Revista Economia Critica 1

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Critica económica

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  • Si la ciencia no quiere degenerar en un simple conglomerado de hiptesis ad hoc, debe adquirir rasgos filosficos, y tiene que

    hacerlo a travs de la crtica a sus propios fundamentos

    Alfred North Whitehead (1925): Science and the Modern World, McMillan, Nueva York, p. 25

  • PRESENTACIN

    La presentacin del nmero 1 de la Revista de Economa Crtica supone param, y tambin para todo el colectivo que se encuentra tras este proyecto, un moti-vo de gran satisfaccin. Con este primer nmero comenzamos una andadura y uncompromiso de hacer una revista crtica, cientfica y rigurosa. Este hecho es, poruna parte, una necesidad en un pas en el que todas las publicaciones que existense desenvuelven dentro de la rbita de la economa convencional y en el que elpensamiento crtico no tiene cabida, como si ste no existiera. Pero nada mslejos de la verdad. La aparicin de la revista tiene tras de s un largo camino quese inici en diciembre de 1987 con la celebracin en la Universidad Compluten-se, de la que yo era por entonces decano, de las I Jornadas de Economa Crtica.

    Nos reunimos en aquella ocasin un gran nmero de economistas, bsica-mente profesores de la universidad espaola, que no compartamos los presu-puestos tericos de la economa convencional que domina en el mundo acadmi-co. Pues como dice con gran acierto Alfons Barcel en la introduccin de su libroFilosofa econmica (Icaria, Barcelona, 1992): Es una creencia ampliamenteextendida que la ciencia econmica constituye una disciplina slida, apoyada enpilares robustos y articulada mediante una matematizacin rigurosa. El presentelibro pretende demostrar que tal apreciacin es en buena medida, puro espejismo.Una inspeccin detallada lleva a considerar que gran parte de las proposicionesde la economa terica pueden ser catalogadas como esquemas especulativos sinsostn emprico y sin apoyo en las ciencias vecinas. En consecuencia, si no des-nudo, el Rey anda con muchos rotos y descosidos que no siempre los maquilla-dores profesionales consiguen encubrir. Dicho llanamente: el estado de la econo-ma como ciencia deja mucho que desear.

    Por tanto, con esta disconformidad sobre lo que constituye la vrtebra centralde los estudios de economa actuales se han desarrollado ya ocho Jornadas de Eco-noma Crtica, en las que en todos estos aos se han presentado multitud de ponen-cias y reflexiones, muchas de las cuales han sido de gran altura intelectual. Se hanconstituido sesiones de trabajo especializadas que se han ido consolidando con elpaso del tiempo. A partir de las III Jornadas se han publicado, prcticamente detodas las que se han celebrado, parte de las ponencias presentadas. En unas oca-siones en editoriales, en otras en publicaciones internas de las propias universida-des. Pero la publicacin no ha sido sencilla. En unos casos, por la propia pruden-

  • cia de los diferentes equipos de coordinacin, en los que nos hemos impuesto unnivel de exigencia elevado. En otros casos, por las dificultades que se tienen cuan-do no se comparte los principios predominantes en la economa.

    A este respecto resulta muy ilustrativo lo que dice un premio Nobel de eco-noma, como Myrdal en el libro, en el que se recogen diversos trabajos del autor,Contra la corriente(Ariel, Barcelona, 1980): Uno de los supuestos de mi concep-cin de la ciencia econmica y de su desarrollo es que en cada perodo tiende ahaber un cuerpo de mtodos y teoras que dominan la escena aunque siempre exis-ten algunas desviaciones y, de vez en cuando, algunos rebeldes declarados.

    Aquellos que se adhieren al cuerpo dominante forman la ortodoxia; susobras tienen prestigio, se citan mutuamente y, en general, no mencionan a nadieque no forme parte de este grupo, y menos a los rebeldes- cuando se da el casode algn economista se atreve a poner en tela de juicio mtodos y teoras que tie-nen en comn los economistas ortodoxos. Por ello tienden a quedarse aislados; yno aislados de las otras ciencias sociales. Algunos de los investigadores del gruposon elevados de comn acuerdo a un estado providencial. Pero incluso los milesde compaeros de trabajo menos prominentes alcanzan un estatus por el merohecho de pertenecer a la ortodoxia y trabajar fielmente dentro de sus cauces.

    A la luz de estas palabras, se puede comprender que no resulta fcil la vidaacadmica para los que no pertenecemos a esa ortodoxia, pero an as existimos,aunque intenten acallarnos por todos los medios a su alcance, y lo que ms sor-prende que, aunque seamos minora, sin embargo, parece que molestamos dema-siado, lo que ya es un sntoma de la escasa tolerancia intelectual de la ortodoxia.Sin duda lo ms molesto es que se cuestiona lo establecido, que no tiene unasbases tan firmes como pretenden, por lo que no somos un colectivo nada cmo-do a los conformistas y a los establecidos en el sistema. Por ello, las dificultadesque tambin se dan a la hora de la publicacin, lo que explica la tardanza en sacara la luz una revista de esta naturaleza, pero, sin embargo, necesaria para dar cuen-ta de la diversidad que en el campo de la ciencia econmica se produce.

    La revista como se puede comprender no es un proyecto improvisado, sinoque se encuentra maduro, pues detrs de l se encuentran aos de reflexin, dedebate y de creacin. El ncleo central estar constituido por artculos, sujetos aevaluacin, pero que vendrn acompaados por recensiones de libros, interven-ciones breves que afrontarn temas de actualidad, y citas de grandes economistasque conduzcan a la reflexin y al debate. Los artculos que constituyen este pri-mer nmero son las conferencias que se expusieron el plenario de las VIII jorna-das, celebradas en la universidad de Valladolid a finales de febrero de 2002, yuna seleccin de ponencias, evaluadas por el comit de redaccin, presentadas enlas sesiones especializadas.

    Las intervenciones breves, en este nmero y en los siguientes, estarn deter-minadas, en gran parte, por temticas que no pueden quedar al margen de la dis-cusin de economistas que se consideran crticos, pues estarn referidas cuestio-nes inmediatas y relevantes, como puede ser en estos momentos la guerra contraIrak que quiere perpetrar Estados Unidos, acompaado del Reino Unido y Espa-

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  • a, en una de las ms claras violaciones del derecho internacional y contra la opi-nin mayoritaria de la ciudadana universal. Fuera, por tanto, de la labor ms te-rica o emprica que requiere un trabajo de maduracin a ms largo plazo, se pre-tende no quedar aislados de la realidad ms inmediata, aunque la interpretacinde la misma se encuentre sustentada en un armazn terico y metodolgico cuyabase se asienta en las coordenadas anteriormente expuestas.

    En este nmero, adems, hay un artculo en memoria de Vidal Villa, com-paero recientemente fallecido, que fue no slo uno de los pioneros y puntales delo que ha sido la economa crtica de nuestro pas, sino un referente, tanto por sulabor acadmica, como por su compromiso poltico de lucha y militancia a favorde un mundo ms libre, justo y equitativo.

    Para terminar decir que, como el lector podr comprobar, la economa crti-ca existe en el mundo y en la universidad espaola. Que cuenta, adems, con ungran vigor y atractivo intelectual, pero que no es un bloque monoltico ni muchomenos. Lo que tiene sus indudables ventajas, pero tambin sus inconvenientes.Lo ha puesto de manifiesto Pasinetti en Cambio estructural y crecimiento eco-nmico (Pirmide, Madrid, 1985) y es que mientras la teora econmica margi-nalista tiene una teora unificadora, no sucede lo mismo con lo que pretendenofrecer una alternativa a ese esquema terico. Las alternativas existen, pero no seha conseguido reunirlas a todas ellas en un esquema terico unificador. Por esoes por lo que la economa crtica ofrece tambin sus disparidades y disconformi-dades y dentro de su seno se dan fuertes controversias. Esto tiene sus elementosenriquecedores, debido a que frente al dogmatismo imperante ofrece un ejemplode pluralidad, pero tambin hay que reconocer que frente a la ortodoxia es una desus principales debilidades.

    Carlos BerzosaDirector de la Revista

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  • PONENCIAS

  • Francisco Fernndez Buey*

    DESIGUALDAD Y DIVERSIDAD EN LA GLOBALIZACION

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    Lo caracterstico del capitalismo posmoderno en la poca de la globalizacin ydel imperio nico es que se presenta a s mismo como vencedor de las fuerzas quecausaron el ltimo gran holocausto del siglo XX, pero al mismo tiempo, al afirmarla superioridad de la propia cultura mercantil, quema todo aquello que considera anta-gonista o enemigo, crea otros holocaustos y los presenta ante la propia opinin pbli-ca como necesarios, como respuesta civilizada ante el riesgo de que aparezca en elhorizonte un nuevo Hitler. La paradoja de los nuevos holocaustos es que stos se pre-sentan como una retorsin del principal Holocausto del siglo XX: el capitalismo pos-moderno dice querer hacer modernos a todos los dems, induce en las otras culturasnuevas necesidades y, cuando llega a la conclusin de que estas nuevas necesidadesinducidas no pueden ser satisfechas ms all del mundo de los ricos, quema y des-truye las tradiciones y culturas que no se adaptan a los designios del Imperio.

    Este quemar todo lo otro tiene ahora, en el cambio de siglo y de milenio, dosaspectos: material uno y simblico el otro.

    Materialmente, el Imperio quema todo lo que considera antagnico mediantelas guerras. Identifica reiterativamente lo antagnico con el espectro de Hitler y acontinuacin bombardea todo tipo de instalaciones civiles de aquello que llamaenemigo. As en Bagdad, en Belgrado o en Kabul. En estos bombardeos hanmuerto desde 1991 cientos de miles de personas inocentes, un nmero muchsimomayor que el de los muertos inocentes causados por los distintos tipos de terroris-mo. La ideologa imperial se escandaliza ante los actos brbaros de los otros y ponesordina a las consecuencias de su propia barbarie siempre impulsada por la enormesuperioridad tecnolgica y militar de los Estados Unidos de Norteamrica.

    Simblicamente, el Imperio quema, destruye o confisca algunas de mejorespiezas de las culturas que considera antagnicas o anacrnicas. En su centroquema y destruye indiscriminadamente cada ao muchos ms libros que los quequem y destruy la Inquisicin a lo largo de la historia. En este caso lo hace por

    * Profesor de la Universidad Pompeu i Fabra de Barcelona

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    razones exclusivamente mercantiles: para liquidar stocks, ahorrar en almacenes ylimitar la competencia editorial. En las provincias, la cultura imperial afirma susuperioridad mofndose de las otras culturas y humillndolas: invade los desiertosde frica con las naderas de la Pars-Dakar; prostituye todo aquello que no entraen la divisin internacional del trabajo; se beneficia de la nueva esclavitud; impo-ne la coca-cola en lugares en que falta agua o el agua est contaminada; subastacon arrogancia, en Londres o Nueva York, las mejores piezas de las culturas pre-colombinas; se apropia de las medicinas tradicionales de los pueblos indgenas deAmrica, frica y Asia y luego las patenta para vendrselas, a precios desorbita-dos, a los descendientes de los que las crearon; deja sin espacio en nombre de lareligin del petroleo a los pueblos que han vivido en armona con la naturalezadurante siglos y dice que lo hace en nombre de la conciencia ecolgica planetaria;destruye agriculturas de siglos e impone cultivos cuyos beneficios van a parar alas transnacionales de la agroindustria; obliga a emigrar a millones de personas yluego niega la libertad de circulacin a los que tienen que emigrar.

    Con motivo de los atentados del 11 de septiembre algunas personas sensi-bles, pocas, se han preguntado en EE.UU por qu hay tanto odio en el mundocontra la civilizacin que cree representar el Imperio. La respuesta es sencilla. Setrata de la extensin de la pobreza, del hambre, de las enfermedades y de la escla-vitud. El capitalismo posmoderno ha convertido el mundo en una pltora mise-rable y presenta esto, contra la evidencia, como el mejor de los mundos posibles.El capitalismo posmoderno exalta la violencia en sus medios de comunicacin yluego interviene violentamente para combatir la violencia que l mismo ha indu-cido. Llama fundamentalismo a la desesperacin de los otros y oculta el funda-mentalismo propio. De ah surgen varios holocaustos selectivos y est surgiendouna nueva especie de macartismo global.

    2Para contestar a la pregunta de las personas sensibles y, de paso, hacerse una idea

    de lo que quema el capitalismo posmoderno lo mejor es tomar conciencia de cmoviven los pobres en la mayora de los pases de frica, Asia y Amrica Latina y luegocomparar eso con lo que se anuncia y publicita (relojes, joyas, perfumes, vestidos,hoteles, residencias etc.) en las revistas que reparten gratuitamente las compaas are-as en sus vuelos internacionales. Una vez hecha la comparacin, salen sobrando losdiscursos ideolgicos sobre la guerra de civilizaciones. Quien despus de comparartodava siga diciendo que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que el siste-ma occidental es exportable a los cinco continentes es que no tiene sensibilidad.

    El capitalismo posmoderno ha agudizado la concentracin de la riqueza enpocas manos, lo cual contrasta con la extensin de la pobreza en los cinco conti-nentes. La miseria, el hambre, los trabajos forzados y la esclavitud condenan dia-riamente a la muerte a cientos de miles de nios mientras, a pocos kilmetros dela muerte, reinan la abundancia y el despilfarro. Las diferencias de todo tipo entre

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    las zonas ricas y los pases empobrecidos siguen aumentando en un mundo domi-nado por las polticas llamadas neoliberales. La situacin de la cuarta parte de lahumanidad es ahora peor que hace veinte aos.

    Los bienes que poseen las 400 personas ms ricas del mundo equivalen al 45%del ingreso de toda la poblacin pobre del planeta. El ingreso per cpita del conjun-to de los pases empobrecidos es del orden del 6% del que tienen los pases ricos. Elnmero de pobres aumenta en el mundo a un ritmo de casi medio milln por sema-na; aproximadamente 1.300 millones de personas estn viviendo con un dlar dia-rio; 14 millones de nios mueren cada ao a consecuencia de enfermedades fcil-mente evitables en la parte rica del mundo. Un tercio de la poblacin de la antiguaURSS vive ahora por debajo del umbral de pobreza y la situacin sanitaria ha empe-orado patentemente en los ltimos cinco ltimos aos, pese a lo cual buena parteparte de los medios comunicacin occidentales sigue difundiendo un tpico eufori-zante sobre los beneficios del hundimiento del socialismo en aquella regin. Casi lamitad de los latinoamericanos vive en la pobreza y casi cien millones de ellos nocuentan con los recursos necesarios para una alimentacin adecuada. Mientras 170millones de latinoamericanos suspiran por tener una vivienda en condiciones dignaslos Estados Unidos de Norteamrica planteaban en la Conferencia de Nairobi, hacepocos aos, que el concepto del derecho a una vivienda adecuada debe ser elimi-nado de todas la declaraciones internacionales.

    La consecuencia de esto es quemar vivos a cientos de miles de personas.El nmero absoluto de desnutridos en el mundo se ha duplicado en las lti-

    mas dcadas. Hay ms de ochocientos millones de personas desnutridas en los pa-ses pobres y varios millones ms en los pases desarrollados. Con motivo del DaMundial de la Alimentacin, las organizaciones no-gubernamentales Bread forthe World (Pan para el mundo) y Accin contra el Hambre revelaron lossiguientes datos: treinta y seis millones y medio de personas mueren al ao porfalta de alimentos; 840 millones de personas padecen hambre (200 millones deellos, nios). Los representantes de la FAO dicen que esta situacin es inacepta-ble, pero el portavoz de los EEUU en la cumbre mundial se opuso a la universa-lizacin formal del derecho de los hombres del mundo a una alimentacin sana yadecuada. Mientras los documentos oficiales de la FAO afirman que los alimen-tos no deberan utilizarse como instrumento de presin poltica las NNUU impo-nan el embargo a Irak con consecuencias nefastas para las gentes de aquel pas.

    Esto equivale a quemar vivos a cientos de miles de personas. Y el escnda-lo resulta aun ms patente cuando se sabe que, al mismo tiempo, aumenta elnmero de obesos en la parte alta del mundo: casi cien millones en los EEUU.

    3La geografa de la pobreza y del hambre prolongada en el mundo se ha

    ampliado. No slo el frica subsahariana, tambin el sur de Asia, buena parte deAmrica Latina y el Caribe y una parte de la Europa oriental completan hoy en

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    da aquella geografa. La divisin internacional del trabajo, impuesta por lasgrandes empresas transnacional, acelera la fusin apresurada de los males delatraso y del subdesarrollo con los males del industrialismo acelerado, o, lo quees lo mismo, sin apenas resistencia cultural. Y hay que aadir, adems, que lascifras macroeconmicas, en concreto aquellas que hacen referencia al crecimien-to porcentual de la economa de las naciones y los estados, frecuentemente enga-an sobre esto. Un crecimiento econmico por encima del 2% no ha impedidoque el nmero de pobres siga aumentando en algunos de los pases que lo hanexperimentado, como Honduras y Argentina (pero tambin Estados Unidos deNorteamrica, el Reino Unido o Nueva Zelanda).

    Por otra parte, el dumping alimentario, o sea, la prctica competitiva y mer-cantilista consistente en vender un producto por debajo del precio que lleva en elmercado del pas que lo produce, o incluso por debajo de su coste de produccin,se ha hecho cada vez ms frecuente. Esto suele tener como consecuencia la repe-ticin anual de un espectculo escandaloso: mientras se difunden en los mediosde comunicacin de los cinco continentes datos abrumadores sobre las hambru-nas que sufren las gentes en muchos lugares del mundo, en otros sitios, a vecesprximos, se destruye, se quema o se deja perder, por razones exclusivamentemercantiles, cientos de miles de toneladas de alimentos que podran haber servi-do, en cambio, para salvar vidas humanas. Lo que se llama el libre mercadoobliga cada ao a quemar o destruir alimentos en los pases ricos para cumplircon cuotas que han sido establecidas no en funcin de las necesidades de las gen-tes sino atenindose a la ms rgida lgica del beneficio y a las frreas leyes dela competicin entre ricos.

    Se dice que la pobreza de hoy viene de la pobreza de ayer. Pero esto es falso.Es falso en el caso de los pases del Este de Europa y es falso tambin para elcaso de muchos pases del llamado Tercer Mundo. Hay que precisar que no todaslas economas de muchas de estas zonas (africanas, asiticas, latinoamericanas yeuropeas) eran propiamente pobres, en su contexto geogrfico, hace algunasdcadas. Al contrario, eran zonas relativamente ricas en recursos agrcolas yminerales que se han visto progresivamente empobrecidas primero por la explo-tacin colonial y neocolonial de sus recursos y despus, todava ms acentuada-mente, por la prdida de valor de estos recursos en el mercado internacional, porla desigualdad en la distribucin de la riqueza o por el colapso de los sistemas derelaciones sociales en que han vivido sus pobladores durante algn tiempo. Haypases africanos, al sur del Sahara, y pases latinoamericanos, en Centroamrica,habitualmente calificados de pobres, en los que el contraste entre el lujo de losgobernantes y la miseria de la gran mayora de los gobernados se ha hecho insul-tante en esta ltima dcada.

    En muchos de estos pases los campesinos se han visto obligados a cambiarsus cultivos en las ltimas dcadas. Tambin eso tiene que ver con la generaliza-cin de la economa capitalista de mercado. En buena parte del mundo hoy empo-brecido los cultivos tradicionales (arroz, cereales, azcar, caf) han de dejado deproducir una rentabilidad mnima. Tambin en esto la racionalidad del campesi-

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    no del Tercer Mundo es de la misma especie que la racionalidad del empresariodel primer mundo. Esto ha empujado a muchos campesinos del mundo a dedi-carse al cultivo de drogas varias. Un campesino colombiano que quisiera cultivaruna hectrea de tierra en propiedad con productos tradicionales poda obtener,con una buena cosecha y eligiendo bien su produccin, unos 500 dlares anua-les. Con una hectrea cultivada de coca ese mismo campesino puede ganar hoyen da 5.000 dlares.

    Para ver el crecimiento de las desigualdades hay que mirar el mundo desdeabajo. Desde arriba eso no ve o se ve slo espordicamente. Llamar la atencinsobre esto es, en mi opinin, la primera tarea del economista crtico.

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    La segunda es poner de manifiesto que en el plano medioambiental el capi-talismo posmoderno de este inicio de siglo contribuye a destruir continuamentela biodiversidad, la diversidad de la vida en el planeta. Y que tambin esto tienerelacin con el aumento de las desigualdades. Aunque cuantitativamente la mayo-ra de los gases que envenenan la atmsfera y de los residuos que envenenan lasaguas se producen y emiten en el mundo rico o por las transnacionales del mundorico, las disfunciones en el medio ambiente, que son globales (se prev que latemperatura de la Tierra subir entre uno y tres grados para el ao 2010 y que elnivel del mar crecer alrededor de 50 centmetros), afectan de forma cada vezms peligrosa a los pases empobrecidos en sus manifestaciones locales y msinmediatas. Sobre todo porque, en stos, se superponen ecosistemas frgiles,endeudamiento crnico, descapitalizacin permanente y ausencia de legislacincorrectora ante la invasin de las tecnologas de mayor riesgo.

    Desde hace ms de veinte aos la transferencia, desde los pases ricos a lospases empobrecidos, de industrias y producciones con alto riesgo medioambien-tal y para la salud de las poblaciones humanas ha ido en aumento. A ello se une latransferencia de residuos y basuras que en los ltimos aos afecta cada vez ms apaises africanos, asiticos y del este de Europa. Hace pocas semanas apareca enlos medios de comunicacin un informe sobre cmo Rusia se ha ido convirtiendoen un estercolero industrial durante los ltimos aos. Y hace pocos meses el Infor-me Yana Curi (auspiciado por Medicus mundi) denunciaba el impacto de la acti-vidad petrolera en la salud de las poblaciones rurales de la Amazonia ecuatoriana.

    En tales condiciones, sin embargo, la industria del carbn y del petrleo delos EEUU lanzaba a mediados de los noventa una campaa contra las conclusionesdel Informe de las NNUU sobre la influencia humana en el cambio climtico queinstaba a los Estados a economizar energa y a reducir las emisiones de gases CFCy CO2 por lo menos al mismo nivel de 1990. Es sintomtico el que la estrategiapara retrasar la aplicacin de los acuerdos del Tratado sobre Cambios Climticosaprobado en 1992 est ahora liderada por las mismas fuerzas econmico-polticasque desencadenaron ayer, con las consecuencias que conocemos, la guerra del

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    golfo Prsico. E igualmente sintomtico el que en esto y aquello el centro del Impe-rio haya pasado de la intolerancia de un Bush a la miopa de otro Bush.

    Las desigualdades existentes en el mundo actual resaltan todava ms por latransferencia constante (de Norte a Sur y de Oeste a Este) de formas consumo yculturales, por lo general inducidas, que son completamente ajenas a las culturastradicionales de los pases de frica, Asia y Amrica Latina. Como escribi haceunos aos Joaquim Sempere, estamos ante una explosin de las necesidades.En la mayora de los casos el paso acelerado, e inducido desde el exterior, desdesociedades tradicionales (relativamente pobres en necesidades) a sociedades encuyas lites dominan consumos imitativos de los occidentales no ha ido acompa-ado por la creacin de las condiciones materiales para la generalizacin de talesconsumos y formas de comportamiento. Esto es algo que se puede observar hoyen da lo mismo en las zonas deprimidas de frica y de Asia que en buena partede los pases centroamericanos, de Amrica del Sur, en las repblicas de la CEIy en varios pases de la Europa oriental. Esto est en la base de dos fenmenosparalelos: la aceleracin de los procesos migratorios y la difusin de lo que suelellamarse integrismo o fundamentalismo. Por una parte, el constante deterio-ro medioambiental de las regiones empobrecidas y el consumismo inducido, ade-ms de otros factores sociopolticos, impulsan a emigrar a muchsimas personas.Por otra parte, entre los que se quedan crece el desencanto ante la modernidadoccidentalista importada, mostrada pero no realizada. Como ha puesto de mani-fiesto Amin Maalouf, es por ah por donde hay que buscar la causa de la involu-cin religiosa que se est produciendo en el mundo islmico (desde Argelia yMarruecos hasta Egipto, Irn, Arabia Saud y las antiguas repblicas de la CEI).

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    Una de las consecuencias ms sangrantes del aumento de las desigualdades laencontramos en la conjuncin de viejas y nuevas enfermedades en el mundo actual.En la poca del triunfo de la medicina cientfica, que se dice, varias enfermedades tra-dicionalmente vinculadas al subdesarrollo, y que parecan definitivamente erradica-das, rebrotan todava en las barriadas populares de las megaurbes. El caso ms cono-cido y ms mencionado en los congresos cientficos es el de la tuberculosis. Pero noes el nico. Algo parecido ocurre con la poliomielitis y con el dengue. El dengue, unaenfermedad endmica, durante algn tiempo olvidada, y que es provocada por elmosquito aedes aegypti, conocido en Latinoamrica como patas blancas, ha vueltoa causar una gran mortandad en los ltimos ltimos aos en Centroamrica y en laIndia. La Organizacin Mundial de la Salud calcula que unas 30.000 personas, lamayora de ellas nios, fallecen cada ao en el mundo como consecuencia de los efec-tos de la variante ms grave de esta enfermedad, el dengue hemorrgico.

    La contaminacin de las aguas y la falta de higiene son factores medioam-bientales bsicos en la transmisin de la enfermedad. Las gentes de los lugaresprincipalmente afectados esperan todava de la medicina cientfica el desarrollo

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    de una vacuna activa. Pero se da la circunstancia de que el coste del desarrollo yproduccin de nuevas vacunas en los ltimos tiempos ha aumentado tanto que eldesfase, tambin en esto, entre naciones ricas y pases empobrecidos se ha hechoinsuperable en el actual modelo socioeconmico.

    Enfermedades nuevas, como el sida o la causada por los brotes recurrentesdel virus bola, o la encefalopata espongiforme, conocida como mal de lasvacas locas (la enfermedad de Creutzfeldt-Jacob) ponen de manifiesto la uni-lateralidad de una civilizacin productivista y mercantilista que no acaba de serconsciente de la crisis que est produciendo.

    Una de las cosas ms dramticas que ha puesto de la manifiesto la extensin dela epidemia del SIDA en los ltimos tiempos es la indefensin en que se encuentran,ante un virus ajeno y desconocido, culturas que conciben el sexo de una manera dis-tinta de la occidental. En esos casos la uniformizacin cultural inducida y, sobretodo, el turismo sexual generalizado, la prostitucin mundial, estn actuando de unaforma muy parecida a la que se produjo con el imperialismo ecolgico del sigloXVI, en la poca del descubrimiento de Amrica. Los datos recientes de la distribu-cin de la epidemia son reveladores: el noventa por ciento del total de los afectadosvive hoy en pases subdesarrollados. El continente africano -con la excepcin de lazona norte- sigue siendo la zona ms afectada del Planeta. En Zaire, Zambia, partede Kenia, Tanzania, Zimbawe, Malawi y Sudfrica la situacin es terrible.

    A pesar de la victoria reciente contra los intereses de las multinacionales,muy pocas personas de Asia y frica podrn contar ya con los frmacos produci-dos por los ltimos avances de la medicina en el combate contra la enfermedad. Yello por razones estrictamente econmicas. Ya la decimoprimera Conferenciamundial sobre el SIDA, celebrada en Vancouver (Canad) constataba al mismotiempo la aparicin de frmacos capaces de frenar el virus y la ampliacin, tam-bin en esto, de la brecha entre mundo rico y mundo pobre. Los precios de los nue-vos frmacos, establecidos por la industria farmacutica, son prohibitivos para losdesheredados. El lema oficial de aquella Conferencia, Un mundo, una esperanza,provoc la rplica paralela de dos personas conscientes de lo que representa real-mente esta brecha: Khaterine Nyirenda, natural de Zambia, muy enferma ya, yJonathan Man, antiguo responsable del primer programa del sida de la Organiza-cin Mundial de la Salud. Ambos dijeron: Slo hay un mundo en los mapas geo-grficos; para las expectativas de vida de las personas hay dos. Desde entoncesla OMS viene llamando la atencin sobre el hecho de que el alto coste de los tra-tamientos de las personas afectadas por el SIDA est llevando a algunos fabrican-tes a desentenderse del desarrollo de vacunas porque difcilmente podran renta-bilizarlas en los pases pobres donde reside la mayora de los afectados.

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    Hace un ao Kevin Bales, profesor del Instituto Roehampton, en la Univer-sidad de Surrey, calcul que en la actualidad hay en el mundo ms de 27 millo-

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    nes de esclavos en el sentido propio de la palabra, es decir, una cantidad superioral total de los africanos que fueron trasladados a Amrica durante el trfico tran-satlntico de esclavos. El novelista britnico Barry Unsworth, autor de Hambresagrada, ha puesto el dedo en la llaga cuando dijo que el espritu que anim latrata de negros en el siglo XVIII sigue vigente todava en nuestro mundo. Si lapalabra tolerancia naci en el siglo XVI en relacin con las casas de putas, latolerancia occidental de este fin de siglo, que tolera lo intolerable, tiende ahacer la vista gorda, en beneficio de los propios, ante la universalizacin de laesclavitud y de la prostitucin en el mundo pobre. Toda la cultura de la izquierda(socialista, comunista y anarquista) que un da levant la bandera de abolicinde la prostitucin se ha venido abajo. Prueba de ello es que hoy en da, cuandose habla de esta forma de servidumbre, que mueve miles de millones de dlares,ni se menciona a los usuarios ni se dedica una palabra a las causas de la deman-da. Se discute a lo sumo si tiene que seguir siendo un negocio subterrneo o hayque legalizar el trfico.

    El lmite entre la esclavitud propiamente dicha y la servidumbre es hoy muylabil. En la poca de la universalizacin del mercado libre, que dicen, hay ms desetenta millones de nios, en edades comprendidas entre 10 y 14 aos, obligadosa trabajar en condiciones deplorables, violando todos los derechos. La mayorade estos nios viven en Asia, en frica y en Amrica Latina, pero tambin enEuropa. Slo en Amrica Latina hay 17 millones de nios trabajando, algunos deellos desde los 5 o 6 aos. Todos los expertos coinciden en denunciar la causaprincipal: la pobreza de los pases en que estos nios viven; una pobreza acen-tuada en los ltimos tiempos por las polticas de ajuste que reducen los gastossociales y obligan a las poblaciones ms pobres al slvese quien pueda.

    Se ha hecho casi cotidiana la imagen del nuevo esclavo en las minas de Bra-sil, del nio o la nia prostituidos en Asia o en Amrica Latina, del nio sopor-tando pesados ladrillos o fabricando alfombras en Pakistn y en otros pases.Hace slo unos aos la Federacin Internacional del Textil, Vestuario y Cuerodenunci la existencia de cientos de miles de nios que, en Pakistn, la India yNepal, son obligados a trabajar, durante jornadas de hasta 16 horas diarias, en lafabricacin de alfombras que luego se venden en los pases ricos de Occidente.Mientras, en la otra parte del mundo, en la nuestra, consumimos muchos de losproductos de ese trabajo esclavo a precios increblemente bajos sin preguntarnos,en la mayora de los casos, como eso es as. Y las agencias de viaje empiezan ahacer su agosto con el turismo sexual euro-norteamericano a los pases empo-brecidos.

    La Conferencia Episcopal brasilea ha denunciado repetidas veces la exis-tencia de esclavos en la regin amaznica. Se calcula que en los ltimos diezaos puede haber habido cuarenta mil casos de trabajo esclavo slo en las pro-piedades rurales del sur de Par. La mayora de ellos no fueron denunciados a lasautoridades. Formalmente se trata de trabajo asalariado: en el tiempo de tala ylimpieza de pastos se ofrece a trabajadores muy jvenes unas cinco pesetas men-suales; pero luego se les dice que han gastado en alimentacin ms de lo que

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    Desigualdad y diversidad en la globalizacinFrancisco Fernndez Buey

    ganaron y los patronos silencian las protestas contratando a pistoleros que obli-gan a los contratados a seguir trabajando contra su voluntad. Segn las revela-ciones de un sacerdote de la comarca de Ro Mara, centinelas armados vigilanda a noche para que los esclavos no se fuguen: ha habido numerosos asesinatos,entierros clandestinos y un nmero indeterminado de esclavos desaparecidos.

    As, extendiendo la pobreza y el hambre, mercantilizando la medicina yrenovando la esclavitud y la servidumbre, se quema hoy todo lo otro, todo lo queno cabe en la lgica productivista y consumista de un sistema que se presenta as mismo, eufricamente, como civilizador.

    7Los datos son tan abrumadores como agobiantes. As que no voy a seguir

    con la demagogia de los hechos. No siendo economista, me atrevo a decir que,en esta situacin, el economista crtico debera ser sensible por igual al aumentode las desigualdades socioeconmicas, a los ataques a la biodiversidad implica-dos en la crisis ecolgica global y a los ataques a la diversidad cultural de la espe-cie implicados en el uniformismo que trae la globalizacin actual.

    Ninguna de estas tres cosas es completamente nueva. Lo nuevo es la formaque ha tomado la aceleracin del proceso de mundializacin en la poca del impe-rio nico. Creo que se puede y se debe tratar cada uno de estos temas analticamen-te, por separado y en profundidad. Y muy probablemente esto es lo se har en lasponencias y discusiones de estas Jornadas. Pero no estar de ms decir desde elprincipio que si queremos ver el mundo desde abajo y si aspiramos a otro mundoposible y mejor necesitamos tener constantemente en el horizonte de nuestras preo-cupaciones las tres cosas bien juntas. Necesitamos respuestas para estos tres gran-des grandes retos: reducir las desigualdades sociales, respetar la biodiversidad yentender que la diversidad cultural es clave en una poca de grandes migraciones.

    Probablemente para eso hace falta renovar el espritu de la utopa moderna.Suelen decir los filsofos occidentales que la poca de las utopas ya pas. Y pro-bablemente tienen razn en el sentido de que los ricos, bienestantes y asimiladosno necesitan utopas. Les basta con lo que hay socialmente y con el control de latecnociencia. En realidad los ricos y bienestantes no han necesitado nunca utop-as. stas han surgido histricamente de las necesidades de la humanidad sufrien-te. Por eso afirmar que ya no hay utopas porque no las produce la filosofa ins-titucional dominante en el centro del imperio es un contrafctico. Basta con mirarhacia otro lado, hacia las culturas y movimientos alternativos.

    El espritu de la utopa moderna, el espritu de More, sigue presente en losmovimientos sociales alternativos. El espritu de las utopas fourierista y cabetia-na sigue presente en las comunidades ecopacifistas restringidas que bosquejanotra forma de vida distinta de la del industrialismo productivista, en armona conel medio natural, y reaparece en no pocos de los movimientos okupas que denun-cian en Europa el problema de la vivienda en unos trminos no muy distintos a

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    los que empleaba Friedrich Engels en su poca. El espritu de la utopa reaparece, explcitamente afirmado como encuentro entre

    tradiciones emancipatorias, en los filsofos y telogos latinoamericanos de la libera-cin, en la tica de la liberacin de Enrique Dusel o en los ltimos escritos de Leo-nardo Boof sobre la tica del cuidado, por ejemplo, pero tambin en muchos de lostextos resistenciales de las comunidades indgenas de Mxico, de Ecuador, de Per, deBrasil, que dan un nuevo sentido a la vieja palabra: dignidad, dignidad del hombre.

    El espritu de la utopa sigue presente en muchas de las reflexiones y pro-puestas actuales de las corrientes radicales del movimiento feminista (vase,como ejemplo, el libro de Lucy Sargisson, Contemporary Feminist Utopianism.Routledge, 1996). No es ninguna casualidad que as sea, puesto que el feminis-mo radical , de orientacin igualitaria y empeado en una ampliacin drstica delo que hemos llamado derechos humanos, representa ahora uno de los retos msslidos a toda tica tradicional., como reconoca hace poco James P. Sterba enThree Challenges to Ethics (Oxford University Press, 2001).

    El espritu de la utopa sigue vivo en el pensamiento holstico-prospectivo quearranca, precisamente, de la autocrtica de la ciencia contempornea, pero que norenuncia a toda ciencia, a la vocacin cientfica del hombre contemporneo, sino queintegra, en esta autocrtica, las lecciones de Goethe y de Hlderlin proclamando queall donde est el peligro puede estar, tambin, la salvacin. El espritu de la utoparetornaba con los primeros informes del Club de Roma, con el sistemismo irenista degrupos prospectivos que se inspiran en los trabajos de Boulding y de Galtung, con elmarxismo clido de Adam Schaff, autor de uno de los ltimos informes al Club deRoma (discutible s, cmo no?), o en el ecologismo social consecuente de BarryCommoner y de sus seguidores, que han llamado la atencin de la humanidad sobretcnicas y formas de vida alternativas a las de la industria nuclear y la megatcnica.

    Ya en la dcada de los noventa del siglo pasado el espritu de la utopa hatomado la forma afirmativa del coraje moral en tiempos difciles. Y ello, porejemplo, en un hombre, Bruno Trentin, que ha tenido durante cuatro dcadas unavivencia directa, difcilmente igualable, de la lucha poltica y sindical alternati-va en Italia. Menos nmeros, ms ideas, escriba Trentin no hace mucho pro-pugnando una nueva forma, humanstica, de entender el economizar. Il coraggiodella utopa es precisamente el ttulo de esta reflexin de Trentin.

    Y todava ms recientemente el espritu de la utopa reaparece en un mbi-to en el que uno no esperara encontrarlo, el del marxismo que se ha llamado ana-ltico. El ao pasado el socilogo Erik Olin Wright titulaba significativamentePropuestas utpicas reales una reflexin sobre las actuales iniciativas (algunasde ellas vinculadas tambin a los movimientos sociales) para reducir la desigual-dad de ingresos y riqueza (Contemporary Sociology, enero de 2000, reproducidoen Razones para el socialismo, Paids, Barcelona, 2001). Y analizaba, en esecontexto, tres propuestas que se estn discutiendo mucho en los ltimos tiempos:el subsidio nico a todos los ciudadanos al llegar la mayora de edad, el ingresobsico universal incondicional y una forma especfica de socialismo de mercadobasada en la distribucin igualitaria sostenida de acciones.

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    No voy a entrar aqu en la discusin, por lo dems interesante, de si hay que con-siderar estas ltimas propuestas (referidas casi exclusivamente a las sociedades eco-nmicamente ms desarrolladas de Occidente) como utopas en la acepcin peyora-tiva que la palabra tena para el marxismo clsico o ms bien como utopas concre-tas en el sentido de Bloch. Tengo mis objeciones a cada una de estas propuestas. Perome limitar a decir aqu que estos enfoques, salidos de las investigaciones de Philip-pe van Parijs, Robert van der Veen, John Roemer, Jon Elster, el propio Olin Wright yGerald Cohen refutan la afirmacin habitual de que ya nadie escribe utopas, de quese ha acabado la poca de las utopas referidas al mbito socioeconmico.

    El espritu de la utopa ha reaparecido en el fenmeno ms significativo deeste cambio de siglo, que ha sido el rpido desarrollo del llamado movimientoantiglobalizacin cuyas movilizaciones en Seattle, Praga y Gnova han alcanza-do una repercusin mundial. Aun es pronto para entrar a valorar la utopa que elmovimiento antiglobalizacin lleva en su seno. Pero hay en l varios sntomasesperanzadores que conviene subrayar.

    El primero de estos sntomas es el crecimiento de la conciencia de que parahacer frente a los peores efectos de la globalizacin neoliberal hay que superar laautomizacin de los otros movimientos sociales alternativos y establecer unaestrategia global de actuaciones tambin a nivel mundial. En este sentido el movi-miento antiglobalizacin se perfila como un movimiento de movimientos, comouna red de redes en distintos mbitos geogrficos.

    El segundo sntoma esperanzador es que, habiendo surgido en los pasesricos del planeta (Estados Unidos de Norteamrica y la Unin Europea princi-palmente), el actual movimiento antiglobalizacin por el acento en la crtica delas desigualdades que perjudican mayormente a las poblaciones de los pases defrica, Asia y Amrica Latina. De este modo el movimiento antiglobalizadorenlaza bien con las principales resistencias, protestas y movilizaciones de los pa-ses y pueblos perifricos, en particular con las experiencias organizativas deChiapas y Porto Alegre y con las propuestas del Foro Social Mundial.

    Por el momento lo que puede decirse ya es que el movimiento antiglobali-zacin constituye la forma de expresin ms potente del malestar cultural que haproducido la posmodernidad capitalista en la poca del Imperio nico. El queeste movimiento llegue a pasar de la fase resistencial (de la tica de la resisten-cia) a las propuestas programticas alternativas depender principalmente de laforma en que logre conciliar las distintas tradiciones emancipatorias que seadvierten en su seno y coordinar as las inevitables diferencias culturales que laglobalizacin alternativa conllevan.

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    En lo que respecta precisamente al reconocimiento de la diversidad cultural,habr que superar un par de obstculos. El primero de estos obstculos es la par-cial idealizacin de la visin de los vencidos explcita, por reaccin polmica

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    y por remordimiento, en el discurso del indio metropolitano y en varias de lasorientaciones actuales de los estudios culturales y postcoloniales: la atribucin ala propia cultura, por autoinculpacin, de hbitos y costumbres negativos que noson predicables de la generalidad de los miembros de la misma o que, en algncaso, ni siquiera fueron histricamente propios (un ejemplo interesante de esto esel relativo a la scalpacin). Todo genocidio realizado o frustrado va acompaado,antes o despus, por cierto sentimiento colectivo de culpa. Y la antropologa cul-tural, que ha nacido con el colonialismo, tambin tiene a veces esta derivacin,contraria, en la actualidad (por eso los antroplogos pueden ser a la vez, entrelos cientficos sociales, los ms comprensivos de los peores hbitos de otras cul-turas y los ms dados a la idealizacin del otro, de la alteridad).

    Ayuda en este asunto la lucidez tico-poltica del exiliado contemporneocon doble identidad, en la medida en que su propia experiencia est operando noslo como fundamento de la conciencia de especie, sino tambin en favor de lasuperacin de la conciencia histrica de culpa en la cultura occidental. Pienso aeste respecto en algunas de las obras de Tahar Ben Jelloun, de Amin Maalouf, deEdward Said. En el caso de Ben Jelloun, por la radicalidad con ha expresado loslmites de nuestro concepto de tolerancia cuando se vulnera la justicia y la digni-dad del ser humano. En el caso de Maalouf, por el nfasis con que ha defendidola nocin de reciprocidad de los reconocimientos en el encuentro entre cultu-ras, al plantear que la reciprocidad es una especie de contrato moral que funda elderecho a criticar al otro con ojos limpios. Y finalmente, en el caso de Said, porlos matices con que ha presentado tanto la idea de entrecruzamiento culturalcomo la nocin de lectura contrapuntista de textos de diferentes culturas que nosuelen ponerse en relacin.

    El segundo de los obstculos a considerar es la dificultad terica y prcticade adaptar, en muchos de nuestros pases, la poltica liberal ilustrada de la digni-dad universal para dar cabida en ella a las demandas de la poltica de la diferen-cia expresadas por las minoras, sin entrar directamente en contradiccin con elprincipio bsico de igualdad. Uno de los problemas que han de afrontar las socie-dades europeas es cmo seguir manteniendo el principio universal de no discri-minacin de los individuos respetando al mismo tiempo la identidad de las cul-turas, esto es, sin constreir a las personas para introducirlas en un molde homo-gneo que no les pertenece de suyo.

    Este problema, suscitado inicialmente en Canad y en los Estados Unidos deNorteamrica, se hace agudo en la mayora de los estados-nacin europeos por lasuperposicin, que se da en ellos, de las viejas diferencias histricas entre nacio-nalidades o regiones y de las nuevas diferencias en curso, derivadas de los flujosmigratorios recientes.

    En tales condiciones, parece obvio que no basta ya con la discriminacin ala inversa (o positiva) como medida temporal para nivelar gradualmente la ante-rior ceguera ante la diferencia y favorecer as la simple supervivencia de lasminoras. Se necesita algo ms. Los estados tienen que enfrentarse a la vez condos tipos de exigencias: el reconocimiento del valor de las culturas histricas que

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    han entrado en la conformacin del correspondiente estado-nacin y el reconoci-miento del valor de las culturas de los inmigrantes recientes que quieren conser-var la propia identidad en el pas de adopcin. El asunto, verdaderamente difcil,ante el que se debate ahora la Unin Europea, es este: si es posible y hasta qupunto lo es (y, en ese caso, cmo) trasladar al mbito del derecho la presuncinmoral del valor igual de las culturas que se encuentran y a veces chocan entreellas, teniendo en cuenta, adems, las diferencias de situacin entre los estados ylas diferentes polticas respecto de la emigracin que se han seguido desde ladcada de los sesenta.

    9En cuanto a los retos implicados en la crisis ecolgica global y a la defen-

    sa de la biodiversidad, hay que decir que propuestas positivas empezaron a cua-jar desde el Forum Alternativo de Brasil, en 1992. Lo que se anuncia ah podrallamarse la ecologa poltica de la pobreza, la cual se caracteriza desde entoncespor cuatro rasgos:

    1 Propone una rectificacin radical del concepto lineal, ilustrado, de pro-greso;

    2 Descarta el punto de vista eurocntrico (luego euro-norteamericano) queha caracterizado incluso las opciones econmico-sociales tenidas por ms avan-zadas en el ltimo siglo;

    3 Avanza una reconsideracin de la creencia laica basada en la asuncin dela autocrtica de la ciencia contempornea y en la crtica del complejo tecnocien-tfico que domina el mundo;

    4 Solicita un dilogo entre tradiciones de liberacin o de emancipacin enlas distintas culturas histricas para avanzar hacia nuevo humanismo, hacia unhumanismo atento a las diferencias culturales y respetuoso del medio ambiente.En este sentido la ecologa poltica de la pobreza enlaza bien con lo que se ha lla-mado teologa de la liberacin, aunque pide a sta que no acente su particulari-dad religiosa sino que, precisamente en nombre de las necesidades socioecolgi-cas, se abra a las otras creencias no especficamente religiosas, esto es, que sehaga filosofa (laica) de la liberacin.

    Adems, la ecologa poltica de la pobreza no slo se opone el industrialis-mo desarrollista que ha sido caracterstico del capitalismo histrico, sino tambina la utilizacin mercantil del ecologismo. Y argumenta en este punto que, comoera de esperar en un mundo dominado por el mercado y por el fetiche del dine-ro, la produccin supuestamente ecolgica, meramente conservacionista o bie-nintencionadamente ecolgica (que de todo hay), corre el peligro de convertirseen negocio de unos cuantos, en beneficio privado, en pasto de la publicidad y enocasin para el llamamiento a un nuevo tipo de consumismo. Constata que lalnea verde del sistema productivo capitalista empieza a cotizar en la Bolsa devalores mercantiles, porque lo verde vende.

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    La ecologa poltica de la pobreza hace observar que se est abriendo unnuevo flanco en el enfrentamiento entre pases ricos (muy industrializados y muycompetitivos) y pases empobrecidos (cada vez ms identificados con las reser-vas ecolgicas del planeta o, en su defecto, con centros de produccin de drogasilegales). Subraya cmo algunas de las instituciones monetarias internacionalespropician algo as como un trueque-fin-de-siglo: deuda externa por ecologa; ycmo, por lo general, en esa propuesta de trueque sigue dominado un punto devista etnocntrico. Lo que incluye un matiz nuevo respecto del viejo colonialis-mo: el discurso se disfraza, una vez ms, de universalismo pero se cubre con elmanto de valores eticoecolgicos, como la conciencia de especie, usurpndolosal ecologismo.

    La gran tarea de la ecologa poltica de la pobreza y del ecologismo social einternacionalista de los prximos tiempos ser seguramente aprender a moverse,a ambos lados del Atlntico, evitando dos escollos: el neocolonialista y el neo-nacionalista. Lo cual no va a ser nada fcil, desde luego. Pues el malestar de lacultura y la ausencia de expectativas hacen que mucha gente se vuelva contra susvecinos; y las grandes migraciones del final de siglo parecen estar convirtiendoa la xenofobia en la ideologa funcional del capitalismo triunfante.

    En suma, lo que la ecologa poltica de la pobreza viene a decirnos es queno se puede seguir viviendo como se ha vivido en las ltimas dcadas, por enci-ma de las posibilidades de la economa real y contra la naturaleza. Que el modode vida consumista de los pases ricos no es universalizable porque su generali-zacin chocara con lmites ecolgicos insuperables. Y que en nuestro mundoactual ser slo ecologistas es ya insuficiente.

    Para hacer realidad lo que ahora es todava un proyecto, un horizonte, la eco-loga poltica de la pobreza, surgida en los pases empobrecidos, tiene que enla-zar con las personas sensibles del mundo rico y convencer a las buenas gentes deque la reconversin ecolgico-econmica planetaria del futuro obliga a cambiosradicales en el sistema consumista hoy dominante en casi todo el mundo indus-trialmente avanzado. Pues el desarrollo sostenible implica cierta autocontenciny la autocontencin implica austeridad. Pero para que austeridad sea una pala-bra creible para las mujeres y varones del mundo empobrecido es necesario queantes, o simultneamente, seamos austeros quienes hoy vivimos del privilegio. Yeso implica otro concepto de lo econmico, del economizar.

  • Miren Etxezarreta*

    LA REGULACIN EN UN MUNDO GLOBAL

    ... el gran desafo consiste hoy en abrir una alternativa distintaentre lo que hasta ayer apareca como dos opciones inescapables: o unaplanificacin totalizadora, que supone centralizacin y autoritarismo,y a la postre ineficacia, o un mercado que a cambio de determinadosxitos parciales, genera y reproduce constantemente desigualdad ypobreza. (Vuskovic, 1993, 187)

    Introduccin

    El ttulo de esta sesin basta para percibir como se han ido moviendo lassociedades hacia la aceptacin del status quo capitalista, o quiz ms claramen-te, hacia la derecha. Este debate hace 30 aos se hubiera llamado algo parecidoa Hacia la transicin al socialismo o algo as. Nadie hubiera pensado que losautodenominados economistas crticos bamos a gastar nuestro (escaso?) tiem-po en debatir acerca de la regulacin (se sobreentiende que del capitalismo) enun mundo global, y es muy probable que este ttulo hubiera suscitado un fuerterechazo de la mayora de asistentes a una reunin como sta. Ya que del ttulo dela sesin pudiera parecer que quienes aqu estamos nos sentimos cmodos eincluso confortables en el capitalismo. Como mnimo que aceptamos su existen-cia y nuestra pretensin se orienta a regularlo Es mi deseo y mi esperanza queal final de la sesin quede claro que sta no es la intencin de quienes propusi-mos y organizamos esta sesin.

    La filosofa que hay debajo de las apariencias: El marco bsico

    Si no se quiere hacer un debate tecnocrtico el tema de la regulacin remi-te al mbito ms amplio del papel de lo pblico en la economa de mercado:publico y privado son los trminos de un debate que han hecho correr ya rosde tinta y que, en alguna forma retomamos hoy aqu. Empiezo por precisar que,aunque se est asistiendo a formas muy novedosas y relevantes de regulacin en

    * Profesora de la Universidad Autnoma de Barcelona.

  • el mbito privado, que merecera la pena comentar, me limitar al mbito pbli-co en su acepcin de intervencin pblica, que me parece un concepto msamplio que el de regulacin, que resulta ms restringido.

    No me parece adecuado establecer pblico y privado como elementos,mbitos sociales opuestos entre s. Hoy distintas variantes de institucionalistashan explicado ya ampliamente como los mercados no pueden concebirse sin ins-tituciones que los sostengan. Pero yo quiero llevar ese argumento algo ms lejosy recordar y explicitar lo que todos sabemos: que en el capitalismo el sectorpblico es funcional al sector privado, en una articulacin compleja y con ciertosgrados de autonoma, pero no menos real y eficiente para el primero. La inter-vencin pblica es parte integral del sistema capitalista y el mercado y no debenplantearse como si constituyeran una dicotoma.

    Surge de aqu ya una primera cuestin que me parece merece la pena plante-ar antes de entrar en la discusin de las formas actuales de regulacin. Para mconsiste en lo siguiente: Hay una cierta paradoja, a mi entender no resuelta en lasfuerzas de izquierda, en el sentido de que por un lado consideramos que el estadoes funcional al capital, pero, por otra parte, en nuestras prescripciones prcticassomos en general, -habra que matizar para las posiciones anarquistas- defensoresde la intervencin pblica1 . Cmo podemos compatibilizar estas dos posiciones?

    La respuesta simple consistira en que en la situacin social actual, lopublico, (o el estado2 ) permite que la ciudadana ejerza sobre l una pre-sin por la va poltica y social que no es vlida para el mercado, donde slotiene una incidencia la capacidad econmica de los agentes. Las fuerzas socia-les encontraran en lo pblico un mbito adicional a donde trasladar la per-manente lucha de las poblaciones por sus derechos frente al capital, y los espa-cios ganados para lo pblico corresponderan a avances en las reivindica-ciones populares. A falta de un modelo mejor, en el capitalismo y por tantodentro de las economas de mercado, una articulacin entre lo privado y lopblico permitira una distribucin de la riqueza y el bienestar, sino justa, msfavorable a los intereses populares. La democracia permitira/facilitara laexpresin de los posicionamientos populares de forma que los estados (lopblico) estara permanentemente en tensin entre su funcin de apoyo alcapital -la de acumulacin- y su necesidad de eliminar tensiones y respondera las exigencias de la poblacin -la funcin de legitimacin- en el bien cono-cido esquema de OConnor. Por supuesto si la legitimacin fuese demasiadolejos (caso de la II republica en Espaa, o del Chile de Allende) el estado reto-mara, si es necesario por la violencia, su funcin principal.

    Es vlida esta respuesta y podemos olvidarnos del tema o es demasiadosimplista?. En el sentido de que difcilmente se acepta que realmente lopblico opera pensando en el bienestar colectivo siquiera por razones de legiti-

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    1 Paradoja que parece reforzarse si tenemos en cuenta que las fuerzas del capital, que son las que se benefi-cian de esta intervencin pblica, pretenden a su vez que sta disminuya al mximo, y a ser posible, eliminada.

    2 Aunque no creo que debe reducirse la intervencin pblica al estado en ocasiones para abreviar y tam-bin debido a la mala costumbre utilizar la palabra estado para identificar la intervencin pblica. Porsupuesto incluyendo en el mismo la dimensin local, regional/comunidades autnomas.

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    macin o. por el contrario, porque se considere que a travs del estado es posi-ble un cambio real en las condiciones del capitalismo (socialdemocracia). Ade-ms, hay que tener en cuenta las limitaciones concretas de la actuacin pbli-ca, como la burocratizacin, la bsqueda del bienestar de los polticos y, espe-cialmente la corrupcin, que lleva a desvirtuar el papel del estado, incluso aun-que ste se considerara adecuado y vlido. La teora de la eleccin pblica nosrecuerda con fruicin la importancia de este tipo de limitaciones (ms adelan-te volver brevemente a ella).

    Tampoco hay que olvidar que hay quienes plantean que en las sociedadesactuales no puede operar una articulacin entre lo pblico (con un objetivosocial) y lo privado porque ste acaba dominando de tal forma al primero que losubordina inevitablemente. Si esto fuera as, la cuestin no sera de articulacinsino de transformacin radical del sistema privado por otro social/pblico quesubordine a lo privado. Pero, despus de la experiencia de los pases del Este, estoconduce inevitablemente a plantearse que formas de organizacin y control socialseran las adecuadas para un sistema casi exclusivamente pblico y que espaciosquedaran para lo privado en los mismos. De todos modos, como la probabilidadde que esto suceda en el horizonte previsible parece muy remota, el debate al res-pecto no parece que sea prioritario hoy.

    Primera cuestin: cmo justificamos las izquierdas nuestra posicin afavor de la intervencin pblica?

    La regulacin en un mundo global

    En la actualidad, sin embargo, el debate ms que en la lnea anterior se plan-tea en otros trminos: en la era de la globalizacin, qu papel puede jugar elestado?3 . De nuevo son bien conocidos los dos lados del debate que por simpli-ficar expreso como: por un lado, la globalizacin supone una reduccin sustan-cial e incluso la eliminacin del poder de actuacin de los estados, y, por el otro,que el estado sigue siendo necesario. Habra que aadir a stos quienes afirmanque la globalizacin implica una nueva configuracin de la acumulacin capi-talista, donde la escala espacial dominante de la actividad econmica, social ypoltica ha cambiado desde el nivel del estado-nacin a una combinacin mul-tiescalar que incluye tambin los niveles supra y sub-nacionales (Brenner,1999).

    Para los primeros, el papel del estado se va diluyendo entre las ETN, lasorganizaciones regionales (UE en nuestro caso) y las instituciones internaciona-les. Entre ellos se pueden detectar a su vez dos variantes. Primera versin: lasETN pasan a constituir los principales agentes decisorios a nivel global y el poder

    3 Ntese que esta pregunta elude la cuestin de la naturaleza del Estado y pasa, por tanto, a ser muchoms tecnocrtica. Adems, casi siempre el tratamiento del estado en este debate lo contrapone a las empresastransnacionales (ETN) que parecen ser las que han vaciado al Estado de su funcin tradicional que, aunque nose suele explicitar as, parece considerarse favorable a los intereses de las poblaciones implicadas. Vase porejemplo, Weiss Bajo que circunstancias pueden los gobiernos llevar a cabo programas de proteccin socialy productividad que sean socialmente ms ambiciosos que los que anticipa el neoliberalismo?

  • pblico va desapareciendo, (enterprise governance4)-; segunda versin, losgobiernos pierden poder y va surgiendo una especie de gobierno mundial basa-do en las agrupaciones regionales y las instituciones pblicas internacionalesbajo la influencia de los poderes privados globales. En cuanto a los segundos,tambin se pueden encontrar varias interpretaciones: una, la ms continuista, queafirma que el estado sigue siendo necesario a nivel estatal y que una poltica eco-nmica progresista5 nacional es posible, y otra, que plantea que los estados siguensiendo necesarios para ejercer una funcin de apoyo al capital. Incluso que la glo-balizacin acenta esta necesidad6, pero que estos capitales son distintos de loscapitales nacionales (si alguna vez han existido) de otras pocas. Desarrollo unpoco ms esta segunda versin.

    Los grandes7 capitales del mundo entero estn internacionalizados. Exceptoen los principales pases centrales8 (G-7), no hay grandes capitales nacionalessino una simbiosis de capitales internacionales y grandes capitales nacionalesque denomino capitales internacionalizados que desde la ptica de los pasescentrales se puede considerar que operan en todo el mundo, pero que en los pa-ses especficos han de considerarse bajo cada ptica territorial respectiva. Elpapel del estado en la era actual consiste para los pases centrales en facilitar elproceso de acumulacin de sus capitales en el mundo entero y, en los dems pa-ses, en potenciar estos capitales internacionalizados en sus respectivos estados,en gestionar el territorio respectivo para esta combinacin de capitales interna-cionales y nacionales. Si entendemos as el papel del estado, tiene su coheren-cia la destruccin del pequeo y medio capital de los distintos pases frente aldominio de los grandes capitales internacionalizados. El estado sigue siendoimprescindible para gestionar los capitales hegemnicos en sus diversas formasen los distintos territorios en que este ha decidido operar. El contraponer esta-do y mercado fracasa en entender la compleja relacin entre la globalizacin,como un desarrollo capitalista especfico, y el papel histrico de los estados capi-talistas que tratan de proporcionar la garanta para el proceso de acumulacin atravs de nuevos regmenes de acumulacin. Esta dicotoma es negativa para latarea de conceptualizar la reestructuracin del estado que toma forma bajo lascondiciones del desarrollo capitalista a escala global (Ribera, 2001).

    El sistema se deriva de y es sostenido por las fuerzas combinadas de los

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    4 Considero que la traduccin de esta expresin por gobierno de las empresas no expresa lo que real-mente aquella indica, ya que governance no es lo mismo que government, pero no encuentro una expresinsatisfactoria para aquella en castellano.

    5 Definida como asegurandose que los valores sociales prevalecen sobre el puro individualismo econ-mico en la conformacin del desarrollo econmico y social. (Ribera , 2001)

    6 Debido a que las acciones combinadas de las ETN probablemente van a aumentar las diferencias y lasdesigualdades entre y dentro de las regiones en lugar de eliminarlas, lograr todos los beneficios de la integra-cin internacional requiere un marco complementario de slidos acuerdos sociales -incluyendo estados fuertes-para resolver los problemas generados en la produccin y gestionar los conflictos distributivos (Kozul-Wright,1995, 136).

    7 No es lo mismo para el pequeo capital, que aunque trabaje bajo el dominio de los grandes tiene racesfuertes en los pases que opera.

    8 El capital de las principales empresas transnacionales es principalmente propiedad de capitalistas de lospases centrales y aquellas reciben fuertes apoyos de sus respectivos gobiernos (aspecto que ya anticipaba Buja-rin a principios del siglo XX).

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    estados imperiales y sus corporaciones multinacionales. Mas que nunca, lascorporaciones multinacionales y la denominada economa global dependen dela intervencin masiva y constante de los estados imperiales para gestionar lascrisis y asegurar beneficios los mercados no permaneceran abiertos si no fuerapor la intervencin militar Mientras la izquierda se alarma ante el debilita-miento del rol del Estado, la derecha se ha preocupado por poner en marcha unaactividad del estado orientada a la satisfaccin de los intereses de las corpora-ciones multinacionales. (Petras en La centralidad del estado en el mundo con-temporneo. Mimeo, sin fecha).

    Los estados tienen tambin una incidencia significativa en la conformaciny operacin de las instituciones internacionales. Sabemos que a este respecto,unos estados son ms estados que otros y sabemos tambin que las grandes cor-poraciones transnacionales tienen tambin su cuota de poder en las mismas, peroes tambin indudable que la mediacin de los estados respectivos es necesariapara la actuacin de aquellas.

    La intervencin pblica y la regulacin se est ejerciendo incluso en la frac-cin ms internacionalizada del capital, como es el capital financiero. No slorespecto a los aspectos monetarios -la desregulacin es una forma de regula-cin, los tipos de intereses los fijan los bancos centrales, en la gestin de las cri-sis financieras el papel del estado es crucial tanto en acudir al rescate de las ins-tituciones financieras como en generar las condiciones necesarias para elapoyo del FMI-, sino en otros que aparentemente estn alejados de la esferafinanciera: los estados son centrales para el establecimiento de los grandes acuer-dos internacionales y vehiculan las estrategias de stos en sus territorios respec-tivos, aseguran el cumplimiento de las garantas sobre la inversin, o llevan acabo el intento de privatizacin de las pensiones fuertemente impulsado en todoel mundo desarrollado y en particular en la UE, vinculado al inters en desarro-llar en sta un mercado financiero integrado que requiere de las ingentes masasde capital que slo los fondos de pensiones pueden proporcionar, etc. constituyenalgunos ejemplos de la importancia de esta actuacin.

    El debate sobre la intervencin pblica se hace ms claro si se adopta unavisin pragmtica (pero inevitable) en la que, partiendo de la sociedad actual, seconstata que si no se regula en determinadas direcciones, la organizacin econ-mica y social es todava ms negativa para los intereses populares. La regulacinexiste y el quid de la cuestin reside en qu direccin podemos intentar que seoriente, para que a corto plazo mejore la suerte de las clases populares9, con-duzca a plazo medio a un cambio de los valores imperantes, y a una transforma-cin del sistema a plazo ms largo. lo que pasa a estar en disputa no es si nosinteresa o no regular el funcionamiento del capitalismo de una forma consciente,

    9 Utilizo la expresin clases populares para designar a todas aquellas personas que no son grandes propieta-rios de capital ni asociados directamente a los mismos en tareas de gestin y ejecucin, ni a los principales dirigen-tes polticos. Sin embargo, si incluira en esta denominacin a la mayora de integrantes del capitalismo popular queson pequeos propietarios de acciones. Aunque menos ortodoxa que la de clase trabajadora me parece ms ade-cuada esta denominacin puesto que es difcil concebir a un gran nmero de componentes de esta clase como estric-tamente trabajadores: pensionistas, amas de casa, estudiantes,...

  • sino cmo y a qu nivel tenemos ms posibilidades de hacerlo (para lograr nues-tros objetivos) (Tablas, 2000, 326) En este contexto la intervencin pblica seconvierte en un mbito ms de lucha donde es necesario que las fuerzas socialesno slo neutralicen una intervencin pblica dirigida a potenciar la acumulacinacelerada, sino que la dirijan en la direccin deseada.

    Segunda cuestin: en un mundo globalizado la intervencin pblica exis-te y es relevante para la evolucin del sistema, por tanto es necesario plante-arse la orientacin deseada para la misma.

    Una regulacin favorable a los intereses populares.

    Establecida ya la existencia de la regulacin en el capitalismo como unhecho constatable e interpretada como un mbito ms de lucha entre las fuerzaspopulares y los propietarios del capital es preciso considerar el tipo de interven-cin pblica que se desea potenciar ya que la mera formulacin de la articula-cin entre lo pblico y lo privado, sin ms precisin, no deja de ser una frmu-la de gran ambigedad..

    La regulacin pblica constituye un bloque comn que, segn la ptica deanlisis puede considerarse desde vertientes distintas, pero que, como en un cali-doscopio nunca queda demasiado definido cual es el ngulo de visin. La inter-vencin pblica puede observarse, por lo menos, desde su vertiente integradora,reivindicativa y transformadora. Las tres estn estrechamente vinculadas entre s,y respecto a medidas concretas es muy difcil conocer en qu aspecto clasificar-las, pero creo que la diferenciacin nos puede ayudar para una interpretacin ana-ltica.

    La primera -integradora- consiste en la defensa de la regulacin por las pro-pias necesidades de reproduccin del sistema capitalista. La existencia de unEstado fuerte, democrtico, transparente y de instituciones slidas ha sido siem-pre central para el buen funcionamiento del capitalismo (Tablas, 2000, 324)Cuando se afirma que el capitalismo no puede existir sin regulacin pblica, confrecuencia se est refiriendo a aquellos aspectos de intervencin pblica necesa-rios para el satisfactorio funcionamiento de los mercados, en el sentido de efi-ciencia, agilidad y rentabilidad de stos. El capitalismo genera la implantacindel mercado autorregulado, pero a su vez precisa, paradjicamente, de regulacincomplementaria... (Ibidem). Sabemos que en el neoliberalismo las fuerzas delcapital no pretenden que el estado disminuya sino que se reestructure, dirigirlo aun apoyo cada vez ms directo y claro de sus intereses. De aqu las demandas delcapital hacia el Estado moderno (estabilidad monetaria, infraestructuras, forma-cin, fiscalidad, y legislacin favorable, sobretodo laboral y fiscal, etc). Este tipode intervencin constituye una parte sustancial de la intervencin pblica.

    Algunos crticos sociales manifiestan a veces una preocupacin por este tipode regulacin, y es relativamente lgico, ya que como todos sabemos, en las eco-nomas de mercado, si estos no funcionan bien, sern las clases populares las quems sufrirn sus consecuencias. Personalmente considero, sin embargo, que no

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    es funcin prioritaria de los economistas crticos preocuparnos por este tipo deregulacin, o, por lo menos dar prioridad a esta ptica de anlisis, ya que lospoderes econmicos y sociales dominantes se ocuparn de ello y disponen, ade-ms, de muchos ms medios para ejercer la influencia necesaria para lograrlo.Por ejemplo, si actualmente se pretende disminuir la presin fiscal o aumentar losfondos de pensiones privadas en este pas y en la Unin Europea, o atraer mscapitales extranjeros, no me parece que es un asunto importante nuestro preocu-parnos del sistema ms eficiente para lograrlo.

    Otra cosa puede ser analizar esta misma regulacin para preservar y mejo-rar los intereses populares, incluso oponindose a muchas instancias de la inter-vencin integradora (caso de una gran parte de la regulacin actual del mercadolaboral, por ejemplo). La vertiente reivindicativa, constituida por el intento que laintervencin pblica defienda a las clases populares de las injusticias y deficien-cias ms flagrantes del mercado. Es fcil encontrar ejemplos de sta ya que unagran parte de la legislacin social est dirigida en esta direccin: legislacin labo-ral, la de la economa del bienestar, la asistencial. Es tambin fcil percibir queen las condiciones actuales es imprescindible mantener y desarrollar esta regula-cin defensiva para salvaguardar y fortificar las condiciones de vida de las cla-ses populares.

    A. Tablas (Tablas, 2000) diferencia otro bloque, que para los propsitos denuestra reflexin aqu considero que puede ser integrado en el anterior, referidoa la intervencin pblica necesaria para tratar problemas emergentes: Los bie-nes comunes, las relaciones intergeneracionales, la inconmensurabilidad de granparte de las cuestiones, la incertidumbre sobre los riesgos, hacen que el mercado,en sentido fuerte y no como mero mecanismo complementario, sea inadecuadopara enfrentar los grandes temas ecolgicos que amenazan la sostenibilidad. Ladesigual distribucin del ingreso... Considerar que la fuerza de trabajo tienegnero... y otras muchas ms instancias emergentes y permanentes que mencio-na (Tablas, 2000, 326)

    Tomadas individualmente las intervenciones reivindicativas tienen poco deradical. Pero en la presente relacin de fuerzas son relativamente ambiciosas yaque su consecucin supone una confrontacin con los intereses de los podereseconmicos actuales. El efecto acumulado de dcadas de polticas neoliberalesha llevado a una situacin de riqueza privada (sobre todo de algunos) y a un dete-rioro del mbito de lo pblico, que no es fcil alterar y menos revertir. Pero esuna tarea imprescindible.

    Pienso que tenemos una importante y doble responsabilidad: por un lado,mostrar las falacias que ocultan y desmantelar los ataques que la intervencinpblica est recibiendo desde las corrientes neoclsicas y la poltica econmicaneoliberal10, y por el otro, proporcionar los argumentos necesarios para legitimarun aumento, consolidacin y mejora de los bienes y servicios pblicos necesarios

    10 Desvelar tambin que no es verdad que se ataca a toda la regulacin pblica sino a las vinculadas a lamejora de las condiciones de vida de las clases populares. No se limita el apoyo a las empresas, ni las exencio-nes fiscales, ni el gasto militar...

  • para sociedades ms justas. Por ejemplo, me parece necesario un gran esfuerzopor desvelar las falacias que se ocultan bajo la idea de la crisis de la seguridadsocial o la necesidad de mas flexibilidad para el mercado de trabajo, as comoel desarrollar argumentos que potencien nuevos instrumentos sociales como losimpuestos ecolgicos, la reduccin de la jornada laboral, el establecimiento de larenta bsica, etc.

    La intervencin pblica reivindicativa puede convertirse, a su vez enintegradora o transformadora. Es decir, la respuesta a las reivindicaciones puedeser proporcionada de forma tal que se convierta en una nueva forma de aprove-chamiento para el funcionamiento del mercado. Por ejemplo: es bien sabido quela reduccin de la jornada laboral se puede lleva a cabo de forma que distorsio-ne ms los horarios de los trabajadores, aumente la intensidad de las tareas yreduzca las remuneraciones. Con lo que el aspecto reivindicativo se convierte enun sistema perverso que aumenta la explotacin. Todos sabemos tambin que elgran peligro de muchas reivindicaciones logradas es que se conviertan en gran-des legitimadoras del sistema que faciliten la reproduccin del mismo. El siste-ma pblico de pensiones en Espaa probablemente ha servido de un gran meca-nismo de legitimacin del capitalismo durante bastantes aos.

    Para cuando la transformacin del sistema?

    Parece producirse una contradiccin flagrante entre llevar a cabo una regu-lacin ms favorable a los intereses populares y el intento de transformacin delsistema en otro distinto, ms justo. De alguna forma el eterno debate entre refor-ma y revolucin se reproduce, en palabras ms actuales, entre reforma o trans-formacin.

    Si es posible hacer compatibles y coherentes ambos aspectos me parece quees necesario detenerse a considerar brevemente la idea de proceso (hacia la eman-cipacin). El esfuerzo cotidiano por una intervencin pblica que mejore lasociedad actual ha de considerarse como parte de un proceso en el que se vayanexpandiendo los espacios de actuacin para ir avanzando hacia la transformacindel sistema capitalista. Las mismas polticas en prctica vienen modificandoentretanto las estructuras sociales y redefiniendo los intereses objetivos, lasexpectativas y aspiraciones de las diversas capas de la sociedad. De ese modo seprepara el terreno para nuevos alineamientos y correlaciones de fuerzas sociales,que as vienen abriendo potencialmente viabilidad poltica a otros proyectossociales alternativos (Vuskovic, 1993, 167). Pero esto obliga a una gran claridadde planteamientos ideolgicos. Saber que estos avances no son el objetivo ltimode nuestra actuacin sino tambin un medio para desvelar las contradicciones delsistema, las limitaciones de lo que se puede lograr en el capitalismo, el mediopara concienciar a la ciudadana, la razn para actuaciones especficas. No es lomismo recomendar la tasa Tobin para salvaguardar la estabilidad de las econo-mas (objetivo del propio Tobin), que pretender su establecimiento como parte deun sistema ms amplio de regulacin de los flujos de capitales que impida los

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    amplios movimientos de especulacin a los que se asiste en la actualidad con gra-vsimas consecuencias para las capas populares de los pases implicados.

    Para que las reivindicaciones se conviertan en mecanismos de cambio socialsustancial -vertiente transformadora- parece necesario que vayan acompaadaspermanentemente de unos slidos planteamientos ideolgicos que muestren queestas reivindicaciones no deben ir dirigidas slo a mejorar el sistema sino a actuarcomo parte de un proceso permanente que las convierta en instrumentos ideol-gicos y de actuacin social para ir logrando mbitos de educacin, actuacin ylogro de nuevos derechos, que supongan un avance hacia sociedades alternativasno capitalistas11. Por ejemplo, no es lo mismo unos llamados presupuestos par-ticipativos a nivel municipal donde lo que queda disponible para distribuircolectivamente es un 10% del presupuesto total en una asamblea anual, que el ini-ciar un amplio proceso asambleario municipal donde se generan procesos per-manentes de reflexin y decisin para establecer un plan municipal de asignacinde recursos. La lnea de diferenciacin entre la intervencin pblica reivindicati-va y transformadora es tenue y slo una decidida voluntad poltica de los agen-tes sociales puede potenciar la segunda. A nosotros nos corresponde ahondar enlos instrumentos necesarios que permitan estimularla.

    Hay que mencionar, tambin, que la intervencin pblica por s misma noest exenta de limitaciones, ineficiencias y perversiones. Slo una concepcinmuy amplia de la participacin social, una atencin permanente de la ciudadana,la democracia y la transparencia de una participacin popular activa, podrnconstruir un entorno social adecuado para que la ciudadana y los grupos socia-les, capaces de reconocer sus propios intereses y los de la sociedad, lleven a buenpuerto los sistemas de intervencin pblica que corresponden al bienestar de laspersonas y la colectividad. Una intervencin pblica socialmente eficiente con-lleva la exigencia de una profundizacin del sistema democrtico, de la partici-pacin y los controles de la ciudadana.

    Tercera cuestin: cmo es posible asegurarse que la intervencin pblicavaya dirigida al mantenimiento y mejora de los derechos de los ciudadanosy que la reivindicacin de stos se convierta en instrumento de transforma-cin social en lugar de acomodacin e integracin en el sistema.

    Los sistemas de intervencin

    Al hablar de regulacin se presentan tambin dos vas a nuestra considera-cin: la vuelta al viejo keynesianismo (yo dira que en este mundo neoliberal yasera algo positivo, aunque esta de moda decir que no es adecuado), y otra, inten-tar inventar nuevas formas de intervencin pblica, nuevas esferas de articula-

    11 Esto no debe interpretarse como que se considera que slo a travs de estos procesos se lograra la trans-formacin social completa, sino que en las condiciones actuales son parte de los mecanismos que puedenampliar la conciencia de la mayora de la poblacin acerca las deficiencias de esta sociedad y de las posibili-dades de avanzar hacia otros esquemas alternativos, motivando que se acte en consecuencia . Una transfor-macin social completa exigir, sin duda, la participacin de otros procesos.

  • cin, nuevos campos y mtodos de actuacin. Que sera mejor, pero es bastantedifcil plantearlo. Nos corresponde aqu una importante responsabilidad respectoa la necesidad del trabajo terico necesario para avanzar en esta lnea. Se requie-re una concepcin nueva del estado y de la intervencin pblica, coherente tantocon otra estrategia econmica como con las demandas polticas contemporneas.Actualmente estamos asistiendo al nacimiento de importantes renovaciones einnovaciones en las formas de actuacin de los movimientos sociales estamosnosotros preparndonos profesionalmente para poder proporcionar nuestro apoyo,o siquiera temas econmicos a debate, a las esperanzadoras, aunque todava jve-nes y por tanto a veces confusas y poco estructuradas tendencias, que se apuntanen el mbito social y poltico y buscan cauces y alternativas de actuacin?

    Cuarta cuestin: cmo podemos avanzar hacia el progresivo estableci-miento de nuevos modelos de actuacin pblica?

    Hacia una agenda de trabajo y actuacin respecto a la intervencinpblica

    Me pregunto si podra tener inters y ser til el establecer algunos elemen-tos que podran ser prioritarios en nuestro trabajo profesional respecto al mbitode la intervencin pblica. Si entre todos, podramos establecer algunos progra-mas especficos que pudieran orientar el pensamiento de quienes trabajamos yaen esta parcela o se proponen adentrarse en ella en el futuro. Voy a hacer algunaspropuestas con el nimo, de nuevo, de estimular el debate. Me limitar, tambin,aqu, a una consideracin de los mbitos internos al estado, sin entrar en aspec-tos tan importantes como la regulacin en el plano mundial, las institucionesinternacionales, las relaciones centros-periferias, o la imperiosa necesidad de tra-bajar por otra concepcin europea.

    Pudiera ser til revisar los objetivos de la estrategia econmica y social.Actualmente parece que la mayora de nosotros aceptamos que la nica va deoperacin es la insercin en la competitividad global a la que de mejor o peorgrado es inevitable someterse. Parafraseando a la CEPAL de los primerosnoventa (el crecimiento con equidad) parece que aceptamos que globaliza-cin con equidad es el nico objetivo posible e incluso deseable. Me pre-gunto hasta donde puede ser posible trabajar en explorar otro tipo de mode-los, mucho ms basados en un desarrollo autocentrado, por supuesto con eco-nomas abiertas (apertura regulada, la denomina Weiss), pero con una aper-tura que gira en torno del desarrollo interno en lugar de esperar que ste seproduzca como feliz (y neoclsica) consecuencia de la operacin del merca-do. Como mucho ms elegantemente lo seala Tablas: conservar y profun-dizar en toda la medida posible, el control sobre las propias opciones (Ibi-dem, 344)Unas economas que parten de la preocupacin por el bienestar dela poblacin ms que por el aumento del consumo, descentralizadas, partici-pativas, con una distribucin de la renta que asegure a toda la poblacin lasatisfaccin de sus necesidades. Explorar las condiciones econmicas para la

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    coherencia de este modelo, parece una tarea digna de ocupar nuestras inves-tigaciones.

    Una economa con tales objetivos requiere de una planificacin econmicay social. Una planificacin que disee la articulacin entre las tareas del sectorpblico y el mercado, en la que el primero cumple la funcin de dar coherenciay eficacia a las grandes decisiones sociales y la segunda de constituirse en ins-trumento de expresin de las preferencias individuales. Con la constatacin adi-cional que, muy probablemente, el diseo de las polticas de corto plazo de unproyecto alternativo es mucho ms complejo, ya que no puede reproducir el(supuesto) automatismo del mercado, ni la globalidad y la neutralidad de las pol-ticas neoliberales: necesitan ser mucho ms activas y discriminatorias o especfi-cas, en funcin de las situaciones existentes y de sus propsitos. (Vuskovic,1993, 268). Avanzar en la construccin de tal sistema de articulacin supone laapertura de un amplio campo de trabajo en el que habrn de explorarse mltiplesaspectos de los que slo menciono algunos:

    .. determinacin de la inversin y el consumo; proporcin de larenta que vaya a ambas, composicin de la inversin, orientacionespreferentes del consumo en bienes pblicos y colectivos, dentro de unprofundo respeto a las opciones personales en cuanto al mbito delconsumo individual,

    .. mecanismos de distribucin de la renta que garanticen la satis-faccin de las necesidades de toda la poblacin, y la consecucin dederechos (entittlements) para los ciudadanos en lugar de concesionesms o menos arbitrarias, lo que nos lleva a plantearnos temas tanamplios como la poltica fiscal, el estado del bienestar, la posibilidaddel establecimiento de una renta bsica para toda la poblacin,

    .. el mbito de actuacin y la regulacin referente al capital priva-do. No nos podemos dejar atemorizar por la idea de que los capitalesabandonarn el pas. Por un lado, lo estn haciendo cuando les convie-ne en pleno neoliberalismo y, por el otro, un mercado potente con unasnormas claras y respetadas con precisin, puede ser tan atractivo parala operacin de muchos capitales como una desregulacin total (dehecho, no es en los pases con menos regulaciones donde se inviertenla mayora de capitales),

    .. todo el tema de la regulacin del sector externo, donde partien-do de una apertura de la economa tanto comercial como de capitalesy de estructuras productivas, se sitan stas, sin embargo, en el marcode la planificacin social sealada,

    .. explorar las posibilidades de una articulacin tambin de siste-mas de produccin entre empresas de carcter privado y todo unamplio sector, moderno y eficiente de economa social basado enactuaciones cooperativas y estructuras de redes; disear mecanismosde profundizacin en la responsabilidad social del capital privado esti-mulando mecanismos de integracin en las decisiones de los partcipes

  • (stakeholders) en la vida empresarial en lugar de intensificar, comoahora, el poder exclusivo de los propietarios (shareholders),

    .. con una atencin importante a los aspectos tecnolgicos y a suutilizacin, que permita un avance en la capacidad de producir riquezapero sin olvidar que sta tiene como objetivo mejorar las condicionesde vida de la poblacin y no la mera competitividad global,

    .. sin olvidar, por supuesto, todo el mbito de la regulacin delmundo laboral, profundizando no slo en la relacin salarial sino tantoen condiciones adecuadas para las nuevas figuras laborales, trabajado-res autnomos, por ejemplo, como en las condiciones de tr