Revista Barrios

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1 Las calles son los ejes de una ciudad y los ejes de su historia, no sólo porque las pie- dras y casas están llenas de memorias, sino porque día con día son transitadas por personas que cuentan y caminan sus propios relatos, manteniendo las calles vivas y en movimiento. Las calles nos llevan a los barrios, en donde la identidad de las comunidades puede sobrepasar las delimitaciones geográficas. En un barrio podemos encontrar de forma entretejida e inseparable la vida cotidi- ana y cultural del lugar, por esto los barrios son el corazón de las ciudades, lugares en donde el trabajo diario, los edificios, comercios y el tránsito de personas se con- vierten en el palpitar de sus historias. Revista Barrios busca conocer y compartir estas historias a través del turismo alter- nativo, que pretende llegar a lugares poco visitados bajo la mirada turística, pero con una gran riqueza que se puede encontrar en cada esquina. Tenemos como obje- tivo entender estos espacios dentro de su contexto permitiendo al lector empaparse de los colores, sabores y sonidos que forman un barrio. En este número tratamos los alrededores de la zona oriente del Centro Histórico en la Ciudad de México, en medio de la cual se halla el barrio de La Merced, un lugar en el que nos encontramos entre conventos, artesanos y comeciantes. El trayecto que aquí te proponemos presenta la entrada la zona oriente desde la calle 20 de noviembre hasta su salida por la calle Moneda, con esto buscamos que la revista no sólo sea útil con la información que contiene, sino también en el mo- mento en el que se conozca la zona. Disfruta tu viaje. Editora Lucero San Vicente Co editor Mario Alberto Montes Editorial

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Revista Barrios es una revista que promueve el turismo alternativo, buscando llegar a lugares poco conocidos bajo la mirada turísitca tradicional. Los números se centran en los espacios que son conocidos como el corazón de las ciudades: los barrios.

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Las calles son los ejes de una ciudad y los ejes de su historia, no sólo porque las pie-dras y casas están llenas de memorias, sino porque día con día son transitadas por personas que cuentan y caminan sus propios relatos, manteniendo las calles vivas y en movimiento.Las calles nos llevan a los barrios, en donde la identidad de las comunidades puede sobrepasar las delimitaciones geográficas.En un barrio podemos encontrar de forma entretejida e inseparable la vida cotidi-ana y cultural del lugar, por esto los barrios son el corazón de las ciudades, lugares en donde el trabajo diario, los edificios, comercios y el tránsito de personas se con-vierten en el palpitar de sus historias.Revista Barrios busca conocer y compartir estas historias a través del turismo alter-nativo, que pretende llegar a lugares poco visitados bajo la mirada turística, pero con una gran riqueza que se puede encontrar en cada esquina. Tenemos como obje-tivo entender estos espacios dentro de su contexto permitiendo al lector empaparse de los colores, sabores y sonidos que forman un barrio.En este número tratamos los alrededores de la zona oriente del Centro Histórico en la Ciudad de México, en medio de la cual se halla el barrio de La Merced, un lugar en el que nos encontramos entre conventos, artesanos y comeciantes.El trayecto que aquí te proponemos presenta la entrada la zona oriente desde la calle 20 de noviembre hasta su salida por la calle Moneda, con esto buscamos que la revista no sólo sea útil con la información que contiene, sino también en el mo-mento en el que se conozca la zona.Disfruta tu viaje.

EditoraLucero San Vicente

Co editorMario Alberto Montes

Editorial

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20 de Noviembre – Corregidora

06 Colores en la calle y en la iglesia: una visita la Iglesia de Balvanera en República de Uruguay

12 Al – Andalús

14 Los diablitos dela Merced

16 El corazón de la Merced

22 Caminos de la Merced (ahí nomás tras lomita)

24 Visitando la Capilla de Manzanares

32 La Semana Santa en la Merced

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Corregidora – Moneda

34 Del resguardo de almas al resguardo del arte

42 Entre la cultura y el sustento: la voz de un vecino de la Merced

44 Jesús María. Majestuosa dualidad

50 Una plaza llena de historia y comida

52 Un espacio compartido por una tradición en disputa

54 Magia, grandeza y misticismo. La Iglesia de la Santísima Trinidad

60 Los encuentros con Oaxaca: el Barrio Oaxaqueño en el Centro Histórico

62 El arte en la calle de Moneda. La Academia de San Carlos

68 Superbarrio contra las momias de la injusticia

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Colores en la calle y en la iglesia: una visita a la ig-lesia de Bal-vanera en República de UruguayPor Lucero San Vicente

En esta ocasión, la calle por la que caminaremos para adentrarnos a la Zona Oriente del Centro Histórico y llegar a la iglesia de Nuestra Señora de Balvanera es República de Uru-guay. Esta calle corre de Poniente a Oriente del Centro Histórico de la Ciudad de México, desde el Eje Cen-tral Lázaro Cárdenas hasta llegar a Avenida Circunvalación.

Si se empieza desde Eje Central, al cruzar la calle de Pino Suárez los colores comienzan a aumentar, así como la cantidad de personas alrededor de los puestos en las banquetas. Antes de llegar a Correo Mayor se puede observar un hermoso campanario que salta a la vista, con azulejos de color azul y amarillo. Este campanario nos

indica que llegamos a nuestro desti-no: La iglesia de Nuestra Señora de Balvanera.

De callejones, tabaco y arre-pentidasLa historia de este edificio religioso hecho de tezontle comienza hace casi cinco siglos y unos pasos hacia atrás de este imponente campanar-io.

Antes de llegar al cam-panario, si seguimos caminando del Eje Central hacia Circunvalación, vamos a poder encontrar del lado izquierdo un callejón llamado callejón de los Tabaqueros. Este callejón era el límite entre la con-strucción que incluía a la iglesia de Balvanera y los demás edificios.

En este caso, el callejón de los Tabaqueros nos va a permitir adentrarnos en la historia y espacio de esta iglesia que colinda con la calle de Correo Mayor.

El callejón ha tenido dos nombres a lo largo de su historia. El actual lo obtuvo en el año de 1730, cuando, en lugar de comercios de telas y artículos para fiestas, esta calle estaba repleta de negocios en donde torcían tabaco, es decir, en donde elaboraban los cigarros a mano, por eso es llamado así.

El primer nombre fue calle-jón de las Arrepentidas, el cual se le puso en el año de 1603. La razón de este nombre nos regresa casi quinientos años en el tiempo, ya que en donde actualmente vemos cinco tiendas de fantasía, botones, bisutería, manualidades y un ban-co, se encontraba un recinto que fue usado como una “casa de rec-ogimiento”.

Una “casa de recogimiento” era, en tiempos coloniales, un lugar en donde se recibía y mantenía a mujeres que habían enviudado, que no tenían dinero o que eran pros-

Repúplica de Uruguay

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Coeli era una pequeña barda, los dominicos se preocupaban de la cer-canía que podrían llegar a tener sus estudiantes con las mujeres de la casa, por lo que decidieron quitar la barda y hacer un callejón, al cual le pusieron el nombre de “el callejón de las Arrepentidas”.Dejando atrás el callejón de los Tab-aqueros, antes llamado de las Arre-pentidas, y avanzando unos cuan-tos metros, nos encontramos con cinco establecimientos en donde, como ya vimos, se encontraba la parte principal de la casa de rec-ogimiento “Jesús de la Penitencia”.

De casa de recogimiento a conventoEl éxito de la casa de recogimiento de “Jesús de la Penitencia” au-mentaba con los años. Muchas mu-jeres decidían entrar y aprender con las monjas concepcionistas a elabo-rar flores de papel para decoración, dándole color a la calle de Repúbli-ca de Uruguay desde ese entonces. Este éxito llevó a la cofradía a fund-ar en el año de 1667 el convento de “Jesús de la Penitencia”, al cual ya no ingresaban prostitutas, sólo mu-jeres que querían ser monjas.

La entrada al convento, y ahora a los establecimientos, dejó de servir para la entrada de las monjas en el año de 1861 cuando, debido a las Leyes de Reforma, las monjas concepcionistas tuvieron que salir del lugar e integrarse al convento de San Jerónimo, ubicado cerca de aquí, por el metro Isabel la Católica. El convento lo con-virtieron en lotes y el espacio se usó

mujeres de forma voluntaria y sin pagar. Además, éstas recibían las enseñanzas de las monjas concep-cionistas que la administraban.

Pero, para regresar al nom-bre del callejón frente al que nos encontramos, hay que avanzar al año de 1603, tiempo en el que unas cuadras atrás del callejón, los dominicos construyeron el colegio y templo de Porta Coeli, el cual se puede visitar en la calle de Venus-tiano Carranza casi esquina con Pino Suárez. En este colegio estudi-aban muchos jóvenes que querían ser dominicos. Por ello, debido a que lo único que separaba la casa de recogimiento y el colegio de Porta

titutas. Estas casas por lo general eran financiadas por una cofradía y administradas por un grupo de monjas. Una cofradía era un gru-po de hombres católicos, civiles y con un buen nivel económico que buscaban hacer obras caritativas en favor de la Iglesia Católica. En el caso de esta casa, el grupo que se encargó de comprarla y mantenerla fue la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad.

La cofradía de Nuestra Señora de la Soledad compró la casa en el año de 1572 y fundó la primera casa de recogimiento en toda América, llamada “Jesús de la

Penitencia”, a la cual entraban las

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Virgen de la balvanera San Charbel

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primero como vecindad, la cual fue demolida en el año de 1929 para dar lugar a la construcción de los establecimientos que actualmente vemos.

Si caminamos un poco más y pasamos estos seis comercios llegamos a la torre en donde se en-cuentra el campanario de azulejos de la iglesia de Balvanera. Este cam-panario fue construido a mediados del siglo XVIII y es la muestra de la fuerte influencia que puede llegar a tener la mezcla de culturas. En este caso, el arte mudéjar representa la relación entre el estilo árabe y el español.

Llegamos a la iglesia de Nues-tra Señora de BalvaneraDespués del camino por República de Uruguay, llegamos a la iglesia que en el año de 1671 se acabó de construir y fue dedicada a la Inmac-ulada Concepción, bajo el título de

la iglesia de Nuestra Señora de la Balvanera.

Observando la fachada de la iglesia, llegamos a la puerta prin-cipal. Arriba de ésta se encuentra el tercer vitral, en el cual podemos observar a la virgen de Balvanera. Su imagen representa a la virgen cargando en sus piernas a su hijo, Jesús, quien lleva el evangelio en las manos. La figura tiene su ori-gen en la Rioja, una zona al norte de España. Lo que se cuenta es que Nuestra Señora de Balvanera fue encontrada en un roble, al pie de una fuente, con un cofre con reli-quias y abejas, por un bandido de la Rioja, quien, en el momento en el que la observó se arrepintió de to-das sus acciones y la dio a conocer, construyendo el Santuario de Nues-tra Señora de Balvanera en el año 520 en España.

Poco más de mil años después de que se construyó ese san-

tuario, y con un océano de distan-cia, se edificó la iglesia que tenemos ante nuestros ojos, dentro de la cual hay otra pintura de la virgen. Para ver esta pintura, la entrada de la ig-lesia de Balvanera nos recibe como una bocanada de aire fresco en medio de la multitud de personas, colores y movimiento en el que nos encontramos afuera. Sus pisos con mosaicos blancos y negros, como un tablero de ajedrez, marcan el inicio de otra etapa dentro de la historia de esta iglesia y de nuestra visita.

Listones, libaneses y tradi-cionesAl dar los primeros pasos dentro de la iglesia, lo primero que notamos dentro de sus colores sobrios, como el blanco y café, son los listones de colores que están ante nuestros ojos, todos colgados en los brazos de San Charbel. Este santo nos recibe en la iglesia de Balvanera, con sus brazos

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abiertos, repletos de listones con agradecimientos y deseos, que le devuelven al visitante de la iglesia la sensación de color que representa la calle de República de Uruguay.

Como el contraste que se experimenta entre el calor y ruido de República de Uruguay y lo fresco y tranquilo del interior de la iglesia, los colores de San Charbel simboli-zan el contraste entre dos formas de vivir el rito católico: el rito católico occidental, representado con la vir-gen de Balvanera, y el rito católico maronita, representado con San Charbel, ya que actualmente la igle-sia de Nuestra Señora de Balvanera también es conocida como la Cate-dral Maronita de México.

San Charbel es el princi-pal santo de quienes siguen el rito católico maronita, que tiene origen en el siglo VI en Líbano, país natal de San Charbel. Este santo llegó a la iglesia de Nuestra Señora de Bal-

vanera en el año de 1922, cuando los libaneses maronitas llegaron a México. En el año de 1946 llega otra oleada de exiliados libaneses y se erige oficialmente la Parroquia de Nuestra Señora de la Balvanera como la Catedral Maronita de Méx-ico.

Los listones sirven de pu-ente entre las diferentes formas de ver el mundo porque fue en la Ciudad de México, en esta calle y en esta iglesia, en donde surgió la tradición de colocar listones en los brazos de San Charbel. Se cuenta que un día una señora que se encon-traba enferma entró a la iglesia para orar, se encontró con San Charbel y decidió dejarle por escrito su petición. Como no traía un papel, escribió su recado al santo en un listón que acababa de comprar en alguna de las muchas mercerías que se encuentran en la calle de República de Uruguay. Pasaron

algunos días y el número de lis-tones en los brazos de San Charbel comenzó a crecer, hasta el punto en el que esta tradición ha superado fronteras.

Por último, alcanzamos la esquina de República de Uruguay y Correo Mayor, en donde termina la iglesia de Balvanera, un esquina en donde finaliza una historia de más de qui-nientos años que hemos recorrido en los edificios que se encuentran en unos pocos metros. Una esquina en la que hoy en día caminan tantas personas que nos cuentan nuevas y coloridas historias que semejan los listones que se encuentran en los brazos de San Charbel y en las mer-cerías de República de Uruguay.

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Ubicado en la calle de Mesones 171, el restaurante Al Ándalus representa uno de tantos tesoros gastronómicos que se esconden en las entrañas del Centro Histórico. La calle de Mesones es famosa por estar especializada en artículos de papelería, por lo que cualquier potencial visitante del Al Ánda-lus debe tener en cuenta que en los inicios de ciclos escolares ten-drá que abrirse camino entre una muchedumbre que desborda las banquetas y nubla el horizonte con bolsas rebosantes de cuader-nos y lápices.

Se trata de un restau-rante muy representativo de la comunidad libanesa (que cuando comenzó su migración a México era conocida como otomana), que aún mantiene vínculos muy estre-chos con el Centro Histórico de la Ciudad de México. Como todos los tesoros culinarios, Al Ándalus no se devela fácilmente, su entra-da puede ser confundida con una

Deleitando

el paladar:

Al Ándalus

Por Luis Sandoval Salazar

puerta de una vulcanizadora que parece engullirse al número 171. Al entrar en el restaurante la mística del Centro Histórico se apodera de cualquiera, se trata de un majestuoso edificio de dos pisos que hace recordar porqué la Ciudad de México llegó a ser conocida también como la “Ci-udad de los Palacios”. Sin duda es un lugar muy destacado para cualquier bon vivant que aprecie

la culinaria semita, en éste lugar destacan el kepe crudo, humus y falafel aunque el café aderezado con cardamomo merece también ser mencionado. Si bien el precio puede alejar a varios curiosos (en promedio por arriba de 200 pesos por persona), no se trata de un lugar reservado para los sibaritas o snobs de la gastronomía, más bien es un pequeño lujo que bien vale la pena darse.

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Los diablitos

de la MercedPor: Juan Alberto Salazar

A José Emilio Pacheco, porque lo extraño

Los dedos ya le dolían. “Poner changuitos” sonaba más divertido de lo que en realidad era, pero es-taba seguro de que valdría la pena. Gerardo tenía 12 años y mucha fe en que cruzar los dedos lo llevaría a tomar de la mano a Carmen du-rante todo el Jarabe tapatío, que sería la coreografía con que el 6° B de la escuela primaria matutina no. 44 “Dr. Atl” le rendiría homenaje a “los héroes que nos dieron patria”. La maestra Mercedes acostumbraba usar un delantal rosa chillante, que cada vez que le pegaba el sol se volvía un cursi y apastelado resplandor regañón. De hecho, Gerardo procuraba no volt-ear a verla demasiado desde que su mamá le contó que uno de sus tíos se quedó ciego por mirar fija-mente al sol de Avandaro, que le quemó los ojos mientras él sentía la psicodelia setentera recorrerle de un sentido al otro. El niño de 6° de primaria no entendía de psi-codelias ni mucho de LSD, pero sabía bien de esas sensaciones que a uno se le mueven por el cuerpo y lo inundan, porque así lo ponía Carmen.

Después de extender el suspenso tanto como pudo, doña Mercedes procedió a la repar-tición de unos a otras y viceversa, ante la desaprobación en forma de lépera vociferada cada vez que nombra un par (a los niños porque les daba pena y a las niñas porque “hueva mil con ese…”). La maestra nombró a “La Deya” y Mario, que desde hacía mucho se traían unas ganas locas. A la par del sonrojo de la pareja recién nombrada y los “uuuuhh” de todos, Gerardo volt-eó a ver a Carmen en el extremo opuesto del salón, donde ella se sentaba; justo atrás de Judas o “Judas”, ese que tiraba su pluma al suelo para verle los calzones a Carmen, aprovechando la falda gris del uniforme. Gerardo nunca supo si “Judas” era apodo por la nariz ganchuda o Judas le habían puesto su papá en un gesto burlón, porque todos decían que era bien ateo. Y Carmen nunca supo que Judas o “Judas” le conocía todo el cajón de lencería comprada en la sección de niñas de Suburbia.—Gerardo y Carmen—dijo la mae-stra Mercedes. El jovencito de 12 años contuvo un gritito, pero la sonrisa lo delató. Carmen se pre-guntó quién era Gerardo. Ese mismo día, a las 11, sería el ensayo. Gerardo contó los minutos con tal obsesión que se le acabó la lucecita verde al Casio que su papá le había comprado saliendo del metro “Merced”, cuando fueron a buscar la bicicleta Apache que le regalaría de cumpleaños. Sentía tal desesperación que decidió man-

darle un papelito a Carmen con un garabato incomprensible, que él había planeado como esa frase ideal rompehielo: “Hola. Atentam-ente Gerardo”. Carmen pasó tanto tiempo intentando descifrarlo que dieron las 11. La maestra los llevó a en-sayar al patio. Como cualquiera podría imaginarse a nadie le hacía tanta ilusión como a Gerardo, que sentía estar desfilando directa-mente al podio donde tomaría la mano de la amada que no lo con-ocía. Aún... Las primeras notas del Jarabe fueron como las fanfarrias que lo anunciaban, cual luchador o, bien, vagonero del metro con boci-notas ambientales. Y nunca se sin-tió tan patriota como cuando tomó esa mano sudorosa que él apretaba cual estandarte de la única región del mundo de la que querría ser ciudadano: Carmen. Lástima que no bailaba tan bien y no lo veía a los ojos, como él hubiera querido. —Si quieres, practicamos saliendo de clases mañana— dijo Gerardo. —No me dan permiso de invitar desconocidos— contestó Carmen. —No somos desconocidos, somos pareja de baile— tartamudeó el niño. —Mmm… Bueno, creo que sí me acuerdo que íbamos juntos en 3° y creo que nuestras mamás son amigas… Ven a mi casa, vivo a dos cuadras del mercado de La Merced, sobre la calle de la Pradera, en el 273-a. Comemos a las 3. Llega pun-tual—le dijo ella, con las palabras que más había esperado escuchar en su vida. Gerardo sólo asintió y

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calló el hecho de que ni siquiera había estado en la “Dr. Atl” en 3° de primaria.

Al día siguiente, inmed-iatamente después de salir de la escuela, Gerardo corrió a su casa, tomo su bici Apache y pensó en ejecutar un plan maestro para im-presionar a Carmen: pasaría a com-prarle unos “diablitos” a su bici y la invitaría a dar la vuelta antes de ponerse a bailar, entonces, justo en-frente del mercado de Sonora, bajo la sombra de la guadaña de la Santa Muerte, la besaría, para cerrar el amarre que había pactado con la “Santísima”, antes de romper la alcancía con su macabra figura, que contenía los 50 pesos que pensaba invertir en los mejores diablitos de la calle de San Pablo. —¿A dónde vas? — gritó la abuela desde el baño. —A hacer la tarea con una amiga— contestó Gerardo y no dio tiempo

de una reacción al respecto. Echó a andar por todo Izazaga, y justo en la esquina con Jesús María, en donde comienza San Pablo, observó el poster de un grupo que se decía “tributo de The Beatles”, llamado Los Lenones, que anunciaba presentaciones todos los días del año en esa misma calle, pero el anuncio estaba tan maltrat-ado y despintado que los artísticos rostros eran casi indistinguibles. Entró a la misma tienda donde su papá le compró la bicicleta y pidió los mejores diablitos. Los atornil-laron y le encantaron, le sobraron 5 pesos, justos para ponérselos de ofrenda a “la Niña”. Feliz, orgulloso y más su-doroso que nunca, no tuvo tiempo de detenerse a platicar con ninguna de las acaloradas chicas que, por montones, poblaban el camino has-ta casa de Carmen, y que, al pare-cer, se mostraban bastante atraídas por la reciente adquisición de Ge-rardo, puesto que todas le echaban alguna miradilla y hasta uno que otro piropo: “¡Pedaléame a mí, mi amor!”. Cuando llegó a la puerta de la casa de Carmen, tocó el tim-bre con la mano temblorosa, pero también segura de que al menos una pompa sí le pellizcaba a la muchachita de sus sueños cuan-do sus labios la besaran. Una voz afeminada, pero no de niña, ni mucho menos la que lo había invit-ado a comer, contestó del otro lado y abrió.—¡Están bien chingones tus diabli-tos! A ver si cuando mi vieja y tú

acaben sus mariconadas de bailar, me prestas tu bici para llevarla a dar la vuelta—le dijo Mario, la pareja de Jarabe tapatío de “La Deya”. Escuchó ladridos, y dos per-ros labradores comenzaron a lam-erle la cara. —¡Quietos! ¡Déjenlo ya! Esta es Nahui y este es Ollin— dijo Carmen, señalando a cada uno de los emisores de ladridos, y evitan-do que derribaran a Gerardo. Gerardo no habló en toda la comida. Mario no le soltó la pierna a Carmen, que se reía de todas las bromas (pendejadas, para Gerardo) de su novio, que recién le llegó ese día a la salida. Aunque según se enteró Gerardo, por la conversación en la comida, ya se habían besado muchas veces antes. Gerardo bailó con coraje, ante las risas, burlas y bromas de Mario, que los apresuraba.— ¡A la chingada!— dijo Gerardo, cuando Carmen, por estar viendo al “pendejo de su enamorado” hizo que se cayera por interrumpir su zapateado. Se subió a la bici y se fue. Pero el plan siguió en pie, o más bien, en ruedas. Alguien se tenía que subir a los diablitos, la calle estaba repleta de prospectos y él tenía en el bolsillo 5 pesos.—Pero, bueno, traigo diablitos…— dijo, cruzando los dedos por enci-ma del manubrio del que colgaban unas cintas de plástico que sim-ulaban tiras de piel. Gerardo se alejó de la casa de Carmen en su bici Apache. Volteó hacia arriba y pensó en adoptar un volcán. Dio la vuelta y lo perdieron de vista. Na-hui y Ollin ladraron toda la tarde.

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Tiempo atrás, durante mis

vacaciones, tuve la oportunidad de

adentrarme en el Centro Histórico

de la Ciudad de México. Movido

por mi amplia curiosidad caminé

por sus calles durante horas.

Acostumbrado desde pequeño a

escuchar historias de la conquista

de México-Tenochtitlan, este

lugar siempre ha despertado

en mí grandes emociones. Me

resulta impresionante figurarme

cómo la actual ciudad surgió

de las cenizas de la antiquísima

metrópoli mexica. Asimismo,

me parece increíble cómo es que

todos los enormes edificios que

ahora constituyen este espacio

se encuentran situados sobre lo

que antes era un enorme lago.

Sin embargo, lo que más me

sorprendió en este último viaje

fueron las calles que configuran y

dan vida al barrio de la Merced.

El barrio de la Merced

se encuentra ubicado en la zona

oriente del Centro Histórico de

la Ciudad de México. Es un sitio

conocido por su comercio, de

hecho, el símbolo del transporte

que llega a él ostenta un huacal

lleno con manzanas. No obstante,

a pesar de la existencia de este

transporte colectivo, la mejor

forma de arribar al barrio de la

Merced, al menos en un viaje con

la intención de redescubrir las

historias de la ciudad, es mediante

una larga y reflexiva caminata.

Un viaje diferente

En un tiempo de ocio,

El corazón de la MercedPor Alejandro Ponce Hernández

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de aquellos días en los que uno

quiere emprender el camino

hacia ninguna parte, me encontré

frente al inmenso monumento

a la Revolución Mexicana. Este

enorme edificio me llenó de

emoción, sobre todo al traerme a

la mente aquella batalla iniciada

en 1910. Desde allí mis deseos de

aventurarme a sitios diferentes

me llevaron a continuar el camino

que lleva al zócalo capitalino. Al

seguir esta meta logré percatarme

de algo inusual: las calles, al

igual que las formas, actitudes

y actividades de la población

que las circunda, comenzaban

a cambiar lentamente según

me iba introduciendo más en la

zona oriente. Fue entonces que

caí en la cuenta de que un lugar,

por más céntrico que sea, puede

dividirse fácilmente en diversos

niveles. Después de un tiempo

en marcha me topé con la Plaza

de la Aguilita, lugar que según

cuentan algunas personas fue en

donde los antiguos mexicanos

encontraron la señal del águila

parada sobre un nopal devorando

una serpiente. Al percatarme

que de seguir mi camino en

forma directa me toparía frente

a la enorme avenida conocida

como Anillo de Circunvalación,

decidí cambiar de rumbo hacia la

izquierda. Fue en las siguientes

calles donde realmente comenzó

mi viaje, donde logré adentrarme a

la historia y las costumbres de este

lugar tan peculiar.

Siguiendo mi camino

me encontré con la calle de

Talavera, lugar sumamente

tranquilo caracterizado por sus

estatuas y comercio de índole

religiosa. Quizá la mayor sorpresa

que recibí ese día fue aquella

causada por la impresión que me

dieron las siguientes calles, las

cuales cambiaban drásticamente,

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introduciéndome a un mundo de

comercio dedicado a la comida, las

películas, la música y la belleza.

En esos momentos no lograba

comprender el porqué de ese

vuelco tan radical. Sin embargo,

mis dudas serían respondidas

al considerar el edificio que se

encontraba entre ambos tipos de

comercio. El claustro de la Merced.

Un barrio visto a través de un

edificio

El claustro de la

Merced fue erigido en 1703. El

convento fue levantado por los

mercedarios, orden religiosa

que llegó al territorio que hoy

es México de la mano de Fray

Bartolomé de Olmedo, personaje

encargado de acompañar a

Cortés durante su campaña de

conquista. La misión de Olmedo

era “salvar” a los indígenas de la

“servidumbre idolátrica” en la que

se encontraban. ¿Por qué los frailes

mercedarios se establecieron en esa

zona y no en otra?

La zona en la que hoy se

encuentra el claustro fue en su

momento la parte limítrofe de

la ciudad prehispánica en el lago

de Texcoco. Es muy probable

que en esta región se edificara

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la primera construcción de la

nueva Ciudad de México, la cual,

debido a su situación geográfica,

debía servir como galería para

resguardar algunos barcos de

guerra; esto para mantener el

control militar de la laguna en

respuesta al constante ambiente

de revuelta que caracterizó

los primeros días de la Nueva

España. Los mercedarios, debido

principalmente a su fama de orden

guerrera, fueron los encargados de

resguardar este punto estratégico

para la pacificación de los pueblos

sometidos. Además de esta tarea,

se les asignó la misión de ser un

foco de atracción que permitiera

aumentar la densidad de población

en la zona. Afortunadamente

para el nuevo gobierno, los planes

rindieron los frutos esperados.

No obstante, las gentes que

llegaron a establecerse al lugar

eran generalmente indígenas en

situación de miseria.

El convento pasaría un

extenso periodo de tiempo en

relativa tranquilidad, tiempo

de calma que lo prepararía para

su gran tragedia fundada con la

promulgación y aplicación de las

Leyes de Reforma. Tras el triunfo

de la facción liberal mexicana en

1857, la aplicación de las Leyes

de Reforma no se hizo esperar.

Sólo cuatro años después de este

acontecimiento, el 30 de abril de

1861, el convento de la Merced

fue puesto bajo la tutela de la

municipalidad, la cual, debido al

reconocimiento de los problemas

de la ciudad, no tardó en promover

la demolición de gran parte del

convento para que sus materiales y

las zonas que ocupaba pudieran ser

reutilizados para la construcción

de un mercado monumental. El

Mercado del Volador, principal

centro comercial de la ciudad, se

había empezado a saturar, por

lo cual los puestos ambulantes

abarrotaban las banquetas,

llegando incluso a proliferar en

las calles aledañas del Palacio

Nacional, causando una pobre

imagen y el entorpecimiento del

tránsito citadino.

La demolición del

convento se efectuó sin mayores

apuros, quedando únicamente

en pie el bello claustro, el cual

fue respetado por haber pasado a

servir como las instalaciones de

un cuartel militar. El proyecto era

la construcción de un mercado.

Sin embargo, los múltiples

conflictos del país obstaculizaron

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largamente los planes. Para no

desperdiciar el espacio obtenido

por la demolición, y solucionar

momentáneamente el problema

del Mercado del Volador, se instaló

en la zona del antiguo convento

una plazuela que funcionó como

“mercado al aire libre”. Como

ya lo hemos dicho, fue debido

a su condición de cuartel que el

claustro se respetó por mucho

tiempo. A pesar de ello, en 1901

se pensó en la posibilidad de

ampliar el mercado a la zona del

claustro, pensamiento que no

duró demasiado pues se resolvió

que dicho edificio era demasiado

hermoso como para ser derribado,

y que el hacerlo sólo consistiría en

un “atentado al arte”.

El claustro sobrevivió,

aunque siguió pasando por

momentos muy difíciles. Durante

la fase más crítica de la Revolución

Mexicana se volvió a proyectar

su demolición. Sin embargo,

Gerardo Murillo, pintor y escritor

mejor conocido como Dr. Átl,

abogó por el edificio ante el

presidente Carranza. Murillo tenía

proyectado transformar el claustro

en un museo que resguardara el

pasado colonial de México. Sin

duda, el proyecto de museo era una

excelente idea, no obstante, poco

tiempo después de esta propuesta,

Carranza fue asesinado. Murillo, su

fiel colaborador, fue encarcelado

en Tlatelolco, prisión de la cual

escapó para refugiarse en el barrio

de la Merced, tomando como

residencia aquel edificio que él

tanto había defendido.

El claustro mudéjar

El claustro fue el único

sobreviviente del edificio construido

por los mercedarios en la Ciudad de

México. Las respuestas que nos ayudan

a comprender el porqué de ello son

variadas. Sin embargo, la que más nos

interesa aquí es aquella que nos habla

de su arte, al caminar por la Ciudad de

México uno no puede dejar de percibir

algunos edificios que ostentan un tipo

de arte muy llamativo (estilo oriental).

Este tipo de arte es conocido como

arte mudéjar, es decir, el tipo de arte

característico de los musulmanes que

vivían en la España del siglo VIII al

XVI. Quizá muchos edificios puedan

presumir de contar con algunos

detalles de este arte, pero el claustro de

la Merced puede presumir que toda su

estructura está basada en él.

Compuesto por un patio

flanqueado por hermosas arquerías

divididas en dos pisos, el claustro de la

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Merced ofrece una imagen que provoca

el mayor asombro y una tranquilidad

que permite la mejor meditación. El

primer piso cuenta con 7 arcos por

lado, en los cuales resaltan sus relieves

de piñas y enormes conchas con

imágenes de santos. Además de estas

figuras, esta serie de arcos cuentan

con diversas representaciones del

simbolismo cristiano: estrellas, el sol,

llaves, la luna, etc. En el segundo piso el

número de arcos se duplica, pasando de

siete a catorce. Esta nueva serie de arcos

está aún más adornada que la primera,

resaltando sus motivos vegetales y

sus representaciones de diamantes.

Sin duda, hasta el espectador más

insensible puede llenarse de emociones

contradictorias al encontrarse en el

centro del patio del claustro mudéjar

de la Merced.

Una plaza con historia propia

A un costado del claustro se

fundó la plaza Alonso García Bravo, la

cual, recordando las antiguas aventuras

de los primeros hombres occidentales

en América, ostenta orgullosa la

estatua en honor al hombre del

mismo nombre, personaje encargado

de explorar los límites de la antigua

Tenochtitlan para, a partir de ello,

realizar la traza de la nueva ciudad de

México. Dentro de una gran variedad

de colores, olores y sabores, la plaza

Alonso García Bravo y sus alrededores

nos permiten vislumbrar la conjunción

de los diversos tipos de cultura que han

convivido durante largo tiempo en los

espacios urbanos que hoy conforman

al barrio de la Merced.

“Nunca morada alguna me pareció más esplendida, el

gran patio con sus dobles arcadas de cantera labrada, los

amplios corredores sumidos en el silencio, los antiguos

refectorios, las salas capitulares, las celdas vacías y los

vetustos muros de la iglesia, todo aquel conjunto barroco

y ruinoso se me presentó como la más estupenda obra

de arquitectura que yo había contemplado en mi vida”

Dr.Átl: Gentes profanas en el convento

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Caminos de la Merced (ahí nomás tras lomita)

Por Mario A. Montes

“Como te contaba la otra vez, ese día fue mi última pelea, cuando gané supe que los tiempos para box-ear habían terminado. Los tiempos de ahora sólo son para el espectácu-lo. Y yo no soy así”En el rincón de una pulquería, como hubiera dicho José Alfredo Jiménez, dos señores recuerdan sus buenos años como boxeadores. A su lado, la voz de Javier Solís les canta, desde la rocola que promete cua-tro canciones por cada moneda de cinco, que me sirvan de una vez pa´ todo el año… Las historias de estos hombres son acompañadas por un plato de frijo-les, un molcajete con su salsa, torti-llitas y sal. No falta nunca el bicar-bonato “pa´l desempance”, dice uno de ellos mientras prepara un taco. Los vasos con pulque blanco y un curado de avena rematan la escena. Recuerdan cuando fueron box-eadores, siempre los más lucidos y queridos por la multitud. “Que si nunca fui de renombre fue porque la vida no me dio chance. La vir-gencita sabe por qué pasan las co-

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sas” dice uno de los campeones sin corona, mientras señala el pequeño altar donde lo más preciado tiene su adoratorio, la virgen de Guadalupe rodeada siempre de veladoras y de flores muy vivas. Todo el que llega debe hacerlo: saludar a la tropa y encomendarse a la guadalupana, “en el nombre de padre, del hijo y del espiritusanto. Amén”. Y después, a matar la sed con un curado. “Hasta no verte, Jesús mío” dicen todos an-tes de aventarse el trago último que termine con su pulque. Nuestras almas se acercaron, tanto así que yo guardo tu sabor, pero tú llevas tam-bién sabor a mí. En el Recreo de Manzanares, en

la calle del mismo nombre, en la Meche, se reúnen los lugareños y ajenos cuando de complacer el es-tómago se trata. En esta pulquería, donde los comerciantes, carnic-eros, boxeadores, estudiantes, trabajadores y licenciados son la misma gente, nada me importa que critiquen la humildad de mi cariño. Afuera ya está oscuro, afuera sí pasa el tiempo. Son estas pul-querías tradicionales espacios que se han detenido en el tiempo, donde parece que vivimos en años que hace mucho pasaron y que quizá ni fuimos parte de ellos. “El tiempo donde todo era mejor, aho-ra ya nada, mi cabello blanqueó,

y mi vida se va, ya la muerte me llama. Los buenos tiempos cuando subíamos al ring a partírnosla…”

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Muchas veces los turistas son at-raídos a lugares que gozan de una increíble historia y un espectacular tamaño, pero ¿qué hay de aquellos sitios que a pesar de tener una in-creíble historia son olvidados por no poseer grandes dimensiones? Es por ello que en esta ocasión decidí visitar una impresionante edificación que cuenta con sólo diez metros de largo, localizada en un espacio que parece perdido en el tiempo, testigo de miles de historias dentro y fuera de sus mur-os, ¡Bienvenido a la catedral más pequeña del mundo! bienvenido a la Capilla de Manzanares.

De cafés a pulqueríasDespués de haber hecho un pequeño recorrido por diferentes rincones del barrio de la Merced, me detengo en el antiguo Café Equis del calle-jón Roldán a tomar un delicioso café traído desde Oaxaca. Sentado, observo una pequeña placa pegada casi en la esquina con la calle de Manzanares que explica que estos eran los límites del islote donde, según el mito mexica, en 1325 un águila devorando una serpiente se posó sobre un nopal, dando inicio

así a su gran imperio que 196 años después, en 1521, caería para dar paso a la Ciudad de México. Agobia-do de pensar en lo difícil que debió ser esta transformación, decido se-guir mi camino dando vuelta en la calle de Manzanares y caminado en dirección a Anillo Circunvalación.

Después de caminar por aproximadamente dos minutos, y cada vez con más ansias de llegar a mi destino, me detengo y veo a mi izquierda una de las cada vez más difíciles de encontrar pulquerías tradicionales del Centro Históri-co. Ya en su interior observo un pequeño cuadro que tiene por título “El Recreo de Manzanares”. En él se aprecia una pulquería con hombres jóvenes en un ambiente de fiesta. Esta imagen contrasta con lo que yo observo, un sitio que muestra en sus paredes y en su gente el paso del tiempo. Por fin decido abordar al despachador del lugar, el cual

accede con amabilidad a platicar. Dice que esa es la última pulquería que queda en la zona, y que hasta hace 30 años en esa calle y los alre-dedores había aproximadamente 80 pulquerías. “Pero esos tiempos eran otros, la calle estaba llena de negocios, el sitio era muy comercial. Por toda la calle había puestos de semillas, frutas, verduras y cosas para el hogar”, dice un cliente que había estado escuchando nuestra conversación. Antes de que esta plática se alargue, decido abandonar la pulquería llamada El recreo de Manzanares.

El callejón de las prostitutasContinúo con mí recorrido mien-tras pienso que la calle luce bastan-te silenciosa y con escasos negocios en comparación con su paralela la calle de Corregidora. Al fin llego a un lugar del que mucho había es-cuchado hablar, el 2do Callejón de

Visitando la

Capilla de

Manzanares

Por Donnovan Romero

Fototeca INAH

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Manzanares, mejor conocido como el “callejón de las prostitutas”, espa-cio que hasta hace más o menos dos años −antes de un operativo poli-cial en el que se encontró que en el sitio había trata de personas− era un sitio en el que había diferentes lo-cales donde se vendía alcohol y que tenían como “atracción principal” un desfile de sexoservidoras que es-taban al tanto de aquel cliente que decidiera contratar sus servicios. De inmediato se me viene a la mente el desprecio que sienten muchas per-sonas por este tipo de trabajadoras. Yo no puedo pensar igual que esa mayoría. Mi idea de ellas es muy diferente, mucho más semejante a la que plasma Jaime Sabines en su poema “Canonicemos a las putas”

No engañas a nadie, eres honesta, íntegra, perfecta; anticipas tu precio, te en-señas; no discriminas a los viejos, a los criminales, a los tontos, a los de otro col-or; soportas las agresiones del orgullo, las asechanzas de los enfermos; alivias a los impotentes, estimulas a los tímidos, complaces a los hartos, encuentras la fórmula de los desencan-tados. Eres la confidente del borracho, el refugio del perseguido, el lecho del que no tiene reposo.

Esto también me recuerda que el si-tio que estoy por visitar tiene fama de que a él acuden sexoservidoras, y esto no es de extrañar. El oficio

Fototeca INAH

El recreo de Manzanares

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Al fondo, entre las dos, puedo ob-servar una pequeña cúpula. Alzo más mi vista y puedo contemplar tres cruces divididas entre las dos torres y la cúpula que inevitable-mente representan, por un lado, a la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y por el otro, a la crucifixión de Jesucristo en el monte Gólgota, simbolizándolo con la cruz sobre la cúpula y a Dimas y Gestas con las cruces encima de las torres.

Voy a la parte trasera de la capilla de Manzanares y veo que la construcción y el color amarillo cambian. En principio me extraño, pero después de ver un zaguán verde recuerdo que la parte trasera es una casa en la que habitan seis

no llegó a la zona ni viceversa, ya que este trabajo aparece en la región desde la conquista, es decir, que la edificación y el oficio nacieron al mismo tiempo.

La Capilla de ManzanaresSigo el recorrido y comienzo a ver al centro de la calle, entre dos grandes construcciones −un ho-tel y una vecindad−, una pequeña construcción amarilla. Los coches estacionados, un árbol y la forma de la calle impiden una vista completa. Decido cruzar al otro lado. Allí la vista es impresionante, aparece ante mis ojos una pequeña capilla de color amarillo penetrante. Es como ver una iglesia encogida, pero no da la sensación de fragilidad, sino de fortaleza, de vitalidad, de energía, como esperando mi llegada y dán-dome la bienvenida.

Antes de acercarme más, observo la gran cantidad de coches que pasan justo detrás de la capilla de Manzanares en Anillo Circunva-lación, y recuerdo que tiempo atrás en ese lugar pasaba un brazo del lago de Texcoco. Me es imposible no tener en mente la imagen de una pequeña capilla a la orilla de un lago, como si fuera una embar-cación encallada.Ya de frente a la capilla de Man-zanares observo que hay una constante afluencia de personas entrando y saliendo. Antes de in-gresar, decido observar su exterior con detenimiento y me maravillo tanto de la belleza de sus elementos como de los significados que tienen. Puedo ver a los costados dos torres, las cuales, al parecer, cumplen la función de pequeños campanarios.

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uno de mayor devoción. En el inte-rior se percibe mucho más pequeña. Tiene tres hileras de bancos en el que veo personas persignándose. Según la cuenta que hago, no caben más de 20 personas. Miro a mis costados y puedo ver varios mosa-icos azules y una pequeña vitrina con imágenes y anuncios del calen-dario de actividades. Camino hasta el retablo que tiene un espectacular color oro brillante y contemplo tres imágenes, la más importante al cen-tro, el patrón de la capilla, el Señor de la Humildad, que no es otro que Jesucristo, al cual, al igual que a todas las imágenes de nazarenos, se le pide por causas de carácter pop-ular, como curar a un enfermo, la liberación de un preso, que conceda humildad a un soberbio, entre otras más. A un lado observo una imagen

del imperio romano. Pienso que el hecho de que esta inscripción se encuentre en este lugar no es casu-alidad, porque transmite el mensaje de que con la cruz −símbolo por excelencia de la Iglesia Católica− la gente se sobrepondrá a las adver-sidades. Lo pienso así ya que por mucho tiempo la zona fue habitada por indígenas que regularmente ocupaban los estratos económicos más bajos de la sociedad. De hecho, esta oración convertida en insignia fue usada por los evangelizadores en sus campañas en América, Áfri-ca y Asia para combatir el supues-to paganismo que existía en esos territorios.

Por fin decido entrar. Si por fuera quedé maravillado, por dentro la impresión va más allá, la capilla cobra por completo otro sentido,

monjas de la orden de las Carmeli-tas Descalzas, las cuales se encargan de mantener en condiciones ópti-mas la capilla, y de llevar a cabo sus ritos correspondientes. Le doy la vuelta a la capilla y llego nuevamente a su entrada, comienzo a observar con deten-imiento todos los elementos de su fachada y veo una cruz atiborrada de figuras con dos ángeles a sus costados. Debajo de ella encuentro una inscripción en latín que signifi-ca “con esta señal vencerás”, frase que Constantino escuchó después de observar una cruz frente al sol cuando iba con su ejército en una campaña militar a combatir a los paganos. Constantino fue el emper-ador de Roma que legalizó en el año 313 el cristianismo y en el 325 hizo de la religión cristiana la religión

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con el 3er callejón de Manzanares una construcción bastante dañada pero en pie. Recuerdo que aquella es la casa más antigua del Centro Histórico, hogar que resistió y se adaptó a los cambios en la ciudad y a las constantes inundaciones de ésta. Me voy, no sin antes pensar en todo lo que he visto ese inmueble, que si hablara podría contarme a la perfección toda la historia de la Capilla de Manzanares, desde que se mandó a construir por Hernán Cortés en el siglo XVI como una de las siete ermitas para evangelizar a los indígenas, hasta su renovación en el siglo XVIII que le dio la ima-gen que podemos ver hoy en día.

La Capilla de Manzanares se en-cuentra abierta de lunes a domingo a excepción de los miércoles de 8 am a 6 pm.

Dirección: Manzanares 32, colonia Centro, Ciudad de México, esquina Anillo de Circunvalación.

quierdo veo una pequeña puerta de madera que por suerte se en-cuentra abierta. Paso y observo un pequeño espacio, a la izqui-erda una escalera que conforme subo los escalones se vuelve más angosta hasta topar con pared y una cuerda que se usa para tocar las campanas de la capilla. Bajo y doy dos pasos de espalda a las es-caleras. A mi derecha se encuen-tra una pequeña entrada que da al sagrario donde se llevan a cabo las escasas misas que se dan en el lugar y los rituales de las Carmelitas Descalzas. Decido salir antes de que la curiosidad me haga entrar en el sagrario. Mientras me dirijo a la salida me doy cuenta de que el ruido es es-caso. Esto me paraliza un instan-te, ya que la capilla está pegada a Anillo de Circunvalación, una avenida bastante caótica.

Por fin decido salir y ob-servo una vez más esta increíble capilla con la promesa de volver. Doy la vuelta y veo en la esquina

de la virgen y al otro una de José. Alzo la vista y puedo ver

un pequeño coro iluminado por las ventanas de la cúpula. No imagina-ba que pudiera caber algo así en un sitio tan pequeño. A mi costado iz-

Casa más antigua de la ciudad.

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Semana Santa en la Merced

Por Luis Charles

Contrario a lo que se piensa, las iglesias del Centro Histórico −par-ticularmente las de la Merced− son templos vivos, no sólo porque aún se celebra el culto y se resguarda al Santísimo Sacramento en su interi-or, sino porque todavía son centro de convivencia social durante las ceremonias y fiestas religiosas como la Semana Santa, la cual pudimos presenciar el mes pasado y es la que es la que ahora nos ocupa. En el barrio de La Merced ex-isten algunas iglesias, como Santo Tomás la Palma, La Soledad, San Pablo el Nuevo, Jesús María y la capilla de Manzanares; de origen virreinal, que hoy son el centro de la fe de muchos fieles que habitan en los alrededores. Durante la Semana Santa se representan los misterios de la Pa-sión de Jesucristo. Antes de esto, la tradición marca la memoria de los siete Dolores de la Virgen, que se celebra el sexto viernes de Cuares-ma, justo antes del Domingo de Ramos, y se conoce como Viernes de Dolores. Si bien esta fiesta fue eliminada del calendario litúrgico, los fieles siguen la tradición, es-pecialmente en la parroquia de La Soledad, donde se hace una pequeña

romería para alegrar un poco a la Virgen María en víspera de la am-argura que ha de pasar la siguiente semana. Se colocan pequeños altares con la efigie de la Virgen en su ad-vocación de Dolorosa al interior de las casas y los templos para la devo-ción doméstica y de la feligresía en esta época. El Domingo de Ramos se celebra en todas las iglesias, dependiendo de los recursos con los que cuenten. En los atrios se ofrecen hojas de palma tejidas de muchas maneras para que los fieles lleven a bendecir a los templos, después las guardarán en sus casas y negocios. No puede faltar la procesión y la bendición de las palmas en el atrio, antes o después de la misa. El Jueves Santo es, quizá, el día con mayor actividad en las iglesias

de la Merced –y del centro en gener-al-. En este día se visitan las “Siete Casas” que son siete iglesias donde se encuentra expuesto el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles, mientras rezan el caminar de Jesús entre las casas de Pilatos, Anás y Caifás, antes de la cruci-fixión. En la Merced se visitan las iglesias, en las que se obsequia un poco de manzanilla y panecillos, en recuerdo de las hierbas amargas y el pan ázimo que comieron los judíos antes de salir de Egipto. En este día, las campanas callan después de la consagración de la misa de la tarde, y son sustituidas por la voz de las matracas. Repican nuevamente has-ta el sábado en la noche. El Viernes Santo se recuerda la muerte de Cristo. En la mañana se reza el Vía Crucis, ya sea al interior

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de las iglesias o en las calles, medi-ante procesiones. Al atardecer, las ceremonias de la Pasión del Señor y la Adoración de la Cruz ocupan el tiempo en las iglesias. El sábado Santo −o de Gloria−, du-rante la mañana, se reza un rosario de consuelo a la Virgen y en la noche se bendice el cirio pascual. Se hace de manera pequeña, en el interior de la iglesia, con un fuego pequeño, o en el atrio, usando una fogata. Después, al canto de la Glo-

ria repican las campanas que habían callado desde el jueves. Se bendice el agua y se pueden celebrar algunos bautizos. El domingo se celebra la Resurrec-ción del Señor, con misas solemnes y se ofician bautismos colectivos. En este día, culminan las fiestas de Sem-ana Santa. Como conclusión, les ofrecemos una ruta para que realicen el siguiente año la visita de las Siete Casas por las iglesias de la Merced:

-San Pablo el Nuevo -Jesús María-Santo Tomás la Palma -La Santísima Trinidad-Manzanares -Santa Inés-La Soledad

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¡Ahí va el golpe, damita, caballe-ro!: Caminar por todas las calles, sin

rumbo, caminar, caminar… el barrio

de la Merced nunca termina, sus his-

torias tampoco. Es un barrio en el que

a diario sucede un intercambio cultur-

al. Todas las culturas entran en este

espacio, el cual siempre nos recibe con

la alegría de su gente. ¡Tamales de Oaxaca, refresco

y agua! El grito es preciso: aquí hay

de todo. Aún en la misma Ciudad de

México hay pequeños espacios, pero

significativos, para la cultura de otros

estados. Estoy en el Barrio Oaxaqueño,

debajo de la Iglesia de la Santísima

Trinidad, entre tlayudas, nieves de

leche quemada y tuna (¡la nieve, la nieve, la nieeve!), pan y chocolate.

Entre la gente que como don Felipe

viene a la Merced cada semana “por el

simple gusto” de gozar la cultura que

aquí se vive.

—Uno en tres y dos por cin-co— El comercio y el intercambio es lo

que identifica a la Merced. Comercio

de productos, intercambio de cultura.

Si llegamos a este barrio seguro reci-

biremos a cambio algún apreciable

aprendizaje. ¿Qué va a llevar?, ¿va con todo? Siempre y cuando nosotros este-

mos de acuerdo en aceptarlo.

Desde aquí, en el Barrio Oax-

aqueño, mirando hacia el Zócalo veo

la cúpula rosa de la iglesia de Santa

Inés. La iglesia y convento, entre la

calle Moneda y Academia, esa majes-

tuosa edificación, de piedra tezontle,

que nos hace creer que el tiempo se ha

detenido y es que parecería que el te-

zontle ―esa piedra volcánica― es la que

mantiene la historia mejor resguar-

dada. Un edificio que, es válido afir-

marlo, es sagrado tanto por la función

como por su historia tan antigua y

solemne. Me dirijo hacia allí. Pásele, puede preguntar, sin compromiso…

La morada que concedió Caballero. La gente siempre cuenta historias, y

de tantas que he escuchado, recuerdo

la de la misma iglesia de Santa Inés:

La iglesia de Santa Inés nació con el

siglo XVII, siglo de esencia barroca, en

donde la tarea de descubrimiento y

evangelización era una tarea inacaba-

da aún. Justo en el año 1600 se ofició

misa en este recinto por primera vez.

Hoy, a poco más de cuatrocientos

años de ese momento, la majestuosa

iglesia de Santa Inés continúa de pie,

sobreviviendo al paso de los siglos y

a los acontecimientos que han cimb-

rado su piso. Hoy que estamos justo a

sus puertas, somos parte de su vida, al

igual que los comerciantes que rode-

an la iglesia, vendiendo banderas de

México, mochilas, disfraces…

A finales del siglo XVI el ma-

trimonio de Inés de Velasco y Diego

Caballero no concibió hijo alguno,

Del resguardo de almas al resguardo del arte

Por Mario A. Montes

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momento pudo ser usado como refu-

gio de francotiradores que podrían

atentar contra la vida del presidente.

Recordemos que Santa Inés está en la

extremidad del Palacio Nacional, sede

del poder ejecutivo.

No pensemos que en lo alto

de la iglesia hay un vacío. Como mu-

chas otras iglesias del centro histórico,

Santa Inés también está coronada con

una cúpula, la cual está adornada por

franjas de talavera estilo mudéjar.

La cúpula se construyó en 1758, en

la época donde en la Nueva España

se quería imprimir un estilo único

en sus templos y es en las cúpulas en

donde se verá esa unificación en las

iglesias.

Ya que estamos viendo la

iglesia en su altura, podemos bajar

la vista, a nuestro nivel, y ver un ele-

mento único de esta iglesia. Su sello

distintivo y por lo que mucha gente

tiene singular aprecio: sus puertas.

Una historia tallada. La belleza de altos muros de tezontle

ha perdurado hasta nuestros días, su

color rojizo bien combina con sus

puertas de madera. Las dos puertas

que abren y cierran todos los días, son

también las puertas que tenemos para

entrar en la historia de Santa Inés.

Pensemos en los evangeliza-

dores, que muchas veces tuvieron que

usar otros recursos para hacer llegar

a los indígenas la religión cristiana.

Además de enseñar por medio del

diálogo, se utilizaron medios visuales

para llevar a cabo la evangelización.

Estas puertas son una pequeña mues-

tra de lo que eso fue.

Las historias continúan fluy-

endo en este barrio. Ahora ningún

hombre ni mujer me lo cuenta. Son

las mismas puertas que cuentan la

historia sin hablar. En el cuerpo de las

puertas está tallado, a manera de rela-

mas sí se preocuparon por las jóvenes

huérfanas. Diego e Inés eran dueños

de un ingenio azucarero, al ser ricos

hacendados tenían los medios sufici-

entes para financiar la construcción

de la iglesia y convento, donde se in-

stalaron las hijas de aquellos soldados

muertos en combate. Las jóvenes des-

amparadas y sin recursos tuvieron un

hogar en ese convento.

Habremos visto en nuestras

andanzas por la Ciudad de México que

la mayoría de los templos tienen en

lo alto un campanario, que previo a

la hora de misa llama a los parroqui-

anos a la ceremonia. Pero en Santa

Inés no hay campanario. En lo alto un

pequeño marco de piedra resguarda

tres campanas que doblan cada vez

que la hora de misa se acerca. Me

cuentan los mismos parroquianos de

la Merced que hasta finales del siglo

XIX sí hubo campanario, y que la au-

sencia se debe a que en determinado

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los ángeles que bajaron desde el cielo a

interceder por ella. Repetidas veces los

ángeles bajaron a socorrerla. Cuando

se pensó en sacrificarla, las llamas a

la que se le arrojó fueron apagadas

gracias a los mismos seres alados. En

el último intento por terminar con su

vida, ésta aceptó finalmente que había

llegado la hora de reunirse con Cristo.

Ya no pidió más a los ángeles que la

ayudaran. La decapitaron. En el últi-

mo instante rezó: Ved aquí a mi alma,

que abandona mi cuerpo: ella os bus-

ca, Señor, sigue vuestros pasos: corre

tras de vos; dignaos llamarla a vos,

que os la ofrezco como una víctima de

la castidad.

Las letras no son suficientes

y no alcanzan para describir ésta his-

toria. A veces hay que ir más allá de

las letras para aprender de la historia,

éste es uno de esos casos, mejor sería

aprender por medio de las imágenes

que nos ofrece la iglesia en sus puer-

tas. Éstas, afortunadamente, siguen

ahí.

La vida de un edificio. De convento a museo. Cada vez que un estudiante de la

escuela primara Marcelino Dávalos

sale de clases se encuentra frente a

frente con un modesto edificio de dos

pisos. Hace muchos años en ese edi-

ficio treinta y tres monjas vivieron y

recibieron educación. El convento de

Santa Inés tuvo una vida tranquila.

Fue hasta el siglo XIX cuando terminó

su vida como convento, cuando las

leyes de desamortización de los bienes

eclesiásticos entraron en vigor. Dichas

leyes establecieron que los bienes de

la Iglesia debían pasar a manos del

Estado. Fue así como el convento pasó

to, el martirio de Santa Inés.

Inés vivió durante los prim-

eros años del cristianismo en Roma.

Era una joven que por su belleza fue

hostigada, y además incitada por los

romanos a abandonar el cristianismo.

La joven siempre se negó, llegado el

punto en que se le amenazó que de

continuar así se le enviaría a un pros-

tíbulo. Ni bajo esa amenaza cedió.

Cuando mandaron a Inés al

prostíbulo, estando allí nunca perdió

su castidad. Las mujeres que ofrecían

su vida a la religión de Cristo se con-

sideraban sus “esposas”, es por esto

que Inés sabía que Cristo velaría por

ella. Así sucedió, según la tradición

cristiana.

Dentro del prostíbulo los

soldados quisieron abusar de Inés. El

primero que se atrevió a mirarla las-

civamente quedó ciego por gracia de

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a albergar huérfanos y viudas de los

soldados mexicanos que participaron

en la intervención francesa. Mientras

esto ocurría, la iglesia se usaba como

bodega.

El tiempo pasó y aquel edifi-

cio llegó a ser una vecindad, reunien-

do dentro de sus muros a la ciudada-

nía, que como en sus inicios como

convento, no tenía muchos recursos

económicos para tener un hogar.

También fue escenario del comercio,

en el patio se vendían telas. Y para la

última década del siglo XX, el espacio

estaba en remodelación para albergar

una colección de arte, la de José Luis

Cuevas.

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Si pensamos bien, el convento

nunca dejó de tener la función con la

que lo pensó Diego Caballero. Siempre

ofreció sus paredes y techo para cobi-

jar, tanto a mujeres huérfanas como a

viudas de soldados. Hoy alberga una

colección de arte. Nunca dejó de ser

la morada que concedió Caballero.

Si visitamos el lugar podemos pasar

un momento agradable dentro del

museo.

Afuera, la gente continúa caminando,

los niños salen de clase, los comerci-

antes continúan vendiendo. La vida

de este barrio nunca termina. Aún

podemos disfrutar aquí en el patio la

historia que nos puede contar, sentir

que el mismo inmueble nos habla.

Que nos cuenta que aquí mismo, hace

muchos años, treinta y tres mujeres

tuvieron un hogar.

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Entre la cultura y el sustento: la voz de un vecino de la MercedPor Santino Palomares López

Dialogar sobre el barrio de la Mer-ced es hacer referencia a un lugar de gran importancia histórica y cultural, pues no sólo conserva una tradición mercantil impor-tante, gracias a la presencia del mercado de Sonora y la Mer-ced desde hace ya bastantes años, sino que también ostenta un gran sentido de identidad debido a las construcciones religiosas realizadas durante la época colonial por la orden de los mercedarios.Durante el tiempo que he vivido en la Merced me he dado cuenta que este sitio aún conserva carac-terísticas que la pueden definir como un barrio tradicional, pues basta con visitar la zona cercana a la nave mayor de la Merced y la Plaza de la Aguilita para poder apreciar que algunas viviendas to-davía tienen particularidades que

poseían las viejas vecindades de la ciudad, como grandes portones, dos patios centrales y, alrededor de estos, las moradas de los vecinos. La conservación de las residen-cias ha ayudado a generar una idea de cómo fue el pasado aquí, esto ha logrado que los vecinos de este sitio comprendamos cómo era la cotidianeidad en tiempos pasados. Asimismo, construcciones como el Convento de Nuestra Señora de las Mercedes, Redención de Cautivos, comenzado a finales del siglo XVI y culminado en el siglo siguiente, y la Iglesia de Santo Tomás la Palma, terminada en el siglo XVIII, son consideradas como un referente del barrio.En tiempos previos a la modi-ficación de esta zona, debido al crecimiento de la población de la

ciudad, ésta era conocida como el barrio de la Palma, esto a finales del siglo XIX y principios del XX. Me cuentan que el centro de este lugar era una pequeña plazuela en la que se encontraba la iglesia del mismo nombre, cuya ubicación estaba en lo que actualmente con-ocemos como la avenida Anillo de Circunvalación. Tengamos en cuenta que estas modificaciones forman parte de un proceso gradual que sigue en marcha debido a las necesidades de las personas que vivimos aquí, así como las de los visitantes que concurren diaria-mente. Algunos ejemplos de este cambio los he conocido por medio de las personas que han sido testigos de esta transformación debido a que han vivido y laborado en este bar-

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rio durante largo tiempo. En sus relatos recuerdan que existía un pequeño teatro ahora desparecido, e inclusive pulquerías como “Los piratas”, “La rosita”, “Las emo-ciones”, también desaparecidas, donde los trabajadores de la zona mercantil acudían después del tra-bajo.La restauración del barrio puede apreciarse en lugares que tenían un deterioro considerable, como el Parque de los Periodistas Ilustres y el deportivo Venustiano Carranza ubicados en las cercanías del mer-

cado de La Merced. Lo que hace ver, al menos en mi opinión, que se busca atraer a personas de otras delegaciones y que éstas observen una nueva cara del barrio, ya que incluso lugares que se encuentran igualmente cerca, como el cine Ve-nustiano Carranza y la Casa de Cul-tura del mismo nombre, han incur-sionado con actividades culturales y artísticas en la zona, lo que ha ayudado a la visita de personas aje-nas al barrio y a que se tenga una nueva concepción del lugar.A partir de mis experiencias en el

barrio, de caminar día a día por aquí, me he dado cuenta de que existe un interés por conocer y rescatar estos lugares históricos por parte de los vecinos, pues en los últimos años ha habido una preocupación por parte de los que vivimos aquí, como organizaciones externas y el gobierno de la deleg-ación por recuperar este patrimo-nio, que puede redituar en un in-greso económico valioso, mediante una actividad diferente a la mer-cantil como puede ser el turismo.

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Jesús María, majestuosa dualidad Por Sergio Delgadillo

Seguramente habrás escuchado que el Centro Histórico de la Ciudad de México es un museo viviente, y con justa razón. Si te colocas en el centro de la plaza y observas todo su alre-dedor, verás que no son simples ed-ificaciones las que se aprecian, sino majestuosos palacios llenos de histo-ria que sin hablar te invitan a cono-cerlos. A pesar de esto, existen entre las calles numerosos inmuebles que parecieran escondidos, pero que es-tán deseando ser visitados para pre-sumir que siguen de pie, resistentes a la modernidad y al cambio. Te invito a caminar la calle de Corregidora, en la que encontrarás infinidad de establecimientos en donde se vende una gran variedad de mercancía, desde ropa hasta artículos de ferretería y electricidad. También verás a una multitud de gente que recorre la calle, segura-mente estarán como tú, paseando, conociendo y observando. Sin em-bargo, el mayor flujo de gente se debe al comercio, esto responde a que con esta calle te adentras a la zona oriente de la Plaza Mayor, y es que desde hace mucho esta zona ha adquirido una actividad desbor-dante de comercio, tanto que ahora es una característica que la llena de

identidad. Si sigues caminando, un poco antes de llegar a la calle de Jesús María, descubrirás del lado izqui-erdo una construcción que resalta mucho a la vista de quien transita Corregidora, y no precisamente por lo monumental, sino por el grado de deterioro en el que se halla. Me estoy refiriendo al Ex Convento de Jesús María, el cual se encuentra unido a la Iglesia del mismo nom-bre. Probablemente pensarás que son diferentes construcciones por la apariencia que imponen, y ¿cómo no pensarlo? Si hasta en los colores son desiguales; pero debes saber que estos dos recintos forman una dualidad, ya que provienen de un mismo objetivo que es la religión, y aunque sus ocupantes posteriores fueron diferentes, sus orígenes tienen una misma raíz. En el siglo XIX tanto la iglesia como el convento dejaron de cum-plir su función religiosa debido a la promulgación de las Leyes de Reforma, las cuales separaban a la Iglesia del Estado. En este siglo la iglesia y el convento ocupaban toda una manzana, hasta que el segundo lo vendieron en lotes para albergar muchos locales de comerciantes, tal como los vemos por toda la calle Corregidora, y el primero pasó a ser el archivo de la Secretaria de la Defensa. Como te darás cuenta, el ahora llamado Ex convento sólo es con-formado por el claustro, que era el patio principal del convento. Para principios del siglo XX éste fue

comprado para la adaptación del entonces famoso “Cine Mundial”, cuyas modificaciones, aunque muy lujosas y hermosamente decoradas, afectaron mucho la arquitectura original del edificio, dejando sólo a la vista la portada y un nicho ubicado en la esquina que todavía se pueden apreciar. Este cine fue lo que dejó al claustro desestabilizado y frágil para futuras reconstruc-ciones. Sin embargo, al durar poco tiempo, posteriormente fue ocupa-do por bodegas y comercios como mueblerías y farmacias. Fue en 1965 cuando se retiraron la pintura y los arreglos que el cine le había hecho a las portadas del claustro, dejando a la vista la piedra de tezontle, tal y como las vemos actualmente. Ahora te invito a descubrir por lo que tuvieron que pasar el convento y la iglesia para llegar hasta nuestros días, dos con-strucciones que siempre estuvieron complementándose.

Los inicios religiosos La historia del convento Jesús María data del siglo XVI, cuando dos civiles, sin cargos religiosos pero con gran devoción, decidieron aportar donaciones para construir un convento que albergara única y exclusivamente a hijas de españoles que se encontraron huérfanas y car-entes de ayuda. Así, este edificio se convirtió en el primero de la Nueva España donde no eran aceptadas las hijas de caciques mexicas. Los nombres de estos importantes personajes fueron Pedro Tomás Denia y Gregorio Pesquera, quienes

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podía dejar que se enterar su reino, la llevó a la Nueva España eligiendo al convento de Jesús María como su hogar. Es curioso saber que, aunque fue producto de adulterio, acción imperdonable para la religión católica, el rey no la abandonó, alo-jándola en el convento que recibía a las españolas desamparadas. Y fue por esta razón que el rey se interesó con gran entusiasmo por el recinto, tal vez creía que ayudándolo calm-aría su sentimiento de culpa. Micaela murió muy joven, se rumora que a la edad de 17 años. Esto cobra sentido, ya que, tiempo después, el monasterio dejó de reci-bir los fondos del rey. Así fue como las monjas volvieron a pedir dona-ciones.Contempla un ilustre pasado Aunque el conjunto del inmueble,

Gregorio XIII quien les concedió el cambio de lugar.

La hija no reconocida 1583 fue el de mayor esplendor para el convento. En ese año el rey Felipe II, monarca de España, reconoció bajo su patronato la fun-dación, dotándola de privilegios, gracias y muebles. Además, ordenó que anualmente se le diera cierta cantidad de dinero. Fue así como recibió el título de “Real Convento Jesús María”, convirtiéndolo en el más lujoso de la época, acto inusual porque nunca antes el rey había hecho tal acción con ningún otro convento. Se dice que este convento fue priv-ilegiado por Felipe II porque en él se albergó a su hija ilegítima, llama-da Micaela de los Ángeles. Como no

se dieron a la tarea de buscar don-aciones, lo que no fue difícil para la época, ya que se creía que una forma de expiar los pecados era por medio de donativos, y qué mejor que aportando dinero para un con-vento. Este primer recinto estuvo du-rante dos años junto a la iglesia de la Santa Veracruz (ahora ubicada a un costado de la Alameda). Pos-teriormente, por petición de las monjas concepcionistas, quienes se encargaban del convento, lo pasa-ron a donde hoy lo apreciamos, y es que decían que la ubicación que tenía estaba muy alejada del centro, que había mucha humedad, y que el espacio cada vez se volvía más insuficiente para seguir albergando a las hijas de españoles que llegaban constantemente. Fue el Pontífice

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escudo nacional era un componente que empezaba a identificar a los mexicanos como independientes. Sobre la calle de Jesús María se encuentra el atrio2 de la iglesia. Ti-empo atrás, éste estaba delimitado por una reja. Sin embargo, fue reti-rada y ahora vemos siete esculturas de autor desconocido. Las escultu-ras de izquierda a derecha son: San Charbel, San José, la Virgen María, San Judas Tadeo, la Virgen de la Merced, el Sagrado Corazón de Jesús y San Miguel Arcángel. Sobre esa misma calle de Jesús María se aprecia la magnífica por-tada del ex convento, una de las más antiguas que se conservan en la Ciudad de México. En ella se ve un nicho que cobija al niño Jesús, tiene inscrita la fecha de 1692, y en el friso interior se lee una leyenda en latín que dice: Aducentur regí Virgines – Aducentur in templum regis, haciendo referencia a que por ese lugar son conducidas las vír-genes al templo de su rey. En cuanto al interior de la iglesia, la pintura mural de la bóveda y la

es decir, la iglesia y el convento, se terminaron de construir en 1621, lo que actualmente puedes apreciar del templo se realizó a principios del siglo XIX. Esto un hermoso ejemplo de la arquitectura neoclási-ca, caracterizada por tener com-ponentes geométricos y una fina simetría, de tal forma que si divides cualquier fachada con un eje imagi-nario te darás cuenta que es propor-cional de un lado al otro. Fue el arquitecto Antonio González Velázquez quien con-struyó la cúpula y el ornato interi-or, impregnando el estilo neoclásico en las dos puertas. Cada una consta de columnas que sostienen un fri-so y un frontón semicircular en la parte superior, sobresaliendo en el centro el relieve de un águila frontal con ambas alas desplegadas y dos guirnaldas que terminan en hacheros a los lados1. No es raro en-contrar elementos nacionales en la arquitectura neoclásica de los recin-tos religiosos, pues tras la indepen-dencia de México se destruyeron los elementos arquitectónicos que re-cordaban la conquista española, y el

cúpula de tema mariano, son obras de Daniel del Valle. Los 17 vitrales que podemos admirar en las alturas datan de principios del siglo XX. El abanico del coro, ubicado en con-traposición al presbiterio (donde el cura da misa), es único en su género porque permitía que las monjas par-ticiparan en la misa sin ser vistas. Éste está adornado por un pequeño oleo de la Virgen de Guadalupe3. Si te interesa conocer el interi-or de la iglesia lo puedes hacer de martes a sábado de 10 am a 5 pm y los domingos de 10 am a 2 pm. Normalmente no se ofrecen misas, excepto las que se piden, denomi-nadas “de intención”. Si llegaras a presenciar una, no se te olvide que estarás en un caso especial. Como podrás ver, a más de tres siglos de su fundación, y muy a pesar de los estragos del tiempo, hoy en día la Iglesia y el Ex conven-to siguen en pie, conservando esa belleza arquitectónica que los ha caracterizado.

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Un lugarlleno de historia y comidaPor Sergio Delgadillo Galindo

Quisiera decir que el agua que corre por debajo del Puente de Roldán es agua que proviene del Canal de la Viga, como en aquella época del siglo XIX, donde se veían chalupas transportarse para vender fruta.El puente al que me estoy refirien-do no es cualquiera, es un puente hermosamente empedrado situado en medio de la Plaza de la Alhón-diga, que pareciera estar ubicada en un pueblito fuera de la Ciudad de México debido a su apariencia colo-nial, sin embargo, forma parte del barrio de la Merced. La plaza debe su nombre al edificio de color amarillo que se en-cuentra frente al Puente de Roldan. Este edificio fue Alhóndiga desde 1573. Posteriormente en el siglo XVIII pasó a la Arquidiócesis que lo utilizó para recibir los diezmos. Actualmente es parte del Instituto Nacional de Antropología e Histo-ria resguarda piezas arqueológicas.Durante la Colonia y hasta finales del siglo XIX el Puente de Roldán fue el principal puerto interior de la Ciudad de México. Allí llegaban

los vendedores de los tianguis para surtirse de grano en la Alhóndiga, también descargaban sus hortalizas provenientes de Xochimilco. Hoy en día cualquiera que pise la plaza y conozca un poco de su historia se dará cuenta que sigue teniendo sentido su nombre, pues una Alhóndiga es un lugar público para la compra, venta y depósito de mercancías y es que en esa plaza (y en toda la Merced) a diario se vende diferente mercancía, mayormente

comida como los antojitos mex-icanos, esos que saben deliciosos a cualquier hora del día y que se puede degustar siempre que se vis-ite la Plaza de la Alhóndiga.

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Un espacio comparti-do por una tradición en disputa: San Judas y la Sana MuertePor Alejandro Ponce Hernández

Allí están, frente a frente, conver-sando sobre temas de actualidad. Quizá hablen sobre los planes del gobierno para reestructurar la Merced. Tal vez debatan apasiona-damente sobre el tema de la prosti-tución y la trata de personas. Nadie puede saberlo a ciencia cierta, pues sus palabras se dejan escuchar en otro plano físico y temporal. Sin embargo, ellos están ahí todos los días haciéndose compañía.

San Judas (San Juditas) Tadeo, el patroncito, de un lado escucha las penas de aquellos comerciantes en peligro de quiebra, de aquellas personas que viven el día a día con “el Jesús en la boca”. No en balde este personaje se ha ganado el apelativo del santo de las causas difíciles y desesperadas. Por

el otro lado se erige majestuosa la Niña blanca. Ella está allí, a veces fumándose uno que otro cigarrito, escuchando las súplicas de la gente que, olvidándose de los puristas, encuentra en ella el consuelo y la esperanza para su vida.

El encuentro de miradas entre el santo reconocido por la iglesia y la santa reconocida por sus fieles se da entre las calles de Emiliano Zapata y Jesús María. Hay quienes sólo le muestran sus respe-

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tos a uno de los dos, hay quienes a ambos. Ellos, haciendo notar la ba-nalidad de las discusiones humanas, seguramente se pasan unas enormes divertidas viendo este espectáculo, ya que ambos, a diferencia de sus seguidores, se preocupan por todo

aquel que les comparta sus penas. Ellos están allí para escuchar, lo cual ya es decir mucho. Ahora bien, aquel que quiera algo más que ser escuchado debe pagar algo a cambio (así es la vida al fin de cuentas). El milagrito, el milagro o el milagrote

tienen su precio, el cual, a decir verdad, no va más allá de la moneda que pueda ser encontrada rápida-mente dentro de la bolsa derecha del pantalón. “Ese dinero va para unos cuantos aprovechados que vienen a poner las figuras todos los días” dice un hombre del lugar. Quizá eso sea cierto, quizá no, pero lo único seguro es que las personas que dejan su moneda lo hacen com-pletamente convencidas de que ésta llegará a buen puerto.

Sea como sea, San Juditas y la Santa Muerte (la Carnalita) siem-pre están allí acompañándose, re-cordándonos que siempre es posible la convivencia. Quizá haya muchos que no acepten este encuentro, pero ambos, olvidándose de las intrigas, las mentiras y los problemas, le brindan su protección y amistad al barrio de la Merced. Cada cual a su manera.

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Magia, gran-deza y mis-ticismo. La Iglesia de la Santísims TrinidadPor Luis Manuel Hernán-dez

Sede de un profundo culto por parte de personas locales y no tan locales a la virgen del Perpetuo Socorro. Impresionante desde que se asoma por la calle de Moneda, desde la cual aún es necesario descender tres metros para observarla en todo su esplendor, mística y mágica, la ig-lesia de la Santísima Trinidad se ha adueñado de miles de historias que contar.

Al ser considerada como la más bella del Centro Histórico de la Ciudad de México, no basta con contemplar su imponencia y mon-umentalidad, sino que es necesario profundizar la mirada e ir más allá. La iglesia de la Santísima Trinidad, con sus dos fachadas de estilo barro-co churrigueresco, nos puede contar miles de historias. No hace muchos años, hacia la década de los sesenta, el desnivel que podemos observar a sus alrededores no existía, pues

la iglesia se encontraba hundida. Mucho se trabajó y se invirtió para recuperar el nivel original de este templo. De ese trabajo surgieron las marcas que se pueden observar aún hoy día en sus paredes, sobretodo en la parte interna del inmueble.

La vida pintoresca del siglo XX mexicano se congració con esta ig-lesia a tal punto que se transformó en el destino preferido de las novias y quinceañeras, pues su belleza la convierte en un inmueble único. El diario transitar del comercio con-virtió a esta zona en el álgido punto de abasto de toda la Ciudad de Méx-ico e incluso del país.

Sin embargo, al realizarse el rescate de nivel, en el que se excavó el socavón en el que hoy se ubica, la iglesia tomó otro tinte, pues los autos y el tranvía dejaron de cir-cular a su alrededor para siempre, adquiriendo una mirada aún más misteriosa que puede ser descubier-ta cuando uno se detiene a sentarse en las gradas recién colocadas en su atrio.

Ya sentados frente a ella, y dejándonos sorprender por su gran-deza, podemos ver que su fachada es sin duda muy bella. En ella se encuentran diversos ornamentos, comenzando por los motivos veg-etales y florales, hasta la imagen peculiar de la Divina Providencia, muy típica en la época colonial, pero con una representación muy singular en esta fachada, en la que Dios sostiene el cadáver de su hijo. Esta imagen es muy distinta a la representación habitual de la Div-

ina Providencia del credo católico romano, el cual dice que Jesús “está sentado a la diestra del padre y su reino no tendrá fin”.1

Entre otro de los tantos det-alles de su fachada podemos encon-trar las imágenes de los doctores de la Iglesia católica, quienes, por sus méritos a favor de la filosofía y teología cristiana, son considerados los pilares de la fe católica. A estos hombres los podemos encontrar en la parte superior de la fachada prin-cipal. Ahora bien, bajando un poco la mirada hacia la puerta, podemos encontrarnos con la tiara papal y las llaves de San Pedro, represent-ación por excelencia del Vaticano, misma que establece una conexión directa de este templo con la santa sede de la Iglesia católica.

Otra de sus estructuras resal-tantes es su hermosa torre, llena de motivos florales, y su peculiar forma de tiara papal. Junto a la entrada, además de San Pedro y San Pablo, encontramos a los perso-najes San Cosme y Damián, santos patronos de los sastres y calcet-eros, gremio que en 1526 solicitó a Cortés el terreno para construir su templo. Es hasta el año de 1667 que este templo se terminó de constru-ir. Sin embargo, por cuestiones de humedad, tuvo que ser demolido y volverse a construir nuevamente, por lo cual fue hasta el año de 1755 que se inauguró la iglesia que puedes descubrir hoy.

La iglesia tiene otra fachada de igual de importancia, la cual se en-cuentra ubicada a un costado, sobre

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do coloquialmente como el “Hospi-tal de dementes”, no precisamente porque se tratase de un manicomio, sino porque recibía a todos los sac-erdotes que ya no podían cumplir más con su labor, y que la gente le llamaba “dementes”.

Cerca de la iglesia podemos visitar el mercado de Mixcalco, un mercado muy interesante de nuestra ciudad, pues allí se pueden encontrar los vestidos más comunes de las celebraciones más impor-tantes de América Latina, como lo son los tres años, los quince años y las bodas, así como los trajes típicos de danza folclórica nacional, pues aunque ya no queda ninguna sastrería, este barrio jamás

2009. Sin embargo, el gobierno y las personas locales han destinado muchos fondos para su conser-vación, y resguardo de las inclem-encias del tiempo y del hombre, por lo cual hoy se mantiene en pie para seguir siendo admirada.

Detenerse a admirar esta ig-lesia puede resultar en un viaje totalmente mágico en el tiempo. Qué mejor forma de mirarla que degustar de un típico sope de la zona frente a su fachada principal, los cuales representan por mucho la fama gastronómica de este lugar.

A su costado podemos ver un centro de salud, que antaño fuera parte de un hospital que formaba parte del templo, y que era conoci-

la calle de Emiliano Zapata, en la que además de las figuras de San Pe-dro y la de San Antonio Abad con un puerco entre sus manos, aparece la imagen de San Ildefonso, lo que reafirma la teoría de que el arqui-tecto de este templo fue Ildefonso Iniesta Vejarano. Además de esto, sus dos fachadas son reminiscen-cia de las dos organizaciones que construyeron la iglesia: la cofradía de San Pedro y la de la Santísima Trinidad. Otro motivo más de la belleza de esta iglesia es su cúpula que, como muchas de las cúpulas del centro y del país, está adornada con azulejo, formando los símbolos de la Iglesia católica.

En su interior, recientemente restaurado, podemos observar una iglesia muy austera, pero que, aun así, es el producto del trabajo arduo de sus arquitectos. Entrar a la igle-sia puede resultar relajante frente al bullicio del exterior, ya que dentro del edificio uno puede encontrar un ambiente sacro y tranquilo, en el cual se respira un suave aroma de incienso y cedro proveniente de la madera de las bancas. Este tem-plo se convierte en una excelente opción que no puedes dejar de visitar frente al ambiente caótico de la ciudad y aún más de la zona oriente del Centro Histórico. Ad-entrarse a este templo, es entrar a otro mundo,en su interior podemos ver claramente una austeridad total contrastada con los adornos exter-nos, y su calma frente al bullicio del exterior.

La iglesia ha sido testigo de diversas inundaciones, la última en

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ha perdido su naturaleza de vida, movimiento, gente e intercambio. En este espacio es donde se encuen-tra el afamado Barrio Oaxaqueño. La Santísima es una visita total-mente obligada de la zona oriente del Centro Histórico de la Ciudad de México.

En los alrededores de esta Igle-sia se han rodado algunas películas; una de ellas es la del productor Roberto Gavaldón, con la actuación de Marga López y Carlos Rivas, la cual trata de la vida del México de inicios del siglo pasado, película que en su trama toca temas como la prostitución y la vida humilde de un México en constante crecimien-to. También se han grabado en sus alrededores muchas escenas de telenovelas y reportajes que buscan transmitir su riqueza.

Cerca del lugar también en-contramos la iglesia de la Soledad −magnifica por su enorme cúpula−, las ruinas de lo que fue el Antiguo Hospital de Leprosos de San Lázaro, la estación de trenes de Candelar-ia y la Cámara de Diputados de México, entre otros muchos sitios a los que se puede llegar andando por la misma calle en la que se ubica nuestro inmueble.

Es exactamente un sitio idóneo para observar una imagen muy típi-ca de nuestra ciudad y convivir con la gente que le da vida. Sin duda, es el lugar preciso en el que se puede conocer a México y a su gente. Esta iglesia le da vida y misticismo al paisaje de esta infinita ciudad.

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Los encuentros con Oaxaca: El BarrioOaxaqueño en el Centro Histórico Por Luis Manuel Gonzàlez y Lucero San Vicente

“¿Dónde, cómo, cuándo nos en-contramos? No lo recuerdo, no lo recordaré nunca. Sé que fue en la ciudad de Oaxaca, la del cielo alto y azul, y de aire transparente, como de tul, ahora cerca de una eterni-dad.”

Así describió Andrés He-nestrosa uno de los tantos encuen-tros que lo llevaron a la poesía. Este recuerdo del oaxaqueño, nacido en Ixhuatán en 1906, nos deja una cer-teza: la ciudad de Oaxaca transmite una sensación que perdura, una sensación que se puede convertir en poesía.

Encontrar lugares que se puedan reconstruir con palabras y que, como un tejido de adjetivos,

puedan llevar al lector a esa re-unión de la que Henestrosa no guar-da fecha depende de quien mire, de quien esté atento a su alrededor y busque en cada detalle los colores que el poeta zapoteco encontró en la ciudad de Oaxaca. A unos 500 kilómetros de esta ciudad, hacia el Altiplano Central, se encuentra otro lugar que puede transmitir a sus visitantes impresiones pare-cidas a las que el escritor fallecido en el 2008 sintió, ese lugar es el llamado Barrio Oaxaqueño, el cual se encuentra en la zona oriente del Centro Histórico de la Ciudad de México.

En este barrio, ubicado en

la calle de la Santísima, perpendic-ular a la calle de Zapata y a unos pasos de la iglesia de la Santísima Trinidad, se puede ver ese cielo alto y azul. Tal vez el aire no sea trans-parente, pero sí está cerca de una eternidad, como lo escribe el poeta.

Compuesto por más de cin-co tiendas de productos oaxaqueños, caminando por este barrio, llama-do así debido a que a él llegaron muchos oaxaqueños a establecerse para trabajar en la ciudad, podemos observar los toldos color tezontle que señalan los nombres de cada tienda. El olor a chocolate surge de uno de los establecimientos, al igual que el calor de los comales

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en donde se preparan las deliciosas tlayudas con cecina o tasajo traído directamente de Oaxaca.

El sonido que produce un chico al girar los recipientes de madera en donde se encuentra la nieve de leche quemada y tuna roja hace que la frase “se me hizo agua la boca” cobre sentido. La señora que en el puesto de junto grita que se venden tamales oaxaqueños y de chepil, con una sonrisa invita a todos los visitantes a sentarse en la barda de la calle a disfrutar de la masa envuelta en hoja de plátano.

Junto a la señora de los ta-males se encuentra la tienda “Aquí es Oaxaca”, establecida en el año de 1960, donde cada tercer día se reciben productos desde Oaxaca.

Las personas que quieren obtener el queso fresco que lleva el nombre de aquel Estado sureño visitan a la señora Manuela, quien también vende chapulines, mole negro y amarillo, así como las tortillas para preparar las tlayudas. Mientras uno compra puede disfrutar de la refrescante agua de chilacayota que la señora prepara desde que llegó, o si lo prefiere puede probar el téjate, una bebida tradicional de Oaxaca.

En este barrio los colores no sólo se aprecian en la comida preparada y fruta que se vende, también se aprecian en las vír-genes que se tienen en las tiendas: la virgen de la Soledad y la virgen de Juquila, ambas originarias de Oaxaca; la primera, con un elegante

vestido dorado y negro y una flor entre sus manos, es celebrada el 18 de diciembre; la segunda, la virgen de Juquila, viste un traje blanco y dorado. Ella es celebrada el 8 de diciembre.

Esta unión de colores, aro-mas, tradiciones y sonidos puede permitirnos llegar a ese encuentro que tuvo Andrés Henestrosa en la ciudad de Oaxaca, puede llevarnos a ese recuerdo y a evocar en la memo-ria un “cielo alto y azul, y de aire transparente, como de tul, ahora cerca de una eternidad” que podem-os encontrar no sólo en los escritos de Henestrosa y en la ciudad de Oaxaca, sino también en el centro de la ciudad de México

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Es sabido por los capitalinos que en

el centro de la ciudad se encuentra

de todo, desde el mejor vestido de

quince años, hasta el más amplio

surtido en mercería. No hay me-

jor lugar que el centro del Distrito

Federal para encontrar eso que tan-

to hemos estado buscando y a un

precio más accesible. Sin embargo,

conformarse como uno de los pun-

tos comerciales más importantes de

la ciudad, no es el único atractivo

de la zona; lo que la ha convertido

en un espacio tan emblemático, es

la conjugación de esa vida comer-

cial y cultural con la vida cotidiana

de sus habitantes, la convivencia de

costumbres y tradiciones que han

sobrevivido por años y que, poco

a poco, se han ido mezclando con

nuevas y modernas facetas de la so-

ciedad.

El Centro Histórico es

muestra viva del paso del tiempo

y, por lo tanto, ejemplo claro del

cambio. Expresión de la diversidad,

el centro de la capital mexicana

pone en evidencia cómo miles de

habitantes procedentes de distintas

regiones del país comparten den-

tro del mismo espacio formas muy

particulares de ser. En el centro del

Distrito Federal hay de todo y para

todos.

Las actividades que uno

puede realizar en el centro son mu-

chas y muy variadas. Existen por

lo menos una treintena de museos

ubicados en sus alrededores, miles

de locales comerciales, cientos de

establecimientos con propuestas

gastronómicas distintas, plazas y

parques. No hay lugar para el abur-

rimiento.

Entre toda esta amplia ofer-

ta cultural y vida social, se encuen-

tra la cuna del arte en nuestro país,

la Academia de San Carlos, funda-

da desde 1781, este espacio alberga

233 años de vida artística e intelec-

tual. La Academia es un espacio en

donde la cultura, la tradición y la

historia se concentran.

Caminando sobre la calle

de Moneda, la vida comercial nos

abraza. Entre vecindades, locales,

puestos ambulantes e increíbles te-

soros de la historia, se abre paso la

primer academia establecida en el

continente americano. Un edificio

Sol del arte:

Academia de

San Carlos

Por Alaíde Romero

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que ha sido testigo de las múltiples

transformaciones de la ciudad y de

sus habitantes. La Academia de San

Carlos colinda con una decena de

sitios maravillosos por su diversi-

dad y legado histórico. Cientos de

años han pasado y estos edificios

siguen de pie para demostrarnos

que, a pesar del cambio, la historia

detrás de ellos perdura. Y la razón

por la que se han conservado, es

porque las personas que han acom-

pañado su transformación, pese al

paso de los años, han percibido su

magnitud e importancia.

La Academia de San Carlos

no sólo es importante para los es-

tudiantes de arte o para los histori-

adores o investigadores del arte, lo

es para los que ven en ella un lugar

de trabajo, un punto de reunión,

un edificio arquitectónico único;

un lugar imperdible entre las mar-

avillas del Centro Histórico y un

edificio que es parte del entramado

social y cultural que conforma y da

vida al barrio de la Merced.

La fachada más suave de la Mer-

ced

A unas calles de distancia, ya desde

la esquina de la Catedral, a la altura

de la antigua sede de la Real y Pon-

tificia Universidad de México, se

alcanza a distinguir sobre la calle

de Moneda, una fachada de tezon-

tle anaranjado que hace contraste

con el colorido de los edificios que

la rodean. Estamos viendo la incon-

fundible fachada de la Academia de

San Carlos, única en el país por sus

características arquitectónicas.

De gusto clásico renacen-

tista, esta fachada fue construida

en 1858 por Javier Cavallari, uno

de los mejores arquitectos italianos

de la época, quien fue contratado

después de que un fuerte temblor

en ese mismo año destruyó la may-

or parte de la planta del edificio.

Cavallari diseñó todo un proyecto

que contemplaba las dos caras de

la Academia. Sin embargo, por fal-

ta de presupuesto, sólo pudo cubrir

la parte delantera que se encuentra

sobre la calle Academia. Y si segui-

mos caminando por donde la calle

Moneda se convierte en Emiliano

Zapata, podemos observar el estilo

arquitectónico anterior, ya restau-

rado, de lo que fue el Antiguo Hos-

pital del Amor de Dios.

De frente a la Academia, se

puede contemplar la puerta princi-

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pal de doble hoja hecha de madera

que se encuentra flanqueada por re-

finadas columnas corintias de már-

mol de Carrara. Y seis medallones

a lo largo del edificio, vaciados

en yeso, cada uno diseñado por

diversos escultores de San Carlos.

Los dos medallones

principales representan las figuras

de Rafael y Miguel Ángel, pintores

sobresalientes del renacimiento,

que junto con Leonardo Da Vinci

forman el trío de los grandes

maestros del periodo. Rafael es

recordado por los frescos que realizó

en los Museos Vaticanos, periodo

de su trabajo que se conoce como

“las Estancias de Rafael” y Miguel

Ángel ha sobresalido en la historia

del arte por su obra concretada en

la bóveda de la capilla Sixtina. Los

medallones de la parte inferior

representan al grabador y primer

director de la Academia, Gerónimo

Antonio Gil; el superintendente de

la Casa de Moneda, José Fernando

Mangino (una especie de gerente

o encargado general). A Bernardo

Couto y Manuel Tolsá –también

directores de la escuela. A Tolsá

seguramente lo identificarán por su

escultura de “el caballito” ubicada

frente al MUNAL- y finalmente, al

rey Carlos III de España.

Cuna y crisol del arte mexicano

La creación y fundación de la

Academia de San Carlos se concibió

con el afán de fomentar las ciencias

y el arte en España y sus colonias.

Fue la primer academia instaurada

en América, y la cuarta en toda

España. Aunque sus comienzos

como la Real Academia de las Tres

Nobles Artes en la Casa de Moneda

fueron modestos y se enfocaban

en la mejora de la producción

artesanal, como el dibujo y el

grabado de las monedas, evolucionó

hasta convertirse en una de las

sedes más importantes de las bellas

artes en México.

Como consecuencia de la influencia

que el pensamiento ilustrado tuvo

en la época, el rey Carlos III −de

quien la Academia toma nombre−

manifestó gran interés en la

consolidación y conformación

de este espacio, cuna del arte en

nuestro país.

Muchos años atrás, el

predio en el que ahora se encuentra

la Academia ocupaba casi toda

la calle por lo que fue el antiguo

Hospital del Amor de Dios. En

ese entonces la Academia se

encontraba instalada en la Real

Casa de Moneda, donde ahora está

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el Museo Nacional de las Culturas.

Sin embargo, el terreno que fue sede

del antiguo Hospital fue arrendado

en 1791 a la Real Academia de las

Tres Nobles Artes.

Después de consumada

la independencia de México, la

situación de inestabilidad en el

país repercutió negativamente en

la administración de la Academia.

No fue sino hasta 1843, año en el

que el presidente Santa Anna cedió

la renta de la Lotería Mexicana

a la Academia, cuando ¡52 años

después! se adquirió el predio

antes arrendado. Este periodo es

¿Sabías qué…

La escultura que se encuentra en el lado inferior izquierdo de la fachada fue donada por el

gobierno italiano con motivo del centenario de la independencia de México?

La pieza original restaurada se encuentra ahora resguardada en la biblioteca del recinto,

ya que en su momento fue degollada por un vendedor ambulante de la zona que solía colgar su

mercancía en el cuello de la escultura; probablemente desconocía que estaba haciendo uso del

cuello del San Jorge hecho por Donatello, un artista del renacimiento reconocido por su trabajo

escultórico. La pieza actual que se encuentra dentro del nicho es una réplica de la pieza original

elaborada en bronce.

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esculturas vaciadas en yeso traídas

de Europa desde hace por lo menos

medio siglo, las cuales están allí

con el propósito de servir como

modelos y mejorar la calidad de la

técnica del dibujo y la escultura.

La Academia de San Carlos

ofrece cursos de temas variados,

desde curaduría hasta dibujo

anatómico y pintura de caballete,

es actualmente la sede del posgrado

en artes visuales de la UNAM y

funciona con horario escolar, de

lunes a sábado de 7 a 18 horas.

Una ajetreada vida en el centro de

la ciudad

El periodo revolucionario trajo

consigo ciertas complicaciones

para la actividad diaria que se

desarrollaba dentro de la Academia,

situación que logró estabilizarse

unos pocos años después, cuando

la Academia se incorporó a la

Universidad Nacional.

Cuando la Universidad obtuvo

su autonomía en 1929, las

especialidades en la Academia

se trasladaron a nuevos espacios:

Arquitectura se instaló en Ciudad

Universitaria y Artes Plásticas

se consolidó como la Escuela

Nacional de Artes Plásticas ubicada

en Xochimilco. El edificio de la

Academia es un espacio abierto a

tuviera lugar.

Debes saber que,

aunque las clases de grabado

comenzaron desde 1781,

los cursos se inauguraron

oficialmente hasta el 4 de

noviembre de 1785. Así, la

fecha coincidió con la fiesta de

San Carlos Borromeo, patrón

de la Academia, y pudo ser

asociada con el rey Carlos III,

quien dio la orden de crearla.

Al calor del sol

El atractivo de la fachada

principal no es la única novedad

arquitectónica que posee el edificio.

En su interior se puede observar

el domo metálico diseñado por el

arquitecto Antonio Rivas Mercado,

quien con su afán modernizador

consiguió europeizar la Academia,

no sólo por su obra arquitectónica

única, sino por la influencia que

tuvo en la selección de nuevos

planes de estudio, y la participación

que asumió en la contratación del

gran acuarelista español Antonio

Fabrés como director de una de las

especialidades de la escuela.

En el patio central podrás

contemplar también una serie de

considerado por muchos estudiosos

de la Academia como uno de los

mejores momentos de su historia.

La Academia se ha consolidado a

través de los años como el principal

espacio desde donde han surgido

propuestas y corrientes artísticas

novedosas. Artistas de la talla de

Diego Rivera, José María Velasco,

Gerardo Murillo, María Izquierdo y

David Alfaro Siqueiros, definieron

sus estilos artísticos tomando como

base la enseñanza académica de este

representativo espacio dedicado al

arte.

El primer director de la

Academia fue Gerónimo Antonio

Gil, un artista especializado en

grabado que se instruyó en la

Academia de San Fernando en

Madrid. Vino a México encargado

de dar clases de dibujo y grabado

a los artesanos de la entonces

“Nueva España”, con la intención

de mejorar la calidad en el proceso

de acuñación de las monedas,

por lo que en un principio las

clases tuvieron lugar en la Casa de

Moneda. Fue idea de Antonio Gil

y del superintendente de la Casa de

Moneda, José Mangino, llevar las

clases a un nivel profesional donde

la enseñanza, no sólo del grabado,

sino de las bellas artes en general

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todo el público que se interese en

perfeccionar sus conocimientos

artísticos, y también para aquellos

que comienzan a adentrarse en el

impresionante mundo de las artes.

Por otro lado, si no eres

adepto de la creación artística,

pero te gusta conocer nuevos

espacios y contemplar todo tipo

de lugares, visitar la Academia

será una experiencia inigualable.

Su historia y trayectoria, la magia

de su arquitectura y la calidez

de su ambiente, te harán ver este

edificio tan especial de una manera

totalmente nueva.

Lugares como la Iglesia de

Santa Inés, el Museo de Arte de la

Secretaría de Hacienda y Crédito

Público y Antiguo Palacio del

Arzobispado, el Museo Ex Teresa

Arte Actual − que anteriormente

fue el templo de Santa Teresa la

Antigua− la Casa de la Primera

Imprenta de América, las Casas del

Mayorazgo de Guerrero y el Museo

Nacional de las Culturas son sitios

llenos de historia dignos de visitar a

tan sólo unos pasos de la Academia.

La Academia de San Carlos

es un lugar imprescindible y a lo

largo de los años, ha alumbrado el

camino del arte en México. Es único

en el país y su consolidación dentro

del barrio de la Merced ha exaltado

su particularidad por sobresalir

entre museos, iglesias, mercados y

comercio. No hay un espacio igual

en toda la zona donde se reúna de

tal manera el arte, la cultura y la

vida cotidiana.

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Superbarrio contra la momias de la injusticia

Por Donovan Romero e Ixchel Romero

No vuela a la velocidad del sonido ni derrite el acero con su visión láser, un superhéroe que viaja en pesero y desayuna huevos revuel-tos. Ordinario en su rutina pero extraordinario en su convicción. Sus súper poderes no son producto de mutaciones genéticas ni vienen de un meteorito de otra galaxia. Sus súper poderes nacen de la gente.Superbarrio, primer héroe nacido de la necesidad y no de la imag-inación, hizo su primera aparición frente a la “Asamblea de Barrios”. Asamblea que se fundó después del terremoto de 1985 en la Ciudad de México, compuesta por grupos de diferentes colonias de la ciudad que tenían por objetivo la reconstruc-ción de sus viviendas, ahí y frente a ellos Superbarrio hizo su primer juramento, se comprometió a luchar por el derecho a la vivienda y en contra del desalojo.

Desde ese momento, Super-barrio no ha claudicado, ni ha deja-do de luchar por causas justas. Con el paso del tiempo, sus poderes han aumentado y su campo de acción ha ido mucho más lejos que el proble-ma de la vivienda. De ser un ciudadano común y re-gordete pasó a ser un justiciero enmascarado. Tiempo atrás, antes de ejercer la carrera de Superhéroe, se enfrentó con situaciones compli-cadas que lo llevaron a ser quien es ahora: “De pronto, agobiado por los problemas de la renta, el trabajo, de que me estaban queriendo lanzar de mi casa, agobiado, con familia, llego

a mi casa y una luz roja y amarilla entra por la ventana. A partir de ese momento sin yo proponérmelo quedé así. Y al salir, de pronto coin-cidió que venía una manifestación de la “Asamblea de Barrios” exact-amente con los mismos colores y la gente empezó a reclamar mi presen-cia. A Superbarrio” Superbarrio, compartiendo su experiencia y fungiendo como una figura protectora que denuncia y exige el respeto a la vivienda dig-na, ha centrado su atención la may-or parte del tiempo, en los barrios marginales muchas veces desprote-gidos por el gobierno de la Ciudad

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de México. Ha hecho uso de su popularidad para llevar sus causas a la candi-datura presidencial en dos países diferentes, en 1988 se postuló en México y declinó en favor de Cuauhtémoc Cárdenas. En 1996 se postuló a la presidencia de los Estados Unidos teniendo el apoyo de figuras como Noam Chomsky y Eduardo Galeano, quien le dedica un apartado llamado “Crónica de la Ciudad de México” en el Libro de los Abrazos:

Medio siglo después del nacimiento de Superman en Nueva York, Superbar-rio anda por las calles y las azoteas de la ciudad de México. El prestigioso nor-

teamericano de acero, sím-bolo universal del poder, vive en una ciudad llamada Metrópoli. Superbarrio, cualunque mexicano de carne y hueso, héroe del po-brerío, vive en un suburbio llamado Nezahualcóyotl. Superbarrio tiene barriga y piernas chuecas. Usa más-cara roja y capa amarilla. No lucha contra momias, fantasmas ni vampiros. En una punta de la ciudad enfrenta a la policía y salva del desalojo a unos muer-tos de hambre; en la otra punta, al mismo tiempo, en-cabeza una manifestación por los derechos de la mujer o contra el envenenamien-

to del aire; y en el centro, mientras tanto, invade el Congreso Nacional y lanza una arenga denunciando las cochinadas del gobierno.

En el rechoncho cuerpo de Superbarrio se manifiestan mu-chas de las demandas de los habi-tantes de los barrios de México, por eso resulta un personaje tan queri-do. Porque es un reflejo de la socie-dad en la que vive, es un ciudadano colectivo.“Mientras haya un habitante sin vivienda, sin derecho a un techo digno para su familia, sin empleo, Superbarrio, como una aspiración, seguirá existiendo”

Edad: Desconocida

Estatura: Promedio

Complexión: Robusto

Poderes: La fuerza de la gente, de las comuni-dades, de las madres, de los trabajadores

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