ÓRGANO DE LOS JÓVENES DE ACCIÓN CATÓLICA DE LINARES

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CRUZADA, ÓRGANO DE LOS JÓVENES DE ACCIÓN CATÓLICA DE LINARES MAYO, 1958 Aquí Lourdes: La fe, la caridad y la esperanza tienen su capital: LOURDES TRES DÍAS VIVIENDO EL MILAGRO Escribe: Manuel Lozano Garrido Creo que un periodista sólo puede salir airoso de Lourdes con el bagaje de un amplio testimonio. Por las avenidas, el calvario, las basílicas y la casa de Bernardette están diluidos muchos matices que es forzado captar para la misión justa de aquella evidencia milagrosa. Yo estuve allí y, plenamente, sólo viví lo esencial. Este preámbulo es, pues, la confesión de un fracaso profesional. Fui a Lourdes, pero apenas tengo la impresión de mi órbita estrecha, de mi humanidad inmovilizada. Fuera de mi arco radial queda la mayor parte de esos hechos que apenas conocí por su efecto en las caras de los demás, por aquella transformación asombrosa en la que se palpaba la gracia de Dios operando. Si ahora escribo es porque también de Lourdes hay que hacerlo con lágrimas y creo que allí, en la explanada del Rosario y bajo el rosal de la Gruta, quedaron las mías en abundancia. TRAS LA BARRERA DEL RALL El coche se había detenido en la Gran Vía y esperábamos la señal del semáforo. En la acera, un hombre hablaba del gol de Schiaífino y, más a la derecha, dos viejos celebraban el triunfo de la democracia italiana y la inminencia de la instauración De Gaulle. Al fondo, el neón parpadeaba con un cromatismo de farolillos de verbena. La vida seguía su curso triunfal.

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CRUZADA,ÓRGANO DE LOS JÓVENESDE ACCIÓN CATÓLICA DE LINARES

MAYO, 1958

Aquí Lourdes:La fe, la caridad y la esperanza

tienen su capital: LOURDES

TRES DÍAS VIVIENDO EL MILAGRO

Escribe: Manuel Lozano GarridoCreo que un periodista sólo puede salir airoso de Lourdes con el bagaje de un

amplio testimonio. Por las avenidas, el calvario, las basílicas y la casa de Bernardetteestán diluidos muchos matices que es forzado captar para la misión justa de aquellaevidencia milagrosa. Yo estuve allí y, plenamente, sólo viví lo esencial. Estepreámbulo es, pues, la confesión de un fracaso profesional. Fui a Lourdes, peroapenas tengo la impresión de mi órbitaestrecha, de mi humanidad inmovilizada.Fuera de mi arco radial queda la mayorparte de esos hechos que apenas conocípor su efecto en las caras de los demás,por aquella transformación asombrosa enla que se palpaba la gracia de Diosoperando. Si ahora escribo es porquetambién de Lourdes hay que hacerlocon lágrimas y creo que allí, en laexplanada del Rosario y bajo el rosalde la Gruta, quedaron las mías enabundancia.

TRAS LA BARRERA DEL RALLEl coche se había detenido en la Gran

Vía y esperábamos la señal del semáforo.En la acera, un hombre hablaba del golde Schiaífino y, más a la derecha, dos viejoscelebraban el triunfo de la democraciaitaliana y la inminencia de la instauraciónDe Gaulle. Al fondo, el neón parpadeabacon un cromatismo de farolillos deverbena. La vida seguía su curso triunfal.

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Atocha tenía aquella noche un aire deciudad sanitaria en rosa. Banderas y«flash» posaban su caricia sobre lassienes con fiebre. Soldados de la CruzRoja anticipaban los brazos musculososy una sonrisa florecía sobre la blancuraperfecta de las chicas de «SalusInfirmorum».

En realidad, aquella era una alegríacaritativa. La verdad se alzó pronto,tajante y cruda, tras la barrera del raíl.Pendiente de la subida, apenas habíapodido captar otras incidencias que lasde mi humanidad amenazada. Derepente, ya colocado, levanté los ojos yvino el impacto.

Allí -cara afilada y ojos hundidos-estaba Antonio con sus dieciocho añosy dos de poliomielitis, salido apenas desu pulmón de acero en el Hospital delNiño Jesús. También Sebastián, elretrasado mental que pedía coninsistencia la llegada al Pilar; el artrítico,que coronaba ahora mis primeros sieteaños; Jesús, el atacado pulmonar y suscuarenta y tantos compañeros de

Valdelatas; el otro muchacho de laafección ósea, los cardíacos, cancerososy esa nómina imprevista de doscientosnoventa nombres.

Yo iba a Lourdes con la clave, alfin, de mi vida atormentada; pero, depronto, el problema volvía a replantearseen aquella colectividad torturada,deformada hasta límites inverosímiles.Confieso que fue aquel el ataque máscrudo, diría que más brutal, de todo elviaje, como un disparo directo en el almaque me horadó hasta pasado elamanecer. Si no fuera muy ostentoso,pensaría que aquella bien pudo ser unanoche oscura.

«Vinimos -decían mis hermanos aldespedirme- a pedir a Dios por tu viaje,pero viendo estos hombres y mujeressería egoísta la oración por uno solo.No se nos olvida la mujer que hemosvisto y la despedida de su marido, unobrero. Va en estado preagónico, conun cáncer de estómago y apenasalimentada con suero. ¡Qué fe, Diosmío!»

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CANTA UN RETRASADO

En el andén, sonó un silbido largoy la locomotora le hizo eco con suexpansión bronca. Después, vino unestremecimiento, caminábamos. Unavoz inició el Avemaría y todos lesecundamos. El coro armonizaba con lafuerza de la esperanza.Sólo una vozdesentonaba: Sebastián, elretrasado que balbucíatorpemente su plegaria.Era un recitar monocorde,babeante, que debíaconducir a la risa y que,en cambio, acongojaba sinregateos. Entre tanto, elObispo pasaba trazandouna cruz sobre la cabezade cada uno.

Volvió el silencio y lasluces, una a una,empezaron a recogerse.Sólo brillaba el parpadeode los pueblos en ruta. Era la hora calladade los ángeles de dolor. Algunaenfermera acomodaba un almohadón ylos Hermanos de San Juan de Diosmontaban vela junto a las camillas.

CRISTO, BLANCO Y NEGRO

La madrugada se anunció con elestallido de toses y un círculo naranjaen los cristales esmerilados. Al fin, laventanilla cuadriculó las altas torres del

Pilar. Zaragoza traía el gozo de laprimera Misa en marcha. Y de pronto,pasó el Maestro entre deformidades ycamillas febriles. Hasta todos iba con susencillo absceso humillante. La bajezade la cruz se reiteraba entre carbonillasy sudores, pero nos gustó verle llegarsobre el fondo de una locomotora que

decía del poder y de lafortaleza que Él aportabaya a nuestras vidas.Palpándole así, trasvasadoa aquellas arteriasvacilantes, apropiándosecon delectación de nuestraafrenta humana, todas lasdudas se hacían clarascomo aquel sol quereverberaba sobre el Ebro.Dios pasaba de autor aobjeto de aquellacrucifixión, y las gentes deldolor estabanhorrorosamente deformescomo resultado de unfratricidio. El mundo

volvía a salvarse por la compensaciónde la comunidad creyente. El reumático,por ejemplo, doblegaba sus espaldas alpeso de un hombre que se había alzadoen rebeldía contra Dios: a Sebastián, bienpodían tenerle así las eminencias grisesque en cualquier Ateneo del mundonegaban la realidad del Creador; al bebédel otro vagón le clavaba en el moisés elanticonceptivo de quien sabe quématrimonio egoísta, y Pili tosía en lamadrugada por la maledicencia de una

Un reportaje escrito para «CRUZADA»por nuestro redactor enviado especial,

Manuel Lozano Garrido, paralítico

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vecina o por el cotilleo de un grupo dechicas bien. El equilibrio estaba allí.Cristo contrabalanceándolo con doloren aquellas trescientas criaturasdesignadas.

UNA LUZ JUNTO AL GAVE

Tal vez hasta ahora haya insistidodemasiado en la línea de lo abrumadorde Lourdes. Lo hago por lo que para mísupone el experimento, de lección máso menos pronto asimilable; pero si aaquellas horas hubiera que dar unapalabra tónica sería la de la Esperanzaen los «pasivos» y la de la Caridad, unacaridad verdaderamente carismática, enlos que velaban junto a los quepadecíamos: las chicasde «Salus» y las monjas,los Hermanos y losPáter, los muchachos dela Cruz Roja y lasHermandades delTrabajo. Antes deentrar en Francia, eltren era ya un hechopentecostal.

También hubo allíla satisfacción de unaamistad trabada y ladelicia del paisajefrancés, con sus pradosverdeantes y los ríoscon penachos deespuma. El Gave, vino,manso y premioso, abordear para siempre lacaravana de hierro. Atardecía ya yLucía una vez más mi enfermera, nosanunció la meta de nuestro peregrinar:

-La Gruta. ¡Allí junto a la luzamarilla! ¡Y la Virgen! ¡Aquella figurablanca!

Sobre la línea verdiblanca del río,una luz de oro nos perfilaba a María deLourdes, el Lirio florecido sobre la roca.Los bronquios perforados de las chicasde Valdelatas redondearon el Ave.

Luego vino la sorpresa del«brancadiers», el camillero lourdanoque, en el autobús nos situaba entrerezos de Ave María. Junto a él, laprimera lección de universidad: susalutación en latín y la respuesta enfrancés, alemán, castellano, irlandés...

LUZ Y CANCIÓN

Junto al Hospital se nos antepusouna línea dilatada que brillaba en la

noche; la procesión delas antorchas.Recogida del velariode la Gruta, la llamase había idoensanchando hastahacer de Lourdesuna inmensaoblación ardiente.Las luminarias y elAve son como lossímbolos sensiblesde lasobrenaturalidad deLourdes. Desde elascua menuda hastala candela giganteque cuadruplica alcirio pascual, minutoa minuto ahúman laGruta las infinitas

hogueras en las que se personalizauna fe. Yo no he podido resistirme a esteconsuelo de una presencia prolongadajunto a la roca que rezuma.

Creo que no hay un segundo deLourdes que no tenga su vibrante eco

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mariano. El «brancadiers» le reza en elautobús, en las piscinas y en losparéntesis que impone la espera. Elcarillón le canta cada quince minutos. Enel amanecer, los carritos van a laGruta sobre un diálogo suplicante deenfermo y asistente. Y ya en la noche,cuando los párpados caen para el sueño,por las avenidas estalla un grito colectivode piropos virginales.

ORACIÓN BAJO EL ROSAL

La noche, entre el cansancio y laansiedad del encuentro, se prolongainterminable. En el extremo de la salaun hombre, con úlcera: -»Señor: yo teofrezco estas angustias por las ofensas quete hacen en la Eucaristía». Una enfermerapasa un algodón mojado sobre sus labiosresecos.- «¡Qué bueno eres! ¡Te dieron hiely a mí me das agua!

Estalla el día por entre las frondasde la avenida. El camino de la Gruta esuna hilera sin término de dolientes sobre

ruedas. De vez en cuando,maternalmente, una enfermera cruzacon un niño inválido entre sus brazos.Su llanto pone una intensidad patética enla procesión del sufrimiento. Y al fin, laGruta y la eclosión de los sentimientosremansados. Cristo-Pan viene despuésa cada enfermo. Los ojos se cierran entreuna blandura líquida. Al abrirlos, haysobre el espejo retrovisor unas líneashúmedas paralelas. ¿Llueve? No; en loalto, el cielo azul clarea. Los labiosprominentes de un obispo negro besanel ara. De rodillas, una mujer de ojosoblicuos abre sus brazos expiatorios. LaMisa ha concluido y empieza laevacuación de impedidos. Para nosotroses la hora añorada de la aproximación.Avanzamos y al fin podemos situarnossobre una lápida que testifica el sitio deBernardette en la última aparición. Siguendos horas de una emocionante intimidad.Cuando mi pobre oración deletrea elnombre de los que quiero, tengo en lasmanos un rosario empapado en el aguaque rezuma de la roca.

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INFANTA Y PRIMERA COMUNIÓN

Al regreso, caminamos al lado deuna niña impedida que acaba de hacersu primera comunión. Viste de blancoy la cubierta que la protege le da unaire anticipado de santa hornacina. Másabajo, con el intacto uniforme de«Salus Infirmorum», una muchachajoven, que tiene un no sé quéindeterminado en la mirada, conduceel carrito de un chavalín. Lo empujacon tenacidad, mientras una manotantea el respaldo precedente.Mercedes, su compañera y nuestraamiga aclara:

-»Es la Infanta Margarita, ciegade nacimiento. Viene al cuidado de losniños».

AGUA, AGUA Y MÁS AGUA

La tarde tiene un sello deconfrontación milagrosa. Para el justodeseo de la curación física. Lourdesofrece ahora dos oportunidades: elbaño en las piscinas y la procesión delSantísimo.

La Fuente está ya envuelta comopor un aire de evidencias evangélicas.En lo alto, campea la frase lapidaria delas apariciones: «Ve a la fuente y lávate».Los labios no se cansan de estatransparencia insaciable. Los dedos demi enfermera van pasando, dulcemente,sobre cada uno atrofiado. Al llegar a lospárpados los roza con el tacto seguro deun «Ephetta» antiguo. Ya estamos delleno bajo el imperio taumatúrgico de lasaguas. Día y noche, el líquido opera sumilagro incesante. Sin detenerse en laresurrección espectacular -la agonizantede Atocha volverá comiendo bocadillos-abruman los prodigios incesantes del

agua. Las enfermedades tienen ante ellauna impresionante suspensióncontagiosa. Seiscientos enfermos -tuberculosos, poliomielíticos,cancerosos...- han bebido una mañanadel mismo vaso. El análisis no ha dadouna naturaleza antibiótica ni aséptica,pero todas la operaciones acusan lapresencia de infinitos microbiosexterminados. En realidad se insistepoco sobre este milagro que forma partede otro, para mí el más escalofriante, elde la suspensión de las prevencionessanitarias. Al baño hemos ido en horadigestiva y la zambullida ha sido contemperatura de deshielos. Yo he estadocuarenta y ocho horas sin acostarme,cuando normalmente apenas soportaríaunas doce.

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UNA BENDICIÓN EN EXCLUSIVA

La explanada del Rosario, amplia,nos acoge generosamente para labendición del Santísimo. La largaespera se hace apacible bajo los árboles.La plaza está limpia, sin mancilla,ribeteada por seiscientas criaturas quedelinean una Hostia oferente.

Tras de la basílica, el cielo se haceredondo, con un subido color naranja,cuando Cristo llega a la diagonal. Cadacuatro dolientes Él descansa y traza unaCruz de Carne y Sangre. Yo, porcorazonada, vivo el momento estelarde mi caminata. La petición estápreparada como una lección infantil.El resultado apenas importa, pero, comoen una chiquillada, el corazón se resistea lo que no sea el regalo de unabendición personal. Traigo a Lourdessólo este capricho de una cruz Eucarísticasobre la frente. Y el Dios-Niño, el de laspredilecciones infantiles, se planta ante míy deja al Obispo que le lleve en el aire portodo el signo santificado de la ignominia.En ese momento sé que está allí, apenasle veo porque mis ojos -nuestros ojos-manan ahora con el mismo ímpetubravio del Gave. Los abro y mi vecino,el alemán, sigue con su silencio tajantey su fervor. A la izquierda, la anciana

cordobesa calla también y apenasrecuerda la charla incesante de hace unrato. Alguien me ha preguntado que sipedí en Lourdes mi curación. Lo hiceentonces, porque hubiera sido egoístasustraerse a tanto dolor en los que merodean. De todas formas, lo esencial seoperó allí, en aquella explanada delRosario.

EL REGALO DE LA TERNURA

La madrugada última llovía sobrela planicie que hay bajo el rosal de laVirgen, pero estábamos allí. Tras elminuto de la conformidad, llegaba lamañana de la ternura. El cielo era unllanto de Ella anticipado. Bajo la dulzurafluyente de los ojos benditos sólo cabíaun gesto de correspondencia. Ahorapuedo asegurar que aquella mañana laVirgen se enriqueció con los trescientoscheques en blanco del tren de la Esperanza.

A la vuelta ya sobre ruedas, nosregaló una nueva delicadeza: su silueta,que sonríe ampliamente,escandalosamente, desde la otra orilladel Gave. ¿Puede extrañar así el gozodel regreso y aquel corear la hermosapolifonía de los Hermanos de San Juande Dios? Lourdes, capital delmilagro.

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