Resurreccion (Spurgeon)

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Sermóns #66, 67 El Púlpito de la Capilla New Park Street 1 Volumen 2 www.spurgeon.com.mx 1 La Resurrección de los Muertos NOS. 66, 67 SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 17 DE FEBRERO, 1856, POR CHARLES HADDON SPURGEON, EN LA CAPILLA NEW PARK STREET, SOUTHWARK, LONDRES. “Ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos.” Hechos 24:15. Reflexionando el otro día acerca del triste estado de las iglesias en nuestro tiempo, fui conducido a mirar en retrospectiva a los tiempos apostólicos, y a considerar en qué difiere la predicación de estos días, de la predicación de los apóstoles. Noté la vasta diferencia en su estilo en relación a la oratoria formal y determinada de la época presente. Observé que los apóstoles no tomaban un texto cuando predicaban, ni se reducían a un solo tema, y mucho menos a algún lugar de adora- ción, y más bien descubro que se paraban en cualquier lugar y decla- raban desde la plenitud de su corazón, lo que sabían de Jesucristo. Pero la principal diferencia que observé radicaba en los temas de su predicación. Me sorprendí cuando descubrí que el elemento principal de la predicación de los apóstoles era la resurrección de los muertos. Encontré que yo había estado predicando la doctrina de la gracia de Dios, que había estado sosteniendo la elección libre, que había estado conduciendo al pueblo de Dios de la mejor manera que podía a las profundas cosas de Su palabra; pero me sorprendí al descubrir que no había estado copiando la manera apostólica ni siquiera a la mitad de lo que hubiera podido hacerlo. Los apóstoles, cuando predicaban, siempre daban testimonio de la resurrección de Jesús, y la consecuente resurrección de los muertos. Parecería que el Alfa y la Omega de su evangelio fue el testimonio que Jesucristo murió y resucitó otra vez de los muertos de acuerdo a las Escrituras. Cuando eligieron a otro apóstol en el lugar de Judas, que se convirtió en un apóstata (Hechos 1:22), dijeron: “Uno sea hecho tes- tigo con nosotros, de su resurrección”; de tal forma que la esencia del oficio de un apóstol era ser un testigo de la resurrección. Y cumplieron muy bien su oficio. Cuando Pedro se presentó ante la multitud, declaró que: “David habló de la resurrección de Cristo.” Cuando Pedro y Juan fueron llevados ante el concilio, la mayor causa de su arresto fue que los gobernantes estaba resentidos “de que ense- ñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos” (Hechos 4:2). Cuando fueron puestos en libertad después de haber sido examinados, se nos dice que: “Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre ellos” (Hechos 4:33). Fue esto lo que motivó la curio- sidad de los atenienses cuando Pablo predicó en medio de ellos: “Pare- ce que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evange-

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SERMÓN PREDICADO LA MAÑANADEL DOMINGO 17 DE FEBRERO, 1856,POR CHARLES HADDON SPURGEON,EN LA CAPILLA NEW PARK STREET, SOUTHWARK, LONDRES.

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  • Sermns #66, 67 El Plpito de la Capilla New Park Street 1

    Volumen 2 www.spurgeon.com.mx 1

    La Resurreccin de los Muertos NOS. 66, 67

    SERMN PREDICADO LA MAANA

    DEL DOMINGO 17 DE FEBRERO, 1856, POR CHARLES HADDON SPURGEON,

    EN LA CAPILLA NEW PARK STREET, SOUTHWARK, LONDRES.

    Ha de haber resurreccin de los muertos, as de justos como de injustos. Hechos 24:15.

    Reflexionando el otro da acerca del triste estado de las iglesias en

    nuestro tiempo, fui conducido a mirar en retrospectiva a los tiempos apostlicos, y a considerar en qu difiere la predicacin de estos das, de la predicacin de los apstoles. Not la vasta diferencia en su estilo en relacin a la oratoria formal y determinada de la poca presente. Observ que los apstoles no tomaban un texto cuando predicaban, ni se reducan a un solo tema, y mucho menos a algn lugar de adora-cin, y ms bien descubro que se paraban en cualquier lugar y decla-raban desde la plenitud de su corazn, lo que saban de Jesucristo. Pero la principal diferencia que observ radicaba en los temas de su predicacin. Me sorprend cuando descubr que el elemento principal de la predicacin de los apstoles era la resurreccin de los muertos. Encontr que yo haba estado predicando la doctrina de la gracia de Dios, que haba estado sosteniendo la eleccin libre, que haba estado conduciendo al pueblo de Dios de la mejor manera que poda a las profundas cosas de Su palabra; pero me sorprend al descubrir que no haba estado copiando la manera apostlica ni siquiera a la mitad de lo que hubiera podido hacerlo.

    Los apstoles, cuando predicaban, siempre daban testimonio de la resurreccin de Jess, y la consecuente resurreccin de los muertos. Parecera que el Alfa y la Omega de su evangelio fue el testimonio que Jesucristo muri y resucit otra vez de los muertos de acuerdo a las Escrituras. Cuando eligieron a otro apstol en el lugar de Judas, que se convirti en un apstata (Hechos 1:22), dijeron: Uno sea hecho tes-tigo con nosotros, de su resurreccin; de tal forma que la esencia del oficio de un apstol era ser un testigo de la resurreccin.

    Y cumplieron muy bien su oficio. Cuando Pedro se present ante la multitud, declar que: David habl de la resurreccin de Cristo. Cuando Pedro y Juan fueron llevados ante el concilio, la mayor causa de su arresto fue que los gobernantes estaba resentidos de que ense-asen al pueblo, y anunciasen en Jess la resurreccin de entre los muertos (Hechos 4:2). Cuando fueron puestos en libertad despus de haber sido examinados, se nos dice que: Con gran poder los apstoles daban testimonio de la resurreccin del Seor Jess, y abundante gracia era sobre ellos (Hechos 4:33). Fue esto lo que motiv la curio-sidad de los atenienses cuando Pablo predic en medio de ellos: Pare-ce que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evange-

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    lio de Jess, y de la resurreccin. Y esto provoc la risa de los areo-pagitas, pues cuando habl de la resurreccin de los muertos, unos se burlaban, y otros decan: Ya te oiremos acerca de esto otra vez. En verdad dijo Pablo, cuando compareci ante el concilio de los fariseos y los saduceos: Acerca de la resurreccin de los muertos soy juzgado hoy por vosotros. Y es igualmente cierto que constantemente asevera-ba: si Cristo no resucit, vana es entonces nuestra predicacin, vana es tambin vuestra fe an estis en vuestros pecados.

    La resurreccin de Jess y la resurreccin de los justos son una doctrina en la que creemos nosotros, pero que raramente predicamos o nos interesamos en leer. Aunque he buscado en varias libreras un li-bro especialmente relacionado con el tema de la resurreccin, todava no he podido comprar ningn libro de ningn tipo relacionado con el tema; y cuando busqu en las obras del doctor Owen, que constituyen una mina inapreciable del conocimiento divino, y que contienen mu-cho que es valioso casi sobre cualquier tema, escasamente pude en-contrar, incluso all, ms que una ligera mencin de la resurreccin. Ha sido clasificada como una verdad bien conocida, y, por tanto, no ha sido discutida nunca. No han surgido herejas relacionadas con ella; casi habra sido una misericordia si hubiesen surgido, pues siempre que una verdad es disputada por los herejes, los ortodoxos luchan de-nodadamente por ella, y el plpito resuena con ella cada da.

    Sin embargo, estoy persuadido de que hay mucho poder en esta doctrina; y si la predico esta maana, vern que Dios reconocer la predicacin apostlica, y habr conversiones. Pretendo ponerla a prueba ahora, para ver si no hubiera algo que no podemos percibir en el presente en la resurreccin de los muertos, que sea capaz de mover los corazones de los hombres y llevarlos a sujetarse al Evangelio de nuestro Seor y Salvador Jesucristo.

    Hay muy pocos cristianos que creen en la resurreccin de los muer-tos. Podran asombrarse al escuchar eso, pero no me sorprendera si descubriera que t mismo albergas dudas con respecto a ese tema. Por la resurreccin de los muertos se quiere expresar algo muy dife-rente de la inmortalidad del alma que cada cristiano cree, y en eso est a nivel con el pagano, que cree tambin en ella. La luz de la naturaleza es suficiente para decirnos que el alma es inmortal, as que el infiel que lo duda, es un necio peor que un pagano, pues ste, antes que la Revelacin fuera dada, lo haba descubierto: hay dbiles vislumbres en los hombres de razn que ensean que el alma es una cosa tan mara-villosa que ha de perdurar para siempre.

    Pero la resurreccin de los muertos es una doctrina bastante dife-rente, que trata, no con el alma, sino con el cuerpo. La doctrina con-siste en que este cuerpo material en el que existo ahora ha de vivir con mi alma; que no slo es la chispa vital de la llama celestial la que ha de arder en el cielo, sino el propio incensario en el que el incienso de mi vida humea, es santo para el Seor y ha de ser preservado para siempre.

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    El espritu, todo el mundo lo confiesa, es eterno; pero cuntos hay que niegan que los cuerpos de los hombres se levantarn efectivamen-te de sus tumbas en el gran da! Muchos de ustedes creen que tendrn un cuerpo en el cielo, pero creen que ser un fantasmal cuerpo etreo, en lugar de creer que ser un cuerpo semejante a este: carne y sangre (aunque no el mismo tipo de carne, pues no toda carne es la misma carne), un cuerpo sustancial, slido, tal como el que tenemos aqu.

    Y hay un grupo todava menor de personas entre ustedes que creen que los impos tendrn cuerpos en el infierno; pues est ganando te-rreno por doquier la conviccin de que no habr tormentos positivos para los condenados que afecten sus cuerpos, sino que habr de ser un fuego metafrico, un azufre metafrico, unas cadenas metafricas y una tortura metafrica.

    Pero si fueran cristianos como profesan serlo, creeran que cada hombre mortal que haya existido jams no solamente vivir por la in-mortalidad de su alma, sino que su cuerpo vivir otra vez, que la pro-pia carne en la que camina ahora en la tierra es tan eterna como el alma, y existir eternamente. Esa es la peculiar doctrina del cristia-nismo.

    Los paganos no adivinaron ni imaginaron nunca tal cosa, y, por ello, cuando Pablo habl de la resurreccin de los muertos, unos se burlaban, lo que demuestra que entendan que hablaba de la resu-rreccin del cuerpo, pues no se habran burlado si slo hubiera habla-do de la inmortalidad del alma, pues eso ya haba sido proclamado por Platn y Scrates, y haba sido recibido con reverencia.

    Ahora estamos a punto de predicar que habr una resurreccin de los muertos, tanto de los justos como de los injustos. Vamos a consi-derar primero la resurreccin de los justos; y, en segundo lugar, la re-surreccin de los injustos.

    I. Habr UNA RESURRECCIN DE LOS JUSTOS. La primera prueba que ofrecer de esto, es que ha sido la constante

    e invariable verdad de los santos desde los primeros perodos del tiem-po. Abraham crea en la resurreccin de los muertos, pues se dice en la Epstola a los Hebreos, en el captulo 11, y en el versculo 19, que pensaba que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muer-tos, de donde, en sentido figurado, tambin le volvi a recibir. No al-bergo ninguna duda de que Jos crea en la resurreccin, pues dio ins-trucciones concernientes a sus huesos; y seguramente no habra sido tan cuidadoso de su cuerpo, si no hubiera credo que habra de ser re-sucitado de los muertos. El patriarca Job era un firme creyente en la resurreccin, pues coment en el texto que es citado repetidamente (Job 19:25, 26): Yo s que mi Redentor vive, y al fin se levantar sobre el polvo; y despus de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. David crea en la resurreccin ms all de cualquier sombra de duda, pues cant de Cristo: Porque no dejars mi alma en el Hades, ni permitirs que tu Santo vea corrupcin. Daniel crey en ella, pues dijo que: muchos de los que duermen en el polvo de la tierra sern

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    despertados, unos para vida eterna, y otros para vergenza y confu-sin perpetua. Las almas no duermen en el polvo; los cuerpos s.

    Les har bien acudir a uno o dos pasajes para ver qu pensaban es-tos santos hombres. Por ejemplo, en Isaas, en 26:19, se lee: Tus muertos vivirn; sus cadveres resucitarn. Despertad y cantad, mo-radores del polvo!, porque tu roco es cual roco de hortalizas, y la tie-rra dar sus muertos. No ofreceremos ninguna explicacin. El texto es positivo y seguro.

    Dejemos que hable otro profeta: Oseas, en el captulo 6 y versculos 1 y 2: Venid y volvamos a Jehov; porque l arrebat, y nos curar; hiri, y nos vendar. Nos dar vida despus de dos das; en el tercer da nos resucitar, y viviremos delante de l. Aunque esto no declara la resurreccin, la usa como una figura que no sera til si no fuera considerada como una verdad establecida. Pablo tambin declara en Hebreos 11:35, que esa fue la fe constante de los mrtires, pues dice: Otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurreccin.

    Todos esos hombres y mujeres santos que, durante el tiempo de los Macabeos, se mantuvieron firmes por su fe, y soportaron el fuego y la espada e inenarrables torturas, creyeron en la resurreccin, y esa re-surreccin los estimulaba para entregar sus cuerpos a las llamas, sin que les importara ni siquiera la muerte, sino que crean que despus alcanzaran una bendita resurreccin.

    Pero nuestro Seor trajo la resurreccin a la luz de la manera ms excelente, pues explcita y frecuentemente la declar. No os maravill-is de estodijoporque vendr hora cuando todos los que estn en los sepulcros oirn su voz. Viene la hora cuando llamar a los muer-tos a juicio, y estarn delante de su trono. En verdad, en toda Su predicacin hubo un flujo continuo de una creencia firme, y de una positiva declaracin pblica de la resurreccin de los muertos. No los abrumar con pasajes de los escritos de los apstoles: ellos abundan en el tema. De hecho, la Santa Escritura est tan llena de esta doctri-na que me sorprende, hermanos, que nos hubiramos apartado tan pronto de la firmeza de nuestra fe, y que se llegara a creer en muchas iglesias que los cuerpos materiales de los santos no vivirn otra vez, y especialmente que los cuerpos de los impos no tendrn una existencia futura. Nosotros sostenemos segn nuestro texto, que ha de haber resurreccin de los muertos, as de justos como de injustos.

    Una segunda prueba, pensamos, la encontramos en la transposicin de Enoc y Elas al cielo. Leemos de dos hombres que fueron al cielo en sus cuerpos. Camin, pues, Enoc con Dios, y desapareci, porque le llev Dios; y Elas fue transportado al cielo en un carro de fuego. Nin-guno de estos hombres dej sus cenizas en el sepulcro: ninguno dej su cuerpo para que fuera consumido por el gusano, y ambos ascendie-ron a lo alto en sus cuerpos mortales (sin duda cambiados y glorifica-dos). Ahora, esos dos individuos fueron la garanta de que todos hemos de resucitar de la misma manera. Sera verosmil que dos espritus relumbrantes estuvieran en el cielo vestidos de carne, mien-

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    tras que el resto de nosotros estuviramos desvestidos? Sera algo ra-zonable que Enoc y Elas fueran los nicos santos que tuvieran sus cuerpos en el cielo, y que nosotros estuviramos all nicamente en nuestras almas, pobres almas!, anhelando contar otra vez con nues-tros cuerpos?

    No; nuestra fe nos dice que habiendo ido estos dos hombres al cielo con seguridad, como lo expresa John Bunyan, por un puente que na-die ms pis, gracias al cual no se vieron en la necesidad de vadear el ro, nosotros seremos alzados de las aguas, y nuestra carne no morar para siempre en la corrupcin.

    Hay un notable pasaje en Judas, en el que se habla de que cuando el arcngel Miguel contenda con el diablo por el cuerpo de Moiss, no se atrevi a proferir juicio de maldicin. Ahora, esto se refiere a la gran doctrina de que los ngeles vigilan los huesos de los santos. Cier-tamente nos informa que el cuerpo de Moiss era vigilado por un grandioso arcngel; el diablo pensaba turbar ese cuerpo, pero Miguel contenda con l por esa causa. Ahora, habra una contencin acerca de ese cuerpo si no hubiese sido de ningn valor? Contendera Miguel por aquello que habra de servir nicamente de alimento de los gusa-nos? Luchara con el enemigo por aquello que habra de ser esparcido a los cuatro vientos del cielo, para no ser reunido nunca en una ar-mazn ms buena y nueva? No; seguramente que no.

    De esto aprendemos que un ngel vigila sobre cada tumba. No es una ficcin cuando esculpimos sobre el mrmol los querubes con sus alas. Hay querubes con alas extendidas sobre las lpidas sepulcrales de todos los justos; ay, y donde los rsticos antepasados de aldea duermen, en algn rincn recubierto de ortigas, all est un ngel no-che y da para vigilar cada hueso y proteger cada tomo, para que en la resurreccin esos cuerpos, con ms gloria de la que tuvieron en la tierra, puedan levantarse para morar por siempre con el Seor. La custodia de los cuerpos de los santos, por parte de los ngeles, de-muestra que resucitarn otra vez de los muertos.

    Pero, adems, las resurrecciones que ya han tenido lugar nos dan esperanza y confianza de que habr una resurreccin de todos los san-tos. No recuerdan que est escrito que cuando Jess resucit de los muertos, muchos de los santos que estaban en sus sepulcros resucita-ron, y vinieron a la ciudad, y aparecieron a muchos? No han odo que Lzaro, aunque haba estado muerto tres das, sali del sepulcro a la palabra de Jess? No han ledo nunca cmo la hija de Jairo despert del sueo de la muerte cuando l dijo: Talita cumi? No le han visto nunca a las puertas de Nan, ordenando que el hijo de la viuda se le-vante del fretro? Han olvidado que Dorcas, que haca vestidos para los pobres, se sent y vio a Pedro despus de haber estado muerta? Y no recuerdan a Eutico que cay del tercer piso abajo, y fue levantado muerto, pero, ante la oracin de Pablo, fue resucitado de nuevo? O, no vuela su imaginacin al tiempo cuando el encanecido Elas se ten-di sobre el nio muerto, y el nio respir, y estornud siete veces, y su alma volvi a l? O, no han ledo que cuando enterraron a un

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    hombre, tan pronto como toc los huesos del profeta, revivi, y se le-vant sobre sus pies? Estas son prendas de la resurreccin; unos cuantos especmenes, unas cuantas joyas ocasionales que son arroja-das en el mundo para decirnos cun llena de joyas de la resurreccin est la mano de Dios. l nos ha dado pruebas de que es capaz de re-sucitar a los muertos por la resurreccin de unos cuantos que despus fueron vistos en la tierra por testigos infalibles.

    Pero ahora debemos dejar estas cosas y debemos referirlos al Espri-tu Santo a modo de confirmacin de la doctrina de que los cuerpos de los santos resucitarn de nuevo. El captulo en el que encontrarn una gran prueba est en la Primera Epstola a los Corintios, 6:13: Pero el cuerpo no es para la fornicacin, sino para el Seor, y el Seor para el cuerpo. El cuerpo, entonces, es del Seor. Cristo muri, no solamente para salvar mi alma, sino para salvar mi cuerpo. Se afirma que l vi-no a buscar y a salvar lo que se haba perdido.

    Cuando Adn pec perdi su cuerpo, y perdi tambin su alma; era un hombre perdido, perdido por completo. Y cuando Cristo vino para salvar a Su pueblo, vino para salvar sus cuerpos y sus almas. Pero el cuerpo no es para la fornicacin, sino para el Seor. Acaso es este cuerpo para el Seor, y sin embargo ser devorado por la muerte? Acaso es este cuerpo para el Seor, y los vientos esparcirn muy lejos sus partculas donde nunca encontrarn a sus congneres? No!, el cuerpo es para el Seor, y el Seor lo tendr. Y Dios, que levant al Seor, tambin a nosotros nos levantar con su poder.

    Ahora miren el verso siguiente: No sabis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? No nicamente el alma es una parte de Cris-to, unida a Cristo, sino el cuerpo lo es tambin. Estas manos, estos pies, estos ojos, son miembros de Cristo, si soy un hijo de Dios. Soy uno con l, no nicamente en cuanto a mi mente, sino uno con l en cuanto a este cuerpo fsico. El propio cuerpo es tomado en unin. La cadena de oro que ata a Cristo a Su pueblo se extiende alrededor del cuerpo y del alma tambin. Acaso no dijo el apstol: Los dos sern una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia? Efesios 5:31, 32. Los dos sern una sola car-ne; y el pueblo de Cristo no slo es uno con l en espritu sino que son una sola carne tambin. La carne del hombre est unida con la carne del Dios-hombre; y nuestros cuerpos son miembros de Jesucris-to. Bien, mientras viva la cabeza, el cuerpo no puede morir; y mientras Jess viva, los miembros no pueden perecer.

    Adems, el apstol dice, en el versculo 19: O ignoris que vuestro cuerpo es templo del Espritu Santo, el cual est en vosotros, el cual tenis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habis sido comprados por precio. Dice que este cuerpo es el templo del Espritu Santo; y cuando el Espritu Santo mora en un cuerpo, no slo lo santifica, sino que lo vuelve eterno. El templo del Espritu Santo es tan eterno como el Espritu Santo. Se pueden demoler otros templos y sus dioses tam-bin, pero el Espritu Santo no puede morir, ni puede perecer Su templo. Acaso este cuerpo que ha contenido una vez al Espritu San-

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    to ser pasto de gusanos siempre? No ser visto ms, sino que ser como los huesos secos del valle? No; los huesos secos vivirn, y el templo del Espritu Santo ser edificado otra vez. Aunque las piernaslos pilaresde ese templo caigan, aunque los ojossus ventanasse oscurezcan, y aquellos que ven a travs de ellos no vean ms, sin em-bargo, Dios reconstruir este tejido, alumbrar otra vez los ojos, y res-taurar sus pilares y renovar su belleza, s, cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupcin, y esto mortal se haya vestido de in-mortalidad.

    Pero el argumento fundamental con el que concluimos nuestra prueba es que Cristo resucit de los muertos, y, en verdad, Su pueblo lo har tambin. El captulo que lemos al comienzo del servicio es prue-ba de una demostracin de que si Cristo resucit de los muertos, todo Su pueblo ha de resucitar; que si no hay resurreccin, entonces Cristo no ha resucitado. Pero no me quedar considerando esta prueba por mucho tiempo, pues yo s que todos ustedes sienten su poder, y no hay necesidad de que yo la exponga claramente.

    Como Cristo resucit en realidad de los muertos: carne y sangre, as ser para nosotros. Cristo no era un espritu cuando resucit de los muertos; Su cuerpo poda ser tocado. Acaso no puso Toms su mano en Su costado? Y no le dijo Cristo: Palpad, y ved; porque un espritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y si hemos de resu-citar como resucit Cristoy eso es lo que se nos enseaentonces resucitaremos en nuestros cuerpos, no como espritus, no como exce-lentes cosas etreas, hechos de no s que, de alguna sustancia suma-mente elstica y refinada, sino que como el Seor nuestro Salvador resucit, as todos sus seguidores han de resucitar.

    Resucitaremos en nuestra carne, aunque no toda carne es la mis-ma carne; resucitaremos en nuestros cuerpos, aunque no todos los cuerpos son los mismos cuerpos; y resucitaremos en gloria, aunque no todas las glorias son las mismas glorias. Una carne es la de los hom-bres, otra carne es la de las bestias; y hay una carne de este cuerpo, y otra carne del cuerpo celestial. Hay aqu un cuerpo para el alma, y otro cuerpo para el espritu all arriba; y, sin embargo, ser el mismo cuerpo que resucitar de nuevo del sepulcro: el mismo, digo, en iden-tidad, aunque no en gloria o en adaptacin.

    Llego ahora a algunos pensamientos prcticos derivados de esta doctrina, antes de pasar a otras consideraciones.

    Hermanos mos, qu pensamientos de consuelo hay en esta doctri-na, que afirma que los muertos resucitarn de nuevo. Algunos de no-sotros hemos estado parados junto a la tumba esta semana; y uno de nuestros hermanos, que sirvi largamente a su Seor en nuestro me-dio, fue colocado en la tumba. l fue un hombre valiente por la verdad, infatigable en la labor, abnegado en el deber, y siempre preparado a seguir a su Seor (se trata del seor Turner, de la escuela Lamb and Flag), y en la mxima medida de su capacidad, fue servicial para la iglesia. Ahora, all se vieron algunas lgrimas derramadas: saben a qu se deban? No hubo una sola lgrima solitaria que haya sido de-

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    rramada por su alma. No tuvimos que recurrir a la doctrina de la in-mortalidad del alma para que nos diera consuelo, pues la conocamos bien, estbamos perfectamente seguros de que haba ascendido al cie-lo. El servicio funerario acostumbrado en la Iglesia de Inglaterra no nos ofrece ningn consuelo relativo al alma del creyente que ha parti-do, y eso es sabio de su parte, puesto que est en la bienaventuranza, sino que nos alienta recordndonos la resurreccin prometida para el cuerpo; y cuando hablo en relacin a los muertos, no es para dar con-suelo en cuanto al alma, sino en cuanto al cuerpo. Y esta doctrina de la resurreccin tiene consuelo para los deudos en relacin a la morta-lidad enterrada. Ustedes no lloran porque su padre, hermano, esposa, esposo, haya ascendido al cielo: seran crueles si lloraran por eso. Nin-guno de ustedes llora porque su amada madre est delante del trono, sino lloran porque su cuerpo est en la tumba, porque esos ojos ya no pueden sonrerles, porque esas manos no pueden acariciarles, porque esos dulces labios no pueden pronunciar melodiosas notas de afecto. Lloran porque el cuerpo est fro, y muerto, semejante al barro. Uste-des no lloran por el alma.

    Pero yo tengo un consuelo para ustedes. Ese mismo cuerpo resuci-tar de nuevo; ese ojo destellar con fuerza de nuevo; esa mano ser extendida con afecto una vez ms. Cranme, no les estoy diciendo nin-guna ficcin. Esa misma mano, esa mano real, esos brazos fros, se-mejantes al barro, que cuelgan por el costado y se caen al ser levanta-dos por ustedes, sostendrn un arpa un da; y esos pobres dedos, aho-ra helados y tiesos, sern agitados a lo largo de las cuerdas vivas de las arpas de oro en el cielo. S, ustedes vern ese cuerpo una vez ms

    Sus pecados innatos requieren Que su carne vea el polvo, Pero as como el Seor su Salvador resucit, As han de hacerlo Sus seguidores.

    No secar eso sus lgrimas? No est muerto, sino que duerme. No est perdido, sino que es semilla sembrada para que madure para la cosecha. Su cuerpo est descansando por poco tiempo, bandose en especias, para que sea apto para los abrazos de su Seor.

    Y aqu hay consuelo para ustedes tambin, para ustedes, pobres sufrientes, que sufren en sus cuerpos. Algunos de ustedes son casi mrtires que experimentan dolores de un tipo o de otro: lumbago, go-ta, reumatismos, y todo tipo de tristes situaciones de las que la carne es heredera. Escasamente transcurre un da sin que sean atormenta-dos con un sufrimiento de algn tipo u otro; y si no fueran lo suficien-temente necios para estar autorecetndose siempre, podran tener a cada rato al doctor de visita en su casa.

    Aqu hay consuelo para ustedes. Ese pobre cuerpo suyo destartala-do vivir otra vez sin sus dolores, sin sus agonas; ese pobre andamio trmulo recibir el reembolso de todo lo que ha sufrido. Ah!, pobre es-clavo negro, cada cicatriz sobre tu espalda tendr una franja de honor en el cielo. Ah!, pobre mrtir, la crepitacin de tus huesos en el fuego te ganar algunos sonetos en la gloria; todos tus sufrimientos sern

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    bien pagados por la felicidad que experimentars all. No temas sufrir en el cuerpo, porque tu cuerpo participar un da de tus deleites. Cada nervio se estremecer de gozo, cada msculo se mover por la biena-venturanza; tus ojos destellarn con el fuego de la eternidad; tu co-razn palpitar y pulsar con bienaventuranza inmortal; tu estructura ser el canal de beatitud; el cuerpo que es con frecuencia ahora una copa de ajenjo, ser un recipiente de miel; este cuerpo que es a menu-do un panal del cual destila hiel, ser un panal de bienaventuranza para ti. Reciban consuelo, entonces, ustedes que sufren, que langui-decen desfallecidos en el lecho: no tengan miedo, pues sus cuerpos vi-virn.

    Pero quiero extraer del texto una palabra de instruccin en relacin a la doctrina del reconocimiento. Muchos se preguntan perplejos si conocern a sus amigos en el cielo. Bien, ahora, si los cuerpos han de resucitar de los muertos, no veo razn alguna para que no los reco-nozcamos. Creo que conocer a algunos de mis hermanos, incluso por sus espritus, pues conozco muy bien su carcter, habiendo hablado con ellos de las cosas de Jess, y conociendo muy bien las partes ms prominentes de su carcter.

    Pero ver tambin sus cuerpos. Siempre consider como un golpe contundente, la respuesta a la pregunta que hizo al viejo John Ryland su esposa. Piensaspreguntque me conocers en el cielo? Vamosle respondite conozco aqu; y, crees que ser ms in-sensato en el cielo de lo que soy en la tierra? La pregunta est fuera de toda disputa. Hemos de vivir en el cielo con cuerpos, y eso decide el asunto. Nos vamos a conocer los unos a los otros en el cielo; pueden tomar eso como un hecho positivo, y no como una simple fantasa.

    Pero ahora tendremos una palabra de advertencia, y entonces habr concluido con esta parte de mi tema. Si sus cuerpos han de morar en el cielo, les suplico que los cuiden. No me refiero a que tengan cuidado con lo que comen y beben, y con lo que se han de vestir, sino que me refiero a que tengan cuidado de que sus cuerpos no sean contamina-dos por el pecado. Si esta garganta ha de gorjear para siempre los cnticos de gloria, no permitan que palabras de impudencia la ensu-cien. Si estos ojos han de ver al rey en su hermosura, entonces esta ha de ser su oracin: Aparta mis ojos, que no vean la vanidad. Si estas manos han de sostener una rama de palma, oh, entonces nunca han de recibir un soborno, nunca han de buscar el mal. Si estos pies han de caminar por las calles de oro, entonces no han ser ligeros tras la maldad. Si esta lengua ha de hablar por siempre de todo lo que l dijo e hizo, ah!, entonces no ha de expresar cosas ligeras y frvolas. Y si este corazn ha de palpitar para siempre con bienaventuranza, les su-plico que no se lo entreguen a extraos; tampoco le permitan extra-viarse tras el mal. Si este cuerpo ha de vivir para siempre, qu cuidado hemos de darle, pues nuestros cuerpos son templos del Espritu San-to, y son miembros del Seor Jess.

    Ahora, creern en esta doctrina o no? Si no creen, estn excomul-gados de la fe. Esta es la fe del Evangelio; y si no creen en ella, todava

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    no han recibido el Evangelio. Si Cristo no resucit, vuestra fe es vana; an estis en vuestros pecados. Los muertos en Cristo van a resuci-tar, y resucitarn primero.

    II. Pero ahora llegamos a LA RESURRECCIN DE LOS IMPOS. Resucitarn los impos tambin? Aqu tenemos un punto de contro-versia. Ahora tendr que decir algunas cosas duras: podra detenerlos un poco, pero les ruego que me escuchen con atencin. S, los impos resucitarn.

    La primera prueba nos es proporcionada en la segunda Epstola a los Corintios, 5:10: Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba segn lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Ahora, puesto que todos hemos de comparecer, los impos han de compare-cer, y recibirn segn lo que hayan hecho en el cuerpo. Como el cuer-po peca, es natural que el cuerpo sea castigado. Sera injusto castigar el alma y no el cuerpo, pues el cuerpo ha estado tan involucrado con el pecado como lo ha estado el alma en todo momento.

    Pero doquiera que voy ahora oigo que se afirma: Los ministros en tiempos antiguos eran proclives a decir que haba fuego en el infierno para nuestros cuerpos, pero no es as; es un fuego metafrico, un fue-go imaginario. Ah!, no es as. Recibirn las cosas hechas en su cuer-po. Aunque sus almas habrn de ser castigadas, sus cuerpos sern castigados tambin. Ustedes que son sensuales y diablicos, no se preocupan de que sus almas sean castigadas, porque nunca piensan acerca de sus almas, pero si yo les hablo de un castigo corporal, pen-sarn mucho ms en l. Cristo ha dicho que el alma ser castigada, pero describi con mayor frecuencia al cuerpo en afliccin para impre-sionar a Sus oyentes, pues saba que eran sensuales y diablicos, y que nada que no afectara el cuerpo los tocara en lo ms mnimo. Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cris-to, para que cada uno reciba segn lo haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.

    Pero este no es el nico texto que demuestra la doctrina, y les dar uno que es mejor: Mateo 5:9: Si tu ojo derecho te es ocasin de caer, scalo, y chalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. No dice: que toda tu alma, sino todo tu cuerpo. Amigo, esto no dice que tu alma estar en el infiernoeso es afirmado muchas vecessino que declara positivamente que tu cuerpo estar. Ese mismo cuerpo que ahora est parado en el pasillo, o sentado en la banca, si llegaras a morir sin Cristo, arder por siempre en las llamas del infierno. No es una fantasa del hombre, sino una verdad que tu carne material y tu sangre, y esos propios huesos sufrirn: todo tu cuerpo sea echado en el infierno.

    Pero por si una prueba no te satisface, escucha otra extrada del mismo Evangelio, captulo 10:28: No temis a los que matan el cuer-po, mas el alma no pueden matar; temed ms bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. El infierno ser un lugar pa-

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    ra cuerpos as como para almas. Tal como he observado, siempre que Cristo habla del infierno y del estado perdido de los impos, habla en todo momento de sus cuerpos; escasamente le encuentran diciendo algo acerca de sus almas. l dice: Donde el gusano de ellos no mue-re, que es una figura de un sufrimiento fsico: el gusano que tortura por siempre lo ntimo del corazn, como un cncer dentro de la propia alma.

    l habla del fuego que no puede ser apagado. Ahora, no comien-cen a decirme que se trata de un fuego metafrico: a quin le importa eso? Si un hombre me amenazara con darme un golpe metafrico en la cabeza, poco me preocupara al respecto; seria bienvenido para que me diera los golpes que quisiera. Y qu dicen los impos? A nosotros no nos importan los fuegos metafricos. Pero, amigo, son reales, s, tan reales como t mismo. Hay un fuego real en el infierno, tan ciertamen-te como ahora tienes un cuerpo real, hay un fuego exactamente igual en todo al que tenemos en la tierra, excepto en esto: que no consu-mir, aunque te torturar.

    T has visto al asbesto cuando est al rojo vivo dentro del fuego, pe-ro cuando lo sacas, no se ha consumido. De igual manera tu cuerpo ser preparado por Dios de tal manera que arder para siempre sin ser consumido; estar metido, no como t consideras, en un fuego me-tafrico, sino en una llama real. Tena en mente nuestro Salvador una ficcin cuando dijo que arrojara cuerpo y alma en el infierno? Para qu habra un abismo si no hubiese cuerpos? Por qu el fuego, por qu las cadenas, si no fueran a estar los cuerpos all? Puede tocar el fuego al alma? Pueden encerrar el abismo a los espritus? Pueden las cadenas atar a las almas? No; el abismo y el fuego y las cadenas son para los cuerpos, y los cuerpos estarn all. T dormirs en el pol-vo por poco tiempo.

    Cuando mueras, tu alma ser atormentada solaeso ser un in-fierno para ellapero en el da del juicio tu cuerpo se unir a tu alma, y entonces tendrs infiernos gemelos, cuerpo y alma estarn juntas, ambos repletos de dolor hasta el borde, tu alma sudando gotas de sangre por los poros ms ntimos y tu cuerpo cubierto de agona de la cabeza a los pies; conciencia, juicio, memoria, todos siendo torturados, pero ms an: tu cabeza siendo atormentada por dolores desgarrado-res, tus ojos saltando de sus cuencas con cuadros de sangre y dolor; tus odos siendo atormentados con

    Ttricos gemidos y quejidos profundos. Y alaridos de torturados espritus.

    Tu corazn palpitar precipitadamente por la fiebre; tu pulso se agi-tar en agona a una enorme velocidad; tus miembros crujirn en el fuego como los de los mrtires, pero no ardern; t mismo, colocado en un recipiente de aceite hirviente, estars dolorido, pero permane-cers siendo indestructible; todas tus venas se convertirn en una senda que ser recorrida por los pies ardientes del dolor; cada nervio ser una cuerda sobre la cual el diablo tocar por siempre su diablica

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    meloda del Lamento Inenarrable del Infierno; tu alma se doler eter-namente y para siempre, y tu cuerpo palpitar al unsono con tu alma.

    Ficciones, seor! De nuevo lo digo: no son ficciones, y vive Dios que se trata de una verdad slida y severa. Si Dios es veraz, y esta Biblia es verdadera, lo que he dicho es la verdad, y descubrirn algn da que as es.

    Pero ahora debo tener un pequeo razonamiento con los impos so-bre uno o dos puntos. Primero, razonar con aquellos de ustedes que estn muy orgullosos de sus atractivos cuerpos, y que se arreglan con excelentes ornamentos, y se tornan gloriosos en sus ropajes. Hay al-gunos de ustedes que no tienen tiempo para la oracin, pero tienen suficiente tiempo para ataviarse; no tienen tiempo para la reunin de oracin, pero tienen suficiente tiempo para cepillarse su cabello por toda una eternidad; no tienen tiempo para doblar sus rodillas, pero tienen tiempo abundante para tratar de parecer listos y grandiosos. Ah, fina dama, t que cuidas tu rostro muy bien maquillado!, re-cuerda qu dijo alguien en la antigedad cuando alz una calavera pa-ra contemplarla

    Dganle a ella, que aunque se cubra con una pulgada de pintura, A este cutis ha de llegar al final.

    Y algo peor que eso: ese bello rostro ser marcado con las garras de los demonios, y ese hermoso cuerpo ser nicamente el instrumento del tormento. Ah!, vstete para el gusano, altivo caballero; ngete para las rastreras criaturas del sepulcro; y peor an, ven al infierno con tu cabello empolvado: un caballero en el infierno; desciende al abismo con tus preciosos vestidos; seor mo, v all, para encontrarte no ms alto que los dems, excepto tal vez por una mayor tortura, y sumergi-do ms profundamente en las llamas.

    Ay, no nos conviene desperdiciar aqu tanto tiempo en las cosas menudas, cuando hay tanto por hacer, y tan poco tiempo para hacer-lo, en lo relacionado a la salvacin de las almas de los hombres. Oh Dios, nuestro Dios, libra a los hombres de celebrar y de darle gusto a sus cuerpos, cuando slo los estn engordando para el matadero, y alimentndolos para que sean devorados en las llamas.

    Adems, iganme cuando digo que estn gratificando a sus concu-piscencias: saben que esos cuerpos cuyas lascivias gratificamos aqu, estarn en el infierno, y que tendrn las mismas concupiscencias en el infierno que las que tiene aqu? El libertino se apresura a dar gusto a su cuerpo en lo que desee; podr hacer eso en el infierno? Podr en-contrar un lugar all en el gratifique su concupiscencia y encuentre in-dulgencia para su sucio deseo? Aqu, el borracho puede vaciar por su garganta la copa intoxicante y mortal; pero, dnde encontrar el licor para beber en el infierno, cuando la borrachera ser tan ardiente sobre l como lo es aqu? Ay, dnde encontrar siquiera una gota de agua para refrescar su lengua ardiente? El hombre que ama aqu la gloto-nera, ser un glotn all, pero dnde estar la comida que le satisfa-ga, cuando aunque sostuviera su dedo en alto vera que los panes se alejan, y no le ser permitido que tome ningn fruto? Oh, tener tu pa-

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    siones, y, sin embargo, no poder satisfacerlas! Encerrar a un borracho en su celda y no darle nada de beber! Se arrojara contra la pared para conseguir el licor, pero no hay licor para l. Qu hars en el infierno, oh borracho, con esa sed en la garganta, y no pudiendo tragar nada sino flamas que incrementan tu suplicio?

    Y, qu hars t, oh persona disoluta, cuando todava quisieras es-tar seduciendo a otros, pero no hay nadie con quien puedas pecar? Hablo claramente? Si los hombres quieren pecar, encontrarn hom-bres que no se avergencen de reprocharles. Ah, tener un cuerpo en el infierno, con todas sus concupiscencias, pero sin el poder de satis-facerlas! Cun horrible ser ese infierno!

    Pero escchenme todava una vez ms. Oh, pobre pecador, si viera que vas al escondrijo del inquisidor para ser atormentado, no te ro-gara que te detuvieras antes de que traspasaras el umbral? Y ahora te estoy hablando de cosas que son reales. Si estuviera esta maana so-bre un escenario, y estuviera actuando estas cosas como si fueran fan-tasas, les hara llorar: hara llorar a los piadosos al pensar que tantos sern condenados, y hara llorar a los impos al pensar que sern con-denados. Pero cuando hablo de realidades, no los conmueven ni la mi-tad de lo que lo haran las ficciones, y estn sentados como lo estaban antes de que el servicio comenzara.

    Pero iganme mientras afirmo de nuevo la verdad de Dios. Yo te di-go pecador, que esos ojos que ahora miran a la lujuria, mirarn a las aflicciones que te han de vejar y atormentar. Esos odos que prestas ahora para or la cancin de la blasfemia, oirn gemidos, y quejidos, y hrridos sonidos, que slo los condenados conocen. Esa misma gar-ganta por la que ahora derramas la bebida, estar llena de fuego. Esos propios labios y brazos tuyos sern torturados al mismo tiempo. Va-mos, si t tienes un dolor de cabeza, correras a tu mdico; pero, qu hars cuando tu cabeza, y tu corazn, y tus manos, y tus pies te due-lan todos a la vez? Cuando slo tienes un dolor en tus riones, buscas las medicinas que te sanen, pero qu hars cuando la gota, y el reu-matismo, y le vrtigo y todo lo vil ataquen tu cuerpo a la vez? Cmo te comportars cuando seas aborrecible con todo tipo de enfermedad, le-proso, paraltico, negro, podrido, tus huesos te duelan, tu mdula tiemble, cada miembro que tienes est lleno de dolor; tu cuerpo un templo de los demonios y un canal de aflicciones? Y, proseguirs a ciegas? Como va el buey al degolladero, y como lame la oveja el cuchi-llo del carnicero, lo mismo ocurre con muchos de ustedes.

    Seores, ustedes estn viviendo sin Cristo, muchos de ustedes; son justos con justicia propia e impos. Uno de ustedes sale esta tarde pa-ra tomar su porcin de placer del da; otro es un fornicador en secreto; otro puede engaar a su vecino; otro puede maldecir a Dios de vez en cuando; otro viene a esta capilla pero en secreto es un borracho; otro parlotea acerca de la piedad, y Dios sabe que es un hipcrita desven-turado. Qu hars en aquel da cuando ests delante de tu Hacedor? Es poco que tu ministro te censure ahora; es poco ser juzgado por el juicio del hombre; qu hars cuando Dios truene, no tu acusacin,

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    sino tu condenacin: Apartaos de m, malditos, al fuego eterno prepa-rado para el diablo y sus ngeles?

    Ah!, ustedes que son sensuales, yo saba que no les conmovera nunca mientras hablara acerca de tormentos para sus almas. Les conmuevo ahora? Ah, no! Muchos de ustedes se irn y se reirn, y me llamarncomo recuerdo que me llamaron una vez antesun clrigo del fuego del infierno. Bien, vayan; pero vern un da al predicador del fuego del infierno en el cielo, tal vez, y ustedes mismos sern echados fuera; y mirando hacia abajo con una mirada reprobatoria, pudiera ser, les recordar que oyeron la palabra, y no la escucharon.

    Ah, hombres, es algo sin importancia orla; ser algo duro soportar-la! Ahora me escuchan inconmovibles; ser trabajo ms duro cuando la muerte se aferre a ustedes y estn rostizndose en el fuego. Ahora desprecian a Cristo; no le despreciarn entonces. Ahora pueden des-perdiciar sus das domingo; entonces daran mil mundos por un do-mingo si pudieran tenerlo en el infierno. Ahora pueden mofarse y bur-larse; entonces no habr ni mofas ni burlas; estarn gritando, y au-llando, y llorando y pidiendo misericordia; pero

    No se permiten actos de perdn En la fra tumba a la que nos apresuramos; La oscuridad, la muerte y la larga desesperacin, Reinan en eterno silencio all.

    Oh, mis queridos lectores! La ira venidera! La ira venidera! La ira venidera! Quin de ustedes morar con el fuego consumidor? Quin de ustedes habitar con las llamas eternas? Puedes hacerlo t, amigo mo? Y t? Puedes habitar con la llama eterna? Oh, norespondesqu debo hacer para ser salvo? Escucha lo que Cristo tiene que decir: Cree en el Seor Jesucristo, y sers salvo; el que cree no ser condenado. Venid luego, dice Jehov, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve sern emblan-quecidos; si fueren rojos como el carmes, vendrn a ser como blanca lana.

    http://www.spurgeon.com.mx/sermones.html Oren diariamente por los hermanos Allan Roman y Thomas Montgomery, en la Ciudad de Mxico. Oren porque el Espritu Santo de nuestro Seor

    los fortifique y anime en su esfuerzo por traducir los sermones del Hermano Spurgeon al espaol y ponerlos en Internet.

    Sermns #66, 67Volume 2 THE RESURRECTION OF THE DEAD