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Ignacio Iglesias, S.J.

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SAN IGNACIO DE LOYOLADel Íñigo en busca de Dios

al Ignacio compañero de Jesús

EDIBESAMadre de Dios, 35 bis. - 28016 MADRID

Tel.: 91 345 19 92 - Fax: 91 350 50 99E-mail: [email protected]

www.edibesa.com

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Colección «SANTOS. AMIGOS DE DIOS», n.° 7 (21007)

© EDIBESAMadre de Dios, 35 bis. 28016 MadridTel.: 91 345 19 92Fax: 91 350 50 99E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-8407-925-5Ref: 21007Depósito legal: M. 26.904-2010

Impreso por: Impresos y Revistas, S. A. (Grupo IMPRESA)

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ÍNDICE

Presentación

Siglas más usadas

1. El mundo que recibió a Íñigo López de Loyola (1491 - 1556)1. Un Occidente en expansión y conflicto

IslamAméricaCastilla - AragónOccidenteLa tierra de ÍñigoEl Renacimiento

2. Una Iglesia necesitada de reforma profunda3. Loyola

2. Íñigo López de LoyolaÍñigo, un cristiano

3. ConversiónI. Loyola o el encuentro

1. Íñigo se confiesa2. «Grande y vano deseo de ganar honra» (A. 2)3. Pero había más que curar4. «Mas nuestro Señor le fue dando salud» (A.5)5. «…se le abrieron un poco los ojos» (A. 8)6. «Ya comenzaba a levantarse un poco en casa» (A.11)7. «Pensaba muchas veces en su propósito» (A. 12)8. Aránzazu - Montserrat - Manresa

II. Manresa o la escuela1. «Desviose a un pueblo que se llama Manresa» (A.18)2. «…de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole»

(A. 27)3. «…con un ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas» (A.30)

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4. Y nacieron los Ejercicios Espirituales5. «Continúo mi carrera por si consigo alcanzarle» (Flp 3, 12)6. ¡Jerusalén!7. ¿Qué hacer? (A. 50)8. Alcalá - Salamanca (1526-1527)

III. París y los amigos1. De Íñigo López de Loyola a Ignacio de Loyola2. «Conservar aquellos que se habían propuesto servir al Señor» (A. 82)3. Íñigo, ya Ignacio de Loyola, de nuevo en «su tierra» (A.87)4. Los «presbíteros reformados»

IV. Roma, su Jerusalén1. A cuatro leguas de Roma2. «La unión y congregación que Dios había hecho»3. «Excluyendo a sí mismo…»4. «Servir a los siervos de mi Señor…»

V. Una ventana a su intimidad1. Los mediadores2. «…la abundancia… (D. 49)3. «Me parecía tan grande haber soltado este nudo» (D. 63)4. «…y la devoción dicha…» (D. 101)5 «…y para acabar del todo»

VI. «Y que esto era fundar verdaderamente la Compañía»1. «… para que su santísima voluntad sintamos y aquella enteramente la

cumplamos»

Cierre

Notas

Bibliografía elemental

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INTRODUCCIÓN

San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, una de las institucionesmás gigantescas de la Iglesia, y autor de los Ejercicios Espirituales, sigue vivo y actuandoen el siglo XXI, haciendo el bien en todo el mundo por medio de sus discípulos y de susescritos. Íñigo era un «cristiano del montón», en quien cabían una débil fe, más recibidaque personalizada, y una práctica religiosa esporádica, junto con lo que su sociedadofrecía: «odios y enseñamientos tribales y enormemente permisiva en cuestiones dehonor y de sexo».

Una vida sin más horizontes que «las vanidades del mundo», «grande y vano deseo deganar honra» y la búsqueda del placer. Hasta que, en el fracaso humano de laconvalecencia por la herida de bombarda en la batalla, conoce de cerca a Cristo, leyendola «Vita Christi» del cartujo Landulfo de Sajonia, y decide ser todo de Él y para Él, suSeñor. Como complemento, lee la Legenda aurea, del dominico Jacobo de Varazze.

Y encuentra ejemplos de grandes seguidores de Jesús: ¿Qué sería si yo hiciese estoque hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo? La respuesta fue el SanIgnacio que conocemos: un hombre en busca continua de Dios, un fiel compañero deJesús, que vio en vida cómo su Compañía se extendía por el mundo y cómo susEjercicios llevaban almas a Dios. Fue la obra de Dios en su Iglesia, cuando necesitabauna verdadera «reforma».

Uno de los más prestigiosos conocedores de Ignacio y su obra, el jesuita IgnacioIglesias, con precisa documentación y abundantes textos de su santo fundador, nosofrece una obra maestra.

JOSÉ A. MARTÍNEZ PUCHE, O.P.Madrid, 31 de julio de 2010,

fiesta de San Ignacio de Loyola

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PRESENTACIÓN

LA CONVERSIÓN COMO CAMINO

«Hace ya cuatro años desde que os vengo pidiendo, Padre, no sólo en minombre, sino en el de los demás, que nos expongáis el modo como el Señor os fuellevando desde el principio de vuestra conversión; porque confiamos que saberesto será sumamente útil para nosotros y para la Compañía; pero como veo que nolo hacéis, os quiero asegurar una cosa: si nos concedéis lo que tanto deseamos,nosotros nos aprovecharemos mucho de esta gracia; si no lo hacéis, no por esodecaeremos de ánimo, sino que tendremos tanta confianza en el Señor como si lohubieseis escrito todo».

Así argumentó por enésima vez a Ignacio de Loyola Jerónimo de Nadal, sucolaborador íntimo en la redacción de las Constituciones y su brazo derecho en lapromulgación de las mismas en las comunidades de España, Portugal, Francia, Italia yAlemania.

«El Padre no contestó nada, —continúa—, pero creo que el mismo día llamóal P. Luis González y empezó a contarle las cosas que, después éste, con laexcelente memoria que tiene, ponía por escrito». (Autobiografía. Prólogo del P.Nadal, 3-4)

A retazos de dictado, con largas interrupciones, fue naciendo el relato de su vida (lallamada Autobiografía -A-) base documental imprescindible para conocer lo que ya suscompañeros llamaron su «conversión». Pero no base única. Todos sus escritos, peromuy particularmente los Ejercicios (E) y el Diario espiritual (D) completarán ese relato.Son parte de él. Nos proponemos, hacer aflorar, sobre todo de estos tres textos, suitinerario interior de conversión tal como él lo va viviendo y expresando. En el resto, lasConstituciones (C) y en su largo Epistolario no es difícil detectar, indirectamente, en elespejo de los pasos y medios de conversión, que propone a otros, los suyos propios.Pero sería desmedido pretender hacerlo. Sólo breves alusiones puntuales.

Estas páginas quieren ser una invitación a caminar junto a él su camino, y de su mano.Dejamos hablar a sus hechos y a sus propias palabras. Todas las palabras en cursivason de Ignacio de Loyola. En ellas su minuciosa autoobservación registró con detallequé le sucedió, cómo, en qué circunstancias, con qué proceso interior, con qué signos ycon qué consecuencias.

Ayudará primero situar el itinerario de esta conversión, siquiera a grandes brochazos y

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muy sucintamente, en el escenario histórico, cultural, religioso, político y social, queacogió la venida de Ignacio al mundo y en el que se desarrollaron los 65 años de su vida(1491-1556). También su conversión. Ninguna historia humana es inmune a losinnumerables influjos de su escenario vital (capítulo 1°).

Un 2° capítulo, breve, resume los treinta primeros años de vida de Íñigo López deLoyola, hasta el instante de su fracaso militar en Pamplona (1521). A partir de esemomento se inicia el nuevo nacimiento de Íñigo, su conversión.

El recorrido interno de ésta, narrada por él, ocupará el capítulo 3° y central. SuAutobiografía (A), los Ejercicios espirituales (E) y el Diario espiritual (D) son sus tresrelatos. El último, —registro de movimientos e inteligencias espirituales observadas en símismo—, obviamente no estaba destinado a la divulgación. Para los dos primeros vale laclave hermenéutica que él mismo siguió en la redacción de los Ejercicios espirituales:

Él me dijo que los Ejercicios no los había hecho todos de una sola vez, sinoque algunas cosas que observaba en su alma y las encontraba útiles, le parecíaque podrían ser útiles a otros… (A. 99).

El protagonista de los tres relatos, que son su Libro de la Vida, no es Ignacio, sinoDios. El amanuensetranscriptor de la Autobiografía, P. Luis Gonçalves da Cámara, enconnivencia con el P. Nadal, apuró el argumento que más podía mover a Ignacio asuperar la repugnancia a hablar de sí o a que se hablara de él: seguir fundando laCompañía de Jesús:

Mas, venido el P. Nadal, holgándose mucho de lo que estaba comenzado, memandó que importunase al Padre, diciéndome muchas veces que en ninguna cosapodía el Padre hacer más bien a la Compañía, que en hacer esto, y que esto erafundar verdaderamente la Compañía; y ansí él mismo habló al Padre muchasveces y el Padre me dijo que yo se lo acordase (A. Prólogo de Luis Gonçalves daCámara, 3*).

Fue necesario insistir más veces, hasta fines de agosto de 1553.

De ahí a una hora o dos nos fuimos a comer y estando comiendo con elMaestro Polanco1 y yo, nuestro Padre dijo que muchas veces le habían pedidouna cosa Maestro Nadal y otros de la Compañía y que nunca había determinadoen ello; y que, después de haber hablado conmigo, habiéndose recogido en sucámara, había tenido tanta devoción e inclinación; y —hablando de manera quemostraba haberle dado Dios grande claridad en deber hacello—, que se habíadel todo determinado; y la cosa era declarar cuanto por su ánima hasta ahorahabía pasado; y que tenía también determinado que fuese yo a quien descubrieseestas cosas (A. Prólogo 1*)

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Con largas interrupciones de parte de Ignacio y ausencias de Roma del transcriptor-amanuense, en octubre de 1555 terminó el relato

Al final del «camino» recorrido un breve capítulo 4°, Cierre, concentra el eje centralde la conversión vivida por Ignacio, y algunos pasos concretos de su desarrollo.Ayudarán, espero, a comprender la vida cristiana como una dinámica de conversiónpermanente, a la que Ignacio aportó, desde la suya, instrumentos válidos de confirmadaactualidad.

IGNACIO IGLESIAS, S. J.*Valladolid, febrero 2009

* Ignacio Iglesias, uno de los mejores conocedores de la vida de San Ignacio y de los inicios de la Compañíade Jesús, moría en Valladolid, el 11 de septiembre de 2009, a los pocos meses de escribir su último libro, elquetienes en las manos: una obra de plenitud, en la que puso toda su sabiduría y esmero. Descanse en paz eljesuita ejemplar, incansable trabajador en la viña del Señor. (N. del E.)

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SIGLAS MÁS USADAS

A.= AutobiografíaE.= Ejercicios espiritualesD.= Diario espiritual

Otras siglas

MHSI, Monumenta Historica Societatis Iesu

MI, Monumenta IgnatianaFontes narrativiConstitutionesEpp. Cartas de S. Ignacio

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1EL MUNDO QUE RECIBIÓ A ÍÑIGO LÓPEZ DE

LOYOLA (1491-1556)

1. UN OCCIDENTE EN EXPANSIÓN Y EN CONFLICTO

Pocos momentos de la Historia de Occidente, contemplados en conjunto, másintensos, radiantes, creativos y, a la vez, más convulsos y hasta sórdidos y dolorosos,que los que abarcan el arco de un siglo XV que declina y un s. XVI, que alborea. En elcentro de ese arco (1491) viene al mundo Íñigo López de Loyola.

Islam:La presencia del Islam en la Península Ibérica, —larga de casi ocho siglos— ysu ocupación de una parte significativa de la Europa occidental, tocaba a su fin. Un añodespués, en 1492, los Reyes Católicos desalojaron con caballerosidad al último rey árabede Granada. Bien es verdad que, en el otro polo de la elipse del Mediterráneo, lossultanes del Asia Menor mantenían encendida una nueva réplica a Occidente. La primerales había llevado a recorrer triunfales el África romana y a sorprender por la espalda aEuropa invadiendo España y buena parte de Francia (s. VII y VIII). En aquel momentoel emperador León III (717-741) frenó en el Oriente mediterráneo su intento deconquistar Constantinopla, mientras el franco Carlos Martel hacía lo propio en la batallade Poitiers (732). Pero, desalojados de Occidente casi ocho siglos después, tenaces ensus propósitos, con epicentro en la actual Turquía, reanudaron la invasión en tenaza delpróximo Oriente con Tierra Santa como gran objetivo, y norte de África por un lado, yde la Europa Oriental, en la que se adentrarán hasta Hungría, y hasta las puertas de Vienay las costas del Adriático, por otro. El proceso no perderá iniciativa, violencia y fuerzahasta Lepanto (1571). Los rescoldos de aquel incendio y algún que otro fuego violentocontinúan apareciendo intermitentemente hasta nuestros mismos días.

América: Simultáneamente, en el otoño de ese mismo 1492, después de superarmuchas resistencias con el enorme tesón, del que le hacían capaz sus sueños, CristóbalColón recibió de la corte de Castilla el «fiat!» para la aventura de abrir nuevas rutas, poroccidente, hacia la India, que ahorraran el penoso viaje por escalas, —costosísimo envidas y medios—, bordeando el continente africano, aventura exploradora portuguesa porexcelencia, ya desde la primera mitad de siglo XV. Colón no llegó a las Indias, que élsoñaba, pero puso pie en la tierra de un continente nuevo. La noticia de este hallazgoinesperado, y de su éxito no imaginado, que confirmará en otros tres nuevos viajesdurante los diez años siguientes (1492-1502), encendió miles de ambiciones y contagió lafiebre de descubrimientos, que, caracterizaron todo el s. XVI. Aventureros, soldados y,muy pronto misioneros formaron la tripulación habitual de los miles de navíos que se

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lanzaron a la travesía del Atlántico con muy diversa fortuna. Ellos también, y de maneramuy decisiva, contribuyeron a que la historia de la humanidad pasase página a una épocadramática en el continente europeo y a que iniciase un nuevo, ilusionante y, a la vez,conflictivo capítulo.

Castilla-Aragón: Pero ni la conquista de Granada, ni los descubrimientos de ultramaraquietaron el mapa de la península ibérica. La emergencia de nuevas unidades políticas(Estados) ya en marcha en la Europa occidental, que había tenido en la península supunto de inflexión definitivo el 16 de octubre 1469 con el matrimonio de Fernando deAragón e Isabel de Castilla, no calmó de inmediato, ni calmaría del todo, durante todo elsiglo XV y buena parte del XVI, la fiebre de ambiciones, intrigas y pretensiones denobles, concejos, ciudades y hermandades alrededor de privilegios forales, exenciones deimpuestos o derechos a comercios regionales, al estilo de los que habían ido consiguiendocon anterioridad valencianos, aragoneses, catalanes…

En no pocas ocasiones decidió la violencia, aunque más común fue el recurso dereyes, aspirantes al trono y regentes, al mercadeo de privilegios con los litigantes, —compromisos matrimoniales incluidos—, para asegurarse el apoyo y la adhesión de losseñores feudales en los varios frentes de guerra y en los pleitos diplomáticos y dinásticos,que, con la rapidez de un incendio, aparecieron por doquier. En medio y de fondo, lahabilidad de los prestamistas judíos, que aprovecharon hábilmente las continuasinestabilidades políticas para su floreciente negocio. Y medio diluidos en los territorioscristianos, muchos de ellos varias veces ganados y perdidos en la reconquista,musulmanes acomodaticios, dejando pasar la guerra por encima de sus cabezas,ayudaban al señor de turno que más ofrecía o a sus contrarios. La Iglesia misma, que,tentada de poder, no pasaba, en conjunto, por el momento más brillante de su misiónespiritual, se implicó no pocas veces en estos enredos como árbitro o como parte.

Occidente: La todavía frágil consolidación por los Reyes Católicos de la uniónpeninsular de España, ocupante por parte del reino de Aragón de los territorios del sur deItalia, —Nápoles y Sicilia, sobre todo—, encendió la larga hostilidad (siglo y medio) conFrancia, que los pretendía, más aún, que llegó a conquistar Nápoles. El Papa AlejandroVI pidió ayuda a España y Fernando de Aragón desplazó a la zona al mejor de susmilitares, Gonzalo Fernández de Córdoba, —el Gran Capitán, apodo que le impusieronsus soldados—, quien, requerido de urgencia en España, regresaría pronto a Calabria,hasta su pacificación.

En alguna de las batallas de aquella campaña, participó con su propia nao, comocapitán de navío, el hermano mayor de Íñigo, Juan Pérez, quien poco después murió enNápoles. La primogenitura, heredera del mayorazgo de Loyola pasó entonces al hermanosegundo de Íñigo, Martín García de Oñaz.

Luis XII, ya Rey de Francia, presionó entonces el norte de Italia apropiándose de

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Milán y Génova. Alejandro VI, en medio, desplegó todo su poder de persuasión, dediplomacia e incluso de guerra, apoyándose alternativamente en uno u otro rey.

La tierra de Íñigo: La inestabilidad arrastraba ya, desde mucho antes, su propiaversión en las provincias vascas y particularmente, por lo que interesa a nuestro Íñigo, enGuipúzcoa, con largas y duras contiendas entre las banderías de los Parientes Mayores,señores y patronos de las Casas-torre y el territorio circundante y, posteriormente, entreéstos y la emergente hermandad de las ocho villas (Azpeitia y Azcoitia incluidas), querequirió la intervención autoritaria del rey Enrique IV (1457). El abuelo de Íñigo, fue unode los represaliados con destierro al sur de la península, a Jimena de la Frontera (Cádiz).Amnistiado dos años después, fue autorizado a reconstruir la Casa de los Loyola,previamente desmantelada por orden del rey en sus elementos defensivos, pero no comocasa-torre, sino como casa-palacio o casa familiar.

Quienes hoy se acercan a Loyola encontrarán, como una joya, engastada en lamonumental construcción del colegio jesuítico y protegida por la basílica del s. XVIII, laCasa de los Loyola. Sólo quedan de la antigua Casa-torre, o casa-fortaleza, los anchosmuros de piedra de la planta baja y primera planta. El resto, construcción de ladrillo, deinspiración mudéjar fue construcción del abuelo de Íñigo. Así la conoció y en ella habitó,no más de los primeros quince años, Íñigo López de Loyola. Y ella será el escenario en elque germine la conversión que pretendemos seguir en estas páginas.

Las antiguas contiendas se habían apaciguado, pero no era infrecuente la movilizaciónde mesnadas de combatientes reclutadas por los Señores (don Beltrán, Señor de Loyola,uno de ellos), a requerimiento de los Reyes de Castilla, como refuerzo ocasional de susejércitos.

El Renacimiento: Íñigo, finalmente, nace en el corazón de la revolución culturaldenominada Renacimiento (s. XV-XVI), surgida en un Occidente convulso, desangradoen mil litigios feudales y dinásticos, que van dando a luz dolorosamente a los nuevosEstados y a sus maquinarias organizativas.

Evolución, más que ruptura con la Edad Media, caracteriza el Renacimiento unailusionante exaltación del hombre y lo humano en todos sus aspectos. En la decadenteimpronta religiosa y escolástica de la Edad Media, se ha ido abriendo paso una visiónoptimista del hombre y de sus posibilidades en el campo del pensamiento, de la ciencia yde la expresión artística en todas sus formas.

Optimismo en ocasiones rayano en culto al hombre, una nueva fe en las posibilidadesde la ciencia para explicar fenómenos hasta entonces referidos al mundo de la fe religiosay un nuevo disfrute de la naturaleza que retoma su inspiración del viejo paganismo greco-romano.

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Lo ambiguo del fenómeno en sí, irrumpiendo en tromba en una Iglesia oficial, en elmomento más bajo de su historia como tal Iglesia, muy urgida por problemas de índoletemporal, políticos, económicos y hasta bélicos, explica que los Papas aceptaran elfenómeno, apenas sin resistencias, en ocasiones lo apoyaran incondicionalmente y hastaintentaran servirse de él. Ningún freno más fuerte para la reforma interior, que urgíacomo nunca a la Iglesia y que varios Papas habían intentado sin éxito, que el espíritu deeste nuevo paganismo que llegó a anidar en el entorno de la corte pontificia, e incluso enla corte misma.

En la subjetividad extremada del humanismo, que precedió al Renacimiento ydesembocó en él, encontró su caldo de cultivo el descontento crítico de Lutero, queexplotó en 1517 en sus tesis con ocasión de las indulgencias promulgadas por León X afin de conseguir fondos para una de las obras emblemáticas del bajo Renacimiento, labasílica de San Pedro. Su propuesta de falsa reforma frente a la que verdaderamentenecesitaba la Iglesia y que demandaban abiertamente muchos cristianos, abrió una heridaaún no cicatrizada en el cristianismo.

2. UNA IGLESIA NECESITADA DE REFORMA PROFUNDA

En su cabeza y en su cuerpo. Justamente también, cuando Ignacio cumplía su primeraño de vida, el 1492, fue elegido Papa el cardenal Rodrigo Borgia, tío segundo de SanFrancisco de Borja, que escogió el nombre de Alejandro VI (1492-1503). Los escándalosantes y durante su cardenalato, recibido a los veintiocho años, se vieron agravados porsus actuaciones más políticas que eclesiales y sus procedimientos de poder político en elcampo de su gobierno estrictamente eclesial. Su pontificado fue, sin duda, una de laspáginas más sombrías de la historia de la Iglesia.

Haría falta todo un siglo, el XVI colmado, para que la reforma de la Iglesia, quereclamaban con urgencia el pueblo sencillo, numerosos grupos de cristianoscomprometidos, —órdenes y comunidades religiosas antiguas y nuevas llamadas ajugarse la vida en esa reforma—, y no pocos de sus jerarcas, madurase y empezase ahacerse visible a partir del Concilio de Trento. A Íñigo, —entonces ya Ignacio—, letocará vivir, en la segunda mitad de su vida, ese clamor de reforma, e incluso participaren ella. Su conversión no fue ajena a la reforma, incluso puede decirse que fue parte dela misma.

La historia de la Iglesia, —tanto en Oriente como en Occidente—, desde del primercapítulo, extraordinario (s I-IV), el de la verdad desnuda de sus innumerables mártires:apóstoles, Papas, obispos, pueblo sencillo, que «no amaron tanto su vida, que temieranla muerte» a la hora de presentar al Mesías crucificadoresucitado, puede leerse, en suconjunto, como un atormentado camino de purificación, soportada unas veces, buscadaheroicamente otras, por ser fiel al Evangelio, toda su razón de ser.

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Historia pacífica sólo en breves períodos y en alternantes escenarios regionales muylocalizados. Dura y agresiva en otros muchos. Pudo parecer que con la libertad de culto,garantizada por el edicto de Milán (313) firmado por Constantino, se abría un nuevocamino llano y fácil a la Iglesia. No se le habían prometido a la Iglesia caminos llanos. Yaen ese mismo siglo IV, y bajo emperadores progresivamente cercanos y afines alcristianismo, tanto que llegaron a considerarlo como ley del Estado, y precisamente poreso, surgieron nuevos y profundos problemas que no abandonarían a la Iglesia casi hastanuestros mismos días: los de sus relaciones de poder espiritual con el poder terrenal ymás concretamente con el Estado de profesión católico. La protección por éste no habíade salir gratis a la Iglesia. Incluso en ocasiones tuvo que pagar precios demasiado grandespor ella.

La ambigüedad, de facto, en la frontera entre el poder espiritual de los pastores de laIglesia y el temporal de los poderes públicos actuando sobre las mismas personas, notardó en manifestarse, en forma conflictiva, ya desde este primer momento de aparentenormalización de las relaciones entre ambos. Y, con brotes diferentes, —alguno de ellosgravísimos—, de una enfermedad no del todo curada, siguió acompañando a la Iglesiahasta nuestros días, frenando no poco el desarrollo de su misión y el consiguientecrecimiento del Evangelio.

La enfermedad había de agravarse particularmente, siempre que la Iglesia, buscando yutilizando erróneamente medios habituales en la política de Estado para defender sulibertad misionera, obró como un poder temporal más: Fuerza, dinero, poder territorial,simonías, compromisos humanos de todo tipo, compraventa de favores, nepotismos,apelaciones negociadas al emperador… impregnaron la historia de la Iglesia tanto enOriente como en Occidente.

A reforzar esta ambigüedad contribuyeron las numerosas controversias doctrinalesinternas de la Iglesia de los primeros siglos, sobre todo en Oriente, incluso en forma deherejías violentas, que brindaron al poder temporal una fácil justificación para intervenir,por propia iniciativa, en asuntos internos vitales para la Iglesia: convocar concilios, tomarpartido a favor de determinadas corrientes teológicas no pocas veces en contra de laIglesia oficial, nombrar y deponer obispos, la curia papal e incluso los mismos Papas, sinmirar a su calidad religiosa.

Frecuentemente el poder civil se sirvió a conveniencia del poder religioso, en lascontiendas civiles, como si se tratase de una corte paralela a disposición del emperador ode los señores feudales de turno, para defenderse, incluso por las armas, de enemigoscomunes muchas veces. Y a la inversa. La reforma y la paz de los cristianos estuvo amerced de que el emperador fuese una buena persona y estuviera interesado en ello.

La mayor parte de los Papas, celosos de su responsabilidad, lucharon con diverso éxitopor garantizar cotas de libertad para la Iglesia y por fijar jurídicamente sus competencias

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ad intra y ad extra de la misma. Destacaron en esta ardua tarea, organizadora, perosobre todo reformadora, Papas provenientes del monacato, San Gregorio Magno (s. VI)y, cuatro siglos más tarde, el gran Papa Hildebrando (S. Gregorio VII), reformador yreeducador de la Iglesia, a la vez que fuerte y en su sitio frente al emperador de turno,Enrique IV, que acabó llevándoselo prisionero e imponiendo otro Papa. Ya en pleno s.XII y XIII figuras como Alejandro III, Inocencio III, Gregorio IX e Inocencio IV,atendieron a contener a los emperadores, en sus pretensiones de dominarlos como aseñores de la tierra, por un lado, y a favorecer las corrientes reformadoras dentro de laIglesia, por otro.

Porque, en medio de tanta turbulencia, siempre hubo, en el seno de la Iglesia impulsosreformadores que la devolvieron continuamente al Evangelio. Los movimientos de máshondo calado nacieron vinculados de una u otra forma al monacato. Cluny en la altaEdad Media y su red de monasterios, de la que surgieron grandes figuras del episcopadoy del papado mismo, fue en parte reemplazado, en parte resucitado, dos siglos despuéspor cistercienses y premostratenses, que extendieron su acción misionera hacia el norte yel este de Europa.

Ya en la baja Edad Media, las Órdenes mendicantes, dominicos y franciscanosprincipalmente, surgieron como reacción a las herejías nacientes y al derroche mundanode poder y riqueza de la Iglesia. La palabra y la caridad fueron sus armas. Sin ignorar elpeso de todos ellos como soporte de la revolución cultural que promovió y lideró laIglesia, incluso durante sus períodos más oscuros, mediante la creación y apoyo deUniversidades, escuelas y centros de formación de presbíteros.

Expansión y conflictividad de distinto género habían acompañado también la historiade la Iglesia española. Fuerte y en su conjunto consolidada en el momento de la invasióndel Islam, vivió durante siete siglos experiencias de martirio, de catacumba, deresistencia, de tolerancia y hasta de convivencia. Resurgió renovada a paso dereconquista y contribuyendo a ella, en el seno de los reinos que iban abriéndose espacio yde la mano de sus representantes, no siempre y no todos igualmente generosos con ella.

Tal vez una característica propia fue el haber sido y seguir siendo, en su conjunto y enmedio de numerosos expolios, una Iglesia culta, no tanto en su base, sino en sus elites,dotada de hombres e instituciones eminentes. Algunas vivían, en el momento de nacerIgnacio, un esplendoroso resurgimiento interno, que rápidamente se pusieron a traspasarmisioneramente a los nuevos mundos descubiertos.

3. LOYOLA

Así recibió el s. XV, ya en sus estertores, a Íñigo López de Loyola en el plácido otoñode 1491. El otoño sigue siendo la estación ideal en el tranquilo valle de Iraurgui, queriega, habitualmente tímido, el río Urola. En el centro mismo, a mitad de camino entre

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Azcoitia y Azpeitia (entonces aún Salvatierra de Soreasu, por carta de fundación — 1310—, del rey Fernando IV), casi oculta entre frondosos hayedos, castaños y nogales, sealzaba la casa-torre de Loyola, como un nido o una cuna entre dos altos macizosmontañosos, el Erlo al norte (el Izarraitz es su estribación más inmediata sobre Loyola) yel Pagotxeta al sur, que se acerca con el Oñazmendi, donde estaba enclavada la casasolar del linaje de Oñaz, uno de los dos linajes de la familia de Íñigo.

Íñigo es el último de once hermanos, hijos de Beltrán Ibáñez de Loyola y de MaríaSáenz de Licona, a los que hay que añadir otros dos ilegítimos reconocidos. Apenasnacido, es confiado de urgencia, como nodriza, a María Garín, esposa del herreroErrazte, del caserío de Eguíbar, a 400 metros en línea recta de la casa-torre. Allí, conesta mujer fidelísima, da los primeros pasos y de ella aprende las primeras palabras y lasprimeras oraciones. Cuando, a los cinco años se incorporó de manera permanente a lavida de la casa-torre, y hasta los quince, en el decorado de su casa, que a diariocontemplan sus ojos, por todas partes dominaban arreos y armaduras de guerra de supadre y sus hermanos mayores, al tiempo que su curiosidad infantil se iba llenando denombres de personas y con relatos de otras tierras del otro lado de los montes que sirvende concha al apacible valle de Iraurgui.

Se fue enterando de que su padre había servido a los Reyes católicos. Les habíaayudado a recuperar las plazas de Toro y el castillo de Burgos, en el frente castellano, yla ciudad de Fuenterrabía en el frente francés, episodios de guerra entre Isabel de Castillay Juana la Beltraneja (1474-1479), iniciada por Alfonso V de Portugal, que invadióCastilla. Le apoyó Luis XI, rey de Francia, que hacía lo propio por el norte. Tal vez pudoconocer más tarde, entre el documentario de la Casa de Loyola, la carta de privilegio porla que, siete años antes de nacer Ignacio, los Reyes Católicos renovaban al señor deLoyola el patronazgo sobre la iglesia de Azpeitia,

«acatando los muchos e leales servicios que vos nos fecistes en el cerco quetovimos de la ciudad de Toro, al tiempo que el de Portugal la tenía ocupada, easimismo en el cerco del castillo de Burgos e en la defensa de Fuenterrabía, altiempo que los franceses la tenían cercada, donde estuvistes mucho tiempo convuestra persona e vuestros parientes, cerrados a vuestra costa e minsión, poniendomuchas veces vuestra persona a peligro e aventura, e por otros servicios que nosavéys fecho e esperamos que nos faredes…, vos confirmamos e aprobamos losdichos previllejos, … por juro de heredad para siempre jamás»2.

Su padre alternaba los servicios a los Reyes Católicos con la administración meticulosadel Mayorazgo de Loyola y con puntuales intervenciones en las viejas contiendas,todavía no acalladas del todo, con otros bandos de los parientes mayores de la provinciade Guipúzcoa. Problema éste por el que su abuelo, Juan Pérez, fue desterrado por el ReyEnrique IV (1457) a Jimena de la Frontera (Cádiz), viendo desmontadas, a su regreso,las estructuras defensivas de la casa-torre de Loyola, que sólo fue autorizado a

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reconstruir para vivienda.

También los hermanos de Ignacio, menos Pero López, el inmediato anterior a Íñigo enla serie de hermanos, que escogió la carrera clerical y llegaría a ser rector de la parroquiade Azpeitia, emularon las aspiraciones y ambiciones de su padre. Cuando Íñigo cumplíados años, ya Juan Pérez de Loyola, su hermano mayor, había participado, como capitánde nao de la armada de Vizcaya, en escoltar el trasbordo del derrotado Boabdil, últimorey moro de Granada, al norte de África y a continuación, —aunque sin éxito—, porencargo también de los Reyes Católicos, en la conquista de Tenerife. Tres años después(1496), con nao propia, formó parte de la armada con la que el Gran Capitán conquistóen Nápoles la ciudad de Atella.

Allí murió, poco después, dando paso, como heredero de la Casa de Loyola a suhermano Martín García, que se significó más como administrador, que como militar. Siparticipó con éxito en la batalla de Velate por la anexión de Navarra al reino deCastilla(1512), en desacuerdo con sus jefes se retiró de Pamplona (1521), precisamenteen ocasión de la invasión en la que había de resultar herido su hermano Íñigo y no pudoimpedir, también en desacuerdo con sus jefes, la rendición de Fuenterrabía a losfranceses ese mismo año, mientras su hermano convaleciente en Loyola, empezaba asoñar nuevos caminos. Como responsable de la casa y familia de Loyola, intentarádisuadir a su hermano Íñigo de una segunda operación en la pierna destrozada enPamplona, avisándole sobre dolores que él no se atrevería a sufrir. Y poco después seráel primero que advierta, con temor, y comparta con el resto de la familia el cambiointerior que se ha ido produciendo en el Íñigo convaleciente. Finalmente, cuando éstemanifieste su decisión de ponerse en camino con rumbo desconocido, en su calidad deSeñor de la familia tratará de disuadirle con argumentos que hubieran sido válidos enotros tiempos, pero que ya no lo eran, para Íñigo.

La misma guerra por la conquista de Nápoles, en que murió Juan Pérez de Loyola,segó la vida de Beltrán, el tercero por antigüedad de los hermanos. Mientras que elcuarto, Ochoa Pérez, sirvió en los ejércitos de Flandes, y luego en España bajo la reinaJuana; y el quinto, Hernando , se embarcó rumbo a América, muriendo en Dariem,Panamá. Sólo con Pero López, que culminaría la carrera eclesiástica como rector de laparroquia de Azpeitia, vivió Íñigo una relación personal relativamente estable.

Las cuatro hermanas, Juaneiza, Magdalena, Petronila y María Beltran, ilegítima, —algunas no sabían leer ni escribir—, contrajeron matrimonio con notables dentro deGuipúzcoa.

En todo este cuadro familiar, resulta una figura misteriosa la madre de Íñigo. Poco másse sabe documentalmente de María Sáenz de Licona, hija de Martín García de Licona,conocido como «Doctor Ondarroa» por su procedencia, auditor de la Chancillería deValladolid, consejero de Enrique IV de Castilla y Patrono de la iglesia parroquial de

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Azcoitia. Tampoco consta la fecha de su muerte y hasta hay dudas de si Íñigo llegó aconocerla. Al menos hasta los cuatro o cinco años vivió casi enteramente dependiente desu nodriza, María de Garin. Y más misterio aún, que no aparezca alusión ninguna a ellaen los escritos de Ignacio. Únicamente en la apertura del proceso de beatificación de S.Ignacio (1595), quienes testificaron sobre ella lo hicieron como sobre mujer «firme en lafe y obediente a la santa Iglesia».

Fue en un ámbito familiar, tan movido, donde Íñigo empezó a asombrarse (y empezó asoñar) de que hubiera reyes, que pedían ayudas puntuales a su padre y sus hermanospara reconquistar tierras y fortalezas, de que hubiera enemigos que vencer, de queexistieran otros mundos a los que se acababa de llegar atravesando mares inmensos. Unaextraordinaria fiebre aventurera de descubrimientos, que habían de cambiarprofundamente la historia, prendió también en la casa y familia de Loyola.

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2ÍÑIGO LÓPEZ DE LOYOLA

ÍÑIGO, UN CRISTIANO

«…de los del montón», resume Nadal, el ayudante más eficaz de Ignacio de Loyola, yel de más confianza en la promulgación e interpretación de las Constituciones de laCompañía de Jesús a los jesuitas de Europa. «Era ciertamente católico, pero populariterchristianus. Nada le importaba menos que la piedad, sobre todo la piedad religiosa»3.Como a la gran mayoría, de aquella sociedad y de su misma familia, si se exceptúa a sucuñada, la culta y piadosa Magdalena de Araoz, esposa de su hermano Martín, Señor deLoyola.

Aquella sociedad llevaba consubstanciada una religiosidad de cruzadas y conquistas aescala peninsular y, en lo individual, una fe de dogmas no discutidos, y una piedad formalexigente de prácticas, títulos, diezmos, ayunos, penitencias y limosnas, simultaneada conodios y ensañamientos tribales y enormemente permisiva en cuestiones de honor y desexo. Todo ello en el marco de una Iglesia, cuya amoralización y escasa formacióngeneralizada en buena parte de su clero, venía siendo la preocupación primera delCardenal Jiménez de Cisneros, y de los propios Reyes Católicos había de serlo dehombres como Juan de Ávila, Tomás de Villanueva, contemporáneos rigurosos de Íñigo,con quienes éste la habría de compartir personalmente.

Cristianado, apenas venido al mundo, en la iglesia de Azpeitia, de la que era rector D.Juan de Zabala, vivió su primera iniciación en la fe, por enfermedad de su madre, de lareligiosidad de su nodriza, María de Marín. Desde el principio el caserío se convirtió enuna verdadera extensión familiar, en la que Íñigo aprendió lengua, costumbres,devociones…, La ermita de la Virgen de Olatz, frente por frente del caserío, en la faldabaja del Itzarraitz, fue testigo y escenario de muchas de ellas.

La tonsura, que recibió Íñigo, todavía adolescente, con su hermano Pero, tenía másmotivación de prestigio, medro y beneficio familiar, que de vocación a una renovacióneclesiástica. Su bisabuelo, D. Beltrán, había sido favorecido con el patronazgo laico de laparroquia de Azpeitia, un verdadero poder laical en la Iglesia, que la familia Loyola habíade retener y defender con uñas y dientes, incluso frente a instancias eclesiásticas, y conel tesón que la caracterizó también en otras muchas hazañas bélicas y contiendaspolíticas.

Con todo, y a pesar de buenos ejemplos de observancias y hasta de heroicidadesreligiosas en su familia, no era lo cristiano un primer valor, que dominara la vida de los

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habitantes de la casa-torre de Loyola. Sí lo era el destacar por encima de otros en laescala de cortesanos al servicio del rey de Castilla o en las contiendas de banderías entrelos Parientes y señores de las sagas familiares de Guipúzcoa y en los alardes individualesentre hombres de armas. También Íñigo fue fiel a esta ambición y hambre de gloriafamiliar, que será, llegado el momento, el subsuelo humano de su conversión.

Don Beltrán había soñado también algo más noble para el menor de los hijos. Por depronto había puesto en manos de uno de los maestros particulares (generalmenteclérigos) de Azpeitia su primera formación básica en gramática. Luego, fallecida sumadre y apenas entrado en la adolescencia, pensó confiarlo a D. Juan Velázquez deCuéllar, Contador Mayor del Reino de Castilla, miembro del Consejo real y amigo suyopersonal, para una educación cortesana, que abriera a Íñigo caminos de ascenso social entorno a la Corte real.

No necesitó pedírselo. El mismo D. Juan Veláquez se le adelantó a ofrecérselo.Durante once años, de los 15 a los 26 de su vida, vivió Íñigo en Arévalo (Ávila), comouno más de la familia y acompañó a D. Juan en sus frecuentes viajes por Castilla yocasionalmente hasta Andalucía, para participar en las Cortes generales e incluso en susperiódicas visitas a la corte real. Hombre de reconocida honradez, gran cultura y hondosentido cristiano, D. Juan recibió y trató a Íñigo como a uno de sus doce hijos (seis hijosy seis hijas), durante los once años, que le acompañó en Arévalo y en los muchos viajesque por su cargo en la corte o por encargos particulares del Rey había de hacer.

Buena parte de su cultura, de su afición a la música y a la literatura, poesía incluida, y,sobre todo aquella cortesía en el trato con todos, que caracterizaría a Ignacio, la aprendióen estos años cruciales de su vida. Arévalo, la rica biblioteca de D. Juan, las fiestas yliturgias cortesanas fueron para Íñigo su primera ventana al mundo del Renacimiento. Allígustó Íñigo y se aficionó a la literatura heroica, a la «prensa del corazón», las novelascaballerescas y a la poesía, afición que no le abandonará del todo y de la que se servirá elSeñor para dársele a conocer durante la larga convalecencia en Loyola.

Periódicamente hacía breves escapadas a la casa-torre paterna. A una de ellas, la delcarnaval de 1515, a sus 23 años, corresponde una de sus bravuconadas juveniles, —de«cierto exceso» etiquetan los historiadores un episodio nocturno de armas—4, junto consu hermano Pero. ¿Cuestión de honor, de mujeres, de dinero, de venganza? El hecho esque ambos fueron procesados por el corregidor de Guipúzcoa, Doctor Juan Hernándezde la Gama. En la jurisdicción eclesiástica de Pamplona, a la que se acogieron los doshermanos en su condición de «tonsurados», constan «delitos calificados de muyenormes, por los haber cometido él e Pero López, su hermano, de noche e de propósitoe sobre habla e consejo habido sobre asechanza e alevosamente»5.

En el pleito entre ambas jurisdicciones, eclesiástica (Pamplona) y civil (Guipúzcoa), sealude a «delitos varios e diversos y enormes» y a su atuendo chulesco impropio de un

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tonsurado. Al final, los dos hermanos fueron absueltos sin cargos. De hecho, expuestovoluntariamente a este tipo de conflictos violentos, solicitó permiso de tenencia de armas,que le fue concedido y renovado fácilmente.

Sus años de Arévalo terminarían abruptamente acompañando a D. Juan Velázquez enel fracaso social y económico, que acabó con su vida. Quien había sido hombre de lamáxima confianza de los reyes Isabel y Fernando, hasta el punto de que ambos, muertoscon una diferencia de doce años (1504 - 1516), le nombraran uno de los testamentarios yejecutores de sus testamentos, sintió atropelladas las leyes del reino y sus propiosderechos por decisiones arbitrarias del jovencísimo emperador Carlos V, legando a lareina viuda, Germana de Foix, villas y posesiones que habían sido confiadas por losReyes Católicos a Juan Velázquez. Ni los consejos del Cardenal Cisneros, en función deregente, al emperador impidieron este atropello. Juan Velázquez resistió inclusomilitarmente la ocupación de Arévalo. Pero finalmente tuvo que ceder. Arruinado en sufama y en sus bienes, murió al año siguiente (1517) en Madrid.

Íñigo vivió de cerca todo este drama humano del hombre a quien debía tanto y quehabía soñado como modelo de sus ambiciones juveniles. Esta experiencia le marcó y, sino alteró sus planes, la herida abierta no se cerraría, formando parte del camino deconversión, en el que él todavía no estaba, ni pensaba, pero que empezaba a roturarDios.

La admiración de Íñigo por D. Juan, como hombre «muy cristiano», honesto, culto,gestor fiel y eficaz, prototipo de sus ambiciones cortesanas, le duraría toda la vida. YaGeneral de la Compañía (1548), contestando al licenciado Mercado, de Valladolid, que leadjuntaba saludos de uno de los nietos de D. Juan, «regidor que es desta villa»,desahogará su agradecido recuerdo:

«De la memoria del señor Juan Velázquez me he consolado en el Señor nuestro;y así vuestra merced me la hará de darle mis humildes encomiendas, como deinferior que ha sido y es tan suyo y de los señores su padre y su abuelo y toda sucasa; de lo cual todavía me gozo y gozaré siempre en el Señor nuestro»6.

La intuición y el interés de María de Velasco, viuda de D. Juan Velázquez, por Íñigosalió pronto al paso de esta orfandad del joven Loyola, enviándolo recomendado alduque de Nájera y reciente virrey de Navarra, Don Antonio Manrique de Lara, quien lorecibió como gentilhombre en su servicio. Pronto tendría ocasión de ejercitar sus dotes ypreparación como militar sometiendo a los najeranos rebelados contra el duque, y comodiplomático pacificando las villas de su Guipúzcoa natal, revueltas por no haber sidotenidos en cuenta sus fueros en el nombramiento del nuevo corregidor de la provincia.Refiriéndose a este asunto, Polanco, secretario de Ignacio de Loyola, General de laCompañía, epitafiará que manifestó «ser ingenioso y prudente en las cosas del mundo yde saber tratar los ánimos de los hombres, especialmente en acordar diferencias o

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discordias».

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3CONVERSIÓN

I. LOYOLA O EL ENCUENTRO

1. Íñigo se confiesa

Pero le faltaba a Íñigo la providencialmente más difícil empresa y el más sonadofracaso de su vida. Aprovechando la ausencia de Carlos V en Flandes y la revolucióncomunera en muchas ciudades del reino de Castilla contra los administradores yfuncionarios flamencos dejados por el Emperador, que concentró en la meseta lo más ylo mejor del ejército, también el del Virrey de Navarra, Francisco I, rey de Francia, pusoa disposición de Enrique d’Albret, pretendiente al trono de Navarra, un ejércitonumeroso y bien equipado, que pasó el Pirineo y se plantó sin resistencia a las puertas dePamplona. El Virrey, Duque de Nájera buscó desesperadamente ayudas militares, que nollegaron.

Íñigo y su hermano Martín de Loyola reclutaron de urgencia huestes guipuzcoanas.Pero la división entre los pamploneses y la tensión entre el Concejo ciudadano y elmermado ejército del Virrey hicieron inútil el ofrecimiento de Martín de Loyola y deÍñigo de asumir la defensa de la ciudad. Martín se volvió con sus soldados; pero Íñigo«teniendo por ignominioso el marcharse también él, e impulsado en cuestión tan difícilpor la grandeza de su ánimo y por la ambición de la gloria, dejando a su hermano, picóespuelas a su caballo y se metió a galope en la ciudad con unos pocos soldados»7

encerrándose finalmente en la fortaleza, consciente del desigual enfrentamiento que leesperaba.

«Tratándose entre los de la misma fortaleza de darla a los contrarios, por nopoder defenderla, y hubiendo dicho los que antes de él dijeron su parecer, quesería bien entregar el castillo…, Íñigo dio por parecer que de ninguna manera, sinoque le defendiesen o muriesen»8.

Y sobriamente comienza él mismo a relatar su propia historia:

Y venido el día que se esperaba la batería, él se confesó con uno de aquellossus compañeros en las armas; y después de durar un buen rato la batería, leacertó a él una bombarda en una pierna, quebrándosela toda, y porque la pelotapasó por entrambas piernas, también la otra fue malherida (A. 1).

Confesarse pertenecía a la religiosidad aprendida en Azpeitia y Arévalo. Incluso, «no

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podiendo aver sacerdote», como signo de contricción, en situaciones de emergencia, eracostumbre reconocida hacerlo con un compañero. Esa confesión y esa herida, comosignos, la primera de una voluntad de arriesgar «el grande y vano deseo de ganar honra»hasta el extremo, la segunda de haber sido allí, en Pamplona tocado en su línea deflotación dicho deseo, inician la verdadera confesión personal de Ignacio, que es suAutobiografía. La caminamos con él.

2. «…grande y vano deseo de ganar honra» (A.2)

El siguiente episodio sucede ya en el escenario de su casa de Loyola, su tierra, despuésde quince días tratado cortés y amigablemente por los franceses, pero malcurado enPamplona, y de otros quince en una litera a hombros de portadores amigos.

En Loyola fue recibido, en funciones de madre, por su cuñada, Magdalena de Araoz,señora de la casa, esposa de su hermano Martín que detentaba entonces el mayorazgo deLoyola. Magdalena, mujer de gran virtud y cultura, le hizo instalar en la tercera planta dela casa, en el lugar exacto de la actual capilla de la conversión.

Allí, —sigue contando Ignacio—,

hallándose muy mal y llamando todos los médicos y cirujanos de muchas partes,juzgaron que la pierna se debía otra vez desconcertar y ponerse otra vez loshuesos en sus lugares, diciendo que por haber sido mal puestos la otra vez o porhaberse desconcertado en el camino, estaban fuera de sus lugares y así no podíasanar. Y hízose de nuevo esta carnecería; en la cual, así como en todas las otrasque antes había pasado y después pasó, nunca habló palabra, ni mostró otraseñal de dolor, que apretar mucho los puños (A. 2).

Era la única señal de dolor que el código de caballería permitía a sus profesos.

Pero seguía empeorando,

sin poder comer y con los demás accidentes que suelen ser lugar de muerte. Yllegando el día de San Juan, patrono de Oñaz, por los médicos tener pocaconfianza en su salud, fue aconsejado que se confesase; y así, recibiendo losSacramentos, la víspera de San Pedro y San Pablo, dijeron los médicos que sihasta la media noche no sentía mejoría, se podía contar por muerto. Solía ser eldicho enfermo devoto de San Pedro.

Desde niño. San Pedro era patrono de la ermita de Loyola. Y de la parroquia deArévalo. Hasta de su pluma de buen escribano había salido en aquellos años una poesía aSan Pedro, cuyo texto sería de sumo interés hallar como índice no tanto de su categoría

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de poeta, cuanto de la reciedumbre de su fe.

Y así quiso el Señor que aquella misma media noche se comenzase a hallarmejor; y fue tanto creciendo la mejoría, que de ahí a algunos días se juzgó queestaba fuera de peligro de muerte (A. 3).

A confirmar el optimismo de su mejoría contribuyó la noticia de que al día siguiente, el30 de junio el ejército vasco-castellano del duque de Nájera, del que formaba parte suhermano mayor Martín, señor de la casa de Loyola, había derrotado al ejercito francésen Noain (Navarra). Cinco días después, se rindió también la fortaleza de Pamplona. Sumejoría y tan excelentes noticias avivaron el ego de Íñigo, su grande y vano deseo deganar honra. La primera prueba apareció enseguida. ¿Cómo iba a «ganar honra» elgentilhombre Íñigo, si le quedó abajo de la rodilla un hueso encabalgado sobre otro,por lo cual la pierna quedaba más corta y quedaba allí el hueso tan levantado, que eracosa fea?

Su autorretrato, o su confesión, en ese momento es perfecto:

lo cual él no pudiendo sufrir, porque determinaba seguir el mundo, y juzgabaque aquello le afearía, se informó de los cirujanos si se podía aquello cortar; yellos dijeron que bien se podía cortar, mas que los dolores serían mayores quetodos los que había pasado, por estar aquello ya sano y ser menester espaciopara cortarlo.

Cada palabra es un análisis exacto de quien, cuando dictaba esta historia, se habíaconocido profundamente:

Y todavía él se determinó martirizarse por su propio gusto, aunque suhermano más viejo se espantaba y decía que tal dolor él no se atrevería a sufrir;lo cual el herido sufrió con la sólita paciencia (A. 4).

Pero, ¡esa cojera…! Su vanidad no le permitía soportarla. Sería el final de sus sueñosacumulados año tras año.

Y cortada la carne y el hueso que allí sobraba, se atendió a usar de remediospara que la pierna no quedase tan corta, dándole muchas unturas, yextendiéndola con instrumentos continuamente, que muchos días lemartirizaban.

Cuando relata estos momentos de su vida, ha descubierto el sentido providencial deuna tan larga y tan cruel fisioterapia, que le forzaba a

estar en el lecho: Mas nuestro Señor le fue dando salud.

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La del cuerpo y… la que, entonces, no entraba, ni de lejos, en sus sueños.

3. Pero había más que curar

Íñigo lo sabía, pero creía que la vanidad y la honra cubrían todo. Y que los 30 años,humanamente fecundos y en ocasiones ilusionantes por los que venía marcado no sepodían perder. Es cierto que en su «caballero ideal», Don Juan Velázquez de Cuéllarhabía visto qué fácilmente podían desmoronarse los mundos que él soñaba y ahora seexperimentaba a sí mismo desmoronado para realizarlos. Pero no del todo.

A su amanuense contó más cosas. Empezó así:

Hasta los veintiséis años de su edad fue hombre dado a las vanidades delmundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vanodeseo de ganar honra» (A. 1).

Pero el fiel amanuense de este relato, Luis Gonçalves da Cámara, jesuita portugués, ensu prólogo personal, descriptivo, del mismo y de las dilaciones por parte de Ignacio paracomenzarlo, constata:

«Y así, en el setiembre (no me acuerdo cuantos días), el Padre me llamó y meempezó a decir toda su vida y las travesuras de mancebo clara y distintamente contodas sus circunstancias»9.

¿Dónde está este relato, si es que alguna vez llegó a existir como tal relato escrito?«No cabe otra explicación, sino que el respeto y piedad filial le detuvieron de darpublicidad a lo que el Santo, con tanta sencillez, no había tenido inconveniente enmanifestarle», es la conclusión del jesuita Cándido de Dalmases, el más cualificadohistoriador e investigador de la Autobiografía en el siglo pasado10.

Que existió esta zona oscura de su juventud, es tan evidente, como imposible, hastaahora, documentarla y cualificarla. Sus más íntimos compañeros aluden a ella entérminos generales: «Vivió muy libre en amor de mujeres, en el juego, en desafíos dehonor»; «combatido y vencido del vicio de la carne»11. La historia, que Ignacio recuerday narra, y la que se puede deducir de otros escritos y actuaciones muy diversas suyasestá jalonada de alusiones y referencias a estos años y a esta vida.

A ella remitió Ignacio sus primeros deseos de penitente, en los comienzos de suconversión:

Y cobrada no poca lumbre de aquesta lección, comenzó a pensar de veras ensu vida pasada y en cuanta necesidad tenía de hacer penitencia della» … Mas

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todo lo que deseaba de hacer, luego como sanase, era la ida a Jerusalén, comoarriba es dicho, con tantas disciplinas y tantas abstinencias, cuantas un ánimogeneroso, encendido de Dios, suele desear hacer (A. 9).

Y, ya pensando en el post-Jerusalén, informándose y calibrando su posible ingreso enla Cartuja de Sevilla,

cuando otra vez tornaba a pensar en las penitencias que andando por elmundo deseaba hacer, resfriábasele el deseo de la Cartuja, temiendo que nopudiese ejercitar el odio que contra sí tenía concebido (A. 12)

Todavía veinte años después, en el momento de su elección como General, se resistiráal resultado unánime de la votación, —menos su voto—, argumentando con que

«atento a sus muchos pecados faltas y miserias, él se declaraba y se declaróde no aceptar tal asunto, ni tomaría jamás, si él no conociese más claridad en lacosa, de lo que entonces conoscía»12 ,

remitiéndose a su confesor y a una confesión, —la segunda— larga de tres días.

Cuánto reflejen estos primeros recuerdos la objetividad de sus desvaríos o lasubjetividad de un espíritu que, pronto, será fuertemente aquejado de escrúpulos, esimposible calibrarlo, ni deducirlo de sus expresiones. En todo caso, ya a los primerossíntomas de la curación espiritual, que simultaneó con la curación física de sus heridas dePamplona, pertenece esta estampa de su autobiografía:

Estando una noche despierto, vio claramente una imagen de nuestra Señoracon el santo Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolaciónmuy excesiva y quedó con tanto asco de toda la vida pasada y especialmente decosas de carne, que le parecían habérsele quitado del ánima todas las especiesque antes tenía en ella pintadas. Así desde aquella hora hasta el agosto del 53,que esto se escribe, nunca más tuvo un mínimo consenso en cosas de carne; ypor este efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios, aunque él no osabadeterminarlo, ni decía más que afirmar lo susodicho (A. 10 ).

Y un poco más adelante, ya en el ocaso de su vida, serenado y equilibrado su espírituen una larga experiencia de misericordia, el peligro de naufragio entre Valencia y Roma(1535), en que la cosa vino a términos que, a su juicio y de muchos que venían en lanave, naturalmente no se podía huir de la muerte, para constatar sobriamente acontinuación:

En este tiempo, examinándose bien y preparándose para morir, no podía tenertemor de sus pecados ni de ser condenado; mas tenía grande confusión y dolor

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por no haber aprovechado más tantas gracias y donde como Dios le había dado(Aut 33).

De nuevo, escribiendo confidencialmente a Francisco de Borja, treinta años más tarde,ya General de la Compañía de Jesús, exhortándole a que le ayudara a poner en marcha laUniversidad de Gandía, le argumentará con el peso de su misión como General,

habiéndome impuesto [Dios] la superintendencia de esta Compañía, agora seapor ordenación divina, agora por permisión de la su eterna bondad por misgrandes y abominables pecados13.

Veinticinco años después, terminados sus estudios en París, y dados ya los primerospasos de lo que acabaría siendo la Compañía de Jesús, aconsejado e instado por suscompañeros a cuidar su salud como dictaminaban los médicos, que no quedaba otroremedio que el aire natal, el entonces ya Ignacio de Loyola volvió a Azpeitia, no a sucasa familiar sino, viviendo de limosna, al hospital de pobres. Su secretario Polancorelacionará este viaje con su pasado: para «dar alguna edificación allí mismo donde habíasido para muchos causa de escándalo»14.

Durante tres meses se dedicó a enseñar el catecismo a los niños. Y

se esforzó también para suprimir algunos abusos y con la ayuda de Dios se pusoorden en alguno, verbi gratia: en el juego hizo que con ejecución se prohibiese,persuadiéndolo al que tenía cargo de la justicia (A. 88).

María de Aizpuru testificó haber visto en el río de esta villa echadas muchas barajas denaipes, que se decía las habían echado gentes por la reprensión de dicho P. Ignacio»15.

4. Mas nuestro Señor le fue dando salud…(A. 5)

Y empezó a ser curado. Tenía mucho tiempo a su disposición. Íñigo no era un hombrepara estar de brazos cruzados y, entonces, todavía no había aprendido el lenguaje deDios en las flores del jardín. Lo más lo empleaba en recordar y fantasear. Y porquetambién le encantaba leer, sobre todo desde los años de Arévalo,

libros mundanos y falsos, que suelen llamar de caballerías, sintiéndose bueno,pidió que le diesen algunos dellos para pasar el tiempo; mas en aquella casa nose halló ninguno de los que él solía leer.

Su cuñada, Magdalena de Araoz, sólo pudo ofrecerle

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un Vita Christi y un libro de la vida de los Santos en romance,

que probablemente entraron en el lote de regalos de boda de la reina Doña Isabel laCatólica, de la que Magdalena había sido dama muy estimada.

Se trataba de los cuatro volúmenes en folio de la Vida de Cristo escrita en latín por elcartujo Ludolfo de Sajonia (+ 1377) y traducida al castellano por el franciscanoAmbrosio Montesino, poeta de la corte, impresa en Alcalá el 1503 y muy difundida. Y dela Legenda aurea del dominico italiano beato Jacobo de Varazze o Vorágine (+1298). Auna de las traducciones en castellano (Toledo 1511) puso prólogo el cisterciense aragonésFray Gauberto F. de Vagad, anteriormente alférez del rey.

Y comenzó a alborear. Treinta y dos años más tarde, Íñigo, ya Ignacio de Loyola,revivió con detalle, como si lo tuviera presente, lo que empezó a pasar en él, mientrasleía.

Por los cuales leyendo muchas veces, algún tanto se aficionaba a lo que allíhallaba escrito. Mas, dejándolos de leer, algunas veces se paraba a pensar en lascosas que había leído; otras veces en las cosas del mundo que antes solía pensar.Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, un tenía tanto poseído su corazón,que estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sinsentirlo, imaginando lo que había de hacer en servicio de su señora, los mediosque tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba, los motes, las palabrasque le diría, los hechos de armas que haría en su servicio.

Íñigo no era sólo un hambriento de poder y de fama, sino un enamorado. Lo primeroal servicio de lo segundo. Lo segundo más idealizado y soñado evasivamente(embebido), que objetivamente pretendido; pero suficiente para su apretar de puños enlas pasadas

carnecerías. Y estaba con esto tan envanecido, que no miraba cuán imposibleera el poderlo alcanzar; porque la señora no era de vulgar nobleza: no condesa,ni duquesa, más era su estado más alto que ninguno déstas (A.6).

Le faltó poner el nombre. Los estudiosos lo ponen con cada vez mayor coincidencia:la infanta Catalina, la hermana pequeña de Carlos V, de 14-15 años, que su madre Juanala Loca retenía junto a sí, descuidada, en su reclusión de Tordesillas y que Íñigo pudover con ocasión de acompañar desde Arévalo a Don Juan Velázquez de Cuéllar y a suesposa en las visitas, que el rey Fernando hizo a su hija Juana. Cuatro años más tardeCatalina contraería matrimonio con el rey Juan III de Portugal. «Mujer de gran corazón,modelo incomparable de reina», que reza su epitafio, interesó y apoyó a su marido en suinsistencia ante Ignacio de Loyola para el envío de Javier y otros jesuitas a la India16.

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5. …se le abrieron un poco los ojos (A. 8)

En el horizonte de Íñigo empieza a amanecer otro «Señor» y otra «honra».

Todavía nuestro Señor le socorría haciendo que sucediesen a estospensamientos otros, que nacían de las cosas que leía. Porque leyendo la vida denuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar razonando consigo: ¿Qué seríasi yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo?

Empezaba a sustituir héroes, los de los libros de caballerías por los de la Legendaaurea. Pero lo de Íñigo seguía siendo ser héroe.

Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas, proponiéndose siemprea sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales, cuando proponía, le parecíahallar en sí facilidad para ponerlas en obra.

La veleta iba y venía al viento de nuevos objetivos de otra índole.

Duraban estos pensamientos buen vado, y después de interpuestas otras cosas,sucedían los del mundo arriba dichos, y en ellos también se paraba grandeespacio; y esta sucesión de pensamientos tan diversos le duró harto tiempo,deteniéndose siempre en el pensamiento que tornaba: o fuese de aquellashazañas mundanas que deseaba hacer, o déstas otras de Dios que se le ofrecíanen la fantasía, hasta tanto que, de cansado, lo dejaba, y atendía otras cosas(A.7).

Se cansaba de pensar y dar vueltas a su fantasía y a sus deseos, pero observó, —y fuelo nuevo—, el sedimento de los sueños que encendían sus lecturas. Dios se le ibaadentrando de puntillas:

Había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo sedeleitaba mucho; mas, cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco ydescontento; y cuando en ir a Jerusalén descalzo, y en no comer sino hierbas, yen hacer todos los demás rigores, que veía haber hecho los santos (el imán de lascosas «dificultosas y graves»), se consolaba cuando estaba en los talespensamientos, mas, aun después de dejado, quedaba contento y alegre.

En el corazón del Íñigo convaleciente en su lecho de Loyola se empezaba a librar unanueva batalla, muy distinta de las que había vivido como plataformas de una honralargamente soñada y deseada, pero que sólo le había rozado furtivamente y que, aunquese mantenía viva en su extraordinariamente explosivo y acelerado ego, la pierna rota lehacía experimentar cada vez más «dificultosa». Dificultad que encendía aún más lossueños de los que alimentaba sus deseos. Porque Íñigo era un alpinista atraído por

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cumbres siempre mayores. Esta adicción no le abandonará nunca. Pero empezaba atomar nueva conciencia de ella.

Hasta en tanto que una vez se le abrieron un poco los ojos, y empezó amaravillarse desta diversidad, y a hacer reflexión sobre ella, cogiendo porexperiencia que de unos pensamientos quedaba triste y de otros alegre, y poco apoco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus, que se agitaban, el unodel demonio y el otro de Dios (A. 8)

Así revive Ignacio, hacia el final de su vida, la conciencia de lo que llamará más tarde,las dos banderas (E. 136-138), que anidan en el corazón de cada ser humano, y lanecesidad de posicionarse lucidamente optando por una de ellas no racionalmente, sinoen su terminología,

ofreciendo su persona, —saliendo de su propio amor querer e interés, — paraser recibido debajo de su bandera, para no vivir por sí, y para su voluntad, sinopara la del Señor (E. 87-98. 147.157.167-168.189).

No se renuncia a la honra (gloria); sí a la propia (vana), porque se ha descubierto la deDios. Aquí está el germen primero, que crecerá y madurará en Manresa, de susEjercicios espirituales y de su espiritualidad17.

Y cobrada no poca lumbre de aquesta lección, comenzó a pensar más de verasen su vida pasada y en cuánta necesidad tenía de hacer penitencia della. Y aquíse le ofrecían los deseos de imitar a los santos, no mirando más circunstanciasque prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo como ellos lo habían hecho.Mas todo lo que deseaba de hacer, luego como sanase era la ida a Jerusalem,como arriba es dicho, con tantas disciplinas y abstinencias, cuantas un ánimogeneroso, encendido de Dios, suele desear hacer (A. 9)

¿En qué momento exacto se encendió esa lumbre, se le abrieron un poco los ojos,empezó a maravillarse…? Fue el kilómetro cero de su conversión a Dios. Habíaempezado a conocer y a encontrar a Dios «convertido» a él. La conversión, como lavida misma, comienza en un momento preciso de ésta, pero el convertido la percibecomo un alborear contInuo de su conciencia y un arder nuevo de su corazón. Entemperamentos generosos como el de Íñigo este arder tuvo un carácter explosivo,extremoso, por un lado frente a su vida anterior: hay que borrarla; eso significa lapenitencia. Porque hay que nacer de nuevo. Lo nuevo le ha tomado por entero. Lonuevo es Jerusalén, que es JESÚS.

Lo nuevo es que Íñigo ya no va de autónomo por la vida, pilotándola como suya ysegún su voluntad. Dios se le ha encendido y será con la gracia de Dios como romperácon lo inauténtico de su pasado y se arriesgará en el ya para siempre amor primero de

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Dios, que es JESÚS. Es su nuevo camino. La conversión de parte de Ignacio esarriesgarse a peregrinarlo toda la vida. Como lo habían hecho tantos y tantas, que estabaconociendo estos días. La conversión es una peregrinación mutua e ininterrumpida, deDios al hombre y del hombre a Dios.

En el lugar donde sucedió este encuentro, hoy capilla de la conversión, la joya de laSanta Casa de Loyola, cuelga una inscripción: «AQUÍ SE ENTREGÓ A DIOS ÍÑIGODE LOYOLA». Es evidente que para que la historia de lo sucedido allí fueraenteramente recordada y reconocida, habría que poner por delante esta otra: «AQUÍ SEENTREGÓ DIOS A ÍÑIGO DE LOYOLA». La vida de Íñigo giró en este punto 180grados: de vivir para, y por, sí mismo, a vivir para, y por, Dios. Y ya toda su vida fueconversión; prolongación día tras día de ésta mutua ENTREGA: descubrir y recibir cadadía la de Dios, para mantener encendida y alimentada la suya propia.

La petición del último de sus Ejercicios, la contemplación para alcanzar amor (E.230-237), sintetizará esta mutua entrega, clave de la conversión:

El segundo, pedir lo que quiero: será aquí pedir conocimiento interno detanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amary servir a su divina majestad».

Allí donde su divina majestad quiere ser amado y servido: en todos los seres humanosque Él quiere salvar. Conversión a un Dios «convertido» acaba siendo para Íñigo«conversión» a todos aquellos a los que Dios está «convertido». Ya germina en el cuartodel convaleciente Íñigo el germen de lo que un día será la ayuda de las ánimas, o «losotros», todos, como objetivo esencial de su colaboración con Aquel, cuya salvaciónexperimentaba ya con un gozo inimaginado.

6. Ya comenzaba a levantarse un poco en casa… (A. 11)

Tal mutación o mudanza, —son los términos que Íñigo empieza a dar a su conversión—, no podía permanecer oculta:

…así su hermano como todos los demás de la casa fueron conociendo por loexterior la mudanza que se había hecho en su ánimo interiormente (A. 10).

Tampoco Íñigo tenía interés en ocultarlo; al contrario,

Él, no se curando de nada, perseveraba en su lección y sus buenos propósitos;y el tiempo que con los de casa conversaba, todo lo gastaba en cosas de Dios,con lo cual hacía provecho a sus ánimas (A. 11).

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Pero su modo de leer es nuevo. No sólo aprende cosas interesantes desconocidas; lassaborea y asimila internamente:

Gustando mucho de aquellos libros, le vino al pensamiento de sacar algunascosas en breve más esenciales de la vida de Cristo y de los santos y así se pone aescribir un libro con mucha diligencia.

El libro llegó a tener casi 300 hojas, en papel rayado y bruñido, y el buen escribano,que Íñigo aprendió a ser en Arévalo, gozaba bordando

las palabras de Cristo de tinta colorada; las de Nuestra Señora, de tinta azul.

Todo se le fue llenando de luz, los montes, el valle, el río, los nogales que defendían lacasa. Todo le hablaba de Dios o Dios le hablaba en todo. Vivía como una inundaciónsilenciosa. Hasta de noche el valle del Iraurgi se le convirtió en un maravilloso telescopio:

Y la mayor consolación que recibía era mirar el cielo y las estrellas, lo cualhacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello sentía en sí un muygrande esfuerzo para servir a nuestro Señor (A. 11).

7. «Pensaba muchas veces en su propósito…» (A.12)

…deseando ya ser sano del todo para se poner en camino.

Ha galopado tanto en sus años de corte y de guerra, que, como tantas veces suscaballos, la impaciencia le lanzaba a soñar y pensar no el Jerusalén, que era ya supropósito inmediato, sino el post-Jerusalén:

Qué es lo que haría después de Jerusalem para que siempre viviese enpenitencia…

¿La Cartuja de Sevilla? ¿La de Burgos? Aunque la información de la segunda lepareció bien, todavía le bailaban descolocados los dos frentes: penitencia — Jerusalén,sobre todo el primero,

temiendo que no pudiese ejercitar el odio que contra sí tenía concebido.

De momento aparcó este tema y se centró en poner en práctica el segundo,

porque todo estaba embebido en la ida: Jerusalem; hallándose ya con algunasfuerzas, le pareció que era tiempo de partirse.

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Nueve meses había durado esta escuela de sufrimiento y de fracaso, de sorpresa y deiniciación en horizontes jamás soñados, de nuevos gozos, de grandes interrogantes. Laopción estaba tomada: nueva vida. La realización pasaba por Jerusalén. Soñaba con queel paisaje, los olivos, las piedras… le hablasen, como le hablaban ya las rocas y losverdes de Loyola, de Aquel que le había tomado tan profundamente. La dificultadpráctica inmediata era la salida de Loyola.

Y dijo a su hermano:— El Duque de Nájera, como sabéis, ya sabe que estoybueno. Será bueno que vaya a Navarrete (entonces estaba allí el duque).

Íñigo fue siempre un hombre agradecido y fiel a sus señores. El último, Don AntonioManrique de Lara, duque de Nájera y Virrey de Navarra a cuyo servicio se puso, yagentilhombre, al terminar sus once años en Arévalo y en cuyo servicio defendió, hastacaer herido, la fortaleza de Pamplona. Pero su hermano mayor tenía motivos parasospechar que el viaje iba a ser más largo que a Navarrete.

El hermano le llevó a una cámera y después a otra y con muchasadmiraciones le empieza a rogar que no se eche a perder; y que mire cuántaesperanza tiene dél la gente, y cuánto puede valer y otras palabras semejantes,todas a intento de apartarle del buen deseo que tenía.

Su bienintencionado hermano enarbola de nuevo la bandera del grande y vano deseode ganar honra, que en los meses de convalecencia Íñigo había arriado definitivamente.No era el momento de entrar en más explicaciones,

mas la respuesta fue de manera que, sin apartarse de la verdad, porque dellotenía grande escrúpulo, se descabulló del hermano (A.12).

8. Aránzazu, Monserrat, Manresa

Le acompañó hasta Oñate-Aránzazu otro hermano suyo Pero López de Loyola, rectorde la iglesia de San Sebastián de Soreasu, en Azpeitia. Íñigo

le persuadió en el camino que quisiesen tener una vigilia en nuestra Señora deAránzazu.

La pasó en oración, para cobrar nuevas fuerzas para su camino. A Francisco deBorja recordará, ya General de la Compañía de Jesús, las inmensas gracias de aquellanoche. Muy probablemente allí hizo su voto de castidad. Al día siguiente dejó a suhermano en casa de su hermana Magdalena, en la casa Echeandía en Anzuola18 ycontinuó, con dos criados, hasta Navarrete.

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Junto al reconocimiento a su antiguo señor, llevaba la intención de cobrar unos pocosducados que le debía. El tesorero le dijo que no tenía dineros;

sabiéndolo el duque, dijo que para todo podía faltar, mas que para Loyola nofaltase, al cual deseaba dar una buena tenencia, si la quisiese aceptar, por elcrédito que había ganado en el pasado.

Pero Íñigo se movía en otra onda. Ni la tenencia, ni los dineros le interesaban. Queríacerrar su pasado agradeciendo a quienes le habían hecho favores.

Y cobró los dineros, mandándolos repartir en ciertas personas a quienes sesentía obligado, y parte a una imagen de Nuestra Señora, que estaba malconcertada, para que se concertase y ornase muy bien. Y así, despidiendo losdos criados que iban con él, se partió solo en su mula para Monserrate (A.13).

No va solo, sino constatando

cómo nuestro Señor se había con esta ánima que aún estaba ciega, aunque congrandes deseos de servirle en todo lo que conociese; y así determinaba de hacergrandes penitencias, no teniendo ya tanto ojo a satisfacer por sus pecados, sinoagradar y aplacer a Dios.

Importante este desglose, aunque inacabado. Todavía protagoniza él.

Y así, cuando se acordaba de hacer alguna penitencia que hicieron los Santos,proponía de hacer la misma y aún más.

Su viaje empieza a ser una escuela inacabable de observación interior. Recuerda ypiensa… —el camino ofrece mucho tiempo para eso—, en clave de grandes obras…suyas. Camina consolado,

no mirando a cosa ninguna interior, ni sabiendo qué cosa era humildad, nicaridad, ni paciencia, ni discreción para reglar y medir estas virtudes, puestoda su intención era hacer estas grandes obras exteriores, porque así las habíanhecho los santos para gloria de Dios, sin mirar ninguna más particularcircunstancia (A. 14).

Todavía funcionan en él las claves anteriores: grandes obras, sólo que ahora no sonlas hazañas de Amadís; y la clave héroe (santos) no los de las historias humanas. Lasgrandes obras exteriores (incluso penitencias)…para gloria de Dios, sí, perohaciéndolas él. La opción estaba claramente tomada: Dios. Pero al recorrido de suconversión, a la transformación de su yo, le quedaba aún largo trecho, desconocido, quese le irá abriendo paso a paso. Lo nuevo es que ahora camina ya no sólo observándose,

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sino relacionándose.

Y no sólo tomando decisiones por sí, sino dejándose llevar. Incluso de los instintos desu mula. Porque movido por sí, no hubiera dudado en picar a su mula y alcanzar almoro, con el que había charlado durante el camino y al que no había logrado convencercon sus argumentos sobre la virginidad de María, y darle de puñaladas.

Y así, después de cansado de examinar lo que sería bueno hacer, no hallandocosa cierta a que se determinase, se determinó en esto, de dejar ir a la mula conla rienda suelta hasta el lugar donde se dividían los caminos… Y haciéndolocomo pensó, quiso nuestro Señor que, aunque la villa estaba poco más de treintao cuarenta pasos y el camino que iba hacia ella era muy ancho y muy bueno, lamula tomó por el camino real y dejó el de la villa (A.16).

Ante sus ojos ya el macizo de Monserrat, su próxima meta, buscada como lugar decambio de uniformes, el de gentilhombre, símbolo del hombre viejo, que había iniciadosu ocaso, por el saco de peregrino, símbolo del hombre nuevo que amanecía:

el vestido que determinaba de traer, con que había de ir a Jerusalem; y asícompró tela, de la que suelen hacer sacos, de una que no es muy tejida y tienemuchas púas, y mandó luego de aquella hacer una veste larga hasta los pies,comprando un bordón y una calabacita, y púsolo todo en el arzón de la mula (A.16).

Y fuese camino de Monserrate, pensando, como siempre solía, en las hazañasque había de hacer por amor de Dios.

La hazañas suyas por Dios ocupaban el primer plano en la pantalla de su conciencia.Todavía no lo ocupaba, por entero, Dios… para lo que fuera. Éste será el punto crucialde su conversión, durante los meses de Manresa, que no figuraban en su plan de viaje.

Y como tenía todo el entendimiento lleno de aquellas cosas, de Amadís deGaula y de semejantes libros,

organizó minuciosamente (lo traía determinado) toda la liturgia de su escala enMonserrat:

velar sus armas toda una noche,… delante el altar de Nuestra Señora deMonserrate, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse las armas deCristo.

Todo lo arregló con el confesor, con quien

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se confesó por escrito generalmente, y duró la confesión tres días y a quienencargó mandase recoger su mula y que la espada y el puñal colgase en laiglesia en el altar de Nuestra Señora (A. 17).

Siempre nuestra Señora: roturando el camino del herido de Loyola, visitándoledurante su convalecencia, en una experiencia de consolación muy excesiva, que lepareció haberle borrado sus desórdenes sexuales; nuestra Señora, cuyas palabras llevabaescritas con tinta azul, en su libro

que llevaba muy guardado y con el que iba muy consolado; Aranzazu, Navarrete,la imagen de Nuestra Señora que estaba mal concertada, la discusión con elmoro, Monserrat: La víspera de Nuestra Señora de marzo, en la noche, el año 22,se fue lo más secretamente que pudo a un pobre y despojándose de todos susvestidos, los dio a un pobre, y se vistió de su deseado vestido y se fue a hincarde rodillas delante el altar de Nuestra Señora; y unas veces desta manera y otrasde pié, con su bordón en la mano pasó toda la noche y en amaneciendo se partiópor no ser conocido (A. 18).

Pero no por el camino directo a Barcelona, para no ser descubierto, sino bordeandoMontserrat. No sin llorar, cuando

un hombre, que venía con mucha prisa detrás de él, le preguntó si había dadosus vestidos a un pobre, como el pobre decía; y respondiendo que sí, le saltaronlas lágrimas de los ojos, de compasión del pobre a quien había dado losvestidos; de compasión, porque entendió que lo vejaban, pensando que los habíahurtado (A. 18).

Otra semilla, que le deja caer el Señor: la compasión, que crecerá con su conversión ymadurará como parte de ella, en lo que un día traducirá, para sí y para la Compañíacomo servicio divino, la ayuda de las ánimas.

II. MANRESA O LA ESCUELA

1. …desvióse a un pueblo que se llama Manresa (A.18)

Manresa no fue un desvío intencionado, pero sí providencial. Íñigo no contaba conque el camino de Dios pasaba por Manresa. Más aún, con que, de alguna manera iba anacer allí. Manresa iba a ser su bautismo. Repetidas veces, durante su vida, se remitirápúblicamente a una cosa que me pasó en Manresa. Hasta ahora, en el camino iniciado enLoyola

había perseverado cuasi en un mismo estado interior, con una igualdad grande

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de alegría, sin tener conocimiento de cosas interiores espirituales (A.20).

Y ya empezó a vivir penitencias que había soñado, demandaba limosna cada día,

no comía carne ni bebía vino, aunque se lo diesen, menos los domingos, si se lodaban. Y porque había sido muy curioso de curar el cabello, se determinódejarlo andar así, según su naturaleza, sin peinarlo ni cortarlo, ni cubrirlo conalguna cosa, de noche ni de día.

Lo mismo las uñas, porque también en esto había sido curioso (A.19).

Se alojaba en el albergue de mendigos y transeúntes (hospital), donde

le acaeció muchas veces en día claro ver una cosa en el aire junto de sí, la cualle daba mucha consolación, porque era muy hermosa en gran manera. Nodivisababien la especie de qué cosa era, más en alguna manera le parecía quetenía forma de serpiente, y tenía muchas cosas que resplandecían como ojos,aunque no lo eran. Él se deleitaba mucho y consolaba en ver esta cosa; y cuantomás veces la veía, tanto más crecía la consolación; y cuando aquella cosa ledesaparecía, le desplacía dello (A.19).

Íñigo constata cómo esta representación (visión la llama él), duró muchos díasturbando la paz y la alegría interior con que había llegado a Manresa. Fuera efecto de sudebilitación por el carácter represivo de su vida penitencial en estos comienzos, o resurgirde contenidos inconscientes referidos a su vida anterior (A. 10), narcisismos de un egoque todavía estaba en los comienzos de su peregrinación a Dios, esta cosa le acompañaráun tiempo largo. Sólo, cuando experimentó, en Manresa mismo, la gran ilustración, a laque se remitió ya de continuo como al nivel más profundo de su conversión, —su serconducido por Dios—,

aquella cosa que arriba se dijo, que le parecía muy hermosa, con muchos ojos,…tuvo un muy claro conocimiento, con grande asenso de la voluntad, que aquelera el demonio; y así después muchas veces por mucho tiempo le solía aparecer,y él a modo de menosprecio lo desechaba con un bordón que solía traer en lamano (A. 31)

Manresa fue la gran escuela de Íñigo. Durante casi un año, que vivió en ella (podríaparecer que se había borrado de su horizonte Jerusalén) aprendió por experiencia vivamuchas cosas. Pronto se encontró en el desierto mismo de la prueba: …

le vino un pensamiento recio, que le molestó, representándole la dificultad de suvida, como si le dijeran dentro del ánima: ¿Y cómo podrás tu sufrir esta vida

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que has de vivir? Mas a esto le respondió también interiormente con grandefuerza (sintiendo que era el enemigo): ¡Oh miserable. ¿Puédesme tu prometeruna hora de vida? Y ésta fue la primera tentación que le vino (A. 20).

Y comenzó el baile de los espíritus, a ratos desabrido y desolado, a ratos, al contrario.

Y aquí se empezó a espantar destas variedades que nunca antes habíaprobado, y a decir consigo: ¿Qué nueva vida es ésta que agora comenzamos?(A.21).

Contra lo que pueda parecer, la vida de Íñigo en Manresa fue todo menos la de uneremita. El gran conversador, que siempre fue, y que seguirá siendo, empezó a tratar y aconocer gente; particularmente gente piadosa, personas

que le tenían crédito y deseaban conversarle; porque, aunque no teníaconocimiento de cosas espirituales, todavía en su hablar mostraba mucho hervory mucha voluntad de ir adelante en el servicio de Dios… Una mujer de muchosdías y muy antigua también en ser sierva de Dios y conocida por tal, hasta en lasmás altas esferas del Estado y de la Iglesia, le abordó: Oh! Plega a mi señorJesucristo que os quiera aparecer un día. Mas él espantose desto tomando lacosa ansí a la grosa. —¿Cómo me ha a mí de aparecer Jesucristo? (A.21).

Otra prueba, larga prueba torturadora hizo su aparición en el centro de su alma: losescrúpulos. Ninguna confesión le pacificaba. Hacía lo que le mandaban los confesores,pero no se aquietaba;

y aunque conocía que aquellos escrúpulos le hacían mucho daño, que seríabueno quitarse dellos, mas no lo podía acabar consigo. … Una vez de muyatribulado dellos, se puso en oración, con el fervor de la cual comenzó a dargritos a Dios vocalmente diciendo: —Socórreme, Señor, que no hallo ningúnremedio en los hombres, ni en ninguna criatura; que si yo pensase de poderlohallar, ningún trabajo me sería grande. Muéstrame tú, Señor, donde lo halle; queaunque sea menester ir en pos de un perrillo para que me dé el remedio, yo loharé (A.22.23).

Todavía el «yo lo haré». Pero su experiencia de derrotado por sus escrúpulos, —élque no toleraba derrotas—, era demasiado fuerte, hasta hacerle experimentar la fuertetentación de

echarse de un agujero grande que aquella su cámara tenía. Mas conociendo queera pecado matarse, tornaba a gritar:—Señor, no haré cosa que te ofenda.

Y se acordó de un santo, uno de aquellos «héroes» de la «Legenda aurea»,

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descubierta en su convalecencia, que para

alcanzar de Dios una cosa que mucho deseaba, estuvo sin comer muchos días,hasta que lo alcanzó. Y… al fin se determinó de hacello, diciendo consigo mismoque ni comería ni bebería hasta que Dios le proveyese o que se viese ya del todocercana la muerte.

Una semana después, se lo dijo al confesor, quien

le mandó que rompiese aquella abstinencia; y aunque él se hallaba con fuerzastodavía, obedeció al confesor.

Pero siguieron los escrúpulos ahora transformados en

disgustos de la vida que hacía, con algunos ímpetus de dejarla; y con esto quisoel Señor que despertó como de un sueño. Y como ya tenía alguna experiencia dela diversidad de espíritus, con las lecciones que Dios le había dado, empezó amirar por los medios que aquel espíritu era venido, y así se determinó congrande claridad de no confesar más ninguna de las cosas pasadas; y así, deaquel día en adelante quedó libre de los tales escrúpulos, teniendo por cierto quenuestro Señor le había querido librar por su misericordia (A. 24.25).

Ahora sí, ahora despertó a comprender que su protagonismo en pretender eliminarescrúpulos había sido el gran estorbo para superarlos. Sólo el abandono en lamisericordia le curó del todo.). Ahora sí, ahora le había nacido este dolor nuevo, que nodestruye por ser amor en forma de pena por no haber amado más, como respuesta a lamisericordia por la que se conocía y experimentaba desbordado.

La reflexión sobre esta dramática experiencia de escrúpulos pasará a formar parte, nomucho tiempo después, de

algunas cosas, que observaba en su alma y las encontraba útiles también a otros,

que constituirán la trama de sus Ejercicios Espirituales propiamente tales o de suscomplementos19.

2. «…de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño,enseñándole» (A. 27)

Manresa fue la gran escuela de conversión de Ignacio, porque fue su gran escuela deiluminación interior. El «se le abrieron un poco los ojos» (A. 8), que le descubrió en

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Loyola su mundo interior y encendió el grande asenso de la voluntad, con que llegóhasta Manresa, se le hizo ahora inundación. Y no sólo en las siete horas de oracióndiarias, en la experiencia de consolaciones que le invadían el tiempo de sueño, o en unanueva capacidad de ir colocando y ordenando sus penitencias y ayunos, sino que lerebosó en una creciente necesidad interior, la de

ayudar algunas almas que allí le venían a buscar, en cosas espirituales… y vio elfruto que hacía en las almas tratándolas.

Pero ya no como un héroe que aspira a medallas, sino como un servidor que necesitapasar desapercibido. La verdadera novedad no es la ocupación de «ayudar», que yahabía aparecido en la convalecencia de Loyola (A. 11), sino el cómo de esa «ayuda», suconversión interior, de «héroe» a «servidor», que empieza a descubrir.

Dios le enseñaba en la oración

y todo lo demás del día, que le vacaba, daba a pensar en cosas de Dios, de loque había meditado o leído.… En este tiempo le trataba Dios de la mismamanera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole; y ora esto fuesepor su rudeza y grueso ingenio, o porque no tenía quien le enseñase, o por lafirme voluntad, que el mismo Dios le había dado para servirle, claramente éljuzgaba y siempre ha juzgado que Dios le trataba desta manera; antes si dudaseen esto pensaría ofender a su Divina Majestad (A. 27).

Puede hablarse de una formación intensiva e inundadora, acumulativa e integradora, ala vez, cuyos contenidos (Trinidad, creación del mundo, Eucaristía, humanidad deCristo) describe sobriamente de manera imaginativa:

…se le empezó a elevar el entendimiento como que veía la figura de la SantísimaTrinidad en figura de tres teclas, y esto con tantas lágrimas y tantos sollozos,que no se podía valer… Una vez se le presentó en el entendimiento con grandealegría espiritual el modo con que Dios había creado el mundo, que le parecíaver una cosa blanca de la que salían algunos rayos y que della hacía Dioslumbre.

Oyendo misa un día y alzándose el Corpus Domini vio con los ojos interioresunos como rayos blancos, que venían de arriba; y aunque esto, después de tantotiempo, no lo puede bien explicar, todavía lo que el vio con el entendimientoclaramente fue ver cómo estaba en aquel Santísimo Sacramento Jesucristo nuestroSeñor … Muchas veces y por mucho tiempo, estando en oración, veía con losojos interiores la humanidad de Cristo, y la figura, que le parecía era como uncuerpo blanco, no muy grande, ni muy pequeño, más no veía ninguna distinción de

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miembros… (A.28.29)

Junto a esas formas de iluminación interior, la grande alegría espiritual, los sollozos ylágrimas, la moderación de extremismos penitenciales, el ver el fruto que hacía en lasalmas tratándolas, formaron parte de la pedagogía con que el Dios Maestro, le iballevando. Los efectos de esta lenta y rica pedagogía los resumió Íñigo así:

Estas cosas que ha visto le confirmaron entonces y le dieron tantaconfirmación siempre de la fe, que muchas veces ha pensado consigo: Si nohubiese Escritura, que nos enseñase estas cosas de la fe, él se determinaría amorir por ellas solamente por lo que ha visto (A 29).

3. «…con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas»(A.30)

La terminología que usa Íñigo en esta escuela de Manresa le autorretrataconcentrándose progresivamente en la peregrinación interior, —conversión— ,que vaviviendo. Impregnándola toda el verbo VER,

los ojos interiores, los ojos del entendimiento, gran claridad, ilustración,noticia, pensar, muy claro conocimiento con grande asenso de la voluntad…

Es una inmersión progresiva en la realidad de Dios, que paso a paso le va tomando.Simultáneamente el yo de Íñigo se va abriendo a un vaciamiento, un éxodo interior de suvoluntad a la del Dios que va conociendo. Llegará a no vivir para otra cosa.

No pudo ni soñar, al salir de Loyola, la escuela de Dios de estos once meses enManresa, ni, mucho menos, la peregrinación interior que iba realizando, a la par que laperegrinación exterior (su propósito), que él había planeado. Ambas tuvieron sumomento cumbre en la ciudad del Cardoner:

Una vez iba por su devoción a una iglesia que estaba poco más de una millade Manresa, que creo yo se llama San Pablo, y el camino va junto al río; y yendoasí en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual ibahondo. Y estando allí sentado, se le empezaron a abrir los ojos delentendimiento, y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendomuchas cosas, tanto de cosas espirituales como de letras; y esto con unailustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puededeclarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino querecibió una grande claridad en el entendimiento, de manera que en todo eldiscurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantasayudas ha tenido de Dios y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte

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todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto como de aquella vez sola. Ydespués que esto duró un buen rato, se fue hincar de rodillas ante una cruz, queestaba allí cerca, a dar gracias a Dios (A.30.31).

Estas experiencias no las contó Íñigo a nadie en Manresa, ni a su confesor. Pero suvida y sus palabras eran «noticia» diaria entre los manresanos. No faltó tampoco laprueba de la enfermedad, nada extraño en un organismo que acumulaba una largatrayectoria de debilitaciones: herida, operaciones, camino a lomo de mula hastaMonserrat, penitencias, ayunos, escrúpulos… Incluso llegó de una fiebre muy recia apunto de muerte, y con ello un nuevo episodio puntual de escrúpulo. Con el pensamientode sus pecados tenía más trabajo, que con la misma fiebre. Tanto, que, una vez aliviadoy pasado el mayor peligro,

empezó a dar grandes gritos a unas señoras que eran allá venidas por visitalle,que por amor de Dios, cuando otra vez le viesen en punto de muerte, que legritasen a grandes voces diciéndole pecador y que se acordase de las ofensasque había hecho a Dios (A.32).

A lo largo de estos once meses, el fenómeno Íñigo fue vivido por los manresanoscomo un acontecimiento ciudadano propio. De la extrañeza primera ante aquel mendigo,«el hombre del saco», pronto pasaron a la admiración, a la familiaridad y a la devoción y,finalmente, al gusto por buscarle y escucharle y a cuidarle como a un bien de la ciudad.En otra enfermedad recia, cuyos restos habrán de durarle toda la vida,

por la devoción que ya tenían con él muchas personas principales, le venían avelar de noche… Y así por estas causas, como por ser el invierno muy frío, lehicieron que se vistiese y calzase y cubriese la cabeza; y así le hicieron tomardos ropillas pardillas de paño muy grueso y un bonete de lo mismo, como mediagorra.

Por su parte, el Íñigo agradecido y conversador,

había muchos días que él era muy ávido de platicar de cosas espirituales, y dehallar personas que fuesen capaces de ellas (A. 34).

Aquellos once meses, —marzo 1522 a febrero 1523— , marcaron a Íñigo y a Manresade Dios. Pero, en la opción primera de Íñigo, Manresa, a la que un día se referirá como asu «primitiva Iglesia», no podía ser más que lugar de paso. La meta era Jerusalén.

Íbase allegando el tiempo que él tenía pensado para partirse para Jerusalem.Y así al principio del año 23 se partió para Barcelona para embarcarse. Y,aunque se le ofrecían algunas compañías, no quiso ir sino solo; que toda su cosaera tener a solo Dios por refugio (A.35).

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4. Y nacieron los Ejercicios Espirituales

En su zurrón aquel libro, con el que había llegado a Manresa, que llevaba él muyguardado y con el que iba muy consolado (A.18) Sólo que ahora con más páginasescritas. Para conocer a Íñigo y su conversión, es indispensable asomarse a esas páginas,todavía no completas, sin título, pero que pronto llamará Ejercicios Espirituales. Antesque un método ideado para otros, fueron experiencia suya, principalmente aquí, enManresa.

Él me dijo que los Ejercicios no los había hecho todos de una sola vez, sinoque algunas cosas que observaba en su alma y las encontraba útiles, le parecíaque podrían ser útiles también a otros y así las ponía por escrito, verbi gratia,del examinar la conciencia, con aquel modo de las líneas, etc. (E.31). Laselecciones especialmente me dijo que las había sacado de aquella variedad deespíritu y pensamientos, que tenía cuando estaba en Loyola, estando todavíaenfermo de una pierna (A.99).

De Manresa se lleva Íñigo, prácticamente terminado, lo que es el cuerpo del texto: ElPrincipio y fundamento en esbozo; las meditaciones y contemplaciones de las cuatrosemanas; las meditaciones del Reino y de las dos Banderas; el Examen particular ygeneral; los tres modos de orar; algunas de las reglas de discreción de espíritus para laprimera semana; el proceso de elección en avanzado esbozo… La peregrinación interiorde Íñigo.

En sus lecturas en Loyola saltó ya lo que fue el punto de arranque de su conversión yserá el de los Ejercicios: La sorpresa de encontrarse con el amor desbordante, lamisericordia, de Dios: Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz (E. 53), Diosvuelto, vaciado, por el hombre: cómo de Criador es venido a hacerse hombre y así amorir por mis pecados. Y mirándose a sí mismo, a Íñigo se le encendieron las preguntasprimeras del convertido: lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo quedebo hacer por Cristo (ib.).

Su primera respuesta, mirando a ese Cristo fue Jerusalem, Cristo Jesús, «mi Señor»,conocerle. Su segunda respuesta, mirándose a sí mismo, fue borrar a golpe depenitencias sus pecados. Con estos dos objetivos y con la observación de que llevabadentro de sí dos fuerzas (diversidad de espíritus), una que le encerraba en sí mismo,otra que le hacía «salir de su propio amor, querer e interesse (E. 189), caminó laprimera etapa: Loyola-Manresa.

Aquí aprendió, por iluminación interior y por experiencia de vivir lo que ibaconociendo, que Jesucristo es la llamada, el amor con que Dios llama a todo ser humano;y es a la vez la respuesta del hombre, su puesta a disposición de Dios. El camino de ladesobediencia de Adán a la obediencia de Jesús. El camino de toda conversión. De

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obediencia a los señores de la tierra, por grande y vano deseo de ganar honra (A. 1),sabía no poco. De obediencia a «Cristo Jesús, mi Señor» empezaba a saber y a vivir. Setrató de un cambio de Señor.

Por de pronto, la puesta a disposición del nuevo Señor, la opción incondicional por Él:el

quiero y deseo y es mi determinación deliberada… de imitaros en pasar todasinjurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndomevuestra santísima majestad recibir en tal vida y estado (E. 98).

La meditación del Reino (E. 91-99) nació en Manresa. Exigía el recorridocontemplativo del Evangelio, como forma de alimentar un

conocimiento interno capaz de mover, por amor, la voluntad de vivir como vivióJesucristo (2ª semana), de padecer con Él (3ª semana), de me alegrar y gozarintensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor (4ª semana).

Íñigo inició este recorrido en Manresa, y se lo llevó delineado de Manresa, como untesoro.

Ya lo venía experimentando, pero ahora más, que no se trataba de un camino de rosas,sino de una lucha interior nunca terminada y en la que no caben armisticios (DosBanderas, E. 136-148), entre las afecciones desordenadas humanas y la atracción deDios. Sólo la experiencia de victoria habitual en esta lucha, connatural al ser humano,garantiza el objetivo central de los Ejercicios: elegir, según la voluntad de Dios buscada yhallada, y realizarla.

El diseño y desarrollo primero de este núcleo, que completa la elección, sus tiempos ysus modos, salió experimentado y redactado, casi en su totalidad, de Manresa.Igualmente los exámenes, los tres modos de orar, las reglas de discreción de espíritus dela primera semana.

De este caudal de experiencia personal inacabada y reflexionada, sigue viviendo Íñigoya siempre, al tiempo que «ayudaba» con él a vivir a otros. «Ayudar» fue para él, cadavez más, —empezó a serlo ya en Loyola (A. 11)—, necesidad vital. Como Pablo,ayudando a otros con el Evangelio que iba descubriendo, resultaba él mismo ganado porel Evangelio (1Co 9,23). Era el signo palpable y la medida de la transformación interiorque Dios continuó obrando en él.

Barcelona, Jerusalén, de nuevo Barcelona, Alcalá, Salamanca estrenarán este nuevomodo suyo de evangelizar, en el que más que las «ayudas» particulares del método,ayudará la persona del peregrino, su convicción y su coherencia de vida. En Salamanca,

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en manos de los jueces eclesiásticos dejará la primera copia manuscrita que se llevó deManresa.

El bachiller Frias les vino a examinar a cada uno por sí, y el peregrino le diotodos sus papeles, que eran los Ejercicios, para que los examinasen (A.67) .

París después (1528-1535), sobre todo, y, a continuación, Venecia y Roma ocuparon aÍñigo en enriquecer el texto de experiencia personal original, nunca interrumpida, y deexperiencia de darlos, así como en corregirlo y reformularlo. En París ultimará elPrincipio y fundamento, buena parte de las anotaciones, la meditación de tres binarios ylas tres maneras de humildad, el cuerpo de las adiciones y la contemplación para alcanzaramor. Algunos textos ya en borrador desde Manresa.

En Venecia y Roma incorporó los misterios de la vida de Cristo, las reglas dediscreción de espíritus de la 2ª semana, reglas para ordenarse en el comer, para distribuirlimosnas, para sentir y entender escrúpulos y para sentir la Iglesia. La novedad en estosdos escenarios de París y Venecia-Roma será que Ignacio ya no está solo. Con elcomparten experiencia de dar Ejercicios seis jóvenes universitarios, que pronto seránnueve, a quienes Ignacio ha iniciado mediante los Ejercicios y que ya ayudan con ellos aotros.

Lo verdaderamente importante del caudal de vida que, en forma de Ejercicios noultimados, brota en Manresa, es el proceso mismo que entrañan, que es una réplica, —respetada la naturaleza, carácter, historia cristiana, cultura, formación de cada persona—,del proceso cristiano de conversión, que venía, y continuará recorriendo Íñigo. LosEjercicios no son propiamente un Manual de conversión, de prácticas que produzcanconversión, sino una serie de ejercicios para disponerse el hombre a dejarse convertir porDios.

Íñigo salió de Manresa en actitud bíblica de alianza, introducido por el Señor en uncompromiso de fidelidades mutuas, ardiendo en deseo de conocer cada vez más la queDios le tenía: Jesucristo, para una respuesta suya, cada día mayor: Jesucristo. Su vida,muerte y resurrección son «el camino». Caminarlo se le hizo seguimiento, y elseguimiento configuración, transformación del yo, hasta lo más íntimo, sus motivaciones,sus porqués. Como Jesucristo, empezó a vivir exclusivamente para, y por, el Padre!

Seguirá tomando opciones suyas, pero no autónomas, como años atrás. En Manresarecibió la ilustración tan grande, el criterio y el motivo para tomarlas: Jesucristo, que lehace ver como nuevo todo. Es lo que, cada vez más convencido, empezó a ofrecer a losdemás: el modo de disponerse,

para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, parabuscar y hallar la voluntad de Dios en la disposición de su vida (E, 1).

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5. «Continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo» (Flp 3,12)

Y con el hatillo de sus libros y con Jerusalén en el horizonte de su deseo, bordón enmano, se partió para Barcelona, para embarcarse, estrenando un nuevo modo decaminar. A quienes se ofrecieron a acompañarle, les argumentó, declinando suofrecimiento,

porque él deseaba tener tres virtudes: caridad, fe y esperanza; y llevando uncompañero, cuando tuviese hambre esperaría ayuda de él; y cuando cayese, leayudaría a levantar; y así también se confiara dél y le tendría afición por estosrespectos; y que esta confianza y afición y esperanza la quería tener en soloDios. Y esto que decía desta manera, lo sentía así en su corazón. Y con estospensamientos él tenía deseos de embarcarse, no solamente sólo, mas sin ningunaprovisión (A. 35).

Ya en Barcelona, primera prueba a estos deseos. Consiguió del maestro de la nave quele llevara gratis, pero a condición de que llevase víveres consigo. Y empezó a negociarloscon

grandes escrúpulos: ¿Ésta es la confianza que tú tenías en Dios, que no tefaltaría?

Nuevo discernimiento para el que pide ayuda a su confesor, que le resolvió quepidiese lo necesario y que lo llevase consigo. Dios sigue ejerciendo de maestro de unniño.

Pidiendo por las puertas, una señora le preguntó para dónde se quería embarcar. Él nose atrevió a decirle más que para Italia y Roma.

Y la causa por que él no osó decir que iba a Jerusalem fue por temor de lavanagloria; el cual temor tanto le afligía, que nunca osaba decir de qué tierra nide qué casa era. Ya para embarcarse, hallándose en la playa con cinco o seisblancas que le habían dado pidiendo por las puertas (porque desta manera solíavivir), las dejó en un banco que halló allí junto a la playa.

Íñigo relata con pormenor las mil peripecias del viaje Barcelona-Gaeta-Roma-Venecia.De sí mismo registra su enfermedad por pura hambre, el temor por cuantos le aseguraronque, sin dinero, no soñase en poderse embarcar;

mas él tenía una grande certidumbre en su alma, que no podía dudar, sino quehabía de hallar modo para ir a Jerusalem.

Camino de Venecia, le quemaban los seis u ocho ducados, que le habían dado para el

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pasaje.

Mas dos o tres días después de ser salido de Roma, empezó a conocer queaquello había sido la desconfianza que había tenido, y le pesó mucho de habertomado los ducados, y pensaba si sería bueno dejarlos. Mas al fin se determinóde gastarlos largamente en los que se ofrecían, que ordinariamente eran pobres(A. 40).

Dos veces, en el relato de este viaje a Venecia y Jerusalén, se refiere Íñigo a unaexperiencia espiritual:

Le apareció Cristo en la forma que le solía aparescer muchas veces (si dijeseveinte o cuarenta, no se atrevería a juzgar que era mentira, A. 29) que leconfortó mucho… y le daba mucha consolación y esfuerzo (A,41.44).

La pobreza personal, como confianza en Dios y su signo, domina el horizonte deconversión en este primer trecho del viaje; pero le acompañará toda la vida. Incluso,motivada casi en los mismos términos, aparecerá en primera página del proyecto deCompañía de Jesús, que dieciséis años más tarde aprobará el Papa:

Y porque hemos experimentado que aquella vida es más feliz, más pura y másapta para edificación del prójimo, que más se aparta de todo contagio deavaricia y se asemeja más a la pobreza evangélica; y porque sabemos quenuestro señor Jesucristo proveerá de las cosas necesarias para el sustento yvestido de sus siervos, que no buscan más que el reino de Dios, hagan todos ycada uno el voto de pobreza…20

Desembarcado primero en Chipre, hizo trasbordo obligatorio a la nave peregrina,

en la cual tampoco no metió más para su mantenimiento que la esperanza quellevaba en Dios, como había hecho en la otra…

6. ¡Jerusalén!

Y caminando para Jerusalem en sus asnillos, como se acostumbra, antes dellegar a Jerusalem dos millas, dijo un español, noble, según parescía, llamadoDiego Manes, con mucha devoción a todos los peregrinos que, pues de allí apoco habían de llegar al lugar de donde se podría ver la santa ciudad, que seríabueno todos se aparejasen en sus conciencias y que fuesen en silencio… Y unpoco antes de llegar al lugar donde se veía, se apearon, porque vieron los frailescon la cruz que los estaban esperando. Y viendo la ciudad tuvo el peregrinogrande consolación; y según los otros decían, fue universal en todos, con una

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alegría, que no parecía natural; y la misma devoción sintió siempre en lasvisitaciones de los lugares santos (A. 44.45).

Pero Dios le esperaba y le recibía en lo inesperado. Año y medio largo soñando ypreparando esta peregrinación, tanto esfuerzo, sufrimiento, enfermedades, hambre,penitencias, tanto deseo encendido hasta el extremo durante la experiencia de Manresa…

Su firme propósito era quedarse en Jerusalem visitando siempre aquelloslugares santos; y también tenía propósito, ultra esta devoción, de ayudar lasánimas.

Incluso llevaba cartas de recomendación para el Guardián, a quien le dijo lo primero,

mas no la segunda parte, de querer aprovechar las ánimas, porque esto aninguno lo decía.

El Guardián le remitió al Provincial, quien

con buenas palabras le argumentó que por la experiencia que tenía de otros,juzgaba que no convenía… Él respondió a esto que él tenía este propósito muyfirme y que juzgaba por ninguna cosa dejarlo de poner por obra; dandohonestamente a entender que, aunque al Provincial no le pareciese, si no fuesecosa que le obligase en pecado, que él no dejaría su propósito por ningún temor(A. 46).

A esto le dijo el Provincial que ellos tenían autoridad de la Sede Apostólicapara hacer ir de allí o quedar allí quien les paresciese y para poder excomulgara quien no les quisiese obedecer… Y queriéndole demostrar las bulas, por lascuales le podían excomulgar, él dijo que no era menester verlas; que él creía asus reverencias; y pues que así juzgaban con la autoridad que tenían, que él lesobedecería. Aún tuvo tiempo, ya que no era voluntad de nuestro Señor que élquedase en aquellos santos lugares, para arriesgarse solo y correr al monteOlivete, donde está una piedra, de la cual subió nuestro Señor a los cielos, y seven aun agora las pisadas impresas; y esto era lo que él quería tornar a ver, elúltimo rastro humano de Cristo Jesús su Señor.

Por dos veces, con un cuchillo de escribanías y unas tijeras sobornó a los guardas paraque le dejasen entrar y luego volver porque

no había bien mirado en el monte Olivote a qué parte estaba el pie derecho y aqué parte el izquierdo.

Quería llevar grabado exactamente en sus pupilas estas últimas huellas. Cuando el

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criado enviado por el monasterio, al saberse que había salido sin guía, le encontró y leagarró,

él se dejó fácilmente llevar… Y por el camino, tuvo de nuestro Señor grandeconsolación, que le parecía que veía a Cristo sobre él siempre (A.47-48).

7. ¿Qué hacer?» (A. 50)

Después que el dicho peregrino entendió que era voluntad de Dios que noestuviese en Jerusalem (primera parte de su firme propósito), siempre vinoconsigo mismo pensando qué haría, y al final se inclinaba más a estudiar algúntiempo para poder ayudar a las ánimas (segunda parte del mismo) y sedeterminaba de ir a Barcelona (A. 50).

El viaje de regreso fue aun más accidentado que el de ida y siempre de limosna, en elnavío pequeño, que no naufragó. Era invierno cuando llegó a Venecia,

y hacía grandes fríos y nevaba; y el peregrino no llevaba más ropa que unoszaragüelles de tela gruesa hasta la rodilla, y las piernas desnudas, con zapatos, yun jubón de tela negra, abierto con muchas cuchilladas por las espaldas, y unaropilla corta de poco pelo (A. 49).

Desde Venecia, por tierra, pasando por Ferrara, llegó a Génova, sorteando con muchasaventuras controles militares de los ejércitos del emperador Carlos V y del rey FranciscoI de Francia, en guerra por el ducado de Milán. En Génova fue reconocido por un«vizcaíno», general de las galeras de España, con quien Íñigo había hablado, en algunasde sus visitas a la corte del Rey Católico acompañando, desde Arévalo al Contador donJuan Velázquez de Cuéllar. Éste le hizo embarcar en una nave que iba a Barcelona.

Allí consultó con sus amistades su inclinación de estudiar. En principio optó porrealizar en Manresa su triple deseo:

estar para aprender y para poderse dar más cómodamente al espíritu y aunaprovechar las ánimas.

Con el añadido del estudio, en la práctica su plan era prolongar Manresa. De los dosúltimos objetivos tenía ya una gozosa experiencia. Pero el fraile, hombre muy espiritual,con quien pensaba estudiar, había muerto.

Y así, vuelto a Barcelona, comenzó a estudiar con mucha diligencia (A. 54).

A la vez seguía buscando. Las preguntas se le encabalgaban, si estudiaría y cuánto.

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Porque

toda su cosa era si, después que hubiese estudiado entraría en religión o andaríaansí por el mundo. Y cuando le venían pensamientos de entrar en religión, luegole venía deseo de entrar en una estragada y poco reformada, habiendo de entraren religión para poder más padecer en ella; y también pensando que quizá Diosles ayudaría a ellos; y dábale Dios una grande confianza que sufriría bien todaslas afrentas y injurias que le hiciesen (A.71)

Nunca tomó Íñigo su propósito frustrado de Jerusalén como un fracaso. Más aún,continuó manteniéndolo vivo para un segundo intento, entonces ya no solo, sino conotros, contagiados de su misma pasión por el Señor. De Jerusalén no regresó fracasado,sino aleccionado. Claramente más convencido de que su voluntad, por muy noble yhonrada, y confrontada con Dios, no es un absoluto, sino que únicamente lo es la deDios. Íñigo vuelve de Jerusalén más movido por Dios, más pendiente de su querer. Lafórmula permanente de esta su conversión profunda es la pregunta. Íñigo preguntarámucho, preguntará siempre, a Dios:

Quid agendum?, y ahora ¿qué?», ¿Dónde me queréis, Señor, llevar?…Meparecía que era guiado; Señor ¿dónde voy o dónde? etc; siguiéndoos, mi Señor,yo no me podré perder21.

En Barcelona no fueron ni sus años, ni los niños, a los que casi triplicaba en edad, conlos que había de estudiar, ni sus juegos y sus ligerezas, lo que le estorbó memorizar acoro con ellos los principios de la gramática; fueron

nuevas inteligencias de cosas espirituales y nuevos gustos; y esto con tantamanera, que no podía decorar, ni por mucho que repugnase las podía echar. Yasí, pensando muchas veces sobre esto, decía consigo: Ni cuando yo me pongoen oración y estoy en la misa no me vienen estas inteligencias tan vivas; y así,poco a poco, vino a conocer que aquello era tentación. Se lo confirmó elmaestro, con quien lo consultó y a quién prometió nunca faltar de oíros estos dosaños (A. 55).

8. Alcalá - Salamanca… (1526-1527)

Los dos años del plan de estudios de gramática en el Estudio General de Barcelona losaprovechó muy bien Íñigo. Su Maestro le orientó hacia Alcalá, Universidad joven, —dieciocho años sólo—, fundada por el Cardenal Cisneros y ya muy acreditada. Lo que enBarcelona habían significado las ilustraciones espirituales como verdadero estorbo parasu estudio, en Alcalá lo iba a significar su deseo de ayudar a otros y de evangelizar. Los

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Ejercicios ya estaban rodando y los iba aplicando y completando desde sus estudios ydesde la experiencia de darlos.

Se ejercitaba en dar ejercicios espirituales y en declarar la doctrina cristiana;y con esto se hacía fruto, a gloria de Dios (A.57).

Hasta la Inquisición se ocupó de él y de los tres compañeros que habían empezado aacompañarle en atender a los pobres y en sus actividades apostólicas. Por tres veces losinquisidores indagaron su vida, concluyendo la primera

que no se hallaba ningún error en su doctrina ni en su vida y que por tantopodían hacer lo mismo que hacían sin ningún impedimento.

La segunda y la tercera, a cuenta de personas concretas, a quienes ayudaban.

En la tercera, estrenó Íñigo la cárcel durante diecisiete días

sin que le examinasen ni él supiese la causa dello… Esto era en tiempo deverano y él no estaba estrecho y así venían muchos a visitarle; y hacía lo mismoque libre, de hacer doctrina y dar ejercicios. No quiso nunca tomar abogado niprocurador, aunque muchos se ofrecían. Acuérdase especialmente de Doña Teresade Cárdenas, la cual le envió a visitar y le hizo muchas ofertas de sacarle deallí; mas no aceptó nada, diciendo siempre:— Aquel, por cuyo amor aquí entré,me sacará, si fuere servido dello (A. 60).

Cuarenta días duró el encarcelamiento;

al fin de los cuales… fue el notario a la cárcel a leerle la sentencia: que fueselibre, y que se vistiesen como los otros estudiantes, y que no hablasen de cosasde la fe dentro de cuatro años que hubiesen más estudiado, pues que no sabíanletras. Porque, a la verdad el peregrino era el que sabía más y ellas con pocofundamento; y ésta era la primera cosa que él solía decir cuando le examinaban(A. 62).

Íñigo vivió estas pruebas como un ejercicio espiritual cumbre, deseado yexperimentado. Camino para quienes

más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señoruniversal, apenas empiecen a conocer internamente a Jesucristo y a ponerse a sudisposición: Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestrofavor y ayuda, delante vuestra infinita bondad y delante vuestra Madre gloriosay de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mideterminación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de

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imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual comoespiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida yestado (E. 97.98).

Las pruebas le hacían crecer.

Pero una tal sentencia le levantó un nuevo problema y le dejó

un poco dudoso lo que haría, porque parece que le tapaban la puerta paraaprovechar a las ánimas, no le dando causa alguna, sino porque no habíaestudiado (A.63).

Para este momento el Íñigo, peregrino del Camino, que es Cristo, ha llegado ainteriorizar como voluntad de Dios que lo más importante de su vida son «los otros», susalvación. Por eso pone este nuevo discernimiento en manos del arzobispo Fonseca,quien

le recibió muy bien y entendiendo que deseaba pasar a Salamanca,

le animó, le informó sobre sus amistades en aquella ciudad y sobre su Colegio Mayor deSantiago para estudiantes pobres, y dejó en su mano como despedida cuatro escudos.

Poco más de un año había durado su estancia en Alcalá y cinco meses durará la deSalamanca, que resultará casi un calco de aquella. Pronto la amabilidad de los dominicosinteresados por sus personas, sus vidas y su «predicar a la apostólica», derivó en unexamen sobre su preparación. Íñigo, al que acompañaba Calixto, se adelantó:

Entre todos nosotros, el que más ha estudiado soy yo; y le dio claramentecuenta de lo que había estudiado y con cuán poco fundamento.

Pues luego ¿qué es lo que predicáis? —Nosotros, dice el peregrino, nopredicamos, sino con algunos familiarmente hablamos cosas de Dios, comodespués de comer, con algunas personas que nos llaman. El diálogo se prolongóhasta la encrucijada: —Vosotros, añadió el Subprior, no sois letrados y habláis devirtudes y de vicios; y desto ninguno puede hablar sino en una de dos maneras:o por letras, o por Espíritu Santo. No por letras, luego por Espíritu Santo.

Aquí estuvo el peregrino un poco sobre sí, —consciente de que había sidoinvitado a un diálogo de hermanos—, no le pareciendo bien aquella manera deargumentar; y después de haber callado un poco, dijo que no era menesterhablar más destas materias. Insistió el Subprior con los errores de Erasmo y detantos otros. El peregrino dijo: —Padre, yo no diré más de lo que he dicho si nofuese delante de mis superiores, que me pueden obligar a ello… —Pues quedaosaquí, que bien haremos con que lo digáis todo.

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Durante tres días, cerradas las puertas, convivieron

comiendo en el refectorio con los frailes. Y cuasi siempre estaba llena su cámarade frailes que venían a verles y el peregrino siempre hablaba de lo que solía; demodo que entre ellos ya había como división, habiendo muchos que semostraban afectados (A. 64-66).

Y es que la llamada profunda de Íñigo no era la de transmitir erudición, sino la deencender experiencia, ayudar a otros, desde la suya y desde su convencimiento de Quiéna él le había cambiado, compartiendo con ellos «ejercicios», que a él le habían ayudado.

A los tres días se presentó un notario que los llevó a la cárcel. La noticia se corrió porla ciudad, y la gente se multiplicó en llevarles

todo lo necesario abundantemente; y siempre venían muchos a visitarles, y elperegrino continuaba sus ejercicios de hablar de Dios, etc…

Tres días después aparecieron los jueces para un examen más amplio y minucioso quelos de Alcalá. Íñigo comenzó por darles

todos sus papeles, que eran los Ejercicios, para que los examinasen.

Siguió un largo interrogatorio, al que Íñigo contestó con un prólogo impecable.

Después le mandaron que declarase el primero mandamiento de la manera quesolía declarar. Él se puso a hacerlo y detúvose tanto y dijo tantas cosas sobre elprimero mandamiento, que no tuvieron gana de demandarle más. El primermandamiento era, por decirlo así, su especialidad.

Entre muchos que venían a hablarle a la cárcel, vino una vez D. Francisco deMendoza… Preguntándole familiarmente cómo se hallaba en la prisión y si lepesaba de estar preso, le respondió: Yo responderé lo que respondí hoy a unaseñora que decía palabras de compasión por verme preso. Yo le dije: En estodemostráis que no deseáis estar presa por amor de Dios. ¿Pues tanto mal osparece que es la prisión? Pues yo os digo que no hay tantos grillos ni cadenasen Salamanca, que yo no deseo más por amor de Dios (A.67-69).

Dio mucha edificación a todos y hizo mucho rumor por la ciudad,

el que una noche, en que huyeron todos los presos de la cárcel, ellos no huyeron. Laescena evoca casi inevitablemente la de Pablo y Silas en la cárcel de Filipos (He 16, 22-40). A los veintidós días se dictó sentencia: ningún error ni en vida ni en doctrina;podrían continuar

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enseñando la doctrina y hablando de las cosas de Dios. Les prohibían definir:Eso es pecado mortal o esto venial, si no fuese pasados cuatro años, quehubiesen más estudiado.

Los jueces con mucha bondad facilitaban la aceptación de la sentencia y la esperaban.

El peregrino dijo que él haría todo lo que la sentencia mandaba, más que nola aceptaría; pues, sin condenarle en ninguna cosa, le cerraban la boca para queno ayudase los prójimos en lo que pudiese.

De esta firme convicción misionera, como voluntad absoluta de Dios, —segundomandamiento, inseparable del primero—, no le desviaron las bondades de sus jueces.Cumpliría lo que se le mandaba mientras estuviera en la jurisdicción de Salamanca. Pero,cada vez más pendiente de Dios, ya había empezado a preguntarle:

a encomendar a Dios y a pensar lo que debía de hacer. Y hallaba dificultadgrande de estar en Salamanca; porque para aprovechar las ánimas le parecíatener cerrada la puerta con esa prohibición de no definir de pecado mortal y devenial. Y ansí se determinó de ir a París a estudiar (A. 70).

De la universidad de Salamanca no aprendió mucho Ignacio. En realidad suuniversidad fue la cárcel y la calle, y las oportunidades, que una y otra le brindaron, deseguir hablando de cosas de Dios y de sufrir por ello. Salamanca significó también laprimera aprobación de sus Ejercicios, del texto tal y como lo llevaba desarrollado en esemomento, y la oportunidad de dar a conocer, más aún que en Alcalá, con su negativa aaceptar la sentencia, que a lo que le movía Dios no era a sentar cátedra, sino a enseñar acaminar el Camino de todos, desde su experiencia de llevar seis años caminándolo.Estaba convencido de que esto no se lo podía prohibir nadie, y, menos quien habíareconocido no encontrar ningún error ni en su vida ni en su doctrina, porque Dios se lohabía dado para todos.

El tiempo de la prisión en Salamanca, la mitad de su estancia allí, no le mermó susdeseos de aprovechar a las ánimas, antes le reafirmó en dos necesidades: la de estudiarprimero y la de reunir compañeros para el mismo proyecto, además de los que habíancompartido con él cárcel y Buena noticia. Así leyó, como de Dios, el percance deSalamanca. Las instancias de muchas personas principales para que no se fuese,

nunca lo pudieron acabar con él. Y quince o veinte días después de habersalido de prisión, se partió sólo, llevando algunos libros en un asnillo(A,71.72)22.

III. PARÍS Y LOS AMIGOS

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1. De Íñigo López de Loyola a Ignacio de Loyola

Y así se partió para París solo y a pie. Ahora el estudio fue su primer objetivo,comenzar con realismo por rehacer sus estudios anteriores.

Y la causa fue porque, como le habían hecho pasar adelante en los estudioscon tanta priesa, hallábase muy falto de fundamentos; y estudiaba con los niños,pasando por la orden y manera de París (A.73).

Recogido en el hospital de Saint Jaques, pronto la distancia del Colegio de Montaigu,donde tenía las clases, el pedir limosna para se mantener y las penitencias renovadas, lehicieron experimentar que aprovechaba poco en las letras. De nuevo el discernimiento:empezó a pensar qué haría.

Buscó inútilmente ponerse de criado en algún colegio, como otros lo hacían, y teníantiempo de estudiar. Y soñaba:

Hacía esta consideración consigo y propósito, en el cual hallaba consolación,imaginando que el maestro sería Cristo y a uno de los escolares pondría nombreSan Pedro, y a otro San Juan, y así a cada uno de los apóstoles. Y cuando memandare el maestro, pensaré que me manda Cristo y cuando me mandare otro,pensaré que me manda San Pedro…(A.75).

Bien aconsejado, optó por pasar un par de meses cada año en Flandes (un año pasó aInglaterra) y traer limosna para todo el año. Entre los muchos episodios de este viaje,Luis Vives le invitó a comer y a dialogar de sobremesa sobre temas eclesiales deactualidad. Íñigo no se calló y hasta le hizo frente con su cortesía habitual.

Venido de Flandes la primera vez, empezó más intensamente que solía a darsea conversaciones espirituales y daba cuasi al mismo tiempo ejercicios a tres…Estos hicieron grandes mutaciones,

optando por una radicalidad evangélica de sus vidas, que, por ser muy conocidos en elmundo universitario, suscitaron reacciones en el mundo estudiantil. Tales y tantas, quesalpicaron a Íñigo.

En esto una carta del primer compañero español, a quien, al llegar a París, habíaconfiado le guardara los veinticinco escudos, que llevaba de limosna para sus estudios yque jamás volvió a ver, le hace saber que se encuentra enfermo en Ruán, de regreso aEspaña.

Y viniéronle deseos de irle a visitar y ayudar, pensando también que enaquella conjunción, le podría ganar para que, dejando el mundo, se entregase

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del todo al servicio de Dios. Y para poder conseguirlo, le venía deseo de andaraquellas 28 leguas, que hay de París a Ruán a pie, descalzo, sin comer nibeber…

El discernimiento, al que sometió estos deseos, aventó el temor que sentía de tentar aDios, anticipándose a su voluntad. Pero a la hora de ponerse en camino,

y al comenzar a vestirse le vino un temor tan grande que casi no podía vestirse.A pesar de aquella repugnancia, salió de casa, y aun de la ciudad, antes de queentrase el día. A mitad de camino, con este apuro espiritual, subiendo a unaltozano, le comenzó a dejar aquella cosa y le vino una gran consolación yesfuerzo espiritual, con tanta alegría, que empezó a gritar por aquellos campos yhablar con Dios, etc. Así consoló al enfermo y ayudó a ponerlo en una nave paraEspaña (A.79), dándole cartas para sus compañeros de la aventura de Salamanca.

A su regreso a París, se enteró de que el Inquisidor le había hecho llamar.

Mas él no quiso esperar, y se fue al Inquisidor diciéndole que había oído quele buscaba; que estaba dispuesto a todo lo que quisiese…, pero que le rogabaque lo despachase pronto, porque tenía intención de entrar por San Remigio deaquel año (1 de octubre 1529) en el curso de Artes; que deseaba que esto pasaseantes, para poder mejor atender a sus estudios. Pero el Inquisidor no le volvió allamar (A. 81).

Se matriculó en el curso de Artes (filosofía) en el régimen tutorial propio de laUniversidad bajo el Dr. Juan de la Peña, tutor también de Pedro Fabro y FranciscoJavier. Los cuatro coincidieron en una misma habitación alquilada en el Colegio de SantaBárbara. Pero el primer rito académico que se le requería fue el de latinizar su nombre.Él escogió el de Ignatius, por devoción a aquel gran testigo de Jesús, cuyas cartastraducidas y publicadas en París, pudo conocer. En todo caso puede valer su propiotestimonio de amor al santo de Antioquía, escribiendo años después a Francisco deBorja:

a quien yo tengo o, por lo menos, deseo tener, muy especial reverencia ydevoción23.

Empezó Ignacio el curso

con propósito de conservar aquellos que habían propuesto servir al Señor, perono seguir buscando otros, a fin de poder estudiar más cómodamente.

Pero, de nuevo, las mismas tentaciones que en Barcelona:

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cada vez que oía la lección, no podía estar atento, con las muchas cosasespirituales que le ocurrían. Prometió a su maestro que no faltaría nunca deseguir todo el curso, mientras pudiese encontrar pan y agua para podersustentarse… Y prosiguió sus estudios tranquilamente (A.82).

Los ocho años largos de París significaron en el camino de conversión de Ignacio unaexperiencia de laborioso reajuste discernidor de las dimensiones personales que cada vezcon más fuerza iban configurando su vida: el hablar de Dios para ayudar a las ánimas,que requería la coherencia de la pobreza, inamovible desde el principio, vivida comosigno de que sólo en Aquel de quien hablaba tenía puesta toda su esperanza; la atención asu salud nunca plena, pero en este momento seriamente dañada del esfuerzo, al quedurante años sometió a su organismo en penitencias y viajes; y la nueva pieza, unosestudios serios en función de «medio» para lo primero.

Ignacio no fue un talento especulativo, ni hombre de gran erudición, pero a sus 44años logró su título de maestro en artes y el certificado de suficiencia teológica, y todo elresto de su vida no ocultó su reconocimiento a los métodos parisienses, llegando ainspirar en ellos la formación de los jesuitas. Lo suyo era la «gran cognición de las cosasde Dios, gran afición a ellas y más a las más abstractas, separadas; gran consejo yprudencia in agendis y don de discreción de espíritus», sintetizó certero quien le conociótan íntimamente, desde esos mismos años de París, el soriano Diego Laínez, a quienIgnacio envió como teólogo al concilio de Trento y que llegó a ser segundo General de laCompañía de Jesús24.

Su gran colaborador en la promulgación de las Constituciones a toda la Compañía eintérprete de las mismas, el mallorquín Jerónimo Nadal, resumió el esfuerzo de Ignacioen equilibrar el «medio» del estudio ante el «fin», aprovechar a todos hablando de Dios:«Sus ocho años de filosofía y teología tuvieron feliz resultado, gracias a la agudeza de suingenio y a su diligente aplicación… Diose, pues, a la filosofía y teología con sumaafición, con extraordinario fruto y con tanto progreso cuanto creyó que era bastante pararealizar dignamente sus planes de ayudar las almas»25.

2. «…conservar aquellos que habían propuesto servir al Señor» (A. 82)

Eran la media docena que se reunían todos los domingos en el convento de loscartujos, para confesar, comulgar y tener conversaciones espirituales. Sobre todo, cuatro:Laínez soriano, Salmerón toledano, Nicolás palentino y Simón portugués, a los que habíaido dando Ejercicios espirituales, uno a uno y que se habían propuesto servir al Señor. Yaunque se propuso no seguir buscando a otros para que no padecieran sus estudios, levinieron a la mano otros dos, Fabro saboyano y Javier navarro, compañeros dehabitación, con el tutor de los tres, en el Colegio de Santa Bárbara, a los cuales, más

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tarde, ganó para el servicio de Dios por medio de los Ejercicios. A quien se admirabade que anduviese tan tranquilo y nadie le molestase, le respondió:

La causa es porque yo no hablo con nadie de las cosas de Dios; peroterminado el curso, volveremos a lo de siempre (A. 82).

En los encuentros de Ignacio con estos seis fue madurando un proyecto común(propósito lo llamaban ellos), que parecía calcado del primero de Ignacio. La pobreza pordelante, como presupuesto personal previo. Pero pronto emergió Jerusalén comoobjetivo. También para ellos Jerusalén significaba Jesús, la máxima noticiamedioambiental y contemplativa de Él. Allí se plantearían si quedarse o volver, o unosquedarse y otros volver. En todo caso, allí o aquí, por unanimidad, el objetivo esencial desus vidas: Ayudar a las ánimas hablando de Dios.

Ya por este tiempo habían decidido todos lo que tenían que hacer, esto es: ir aVenecia y a Jerusalem y gastar su vida en provecho de las almas, y si noconsiguiesen permiso para quedarse en Jerusalem, volver a Roma y presentarseal Vicario de Cristo, para que los emplease en lo que juzgase ser de más gloriade Dios y utilidad de las almas. Habían propuesto también esperar un año laembarcación en Venecia, y si no hubiese aquel año embarcación para Levante,quedarían libres del voto de Jerusalem, y acudirían al Papa, etc. (A. 84).

Éste fue el compromiso de todos, mediante voto, en una capilla de la colina deMontmartre en la mañana del 15 de agosto de 1534, fiesta de la Asunción, en el marcode la Eucaristía celebrada por Fabro, entonces único sacerdote del grupo. El fuego habíaprendido. El elemento nuevo, original, que da realismo histórico a este momento, es el deconcretar su disponibilidad a Cristo en su disponibilidad al Vicario de Cristo. Fabro, unode los testigos y actores de este voto, —germen del cuarto voto de obediencia especial alPapa de los profesos de la Compañía, para ser enviados a evangelizar—, afirmará de élque es «el fundamento de toda la Compañía» y «su manifestísima vocación».

3. Íñigo, —ya Ignacio de Loyola—, de nuevo en «su tierra»

Ahora, redondeados sus estudios entre fuertes dolores efecto de una vieja dolencia,que le acompañará toda su vida y, sobre todo, fraguado el grupo de «amigos en elSeñor»26, surgió en Ignacio una nueva relación con ellos. Eran ya una nueva mediaciónpara conocer la voluntad de Dios. Y él les obedecía.

Los médicos decían que no quedaba otro remedio que el aire natal. Ademáslos compañeros le aconsejaban lo mismo y le hicieron grandes instancias27 …Alfin el peregrino se dejó persuadir de sus compañeros y también porque loespañoles de entre ellos tenían algunos asuntos que él podía despachar (A. 85).

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Todo listo ya para partir, se enteró de que le habían acusado nuevamente al Inquisidory que se había abierto proceso contra él.

Oyendo esto y viendo que no le llamaban, se fue al Inquisidor y le dijo lo quehabía oído y que estaba para marcharse a España y que tenía compañeros; quele rogaba que diese sentencia. El Inquisidor dijo que era verdad lo de laacusación, pero que no veía que hubiese cosa de importancia. Solamente queríaver sus escritos de los Ejercicios; y habiéndolos visto, los alabó mucho y pidióal peregrino que le dejase la copia de ellos; y así lo hizo. Con todo esto volvió ainstar para que quisiese seguir en adelante en el proceso hasta dictar lasentencia. Y, excusándose el Inquisidor, fue él con un notario público y contestigos a su casa y tomó fe de todo ello (A, 85.86).

No podía quedar mancha, ni sospecha sobre la Buena noticia de Dios que hablaba atodos. Pero, además, ahora tenía compañeros. La limpieza social del grupo había dequedar garantizada. Y, habiendo dejado al Inquisidor la segunda copia de los Ejercicios,completada con respecto a la que entregó en Salamanca al bachiller Frías (A.67), sedecidió a partir.

Y hecho esto, montó en un caballo pequeño que los compañeros le habíancomprado y se fue solo a su tierra.

Sólo, como había salido de Salamanca. A su paso por Bayona, ya casi en su tierra, fuereconocido. Alguien hizo llegar la noticia a su hermano Martín, señor de Loyola, quiendespachó dos criados en su búsqueda. Lo encontraron, a pesar de que había escogido elcamino del monte por más solitario, y

le hicieron muchas instancias para conducirlo a casa del hermano, pero no lepudieron forzar. Así se fue al hospital (albergue de mendigos y transeúntes) de laMagdalena y después, a hora conveniente, fue a buscar limosna en el pueblo (A.87).

Ahora le interesaba el pueblo, estar cerca de la gente.

En este hospital, comenzó a hablar con muchos, que fueron a visitarle, de lascosas de Dios, por cuya gracia se hizo mucho fruto. Tan pronto como llegó,determinó enseñar la doctrina cristiana cada día a los niños; pero su hermanose opuso mucho a ello, asegurando que nadie acudiría. Él respondió que lebastaría uno. Pero, después que comenzó a hacerlo, iban continuamente muchosa oírle, y aun su mismo hermano.

Además de la doctrina cristiana, predicaba también los domingos y fiestas,con utilidad y provecho de las almas, que de muchas millas venía a oírle. Se

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esforzó también para suprimir algunos abusos, y con la ayuda de Dios se pusoorden en alguno, verbi gratia: en el juego, hizo que con ejecución se prohibiese,persuadiéndolo al que tenía el cargo de la justicia (A.88)

Habían pasado catorce años, desde que dejó el valle de Iraurgui camino de Aránzazu.El valle seguía igual. Las costumbres también. Le golpeó fuertemente la ignoranciareligiosa del pueblo, que en un tiempo fue también la suya, los abusos en el juego y encostumbres, la falta de formación del clero, el descuido de las prácticas eucarísticas, ladesatención a los pobres, y no cesó de urgir a autoridades religiosas y civilespresentándoles un detallado proyecto de reformas. Hasta hoy siguen tañendo tres vecescada día las campanas de Loyola, invitando al «Ave María», como él propuso.

Cinco años más tarde, ya General en Roma, escribió una larga carta a los habitantes deAzpeitia recordándoles su última visita y el proyecto de reforma de vida cristiana que lesdejó y animándoles a seguir viviéndolo. Y concluyó:

Y porque espero que Dios nuestro Señor, por la bondad infinita y por sumisericordia acostumbrada influirá en abundancia su santísima gracia en losánimos de todos y de todas para un servicio suyo tan debido y provecho de lasalmas tan claro y manifiesto, ceso pidiendo, rogando y suplicando, por amor yreverencia de Dios N. S., siempre que me hagáis participante en vuestrasdevociones, y máxime en las del santísimo Sacramento, como en las mías,aunque pobres e indignas, siempre habréis entera parte28.

Ni un solo día pisó la casa familiar de Loyola, a pesar de las insistencias de suhermano y su cuñada. Sólo una noche, y a instancias urgentísimas de su cuñadaMagdalena de Araoz, que tanto se había cuidado de él durante su convalecencia, y deotros muchos deudos y parientes, accedió a ir para cortar una relación adúltera de uno desus sobrinos:

«¿Eso me decís? Pues por eso iré a Loyola y aun a Vergara y todo. Y así fue ladicha noche a la dicha casa de Loyola y al día siguiente por la mañana muytemprano volvió al dicho hospital y fue público que, aunque en la dicha casa deLoyola le hicieron cama regalada, no se acostó en ella»29.

Poco más de dos meses, ocupadísimos, estuvo en Azpeitia.

Mas, aunque al principio se encontraba bien, después se enfermó gravemente.Y después que se curó, decidió partirse para despachar los asuntos que le habíanconfiado sus compañeros, y partirse sin dinero; de lo cual se enojó mucho suhermano, avergonzándose de quisiese ir a pie.

Ignacio tiene ya una nueva familia, los compañeros de París. Se debe a ellos. Con todo

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hizo una leve concesión a su hermano:

quiso condescender en esto de ir hasta el fin de la Provincia a caballo con suhermano y con sus parientes (A.89).

Al hospital de la Magdalena regaló el pequeño caballo, que le habían comprado suscompañeros de París.

Pero, cuando hubo salido de la Provincia, dejó el caballo, sin tomar nada y sefue en dirección de Pamplona, y de allí a Almazán, pueblo del P. Laínez, ydespués a Sigüenza y Toledo y de Toledo a Valencia. Y en todas estas tierras delos compañeros no quiso tomar nada, aun cuando le hiciesen grandesofrecimientos con toda insistencia.

En esta peregrinación por las familias de sus compañeros no podía faltar la visita aJuan de Azpilcueta, hermano de Javier, irritado por las noticias que le habían llegadosobre su hermano y el influjo en él de Ignacio. Éste le entregó en mano una carta deJavier:

«Porque V. Md. a la clara conozca cuánta merced nuestro Señor me ha hecho enhaber conocido al señor maestre Íñigo, por ésta le prometo mi fe, que en mi vida podríasatisfacer lo mucho que le debo, así por haberme favorecido muchas veces con dineros yamigos en mis necesidades, como en haber sido él causa de que yo me apartase de malascompañías, las cuales yo, por mi poca experiencia no conoscía… Y esto sólo no sé yocuándo podré yo pagar al señor maestre Íñigo. Por tanto suplico a V. Md. le haga elmismo recogimiento que haría a mi persona… Y suplícole muy encarecidamente no dejede comunicar y conversar al señor Íñigo, y creerle en lo que le dijere, porque con susconsejos y conversaciones crea que se hallará muy bien por ser él tanto una persona deDios y de tan buena vida30.

4. Los «presbíteros reformados»

Ignacio viajó de Valencia a Génova y, por tierra, siempre de la misma manera, —a piey de limosna—, a Bolonia y Venecia, en un itinerario lleno de peripecias.

Y entrando en Bolonia, empezó a pedir limosna, y no encontró ni siquiera uncuatrín, aunque la recorrió toda (A.91).

Ya en Venecia, dedicó todo 1536 a dar Ejercicios, a leer teología por su cuenta, acontestar cartas a bienhechores, consultas espirituales de religiosas y personas amigas y,sobre todo, a conocer los grupos de reforma dentro de la Iglesia que pululaban en torno aVenecia, particularmente los teatinos. Ésta de la reforma de la Iglesia, es otra dimensión

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de su conversión, que desde ahora, en Venecia, inyectada de la reforma luterana, aflorócon particular fuerza.

A este año pertenece el más precioso testimonio personal de Ignacio, tan sobrio en suscosas, acerca de los Ejercicios Espirituales y de su modo de motivar a ellos. A ManuelMiona, portugués, confesor de Ignacio durante sus años en Alcalá, le escribe agradecido:

Y porque es razón responder a tanto amor y voluntad, como siempre me habéistenido y en obras mostrado, y como yo hoy en esta vida no sepa en qué algunacentella os pueda satisfacer, que poneros en ejercicios espirituales…, os pido silo habéis probado y gustado, me lo escribáis; si no, por su amor y acerbísimamuerte que pasó por nosotros, os pido que os pongáis en ellos; y si osarrepintiéredes dello, demás de la pena que me quisieres dar, a la cual yo mepongo, tenedme por burlador de las personas espirituales, a quien debo todo…

Dos y tres, y otras cuantas veces puedo, os pido por servicio de Dios N.S. loque hasta aquí os tengo dicho, porque a la postre no nos diga su divina Majestadpor qué no os lo pido con todas mis fuerzas, siendo todo lo mejor que yo en estavida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a símismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos; que,cuando para lo primero no sintiésedes necesidad, veréis sin proporción y estimacuánto os aprovechará para lo segundo31.

El 8 de enero de 1537 llegaron los compañeros de París, según lo convenido deencontrarse en Venecia tan pronto terminaran sus estudios y obtuvieran sus títulosacadémicos. El grupo había crecido. Llegaron nueve, tres más de los comprometidos enMontmartre, dos franceses y un saboyano. Lo que significaba que el grupo habíacontinuado vivo y activo y que los Ejercicios Espirituales confirmaban cuanto acababa deescribir Ignacio. Él, por su parte, les presentó al bachiller Diego Hoces, ya sacerdote y lesanunció la intención de los hermanos Eguía, Diego y Esteban, de incorporarse. Lohicieron más tarde.

Desde el compromiso de Montmartre, el camino de conversión de Ignacio experimentóuna nueva inflexión: él no dirigió al grupo; en realidad nunca lo dirigió. Ayudó uno a unoa buscar la voluntad de Dios y entregarse a Él y animó la dinámica de conversar ycompartir entre sí los que se iban entregando. La dinámica de conjuntarse vino «de loalto». Y en el momento en que todos tomaron conciencia de ella y dijeron el sí deMontmartre, Ignacio fue escrupulosamente uno más del grupo, sirvió al grupo, y siguiólas decisiones, que el grupo iba descubriendo como voluntad de Dios. Por de pronto losnueve de París fueron a Roma a pedir la bendición del Papa para el viaje a Jerusalén y arecoger limosnas para el mismo. Volvieron, además, con la facultad para ser ordenadossacerdotes lo que aún no lo eran.

Ignacio había quedado en Venecia dedicado a lo de siempre. Ningún misterio. Pareció

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a todos que su presencia podía dificultar la misión del grupo por la presencia en la curiapontificia de dos personas: el cardenal Juan Pedro Caraffa, co-fundador de los teatinos; yel Dr. Pedro Ortiz, embajador extraordinario de Carlos V ante la Santa Sede. Al primerohabía dirigido Ignacio una carta, de una caridad tan grande como su libertad de espíritu,puntualizando aspectos de la reforma que el cardenal promovía, incluso algunos queafectaban a su propia persona. El segundo había sido autor de algunas denuncias contraIgnacio ante el Inquisidor de París, aunque pronto haría los Ejercicios de la mano deIgnacio. En realidad los nueve fueron excelentemente tratados. Desde toda la dinámicainterior de Ignacio es verosímil que el motivo profundo fuera el de no restarprotagonismo al grupo.

La espera de embarcar podía prolongarse; los preparativos de guerra naval entrevenecianos y turcos estaban a la vista. Decidieron aprovechar la espera para realizar unode sus más deseados objetivos: recibir las Sagradas Órdenes. El 24 de junio 1537,recibieron el presbiterado. Y empezaron la espera de la nave para Chipre dispersándoseen pequeños grupos de dos o de tres. No había tiempo que perder para su propósitofinal, «aprovechar a las ánimas» hablando del Dios que habían descubierto mediante losEjercicios, atendiendo a pobres y enfermos, viviendo en suma pobreza.

A Ignacio le tocó Vicenza con Fabro y Laínez.

En el tiempo que estuvo en Vicenza tuvo muchas visiones espirituales ymuchas, casi ordinarias consolaciones; y lo contrario le sucedió en París.

Principalmente, cuando comenzó a prepararse para ser sacerdote en Venecia ycuando se preparaba para decir la misa, durante todos aquellos viajes tuvograndes visitaciones espirituales, de aquellas que solía tener cuando estaba enManresa.

Con fiebre y todo no dudó en correr a Bassano a visitar a Simón Rodríguez, enfermode muerte.

Y en este viaje tuvo certidumbre de Dios, y lo dijo a Fabro, que el compañerono moriría de aquella enfermedad. Y llegando a Bassano, el enfermo se consolómucho y sanó pronto (A.95).

El año de espera para embarcar se cumplía el 8 de enero de 1538. Era el límite que sehabían propuesto para su objetivo de Jerusalén. El puerto de Venecia continuaba cerradopara los barcos de peregrinos. Lo interpretaron como signo de Dios. Por lo quedecidieron ir todos a Roma. Ignacio, con Fabro y Laínez.

Y en este viaje fue muy especialmente visitado del Señor.

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IV. ROMA, SU JERUSALÉN

1. A cuatro leguas de Roma

Había determinado, después que fuese sacerdote, estar un año sin decirmisa32, preparándose y rogando a la Virgen que le quisiese poner con su Hijo.

Le rebrotó con fuerza lo tantas veces vivido en la peripecia de su conversión, quepensó podía ser útil también a otros y pasó a ser una de las cumbres de sus Ejercicios: elcoloquio de la meditación de dos banderas:

Un coloquio a Nuestra Señora porque me alcance la gracia de su Hijo ySeñor, para que yo sea recibido debajo de su bandera, y primero en sumapobreza espiritual y, si su divina majestad fuese servido y me quisiere elegir yrecibir, no menos en la pobreza actual; 2° en pasar oprobios y injurias por másen ellas le imitar, sólo que las pueda pasar sin pecado de ninguna persona, nidisplacer de su divina majestad (E. 147).

Así entendía Ignacio el ponerle con su Hijo. Su oración tuvo pronta respuesta.

Y estando un día algunas millas antes de llegar a Roma en una iglesia, yhaciendo oración, sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que DiosPadre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto,sino que Dios Padre le ponía con su Hijo. Después, viniendo a Roma, dijo a suscompañeros que veía las ventanas cerradas, queriendo decir que habían de tenerallí muchas contradicciones (A.96-97).

Laínez, que con Fabro acompañaba a Ignacio en estos momentos que Ignacio lescompartía, completa esta versión de la Autobiografía testificando: «Me dijo que leparecía que Dios Padre le imprimía en el corazón estas palabras: Yo os seré propicio enRoma. No sabiendo nuestro Padre qué querían significar, decía: —No sé qué será denosotros, tal vez seremos crucificados en Roma. Después, otra vez dijo que le parecíaver a Cristo con la cruz a la espalda y el Padre eterno que le decía: —Yo quiero querecibas a éste por servidor tuyo. Y así Jesús lo recibió y dijo: — Quiero que tú me sirvas.Y por esto adquiriendo gran devoción a este santísimo nombre, quiso nombrar lacongregación, la Compañía de Jesús»33.

Junto a las experiencias de Manresa, éstas de la Storta, a un día de andadura de Roma,consagran el «ponerle con el Hijo» como confirmación mística de que el itinerario deconversión de Ignacio ha sido hasta este momento, y seguirá siendo, un continuoadentrarse en la identificación personal con la persona de Cristo y Cristo crucificado.

En Loyola, dieciséis años antes, se determinó martirizarse por su propio gusto (A. 4);

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pero la Vita Christi del Cartujano, en Loyola también, le abrió un poco los ojos a lo queha hecho Cristo por mí. Manresa maduró un amor incondicional e incondicionado aCristo, que le encendió el

quiero y deseo y es mi determinación deliberada… de imitaros en pasar todasinjurias y todo vituperio y toda pobreza… (E. 98).

Y con ese deseo vive todo el camino. La Storta es experiencia de confirmación, vistobueno de Dios a lo caminado e impulso para el futuro: «Yo os seré en Roma propicio yfavorable».

Porque no tardaron en hacerse presentes las contradicciones. Apenas situado enRoma, el grupo se desplegó apostólicamente a su estilo. A Laínez y Fabro les saltaron ala vista inmediatamente los errores que escucharon en los sermones de Cuaresma en laiglesia de los Agustinos. El predicador, con antecedentes como sospechoso deluteranismo y acusado de herejía, había logrado querellarse con éxito contra susacusadores. Cuando Laínez y Fabro empezaron, en sus catequesis por calles y plazas adesenmascarar sus errores, el grupo de simpatizantes del predicador agustino, varios deellos viejos conocidos de Ignacio, se defendieron aireando los procesos de Ignacio enAlcalá, Salamanca y París.

Le faltó tiempo a Ignacio para solicitar un encuentro con el Papa, que le fue concedidoa finales de agosto en Frascati.

Hablé a Su Santidad, en su cámara a solas, bien al pie de una hora; dondehablándole largo de nuestros propósitos e intenciones, le narré claramente todaslas veces que contra mí habían hecho proceso en España y en París; asimismolas veces que había sido preso en Alcalá y en Salamanca y esto a fin de queninguno le pudiese informar más de lo que yo le he informado, y para que fuesemás movido a hacer inquisición sobre nosotros, para que en todas maneras sediese sentencia o declaración de nuestra doctrina. Finalmente, como a nosotrosfuese muy necesario, para predicar y exhortar, tener buen odor, no solamentedelante de Dios N.S., mas aun delante de las gentes, y no ser sospechosos denuestra doctrina y costumbres, supliqué a Su Santidad, en nombre de todos,mandase remediar, para que nuestra doctrina y costumbres fuesen inquiridos yexaminados por cualquier juez ordinario que Su Santidad mandase: porque simal hallasen, queríamos ser corregidos y castigados; y si bien, Su Santidad nosfavoreciese34.

La larga sentencia del gobernador general de Roma, en noviembre de ese mismo año,concluía: «Y por esto hemos querido dar nuestra sentencia…, que a los dichosvenerables señores Ignacio y sus compañeros les tengan y estimen por tales cualesnosotros los habemos hallado y probado y por católicos, sin ningún género de

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sospecha»35.

Eran tiempos de gran desorientación, provocada en gran medida por la infiltración dela falsa reforma de Lutero en el occidente europeo, como habían podido experimentarlolos compañeros de Ignacio en su peregrinación de París a Venecia. En lo de Dios,transmitido por hombres, no puede haber mancha. Fue siempre el principio de Ignaciopara requerir llegar hasta el fin de la sentencia en los conflictos que se le fueronpresentando:

Sólo hemos querido volver por el honor de la sana doctrina y de la vida sinmancilla. Mientras nos traten de indoctos, rudos, que no sabemos hablar; itemmientras digan de nosotros que somos aviesos, burladores, livianos, no haremos,ayudándonos Dios, gran caso; pero dolíanos que la doctrina que predicamos laapellidasen no sana y que la senda por la cual caminamos se reputase mala, nosiendo la una ni la otra nuestra, sino de Cristo y de su Iglesia36.

2. «La unión y congregación que Dios había hecho»37

1538 se cerró con la gran noticia, ardientemente deseada y preparada: la primera misade Ignacio. La comunica a los Señores de Loyola, ignorante de que su hermano Martínhabía fallecido un mes antes:

El día de Navidad pasada, en la iglesia de Nuestra Señora la Mayor, en lacapilla donde está el pesebre donde el niño Jesús fue puesto, con la su ayuda ygracia dije la primera misa38.

En adelante la Eucaristía será su lugar preferido de encuentro con el Señor, su fuentede inspiración, su escuela de discernimiento. Por los fenómenos místicos experimentadosen su preparación y mientras la celebra, se orientará en sus decisiones según Dios.

Ignacio seguirá diluyéndose voluntariamente, cada vez más, en el «nosotros» delgrupo, en el que ha soñado, pero que no se apropia como suyo. Los caminos que veacomo de Dios el grupo serán también los suyos. A su sobrino Beltrán, nuevo Señor deLoyola, apenas aprobada la Compañía de Jesús, le deslizará esta confidencia,recordándole su encuentro con él a su paso por Azpeitia, de regreso de París:

Y porque recuerdo que allá en la tierra me encomendastes con mucho cuidadoos hiciese saber de la Compañía que esperaba, yo también creo que Dios nuestroSeñor os esperaba para señalaros en ella, porque otra mayor memoria dejéis quelos nuestros han dejado. Y viniendo al punto de la cosa, yo, aunque indignísimo,he procurado mediante la gracia divina de poner fundamentos firmes a esta

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Compañía de Jesús, la cual hemos ansí intitulado y por el Papa aprobado39.

El grupo comenzaba a experimentar ya exceso de demanda en su cuidado de losnecesitados y en la predicación. Y el Papa les había asignado una primera misión: Siena,la reforma de un monasterio de benedictinas. Y tanto Carlos V, como Juan III dePortugal, hacían llegar su interés por la presencia de algunos del grupo en América y enla India. Urgía formular cuanto antes la propia identidad del grupo, una vez descartado elobjetivo

Jerusalén y ya puestos a disposición del Papa. A discernirla dedicaron la primavera de1539.

Una primera cuestión: Si cada uno debía vivir el «propósito», que les había traídohasta el Vicario de Cristo, como disponibilidad personal a él; o si debían hacerlopermaneciendo conjuntados y comprometidos mutuamente entre sí. El discernimiento lesera familiar: orar largamente la pregunta haciéndosela a Dios, oírse confiriendofraternalmente lo escuchado, pronunciarse sobre el tema en base a la luz recibida de esecompartir. El resultado lo formularon así:

«Definimos, finalmente, la parte afirmativa, es a saber, que habiéndosedignado el Clementísimo y Piadosísimo Dios de unirnos y congregarnosrecíprocamente, aunque somos tan flacos y nacidos en tan diversas regiones ycostumbres, no debíamos deshacer la unión y congregación que Dios habíahecho, sino antes confirmarla y establecerla más, reduciéndonos a un cuerpo,teniendo cuidado unos de otros y manteniendo inteligencia para el mayorprovecho de las almas»40.

Y, resuelta esta primera cuestión, la segunda:

«Es a saber, si después que todos habíamos hecho voto de castidad perpetua yvoto de pobreza en manos del Reverendísimo Legado de Su Santidad, cuandoestábamos en Venecia, si sería expediente, digo, hacer otro tercer voto deobediencia a alguno de nosotros, para que con mayor sinceridad, alabanza ymérito, pudiésemos en todo y por todo hacer la voluntad de Dios N. S. yjuntamente la libre voluntad y precepto de Su Santidad, a quiengustosísimamente habíamos ofrecido todas nuestras cosas, la voluntad, elentendimiento, el poder y la hacienda»41.

Muchos días de aquella primavera de 1539, sin dejar sus ocupaciones apostólicashabituales, pobres, enfermos, predicación, catequesis, dar Ejercicios…, las emplearon enhacer luz en este discernimiento, más complejo que el anterior.

«Pasados, pues, muchos días en que por una y por otra parte ventilamos

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largamente acerca de la solución de la duda, pesando y examinando las razonesde mayor momento y eficacia; vacando a los ejercicios acostumbrados de laoración, meditación y consideración; favorecidos, finalmente, del auxiliodivino, concluimos (no por pluralidad de votos, sino por total concordia dedictámenes) sernos más expediente y necesario dar la obediencia a alguno denosotros para mejor y más exactamente poder ejecutar nuestros primeros deseosde cumplir en todo la voluntad divina, para más seguramente conservar laCompañía y, en fin para poder dar decente providencia a los negociosparticulares ocurrentes, ansí espirituales, como temporales»42.

El discernimiento, como pregunta permanente a Dios sobre la historia que se ibaproduciendo, atento a la respuesta de sus signos y al contraste con sus mediaciones,había sido para Ignacio, durante todo el camino el nervio vivo de su conversión. Ahora loera ya también de la conversión del grupo.

Tres meses duró este proceso de discernimiento sobre el proyecto de fundación de laCompañía de Jesús. Y había de continuar, a la hora de las concreciones del mismo.Firmaron todos un documento con lo acordado y se comprometieron a entrar en esaCompañía que había aún que definir más en detalle para presentar el proyecto a laaprobación del Papa.

Éste, por su parte, no había esperado a la finalización de este proceso espiritual paraenviar en todas las direcciones a casi todos. Quedaba en Roma Ignacio, voluntariamenteuno más durante las Deliberaciones, comisionado ahora por los compañeros pararedactar un boceto de definición espiritual y apostólica de la nueva Compañía de Jesús.

No le fue difícil a Ignacio hacerlo. Lo había soñado largo tiempo. Desde la experienciade Manresa y su regreso de Jerusalén, había intentado contagiar a otros, por medio de losEjercicios, un modo de seguir a Jesucristo hombres comprometidos, como Él, aaprovechar a las ánimas anunciando a Dios con la propia vida, «pobres e instruidos»,con doctrina evangélica y con la caridad de las obras. Julio y agosto empleó Ignacio en laredacción de este texto que, por haber salido de sus manos, le retrata a él y es como lacumbre del camino de conversión vivido. Destacamos lo que, por haber sido su normainalterable de vida, iba a ser norma fundamental de vida para el grupo.

Cualquiera que en nuestra Compañía, que deseamos se distinga con el nombrede Jesús quiera ser soldado para Dios bajo la bandera de la cruz, y servir a sóloel Señor y a su Vicario en la tierra, tenga entendido que, una vez hecho el votosolemne de perpetua castidad, forma parte de una comunidad fundada, antetodo, para atender principalmente al provecho de las almas en la vida y doctrinacristiana y para la propagación de la fe, por medio del ministerio de la palabra,de ejercicios espirituales, y de obras de caridad y concretamente por medio de laeducación en el Cristianismo de los niños e ignorantes.

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Jesús crucificado, amor misericordioso de Dios, en portada. Lo fue de su vida, desdesu convalecencia en Loyola, de sus Ejercicios, de la Compañía de Jesús. Ser soldadopara Dios, es, en su argot primero, poner la vida entera a disposición de Dios. En lasversiones siguientes, las que fueron aprobadas por los Papas Paulo III y Julio III, eltérmino «Comunidad» de ésta es sustituido por Compañía. El objetivo es el que lo fuesiempre de su vida de convertido y libremente de la de sus compañeros: la fe que se hacevida y palabra por la práctica de la caridad (Gal 5,6).

Y procure tener ante los ojos siempre primero a Dios y luego el modo de ser desu Instituto, que es camino hacia Él, y alcanzar con todas sus fuerzas este finque Dios le propone […] Todos los compañeros no sólo sepan en el momento deprofesar, sino se acuerden cada día, durante toda su vida, de que la Compañíaentera y cada uno militan para Dios, bajo la fiel obediencia de nuestrosantísimo Señor Paulo III y de sus sucesores. Y que están sometidos a laautoridad del vicario de Cristo y a su divina potestad, de tal forma que estemosobligados a obedecerle, no sólo según la obligación común de todos los clérigos,sino a vincularnos con vínculo de un voto, que nos obligue a ejecutar, sinsubterfugio, ni excusa alguna, inmediatamente, en cuanto de nosotros dependa,todo lo que nos mande Su Santidad, en cuanto se refiere al provecho de las almasy a la propagación de la fe, aunque nos envíen a los turcos, o al nuevo mundo, oa los luteranos o a cualesquiera otros infieles o fieles43.

Que en la redacción de este párrafo puso Ignacio particular interés, lo ratificará cuandoafirme que este voto es nuestro principio y principal fundamento44. No es un trámitejurídico esta puesta incondicional a disposición del Papa, mediante voto singular, comoalternativa al primer objetivo, Jerusalén, trasladando al Vicario de Cristo, el «envío», queesperaban recibir de Cristo desde la Jerusalem real como los primeros apóstoles,mediante una experiencia de discernimiento semejante a la que acaban de vivir. Lo reflejala novedad, firmeza y concreción de este voto, que contiene el núcleo de la espiritualidady de la misión específica de la Compañía, núcleo también del propósito de Ignacio en superegrinación a Jerusalén.

…Como hemos experimentado que es más feliz, más pura y más apta para laedificación del prójimo la vida que se aparta lo más posible de todo contagio deavaricia, y se asemeja lo más posible a la pobreza evangélica; y como sabemosque nuestro Señor Jesucristo proveerá lo necesario para el sustento y vestido desus siervos, que no buscan más que el reino de Dios, hagan todos y cada unovoto de perpetua pobreza, declarando que ni en particular ni en común, puedanadquirir derecho civil alguno a cualesquiera bienes estables o a proventos oingresos algunos, para el sustento y uso de la Compañía, contentándose congozar exclusivamente del uso de las cosas necesarias, estando de acuerdo con losdueños y con recibir dinero y el valor de las cosas donadas a ellos, para

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procurarse lo necesario45.

La pobreza de Ignacio, vivida inicialmente como abandono en Dios, expresión de suentrega total al Dios entregado en su Hijo, realizó también su itinerario de conversiónhacia una vida de pobreza «evangélica» que «edifica» al prójimo. Volverá frecuente yabundantemente sobre ella, a la que todo jesuita debe «amar como madre», inclusocorrigiendo, por no suficientemente radical, un punto de pobreza en las Constituciones yaacordadas por todos los compañeros.

Terminado el boceto de estos «Cinco capítulos», el primero que tenía que conocerloera el Papa. Se lo hizo llegar pronto por intermediarios y recibió una primera aprobaciónverbal, con el comentario personal de Paulo II: «El Espíritu de Dios está aquí», al tiempoque lo pasaba a sus colaboradores para el trámite de la redacción de la Bula o Brevecorrespondiente. La burocracia competente interpretó como sospechas de afinidad aideas erasmianas y protestantes la ausencia del coro y oficio conventual en el texto y elque tampoco se legislasen penitencias por regla. Ni siquiera contribuyó a aquietarla lanovedad del voto de disponibilidad al Papa, que alguno consideró superfluo. A lo que seañadió el rigor del anciano Cardenal Guidiccioni, autor de un proyecto de reforma,consistente en suprimir casi todas las Órdenes religiosas, y reducirlas a cuatro:cistercienses, benedictinos, dominicos y franciscanos.

Ocasión ésta para que apareciera una nueva faceta de la personalidad de Ignaciomovilizando amistades, haciendo recoger testimonios de obispos y ciudades por dondehabían pasado y en donde habían trabajado sus compañeros y él mismo, ya entoncesreconocidos como «presbiteri reformati», promoviendo una campaña de misas, oración,ayunos, y yendo a visitar directamente al Cardenal. La luz sin sombras de losdiscernimientos del grupo en la primavera y la aprobación verbal del Papa habíanmarcado ya una voluntad de Dios a la que servía utilizando con transparencia los medioshumanos a su alcance. El Cardenal cedió pero limitando provisionalmente a 60 el númerode admisiones. Pronto acabaría siendo un entusiasta amigo de los jesuitas.

Por fin, el 27 de septiembre de 1540, firmó Paulo III la Bula fundacional de laCompañía de Jesús.

3. «Excluyendo a mí mismo…»

Ese día sólo estaban en Roma Ignacio, Codure y Salmerón. Javier esperaba en Lisboapartir para la India; Fabro, desde Parma se disponía a ir por primera vez a Alemania. Losotros cuatro esparcidos por Italia. Ignacio llamó a estos últimos a Roma para decidir losnuevos pasos: redactar Constituciones y elegir el Superior del grupo. Hasta ahora habíanido haciendo el oficio por turno, semanalmente. De lo primero fueron encargados Ignacioy Codure, que colmaron el mes de marzo en la tarea.

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El 2 de abril se reunieron los seis presentes en Roma para la elección de PrepósitoGeneral. Los tres ausentes habían dejado su voto escrito y sellado, antes de partir. Faltóel de Bobadilla, retenido como Vicario General, en misión del Papa, en Bisignano(Calabria). Tres días dedicaron a orar. El 5 depositaron sus votos en una urna, cerradacon llave. Tres días de recogimiento y el 8 abrieron la urna. Uno a uno todos los votos,recayeron en Ignacio, menos el suyo:

JHS. Excluyendo a mí mismo, doy mi voz en el Señor nuestro para ser Perladoa aquel que terná mas voces para serlo. He dado indeterminate boni consulendo.Si tamen a la Compañía le parecerá otra cosa, o juzgare que es mejor y a mayorgloria de Dios, yo estoy aparejado para señalarlo. Echa en Roma 5 de abril de1541. Íñigo46.

Javier, el primero en partir de Roma había dejado su voto: «Yo, Francisco, digo yafirmo que nullo modo suasus ab homine (sin persuasión humana de ningún tipo), juzgoque el que ha de ser elegido por Perlado en nuestra Compañía, al que todos habemos deobedecer, me paresce… que sea el Perlado nuestro antiguo y verdadero Padre DonIgnacio, el cual, pues nos juntó a todos no con pocos trabajos, no sin ellos nos sabrámejor conservar, gobernar y aumentar de bien en mejor, por estar más al cabo de cadauno de nosotros; et post mortem illius (y después de su muerte…) digo que sea el P.Micer Pedro Fabro»47. Y cada uno en su estilo, todos los demás.

Ignacio, profundamente turbado, sintió que debía exponer a sus hermanos su noaceptación del resultado de la elección:

Íñigo hizo una plática, según que su ánima sentía, afirmando hallar en sí másquerer y más voluntad para ser gobernado que para gobernar; que él no sehallaba con suficiencia para regir a sí mismo, cuánto menos para regir a otros;a lo cual atento, y a sus muchos y malos hábitos pasados y presentes, conmuchos pecados, faltas y miserias, él se declaraba y se declaró de no aceptar talasunto, ni tomaría jamás, si él no conociese más claridad en la cosa de lo queentonces conoscía. Mas que él los rogaba y pedía mucho in Domino que conmayor diligencia mirasen por otros tres o cuatro días, encomendándose más aDios Nuestro Señor, etc., para hallar quien mejor y a mayor utilidad pudiesetomar el tal asunto48.

Los compañeros resistieron y trataron de persuadirle, pero, ante la sinceridad ypersistencia de su negación a aceptar el cargo, cedieron y volvieron a orar y a votar. Porunanimidad, menos su voto, vuelven a elegirle.

Finalmente Íñigo, mirando a una parte y mirando a otra, según que mayorservicio de Dios Nuestro Señor podía sentir, responde que, por no tomar ningún

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extremo y por asegurar más su conciencia, que él dejaba en manos de suconfesor, que era el P. Teodosio, fraile de San Pedro in Montorio, de la maneraque se sigue es a saber, que él se confesaría con él generalmente de todos suspecados, desde el día que supo pecar hasta la hora presente; así mismo le daríaparte y le descubriría todas sus enfermedades y miserias corporales; y quedespués que el confesor le mandase en lugar de Cristo nuestro Señor, o en sunombre le diese su parecer, atenta toda su vida pasada y presente, si aceptaría orefutaría el tal cargo;49

Tres días duró la confesión, como la de Montserrat, al final de los cuales, el P.Teodosio le manifestó sin vacilaciones su opinión: que debía aceptar la elección; locontrario sería resistir al Espíritu Santo. Ignacio le pidió que le diese por escrito suopinión, cosa que el fraile hizo en sobre cerrado para sus compañeros. Ignacio aceptó.

No se puede interpretar como tozudez (que la tenía en otras cosas) esta resistencia,sino conciencia de que hasta ahora él había considerado voluntad de Dios formar elgrupo. Ahora, formado el nuevo sujeto, el grupo, y aprobado por el Papa, empezaba unanueva andadura, en la que él, haciendo memoria de todo su pasado, que sus compañerossólo en términos generales conocían, necesitaba clarificarse sobre la voluntad de Dios.Mirándose a sí mismo y a su historia, no le bastaba la decisión del grupo, que nuncadespreció, y buscó, como en otras ocasiones primeras de su vida, la mediación delconfesor, de alguien, a quien pudiera dar a conocer su historia de la manera más plena.

Faltaba el último paso para poder decir establecida la Compañía de Jesús: el de emitirsus votos, la profesión. Por decisión de todos, el viernes de Pascua, 22 de abril,recorrieron las siete estaciones de las siete iglesias de Roma. En la de San Pablo sereconciliaron mutuamente los seis, que, por estar en Roma habían participado en laelección de General. Fue decidido entre todos que Ignacio presidiese la Eucaristía. En elmomento de la comunión, teniendo en una mano la patena con la sagrada Forma y en laotra un papel, hizo su profesión:

Yo, Ignacio de Loyola, prometo a Dios todopoderoso y al Sumo Pontífice, suVicario en la tierra, delante de la Santísima Virgen y de toda la corte celestial, yen presencia de la Compañía, perpetua pobreza, castidad y obediencia, según laforma de vivir que se contiene en la bula de la Compañía de Jesús, Señornuestro, y en las Constituciones, así en las ya declaradas, como en las que enadelante se declararen. Prometo, además, especial obediencia al Sumo Pontíficecuanto a las misiones contenidas en la misma bula. Además prometo procurarque los niños sean instruidos en la doctrina cristiana, conforme a la misma bulay Constituciones50.

Uno tras otro hicieron su profesión y recibieron la comunión de manos de Ignacio.Acabada la ceremonia, delante del altar de la confesión, donde se conservan los restos

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del apóstol Pablo, se dieron mutuamente el abrazo de paz, no sin mucha devoción,sentidos y lágrimas. El novicio, Pedro de Ribadeneira, que les acompañó todo el día, lespreparó y sirvió una frugal cena. Los otros cuatro compañeros, ausentes en diversasmisiones harían su profesión, Fabro en Ratisbona, Javier en Goa (India), Rodrigues enPortugal, Bobadilla, más tarde ese mismo año, en manos de Ignacio en la misma basílicade San Pablo. La Compañía de Jesús estaba ya en marcha.

4. «Servir a los siervos de mi Señor…»

Y continuó sirviendo. Era lo suyo. En su «conversión» a los demás, desembocónecesariamente su conversión a un Dios primero «convertido» a todos. Sólo que ahora elmundo de su servicio se había alargado y abierto en todas las direcciones. Y tenía quemirarlo y servirlo identificado con el «nosotros» nuevo de la Compañía. Su pregunta aDios ya no es ¿qué he de hacer?, sino ¿qué hemos de hacer? Por de pronto, desde elque va a ser su principio personal de gobierno religioso: Porque en servir a los siervos demi Señor pienso que sirvo al mismo Señor de todos51, comenzó, como se lo habíanencargado, por ultimar las Constituciones de la nueva Compañía.

Pero simultáneamente siguió pisando las calles de Roma ocupándose de los huérfanos,de los judíos convertidos, de las mujeres arrepentidas, de prevención de la juventudfemenina, de visitar y consolar enfermos, de los pobres, en fin, abriéndoles su propiacasa. Con su principio personal aprendido en la escuela de su peregrinación: «La amistadcon los pobres nos hace amigos del Rey eterno»52 , argumentaría a sus hermanos dePadua en situación de pobreza extrema.

Uno de sus principales nuevos servicios era el de enviar, en la medida en que seempezaban a incorporar compañeros con rapidez y alguna abundancia, a Alemania,España, Portugal, Italia, América, India, Etiopía, con Instrucciones bien precisas, másinspiradoras que normativas, que los enviados habían de aplicar con discernimiento asituaciones imaginadas, no conocidas personalmente por Ignacio la mayoría de las veces:

Todo esto propuesto servirá de aviso, pero el Patriarca53 no se tenga porobligado de hacer conforme a esto, sino conforme a lo que la discreta caridad,vista la disposición de las cosas presentes y la unción del Santo Espíritu, queprincipalmente ha de enderezarle en todas cosas, le dictare54.

Y todavía le quedaba tiempo para confesar y orientar espiritualmente, para darEjercicios, para una intensísima relación epistolar con sus hermanos, a la que siempre diouna gran importancia como medio de cohesión de un cuerpo disperso en pluralidad demisiones55. Sin olvidar las relaciones con bienhechores, responsables de la Iglesia y de lapolítica, proponiendo iniciativas de reforma o respondiendo a sus peticiones de ayuda. Y,

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en medio de todo, como alma de todo, su diaria relación discernidora con el Señor, la queha unificado toda su peregrinación desde Manresa, relación permanente de conversión devoluntades, a fin de «estar en lo de Dios» en todo momento, su mística de todos losdías.

V. UNA VENTANA A SU INTIMIDAD

1. Los mediadores

Milagrosamente han llegado hasta nosotros unas cuantas páginas, que nos permitensospechar y admirar la riqueza y hondura de esa creciente unión de voluntades, que fuesu conversión. Son las páginas providencialmente salvadas de su Diario espiritual.Hubo muchas más. Páginas escritas para sí mismo, notas privadas en las que registró sumundo interior, no sólo, pero, sobre todo, cuando su relación con Dios se concentró más,en la Eucaristía diaria. En ella confluía todo Ignacio y todo lo de Ignacio. De suentrevistador, el P. Luis Gonçalves da Cámara, es el testimonio siguiente: «El modo queel Padre guardaba, cuando las Constituciones era decir misa cada día y representar elpunto que trataba a Dios y hacer oración sobre aquello; y siempre hacía la oración ydecía la misa con lágrimas (A. 101).

Pero esta relación, por inmersión, con Dios continuaba en la calle. El 4 de marzo de1544 registra en su Diario:

Acabada la misa y quitados los ornamentos, durante la oración de acción degracias ante el altar, he sollozado tanto y he derramado tantas lágrimas, todo enrelación con el amor de la santísima Trinidad, que parecía que no queríalevantarme, de tanto amor y de tanta suavidad espiritual, que sentía.

Más tarde, junto al fuego (brasero), he sentido diversas veces un amor íntimoa la santísima Trinidad y ganas de llorar. Después en casa del cardenal deBurgos56 y por las calles, hasta las veintiuna horas (las tres y media de la tarde),si me acordaba de la santísima Trinidad, sentía un amor intenso y a veces teníaganas de llorar. Todas estas visitaciones tenían relación con el nombre y esenciade la santísima Trinidad, aunque no sentía claramente ni veía las Personasdistintas, como las veces anteriores (D.109. 110).

La ocasión de estas páginas del Diario fue muy concreta: En la deliberación sobre lasConstituciones (1541), los compañeros habían distinguido entre la pobreza de las casasprofesas, que no podían tener rentas, sino que debían vivir de limosna, y la de susiglesias que sí podían tenerlas, como era común en los religiosos de aquel tiempo. Lapregunta que torturaba a Ignacio era: ¿Por qué sí las iglesias? ¿No significaba esto rebajarel nivel de la primitiva pobreza, que el grupo había prometido? Rentas sí - rentas no, ésteera el campo concreto sobre el que decidió buscar la voluntad de Dios.

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Hizo pasar el tema por los tiempos de elección de los Ejercicios [175-188], observó yregistró las mociones espirituales, la claridad que se producía, la devoción y los signos,efecto de esta devoción, uno de ellos muy personal y frecuente, las lágrimas. Imposiblerecorrer este itinerario paso por paso y analizar las innumerables vivencias personales. Ymás imposible aún, resumirlo. Las vivencias no se resumen. Intentamos encadenardescriptivamente, como por diapositivas, ese profundo proceso. Es como profanarlo,pero, al menos podremos aproximarnos a la finísima voluntad de Ignacio de dejarse guiaren todo por la del Dios-Trinidad y la hondura de la relación con Él que había idomadurando como gracia de conversión57.

Ya el sexto día pudo ofrecer a Dios lo que había concluidopor razones y también por mayor inclinación de la voluntad, a saber, no tenerrenta alguna. Como quería presentarlo al Padre por medio de los ruegos de laMadre y del Hijo, primero se dirigió a Ella mi oración para que me ayudaseante su Hijo y ante el Padre; después rogué al Hijo que me ayudase ante elPadre en compañía de su Madre. En esto sentí en mí que iba o que me conducíanante el Padre. Se me erizaron los cabellos mientras avanzaba y una emoción,como un ardor notabilísimo recorrió todo mi cuerpo. A consecuencia de todoesto brotaron las lágrimas con una devoción intensísima (D. 8).

Continuó el recorrido por el tercer tiempo de elección que tan bien conocía, yaunque pensé casi a los comienzos que me demoraría más tiempo, «antes meparecía estar mucho en esta elección», se me iban las ganas, porque me parecíaque el asunto estaba claro, es decir, que no debía tener rentas. No obstantecontinuó, saqué las razones que traía escritas para pensarlas…, aunque yohablaba ya como de cosa hecha, sintiendo bastante devoción y ciertasinteligencias, con visión bastante clara… Entonces me vinieron otrasinteligencias, a saber, cómo primero el Hijo envió a los apóstoles a predicar enpobreza, y luego el Espíritu Santo los confirmó en su misión dándoles su espírituy el don de lenguas. Y dado que el Padre y el Hijo, envían el Espíritu Santo, lastres personas confirmaron dicha misión en pobreza (D. 15).

Una confirmación equivalente pide y espera Ignacio.

Todo el día, aunque ocupado en otros asuntos, vivía inmerso en esta búsqueda,analizando sentimientos y mociones. No le descentraban de ella los asuntos, pero sí lealteraban los ruidos ajenos no justificados. Dio gracias, pero a la mañana siguienteadvirtió:

He caído en la cuenta de que ayer falté mucho dejando a las Personas divinas.Con todo, he percibido que la Madre y el Hijo intercedían por mí; con lo cual hesentido una seguridad completa de que el Padre eterno me restituiría al estado

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anterior.

Pero se aproximaban días de eclipse, al menos parcial, de mediadores y de personasdivinas:

Después, cuando iba a decir misa, al empezar la oración, se me hizo presentenuestra Señora y sentí cuánto había faltado el día pasado no sin moción interiory de lágrimas. Y es que parecía que reprochaba a nuestra Señora la vergüenzaque le hacía pasar, al obligarle a rogar por mí tantas veces por culpa de misrepetidas faltas. Hasta tal punto se lo reprochaba, que nuestra Señora llegó aocultárseme y no hallaba devoción ni en ella ni más arriba «en las otrasPersonas» (D. 29).

…como no hallaba a nuestra Señora, busqué arriba y prorrumpí en lágrimas ysollozos al ver y sentir de alguna manera que El Padre celestial se me mostrabapropicio y dulce hasta el punto de darme a entender que le placería que rogasepor mí nuestra Señora, ¡a la cual yo no podía ver! Pero, pasando a la Eucaristía,he sentido y he visto a nuestra Señora muy propicia delante del Padre, tanto queno podía decir las oraciones al Padre y al Hijo, ni hacer la consagración, sinque la sintiese o viese, como partícipe o puerta de tanta gracia, que en espíritusentía. (Al consagrar me mostraba que estaba su carne en la de su Hijo) contantas inteligencias, que sería imposible escribirlas. Sin dudar de la primeraoblación hecha (D.30.31).

Sin desaparecer del todo el eclipse de mediadores y personas, tomando conciencia delas mociones en su espíritu (2° tiempo de elección) y de la lucha de los espíritus, a seguirrevisando la elección o a darla por zanjada,

me pongo, pues, de rodillas y ofrezco no mirar más las elecciones de ese tema,sino tomarme dos días…, para decir misa de acción de gracias y reiterar lasoblaciones (D. 37).

Pero lo que Ignacio esperaba, —¿necesitaba?—, era una confirmación de lo alto, porel estilo de la del primer tiempo de elección de los Ejercicios Espirituales:

cuando Dios nuestro Señor así mueve y atrae la voluntad, que, sin dubitar nipoder dubitar, la tal ánima devota sigue a lo que es mostrado; así como SanPablo o San Mateo lo hicieron en seguir a Jesús (E. 175).

Su conversión había sido una cadena de confirmaciones y de confirmacionestrinitarias, que es lo que ahora pide. De Manresa salió confirmadísimo y a esaconfirmación se remite frecuentemente en su vida. En La Storta la experiencia de que«Dios Padre le ponía con su Hijo» (A. 96) le lanzó al nuevo capítulo de ponerse con el

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grupo de París a entera disposición del Papa, para ser enviados donde quisiera.

En este estado seguí adelante a fin de confirmar las oblaciones anteriores,hablando de muchas cosas con unos y con otros, rogando y poniendo porintercesores a los ángeles, santos Padres, apóstoles y discípulos y a todos lossantos, etc., para que rogasen a nuestra Señora y a su Hijo. Y a ambos rogué denuevo y supliqué con largos razonamientos «me pusiesen»,58 para que seultimase mi confirmación y para que mi acción de gracias subiese delante deltrono de la santísima Trinidad … Di mi confirmación definitiva a la santísimaTrinidad delante de toda su corte celestial dando gracias muy afectuosamente,primero a las Personas divinas, después a nuestra Señora y a su Hijo… (D.46.47).

Después, al preparar el altar y al revestirme, me salía decir: «Padre eterno,confírmame; Hijo eterno, confírmame; Espíritu Santo eterno, confírmame; santaTrinidad, confírmame; un solo Dios, confírmame». Lo dije tantas veces y contanto ímpetu, devoción y lágrimas, y lo sentía por dentro tan vivamente,añadiendo además: «y Padre eterno, ¿no me confirmaréis?, que consideré quecon ello me daba ya el sí por respuesta. Y lo mismo decía al Hijo y al EspírituSanto (D. 48).

2. «La abundancia» (D. 49)

Pero ni siquiera la intensa devoción le aquieta,

…si en algún momento no sentía estas cosas con abundancia, me inquietaba yperdía la devoción, lo cual me movía a no resignarme a que no se confirmase,según mi deseo en la última misa de la Trinidad.

Después de la misa me sosegué, comparando mi limitada capacidad con lasabiduría y grandeza divinas. Seguí adelante por algunas horas hasta que mevino el pensamiento de no preocuparme ya de decir más misas y me indigné conla santísima Trinidad. Yo ya no quería determinar nada más porque daba porhecho lo pasado, pero me acosaba un poco la duda. No se me quitó la devocióndurante todo el día, aunque la notaba combatida y tenía miedo de errar en algo(D. 49.50).

Dios seguía formando a Ignacio, no con el tipo de confirmación que él quería y pedía,semejante al vivido en otros momentos de su vida: Manresa, La Storta…, sinoconduciéndole a través de experiencias que le hiciesen salir de sí mismo, para unarevelación superior. Ya había ido experimentando desde el principio estos «despojos»,que forman parte de todo proceso de conversión: De ponerse como meta satisfacer porsus pecados a moverse sólo por agradar y aplacer a Dios (A. 14); o de aspirar a

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penitencias, incluso mayores que las de los santos, a salir de su propio amor querer einteresse (E. 189), por vaciar toda su generosidad en los intereses de Dios.

En la mañana del 19 de febrero (1544), amaneció con

devoción intensa, acompañada de muchas inteligencias o recuerdos espiritualesde la santísima Trinidad, que le sosegaron y alegraron, hasta el punto de tenerque apretarme el pecho por el intenso amor de la santísima Trinidad quesentía…

Durante la misa tuve muchas y muy reposadas y muchísimas inteligencias dela santísima Trinidad que ilustraban tanto mi entendimiento, que parecía que nicon buen estudio podría saber tanto. Después incluso, mirándolo másdetenidamente, me parecía que sentía o veía con mayor comprensión que la queconseguiría, si estudiase toda mi vida.

En general, las inteligencias de la misa y de antes versaban sobre lapropiedad de las oraciones de la misa, cuando se habla con Dios, con el Padre ocon el Hijo, etc., por referirse al modo de operar y a la producción de cada unade las Personas divinas; todo esto más lo sentía o veía, que lo entendía. Este día,aun andando por la ciudad iba con mucha alegría interior, porque me figurabala santísima Trinidad al ver tres criaturas racionales o tres animales, u otras trescosas, y así continuamente (D. 51.52.54.55).

3. «Me parecía tan grande haber soltado este nudo…» (D. 63)

Fue el viernes 21 de febrero cuando se abrió el cielo:

…antes, cuando quería hallar devoción en la Trinidad, ni pretendía, ni era capazde buscarla ni de hallarla en las oraciones al Padre «asentándome», porque meparecía que no sería consolación o visitación de la santísima Trinidad. Sinembargo en esta misa conocía, sentía o veía, Dominus scit (El Señor lo sabe,2Co, 12,2) que al hablar al Padre, sólo con ver que era una persona de lasantísima Trinidad, mi amor se extendía a toda la Trinidad, ya que las demáspersonas estaban en la persona del Padre esencialmente; otro tanto sentía en laoración al Hijo, otro tanto en la del Espíritu Santo. Gozábame de sentirconsolaciones de cualquiera, atribuyéndolas a las tres Personas y alegrándomede que fuesen de las tres. Me parecía tan grande haber soltado este nudo o cosasemejante, que no cesaba de decirme a mí mismo, refiriéndome a mí: — Pero¿quién eres tú?, ¿de dónde vienes?, etc., ¿cómo ibas a merecerlo? ¿de dónde teviene esto?, etc. (D. 63).

Mientras Ignacio era conducido por Dios en este discipulado, con el que no contaba,

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que alargaba y maduraba su conversión, en cuanto se lo permitía su debilitada salud, nointerrumpió su trabajo habitual: siguió completando las Constituciones, atendiópersonalmente a los nuevos candidatos a la Compañía, que en número creciente se ibanpresentando, se ocupó de levantar la primera casa profesa y cuidó las institucionesbenéficas, que iba creando por sí mismo o involucrando a otros en crearlas, acogió en supropia casa a los judíos conversos y catecúmenos, consiguiendo a favor de ellos unnuevo breve pontificio etc.

De su simpatía por los judíos deja testimonio Ribadeneira: «Un día que estábamoscomiendo delante de muchos, a cierto propósito, hablando de sí dijo que tuviera porgracia especial de Nuestro Señor venir de linaje de judíos; y añadió la causa:

¡Cómo! Poder ser el hombre pariente de Cristo Nuestro Señor secundumcarnem y de Nuestra Señora, la gloriosa Virgen María!

Las cuales palabras dijo con tal semblante y con tanto sentimiento, que se le saltaronlas lágrimas y fue cosa que se notó mucho»59.

Su experiencia de discípulo, como verdadera experiencia de conversión no habíaterminado. La nueva comprensión espiritual de la Trinidad, le iluminó un nuevoconocimiento interno de Cristo. No sólo es intercesor, acceso al Padre, sino punto deencuentro, alianza, relación viva de la Trinidad con Ignacio, confirmación de la Trinidadmisma. Hasta en su diario cambia su manera de nombrarle. Si hasta aquí ha sido el Hijo(de María), en adelante es el enviado por el Padre, Jesús. Espigamos.

Al preparar el altar, ha venido Jesús a mi pensamiento y el deseo de seguirle.Interiormente me ha parecido que siendo él la cabeza «o caudillo» de laCompañía éste argumento era más fuerte que todas las razones humanas paravivir en pobreza total…

He pasado a revestirme con estos pensamientos, que se han intensificadohasta parecerme que eran una verdadera confirmación aunque no recibieseconsolaciones por ello, Además me ha parecido de alguna manera que el hechode que Jesús se mostrase o se dejase sentir era obra de la santísima Trinidad,viniéndome a la memoria aquella vez que el Padre me puso con su Hijo…Después durante el día, siempre que me acordaba de Jesús, experimentaba lasensación de verle con el entendimiento, hallándome en continua devoción yconfirmación (D. 66.67.70).

Lo mismo junto al brasero, que andando por la calle o después de hablar con elcardenal Carpi o cuando cruzó la puerta del Vicario, en casa de Trana…

En todos esos ratos me habitaba tanto el amor de Jesús y se me concedíasentirle o verle de tal manera, que me parecía que en adelante no podía haber

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cosa alguna que me pudiese apartar ni hacerme dudar de las gracias o de laconfirmación recibida (D.75).

Para concluir finalmente el largo día 27 de febrero:

Y al escribir esto se eleva mi entendimiento hasta ver a la santísima Trinidad,como si viese, aunque no distintamente, como antes, las tres Personas. Durantela misa, al decir «Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo…», me parecía que veíaen espíritu a Jesús, no como le vi antes, como dije, blanco, es decir en suhumanidad, sino que entonces lo sentía en mi alma de otro modo, es decir, queveía no su humanidad sola, sino que era todo mi Dios, etc. (D. 87).

4. …y la devoción dicha… (D. 101)

Quedaba camino. En la conversión siempre queda camino. Un camino que nunca secamina solo, sino acompañado, en relación. Ignacio cerró su Autobiografía con estaconfesión:

Y que había cometido muchas ofensas contra Nuestro Señor después que habíaempezado a servirle, pero que nunca había tenido consentimiento de pecadomortal, más aún, siempre creciendo en devoción, esto es en facilidad deencontrar a Dios, y ahora más que en toda su vida. Y siempre y a cualquierahora que quería encontrar a Dios, lo encontraba (A. 99).

Hasta 170 veces escribió en su Diario el término devoción. Cada día, varias veces enel día, en su examen, esta devoción adjetivada (mucha, abundante, crecida, calorosa,tranquila, intensa, lúcida, espesa, dulce, nueva…) le iba dando la temperatura de sufacilidad o dificultad para el encuentro y la familiaridad. Ella había marcado y seguiríamarcando el camino nunca acabado de su conversión.

Entrando así en la capilla, me ha invadido una grande devoción a lasantísima Trinidad, con un amor muy subido y lágrimas intensas. No veía comolos días pasados las Personas distintas, sino que sentí la unidad de esencia enuna claridad lúcida, que me atraía totalmente a su amor…

Al iniciar la misa no podía empezarla de tanta devoción que tenía yencontraba una dificultad enorme para decir «En el nombre del Padre etc., Entoda la misa tuve mucho amor y mucha devoción, con mucha abundancia delágrimas, y todo el amor y la devoción dicha se relacionaban con la santísimaTrinidad: no tenía noticia o visión particular de cada una de las tres personas,sino una simple advertencia de la presencia o representación de la santísimaTrinidad (D. 99.101).

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Este clima de familiaridad en el encuentro, que le acompañaba habitualmente todo eldía en su trabajo y relación con las personas, deseó impregnara la vida de todo jesuitacomo intención permanente:

«y sean exhortados a menudo a buscar en todas cosas a Dios nuestro Señor,apartando, cuanto es posible de sí el amor de todas las criaturas, a Él en todasamando y a todas en Él, conforme a la su santísima y divina voluntad»60.

Con todo, el hábitat de su devoción más intensa, no sólo durante el discernimiento queocupan las páginas del Diario espiritual, sino habitual, fue la Eucaristía.En ella hacíaconfluir todos los asuntos sobre los que había de decidir, previamente tratados con elSeñor en la larga oración que la precedía. Él mismo preparaba el altar en todos susaspectos. Cada gesto de esa preparación estaba cargado de encuentro. Ningunaimprovisación por su parte. Todas las sorpresas de parte de Dios.

Más tarde en la capilla hice una oración mucho suave y quieta. Al comienzome parecía que la devoción se relacionaba con la santísima Trinidad, pero luegome llevó a relacionarme también con distintas personas, como por ejemplo conel Padre. De modo que sentía en mí que la divina majestad se me queríacomunicar en diversas partes. De tal manera que, mientras preparaba el altar,decía sentidamente y a viva voz: —«¿Dónde me queréis llevar, Señor?» Lo repetímuchas veces «me parecía que era guiado» y me aumentaba mucho la devoción,que me inducía a llorar…

He pasado hasta la tercera parte de la misa bastante asistido por la gracia ypor una cálida devoción y con bastante satisfacción en el alma, sin lágrimas ni,así lo creo, deseo de tenerlas, sino contentándome con la voluntad del Señor. Sinembargo decía, volviendo a Jesús: —«¿Señor, dónde voy o dónde me lleváis? etc.¡siguiéndoos, mi Señor, yo no me podré perder! (D.113.114).

Las experiencias más profundas de su iluminación interior estuvieron vinculadas a laEucaristía. Experiencias que no le cerraban, al contrario, le proyectaban lleno de sentidoal quehacer diario.

Al Te igitur61 he sentido y visto, no obscuramente, sino muy que muyluminosamente, el mismo ser o esencia divina en figura esférica, un poco mayorde lo que aparenta el sol. De esta esencia parecía salir o derivar el Padre, demodo que al decir: Te, id est, Pater (A ti, es decir, Padre), antes que el Padre seme representaba la esencia divina. Esta representación y visión del ser de lasantísima Trinidad sin distinción o sin visión de las otras Personas, me hacausado una intensa devoción a la cosa representada, con muchas mociones yefusión de lágrimas (D. 121).

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5. «…para acabar del todo…»

Se aproximaba el fin de los cuarenta días, que Ignacio se había propuesto paraconseguir luz de Dios en un delicado punto de pobreza, que los que le ayudaban en laelaboración de las Constituciones, y él mismo, habían dado ya por resuelto. Ha hechouna clara elección por el método que él mismo empezó a descubrir en Loyola,perfeccionó en Manresa y del que se había servido constantemente durante superegrinación hasta este momento.

Había recorrido sus tres tiempos de elección y acudido al Señor en búsqueda de laconfirmación que él mismo prescribía al que en los Ejercicios había buscado la voluntadde Dios y la había hallado (E, 183): las iglesias de las casas profesas deben vivir de puralimosna, no de rentas. Pero es precisamente sobre esta abundante confirmación, sobre laque no se aquieta. ¿Ha puesto, de su parte lo que tenía que poner? Es la pregunta de unhombre que no duda de Dios, duda de sí mismo. Se tiene por estorbo.

Año y medio después, así se autorretrata escribiendo a Francisco de Borja, todavíaDuque de Gandía:

«Aunque V. Sría. hable de los tales impedimentos por más bajarse en el Señorde todos y por más subir a los que deseamos más bajarnos, diciendo que laCompañía no impide a lo que el Señor quiere obrar en ella…, yo para mí mepersuado que antes y después soy todo impedimento y de esto siento mayorcontentamiento y gozo espiritual en el Señor nuestro, por no poder atribuir a mícosa alguna que buena parezca; sintiendo una cosa (si los que más entienden,otra cosa mejor no sienten) que hay pocos en esta vida, y más echo, queninguno, que en todo pueda determinar, o juzgar, cuanto impide de su parte ycuanto desayuda a lo que el Señor nuestro quiere en su ánima obrar»62.

Acabar en la fecha que él se había prefijado, 12 de marzo, le parecía decidir él, noDios. Pedir más señales extraordinarias, ¿no ha recibido ya muchas? Y ¿cuál sería laúltima? ¿pedir una explícitamente final? La duda no era sobre el tema de discernimiento,sino sobre el final del proceso. Había recibido tanto, más allá de la luz y confirmaciónque venía buscando! ¿Qué hacer, prolongar por su parte su deseo de seguir siendoenseñado así por Dios, o pasar a realizar el deseo de Dios abundantemente confirmado?Una sutil forma de desolación hace acto de presencia.

Acabada la misa y después en la habitación me he hallado totalmente desiertode socorro alguno sin poder gustar de los mediadores ni de las Personas divinas,sino que me he sentido tan distante y tan separado de ellos, como si nuncahubiese sentido cosa suya o nunca en adelante tuviese que sentirla. Por elcontrario, me venían pensamientos ya contra Jesús, ya contra otra Persona. Asíde confuso estaba yo con diversos pensamientos, como el marcharme de casa y

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alquilar una habitación para evitar los ruidos, o intentar ayunar, o comenzar denuevo las misas, o hacer el altar en el piso de arriba. En nada hallaba descanso,dado que deseaba dar fin en un momento de consolación y de ánimo plenamentesatisfecho (D.145).

Por fin miré si debería seguir adelante, porque, por una parte, me parecía quequería buscar demasiadas señales y otorgadas en el tiempo o en las misasdeterminadas a satisfacción mía, —a pesar de que la cosa era clara en sí mismay yo no buscaba certeza, sino sólo que el dejar todo fuese a mi gusto—, por otraparte me parecía que si acababa del todo estando tan desterrado, después noquedaría contento, etc.

En medio de la duda y de lo que él llama destierro, Ignacio sigue siendo enseñado. Elprogresivo «salir de sí», que ha sido hasta ahora su «conversión», se abre a un nuevovaciamiento: no espera la consolación para decidir, —eso significaría moverse por sugusto, aun espiritual—, sino moverse por «agradar» a Dios.

Puesto que no había dificultad en la cosa, consideré, por último, qué daríamás placer a Dios nuestro Señor, que concluyera sin esperar más ni buscar máspruebas o que dijera más misas para obtenerlas. Lo puse en elección y «juzgabay» sentía que daría mayor placer a Dios si concluía… Con lo cual se meempezaron a disipar las tinieblas y a venirme las lágrimas (D. 146-148).

Los 40 días, que Ignacio se había propuesto para discernir sobre la pobreza de lasiglesias de las casas profesas terminaron el 12 de marzo. El Diario continuó, mássobriamente en cuanto a los signos, registrados como de Dios en su detallado examinarse.Desde ellos siguió abordando otros puntos de las Constituciones. Su facilidad paraencontrar a Dios no le hubiera permitido hacerlo sin tratarlos con Él. Pero desde unanueva perspectiva: no busca ni espera consolaciones (las tiene), sino «dar placer»(agradar) a Dios. Es su traducción personal del «No se haga mi voluntad, sino la tuya».La conversión en su plenitud.

Dos notas últimas, al azar, dos ráfagas reflejaron en su Diario la crecida humildad,con que continuó su conversión:

30 de marzo: Todo el rato me parecía que la humildad, la reverencia y elacatamiento no debían ser temerosos, sino amorosos. De tal manera mi almaestaba segura de que era así, que decía confiadamente: «Dadme humildadamorosa» y lo mismo pedía sobre la reverencia y el acatamiento….

3 de abril: Aunque no he tenido lágrimas antes, ni durante, ni después de lamisa, acabada la misa, me hallaba más contento sin haber tenido, y afectuosoporque juzgaba que Dios nuestro Señor lo hacía por mi bien.

6 de abril (Domingo de Ramos) : Antes de la misa he tenido lágrimas y en la

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misa, después de la pasión, he tenido muchas y continuadas, acabando deconformarse mi voluntad con la voluntad divina (D. 178. 186, 189).

VI. «Y QUE ESTO ERA FUNDAR VERDADERAMENTE LA COMPAÑÍA »

1. «Quien por su infinita y suma bondadnos quiera dar su gracia cumplida,para que su santísima voluntad sintamosy aquella enteramente la cumplamos»63

En esta despedida personal de la mayor parte de sus cartas sintetizó Ignacio, laexperiencia, a la que nos hemos asomado sumariamente por las páginas de su Diarioespiritual. En ellas registró para sí mismo lo que observaba en su examen personal variasveces al día. Estos dos legajos, destinados en su intención a desaparecer, como otros(¿cuántos?), nos permiten imaginar la cantidad y calidad de luz de lo alto y deintervenciones de Dios, por las que fue guiado y de las que tomó especial concienciadurante los últimos doce años de su vida. «Sentir» y «Cumplir» son los dos verbos, quecomplementan el «Buscar» para «Hallar», que inician el camino de los Ejerciciosespirituales [1]. Ellos penetraron toda su actividad apostólica y de gobierno,convirtiéndola en campo de experiencia de Dios.

Por de pronto la elaboración de las Constituciones64, fue colaborar con Dios para dejarfundada la Compañía. Este fue su criterio al elaborarlas y quiso fuera el criterio enobservarlas:

Aunque la suma Sapiencia y Bondad de Dios nuestro Criador y Señor, es laque ha de conservar y regir y llevar adelante esta mínima Compañía de Jesús,como se dignó comenzarla, y de nuestra parte, más que ninguna exteriorconstitución, la interior ley de la caridad y amor, que el Espíritu Santo escribe eimprime en los corazones ha de ayudar para ello; todavía, porque la divinaProvidencia pide cooperación de sus criaturas y porque así lo ordenó el Vicariode Cristo nuestro Señor y los ejemplos de los Santos y la razón así nos loenseñan en el Señor nuestro, tenemos por necesario se escriban Constituciones,que ayuden para mejor proceder, conforme a nuestro Instituto, en la víacomenzada del divino servicio65.

Constituciones que ayudan, porque no se cierran en la mera ejecución, sino quemovilizan a una observancia discernida y discernidora. La interior ley de la caridad yamor ha de ayudarse de ellas para discernir su concreta aplicación a realidades enpermanente cambio, situando al jesuita en una actitud de familiaridad con Diosequivalente a la que llevó a Ignacio a formularlas. Familiaridad que compromete a la

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persona a una actitud permanentemente activa y comprometida con la voluntad de Dios.

Ignacio murió sin «cerrar» las Constituciones. Más aún, las quiso abiertas, comoinstrumento vivo para cooperar buscando y realizando la voluntad de Dios. Las concibiópara ser utilizadas, por hombres familiarizados con Él, en una búsqueda («sentir») y unarealización («cumplir») permanentes. En su más hondo sentido son «Constituciones parahacer Constituciones», es decir, manual de conversión permanente para convertidos.

Su actividad apostólica y de gobierno rezumaron la devoción registrada por él en estos40 días, signo de la que fue su familiaridad en encontrar a Dios. Por de pronto eldespliegue misionero de la Compañía, en un primer momento muy a directa disposicióndel Vicario de Cristo, luego según su criterio. El primer despliegue lo formaronobviamente los primeros amigos míos en el Señor, todos, en Italia, Alemania, India,España, Portugal, mientras él cuidaba personalmente la selección y formación de los dela segunda ola: Francisco de Borja, Nadal, Polanco, Canisio, Doménech, Araoz…

La formación fue la niña de sus ojos. A la formación del jesuita dedicó cinco partes delas diez de las Constituciones, casi dos terceras partes del conjunto de las mismas. Comosu contribución más directa a la reforma de la Iglesia (primerísima preocupación quecompartió en relación directa con otros grandes apóstoles de la época: Juan de Ávila,Felipe Neri, Tomás de Villanueva…66), movilizó personas, medios y bienhechores paraponer en marcha el Colegio Romano (hoy Universidad Gregoriana) y el ColegioGermánico, dedicados a la formación de un clero, que pudiera evangelizar una Iglesianecesitada de credibilidad en la que es su misión primera, y cortar el paso, con unaverdadera reforma, a la falsa reforma de Lutero. A su muerte dejó en activo 64instituciones educativas de todo tipo, desde colegios de gramática hasta universidades,convencido de la importancia de preparar la tierra que ha de acoger el Evangelio y de unasiembra temprana del mismo.

Su experiencia de hombre en conversión a un Dios siempre vuelto a él, impregnó elmundo de sus relaciones personales de «conversión» a toda clase de personas, su arte deconversar, su correspondencia, su acierto en pacificar, su agradecimiento constante, suiniciativa ante toda necesidad humana, toda pobreza e injusticia, la creatividad de sumisericordia. Nada sintetiza mejor esta inseparable familiaridad para encontrar a Dios y alhombre en uno, que la petición de la contemplación final de los Ejercicios:

Conocimiento interno de tanto bien recibido, para que, enteramentereconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad (E.233).

La conversión al Amor con que todo ser humano es desbordado es condición deposibilidad para que el ser humano se realice desbordándose siempre y a todos.

Éste es el modelo de cristiano en conversión, que Ignacio contagió a sus primeros

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compañeros y que fue su intención contagiar

a los quieran agregarse: Antes de echar sobre sus espaldas esta carga, ponderenbien y despacio, según el consejo del Señor, si tienen tanto caudal de bienesespirituales, que puedan dar cima a la construcción de esta torre, es decir, si elEspíritu Santo, que los mueve, les promete tanta gracia, que puedan esperar que,con su auxilio, podrán soportar el peso de esta vocación, Y después que, con ladivina inspiración, se hubieren alistado en esta milicia de Cristo, deben estarpreparados de día y de noche, ceñida la cintura, para pagar esta deuda tangrande67.

Nunca pretendió Ignacio ponerse como modelo de nadie, pero sí se desvivió porproponer a todos el modelo único de todos: CRISTO. Lo hizo de tal forma, que, a escalahumana, resultó ser retrato del Ignacio convertido o, si se prefiere, el camino deconversión que él recorrió:

Asimismo es mucho de advertir… en cuánto grado ayuda y aprovecha en lavida espiritual, aborrecer en todo y no en parte cuanto el mundo ama y abraza; yadmitir y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo nuestro Señor haamado y abrazado.

Como los mundanos que siguen al mundo, aman y buscan con tanta diligenciahonores, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo lesenseña, así los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor,aman y desean intensamente todo lo contrario; es a saber, vestirse de la mismavestidura y librea de Cristo nuestro Señor por su debido amor y reverencia; tantoque donde a la su divina majestad no le fuese ofensa alguna, ni al prójimoimputado a pecado, desean pasar injurias, falsos testimonios, afrentas y sertenidos y estimados por locos (no dando ellos ocasión alguna de ello), pordesear parecer e imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor Jesucristo,vistiéndose de su vestidura y librea; pues la vistió Él por nuestro mayorprovecho espiritual, dándonos ejemplo que en todas cosas a nosotros posible,mediante su divina gracia, le queramos imitar y seguir, como sea la vía, quelleva a los hombres a la vida68.

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CIERRE

La conversión no es un episodio aislado que se puede analizar en sí mismo. Es unnacimiento (Jn 3,3). Es vida nueva, que crece sin parar . Es un río que se va abriendo sucauce original, ayudado por las mismas rocas que parecían estorbarle.

Del «grande y vano deseo de ganar honra» inicial de Ignacio al que «su santavoluntad siempre sintamos y en todo enteramente la cumplamos», hay una larga vida,una larga y profunda conversión, en la que Ignacio va «llevado», de sorpresa ensorpresa, de descubrimiento en descubrimiento, por el activo e infinitamente respetuosoAmor, que es Dios. Y lo sigue, no lo precede.

El paso a paso y el día a día de ese camino están hechos de retazos de conversión:

— del hacer más y mayores penitencias que nadie, al moverse por agradar a Dios (Jn8,29);

— del yo lo tengo de hacer, al vivir preguntando a Otro ¿qué he de hacer?;— de la seguridad en sí mismo, en el dinero, en los amigos…, al en Él sólo la

esperanza;— de la impulsividad al discernimiento;— del yo, por mí, para mí, al «los otros», al ayudar las ánimas, al que no se puede

ya renunciar;— del héroe al servidor;— del yo al «nosotros», a la unión y congregación que Dios había hecho (los

«amigos en el Señor»);— de las devociones a la devoción entendida como familiaridad de encontrar a Dios

en todas las cosas;— de su «propósito» personal: Jerusalem, a la búsqueda de la voluntad de Dios ya

que no era voluntad del Señor que quedase en aquellos lugares; y del «propósito»colectivo del grupo de París: también Jerusalem, a la misma entera disponibilidad aCristo en su Vicario en Roma;

— de las seguridades de la casa de Loyola, a la intemperie de la pobreza del hospitalde Azpeitia y al solo y a pie de su camino al salir de los límites de la provincia, etc…

Ignacio enciende conversión por donde pasa; pero no por repetición de la suya, sinopor encendido de una nueva. Así concibió los Ejercicios; como en los fuegos artificiales,un mismo fogonazo enciende multitud de luces diversas. En cada ejercitante arde Dioscon su propio fuego.

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La conversión no se puede institucionalizar, ni regular. Es lo más original de Dios y delhombre. Una Institución no convierte, ni se convierte; se reforma por hombres y mujeresconvertidos. Sólo si se deja reformar, ayuda. Ignacio lo concluyó de su propia conversiónpara los que se incorporaran a la Compañía de Jesús:

«Procure, mientras viviere, poner delante de sus ojos, ante todo a Dios y luegoel modo de ser de este Instituto, que es camino para ir a Él y alcanzar con todassus fuerzas el fin que Dios le propone, aunque cada uno según la gracia con quele ayudará el Espíritu Santo y según el propio grado de su vocación» (FormulaInstituti, [3])

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NOTAS

1 Juan Alfonso de Polanco, burgalés, secretario de la Compañía, durante los últimos nueva años del generalatode Ignacio y el de sus dos sucesores (1541-1573).

2 Fontes docum. 125-128.3 Fontes narrativi, II 231. 404.4 GARCÍA VILLOSLADA, Ricardo, San Ignacio de Loyola, Nueva biografía, B.A.C., Madrid , 1986, p. 97.5 Scripta de S. Ignacio, I, 187.6 Carta al Licenciado Mercado, MHSI, MI, series 1ª, Epistolae, primeros meses 1548, 704-706.7 NADAL, Fontes narrativi II, 63.8 Fontes narrativi I, 155.9 Autobiografía, Prólogo del P. Luis Gonçalvez da Cámara, 2*.10 DALMASES, S.J., Cándido de: Introducción a la Autobiografía en Obras de San Ignacio de Loyola, B.A.C.

Madrid, 6ª ed. (reimpresión), 1997,11 JUAN de POLANCO, Fontes narrativi, II, 513.12 Scripta de S. Ignacio II, 4-5.13 Carta a Francisco de Borja, fines de 1545, Epp. I, 339-342.14 POLANCO, Chronicon, I, 51.15 Scripta S. Ign. II, 330.16 El P. Araoz, enviado por Ignacio organizar y consolidar la Compañía de Jesús en España y Portugal escribió

a Ignacio desde Lisboa el 26 de abril de 1544: «Las preguntas que me hicieron (los Reyes) fueron muchas, así deV. R. en particular, como de los de la Compañía. La Reina es una bendita cosa. Está muy informada de losparticulares».

17 Explicando a su amanuense, P. Luis G. da Cámara, cómo compuso los Ejercicios, no de una vez, sino desdela experiencia de su camino de conversión, puso como ejemplo: Las elecciones especialmente me dijo que lashabía sacado de aquella variedad de espíritu y pensamientos que tenía, cuando estaba en Loyola, estando todavíaenfermo de una pierna (A. 99).

18 Diecinueve años más tarde (24 mayo 1541) escribirá, desde Roma a esta hermana, a la que mostrabaespecial afecto, enviándole, pormenorizadas, una serie de «cuentas indulgenciadas»: «Los días pasados,recibiendo una vuestra y sintiendo en ella buenos deseos y santos afectos a mayor gloria divina, me gocé muchocon ella en el Señor nuestro, a quien plega por la su infinita bondad os aumente siempre en amarle en todas cosas,poniendo, no en parte, mas en todo, todo vuestro amor y querer en el mismo Señor, y por Él en todas lascriaturas» (Epp, 1, 170-171) .

19 Ejercicios Espirituales, [345-351] «Para sentir y entender escrúpulos y suasiones de nuestro enemigo,ayudan las notas siguientes» Íñigo, ya Ignacio de Loyola, cuando entregue el texto de sus Ejercicios, seautorretrata en la cuarta Nota [349] bajo la que él llama ánima delgada: «el enemigo mucho mira si un ánima esgruesa o , delgada; y si es delgada, procura de más la adelgazar en extremo, para más la turbar y desbaratar; verbigracia, si ve que un ánima no consiente en sí pecado mortal o venial ni apariencia alguna de pecado deliberado,entonces el enemigo, cuando no pueda hacerla caer en cosa que parezca pecado, procura de hacerle formarpecado adonde no es pecado, así en una palabra o pensamiento mínimo».

20 Formula Instituti. [5].21 Diario espiritual, [113].

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22 ¿Qué libros? Con toda seguridad la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, que llevó consigo siempre, ymuy probablemente el Ejercitatorio de la vida espiritual del benedictino García Jiménez de Cisneros, Prior y Abade impulsor de la reforma del monasterio de Montserrat (1493-1510).

23 MHSI Ignat. Epist. I, 529.24 Fontes narrativi, I, 100.25 Scripta de S. Ignacio I, 523.26 Título que Ignacio da a los miembros del grupo y a los que se van incorporando. Carta a mosen Juan de

Verdolay, Venecia, 24 julio 1537, MI Epp I, 118-123.27 Ya dos años antes escribió Ignacio a su bienhechora de Barcelona, Isabel Roser, consolándola en su

enfermedad: En considerar que estas enfermedades y otras pérdidas temporales son muchas veces de mano deDios nuestro Señor, porque más nos conozcamos y más perdamos el amor de las cosas criadas y másenteramente pensemos cuán breve es nuestra vida… y en pensar que con estas cosas visita a las personas quemucho ama, no puedo sentir tristeza ni dolor, porque pienso que un servidor de Dios en una enfermedad salehecho medio-doctor para enderezar y ordenar su vida en gloria y servicio de Dios nuestro Señor. MI, Epp. I, 83-85.

28 Carta a los habitantes de Azpeitia, agosto-septiembre 1540, Epp. I, 161-165.29 MHSI, Scripta de Sto. P. Ignacio, II, 188.30 Scripta S. Francisci Xaverii, ed. SHURHAMMER-WICKI, I 9-11.31 Carta al P. Manuel Miona, Venecia 16 noviembre 1536; MI, Epp. I, 111-113.32 Su intención secreta era decirla en Belén, en la hipótesis de que hubiera sido posible el viaje a Jerusalén. El

sacerdocio lo pensaba como un nacer de nuevo a la plenitud del proyecto de Dios que venía siguiendo. Ante laimposibilidad del viaje, su primera misa la dijo en la noche de Navidad de ese año 1538, en Roma, en la Basílica deSanta María la Mayor, en una de las capillas, la del altar del Pesebre del Nacimiento.

33 LAÍNEZ D. Adhortationes 1559, MHSI 73 MI, Fontes narrativae II, 133.34 Carta de Ignacio de Loyola a Isabel Roser, 19 diciembre 1538 MI, Epp. Ignat. I, 140-141.35 MHSI Scripta de S. Ignacio, I 627-629.36 Carta de S. Ignacio Pedro Contarini, 2 diciembre 1538, MI, I., 135-13637 MHSI Constitutiones S.I. vol. I, 1-7.38 Carta de S. Ignacio a los Señores de Loyola, 2 febrero 1539, Epp. Ign. I, 145-147.39 Carta a Beltrán de Loyola, finales de septiembre 1539, Epp. Ign. I, 148-151.40 Deliberatio primorum Patrum, 1539, n° 3; MI s. III, vol I, p. 3.41 ibídem., p. 4 .42 ib. p. 7.43 MHSI, Constitutiones S.I., vol I, 14-21.44 ib. 162.45 Constitutiones I.46 Scripta de S. Ignacio II, 5. Fontes narrat. I, 714, nota. Redacción actualizada: Excluyéndome a mí mismo,

doy mi voto en el Señor nuestro para ser prelado a aquel que tenga más votos para serlo. Lo he dado en formaindeterminada mirando al mayor bien. Sin embargo, si a la Compañía le parece otra cosa, o juzgase que es mejora mayor gloria de Dios, estoy pronto para apoyarlo.

47 Monum. Xaver. I, 804.48 Scripta de San Ignacio II, 4-5.49 Forma de la Compañía y oblación, MHSI, FN, I, 16-22.50 ib. 20-21.

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51 Carta a San Juan de Ávila, 24 enero 1549, Epp. Ign. II, 316-317.52 Carta a los Padres y Hermanos de Padua, 7 de agosto 1547, Epp.Ign. I, 572-577.53 El P. Juan Nuñes, enviado como Patriarca de Etiopía, a petición insistente de Juan III rey de Portugal.54 Instrucción al P. Juan Nuñes, Patriarca de Etiopía, Epp. I, 680-69055 Ayudará también (a la unión) muy especialmente la comunicación de letras misivas entre los inferiores y

Superiores, con el saber a menudo unos de otros y entender las nuevas y informaciones, que de unas y otraspartes vienen; de lo cual tendrán cargo los Superiores, en especial el General y los Provinciales, dando ordencómo en cada parte se pueda saber de las otras lo que es para consolación y edificación mutua en el Señornuestro. Constituciones [673].

56 El cardenal Juan Álvarez de Toledo, Inquisidor general, que examinó por orden del Papa los Ejercicios, conopinión muy favorable.

57 Nos servimos de la versión actualizada en castellano por SANTIAGO THIO de POL, S.J., en La Intimidaddel Peregrino, Diario Espiritual de San Ignacio de Loyola, MENSAJERO-SAL TERRAE, Bilbao - Santander,Colección Manresa, vol. 3, 1990, pp 255.

58 Término familiar a Ignacio, sobre todo a partir de las experiencias extraordinarias de La Storta, a su llegadaa Roma, expresión de una relación de anegamiento interior, fruto de su conciencia de presencia y de seguridadsobrehumanas.

59 Dicta et facta, FN II, 476-477.60 Const. [288].61 Comienzo del Canon Romano o actual plegaria eucarística I. Actualmente es el número 1 de las anáforas

eucarísticas.62 Carta a Francisco de Borja, fines de 1545, Epp. Ignat. 339-342.63 Carta a los Padres y Hermanos de Padua, 29 julio 1547, Epp XII, 331-338.64 «Y así me mostró un fajo muy grande de escritos, de los cuales me leyó una parte. Lo más eran visiones,

que él veía en confirmación de algunas de las Constituciones, y viendo unas veces a Dios Padre, otras las trespersonas de la santísima Trinidad, otras a la Virgen que intercedía, otras que confirmaba…. Yo deseaba ver todosaquellos papeles de las Constituciones y le rogué me los dejase un poco; pero él no quiso» (A. 101). Así concluyela autobiografía su amanuense, Luis Gz. da Cámara.

65 Constitutiones [134].66 «Tan sólo me acuerdo de que, cuando fue elegido Marcelo II, gran amigo de la Compañía, de quien toda

Roma concibió esperanzas de que reformaría la Iglesia, como los Padres tratáramos ante él (Ignacio) este tema,nos respondió que para que cualquier Papa reformara el mundo, le parecían necesarias y suficientes tres cosas: lareforma de sí mismo, la reforma de su casa y la reforma de la corte y de la ciudad de Roma» : LUIS G. daCAMARA, Memorial, FN I, 508-752. En versión actualizada del Memorial, cfr. Recuerdos Ignacianos,Mensajero- Sal Terrae, Bilbao-Santander, 1992, Colección Manresa, vol. 7, Versión y comentarios de BenignoHernández Montes, S.J. pp. 279.

67 Formula Instituti, [4] MHSI, Const. I, 375-382.68 Constitutiones [101] MHSI, I, (cfr. Ejercicios, [167]).

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BIBLIOGRAFÍA ELEMENTAL

BIOGRAFÍA

Pedro de Ribadeneira: Vida de Ignacio de Loyola, original en latín y en castellano, enMHSI, vol 93, Monumenta Ignaciana, series 4ª IV XXIV - 1022.

Ricardo García Villoslada: San Ignacio de Loyola. Nueva biografía.B.A.C. Mayor, Madrid, 1986, p. 1066.Jose Ignacio Tellechea: Ignacio de Loyola solo y a pie, SIGUEME, Salamanca, 10ª ed.

2006, p. 430.Cándido de Dalmases: El Padre Maestro Ignacio, (Breve biografía ignaciana) B.A.C.

popular, 3ª ed. Madrid, 1986, p. 258.Jose Mª Rodríguez Olaizola: Ignacio de Loyola nunca solo, San Pablo, Madrid, 2006, p.

284.

ESCRITOS

El Peregrino. Autobiografía de San Ignacio de Loyola, Introducción, notas ycomentarios por Josep Mª Rambla, MENSAJERO-SAL TERRAE, Bilbao-Santander,Colección Manresa, vol 2, 1983, p. 151.

La intimidad del peregrino. Diario espiritual de San Ignacio de Loyola, versión ycomentarios de Santiago Thió de Pol, MENSAJERO-SAL TERRAE, Bilbao-Santander, Colección Manresa, 1990 vol 3, p.254.

Ejercicios espirituales de San Ignacio. Historia y Análisis, Santiago Arzubialde,MENSAJERO-SALTERRAE, Bilbao-Santander, 2ª ed. Colección Manresa, 2009, p.1080.

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