Revista Internacional de Ciencias Sociales no. 117, "Las Relaciones Locales Mundiales" (UNESCO)

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Revista publicada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Septiembre de 1988.

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Revista trimestral publicada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura con la colaboración de la Comisión Española de Cooperación con la Unesco, del Centre Unesco de Catalunya y Hogar del Libro, S.A. Vol. X L , n u m . 3, 1988 Condiciones de abono en contraportada interior.

Redactor jefe: Ali Kazancigil Maquetista: Jacques Carrasco Ilustraciones: Florence Bonjean Realización: Mónica Vergés

Corresponsales Bangkok: Yogesh Atal Beijing: Li Xuekun Belgrado: Balsa Spadijer Berlín: Oscar Vogel Budapest: György Enyedi Buenos Aires:Norberto Rodríguez

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Temas de los próximos números Modernidad, cultura y desarrollo. El impacto mundial de la Revolución Francesa.

Ilustraciones: Portada: «Los misterios del infinito» detalle de un grabado del artista francés Grandville (1803-1847). Derechos reservados.

A la derecha: «La torre de Babel», dibujo de Livius Creyl y grabado de C . Decker, 1670. Derechos reservados.

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REVISTA INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES

Septiembre 1988

Las relaciones locales-mundiales 117

Chadwick F. Alger

Mats Friberg y Björn Hettne

Majid R a h n e m a

Johan Galtung

D a n A . Chekki

Ilona Kovács

Los nexos locales-mundiales: su percepción, análisis y enfoque 339

Movilización local y política del sistema mundial 359

Poder y procesos regenerativos en los microspacios 379

El movimiento por la paz: su articulación en el plano local y mundial 395

Las redes transnacionales en el desarrollo mundial: Canadá y el Tercer M u n d o 401

Influencias locales en las relaciones internacionales de Hungría 417

Tribuna libre

M o h a m e d Arkoun Importancia del problema de la persona en el pensamiento islámico 425

Judith Lazar ;Hacia dónde van las ciencias de la comunicación? 441

Servicios profesionales y documentales

Calendario de reuniones internacionales

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Números aparecidos

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Los nexos locales-mundiales: su percepción, análisis y enfoque

Chadwick F. Alger

Los cambios decisivos registrados en la tecnología de los transportes, las comunicaciones y la pro­ducción, ilustrados por los motores de reacción, los satélites de comunicación y la producción transnacional de automóviles, han transformado considerablemente los medios de relacionarse de las personas que habitan en asentamientos huma­nos m u y distantes unos de otros. A resultas de di­chos cambios, la mayor parte de la población mundial vive hoy sumergida en una multitud de intercambios mundiales, co­m o consumidores de pro­ductos y de recursos de todo el mundo , c o m o empleados de corporaciones transnacio­nales o de otras empresas que compiten con ellas, co­m o desempleados cuyos puestos se han suprimido y c o m o consumidores de m o ­das musicales y vestimenta-rias. Al mismo tiempo, m u ­chas personas que viajan tie­nen miedo del terrorismo ya sea de estado o bien contra el estado y tratan de vencer los temores de los niños, y los suyos propios, de que bombas lanzadas desde miles de millas de dis­tancia puedan en cualquier momento reducir a cenizas su ciudad.

Barreras que se oponen a la percepción y a la comprensión

Aunque la población de cualquier parte del m u n ­do necesite adquirir de manera extremadamente urgente los conocimientos necesarios para hacer

Chadwick F. Alger es profesor en el Mershon Center y en el Departamento de Ciencias Po­líticas, State University de Ohio, Columbia. Ohio, 43201, U S A , y antiguo Secretario G e ­neral de la Asociación Internacional de Inves­tigación para la Paz. Investigador pionero de las relaciones entre los procesos mundiales y locales, tiene numerosas publicaciones, inclu­yendo algunos artículos en esta Revista (vol. XXII, n u m . 4, 1970; vol X X V I , n u m . 1. 1974 y vol. X X I X , n u m . 1, 1977). Alger ha sugeri­do el tema de este número y ha colaborado como asesor de la editorial. Estamos m u y agradecidos por su valiosa contribución.

frente en la vida cotidiana a las relaciones que se plantean a escala mundial, las ciencias sociales no son de mucha ayuda. Impedir el estudio, y hasta la percepción, de las relaciones entre los asenta­mientos humanos y los fenómenos mundiales, co­rresponde a una concepción del m u n d o c o m o un sistema de estados. Esto ha creado una división del trabajo entre los que estudian las relaciones interestatales y los que estudian el comportamien­to dentro de los estados. Así, los especialistas en

las relaciones internaciona­les tienden a acumular las ac­tividades interestatales en totalidades estatales. Su pa­radigma del estado les impi­de proseguir el estudio de es­ta actividad hasta sus raíces en asentamientos humanos concretos. Al m i s m o tiempo, se ha impedido a los especia­listas en diversos tipos de asentamientos humanos se­guir el curso de las activida­des locales que atraviesan las fronteras de los estados. Los resultados justifican la afir­

mación de Crawford Young de que el sistema de los estados actúa c o m o una «reja de hierro que se abate pesadamente sobre la realidad» (Young, 1976,66).

N o obstante, algunos especialistas en diversas disciplinas se han dejado intimidar por la tiranía que la ideología del sistema de los estados ejerce sobre la línea central de su disciplina. William McNeill, especialista en historia mundial, nos ayuda a situar en una perspectiva histórica los vínculos actuales entre los asentamientos huma­nos y el m u n d o , lo que permite desechar definiti-

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mientos humanos del m u n d o deben afrontar las complicaciones mundiales de la vida diaria lo m e ­jor que puedan, pese a la falta de conocimientos necesarios para poder percibirlas, comprenderlas y abordarlas. N o obstante, tienen que hacer frente a los cierres de fábricas, la disminución de suel­dos, la migración a ciudades superpobladas, el «terrorismo», la pobreza, las violaciones de los derechos humanos y el temor a las armas nuclea­res, y han respondido con políticas para fomentar el comercio y las inversiones del extranjero, para ayudar a los productores locales a hacer frente a la competencia extranjera, para transformar la pro­ducción militar en artículos de consumo, para combatir el apartheid en Suráfrica, para ofrecer protección a los refugiados, para excluir las armas nucleares de su territorio e incluso para ofrecer asistencia a asentamientos humanos remotos. Es­tos esfuerzos, especialmente cuando sobrepasan los límites de lo que los paradigmas teóricos pres­criben, merecen la atención de los que desean comprender hoy las realidades de la política m u n ­dial.

Este artículo constituye en cierto m o d o un in­forme sobre el estado actual de los trabajos (Alger, 1984-1985) destinados a identificar los diversos estudios realizados sobre el nexo local-mundial. Este número de la Revista Internacional de Cien­cias Sociales tiene por objeto conseguir que cole­gas de diferentes disciplinas aporten su apoyo a esta empresa. Para el autor de este artículo, espe­cialista en ciencias políticas en el campo de las relaciones internacionales, este método de inves­tigación lo condujo a campos del saber con los que no estaba familiarizado. Sin duda quedan aún campos que debieran ser tratados, pero hay que confiar en que este artículo aliente a otros a parti­cipar en esta empresa. El estudio que hemos efec­tuado hasta el m o m e n t o permite exponer dos te­m a s principales. El primero se basa en las investi­gaciones destinadas a explicar las repercusiones de la producción transnacional y el surgimiento de una nueva división internacional del trabajo para: 1) las ciudades, 2) las zonas rurales, 3) las familias, y 4) las mujeres. Esta parte concluye con un examen de las numerosas peticiones de estu­dios sobre las reacciones de las poblaciones loca­les a las intrusiones de las empresas económicas transnacionales. Nuestro segundo tema se centra en los crecientes esfuerzos locales para responder a las cuestiones de política extranjera que se deri­van del sistema estatal y que se han considerado tradicionalmente c o m o cuestiones que deben ser

tratadas estrictamente por los gobiernos naciona­les. Este tema incluye las respuestas locales a pro­blemas tales c o m o la creación de zonas desnuclea-rizadas, la conversión de la producción de armas militares en una producción con fines pacíficos, la lucha contra el apartheid y las campañas en favor de los derechos humanos , así c o m o los programas destinados a vencer la pobreza en el m u n d o .

En lo que respecta al primer tema, el primer objeto de preocupación tiende a ser la poderosa producción exterior y las organizaciones financie­ras que tienen repercusiones actualmente en la ca­lidad de la vida de las ciudades y de las zonas ru­rales. E n el segundo tema, el primer objeto de preocupación tiende a ser las «políticas extranje­ras» de los estados y su impacto real y potencial en la calidad de la vida de los asentamientos h u m a ­nos. Cada tema ofrece un análisis de c ó m o los an­tiguos paradigmas que impiden la comprensión del lugar que ocupan los asentamientos humanos en el m u n d o están empezando a desmoronarse frente a los profundos estudios teóricos que se es­tán llevando a cabo y la reacción creativa local a las intrusiones en el espacio local.

El contexto mundial de las ciudades

Al adoptar una perspectiva de los sistemas m u n ­diales, Timberlake señala que «los procesos de de­sarrollo urbano suelen ser estudiados por los espe­cialistas en ciencias sociales c o m o fenómenos ais­lados en el tiempo que se explican únicamente desde el punto de vista de otros procesos y estruc­turas de alcance bastante reducido, circunscritos a las fronteras de esas zonas c o m o naciones o co­m o regiones dentro de naciones.... Concretamen­te, procesos c o m o el del desarrollo urbano pueden comprenderse m á s cabalmente si se empieza por examinar las diversas maneras en que se articulan con las corrientes más vastas de la economía m u n ­dial que penetran las barreras del espacio, traspa­san los límites del tiempo e influyen en las relacio­nes sociales a diferentes niveles» (Timberlake, 1985, 3). D e especial interés para los que analizan el desarrollo urbano en el Tercer M u n d o ha sido el fenómeno del «superdesarrollo urbano», debido a la migración de poblaciones desde las zonas rura­les a los centros urbanos del Tercer M u n d o . Según la descripción de Wellisz ( 1971, 44; citado por Ti­merlake y Kentor, 1983, 493), «el superdesarrollo urbano es esencialmente una corriente "perversa" de migración que agota la energía económica del

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interior del país sin proporcionar las correspon­dientes ventajas a la producción urbana. En vez de ser un indicio de desarrollo, el superdesarrollo urbano es un síntoma de enfermedad económi­ca». Al tratar de comprender las causas de este fenómeno, los analistas de los sistemas mundiales han examinado la participación de las ciudades del Tercer M u n d o en la economía mundial.

En un estudio basado en datos, Timberlake y Kentor (1983) encuentran argumentos en apoyo de la tesis según la cual la dependencia del capital extranjero conduce al superdesarrollo urbano, de­finido ya sea c o m o la proporción de los habitantes de un país que vive en las ciudades en relación con el nivel de crecimiento, sea c o m o la relación entre los servicios y los trabajadores industriales. Al mismo tiempo, consideran que el aumento del superdesarrollo urbano se acompaña sistemática­mente de una regresión relativa del crecimiento económico por habitante, aunque los efectos de los altos niveles de desarrollo urbano no parecen impedir el crecimiento económico.

Otros especialistas han analizado el impacto de los sistemas de producción transnacional, co­m o es el caso del estudio de Richard Child Hill sobre la industria de automóviles, particularmen­te el sistema de producción de Toyota instalado en la ciudad de Toyota y el de Nissan dirigido desde lokio-Yokohama. Estos sistemas de pro­ducción constituyen una serie de unidades de ex­plotación que comprenden miles de firmas de di­versos tamaños que «van desde las gigantescas compañías transnacionales a los talleres familia­res; todas ellas interrelacionadas dentro de un sis­tema que funciona a nivel regional, nacional e in­ternacional con diversos grados de precisión y efi­cacia logística» (Hill, 1987, 2). Hill se basa en el trabajo de Sheard (1983, 53) para indicar que el sistema medio de producción de automóviles en Japón comprende 171 grandes firmas (300 o m á s trabajadores), 4.700 firmas medianas (30-299) y 31.600 pequeñas firmas (1-30). Estas firmas de producción «asocian en un solo sistema las fábri­cas de motores más altamente automatizados y de montaje final de vehículos en el m u n d o y talleres instalados en patios traseros atestados de gente, en los que las familias fabrican pequeños troque­les en prensas manejadas con los pies durante 10 horas diarias, seis o siete días a la semana» (Hill, 1987,6).

Hill llega a la conclusión de que «sería falso considerar que las firmas en el sistema japonés de producción de automóviles sean personajes inde­

pendientes que participan en las relaciones de in­tercambio en el mercado con un gran fabricante de automóviles. Sería más acertado considerar que cada firma constituye un elemento dentro de un sistema total de producción organizado en tor­no a una compañía matriz transnacional» (Hill, 1987, 10). Naturalmente, el objetivo de la compa­ñía matriz es la acumulación de beneficios en la sede. «He ahí la base de un conflicto estructurado entre los intereses de desarrollo regional de los go­biernos locales y nacionales y las estrategias de producción de las corporaciones transnacionales» (Hill, 1987, 16).

Si bien los especialistas en los sistemas m u n ­diales tienden a ocuparse sobre todo del impacto de las empresas capitalistas en las ciudades y paí­ses del Tercer M u n d o , Hill observa que el impac­to local de los sistemas transnacionales de produc­ción «es tan válido para los Grandes Lagos o los gobiernos de West Midlands ... c o m o para los pla­nificadores del desarrollo de Malasia o de la R e ­pública Popular de China...» (Hill, 1987, 17). Ross y Trachte han destacado este punto en los estudios sobre el impacto «del capitalismo m u n ­dial» en los trabajadores de Detroit o de la ciudad de Nueva York. Atribuyen la regresión de la vida económica en Detroit (Trachte y Ross, 1985) a una creciente movilidad del capital y más concre­tamente a la transferencia de las facilidades de producción de Detroit a zonas en que se pagan salarios inferiores. Señalan que la transferencia de las facilidades de producción y la amenaza de transferirlas han contribuido a altos grados de de­pendencia social, a una disminución de los ingre­sos de los trabajadores y al desempleo. Estos cam­bios en las antiguas ciudades industriales indican que la Nueva División Internacional del Trabajo (NIDL) ha sustituido a la antigua, caracteriza­da principalmente por la producción de produc­tos manufacturados en Europa Occidental, Esta­dos Unidos y Japón, y la producción de materias primas por los países de Asia, Africa y América latina.

La N I D L refleja varias transformaciones en la economía mundial. En primer lugar, cabe m e n ­cionar la difusión internacional de la producción industrial; en segundo lugar, la difusión interna­cional de servicios relacionados con las empresas, particularmente los bancos multinacionales, las firmas jurídicas, las firmas de contabilidad, las firmas de publicidad y las firmas de contrata; y en tercer lugar, el desarrollo de un sistema de merca­dos financieros internacionales menos sujeto a la

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regulación de los bancos nacionales, pero depen­diente de las necesidades de las grandes firmas internacionales y de los grandes bancos multina­cionales (R.B. Cohen, 1981). La N 1 D L surge no sólo del deseo de las firmas de utilizar fuentes de trabajo menos caras y situaciones m á s rentables para la producción, sino también de lograr un control m á s flexible sobre las operaciones a la luz de las incertitudes geopolíticas, que responda al creciente poder de negociación de algunos países en desarrollo para hacer frente a la creciente c o m ­petencia internacional y evite las dificultades de los trabajadores organizados y de la reglamenta­ción gubernamental.

U n a de las consecuencias del aumento de la producción transnacional es la aparición de una jerarquía de las ciudades, con ciudades mundiales en la cumbre de esta jerarquía ( R . B . C o h e n , 1981). El estudio de Ross y Trachte de la ciudad de Nueva York sitúa a ésta en la clase de «ciuda­des mundiales» en que están situados los centros de dirección de la toma de decisiones financieras y empresariales. Ciudades c o m o Nueva York, Londres y Tokio «concentran la producción de ar­tículos culturales que hacen del capitalismo m u n ­dial una trama de jerarquía y de interdependencia material y simbólica». E n estas ciudades, se en­cuentran «las sedes de los grandes bancos y de las corporaciones multinacionales que extienden una red de comunicaciones electrónicas y de corredo­res de transporte aéreo a través de las cuales se distribuye y redistribuye el capital y se transmiten las decisiones fundamentales sobre la estructura de la economía mundial». Pero hay una paradoja en las ciudades mundiales, «las contradicciones de la existencia de tal concentración física de ca­pital y de control sobre el m i s m o y la condición de la clase trabajadora que reside en esos lugares» (Ross y Trachte, 1983, 393-394). La internaciona-lización del capital ha producido una disminu­ción de los empleos industriales en la ciudad de Nueva York, con una pérdida de m á s del 50 % de puestos industriales desde 1950. Por ello, los suel­dos en la industria han disminuido vertiginosa­mente en relación con lo que eran en Estados Uni­dos hace treinta años; los rentistas han perdido poder adquisitivo, un número creciente de ellos es pobre, y en la ciudad de Nueva York existen zo­nas con un alto índice de mortalidad infantil, m á s típicas de las condiciones de la periferia que del centro. Así, llegan a la conclusión de que: «... en la ciudad mundial, se encuentran empleos, salarios y niveles de vida que reflejan la diversidad de con­

diciones de vida y de trabajo de la clase trabajado­ra en todo el m u n d o , incluidas las regiones pobres del m u n d o » (Ross y Trachte, 1983, 429). Saskia Sassen-Koob aplica asimismo el término de para­doja a la aparición simultánea de «una clase bur­guesa acomodada con altos ingresos» y de una re­gresión (económica) inexorable en la ciudad de Nueva York» (Sassen-Koob, 1984, 147).

En relación con el futuro, Cohen prevé que las corporaciones tengan un carácter cada vez m á s internacional y produzcan varias contradicciones en la jerarquía mundial de las ciudades. Prevé que las grandes corporaciones multinacionales y ban­cos «debilitarán la política establecida de los go­biernos o se opondrán a ella». Ello contribuirá al «derrumbamiento de determinados centros tradi­cionales de la política de los gobiernos, donde las oficinas centrales de las corporaciones o las prin­cipales instituciones financieras tienen una repre­sentación reducida» (Cohen, 1981, 308). Prevé asimismo conflictos entre los centros financieros, que son centros del mercado del eurodólar, y otros m á s antiguos y de carácter m á s nacional. Predice especialmente un gran impacto de la nue­va división internacional del trabajo en las ciuda­des de los países en desarrollo, c o m o resultado de la creación acelerada de sucursales extranjeras de las corporaciones transnacionales, con ayuda de los bancos transnacionales. Basándose en el traba­jo de Friedmann y de Sullivan (1975), prevé que «los costos salariales relativamente elevados y la inversión subvencionada de capital en el sector corporativo llevará a un mayor desarrollo de la utilización intensiva de capital y a una disminu­ción de la capacidad de absorción de los trabaja­dores de este sector». Esto creará «una crisis urba­na incluso en los casos en que el producto nacio­nal bruto de un país se encuentre en expansión, debido a la incapacidad de las compañías indus­triales para crear suficientes nuevos empleos, la destrucción de empleos en el sector de la empresa familiar y la afluencia acelerada de personas a las ciudades» (Cohen, 1981, 309).

El contexto mundial de las zonas rurales

Gran parte de lo que se ha escrito sobre las ciuda­des en el contexto de la economía política m u n ­dial se aplica asimismo a las zonas rurales. Por otra parte, hay pruebas de que el contexto rural produce a veces consecuencias distintas, c o m o lo

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¿•Au m.

«Sobre la ciudad», de Marc Chagall, A . D . A . G . P .

muestra el estudio de Aihwa O n g sobre el impacto de la instalación de fábricas dependientes de cor­poraciones transnacionales en las zonas rurales de Malasia (Aihwa Ong, 1983, 431 ). O n g utiliza este ejemplo para impugnar la hipótesis m u y extendi­da de que las fábricas dependientes de corporacio­nes transnacionales en el Tercer M u n d o producen necesariamente una «aristocracia obrera». El go­bierno malayo ha alentado a las corporaciones transnacionales a instalar fábricas en las zonas ru­rales, para que las campesinas malayas puedan trabajar c o m o obreras industriales sin abandonar el hogar, y evitar así la migración a los centros urbanos. C o m o resultado, las aldeas malayas ofre­cen «un ejército de reserva de m a n o de obra» para las fábricas de las compañías transnacionales, aunque los trabajadores de las fábricas sigan de­pendiendo de sus aldeas nativas para la seguridad social. Desde la perspectiva de O n g . estas fábricas rurales están produciendo el «acampesinamien-to» del trabajo asalariado más que la proletariza-ción de los campesinos, c o m o se supone general­mente.

Una perspectiva opuesta, en relación con la instalación de fábricas en las zonas rurales, figura en un estudio sobre el desarrollo de fábricas a pe­queña escala en las comunidades rurales de Tai­wan (HrTai Li, 1983). Estas fábricas «auxiliares» de propiedad familiar son proveedoras de fábri­cas o compañías comerciales nacionales más im­portantes y orientadas a la exportación. Desde 1970, en un solo pueblo surgieron unas 20 peque­ñas fábricas que originan una fuerte competencia para el trabajo de subcontrato. Al mismo tiempo, las fluctuaciones de la demanda se suman a las incertidumbres de las familias que han invertido en maquinaria. En contraste con el ejemplo mala­yo, estas pequeñas fábricas de Taiwan han surgi­do espontáneamente, sin planificación guberna­mental, respondiendo en parte a la escasez de te­rreno para nuevas fábricas urbanas. C u a n d o disminuye la demanda, estas pequeñas fábricas auxiliares son las primeras afectadas. N o obstan­te, los agricultores dicen que «hacer el trabajo en casa da mayor libertad» (Hr Tai Li, 1983, 403). Por otra parte, estas fábricas rurales están destru-

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«La frontera», 1931, de Maurice Henry, A . D . A . o . p .

yendo la autosuficiencia agrícola. En la aldea es­tudiada por Hr Tai Li, la industria rural a peque­ña escala no ha fortalecido la vulnerable posición económica de los trabajadores ni resuelto los pro­blemas de desempleo cíclico.

Otra perspectiva rural figura en los cuatro es­tudios por países (Colombia, México, Tanzania y Bangladesh) de Rosemary E . Galli, titulado «Pea­sants, ¡niernational Capital and the State» en el que «en cada estudio de caso se destaca la interac­ción de las estructuras internacionales, nacionales y locales» (Galli, 1981, 1 ). Se hace hincapié en: 1) los intereses del capital internacional (particular­mente los organismos de desarrollo y los inverso­res internacionales), 2) las necesidades de la acu­mulación nacional (desde el punto de vista del es­tado y de los grupos dominantes y explotados) y 3) un análisis de las estructuras sociales (de clase) de la zona rural de que se trata. Galli estima que la baja productividad campesina no es únicamente «una cuestión de escasez de tierra, de capital y de tecnología, sino también una reacción a las estruc­turas sociales que impiden el desarrollo» (Gal­

li. 1981,27). Sobre la base de los cinco estudios de casos, Galli llega a la conclusión de que los gobier­nos nacionales no están dispuestos a dar a los campesinos la posibilidad de mejorar su producti­vidad y su situación. En cambio, observa que los gobiernos nacionales y los organismos internacio­nales poseen intereses mutuos de clase que los lle­van a mantener el orden social existente (Galli. 1981,224).

El estudio de Richard N . A d a m s de la región Atlántica de Nicaragua describe el esfuerzo de la población indígena para evitar la intervención del gobierno nacional en la satisfacción de las necesi­dades definidas a nivel local. C o m o resultado de la falta de apoyo satisfactorio de los «españoles» de Managua , la población indígena del Atlánti­co consideró necesario crear sus propias organi­zaciones de ayuda mutua, c o m o en el caso de la Alianza para el Progreso del Miskito y Suma ( A L P R O M I S U ) , que en un comienzo, por lo m e ­nos en parte, fue un medio para comercializar los fríjoles y el arroz producidos localmente. A L ­P R O M I S U acabó por «adquirir una personalidad

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étnica más distintiva» y adhirió a un Consejo R e ­gional de Poblaciones Indígenas, por conducto del cual se afilió al Consejo Mundial de Poblacio­nes Indígenas. Al mismo tiempo, c o m o resultado del apoyo de las autoridades religiosas locales, es­tableció vínculos con el Consejo Mundial de Igle­sias. A d a m s llega a la conclusión de que la A L -P R O M I S U «había surgido claramente c o m o el principal medio de supervivencia política de las poblaciones indígenas de la región septentrional de la zona atlántica (de Nicaragua)» (Adams, 1981, 15). Por otra parte, los vínculos de la A L -P R O M I S U con el Consejo Mundial de Iglesias pueden formar parte de una estrategia externa aplicada por las misiones religiosas extranjeras. .ac«Así, la A L P R O M I S U se encuentra en una si­tuación problemática; puede ser un instrumento que empezó siendo dependiente, pero que con el paso de los años se ha vuelto m á s autónomo; y ... sus miembros pueden estar esperando solamente el momento de utilizarlo de la mejor manera posi­ble sin ser utilizados. Entre tanto, sus jefes siguen pensando que es útil...» (Adams, 1981, 18).

El contexto mundial de las familias

Al presentar un volumen que recoge conferencias sobre Households and the World Economy (Las familias y la economía mundial), Smith, Wallers­tein y Evers observan que las familias de hoy «no constituyen "respuestas" a un m u n d o capitalista, sino que constituyen partes y parcelas de dicho m u n d o . Las familias no se consideran aisladas ni c o m o pequeñas unidades de organización social relacionadas con las economías nacionales, sino c o m o unidades básicas de un sistema mundial naciente» (Smith, Wallerstein, Evers, 1984, 7, 8). Consecuente con esta perspectiva, Friedman opi­na que las familias forman parte integrante de un proceso transnacional, impugnando con ello «los estudios sobre la sociología de las familias, que contemplan "su estructura y función" c o m o la consecuencia de una sola línea continua de desa­rrollo desde el fin de la "industrialización"». «Cabría considerar por lo tanto que la relación entre las familias y las estructuras de la fuerza de trabajo en la economía del m u n d o capitalista es­tán determinadas por las fluctuantes transforma­ciones económicas a largo plazo dentro de las cuales se sitúan y a las que son en gran medida una respuesta» (Friedman, 1984, 43).

C o m o señala Friedman, la familia se convir­

tió en objeto de estudio para los investigadores de los sistemas mundiales cuando éstos observa­ron «dos anomalías sorprendentes» en la fuerza mundial de trabajo: 1) sólo una minoría de la po­blación mundial participa de manera constante a lo largo de la edad adulta en la fuerza de trabajo asalariada, y 2) los sueldos en las zonas caracteri­zadas por los bajos salarios no son suficientes para mantener y reproducir la fuerza de trabajo durante largos períodos de tiempo. Los esfuerzos para comprender los arreglos institucionales y las relaciones sociales que hacen posible la reposi­ción de la fuerza de trabajo en estas condiciones llevaron a estudios sobre la familia, los cuales pu­sieron de manifiesto que los que recibían salarios inferiores a los necesarios para poder sostenerse a lo largo de toda la vida tenían acceso a una ayu­da exterior además de sus propios salarios. Así, en este contexto, la familia «se refiere al conjunto de relaciones entre personas que imponen obliga­ciones compartidas» (Friedman, 1984, 46). E n general, los miembros de la familia viven bajo el mismo techo, aunque este no es siempre el caso. Las familias pueden reunir los ingresos proceden­tes de cinco fuentes: 1) el trabajo asalariado, 2) el trabajo fuera de las relaciones de mercado que se traduce en bienes fungibles directamente, 3) el trabajo que lleva a la venta de artículos en el mercado, 4) las relaciones contractuales en lo que respecta a la utilización de la tierra, los animales, el equipo, y 5) el dinero que se traduce en ingre­sos por concepto de arriendos, regalos o subsi­dios. Se considera que los límites de las familias son elásticos, y que dependen de los cambios a largo plazo en la fuerza de trabajo y los procesos productivos, de los ciclos y variaciones económi­cas a plazo medio entre las zonas de la economía mundial en los que están situados, así c o m o en el interior de estas mismas zonas.

Se estima por ende que la familia proporciona un servicio indispensable al capitalismo m u n ­dial, al suministrar una fuerza de trabajo flexible sostenida por la familia mientras sea necesario, ya que los miembros de ésta comparten no sólo los ingresos salariales, sino también las fuentes de ingresos que no provienen de un salario:

«Las estructuras asociadas con la producción de m a n o de obra barata son cruciales en la for­mación del propio proceso de trabajo capitalis­ta. Así, resulta particularmente irónico, c o m o señala Baerga, que las costureras permanecie­sen al margen de un movimiento laboral (en

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Puerto Rico) que tenía por objeto organizar a los trabajadores de la caña de azúcar cuyo tra­bajo dependía en gran medida del de sus espo­sas (las costureras). El trabajo a corto plazo y cíclico, y que engendra altos índices de movi­lidad, exige la presencia de estructuras que mantengan activos a los antiguos trabajadores asalariados durante los períodos de desem­pleo» (Smith, Wallerstein, Evers, 1984, 10).

D e este m o d o , la familia permite que existan grandes disparidades en los salarios y una fuerza de trabajo fácilmente disponible para los empre­sarios.

El contexto mundial de las mujeres

E . Boserup (1970) sitúa la actual situación social y económica de las mujeres del Tercer M u n d o en el contexto histórico de una regresión cau­sada por la intrusión combinada de las autorida­des coloniales y de las empresas capitalistas. Las mujeres fueron las principales productoras agrí­colas, pero debido a la introducción de cultivos comerciales, los hombres adquirieron el control de las nuevas técnicas agrícolas, las semillas y los préstamos, y las mujeres quedaron relegadas a la producción agrícola de subsistencia. Con la difu­sión de los sistemas económicos de mercado, el trabajo se redefinió de forma que resultase prác­ticamente sinónimo de aquel que se remuneraba con dinero efectivo o con otras formas de retri­bución. Otra actividad productiva, reconocida antaño como trabajo, se consideraba a la larga in­suficientemente «económica» (Staudt, 1984, 5). Al m i s m o tiempo, el estado colonial imponía una distinción entre lo público y lo privado, que rele­gaba las actividades de las mujeres al ámbito pri­vado, el cual se confiaba, a su vez, a las misiones religiosas. «La ideología y las actividades de las misiones conciben y organizan la realidad esta­bleciendo una extrema dicotomía de géneros de acuerdo con las normas anticuadas de la época de la Reina Victoria» (Staudt, 1985, 16). C o n la introducción de la extracción de materias pri­mas, la situación de las mujeres se volvió m u c h o menos sólida a medida que los trabajadores de sexo masculino se contrataban desde lugares si­tuados lejos'Üe las explotaciones agrícolas dejan­do el trabajo agrícola de subsistencia a las muje­res, los niños y las personas ancianas. Las mujeres se vieron aún más marginadas con la in­

troducción, después de la independencia, de pla­nes económicos de substitución de las importa­ciones (Ward, 1986, 3).

Pero en la fase siguiente, a principios del de­cenio de 1960, las mujeres se convirtieron en la m a n o de obra preferida a medida que las compa­ñías transnacionales recurrían al trabajo barato en la periferia para las labores de montaje o de acabado, especialmente en la industria electróni­ca y textil. Muchos empleos que habían sido ocu­pados por mujeres en los antiguos países indus­trializados se transfirieron al Tercer M u n d o , principalmente a mujeres entre los 20 y los 24 años de edad. En sus estudios sobre la migración de las mujeres a estos empleos, Saskia Sassen-Koob adopta una perspectiva más amplia que los estudios típicos centrados en las situaciones y responsabilidades familiares de la mujer. Esta autora ha «tratado de añadir otra variable que asocia la migración femenina a los procesos bási­cos en la fase actual de la economía capitalista mundial» (1984, 1.161). Señala que «en las regio­nes en que se han desarrollado nuevas zonas in­dustriales, la vasta movilización de las mujeres y su incorporación a la fuerza de trabajo ha contri­buido a la disgregación de las estructuras del tra­bajo no asalariado en las comunidades de origen: los jóvenes se han quedado sin esposas y compa­ñeras, las familias han quedado privadas de un elemento de trabajo fundamental» (1984, 1.151).

Y , actualmente, en otra nueva etapa de la in­dustria transnacional, se contrata a mujeres del Tercer M u n d o en los viejos países industrializa­dos para ejecutar algunas de estas mismas tareas. U n ejemplo de ello es el Silicone Valley, en Esta­dos Unidos de América, en donde 70.000 muje­res forman el grueso de la fuerza del trabajo de producción y ocupan del 80 al 90 % de los pues­tos operativos y de trabajo en el nivel inferior de las fábricas. D e estas mujeres, de un 45 a un 50 % procede del Tercer M u n d o : se trata, en su mayo­ría, de asiáticas recién llegadas (Katz y K e m -nitzer, 1983).

Ward señala que, para algunos investigado­res, los empleos que proporcionan las compañías transnacionales han dado a las mujeres oportuni­dades económicas de liberarse de la marginación económica y de las presiones patriarcales locales (por ejemplo I. Tinker, 1976; L . Lim, 1983). En estos estudios, se afirma que las mujeres que tra­bajan para las compañías transnacionales gozan de mejores condiciones de trabajo y de mejores

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sueldos que las que trabajan en fábricas y en e m ­pleos locales, adquiriendo así experiencia y obte­niendo una situación fuera del marco familiar que les permite aplazar el matrimonio y obtener a la larga un mayor poder de decisión dentro de sus familias. Pero Ward señala asimismo que otros investigadores sostienen que dichos e m ­pleos no son para la mujer más que una simple transferencia de una forma a otra de control pa­triarcal. «A corto plazo, los empleos que propor­cionan las compañías transnacionales favorecen parte de las oportunidades económicas de las mujeres. N o obstante, a largo plazo, estas muje­res tienen menores posibilidades de empleo, de­bido a los posibles efectos del subdesarrollo y a la inestabilidad del empleo industrial. Así, a lar­go plazo, las inversiones y los empleos de las compañías transnacionales no hacen más que re­componer y reintensificar la subordinación de la mujer» (Ward, 1986, 8).

Al estudiar la incorporación de las mujeres del Tercer M u n d o al trabajo a gran escala, Sas-sen-Koob señala la coexistencia «teóricamente perturbadora» del alto desarrollo del empleo en algunos lugares del Tercer M u n d o y de las altas tasas de migración de estos mismos lugares a Es­tados Unidos. Esta aparente contradicción se debe, según Sassen-Koob, a que las zonas indus­triales del Tercer M u n d o son incubadoras de emigración. La autora opina que «la incipiente occidentalización en las zonas de trabajo» reduce la posibilidad de que la m a n o de obra femenina regrese a sus comunidades de origen. Al mismo tiempo, la vida en las zonas industriales del Ter­cer M u n d o , en las que hay un elevado número de extranjeros, ofrece una información atractiva so­bre la vida en los países «desarrollados» (Sassen-Koob, 1984, 1.150-1.152).

Sassen-Koob prosigue su análisis de las for­mas en que las fuerzas económicas mundiales han creado las condiciones necesarias para la ab­sorción de las mujeres inmigrantes en la fuerza de trabajo de las grandes ciudades de Estados Unidos. Destaca la creciente necesidad de m a n o de obra barata producida por el creciente n ú m e ­ro de empleos de salarios bajos en la industria que tiene que competir con las fábricas en el ex­tranjero. Al mismo tiempo, observa que la apari­ción de «una burguesía acomodada con altos in­gresos» en Estados Unidos está también creando la necesidad de una m a n o de obra barata en las tiendas gastronómicas, particularmente en las tiendas caras que caracterizan las zonas comer­

ciales con altos ingresos. Este fenómeno contras­ta con las actividades de autoservicio de las zonas suburbanas de la clase media, que exigen una uti­lización intensiva de capital.

Respuesta local a las intrusiones mundiales

Cunde cada vez más la preocupación de que el creciente interés académico por las repercusiones de las intrusiones mundiales en el espacio local no se haya acompañado de la debida atención a la respuesta local. Dos antropólogos que trabajan en América central se han ocupado de esta cues­tión. Al exigir que la historia local de Guatemala se sitúe en un contexto mundial, Carol A . Smith critica a los antropólogos que se limitan a reco­nocer las fuerzas mundiales pero subestiman «la forma en que los sistemas locales influyen en las estructuras económicas y políticas regionales, en las que actúan las fuerzas mundiales». Al mismo tiempo, observa que los especialistas en las de­más ciencias sociales «tienden aún más a consi­derar los sistemas locales c o m o los destinatarios pasivos de los procesos mundiales» (Smith, 1985, 109-110). Basándose en su trabajo en Nicaragua, Richard A d a m s reconoce las repercusiones de la expansión capitalista mundial. N o obstante, ob­serva que es necesario reconocer que la «vida y la cultura locales siguen produciendo nuevas en­tidades sociales, nuevas formas que pueden adaptarse y que surgen c o m o medio de supervi­vencia y de reproducción a través del trabajo es­pecífico del capitalismo y pese a éste» (Adams, 1981, 2).

Otro antropólogo, John W . Bennett, refirién­dose al contexto de las «relaciones microcosmo-macrocosmo» en la sociedad agraria de Estados Unidos de América, nos ha puesto en guardia con­tra las suposiciones infundadas de que la comuni­dad local esté dominada por influencias externas y ha hecho hincapié en las formas en que «el siste­m a espacial local conserva gran parte de sus insti­tuciones "tradicionales", utilizándolas para mani­pular y controlar las fuerzas externas» (Bennett, 1967,442).

Wallerstein señala que la «familia, como uni­dad agrupadora de ingresos, puede considerarse una fortaleza tanto de la adaptación a los m o d e ­los de distribución de la fuerza de trabajo favore­cida por los acumuladores, c o m o de la resistencia a dichos modelos» (Wallerstein, 1984, 21). Res-

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paldan su conclusión los instructivos estudios de familias en Oaxaca (México) y Davao City (Fili­pinas), en los que se analiza la capacidad de las familias para resistir a los esfuerzos del estado para «ayudare a los trabajadores marginales y pobres a hacer frente a la intrusión de los proce­sos económicos mundiales en sus vidas cotidia­nas. En este estudio, Hackenberg, Murphy y Selby critican a los teóricos de la dependencia, e implícitamente a la mayoría de los teóricos de los sistemas mundiales, observando que sus teorías .ac«se interesan menos por las reacciones y es­fuerzos de los explotados que por definir las fuer­zas históricas, sociológicas, culturales y económi­cas que contribuyen a explotarlos». Debido a que la teoría de la dependencia describe la familia ur­bana c o m o «bastante desamparada», los autores «abandonan la teoría de la dependencia» y des­criben la familia c o m o una institución vital que se esfuerza por proteger sus intereses resistiendo a los programas estatales que debilitarían la inte­gridad de la familia mediante las «oportunidades que genera el desarrollo», las cuales explotarían «los deseos de algunos miembros de la familia de mejorar su posición económica a expensas de los demás miembros» (Hackenberg, Murphy y Selby, 1984, 189-190).

Después de describir los medios utilizados por las familias para resistir a la intrusión exte­rior, los autores dividen la población de Oaxaca en categorías económicas marginales, pobres y medianas y aplican un modelo de regresión en el que se experimentan los efectos de los métodos específicos familiares. Los resultados tienden a mostrar que los métodos utilizados por las fami­lias para oponerse a los programas estatales tales c o m o la reducción y la educación de la pobla­ción, son eficaces: 1) la clave para aumentar los ingresos familiares en cada categoría económica consiste en aumentar el número de personas de cada familia que trabajan; 2) la clave para la su­pervivencia de las familias marginales es la inser­ción de los trabajadores en la economía informal; 3) mientras que los grupos pobres y medianos pueden sacar provecho de sus inversiones en la educación del jefe de la familia, las inversiones en los trabajadores secundarios de estos grupos constituyen una pérdida, ya que estos pertenecen en general a la categoría marginal; 4) la clave de una distribución efectiva de un mayor número de trabajadores es la organización familiar, con­cretamente la gestión del presupuesto que saca provecho de las economías de escala en el consu­

m o ; 5) la organización familiar entraña la organi­zación e incluso la manipulación de los parientes, especialmente de los yernos y las nueras. Así, los autores llegan a la conclusión de que los esfuer­zos del gobierno mexicano para reducir la fecun­didad, basados en la creencia de que «la familia poco numerosa vive mejor», no son válidos habi­da cuenta de la distribución actual de los ingresos y de la riqueza en México:

«... los grupos marginales pobres tienen un so­lo recurso: replegarse en sí mismos y organi­zarse en vastas colectividades, estrechamente relacionadas y que trabajan unidas para so­brevivir. Los niños y su procreación son im­portantes facetas de esta estrategia ... las fami­lias numerosas viven mejor por buenas y suficientes razones».

Al m i s m o tiempo, el gobierno alienta a las fa­milias a que hagan sacrificios para educar a sus hijos. Pero este estudio revela que «en la medida en que las familias en los grupos marginales po­bres adoptan la estrategia de la "economía infor­mal", la educación equivale generalmente a un despilfarro».

Esta estrategia parece prudente, puesto que la economía informal se está difundiendo m á s rápi­damente que el empleo en el sector formal. Por supuesto, hay personas que se liberan de la pobre­za por medio de la educación.

Pero cuando los miembros educados de la fa­milia se van, dejan tras de sí las ruinas de la úni­ca estrategia que podría haber ayudado a sus fa­milias a salir de la pobreza de la que ellos mismos escapan (con suerte y perseverancia)». En conclusión, en las condiciones actuales, los autores comprueban que hay un «diálogo hostil permanente entre las familias de la mayoría y el aparato del estado» (Hackenberg, Murphy y Selby, 1984, 212-213).

Otros especialistas critican a sus colegas por no aportar los conocimientos que serían útiles para crear movimientos políticos capaces de su­perar la dependencia local. Richard Child Hill, en una reseña general de la «aparición, consoli­dación y desarrollo» de la economía política ur­bana, hace esta tajante declaración:

«Si, c o m o algunos especialistas lo dan a en­tender, la ciudad se ha transformado en el "eslabón débil" del sistema capitalista m u n ­dial, los temas más urgentes de investigación

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urbana deben entonces centrarse hoy en el es­tudio de las condiciones en que las contradic­ciones mundiales-locales ... originan movi­mientos políticos y políticas oficiales encami­nados a transformar la estructura y la dinámi­ca del sistema translocal» (Hill, 1984, 135).

Craig Murphy hace una crítica análoga del es­tudio de los sistemas mundiales en «un alegato en favor de la inclusión de los estudios de movili­zación social en el programa de investigaciones del sistema mundial», pidiendo que se elabore «una teoría del papel que desempeñan la con­ciencia política y la movilización social en la di­námica del capitalismo mundial» (Murphy, 1982, 1). Murphy sostiene que Global Rift (1981), la popular historia del Tercer M u n d o de Stavrianos, señala el camino a seguir, ya que «re­lata la historia del Tercer M u n d o centrándose continuamente en la movilización contra el capi­talismo ... N o obstante, los trazos generales de la historia de Stavrianos necesitan completarse con estudios detallados de los distintos movimientos políticos de casos únicos y repetidos de poblacio­nes convencidas de actuar contra el capitalismo ... la materia de la movilización social efectiva» (Murphy, 1982, 17).

Otros especialistas señalan que ya están sur­giendo movimientos locales que impugnan la de­pendencia. E n sus análisis de la experiencia in­dia, el punto de partida de Rajni Kothari es ciertamente análogo al de los analistas de los siste­mas mundiales, en la medida en que percibe ten­dencias:

«que tratan, por una parte, de integrar la eco­nomía organizada en el mercado mundial y, por otra, sustraen millones de personas de la economía arrojándolas al basurero de la his­toria -empobrecidas, desamparadas, despoja­das de sus propios recursos y desprovistas de las condiciones mínimas de salud y de nutri­ción, privadas del «derecho» al alimento, al agua, a la vivienda-, en resumen, un grupo h u m a n o inútil e innecesario cuyo destino pa­rece estar "condenado"» (Kothari, 1983, 558).

En respuesta, observa que surgen «movimien­tos de masas y formaciones al margen de los par­tidos» que se arraigan «en un profundo estímulo de la conciencia y de la comprensión intuitiva de una crisis que podría transformarse en un catali­zador de nuevas oportunidades» (Kothari, 1983,

604-605). Estos nuevos movimientos están tra­tando de «abrir nuevos espacios políticos» fuera de los ámbitos tradicionales de los partidos y del gobierno.

Kothari pide que «se revisen las posiciones ideológicas que siguen situando los intereses esta­blecidos en las situaciones locales y su liberación de ellos en los procesos distantes -el estado, la tecnología, las vanguardias revolucionarias» (Kothari, 1983,615).

Kothari observa que se ha redefinido incluso el contenido de la política. Cuestiones que «no se consideraban hasta ahora c o m o conducentes a la acción política ... entran hoy en el ámbito de la lucha política» (Kothari, 1983, 606). Estas cues­tiones incluyen la salud de la población, los dere­chos sobre los bosques y otros recursos comuni­tarios, y los derechos de la mujer. La lucha no se limita a reivindicaciones económicas y políticas, sino que se extiende a problemas ecológicos, cul­turales y educativos. A este respecto, los ejem­plos comprenden los movimientos populares pa­ra impedir la tala de árboles en las estribaciones del Himalaya, la lucha de los mineros de Chhat-tisgarh (una zona principalmente tribal en M a d -hya Pradesh), una organización de activistas sin tierra en Andra Pradesh y una organización de campesinos de Kanakpura (Karntaka) contra la explotación y la exportación de granito.

Aunque Kothari basa su análisis en la expe­riencia india, considera que estos movimientos forman parte de un «fenómeno que tiene una aplicación más general». Dichos movimientos responden, en su opinión, a «una nueva... fase en la estructura de la dominación mundial, un cam­bio del papel que desempeña el estado en el á m ­bito nacional y subnacional, y una relación que ha experimentado cambios drásticos entre las personas y lo que llamamos (medio en broma y medio por considerarlo un engaño) "desarrollo"» (Kothari, 1983, 613).

Kothari considera el surgimiento de estos nuevos movimientos de masas m u y «importan­tes en la formación del m u n d o en que vivimos, particularmente en relación con las expectativas de supervivencia». En eso, dice el autor, «reside la esperanza».

N o obstante, advierte que «nadie con un míni­m o de sentido de realismo y de sensiblidad al po­der colosal del orden establecido puede permitirse ser obtimista respecto de estos movimientos o de cualquier otro proceso transformador en acción» (Kothari, 1983,610).

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Intervención no gubernamental en el plano local sobre problemas de política exterior de los estados

El segundo tema principal estudiado nos permite ilustrar c ó m o van alcanzando los ciudadanos una comprensión cada vez m á s clara de las inciden­cias de las políticas exteriores de los estados en sus comunidades locales, y muestra c ó m o inten­tan responder a esa situación, organizando inter­venciones en el plano local. Los que toman este tipo de iniciativa deben luchar contra tradiciones firmemente arraigadas, para las cuales tiene va­lor de postulado la idea de que toda intervención en materia de «política exterion> es esencialmen­te asunto de las autoridades, en la capital nacio­nal. Los paradigmas dominantes de los medios de la investigación y la enseñanza universitaria contribuyen a perpetuar esas tradiciones, que ha­ce que parezca impensable una intervención en el plano local sobre problemas de «política exte­rior. Hay sin embargo grupos locales en Europa Occidental, América del Norte y Japón que lo­gran escaparse de esas trampas, en particular afirmando que: «hay que pensar desde un punto de vista mundial, pero actuar en el plano local». Ese lema equivale a afirmar que un problema mundial es algo que, por definición, afecta a todo tipo de colectividad humana. Si ése es el caso, ha de ser posible intervenir con motivo de manifes­taciones locales de un problema mundial, ya se trate de la carrera armamentista, los derechos hu­manos, la pobreza o los refugiados. Presentare­mos primero brevemente algunos ejemplos de in­tervención no gubernamental en el plano local centrada en 1) la lucha contra la guerra y en pro del desarme, 2) la pobreza y 3) los derechos hu­manos. Mostraremos después c ó m o los movi­mientos locales han conseguido obligar a las au­toridades locales a ocuparse de estos problemas.

En el plano local, los ciudadanos empiezan a estar cada vez mejor informados por lo que res­pecta a las relaciones entre los gastos militares y la capacidad que tiene una sociedad de satisfacer las necesidades humanas, así c o m o sobre las m a ­nifestaciones concretas de la situación de su pro­pia comunidad local c o m o instrumento en la producción y el despliegue de armamentos. E m ­piezan a comprender hasta qué punto, en el pla­no local, tienen los ciudadanos que pagar im­puestos para sufragar presupuestos militares; empiezan a estar al tanto de tal o cual contrato militar particular en el plano local, de la produc­

ción local de equipo militar y de la naturaleza de las actividades de las bases militares locales. Son cada vez m á s numerosos los grupos locales que elaboran estrategias destinadas a dar la mayor publicidad posible a esas manifestaciones locales de la política militar. Y elaboran también, en la medida de lo posible, nuevas estrategias a fin de intentar que esas actividades militares se ajusten a sus propios valores y a sus propias preferencias políticas.

Los planes locales de reconversión de la pro­ducción militar en producción civil intentan mostrar a los trabajadores cuáles son sus verda­deros intereses, utilizando para ello estudios co­m o el que publicó el gobierno de Estados Unidos, en el que se señalaba que una inversión de mil millones de dólares en la producción para «de­fensa» crea 76.000 empleos, mientras que la mis­m a inversión puede crear m á s de 100.000 e m ­pleos en la producción civil (Ministerio de Trabajo de Estados Unidos, 1972, citado por Lindroos, 1980). El más célebre de los proyectos de transformación de este tipo tal vez sea el Plan Combinado que publicaron los trabajadores de la industria aerospacial {Lucas Aerospace Workers) en Inglaterra, en 1976. En este plan de 1.000 pá­ginas se señalan 150 nuevos productos posibles, presentados con las correspondientes propuestas de reorganización de la producción. El plan esta­ba destinado a salvaguardar tanto los empleos c o m o la producción de bienes útiles para la socie­dad. En palabras de los autores del plan: «hemos intentado ... empezar a cuestionar los postulados económicos actuales y contribuir de algún m o d o a demostrar que los trabajadores están dispuestos a luchar por el derecho a la creación de produc­tos que favorezcan realmente la solución de los problemas de los hombres, en vez de suscitar nuevos problemas» (Wainright y Elliot, 1982, 243).

Otro tipo de intervención en el plano local es la lucha por impedir el despliegue de determina­das armas. El movimiento mejor conocido al res­pecto tal vez sea el de las «Greenham C o m m o n W o m e n » en el Reino Unido, movimiento de m u ­jeres que intentó llevar a cabo un bloqueo de las bases estadounidenses en dicho país. El movi­miento entabló también un pleito ante los tribu­nales de Estados Unidos, aduciendo el carácter anticonstitucional de los misiles «Cruise»; afir­m ó que la rapidez y el secreto que caracterizarían el lanzamiento eventual de dichos misiles iban a privar al Congreso de su derecho a declarar la

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guerra, y que -al representar una «amenza para la vida y la libertad sin el correspondiente proce­so»- violaban tanto lo dispuesto por la Quinta Enmienda a la Constitución c o m o diversas nor­mas del derecho internacional, ya que sus efectos potenciales serían duraderos y globales. Centena­res de grupos religiosos, comités pro desarme y organizaciones de trabajadores intervinieron co­m o partes (amici curiœ) en el pleito así entabla­do; pero el tribunal americano interesado desesti­m ó el caso.

En el plano local otro tipo de intervención re­ferente a asuntos de política militar es la utiliza­ción de la disuasión por parte de los ciudadanos. Durante la campaña del «Compromiso de Resis­tencia», los participantes decidieron emprender ya sea vigilias de protesta, ya sea actividades de desobediencia civil no violenta, si las autorida­des de Estados Unidos decidían por su parte in­vadir, bombardear, enviar tropas de combate o incrementar de m o d o importante su grado de in­tervención en América Central. Unas 42.000 per­sonas habían firmado ya dicho Compromiso en enero de 1985. Los grupos locales han elaborado en su propio nivel planes para campañas de deso­bediencia civil y participan ya en actividades de entrenamiento para la acción no violenta (CO-PRED Peace Chronicel, febrero/abril, 1985, 5).

Durante los dos últimos decenios, los progra­mas de asociaciones voluntarias en los países in­dustrializados encaminados a aportar una ayuda de tipo humanitario a los países del Tercer M u n ­do se han convertido poco a poco en programas encaminados a luchar contra la pobreza median­te el desarrollo económico y social a largo plazo. La participación en el desarrollo del Tercer M u n ­do ha hecho que los dirigentes de las asociaciones de ayuda privadas tengan que participar, a su vez, en un proceso político sumamente complejo, ya que tienen éstos que intentar, a un tiempo, ob­tener dinero de los ricos en los países industriali­zados, y poner ese mismo dinero al servicio de los intereses de los pobres en el Tercer M u n d o . Lissner, en su obra The Politics of Altruism ( 1977), ha puesto de manifiesto de m o d o m u y ex­presivo la oposición virtual entre las esperanzas de muchos de estos donadores y los deseos de los que administran los programas de ayuda en el Tercer M u n d o . Según Lissner, los donadores tienden a considerar que la ayuda es una «ayuda en recursos» que ha de permitir una mejora del nivel de vida mediante el suministro de diversos servicios sociales (por ejemplo: educación, salud.

agricultura) en el marco de una estructura econó­mica y política determinada. Por otro lado, los que participan en la dirección de los programas en los países interesados suelen creer, por su par­te, en la necesidad de una «ayuda estructural», esto es, en la necesidad de transformar las condi­ciones económicas y sociales locales mediante «la concienciación gracias a la alfabetización, la creación de organismos de crédito rural y de coo­perativas rurales, y el apoyo a las organizaciones sindicales y a los movimientos de liberación» (Lissner, 1977, 22). Y es aún más difícil hacer comprender a los ricos donadores una verdad co­m o ésta: «que muchos problemas de los países pobres (aun cuando no todos) han sido origina­dos -y son mantenidos- por factores y políticas de los países industrializados; y que muchos es­fuerzos de ayuda gubernamental y privada "so­bre el terreno" (aun cuando no todos) son de escasa utilidad si no nos enfrentamos simultá­neamente con las raíces de los problemas que se encuentran en los propios países industrializa­dos» (Lissner, 10).

Al tropezar con obstáculos de este tipo, las or­ganizaciones privadas que participan en progra­mas de desarrollo en el Tercer M u n d o han idea­do programas de «educación sobre el desarrollo» para sus propios países. Dichos programas de educación sobre el desarrollo han sido fomenta­dos sobre todo en Europa y en Canadá. La educa­ción sobre el desarrollo es en gran medida, y en lo esencial, una educación en materia de econo­mía política mundial, y proporciona un marco para la comprensión del tipo de relación entre los habitantes de las comunidades locales, tanto del Tercer M u n d o como del Primer M u n d o , con el sistema económico mundial. Puede favorecerse así la elaboración concreta de políticas en el pla­no local, en los países del Primer M u n d o , en las que se tengan debidamente en cuenta las necesi­dades de las comunidades locales del Tercer M u n d o .

N o es de extrañar, desde luego, que algunos establezcan una relación entre los gastos de ar­mamento en el Tercer M u n d o y la pobreza en esos países. D e ahí la inquietud que suscitan, cla­ro está, las ventas de armamento a los países del Tercer M u n d o por parte de los fabricantes y los gobiernos del Primer M u n d o ; inquietud que se manifestó por ejemplo en la Conferencia Interna­cional sobre el Comercio de Armas que se cele­bró en los Países Bajos en noviembre de 1984. En mayo de 1985, el movimiento británico «Campaña

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La ciudad mundial. Nueva York vista por el fotógrafo francés Ra imon Depardon. Magnum.

contra el Comercio de Armas» ( C A A T ) patrocinó una Semana de Acción Nacional con el lema «Pan, y no bombas», a fin de denunciar pública­mente los efectos nocivos del comercio de armas en los países del Tercer M u n d o . La campaña se centró en el caso de Reino Unido, por ocupar es­te país el cuarto lugar en la lista de los grandes proveedores mundiales de armas para el Tercer M u n d o , y se dio particular importancia a las po­sibilidades de intervención en el plano local.

D e acuerdo con la ideología del sistema esta­tal, se suele considerar que corresponde a los es­tados asegurar el respeto de los derechos h u m a ­nos tal c o m o se definen en la Declaración Univer­sal de Derechos H u m a n o s . Sin embargo, los dos Pactos elaborados a fin de poner en práctica la Declaración (el Pacto internacional de derechos civiles y políticos, y el Pacto internacional de de­rechos económicos, sociales y culturales) afirman en sus respectivos preámbulos:

«... que el individuo, por tener deberes res­pecto de otros individuos y de la comunidad a que pertenece, está obligado a procurar la

vigencia y observancia de los derechos reco­nocidos en este Pacto».

Entre las organizaciones que intentan cumplir efectivamente con esa obligación, hay que m e n ­cionar aquí a Amnistía Internacional (AI), y en particular las actividades que llevan a cabo los grupos locales de AI en numerosos países en pro de la liberación de prisioneros de conciencia del m u n d o entero. El principal método utilizado por estos grupos consiste en hacer presión sobre los gobiernos interesados mediante la publicidad, la intervención de otros gobiernos, las cartas o las llamadas telefónicas.

En cuanto a la lucha contra el apartheid en Suráfrica, se ha podido llevar a cabo también en el plano local mediante el boicot, en determina­dos países, a los bancos y las firmas que conti­núan haciendo negocios en Suráfrica, así c o m o mediante intervenciones en las reuniones de ac­cionistas, a fin de intentar que esas entidades cambien de política. Se han realizado también campañas en muchas universidades para hacer presión sobre los organismos económicos que

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participan en las juntas directivas de centros de enseñanza superior y conseguir que no inviertan fondos en firmas que hacen negocios con Suráfri-ca. Se trata sobre todo, en estos casos, de las in­versiones en fondos de dotación.

Otra forma de actividad en pro de los dere­chos humanos en el plano local es la labor enca­minada a proporcionar un nuevo hogar a los re­fugiados que huyen de la opresión política, de la guerra o de la pobreza. Esto significa, por regla general, ayudar a inmigrantes que disponen de la correspondiente autorización a instalarse en co­munidades locales; en Estados Unidos, sin e m ­bargo, el movimiento «Asilo» se encarga de aco­ger y proteger actualmente a refugiados que vienen de El Salvador y que se encuentran en una situación ilegal pero que, según el movimiento, se exponen a sanciones e inclusive a la muerte, si tuvieran que volver a su país. Desde 1981, más de 200 congregaciones religiosas han decidido conceder ellas mismas el derecho de asilo. El m o ­vimiento afirma contar actualmente con más de 50.000 miembros. Los participantes afirman que el movimiento «Asilo» está actuando de m o d o legal, de acuerdo con lo dispuesto en la Ley de Refugiados (Refugee Act) de 1980, en la que se declara que ha de concederse asilo a los que su­fren persecuciones o «tienen motivos de peso pa­ra temer ser perseguidos en sus propios países». Consideran que son fieles así a una tradición na­cional, c o m o la que representaba por ejemplo la organización del «Sendero Clandestino» que ayudaba a los esclavos que rompían sus cadenas y huían durante la Guerra Civil. Hacen observar que, ya en aquella época, se acusaba y encarcela­ba a los que contribuían a que otros hombres in­tentaran escapar de la opresión.

Otro tipo de intervención local en pro de los derechos humanos es la que se ha realizado en el marco de la campaña I N F A C T , en Europa Occi­dental y en América del Norte, contra la firma Nestlé y sus métodos de comercialización de ali­mentos para niños lactantes en el Tercer M u n d o . Las actividades de I N F A C T comprendieron boi­cots en el plano local de los productos Nestlé, campañas de retirada de fondos y esfuerzos en los planos nacional e internacional con miras a la elaboración de normas de comercialización de alimentos para niños lactantes en el Tercer M u n ­do. Esta intervención desembocó en la aproba­ción de normas recomendadas por la Asamblea de la Organización Mundial de la Salud. El único voto en contra en la Asamblea fue el del repre­

sentante de Estados Unidos. Y se consiguió así, finalmente, que la firma Nestlé aprobara las nor­mas de la O M S .

Intervención en el plano de las autoridades locales sobre problemas relacionados con la política exterior de los estados

Tal vez la m á s seria impugnación de los procedi­mientos tradicionales de formulación de la «polí­tica exterioD> haya consistido en los esfuerzos ca­da vez mayores que han efectuado algunos grupos para obligar a las autoridades locales a discutir y tomar posición sobre los problemas in­ternacionales y a someter los asuntos de política exterior a los electores en consultas locales. Se ha intentado, por ejemplo, que las juntas municipa­les hagan declaraciones o tomen decisiones sobre problemas internacionales c o m o la lucha contra el apartheid, la congelación del desarrollo de las armas nucleares, la creación de zonas desnuclea-rizadas, la prohibición de las pruebas nucleares, el derecho de asilo y los planes de reconversión de la producción militar en producción civil. En las campañas contra el apartheid en el plano lo­cal se ha intentado conseguir ante todo que los fondos municipales -en particular para pensio­nes- no sean invertidos en firmas que realizan a su vez inversiones en Suráfrica. El Comité A m e ­ricano para Africa (American Committee on Afri­ca) declaró que 54 municipios habían tomado ya la decisión de retirar inversiones de ese tipo en 1986. Se considera también que las discusiones sobre el apartheid en las juntas municipales, así como las declaraciones de ciudadanos ante di­chas juntas, favorecen considerablemente las po­sibilidades de educación sobre el apartheid en el plano local (Love, 1985).

El C N D (Campaña en pro del Desarme N u ­clear) ha iniciado en Gran Bretaña un movimien­to de «zonas desnuclearizadas» en el plano muni­cipal; 150 «consejos locales» han aprobado ya la propuesta, lo que representa más del 60 % de la población. Según The New Abolitionist (Movi­miento Antinuclear Americano, Baltimore, Mary­land), se han creado ya 2.003 zonas desnucleari­zadas en comunidades de 16 países: República Federal de Alemania (95), Argentina (1), Austra­lia (92), Bélgica (281), Canadá (62), Dinamarca (8), España (350), Estados Unidos (132), Grecia (1), Irlanda (117), Italia (53), Japón (385), Nueva

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Zelanda (98), Noruega (106), Países Bajos (71) y Reino Unido (151).

En Europa ha surgido un movimiento enca­minado a la formulación, en los ayuntamientos, de políticas de cooperación para el desarrollo, que se ha manifestado por ejemplo en la confe­rencia organizada en Florencia, en octubre de 1983, por la Unión Internacional de Autoridades Locales, la Federación Mundial de Ciudades Unidas y la Unesco. Se dio particular importan­cia a las actividades encaminadas a «hermanar» ciudades de Europa y ciudades del Tercer M u n ­do, así como a la sensibilización de la población local hacia los problemas del Tercer M u n d o . Se­gún el informe sobre la conferencia: «El interés cada vez mayor por estos problemas, así como el deseo que han manifestado los habitantes de de­terminadas localidades de contribuir de algún m o d o ellos mismos a su solución, ha obligado en muchos casos a los ayuntamientos a enfrentarse con estas cuestiones. El problema de la coopera­ción para el desarrollo aparece cada vez más fre­cuentemente en el orden del día de las discusio­nes de los ayuntamientos» (IFDA Dossier, marzo/ abril de 1984, 27).

En el informe sobre la conferencia figuran ejemplos de políticas de cooperación con el Ter­cer M u n d o en el plano municipal en algunos paí­ses del norte de Europa. En Bélgica, se está lle­vando a cabo una campaña para que se nombre en cada municipio a un concejal encargado de la cooperación para el desarrollo. En Brujas, el con­cejal para el desarrollo participa en las activi­dades de un comité para el Tercer M u n d o de 15 miembros, compuesto por todas las organiza­ciones que se ocupan de la cooperación para el desarrollo en Brujas. Este Comité está encargado del asesoramiento del ayuntamiento de Brujas en todo lo relativo a la cooperación para el desarro­llo, lleva a cabo actividades de sensibilización de la población de Brujas y se encarga también de la coordinación de las iniciativas de las diversas or­ganizaciones locales que participan en activida­des relacionadas con el Tercer M u n d o . En los Países Bajos, el municipio de Leiden decidió en 1979 dedicar 10.000 florines por año a activida­des de información sobre la evolución de la situa­ción en el Tercer M u n d o . En Tilburg, el alcalde y los concejales elaboraron también en 1979 un proyecto de «dictamen» sobre los «asuntos exte­riores» en el que se examinaban las formas en que pueden las autoridades municipales contri­buir al fomento, en la población local, de una

conciencia del carácter desigual de las relaciones entre países industriales - c o m o los Países Bajos-y países del Tercer M u n d o . Se llegó así a la crea­ción de una Junta Consultiva en junio de 1980, compuesta por miembros del ayuntamiento y re­presentantes de organizaciones de la comunidad. Se estableció pues un inventario de las organiza­ciones locales que participaban en actividades de cooperación para el desarrollo, y se decidió que convenía que se llevara a cabo una labor de edu­cación sobre el desarrollo desde estos dos puntos de vista: 1) la situación en el Tercer M u n d o y 2) la situación en los Países Bajos (la de los trabaja­dores de la industria textil, por ejemplo). Se deci­dió también la creación de un fondo para educa­ción local y programas directamente relacionados con determinadas situaciones en el Tercer M u n ­do. El ayuntamiento aporta a dicho fondo una contribución anual de 50.000 florines.

Conclusión

En nuestro intento de comprensión del nuevo ti­po de vinculación que se ha establecido entre los planos local y mundial hemos utilizado primero (primer tema) los estudios que muestran cómo la producción transnacional y la Nueva División Internacional del Trabajo transforman el tipo de relación entre las ciudades, las zonas rurales, las familias y en particular las mujeres, y el resto del m u n d o . H e m o s visto después (segundo tema) có­m o , en los países industrializados, los ciudada­nos elaboran en el plano local estrategias para controlar -en ese nivel- políticas que suponen una intervención en problemas mundiales como la producción y ubicación de armas, los derechos humanos y la pobreza. Al hacerlo, estos ciudada­nos impugnan una tradición que autoriza a las autoridades estatales a dirigir por su cuenta di­chas políticas en nombre de los «intereses nacio­nales» tal y como se definen dichos intereses en los centros del poder. Al abordar el primer tema, he criticado una tendencia que se manifiesta en los estudios analizados, que suelen ocuparse pre­ferentemente de la incidencia que tienen en el plano local las fuerzas económicas mundiales, y pasan por alto, al mismo tiempo, las consecuen­cias de las reacciones de los ciudadanos en ese mismo nivel local. Claro está que otros autores han aportado contribuciones a la comprensión de los movimientos populares del Tercer M u n d o que están reaccionando ante su nueva situación

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en el marco de la economía mundial. Para nues­tro segundo tema, hemos utilizado sobre todo al­gunos elementos de información sobre movi­mientos con una base local. Los problemas que abordan estos movimientos suelen adscribirse tradicionalmente a la esfera de las relaciones in­ternacionales y de la política exterior. C o m o los especialistas que se ocupan de estos campos han centrado sus análisis en las políticas y activida­des de los representantes oficiales de los estados en los modelos teóricos que presentan se suele hacer caso omiso de estas iniciativas locales.

N o cabe duda de que la división tradicional del trabajo entre los investigadores que se ocu­pan de fenómenos locales y los que estudian fe­nómenos internacionales y mundiales está impi­diendo que los especialistas en ciencias sociales proporcionen conocimientos que puedan ayudar a los ciudadanos a enfrentarse con todo lo que, en los acontecimientos de su vida diaria, se refie­re a un plano mundial, ya que no proporcionan conocimientos que permitan poner de manifiesto los vínculos que les unen al m u n d o entero, no de­finen debidamente los problemas relacionados con esos vínculos y son incapaces de percibir la importancia potencial de los movimientos y las instituciones que pueden permitir a los ciudada­nos enfrentarse, en el plano local, con estos pro­blemas. Pero, pese a la existencia de una educa­ción y una socialización fundadas en un sistema de «compartimientos estancos», son cada vez más numerosos los ciudadanos que, al intentar resolver problemas que irrumpen en sus vidas diarias, han sido capaces de liberarse a sí mis­m o s . Esta situación entraña lecciones importan­tes para los especialistas en ciencias sociales. Tal vez necesitemos establecer relaciones m á s estre­chas con personas que viven en las mismas co­munidades que nosotros y que participan activa­mente en organizaciones y movimientos locales dedicados a problemas mundiales. Tal vez pue­dan ayudarnos a ser observadores m á s perspica­ces de un m u n d o que empieza en las puertas de nuestras casas.

Pero hay también investigadores que desean aumentar su propia competencia para poder así proporcionar conocimientos útiles a los ciudada­nos que intentan enfrentarse con esas incidencias de la situación mundial en su vida diaria: tal vez estos investigadores sientan el deseo de someter a un nuevo examen su labor de investigación y sus métodos de enseñanza, teniendo en cuenta para ello los nuevos planteamientos de sus cole­

gas que trabajan en determinadas situaciones en el Tercer M u n d o . Particularmente estimulantes al respecto son los intentos encaminados a hacer que disminuya la gran distancia que existe ac­tualmente entre la investigación y la participa­ción; Anisur R a h m a , por ejemplo, afirma que la participación es una mezcla de investigación, re­flexión (análisis), elaboración de decisiones y aplicación de dichas decisiones. N o menos esti­mulante es la conclusión a la que llega Mamali: « N o puede haber una distribución justa del cono­cimiento social sin democratización de su proce­so de producción» (Mamali, 1979, 13-14). LaBel-le, por su parte, hace resaltar la importancia de la necesaria vinculación entre los programas edu­cativos y la aplicación que hacen los hombres de esos conocimientos en sus vidas diarias (LaBelle, 1976). ¿Qué conclusiones hay que sacar realmen­te de este tipo de planteamiento? ¿Puede haber un desasrrollo en función del pueblo, y no en fun­ción de la producción, sin las correspondientes modificaciones en la investigación y en la ense­ñanza, tanto en los medios industrializados como en los del Tercer M u n d o ? Habida cuenta de las normas que rigen la conducta y la vida universi­taria en los medios en los que trabajan la mayo­ría de los,investigadores y docentes especializa­dos en ciencias sociales, ¿se atreverán éstos a abordar seriamente tales problemas? El movi­miento Lokayan, en la India, nos proporciona un ejemplo de lo que puede ser un intento de esta­blecer vínculos entre la investigación y la acción, gracias a una relación directa entre investigado­res y grupos militantes. Según D . L . Shelh, Loka­yan «intenta modificar el modelo que rige actual­mente los estudios sociales en la India, intenta transformar la producción de nuevos conoci­mientos sociales, así como su utilización, para que se relacionen más estrechamente con los pro­blemas relativos a la intervención y la transfor­mación social». Este tipo de iniciativa supone un encuentro entre los principales animadores de grupos militantes e «intelectuales, periodistas y hasta, a ser posible, miembros de servicios oficia­les interesados» (Sheth, 1983, 11).

Tenemos que tratar también de comprender las relaciones virtuales que hay entre los que par­ticipan en estos dos tipos de vinculación con el resto del m u n d o en el plano local (los dos temas que hemos estudiado); esto es, tanto la actividad de los que reaccionan ante la incidencia cada vez mayor de las fuerzas económicas mundiales, co­m o la de los que reaccionan frente a las inciden-

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cias locales de las «políticas exteriores» de los es­tados. Hay desde luego puntos de contacto entre ambos temas, en lo que se refiere a problemas co­m o la justicia social y los derechos humanos; aun cuando los militantes de medios acomodados, atentos a los problemas de «política exterior», tiendan a ocuparse m á s activamente de la situa­ción de poblaciones remotas que de la de sus ve­cinos más desamparados. El empleo, por ejem­plo, es una preocupación común de ambos secto­res; si bien los militantes interesados por la «polí­tica exterior» suelen ver sobre todo en la creación de empleos mediante la reconversión de la pro­ducción militar en producción civil un medio de lucha contra la violencia, mientras que los que se interesan ante todo por las consecuencias del sis­tema económico mundial consideran al empleo c o m o el objetivo final. Hay empero un cierto gra­do de convergencia entre ambos sectores, c o m o lo muestra el movimiento de educación sobre el desarrollo, que se ha desarrollado a partir de so­luciones anteriores del tipo «ayuda al extranje­ro». Todo esto conduce ya a una comprensión de las semejanzas -y de la interdependencia- entre las situaciones de los dos tipos de Tercer M u n d o : uno en Africa, Asia y América latina, y el otro en la periferia de las ciudades industrializadas.

¿Hasta dónde pueden llegar los intentos cada vez más numerosos que realizan los ciudadanos en el plano local para poner en práctica su com­prensión cada vez m á s honda de sus relaciones con el resto del m u n d o ? Refiriéndose a la expe­riencia del movimiento Lokayan en la India, D . L . Sheth considera que se asiste a la gestación de un nuevo tipo de actividad política que tras­pasa las fronteras regionales, lingüísticas, cultu­rales y nacionales. U n a actividad que abarca los movimientos pacifistas y antinucleares, ecologis­tas, feministas, y en pro de la autodeterminación de grupos culturales, minorías y tribus, así c o m o el movimiento que defiende las culturas, los sa­beres y técnicas y las lenguas no occidentales. Punto de vista éste que se asemeja mucho al de dos autores que participan en este número de la revista, los economistas suecos Friberg y Hettne, a juicio de los cuales estamos asistiendo al naci­miento de un movimiento mundial «Verde» que representa una alternativa frente a las soluciones «Azules» (el mercado, el liberalismo, el capitalis­m o ) y «Rojas» (el Estado, el socialismo, la plani­ficación). Desde este punto de vista «Verde», con­sideran que «el ser humano o las pequjñas comunidades de seres humanos son los actores so­

ciales esenciales» (Friberg y Hettne, 1982, 23). Sheth declara por último que necesitamos un

nuevo tipo de movimiento político que «no sea prisionero de la lógica estrecha de los que inten­tan únicamente apoderarse del poder estatal». Y concluye que lo importante es establecer: «una dialéctica entre la práctica microsocial y la teoría macrosocial que dé vida a la nueva política del futuro ... En resumen, lo que necesitan ante todo estos grupos y movimientos es una concepción global, y sólo podrán conseguirla mediante una asociación cada vez m á s estrecha entre militantes e intelectuales en el proceso de transformación social» (Sheth, 1983, 23).

Rahnema (autor que ha aportado también una contribución a este número de la revista) ha­ce resaltar la aparición de redes no formales que permiten no sólo establecer relaciones «entre los movimientos de la base en el Sur, sino también crear nuevas formas de acción mancomunada en­tre dichos movimientos y los que actúan en el Norte» (Rahnema, 1986, 43). Y concluye, por úl­timo: «En resumen, tenemos que inventar nue­vos métodos y nuevos instrumentos que permi­tan, ante todo, dar a los distintos grupos la posibilidad de informarse, de comprender mejor lo que son los otros grupos y culturas, definidos por los distintos sistemas que permiten mantener su existencia; esto es, ser capaces de apreciar las diferencias y aprovechar sus enseñanzas. A este respecto, sólo una red de individuos y grupos ex­tremadamente descentralizada, no burocrática, e intercultural en vez de internacional, puede ser capaz de satisfacer estas necesidades» (Rahnema, 1986, 44).

Pese al carácter sumamente estimulante de estas reflexiones sobre la fuerza potencial de es­tas redes de base capaces de traspasar las fronte­ras nacionales, podemos tener buenos motivos de ser un tanto escépticos en cuanto a su capacidad de no dejarse dominar por las estrategias de «paz» y «desarrollo» de las macroinstituciones, ya sean éstas estados u organizaciones intergu-bernametnales, organizaciones no gubernamen­tales o empresas transnacionales. Majid Rahne­m a es consciente del problema, puesto que afirma que «el porvenir de todo proceso de desa­rrollo genuino ... depende más que nunca de la actitud que decidan tomar los gobiernos y las or­ganizaciones intergubernamentales hacia las ini­ciativas básicas», y observa por último que tie­nen éstas «muy escasas probabilidades de supervivencia a corto plazo» si los que tienen el

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poder deciden que esas iniciativas representan «un peligro para ellos, por razones políticas o de otra índole». Pero este autor pone también de re­lieve «situaciones dramáticas» en las que «la de­cisión, tomada por gobiernos aparentemente po­derosos, de responder con la violencia a iniciativas que gozaban de un fuerte apoyo popular, ha de­sembocado únicamente en enfrentamientos aún m á s violentos que han llevado a alzamientos re­volucionarios» (Rahnema, 1984, 50). Pero Rah-n e m a , por otra parte, ve también claramente los resultados provechosos, tanto para las autorida­des c o m o para los movimientos de base, que pue­den resultar de la comprensión, por parte de los gobiernos, de la importancia de las iniciativas populares, y de la capacidad de dichos gobiernos de establecer con los movimientos un proceso de aprendizaje y acción recíproca.

Y señala por último que «si logra establecer en su relación con esas comunidades un proceso de aprendizaje recíproco, un gobierno puede obtener enseñanzas sumamente provechosas en lo refe­rente a la dinámica de un proceso de desarrollo auténticamente popular y participativo» (Rahne­m a , 1984,51).

Digamos, a m o d o de conclusión, que tanto los funcionarios nacionales e internacionales c o m o

los universitarios que puedan tender a subesti­m a r la capacidad de comprensión de los ciudada­nos en lo referente a las relaciones fundamentales entre los planos local y mundial, pueden reflexio­nar provechosamente sobre el siguiente comenta­rio, hecho por una trabajadora de Jamaica que sólo ha recibido una educación primaria, y que describe la incapacidad del director de su fábrica ante la situación de Jamaica en el comercio inter­nacional: «Faltan envases desde hace dos sema­nas. El Sr. James (el director) no ha sabido llenar correctamente los formularios para obtener divi­sas para comprar el material. Viene de Canadá. Ahora el representante del F M I lo verifica todo, ¿sabe?, o sea que hay que tener cuidado. Necesi­tamos ese material, la producción no puede con­tinuar, y los que lo pagan son los obreros. El Sr. James no sabe lo que hace. Le hemos pregunta­do: ¿dónde está el material?, y ha dicho que iba a llegar. Pero sabemos que se ha metido en un lío. E n Jamaica ya no hay dinero. Cada fábrica tiene que esperar su turno para obtener divisas. M e he enterado de que los envases están en un muelle de Toronto, en espera de que se les envíe aquí» (S. Lynn Bolles, 1983, 155).

Traducido del inglés

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Movilización local y política del sistema mundial

Mats Friberg y Björn Hettne

Introducción: superación del paradigma representado por el «estado central»

Hay una contradicción entre el paradigma do­minante de las relaciones internacionales y la na­ciente ideología inherente a los nuevos movi ­mientos sociales: la contradicción entre lo nacio­nal y lo transnacional. Con la palabra «transnacio­nal» se da a entender aquí que nos encontramos ante algo que va más allá del esta­do-nación y del sistema de estados nacionales, mientras que la palabra «internacio­nal» se utiliza para referirse a actividades llevadas a cabo entre estados-nación que cooperan entre ellos.

La cooperación interna­cional (o más bien, intergu­bernamental) se realiza en función de intereses nacio­nales. Se trata únicamente de una extensión de lo nacio­nal; buena prueba de ello nos la da el sistema de las Naciones Unidas, donde lo característico es el conflicto entre los diversos intereses nacionales. Pero lo transnacional rebasa los limites de lo na­cional.

Esta superación supone también una contra­dicción, c o m o puede comprobarse con las dificul­tades cada vez mayores con que se enfrentan los estados-nación que quieren llevar a cabo progra­mas nacionales de política económica en el marco de una economía mundial «interdependiente». D e ahí que muchos estados-nación estén viviendo

Björn Hettne es profesor de Investigaciones sobre la Paz y Director del Departamento de Estudios sobre la Paz y el Desarrollo de la Universidad de Göteborg. Entre sus publica­ciones figuran estudios sobre la teoría del de­sarrollo y las relaciones entre paz y desarro­llo. Se ocupa actualmente de la coordinación del Proyecto sobre Perspectivas de Europa en la Universidad de las Naciones Unidas. Mals Friberg es profesor adjunto de Investi­gaciones sobre la Paz en la Universidad de Göteborg. H a publicado estudios sobre la teoría de la paz, los nuevos movimientos so­ciales y las alternativas de desarrollo en los países nórdicos.

como una crisis la transformación actual de la es­tructura de la economía mundial.

Sin embargo, «crisis» significa también nue­vas posibilidades y oportunidades para persona­jes que se encuentran así menos sujetos a las tra­bas que impone el marco nacional. Entre los acto­res sociales de este tipo sobresalen, claro está, las empresas transnacionales. En este artículo, sin embargo, nos ocuparemos sobre todo de los nue­vos movimientos sociales y de sus repercusiones

en las relaciones internaciona­les.

Es acaso posible que la transfomración a nivel m a ­crosocial (nacional y m u n ­dial) sea el resultado de mi-croprocesos, de movimientos sociales organizados en fun­ción de problemas m u y di­versos y que suelen ser ade­más locales? Creemos que la respuesta ha de ser afirmati­va, y ello por varias razones.

Importa comprender, en primer lugar, que las dis­

tinciones tradicionales que suelen establecer los especialistas de las ciencias sociales entre va­rios niveles (micro, intermedio, macro; o local, nacional, internacional) son sólo simplificaciones analíticas, abstracciones que no reflejan de m o d o exacto los verdaderos procesos sociales. Entra­ñan, pues, deformaciones que nos llevan a subes­timar el efecto acumulativo de fenómenos disper­sos y localizados.

En segundo lugar, hay una interacción dinámi­ca entre el macrosistema funcional y el microsis-tema territorial. La aparición de movimientos po-

RICS 117/Set. 1988

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Estudiante precoz y actor del sistema mundial: «El navegante en casa», sobre 1560. Roger-Vioiiet.

economía esencialmente agraria. Desde esa épo­ca, esta economía ha llevado a cabo la integración de un número cada vez mayor de sociedades que eran antes relativamente aisladas y autosuficien-tes en un sistema complejo de relaciones funcio­nales3. Dicha expansión se plasmó en la existencia de un pequeño número de estados-metrópolis que han transformado en zonas periféricas lo que era antes una enorme región exterior. Entre estos es­tados-metrópolis y la periferia encontramos unas semiperiferias que desempeñan un papel decisivo en el funcionamiento del sistema.

N o existe, en rigor, una teoría del sistema mundial. Se trata m á s bien de un planteamiento global, de un proyecto teórico o de un intento de reconstrucción de una ciencia social histórica libe­rada de toda una serie de deformaciones que han paralizado tanto la historia c o m o las ciencias so­ciales durante los dos últimos decenios: evolucio­nismo, reduccionismo, eurocentrismo, estado-centrismo o excesiva especialización. C o m o algu­nas de estas deformaciones son también las de la teoría marxista, el modelo del sistema mundial está siendo atacado tanto desde la derecha c o m o

desde la izquierda. A decir verdad, pueden encon­trarse también restos de estas deformaciones en el propio modelo del sistema mundial.

H a de verse pues en el modelo del sistema mundial un proyecto4, con el que se intentan co­rregir los defectos señalados anteriormente. Se trata sólo de un inicio, no de una obra ya acabada, que podríamos rechazar considerándola c o m o una concepción falsa m á s . Participan en el pro­yecto todos los que comparten una postura crítica ante las ciencias sociales tradicionales, así c o m o determinados supuestos teóricos fundamentales sobre lo que ha de ser un modelo distinto, aun cuando su concepto de lo que será el resultado final -esto es, la nueva ciencia social histórica-pueda no ser idéntico. Se trata, pues, de un pro­yecto colectivo, del que Wallerstein es sencilla­mente su defensor m á s prolífico. A u n cuando se pudiera mostrar que este autor está fundamental­mente equivocado, el proyecto c o m o tal seguiría existiendo, por la sencilla razón de que correspon­de a una necesidad. La ciencia social elaborada a partir del supuesto erróneo de que hay una espe­cie de historia natural de los estados-nación está

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condenada al fracaso, por lo que tenemos que bus­car otra solución.

Aun así, existe desde luego el riesgo de que los teóricos del sistema mundial no den la debida im­portancia a las dimensiones culturales, a la in­fluencia de los actores políticos y al efecto c u m u ­lativo de los movimientos políticos que actúan en el plano local. Conviene, pues, que se tengan en cuenta las consecuencias culturales de los cam­bios de ubicación geográfica de determinados centros, así c o m o la capacidad de movilización potencial de sistemas culturales en los que los va­lores y las instituciones occidentales sólo han pe­netrado parcialmente. Y , además, no hay que ol­vidar que el porvenir del sistema mundial no pue­de emanar sencillamente de tendencias históricas o de algún tipo de lógica interna descubierta.

La concepción estructuralista y determinista del cambio social es incapaz de explicar la apari­ción de la sociedad tecnicoindustrial altamente desarrollada. La conciencia y la voluntad h u m a ­nas han desempeñado un papel decisivo en ese proceso. La sociedad no es sólo reproducción y adaptación; es también, como dice Alain Tourai-ne5, creación y autoproducción. La sociedad no es simplemente lo que es, sino lo que hace de sí mis­m a . Es el resultado de luchas entre actores con conceptos distintos del futuro deseable. La actual sociedad industrial es una utopía parcialmente realizada, en la que la consecución de algunos pro­yectos está en cierto m o d o separada de las situa­ciones concretas; puede que éste sea el caso, por ejemplo, de las inversiones en proyectos arriesga­dos c o m o los vuelos espaciales o las centrales nu­cleares. Lo que orienta el devenir de la corriente principal de las sociedades occidentales es una utopía, y ello en idéntico grado que todos los m o ­vimientos de oposición que han intentado cons­truir comunidades utópicas en toda la historia oc­cidental. La única diferencia consiste en que la «utopía principal» dispone de un algo del que las otras carecen: el poder.

Puede considerarse también que las teorías del sistema mundial dan una importancia exagerada a la dinámica mundial con respecto a la dinámica local. Hay diversos movimientos sociales -los «nuevos movimientos políticos», c o m o se les lla­m a a veces- que tienden también, en el plano lo­cal, a traspasar los límites del estado-nación y contribuyen así a transformar las condiciones mismas de funcionamiento del sistema mundial.

Marc Nerfin ha propuesto un marco teórico útil para la elaboración de categorías de los diver­

sos tipos de actores políticos en el proceso de de­sarrollo, asociando los «nuevos movimientos po­líticos» a lo que llama el Tercer Sistema. Podría­mos , pues, decir que los nuevos movimientos políticos son la «Política del Tercer Sistema»6.

El concepto de Tercer Sistema ha sido utiliza­do tanto por el World Policy Institute como por la Fundación Internacional para Alternativas de Desarrollo (FIAD), de manera ligeramente distin­ta. Los investigadores de ambos centros contem­plan el Tercer Sistema c o m o un sistema de poder en el que se manifiesta la acción de individuos o de grupos a través de instituciones y asociaciones voluntarias. Es el principal portador de concep­ciones y valores nuevos y, por ende, el principal agente de transformación social. El Primer Siste­m a es el del poder constituido por las estructuras de gobierno de los estados, es decir, el sistema es­tatal. Sin embargo, para la F I A D el Segundo Siste­m a está asociado al poder económico, al mercado y a las fuerzas que en él actúan, c o m o las compa­ñías y los bancos. Para el World Policy Institute dichos actores económicos han de incluirse en el Primer Sistema, mientras que las organizaciones intergubernamentales -las Naciones Unidas, por ejemplo- forman parte del Segundo Sistema. E n la terminología de la F I A D , las organizaciones in­ternacionales (intergubernamentales) forman par­te del Primer Sistema7.

Puesto que el sistema intergubernamental es una manifestación de la lógica de los estados-nación, preferimos utilizar aquí la terminología de la F I A D propuesta por Nerfín, lo que nos per­mite distinguir además y de m o d o más claro entre el poder económico (las empresas transnaciona­les) y el poder político (los estados), representan­do desde este punto de vista el poder popular un tercer tipo de poder, fundado en la conciencia, la organización y la acción. Por consiguiente, po­dríamos hablar, para simplificar, de tres actores principales: el Principe (el Primer Sistema), el Mercader (el Segundo Sistema) y el Ciudadano (el Tercer Sistema). D e ese m o d o , los ciudadanos, cuando no buscan el poder gubernamental o eco­nómico, constituyen el Tercer Sistema.

¿Qué es lo que busca entonces el Ciudadano? ¿Cuál es la esencia de la Política del Tercer Siste­ma? Se trata fundamentalmente de una defensa del poder autónomo, originalmente en manos del pueblo, frente a las intrusiones tanto del Primer como del Segundo Sistema (del Príncipe y del Mercader). Históricamente, esas intrusiones han estado asociadas con la formación de los estados y

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el desarrollo del capitalismo. E n este proceso se ha llegado a veces a un compromiso entre los intere­ses del Príncipe, los del Mercader y los del Ciuda­dano, pese a los numerosos conflictos objetivos que hayan podido surgir. H o y en día, sin embar­go, el Príncipe y el Mercader han alcanzado di­mensiones monstruosas y su poder transnacional, económico y militar, representa una amenaza pa­ra la existencia m i s m a del Ciudadano. Esta a m e ­naza comprende también la de la exterminación mediante la guerra nuclear. N o cabe extrañarse por lo tanto de que surjan conflictos entre los di­versos proyectos socialmente incompatibles di­manantes de cada uno de los tres sistemas, parti­cularmente en lo que atañe al desarrollo, la paz y al medio ambiente.

Cabe hacer al respecto una observación parti­cularmente importante: los actores del Segundo y Tercer Sistema, en su intento de realizar sus res­pectivos proyectos, están traspasando los límites del estado-nación; el Tercer Sistema, en particu­lar, actúa en el plano mundial, a través de los m o ­vimientos ecológicos y pacifistas. Los nuevos ti­pos de violación de las legislaciones nacionales que llevan a cabo los militantes de estos movi­mientos se han convertido ya en noticia de prime­ra plana de los periódicos. La represión de dichas violaciones, que son producto de una conciencia transnacional o. mundial, van a ser cada vez m á s difíciles de justificar, lo que quiere decir que hay un sector cada vez mayor de la población que las considera ilegítimas.

Elementos de un modelo no determinista

En las concepciones del desarrollo, la corriente principal es de tipo determinista: «La marcha progresiva de la civilización sigue un curso natu­ral e inevitable, dimanante de la ley de la organi­zación humana» (A. Comte) . H a y una concepción enteramente opuesta a ésta, que ve en el futuro algo fundamentalmente abierto. Pero el volunta­rismo es a decir verdad algo tan problemático co­m o el determinismo. E n este capítulo intentare­m o s contribuir a una síntesis de ambas posicio­nes.

El pensamiento utópico es desde luego impor­tante, aunque necesitemos también un utopismo realista, esto es, un utopismo que proponga solu­ciones fundadas en el análisis crítico de la impor­tancia relativa de las diversas fuerzas que se opo­

nen al sistema. N o pretendemos que haya que pa­sar bruscamente del determinismo al voluntarismo m á s absoluto. Ver sólo actores, haciendo caso omiso del sistema, es estar tan equivocado c o m o los que ven sólo sistemas sin actores. Tenemos , pues, que trabajar partiendo del supuesto de que nos encontramos ante actores que actúan en un sistema. Si esos actores no gozan de una libertad absoluta para hacer todo lo que desean, tampoco están enteramente sometidos a las leyes del siste­m a . El modelo del sistema mundial es desde luego un buen punto de partida, pero nuestro análisis tiene una orientación m á s voluntarista.

Durante los cuatro o cinco últimos siglos, el m u n d o occidental ha experimentado fenómenos c o m o la expansión geográfica y demográfica, el desarrollo de las relaciones comerciales y el incre­mento de los ingresos monetarios, el aumento de las dimensiones de las empresas productivas, el crecimiento de las ciudades, la expansión de la burocracia central y del poder estatal, así c o m o de la ciencia y de la enseñanza superior, el crecimien­to de la megatécnica. etc. En ese m u n d o hemos asistido al mismo tiempo al ocaso y a la ruina de un orden social y tecnológico fundado en las co­munidades locales y en las grandes unidades fami­liares, en la economía de autoabastecimiento y en la ayuda mutua, en las biotecnologías y técnicas de usos múltiples, los saberes tradicionales y la re­ligión.

A partir de estos datos podría elaborarse un modelo dualista o dialéctico del cambio social, con los siguientes elementos: la existencia de un sistema/orden dominante durante una época de­terminada; uno o varios contrasistemas/órdenes que se oponen al sistema dominante; el postulado según el cual la expansión o contracción del siste­ma/orden dominante es el resultado de una lucha continua entre actores instalados en los distintos sistemas/órdenes; el postulado según el cual los sistemas/órdenes sociales son también producto de la actividad humana , resultado de concepcio­nes, normas rectoras y utopías de los actores y movimientos innovadores, elaborados y modifi­cados a su vez por las generaciones ulteriores.

Nunca hubo un orden social global que deter­minara todas las actividades sociales, sin excep­ción. Siempre hay grietas en el edificio del orden dominante por donde consiguen infiltrarse otros tipos de racionalidad. El estado normal al respec­to es un equilibrio m á s o menos frágil entre órde­nes que se encuentran en un estado de oposición dialéctica. En toda organización formal hay tam-

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bien una red no formal que funciona en cierto m o ­do c o m o un mecanismo de defensa frente a las exigencias del sistema formal.

Es la existencia de distintos órdenes, y su opo­sición, lo que hace que los hombres dispongan de alternativas. El cambio social no es, por tanto, ni un simple proceso de reproducción del sistema es­tablecido ni un estado provisional de transición de un sistema a otro. Es más bien una ruptura del equilibrio entre un orden dominante y su contra­rio.

En último término, los órdenes sociales son también producto de la actividad humana , resul­tado de proyectos sociales. Las grandes innova­ciones en los sistemas suelen acontecer a lo largo de períodos de breve duración impulsadas por unas pocas élites creadoras c o m o respuesta a los grandes retos o a las crisis del antiguo orden esta­blecido8. La crisis es campo abonado donde pue­den brotar nuevos tipos de racionalidad. A fin de cuentas, los hombres tienen que elegir, lo que a su vez implica una lucha entre actores que cuestio­nan de manera distinta uno u otro de los dos órde­nes. Este modelo del cambio social hace que pue­da sortearse tanto el escollo del evolucionismo-determinismo c o m o el de la utopía voluntarista9.

La economía mundial capitalista ha sido el sis­tema social dominante de la época moderna y, se­gún Wallerstein, seguirá siéndolo a lo largo de los próximos 50 a 200 años. Este es el tiempo que necesita la dinámica interna del sistema para al­canzar los límites de su expansión.

El proceso de penetración económica y social del sistema dista mucho de haber acabado. Hay todavía, en el plano mundial, una «contraecono­mía» en la que los hombres no trabajan esencial­mente por dinero y en la que los bienes y servicios no se consiguen con dinero, ni se financian con el impuesto. En el Tercer M u n d o , este sector es pro­bablemente crucial para la mayoría de la pobla­ción. Hasta en las zonas urbanas, la gente logra sobrevivir gracias a la producción de valores de consumo. La economía no formal es importante hasta en los países industrializados altamente de­sarrollados: su magnitud, medida en horas de tra­bajo, debe ser aproximadamente equivalente a la de la economía monetaria.

D e acuerdo con la teoría del sistema mundial, el m u n d o entero es capitalista y todos los países están integrados en el sistema. Se trata desde lue­go de una simplificación. Siguen reproduciéndose actualmente algunos elementos de los sistemas anteriores. Para algunas teorías recientes de inspi­

ración marxista, en la mayor parte de los países del m u n d o hay una articulación de dos modos de producción por lo menos -uno capitalista y otro no capitalista- y el m o d o de producción capitalis­ta ejerce una dominación cada vez mayor sobre el otro10. La idea de penetración capitalista, o de in­tensificación del capitalismo, supone la existencia de un contrasistema que es penetrado. Volvemos así al concepto de dualismo que introdujera la teoría hoy desacreditada de modernización.

El proyecto de sociedad moderna es un pro­yecto integrado que surgió de la totalidad de la cultura occidental al final de la Edad Media y que estaba íntimamente vinculado al humanismo uni­versalista del Renacimiento, a la ética protestante del trabajo, al movimiento científico, a la apari­ción de los estados absolutistas, a las revoluciones burguesas, etc. Fue fomentado por la nueva élite capitalista, por las burocracias estatales y por los científicos y tuvo que hacer frente a la resistencia de numerosos grupos y élites tradicionales. Los principales vehículos de la transformación han si­do el capitalismo, la burocracia estatal y \& univer­sidad, al actuar íntimamente relacionados uno con otras hasta constituir el orden dominante.

Estos tres elementos actúan de acuerdo con una lógica social que les es análoga. En el proyecto de sociedad moderna sólo hay un valor absoluto y es la dominación (indisolublemente unida a la ex­pansión, al crecimiento y al rendimiento). A este respecto, la lógica de la acumulación del capital, la de la expansión estatal y la del desarrollo cientí­fico coinciden. La sociedad moderna ha cobrado así todas las características inhumanas de una m á ­quina social. Estamos encerrados en una «jaula de acero» fabricada por nosotros mismos, afirma M a x Weber. Esta realidad es la traducción de una concepción determinada del m u n d o , la concep­ción mecanicista y cuyos primeros propagandis­tas fueron los precursores de la ciencia en los albo­res de la Edad Moderna" .

El proyecto de sociedad moderna fue iniciado por las élites en Europa Occidental para ser im­puesto después a las periferias internas y externas mediante la expansión del aparato estatal, la colo­nización, el comercio, las misiones, etc. Puede verse en la modernización un proceso transnacio­nal de penetración que incidió en el m u n d o entero a través de la expansión del sistema mundial capi­talista y de las instituciones que le son inherentes. Los centros «nacionales» de los países del Tercer M u n d o han quedado vinculados de m o d o m á s o menos estrecho al supercentro global del sistema

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y//////////// / /Soc iedad moderna/

/(socialista/

Sociedad no moderna (precapitalista)

/Sociedad m o d e r n a ' / ' (capitalista) '/////

1.500 2.000 2.500

Sociedad no moderna (precapitalista)

Sociedad no moderna (postcapitalista)

1.500 2.000 2.500

mundial moderno, convirtiéndose a su vez en los artífices de la construcción de los estados-nación y en los agentes de la modernización, y contribu­yendo a la extensión de las instituciones moder­nas en sus propias periferias.

El sistema capitalista, a nuestro entender, va a llegar al límite extremo de su expansión m u c h o antes de que hayan desaparecido de nuestro pla­neta todos los modos de producción no capitalis­ta, es decir, antes de que todos los productores hayan acabado por convertirse en proletarios. N o pueden suprimirse los modos de producción fa­miliares y comunitarios sin suprimir con ello la propia humanidad. El coste social -enajenación, dependencia, delincuencia y enfermedades m e n ­tales- sería sencillamente insoportable. N o deja de ser ya obvio que los estados modernos próspe­ros han dejado de ser capaces de enfrentarse con esos problemas sirviéndose sólo de los consabidos métodos burocráticos. En realidad, la economía capitalista es un parásito de la economía no capi­talista, ya que no paga el coste total de la repro­ducción de la fuerza de trabajo, c o m o tampoco paga la reproducción de los recursos naturales. En un sistema parásito de esa índole hay un límite

superior a la expansión. Del m i s m o m o d o que los parásitos del m u n d o natural detienen la expan­sión al eliminar la mayor parte de sus organismos huéspedes, la expansión de la economía mundial capitalista se detendrá m u c h o antes de que los modos de producción no capitalista hayan sido completamente eliminados. El proyecto de socie­dad moderna no logrará nunca realizarse hasta sus últimas consecuencias.

N o hay que creer que la expansión del sistema en la época moderna haya sido un proceso auto­mático, sino que es el resultado de una lucha entre las fuerzas modernizadoras y un movimiento con­tinuo de resistencia12. Hasta la fecha, los moder-nizadores, ya sean socialistas (rojos) o liberales (azules), han salido vencedores en la lucha, pero hoy en día resulta evidente que la resistencia es cada vez mayor, con lo que se abona el terreno para una estrategia alternativa (verde).

D e este m o d o nos encontramos ante dos cami­nos m u y diferentes y que llevan a un m u n d o post­capitalista:

El camino Rojo de la continuación del proceso de modernización. Se trata en este caso de llevar el proyecto moderno hasta sus consecuencias finales

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lógicas: un orden mundial socialista sometido a un gobierno mundial. En esta concepción, el pro­letariado podrá realizar dicho orden cuando la economía mundial capitalista haya alcanzado el límite máx imo de su expansión, esto es. cuando la modernización haya llegado a todos los rincones del planeta.

El camino Verde de la modernización. Se trata en este caso de abandonar gradualmente la econo­mía mundial capitalista moderna e iniciar la reali­zación de un nuevo proyecto de desarrollo, no moderno ni tampoco capitalista, a partir de los elementos «progresistas» de los órdenes sociales precapitalistas y de las innovaciones ulteriores13.

¿Cuáles son las condiciones sociales e históri­cas de un desarrollo Verde? ¿Qué tipo de actor y de movimiento social puede contribuir a la reali­zación de una estrategia Verde? ¿Cuál ha de ser su situación en el sistema mundial capitalista? Los elementos de la respuesta pueden deducirse de nuestro modelo, integrado ahora por los siguien­tes elementos esenciales:

-el dualismo socioeconómico entre institucio­nes modernas y no modernas;

- u n proyecto moderno (Rojo y Azul) cuyo ob­jetivo es la dominación/expansión/crecimiento/ rendimiento, proyecto legitimizado por un tipo de pensamiento evolucionista/determinista:

- u n proyecto Verde cuyo objetivo es la plena realización de los seres humanos, la creación de comunidades y un desarrollo aceptable;

-la incompatibilidad entre la modernización y el nuevo tipo de desarrollo.

Nuestra hipótesis principal es que la fuerza del movimiento Verde en el plano mundial emana de tres fuentes bastante diferentes.

En primer lugar, los tradicionalistas, los que se resisten a la modernización porque conocen un m o d o de vida no moderno y desean defenderlo. La penetración del m u n d o moderno, en forma de comercialización, es el principal motivo de su movilización. La fuerza de la resistencia se en­cuentra en este caso en algún tipo de contraposi­ción: civilizaciones y religiones no occidentales, viejas naciones y tribus, comunidades locales, grupos de parentesco, campesinos y productores independientes, economías no formales, cultura feminista, etc.

En segundo lugar, los marginados, que no con­siguen encontrar un sitio en el sector moderno. Están sometidos a un proceso fundamental que podríamos llamar marginado». Son individuos expulsados del sistema o que nunca han consegui­

do entrar en él. D e un m o d o u otro, están encade­nados a acogerse al sector no moderno. Pertene­cen a este grupo los desempleados, los trabajado­res temporeros, las mujeres, los jóvenes, los que no tienen el nivel educativo necesario, los enfer­m o s mentales, los impedidos y los trabajadores con ocupaciones mecánicas y despersonalizadas (por lo que se sienten marginados en un sentido psicológico).

Por último, los postmaterialistas, los que im­pugnan el proyecto moderno en la medida en que lo que buscan es la identidad propia. Los m i e m ­bros de este grupo disponen, además, de recursos y posibilidades que les permiten intentar realizar sus propios proyectos. Aunque el proceso de au-toemancipación esté situado, en parte, fuera del ámbito del análisis sociológico, está sin embargo íntimamente vinculado con las posibilidades que suministra la moderna sociedad de bienestar. En­contraremos, pues, en este grupo, a muchos vasta­gos de los miembros de la élite moderna. Son jó­venes, tienen un buen nivel educativo y adoptan valores no materiales. Suelen también preferir las actividades profesionales en las que las relaciones con los individuos son más importantes que las relaciones con las cosas.

Estos grupos están distribuidos de m o d o desi­gual en el centro y en las periferias mundiales. Se encuentra un número sumamente elevado de tra­dicionalistas en las periferias locales y mundiales, mientras que los marginados están en el nivel in­termedio, y los postmaterialistas cerca de los cen­tros.

La rebelión contra la modernidad

Tras esta definición de los actores y de las fuer­zas sociales que se oponen al «proyecto moder­no», vamos a evaluar las posibilidades de que se llegue a una relación más equilibrada en el plano de las civilizaciones. Las verdaderas fortalezas del «proyecto moderno» se encuentran en los aparatos estatales, puesto que los procesos de oc-cidentalización e introducción de relaciones de mercado se apoyan en estructuras estatales domi­nadas por las «élites modernas». Es, pues, impor­tante saber si el poder estatal, y el de la élite m o ­derna están disminuyendo y si. por ende, las comunidades locales -nuestro tercer nivel de análisis- vuelven a afirmar su autonomía.

En tanto que fundamento esencial del poder de las élites modernas en el Tercer M u n d o , el

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Movilización local y política del sistema mundial 369

mantenimiento del aparato estatal no sólo consu­m e numerosos recursos, sino que constituye, ade­más , el ruedo donde se lleva a cabo la lucha por el poder entre los distintos sectores de la élite moderna y el pretexto de la represión contra los que no forman parte de ella, es decir, el pueblo. Añádase a esto la existencia de una competición, con el consiguiente ambiente de desconfianza y de miedo, entre las distintas élites de países con fronteras comunes que desemboca en la dinámi­ca destructora del rearme y de los conflictos in­ternacionales.

La concepción occidental del m u n d o ha sido presentada c o m o la concepción del m u n d o y ha pretendido tener validez universal. Sus defenso­res afirmaron la inferioridad de todos los países colonizados o influidos por ella: inferioridad cul­tural, de religión o de raza. Sin embargo, las dos guerras mundiales, el proceso continuo de resis­tencia en las colonias y la asimilación gradual de la ciencia y la técnica occidental en los nuevos países independientes han acabado por socavar la hegemonía del m u n d o occidental. A partir de 1945, las potencias coloniales tuvieron que reti­rarse de Asia y de Africa. Algunos países no occi­dentales, c o m o Japón y China, han surgido c o m o actores en la escena mundial, gracias a soluciones y logros alcanzados por sus propias fuerzas.

Los países del Tercer M u n d o con verdaderas posibilidades de elegir soluciones indígenas, y no occidentales, para resolver sus problemas, son los que disponen de un patrimonio cultural impor­tante. Al fin y al cabo, los países occidentalizados no representan m á s de la cuarta parte de la po­blación del planeta. En la mayoría de los países del Tercer M u n d o , la élite moderna occidentali-zada representa un sector poco numeroso de la población y su control sobre el resto del país es poco menos que precario, particularmente du­rante los períodos de transformación estructural profunda. Queda siempre, pues, una posibilidad de reafirmación de las tradiciones e instituciones indígenas.

¿ C ó m o han conseguido sobrevivir algunas na­ciones y civilizaciones tradicionales, pese a la agresión occidental? El primer elemento de res­puesta nos lo dan los pocos países (Japón, China, Irán, Turquía, Afganistán, Etiopía y Tailandia) que han conseguido evitar en los tiempos moder­nos la colonización de las potencias occidentales durante largos períodos. En los tres últimos ca­sos, la dificultad de acceso y el aislamiento han desempeñado probablemente un papel m á s im­

portante que la fuerza de la civilización tradicio­nal. Lo que fue decisivo en otros casos ha sido la fuerza interna del país m i s m o . Si examinamos más atentamente la historia de esos países, c o m ­probaremos que China, Japón e Irán consiguie­ron crear la base territorial y cultural de sus pro­pios estados muchos siglos antes de que tuvieran que enfrentarse con el desafío del m u n d o occi­dental. H a y que tener también en cuenta en esta evaluación del potencial indígena los «nuevos es­tados independientes» que, aun cuando fueran colonizados, han logrado conservar la integridad territorial del país, c o m o Egipto, Marruecos, Vietnam y Sri Lanka. Lo m i s m o podría decirse de la India, si no tenemos en cuenta claro está las consecuencias del separatismo musulmán.

U n hecho digno de mención a este respecto es que la mayor parte de los «estados independien­tes» creados sobre el territorio de naciones o civi­lizaciones antiguas han iniciado procesos revolu­cionarios o de profunda transformación nacional y social que les han permitido conservar al m e ­nos parcialmente su patrimonio cultural. Perte­necen a esta categoría China, Irán, Egipto y Viet­n a m , pero también, hasta cierto punto, México, Turquía, Japón y la India. Puede considerarse, pues, que estos países representan las principales fuentes, reales o potenciales, de las alternativas posibles frente al modelo de desarrollo occiden­tal.

El Tercer M u n d o puede dividirse en diversos grupos macroculturales, es decir, en grupos de so­ciedades que comparten una misma cosmología social. H e m o s intentado, en lo que sigue, distin­guir entre zonas culturales occidentales y no occi­dentales. «Occidental» es aquí un concepto cul­tural que se refiere tanto al núcleo de zonas occidentales originales c o m o a las zonas donde prevalece una concepción del m u n d o social de ti­po occidental. Ni que decir tiene que este esque­m a teórico es un simple trabajo preliminar14.

Los Mundos Occidentales:

/. Europa Occidental 2. Europa Oriental (incluyendo la parte rusa

de la Unión Soviética) 3. Euroamérica (Canadá, Estados Unidos y la

América latina «latina») 4. Eurooceanía (Australia, Nueva Zelanda)

Los Mundos no Occidentales:

/. M u n d o arabigoislámico

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370 Mats Friberg y Björn Hettne

2. Africa Sub-Sahariana 3. M u n d o afroamericano (el Caribe y parte

del Brasil) 4. M u n d o indoamericano (en particular

América Central y Perú) 5. Oriente islámico (Irán, Pakistán, Indone­

sia) 6. Subcontinente indio 7. Extremo Oriente (China, Japón, Vietnam) Claro que no es posible emprender aquí un

examen pormenorizado del fundamento cosmo­lógico de las distintas civilizaciones, pero hay que hacer resaltar que la metodología del estudio de las cosmologías sociales (a decir verdad toda­vía algo provisional) ha de influir tanto en la de­finición que de ellas damos c o m o en nuestra pro­pia concepción de sus interacciones15. El m u n d o islámico, por ejemplo, puede considerarse en cierto m o d o c o m o parte del m u n d o occidental, puesto que el islamismo y el cristianismo tienen un mismo origen. Pero los tipos de extensión e interacción de las religiones son m u y diversos, y las características que cada una de ellas puede adquirir durante ese proceso no pueden explicar­se únicamente desde un punto de vista religioso. Hay, por ejemplo, diferencias evidentes entre las formas arábiga y oriental del Islam, y ha sido po­sible presentar realmente al cristianismo c o m o un tipo de religión afrooccidental16.

Los modos de relación entre culturas y civili­zaciones son, pues, sumamente complejos. En la misma cultura puede haber distintas orientacio­nes, en un proceso de interacción dialéctica, co­m o el de la corriente principal y la corriente con­trapuesta de las teorías occidentales del desarro­llo.

Desde una perspectiva histórica más amplia, Johan Galtung distinguió de manera análoga en­tre un modo de expansión y un modo de contrac­ción de la civilización occidental; puede decirse que el primero corresponde, aproximadamente, a lo que llamamos la corriente principal y el segun­do a lo que llamamos la corriente contrapuesta. El pronóstico de Galtung es que el m o d o de con­tracción va a caracterizar los próximos siglos. Es­ta hipótesis plantea un nuevo problema: ¿qué fuerzas culturales van a conseguir llenar el vacío mundial creado por esa contracción del m u n d o occidental?

A u n cuando todas las culturas no occidentales hayan tenido que asimilar para ello las enseñan­zas de Occidente, en particular en los campos de las ciencias y las técnicas, y experimentar autén­

ticas revoluciones del pensamiento y la acción, la mayoría han sido capaces de adaptarse y superar su crisis mediante un proceso de reelaboración y adopción selectiva de elementos de la cultura oc­cidental. Y hasta puede decirse que algunas cul­turas asiáticas han sido ya capaces de lanzar un contraataque frente a la ofensiva de la civiliza­ción occidental.

Hoy en día, las iniciativas vienen de Extremo Oriente. A este ámbito pertenecen la gran civili­zación china y las que de ella han derivado en Japón, Corea, Vietnam y otros países de Asia Su-doriental. Europa y China son los dos polos opuestos que imantan la actividad cultural del planeta. Hay muchas razones para considerar que el Extremo Oriente representa la principal opción sustitutiva frente a la sociedad occiden­tal. En China vive la quinta parte de la humani­dad. Pese a la sucesión de invasiones y subleva­ciones que ha experimentado. China ha seguido constituyendo una entidad políticamente unifi­cada y culturalmente integrada durante más de dos mil años.

China es probablemente la civilización que ha sabido defender mejor su identidad cultural tradi­cional.

La crisis del estado del Tercer Mundo y la aparición de la política del Tercer Sistema

En el Tercer M u n d o , la voluntad de resistir a la penetración del capitalismo internacional es por regla general m u c h o menos fuerte en el plano del aparato estatal que en el plano cultural o de la comunidad local. Refleja esto la ambigüedad de la posición de la élite moderna, que ve en la par­ticipación en el desarrollo de la economía m u n ­dial un m o d o de ampliar su propia base econó­mica, aun cuando haya considerado al m i s m o tiempo que la creación de una comunidad nacio­nal y de una conciencia de tipo nacionalista era también indispensable por razones de legitimi­dad política.

Nos encontramos, pues, ante estados que son en cierto m o d o estructuras políticas, administra­tivas y militares al servicio de la élite moderna, y cuyo poder tiene un fundamento a la vez exter­no e interno. Por regla general, la dependencia externa generará una oposición interna y, de igual m o d o , los intentos de ampliación de la base interna de ese poder mediante la movilización

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Movilización local y política del sistema mundial 371

U n actor del sistema local: cartero repartiendo el correo en las montañas, Córcega, Francia. R . Picard/ Imapress.

política y la aplicación de estrategias de desarro­llo en función de intereses nacionales generará una oposición externa e intentos de desestabiliza­ción.

El concepto de élite «moderna» es desde lue­go ambiguo y problemático. Al utilizarlo, nos re­ferimos a un grupo social relacionado con una si­tuación sumamente específica: la aparición de los sistemas políticos coloniales y, por consiguiente, la necesidad de utilizar a funcionarios indígenas en los niveles inferiores de la administración co­lonial. El origen de la élite moderna es, desde lue­go, enormemente importante si se quiere c o m ­prender la dinámica de la lucha por el poder de las fuerzas anticolonialistas.

Pueden distinguirse cuatro fases característi­cas en el desarrollo de la lucha por el poder en el movimiento anticolonialista: la guerra de resis­tencia, la resistencia de las élites tradicionales, la oposición de la élite moderna y, por último, la movilización de masas. La duración de la prime­ra fase depende en gran medida del tipo de orga­nización política de la sociedad precolonial. D u ­rante la segunda fase se producen movimientos de rebelión esporádicos que traducen la incom­

patibilidad entre la lógica de la sociedad colonial y los valores tradicionales que siguen vigentes. La oposición ulterior de la élite moderna, en la tercera fase, no refleja de m o d o primario la con­tradicción entre valores occidentales y valores no occidentales, sino más bien el sentimiento, en la élite moderna, de no disponer de una posición acorde con la educación de tipo occidental que ha recibido. La cuarta fase, la de la movilización de masas, que suele desembocar por regla general en la independencia, ha estado caracterizada por la alianza entre las élites modernas y las masas, una alianza que para los dirigentes de esa élite ha supuesto la adopción de una plataforma política de tipo semipopulista. El compromiso entre los valores importados de la élite moderna y los va­lores tradicionales del campesinado no era en principio m u y fácil; de ahí muchas de las tensio­nes que han caracterizado la época postcolonial en esos países. Se llega así a una quinta fase de esa lucha de liberación; se trata ahora de la libe­ración de los que no forman parte de las élites.

Esta fase supone la crisis del estado en esos países, ya que los grupos que no forman parte de la élite suelen identificarse a sí mismos con siste-

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mas subnacionales (regiones o comunidades loca­les) y ven en el estado, en la economía moderna, en los partidos políticos y en otras grandes orga­nizaciones los instrumentos de la dominación de las élites occidentalizadas. La movilización y la oposición de los grupos que no forman parte de la élite son formas de la política del Tercer Siste­m a : se trata de tipos de organización espontánea y de redes que surgen en medio de una crisis eco­nómica y política que se manifiesta en algunos casos por una explotación aún mayor de los h o m ­bres y de la naturaleza, y en otros casos por el hundimiento del poder estatal. Al mismo tiempo, esos movimientos representan también un rena­cimiento de sistemas de valores y tradiciones an­teriormente sofocados.

La modernización suele tender a debilitar las formas de vida tradicionales en la periferia. El grupo familiar que se autoabastece, el consejo de la aldea, las relaciones de parentesco y demás ele­mentos de la cultura tradicional tienden a desin­tegrarse ante el avance del sistema moderno. A n ­te esa evolución, la primera reacción de los gru­pos de la periferia es intentar refugiarse en las antiguas instituciones. Ahí se encuentra la clave de la actividad política del campesinado; se trata en último término de una reacción conservadora frente a la modernización, reacción que en una fase ulterior adquiere con frecuencia un carácter revolucionario y, paradójicamente, desemboca en un nuevo proceso de modernización17.

Muchas de estas posibilidades de autonomía han quedado m u y debilitadas pero no han desa­parecido completamente. El debilitamiento a su vez de las infraestructuras modernas y de la posi­ción misma de la élite moderna va a traer consi­go un robustecimiento relativo de las autonomías locales y una importancia cada vez mayor del movimiento político del Tercer Sistema.

Se ha dicho del campesinado que es sobre to­do un « m o d o de vida»; es, pues, evidente que no es sólo su autonomía económica la que está a m e ­nazada por la llamada «modernización». Respec­to a su autonomía política, los campesinos solían estar organizados en algún tipo de consejo de al­dea, pero se sobreponían a éste las típicas relacio­nes de protección y clientela que limitaban esa autonomía política y los intereses de los campesi­nos se supeditaban a los de la élite local o regio­nal.

Por lo que respecta a la autonomía social, los campesinos disponen en el plano de la comuni­dad de recursos como los que proporcionan las

relaciones de parentesco y otras formas de solida­ridad primaria. Están éstas fundadas en la rela­ción inmediata de parentesco, aunque puedan ir también más allá hasta abarcar a la comunidad religiosa, grupos que utilizan un lenguaje deter­minado o grupos aún más extensos con usos so­ciales particulares18.

Por lo que respecta a la autonomía cultural, los campesinos representan lo que Robert Red-field llamó la «pequeña tradición», capaz de opo­nerse y adaptarse a un tiempo a la «gran tradi­ción» que se extiende a partir de los centros urbanos. Wertheim considera que la «pequeña tradición» es una fuerza ideológica contrapuesta al centro19.

La élite moderna ha conseguido el monopolio de la utilización del espacio en el ámbito nacio­nal y logra fortalecer su posición mediante la creación de un sistema funcional que por sí mis­m o llega a socavar la vida territorial20. Los gru­pos que no forman parte de la élite pueden ser fácilmente dominados desde los «puestos de mando» del sistema funcional. Los movimientos políticos del Tercer Sistema, los que actúan fuera del marco de los partidos, son las únicas fuerzas que pueden oponerse eficazmente al poder de la élite moderna. Poder puede también querer decir «posibilidad de disponer de uno mismo», esto es, autonomía opuesta a la penetración económica, política y cultural. Las reacciones contra esa pe­netración, que intenta destruir la autonomía de las comunidades locales, las clases y las minorías étnicas, han desembocado en algún caso en ex­plosiones de rebeldía, pero puede decirse que, globalmente, los movimientos políticos no parti­distas capaces de actuar de m o d o permanente han sido hasta una fecha m u y reciente algo suma­mente poco frecuente en el Tercer M u n d o . E n es­tos países, el «espacio nacional» ha sido ocupado por macroorganizaciones que han conseguido un dominio absoluto. Pero esta situación tiene que cambiar.

Las manifestaciones de los movimientos polí­ticos del Tercer Sistema se distinguen de la polí­tica tradicional de los partidos por su carácter su­mamente heterogéneo, lo que hace m u y difícil todo intento de sistematización. Se trata, ade­más, de un campo m u y poco estudiado, no sólo por ser reciente, sino también porque no entra fá­cilmente en ninguna de esas casillas que c o m p o ­nen las ciencias sociales occidentales.

V a m o s a empezar por algunas consideracio­nes de índole general. La aparición de la política

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Movilización local y política del sistema mundial 373

del Tercer Sistema es el resultado tanto de la fuerza intrínseca cada vez mayor de diversas aso­ciaciones, redes y grupos 'como del debilitamien­to del poder gubernamental y, en último término, del estado m i s m o . En el Tercer M u n d o , el poder estatal suele ser impugnado esencialmente por dos tipos de fuerzas internas. En el primer caso el conflicto es de tipo horizontal; esto quiere de­cir que se trata de una lucha entre élites que ac­túan en el espacio nacional, por un lado, y élites regionales o locales, por otro lado. La lucha de estas últimas por su autonomía traduce una ten­dencia a la descomposición del sistema nacional. El segundo tipo de conflicto es vertical: la élite política lucha por conservar el poder estatal fren­te a la oposición de los grupos sociales oprimi­dos. E n la medida en que dichos grupos represen­tan intereses distintos de los de la élite política, puede decirse que este tipo de movilización es la manifestación de una tendencia a la transforma­ción del sistema político y de la estructura del po­der. Los movimientos políticos no partidistas re­presentan un tercer tipo de impugnación, puesto que lo que se busca en este caso es sólo la posibi­lidad de controlar la propia actividad, o sea la autonomía.

La segunda observación de índole general es que el desarrollo de movimientos políticos del Tercer Sistema en el espacio nacional que deja li­bre el debilitamiento del poder estatal suele des­embocar en nuevos conflictos, cuya manifesta­ción había quedado anteriormente sofocada por un poder estatal fuerte que buscaba la unifica­ción nacional. Estos conflictos son a veces suma­mente violentos, hasta tal punto que algunos lle­gan a preferir la existencia de un poder estatal represivo a. por ejemplo, las guerras étnicas o los enfrentamientos entre extremismos religiosos.

Pasemos a la tercera observación. La política del Tercer Sistema está más estrechamente rela­cionada con lo local que con lo funcional, aun cuando los problemas políticos planteados pue­dan superar ese ámbito local. Los problemas a m ­bientales, por ejemplo, suelen adquirir una di­mensión espectacular en el plano local, pero tanto las fuentes de la contaminación y la explo­tación c o m o las soluciones se encuentran en sis­temas situados en un plano superior, y hasta en algunos casos transnacional. Las organizaciones funcionales que están desempeñando un papel de representación de las masas empobrecidas de esos países han fracasado, en gran medida, des­de el punto de vista de las masas, aunque han sido

instrumentos eficaces en m a n o s de las élites. Disponemos al respecto de no pocos datos so­

bre la India, ya que en este país los movimientos de oposición tienen una larga historia y hay una tradición de estudios sociales relativamente im­portante, en cuyo marco pueden llevarse a cabo investigaciones originales y poco convenciona­les21. Pero saber qué es lo que está ocurriendo exactamente en otros países del Tercer M u n d o es ya más difícil. V a m o s a mencionar, sin embargo, simplemente a m o d o de ejemplo, algunos datos tomados de la obra de Roy Preiswerk, que fue un atento observador de las realizaciones en el cam­po de la autonomía local (ya que se trataba, se­gún él, del plano m á s importante)22.

En el Camerún (donde los servicios oficiales de abastecimiento de agua sólo funcionan en aglomeraciones urbanas de más de 10.000 habi­tantes), en millares de aldeas los habitantes han creado sus propios sistemas de distribución de agua. Los Consejos de Aguas de las aldeas se ocu­paron de reunir el dinero necesario, así c o m o de la organización de un programa de trabajo colec­tivo. En el Senegal, un agricultor logró organizar un gran movimiento que agrupó unas 20.000 al­deas; éstas, gracias a sus propias cooperativas, compran todo lo que necesitan y se ocupan de la comercialización de sus productos. En Colombia, los campesinos han creado zonas autónomas (lla­madas en algunos casos «repúblicas independien­tes») donde se ha efectuado una redistribución de las tierras y cuyo objetivo social principal es la satisfacción de las necesidades fundamentales. Los comités de ayuda mutua han surgido en V e ­nezuela en situaciones de conflicto con el gobier­no; por ejemplo, contra la intervención de exca­vadoras en los «barrios», contra el aumento del desempleo, o bien en algunas situaciones en las que el mal funcionamiento de los servicios públi­cos mínimos ha llegado a ser intolerable. En Tri­nidad, el Servo! (Service Volunteered for All), que empezó a funcionar tras la rebelión del Po­der Negro en 1970, se ha convertido en una gran organización de centros llamados Centros de Vi­da; estos centros reúnen en todo el país a albañi-les, fontaneros, soldadores y carpinteros, forma­dos mediante autoaprendizaje.

Podríamos mencionar millares de ejemplos de situaciones de este tipo. Algunas, claro está, pueden haber sido tal vez idealizadas; otras pue­den haber dejado ya de existir o dependen única­mente de fondos exteriores. D e los ejemplos mencionados por Preiswerk se desprende tam-

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bien que las relaciones con el poder estatal pue­den ir de la cooperación a la oposición, aunque, en la medida en que todas ellas reflejan una lu­cha por la autosuficiencia o la autonomía, en un m o m e n t o u otro se manifestarán forzosamente las contradicciones.

Nos encontramos aquí, a decir verdad, ante un c a m p o sumamente extenso para futuras in­vestigaciones comparativas. El primer problema que se plantea al respecto es el de disponer de una visión de conjunto de todas estas iniciativas que no se realizan en el marco de sistemas econó­micos y políticos «clásicos», ya que rara vez son éstas lo suficientemente espectaculares c o m o para ser consideradas c o m o noticias interesantes por los medios de difusión. Los investigadores de las ciencias sociales que se ocupan de m o d o pre­ferente de las macroorganizaciones no suelen ocuparse tampoco de ellas. Además , es imposible apreciar la viabilidad de los nuevos tipos de orga­nización sin un buen conocimiento de la dinámi­ca de la organización local. Por último, no es siempre fácil saber si las manifestaciones explíci­tas de procesos políticos no partidistas represen­tan una auténtica expresión del poder de las m a ­sas o si se trata de un proceso manipulado desde arriba.

Los nuevos movimientos sociales en el mundo occidental

La crisis del m u n d o occidental no es sólo econó­mica. A u n suponiendo que se restableciera el proceso de crecimiento económico con su ante­rior dinamismo, quedarían por resolver toda una serie de problemas graves: la crisis del medio a m ­biente, la explotación de los países más pobres, la militarización y la guerra, la marginación, la im­potencia de los ciudadanos, la desintegración so­cial, la crisis espiritual, etc. N o es posible resol­ver estos problemas con la aplicación de las viejas recetas del siglo xix, ya sean éstas liberales (Azules) o socialistas (Rojas). D e ahí. pues, la aparición de nuevos movimientos sociales que intentan expresar de m o d o coherente una con­cepción del m u n d o distinta: los movimientos ecológicos, de solidaridad, pacifistas, feministas, comunitarios, regionales, de jóvenes, de realiza­ción individual o de renovación social, y tantos otros.

Nuestra tesis es que los nuevos movimientos sociales del m u n d o occidental forman parte de

una corriente a escala mundial en defensa de las comunidades naturales y de búsqueda de solucio­nes substitutivas del proceso actual de moderni­zación. Hay, pues, semejanzas que no son super­ficiales entre las estructuras subyacentes de esos movimientos y los movimientos del campesina­do del Tercer M u n d o . A m b o s tipos pueden ser analizados en función de dos ideas esenciales: el concepto de dualismo socioeconómico entre ins­tituciones modernas y no modernas y la idea de movilización de la periferia c o m o reacción frente a la penetración procedente de un centro moder-nizador.

Si se examina más atentamente la dialéctica entre modernización y resistencia en la historia del m u n d o occidental, puede distinguirse en ella la existencia de tres fases por lo menos. Durante siglos, los hombres han luchado contra una m o ­dernización que se presentaba c o m o construc­ción de un aparato de estado y extensión de las relaciones mercantiles (Fase I), aunque a partir de la revolución industrial, prefirieran aprove­char en la medida de lo posible esa situación (Fa­se II). A partir de 1960 surgió un nuevo movi­miento de resistencia (Fase III), pero el proceso de modernización había alcanzado ya tal grado de desarrollo que el nuevo movimiento se vio obligado a inventar una contraestructura opuesta a la estructura formal-racional de la sociedad m o ­derna.

La primera fase no deja de tener alguna seme­janza con lo que está ocurriendo actualmente en muchas regiones del Tercer M u n d o , aun cuando el contenido particular de los conflictos pueda ser diferente. A lo largo de la Edad Media los hombres vivieron en pequeñas comunidades, con instituciones tradicionales no capitalistas. La vi­da se desarrollaba en torno a la familia, la m a n ­sión del señor feudal, la aldea, el pequeño burgo, la iglesia o el monasterio. A fines de la Edad M e ­dia, el m o d o de vida tradicional empezó a ser so­metido a la presión cada vez mayor del capitalis­m o mercantil y de las estructuras estatales en gestación. Las guerras fueron uno de los princi­pales factores determinantes de esa evolución, al imponer un sistema de impuestos cada vez más eficaz y suscitar la aparición de una burocracia estatal racionalizada. La protesta más enérgica contra esta intrusión del estado vino del campe­sinado y de los artesanos. Las rebeliones contra los impuestos, los motines provocados por la es­casez de alimentos, los movimientos contrarios al reclutamiento forzado, así c o m o otras formas

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de desobediencia civil local, surgieron con fre­cuencia en toda Europa entre los siglos xvi y xix. Los hombres lucharon en todas partes por con­servar sus formas de vida tradicionales y sus de­rechos ancestrales frente a las exigencias del po­der central moderno que necesitaba impuestos, soldados, abastecimientos y un orden público es­tricto. Pero, a la larga, fueron vencidos.

La revolución industrial hizo que el sistema moderno racionalizado penetrara aún más pro­fundamente en la sociedad; las antiguas formas orgánicas de vida de las aldeas rurales fueron de­sintegrándose y desapareciendo poco a poco. Los hombres se vieron forzados a abandonar, con el consiguiente desarraigo, una Gemeinschaft (co­munidad) fundada en el autoabastecimiento y la ayuda mutua, y a entrar en una Gesellschaft (so­ciedad) fundada en el trabajo asalariado en un medio fabril y racionalizado.

La disminución de la importancia relativa de la familia, de la comunidad y de los demás gru­pos primarios, se vio acompañada por un enor­m e incremento del conjunto de las necesidades sociales. El obrero industrial se encontró así, des­amparado, en un m u n d o que le era ajeno, gober­nado por mecanismos de mercado impersonales y centros de poder lejanos. Al no poder recurrir a una instancia independiente que pudiera darle apoyo, al no verse protegido por un sistema natu­ral de ayuda mutua y seguridad social, el trabaja­dor tuvo que adoptar una nueva estrategia para sobrevivir: apostó por el éxito de la sociedad in­dustrial moderna.

El gran cambio en las formas de acción colec­tiva se produjo durante la segunda mitad del si­glo xix, en un m o m e n t o en que el sistema indus­trial se encontraba ya arraigado profundamente en la mayor parte de los países europeos21. La ac­ción local, de defensa, fundada en pequeños gru­pos comunitarios, fue sustituida por acciones na­cionales, fundadas en la ofensiva a través de organizaciones complejas. El movimiento popu­lar empezó a exigir determinados derechos y si­tuaciones en el seno mismo del sistema moderno. El movimiento m á s activo durante este período -el movimiento obrero- luchó por conseguir, frente a los gobiernos, el derecho de voto, el dere­cho a la igualdad y a la seguridad social, c o m o luchó por conseguir frente a los patronos incre­mentos de salario y mejores condiciones de tra­bajo. Puede decirse que, en su conjunto, obtuvo lo que deseaba: mejores salarios, menos horas de trabajo y un estado que tras democratizarse

se transformaría al cabo en estado de bienestar. El proyecto elaborado por el movimiento

obrero forma íntegramente parte del proyecto moderno, no sólo por lo que respecta a sus objeti­vos -una sociedad de bienestar-, sino también por lo que atañe a los medios escogidos: las orga­nizaciones de masas y el estado. El elemento principal de la estrategia del movimiento obrero ha sido el intento de controlar a los empresarios capitalistas a través de esas instituciones.

Sin embargo, la expansión del estado es, por sí misma, una amenaza para las economías no formales y para las comunidades locales, ya que la intervención estatal exige determinados m e ­dios financieros y no es posible gravar con im­puestos las actividades económicas no formales. D e ahí que al estado le interese que la economía capitalista consiga penetrar en las comunidades locales. Esta penetración contribuye a la desapa­rición de las actividades económicas no formales y hace que los ciudadanos acaben por depender de nuevas intervenciones estatales, creándose así un círculo vicioso. Cuando los obreros exigen la intervención estatal, lo que hacen de esa forma es contribuir a la penetración y a la modernización capitalistas. Puesto que el capital, el estado y la ciencia han venido fortaleciéndose mutuamente desde hace ya cinco siglos, ¿qué sentido tiene ver en el estado un contrapeso frente al capitalismo? El conflicto político entre una izquierda favora­ble al público y una derecha que prefiere el sector privado no deja de ser en realidad una especie de querella doméstica sin demasiada importancia.

Los trabajadores, hoy en día, se identifican con el sistema de producción industrial a gran es­cala y con sus propias organizaciones, y éstas tienden a reproducir las mismas características racionales y formales comunes al sistema moder­no. D e ahí que sus partidos y sindicatos no repre­senten ninguna amenaza para el sistema estable­cido. A decir verdad, su integración en el sistema ha contribuido m á s bien a estabilizar la estructu­ra institucional del orden capitalista. Hasta po­dría afirmarse que la «socialdemocracia» refor­mista es la forma normal de integración política de la clase obrera en la sociedad capitalista24. Esa incorporación de las organizaciones obreras al sistema de poder estatal ha hecho que los movi­mientos obreros acabasen por perder todo poten­cial de transformación hasta presentar hoy en día unos síntomas inequívocos de decadencia.

Pero en este terreno, c o m o en otros, no hay nada definitivo. N o hay que olvidar que el actor

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más importante de movilización de un grupo so­cial es la defensa de recursos y derechos que se está a punto de perder; deberíamos, pues, asistir al renacimiento de una auténtica actividad políti­ca de la clase obrera industrial una vez que ésta empiece a sentirse amenazada por el desempleo en masa originado por la revolución tecnológica de la automatización y por las nuevas aplicacio­nes de la informática, procesos que van a supri­mir cada vez más puestos de trabajo en la pro­ducción, la distribución y la administración. Otro fenómeno que hay que tener en cuenta es la apa­rición de la competencia de nuevos países en el mercado mundial de productos industriales. La capacidad industrial de algunas zonas del Tercer M u n d o , en particular en Asia, representa un tre­m e n d o desafío para las viejas metrópolis indus­triales occidentales: en algunos sectores económi­cos tradicionales de estos países ha empezado ya un verdadero proceso de desindustrialización (en el calzado, los textiles, el acero, la construcción naval, la relojería, el automóvil, etc.).

Estos dos procesos paralelos de automatiza­ción y desindustrialización pueden llegar a que­brantar las bases mismas de la existencia de la clase obrera. U n sector cada vez m á s importante de esta clase se sentirá probablemente atraído por el proyecto de desmodernización del movi­miento Verde, aun cuando el «núcleo» organi­zado de la clase siga aferrándose al antiguo pro­yecto.

Al final de los años sesenta surgió en las socie­dades occidentales y, particularmente, en los m e ­dios estudiantiles e intelectuales, un movimiento de protesta sumamente profundo contra la socie­dad centralizada y tecnocrática y contra su ideo­logía de consumo de masas. La expresión más notable de este movimiento fue la llamada Nue­va Izquierda, que llevó a cabo una crítica de la sociedad industrial moderna, tanto en su forma capitalista como en su forma socialista de estado. Este movimiento quería sustituir la racionalidad economicotécnica unilateral de la sociedad in­dustrial por valores humanistas revolucionarios. La Nueva Izquierda comprendía, a decir verdad, corrientes ideológicas m u y diversas y, aun cuan­do una de ellas fuera marxista, es probablemente justo decir que su corriente principal revestía una forma todavía poco elaborada de socialismo Verde. Tal fue el caso en particular de Estados Unidos, donde siempre hubo una fuerte tradi­ción populista, mientras que en la Europa conti­nental el marxismo ha sido la ideología de oposi­

ción dominante durante muchos años. Sin embar­go, puede decirse que la Nueva Izquierda mani­festó -incluso en Europa- un gran interés por la fase premarxista del movimiento socialista. El socialismo utópico, el anarquismo, el sindicalis­m o revolucionario y el socialismo de gremios volvieron a renacer porque estas teorías expresa­ban una actitud de crítica hacia la extensión uni­versal del modelo industrial y proponían la m a ­nera de integrar instrumentos y máquinas perfeccionados en una estructura comunitaria local.

El origen de las nuevas ideas no estaba única­mente en la esfera cultural occidental. Tuvieron una fuerte influencia en ellas los movimientos de liberación del Tercer M u n d o ; el socialismo cam­pesino de M a o -cuya influencia fue particular­mente importante-, representó un ejemplo de modelo de desarrollo en el que «se tenía realmen­te en cuenta al pueblo». Otras de las característi­cas de la época fue el interés por la filosofía oriental -el budismo zen, el yoga tántrico o la meditación transcendental- entre los miembros de la llamada contracultura. Hay que distinguir al respecto entre estas dos tendencias del movi­miento. La Nueva Izquierda representaba una impugnación del orden establecido a un plano político e intelectual (la revolución macrosocial), mientras que la contracultura representaba una crítica a la pobreza sociocultural y afectiva de la sociedad occidental. La contracultura perseguía una revolución de la conciencia en la vida diaria, así c o m o la elaboración de formas de vida substi­tutivas (la revolución microsocial). La unifica­ción de las dos tendencias se realizó en el movi­miento de protesta contra la guerra del Vietnam.

En el decenio de los años setenta, las nuevas corrientes aparecidas en los países industriales entraron en una segunda fase de desarrollo. Las ideas de la rebelión estudiantil de 1968 se exten­dieron a círculos mucho m á s amplios, en particu­lar entre las clases medias. Podemos mencionar aquí, por ejemplo, el notable desarrollo de los movimientos ecologistas, los movimientos de li­beración de la mujer, los grupos de intervención local, los movimientos que buscaban nuevos esti­los de vida, o los nuevos movimientos religiosos (véase el Apéndice). Esta nueva tendencia se m a ­nifestó también en el ámbito de la política parla­mentaria con el desarrollo de los partidos Verdes y con la aparición de tendencias ecologistas en el seno de los partidos tradicionales25.

Durante el decenio de los años setenta el m o -

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vimiento Verde empezó a crear y a poner en práctica sus propias soluciones alternativas: co­lectores solares y turbinas eólicas, macrobiótica y horticultura orgánica, alojamiento en colectivos y sencillez voluntaria en los estilos de vida, co­operativas de producción y experiencias con m o ­neda de validez local limitada, vacaciones en bi­cicleta y viajes espirituales por las vastas regiones de nuestra vida interior. El movimiento llegó a querer crear «sociedades alternativas» y « c o m u ­nidades utópicas», cuyos miembros vivirían y trabajarían juntos. La lucha contra la energía nu­clear fue en particular uno de los factores de m o ­vilización m á s importantes.

N o hay que olvidar tampoco los movimientos de reforma en el seno de las instituciones estable­cidas. El decenio de los años setenta fue un perío­do caracterizado por numerosas experiencias a pequeña escala de creación de soluciones alterna­tivas de carácter radical en materia de sanidad, enseñanza, investigación, administración, urba­nismo, democracia industrial, etc. En casi todos los ámbitos institucionales hubo individuos que trabajaron con tesón para aportar nuevas solu­ciones fundadas en principios humanistas y en métodos globales; baste con mencionar al respec­to las numerosas terapias radicales, los experi­mentos educativos con métodos de enseñanza concebidos en función del alumno, el movimien­to sobre la calidad de las condiciones de trabajo o los movimientos antipositivistas y multidisci-plinarios en el campo de la investigación científi­ca2''.

Conviene recordar, sin embargo, que estos movimientos antiautoritarios que hemos m e n ­cionado no son los únicos en la escena social. U n a presentación completa de la situación actual debería abarcar también las tendencias neocon-servadoras, el renacimiento del integrismo reli­gioso, los aspectos violentos de la cultura juvenil y los movimientos racistas.

N o s encontramos ante una asombrosa varie­dad de nuevos movimientos de tipo antiautorita­rio organizados en torno a un solo problema (véase el Apéndice). Algunos - c o m o los movi­mientos de la paz y ecologistas- acabaron por conseguir en un m o m e n t o u otro algún apoyo considerable de todas las capas sociales del m u n ­do occidental. Estos movimientos organizados en torno a un solo problema no sólo cuentan con militantes que proceden de los grupos sociales m á s diversos, sino que integran además numero­sas corrientes ideológicas distintas. Sin embargo,

de una investigación m á s atenta se desprende que en todos estos nuevos movimientos hay un núcleo c o m ú n , social e ideológico. Encontramos en ellos un pequeño grupo dirigente formado por individuos con un alto nivel de educación y que suelen trabajar en el sector «no productivo» de la economía. Este grupo ha adoptado una nueva ideología coherente que simboliza el color verde, c o m o el azul simboliza la ideología liberal y el rojo la socialista. Su objetivo final es sustituir la sociedad actual, fundada en el crecimiento indus­trial, por una sociedad descentralizada y acepta­ble desde un punto de vista ecológico, fundada en el desarrollo h u m a n o y la creación de comuni­dades.

Los ideólogos del movimiento Verde son m u y numerosos; es demasiado pronto todavía para formular hipótesis sobre quién pasará a la poste­ridad c o m o el principal forjador de la ideología. Algunos candidatos son Lewis Mumford , E . F . Schumacher, Ivan Illich, R . Bahro, F . Capra y J. Galtung. Difícil sería afirmar que representan una escuela intelectualmente coherente, aunque sin embargo comparten algunos postulados co­munes: un profundo interés por la ecología, acti­tudes no patriarcales, una postura científica pros­pectiva e interdisciplinaria, aunque no positivista, un comportamiento abierto hacia las enseñanzas espirituales del m u n d o oriental y un profundo in­terés por el desarrollo h u m a n o , la democracia di­recta, la descentralización, la justicia social y mundial y la no violencia. Comparten también la creencia en un fracaso fundamental de la socie­dad tecnológico-industrial moderna y tienden a estar de acuerdo en la necesidad de concebir de manera innovadora, sin precisar todavía su con­tenido, la sociedad deseable. Creen en una socie­dad fundada en grupos comunitarios y equilibra­da desde el punto de vista ecológico, en la que el simple ciudadano tenga la posibilidad de organi­zar su trabajo y su vida mediante la cooperación y la participación directa y con un mín imo de in­tervención por parte de los grupos dirigentes y poderes centrales. En este tipo de sociedad futura disminuiría considerablemente la importancia del desarrollo capitalista, la burocracia central y la tecnociencia.

Es evidente que el proyecto Verde requiere una nueva estrategia de transformación social27. Si el objetivo final de esa estrategia es la cons­trucción de una sociedad organizada en función del hombre, a partir de pequeñas unidades y de acuerdo con el principio de la autogestión, no

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puede utilizarse el poder estatal c o m o principal instrumento de transformación. El fallo de todas las revoluciones anteriores, tanto liberales c o m o socialistas, ha consistido precisamente en que to­das acabaron por fortalecer al estado a pesar de que su objetivo último fuera la reducción del po­der estatal. Esto es desde luego lo que ocurrió con la gran revolución «azul» o francesa ( 1789) y con la gran revolución «roja» en Rusia (1917).

El estado tiene su propia lógica: la lógica de la dominación burocrática y territorial. Los que se apoderan del estado son a su vez víctimas de esa lógica. La supervivencia o la expansión del esta­do se convierten en el objetivo principal. Cuando los representantes de los trabajadores se apode­ran del estado a fin de dar el poder al pueblo, lo que realmente ocurre es que el estado se apodera de los representantes de los trabajadores y los pone a su servicio, para que actúen de acuerdo con la lógica del estado. Y es obvio recordar que ninguna élite estatal contribuyó jamás a su pro­pia desaparición.

Los Verdes son partidarios de la participación popular y se han negado a meterse en un callejón sin salida, proponiendo la idea de una retirada del poder. D e lo que se trata es de conseguir la autonomía mediante la creación de una sociedad de auténtica cooperación, liberada de toda lógica impersonal, ya sea la del capital o la del estado. La sociedad tendría que funcionar de acuerdo con una lógica distinta: la de la cooperación vo­luntaria condicionada por las solidaridades loca­les y las tradiciones de los simples ciudadanos, hombres o mujeres. Se trata en este caso de trans­formar la sociedad, no ya después de apoderarse del poder central, sino a través de un proceso de creación, desde la base, de modos de vida alter­nativos.

Supongamos que numerosos grupos de ciuda­danos, así c o m o comunidades de tipo espiritual y empresarios Verdes ponen en práctica esta es­trategia en el plano local, particularmente en las regiones y los centros urbanos afectados por la crisis; supongamos también que dicha estrategia pueda desarrollarse durante medio siglo, por ejemplo. Se llegará así a una economía de tipo dualista, con un sector compuesto por grandes unidades burocratizadas c industriales y otro sec­tor organizado en comunidades locales autóno­mas. Representaría tal situación una amenaza considerable para la élite central, habida cuenta de la descentralización generalizada que tal pro­ceso entraña. Las posibilidades de intervención

de las grandes organizaciones (gubernamentales, industriales, científicas o de otro tipo) se verían frenadas o mermadas a escala nacional y las éli­tes organizativas se verían condenadas a buscar nuevos medios de robustecer su posición, inten­tando, por ejemplo, intervenir en el plano muni­cipal. Este esquema de evolución desembocaría en un estado descentralizado que tomaría la for­m a de una federación de municipalidades relati­vamente autónomas pero basadas en un princi­pio dualista.

Conclusión

Este artículo demuestra que la transformación social o rural mundial será el resultado de una in­tervención cada vez m á s importante de los acto­res sociales no estatales. H e m o s señalado la capa­cidad de intervención potencial de determinados actores y estructuras: civilizaciones no occidenta­les, viejas naciones y tribus, comunidades locales y economías no formales, campesinos, trabajado­res independientes, marginados en general, la éli­te postmaterialista en el m u n d o occidental, etc. Ni que decir tiene que la intervención de esas fuerzas no va a tener una orientación única.

Por el momen to , la principal fuerza innova­dora que ha contribuido a la aparición de nuevos movimientos sociales en el m u n d o occidental ha sido la élite posimalerialista situada cerca de los centros de decisión de la sociedad moderna. Las posibilidades de que dispone gracias a su relativa prosperidad le permite superar los límites de la sociedad programada y crear un movimiento contracultural cuyo objetivo es la autoemancipa-ción y la autenticidad en las relaciones sociales.

Las élites postmaterialistas parecen ser tam­bién el vivero de donde surgen los dirigentes de los nuevos movimientos en el Tercer M u n d o , aunque sean allí mucho menos fuertes, ya que en ese marco social las clases medias todavía son víctimas del espejismo de las «nuevas expectati­vas». Es difícil hablar de postmaterialismo allá donde la gente no ha experimentado todavía las satisfacciones que puede proporcionar el mate­rialismo.

Los marginados, cuyo número es cada vez mayor, constituyen una fuerza de características enteramente distintas: son el producto de proce­sos tales c o m o la proletarización. la introducción de relaciones de mercado y la automatización. Procesos generadores de desigualdades, tanto

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desde el punto de vista geográfico c o m o por lo que respecta a la distribución de sus resultados económicos. El problema de los marginados se presenta desde luego tanto en el Norte c o m o en el Sur, aunque en el m u n d o industrializado se tra­te de una realidad m á s reciente. Mientras se cre­yó en la idea del pleno empleo, se consideró que la marginación era una de las características del subdesarrollo; sin embargo, seguía presente en Europa Oriental donde la palabra «subempleo», se aplicaba a la utilización parcial del tiempo de trabajo. En muchos países de Europa Occidental el desempleo afecta actualmente a m á s del 1 0 % de la población activa y son pocos los que creen que volverá a alcanzarse de nuevo el pleno e m ­pleo.

Si bien es verdad que los marginados, tanto en el Norte c o m o en el Sur. constituyen poten­cialmente una fuerza social importante, parece difícil prever actualmente cuál será su orienta­ción ideológica. Su número seguirá aumentando en función de la continuación de la crisis actual y no cabe duda de que contribuirán al aumento de las tensiones que se manifiestan en el sistema. Pero pueden convertirse en partidarios de orga­nizaciones y movimientos políticos de índole m u y diversa -rojos, verdes o pardos- o ser mani­pulados por el sistema y contribuir a la aplica­ción de soluciones reformistas.

El tercer elemento decisivo en el proceso de desmodernización es el que representan los tradi­cionalistas; éstos, por razones evidentes, son so­bre todo fuertes en situaciones sociales premo-dernas y semimodernas. En el plano religioso, los tradicionalistas se están resistiendo cada vez más al proyecto de modernización a través de las di­versas formas de fundamentalismo. Parecen te­ner una influencia cada vez mayor en los medios marginados. El feminismo representa también una forma de tradicionalismo, aunque, claro es­tá, de índole m á s progresista. Por ello conviene dedicar algún espacio al movimiento feminista.

La cultura femenina puede contemplarse co­m o el contrapunto de una sociedad dominada por el sexo masculino. La cultura dominante ha sometido a una fuerte presión a la cultura feme­nina durante estos dos últimos decenios, tanto en el Norte c o m o en el Sur. El complejo de fuerzas modernizadoras se ha introducido en nuevas es­feras durante la fase postindustrial, por ejemplo, en el ámbito de la reproducción. El estado desa­rrollado se encarga de un número cada vez m a ­yor de funciones en los campos de la educación

de los niños y los adultos, la asistencia a ancianos y la seguridad social en general. Muchas de estas tareas eran antes asumidas por las mujeres y és­tas las llevaban a cabo con arreglo a una lógica social distinta. D e igual m o d o , la modernización agrícola del Tercer M u n d o suele minar el papel que desempeñaba tradicionalmente la mujer. La autonomía y la estabilidad de la institución fami­liar y de las subculturas locales se han visto con­siderablemente mermadas por la expansión del complejo de fuerzas de modernización. La políti­ca del Tercer Sistema constituye también una ac­tividad de defensa o de salvación para estos gru­pos e instituciones.

Por consiguiente puede considerarse que los nuevos movimientos sociales son reacciones ante la nueva intrusión de la sociedad programada en la vida diaria de sus miembros. El proceso de pe­netración sigue siendo, pues, una de las causas principales que permiten explicar la aparición de nuevos movimientos sociales no sólo en los paí­ses de la periferia sino también en las metrópolis. En otro estudio demostraremos c ó m o estas fuer­zas contribuirán a un reverdecer del m u n d o 2 8 .

Lo que nos ocupa aquí es, sobre todo, la di­mensión transnacional de dichos movimientos y sus posibilidades de convergencia. Los nuevos movimientos son, a un tiempo, subnacionales y transnacionales. Los planos situados por debajo y por encima del nivel del estado-nación van a desempeñar un papel importante en el futuro de la política mundial. Lo que estará en peligro, en uno y otro caso, son los intereses ligados al m a n ­tenimiento del estado-nación. El movimiento de la paz en Europa, por ejemplo, ha puesto de m a ­nifiesto contradicciones fundamentales en la conducta de los estados-nación. El tradicional movimiento de la paz creía en la posibilidad de mejorar las relaciones entre los estados y dentro de los sistemas de negociaciones supranaciona-les; el nuevo movimiento de la paz empieza a comprender que el estado-nación es parte del problema. El nuevo movimiento por la paz. es más movimiento que organización, está más liga­do a los pueblos que a los estados: la paz depende de la existencia de una sociedad estable y acepta­ble (paz positiva) y no se trata sólo de una situa­ción de ausencia de guerra (paz negativa). Parece haber, pues, una convergencia en ese sentido en­tre el movimiento de la paz y otros movimientos llamados alternativos.

Los individuos que tienen una conciencia au­ténticamente transnacional y cuyos sentimientos

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de lealtad van más allá de la realidad nacional («ciudadanos del mundo») serán tolerados (al menos en los sistemas políticos pluralistas) con tal de que no sean m u y numerosos, pero si ese número aumenta empieza a socavarse uno de los fundamentos del estado nacional, esto es, el sen­timiento de identidad nacional. D e ahí que los nuevos movimientos no sean vistos con mucha simpatía tanto en los países del Este c o m o en el m u n d o occidental. En cada campo se considera que el movimiento de la paz es el arma secreta del enemigo y los militantes pacifistas han de sa­ber que se les considerará por lo tanto c o m o trai­dores. Es interesante al respecto que algunos vean en el movimiento de la paz una amenaza justamente para la «paz», del mismo m o d o que hay quienes estiman que el movimiento Verde es una amenaza para el «desarrollo». Es evidente que nos encontramos aquí, esencialmente, ante un enfrentamiento entre dos concepciones del m u n d o que puede llegar a convertirse en enfren­tamiento entre fuerzas políticas a escala m u n ­dial.

Muchos de estos movimientos se han desarro­llado en torno a un solo problema. Pero, a un ni­vel más profundo, puede hablarse asimismo de convergencia temática en la medida en que se trata de problemas relacionados con la incapaci­dad del estado nacional de proponer soluciones ante amenazas indiscutiblemente presentes. Pe­ro, por lo que respecta a una posible convergen­cia organizativa, es decir, de creación de coalicio­nes con miras a la transformación social, el establecimiento de canales horizontales de comu­nicación y de lazos organizativos verticales plan­tea serios problemas, lo que no se debe única­mente al relativo particularismo de los nuevos movimientos, sino también a la necesidad de no caer en las viejas trampas que representan las macroorganizaciones, hábilmente utilizadas por las élites para defender sus propios intereses. V a a ser, pues, menester crear nuevas formas de or­ganización; muchos grupos, tanto en el Norte co­m o en el Sur, parecen haberlo comprendido. Su tipo de relación con el sistema oficial de partidos ha sido hasta ahora -y sigue siéndolo- un asunto decisivo, en la medida en que la ilusión de apo­

derarse del poder estatal no ha desaparecido en­teramente entre ellos.

Los grandes problemas políticos con que nos enfrentamos hoy en día son -habida cuenta de sus consecuencias- mundiales. Ni la amenaza nuclear, ni la contaminación ambiental, respetan las fronteras internacionales. Pero empieza a abrirse camino la idea de que pueden, hasta de­ben, ser resueltos en el plano local. Hay buenos motivos para creer que la existencia de un m u n ­do de comunidades relativamente autónomas y de regiones vinculadas por numerosos lazos transnacionales entrañaría un grado menos im­portante de explotación de la naturaleza, de los otros países y de los seres humanos. Sería, por consiguiente, más pacífico, más favorable a la participación y más humano que el m u n d o ac­tual. Pero, ¿cómo conseguir que llegue a existir ese mundo?

Hay pocos instrumentos de intervención a ni­vel mundial y los pocos que existen están domi­nados por élites. Por ello, una estrategia realmen­te popular debería descender hasta aquellos niveles en los que los simples ciudadanos, h o m ­bres y mujeres, pueden actuar con fuerza y de m o d o permanente; se trata de ese espacio local que es el marco de sus vidas y de su trabajo. Los nuevos movimientos hacen suyo el lema: «pensar desde un punto de vista mundial, actuar en el plano local». Consideran, pues, que es posible cambiar el m u n d o desde abajo, a partir de innú­meros esfuerzos en los niveles inferiores. Desde ese punto de vista, los nuevos movimientos re­presentan una fuerza novedosa en la política mundial, con una base social potencialmente im­portante tanto en el Norte c o m o en el Sur.

Las estrategias Azules y Rojas elaboradas en función del estado son una creación del Norte. La estrategia Verde ha surgido de m o d o indepen­diente en numerosas partes del m u n d o . Por vez primera en la historia de nuestro planeta asisti­mos a la aparición de un auténtico diálogo m u n ­dial, de una ideología y de un movimiento que han sabido echar raíces en todos los rincones del planeta.

Traducido del inglés

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Movilización local y política del sistema mundial 381

APÉNDICE: LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL M U N D O OCCIDENTAL

Crisis Movimientos Alternativas propuestas

Límites externos de la sociedad industrial:

1. Problemas ambientales Movimiento ecologista

2. Explotación de los países Movimiento de solidari-m á s pobres dad

3. Militarización y guerra Movimiento por la paz

Límites internos de la sociedad industrial:

Recursos renovables, reconversión, agricul­tura orgánica, energía blanda y vinculación a la naturaleza.

N u e v o orden económico internacional, auto­nomía, reforma agraria, ayuda muytua, ayu­da intercomunitaria.

Zonas desnuclearizadas, no alineación, de­sarme, menor vulnerabilidad, armas exclusi­vamente defensivas, defensa civil.

1. Represión

2. Sobreconsumo

3. Marginación

4. Impotencia

5. Crisis social

6. Crisis espiritual

Movimiento en pro de los derechos h u m a n o s

Movimiento de los con­sumidores

Movimientos de: jóve­nes, mujeres, jubilados, minorías regionales, tra­bajadores, otras mino­rías.

Movimento de descen­tralización

Movimiento de ocupa­ción ilegal colectivo de alojamientos vacíos

Movimiento de la N u e ­va Era Neospiritualismo

7. Enfermedades mentales y Movimientos terapéuti-físicas eos, movimiento del de­

sarrollo h u m a n o

Negativa de los ciudadanos a cooperar con el gobierno, ayuda mutua entre individuos.

Productos duraderos y de calidad, objetos fa­bricados por uno m i s m o , sencillez volunta­ria.

Producción en función del uso, ciclos econó­micos locales, economía no formal, tecnolo­gías substitutivas, aumento del número de mujeres e nía producción, aumento del nú­mero de hombres en el hogar.

Democracia de participación, autogestión, descentralización, federaciones de unidades locales, cooperativas.

Colectivos, comunas, cohabitación, redes, iniciativa individual y ayuda mutua.

Paradigma neoholista, producción autó­n o m a de conocimientos, meditación, nuevos estados de conciencia.

Estilos de vida alternativos, medicina holís-tica, autorrealización, etc.

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382 Mats Fnberg y Björn Heltne

Notas

1. Se trata claro está de una afirmación que puede prestarse a discusión. Pueden oponérsele, por ejemplo, los numerosos casos en que los nuevos movimientos sociales se han ocupado específicamente de problemas ,ac«locales». Cari Boggs. en un estudio reciente sobre los nuevos movimientos sociales en Europa Occidental y Estados Unidos, señala lo siguiente. «El nuevo populismo, amparándose en la eficacia de sus intervenciones en torno a problemas particulares, consiguió esquivar por regla general los problemas políticos polémicos, así como logró eludir toda discusión de problemas económicos generales» (Boggs, C . Social Movements and 1'olmcal Power. Temple University Press. Philadelphia. 1986). A nuestro entender, hay en los nuevos movimientos sociales una lógica transnacional que va a manifestarse de m o d o cada ve/ más claro. Es también lo que sugiere Chadwick Alger en ,ac«Bridging the Micro and the Macro in International Relations Research». Alternatives, vol. x, n u m . 3. invierno 1984-1985.

2. El modelo de sistema mundial -que suele asociarse al nombre de Wallerstein y al del Centro Fernand Braudcl de Binghamton no es más que uno de los componentes de una serie cada vez más numerosa de estudios dedicados a la investigación del sistema mundial, que son «planteamientos m u y diversos que tienen en común la utilización de conceptos elaborados en función de los problemas mundiales y no de los del estado-nación» ( W . Ladd Hollist y James N . Roseneauy. [eds.]. World System Structure Continuity and Change. Sage. Beverly Hills v Londres, 1981).

3. Véase 1. Wallerstein. El Moderno Sistema Mundial. Siglo \xi de España Editores. Madrid. 1979 (edición original Nueva York. 1974); e I. Wallerstein. El Moderno Sistema Mundial. T. II. Siglo \xi de España Editores. Madrid 1984 (ed. orig. Nueva York, 1980). Puede decirse que hasta un autor como Peter Worsley, que ha criticado el modelo del sistema

mundial, acepta este postulado fundamental: «La fuerza principal de la teoría del sistema mundial estriba en su demostración de que los fundamentos del Tercer M u n d o fueron creados hace ya casi cinco siglos, y no durante el decenio de los años cincuenta, y que el desarrollo de cualquier país viene hoy determinado por la situación de éste en la división del trabajo a escala mundial» (P. Worsley, The Three Worlds. Culture und World Development. Weidenfeld and Nicolson. 1984. pp. 33-34). Véase también lo que dice Stavrianos: «Una simple yuxtaposición de historias nacionales en el Tercer M u n d o no va a permitirnos definir la estructura y la dinámica del conjunto» (L.S. Stavrianos. (iloluil Rift. The Third World Comes ot Age. William Morro» and C o m p a n \ . Nueva York. 1981. p. 23).

4. P.J. Taylor. «The World-System Project», en R.J. Johnsson y P.J. Taylor, A World in Crisis'.' Geographical Perspectives. Basil Blackwell. Oxford v Nueva York. 1986.

5. Alain Touraine. Production de la société. París. Editions du Seuil, 1973.

6. Terminología propuesta por Marc Nerfin (Presidente de la FIAD) en una conferencia celebrada en Gotemburgo en noviembre de 1983. Lo que sigue debe mucho a las ideas expuestas en esa conferencia. Utilizamos, pues, la noción de política del Tercer Sistema como concepto capaz de sintetizar lo que se suele llamar «movimiento verde» en el m u n d o occidental y «nueva política» o «política no partidista» en diversas zonas del Tercer M u n d o . Nuestro análisis no abarca la Europa Oriental, pero hay que señalar al respecto que el concepto de «antipolítica» presentado por George Konrad pertenece a la misma tendencia. Véase Konrad, G . , Antipolitics. N e w Left Books, Londres, 1984.

7. R . Falk. «Normative Initiatives and Demilitarization: A Third System Approach», Alternatives. vol. 6, n u m . 2, 1980.

8. Arnold Toynbee. Estudio de la historia, edición en un solo volumen. En particular las Partes II y III.

9. En nuestro modelo nos inspiramos en parte en la obra teórica de Alain Touraine (op cit.. ñola 5).

10. Véase, por ejemplo. John G . Taylor, From Modernization to Modes of Production. Londres, 1979.

11. J .H. Randall Jr.. The Making <>t the Modern Mind. Columbia University Press. 1976 (1926). H a transcurrido más de medio siglo desde su primera edición, pero este libro sigue siendo precioso para todos los que quieren desentrañar las raíces históricas del pensamiento moderno.

12. Eric R . Wolf. Enchas campesinas del siglo \ \, México. Siglo xxi. 1984 (ed. orig. 1969).

13. Hay que hacer resaltar, a este respecto, la expresión «elementos progresistas»; no ignoramos que hay pequeños sistemas sociales precapitalistas sumamente jerarquizados, explotadores e inhumanos. Creemos sin embargo, que un sistema social igualitario y organizado en función del hombre ha de ser por fuerza de dimensiones reducidas. Por ello hav que reconocer que entre los sistemas sociales precapitalistas encontraremos las dos situaciones más opuestas, los mejores y los peores sistemas concebibles.

14. Mencionemos aquí varios estudios importantes en los que nos hemos inspirado: el Estudio de la historia de Toynbee; Joseph Needham. Science and Civilization in China, vols. 1-4. Cambridge University Press. 1954-1971; Anouar Abdel-Malek, Civilizations and Social Theory (vol. 1 de Social Dialectics) y Kation and Revolution (vol. 2 de Social Dialectics). MacMillan Press, Londres. 1981; Johan Galtung. «Social Cosmology and the Concept of Peace», Journal of Peace Research, vol. XVIII. n u m . 2, 1981.

15. Según Johan Galtung (op. cil ). para el estudio de una cosmología

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social hay que partir de datos relativos a los seis puntos siguientes: espacio, tiempo, conocimiento, relaciones individuo-naturaleza, relaciones intenndividualcs, relaciones entre individuo y sociedad.

16. A . A . Mazrui, «Eclecticism as an Ideological Alternative - A n African Perspective», Alternatives, vol. I, n u m . 4, diciembre 1975.

17. Véase nota 12.

18. C . Gcertz (ed.). Old Societies and New Stales, Nueva York. 1963.

19. Sobre la oposición entre «gran tradición» y «pequeña tradición», véase Redfield, R . . Peasant Society and Culture. UniversiU of Chicago Press. 1956.

Hay que señalar aquí lo que debe nuestra utilización del concepto de contraposición a W . F . Wertheinr. véase «The Rising Waves of Modernization» en Emmanuel de Kadt y Gavin Williams (eds.). Sociology of Development, Londres. 1974.

20 J. Friedman y C . Weaver, Territory and Function. The Evolution of Regional Planning, Edward Arnold Ltd.. Londres, 1979.

21. Véase por ejemplo las publicaciones relacionadas con el proyecto Lokayan, como H . Sethi y S. Kothari (eds.), The Non-Party

Political Process: Uncertain Alternatives, UNRISD/Lokayan , 1983.

22. R . Preiswerk, «Self-Reliance in Unexpected Places», IFDA Dossier, 3Ü, julio-agosto, 1982.

23. Es lo que mostraron los Tilly en una obra precursora. The Rebellious Century 1830-1910. Harvard University Press, 1975.

24. Anthony Giddens. La estructura de clases en las sociedades avanzadas. Alianza Editorial. Madrid, 1983 (p. 285 de la edición original. Londres, 1973).

25. Los estudios relacionados con los nuevos movimientos sociales en el mundo occidental son cada vez más numerosos. Véase por ejemplo: Ronald Ingelhart, The Silent Revolution, Princeton University Press, 1977; Alain Touraine. Lu voix et le regard, Pan's, Ed. du Seuil, 1978; Philip C e m y (ed.). Social Movements and protest in France, Frances Pinter. Londres, 1982; Jo Freeman (ed.). Social Movements of the Sixties and Seventies. Longman, Nueva York & Londres, 1983; Rudolf Bahro, From Red to Creen. Verso-NLB. Londres. 1984; Mats Friberg & Johan Galtung (eds.). Riirelserna («Los movimientos»), Akademilitteratur. Londres, 1984; Elim Papadakis. The Green Movement in West Germany. Croom Helm, Londres, 1984; Charlene Spretnak & Fritjof

Capra, Green Politics, Paladin, Londres. 1985; Carl Boggs, op. cit., 1986 (véase nota 1).

26. Se describen y analizan no pocas soluciones substitutivas en obras como: Godfrey Boyle & Peter Harper (eds.). Radical Technology, Pantheon Books, Nueva York, 1976; Mark Satin. New Age Politics, Delta Books, Nueva York, 1978; Marilyn Ferguson, The Aquarian Conspiracy, 1980; Jonathan Porritt, Seeing Green, Basil Blackwell, 1984; Paul Ekins (ed.). The Living Economy, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1986; Peter Bunyard & Fern Morgan-Grenville. The Green Alternative, Methucn, Londres. 1987.

27. Se examinan extensamente los dilemas con que se enfrenta la estrategia de transformación Verde en: Mats Friberg «Three Waves of Political Mobilization in Europe and the Coming of a Fourth», en M . Friberg (ed.). A'Í'M- Social Movements in Europe, Documento de United Nations' University Project (de próxima publicación en 1988). •

28. Friberg. M . y B . Hettne. «The Greening of the World: Towards a Non-Deterministic Model of Global Processes», en Addo, H . et. al. (eds.). Development as Social Transformation, United Nations University, Tokyo, 1984.

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Poder y procesos regenerativos en los microspacios

Majid Rahnema

Introducción

La percepción de los microspacios todavía está condicionada en gran parte por la ¡fluencia de los conocimientos y el poder predominantes en los círculos políticos y vinculados al desarrollo. Mientras que en los años cincuenta los microspa­cios y sus habitantes se consideraban ante todo como elementos del planteamiento económico y de la movilización de los «recursos» necesarios, m á s tarde la necesidad de captar a las poblaciones loca­les para el m i s m o proceso dio origen a un enfoque más cercano, más orientado ha­cia el terreno y más favora­ble a la participación. En los años cincuenta, las bases del desarrollo se asentaron con una perspectiva aerofotográ-fica. En los años setenta, el enfoque orientado hacia el terreno dio lugar a lo que se podría denominar una aero­fotografía desde helicóptero, porque los expertos podían decir que desde un helicóptero que volaba m á s bajo podían tener una visión m á s precisa de sus poblaciones objetivo. Incluso podían aterrizar en cualquier parte entre la gente para indagar qué opinaba. Sin embargo, los nuevos dispositivos tecnológicos no alteraron básicamente su antigua visión cuidadosamente organizada de la realidad, puesto que siguieron pensando que su percepción era más clara que la de las poblaciones «subdesa-rrolladas» que vivían allí abajo.

En ambos casos, los microspacios siguen sien­do percibidos c o m o los últimos vestigios de un

Majid Rahnema, miembro iraní del Conse­jo Ejecutivo de la Unesco y representante del P N U D en Mali, es especialista en cuestiones de desarrollo y educación, temas sobre los que ha publicado numerosos libros y artícu­los. Actualmente está interesado en el campo de los procesos alternativos de desarrollo e imparte clases en diferentes universidades americanas. Su dirección: Cité marine de la Galère, 06 - Théoule, Francia.

m u n d o llamado a desaparecer tarde o temprano, un m u n d o compuesto de personas «subdesarro-lladas», improductivas, prescindibles, pobres y sin poder, que se han convertido en un problema no sólo para sí mismas, sino también para los que tratan de salvarlas (o desarrollarlas).

Esta «problematización» de la abrumadora proporción de la población mundial clasificada c o m o «subdesarrollada» por los mismos grupos que inicialmente crearon el problema, es en sí un

problema epistemológica­mente m u y interesante1, porque su estudio podría arrojar mucha luz acerca de la forma en que las personas y las instituciones que se ha­llan en el pináculo del m u n ­do perciben a los habitantes desde sus centros de obser­vación computadorizados.

La discusión sobre tan vasto problema está eviden­temente más allá de los lími­tes de este artículo. En cam­bio, voy a tratar de proble­mas más concretos: la forma

en que un determinado sistema de percepción con­trolado y dirigido, o estatal, contempla una canti­dad de fenómenos esenciales para nuestra com­prensión de la realidad, en oposición con otras for­m a s posibles de percibirla, concretamente las diferentes manifestaciones del poder dentro de los microspacios y macrospacios. En una segunda par­te, se estudiarán las relaciones entre ambos espa­cios desde una perspectiva integral. E n la tercera y ultima parte del artículo se examinarán los proble­mas de las comunidades de base en su búsqueda de posibilidades y espacios regenerativos nuevos.

RICS 117/Set. 1988

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Problemas de percepción

Por dos razones, la vista desde arriba ofrece una percepción borrosa y distorsionada de la reali­dad.

En primer lugar, la realidad considerada se re­duce a una fotografía o a una imagen basada en datos. Además, la retícula de análisis utilizada pa­ra la interpretación de la imagen no es adecuada para la comprensión de la realidad.

En segundo lugar, esta imagen inevitablemen­te se ve afectada por la posición del observador y por el sistema de poder del que forma parte. El observador colocado en esa posición transfiere al microspacio las características de su propio m u n d o , frecuentemente en una perspectiva etno-céntrica2. C o m o el m u n d o homogeneizado de arriba se halla compuesto de unidades intercam­biables que dan escasa o ninguna cabida a lo im­previsible de la persona humana, los microspacios se perciben como un conglomerado de objetos a analizar científicamente o utilizar. Esta visión tiende a codificar (concepto comparable al de Marx utilizado por A i m é Césaire) los microspa­cios y sus poblaciones, sobre todo en términos de su utilidad política o económica. Las comunida­des étnicas se reducen a meros números o grupos de ciudadanos que pueden suministrar recursos humanos a la nación; no son percibidas c o m o rea­lidades conformadas histórica y culturalmente ni son reconocidas y respetadas por sus peculiarida­des3.

La realidad, evidentemente, es diferente. U n microspacio humano y culturalmente conforma­do es un universo complejo y viviente por sí mis­m o que tiene una historia y generalmente una sola lengua. Es un espacio poblado por seres humanos que tienen algo en común , que se relacionan con ese espacio o que se identifican como pertenecien­tes a él. Sus relaciones están definidas por reglas y normas de conducta que, aunque no escritas, se hallan bastante bien establecidas, sean respetadas o violadas en la práctica. Los hogares, las familias numerosas, los mohallas o mahallehsA, los pobla­dos, las formaciones rurales, «de falda de monta­ña»5, nómadas, pastorales y otras formaciones de base análogas, son los microspacios de que esta­mos hablando.

Cualquiera que sea su tamaño (que general­mente es mayor), las comunidades étnicas tam­bién se pueden considerar c o m o microspacios en la medida en que comparten muchas de las mis­mas características.

N o todos los microspacios están constituidos cultural y endógenamente. Hay microspacios creados artificialmente (distritos, divisiones, campos, etc.), que son producto de decisiones ad­ministrativas o políticas tomadas a alto nivel. C o ­m o tales, son partes pequeñas -en realidad, ato­mizadas- del macrospacio que las ha creado, y no microspacios conformados culturalmente, que son el tema central de este trabajo.

Sociedades cerradas y sociedades abiertas

Los microspacios formados culturalmente repre­sentan sociedades «cerradas» o sociedades «abiertas», o bien una combinación de ambos ti­pos.

Las sociedades cerradas son espacios que se han rodeado de membranas casi impermeables de protección contra las influencias externas. Fre­cuentemente estas membranas les han ayudado a desarrollar fuertes sistemas de inmunización que les permiten preservar y reproducir sus formas de vida en las condiciones más difíciles6. La falta de apertura de estas sociedades a las influencias ex­ternas ha llevado a algunas a mantener tradicio­nes rígidas y estructuras socioculturales represi­vas. Estas estructuras tienden a convertirse en un grave lastre cuando las sociedades son sometidas a una presión de cambio fuerte e inesperada. El «pequeño m u n d o » de Gretchen en Fausto de Goethe es un ejemplo de esta clase de sociedad cerrada7.

Buena parte de los actuales movimientos de comunidades de base del Tercer M u n d o inspira­dos en el fundamentalismo religioso son otros ejemplos del mismo fenómeno.

M u y diferente es ciertamente el caso de otros movimientos de comunidades de base que se per­ciben c o m o espacios abiertos y consideran sus tra­diciones c o m o búsqueda permanente de la m o ­dernidad en su significado original (o sea la nece­sidad de estar en el presente y en relación con él) y c o m o garantía de dicha modernidad.

Para estos movimientos lo importante es rege­nerar un espacio vital mediante un proceso au-toimpulsado de interacción con cualquier ele­mento que facilite dicho propósito. Movimientos c o m o ChipcoK. Lokayan9 y A N A G E D E S " 1 son ex­presiones modernas de estas «sociedades abier­tas». Volviendo al Fausto de Goethe, la cabañita de las dunas de Filemón y Baucis, con su capillita

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i^fHi.

«Ubu Imperator» (1923), óleo de Marc Ernst (1891-1976). El padre U b u . es un hombre estúpido y sediento de poder creado porei escritor Alfred Jarry ( 1 873-1 907). Spadem

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y su jardín lleno de tilos, que durante muchos años ofreció ayuda y hospitalidad a los marineros náufragos y a los viajeros errantes, es otro ejemplo de «sociedad abierta». La pareja de ancianos per­sonificaba lo mejor que el viejo m u n d o podía aportar al abrirse a toda la buena gente. C o m o tal, el respeto de la tradicionalidad también represen­taba la quintaesencia de la verdadera moderni­dad.

Sus tradiciones de hospitalidad los llevaban a estar siempre presentes en el m u n d o que querían preservar y a cultivarlos en todo su esplendor, sin aceptar nunca su destrucción por parte de los au-toprocl amados profetas de un concepto abstracto y artificial de la modernidad.

En realidad, ninguna sociedad contemporánea de base es enteramente abierta o cerrada. Todas las comunidades representan una mezcla de a m ­bas características. En todo espacio dado, cohabi­tan los fundamentalistas que resisten a toda clase de cambio y los tradicionalistas modernos" que tratan de dar mayor sentido y belleza a la vida. Mientras que los primeros suelen ayudar a activar los procesos de degeneración de la vida y a cerrar sus sociedades a los cambios necesarios para pre­servar la savia vital de sus miembros, los segun­dos, en forma autárquica pero abierta, tratan de fomentar todas las oportunidades autogenerati-vas de los «comunes».

La existencia permanente de ambos grupos y de otros intereses creados dentro de cada forma­ción humana particular señala otra característica c o m ú n de todos los microspacios.

Contrariamente a la falacia tan difundida entre algunos críticos románticos de la moderni­dad, la mayor parte de los microspacios adole­cen de muchos de los mismos males y de las mis­m a s contradicciones que afectan a todas las so­ciedades.

Las comunidades distan mucho de ser lugares idílicos en que cada uno vive en paz y en armonía con todos los demás. La opresión, la violencia, la disensión y el odio son frecuentes dentro de las comunidades y entre ellas. Básicamente, lo que las caracteriza es que la vida dentro de los mi­crospacios todavía está definida por los seres hu­manos que pertenecen a ellos, con toda su riqueza y sus debilidades, su complejidad, su singularidad y su imprevisibilidad; para el macronivel, en cam­bio, la vida es el producto de elementos, profesio­nes e instituciones frecuentemente anónimos, in­tercambiables y triviales que reemplazan a los se­res humanos.

El problema del poder

Comúnmente se piensa que las pequeñas comuni­dades de base son, por lo general, débiles o que no tienen poder. Su pequeña dimensión, su falta de recursos económicos y su pobreza general, junto con el hecho de que suelen depender de fuentes de poder sobre las cuales tienen poco o ningún con­trol, son algunos de los muchos factores que sir­ven de asidero a esta creencia.

Se supone pues que de todas formas dichas co­munidades son demasiado pequeñas y débiles pa­ra sobrevivir por sí mismas sin integrarse en enti­dades más grandes y más poderosas, que les son indispensables para tener acceso a los recursos económicos y de otro tipo que tanta falta les ha­cen para su desarrollo. Según un supuesto más progresista, dada su falta de poder, dichas comu­nidades deberían ser dotadas de él para des­empeñar una parte activa en el proceso.

A m b o s supuestos deben ponerse en entredi­cho y volverse a examinar seriamente puesto que son en gran parte causantes de las muchas confu­siones y de las falsas percepciones corrientes rela­tivas al poder c o m o dialéctica y c o m o praxis. Las siguientes observaciones tienen por objeto prose­guir este cuestionamiento.

Según el sobresaliente análisis de Michel Fou­cault, el poder no es ni lo que la gente piensa ni está donde ella lo piensa, sino que es la expresión de centenares de microprocesos que definen di­versas corrientes provenientes de una multitud de fuentes diferentes12.

Los que detentan el poder en las altas esferas se consideran poderosos sólo por estar en una po­sición que les permite aprovechar cantidad de in­fraestructuras y determinados dispositivos (técni­cas, formas de acción, conocimiento y dialéctica) que pueden generar poder político. Las posiciones estratégicas que ocupan, junto con el control que ejercen respecto a dichos dispositivos (medios de poder), les permiten transformar rápidamente su potencial que de otra forma sería exiguo en poder instantáneo sobre los demás. Por ejemplo, el Pre­sidente de Estados Unidos se halla en una posi­ción en que realmente puede iniciar una guerra nuclear apretando un botón. U n alto burócrata puede decidir comenzar un proyecto de varios mi­llones de dólares, darle forma a voluntad o dete­nerlo sin siquiera informar a los concernidos. Centenares de políticos, juristas o economistas ejercen poder respecto a otras personas desde sus posiciones con base en la política del poder, la uti-

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lización de los medios informativos, la ley, los co­nocimientos de economía u otras formas profesio­nales de conocimiento.

Identificar esta faceta única de poder político con las muchas corrientes que forman los proce­sos complejos e interrelacionados de la formación del poder constituye evidentemente una forma demasiado simplista de observar el fenómeno. Es, en primer lugar, adscribir todos los fenómenos de poder a las infraestructuras de poder vigentes (por ejemplo, el aparato estatal con sus armas represi­vas, primitivas y colonizadoras). E n segundo lu­gar implica ignorar que, «el estado, a pesar de to­da la omnipotencia de su infraestructura, dista m u c h o de llegar a ocupar todo el campo de las relaciones reales de poder, y además (...) el estado sólo puede operar con base en otras relaciones de poder ya existentes»13.

El sistema de poder dominante o metapoder estructurado puede ciertamente producir, en for­m a sistemática y a veces instantánea, una fuerza de choque bastante visible y efectiva. Sin embar­go, «sólo puede sostener y asegurar su posición cuando se halla arraigado en toda una serie de re­laciones múltiples o indefinidas de poder que pro­veen la base necesaria para las formas negativas de poder»14.

L o que a veces falta en la percepción del fenó­m e n o del poder desde arriba es el hecho de que los que viven en los microspacios son precisamente los que forman la base del poder. Ellos son el po­der y tienen poder, aunque de diferente forma. Tienen el poder de la semilla del árbol que da al árbol todo su potencial de crecimiento y le permi­te reproducirse.

En cambio, el poder de los gobernantes que se hallan arriba es en cierta forma artificial, si no ilusorio. Se parece al del leñador, al del propieta­rio o vigilante temporal de un árbol, que puede servirse de su posición y de diversos medios (ha­chas, abono, agua, etc.) sea para destruir el árbol o para ayudarle a crecer.

El poder de las poblaciones de base tiene otras características, que lo distinguen del que es pro­pio de los que detectan el poder al macronivel.

En primer lugar, éste es el poder que en tiem­pos normales regula y preside la vida real del pue­blo. En segundo lugar, es una forma m u c h o menos visible de poder en la medida en que su visibili­dad suele paradójicamente ser un impedimento y un peligro para su completo despliegue. Por últi­m o , es un poder generalmente m á s difícil de m o ­vilizar c o m o fuerza política organizada.

Se pueden proponer las siguientes explicacio­nes: la primera es que los muchos microspacios invisibles de poder ascendente - o de resistencia al poder- no son regulados ni coordinados por m e ­canismos organizados o institucionales, que son de nivel estatal. Esta falta de visibilidad y esta au­tonomía ayudan evidentemente a los diversos centros de resistencia a actuar con m á s libertad y eficacia. Su evasividad y fluidez hace difícil loca­lizarlos o sorprenderlos. Esta es una de las razones de que las acciones subversivas o las de tipo gue­rrillero ganen al no estar vinculadas o dirigidas por un punto focal centralizado fácil de localizar, de destruir, o de captar. Sin embargo, esta misma ventaja se vuelve un inconveniente cuando los mismos centros de resistencia invisibles (o clan­destinos) necesitan transformar su poder en fuer­za política o de choque al macronivel.

A d e m á s de la falta de un sistema centralizado de coordinación y comunicación entre los micro-centros de resistencia, hay otros factores que les impiden materializar y movilizar su potencial de poder cuando se presenta la necesidad. Algunos de ellos, incluido el fenómeno de esclavitud vo­luntaria, se examinarán en la última parte de esta monografía; a pesar de estos obstáculos, la histo­ria está llena de ejemplos que muestran que las microfuerzas también se pueden transformar en poder político al macronivel. Sólo que tienen sus propias maneras de hacerlo. El problema consiste en entender mejor la dinámica específica de esta forma peculiar de movilización. Hace falta más investigación para descubrir las condiciones en que este proceso se produce, la combinación de factores que, en determinadas circunstancias, produce situaciones de cohabitación o tensiones pacíficas, mientras que en otras lleva a formas m á s abiertas y violentas de lucha tales c o m o rebe­liones y revoluciones.

El concepto de conferir poder

La discusión sobre la dinámica de la formación del poder nos puede ayudar ahora a examinar nuevamente el concepto de conferir poder, que estuvo bastante de m o d a a finales de los setenta y que todavía promueven algunas organizaciones de base.

Este concepto plantea la siguiente pregunta fundamental: si uno supone, c o m o acabamos de hacer, que la gente es poder y tiene poder, ¿cómo puede ser dotada de poder? y ¿por qué debería

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estarlo? La pregunta se puede evitar si la suposi­ción anterior se reemplaza por las siguientes: a) la forma de poder que se ha de conferir es el poder político conocido al macronivel, poder que repre­senta sólo la facultad de ejercer una cierta forma de poder mediante el control de determinadas he­rramientas (o infraestructuras) necesarias para di­cho efecto; b) este poder es el más decisivo y el único que cuenta; c) esta forma de poder puede transferirse a otros en cualesquiera circunstancias con buenos resultados, y d) si dicha transferencia fuera posible, aumentaría indudablemente el po­der del pueblo sin afectar negativamente de nin­guna manera el ejercicio del poder.

Es alentador que una cantidad cada vez mayor de activistas y teóricos que trabajan en comunida­des básicas y estrechamente asociados con ellas se estén dando cuenta de que dichas premisas no só­lo son infundadas sino también engañosas15. Di­chos activistas y teóricos sostienen que el poder no es un bien universal que haya que transferir; que cada formación humana tiene sus propias for­mas de crear y ejercer el poder, con una larga his­toria de resistencia y autodefensa en su haber. Es­tas formas familiares, tradicionales de ejercicio del poder suelen adaptarse al m á x i m o a la cultura y a las oportunidades de cada grupo particular; no se pueden descartar sencillamente por pasadas de m o d a o inútiles. T a m p o c o se pueden sustituir por fórmulas universales de poder que no son aplica­bles en cada caso, sino que sólo se pueden mejorar o actualizar para adaptarlas a las situaciones cam­biantes.

El movimiento gandhiano se basó en la premi­sa de que las comunidades rurales de la India esta­ban facultadas con poder. El problema se reducía entonces a que sus dirigentes entendieran la diná­mica del movimiento y que ayudaran a las pobla­ciones a recobrar la confianza en su propio poder para utilizarlo y regenerarlo plenamente. El m e n ­saje permanente de Gandhi era que el poder de macronivel del gobierno colonialista no era real y que los que le oponían resistencia no debían tam­poco tratar de apoderarse de él16. E n la misma línea, M a o calificó al poder imperialista de «tigre de papel» y ayudó a la multitud de centros de re­sistencia del pueblo a organizar sus propias for­m a s de poder con base al concepto de guerra de guerrillas. M á s tarde, las mismas premisas lleva­ron a H o Chi Minh , a Amílcar Cabral y a otros líderes de movimientos de liberación a regenerar las tradiciones populares de manejo y ejercicio del poder. En una reciente visita a Ghana , una pareja

de activistas africanos de comunidades de base m e dijo que había sido gracias al poder autoorga-nizado y autodependiente de las comunidades africanas c o m o el país había evitado un colapso total después de los golpes sucesivos que lo habían desestabilizado por lo menos durante dos déca­das.

Evidentemente, cada vez hay mayor cantidad de personas y comunidades que efectivamente se han quedado sin poder c o m o resultado del desa­rrollo o de otras estrategias que han destruido su capacidad tradicional de realzar su poder vital. Sin duda las poblaciones así afectadas por dichas políticas necesitan regenerar su poder. Sin embar­go, interactuar con dichos grupos para reforzar sus posibilidades de autorregeneración no es lo mismo que someterlas a procesos de adquisición de poder, que suelen dejar de lado la realidad pro­pia de su cultura e inclusive les impiden desplegar su propia forma de poder.

Las anteriores reflexiones permiten formular la hipótesis de que en la mayoría de sociedades hay por lo menos dos campos identifícables de poder: el formal y el informal. El primero repre­senta el poder del «Príncipe» y el «Derecho» con sus instituciones formales: el segundo, el de la multitud de personas, grupos e instituciones que interactúan con el poder formal sometiéndose a él cuando no hay forma de evitarlo, tratando de con­ducirlo a sus propios fines cuando quiera que sea posible, siempre intentando sacar el m á x i m o pro­vecho de sus propias capacidades y poder de resis­tencia17. Los contribuyentes que engañan al fisco, los jóvenes que evitan el servicio militar, los gran­jeros que aceptan subsidios o equipo para proyec­tos de desarrollo pero que los emplean para sus propios fines, los técnicos o los obreros de repara­ción que trabajan sin autorización ni licencia, los maestros oficiales que usan la clase para denun­ciar los abusos de autoridad del gobierno, son al­gunas de las muchas manifestaciones de este po­der.

Esas formas de poder (y de conocimiento) constituyen, por parte de los subyugados, la ex­presión creativa de la búsqueda de una red de cen­tros de resistencia al poder formal. Ayudan a los oprimidos a sobrevivir y m u y frecuentemente a vencer a los que detentan el poder legal oficial. Es mediante la creación y el fortalecimiento de estas formas de poder, c o m o el pueblo, las mujeres, los campesinos y los marginados, las minorías confe­sionales o raciales, los disidentes y los subyugados de toda laya han podido vencer muchos de los

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Filemón y Baco reciben a Zeus y a Hermes disfrazados de viajeros. Héroes de la leyenda frigia, mencio­nada por el poeta romano Ovidio (43 a . C - 1 8 ) , simbolizan la hospitalidad y la apertura. Obra del artista francés Jean Restout (1692-1768). Girandon.

obstáculos formales con que tropiezan en la vida. La historia da suficiente prueba de las formas en que estos diferentes grupos han preservado su unidad y su libertad a pesar de las leyes y las res­tricciones socioculturales m á s discriminatorias. Lo han hecho sin esperar que un día se abolieran esas leyes o que viniera algún emisario que les confiriese poder. Las victorias así conseguidas han sido menos el resultado de un reconocimiento formal de sus derechos - o de las m á s espectacula­res acciones masivas que les sirvieron para dicho fin- que de la infinidad de pequeños caminos y entradas que la gente corriente frecuentemente ha podido abrir para penetrar en el bastión formal del poder. La historia real es, de hecho, la historia de innumerables personas corrientes en el ejerci­cio diario de su imaginación, su ingenio y sus ca­pacidades creativas de autoorganización.

¿Tienen posibilidad de vida las pequeñas comunidades?

Otra premisa de la que habría que desconfiar

es la de que las pequeñas comunidades no tienen posibilidades de vida. El ejemplo del estado-na­ción nos ha condicionado durante largo tiempo para creer que dichas comunidades no tienen fu­turo a menos que se integren en unidades m á s grandes y m á s poderosas.

Las políticas seguidas en nombre de este prin­cipio sacrosanto difícilmente convencieron a las poblaciones m á s directamente afectadas de que fueran por su bien. Las m á s de las veces, la inte­gración forzada de las pequeñas comunidades y los pequeños grupos étnicos en entidades políticas m á s grandes ha debilitado m u c h o m á s a aquéllos. En otros casos, ha conducido a su destrucción físi­ca o cultural18. Esta integración sólo ha servido a la infraestructura estatal de macronivel para ejer­cer formas m á s diversificadas de control y de re­presión. Se necesita investigación m á s imparcial para establecer si dicha integración ha fortalecido los estados en cuestión o los ha tornado m á s capa­ces de defender la independencia de las partes in­tegradas (o, para el efecto, la de la nación c o m o un todo) contra las presiones extranjeras. Es hora de

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que los pueblos directamente concernientes exa­minen nuevamente de forma más crítica lo falso y lo verdadero del concepto de estado-nación.

La investigación sobre las relaciones entre el micronivel y el macronivel ha adolecido de confu­sión entre la realidad y la apariencia: lo que en realidad es y lo que es sólo apariencia para el ob­servador.

Para los que planifican, todo lo pequeño está pasado de moda , es improductivo o, en el mejor de los casos, es simplemente bonito. Lo grande es lo que realmente cuenta y vale la pena tratar. Ocu­parse de microproyectos es perder tiempo y ener­gía mental.

Además , las actividades de base son sólo es­fuerzos a pequeña escala que producen efectos lo­cales. Esto los descalifica para constituir «verda­dero» desarrollo, que debe abarcar áreas suficien­temente grandes c o m o para producir efectos importantes y duraderos. La mejor manera de ayudar a las poblaciones de base es por tanto cam­biar también esta realidad al macronivel.

El problema consiste en que: a) lo que les pare­ce pequeño a los planificadores es la medula mis­m a de lo grande que ellos piensan que les interesa; y b) pensar en grande no significa gastar grandes cantidades en macroplaneamiento y macroreali-zaciones sino, en última instancia, trascender la dicotomía artificial entre lo pequeño y lo grande.

La visión tecnocráticodesarrollista de las reali­dades de base está estructuralmente incapacitada para comprender y tratar los procesos verdaderos, por las siguientes razones:

a) La realidad de la cual se ocupa a menudo no es m á s que un objetivo predeterminado que trata de alcanzar en su propia imaginación. Es un futu­ro abstracto que se va a crear en base a un plan diseñado profesionalmente y concebido política­mente. Esto tiene poco que ver, en primer lugar, con el verdadero futuro en preparación y, en se­gundo lugar, con la realidad que se vive y cobra forma dentro de una cultura específica.

b) L a concepción desarrollista está a n i m a d a por motivaciones (económicas, políticas, cultura­les) prácticamente ajenas a las poblaciones m á s directamente concernidas. N o tiene en cuenta có­m o estas poblaciones perciben sus propios proble­m a s ni c ó m o h a n aprendido a resolverlos. U f a n a de la superioridad d e sus propios sistemas de co­nocimientos y técnica, aplica u n a concepción de macronivel que se s u p o n e que contiene todas las respuestas a los p rob lemas pendientes.

c) L o que dicha concepción busca para legiti­

m a r s e son resultados rápidos y a veces espectacu­lares. L o s donantes (gobiernos, organizaciones de asistencia, empresas transnacionales, etc.), y el público q u e se supone q u e provee legitimidad es­tán condicionados t ambién para esperar dichos resultados.

d) L a concepción desarrollista parece incapaz de comprender que en un macrospacio no puede haber ningún cambio verdadero y durable si no proviene de cambios de sus microspacios consti­tutivos. Sólo cuando el pueblo mejora su situa­ción, a nivel de las comunidades de base, pueden hacerse realidad cambios más amplios a gran es­cala. Consiguientemente, en lugar de percibir a esas comunidades c o m o los agentes m á s indispen­sables de cualquier cambio a todo nivel, la con­cepción desarrollista a menudo las percibe (al m e ­nos el 70 % de la población mundial) c o m o des-cartables, considerando indispensable sólo el res­to (o sea el 30 % útil para una cierta idea de la economía)19.

Por todas estas razones, en el paradigma esta­tal, lo que parece pequeño carece, en definitiva, de importancia y constituye una pérdida de tiem­po y de recursos. Este modelo, además, rara vez tiene en cuenta que «lo grande» que trata de culti­var suele ser la parte más irreal de la realidad. Confunde «pensar a lo grande» con gastar y pla­near «a lo grande» lo que en última instancia tiene pequeñísimo efecto en dicha realidad. En la m e n ­te de los políticos y los burócratas, se pierde de vista la unidad general dialéctica que hay entre lo grande y lo pequeño y lo mismo sucede con la gran riqueza y complejidad de la vida del micro­cosmos de los seres humanos.

Nueva mirada al microcosmos humano

Examinemos ahora más de cerca algunas de las características de estos microcosmos tan frecuen­temente olvidados en la visión estatal, sistemati­zada de la realidad. C o m o una primera caracterís­tica, las pequeñas comunidades de base, aparente­mente aisladas y de dimensión local, corresponden en efecto a espacios y a horizontes de dimensiones mucho mayores. Gustavo Esteva observa lo siguiente: «Los campesinos mexicanos siguen siendo gente que nace en un espacio colec­tivo concreto, tanto física como culturalmente, espacio al que pertenecen y que les pertenece. [Es­tos espacios son] localizados -es decir, están ubi-

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cados en un lugar específico- pero ilimitados, o sea sin límites definidos»20.

Para el m i s m o autor, los espacios a los que per­tenece la gente educada son, en cambio, espacios no localizados y limitados.

«En ese m u n d o , según la tradición occidental, "nosotros" vemos fronteras físicas y culturales que definen nuestras relaciones con los " d e m á s " que viven m á s allá de esas fronteras: los foraste­ros, los extranjeros, los bárbaros...»

En la percepción del campesino, «el espacio exterior se percibe c o m o un horizonte, no c o m o una frontera»2'.

Millones de personas de otros lugares viven en microspacios similares, localizados pero sin fronteras. Están sumamente apegadas a sus espa­cios cultural y geográficamente definidos, aunque viajan m u c h o y reciben gran cantidad de visitan­tes de otras comunidades. Por la m i s m a razón, la mayoría de gente que vive en Africa y en Asia suele hablar dos o m á s idiomas. Los pequeños m u n d o s en que viven siempre tienen relación con m u n d o s m á s amplios, generalmente m á s reales que el m u n d o internacional abstracto de los desa-rrollistas de la «jet set» que se confinan a las fron­teras limitadas de su realidad artificial.

U n a segunda característica de los microspa­cios de base es que en su interior no hay ninguna frontera que separe los diferentes aspectos de la vida. N o hay ninguna diferenciación artificial, sectorial, entre vivir bien, comer, trabajar y orar. Estas actividades no se hallan disociadas en gru­pos llamados educación, salud, alimentación, tra­bajo y religión, y que requieran servicios de exper­tos profesionales especializados. Por el contrario, aprender, sentirse bien, compartir una comida o sentarse alrededor de un sofreír1, cultivar la tie­rra, trabajar u orar son actividades integradas de índole cultural. E n otras palabras, cada microacti-vidad h u m a n a es al m i s m o tiempo parte de un m a c r o m u n d o que representa millares de años de vida comunitaria y una memoria o una sabiduría colectivas que van m u c h o m á s allá de cualquier actividad particular.

El enfoque sectorial propuesto por algunos ex­pertos y organizaciones de desarrollo crea fronte­ras artificiales que no tienen cabida en las socie­dades tradicionales básicas. Este enfoque no guar­da relación con realidades que, por naturaleza, no se pueden disociar ni atomizar.

El swadeshi (o sea la dedicación a la propia localidad) de Gandhi , con su noción tradicional subyacente de dharma se basa en la creencia de

que la conducta de todo ser h u m a n o tiene un al­cance universal. Dharma significa orden cósmico y deber de cada persona de mantener este orden en la forma singular propia de dicha persona. Por lo tanto, todos los esfuerzos humanos , por peque­ños que sean, forman parte de un esfuerzo m u n ­dial por crear perpetuamente normas y prácticas dirigidas a armonizar m á s la vida con el orden cósmico. L o pequeño y lo grande son aquí dos facetas combinadas de una realidad única inte­grada.

La comprensión de esta visión integralista es importante para la acción participativa de la in­vestigación encaminada a descubrir junto con las poblaciones concernientes, las formas m á s perti­nentes de reordenar sus espacios vitales a un mi-cronivel y a un macronivel.

Todos los seres humanos , ya sean considera­dos individualmente o c o m o partes integrantes de espacios socioculturales, son pues en mayor o menor grado universos expandidos o en expan­sión, cuya escala tiene poco que ver con su rique­za o su complejidad interiores. Sin embargo, el espacio vital de cada uno es el centro de un con­junto de círculos concéntricos en continua ex­pansión, de los cuales los que se hallan m á s cerca del núcleo definen m á s concretamente el m u n d o singular de las preocupaciones, las aspiraciones y las esperanzas individuales23.

La necesidad de regenerar este espacio c o m o parte de los círculos en expansión permanente que lo rodean es básica para todas las formacio­nes humanas. Sin embargo, la tarea es s u m a m e n ­te difícil, en particular en el m u n d o contemporá­neo en que innumerables elementos violentos, divisores y alienantes se van infiltrando en diver­sas formas en todos los espacios vitales, tanto al macronivel c o m o al micronivel. H a y que tratar drásticamente la contaminación generalizada de los espacios humanos antes de intentar luchar contra sus causas y sus efectos.

Mundos externos y mundos internos

Actualmente, los espacios humanos de nivel bási­co se hallan sometidos a influencias cada vez m á s inhibidoras provenientes de los macromundos que los rodean. A nivel internacional se han ana­lizado extensamente los efectos de fenómenos ta­les c o m o el imperialismo político, el imperialis­m o cultural, el colonialismo, el neocolonialismo.

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la monetarización de la vida, etc. Pero sólo re­cientemente la investigación ha trascendido las sistematizaciones y las dicotomías generales pro­pias de la corriente de pensamiento político y económico de principios del siglo: un m u n d o di­vidido solamente entre imperialistas y extranje­ros por una parte, y las naciones colonizadas y avasalladas por la otra. Así. respetables teóricos y pensadores del Tercer M u n d o sostienen que ninguna consideración política o ideológica abs­tracta debería justificar el silencio o las actitudes no críticas cuando los intereses de los oprimidos se hallan en peligro. Hay que proseguir la bús­queda de la verdad inclusive cuando la autocríti­ca puede ser aprovechada por los opresores para servirse indebidamente de ella en pro de sus pro­pios objetivos. En este contexto, es natural y vital que la investigación trate en forma radical y abierta cuestiones tales c o m o el colonialismo in­terno, las características violentas y colonizado­ras de las ideologías modernizantes, las formas etnocidas de desarrollo, el terrorismo estatal, sin excluir tabúes como los conceptos mismos de es­tado-nación y desarrollo. Entre otras, las obras de Rajni Kothari, Ashis Nandy. D . L . Seth y sus colegas del Centro de Estudio de las Sociedades en Desarrollo, de Delhi, las de Gustavo Esteva. Orlando Fais Borda, y otros, son verdaderos hi­tos en esta búsqueda general de una nueva ver­dad respecto a las comunidades de base.

Los trabajos de estos investigadores reflejan desde luego un cuadro desolador de la situación en que viven los oprimidos del m u n d o . Indican que en muchos países las élites y las instituciones del poder ya no están combatiendo a los que en otra época trataron de imperialistas y colonialis­tas, sino a su propio pueblo. Cada vez que los oprimidos toman iniciativas para defender su es­pacio vital contra las influencias destructivas y degeneradoras exteriores, sus propios gobernan­tes los eliminan o los reprimen. En casi todas partes, las naciones se hallan divididas en dos mundos distintos24, frecuentemente opuestos en­tre sí: los de arriba, que viven gracias a un siste­m a combinado de ayuda extranjera y explotación nacional, y los de abajo, reducidos a formas m o ­dernas de servidumbre y pobreza. Cualesquiera que sean sus países y sus culturas de origen, los grupos de arriba han creado para sí mismos un macrospacio «universal» homogeneizado que re­fleja los valores y las aspiraciones de la cultura monetarizada e industrial dominante. Los meca­nismos políticos, financieros, militares e indus­

triales de que disponen les deparan los medios necesarios para infiltrarse y contaminar todos los demás espacios humanos.

El único elemento alentador de este cuadro global es que al mi smo nivel se están abriendo otros espacios paralelos. Mientras las alianzas en­tre estados (Norte-Norte, Norte-Sur, y paradóji­camente hasta Sur-Sur) fortalecen los vínculos en la cumbre, a menudo en detrimento de los opri­midos, se forman nuevas alianzas que agrupan movimientos de base y organizaciones no guber­namentales de todos los países. El alcance cada vez mayor de esta fuerza emergente está, de he­cho, aportando a los microspacios de los países en desarrollo posibilidades de acción nuevas, sin precedentes.

Los peligros externos para el potencial regene­rador de los microspacios se combinan con una serie de procesos deteriorantes que amenazan con destruir su trama desde dentro.

LIn primer grupo de problemas está relaciona­do m u y directamente con los efectos desintegra­dores que las intervenciones modernizantes tie­nen en la vida de la gente: proyectos de desarrollo que destruyen economías de subsistencia: siste­mas escolares implantados con efecto divisorio, que alienan a los jóvenes de sus raíces culturales y provocan el éxodo rural; la introducción de ser­vicios que crean dependencia y de bienes de con­sumo que conducen a la erosión gradual de los sistemas de inmunización25, y una cantidad de otros elementos que reducen significativamente la confianza de la población en sus propias capa­cidades de regeneración.

Estos elementos tienen efectos sinérgicos en una segunda serie de fenómenos de origen cultu­ral m á s profundo, que siempre han sido caracte­rísticas de las sociedades tradicionales, entre los cuales se hallan: a) la interiorización de los valo­res y de las formas de poder producidos por las élites dominantes, fenómeno que en los tiempos modernos ha sido un importante factor de «colo­nización intelectual»26; b) el fenómeno patológi­co, pero bastante c o m ú n , de «servidumbre vo­luntaria» o «voluntad de esclavitud»27; c) el temor de la libertad que a veces produce un sín­drome de falsa seguridad (gente desesperada que trata de obtener una sensación m á s grande de li­bertad personal dejándose captar para conseguir tranquilidad mental o algunas ventajas materia­les inmediatas, reduciendo así aún m á s su liber­tad y su poder); d) un enfoque cerrado y acrítico de las tradiciones y la etnicidad, que se traduce

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Poder y procesos regeneramos en los microspacios 395

Lo pequeño, ¿es viable? La diminuta república de San Marino (61 K m 2 , 17.000 habitantes) en territorio italiano. Este estado, uno de los más antiguos de Europa, ha sido siempre independiente. Roger vioiiet.

en violencia y en negación fundamentalista de todas las formas de cambio, y que fomenta divi­siones fratricidas y autodestructivas; e) proble­mas relacionados con la incapacidad de recono­cer al verdadero enemigo y la índole de su poder, agravada por una percepción errónea del propio poder y de las propias debilidades, etc.

A pesar de todos estos elementos negativos que impiden los procesos regenerativos de m u ­chos microspacios humanos, las organizaciones y los movimientos de base están en acción en casi

todo el m u n d o . C o m o apunta Rajni Kothari:

«En todo el m u n d o hay pruebas de que gran­des sectores de desposeídos, tras haber creído m u c h o tiempo en la gracia de Dios y en la gracia del César, están cobrando conciencia en forma turbulenta, y desde hace un tiempo se han dado cuenta de que no hay gracia (ni "compasión" ni "piedad") entre los podero­sos, y de que sólo por medio de la lucha pue­den esperar algo»:s.

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Las fuerzas emergentes no son en absoluto uniformes. Algunas sólo expresan la necesidad de sobrevivir a toda costa. Otras reflejan la volun­tad de un grupo específico de hallar una solución inmediata y concreta a un problema local, pero sin ninguna intención de poner en tela de juicio la legitimidad del poder dominante. Otras repre­sentan formas diferentes de desafiar ese poder, a veces de manera destructiva y deliberada, otras veces con la idea de reemplazarlo por una forma de poder más humana, no violenta.

Las más significativas y más prometedoras son desde luego las que consideran que la solu­ción de los problemas locales nunca está disocia­da de una visión m á s amplia del m u n d o a que pertenecen. Sus esfuerzos tienden a representar soluciones locales de problemas mundiales, pero sin ningún intento planeado de su parte, ni de la de ninguna otra institución establecida, a dicho efecto. En este caso, "macronivel" y "microni-vel" son sólo expresiones diferentes del mismo proceso. N o son contrarios polarizados de una estructura piramidal sino contextos coexistentes en una trama de variaciones y diversidades, to­das ellas autónomas e interrelacionadas»29.

Perspectivas futuras

La importancia de movimientos e iniciativas co­m o Chipco. Lokayon o A N A G E D E S es precisa­mente que no se perciben a sí mismas c o m o orga­nizaciones abstractas, profesionales y no localizadas que tienen por misión universal cam­biar el m u n d o desde arriba. Tampoco se propo­nen llevar a cabo un plan faustiano o quijotesco para introducir dicho cambio basándose en la premisa de que tienen el conocimiento y el poder de decidir sobre las características del cambio.

Dichos movimientos e iniciativas saben que pertenecen a una comunidad específica, a una cultura y a un espacio humano que son vitales para su bienestar espiritual y físico. A m a n su mi-crospacio y se preocupan por él, saben hablar y entablar relaciones con la gente de su comunidad y escuchar lo que dice. Escrutando el horizonte de su espacio, descubren lo que podría y debería hacerse para tornarlo más bello, m á s sociable y más humano. Y c o m o tienen la tradición de la hospitalidad, reciben gustosamente en su hogar a todos los amigos del extranjero y disfrutan de su hospitalidad cuando viajan a visitarlos. Median­te estos intercambios aprenden y reciben mucho

unos de otros y de sus respectivas culturas. Nadie trata decambiar o de desarrollar al otro, y sin embargo todos cambian y maduran gracias a lo que aprenden. Los microspacios que de esta for­m a se van moviendo uno hacia otro crean nue­vos macrospacios que enriquecen el espacio vi­tal de todos. Dicho proceso orgánico les permite a todos descubrir que no existe ninguna dicoto­mía entre un microspacio y un macrospacio, cuando éste se percibe c o m o el producto natural de culturas y formas de vida auténticas que inte-ractúan libremente entre sí. La dicotomía apare­ce solamente cuando un determinado microspa­cio, impuesto artificialmente, tratade colonizar microspacios naturales para expandir sus hori­zontes.

N o cabe duda de que los movimientos autén­ticos, como los mencionados, suelen encontrarse frente a frente con macrospacios hegemónicos y foráneos. Su autorregeneración y su acceso a los macrospacios que escojan resultan, pues limita­dos. Sus posibilidades de éxito dependen mucho de las características del poder (o del gobierno) que les controla el espacio. Las situaciones son bastante diferentes según los gobiernos sean a) m u y represivos, b) manipuladores y demagógi­cos, c) paternalistas, d) bastante democráticos o e) más o menos favorables a la base.

N o intentamos explicar aquí estas diferentes situaciones ni establecer una tipología de posi­bles interacciones. Por consiguiente vamos a con­cluir con un número de consideraciones genera­les que pueden ayudar a la investigación.

/. Ningún gobierno (o estado) podría o debe­ría ser considerado fuente monolítica y omnipre­sente de poder. Aunque hay regímenes políticos marcadamente totalitarios o represivos, ninguno puede extender su poder negativo a todos los es­pacios vitales en todo momento . D e hecho, las más de las veces, las áreas que escapan al poder político central son generalmente mucho más amplias que las que dicho poder controla real­mente, y suelen ser precisamente los mismos es­pacios en que es real y efectivo el poder informal de los subyugados. También son espacios en que los procesos generales y continuos de formación de poder se van desarrollando y conduciendo a cambios cualitativos en el equilibrio de poder. Así, no hay ninguna situación que excluya deter­minadas posibilidades de acción eficaz, inclusive en las circunstancias más adversas. El problema de cada grupo (o inclusive de cada persona) es por tanto identificar estos espacios y aprovechar-

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Poder y procesos regenerativos en los microspacios 397

los al m á x i m o utilizando todas las formas creati­vas (y a veces tradicionales) de poder característi­cas de su identidad cultural.

2. U n a percepción orgánica, «biofílica» y no violenta de esta última forma de poder puede ayudar considerablemente a diversificar los enfo­ques y las actividades encaminados a regenerar el espacio vital. Podría, además, hacer innecesario recurrir a la violencia, al enfrentamiento directo o a alardes de fuerza espectaculares c o m o únicas formas de lucha. N o es que dichos métodos de acción deban descartarse sistemáticamente ni que haya que negar su importancia, pero la histo­ria parece indicar que a m e n u d o resultan ilusio­nes contraproducentes. H a y pruebas abundantes de que las insurrecciones, o aun las revoluciones, encaminadas a apoderarse del poder estatal, lo único que consiguieron a la postre fue reforzar dicho poder, en disfavor de los que habían ayu­dado a iniciar el proceso. El poder cambia de m a ­nos sin transformar a sus nuevos dueños.

Por todas esas razones, otras formas de resis­tencia no violenta a todo nivel, en particular la que se da en los puntos capilares en que se en­frentan el poder opresivo y el del pueblo, están captando ahora la imaginación de los movimien­tos de base. A este respecto, los métodos de lucha gandhianos c o m o la satyagraha, la pasividad y la desobediencia civil, parecen producir efectos m u c h o m á s profundos y de mayor duración en la naturaleza del poder. D a d o que tales métodos combinan los medios c o m o partes integrantes de los fines que se van a lograr, generan procesos de autotransformación que aumentan la toma de conciencia - y por consiguiente el poder efectivo-de todos los agentes a medida que avanzan. El poder así obtenido, a nivel individual o colecti­vo, nunca se pierde ni m e r m a en tiempos de de­rrota y, contrariamente al poder engañoso que se ejerce sobre los demás, rara vez corrompe o se corrompe. T a m p o c o depende solamente de la po­sesión temporal de ciertos instrumentos de po­der. Por último, cuando llega la hora de que di­cho poder se manifieste a nivel m á s político y visible, tiene mayores posibilidades de seguir siendo una fuerza liberadora y de no convertirse en una forma opresiva.

El pleno uso del derecho es otra forma de a m ­pliar el espacio de libertad en los países en que todavía es posible. Lamentablemente, este cami­no permanece cerrado allí donde el derecho sólo sirve para apoyar la hegemonía estatal, el terro­rismo o la ley de la selva.

3. Hasta la fecha, la visión estatal, piramidal, del poder ha desempeñado un papel capital en la confusión de las posibilidades y en el oculta-miento de los verdaderos blancos de la lucha po­pular. Se indujo a los subyugados a creer, sobre todo en los países del Tercer M u n d o , que el m u n ­do estaba dividido en dos campos bien distintos: en el primero sólo había las fuerzas «malas» co­m o el imperialismo, el colonialismo, los comple­jos militares e industriales, los ricos y los extran­jeros; en el segundo sólo estaban las fuerzas «buenas» c o m o los países en desarrollo, los nue­vos estados nacionales y sus ciudadanos, sus m a ­sas populares, sus comunidades tradicionales y sus pobres. Reconocer que muchas tragedias ac­tuales fueron causadas por el primer grupo ha contribuido en gran parte a una mayor compren­sión de las situaciones contemporáneas, ahora bien, nada podría distar m á s de una posición ob­jetiva que pensar que ésta es toda la verdad y só­lo la verdad. Los macrospacios en que vivimos son demasiado complejos c o m o para permitir esas abstracciones globalizantes, y lo m i s m o vale para los microspacios compuestos también de muchas contradicciones y áreas oscuras.

Así, pues, la investigación acerca de estos te­mas debería no sólo ir m á s allá de las categoriza-ciones simplistas y reduccionistas sino también explorar los diferentes aspectos de las contradic­ciones y de las complejidades peculiares de cada espacio. M u y probablemente dicha investigación pueda revelar gran parte de la verdad subyacente de dichas categorías, pero también ayudar a des­cubrir las falsedades o medias verdades que m u ­chos de nosotros no resistimos a cuestionarnos críticamente. A veces dicho cuestionamiento puede ser perturbador o amenazante, pero es lo único que nos puede ayudar a analizar debida­mente, los espacios vitales a fin de regenerarlos.

La lucha por nuestras fronteras de libertad efectiva se produce sobre todo en un espacio lo­calizado y dentro de horizontes dados. Es dentro de este lugar localizado donde hay que distinguir a los amigos y a los enemigos, y donde hay que identificar y fortalecer los nexos humanos y libe­radores y denunciar y cortar los vínculos inhu­manos y opresivos. Sin duda, dicha tarea debe te­ner en cuenta siempre las macrofacetas de cada actividad, pero ninguna razón de estado, ninguna ideología sagrada ni ninguna estrategia de pla­neamiento de futuro puede justificar que se des­deñen los intereses de la gente. Los sacrificios ba­sados en consideraciones políticas o ideológicas

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398 Majid Rahnema

o en cálculos de penalidades10 sólo son posibles

cuando el pueblo está dispuesto a aceptarlos vo­

luntariamente.

4. La regeneración de los espacios locales co­

m o base para la solución de los problemas globa­

les implica pues muchas actitudes y nuevos enfo­

ques, para que desde un principio se consideren

las circunstancias ecológicas locales en todas las

macropolíticas encaminadas a preservar la vida

dentro de espacios globales m á s amplios. T a m ­

bién supone descubrir y posibilitar nuevas afini­

dades y alianzas para realzar la interacción entre

diferentes espacios locales. U n nuevo examen de

los centros de resistencia a las fuerzas ecocidas y

etnocidas a nivel global haría posible que estos

espacios locales aprendieran uno de otro y defi­

nieran la contribución de cada uno al reordena­

miento del espacio c o m ú n en toda su dimensión.

Ese nuevo examen quizá mostraría m á s clara­

mente que las clasificaciones basadas en el estado

y las categorizaciones que actualmente definen

los intereses comunes dejan m u c h o que desear.

Pondremos un ejemplo: se supone que las co­

munidades de un país dado están culturalmente

m u c h o m á s cercanas a sus instituciones naciona­

les que las «extranjeras». Los hechos rara vez va­

lidan esta suposición cuando dichas comunida­

des viven dentro de las fronteras de estados que

ignoran completamente sus necesidades y sus as­

piraciones. D e un m o d o análogo, es verdad que

los gobiernos nacionales son, por definición, ser­

vidores y amigos de aquellos en cuyo nombre tra­

bajan. Y sin embargo, también en este caso, es

difícil negar que muchos gobiernos y funciona­

rios gubernamentales hablan m u c h o mejor las

lenguas de sus contrapartes internacionales que

la de su propia gente. Dichos gobiernos y sus

contrapartes parecen compartir las mismas con­

cepciones del conocimiento y el poder. E n c a m ­

bio, muchas organizaciones no gubernamentales

del Norte se hallan m á s próximas a sus contra­

partes del Sur que a sus propios gobiernos.

La búsqueda c o m ú n de microspacios afines

para aprender uno acerca del otro y trabajar jun­

tos ha conducido a muchos de ellos, sobre todo

en las últimas décadas, a asociarse formando re­

des o agrupaciones. Estas redes de complicidad y

colaboración se están extendiendo a través de las

fronteras nacionales y emergiendo c o m o pione­

ras de la creación de nuevos macrospacios pro­

metedores. M u c h a s de estas redes están desarro­

llando nuevas formas de interacción, de solidari­

dad y de hospitalidad recíproca. M u c h o se po­

dría ganar estudiando m á s a fondo las posibilida­

des que abren tales lazos. Las ideas y los recursos

que ofrecen no sólo ayudarán a los participantes

a cobrar mayor fuerza para regenerar sus propios

microspacios, sino quizás también, a crear un m a -

crospacio m á s h u m a n o y m á s hospitalario para

todos.

Traducido del inglés

Notas

1. Véase Arturo Escobar. «Discourse and Power in Development: Michel Foucault and the Relevance of his work to the Third World», Alternatives, X , invierno 1984-1985, pp. 377-400.

2. La percepción que las poblaciones de base tienen de las personas y las instituciones de arriba está igualmente distorsionada. En general, las perciben como abstractas e inalcanzables, frecuentemente personificadas por las características particulares de los representantes locales. Por ejemplo se identifica al Ministerio del Interior con el policía local, y su imagen se forma de acuerdo con el comportamiento del policía.

3. Véase Chadwich F. Alger,

«Bridging the micro and the macro in international relations research». Alternatives. X , 1984-1985. 328-331.

4. Moka I las y Mahal lehs, palabras india y persa, respectivamente, que se podrían traducir de manera aproximada como «vecindarios».

5. En Rwanda y Burundi se define una comunidad según la falda de la montaña o la colina en que está localizada.

6. Véase Majid Rahnema, « O n a Socio-cultural variety of A I D S and Its Pathogens», Alternatives, XIII, I, 1988.

7. Véase Marshall Berman, All That Is Solid Melts Into Air,

Simon & Shuster, Nueva York, 1982, p. 59.

8. El movimiento Chi peo (que significa «los que abrazan los árboles») es la expresión contemporánea de un movimiento rriás antiguo que comenzó hace 25,0 años en una población del Rajasthan. Su primer líder fue Amrita Devi, una joven a quien se le había enseñado a amar y proteger los árboles. Cuando el Maharaja de Jodhpur mandó a sus hombres a cortar los árboles que rodeaban el pueblo de la joven para construir un palacio, Amrita y sus amigos se opusieron a ellos abrazando los árboles. C o m o consecuencia. 363 personas, en su mayoría mujeres, fueron muertas a hachazos. La tragedia perturbó tanto al Maharaja que decidió

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Poder y procesos regenerativos en los microspacios 399

cancelar la operación. El actual movimiento Chipco fue iniciado a comienzos de los sesenta por un grupo de jóvenes trabajadores sociales de Utlar Pradesh del Norte. En los años setenta debieron enfrentarse a intereses comerciales. U n a acción concreta del movimiento fue dar origen a una ley india que prohibiera la tala de árboles por encima de los 1.500 metros de altura en toda la cordillera del Himalaya. Véase Vandana Shiva y J. Bandyopadhyay, «The Evolution. Structure and Impact of the Chipco Movement», Mountain Research and Development, vol. 6, n u m . 2, 1986. pp. 133-142.

9. Lokayan (que significa diálogo) es otro movimiento de base cuya praxis se funda en un diálogo continuo y sostenido entre los principales agentes involucrados en el bienestar de las poblaciones marginadas, sobre todo en las áreas rurales. Lokayan publica un boletín regular (dirigirse a 13, Alipur Road. Delhi - 110054).

10. Según uno de sus principales animadores. Gustavo Esteva. A N A G E D E S (Autonomía, autogestión y descentralización) «es un espacio informal compartido por campesinos, marginados e intelectuales desprofesionalizados. El nombre se aplica formalmente a un espacio de coordinación de organizaciones técnicas al servicio de unas cuatrocientas organizaciones de campesinos y de marginados. Hay unos setecientos intelectuales desprofesionalizados y «técnicos» sea en esas organizaciones «técnicas» o trabajando y viviendo con las comunidades. En total participan unas 500.000 personas. A N A G E D E S en sí mismo no es una organización que ofrezca servicios profesionales, ni una sociedad económica, ni un movimiento social, sino que está evolucionando hacia lo que podría denominarse el concepto de «hamaca», es decir, algo que da apoyo cuando uno lo necesita, que está disponible, que uno se puede llevar, y que toma la forma de uno.

11. En este sentido, Gandhi podía evidentemente considerarse un tradicionalista moderno, y un partidario de las «sociedades abiertas». Gandhi siempre abogó decididamente por el apego a las raíces culturales, aunque nunca

hizo el elogio del poblado hindú //; tolo Tampoco exhortó nunca a volver al pasado, sino que aceptaba algunas tradiciones y rechazaba otras (como era el caso de su actitud respecto a los

«intocables»). Por otra parte, deseaba incluir elementos de modernidad como vectores críticos. Ashis Nandy. «Cultural Frames for Transformation», Alternatives, XII, n ú m . 1, 1987, pp. 114-116.

12. Véase Michel Foucault, Power/Knowledge, The Harvester Press, 1980. pp. 96-99.

13. Ibid.: 122.

14. Ibid.

I 5. La idea de desarrollo «como teoría del poder internacional mediatizada por las políticas económicas y sociales de las élites gobernantes de los países del Tercer M u n d o (...) refrena eficazmente toda iniciativa económica, política y cultural de los pobres, de los agentes no estatales y de sus organizaciones encaminadas a obtener una pequeña parte de autonomía política, de autarquía económica y de vitalidad cultural». Por otra parte, «el modelo estructural alternativo sitúa la fuente de los problemas del Tercer M u n d o en la acción del sistema capitalista mundial». En ambos casos, «el lugar de acción necesaria sea para reformar o para transformar el sistema es el estado. A m b o s cifran gran confianza en la reconstrucción del poder (aunque sin ver cómo y mediante qué poder) más que en cambiar las formas de otras organizaciones (no estatales) de la sociedad o en cambiar la conciencia que legitimiza la perpetración de la injusticia y que fomenta su padecimiento por parte de las poblaciones víctimas». D . L . Seth. «Alternative Development as Political Practice», Alternatives, XII, 1987, p. 158.

16. Se necesita una nueva política que «no se halle limitada por la lógica obtusa de apoderarse del poder del Estado (...). Es la dialéctica entre el micronivel y el macronivel de pensamiento lo que hará efectiva una nueva política del futuro». D . L . Seth. «Grass-Roots Stirrings and the Future of Politics», Alternatives, IX, 1, 1983. p. 23.

17. Las fuentes de este poder informal residen en que «los experimentos y las experiencias regocijantes del pasado se convirtieron en experiencias triviales cotidianas». « U n sinnúmero de actos heredados, acumulados indiscriminadamente y repetidos hasta hoy mismo se convierten en hábitos que nos ayudan a vivir, nos aprisionan, y deciden por nosotros a lo largo de la vida». F. Braudel, Afterthoughts on Material Civilization and Capitalism, Johns Hopkins University Press. Baltimore. 1977, pp. 7-8.

18. George Pierre Castile (ed.). Persistent Peoples, University of Arizona Press, Tucson, 1981 y Chadwick F. Alger.

19. Véase Rajni Kothari, «On H u m a n Governance», Alternatives, XI, n u m . 3, 1987, p. 282.

20. Gustavo Esteva, «Regenerating people's space». Alternatives, XII, n u m . 1, 1987, p. 132.

21. Ibid.: p. 132.

22. Sentarse alrededor de un sofreh (o mantel) es, como comida, una expresión vernácula persa que alude a una serie diversificada de actos de convivencia y de interacciones entre los miembros de un hogar o de una comunidad en el curso de una comida.

23. Véase M . K . Gandhi. Panchayat Raj, Navajivan Publishing House, Ahmedabad, 1959, pp. 9-10.

24. Véase el discurso de Rahni Kothri con motivo de la recepción del Premio a la Vida Modelo, en Estocolmo, Lokaran Bulletin, Delhi, 1986, 3/6.'

25. Véase Majid Rahnema, From Aids to AIDS, trabajo elaborado para seminarios en la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Stanford, octubre 1983.

26. Los intelectuales espiritualistas del Tercer M u n d o cada vez están más preocupados por «la colonización de la mente» que muchos la consideran, a largo plazo, más destructora de la integridad que la colonización de los territorios, puesto que coloniza desde dentro. El proceso es fomentado por instituciones

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400 Majid Rahnema

organizadas prof'esionalmente que utilizan armas m u y avanzadas e

«invisibles» de una nueva clase (ideologías, educación, recetas tecnológicas y económicas de salvación) que manipulan la mente con habilidad para impedir que la gente piense y actúe como personas inteligentes y autónomas. Véase Ashis Nandy, The Intimate Enemy, Oxford University Press, Delhi, 1983; ver también, Paulo Freire, The Pedagogy of the Oppressed, The Seabury Press,

N e w York, 1973 y Albert M e m m i , Le Portrait du colonisé, Payot, París, 1973.

28. Y a en el siglo xvi, el ensayista francés Etienne de la Boétie estudió el dilema de la servidumbre voluntaria en Discours de la Servitude volontaire (1577). Traducción al inglés de William Flygare, The will to Bondage, Ralph Myles Publisher, Colorado Springs, 1974.

29. Rajni Kothari, «The Non-Party Political Process», Economic and Political Weekly, X I X , n u m . 5, 1984, pp. 218. '

30. Ibid.: p. 223.

31. Véase Ashis Nandy: «Development and Authoritarianism: A n Epitaph on Social Engineering». Journal für Entwicklungspolitik, N o v . 1986.

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El movimiento por la paz: su articulación en el plano local y mundial

Johan Galtung

Antecedentes sociohistóricos del movimiento por la paz

Cuando tras el feudalismo surgió en Europa el es­tado moderno, el gobierno (en el sentido europeo de gabinete) asumió algunas de las funciones que hasta ese m o m e n t o habían sido prerrogativa del Príncipe, el Rey o el Emperador. En las democra­cias parlamentarias el gobierno respondía ante el parlamento y éste ante los partidos o el pueblo. En los regímenes de partido úni­co el presidente o el secreta­rio general del partido res­pondía hasta cierto punto ante una asamblea m á s o menos reducida. En este ca­so existía y sigue existiendo un cierto principio de res­ponsabilidad. La idea gene­ral de heredar el manto del príncipe feudal era práctica­mente la misma. N o obstan­te, la responsabilidad estaba limitada a un campo impor­tante.

El príncipe feudal de Eu­ropa surgió de una casta militar, la aristocracia. N o era ni clérigo ni comerciante. El poder que detentaba era militar y no cultural ni económico; era el poder de la coerción/destrucción y no el de las ideas/instrucción ni el del intercambio/cons­trucción. En otras palabras, si bien se puede dis­cutir hasta qué punto el príncipe tenía la última palabra en asuntos religiosos, ideológicos o eco­nómicos, no se podría poner en tela de juicio que el príncipe era la autoridad máxima en cuestiones militares. Estas eran su territorio, su dominio, la base misma de su poder. Así surgió la idea de que

Johan Gallung es profesor de estudios sobre la Paz. Deparlamento de Ciencias Políticas. Universidad de Hawaii, en Manoa , Honolulu 96822. U S A . Tiene numerosas publicaciones sobre sociología, economía y política.

un estado moderno podía dar libertad a los ciuda­danos en el ámbito cultural y económico, pero no en el militar. La forma física de ejercer el poder, el cañón o el fusil, para decirlo en forma ruda, era la ultima ratio regis, el argumento definitivo del Rey. Y se convirtió en el argumento definitivo del gobierno, del presidente, del secretario general. La palabra «argumento» es interesante en este ca­so, ya que expresa precisamente que hay un len­guaje más allá y detrás del razonamiento verbal,

sea c o m o decreto o c o m o diálogo: la coerción pura y simple. Desde luego, el psi­cólogo puede argüir que hay un lenguaje incluso detrás del nivel de coerción, a sa­ber, la cultura en su sentido m á s profundo c o m o código que define cuándo puede aplicarse legítimamente la coerción, con lo que estable­ce la sutil distinción entre rey y tirano, distinción ésta heredada por los sucesores del rey. Sin embargo, es posi­ble que haya algo definitivo

en un argumento que emana del cañón de un ar­m a de fuego.

En la historia de Occidente han sido numero­sos los movimientos que impugnan el monopolio de la élite en cuanto al poder económico y cultu­ral. La larga tradición de lucha por la libertad reli­giosa, por la libertad de hablar la lengua materna y decir prácticamente todo lo que se quiera consti­tuye un claro testimonio de su importancia, así c o m o la larga lucha de la clase mercante o burgue­sa por la libertad de utilizar la propiedad para ad­quirir nuevas propiedades. En la Revolución

R1CS 117/Set. 1988

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402 Johan Baltung

Francesa se produce una unión m u y importante de esas dos clases: la burguesía asciende en la esca­la social, gana poder y ejerce su influencia en dos direcciones: económicamente como empresarios libres a quienes no interponen obstáculo alguno ni el rey ni sus sucesores, y culturalmente c o m o por­tadores de nuevas ideas en cuanto a religión, con­cepción del m u n d o y cultura.

Les droits de l'homme et du citoyen son la ex­presión de esa unión entre la libertad económica y la cultural. N o se especifica, sin embargo, en la lista de derechos humanos ninguna libertad del ciudadano, por ejemplo, para rechazar el servicio militar o negar el poder de un gobierno que hace la guerra, mucho menos si ésta es de agresión. Por el contrario, podemos incluso sostener que casi al mi smo tiempo que la Declaración de los Derechos H u m a n o s y el servicio militar obligatorio para hombres aptos, empezó a figurar en la historia de Europa el quid pro quo del nuevo contrato social. Se otorgó mayor libertad en el ámbito cultural y económico, con detrimento de la libertad en cuanto al poder militar. Cabe observar asimismo que los deberes relacionados con el reclutamiento para el servicio militar, así c o m o la tributación, se impusieron al hombre y no a la mujer, ya que ésta no gozaba de derechos c o m o empresario indepen­diente por estar sujeta al marido. Tampoco se su­ponía que iban a emplear la libertad de expresión; todo esto vendría uno o dos siglos más tarde c o m o parte de la lucha del movimiento feminista.

Desde luego, se presentaron reacciones de oposición conforme se generalizaba la libertad cultural y económica. Varios estados intentaron apoderarse nuevamente del control cultural y eco­nómico o, por lo menos, no hacer más concesio­nes a las demandas de la clase media. Se produje­ron entre el proletariado ciertas tentativas de de­fender la población contra ideas que no se quería aceptar, lo que constituye un autoritarismo pro­veniente de las clases bajas, utilizado por quienes estaban en la cumbre para fortificar sus tenden­cias autocráticas. También hubo entre el proleta­riado un movimiento de defensa contra las graves repercusiones dei dinamismo empresarial, en for­m a de capitalismo, conocido c o m o movimiento laboral con sus sindicatos, partidos socialdemó-cratas. socialistas o comunistas, etc.

Es interesante observar que el poder militar paso por lo general desapercibido. El centro era el poder político o el poder de decidir sobre el uso y el abuso de los otros tres tipos de poder. Se desafió al monopolio político; la base para el ejercicio de

ese poder se amplió paulatinamente mediante círculos concéntricos que integraban cada vez a más ciudadanos en el electorado democrático. Es­te proceso ha sido y sigue siendo lento y casi nun­ca se ha efectuado sin lucha. Sin embargo, se ha mantenido la tendencia a concebir el poder mili­tar c o m o relativamente sacrosanto en el sentido de que no se le impugna o debate seriamente. Se dio por sentado que había una sabiduría indiscu­tible en los altos poderes del estado, en sus pro­fundidades más recónditas, incluso en los edifi­cios mismos de los ministerios. Al interés perso­nal del príncipe sucedió no el interés personal de sus sucesores, sino el «interés nacional», lo que probablemente comprende tanto a dirigentes co­m o a dirigidos.

El ejercicio del poder coercitivo se legitimó co­m o medio para proteger las libertades recién obte­nidas en el ámbito cultural y económico e incluso tal vez para extenderlas a otros grupos. La noción de «seguridad» se sitúa también en este campo: los medios son militares, pero los fines son cultu­rales, políticos y económicos, y preservan los lo­gros obtenidos. La mística heredada de períodos anteriores tendería a legitimar aún más el ejerci­cio de un poder militar definitivo dentro de un estado y entre estados, lo que agrega al contrato social prerrogativas de élite y confiere a éstas un aura sagrada.

El movimiento por la paz es al poder militar lo que los demás movimientos mencionados fueron y siguen siendo respecto al poder cultural, econó­mico y político. En una perspectiva histórica, el cometido esencial del movimiento en favor de la paz es poner en tela de juicio en un estado moder­no el control monopolístico del gobierno sobre la coerción, en general, y el poder militar, en parti­cular. C o m o éste debería ser uno de los principa­les objetivos del poder político de una democra­cia, el movimiento por la paz constituye al m i s m o tiempo un reto para la democracia, por afirmar que sus instituciones c o m o el parlamento y los ministros del gabinete responsables ante el parla­mento han fracasado en el ejercicio de esa impor­tante función. Además , el movimiento por la paz sostiene que se abusa del monopolio del poder mi­litar c o m o anteriormente sucedió con el monopo­lio del poder cultural, económico y político, inde­pendientemente de que esté en manos públicas o privadas, o en unas y otras.

Así, pues, el argumento básico del movimien­to por la paz es que el estado abusa del poder mili­tar. Es una expresión de profunda desconfianza

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El movimiento por la paz: su articulación en el plano local y mundial 403

Marcha por la paz: un grupo de 750 personas cruzaron Estados Unidos, llegando a Nueva York el 23 de OCtubrc de 1986. Slephen Terry/Gamma.

en los funcionarios oficiales, sean éstos militares o civiles, en los numerosos expertos contratados pa­ra estudiar los asuntos relativos a la seguridad y las relaciones exteriores, así c o m o en los políticos, sean o no miembros del parlamento, que se ocu­pan de esos asuntos.

E n esta perspectiva, el movimiento por la paz se convierte en parte de la historia social de Euro­pa y. por lo mismo , tal vez en modelo para otros lugares del m u n d o , aspecto éste que se examinará más adelante. En este punto sólo quisiéramos for­mular algunas observaciones sobre la manera c o m o el movimiento en favor de la paz concibe la alterna­tiva al monopolio estatal del poder militar.

Alternativas al monopolio estatal del poder militar

El movimiento por la paz propugna no sólo un reto al monopolio estatal, sino además una reduc­ción general de los instrumentos de violencia, has­ta llegar a la abolición de la guerra c o m o una insti­

tución social. En su expresión más radical esa re­ducción toma la forma de un movimiento en pro del desarme, o sea, una orientación general a fa­vor de acabar con los instrumentos de destruc­ción, en otras palabras, la abolición de las fuerzas armadas tal y c o m o las conocemos. La filosofía general que sustenta esta posición es tan sencilla que raya en lo simplista: esos instrumentos de po­der no pueden utilizarse legítimamente de ningún m o d o y, por consiguiente, la única posibilidad es abusar de ellos.

H a y una segunda postura que, a mi juicio, es más responsable: el transarmamentismo1, es de­cir, prescindir de las armas más peligrosas, des­tructoras, ofensivas (en los dos sentidos de la pala­bra) y mantener únicamente las que sean necesa­rias para la defensa, sin desconocer que éstas pueden utilizarse también para ejercer una forma importante de violencia nacional. Así, pues, el movimiento por la paz trata de distinguir entre el uso y el abuso de los instrumentos de violencia y sostiene que algunos de ellos son legítimos y otros ilegítimos. Esta posición es menos absolutista y.

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en cierto sentido, constituye un reto aún mayor. El transarmamentismo es más político, mientras que el desarmamentismo más moralista. El des­armamentismo se propone la abolición total del sector militar, el transarmamentismo su limita­ción. El primero puede considerarse tan radical que se convierte en utopía y, por lo m i s m o , en un reto menor; el segundo puede considerarse c o m o una injerencia en el ámbito legítimo del sector mi­litar, junto con sus prolongaciones políticas, in­cluidos los comités parlamentarios de defensa y de asuntos exteriores, los expertos, etc.

N o es éste el lugar para examinar pormenori­zadamente esas dos posiciones. Baste decir que hay otras muchas dimensiones que son también de importancia para el movimiento en favor de la paz. Algunas son de índole política a nivel nacio­nal y se refieren al ejercicio del control político sobre el sector militar. Otras tienen objetivos polí­ticos a nivel internacional y se relacionan con la naturaleza de los conflictos internacionales y su posible solución, así c o m o con las instituciones internacionales que ejercen o deberían ejercer el control político sobre esas relaciones.

Tal vez la esencia del movimiento de la paz se remonta aún más , hasta los orígenes mismos del estado moderno2 . Quizá sea un reto a ese vestigio de feudalismo, el derecho a ejercer la violencia, conferido al dirigente del estado moderno c o m o sucesor del príncipe feudal que, a su vez, ejercía su poder sobre la vida y la muerte por gratia dei. Y quizás el desarme, el transarmamentismo y la política nacional e internacional tengan un solo c o m ú n denominador: desafiar lo indesafiable, li­mitar y compartir la ultima ratio regis.

Algunas observaciones sobre la estrategia del movimiento por la paz

Desde una perspectiva mundial el movimiento en favor de la paz es un fenómeno pequeño, localiza­do especialmente en la parte noroccidental de Eu­ropa. E n un contexto de O T A N / P a c t o de Varsó­via es un fenómeno importante que amenaza la solidez de esas alianzas, en particular porque las grandes potencias van tan retrasadas que se pro­duce una asincronía, con las consiguientes fallas en el sistema. Si las grandes potencias avanzaran al m i s m o ritmo que los dirigentes de alianzas m e ­nos importantes, que deben reflejar por lo menos cierto grado de sentimiento popular, podrían en­contrar más fácilmente soluciones mutuas. En la

situación actual, hay confrontaciones no sólo en­tre el pueblo y su gobierno o sus dirigentes, en general, sino también entre los gobiernos de los aliados y los de las grandes potencias.

En Europa existe ya una cierta ruptura de las alianzas: la región norte y Grecia son menos fia­bles para la O T A N , y la región sur menos fiable para el Pacto de Varsóvia. Esta es la única reper­cusión que ha tenido a nivel nacional el movi­miento por la paz, limitado en realidad a la región noroccidental, ya que dicho movimiento es prin­cipalmente estatal en la región sudoriental. Sin embargo, en todas partes se ha abierto una vez m á s el debate sobre las teorías militares, en gene­ral, y la disuasión, en particular, con lo que se ha impugnado lo impugnable. La cuestión básica que se plantea es la que se debiera formular siempre, ya que constituye en último término el interro­gante del movimiento de la paz, a saber: ¿no se podría abolir la guerra c o m o institución social? ¿ N o podría la guerra correr la misma suerte que la esclavitud, el colonialismo y el imperialismo, aunque persistan en algunas regiones del m u n d o ciertos vestigios que ya no se consideran legíti­mos?

Para llevar a cabo este gran cometido se re­quiere una articulación estratégica: lo que hay que saber es en qué dirección. El movimiento por la paz no puede por sí m i s m o detener los misiles o la militarización ni tampoco abolir la guerra.

A nivel nacional es indispensable que el movi­miento en favor de la paz se vincule a los movi­mientos de los otros tres ámbitos del poder. M á s particularmente, es preciso que se establezca una cooperación sólida con el poder cultural, que en el caso se define sencillamente c o m o unas élites reli­giosas/ideológicas e intelectuales que pueden for­mular alternativas políticas concretas. M e refiero pues a los ideólogos de la iglesia y el estado y, en la actualidad, a los especialistas también en investi­gaciones sobre la paz. Igualmente indispensable es una buena articulación con el campo de la polí­tica, lo que significa la existencia de «emisarios» que puedan tomar el mensaje y llevarlo a los círculos del poder en que se toman las decisiones. E n las democracias occidentales esto significa los partidos políticos c o m o los socialdemócratas y los verdes; en los regímenes de partido único de Eu­ropa Oriental, las facciones dentro del partido, las distintas generaciones o los nuevos estratos sociales.

¿Qué decir del campo del poder económico? A mi juicio, deberá probarse de m o d o convincen-

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El movimiento por la paz: su articulación en el plano local y mundial 405

te que la misión del movimiento por la paz vale la pena para todos o al menos para la mayoría de los sectores de la sociedad. Deberá demostrarse que la población estará en peores condiciones para so­portar el peso del armamento; que es posible transformar gran parte de la industria de arma­mentos; y que en un m u n d o no acosado por los conflictos bélicos podrían alcanzarse niveles más elevados de prosperidad económica para toda la población. N o es m u y difícil demostrar todo esto sobre el papel, pero sí lo será convencer a los prin­cipales interesados c o m o las empresas estatales y privadas, y los trabajadores.

Por último, puede sostenerse que el movi­miento por la paz deberá además tener vínculos con el sector militar. Sus planteamientos deberán formularse dentro del ejército. En otras palabras, el movimiento en favor de la paz habrá de ser un agente cristalizador y catalizador que movilice el poder cultural, político, económico y militar y los aune de una manera sinergética que pueda trans­formar el orden social. Y si las personas que han experimentado alguna transformación son las que mejor pueden llevar a cabo la transformación so­cial, entonces no sólo la táctica, sino además la estrategia del movimiento por la paz debería ser producto de esa clase de experiencia personal.

Todo esto contribuye en grado considerable a explicar por qué el movimiento por la paz es m u ­cho m á s que un grupo de presión que trata de cambiar el pensamiento y la acción de los dirigen:

tes. Es también un m o d o de vivir la paz, de crear nuevas relaciones entre las personas, de llevar a la práctica los objetivos de los movimientos. E n este sentido puede compararse con el movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, cuyo mensaje más convincente no eran tanto los objeti­vos públicos c o m o el hecho de que dentro de él blancos y negros trabajaban unidos. C o m o en la actualidad blancos y negros trabajan menos uni­dos que durante el conflicto, dicho movimiento ha perdido importancia. Asimismo cabe pregun­tarse en qué medida un movimiento en favor de la paz puede tolerar disputas y conflictos internos antes de que la opinión pública empiece a formu­larse la siguiente pregunta: «¿Son en realidad pa­cíficas esas personas? ¿Podrán lograr un cambio pacífico si ni siquiera pueden mantener la paz en­tre sí?»

A nivel internacional está claro que el movi­miento habrá de tener una red m u y amplia de en­laces. Será preciso transnacionalizar los cuatro ámbitos del poder y lo propio cabe decir del agen­te catalizador del Centro. Esto es exactamente lo que sucedió en la década del ochenta: ideólogos de inspiración religiosa y secular encontraron un terreno c o m ú n , lo que ocurrió, sin duda alguna, con los especialistas en investigaciones sobre la paz. H a y cooperación (aunque m u y inferior a la que habrá de lograrse ulteriormente) entre parti­dos de ideología similar en cuanto a las cuestiones relativas a la paz; se procura internacionalizar los movimientos de proselitismo, incluso si aún son débiles. Existen importantes organizaciones transnacionales c o m o Generals for Peace y el m o ­vimiento mismo por la paz, que c o m o era previsi­ble dada su dirección británica (tal había sido el caso de los movimientos contra la esclavitud y el colonialismo), adquirió también un carácter transnacional en la campaña europea en pro del desarme nuclear ( E N D ) con sus conferencias in­ternacionales de Bruselas (1982), Berlín (1983), Perusa ( 1984), Amsterdam ( 1985), París ( 1986) y Coventry (1987).

En todas esas conferencias los diferentes paí­ses desempeñan una función específica, de mane­ra m u y similar a lo que sucede en la O T A N . Los nórdicos y los holandeses son moralistas. Los bri­tánicos son m u y políticos y consideran el movi­miento por la paz c o m o una extensión del ala iz­quierda del Partido Laborista. Los representantes de Europa Oriental informan en las reuniones que hay otras cuestiones con mayor índice de priori­dad y, por tanto, propugnar un m i s m o grado de prioridad es traicionar su causa. Los europeos m e ­ridionales procuran por todos los medios ponerse al día y, por lo demás, están llevando a cabo una inmensa actividad de educación de adultos en países en los que la élite comparte m u y poco con la población.

Los alemanes, los mejores de todos en lo to­cante a la ética, la política y el saber, se mantie­nen en silencio no sea que se les acuse de nacio­nalismo excesivo, lo que también es el caso de los franceses, m u y nerviosos de que se traiga la cola­ción el tema de su b o m b a .

Traducido del inglés

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406 Johan Ballung

Notas

I. En mi libro There Are Allemal ives! (Spokesman, Nottingham. 1984) se interpreta el transarmamentismo c o m o el paso de una posición militar basada en armas ofensivas y disuasión por represalias una basada en armas defensivas y disuasión. Esto se examina en

el marco de una política alterna de seguridad mucho más amplia tomando a Suiza c o m o ejemplo m u y apropiado, aunque presente algunos problemas. Véase además Jacques Freymond, «Switzerland's Position in the World Peace Structure». Political Science Qualerly, vol. LXVII ,

diciembre 1952, pp. 521-533.

2. U n brillante análisis de la transición del feudalismo al estado moderno puede leerse en «Part III Conclusions», de la obra de Perry Anderson Lineages of the Absolutist State, N L B , Londres, 1974.

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Las redes transnacionales en el desarrollo mundial: Canadá y el Tercer Mundo

Dan A. Chekki

El sistema mundial y las crisis contemporáneas

El m u n d o , entendido c o m o sistema total, puede considerarse una comunidad de comunidades. El progreso tecnológico nos ha acercado a la c o m ­prensión del concepto de «aldea mundial». Para los especialistas en ciencias sociales, resulta difícil entender los problemas y los procesos de cambio microcomuitarios sin tomar en cuenta las estruc­turas y los procesos mundia­les globales. E n términos m á s concretos, los procesos vinculados al desarrollo en los planos comunitario, re­gional, nacional e interna­cional adquieren todo su sentido mediante el estudio de las diversas maneras en que se articulan las corrien­tes m á s amplias de las fuer­zas políticas y socioeconómi­cas mundiales que penetran las fronteras nacionales e in­fluyen en los procesos de de­sarrollo en diferentes niveles en numerosas comunidades del m u n d o entero.

Alger (1984, 1987); A m a r a (1980); Boulding (1985); B r o w n (1972, 1981); Galtung (1980, 1987);Toffer (1970, 1980); Wallerstein (1974, 1980), entre otros, han puesto de relieve la urdim­bre de vínculos socioeconómicos y la interdepen­dencia ecológica entre las comunidades y las na­ciones. En este sistema mundial, se sostiene ( M e -sarovic y Pestel, 1974) queel crecimiento de cualquiera de las partes depende del crecimiento o del estancamiento de las otras. Por lotanto, el crecimiento indeseable de cualquiera de las pates

Dan A . Chekki es profesor de sociología en la Universidad de Winnipeg, Manitoba, Cana­dá. También ha impartido clases en la Uni­versidad de Bombay y en la de Karnatak. El Dr. Chekki ha publicado numerosos artículos y ocho libros sobre la familia, los cambios so­ciales, la sociología de la sociología, el desa­rrollo de la comunidad y las políticas urba­nas. Es director de la Library of Sociology Se­ries y secretario del Comité de Investigación sobre Estudios Locales de la Asociación In­ternacional de Sociología. Su obra más re­ciente se titula American Sociological Hege­mony.

constituye una amenaza no sólo para esa parte, sino también para el conjunto. Las crisis contem­poráneas c o m o la pobreza, la expansión demográ­fica, la contaminación y el riesgo de guerra nu­clear son unos cuantos indicios de la formación de un sistema mundial unitario cuya complejidad va en aumento. Resulta cada vez m á s frecuente que los problemas comunitarios y mundiales tengan características y orígenes comunes. Las solucio­nes a estas crisis pueden hallarse en un contexto

mundial . Se estima que la mayor parte de los pro­blemas mundiales pueden abordarse mediante una ac­ción colectiva, local y m u n ­dial.

Este artículo tiene por objeto definir las pautas de la interdependencia y los vínculos de las comunidades del Canadá con sus redes in­ternacionales en los países del Tercer M u n d o , con espe­cial referencia al desarrollo comunitario sostenido «cen­trado... en la población» en

los países menos avanzados. Nuestro interés gira principalmente en torno a las funciones de las or­ganizaciones gubernamentales y no gubernamen­tales y a la participacón de las comunidades y los ciudadanos en los procesos de desarrollo. Consi­deraremos la índole y la calidad de la participa­ción local que tiene lugar en el contexto de las relaciones entre los planos local y global. A d e m á s , examinaremos las influencias locales y generales que limitan o amplían las posibildades de partici­pación local. Sin embargo, las limitaciones de es­pacio no nos permitirán evaluar en qué medida

R1CS 117/Set. 1988

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las relaciones globales permiten una influencia lo­cal sobre los procesos generales.

Aunque se han realizado varios estudios sobre el desarrollo de la comunidad (Chekki, 1979, 1986; Christensen y Robinson, 1980) en los pla­nos locales y sobre las relaciones entre subdesa-rrollo y desarrollo (Hoogvelt, 1981; Frank, 1981) en los niveles globales, no se ha intentado hasta ahora, salvo escasas excepciones, describir y estu­diar las pautas de desarrollo que revelan la exis­tencia de vínculos entre las estructuras y procesos locales y globales dentro de una perspectiva m u n ­dial. Intentaremos aclarar teóricamente y exami­nar empíricamente algunas formas de articula­ción de las pautas de desarrollo con la morfología y la dinámica del sistema mundial.

Según Alger (1984-1985), el paradigma del sis­tema estatal que incorpora una ideología estadista ha contribuido a una división del trabajo entre la función del estado y la de la «gente corriente» en los asuntos mundiales. Sin embargo, el paradigma micro-macro presenta el desarrollo humano c o m o el resultado de la interacción entre el desarrollo individual y social, en la medida en que los indivi­duos participan en actividades que trascienden una serie de dominios territoriales. Además, el de­sarrollo humano en las comunidades locales re­quiere que los individuos perciban, comprendan e influyan en las fuerzas que van desde la dimen­sión local a la mundial y que dominen o reorien­ten esas fuerzas. Hay quien sostiene (Alger 1978-1979; 1983: 1984; 1986; 1987) que a medida que las comunidades locales y regionales mejoran su competencia en las relaciones transnacionales, apoyan la acción en el Tercer M u n d o y en los paí­ses industrializados para oponerse a las repercu­siones transnacionales indeseables.

Además , algunos problemas locales y mundia­les c o m o el hambre, la expansión demográfica, la contaminación, el sexismo, el racismo y el milita­rismo exigen transformaciones mundiales y loca­les: la consigna es «pensar en términos mundiales y actuar en términos locales». Es fundamental permitir a la gente participar en ese proceso de transformación y establecer una relación entre los esfuerzos que se realizan a nivel local y los movi­mientos mundiales relacionados con los proble­mas del medio ambiente, la paz, la pobreza y la calidad de vida. N o cabe duda de que esta tenden­cia cada vez mayor a que las poblaciones locales participen en la concepción de las transformacio­nes mundiales (Alger, 1984-1985) es un progreso ejemplar de capital importancia.

Según este modelo micro-macro, trataremos de demostrar que la participación de la comuni­dad y de los ciudadanos canadienses, por conduc­to de las organizaciones no gubernamentales, en el desarrollo del Tercer M u n d o ha sido considera­ble, está en aumento y es bastante eficaz. Willy Brandt (1980) insiste en que «la configuración de nuestro futuro común es demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos de los go­biernos y de los expertos». Reconoce la función que puede cumplir la gente corriente, capaz de comprender hasta qué punto su trabajo y su vida cotidiana están íntimamente ligados a los de las comunidades que viven en las antípodas. La in­terdependencia socioeconómica y ecológica re­quiere el establecimiento de relaciones de solida­ridad entre la gente corriente, con independencia de cuál sea su lugar de residencia. La solidaridad con la lucha por la igualdad, la justicia y el cambio en los países del Tercer M u n d o , permite descubrir las dimensiones y las vinculaciones globales y lo­cales de problemas similares en la sociedad nacio­nal.

En estos últimos años ha surgido un número cada vez mayor de redes mudiales (Lipnack y Stamps, 1984), porque la gente ha empezado a comprender que el nacionalismo, el crecimiento ilimitado y la hegemonía política son ideas anti­cuadas que ignoran la realidad de una especie que habita en un pequeño planeta de un sistema solar remoto de miles de millones de galaxias que giran en el espacio.

El desarrollo en el contexto mundial

Según Russell Ackoff (1986), el desarrollo es la capacidad, definida por la población, en virtud de la cual se puede hacer lo necesario para mejorar su calidad de vida y la de los demás. Desde este pun­to de vista, el desarrollo es un deseo de mejora y la capacidad de lograrla. Es m á s bien una cuestión de motivación y conocimientos que de medios económicos.

En los últimos cuarenta años, los problemas más graves del desarrollo han sido la pobreza, el deterioro del medio ambiente, la paz y la capaci­tación de la población mediante una mayor parti­cipación en el proceso de desarrollo. En este ar­tículo se pretende abordar el proceso de desarro­llo desde una perspectiva mundial. Frente a un desarrollo indiferenciado, centrado básicamente en la producción y fragmentado, tratamos de con-

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Las redes transnacionales en el desarrollo mundial: Canadá y el Tercer Mundo 409

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U n a escena de invierno en Canadá. Ian Berry-Magnum.

templar un modelo de desarrollo orgánico, centra­do en la población y sostenido.

El concepto de desarrollo centrado en la pobla­ción (Körten y Klauss, 1984) considera que las iniciativas creadoras de la población son el recur­so principal del desarrollo y que la finalidad a la que se orienta ese proceso es su bienestar material y espiritual. Desde este punto de vista, se concede la mayor importancia a la realización y al apoyo de los esfuerzos autónomos de los desfavorecidos por hacer frente a sus propias necesidades. A lo largo de ese proceso se espera que los organismos de desarrollo creen y favorezcan las capacidades de las comunidades para una administración au­tónoma y productiva de los recursos locales. En el modelo de desarrollo centrado en la población, la gente y el medio ambiente son las variables endó­genas, fundamentales.

La lógica predominante en este paradigma es la de una ecología humana equilibrada. El desa­rrollo centrado en la población concede gran im­portancia a las iniciativas y a la diversidad loca­les. Constituye sistemas autoorganizados en torno

a unidades de organización de dimensiones hu­manas y a comunidades autónomas. Implica un grado considerable de descentralización de los procesos de adopción de decisiones. Los sistemas autoorganizados de aprendizaje sirven de c o m ­plemento a las estructuras oficiales con una serie de técnicas de organización menos formales y m á s rápidamente adaptables. Entre ellas, tienen im­portancia las redes informales creadas en función de la población, los valores y la circulación de la información c o m o respuesta a los intereses con­cretos y a las necesidades según lo exijan las cir­cunstancias.

Se ha afirmado (Bruntlard, 1987) que el marco de la integración de las políticas relativas al medio ambiente y las estrategias de desarrollo debe ba­sarse en un desarrollo sostenido, que trate de cu­brir las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para ha­cer frente a sus propias necesidades. Se estima que la pobreza generalizada ha dejado de ser ine­vitable, y el desarrollo sostenible exige cubrir las necesidades básicas de todos y dar a todos la opor-

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tunidad de realizar sus aspiraciones a una vida mejor, garantizando que los pobres tengan una participación equitativa en los recursos necesa­rios para sustentar el crecimiento económico. Contribuirían a este proceso los sistemas políticos que permiten una participación real de los ciuda­danos en la adopción de decisiones y una mayor democracia en la toma de decisiones internacio­nales.

Los objetivos del desarrollo sostenido y el ca­rácter integrado de las dificultades mundiales en materia de medio ambiente y desarrollo plantean problemas tanto a las instituciones nacionales co­m o internacionales. Se reconoce, por ejemplo, que la guerra, la pobreza y la expansión demográ­fica suponen graves amenazas para el medio a m ­biente, la paz y el desarrollo. Los gastos mundiales en material bélico, que suponen más de un billón de dólares al año, privan al m u n d o de los fondos que se necesitan con urgencia para fines construc­tivos. Los retos son interdependientes e integra­dos, por lo que exigen unos planteamientos a m ­plios y la participación popular.

La capacidad de resolver los problemas socia­les mediante la acción de autoayuda de la comuni­dad no ha sido suficientemente estudiada. Cabe establecer una importante distinción entre las ac­tividades gubernamentales orientadas a satisfacer las necesidades y las que apuntan a crear un m e ­dio propicio en el que la población pueda hacer frente por sí misma con más eficacia a esas mis­mas necesidades. La mayoría de las actividades gubernamentales que se llevan a cabo en nombre del desarrollo tienden a socavar las capacidades locales de autoayuda. A diferencia de las enormes organizaciones burocráticas gubernamentales, se estima que «lo pequeño es hermoso» y, con fre­cuencia, más eficaz. Las redes que conectan a in­dividuos y grupos primarios se consideran una importante técnica, con un enorme potencial de organización a escala humana. U n o de los princi­pales fenómenos sociales de los últimos diez años ha sido, c o m o señalaba Körten (1984), la crecien­te importancia de las redes extraoficiales, que se han convertido en importantes factores del des­pertar de una conciencia mundial de la crisis eco­lógica, los derechos humanos, la pobreza y la ex­plosión demográfica. Esas redes han desempeña­do un destacado papel en las iniciativas locales relacionadas con problemas tan variados c o m o la pobreza, la paz, el medio ambiente y el racismo. Estas operan mediante la acción de la comunidad para configurar la realidad local, al mismo tiempo

que influyen en los procesos y problemas naciona­les y mundiales.

Las estructuras oficiales jerárquicas y los pro­cesos extraoficiales de las redes no pueden susti­tuirse mutuamente, sino complementarse. U n a de las grandes dificultades del desarrollo sostenido centrado en la población consiste en dar una nue­va orientación a las principales burocracias guber­namentales encargadas del desarrrollo para que mejoren la calidad de vida de aquéllos a cuyo ser­vicio se supone que están. Las redes y coaliciones han servido para reducir la resistencia estructural de las organizaciones gubernamentales a todo cambio fundamental.

Antes de examinar las redes transnacionales de organizaciones no gubernamentales y grupos de ciudadanos de Canadá en las actividades de desarrollo del Tercer M u n d o , veamos qué función cumple el Gobierno de Canadá en este sentido. Trataremos de mostrar que el Organismo Cana­diense de Desarrollo Internacional (CIDA) ha fo­mentado, pese a las dificultades políticas y econó­micas, la participación ciudadana y la autoayuda en el Tercer M u n d o .

En los años cuarenta, Canadá prestó su contri­bución a los programas humanitarios internacio­nales y de ayuda en caso de catástrofe. Canadá participó activamente en el Plan de Colombo, concebido para ayudar a los países de Asia Meri­dional que habían accedido a la independencia a comienzos de los años cincuenta. Posteriormente, sus actividades de desarrollo en el extranjero se ampliaron a los países del Caribe, Africa y Améri­ca latina en los últimos años del decenio de 1950 y en los años sesenta.

El C I D A se creó en 1968 c o m o un departa­mento del Gobierno Federal dependiente del Se­cretariado de Estado de Asuntos Exteriores. Este or­ganismo cuenta con más de 1.200 empleados y se ve sometido a fuertes influencias y a dificultades políticas. Independientemente de las normas bá­sicas de la ayuda canadiense que configuran su administración, el C I D A sufre presiones de dis­tinto grado para adaptar su política exterior a cor­to plazo y sus objetivos comerciales (Cámara de los Comunes , 1987).

¿Comunidades sin fronteras?

La política oficial canadiense de ayuda al desarro­llo tiene tres objetivos: a) aliviar los sufrimientos humanos y fomentar la justicia social; b) aumen-

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tar la estabilidad y las oportunidades de paz en el m u n d o ; y c) sustentar el crecimiento económico de los países en desarrollo y estimular al mismo tiempo el comercio internacional y las perspecti­vas económicas de Canadá a largo plazo.

En estos últimos años, la ayuda al desarrollo del Canadá ha ampliado su alcance, perdiendo parte de su carácter de transacción entre gobier­nos y convirtiéndose más en una interacción entre la sociedad canadiense y quienes están facultados para acelerar el progreso en el Tercer M u n d o .

Este paso de las transacciones gubernamenta­les a una relación más amplia entre las sociedades ha sido gradual y ha reflejado un proceso de aprendizaje en materia de cooperación para el des­arrollo, que es un ámbito totalmente nuevo de los asuntos internacionales. Canadá ha pasado de un primitivo concepto simplista y exagerada­mente optimista, influido por el éxito del Plan Marshall en Europa, a una concepción m u c h o más compleja del potencial y las causas del des­arrollo, a través de etapas graduales de aprendi­zaje.

Este cambio parece deberse a las acerbas críti­cas de que fue objeto el C I D A por sus prioridades erróneas, despilfarro, mala gestión y otras defi­ciencias en su primera política de ayuda al desa­rrollo y en la ejecución de proyectos. Además, los encargados de formular las políticas han c o m ­prendido que la ayuda al desarrollo con «cuenta­gotas» en numerosos países del Tercer M u n d o no funciona y que ha llegado la hora de cambiarla. Se ha puesto de manifiesto la importancia de fomen­tar los proyectos locales mediante políticas ade­cuadas destinadas a mejorar las condiciones hu­manas en el Tercer M u n d o .

Esta transformación se refleja en un aumento constante del porcentaje de apoyo del C I D A a las organizaciones no gubernamentales que partici­pan en el desarrollo del Tercer M u n d o . Así, en 1971 se asignó a las organizaciones no guberna­mentales el 2,4 % del presupuesto del C I D A , en tanto que ese porcentaje fue superior a 10,18 % en 1985-1986. Además, es importante señalar que en 1983 Canadá fue el segundo de los 14 países miembros de la O C D E ( O C D E , 1985) por la cuan­tía de su contribución (8,7 %) a las organizaciones no gubernamentales que trabajan para el desarro­llo del Tercer M u n d o .

En estos últimos años, la ayuda al desarrollo del Canadá ha ampliado su alcance, perdiendo parte de su carácter de transacción entre gobiernos y convirtiéndose más en una interacción entre la

sociedad canadiense y quienes están facultados para acelerar el progreso en el Tercer M u n d o .

El Programa Oficial de Ayuda al Desarrollo (CIDA, 1986) es uno de los principales instrumen­tos que Canadá pone al servicio de la justicia social internacional, centrándose especialmente en los países pobres y en los más necesitados dentro de ellos. Se trata de alcanzar estos objetivos por cana­les bilaterales oficiales, instituciones multilatera­les de desarrollo y apoyo a las actividades de las organizaciones no gubernamentales del sector pri­vado. En 1985-1986, Canadá dedicó 2.200 millo­nes de dólares a la ayuda oficial al desarrollo, con objeto de financiar las más diversas iniciativas en Africa, Asia, América latina y el Caribe, que iban desde la ayuda a las víctimas del hambre y los terremotos a distintos proyectos de autoayuda re­lacionados con la agricultura, la industria, la sani­dad y la educación.

El C I D A , a través de sus programas especiales, apoya las iniciativas de organizaciones no guber­namentales que actúan en más de 90 países sobre más de 1.000 proyectos. Además , los gobiernos provinciales ayudan a las organizaciones no guber­namentales que operan en los países en desarrollo. Se presta la mayor atención a la autonomía de la comunidad y a la utilización óptima de los recur­sos locales con objeto de fomentar y financiar solu­ciones imaginativas e innovadoras a los problemas prácticos; al mismo tiempo que se reconoce la im­portancia de la dimensión cultural y de las relacio­nes interpersonales.

El programa de las O N G que apoya la contribu­ción del C I D A fomenta los proyectos de desarrollo de bajo costo que responden rápidamente a las necesidades locales y favorecen la autosuficiencia. El programa de los Servicios Institucionales de Cooperación y Desarrollo (ICDS) alienta las ini­ciativas canadienses que aumentan las capacida­des de recursos humanos de los países en desarro­llo, en particular sus infraestructuras institucionales y profesionales. El Programa de Participación Pública con el que se financian las organizaciones no gubernamentales ha resultado útil para ayudar a los canadienses a obtener m á s información sobre la cooperación internacional y el desarrollo. Otro vínculo importante es el Pro­grama de Gestión para el Cambio, concebido para ayudar a consolidar las capacidades de gestión de los países en desarrollo por medios innovadores, centrados en la resolución práctica de problemas. Gracias a él, ejecutivos y decisores de Canadá y países en desarrollo colaboran en problemas con-

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cretos de gestión, y, durante ese proceso, los unos aprenden de la experiencia de los otros. Estos pro­gramas especiales del C I D A , basados en una filo­sofía de asociación y beneficio mutuo, han brinda­do oportunidades para definir las necesidades y dirigir los recursos que permiten responder a ellas. A lo largo de ese proceso, se han fortalecido las relaciones transnacionales entre los canadienses y la población de las naciones en desarrollo.

En un informe relativo a la ayuda oficial cana­diense al desarrollo (Cámara de los Comunes , 1987), se afirma que: «La función que debe c u m ­plir hoy en día y en el futuro la ayuda al desarrollo no consiste en realizar las tareas propias del desa­rrollo en las poblaciones del Tercer M u n d o , sino en apoyar sus propios esfuerzos y ayudarles a cons­truir sus propias instituciones y a fortalecer sus recursos humanos». Además , recomienda una modificación importante en las prioridades del C I D A , de proyectos de capital a gran escala a pro­gramas de recursos humanos. La asociación entre los canadienses y los países del Tercer M u n d o se considera fundamental para el desarrollo interna­cional. Gracias a esos vínculos, las comunidades locales y las organizaciones del m u n d o en desarro­llo tienden a estar mejor preparadas para resolver por sí mismas los problemas que el desarrollo plantea, y los canadienses han comprendido mejor su propio potencial de participación en el desarro­llo del Tercer M u n d o . Tales redes transnacionales contribuyen a la formación de comunidades sin fronteras.

Los vínculos mundiales y locales del desarrollo

Existen en Canadá varias organizaciones benévo­las que se dedican a diversos problemas interna­cionales. Muchos canadienses, pese a una conside­rable falta de interés en los asuntos mundiales, participan en el desarrollo del Tercer M u n d o por conducto de muchas organizaciones internaciona­les no gubernamentales ( O N G ) , que están mejor capacitadas para trabajar directamente con grupos locales en los países en desarrollo. Las organizacio­nes no gubernamentales procuran operar en un plano de masas con las poblaciones más pobres, favoreciendo la autonomía al ayudar a las comuni­dades a ayudarse a sí mismas, lo que obliga a fo­mentar el potencial local y a brindar formación para satisfacer sus necesidades y resolver proble­mas.

Los resultados de una importante encuesta rea­lizada por el Club de R o m a (Schneider, 1985) po­nen también de relieve que las organizaciones no gubernamentales, incluso las de los países en desa­rrollo, han sentado en estos últimos años las bases de un planteamiento del desarrollo rural basado en la autoayuda y han contribuido en gran medida a la formación de la población rural en ese contex­to. El Club de R o m a calcula que unos 100 millones de personas se benefician directa o indirectamente de esas actividades. Se han reconocido las ventajas de las organizaciones no gubernamentales en la medida en que llegan a los pobres, recurren a la participación en las decisiones y la ejecución de proyectos, son innovadoras y experimentales y lle­van a cabo proyectos baratos ( O C D E , 1985).

U n o de los objetivos fundamentales de las O N G es colaborar con los habitantes de los países en desarrollo, sobre todo con los más desfavoreci­dos, para que puedan hacer frente a sus necesida­des básicas. Varias organizaciones no guberna­mentales canadienses han financiado los esfuerzos de autoayuda de grupos locales del Tercer M u n d o para obtener una alimentación segura, agua pota­ble, servicios sanitarios o capacitación laboral. Gracias a esa ayuda, los habitantes de pueblos dis­tintos se reúnen para comentar sus necesidades, identificar sus problemas y planear proyectos. Por ejemplo, Mennonite Economie Development As­sociates ha ayudado a los agricultores del cacao de Haití en la producción y en la comercialización, así c o m o en la organización de 6 comunidades en cooperativas con 1.400 miembros. Este tipo de de­sarrollo de la comunidad mejora la producción, las prestaciones y los servicios e incrementa los ingresos rurales.

Hay grandes diferencias en el carácter y en el alcance de las actividades de desarrollo que llevan a cabo las organizaciones no gubernamentales en los países del Tercer M u n d o . Así, el Canadian Sa­ve the Children Fund y el Inter-Church Fund for International Development tienen dimensiones suficientes para ejecutar programas importantes. Otras, c o m o los Rotary Clubs y la Coalition of Organizations against Apartheid, son grupos que se mueven para recaudar fondos para otros grupos similares de países en desarrollo. En 1985-1986, los programas de las organizaciones no guberna­mentales financiaron más de 3.500 proyectos y programas relacionados principalmente con la educación, la sanidad, la población, el medio a m ­biente y las comunicaciones.

Las organizaciones cooperativas brindan una

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oportunidad excelente de relacionar los problemas locales y mundiales. Al crear instituciones locales para hacer frente a las necesidades, las cooperati­vas tejen redes entre las comunidades y las nacio­nes. La Cooperative Union of Canada es un ejem­plo m á s de la eficacia de este tipo de organizaciones en el proceso de desarrollo y se ha convertido en participante activo de un movi­miento mundial al crear fuertes vínculos interna­cionales. Se están realizando más de 100 proyectos en colaboración con cooperativas en Africa, Asia, el Caribe, y América latina. Las relaciones inter­personales mediante el intercambio de correspon­dencia, fotografías y visitas, han humanizado la participación en el proyecto concreto de desarro­llo durante un período determinado. U n a vez que el programa queda concluido, los participantes del país en desarrollo están un paso m á s cerca de la autosuficiencia, y los participantes canadienses entienden mejor la vida en los países en desarro­llo.

Los Rooftops Canada Foundation es una orga­nización singular a través de la cual los miembros de las cooperativas canadienses de viviendas par­ticipan en los problemas de la vivienda y desarro­llo del Tercer M u n d o . Esta organización, que reci­be apoyo del programa de educación para el desarrollo de la C U C , ha creado una red de volun­tarios en todo Canadá y ha iniciado proyectos coo­perativos de vivienda en Kenya, Mozambique, Chile, India, Jamaica y Nicaragua. Estos vínculos internacionales han favorecido la amistad, la coo­peración y la comprensión cultural.

Las mujeres del Tercer M u n d o están empeña­das en un combate incesante contra el subdesarro-11o y la discriminación sexual. U n o de los medios por los que las mujeres del Tercer M u n d o han he­cho frente a estos problemas ha sido la creación de pequeñas cooperativas de producción, de las que obtienen una fuente de ingresos sumamente necesaria. D e este m o d o las mujeres adquieren un nuevo sentimiento de su propio valor y la capaci­dad de contribuir y de apoyarse mutuamente. Las cooperativas se convierten en centros de aprendi­zaje donde se presta la máxima atención a la pueri­cultura, la nutrición, la planificación familiar y la adquisición de nuevos conocimientos prácticos. Asimismo las mujeres descubren lo que pueden conseguir cuando trabajan con otras mujeres que han de afrontar los mismos problemas. El Cana­dian University Service Overseas ( C U S O ) apoya cooperativas femeninas de producción en Améri­ca latina, Asia, el Pacífico Austral y Africa, pres­

tando asistencia inicial de capital para formar a los miembros de la cooperativa en técnicas de pro­ducción, gestión cooperativa y comercialización.

Las organizaciones no gubernamentales suelen concebir el desarrollo c o m o un amplio proceso so­cial y económico que exige una gran participación del sector público y pequeños proyectos basados en la comunidad, en tanto que en el m u n d o de los negocios se presta mucha m á s atención a las iniciativas del sector privado y a la necesidad de aprovechar las capacidades empresariales y co­merciales. Por su parte las universidades insisten en el desarrollo de los recursos humanos mediante la enseñanza y la formación avanzadas. C o m o se­ñalaba el Consejo Canadiense de Cooperación In­ternacional, las organizaciones no gubernamenta­les están especialmente capacitadas en empresas a pequeña escala; en adaptar tecnologías adecua­das, por lo general bastante sencillas, al medio lo­cal, y realizar proyectos que tomen en considera­ción los factores sociales y ambientales; además, la flexibilidad que tienen la mayoría de estas orga­nizaciones, debido a sus dimensiones y a su pre­sencia directa sobre el terreno, las capacita parti­cularmente bien para la experimentación y la innovación.

Muchas organizaciones no gubernamentales constituyen una red de comunidades de desarrollo en todo el Canadá. Por conducto de estas organiza­ciones, los canadienses han respondido de forma impresionante al hambre en Africa y a otras diver­sas catástrofes naturales en Asia y América latina. Según una encuesta de opinión pública ( 1986), los canadienses eran m u y conscientes del hambre y de la pobreza en el m u n d o y defensores ardientes de la ayuda canadiense encaminada a mitigarlas. Contar con un público informado, activo y favora­ble es a todas luces fundamental para fomentar un auténtico desarrollo a largo plazo en el plano mundial. El apoyo del público se obtiene a lo largo de un proceso de educación para el desarrollo que relaciona a los canadienses con el Tercer M u n d o , tratando incesantemente de llegar a más personas. M á s allá del horizonte de las preocupaciones in­mediatas, se trata de preparar a la próxima genera­ción para asumir sus responsabilidades.

Con objeto de aumentar el grado de conciencia de los canadienses sobre la participación de su país en el desarrollo internacional, el Programa de Par­ticipación Pública del C I D A favorece el desarrollo de la educación a través de los proyectos realiza­dos por las organizaciones no gubernamentales. Este programa (PPP) se orienta a: a) informar m e -

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jor al público sobre los diversos aspectos y proble­mas del desarrollo; b) propiciar un interés y una participación mayores del público en el desarrollo internacional; c) incrementar la ayuda al desarro­llo que presta el público canadiense. Los principa­les instrumentos de la educación para el desarrollo son la investigación, la información y la comunica­ción, que son relativamente deficientes en Cana­dá. La educación para el desarrollo recurre a una diversidad de estrategias, pero centra su atención en el importante cometido que cumplen los m e ­dios de comunicación de masas, más concreta­mente la televisión. La «Broadcasting for Interna-tional Understanding» es una pequeña organización que se dedica a tratar las relaciones Norte-Sur en la televisión popular. Otra prioridad de la estrategia de la educación para el desarrollo consiste en fortalecer la investigación y la enseñan­za sobre el desarrollo internacional en la instruc­ción postsecundaria y en facilitar un foro público para debatir los problemas del desarrollo.

El Canadian University Service Overseas es una organización independiente, consagrada al desarrollo internacional, que participa en progra­mas destinados a edificar un m u n d o más justo, y que se ocupa de los países en desarrollo y de pro­yectos de concienciación de la comunidad en Ca­nadá. Desde 1961. miles de canadienses han cola­borado con el CLISO en Africa, Asia, el Caribe. América latina y el Pacífico Austral. Estos colabo­radores del C U S O han tenido una experiencia di­recta de los problemas del desarrollo, de las causas del subdesarrollo y de los esfuerzos locales por po­nerles término. El C U S O ha ayudado a ciertos gru­pos a cobrar conciencia y a elaborar programas de acción para el desarrollo del Tercer M u n d o . Varios proyectos de agricultura, educación, desa­rrollo de la comunidad, sanidad y tecnología ade­cuada han contribuido a que las poblaciones loca­les se ayudaran a sí mismas.

Canada World Youth ( C W Y ) , es otra organiza­ción no lucrativa que ofrece intercambios de jóve­nes entre el Canadá y los países del Tercer M u n d o . Creada por un grupo de ciudadanos canadienses interesados por el papel que desempeña la juven­tud en las sociedades contemporáneas, C W Y esti­m a que la gente debe adquirir tolerancia y apertu­ra hacia los valores que le son extraños > debe participar en los complejos problemas del desarro­llo.

En «Our C o m m o n Future», informe presenta­do por la Comisión Mundial sobre el Medio A m ­biente y el Desarrollo (Bruntland. 1987), se indica­

ba que las crisis ecológicas y económicas que amenazan no sólo el bienestar de los seres h u m a ­nos, sino incluso los sistemas que permiten la vida en la Tierra, suponen un desafío para todos los gobiernos y las poblaciones para que aborden de un m o d o distinto los problemas comunes antes de que sea demasiado tarde. Además , en dicho informe se afirmaba que el primer paso es el reco­nocimiento de que la mayoría de los problemas ecológicos y económicos que hasta ahora se han abordado por separado, están de hecho m u y rela­cionados entre sí y exigen una acción integrada en el plano mundial. En el informe se pone tam­bién claramente de manifiesto que la ecología y la economía, en el plano local, regional, nacional y mundial, se entremezclan cada vez más para con­vertirse en una red compacta de causas y efec­tos.

El desarrollo socioeconómico es la clave que permite romper el círculo vicioso de la pobreza y la degradación del medio ambiente en este m u n d o nuestro regido por la interdependencia. N o es po­sible mejorar el medio ambiente si la pobreza arruina la vida de la población y no puede superar­se sin un desarrollo económico y un nivel de vida más alto. Para la mayor parle de los canadienses, los años setenta fueron un período de creciente concienciación y preocupación por el medio a m ­biente, y los medios de comunicación de masas, los grupos ecológicos y las organizaciones no gu­bernamentales se mostraron m u j activos en mate­ria de deterioro del medio ambiente y de sus perni­ciosos efectos para el sistema ecológico. E n el último decenio, las encuestas han confirmado que a los canadienses les preocupa más el medio a m ­biente que casi todos los demás problemas. M á s del 85 % no desean que se suavicen las leyes de protección ecológica; el 83 % estima que la protec­ción del medio ambiente es más importante que mantener los precios bajos; el 60 % opina que de­bería hacerse más por proteger ei medio ambiente, incluso si en ese proceso se pierden puestos'de tra­bajo.

Ciertos grupos y organizaciones, como «Pollu­tion Probe» y «Green Peace», han desplegado una actividad considerable en diversos problemas a m ­bientales en el plano local, nacional e internacio­nal. Dichos grupos han iniciado programas forma­tivos y de acción con el fin de impedir el deterioro del medio ambiente. La pobreza y la degradación ecológica se explican muchas veces por el rápido crecimiento demográfico, que provoca un aumen­to de las necesidades humanas y una mayor pre-

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«La bella caridad», grabado de Grispin du Passe, siglo XVII . Edimedia.

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sión sobre los recursos existentes. Es cada vez m á s general el reconocimiento de que la superación de la pobreza, los problemas demográficos y la degra­dación ambiental del Tercer M u n d o exige unos términos comerciales m á s justos y una mayor coo­peración internacional a través de proyectos pa­trocinados por la comunidad para proteger los re­cursos renovables. Es evidente que, a largo plazo, los países en desarrollo y los desarrollados tienen un interés común en evitar el subdesarrollo y la destrucción progresiva de los recursos naturales que acarrea.

La conciencia pública es un elemento suma­mente importante para abordar los problemas a m ­bientales y del desarrollo. La situación actual exige más esfuerzos para aumentar los conocimientos y la participación del público. L a preservación del medio ambiente depende a todas luces del apoyo de una opinión pública informada y alerta, así co­m o del de las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales. Los medios de comunica­ción de masas deben informar al público de las relaciones que existen entre medio ambiente y de­sarrollo. La acción mundial de protección exige la cooperación de los gobiernos nacionales, pero, en definitiva, la opinión pública es la fuerza m á s importante para configurar y modificar las políti­cas vigentes.

Todos compartimos un m i s m o m u n d o y un fu­turo c o m ú n . Es fundamental aprender a pensar en términos mundiales y a actuar localmente para salvaguardar el medio. En los últimos 20 años, va­rias comunidades de Canadá se han opuesto vigo­rosamente a los reactores nucleares, a los genera­dores de energía nuclear, a los vertederos nucleares y a las industrias contaminantes. Pese a que sin duda necesitan trabajo y oportunidades económicas, muchos ciudadanos de pequeñas y grandes comunidades se han organizado para opo­nerse a esos proyectos que suponen una amenaza en potencia. La calidad de la vida y un desarrollo sostenido son su preocupación principal a largo plazo.

Las organizaciones eclesiásticas, c o m o «Pro­ject Ploughshares» y «Peacemakers», la Organiza­ción Católica Canadiense para el Desarrollo y la Paz, así c o m o la Alianza Canadiense por la Paz, cuentan con numerosos voluntarios en distintas comunidades. La meta que persiguen es sensibili­zar a la comunidad a una paz que no sea una mera ausencia de guerra, a la búsqueda de la justicia y la igualdad en todos los países. Al participar en la educación por la paz, estas organizaciones insis­

ten en la necesidad de dedicar a fines socialmente útiles los cuantiosos recursos que se destinan a gas­tos militares. D e una reciente encuesta de opinión ( 1986) se desprende que el número de canadienses dispuestos a afrontar una guerra nuclear es menor ahora que en 1962, lo que indica que el movimien­to pacifista ha tenido algún efecto. C o n todo, el número de personas que trabajan para la paz sigue siendo bajo, y los gastos militares mundiales si­guen creciendo a un ritmo alarmante.

Diversos grupos pacifistas de todo el Canadá vienen trabajando con miras al desarme nuclear y a la paz mundial, permitiendo al público c o m ­prender mejor la relación que existe entre los enor­mes gastos mundiales en armamento y la corres­pondiente desatención a las necesidades humanas básicas y a los derechos humanos. E n sus esfuerzos por movilizar la opinión pública para que procure, en el plano nacional e internacional, controlar la carrera de armamentos y desviar los gastos milita­res hacia la paz y el desarrollo, esos grupos pacifis­tas han participado en acontecimientos c o m o la «Marcha por la Paz», «Forum por la Paz», la «Ca­ravana de Petición de Paz», etc. Gracias, sobre todo, a los esfuerzos de millares de pacifistas que actúan colectivamente en diversas comunidades, casi siete millares de canadienses viven actual­mente en jurisdicciones que tratan de liberarse del riesgo de una guerra nuclear. Las provincias de Manitoba y Ontario, los territorios del noroeste y 148 municipalidades de todo el país se han decla­rado zonas no nucleares.

Recientemente (marzo de 1987) los grupos pa­cifistas han adoptado una nueva estrategia para su campaña, que se conoce con el nombre de Cana­dian Peace Pledge (Voto Canadiense por la Paz), y que será probablemente uno de los mayores es­fuerzos coordinados que haya realizado nunca un movimiento pacifista. Su objetivo es que los ciu­dadanos voten únicamente a aquellos candidatos que se comprometan a actuar por la paz, impidien­do toda participación y apoyo del Canadá a la gue­rra de las galaxias, y que trabajen por una utiliza­ción pacífica del espacio, conviertan el Canadá en una zona libre de armamento nuclear e insten a las potencias a que pongan fin a la experimenta­ción de armas nucleares. U n pequeño grupo de graduados superiores, llamado «Students Against Global Extermination» ( S A G E ) , se ha dedicado a combatir la frecuente convicción de los adolescen­tes de que durante su vida se producirá una guerra nuclear y de que no se puede hacer nada por impe­dirlo. Los voluntarios de esta organización han

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visitado centenares de escuelas secundarias de C a ­nadá y Estados Unidos, tratando de convencer a los jóvenes de que pueden impedir un conflicto nuclear. El S A G E ha ejercido una gran influencia, ya que los estudiantes han constituido grupos paci­fistas en aproximadamente el 90 % de las escuelas visitadas y se está formando en Canadá una red de esos grupos. Es alentador comprobar que el S A ­G E influye también en los políticos federales.

Las coaliciones locales y nacionales de ciuda­danos se han esforzado por obtener recursos hu­manos y materiales para ayudar a la población y a las comunidades de América latina, África y Asia. Así, la Coalición de Ayuda a Nicaragua ope­ra en m á s de 100 comunidades de una costa a otra, procurando edificar la paz y contribuir al desarro­llo en Nicaragua. La campaña de «Instrumentos por la Paz» permite a millares de personas donar fondos o artículos necesarios para equipar directa­mente a la población de bienes prioritarios. C o n estas actividades, «Instrumentos por la Paz» se ha convertido en el mayor esfuerzo de ayuda no gubernamental de este tipo dedicado a Nicaragua. Los agricultores canadienses han constituido una serie de cooperativas y ejecutado programas de formación sobre funcionamiento y mantenimien­to de tractores. Los agricultores de Canadá partici­pantes en la ayuda a los agricultores nicaragüenses han aprendido que los pobres pueden organizarse y hallar por sí mismos soluciones a sus problemas. El programa de «Instrumentos por la Paz» infor­m a también a los canadienses sobre las condicio­nes políticas y socioeconómicas de Nicaragua y América Central. Numerosos canadienses de to­dos los horizontes y diversos grupos y organizacio­nes se han unido para apoyar la democracia, el desarrollo y la autodeterminación en toda Améri­ca Central.

Oxfam-Canada, organización internacional de desarrollo, estima que el desarrollo consiste en que los pobres consigan una participación equitativa en el bienestar (trabajo, educación, servicios sani­tarios y una vivienda digna). El desarrollo consiste también en la inexistencia de discriminación y de represión política. Oxfam-Canada financia pro­yectos en países del Tercer M u n d o que mejoran directamente las condiciones de vida. Enseña a los canadienses los efectos del subdesarrollo (po­breza y opresión) y acerca a personas que compar­ten necesidades comunes, concentrando sus ener­gías en soluciones similares. E n el extranjero, Oxfam-Canada opera con pequeños colectivos de agricultores, cooperativas de producción, grupos

de mujeres, habitantes de barriadas pobres, sindi­catos, movimientos de liberación, grupos religio­sos, organizaciones de estudiantes, asociaciones profesionales y centros interculturales.

El Comité Canadiense del U N I C E F presta ayuda a los países en desarrollo para proyectos relacionados con el bienestar de los niños. Millares de voluntarios, donantes y escolares han financia­do proyectos de desarrollo del U N I C E F en el Ter­cer M u n d o . Asimismo el Mennonite Central C o m ­mittee de Canadá ha participado en actividades de desarrollo de la comunidad, paz y ayuda mate­rial. Algunos voluntarios han trabajado c o m o maestros, ingenieros, agricultores y animadores sociales para fomentar el cambio a largo plazo y favorecer unas mejores condiciones de vida para las comunidades locales. Gracias al Programa In­ternacional de Intercambio de Visitantes, algunos jóvenes viajan a América del Norte para facilitar una mejor comprensión internacional por medio de la vida y el trabajo.

En todas las grandes ciudades de Canadá exis­ten varias organizaciones no gubernamentales si­milares que se ocupan de la educación para el desa­rrollo internacional. Apoyan un desarrollo local e internacional orientado a la satisfacción de las ne­cesidades humanas espontáneas y no impuestas, al fomento de la autonomía y al desarrollo de todas las posibilidades del individuo y de la comunidad, así como a un desarrollo ecológicamente cohe­rente.

La Organización Católica Canadiense para el Desarrollo y la Paz tiene por objeto fundamental fomentar la solidaridad entre los canadienses y la población del Tercer M u n d o . Su actividad se cen­tra en la cooperación internacional en el desarrollo socioeconómico de los países pobres, así c o m o en informar a los canadienses sobre los problemas del subdesarrollo. Trata de conseguir una partici­pación más efectiva de los grupos locales del Ter­cer M u n d o en su desarrollo, orientaciones, priori­dades y evaluaciones. C o n objeto de provocar un cambio social a largo plazo, se considera esencial la participación de la población local en distintos proyectos de desarrollo de la comunidad.

Diversas organizaciones eclesiásticas se ocu­pan de programas de ayuda de urgencia, servicio a los refugiados y apoyo a proyectos locales de desarrollo, así c o m o programas de información y educación sobre el Tercer M u n d o . Se estima que el desarrollo es lo contrario de la dependencia y se entiende c o m o la liberación de la opresión so­cial, económica y política. Es la capacidad de acep-

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tar la responsabilidad del propio destino. Algunas organizaciones han financiado programas destina­dos a la población canadiense desfavorecida, en particular la población nativa1. Así. la Iglesia A n ­glicana financia programas destinados a mitigar la alienación y la pobreza de los nativos, permi­tiéndoles presentar sus reivindicaciones de sus de­rechos aborígenes y de autodeterminación. El pro­grama de educación ecuménica y acción facilita información, análisis y recursos a las comunidades locales sobre aspectos clave del desarrollo2.

Clarke y Swift (1982), en su estudio de los vínculos de Canadá con el Tercer M u n d o , descri­ben un sistema mundial que produce desigualdad y pobreza de m o d o deliberado y no casual, en el que Canadá participa a través de la ayuda al ex­tranjero, las empresas transnacionales y los m e ­dios de comunicación de masas. Según ellos, la función que ha cumplido Canadá en los asuntos mundiales no ha consistido simplemente en impe­dir el desarrollo, sino en pervertirlo, sostienen la necesidad de un cambio radical y piden a todos los canadienses que trabajen solidariamente con los numerosos movimientos populares del Tercer M u n d o que luchan por la justicia social.

Hacia un nuevo modelo de desarrollo mundial

El complicado problema de la participación del Estado y de la comunidad en el desarrollo del Ter­cer M u n d o tiene trascendencia mundial. La parti­cipación de la comunidad (Midgley, 1986) requie­re la intervención directa de la gente corriente en los asuntos que afectan a su bienestar. Las condi­ciones locales y mundiales pueden mejorarse drás­ticamente implicando a la población local en la adopción de decisiones y en la ejecución de progra­mas. A diferencia del estado, las O N G tienden a ser dinámicas, flexibles y con preocupaciones so­ciales. Su personal suele estar m u y motivado por ideales humanitarios y de participación. Las orga­nizaciones humanitarias son más eficaces para fa­vorecer la participación de la comunidad porque son innovadoras y adaptables. Además , estas O N G abogan por unos programas radicales que aporten cambios sociales y ventajas importantes a las comunidades locales y contribuyan en su día a la realización de transformaciones regionales, nacionales y mundiales. M á s importante aún es que las actividades de esas organizaciones h u m a ­nitarias han resultado hasta la fecha mucho m á s

eficaces a la hora de obtener recursos para los pro­yectos de desarrollo, sobre todo por loque respecta a las organizaciones no gubernamentales con co­nexiones internacionales.

Para abordar los problemas de la pobreza y la miseria generalizadas, el deterioro del medio a m ­biente y el militarismo en el Tercer M u n d o se re­quiere una acción concertada a cargo del estado. Si bien se deben fomentar la autonomía y las acti­vidades humanitarias, los problemas del Tercer M u n d o no pueden abordarse meramente en el pla­no local. Las políticas nacionales, la cooperación internacional y, sobre todo, una mayor participa­ción de los ciudadanos contribuirían en gran m e ­dida a erradicar la pobreza, el hambre, las enfer­medades y el analfabetismo en el Tercer M u n d o .

En un estudio de evaluación (C1DA, 1986a) del programa de organizaciones no gubernamen­tales del C I D A se pone de manifiesto que la parti­cipación de los canadienses en el desarrollo del Tercer M u n d o ha sido eficaz y ha alcanzado con éxito sus objetivos declarados. Se calcula que entre 1978 y 1983, el total de las contribuciones públicas a las organizaciones no gubernamentales cana­dienses aumentó, por término medio, en 84,5 % en dólares constantes de 1978. El número de O N G canadienses participantes en el programa ha pasa­do de unas 120 en 1980 a m á s de 200 en 1986. La flexibilidad y el carácter innovador del enfoque de las O N G se pone de manifiesto en la gran varie­dad del radio de acción y del tipo de proyectos, la diversidad de las poblaciones a cuyo servicio se orientan y la cantidad y calidad de los recursos movilizados para ejecutar los proyectos. A lo largo de los años se han establecido numerosos vínculos de asociación entre las O N G canadienses y sus equivalentes en el extranjero. Aproximadamente el 90 % de los proyectos han alcanzado al menos algunos de sus objetivos en condiciones general­mente difíciles.

El ochenta por ciento de los proyectos seguían funcionando al mismo nivel cinco años después de haber cesado el apoyo de Canadá, y el 39 % de todos los proyectos que seguían en pie habían lo­grado la autosuficiencia financiera. Sesenta por ciento de los proyectos contribuyeron a originar modificaciones positivas en las organizaciones no gubernamentales locales por lo que se refiere al mantenimiento de los beneficios, el efecto multi­plicador y el fortalecimiento de las organizaciones no gubernamentales locales. Casi dos tercios de la totalidad de los proyectos se orientan directa-

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Las redes transnacionales en el desarrollo mundial: Canadá y el Tercer Mundo 419

mente a ayudar a las poblaciones rurales pobres, y aproximadamente un tercio ejercieron un im­portante efecto positivo en las mujeres. La partici­pación de la comunidad se consideró un elemento determinante fundamental del éxito de los proyec­tos. En el estudio de evaluación se observa una participación considerable de las poblaciones en los proyectos de las O N G . M á s del 75 % de las poblaciones participaron en la definición de las necesidades y en la ejecución de los planes, el 66 % por ciento en la planificación de los proyectos y el 49 % en la evaluación. Desde este punto de vista, estos proyectos de las O N G lograron tener un efec­to importante de desarrollo.

El programa de organizaciones no guberna­mentales del C I D A , que se creó en 1968, ha sido un gran éxito, y más tarde ha servido de modelo para otros países miembros de la O C D E . El Pro­grama de Servicios Institucionales de Coopera­ción y Desarrollo (ICDS), el Centro de Investiga­ciones sobre el Desarrollo Internacional (IDRC), el Programa de Gestión para el Cambio y, sobre todo, el Programa de Participación Pública del CI­D A , podrían ser buenos ejemplos para que los adoptaran otros países que participan en la coope­ración para el desarrollo.

El modelo del C I D A , por lo que respecta a las políticas y los programas destinados al desarrollo del Tercer M u n d o , requiere ser mejorado. Se pre­cisa un enfoque sistemático de descentralización del poder y de la adopción de decisiones para obte­ner una mejor respuesta a las necesidades de los países en desarrollo. Sería conveniente una mayor participación de los países en desarrollo en todas las fases de adopción de decisiones. U n a mayor coherencia entre las necesidades del Tercer M u n ­do y la programación de Canadá, así como una coordinación y cooperación mejores con otros paí­ses miembros de la O C D E , mejorarían la calidad de la aplicación de los programas. Sobre todo, ha­bría que insistir más en los programas de desarro­llo basados más bien en valores humanitarios que en intereses económicos o políticos. El C I D A debe­ría, en su contribución al desarrollo del Tercer M u n d o , alcanzar 7 % del P N B , que es el objetivo fijado por las Naciones Unidas.

El modelo canadiense dista de ser perfecto. Sin duda necesita cambios para poder ajustarse a las transformaciones que se producen en el Tercer M u n d o . Es necesaria una investigación sistemáti­ca bien concebida en numerosísimos campos y sectores, que no es viable hoy por hoy. Con todo, hace falta m á s investigación para resolver algunas

cuestiones básicas c o m o las siguientes: ¿cómo se puede estimular a más personas para que partici­pen activamente en muchas facetas del desarrollo del Tercer M u n d o ? ¿ C ó m o pueden las poblaciones participar de m o d o más efectivo en la mejora de los aspectos cualitativos y cuantitativos del desa­rrollo?

La enumeración de todas estas actividades, que dista de ser completa, indica que la participa­ción de los ciudadanos canadienses en los asuntos locales y mundiales ha sido importante, va en au­mento y es bastante eficaz. Ahora bien, la gran mayoría de la población no participa en la cruzada de desarrollo local y mundial. Siguen existiendo defectos de percepción y participación. Persiste la creencia de que los esfuerzos locales no pueden dominar las fuerzas mundiales. Muchos ciudada­nos parecen incapacitados para hacer frente al sis­tema mundial debido a la importancia que conce­den a las normas sociales vigentes, que tienden a producir un ciclo de apatía y un mito de incompe­tencia.

Los esfuerzos encaminados a la consecución del objetivo de una participación responsable de la gran mayoría en los problemas locales y m u n ­diales deben proseguir y aumentar. N o es posible subestimar la importancia de informar al m u n d o sobre las vinculaciones locales que pueden favore­cer la comprensión de las conexiones simbióticas internacionales que contribuyen a un compromiso consciente, a la evaluación y, en definitiva, a la participación responsable en los problemas locales y mundiales. El poder de la población, gracias a los esfuerzos combinados en el ámbito local y en el mundial, podría convertirse en un movimiento mundial de masas que influyera en las decisiones de los gobiernos y de las empresas multinacionales para impedir un holocausto nuclear, el deterioro del medio ambiente, el hambre, la pobreza y el mi­litarismo.

En este m u n d o de interdependencia, las crisis actuales parecen reflejar una tendencia constante inherente al proceso de desarrollo mundial. Es fundamental que la implantación de todo meca­nismo de solución de problemas se lleve a cabo en un contexto global a largo plazo y por conducto de la cooperación internacional. El desarrollo sos­tenido requiere una conciencia mundial a través de la cual cada ciudadano sepa cuál es su función como miembro de la comunidad mundial y se identifique con las generaciones venideras.

Hasta ahora, los esfuerzos de las comunidades locales por influir en los problemas nacionales y

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420 Dan A. Chekki

mundiales y controlarlos han tenido unos resulta­dos modestos o parciales. U n a gran mayoría de personas experimentan en su vida cotidiana el efecto de los macroprocesos. Muchas comunida­des han perdido su autonomía y autosuficiencia, habiendo quedado a merced de las vicisitudes de fuerzas externas que parecen sustraerse a su con­trol. Se ha generalizado un sentimiento de impo­tencia, desamparo y apatía. Sin embargo, un pe­queño grupo de activistas comprometidos puede y debe motivar a la gran mayoría.

Habría que aumentar la frecuencia y mejorar la calidad de la participación de los ciudadanos en el desarrollo mundial. Es preciso informar so­bre el sistema y los procesos mundiales que c o m ­prenden los nexos socioeconómicos, ecológicos y políticos a gran y pequeña escala. A d e m á s , en lu­gar de una representación y participación simbóli­cas, los ciudadanos deben participar en las decisio­nes sobre todos los problemas que afectan a sus vidas. Las necesidades actuales y futuras de la po­blación, tanto del Tercer M u n d o c o m o de los paí­

ses industrializados, únicamente podrán cubrirse si se establecen unas relaciones simétricas e inte­ractivas entre las comunidades locales del m u n d o entero. U n a vez m á s , este requisito pone de relieve la necesidad de capacitar a las comunidades loca­les para hacer frente a los problemas locales y m u n ­diales. Habida cuenta del carácter integrado de las crisis mundiales, de la velocidad y magnitud de los cambios, y de las dificultades del desarrollo, para alcanzar la meta de un desarrollo sostenido se precisa un cambio radical de las estructuras gu­bernamentales nacionales y de las organizaciones internacionales.

Los problemas exigen unos planteamientos amplios y la participación popular. U n a fuerte voluntad política, junto con el aprendizaje de la participación a través de la comunidad, contri­buirá a un desarrollo sostenido, centrado en la población durante el próximo decenio y en el siglo xxi.

Traducido del inglés

Notas

1. La población «nativa» de Canadá está integrada por la población aborigen, conocida * como indios canadienses, esquimales o inuit, y los mestizos de origen mixto (europeos y nativos).

2. El autor desea manifestar su agradecimiento a George Hamilton y a Laureen Norafson por su ayuda en el acopio de los datos relativos a las organizaciones no gubernamentales canadienses que se ocupan del desarrollo

internacional, a Margaret Cathy-Carlson, Presidenta del O D A , por su asesoramiento y el material proporcionado sobre ese organismo, y a Chadwick F. Alger por sus comentarios sobre la primera versión de este artículo.

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Influencias locales en las relaciones internacionales de Hungría

liona Kovács

Introducción

En las ciencias políticas contemporáneas se perfi­lan dos tendencias divergentes en la interpreta­ción de las relaciones internacionales.

La primera -que se considera c o m o la teoría prevaleciente- sostiene que las relaciones interna­cionales se caracterizan por conflictos y que la constelación internacional del poder es funda­mentalmente bipolar. Parsons y sus seguidores, que mantienen que el con­senso m á s que las aspiracio­nes hegemónicas lo que pue­de conducir a la armonía en las relaciones internaciona­les, están perdiendo terreno paulatinamente1.

D e los estudios sobre los conflictos no se han podido deducir hasta ahora resulta­dos que permitan determi­nar de forma clara el origen de los conflictos internacio­nales. El enfoque tradicional trata de hallar relaciones en­tre los conflictcos nacionales y los internacionales. Jean Bodin ya puso de relie­ve que los conflictos extranjeros robustecen la co­hesión nacional de las sociedades y que, por otra parte, los conflictos internos desembocan con fre­cuencia en los conflictos internacionales.

Otros, siguiendo a Tocqueville, arguyen que un gobierno democrático constituye un obstáculo para una política extranjera eficiente2.

Sin embargo, parece haber un acuerdo general en limitar las relaciones internacionales o trans­nacionales a los contactos entre los estados. N u e ­vas perspectivas no tratadas hasta el m o m e n t o

liona Kovács es investigadora adjunta del Centro de Estudios Regionales de la Acade­mia Húngara de Ciencias. Su trabajo se cen­tra principalmente en la estructura y los pro­blemas operacionales del gobierno local. Re­cientemente, ha iniciado investigaciones empíricas sobre los mecanismos de la toma de decisiones en política local.

pueden surgir de un enfoque consistente en que los actores dentro de cada estado (organizaciones, personas, entidades locales, etc), puedan partici­par directamente en la conformación de las rela­ciones internacionales3.

E n el presente artículo se trata de esbozar las posibles contribuciones de un país socialista co­m o Hungría a esta nueva perspectiva de las rela­ciones internacionales, tomando c o m o punto de partida las relaciones entre el estado (o sea, el go­

bierno central) y las comuni­dades laborales.

Variaciones históricas en la interpretación de la relación entre la micropolítica y la macropolítica

Se parte aquí de la premisa básica de que el grado en que los diferentes agentes locales pueden participar en las acti­

vidades internacionales o transnacionales depen­de principalmente de la posición que dichos agen­tes tengan dentrode la estructura política nacio­nal. La distribución del poder dentro de una nación se puede describir desde diferentes ángu­los. E n la teoría marxista, el aspecto primario (o específico del sistema) es la cuota de poder que tienen las distintas clases y los diferentes estratos de una sociedad. Ahora bien, el m i s m o problema se puede analizar desde el punto de vista de la tipología estructural y de las instituciones. U n problema constitucional básico es la separación

RICS 117/Set. 1988

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424 Ilona Kovács

de poderes entre el legislativo, el ejecutivo y el judicial, o la función de los partidos políticos, el estado, las corporaciones y los órganos sociales en el proceso de decisión inherente a las cuestiones del poder. Otro factor importante es la distribu­ción regional del poder, considerada aquí en for­m a un tanto simplificada c o m o la división del tra­bajo entre los órganos centrales y los órganos loca­les del estado.

Los nexos entre la política local y la política na­cional han seguido un curso histórico peculiar, que nos permite elaborar diversos modelos de re­lación entre el nivel del estado (macronivel) y el nivel local (micronivel). En uno de estos modelos ambos niveles son idénticos. La ciudad-estado de los antiguos griegos o las modernas ciudades-esta­dos, c o m o San Marino o Monaco , no están estruc­turadas ajustándose a la pauta de los niveles cen­tral y local gubernamentales. Pero, aparte de estos raros ejemplos, los estados están siempre divididos en unidades territoriales más pequeñas.

Históricamente, la relación entre el nivel cen­tral y los niveles locales gubernamentales ha esta­do siempre sometida a cambios. A comienzos del feudalismo, algunos asuntos se consideraban fun­damentalmente locales y la autoridad de la corte real o de la monarquía estaba limitada por el po­der de los señores feudales, por los fundos y por el gobierno local. Antes de la eliminación de la anar­quía feudal y de su desintegración, el modelo típi­co era un modelo de interrelación entre a m b o s niveles, en que la política internacional central dependía también del poder local. Por ejemplo, el ejército del rey se reclutaba entre los siervos de los señores feudales. Tras la consolidación del poder del estado, o sea el paso de las monarquías absolu­tistas feudales al ideal burgués de la nación-esta­do, siguió predominando el tipo de relación entre ambos niveles con ligeras modificaciones. C u a n ­do la soberanía del estado se erigió en principio constitucional preponderante los órganos del po­der central se constituyeron en los depositarios únicos del poder estatal. El concepto, enraizado en el derecho natural, de que los asentamientos - c o m o las familias- son unidades soberanas, in­dependientes del estado por ser históricamente anteriores a él. quedó prácticamente olvidado4. La Constitución de 1839 de Bélgica, que designa­ba al gobierno de los asentamientos c o m o cuarta rama del poder además de la legislativa, la ejecuti­va y la judicial, más tarde resultó ser una mera fic­ción.

El principio que abre la puerta al poder local

independiente fue introducido -y adoptado- por un nuevo orden social: la Constitución soviética de 1918 declaró que los soviets (consejos) poseían el poder absoluto. Los soviets locales habían de delegar representantes a los órganos de nivel supe­rior para controlarlos y proponer modalidades de actuación. Esta estructura ilustra la integración de los niveles local y nacional, en la cual el nivel local (micronivel) desempeña un papel importante, su­mándose ambos niveles. Esta estructura constitu­cional, denominada «federalismo geográfico», no tuvo sin embargo vigencia durante largo tiempo. Esta estructura podía concebirse solamente en un período en que el poder estuviera organizado por niveles, asentamiento por asentamiento, o sea, cuando el poder central estuviera realmente cons­truido de abajo arriba.

La Constitución de 1936 de la Unión Soviéti­ca, considerada todavía c o m o modelo, creaba una nueva estructura estatal. Especificaba que los miembros de los soviets debían ser electos direc­tamente de forma que el Soviet Supremo recibiera la autoridad del electorado y se convirtiera en úni­co depositario de la soberanía del estado. C o m o el poder de los soviets locales se derivaba del poder central, los gobiernos locales independientes deja­ban de existir (local versus estatal). Este concepto de unidad de poder, llamado centralismo d e m o ­crático, ha creado una estructura estatal fuerte­mente jerárquica, dentro de la cual los órganos locales no pueden aspirar a la independencia, aunque en años recientes se han dado tentativas de modificar ese carácter de subordinación. Sin embargo, esas tentativas no pueden cambiar el he­cho de que la relación entre el centro y las regiones sea básicamente jerárquica.

Actualmente, se dan varias tendencias que pueden contribuir a la renovada independencia de los gobiernos y las comunidades locales, y que pueden permitirles tomar parte más activa en los procesos de política mundial. Por una parte, se han producido cambios fundamentales en la divi­sión del trabajo dentro del estado, tanto en los países capitalistas c o m o en los socialistas. Real­mente, es obvio que el grado de centralización es­tatal siempre depende del alcance y la calidad de las funciones que el estado desempeña o cumple. Por ejemplo, en tiempos de guerra la eficacia de la defensa nacional resulta favorecida por una direc­ción fuertemente centralizada. Reconocer este he­cho fue importante para modificar el modelo esta­tal soviético. La economía centralizada y la políti­ca nacional del «comunismo de guerra» fueron

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Influencias locales en las relaciones internacionales de Hungría 425

Jinetes húngaros con trajes regionales. Agence Rapho/K. Szoiiosy.

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426 Ilona Kovács

principalmente consecuencias de las amenazas provenientes del extranjero.

En un principio, el Estado socialista se propo­nía proveer suministros, servicios y seguridad so­cial a toda la sociedad. Dentro de este modelo idealizado, cada ciudadano individual no tenía si­no que trabajar ocho horas diarias y obedecer. El fracaso de esta fórmula se nos ha hecho patente a todos ahora, dado que el estado no puede cumplir todas las promesas. La «socialización» encubier­ta, y a veces abierta, de las funciones gubernamen­tales comenzó hace ya varios años. El «ciudadano obediente», sin embargo, no encaja dentro de la nueva fórmula y, dado que este ciudadano repre­senta un papel cada vez mayor en el desarrollo de la infraestructura, el mantenimiento de los servi­cios sanitarios, educativos y de otro tipo, le parece justo participar también en el proceso de deci­sión. En estas circunstancias, la descentralización del control estatal es un paso necesario, el primero que tomar para eliminar el estatismo.

Por otra parte, se han producido también cam­bios en los procesos mundiales; problemas c o m o la protección del medio ambiente, el manteni­miento de la paz, y el desarrollo de las ciencias van más allá de las fronteras nacionales. Además , ni siquiera los países más altamente desarrollados y más grandes pueden confiar en la autarquía en nuestros días. Es esta motivación económica en particular lo que fuerza a los estados nacionales a pensar dentro de un contexto más amplio. El esta­do, que, con la concepción liberal, funcionaba más que nada c o m o un «celador nocturno» se siente hoy con derecho a intervenir en la econo­mía so diversos pretextos, c o m o consecuencia de lo cual las relaciones económicas transnacionales amplían al m i s m o tiempo el alcance de las econo­mías nacionales. N o es raro que los estados esta­blezcan arreglos con compañías, bancos, etc., en sus relaciones transnacionales.

U n factor importante de este proceso es que las compañías transnacionales se han convertido en los principales agentes de integración de la eco­nomía mundial. Arnold Toynbee dice que la prin­cipal causa de las dificultades económicas m u n ­diales reside en la contradicción entre los estados nacionales geográficamente restringidos c o m o es­tructuras políticas tradicionales y una estructura económica basada en organizaciones multinacio­nales que va más allá de las naciones. Toynbee consideraba este hecho c o m o la base económica de un m u n d o futuro exento de fragmentaciones políticas y culturales5.

Rasgo común de ambas tendencias es el predo­minio del principio y la restricción del consenso en las relaciones entre el estado y la sociedad o entre los estados, en lugar del poder. Ello puede conducirnos a la conclusión de que la línea de «ar­monía» de Parsons ha encontrado una justifica­ción socioeconómica efectiva y que parece razo­nable suponer que los conflictos son típicos tan sólo de la superficie.

Puede residir aqú la dinámica m á s importante para la integración mundial de los microprocesos (micro + macro = mundial).

Potencial de las relaciones transnacionales a nivel local (micronivel) en Hungría

La Constitución de 1949 de la República Popular de Hungría investía al Parlamento de todos los derechos derivados de la soberanía del pueblo. El Parlamento tiene la «autoridad de las autorida­des», o sea, el derecho a definir la autoridad de los órganos estatales subordinados. Así, la autoridad de los órganos locales se deriva del nivel superior. Aunque las funciones del gobierno local se han expandido en Hungría, el país sigue estando fuer­temente centralizado.

En la relación entre el estado y los órganos lo­cales no se ha definido claramente qué se debe considerar c o m o «asunto local», aunque la última Ley de Consejos de 1971 especifica que la compe­tencia de éstos comprende lo relativo a asenta­mientos, desarrollo y servicios. La ejecución de dichas tareas se ve impedida, sin embargo, por la falta o escasez de fondos locales, ya que la política de descentralización no ha ido seguida por una reforma tributaria distributiva.

Las disposiciones constitucionales que tratan de las relaciones internacionales del estado ni si­quiera mencionan a los órganos locales. Antes de 1982 no había en realidad ninguna disposición re­ferente a si los órganos estatales tienen el derecho de establecer oficinas en el extranjero o concertar contratos con socios extranjeros. Hasta esa fecha era el principio jurídico internacional de la reci­procidad lo que determinaba la división de tareas entre los órganos gubernamentales.

N o es fácil descentralizar y democratizar la política extranjera del gobierno. Los principales actores de las relaciones internacionales en H u n ­gría son el Parlamento, el Presidium, el gobierno, los ministerios y los órganos que tienen autoridad a escala nacional6.

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Esto no significa por supuesto que los órganos locales no tengan ninguna influencia en las rela­ciones internacionales del gobierno. Sin embargo, el alcance de esta influencia depende siempre del grado en que la administración esté descentraliza­da y sea democrática.

La política extranjera del gobierno no se expo­ne por lo general públicamente. Los actores del proceso de toma de decisiones en este c a m p o son los miembros del partido y los órganos guberna­mentales especialmente establecidos a este fin. El Parlamento tiene m u y poco control de los asuntos extranjeros, ni siquiera por medio de su comité de relaciones exteriores. C o m o suele ser el caso, rara vez se toman en cuenta factores de política interior al tomar decisiones respecto a las activida­des internacionales del estado. Esto parece justifi­car que en el proceso de toma de decisiones respec­to a los asuntos extranjeros no se haga publicidad ni participen los órganos locales.

La vida política de los países socialistas se ca­racteriza por el papel preponderante de los parti­dos comunistas. El funcionamiento del partido di­fiere sin embargo bastante de aquel de los órganos estatales. C o m o desafortunadamente suelen pre­valecer las consideraciones ideológicas en las rela­ciones internacionales y de política exterior, es evidente que el partido comunista representa un papel determinante en este sector de las activida­des gubernamentales, c o m o consecuencia de lo cual las relaciones internacionales se tratan con los métodos menos abiertos del partido. Por otra parte, el hecho de que Hungría pertenezca a un bloque de potencias también contribuye a la res­tricción de la publicidad.

Así, los órganos locales pueden ejercer sola­mente una influencia limitadísima en los asuntos transnacionales, indirectamente por conducto del gobierno central. Sólo puede concebirse una in­fluencia local más fuerte en la política extranjera del estado en las naciones que tienen un gobierno m á s descentralizado y que funcionan m á s d e m o ­cráticamente. Pero también hay algunos casos es­peciales al respecto. E n los estados federales, por ejemplo, las entidades federales desempeñan un papel m á s influyente en las actividades del estado central, incluida su política extranjera. Sin embar­go, los estados federales han adoptado una gran variedad de soluciones, constitucionalmente y en sus procesos políticos efectivos.

La influencia que los órganos gubernamentales locales pueden ejercer en las relaciones transnacio­nales a través del filtro del gobierno central es m í ­

nima, sobre todo en un estado centralizado c o m o Hungría. La única excepción a esta regla puede ser en el caso de las transacciones internacionales que conciernan directamente a una región o a un asentamiento. Buen ejemplo de ello es la construc­ción en curso de una presa que se está llevando a cabo en Hungría con cooperación internacional. Aparte de las dudas respecto a sus ventajas y su eficiencia económicas, cada vez va habiendo m a ­yor preocupación por su seria repercusión a m ­biental y por la completa transformación del c a m ­po circundante. Los ciudadanos locales, incluyendo los miembros del Parlamento que re­presentan a sus distritos, no recibieron en absoluto ninguna información respecto de esta inversión antes de que se adoptara la decisión. A u n q u e la construcción va avanzando ante sus ojos, la gente no tiene ninguna manera de representar y proteger los intereses locales. Quizás estudios de casos de conflictos similares podrán capacitar a los investi­gadores para comparar las experiencias interna­cionales.

Pasemos a examinar ahora las oportunidades de participación directa, aun cuando su importan­cia sea mínima, en las relaciones interestatales. A continuación presentamos ejemplos de casos en los que el nivel gubernamental local puede partici­par directamente en asuntos internacionales.

Hermanamiento de ciudades

U n a de las costumbres m á s difundidas es el her­manamiento de ciudades7, uso que casi constituye una actividad diplomática, y que durante largo tiempo estuvo tan ignorada que ni siquiera estaba reglamentada. La Federación Mundial de Ciuda­des Unidas representó un papel m u y activo en el establecimiento de este tipo de relaciones. Desde 1957 esta Federación inició y ulteriormente esti­muló la extensión de este tipo de cooperación. Par­te similarmente activa ha representado la Unión Internacional de Autoridades Locales. E n Hungría estas relaciones asumían inicialmente un carácter estrictamente oficial, y los municipios no tomaban iniciativas de relaciones de hermanamiento. E n Hungría los asentamientos no tienen ninguna or­ganización nacional que represente sus intereses y que promueva dichas actividades. Los consejos locales están controlados por el gobierno central quien, por intermedio de la Oficina de los Conse­jos del Presidium, administra en realidad el fun­cionamiento de los Consejos. La actitud de esta

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Oficina es bastante burocrática puesto que no se interesa en absoluto ni en fomentar las actividades internacionales de los consejos ni en representar­los. Jurídicamente, las relaciones entre las ciuda­des hermanadas y la autorización de los viajes de negocios en el extranjero están reguladas por una normativa de bajo nivel: la constituida por las di­rectrices del Presidente de la Oficina de los Conse­jos del Presidium. Todo ello ilustra claramente que el gobierno central reduce las relaciones inter­nacionales de los consejos a un problema adminis­trativo y que ejerce estricto control sobre ellas. Por ejemplo, los consejos elaboran planes anuales de actividades internacionales que, si son aproba­dos por un subpresidente del gobierno, los autori­za a establecer relaciones con el extranjero. U n a posible explicación de este sistema es la escasez de divisas extranjeras que impone estrictos límites respecto ala frecuencia y la intensidad de las rela­ciones. Los viajes de negocios al extranjero son considerados por la población c o m o un privilegio debido a los dirigentes políticos. N o cabe ninguna duda de que la población local expresa cierta anti­patía cuando, al referirse a los viajes de negocios a las ciudades hermanas por parte de los líderes locales, los llaman «turismo político». Esta actitud también se puede explicar por el poco prestigio de que disfrutan los consejos locales c o m o conse­cuencia del formalismo del sistema electoral. Este formalismo crea entes representativos que, por su composición mi sma , no pueden funcionar y repre­sentar los intereses locales eficientemente. Por otra parte, la posición objetiva de los consejos los imposibilita para satisfacer las demandas de la po­blación (debido al fuerte control central y a la esca­sez de fondos). E n estas circunstancias, las relacio­nes internacionales de los consejos no pueden tratar asuntos locales importantes, y la población no se interesa por ellas. Las actividades internacio­nales de los consejos podrían tornarse m á s partici­pativas si disminuyera el formalismo actualmente vigente en las relaciones exteriores, mientras que al m i s m o tiempo aumentaría la confianza social y política que se tiene en los consejos.

El formalismo disminuiría si las relaciones se establecieran en base a un determinado interés co­m ú n entre las ciudades o los distritos hermanados. Este interés no tendría que ser necesariamente de carácter económico, sino más bien cultural, por ejemplo, parentesco étnico, tradiciones históricas comunes, similitudes... H o y en día se promueven cada vez m á s las relaciones entre ciudades herma­nadas en función de una base de este tipo.

Cooperación entre regiones fronterizas

U n rasgo específico de las relaciones entre las re­giones fronterizas es que el contacto directo de la tierra, la población, las aguas, el aire, etc., fomenta la cooperación intensiva. U n a estipulación tradi­cional del derecho internacional, relativa al tráfico entre regiones fronterizas, facilita los intercam­bios entre la gente que vive en las regiones fron­terizas.

Estas relaciones están reglamentadas por trata­dos bilaterales interestatales y su forma y conteni­do dependen m u c h o de la relación general existen­te entre los estados concernidos. Hungría, por ejemplo, no estableció tráfico en las regiones fron­terizas al m i s m o tiempo y en la m i s m a forma con todos sus vecinos. E n el telón de fondo de estos problemas desafortunadamente rara vez se hace mención de las dolorosas cuestiones de las mino­rías para cuya solución no han bastado las normas jurídicas internacionales. Las regiones fronterizas representan casos específicos de geografía política, derecho internacional, derecho civil internacio­nal, antropología social e historia. Su tratamiento o su solución, sin embargo, dependen de diferentes situaciones especiales bipolares e internacionales. Estas regiones no pueden servir c o m o modelo es­tándar y de aplicación general para deducir un pa­radigma nuevo de la cooperación transnacional.

Las fronteras húngaras son relativamente re­cientes, y las relaciones de este país con sus vecinos son dispares. La calidad de estas relaciones se refleja claramente en la densidad de puestos fron­terizos a lo largo de los distintos tramos de la fron­tera. El establecimiento de buenas relaciones es también importante por razones económicas, po­líticas y sociales.

Aunque las relaciones económicas con las re­giones fronterizas son relativamente intensas, el control central del comercio exterior no permite la flexibilidad necesaria. Las solas excepciones son las empresas que han obtenido el derecho a desa­rrollar el comercio internacional, cuyo número es­tá aumentando gradualmente. En general, pode­m o s concluir que las relaciones entre las regiones fronterizas dependen básicamente de las relacio­nes que existen entre los países colindantes. Si es­tas relaciones no son amistosas, la cooperación re­sulta imposible (respecto a la economía en el abastecimiento de agua, la protección del medio ambiente, la infraestructura, etc.). Las relaciones precarias entre las regiones fronterizas frenan el

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desarrollo, y las comunidades locales van adqui­riendo características de tugurio que desembocan en conflitos internos.

Otras redes internacionales

Las relaciones internacionales m á s eficientes, m á s dinámicas, y quizá las menos restrictivas son las establecidas por las organizaciones o las entidades profesionales independientemente de las relacio­nes estatales. La influencia internacional - y las relaciones internacionales- de estas entidades vie­nen evidentemente determinadas por la «conver­tibilidad» de su función. La cooperación científi­ca, por ejemplo, tiene una larga tradición en Hungría, con formas bien establecidas y con órga­nos de coordinación para el intercambio de infor­mación y experiencias. N o puede decirse lo m i s m o respecto a las relaciones jurídicas, aunque los abo­gados de la mayoría de los países se han percatado ya de que los campos m á s importantes de la coope­ración internacional -tales c o m o el comercio, las cuestiones de derechos de autor, el turismo- re­querirían o una legislación unificada cuando sea posible, o al menos esfuerzos por elaborar un siste­m a internacional unificado de normas de derecho civil o derecho privado. Todavía queda por deci­dir c ó m o podría Hungría participar en la labor de las organizaciones internacionales establecidas después de reconocida esta premisa8.

El problema más general es que la creciente independencia concedida a las instituciones para establecer relaciones internacionales no ha ido acompañada de una coordinación nacional. Por ejemplo, no hay ninguna fuente de información acerca de las conferencias o eventos con participa­ción internacional celebrados en el país o en deter­minadas ciudades durante un período dado.

El alcance de este artículo no permite un análi­sis detallado de la complicada red que constituyen las relaciones económicas internacionales. Lo úni­co que deseo mencionar aquí es que las transaccio­nes internacionales de las firmas están controladas vigorosamente por el gobierno central por medio de la administración financiera y sectorial, por un lado, y mediante empresas de comercio exterior monopolísticas, por otro. Las compañías y las e m ­presas mixtas que tienen derecho a practicar el comercio exterior son m u c h o m á s libres a este res­pecto. La Cámara de Comercio, órgano que repre­senta los intereses de las empresas, funciona tam­bién c o m o rntidad coordinadora y representativa

de las compañías que tienen relaciones comercia­les exteriores. Sin embargo, el control central del comercio exterior sigue siendo un problema. Las relaciones de los sectores empresariales transna­cionales se caracterizan generalmente por el hecho de que su papel y su influencia no están determina­dos por los requisitos o las necesidades particula­res de los participantes, sino que son transacciones controladas, que dependen de las opciones de la política internacional del país.

Las relaciones internacionales m á s autóno­mas , aparte de las estatales (y las motivadas por razón de estado) pueden desarrollar las entidades objetivamente menos dependientes del estado. A este respecto, los países socialistas difieren consi­derablemente de las democracias burguesas. El es­tado, junto con el partido, representa un papel pre­ponderante en la vida política y esta forma de estatismo deja m u y poco margen para movimien­tos sociales autónomos. U n c a m p o prometedor para las relaciones transnacionales directas, inde­pendientes del estado, puede radicar en el movi ­miento de las organizaciones sociales. Las N N U U pueden desempeñar una función particularmente importante al respecto. Existen varias organiza­ciones sociales en Hungría cuyas actividades están estrechamente vinculadas con las N N U U . Es bas­tante significativo el hecho de que estas organiza­ciones operen no sólo a nivel nacional sino que cumplan también una función realmente social, que según se pudo ver, surgieron tan sólo reciente­mente, c o m o resultado del espíritu de la reforma política. La Comisión de Hungría para las N N U U no está registrada ni tiene representaciones loca­les'. Varias organizaciones sociales llegaron a esta­blecerse c o m o resultado de la participación húnga­ra en ciertos movimientos internacionales: sin embargo, dentro del país, no tienen contactos con los grupos o las funciones que representan. Son estas características obvias de una situación en la que mecanismos políticos estatales y centralizados sólo otorgan relativa autonomía a las organizacio­nes sociales. N o sólo es éste el caso, sino que ade­más esas organizaciones se hacen representar con frecuencia en tribunas internacionales c o m o ver­daderas organizaciones sociales, cuando en reali­dad son órganos casi estatales.

Los movimientos sociales autónomos han apa­recido recientemente en áreas «exentas de ideolo­gía». Movimientos similares florecen en todo el m u n d o . La protección y la configuración del m e ­dio ambiente arquitectónico, cultural y natural suscitan exigencias que requieren una representa-

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ción institucionalizada. Estos grupos de interés to­davía no han conseguido una representación por separado, y cuando se manifiestan en forma de organización social o sindicato, el gobierno reac­ciona con nerviosismo, tratando de oponerles tra­bas administrativas. En esta situación -la cual es bastante extraña- es el fuerte apoyo internacional el que podría reforzar la aceptación más generali­zada de estos movimientos sociales. Hay varios ejemplos de organizaciones internacionales que influyen en las relaciones dentro de un país susci­tando movimientos internos, ello no es tan fre­cuente en el caso inverso. La relación entre las organizaciones internacionales y sus sectores den­tro de los estados miembros está determinada por lo primero, por lo cual debemos concluir que el nuevo paradigma de relaciones internacionales también está construido de arriba abajo. Las res­tricciones de que hablamos continuarán en tanto las fronteras nacionales sigan limitando el alcance de las entidades nacionales.

Conclusión

Y a en 1969. J. Wiatr argumentaba que una teoría moderna de las relaciones internacionales sólo se puede desarrollar c o m o disciplina que integre los resultados y los enfoques de las diferentes ciencias sociales, primordialmente la sociología"1. El reco­nocimiento de este hecho queda confirmado por la teoría de los sistemas, cuyas categorías se adap­tan al análisis de las relaciones internacionales. Wiatr proclama también que el medio ambiente del sistema político internacional es el conjunto de todos los medios ambientes de los sistemas po­líticos nacionales. Habrá de ser objeto de estudios

empíricos poner de manifiesto si el sistema inter­nacional entra en relación con su medio ambiente exclusivamente por conducto de los sistemas na­cionales (estados miembros) o si también es posi­ble que haya insumos y productos directos".

Aunque el m u n d o tiene por resolver multitud de problemas mundiales que sólo se pueden atacar a nivel transnacional, se siguen manteniendo las relaciones entre los distintos estados individuales; estas relaciones son engorrosas, imbuidas de for­malismo y están mezcladas con intereses ideológi­cos. Pese a las tendencias descritas, que inevitable-mente p o n e n de relieve el papel de las organizaciones sociales y de las personas en un número de sectores de la vida cada vez mayor, no podemos decir ni que las estructuras políticas de los estados ni que las instituciones de las rela­ciones internacionales se hayan adaptado a las nuevas tendencias. La prosperidad, la reducción de las desigualdades regionales, la eliminación del peligro de crisis crónica en determinadas regiones, la liberalización y la descentralización generales de los sistemas políticos nacionales, son las condi­ciones que deben cumplirse si se desea implantar la tendencia de la socialización mediante la supre­sión de funciones estatales.

A pesar de las características nacionales, histó­ricas, geográficas e ideológicas específicas del sis­tema, la experiencia húngara muestra que el nuevo paradigma de las relaciones internacionales se puede realizar tan sólo en base a patrones políticos considerablemente más democráticos y más des­centralizados. Las iniciativas que ya se pueden apreciar en la mayoría de los países aún deben ser completadas.

Traducido del ingles

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Influencias locales en las relaciones internacionales de Hungría 431

Notas

1. T . Parsons, «Order and Communi ty in the International Social System», en International Politics and Foreign Policy. (Div. de la pub. J .N. Rosenau), The Free Press, Nueva York, 1961.

2. A . Ágh, «A nemzetközi konfliktusok eiméletének fejlòdése: a konfliktusok "nagy elméletétol" a "nagy konfliktus" elméletéig» (El desarrollo de la teoría de los conflictos internacionales: de la gran teoría de los conflictos a la teoría de los grandes conflictos), en Poliuka-Tiidománv, n ú m . 4, 1986. pp. 3-24.

3. C h . F. Alger. «Bridging the micro and the macro in International Relations Research». Alternatives, invierno I984-1985. pp. 319-344.

4. O . Bihari, A: iillamhatalmi-kepxiseleti szervek ehnélete (La teoría del poder estatal y de los órdenes representativos), Akadémiai Kiadó, Budapest, 1963.

5. A . Toynbee. «Are Businessmen creating a N e w Pax Romana?» Forbes Magazine, 1974, p. 68.

6. Decreto n u m . 27 N E T / 1 9 8 2 sobre los procedimientos que se deben seguir en los contratos internacionales.

7. En Hungría es escasa la literatura sobre el tema. Véase O . Farkas, «A tanácsok nemzetközi kapcsolatai» (Las relaciones internacionales de los consejos). Allant és lgazgalás 8/1976, pp. 669-682 y 1/1987 pp. 47-60.

8. Tamas Ban, «A magyar igazsàgszolgáltatás nemzetközi kapcsolatai» (Las relaciones internacionales de jurisdicción húngara), en Magvar Jog, 7-8/1987. pp. 577-589.

9. A . Á d á m . A tärsadalmi szervezetek fogalma, tipusai és ¡ogúllása de lege ferenda (El concepto de organizaciones sociales, sus clases y su estatuto legal), Budapest, 1987.

10. J. Wiatr. «Sociologiczne ujecie miedzv - narodowych» en Studia Nauk'Politvczmch, 1969/3, pp. 55-70.

1 I. J. Wiatr. .1 poltlikai viszonyok szociolétgiája (La sociología de las relaciones políticas), Budapest. Kossuth Kiadó, 1980.

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Importancia del problema de la persona en el pensamiento islámico

Mohamed Arkoun

«El hombre es un problema para el hombre» A b u Hayyân al-Tawhîdî, m . 414/1023.

« Y cuando dijo tu señor a los ángeles: H e aquí que yo pondré en la tierra un jalifa, dijeron: ¿Es que pondrás en ella a quien la corrompa y vierta la sangre, y nosotros loamos con tu loor y te santificamos? - ¡En verdad, yo sé lo que vosotros no sabéis!»

Corán, II, 28 (traducción de Rafael Cansinos Assens)

«La persona es la antinomia encarnada de lo individual y lo sacral, de la forma y la mate-ria, del infinito y lo finito de la libertad y el destino.

Nicolas Berdiaev, Cinq méditations sur l'existence. Aubier, París 1936, p . 180.

Un problema de islamologia aplicada

M o h a m e d Arkoun es profesor del Instituto de Estudios Islámicos, Universidad de París III, 13,rueSanteuil, 75005 París, Francia. Es­pecialista en pensamiento islámico y literatu­ra e historia árabes, ha publicado numerosos libros y artículos sobre estas cuestiones. Ha participado con frecuencia en la filosofía y los proyectos de ciencias humanas de la Unesco.

E s bien conocido el lugar tan importante q u e el Islam y los musulmanes ocupan en los medios de comunicación de los países occidentales, y sa­bemos en qué tono y con qué representaciones a la vez antiguas y enriqueci­das todos los días, se continúa alimentando la imaginación occidental sobre ese m u n d o lejano, diferente, hostil, violento, atrasado y, sin embar­go, geográfica e incluso socialmente m u y cercano.

En las sociedades musulmanas mismas, la in­formación a este respecto no es m á s objetiva, más abierta ni más positiva que en Occidente; está cui­dadosamente controlada por estados preocupa­dos por asegurarse su continuidad y su legitimi­dad. Por esta razón, el islam es una levadura ideo­

lógica, un tema de apología ofensiva o defensiva, y sólo rara vez materia de estudio y fuente de va­lores positivos para combatir factores de subdesa-rrollo c o m o la ignorancia, los brotes de violencia, la corrupción y la intolerancia.

Ante estos datos masivos, ante las exigencias apremiantes de sociedades m u y desestabilizadas y ante un creciente desorden semántico incluso en las sociedades occidentales que se supone debe­rían dominar los problemas del desarrollo y la

modernidad, ¿qué respues­tas, qué actitudes de pensa­miento proponen desde la Segunda Guerra Mundial los pensadores, los investigado­res, los artistas, la clase polí­tica, en una palabra, la élite intelectual y política?

H a y que distinguir entre la islamologia clásica y la is­lamologia aplicada. Se trata de una distinción metodoló­gica y de una clasificación epistemológica, y no de una oposición irreductible entre dos prácticas de una misma

disciplina. En términos generales, diría que la is­lamologia clásica se ciñe exclusivamente a textos considerados a priori representativos de una tra­dición religiosa, de un pensamiento, de una cultu­ra y de una civilización.

Se han estudiado durante m u c h o tiempo los textos clásicos escritos entre los siglos i y vu de la Hégira (S. vii-xiii) y se siguen estudiando tanto m á s cuanto que se está lejos de terminar la fase de su primera exploración, m á s aún, de su descubri­miento; son muchos los manuscritos que quedan por publicar por primera vez o incluso por descu-

R1CS 117/Set. 1988

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brir. Por esta razón la islamología clásica sigue siendo una práctica indispensable.

La selección de textos como punto de apoyo para conocer el islam y las sociedades musulma­nas es m á s discutible y más peligrosa cuando se aborda el período contemporáneo: los siglos xix-xx y, en particular, la historia candente de los años 1945-1987. La lectura que por lo general se hace de esos textos desorienta en vez de esclarecer los problemas reales de la evolución en curso, de las fuerzas rivales, de las ambiciones colectivas y de los modelos de desarrollo impuestos en dichas sociedades.

Es en este aspecto donde la islamología aplica­da adquiere todo su sentido y se impone c o m o necesidad científica. En efecto, para los textos contemporáneos no se plantean los problemas inevitables de la lectura filológica c o m o en el caso de los textos medievales.

Escogí el tema de la persona precisamente pa­ra i lustrar con un ejemplo particularmente rico las posiciones y los métodos epistemológicos que re­quiere un enfoque del islam que combine la expe­riencia, las exigencias de la islamología clásica y los interrogantes, los procedimientos de análisis y los objetivos prácticos de la islamología aplicada.

C o m o introducción al estudio de este tema plantearé los siguientes interrogantes:

/. ¿ C ó m o surge en las sociedades musulma­nas contemporáneas el problema de la persona co­m o realidad indeclinable?

2. ¿De qué bagaje intelectual, de qué recursos científicos y culturales dispone el pensamiento is­lámico contemporáneo para dar al problema planteado respuestas nuevas que respeten a la vez la enseñanza positiva de la tradición y los impera­tivos irrecusables de la modernidad?

3. ¿ C ó m o situar la respuesta «islámica» al problema de la persona entre las concepciones y las actitudes concretas que impone el pensamien­to científico moderno? Planteada de esta forma, la pregunta nos obligará a aplicar una crítica radi­cal a la posición hegemónica del pensamiento oc­cidental que, por su avance científico y tecnológi­co, parece comprometer por mucho tiempo el des­tino de la persona humana .

Persona y sociedad

La rica definición de N . Berdiaev citada c o m o epígrafe muestra que sólo se podrá llegar a la no­

ción de persona si se está en condiciones de recu­rrir a diversas disciplinas. En primer lugar a la historia social y jurídica, ya que son el orden so­cial y el derecho los que hacen que una persona sea de una manera y no de otra; y después a la psicología, la sociología, la antropología, la filoso­fía y, en el caso de las grandes tradiciones religio­sas, la teología.

Marcel Mauss tuvo el mérito de elaborar ya en 1938 el concepto de persona presentándolo c o m o «una categoría del espíritu humano». Puede leer­se un interesante desarrollo de ese primer ensayo en una reciente obra de M . Carruthers, S. Collins y L . Lukes titulada The Category of lhe person. Anthropology, philosophy, history, Cambridge University Press, 1985.

En la línea filosófica han prestado particular atención a esa noción y ese tema algunos pensado­res cristianos. Ivan Gobry formula en su breve en­sayo La Personne (P.U.F. , 3a. ed. 1975), una vi­sión precisa a ese respecto.

En el m u n d o islámico el tema de la persona está m u y presente en diversas corrientes del pen­samiento clásico. Sin embargo, no es posible con­tentarse con el marco religioso, ético, jurídico y filosófico, legado por el pensamiento islámico es­peculativo, sino que es preciso iniciar una refle­xión crítica partiendo de las nuevas condiciones de evolución histórica de las sociedades musul­manas desde los años cincuenta.

En un estudio anterior1, demostré c ó m o la pre­sión demográfica, la incorporación de la econo­mía industrial, la aparición de un estado autorita­rio, anónimo, separado de la sociedad civil, más aún. opuesto a ésta, la dependencia creciente de la tecnología moderna, el atraso cultural y la ruptura dramática con la realidad ecológica y el terruño (campesino, montañés o nómada) se han conjuga­do para cambiar radicalmente las condiciones de aparición y formación de la persona.

La revolución agraria efectuada en todas par­tes con gran fervor ideológico privó al m u n d o campesino y a la civilización del desierto (opera­ción de sedentarización de los nómadas llevada a cabo por los estados independientes con una agre­sividad tanto más destructora cuanto que la tec­nocracia de los ministerios ignoraba todo sobre el m u n d o nómada), de las bases ecológicas, territo­riales y agrarias con las que había funcionado des­de tiempos inmemoriales bajo el nombre de Códi­go de honor (cird). Antes y después del islam ha venido rigiendo ese Código para mantener el or­den dentro de cada grupo; precisamente la inte-

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Importancia del problema de la persona en el pensamiento islámico 435

riorización de un sistema de valores cuyo culmen es el honor permite a cada individuo elevarse a un rango cada vez más alto (afdal, fadl; cany, ofyâri) y gozar de la autoridad propia de la persona: auto­ridad del espíritu sobre los demás espíritus, lo que conlleva la aquiescencia libre de la conciencia a los valores encarnados y aplicados por el maestro, el jefe o el sabio (sayyid, shaykh, imam, mahdi, wãli, mrãbct, etc.).

El código de honor de las sociedades tradicio­nales, hoy m u y menoscabadas en todo el m u n d o , no está escrito, sino que se vive e interioriza en forma de hábitos que rigen la conducta individual y colectiva; no se transmite mediante una ense­ñanza teórica, sino que se reproduce en la vida cotidiana en toda su complejidad formal, ritual, social y simbólica. Se dispone de muchas descrip­ciones relativas a grupos m u y diversos y m u y ale­jados en el espacio. M e permito citar los trabajos de Pierre Bourdieu sobre la Kabilia: Le sens prati­que (ed. de Minuit, París, 1980); la reciente obra de Lila Abu-Lughod: Veiled Sentiments. Honor and poetry in a Bedouin Society (University of C a ­lifornia Press, 1986); y Germaine Tillion: Le Ha­rem et les Cousins (ed. Seuil, Paris. 1966).

Estos ejemplos muestran la importancia del enfoque etnológico y de la problemática antropo­lógica para estudiar la condición de la persona en el ámbito islámico. Sin duda alguna, el islam aportó grandes cambios al imponer un estado cen­tralizador, una escritura que compitió con la tra­dición oral, y una ley que creó conflictos con las costumbres locales. N o obstante, la extensión so­ciológica de esos instrumentos de «domestica­ción» de las sociedades «salvajes» estuvo limitada en todas partes por la resistencia del modelo so-cial-histórico condenado por el Corán con el n o m ­bre de Jâhiliyya, término adoptado por los mili­tantes contemporáneos c o m o Sayyid Qutb en Egipto para designar a las sociedades descarriadas bajo la dominación de poderes ilegítimos antiislá­micos.

La islamología clásica no prestó mayor aten­ción a este dato determinante para el conocimien­to de las sociedades musulmanas de ayer y de hoy. Al separar completamente las curiosidades de la filología historicista y la investigación propia de la etnografía, la etnología y la antropología, se confinó en los textos sabios para construir un is­lam ideal conforme al de los teólogos y juristas musulmanes.

N o se pueden determinar ni la condición ni las funciones de la persona de ayer o de hoy sin un

análisis sociológico de la ley islámica. En una so­ciedad c o m o Egipto, Arabia Saudi, Indonesia, Turquía, etc., el derecho musulmán no se aplica de la misma manera en todos los grupos o clases que coexisten en un espacio social. El derecho be­duino, el derecho beréber, el derecho curdo y otros, todos unidos a un saber local, se resistieron durante largos años al deseo del estado musulmán de dominar para siempre los elementos «rebel­des» (por ejemplo, blâd al-siba en Marruecos)2.

También el grado de penetración de la lengua y la cultura árabes determina los tipos de persona que aparecen en cada medio sociocultural. En K a ­bilia, región m u y poblada del norte de Argelia, no lograron imponerse antes de la independencia en 1962 ni el derecho musulmán, ni la lengua, ni la cultura árabes. El islam propagado por los mara-butos se vio obligado a asimilar y consagrar el có­digo de honor local y un capital de simbolismo especialmente resistente a las influencias exteriores. Lo mismo puede decirse de los bereberes marro­quíes o libios, de numerosos grupos africanos, etc.

Los estados nacionalistas, nacidos en la mayo­ría de los casos de las guerras de liberación que tuvieron lugar en los años cincuenta, combaten encarnizadamente las divisiones etnoculturales y confesionales, que constituyen un obstáculo a la unidad nacional y, en consecuencia, a la estabili­zación y generalización del poder central. N o hay excepción alguna a este voluntarismo político que ya bajo Atatürk, en los años veinte, quería termi­nar en Turquía con la división, la dispersión, las supersticiones, la religión popular, los movimien­tos místicos, en una palabra, con todo lo que en la sociedad «salvaje» constituía la eficacia social del código de honor y. por ende, la fuerza de la perso­na formada por dicho código.

Cabe observar que esa lucha implacable entre sociedad «salvaje» y sociedad «domesticada» co­menzó con el Profeta en la Meca y Medina, y reci­bió no sólo una expresión ideológica ejemplar en el Corán, sino un fundamento ontológico que trascendentaliza una oposición de esencia antro­pológica. Sabemos con qué vehemencia el Corán y todo el pensamiento islámico ulterior oponen las «tinieblas de la Jâhiliyya» a la «luz del islam». La Jâhiliyya es la fase de la historia en que los hombres aún no habían recibido la Revelación, el Conocimiento Verdadero (cihn) enseñado por Dios para que cada creyente ajuste sus actos a la perspectiva de la salvación eterna; el islam es la irrupción de ese cilm que guiará a todos los fieles hacia la Salvación.

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En términos de antropología social y cultural la Jâhiliyya es la sociedad árabe y su código de ho­nor antes del islam; éste logró imponer un nuevo simbolismo, un horizonte escatológico en el que se conservan los valores del código de honor, pero sacralizados, ontologizados, trascendentalizados por el discurso de la Revelación. El grupo reduci­do de los primeros creyentes (mûminûri) asume mediante su compromiso de fe y el combate en pos del Profeta (Jihâd) la promoción histórica de la «persona» musulmana y, por ende, de una so­ciedad igualmente musulmana. El modelo de for­mación de la persona en el islam, su poder de su­peración de todas las fronteras culturales, su recu-rrencia irreprimible en todas las coyunturas de efervescencia social e ideológica y su expansión actual ante el reto de la civilización industrial se explican por los siguientes factores determinan­tes:

/ . El carácter formativo y la estructura mítica del discurso coránico.

2. La fuerza dinámica y alentadora del ritual religioso por el cual se actualizan para cada cre­yente (= persona) y para la Comunidad los conte­nidos semánticos y el anhelo de esperanza escato-lógica, creados por el discurso coránico y amplifi­cados por el discurso islámico.

3. La institución y la persistencia de un estado centralizador que toma a su cargo la «religión ver­dadera» (la ortodoxia) y c o m o contrapartida bus­ca en ella su legitimidad.

4. La instauración, durante la fase de funda­ción del islam (610-632), de una representación políticorreligiosa que asimilará continuamente las representaciones «ortodoxas» del islam primi­tivo, para producir una historia «islámica» que se mostrará en todos los casos c o m o la aplicación del modelo de conducta individual y colectiva inau­gurado por el Profeta.

Jamás se insistirá lo suficiente en el papel y la fuerza recurrente de las representaciones políticas y religiosas instauradas a las que he denominado la Experiencia de Medina. Es precisamente gra­cias a dichas representaciones c o m o se produje­ron los hechos históricos de envergadura en el m u n d o islámico, hechos que suponen un tipo de persona que ha interiorizado todas las representa­ciones, todas las imágenes simbólicas ideales transmitidas por el discurso islámico tradicional.

Se puede reescribir toda la historia de las so­ciedades que recibieron ese modelo de acción mostrando la interrelación constante entre las re­presentaciones políticorreligiosas comunes a to­

dos los fieles y la razón analítica, conceptual y ló­gica de los intelectuales que intentan introducir una coherencia racional en un campo m u y culti­vado por las representaciones del discurso oficial (el estado «islámico») o de los discursos concu­rrentes mejor adaptados a los códigos simbólicos locales. Así, Lila A b u Lughod demostró claramen­te que entre los Awlâd cAlí del desierto occidental de Egipto coexisten dos formas de discurso: uno personal que expresa valores íntimos y se utiliza únicamente en círculos restringidos (jóvenes, pa­rientes) y otro público, que exalta los valores co­munes al grupo. La persona se forma y se mani­fiesta así en dos planos separados del m o d o y del lugar de expresión, pero integra los dos sistemas de valores que definen y sostienen el grupo1. A los dos discursos propios de los Awlâd cAlî, así c o m o a otros grupos etnoculturales del espacio global­mente calificado de musulmán, se superponen otros dos discursos más generales: el discurso islá­mico c o m ú n a toda la tradición nacida de la expe­riencia de Medina, discurso retomado y difundi­do ampliamente por los movimientos islamistas desde los años treinta y, con mayor fuerza aún, desde los años setenta; y el discurso oficial del Es­tado nacionalista que difunde los valores secula­res de la economía y las instituciones políticas to­madas de Occidente.

¿ C ó m o se jerarquizan, articulan o excluyen esos discursos concurrentes? Debemos estudiar la persona como centro de libertad en el que se ope­ran las selecciones, las eliminaciones y las combi­naciones que constituirán cada personalidad ç im­pondrán eventualmente a nivel de grupo local, de nación o de comunidad creyente (Ummd), el per­sonaje, el líder, el I m a m . Tal estudio se hace indis­pensable si se quieren reconstituir los sutiles m e ­canismos que rigen en definitiva el destino indivi­dual y la evolución histórica de las sociedades.

T o m a n d o c o m o base estas observaciones se podría trazar una serie de cuadros que permiti­rían explicar las condiciones de aparición y pro­yección, o por el contrario de eliminación y fraca­so de los «grandes hombres» de cada sociedad. Además , valiéndose del ejemplo islámico se po­dría retomar la elaboración del concepto de perso­nalidad de base, proclamado hace poco por Kardi­ner, pero abandonado por los antropólogos. Y a he esbozado un procedimiento a ese respecto en dos ensayos anteriores: uno dedicado a Ghazâlî y el otro a la aparición de los líderes del m u n d o m u ­sulmán contemporáneo4.

¿Qué filosofía de la persona sustentan e impo-

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Importancia del problema de la persona en el pensamiento islámico 437

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Clase de alfabetización en el Sahara. Colección Vioiici.

nen personalidades c o m o Bourguiba, Hassan II, Boumedienne, Nasser. Kadhafi, Saddam Hus ­sein, Hafez al-Asad, Ziau-al-Haq, Khomeini ... que tanto influyen en la historia de las sociedades musulmanas de hoy?

N o basta con describir las concepciones gene­rales, las condiciones de acceso al poder, los méto­dos de gobierno o los grados de popularidad de esos líderes, sino que sería preciso conocer la gé­nesis cultural y social de su personalidad, así co­m o las convicciones íntimas que sostienen c o m o personas privadas. La distancia entre la persona privada y el personaje público traduciría entonces la capacidad efectiva de la persona de crear y en­carnar valores que exaltan la sociedad, así c o m o , por otra parte, las limitaciones y restricciones im­puestas por la sociedad a las iniciativas emancipa­doras de la persona.

Otra categoría de personas, en este caso selec­cionadas en la sociedad civil, permitiría comple­tar, corregir y consolidar las indicaciones del estu­dio sobre los líderes. Cuanto más la fuerza anóni­

m a del estado autoritario inhibe o ignora los horizontes de esperanza de la sociedad civil, tanto m á s ésta suscita en sus profundidades contraper­sonalidades o contralíderes cuyas protestas, recla­maciones o propuestas remiten a otra filosofía de la persona. C o n frecuencia se han evocado figuras de militantes c o m o Sayyid Qutb, teórico de los Hermanos Musulmanes, ejecutado bajo Nasser en 1966; el jeque ciego c A b d al-Hamíd Kashk, I m a m de la mezquita c A y n al-Hayât de El Cairo, en la que pronunció sermones que despertaron el fer­vor popular más allá de los límites de Egipto (am­plia difusión de casetes en el m u n d o de habla ára­be); c A b d al-Salâm Faraj, autor de «La obligación canónica ausente» (el Jihâd) y teórico del movi­miento al-Jihâd que asesinó a Sadat en 1981 ; H a ­san al-Turâbî, jefe de los Hermanos Musulmanes de Sudán; A b u cAlî al-Mawdûdî, dirigente de los musulmanes paquistaníes, cuya enseñanza ha franqueado las fronteras del m u n d o musulmán; cAli Sharí cati que contribuyó a dinamizar el m o ­vimiento de la revolución iraní; Shukhri Mustafa,

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el líder de Takfîr H'al-Hijra; Rached Ghannou-chi, uno de los dirigentes del Movimiento de ten­dencia islámica de Túnez, etc. Se podría alargar indefinidamente la lista de esos movimientos de oposición y acción violenta cuyos nombres evo­can con frecuencia un ambicioso programa de re­torno al «verdadero islam» (como el Jihâd islámi­co, el Partido de Alá, la Justicia Islámica, las Ju­ventudes de M a h o m a , etc.).

Aunque esos movimientos no cuentan con un amplio respaldo popular, su discurso expresa ade­cuadamente las esperanzas fallidas, los sentimien­tos de frustración y opresión, la angustia y la nece­sidad de esperanza de las generaciones nacidas después de 1950. Esos jóvenes nacieron y crecie­ron durante las guerras de liberación, en la fase de euforia de una nación que renace; conocieron lue­go la inmensa decepción de la derrota de 1967, del retroceso de la gran nación árabe exaltada por Nasser, de la destrucción de las libertades, de la negación de los derechos humanos, de los apetitos imperialistas, del desarrollo desordenado, inefi­caz y con frecuencia destructor de los valores tra­dicionales, del desempleo, de las concentraciones urbanas, de la distribución desigual de los recur­sos, del despilfarro, de la corrupción... Lo que se ha logrado en cuanto a sanidad pública, instruc­ción gratuita (pero no educación), seguridad, transporte y comodidades domésticas no puede compensar los estragos causados a la persona por la destrucción de las estructuras ecológicas, socio­lógicas y agrarias (sistemas de parentesco, normas de control de la circulación de bienes, estrategia matrimonial), en que reposaban todos los valores ancestrales confirmados y sacralizados por el is­lam.

Entre los líderes que detentan el poder, con los tecnocratas que los rodean, y los contralíderes que aspiran al poder; entre la cultura oficial y la con­tracultura de los movimientos contestatarios está el m u n d o de los intelectuales más o menos afecta­dos por la modernidad y el m u n d o de los cUlamâ que intentan salvaguardar su monopolio c o m o depositarios de los valores religiosos. Estas dos categorías sociales desempeñan un papel impor­tante en la determinación de las condiciones de formación, realización o alienación de la persona. Esa función aparecerá cuando se estudie el bagaje intelectual y los horizontes del pensamiento islá­mico contemporáneo. Anotemos por ahora que los ' Ulamã y los intelectuales se ven atraídos con m u c h a frecuencia hacia la esfera de influencia del .estado. En efecto, están empleados y pagados por

el estado y, por consiguiente, obligados a mante­ner al menos una actitud de reserva si no compro­metidos explícitamente al servicio de una ideolo­gía de legitimación del estado. Así pues la función crítica -censura teológica y moral- de los cUlamâ tradicionales queda abolida completamente; y los intelectuales, seducidos por la independencia de sus homólogos occidentales, prefieren el exilio, la autocensura o la búsqueda de un reconocimiento oficial justificado por la necesidad que tiene toda sociedad de poder recurrir a un magisterio «cien­tífico». En la fase cronológica que va desde la in­dependencia hasta nuestros días, ninguna socie­dad musulmana ha permitido la eclosión, la m a ­nifestación, la acción continua de un grupo de intelectuales independientes, críticos e influyen­tes que puedan representar la instancia de autori­dad indispensable a la realización plena de la per­sona. La dette du sens5 de Gauchet es la que hace que la persona se convierta en conciencia obligán­dose a entrar en comunicación con otras concien­cias que hacen referencia a la autoridad de verda­des convincentes. Es aún difícil encontrar el tipo de intelectual, artista o líder que afirme, proteja y designe la vocación de la persona c o m o punto y objetivo últimos de toda filosofía.

En todos los países es, sin duda alguna, peli­groso y aleatorio firmar un manifiesto contra esta o aquella decisión u orientación política de un go­bierno. En efecto, se ha detenido y encarcelado a intelectuales por haber querido defender los dere­chos del hombre en países en los que esa defensa había constituido la esencia misma de la lucha de liberación nacional. N o obstante, por encima de esa explicación política, es preciso considerar además un grave fenómeno de ruptura en el inte­rior de la conciencia islámica, al que nos referire­m o s más adelante. Baste recordar en este punto que el ethos distintivo de la conciencia islámica es la relación con Dios c o m o experiencia Absoluta en la repetición ritual que imponen las obligacio­nes canónicas, en la meditación de la Palabra de Dios, la contemplación de la obra de Dios en el universo y las criaturas, la obediencia alegre a la Ley, la reducción de la razón al papel de siervo, y el rechazo radical de todo politeísmo que pudiera relativizar a Dios y detuviera la búsqueda de lo Absoluto.

¿Qué queda de ese ethos (intención moral y espiritual) en las conciencias dedicadas a compe­ticiones implacables para la conquista del poder (político, económico, cultural), o en la conducta de la clase media, ávida de ascenso social, o bien

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en las representaciones de quienes militan por la instauración de un régimen islámico «auténtico»? ¿Existe una instancia de la autoridad en que la persona pueda retornar a las fuentes primitivas y comprobar la validez y el alcance de los valores que la constituyen y la imponen c o m o tal en la so­ciedad?

Para responder a este interrogante, vamos en primer lugar a plantear otro: ¿dispone hoy en día el pensamiento islámico de los recursos intelec­tuales y culturales, de las libertades y marcos so­ciales indispensables para promover una filosofía moderna de la persona?

Horizontes e instrumentos del pensamiento islámico

Se ha venido hablando desde hace largo tiempo del subdesarrollo económico y social de las socie­dades del Tercer M u n d o sin prestar la m i s m a atención al atraso cultural dramáticamente acen­tuado por la imposición de modelos occidentales en todo lo que tiene que ver con la modernidad material. Todas las sociedades musulmanas su­fren hoy las consecuencias de la disparidad entre la demanda desenfrenada que alimenta la civiliza­ción de consumo y el rechazo o incluso la repre­sión de la modernidad intelectual y cultural. Las universidades construidas durante los últimos años en varios países, en particular, los más ricos en divisas c o m o Arabia Saudita o Argelia, presen­tan una ilustración sobrecogedora del divorcio que existe entre la exigencia de modernidad mate­rial -arquitectura voluntarista, laboratorios bien equipados de ciencias «exactas», apertura hacia la tecnología y el m u n d o de la producción indus­trial- y la desconfianza frente a las ciencias h u m a ­nas y sociales. C o m o religión, el islam sigue sien­do un campo reservado a las facultades de teolo­gía o a las universidades tradicionales c o m o Al-Azhar. La Zitouna o Qarawiyyin. Estas procla­m a n desde hace muchos años el deseo de moder­nización, pero siguen siendo los guardianes y los lugares de reproducción de la «ortodoxia islámi­ca» adonde vienen a buscar inspiración los ani­madores de los movimientos islamistas ya m e n ­cionados.

El empleo mi smo de la expresión «pensamien­to islámico» se ha vuelto problemático dada la medida en que el discurso islámico común de esencia ideológica y apologética impone sus es­quemas, sus postulados, sus referencias y su des­

orden semántico incluso entre los cUlamâ y los intelectuales a quienes incumbe continuar, defen­der, proteger, ampliar y renovar la función crítica y la reflexión creadora tan ricamente ilustrada por los pensadores clásicos. Existen intentos de inte­gración de la modernidad intelectual en un pensa­miento que procura merecer también el calificati­vo de «islámico», pero lo han realizado personas ya sea aisladas y dispersas en Occidente, o desco­nocidas, poco apreciadas o violentamente impug­nadas en sus propios países.

D e concesión en concesión, de la sumisión tác­tica a la interiorización de los «valores» transmi­tidos por las representaciones comunes, los inte­lectuales afectados por la crisis de la modernidad vienen a confundir a su vez las necesidades de la construcción nacional -lo que implica un c o m ­promiso ideológico- con la primacía del esfuerzo propiamente intelectual, cultural y espiritual para promover, proteger, ejercer el derecho del espíritu a la verdad. En efecto, en esta distinción funda­mental reside la posibilidad de afirmación y reali­zación de la persona.

Llegamos en este punto a una dificultad cen­tral de las ciencias humanas y sociales. Movido por el deseo de la objetividad, el investigador no se permite intervenir c o m o persona cuyo destino se juega en todo acto de conocimiento. Cuando el objeto de estudio es la fe religiosa, rara vez en­cuentra el investigador la posición adecuada entre una actitud parcial y un análisis simplista. El cli­m a pasional que predomina hoy en las sociedades musulmanas hace imposible el estudio científico de un gran número de problemas importantes.

¿En qué se convierte la condición real de la persona cuando el derecho a pensar, a expresarse, a publicar, a vender y comprar escritos de toda clase está estrictamente controlado por el ministe­rio de información o por la «orientación nacio­nal»? La expresión derecho del espíritu a la verdad puede parecer pomposa o irrisoria a un occidental habituado a gozar de todas las libertades en el á m ­bito intelectual y cultural. Para un musulmán la lucha por el derecho del espíritu a la verdad se ha librado siempre en el interior del marco dogmáti­co. A este respecto evoco el combate sostenido por los filósofos para aligerar el predominio de los teólogos-juristas sobre el ejercicio de la razón; y es bien conocido c ó m o la ortodoxia terminó elimi­nando las «ciencias racionales» calificadas de in­trusas (dakhíla).

La ideología nacionalista y la reivindicación del retorno a un islam mítico ejercen hoy sobre la

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razón científica la misma presión que el magiste­rio jurídico y teológico en la Edad Media. C o m o veremos m á s adelante, el pensamiento llamado is­lámico jamás ha reflexionado sobre la función ideológica del discurso religioso. Así, se tienen siempre por verdaderos los discursos derivados del Corán, a condición de que estén garantizados por los doctores, fundadores de escuelas, o por los c Ulamâ consagrados c o m o autoridades por con­senso de los creyentes.

La persona formada en el interior de ese mar­co dogmático no puede reflexionar sobre el pro­blema de la ideología, sino que, por el contrario, aceptará c o m o totalmente verdadero un texto co­m o Al-Farida-1-ghã'iba, que vamos a examinar ahora. Conozcamos primero este principio de lectura adoptado:

Se dirá que en el pensamiento islámico hay una desviación ideológica en todos los casos en que un autor - m á s o menos fiel a una escuela, una comunidad o una tradición- exige en un sistema cognoscitivo cerrado un discurso coránico inicial-mente abierto.

Al reivindicar la existencia de un discurso co­ránico cognoscitivamente abierto, no entro en el marco dogmático cuyos peligros acabo de señalar, sino que considero el Corán c o m o una entidad lingüística en la que funcionan al mi smo tiempo y se entrecruzan diversos tipos de discurso (proféti­co, legislativo, narrativo, sapiencial...). El análisis puramente lingüístico y semiótico (véanse mis Lectures du Coran) permite deducir la existencia de una estructura mítica central que utiliza el sím­bolo y la metáfora para conferir a todos los enun­ciados coránicos virtualidades de significación, actualizadas sin cesar en situaciones existenciales recurrentes.

Así, pues, la oposición que planteo en este m o ­mento entre lo cerrado y lo abierto no es especula­tiva o fideísta. sino que puede ser verificada lin­güística e históricamente descubriendo la interac­ción constante entre las tres instancias en que se elabora el sentido: lengua, historia y pensamiento. La lectura del Corán nos obliga a unir esas tres instancias, que por lo general son examinadas se­paradamente por los especialistas (lingüistas, his­toriadores y filósofos)

Provistos de estas indicaciones, veamos lo que puede enseñarnos la obra Al-Farlda-l-ghaiba res­pecto al funcionamiento del pensamiento islámi­co y de la persona que busca en él sus principios de pensamiento y de vida.

Presentación de la obra Al Farída-l-gha'iba

Diversas razones motivaron la selección de este texto. E n primer lugar, plantea con fuerza el pro­blema de la persona desde el punto de vista del islam militante actual. E n efecto, fue escrito por M u h a m m a d ' A b d al-Salâm Faraj, ejecutado con los asesinos del Presidente Sadat el 15 de abril de 1982. «La obligación canónica ausente» que el autor quiere imponer c o m o condición primera para el restablecimiento de un gobierno islámico en Egipto y en otros países es el Jihâd, el combate armado contra los infieles para garantizar la apli­cación integral, permanente, sin concesiones, de la Ley revelada. Así, pues, el argumento central es la justificación del asesinato de toda persona que, c o m o el Presidente Sadat, imponga un régi­m e n contrario a la Ley revelada.

E n segundo lugar, con toda razón, este texto es presentado y comentado ampliamente por los islamizantes occidentales para dar a conocer la visión del m u n d o del radicalismo islámico. A d e ­más de los breves comentarios de G . Kepel en Le Prophète et Pharaon (París, 1984 pp. 205-212), Johannes J .G. Jansen acaba de hacer la traduc­ción inglesa y una larga presentación del texto. El traductor destaca que «quien lea el texto de " L a obligación canónica ausente" quedará impresio­nado por su coherencia y la fuerza de su lógica» (p. XVII , el subrayado es mío). Sin embargo, no precisa el tipo de coherencia y de lógica que se utilizan para impresionar al lector, ni habla sobre el sistema cognoscitivo que rige el funcionamien­to del discurso y permite una amplia recepción por parte del público musulmán. Cabe puntuali­zar que la impresión que deja la obra en el lector occidental es diametralmente opuesta al fervor sagrado que suscita en el lector o auditor musul­m á n : en el primer caso, el lector se inquieta, m á s aún, se angustia ante la «lógica» de la fe que des­deña la persona h u m a n a tal c o m o la definen los estados constitucionales de Occidente, es decir, con derecho al respeto universal; en el segundo caso, la fe se siente herida a causa de los «tira­nos» que sustituyen el Juicio de Dios por sus le­yes arbitrarias. Los islamologistas occidentales comprueban esta diferencia de recepción, abren un abismo entre la visión occidental de la perso­na h u m a n a y la visión terrorífica del «islam radi­cal»6, y consolidan así la convicción de que el Occidente deberá eventualmente estar dispuesto a contener la violencia del islam militante.

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Hacer un acto de pensamiento radical para superar esta dicotomía de esencia teológica, m e ­tafísica, apologética e ideológica (según el acento que los autores den a todo lo que está en juego en ese comparativismo) constituye la tercera razón que m e indujo a leer el Manifiesto de los asesinos de Sadat.

N o m e detendré en las fuentes del texto, las condiciones políticas y sociales de su aparición, la eficacia psicológica de sus impugnaciones, sus promesas o sus afirmaciones. Jansen ha definido todo esto con m u c h a claridad. Resta por evaluar la condición del texto desde el punto de vista de la crítica epistemológica, no sólo de su método o su problemática, sino más esencialmente, del sis­tema cognoscitivo que funda su «coherencia» y su «lógica». Este trabajo exige dos fases:

- en primer término, aplicar las reglas y los principios de la crítica practicada por el pensa­miento islámico clásico;

- en segundo lugar, aplicar las reglas y los principios de la crítica epistemológica moderna. Sometiendo el pensamiento islámico a la crítica moderna se le integrará en el movimiento general del conocimiento y se le obligará a pronunciarse sobre la condición de la persona no a partir de los presupuestos de la fe «ortodoxa» o de una fi­losofía occidental, sino en la perspectiva de una crítica generalizada de su valor.

Leer la totalidad del texto exigiría otro libro aún más voluminoso que el de Jansen. M e permi­to recomendar al lector que dé preferencia a la versión árabe debido al sistema de connotaciones en el interior de la logosfera islámica. Los princi­pales títulos de algunos párrafos permiten ver con toda claridad la orientación ideológica del conjunto de AI-Farîda-1-ghâ 'iba:

1. Enfoques del islam: varios hadith sobre el estado islámico y el restablecimiento del califa­to.

2. Respuesta a quienes desesperan. 3. La Casa (dar) en que vivimos: dâr al-islãm

= dar al-harh = el territorio (o el domicilio) del islam en oposición al territorio de guerra.

4. El Jefe que gobierna con leyes diferentes de las de la Ley revelada.

5. Los actuales dirigentes de los musulmanes son apóstatas.

6. Comparación entre los mongoles y los diri­gentes de hoy.

7. Las recopilaciones de Falwa de Ibn Tay-miyya son útiles para el tiempo presente.

8. ¿ C ó m o calificar según la ley a los soldados musulmanes que se niegan a servir en el ejército de los mongoles?

9. Condición de los bienes de los mongoles (según Ibn Taymiyya).

10. Condición del combate contra los m o n ­goles.

/ /. Condición del que se convierte en cliente de los mongoles contra los musulmanes.

12. Las sociedades (asociaciones) de benefi­cencia.

13. Obediencia, educación, abundancia de obras pías.

14. La formación de un partido político. 75. El afán de acceder a posiciones elevadas

(sociales). 16. Propaganda únicamente no-violenta. 17. La emigración (Hijra). 18. Dedicación a la investigación del conoci­

miento (cilim). 19. ¿Por qué la U m m a difiere de todas las de­

m á s comunidades en su combate en nombre de Dios? (porque Dios ordenó el Jihâd armado).

20. La revuelta contra el dirigente. 21. El enemigo próximo y el enemigo lejano. 22. Respuesta a quienes sostienen que el Ji­

hâd es sólo defensivo. 23. El versículo de la espada (IX,5). 24. La sociedad de la M e c a y de Medina. 25. Combatir es hoy un deber de todo musul­

mán. 26. Los aspectos del Jihâd no son fases suce­

sivas (Jihâd al-nafs-jihâd Iblîs; Jihâd al-mushri-kîn wal-munâjlqin).

27. El temor al fracaso. 28. El m a n d o (en el combate). 29. El juramento de fidelidad para combatir

hasta la muerte. 30. Incitación al Jihâd por la causa de Dios. 31. El castigo por falta de Jihâd. 32. Dificultades legales y su refutación. 33. Reglamento ético-jurídico del Jihâd. La mera lectura de estos títulos permite des­

cubrir una «argumentación» simple y suficiente para movilizar a todos los «musulmanes que des­esperan», es decir, a todos los que han quedado al lado de la lucha nacionalista, del estado-pa­trón, del desarrollo económico alimentado y sos­tenido por Occidente; a las víctimas del desarrai­go sociocultural, de la pauperización, de la marginación... Esos millones de hombres y mujeres

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que son ciudadanos en potencia, a quienes la reli­gión abre la posibilidad de convertirse en perso­nas a la imagen de Dios, se encuentran de hecho privados de los derechos elementales (derecho al trabajo, a la vivienda, a la información, a la edu­cación, a la participación política), así c o m o del marco adecuado de expresión religiosa. Esto constituye una situación intolerable que hace ca­duca la promesa divina, aniquila la obra del Pro­feta e impone, por consiguiente, el recurso al combate en nombre de Dios, es decir, para per­manecer en la alianza (mîthâq) establecida entre Dios y sus criaturas. Así, la evolución política es leída con la ayuda del paradigma sociorreligioso de Medina y exige una solución idéntica a la uti­lizada por el profeta contra los infieles y reactua­lizada por Ibn Taymiyya en Siria contra los m o n ­goles.

Dicha solución está explícitamente definida e impuesta por Dios m i s m o en el versículo de la espada. Vale la pena leer el párrafo relativo a ese versículo al que he dedicado un largo análisis en «Les sciences de l ' homme et de la société appli­quées a l'étude de l'islam» (Les Sciences Sociales en Algérie, O . P . U . Alger, 1986):

«La mayoría de los comentadores del Corán se han referido a cierto versículo que han deno­minado el versículo de la espada (IX.5), cuyo tex­to es el siguiente: "Pero cuando fueren pasados los meses sagrados, matad a los asociadores don­dequiera que los halléis, y cogedlos y apretadlos y armadles emboscadas en toda dirección"» (tra­ducción de Rafael Cansinos Assens).

El exegeta del Corán, Ibn Kathír, ha señalado en el comentario de este verso: «Al-Dahhak ibn Muzâh im ha dicho: "Este ver­sículo anula todo tratado entre el Profeta -a él bendición y salud- y el infiel, así c o m o todo con­trato y todo acuerdo"». AI-cUfi ha dicho a pro­pósito de ese versículo, bajo la autoridad de Ibn cAbbâs: «Desde que se reveló la disolución de las obligaciones fijadas por tratado, no se reconocía a un infiel ni contrato ni pacto alguno de protec­ción».

El exegeta Muh-ibn A h m a d ibn Juzayy al-Kalbi dice: «La abrogación del mandamiento de estar en paz con los infieles, perdonarlos, estar expuestos pasivamente a ellos y soportar sus in­sultos precedió en este caso el mandamiento de combatirlos. Esto hace supérfluo repetir la abro­gación del mandamiento de vivir en paz con los infieles en todos los pasajes del Corán. Ese m a n ­

damiento figura en 114 versículos distribuidos en 54 suras. Todo esto queda abrogado por los versículos IX,5 y XII.216 (se ordena comba­tir)».

(El texto continúa con otras citas de autorida­des reconocidas por la tradición «ortodoxa».)

El sistema cognoscitivo del discurso islámico común En mi estudio «L'islam dans l'histoire», en Maghreb-Machreq, n ú m . 102, esbocé una defini­ción de ese sistema. Baste agregar algunas preci­siones a partir del Manifiesto de llamamiento al Jihâd.

Cabe observar, en primer término, el lugar de la cita: el Corán, el Hadíth, las enseñanzas de au­tores c o m o Ibn Taymiyya llamado «el Maestro del Islam», y Ibn Kathír, otra autoridad hanbali-ta, ocupan la mayor parte del Manifiesto. Los musulmanes, suficientemente familiarizados con esos textos clásicos para consultarlos directamen­te, intentan minimizar la importancia del Mani­fiesto utilizando el prejuicio moderno contra las citas. D e hecho, la fuerza persuasiva y moviliza-dora del discurso islámico es tanto m á s eficaz cuanto que los textos sagrados o sacralizados por el consenso de los fieles (como es el caso de Ibn Taymiyya) son reactualizados y aplicados de nuevo a situaciones sociales y políticas vividas por un sinnúmero de personas. En el pensamien­to islámico, la cita podrá discutirse en cuanto a su pertinencia semántica, su relación con el con­texto, la legitimidad teológica del llamamiento al Corán y al Hadith; hay además diversidad de es­cuelas hermenéuticas y de métodos que en la época clásica conllevaban una utilización dife­rente de la cita. Cabe observar a este respecto que el consenso político logrado entre los movi­mientos islámicos a partir de los años setenta tiende a hacer olvidar los problemas teológicos y los debates historiográficos considerados decisi­vos entre los pensadores clásicos. Así, pues, hay un desplazamiento epistémico dentro del sistema cognoscitivo propio del pensamiento islámico: se mantiene, más aún, se intensifica el principio del retorno a los textos fundadores. N o obstante, la manipulación semántica y discursiva de los tex­tos está plenamente subordinada a una finalidad ideológica que excluye todos los procedimientos «científicos» (sintaxis, semántica, retórica, histo­ria, teología e incluso filosofía) que debía domi­nar todo doctor de la Ley (Imam mujtahid).

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Importancia del problema de la persona en el pensamiento islámico 443

E n esta perspectiva pierde todo significado y toda pertinencia la noción de autor. M u h a m m a d c A b d el Salàm Faraj es apenas el eco de una voz colectiva, de una representación social en espera de todas las connotaciones, todas las resonancias políticas y religiosas, todos los impulsos de espe­ranza que suscitan los textos recopilados en el Manifiesto. Millares de sermones pronunciados en las mezquitas, arengas públicas, artículos, conferencias y obras que transmiten y difunden ampliamente la misma carga emocional con las mismas citas y el mismo vocabulario, que obran con mayor eficacia cuanto más se reutilizan de manera ritual. C o m o un río abundante que reco­ge a su paso los elementos más diversos, se con­voca la rica tradición islámica de protesta en nombre de lo Absoluto revelado por Dios para que desempeñe el mismo papel revolucionario de su manifestación primera en La Meca y Medina. En efecto, el Jihâd fue la respuesta militar del Profeta a las amenazas de eliminación que los «politeístas» y los «infieles» (denominaciones polémicas erigidas en el Corán a categorías reli­giosas marcadas para la eternidad) hacían pesar sobre los «creyentes» y los «fieles» (de hecho, el grupo minoritario de musulmanes que está apa­reciendo como nueva fuerza social, política y cul­tural). El Corán incriminaba a los beduinos in­crédulos (no solidarios con la nueva causa) que se negaban a tomar parte en el Jihâd, con la mis­m a vehemencia y la misma indignación «espiri­tual» que la voz colectiva que habla en el Mani­fiesto.

Así, la experiencia de Medina incorporó un paradigma de la acción histórica con la ayuda de un discurso que al unir el ímpetu espiritual a la necesidad de la lucha política funciona c o m o una narración de fundación1 para la comunidad cre­yente.

Del sistema cognoscitivo que sustenta todo el Manifiesto y todo el texto colectivo, del que sólo es un fragmento, se pueden destacar los siguien­tes rasgos:

/. Todo se lleva a cabo dentro del marco dog­mático delimitado por el texto coránico y las dis­quisiciones semánticas, jurídicas y teológicas tal y c o m o las ha seleccionado, consagrado y trans­mitido la tradición «ortodoxa».

2. Se centra la atención en el Mandamiento divino y la obligación de obedecerlo, impuesta a cada fiel.

3. La prioridad y la primacía de la norma que fija la conducta práctica en la sociedad de los cre­

yentes llevan incluso a abolir los 114 versículos que representan, sin embargo, una enseñanza im­partida por Dios a lo, largo de varios años de apostolado. En otras palabras, lo jurídico preva­lece sobre lo teológico.

4. La cuestión crucial de la abrogación queda definitivamente solucionada por «autoridades» consagradas por la tradición (de hecho, los docto­res clásicos no concuerdan ni en el principio ni en las modalidades).

5. Y a no se considera a los politeístas, los in­fieles o los fieles c o m o grupos sociales en compe­tición, sino como una condición teológica y jurí­dica que recibe la misma calificación legal (hukm) en los contextos históricos más diferen­tes.

6. Las contingencias históricas y sociológicas iniciales que motivaron los Mandamientos de los versículos IX,5 y 11,216 son sublimados y tras-cendentalizados gracias al marco general de sig­nificación, instaurado por el fenómeno de la Re ­velación.

7. Las autoridades consagradas por la tradi­ción participan de pleno derecho y de manera au­téntica en el fenómeno de la Revelación: c o m o su información es indiscutible y sus interpretacio­nes infalibles, constituyen otros tantos puntos de referencia dogmática que garantizan el funciona­miento «lógico» y «coherente» del discurso islá­mico común .

Los siete rasgos que se acaban de realzar son otros tantos postulados que forman la armazón epistémica de todo discurso islámico tal y c o m o funciona desde que el Corán se constituyó en Cuerpo oficial cerrado (Mushaj) de enunciados revelados y fue leído c o m o tal por doctores auto­rizados. Las ampliaciones e incluso las exposicio­nes semánticas de los enunciados revelados son ilimitadas y recurrentes, c o m o lo prueba el Mani­fiesto. N o obstante, las estrategias de lectura or­todoxa han engendrado marcos dogmáticos m á s o menos estrechos según las exigencias cognosci­tivas (filósofos, teólogos, místicos) o ideológicas (juristas, militantes), dirigidas al Corán en su conjunto.

Dentro del marco dogmático presentado co­m o el espacio único e insustituible de la «ver­dad» ortodoxa se forma y afirma la persona « m u ­sulmana». Se tiene así al mismo tiempo todo el espacio de lo pensable musulmán que designa implícitamente el espacio de lo impensable al que la persona sólo puede acceder transgrediendo las fronteras del marco dogmático.

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444 Mohamed Arkoun

Las extensas citas que figuran en el Manifies­to, tomadas de textos de Ibn Taymiyya confir­m a n todos los rasgos característicos del sistema cognoscitivo islámico. Se recurre a una autoridad del siglo xiv para remontarse a la experiencia de Medina y para dar testimonio de la validez trans-histórica de la protesta islámica -todavía adecua­da al siglo x x - contra los desórdenes de la ciudad inicua dirigida por «infieles»: Sadat, el Shah, Ta-merlán son otras tantas encarnaciones del Fa­raón, del jefe opresor que sustituye por leyes pro­fanas la política legal (Siyâsa shar ciyya) enseñada por el Corán, aplicada por el Profeta, explicitada y periódicamente recordada por los doctores-reformadores.

En todo esto, el historiador historicista y el sociólogo denunciarán el anacronismo, la aboli­ción de la historicidad del sentido sujeto a los avatares políticos, económicos y culturales de la sociedad. En realidad, es preciso leer una ruptura entre el sistema cognoscitivo propio de las socie­dades del Libro8 y el que proclaman nuestras so­ciedades industrializadas, unificadas por la tec­nología y secularizadas. La historia narrativa y la sociología descriptiva deben ceder la palabra a la antropología social y cultural: el sistema cognos­citivo musulmán es de esencia mítica, y, por con­siguiente, sería erróneo juzgarlo o presentarlo únicamente en su perspectiva de conocimiento histórico racionalizante, más aún, positivista o historiográfico en el caso de muchos historiado­res musulmanes y occidentales.

El problema de este enfoque teórico es la defi­nición exacta de la condición de la persona en las sociedades del Libro. En efecto, el acceso a esta condición depende del principio de legitimación de la autoridad proclamado en esas sociedades. La legitimación se adquiere únicamente por el llamamiento a los «piadosos Ancestros» (al-Salaf al-sálil) contemporáneos de la edad inaugural de la historia de la comunidad prometida a la salva­ción (Al-Firqa al-Nãjiya). Todos los individuos no son personas y las personas serán tanto m á s eminentes (afilai) cuanto m á s se acerquen al ideal de piedad exigido por el Corán, y a la fami­lia del profeta (Ashrâj).

Este principio general de clasificación de las personas y los individuos se hace m á s complejo por las definiciones legales de la condición del hombre, de la mujer, del niño y del esclavo (hasta la abolición de la esclavitud). El Manifiesto para el restablecimiento del Jihâd en la fase histórica actual tiene por objeto detener la evolución m o ­

derna que tiende a confundir al individuo y la persona imponiendo la noción laica de ciudada­no en igualdad de derechos para desempeñar funciones y tareas abiertas a todos en la sociedad. Es bien conocido en qué medida la condición de la mujer es objeto de candentes controversias en las sociedades musulmanas en las que se enfren­tan cada día m á s el modelo tradicional (restable­cimiento de la Ley revelada) y la declaración m o ­derna de los derechos del hombre.

En la perspectiva del Manifiesto, y cabe recor­dar que también es la de la Europa de las Cruza­das y las guerras de religión (lo que denomino las sociedades del Libro), el combate está dirigido contra los infieles que son no-personas y pueblan el territorio de guerra (dar al-harb). Se llega pues a la siguiente visión jerárquica:

Ante esta visión que «legitimiza» las tragedias de ayer y de hoy, precisa preguntarse c ó m o será posible salir del marco dogmático. Occidente ha trazado la vía del secularismo que ha atenuado las tensiones entre poder religioso y poder políti­co e impuesto campos autónomos de actividad c o m o la economía, la justicia y la investigación científica, pero aún no ha logrado convertir en objeto científico los valores morales y espiritua­les que reclaman cada vez m á s nuestras socieda­des modernas. En otras palabras, sigue planteán­dose el problema de la persona, tras una larga práctica política y científica fundada en el postu­lado de la decadencia ineluctable de la religión. Durkheim había expresado con elocuencia esta convicción «científica» en los siguientes térmi­nos:

«En sus orígenes, (la religión) se extendió a to­dos los campos: todo lo que era social era reli­gioso; los dos términos eran sinónimos. Pau­latinamente la función política, económica y científica se liberan de la función religiosa, forman campos separados y toman un carác­ter temporal cada vez más acusado. En cierto m o d o . Dios, que estaba presente en todas las relaciones humanas, se va retirando lenta­mente y abandona el m u n d o a los hombres y a sus disputas. Si aún sigue dominándolos es desde arriba y de lejos»1'. Antes de examinar la forma en que el pensa­

miento científico actual trata de superar esta teo­ría reductora de la religión, es preciso destacar que el pensamiento islámico, encerrado siempre en su marco dogmático, ni siquiera ha conocido la trayectoria educativa y las soluciones pragmá­ticas que se han producido en las sociedades oc-

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Importancia del problema de la persona en el pensamiento islámico 445

Dar-al-Islâm Dâr al-Harb

M u m i n u m /(l) Musulmanes \(2) Pueblos del Libro Mushrikûn-Kafirun

Hombres

Mujeres

Niños

Da c wa - Llamamiento

-*i a la conversión

Jihâd

Esclavos

N.B. Cuanto más.desciende la flecha, tanto más inferior es la condición. Los pueblos del Libro son creyentes y reproducen la misma jerarquía: hombre/mujeres/niños/esclavos, pero dependen de jurisdicciones que les son propias.

cidentales desde el siglo xvm. Este aspecto consti­tuye lo que he denominado «lo impensado» en el pensamiento islámico y explica la necesidad de confrontar este pensamiento con el científico, a reserva de permanecer vigilantes en cuanto a la cuestión de cientificidad.

Pensamiento islámico y pensamiento científico

Ni que decir tiene que el pensamiento islámico tal y c o m o se ejerce en el discurso islámico co­m ú n rechaza sin examen el principio m i s m o de dicha confrontación: estrategia de rechazo bien conocida en todo el sistema cognoscitivo d o g m á ­tico. N o obstante, de ese rechazo puede destacar­se una exigencia legítima: en la medida en que el pensamiento científico reconocido por la c o m u ­nidad de investigadores está unido a la experien­cia histórica y a las lenguas occidentales, es preci­so evitar el error del aristotelismo que erigió en categorías universales las que Aristóteles había definido en la lengua griega.

Por lo demás, el problema de la confronta­ción es hoy c o m o ayer el fundamento último de los valores que instituyen la persona y determi­nan su pensamiento y su acción. Las religiones tradicionales han designado ese fundamento y lo­grado arraigarlo en la convicción de todos; el

pensamiento científico ha delimitado las expre­siones, y los términos dan testimonio de la exis­tencia mental de ese fundamento: «gesto, pala­bra, texto, edificio, institución, asamblea, ceremonia, creencia, vínculo, tiempo, persona, grupo»10, pero sigue fracasando en cuanto a obje­tivar la naturaleza de lo religioso.

Esto no significa que sea preciso ceder a la ola actual de religiosidad que cubre con un velo espi­ritualista exigencias psicológicas y políticas clara­mente unidas a la transformación estructural de nuestras sociedades. Discierno dos líneas c o m ­plementarias de investigación para superar las teorías reductoras, los rechazos dogmáticos y las especulaciones espiritualistas sobre los «valores» y los principios de legitimación:

- la antropología religiosa deberá integrar en su investigación las tres religiones reveladas y de­jar de excluir el ejemplo islámico;

- el pensamiento islámico deberá salir de su marco dogmático para beneficiarse de los instru­mentos e interrogantes de las ciencias sociales en­riquecidas por la problemática de las sociedades del Libro.

El islam ejerce a la vez una fascinación y un rechazo sobre los investigadores occidentales; se está dispuesto a escuchar lo que los musulmanes dicen de sí mismos, su religión y sus sociedades, pero se rechaza la reflexión sobre el hecho reli­gioso a partir del ejemplo islámico. C u a n d o se

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446 Mohamed Arkoun

piensa en qué medida el cristianismo, beneficia­rio de un entorno científico m u y estimulante, va a la zaga de los movimientos de pensamiento in­novador, se podrá comprender lo m u c h o que el islam sigue atado a las representaciones colecti­vas de masas desheredadas. Principalmente entre los antropólogos existe una especie de consenso para no abordar el campo de las religiones revela­das, si bien dedican gran energía al estudio de las más antiguas sociedades tribales de Africa, Aus­tralia, Oceania y América". Tal vez se pueda ex­plicar esa «prudencia» porque los investigadores pertenecen a religiones que todavía desempeñan un papel esencial en su sociedad: judaismo, cris­tianismo e islam están en pie de igualdad a este respecto.

¿Renuncia, prudencia, indiferencia de los in­vestigadores? Por lo que atañe al islam, es preci­so agregar la estrategia de ocultación que practi­can muchos islamizantes: desde que los estados nacionalistas esbozaron los límites de la explora­ción permitida, no se llevan hasta sus últimas consecuencias los análisis efectuados en direccio­nes que conducirían a la supresión de los tabúes acumulados por el islam oficial. Así, la comuni­dad científica, en principio libre de abordar to­dos los temas y descubrir todos los mecanismos de disfraz de los problemas reales de toda vida social, prefiere la complicidad ideológica con los grupos dominantes. M á s aún, la literatura apolo­gética sobre el islam se enriquece gracias a ciertos «orientalistas» de renombre.

Hay un bloqueo de la investigación sobre el islam c o m o religión porque los musulmanes se ven sometidos cada vez m á s a imposiciones polí­ticas, culturales y psicológicas que se hacen cada vez m á s fuertes en sus sociedades, mientras que los islamizantes fascinados por la eficacia políti­ca de los «fundamentalistas» hacen prevalecer una combinación de ciencias políticas y sociolo­gía política de corta duración sobre la necesidad de un nuevo análisis crítico del soporte epistémi-co del sistema cognoscitivo islámico considerado en una perspectiva de larga duración.

T o m a n d o en cuenta esta carencia, he procura­do demostrar (véase «The notion of Revelation», op. cit.) que el fenómeno de la Revelación no es un problema reservado a los teólogos, sino un lu­gar de intervención estratégica para el historia­dor (historia del texto coránico y de la literatura exegética), para el lingüista y el semiólogo (teoría del discurso religioso y crítica del discurso teoló­gico), para el sociólogo (sociología de la creencia,

la esperanza, el discurso religioso, la práctica reli­giosa unida al Corán o las tradiciones locales ar­caicas), para el psicólogo (interiorización de los «valores» del capital simbólico religioso y fun­ción de la «Revelación» en la integración psico-sociocultural de la persona), para el jurista (oríge­nes y fundamentos de la Ley llamada religiosa), y para el antropólogo (la Revelación c o m o dis­curso que legitima todas las dominaciones: polí­ticas, económicas, psicológicas, simbólicas: do­minación del hombre sobre la mujer, del adulto sobre el niño y el adolescente, del patrón sobre el obrero, del jefe sobre el ciudadano-sujeto, del santo sobre el fiel, del maestro espiritual sobre el aspirante-discípulo, del clero [câlim] sobre el lai­co...).

Todas estas jerarquías siguen funcionando y mantienen la validez de un sistema cognoscitivo fundado en la primacía de la Revelación. D e vez en cuando se pueden reconstruir todos los meca­nismos socioculturales en que se funda el orden social y la «legitimidad» del orden político que, a su vez, condicionan estrechamente la condición y la evolución de la persona.

Sin duda alguna se pueden encontrar esos problemas, tratarlos a partir de temas corrientes c o m o el estado, la sociedad civil, la autoridad y el poder, el mito y la historicidad, el sistema de producción e intercambio, las estructuras ele­mentales de parentesco, la sociología del dere­cho, etc. La práctica científica occidental se ve favorecida cuando reserva, evita o elimina la cuestión religiosa. Por esta razón se pueden en­contrar ensayos dedicados a los diversos temas que se acaban de enumerar. N o obstante, se trata de ensayos con mucha frecuencia limitados en su ambición científica, su información, su aporte práctico y teórico y sobre todo su número. ¿Có­m o legitimar científicamente el descarte, la sus­pensión metodológica o la eliminación explícita de lo religioso en sociedades en las que contraria­mente a lo que observaba Durkheim a comienzos de siglo, «Dios» está presente en todos los niveles de la existencia social y del discurso que la expre­sa? ¿ N o se puede considerar que el pensamiento científico puede y debe explotar el ejemplo de las sociedades del Libro en las que la religión se abre a la cultura sabia y racionalizada, y perpetúa prácticas simbólicas que transforman las realida­des mentales en orden social obligatorio?

A este respecto las sociedades musulmanas contemporáneas son laboratorios m u y ricos en enseñanzas para las ciencias sociales, pero no se

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Importancia del problema de la persona en el pensamiento islámico 447

han analizado suficientemente y se conocen m u y

mal porque los lugares de formación de los inves­

tigadores son insuficientes o inapropiados, los

métodos y el bagaje conceptual disponible son

inadecuados para descifrar situaciones, prácticas,

creencias, instituciones, evoluciones con frecuen­

cia específicas. M e refiero a la sexualidad, a las

estructuras de parentesco, a los códigos jurídicos

que combinan el derecho musulmán y los dere­

chos modernos, a las confrontaciones del código

de honor y de los imperativos de la economía in­

dustrial, a las contradicciones entre el estado de

derecho y el estado patrimonial, a las tensiones y

rupturas entre la visión utópica de la autoridad

y el ejercicio de poderes opresores, etc.

El patrimonio cultural, intelectual y espiritual

acumulado en la tradición islámica sigue alimen­

tando la aspiración al ideal de la persona -el

hombre perfecto, al-insân al-Kâmil- tal como

Dios determinó sus rasgos y medios de realiza­

ción, tal c o m o los santos, los místicos y los pen­

sadores esbozaron su itinerario a la vez en su vi­

da personal y en los apuntes que dejaron de su

experiencia. U n a sobrecogedora nostalgia del ser,

inseparable del «duro deseo de durar» de Apolli­

naire que atormenta a todo espíritu que haya si­

do estimulado con la promesa de eternidad,

alienta al musulmán a la par que al creyente ju­

dío y cristiano, sustentados por las promesas de

las Sagradas Escrituras. Este dato irreductible en

el hombre nacido en las sociedades del Libro lu­

cha por expresarse y reencarnarse en las múlti­

ples formas y tipos de existencia propuestos por

la modernidad. Es un hecho que el pensamiento

científico trata de reducir este dato constitutivo

de la persona en vez de integrarlo en su esfuerzo

por engrandecer al hombre por medios diferentes

de las representaciones racionalizadas que con

frecuencia sustituyen las representaciones míti­

cas.

Traducido del francés

Notas

1. M . Arkoun, «Emergences et problèmes dans le monde musulman contemporain ( 1960-1985)», Islamochrisliana, 1986, n u m . 12. pp. 135-161.

2. Problemática antropológica expuesta por Cl. Geertz en Savoir local, savoir global, P . U . F . , 1986.

3. L. Abu Lughod. Veiled Sentiments, op. cit. p. 233.

4. Véase M . Arkoun, «Révélation. Vérité et Histoire dans l'œuvre de Ghazâlî», Essais sur la pensée islamique. 3.a. ed., París. 1984

«Imaginaire social et leaders dans le monde musulman contemporain», en AFL4BICA, 1988/3.

Para una problemática antropológica más elaborada, véase M . Godelier: La production

des grands hommes, Fayard, París, 1982, y Cl. Geertz, op. cit.

5. Concepto esencial para toda nuestra investigación sobre la persona; lo utilizo en la perspectiva definida por M . Gauchet en Le Désenchantement du monde, Gallimard, París, 1982.

6. Título de una obra de E . Sivan: Radical Islam. Medieval theology and modern politics, Yale Univ. Press, 1985.

7. Se encuentran varios ejemplos en las epopeyas antiguas, la Biblia y el Corán. Véase M . Arkoun: Lectures du Coran, 2a. ed., París, 1988.

8. Sobre este concepto, véase mi estudio. «The notion of Revelation: from Abd al-Kitab to the peoples of the Book», Die Welt des Islam, Festsehift F.. Steffat,

Brill, Leiden, 1988.

9. De la division du travail social, 4a. ed. París, Alean 1922, pp. 143-144.

10. Emile Poulat, «Epistémologie», en Marc Guillaume (ed.): L'état des sciences sociales en France, Paris, ed. La Découverte, 1986. p. 400.

11. C o m o lo confirman la obra de Cl. Lévi-Strauss y la obra colectiva La notion de la personne en Afrique noire, editada por G . Dieterlen. París. C N R S . 1973. La bibliografía antropológica sobre las sociedades musulmanas confirma la separación ya anotada entre historia narrativa, sociología descriptiva, islamología clásica, por una parte, y etnografía, etnología y antropología, aún mal definidas en relación con el etnografismo, por otra.

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448 Mohamed Arkoun

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¿Hacia dónde van las ciencias de la comunicación?

Judith Lazar

Introducción

Actualmente, las ciencias de la comunicación han alcanzado el nivel de maduración suficiente c o m o para ser consideradas dignas de un serio respeto.

Las nuevas teorías han permitido que el creci­miento de la disciplina acabe con la célebre frase de los años cincuenta de Berelson ( 1959): «la investiga­ción en materia de comunicación ya está mustia». Este veredicto levantó numerosas polémicas entre todos los interesados en la in­vestigación sobre la comuni­cación. Debates, querellas y discusiones siguieron a esta cita junto con algunas crisis durante los 25 años siguien­tes. Aunque la investigación en comunicación sigue un buen camino, aún no ha sido posible resolver ciertos pro­blemas, y quedan, pues, m u ­chas cuestiones relacionadas con las nuevas tecnologías sin respuesta y las necesidades implícitas insatisfechas.

Las ciencias de la c o m u ­nicación aún son demasiado jóvenes para exami­nar aproximaciones teóricas y epistemológicas. M a x Weber, Ferdinand Tönnies y Charles Cooley figuran entre los precursores del estudio de la co­municación, los que le dieron impulso entre 1930 y 1950, son el matemático Lazarsfeld, convertido a la sociología, el psicosociólogo Lewin, el psicó­logo experimental Howland y el politólogo Lass-well. Estos cuatro investigadores acotaron el cam­po de la investigación en comunicación durante muchos años. Pese a ello, abandonaron esa rama y retornaron a sus respectivas disciplinas antes de

Judith Lazar es miembro del Programa McLuhan sobre Cultura y Tecnología, Uni­versidad de Toronto. Imparte clases de socio­logía en la Universidad de París. X , Nanterre y también en l'Ecole d'Art et de Communica­tion. París. H a publicado Ecole, communica­tion, television (1985) y La television, mode d'emploi pour l'école

que pudiera conformarse un verdadero cuerpo central en la materia.

A finales de 1950, el campo de la comunica­ción parece totalmente abandonado. Las «gran­des teorías», que imprimieron un empuje indiscu­tible a las investigaciones en comunicación, de­sertan de un terreno en el que no se han instalado todavía otras nuevas. Hasta comienzos de 1960, la investigación en comunicación se caracteriza por el vaivén de los investigadores de distintas

disciplinas. Sociólogos, poli-tólogos, psicólogos, lingüis­tas, entre otros se interesan en ese campo de estudio, pe­ro lo dejan después de haber colmado su curiosidad inte­lectual. D e m o d o que. c o m o lo señala W . S c h r a m m (1980), es cierto que en ese momento el estudio de la co­municación se parece m á s a un «gathering place» que a una disciplina propiamente dicha.

Ese incesante movimien­to de los investigadores con­

llevará una consecuencia inevitable: la ausencia de una estructura institucional de la investiga­ción. La diversidad de los investigadores consti­tuirá un factor de riqueza incuestionable y, a la vez obstaculizará la integración de teorías y m o ­delos. Empero, la situación se modifica a partir de 1960 y 1970. Se crean departamentos de comuni­cación; al mismo tiempo, se multiplican las misio­nes de investigación y los apoyos comienzan a afluir. Así se instaura paulatinamente un ámbito específico de la investigación en comunicación, cada vez más afinada y especializada.

RICS 117/Set. 1988

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450 Judith Lazar

El campo de las ciencias de la comunicación

Suele entenderse casi siempre que el estudio de la comunicación es el estudio de los medios de co­municación de masas. Sin embargo, el estudio de la comunicación no se limita únicamente a las co­municaciones de masas. Abarca un c a m p o m u c h o m á s vasto en el que los estudios de esos medios sólo representan una etapa. La mayoría de los in­vestigadores aceptan que es idónea la división del c a m p o de la comunicación propuesta por McQuail (1987). Según este autor, las ciencias de la comunicación se dividen en varios niveles con­forme a la organización social de una sociedad. McQuail ilustra su presupuesto mediante una pi­rámide en cuyo ápice se sitúa la comunicación de masas.

- el nivel que abarca a la sociedad entera (por ejemplo, la comunicación de -masas) / \

- El nivel institucional/u organi- / \ zacional / \

- El nivel intergrupos o aso- / \ elaciones / \

- el nivel intragrupos / \ - El nivel interpersonal / \ - El nivel individual Z A

Figura 1. El proceso de la comunicación en la sociedad.

Todos los niveles engloban problemas particu­lares y dan lugar a teorizaciones.

Por ejemplo, en lo que atañe al nivel indivi­dual, el estudio se concentra en la adquisición de la información personal y en el intercambio con el entorno. En cuanto al nivel interpersonal y en el interior del grupo, la investigación privilegia las formas del discurso, los modelos de interacción, el control, la jerarquía, la influencia y la transmi­sión de las ideas. E n lo que hace referencia al nivel organizacional e institucional se reflexiona espe­cialmente sobre el problema del control de la in­formación y en la eficacia de su transmisión.

E n realidad, las preguntas que se formulan en relación a todos los niveles de la comunicación son m á s o menos idénticas: ¿quién se comunica con quién? (fuente y receptor); ¿por qué hay co­municación? (función y objeto de la comunica­ción); ¿cómo se lleva a cabo la comunicación? (ca­nal, lenguaje, código); ¿cuáles son las consecuen­cias de la comunicación?

Así, pues, la comunicación de masas es sólo un nivel en el conjunto de los procesos de la comuni­cación, y se trata de un nivel que abarca a toda la

sociedad y es fácilmente identificable por sus ca­racterísticas institucionales. Otros procesos de condición semejante -en términos de ubicuidad y de extensión- son los relativos al gobierno, la edu­cación y la religión. Todos esos procesos están do­tados de su propia red institucional y se parecen m u c h o entre sí en lo que hace referencia a la trans­misión de ideas y de informaciones. N o obstante, el proceso de la comunicación de masas abarca a m á s personas, en el tiempo y el espacio, que los otros, y puede englobar los niveles inferiores. N a ­die niega que los medios de comunicación ocupan un lugar importante en los intercambios h u m a ­nos. Sin los mass media es difícil imaginar la exis­tencia de la mayoría de los otros mecanismos. Es­to explica el predominio de la investigación relati­va a la comunicación de masas respecto del conjunto de las prácticas de la comunicación. Pre­cisamente porque guarda relación con la totalidad de la vida social, la comunicación de masas está fuertemente influida por la cultura y los aconteci­mientos históricos.

Las dos grandes escuelas de las ciencias de la comunicación

El estudio de la comunicación se divide en dos grandes escuelas y cada una de éstas se caracteriza por una ideología, un método de investigación y unos procedimientos de verificación que le son propios. U n a es la «escuela empírica» y la otra es la «escuela crítica»1.

La escuela empírica de la comunicación nació en la Universidad de Chicago (Departamento de Sociología), en torno a la personalidad de R . E . Park. Este investigador, miembro de la Escuela de Chicago de 1904 a 1941, ejerció una influencia extraordinaria en toda la investigación en c o m u ­nicación del continente norteamericano.

En términos generales, la escuela empírica se caracteriza por el método cuantitativo, el funcio­nalismo y el positivismo. Se nutre del positivismo de Augusto C o m t e y de Emilio Durkheim, así co­m o de las ideas de M a x Weber y de Ferdinand Tönnies. Los investigadores de esta escuela se in­teresan prioritariamente en los efectos de la co­municación, haciendo prácticamente caso omiso del contexto en el cual todo acto de comunicación se inscribe.

En cambio, la escuela crítica privilegia el con­texto social en el que tiene lugar el acto de la co­municación. Para los investigadores que se agru­pan en torno a esta tendencia, ninguna teoría de la

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¿Hacia dónde van las ciencias de la comunicación? 451

comunicación tiene sentido si no se apoya en una teoría total de la sociedad. Sus orígenes se remon­tan al Frankfurt Institut für Sozialforschung (la Es­cuela de Francfort), fundada en 1923 por M a x Horkheimer y cuyos miembros m á s conocidos fueron T . Adorno, L . Lowenthal, E . F r o m m y H . Marcusse.

La escuela crítica está marcada por una consi­derable influencia del pensamiento marxista.

La escuela crítica hace hincapié en el contexto social, político y económico de la sociedad en el que tiene lugar la comunicación. El campo acadé­mico de la comunicación no está separado de los demás campos de investigación de las ciencias so­ciales.

Pese a sus divergencias, ambas escuelas coinci­den en la necesidad de aplicar el análisis de conte­nido, aunque cada una de ellas lo explota de m a ­nera diferente. Los empiristas utilizan ese análisis para presentar el contenido de los medios de co­municación en forma de datos cuantitativos que analizan para probar sus hipótesis. Los miembros de la escuela crítica, que con frecuencia desdeñan el aspecto cuantitativo, recurren sobre todo al análisis semiológico. Por esa razón, los empiristas les reprochan el ser menos objetivos y el estar in­fluidos por ideas preconcebidas. Los empiristas, por regla general, atribuyen al efecto directo de los medios de comunicación una importancia menor que la que le adjudican los críticos. Para los empi­ristas se impone comprender los efectos que esos medios ejercen en la audiencia y se sirven del aná­lisis de contenido para ayudar a comprenderlos; por su parte, los investigadores críticos subrayan la importancia que tiene el control de los sistemas de comunicación y, en consecuencia, aplican el análisis de contenido para extraer conclusiones sobre las instituciones de los medios de comuni­cación.

El traslado a Estados Unidos de América de la Escuela de Francfort, cuyos miembros debieron escapar del nazismo en el decenio de 1930, facili­tó la mutua penetración de las ideas. Por una par­te, favoreció la integración de las ciencias sociales estadounidenses en la escuela crítica; por la otra, permitió introducir las ideas de la escuela empíri­ca en Alemania y en los demás países europeos.

Pese a la desaparición de los investigadores de la Escuela de Francfort, su influencia persiste. El gran pensador de la corriente crítica es en la ac­tualidad Jürgen Habermas (1987), quien propone una teoría de la sociedad desde el punto de vista de la comunicación. Trata de definir las condicio­nes institucionales que permitirían a la mayoría de los ciudadanos participar en la actividad de la comunicación.

Sería una simplificación excesiva afirmar que todos los investigadores americanos pertenecen a la escuela empírica y que todos los europeos son partidarios de la escuela crítica. Actualmente, es­ta aseveración sería inexacta. M u c h o s profesiona­les en Norteamérica se han adherido a la escuela crítica y viceversa. Aunque la teoría corresponde a un análisis poco profundo del acto de la comuni­cación, ahora, muchos profesionales intentan combinar ambas teorías con diferentes niveles de éxito.

El paradigma lineal

La investigación en comunicación no carece de distintos paradigmas. N o obstante, la mayoría de los especialistas reconoce que Shannon y Weawer (1949) formularon el paradigma de base para la investigación en este campo.

El modelo ideado por Shannon y Weawer , que elaboraron una «teoría matemática de la comuni­cación», ha revolucionado el campo de la comuni­cación. Se trata de un modelo lineal por el que el proceso de la comunicación se concibe c o m o un acto lineal de transmisión de un mensaje entre una fuente (el emisor) y un público (el receptor). Este modelo de ingeniero, por cuestionable que hoy sea, ejerció una considerable influencia a lo largo de decenios. A juicio de Shannon, un esque­m a de «sistema general de comunicación» consis­tía en una cadena de elementos: la fuente de infor­mación que produce un mensaje, el emisor que transforma el mensaje en señales, el canal que es el medio utilizado para transportar las señales, el receptor que reconstruye el mensaje (a partir de las señales) y el punto de destino del mensaje en­viado.

Esa teoría matemática penetró profundamen­te en diversas disciplinas, tanto en Estados Uni­dos c o m o en Europa. N o sólo dejó huellas entre los ingenieros, sino también entre psicólogos y lingüistas, por no mencionar a los sociólogos. Cé ­lebre e innovadora en su m o m e n t o , una gran par­te de los investigadores en ciencias sociales cues­tionó la teoría lineal a partir de 1960. N o obstan­te, hubo que esperar el surgimiento de los sistemas de comunicación interactivos para que los investigadores le dieran la espalda definitiva­mente.

La aparición de los sistemas de comunicación interactivos, marcó un viraje decisivo. La his­toria de la investigación en comunicación se ha hecho en respuesta a las innovaciones tecnológi­cas. El estudio de cada medio de comunicación ha atravesado la m i s m a serie de etapas. La primera

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452 Judith Lazar

pregunta que se formulan los investigadores es la siguiente: ¿quiénes son los usuarios? Después de haberlos definido, se procura saber si están o no satisfechos del nuevo medio de comunicación. A esto siguen estudios sobre los efectos sociales (positivos y negativos) y, por último, los análisis de las «verdaderas» significaciones. Ese ciclo de análisis tiene absoluta pertinencia para medios de comunicación como la prensa, la radiofonía o la televisión, pero no es funcional en lo que respecta a los medios de comunicación interactivos. La re­volución tecnológica a la que asistimos actual­mente crea nuevas necesidades de investigación y éstas, a su vez, exigirán la creación de nuevos m o ­delos.

H . Innis, uno de los teóricos más importantes de la comunicación, decía que el cambio produci­do en el plano tecnológico de la comunicación conlleva inevitablemente un cambio del m o d o de pensar y de la organización social. El descubri­miento de los sistemas de comunicación interacti­vos impone, en consecuencia, la necesidad de re­examinar los viejos paradigmas.

Después de la vasta difusión de microcompu-tadoras baratas, en el decenio de 1980 se ha asisti­do a la aparición del cable, de la fibra óptica, el vídeo y la videocasete, el télétex, el videotex. El corazón de esos sistemas es la computadora, que proporciona el elemento interactivo. E n conse­cuencia, los investigadores en comunicación de­ben tener en cuenta esos instrumentos y colaborar con los ingenieros especializados en medios de co­municación.

El presente

Si bien puede caracterizarse el pasado de las cien­cias de la comunicación por el predominio de al­gunos grandes paradigmas, el presente está influi­do por el derrumbe de las teorías, el eclecticismo de los modelos y la ampliación del campo geográ­fico de la investigación.

La investigación en comunicación ya no está acotada por una teoría «todopoderosa» - c o m o fue el caso en el pasado con la teoría lineal- y ello se debe a que las condiciones políticas, económi­cas y culturales de la actualidad exigen una inves­tigación más compleja y profunda. El mayor de­fecto que investigadores de todos los países acha­can a los viejos modelos es que, diseñados para ser operacionales a cualquier precio, no toman prác­ticamente en cuenta el campo de observación y el contexto de la comunicación. Cunden hoy en to­do el m u n d o los estudios revisionistas que anali­zan tales lagunas.

Al m i s m o tiempo, se ha tornado m á s acucian­te la necesidad de contar con una comprensión teórica. Prueba de ello es que aumenta el número de universidades que establecen programas de in­vestigación en comunicación. Pero persisten aún muchas divergencias de índole teórica.

U n o de los obstáculos es la división que existe entre la investigación sobre la comunicación in­terpersonal y la relativa a la comunicación de m a ­sas. C o n frecuencia, esas dos corrientes se han manifestado en un plano de rivalidad, aunque los investigadores de uno y otro campo reconocen que tal oposición es artificial. El problema se en­cuentra hoy en vías de solución debido al impacto de nuevas tecnologías cuyos efectos se ejercen en el campo de la comunicación de masas, pero que también se observan en la comunicación interper­sonal e intergrupal.

Esas nuevas tecnologías imponen un cambio en la investigación. Los fenómenos que de aqué­llas se desprenden en materia de descentraliza­ción y democratización interesan considerable­mente a los investigadores.

Junto a las investigaciones interactivas co­mienza a cristalizarse un campo nuevo. Se carac­teriza por la complejidad de una investigación centrada en la problemática de la alfabetización. Tres enfoques diferentes prevalecen en este tipo de investigación. El primero se ciñe al examen de los efectos cognoscitivos de la alfabetización y de la relación que ese proceso tiene con la cultura en la que el alfabetizado está inserto (S. Scribner y M . Cole, 1981); según esta concepción, la alfabeti­zación no puede evaluarse aisladamente de las de­más prácticas sociales, porque no existe fuera de un contexto.

La segunda corriente privilegia el análisis de la relación que existe entre la alfabetización y el re­parto del poder. La cuestión fundamental consiste en saber si la alfabetización es un medio que faci­lita la coparticipación en el poder o, por el contra­río, un instrumento para servirse del poder (L. Soltow, 1981; H . Graff, 1982; D . Cressy, 1980).

El centro de interés del tercer enfoque es el conjunto de las teorías que examinan los efectos de la alfabetización en relación con el tipo de co­municación dominante en cada época. Este últi­m o enfoque, que pareciera a la vez el m á s comple­jo y el más fructífero para las ciencias de la c o m u ­nicación, se origina en los trabajos de H . Innis ( 1950, 1951), que no despertaron un interés parti­cular en el momento de su aparición, pero que hoy constituyen el eje central de la investigación en comunicación (Eisenstein, 1982; W . O n g , 1982; J. Goody, 1968; D . Olson, 1985).

Durante un largo período abundaron particu-

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¿Hacia dónde van las ciencias de la comunicación? 453

El m u n d o de las Comunicaciones. Sipa-Press. Malárica.

larmente los estudios cuantitativos de análisis de los medios de comunicación. En efecto, este m é ­todo, que se reputa riguroso, atrajo a muchos in­vestigadores. Actualmente se admite que un estu­dio cualitativo puede asimismo llevarse a cabo con rigor científico, sobre todo si se apoya en da­tos establecidos con objetividad.

U n a nueva tendencia, basada en lo que se de­nomina agenda-setting, ha despertado la atención de los investigadores de ambos lados del Atlánti­co. Según H . Chaffee (1978), «agenda-setting es uno de los dos o tres enfoques de investigación más fértiles que se han formulado en este campo en los últimos años». El término fue acuñado por M c C o m b s y Shaw (1972) para describir en térmi­nos generales los fenómenos que se observan du­rante una campaña electoral. Según esta tesis, la función de los medios de comunicación consiste en dirigir la atención de la opinión pública hacia determinados problemas durante una campaña electoral. La hipótesis es la siguiente: existe una

relación entre el orden jerárquico de los aconteci­mientos, tal c o m o son reflejados por los medios de comunicación, y la jerarquía de la significación que el público y los políticos otorgan a esos mis­m o s problemas. Los medios de comunicación de­finen el calendario de los acontecimientos y la je­rarquía de los problemas. Esa función de estructu­ración del tiempo y de los acontecimientos asume una importancia considerable, pues conduce a centrar la atención en determinadas cuestiones y a desviarlas de otras. Sería insuficiente -con fre­cuencia, tal ha sido el caso en el pasado- llevar a cabo una investigación limitada al análisis de con­tenido de los medios de comunicación y al públi­co. N o se puede hablar con propiedad del calenda­rio de los acontecimientos sin tomar en cuenta a los comunicadores que lo establecen.

La «teoría del cultivo» de G . Gerbner no se aleja mucho de esta última idea. Dicha teoría de­muestra que -contrariamente a lo que se ha afir­m a d o anteriormente- la televisión ejerce un efec-

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to a largo plazo en la formación de la opinión pú­blica. Según Gerbner, el objeto de un medio de comunicación no consiste únicamente en infor­m a r y recrear al público, sino también en formar y cultivar actitudes, gustos y preferencias mostran­do una «imagen ideal» de la sociedad. El mensaje de la televisión se aparta de la realidad en los as­pectos esenciales. Esas distorsiones atañen sobre todo a la familia, el trabajo, las personas de edad, la muerte, la educación y la violencia.

Esta concepción aplica una metodología m u y compleja con la que, por una parte, se estudia el medio de comunicación -análisis de contenido-y, por otra, el público que recibe e interpreta los mensajes. Esa metodología es una muestra cabal de que el estudio cuantitativo y el estudio cualita­tivo se pueden combinar perfectamente.

El futuro

Las ciencias de la comunicación tienen un pasado brillante y un presente en ebullición: ¿qué les re­serva el porvenir?

El estudio de la comunicación abarca un cam­po considerablemente vasto. La expresiónfrcien-cias de la comunicación» es objeto de una confu­sión mayúscula y refleja concepciones que oscilan entre el empirismo extremado y la teorización m á s abstracta. Agregúese a ello que la comunica­ción está de m o d a : comunicación en la empresa, comunicación interindividual, comunicación po­lítica, comunicación mediatizada, etc.; la lista es interminable. La palabra está totalmente desgas­tada. Y en esa cacofonía en torno a la comunica­ción, la comunicación per se está perdiendo su sentido. Esta suprema apertura es un arma de do­ble filo. N o hay dudas de que ha permitido atraer la atención de muchos investigadores procedentes de diversas disciplinas y que han aportado una riqueza inestimable a esta rama del conocimien­to. Empero , esa afluencia de investigadores de di­ferente formación obliga, en determinado m o ­mento, a una cierta selección. Son legión quienes hoy se autotitulan «expertos en comunicación», pero los resultados de su labor son limitados y aun m u y dudosos desde el punto de vista científico. Ello confirma las desconfianzas y las inquietudes expresadas a su respecto: «La comunicación se ha convertido ... en una suerte de centón de cursos dispersos en el programa universitario, que a m e ­nudo imparten personas cuyo déficit intelectual es penoso» (McCormack, 1986).

E n el plano institucional, las ciencias de la co­municación no gozan de reconocimiento oficial. Para citar un solo ejemplo, la disciplina de la co­

municación no tiene en Francia categoría acadé­mica. El «Centre National de Recherche Scientifi­que» ( C N R S ) carece de una sección de comunica­ción. Así, pues, los jóvenes investigadores que acuden con un proyecto relacionado con la c o m u ­nicación se encuentran con jurados totalmente competentes en sus propias disciplinas, pero que ignoran todo lo relativo a las ciencias de la c o m u ­nicación. En Estados Unidos, pese a que la necesi­dad de crear departamentos de comunicación se dejó sentir tempranamente y existen excelentes instituciones para formar a las futuras generacio­nes en esa rama del conocimiento, se observa que la investigación en comunicación de índole aca­démica poco espacio ocupa en las políticas cientí­ficas (Reeves y Baughman, 1983).

Las ciencias de la comunicación son las cien­cias del porvenir. N o obstante, para cumplir su vocación necesitan imponer orden en sus filas. Hay tres tareas esenciales y urgentes. En primer lugar, es imprescindible definir las fronteras de esta disciplina. En los últimos años, muchos so­ciólogos se han interesado por ese problema, pero aún no se ha logrado acotar con precisión su cen­tro teórico. Mientras persista tal imprecisión, po­drá considerarse que ese c a m p o acepta aportacio­nes sin discriminación alguna.

En segundo lugar, debe lograrse que se admita la legitimidad de la disciplina. ¿Por qué las cien­cias de la comunicación no son reconocidas c o m o ciencia?

Para que así ocurra -y esa es la tercera tarea-hay que elaborar un curso universitario claramen­te definido y que gane el consenso de la profesión, a fin de garantizar la formación científica de las jóvenes generaciones de investigadores y de pro­fesores.

C o n el objeto de impedir que la disciplina sea invadida por quienes, después de esfuerzos in­fructuosos en el campo científico que eligieron inicialmente, afluyen con desembarazo a las aguas de las ciencias de la comunicación, es indis­pensable establecer algunos criterios de afiliación. Hasta el presente nunca ha sido posible trazar la frontera que existe entre la formación de los pe­riodistas y la de los demás universitarios. Y , sin embargo, hay una diferencia. P. Bourdieu (1980) ha puesto de relieve la diferencia esencial que se­para la sociología del periodismo: «Existe una di­ferencia objetiva. N o es una cuestión de prestigio. Hay sistemas coherentes de hipótesis, conceptos, métodos de verificación, todo lo que c o m ú n m e n ­te conlleva la idea de ciencia».

El problema se plantea de manera aún m á s aguda entre los científicos de la comunicación y los periodistas, aunque sólo sea por el hecho de

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¿Hacia dónde van las ciencias de la comunicación'! 455

que las ciencias de la comunicación han nacido a da las diferencias entre estudio académico y estu-

m e n u d o en los departamentos del periodismo. E n dio profesional.

consecuencia, hay que establecer en su justa med i - Traducido del francés

Nota

I. P.F. Lagarsfe distinguió entre «investigación administrativa» e investigación crítica», en «Remarks on Administration and Critical Research», Studies in Philosophy and Social Science, 1941, n u m . 9.

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Servicios profesionales y documentales m Calendario de reuniones internacionales La redacción de la RICS no dispone de información adicional sobre estas reuniones.

1988 4-9 sept. Hamburgo Sociedad Internacional de criminología: 10." Congreso Internacional.

(R. F. de Alemania) 10. ' Congreso Internacional de Criminología, Hamburg Messe und Kon-gress. GmbH, P.O. Box 302480, D-2000Hamburg 36 (República Federal de Alemania)

10-21 sept. Burdeos (Francia) Centro Internacional de investigación e información sobre economía pública y social: 17.° Congreso Internacional. CIRIEC, B.P. 287, 75624 Paris Cedex 13 (Francia)

19-23 sept. Clairvivre, Limousin Instituto europeo interuniversitario de acción social. Seminario (Tema: (Francia) Ganar con los perdedores: estrategias colectivas y nuevas solidaridades

sociales en Europa). 1EIAS, 179 rue du Débarcadère, B-6001 Marcinelle (Bélgica)

6-8 octubre

21-23 octubre

Omaha (Estados Unidos)

East Lansing (Estados Unidos)

University of Nebraska: 13.* Annual European Studies. Conference Louise Morgan, Conference Secretary, College of Continuing Studies, PKCC, University of Nebraska at Omaha, Omaha. Nebraska (Estados Unidos).

1988. Conferencia Internacional sobre las mujeres, el desarrollo y la sa­lud: Examen de la relación entre el cambio socioeconómico y la salud de la mujer en el Tercer M u n d o . Rita S. Galhn, M omen in Internat. Development Office, 202 Center for International Programs, East Lansing, Michigan 48824-1035 (Estados Unidos)

1 noviembre

2-3 noviembre

Rotterdam (Países Bajos)

Rotterdam (Países Bajos)

1-12 noviembre Dakar

20-25 noviembre Kingston (Jamaica)

Universidad de Erasmo: Coloquio (Tema: ¿Qué es lo dañino de la felici­dad?) Dr. Ruut Veenhoven, PB. 1738, 3000DR Rotterdam. (PaísesBajos).

Universidad de Erasmo: Coloquio (Tema: ¿Nos ha afectado realmente la crisis?) Dr. Ruut Veenhoven, B.P. 1738, 3000 DR Rotterdam (Países Bajos).

Unión Internacional para el estudio científico de la población: Congreso regional africano de población. UIESP, rue des Augustin 34, 4000 Liège (Bélgica)

Assoc, for the Advancement of Policy, Research and Development in the Third World: 8.a conferencia anual. (Tema: Hacia la década mundial de cooperación científica y tecnológica para el desarrollo internacio­nal). AAPRD, P.O. Box 70257, Washington, DC. 20024 (Estados Unidos)

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458 Servicios profesionales y documentales

8-10 diciembre París Centre national de la recherche scientifique: Centre de recherche sur l'imaginaire: Coloquio internacional (Tema: Sociología de la vida coti­diana). Centre de Recherche sur l'Imaginaire, Maison des Sciences de l'homme, 54 Bid. Raspai!, 75006 Paris (Francia).

1989

30 marzo - 6 abril Barcelona (España) y Pcrpiñán (Francia)

30 marzo - 1 abril Baltimore (Estados Unidos)

Asociación internacional de semiótica: 4 . ' Congreso (Tema: El hombre Y sus signos). Assoc. Internat, de sémiotique, 4ème Congrès, c/o IRSCE, Université de Perpignan, Chemin de la Passió Vella, 66025 Perpignan Cedex (Fran­cia)

Population Association of America: Reunion. PAA, P.O. Box 14182, Benjamin Franklin Station, Washington, DC 20044 (Estados Unidos)

7-10 agosto

21-25 Agosto

Santiago (Chile)

Auckland (Nueva Zelanda)

Asociación científica del Pacífico: 6.° intercongreso (Tema: El Pacífico, ¿puente o barrera?) Prof. F. Orrego, Institute of Internat. Studies, University of Chile, P.O. Box 14182 Sue. 21, Santiago (Chile).

Mental Healt Foundation of N e w Zealand: Congreso mundial. WFMH, Dr. Max Abbott, P.O. Box 37-438, Parnell. Auckland. (Nueva Zelanda)

2-7 octubre Tokvo Federación Internacional de Organizaciones de ciencias sociales: 9.a conferencia general. IFFSO, Holmens Kanal, 7, DK-1060 Copenhague K (Dinamarca)

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Libros recibidos

Generalidades, ciencia y conocimiento

Commission des Communautés eu­ropéennes. XXIe Rapport general sur l'activité des Communautés eu­ropéennes, J987. Bruselas; Luxem­bourg, Commission des C o m m u ­nautés européennes, 1988. 438 pp., cuadros. 9,50 Ecu; 400 F . B . 64 F.F.

Cohen, Bernice. The Cultural Scien­ce of Man: A New Synthesis, vol. I: The Seamless Weh - Discovering Cultural Man; vol. 2: The Origin of Civilisation- An Explanation of Dynamic Cultural Change; vol. 3: Global Perspectives: The Total Cul­ture System in the Modern World. Londres, C o d e c k Publications, 1988. 1.144 pp., cuadros, diagr., ilustr. (The Cultural Science of M a n ; A N e w Synthesis). Tela. £ 59.85; Rústica £ 32.85. juego.

Facultad Latinoamericana de Cien­cias Sociales. Catálogo de Publica­ciones 1982-1986. San José, F L A C -S O , 1987.320 pp.

International Labour Office. Em­ployment Creation Policies and Strategies: An Annotated Biblio­graphy, c o m p . Laurel Dryden. Gi­nebra International Labour Office, 1987. 400 pp. (International Labour Bibliography, 3).

Inter-Parliamentary Union / Union Interparlamentaire. List of Books and Articles Catalogued / Lisle d'ouvrages et articles catalogués, n.° 24. Ginebra Interparliamentary Union, 1988.58 pp.

Teoría del conocimiento

Lerbet, Georges. L'Insolite dévelop­pement: Vers une science de Ventre-deux. Maurecourt, Editions univer­sitaires U N M F R E O , 1988. 207 pp., fig., bibliogr. (Mésonance-Altérolo-gie). 108 F .F .

Ciencias sociales

Narain, Iqbal; Atal, Yogesh (eds.). Social Sciences and the Government:

The Asian Scene. Nueva Delhi. Lan­cer International in assoc. with A A S S R E C , 1987. 140 pp.. cuadros, 115 Rs.

Polkinghorne, Donald E . Narrative Knowing and the Human Sciences. Nueva York, State University of N e w York Press, 1988. 232 pp. ( S U N Y Series in Philosophy of the Social Sciences). Tela. $ 44.50; Rús­tica $ 14.94.

Sociología

Kellerhals, Jean; Coenen-Huther, Josette; M o d a k , Marianne. Figures de l'équité: La construction des nor­mes de justice dans le groupe. Paris, Presses universitaires de France, 1988. 225 pp., bibliogr., indice. (Le sociologue). 110 F.F.

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Ciencias económicas

Gaspard, Michel. Les services contre le chômage. Paris, Editions Syros -Alternatives, 1988. 220 pp., gráfi­cos. (Alternatives économiques) 59 F.F.

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460 Libros recibidos

Department of Employment, 1988. 123 pp., figs., cuadros. (Research Paper, 62).

Jurisprudencia

Díaz Velasco, Manuel. La relación jurídica dominical. Madrid, Manuel Diaz Velasco, 1987.285 pp.

Administración pública

Le rôle de la participation commu­nautaire dans la prestation des servi­ces municipaux en Asie, réd. par Y . M . Yeung, et T . G . M c G e e . Otta­w a , Centre de recherches pour le dé­veloppement international. 1987. 291 pp., figs., ilustr., cuadros.

Acción y previsión social

Gelles, Richard J.; Lancaster, Jane B . (eds.). Child Abuse and Neglect: Biosocial Dimensions. Nueva York. Aldine de Gruyter. 1987. 334 pp., ilustr., cuadros, bibliogr., índice. Tela: 108 D M . Rústica, 64 D M .

Organisation mondiale de la santé. Bureau régional de l'Europe. La lutte contre l'alcoolisme, bajo la dir. de Marcus Grant. Copenhague, Orga­nisation mondiale de la santé, 1987. 160 pp., fig., cuadros. ( O M S , Publi­

cations régionales. Série européen­ne, 18). l9FrS.

Organisation mondiale de la santé. Bureau régional de l'Europe. La prescription médicamenteuse aux personnes âgées. Copenhague, Orga­nisation mondiale de la santé, 1987. 151 pp.. indice. 25 Fr S.

Enseñanza

Echo. Des rendez-vous manques?La classe de seconde: Une équipe d'en­seignants témoigne. Maurecourt, Editions universitaires. U N M -F R E O , 1988. 232 pp., cuadros, bi­bliogr. (Mésonance-Altérologie) 108 F.F.

Antropología social y cultural

Pina, Carlos. Crónicas de la otra ciu­dad. San José, Facultad Latinoame­ricana de Ciencias Sociales, 1987. 185 pp. (Serie Libros F L A C S O , Chi­le).

Vuorela, Ulla. The Women's Ques­tion and the Modes of Human Re­production: An Analysis of a Tanza-nian Village I Ippsala, The Scandi­navian Institute of African Studies,

1987. 234 pp. , bibliogr. ( M o n o ­graphs of the Finnish Society for Development Studies, I - Transac­tions of the Finnish Anthropologi­cal Society, 20). 120 S E K .

Ciencias aplicadas

International Development Research Centre. Solar Drying in Africa: Pro­ceedings of a Workshop held in Da­kar, Senegal, 21-24 July 1986, ed. por M . W . Bassey y O . G . Schmidt. Ottawa, I D R C , 1987. 285 pp.. figs., ilustr., cuadros. (También edición francesa.)

Historia

Schwok, René. Interprétations de la politique étrangère de Hitler: Une analyse de l'historiographie. Paris, Presses universitaires de France: Ginebra. Institut universitaire de hautes études internationales, 1987. 217 pp., bibliogr., indice. 150 F F .

Chrétien, Jean Pierre (ed.). Histoire rurale de l'Afrique des Grands Lacs: Guide de recherches. Paris, Centre de recherches africaines; Bujumbu­ra, Université de Burundi, 1983. 285 pp.. m a p a , bibliogr.. índice. (Travaux du Centre de recherches africaines, Paris I, n.° I).

Page 123: Revista Internacional de Ciencias Sociales no. 117, "Las Relaciones Locales Mundiales" (UNESCO)

Publicaciones recientes de la Unesco (incluidas las auspiciadas por la Unesco*)

América Latina: Enseñanza del de­recho internacional público. Cara­cas, Unidad Regional de Ciencias Humanas y Sociales para América Latina y el Caribe; París, Unesco, 1987. 131 pp.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Anthropologie /In­ternational Bibliography of the So­cial Sciences: Anthropology, vol. 30, 1984. Londres, Nueva York, Tavis­tock Publications /for/ The Internat. Committee for Social Science In­form, and D o c , 1987. 677 pp. (Dif­fusion: Offilib, Paris). 650 F.F.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Science économi­que / International Bibliography of the Social Sciences: Economics, vol. 34, 1985. Londres, Nueva York, Ta­vistock Publications /for/ The Inter­nat. Committee for Social Science Inform, and. Doc. 1987.618 pp. (Diffusion: Offilib, Paris) 650 F.F.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Science politique / International Bibliography of the So­cial Sciences: Political Science, vol. 33. 1984. Londres, Nueva York, Ta­vistock Publications /for/ The Inter­nat. Committee for Social Science Inform, and D o c , 1987. 598 pp. (Diffusion: Offilib., Paris) 650 F.F.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Sociologie / Inter­national Bibliography of the Social Sciences: Sociology, vol. 34. 1984. Londres, Nueva York, Tavistock Publications /for/ T h e internat. Committee for Social Science In­form, and D o c , 1987. 427 pp. (Dif­fusion: Offilib, Paris). 650 F.F.

Didáctica sobre cuestiones universa­les de hov. París, Unesco; Barcelo­na, Editorial Teide, S .A. 1987. 248 pp. 100 F.F.

Directory of Social Science Informa­tion Courses 1st ed. / Répertoire des cours d'information dans les sciences sociales /Repertorio de cursos de in­formación en ciencias sociales. Pa­ris, Unesco; Oxford, Berg Publi­shers Ltd., 1988. 167 pp. (World so­cial Science Information Directo­ries Series). 100 F.F.

Dominios prioritarios de coopera­ción en la esfera de juventud en Amé­rica Latina. París, Unesco, 1987. 38 pp., bibliogr. (SHS/87/WS/7-1) .

Educación y drogas: Prevención. Pa­rís, Unesco, 1987. 76 pp., ilustr., cuadros. 42 F .F .

Index translalionum: Répertoire in­ternational des traductions, vol. 35, 1982 / International Bibliography of Translations / Repertorio Interna­cional de traducciones. París. Unes­co, 1988. 1.110 pp. 320 F.F.

Integración: Nuevos desafios y alter­nativas, por Germánico Salgado. Caracas. U R S H S L A C ; Unesco, 1987.239 pp.

La mujer en los sistemas de produc­ción rural: Problemas y políticas, por Deniz Kandiyoti. París, Unes­co; Barcelona. Serbal, S .A . 1987. 142 pp., cuadros. 65 FF.

Selective Inventory of Information Services, ¡985. 2nd ed. /Inventaire sélectif des services d'information / Inventario de servicios de informa­ción. París, Unesco 1985. 247 pp. (World Social Science Information Services III / Services mondiaux d'information en sciences sociales, III / Servicios mundiales de infor­mación sobre ciencias sociales, III). 60 F.F.

Sociedad y derechos humanos, ed. por Luis Barriga Ayala. Caracas, Unidad Regional de Ciencias H u ­manas y Sociales para América lati­na y el Caribe; París, Unesco, 1987. 320 pp., mapas, cuadros, bibliogr.

Sociólogos y sociología en Venezue­la, por G . A . Castro. Caracas, Fondo Editorial Tropikos; París, Unesco, 1988. 455 pp., cuadros.

Statistical Yearbook, 1987 /Annuai­re statistique / Anuario Estadístico. Paris, Unesco, 1987. v.p. 350 F.F.

Study Abroad, XXV ¡987-1988 / Etudes à l'étranger / Esludios en el extranjero. Paris. Unesco, 1986. 1.348 pp., 68 F.F.

Unesco Statistical Digest, 1987 / Ré­

sumé statistique de ¡'Unesco / Resu­men estadístico de la Unesco. Paris, Unesco, 1987. 335 pp., cuadros. 40 F.F.

Unesco Yearbook on Peace and Con­flict Studies, 1985. Paris, Unesco; Nueva York, Greenwood Press, 1987. 312 pp., bibliogr., indice. 260 F.F.

World Directory of Human Rights Teaching and Research Institutions, 1st cd. / Répertoire mondial des ins­titutions de recherche et de forma­tion sur les droits de l'homme / Re­pertorio mundial de instituciones de investigación y deformación en ma­teria de derechos humanos. París, Unesco, Oxford Berg Publishers Ltd., 1988. 216 pp. (World Social Science Information Directories). 125 F.F.

World Directory of Peace Research and Training Institutions, 6th ed. / Répertoire mondial des institutions de recherche et de formation sur la paix / Repertorio mundial de institu­ciones de investigación y de forma­ción sobre la paz. París, Unesco; O x ­ford, Berg Publishers Ltd., 1988. 271 pp. (World Social Science Infor­mation Directories Series). 150 F.F.

World Directory of Social Science Institutions, 1985, 4th ed. rev. /Ré­pertoire mondial des institutions de sciences sociales / Repertorio mun­dial de instituciones de ciencias so­ciales. Paris, Unesco, 1985. 920 pp. (World social Science Information Services, II / Services mondiaux d'information en sciences sociales. Il / Servicios mundiales de informa­ción sobre ciencias sociales, II). 100 F.F.

World List of Social Science Periodi­cals, 1986, 7th ed. /Liste mondiale des périodiques spécialisés dans les sciences sociales / Lista mundial de revistas especializadas en ciencias sociales. Paris, Unesco, 1986. 818 pp., indice, (World Social Science Information Services, I / Services mondiaux d'information en scien­ces sociales, I / Servicios mundiales de información sobre ciencias socia­les, I). 100 F .F .

Page 124: Revista Internacional de Ciencias Sociales no. 117, "Las Relaciones Locales Mundiales" (UNESCO)

462 Publicaciones recientes de la UNESCO

* Cómo obtener estas publicaciones: a) Las publicaciones de la Unesco que lleven precio pueden obtenerse en la Oficina de Prensa de la Unesco, Servicio Comercial ( P U B / C ) , 7, Place de Fontenoy, 75700 París, o en los distribui­dores nacionales; b) las publicaciones de la Unesco que no lleven precio pueden obtenerse gratuitamente en la Unesco, División de Documentos ( C O D ) ; c) las co-publicaciones de la Unesco pueden obtenerse en todas aquellas librerías de cierta importancia.

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Números aparecidos

Desde 1949 hasta 1958, esta Revista se publicó con el título de International Social Science Bulletin/Bulllelin international des sciences sociales Desde 1978 hasta 1984, la RICS se ha publicado regularmente en español y, en 1987, ha reiniciado su edición española con el número 114. Todos los números de la Revista están publicados en francés y en inglés. Los ejemplares anteriores pueden comprarse en la Unesco. División de publicaciones periódicas, 7, Place de Fontenoy, 75700 París (Francia). Los microfilms y microfichas pueden adquirirse através de la University Microfilms Inc., 300 N Zeeb Road, Ann Arbor, M I 48106 (USA), y las reimpresiones en Kraus Reprint Corporation, 16 East 46th Street, Nueva York, N Y 10017 (USA). Las microfichas también están disponibles en la Unesco, División de publicaciones periódicas.

Vol. XI, 1959

N u m . 1 Social aspects of mental health* N u m . 2 Teaching of the social sciences in the

U S S R * N u m . 3 The study and practice of planning* N u m . 4 Nomads and nomadism in the arid zone*

Vol. XII. I960

N u m . 1 Citizen participation in political life* N u m . 2 The social sciences and peaceful co-opera­

tion* N u m . 3 Technical change and political decision* N u m . 4 Sociological aspects of leisure*

Vol. XIII. 1961

N u m . 1 Post-war democratization in Japan* N u m . 2 Recent research on racial relations* N u m . 3 The Yugoslav c o m m u n e * N u m . 4 The parliamentary profession*

Vol. XIV. 1962

N u m . 1 Images of w o m e n in society* N u m . 2 Communication and information* N u m . 3 Changes in the family* N u m . 4 Economics of education*

Vol. XV. 1963

N u m . 1 Opinion surveys in developing countries* N u m . 2 Compromise and conflict resolution* N u m . 3 Old age* N u m . 4 Sociology of development in Latin Ameri-

Vol. XVI, 1964

N u m . 1 Data in comparative research* N u m . 2 Leadership and economic growth* N u m . 3 Social aspects of African resource develop­

ment* N u m . 4 Problems of surveying the social science and

humanities*

Vol. XVII, 1965

N u m . 1 M a x Weber today/Biological aspects of ra­ce*

N u m . 2 Population studies* N u m . 3 Peace research* N u m . 4 History and social science*

Vol. XVIII, 1966

N u m . 1 H u m a n rights in perspective* N u m . 2 Mode rn methods in criminology* N u m . 3 Science and technology as development fac­

tors* N u m . 4 Social science in physical planning*

Vol. XIX, 1967

N u m . 1 Linguistics and communication* Num. 2 The social science press* Num. 3 Social functions of education* Num. 4 Sociology of literary creativity*

Vol. XX. 1968

Num.

Num. Num.

Theory, training and practice in manage­ment* Multi-disciplinary problem-focused research* Motivational patterns for modernization*

N u m . 4 The arts in society*

Vol. XXI, 1969

N u m . 1 Innovation in public administration Num. 2 Approaches to rural problems* N u m . 3 Social science in the Third World* N u m . 4 Futurology*

Vol. XXII, 1970

N u m . 1 Sociology of science* Num. 2 Towards a policy for social research* Num. 3 Trends in legal learning* Num. 4 Controlling the h u m a n environment*

Page 126: Revista Internacional de Ciencias Sociales no. 117, "Las Relaciones Locales Mundiales" (UNESCO)

464 Números aparecidos

Vol. XXIII, 1971

N u m . 1 Understanding aggresion N u m . 2 Computers and documentation in the social

sciences* N u m . 3 Regional variations in nation-building* N u m . 4 Dimensions of the racial situation*

Vol. XXIV ¡972

N u m . 1 Development studies* N u m . 2 Youth: a social force?* N u m . 3 The protection of privacy* N u m . 4 Ethics and institutionalization in social

science*

Vol. XXV, 1973

N u m . 1/2 Autobiographical portraits* N u m . 3 The social assessment of technology* N u m . 4 Psychology and psychiatry at the cross­

roads*

Vol. XXVI, 1974

N u m . 1 Challenged paradigms in international rela­tions*

N u m . 2 Contributions to population policy* N u m . 3 Communicating and diffusing social scien­

ce* N u m . 4 The sciences of life and of society*

Vol XXVII, 1975

N u m . 1 Socio-economic indicators: theories and ap­plications*

N u m . 2 The uses of geography N u m . 3 Quantified analyses of social phenomena N u m . 4 Professionalism in flux

Vol. XXVIII. 1976

N u m . 1 Science in policy and policy for science* N u m . 2 The infernal cycle of armament* N u m . 3 Economics of information and information

for economists* N u m . 4 Towards a new international economic and

social order*

Vol. XXIX, 1977

N u m . 1 Approaches to the study of international or­ganizations

N u m . 2 Social dimensions of religion N u m . 3 The health of nations N u m . 4 Facets of interdisciplinarity

Vol. XXX, 1978 N u m . 1 La territorialidad: parámetro político N u m . 2 Percepciones de la interdependencia m u n ­

dial N u m . 3 Viviendas humanas: de la tradición al m o ­

dernismo N ú m . 4 La violencia

Vol. XXXI, 1979 N u m . 1 La pedagogía de las ciencias sociales: algu­

nas experiencias. N u m . 2 Articulaciones entre zonas urbanas y rura­

les N ú m . 3 Modos de socialización del niño N ú m . 4 En busca de una organización racional

Vol. XXXII. 1980

N ú m . 1 Anatomía del turismo N ú m . 2 Dilemas de la comunicación: ¿tecnología

contra comunidades? N u m . 3 El trabajo N ú m . 4 Acerca del Estado

Vol. XXXIII, 1981

N ú m . 1 La información socioeconómica: sistemas, usos y necesidades

N ú m . 2 En las fronteras de la sociología N ú m . 3 La tecnología y los valores culturales N ú m . 4 La historiografía moderna

Vol. XXXIV, 1982

N ú m . 91 Imágenes de la sociedad mundial N ú m . 92 El deporte N u m . 93 El hombre en los ecosistemas N ú m . 94 Los componentes de la música

Vol. XXXV, 1983

N ú m . 95 El peso de la militarización N u m . 96 Dimensiones políticas de la psicología N ú m . 97 La economía mundial: teoría y realidad N ú m . 98 La mujer y las esferas de poder

Vol. XXXVI, 1984

N ú m . 99 La interacción por medio del lenguaje N ú m . 100 La democracia en el trabajo N ú m . 101 Las migraciones N ú m . 102 Epistemología de las ciencias sociales

Vol. XXXVII, 1985

Num. 103 International comparisons N ú m . 104 Social sciences of education Núm. 105 Food systems Num. 106 Youth

Vol. XXXVIII, 1986

N u m . 107 Time and society N u m . 108 The study of public policy N u m . 109 Environmental awareness N u m . 110 Collective violence and security

Vol. XXXIX, 1987

N u m . 111 Ethnic phenomena N u m . 112 Regional science N u m . 113 Economic analysis and interdisciplina­

rity N u m . 114 Los procesos de transición

Vol. XL. 1988

N ú m . 115 Las ciencias cognoscitivas N ú m . 116 Tendencias de la antropología

•Números agotados

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SUPERIOR DE INVESTIGACIONES C ENTIFICAS

A\xbòx ENERO 198B

Francisco J. Ayala: ¿Es la

macroevolución compatible

con el neodarwinismo?

Julio Rodríguez Villanueva:

Relaciones científicas entre la

Universidad y las Empresas.

Helen J. Groóme: El

desarrollo de la política

forestal en el Estado español

desde la Guerra Civil hasta la

actualidad

Javier de Lorenzo: Historia

de la Matemática. Problemas

Métodos.

^fiborl

FEBREHO 1988

José M. Perlado,

José M3 Martínez-Val y

Mírela Piera: Magnitud

potencial de las fuentes

de energi'a.

Juan B. Olaechea Labayen-

Problemas y perspectivas de

la revolución informática

Andrés Rivadulla Rodríguez:

Metodología crítica y

racionalidad científica.

Alvaro Delgado-Gal: ¿Porqué

prefiere Lévi-Strauss la

pintura Pompier?

Manuel Pereira- La espiral

inquieta

cicncM

M A R Z O 198B

FILOSOFIA DE LA TECNOLOGIA

Miguel A. Qulntanilla: Bases

para la Filosofía de la Técnica.

( La estructura de los sistemas

técnicos).

José Sanmartín: Reflexiones

en torno a la cuestionable

primacía de lo teórico o

semblanza del cachivache.

Fernando Broncano: Las

posibilidades tecnológicas

Una línea de demarcación

entre Ciencia y Tecnología.

Javier Aracil: De la

Automática a la Teoría de

Sistemas

Margarita Vázquez Campos:

Planificación y control en

los sistemas artificiales.

Manuel Liz. Estructura de

las acciones tecnológicas y

problemas de racionalidad

José F. Tobar-Arbulu:

Tecnología, hacia un nuevo

luramento hipocrático

ven/amiento

DIRECTOR

Miguel Angel OuintanitlB

REDACCIÓN

Vitruvio, 8 - 28006 M A D R I D

Telf. 191) 261 66 51

SUSCRIPCIONES

Servicio de Publicaciones del

C S I C.

Vitruvio, 8 - 28006 MADRID

Telf. (91) 261 28 33

J cuítum

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REVISTA ESPAÑOLA DE INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS

Número 41 (enero-marzo 1988)

Directora: Rosa Conde

Consejo de Redacción:

Miguel Beltrán, Juan Diez Nicolás, Salvador Giner, Ubaldo Martínez-Lázaro, José Ramón Montero Gibert, Natalia Rodríguez-Salmones Cabeza, Luis Ro­dríguez Zúñiga y José Juan Toharia Cortés.

Secretario: Emilio Rodríguez Lara

Estudios

JOSE A. GARMENDIA MARTINEZ: La cultura de >a empresa: Una aproxima­ción teórica y práctica.

JOAN MARTINEZ-ALIER y JORDI ROCA JUSMET: Economia politica del cor­porativismo en el Estado español: Del franquismo al posfranquismo.

SOLEDAD GARCIA: Ciudadanía, bienestar y desigualdad social en España. LUDGER PRIES: Calificación, relaciones laborales y mercado de trabajo: El

concepto de «estrechez del ámbito empresarial- en España. M A N F R E D W A L L E N B O R N : Paro juvenil en la República Federal de Alemania

y España. ENRIC SANCHIS: Valores y actitudes de los jóvenes ante el trabajo. JOSE M . TORTOSA: La economia sumergida en la provincia de Alicante: El

juego de las máscaras.

Notas de investigación

J. MIGUEL ANGEL GARCIA MARTINEZ, CRISTINO PEREZ-MELENDEZ y AN­DRES RODRIGUEZ FERNANDEZ: Aproximación al fenómeno del paro: Un modelo explicativo.

Crítica de libros

Datos de opinión

Redacción y suscripciones:

CENTRO DE INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS C / Pedro Teixeira, 8, 4." - 28020-MADRID (España) - Teléfono 456 12 61

Distribución:

SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A. C / Plaza, 5 - 28043-MADRID - Apartado postal 48023 - Tels. 759 48 09-759 45 57

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Suscripción anual, 4 números: 3.500 pesetas (35 S USA) Número suelto del último año: 1.000 pesetas (10 S USA) Número suelto de años anteriores: 800 pesetas (8 S USA)

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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales - Puerto Rico -

(Directora: Aline Frambes-Buxeda)

SECCIONES A . Investigación B . Divulgación C . Diálogo entre América, Europa y África D . Hechos e Ideas de Actualidad

E. Sobre la Mujer F. Vida Cultural G . Reseñas - Libros

AUTORES Y TEMAS

Jaime Camuñas La Danza Puertorriqueña: Punto de Partida Sociológico

Agustín Cueva El Marxismo Latinoamericano: Histo­ria y Problemas Actuales

Sylvia Ar ocho Velazquez En búsqueda de una socio-historia económica de la música puertorrique­ña

Leopoldo Mármora El movimiento Verde Alemán

Pedro J. Saadé Lloréns El Problema del Militarismo en Puerto Rico

Aline Frambes-Buxeda El Caribe, transformación de la ciudad de San Juan

Lydia Vêlez M á s Allá de las Máscaras: Una estrate­gia radical feminista

Jorge Rodríguez Beruff Emerger del Reformismo Ideológico de Militares Peruanos, 1948-68

TARIFA DE SUSCRIPCIÓN ANUAL (Dos Números) Puerto Rico: $ 15.00- Estados Unidos, Caribe y Centro América: $ 22.00- Europa y Sur América: $ 25.00

Envíe su cheque a "Directora - Revista Homines. Depto. de Ciencias Sociales. Universidad Interamericana. Apartado 1293, Hato Rey Puerto Rico 00919

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EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O

P u b l i c a d o p o r

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V.

A V . UNIVERSIDAD 975 03100 MEXICO, D. F. A P A R T A D O POSTAL 44975 TEL. 660-09-53

Director: Carlos Bazdresch P. Director Interino: Nisso Bucay Secretario de Redacción: Guillermo Escalante

Vol LV (3) México, julio-septiembre de 1988 Núm. 219

Artículos: Alice M . Amsden

Gérard Duménil, Mark Glick y José Rangel

Benigno Valdês

Joseph Hodara

Felipe Lorrain B.

Jesús Reyes Heroles G . G .

N O T A S Y COMENTARIOS:

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS:

DOCUMENTOS:

S U M A R I O Crecimiento y estabilización en Corea 1962-1984

Teorías de la Gran Depresión: ¿por qué impor­taba la rentabilidad?

Cambio técnico, rentabilidad y crisis

El capitalismo periférico tardío, según Prebisch: Reflexiones

La reforma financiera uruguaya de los setenta: de la liberalización a la crisis

Las políticas financieras y la distribución del in­greso en México

Ariel Buira: El ajuste con crecimiento y el papel del FMI

Eduardo J. A m a d e o : P. Bridei, Cambridge mo­netary thought, the development of the savin-ginvestment analysis from Marshall to Keynes, Londres. Macmillan, 1967 .

La resolución de la crisis económica mundial.

Fondo de Cultura Económica - Av. de la Universidad, 975 Apartado Postal 44975

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Are you interested in Mexican and Latin American issues?

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Quarterly magazine of the Mexican National Autonomous University

All publicity or subscriptions should be sent to:

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1665 west Grant Road

Tuczon, Arizona 85745

Phone (602) 882-9484

Filosofía y Letras N o . 88

Col. Copilco-Universidad

C P . 04360 México, D .F .

Tel. (905) 6-58-58-53

6-58-72-79

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La Revista internacional de ciencias sociales se publica en marzo, junio, septiembre y diciembre.

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Se ruega dirigir los pedidos de subscripción, compra de un número, así c o m o los pagos y reclamaciones al Centre Unesco de Catalunya: Mallorca 285. 08037 Barcelona

Toda la correspondencia relativa a la presente debe dirigirse al Redactor jefe de la Revue internationale des seiendes sociales Unesco, 7 place de Fontenoy, 75700 Paris.

Los autores son responsables de la elección y presentación de los hechos que figuran en esta revista, del mismo modo las opiniones que expresan no son necesariamente las de la Unesco y no comprometen a la Organización.

Edición inglesa: International Social Science Journal (ISSN 0020-8701) Basil Blackwell Ltd. 108 Cowley Road, Oxford O X 4 1JF ( R . U . )

Edición francesa: Revue internationale des sciences sociales (ISSN 0304-3037) Editions Eres 19, rue Gustave-Courbet 31400 Toulouse (Francia)

Edición china: Guoji shehui kexue zazhi Gulouxidajie Jia 158, Beijing (China)

Edición árabe: Al-Majalla Addawlya lil Ulum al Ijtimaiya Unesco Publications Centre 1, Talant Harb Street, El Cairo (Egipto)

Hogar del Libro, S.A. Bergara, 3. 08002 Barcelona Imprime, Edigraf, S.A. Tamarit, 130. 08015 Barcelona Depósito legal, B . 37.323-1987 Printed in Catalonia ISSN 0379-0762 « Unesco 1988