Revista experimental lunch 3

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Experimental Lunch Experimental Lunch Experimental Lunch Experimental Lunch Numero 3 Abril 2014 Todo el arte desde otra perspectiva

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Revista de arte

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Experimental LunchExperimental LunchExperimental LunchExperimental Lunch Numero 3 Abril 2014 Todo el arte desde otra perspectiva

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IntroducciónIntroducciónIntroducciónIntroducción

El proyecto Experimental Lunch se inicio en octubre de 2013 en la

ciudad de Coquimbo, con la idea de generar un espacio en el cual se diera

cabida a diversas manifestaciones artísticas que no hubieran sido, por

diversas circunstancias, tomadas en cuenta por otros espacios artísticos.

Las bases de esta publicación son la convocatoria y posterior publicación de

diversos artistas, ya sean escritores, poetas, fotógrafos, ensayistas, etc,

dándoles la oportunidad de presentar sus trabajos inéditos en un espacio

que les abra las puertas sin fines de lucro.

Era necesario que un proyecto como este, que se inicio como Un

blog creciera y diera un paso mas. Todo esto gracias a la ayuda De diversas

herramientas tecnológicas. Nuestro deseo es que la revista. Experimental

Lunch se transforme en un espacio para publicar trabajos inéditos, donde el

único precio es la constancia y el apoyo a nuestro trabajo. Diversas

manifestaciones artísticas, en su mayoría proyectos experimentales que no

tendrían cabida en ámbitos más formales, son la gran parte de los trabajos

que se encontraran en esta revista. Los invitamos a participar en este

proyecto que esta pensado para ustedes.

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PPPPoesiaoesiaoesiaoesia

Líneas Estivales Patricio Zenteno (Coquimbo-Chile)

Las líneas que dormían bajo mi

almohada

Se embriagaron con manuscritos

colgados en los muros de puertos

clandestinos

Las líneas que dormían bajo mi

almohada

Probaron el incendiario desamor y

los contrastes pasionales de la

carne

Las líneas que dormían bajo mi

almohada

Fueron violadas por mordaces

relatos hambrientos de cuneta

mientras me revolcaba en

somnoliento optimismo

Las líneas que dormían bajo mi

almohada

Conocieron la furia del ruido

liberador cuando lanzamos

esperanza por el único retrete

Las líneas que dormían bajo mi

almohada

Despertaron en el callejón de una

ciudad ardiendo con turbas

reclamando lo injusto y perros

mordiéndose las colas

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Fotografía de Vanessa Sánchez Albornoz (Coquimbo-Chile)

Perdón

Tánatos (Coquimbo-Chile)

Yagas oxidadas en mi piel reseca,

aúllan sus recuerdos.

Los dolores no sanan.

El odio no se calma.

La perfidia de la sangre, al

parecer, no se purifica con el

tiempo.

Y el mal permanece aterido, como

un buque encallado en la orilla

de la playa.

Perdón, candido recurso, de los

incautos.

Perverso delirio de los justos.

Un ideal noble para dioses, pero

banal para nosotros los mortales.

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Fotografía de Vanessa Sánchez Albornoz (Coquimbo-Chile)

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El Final

Cristian Castillo Varas (Coquimbo-Chile)

Suspendido en una burbuja de

melodías me encuentro

Rodeado de nubes y algunos

albatros atrevidos a volar tan alto

como las almas

Mi viaje es frágil pero no mi

mente

Mi cuerpo se desvanece, más no

mi canto

El canto del cielo solo compartido

por mis entrañas

Soñando como cualquiera

Deseando como pocos, el final de

nuestra era

La sentencia final

El minúsculo detalle

La revelación de los secretos

El reencuentro con nuestras

esencias

El perdón

El otoño sin fin

La redención

El alma

Una última mirada al cielo y a la

tierra, por primera vez contemplar

lo mas cercano y darse cuenta que

vivimos ciegos y deseosos sin

sentido

Manipulados.

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Fotografía de Camila Narváez (Santiago-Chile)

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Fotografía de Camila Narváez (Santiago-Chile)

MENSAJE SE VIDA Flame Tender

No hay razones, ni misterios,

Es como espuma sobre el mar,

Fuego sobre el volcán.

El desliz cálido y lento,

Acompasado con latidos,

Resurgen cenizas dormidas,

Avivan lugares recónditos.

Recorriendo desiertos,

Siluetas de ilusiones,

Caricias de terciopelo,

Ambas almas de cristal.

Más que momentos,

Conservemos instantes,

Retumben en mi memoria,

Caminos para ser feliz.

Oh, cuán disfrute es el amor,

El amor cuando es amado.

Dame vida, dame sed,

Dame espíritu, dame fe,

Derrama sonrisas,

Sobre mi piel.

Empáñame el aliento,

acurrúcame en tu lecho,

estoy a tu merced.

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AURA LUNA Juan Jose Rivera (Mexico)

Tu mirada respiro…

Difusa…

En beso poseído

de nimbos y signos…

Tus labios sepia…

¿Dónde resguardar la mirada

asesina

que cela espejos?

¿Visiones fósiles en laberinto

reconocen la daga parpadear

al unicornio de sonrisa demacrada

y columna débil celeste?...

¿Aún condolece?…

Tu mórbido rostro…

¿Aún mira?…

¿Aún agoniza?…

¿Aún aborrece?…

Incógnito abismo

de espiral brillante …

Merodea al vivaz monstruo

y evoca al enmarañado corazón…

Al beso de sangre…

La noche de sol que tu voz

eclipsa…

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Fotografía de Camila Narváez (Santiago-Chile)

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Narrativa

Galletas Ana Patricia Moya (España)

Notó a su madre diferente aquella

mañana.

“¿Estás bien, mami?”, preguntó el

chiquillo, que apuraba con avidez

el tazón de leche.

“No me pasa nada, cariño”:

esa fue la respuesta de

aquella muchacha con la

voz quebrada y los ojos brillosos,

sin ganas de terminar la taza de

café que tenía entre las manos.

“Cómete las galletas, y date prisa,

que si no, llegarás tarde a la

escuela”, le ordenó.

“¿Son mis galletas favoritas?”

“Sí , amor, son las galletas que

más te gustan en el mundo”, y

esbozó, como pudo, una sonrisa

cómplice.

Después de dar buena cuenta

del desayuno, sonó el timbre.

“Ya llegó tu tía a recogerte,

venga, ve a por la mochila”

el niño obedeció y fue a recibir a

su hermana. Abrió la puerta, pero

no hubo saludos cariñosos, tan

sólo un “¿Estás segura?” de la

recién llegada que conmovió el

interior de la madre, que volvió

a reprimir las lágrimas ante otra

sentencia:

“Desapruebo tu decisión,

lo sabes, pero por mi sobrino…”.

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El chaval apareció con su cartera,

su bocadillo envuelto en papel de

aluminio, se despidió con dos

besos de la madre, agarró la mano

de su tía, y se marcharon hacia la

escuela infantil.

Ya sola, recogió la cocina, se

duchó, se arregló con la ropa

que uti lizaba para ir los sábados

de fiesta y cogió un bolso grande

con todo lo necesario. Tomó el

bus, en dirección al polígono.

Allí bajó, visualizó un punto

concreto: unas señales de

distintas direcciones. Y allí

se desprendió de algunas prendas,

nerviosa, hasta dejarse puesto

lo suficiente para insinuar sus

preciosas curvas.

Volvió a contener las ganas de

sollozar: era la primera vez que

exponía su cuerpo de

manera sugerente; sintió

vergüenza, pero se animó al

pensar en su hijo.

Todo por ofrecerle una vida

mejor. Todo para seguir

comprándole aquellas galletas que

tanto le gustaban.

Fotografía de Vanessa Sánchez Albornoz (Coquimbo-Chile)

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Rosas Rojas

Gonzalo Salesky

En la puerta del hospital de

urgencias, donde estacionan las

ambulancias, había una pelea

entre dos hombres. Me llamó la

atención porque solamente uno

de los dos golpeaba al otro, que

no caía al piso a pesar de los

tremendos puñetazos que le

aplicaban en el rostro.

Habían comenzado dentro de un

taxi y bajado de él a los tumbos.

Quien recibía los golpes ni siquiera

sacaba las manos de sus bolsillos,

como si en ellos estuviera

protegiendo algo valioso. No

ofrecía ningún tipo de resistencia,

sólo buscaba evitar los impactos.

Pero no lograba hacerlo del todo,

y el que golpeaba de manera feroz

–que por su ropa parecía ser el

taxista– le asestó varias

trompadas más hasta que el

agredido, al fin, se decidió a

correr.

Me pareció extraño que no

hubiera intentado defenderse o al

menos, alejarse cuanto antes.

Perdí de vista a los dos hombres y

seguí caminando. Entré al hospital

por una de las puertas laterales.

Venía bastante apurado, como

siempre. Iba a visitar a un pariente

internado y sólo llevaba un ramo

de rosas rojas en mi mano

derecha.

Unos segundos después, sentí que

me empujaban desde atrás.

Trastabillé y casi caigo al suelo. En

una de las galerías, cerca de la

terapia intensiva, el mismo

hombre que había recibido los

golpes me tomó del brazo y con

un arma pequeña apuntó a mi

pecho.

Haciendo ademanes, me obligó a

acompañarlo. No dudé un

segundo. Estaba muy lastimado y

de su ojo izquierdo parecía caer

sangre. Su camisa blanca, llena de

pequeñas manchas de color

oscuro. Y sus dientes...

Corrimos un largo trecho. La gente

se horrorizaba al ver su cara

destrozada y el revólver que

llevaba en su mano derecha.

Parecía algo grotesco, un

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hombre desequilibrado corriendo

al lado de otro que seguía

sosteniendo, como si fuera un

trofeo, un ramo de flores. No

entiendo por qué en ese

momento no pude soltarlo.

Entramos a un pequeño ascensor.

Allí bajó su arma y me miró a los

ojos por primera vez. Sacó de su

bolsillo una pequeña caja de color

blanco, cerrada con cinta

adhesiva, y me la entregó sin decir

nada.

Al detenernos en el segundo piso,

volvió a tomarme del brazo y así

corrimos hasta el borde de un

balcón que se encontraba unos

pasos delante de nosotros.

Abajo, la gente había empezado a

congregarse. Extrañamente, a

pesar de todo, yo me encontraba

tranquilo y seguro de que no iba a

lastimarme. Algo en su mirada lo

decía. Pero aún no llegaba a

entender por qué me había dado

la caja.

– No la abras todavía. Sólo

después que me vaya. No cometas

los mismos errores que yo.

Habló como si estuviera leyendo

mi mente.

No tuve tiempo de preguntarle

nada. Acercó la punta del revólver

a su garganta, debajo de la nuez

de Adán, y disparó.

Se desplomó sobre mí. Y la

sangre... ¡por Dios! Tanta sangre a

borbotones sobre mi ropa, mis

zapatos y el ramo de flores.

Me lo saqué de encima. Sentía

vergüenza de pensar más en el

asco que me producía ensuciarme

que en la locura y el drama de ese

pobre hombre.

En pocos minutos llegó la policía.

Tarde, como en las películas. Sólo

atiné a quedarme sentado,

apoyado contra la pequeña pared

que nos rodeaba.

Guardé la caja en el bolsillo. Tuve

la tentación de dejarla tirada o de

esconderla en el pantalón del

suicida, pero preferí respetar su

último deseo. Cuando todos se

fueran, la abriría.

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Ya en mi departamento, cerca de

las cinco, aún no había podido

almorzar. Seguía asqueado por la

horrible sensación de la sangre

caliente sobre mi cuerpo. Volvía a

verla, manando con violencia,

mojando mis manos y mis pies.

Me senté en el living. Acababa de

llamar la policía para pedir

algunos datos y ver si podía

aportar algo más. De paso, me

avisaron que el psicópata no había

muerto todavía. Estaba muy

grave, internado en el mismo

hospital de esta mañana. Era

prácticamente imposible que

sanara o despertara, según el

comisario a cargo de la

investigación.

Sin embargo, algo me impulsó a ir

a verlo. Para saber más de él o de

su vida. Además, me tentaba la

idea de dejar la cajita blanca de

bordes plateados entre sus

pertenencias.

Pero no iba a poder hacerlo.

Unos minutos más tarde estaba

camino del hospital, por segunda

vez en pocas horas.

Llegué a la sala de terapia

intensiva pero dos oficiales me

impidieron el paso. Estaban

parados al lado de la puerta, uno

de cada lado.

Me preguntaron si tenía relación

con él, si era familiar o pariente.

No quise decirles mi nombre, sólo

contesté que lo había conocido

hace poco tiempo. El más joven

me dio el pésame por anticipado y

me informó que podía quedarme

por allí, para esperar el obvio

desenlace.

Les agradecí. Di media vuelta y

busqué la salida. Había sido un día

bastante largo.

Después de subir a un taxi para

volver a casa, tomé la caja y me

decidí a abrirla. De una vez por

todas.

Nunca hubiera podido imaginarme

lo que contenía.

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Tenía que entregársela a alguien.

Pero no a cualquiera. Alguien que

fuera capaz de llevar a cabo lo que

la caja pedía.

Vi por el espejo retrovisor que el

taxista había observado lo mismo

que yo. Y supe que comenzó a

desearla, con todas sus fuerzas.

Estacionó a los pocos metros,

cerca del sector de entrada y

salida de ambulancias, y giró hacia

mí. Me exigió la caja y no quise

dársela. Por eso mismo comenzó a

golpearme. En el rostro, en los

oídos, en el estómago… pero no la

solté. La guardé en mi bolsillo, a

salvo de todo.

Tratando de esquivar sus

trompadas, bajé del auto. Sin

saber hacia dónde iba, empecé a

buscar al próximo destinatario.

Advertí que desde lejos nos

estaban mirando. Era un hombre

calvo, como yo, que parecía llevar

algo pesado en sus manos.

Lo seguí. Enceguecido por el

impulso de compartir con alguien

especial el contenido de la caja, fui

hacia la galería donde se

encontraba. Aún sin saber cómo

iba a convencerlo de que

aceptara.

Se me ocurrió quitarle el arma a

un guardia del hospital. Lo hice y

corrí con todas mis fuerzas por

uno de los pasillos. Mi corazón

latía cada vez más rápido. La

sangre ensuciaba mi camisa. Tenía

el ojo izquierdo semicerrado y mis

dientes…

Encontré al calvo y lo tomé del

brazo. Con la pistola apunté a su

pecho y lo obligué a correr junto a

mí, para alejarnos de todo.

Nos refugiamos en un ascensor.

Cuando bajamos en el segundo

piso, casi sin aliento, le di la caja y

le indiqué:

– No la abras todavía. Sólo

después que me vaya. No cometas

los mismos errores que yo.

No tuvo tiempo de preguntarme

nada. Allí mismo, cerca del balcón,

acerqué la punta del pequeño

revólver a mi garganta y disparé.

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Caí sobre él. Y mi sangre... por

Dios, tanta sangre a borbotones

sobre su ropa, sus zapatos y el

ramo de rosas rojas que él seguía

sosteniendo entre sus manos,

como si fuera un maldito trofeo.

Fotografía de Camila Narváez (Santiago-Chile)

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Torturado Gonzalo Vilo

José abrió la puerta con cuidado y

asomó la cabeza mirándonos de

arriba abajo y frunciendo el ceño. No

nos quería dejar pasar, así que Fran –

Me, con una de sus mejores patadas,

lo lanzó hacia atrás, Dejándonos la

entrada libre.

- Where is Horacio? – Preguntó de

inmediato, mirando hacia todos

lados.

Nuestro vecino había quedado

tirado en el suelo, y yo aproveché de

pegarle un puntapié en el estómago.

Lo tome de la camisa, y levantándolo

un poco volví a repetir la pregunta

que acababa de hacer Fran – Me,

aunque ahora en español.

- En el patio – Me respondió.

Respiraba con dificultad

sangrando por la nariz y la boca. Uno

de sus dientes delanteros ya no

estaba.

- ¿Que le van a hacer? -. Quiso saber

– Déjenlo tranquilo -.

- Te dijimos que te lo llevarai –

Exclamé molesto – Ahora ya es tarde

-.

Le indiqué a Fran – Me la

puerta del patio, y ella la abrió con

otra patada, quedando a la vista un

bien cuidado jardín. Los ladridos de

Otto no se hicieron esperar, pero mi

amiga no le hizo caso y lo corrió con

el pie.

- No le hagan nada, por favor – Rogó

José desde el suelo – No lo volverá a

hacer, se los prometo -.

Antes de que volviera a gritar,

le coloqué una mordaza y comencé a

atarle las manos y tobillos. Mientras

lo hacía, miré otra vez hacia el patio y

vi que Horacio estaba parado sobre

una silla.

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Fran – Me avanzó con

precaución hacia él, espantando al

grupo de gallinas que aleteaba y se

movía inquieta alrededor. Otto,

escondido ahora detrás de un árbol,

le ladraba y gruñía.

Yo iba a salir a ayudarla, pero

antes de cruzar la puerta, vi que ella

ya tenía a Horacio. La esperé en uno

de los cuartos y encendí la luz.

Ella entró en la habitación junto

al prisionero. El, sin embargo, se

retorcía entre sus manos y trataba de

aletear, pero mi amiga lo sostenía

con fuerza y no le daba oportunidad

de escapar.

- Go to the car and bring the camera

– Me pidió mientras amarraba a

Horacio con una cinta.

Al instante salí de la casa y corrí

hacia el auto. Cuando volví para

instalar la cámara, Fran – Me ya tenía

todo listo. Ella conocía muy bien los

gustos de Igor y ya había amarrado a

Horacio contra una de las patas de la

cama, alrededor de algunos huesitos

de pollo. Lo había vestido con un

chaleco rojo y le punzaba la cabeza

con un palito filudo.

A la primera indicación suya, yo

encendí la filmadora y la deje sobre la

cómoda, al lado de la tele. Mientras

Fran – Me apretaba un poco más las

amarras, yo me acerque a Horacio y

lo zamarreé con fuerza.

- Te cocinaste hueón – Exclamé – Yo

todavía estoy durmiendo a las cinco

de la mañana ¿Quién chucha te creí?

-.

Horacio se retorcía y cacareaba.

Sacudía desesperado la cabeza.

De pronto mi amiga acercó uno

de los huesos al pico de Horacio. Sin

embargo, al ver que nuestro amigo

no abría la boca, lo partió en trozos

más pequeños y así consiguió que lo

comiera. Luego hizo lo mismo con el

resto de los huesos que estaba a su

alrededor.

Cuando acabo lo que había en

la cama, fui a la cocina por las presas

crudas. Antes de entregárselos a Fran

– Me, tomé la cámara y la acerqué

hacia la cabeza del prisionero. Mi

amiga entonces volvió a punzarlo con

el palito filudo, aunque ahora con

mayor fuerza.

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El pobre Horacio se retorcía y

gruñía de una manera espantosa.

Después lanzó algunos sonoros

cacareos, hasta que pareció quedar

inconsciente, o al menos así me

pareció. En ese momento, no sé por

qué, me imaginé a Igor y a los rusos

bebiendo vodka y atentos a la

pantalla. Riendo quizás o

comentando entre ellos. Comiendo o

masturbándose. Cada cual en lo suyo.

Unos hijos de puta.

En fin, cuando volví a la

realidad, comencé a enfocar a mi

amiga. Era una toma sensacional, con

su hermoso rostro caucásico y sus

finos hombros desnudos resaltando

en el cuadro. Ella miraba con

atención a Horacio y ahora sostenía

con fuerza el palito filudo sobre su

hombro, como si este fuera una

lanza.

Yo me quedé con ella, con la

cámara a unos metros de su hermoso

rostro, hasta que al fin dejo caer el

palito. Este se clavó en aquel

cuerpecito herido con una fuerza y

precisión inusitadas y nada más que

un pequeño gruñido, quizás la mitad

de un cacareo, fue la única y triste

reacción de aquella pobre criatura. La

pequeña y al parecer inofensiva

arma, penetró en el vientre del

infortunado como si fuera un

poderoso arpón y salió por el otro

lado, rojo y con restos de carne.

El pobre Horacio se retorció

con breves espasmos, y la cama

comenzó a teñirse de rojo, mientras

un último y débil gruñido le daba el

toque de oro a nuestro final perfecto.

Apagué la cámara y guardamos

los restos de carne en el refrigerador.

No quisimos quitarle las amarras a

Horacio, ni tampoco a José, a quien vi

aun despierto y con el rostro

enrojecido. Era un riesgo innecesario.

Nos largamos de allí de

inmediato. Yo dejé la cámara en la

parte de atrás del auto y Fran – Me

comenzó a conducir por la tranquilas

calles del barrio. Todavía nos

quedaba una ardua labor de edición

antes de enviárselo a Igor, pero

estábamos satisfechos, sin duda este

había sido uno de nuestros mejores

trabajos.

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Dimos vuelta en la primera

esquina y yo me acerqué a mi amiga

para acariciarle su cabello. Ella me

sonrío y yo aproveché para darle un

tierno y largo beso en su cabecita.

Solo nos faltaban un par de trabajitos

más y nos salíamos de esta mierda,

tendríamos tiempo al fin para realizar

nuestros proyectos, y en su cansada,

pero orgullosa sonrisa, pude verlo

con claridad.

Si, me dije, el mundo podría a ser

nuestro

Fotografía de Flame Tender (Tenerife-Espana)

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Música

Lostmind Coquimbo-Chile

LOSTMIND pertenece a la generación grunge posterior a la

que protagonizó UNDERGARDEN desde mediados de los noventa y

sustentada por SAKANDRAI, SANGRE EN EL OJO, MADYSON, CADMUS,

entre otras más, y que a mi parecer, conformaban la escena dorada del

grunge en la región. Esta banda, formada en Coquimbo, poco a poco fue

logrando estabilidad en el circuito de la ciudad, ganándose la confianza del

público y una continua participación en los escenarios locales. Hoy cuenta

con una buena cantidad de temas propios con el que piensan

definitivamente abordar sus nuevas presentaciones en vivo, agregando

además a su demo "Nada Coherente",grabado en el año 2006, una

producción pronta a salir que llevará por título "Raspando Gargantas", un

disco que contendrá 12 temas grabados en estudio profesional en

Coquimbo, del cual no vacilamos sobre la calidad final que contará. Una

banda que silenciosa y sutilmente se encumbra hasta los notables de la

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escena grunge de nuestra región y cuya nueva producción musical logrará,

sin duda, mostrar definitivamente todo el potencial de la banda

Fotografía de Vanessa Sánchez Albornoz (Coquimbo-Chile)

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Erika Chuwoki Montevideo-Uruguay

La banda gira en torno a la figura omnipresente de la señora Erika

Chuwoki, reconocida artista/empresaria, quien desde su páramo en Miami

Norte decidió expandir su corporación al ámbito del rock contratando a 5

empleados para formar una banda que eventualmente le generara

dividendos. La misma Chuwoki a definido su estilo como "Barullo

psicobélico con electro magnetismo cero"

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Integrantes:

Alvarez _ bateria

Duplechescu _ voz, guitarra

Ivaniski _ guitarra, coros, PT100

Maccio _ bajo

MeloTchilingirbachian _ guitarra

Luego de grabar algunos EPs y tocar asiduamente desde su formación a

comienzos de 2010 Erika Chuwoki presenta su primer LP "La inesperada

mugre que aguarda inquieta"

trabajo independiente disponible para descarga gratuita en el

.

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Undergarden La Serena – Chile

Underganden Fue una banda originaria de la ciudad de Serena-

Coquimbo, esta conformada por Lino en la guitarra y voz, Ticoy como

Bajista y Alejandro el Baterista. La banda se conformo a finales de los '90s la

que al poco tiempo se dio a conocer por su propuesta alternativa en la

escena under chilena. Al cabo de un par de años juntos la banda se disuelve

finalmente en el año 2001 pero no sin antes dejarnos un par de buenos

temas.

Propusieron una escena Under Distinta y Chilena. Una banda

Potente, dejándonos en claro sus referencias Grunge... Sus letras en Inglés

llaman aún más la atención del oyente, Nos hace sentir orgullo... Chile

Logró un sonido que tanto nos gusta... el Sonido grunge de Seattle.

Hay rumores sobre una posible vuelta de esta banda, pero nada ha

sido confirmado. Desde ya esperamos oir buenas nuevas proximamente.

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