Robert Louis Stevenson - Janet, Cuello Torcido

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  • JANET,CUELLO TORCIDO

    Robert Louis Stevenson

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    El reverendo Murdoch Soulis fue durante mucho tiempo pastor de la parroquia del pramo de Balweary, en el valle de Dule. Anciano severo y de rostro sombro para sus feligreses, vivi durante los ltimos aos de su vida, sin familia, ni criado, ni compaa humana alguna, en la modesta y solitaria casa parroquial situada bajo el Hanging Shazv, un pequeo bosque de sauces. A pesar de lo frreo de sus facciones, sus ojos eran salvajes, asustadizos e inciertos. Y cuando en una amonestacin privada se explayaba largamente sobre el futuro del impenitente pareca que su visin atravesara las tormentas del tiempo hasta los terrores de la eternidad. Muchos jvenes que venan a prepararse para la ceremonia de la Primera Comunin quedaban terriblemente afectados por sus palabras. Tena un sermn sobre los versculos 1 y 8 de Pedro, El diablo como un len rugiente, para el domingo despus de cada diecisiete de agosto, y sola superarse sobre aquel texto, tanto por la naturaleza espantosa del tema como por el terror que infunda su comportamiento en el pulpito. Los nios estaban aterrorizados hasta el punto de sufrir ataques de histeria, y la gente mayor pareca ms misteriosa de lo normal y repeta durante todo el da aquellas insinuaciones de las que Hamlet se lamentaba. La misma casa parroquial, ubicada cerca del ro Dule entre rboles gruesos, con el Shazv colgando sobre ella en un lado y, en el otro, numerosos pramos fros que se elevaban hacia el cielo, haba comenzado ya muy al inicio del ministerio del Sr. Soulis a ser evitada en las horas del anochecer por todos aquellos que se valoraban a s mismos por su prudencia; y los hombres respetables que se sentaban en la taberna de la aldea movan la cabeza a la vez ante la sola idea de acercarse de noche a aquel tenebroso vecindario. Haba un lugar, para ser ms concretos, que se evitaba con especial temor. La casa parroquial estaba situada entre la carretera y el ro Dule, con un aguiln dando a cada lado; la parte de atrs de la casa daba a la aldea de Balweary, situada a casi media milla de distancia; delante de la casa, un jardn seco rodeado de un seto de espinos ocupaba el terreno entre el ro y la carretera. La casa era de dos plantas con dos habitaciones grandes en cada una. La entrada no daba directamente al jardn, sino a un paseo que llevaba a la carretera por un lado y que por el otro quedaba cerrado por los altos sauces y sacos que bordeaban el arroyo. Era este trecho de la calzada el que gozaba de tan nefasta reputacin entre los parroquianos ms jvenes de Balweary. El reverendo paseaba por all a menudo al anochecer, a veces gimiendo en voz alta por la fuerza de sus oraciones inarticuladas.

    Cuando estaba fuera de casa y la puerta cerrada con llave, los escolares ms atrevidos se lanzaban con el corazn latindoles a pleno ritmo a jugar a seguir al jefe y cruzar aquel punto legendario.

    Este ambiente de terror que rodeaba a un hombre de Dios de carcter y

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    ortodoxia intachables era causa de comn asombro y tema de curiosidad entre los pocos forasteros que se adentraban, por casualidad o por negocios, hasta aquel desconocido y alejado paraje. Pero mucha de la gente incluso de la parroquia ignoraba los acontecimientos que haban marcado el primer ao de ministerio del Sr. Soulis. Incluso entre los que estaban mejor informados, unos no queran decir nada por ser de naturaleza reservada y otros teman hablar sobre aquel asunto en particular. De vez en cuando alguno de los mayores, envalentonado por su tercer trago, recordaba el origen de las extraas miradas y la vida solitaria del reverendo.

    Cincuenta aos atrs, cuando el Sr. Soulis lleg por primera vez a Balweary, an era un hombre joven un mozo, deca la gente lleno de sabidura acadmica y muy grandilocuente, pero, como era natural en un hombre de su edad, tena poca experiencia de la vida en lo referente a la religin. Los ms jvenes estaban muy impresionados por su talento y su facilidad de palabra; pero los hombres y las mujeres mayores, preocupados y serios se conmovieron hasta el punto de rezar por el joven, al que consideraban un iluso, y por la parroquia, que seguramente estara mal atendida. Era antes de los das de los moderados... malditos sean; pero las cosas malas son como las buenas: ambas vienen poco a poco y en pequeas cantidades. Incluso entonces haba gente que deca que el Seor haba abandonado a los profesores de la universidad a sus propios recursos y que los jvenes que fueron a estudiar con ellos habran salido ganando sentados en una turbera, como sus antepasados durante la persecucin, con una Biblia bajo el brazo y un espritu de oracin en el corazn. No caba duda ninguna de que el Sr. Soulis haba estado en la universidad demasiado tiempo. Era meticuloso y se preocupaba por muchas cosas, salvo por la ms importante. Tena una gran cantidad de libros ms de los que se haban visto jams en todo aquel presbiterio, y harto trabajo le cost al porteador, porque estuvieron a punto de ahogarse en el Pantano del Diablo, situado entre su destino y Kilmackerlie. Eran libros de teologa, sin duda, o as los llamaban. Pero la gente seria era de la opinin de que no haca falta tantos, sobretodo cuando toda la Palabra de Dios en su conjunto cabra en la punta de una manta escocesa. Adems, el reverendo se pasaba la mitad del da y la mitad de la noche sentado, escribiendo nada menos, lo cual era poco decente. Al principio teman que leyera sus sermones; despus result ser que estaba escribiendo un libro, lo que con toda seguridad no era conveniente para alguien tan joven y con escasa experiencia.

    De todas formas, le convena conseguir una mujer mayor y decente que cuidara de la casa parroquial y que se encargara de sus espartanas comidas. Le recomendaron a una vieja de mala reputacin Janet M'Clour, la llamaban y le dejaron obrar por su cuenta hasta que se convenci por s mismo. Muchos le

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    aconsejaron lo contrario, porque la buena gente de Balweary tena ms que sospechas de Janet. Tiempo atrs haba tenido un hijo con un soldado y se haba apartado de la sociedad durante casi treinta aos. Los nios la haban visto hablando sola en Key's Loan al atardecer, un lugar y una hora extraos para una mujer temerosa del Seor. Sin embargo, fue un terrateniente quien recomend a Janet desde un principio y, en aquellos das, el reverendo habra hecho cualquier cosa para complacer al terrateniente. Cuando la gente le coment que Janet estaba poseda por el demonio le pareci un rumor sin fundamento; cuando le citaron la Biblia y la bruja de Endor trat de convencerles enfticamente de que aquellos das ya no existan y de que el demonio estaba misericordiosamente comedido.

    Bien, cuando se supo en la aldea que Janet M'Clour iba a entrar a servir en la casa del prroco la gente se enfad mucho con ambos. Algunas de aquellas buenas seoras no tenan nada mejor que hacer que reunirse a la puerta de su casa y acusarla de todo lo que saban de ella, desde el hijo del soldado hasta las dos vacas de John Tamson. Ella no era una mujer muy elocuente; normalmente la gente le dejaba hacer su vida y ella haca lo mismo, sin intercambiar ni buenas tardes ni buenos das, pero cuando se enfadaba tena una lengua como para dejar sordo al molinero; cuando empezaba no haba un viejo chisme que, aquel da, no hiciera saltar a alguien; no podan decir nada sin que ella les respondiera dos veces. Hasta que, al final, las amas de casa la cogieron, le rasgaron la ropa y la arrastraron desde la aldea hasta las aguas del ro Dule, para comprobar si era bruja o no; total, o nadaba o se ahogaba. La vieja grit tanto que se la oy en el Hangir Shaw y luch como diez. Muchas seoras llevaban cardenales al da siguiente y durante muchos das despus; y justo en el momento ms violento del altercado, quin apareci sino el nuevo reverendo!

    Mujeres dijo l, que tena una voz magnfica, en nombre de Dios os ordeno que la soltis.

    Janet corri hacia l estaba realmente aterrorizada, se le abraz y le rog en nombre de Dios que la salvara de las chismosas; ellas, por su parte, le dijeron todo lo que saban de ella y quiz ms de lo que saban.

    Mujer le dijo a Janet, es eso verdad?Pongo a Dios por testigo dijo ella y como me hizo Dios que no es

    verdad ni una palabra. Aparte del hijo dijo ella, he sido una mujer decente toda mi vida.

    Renuncias dijo el seor Soulis, en nombre de Dios y ante m, su indigno pastor, renuncias al diablo y a sus obras?

    Bueno, parece ser que cuando pregunt eso ella sonri de una forma que aterroriz a quienes la vieron, y oyeron tamborilear los dientes en su boca. Pero no haba ms que una salida, y Janet levant la mano y renunci al diablo delante de

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    todos.Y ahora dijo el seor Soulis a las seoras, id a vuestras casas y pedid

    perdn a Dios.Le dio el brazo a Janet, que llevaba encima poco ms de una combinacin, y la

    acompa por la aldea hasta la puerta de su casa como a una gran seora. Los gritos y las risas de Janet eran escandalosos.

    Aquella noche mucha gente seria alarg sus oraciones ms de lo normal; pero al amanecer se difundi tal miedo sobre todo Balweary que los nios se escondieron e incluso los hombres permanecieron en casa y, como mucho, se asomaban a la puerta.

    Janet vena bajando por la aldea ella o alguien que se le pareca, nadie podra decirlo con certeza con el cuello torcido y la cabeza colgndole a un lado, como un cuerpo que ha sido ahorcado, y una sonrisa en el rostro como la de un cadver sin enterrar. Poco a poco, se fueron acostumbrando e incluso le preguntaban burlonamente qu le pasaba; pero desde aquel da en adelante no pudo hablar como una mujer cristiana, sino que balbuceaba y castaeaba los dientes como si de unas podaderas se tratara. Desde aquel da el nombre de Dios jams volvi a pasar por sus labios. A veces intentaba pronunciarlo, pero no lo consegua. Los ms listos no lo comentaban, pero jams volvieron a llamar a esa cosa por el nombre de Janet M'Clour, pues para ellos la vieja ya estaba en el infierno desde ese da. No obstante, no haba nada que detuviera al reverendo, que no haca otra cosa que sermonear acerca de la crueldad de la gente, que le haba provocado una apopleja, y pegaba a los nios que la molestaban. Aquella misma noche la invit a su casa y permaneci all a solas con ella bajo el Hanging Shaw.

    Bien, el tiempo pas. Los ms indolentes empezaron a pensar menos en aquel negro asunto. El reverendo estaba bien considerado; siempre haca tarde escribiendo. La gente vea su vela cerca del agua del ro Dule despus de las doce de la noche. Pareca tan satisfecho de s mismo y tan arrogante como al principio, aunque cualquiera poda ver que estaba consumindose. En cuanto a Janet, ella iba y vena; si antes hablaba poco, lo razonable era que ahora hablara menos. No molestaba a nadie; tena un aspecto horripilante y nadie discuta con ella sobre el trozo de tierra que se regalaba, segn la costumbre, al reverendo de Balweary, adems de su paga mensual.

    A finales de julio hizo un tiempo tan malo como jams se haba visto por esas tierras; haba una calma calurosa, despiadada. El ganado no poda subir a Black Hill a pastar; los nios estaban demasiado cansados para jugar. A la vez, estaba tormentoso, con rfagas de viento caliente que retumbaban en los valles y escasas lluvias que apenas mojaban la tierra. Todos pensbamos que caera una tormenta por la maana; pero llegaba la maana y la siguiente y continuaba el mismo tiempo

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    amenazante, duro para el hombre y las bestias. Por si eso fuera poco, nadie sufra tanto como el seor Soulis. No poda ni dormir ni comer y se lo coment a sus superiores. Cuando no estaba escribiendo su interminable libro, vagabundeaba por el campo como un hombre obsesionado; otro en su lugar estara feliz de permanecer fresco dentro de casa.

    Encima del Hanging Shaw, en el refugio de Black Hill, hay una parcela de tierra vallada con una puerta de hierro. Al parecer, en los viejos tiempos fue el cementerio de Balweary, consagrado por los papistas1 antes de que se hiciera la luz bendita sobre el reino. Sea como fuere, era uno de los sitios preferidos del seor Soulis. All se sentaba y meditaba sus sermones; realmente era un sitio protegido. Bien; un da, cuando suba la colina de Black Hill por el lado oeste, vio primero dos, luego cuatro y finalmente siete cornejas negras volando en crculos sobre el viejo cementerio. Volaban bajo, pesadamente, chillndose las unas a las otras. Al seor Soulis le pareci claro que algo las haba apartado de su rutina cotidiana. No se asustaba fcilmente; se acerc directamente a las ruinas y qu se encontr all sino a un hombre, o la apariencia de un hombre, sentado dentro del cementerio sobre una sepultura. Era de una estatura enorme, negro como el infierno2, y sus ojos eran singulares. El seor Soulis haba odo hablar de hombres negros muchas veces, pero en ste haba algo extrao que le intimidaba. Pese al calor que tena, sinti una sensacin de fro hasta el tutano de los huesos, pero a pesar de todo se lanz y le pregunt: Amigo, es usted forastero? El hombre negro no contest ni una palabra; se puso de pie y empez a caminar torpemente hacia la pared del otro lado, pero siempre mirando al reverendo. ste aguant la mirada hasta que, de pronto, el hombre negro salt la tapia y corri al abrigo de los rboles. El seor Soulis, sin saber bien por qu, corri detrs de l, pero se encontraba muy fatigado despus del paseo a causa del tiempo caluroso y poco saludable. Por mucho que corri, no consigui ms que un vistazo del hombre negro al cruzar el pequeo bosque de abedules, hasta que lleg al pie de la colina; all le vio otra vez saltando rpidamente sobre las aguas del ro Dule en direccin a la casa parroquial.

    Al seor Soulis no le complaca mucho que este espantoso vagabundo se tomara tanta libertad con la casa parroquial de Balweary. Corri ms deprisa y, mojndose los zapatos, cruz el arroyo y se acerc por el camino; pero no haba ni sombra del hombre negro por all. Sali al camino, pero no encontr a nadie. Busc por todo el jardn, pero no apareci.

    Al final, y con un poco de miedo, como era natural, levant el pasador y entr en la casa.

    All se encontr con Janet M'Clour delante de sus ojos, con su cuello torcido y

    1 Se refiere a los catlicos.2 En Escocia era creencia comn que el diablo se apareca como un hombre negro.

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    no muy contenta de verle. En ese instante record que cuando la vio por primera vez sinti la misma escalofriante sensacin de terror.

    Janet dijo, has visto a un hombre negro?Un hombre negro! dijo ella Slvanos a todos! Usted no se entera,

    reverendo. No hay ningn hombre negro en todo Balweary.Pero ella no hablaba claramente, debe entenderse, sino que balbuceaba como

    un poni con el freno de la brida en la boca.Bueno dijo l. Janet, si no hay ningn hombre negro yo he hablado con

    el inquisidor de la Hermandad.Y se sent como alguien que tiene fiebre, y los dientes le castaearon en la

    boca.Caray dijo ella, debera darle vergenza, reverendo dndole un poco

    de coac que tena siempre a mano.Entonces el seor Soulis entr en su estudio, rodeado de todos sus libros. Era

    una habitacin larga, baja y oscura, mortferamente fra en invierno y no especialmente seca ni en la poca ms calurosa del verano, porque la casa est situada cerca del arroyo. Se sent y pens en todo lo que le haba ocurrido desde su llegada a Balweary; y en su hogar, y en los das en que era un cro y correteaba alegremente por las colinas; y aquel hombre negro corra por su cabeza como el estribillo de una cancin. Cuanto ms pensaba ms lo haca en el hombre negro. Intent rezar, pero las palabras no le venan; dicen que intent escribir en su libro, pero tampoco lo consigui. Haba momentos en los que pensaba que el hombre negro estaba a su lado y un sudor fro le cubra como el agua recin sacada del pozo; en otros momentos, volva en s como un beb recin bautizado y no pensaba en nada.

    Como resultado, se fue a la ventana y mir con enfado el agua del ro Dule. En la proximidad de la casa los rboles son muy espesos y el agua, profunda y negra; all estaba Janet, lavando la ropa con las enaguas remangadas; estaba de espaldas, y el reverendo, por su parte, apenas saba lo que miraba. De pronto ella se dio la vuelta y le mostr el rostro. El seor Soulis sinti la misma sensacin de terror que haba sentido dos veces aquel mismo da y se acord de lo que deca la gente: que Janet estaba muerta haca tiempo y lo que vea era un fantasma de barro fro. Se apart un poco y la mir detenidamente. Ella pisaba la ropa canturreando para s misma; caramba!, que Dios nos libre, la suya era una cara espantosa. A veces ella cantaba ms fuerte, pero no haba hombre ni mujer que pudiera entender la letra de su cancin. A veces miraba hacia abajo con la cabeza torcida, pero donde ella miraba no haba nada. Una sensacin escalofriante recorri el cuerpo del reverendo; fue un aviso del Cielo. El seor Soulis se culp a s mismo por pensar tan mal de una pobre mujer, vieja y afligida, sin amigos salvo l.

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    Enton una corta oracin por ambos, bebi un poco de agua fresca porque el corazn le saltaba en el pecho y, al atardecer, se fue a la cama.

    Aquella fue una noche que jams se olvidar en Balweary, la noche del diecisiete de agosto de 1712. Antes haba hecho calor, como he dicho, pero aquella noche hizo ms calor que nunca. El sol se puso entre nubes muy extraas; oscureci como un pozo; ni una estrella, ni una gota de aire. Uno no poda verse ni la mano delante de la cara, e incluso los ms ancianos se quitaron las sbanas y jadeaban tratando de respirar. Con todo lo que tena en la cabeza, era muy improbable que el seor Soulis consiguiera dormir mucho.

    Daba vueltas en la cama, limpia y fresca cuando se acost pero que ahora le quemaba hasta los huesos. A ratos dorma y a ratos se despertaba; unas veces oa al reloj dar las horas durante la noche y otras, a un perro aullar en el pramo como si hubiera muerto alguien; a veces le pareca or fantasmas chismorreando en su odo y otras vea lucecillas en la habitacin. Pens, crey estar enfermo; y enfermo estaba, pero... poco sospechaba de qu enfermedad.

    Al final, se le despej la cabeza, se sent al borde de la cama en camisn y volvi a pensar en el hombre negro y en Janet. No saba bien cmo quiz por el fro que senta en los pies, pero se le ocurri de repente que haba una cierta conexin entre ellos y que uno de los dos o ambos eran fantasmas. Justo en aquel momento, en la habitacin de Janet, que estaba al lado de la suya, se oy un ruido de pisadas como si hubiese algunos hombres luchando, y a continuacin, un golpe fuerte. Un remolino de viento se desliz estrepitosamente por las cuatro esquinas de la casa; despus todo volvi a estar silencioso como una tumba.

    El seor Soulis no tema ni al hombre ni al diablo. Cogi las yescas y encendi una vela, avanzando tres pasos hacia la puerta de Janet. Estaba cerrada, la abri de un empujn e inspeccion la habitacin atrevidamente. Era una habitacin amplia, tan amplia como la del reverendo, amueblada con muebles grandes, viejos y slidos, porque no tena otra cosa. Haba una cama de cuatro postes con colgantes viejos, un estupendo armario de roble lleno de libros de teologa del reverendo que se haban puesto all por falta de espacio y unas cuantas prendas de Janet esparcidas aqu y all por el suelo. Pero el reverendo Soulis no vio a Janet, y tampoco haba seal alguna de forcejeo. Entr pocos le habran seguido, mir a su alrededor y escuch. Pero no oy nada, ni dentro de la casa ni en toda la parroquia de Balweary; tampoco se vea nada salvo las grandes sombras que giraban alrededor de la vela. De golpe, el corazn del reverendo lati rpidamente y se qued paralizado; un viento fro revolote por sus cabellos. Qu visin ms deprimente para los ojos del pobre hombre! Vio a Janet colgada de un clavo al lado del viejo armario de roble; la cabeza an reposaba sobre el hombro, tena los ojos cerrados, la lengua le sala por la boca y los zapatos se encontraban a una altura de

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    dos pies sobre el suelo.Que Dios nos perdone a todos!, pens el seor Soulis, la pobre Janet est

    muerta.Dio un paso hacia el cuerpo y entonces el corazn le salt de nuevo en el

    pecho. Qu hechizo hara pensar a un hombre que Janet poda estar colgada de un solo clavo y por un solo hilo de estambre de los que sirven para remendar medias.

    Era horrible estar solo por la noche con tales prodigios en la oscuridad, pero la fe del reverendo Soulis en el Seor era profunda. Dio la vuelta y sali de aquella habitacin cerrando la puerta con llave tras l. Paso a paso, baj las escaleras pesadamente, como el plomo, y puso la vela sobre la mesa que haba al pie de la escalera. No poda rezar, no poda pensar, estaba empapado en un sudor fro y no oa nada salvo el palpito de su propio corazn. Es posible que permaneciera all una hora o quiz dos, no se dio cuenta, cuando, de pronto, escuch una risa, una conmocin extraa arriba. Se oan pasos ir y venir por la habitacin donde estaba el cuerpo colgado; entonces la puerta se abri, aunque l recordaba claramente que la haba cerrado con llave. Despus sinti pisadas en el rellano y le pareci ver el cuerpo asomado a la barandilla mirando hacia abajo, donde l se encontraba.

    Cogi la vela de nuevo (porque no poda prescindir de la luz) y, tan sigilosamente como pudo, sali directamente de la casa y fue hasta la otra punta del sendero. An estaba completamente oscuro; la llama de la vela arda tranquila y transparente como en una habitacin cuando la puso sobre la tierra; nada se mova salvo el agua del ro Dule, susurrando y murmurando valle abajo, y aquellos atroces pasos que bajaban lentamente por las escaleras dentro de la casa. l conoca los pasos perfectamente: eran de Janet, y, con cada paso que se le acercaba poco a poco, el fro aumentaba en sus entraas.

    Encomend su alma al Creador: Oh, Seor dijo, dame fuerza para luchar esta noche contra el poder del mal.

    Para entonces los pasos avanzaban por el pasillo hacia la puerta. Poda or la mano que rozaba la pared con sumo cuidado, como si la cosa espantosa palpara el camino. Los sauces se sacudan y geman al unsono, y un largo susurro del viento atraves las colinas; la llama de la vela bailaba. Y apareci el cuerpo de Janet la torcida, con su vestido de lana y su capucha negra, con la cabeza colgando sobre el hombro y una mueca todava visible en el rostro viva, se podra decir... muerta, como bien saba el reverendo Soulis, en el umbral de la casa.

    Es extrao que el alma del hombre dependa tanto de su perecedero cuerpo, pero el reverendo se dio cuenta y su corazn aguant.

    Ella no permaneci all mucho tiempo; empez a moverse otra vez y se acerc lentamente hacia el Sr. Soulis, que se encontraba de pie bajo los sauces. Toda la vida corporal de l, toda la fuerza de su espritu irradiaba en sus ojos. Pareci que ella

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    iba a hablar, pero le faltaron palabras e hizo una seal con la mano izquierda. Hubo un golpe de viento como el siseo de un gato, la vela se apag, los sauces chillaron como si fueran personas y el seor Soulis supo que, vivo o muerto, aquello era el final.

    Bruja, diablo! grit, te ordeno en nombre de Dios que te vayas a la tumba si ests muerta o al Infierno si ests condenada.

    Y en aquel instante la mano de Dios, desde el Cielo, fulmin a la cosa all mismo. El cuerpo viejo, muerto y profanado de la mujer bruja, tanto tiempo apartado de la tumba y manipulado por los demonios, ardi como un fuego de azufre y se desmoron en cenizas sobre el suelo; a continuacin empezaron los truenos, ms fuertes cada vez, seguidos por el estruendo de la lluvia. El reverendo Soulis salt por encima del seto del jardn y corri dando gritos hacia la aldea.

    Aquella misma maana, John Christie vio al Hombre Negro pasar el Gran Mojn cuando daban las seis de la maana; antes de las ocho pas por la posada de Knockdoiv; poco despus, Sandy M'Llellan le vio cruzando los oteros de Kilmackerlie rpidamente. No hay ninguna duda de que l fue quien ocup el cuerpo de Janet durante tanto tiempo; pero, por fin, se haba marchado. Desde entonces, el diablo jams ha vuelto a molestarnos en Balweary.

    Sin embargo, fue un penoso honor para el reverendo; permaneci delirando en la cama durante mucho tiempo. Desde aquel da hasta hoy, no ha vuelto a ser el mismo.