, con humildad,pacientemente, en silencio, con sencillez, sinbuscar compensaciones, con la sonrisa en loslabios, sin quejas ni lamentos, con el corazón alegrey en paz, aceptando y asumiendo el dolor comoalgo normal, sin culpar a nadie, pensando en eldolor de otros, recibiendo el dolor como unaoportunidad, aprovechándolo para crecer comopersonas, espiritualmente, y ofreciéndolo a DiosPadre, en unión con Jesús, por la salvaciónpersonal y por la salvación de todos los hombres ymujeres del mundo... el dolor se suaviza, duele menos, se hace

más liviano, más fácil de llevar, se puede comprender y se puede aceptar como es, porque adquiere un sentido, un valor, una finalidad que va más allá del dolor mismo.

Todos tenemos que sufrir, todos sufrimos... Cada uno de nosotros escoge cómo quiere sufrir.

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2. PARA SANAR EL CORAZÓN Y LA VIDA

“Al entrar Jesús en Cafarnaúm se le acercóun centurión y le rogó diciendo: - Señor, micriado yace en casa paralítico con terribles

sufrimientos. Le dice Jesús: - Yo iré acurarle. Replicó el centurión: - Señor, no soy

digno de que entres bajo mi techo; basta quelo digas de palabra y mi criado quedará

sano. Porque también yo, que soy unsubalterno, tengo soldados a mis órdenes, y

digo a este: “Vete”, y va; y a otro: “Ven”, yviene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace. Al

oír esto Jesús quedó admirado y dijo a losque le seguían: - Les aseguro que en Israel

no he encontrado en nadie una fe tangrande” (Mateo 8, 5- 10)

Aunque el sufrimiento físico y moral tienen unsentido y un valor muy especiales, que se derivandel hecho de que Dios Padre haya querido – o almenos permitido - que Jesús nos salvaraprecisamente por el sufrimiento, no se trata, comopueden creer algunos, de sufrir por sufrir, nitampoco, de aceptar ciegamente el sufrimiento, ode sufrir de una forma pasiva, resignada,conformista, sin hacer nada para evitar el dolor,para disminuirlo, o al menos para controlar dealguna forma sus consecuencias.

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Dios que nos quiere felices, desea también queenfrentemos el dolor de una manera activa,diligente, eficaz, procurando aliviarlo en lo que estéa nuestro alcance, y que vivamos lo que se sale denuestras manos y no podemos cambiar, con lafrente en alto, en paz interior y exterior, con nuestramirada y nuestro corazón puestos en Jesúscrucificado y resucitado, vencedor de la muerte,porque él, Jesús, es nuestra esperanza de una vidamejor.

Dios mismo nos invita a buscar con insistencia, contodas nuestras capacidades – físicas, emocionales,intelectuales y espirituales –, sanar nuestrocorazón y nuestra vida, nuestra alma y nuestrocuerpo, nuestro ser entero, de todo dolor, y pone ennuestras manos los instrumentos necesarios paraconseguirlo, o por lo menos, para que podamosevitar su acción destructiva y lo orientemos conéxito a nuestro bien espiritual.

La medicina, la sicología, la siquiatría, y en general,todas las ciencias y saberes humanos que nosayuden a aliviar el dolor, o que nos enseñen asublimarlo o superarlo, respetando nuestra dignidadcomo hijos de Dios, son bienvenidas y bendecidaspor Dios. La Sagrada Escritura nos lo dice con todaclaridad:

“Da al médico, por su servicios, los honores que

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merece, que también a él le creó el Señor.Pues del Altísimo viene la curación, como unadádiva que del rey se recibe.La ciencia del médico realza su cabeza, y ante losgrandes es admirado.El Señor puso en la tierra medicinas, el varónprudente no las desdeña....Hijo, en tu enfermedad, no seas negligente, sinoruega al Señor, que Él te curará.Aparta las faltas, endereza tus manos, y de todopecado purifica el corazón.Ofrece incienso y memorial de flor de harina, hazpingües ofrendas según tus medios.Recurre luego al médico, pues el Señor le creótambién a él, que no se aparte de tu lado, pues deél has menester.Hay momentos en los que en su mano está lasolución, pues ellos también al Señor suplicaránque les ponga en buen camino hacia el alivio yhacia la curación para salvar tu vida” (Eclesiástico38, 1-4.9-14)

Querer sanar el corazón, querer sanar la vida, es,pues, perfectamente válido para todos, más aún,hasta podríamos decir que es una obligación,porque de la salud de nuestro corazón, de nuestroser entero – alma y cuerpo -, dependen en granmedida nuestro accionar en el mundo que Dios creópara nosotros; para que completáramos su obra

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creadora con nuestro trabajo, disfrutáramos de subelleza, sus riquezas y su bienestar, y locompartiéramos con todos los hombres y mujeres,en alegre armonía.

Pero sanar el corazón no es algo que se consiguede una vez y para siempre. Ni tampoco, algo quepodemos lograr con nuestras propias fuerzascapacidades, por mucho que lo deseemos y pormuy inteligentes y decididos que seamos. Lasanación interior, la sanación del corazón, es unproceso que se desarrolla paso a paso, lentamente;un proceso en el que participa directa yactivamente, primero Dios, el mejor médico paratodos los males que aquejan el corazón del hombre;un proceso que exige de nosotros ante todo unamuy buena disposición para sanarnos, abrir nuestroespíritu a la acción amorosa y curativa de Dios pormedio de la fe, y unir a ella nuestra voluntaddecidida, nuestro esfuerzo sin medida y una buenadosis de constancia.

La sanación interior es un proceso que muchasveces, más de las que imaginamos, requieretambién la participación directa de otras personas:de profesionales conocedores del ser humano, deamigos y de familiares.

• ¿Cómo se desarrolla este proceso desanación?

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El proceso de sanación del corazón, se desarrollabásicamente en cuatro pasos o momentos que sevan dando uno tras otro, sin que sea posible, lamayor parte de las veces, delimitarlos estrictamentey sin que podamos tampoco señalarle a cada unouna duración determinada, porque cada persona esun caso particular y no hay reglas ni medidas paranadie. Estos cuatro pasos son:

1. Toma de conciencia de la realidad personaly de la presencia en ella del dolor, delsufrimiento, y decisión de superar lasituación dolorosa que se vive. Esabsolutamente necesario querer sanar elcorazón. Sin esta decisión el proceso desanación se anula automáticamente.

2. Examen detenido de la historia personal eidentificación de los hechos que originan elsufrimiento y las personas directamentevinculadas con estos hechos.

3. Aceptación consciente y activa de losacontecimientos dolorosos tal y comosucedieron, de las personas que en ellosparticiparon y de las consecuencias que deellos se siguieron, y aceptación también delos sufrimientos en sí mismos, con el fin desuperar la angustia, el dolor que producen, yde darles un sentido nuevo que va más alláde ellos mismos.

4. Perdón activo y total, que selle

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definitivamente las heridas del corazón yhaga posible la paz interior, la tranquilidad, laarmonía, consigo mismo, con los demás, conel mundo y con Dios.

Profundicemos un poco en lo que significa ycomprende cada uno de estos cuatro pasos en elproceso integral de sanación interior.

1. Tomar conciencia de nuestra realidad, de losacontecimientos que vivimos – en el pasado y en elpresente –, específicamente de aquellos que noscausan aflicción, que hieren nuestro corazón y lohacen sangrar, que limitan nuestra vida entera, noes otra cosa que asumir los hechos tal y como son,como se van dando, con naturalidad, sinaspavientos. Esto nos facilita, sin duda, liberarnosde su yugo, de las heridas que nos causan, y porconsiguiente, liberarnos también, por lo menos enparte, del dolor que estas heridas nos producen yque nos ata al pasado irremediablemente.

Cuando vivimos los acontecimientos dolorosos conplena conciencia de lo que son y de lo quesignifican en nuestra vida, sin aumentar o disminuirsu importancia, es más fácil superar el dolor quedichos acontecimientos nos producen, que cuandonos empeñamos en desconocerlos mirándolos dereojo y no de frente, tratando de ocultarlos o dedesconocerlos.

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Es algo parecido a lo que sucede con un enfermoque sabe la gravedad del mal que padece; esesaberlo lo impulsa a tener muy en cuenta lasrecomendaciones del médico, y a cumplirlasestrictamente, de modo que si su mal no se cura, almenos logra mantenerlo a raya; otra cosa muydistinta sucede con quien quita importancia a suenfermedad y no tiene los cuidados pertinentes; susituación puede agravarse en cualquier momento, yla más pequeña complicación lo conducirá a lamuerte.

Dilucidar, puntualizar, especificar, una a una lasheridas de nuestro corazón, los acontecimientos delpasado y del presente que nos lastiman, que nosquitan la paz, e identificar con claridad las personasque participaron en ellos, nos conduce a empezarun trabajo efectivo en busca de la curación, de laarmonía y la paz que anhelamos y buscamos.

Si no somos conscientes de que estamos realmenteenfermos y de los síntomas que la enfermedadproduce en nuestro cuerpo, no sabremoscomunicárselos al médico, y éste, obviamente, nopodrá hacer un diagnóstico claro de nuestro mal, ypor lo tanto, recuperar la salud que perdimos seráuna tarea bien difícil y también larga.

2. Aceptar los sucesos dolorosos en nuestrahistoria personal, y aceptar a las personas que

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intervinieron en ellos; acogerlos, asumirlos comohechos ya dados que no podemos cambiar nidesconocer, sin pelear, sin maldecir, sin rebelarnos,nos facilita enormemente superar el dolor que estossucesos y estas personas nos causan, y nospermite también darle un sentido a ese sufrimiento,hacer que “valga para algo”, que nos sirva, que seaalgo positivo en nuestra vida.

Cuando aceptamos humildemente nuestros dolores,nuestros sufrimientos, sean los que sean y a laspersonas que los causaron, estamos poniendo lasbases, el fundamento, de nuestra sanación interiorsegura y total.

3. Perdonarnos a nosotros mismos nuestrasflaquezas y debilidades, perdonar a los otros susactitudes negativas en contra nuestra, perdonar a lavida no habernos dado todo lo que deseábamos,significa arrancar del corazón los raíces del odio,del rencor, de la rabia, de la venganza, de laviolencia; purificarlo de todo sentimiento negativo, ydisponernos a comenzar de nuevo, a darle unnuevo rumbo a nuestra historia y un nuevosignificado a nuestra vida y a nuestras relacionescon los demás, a sufrir sin “sufrir”, a llorar ensilencio, a mirar más allá de lo que antesmirábamos, a buscar nuevos rumbos y nuevasmetas.

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El perdón es el principio, el fundamento de la paz,de toda paz: la interior, la del corazón, con nosotrosmismos, y la paz exterior, con los demás. De hecho,es requisito indispensable de la sanación delcorazón y de la vida. Si no sabemos perdonar, o noqueremos hacerlo, todos nuestros esfuerzos seráninútiles y las heridas del corazón perdurarán hastaque cambiemos de actitud.

Apoyados en Dios, fortalecidos con su amor infinitoy misericordioso y con todos sus dones y graciasespeciales, y bajo la protección maternal de María,que supo sufrir en paz a los pies de la cruz deJesús, iniciemos nuestro proceso de sanación delcorazón y de la vida, que recuperará para nosotrosla paz espiritual, la armonía íntima que todosanhelamos, y es fundamento de la verdadera yúnica felicidad, la felicidad que proviene de Dios yes de Dios.

ES TU DECISIÓN...

“Corazón alegre hace buena cara;corazón en pena deprime el espíritu”

(Proverbios 15, 13)

Como lo dijimos anteriormente, lo primero quetenemos que hacer para sanar el corazón es quererhacerlo, querer sanarlo. Sanar el corazón es, en unprimer momento, una decisión de la voluntad. Sólo

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sana quien quiere sanarse y cuando quiere sanar.La voluntad es lo que cuenta. Cada cual decide loque quiere, lo que considera mejor para sí mismo. Sin una decisión clara, determinada, tomadaconscientemente, capaz de llevarnos a la acción, esinútil pensar que podremos recuperar la paz interior,la armonía espiritual, la dicha de vivir; y también,esperar que el sufrimiento que nos desgarra pordentro cesará, y que podremos ser de nuevofelices.

La voluntad es un don de Dios, un don que nospermite ser lo que somos y llegar a dondequeremos llegar, soñar y realizar nuestros sueños,proyectarnos al futuro, crear, amar, esperar, en fin.La voluntad nos hace libres, dueños de nuestrodestino, capaces de decidir qué queremos hacer yqué no, capaces de distinguir entre el bien y el maly optar por el bien, capaces de ir hacia adelante, decrecer en nuestro ser de hombres, de progresar, deser mejores.

Unida a la inteligencia, la voluntad nos haceparecidos a Dios, como Él mismo quiso quefuéramos desde que nos creó “a su imagen ysemejanza”, según nos dice el libro del Génesis (cf.Génesis 1, 27).

Cuando tomamos la decisión firme de sanar lasheridas de nuestro corazón, estamos dando el

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primer gran paso para conseguirlo. En gran medidael éxito está asegurado por esta misma decisión,aunque es necesario empeñarse en ello y realizar elproceso completo. En términos generales podemos decir que sanar lasheridas del corazón no es fácil – hay heridasdemasiado grandes y también demasiadoprofundas, que requieren un gran trabajo, unesfuerzo profundo para ser sanadas -, pero en todocaso sí es posible, y más que posible, necesario,urgente, absolutamente inaplazable, si queremosvivir a plenitud nuestra vida, realizarnos comopersonas, ser felices de verdad como Dios quisoque lo fuéramos cuando nos creó y cuando nosparticipó su propia vida, su propia felicidad.

Sanar las heridas del corazón y con ello sanar lavida, significa de una manera muy especial:• aprender a mirar los sufrimientos cara a cara,sin miedo, sin angustia, sin rabia, sin complejo deculpa;• entender dónde nacen, de dónde vienen, y porqué;• aceptarlos como algo natural en nuestra vida,algo propio de nuestra naturaleza humana débil ycontaminada por el mal y el pecado, o, en algunoscasos también como consecuencia directa denuestras acciones equivocadas, pero nunca comoalgo querido directamente por Dios, o como algo

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valioso en sí mismo;• asumir cada sufrimiento, cada dolor, cadadificultad, cada pena, con amor y con fe, conconfianza absoluta en la bondad de Dios que nosama y que sólo quiere lo mejor para nosotros;• y, finalmente, darle el sentido y el valor quetienen y nada más que el que tienen: el sufrimiento– tanto físico como espiritual o moral – es un medio,no un fin; un camino que Dios permite querecorramos en nuestra vida, buscando siemprenuestro bien, nuestra perfección, y así, significapara nosotros mucho más de lo que es en símismo; el sufrimiento padecido con fe y unido a lacruz de Jesús, abre para nosotros una ventana a laesperanza de un futuro mejor.

Por todo esto, sanar las heridas del corazón, sanarla vida, nos pide un gran esfuerzo de la voluntad,enfocado no a evitar, a evadir, los dolores físicos ymorales, que son inevitables para cualquier serhumano, ni tampoco a pelear con ellosdesesperadamente, o a reprimirlos con fuerza paraque nadie se dé cuenta de que existen, porque estolo único que hace es hacerlos más fuertes. Se tratade que aprendamos a: • recibirlos con humildad, con sencillez, conamor, con fe, con esperanza; • aceptarlos cuando llegan y como llegan; • asumirlos en su justa dimensión, sin darles másimportancia de la que tienen en realidad;

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• hacer lo que está a nuestro alcance paradisminuirlos si es posible, y si no lo es, parasuperarlos, para sobreponernos a ellos convoluntad y con fe; • no permitir por ningún motivo que sean más delo que son, para que no se conviertan en unobstáculo en la realización de nuestros sueños, ennuestra realización personal como hijos de Dios ycomo miembros de una comunidad; • y, por último, a entregar a Dios con amor y enpaz lo que no podemos cambiar porque está fuerade nuestras capacidades, fuera de nuestrasposibilidades y de nuestro alcance.

Indudablemente hay heridas, dolores, sufrimientos,que son más fáciles de sanar que otros; dependede muchas cosas. Y lo mismo sucede con laspersonas, hay quienes, por temperamento, estánmás inclinados y mejor dotados para superar lasdificultades; son más tolerantes, más resistentes,más fuertes, perdonan con más facilidad; y otras,en cambio, son pesimistas y se desmoronanrápidamente y por cualquier motivo, tienen unapersonalidad conflictiva, o son rencorosas, en fin.

Cada cual se conoce a sí mismo y sabe hastadónde alcanzan sus fuerzas, qué puede lograr soloy qué no puede, cuánto tiene que luchar yesforzarse, hasta dónde tiene que llegar. Loimportante es no desfallecer y tener la plena

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seguridad de que es posible sanar, es posibleaceptar lo que no podemos cambiar, es posibleperdonar y perdonarse, es posible ser feliz aún enmedio de las penas y de las dificultades que trae lavida, de la enfermedad, de la vejez, de la soledad,del miedo... Eso es lo que buscamos, a eso apuntanuestra esperanza.

Somos nosotros quienes decidimos vivir la vidaentre lágrimas o vivirla cantando, riendo y saltandode alegría.

Somos nosotros quienes decidimos sipermitimos que la angustia nos domine y nosimpida ver la luz del sol cada mañana, o si abrimosnuestro corazón a la esperanza.

Somos nosotros quienes decidimos si dejamosatrás, definitivamente, la oscuridad del pasado queno nos permite ver más allá de las narices, yenfrentamos el presente con optimismo.

Somos nosotros quienes decidimos sicontinuamos haciendo de nuestra vida una tortura,lamentándonos, culpándonos, desesperándonos, osi preferimos ponerlo todo en las manos de Diosque nos ama, y comenzamos a caminar de nuevode su mano.

Somos nosotros quienes decidimos siseguimos perdiendo nuestras fuerzas y nuestro

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tiempo en batallas inútiles, queriendo cambiar loque no podemos cambiar, o dirigimos nuestrasenergías a nuevos proyectos, a nuevasrealizaciones.

Somos nosotrosquienesdecidimos sipermitimos quenuestro corazónse llene de odio,de resentimiento,de rabia, dedeseos devenganza, o si loabrimos a labondad, a laarmonía, a la paz,al gozo del amor.

De nuestradecisión de hoydepende nuestrofuturo... y por quéno decirlo,también el futurode quienes vivencerca denosotros... Todostenemos qué ver

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con todos, todossomosresponsables detodos.

ENTRA EN TU CORAZÓN...

“La mirada de Dios no es como la mirada del hombre,

pues el hombre mira las apariencias, pero Dios, mira el corazón” ( 1 Samuel 16, 7b)

El corazón del hombre es su recinto secreto yescondido, su yo profundo e íntimo, donde cadauno es él mismo y sólo él, donde cada uno sesiente, se piensa y se muestra a sí mismo como es,sin máscaras, sin hipocresías, sin falsedades.Aparte de cada uno respecto de mismo, sólo Diospuede entrar y conocer el corazón, la intimidad delser humano.

Es en el corazón donde el hombre es lo que es, contoda su grandeza de hombre y toda su bondad dehijo de Dios, y también con todas sus flaquezas ydebilidades, con todas sus inclinacionesequivocadas y todas sus limitaciones, con todas susmiserias. Y es también allí, en el corazón, donde segeneran los sentimientos positivos y los negativos,donde se producen las emociones, donde amamos

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y donde odiamos, donde sufrimos y dondegozamos, donde tienen su raíz todas las actitudes ytambién todas y cada una de las acciones quellenan nuestra cotidianidad, y que nos hacen ser loque somos y como somos. Lo dice Jesús muyclaramente:

“De lo que rebosa el corazón habla la boca. Elhombre bueno, del buen tesoro de su corazón sacacosas buenas, y el hombre malo, del tesoro malosaca cosas malas” (Mateo 12, 34b-35)

“Lo que sale de la boca viene de dentro delcorazón, y eso es lo que contamina al hombre.Porque del corazón salen las intenciones malas,asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsostestimonios, injurias. Eso es lo que contamina alhombre; que el comer sin lavarse las manos nocontamina al hombre” (Mateo 15, 18-20).

“Bienaventurados los limpios de corazón, porqueellos verán a Dios” (Mateo 5, 8)

Es precisamente allí, en el corazón, en la intimidad,en nuestro yo profundo, donde todos losacontecimientos de nuestra historia personal –afortunados y desafortunados, alegres y tristes,ordinarios y traumáticos – nos marcan para el restode nuestra vida; donde cada uno de los hechos quevivimos, de las experiencias que tenemos, dejan suhuella, que bien puede ser una enorme alegría o

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una herida sangrante y dolorosa que debemossanar, para poder seguir viviendo, para vivir comoDios quiere que vivamos, para poder ser felices yrealizarnos plenamente.

¿Qué queremos decir con todo esto? La respuestaes obvia. No hay mucho qué explicar. Para sanar elcorazón es preciso, primero que todo, entrar en él,en su intimidad, entrar en el propio yo, mirarse pordentro, y tomar conciencia de lo que uno piensa, delo que uno cree, de lo que uno siente, de lo que unohace, de lo que uno es, y de todos y cada uno delos sucesos de su historia personal; examinarlotodo, asumirlo todo , hacerse responsable de todo,comprometerse con todo.

Entrar en el corazón y descubrir lo que nos hahecho - lo que nos hace – felices, y lo que nos hacausado - lo que nos causa – dolor; lo que haalegrado - lo que alegra - nuestra vida, y lo que laha ensombrecido, lo que la entristece, lo que lafacilita y lo que la dificulta, lo que nos hace reír y loque nos hace llorar, lo que nos permite ir más allá,lo que nos proyecta y también lo que nos coarta, loque nos cohíbe, lo que nos limita, lo que no nosdeja llegar a donde queremos llegar, ser comoqueremos ser, alcanzar lo que queremos alcanzar.

Entrar en el corazón y descubrir los propios sueños,las esperanzas, los deseos más íntimos, los

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grandes anhelos, los proyectos, y también lasinsatisfacciones, las frustraciones, las decepciones,la incapacidades, lo que no ha podido ser.

Todos los seres humanos, sin excepción, tenemosen nuestro corazón, muchas cosas que nos duelen,muchas heridas que quisiéramos eliminardefinitivamente, muchas cicatrices que queremossanar de una vez por todas y para siempre. Heridasque de tiempo en tiempo se hacen dolorosas ysangrantes. Heridas que nos hacen llorar una y otravez, en el secreto de nuestro yo, aunque muchasveces no queramos reconocerlo. Heridas que nosmantienen en el pasado y no nos dejan seguiradelante con nuestra vida y con nuestros proyectos,apreciar lo que tenemos, valorar nuestros dones ycapacidades. Heridas que no nos dejan avanzar,crecer en nuestro ser de hombres. Heridas quemuchas veces, más de las que quisiéramos, nosconducen por caminos equivocados que nos llevana actuar de manera también equivocada, enperjuicio de nosotros mismos y en perjuicio deotros. Heridas que muchas veces nos haceninjustos con quienes comparten su vida connosotros. Heridas – en fin - que de una manera ode otra, frustran nuestra realización personal, elproyecto que Dios tiene con nosotros desde elmomento en que nos creó.

Entrar en el corazón y descubrir sus heridas. Las

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heridas del alma y las heridas del cuerpo, porquesomos un solo ser, una sola persona, una unidad.Cuerpo y alma están estrechamente unidos yforman un solo hombre, una sola mujer. Cuerpo yalma duelen por igual, sangran por igual. Cuando elcuerpo está enfermo, cuando el cuerpo duele,también el alma se resiente, la tristeza y eldesánimo nos invaden, y viceversa. Cuando el almaestá enferma, cuando hay en ella soledad,amargura, desamor, cuando sufrimos la traición deun amigo o la pérdida irreparable de un ser querido,cuando padecemos de alguna manera la violencia,el cuerpo se debilita y siente la fuerza de lapresencia del dolor interior.

Entra en tu corazón y mírate por dentro...¿Sufres?... ¿Qué te hace sufrir?.... ¿Cuál es lacausa de tu sufrimiento?...

¡Descubre tus heridas! Sólo así podrás sanar tucorazón y tu vida.

DIOS HABITA EN TU CORAZÓN

Dios habita en el corazón del hombre, en el tuyo yen el mío, en el de Pedro, en el de Juan, en el deMaría; lo dijo Jesús muy claramente:

“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi

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Padre lo amará, y vendremos a él, y haremosmorada en él” (Juan 14,23).

Dios habita en el corazón del hombre, vive en él, esDios en él, actúa en él; en tu corazón, en micorazón, en el corazón de Pedro, en el corazón deJuan, en el corazón de María, en el corazón detodos y de cada uno de los hombres y mujeres quehabitamos el mundo.

En nuestro corazón y desde él, Dios es Dios. En nuestro corazón y desde él, Dios crea, nos crea.En nuestro corazón y desde él, Dios nos da la vida,su misma Vida. En nuestro corazón y desde él, Dios ama, nos ama.En nuestro corazón y desde él, Dios salva, nossalva.

La presencia y la acción de Dios en nuestrocorazón es lo que nos hace buenos y lo que nospermite hacer el bien; lo que nos impulsa a amar, aservir, a compartir, a perdonar, a solidarizarnos conlos demás.

La presencia y la acción de Dios en nuestrocorazón es lo que nos comunica la fe, lo que nosllama a la esperanza en el dolor y a pesar de él; acreer y a esperar contra toda esperanza.

Dejar a Dios ser Dios en nuestra corazón esabrirnos a su amor y a su bondad y dejarnos amar

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por Él, en la alegría y en la tristeza, en la salud y enla enfermedad, en la prosperidad y en la pobreza,entre risas y también en medio de las lágrimas,cantando y llorando.

Dejar a Dios ser Dios en nuestro corazón es tenerla certeza, estar completamente seguros,convencidos hasta la raíz de nuestro ser, de quecon Dios en nuestro corazón y en nuestra vida, ypor su amor de Padre, todo – incluso lo que noshace sufrir – es para nuestro bien.

Dejar a Dios ser Dios en nuestro corazón esaprender a ser felices en medio del sufrimiento y apesar de él, aunque parezca extraño, porque es Él,Dios, quien tiene siempre la última palabra, y todolo que quiere y todo lo que hace es bueno, porquees Dios amor: El Amor.

DESCUBRE TUS HERIDAS...

“En la hora de la adversidad,endereza tu corazón,

manténte firme y no te aceleres”(Eclesiástico 2, 1)

Para descubrir las heridas del corazón, esosdolores íntimos que nos aquejan y no nos dejan ser

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felices, es necesario sacar tiempo para estar soloscon nosotros mismos, en silencio, en paz, encomunicación directa con el propio yo, y meditar;examinar los acontecimientos especiales de nuestrahistoria personal, tanto los positivos como losnegativos, y medir la huella que estosacontecimientos y las personas que en ellosparticiparon, imprimieron en nuestro interior; así, ysólo así, nos será posible tomar una nueva actitudfrente a la vida, una actitud más positiva que nospermita crecer como personas y ser mejores cadadía.

Algunas veces las heridas del corazón, lossufrimientos que padecemos y que en gran medidanos condicionan en nuestro modo de ser y deactuar, se presentan claros, evidentes, casi obvios,fáciles de determinar; pero otras – tal vez más delas que imaginamos - aparecen disfrazados,escondidas, camufladas bajo diferentes formas, locual nos dificulta su identificación, y por lo tanto,también nos hace más difícil lograr su curación, susanación definitiva y total. De aquí la importancia derealizar un examen exhaustivo de nuestra vida, quehaga evidente lo que aparece oculto, y que luegopermita poner remedio al sufrimiento que nosagobia.

En todas las etapas de la vida sufrimos, pero dicenlos sicólogos que son los sufrimientos que

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padecemos en la niñez los que nos marcan másprofundamente, los que dejan en nuestro corazónheridas más hondas, porque en este momento tanespecial de nuestra vida, nuestra mente y nuestroyo íntimo son como un disco duro de computador,completamente limpio, totalmente disponible paragrabar en él la información que se le va dando apartir de las experiencias personales que vamosteniendo todos los días, de tal manera que si estasexperiencias son en su mayor parte dolorosas, sumarca lo será también, y permanecerá así a lo largode toda nuestra existencia, a no ser que podamosenfrentarnos a ellas, y sin cambiarlas, porque esimposible hacerlo, sanarlas desde su raíz, o almenos, restarles protagonismo, asumiéndolas en sujusta dimensión, e impidiéndoles que nos dominen.

Cosa parecida sucede con las experienciasnegativas, con las heridas que sufrimos en laadolescencia y en la primera juventud; nos marcande manera indeleble y nos condicionan en granmedida, pero siempre es posible superarlas y llegara sanarlas, si tenemos verdadero deseo de hacerlo,empeñamos nuestra voluntad en conseguirlo yorientamos nuestra mente y nuestro corazón alperdón, que es – ciertamente - la clave de lasanación interior.

Las heridas de la edad adulta, que podríanconsiderarse menos importantes o tal vez menos

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determinantes a nivel sicológico, traen consigo, lamayoría de las veces, otros problemas, y exigenatención y cuidados especiales para que no sehagan crónicas y nos impidan llegar a la vejez enpaz.

En la edad adulta solemos ser más drásticos, másduros en nuestros juicios sobre las otras personas,y también más claros, más definidos en nuestrossentimientos, sean éstos positivos o negativos, yesto hace que las dificultades que podemos tenercon las otras personas, en la convivencia diaria,sean también más fuertes, más determinantes ydefinitivas. Los adultos estamos generalmente másinclinados al rencor y a la venganza, dos actitudesabsolutamente dañinas.

Descubrir las heridas de tu corazón es una tareaabsolutamente necesaria si es que de verdadquieres sanar y recuperar tu serenidad, la alegríade vivir. Para ayudarte en este propósito tepropongo realizar un ejercicio.

Lee primero, despacio y con mucha atención, elcontenido total. Busca luego un lugar que te permitaconcentrarte y responde una a una sus preguntassiguiendo las instrucciones. Ponle ganas, voluntad,y realízalo con paciencia. Si no puedes sacar untiempo largo para hacerlo completo de una vez,hazlo en etapas. Mantén tu mente y tu corazón bien

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dispuestos para que sea tan efectivo como tieneque ser.

EJERCICIO PARA DESCUBRIR LAS HERIDAS DEL CORAZÓN

Saca un tiempo largo para estar a solas contigomismo, sin que nadie te interrumpa o te moleste.Busca un lugar adecuado donde puedaspermanecer solo y concentrarte. Toma un lápiz y unpapel para anotar; es importante. Ya en el lugar queescogiste, siéntate cómodamente, respira hondo ytranquilízate; olvídate de todo y de todos y centra tupensamiento en ti mismo. 1. Empieza por ponerte en la presencia de Diosque te conoce y te ama como eres, y pídele conuna oración sencilla pero salida de tu corazón, quete ilumine y te ayude en la tarea que quieresrealizar. Él escuchará tu oración y te dará lasgracias que necesitas en tu empeño.

2. Cuando hayas orado, ubícate en tu infancia ypiensa:

¿Cómo la viviste? ¿Fue para ti una infanciafeliz o una infancia triste? ¿Por qué? ¿Qué episodios dolorosos recuerdas de ella?¿Qué personas intervinieron en estosepisodios? ¿Qué sentimientos te inspiran estaspersonas hoy?

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¿Piensas que fuiste un niño amado? ¿Porquiénes si? ¿Por quiénes no? ¿Sufriste algún tipo de violencia en tu niñez?¿Cuál? ¿Cómo sientes este hecho hoy? ¿Padeciste alguna enfermedad grave? ¿Esaenfermedad ha dejado alguna huella en tu vida?¿Cuál? ¿Cómo fueron tus relaciones con tu papá?¿Con tu a tu mamá? ¿Con tus hermanos?¿Cómo son esas relaciones hoy? ¿Qué acontecimientos de tu infancia teparecen más importantes hoy? ¿Por qué?

Anota de manera sintética las respuestas que distea las anteriores preguntas.

3. Ahora ubícate en la etapa de la adolescencia,entre los 12 y los 18 años. Realiza el mismoproceso: ¿Cómo fue tu adolescencia en términosgenerales? ¿Conflictiva? ¿Tranquila? ¿Dolorosa?¿Triste? ¿Por qué? ¿Cómo viviste durante este período de tu vidatus relaciones familiares: con tu papá, con tu mamá,con tus hermanos? ¿Cómo viviste tus relaciones con los amigos,compañeros de colegio y vecinos de tu barrio? ¿Y con tus superiores: tus profesores, tusabuelos, las autoridades? ¿Sufriste en este período de tu vida algunaagresión, algún tipo de violencia? ¿Cuál? ¿Quién o

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quiénes fueron sus actores? ¿Qué sentimientostienes hoy frente a él o a ellos? ¿Sientes que durante este tiempo fuiste amadoy respetado? ¿Tienes alguna frustración respecto a esteperíodo de tu vida?Anota de manera sintética tus respuestas a estaspreguntas.

4. Ubícate en la edad adulta: ¿Cómo ha sido tu vida a partir de los 18 añoshasta ahora? Defínela con palabras determinantes(Feliz, triste, frustrante, difícil, intensa, dolorosa,variada, etc.) ¿Por qué? ¿Hay en tu vida de hoy algún sufrimiento físicoo espiritual que arrastres del pasado y te mantengade alguna manera atado a él? ¿Cuál? ¿Has podido desarrollar los planes y proyectosque tenías respecto a esta etapa de tu vida? ¿Porqué? ¿Cómo son ahora tus relacionesinterpersonales: en la familia, en el lugar de trabajo,en la sociedad en la que vives, con tus amistades? ¿Tienes algún conflicto con una personadeterminada? ¿Por qué? ¿Y con una situación determinada? ¿Por qué? ¿Te sientes amado? ¿Por quiénes? ¿Amas? ¿A quiénes? ¿Sientes en tu corazón odio, rencor,resentimientos, rabia, deseos de venganza contra

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alguien en particular? ¿Por qué? ¿Cómo es tu vida espiritual? ¿Cómo sedesarrollan tus relaciones con Dios? ¿Hay algo de tu persona – cuerpo y alma – queno te gusta? ¿Qué? ¿Hay algo en tu historia personal que noquisieras que hubiera ocurrido? ¿Qué? ¿Hay algo que hiciste y no quisieras haberhecho, algo de lo que te sientas culpable? ¿Qué? Anota de manera sintética tus respuestas a estaspreguntas.

5. Repasa con cuidado las respuestas queanotaste. En estas respuestas encontrarás demodo más claro cuáles son las heridas de tucorazón que siguen sangrando. Anótalas en unpapel aparte porque vas a necesitarlas másadelante. Fíjate bien que no te falte nada y si creesque hay algo que se escapó a las preguntasformuladas pero que para ti es importante, anótalotambién.

6. Termina dando gracias a Dios por este tiempoque te ha regalado para ti mismo, guarda tus notas,y sigue adelante con tu vida, seguro de la bondadde Dios y de su amor para contigo. Dios quiere queseas muy feliz y te va a ayudar a seguir adelantecon este proceso de sanación interior, pero espreciso que lo realices por pasos, lentamente, sinprecipitarte, para que sea efectivo.

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Recuerda siempre que sea como sea, Dios te amay quiere lo mejor para ti, siempre lo ha querido y loquerrá. No le interesa para nada verte sufrir; tusufrimiento es también su sufrimiento. De esopuedes estar seguro.

ALGO MÁS PARA PENSAR DESPACIO Aunque parezca una repetición, ten siempre encuenta que para sanar el corazón hay que quererhacerlo y trabajar duro para lograrlo.

Nadie puede “sanar” a otro. Es cada uno quien“se sana” a sí mismo, con la ayuda de Dios, y conel apoyo de quienes viven cerca.

Pensar positivamente, con optimismo, es elprimer gran paso para iniciar adecuadamente elproceso de sanación interior.

Otro elemento importante en la sanacióninterior es la paciencia. Paciencia con nosotrosmismos, con nuestras flaquezas y debilidades, connuestros errores y nuestros fracasos, con nuestromismo sufrimiento. Se necesita tiempo para sanar.

Indispensable, ¡urgente!, contar con la ayudade los otros, de los familiares y amigos máscercanos, de un sacerdote o alguien de mucha

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confianza, que sea capaz de escucharte, alguienabierto, tolerante, conciliador y que te sepa orientarsin imponer sus propios criterios.

Solamente la espiritualidad puede sanarverdaderamente el sufrimiento. Crecer en el interior,en la vida espiritual, en el trato directo con Dios, nosayuda profundamente a sanar.

Para sanar la soledad lo mejor es buscar a Diosen el propio corazón. Igual cosa ocurre cuando sesufre por no sentirse amado. El amor de Dios llenatodos los vacíos del corazón.

Vivir con intensidad el presente ayuda a que lasheridas del pasado se pierdan en el olvido y securen definitivamente. Para sanar el corazón y lavida es preciso quitarle poder a los recuerdos.

El amor es fundamento de la sanación delcorazón. Amar a los otros y dejarse amar por losotros.

Expresar el amor en actos concretos ysencillos: un abrazo prolongado, una palmadita enel hombro, una caricia, un beso, son de gran ayudaen el proceso de sanación del corazón. ¡Darlos yrecibirlos!

Sanar las heridas de nuestro corazón, es loprimero que debemos hacer si queremos que el

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mundo cambie, que el mal que en él existe nocrezca ni se extienda.

Sanar el corazón nos protege del mal. Nointentarlo siquiera, nos hace cada vez másvulnerables frente a él, y a sus múltiples ydesdichadas consecuencias.

¡Importantísimo!: Sacar tiempo para estar asolas consigo mismo, para meditar, para pensar,nos ayuda a ponernos en paz con nosotros mismosy por lo tanto a conseguir la salud del corazón y dela vida.

CUANDO LLEGUE EL DOLOR...

Cuando sentimos que el sufrimiento llega a nuestravida; que las cosas que nos interesan empiezan asalirnos mal; que los amigos ya no nos apreciancomo nos apreciaban antes; que los pequeñostriunfos se escapan de nuestras manos; que lafelicidad de la que disfrutábamos se esfuma; quepadecemos una enfermedad grave; que nuestrafamilia se desmorona; que todos parecen estar encontra nuestra; que los seres queridos empiezan afaltar; que somos víctima de una acusación injusta;que alguien nos ha herido profundamente; que laviolencia del mundo nos ha tocado en nuestramisma carne, en fin...

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No permitamos que nuestro corazón se llene deodio, de resentimiento, de amargura... Busquemosla calma, la paz, el sosiego, procuremos mantenerel ánimo. Los momentos dolorosos traen consigomuchas cosas buenas que es preciso saberdescubrir y aprender a valorar.

El sufrimiento, grande o pequeño, nos ayuda acrecer y a madurar, nos permite apreciar lo quetenemos y que antes ni siquiera habíamos visto,nos enseña a comprender a los demás.

El sufrimiento saca a flote recursos de nuestrapersonalidad que no conocíamos, nos hace máshumanos en el trato con los otros, más fuertes paraenfrentar las dificultades que seguiránpresentándose en el transcurso de toda nuestravida, más decididos y constantes en la búsqueda delo que queremos, más insistentes y esforzados enla realización de nuestros proyectos.

Cuando no nos dejamos vencer por el dolor, por laslimitaciones, por las incapacidades, por la angustia,por la tristeza, por el abandono, por la soledad, porel miedo, por el desamor, por el rencor, sino que losaceptamos y nos sobreponemos, crecemos comopersonas y nos capacitamos para alcanzar grandesmetas.

Lo importante es tener fe, creer que no estamos

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solos, que Dios está con nosotros, a nuestro lado,en nuestro corazón, y que desea ayudarnos porquenos ama; y hacer un gran esfuerzo y superar elsentimiento de frustración que nos hunde y nosimpide seguir adelante.

En el sufrimiento aceptado y vivido con amor, Diosse hace presente en nuestra vida y nos enriquececon sus gracias, especialmente con la esperanzade que un día, más o menos cercano... o lejano –no importa - , todo volverá a ser como antes... omejor que antes.

Y otra cosa. Podemos unir nuestro dolor a lossufrimientos de Jesús en la cruz – a sus doloresfísicos y morales – y ofrecerlo a Dios Padre por lasalvación del mundo. De este modo le estamosdando un sentido y un valor más allá de los quetiene en sí mismo, un valor trascendente.

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3. ACEPTA TU REALIDAD

“¡Feliz el hombre que soporta la prueba!Superada la prueba,

recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman”

(Santiago 1, 12)

El tercer paso en el proceso de sanación interior esla aceptación:

1. Aceptación de nuestra realidad personal,de nuestro cuerpo y de nuestra alma, de todonuestro ser; de quién somos y cómo somos, delo que tenemos y de lo que carecemos, de loque hacemos, de cómo nos proyectamos a losdemás. 2. Aceptación de toda nuestra vida, denuestra historia particular, del pasado que yavivimos, con todos sus acontecimientospositivos y negativos, del presente que estamosviviendo, con sus realizaciones y susfrustraciones, y del futuro que estamosconstruyendo pero que todavía no es nuestro. 3. Aceptación de las personas que viven anuestro alrededor, de los miembros de nuestrafamilia, de nuestros vecinos, de nuestroscompañeros de trabajo, de nuestros amigos, y

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de la sociedad de la que somos parte integrante.De su modo de ser y de su modo de actuar, desus defectos y sus virtudes, de sus logros y desus fracasos, de lo que nos agrada y de lo queno.

• ¿Qué es la aceptación?... ¿Cómo podríamosdefinirla?

• ¿Qué significa aceptar algo y aceptar aalguien?

En el diccionario el término “aceptación” remite a“aceptar”, y “aceptar” significa: recibir, aprobar, darpor bueno, admitir, conformarse. Pero en el planosicológico y en el plano espiritual, que es en los quenos estamos moviendo, los términos “aceptar” y“aceptación”, tienen un sentido más profundo y a lavez más amplio, significan mucho más de lo que asimple vista parece.

“Aceptar” no significa simplemente aprobar oadmitir, significa también consentir, acoger, asumir.“Aceptar” es un verbo activo, no pasivo.

Tampoco “aceptación” es sinónimo de resignación,pasividad, inactividad, conformismo; al contrario,hace referencia a tolerancia, acogida,consentimiento, respeto, y es – por consiguiente –activa, dinámica, progresiva.

La verdadera aceptación exige interés, decisión,

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esfuerzo, lucha, constancia, y muchas vecestambién, gran capacidad de sacrificio, generosidad,humildad, fe profunda y confiada, y esperanza sinlímites.

Cuando decimos que aceptamos a una persona,estamos diciendo que la acogemos en nuestrocorazón como ella es, en lo físico, en lo espiritual,en lo intelectual, en lo emocional, con todas suscapacidades y también con todas sus limitaciones,con todas sus virtudes y todos sus defectos.Respetamos su manera de ser, de pensar y deactuar, aunque no se parezca a lo nosotrosquisiéramos que fuera. La acogemos, le abrimosnuestro corazón, respetamos sus gustos ydecisiones, toleramos sus particularidades, lo que lahace diferente a todos los demás.

Cuando decimos que aceptamos una situación,estamos afirmando que sabemos reconocer quehay hechos, acontecimientos, que no podemoscambiar por mucho que lo deseemos, porque sonhechos que se salen de nuestro control, pues enellos participan otras personas y otrascircunstancias que no podemos manejar a nuestroantojo; entonces dejamos que sean lo que son y lohacemos de buena gana, sin desesperarnos.Aceptamos que las cosas sean así, como son y queno sean como nos gustaría que fueran; aceptamoslo que ya está determinado de antemano, lo que

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nos es dado. Lo aceptamos, lo acogemos, loasumimos, y nos disponemos a vivir con ello, sinque su presencia nos mortifique, sin que disminuyanuestro gozo de vivir. Lo aceptamos sin darle másimportancia de la que en realidad tiene, y nosesforzamos por superarlo, por darle unasignificación especial; hacemos que para nosotrossea un bien, un valor.

Un texto muy conocido del filósofo y matemáticoBertrand Rusell, dice con toda razón y gran sentido:

“Oh Dios, dame la serenidad para aceptar lascosas que no puedo cambiar, la valentía para cambiar las cosas que es posiblecambiar, y la sabiduría para discernir la diferencia entreambas.”

ACÉPTATE COMO ERES

“ Dijo Jesús: - El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí” (Mateo 10, 38)

Aceptar nuestra realidad es, primero que todo,aceptarnos a nosotros mismos, nuestro propio ser,nuestra persona, lo que somos y como somos:hombre o mujer, cuerpo y alma, inteligentes y libres,capaces de decidir qué queremos hacer y qué no, y

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capaces también de sentir, de amar.

• ¿Qué significa aceptarnos a nosotros mismos?¿Qué implica?

Aceptarnos a nosotros mismos significa simple yllanamente admitir lo que somos y como somos,aprobarlo, acogerlo con los brazos abiertos;totalmente, sin rechazar nada de lo que abarcanuestro ser, de lo que comprende e involucranuestra existencia en el mundo, de lo que es ysignifica nuestra persona. Acogerlo aquí y ahora, eneste momento concreto, ya mismo, ycomprometernos con ello.

Esto implica aceptar nuestro cuerpo y aceptarnuestra alma, es decir, aceptar nuestro ser entero,así, como es; aceptar todas nuestras posibilidadesy aceptar también todas nuestras limitaciones, lopositivo y lo negativo, lo que somos y lo que nosomos, lo que tenemos y lo que no tenemos;aceptarnos por fuera, el cuerpo material, físico, quenos une al mundo en el que vivimos, aceptar serhombre o ser mujer y lo que ello significa, yaceptarnos también por dentro, el espíritu, el alma,que nos hace parecidos a Dios, y nos permitepensar y sentir en el corazón; aceptar lo que se ve ylo que no se ve, lo que vemos nosotros y lo que venlos demás.

Aceptamos, acogemos de buena gana, con buena

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cara, con alegría o al menos con paz y tranquilidad,ser hombre o ser mujer, ser gordo o ser flaco, seralto o ser bajo, ser blanco, ser mestizo o ser negro,ser feo o ser bonito, tener el pelo rubio, negro orojo, liso o crespo, tener los ojos azules, negros,verdes, grises o cafés, tener las piernas largas ocortas, tener la nariz grande o pequeña, recta ochata, en fin. Y aceptamos, acogemos, también, yde una manera muy especial, los defectos físicosque desmejoran nuestra apariencia y nos limitan ennuestras acciones; defectos congénitos o defectosadquiridos por un accidente o por una enfermedad,y aceptamos las enfermedades que padecemos,graves o leves.

Aceptamos nuestro cuerpo, lo acogemos como es yle damos un valor, el valor que el cuerpo tiene en símismo, por lo que representa, por lo que nospermite ser y hacer. Sea como sea y a pesar de suslimitaciones, el cuerpo es un don maravilloso deDios que hace posible para nosotros la existencia,el ser, la vida en el mundo, el poder compartir conotros seres parecidos a nosotros y tambiéninferiores a nosotros.

Aceptamos nuestro cuerpo con todas suscaracterísticas propias, generales y particulares, yaceptamos también las consecuencias que el pasode los años va dejando en él: la disminución de lasfuerzas físicas y de las capacidades cognocitivas,

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las arrugas, las canas, las carnes flácidas, elaumento de peso.... Todo lo que se ve a simplevista, y todo lo que “va por dentro” y significaigualmente un decaimiento o deterioro general.

Aceptamos también nuestro espíritu que estáíntimamente unido al cuerpo, y que juntos, enperfecta simbiosis, nos hacen personas, individuosperfectamente únicos e indivisibles. Aceptamos lascapacidades intelectuales que tenemos y tambiénlas limitaciones que padecemos en este aspecto denuestro ser; aceptamos nuestra sensibilidad,aceptamos la manera propia que tenemos de verlas cosas, la manera propia de pensar y de actuar.

Aceptamos el temperamento que tenemos y quenos viene dado con nuestro mismo ser, yaceptamos el carácter que se forma en los primerosaños de vida, a partir del contacto con nuestrospadres y de la educación que ellos nos dan, yaceptamos también todo lo que de ello se deriva.

Aceptamos lo que somos y como somos yaceptamos lo que hacemos – lo positivo y lonegativo, lo bueno y lo malo -, no para permaneceriguales, sino para asumirlo con todas susconsecuencias; tomamos conciencia, nos hacemosresponsables, sujetos de nuestro propio destino.

Nos aceptamos como somos y nos “amamos”;“amamos” nuestra persona, nuestro ser entero,

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cuerpo y alma; y este amor que nos tenemos, quees un amor completamente natural, nos hace seresarmónicos: en armonía con Dios, con el mundo enel que vivimos, con las personas que nos rodean, ycon nosotros mismos. Nos estimula a crecer comopersonas, a ser mejores cada día, a soñar y aluchar para alcanzar nuestros sueños y ser felices,como Dios quiere que seamos, con la felicidadverdadera que va más allá de lo meramentematerial. Cuando nos aceptamos como somos, física yespiritualmente, con nuestras capacidades ynuestras limitaciones, con nuestras luces y nuestrasoscuridades, nos hacemos fuertes, seguros,decididos, capaces de hacer muchas cosas, desuperar muchas situaciones adversas, y eso noshace a su vez capaces de relacionarnosadecuadamente con los demás, de convivir en pazcon todos, de respetar a todos, de amar a todos.Quien no se ama a sí mismo como es, nunca podráamar a los demás como ellos son.

• ¿Cómo se desarrolla el proceso de aceptación de sí mismo?

Aceptarnos a nosotros mismos como somos, no esuna opción; es una necesidad, un requisitoindispensable para vivir en paz con nosotrosmismos y con los demás. Sin embargo, los hechos

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nos muestran que para muchas personas,aceptarse tal y como son no es algo fácil deconseguir, aunque siempre es posible.

El proceso de aceptación de sí mismo, como todoslos procesos humanos no se da de una vez y parasiempre. Al contrario, es un proceso lento,exigente, que requiere una gran dosis de voluntad,de esfuerzo personal y de trabajo constante, ytambién, de una gran confianza en Dios, que es, enúltimas, el Dueño y Señor de nuestro ser y denuestra vida. Además, es preciso tener en cuentaque cada persona es única y también que somoslibres, lo cual implica que aunque el fin sea elmismo, los procedimientos pueden variarsustancialmente.

No hay una manera única de llegar a la aceptaciónplena de sí mismo, y tampoco hay un tiempodeterminado para lograrlo. Cada persona tiene supropio ritmo y su propia manera de hacer las cosas,así como también sus circunstancias, suscapacidades, sus urgencias. Lo importante esemprender, lo más pronto posible, la tarea, yponerle todas las ganas para realizarla conefectividad.

Si lo consideras conveniente para ti, realiza elsiguiente ejercicio. Te ayudará a trabajaradecuadamente este aspecto de la aceptación

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personal, paso indispensable si quieres conseguir lasanación del corazón y de la vida

EJERCICIO PARA APRENDER A ACEPTARTE A TI MISMO

1. Igual que en el ejercicio anterior, saca un tiempopara estar solo contigo mismo; un tiempo en el quenada ni nadie pueda molestarte ni distraerte. Buscaun lugar cómodo para ti, en el que nadie teinterrumpa.

2. Ponte en la presencia de Dios y haz una cortaoración pidiéndole con fe y confianza que te ayudea realizar el ejercicio de tal modo que te lleve alobjetivo que te has propuesto: aceptarte a ti mismotal y como eres, con tus cualidades y con tusdefectos, con tus fortalezas y con tus fragilidades.

3. Comienza situándote frente a un espejo en el quepuedas mirarte de cuerpo entero. Míratedetenidamente. Reconócete cómo eres, como es tucuerpo. Da gracias a Dios por él y por la vida quepalpita en tu corazón.

4. Con tu imagen reflejada en el espejo, enumeralos elementos de tu físico que te gustan, y anótalosen un papel. Anota también los elementos de tufísico que no te gustan, los defectos o limitaciones

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físicas que padeces, y la enfermedades que en estemomento te afectan.

5. Sin dejar de mirarte en el espejo, y comohablando contigo mismo, piensa ahora en tu modode ser: ¿Qué cualidades crees que tienes? ¿Quécaracterísticas positivas tiene tu modo de ser?¿Qué cosas de ti agradan a los demás? Anótalas.¿Qué defectos sobresalen en ti? ¿Qué cosas tuyasmolestan a los demás? Anótalas.

6. Ahora encierra en un círculo los grupos quereúnen lo negativo que encontraste tanto de ordenfísico como de orden espiritual. Esto esprecisamente lo que te duele, lo que hiere tucorazón, porque se constituye para ti en unadebilidad que te impide ser como quisieras. Miracuáles de estas debilidades o defectos – comoquieras llamarlos - está en tus manos cambiar ycuáles no. Anótalas en dos columnas separadas.Será un reto para ti enfrentarlas y trabajar paracambiar lo que es posible cambiar.

7. Puesto de nuevo en actitud de oración humilde yconfiada, ve entregando a Dios, lentamente, cadauna de las debilidades y defectos que querrías notener y que finalmente se escapan de tu control;pídele con fe que te ayude a aceptarlos tal y comoson, a ir más allá de ellos, porque no puedescambiarlos.

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No es necesario que esta oración sea muy larga. Lomás importante es que sea una petición consciente,sincera y constante, que forme desde ahora parteintegrante de tu oración diaria.

Cuando menos lo pienses habrás aceptado plena ytotalmente tu persona, y habrás dado un paso firmey seguro en el camino de la paz y la armoníainterior, principio básico de la verdadera felicidad.

ACEPTA TU HISTORIA PERSONAL

“Decía Jesús: Padre mío, si esto no puede pasar

sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26, 42)

Aceptarnos a nosotros mismos nos conduceinmediatamente a aceptar también nuestra historiapersonal, todos los acontecimientos de nuestra vidapasada, y todos los acontecimientos de nuestravida presente, que en cierto sentido nos han hechoser lo que somos, y que unidos van configurando elfuturo que todavía no es, pero que se construye conlos aportes – positivos y negativos – del pasado y elpresente.

Aceptar nuestra historia personal es tan importantecomo aceptar nuestra persona, y significa dar un

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paso adelante, firme y seguro, en el proceso desanación interior en el que estamos comprometidos.

• ¿Qué implica aceptar nuestra historiapersonal?

• ¿Cómo se lleva a cabo este paso del proceso?

La respuesta es clara aunque eso no significa, deninguna manera, que realizarlo sea algo fácil, nitampoco que todos podamos hacerlo de la mismaforma, en el mismo tiempo y con el mismoresultado. Así como el sufrimiento humano es unmisterio, el ser humano también lo es, y por ende,su historia personal, los hechos de su vida y lasrepercusiones de estos hechos.

Lo primero que tenemos que hacer es, sin duda,aceptar uno a uno todos los acontecimientos quenos ocurrieron en el pasado, todo lo que nos hasucedido desde nuestro nacimiento hasta elmomento en el que iniciamos el proceso debúsqueda de la sanación interior; lo positivo y lonegativo, lo bueno y lo malo, lo alegre y lo triste, loagradable y lo desagradable, lo que nos ha hechoreír y lo que nos ha costado lágrimas, y con mayorrazón esto último, pues es precisamente esto lo quenos hace sufrir con mayor o menor intensidad.

Aceptamos, por ejemplo, haber nacido en el senode una familia con limitaciones económicas, serparte de una familia en la que el padre está

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ausente, haber sido menos tenidos en cuenta quenuestros hermanos mayores o menores, no haberpodido “disfrutar” la infancia por haber sidoaquejados por una enfermedad grave que exigíacuidados y restricciones especiales.

Aceptamos sentirnos marginados por nuestroscompañeros en los primeros años de la escuela sinsaber por qué, la muerte repentina de nuestramadre o de otro miembro importante de la familia,haber sido objeto de discriminación en algúnmomento de la vida por cuestiones de tipo social,haber sido traicionados por un amigo, haber sufridoun accidente grave, haber tenido que enfrentar unresponsabilidad en la familia para suplir elabandono del padre o de la madre.

Aceptamos haber tenido en algún momento o porlargo tiempo las necesidades básicas insatisfechas,haber sido despreciados por alguien, haber sidoacusados de algo injustamente, haber perdido elempleo de la noche a la mañana, ser objeto dechismes y calumnias, sentir que no tenemosoportunidades para desarrollarnos intelectualmente,el distanciamiento del esposo o de la esposa, laingratitud de los hijos, en fin.

Y aceptamos también y agradecemos, haber tenidouna infancia feliz, haber sido un hijo o una hijadeseados, haber cumplido los sueños de nuestra

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juventud, la lealtad de los amigos, la seguridad delos bienes económicos, el amor de la familia, eltrabajo, las posibilidades de estudio, el respeto delos compañeros, la estimación de los vecinos yconocidos.

Es indiscutible que este aceptar los sucesos delpasado, es más difícil para unas personas que paraotras, por diversas razones. Hay personas aquienes han sucedido cosas que otras ni siquieraimaginamos, hechos graves y tambiénprofundamente dolorosos, hechos que atentancontra la dignidad misma del ser humano, en formaconstante o esporádica, los cuales van socavandolos sentimientos más hondos y verdaderos del yo, ypor ello ocasionan daños en cierto sentidoirreparables, en el corazón y en la mente dequienes los padecen.

Entre estos acontecimientos especialmentedolorosos podemos destacar: el abandono por partede los padres, uno o ambos, la violenciaintrafamiliar, el abuso sexual, la violación, lapobreza extrema con todas sus consecuencias, eldesarraigo debido a la violencia social y política, lapersecución por cualquier causa.

Indiscutiblemente, las personas que han sufridoestos atropellos u otros semejantes, puedendemorar más en sanar las heridas de su corazón,

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que quienes hemos tenido tropiezos menores,dificultades propias de la vida en sociedad, pero deningún modo traumáticas.

Aceptar los hechos del pasado, tal y comosucedieron, sin aumentarlos y sin concederles másimportancia de la que tuvieron en su momento, yaceptar las consecuencias que de ellos se derivanpara el presente, también en su justa medida, es unpaso fundamental en el proceso de sanación delcorazón. Si no damos este paso, o no lo hacemoscon el ánimo y la decisión que tenemos quehacerlo, no podremos lograr el objetivo quebuscamos.

Pero no se trata sólo de aceptar losacontecimientos del pasado, sino también, y muyespecialmente, a todas y a cada una de laspersonas que participaron en estosacontecimientos, de modo particular a quienesintervinieron en los sucesos negativos, que son,finalmente, los que lastiman y hacen sangrarnuestro corazón.

Aceptamos el padre alcohólico, el hermanodrogadicto que causa problemas a toda la familia, lamamá que nos abandonó, la profesora que fueinjusta con nosotros, la vecina que nos hace malambiente, el compañero de trabajo que nos hace laguerra para quedarse con nuestro puesto.

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Aceptamos el amigo conflictivo y problemático, eljefe exigente, la suegra entrometida, la amiga quenos quitó el novio. Los aceptamos como son yaceptamos – no aprobamos, ni alabamos, niagradecemos - lo que hicieron en perjuicio nuestro.Los aceptamos como son y con lo que hicieron,porque entendemos que no los podemos cambiar nia ellos ni sus acciones, y aprendemos a convivircon ellos de manera que su presencia cercana – ytal vez inevitable – no nos haga daño.

Aceptamos todos los acontecimientos del pasadocomo hechos cumplidos, totalmente irreversibles,imposibles de repetir y también imposibles decambiar, y aceptamos también todas y cada una delas consecuencias que se han ido derivando dedichos acontecimientos a lo largo de los años ytambién las que sobrevendrán en el futuro.

Aceptar estos sucesos y aceptar a las personas queen ellos participaron, directa o indirectamente,implica – entre otras cosas – no volver a ocuparnuestra mente recordándolos intencionalmente pararepasarlos una y otra vez, como si fueran sucesosdel presente, porque eso nos conduce sin remedioa sentir de nuevo lo que entonces sentimos, casitan vivamente como en el momento en el quedichos acontecimientos tuvieron lugar.

Y tampoco nos ponemos a pensar en lo que

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hubiera sido si estos acontecimientos no hubieranocurrido, si esta o aquella persona no hubieraestado cerca de nosotros. Es inútil, no sirve paranada. Con el pasado no hay nada qué hacer, apartede aceptarlo y asumirlo tal y como fue, y con todaslas consecuencias que dejó en herencia alpresente.

Aceptamos el pasado, lo asumimos tal comoocurrió, y lo ponemos en las manos de Dios que losabe todo en sus más íntimos detalles, para quecon su amor infinito y misericordioso lo purifique, ysane definitivamente las heridas que produjo ennuestro corazón, las cicatrices que a pesar deltiempo siguen siendo para nosotros causa desufrimiento. Aceptamos también lo que somos y lo que tenemosen el momento presente, cada circunstancia, cadahecho, cada situación – lo bueno, lo regular y lomalo -; con paciencia, con fe, con esperanza, condecisión, con seguridad.

Aceptamos ser la persona que somos con nuestrascualidades y nuestros defectos, nuestrasposibilidades y nuestras limitaciones, aquí y ahora,con esta profesión o con esta otra. Aceptamos vivirdonde vivimos, en este país o en este otro, en estaciudad o en aquella otra, en un barrio exclusivo o enun barrio popular. Aceptamos trabajar donde

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trabajamos, o no tener un trabajo estable y andarbuscando por todas partes qué hacer para ganar elsustento; aceptamos compartir nuestra vida conquienes están a nuestro alrededor: los miembros dela familia, los vecinos, los compañeros de trabajo,los amigos, los conocidos.

Todo esto no con una actitud conformista,resignada, de alguien apocado que no buscamejorar, crecer como persona, lograr nuevas metas,sino con una actitud realista y agradecida dealguien que es consciente de lo que es y lo quevale, alguien que aprecia lo que tiene y lo valora,alguien que se proyecta al futuro sin prisas deninguna clase.

Enfocamos todas nuestras capacidades, todasnuestras energías, todas nuestras acciones, alpresente que es lo único que nos pertenecerealmente, lo único que tenemos a nuestradisposición y podemos intervenir de manera directa. Aceptamos la vida que llevamos, con buena cara,con ánimo, con interés, pensando en lo quequeremos construir.

Asumimos cada acontecimiento, cada hecho, cadacircunstancia, y procuramos no guardar nada en elinterior que nos lleve al odio o al rencor, contranada ni contra nadie. Decimos lo que tenemos quedecir y hacemos lo que tenemos que hacer, con

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naturalidad, con honestidad, con justicia. Ponemostodo en las manos amorosas de Dios, nuestroPadre, y nos confiamos a su bondad y sumisericordia infinitas.

Aceptando el presente y viviéndoloadecuadamente, preparamos el futuro, sin forzarlo.

Entendemos el futuro como lo que es: un “todavíano”. Sabemos que en cierta forma podemospreverlo y planearlo, pero nunca asegurarlo. Elfuturo como el pasado no está en nuestras manos.Lo miramos con optimismo, en la seguridad de quetodo puede mejorar, pero también con realismo,porque sabemos que por diversas causas, tambiénpuede llevarnos por caminos más difíciles de losque ya hemos vivido. Lo esperamos con calma, sinansiedad, con buena disposición. Nos preparamospara que si las cosas no salen como las teníamospensadas, no nos derrote la angustia y nos hagasucumbir.

De esta manera, asumimos nuestra vida entera –pasado, presente y futuro – con fe, con amor y conesperanza, en el corazón mismo de Dios que esnuestro Padre y nos ama con un amor infinito yprofundo, y siempre quiere y busca lo mejor paranosotros.

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EJERCICIO PARA APRENDER A ACEPTAR TU HISTORIA PERSONAL

1. Tómate un tiempo para estar solo contigomismo. Busca un lugar cómodo en el que nadiellegue a interrumpirte. Lleva contigo los apuntes quehiciste cuando realizaste el ejercicio propuesto en eltema DESCUBRE TUS HERIDAS. Siéntatecómodamente. Respira hondo por algunossegundos. Tranquilízate, relájate.

2. Ponte en la presencia de Dios y haz una cortaoración pidiéndole con fe que te ayude a realizar elejercicio de tal modo que te lleve al objetivo que tehas propuesto: aceptar plenamente tu historiapersonal, tu pasado que ya fue y que no puedescambiar, con todos sus aspectos positivos ynegativos, y el presente que estás viviendo y en elcual se manifiestan claramente las consecuenciasdel pasado.

3. Repasa cuidadosamente los apuntes que tienesen tus manos. Hazte consciente de cada una de tusrespuestas. Los hechos, las personas que tecausaron dolor en el pasado; los hechos y laspersonas que en el presente te causan sufrimiento.Asume todo en el amor de Jesús crucificado quetambién sufrió intensamente, en su cuerpo y en sualma, por amor a Dios Padre y a cada uno denosotros.

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4. Eleva tu corazón a Dios y coloca en sus manosde Padre, uno a uno todos tus sufrimientos,comenzando por que hayan dejado más huella entu corazón, los que te duelan más profundamente.Entrégaselos con toda tu confianza, seguro de queÉl te ayudará a dejarlos atrás definitivamente.

5. Haz una sencilla oración. Con tus propiaspalabras, pide a Dios que libre tu corazón de laangustia, que sane todas y cada una de las heridasque sufriste en el pasado y que todavía hoy hacensangrar tu corazón, que ilumine tu presente con suamor para que nada te resienta, y que bendiga tufuturo.

Todos los días, a partir de hoy, al comenzar tuoración diaria, insiste en esta misma petición. Teaseguro que más pronto de lo que crees sentirásque el pasado quedó definitivamente en el pasado,como tiene que ser; que el presente es muchomejor que antes; y que el futuro se anuncia con unaluz especial.

Ora insistentemente. Aceptar nuestra historiapersonal, asumirla con sus alegrías y sus tristezas,sus triunfos y sus fracasos, sus risas y suslágrimas, sobre todo con sus lágrimas, es un don deDios, una gracia que hay que pedir todos los días,sin descansar.

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ACEPTA A QUIENES COMPARTENSU VIDA CONTIGO

“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros.

Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes,

los unos a los otros. En esto conocerán todos que son discípulos míos,

si se tiene amor los unos a los otros” (Juan 13, 34-35)

Tan importante como aceptarnos a nosotrosmismos, nuestro cuerpo y nuestra alma, y aceptarnuestra historia personal, es aceptar a las personasque viven a nuestro alrededor y comparten su vidacon nosotros.

• ¿Qué significa aceptar al otro, a los otros?

Aceptar al otro, a los otros, significa simplemente,ser conscientes de que del mismo modo que yo soycomo soy y no como quisiera ser, el otro, los otros,también son como son y no como a mí me gustaríao me interesaría que fueran. En ellos, como en mímismo, han confluido gran cantidad de factoresgenéticos, físicos, sicológicos, sociales, históricos,etc., que los han hecho así, y no de otra manera.

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Pero hay algo más. Aceptar al otro, a los otros,como son, nos exige entender que todos los sereshumanos somos distintos, porque Dios no nos creóen serie; entender que todos tenemos distinta formade ser, distinta forma de pensar y distinta forma deactuar, y que estas diferencias, unidas a lasdiferencias físicas, a las diferencias intelectuales yculturales y demás, en lugar de ser un obstáculo enlas relaciones humanas, son una gran riqueza yabren un sin fin de posibilidades para todos.

•¿A quiénes tenemos que aceptar?

Tenemos que aceptar a todas y cada una de laspersonas que han compartido su vida con nosotrosen los diferentes momentos y circunstancias; los deantes y los de ahora, sin excluir a nadie. Losaceptamos como son, con sus virtudes y tambiéncon sus defectos, con sus dones y con suscarencias, con sus posibilidades y con suslimitaciones, con sus triunfos y con sus fracasos,con sus aciertos y con sus errores, lo que nosagrada de ellos y lo que nos disgusta; y aceptamosla relación que han tenido con nosotros, cualquieraque haya sido.

Aceptamos a todos y cada uno de los miembros denuestra familia más cercana – papá, mamá,hermanos – tal y como son, y aceptamos también ellugar que han tenido y tienen hoy en nuestra vida;

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aceptamos su presencia y aceptamos también suausencia; aceptamos todo lo que han hecho paranuestro bien y se los agradecemos, y aceptamostambién sus errores voluntarios o involuntarios, y eldolor que con dichos errores nos han causado.

Aceptamos a nuestro cónyuge – si lo tenemos -,aceptamos a nuestros hijos tal y como son, aunqueni siquiera se parezcan a lo que deseábamos; losaceptamos en su apariencia física, en suscapacidades intelectuales, en su temperamento, ensu carácter, en sus gustos y preferencias, en lo quese muestran y en lo que hacen.

Aceptamos a las personas que viven en nuestramisma casa y nos colaboran en los quehaceresdiarios; las aceptamos como son y las respetamoscomo personas iguales a nosotros en dignidad;aceptamos sus diferencias y sus rasgos propios, sumanera particular de ver el mundo, su manera únicade hacer lo que hacen.

Aceptamos a nuestros vecinos y conocidos – losque consideramos “buenos” y los que calificamoscomo “malos” – y los aceptamos tal y como son,aunque no nos parezcan simpáticos, y aunque seanconflictivos y problemáticos. Tienen los mismosderechos que nosotros y la misma dignidadpersonal.

Aceptamos a nuestros amigos y los queremos;

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entendemos su manera de ser y de actuar, aunqueen algunos momentos y circunstancias no lascompartamos.

Aceptamos a nuestros compañeros de trabajo ytratamos de llevarnos bien con ellos; los valoramos,los respetamos, les colaboramos en lo que nos esposible, entendemos sus limitaciones, toleramos loque no nos gusta de ellos en la convivencia diaria.Cada persona es única e irrepetible.

Aceptamos en general a toda la sociedad de la cualsomos miembros, nos sentimos parte integrante deella, y nos esforzamos por hacer todo lo que está anuestro alcance para participar activamente en sucrecimiento y desarrollo.

Aceptamos el pasado de todas y cada una de estaspersonas, su presente y también su porvenir, lo quesabemos y lo que desconocemos, y evitamosjuzgarlos y calificarlos simplemente por lasapariencias.

Los aceptamos como son aunque no podamosaprobar todas sus acciones, sus palabras, susactitudes, su manera de ser.

Los aceptamos aunque consideremos que es mejorpara nosotros, en algunos casos, mantenernosalejados de ellos.

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Los aceptamos sin juzgarlos, sin hacer unavaloración moral de su persona y de sus acciones,porque no nos corresponde. El único que pudejuzgar a alguien es Dios, porque es el único queconoce los corazones.

No rechazamos a nadie, ni siquiera a quienesparecen merecerlo. Todos los seres humanostenemos la misma dignidad personal, todos somoshijos de un mismo Padre, Dios, y por lo tanto somoshermanos; no importa que unos sean más ricos queotros, que unos sean más inteligentes que otros,que unos sean más atractivos que otros, que unossean más amables que otros, que unos seanaparentemente más buenos que otros, que unossean más reconocidos que otros, que unos tenganmás cualidades que otros; no importa ni siquieraque unos sean nuestros amigos y otros nuestros“enemigos”, ni que unos den su aporte a lasociedad y otros, en cambio, actúen en su contra.Aceptar no significa aquí aprobar, ni apoyar, nicompartir criterios y acciones, sino simplemente,tolerar, respetar, entender.

• ¿Qué tenemos que hacer para aceptar aquienes nos rodean?

Seguramente estás pensando que aceptar a todaslas personas que viven a tu alrededor es una tareabastante complicada, y que no estás seguro de

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poder hacerlo. Tienes razón... al menos en parte.

Ciertamente, aceptar a los demás – a todos – tal ycomo son, es muy difícil, sobre todo cuandosentimos que tenemos algo que reprocharles. Esdifícil, pero es posible, y más que posible,necesario, urgente, porque cuando nos empeñamosen rechazar a alguien, ese rechazo es másperjudicial para nosotros que para la mismapersona rechazada; la experiencia lo demuestracada día.

Es difícil aceptar a los demás, pero vale la penaesforzarse para lograrlo, porque hacerlo nos evitadisgustos y conflictos, nos comunica tranquilidad,serenidad, nos da paz interior, principio yfundamento de la felicidad.

EJERCICIO PARA APRENDER A ACEPTAR A QUIENES TE RODEAN

1. Igual que en los tres ejercicios anteriores, sacaun tiempo para estar a solas contigo mismo. Buscaun lugar en el que te sientas cómodo y puedaspermanecer un rato. Siéntate, respira profundo,relájate.

2. Ponte en la presencia de Dios y encomiéndate aÉl; pídele su luz y su fuerza para realizar lo que tepropones.

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3. Como ya has realizado dos ejercicios deaceptación anteriormente, será fácil para ti recordarla personas que han convivido contigo y han tenidoparte en tu historia personal. Lentamente verecordando una a una las persona de tu familia máscercana, y sin detenerte en muchasconsideraciones, acéptalas como son y comofueron en el pasado, y acepta también suparticipación en tu vida, sin calificarla. Fue comofue, es como es, son como son y nada más.

4. Haz lo mismo con las persona que forman tucírculo social: parientes, amigos, vecinos. No espreciso que analices su modo de ser o susacciones, sólo hazlas desfilar por tu memoria yacéptalas tal y como tú ves que son.

5. Repite el ejercicio con tus compañeros detrabajo, tus superiores, los que están en tu mismonivel, tus subalternos. No hagas ningún juicio devalor. Acéptalos y nada más.

6. Acepta tu nacionalidad, la ciudad en la que vives,el grupo social al que perteneces, tu barrio... hansido determinantes en tu vida.

7. Coloca todas las personas que desfilaron por tumente en el corazón amoroso de Dios. Hazlo de unmodo especial con aquellas cuyo recuerdo telastima más, porque participaron en algún

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acontecimiento doloroso de tu vida, o porque suausencia significó para ti un sufrimiento, unadecepción, una frustración.

8. Haz una oración sencilla pidiéndole a Jesús, demanera especial, que te ayude a alejar de ti, todaactitud que signifique rechazo de alguien, sea quiensea, y haya hecho lo que haya hecho contra ti.

No te decepciones si aún después de orar sientesque el esfuerzo de tu voluntad no es suficiente paralograr lo que te has propuesto. Recuerda que laaceptación es un proceso, y como tal no se da deuna vez. Tendrás que seguir orando con insistenciahasta conseguir lo que quieres, pero hazlo concalma, sin desesperarte; la paz interior, la sanacióndel corazón, no se alcanza de la noche a lamañana.

Para cerrar este tercer paso en el proceso desanación del corazón y de la vida, una corta peromuy profunda oración, que puede ayudarnos muchoen los momento difíciles que no nos han de faltar.

Es la Oración de Abandono del Padre Charles deFocauld, un sacerdote francés que vivió en losdesiertos de África, como ermitaño, dedicado a laoración y a la evangelización de los pueblosnómadas.

Procura memorizarla y rezarla todos los días, al

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levantarte, como una entrega a Dios de tu personay de tu vida. Rézala despacio, pensando en cadapalabra que dices, para que sea de verdad tucorazón el que habla. ¡Dios hará por ella cosasrealmente maravillosas en tu corazón y en tu vida!

Padre, me pongo en tus manos,haz de mí lo que quieras,sea lo que sea, te doy las gracias.Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,con tal de que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas.No deseo nada más Padre,te confío mi alma.Te la doy con todo el amor de que soycapaz,porque te amo y necesito darme a Ti,sin limitación ni medida,con una confianza infinita, porque Tú eres mi Padre.

ACEPTACIÓN Y RESIGNACIÓN

Aceptación y resignación no significan lo mismo, noson lo mismo, al menos en el ámbito de la fe que esen el que nos estamos moviendo.

“Aceptar”, en el lenguaje cotidiano, es sinónimo deadmitir, aprobar, acceder, consentir; pero en ellenguaje espiritual, dice mucho más, significa

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también asumir, acoger, comprender, respetar,tolerar.

“Resignarse” y “resignación”, por su parte, hacenalusión a renunciar, a conformarse, a doblegarse, asometerse, a soportar, a sufrir y sacrificarse ensilencio, calladamente.

“Aceptar” y “aceptación” muestran una acción, dancuenta de una actividad, de una actitud positivafrente a sí mismo, frente a la vida y frente a losotros.

“Resignarse” y “resignación”, por el contrario,denotan pasividad, conformismo, rutina, actitudescompletamente negativas.

“Aceptar” algo o a alguien implica tener concienciade lo que es, de quién es, de lo que representa ysignifica; decidir aceptarlo, y esforzarse paraconseguirlo. En una palabra, implica lucha, trabajo,constancia, interés, generosidad, humildad, fe,esperanza, amor.

“Resignarse” a algo, una situación, un hecho, unacircunstancia, es, en cambio, como un cerrar losojos para no ver, los oídos par no oír, la boca parano hablar, el corazón para no sentir, la mente parano pensar.

Cuando “aceptamos” algo o a alguien, siempre

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estamos en la posibilidad de buscar unatransformación, de realizar un cambio, de hacer unamejora, sin forzar nada – claro está -, sólotrabajando, poniendo en funcionamiento todasnuestras capacidades, nuestra inteligencia ynuestra voluntad.

Cuando nos “resignamos” a algo, renunciamos a laposibilidad de cambiarlo, de mejorarlo; simplementeno nos interesa, no nos sentimos capaces, otenemos miedo de arriesgarnos, de buscar, deluchar, de trabajar, de hacer.

Cuando “aceptamos” algo o a alguien, lo hacemoscon alegría, con esperanza, mirando al futuro comouna promesa.

Cuando nos “resignamos” a algo, lo hacemos con lacara larga y la mirada triste, y el futuro,simplemente, no tiene sentido porque no existe nisiquiera como proyecto.

¡No te resignes a ser como eres, acéptate comoeres! ¡Ser, existir, es un don maravilloso quesiempre tenemos que agradecer!

¡No te resignes a la vida que te correspondió vivir;acéptala como es con alegría y amor! ¡Vívela!¡Disfrútala! ¡Sé feliz a pesar de todo!

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ORACIÓN PARA PEDIR LA GRACIA DE ACEPTAR LA PROPIA REALIDAD

Dame, Señor, la gracia de aceptar mi realidad, loque soy y como soy; lo que me ha sucedido en elpasado y lo que me está sucediendo en el presente;lo que seré y lo que me sucederá en el futurocercano y lejano.

Dame la gracia de aceptarlo todo, plenamente,totalmente, como venga, como Tú que eres mi Diosy mi Padre permites que sea.

Dame la gracia de aceptar mi cuerpo con todas suslimitaciones, todas sus debilidades y todas suscarencias. Aceptarlo y agradecerlo porque es dontuyo, regalo invaluable de tu amor y de tu inmensabondad para conmigo.

Dame la gracia de aceptar mi manera de ser y mimanera de sentir, mi temperamento y mi carácter,procurando cada día mejorar lo que puedo mejorar,y asumiendo con valor y dignidad lo que está fuerade mis posibilidades humanas corregir.

Dame también, Señor, la gracia de aceptar lossucesos dolorosos y traumáticos de mi historiapersonal, los que ocurrieron en el pasado y dejaronheridas sangrantes en mi alma; los que están

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sucediendo ahora en el presente y me roban latranquilidad; y los que me ocurrirán en el futuro sinque pueda hacer nada para evitarlos.

Dame la gracia de asumirlos todos con mi miradapuesta en Ti, seguro y confiado en tu protección yen tu ayuda, porque sé que me amas con el amormás grande del mundo.

Dame la gracia de aceptar, de acoger, de amar, atodas las personas que viven su vida cerca de mí,porque Tú quisiste que fuera así.

Dame la gracia de apreciar su presencia a mi lado,aunque en algún momento o circunstancia, nocomprenda o no comparta su manera de ser y conella me causen dolor.

Dame, Señor, la gracia de poder amar a todos,como Tú quieres que los ames, como Tú mismo losamas.

Dame, Señor, la gracia de derrotar de una vez ypara siempre, el miedo, el rencor, el odio, lavenganza, la violencia de palabra y de obra, lossentimientos de culpa y de rebeldía, porque sé queme hacen daño y no me permiten vivir en paz,como Tú quieres que todos vivamos.

Y dame, Señor, muy especialmente, la gracia depercibir y acoger el don maravilloso de tu amor, con

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la certeza de que suceda lo que suceda en mípersona y en mi vida, porque Tú lo permites, serásiempre para mi bien.

Mi fe, mi amor y mi esperanza, están puestos en Tiy en tu voluntad para conmigo, porque a tu lado mesiento como un niño en brazos de su madre. Amén.

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4. PERDÓNATE Y PERDONA

“No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahvé” (Levítico 19, 18)

El cuarto paso – definitivo - en el proceso desanación interior es el perdón.

Aceptamos nuestra realidad: lo que somos y comosomos, nuestra historia personal – pasado,presente y futuro -, y a todas y cada una de laspersonas que han compartido su vida con nosotrosy que la comparten en el presente, y perdonamoslo que tenemos que perdonar porque nos ha hechodaño. Nos perdonamos a nosotros mismos,perdonamos a los demás, perdonamos a la vida, alas circunstancias, y aunque parezca extrañodecirlo, “perdonamos” también a Dios, si acaso lohemos hecho de alguna manera “culpable” de loque nos pasa.

Nos perdonamos las fallas que hemos tenido a todolo largo de nuestra existencia en el mundo, lasdebilidades propias de nuestra condición humana,las limitaciones y defectos de nuestro cuerpo, denuestra mente, de nuestro espíritu, de nuestrapersonalidad. Nos perdonamos, cancelamos definitivamente los

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recuerdos amargos que nos hacen mirarcontinuamente hacia atrás, los sentimientos deculpabilidad que nos roban la tranquilidad, losmiedos que no nos dejan seguir adelante, lasfrustraciones por lo que no hemos podido ser, y queson para nosotros causa de aflicción.

Perdonamos a los demás, a todos y a cada uno dequienes han hecho parte de nuestra vida, directa oindirectamente. Perdonamos sus limitaciones y susdebilidades; perdonamos las acciones suyas quenos han herido: perdonamos el no haber estado anuestro lado en el momento en el que losnecesitábamos; perdonamos sus miedos, susangustias, sus frustraciones; perdonamos lo que nohan podido ser para nosotros; perdonamos lo queno han podido ser para sí mismos; perdonamos suserrores y perdonamos también sus fracasos.

Perdonamos a la vida y a las circunstancias que sereúnen y se combinan caprichosamente, yconstruyen la historia; a todo el conjunto de larealidad - nuestra realidad y la realidad del mundo -,los sufrimientos que hemos padecido, lasfrustraciones, no poder tener lo que deseábamos,no poder ser como queríamos ser, comosoñábamos ser.

Perdonamos a la vida y “perdonamos” a Dios aquien muchas veces hacemos responsable de

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nuestras desgracias, y le agradecemos lo quesomos, lo que tenemos, lo que podemos alcanzar sinos empeñamos en conseguirlo.

Todo nos ha sido dado gratuitamente, sin méritoalguno de nuestra parte, y estamos convencidosque todo lo que ha sido y lo que será, es paranuestro bien, porque el amor de Dios por nosotrosse manifiesta de un modo especial en el dolor,porque cuando lo padecemos, Dios está a nuestrolado aunque no podamos verlo ni tocarlo, comoestaba con Jesús, su Hijo, crucificado.

En la sanación interior el perdón es un elementofundamental, imprescindible. Sin él es imposiblealcanzar la paz que anhelamos y buscamos.

Toma conciencia de tu vida, de los acontecimientosde tu historia:

• ¿Qué tienes queperdonarte a timismo?

• ¿Qué tienes queperdonar aquienes hancompartido suvida contigo?

• ¿Qué tienes queperdonar a lavida, a tus

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circunstanciasparticulares?

Saca un tiempo para pensar en esto, es muyimportante si quieres sanar verdaderamente, todasy cada una de las heridas de tu corazón, si deseasdejar el pasado en el pasado y emprender conentusiasmo el camino del futuro, si buscas llenar tuvida de esperanza y de paz.

También es necesario pedir perdón, con sencillez,con humildad, con sinceridad.

• ¿A quién o a quiénes tienes que pedir perdón?• ¿Por qué tienes que pedir perdón?

Examina tu corazón y prepárate para hacerlo. Esotra faceta del perdón, absolutamente fundamentalpara conseguir la sanación del corazón y de la vida.

DIOS, PRINCIPIO Y FUENTE DEL AMOR Y DEL PERDÓN

“Tú eres el Dios de los perdones, clemente y entrañable,

tardo a la cólera y rico en bondad”(Nehemías 9, 17).

El perdón es una forma, una expresión del amor; la

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forma más excelente, la expresión privilegiada delverdadero amor.

Dios, que es amor, según palabras de San Juan ensu Primera Carta (1 Juan 4, 16), es tambiénmisericordia, clemencia, piedad, fidelidad, perdón.Así lo leemos en el libro del Éxodo; Dios mismo selo dio a conocer a Moisés:

“Moisés invocó el nombre de Yahvé. Yahvé pasópor delante de él y exclamó: Yahvé, Yahvé, Diosmisericordioso y clemente, tardo a la cólera y ricoen amor y fidelidad, que mantiene su amor por milgeneraciones, que perdona la iniquidad, la rebeldíay el pecado...” (Éxodo 34, 6).

Dios nos ama – de eso no hay duda -, y porque nosama, porque Él mismo es amor, nos perdona todasnuestras infidelidades a su amor, todos nuestrospecados.

El perdón de Dios nace de su amor tierno ydelicado por nosotros; es su manifestación mássublime. En el libro de la Sabiduría leemos:

“Te compadeces de todos porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para quese arrepientan.Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho.

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Y ¿cómo habría permanecido algo si no hubiesesquerido?¿Cómo se habría conservado lo que no hubiesesllamado?Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porqueson tuyas, Señor que amas la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas.Por eso mismo gradualmente castigas a los quecaen; les amonestas recordándoles en qué pecan para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor” (Sabiduría 11, 23 – 12, 2)

Muchas veces y de muchas maneras nos hablóJesús del amor misericordioso y gratuito de Dios,de su perdón, de su clemencia, de su compasiónpor nosotros; él mismo era manifestación ypresencia de ese amor de Dios por todos loshombres y mujeres del mundo, y de su perdóngeneroso, sin límites.

Dios es un Padre amoroso, un Padre que ama coninfinito amor a todos sus hijos. Dios nos ama con unamor tierno, profundo, generoso, un amor que notiene límites, un amor que se hace continuamenteperdón. Es lo que nos enseña la Parábola del hijopródigo que muchos prefieren llamar “Parábola delPadre Misericordioso”, porque el tema central –más que la ofensa y el descarrío del hijo – es elmaravilloso amor que Dios siente por él – en quien

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estamos representados todos nosotros -, y superdón incondicional.

“Todos los publicanos y los pecadores seacercaban a Jesús para oírlo, y los fariseos y losescribas murmuraban diciendo: - Este acoge a lospecadores y come con ellos. Entonces Jesús lesdijo esta parábola:

Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijoal padre: - Padre, dame la parte de la hacienda queme corresponde. Y él les repartió la hacienda.Pocos días después el hijo menor lo reunió todo yse marchó a un país lejano donde malgastó suhacienda viviendo como un libertino.

Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambreextrema en aquel país, y comenzó a pasarnecesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de losciudadanos de aquel país, que lo envió a sus fincasa apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientrecon las algarrobas que comían los puercos peronadie se las daba.

Y entrando en sí mismo, dijo: - ¡Cuántos jornalerosde mi padre tienen pan en abundancia, mientrasque yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iréa mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo yante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo,trátame como uno de tus jornaleros. Y,levantándose, partió hacia su padre.

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Estando él todavía lejos, lo vio su padre y,conmovido, corrió, se echó a su cuello y lo besóefusivamente. El hijo le dijo: - Padre, pequé contrael cielo y ante ti, ya no merezco ser llamado hijotuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: - Traiganaprisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle unanillo en su mano y sandalias en sus pies. Traiganel novillo cebado, mátenlo y comamos ycelebremos una fiesta, porque este hijo mío estabamuerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y hasido hallado. Y comenzaron la fiesta” ( Lucas 15, 1-3. 11-24)

Dios que es amor, misericordia, perdón, perdonanuestro abandono, nos busca, abre sus brazos paraacogernos, nos estrecha contra su corazón lleno deamor y de bondad, cura nuestras heridas, regeneranuestra vida, nos reintegra a su familia, nos da unanueva oportunidad de ser felices de verdadaceptando su amor, y nos invita a que nosotrostambién perdonemos a quien nos ha ofendido enalgo, a quien nos ha hecho algún daño.

El amor al prójimo “como a nosotros mismos”incluye el perdón, de lo contrario no es amorverdadero. Porque nos ama, Dios nos perdona, porqueamamos a Dios y amamos a los demás, tenemostambién que perdonar a quienes nos ofenden y a

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quienes nos causan daño; desechar de nuestrocorazón todo odio, resentimiento, rencor, tododeseo de venganza, toda actitud violenta odesconsiderada. Los textos bíblicos son bien clarosen esto, para que no nos queden dudas:

“Recuerda los mandamientos, y no tengas rencor atu prójimo, recuerda la alianza del Altísimo, y pasapor alto la ofensa” (Eclesiástico 28, 7)

“Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lopidas, te serán perdonados tus pecados”(Eclesiástico 28, 2)

“Sea cual fuere su agravio, no guardes rencor alprójimo, y no hagas nada en un arrebato deviolencia” (Eclesiástico 10, 6)

“La prudencia del hombre domina su ira, y su gloriaes pasar sobre una ofensa” (Proverbios 19, 11)

Y también lo dijo Jesús:

“Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar, teacuerdas de que un hermano tuyo tiene algo quereprocharte, deja tu ofrenda allí, delante del altar, yvete primero a reconciliarte con tu hermano; luegovuelves y presentas tu ofrenda” (Mateo 5, 23).

Para acercarnos a Dios con el corazón limpio y biendispuesto, debemos estar en paz con los hermanos.

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El amor a Dios no es sincero, honesto, veraz,cuando prescinde del amor a los hermanos, y por lotanto, también, cuando prescinde del perdón.

El amor al hermano, que incluye el perdón, está porencima de cualquier acto de culto, de cualquiersacrificio, de cualquier oración, porque en sí mismoes el mayor acto de amor a Dios, la mejor oración,el más grande honor. Jesús lo dijo muy claramente,citando los textos de los profetas:

“Vayan, pues, y aprendan, qué significa aquello de:“Misericordia quiero y no sacrificios” “ (Mateo 9, 13)

El ejemplo más grande de amor y de perdón lotenemos en Jesús mismo, en sus palabras nacidasen lo más profundo de su corazón adolorido, ypronunciadas desde lo alto de la cruz:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”(Lucas 23, 34).

En medio de su sufrimiento y a pesar de él, Jesús,movido por su amor a Dios y a todos nosotros, acada uno en particular, perdonó a sus acusadoresmentirosos, a los gobernantes débiles que locondenaron a muerte, al discípulo traidor que loentregó a sus enemigos, a los amigos que sedejaron llevar por el miedo y lo abandonaron; a losverdugos que ejecutaron la pena, y a todo el puebloque escuchó sus palabras y presenció sus milagros,

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y no fue capaz de defenderlo.

En el perdón generoso Jesús encontró las fuerzasque necesitaba para resistir hasta el final su crueltormento.

El amor que sabe perdonar es el único y verdaderoamor; el amor que procede de Dios y es de Dios.

EL PERDÓN VISTO DESDE LA FE

“Toda actitud de ira, cólera, gritos,maledicencia y cualquier clase de maldad,

desaparezca de entre ustedes. Sean más bien buenos entre ustedes,

entrañables, perdonándose mutuamentecomo los perdonó Dios en Cristo”

(Efesios 4, 31-32).

• ¿Cómo podríamos definir el perdón? • ¿Qué significa perdonar?

En el lenguaje corriente, “perdón” y “perdonar”,significan, como explica el diccionario, remitir unadeuda o injuria. Y “remitir” significa dejar, aplazar,suspender, conmutar, rebajar. En el “lenguajecristiano”, el lenguaje de la fe, que va más allá, yque es el que nos interesa porque es el lenguaje deJesús, “perdón”, “perdonar” quieren decir: olvidar,

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indultar, borrar, absolver.

Cuando Dios perdona nuestras faltas contra suamor de Padre, “borra de su mente, de su corazón”,nuestras acciones equivocadas y nuestrasomisiones, las “olvida” para siempre; nos absuelve,nos indulta, y además de eso, nos regenera, nosreconstruye, nos da una nueva vida, nos salva. Elamor de Dios “destruye” nuestro pecado y nos “re-crea” en el bien.

Cuando nosotros “perdonamos a alguien”, lo quetenemos que hacer, siguiendo el ejemplo que Diosnos da, es borrar definitivamente, de nuestra mentey de nuestro corazón, todo rastro de odio, deresentimiento, frente a esa persona y frente a laofensa que de ella recibimos; nos reconciliamos, esdecir, restauramos – en la medida de lo posible – larelación que perdimos a causa de la ofensa, yrenovamos, damos nueva vida, al amor que naceen nuestro corazón y que ilumina todos nuestrosactos.

Perdonar de verdad, con el corazón, es:• recordar sin odio,• cancelar los recuerdosdesagradables,• ser conscientes de que tambiénnosotros hemos sido perdonados,• seguir el ejemplo de Jesús que

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vino a ofrecernos el perdón de Dios,• darle una nueva oportunidad alamor.

Perdonar de verdad, con el corazón, es:• volver a empezar cada día sinrencores ni resentimientos,• dar más importancia a lasactitudes de amor y de entrega, que a lasacciones aisladas que nos molestan,• hacer el inventario de los buenos

momentos en la amistad, dejandode lado los momentos difíciles.

Perdonar de verdad, con el corazón, es:• ponerse en la piel del otro parasaber lo que siente y comprender lo quehace y por qué lo hace,• dejar de considerarnos a nosotros

mismos como el “centro delmundo”, y empezar a pensar “en serio” enlos demás,• tomar conciencia de que los seres

humanos somos débiles yfallamos, muchas veces sin quererlo.

El acto de perdonar trae en sí mismo larecompensa: paz interior, tranquilidad deconciencia, buenas relaciones con quienes nosrodean, alegría profunda, y buenas relaciones con

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Dios, hacia quien deben estar ordenados siemprenuestra vida y nuestro obrar.

Cuando perdonamos de corazón a quien de unmodo u otro nos ha fallado en algo:

• nos hacemos más “dignos” del amor ydel perdón de Dios,• crecemos como personas, nos

“humanizamos”,• mostramos con obras que queremosser verdaderos seguidores de Jesús,• damos lugar a la fraternidad,• abrimos espacios nuevos a la amistad yal amor,• creamos las condiciones necesariaspara que haya paz, primero en nuestropropio corazón, y en segundo lugar, en elambiente en que vivimos: en nuestrafamilia, en el lugar de trabajo, en el barrio, enla ciudad, en el país, en el mundo.

• ¿Cuántas veces tenemos que perdonar?

El Evangelio nos cuenta que en una ocasión, Pedrose acercó a Jesús y le preguntó:

“Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar lasofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta sieteveces?”

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Entonces, mirándolo a los ojos, Jesús le respondió:

“No te digo hasta siete veces, sino hasta setentaveces siete” (Mateo 18, 21).

Los rabinos de Israel enseñaban que había queperdonar las injurias hasta tres veces. Pedro,aumentando el número hasta siete veces, quisotener un rasgo de generosidad delante de Jesús.Pero Jesús fue mucho más allá de lo que todos losque lo oían estaban pensando, y con su respuestafue claro en decir que el perdón, como el amor, nose puede medir, que hay que perdonar siempre yperdonar de corazón, como Dios perdona todasnuestras infidelidades.

La medida del perdón al otro es el perdón de Dios,y el perdón de Dios es ilimitado, infinito,completamente gratuito. Nos lo enseña Jesús:

“Sean compasivos, como su Padre es compasivo.No juzguen y no serán juzgados, no condenen y noserán condenados; perdonen y serán perdonados.Den y se les dará: una medida buena, apretada,remecida, rebosante pondrán en el halda de susvestidos. Porque con la medida con que midan seles medirá” (Lucas 6, 36-38)

“Amen a sus enemigos y rueguen por los que lospersiguen, para que sean hijos de su Padrecelestial, que hace salir su sol sobre malos y

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buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque siaman a los que los aman, ¿qué recompensa van atener? ¿No hacen eso mismo también lospublicanos? Y si no saludan más que a sushermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No haceneso mismo también los gentiles? Ustedes, pues,sean perfectos como es perfecto su Padre celestial”(Mateo 5, 44-48)

Hay que perdonar siempre y hay que perdonarlotodo, hasta lo que a primera vista nos pareceimposible perdonar. ¿Difícil? ¡Claro que si!Perdonar es difícil, pero no es imposible. Todo esposible para el que ha puesto su confianza en elSeñor; todo es posible para el que ama.

• ¿Cómo debe ser el perdón para que seaverdadero?• ¿Cuáles son las características fundamentalesdel perdón?

Para que el perdón sea verdadero y produzca elefecto que debe producir debe tener algunascaracterísticas especiales. Estas característicasson:

1. El perdón tiene que ser ante todo un perdónsincero, limpio, transparente, sin sombra dehipocresía, nacido en lo más profundo delcorazón, donde cada uno es lo que es. Unperdón aparente, mentiroso, falso, sólo

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engaña a quien pretende darlo.

2. El perdón tiene que ser un perdón total, queabarque completamente la ofensa recibida;un perdón absoluto, íntegro. El perdón apedacitos, porcionado, esto sí y esto no, noes perdón ni es nada.

3. El perdón tiene que ser un perdóngeneroso, desinteresado, un perdón sinlímites ni excusas, sin exclusiones niclasificaciones, sin condiciones ni regateos.

4. El perdón tiene que ser un perdón humilde,recatado, modesto, sin manifestacionesespectaculares, sin ruido, sin exigencias. Elorgullo y el perdón son incompatibles, seexcluyen mutuamente. El orgullo no deja seral perdón; no “perdona” de verdad.

5. El perdón tiene que ser un perdón radical,que vaya a la raíz de la ofensa recibida, a laraíz del dolor que dicha ofensa causó; unperdón que no deje lugar al resentimiento, ala venganza, al desquite, que se introducenen el corazón por cualquier resquicio.

6. El perdón tiene que ser un perdónprofundo, íntimo, que nazca en lo máshondo del corazón y sea una necesidadsentida y vivida plenamente,

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conscientemente.

7. El perdón tiene que ser un perdónsilencioso, callado, sencillo, que no hacealardes, que no se hace “sentir”, que nobusca aparecer.

8. El perdón tiene que ser un perdón claro ycontundente, un perdón efectivo, que semanifieste en palabras, obras y actitudesconcretas; que quien sea perdonado sepaque lo es, que sea consciente del perdón querecibe. Un perdón oculto no es verdaderoperdón.

9. El perdón tiene que ser un perdón delicado,que no hiera la dignidad de quien lo recibe.

10. El perdón tiene que ser un perdónmisericordioso, compasivo; un perdón queva más allá de sí mismo y se convierte enamor misericordioso que ayuda al otro alevantarse de su caída, que lo reconstruyepor dentro, que le devuelve la confianza y losana.

• ¿A quién o a quiénes tenemos que perdonar?

Si lo que buscamos con el perdón es las heridas delcorazón y de la vida, rehacernos por dentro, yalcanzar la tranquilidad espiritual que nos permita

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ser felices, tenemos que perdonar a todas laspersonas que de alguna manera nos han fallado, atodas las personas contra quienes tenemos algúnsentimiento negativo, aunque ellas mismas no nospidan que les perdonemos, o no sean conscientesdel dolor que nos causaron; y también perdonarnosa nosotros mismos, nuestras falencias y nuestroserrores.

Cuando se trata de perdonar no podemos excluirnada, ni tampoco a nadie. El perdón conexclusiones no es verdadero perdón y por lo tantono produce en nosotros el efecto que buscamos. Yalo dijimos al comienzo: tenemos que perdonarnos anosotros mismos nuestras fallas, nuestros errores,nuestros fracasos; perdonar a los demás, perdonartambién a la vida, a las circunstancias de nuestrahistoria personal, que han sido negativas paranosotros, y nos han hecho sufrir.

Perdonar de corazón es un “buen negocio”, nosevita problemas que pueden llegar a ser realmentegraves. Jesús nos lo dice claramente en elEvangelio:

“Ponte en seguida a buenas con tu adversario,mientras vas con él por el camino; no sea que tuadversario te entregue al juez, y el juez al alguacil,y se te meta en la cárcel” (Mateo 5, 25).

Es mejor perdonar cuando todavía estamos a

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tiempo, que enfrentar las consecuencias nefastasque trae la discordia.

El perdón sana las heridas del corazón que puedenllegar a ser irreparables si se prolongan en eltiempo. Impide que los resentimientos produzcan orevivan enfermedades físicas y mentales. Estácomprobado científicamente que cuandoguardamos rencores en el corazón, lasenfermedades físicas y/o mentales que padecemos,atacan con más fuerza y deterioran másrápidamente nuestro organismo.

El perdón nos devuelve la paz espiritual,fundamento de la verdadera felicidad. El perdón,cuando es sincero, cuando brota de lo másprofundo del alma, brinda oportunidadesmaravillosas de crecimiento personal y renueva laamistad haciéndola más fuerte y duradera.

Hay que mantener el corazón abierto al perdón,para darlo y para recibirlo. Los cristianos, comodiscípulos de Jesús, estamos llamados a perdonarsiempre y a perdonar por amor. Nos lo dice SanPablo en su Carta a los fieles de Colosas:

“Revístanse, pues, como elegidos de Dios, santos yamados, de entrañas de misericordia, de bondad,de humildad, mansedumbre, paciencia,soportándose unos a otros y perdonándosemutuamente, si alguno tiene queja contra otro.

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Como el Señor les perdonó, perdónense tambiénustedes,. Y por encima de todo esto revístanse delamor que es el vínculo de la perfección”(Colosenses 3, 12-14)

Cuando somos capaces de perdonar nosparecemos a Dios que perdona siempre nuestrasculpas y pecados.

Cuando somos capaces de pedir perdón, nosparecemos a Jesús que entregó su vida pornosotros, para alcanzarnos el perdón de Dios.

Cuando perdonamos de corazón y cuando pedimosperdón, realmente arrepentidos del mal quehicimos, somos más personas, más humanos, máscristianos, y estamos más cerca de llegar a ser loque Dios quiere que seamos: imagen viva de Jesús,su Hijo muy amado.

Unas palabras para pensar una y otra vez, respectoa este tema del perdón, son las que nos dice AtilanoAlaiz en su libro “Felices los generosos”:

“Creer en Jesucristo es confiar en el perdón, essentirse perdonado constantemente y tratar demerecer el perdón estimando y perdonandoincansablemente a los demás” (Atilano Alaiz,“Felices los generosos”. Ediciones Paulinas,Segunda edición, 1981. Página 140)

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PERDONA LO QUE TENGAS QUE PERDONAR

“Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.

Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve hacia ti diciendo: -

“Me arrepiento”, le perdonarás” (Lucas 17, 3).

Todos tenemos algo – mucho o poco – quéperdonar, y también algo por lo que debemos pedirperdón a otro o a otros: un engaño, una injusticia,un desprecio, una burla, una actitud que denotafalta de amor, una desatención, un descuido, unaofensa contra el honor personal, una actitudviolenta, una mentira, en fin.

Y también tenemos algo que perdonarnos anosotros mismos: debilidades de todo tipo,carencias y limitaciones físicas y espirituales,miedos, frustraciones, sentimientos de culpa, y engeneral todo aquello que nos impide ser comoqueremos ser, actuar como queremos actuar, llegaradonde queremos llegar. El perdón, como el amor,es un elemento que juega un papel fundamental ennuestra vida de cada día, en todos los sentidos.

Perdonamos a los otros, sinceramente, de corazón,

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para que la ira, los odios, los rencores, losresentimientos, las separaciones, los disgustos, losdeseos de venganza, las actitudes violentas, no seprolonguen indefinidamente en nuestra vida, contoda la carga negativa que conllevan y que nosdesgasta sicológica y espiritualmente.

Nos perdonamos a nosotros mismos, sinceramente,de corazón, con sencillez, con humildad, para quelos sentimientos de culpa no nos conduzcan a ladesesperación; para que los fracasos y las caídasno nos aten ni nos esclavicen; para que los miedosno nos limiten y nos hagan claudicar; para fortalecernuestro espíritu, para hacernos verdaderamentelibres, señores de nuestro pasado, de nuestropresente y de nuestro porvenir.

Perdonamos a los otros, nos perdonamos anosotros mismos, y pedimos perdón por el mal quehemos hecho, por el dolor que hemos causado aotros. Tan importante como perdonar es pedirperdón a quien hemos ofendido de alguna manera,y también pedir perdón a Dios, Dueño y Señor denuestra vida, por nuestras infidelidades a su amor,por no ser lo que Él quiere que seamos, por noamar como Él quiere que amemos.

No es fácil perdonar; al menos no lo es tanto comonos gustaría que fuera. Pero sí es posible, y másque posible, es necesario y urgente, de manera

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particular en nuestro tiempo, ahora, cuando pareceque el odio, la venganza, la violencia, van ganandoun lugar importante en el mundo, y la tolerancia, lafraternidad, la solidaridad, el buen entendimientoentre los hombres y los pueblos, están pasando aun segundo plano.

El corazón humano, creado por Dios a imagen ysemejanza suya, para amar y ser amado, estállamado a perdonar y a pedir perdón, con sencillez,con humildad, sinceramente; sólo hace falta quererhacerlo. El perdón es cosa de la voluntad más quede los sentimientos; de la inteligencia más que de lapiel.

Pero perdonar no es algo que se consigue de undía para otro, ni tampoco algo que se da de una vezy para siempre. Al contrario, lleva tiempo, es unproceso lento que hay que vivir paso a paso, paraque sea efectivo y duradero. Perdonar es unproceso que hay que repetir una y otra vez,insistentemente, cada que nos sentimos ofendidos.Por eso mientras más rápidamente empecemos acaminar por el camino que conduce a él, muchomejor para nosotros y para nuestra vida.

El perdón es algo que no se debe ni se puedeposponer, porque cada día que pasa sin que lobusquemos, sin que trabajemos para hacerlorealidad en nuestra vida, es un día más de dolor, y

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ya sabemos lo que puede significar un día en lavida de una persona que está enferma o que sufrepor cualquier motivo. • ¿Qué necesitamos para perdonar a quien nosha hecho daño?• ¿Qué necesitamos para perdonarnos anosotros mismos?

La respuesta es más sencilla de lo que parece asimple vista. Para perdonar de verdad, con unperdón total, generoso, radical, sincero y profundo,salido del corazón, necesitamos, primero que todo,la ayuda de Dios, que nos ama con un amormisericordioso, capaz de perdonar todas nuestrasinfidelidades, y capaz también de comunicarnos, departiciparnos, ese amor y ese perdón.

No hay duda. El perdón, igual que el amor, es undon gratuito de Dios, una gracia que Dios nos da yque nosotros tenemos que pedir con insistencia, delmismo modo que pedimos el don de la fe. Un don,una gracia que tenemos que acoger con los brazosabiertos y el corazón bien dispuesto, y hacerfructificar en obras concretas, en actos concretos deamor y de perdón; porque el amor y el perdónverdaderos tienen que ir mucho más allá de laspalabras, a los hechos, a la vida.

Amamos porque Dios – que es amor – nos ama, yporque además – por medio de su Espíritu,

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presente en nosotros – nos da la capacidad deamar; perdonamos porque Dios nos perdona, eigualmente – por medio de su Espíritu -, nos hacecapaces de perdonar, nos impulsa a perdonar aquienes nos han hecho mal.

El amor y el perdón de Dios por nosotros son, sinlugar a dudas, un amor y un perdón “provocadores”,un amor y un perdón que nos impulsan a amar y aperdonar con la misma fuerza, intensidad, prontitudy eficacia con la que somos amados y perdonados.

Siendo así, es indiscutible que para aprender aperdonar de verdad, necesitamos mantener unaíntima y profunda relación con Dios; una relaciónsostenida y enriquecida con la oración intensa,insistente, confiada, pidiendo las fuerzas especialesque en nuestra debilidad necesitamos, primero paraamar, y segundo para profundizar el amor en elperdón. Es Dios, movido por nuestra oración, quiennos da la humildad que necesitamos para perdonary para pedir perdón por nuestras fallas, a quienessufren o han sufrido por nuestra causa.

La oración constante y ferviente, la relación íntima yprofunda con Dios, es un elemento fundante delperdón, porque hace crecer en nosotros el amor, yel amor es el lugar donde nace y crece el perdón.De eso no hay ninguna duda. El ejemplo más claroy concreto de esto que afirmamos es Jesús de

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Nazaret. ¿Cómo pudo llegar Jesús a perdonar a susverdugos en lo alto de la cruz? Sencillamenteporque su intimidad con Dios, nacida y fortalecidaen la oración constante, hizo crecer en su corazónel amor y lo identificó con Él, y en este amor y estaidentificación con Dios, Jesús se hizomisericordioso, compasivo, capaz de dar la vida poramor y capaz también de perdonar. Lo mismopuede suceder con nosotros.

Recuerda siempre estas palabras de Jesús: “Si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas,su Padre celestial les perdonará también a ustedes,pero si no perdonan a los hombres, tampoco suPadre les perdonará las suyas” (Mateo 6, 12).

Y esta parábola:

“El Reino de los cielos es semejante a un rey quequiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar aajustarlas le fue presentado uno que le debía diezmil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenóel señor que fuera vendido él, su mujer y sus hijos,y todo cuanto tenía, y que se le pagara. Entonces elsiervo se echó a sus pies y llorando le decía: tenpaciencia conmigo que todo te lo pagaré.

Movido a compasión el señor de aquel siervo lodejó en libertad y le perdonó la deuda.

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Al salir de allí, aquel siervo se encontró con uno desus compañeros que le debía cien denarios, loagarró y ahogándolo le decía: paga lo que debes.Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba:ten paciencia conmigo que yo te pagaré. Pero él noquiso sino que fue y lo echó a la cárcel hasta quepagara lo que debía.

Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieronmucho, y fueron a contar a su señor todo losucedido. Su señor entonces lo mandó llamar y ledijo: - Siervo malvado, yo te perdoné a ti todaaquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debíastambién compadecerte de tu compañero, del mismomodo que yo me compadecí de ti? Y encolerizadosu señor, lo entregó a los verdugos hasta quepagara todo lo que debía.

Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial sino perdonan de corazón cada uno a su hermano”(Mateo 18, 23 ss).

Dios, que es infinitamente generoso al perdonarnos,nos pide también misericordia y generosidad paracon quien nos ha ofendido en algo.

Cuando no perdonamos a los demás, cerramosnuestro corazón al perdón de Dios. Entoncespreferimos la oscuridad del odio, del rencor, delresentimiento, que sin duda nos dañan, a la luz del

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amor y de la bondad, a la alegría de lareconciliación, y a la esperanza que nos comunicala amistad. Un mal negocio para nosotros desdetodo punto de vista.

Pero pasemos de las palabras a los hechos, de lateoría a la práctica. Hagamos realidad en nuestravida el perdón, expresión privilegiada del amor queDios ha puesto en nuestro corazón.

EJERCICIO PARA COMENZAR A HACER REALIDAD

EN TU VIDA EL PERDÓN

1. Igual que lo hemos hecho antes, saca un tiempolargo para estar contigo mismo, en silencio ysoledad, un tiempo para poner a funcionar en tucorazón, en tu vida, los mecanismos internos que tehagan posible perdonar de una vez por todas, lasofensas recibidas que todavía te duelen, y lasdebilidades y limitaciones propias de tu naturalezahumana.

2. Eleva tu pensamiento a Dios y pídele con fe quete conceda el don de perdonarte a ti mismo tusflaquezas y errores, y de perdonar a los demás.

3. Visualiza en tu mente, una a una, las personascontra quienes tienes en tu corazón sentimientos

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negativos, las personas que te “caen mal” conrazón o sin ella, las personas que te han causadoalgún dolor. Míralas a los ojos. Intenta verlas conlos ojos con que las mira Dios; ojos compasivos,ojos misericordiosos, ojos llenos de amor, ojos dePadre-Madre. Considera el mal que te causaron sinaumentarlo, en su justa dimensión. Generalmentecuando alguien nos hiere tendemos a exagerar,tomando el lugar de víctimas, y es precisamenteesto lo que más daño nos hace, lo que hace creceren nuestro interior los resentimientos, los odios yrencores que poco a poco minan nuestras energíasespirituales.

4. Piensa también en el mal que tú mismo hashecho a esas personas o a otras. Piensa cómotambién tú has ofendido, has dañado, has herido, ycómo has sido perdonado. Y piensa sobre todo, enel perdón que Dios te ha dado y te sigue dando pormedio de Jesús y de su sacrificio salvador.

5. Intenta ahora pensar en algo bueno para ti o paraotros, que se haya derivado de la ofensa querecibiste, del mal que te hicieron. Losacontecimientos dolorosos, los sufrimientos quepadecemos por diferentes causas, no son nuncahechos totalmente negativos; aunque parezca difícilde creer, siempre traen consigo un bien, y un biengeneralmente mayor que el mal que provocaron;considera, por ejemplo, el “asesinato” de Jesús en

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la cruz, un hecho totalmente injusto y blasfemo; porél Dios nos dio la salvación, el perdón de nuestrasculpas y pecados. Si no encuentras nada en estesentido, piensa entonces en algo bueno que te hayadado esa misma persona contra quien ahora tienesuna queja; prefiere recordar este hecho positivo.

6. Vuelve a visualizar a quien o a quienes te hanofendido y pon toda tu voluntad en perdonarlo operdonarlos de todo corazón, como si Dios mismote lo estuviera pidiendo ¿Serías capaz de negarleesto a Dios? Sana su memoria, su recuerdo y elrecuerdo de la ofensa recibida. Ponlo todo en lasmanos amorosas de Dios, Padre tuyo y Padretambién de quien te ofendió.

7. Hazte el propósito firme de no detenerte nuncamás a “rumiar” el recuerdo de tu sufrimiento, de unamanera masoquista. Deja el pasado en el pasado ysigue adelante, el futuro te espera.

8. Termina con una sencilla oración pidiendo a Diosla fuerza que necesitas para perdonar sinceramentea quien o quienes tienes que perdonar. TambiénMaría, que tuvo que vivir la muerte violenta de suHijo Jesús en medio de crueles tormentos, te puedeayudar a perdonar como perdonó ella y a sanartodas las heridas de tu corazón.

Repite este ejercicio cuantas veces te seanecesario, y con las variantes que consideres

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importantes para tu caso particular. Puede ser muyútil, por ejemplo, hacer un ritual en el que primeroanotes todo lo que sientes que debes perdonar, yluego lo quemes en el fuego – signo de destruccióny también de purificación -, para que “desaparezca”de tu vida, para que “ya no exista más” ni en tumente ni en tu corazón

BIENAVENTURADOS LOS QUE SABEN PERDONAR

“Viendo la muchedumbre, Jesús subió al monte, sesentó, y los discípulos se le acercaron. Y tomandola palabra, les enseñaba diciendo:“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellosalcanzarán misericordia (Mateo 5, 1-2.7).

“Sean misericordiosos como su Padre celestial esmisericordioso. No juzguen y no serán juzgados, nocondenen y no serán condenados. Perdonen yserán perdonados. Den y se les dará: una medidabuena, apretada, remecida... Porque con la medidaque midan se les medirá a ustedes” (Lucas 6, 36-38)

Bienaventurados, felices, dichosos, alegres...para siempre... los que tienen un corazón grandepara amar, para comprender,

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para compadecerse, para servir, para perdonar...

Bienaventurados, felices, dichosos, alegres...para siempre... los que ponen el amor y el perdóncomo principio y norma de sus relacionesinterpersonales, de su vida entera;

los que aman de corazón, los que perdonan sinceramente a quien los ha

ofendido; los que no guardan rencor en su alma; los que no se dejan llevar por los resentimientos; los que no caen en el engaño de la venganza.

Bienaventurados, felices, dichosos, alegres...para siempre... los que comprenden las debilidadesy limitaciones de los demás y no las convierten enmotivo de discordia; los que evitan a toda consta las rencillas y

disputas que separan; los que saben olvidar; los que son tolerantes; los que están convencidos de que la violencia

no arregla nada; los que buscan la paz y trabajan duro para

conseguirla.

Bienaventurados, felices, dichosos, alegres...para siempre... los que entienden que no sólo se

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trata de perdonar, sino también y muyespecialmente de reconocer las propias fallas ysaber pedir perdón a quienes hemos ofendidovoluntaria o involuntariamente, y lo ponen enpráctica en su vida diaria.

Bienaventurados, felices, dichosos, alegres...para siempre... porque Dios será misericordiosocon ellos,

perdonará todas sus culpas, los socorrerá con su gracia, iluminará su corazón con la luz de su amor

infinito y maravilloso, los llenará de paz y de esperanza.

Bienaventurados, felices, dichosos, alegres...para siempre... porque Dios se dará a ellos, y en Élencontrarán todo lo que buscaban, lo que sucorazón anhelaba.

MARÍA, MADRE Y MAESTRA DEL PERDÓN

“Junto a la cruz de Jesús estaban su madrey la hermana de su madre,

María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.Jesús, viendo a su madre,

y junto a ella al discípulo a quien amaba,dice a su madre: - Mujer, ahí tienes a tu hijo.

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Luego dice al discípulo: - Ahí tienes a tu madre.

Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Juan 19, 25-27)

Los evangelistas no dicen nada al respecto; sinembargo, es un hecho fácil de deducir partiendo delmismo Evangelio, y concretamente del pasajecitado del Evangelio de Juan: la actitud de María alpie de la cruz de Jesús es una actitud de amor y deperdón. Amor profundo, inigualable, por Jesús, suhijo, el hijo de sus entrañas y de su amor a Dios;amor y perdón para quienes lo habían condenado alhorrible suplicio de la cruz y para quienesejecutaban la pena. Su presencia silenciosa esclara muestra de este amor que perdona.

María sufre inmensamente por los dolores físicos ymorales de su Hijo: el dolor de los clavos, el dolorde los latigazos de la flagelación, el dolor de lacorona de espinas, el dolor de las burlas, el dolor dela soledad, el dolor de la traición, el dolor de lainjusticia cometida contra él. Sufre en silencio, enactitud humilde, en contemplación amorosa. Sufresin hacer reclamos, sin oponer resistencia, sindenunciar culpables, sin acudir a la violencia. En sudolor no existe ni el más mínimo rastro de odio, derencor, de deseo de venganza. Su dolor es un dolorpacífico, un dolor que ama, un dolor que perdona.

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María mira con sus ojos llenos de lágrimas a Jesúscrucificado, aparentemente derrotado, sometido atoda clase de burlas, ofendido, humillado, golpeado,y repite con él, en lo más íntimo de su corazón y desu fe, las palabras que escucha de sus labiosexánimes: “Padre, perdónales, porque no saben loque hacen” (Lucas 23, 34).

El corazón de María es un corazón que ama conintensidad, profundamente, generosamente; y conla misma intensidad, con la misma profundidad, conla misma generosidad, sabe perdonar a quienes lecausan dolor más grande que ha sentido jamás: vermorir a su hijo muy amado de aquella manera.

María es nuestro modelo de amor y de perdón en elsufrimiento y a pesar de él.

María es nuestro modelo de amor y de perdón alestilo de Dios, en Jesús.

María es el modelo de amor y de perdón para todaslas personas que sufren hoy por la muerte violentade uno de sus familiares. Modelo para las madresque ven morir a sus hijos inocentes e indefensos.Modelo para las esposas que ven morir a susesposos sin poder hacer nada para salvarlos.Modelo para los hijos que ven morir a sus padres yquedan solos y desamparados. Modelo para loshermanos que ven padecer y morir a sus hermanos.

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Pídele a María que te enseñe a perdonar decorazón a los que te causan daño, como ella supoperdonar a los asesinos de su Hijo Jesús.

PARA PENSAR Y ACTUAR...

El perdón es, en un primer momento, un actode control mental; implica no poner atención a laofensa recibida, “olvidarla”, desligarse de ella,dejarla a un lado como si no hubiera existido; laofensa y la persona que la causó.

Perdonar es dar al otro – a quien nos hizodaño, voluntaria o involuntariamente – y también anosotros mismos, una nueva oportunidad en la vida,en las relaciones, en la amistad, en el amor.

Hay un perdón que podríamos llamar“intencional”, que parte de la voluntad: quererperdonar y hacer todo lo posible para conseguirlo;este perdón es – según los moralistas – suficientepara poder acercarnos a recibir los sacramentos.

También hay un perdón “emocional”, de lossentimientos; no siempre es posible; no todas laspersonas pueden lograrlo. Es un perdón máshondo, más verdadero, más grande.

El perdón que tiene raíces más profundas es elque se fundamenta en la comprensión del otro, en

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la aceptación de su realidad, de su forma de ser, desus circunstancias particulares, de sus limitaciones.

Para perdonar no se necesita tener un poderespecial, un don especial; sólo se requiere el poderde Dios, el poder que da la fe.

El perdón cristiano es un perdón en Jesús y porJesús. En Jesús, Dios Padre perdona nuestropecado; por Jesús, por su amor, aprendemos lanecesidad de perdonar y perdonamos a quien noscausa algún mal.

No tenemos que esperar a que nos pidanperdón para perdonar. El perdón, como el amor,debe ser gratuito, espontáneo, generoso... y rápido.

El rencor, el resentimiento, el odio, la envidia, lavenganza, son una verdadera locura, porquedestruyen a quien los siente en su corazón, y no –como se esperaría – a quien son dirigidos.

El perdón, cuando es verdadero, opera en dossentidos: comunica alegría y paz, tanto a quien loda como a quien lo recibe.

Perdonar siempre tiene sentido, siempre vale lapena, aunque muchas personas te digan locontrario, aunque a ti mismo muchas veces teparezca que no es así.

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No es necesario perdonar ni pedir perdón conpalabras. También podemos sentir y dar como signode perdón un saludo, una sonrisa, una miradaafectuosa, una aproximación, una palabra especial,un silencio elocuente y oportuno.

Puede pasar que después de haber perdonado,intempestivamente, sin saber cómo, vuelve a surgiren el corazón el sentimiento de la ofensa recibida.No importa, Dios nos entiende. Además, siemprepodemos repetir una y mil veces la intención, eldeseo, el acto de perdonar.

Es capaz de perdonar de verdad, sólo quienrenuncia a la tentación de la superioridad, a latentación de sentirse mejor que el otro

El perdón es, en última instancia, certeza deque en todos los seres humanos, sean quienessean, existe una bondad básica, fundamental, y quenadie hace el mal por el mal mismo, ni con la únicaidea de dañar a alguien.

El perdón humano – el que damos a los otros -es una consecuencia del perdón gratuito que nosda Dios, de su amor misericordioso, sin condicionesni exclusione.s

El perdón verdadero se complementa conamor efectivo, de actos concretos.

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UNA EJEMPLO PARA SEGUIR...

Un ejemplo de perdón: el de Juan Pablo II al turcoAlí Agca, quien intentó asesinarlo el 13 de Mayo de1981.

Tiempo después de haber sido atacado en la Plazade san Pedro, mientras realizaba una AudienciaGeneral; cuando ya se había repuesto de susgravísimas heridas, que lo pusieron al borde de lamuerte, Juan Pablo II visitó en la cárcel a quienhabía intentado asesinarlo.

El encuentro fue difícil para el mismo Alí Agca, queno entendía por qué quien había sido su víctimahabía pedido verlo y hablar con él, en unaentrevista privada. El Papa, en cambio, se mostrósiempre sereno, dueño de sí mismo, y muybondadoso.

La entrevista fue seguida de lejos por las cámarasde la televisión del mundo entero y lo único quequeda para la historia son sus imágenes,profundamente dicientes y conmovedoras. Eldiálogo que hubo entre ambos nadie pudoescucharlo, porque el Papa lo exigió así.

Al terminar la entrevista, ambos – víctima yvictimario – se dieron un estrecho abrazo; un

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abrazo de perdón por parte del Papa y un abrazo -tal vez, no lo sabemos con certeza - dearrepentimiento y conversión de parte de Alí.

Juan Pablo II nos demostró que sí es posibleperdonar de corazón.

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ORACIÓN PARA PEDIR LA GRACIA DE APRENDER A PERDONAR DE CORAZÓN

“Y cuando se pongan de pie para orar, perdonen, si tienen algo contra alguno, para que también su Padre que está en los cielos,

les perdone sus ofensas” (Marcos 11, 25)

Padre Dios, fuente de todo amor y de todo perdón,que me amas más que nadie,y que me perdonas cuando me olvido de tu amorinfinito,enséñame a perdonar de corazón a todos los que me han hecho daño, y a los que me lo harán en el futuro,con un corazón sincero y generoso.

Jesús, Hijo amado de Dios, Maestro del amor y del perdón,enséñame a perdonar a todos sin distinción, sin importar el daño que me hayan hecho;una y mil veces, siempre que sea necesario;enséñame a perdonarles aunque no me pidanperdón;aunque ni siquiera se hayan dado cuenta de que me han ofendido;

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enséñame a perdonarles aunque el dolor que me causen sea cada vez mayor.

Espíritu Santo, Espíritu de Amor,fortalece mi corazón con tu presencia,ilumina mi mente con la luz de tu sabiduría, bendíceme con tus dones y tus gracias, para que mi amor y mi perdón sean siempre limpios, sinceros, generosos, y constructivos. Enséñame a cambiar el rencor por amor, el mal por el bien.Enséñame a amar y a perdonar como sólo Tú que eres Dios, sabes hacerlo.Hoy y siempre. Amén.

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5. LA ESPIRITUALIDAD, CLAVE PARA SANAR EL CORAZÓN

“Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro

para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria

es de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados,

perplejos, mas no desesperados;perseguidos, mas no abandonados;

derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos

por todas partes, el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús

se manifieste en nuestra carne mortal” (2 Corintios 4, 7-11)

Muchos autores coinciden en afirmar que el gransecreto para sanar las heridas del corazón y de lavida, es el recurso a lo espiritual, es decir, elejercicio de la espiritualidad. De esta afirmaciónsurgen dos preguntas importantes:

• ¿A qué llamamos espiritualidad?... ¿Cómopodríamos definirla?...• ¿Cómo se vive la espiritualidad hoy?

Sin entrar en discusiones que no vienen al caso,

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podemos decir que la “espiritualidad” es lacapacidad que tenemos los seres humanos detrascender, de ir más allá de nosotros mismos, desublimar, de referir todo, en nuestro propio ser, ennuestra vida, y en el mundo y en la historia delmundo, a Dios, Creador y Señor de todo cuantoexiste.

La espiritualidad es la capacidad que tenemos losseres humanos de salir de nosotros mismos, denuestra carne y sangre, de lo que vemos ysentimos, de nuestros pensamientos y de nuestrossentimientos; la capacidad que tenemos de orientarnuestro ser y nuestra vida a Dios, en quien se fundanuestra existencia y la existencia de todo lo que nosrodea; la capacidad que tenemos de dejarnos llevar,conducir, guiar, motivar, fortalecer, por el Espíritu deDios que habita en nosotros, palpita en nuestrocorazón, vive en nuestra vida.

El hombre “espiritual” y la mujer “espiritual” sonaquellos que han descubierto que su ser, su vida,es mucho más que el cuerpo que “tienen”, que elcuerpo que “son”, mucho más que suspensamientos y sus sentimientos, mucho más quecomer y dormir, trabajar y gozar, pensar y sentir,porque dentro de ellos y también fuera de ellos,existe “algo”, más bien “alguien”, que los atrae, quelos llama, que los invita a salir de sí mismos, de supropio egoísmo, para ir más allá, siempre más allá,

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y proyectarse en el infinito; “alguien” que los invita aser mejores, más “humanos”, más “hijos de Dios”,más “imagen y semejanza” de Dios, a la manera deJesús que – como hombre – fue siempre y en todo“transparencia” de Dios, “imagen viva” de Dios,presencia real de Dios en el mundo.

El hombre “espiritual” y la mujer “espiritual” sonaquellos que hacen realidad en su vida, en cadamomento de su historia, lo que nos dice el apóstolsan Pablo en su Carta a los Gálatas:

“Si viven según el Espíritu, no darán satisfacción alas obras de la carne. Pues la carne tieneapetencias contrarias al espíritu, y el espíritucontrarias a la carne, como que son entre síantagónicos... Las obras de la carne son conocidas:fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas,divisiones, disensiones, envidias, embriagueces,orgías y cosas semejantes, sobre las cuales losprevengo, como ya los previne, que quienes hacentales cosas no entrarán en el Reino de Dios. Encambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,mansedumbre, dominio de sí... “ (Gálatas 5, 14-23)

Siendo así, podemos afirmar que vivir la“espiritualidad” hoy, en nuestro mundo, en lascircunstancias especiales de nuestro tiempo, no es

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otra cosa que dejarnos llevar por el Espíritu Santo,Espíritu de Jesús resucitado, presente en nosotrospor nuestro Bautismo, quien nos invita a hacerrealidad en cada instante de nuestra vida elmensaje de Jesús, que es mensaje de amor, deperdón, de verdad, de justicia, de libertad y de paz.

Vivir la “espiritualidad” hoy, en nuestro mundo, enlas circunstancias especiales de nuestro tiempo, yen nuestras condiciones particulares y muy propias,es:

• Dejarnos llevar por el Espíritu Santo, que nosinvita a ser manifestación viva del amormisericordioso de Dios por todos loshombres y mujeres del mundo; manifestacióndel amor de Dios que nos salva, que noslibera del pecado, que nos da una nueva vidaen Jesús, por su sacrificio de la cruz y sugloriosa resurrección de entre los muertos.

• Dejarnos llevar por el Espíritu Santo, quehabita en nosotros cuando estamos engracia, y que nos invita a ser imagenesplendorosa de Jesús, ante los hombres ymujeres que viven a nuestro lado, loshombres y mujeres que comparten su vida ysu historia con nosotros.

Vivir la “espiritualidad” hoy es:

• Dejarnos llevar por el Espíritu Santo, que nos

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invita a dejar de ser lo que éramos, “hombresy mujeres viejos”, “hombres y mujerescarnales”, preocupados por el mundo y loque es del mundo, y comenzar a ser“hombres y mujeres nuevos”, “hombres ymujeres espirituales”, preocupados por las“cosas de Dios”, que también son – en últimotérmino – “cosas del hombre”, porquenuestra condición humana, tiene su base, sufundamento vital en Dios, quien, al crearnos,nos participó su misma vida.

• Dejarnos llevar por el Espíritu Santo, y hacerrealidad activa y operante en el mundo, elamor a los demás, el perdón, el servicio, lasolidaridad, la fraternidad, a la manera deJesús.

• Dejarnos llevar por el Espíritu Santo que nosinvita a vivir en la verdad, a ser sinceros,honestos, justos, a obrar con rectitud deintención, a ser limpios de corazón, a sergenerosos, a ser sencillos y humildes comolo fue Jesús.

Vivir la “espiritualidad” hoy, es:

• Dejarnos llevar por el Espíritu Santo que nosinvita a creer, a amar y a esperar contra todaesperanza.

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• Dejarnos llevar por el Espíritu Santo y quenos invita a mirarlo todo con la mirada deDios, a sentir con el corazón de Dios, abuscar en todo lo que busca a Dios, lo quelleva a Dios.

Cuando vivimos la “espiritualidad”, cuando somoshombres y mujeres “espirituales”, como Dios quiereque seamos, nuestras prioridades son otras, y poreso, los acontecimientos dolorosos, las ofensasrecibidas, los sufrimientos de todo tipo, no noshunden en el abismo de la desesperanza, en elfracaso sin sentido, en la derrota irremediable, en latristeza, ni generan en nuestro corazónresentimientos, odios, rencores, deseos devenganza, sentimientos de culpa o miedo sinsentido, sino que – por la gracia de Dios que todo lotransforma y enriquece – nos sirven de trampolínpara alcanzar cada vez mayor perfección, para sercada vez más humanos, para ser cada vez mejoreshijos del Dios Amor, para vivir cada día con más fe,para vivir cada momento con más ilusión, en unapalabra, para darle al corazón herido una nueva luz,una nueva vida.

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús resucitado,realiza en quien lo acoge con fe, obras maravillosasen su vida y en la vida de toda la Iglesia, comunidadde los creyentes, familia de Dios.

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LA ORACIÓN, MEDICINA PARA EL ALMA

“Todo cuanto pidan con fe, en la oración, lo recibirán” (Mateo 21, 22)

La espiritualidad se hace concreta, real, presente,activa, dinámica, eficaz, y a la vez se alimenta y sefortalece, en la oración ferviente y confiada, en eldiálogo íntimo, profundo y constante con Dios. Deesta manera, se constituye irremediablemente enun factor imprescindible, en la sanación del corazóny de la vida.

Cuando oramos Dios escucha nuestra oración ynos da mucho más de lo que le pedimos, porque Élconoce mejor que nadie lo que nos hace falta acada uno. Tenemos que estar plenamenteconvencidos de esto. No hay ningún bien que Diosno quiera o no pueda darnos. Es lo que nos enseñaJesús; nos lo refiere san Lucas en su Evangelio:

“Yo les digo: - Pidan y se les dará; busquen yhallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el quepide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, sele abre. ¿Qué padre entre ustedes, si su hijo le pideun pez, en lugar de un pez le da una culebra; o si lepide un huevo, le da un escorpión? Si, pues,ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas asus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el

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Espíritu Santo a los que se lo piden” (Lucas 11, 9-13)

• ¿Cómo debemos orar para que nuestra oraciónsea escuchada?• ¿Cuáles son las características fundamentalesde la oración?

Como en todo lo que compete a Dios y a nuestrasrelaciones con Él, no existe – respecto a la oración– una fórmula exacta que debamos aplicar, ni unasreglas estrictas que tengamos que seguir al pie dela letra, y por supuesto tampoco un rito mágico quenos asegure que Dios hará exactamente lo que lepedimos en nuestra oración. Dios no se dejamanipular por nada ni por nadie; es bueno y nosama con un amor tierno y generoso, un amor dePadre y madre a la vez, pero no está sujeto anuestros caprichos ni veleidades, sabe lo que hacey lo que no, por qué y cómo lo hace o no lo hace;además, Dios es siempre sorprendente y nada enÉl se ciñe a patrones determinados conanterioridad.

Teniendo esto claro y presente en nuestropensamiento, podemos decir que la primeracaracterística que debe tener nuestra oración es lafe. Orar con fe significa tener la certeza, laseguridad, de que Dios – Padre, Hijo y EspírituSanto – nos escucha, que le interesa nuestra

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oración, que está atento a nuestras peticiones ynecesidades de todo orden, porque su amor pornosotros es un amor infinito, superior a todo otroamor.

Una oración llena de fe, de confianza en el podersanador de Jesús, es la oración del centuriónromano que le pidió la curación de su criado que seencontraba enfermo. Nos lo cuenta Ssan Mateo ensu Evangelio:

“Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión yle rogó diciendo: - Señor, mi criado yace en casaparalítico con terribles sufrimientos. Dícele Jesús: -Yo iré a curarlo. Replicó el centurión: - Señor, nosoy digno de que entres bajo mi techo; basta que lodigas de palabra y mi criado quedará sano. Porquetambién yo, que soy un subalterno, tengo soldadosa mis órdenes, y digo a este: Vete, y va; y a otro:Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Aloír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que loseguían : - Les aseguro que en Israel no heencontrado en nadie una fe tan grande... Y dijoJesús al centurión: - Anda; que te suceda como hascreído. Y en aquella hora sanó el criado” (Mateo 8,5-10.13)

Otra característica que debe tener nuestra oraciónes la humildad. Orar con humildad significa tenerpresente en la mente y en el corazón nuestra

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condición de criaturas, débiles, frágiles, limitadas,totalmente dependientes de Dios. Modelo de unaoración humilde es la oración de la mujer siro-fenicia, que nos narra el Evangelio de San Marcos:

“Y partiendo de allí, Jesús se fue a la región deTiro, y entrando en una casa quería que nadie losupiera, pero no logró pasar inadvertido, sino que,en seguida, habiendo oído hablar de él una mujer,cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo,vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana,siro-fenicia de nacimiento, y le rogaba queexpulsara de su hija al demonio. Él le decía: -espera que primero se sacien los hijos, pues noestá bien tomar el pan de los hijos y echárselo a losperritos. Pero ella le respondió: - Sí, Señor, quetambién los perritos comen bajo la mesa migajas delos niños... Él, entonces, le dijo: - Por lo que hasdicho, vete; el demonio ha salido de tu hija. Ellavolvió a su casa y encontró que la niña estabaechada en la cama y que el demonio se había ido”(Marcos 7, 24-30)

En tercer lugar, nuestra oración debe ser tambiénsencilla, sin alardes, sin exceso de palabras ni degestos inútiles. Dios conoce nuestras necesidadesmás profundas, nuestros sentimientos más íntimos,mucho mejor de lo que pensamos, y no necesitaque lo “impresionemos” con derroche deexpresiones ni con acciones rimbombantes; así lo

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dijo en el Sermón de la montaña a quienes loescuchaban:

“Cuando oren, no sean como los hipócritas, quegustan de orar en los templos y en las esquinas delas plazas, bien plantados para ser vistos por loshombres... Tú, en cambio, cuando vayas a orar,entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta,ora a tu Padre que está allí en lo escondido; y tuPadre que ve en lo escondido, te recompensara. Yal orar no charlen mucho como los gentiles, que sefiguran que por su palabrería van a serescuchados. No sean como ellos, porque su Padresabe lo que necesitan antes de pedírselo” (Mateo 6,5-8).

Igualmente, nuestra oración debe ser insistente,constante; oración diaria, sin vacaciones ni tiemposde descanso; no podemos cansarnos de orar,porque Dios no se cansa de amarnos; no podemosdejar la oración con el pretexto de que Dios noescucha nuestras peticiones, porque no es verdad.Todo lo contrario, cuando sentimos que Dios no nosoye es cuando más debemos insistir, cuandodebemos orar con más fervor, con más fe, con másconfianza, con mayor humildad, para entender quées lo que Dios quiere decirnos con su aparentesilencio. Dios todo lo hace con un fin determinado,siempre tiene claro lo que busca, y su mayor deseoes nuestro bien. Lo dijo Jesús en una parábola:

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“Les decía una parábola para inculcarles que erapreciso orar siempre sin desfallecer. – Había unjuez en una ciudad, que ni temía a Dios nirespetaba a los hombres. Había en aquella ciudaduna viuda que, acudiendo a él, le dijo: - ¡Hazmejusticia contra mi adversario! Durante mucho tiempono quiso, pero después se dijo a sí mismo: -Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres,como esta viuda me causa molestias, le voy ahacer justicia para que no venga constantemente aimportunarme.

Dijo, pues, el Señor: - Oigan lo que dice el juezinjusto; y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, queestán clamando a Él día y noche, y les haceesperar?” (Lucas 18, 1-7)

Por ultimo, en nuestra oración debemos pedirsiempre cosas buenas, cosas que nos ayuden acrecer como personas, a ser mejores, a vivir másconscientemente nuestra condición especialísimade hijos de Dios.

La oración es para poner nuestra vida entera en lasmanos de Dios, para hablarle de nuestro amor, parapedirle que nos ayude a entender lo que quiere denosotros, para solicitar su ayuda y su protección demodo que podamos evitar el pecado y ser mejorescada día, para pedirle que fortalezca nuestra fe enÉl.

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La oración es para pedirle a Dios que nos ayude aamar a quienes viven cerca de nosotros, acompartir con ellos lo que somos y lo que tenemos,a perdonar a quienes nos han ofendido, y paraencomendarnos muy especialmente a sus cuidadosy su ternura que sanan las heridas más profundasde nuestro corazón y de nuestra vida. Es lo que nosenseñó Jesús con la oración del Padrenuestro:

“Oren así:

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como enel cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado anuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal” (Mateo 6, 9-13)

• ¿Para qué sirve orar?

Responder esta pregunta no es difícil. No haymucho que explicar porque es evidente.. La oración bien hecha da sentido a toda nuestravida, porque nos pone en contacto directo con Dios;

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nos ayuda a penetrar en su conocimiento, y en elconocimiento de Jesús, nuestro Salvador, y delEspíritu Santo, nuestro santificador. Nos enseña adescubrir la Voluntad de Dios para nosotros, lo queÉl quiere, lo que busca, que no puede ser otra cosaque el bien. Nos permite crecer en su amor: sentiren nuestra vida su presencia activa y operante, suamor tierno y delicado, y nos impulsa a amarlo máscada día.

La oración bien hecha, fervorosa, sincera, humilde,insistente, confiada, cura las heridas de nuestrocorazón y de nuestra vida, y llena de paz y detranquilidad nuestra alma. Nos comunica lasfuerzas que necesitamos para soportar conpaciencia los problemas y dificultades que se nospresentan en la vida cotidiana, y que se nosseguirán presentando a lo largo de nuestro estar enel mundo. Nos ayuda a superar las tentaciones;nos compromete con los demás en la fraternidad yen el servicio.

La oración bien hecha nos comunica el EspírituSanto que nos fortalece y nos guía en la luchacontra el mal y el pecado; nos une íntimamente aJesús, que murió por amor a nosotros en la cruz, enmedio de grandes dolores y sufrimientos, y noshace testigos de su verdad y de su bondad; y noscomunica las gracias que necesitamos para ser enel mundo lo que tenemos que ser: luz que ilumine,

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sal que dé sabor, y levadura que haga crecer elReino de Dios.

Los Evangelios nos presentan multitud de casos enlos que una oración sencilla y llena de fe, alcanzabade Jesús obras maravillosas, curacionesmilagrosas, que son el prototipo de la sanacióninterior que nosotros buscamos y que nuestraoración ferviente y confiada alcanza para nosotros.Jesús curaba de sus dolencias físicas y espirituales,a todos aquellos que se lo pedían con fe y conhumildad, seguros de su poder de Dios y de suamor compasivo y misericordioso. “Cuando Jesús bajó del monte, lo seguía una granmuchedumbre. En esto, un leproso se acercó y ledijo: - Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesúsextendió la mano, lo tocó y dijo: Quiero, quedalimpio. Y al instante quedó limpio de su lepra”(Mateo 8, 1-3).

Y la historia se repite continuamente desdeentonces, en todos los lugares de la tierra, aunqueno lo veamos con nuestros ojos ni podamospalparlo con nuestras manos; Jesús siguecompadeciéndose de nosotros, de nuestros doloresy de nuestros sufrimientos; sigue sanando loscuerpos y las almas de quienes acuden a él con fe;sigue dándonos su amor y su perdón; siguecomunicándonos su paz, que es la única y la

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verdadera paz.

La historia se repite y se repetirá por siempre, entanto haya hombres y mujeres creyentes, capacesde poner su ser y su vida, completa yabsolutamente en manos de Dios; hombres ymujeres capaces de confiar y de esperar, capacesde creer sin entender, capaces de ver lo que esinvisible a los ojos, capaces de descubrir en todoslos acontecimientos de su vida, aún en aquellos quese presentan como especialmente desafortunados,dolorosos, trágicos, la presencia permanente,amorosa y protectora de Dios a su lado.

Puede ser que para muchos la oración alcance elmilagro de la curación física, como en los ejemplosdel Evangelio, o que las cosas vuelvan a ser comoantes y puedan secar las lágrimas de sus ojos.Puede ser también que algunos más superen laenfermedad que padecen con la ayuda de lamedicina, y que su recuperación física vaya de lamano de su recuperación espiritual y consigan lapaz del corazón y de la vida. Puede que otroslogren lo que quieren, que alcancen lo que buscan,con el apoyo y la ayuda de sus amigos, y así seliberen de sus frustraciones y fracasos; puede serque el tiempo permita a muchos más olvidar yvolver a comenzar, en fin...

Pero puede ser también que el milagro que se

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espera no suceda, que la situación dolorosa seprolongue indefinidamente, que nada vuelva a sercomo antes; y puede ser, incluso que el sufrimientocrezca, que las circunstancias se compliquen, queel corazón no logre dejar atrás el pasado...

El hecho definitivo es que, a pesar de todo, ysuceda lo que suceda, la oración, la confianza quehemos puesto en Dios y en su amor por nosotros,hace que su presencia a nuestro lado nosfortalezca, nos anime, nos impulse, nos guíe, nosmuestre el camino que debemos seguir, nos protejade nuevos males, y también, que sea para nosotrosprincipio de una nueva vida, de una manerarenovada de ser y de actuar, más conforme con loque estamos llamados a ser: hijos muy amados deDios, hermanos de Jesús, habitación del EspírituSanto.

La oración ferviente y confiada. nunca se pierde, nopuede perderse, Jesús lo prometió; sólo hay queorar, orar con insistencia, con humildad, con fe,cada vez con más fe, seguros de que Dios nos amay que quiere lo mejor para nosotros, aunque esomejor sea distinto a lo que nosotros queremos, a loque creemos que es lo mejor, a lo que deseamos.

No hay que olvidar que Dios es el Señor de lahistoria, de nuestra historia personal y de la historiadel mundo, es capaz de sacar bienes de los males,

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por grandes que estos sean, y todo lo que hace opermite, tiene su razón de ser, su explicación.

De todas maneras, y sea como sea, la oración, eldiálogo con Dios, es siempre y para todos fuente defortaleza, de esperanza y de paz, en el duro bregarde cada día. Lo dijo Jesús con palabras sencillaspero llenas de sentido:

“Vengan a mí todos los que están fatigados ysobrecargados, y yo les daré descanso. Tomensobre ustedes mi yugo, y aprendan de mi que soymanso y humilde de corazón; y hallarán descansopara sus almas. Porque mi yugo es suave y micarga ligera” (Mateo 11, 27-28).

ORAR POR QUIEN NOS HA HECHO DAÑO

La oración adquiere un sentido y un valorespeciales, cuando es oración por quien o porquienes nos han hecho algún daño.

Cuando oramos por quienes nos han causado dolor- físico o espiritual -, estamos haciendo realidadconcreta y palpable el amor y el perdón, distintivosde nuestro seguimiento de Jesús:

"Les doy un mandamiento nuevo: que se amen losunos a los otros. Que como yo los he amado, así se

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amen también ustedes, unos a otros. En estoconocerán que son discípulos míos; si se tienenamor unos a otros" (Juan 13, 34-35)

Cuando oramos por quienes nos han causadodolor, estamos haciendo realidad concreta ypalpable la Regla de oro del Evangelio:

"Todo cuanto quieran que les hagan los hombres,háganselo también ustedes a ellos" (Mateo 7, 13)

Cuando oramos por quienes nos han causadodolor, estamos haciendo realidad concreta ypalpable la petición del Padrenuestro, modelo detoda oración:

"Perdónanos nuestras deudas, así como nosotroshemos perdonado a nuestros deudores" (Mateo 6,12)

Cuando oramos por quienes nos han causadodolor, estamos abriendo para nosotros mismos lapuerta del perdón de Dios:

"Que si ustedes perdonan a los hombres susofensas, les perdonará también a ustedes su Padrecelestial" ( Mateo 6, 14) Cuando oramos por quienes nos han causadodolor, estamos haciendo realidad concreta ypalpable el deseo íntimo y profundo de Jesús, su

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gran enseñanza:

"Amen a sus enemigos y rueguen por los que lospersiguen, para que sean hijos de su Padrecelestial..." (Mateo 5, 44b-45a)

Cuando oramos por quienes nos han causadodolor, estamos haciendo realidad concreta ypalpable el ejemplo vivo de Jesús en la cruz,cuando, dirigiéndose al Padre en oración sencilla ysincera, salida de lo más profundo de su corazónadolorido, exclamó:

"Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen"(Lucas 23, 34)

Cuando oramos por quienes nos han causadodolor, estamos trabajando con entereza y decisiónpara alcanzar la sanación interior, la paz del alma,la paz que nos da Jesús, que es la paz misma deDios:

"Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doycomo la da el mundo. No se turbe su corazón ni seacobarde... ¡Ánimo!, yo he vencido al mundo" (Juan14, 27. 16, 35b)

LA CONFESIÓN: SACRAMENTO DE SANACIÓN

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“Confiésense, pues, mutuamente sus pecados y oren los uno por los otros,para que sean curados” (Santiago 5, 16)

La espiritualidad también se hace real, concreta,activa, dinámica y eficaz, en la celebración de lossacramentos, que vivifican y alimentan nuestra vidacristiana.

En un lenguaje sencillo podemos decir que lossacramentos son acciones simbólicas que nosponen de presente, frente a los ojos, la salvaciónque Jesús alcanzó para nosotros.

En los sacramentos Dios Padre nos comunica, porlos méritos de Jesús, su amor y sus gracias, ynosotros los acogemos en nuestro corazón y ennuestra vida.

Cuando participamos en las distintas celebracionesde los sacramentos, cuando nos acercamos arecibir los sacramentos, estamos celebrando demodo muy especial nuestra fe en el amormisericordioso e infinito de Dios y en la salvaciónque nos da en Jesús, por su vida, su muerte y suresurrección.

Los sacramentos de la Iglesia son siete: Bautismo,Confirmación, Eucaristía, Confesión, Unción de los

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enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio. Tres deestos siete sacramentos: el Bautismo, la Confesión,y la Unción de los enfermos, nos hacen presente ynos comunican, el amor de Dios que se haceperdón y que es para todos los que los recibimosfuente privilegiada de sanación interior.

Para no extendernos demasiado, vamos a hablarespecíficamente del Sacramento de la Penitencia oConfesión, como solemos llamarlo - Sacramento dela Reconciliación, Sacramento de la Conversión,Sacramento de la alegría -, que es el que operamás directamente en nosotros la sanación delcorazón y de la vida por el perdón de los pecados. Ya lo habíamos dicho: el principio y fundamento detodo perdón y de toda reconciliación, es el perdónque Dios nos da por medio de Jesús; por suEncarnación, por su vida en el mundo, por supasión, por su muerte en la cruz, y por su gloriosaresurrección de entre los muertos.

En Jesús y por Jesús, Dios Padre perdona nuestrasculpas y pecados y nos reconcilia con Él; restaura,regenera, da un nuevo ser, una nueva vida, anuestra relación con Él y a las relaciones de unoscon otros, porque todos somos sus hijos muyqueridos.

Jesús es la presencia viva y amorosa de Dios ennuestra carne y sangre, en nuestro mundo, en

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nuestra historia; la presencia real y concreta de suamor infinito, de su perdón infinito. La vida, laspalabras, y las acciones de Jesús así nos lomuestran.

Jesús es la presencia viva y amorosa de Dios entrenosotros y con nosotros, nos cura, nos sana, elcuerpo y el alma, el ser, la vida, la historia, y nosenseña a vivir de una manera totalmente nueva,distinta; Jesús nos enseña a vivir en el amor y porel amor; es lo que nos dicen claramente susmilagros:

“Entró de nuevo Jesús en Cafarnaún; al pocotiempo había corrido la voz de que estaba en casa.Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puertahabía ya sitio, y él les anunciaba la Palabra.

Y vienen a traerle un paralítico llevado entre cuatro.Al no poder presentárselo a causa de la multitud,abrieron el techo encima de donde él estaba y, através de la abertura que hicieron, descolgaron lacamilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fede ellos, dice al paralítico: - Hijo, tus pecados te sonperdonados.

Estaban allí sentados unos escriba que pensabanen sus corazones: ¿Por qué este habla así? Estáblasfemando. ¿Quién tiene puede perdonarpecados. Sino Dios sólo? Pero al instante,conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos

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pensaban en su interior, les dice: - ¿Por quépiensan así en sus corazones? ¿Qué es más fácildecir al paralítico: Tus pecados te son perdonados,o levántate, toma tu camilla y anda? Pues para quesepan que el Hijo del hombre tiene en la tierrapoder para perdonar pecados; entonces dice alparalítico: - A ti te lo digo: levántate, toma tu camillay vete a tu casa.

Se levantó, y al instante, tomando la camilla, salió ala vista de todos, de modo que quedaban todosasombrados y glorificaban a Dios diciendo: - Jamás vimos cosa parecida” (Marcos 2, 1-12)

Jesús sanaba a los que sufrían, a los que padecíanen el cuerpo, y también a los que tenían enferma elalma, a los pecadores; curaba las heridas físicas aunos y les perdonaba los pecados a otros; y a todos– sin distinción - los invitaba a empezar una nuevavida con él, reconociéndolo como el Mesías deDios. Una vida lejos del pecado que separa de Diosy cierra el corazón al amor, a la fraternidad, a labondad. Una nueva vida en el perdón, en laentrega, en la generosidad, en la justicia, en la paz.Una nueva vida sin odios, sin rencores, sinviolencia, sin nada que dañe, sin nada que separe,sin nada que divida.

“Leví ofreció a Jesús, en su casa, un granbanquete. Había un gran número de publicanos y

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de otros que estaban a la mesa con ellos. Losfariseos y sus escribas murmuraban diciendo a losdiscípulos: - ¿Por qué comen y beben conpublicanos y pecadores? Les respondió Jesús: - Nonecesitan médico los que están sanos, sino los queestán mal. No he venido a llamar a conversión ajustos, sino a pecadores” (Lucas 5, 29-32)

Y para prolongar en el tiempo y en el espacio elperdón de Dios Padre, y llevarlo hasta los confinesde la tierra, a todos los lugares y a todas lasépocas, a todos los hombres y a todas las mujeres,Jesús instituyó el Sacramento del Perdón, que essin duda el Sacramento de la alegría y laesperanza: la Confesión.

“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana,estando cerradas, por miedo a los judíos, laspuertas del lugar donde se encontraban losdiscípulos, se presentó Jesús en medio de ellos yles dijo: - La paz con ustedes. Dicho esto lesmostró las manos y el costado. Los discípulos sealegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: -La paz con ustedes. Como mi Padre me envió,también yo los envío. Dicho esto sopló sobre ellos yles dijo: - Reciban el Espíritu Santo. A quienes lesperdonen los pecados les quedan perdonados; aquienes se los retengan, les quedan retenidos”(Juan 20, 19-23)

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• ¿Qué es, en qué consiste el Sacramento de laPenitencia o Confesión?• ¿Qué nos da?• ¿Qué nos exige?• ¿Cómo funciona la Confesión en el planohumano?

Intentemos responder una a una estas preguntas.

El Concilio Vaticano II nos dice:

"Los que se acercan al Sacramento de laPenitencia obtienen de la misericordia de Dios elperdón de los pecados cometidos contra Él y, almismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia a la queofendieron con sus pecados. Ella - la Iglesia - losmueve a conversión con su amor, su ejemplo y susoraciones" (Concilio Vaticano II. Constitucióndogmática sobre la Iglesia en el mundo, LumenGentium N. 11).

El Sacramento de la Penitencia, Sacramento de laReconciliación, es la celebración litúrgica por la cualDios perdona nuestras infidelidades a su amorinfinito, todo lo que hemos hecho desconociendo,haciendo a un lado su amor y su bondad; lo quehemos hecho en contra de quienes comparten suvida con nosotros, y también el bien que hemosdejado de hacer. La única condición que pone paraperdonarnos es que estemos arrepentidos, y quenos empeñemos activamente en la lucha contra el

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mal que “habita” en nuestro corazón y contra elpecado que lo hace concreto, real.

Delante del sacerdote - que representa a Dios, porel poder y la gracia recibidos en el Sacramento delOrden, y a la comunidad de los creyentes de la quesomos parte desde nuestro Bautismo -,reconocemos con humildad nuestra debilidad,pedimos perdón a Dios por nuestras faltas ypecados, por nuestro desamor, y prometemosluchar con todas nuestras fuerzas y decisión, contrael mal que hay en nuestra vida personal y en elmundo.

Dios Padre que nos ama y quiere siempre nuestrobien, nos devuelve su vida divina, que es paranosotros fuente de paz y de alegría, la verdaderapaz y la verdadera alegría.

El perdón de Dios implica también para nosotros, lareconciliación con todos los hombres, nuestroshermanos, de quienes también nos separamos porel pecado; de esta manera queda restaurada launidad de la Iglesia, familia de Dios.

El pecado, producto del desamor, nos daña, nosesclaviza, deteriora nuestras relaciones con Dios ycon los demás, y muchas veces las destruye,debilita nuestro ser de cristianos católicos,seguidores de Jesús, y cada vez nos hace másvulnerable a la tentación y al mismo pecado. La

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Confesión, por su parte, nos libera, nos limpia, nosrenueva, reconstruye nuestras relaciones con Diosy con los demás, nos comunica las gracias de lasalvación y nos fortalece para que podamos lucharcon éxito contra el pecado que nos acecha dediversas maneras.

Pero para que todo esto sea una realidad, tenemosque hacer una Confesión sincera, bien preparada,completa y devota.

Una buena Confesión exige:

1. Hacer un buen examen de concienciaque nos permita descubrir en qué hemosfallado, tanto en lo relativo a nuestrasrelaciones con Dios, como en lasrelaciones con los demás y con nosotrosmismos.

2. Sentir dolor por nuestros pecados, porqueellos nos alejan de Dios y de los demás,es decir, tener conciencia de que lospecados nos separan de Dios que nosama infinitamente y nos ha hecho sushijos muy queridos, y sentir dolor espiritualpor ello.

3. Arrepentirnos de nuestros pecados yprometer hacer todo lo que esté a nuestroalcance para no volver a pecar; para ser

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mejores cada día, para vivir conforme aldeseo de Dios para nosotros, a suvoluntad de amor.

4. Acercarnos al sacerdote y confesarlenuestras faltas sin ocultarle ningún pecadograve, con la certeza de que el sacerdotenos escucha en nombre de Dios y queguardará en secreto lo que le confiemos.

5. Cumplir la penitencia que el sacerdotenos ponga, como un modo de “reparar” enalgo el mal que hicimos y mostrar a Diosnuestro amor y nuestra voluntad deconversión, de cambio de vida.

Cuando nos acercamos al sacerdote paraconfesarnos, estamos afirmando que tenemosdisposición interior para cambiar de vida, paracorregir lo que hemos hecho mal, y para trabajarcon entereza y decisión en la búsqueda del bien. Lagracia de la Confesión, que Dios Padre y Jesús noscomunican por medio del Espíritu Santo, obra ennosotros en la medida de nuestra apertura ydisponibilidad para recibirla y hacerla funcionar.

Cuando nos confesamos no podemos volver a serlos mismos de antes; todo lo contrario, estamosllamados a ser cristianos más conscientes denuestra fe, y a luchar con todas nuestras fuerzas ycapacidades contra el mal que hay en el mundo y

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en nuestro propio corazón, obrando el bien. Ahora bien; aparte de todo lo que significa, de todolo que hace, de todo lo que nos da la Confesión enel plano espiritual, es claro que también tienerepercusiones especiales en el plano humano,específicamente en lo sicológico; tal es el valor dela Confesión en este sentido, que un autor decía:“Si la Confesión no existiera, abría que inventarlacomo terapia sicológica”.

Es un hecho evidente y perfectamentecomprobable, que cuando confiamos a alguiennuestros pensamientos, nuestros sentimientos másíntimos, lo que hemos hecho y lo que hemos dejadode hacer, nuestros problemas y dificultades, lacarga que ellos significan para nosotros se hacemás llevadera. Un problema compartido, unsentimiento de culpa que sale a flote, una angustiaque deja de ser un secreto, disminuyen en fuerza yen intensidad, máxime, si tenemos la certeza deque quien nos escucha lo hace en nombre de Diosy que además nunca nos traicionará haciendo usode nuestras confidencias.

Hay muchos católicos que no se confiesan porque –dicen – “no tenemos por qué decirle nuestrasintimidades a alguien que es pecador comonosotros, o quizá más”; están profundamenteequivocados, y lo que es peor, en contra suya; se

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niegan la posibilidad de tranquilizarverdaderamente, efectivamente, su espíritu, suconciencia, y recuperar la paz interior que hanperdido, y también la posibilidad de estrechar susrelaciones con Dios y con la Iglesia, comunidad defe y amor.

Como la oración, la Confesión no es, en ningúnmomento, un rito mágico, que obra por sí mismo; nocambia los acontecimientos ya dados, no elimina lamemoria, no vuelve el tiempo atrás, no solucionalos problemas que todos tenemos, pero sí nos dagracias especiales que nos ayuda a tomarconciencia del amor misericordioso que Dios sientepor nosotros, nos purifica interiormente del mal quehemos hecho, y nos fortalece para obrar el bien,nos permite sentir en el corazón paz, alegría,esperanza, y nos conduce por el camino delperdón, de la reconciliación, del amor hecho vida.

Cuando nos confesamos bien toda nuestra vida serenueva en el amor de Dios, y se abren paranosotros un sin fin de posibilidades porque Diostoma el lugar que le corresponde en nuestrocorazón.

Cuando nos confesamos bien, el amor infinito ymaravilloso de Dios nos invade por dentro ydestruye el odio, el rencor, los resentimientos, la ira,la venganza, la violencia, todos los sentimientos

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negativos que nos esclavizan y no nos dejan serfelices de verdad, como Dios quiere que seamos.

OTRAS IDEAS PARA TENER EN CUENTA...

La espiritualidad no es evasión de la realidad,al contrario, los seres humanos somos espiritualespor naturaleza, por lo tanto, cuando hablamos deespiritualidad estamos hablando de algo que nos espropio, que nos pertenece, que está en nuestro ser,en nuestra entraña, y no de algo postizo, añadido,extraño.

Para nosotros los cristianos católicos, laespiritualidad no puede ser otra cosa que elseguimiento de Jesús, de sus enseñanzas, de suejemplo de vida, y no puede llevarnos a algodistinto del amor a Dios y el amor al prójimo.

La espiritualidad cristiana, católica, no puedeconfundirse, de ninguna manera, con la“espiritualidad” que promueve el Movimiento de laNueva Era, que habla de Dios como una simple“Energía Vital”, en la que todos estamos inmersos.Nosotros creemos que Dios es mucho más queeso, Dios es un ser personal, un Tú con quien loshombres podemos establecer un diálogo de amor.

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Creemos que Dios está en nosotros, en nuestrocorazón, pero nosotros no somos Dios, ni Dios esnosotros. Creemos que Dios está en el mundo, enla naturaleza maravillosa y hermosísima, pero Diosno es el mundo ni el mundo es Dios.

Hay que mantener los ojos muy abiertos parano confundir las cosas. Una cosa es orar y hacermeditación en sentido cristiano, católico, al modo deJesús, y otra, muy distinta es el yoga, la meditacióntrascendental y otras cosas por el estilo.

La espiritualidad cristiana, católica, no tienenada que ver con velas de colores, inciensos yaromas, ángeles que hay que “llamar” a una horadeterminada del día o de la noche con una oraciónespecífica para que nos protejan y nos guíen,cuarzos, pirámides, elefantes, lectura del Tarot, el I’Ching, los horóscopos, la reencarnación, en fin.Todo eso no es para nosotros más que supersticióny en cierto sentido idolatría.

La espiritualidad cristiana, católica, nos ayudaa asumir con naturalidad, sin temor, sin angustia,nuestra naturaleza humana en toda su realidad: sugrandeza y también su miseria, su poder y sudebilidad. El mito del hombre que lo puede todo,que tiene capacidad para todo, que lo sabe todo, elsuper-hombre, no tiene para nosotros ningúnsentido. Reconocemos nuestra condición de

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creaturas y como tales frágiles, débiles y limitados.

SALMO 51(50): SÚPLICA DE PERDÓN

Oremos ahora con el Salmo 51 (50), una hermosasúplica de perdón que la tradición atribuye al ReyDavid.

Podemos hacerlo nuestro, apropiarnos de él, orarcon el corazón, despacio, pidiendo a Dios perdónpor todas nuestras culpas y nuestros pecados; elperdón de Dios nos dará paz interior y noscomunicará la fuerza que necesitamos para poderperdonar a quienes nos han hecho algún daño, aquienes nos han causado sufrimiento, grave o leve.

Aprendámoslo de memoria y recitémoslo en losmomentos difíciles como una forma muy especialde oración que nos une a toda la Historia de laSalvación, a la humanidad entera, y de un modomuy especial a la Iglesia, familia de Dios, que nosreúne como hermanos, hijos de un mismo Padre.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,por tu inmensa compasión borra mi culpa,lava del todo mi delito,limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,tengo siempre presente mi pecado,

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contra Ti, contra Ti sólo pequé,cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio brillará tu rectitud.Mira que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo, quedaré limpio, lávame, quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,renuévame por dentro con espíritu firme,no me arrojes lejos de tu rostro,no me quites tu santo espíritu.

Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto Tú no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado

Tú no lo desprecia.

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6. EL PERDÓN,FUNDAMENTO DE LA PAZ

“Mi paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo.

No se turbe su corazón ni se acobarde” (Juan 14, 27)

Todos - hombres y mujeres de todos los tiempos yde todos los lugares - deseamos la paz; la pazinterior del propio corazón y de la propia vida, ytambién la paz exterior, la del lugar donde vivimos,la del país donde nacimos, y la del mundo entero. Deseamos la paz, la anhelamos, pero... ¿Labuscamos?... ¿La construimos?... ¿Estamosrealmente comprometidos con ella?... ¿Hacemos loque nos corresponde para alcanzarla... paramantenerla... para fortalecerla... para proyectarla?...

Definitivamente, me parece que no es así; loexperimento en mí misma, puedo comprobarlofácilmente en el grupo social al que pertenezco, yen muchas personas que día a día escucho hablary veo actuar. Todos queremos la paz, pero no todosestamos dispuestos a pagar por ella el precio quetiene; a ser lo que tenemos que ser para alcanzarla;a sacrificar lo que hay que sacrificar paraconseguirla; a trabajar cómo y con quién tenemos

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que trabajar para construirla; a luchar con todasnuestras fuerzas para que deje de ser un deseo,una utopía, y se haga realidad.

Nos parece que lo mejor es no meternos con nadie,dejar que las cosas se sigan dando como hastaahora se han dado, que la vida siga corriendo comova corriendo, sin hacer nada por cambiar, por sermejores, por ser más humanos, para que el mundosea también mejor, para que el mundo esté abiertoa todos y no sólo a unos pocos, para que no hayaexclusiones, discriminaciones, para que todostengamos los mismos derechos y las mismasoportunidades, y la paz no es algo que puede nacery crecer en un ambiente así.

La paz exige condiciones y cuidados, y los cuidadosexigen esfuerzo, tesón, voluntad.

• ¿Qué tenemos que hacer entonces para quehaya paz?• ¿En qué tenemos que trabajar para conseguir lapaz que deseamos?

La respuesta sólo puede ser una. La dio el PapaJuan Pablo II en uno de sus innumerablesmensajes al mundo: "No hay paz sin justicia, y nohay justicia sin perdón"; ahí está la clave.

La verdadera paz no es una simple ausencia deguerra. La verdadera paz no es ausencia de balas,

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de fusiles, de bombas, de granadas, de misiles, deminas antipersonas, de pólvora y dinamita;ausencia de soldados, de guerrilleros, deultraderechistas; ausencia de aviones y de tanquescargados de bombas.

La verdadera paz, la que nos dejó Jesús, la paz deDios que vive en nosotros, la paz del Espíritu Santoque nos da la vida, es mucho más que eso; algomás fuerte, más grande, más profundo, másduradero.

La verdadera paz es una paz que nace de lajusticia, que proclama la igualdad entre laspersonas; igualdad de derechos, igualdad dedeberes, igualdad en la dignidad, igualdad deoportunidades; una paz que exige el perdón, lareconciliación, la fraternidad, el respeto, latolerancia.

Si queremos conseguir la paz lo primero quetenemos que buscar es la justicia en todos losórdenes; y para obtener la justicia, para ser justos,tenemos ante todo que perdonar; perdonar con elcorazón, con la vida; perdonar a todos, sinexcepción; perdonar a quienes nos han ofendido,perdonar a quienes nos han hecho daño,perdonarnos a nosotros mismos, y perdonartambién a la vida, a lo que es, a lo que trae, a losacontecimientos, a las circunstancias, en fin.

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Perdonar y pedir perdón.

• "No hay paz sin justicia..."

El fundamento de la paz está en la justicia social:respeto a la vida en todas sus formas y en todossus momentos; a la vida que se desarrolla y crececon normalidad, y a la vida débil, sin fuerzas,enferma. Respeto a la vida de quien piensa igualque la mayoría, y también de quien piensa distinto,de quien es distinto; respeto a la dignidad humanadel hombre y de la mujer, del niño, del joven, deladulto y del anciano, del blanco, del negro, delamarillo, del cobrizo, del rico y del pobre, del que –a nuestro juicio - "se lo merece" y del que "no se lomerece".

Respeto y apoyo para el más débil, para el quenecesita ayuda para seguir adelante, para el que notiene medios económicos para vivir y crecer comoser humano. Respeto a la vida, respeto a lapersona, respeto al modo de ser, respeto al modode pensar, respeto al modo de actuar.

Si queremos tener paz, vivir en paz, morir en paz,tenemos que construir la justicia, trabajar por losderechos de todos, particularmente por losderechos de quienes son más vulnerables, dequienes están más desprotegidos y sufrenatropellos en cualquier sentido.

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Si queremos tener paz, vivir en paz, morir en paz,tenemos que aprender a compartir, a colaborar, aapoyar, a dar oportunidades, a solidarizarnos, afraternizar.

Si queremos tener paz, vivir en paz, morir en paz,tenemos que entender, comprender, tolerar, dejarser. • "... No hay justicia sin perdón".

La justicia, toda justicia necesita, exige, perdonar decorazón a quien o a quienes por diversascircunstancias han obrado equivocadamente, y hancausado daños, a la sociedad entera o a personasparticulares.

Perdonar, dejar a un lado, olvidar, hacer "borrón ycuenta nueva". Parece extraño pero así es; no hayde otra. Perdonar individualmente y perdonarcolectivamente. Perdonar de palabra y perdonar deobra. Perdonar, dejar atrás el pasado y mirar haciaadelante, al futuro, juntos.

Perdonar, cancelar los errores, las equivocaciones,las ofensas hechas, los daños causados. Perdonar,destruir, dejar atrás los odios, los rencores, losresentimientos, y dar una nueva oportunidad albien, a la verdad, al amor.

Perdonar y pedir perdón.

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• "No hay paz sin justicia, y no hay justicia sinperdón".

La paz no puede ser simplemente una opciónpolítica, como parece que muchos creen. La paz enla justicia es un derecho y también un deber detodos; por eso todos tenemos que comprometernosen su construcción desde el lugar que ocupamos enla sociedad.

Vale la pena hacer el esfuerzo. Vale la pena lucharpor conseguirlos. Vale la pena arriesgar lo quehaya que arriesgar; dejar atrás el miedo, elegoísmo, el orgullo, el espejismo del poder y lafuerza, la falsa seguridad.

Vale la pena mirar hacia adelante con nuevos ojos,empeñar el corazón, poner la vida en juego por lacausa. Todo lo que se haga por alcanzar la paz, porconstruir la paz, en el plano individual y en el planosocial, vale la pena.

PERDONAR LA VIOLENCIA

Ciertamente, el dolor más difícil de llevar, depadecer y de aceptar, y también el más difícil deperdonar, es el que produce un acto violento,cualquiera que sea, y cualquiera sea también su

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alcance.

No importa tanto "la cantidad" de daño causado yrecibido - físico o sicológico - como el hecho mismode la agresión.

¿A qué se debe esto? ¿Por qué ocurre así?

No hay más que una respuesta: simple ysencillamente porque la violencia, cualquier actoviolento por pequeño que parezca, ofende a lapersona en lo más grande y preciado que ella tiene:su dignidad, lo que ella es, lo que vale para símisma y lo que representa para los demás.

Hay violencia de las palabras, violencia de lasactitudes, violencia de los gestos, y actos violentospropiamente dichos; y también hay violencia sexual,violencia política, violencia social, violenciaintrafamiliar, y hasta violencia religiosa - lo cual esun evidente contrasentido -; violencia física yviolencia sicológica o moral.

Sea cual sea su forma y su connotación, laviolencia es siempre una agresión que no puedejustificarse de ninguna manera porque va orientadaa la "destrucción" por la fuerza, de la personaagredida, y este solo hecho va en contra, sin duda,de su dignidad personal, porque desconoceclaramente sus derechos más elementales, losderechos que le son propios por el mero hecho de

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existir.

Precisamente porque la violencia - el acto violento,las palabras violentas, las actitudes violentas, losgestos violentos - es un hecho tan grave y producetanto dolor en quien es víctima de ella, de cualquierforma que se realice, es necesario, urgente paratodos nosotros entender que puede ser perdonada,más aún, que tiene que ser perdonada, si queremosque no cause más sufrimiento, y que susconsecuencias no se prolonguen indefinidamenteen el tiempo.

¿Cómo se perdona la violencia?... ¿Cómo puedeperdonar una víctima de la violencia a su agresor, eldaño que este le ha causado, el gran sufrimientoque le ha infringido?

La respuesta es tan clara y contundente que noadmite discusión. Para perdonar la violencia esabsolutamente imprescindible, la gracia de Dios, lafuerza de Dios; solamente la gracia, la fuerza queDios pone en nuestro corazón y que esparticipación directa de su amor infinito ymisericordioso, nos hace capaces de perdonar deverdad, sinceramente, conscientemente, lo quepara quien no tiene fe es imperdonable.

Aunque suene utópico para muchos yabsolutamente incomprensible para otros, cuandoDios está en nuestro corazón y con su presencia

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nos comunica sus gracias, los dones de su amor ysu bondad, y nosotros los acogemos con docilidad,y hacemos efectivo en nuestro corazón el perdónen actos concretos, las heridas producidas por laviolencia comienzan a sanar, y si insistimos ennuestra actitud, podrán sanar definitivamente. Nohay duda. En Dios y por Dios todo es posible.

SI QUEREMOS CONSEGUIR LA PAZ...

Atrevámonos a hablar...de la igualdad esencial de todos los sereshumanos, de la justicia social, de los derechos delos pobres y de los débiles;del derecho a la vida, del respeto, de la tolerancia,de la convivencia;de la solidaridad, del compartir, de la fraternidad;del perdón, de la reconciliación, de la no-violencia,de la no-venganza, de la paz.

Atrevámonos a hablar y a actuar en consecuencia.

Atrevámonos aunque a muchos les parezcaextraño;aunque nos tilden de locos, de ilusos, de tontos;aunque hacerlo signifique para nosotros un riesgo,una lucha, un esfuerzo especial.

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Hablemos a nuestros amigos y conocidos, anuestros familiares, a nuestros compañeros detrabajo, a nuestros vecinos, a nuestrosconciudadanos, a todos.

Hablemos y respaldemos las palabras con elejemplo de vida.

Cuando hablamos de la igualdad esencial de todoslos seres humanos, de la justicia social, de losderechos de los pobres y de los débiles, delderecho a la vida, del respeto, de la tolerancia, de laconvivencia, de la solidaridad, del compartir, de lafraternidad, del perdón, de la reconciliación, de lano-violencia, de la no-venganza, de la paz; cuando los hacemos realidad en nuestra vidapersonal, estamos siendo mensajeros de Jesús quevino a traernos el perdón de Dios su Padre y

nuestro Padre, a reconciliarnos con nosotros mismos, con

los demás y con Dios, a comunicarnos su paz, su vida, su esperanza.

Cuando hablamos de la igualdad esencial de todoslos seres humanos, de la justicia social, de losderechos de los pobres y de los débiles, delderecho a la vida, del respeto, de la tolerancia, de laconvivencia, de la solidaridad, del compartir, de lafraternidad, del perdón, de la reconciliación, de la

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no-violencia, de la no-venganza, de la paz; cuandolos hacemos realidad en nuestra vida personal, nos hacemos mensajeros del amor y la bondad de Dios para todos los hombres y mujeres del mundo.

Cuando hablamos de la igualdad esencial de todoslos seres humanos, de la justicia social, de losderechos de los pobres y de los débiles, delderecho a la vida, del respeto, de la tolerancia, de laconvivencia, de la solidaridad, del compartir, de lafraternidad, del perdón, de la reconciliación, de lano-violencia, de la no-venganza, de la paz; cuandolos hacemos realidad en nuestra vida personal ytrabajamos por ellos en el ambiente en que vivimos, nos hacemos constructores del Reino de Dios, que es Reino de amor y de justicia, de esperanza, de alegría y de paz.

Si queremos conseguir la paz... tenemos queconstruirla...

Que este sea nuestro gran sueño, nuestro mayordeseo, nuestro proyecto de vida, nuestro trabajo enel mundo: propiciar siempre y en todas partes, entrequienes comparten su vida con nosotros, la justicia,el perdón, la reconciliación y la paz.

“Bienaventurados los que trabajan por la paz,porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo5, 9)

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A MODO DE CONCLUSIÓN

UNA LUZ DE ESPERANZA...

Y para terminar, una historia real que habla por símisma.

Se llama Elena, un nombre simple como ella. Haceunos meses se vino del campo con su esposo, seishijos, un yerno y una nieta recién nacida, porque losgrupos armados los tenían amenazados y ya leshabían dado un ultimátum: si querían seguir en sutierrita cultivando café y caña, y engordando unaspocas gallinas, los dos muchachos, todavíamenores de edad, tenían que ingresar a sus filas.

Elena y su esposo hablaron mucho, lo comentaroncon sus hijos, y todos prefirieron dejar lo quetenían, lo que habían conseguido con muchísimoesfuerzo durante veinticinco años de trabajo de sola sol, para salvar sus vidas, y para que sus “niños”no tuvieran que involucrarse en algo “tan malo”.

Salieron por separado. Primero el papá con loshijos varones, luego la hija casada con su esposo ysu bebé, y por último – cuando ya los demás habíanllegado a la ciudad - Elena con los más pequeños.En la casa quedó la otra hija casada con su esposo,para cuidar lo que había; corrían menos peligro por

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diferentes circunstancias.

Partieron muy temprano en la mañana. Apenaspudieron sacar una muda de ropa para que en losretenes los guerrilleros no sospecharan nada sobresu huída. Cuando le preguntaron, Jaime dijo queiba con los muchachos a sacar la tarjeta deidentidad; le creyeron y los dejaron seguir sinproblemas.

Aunque trataron de disimular todos tenían muchomiedo; sólo se tranquilizaron un poco cuandollegaron a la casa de la hermana de Elena, en unode los barrios altos de la ciudad; sabían que si losguerrilleros se daban cuenta de algo podían hasta“ejecutarlos” a todos como traidores; ya habíasucedido así en varias ocasiones

También Elena se quedó sufriendo lo suyo. Pasaronvarios días antes de que supiera que su esposo ysus hijos “estaban a salvo”. Trató de seguir en lafinca cuidando sus gallinitas y buscando quiénpudiera trabajar en los sembrados, pero cuando losarmados se dieron cuenta de que el esposo y loshijos no regresaban, la obligaron a irse también aella y a los pequeños. “O todos allá o todos acá”, ledijeron.

Elena cerró la casa lo mejor que pudo, pasó pordonde vivían su hija y su yerno, para recomendarlesla finca, y salió con sus niños. El corazón se le

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rompía por dentro pero no podía llorar para noangustiarlos.

Dos días después, cuando llegó a casa de suhermana y se reencontró con Jaime y losmuchachos, tampoco pudo hacerlo para noaumentar su dolor, porque en los ojos de su esposopudo ver el inmenso sufrimiento que “por serhombre” no podía expresar, pero que no por esoera menor.

Los primeros días pasaron para todos tratando deacomodarse a la nueva vida de “desplazados”, yhaciendo las diligencias necesarias para inscribirsecomo tales y acceder a las “ayudas del gobierno”.

Los niños, menos conscientes de lo que significabasu desarraigo y este nuevo modo de vida queempezaban a vivir, se veían contentos con susprimitos y los nuevos amigos que estabanconsiguiendo.

Los jóvenes en cambio, empezaron a aburrirserápidamente; extrañaban su vida libre en el campodonde habían estado siempre, donde habían nacidoy crecido, y el trabajo físico que estaban enseñadosa realizar.

Jaime y Elena se sentían profundamente adoloridosy preocupados, primero por lo que significaba habertenido que dejar todo lo que habían construido

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juntos, y después porque debían pensar en cómoganarse la vida. Eran en total dieciséis personasque dependían del salario de una sola, la hermanade Elena – diez más que antes -, y como era deesperarse, cada día surgían nuevas necesidades,todas urgentes.

Elena es serena y segura. Tiene la certeza de quelo que hicieron ella y su esposo, es lo mejor paratodos. Como dice, aunque lo dejaron todo y ahorano son dueños más que de lo que llevan puesto,están juntos, y "los niños" ya no corren peligro detener que complicarse en algo que no quieren."Diosito" los salvó de "ponerse a matar gente".

Elena comprende perfectamente la gravedad de susituación y el sufrimiento que significa para todos,especialmente para su esposo que esesencialmente un hombre de campo y no deciudad, en donde se siente perdido, sin horizonte. Identifica con claridad los problemas de vivir en unacasa que no es la suya, con una familia grande; lostemores y las dudas respecto al futuro, en fin; sinembargo, en ningún momento deja escapar de suslabios palabras que hablen de rencor, de odio, deresentimiento, de deseos de venganza, ni nadaparecido. Lo más importante para ella es - biendistinto de lo que pudiera suponerse - dar gracias aDios permanentemente por haber podido salir con

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vida de un lugar donde estaban en grave peligro, yseguir todos juntos, enfrentando unidos el porvenir,que, a decir verdad, se vislumbra bastante difícil,por las condiciones mismas en las que comenzó.

Afirma con insistencia, una y otra vez, que estadispuesta a trabajar duro para sacar adelante a sufamilia, y que aunque las cosas por la finca siguenestando mal, según las noticias que recibe delpueblo, no pierde la esperanza de regresar un día.

Últimamente la situación se ha complicado pordiversas circunstancias, pero Elena no se rinde; conla ayuda de su hermana que le abrió las puertas desu casa y la acogió en su pobreza, sigue luchandocon fuerza y tesón. Algunas veces la tristeza pareceapoderarse de su corazón y de sus pensamientos,pero reacciona rápidamente y sigue adelante en sulucha diaria, con su fe puesta en "Dios y la Virgen",como dice, porque sabe que de su valor, de su fe,de su esperanza, de su paz, depende en granmedida el equilibrio de toda su familia, y lacapacidad de enfrentar el futuro, con dignidad,entereza y decisión.

Sin duda ninguna, Elena puede ser como es yhacer lo que hace, porque supo, porque sabeenfrentar la realidad, su realidad y la realidad de sufamilia, aceptándola como es, en lugar de ponersea "pelear" con ella, y también porque no dio cabida

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en su corazón a ningún sentimiento negativo; lospensamientos y los sentimientos negativos hacensiempre que todo sea más difícil.

Elena no "se entretuvo" en deprimirse y dejarsellevar por el dolor de lo perdido, ni en sentir rabia,en odiar, en alimentar deseos de venganza, sinoque, por el contrario, dedicó sus fuerzas a lopositivo: estimular en su esposo y en sus hijosdeseos de buscar salidas dignas y honestas a lacrisis, y entregarse ella misma a su noble tarea deser esposa y madre, don de amor y de servicio paralos suyos.

Muchos se preguntarán si es que Elena no sufrecon lo que le sucede, o si es que acaso le gustasufrir. La respuesta es obvia: ¡Claro que Elenasufre!, y sufre mucho... más de lo que podemosimaginarnos. Sufre ella, sufre su esposo, sufren sushijos, sufre su hermana, sufren los hijos de ésta,sufre su mamá, sufre su papá, sufren todos.

Sufren, tienen miedo, algunas veces no puedendetener las lágrimas, se preocupan, se cansan,quisieran volver el tiempo atrás, pero sufren conpaz, tratan de no dejarse llevar por el miedo, llorancalmadamente, sin hacer drama, "con medida",aunque esta expresión suene extraña, y sobre todo,no han perdido la fe, la confianza en Dios, laesperanza; saben que Dios no es quien hace estas

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cosas, porque nos ama a todos con un amorinmenso y no abandona a nadie; siempre nos deja"el campito para agradecerle", para seguirconfiando en su bondad y en su amor.

En definitiva es su fe, su confianza en el amorinfinito de Dios, lo que no los deja sucumbir al dolory les permite mantener la paz a pesar de lasadversidades; una fe sencilla, pero profunda, una fesin mucho discurso, pero fuerte, bien fuerte; todosestán convencidos de ello, hasta los más pequeños. Que Dios nos dé a todos la gracia de parecernosun poco a Elena y su familia - cada uno en supropia vida -, para que nuestra sociedad, nuestropaís y nuestro mundo sean un poco mejor cadadía. Para que dejemos de hacer daño a los demás ytambién de hacernos daño a nosotros mismos. Paraque no esté lejana la paz que anhelamos y quetenemos que construir juntos, sanando las heridasde nuestro propio corazón, aprendiendo aaceptarnos a nosotros mismos y a aceptar a losotros, a perdonarnos y a perdonar, a buscar elperdón y a recibirlo. Cada uno sabrá muy bien loque tiene que hacer en su situación particular.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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X. León - Dufour . Vocabulario de TeologíaBíblica. Biblioteca Herder. 1982.

Piet Van Bremen S.J. El nos amó primero.Editorial Sal Térrea. 3º edición. 1983

Atilano Alaíz. Felices los generosos. Edicionespaulinas. 2da. Edición. 1981

Deepak Chopra. El perdón: cien reflexiones.Grupo Editorial Norma. 2001

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