Resistencia a Traves de Rituales
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RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES SUBCULTURAS JUVENILES EN LA GRAN BRETAÑA
DE LA POSGUERRA
[)N. MARIANA CHAVE5 ANTROPOLOGA
OQNtCET • YMt..P' 4 UNTRE'
OBSERVATORIO DE JÓVENES, COMUNICACIÓN Y MEDIOS
OBSERVATORIO DE JóVENES, COMUNICACIÓN Y MEDIOS
Florencia Saintout
CoLECCióN JuvENTUDES
Natalia Ferrante
OBSERVATORIO de Jóvenes Comunicación y Medios
FACUl TAO DE PERIODISMO Y COMUNICACIÓN SOCIAl
DECANA
Florencia Saintout
VICEDECANA
Patricia Vialey
SECRETARIO ACADÉMICO
Carlos María Ciappina
SECRETARIA DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Y POSGRADO
Paula Morabes
SECRETARIA DE EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
Paula González Ceuninck
SECRETARIO DE PRODUCCIÓN Y SERVICIOS
Cristian Scarpetta
SECRETARIO DE INTEGRACIÓN CON LAS ORGANIZACIONES
DE LA COMUNIDAD
Germán Retola
SECRETARIO DE ASUNTOS ADMINISTRATIVOS
Alejandro Tumminello
SECRETARIA DE PRENSA Y COMUNICACIÓN
Paula Pedelaborde
SECRETARIO DE DERECHOS HUMANOS
Jorge Jaunarena
Hall, Stuart Resistencia a través de rituales: subculturas juveniles en la Gran Bretaña
de la posguerra 1 Stuart Hall y Tony Jefferson; edición literaria a cargo de Stuart Hall y Tony Jefferson. - 1 a ed. - La Plata: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Periodismo y Comunicación Social; Observatorio de
Jóvenes, Comunicación y Medíos, 201 O. 474 p.; 21x15 cm.
Traducido por: Nicolás A. Miranda; Rodrigo O. Ottonello; Fernando Palazzolo ISBN 978-950-34-0641-0
1. Estudios Culturales. 2. Subcultura. l. Jefferson, Tony 11. Hall, Stuart, ed. lit. 111. Jefferson, Tony, ed. lit. IV. Miranda, Nicolás A., trad. V. Ottonello,
Rodrigo 0., trad. VI. Palazzolo, Fernando, trad. VIl. Título CDD 306
Fecha de catalogación: 17/03/201 O
Arte y diseño Andrea López Osornio 1 Julieta Lloret
Revisión de textos María Eugenia López
Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios
Facultad de Periodismo y Comunicación Social Universidad Nacional de La Plata
Resistencia a través de rituales Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Traductores: Nicolás A. Miranda - Rodrigo O. Ottonello - Fernando Palazzolo Asistente de traducción: Elena Berge
Derechos Resevados Facultad de Periodismo y Comunicación Social
Universidad Nacional de La Plata Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios
Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización de los autores o editores
La Plata, provincia de Buenos Aires, República Argentina. Mayo 2010
I.S.B.N 978-950-34-0641-0
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES SUBCULTURAS JUVENILES EN LA GRAN BRETAÑA
DE LA POSGUERRA
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
OBSERVATORIO de Jóvenes Comunicación y Medios
ÍNDICE
Una vez más: Resistencia a través de rituales Sección 1: El proyecto Sección 11: Expansiones, técnicas y contestaciones Sección 111: Trayectorias, o ¿y ahora a dónde?
Teoría 1 Subculturas, culturas y clase Algunas notas sobre la relación entre la cultura del control social y los medios de noticias, y la construcción de una campaña de la ley y el orden
Etnografía Respuestas culturales de los teds: la defensa del espacio y el estatus
El significado de «mod»
Los skinheads y la mágica recuperación de la comunidad
Haciendo nada
El significado cultural del uso de drogas
Etnografía a través del espejo
Comunas: una tipología temática
Reggae, rastas y rudies
Apéndice: desempleo, el contexto de la cultura de los chicos de la calle
13 13
20
41
166
172
180
195
202
208
229
Una estrategia para vivir: música negra y subculturas blancas
Estructuras, culturas y biografías
Estilo
Difusión y difuminación del estilo
Conciencia de clase y conciencia de generación
Chicas y subculturas: una exploración
Una nota sobre marginalidad
Las políticas de la cultura juvenil
Método Investigación naturalista en subculturas y desviación:
299
310
un informe sobre una tendencia sociológica 408
La lógica de la indagación en la observación participante Una reseña crítica 423
Bibliografía 457
UNAVEZMÁS: RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES
En el 2005 se cumplieron treinta años desde la primera
publicación de Resistencia a través de rituales [de ahora en
más RTR por sus siglas en inglés]: una edición doble (#7 y #8)
del Working Papers in Cultural Studies, el journal anual del
viejo Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la
Universidad de Birmingham. Fue reeditado por Hutchinson un
año después en formato de libro y desde entonces no ha deja
do de ser publicado. Ahora, como parte de la publicación es
table de Rutledge, vuelve en esta nueva edición. Dada la lon
gevidad y el interés continuo que atrajo a lo largo de los años,
pareciera legítimo y de importancia preguntarse: ¿qué fue el
proyecto RTR?, ¿a qué sirvió de cimiento y qué reacciones y
críticas provocó desde su publicación?, ¿cuál es precisamente
su relevancia contemporánea?
SECCIÓN 1: EL PROYECTO
La Introducción original, que se mantiene en esta edición,
sitúa al libro de manera provechosa en el más amplio marco
de trabajo del Centro y toca además algunos puntos resonan
tes. Identifica el rol del libro de ensamblar entre portadas una
gran variedad de trabajos de investigación provenientes de
distintos autores (que incluyen a muchos graduados del Cen-
13
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tro, como Paul Willis, lan Chambers, Rache! Powell, Jenny
Garber y Chas Critcher, que no eran miembros regulares del
Grupo de Subculturas, y a varios autores entre los que se
encuentran Paul Corrigan, Geoff Pearson, John Twohig,
Graham Murdock, Robín McCron, Simon Frith y Steve Butters,
que nunca fueron realmente miembros del Centro). Señala,
además, el carácter necesariamente indefinido, inacabado y
de obra en curso del libro y su clara obligación intelectual.
Marca la relación entre el libro y el trabajo que se llevaban a
cabo en otras áreas del Centro y que serían posteriormente
publicados, en especial Learning to Labor1 ( 1977) y Profane
Culture (1978) de Paul Willis; y, además, apunta en dirección
a aquellos conectados aunque distintos temas destacados que
culminaron en Policing the Crisis (Hall et al., 1978). Subraya
la naturaleza colectiva de la práctica intelectual del Centro y
las dificultades de sus miembros, ampliamente ilustradas en
el libro; así como su condición de monografía «desconecta
da», organizada temáticamente, más que una escrita en su
totalidad por un mismo autor.
El reafirmar estas cualidades es una forma de volver a
contextualizar el libro para aquellos lectores contemporáneos.
Inevitablemente, este se ha visto alejado de un tiempo y con
texto específicos para cobrar vida propia. Como es el destino
de todos los textos de esta naturaleza, RTR ha sido apropiado
selectivamente y de maneras en las que a sus autores con
frecuencia les resulta difícil de identificar; así como también ha
sido criticado ampliamente, por lo general desde disciplinas y
discursos más que ajenos a su punto de origen. No denuncia
mos este hecho, intrínseco al trabajo discursivo y de interpreta
ción. Sin embargo, si bien los autores ya no ocupan el lugar de
intérpretes privilegiados, no están tan muertos como Roland
1 N. del T.: publicado en español con el título Aprendiendo a trabajar, Akal, España, 1988.
14
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Barthes supuso alguna vez, y, por lo tanto, no están imposibili
tados de volver una vez más al discurso en y desde otro lugar,
otro eslabón de una cadena que se despliega al infinito.
A nivel institucional, los subgrupos del Centro surgieron como
una extensión de las sesiones de devolución en las que se pre
sentaban informes sobre las investigaciones en curso, conoci
das originalmente como seminarios de trabajos en curso. El
Grupo de Subculturas fue, al nivel de investigación empírica,
análogo a otros grupos de investigación cuyo trabajo se publicó
en ediciones posteriores del journal y en las series Hutchinson.
El trabajo de todos estos grupos estuvo «enmarcado» por el
debate teórico que tenía lugar en el Seminario de Teoría sema
nal, en el que se abordaba vigorosamente un programa de lec
tura interdisciplinaria y discusión conceptual más amplio. El
objetivo del Grupo de Subculturas era proporcionar un punto de
referencia común para agrupar los proyectos individuales de
investigación de grado del Centro teniendo en cuenta los diver
sos aspectos del fenómeno de la «cultura joven». RTR identifi
ca a las subculturas como un aspecto particular y claramente
estructurado de este fenómeno más amplio. El Grupo de
Subculturas proporcionó, de esta manera, un espacio para la
discusión, el debate y la orientación de estos proyectos; «co
lectivizó» las lecturas preparatorias, ayudó a integrar el progra
ma de trabajo del Centro en torno a temas comunes y facilitó
un proceso de «teorización bien fundada».
La posición del Grupo de Subculturas dentro del proyecto
de Estudios Culturales tiende a perderse en debates posterio
res. El trabajo de las subculturas era una parte, aunque tam
bién un elemento diferenciado y «relativamente autónomo»,
en la evolución de una aproximación distintiva a los «Estudios
Culturales» emergente en el Centro durante este período. La
aparición de las culturas jóvenes es para nosotros uno de los
aspectos más distintivos -y en efecto «impresionantes»- de
la cultura británica contemporánea; y, en consecuencia, de
lli
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
los procesos sociales de posguerra y cambio cultural que se
establecieron como objeto de estudio y teorización privilegia
do desde los comienzos del trabajo del Centro. Como se ex
presó en su momento, la juventud era «Una metáfora del cam
bio social». Las impresionantes culturas jóvenes plantearon
varias preguntas sobre el carácter necesariamente controver
tido y contradictorio del cambio cultural y la diversidad de
formas de expresión que encontró la «resistencia».
Como deja en claro varias secciones del libro, en especial el
extenso resumen teórico «Subculturas, culturas y clase», el
proyecto se preocupó tanto de examinar concretamente y en
profundidad una «región» de la cultura contemporánea, como
de comprender de manera más explanatoria y no reduccionista
cómo esta podría estar conectada a estructuras culturales y
sociales más amplias. Fue, de este modo, un intento de relacio
nar los fenómenos de las subculturas jóvenes con un análisis
histórico socio-cultural más general de la formación social. La
primera preocupación surgió a partir de la atención que el pro
yecto prestó a prácticas y significados simbólicos estilísticos o
«de significación» y a la exploración de métodos de análisis
cualitativos apropiados para capturar el sentido de la cultura
para sus sujetos, su «experiencia de vida». La segunda se hace
evidente en la constante referencia del fenómeno a relaciones y
formaciones sociales mayores, la búsqueda (ingenua, quizás)
de lo que llamamos, tomando prestado de Willis (1972), las
«homologías» entre las mismas.
A pesar de que los Estudios Culturales tomaron la «cultu
re» como punto de partida privilegiado, y en ese sentido fue
una manifestación bien temprana del «giro cultural» en las
ciencias de las humanidades y sociales, su objetivo no era el
de reemplazar aquello que Marx llamaba «determinación en
última instancia por la economía» por determinación cultural.
El objetivo era analizar y comprender las relaciones entre aque
llos sets «relativamente autónomos», aunque nunca
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
mutualmente exclusivos, de relaciones llamadas «cultura» y
«sociedad». La contraposición de ambos términos que hace
Raymond Williams en sus primeros trabajos resultó ser funda
mental para la empresa de los Estudios Culturales durante su
fase formativa, aunque, como RTR deja en claro, esta área se
involucró realizando un tipo de trabajo muy diferente. Sin
embargo, a diferencia de investigaciones sociológicas más
convencionales, RTR le dio a lo simbólico la misma importan
cia que le dio a lo social: «subculturas y estilo», como
compendiosamente lo expresa Dick Hebdige (1979: 1 ), teori
zando sobre las complejas conexiones o reflexiones entre
ambos. Desde sus comienzos y a lo largo de su desarrollo, el
proyecto que estudiaba las subculturas se vio opacado por
estas cuestiones conceptuales mayores que ya sacudían el
universo teórico del Centro. Entre estas cuestiones se encuen
tran la «hegemonía» de Gramsci, la «autonomía relativa» y la
«relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales
de existencia» de Althusser, el bricolage de Barthes y Levi
Strauss. En este sentido, RTR fue el producto de su tiempo
(teórico).
Otra forma en que el proyecto sobre las subculturas se
diferenció tanto de la concepción sociológica dominante de
«sociedad» como de la concepción literaria o de las humani
dades dominante de «cultura» fue a través de su constante
retorno a los nexos entre cultura y poder. ¿De qué manera la
desafiliación generacional fue un signo de contradicciones
sociales más amplias? ¿Cuál fue la significancia y la eficacia
política de los movimientos culturales, cuando a «lo político»
se le otorga una definición mucho más amplia, ampliada, por
así decirlo, mediante lo cultural? Es en este contexto en el que
los distintos enfoques presentes en el libro tienen, a modo de
hilo conductor subyacente, cuestionamientos sobre el valor
político de «la resistencia a través de rituales» (el énfasis que
se hace aquí es nuestro); la relación entre los movimientos
17
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
sociales altamente estilizados y culturalmente elaborados y
las culturas de clase; y entre las políticas culturales y otras
formas de contestación social. Por ejemplo, este tema se ana
lizó en el debate teórico sobre el «espectro de soluciones loca
lizadas y negociadas»; la cuestión de las subculturas como
«relaciones imaginarias» o, para utilizar el término de Phil
Cohen, «resoluciones mágicas».
RTR ha sido leído en ocasiones como la contribución del
Centro al estudio sociológico. Sin embargo, probablemente
sea más apropiado ver el proyecto como el Jugar de la prolon
gada junción entre los Estudios Culturales y las tradiciones
sociológicas. Este ya estaba en curso a un nivel de teorización
más amplio. Ciertos textos claves de la sociología y la antro
pología contribuyeron a la mezcla interdisciplinaria de la cual
emerge el enfoque teórico distintivo del Centro. Los textos de
Weber, Durkheim, Mauss, la tradición alemana verstehen, Dilthey y Schultz, junto con Marx y Levi-Strauss, se encontra
ban entre los «textos fundadores» de la teoría del seminario.
Lo que nunca se intentó fue incorporar la Sociología como
empresa disciplinaria acabada, cuyos métodos pudieran to
marse y aplicarse. La pregunta subyacente fue siempre la si
guiente: ¿de qué manera esto contribuye en el desarrollo de
un enfoque distintivo?, ¿qué aspectos de esta tradición de
pensamiento pueden integrarse junto con otros elementos, en
un marco teórico más amplio y con qué efectos analíticos y
conceptuales?
En resumen, esta junción formó parte de una búsqueda de
una metodología cualitativa no positivista y de formas de estu
dio sociales interdisciplinarias más adecuadas para el campo de
la cultura y la doble adecuación que exige un proyecto que se
preocupa, fundamentalmente, por relacionar el análisis de las
formas culturales y los significados sociales con relaciones so
ciales más amplias. Esto no demandaba simplemente llevar
adelante «un trabajo sociológico», sino intentar desenterrar y
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
reconstruir las tradiciones más antiguas de pensamiento socio
lógico para nuestros propósitos y desde una perspectiva que de
algún modo se encuentra fuera del campo. Dichas tradiciones
fueron sumergidas en su mayoría por el énfasis positivista,
parsoniano y funcionalista de la corriente sociológica norteame
ricana de posguerra. Lo que el giro hacia las subculturas nos
ayudó a hacer particularmente fue descubrir lo relevante que
estas cuestiones y preocupaciones han sido para los Estudios
Culturales, al tiempo que estas han seguido desarrollándose
dentro de una importante pero cualitativamente menor tradi
ción de estudio social norteamericano.
Esta tradición incluía una variedad de trabajo: estudios
interaccionistas simbólicos, influenciados por G. H. Mead, que
intentaban recuperar lo subjetivo o el «sentido simbólico» de
la acción para los actores; estudios de caso etnográficos bien
abordados y observados de cerca, tal como fue desarrollado
en la sociología urbana de la escuela de Chicago y en otras; y
métodos afines de observación de participantes, tomado de la
antropología social, que utilizaba tanto a informantes como a
la participación activa por parte del investigador, como medio
para delinear mundos culturales desde «adentro». Muchos de
estos enfoques dieron lugar a estudios sobre desviación y
delincuencia u otras formas de comportamiento antisocial,
mayormente a modo de corrección a enfoques más positivistas.
En años más recientes, estos enfoques fueron la respuesta a
la crítica de que estos excluían por completo a la «vasta socie
dad», mediante la incorporación de la «reacción social» a la
cuestión, incluyendo la manera en la que al «supuesto» com
portamiento desviado le fue dado un sentido particular, es
decir, fue «categorizado» por los medios de comunicación y
por autoridades y agencias reguladoras.
Estas metodologías fueron relevantes para el enfoque de la
cuestión de las subculturas por parte del área de Estudios
Culturales, por la atención que prestan a cuestiones de signifi-
19
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
cado y porque estas validan la experiencia y el punto de vista
de los actores, restaurándoles cierto nivel de agencia y confi
riéndoles un poder a sus consideraciones, de maneras que les
son imposibles a aquellos métodos de carácter más objetivos.
A la sociología norteamericana del momento le gustaba esta
blecer que el problema sociológico era «el problema del orden
social». Sin embargo, estos acercamientos alternativos soca
vaban la suposición de que la sociedad era un orden normativo
y consensuado, del que sólo una pequeña minoría, por razones
«patológicas», se desviaba. Pocos de los casos de estudio pre
sentados en RTR fueron el resultado de una metodología
etnográfica bien sustentada o de observación participante; pero
las consideraciones más «etnográficas» del estudio tomaron
prestado y adaptaron estas metodologías teniendo como pro
pósito lo que Geertz ( 1973} describe como «descripción den
sa». La presunción metodológica subyacente era que los signi
ficados debían observarse de cerca y relacionarse con las prác
ticas, y que los fenómenos culturales debían entenderse con
cretamente y en su completa especificidad antes de poder ser
doblemente adecuados a relaciones más amplias. Una breve
ojeada al libro bastará de sustento al argumento que sostiene
que lo que podría llamarse el nivel «etnográfico» era de crítica
importancia para el proyecto, pero que no sería preciso descri
bir RTR como «un estudio etnográfico».
SECCIÓN 11: EXPANSIONES, TÉCNICAS Y CONTESTACIONES
En los años siguientes a su primera publicación, RTR sirvió
de base a muchos trabajos sobre la juventud, y no sólo dentro
del algo estrecho campo de los estudios subculturales. De
hecho, fue en principio adoptado en el ámbito académico,
como parte de la bibliografía obligatoria del E202, el curso
20
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
sobre «Educación y Sociedad» de The Open University2 • No
sorprende que dicho interés se haya visto acompañado de
numerosas críticas, de las cuales la más reciente comenzó a
declararse «post-subcultural» (Muggleton, 1997; Muggleton
y Weinzierl, 2003). Esta es una afirmación que plantea mu
chas preguntas. ¿Caducó acaso la idea de subcultura tal como
se la presenta en este volumen? ¿Fue una idea errada desde el
principio? Las subculturas, ¿han cambiado de manera funda
mental? El mundo social al cual intentábamos relacionar las
subculturas, ¿es en la actualidad muy diferente al que solía
ser? ¿Se alteró la relación entre «subculturas» y sociedad?
¿Necesitamos, entonces, un nuevo lenguaje teórico «post
subcultural» para explicar uno o todos estos cambios? Estas
son las grandes preguntas que secundan, de manera más o
menos explícita, total o parcialmente, las críticas respuestas a
RTR. Estas son también las preguntas que nos proporcionaran
los hilos que conectan nuestro intento de repasar aquí las
principales líneas de los interrogantes que se despliegan de
dichas respuestas.
A pesar de los problemas que presenta, el discurso sobre
las subculturas ha seguido siendo usado. La segunda edición
de The Subcu/tures Reader (Gelder, 2005), publicada recien
temente por Rutledge, conserva 30 (de las originalmente 55)
contribuciones de la primera edición (Gelder y Thornton, 1997)
y se reimprime con 18 nuevos capítulos. Hasta hace poco, los
medios se han preocupado por el significado de «hoodie» 3, así
como en el pasado se interesaban por los teddy-boys, los mods,
2 N. del T.: The Open University: Universidad de estudios a distancia subvencionada por el gobierno británico. 3 N. del T.: Hoddie: capucha. En este caso se hace referencia a los jóvenes que se visten con ropa con capucha, catalogados como delincuentes ya que se presume que el uso de este tipo de prendas es para no ser identificados por las cámaras de seguridad al cometer un delito. El uso de capuchas ha sido por esta razón prohibido en supermercados, bares y centros comerciales.
21
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
los rockers, los skinheads, etc. Efectivamente, el análisis de
este fenómeno por parte de The Guardian durante una sema
na acusa recibo de este linaje subcultural de manera explícita.
Uno de los periodistas (Mclean, 2005: 3) acudió a uno de los
colaboradores originales de este volumen, Angela McRobbie,
para un comentario al respecto. Se dice que dijo lo siguiente:
El punto de origen es obviamente la cultura negra norteameri
cana del hip-hop, completamente mainstream en la actuali
dad, que demostró ser una parte clave de la economía global
musical a través de Eminem y otros. La adopción de la vesti
menta informal y deportiva como vestimenta cotidiana sugiere
un distanciamiento del mundo de la oficina [del traje] y de la
escuela [del uniforme]. La cultura rap celebra la provocación,
al narrar la experiencia de la exclusión social. Musical y
estilísticamente, proyecta la amenaza y el peligro, así como
también el enojo y la ira. La prenda con capucha es una de la
larga lista de prendas preferidas por los jóvenes, por lo general
por los varones, que están grabadas con la acepción de que
quienes las usan «no tienen buenas intenciones». En el pasa
do, tal apropiación estaba comúnmente restringida a miem
bros de culturas jóvenes específicas: camperas de cuero, pan
talones bondage, pero ahora la norma entre los jóvenes es
hacer notar sus preferencias musicales y culturales de esta
manera, de aquí que la adopción de la capucha por jóvenes
trascienda edad, etnicidad y clase.
El desarrollo de este argumento -que intenta fijar «el punto
de origen» del uso de la capucha mediante el análisis de sus
elementos estilísticos, sugiriendo que está relacionado con su
signíficancia (distanciada del mundo del trabajo, proyectando
una amenaza, un desafío, etc.)- pareciera operar aún, en un
sentido amplio, de acuerdo con la tradición de RTR. En otro
aspecto, sin embargo, va más allá: por ejemplo, al sugerir que
22
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
el uso de la capucha trasciende las fronteras de la edad, la
etnicidad y la clase social. Estos dos aspectos del argumento -
del nuevo, sin olvidar lo que nos puede todavía ser útil del
viejo- nos parece un tema lo suficientemente valioso como
para detenerse a analizarlo; es, quizás, para anticiparnos al punto
final, algo que nuestros críticos no siempre lograron hacer.
uBiografía/fenomenología/subsistencian
De una u otra manera, la gran parte del problema del marco de
«resistencia a través de rituales» se encuentra en un tercer
nivel de la teoría: de qué manera la subcultura es realmente
vivida por sus protagonistas. Y con frecuencia se tiene la mo
lesta sensación de que estas vidas, seres e identidades no
siempre coinciden con lo que se supone que representan.
(Cohen, [1980] 2005: 167)
Stan Cohen fue uno de los primeros en quejarse sobre la
incongruencia entre la «pirotecnia intelectual» de nuestras teo
rías y «el tono emotivo y la satisfacción inmediatos» de las
acciones de nuestros actores (Cohen, [1980] 2005: 168). Este
reclamo resurgió con frecuencia desde entonces, más recien
temente con la idea de Jenk (2005) de que hemos ejercido
demasiado «control teórico» sobre las vidas de nuestros jóve
nes, a pesar de que otros han visto nuestro trabajo como uno
de base etnográfica (Redhead, 1997a: 2). La de Cohen es una
reafirmación elocuente de lo valioso del enfoque etnográfico
por la validación y autenticación que este da a la perspectiva
de los sujetos. Sin embargo, como intentamos explicar ante
riormente, la mayoría de los casos de estudio no fueron con
ducidos de acuerdo con una metodología etnográfica estricta
mente observadora. En parte, la mala interpretación surge de
no haber hecho esta distinción de manera más clara en el
23
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
libro. En parte, puede ser porque se considera que la «tradi
ción» de RTR comprende el trabajo sólidamente etnográfico
de Willis (1977, 1978) que efectivamente tenía lugar al mis
mo tiempo que RTR lo hacía, aunque no era parte del trabajo
del Grupo de Subculturas.
Como es usual, algunas de las más severas críticas se
dieron internamente. Un año después de la crítica de Cohen,
apareció Defending ski-jumpers de Gary Clark como paper
de trabajo del Centro, en el que azota verbalmente a las
subculturas tal como se las discute en La resistencia a tra
vés de rituales por sus abstracciones concretamente
«esencialistas y no contradictorias»:
Cualquier análisis empírico revelaría que las subculturas son
difusas, diluidas e híbridas en sus formas. Por ejemplo, cier
tos skins podrán afirman tener entre sus valores la «elegan
cia» que los autores consideran estar restringida a los mods.
El análisis antropológico de subculturas únicas supone la au
sencia de las descripciones mediante las cuales estas se sos
tienen, transforman y entrelazan. De manera similar, la natu
raleza elitista del análisis (es decir, el foco en lo «original»)
significa que no se nos da una idea de cómo y por qué los
estilos se vuelven populares (ni cómo o por qué eventual
mente dejan de estar en boga) mas que mediante una discu
sión simplista sobre la corrupción e incorporación del estilo
original. (Ciarke, [ 1981 J 2005: 170)
El tema crucial aquí es si hemos tendido a esencializar las
subculturas o si estas de hecho eran movimientos más
cohesivos en ese momento de lo que se han vuelto desde
entonces. Tal vez ambas cosas son verdad (estas son pre
guntas en las que ahondamos más abajo). Ciertamente, la
crítica al «esencialismo» que se ofrece aquí presagia los gi
ros teóricos subsiguientes. Posteriormente, esta se volvió
24
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
una de las críticas preferidas por el postmodernismo, combi
nada a menudo con una petición de investigaciones empíri
cas mejor fundadas (Muggleton, 1997: 167).
En realidad, pocos estudios han ido más allá de las críti
cas para llevar la investigación a los mundos de vida subjeti
vos de los participantes subculturales. Se nos ocurren tres:
el estudio de observación participante de un pequeño grupo
de skinheads en Perth, al Oeste de Australia, de David Moore
( 1994); el estudio neoweberiano basado en entrevistas dise
ñado para probar «El significado postmoderno de estilo» de
Muggleton (2000); y el estudio «multi-metódico y etnográfico»
de lo «Gótico» de Hodkinson, en el que utiliza su estatus de
«miembro crítico» dentro del grupo. Cada uno es interesan
te, diferente, y termina afirmando algunos aspectos del viejo
enfoque de RTR así como también lo ti"ansciende de nuevas
maneras. El siguiente descubrimiento del estudio de David
M o ore ( 1 994: 143-144) bien demuestra la coexistencia de
los elementos viejos y nuevos:
Ser skinhead requiere una constante interacción entre el ni
vel subcultural, expresado mediante las peleas, la bebida y la
promiscuidad, y cierta aprobación en juicios de autenticidad;
y el nivel persoílal, que consiste en divertirse, beber con mo
deración y tener relaciones estables, medidas en términos de
sinceridad.
La conclusión de Muggleton (2000: 162-163) también se
las arregla para aferrarse tanto a elementos viejos como nue
vos. Se encontró con que las subculturas no eran aquellas
entidades de «clase trabajadora, altamente cohesivas, cen
tradas en el grupo» de los «tiempos modernos lineares de
posguerra»; ni los «híbridos amorfos, difusos, sin clase,
individualistas y libertarios del tiempo subcultural
postmoderno». Son más bien:
25
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Manifestaciones de expresión propia, autonomía individual y
diversidad cultural, y ... estos atributos tienen una afinidad elec
tiva con los valores bohemios que han llegado a definir cada
vez más las experiencias de sectores de la clase trabajadora de
posguerra y de la clase media-baja joven. En este sentido, el
surgimiento de una susceptibilidad subcultural de clase traba
jadora postmoderna (o liminar) (y su convergencia con los va
lores de la clase media) puede remontarse hacia el comienzo
de los años 60. (Muggleton, 2000: 167)
Puede que sea demasiado decir que la convergencia de
clases de las susceptibilidades culturales se remonta hacia los
sesenta, un tiempo en el que las subculturas todavía parecían
ser articuladas más claramente en culturas de clases más
amplias. Sólo vemos al pospunk en los años ochenta, lo ve
mos algo así como «una convergencia de clases y géneros»,
particularmente en la cultura rave o de clubes bailables. Dicho
esto, hay mucho en el argumento de Muggleton con lo que se
puede estar de acuerdo.
Finalmente, Hodkinson (2006: 196) se dio cuenta de que
esta noción reconceptualizada de subcultura que acentúa una
«relativa peculiaridad», la provisión de una sensación de «iden
tidad», un grado de «compromiso», y la relativa «autono
mía» de su operación sí caracterizaba la escena Gótica. A
diferencia de los «bohemios» de Muggleton, los góticos «se
caracterizaban más por su substancia que por su fluidez»
(!bid.). Esto puede verse como una especie de endoso de
algunas de las viejas nociones de subcultura. Por otro lado,
los góticos pueden verse, en este aspecto, algo así como un
atípico «retroceso» a formas de subcultura de un período
anterior. Sin embargo, su libro evita también involucrarse
con lo que él mismo reconoce como «los problemas claves
de la teoría subcultural tradicional»: las ideas de subculturas
como una «espontánea expresión de contradicciones estruc-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
turales compartidas»; la noción de «resistencia»; el falso
contraste entre «autenticidad» y «media y comercio» y los
«motivos de tipo lucrativos».
Todos son trabajos interesantes que demuestran tanto el
cambio y la continuidad entre las «viejas» subculturas y el
nuevo mundo «post-subcultural». Sin duda, todos proporcio
naron explicaciones mucho más completas sobre las expe
riencias de vida de los «protagonistas» de las subculturas que
nosotros en RTR, lo que, en consecuencia, le da el empujón
principal a la crítica de «falta de autenticidad etnográfica».
Pero, más allá de eso, ¿qué es lo que aprendemos del cuadro
general? ¿Qué tan bien «fundadas» están estas subculturas
fundadas de manera empírica, en relación con los cambios
políticos, económicos y socioculturales de sus respectivos tiem
pos? La respuesta es «no muy bien», si es que hay una res
puesta. Esto no sorprendente, ya que se trata de un problema
endémico de las consideraciones etnográficas. Por lo general,
su mayor ambición es «contarlo tal cual es». La experiencia,
como es vivida desde adentro, se vuelve el nivel privilegiado
de estudio y explicación. A veces, en realidad, se oponen po
sitivamente, en términos teóricos, a la idea de hacer conexio
nes entre la experiencia vivida y las realidades estructurales.
Correcta o erróneamente, esto es exactamente lo que los Es
tudios Culturales intentaron hacer, por qué RTR no fue una
etnografía y, por ende, por qué es extraño ver tal camino pro
puesto como un desarrollo crítico de nuestro proyecto.
En este respecto, vale recordar que el trabajo de Stan Cohen
que más poderosamente nos influenció: el libro sobre Mods y
Rockers (Cohen, 1973), combinó un enfoque etnográfico con
un fuerte foco en las «categorizaciones» o «reacción social»
en la forma de la policía, los medios y otras agencias discipli
narias. Esta combinación fue precisamente la razón por la que
impactó en nuestro pensamiento (que llevó a ciertos avances
conceptuales claves en Policing the Crisis). También vale la
27
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
pena recordar que aquella etnografía «de los muchachos»4 tan
aclamada que Paul Willis hace en Learning to Labor fue lo
exitosa que fue, precisamente, porque trascendía los trabajos
etnográficos anteriores de educacionalistas como Hargreaves
( 1967) al intentar responder a una pregunta mayor, a saber,
¿por qué los chicos pertenecientes a la clase trabajadora pre
fieren hacer trabajos de la clase trabajadora? En otras pala
bras, Willis intentaba comprender cómo se reproducía la clase
social teniendo en cuenta las conexiones (homologías) que la
«educación» proporcionaba entre la experiencia de vida de
«los muchachos» y la estructura más amplia de clase y cultu
ras. Al hecho de que su respuesta supone una contribución
teórica al debate emergente sobre la interdependencia entre
clase y género: el rechazo por parte de «los muchachos» a la
femineidad del trabajo administrativo y de oficina, a favor de
la masculinidad del trabajo pesado que afianzaba su destino
de clase, se le da, también, en este contexto, menor crédito
que el que se merece. En todo caso, para este terreno más
amplio es para el que el trabajo subcultural de Estudios Cultu
rales fue diseñado y el cual el trabajo subcultural etnográfico
más reciente no posee la ambición suficiente para ocupar.
Asimismo, gran parte del mismo no está realmente dirigido a
la problemática de RTR.
Clase y subculturas: ¿burdo determinismo o demasiado indeterminado?
Nuestra teorización sobre la relación entre clase y cultura
fue uno de los primeros objetos de crítica. Ros Coward (1977L
por ejemplo, entonces un miembro del Centro, nos acusó de
4 N. del T.: «the /ads» en el original. Lad: forma informal de referirse a un joven, the lads sería para el español rioplatense algo así como «los pibes».
28
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
adoptar un punto de vista «expresivo» de la relación entre clase
y cultura (es decir, la última espejando a la primera, lo que es
determinante) y, por lo tanto, de no dar a lo cultural su propia
autonomía. Colín Sparks (también miembro contemporáneo del
Centro), por otro lado, nos acusó del «pecado» opuesto, de
abandonar una concepción ortodoxa marxista de determina
ción económica por un marxismo más declinado culturalmente
(Sparks, 1977). De cualquier manera -reduccionistamente de
terminante o demasiado indeterminada-, la prominencia que le
damos a clase permaneció como un elemento constante en
críticas subsecuentes. Puede o no ser válida. Quizás las cultu
ras articuladas mediante la clase eran más visibles y estaban
más consolidadas en aquel momento. Quizás la referencia a la
clase estaba «dada» de manera aproblemática en las fuentes
teóricas que se movilizaban en ese momento, de formas que no
serían el caso en la actualidad; los giros teóricos están también
sujetos a los vaivenes de la moda, y un auténtico torrente teó
rico ha, después de todo, fluido bajo este puente desde los
años setenta. Quizás todos estos factores estaban en juego al
mismo tiempo. Sin embargo, debe insistirse en que la explica
ción de clase del fenómeno subcultural nunca formó parte del
proyecto. Mucho de la teorización que se daba en el libro surgió
precisamente como el resultado de un esfuerzo sostenido por
pensar y encontrar conexiones entre subculturas y clase sin reducir simplemente una a la otra. Además, varias de las otras
dimensiones cuya elaboración generó mucho del entusiasmo
teórico de las décadas subsiguientes: generación, raza y géne
ro, encontraron su camino en el libro (algunos, como el género,
como un producto de crítica interna), aunque en formas que
pueden hoy parecer poco desarrolladas.
¿Cómo vemos este problema ahora? ¿Cómo siguió este de
bate? Las sociedades contemporáneas posindustriales se han
vuelto sin duda mucho más individualistas, socialmente frag
mentadas y pluralistas desde los años sesenta y setenta, resul-
29
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tanda en que la clase y la cultura están mucho más desarticu
ladas que antes, y que el campo subcultural se ha vuelto mu
cho más difuso de lo que alguna vez fue. La naturaleza de
clase en sí misma también puede que haya cambiado en la
transición de sociedades industriales a sociedades posindus
triales. Es verdad que Gran Bretaña pareciera haber ido avan
zando entre una forma anterior de estructura de clase, arrai
gada en la historia de la formación social, y una forma más
«norteamericana» o «transatlántica» de clase, más enraizada
en el dinero y el estilo de vida que este puede comprar. Ya no
puede predicarse a la clase como primaria en la producción o
explicación de «soluciones» estilísticas.
Sin embargo, si nos preguntamos si la clase ha desapareci
do como categoría significativa al pensar en el orden social, la
respuesta es un «no» rotundo. Las divisiones en clases no
sólo existen, sino que continúan ejerciendo una influencia enor
me en cuanto a las posibilidades y oportunidades en todas las
esferas de la vida, influencias que se trasmiten a través de las
generaciones y que se incrustan en el orden social. En efecto,
el concepto de clase resurge en los años ochenta, a menudo
como modo de pensar en el desorden social. Tenemos en mente
en este caso el debate sobre la «clase subalterna», que los
conservadores en sentido amplio consideraban como «una
subcultura del no trabajo, la criminalidad y la ilegitimidad»
(Morris, 1994: 86). Se volvió uno de los términos claves en
los discursos agrupados alrededor del thatcherismo, la princi
pal fuerza política en la desarticulación de las más viejas for
maciones de cultura y clase. A través del espectro político y
dentro del discurso académico y del no profesional, el término
fue ampliamente adoptado como vehículo para reflexionar sobre
la «nueva pobreza» y las crecientes desigualdades que acompa
ñaron a la desindustrialización (Murray, 1984 y 1990;
Dahrendorf, 1985; Morris, 1994; Wilson, 1978 y 1987; Auletta,
1982). No podemos detenernos aquí en los detalles de dicho
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
debate: sus orígenes históricos, las conexiones entre estruc
turas y culturas y entre raza y clase que las secundaban (pero
para esto ver Wacquant, 2002). Los conservadores estuvie
ron crudamente a favor de las explicaciones culturales y de
las estructuralmente liberales. Sin embargo, su relevancia para
nosotros reside en el debate como un intento de abordar las
enormes transformaciones de la sociedad posindustrial. Nues
tra preocupación de vincular las subculturas con estos cam
bios inevitablemente habría supuesto un compromiso con este
debate y la nueva «realidad» que el mismo trataba, aunque de
manera inadecuada, describir, comprender y explicar. Como
concisamente lo expresa McRobbie (1998, 3-4), a pesar de
que el concepto de clase para los años 90 era «una
macroestructura en movimiento» de chances de la vida, aun
así proporcionaba «Un mapa general de oportunidades, expec
tativas y repercusiones».
Ceguera de género y «las chicas ausentesn
Una de las demás críticas recurrentes a RTR fue su cegue
ra de género, algo que, para la perspectiva del feminismo con
temporáneo, hoy parece vergonzosamente obvia. A pesar de
los esfuerzos de este libro por abordar el tema (ver McRobbie
y Gerber; también Powell y Clarke), el caso, de manera abru
madora, sigue siendo que las mujeres eran vistas como margi
nales tanto para las subcubculturas jóvenes como para poder
teorizar sobre ellas. El género o, para el caso, la sexualidad,
nunca fueron considerados las dimensiones estructural en las
que se convirtieron más tarde. Esto resultó en una atención
casi exclusiva hacia los chicos de las subculturas y (en conse
cuencia) en la imposibilidad de ver cómo al poner atención a
los chicos y los lugares en su mayoría de tiempo libre donde
realizaban sus actividades nos llevó a perder la importancia
31
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
teórica de Jos Jugares ausentes y con ellos la dimensión de
género. Hemos visto desde entonces una mayor atención a
las mujeres jóvenes en una variedad de lugares públicos y
domésticos, así como también una mirada adecuadamente
propia del género hacia «los hombres y las masculinidades»,
ambos comprendiendo en la actualidad campos de trabajo
mucho más amplios que los estudios de la subcultura joven.
Bastante pronto fue que Dorn y South ([1983] 1999: 35)
identificaron la necesidad de reconsiderar «las circunstancias,
la culturas y la conciencia» tanto de varones y mujeres «en
relación a [una ampliada noción de] la división social del traba
jo». Con esto se referían a un entendimiento que enfatizaba la
cuestión de género e incluía el mundo «privado» de la familia, el
hogar, el cuidado de los niños y las relaciones sexuales, así
como también el sector de servicios y la economía informal.
[No deber olvidarse, sin embargo (a pesar de que nosotros lo
olvidamos en su momento), que el ensayo seminal de Phil
Cohen, que se refería a las subculturas como «resoluciones
mágicas» a las contradicciones de clase, también vio a las sub
culturas como sistemas simbólicos generacionalmente especí
ficos cuya función era, además, distender el conflicto interge
neracional dentro de la, ahora nucleada, familia de clase traba
jadora (Cohen, 1972: 22).] Una vez que las eruditas feministas
comenzaron a exponer de manera general el mundo de la mujer
frente a esta nueva mirada susceptible al género, la re-focaliza
ción del estrecho enfoque previo de las subculturas fue casi
inevitable. Resultó imposible comprender por completo las vi
das de las mujeres sin considerar las relaciones familiares, las
responsabilidades del cuidado de niños, el mundo del consumo
doméstico y el, cada vez mayor, ingreso a la vasta economía y
la «feminización» de la fuerza de trabajo (también hizo que el
estudio de hombres se viera de manera diferente una vez inclui
da esta dimensión doméstica, ayudando, desde luego, a preci
pitar el giro general del foco, de «estudios de mujeres» a «estu-
32
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
dios de género»). Dentro de lo que podría llamarse el campo de
estudios de los jóvenes, en oposición a los subculturales, esta
reorientación produjo trabajos excelentes. Entre ellos se en
cuentra, por ejemplo, la detallada mirada a las mujeres jóvenes
en su transición de la escuela al trabajo (siguiendo la mirada
clásica de Willis [1977] a los «muchachos» en Learning toLa
bour) de Christine Griffin ( 1984) y el fascinante estudio de las
feminidades de clase de un grupo de mujeres de clase trabaja
dora realizada por Bev Skegg ( 1997).
Dentro del campo de los estudios subculturales, la persona
que más persistentemente llevó adelante este desafío (plan
teado originalmente por Garber y McRobbie en este libro) fue
la misma McRobbie. A la vista de aquella crítica, se puso a
explorar qué es lo que le sucede al estudio de las subculturas
una vez que se aborda el tema de la sexualidad, los distintos
espacios (definidos por el género) concurridos por las chicas y
sus diferentes formas de resistencia y alojamiento. En princi
pio, esto requería un seguimiento de las chicas en la esfera
doméstica y en la cultura de «las mejores amigas y las habita
ciones» más que dentro de los grupos subculturales, las «pan
dillas» y la arena del tiempo libre. McRobbie argumentaba que
la mayor presencia de estas chicas dentro de la esfera privada
anticipaba su futuro como esposas y madres. La menor canti
dad de oportunidades en cuanto al tiempo libre/placer con la
que contaban sus madres, más tarde en el ciclo de la vida, se
ve prenunciado por la importancia que se le da en la adolescen
cia al hecho de conseguirse un novio, pasar las tardes con él y
guardarse para el matrimonio (McRobbie, [ 1980] 1991 a: 33).
El discurso del «individualismo romántico» (McRobbie, 1991 b:
1 31), que ella identifica con asegurarse y retener el amor de un
buen muchacho, pareciera ser durante este período el centro
ideológico de esta versión tradicional del feminismo: «el ethos
por antonomasia de la joven adolescente» (!bid.; énfasis del
original). Este ethos fue expresado de manera elocuente en la
33
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
popular revista para jóvenes del momento: Jackie. Vio un com
ponente ideológico afín de la femineidad adolescente como unido
a la importancia de conservar una respetabilidad sexual, con
sus implicancias sobre cómo las jóvenes deben evitar beber en
exceso o el uso de drogas (McRobbie, [1908] 1991 a: 29).
Estas proporcionaron, entonces, algunas de las nuevas co
ordenadas para una aproximación enfocada en el género (el
tiempo libre dentro de la casa, la importancia de los grupos de
amigas, el romance y los novios, las revistas para jóvenes) que
McRobbie desplegó mientras aún trabajaba a pasos de distan
cia de la tradición de subculturas original de RTR. En un co
mienzo, este aún compartía algunas de las preocupaciones de
foco asociadas con el proyecto RTR. La resistencia, por ejem
plo, era todavía un tema, al menos al punto de lo posible dados
estos espacios material e ideológicamente restringidos. Sin
embargo, McRobbie argumentaba en esta época que la «cultu
ra» de las jóvenes tendía a una celebración de sólo esos aspec
tos de la femineidad: el romance, la moda, la belleza, que eran,
además, una de las fuentes de su opresión. Su trabajo posterior
fue una expansión de dichas nociones así como una ampliación
de su pensamiento, al que volvemos luego (en la Sección 111).
Dentro del propio campo subcultural, ha habido poco de
significancia en este período, aparte de lo visto anteriormen
te, sobre las mujeres jóvenes. Quizás porque, como sugeri
mos antes, el trabajo importante había comenzado a migrar
hacia otro lugar. [Hemos ignorado de forma deliberada la cre
ciente literatura sobre las «riot grrrls» (por ejemplo, Gottlieb y
Wald, 1994; Kearney, 1998; Piano, 2003), porque, al ser de
clase media y abiertamente políticas, constituían según nues
tros términos una contracultura y no una subcultura.]. Sin
embargo, dentro de la criminología, se han realizado trabajos
afines sobre las chicas/jóvenes mujeres y las pandillas de ca
!le. El giro hacia un enfoque de género de «la pandilla» (un
enfoque ya establecido en los estudios de delincuencia) pue-
34
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
de haber coincidido con una evolución en la cultura de algu
nas mujeres jóvenes y urbanas fuera del foco romántico y
doméstico que identificó McRobbie. Sin embargo, debemos
recordar que en los Estados Unidos, donde mucho de este
trabajo tiene lugar, la teoría sobre la subcultura y la pandilla
han estado siempre ligadas. Albert Cohen (1955) formuló su
clásica «teoría general de las subculturas» en un libro subtitu
lado The Culture of the Gang5• La respuesta de Cloward y
Ohlin se subtitulaba A Theory of Deliquent Gangs6• El foco de
los estudios sobre estas chicas de pandillas esta puesto en la
vida de la calle, con cuestiones que se relacionan al compor
tamiento del género y normas absolutamente centrales. ¿El
comportamiento de las chicas que pertenecen a una pandilla
es similar o diferente al de los chicos? ¿Refuerza o subvierte
las normas convencionales de género? ¿Qué nos puede decir
acerca de las relaciones contemporáneas entre géneros? En
su estudio etnográfico pionero sobre las chicas neoyorquinas
que son miembros de pandillas de la calle, Campbell (1986:
266) concluye que, a pesar de que las chicas parecen cada
vez con más frecuencia en la pandilla con el rol de hermana
más que de pareja, aunque permanecieron como «anexadas a
la pandilla masculina», sujetas al restrictivo control masculi
no: «Dentro de la pandilla, hay todavía «chicas buenas» y
«chicas malas», marimachos y mujeres fáciles. A las chicas
se les dice cómo deben vestir, se les permite pelear, y se las
alienta para que sean buenas madres y fieles esposas». El
estudio posterior de Miller (2002a: 442) se encontró con «una
clara jerarquía de género», así como también con muchas creen
cias contradictorias sobre la igualdad de género. Más
controversialmente, lo que se entendía por igualdad, aparen
temente, era cruzar la división de género, identificarse con la
5 N. del T.: en español: La cultura de la pandilla. 6 N. del T.: en español: Teoría de las pandillas delincuentes.
35
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de fa posguerra
popular revista para jóvenes del momento: Jackie. Vio un com
ponente ideológico afín de la femineidad adolescente como unido
a la importancia de conservar una respetabilidad sexual, con
sus implicancias sobre cómo las jóvenes deben evitar beber en
exceso 0 el uso de drogas (McRobbie, [1908] 1991 a: 29).
Estas proporcionaron, entonces, algunas de las nuevas co
ordenadas para una aproximación enfocada en el género (el
tiempo libre dentro de la casa, la importancia de los grupos de
amigas, el romance y los novios, las revistas para jóvenes) que
McRobbie desplegó mientras aún trabajaba a pasos de distan
cia de la tradición de subculturas original de RTR. En un co
mienzo, este aún compartía algunas de las preocupaciones de
foco asociadas con el proyecto RTR. La resistencia, por ejem
plo, era todavía un tema, al menos al punto de lo posible dados
estos espacios material e ideológicamente restringidos. Sin
embargo, McRobbie argumentaba en esta época que la «cultu
ra» de las jóvenes tendía a una celebración de sólo esos aspec
tos de la femineidad: el romance, la moda, la belleza, que eran,
además, una de las fuentes de su opresión. Su trabajo posterior
fue una expansión de dichas nociones así como una ampliación
de su pensamiento, al que volvemos luego (en la Sección 111).
Dentro del propio campo subcultural, ha habido poco de
significancia en este período, aparte de lo visto anteriormen
te, sobre las mujeres jóvenes. Quizás porque, como sugeri
mos antes, el trabajo importante había comenzado a migrar
hacia otro lugar. [Hemos ignorado de forma deliberada la cre
ciente literatura sobre las «riot grrrls» (por ejemplo, Gottlieb y
Wald, 1994; Kearney, 1998; Piano, 2003), porque, al ser de
clase media y abiertamente políticas, constituían según nues
tros términos una contracultura y no una subcultura.]. Sin
embargo, dentro de la criminología, se han realizado trabajos
afines sobre las chicas/jóvenes mujeres y las pandillas de ca
!le. El giro hacia un enfoque de género de «la pandilla» (un
enfoque ya establecido en los estudios de delincuencia) pue-
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Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
de haber coincidido con una evolución en la cultura de algu
nas mujeres jóvenes y urbanas fuera del foco romántico y
doméstico que identificó McRobbie. Sin embargo, debemos
recordar que en los Estados Unidos, donde mucho de este
trabajo tiene lugar, la teoría sobre la subcultura y la pandilla
han estado siempre ligadas. Albert Cohen (1955) formuló su
clásica «teoría general de las subculturas» en un libro subtitu
lado The Culture of the Gang5• La respuesta de Cloward y
Ohlin se subtitulaba A Theory of Deliquent Gangs6• El foco de
los estudios sobre estas chicas de pandillas esta puesto en la
vida de la calle, con cuestiones que se relacionan al compor
tamiento del género y normas absolutamente centrales. ¿El
comportamiento de las chicas que pertenecen a una pandilla
es similar o diferente al de los chicos? ¿Refuerza o subvierte
las normas convencionales de género? ¿Qué nos puede decir
acerca de las relaciones contemporáneas entre géneros? En
su estudio etnográfico pionero sobre las chicas neoyorquinas
que son miembros de pandillas de la calle, Campbell (1986:
266) concluye que, a pesar de que las chicas parecen cada
vez con más frecuencia en la pandilla con el rol de hermana
más que de pareja, aunque permanecieron como «anexadas a
la pandilla masculina», sujetas al restrictivo control masculi
no: «Dentro de la pandilla, hay todavía «chicas buenas» y
«chicas malas», marimachos y mujeres fáciles. A las chicas
se les dice cómo deben vestir, se les permite pelear, y se las
alienta para que sean buenas madres y fieles esposas». El
estudio posterior de Miller (2002a: 442) se encontró con «una
clara jerarquía de género>>, así como también con muchas creen
cias contradictorias sobre la igualdad de género. Más
controversialmente, lo que se entendía por igualdad, aparen
temente, era cruzar la división de género, identificarse con la
5 N. del T.: en español: La cultura de la pandilla. 6 N. del T.: en español: Teoría de las pandillas delincuentes.
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RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
masculinidad y así ser aceptada como igual a los miembros
hombres de la pandilla (de aquí el deliberadamente provocati
vo título elegido por Miller para el libro: One of the Guys7). Ya
sea que las chicas de las pandillas estén «ejerciendo la mas
culinidad» (Miller, 2002a y b) o una «femineidad de 'chica
mala'» (Messerschmidt, 2002), ambas nociones apuntan ha
cia importantes cambios en la naturaleza de la cultura femeni
na contemporánea y las relaciones entre géneros, así como
también al impacto del feminismo contemporáneo en los estu
dios sobre la juventud. Sin embargo, muy poco trabajo com
parativo de este tipo se llevo a cabo en el Reino Unido. Lo que
este cambio significaría en términos generales es una reapari
ción, y quizás una profundización, de la división en el campo
de estudios de la juventud entre el criminal, el delincuente y el
antisocial como extremos del espectro y el foco sobre la cul
tura urbana popular accionada por los medios. Dick Hebdige
lo anticipó hace tiempo cuando habló de «dos imágenes aglo
meradasu: «los grises retratos de los delincuentes juveniles» y
los exuberantes camafeos de la vida adolescente» que «Se
reverberan, se alternan, a veces se cruzan» (Hebdige, [1983]
2005: 295). Según nuestros propósitos, lo que falta en estos
estudios sobre las «chicas de la pandilla» es cualquier interés
serio en las cuestiones culturales y los significados simbólicos
del «estilo» de la pandilla.
Entrada al postmodernismo: de la subcultura a las <<culturas de clubes»
El comentario de McRobbie de que el uso de la capucha
trasciende «las barreras de la edad, etnicidad y clase» se en
cuentra alineado con la idea poscultural de que las subculturas
7 N. del T.: en español: Uno de los muchachos.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
estrechas y con base en la clase ya no capturan (si es que lo
hicieron en algún momento) la mayor fluidez, evidente en las
agrupaciones jóvenes contemporáneas. Se han realizado mu
chos intentos de recategorizar estas agrupaciones en aparien
cia estructuralmente menos definidas: no subculturas, sino
«neo-tribus» (Bennet, 1999); o parte de «los nuevos movi
mientos sociales» (Martín, 2002). La idea más común era que
las subculturas habían mutado en «culturas de clubes». Si
guiendo a Steve Redhead (1997b: x), un defensor clave de
esta idea, en algún momento entre el advenimiento del punk
en los años setenta y el surgimiento de la cultura rave en los
ochenta, «el momento de la 'subcultura'» pasó a la historia. El
nuevo entorno político individualista neoliberal inaugurado por
el thatcherismo, argumentaba Redhead, exigía el reemplazo
de lo que él llamaba el proyecto marxista del Centro de Estu
dios Culturales Contemporáneos por una teoría nueva,
postmoderna. El «brebaje» resultante (Redhead ed., 1993a y
b; Redhead, 1995; Redhead, 1997a y b; Redhead et al. eds.,
1997) fue una mezcla ecléctica más que un intento sistemáti
co por desarrollar nociones centrales (que tenían el hábito de
volver atrás a llenar brechas conceptuales).
El trabajo de Thornton (1995: 8) sobre las culturas de los
clubes bailables, ampliamente admirado y desde ya la mirada
más extensa e innovadora a nivel teórico a dicho fenómeno,
es una instancia de ensayar conceptos nuevos permanecien
do, hablando en general, dentro de un marco «modernista».
Lo hizo porque el marco teórico legado por Birmingham le
resultó «empíricamente inexplotable». Esto se debió a que el
objeto empírico de estudio elegido eran los comprometidos
concurrentes de los clubes bailables o raves, «comunidades
ad hoc de barreras fluidas» (!bid.: 3), no grupos definidos por
estilos particulares. También se debió a la importancia den
tro de ese mundo de «un gusto de música compartido» (/bid.).
Esto la llevó a adaptar, en una jugada altamente innovadora,
37
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
las nociones de Bourdieu de distinción y capital cultural, y a
reconceptualizar las subculturas como culturas del gusto. En
este nuevo marco, el término «subcultura» se utilizaba como
uno que abarcaba «aquellos gustos culturales que eran cate
gorizados por los medios como subculturas» (!bid.: 8), y la
palabra «subcultural», como sinónimo de esas prácticas que
los c/ubbers8 llamaban «underground» (!bid.). Esto quería de
cir que «las ideologías subculturales eran un medio mediante
el cual la juventud imagina tanto su grupo social como el de
los otros, asevera su carácter distintivo y afirma que no son
miembros anónimos de una masa indiferenciada» (!bid.: 1 0).
En otras palabras, al punto que la gente joven podía llevar a
cabo esas prácticas asociadas ideológicamente a la élite sub
cultural: ser «hip», estar al tanto9 , conocer a la gente indica
da, ser diferente de la mayoría, etc., y podía usar el término
para marcar su «distinción» de los otros, podía decirse de
ellos que poseían y desplegaban «capital subcultural» (!bid.:
11 ). Sin embargo, debido a la centralidad de la música en los
«mundos subculturales jóvenes», y a que la «edad es demo
gráficamente significante cuando se trata de gustos musica
les», el capital subcultural se diferencia del capital cultural
(como lo definía Bourdieu) en estar menos ligado a la clase,
pero también más ligado a los medios.
Dado el interés compartido tanto en las culturas de clubes
bailables y en el desarrollo de nuevos conceptos para enten
derlas, hubo una tendencia en pensadores postmodernistas
como Redhead a adoptar el trabajo de Thornton como parte
de la misma crítica postmodernista. Esto a nosotros nos pare
ce erróneo. El viraje de Thornton hacia Bourdieu es concep
tualmente atrevido, al mantener su trabajo claramente den
tro del campo modernista más que dentro del postmodernis-
8 N. del T.: nombre que se refiere en inglés a aquellos que concurrían con regularidad a los clubes bailables. 9 N. del T.: de las modas, etc.: «tenerla clara».
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
ta. Además, se propone responder una pregunta a la plantea
da por la tradición de RTR. En términos generales, su pregun
ta era: ¿cuáles son los procesos sociales que producen y des
pliegan valor subcultural? La nuestra era: ¿qué queremos de
cir con «formas de vida» particularmente subculturales? Mien
tras la segunda parte de una definición antropológica de cul
tura (como «sistemas de significado» y «formas de vida»),
Thornton parte explícitamente de la idea de que las subcultu
ras producen algo de valor que puede utilizarse para marcar una
«distinción>> o crear climas subculturales. Ambos son enfoques
válidos, aunque generados a partir de climas teóricos muy dife
rentes. Ambos comparten una orientación hacia las relaciones
de poder, la nuestra de las subculturas en relación con los ma
cro poderes; la de Thornton (a través de una detallada etnogra
fía) con las micropolíticas de una arena de tiempo libre de base
en la juventud, o, para utilizar el término bourdieuniano, «cam
po cultural».
Entonces, ¿qué significa este «momento de las culturas de
clubes bailables»? ¿Cuál es la novedad? ¿Cuán penetrantes
son? ¿Involucra un cambio de paradigma? La teoría postmo
derna subyacente en particular en el trabajo de Steve Red
head y sus colegas sirve para desensamblar las firmezas, rom
per barreras y colapsar categorías. Nos alerta sobre la nueva
fragmentación social y los procesos de difusión cultural, plan
teando las que podemos llamar «Viejas>> preguntas subcultu
rales en la naturaleza múltiplemente mediatizada del mundo
contemporáneo. Nos permite abordar este tipo de fenómenos
de nuevo, ver aquellas cosas que se nos pasaron previamen
te. Más significativamente, descubre nuevas «verdades>>. Pero,
irónicamente, al hacerlo, también pierde algo. Catalogar y des
cribir la nueva fragmentación y la hibridez cultural es definiti
vamente necesario, y necesitamos herramientas y conceptos
nuevos parar hacerlo (ya sea que el término «postmoderno>>
resulte o no ser el termino conceptualmente más apropiado
39
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
para capturar estos cambios). Pero, igualmente importante es
intentar responder preguntas sobre el lugar del que surgen
estas cosas, ¿cómo y de dónde surgen? y ¿con qué procesos
culturales y sociales mayores están relacionadas? Los críticos
deben considerar a estas preguntas típicas preguntas moder
nistas y grandilocuentes. Pero deben estar atentos para no
confundir una descripción de cómo es el mundo con cómo
debe ser analizado y explicado. Claro que algunos de los pro
cesos sociales tienen como base el giro histórico hacia nue
vas realidades más fragmentadas, más difusas, más híbridas,
más culturalmente mediatizadas, el giro que Thornton encap
sula como de subculturas basadas en la clase a «culturas de
clubes bailables» «basadas en el gusto». ¿Qué fue lo que pre
cipitó este «giro» en la cultura joven urbana? ¿Con qué proce
sos y estructuras sociales y culturales mayores es que se arti
cula? No tenemos que estar completamente de acuerdo con la
proposición de Jameson ( 1984) de que el postmodernismo es la lógica cultural del capitalismo para reconocer que la cultura
postmoderna no surgió de la nada. No puede estar completa
mente desconectada de los masivos cambios hacia los fines
del capitalismo: las nuevas sociedades de mercado que emer
gieron en el mundo desarrollado, la comercialización asocia
da de cultura, el cambio de la producción, de bienes materia
les a commodities culturales, el desarrollo del consumo en
masa, el aumentado rol de las industrias culturales y de las
nuevas tecnologías, y la globalización. Algunos escritos re
cientes sin duda lo piensan. Martín Roberts (2005: 575), en
un amplio y provocativo ensayo, conecta «la creciente glo
balización de las subculturas» con las nuevas economías
culturales y los regímenes de acumulación global que surgie
ron en los años ochenta. Puesto en términos de nuestra vieja
predilección por las lecturas sintomáticas, nos gustaría pre
guntar, simplemente: el postmodernismo en las subculturas,
¿síntoma de qué es?
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
SECCIÓN 111: TRAYECTORIAS, O ¿v AHORA A DÓNDE?
En lugar de abordar estas preguntas de inmediato, puede
que sea más útil acercarse a ellas de forma indirecta, pregun
tando a dónde se dirigió luego el impulso del proyecto de RTR,
ya que esto puede indicar cómo es que pudimos ir respondien
do tales preguntas desde la perspectiva del proyecto RTR.
Dada la limitación espacial, sin embargo, es posible hacerlo
sólo de manera indicativa.
Policing the Crisis y el análisis coyuntural
Un respuesta corta podría ser Po/icing the Crisis (Hall et
al., 1978). PTC desarrolló y transformó muchas cuestiones de
interés del trabajo anterior. Ambos libros, aunque raramente
tratados como parte de un proyecto relacionado, deben verse
como que van juntos, como una secuencia. PTC comienza
con un pánico moral a la juventud y el delito. Sin embargo,
intenta integrar las políticas de raza de manera central en la
historia, e investigar un evento, en apariencia insignificante,
de cabo a rabo hasta un análisis sobre la coyuntura política.
Comienza con el «prisma» provisto por un sórdido pequeño
delito en los espacios grises de la privación urbana,
ensombrecida por la pobreza, la etnicidad y la raza del centro
de la ciudad. Traza la transición de la abundancia y de «la
juventud como metáfora de cambio» al desarrollo de una cri
sis de autoridad social y la aparición de los «pánicos morales»
a la «juventud indisciplinable», luego a los atracos, los delitos
en las calles negras y «los enemigos del Estado». En resumen,
ofrece un racconto del flujo hacia el excepcional momento de
fines de los años setenta. Termina mirando directamente al
abismo que se convertiría en el thatcherismo, sobre el que,
cabe decir, PTC fue inquietantemente profético. En términos
41
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
de cultura joven, este era el «momento del punk», «el Apoca
lipsis estaba en el aire y el punk retórico estaba empapado ...
en las imágenes de crisis y cambio repentino» (Hebdige, 1979:
27). Era también «el momento del reggae» y de lo que Paul
Gilroy ( 1987: 197) llamó el surgimiento de una comunidad
«interpretativa negra ... que había sido consolidada en torno al
lenguaje y la política de los Rastafaris en Gran Bretaña entre
1972 y 1981».
Al igual que PTC, RTR también ofreció un «análisis coyun
tural», aunque no tan bien desarrollado a nivel teórico. A pe
sar de que desafiaba algunos aspectos de la conocida «tesis
de la afluencia», dio por sentada esa afluencia de posguerra,
la propagación de los medios, el nacimiento del rack n' rol!, la
nueva cultura popular comercial, la temprana revolución de
consumo de los años cincuenta y sesenta, y lo que Richard
Hoggart llamó en The Uses of Literacy ( 1958) «Americaniza
ción» definió un nuevo momento coyuntural. Fue esto lo que
proporcionó las relevantes «condiciones de existencia» cultu
rales, para la aparición de un conjunto peculiar de «movimien
tos» juveniles (ver, por ejemplo, Chambers, 1985: 7). De los
primeros reclutas de la «guerrilla semiótica» de Umberto Eco
(1972: 121 ), los participantes culturales también crecían en
esta rápidamente cambiante sociedad y cultura, dentro de
mundos sociales particulares. No era que «no tenían historia»,
a pesar de los tantos mitos sobre el consumismo y el aburgue
samiento, «la juventud como clase» intentó de esta manera
constituirla «mágicamente». El objetivo era, entonces, com
prender cómo experimentaban y actuaban en este mundo cam
biante y, al mismo tiempo, cómo estaban posicionados social
mente por y en este, siendo «sujetos» pero también estando
«sujetos a» estructuras mayores e historias más largas. En
general, tanto los momentos interpretativos como los de con
textualización son inevitables en los estudios culturales que,
como Larry Grossberg { 1997: 7) argumenta, son siempre «ra-
42
' Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
dicalmente contextua!» (ver también Morris, 1997). RTR en
fatizo la agencia; PTC, la historia y la estructura. Sin embar
go, no podemos eludir la difícil tarea de relacionar ambos as
pectos al «ensamble total de las relaciones sociales», las cua
les son vistas por algunos de nuestros críticos como «concep
tualmente imperializadoras», simplemente con sumergirnos
empáticamente en el fenómeno.
En PTC, en consecuencia, no nos movemos para profundi
zar en la dimensión etnográfica, a pesar de que hubiese sido
una ruta alternativa instructiva y legítima (ver inter alia, Les
Back, 1996). En cambio, estábamos más interesados en
«mapear» un camino crítico/analítico a partir de un conjunto
de instancias y eventos históricos y concretos, entendidos en
su especificidad descriptiva y «Vivida», a través de una suce
sión de sistemas de significado conceptualmente estableci
dos y enmarcados, y de niveles institucionales («muchas de
terminaciones») como pasos en el análisis de un momento
particular o de una coyuntura de formación social. Claro que
muchos de los teóricos subculturales relacionan muy poco los
fenómenos que estudian con tendencias sociales mayores.
Pero varios toman a la interconexión de un nivel con otro -el
meticuloso rastreo de los diferentes «niveles interdependientes
de determinación» en una coyuntura particular- como el obje
to de análisis elegido.
Culturas de la diáspora negra y políticas de raza
PTC fue entonces tanto un análisis coyuntural, como parte
de una trayectoria que, a través de distintos enfoques y críti
cas internas, consistió en trazar la olvidada vertiente de las
expresivas culturas de la diáspora negra y las políticas de raza.
Esta era ya una vertiente importante en RTR, en especial en el
ensayo de Hebdige «Reggae, Rastas and Rudies» y en el de
43
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Chambers «A strategy for living» y fue luego ampliado consi
derablemente en trabajos posteriores (Hebdige, 1979 y 1987;
Chambers, 1985) y por Gilroy (1987). También durante este
período se realizaron trabajos estratégicos sobre la controversia!
cuestión de raza y la policía (por ejemplo, Jefferson, 1988,
1991 y 1992; Gilroy, 1982; Sim, 1982). Culturalmente, el fin
de los setenta constituyó un importante momento de «con
vergencia». Hebdige ( 19 79: 69-70) estaba interesado en in
vestigar lo que él había denominado «una dinámica peculiar
mente inestable ... una dialéctica congelada ... entre las cultu
ras blanca y negra»; Gilroy, en investigar el camino más autó
nomo de la cultura negra británica. En los primeros años del
asentamiento de posguerra, argumentó que Jos inmigrantes
carecían de «una cultura cohesiva que Jos mantuviera juntos»
(Gilroy, 1987: 161 ). La transición al estatus de colono y la
consolidación de una presencia negra en las ciudades aún
dejaba a los negros «tan solo con una presencia ambigua den
tro de la cultura popular de la 'sociedad anfitriona'» (Giroy,
1987: 160). La experiencia de la desventaja racial combinada
con un proceso de fertilización cruzada transatlántico proveyó
de una matriz «8/ack A t/antic» de la que una distintiva y
sincrética cultura de la diáspora negra británica emergió en las
ciudades de Gran Bretaña hacia los años setenta. Esta se or
ganizó en torno a la emergente identidad británica negra, una
política de resistencia al racismo y las desventajas raciales,
las ideas y las imágenes del Rastafarismo, las «locks», la mú
sica reggae y roots, y el concepto de «poder negro» derivado
del Movimiento por los Derechos Civiles. En el contexto del
racismo creciente y la agresiva política policial de los setenta,
todo esto se fusionó dando lugar a las «dimensiones de un
movimiento social» (Gilroy, 1987: 198).
Los puntos altos de convergencia fueron probablemente la
traducción de algunos temas reggae al lenguaje punk de los
setenta, el creciente gusto de la música soul por parte de
44
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
gente de toda raza, en especial por el Northern Soul, y «el
zenith y nadir del 2 tone» (Hebdige, 1987, 1 06ss.). Gilroy
( 1987: 1 71) argumentó que «las bandas de 2 tone ... llevaron
la lógica interna del proyecto [de Bob Marley] a su conclusión
mediante la fusión de formas pop de raíces caribeñas con una
política populista». Esto abrió «la posibilidad de que los jóve
nes blancos y negros pudieran descubrir significados comu
nes o paralelos en medio de la deteriorada y difícil situación
posindustrial» (!bid.). Gilroy (1987: 170) creía que esto «sig
nificaba no tanto la confluencia de dos impulsos opuestos ...
como la durabilidad del pop y su capacidad de absorber ele
mentos diversos y contradictorios». Sin embargo, estas con
vergencias proporcionaban las condiciones para el subsiguiente
«mainstreaming» del estilo y la música negra, alcanzando para
los negros una posición en ascenso dentro de la juventud Bri
tánica y de las culturas de la calle que, a pesar de las posterio
res divergencias y divisiones, no han perdido jamás (pero ver
Pool, 2006).
Sin embargo, tanto Hebdige como Gilroy, de maneras dife
rentes, identificaron un importante «quiebre» hacia el umbral
de los años ochenta cuando, a pesar de los puntos culminan
tes de la resistencia negra representada por las revueltas de
1980-81, el impulso político que venía desarrollándose se de
tuvo y actitudes nuevas comenzaron a emerger (ver, por ejem
plo, Hall, 1998). Hebdige (1987: 122, 136) señala el paso del
reggae al «slackness» y al «dancehall» en la escena musical
jamaiquina o de influencia jamaiquina. Junto con la creciente
influencia del rap y el hip-hop, lo que él llama «la conexión de
Nueva York» (aunque en realidad tuvo lugar en Kingston, el
Bronx y Londres). Gilroy ( 1987: 197) identifica «una pérdida
de la hegemonía rastafari». Aunque «la explosión de interés
por la cultura hip-hop que tuvo lugar en las áreas asiáticas del
oeste de Londres durante el año 1 985 es un ejemplo impor
tante de ... creatividad» (Gilroy, 1987: 217), la visión de los
45
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
acontecimientos posteriores de los 90 de Gilroy (1997, 2000)
tomó una forma crítica. Con la floreciente influencia de la
música afroamericana y los estilos urbanos específicamente
en mente, criticó la naturaleza biopolítica y exclusivista de las
demandas por autenticidad étnica que aseguró las emergen
tes formas de la identidad negra y de solidaridad social (Gilroy,
1997). Se preguntó qué sucede «cuando los fenómenos apa
recen en medio del brillo y el glamour de los estudios cultura
les y sus insaciables mecanismos de e o-modificación» (Gilroy,
1997: 84): cuando la marginalidad del hip-hop se vuelve «tan
oficial y rutinaria como su pretenciosa provocación, aun cuan
do la música y su correlativo estilo de vida aún se presentan
como formas ilegales, comercializadas» (Gilroy, 2000: 180).
Posfeminismo, ((nuevos tiempos,,, femineidad y chicas
Otra trayectoria es el camino, que ya señalamos, prove
niente de la crítica a la teoría subcultural de género y de las
chicas «ausentes» por parte de McRobbie y Garber (en este
libro) y de McRobbie ([1980] 1991 a), a través de la «feminei
dad» y la vida doméstica por sobre y más allá del terreno más
amplio del feminismo y de las culturas jóvenes. Esto requirió un
involucramiento con cuestiones de cultura y género (McRobbie,
1984, 1989a y b, 1991 a, by e, 1994, 1997). Su trabajo ante
rior había llevado las inquietudes subculturales a mundos más
privados, domésticos, familiares y románticos habitados por
chicas; todo esto cambió en los años ochenta. Las distincio
nes anteriores -subculturas basadas en la clase/culturas jóve
nes comerciales, feminismo/femineidad, auténtico/comercial
ya no mantenían la relevancia, la idoneidad ni el poder analíti
co o explanatorio que tuvieron alguna vez. Los «nuevos tiem
pos» estuvieron marcados por el desplazo de Jackie por Just Seventeen como las revistas más comprada por chicas de 12
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
a 16 (McRobbie, 1994: 164). Just Seventeen representó «el
nuevo clima»: la ausencia del romance, el aumento de las
fantasías del mundo del pop y la moda, una mayor franqueza
sexual, los placeres de «mirar» y el cuerpo inscripto en la
«lógica» del consumismo. Todo esto contribuyó al surgimien
to de una chica «más independiente o 'individualizada'»
(McRobbie, 2007a).
McRobbie siguió a estas mujeres jóvenes más seguras e
independientes dentro de un mundo más amplio. Exploró su
ingreso a los nuevos trabajos en los mercados de consumo,
venta y comercialización y los nuevos roles que la llegada del
empresario subcultural inauguraba para las mujeres. (McRobbie,
1989a). Esto provocó que el foco pasara de estar en las chi
cas a estar en las mujeres jóvenes, del tiempo libre a los mer
cados laborales informales y (en uno de los principales estu
dios de entrevistas a mujeres de la industria de la moda publi
cado en 1998) a los nuevos mercados industriales. McRobbie
continuó explorando la cuestión de género y su relación con el
Nuevo Laborismo y el impacto contradictorio de lo que luego
se llamó «posfeminismo».
Por esta trayectoria, vemos una vez más cómo el mundo
de las subculturas de los años sesenta y setenta se transfor
ma en los espacios más heterogéneos de una «cultura joven»
posterior a los años ochenta. También vemos la transición
hacia los «nuevos tiempos» del mercado, la empresa, la
privatización, la autonomía laboral y la contratación externa,
la «feminización»/informalidad de la fuerza de trabajo, «el ca
pitalismo de diseño» y la sociedad de consumo. Esto provocó
una revaluación de las formas de otorgación de poder y self
fashioning70 posibles por esta nueva oleada de consumo que
10 N. del T.: término acuñado por Stephen Greenblatt (Renaissance SelfFashioning, 1980), que es utilizado para describir el proceso de construcción de la identidad personal y persona pública de acuerdo con un conjunto de estándares socialmente aceptables.
47
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUAlES. Subc:ulturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
críticos como Jim McGuigan (1992: 1 07) criticaron enérgica
mente por su «populismo». McGuigan consideró a este como
un perjudicial movimiento «de un modelo dialéctico de pro
ducción/consumo, a una preocupación exclusiva por el consu
mo». No hay duda de que, en el esfuerzo por llevar la cuenta
y teorizar sobre los cambios rápidos y de largo alcance, se ha
ido demasiado lejos. Pero la reafirmación de las viejas verda
des productivistas no reconocía del todo la profundidad del
giro coyuntural que tenía lugar. El énfasis de McRobbie le per
mitió, a ella y a otros, dar un raconto más complejo y basado
en el género del cambio social y un entendimiento más fluido
del mundo cambiante que las mujeres jóvenes comenzaban a
ocupar. Además, al poner el foco más ampliamente en el con
sumo y el placer, McRobbie, realizaba el proyecto que anun
ció por primera vez en 1980 cuando, en la conclusión de su
crítica anterior, «supuso» que la ya «establecida tríada de cla
se, sexo y raza» (McRobbie, [1980] 1991a: 31) debería ser
complementada con «tres nuevos conceptos: populismo, tiem
po libre y placer». Además, la idea de que las personas no
eran «idiotas culturales» y que la respuesta al cambio siempre
era dialogística (las personas entendían aquello que se enten
día de ellas) fue una parte de un giro teórico muchísimo más
largo, en ocasiones convenientemente condensada por de
más en el «posestructuralismo». Esto requería alejarse de una
concepción unidireccional de determinación social y económi
ca y acercarse a una perspectiva de «muchas determinacio
nes» más social-construccionista, que estaba plasmada inter
alía en teorías de consumo y se/f-fashioning, en la noción de
«audiencia activa» y codificación/decodificación en los estu
dios de medios, y, anteriormente, la idea de «bricolage» (la
influencia omnipresente de Gramsci aquí no es relevante).
Una de las preguntas más amplias y relevantes cuestiones
desarrolladas en los escritos de McRobbie es la forma en que
el mundo del consumismo parece «imitar» algunos temas e
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
inquietudes del «feminismo», mientras, al mismo tiempo, ab
sorbe y neutraliza tanto su impacto como su significado. Este
interés por las ambigüedades del «feminismo popular» comer
cialmente patrocinado no es diferente del impulso de la crítica
sobre lo que les sucede a las concepciones previas de «liber
tad» en el hip-hop y gangsta rap, que Paul Gilroy hace poste
riormente. Otra preocupación es cómo las eruditas, profeso
ras e investigadoras feministas pueden dar un curso que vira
entre un «feminismo opositor» juicioso y censurador y el «jue
go» del placer femenino sin perder su rumbo ni volverse cóm
plices de un «feminismo ca-modificado» (McRobbie, 2007a).
En parte, atribuyó la identificación de este problema a la in
fluencia del psicoanálisis feminista y la nueva predisposición
de «escritoras feministas» a dejar en claro sus deseos:
Como muchas otras mujeres ... la fantasía del cuerpo perfecto,
el romance maravilloso, el estilo de vida glamoroso sigue es
tando presente en nuestras vidas aun cuando intentamos ne
garlo. Esta admisión comienza a romper las líneas de oposición
entre «feminismo» y «femineidad». (McRobbie, 1997: 194)
Muchos de estos temas encuentran ecos y paralelos en
trabajos de distintos campos que siguen a lo que podemos
llamar la falla de los años ochenta.
Hombres y masculinidad
Al leer el trabajo de McRobbie sobre consumo y placer, lo
que llamaríamos lo «positivo» de los ochenta, resulta fácil ol
vidar lo «negativo»: el nivel y la intensidad del conflicto y la
dislocación social que acompañó a la década. Las revueltas,
las huelgas y la lucha civil fueron las parteras del doloroso
nacimiento del nuevo empresarialismo, el «capitalismo de di-
49
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
seña» y la Gran Bretaña yuppie. Durante las revueltas de 1980-
1981 y 1985, grupos de enojados jóvenes negros junto con
su contraparte blanca, residentes de los centros urbanos ca
renciados, con altos niveles de desempleo, exclusión social y
desventajas raciales, manifestaron el nivel de su descontento
a través de una serie de estallidos de violencia y confrontacio
nes, eventos normalmente propulsados por una policía practi
cante de la «mano dura». Estas confrontaciones poco rele
vantes entre la policía y los ciudadanos estaban destinadas a
volverse una característica intermitente del paisaje posindus
trial. Las largas huelgas también fueron características promi
nentes. Estas también involucraban acaloradas confrontacio
nes, ya que primero los trabajadores metalúrgicos, luego los
mineros, luego los trabajadores gráficos -tradicionalmente tra
bajadores industriales con una influencia política e industrial
considerables- fueron enfrentados y a la larga vencidos por
los empleadores estatales o privados, abriendo así el terreno
para el avance de los intereses corporativos privados y el «li
bre juego de las fuerzas del mercado». En las viejas comunida
des industriales, donde los trabajadores luchaban por sus tra
bajos, comunidades y las «formas» de vida, y en el centro de
las ciudades y áreas de exclusión social y desventaja racial, la
posindustrialización no sucedió de repente: fue impuesta o
llevada adelante coercitivamente en los centros de lo que se
denominaba cada vez con más frecuencia «el viejo Trabajo».
La restauración de una «prerrogativa de administración» para
los capitales privados y la propagación de las privatizaciones
resultó en el recorte de puestos de trabajo y la reorganización
de aquellos que se mantuvieron en pos del interés por la re
ducción despiadada de costos que «requerían» los nuevos vien
tos de la competencia globalizada. La pérdida de los trabajos
y capacidad de producción estuvieron acompañados por el
rápido crecimiento de los servicios y de los sectores autóno
mos, con ascendentes cláusulas de ajuste para aquellos po-
so
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cos privilegiados; y la plétora de «Mctrabajos» mal pagos,
temporarios, tradicionalmente femeninos, para la mayoría. Los
costos sociales «ocultos» fueron muchísimos: dislocación so
cial masiva, la ruptura y desintegración de las estructuras de
soporte público, las privaciones de los «nuevos pobres» (pen
sionados, desocupados, padres/madres solteros/as, jóvenes,
la juventud negra y asiática semicontratada que fue progresi
vamente criminalizada); la propagación de las enfermedades
mentales, la adicción a las drogas y los delitos menores; y el
desmoronamiento familiar. Lo negativo, entonces, de los años
ochenta fue una década caracterizada por el conflicto, la des
organización social y la transformación cultural inducidas, mien
tras una transición dolorosa hacia nuevas formas globalizadas
de economía y cultura se imponía despiadadamente; y los
guardianes de los intereses de la clase trabajadora [los sindi
catos y el (viejo) Partido Laborista] se adaptaban al nuevo
terreno.
Estos cambios llevaron a dos trayectorias relacionadas en
tre sí: un debate relativamente corto sobre las «clases subal
ternas» que discutimos anteriormente y una atención más
constante hacia las nociones de hombre y masculinidad. Es
interesante el hecho de que Keith Hayward (2006),, pionero
de la nueva criminología cultural que reivindica a RTR como
parte importante de la herencia de dicha área, explica de for
ma contundente por qué el debate sobre las clases subalter
nas no perduró. Argumenta que la categoría «Chav» 11 está
reemplazando la ya no tan usada categoría de «clase subalter
na». En otras palabras, en la era del consumo y las celebrida
des, «Chav» pasó a significar exclusión social y marginalidad.
11 N. del T.: Chav: término peyorativo utilizado para designar a ciertas jóvenes de Gran Bretaña. El estereotipo del «Chav» es una adolescente o adulto joven blanco que por lo general, aunque no siempre, pertenece a la clase trabajadora y con frecuencia se ve involucrado en comportamientos antisociales, y se asume que se encuentra desempleado o empleado en un trabajo mal pago.
51
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Sin embargo, en las arenas del (ab)uso de drogas y el racismo,
hubo algunos estudios interesantes sobre la vida de las clases
subalternas. Mike Collison utilizó una nueva terminología y se
refirió a ellos como «perdedores reflexivos». Sea como sea que
se los llame, estructuralmente hablando, constituyen el grupo
de aquellos olvidados por el «mundo feliz» del individualismo
competitivo, los miembros de las «clases subalternas». Puede
decirse que su «resolución mágica» involucraba un rechazq a la
«tristeza» de ser perdedores en pos de asegurarse la reputación
de ser «malos» y estar «locos». En cuanto a la cuestión del
nuevo racismo, recordamos los trabajos etnográficos realiza
dos por gente como Les Back, Michael Keith y Phil Cohen: un
«viejo subculturalista» de gran influencia. Estos trabajos pue
den considerarse, en cierto sentido, contribuciones a los estu
dios sobre la vida de las clases subalternas en barrios pobres de
marcada variedad étnica y divididos por raza, en tiempos de
multiculturalismo (por ejemplo: Back, Coehn y Keith, 1999).
Más significativamente (para el libro, por supuesto), el desa
fío feminista hacia los hombres de tomarse en serio la cuestión
de género precipitó el trabajo sobre los hombres y las masculi
nidades. Resulta interesante que otro miembro del Centro,
Andrew Tolson (1977), publicó un libro sobre la masculinidad
justo después de la publicación de RTR. Pero este era, como
McGuigan (1992: 1.096) nos recordaba, un trabajo «compara
tivamente aislado en su momento». Sin embargo, pronto un
gran número de trabajos sobre los hombres y las masculinida
des tuvieron lugar: artículos, libros (según Whitehead, 2002,
más de 5.000 publicados en los años 90), estudios de investi
gación y una edición de Reader's Digest de cinco tomos que
incluían artículos «clásicos» (a publicarse en el 2006). Mucho
de este trabajo fue enmarcado por el trabajo teórico del austra
liano Bob Connell, cuyo primer tratamiento del tema, el libro
Gender and Power (1987) no ha sido superado por ningún otro.
En él McGuigan combina y adapta ideas de Juliet Mitchell,
52
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Antonio Gramsci y Tony Giddens con el fin de producir la idea
de un campo de relaciones de género estructurado y múltiple
mente contestatario, reproducido a través de las prácticas de
los actores sociales. El modelo resultante de versiones especí
ficas, históricas y culturales de la masculinidad hegemónica,
opuesta a las versiones de femineidad y masculinidades subor
dinadas (ampliadas luego para incluir las masculinidades «Cóm
plices y marginalizadas: ver Connell, 1995: 79-81 ), inspiró un
gran número de estudios de investigación que tenían como objeto
a hombres y chicos de culturas, períodos históricos y escena
rios institucionales distintos. A diferencia del desafío poses
tructuralista/posmodernista dentro de los estudios (sub)culturales,
los trabajos sobre los hombres y las masculinidades tuvieron
lugar, de manera abrumadora, dentro de un marco teórico mo
dernista o realista/estructuralista más tradicional.
Sin embargo, también hubo mucho interés fuera de la aca
demia: en primer lugar, en el famoso «nuevo hombre», el pro
ducto metropolitano del feminismo de mayor equidad de gé
nero estaba iniciándose de manera irregular; luego, en los <<nue
vos muchachos» 12, la reacción se puso en marcha; y, final
mente, en la «crisis de la masculinidad». En lo político, como
con el debate sobre las clases subalternas, este trabajo se dio
en el mundo angloamericano, contra un telón de fondo del
surgimiento del nuevo derecho, de reestructuración neolibe
ral, desindustrialización y las transformaciones consecuentes:
como revela un estudio tras otro, los efectos de la desindus
trialización, la informalización y la inseguridad laboral sobre
los hombres jóvenes de la clase trabajadora, en el contexto
del cambio de las relaciones de género y de raza, han sido
poco menos que desastrosas.
El peor caso compuesto muestra a un joven que, en compara
ción con las chicas, no le va bien en la escuela (o excluido por
12 N. del T.: «New lads».
53
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
completo en el caso de ser afrocaribeño); que abandona tempra
namente y sin vistas de un buen trabajo o una independencia
financiera; con su tiempo libre minado por el aburrimiento y
puntuado por la ingesta excesiva de alcohol y el uso recreativo (o
adictivo) de drogas; un comportamiento antisocial y los ocasio
nales enfrentamientos con la policía, más todavía en el caso de
los negros y asiáticos; pocas posibilidades de dejar el hogar pa
terno y establecer una unidad familiar alternativa y estable; y una
temprana e «irresponsable» «paternidad». La nueva cultura indi
vidualista culpa a este joven de su difícil situación; el nuevo
consumismo lo excluye. Sin una fuente de trabajo o comunitaria
para el modelamiento de una identidad masculina, confundido o
amenazado por el nuevo feminismo (o por tener un trabajo
feminizado en el sector de servicios) y, si es negro, alejándose
hacia un mundo de negros cada vez más separado, si es blanco,
percibiendo a los hombres negros tanto como una amenaza (a su
trabajo, su territorio y sus mujeres) o un objeto de su envidia (por
su hombría, su popularidad y estilo y su sexualidad). La respues
ta a todo esto por parte de muchos hombres blancos tiende a ser
un acento defensivo de los peores rasgos de la masculinidad y
un racismo complejo y contradictorio. La respuesta de los hom
bres negros es un enfadado sentimiento de fracaso, un proyec
tado menosprecio hacia la mujer, la exclusión social y la
criminalización. Estas respuestas «hipermasculinas» entran en
una dialéctica compleja con los discursos contemporáneos sobre
los desórdenes sociales: los nuevos malandras, la nueva mucha
chada, el yob 13, el «Chav», el «hoddie», junto con sus conse
cuentes soluciones por parte de la ley y el orden: la «crisis de la
masculinidad», tanto de la vida como la discursiva.
Es claro que el caso real es más complejo y que los estudios
reales a partir de los cuales esté compuesto tienen más matices.
Linda McDowell (2003: 200), por ejemplo, en su investigación
13 N. del T.: Yob: joven agresivo y violento.
54
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
basada en entrevistas de las masculinidades y la juventud blanca
de la clase trabajadora de Sheffield y Cambridge, las encontró
típicamente entre las que ella llamó de «protesta» (siguiendo a
Connell) y las masculinidades domésticas. Las primeras se refie
ren a aquella versión más brusca, de macho y de la calle, y las
últimas a la respetable versión del «sentar cabeza». Hay también
un afluente más pequeño de trabajo que es un tanto crítico con
el camino estructural de este trabajo. En vez de hacer la pregun
ta (estructural en última instancia) ¿cómo es que los hombres,
como sujetos de clase y raza, desempeñan una masculinidad
«adecuada» (es decir, de maneras que reproducen las estructu
ras de clase, raza y género existentes)?, hace una pregunta
posestructural y psicosocial, a saber, ¿cómo es que algunos (pero
no todos) los hombres provenientes de ciertos ámbitos sociales
se identifican con discursos sociales de masculinidad particula
res? Esta pregunta implica tomar en serio la dimensión psicológi
ca de la biografía, explorando cómo la historia única de sus fan
tasías, ansiedades y deseos, en conjunción con su situación so
cial y una gran cantidad de contingencias situacionales, resultan
en este patrón particular de inversiones discursivas (Jefferson,
1994, 2002). Pero, ya sea en su apariencia estructural o
posestructural, hay un involucramiento de este trabajo con el
«cuadro general», un intento por conectar las (cambiantes) prac
ticas y valores masculinos con las cambiantes realidades socia
les. Es este deseo el que lo relaciona con RTR, aun cuando muy
poco de este trabajo sobre las masculinidades responde a las
cuestiones de «estilo» y cultura.
Comprendiendo los años ochenta
Lo que todas estas trayectorias, cada una a su modo, reve
lan es la emergencia de una falla mayor que se da en el mo
mento decisivo de los años ochenta. Paradójicamente, mucha
55
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
de la literatura general sobre las subculturas que repasamos en
la Sección 11 también identificó a los ochenta como un momen
to de transición, cuyos autores vieron como un presagio una
dislocación radical, hasta una parcial disolución, del campo
subcultural como un todo y las problemáticas anteriores que
han provocado cierto «pensamiento». Algunos de los términos
utilizados, «tribal», «postmoderno», «post-subcultural», eran
intentos por caracterizar este giro en términos más generales.
Se dice que la aparición de las culturas rave y de los clubes
bailables, tratadas aquí antes, tipificó este giro: la absorción de
los «movimientos» subculturales por una «cultura joven» más
heterogénea socialmente y diversa en cuanto a géneros, domi
nada por la música, el baile, las drogas, el sexo y la búsqueda
del placer, en la que se combinaban, superponían y prolifera
ban, el estilo, el gusto y la clientela; en la que los participantes
estaban mucho más integrados a la industria de la música, las
nuevas industrias culturales, el tiempo libre comercializado, Jos
mercados de consumo y los medios; y en la que una «fraterni
dad» como en trance, temporaria, contingente, más una parte
del nuevo individualismo que del viejo colectivismo, y radical
mente diferente a Jos tiempos del punk y el reggae, prevaleció
por un tiempo como el ethos dominante. Como lo expresó Jan
Chambers, «cuerpos 'privados', encuentros públicos»
(Chambers, 1985: 209).
Las modas y los elementos entonces procedentes de dis
tintas direcciones comenzaron a converger en el mismo «mo
mento». ¿Con qué se articularon estos giros? Es precisamente
una «sobredeterminación» así -la que Althusser ( 1969: 99-
1 00) llamó memorablemente, en un contexto distinto, «Una
acumulación de 'circunstancias' y 'corrientes' ... algunas de
las cuales son radicalmente heterogéneas, de distintos oríge
nes, distintos sentidos, distintos niveles y puntos de aplica
ción, [que] ... sin embargo se 'fusionan' en una unidad
ruptura!»- la que constituye Jo que nosotros venimos llaman-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
do «giro conyuntural». La unidad que esos giros constituyen
nunca es simple; los giros no pueden reducirse simplemente a
una única contradicción; están determinados de manera múl
tiple; no pueden simplemente ser «leídos de un tirón»; emergen
de diferentes condiciones de existencia «relativamente autó
nomas»; se experimentan y «Viven» de maneras muy diferen
tes. Sin embargo, la evidencia proveniente de aquellos mo
mentos constituye una invitación a «leer a través», y por con
siguiente a teorizar la conexión con estructuras y aconteci
mientos históricos mayores. Este, hemos intentado argumen
tar, es uno de los aspectos que creemos más característicos
(y con más frecuencia pasado por alto y malinterpretado) del
proyecto RTR. Está tan vigente para el trabajo que necesita
mos realizar, sobre y luego de los ochenta, como lo fue para
los sesenta y setenta.
Ciertamente, una forma en la que se hace levemente refe
rencia a esta «falla» de los ochenta es mediante el abarcativo
término «thatcherismo»: «La juventud de mi investigación»,
dijo Sarah Thornton (1995: 165), «eran -citando el cliché
'los chicos de Thatcher'». ¿Puede, debe este, ser más que un
gesto meramente descriptivo o cliché? Resulta imposible re
forzar este punto aquí de manera adecuada, excepto en la
manera más indicativa. Responder esta pregunta requeriría su
propia forma de «trabajo»: estudios etnográficos más cuida
dosos y descripciones más densas; juntar y relacionar un nú
mero de historias discretas; probar las conexiones con rela
ciones sociales y eventos históricos mayores, más teoría. En
el Grupo de Subculturas del Centro de Estudios Culturales
Contemporáneos y en el colectivo PTC realizamos bastante
esta especie de «mapeo» conceptual: en su mayoría heurístico
-diagramas y cronologías en tiza, borradas hace tiempo y nunca
guardadas; hipotetizar, probar y rehipotetizar; el no buscar
«pruebas» o la respuesta perfecta, sino aquello que es más
plausible, convincente y que mejor «encaja» de acuerdo con
57
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Jo conocido-. Sin duda, esto implicaría probar nuevos con
ceptos para comprender las nuevas configuraciones; pero tam
bién desarrollar Jos viejos para poder advertir aquellas conti
nuidades inesperadas. El tatcherismo transformó el paisaje político, no sólo du
rante la década del ochenta, sino que hoy pareciera que lo
hizo de manera permanente, proporcionado una consensuada
base de centro-derecha para la sucesión de gobiernos de dife
rentes configuraciones tanto en GB como en el resto del glo
bo. En retrospectiva, hoy podemos ver que marcó, no simple
mente una dramática reversa en el destino electoral, sino algo
mucho más profundo y de largo plazo, ciertamente un «pro
yecto hegemónico» tanto «cultural» como «económico», polí
tico o «social (por utilizar distinciones convencionales), en rea
lidad fue parte de un proceso de transformación global
transnacional más amplio que unía la vida económica, la cul
tura política, las instituciones públicas, las relaciones socia
les, los discursos mediáticos, las actitudes y los valores a los
crudos imperativos de la nueva etapa de la globalización de
los setenta. Sus efectos dislocadores representaron los «dolo
res de parto» del nacimiento de un nuevo régimen de acumu
lación global, que fue necesariamente un nuevo «régimen de
verdad» (McRobbie, 2006).
La estrategia central del histórico proyecto neoliberal estaba
por desatar las fuerzas del mercado y maquinar un cambio cul
tural a lo largo y ancho de todas las esferas de la sociedad,
obligándolas hacia lo que en la actualidad se conoce amplia
mente como una nueva forma social, la «Sociedad de mercado»
(Bobbit, 2002). Esto provocó que todo se submitiera, o espejara,
a la lógica de la «marketización» y el valor de cambio, ya que
sólo los mercados, los valores empresariales y los individuos
competitivos, posesivos e interesados en sí mismos que son
«sus sujetos», eran considerados capaces de crear riqueza, fa
cilitando crecimiento y eficiencia, estimulando la competencia
ss
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
y la rentabilidad, satisfaciendo la demanda, otorgándole poder
a la elección, ocupandose de las necesidades sociales, facili
tando el bien público, alcanzando el valor a cambio de dinero y
proporcionando la medida del valor social. El· Nuevo Laborismo
realizó ciertas modificaciones en este proyecto neoliberal, adap
tándolo a una forma social-democrática hibridizada (Hall, 2003);
en especial en cuanto a sus estrategias de dos niveles como la
de acción social, salud, educación y redistribución, su reinvención
administrativa de «gobierno activo» en el «campo social», y su
adopción generalizada de una agenda de «Elección Pública».
Pero, por otra parte, gobernó esencialmente desde el mismo
terreno. De manera predecible, el delito, el resquebrajamiento
de la autoridad, la deferencia y el respeto, el consumo de alco
hol en exceso y el comportamiento antisocial de los jóvenes,
surgieron de entre la evidencia más publicitada y sintomática
del resquebrajamiento más profundo de la conexión y reciproci
dad sociales.
La falla que constituyeron estos acontecimientos de los
ochenta actuó entonces como una fuerza dislocadora en cada
esfera de la vida cultural. La idea de que la cultura joven pudo
de alguna manera haber sido aislada de su proceso de recons
trucción, por no decir algo peor, es altamente cuestionable.
Claro que, hasta aquí, sólo hemos esbozado estos aconteci
mientos con cierto nivel de abstracción. Pero resultaría difícil
intentar comprender, por ejemplo, los placeres privatizados,
más heterogéneos, socialmente fragmentados de la cultura
rave, la anexión de las culturas dance al mundo del «clubbing» 14,
las celebridades y el placer globalizado, la disminución del
impulso político y el ambiguo fortalecimiento de la identidad
negra, las ambigüedades del «posfeminismo» o la reacción
«laddish» 15 y la crisis de la masculinidad, sólo para hacer refe-
14 N. del T.: C/ubbing: ir al club bailable 15 N. del T.: Laddish: pendenciero, «macho», inmaduro.
59
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
rencia específicamente a las trayectorias que hemos visto, sin buscar conexiones con estos acontecimientos sociales y cul
turales más amplios. Ubicar las articulaciones entre el debate de los estudios
subculturales y estos parámetros de cambio es aquí, desde
luego, una tarea que está mucho más allá de los límites de este
prefacio. Pero podemos echar un vistazo a las posibles
implicancias de hacer un seguimiento breve de una dimensión:
comparar de qué manera los sujetos culturales llegan a verse a
sí mismos en estos diferentes ámbitos con respecto a la forma
en la que el ciudadano común se posiciona como sujeto social
en el terreno discursivo común alrededor del consumidor, el
consumo y la sociedad consumista. Elegimos el consumo no
sólo porque es crucial para el giro que tratamos, sino porque
aparece de alguna forma en todos los procesos sociales y por
que es el yacimiento de lo que Foucault llamó «subjetivización»:
en la que las personas se vuelven tanto «sujetos de», y se
relacionan activamente con los procesos sociales modificados,
y están al mismo tiempo «sujetos a» sus efectos.
En cierto sentido aquí no hay nada nuevo. El consumo es
taba en el seno de la revolución fordista en el cambio de siglo
que estableció, en la sociedad de masas, la industria de ma
sas, la democracia de masas, el partido político de masas y la
cultura de masa, y señalizó el paso del poder económico y
prevalencia de Europa a los EE.UU.; el giro coyuntural que
Gramsci (1971) señaló en su ensayo «Americanism and
Fordism». El consumismo, reapropiado por los EE.UU. luego
de la Segunda Guerra Mundial, fue central en el giro cultural
de posguerra que Hoggart (1958) llamó «americanización» y
la vanguardia de «La era de la prosperidad» de los años cin
cuenta. Pero lo que los críticos, cada uno desde su campo,
como McRobbie en la cultura joven y de género y Gilroy en lo
que respecta a las culturas expresivas negras, han observado
como una inquietante tendencia a partir de los años ochenta
6o
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
(que está también implícita en los fundamentos sobre las cul
turas rave y de los clubes bailables), es la forma en la que el
consumo despliega un terreno por demás ambivalente, tomando
y dejando de lado en un mismo movimiento ambiguo; y cómo
el sujeto consumidor llega a facilitar la forma privilegiada en la
que los sujetos experimentan su relación consigo mismos, con
lo que están haciendo y con su cambiante mundo social.
El punto es que los mismos tropos son recurrentes en los
discursos públicos que siguen la falla de los años ochenta,
donde las nociones de los ciudadanos y los derechos, en una
relación social activa, como ser el NHS16, con la educación, el
voto, la asistencia social, la democracia, el gobierno local, el
Estado y la sociedad, son reemplazadas por una reducida (en
cuanto a su alcance) pero cada vez más valorizada «subjetivi
dad del consumidor» -de una relación individualizada de
consumismo privatizado, a varios aspectos de «lo social»-.
Observar las recurrencias a través de los campos sociales
constituye, como argumentamos, el seno del proyecto RTR, y
sigue siendo crucial a pesar de los numerosos cambios que
los mismos campos en cuestión han experimentado. El inten
to por hacer conexiones, localizar las relaciones entre las acti
vidades cotidianas y las expresiones de ciertos grupos de jó
venes, configuraciones culturales más amplias y las cambian
tes coyunturas históricas, están, según nuestro parecer, tan
vigentes como hace treinta años, si el caso es que queremos
comprender (a diferencia de simplemente describir, celebrar o
denigrar) qué es lo que algunos jóvenes entienden que se ha
entendido de ellos.
Comenzamos con una cita de McRobbie sobre el hoodie, don
de observamos sus connotaciones negativas: jóvenes
amenazantes, enojados y «con malas intenciones». Finalizamos
con otra en la que las connotaciones dan un giro de 180 grados:
16 N. del T.: Nacional Health Service: Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
El equivalente a las tablas de piedra de la moda (la revista
Vogue) puso al hoodie en el puesto número 21 en su lista de
cosas increíblemente maravillosas para el próximo año. (The
Guardian, G2, 08.11.05: 3)
En el lenguaje original de RTR, pudimos haber visto este
como un ejemplo de la «incorporación», la «difusión» «de
fusión» de la «resistencia» estilística. Como dijo Hebdige en
su ensayo sobre mods de este volumen ( 1 04), «Cuando una
revista mod declara de manera autoritaria que hay una 'NUE
VA FORMA MOD DE CAMINAR' ... entonces uno debía pensar
que este negro blanco particular. .. cayó muerto». Pero en una
muy diferente coyuntura actual, ambas connotaciones, el
hoodie como joven salvaje y el hoodie como el último acceso
rio de la moda que «se debe>> usar el año que viene, connota
ciones negativas y positivas, parecieran poder coexistir simul
táneamente sin la desaparición de ninguna de ellas. Esto debe
cambiar la sustancia de cualquier lectura contemporánea del
hoodie, pero no la idea de la importancia de la lectura
sintomática como tal.
Introducción
Este número de WPCS está dedicado a las subculturas ju
veniles de posguerra. Hemos tratado de desmantelar el térmi
no con el cual esta materia es usualmente tratada -«Cultura
Juvenil»- y de reconstruir, en su lugar, una imagen más cui
dadosa de los tipos de subculturas jóvenes, su relación con
las culturas de clase y la manera en la que la hegemonía cultu
ral es mantenida, estructural e históricamente. Esta publica
ción agrupa, entonces, el trabajo de los últimos tres años del
Grupo de Subculturas del Centro. Este trabajo continúa, tanto
en el Centro como en un muy fructífero diálogo con otros que
62
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
trabajan en el mismo campo. Los resultados y formulaciones
ofrecidos son, por lo tanto, parte de un trabajo no terminado.
No pretenden ser finales, definitivos o «correctos». Espera
mos que lleven a más trabajos, discusiones y clarificaciones y
que, en otras ocasiones, algo de esto pueda reflejarse en las
páginas de la publicación.
A pesar de la naturaleza incompleta del trabajo, creemos
que puede ser valioso esbozar una breve historia de cómo el
foco de este trabajo ha virado en el período y cómo arribamos
a nuestra posición actual. Nuestro punto de partida, junto a
muchos otros, fue el «Outsiders» de Howard Becker, el texto
que, al menos para nosotros, mejor señaló el «quiebre» en la
sociología dominante y su subsecuente adopción, por parte
de muchos sociólogos que trabajaban en el campo de la des
viación, teoría subcultural o criminología -originalmente en
Estados Unidos, pero rápidamente también en este país- de
lo que se dio a conocer como interaccionismo, y luego una
perspectiva «transaccional» o taxonómica. Nuestra lectura de
este texto -y el subsiguiente trabajo británico en esta tradi
ción rápidamente emergente- y nuestro compromiso con la
perspectiva en general ha sido siempre, sin embargo, de doble
sentido: a la vez una sensación de alegría sobre la importancia
de algunas de las ideas generadas por esta «revolución escép
tica» (la visión de la acción social como un proceso y no como
un evento, por ejemplo, y crucialmente la idea de que el des
vío fue una creación social, el resultado del poder de algunos
para etiquetar a otros) y una sensación de intranquilidad; la
sensación de que estos reportes, mientras que contenían
muchos e importantes acercamientos, no eran suficientemen
te exhaustivos; la sensación, particularmente, de que la con
ducta desviada tenía otros orígenes además de la categorización
pública. A esta última sensación le fue dada sustancia teórica
y empírica concreta en nuestra subsiguiente lectura del seminal
paper de Phil Cohen (publicado en WPCS 2) sobre las
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
subculturas juveniles y su génesis en las estructuras de clase
y culturas de clase del East End. Esto estableció nuestra sen
sación de ambigüedad y relegó el análisis transaccional por
una posición marginal a favor de una preocupación por los
orígenes estructurales y culturales de las subculturas juveni
les británicas.
Nuestros esfuerzos subsiguientes fueron por tiempo consi
derable puestos a llenar el sugestivo marco de trabajo ofreci
do por Cohen, inicialmente a través de papers ofreciendo un
acercamiento más detallado a subculturas particulares - Teds,
Mods, Skinheads, etc.-. Algunos fragmentos de esos papers
se reproducen en la sección Etnográfica de esta compilación.
También intentamos desarrollar nuestra posición teórica en
un número de papers, incluyendo extensiones, revisiones y
críticas de Cohen, y esos intentos proveyeron la base para la
visión general presentada en esta publicación.
En medio de ese trabajo estuvo nuestro involucramiento en
el proyecto de atraco -involucramiento que ha sido tal vez la
mayor influencia orgánica singular en el desarrollo de nuestro
subsiguiente trabajo, y en darle forma a la posición teórica y
metodológica que adoptamos en esta publicación-. El proyec
to tuvo dos consecuencias mayores: políticamente, trajo apa
rejado un mayor compromiso directo, ya que provino original
mente de una inquietud sobre un caso local particular; y teóri
camente, regresó el transaccionismo a nuestra agenda de tra
bajo. Dado que nuestra inquietud inicial fue precipitada por la
reacción judicial al caso Handsworth, no podíamos, por tanto,
simplemente ignorar la cuestión de la reacción social, pero
nuestra preocupación en el trabajo sobre subculturas con for
mas estructurales e históricas de análisis significaba que no
podíamos regresar a una ingenua perspectiva transaccionista.
Nuestro objetivo fue -y es-, entonces, explicar tanto la ac
ción social como la reacción social, estructural como históri
camente, de manera que intente hacer justicia a todos los
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
niveles de análisis: desde las dinámicas de interacciones cara
a cara entre delincuentes y agentes de control a las más am
plias, mediadas cuestiones -largamente ignoradas por los
transaccionistas «puros»- de la relación de estas actividades
con los cambios de las relaciones de clase y poder, concien
cia, ideología y hegemonía.
Una palabra sobre la presentación. Mucho de la misma -inclu
yendo la extensa visión general teórica- surge del trabajo del
Grupo de Subculturas. De acuerdo con los objetivos del Cen
tro -para bien o para mal-, ha sido un trabajo en colabora
ción: un esfuerzo por mantener una discusión constante alre
dedor de los asuntos teóricos claves, pero también de escritu
ra colectiva y revisión de artículos. Un trabajo colectivo de
esta clase es, en la práctica, extremadamente difícil de soste
ner y de ninguna manera siempre posible: pero quienes han
estado involucrados en él querrían registrar aquí el continuo
sentido de su recompensa, a pesar de los problemas que trae
aparejado. Una gran cantidad de trabajo empírico ha sido rea
lizado en este campo por miembros del Centro no directamen
te parte del Grupo: este número se basa ampliamente en su
trabajo (por ejemplo, los estudios de Paul Willis y Dick Hebdige).
El trabajo del grupo ha sido presentado a, y discutido por, los
miembros del Centro como un todo, y un cierto número de
artículos es contribución de ellos. Nos hemos beneficiado enor
memente gracias a mucha gente que, a pesar de no pertene
cer al Centro, está no sólo trabajando en líneas similares, sino
que ha entrado en discusión directa con nosotros y dado apo
yo intelectual. En esta ocasión, damos la bienvenida como
contribuyentes al número a Paul Corrigan, Simon Frith, Graham
Murdock, Robín McCron, Geoff Person y John Twohig. Final
mente, el número ha sido producido por el Grupo trabajando
junto a un equipo editorial, y este último no sólo ha soportado
la carga práctica, sino jugado un papel mayor en la discusión,
revisión y reescritura de artículos, etc. (esto es parcial pero
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
inadecuadamente reconocido en la de otra manera inexplica
ble «asignación autora!» al final de algunos artículos de este
número).
Una nota sobre el formato. El journal comienza con un artí
culo de revisión general que, esperamos, pondrá en el tapete
los temas principales. Luego hay una larga sección que con
tiene selecciones de trabajo «etnográfico» sobre diferentes
aspectos de las subculturas de posguerra. La intención aquí
es, primero, indicar (aunque de ninguna manera
exhaustivamente) el rango; segundo, proveer sustancia empí
rica; pero, tercero, desarrollar, de acuerdo con el material
empírico presentado, un punto teórico, situación o argumento
que se conectan con los temas principales establecidos en el
artículo del comienzo. Luego hay una sección de artículos teó
ricos más cortos, que recogen y desarrollan algunos de los
puntos apenas tocados en el primer artículo: los problemas de
«estilo», «conciencia generacional», «políticas» y la relación
de las adolescentes mujeres con las subculturas.
Finalmente, Brian Roberts (que, si bien registrado en otro
departamento, ha jugado un papel mayor en el trabajo del
grupo) y Steve Butters (que tiene un vínculo de larga data con
varias áreas del trabajo del Centro) revisitan cuestiones de
metodología. El artículo de Steve Butters es un intento inau
gural, por alguien familiarizado y crítico con el trabajo del Gru
po, por abrir una crítica de sus métodos de trabajo y de la
problemática que lo alimenta.
66
TEORÍA 1
SUBCULTURAS, CULTURAS Y CLASE
John C/arke, Stuart Hall,
Tony Jefferson, Brian Roberts
Nuestra asignatura en este volumen son las Culturas Juve
niles; nuestro objetivo, explicarlas como fenómeno y analizar
su aparición en el período de posguerra. Por supuesto, el tema
ha sido tratado masivamente, sobre todo por los medios de
comunicación. Sin embargo, muchos de estos sondeos y análi
sis parecieran principalmente haber multiplicado las confusio
nes y extendido los mitos en torno al tema. Al tratarlo sólo a
partir de sus rasgos espectaculares, estos estudios se han vuelto
parte del fenómeno preciso que queremos explicar. Primero,
entonces, debemos despejar el terreno, tratar de ubicarnos más
allá de los mitos y explicaciones que opacan el problema en
lugar clarificarlo. En primer lugar, debemos construir el tópico
-en parte demoliendo ciertos conceptos que, en el presente, se
toman como adecuados para definirlo-. Necesariamente, este
ejercicio de penetrar debajo de una construcción popular debe
ser realizado con cuidado, no sea que descartemos el «núcleo
racional» junto a su sobrepublicitada cáscara.
El significado social y político de las Culturas Juveniles no
es fácil de calcular, aunque su visibilidad haya aumentado
consistentemente. La «Juventud» apareció como una catego
ría emergente en la Inglaterra de la posguerra, una de las más
asombrosas y visibles manifestaciones de cambio social del
periodo. La «Juventud» proveyó el foco para informes, legis-
67
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
lacíones e intervenciones oficiales. Los guardianes morales de
la sociedad le otorgaron significado como un problema social
-hecho sobre el que nosotros «deberíamos hacer algo»-. So
bre todo, la Juventud jugó un rol importante como piedra an
gular en la construcción de imaginarios, interpretaciones y
cuasi-explicaciones sobre el periodo. Como sugirió el estudio
de Rowntree sobre la Prensa Popular y el Cambio Social:
La juventud fue, en ambos diarios [el Daily Express y el Da11y
Mirror] y quizás en toda la prensa del periodo, una poderosa
pero oculta metáfora del cambio social: la imagen comprimida
de una sociedad que había cambiado crucialmente, en térmi
nos de estilos de vida y valores básicos -había cambiado, en
formas calculadas para alterar el marco político oficial, pero en
formas todavía no calculables en los términos polfticos tradi
cionales-. (Smith et al., 1975)
Sería dificultoso sostener el argumento de que un fenómeno
tan presente y visible masivamente como la «Cultura Juvenil»,
que ocupa una posición de pivote en la historia y conciencia del
período, fuera una pura construcción de los medios, un fenómeno
solamente superficial. Sin embargo, Gramsci nos advirtió que, «al
estudiar una estructura, es necesario distinguir movimientos orgá
nicos (relativamente permanentes) de movimientos que podrían
denominarse 'coyunturales', y que aparecen como ocasionales,
inmediatos, casi accidentales». El objetivo debe ser «encontrar la
relación correcta entre lo que es orgánico y lo que es coyuntural»
(Gramsci, 1971: 177). La «forma fenoménica» -la Cultura Juvenil
provee sólo un punto de partida para tal análisis-. No podemos
permitirnos estar ciegos ante tal desarrollo (como algunos «mate
rialistas escépticos» de la vieja izquierda han estado, con el debido
respeto al debate reciente en Marxism Toda y), no más de lo que
podemos permitirnos ser cegados por ellos (como algunos
«idealistas visionarios» de la nueva izquierda lo han sido a veces).
68
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
a. Algunas definiciones
Comenzamos con algunas definiciones mínimas. El térmi
no «Cultura Juvenil» nos direcciona a los aspectos «cultura
les» de la juventud. Entendemos la palabra «cultura» para re
ferir a aquel nivel en el cual los grupos sociales desarrollan
distintos patrones de vida y dan forma expresiva a su expe
riencia de vida social y material. Cultura es el modo, las for
mas, en que los grupos «manejan» la materia prima de su
existencia social y material. «Debemos suponer que la materia
prima de la experiencia de vida está en un polo, y todas las
disciplinas y sistemas humanos infinitamente complejos, arti
culados o inarticulados, formalizados en instituciones o dis
persos en los modos menos formales, que 'manejan', transmi
ten o distorsionan esta materia, están en el otro» (Thompson,
1960). «Cultura» es la práctica que comprende u objetiva la
vida grupal de forma significativa. «Del modo en que los indi
viduos expresan su vida, así son. Lo que son, por consiguien
te, coincide con su producción, tanto con qué producen como
con cómo lo producen» (Marx, 1970: 42). La «cultura» de un
grupo o clase es su modo de vida particular y distintivo, los
significados, valores e ideas corporizadas en instituciones, en
las relaciones sociales, en sistemas de creencias, en las bue
nas costumbres, en los usos de objetos y vida material. Cultu
ra son las formas distintivas en que esta organización de vida
material y social se expresa. Una cultura incluye el «mapa de
significado» que vuelve las cosas inteligibles a sus miembros.
Estos «mapas de significado» no son simplemente transporta
dos en la cabeza: son objetivados en los patrones de organiza
ción social y relación a través de los cuales el individuo se
vuelve un «individuo social». Cultura es la manera en que las
relaciones sociales de un grupo son estructuradas y modela
das, pero es también la manera en que esas formaciones son
experimentadas, entendidas e interpretadas.
6g
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subc:ulturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Un individuo social, nacido en un escenario particular de
instituciones y relaciones, nace al mismo momento en una
configuración peculiar de significados que le brindan acceso Y
lo localizan dentro de «una cultura». La «ley de la sociedad» Y
la «ley de la cultura» (el ordenamiento simbólico de la vida
social) son uno y lo mismo. Estas estructuras -de relación
social y de significado- modelan la existencia colectiva en
curso de los grupos. Pero, además, limitan, modifican y constriñen cómo los grupos viven y reproducen su existencia so
cial. Hombres y mujeres son, por tanto, formados y se forman
a sí mismos a través de la sociedad, la cultura y la historia.
Entonces, los patrones culturales existentes forman una es
pecie de reservaría histórico -un «campo de posibilidades»
preconstituido- que los grupos toman, transforman, desarro
llan. Cada grupo hace algo respecto de sus condiciones inicia
les -y a través de este «hacer», a través de esta práctica, la
cultura es reproducida y transmitida-. Pero esta práctica sólo
toma lugar dentro del campo dado de posibilidades y limita
ciones (ver Sartre, 1963). «Los hombres hacen su propia his
toria, pero no la hacen justo como les place; no la hacen bajo
circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circuns
tancias directamente encontradas, dadas y transmitidas des
de el pasado» (Marx, 1951: 225). La cultura, entonces,
corporiza la trayectoria de vida del grupo a través de la histo
ria: siempre bajo condiciones y con «materias primas» que no
pueden ser completamente de su propio hacer.
Los grupos que coexisten dentro de la misma sociedad y
comparten algunos de los mismos materiales y condiciones
históricas sin duda también entienden, y hasta cierto punto
comparten, la «cultura» de otros. Pero, en tanto diferentes
grupos y clases están inequitativamente categorizados en re
lación unos de otros, en términos de sus relaciones producti
vas, de riqueza y poder, así también las culturas están
categorizadas de manera diferente y se ubican en oposición
70
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
una de la otra, en relaciones de dominación y subordinación, a
lo largo de la escala del «poder cultural». Las definiciones del
mundo, los «mapas de significado» que expresan la situación
de vida de aquellos grupos que sujetan el monopolio del poder
en la sociedad, comandan el mayor peso e influencia, ocultan
la mayor legitimidad. El mundo tiende a ser clasificado y orde
nado en términos y a través de estructuras que expresan más
directamente el poder, la posición, la hegemonía, de los inte
reses más poderosos en esa sociedad. De este modo
La clase que tiene los medios de producción material a su
disposición tiene el control, al mismo tiempo, sobre los medios
de la producción mental, a fin de que, de tal modo, hablando
en términos generales, las ideas de aquellos que no poseen los
significados de producción mental estén sujetas a ella ... En la
medida que ellos dominan como una clase y determinan la
extensión y compás de una época... lo hacen en su rango
completo, por lo tanto, entre otras cosas, dominan también
como pensadores, como productores de ideas, y regulan la
producción y distribución de las ideas de su tiempo: por consi
guiente, sus ideas son las ideas dominantes de la época. (Marx,
1970: 64)
Esto no significa que sólo hay una serie de ideas o formas
culturales en una sociedad. Habrá más de una tendencia en el
trabajo dentro de las ideas dominantes de una sociedad. Los
grupos o clases que no se ubican en la cumbre del poder, no
obstante, encuentran modos de expresar y realizar en su cul
tura su posición y experiencias subordinadas. En la medida
que hay más de una clase fundamental en una sociedad (y el
capitalismo es esencialmente la puesta en común, en torno a
la producción, de dos clases fundamentalmente diferentes
-capital y trabajo-), habrá más de una configuración cultural
principal en juego en un momento histórico particular. Pero las
71
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
estructuras y significados que más adecuadamente reflejan la
posición e intereses de la clase más poderosa -por muy com
pleja que sea internamente- permanecerá, en relación con
todas las otras, como un orden sociocultural dominante. La
cultura dominante se representa a sí misma como la cultura.
Trata de definir y contener todas las demás culturas dentro de
su rango inclusivo. Su visión del mundo, a menos que sea
desafiada, permanecerá como la cultura más natural, univer
sal, que todo lo abarca. Otras configuraciones culturales no
sólo estarán subordinadas a este orden dominante: entrarán
en lucha con él, buscando modificar, negociar, resistir o inclu
so derrocar su reinado -su hegemonía-. La lucha entre clases
sobre la vida material y social de este modo siempre asume
las formas de una lucha continua sobre la distribución del «po
der cultural». Queremos, aquí, hacer una distinción entre «cul
tura» e «ideología». Las clases dominante y subordinada ten
drán cada cual culturas distintivas. Pero cuando una cultura
consigue ascender sobre la otra, y cuando la cultura subordi
nada se experimenta a sí misma en términos prescritos por la
cultura dominante, entonces la cultura dominante se vuelve,
además, la base de una ideología dominante.
La cultura dominante de una sociedad compleja nunca es
una estructura homogénea. Está estratificada, reflejando inte
reses diferentes dentro de la clase dominante (por ejemplo, la
perspectiva de un aristócrata contra la de un burgués), conte
niendo diferentes vestigios del pasado (por ejemplo, ideas re
ligiosas dentro de una cultura ampliamente secular), tanto como
elementos emergentes en el presente. Las culturas subordina
das no siempre estarán en conflicto abierto con aquella. Po
drán, por largos periodos, coexistir con ella, negociar lo espa
cios y huecos, hacer incursiones, «agrietarla desde adentro»
(Thompson, 1965). Sin embargo, aunque el carácter de esta
lucha sobre la cultura jamás puede ser reducido a una simple
oposición, es crucial reemplazar la noción de «cultura» por el
72
Editado por Stuart Hall y Ton y Jefferson
concepto más concreto e histórico de «culturas»; una
redefinición que trae más claramente el hecho de que las cul
turas siempre se mantienen en relaciones de dominación -y
subordinación- de unas a otras; están siempre, en algún sen
tido, luchando unas con otras. El término singular, «cultura»,
sólo puede indicar, en el modo más general y abstracto, las
extensas configuraciones culturales en juego en una sociedad
en cualquier momento histórico. Debemos movernos de una
vez a las relaciones determinantes de dominación y subordi
nación en que estas configuraciones se mantienen, a los pro
cesos de incorporación y resistencia que definen la dialéctica
cultural entre ellos, y a las instituciones que transmiten y re
producen «la cultura» (por ejemplo, la cultura dominante) en
su forma dominante o «hegemónica».
En las sociedades modernas, los grupos fundamentales son
las clases sociales, y las configuraciones culturales más impor
tantes serán, en un modo fundamental aunque a menudo me
diado, las «culturas de clase». Relativas a estas configuracio
nes de clase cultural, las subculturas son subconjuntos -es
tructuras más pequeñas, localizadas y diferenciadas, dentro
de una u otra de las redes culturales más amplias-. Debemos,
en primer lugar, ver las subculturas en términos de su relación
con las redes de cultura de clase más amplias de las que for
man una parte distintiva. Cuando examinamos la relación en
tre una subcultura y la «cultura» de la que es parte, llamamos
a esta última cultura «parental». Esto no debe ser confundido
con la relación particular entre los «jóvenes» y sus «padres»,
de la cual hablaremos más abajo. Lo que queremos decir es
que una subcultura, a pesar de diferir en importantes modos -
en sus «asuntos centrales», sus formas y actividades peculia
res- de la cultura de la cual deriva, también compartirá algu
nas cosas en común con esa cultura «parental». La subcultura
bohemia del avant-garde que ha surgido de vez en cuando en
la ciudad moderna es distinta de su cultura «parental» (la cul-
73
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tura urbana de los intelectuales de clase media) a la vez que
parte de ella (compartiendo así una perspectiva modernizadora,
niveles de educación, una posición privilegiada respecto al
trabajo productivo, y así sucesivamente). Del mismo modo, la
«búsqueda de placer y emoción» que algunos analistas han
descrito como un rasgo marcado de la «subcultura delincuen
te de la pandilla» en la clase trabajadora también comparte
algo básico y fundamental con ella. Las subculturas, enton
ces, primero deben ser relacionadas con las culturas
«parentales» de las cuales son un subconjunto. Pero las
subculturas, además, deben ser analizadas en su relación con
la cultura dominante -la disposición general del poder cultural
en la sociedad como un todo-. Por lo tanto, debemos distin
guir las subculturas respetables, «burdas», delincuentes y cri
minales dentro de la cultura de clase trabajadora, pero tam
bién debemos decir que, aunque difieren entre sí, todas deri
van en primera instancia de una «cultura parental de clase
trabajadora»; de ahí que todas sean subculturas subordina
das, en relación con la cultura dominante de clase media o
burguesa (creemos que esto va de algún modo hacia el en
cuentro de lo que Graham Murdock llama un análisis más «Si
métrico» de las subculturas. Ver su artículo r:nás abajo).
Las subculturas deben exhibir una forma y estructura sufi
cientemente distintiva para hacerlas identificablemente diferentes
de su cultura «parental». Deben estar enfocadas alrededor de
ciertas actividades, valores, ciertos usos de artefactos materia
les, espacios territoriales, etc., que las diferencien significati
vamente de la cultura más general. Pero, en tanto son subcon
juntos, debe haber también cosas significantes que las liguen y
articulen con la cultura «parental». Los famosos gemelos Kray17 ,
por ejemplo, pertenecían tanto a una «subcultura criminal» no-
17 N. del T: Ronald y Reginald Kray eran hermanos gemelos y de los más destacados líderes del crimen organizado en el Norte de Londres.
74
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
toriamente diferenciada en East London como a una vida y
cultura «normal» de la clase trabajadora del East End (de la
cual, efectivamente, la «subcultura criminal» ha sido siempre
una parte claramente identificable). El comportamiento de los
hermanos Kray en términos de fraternidad criminal marca el eje
diferenciador de esa subcultura: la relación de los Kray con su
madre, familia, hogar y pub local es el eje articulador, vinculan
te. (Pearson, 1973; Hebdige, 1974).
Las subculturas, por lo tanto, toman forma en torno a acti
vidades distintivas e «inquietudes focales» de grupos. Pueden
estar suave o fuertemente limitadas. Algunas subculturas son
simplemente filamentos o «milieux» 18 vagamente definidos
dentro de la cultura parental: no poseen un «mundo distinti
vo» de su propiedad. Otras desarrollan una identidad y estruc
tura clara y coherente. Generalmente, en este volumen traba
jamos sólo con «subculturas» (surjan de una «cultura parental»
de clase media o trabajadora) que tengan límites razonable
mente ajustados, formas distintivas, que se hayan cohesionado
alrededor de actividades particulares, inquietudes focales y
espacios territoriales. Cuando estos grupos estrechamente
definidos son también distinguidos por edad y generación, las
denominamos «Subculturas juveniles».
Las «subculturas juveniles» se forman en el terreno de la
vida social y cultural. Algunas subculturas juveniles son ras
gos regulares y persistentes de la cultura de clase «parental»:
por ejemplo, la tristemente afamada «cultura de la delincuen
cia» del joven adolescente de clase trabajadora. Pero algunas
subculturas aparecen sólo en momentos históricos particula
res: se vuelven visibles, son identificadas y etiquetadas (por sí
mismas o por otras), comandan el escenario de la atención
pública por un tiempo, luego se debilitan, desaparecen o son
tan difusas que pierden su esencia distintiva. Es la última cla-
18 Término francés que significa medios.
75
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
se de formación subcultural que primariamente nos ocupa aquí.
El peculiar atuendo, estilo, inquietudes focales, milieux, etc.,
de los Teddy Boys, los Mods, los Rockers o los Skinheads los
visibiliza como agrupaciones distintivas, tanto de los amplios
patrones de la cultura de clase trabajadora como un todo,
como de los patrones más difusos exhibidos por chicos «ordi
narios» de clase trabajadora (y, a un nivel más limitado, por
chicas). Aun, a pesar de estas diferencias, es importante en
fatizar que, como subculturas, continúan existiendo en, y co
existiendo con, la cultura más inclusiva de la clase de la cual
provienen. Miembros de una subcultura pueden caminar, ha
blar, actuar, verse «diferentes» de sus padres y de algunos de
sus coetáneos: pero pertenecen a las mismas familias, van a
las mismas escuelas, trabajan en empleos similares, viven cerca
de las mismas «calles malas» como sus pares y padres. En
ciertos aspectos cruciales, comparten la misma posición (cara
a cara con la cultura dominante), las mismas experiencias de
vida fundamentales y determinantes, que la cultura «parental»
de la cual derivan. A través de la vestimenta, las actividades,
pasatiempos y estilo de vida, pueden proyectar una respuesta
o «solución» cultural diferente a los problemas a que se en
frentan debido a su posición de clase y experiencia material y
social. Pero la pertenencia a una subcultura no puede prote
gerlos de la matriz determinante de experiencias y condicio
nes que moldea la vida de su clase como un todo. Ellos expe
rimentan y responden a los mismos problemas básicos que
otros miembros de su clase que no están tan diferenciados y
distinguidos en un sentido «subcultural». Especialmente en
relación con la cultura dominante, su subcultura permanece,
como otros elementos en su cultura de ciase, subordinada.
A continuación trataremos de mostrar por qué esta doble
articulación de las subculturas juveniles -primero, respecto
de su cultura «parental» (por ejemplo, cultura de la clase tra
bajadora), segundo, de la cultura dominante- es un modo ne-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cesario de poner el análisis en escena. Para nuestros propósi
tos, las subculturas representan un nivel de análisis necesa
rio, «relativamente autónomo», pero intermedio. Cualquier in
tento de relacionar las subculturas con la «formación
sociocultural como un todo» debe valerse de su unidad com
pleja por medio de estas diferenciaciones necesarias.
~ La «Cultura Juvenil», en singular y en mayúsculas, es un tér
mino que tomamos prestado y al que nos referimos en nuestro
análisis, pero que no podemos usar sino en un sentido descripti
vo. Es, desde luego, precisamente el término más común en la
usanza. popular y periodística. Refiere a cómo el «fenómeno de la
Juventud» ha sido apropiado por el sentido común en el periodo
de posguerra. Parece ser un simple y corriente punto de partida,
un simple concepto. En realidad, ya presupone relaciones extre
madamente complejas. En efecto, lo que oculta y reprime -dife
rencias entre diferentes estratos de juventud, las bases de clase
de las culturas juveniles, la relación de la «Cultura Juvenil» con la
cultura parental y la cultura dominante, etc.- es más significati
vo de lo que revela. El término se basa en la visión de que lo que
le sucedió a la «juventud» en este periodo es radical y
cualitativamente diferente de cualquier cosa que hubiera sucedi
do hasta entonces. Sugiere que todas las cosas en que la juven
tud se metió en este periodo fueron más significativo que los
diferentes tipos de grupos juveniles o las diferencias en su com
posición de clase social. Preserva ciertas interpretaciones ideo
lógicas -por ejemplo, que edad y generación importan más, o
que la Cultura Juvenil era «incipientemente desclasada»-, inclu
so, que la «juventud» en sí misma se había vuelto una clase. Por
consiguiente, identificaba exclusivamente a la «Cultura Juvenil»
con su aspecto más espectacular -su música, estilos, consumo
de esparcimiento-. Por supuesto, la juventud de posguerra par
ticipó en actividades culturales distintivas, y esto estaba
cercanamente ligado al «mercado adolescente». Pero el término
«Cultura Juvenil» se confunde con, e identifica, con los dos as-
77
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jLNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
pectos, mientras que lo necesario es un retrato detallado de cómo
los grupos juveniles se nutrieron y apropiaron de cosas provistas
por el mercado, y, al mismo tiempo, cómo el mercado trató de
expropiar e incorporar materiales producidos por las subculturas:
en otras palabras, la dialéctica entre juventud y la industria del
mercado juvenil. El término «Cultura Juvenil» se apropia de la
situación de los jóvenes casi exclusivamente en términos de la
manipulación y explotación comercial y publicitaria de los jóve
nes. Como concepto, tienen poco o ningún poder explicativo.
Debemos tratar de llegar detrás de este fenómeno de mercado, a
sus más profundas raíces sociales, económicas y culturales. En
pocas palabras, nuestro propósito es destronar o deconstruir el
término, «Cultura Juvenil», a favor de una serie de categorías
más complejas. (Parte de este trabajo de demolición es realizado
en el artículo sobre Estilo, más abajo.)
Debemos tratar, primero, de reemplazar el concepto de
«Cultura Juvenil» por el concepto más estructural de
«subcultura». Luego, queremos reconstruir las «subculturas»
en términos de su relación, primero, con las culturas
«parentales» y, a través de ello, con la cultura dominante, o
mejor, con la lucha entre culturas dominantes y subordinadas.
Tratando de ubicar estos niveles intermedios en lugar de la
idea inmediata de «Cultura juvenil» que todo lo abarca, trata
remos de mostrar cómo las subculturas juveniles están
involucradas con las relaciones de clases, la división del traba
jo y las relaciones productivas de la sociedad, sin destruir lo
que es específico a su contenido y posición.
Es esencial tener presente que el tópico tratado aquí se
relaciona sólo con aquellas secciones de la juventud de clase
trabajadora o clase media donde una respuesta a su situación
toma una forma subcultural distintiva. Esto no debe ser con
fundido bajo ninguna circunstancia con un intento de delinear
la posición social e histórica de la juventud de clase trabajado
ra como un todo durante el periodo. La gran mayoría de los
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
jóvenes de clase trabajadora nunca se inscribe en una
subcultura delineada o coherente. Los individuos pueden, en
sus recorridos de vida personal, entrar y salir de una o, en
todo caso, de muchas subculturas. Su relación con las
subculturas existentes puede ser efímera o permanente, mar
ginal o central. Las subculturas son importantes porque allí la
respuesta de la juventud toma una forma peculiarmente tangi
ble. Pero, en la historia de posguerra de las clases, esto puede
ser menos significativo que lo que la mayoría de los jóvenes
hace la mayor parte del tiempo. La relación entre la «Vida
cotidiana» y la «vida subcultural» de diferentes sectores de la
juventud es una cuestión importante en sus propios términos,
y no debe ser subsumida bajo el tópico más limitado que se
ñalamos aquí. Como nos recuerda Howard Parker, incluso los
«infractores reincidentes» de las subculturas delincuentes es
tán sólo ocasionalmente preocupados con el comportamiento
ilegal o delictivo (Parker, 1974). Para la mayoría, la escuela y
el trabajo son estructuralmente más significativos -incluso al
nivel de la conciencia- que el estilo y la música (ver el artículo
de Gram. Murdock, más abajo).
Como testifica Paul Corrigan elocuentemente, la mayoría de
los chicos de clase trabajadora están principalmente ocupados,
la mayor parte del tiempo, con la más grande ocupación de
todas -cómo pasar el tiempo: las «dialécticas de hacer nada»
(ver la pieza «Haciendo nada» de Corrigan, más abajo)-.
b. Juventud: metáfora para el cambio social
En esta sección proponemos movernos de los aspectos
más superficiales de las subculturas juveniles a los significa
dos más profundos, en tres etapas. Nos ocuparemos, en pri
mer lugar, del aspecto más inmediato -la novedad cualitativa
de la Cultura Juvenil-. Luego, de los aspectos más visibles
79
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
del cambio social que fueron largamente celebrados como res
ponsables de su emergencia. Finalmente, miraremos al debate
más amplio, del cual el debate sobre la Cultura Juvenil fue un
importante, aunque subsidiario, apéndice.
Hemos dicho que un elemento importante del concepto
«Cultura Juvenil» fue su novedad en la posguerra. La siguien
te cita de Roberts nos recuerda ser cautos en esta explica
ción; podría ser leída en referencia a cualquiera de las forma
ciones culturales juveniles distintivas de posguerra, aunque lo
que describe es, de hecho 1 una juventud eduardiana en «el
clásico barrio marginal»:
Los grupos de hombres jóvenes y jóvenes que se reunían al final
de las calles más pobres en las noches lindas se ganaron la
condena de todos los ciudadanos respetables. Fueron condena
dos cada verano por los magistrados municipales y cada vez
más perseguidos por la policía. Al final del siglo x1x «el Escabullidor
del Norte» y su «chica» habían logrado una notoriedad tan di
fundida como la de cualquier banda en los tiempos modernos.
Tenía su propio estilo de vestir -la camisa del sindicato, panta
lones de pata de elefante, el pesado cinturón de cuero grabado
con diseños de fantasía y la gran hebilla de acero, y los gruesos
zuecos de hierro-. Su novia comúnmente usaba zuecos y un
chal y falda con rayas verticales. (Roberts, 1971: 123)
Es de vital importancia, en cualquier análisis de los fenó
menos contemporáneos, pensar históricamente; muchas de
las deficiencias en el área de «juventud» se deben, al menos
en parte, a una ausencia o acortamiento de su dimensión his
tórica. En el ámbito específico de la «Cultura Juvenil», esta
miopía histórica es posible de ser esperada, sólo en algunos
estudios históricos, específicamente en la comparación de la
situación de posguerra de la juventud con su situación en
períodos anteriores, como aún existen (hay, por supuesto, un
8o
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
creciente interés en la historia social de la infancia y la juven
tud, y en el esparcimiento y la escuela, influenciado por una
perspectiva de la historia social. El próximo volumen de Phil
Cohen y Dave Robbins sobre subculturas tendrá un marco
histórico y comparativo fuerte). La cita de Roberts claramente
apunta a este hilo de continuidad histórica que no podemos
permitirnos el lujo de pasar por alto.
Por otro lado, hay también muchas pruebas para sugerir
que existieron claramente nuevos rasgos históricos en la dé
cada de 1950 que podrían hacernos desconfiar de la falta
contraria: la tendencia a adoptar una visión de la historia está
tica o circular y así robar al período de posguerra su especifi
cidad histórica. La importancia de los numerosos y visibles
cambios estructurales y culturales de la posguerra fue ponde
rada de otra manera por los comentaristas y analistas en el
momento: pero, en la mayoría de los cálculos, la emergente
«Cultura Juvenil» ocupó un lugar destacado. Era, de acuerdo
con el énfasis, un producto de estos cambios, su epítome, o,
más siniestramente, un presagio de cambios futuros. Pero,
sea cual fuere el énfasis, la Cultura Juvenil, o aspectos de la
misma, fue centralmente vinculada a la forma en que estos
cambios fueron interpretados.
Un conjunto importante de cambios interrelacionados giró
en torno a «la prosperidad», la importancia creciente del mer
cado y el consumo, y el crecimiento de las industrias de es
parcimiento «orientadas a la Juventud». El producto más dis
tintivo de estos cambios fue la llegada del «consumidor ado
lescente» de Mark Abrams; relativamente hablando, Abrams
vio a los «adolescentes» como los principales beneficiarios de
la nueva prosperidad:
en comparación con 1938, sus ingresos reales (es decir, te
niendo en cuenta la caída en el valor del dinero) se han
incrementado en un 50% (que es el doble de la tasa de expan-
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
sión para los adultos), y su gasto real «discrecional» probable
mente haya aumentado en un 100%. (Abrams, 1959: 9)
No fue sino un pequeño paso de aquí a la opinión de que
los hábitos colectivos de consumo de los adolescentes cons
tituían «distintivos gastos adolescentes para distintivos fines
adolescentes en un distintivo mundo adolescente» (Abrams,
1959: 1 0); en otras palabras, la base económica para una
única, autónoma, autogenerada Cultura Juvenil.
El segundo nexo de cambios con que la Cultura Juvenil
llegó a ser fácilmente identificada, como una desafortunada
secuela, fue aquel que circundaba la llegada de las comunica
ciones de masas, el entretenimiento de masas, el arte de ma
sas y la cultura de masas.
Central a este concepto era la idea de que más y más perso
nas se estaban presentando (y la pasividad implícita no era
accidental) a procesos culturales cada vez más uniformes. Este
fue el resultado de la propagación en el consumo de masas,
además de la «emancipación política» de las masas, y (por en
cima de todo) el crecimiento en los medios masivos de comuni
cación. La difusión de los medios de comunicación se identificó
con el crecimiento de la prensa, la radio, la televisión, publica
ciones de masas (sin contar computadoras, TV internas y los
sistemas de video, bancos de datos, almacenamiento y recupe
ración de información, etc. -los «usos» comerciales y de ges
tión que proporcionó la infraestructura real de la «revolución de
las comunicaciones»-). Para aquellos que interpretaban el cam
bio social en el marco de lo que vino a ser llamado la «tesis de
la sociedad de masas», el nacimiento de la televisión comercial
en Gran Bretaña a mediados del 1950 marcó un hito.
La cultura juvenil estaba conectada con esta serie de cam
bios de dos maneras. En primer Jugar, y más simplemente, la
creación de una verdadera cultura de masas significó la llega
da de los medios de «imitación» y «manipulación» a escala
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
nacional. La idea de que la Cultura Juvenil era un resultado de
esa imitación «sin sentido» de Jos adolescentes, promovida
por intereses comerciales hábiles y «manipuladores», es cap
turada indeleblemente por la siguiente cita de Paul Johnson,
probablemente el comentarista menos perspicaz de la Juven
tud, en un campo distintivo por su mediocridad de fondo:
Ambos canales de TV ahora transmiten programas semanales
en que se hacen sonar canciones populares para los adoles
centes y un tribunal. Mientras suena la música, las cámaras
permanecen salvajemente sobre los rostros de la audiencia.
Qué abismo de vacuidad sin fondo que revelan. Enormes ca
ras, hinchadas por dulces baratos y embadurnadas con maqui
llaje de una cadena de tiendas, las bocas abiertas y torcidas y
los ojos vidriosos, las manos haciendo percusión sin sentido
respecto al tiempo de la música, los tacones de aguja rotos, la
ropa ordinaria, estereotipada, a la moda: aquí tenemos, al pa
recer, un retrato colectivo de una generación esclavizada por
una maquinaria comercial. (Johnson, 1964)
En segundo lugar, y de manera más sofisticada, algunos
aspectos de la nueva Cultura Juvenil eran visto, portentosa
mente, como representantes de Jos peores efectos de la nue
va «cultura de masas» -su tendencia a «relajar las energías»
de la acción y resistencia de la clase trabajadora-. Hoggart,
en muchos sentidos nuestro cronista más sensible de los ma
tices de experiencia de la cultura de clase trabajadora, debe
ser incluido aquí entre los delincuentes. Su retrato de los chi
cos de la rocola ... «que pasan sus noches escuchando
nickelodeons 19 en cafeterías apenas iluminadas» (Hoggart,
1958: 247) casi podría -en su falta de concritud y cualidades
19 N. del T.: especie de teatro de dibujos en movimiento, llamado así por su precio de admisión de cinco centavos, un niquel (nicken.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
«de sentimiento»- haber sido escrito por uno de los nuevos
escritores «gacetilleros» que tan perceptivamente analiza:
El bárbaro, hedonista pero pasivo, que maneja un autobús de
cincuenta caballos de fuerza por tres peniques, para ver una
película de cinco millones de dólares por ocho peniques, no es
simplemente una rareza social; es un presagio. (Hoggart, 1958:
250)
El tercer tipo de cambios que se dijo que han «producido»
una Cultura Juvenil cualitativamente distintiva giró en torno a
un hiato en la experiencia social precipitada por la Guerra.
Generalmente, el argumento sostenía que los efectos
disruptivos de la guerra en los niños nacidos durante ese pe
riodo -padres ausentes, evacuación y otros quiebres en la
vida normal de las familias, así como la constante violencia
eran responsables de la «nueva» delincuencia juvenil de me
diados de los años cincuenta, tipificada por los Teds, que eran
vistos como precursores de una tendencia más general hacia
la violencia en la Cultura Juvenil. Fyvel, por ejemplo, aunque
no se restringe a esta explicación de la «guerra», sin embargo
ve a los Teddy Boys como «Chicos de una época de violencia,
nacidos durante una guerra mundial ... » {Fyvel: 1963, «Prefa
cio»); mientras que Nuttall, simplemente, identifica el hecho
del lanzamiento de la primera bomba atómica como responsa
ble de las diferencias cualitativas entre las generaciones de la
preguerra y la posguerra:
correcto ... en el punto del lanzamiento de las bombas sobre
Hiroshima y Nagasaki las generaciones quedaron divididas de
un modo crucial ... La gente que todavía no habfa alcanzado la
pubertad ... era incapaz de concebir la vida con un futuro ... la
llamada «brecha generacional>) comenzó allf y se ha ido
incrementando desde entonces. (Nuttall, 1 970: 20)
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
La cuarta serie de cambios que proveen un contexto im
portante para la «emergencia» de la Cultura Juvenil está en
relación con la esfera de la educación. Esta interpretación pre
cisó, sobre todo, dos desarrollos -«la educación secundaria
para todos» en escuelas específicas para cada edad y la ex
tensión masiva de la educación superior-. Muchas cosas fue
ron citadas como proveedoras de un impulso en este sentido:
la Ley de Educación de 1944, que instituyó la división entre
primaria y secundaria; la expandida «pileta de talentos», con
secuente tanto con esta reorganización como con el «bulto»
de la posguerra; la ideología de la meritocracia de la movilidad
social, principalmente a través del sistema educativo; los in
tentos de hacer una correlación positiva entre la tasa de cre
cimiento económico del país y su número de personal alta
mente calificado; la demanda incrementada de técnicos y tec
nólogos en la economía. Aunque, para nuestros propósitos, el
efecto fue singular. Simplemente, el creciente número de gen
te joven pasando e incrementado la proporción de su juventud
en instituciones educativas de edad específica desde los onces
años en adelante -una situación bien diferente del periodo de
preguerra, cuando casi la mitad de quienes pasaban los onces
años estaban recibiendo educación «secundaria» en escuelas
elementales para todas las edades- fue visto, por algunos
comentaristas, como la creación de las precondiciones para la
emergencia de una «sociedad adolescente» específica. Coleman
hizo el punto más explícito con su argumento de que el pupilo
estadounidense de escuela secundaria:
es «apartado» del resto de la sociedad, dirigido de manera
forzosa hacia el interior de su propio grupo de edad. Con sus
compañeros, viene a constituir una pequeña sociedad, que tie
ne sus interacciones más importantes consigo misma, y man
tiene sólo unos hilos de conexión con la sociedad adulta exte
rior. (Coleman, 1961: 3)
ss
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Por último, pero de ningún modo menos importante, la lle
gada de un rango completo de estilos distintivos en la vesti
menta y la música rock dio por tierra con cualquier duda que
alguien hubiera tenido sobre una «única» generación joven.
Aquí, como en otros lugares, las particularidades de estilos y
música, en términos de quién vestía o escuchaba qué cosa, y
por qué, fueron crucialmente pasados por alto de cara a la
nueva invasión estilística -la imagen, proyectada semanalmente
en los nuevos shows de televisión «adolescente» como una
«escena completa en marcha»-. Dependiendo de cómo se
haya visto esta explosión de cultura pop, incluso los bárbaros
estaban puertas adentro, o había llegado finalmente la vuelta
de los rebeldes «de onda». Nuevamente, Jeff Nuttall nos pro
vee el ejemplo más extravagante e indulgente:
Los teddy boys estaban esperando a Elvis Presley. Todos alre
dedor del mundo con menos de veinte años lo esperaban. Él
fue el súper vendedor masivo del movimiento de cadera ... fue
un macho público con la insolencia de un personaje asesino de
Genet ... Principalmente usó su sexualidad sin tapujos y despe
jó el camino en ese sentido ... Los disturbios por causa de Presley
fueron las primeras manifestaciones espontáneas de la comu
nidad de las nuevas sensibilidades ... (Nutall, 1970: 29-30)
Estas explicaciones de la aparición de una Cultura Juvenil
definida emergieron de un debate más amplio sobre la naturaleza
total del cambio social de la posguerra. Las palabras clave en
este debate fueron, desde luego, «prosperidad», «consenso» y
«aburguesamiento». Prosperidad refiere esencialmente a la ex
plosión en el gasto de consumo de la clase trabajadora {aunque
implique la proposición lejana, poco sostenible, de que la clase
trabajadora no sólo tenía más para gastar, sino que estaba relativamente mejor). «Consenso» significaba la aceptación, por parte
de ambos partidos políticos y la mayoría del electorado, de todas
86
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
las medidas -economía mixta, mejores ingresos, la «red de se
guridad» del Estado de bienestar- tomadas después de 1945
para motivar en conjunto a la gente de todas las clases, sobre la
base de una participación común en el sistema. Esto, además,
implicaba la proposición de que se había desarrollado un consen
so amplio de puntos de vista en todos los asuntos de importan
cia, incluyendo a todas las clases; y, de ahí, el fin de los principa
les conflictos políticos y sociales, especialmente aquellos que
exhibían un patrón de clase definido. El «aburguesamiento» unió
todo eso y otras tendencias sociales (en la educación, vivienda,
reurbanización, la migración a nuevos pueblos y ciudades, etc.),
junto con la tesis de que la cultura y vida de clase trabajadora
estaba dejando de ser una formación distinta de la sociedad, y
que todo el mundo estaba asimilando rápidamente patrones, as
piraciones y valores de clase media. Estos términos vinieron a
entretejerse en un mito social o «explicación» abarcadora sobre
el cambio social de la posguerra. De manera simple, la sabiduría
convencional era que la «prosperidad» y el «consenso» juntos
estaban promoviendo la rápida «burguesificación» de las clases
trabajadoras. Esto estaba produciendo nuevos tipos sociales,
nuevos valores y convenciones sociales. Un nuevo tipo fue el
«trabajador próspero» -el «nuevo tipo de trabajador burgués»,
enfocado en la familia, centrado en el hogar, preocupado por la
seguridad, orientado instrumentalmente, de fácil movilidad geo
gráfica y con poder de adquisición, como se menciona en el
trabajo de Zweig (Zweig, 1961 )-. Otro tipo fue el nuevo «ado
lescente», comprometido con el estilo, la música, el esparcimiento
y el consumo: con una «cultura juvenil desclasada».
De este modo, para los padres y sus hijos, la clase era vista,
si no en su totalidad, como siendo gradual, pero inexorablemen
te, debilitada como el principal factor estructurante y dinámico
de la sociedad. Otros elementos parecían estar reemplazándolo
como la base de la estratificación social: el estatus, un orden
«jerárquico» multidiferenciado, basado en un complejo de logros
87
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
educacionales, de empleo y de consumo; la educación, la nueva
ruta disponible y meritocrática por la que el estatus, a través del
éxito en el trabajo, puede ser alcanzado; el consumo, la nueva
ruta de «prosperidad» en la que el estatus, pagado a plazos,
puede ser comprado por aquellos que no superan las barreras de
la meritocracia educacional; y la edad, sobre todo la edad. Todo
lo dicho y pensado sobre los adultos de clase trabajadora fue
elevado a un nuevo nivel respecto del joven de clase trabajadora.
Nacidos durante la guerra, eran vistos como poseedores de me
nor experiencia y compromiso con los patrones sociales de la
preguerra. Por su edad, fueron beneficiarios directos del Estado
de bienestar y de nuevas oportunidades de educación; menos
reprimidos por los viejos patrones de, o actitudes hacia, el gasto
y el consumo; la mayoría involucrados en un compromiso libre
de culpa con el placer y las satisfacciones inmediatas. La gente
un poco mayor estaba, como era, a mitad de camino entre el
viejo y el nuevo mundo. Pero la «juventud» estaba completa y
exclusivamente en el nuevo mundo de la posguerra. Y lo que
principalmente hacía la diferencia era, precisamente, su edad.
Generación definida como el grupo al frente en cada aspecto del
cambio social en el periodo de la posguerra. La juventud era «la
vanguardia» del cambio social. Por lo tanto, el simple hecho de
cuándo nacías desplazaba la categoría más tradicional de clase
como un poderoso índice de posición social; y el abismo de la
preguerra entre las clases se tradujo en una mera «brecha» entre
las generaciones. Algunos comentaristas comprendieron más
adelante el mito al reconstruir la clase sobre la base de la nueva
brecha: la juventud era una «nueva clase» (véase, por ejemplo,
Musgrove, 1968; Rowntree y Rowntree, 1968; Nevile, 1971 ).
Ya el debate completo dependía crucialmente de la validez de
los tres conceptos centrales con los que comenzamos -prospe
ridad, consenso y aburguesamiento; y aquí debemos comenzar
la tarea de desenredar los elementos reales de aquellos cons
truidos o ideológicos contenidos en estos términos-.
88
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
En términos generales, la realidad de las mejoras de los
estándares de vida en la posguerra -el elemento real en la «pros
peridad»- no puede ser cuestionada. Los años 1951-1964 in
dudablemente vieron lo que Pinto-Duschinsky llamó «Un incre
mento más firme y mucho más rápido [en el promedio estándar
de vida] que en cualquier otro momento de este siglo»; usando
«cualquier indicador de resultados, la década de 1950 y princi
pios de 1 960 fueron una gran mejora de Jos años entre guerras
y Jo que mostró el periodo Eduardiano» (Pinto-Duschinsky, 1970:
56-57). Sin embargo, este incremento general en los estándares
de vida oscureció críticamente el hecho de que las posiciones
relativas de clase habían permanecido virtualmente intactas.
Fue este aspecto mítico de la prosperidad que emergió gradual
mente, oculto bajo la ideología persistente e insistente de «nunca
estuvo tan bien», cuando la pobreza -y no sólo los bolsillos
fue redescubierta, desde Jos tempranos 1960 en adelante.
El gasto masivo en bienes de consumo duraderos opacó el
hecho «de que Gran Bretaña se rezagó detrás de casi todos
sus principales competidores industriales y de que falló en
resolver el problema de la libra» (Pinto-Duschinsky, 1970: 58;
véase también Glyn y Sutcliffe, 1972). De hecho, el «milagro»
de la prosperidad de Gran Bretaña se construyó sobre funda
mentos económicos poco firmes, «sobre circunstancias tem
porales y fortuitas» (Bogdanor y Sidelsky, eds., 1970: 8} en
una coyuntura histórica «milagrosa». La política Conservado
ra de «Pan y Circo» -por ejemplo, «el sacrificio de políticas
deseables para el bienestar a largo plazo de un país a favor de
medidas muy indulgentes y paliativos temporales atrayendo
un regreso político inmediato» (Pinto-Duschinsky, 1970: 59)
o, dicho más sucintamente, la promoción del consumo priva
do a expensas del sector público- fue sólo una posible respuesta a esta situación, no una salida inevitable.
También el consenso, en términos generales, tenía una base
real. El periodo de guerra con sus movilizaciones a través de las
8g
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas jL.Neniles en la Gran Bretaña de la posguerra
clases, la planificación económica, las coaliciones políticas y el
igualitarismo impuesto, proveyeron las bases donde las refor
mas sociales del gobierno Laborista de la posguerra podían ser
montadas; ambas reformas (guerra y posguerra) contribuyeron
en una clase de plataforma para el consenso. Incluso la vieja
figura del mercado libre, Churchill, regresó al poder en 1951,
diciendo que «había llegado a conocer la nación y lo que se
debe hacer para retener el poder» (Moran, 1968: 517). En otras
palabras, Churchill, y el más astuto liderazgo conservador, se
dio cuenta de que el éxito de su programa de antiausteridad
«libertad y controles» fue predicado crucialmente sobre un ca
pitalismo «reformado», un capitalismo socialmente consciente
con «rostro humano». Con sus «ropas electorales robadas» y
«encantados por una imagen del votante potencial Laborista
como la quintaesencia del pequeño burgués y, por lo tanto,
responsable de estar asustado por una alternativa radical al
Conservadurismo» (Miliband, 1961: 339), los líderes del Labo
rismo perdieron el valor y capitularon ante «el consenso». Las
políticas del partido oficial estaban dominadas en la década de
1950 por «las políticas del centro», mientras que «los debates
políticos más vigorosos en las décadas de 1950 y 1960 fueron
dirigidos independientemente de la batalla partidista» (Pinto
Duschinsky, 1970: 73-74).
Sin embargo, mientras el consenso (o punto muerto) políti
co era la característica primordial de las décadas de 1950 y
1960, la fragilidad de este consenso fue revelada «en el ca
rácter de la lucha partidaria» durante estos años. A pesar de
«el gran éxito de los Conservadores en retener el poder duran
te trece años, la batalla política estuvo desesperadamente
cerrada a lo largo de todo el periodo» (ibid.: 69). En otras
palabras, la noción de una política de consenso oscurece el
hecho de que la sobrevivencia de los conservadores fue predi
cada constantemente en conveniencias del más corto plazo
imaginable (por ejemplo, el presupuesto inflacionario de «re-
go
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
galo» de abril de 1955 fue seguido de una elección muy bue
na en ese mes, que a su vez fue seguida por Jos «recortes»
deflacionarios de otoño y el estancamiento en 1956). Durante
los trece años de gobierno conservador, a pesar de esta «po
lítica de sobornos» para captar votos, prácticamente la mitad
del electorado votó contra los conservadores cada elección.
Tomado en conjunto con los descubrimientos de Goldthorpe y
sus colegas de que «la gran mayoría [de los trabajadores de
su estudio] eran, y generalmente habían sido, partidarios del
Laborismo» (1969: 172), haciendo eco a otras preguntas so
ciológicas, es muy posible leer el «consenso» de otro modo:
como denotando una actitud de espera (muchas veces con
fundida en aquel tiempo con «apatía») por parte de la clase
trabajadora británica, que en caso de haber sido guiada hacia
la izquierda por parte del Laborismo, en cualquier momento
durante el periodo, podría haberse cristalizado efectivamente
en una dirección diferente (Goldthorpe y otros desarrollaron
este argumento; véase, 1969: 190-195).
El «aburguesamiento», el tercer y último término de nues
tra trinidad sociológica, fue producto de los otros dos. Como
tal, fue el término mejor armado de los tres, ya que las fragili
dades de los otros dos términos estaban comprendidas en él.
Además, la noción de «aburguesamiento» también tenía algu
nas bases reales, en la que incluso los críticos insistieron:
Nuestra propia investigación indica con suficiente claridad cómo
la creciente prosperidad y sus correlatos pueden tener numero
sas consecuencias trascendentales -ambas socavando la viabili
dad o conveniencia de los estilos de vida establecidos, y animan
do o requiriendo el desarrollo de nuevos patrones de actitudes,
comportamiento y relaciones. (Goldthorpe y otros, 1969: 163)
Todavía la conclusión primordial del equipo de investiga
ción de Cambridge, que sometió al «nuevo trabajador bur-
91
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
gués» de Zweig a escrutinio sociológico, sólo confirmó lo que
habían sugerido sus escritos tempranos (Goldthorpe y
Lockwood, 1963):
lo que los cambios en cuestión conllevaron predominantemen
te no fue la asimilación absoluta de los trabajadores manuales
y sus familias en el mundo social de la clase media, sino un
proceso mucho menos dramático de convergencia respecto a
determinados aspectos en las orientaciones normativas de al
gunas secciones de la clase trabajadora y de algunos grupos
de cuello blanco. (Goldthorpe y otros, 1969: 26)
En otras palabras, el «aburguesamiento», si significa real
mente algo, refería a algo muy diferente, y mucho más limitado
en su campo, de cualquier cosa de lo que preveían sus defenso
res más vigorosos, tal como Zweig. Incluso en ese tiempo,
algunas de las extrapolaciones políticas basadas en esta tesis
parecían poco probables, con un carácter más ideológico que
empírico (por ejemplo, Abrams, 1969). Efectivamente, volver
la vista hacia el «colectivismo político» del «trabajador próspe
ro» de Golthorpe y Lockwoood desde la perspectiva de finales
de las décadas de 1960 y 1970; en el carácter proclive a la
huelga de la industria automotriz, y el «liderazgo» que este sec
tor desplegaba en una militancia sostenida a sueldo y una orga
nización militante en los talleres, la tesis completa del «abur
guesamiento» se presentaba extremadamente delgada y tam
baleante, al menos en los términos en que se discutía en aquel
tiempo. (Algo debe decirse del relato de que ningún estudiante
podía leer el informe del «trabajador próspero» en la planta de
Vuxhall, en Luton, sin quedarse boquiabierto con la experiencia
de la planta de Haewood, cerca de Liverpool, tan gráficamente
descrita por Huw Beynon, 1973.)
En suma, a pesar de algunos cambios significativos y rea
les en los patrones de actitud y vida, considerablemente cu-
92
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
biertos por el sostenido ataque ideológico de la «prosperidad»,
lo que viene con mayor fortaleza es un rechazo tozudo de la
clase -esa categoría cansada, gastada- a desaparecer como
dimensión y dinámica mayor de la estructura social.
e. La reaparición de la clase
Las variadas interpretaciones del cambio de la posguerra,
consagradas a la santísima trinidad de la prosperidad, el con
senso y el aburguesamiento, descansaron en un mito social
singular: la clase trabajadora estaba desapareciendo. Este
postulado de la «extinción de la clase» fue desafiado desde
finales de la década de 1 950 a través de dos dimensiones
principales.
La primera fue el redescubrimiento de la pobreza y la pre
sencia de continuas y enormes desigualdades en la riqueza,
destapadas por las críticas del Grupo de Titmuss (Titmuss,
1962), Westergaard ( 1965) y otros. Estas mostraban que la
pobreza era una característica estructural y no accidental del
capitalismo, que la riqueza sólo era redistribuida nominalmen
te y que la principal beneficiaria de este Estado Benefactor
era, de hecho, la clase media. Una muy pequeña minoría aún
poseía una gran parte de la riqueza privada; y, más aun, la
proporción del ingreso público nacional que iba a las clases
trabajadora y media había permanecido prácticamente igual
desde 1945. Lo que acompañó al presunto movimiento de
igualdad de riqueza -la idea de «estructuras de oportunidad»
de la sociedad había sido relegada y había nacido una nueva
estructura social fluida-, mostró ser una promesa vacía. In
cluso si las inequidades relativas entre las clases habían decli
nado, la absoluta distribución de las oportunidades de vida
aún no. Ciertamente ha habido cambios en la estructura ocu
pacional; pero, como fue argüido otra vez, las implicaciones
93
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jLNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
de estos cambios han sido exageradas. El número de trabajos
administrativos, por ejemplo, ha crecido enormemente, pero
esto fue asociado a un decremento en el estatus relativo de
las ocupaciones de cuello blanco producidas por una mayor
racionalización y automatización. Estas ocupaciones han sido
estratificadas, llevando incluso a una ampliación de las divi
siones entre «Supervisores» de oficina y administrativos de
taller. El incremento en la sindicalización y la posterior e ines
perada militancia de gerentes de banco, enfermeras, maes
tros y trabajadores gubernamentales locales fue un desarrollo
importante que iba en la misma dirección. Por lo menos la
militancia reciente entre dichos grupos sugiere que está abier
ta la cuestión a la visión de que el crecimiento de las ocupa
ciones de cuello blanco llevaría a una sociedad de clase media
uniforme, estable, «moderada» en la sociedad.
La segunda es el postulado de que el poder se habfa difu
minado vía el incremento total de la riqueza, la disminución en
la inequidad relativa, la mayor responsabilidad de una direc
ción socialmente responsable y la separación de la propiedad
del control empresarial. Aliado a esto estaba la tesis de que la
separación de la esfera de trabajo de la crecientemente priva
tizada esfera de la vida casera estaba conduciendo a una sim
ple «instrumentación económica» en la actitud del trabajador
respecto de los sindicatos (carente de cualquier contenido
político que pudiera haber tenido). De hecho, la creciente pros
peridad había llevado a una pacificación permanente de la
militancia industrial. Sin embargo, Westergaard, por ejemplo,
ha señalado de manera convincente que, mientras los estilos
de vida de las clases trabajadoras pueden haber cambiado, la
mayoría de los horizontes y demandas de los trabajadores es
una fuente potencial de descontento más que de estabilidad,
a menos que fueran dados los medios para satisfacerlos. Esta
es la llamada revolución de alza de expectativa o lo que
Anderson llamó «políticas de colectivismo instrumental».
94
Editado por Stuart Hall y Ton y Jefferson
La resistencia de la clase trabajadora en la década de 1970 a
una legislación en contra de los sindicatos y de la huelga, como la
demanda constante de aumentos salariales para estar a la par de
la inflación (a través de los sesenta y comenzando los setenta),
sustenta claramente esta interpretación -aunque es importante
agregar que la estrategia defensiva y la militancia salarial ha falla
do, y todavía lo hace, en encontrar una clara expresión política-.
Además, la resistencia de sectores de la clase trabajadora a las
incursiones en las localidades por parte de especuladores propie
tarios y de nuevos desarrolladores, y al continuo aumento de las
rentas, encontrando su expresión política en una comunidad, en
políticas no industriales más que en políticas electorales y en el
Partido Laborista, ha sido también minimizada, devaluada o igno
rada. Efectivamente, cuando la tesis de la «difusión del poder» es
vista desde una perspectiva no tan consensuada como en los
cincuenta, sino polarizada como en los setenta, pierde mucha cre
dibilidad (aunque los cambios en los patrones de los conflictos de
clase no deben ser pasados por alto). Como dice Westergaard:
el comentario poscapitalista ha sido notablemente ciego a las
fuentes de verdadera oposición y de latente disenso a las ins
tituciones y suposiciones del actual orden social dentro de la
población en su extensión: perennemente proclive a confundir
la institucionalización del conflicto con el consenso, y general
mente indiferente a las continuas presiones bajo las que la
institucionalización podría perderse, modificarse o desapare
cer. la existencia de dichas presiones debe ser un constante
recordatorio del carácter contingente de la presente estructura
social y del limitado rango de supuestos desde los cuales par
ten las políticas, que prevén un cambio pequeño o poco signi
ficativo en esa estructura. (Westergaard, 1974: 38)
Si hubiéramos preguntado en aquel tiempo «¿qué grupo
social o categoría encapsula más inmediatamente los rasgos
95
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
esenciales de estos cambios sociales?», probablemente ha
bríamos recibido por respuesta «la Juventud»: la nueva Cultu
ra Juvenil. Incluso un observador tan perceptivo como Colín
Maclnnes podría especular con lo siguiente:
Las «dos naciones» de nuestra sociedad pueden quizll no ser
más aquellas de «ricos» y «pobres» (o, usando viejos térmi
nos, «los de arriba» y «las clases trabajadoras»), sino de ado
lescentes por un lado y, por el otro, los que han asumido la
carga de responsabilidad adulta.
Sin embargo, como las concepciones maestras de prospe
ridad, consenso y aburguesamiento requerían una aproxima
ción más crítica y responsable, entonces, la evidencia en que
se basaba la dirección y el modo de cambio entre la juventud
requería un análisis más detallado y una interpretación más
cuidadosa. Cuando observamos de cerca algunos de aquellos
escritores que prescribían a nociones como la brecha
generacional, la «cultural juvenil distintiva», la juventud del
Estado de bienestar, la cultura juvenil «Sin clase», etcétera,
nos encontramos que la evidencia que muestran de hecho
mina la interpretación que ,de ella nos ofrecen. En la interpre
tación «Sin clase», siempre hay un énfasis contradictorio, pre
cisamente sobre la estructuración de clase de la juventud. El
ejemplo más claro es quizás el trabajo de Abrams sobre «El
adolescente consumista» (citado previamente), que describe
una nueva y separada cultura basada en el «mercado adoles
cente». Sin embargo, si observamos másde cerca, este mer
cado adolescente es visto por Abrams como poseedor de un
claro fundamento de clase. El «adolescente promedio» de
Abrams era el adolescente de clase trabajadora:
el mercado adolescente es casi exclusivamente de clase traba
jadora. Sus miembros de clase media están o bien en la escue-
g6
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
la o colegios, o a punto de iniciar sus carreras; en cualquier
caso, disponen de un presupuesto mucho más modesto que
sus contemporáneos de clase trabajadora, y es altamente pro
bable, por lo tanto, que no menos del 90 por ciento del gasto
adolescente esté condicionado por los gustos y valores de la
clase trabajadora. (Abrams, 1959: 13)
La imagen de la juventud con frecuencia carga con la ame
naza de que «algo podría salir mal». Fyvel explicaba el proble
ma de un grupo -los Teddy Boys- predominantemente en
términos de la dislocación, causada entre toda la juventud en
el mundo, debido a la guerra, el incremento en el materialis
mo, el énfasis en el éxito y la influencia de los medios masi
vos. Sin embargo, su análisis también contiene una clara di
mensión de clase. Nos dice, por ejemplo:
Las familias de clase trabajadora son -también- más vulnera
bles a los efectos social y psicológicamente dañinos del
realojamiento, como se expresa en una ruptura de la vida local
comunitaria. (Fyvel, 1963: 213)
De hecho, Fyvel ve a los Teddy Boys como reclutados prin
cipalmente de trabajadores jóvenes no calificados, cuyos in
gresos eran demasiado bajos e irregulares, según él, para to
mar parte del proceso de aburguesamiento que disfrutaban
sus compañeros de clase con mejores ingresos (!bid.: 1 22).
Parecería razonable asumir que la relación entre la posición
de la juventud (sus características y problemas) y la clase
social recibe una atención más adecuada en los estudios so
ciológicos empíricos. Sin embargo, en la década de 1950 y
comenzada la de 1960, se realizaron pocos estudios de este
tipo y generalmente tomaron como punto de partida el au
mento en los índices de delincuencia. Aquellos que eran asu
midos eran principalmente de un carácter «ecológico», enfo-
97
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jlNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
cados sobre el cambio en los vecindarios de clase trabajadora.
No obstante, los estudios de Mays (1954), Morris ( 1957),
Kerr (1958) y otros tendían a estar preocupados con un as
pecto particular de estas áreas definidas desde la clase -la
«cultura de barrios marginales» y la identificación de un nú
mero considerable de «familias problemáticas»-. A menudo
no quedaba claro en qué medida el resto de la clase trabajado
ra se sujetaba a lo que un escritor definía como los valores o
«preocupaciones focales» de la violencia de barrio, el entu
siasmo, la fantasía, etc. (Miller, 1958). Aun más importante,
el análisis de clase, aunque ahora presente, era uno de clase
«Social» fundada técnicamente, (usualmente basada en la cla
sificación del Registro General), un concepto de clase estáti
co, deshistorizado. Las áreas ecológicas no estaban bien si
tuadas dinámicamente dentro de la estructura de las clases en
la ciudad y de las relaciones de clase en la sociedad, en aquel
tiempo. Cuando un análisis más amplio fue delineado, se hizo
en los términos de nuestros viejos amigos, el triunvirato: pros
peridad, consenso y aburguesamiento.
Para recolocar a la juventud dentro de sus variadas forma
ciones de clase no se puede, como algunos críticos piensan,
dar una respuesta explicativa unidimensional al problema de
las subculturas. Efectivamente, la explicación se vuelve más
compleja y la investigación más necesaria si las relaciones
entre subculturas y clase son exploradas sin recaer en la no
ción global de «la nueva clase de esparcimiento juvenil». Qui
zás el cuerpo teórico más complejo sea la teorización norte
americana sobre subculturas de finales de los cincuenta y prin
cipio de los sesenta, por ejemplo los trabajos de Albert Cohen
(1955), Cloward y Ohlin (1960), y la crítica y desarrollo de
Downes (1966). Estos escritores trataron efectivamente de
ubicar las subculturas delincuentes dentro de un marco de
clase más amplio. Desafortunadamente, en pocas palabras, el
trabajo de los estadounidenses avistaba la posición de clase
g8
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
individual de los jóvenes como un peldaño en una única esca
lera de estatus, dirigidos inexorablemente hacia los valores y
metas de la clase media. La problemática de las subculturas
fue entonces presentada como un problema de la disyuntiva
entre la meta (asumida) de éxito de la clase media y los medios restringidos (de clase trabajadora) para alcanzarlo. Un
grupo juvenil o subcultura era definida como el resultado de
una falla de estatus o ansiedad debido al rechazo de las insti
tuciones de clase media, o como la incapacidad de alcanzar
metas dominantes debido al bloqueo de oportunidades para el
éxito. En síntesis, subyacía una visión consensuada de la so
ciedad basada en la creencia del Sueño Americano (de éxito).
La «cultura juvenil» era una especie de compensación colecti
va para aquellos que no podrían triunfar.
Recientemente se han realizado avances significativos res
pecto de la teoría sobre la subcultura, especialmente Jos de
Murdock (1973) y Brake (1973). Siguiendo con el tradicional
tema de que las subculturas surgen como un medio colectivo
de «resolución del problema», los autores localizan a la juven
tud dentro de un diferente tipo de análisis de las relaciones de
clase que aquel de «estructuras de oportunidad». El mayor
defecto en el trabajo de Murdock y Brake es que su concepto
central -el de «problema»- es tomado sin demasiada
problematización. La versión de Brake sobre la formación de
la subcultura es cuidadosamente resumida en el párrafo si
guiente:
Las subculturas surgen (entonces) como intentos de resolver
ciertos problemas en las estructuras sociales, que son creados
por las contradicciones de la sociedad en términos amplios ...
La juventud no es en sí misma un problema, pero existen pro
blemas creados, por ejemplo a través de la conscripción de la
mayoría de los jóvenes en el estrato más bajo del sistema edu
cativo meritocrático, para luego permitirles obtener sólo ocu-
99
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
paciones sin sentido, mal pagadas y poco creativas. Las
subculturas de clase trabajadora intentan incorporarse a esta
agitación mundial sombría y darle color durante el breve respi
ro entre la escuela y el establecimiento en el matrimonio y la
adultez. (Brake, 1973: 36)
La formulación de Murdock es muy similar:
El intento de resolver las contradicciones contenidas en la situa
ción laboral a través de la creación de significativos estilos de
esparcimiento toma lugar típicamente dentro del contexto pro
visto por una subcultura ... Las subculturas ofrecen una solu
ción colectiva a los problemas planteados por las contradiccio
nes compartidas en la situación laboral y proveen un contexto
social y simbólico para el desarrollo y refuerzo de la identidad
colectiva y la autoestima del individuo. (Murdock, 1973: 9)
Ambos escritores reconocen las bases de clase de las
subculturas juveniles, pero no profundizan en las implicaciones
que esto tiene para el estudio de la juventud. Estas omisiones
se deben quizás a la tan excesiva dependencia del concepto
de subculturas como una «solución de problema». Lo que ar
güiríamos, en términos generales, es que los jóvenes heredan
una orientación cultural de sus padres hacia una problemática
común de la clase como un todo, que es posible que otorgue
peso, forma y significado a los sentidos que ellos adjuntan a
las diferentes áreas de su vida social. En los trabajos de
Murdock y Brake, la situación de los miembros de una
subcultura dentro de una cultura subordinada en curso es ig
norada en términos del desarrollo específico de la subcultura.
Por consiguiente, toda una dimensión de socialización de cla
se es omitida, y a los elementos de negociación y desplaza
miento en la cultura de clase situada originalmente se le otor
ga muy poco peso en el análisis.
100
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
El avance realizado por Murdock y Brake consistió en re
construir las culturas juveniles en términos de clase, disol
viendo de ese modo el mito de una cultura juvenil universal.
Además, enfatizaron el rol del estilo (su apropiación y signifi
cado) en la representación de la experiencia de clase de la
juventud. Antes de pasar a nuestro análisis de las culturas
juveniles y las relaciones de clase, debemos discutir primero
el trabajo de Phil Cohen, cuyo sugerente análisis hecha luz
sobre muchos de estos puntos clave.
d. Subculturas: una relación imaginaria
Phil Cohen (1972) también ofrece un análisis de clase, pero
a un nivel teórico mucho más sofisticado, situando la cultura
parental en una perspectiva histórica, mapeando las relaciones
entre subculturas y explorando la dinámica intraclase entre jó
venes y padres. Su análisis estuvo ampliamente basado en la
comunidad de clase trabajadora del East End de Londres, cuya
fuerza, él sugería, dependía esencialmente de la articulación de
tres estructuras. Primero, la extendida red de parentesco, que
«provee muchas funciones de asistencia y apoyo mutuo» y
«opera para la continuidad y estabilidad cultural». El sistema de
parentesco dependía, a su vez, del escenario ecológico: el ve
cindario de clase trabajadora. Este denso espacio sociocultural
«ayuda a modelar y apoyar las texturas inmediatas de la vida
tradicional de la clase trabajadora, su sentido de solidaridad,
sus lealtades y tradiciones locales», y, por lo tanto, daba apoyo
«en los problemas de la vida diaria que nacen en la constante
lucha por la supervivencia». En tercer lugar, existe una estruc
tura de economía local, peleando por su propia diversidad así
como por el hecho de que «la gente vivía y trabajaba en el East
End -no había necesidad de ir afuera a buscar empleos»-. Como
resultado, «la situación del lugar de trabajo, sus asuntos e inte-
101
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
reses, permanecían ligados a la situación exterior al trabajo: los
asuntos e intereses de la comunidad».
Cohen, entonces, para dar un contexto histórico a este retra
to de una cultura tradicional de clase trabajadora, describe el
impacto de la reurbanización y racionalización en la economía
familiar, de la comunidad y local. La reurbanización y realojamiento
de la posguerra llevó a que el área se despoblara y a la ruptura
del vecindario tradicional: esto estaba comprendido por el desa
rrollo especulativo y por el nuevo influjo de trabajo inmigrante,
que produjo un amontonamiento de la fuerza de trabajo local. El
impacto más inmediato se dio en la estructura de parentesco: la
fragmentación de la «familia extensa» tradicional y su reemplazo
parcial por «familias de matrimonio)) más compactas. «Esto sig
nificó que cualquier problema fuera contenido dentro del contex
to interpersonal inmediato que lo producía; y, al mismo tiempo,
las relaciones familiares eran investidas con una nueva intensi
dad para compensar la diversidad de relaciones previamente ge
neradas a través del vecindario y de la gran parentela ... la familia
de clase trabajadora no sólo era aislada desde afuera, sino soca
vada desde dentro.» (Cohen, 1972: 17). La reurbanización, con
la forma de las nuevas propiedades en el East End, exacerbó los
efectos sobre la familia y el vecindario de clase trabajadora:
El primer efecto de los esquemas de alta densidad y alto creci
miento fue destruir la función de la calle, la taberna local, la
tienda de abarrotes, como articulaciones del espacio comunal.
En su lugar, hubo sólo privatización del espacio de la unidad
familiar, apilándolo uno encima del otro, en total aislamiento,
yuxtapuesto con la totalidad del espacio público que lo rodea
ba, y que carecía de cualquiera de los controles sociales infor
males generados por el vecindario. (Cohen, 1972: 16)
Junto a esto estaba la drástica reconstrucción de la econo
mía local: la desaparición de la pequeña industria, su reempla-
102
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
zo por comercios más grandes a menudo situados fuera del
área, el decremento en las industrias familiares y las peque
ñas tiendas. La fuerza laboral fue gradualmente polarizada en
dos grupos: los «trabajos altamente especializados, califica
dos y bien pagados, asociados con la nueva tecnología», y los
«trabajos rutinarios, sin salida, mal pagados y vinculados con
sectores de trabajo muy intensos, especialmente las indus
trias de servicio». Cohen argumenta que los efectos de estos
cambios fueron más significativos para la parte muy respeta
ble de la clase trabajadora del East End, que se encontró «atra
pada y separada» por dos tipos opuestos de movilidad social:
hacia arriba, en los niveles de la nueva elite de la clase traba
jadora suburbana, o hacia abajo, con los «lúmpenes».
Quizás el aspecto más significativo de esta parte del análi
sis de Cohen es la manera como escoge y redefine ciertos
temas clave en la tesis de prosperidad-consenso-aburguesa
miento: descarta su marco ideológico y espectacular, Jos re
acomoda dentro de las relaciones y situaciones históricas es
pecíficas de la clase trabajadora de un área en particular, y
llega a una «tesis», no acerca del «aburguesamiento» o la
desaparición de una clase, sino de cómo un cambio socioeco
nómico más amplio puede fragmentar, trastornar y dislocar
sus intricados mecanismos y defensas. La idea de la «desapa
rición de la clase como un todo» es reemplazada por un retra
to mucho más complejo y diferenciado de cómo Jos diferentes
sectores y estratos de una clase son conducidos a diferentes
cursos y opciones según sus circunstancias socioeconómicas
determinantes. Este análisis proviene del impacto de las fuer
zas económicas fundamentales en los diferentes estratos de
la clase trabajadora, pero se amplía de inmediato a sus conse
cuencias sociales, familiares y culturales.
Los cambios que Cohen discute tuvieron un impacto tanto
sobre los miembros adultos como los jóvenes de la comuni
dad del East End de la clase trabajadora. Aunque la respuesta
103
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUAlES. Sulx:ulturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
fue diferente dependiendo de la edad, la posición en el ciclo y
la experiencia generacional, el material básico y la situación
social que los confrontaba -la problemática de clase- eran los
mismos para hombres y mujeres mayores, para los jóvenes
trabajadores y sus familias, y para los adolescentes de la cla
se trabajadora. Cohen traza el impacto del cambio económico
y ocupacional en el joven:
Al buscar oportunidad en los negocios de sus padres, y carentes
de calificación para las nuevas industrias, eran relegados a
trabajos de repartidores, ayudantes de oficina, empacadores,
encargados de bodegas, etc. Cada vez más gente, jóvenes y
adultos, tienen que salir de su comunidad para encontrar tra
bajo, y otros eventualmente se mudaron a otro sitio, donde se
podría encontrar una ocupación apropiada. La economía local,
como un todo, se contrajo y se volvió menos diversa. (Cohen,
1972: 18)
Sigue con este análisis a través de la modificada situación
del joven en las condiciones de familia, de parentesco y del
vecindario.
Para Cohen, el adolescente de clase trabajadora experi
mentó estos giros y fragmentaciones en formas material, so
cial, económica y cultural directas. Pero también las experi
mentaron y trataron de «resolverlas» en el plano ideológico. Y
es principalmente a esta «solución ideológica» tentativa a la
que atribuye el nacimiento de, y la diferenciación entre, las
«distintas subculturas» juveniles de la clase trabajadora de
ese periodo:
La función latente de la subcultura es la siguiente: expresar y
resolver, aunque «mágicamente», las contradicciones que si
guen escondidas o sin resolver en la cultura parental. La suce
sión de subculturas que esta cultura parental generó puede
104
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
ser, por tanto, considerada en su totalidad como numerosas
variaciones de un tema central: la contradicción, a nivel ideo
lógico, entre el puritanismo tradicional de la clase trabajadora
y la nueva ideologíp de consumo; a nivel económico, entre una
parte de una elite socialmente móvil, o una parte del nuevo
lumpenaje. Los Mods, Parkers, Skinheads, Crombies represen
tan, cada quien en su forma, un intento por recuperar algo de
los elementos de cohesión social destruidos en la cultura
parental, así como combinar esto con elementos selecciona
dos de otras fracciones de clase, simbolizando una u otra de
las opciones para confrontarla. (Cohen, 1972: 23)
Para dar un ejemplo de cómo funcionó este proceso, Cohen
explica el surgimiento de Jos Mods de la siguiente manera:
el estilo mod original puede ser interpretado como un intento
de dar cuenta, pero en una relación imaginaria, de las condi
ciones de existencia de un trabajador de cuello blanco social
mente móvil. Mientras su argot y formas rituales ponían énfa
sis en muchos valores tradicionales de su cultura parental, su
vestimenta y música reflejaron la imagen hedonista del
consumista próspero.
La conclusión general de Cohen es, por lo tanto, que:
Los Mods, Parkers, Skinheads y Crombies son una sucesión
de subculturas todas correspondientes a la misma cultura
parental, que intentan resolver, a través de una serie de trans
formaciones, la problemática básica o contradicción que se
inserta en la subcultura por medio de la cultura parental. Así,
se pueden distinguir tres niveles en el análisis de las subculturas:
una es la histórica ... que aísla la problemática específica de
una fracción particular de clase ... ; en segundo lugar ... los
subsistemas ... y las transformaciones que de hecho sufren de
105
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
un momento subcultural a otro ... ; en tercer lugar ... el modo en
que la subcultura es vivida por sus portadores y seguidores.
El análisis de Cohen propone una de las interpretaciones
más sugerentes de la relación entre el surgimiento de las
subculturas y el destino de una clase. Tiene el mérito de situar
una formación de clase social dentro de un marco histórico
completo. Su localización a través de los nexos entre el cam
bio económico y cultural, el impacto del cambio en la cultura
«parental» y la respuesta de la juventud, es sutil y complejo.
Algunos problemas permanecen sin resolver. El análisis -prin
cipalmente en los cincuenta y principio de los sesenta-, nece
sita extenderse hasta los setenta. Hay problemas para enten
der precisamente cómo el impacto de ciertas fuerzas en una
cultura parental se filtra y es diferencialmente experimentado
por la juventud; y luego, cómo y por qué esta experiencia se
cristaliza en una subcultura juvenil distintiva. ¿Qué es lo que
lleva a los Mods a explorar una opción «hacia arriba», y a los
Teds y Skinheads a explorar «hacia abajo»? ¿Qué tan estre
cha es la relación entre la composición de clase real y la situa
ción de aquellos sectores de la juventud que escogen una u
otra de estas soluciones subculturales? ¿Qué da cuenta de la
secuencia específica y la forma concreta que cada formación
subcultural toma? Además, hay una pregunta acerca de cuán
«ideológicas» se entiende que son las subculturas. En algunos
sentidos, las partes más sutiles y sugerentes del análisis se
relacionan al modo en que las subculturas señalan una proble
mática común de clase, incluso el intento de resolver por me
dio de una «relación imaginaria» -por ejemplo, ideológicamen
te- las «relaciones reales» que de lo contrario no pueden tras
cender. Esta es una sugerente propuesta, aunque también muy
difícil de probar y refinar. El hecho de que los hombres viven,
ideológicamente, una «relación imaginaria» a las condiciones
reales de su existencia no es algo peculiar o limitado a las
106
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
subculturas. ¿Qué otras cosas, entonces, provoca esta res
puesta tan bien estructurada, visible y articulada? Al concen
trarnos en la relación imaginaria e ideológica en que las
subculturas se posicionan frente a la vida de una clase, el
análisis puede haber ido demasiado lejos en la dirección de
leer a las subculturas «ideológicamente». Quizá no es tomada
suficiente responsabilidad de las condiciones materiales, eco
nómicas y sociales específicas a una «Solución subcultural».
A pesar de estas críticas, el análisis continúa siendo, desde
nuestro punto de vista, una de las explicaciones disponibles
más avanzadas y sofisticadas. La proposición de que una «re
lación imaginaria» yace en algún lugar cerca del corazón de la
pregunta por las subculturas es fructífera y, a pesar de los
problemas encontrados al aplicarla concretamente, es la que
adoptamos y desarrollamos más abajo.
CLASE Y SUBCUL TURAS: UNA VERSJON DEL MODELO DE COHEN
CONDICIONES DETERMINANTES RESPUESTAS DE LA CLASE TRABAJADORA
aburgue•miento
1 contradicción Ideológica 1913 1918
1 \ 1
/ contradicciones en la MODS 1 clase lnlbejdora
respetable del Extremo 1 Esta cau•do por:
1
(i) reurbaniz:lción (ii) ectructura
1 ocupacional cambiante clase trabajadora SI<INHE.ADS
1
1 1 respetable
contradicción tconómica
1 ghettiDción
107
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
e. Culturas dominante y subordinada
El aspecto inmediato es analizar cómo ha sido usada la clase por Cohen para clarificar el concepto de subcultura. La «clase»
no sólo reemplaza simplemente la subcultura de una manera
reduccionista. Tampoco es tomada como un conjunto de varia
bles sociológicas dadas, de «respaldo». Las relaciones entre
clase y subculturas han sido puestas en un marco histórico
más dinámico. Las relaciones entre clases, la experiencia y res
puesta al cambio al interior de diferentes fracciones de clase,
son ahora vistas como el nivel determinante. Sin embargo, la
subcultura se ve como un específico tipo de respuesta, con su
propia estructura de significado -su propia «autonomía relati
va»-. Entonces, el intento de pensar el problema justo a través
del nivel de la formación social como un todo (donde las rela
ciones de clase son determinantes) se hace, no conteniendo,
sino reteniendo lo que es específico acerca del concepto inter
mediario de «subcultura». La formación social no es vista como
una simple unidad -«la nación», «la cultura»-, sino como un
«todo» antagónico, diferenciado y necesariamente complejo. El
intento posterior de trazar estos cambios generales en las rela
ciones de clase a través del impacto en comunidades particula
res, fracciones de clase particulares, economías particulares,
es una etapa crucial en este análisis.
En esta sección, discutimos de manera somera sobre algu
nos cambios en las relaciones de clase en aquel periodo como
un todo, antes de pasar al asunto específico de las subculturas.
Este es un primer paso necesario, y se realizará condensando
grandes movimiento en un espacio pequeño, aunque sacrifi
quemos mucho de lo específico y concreto del análisis de
Cohen en el caso del East End.
Un nivel determinante de cambio es la manera en que la
producción fue reorganizada y modernizada en la época de la
posguerra, y el impacto que tuvo sobre la división del trabajo,
108
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
sobre la cultura ocupacional, sobre las formas de respuesta,
defensa y resistencia de la clase trabajadora. La situación de
la guerra y la posguerra aceleraron los cambios ya existentes
en el periodo entre guerras. Un resultado general fue la am
pliación de la brecha entre los «viejos» y los «nuevos» secto
res de la economía -industrias nuevas y viejas, áreas y regio
nes nuevas y viejas-. Por una parte, las «nuevas» industrias,
que estaban basadas en la técnica moderna y los procesos
electrónicos o ceñidos a vías de exportación y consumo; por
la otra, las industrias «en declive», el legado de la primera
revolución industrial. El impacto de esta racionalización par
cial y sin planeamiento, en primer lugar sobre la especializa
ción y la división del trabajo y en segundo lugar sobre la vida
económica de las regiones y áreas, fue profundo, aunque bas
tante «disparejo». Algunas áreas -la sureste, especialmente
tuvieron un gran impulso; otras -a veces industrias y regiones
completas- fueron forzadas a un largo declive. Los giros exac
tos en la división del trabajo resultantes del desarrollo
«disparejo» no pueden ser aquí descritos en detalle -siguen
siendo el comodín de muchos- desperdigados en un paquete
sociológico de representaciones (principalmente numéricas) de
la movilidad ocupacional. La racionalización introdujo definiti
vamente nuevos elementos de fragmentación en la fuerza de
trabajo. Además, precipitó todo un debate «ideológico» -Nor
te contra Sur, la «gorra de tela» contra el cuello blanco, etc.
que fue directo sobre la tesis del aburguesamiento y la con
fundió. El caso del East End, discutido por Cohen, demuestra
su impacto real de una manera sorprendente: nuevas fuerzas
económicas penetrando de manera crecientemente «dispareja»,
dentro de un sector y área «atrasados». Los estibadores atra
pados entre el trabajo casual, Jos intentos estatales de «racio
nalizar» y «modernizar» el trabajo de estibar, y los manejos
por contenerlo, son una instancia clásica del desarrollo «com
binado y desigual» que penetra en una comunidad particular.
109
RESlSTENCIAA TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Lo que importa aquí no es alguna idea general del «cambio
social y la clase trabajadora», sino, más bien, la composición
cultural y social particular de aquellos sectores de la clase
trabajadora cuya situación concreta está siendo reestructura
da por fuerzas económicas bien específicas. En este punto,
los cambios en el modo económico de producción registran
sobre un complejo particular de comercios, habilidades, talle
res, una «mezcla» particular de culturas ocupacionales, la dis
tribución específica de estratos de clase diferentes dentro de
ellos. La mayor parte de las fuerzas económicas desbarataron
entonces un complejo particular de la clase trabajadora: des
mantelaron un conjunto de balances y estabilidades internas
particulares. Remodelan y reestructuran la base productiva,
que genera las condiciones de vida sociales y materiales, las
condiciones «dadas» alrededor de las que se ha desarrollado
una cultura local particular de la clase trabajadora. También
alteran una red histórica particular de defensas y «negociacio
nes» (de nuevo, la historia compleja de la formación del «East
End» es un excelente ejemplo).
Estas relaciones productivas también forman la base de la
vida cotidiana y de la cultura de clase. Los cambios en la
vivienda y en la ecología del vecindario de clase trabajadora
son parte del mismo patrón; y las diferentes facetas de cam
bio reaccionan y reverberan entre ellos. El impacto del nuevo
desarrollo de la posguerra en los vecindarios tradicionales de
clase trabajadora en general parece darse a través de tres
grandes fases. Primero, la ruptura de los patrones tradiciona
les de vivienda por el realojamiento de la posguerra: las nue
vas viviendas y pueblos. Las áreas abandonadas decayeron:
tomaron patrones de «gueto urbano» o «nueva barriada», sien
do presas de la acumulación de rentas, de propietarios espe
culativos y de múltiples ocupaciones. El movimiento hacia
adentro del trabajo inmigrante demostró y comprendió el pro
ceso de «guetización». Luego, algunas partes de los guetos
110
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
son rediseñados selectivamente, a través de una combinación
de desarrollo de propiedad especulativo y planificado. La en
trada de familias de clase media «les dio más clase» a ciertos
vecindarios, y el «desarrollo planificado» (el esquema del «East
End» es, otra vez, un ejemplo clásico) redefine el área hacia
patrones de vida «más elevados», de ingresos medios. De
nuevo, estas no son simples fuerzas trabajando abstractamente
en un área. Estas reconstruyen gráficamente el material real y
las condiciones sociales en que los trabajadores viven.
Las . fuerzas que reestructuraron los vecindarios de clase
trabajadora y la economía local también tuvieron un impacto
decisivo en la estructura de la familia. Los que fueron movidos
a otros Jugares en términos ocupacionales también se muda
ban a menudo a estados y poblados que prometían, en cuanto
a planeación y diseño, un patrón de familia más «nuclear»,
menos extensa, diferente. Incluso las nuevas propiedades
construidas en, o cerca de, las viejas áreas han sido construi
das -más consistentemente, quizá, que su contraparte de la
preguerra- bajo la imagen de una familia «ideal», es decir, una
familia más de clase media, «nuclear». La familia de clase
trabajadora no «desapareció» bajo estas condiciones, ni tam
poco hizo que la gente de clase trabajadora se suscribiera
activamente al nuevo ideal doméstico «burgués». Pero la fa
milia pudo haberse convertido en un ente más aislado; las
relaciones entre padres e hijos, o entre amigos y hermanos
fueron alteradas, con un efecto especial en los miembros más
jóvenes de la familia y en las mujeres. Lo que, en suma, se
modificó fue la posición y el rol precisos de la familia de clase
trabajadora dentro de una cultura de clase defensiva. Fue al
terado un concreto conjunto de relaciones, una red de conoci
miento, cosas, experiencias -los sustentos de una cultura de
clase-. En estas circunstancias, también, lo «nuevo» ganó
terreno precisamente porque otra vez había invadido y soca
vado patrones alternativos de organización social.
111
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
En el período temprano de la posguerra, estos cambios en
los intrincados mecanismos y balances de la vida y cultura de
clase trabajadora fueron recubiertos por la espectacular ideo
logía de la «prosperidad». Ahora sabemos cuáles fueron los
límites de su impacto real, su distribución desigual -incluso
en términos de salario y consumo- para la mayor parte de la
clase trabajadora. No hubo tal «salto cualitativo». De hecho,
la «prosperidad» asumió las proporciones de una auténtica
ideología, precisamente porque se requería cubrir las brechas
entre las inequidades reales y la utopía de igualdad prometida
para todos junto a la posibilidad de un consumo cada vez
mayor. Proyectando este escenario ideológico, el mito de la
prosperidad apuntaba a dar una tajada a la clase trabajadora
de un futuro que aún no había llegado, y que por consiguiente
ataba y cimentaba la clase al orden hegemónico. En este pun
to, precisamente, la ideología de la prosperidad reconstruyó
las «relaciones reales» de la sociedad británica de la posgue
rra en una «relación imaginaria». Esta es la función de los
mitos sociales. El mito proveyó, por un tiempo, la base ideoló
gica de la hegemonía política de la década del cincuenta. La
«prosperidad» era, esencialmente, una ideología de la cultura
dominante acerca de y para la clase trabajadora, dirigida a
ellos (a través de los medios de comunicadón, la publicidad,
los discursos políticos, etc.). Poca gente de la clase trabajado
ra se suscribió a una versión de su propia situación que poco
coincidía con las dimensiones reales. Lo que importaba, por lo
tanto, no era la reproducción pasiva de la clase trabajadora en
la imagen de la «prosperidad», sino las dislocaciones que pro
dujo -y las respuestas que provocó-.
La total absorción del Partido Laborista en su papel parla
mentario-electoral dentro del Estado (la consumación de una
larga trayectoria histórica) y la incorporación parcial dentro
del aparato estatal de los sindicatos de comercio, de espaldas
a una lectura de la situación de la posguerra, tuvo consecuen-
112
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cias políticas reales para la clase trabajadora, desmantelando
las defensas reales. Otras respuestas fueron impredecibles y
no deliberadas. El abrumador énfasis en la ideología de la pros
peridad en el dinero y el consumo pudo haber tenido el efecto
no buscado de estimular una conciencia de «privación relati
va», lo que contribuyó a la «militancia salarial» en los sesenta
y setenta. Los trabajadores prósperos en compañías de indus
tria pesada y automotriz lideraron el cambio hacia el poder en
el lugar de trabajo, las negociaciones en la planta, la organiza
ción de administradores y el «declive salarial»: un economismo
«militante» que duró todo el periodo inflacionario y de rece
sión, agitando la «revuelta de los peor pagados» tras él. Tam
bién estas fueron respuestas a la «prosperidad» que ni sus
ideólogos pudieron predecir.
Para localizar la subcultura juvenil en este tipo de análisis,
primero debemos situar a la juventud en la dialéctica entre
una cultura «hegemónica» dominante y una cultura «parental»
subordinada de clase trabajadora. Estos términos -hegemóni
co/colectivo, dominante/subordinado- son cruciales para el
análisis, pero necesitan mayor elaboración antes de adentrarnos
en la dimensión subcultural. Gramsci usó el término «hegemo
nía» para referirse al momento en que la clase dirigente está
lista no sólo para coaccionar una clase subordinada conforme
a sus propios intereses, sino para ejercer una «hegemonía» o
«autoridad social total» sobre las clases subordinadas. Esto
involucra el ejercicio de una clase especial de poder: el poder
de formular alternativas y contener oportunidades, ganar y
moldear el consentimiento, de tal manera que la garantía de
legitimidad de la clase dominante no aparece sólo de manera
«espontánea», sino natural y normal. Lukes ha definido re
cientemente esto como el poder de definir la agenda, modelar
las preferencias, «prevenir inmediatamente Jos conflictos sur
gidos» o contener un conflicto cuando ya nació al definir qué
tipos de resolución son «razonables» y «realistas» -por ejem-
113
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
plo, dentro del marco de trabajo existente (Lukes, 1974: 23-
24)-. El terreno en que esta hegemonía es ganada o perdida
es el terreno de las superestructuras; las instituciones de la
sociedad civil y el Estado -lo que Althusser (1971) y Poulantzas
(1973), un tanto engañosamente, denominaron «aparatos ideo
lógicos del Estado»-. Los conflictos de interés surgen, fun
damentalmente, de la diferencia en la posición estructural de
las clases en el campo productivo, aunque «tengan su efec
to» en la vida social y política. La política, en el sentido más
amplio, delimita el paso del primer nivel al segundo. Por tan
to, el terreno de las instituciones políticas y civiles se con
vierte esencialmente en «la tajada, pero también en el sitio
de la lucha de clases» (Althusser, 1971). En parte, estos
aparatos trabajan «por ideología». Esto es, las definiciones
de la realidad institucionalizadas dentro de los aparatos vie
nen a constituir una «realidad vivida como tal» para las cla
ses subordinadas -al menos eso es lo que la hegemonía in
tenta y asegura-. Gramsci, usando el ejemplo de la Iglesia,
dice que preserva «la unidad ideológica del bloque social ente
ro al cual la ideología sirve para cimentar y unificar» (Gramsci,
1971: 328). Un orden cultural hegemónico trata de enmarcar
todas las definiciones competentes del mundo dentro de su
rango. Provee el horizonte de pensamiento y acción dentro del
cual los conflictos son combatidos, apropiados (por ejemplo,
experimentados), oscurecidos {por ejemplo, concebidos como
«intereses nacionales» que deberían unir a todos los partidos
en conflicto) o contenidos (por ejemplo, sosegados para bene
ficio de la clase dirigente). Un orden hegemónico prescribe,
no el contenido específico de las ideas, sino los límites dentro
de los cuales ideas y conflictos se mueven y son resueltos. La
hegemonía siempre descansa en la fuerza y la coerción, pero
«el ejercicio normal de la hegemonía en el ahora clásico terre
no del régimen parlamentario, se caracteriza por la combina
ción de fuerza y consentimiento ... sin que la fuerza predomine
114
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
excesivamente sobre el consentimiento» (Gramsci, 1971: 80).
Por lo tanto, la hegemonía provee las bases liminales y las
estructuras básicas de la legitimación del poder de las clases
dominantes.
La hegemonía trabaja a través de la ideología, aunque no
consiste en ideas, percepciones y definiciones falsas. Princi
palmente, funciona insertando a la clase subordinada en las
instituciones y estructuras clave que apoyan el poder y la
autoridad social del orden dominante. Es, ante todo, en es
tas estructuras y relaciones en las que la clase subordinada
vive su subordinación. Con frecuencia este sometimiento se
asegura sólo porque el orden dominante tiene éxito en debi
litar, destruir, desplazar o incorporar instituciones de defen
sa y resistencia alternativas producidas por la clase subordi
nada. Gramsci insiste, de manera bastante acertada, que «la
tesis que afirma que los hombres se vuelven conscientes de
los conflictos fundamentales al nivel de la ideología no es
psicológica ni moralista en su carácter, sino estructural y
epistemológica» (las itálicas son de los autores; Gramsci,
1971: 164).
La hegemonía puede rara vez ser sostenida por un solo
estrato de clase. Casi siempre requiere de una alianza entre
las fracciones de la clase dominante: un «bloque histórico». El
contenido de la hegemonía será determinado, en parte, por
las fracciones de clase que componen dicho «bloque hegemó
nico» y, por tanto, sus intereses deben incluirse dentro de
este. La hegemonía no es un simple «régimen de clase». Re
quiere cierto «consentimiento» de la clase subordinada, que
tiene, a su vez, que ser ganada y asegurada; por consiguien
te, una ascendencia de la autoridad social, no sólo en el Esta
do, sino también en la sociedad civil, en la cultura y en la
ideología. La hegemonía prevalece cuando las clases dirigen
tes no sólo rigen o «dirigen», sino guían. El Estado es una gran
fuerza educativa en este proceso. Educa a través de regula-
115
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ciones de la vida de las clases subordinadas. Estos aparatos
reproducen las relaciones de clase y, por lo tanto, la subordi
nación de clase (la familia, la escuela, la iglesia y las institu
ciones culturales, así como la ley, la policía y el ejército, los
juzgados).
La lucha contra la hegemonía de clase también se sitúa
dentro de dichas instituciones, así como fuera de ellas; se
convierten en el «emplazamiento» de la lucha de clases. Pero
los aparatos también dependen de la operación de «una serie
de valores, creencias, rituales y procedimientos institucionales
predominantes (las 'reglas de juego') que operan sistemática
y consistentemente para el beneficio de ciertas personas y
grupos» (Bacrach y Baratz, 1962).
Gramsci cree que, en el Estado italiano, las clases domi
nantes habían regido frecuentemente sin aquella «autoridad
social natural» que las haría «hegemónicas». Por lo que la
hegemonía no se debe dar por sentada, tanto para el Estado y
las clases dominantes, como para el analista. El uso corriente
del término, que sugiere el ejercicio infinito y poco problemá
tico del poder de clase que ejerce la clase gobernante y sus
opuestos -la incorporación permanente y final de la clase su
bordinada- es bastante falso si tomamos el uso que le da
Gramsci. Este limita la especificidad histórica del concepto.
Para concretar este punto: creemos que, aunque la clase do
minante permaneció masivamente en el poder durante los años
treinta, es difícil definirla como «hegemónica». La crisis eco
nómica y el desempleo disciplinaron, más que «permitieron»,
a la clase trabajadora en la subordinación en dicho periodo.
Las derrotas que sufrió el movimiento laboral en la década de
1920 contribuyeron poderosamente a un dominio coercitivo
de los primeros sobre los segundos. En contraste, la década
de 1950 nos parece un periodo de «dominación hegemónica»
real, siendo precisamente la función de la «prosperidad» como
ideología, desmantelar la resistencia de la clase trabajadora y
116
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
entregar el «consentimiento espontáneo» de la clase a la au
toridad de las clases dominantes. Cada vez más en la década
de 1960, y más abiertamente en la década de 1970, este
«liderazgo» ha sido socavado nuevamente. La sociedad se ha
polarizado, el conflicto ha reaparecido en muchos niveles. Las
clases dominantes retienen el poder, pero su «repertorio» de
control es progresivamente retado, debilitado, quedando ex
hausto. Una de las características más impactantes de este
último periodo es el cambio en el ejercicio de control desde Jos
mecanismos de consenso hacia aquellos de coerción (por ejem
plo, el uso de la ley, Jos juzgados, la policía y el ejército, de la
represión legal, de cargos conspirativos y de la fuerza para
contener las amenazas en escala al Estado y a la «ley y el
orden»). Esto marca una crisis en la hegemonía de la clase
dominante.
Por lo tanto, la hegemonía no es universal ni «dada» para el
continuo dominio de una clase particular. Esta debe ser gana
da, trabajada, reproducida, sostenida. La hegemonía es, como
dijo Gramsci, un «equilibrio dinámico» que contiene «relacio
nes de fuerza favorables o desfavorables a una u otra tenden
cia». Es un asunto de la naturaleza del balance entre clases
contendientes: los compromisos hechos para sostenerla; las
relaciones de fuerza; las soluciones adoptadas. Su carácter y
contenido sólo pueden establecerse observando las situacio
nes concretas, los momentos históricos concretos. La idea de
la «hegemonía de clase permanente» o de la «incorporación
permanente» debe desaparecer.
En relación con la hegemonía de una clase dominante, la
clase trabajadora es, por definición, una formación cultural y
social subordinada. Marx sugirió que la producción capitalista
reproduce trabajo y capital en sus eternas formas antagóni
cas. El papel de la hegemonía es asegurar que, en las relacio
nes sociales entre las clases, cada clase es continuamente
reproducida en su forma existente, dominante o subordinada.
117
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
La hegemonía no puede jamás completa ni absolutamente
absorber a la clase trabajadora en el orden dominante. La so
ciedad parece ser, pero en efecto no puede ser,
«unidimensional» en el modo capitalista de producción. Desde
luego, a veces, la hegemonía es fuerte y cohesiva, y la clase
subordinada es débil, vulnerable y está expuesta. Pero, por
definición, no puede desaparecer. Permanece a menudo, como
estructura subordinada, separada e impermeable, incluso con
tenida por la dominación y las reglas de la clase dominante
que todo lo abarcan. La clase subordinada ha desarrollado su
propia cultura corporativa, sus propias formas de relación so
cial, sus instituciones características, valores, modos de vida.
El conflicto de clase nunca desaparece. La cultura de la clase
trabajadora inglesa es una estructura peculiarmente fuerte,
densamente impactada, cohesiva y defensiva en este tipo de
corporatividad. El conflicto de clase, entonces, está enraizado
y encarnado en esta cultura: no puede «desaparecer» -con
trario a la ideología de la prosperidad- hasta que desaparez
can las relaciones productivas que la producen y sostienen.
Aunque pueden estar más o menos abiertas, ser más o menos
formales, más o menos institucionalizadas, más o menos au
tónomas. El periodo comprendido entre 1880 a la fecha no
nos muestra que haya existido ningún impulso hacia la incor
poración, sino un ritmo alterante marcado. Es importante in
sistir en que, incluso cuando un conflicto de clase esté muy
institucionalizado, sigue siendo uno de los ritmos de base fun
damentales de la sociedad.
En sociedades industriales capitalistas viejas y desarrolladas
como la de Gran Bretaña, la cultura es de hecho cubierta por
una red de lo que podríamos llamar «soluciones institucionales»,
que estructuran la manera en que coexisten y sobreviven las
culturas dominante y subordinada, aunque también la forma en
que luchan una contra la otra dentro de la misma formación
social. Muchas de estas instituciones preservan la cultura cor-
118
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
porativa de la clase subordinada, aunque también negocian sus
relaciones con la cultura dominante. Estos son los aspectos
«negociados» de una clase cultural subordinada. En el trabajo,
por ejemplo, la línea entre Jos intereses de Jos obreros y el
poder empresarial, aunque a menudo borroneada y cubierta por
estructuras intermedias, nunca desaparece. Pero puede ser
manejada de manera diferente, de cada lado, de un Jugar de
trabajo a otro, o de un momento histórico a otro. La cultura
informal del espacio laboral, Jos intentos de ejercer el control
diario sobre los procesos de trabajo, las negociaciones de Jos
salarios mínimos, así como las «herramientas subrepticias», la
huelga, el paro, la disputa oficial, la toma de la fábrica, consti
tuyen un enorme repertorio de respuestas de la clase trabajado
ra al poder inmediato y a la autoridad empresarial y capitalista.
Estos son tipos de poder contrahegemónico. Muchas de estas
estrategias -en la medida en que no reemplazan el poder del
capital sobre e~ trabajo- siguen definiendo a este último como
una parte segregada -pero no incorporada- de la producción
capitalista. Ellos representan la línea de defensa de clase, inclu
so donde estas defensas operan dentro del marco
sobredeterminado del poder empresarial.
La cultura de la clase trabajadora ha «ganado espacio»
consistentemente dentro de la cultura dominante. Muchas ins
tituciones de la clase trabajadora representan los diferentes
resultados de este tipo de intensas «negociaciones» durante
largos periodos. A veces, estas instituciones se adaptan al
poder; otras, se tornan combativas. Su identidad de clase y
posición nunca queda definitivamente «establecida», ya que
el balance de las fuerzas dentro de ellas permanece abierto.
Forman las bases de lo que Parkin ha llamado una «'versión
negociada' del sistema dominante ... los valores dominantes
no son rechazados totalmente ni están en contra de ellos, la
clase subordinada los modifica como resultado de circunstan
cias y oportunidades restringidas»» (Parkin, 1971: 92). A me-
119
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
nudo, dichas «soluciones negociadas» prevalecen, no porque
la clase permanezca pasiva e indiferente a las ideas de la clase
dirigente, sino porque sus perspectivas están condicionadas y
contenidas por preocupaciones prácticas inmediatas o limita
das a situaciones concretas. (Esta es la base material y el
«núcleo racional» del «economicismo» de la clase trabajado
ra.) De aquí se desprenden las soluciones situadas a proble
mas que emergen a un nivel mayor, más global, más allá del
horizonte inmediato de la clase. En las situaciones donde «Se
requieren evaluaciones puramente abstractas, el sistema de
valores dominante proveerá el marco moral de referencia; pero
en situaciones sociales concretas que involucren elección y
acción, la versión negociada -o sistema de valor subordina
do- proveerá el marco moral» (Parkin, 1971: 93). La autori
dad, consagrada en los mayores órdenes institucionales de la
sociedad (por ejemplo, la norma de la Ley), puede ser acepta
da a un nivel abstracto, aunque mucho más ambivalentemente
a un nivel cara a cara (por ejemplo, actitudes hacia la policía).
La cultura de la clase trabajadora inglesa está orquestada
masivamente alrededor de las actitudes de «nosotros» y
«ellos», incluso cuando esta diferencia estructurada no lleve
directamente a estrategias contrahegemónicas. Evidencia re
ciente sugiere que la desconfianza hacia la propiedad y los
derechos de propiedad permanecen profundamente atrinche
rados en la clase, a pesar de la ausencia de una fuerza concer
tada para abolir relaciones como tales (Moorhouse y
Chamberlain, 1974). Incluso las instituciones de clase, como
los sindicatos, que durante este periodo fueron presionados a
colaborar completamente con el Estado, aunque bajo circuns
tancias ligeramente distintas (la legislación en contra de los
derechos y procedimientos fundamentales de los sindicatos
después de 1970 por parte de un gobierno conservador, por
ejemplo), emergieron como defensores de los derechos bási
cos de los trabajadores (Lane, 1974). Por lo que, tanto en los
120
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
«buenos» tiempos como en los «malos», siempre hay en jue
go definiciones culturales contrarias. Esto refleja las diferen
cias estructurales entre la posición material, la perspectiva y
la experiencia de vida diaria de las diferentes clases. Dichas
discrepancias (contradicciones) en las situaciones, valores y
acciones proveen un material real y la base histórica -bajo las
condiciones correctas- a estrategias de clase de resistencia
abierta, lucha y estrategias contrahegemónicas de ruptura y
transformación más desarrolladas. La convergencia de estas
estrategias variadas de negociación de una clase subordinada
dentro de una más sustentada clase política requiere, desde
luego, movilización, politización y organización. Es precisa
mente a esta distinción a la que Marx dirigía sus observacio
nes acerca del movimiento de una clase «en sí misma» a una
clase «para sí misma».
El vecindario de la clase trabajadora, que asume su forma
«tradicional» en y después de 1880, representa un ejemplo
distintivo del resultado de la negociación entre las clases. Aquí,
los diferentes estratos de la clase trabajadora han ganado es
pacio para sus propias formas de vida. Los valores de esta
cultura colectiva están registrados por doquier, en formas
materiales y sociales, en la forma y uso de las cosas, en pa
trones de recreación y esparcimiento, en las relaciones entre
la gente y el carácter de los espacios comunales. Estos espa
cios son físicos (redes de calles, casas, pequeñas tiendas,
tabernas y parques) y sociales (redes de parentesco, amistad,
trabajo y relaciones vecinales). Dentro de dichos espacios, la
clase ha venido a ejercer aquellos «controles sociales informa
les» que los redefinen y reapropian para los grupos que viven
en ellos: una red de derechos y obligaciones, intimidades y
distancias, encarnando en sus texturas y estructuras reales
«el sentido de solidaridad ... la lealtad local y las tradiciones»
(Cohen, 1972). Estos son los «derechos», no de propiedad ni
fuerza, sino de posesión cultural y territorial, la ocupación usual
121
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
del «inquilino al que no se puede desalojar». Las instituciones
son desde luego, coartadas y penetradas por fuerzas exter
nas. La estructura del trabajo y el espacio laboral, cercano o
lejano, liga la fuerza de trabajo local a fuerzas y movimientos
económicos más amplios. No muy lejos están las bulliciosas
calles comerciales, con sus cadenas de tiendas y supermerca
dos, que ligan el hogar a una economía superior a través del
comercio y consumo. A través de estas estructuras, el vecin
dario queda confinado social y económicamente. A nivel hori
zontal, quedan aquellos lazos que unen espacios e institucio
nes a la localidad, al vecindario, a la cultura y tradición local.
A nivel vertical, estas estructuras los atan a instituciones y
culturas dominantes.
La escuela local es un clásico ejemplo de este «doble lazo»
(Hall, 1974a: 49-55). Es la escuela local, cerca de casas, ca
lles y tiendas, donde generaciones de niños de clase trabaja
dora han sido «escolarizados», y donde los lazos de la amis
tad, el compañerismo y el matrimonio son hechos y deshe
chos. Además, en términos de relaciones verticales, la escue
la se enfocó en tipos de aprendizaje, clases de relaciones de
autoridad y disciplina, afirmó experiencias que discrepaban
bastante con la cultura local. Los mecanismos de selección de
alumnos según sus aptitudes, su seguimiento, sus límites en
el conocimiento, su intolerancia hacia el lenguaje y las expe
riencias fuera del rango de la educación formal, ligaron a las
localidades urbanas de la clase trabajadora a un mundo más
amplio de educación y ocupaciones de maneras que son
conectivas, aunque también, crucialmente, de desconexión.
Continúa siendo una institución de clase mediadora, negocia
da y clásica. En este contexto, podemos empezar a ver otra
vez y calcular de manera diferente las variadas estrategias,
opciones y «soluciones» que se desarrollan en relación con
esto: el niño o la niña «escolarizados»; los chicos de «habili
dad ordinaria promedio»; los «problemáticos»; los truhanes y
122
1 Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
ausentes; la «privación» educativa y emocional; los activa
mente mal educados (por ejemplo, los chicos negros en el
programa E.S.N.). De igual manera, en relación con las activi
dades de esparcimiento de los jóvenes, la cultura y asociación
con sus iguales, debemos reconocer la «mezcla» de resisten
cia y organización en, por ejemplo: la cultura de la esquina,
con su enfoque masivamente «masculino»; los grupos
tempranos de delincuentes y sus «hazañas»; los adictos a las
Boys Brigades; la «pandilla»; el «fútbol callejero»; la subcultura
bien definida, etcétera.
Cualquiera de estas estrategias del repertorio desarrollado
por los jóvenes de la clase trabajadora se posicionará en una
compleja relación respecto de la de otros «compañeros»; de
las estrategias y soluciones «adultas»; de posiciones alterna
tivas en el mismo espectro de edad (por ejemplo, los Skinheads
contra los Hippies); y de la cultura dominante y su repertorio
de control. La fuerza o ausencia de cualquiera de estas estra
tegias en un momento histórico dependerán en parte de la
coyuntura histórica (el balance de las fuerzas entre domina
ción y subordinación, la situación estable o cambiante de la
clase «parental», etc.). Producirá cambios especialmente en
la «problemática» de clase -aquella matriz de problemas, es
tructuras, oportunidades y experiencias que confrontan ese
estrato particular de clase en un momento históricamente par
ticular-. También reflejará cambios en las condiciones mate
riales disponibles en la vida diaria para la construcción dentro
de apoyos para una u otra estrategia colectiva.
Negociación, resistencia y lucha: las relaciones entre una
cultura dominante y una subordinada, donde sea que se aco
moden en el espectro, son siempre intensamente activas, siem
pre opuestas en un sentido estructural (incluso cuando esta
oposición sea latente o experimentada simplemente como un
estado normal de cosas -lo que Gouldner llamó «represión
normalizada»-). El resultado no se da, sino que se hace. La
123
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
clase subordinada trae a este «teatro de lucha» un repertorio
de estrategias y respuestas -maneras de copiar así como de
resistir-. Cada estrategia del repertorio moviliza determinado
material real y determinados elementos sociales: construye
con esto los soportes para los diferentes caminos en que la
clase vive y resiste su continua subordinación. No todas las
estrategias tienen igual peso: no todas son potencialmente
contrahegemónicas. Algunas incluso pueden ser alternativas
(por ejemplo, la política de la clase trabajadora y ciertos tipos
de crímenes de la clase trabajadora). También debemos reco
nocer que una conciencia revolucionaria de la clase trabajado
ra desarrollada y organizada sólo es una potencial respuesta
entre muchas posibles, y una muy especial en términos de
ruptura. Ha sido engañoso tratar de medir el amplio espectro
de estrategias en la clase en términos de esta forma atribuida
de conciencia, y de definir lo demás como una respuesta de
incorporación. Esto significa imponer un esquema abstracto a
una realidad histórica concreta. Debemos tratar de entender,
más bien, cómo, bajo qué condiciones la clase ha sido capaz
de usar sus recursos «en bruto», materiales y culturales, para
construir un completo rango de respuestas. Algunas -el re
pertorio específico de resistencia de la historia de una clase
trabajadora- forman una inmensa reserva de conocimiento y
poder en la lucha de las clases por sobrevivir y «ganar espa
cio». Incluso aquellos que aparecen una y otra vez en la histo
ria de la clase no son alternativas fijas (reforma versus revolu
ción), sino «espacios» históricos potenciales usados y adap
tados a muy diferentes circunstancias en su tradición de lu
cha. Tampoco podemos atribuir un estrato sociológico parti
cular de clase a posiciones particulares y permanentes en el
repertorio. Esto es, también, ahistórico. Es posible para la «aris
tocracia laboral» proveer un liderazgo radical crítico; para el
desorganizado o así llamado «lumpenaje», organizarse; para
los «Votantes deferentes», perder su respeto a la autoridad;
124
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
para los «prósperos», ser también «militantes»; para los «cle
ricales», atacar; para las esposas trabajadoras e inmigrantes
de primera generación, tomar la posición de vanguardia, etc.
En el diagrama de abajo, hemos tratado de reforzar este argu
mento (que creemos que sigue directamente la concepción de
Gramsci de la hegemonía y el corporativismo) al bosquejar
una posible parte de las estrategias de negociación, conflicto
y subordinación. Esto es sólo para motivos ilustrativos -su
valor yace en el hecho de que incluye, dentro de una tipología,
estrategias que pertenecen a los polos más o menos
adaptativos del espectro, estrategias desarrolladas dentro y
fuera de la institucionalización formal de la lucha de clases-.
Un repertorio de negociaciones y respuestas
"La nación "Una "Los dos "El camino "Igualdad "Militancia'", "Subversión"',
naturalmente naciónw lados de la par lamen- ante la ley" "extremismo", •anarquía•
conservadora" industria" tario'" "exigir un
recate por la
nación"
Voto de W.C., Membresía Voto laboral "La le( Poder de Sectas de
deferencia vecindarios de sindicato enlace sindical izquianla
Conservadores "Nosotros" Conciencia Laborismo Delincuencia •Economicismo Políticas
de la clase contra sindical criminal "mi6tante revolucionarias
trabajadora "ellos"
(rdalsa conciencia>>) (rrrepresión noma/izada») (rrrespuestas
anormales») {rramenazas al Estado»)
125
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
f. La respuesta sub cultural
Podemos volver, ahora, a la cuestión acerca de las
«subculturas». Las subculturas de la clase trabajadora, suge
rimos, toman forma en el nivel de relaciones sociales y cultu
rales de clase de las clases subordinadas. En sí mismas, no
son solamente construcciones «ideológicas». Ellas, también,
ganan espacio para la juventud: espacio cultural en los vecin
darios e instituciones, tiempo real para el esparcimiento y la
recreación, espacio verdadero en las calles y esquinas. Sirven
para «marcar» y apropiarse territorio en las localidades. Se
focal izan en las ocasiones claves de la interacción social: el
fin de semana, el boliche, el viaje del feriado bancario, la no
che en el «Centro», el «estar por ahí haciendo nada» de las
tardes en los días de semana, el partido del sábado. Se agru
pan alrededor de locaciones particulares. Desarrollan ritmos
específicos de intercambio, relaciones estructuradas entre
miembros: jóvenes y viejos, experimentados y novatos,
estilizados y convencionales. Exploran los «intereses focales»
centrales a la vida interna del grupo: las cosas que se «hacen
siempre» y las que no se hacen, un set de rituales sociales
que sostienen subterráneamente la identidad colectiva y los
define como un grupo y no como una mera colección de indi
viduos. Adoptan y adaptan objetos materiales -bienes y po
sesiones- y los reorganizan dentro de distintos estilos que ex
presan la colectividad de su ser-en-tanto-grupo. Estas preocu
paciones, actividades, relaciones, materiales, se corporizan en
rituales de relaciones y movimiento. A veces, el mundo es mar
cado, lingüísticamente, mediante nombres o un argot que clasi
fica el mundo social exterior a ellos en términos significativos
sólo desde la perspectiva del grupo y se mantiene en esos lími
tes. Esto, además, los ayuda a desarrollar, por delante de las
actividades inmediatas, una perspectiva sobre el futuro inme
diato -planes, proyectos, cosas para hacer para llenar el tiem-
126
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
po, esfuerzos ... -. Ellas también son concretas, formaciones
sociales identificables, construidas como una respuesta colec
tiva a la experiencia material y situada de su clase.
Aunque no «ideológicas», las subculturas tienen una di
mensión ideológica; y, en la problemática situación del perío
do de posguerra, este componente ideológico se hace más
prominente. Al tomar a su cargo la «problemática de clase»
del particular estrato del que han sido extraídas, las diferentes
subculturas proveyeron para una sección de los jóvenes de
clase trabajadora (fundamentalmente varones) una estrategia
para negociar su existencia colectiva. Pero su forma altamen
te ritualizada y estilizada sugiere que también fueron intentos de soluciones para esa experiencia problemática: una resolu
ción que, al emplazarse fundamentalmente en un nivel simbó
lico, tenía destino de fracaso. La problemática de la experien
cia de una clase subordinada puede ser «vivida», negociada o
resistida; pero no puede ser resuelta a ese nivel ni por esos
medios. No hay una «carrera subcultural» para los chicos de
clase trabajadora, ni una «solución» en el entorno subcultural
para problemas marcados por las experiencias estructurantes
claves de la clase.
No hay «solución subcultural» para el desempleo, la
compulsiva desventaja educacional, los trabajos sin salida ni
futuro, la rutinización y especialización del trabajo, la baja paga
y la pérdida de saberes de la juven~ud de la clase trabajadora.
Las estrategias subculturales no alcanzan ni responden a las
dimensiones estructurantes emergiendo en este período para
su clase como un todo. Por ello, cuando las subculturas de
posguerra se encargan de las problemáticas de su experiencia
de clase, regularmente lo hacen de manera tal que reproducen
los vacíos y discrepancias entre las negociaciones reales y las
«resoluciones» simbólicamente desplazadas. Ellas «resuelven»,
aunque de manera imaginaria, problemas que en el nivel mate
rial concreto permanecen inalterados. Así, la expropiación de
127
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Sutx:ulturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
.._los «Teddy boys» de un estilo de vestimenta de clase alta
«cubre» el vacío entre carreras largamente manuales, no cali
ficadas o cuasi lúmpenes, y la experiencia de «todo-arreglado
y-sin-donde-ir» de un sábado a la tarde. Con su expropiación y
fetichización del consumo y el estilo en sí mismo, los «Mods»
cubren el vacío entre el interminable fin de semana y la reanu
dación de lunes del aburrido trabajo. Así también es como, en
la resurrección de la forma de un arquetípico y «simbólico»
(aunque, de hecho, anacronístico) tipo de vestimenta de «cla
se trabajadora», en el ambiente desplazado del partido de fút
bol y la ocupación de lugares en los partidos, los skinheads
reafirman, aunque «imaginariamente», el valor de la clase, la
esencia de un estilo, un tipo de fanatismo al que muy pocos
adultos de clase trabajadora todavía suscriben: ellos re-pre
sentan un sentimiento de territorialidad y localidad que los
planificadores y especuladores están rápidamente destruyen
do: declaran como vivo y coleando un juego que está siendo
comercializado, profesionalizado y espectacularizado. «los
skins mandan, OK?». Muy bien. Pero «en la ideología los hom
bres expresan, de hecho, no las relaciones reales entre ellos y
sus condiciones de existencia, sino la manera en la que viven
la relación entre ellos y sus condiciones de existencia; esto
presupone tanto una real como una «imaginaria», «vivida»
relación. la ideología es, entonces ... la (sobredeterminada)
unidad de la relación real y la relación imaginaria ... que expre
sa una voluntad ... una esperanza, una nostalgia, antes que
describir una realidad» (Aithusser, 1969: 233-234).
las subculturas de la clase trabajadora son una respuesta
a una problemática que la juventud comparte con otros miem
bros de la cultura de clase de los padres. Pero la clase estruc
tura la experiencia del adolescente de esa problemática de
distinta manera. Primero, localiza al joven, en una etapa
formativa de su desarrollo, en un entorno material y cultural
particular, en relaciones y experiencias distintivas. Estas pro-
128
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
veen los marcos culturales esenciales a través de los cuales
esa problemática adquiere sentido para la juventud. Esta «SO
cialización» de la juventud hacia una identidad de clase y po
sición opera particularmente a través de dos agencias «infor
males»: la familia y el vecindario. Familia y vecindario son las
estructuras específicas que forman, a la vez que enmarcan, el
temprano pasaje de la juventud hacia una clase. Por ejemplo,
los roles y responsabilidades de acuerdo con el sexo caracte
rísticos de una clase son reproducidos, no sólo a través del
lenguaje y las charlas con la familia, sino a través de la
interacción diaria y el ejemplo. En el vecindario, patrones de
socialidad comunal son incrustados parcialmente a través de
la estructura de interacciones entre los niños chicos y los más
grandes. (Howard Parker, 1974, ha comentado acerca del rol
del fútbol callejero como una manera en la que los chicos más
pequeños «aprenden» un tipo distintivo de sociabilidad de cla
se.) Estos contextos íntimos también aluden al mundo exte
rior para los jóvenes. Por ello es que los distantes pero inmi
nentes mundos del trabajo o las relaciones cara a cara con la
autoridad (quien cobra la renta, oficiales del condado, seguri
dad social, la policía) son reapropiados ampliamente a través
de los amigos y las relaciones. A través de estas redes
formativas, las relaciones, distancias, interacciones, orienta
ciones al mundo más amplio y sus tipos sociales son delinea
dos y reproducidos en la juventud.
La clase también, en líneas generales, estructura las opor
tunidades en la vida del joven individuo. Determina, en térmi
nos de probabilidades estadísticas de clase, la distribución de
«logros» y «fracasos». Establece ciertas orientaciones cruciales
hacia carreras en educación y trabajo -produce las notoria
mente «realistas» expectativas de los chicos de clase trabaja
dora sobre las oportunidades futuras-. Enseña las maneras de
relacionarse y negociar con la autoridad. Por ejemplo, la dis
tancia social, deferencia, ansiedad y hasta la vestimenta de
129
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
los padres en los encuentros con maestros escolares puede
confirmar o reforzar la experiencia de la escuela como parte
esencialmente de un mundo externo y extraño.
Estos son sólo algunos de los muchos caminos en los que
la manera en la que la juventud se inserta dentro de la cultura
de una clase sirve también para reproducir, dentro de la juven
tud, las problemáticas de esa clase. Pero, sobre y por encima
de estas situaciones de clase compartidas, hay algo privilegia
do sobre la específica experiencia generacional de la juven
tud. Fundamentalmente, esto es debido al hecho de que los
jóvenes se encuentran con la problemática de su cultura de
clase en distintos conjuntos de instituciones y experiencias
que aquellos de sus padres; y, cuando los jóvenes se encuen
tran con las mismas instituciones, lo hacen en puntos
crucialmente diferentes en sus carreras biográficas.
Podemos identificar estos aspectos de «especificidad
generacional» en relación con las tres principales áreas de la
vida que apuntamos anteriormente: educación, trabajo y es
parcimiento. Entre las edades de cinco y dieciséis, la educa
Ción es la esfera institucional que tiene el impacto más soste
nido e intensivo sobre las vidas de los jóvenes. Es la «primor
dial realidad» imponiéndose a sí misma sobre la experiencia,
entre otras cosas debido al hecho de no poder ser (fácilmente)
eludida. Por contraste, los miembros mayores de la clase se
enfrentan a la educación de varias, indirectas y distanciadas
maneras: a través de experiencias recordadas («las cosas han
cambiado» hoy por hoy), a través de ocasiones especiales y
mediadas -juntas de padres, etc.-, y a través de las interpre
taciones que los jóvenes dan de sus experiencias escolares.
En el área del trabajo, la diferencia es tal vez menos obvia,
en tanto que jóvenes como viejos se enfrentan a circunstan
cias, arreglos institucionales, organizaciones y situaciones
ocupacionales similares. Pero dentro de esto permanecen di
ferencias cruciales. Los jóvenes se enfrentan al problema de
130
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
elegir y conseguir empleos, de aprender tanto la cultura for
mal como la informal del trabajo -toda la dificultosa transición
de la escuela al empleo-. Ya hemos observado cómo el cam
bio en estructuras ocupacionales de ciertas áreas e industrias
puede dislocar la evolución tradicional de la estructura «fami
lia-trabajo-carrera», haciendo así la transición aún más difícil.
Para los miembros más viejos de la clase, el trabajo se ha
convertido en un aspecto relativamente rutinario de la vida;
han aprendido las identidades ocupacionales y las culturas del
trabajo, incluyendo estrategias para sobrellevar los problemas
que acarrea trabajar -métodos para «aguantar»-.
En un contexto más amplio, los jóvenes tienden a ser más
vulnerables a las consecuencias del creciente desempleo que
los trabajadores mayores: en las estadísticas de desempleo a
fines de los sesentas, quienes abandonaban la escuela sin
calificación laboral tenían dos veces más chances de estar
desempleados que otros trabajadores mayores y no califica
dos. A esto hay que sumarle el hecho de que el desempleo
tiende a ser experimentado diferencialmente en diferentes eta
pas de la «carrera» ocupacional.
Finalmente, el esparcimiento debe ser visto como un área
significativa de la vida para la clase. Como observara Marx:
el trabajador por lo tanto sólo se siente a sí mismo fuera de su
trabajo, y en su trabajo se siente fuera de sí. Se siente en casa
cuando no está trabajando y cuando trabaja no se siente a
gusto. Su labor por lo tanto no es voluntaria sino coaccionada:
es trabajo forzado. No es por lo tanto la satisfacción de una
necesidad; es meramente el medio para satisfacer una necesi
dad externa a él. (1964: 110-111)
En el esparcimiento de la clase trabajadora vemos muchos
de los resultados de aquel «socavamiento» de la sociedad dis
cutido más arriba. Esparcimiento y recreación parecen haber
131
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
proveído un espacio más negociable que la estrictamente dis
ciplinada y controlada situación laboral. La clase trabajadora
se ha impregnado a sí misma de manera indeleble en muchas
áreas de esparcimiento y recreación masivas. Estas forman
una parte importante de la cultura corporativa y son centrales
para la experiencia e identidad cultural de la clase como un
todo. Sin embargo, hay grandes diferencias en las maneras en
las que los adultos y la gente joven de clase trabajadora expe
rimentan y consideran el esparcimiento. Estas diferencias se
intensificaron en los cincuenta y sesenta, con el crecimiento
del «consumidor adolescente» y la reorganización del consu
mo y la provisión del esparcimiento (tanto comercial como no
comercial) a favor de un rango de bienes y servicios
específicamente diseñados para atraer a una clientela juvenil.
Esta esparcida disponibilidad y alta visibilidad de la Cultura
Joven estructuró la esfera del esparcimiento de maneras
crucialmente diferentes para los jóvenes. La equiparación de
juventud con consumo y esparcimiento rearregló e intensificó
ciertas orientaciones parentales de larga data; por ejemplo,
respecto del especial y privilegiado significado de «tiempo li
bre» y respecto de la «juventud» como un período para «pa
sarla bien mientras podés» -la «ultima aventurilla»-. Este
reacomodo de actitudes dentro de la clase, en conjunción con
presiones para remodelar y redistribuir los patrones de espar
cimiento juvenil desde fuera, sirvieron para remarcar -de he
cho, para fetichizar- el significado de esparcimiento para los
jóvenes. Así, la juventud no sólo encontró esparcimiento en
diferentes instituciones características de sus padres (cafés,
discos, clubes juveniles, locales de toda la noche, etc.): estas
instituciones se presentaron poderosamente a los jóvenes como
distintas del pasado, en parte por ser tan despreocupadamen
te juveniles.
Aquí comenzamos a ver cómo ciertas fuerzas, trabajando a
través de la clase, pero diferencialmente experimentadas de
132
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
acuerdo con las generaciones, pueden haber creado las bases
para generar una mirada -un tipo de conciencia- específica
de la posición etaria: una conciencia generacional. También
podemos ver exactamente por qué esta «conciencia», aunque
formada por la situación de clase y las fuerzas que trabajan
dentro de ella, puede sin embargo haber tomado la forma de
una conciencia aparentemente separada de, no relacionada
con, de hecho pasible de ser puesta contra su contenido y
contexto de clase. Aunque podemos ver cómo y por qué esta
especie específica de «conciencia generacional» puede surgir,
el problema no se resuelve al simplemente pretender una vez
más que no existe -esto es, reasignando a la juventud una
simple identidad y conciencia basadas en la clase-. Esto sería
simplemente reaccionar de más contra la «conciencia genera
cional». Hemos sugerido que, aunque una verdadera «con
ciencia generacional» sirvió, sin ser consciente de ello, para
reprimir y oscurecer la dimensión de clase, tenía un «núcleo
racional» en la experiencia misma de los jóvenes de clase tra
bajadora del período; en la especificidad de las instituciones
en las que se encontraron los cambios de posguerra, y, sobre
todo, en la manera en la que esta esfera tomó nueva forma
debido a cambios en el mercado de esparcimiento. También
puede haberse localizado en otras experiencias materiales de
los jóvenes de la clase en el período. Una «conciencia genera
cional» es pasible de haber sido más fuerte entre los sectores
de la juventud que son móviles hacia arriba y hacia afuera
respecto de la clase trabajadora -por ejemplo, el «chico beca
do» de Hoggart-. Los cambios ocupacionales y educacionales
del período llevaron a un aumento en estos caminos de movi
lidad limitada. El camino hacia arriba, a través de la educa
ción, lleva a un enfoque especial en la escuela y el sistema
educativo como el principal mecanismo de avance: es esto lo
que «hace la diferencia» entre padres que se quedan donde
estaban e hijos que avanzan hacia arriba. Incluye a la persona
133
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
joven evaluando la cultura dominante positivamente y sacrifi
cando la cultura de los padres -aun cuando esto es acompa
ñado de un marcado sentimiento de desorientación cultural-.
Su experiencia e identidad se basarán alrededor de la movili
dad -algo específico a su generación, antes que al sobrade
terminante poder de la clase-. Uno de los argumentos que
apoya esta avanzada de la «conciencia generacional» sobre el
chico becado es, precisamente, su insularidad cultural -el hecho
de que toda su carrera es diferente de la mayoría de sus pa
res-. El grupo de pares es, por supuesto, una de las bases
reales y continuas para las identidades colectivas organizadas
alrededor del foco de la «generación». Pero una sensación de
distinción generacional puede también fluir desde el aislamiento
de un individuo, desde el involucramiento en actividades de
grupo o pares que, si bien distintivas de la juventud, clara
mente son comprendidas como formando una suerte de apren
dizaje cultural de la cultura de clase «paterna». Este tipo de
aislamiento puede ser el resultado de factores biográficos -por
ejemplo, la imposibilidad de entrar al equipo local de fútbol
cuando el fútbol es la principal actividad grupal de pares; o ser
un miembro de un grupo familiar relativamente «cerrado»-.
Una persona joven, que por las razones que sean falla en su
empresa de atravesar este aprendizaje de cultura de clase,
puede ser más vulnerable a la indirecta experiencia de grupo
de pares que es fácilmente accesible mediante la comerciali
zación de la cultura joven, donde la audiencia como un todo
sustituye al verdadero grupo de pares por un único, vasto y
simbólico «nuestra generación».
La «conciencia generacional» tiene entonces raíces en la
experiencia real de la juventud de la clase trabajadora como
un todo. Pero tomó una forma peculiarmente intensa en las
subculturas de posguerra que fueron severamente demarca
das -entre otros factores- por la edad y la generación. La
juventud se sintió y experimentó a sí misma como «diferen-
134
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
te», especialmente cuando esta diferencia estaba inscrita en
actividades e intereses en los que la edad principalmente pro
veía el pasaporte. Esto no significa necesariamente que un
«sentido de clase» era por ello negado. Los skinheads, por
ejemplo, eran claramente conscientes tanto clasista como
generacionalmente. Como ha sugerido Cohen, «la subcultura
es [ ... ] una solución comprometida, entre dos necesidades
contradictorias: la necesidad de crear y expresar autonomía y
diferencia con los padres ... y la necesidad de mantener ... la
identificación parental que los soporta» (Cohen, 1972: 26).
Es a la formación de estas subculturas generacionalmente dis
tintivas a la que nos abocamos ahora.
g. Fuentes del estilo
La pregunta por el estilo, particularmente por el estilo
generacional, es clave para la formación de estas subculturas
de posguerra. (El tema es tratado en profundidad luego en el
ensayo sobre Estilo, aquí simplemente se repasan los puntos
principales.) Lo que nos ocupa aquí es, primero, cómo los ele
mentos de «clase» y «generacionales» interactúan en la pro
ducción de distintos estilos de grupo; segundo, cómo los mate
riales disponibles a los grupos son construidos y apropiados en
la forma de una respuesta cultural visiblemente organizada.
La juventud de clase trabajadora habita, como sus padres,
un entorno específico, estructural y cultural definido por el
territorio, cosas y objetos, relaciones y prácticas sociales e
institucionales. En términos de redes de amistades y paren
tesco, la cultura informal del vecindario y las prácticas articu
ladas alrededor de ellos, los jóvenes ya están localizados en la
cultura parental. También se encuentran con la cultura domi
nante, no en sus distantes, remotas, poderosas y abstractas
formas, sino en las que, junto con otras instituciones, median
135
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
entre la cultura dominante y la subordinada, y por lo tanto
pernean esta última. Aquí, para los jóvenes, la escuela, el
trabajo (desde trabajos de sábado en adelante), el esparci
miento, son las instituciones clave. De casi igual importancia
-para los jóvenes, sobre todo- son las instituciones y agen
cias públicas de control social: la escuela cumple esta fun
ción, pero, junto a ella, una variedad de instituciones, desde
las «coercitivas-duras» como la policía, a las variantes «sua
ves» -jóvenes trabajadores sociales-.
Es en la intersección entre la localizada cultura parental y
las instituciones mediadoras de la clase dominante que sur
gen las subculturas. Muchas formas de adaptación, negocia
ción y resistencia, elaboradas por la cultura «parental» en su
encuentro con la cultura dominante, son tomadas a préstamo
y adaptadas por los jóvenes en su encuentro con las institu
ciones mediadoras de previsión y control. Al organizar su res
puesta a estas experiencias, las subculturas de clase trabaja
dora toman algunas cosas principalmente de la cultura parental:
pero las aplican y transforman a las situaciones y experiencias
características de su propia y distintiva vida de grupo y expe
riencia generacional. Aun cuando las subculturas juveniles han
parecido más distintivas, diferentes, estilísticamente divergen
tes de los adultos y otros miembros de grupos de pares de su
propia cultura «parental», han desarrollado ciertas perspecti
vas que se muestran claramente estructuradas por la cultura
parental. Podemos pensar aquí en la recurrente organización
alrededor de actividades colectivas (la «mentalidad de gru
po»); o el acento en la «territorialidad» (que se observa tanto
en Skinheads como en Teddy Boys); o las particulares con
cepciones de masculinidad y dominio masculino (reproduci
das en todas las subculturas juveniles de posguerra). La cultu
ra «parental» ayuda a definir esos amplios, históricamente lo
calizados «intereses focales». Ciertos temas que son claves
para la «cultura parental» son reproducidos en este nivel una
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
y otra vez por las subculturas, aun cuando intentan ser, o son
vistas como, «diferentes».
Pero también hay «intereses focales» más inmediatos, co
yunturales, específicos de la juventud y su situación y activida
des. En el global, la literatura sobre subculturas juveniles de pos
guerra ha negado el primer aspecto (que comparte con la cultura
«parental») y remarcado exageradamente lo que es distintivo
(los «intereses focales» de los grupos juveniles). Pero este se
gundo elemento -que es, una vez más, generacionalmente es
pecífico- debe ser tomado siempre seriamente. Se nutre tanto
de los materiales disponibles para el grupo para la construcción
de identidades subculturales (vestimenta, música, habl.a) como
de sus contextos (actividades, costumbres, lugares, paseos, sa
lidas, partidos de fútbol, etc.). El tratamiento periodístico espe
cialmente ha tendido a aislar las cuestiones, a expensas de su
uso, de cómo son tomadas y adaptadas, de las actividades y
espacios a través de los cuales estas son puestas en acción, de
las identidades de grupos y perspectivas que imprimen un estilo
en cosas y objetos. Mientras nos tomamos seriamente la signifi
cancia de objetos y cosas para una subcultura, desfetichizarlas
debe ser también parte de nuestro análisis.
Las distintas subculturas juveniles han sido identificadas
por sus posesiones y sus objetos; la corbata y la chaqueta
aterciopelada de los Teds, el corte prolijo, los abrigos y los
scooters de los Mods, los jeans manchados, esvásticas y motos
ornamentadas de los motoqueros, las botas y cabezas pela
das de los skinheads, los trajes de Chicago y el maquillaje de
los seguidores de Bowie, etc. Y aun así, a pesar de su visibili
dad, las cosas simplemente apropiadas y llevadas (o escucha
das) no hacen un estilo. Lo que hace un estilo es la actividad
de estilización -la activa organización de objetos con activida
des y una perspectiva, que produce una identidad de grupo
organizada en la forma de una coherente y distintiva manera
de «ser en el mundo))-. Phil Cohen, por ejemplo, ha tratado de
137
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
llevar el énfasis de las cosas a los modos de construcción
simbólica a través de los cuales el estilo es generado en las
subculturas. Él identificó cuatro modos para la generación de
estilo subcultural: vestimenta, música, ritual y argot. Mientras
que no queremos limitar los «sistemas simbólicos» a estos
cuatro, y encontrando difícil aceptar la distinción (entre me
nos pero más «flexibles») que el autor hace, encontramos este
énfasis en la generación grupal menos conveniente que la ins
tantáneamente estereotipada asociación entre objetos-bienes
y grupos, común en el uso periodístico.
Las subculturas de clase trabajadora no podrían haber exis
tido sin una base económica real: el crecimiento salarial en el
período «afluente», pero, más importante, el hecho de que los
ingresos aumentaban más rápidamente para los adolescentes
que para los adultos en la clase trabajadora, y que mucho de
este era «ingreso utilizable» (utilizado para esparcimiento y
gasto no obligatorio). Pero el ingreso por sí mismo no hace
tampoco un estilo. Las subculturas no podrían haber existido
sin el crecimiento de un mercado de consumo que apuntaba
específicamente a la juventud. Las nuevas industrias juveniles
proveyeron los materiales en crudo, los bienes; pero no pro
dujeron, y fallaron al intentarlo, muchos ni muy auténticos o
duraderos estilos en el sentido profundo. Los objetos estaban
allí, disponibles, pero eran usados por los grupos en la cons
trucción de estilos distintivos. Pero esto significaba no sim
plemente recogerlos, sino activamente construir un estilo con
una específica selección de bienes y cosas. Y esto frecuente
mente involucraba (como intentamos mostrar en algunas de
las selecciones de nuestra sección Etnográfica) subvertir y
transformar esas cosas, de sus usos y significados dados a
otros. Todos los bienes tienen un uso social y por ello un
significado cultural. Sólo debemos mirar al lenguaje de las
mercaderías -la publicidad-, donde, como observa Barthes,
no hay algo como un simple «sweater»: sólo hay un «sweater
r Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
para paseos otoñales en el bosque», o un «sweater para rela
jarse en casa los domingos», o un «sweater para vestimenta
casual», y así (Barthes, 1971). Las mercancías son, también,
signos culturales. Han sido investidas por la cultura dominan
te con significados, asociaciones, connotaciones sociales.
Muchos de esos significados parecen fijos, o «naturales», pero
esto es sólo porque la cultura dominante se los ha apropiado
tan fuertemente para su uso que los significados que le atribu
ye a los bienes han venido a aparecer como el único significa
do que pueden expresar. De hecho, en los sistemas cultura
les, no hay tal cosa como un «sentido natural». Los objetos y
bienes no tienen un significado. «Significan» sólo porque han
sido tratados, de acuerdo con el uso social, dentro de códigos
culturales de significado que les asignan sentidos. El bombín,
traje oscuro de raya diplomática y el paraguas redondo no
son, en sí mismos, la «sobriedad» y «respetabilidad» del hom
bre burgués en el trabajo. Pero tan poderoso es el código
social que rodea a los bienes que sería difícil para un chico de
clase trabajadora ir a trabajar así ataviado, sin aspirar a dar
una imagen «burguesa» o simplemente mofándose de la ima
gen. Este ejemplo trivial muestra que es posible expropiar, así
como apropiarse de, los significados culturales que parecen
«naturalmente» tener los objetos; o, al combinarlos con algu
na otra cosa (el traje con medias brillantes rojas o zapatillas de
correr blancas, por ejemplo), cambiar o influir sobre su signifi
cado. Es porque los significados de las mercancías están so
cialmente dados -Marx llamaba a las mercancías «jeroglíficos
sociales»- que su sentido puede ser socialmente alterado o
reconstruido. El interior de los hogares de clase trabajadora,
descritos por, digamos, Roberts (1971) o Hoggart (1958), re
presentan un «retrabajo» tal que, por medio del mismo, a las
cosas se les imprimen nuevos significados, asociaciones y
valores que las expropian del mundo que se los proveía y las
relocalizan dentro de la cultura de la clase trabajadora.
139
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
La juventud de clase trabajadora necesitaba dinero para gastar
en bienes, objetos y actividades expresivos -el mercado con
sumidor de posguerra tenía una clara infraestructura económi
ca-. Pero ni el dinero ni el mercado pudieron dictar totalm&nte
qué grupos usaban qué cosas para decir o significar algo sobre
sí mismos. Esta resignificación se conseguía de diferentes ma
neras. Una era infligir significados dados mediante la combina
ción de elementos tomados de otro sistema de significados,
dentro del código cultural diferente, generado por la subcultura
misma. Otra manera era modificar, por adición, elementos que
habían sido producidos o usados por un grupo social distinto
(como las modificaciones a la vestimenta eduardiana de los
Teddy Boys, discutidas más adelante por Tony Jefferson). Otra
manera era intensificar o exagerar o aislar un significado y de
esa manera cambiarlo (la «fetichización» del consumo y la apa
riencia por los Mods, discutida por Dick Hebdige; o la elongación
de los zapatos de punta de estilo Italiano; o la actual
«masificación» de los triangulares sacados de los cuarenta).
Una manera más era combinar formas de acuerdo con un len
guaje o código «secreto», del cual sólo los miembros del grupo
poseían la clave (por ejemplo, el argot de muchos grupos
subculturales o desviados; el lenguaje Rasta de los rudies ne
gros). Estas son sólo algunas de las muchas maneras en las
que las subculturas utilizaban los materiales y mercancías del
«mercado juvenil» para construir estilos significativos y una
apariencia para sí mismos.
Mucho más importantes eran los aspectos de la vida grupal
que estos objetos apropiados debían reflejar, expresar y reso
nar. Es este efecto recíproco, entre las cosas que un grupo
usa y las perspectivas y actividades que estructuran y definen
su uso, el principio generativo de la creación estilística en una
subcultura. Esto involucra a los miembros de un grupo en la
apropiación de objetos particulares que son, o pueden ser he
chos, «homólogos» a sus intereses focales, actividades, es-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
tructura de grupo y autoimagen colectiva -objetos en los que
pueden ver sus valores centrales expresados y sostenidos (esto
es discutido más profundamente más adelante, en el capítulo
sobre Estilo)-. La adopción por los Skinheads de borceguíes,
jeans y cabezas rapadas era «significativa» en términos de la
subcultura sólo porque estas manifestaciones externas reso
naban y articulaban las concepciones skinhead de masculini
dad, «rudeza» y «carácter de clase trabajadora». Esto signifi
caba negociar, sobrepasar o inclusive incorporar de manera
positiva muchos de los significados negativos que, en el códi
go de la cultura dominante, estaban asociados a estas cosas:
la imagen de conscripto de la cabeza rapada, la imagen del
trabajo, la ropa fuera de estilo, y así. Los nuevos significados
emergieron porque los pedazos que fueron tomados o revivi
dos fueron puestos en un nuevo y distintivo ensamble estilístico, pero también porque los objetos simbólicos -vesti
menta, apariencia, lenguaje, ocasiones rituales, estilos de
interacción, música- eran utilizados para formar una unidad
con las relaciones, situaciones, experiencias del grupo: la cris
talización en una forma expresiva, que de esa manera define
la identidad colectiva del grupo. Los aspectos simbólicos no
pueden, entonces, ser separados de la estructura, experien
cias, actividades y perspectivas de los grupos como formacio
nes sociales. El estilo subcultural está basado en la infraes
tructura de las relaciones, actividades y contextos grupales.
Este registro de la identidad, situación y trayectoria grupal
en un estilo visible consolida al grupo, que pasa de ser una
entidad vagamente conformada a una fuertemente unida; y
distingue al grupo, idiosincrásicamente, de otros grupos simi
lares y disímiles. De hecho, como todas las demás construc
ciones culturales, el uso simbólico de objetos para consolidar
y expresar una coherencia interna fue, en el mismo momento,
un tipo de oposición implícita a (cuando no una activa y cons
ciente contradicción con) otros grupos en contra de los cuales
141
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
su identidad era definida. Este proceso llevó, en nuestro perío
do, a la distintiva visibilidad de aquellos grupos que llevaban
la «solución subcultural» a sus límites en este camino estilístico.
Tuvo también profundas consecuencias negativas en la
categorización, estereotipado y estigmatización, a su vez, de
aquellos grupos por parte de los guardianes, empresarios mo
rales y definidores públicos sociales, y de la cultura de control
social en general.
Es importante subrayar una vez más que las subculturas
son sólo una de las distintas respuestas que los jóvenes pue
den tomar frente a la situación en la que se encuentran. Ade
más de indicar el rango y la variación de las opciones disponi
bles para la juventud, debemos agregar un esquema tentativo
que nos ayude a hacer clara la distinción que hacemos entre
la posición de la juventud y las opciones culturales a través de
las cuales las respuestas son organizadas.
Podemos distinguir, gruesamente, entre tres aspectos: es
tructurales, culturales y biográficos (para un desarrollo de este
esquema y su aplicación a la situación de la juventud negra, ver
el extracto de 20 años, más adelante). Por estructuras com
prendemos el conjunto de posiciones y experiencias socialmen
te organizadas de la clase en relación con instituciones y es
tructuras más importantes. Estas posicjones generan un con
junto de relaciones y experiencias comunes de las cuales accio
nes significativas -tanto colectivas como individuales- son
construidas. Las culturas son el rango de las respuestas social
mente organizadas a estas condiciones sociales y materiales
básicas. Aunque las culturas forman, para cada grupo, un con
junto de tradiciones -líneas de acción heredadas del pasado-,
los medios mediante los cuales las identidades individuales e
historias de vida son construidas en base a las experiencias
colectivas. Las biografías reconocen este elemento de indivi
duación en los caminos que las vidas individuales toman a tra
vés de estructuras colectivas y culturas, pero no deben ser
142
r Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
concebidas ni como completamente individuales ni como com
pletamente flotantes. Las biografías cortan caminos en, y a
través de, los espacios determinados de las estructuras y cultu
ras en las que los individuos están localizados. Aunque no he
mos podido, aquí, lidiar de manera completamente adecuada
con el nivel de la biografía, insistimos en que las mismas sólo
hacen sentido en términos de estructuras y culturas a través de
las cuales el individuo se construye a sí mismo.
h. El surgimiento de las contraculturas
En este punto, hemos lidiado exclusivamente con las cultu
ras juveniles de la clase trabajadora. Y hay algunos problemas
al decidir si podemos hablar de subculturas de clase media de la
misma manera y dentro del mismo tipo de marco teórico. Sin
embargo, no solamente el período de posguerra ha sido testigo
del surgimiento de distintos tipos de «movimientos expresivos»
entre jóvenes de clase media, diferentes de la cultura de la
escuela o «estudiantil» del período de preguerra, sino que, a
medida que nos acercamos a los setentas, estas han atraído, si
algo, más atención pública -y reacción- que sus contrapartes
de clase trabajadora. Apuntamos, por supuesto, no sólo al cre
ciente involucramiento de la juventud de clase media con la
cultura popular comercializada del esparcimiento, asociada a la
«cultura joven», sino a la aparición de otros grupos subculturales:
el movimiento hippie, las variadas subculturas «desviadas» de
la droga, gays y de abandono de la sociedad tradicional; los
elementos de revuelta cultural en los movimientos estudiantiles
de protesta, etc. Más significativa es la amplia desafiliación
cultural de grandes sectores de jóvenes de clase media -el
fenómeno de la contracultura-. Esto, a su vez, ha sido puesto
en relación con la radicalización y politización (y despolitización)
general de algunos estratos de la juventud de clase media.
143
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Debemos hacer notar algunos elementos estructurales cla
ros en las respuestas de la juventud de distintas clases. Las
subculturas de clase trabajadora son estructuras colectivas cla
ramente articuladas -muchas veces, casi patotas-. La contra
cultura de clase media es más difusa, menos centralmente gru
pada, más individualizada. La última precipita, típicamente, no
el entorno más definido de las subculturas, sino el más difuso
de la contracultura. Las subculturas de clase trabajadora repro
ducen una clara dicotomía entre aquellos aspectos de la vida
grupal todavía bajo control total de las instituciones dominan
tes o de las «parentales» (familia, escuela, hogar, trabajo), y
aquellos enfocados en las horas libres -el esparcimiento, la
asociación de grupos de pares-. El entorno de la contracultura
de clase media mezcla y borra las distinciones entre tiempo y
actividades «libres» y «necesarios». De hecho, se distingue pre
cisamente por su intento de explorar «instituciones alternati
vas» a las centrales de la cultura dominante: nuevos patrones
de vida, de vida familiar, de trabajo, y hasta «no-carreras». La
juventud de clase media sigue siendo más numerosa que sus
pares de clase trabajadora «en la etapa transicional». Típica
mente, la juventud de clase trabajadora se apropia del ambien
te que la rodea, construye distintas actividades de esparcimien
to de acuerdo al entorno dado -la calle, el vecindario, el campo
de fútbol, la playa, los boliches, el cine, los bares-. La juventud
de clase media tiende a construir enclaves en los intersticios de
la cultura dominante. Donde la anterior representa una apropia
ción del «gueto», esta hace un éxodo del mismo. Durante el
pico de la contracultura, en los sesenta, las contraculturas de
clase media formaron un embrión de «sociedad alternativa»,
proveyendo a la contracultura con una base institucional subte
rránea. Aquí, la juventud de cada clase reproduce la posición
de las clases «parentales» a las que pertenece. La cultura de
clase media puede permitirse el espacio y la oportunidad para
que secciones de la misma «se abran» de circulación. La juven-
144
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
tud de clase trabajadora es persistente y consistentemente es
tructurada por el ritmo dominante de la alternativa entre sába
do a la noche y lunes a la mañana.
El contenido oposicional objetivo de las subculturas de la
clase trabajadora se expresa a sí mismo socialmente. Es por
ello que muchas veces es asimilado por la cultura de control a
formas tradicionales de «delincuencia de clase trabajadora»,
definida con «Hooliganismo» o vandalismo. La contracultura
toma una forma política e ideológica más explícita. Articula su
oposición a los valores e instituciones dominantes -aun cuan
do, como frecuentemente ha ocurrido, esto no toma la forma
de una respuesta abiertamente política-. Aun cuando las
subculturas de clase trabajadora son agresivamente conscien
tes de clase, esta dimensión tiende a ser reprimida por la cultu
ra de control, que los trata como «delincuentes típicos». Aun
cuando las contraculturas de clase media son explícitamente
antipolíticas, su tendencia objetiva es tratada como, potencial
mente, política.
La contracultura de clase media es una aparición de media
dos de los sesenta y luego, antes que de los cincuenta. Sólo
unos pocos del sector más intelectual de la juventud estaban
involucrados con la contraparte inglesa del movimiento beat.
El estilo pos-beat, tipo «On the road» 20 , prevalecía alrededor y
dentro de la Campaña por el Desarme Nuclear y el movimiento
pacifista de fines de los cincuenta -el período beatnik/pacifis
ta, asociado con el revival de la música folk de Bob Dylan-.
Los hippies de fines de los sesenta fueron la más distinguida
de las contraculturas de clase media. Su influencia cultural en
este sector de la juventud fue inmensa, y las raíces de mu
chos valores contraculturales todavía pueden ser rastreadas
en el movimiento hippie. Los hippies ayudaron a que todo un
20 N. del T.: el autor hace referencia al título de tal vez la obra más importante del «movimiento», On the road, de Jack Kerouac, publicada en 1957.
145
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
entorno subcultural cuasi bohemio llegara a existir, formaron
estilos, vestimentas, actitudes, música y demás. Las institu
ciones alternativas subterráneas emergieron básicamente de
esta matriz. Pero la cultura hippie rápidamente se deshizo en
varias aristas -heads, freaks, gente de la calle, etc.-. Alimen
tó tanto a las subculturas «marginales» como a las de las
drogas en el período. Permeó la cultura estudiantil y ex-estu
diantil. Estuvo atravesada entonces por influencias que iban
desde elementos más políticos dentro de los jóvenes de clase
media -el movimiento estudiantil de protesta, trabajo social
radical, acciones comunitarias grupales, crecimiento de sec
tas de izquierda, y demás-. Todas estas tendencias llegaron a
una fusión parcial en el período entre 1967 y 1970 -el pico de
la contracultura-. Esta formación también se había partido en
distintas direcciones. Las más distintivas son, por un lado, vía
las drogas, el misticismo y la «revolución del estilo de vida»,
la de una cultura alternativa utópica; por otro lado, vía la ac
ción comunitaria, de protesta y las metas libertarias, la de
unas políticas más activas. Lo que tenemos aquí, en definiti
va, es una matriz de distintas vertientes, conexiones y diver
gencias dentro de un amplio pero definido entorno contracul
tural, antes que (con la excepción de las subculturas de la
droga y sexuales) una secuencia de subculturas de clase me
dia claramente definidas.
Tanto las subculturas de clase trabajadora como las con
traculturas de clase media son vistas, por los guardianes mo
rales y por la cultura dominante, como indicadoras de una
«crisis de autoridad». La «delincuencia» de una y la «desafilia
ción» de la otra dan cuenta de cierta debilidad en los vínculos
que hacen al lazo social, así como en las instituciones forma
tivas que se ocupan de la formación de los primeros como
esforzados trabajadores, respetuosos de la ley y respetables
ciudadanos de clase obrera, y de los segundos como sobrios,
profesionales e individuales ciudadanos burgueses. Esto im-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
plica una transgresión en, si no una ruptura de, la reproduc
ción de las relaciones de clases, de sus culturas e identidades,
así como una pérdida de peso en la consideración de los «más
antiguos y respetables». La diferencia es que mientras en el
primer caso se trata de un debilitamiento del control sobre la
clase subordinada, en el segundo se trata de una crisis entre
la juventud de la clase dominante. Como ha remarcado Gramsci,
cuando se da cuenta de una «Crisis de autoridad», «Se trata
precisamente de la crisis de la hegemonía o de una crisis ge
neral del Estado».
Julie Mitchell ha argumentado:
Cada clase tiene aspectos de su propia cultura que son relati
vamente autónomos. El hecho está ilustrado por frases como
«cultura de la clase trabajadora», «cultura de gueto», «cultura
inmigrante», etc., y por la ausencia de la frase «cultura de
clase media». Hablamos de las costumbres de la clase media,
de sus hábitos y maneras, pero no de una «cultura>>. No pen
samos en la «cultura de clase media» como algo separado -es
simplemente la cultura general, global, en la cual estamos in
sertos y aislados de otras culturas-. Sin embargo, esta hege
monía cultural por parte del pensamiento burgués no es un par
absoluto junto a la dominación económica por parte de la clase
capitalista. (Mitchell, 1971: 33)
Las contraculturas de clase media encabezaban un disenso
respecto de su propia y dominante cultura parental. Su
desafiliación era principalmente ideológica y cultural. Dirigie
ron sus ataques fundamentalmente contra aquellas institucio
nes que reproducían las relaciones ideológico-culturales domi
nantes -la familia, la educación, los medios, el matrimonio, la
división sexual del trabajo-. Estos son los aparatos que manu
facturan el lazo social e internalizan el consenso. «Las muje
res, hippies, grupos juveniles, estudiantes y colegiales; todos
147
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
cuestionan las instituciones que los han formado y tratan de
erigir sus anversos ... » (Mitchell, 1971: 32). Ciertamente, al
gunos de estos grupos apuntan a una inversión sistemática, a
un dar vuelta simbólico, de toda la ética burguesa. Empujando
hacia los extremos tendencias contradictorias de la cultura,
procuran subvertirla, pero desde dentro y mediante una nega
ción. «Sus aspiraciones libertarias surgen como negación de
la cultura tradicional: una desublimación metodológica»
(Marcuse: 1969). Esta negación de una cultura dominante pero
desde el interior de la misma puede dar cuenta de las conti
nuas oscilaciones entre dos extremos: la crítica total y -en el
reverso- la incorporación substancial. Así se da una «dialécti
ca negativa» profundamente ambigua.
Una vez más, este movimiento emergente entre la juven
tud de clase media debe ser localizado, en primer lugar, en la
dinámica y las contradicciones peculiares, en este período, a
la cultura de clase media de sus padres. Las clases medias
también se han visto afectadas por la creciente división del
trabajo bajo la moderna producción capitalista. Hemos visto el
crecimiento de los trabajadores de cuello blanco y de un estra
to de gerentes de bajo rango, el crecimiento de nuevas profe
siones que acompañan a las viejas, un crecimiento de la clase
media no comercial y administrativa asociada al Estado de
Bienestar, un nuevo estrato conectado con la revolución de
las comunicaciones, la gestión y el marketing. Estos son aque
llos a quienes Gramsci llama «la inteligentzia orgánica» del
capitalismo moderno -grupos que se caracterizan por su «Ca
pacidad directiva y técnica», su rol como organizadores, a lo
largo de toda la esfera de la producción, «de masas de hom
bres ... de la seguridad de los inversores ... de la tranquilidad
de los consumidores respecto a sus productos, etc.» (Gramsci,
1971: 5)-. Escuelas y universidades son los instrumentos «a
través de los cuales son elaborados intelectuales de varios
niveles ... mientras más extensa es el área cubierta por la edu-
• 1
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cación y más numerosos los niveles verticales de la escolari
dad, más complejo es el mundo cultural. .. » (!bid.). La expan
sión en la educación fue, por lo tanto, central respecto de los
cambios en la composición, carácter y problemática de esta
clase. De ahí que una crisis entre la juventud de esta clase se
exprese a sí misma, específicamente, como una crisis en los
aparatos educacionales e ideológicos.
La relación entre los estratos intelectuales y el mundo de la
producción es «,mediado' por toda la fábrica social y por el
complejo de superestructuras» (!bid.). La cultura del hombre
burgués, con sus intrincadas represiones y frenos emociona
les, su tiempo regulado para contenerse y largarse, su com
promiso con la ética protestante del trabajo, la carrera, el lo
gro competitivo y el individualismo progresivo, a la ideología
de la privacidad familiar y al ideal de domesticidad, forma un
rico y complejo tejido en torno al desarrollo del modo de pro
ducción. Pero, en tanto el capitalismo se movió, tras la gue
rra, hacia un modelo más avanzado técnicamente, corporati
vo, apuntado a la diversificación del consumo, este tejido cul
tural fue erosionado. Comenzaron a aparecer fisuras críticas
en este complejo superestructura!. La reorganización de pos
guerra de la vida técnica y productiva de la sociedad y el
intento fallido por estabilizar el modo de producción en este
nivel más «adelantado» tuvieron un impacto desestabilizador
y desviante sobre la cultura de clase media.
Muchos hábitos de pensamiento y sentimiento, muchos pa
trones de relaciones ya establecidos en la cultura de clase me
dia, fueron perturbados por la agitación cultural que acompañó
a esta «revolución inacabada». Esto no se debió solamente a
que las clases medías -«columna vertebral de la nación»- que
daron súbitamente expuestas al hedonismo controlado de la
«ideología de la afluencia». Fue, más fundamentalmente, por
que el cambio en el modo en que estaba organizada la produc
ción requirió y provocó una expansión cualitativa en las fuerzas
149
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
de la «producción mental», una revolución en la esfera de la
conciencia moderna. El aprovechamiento del poder productivo
del Capital necesitaba no sólo nuevas habilidades sociales y
técnicas, nuevas estructuras políticas, sino un ciclo de consu
mo más recurrente y formas de conciencias más en sintonía
con los ritmos del consumo, así como con las nuevas capacida
des productivas y distributivas del sistema. «El capitalismo avan
zado es imposible sin una expansión paralela del 'cerebro' so
cial y sus nervios y comunicaciones ... » (Nairn, 1968: 159).
Una forma de producción de bienestar más grande implicó en
tonces una reformulación de la propia conciencia: apuntó a la
producción del tipo de inteligencia social que Marx una vez
predijo «regularía la reproducción y el crecimiento del bienes
tar>>, a la vez que el tipo de falsa conciencia que encuentra su
apogeo en el espectacular «fetichismo de la mercancía».
Este era un mundo totalmente diferente -resquebrajado,
contradictorio- para la tradicional clase media, formada en y
por una ética más antigua, «protestante». El capitalismo avan
zado requería ahora no ahorro, sino consumo; no sobriedad,
sino estilo; no gratificaciones a largo plazo, sino inmediata
satisfacción de necesidades; no bienes que durasen, sino co
sas que fuesen prescindibles: una vida con swíng antes que
un estilo de vida sobrio. El evangelio del trabajo era duramen
te opuesto a una vida crecientemente enfocada en el consu
mo, el placer y el entretenimiento. La represión sexual y los
ideales de la domesticidad consagrados por las familias de
clase media no podían sobrevivir fácilmente al crecimiento de
la «permisividad». Naturalmente, las clases medias tuvieron
miedo ante esta erosión de todo su estilo de vida; y cuando la
clase media tiene miedo, conjura demonios de la nada. La vida
tradicional de clase media, imaginaban, estaba siendo minada
por una conspiración entre los intelectuales progresistas, los
liberales, los pornógrafos y la contracultura. El hecho es que
esta cultura tradicional estaba siendo desarticulada, en primer
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
lugar y más profundamente, no por enemigos de una clase
exterior, sino por cambios internos que surgían directamente
de las necesidades del propio sistema productivo. Mucho an
tes de que comenzaran las campañas contra la moral sexual
represiva, esa moral había sido erosionada y minada por, por
ejemplo, el lenguaje de la publicidad masiva, con su agresiva
explotación de contenidos pseudosexuales. Naturalmente, la
vieja ética era confrontada no en nombre de una liberación
total, sino sólo en nombre de aquellas necesidades que po
dían ser satisfechas por mercancías. Marcuse, profunda y
acertadamente, localizó este alejamiento controlado de la éti
ca de clase tradicional hacia una permisividad basada en el
consumo, como una desublimación represiva (Marcuse, 1964).
En tanto la moralidad tradicional de clase media estaba articu
lada en torno a la sublimación represiva, esta desublimación
controlada fue profundamente perturbadora.
Gradualmente, ha emergido una puja entre la burguesía
tradicional -más precisamente, la pequeña burguesía- y las
clases medias más progresivas y modernas. Pero, ante la pri
mera corriente de afluencia, los guardianes del ideal de clase
media primero encontraron un quiebre en la figura de la «ju
ventud»: primero, la de la clase trabajadora, y, después, la
suya propia. En nombre de la sociedad, resistieron su hedo
nismo, su narcisismo, su permisividad, su búsqueda de grati
ficaciones inmediatas, su antiautoritarismo, su pluralismo moral,
su materialismo: todos definidos como «amenazas» a los va
lores sociales que surgían tanto de los jóvenes aspirantes de
la clase trabajadora como de la juventud de clase media mal
formada y mal sociabilizada. Malinterpretaron la crisis al inte
rior de la cultura dominante como una crisis contra la cultura
dominante. Fallaron (como así también muchos miembros de
la contracultura) en ver el quiebre cultural, en su modo pertur
bador y traumático, como una profunda adaptación a las nue
vas bases del sistema productivo.
151
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
«Puede ser cierto que los sistemas sociales más avanzados de
nuestra propia era sean atrapados por conflictos dialécticos impre
decibles que nacen de ellos mismos y que amenazan su estabili
dad interna» (H. Aitken, citado en Nairm, 1968: 158). Las
contraculturas nacieron en este quiebre cualitativo al interior de la
cultura dominante: en la cesura entre las viejas y las nuevas va
riantes de la ética dominante. Pero, por cierto tiempo, la juventud
apareció, en tanto fenómeno, como su representante más agresi
vo y visible. La respuesta, característicamente, tuvo dos lados.
Los tradicionalista lamentaron las crisis de autoridad, la pérdida de
puntos de referencia estables característicos de las antiguas cul
turas de clase. El estrato de clase media progresista incentivó,
incorporó y explotó comercialmente este hecho. La Cultura Juve
nil fue la primera «forma fenomenal» de la crisis cultural. Aunque
la revuelta de la juventud de clase media no estaba contenida por
este marco adaptativo, su trayectoria posterior debe mucho a su
punto de partida ambivalente situado entre dos mundos morales
de un mismo sistema: esto es, a su posición paradójica en la
transición desigual e incompleta del capitalismo.
Si pensamos en la «revuelta de clase media» en su fase más
pura y contracultural, aunque mucho de lo que la encarnó fue
abiertamente antagónico a los valores sagrados de la clase me
dia tradicional, algunos de sus objetivos fueron, objetivamente,
profundamente adaptativos respecto del sistema en ese mo
mento de transición. «Una de las funciones principales de las
revueltas radicales ... es engendrar nuevas ideas, técnicas, acti
tudes y valores que son requeridos por una sociedad en desa
rrollo, pero que los propietarios de sus superestructuras son
incapaces de llevar a cabo por sí mismo en tanto su posición
social está inevitablemente atada al statu quo» (Silber, 1970:
11). Los valores alternativos, disfuncionales respecto de la «ética
protestante», deben formar el puente necesario, resistido y
contradictorio entre las viejas estructuras y la controlada
resublimación del capitalismo posprotestante.
152
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Las culturas hegemónicas, de todos modos, nunca son li
bres para reproducirse y mejorarse a sí mismas sin contradic
ciones y resistencias. El capitalismo moderno puede haber
requerido un nuevo ethos ideológico-cultural para su supervi
vencia, pero el pasaje de lo viejo a la nuevo fue traumático -e
incompleto-. Una crisis en la cultura dominante es una crisis
en la formación social como todo. Por supuesto, las oposicio
nes y resistencias asumirán diferentes formas (ver Raymond
Williams, 1973). Movimientos que parecían opositores pue
den ser meramente sobrevivientes, restos del pasado (por ejem
plo, algunos aspectos del «pastoralismo» contracultural). Al
gunos pueden ser simplemente «alternativas» -lo nuevo per
maneciendo junto a lo viejo-. Marcuse ha observado que «lo
simple, la negación elemental, la antítesis ... la denegación in
mediata» frecuentemente dejan «a la cultura tradicional, al
arte ilusionista, intactos» (Marcuse, 1969: 4 7). Otros son
verdaderamente «emergentes»; aunque también deben pujar
contra redefiniciones e incorporaciones por parte de la cultura
dominante. Movimientos que son simplemente alternativos
pueden provocar una reacción violenta que los desarrolle in
ternamente y los fuerce a volverse verdaderamente más opo
sitores. Pueden volverse emergentes; o ser redefinidos y ab
sorbidos, dependiendo de la coyuntura histórica en la que sur
jan. La contracultura de clase media de posguerra nos presen
ta un panorama así de confuso e irregular.
Algunos aspectos de esta avanzada cultural eran, clara
mente, adaptativos e incorporables. Las contraculturas lleva
ron a cabo una importante tarea a favor del sistema al innovar
y experimentar con nuevas formas sociales que terminaron
por darle mayor flexibilidad. En muchos aspectos, la revolu
ción de los estilos de vida fue un puro, simple y furioso suce
so comercial. En cuanto a vestimentas y estilos, la contracultura
exploró, en su pequeña escala artesanal y en formas capitalis
tas de producción y distribución vanguardísticas, cambios en
153
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
el gusto que las cadenas de consumo masivo tomaron a su
favor. Lo mismo puede decirse de la música y el negocio del
entretenimiento, a pesar de los esfuerzos hechos aquí para
crear redes de distribución realmente alternativas. «Permisivi
dad planificada» y escándalo organizado, asuntos en base a
los que la prensa organizada sobrevivió durante años, aunque
indignante para los guardianes de la moral, no pusieron al
sistema de rodillas. De todos modos, las publicaciones y pelí
culas comerciales se volvieron más permisivas. Los revivals
místico-utópicos y cuasi-místicos eran más de doble filo: ten
dieron a darle a la cultura un carácter anticientífico poco re
flexionado y, por lo tanto, excesivamente ideológico -la idea
de que «la revolución está en la cabeza», aquella otra según la
cual «la juventud es una clase», o que Woodstock es «una
nación», o, en las inmortales palabras de Jerry Rubins, que «la
gente debería hacer lo que mierda sea que quiera» (Silber,
1970: 58). El nuevo individualismo de «hacé lo tuyo», cuando
se lo considera en sus formas más extremas, no se parece a
otra cosa que a una caricatura disparatada del individualismo
pequeñoburgués más tradicional.
Sin embargo, esto no acaba con los contenidos opositores.
A un nivel muy simple, su emergencia marcó el fracaso de la
cultura dominante para ganar la adhesión de un sector de sus
«mejores y más brillantes». La desafiliación respecto de los
objetivos, estructuras e instituciones de las «sociedad normal»
fue muy amplia. Aquí, las contraculturas dieron lugar, a fin de
cuentas, a un espacio social y cultura de respiro -un hiato en la
reproducción de las relaciones culturales- en el cual se llevó a
cabo una desafiliación más profunda. Fue roto el molde de la
cultura dominante. La «desublimación represiva» es un peligro
so fenómeno de dos caras. Cuando se rompen los códigos de la
cultura tradicional y nuevos impulsos sociales son liberados,
los mismos son imposibles de ser completamente contenidos.
Se abre la puerta a la permisividad y sigue una profunda libera-
154
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
ción sexual. Se asienta el slogan de «libertad» y alguna gente le
da unos tonos y contenido revolucionarios inimaginados. Se
desarrollan los medios de comunicación y la gente gana acceso
a contenidos que no estaban dirigidos a ella. «Las ideologías
cultivadas a fines de lograr el control último del mercado ... son
de índole tal que pueden ser revertidas en sus propios térmi
nos ... el culto a 'ser fiel a tus propios sentimientos' se vuelve
peligroso cuando esos sentimientos no son ya los que la socie
dad querría que uno sienta» (Mitchell, 1971: 31 ). De hecho,
tan pronto como la contracultura empieza a tomar estos nue
vos slogans como valor de cambio, estos son transformados
en sus opuestos. Aunque la naturaleza de esta inversión se
mantenga central, ideológica y culturalmente -«superestructu
ralmente»-, la subversión sistemática de la ética tradicional da
a la contracultura una fuerza objetivamente opositora que no es
completamente absorbible -y no fue completamente absorbi
da-. Un asalto sostenido contra la estructura ideológica de la
sociedad es un momento de gran contradicción; especialmente
si ocurre en sociedades que dependen crecientemente de sus
instituciones formadoras de conciencia tanto para lograr con
senso como para mantener el control social del proceso pro
ductivo. Esto representa un quiebre en el «sistema nervioso
central» de la sociedad (Nairm, 1968: 156). Este quiebre no
sólo «saca a la luz las contradicciones», convirtiendo la aliena
ción privada en un «problema manifiesto en las calles». Tiende
a -y así ocurrió- desencadenar los «poderes de la violencia
estatal que están siempre ahí como trasfondo y soporte» (Mit
chell, 1971: 32). Y la represión o, más bien, «esta relación
entre la quietud del consenso y la brutalidad de la coerción»,
endurece la línea entre la «permisividad» y lo inaceptable, crea
solidaridades, instala las contraculturas como una zona libre
semipermanente, y lleva aun más lejos la incipiente tendencia
hacia la politización. En el período 1968-1972, muchos secto
res de la contracultura cayeron en recorridos «alternativos» y
155
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
soluciones utópicas. Pero otros avanzaron hacia formas más
duras, definidas, intensas y prolongadas para sus políticas de
protesta, activismos, comunidades de acción, luchas libertarias
y, finalmente, para la búsqueda de una convergencia con la
política de las clases trabajadoras.
La subsiguiente evolución de la contracultura de clase me
dia es una historia demasiado compleja como para ser desen
trañada aquí. La contracultura, con su floreciente prensa alter
nativa e instituciones, se ha fragmentado, difuminado, aunque
no ha desaparecido. La interpenetración de modos de vida y
valores alternativos que cargan con politicidades radicales es
un hecho que se sigue dando. Ciertos temas de la contracultura
han estimulado y provocado la organización de oposiciones y
repudios por parte de la sociedad (las drogas, la pornografía).
Otros temas han llevado a nuevos tipos de política: Jos frentes
de liberación de las mujeres y Jos gays, por ejemplo. La experi
mentación utópica con modos alternativos de vivir -comunas y
colectividades- continúa tanto entre sectores de Jos segmen
tos políticos y «pospolíticos». Muchos individuos se han aleja
do más o menos permanentemente o se han despreocupado de
Jos medios y espacios contraculturales. Muchos han sido reclu
tados por grupos de izquierda y sectas. Otros se han volcado al
activismo comunitario o al trabajo s~cial radical. Algunos han
preservado la esencia del ideal libertario, pero redefiniéndolo en
términos mucho más políticos -hay contraculturas orientadas
a tendencias «libertarias», anarcosindicalistas, marxistas-. En
general, esta convergencia parcial entre contraculturas de clase
media y políticas radicales ha sido sobredeterminada por un
cambio del control cultural hacia modos más autoritarios, por
la concurrencia de crisis políticas y económicas y, por sobre
todas las cosas, por el resurgir, especialmente tras 1972, de
unas clases trabajadoras políticamente vigorosas, tanto des
de los sectores industriales como de los no industriales (ver
diagrama).
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
La trayectoria general de la juventud de clase media es
igualmente difícil de estimar. lrwin Silber ha argumentado que
«la clase trabajadora entiende, en cierto nivel instintivo, que
la 'revolución cultural' no es ninguna revolución. Lejos de libe
rar al trabajador de la realidad de la explotación capitalista,
sólo lo dejará indefenso ante el enemigo de clase. El trabaja
dor reconoce ... que esta 'revolución cultural' es sólo un elitismo
de clase media apenas disfrazado, una filosofía encabezada
por aquellos elementos de la sociedad que todavía pueden
encontrar soluciones individuales parciales ante las realidades
de la opresión de clase. La falta de seguridad económica que
caracteriza al trabajador no le permite esos actos de liberación
individual que se reflejan en estilos de vida con onda ... » (Silber,
1970: 26). Pero esta recapitulación subestima tanto la pro
fundidad del quiebre efectuado tanto por la revolución cultural
como la economía de la resistencia de la clase trabajadora.
Marcuse ha argumentado que «en el dominio del capitalismo
corporativo, los dos factores históricos de transformación, el
subjetivo y el objetivo, no coinciden: son predominantes en
grupos distintos y antagónicos» (Marcuse, 1969: 56). Pero
esto, a su vez, implica subestimar la profundidad de la crisis
económica en el capitalismo, y plantea una división simple
entre «la base humana del proceso de producción» (los traba
jadores) y «la conciencia política de la joven inteligentzia in
conformista», que es insostenible y carece de dialéctica
(Marcuse: 1969: /bid.). Sin embargo, no deja de ser verdad
que esta convergencia no ha tenido lugar en ninguna parte.
Donde sobreviven los auténticos valores e intereses
contraculturales, aparecen como divergentes respecto de los
valores y estrategias de las clases medias y de las clases tra
bajadoras. En esta discrepancia, las subculturas de clase me
dia revelan su carácter de clase transicional y su posición des
plazada, y articulan el quiebre de los eventos posteriores a
1968 con las estructuras tradicionales.
157
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Sulx:utturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Clase media tradicional Contracultura Clase trabajadora esta tus estilo clase
familia nuclear comuna familia amplia carrera sin carrera 1 derecho a no trabajo
trabajar pro-negocios anti-negocios y anti-unión pro-unión
hogar "pad", lugar para hogar acostarse
área residencial enclave vecindario trabaio 1 esparcimiento trabaio es esparcimiento trabalo 1 esparcimiento representación formal participación democracia formal
elitismo ausencia de liderazgo democracia formal cívico 1 privado lo personal es lo público público 1 privado
educación pública de escuela libre y educación pública masiva grado 1 escuela privada desescolarización
club escena club alta cultura la vida es arte cultura de masas alta costura "boutique" cadena comercial
consumo de alto nivel anti-consumo consumo masivo materialista anti-materialista materialista moderación libertad represión sobriedad actitud libertaria respetabilidad
adaptarse a los roles trascender los roles ne_g_ociar los roles masculino 1 femenino quebrar las barreras de masculino 1 femenino
género individualismo posesivo individualismo fraternal colectivismo
En un nivel, las contraculturas de clase media -como las
subculturas de clase trabajadora- también intentaron -en un
nivel «imaginario»- trabajar fuera o a través de una contradic
ción o problemática en sus situaciones de clase. Pero, en tan
to habitan una cultura dominante (aunque no obstante en un
modo negativo), están estratégicamente ubicadas (en modos
en que las subculturas de clase trabajadora no lo están) para
generalizar una contradicción interna para la sociedad como
un todo. Las contraculturas surgieron de cambios en las «rela
ciones reales» de su clase: representaron una ruptura al inte-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
rior de la cultura dominante que luego fue vinculada con una
crisis de hegemonía de la sociedad civil y, en última instancia,
del Estado mismo. Es en este sentido que las contraculturas
de clase media, comenzando a desarrollarse al interior de las
clases dominantes, se han vuelto una fuerza emergente de
ruptura para toda la sociedad. Su fuerza ya no es contenida
por su origen. Por el contrario, extendiendo y desarrollando su
«práctica crítica» de la cultura dominante, ejercida desde una
posición de privilegio al interior de la misma, han llegado a
ocupar, encarnar y expresar muchas de las contradicciones
del propio sistema. Naturalmente, la sociedad no puede ser
reconstruida «imaginariamente» desde ese punto. Pero esto
no da fin a la emergencia de sus potenciales. Ellas prefiguran,
anticipan, anuncian -aunque de modos incompletos, diagra
máticos y utópicos- la emergencia de formas sociales. Estas
nuevas formas están enraizadas en la propia base productiva
del sistema, aunque, cuando llegan sólo al nivel de las contra
culturas, estamos en lo correcto al considerar que su madura
ción en la matriz de la sociedad es aún incompleta. Las con
traculturas prefiguran, entre otras cosas, la naturaleza cre
cientemente social de la producción moderna, así como dan
cuenta de las formas -ya pasadas de moda- sociales, políti
cas y actuales en las que actualmente esta producción está
confinada. La contracultura llega, en los mejores casos, a mi
tad de camino en el recorrido de hacer manifiestas estas con
tradicciones de clase. Algunos analistas sugieren que esto se
aprecia más claramente en lo que Marcuse ha denominado «la
nueva sensibilidad». Nairn apunta, en el mismo sentido, a la
prefiguración de un nuevo tipo de «individuo social». Habla de
la promesa de que «la 'juventud' puede por primera vez asu
mir un significado que no sea estrictamente biológico, un sen
tido social positivo, como la portadora de aquellas presiones
en el cuerpo social que prefiguran una nueva sociedad y no la
reproducción de la de siempre» (Nairm, 1968: 172-173). Es-
159
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tos complejos significados del surgimiento de las contracultu
ras no pueden ser desarrollados aquí -para empezar, porque,
históricamente, sus trayectorias no han finalizadas-. Lo que
ellas hicieron fue poner estas preguntas en la agenda política.
Las respuestas están en otra parte.
i. La respuesta social a la juventud
Como ya hemos insinuado, la sociedad dominante no se
sentó calmamente a un costado del período a mirar a las sub
culturas en juego. Lo que empezó como una respuesta de
perplejidad confusa -representado por la simplificadora frase
«la brecha generacional»- se volvió, a través de los años, una
lucha intensa, intensificada. En los cincuenta, la «juventud»
vino a simbolizar el punto más avanzado del cambio social:
«juventud» era empleada como metáfora para el cambio so
cial. Las tendencias más extremas en una sociedad cambiante
fueron identificadas por la sociedad, que tomó sus orientacio
nes de lo que la juventud estaba «por hacer»: la juventud era
la vanguardia -de la sociedad venidera desclasada, pospro
testante, consumista-. Este desplazamiento de las tensiones
provocadas por el cambio social en la «juventud» fue una
maniobra ambigua. El cambio social era generalmente visto
como benéfico («nunca la tuviste mejor»); pero también como
erosionando los hitos tradicionales y minando el orden sagra
do y las instituciones de la sociedad tradicional. Fue, desde un
principio, acompañado por sentimientos de ansiedad social
difusa y dispersa. Los límites de la sociedad estaban siendo
redefinidos, sus contornos morales redibujados, sus relacio
nes fundamentales (sobre todo, aquellas relaciones de clase
que durante tanto tiempo dieron una estabilidad jerárquica a
la vida inglesa) transformadas. Como a menudo ha sido re
marcado (Cfr. Erikson, 1966; Cohen, 1973, etc.), los movi-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
mientas que perturban los contornos normativos de una so
ciedad marcan el inicio de tiempos problemáticos -especial
mente para aquellos sectores de la población que han hecho
un pacto insoslayable con la continuación del statu quo-. Los
«tiempos problemáticos», cuando la ansiedad social está ex
tendida pero falla en encontrar una expresión pública o políti
ca organizada, dan origen al desplazamiento de la ansiedad
social en chivos expiatorios conveniente para los grupos. Este
es el origen del «pánico moral» -una espiral en la que los
grupos sociales que ven amenazada su posición y mundo iden
tifican un «enemigo responsable» y emergen como los guardia
nes vociferantes de los valores tradicionales: empresarios mo
rales-. No es sorprendente, entonces, que la juventud se vuel
va el foco de esta ansiedad social -su objeto desplazado-. En
los cincuenta, y nuevamente en los tempranos sesenta, los
grupos juveniles más visibles e identificables estaban involu
crados en eventos dramáticos que gatillaban «pánicos mora
les», centrando, de forma desplazada, la riña de la sociedad
con ella misma. Eventos ligados al surgimiento de los Teds y,
más tarde, tos motoqueros y los Mods, precipitaron tos páni
cos morales clásicos. Cada evento era visto como significan
do, en un microcosmos, un problema social más amplio o pro
fundo -el problema de la juventud como un todo-. En esta
crisis de autoridad, la juventud juega ahora el rol de síntoma y
chivo expiatorio. Los «pánicos morales» de este orden estaban principal
mente enfocados hacia la «juventud de clase trabajadora».
Las subculturas organizadas ajustadamente-Teds, Mods, etc.
representaban sólo los blancos más visibles de esta respues
ta. Junto a esto, debemos recordar la forma en que la juven
tud se puso en conexión, en los disturbios de 1958 en Notting
Hill, con aquel otro tema oculto y desplazado de la preocupa
ción racial; y la ansiedad general sobre la creciente delincuen
cia, el ritmo creciente del crimen juvenil, el pánico sobre la
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
violencia en las escuelas, el vandalismo, las peleas de pandi
llas y los Hooligans en el fútbol. La respuesta a este proceso y
a otras manifestaciones de la «juventud» tomó una variedad
de formas: desde modificaciones al Servicio de Juventud y la
extensión de las agencias de trabajo social, pasando por el
prolongado debate respecto de la declinación en la influencia
de la familia, las medidas drásticas para el absentismo y la
indisciplina en las escuelas, hasta los comentarios del Juez en
el juicio entre Mods y Rockers, que no fueron nada mejor que
los «Sawdust Caesars»21 • Las olas de pánico moral alcanza
ron nuevas alturas con la aparición de los Skinheads que se
basaban en el territorio, los disturbios en el fútbol y la destruc
ción de propiedades del ferrocarril.
A esto se sumó, a mediados de los sesenta, una serie de
«pánicos morales» de un nuevo tipo, esta vez enfocados alre
dedor de la juventud de clase media y la «permisividad». Los
grupos juveniles de clase trabajadora eran vistos como un sín
toma de un malestar civil más profundo. Pero los grupos de
clase media, con su desafiliación pública, su ataque ideológi
co a la «sociedad recta», su incesante búsqueda de placer y
gratificación, etc., fueron interpretados como acción, más
consciente y deliberada, para minar la estabilidad social y moral:
la juventud, ahora, como los agentes activos de la ruptura
social. La primera ola de reacción social en esta área se crista
lizó alrededor de asuntos sociales, morales y culturales: dro
gas, sexualidad, libertinaje, pornografía, la corrupción de la
juventud -los temas clave de la «revolución permisiva»- (esto
produjo, en respuesta, el primer «contragolpe» antipermisivo
organizado contra los guardianes morales -la Sra. Whitehouse,
el Informe Longford, el Festival de la Luz, SPUC, etc.-). La
segunda ola se cristalizó alrededor de la «politización» de esta
contracultura -protestas estudiantiles, la nueva política de las
21 Grupo Mod más poderoso o reconocido en Londres.
r Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
calles, demostraciones, etc.-. Aquí, la «juventud» era catalo
gada, no sólo como el agente consciente del cambio, sino
como impulsora deliberada de la sociedad hacia la anarquía: la
juventud como la minoría subversiva. Y ahora la Ley, que ha
bía sido movilizada de tanto en tanto, en su forma rutinaria
«normal», a lidiar con los Hooligans y el vandalismo, era intro
ducida al juego de un modo más formal y activo. Este giro
dentro de la cultura de control, desde una indignación infor
mal y una cruzada moral a la coacción formal y el control
legal, tuvo orígenes más amplios (que no podemos tratar aquí:
ver la Secciones de Ley y Orden del estudio aún no publicado
sobre Patoteo, CCCS). Pero vino a cargar pesada y directa
mente sobre la juventud: la sucesión de procesos y acciones
legales (los juicios de OZ e IT, los arrestos de figuras promi
nentes de la contracultura por posesión de drogas, el caso del
Pequeño Libro Escolar Rojo, las «limpiezas» de droga y porno
grafía instituidas por la policía, etc.) eran correspondidos con
los controles legales igualmente dramáticos contra el ala más
politizada de la juventud (el juicio de Garden House, los juicios
de Peter Hain y los manifestantes de Springbok Tour, el juicio
de Angry Brigade y el uso extendido de cargos conspirativos).
Cuando esto se coloca junto al aumento en la actividad de la
policía y la Rama Especial, la extensión de la ley a las relacio
nes industriales, huelgas y piquetes, los casos de los cinco
estibadores y los piquetes de Shrewsbury, toma sentido, des
de 1970 en adelante (no sorpresivamente, acorde al retorno
del gobierno de Heath al poder), hablar de un cambio cualita
tivo en el carácter y las actividades de la cultura de control,
un movimiento cortante a favor de la «clausura» -el nacimien
to de la sociedad de «la Ley y el Orden»-. Aunque la juventud
no era, en este clima polarizante, bajo ninguna circunstancia
el único objeto de los ataques y el control, continuó proveyen
do uno de los pivotes de las campañas públicas más organiza
das y orquestadas. En estas campañas, los políticos, los jefes
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
de policía, los jueces, la prensa y los medios unieron sus ma
nos y su voz con Jos guardianes morales en tomar medidas
duras sobre la «juventud» y la «sociedad permisiva». El
afilamiento del control en ningún lugar era tan evidente como
en las actividades de la policía y las cortes, los juzgados loca
les, concejales y residentes, contra la juventud negra -un pá
nico moral que se rindió, en 1972-1973, a la conspiración del
miedo al «Patoteo»-. (Pero, de hecho, desde 1969 en adelan
te, aproximadamente, la comunidad negra, y especialmente la
juventud negra, está siendo constantemente asediada por la
policía en las áreas de guetos.)
La contradicción de esta respuesta de «control» a la juven
tud no debe ser abandonada. En los cincuenta, la prensa
publicitaba y patrocinaba a los «Teds» en el mismísimo mo
mento en que las mangueras de bombero eran usadas para
controlar las muchedumbres que hacían cola para ver «Rack
Around The Clock». Los «Mods» aparecían, simultáneamen
te, en la corte y en la página principal de los suplementos «de
color». El día del enfrentamiento entre Mods y Rockers coinci
día con la explosión de la moda Mod, con la «toma de poder»
de los estilos «mod» de los Kings Road y el nacimiento de
«Swinging London». Los Hippies impulsaban su marcha
floreada a través de la pantalla televisiva hasta los centro de
adictos. Mick Jagger era llevado en helicóptero, virtualmente
derecho desde Old Bailey para reunirse con figuras venerables
del Establishment para discutir sobre el estado del mundo.
Hay una reflexión continua, y característicamente de doble
cara, en la prensa intelectual sobre el destino y fortuna de la
música comercial en este período. No podemos examinar aquí
tampoco las raíces de esta ambivalencia, aunque esperamos
haber dicho lo suficiente para indicar que las dos caras de la
reacción social a la juventud -publicidad patrocinante e imita
ción versus ansiedad social y escándalo- tenían sus raíces en
una crisis social y cultural más profunda. Sin embargo, a me-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
dida que la desafiliación de la juventud de clase trabajadora se
volvió más pronunciada, de forma más tradicionalmente «de
lincuente», la contracultura se tornó organizada y politizada,
otros tipos de disenso político (especialmente desde el movi
miento organizado de clase trabajadora) tomaron gran visibili
dad y, sobre todo, el primera arrebato de «prosperidad» eco
nómica dio lugar a la crisis y el estancamiento económico, la
gloria se marchitó. Cada vez que la sociedad de «la Ley y el
Orden» salía de campaña -como hizo con creciente frecuen
cia a finales de los sesenta y en los setenta- algún sector de
la juventud permanecía cerca del centro de la preocupación
social y del control social. Aun, mirado a lo largo del periodo
completo, es difícil estimar firmemente si el «ataque» declara
do contra la juventud fue de mayor o menor significación que
la tendencia de la cultura dominante a buscar y encontrar, en
la «juventud», el demonio popular de las pesadillas de la gen
te: la pesadilla de una sociedad que, de un modo fundamen
tal, había perdido su dominio y autoridad sobre sus jóvenes,
que había fallado en ganar sus corazones, mentes y consen
so, una sociedad tambaleándose hacia la «anarquía», escon
diendo, en sus corazones, lo que Mr. Powell tan elocuentemente
describió como un «enemigo» oculto y sin nombre. El colapso
total de la dominación hegemónica al cual este cambio de los
cincuenta a los setenta carga como testigo elocuente fue es
crito -grabado- en líneas «juveniles».
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ALGUNAS NOTAS SOBRE LA RELACIÓN ENTRE LA CULTURA
DEL CONTROL SOCIAL Y LOS MEDIOS DE NOTICIAS, Y LA
CONSTRUCCIÓN DE UNA CAMPAÑA DE LA LEY Y EL ORDEN
l. Los medios y la cultura de control: una relación simbiótica
1 . La cultura de control como creadora primaria de definicio
nes: los medios como reproductores
Evento desviado ~ cultura de control como creadora primaria
de definiciones ~ medios como reproductores
(ej.: la descripción de la prensa del asesinato del 17 de agosto
de 1972 como un «atraco que salió mal» fue la reproducción
directa de la declaración de un vocero de la policía.)
Notas: a. Las rutinas estructuradas de la producción de noticias
-imparcialidad y objetividad- dirigen a los medios en primera ins
tancia hacia fuentes externas y acreditadas. En el caso de los
eventos desviados, esto, en la práctica, significa la representatividad
de la Cultura de Control (por ejemplo: la policía, los jueces). Enton
ces, las noticias están basadas en la reproducción de definiciones
primarias presentadas por la Cultura de Control.
b. La estructura de «balance» requiere la admisión de defini
ciones alternativas, pero estas casi siempre llegan más tarde, y entonces son requeridas para responder a un terreno ya
marcado por la definición primaria; y ellas, también, deben
comer de fuentes alternativas y acreditadas (organizaciones o
expertos), y no de los propios «desviados».
2. Los medios como productores: transformación, objetivación
y la «voz pública»
166
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Evento desviado ~ cultura de control como creadora primaria de
definiciones ~ medios como productores (audiencia asumida)
(ej.: el titular del Daily Mirror del 14 de junio de 1973, «GRAN
BRETAÑA AGRESIVA», fue usado para hacer un resumen del
reporte de jefes policiales, apelando a palabras que no esta
ban en dicho reporte.)
Notas: a. Una vez que las definiciones primarias están en jue
go, los medios pueden transformarlas al traducirlas a su pro
pio lenguaje público. Este lenguaje está basado en una asun
ción particular acerca de su audiencia y su lenguaje.
b. Este proceso de transformación es, como todas las no
ticias, un proceso de objetivación; por ejemplo, hace de
un evento un hecho concreto, conocido públicamente. En
adición, el lenguaje público hace parecer que los medios
están operando independientemente sobre las definicio
nes primarias.
c. Incluso, en un rol aún más activo, los medios pueden de hecho
hacer campaña sobre un acontecimiento, clamando -a través de
editoriales- que hablan a través de la «VOZ del pueblo».
3. El cierre del círculo
Evento desviado ~ cultura de control como creadora de defi
niciones primarias ~ medios como productores ~ cultura de
control como reproductora a medios como reproductores.
(ej.: «Los medios han hecho saber que las sentencias por ata
ques en la calle ya no serán livianas». Palabras del fiscal a la
corte de Leicester, citado por el Daily Express, 21 de marzo
de 1973.)
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Nota: Una vez que los medios han hecho oír su voz, en nombre
del público inaudible, los definidores primarios pueden usar en
tonces las declaraciones de los medios como legitimaciones
(mágicamente, sin ninguna conexión visible) para sus acciones y
declaraciones, pidiendo a la prensa -y, a través de ella, al públi
co- apoyo. A su turno, los medios, siempre atentos, reproducen
las declaraciones de la Cultura de Control, completando así el
círculo mágico, con un efecto tal que ya no es posible decir quién
inició el proceso; cada uno de ellos legitima al otro.
11. Las mecánicas de las campañas de la Ley y el Orden
1. Pánico moral: tres tipos históricos.
(i) Pánico moral discreto (ejemplo de comienzos de los años
sesenta: Mods y Raqueros)
Evento dramático 7 inquietud pública, emprendimientos mo
rales (sensibilización) 7 acción de la cultura de control
(ii) Cruzada -recorriendo conjuntamente pánicos morales para
producir secuencias ccspeeded-upn (ejemplo de fines de los
años sesenta: pornografía, drogas)
Sensibilización (emprendimiento moral) 7 evento dramático
7 acción de la cultura de control
(iii) Campañas post Ley y Orden: una secuencia alterada (ini
cios de los años setenta: atracos callejeros)
Sensibilización 7 organización y acción de la cultura de con
trol 7 evento dramático 7 acción intensificada de la cultura
de control
168 1
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Nota: En el ejemplo final, debemos notar la tendencia de la
cultura de control a actuar de modo anticipado respecto de la
visibilidad pública de un «miedo» particular.
2. El espiral significante
Un modo de publicar acontecimientos y problemas significati
vos que es intrínsecamente ascendente: por ejemplo, se
incrementa la amenaza potencial percibida de un aconteci
miento a través del modo en que es percibido:
Elementos:
a. La identificación de un acontecimiento específico.
b. La identificación de una «minoría subversiva».
c. «Convergencia» o vinculación a través del etiquetamiento
del acontecimiento específico con otros problemas.
d. La noción de «umbral», el cual, una vez cruzado, puede
llevar a una escalada del problema que «amenaza» a la
sociedad.
e. El elemento de explicación y profecía que frecuentemente
implica hacer referencias analógicas a los Estados Unidos
-ejemplo paradigmático-.
f. El reclamo de acciones firmes.
Nota: Desde 1968 en adelante, este se volvió el paradigma de
los medios para tratar los temas amenazantes en toda la pren
sa nacional diaria (ej.: editorial del Sunday Express del 27 de
octubre de 1968 y editorial del Sunday Times del 27 de abril
de 1969; ambas acerca de estudiantes.)
3. Convergencia
La vinculación de temas específicos con otros a través de su
etiquetación, ya sea explícita o implícita:
169
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Movimiento Real Ejemplo Significación
Convergencia de Homosexuales -
Potencialmente i Frente de
hecho liberación Gay
certera
Frente de Contiene crecientes
¡¡ Cierta convergencia Liberación Gay - una dimensión
Izquierda marxista - puramente Conspiración "roja" ideológica
iii Sin convergencia Estudiantes - Puramente
Hooligans ideológica
Nota: En la medida en que el período progresa hay una tenden
cia a «mapear» conjuntamente un número creciente de proble
mas como si constituyesen una única amenaza, y haciendo que
esta convergencia sea una construcción puramente ideológica
(ver, por ejemplo, el reporte acerca del discurso de Powell en
Northfield, en el Sunday Times del 14 de junio de 1970.)
4. Umbrales
Fronteras en las que se juegan progresivamente los límites de
la tolerancia social:
desviación
sexual
i. umbral de pe nnisi.bilidad
libertaria
ii. Umbral legal
Lii. Umbral de extrema
violencia
terrorismo
asesinato
robos a mano armada~·
con violencia
1 1
1
1
1 i
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
i) El cruce del umbral de permisibilidad amenaza minar la AU
TORIDAD social (los estándares morales)
ii) El cruce del umbral legal amenaza minar la LEGITIMIDAD
social (los canales parlamentarios)
iii) El cruce del umbral de la extrema violencia amenaza minar
el CONTROL social
Notas: a. En períodos progresivos hay una tendencia crecien
te a empujar los acontecimientos más allá de los um
brales. Por ejemplo:
1966-1970: umbral de la Permisividad
1970 en adelante: umbral de la Legalidad
1972 en adelante: umbral de la Extrema
Violencia
b. Los eventos son proyectados a través de los um
brales mediante la acentuación de los aspectos ilega
les o violentos (o ambos) de lo permisivo, o los as
pectos violentos de lo ilegal. De este modo, en nues
tro ejemplo (arriba), las protestas y demostraciones
no violentas -en todo caso desobediencias de la au
toridad social- pueden ser proyectadas a través del
umbral de la Legalidad y la Extrema Violencia al ser
significadas como violentas. De este modo, al ser
significadas como una amenaza al Control Social, las
medidas de control de derecha son legitimadas.
Estas notas derivan del trabajo del CCCS Mugging Group.
171
ETNOGRAFÍA
RESPUESTAS CULTURALES DE LOS TEDS: LA DEFENSA DEL ESPACIO Y EL ESTA TUS
Tony Jefferson
Nota: En esta repaso de la cultura Teddy Boy, Tony Jefferson
trata con tres aspectos relacionados: la manera en que el «sen
tido de grupo» de los Teds y su bajo estatus o «cercano a lo
lumpen» los vuelve extremadamente sensibles a insultos, rea
les o imaginados; la manera en que esta sobre-sensibilidad se
apega en primer lugar a la vestimenta y apariencia distintiva
del grupo; y los elementos que los Teds tomaron de la cultura
dominante y reconfiguraron en un estilo distintivo propio. Esta
«proletarización» de un estilo de vestimenta de clase «más
alta» no era un mero floreo estilístico: expresaba, argumenta
Jefferson, tanto la realidad como las aspiraciones del grupo.
Existe una versión más larga de este trabajo disponible
(Stencilled Paper No. 22, CCCS).
A la luz del crecimiento de las desigualdades estructurales
(señaladas anteriormente en el artículo), ¿cómo podemos leer las
respuestas culturales de los T eds como articulaciones simbóli
cas de su difícil situación social? Si miramos las respuestas cul
turales adoptadas, sucesivamente, lo que se torna aparente al
decodificarlas es un intento por defender, simbólicamente, un
espacio constantemente amenazado y un estatus declinante.
a. Sentido de Grupo: el sentido de grupo de los Teds puede
ser interpretado en parte como una respuesta al trastorno
172
i
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
y la destrucción de la fuerza socialmente cohesiva de la
extendida red de parentesco en la posguerra. De este modo,
la vida de grupo y la lealtad intensa de los Teds puede ser
vista como una reafirmación de los valores de la clase tra
bajadora de barrios pobres y del «fuerte sentido del territo
rio» (Downes, 1966: 119), como un intento de retener,
aunque sólo imaginariamente, una ligazón con el territorio
que les estaba siendo expropiado, por promotores inmobi
liarios, en dos niveles:
1. La expropiación real de la tierra.
2. La expropiación menos tangible de la cultura asociada a
la tierra; por ejemplo, las redes de parentesco y las «ar
ticulaciones del espacio comunal» mencionado por Cohen
(1972: 16).
b. Susceptibilidad extrema a insultos, reales o imaginados: si
miramos su susceptibilidad extrema a los insultos, reales o
imaginados, encontramos que la mayoría de estos inciden
tes giran en torno a cuestiones personales, a su apariencia
en general y a su vestimenta en particular. Para ilustrar
este punto, usando uno de los ejemplos disponibles más
dramáticos, el primer «Teddy boy» asesinado, en Clapham
Common en 1953, resultó de una pelea entre tres jóvenes
y un grupo de Teds que había comenzado cuando uno de
Jos Teds fue llamado «coño veloz» por uno de Jos jóvenes
(para un informe completo de este incidente, y el juicio
subsiguiente, ver Parker, 1969).
Mi punto de vista es que para la tradicional pérdida de
estatus de los muchachos, y siendo privados de lo poco que
poseían [una referencia a la situación social declinante de los
Teds fue señalada anteriormente en la versión completa de
este trabajo], sólo quedaba el propio ser, la extensión cultural
del propio ser (vestimenta, apariencia personal) y la extensión
173
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
social del propio ser (el grupo). Una vez que las amenazas
eran percibidas en estos aspectos, la única «realidad» o «es
pacio» donde tenían algún sostén, las peleas en defensa de
este espacio se volvían un fenómeno explicable y significante.
Si miramos de cerca los sentidos de las peleas de los Teddy
boys, esta noción de defensa de su espacio es, creo, por lejos
amplificada. Las peleas de grupo, por ejemplo peleas con otros
grupos de Teds, se explican en términos de una defensa de la
extensión social del propio ser -el grupo (de ahí la importan~ia
del «sentido de grupo»)-. Peleas que sobrevenían cuando al
guien insultaba a los Teds se explican en términos de una
defensa del propio ser y la extensión cultural del propio ser
simbolizada en su ropa y apariencia general. Especialmente
importante en esta área es la susceptibilidad a los insultos
sobre la vestimenta. Sobre esto debería extenderme en la próxi
ma sección sobre la Vestimenta.
Mientras muchas de sus peleas partían de su sensibilidad
extrema a los insultos, incluso sus ataques a los propietarios
chipriotas de los cafés chipriotas, y negros, pueden ser leídas
en términos de defensa: una defensa de estatus. Su posición
como jóvenes «lumpen» estaba empeorando independiente
mente de la afluencia de inmigrantes de la Commonwealth a
comienzos de la década de 1950, pero, ante la ausencia de
una comprensión coherente y articulada de su realidad social,
quizás era inevitable que percibieran esta afluencia como cau
sal más que como fortuita. Por consiguiente, racionalizaron su
posición como si, en algún modo, los inmigrantes estuvieran
en deuda, y desplazaron su frustración hacia ellos. Un fastidio
adicional era la percepción que muchos Teds tenían de que
los inmigrantes realmente lo estaban logrando -el corolario de
esto, por supuesto, era que lo lograban «a expensas de los
Teds»-. Los propietarios chipriotas eran un ejemplo de aque
llos que lo «habían logrado». Otros eran los propietarios o
chantajistas de color. Viviendo, como muchos Teds hacían,
174
r 1
1
1 1
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
en áreas suburbanas dilapidadas con vistas a reurbanizarlas,
se pusieron en contacto con la minoría de las personas de
color, quienes, debido a la desesperanza de su posición (ser
de color y de clase trabajadora), eran forzados a posiciones
con opciones muy limitadas (chantajismo y proxenetismo de
poco tiempo probablemente eran dos de las más disponibles y
atractivas). Y, entonces, el mito de los inmigrantes de color
de ser proxenetas, caseros o chantajistas, muy frecuente en
tre los Teds (y en muchos adultos blancos de clase trabajado
ra), comenzó y se diseminó. Las repercusiones de todo esto,
los «disturbios raciales» de 1958 en Nottingham y Notting
Hill, son conocidas, lamentablemente, demasiado bien. Que
puedan haber sido los Teds los que comenzaron esto le otorga
peso a mi tesis. Que altos números de adultos de clase traba
jadora respondieran de la forma en que lo hicieron, tomando
parte del asunto, demuestra que no eran sólo los jóvenes
«lumpen» quienes estaban experimentando un empobrecimien
to de su posición socioeconómica. Pero, en una época de
«prosperidad», las causas estructurales reales podían no ser
admitidas, y predeciblemente no lo fueron. En cambio, los
nueve adolescentes de clase trabajadora no calificada que
comenzaron los disturbios en Notting Hill fueron salvajemente
sentenciados a cuatro años de prisión cada uno. El chivo ex
piatorio obvio, como en todos los casos similares de castigo
de este tipo, fue, y lo sigue siendo, un signo seguro de mitifi
cación en el trabajo -la capa protectora de las clases dirigen
tes acercándose para prevenir sus intereses reales, que se
volvían demasiado visibles-.
Los ataques en clubes juveniles son quizás más fáciles de
explicar si uno recuerda que muchos clubes juveniles prohíben
a los Teddy boys sencillamente por su «reputación». La sim
ple venganza debe haber constituido la base de algunos ata
ques. Adicionalmente, sin embargo, estaba la pérdida crónica
de provisión pública de facilidades para afrontar el incremento
175
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
en el tiempo de esparcimiento adolescente {ver, por ejemplo,
Fyvel, 1963: 120-123). Consecuentemente, se esperaba mu
cho de lo que podía ser provisto -demasiado-. Cuando esto
fallaba para cumplir con las expectativas, como invariable
mente ocurría, la decepción se incrementaba. Por consiguien
te, irónicamente, los clubes juveniles que existían, lejos de
aliviar los problemas de esparcimiento adolescente, Jos exa
cerbaban {para un informe fascinante de las tribulaciones ex
perimentadas en esta área y de un intento valiente, pero de
corta vida, de suministrar a Jos chicos Jo que ellos querían, ver
Gosling, 1962). Finalmente, Jos ataques a Jos conductores de
ómnibus. Que estos ataques fueran usuales sobre Jos conduc
tores en sus recorridos en altas horas de la noche sugiere que
la oportunidad del anonimato, y posiblemente el alcohol, se
combinaran para aumentar el ya alto nivel de sensibilidad a los
insultos imaginados.
c. Vestimenta y Apariencia: a pesar del desempleo periódico,
a pesar de Jos trabajos no calificados, los Teds, en común con
otros adolescentes trabajadores durante este período, eran rela
tivamente prósperos. Entre 1945 y 1950, el sueldo real prome
dio de los jóvenes aumentó dos veces respecto de la tarifa sala
rial de los adultos {ver, por ejemplo, Abrams, 1959). Por consi
guiente, los Teds tenían dinero para gastar y, dado que era prác
ticamente todo lo que tenían, asumía una importancia crucial. La
mayor parte del dinero se iba en ropa: el «uniforme» Teddy boy.
Pero, antes de decodificar esta articulación cultural particular, es
necesario bosquejar su «estilo» e historia.
Originalmente, el traje eduardiano fue introducido en 1950
por un grupo de sastres de Savile Row22 que intentaban iniciar
22 N. del T: Savile Row es una calle comercial en Mayfair, en Londres central, famosa por la tradicional confección de ropa a medida para hombres.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
un nuevo estilo. Estaba dirigido, en primera instancia, a los jóve
nes aristócratas de la ciudad. Esencialmente, la vestimenta con
sistía en una chaqueta larga, de solapa angosta, pantalones an
gostos (pero no «bombilla»), zapatos con puntera y chaleco ele
gante. Adicionalmente, los barberos comenzaron a ofrecer esti
los personales, y el cabello era generalmente más largo que el
convencional pelo corto atrás y a los costados (esta descripción
fue seleccionada de una foto de la vestimenta eduardiana «au
téntica» que fue publicada por Taylor and Cutter e impresa en el
Daíly Sketch, el 14 de noviembre de 1953, a fin de disociar la
adopción de estilo «auténtica» de la de clase trabajadora).
Esta vestimenta comenzó a ser utilizada por los jóvenes de
clase trabajadora durante 1953 y, en aquellos años, fue a
menudo comprada al por mayor (el diario The Daily Mirror del
23 de octubre de 1 9 53 muestra una fotografía de Michael
Davies, quien fue condenado por lo que más tarde se conoció
como el primer asesinato de un «Teddy boy», que confirmaría
esto. De hecho la fotografía lo muestra en un traje de tres
piezas en juego, por ejemplo, sin el chaleco elegante).
Las modificaciones posteriores que los Teds adicionaron a
este estilo fueron la corbata de lazo, los zapatos de gamuza
gruesa (del tipo chukka que usaban en los clubes de Eton),
pantalones «bombilla» ajustados a la piel (sin botamanga),
chaquetas rectas, menos entalladas, cuellos de satén o de
piel de topo para las chaquetas, y la adición de colores vívi
dos. Los anteriores colores, más sombríos, ocasionalmente se
usaban con trajes de verde, rojo o rosa y otros colores «primi
tivos» (ver Sandilands, 1968). Los zapatos de gamuza azul,
post-Eivis, también eran usados. El estilo de cabello también
fue transformado: era usualmente largo, peinado en una «D
A» con un corte recto en el cuello, usaban grasa fijadora,
patillas y un mechón al frente. Variaciones de esto eran la
«trompa de elefante» o el más extremo «apache» (corto arri
ba, largo a los costados).
177
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Veo esta elección de uniforme inicialmente como un inten
to de comprar estatus (en tanto las ropas elegidas eran origi
nalmen~e usadas por dandis de clase alta) que, al ser rápida
mente abortado por una dura reacción social (en 1954 los
trajes eduardianos de segunda mano estaban en venta en va
rios mercados -ver Rock y Cohen, 1970-, al volverse rápida
mente «inutilizable» para los dandis de clase alta una vez que
los Teds se los habían apropiado), fue seguido por un intento
de crear su propio estilo a través de las modificaciones recién
señaladas.
Esto, entonces, constituyó una contribución de los Teds a
la cultura: su adopción y modificaciones personales de los
trajes Savile Row Eduardianos. Pero, más importante que ser
una contribución a la cultura, en tanto la cultura sólo tiene
significado cuando se transpone a términos sociales, su vesti
menta representaba una forma simbólica de expresarse y ne
gociar con su realidad social, de dar significado cultural a su
apremiante situación social. Y, en razón de esto, su suscepti
bilidad a los insultos sobre la vestimenta se volvió no sólo
comprensible, sino racional.
Pero, ¿qué «realidad social» «expresaba» su uniforme y
qué u negociación con»? Desafortunadamente, todavía no existe
una «gramática» para decodificar símbolos culturales como la
vestimenta, y lo que sigue es ampliamente especulativo. Sin
embargo, si se examina el contexto del cual el símbolo cultu
ral fue probablemente extraído -una posible manera de for
mular un aspecto de tal gramática-, entonces la adopción de,
por ejemplo, la corbata de lazo, comienza a adquirir significa
ción social. Probablemente tomado de la gran cantidad de
películas Western americanas que se miraban en este perío
do, donde la corbata de lazo era usada, más frecuentemente,
como yo lo recuerdo, por el ingenioso apostador cuyo estatus
social era, a regañadientes, alto debido a su habilidad para
vivir de su ingenio y por fuera de las buenas costumbres de la
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
clase trabajadora tradicional (que eran básicamente rurales y
de trabajo manual en oposición a lo urbano y hedonístico).
Entonces, considero que para los Teds su significado cultural
simbólico se torna explicable tanto como expresión de su rea
lidad social (básicamente marginados y forzados a vivir de su
ingenio) y sus «aspiraciones» sociales (básicamente un inten
to de obtener un estatus alto, aunque con reticencia, para una
habilidad de vivir elegante, hedonísticamente y por su inge
nio, en un escenario urbano).
179
EL SIGNIFICADO DE «MOD•
Dick Hebdige
Nota: «El significado de mod» es el segundo extracto del
estudio de Dick Hebdige sobre estilos subculturales en los
sesenta. Aquí, en contraste con su artículo sobre cultura de
los negros (en el que el background es menos familiar),
Hebdige ocupa menos tiempo en describir el estilo «mod»,
y en su lugar se concentra en los modos de generación
estilística en la subcultura mod. El autor examina la manera
en la que los objetos y cosas fueron tomados de prestado
por los mods del mundo de mercancías para consumo, y su
resignificado por la manera en la que eran retrabajadas por
una nueva puesta en escena estilística. Esto incluía la ex
propiación de sentidos dados a las cosas por la cultura de
consumo dominante e incorporarlas de manera que expre
saran valores subculturales antes que dominantes. El estu
dio sugiere también cómo los Mods realzaron el consumo,
la comodidad, el estilo en sí mismo, a un nuevo nivel -una
especie de «fetichismo» del estilo, que produjo el efecto
frecuentemente descrito como «narcisista»-. Este análisis
da sustancia empírica al argumento de que las subculturas
viven su relación con su situación real como una relación
«imaginaria».
180
1
1
1
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Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Su apariencia
Como la mayoría de los vocabularios primitivos, cada pala
bra de Wolverine23, el vocero pop universal, es un símbolo
principal y sirve para una docena o un centenar de funciones
de comunicación. Así, «mod» vino a referir a varios estilos
distintos, siendo esencialmente un término-paraguas utilizado
para cubrir cualquier cosa que contribuyera al recientemente
lanzado mito del «Swinging London».
De aquí que los grupos de estudiantes de escuelas de arte
que seguían los pasos de Mary Quant y desarrollaban un gus
to por la vestimenta llamativa eran técnicamente «mods»24, y
Lord Snowdon se ganó el epíteto al mostrarse con un sweater
de cuello polo y fue rápidamente agrupado junto a la «nueva
raza» de «gente importante» como Bailey y Terrence Stamp,
quienes mostraban una despreocupación «cool» por ciertas
convenciones moribundas. Pero, para nuestros propósitos,
debemos limitar la definición de los mods a adolescentes de
clase trabajadora que vivían principalmente en Londres y los
nuevos pueblos al Sur, y que podían rápidamente ser identifi
cados por sus característicos cortes de pelo, vestimenta, etc.
De acuerdo con Melly (1972), los progenitores de este estilo
parecen haber sido un grupo de dandies de clase trabajadora,
posiblemente descendientes de los devotos del estilo italianado,
conocidos dentro de los sectores tradicionales como mods
que se dedicaban a la ropa y vivían en Londres. Sólo gradual
mente y con la popularización, este grupo acumuló otros sig
nos distintivos de su identidad (las motos scooters, las pasti
llas, la música). Para 1963, los clubes de Rhythm and Blues
23 Una referencia al lenguaje de Tom Wolfe. Ver, para ejemplos de su trabajo, Wolfe (1966; 1969a; 1969b; 1971). 24 La actual moda del rock camp tiene mucho de su ímpetu creativo como derivado del narcisismo extremo y la urbanidad autoconsciente de este grupo. Bowie y Balan estuvieron entre sus miembros más conspicuos.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUAlES. Sutx:ulturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
que abrían toda la noche emplazaron a este grupo firmemente
en Soho y el centro de Londres, mientras alrededor de las
rutas de circunvalación los amantes de la velocidad se aferra
ban ruidosa, imperturbable, nostálgicamente al rock and roll y
los más rudos valores de la clase trabajadora.
El que la dicotomía Mod/rocker fuera realmente esencial a
la autodefinición de cada uno de los grupos permanece bajo
sospecha. La evidencia sugiere que las metas y estilos de vida
totalmente divergentes de los dos grupos dejaban poco espa
cio para la interacción de cualquier tipo. Luego de los distur
bios de Witsun, 1 964, en Clacton, en los que las hostilidades
entre mods y rockers no jugaron un papel relevante (siendo el
principal objetivo de las agresiones las patéticamente inade
cuadas instalaciones de entretenimiento y las tiendas peque
ñas), los medios acentuaron y rigidizaron la oposición entre
ambos grupos, estableciendo el escenario para los conflictos
que ocurrieron en Margate y Brighton durante el fin de sema
na de Pascuas y en Hastings durante el feriado bancario de
agosto25 • El hecho de que los mod chocaran frente a las cáma
ras contra los rockers es, sospecho, más indicativo de la vani
dad mod que de cualquier antagonismo profundo y verdadero
entre ellos. Los mods rechazaban la concepción cruda de la
masculinidad de los rockers, la transparencia de sus motiva
ciones, su falta de elegancia, y abrazaron un estilo menos
obvio que, a su vez, fue menos fácilmente ridiculizado o re
chazado por la cultura de sus padres. Lo que distinguió los
feriados bancarios de 1964 de todos los feriados bancarios
anteriores no fue la violencia (esta era una visitante asidua a
los mismos), sino el debut público de este estilo en los lugares
de la costa. La muy visible presencia en Margate, Brighton y
Hastings de miles de adolescentes de Londres y sus alrededo-
25 Para un recuento completo del rol de los medíos y otros elementos de la «reacción social» en la creación de la dictotomía mod/rocker, ver Cohen (1973).
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
res, perturbadoramente comunes, incluso listos, de alguna
manera pareció constituir una amenaza al viejo orden (los co
roneles retirados, los negociantes orientados al turismo que
pululan por los lugares de la costa sur). Los mods, de acuerdo
a Laing, «se veían bien pero había algo en la manera en la que
se movían que los adultos no podían descifrar» {1969). Pare
cían invertir conscientemente los valores asociados con la
vestimenta elegante, desafiar deliberadamente las asunciones,
falsear las expectativas derivadas de esas fuentes. Al decir de
Stan Cohen, eran tanto más perturbadores por la impresión
que daban de ser «actores que no están en sus lugares» {1973).
Analizaré ahora los orígenes de este estilo en la experien
cia misma de los mods mediante el intento de penetrar y des
cifrar su mitología. Finalmente, me gustaría ofrecer una expli
cación de por qué un estilo abiertamente inofensivo pudo pro
yectar una amenaza de manera tan efectiva.
A mitad de camino hacia el paraíso en la línea Picadilly
La adopción de parte de los mods de un marcado aunque
prolijo y sobreestimado estilo puede explicarse sólo en parte
por su reacción a la grandilocuencia de los rockers. En parte,
se explica por su deseo de hacer justicia a la misteriosa com
plejidad de la metrópolis en su conducta personal, de acercar
se a los negros en cuyo mismo metabolismo parecerían haber
crecido, y mantener su ritmo acorde al de la ciudad. En parte,
se explica por su peculiar y subversiva actitud hacia las mer
cancías que habitualmente consumían (más sobre este segun
do punto más adelante).
El estilo de vida al que los mods aspiraban idealmente con
sistía de clubes nocturnos y centros de la ciudad que deman
daban una cierta exquisitez en la vestimenta. De manera de
convivir con el acoso minuto a minuto, las minucias de la
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
interacción a alta velocidad que pertenece a una activa vida
nocturna en la ciudad, los mods debían permanecer alerta todo
el tiempo, funcionando a una frecuencia emocional e intelec
tual lo suficientemente alta como para detectar el mínimo in
sulto, broma o desafío u oportunidad para sacarle el máximo
rédito a la preciosa noche. Por ello las anfetaminas26 eran ne
cesarias para mantener cuerpo y mente perfectamente
sincronizados. El modelo-mentor ideal para este estilo ideal
sería el tipo de mafioso italiano tan frecuentemente compues
to en las películas de gangsters filmadas en Nueva York (un
paso sobre Londres en la jerarquía mod). El pillo de Brooklyn
había sido emulado por el contrabandista de tiempos de gue
rra, el «Wide boy» y el «spiv»27 de posguerra, y el estilo era
familiar, accesible y fácilmente obtenible. De manera alterna
tiva, una igualmente aceptable, tal vez aún más deseable,
imagen era proyectada por el oportunista callejero jamaiquino
(luego llamado «rudie»), a quien los mods podían ver con cre
ciente regularidad a medida que la década se iba, operando
con envidiable «savoir faire» desde cada esquina disponible.
Así, los pork-pie hats y anteojos oscuros eran de inmediato
accesorios mods esenciales. Si la gente gris (quienes a la vez
oprimían tanto a los mods como a los negros) tenía el mono
polio de los asuntos y negocios diurnos, los negros tenían
mayor participación en los asuntos y horarios de la noche28 •
Una influencia más pervasiva puede ser rastreada en el estilo
de los gángsters británicos, cuya evolución coincide casi exacta-
26 Utilizo el término para cubrir «azules», «corazones púrpura», «bomberos negros», dexedrina, benzedrina, efedrina y methedrina, que eran fácilmente conseguibles para los mods a mediados de los sesentas. 27 N. del T.: Wide boyes un término que refiere a una persona que intenta sacar un rédito económico de maneras non sanctas, mientras que spiv hace mención a un tipo particular de caracterización para criminales menores cuyo negocio era el contrabandeo y fraude durante las racionalizaciones de bienes en la época de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. 28 Los «mods duros» emulaban especialmente a los negros y esta emulación se hizo explfcita en el estilo de sus descendientes directos, los skinheads.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
mente con la de los mods29 • Con la introducción de las leyes
sobre el juego en 1963, Londres se había transformado en una
especia de Las Vegas europea y ofrecía grandes recompensas y
un status previamente inalcanzable a los criminales con mayor
sentido empresarial en Gran Bretaña. Las famosas mafias de
protección de los Krays y los Richardsons (del este y sur de
Londres, respectivamente; ambas zonas, gigantescas concen
traciones de mods) comenzaron a converger en la zona oeste, y
muchos adolescentes de clase trabajadora siguieron a sus mayo
res a las antes inviolables ciudadelas del Soho y Westminster
para ver qué frutos se les ofrecían. El centro de la ciudad, trans
figurado y actualizado por la nueva vida nocturna, ofrecía mayo
res oportunidades para la aventura y la excitación para la afluen
te juventud de la clase trabajadora; y la guerra clandestina entre
pandillas, la ubicua y creciente amenaza, proveía un trasfondo
más adecuado al estilo de vida ideal de los mods. Mientras los
gangsters se ceñían fielmente a sus clásicos guiones de
Hollywood, vistiéndose con sobrios trajes, adoptando poses clá
sicamente «caponescas», enfrentándose con armas recortadas,
bombardeándose las instalaciones mutuamente, y eran vistos
consultando secretamente con adornados «consiglieres», el Soho
se convirtió en el suelo perfecto donde las fantasías de ficción y
las intrigas subterráneas podían germinar; y es para esto que los
mods vivían y hacia donde se inclinaba su cultura30 • Era como si
29 Con la convicción de los Krays en 1969 y la introducción de nuevas y más restrictivas leyes sobre juego ese mismo año, este estilo tomó un crippling blow. 30 Esto no fue en principio originado como puede parecer. El gangsterismo de mediados de los sesenta era un serio, altamente peligroso y redituable juego, pero un juego al fin, cuyas reglas habían sido fijadas previamente por los míticos años de Hollywood-Chicago. La efectividad de un fraude extorsivo depende primariamente de su don para la publicidad, una consistente proyección de roles amenazadoramente psicópatas (del tipo Richard Widmark), en su convincente presentación de una real pero inespecificable amenaza. Funciona a través de la indulgencia de todos aquellos que entran en contacto con ella en una fantasía popular y adhiere rígidamente a las convenciones de esa fantasía. En una palabra,
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
todo el bajo mundo criminal hubiera salido a superficie en
1965, en medio de Londres, y hubiera traído consigo todo su
mundo submarino de ficción popular, fantasías de sexo y
violencia. A medida que adquirió poder, fue explorando las
posibilidades de realizar esas fantasías -con resultados fre
cuentemente bizarros o aterradores-. El matrimonio sin pre
cedentes entre las culturas criminales del sur y el este
londinenses y la gran vida del West End y el jet set de Chelsea
eran una extraña, exótica fruta, y una de sus más exquisitas
criaturas fueron los mods del Soho.
Retrato del mod ideal
En un número de abril de 1964 de la revista del Sunday
Times, Denzil, el mod entrevistado de diecisiete años, encar
na el rol del mod ideal «luciendo tortuosamente prolijo en to
das las fotos y describiendo una semana cualquiera en la vida
del mod ideal de Londres»:
Lunes a la noche significa baile en The Mecca, The Hammersmith Palais, The Purley Orchard o The Streatham Locarno
Martes significa Soho y el club Scene
Miércoles es noche de Marquee
Los jueves se reservan para el ritual del lavado de cabello
Viernes significa Scene otra vez
Los sábados por la tarde usualmente son para comprar ropa y discos, por la noche a los bailes y raramente termina antes de las 9 o 1 O de la mañana del domingo
es cine vivo. Dicho muchas veces y muchas veces simplificado, pero, para una detallada elaboración de este punto, ver mi paper No. 25, CCCS, Universidad de Birmingham.
186
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
A la noche del domingo podía ser el Flamingo o, si uno muestra signos de debilidad, puede utilizarse para dormir.
Aun permitiendo la exageración, el número de mods que se
ingeniaban para llevar este estilo de vida no podía exceder los
pocos cientos, como mucho algunos miles. De hecho, proba
blemente nadie posea una resistencia superhumana (aun con
una buena provisión de pastillas), para no mencionar la canti
dad de dinero, que se requeriría para atravesar este itinerario,
pero el hecho es que Denzil no desilusionó a sus pares. Ha
elaborado la fantasía grupal, proyectado la imagen de la buena
vida imposible que todos necesitaban, sin escalas en la indele
ble página impresa. Y, mientras tanto, cada mod se preparaba
psicológicamente en caso de que la oportunidad apareciera, si
el dinero estaba allí, si Welwyn Garden City se metamorfoseaba
en Picadilly Circus, él estaría listo. Todo mod existía en un mundo
fantasma de gangsterismo, clubes lujosos y mujeres hermosas,
aun si la realidad sólo apilaba un desgarbado rompevientos,
una Vespa rotosa y copetines en una bolsa grasosa.
Instantánea del mod común
La realidad del mod común era de alguna manera bastante
menos glamorosa. El mod promedio, de acuerdo con una en
cuesta de Barker y Little a 43 involucrados en el caso Margate,
ganaba alrededor de 11 libras esterlinas semanales, estaba
semicapacitado o era más típicamente un trabajador de oficina
que había dejado la secundaria a sus quince. Otro gran número
de mods eran contratados como encargados de tiendas, mensa
jeros, cadetes y otros puestos en las varias industrias de servi
cios en West End. Suele describirse a los mods como explorado
res de una opción de ascenso social, pero es probable que esto
haya sido deducido incorrectamente de la devoción fanática de
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
los mods por su apariencia y la tendencia a llamar la atención
bajo efecto de las anfetaminas. Al decir de Denzil: «Hay mucha
mentira cuando estás bloqueado acerca del número de chicas
con el que sales en la semana, cuánto cuesta tu traje, etc.». El
mod arquetípico está más cercano, creo, al mod de dieciocho
años entrevistado por Barker y Little cuya única ambición articulada
-convertirse en el dueño de un club de bebidas de Mayfair
escalaba tan por encima de su ocupación en el momento -guar
dia de una carnicería- que ya no la consideraba seriamente, pero
de manera realista y algo resentida había aceptado la valoración
de la sociedad sobre sus saberes («más o menos manual -eso es
todo lo que soy»), y existía puramente para, y a través de, su
tiempo de esparcimiento. El héroe-cadete en la ópera rock de
Pete Townshend sobre la experiencia mod -Quadrophenia- está
aparente y similarmente resignado a un rol servil e insignificante
durante el día, pero está muy determinado a compensarlo duran
te la noche. Como el quinceañero cadete de oficina del ensayo
de Wolfe, «The noonday underground» (Wolfe, 1969b), cuyas
ropas están entalladas y designadas de manera más exquisita
que las de sus jefes, los mods estaban determinados a compen
sar su relativamente baja posición en el status del horario diurno
sobre el que no tenía control, mediante el ejercicio de un dominio
completo sobre su esfera privada -su apariencia y búsqueda de
esparcimiento-.
La amplia brecha entre el mundo interior, donde todo permane
cía bajo control, contenido y alumbrado por amor propio, y el
mundo exterior, donde todo era hostil, intimidante y puesto a fa
vor de «los demás», era puenteada mediante las anfetaminas31 •
31 Para una confirmación de lo central 'de las anfetaminas en el estilo de vida mod, no hay que mirar más allá de la significación cultural asignada al scooter, el primer medio de transporte innovativamente introducido por una subcultura de la juventud británica (la motor-bike era de origen estadounidense). El verbo «ir» (to go) fue incluido tanto en «Ready, Steady, Go» como en «Whole scene going», los dos programas mod, y testifica la importancia del movimiento.
188
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Mediante esta alquimia, los mods obtenían una mágica omnipo
tencia; mientras la dinámica de sus movimientos se magnificaba,
las posibilidades de acción se multiplicaban, sus propósitos se
iluminaban. Las anfetaminas hacían tolerable la vida, bloqueaban
los canales sensoriales de manera que la acción, el riesgo y la
excitación fueran posibles, los mantenían andando en una ince
sante ronda de consumo y confinaban la atención en la búsque
da, el ideal, la meta, antes que en obtenerla -alivio antes que
libertad-. La canción «The searcher» de The Who subraya la
importancia de la búsqueda como fin en sí mismo:
No voy a conseguir aquello que busco
Hasta el día que muera
Las anfetaminas suspendían la desilusión cuando la búsque
da fallaba, inevitablemente, en obtener algo sustancial, y da
ban la energía para levantarse y recomenzar la empresa. A su
vez, tendía a retardar el crecimiento mental y emocional (pro
duciendo dependencia, trabajando contra la comunicación al
estimular una vocalización incesante antes que la actividad aúral),
mientras aceleraba el deterioro físico. Los mods vivían hoy para
pagar luego. Mientras que los mods eran barridos junto con la
brillosa superficie de los sesenta, intentando desesperadamen
te extenderse en una incesante sucesión de objetos, llegarían a ·
un punto en el que se darían cuenta de que su juventud (tal vez
la meta tácita e imposible) no era de ninguna manera para siem
pre. Tommy, el mago del pinball, se enfrentaría eventualmente,
y con gran renuencia, al hecho de que el juego estaba limitado
por el tiempo y que no había nunca segundas partes. De aquí la
obsesión de mediados de los sesenta con el proceso de enveje
cimiento aparente en las canciones de The Who y The Rolling
Stones (ambos, héroes mod):
De «My generation», por The Who, la banda de sonido de
los campos de batalla de 1964:
189
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Las cosas que hacen se ven terriblemente frías
Ojalá muera antes de llegar a viejo
De la grabación de The Rolling Stones, «Mother's little
helper», que trata sobre la adicción a las anfetaminas de un
joven-adulto, una comprensiblemente predecible pesadilla
mod:
Que pesadez, envejecer
Y así, finalmente, llegamos a los elaborados rituales de
consumo de los mods, su aparentemente insaciable apetito
por los productos de la sociedad capitalista en la que vivían,
su fundamental e inescapable confinamiento de esa sociedad.
Mientras que no sugerimos que el estilo mod haya produci
do ninguna marca seria en el monolito del capitalismo, inten
taré ahora indicar cómo sí se ingenió para utilizar de cierta
manera las mercancías, original y subversivamente. Si bien no
encontró fallas, al menos penetró por algunas rajaduras. Al
menos chocó contra los barrotes de su propia celda.
Consumo conspicuo y mercancía transformada
Los mods usualmente son señalaclos, por los comentaris
tas autodidactas del pop, como poseedores de una tenden
cia debilitante a la adicción múltiple. El argumento es algo
así: siendo consumidores típicamente alienados, los mods se
tragaron ávidamente la última marca de pastillas para tener
suficiente energía para poder pasar el máximo de tiempo con
sumiendo la mayor cantidad de mercancías, lo cual a su vez
sólo podía ser disfrutado bajo la influencia de las anfetami
nas. Sin embargo, a pesar de esta sobrecogedora necesidad
de consumo, el mod no era un consumista pasivo, como sí
190
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
su hedonista descendiente de clase media32• La importancia
del estilo en los mods no puede ser subestimada -Mod era
puro e inadulterado ESTILO, la esencia del estilo-. Para poder
proyectar el estilo, se hizo necesario, primero, poseer la mer
cancía, luego, redefinir su· uso y valor y, finalmente, relocalizar
su significado dentro de un contexto completamente distinto.
Este patrón, consistente de un rearreglo semántico de los com
ponentes del mundo objetivo que el estilo mod requería, era
repetido a· todo nivel de la experiencia mod y servía para pre
servar al menos una parte de la dimensión privada del mod
frente al rol de consumidor pasivo que pareció listo a adoptar
en sus fases posteriores ...
De aquí que el scooter, antes un ultra-respetable medio de
transporte, fuera apropiado y convertido en un arma y símbolo
de solidaridad. Y de aquí que las pastillas médicamente diag
nosticadas para el tratamiento de la neurosis fueran apropiadas
y utilizadas como un fin en sí mismas, y las evaluaciones nega-
32 La distinción entre los dos estilos puede ser ilustrada de mejor manera comparando la mayor exhibición simbólica de la solidaridad mod -la juntada del feriado bancario-, con su equivalente hippie, el festival. En la costa, los mods reaccionaban impacientemente contra la pasividad de la muchedumbre; cada mod era un sujeto creativo capaz de entretener a una no imaginativa audiencia adulta, mostrando arrogantemente su placa de identidad ante una nación de observadores de fotograffas. Los festivales hippies, por otro lado, deliberadamente evitando el contacto con otras culturas (cuando el contacto ocurrió, como en Altamont, fue desastroso), eran llevados a cabo en locaciones remotas, en una atmósfera complaciente de mutua autocongratulación, y se centraban alrededor del consumo pasivo de música producida por una élite de superestrellas inalcanzables (Cfr. Essen, ed., 1970, para una colección de ensayos que describen cómo varios miles de espectadores fracasaron para enfrentarse exitosamente con algunos cientos de motociclistas). Si esta comparación resulta injusta, sólo se necesita mirar al consumo mod de Rhythm and Blues y Motown en sus clubes. Los mods nunca consumían su música estáticamente (los hippies, en general, se sentaban y veían), sino que más bien utilizaban la música como catalizador para sus propios esfuerzos creativos en la pista de baile, aun bailando solos. Tal vez la distinción puede ser formulada en dos ecuaciones: clase trabajadora + mod + anfetaminas = acción clase media + hippie + marihuana = pasividad
191
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tivas sobre sus capacidades impuestas por la escuela y el
trabajo fueran sustituidas por una valoración positiva de sus
credenciales personales en el mundo del juego (por ejemplo,
las mismas cualidades que eran valoradas negativamente por
sus controladores diurnos -pereza, arrogancia, vanidad, etc.
eran positivamente definidas por ellos y sus pares en su tiem
po de esparcimiento).
Así, los mods aprendieron a hacer sus críticas de manera
oblicua, habiendo aprendido por experiencia (en la escuela y el
trabajo) a evitar la confrontación directa donde el poder econó
mico, civil, de la edad o experiencia le hubieran jugado inevita
blemente en su contra. El estilo que crearon, en consecuencia,
constituía una parodia de la sociedad consumista en la que
estaban situados. Los mods administraron sus golpes invirtien
do y distorsionando las imágenes (de prolijidad, de pelo corto)
tan apreciadas por sus padres y jefes, para crear un estilo que,
mientras era abiertamente cercano al ideal de la sociedad esta
blecida, era, sin embargo, incomprensible para ella.
Los mods triunfaron con victorias simbólicas y fueron los
maestros de un gesto teatral, pero en última instancia enigmá
tico. Los incidentes del feriado bancario y la carga sobre el
palacio de Buckingham sobre sus scooters el 5 de noviembre
de 1966 (un evento apenas recordado y casi no reportado de
gran importancia para los mods involucrados), si bien mantie
nen una cierta fascinación retrospectiva para el historiador so
cial y una llamada al orgullo del estilo de la batalla de Agincourt33
en quienes formaron parte de los mismos, no logran impresio
narnos como eventos permanentemente significantes, y aun
así un mod de dieciocho años podía decir entonces acerca de
33 N. del T.: la batalla de Agincourt fue una victoria del ejército inglés contra el francés en la Guerra de los Cien Años, que tuvo lugar en esa localidad del norte de Francia el 25 de octubre de 141 5. El autor hace referencia a la memoria histórica que recuerda la batalla debido al hecho de encontrarse los ingleses en inferioridad numérica.
192
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Margate: «Sí, yo estuve ahí. .. fue como si estuviéramos toman
do el país» (citado en Broker, 1969).
La base del estilo es la apropiación y reorganización por
parte del sujeto de elementos del mundo objetivo que de otra
manera lo determinarían y constreñirían. El grito del triunfo mod,
citado arriba, es parte de una victoria romántica, de la imagina
ción, en última instancia, una victoria imaginada. Los mods
combinaron elementos previamente dispares para tornarse a sí
mismos una metáfora, cuya apropiación era aparente sólo para
sí mismos. Pero subestimaron la habilidad de la cultura domi
nante para absorber la imagen subversiva y contener el impac
to de la imaginación anárquica. Las transformaciones mágicas
de las mercancías habían sido misteriosas y muchas veces invi
sibles para el observador neutral, y ninguna cantidad de encan
to estilístico podía afectar el opresivo modo económico me
diante el cual habían sido producidas. El Estado continuó fun
cionando perfectamente sin importar cuántos de los colores de
Su Majestad fueran profanados y colocados sobre los hombros
de flaquísimos pastilleros en la forma de chaquetas prolijamente
diseñadas.
Reporte de la autopsia de un blanco-negro ya desaparecido
Ya he hecho énfasis en los valores positivos de la relativa
exclusividad de los mods, su creación de todo un universo de
ayuda que los proveía no sólo de una vestimenta, música,
etc., distintivos, sino también de un conjunto completo de
significados. Me gustaría concluir sugiriendo que fue este eso
terismo, este mismo repliegue, el que llevó a la eventual e
inevitable declinación del mod como movimiento. Los mods
fueron los primeros blancos-negros completamente británicos
del ensayo de Mailer (1968), viviendo en el pulso del presen
te, resucitando luego del trabajo sólo mediante una fuerte
193
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
devoción por el esparcimiento y creando a través de las diná
micas de su propia personalidad (o, más exactamente, a tra
vés de las dinámicas de la personalidad colectiva del grupo)
un estilo total, armado, si bien inadecuadamente, contra las
imposiciones de la cultura adulta, y que no necesitó mirar más
allá de sí mismo para sus justificaciones y su ética. En última
instancia, fue esta misma autosuficiencia la que llevó a la
autotraición de los mods. Determinados a aferrarse a la matriz
del Noonday Underground, los clubes llenos de humo y la bue
na vida sin nunca enfrentar las implicancias de su propia aliena
ción ni mirar siquiera su autocreada y crecientemente comer
cializada (y por lo tanto artificial y estilizada) imagen, cautiva
dos por la música, anquilosados por las anfetaminas, los mods
estaban eventualmente destinados a sucumbir, a ser engaña
dos y explotados a todo nivel. Los rituales de consumo fueron
refinados y multiplicados ad infinitum y llegaron a incorporar
mercancías dirigidas específicamente al mercado mod median
te una rápidamente expansiva industria pop. La vestimenta ya
no era innovadora -ya nadie «descubría» ítems como los jeans
Levi's o Hush Puppies-. El estilo era manufacturado desde arri
ba en lugar de ser creado espontáneamente desde dentro. Cuan
do una revista mod declaraba que había una «NUEVA MANERA MOD
DE CAMINAR: pies hacia fuera, cabeza hacia delante, manos en los
bolsillos de la chaqueta», uno tenía entonces que darse cuenta,
reluctantemente, que este particular blanco-negro, en algún lu
gar del camino, se había caído y muerto.
194
LOS SKINHEADS Y LA MÁGICA RECUPERACIÓN DE LA COMUNIDAD
John Clarke
Nota: en este extracto de su más amplio estudio de la «cultu
ra skinhead», John Clarke describe la manera en la que esta
subcultura se nuclea alrededor de las nociones de «comuni
dad» y «territorio». La cultura skinhead selectivamente reafir
ma ciertos valores centrales de la cultura tradicional de la cla
se trabajadora, y esta afirmación se expresa tanto en la vesti
menta, estilo y apariencia como también en actividades. La
reafirmación es simbólica. La reafirmación es un intento sim
bólico, antes que real, por recrear ciertos aspectos de la cultu
ra de sus padres. La preocupación de la cultura skinhead por
el territorio, el fútbol y el fanatismo, y con un particular tipo
de masculinidad, representa lo que Clarke llama su «mágica
recuperación de la comunidad». Ver también el uso de este
ejemplo en la MA Tesis de Clarke, «Reconceptualizando la
cultura juvenil» (CCCS Birmingham), y en «Skinheads y cultu
ra juvenil» (CCCS papel stencilizado número 23).
Nuestra tesis básica sobre los skinheads está centrada al
rededor del concepto de comunidad. Argumentaríamos que el
estilo skinhead representa un intento de recuperar, a través
de la «pandilla», la comunidad tradicional de la clase trabaja
dora, como substitución por el deterioro real de la última. La
dinámica social subyacente al estilo, bajo esta luz, es el relati
vo empeoramiento de la situación de la clase trabajadora en la
195
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
segunda mitad de los sesenta, y especialmente el más rápido
deterioro de la situación del sector más bajo de la misma (y
los jóvenes de la misma). Esto, en conjunción con la sensa
ción de exclusión de estos jóvenes respecto de las existentes
«subculturas juveniles» (dominadas en la arena pública por la
música y estilos derivados del «underground»), produjo un
retorno a una intensificada conciencia de «ellos/nosotros» entre
los jóvenes del sector más castigado de la clase trabajadora,
una sensación de ser excluidos y estar bajo ataque desde va
rios puntos. Los recursos para lidiar con esta sensación de
exclusión no iban a ser encontrados en elementos emergentes
o incorporados de subculturas juveniles, sino en aquellas imá
genes y comportamientos que acentuaban una manera más
tradicional de solidaridad colectiva. Material de «The Paint
House» ilustra esta sensación de opresión:
Por todos lados hay putos jefes, ellos están siempre tratando de
decirte qué hacer. .. no importa lo que hagas, dónde vayas, siem
pre están allí. Gente al mando, la gente que te dice qué hacer y
se asegura de que lo hagas. Es el sistema en el que vivimos, el
sistema que nos gobierna. A la escuela, hay que ir, ¿no? Los
maestros y la directora son la autoridad, ¿no? Ellos te dicen qué
hacer y te pone contento salir e irte de allí, ¿verdad? Piensan
que porque eres joven y te pagan y eso pueden tratarte como
quieran y decir lo que les venga en gana. Luego están los «polis))
y las cortes ... todo eso es parte de la autoridad. Oficiales y todo
tipo de gentes en uniformes. Cualquiera con una placa, ordena
dores de tránsito y concejales y todo eso ... sí, hasta los porte
ros te tratan mal. Luego, cuando hayas terminado en la escuela
o el trabajo, vas al club y los líderes de la juventud son todos
sólo parte de lo mismo. (Daniel y McGuire, eds., 1972: 67)
Pero los skinheads se sentían oprimidos por más que sólo
la obvia estructura de autoridad; se resentían contra aquellos
196
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
que intentaban superarse y «darse falsos aires», gente del
vecindario que tenía pretensiones de superioridad social; se
resentían de la «gente a sus espaldas»:
Todos esos tontos en la escuela, haciendo siempre lo que les
dicen ... son ellos los que terminan siendo policías y demás ...
Odio a los bienhechores que vienen a ayudar a los pobres en
los suburbios ... son siempre buenos, simpáticos, amables, fin
gen estar de tu lado y mediante su charla amable averiguar
más sobre vos, pero los trabajadores sociales y ese tipo de
gente, ellos no están de tu lado. Creen que saben cómo debe
rías vivir. En realidad no son más que autoridad fingiendo ser
tus amigos. Intentan que hagas cosas y si no las hacés, tienen
a la ley de su lado. Con toda esta cantidad en contra nuestra,
todavía tenemos a los judis, los pakis, los orientales, los hippies,
a nuestras espaldas. (!bid.: 68)
La sensación de estar «en el medio» de esta variedad de
fuerzas opresivas y explotadoras produjo una necesidad de
solidaridad de grupo, que, si bien esencialmente de carácter
defensivo, en los Skinheads fue complementada por un con
tenido agresivo, la expresión de la frustración y descontento a
través del ataque contra chivos expiatorios externos. El con
tenido de esta solidaridad, como veremos en nuestra conside
ración de los elementos del estilo skinhead, derivó del conte
nido tradicional de la comunidad de la clase trabajadora -sien
do el ejemplo por excelencia de la organización colectiva de
fensiva-.
De todas maneras, el estilo skinhead no revive la comuni
dad en un sentido real, el declive de las bases de esa comuni
dad en la posguerra la había eliminado como fuente real de
solidaridad; los skinheads debieron utilizar una imagen de lo
que esa comunidad era como base para su estilo. Eran los
«herederos desposeídos»; recibieron una tradición que había
197
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jlNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
sido privada de sus bases sociales reales. La temática e
imaginería todavía persistían, pero la realidad se encontraba
en un estado de declinación y desaparición. Sugeriríamos que
esta relación dislocada con la comunidad tradicional tiene que
ver con la exagerada e intensificada forma que los valores y
preocupaciones de esa comunidad recibieron en la forma del
estilo skinhead. Daniel y McGuire dicen que:
Más que un espíritu de comunidad, la pandilla de Collinwood
tiende a tener una afinidad con la imagen de habitantes del East
End, de ser fuertes, tener humor y una subcultura propia ... la
pandilla se ve a sí misma como una continuación natural de la
tradición de la clase trabajadora del área, con las mismas actitu
des y comportamientos que sus padres y abuelos antes que
ellos. Creen que ellos tienen los mismos prejuicios estereotipados
contra los inmigrantes y otros extraños, pero actúan esos roles
por fuera del contexto de la comunidad experimentado por sus
padres ... (!bid.: 21-22. El subrayado es nuestro)
Estas observaciones son reforzadas por comentarios de los
mismos skinheads sobre la pandilla y su relación con la localidad:
Cuando la gente sigue diciendo skinheads, cuando hablan de
la historia de nosotros saliendo del East End, esto ha pasado
por generaciones antes que nosotros ... quiero decir, ¿dónde
entran los skinheads en todo esto? Es una comunidad, una
pandilla, ¿no? Es sólo otra palabra para comunidad, chicos,
pi bes, lo que sea ... (!bid.: 21-31)
Los chicos heredan la tradición oral del área de la cultura
de sus padres, especialmente esa parte que refiere a la ima
gen que la comunidad tiene de sí misma, su solidaridad colec
tiva, su concepción de masculinidad, su orientación a «extra
ños», y así. Tal vez no es sorprendente que el área con la que
198
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
suele asociarse a los skinheads sea el East End, que desde un
punto de vista sociológico ha sido considerado como el arque
tipo de comunidad de clase trabajadora. La imagen interna de
sí misma siempre ha sido particularmente fuerte, y ha sido
reforzada por la reputación pública del barrio como un área
«dura», reputación aun más intensificada a mediados de los
sesenta por la glamorosa carrera de los Krays.
Finalmente, me gustaría ejemplificar esta relación entre los
skinheads y la imagen de la comunidad a través de algunos de
los elementos centrales del estilo skinhead. Uno de los aspectos
más cruciales es el énfasis de los skinheads en conexiones terri
toriales -las «pandillas» eran organizadas de acuerdo con un
criterio territorial, identificándose a sí mismas con, y a través de,
una particular localidad (por ejemplo, «la pandilla de Smethwick»,
etc.)-. Esto involucraba a las pandillas en la demarcación y de
fensa de su terreno particular, marcando los límites con consig
nas («la pandilla de Ouinton manda aquí», etc.) y manteniendo
esos límites libres de la invasión de otros grupos. Esta territoria
lidad, como la comunidad, tiene sus propios puntos focales alre
dedor de los cuales se articula la interacción -la esquina como
punto de encuentro, el pub y la cancha de fútbol-. Aunque la
cancha no necesariamente coincidía con los lugares de la pandi
lla, su propia identificación local y las actividades ya existentes
en los Ende proveyeron un particular punto focal alrededor del
cual las pandillas podían organizarse.
El fútbol, y especialmente la violencia articulada alrededor
de él, también proveyeron una arena para la expresión de la
preocupación skinhead acerca de una particular y colectiva
autoconcepción de la masculinidad, involucrando una identifi
cación de la masculinidad con la rudeza física y una negación
a «retroceder» en caso de que hubiera «problemas» 34• La vio-
34 Para más detallados reportes sobre los cambios en el fútbol durante el período de posguerra, que tiene cierta relación con la elección skinhead de esta «localía», ver, por ejemplo, Taylor (1971 a y 1971 b) y Critcher (1975).
199
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
lencia también involucraba el acento de las pandillas sobre la
solidaridad colectiva y el apoyo mutuo en época de «necesi
dad». Esta preocupación por la rudeza también era parte de
las otras dos más publicitadas actividades skinheads -la golpiza
de inmigrantes pakistaníes y de homosexuales-. La primera
involucraba la ritual y agresiva defensa de la homogeneidad
social y cultural de la comunidad contra sus más obvios chi
vos expiatorios externos -parcialmente debido a su particular
visibilidad en el vecindario (en términos de posesión de nego
cios, etc.) en comparación con inmigrantes de las Indias Occi
dentales, y también debido a sus distintos patrones culturales
(especialmente en términos de su negación a defenderse a sí
mismos y así), una vez más, en comparación con los jóvenes
de las Indias Occidentales-.
La segunda debe leerse como una reacción ante la erosión
de los estereotipos tradicionales de masculinidad disponibles,
especialmente de parte de los hippies. La definición operacio
nal skinhead de «queer» 35 parece haberse extendido a toda
persona masculina que para sus parámetros luciera «raro»,
como parece indicar esta cita de un skinhead de Smethwick:
Usualmente somos sólo un montón de nosotros que encontra
mos alguien que pensamos se ve raro -como esa noche que
estábamos en Warley Woods y vimos a ese pibe que se veía
raro- tenía el pelo raro y adornos en los hombros.
Podemos ver estos tres elementos interrelacionados de te
rritorialidad, solidaridad colectiva y «masculinidad» como la
manera en la que los skinheads intentaron recrear la imaginería
heredada de la comunidad en una época en la que las experien
cias de creciente opresión demandaban formas de organización
35 N. del T.: «puto», «reina», término utilizado también en el idioma para designar a las travestis.
200
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
mutua y defensa. Y, finalmente, podremos ver la violencia in
tensiva conectada con el estilo como evidencia de la «recrea
ción de la comunidad» en tanto «mágica» o «imaginaria», en el
sentido de haber sido creada sin las bases materiales y
organizacionales de esa comunidad y, consecuentemente, es
tar menos sujeta a los mecanismos informales de control social
característicos de tales comunidades. En el estilo skinhead,
podemos ver tanto elementos de continuidad (en términos del
contenido del estilo) y discontinuidad (en términos de su forma)
entre la cultura juvenil y la cultura de sus padres.
201
HACIENDO NADA
Pau/ Corrigan
Nota: este es un abstract del estudio de Paul Corrigan sobre la
cultura de las esquinas en Sunderland, «Schooling and the
Smash Street Kids» (McMillan, Londres, 1979). El trabajo tes
tifica la intensa actividad involucrada en el corriente pasa
tiempo de «hacer nada», y relata el hecho de que lo que la
mayoría de los adultos ven como una interminable pérdida de
tiempo, una ausencia de propósito, es, desde el punto de vis
ta de los chicos, una completa cadena de incidentes, dado
que son constantemente informados por «ideas raras». Corrigan
argumenta -y muestra en este extracto- que, por mucho, la
actividad más común e intensa con la que se comprometen
los chicos de clase trabajadora es la simple pero absorbente
actividad de «pasar el tiempo».
Para la mayoría de los chicos, lo que existe es la calle; no la
romántica, activa y repleta calle del gueto, sino los húmedos
pavimentos de Wigan, Shepherds Bush y Sunderland. La prin
cipal actividad en este lugar, la acción principal de la subcultura
británica, es, de hecho, «hacer nada».
¿Qué tipo de cosas hacen con sus amigos?
DUNCAN: Sólo andamos por ahí hablando de fútbol. O de
otras cosas.
202
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
¿Hacen algo más?
DUNCAN: Chistes, bromeamos sobre eso, nos cargamos.
Hacemos lo que nos da la gana.
¿Cómo es eso?
DUNCAN: Hacemos cosas. El sábado pasado alguien em
pezó a tirar botellas y todos nos sumamos.
¿Qué pasó?
Nada realmente.
Todas estas actividades caen bajo la etiqueta del «hacer nada»
y representan la más larga y compleja subcultura juvenil. El ele
mento fundamental de hacer nada es hablar. No la arcaica discu
sión sobre los talk show de la televisión, sino renarrar, intercam
biar historias que nunca requieren ser verdaderas o reales, pero
que son lo más interesante posible. Sobre fútbol, sobre cualquier
otra cosa, hablan no para comunicar ideas, sino para comunicar
la experiencia de la conversación. Esto hace pasar el tiempo y
enfatiza el carácter del grupo sobre las distintas maneras que los
chicos tienen de pasar el tiempo. Un momento de bromas se
presenta. Entre la conversación, las bromas y las cargadas
emergieron cosas que los chicos llamaban «ideas raras».
¿Aigúna vez salen con sus amigos a buscar pelea?
ALBERT: A veces, cuando me siento como para hacerlo.
¿Qué haces?
ALBERT: A veces nos metemos en líos.
¿Líos?
ALBERT: Alguien mete una idea rara en su cabeza y otros
empiezan a seguirle la broma, y los demás se suman.
¿Idea rara?
ALBERT: Cosas ... como ir por ahí rompiendo botellas de leche.
La «idea rara» es lo que representa el algo fundamental de
«hacer nada». Al enfrentar el aburrimiento, los chicos no eli-
203
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
gen la calle como un sitio maravilloso para habitar; más bien la
ven como el lugar donde está la mayor oportunidad de que
algo suceda. Hacer nada en la calle debe ser comparado con
las alternativas: por ejemplo, saber que nada va a suceder con
Mamá y Papá en la pieza de enfrente; estar casi seguro que el
club juvenil será un completo aburrimiento. Esto torna a la
calle en el lugar donde algo debería suceder, si no este sába
do, seguramente el próximo.
Entonces, las ideas raras surgen del aburrimiento y las ex
pectativas de futuro y el continuo aburrimiento, y esto afecta
el tipo de ideas raras que tienen. Una buena idea debe conte
ner las semillas del cambio continuo, lo mismo que de alboro
to y participación. Estallar botellas es un buen ejemplo de
esto, en tanto tipifica la manera en que los chicos son puestos
«bajo efecto». Preguntarles por qué estallan botellas es hacer
una pregunta sin sentido.
¿Qué hacen en las esquinas?
DICK: La policía nunca nos ve haciendo algo malo, enton
ces nunca se mete con nosotros. Pero solíamos jugar por
ahí, rompiendo cosas.
¿Qué tipo de cosas?
DICK: Cualquier cosa, realmente -no sé por qué- sólo ideas.
La respuesta a la última pregunta, por ejemplo, sólo es
comprensible en los propios términos de los chicos, fuera de
la experiencia total del tiempo. Es que no estamos hablando
de chicos que salen los sábados a la noche buscando botellas
de leche para estallarlas; eso es algo casual e interesante que
ocurre.
¿Qué hacen cuando andan en la calle?
RICHARD: A veces no metemos en peleas o líos, pero en
general no mucho.
204
1 "Qt¡._¡
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
lntentá darnos un ejemplo.
RICHARD: Ehh ... el sábado pasado estábamos sin hacer
nada y alguien pateó una botella y la reventó. Después to
dos nos pusimos a romper botellas.
Para que no se construya un modelo de amplificación de la
desviación en torno al estallido de botellas de leche, otros
objetos rompibles son incluidos en las ideas raras.
EDWARD: He estado en problemas recientemente porque
mis amigos rompieron la ventana de un local, pero eso fue
todo.
STEVEN: Bueno, vos sabés, el Gran Prix, aquí cerca. Le
vantamos las máquinas y obtuvimos partidas gratis. Conocés
los ómnibus del ayuntamiento, bueno, entraron por una taza
de té y fuimos y abrimos las puertas y los agarramos a
patadas.
El otro componente fundamental de «hacer nada» es pe
lear. En este sentido, las peleas son una ocasión importante y
excitante: son fáciles de generar y son eventos interesantes,
y además no conllevan muchos riesgos. Para algunos chicos
representa un acontecimiento ocasional, para otros es el ma
yor suceso de cada sábado por la noche -para estos es el más
grande componente de hacer nada-.
¿Qué hacen una noche de sábado cualquiera?
DAVE: Sábados a la noche, eh, usualmente vamos a un bar
de paso y llevamos algo para tomar, algo de sidra o cerve
za. Usualmente voy a casa de amigos a escuchar discos,
miramos tele, y luego andamos por ahí.
¿Qué hacen cuando andan por ahí?
DAVE: Sólo andamos, jugamos fútbol o algo, causamos un
poco de daño por las calles.
205
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
¿Alguna vez se involucran en peleas?
OAVE: No ... bueno, no mucho.
Sería inútil tratar de explicar por qué ocurren estas peleas.
Donde no hay nada para hacer, algo sucede, incluso si es un
bostezo; o alguien trabando una discusión con otro; alguien
recordando un insulto antiguo; y sobre estas cosas se desa
rrollan las peleas. Algo patético y olvidado acerca de «nada»
se vuelve vital dentro de esa serie de comportamientos.
Sin embargo, existen otros chicos para quienes las peleas
están siempre a punto de suceder.
¿Qué hacen una noche de sábado cualquiera?
FREO: Voy a la estación, vos sabés, en el centro del pue
blo, y vamos a Newcy, toda una pandilla de nosotros. Ca
minamos por Newcy, listos para problemas. Encontramos
unos pocos seguidores de Maggie y les damos una golpiza.
Tenemos buenas peleas.
¿Qué tipo de peleas?
FREO: Realmente no son peleas, pues alguno de ellos pue
de ser un conocido, pero, así y todo, cuando ponés la bota
ahí, la ponés ahí, pero somos amistosos después de todo.
¿Qué hacen una noche de s~bado cualquiera?
PAUL: Voy por ahí en pandilla y nos metemos en peleas,
riñas ... vos sabés ...
¿Qué clase de peleas?
PAUL: Nos encontramos con otra pandilla y empezamos a
lanzarles botellas de leche. Principalmente a la Pandilla de
Hylton Sur.
¿Por qué hacen eso?
PAUL: Para que no se nos acerquen.
¿Qué sucede si lo hacen?
PAUL: Tenemos una riña. Es buena diversión.
206
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
¿Alguien sale lastimado?
PAUL: No.
Estas peleas son menos espontáneas que las otras, pero
aun así emanan de la «nada» de los sábados más que de
cualquier otro factor territorial o de grupo por sí mismo. Su
contexto define el carácter de las peleas. Si esas peleas fue
ran reales, las calles de las ciudades de Inglaterra estarían
bañadas en cadáveres. Son simplemente algo ... en nada.
207
EL SIGNIFICADO CULTURAL DEL USO DE DROGAS
Pau/ Willis
Nota: el estudio de Paul Willis sobre el rol del uso de drogas en
la subcultura hippie de una ciudad industrial grande es parte
de un estudio mayor que compara estilos de vida, puntos de
vista y preferencias musicales de dos grupos subculturales -
un grupo de Hippies y un grupo de chicos motoqueros-. La
tesis exploraba la «concordancia» entre la vida y los valores
de estos grupos, y las preferencias musicales que expresa
ban. Básicamente, Willis argumenta que debe haber una
«homología» entre los valores y estilos de vida de un grupo,
su experiencia subjetiva y .las formas musicales que el grupo
adopta. La música elegida debe contener el potencial, al me
nos en su estructura formal, para expresar significados que
resuenen junto a otros aspectos de la vida grupal. Algunas de
las cosas que las subculturas usan están en una «concordan
cia» más ajustada con el grupo, y a esto Willis llama, no
«homóloga», pero sf una relación integral. Sugiere en su estu
dio que la motocicleta en sí misma sostiene una relación inte
gral con la cultura de la motocicleta, y que las drogas estaban
integradas a la cultura hippie: «Las drogas mediaron fuerte
mente muchas áreas de la vida de los Hippies», incluyendo la
relación de los grupos con la música.
Todos los nombres fueron cambiados en esta pieza.
208
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Las drogas fueron usadas habitualmente por los Hippies;
esto está ampliamente documentado y fundamentado. Un in
forme local de Vicar mostró que el uso de drogas era amplia
mente aceptado; y otro estudio realizado por un trabajador del
Centro de Estudios, pero no publicado, titulado «Spiritual
undercurrents on the Drug Scene», tomó sin cuestionamiento
a los Hippies como ejemplos arquetípicos de los usuarios de
drogas. La brigada antidroga vio la escena hippie como el cen
tro neurálgico del uso y tráfico de drogas en la ciudad entera.
También calculó que los números involucrados en la escena
de la droga estaban «duplicándose cada dieciocho meses».
Las drogas incluso hicieron su impacto en las interacciones
sociales cotidianas: eran el tópico central de conversación en
dicho escenario, y se puso mucho énfasis en el conocimiento
sobre distintos tipos de drogas. Había un exten<;iido resenti
miento sobre las actitudes de la policía y la sociedad respecto
de las drogas, y una de las formas más disponibles de demos
trar «sentido cultural» era formulando una diatriba contra la
«paranoia» de los «rectos» sobre las drogas. Sin embargo,
nada de esto alcanzó para aprehender el carácter especial del
uso de drogas de los Hippies. Personas de todos los diferen
tes grupos con los que trabajé hablaban de drogas, tenían
drogas, se oponían a la policía, exhibían claros signos de com
portamiento de ser usuarios de drogas. Ron tenía un conoci
miento más detallado sobre drogas que nadie en los grupos, y
aún no tenía estatus en el «centro de la escena». Cualquier
grupo de estudiantes que incursiona en el mundo de las dro
gas muestra características similares, y no es a través de esta
catalogación atomística que podremos descubrir la importan
cia real de las drogas en la cultura hippie.
Un comentario que hizo Les permaneció opaco en mí por
largo tiempo, pero da una pista hacia al entendimiento de la
distinción especial del uso de drogas por parte de los Hippies. Él
dijo que era «posible tomar ácido (lisérgico) y no 'viajar', y posi-
209
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ble 'viaja( sin tomar ácido; había muchos 'cabezas' en la socie
dad 'recta'». De hecho, la importancia de las drogas no reside en
sus efectos físicos directos, sino en la manera en que facilitan
atravesar la gran barrera simbólica erigida en oposición a la so
ciedad «recta». El «cabeza», un título reciente para hippie, derivó
de la más específica «cabeza de ácido», que representa más
exactamente los elementos de la experiencia con drogas en la
cultura. No está definido simplemente por el uso de drogas, sino
por su presencia existencial al otro lado de esta barrera simbóli
ca. Era simbólico y no real, entonces esos individuos con una
«conciencia más allá de la barrera» podían ser «cabezas» «rea
les», incluso a pesar de que no consumieran drogas. Por el otro
lado, aquellos que consumían drogas, pero sin sentir su
significancia simbólica, no era «cabezas»: sólo eran experimen
tadores. En el lado «recto» de la barrera quedaba el mundo de la
responsabilidad personal, colores grises, cohibición y falta de
estilo; del otro lado se situaba el mundo de la libertad, la falta de
responsabilidad y la elegancia -el «viva la vida»-. Las drogas no
contienen intrínsecamente este segundo mundo: no deben ser
pensadas como microfilmes de experiencia clandestinamente
resbalada al proyector profundo de la mente. Eran simplemente
el interruptor para entrar en áreas que eran esencialmente auto
creadas. Me fue explicado numerosas veces que la experiencia
del período previo era un «anteproyecto para el viaje»:
VAL: Bueno, tenés que prepararte, quiero decir, sólo deberías
prepararte a vos mismo, digo, por una semana o un mes, doce
meses, tal vez, pero lleva toda una vida, diez años, veinte
años, toda una vida.
NORMAN: Tu «viaje» consiste en lo que hiciste semanas an
tes, y el estado de tu mente en ese momento particular.
De alguna manera, las drogas pueden ser pensadas como
placebos culturales -llaves a la experiencia, más que expe-
210
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
riencias en sí-. Pero esto no quiere decir que el hachís y el
ácido en particular no conlleven efectos químicos. Lo hacen, y
el cambio de conciencia percibido en el tema es probablemen
te la base de este pasaje existencial -él siente que algo ha
sucedido, para lo que suministra un contenido-. La base fisio
lógica del cambio puede ser igualmente bien interpretado de
mil formas culturales diferentes, y las bases químicas objeti
vas de la conciencia modificada no contradice la posibilidad
de alcanzar un estado similar de conciencia existencial en for
mas no físicas36• Como dijo Les en una discusión:
LES: (refiriéndose a experiencias de conciencia intensificada)
Puede ser por sí mismo o puede ser con ácido, puede ser con
cualquier droga o sin droga alguna, ese es el punto, vos sabés,
en otras palabras, te brinda nuevas percepciones. Proveen la
oportunidad: diferentes personas las usan de diferentes mo
dos por diferentes razones, y de esto tratan muchas de las
cagadas a la vista. Los «duros» usan el alcohol para tapar.
NORMAN: Para bajar.
LES: Para bajar el nivel de conciencia, y usan el cigarrillo para
bajar el nivel de neurosis, causada por su propia paranoia, y,
vos sabés, la droga se usa para incrementar la percepción de
uno sobre su propio entorno acorde a los propios sentidos. En
otras palabras, la percepción visual posiblemente es intensifi
cada, y la percepción auditiva, definitivamente.
Aunque las drogas fueran sólo llaves, seguían acordando
una especie de lugar sagrado para la cultura «cabeza». Su uso
estaba enmarcado por el ritual y la reverencia. A menudo es-
36 Ver Young (1972), quien argumenta que el uso de drogas debe ser entendido socialmente así como farmacológicamente, lo que significa un avance en la teorización en el área. Pero parece implicar que ambos son equivalentes en importancia, mientras que mi argumento es que los factores socioculturales sobrepasan por mucho a los farmacológicos.
211
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tos rituales incrementaban la cantidad de droga que se consu
mía, lo que proveía una reacción fisiológica mayor, abierta a
una interpretación cultural específica. Esta es la forma que
toma la relación dialéctica entre drogas y cultura. Para el «ca
beza», toda droga, especialmente el ácido, era la llave simbó
lica a la experiencia que siempre había sido inmanente, pero
que sólo podría volverse totalmente manifiesta al otro lado de
la barrera simbólica. Esta llave simbólica no dejaba entrar to
talmente a la conciencia en tierras extrañas, tanto como para
eliminarla de territorios familiares: el paisaje no era menos
transformado. La droga podría ser vista hasta cierto punto
como culpable del estado de conciencia de alguien y, por tan
to, paradójicamente, como aumentadora de la libertad de con
ciencia. La creencia de que «son las drogas, no yo» permite al
individuo, por un tiempo, ver en las contradicciones entre -en
la dialéctica entre- libertad y determinación. o~ alguna forma,
este tipo de conciencia está claro en las cintas de grabación,
del decir de Les «es difícil cuando estás drogado», en un pun
to complejo del argumento, a las bromas y el caricaturizado
reconocimiento del estereotipo convencional acerca de la pér
dida de autonomía, en este intercambio:
TONY: (refiriéndose a un comentario anterior al que se vio
forzado a renunciar luego de un largo argumento) Sabés que
fue justamente ... fue justamente el primer sacudón original en
mi mente, y salió de mi boca, y-
LES: Ese es el problema cuando tomás drogas, hombre, yo
voy a salir y violar a alguien en un minuto.
/risas/
TONY: Vamos y violemos a alguna anciana en la calle.
Más importante que estos ejemplos localizados era la per
cepción simbólica general de que el hombre estaba determina
do por las estructuras a su alrededor. Las drogas simbolizaban
212
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
un cambio ontológico fundamental para sentirse uno mismo
como un agente con determinación autónoma, a sentirse, en
parte, como una variable determinada en el mundo. Y ese sen
tido, para el usuario cultural de drogas, no era reducido única
mente a la experiencia con drogas. La economía, la política, la
sociedad, la industria, la contaminación, la policía, la forma
ción, todas se volvían variables determinantes en la conciencia
del individuo. Esto producía una disminución del sentimiento de
responsabilidad para consigo mismo y una correspondiente dis
minución del sentimiento de culpa. Pero, para el cabeza, para
dójicamente, en términos existenciales, la contraparte dialécti
ca a estas percepciones era un sentido de la libertad personal
infinitamente acrecentado. Al fin y al cabo, podía descansar del
incesante forcejeo por mantener alejado al vacío, por mantener
unido al mundo del sentido común; era liberado de las cada vez
más restrictivas demandas del sentido común. Había visto a
través del carácter precario de la realidad y sus libertades apa
rentes hacia sus determinaciones sociales reales. En términos
psiquiátricos, que los Hippies usan a menudo, había «pérdida
de ego» y también la experiencia de un estado «meta-egoico».
El cabeza podía controlar las fuerzas, experimentar las fuerzas,
que la mente autónoma alerta tendría nerviosamente bloquea
das. Él era libre en su experiencia porque estaba liberado de la
tarea personal de sostener al mundo unido.
En lugar de resistir la fuerza, podrían reaccionar todos jun
tos desde un plano diferente. Podrían relajarse y dejar que les
suceda; era una experiencia. Todas las experiencias deberían
tener su sabor distintivo para que puedan ser saboreadas com
pletamente. Juzgado de esta forma, incluso ser sujeto de una
redada era una calamidad sólo para aquellos que trataban des
esperadamente de evadirlas, para aquellos cuyas sensibilida
des habían sido irrevocablemente reducidas por la urgencia
compulsiva de apartar la experiencia a un lado. En algún sen
tido, entonces, nada podía dañar al cabeza cuando «subía»:
213
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Sutx:utturas jtNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
estaba más allá del alcance de la coerción en el mundo públi
co. Porque había visto el carácter finalmente coercitivo de la
vida, y lo había encontrado desde la liberación: nada podría
tocarlo otra vez. Por supuesto, el cabeza no se sentía lo sufi
cientemente seguro cuando «bajaba», pero algunos de estos
sentimientos continuaban todo el tiempo; era incluso un breve
entendimiento de esta perspectiva lo que lo ponía del lado
«subido» de la barrera simbólica.
Para el cabeza, la conciencia «recta», el asumir diariamen
te la autonomía en el mundo, de hecho, significaba limitar la
conciencia a un micropunto en el espectro completo de esta
dos potenciales de la conciencia. Ese punto al que un giro
accidental de la historia -el descubrimieflto del análisis de la
ratio-technica- había magnificado en todo el mundo conocido
del pensamiento. Si podías confiar en vos mismo para aban
donar ese limitado círculo de certeza aparente, entonces se
rías libre para entrar a vastas y nuevas áreas experimentales.
Las drogas eran vistas como el camino por excelencia para
aflojar la tensión aparente de la realidad; parecían empezar a
desentrañar el mundo real, les guste o no. Al cabeza le gusta
ban, y las tomaba como el puntapié para ir más lejos, para
atravesar la barrera simbólica. A los «rectos» que usaban dro
gas esto no les gustaba, y esperaban hasta que los hilos se
reacomodaran nuevamente.
La capacidad de las drogas, y especialmente del ácido,
para abrir las áreas de experiencia bloqueadas era comentada
con frecuencia por nuestro grupo:
LES: En realidad podés ver, y yo la he visto, la música. La he
visto salir burbujeando de los parlantes.
VAL: Ves, estás atrapado por todos tus sentidos, estás atra
pado por el tacto y el olfato y el gusto y la vista y la audición,
pero podés tomar ácido, el pasadero, y no estarás más atrapa
do, no estarás atrapado en la forma en que ves el mundo.
214
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
LES: Con el ácido propendés hacia una experiencia total de to
dos los sentidos, particularmente la vista. Podés ver otros sen
tidos; yo no he visto el olfato, pero he visto el sonido y he oído
un color ... He visto, bueno, una vez me acosté con una chica
estando «de ácido», y pienso que fue la experiencia más increí
ble que alguna vez tuve, porque el orgasmo entero se volvió
total, ehh ... no sólo en el centro neurológico del cerebro que te
da sensación de placer, no sólo en la punta del pene, sino en el
cuerpo entero, hombre, en la punta de mis dedos, tenía orgas
mo tras orgasmo. Ese era un estado cercano a la dicha que creo
que debería alcanzar siempre ... Fue totalmente increíble y la
única cosa que me detuvo de tener más orgasmos fue mi propia
fuerza física: la energía había drenado de mis miembros. Fue la
experiencia más increíble, porque podía sentir la energía drenando
de mi cuerpo, estaba al tanto de que mis músculos estaban
convirtiendo menos oxígeno ... la cosa más.
El cabeza, bien diferenciado del usuario de drogas ubicado
en el lado «recto» de la barrera simbólica, estaba continua
mente, si bien tangencialmente, comentando y prestando aten
ción a lo inusual en las situaciones corrientes. Aunque vivien
do en un mundo compartido, veía más facetas en él y
refracciones de luz desde él, incluso sin drogas, de lo que
jamás un «recto» podría hacerlo. El cabeza «observaba con
atención», el «recto» «administraba» el mundo real.
Un aspecto crucial en ceder el paso a la experiencia y a la
lectura experimental de la determinación era la completa pre
ocupación con el «ahora». Si la experiencia era todo, la pre
sencia era todo, y la dimensión principal de la presencia era la
posibilidad de vivir el «ahora».
ROBIN: La «pichicata» ha significado una cierta suma de liber
tad, como un resultado de, de ... estar mucho más consciente
de lo que es, sabés ... lo que «es» más de lo que fue o lo que
215
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
será. Vos sabés ... eh ... yo creo que uno debe vivir en el pre
sente, este instante, ahora, experimentando el ahora por lo
que es, porque es, porque es y por ninguna otra razón. Supon
go que podría haber entrado a un monasterio a meditar y,
quizás, haber encontrado la misma cosa en unos 50 años;
simplemente he encontrado cómo hacerlo, el ácido sólo acele
ró el proceso, sabés, de manera bastante considerable.
Esta encapsulación por el «ahora» y el sentimiento de liber
tad para «andar por ahí y sentir el momento» conducen a una
ruptura total de las nociones convencionales del tiempo. El
tiempo industrial y orientado por el trabajo está crucialmente
afectado por el orden, es decir, lo que requiere ser realizado
antes de que algo más pueda ser realizado -un camino crítico
masivo de conciencia. Sin una estructura de tiempo de este
tipo, bastante bien determinada y comúnmente aceptada, las
tareas lineales y complicadas no pueden ser completadas,
esencialmente las relativas a la integración de especializacio
nes diferentes. La coerción externa sobre la experiencia del
tiempo, en esta forma, no es siempre humanamente relevan
te, como podemos ver en los sentimientos corrientes de abu
rrimiento y frustración del proletariado -los desiertos de dis
tancia que los trabajadores sienten entre sí mismos y la sirena
de la fábrica, la extraña aleatoriedad de la sirena cuando llega
la hora. El cabeza siente el inoportunismo del tiempo conven
cional particularmente potenciado en el curso de un «viaje».
NORMAN: Te das cuenta de que el tiempo es una construcción
humana, no hay tal cosa como el «tiempo», es una carga del gati
llo, algo que el hombre fabricó para computarizarse a sí mismo.
Una de las críticas más comunes que hacían los trabajado
res de la iglesia en el campo era que los «Hippies» eran «poco
confiables». De igual modo, sin embargo, si te encontrabas un
216
. ; 1
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cabeza por accidente, y él se mostraba interesado en algo,
simplemente se quedaría parado hablando hasta que la cosa
estuviese minuciosamente elaborada. No existía un «Debo irme
corriendo» o «Sólo puede quedarme un minuto» para evitar el
peligro de un encuentro real. Este sentido-subjetivo del tiempo,
la máxima abertura de los sentidos y la falta esencial de auto
nomía sentida en la experiencia con drogas, podía disipar los
sentidos normales de repugnancia: situaciones objetivamente
desagradables se tornaban placenteras e incluso fascinantes.
ROBIN: Bueno, yo estaba con una chica y ella estaba descom
puesta en el piso, hombre, ambos estábamos como realmente
separados, el cuarto estaba girando y yo no podía saber dónde
había comenzado ni nada parecido, pero conseguí incorporar
me y limpiar el vómito. No estaba siquiera asqueado por eso, y
usualmente lo estoy, sabés, normalmente alcanza con que al
guien esté descompuesto en la misma habitación para que yo
quiera vomitar. Pero estaba allí con mis manos desnudas jun
tando el vómito en un cuenco.
LES: Ellos tenran esta especie de retrete en el baño, y debe haber
sido largo como una cancha de fútbol, y era como acero corrugado
doblado en secciones V, una sobre la otra hasta el final.
DEREK: Debés ser un tipo alto parado en un extremo.
LES: Y todos estaban como orinando, era sólo gente a lo largo
de esta cosa, y yo estaba en el extremo pequeño, y era como
un maldito río, estaba «viajando» como la mierda, y era her
moso, sabés, realmente estaba colgado en estas meadas.
DEREK: Todas las colillas y fósforos flotando.
LES: Era hermoso, la hediondez era terrible.
La pérdida de ego, la pérdida de reflejos protectores, y la
apertura a lo extraño, generaba acumulativamente otra área
prohibida abierta a los cabezas -el sicótico dentro de sí-. El
217
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
lado oculto de la experiencia, usualmente bien contenido por
nuestra conciencia convencional, se volvía disponible al pro
fundamente «viajero» cabeza como cualquier experiencia co
rriente, y a veces no podía diferenciar entre ambas. A menudo
una persona «viajando» parecerá ser clínicamente sicótico, y,
por supuesto, el LSD fue usado primero en condiciones de
laboratorio en un intento de recrear las condiciones de la
esquizofrenia. Hay mucha menor certeza ahora de que la ex
periencia con LSD sea la misma que la de la esquizofrenia37 ,
pero existe la pequeña duda de que para muchos el «viaje» es
una excursión a los «lados oscuros de su naturaleza».
Era ciertamente real que había una asociación muy clara
entre uso de drogas y la convencionalmente entendida depre
sión psiquiátrica. En su camino sombrío, la brigada antridroga
puja por la claridad de esta relación.
8: Muy a menudo hablaremos a un chico que está en las dro
gas, y él está hablando sobre drogas, y de pronto nos damos
cuenta de que no son las drogas lo que lo están afectando. Es
algo más profundamente arraigado, y remitimos a muchos de
ellos al hospital. Y esto fue descubierto en el hospital, que,
aunque se han estado ocultando tras las drogas, han tenido una
enfermedad psiquiátrica, no muy severa. Podés traer un chico
que dice «Soy adicto a la marihuana, sabés». Algunos doctores
podrían pensarlo como una denominada psicosis cannábica, pero
yo sé con certeza que, eh, la manera en que los doctores operan
es esta: si encuentran una persona que recurre a ellos, por su
cuenta o porque otros lo han sugerido, olvidarán las drogas
completamente y empezarán a examinarlo como un paciente
psiquiátrico, y probablemente encontrarán en algún lugar que el
paciente ha tenido algún ligero desorden psiquiátrico, sabés,
sería un esquizofrénico o ...
37 Ver los minutos de «Drug Dependency Discussion Unit», Hospital Edward King, Londres (1972: 3).
218
r 1 1
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Sin embargo, aunque en este punto limitamos con nues
tras capacidades para seguir a los cabezas, no debemos des
estimar los aspectos sicóticos del uso de drogas como patoló
gico. El conocimiento y percepción del aspecto impreciso y
misterioso de nuestra conciencia normal ha sido recortado de
manera apabullante y etiquetado como enfermo por la sabidu
ría médica moderna. Pienso que es en este sentido de con
frontación con el sicótico en uno mismo que Les quiso decir
«algunas personas pueden 'viajar' sin ácido». Era posible es
tar en el lado «subido» de la barrera sin tomar contacto con
las drogas si tenías algún grado de conciencia de estas pro
fundidades.
Hay un contacto aquí, en la escena hippie, con un desarrollo
alejado de las drogas y hacia la religión38• Visto desde afuera
como un desarrollo «saludable», por la aparente renunciación a
las drogas, es de hecho muy cercano a la experiencia con dro
gas en un sentido simbólico. Es mucho trabajo en sí el intento
de conocerse uno mismo más profundamente. El uso y sentido
de las drogas, entonces, no estaba limitado por la acción inme
diata de tomarlas, o por sus correlatos en el comportamiento.
El significado real del uso de drogas estaba en la entrada a un
extenso mundo simbólico. Una vez en ese mundo, la presencia
de las drogas no era de importancia inmediata.
Uno podía estar «arriba» sin consumir drogas, y la calidad
de las experiencias corrientes, excepto las experiencias con
drogas, había cambiado. En ciertos aspectos, el pasaje a tra
vés de la barrera simbólica que separa lo «recto» de lo «subi
do» nos presenta una clásica paradoja de fe. Se entienda o
no, y no hay modo de cruzar la laguna con argumentos lógi
cos. No podría probarse la presencia de este mundo simbólico
a un no creyente que ya ha decidido que sos un «enfermo».
La clase de preguntas que se le pueden ocurrir a un extraño al
38 El movimiento Jesús-Freak en California, ahora extendiéndose a Inglaterra, es el ejemplo más obvio de este desarrollo.
219
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tema se volvían irrelevantes adentro, e incluso preguntar cier
tas cosas era aceptado para mostrar que el interrogador nun
ca apreciaría las respuestas. Esta situación del tipo «círculo
vicioso» de la cultura de las drogas se volvía un tipo de irrita
ción particular para las agencias y grupos de ayuda. Es una de
las barreras más grandes hacia una apreciación de esta cultu
ra desde afuera.
Una preocupación por las «causas», su aislamiento y, en
última instancia, su modificación, y la preocupación por el
traspaso de drogas suaves a duras son las bases de la vasta
mayoría de intentos de comprender la cultura de la droga.
Todos apuntan a que el consumidor reafirme su autonomía
dentro de la cadena causal. Estos intentos simplemente nun
ca encuentran los términos reales de la experiencia de los
cabezas con las drogas. Para los cabezas, cuando compren
diste el carácter dialéctico de tus propias determinaciones,
paradójicamente cuando estabas más determinado, te volvías
más libre para experimentar la riqueza completa de la concien
cia. Tu conciencia expandida, en su omnipotencia envolven
te, podía ver la conciencia normal como supremamente insig
nificante, un romance pequeño-mezquino-dañado con el mun
do del trabajo. Las exhortaciones para un regreso a este mun
do simplemente confirmarían el nuevo mapeo de la experien
cia de los cabezas. El exhortador es simplemente parte de ese
«romance pequeño y mezquino», y la base de trabajo/respon
sabilidad de sus comentarios muestra que continúa «mezqui
no» como siempre.
En sus respectivos términos, el consumidor de drogas co
noce mucho mejor al trabajador social de lo que este lo cono
ce a aquel. El punto de máxima divergencia entre lo objetivo,
el entendimiento causal del fenómeno de las drogas y el ca
rácter de experimentación real en la implicación con esto es
precisamente esta noción contradictoria de libertad. Para el
grupo «Objetivo», la libertad es auto-responsabilidad, para el
220
1
1
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
grupo «subjetivo» estás realmente libre cuando no sos res
ponsable de vos mismo. La falta de voluntad del cabeza de
hacer un verdadero intento de contradecir las definiciones
externas de su uso de las drogas compone la complejidad de
la situación. El exhortador siente que la droga ha tomado in
cluso un lugar más profundo de una manera misteriosa, y so
brepasa los poderes normales de comunicación del usuario. El
exhortador redobla su esfuerzo para hablarle a aquello que es
abandonado del viejo sí mismo autónomo para expulsarlo del
invasor infame. El cabeza, a su turno, está sencillamente se
guro de que el exhortador nunca podrá ver la «Verdad».
Esta sensación de «entendimiento de la fe», o de entender
la como una impresión de sentido inmediata, se extendió de
modo noticioso hacia otros aspectos de sus vidas. Estaban
muy irritables con las explicaciones causales y externas: que
rían la experiencia de una cosa y estaban aburridos por el
armazón de la explicación de la experiencia. La regularidad
con la que esos sentimientos eran vividos en la cultura cabeza
era para destacar: la experiencia a diferencia del entendimien
to de la ratio-technica quizás era el principal y más común
mente compartido principio de todo el movimiento. Esto no
significaba que el lenguaje fuera redundante; al contrario, la
cultura hippie era sumamente verbal, pero el uso del lenguaje
no estaba apuntado a conseguir la «Verdad» o a un entendi
miento compartido y objetivo de los procesos. El lenguaje era
usado como una forma de alentar los sentimientos, y los estados de entendimiento, a través de la elegante y complicada, a
veces traviesa, sugestión, contra-sugestión, contraste, para
doja y sorpresa. Muchas cosas eran dejadas sin decir y sin ser
asumidas. Las palabras, de tal manera, más que tratar de re
presentar la atmósfera objetivamente, esculpían formas en su
aspecto material.
Estos sentimientos asociados a la concentración sobrehu
mana del ahora y la habilidad de la experiencia cotidiana, y
221
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
particularmente la valentía del sicótico, fertilizaban el suelo
para la experiencia mística de los cabezas. Era probable que
esto sucediera, especialmente en un «viaje» de ácido, y, una
vez experimentado, ponía finalmente al individuo del lado «su
bido» de la barrera simbólica. El carácter real de esta expe
riencia es difícil de alcanzar, y lo era para los cabezas, aunque
ellos gustaran hablar sobre eso, la experiencia más inefable
de todas; nunca podría ser presentado en otros términos que
en los suyos propios. La experiencia mística era el signo por
excelencia y el reconocimiento de los valores centrales en su
mundo de las drogas. Ponía finalmente al individuo más allá
del alcance del mundo cotidiano y de su insistencia en la auto
nomía. Si eras parte de la conciencia cósmica, parte de Dios,
de hecho eras Dios, entonces las nociones de causalidad y
autonomía personal eran malentendidos de una subdivisión
muy pequeña de la vida, que totalmente podías trascender y
sepultar. Todos los aspectos de la vida eran parte de vos,
entonces, ¿cómo podrías alzarte en guerra contra vos mismo?
Aquí había un punto de contacto entre la escena de la
droga de los cabezas y la religión y cultura de Oriente. Muy
raramente había allí un conocimiento detallado de estas reli
giones, una complicidad exterior usualmente tapaba la igno
rancia subyacente. Oriente era tomado como una metáfora de
su posición más que como una contraparte literal. Yo argu
mentaría que la falta de conocimiento objetivo sobre Oriente
no minaba la autenticidad de la experiencia que se acercaba a
la metáfora oriental. Aquí hay algunos ejemplos de las cintas
que narran experiencias místicas con ácido en el entorno na
tural del grupo:
LES: Yo creo que existe una divinidad y creo en la energía pura
de la vida de la que me he enterado en gran medida con el
ácido, era una cosa tremendamente religiosa al mismo tiempo.
DEREK: Sí, pero ¿creés que hay una figura ornamental?
222
r
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
LES: Sí, el lugar donde está mi cabeza ahora lo llevo como mi
Biblia, el 1 Ching, o como quieras llamarlo, el libro Chino de los
cambios.
NORMAN: ¿Piensan Jo que están haciendo ahora, o lo que
están experimentando, qué conocimiento obtienen, será de
algún beneficio para ustedes?
LES: Por supuesto que lo es.
DEREK: Experimentar es la vida.
LES: Será el beneficio más enorme, no sólo para mí, sino que
espero que lo sea para mi prójimo. Yo creo que cuando atravieso
el libro de cambios, y veo el Hexagrama, lo cambios se me apare
cen. No sólo trato de vivir mi vida a lo largo de estas líneas en
este momento particular, sino que creo que lo que estoy hacien
do acorde al libro de cambios y acorde a mis propias visiones de
la humanidad y acorde a mis conceptos de la divinidad, la fuerza
de la energía pura de la vida, esto hará que las cosas mejoren
para otra gente, la gente que me rodea, la gente que conozco. Mi
deuda a la sociedad, si querés decirlo así, de que las cosas que le
debo a mi prójimo, me las debo a mí mismo.
LES: Sí, porque los conceptos de Oriente sobre religión tienen
mucho que ver con el ácido, o los conceptos del ácido sobre
religión.
VAL: Occidente tiene la idea de que Dios es un ser trascenden
tal, en otras palabras, que está separado del mundo, y vos entrás
al reino de los cielos si has sido un buen hombre en esta vida
/risas/
Cualquiera que conocés puede volverse uno con Dios, pero
Oriente toma la visión de que Dios es inmanente y que todos
somos Dios en Dios, vos sabes que Dios está en nosotros, y
eso es lo que el ácido te brinda.
La relación del ácido con su experiencia trascendental no
la invalida como algunos han argumentado. En primer lugar,
223
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
está el punto central de todo este trabajo, donde la importan
cia crucial de las drogas no reside en sus propiedades
farmacológicas, sino en su apropiación en un sistema simbó
lico más amplio. Aunque las drogas fueran el interruptor para
entrar a este mundo, el mundo simbólico en sí mismo estaba
corporizado y vivido, en general, en los procesos humanos de
todos los días. La experiencia trascendental era más un pro
ducto de inhabitar este mundo, que un producto de ciertos
químicos actuando en el cerebro. En segundo lugar, incluso
asumiendo por un momento que la determinación química de
la conciencia fuera un factor más poderoso que la cultural,
sigue sin invalidar la integridad experimental del episodio mís
tico. No importa qué lo cause, sigue siendo experimentado
como real. La experiencia no puede ser juzgada sobre las ba
ses de sus causas; sólo puede ser juzgada por su carácter y
efectividad en la vida.
Una Farmacología Subcultural
Aunque he estado describiendo la escena de la droga «Ca
beza» en términos de una gran división simbólica, los cabezas
por sí mismos hicieron distinciones más complejas entre los
diferentes tipos de drogas. El hachís era el denominador co
mún de todas las drogas, y era la más comúnmente consumi
da. Usada de forma correcta, con las adscripciones simbóli
cas de significado apropiadas, era una parte genuina de la
experiencia de los cabezas. Pero además se reconocía que
muchos otros grupos usaban la droga de diferentes maneras,
con diferentes significaciones. El ácido era visto como mucho
más poderoso, y como una droga más positiva culturalmente.
Sin embargo, era posible tomar ácido sin viajar, y este era el
uso no cultural, pero se pensaba que probablemente los «rec
tos» tomaran ácido una vez y luego se «aterrorizaran». lnclu-
224
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
so muchos Hippies estaban asustados con la droga, y existía
amplio conocimiento sobre sus daños potenciales. Esos Hippies
que eran aprensivos con la droga no eran figuras externas al
grupo; eran parte del mundo simbólico más amplio, y enton
ces entendían, en algún nivel, cómo era viajar regularmente.
Pero el hecho de que no consumieran ácido impedía que fue
ran vistos como cabezas «reales». Los cabezas «reales» no
consumían ácido indiscriminadamente, estaban alertas del
peligro de volverse un «fanático del ácido». Lo consumían
regularmente y con cuidado, preparándose meticulosamente
para la experiencia, o finalmente encontrando el humor en el
cual el ácido caía bien.
La heroína estaba más allá del ácido, como el ácido lo esta
ba del hachís, pero de una manera menos apropiada
culturalmente. Los peligros de la «H» eran bien conocidos, pero
no había pena por aquella persona totalmente enganchada con
la heroína o la cocaína; la actitud era pensar que «está en él, si
se metió con eso, debe estar haciendo algo por él, es su viaje».
No trabajé con ningún adicto a drogas duras, y, de acuerdo con
la brigada antidroga, el nivel de adicción en la ciudad ha caído a
cifras simples desde los resultados registrados a mediados de
los sesenta. La heroína era una droga de la que no se hablaba
mucho en este ambiente, incluso si la estabas usando ocasio
nalmente; sólo tus colegas más cercanos lo sabrían. Un cabeza
que conocí bien me dijo que había usado «H» ocasionalmente y
que mientras mantuvieras un control cuidadoso en la cantidad
y frecuencia, y la inyectaras bajo la piel pero no en la vena,
podrías evitar la dependencia y todo los horrores consecuen
tes. Era cierto que, aunque los peligros de la droga fueran bien
conocidos, no existía el mismo miedo a la droga que uno en
cuentra en la sociedad «recta». Era visto simplemente como un
agente poderoso más que como un adversario poderoso, nor
malmente para ser evitado, pero para ser bienvenido bajo cir
cunstancias extremas. Pienso que había más consumo contra-
225
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
lado de heroína, cuidado con las inyecciones, en esta escena
que lo que la mayoría de las agencias de control reconocían,
aunque no obtuve evidencia consistente de esto.
El significado cultural de la «H» parecía ser principalmente
una extensión simbólica de su supuesta irreversibilidad física.
Entrar en la heroína no era sólo pasar a través de la barrera
simbólica que dividía lo «recto» de Jo «subido», era el cierre sin
respuesta de las relaciones con el mundo recto. En algunos
aspectos, este pasaje de la «H» era culturalmente similar al
pasaje del ácido, pero con la «H» no sólo tenías que hacer el
pasaje a ese grado extremo, habías quemado los botes y no
podrías retornar. En algún sentido, esto hacía a la «H» la expre
sión suprema de los significados de la cultura de la droga. Era
una expresión de lealtad hacia los significados ubicados del
otro lado de la barrera que Jos rectos nunca podrían entender, y
de los que la sociedad recta nunca podría hacerte retornar. En
la otra mano, en una especie de admisión indirecta de la supre
macía de los estados simbólicos frente a !os reales y físicos, la
«H» era parcialmente no confiable. Sus significados estaban
amarrados a ser los últimos luego del vacío, podrías morir -qué
forma irrefutable «de irse» tan anti-recta-supremamente-subi
da- pero de todas formas te irías, y aquel era un precio excep
cionalmente alto para pagar. En este sentido, el significado cul
tural de la «H» estaba más próximo que todas las drogas usa
das en esta escena a su base farmacológica; en este caso, los
enfoques cultural y farmacológico acordaban en que el costo
final de su uso era la muerte, aunque el significado del pasaje
en cada caso es muy diferente.
El rol de las anfetaminas y los barbitúricos parecía estar
bastante por fuera de lo establecido. No eran centrales para
los cabezas en la forma que lo eran el hachís y el ácido. Usual
mente, estaban asociados a otros grupos culturales. En la es
cena Hippie parecían ser más usados sobre una base ad hoc,
para permanecer despierto, o para permitir la terminación de
226
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
alguna tarea. Cuando eran consumidos en el modo simbólico
apropiado, entonces sus efectos eran culturalmente apropia
dos en el sentido de la fuerza de la experiencia con hachís,
pero no me parecía que hubiera un uso extensivo de píldoras
en este sentido. Un «sacudón» habría sido mucho más acep
table bajo la mayoría de las circunstancias a menos que hubie
ra alguna razón particular para que uno se forzara a permane
cer activo por largos periodos. Estaba la cuestión del abaste
cimiento, por supuesto, y cuando no había disponible otra
cosa las píldoras se consumirían. En una cultura de la droga
con estructuras simbólicas muy fuertes, todas las drogas son
vistas como valiosas, y cualquier droga es capaz de brindar
efectos apropiados. Los miembros del núcleo de la cultura
habían probado todas las drogas que uno pueda pensar, y es
posible que perder la cabeza con barbitúricos fuera ocasional
mente usado como un sustituto de la «H», pero era una prác
tica con la que personalmente no tomé contacto.
Esta descripción del ranking de las diferentes drogas tal
como las veían los cabezas no debería ser tomada como evi
dencia de «escalada», en el sentido de la teoría convencional
de que al consumo de drogas suaves inexorablemente conti
núa el de drogas duras. Aunque había diferencias cognitivas
entre las diversas drogas usadas en esta escena, el paso de
una a otra estaba determinado por estados de conciencia que
pueden ser mejor interpretados desde el punto de vista de su
significado cultural, que desde el punto de vista de las propie
dades intrínsecas de las drogas. Sólo en el caso de la heroína
se da un vínculo decisivo entre los significados culturales a
los que se adscriben y los efectos farmacológicos «Objetivos»
de la droga. El paso cultural de una a otra droga es relativa
mente independiente de su naturaleza farmacológica; es posi
ble escalar a otra conciencia sin drogas, y también es posible
tomar drogas sin realizar dicho pasaje. El consumidor conoce
más íntimamente el carácter del paso del hachís al ácido, y
227
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
especialmente el paso del ácido a la heroína, que aquellos que
se preocupan desde afuera. Una vez que el individuo o el gru
po han entrado al mundo simbólico de las drogas, la mera
retirada de las drogas haría muy poco, pues el cabeza encon
trarra pronto otra manera de ponerse más allá de los rectos,
quizás a un costo más grande para la sociedad convencional.
La mayor correspondencia de lo cultural y lo farmacológico en
el nivel de la heroína significa que habría algo de verdad en la
noción convencional de escalada en este punto.
228
ETNOGRAFÍA A TRAVÉS DEL ESPEJO
Geoffrey Pearson y John Twohig
Nota: el estudio del uso de drogas en la subcultura hippie (el
extracto forma parte de este volumen) se mantiene firmemen
te en las tradiciones interaccionista y etnográfica asociadas
con Howard Becker, David Matza y otros escritores que com
parten su orientación en la sociología de la desviación (para
mayor elaboración, ver las críticas de Brian Roberts y Steve
Butters, también en este volumen). Esto es, siguiendo, diga
mos, los ensayos sobre marihuana de Becker en Outsiders
(Becker, 1963), Willis pone mucho énfasis en la manera en la
que las experiencias con drogas son construidas socialmente,
culturalmente definidas y aprendidas en el contexto del uso
subcultural, antes que por las propiedades fisiológicas y
farmacológicas propiedades de los diferentes tipos de drogas.
Así, al construir su tipología del uso de drogas, Willis se apoya
fuertemente en cómo sus «actores» definen su experiencia,
respaldado por su propia observación etnográfica. Estricta
mente hablando, Willis reconoce que las diferentes drogas
tienen efectos fisiológicos, de manera que las definiciones
culturales suponen «hacer que esos efectos sean socialmente
significativos». Esto es cercano a la posición de Jock Young
en The Drugtakers (Young, 1 9 7 2), donde el autor habla del
«encaje entre farmacología y cultura>> y de «la estructuración
cultural de los efectos de las drogas». Pearson y Twohig, en
229
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
su estudio del uso de drogas (extracto debajo), ponen el énfa
sis de otra manera: los contextos subculturales de uso, argu
mentan, influyen sobre la experiencia con drogas menos que
las propiedades de distintas drogas y las maneras de tomarlas
-lo que llaman las «tecnologías de ingestión»-. Sobre las ba
ses de esta lectura más «materialista» -algunos dirían, más
biológicamente determinista-, Person y Twohig desarrollan
una crítica a todo el acercamiento de Becker consistente en la
«construcción-social-del-sentido» y su raíz en los estudios
etnográficos que, argumentan, han tendido a ser recibidos
como dogma sociológico -una sociología de los significados
sin una base material o práctica-.
La etnografía de las subculturas desviadas va por dentro
de los códigos de la cultura y «cuenta cómo realmente es».
O al menos eso dice. ¿Qué ocurre, entonces, cuando le
mostramos los textos del etnógrafo a los miembros de la
cultura desviada?, ¿se reconocerán a sí mismos en lo que
este dice acerca de su experiencia?, ¿es lo que ellos pien
san (acerca de lo que él piensa que ellos piensan) el «test
del ácido» de la etnografía?, ¿o es que esta tiene escondida
alguna otra función (algo que la hace plausible, inclusive
convincente y a la moda), además de reflejar el verstehen, con verrugas y todo?
El nuestro fue un torpe y un poco demasiado obvio acerca
miento a un interrogante que ofrece la etnografía (Pearson y
Twohig, sin fecha). Le preguntamos a usuarios de drogas qué
pensaban de la «fenomenología» de Howard Becker acerca de
cómo el fumar marihuana es experimentado desde dentro, y
también intentamos comparar sus comentarios frente a dife
renciaciones que encontramos dentro de la subcultura desvia
da. No podríamos encarar el problema en esta dirección aho
ra. Sin embargo, nuestro torpe acercamiento produjo serias
preguntas contra la etnografía de Howard Becker y la manera
en la que es tomada como catequismo por los sociólogos.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Primero, repasaremos los argumentos de Becker. Luego sigue
una breve presentación de una parte de nuestra propia informa
ción etnográfica, incluyendo cómo la etnografía de Becker es re
flejada por el grupo desviado. Finalmente, algunas conclusiones.
la construcción social de las experiencias con drogas
Los ensayos de Howard Becker «Becoming a marijuana
user» y «Marijuana Use and Social Control» son contribucio
nes fundamentales a la sociología de la conducta desviada
(Becker, 1963). Junto con su excursión dentro de los oríge
nes de las psicosis por LSD -«History, Culture and Subjective
Experience» (Becker, 1971 )-, se han incorporado al saber
popular de la sociología. Los efectos experimentados por el
uso de drogas, arguye Becker, no son efectos químicos direc
tos. Por el contrario, están mediados por los significados cul
turales adjuntos al uso de drogas. Crucialmente, «cómo una
persona experimenta los efectos de las drogas depende en
gran medida en la manera en la que otros definen esos efec
tos para éb> (!bid.: 311). Becker sostiene que el efecto de las
expectativas, ambiente, definiciones culturales, etc. (en suma,
la construcción social de las experiencias con drogas), es tan
importante que una persona que ha tomado la droga «puede
estar totalmente inadvertida de algunos de los efectos de la
misma, aun cuando son físicamente obvios» (!bid.: 31 0). Una
persona que se encuentra «bajo la influencia», en definitiva,
está según Becker bajo la influencia de alguna otra cosa que
la droga misma. La fenomenología del uso de drogas de Becker
opera entonces en la intersección entre la biología (o
farmacología) y la cultura.
Becker rastrea la trayectoria del usuario de marihuana des
de ser novato a alguien que es experimentado en el uso de la
droga por placer (o «diversión», al decir de Becker). Argumen-
231
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ta que el uso «satisfactorio» de marihuana no está garantiza
do por las propiedades farmacológicas de la droga, sino que
debe ser aprendido. Este aprendizaje ocurre en tres etapas:
1. Aprendiendo la técnica: «El novato no suele colocarse la
primera vez que fuma marihuana, y generalmente muchos
intentos son necesarios para obtener este estado. Una ex
plicación para esto puede ser que la droga no es fumada
«de manera correcta, esto es, de manera que asegure una
dosis suficiente para producir síntomas reales de intoxica
ción» (Becker, 1963: 46). En ausencia de tal saber-cómo
técnico, según Becker, la droga no podría ser vista como
potencialmente placentera y «el uso de marihuana es con
siderado trivial y no continúa» (!bid.: 48).
2. Aprendiendo a percibir los efectos: «Aun luego de aprender
la técnica correcta para fumar, el usuario nuevo puede no
colocarse y de esta manera no formarse una concepción de
la droga como algo que puede ser usado por placer» (/bid.).
El problema, según Becker, es que el iniciando debe apren
der a identificar los efectos de la droga. Estos no son evi
dentes por sí mismos, ni están evidentemente conectados
con el consumo de la droga. La percepción de los efectos,
de esta manera, debe ser señalada por, y aprendida a través
de, participación en la cultura de la droga; esto es, el novato
aprende lo que es «estar bajo la influencia» por medio de
experimentados e influyentes miembros de la subcultura.
Podemos notar aquí que la importancia de la farmacología
comienza a retroceder en la sociología de Becker.
3. Aprendiendo a disfrutar los efectos: «Un paso más es nece
sario si el usuario que ya ha aprendido a colocarse va a con
tinuar con el uso de la sustancia. Debe aprender a disfrutar
los efectos que ha aprendido a experimentar» (!bid.: 53). Los
efectos inducidos químicamente, dice Becker, son ambiguos:
los síntomas de «estar colocado» no son placenteros por sí
mismos, y, por tanto, el usuario de marihuana debe aprender
232
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
la motivación para el uso de drogas en búsqueda de efectos
placenteros en el curso del uso de la misma (y no antes).
Aprender lo que es «divertido» y cómo es «divertido» es, una
vez más, de acuerdo con Becker, mediado por la subcultura
de los usuarios experimentados de drogas.
Para resumir, Becker está diciendo que la farmacología debe
ir en el asiento de atrás en el entendimiento de la experiencia
subjetiva de los efectos inducidos por las drogas. La experiencia
subjetiva depende de las expectativas, ambiente, significados
culturalmente prescriptos, etc. Los efectos de las drogas no son
inmediatos; están mediados (y determinados) por la cultura.
((¡Howard Becker, cambiá tu dealer!u
Para repetir: los ensayos de Becker han sido adoptados por
la sociología fenomenológica como gospel. David Matza pres
ta su propia autoridad a esta posición, argumentando:
En «Becoming a marijuana user>>, la concepción sociológica
del hombre se vuelve directamente humana ... El ensayo debe
ser considerado una «receta», un fiel resumen de cómo hacer
lo que la gente ha estado haciendo de manera inconsciente
todo este tiempo ... bien podrfa haber sido titulado «Cómo fu
mar hierba». (1969: 109-110)
Matza desarrolla esta poderosa recomendación con gran
extensión; se consagra así como una nueva ortodoxia socioló
gica. Más reciente, por ejemplo, un escritor británico se hace
eco de la fórmula de Matza-Becker:
El proceso de convertirse en un fumador de Cannabis ... involucra
adquirir la habilidad para tanto identificar como aprender a disfru-
233
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tar sus efectos. Estos no son evidentes por sf mismos ni intrínse
camente disfrutables. De hecho, hay un creciente volumen de
opinión que considera a la droga como farmacológicamente poco
más que un placebo. (Auld, 1973: 569)
Lo que sigue es un breve resumen de alguna evidencia que
desafía a esta ortodoxia.
Queremos preguntar las siguientes cuestiones: ¿qué tipo
de «fenomenología» del uso de drogas es la que olvida (o
elimina) la farmacología?, ¿cómo es que los sociólogos se han
tragado un informe desintoxicado de los efectos tóxicos de
las drogas? Pero primero preguntamos: ¿cómo responden los
usuarios de drogas (en oposición a los sociólogos) a esta «re
ceta» para su hábito adquirido?
Un hombre, experimentado usuario de drogas, resumió por
nosotros los siguientes puntos clave. Becker ha sugerido que
los novatos deben aprender a percibir los efectos. ¿Cuál fue su
experiencia? «¿Percibir los efectos? ¡Guau! (risa prolongada).
Los efectos fueron simplemente ... ¡WHAMMM! ... como un
martillo en la nuca ... ¡este tipo Becker debería cambiar su dealer!»
Él había fumado por primera vez con su hermano y un grupo de
amigos. De acuerdo con lo que dijo, había fumado más bien un
montón de resina de cannabis enrollada en un porro con taba
co. Estaba «bloqueado», según dijo, por lo que pareció un pe
ríodo prolongado de tiempo y eventualmente se quedó dormido
escuchando música. Su experiencia dramáticamente expresa
da de que los efectos farmacológicos del cannabis presionaron
sobre él (sin mediación subcultural) es representativa de un
gran grupo de usuarios de drogas que no se reconocen en la
fenomenología de Becker. Hubo muchos comentarios groseros
acerca de la estupidez y el error de este acercamiento socioló
gico, muchos bromearon acerca de que, si los sujetos de Becker
necesitaban aprender a identificar los efectos, entonces habían
sido engañados con mercadería fraudulenta.
234
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Llamaremos a esta primera técnica tecnología pesada. La
experiencia no era universal, y un segundo hombre puede hablar
por otro subgrupo que tiene una ruta diferente para el uso del
cannabis, con otra tecnología para fumar y aparentemente efec
tos distintos. Fumó cannabis por primera vez (en Gran Bretaña
en 1967-1968) cuando un amigo le pasó un porro en una fiesta.
Creía que iba a ver «bellos colores ... como pensaba que podía
ser el LSD ... una suerte de efectos psicodélicos», sin embargo,
sólo obtuvo algunas risitas. «Algunos de nosotros hacíamos
muchas bromas estúpidas ... había tomado muchísimo alcohol,
vino, cerveza, y probablemente estaba un poco descontento.»
Fumó ocasionalmente durante algunos años, por diversión, en
fiestas. La droga, según dijo, no siempre parecía funcionar.
De muchas maneras, este segundo grupo de usuarios -utili
zando la droga para diversión en fiestas y reuniones, general
mente a través del efecto del alcohol- se parece más a la ver
sión de Becker de la trayectoria de un usuario de drogas. Los
efectos de la misma son reportados como más ambiguos. Mu
chas veces pareció no funcionar la primera ocasión, y alguna
gente renunció a seguir intentando en ese punto. Lo que signi
ficaba estar colocado era menos reconocible. Esta segunda for
ma de uso de la droga la llamamos tecnología de fiesta.
Nuestra impresión es que la crucial distinción entre estos
dos subgrupos es la tecnología (cómo es la ingesta de ladro
ga) y que diferentes tecnologías producen distintos efectos
de la droga. Las expectativas, cultura y ambiente parecen poco
importantes. A veces un ritual es parte del uso de la droga,
pero varía significativamente y sin ningún patrón común. En
todos los casos, aquello que ligaba los patrones de diferentes
efectos, diferentes estilos de vida subculturales y diferentes
patrones de uso de la droga era la tecnología. Sólo hemos
mencionado dos de ellas por razones de brevedad.
Algunos usuarios se movían libremente entre las distintas
tecnologías y experimentaban distintos efectos. Por ejemplo,
235
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
una mujer había fumado ocasionalmente (y disfrutado) cannabis
en fiestas -también luego de beber alcohol-. Luego trabó
amistad con un grupo de «hippies» del tipo de tecnología pe
sada: «Era tan diferente. Algo así como más vívido y te
desaceleraba, o parecía hacerlo, y realmente podías disfrutar
la música sin querer hablar y reír todo el tiempo ... apenas sí se
hablaba». Es importante que nuestro sujeto aquí no está des
cribiendo la influencia de la ambientación, sino los efectos de
una tecnología distinta. Y aunque no querríamos negar la in
fluencia de factores de ambientación, este tipo de evidencia
se mantiene como una corrección al énfasis sociológico
unidimensional sobre el «ambiente» únicamente.
De igual manera, decir que la tecnología (y, por lo tanto, la
farmacología} es el determinante principal de la experiencia
subjetiva de los efectos de las drogas no es para negar la
intencionalidad de los usuarios individuales de drogas (lo que
puede atraerlos al consumo o las ideologías que rodeen al
mismo) o su elección (ya sea renunciar al uso .o preferir una
tecnología por resultar más placentera). Por ejemplo, la mis
ma mujer decía de los «hippies»: «Se sientan, fuman mucho,
se colocan mucho y escuchan música -Soft Machina o Pink
Floyd o algo por el estilo- realmente muy colocados ... pero
simplemente allí sentados. Ese no es mi ambiente, para nada,
es demasiado pasivo, demasiado aburrido». Y debemos enfa
tizar otra vez que no es meramente el estilo de vida (esto es,
la cultura) lo que ella rechaza aquí, sino la tecnología.
Imperialismo sociológico, puntos ciegos y éxtasis
Como una contribución al entendimiento de las experiencias
inducidas por drogas y las subculturas de la droga, nuestra
evidencia es banal. Pero esa no era nuestra cuestión: nuestra
intención era, y es, interrogar a las sociologías «interaccionistas»,
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
«fenomenológicas», «desde dentro», últimamente de moda. Para
retornar a nuestras preguntas: primero, ¿cómo dar cuenta de la
discrepancia entre en el texto del etnógrafo sobre el uso de
drogas y las experiencias del usuario de drogas?
En un sentido, no hay sorpresas. Becker toma su ejemplo
(creemos) de una subcultura americana en los cincuenta, alre
dedor de la música jazz, los clubes de jazz y el crecimiento del
estilo avant garde del bebop. (De hecho, no nos dice demasia
do acerca de los otros aspectos culturales de la escena que
describe, y esta es una gran debilidad en su etnografía del uso
de drogas.) Nosotros tomamos nuestros sujetos de una gene
ración a principios de los setenta, pos-hippie y flower power,
de jóvenes británicos blancos, en gran número de clase me
dia. Estas dos subculturas (y sus contextos macroculturales)
son dos mundos aparte, y las experiencias son distintas: tal
vez Becker está exculpado y nuestro trabajo sólo muestra cómo
los valores culturales y el «ambiente» sí influencian los efec
tos percibidos de las drogas.
Pero nuestro propósito no es ratificar o rectificar el traba
jo de Becker (¿cómo se verficarían observaciones
ideográficas?), sino entender cómo esta etnografía es gospel
para los sociólogos. Cómo, para ponerlo de otra manera, una
pieza particular de investigación que contiene algunas con
fusas afirmaciones se deifica (y deifica) en la práctica profe
sional de los sociólogos. Nos preocupa el contenido ideológi
co de la etnografía, sus asunciones de fondo. En otro lugar,
uno de nosotros ha desarrollado extensivamente los temas
ideológicos enterrados en las modernas sociologías del des
vío -el «olor de la teoría», como lo llamamos (Pearson, 1975:
parte 1 )-. Aquí presentamos sólo algunas breves observa
ciones conclusivas.
1. Los usuarios de drogas nos dicen que las drogas en los
estudios de Howard Becker deben haber sido débiles; no
sotros decimos que la farmacología tiene poca fuerza en
237
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jLNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
su teoría. Las asunciones de fondo en su teoría dicen: la
biología no es tan importante.
Esta es una asunción conveniente para los sociólogos pro
fesionales, al demostrar que el mundo tiene necesidad de
la práctica sociológica profesional: la sociología sobrede
termina la biología y la farmacología. Y de esa manera es
timula el imperialismo sociológico (donde lo importante no
es involucrarse en la investigación crítica, sino defender
los métodos y principios de la sociología) y los puntos cie
gos de las abstracciones y caprichos sociológicos: así como
las drogas son olvidadas en esta etnografía del uso de dro
gas, en los estudios etnográficos que forman parte de la
sociología de la medicina (por ejemplo) hay un olvido total
de que el objeto de estudio es el cuidado de la salud y el
servicio a la gente. Somos arrojados, en cambio, a una
fenomenológica, desmoralizada y despolitizada tierra del
nunca jamás.
2. La falta de énfasis en la toxicidad de las drogas también
encaja perfecto con el grupo de intelectuales liberales y de
izquierda a favor de legalizar las drogas blandas. Una vez
más, esta asunción ideológica de fondo simplemente toma
un atajo para evadir los dificultosos asuntos morales y po
líticos sobre el control de las drogas. El falso radicalismo
de la teoría actúa como una excusa para confrontar dile
mas práctico-humanos.
3. La tesis de la construcción social de aun los más íntimos
aspectos de la experiencia personal refleja el miedo (per
sistente entre los intelectuales burgueses) de que las so
ciedades industriales avanzadas abruman hasta el último
rincón de la vida privada; y que la modernidad y «masifica
ción» de la sociedad invaden (y amenazan) la posibilidad
misma de la subjetividad humana.
Al mismo tiempo, el estudio etnográfico provee a los inte
lectuales de una fuente de esperanzado entretenimiento en
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
la sociedad de masas sin sujeto. Ya que estas invasiones a
la privacidad (que llama investigación) parecen reconstruir
y celebrar los microscópicos detalles de la vida cotidiana.
De esta manera, la popularidad de la etnografía no sólo
registra un miedo, también ofrece una solución mágica para
el problema que se teme.
La etnografía se une así al loco revoltijo para rescatar nuestra
amenazada subjetividad (Cfr. Jacoby, 1973: 37-49). Se
muestra extática ante la posibilidad de que aun las escon
didas profundidades de nuestras vidas están bien regula
das y en buen orden. Pero, si la subjetividad y la privacidad
están amenazadas, ¿es el estudio etnográfico la manera de
combatir la amenaza? Un apto comentario de Col in Fletcher
resume la frágil estética de la etnografía: «la investigación
cualitativa es ... practicada y desarrollada en los interludios
entre guerras ... » ( 1974: 140).
239
COMUNAS: UNA TIPOLOGiA TEMÁTICA
Colin Webster
Nota: la búsqueda de algún tipo de acuerdo social colectivo o
grupal para vivir, alternativo al núcleo familiar, ha sido un tema
central para las «contraculturas» de clase media. El «movi
miento» de las comunas -aunque, como muestra aquí Colín
Webster, se focaliza alrededor de muy diferentes temas- re
presenta entre los jóvenes la búsqueda activa de tal alternati
va; y muchos otros, aunque no comprometidos activamente
con la «comuna» como un ideal, han pasado algún tiempo,
junto a ~tras actividades, experimentando con un estilo de
vida comunitario. De este modo, las comunas proveen una de
las «instituciones alternativas» centrales de la Contracultura.
En este trabajo, Colín Webster {admitido en el Centro por un
año, proveniente de la Politécnica de Birmingham) ofrece una
«tipología temática» aproximada de las principales variantes
en el movimiento comunal.
Sir Thomas More era un empedernido aficionado a los juegos
de palabras, y Utopia es un nombre simulado también para
Outopia, que significa no-lugar, o Eutopia -el buen lugar-.
(Mumford, 1922)
Se ha estimado que en 1970 había alrededor de 2000 co
munas rurales junto a varios miles de grupos urbanos en los
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Estados Unidos, y aproximadamente 50 empresas comunales
serias de diferente tipo en lnglaterra39 • También en el resto de
Europa las comunas existían en las ciudades más grandes,
inspiradas hasta cierto punto por las ampliamente publicitadas
Comunas 1 y 2 fundadas en Berlín durante 1967.
Simplemente deseamos examinar brevemente este movi
miento social entre algunos jóvenes desencantados entre los
años 1965 y 1975, esbozando una tipología temática. Esta
tipología está corroborada, en primer lugar, por trabajo de cam
po conducido por sociólogos, informes publicados por Comu
neros y mi experiencia personal.
Lo rural
Este tema halla su corporización práctica en las comunas
estadounidenses «vuelta a la tierra» constituidas durante los
sesenta. Contiene series de tensiones contradictorias entre
las diferentes visiones, idealizadas o anticipatorias, de la Na
turaleza (en tanto salvajismo o Paraíso, desierto o jardín, fuen
te de terror o fuente de salvación) que apuntalaron el movi
miento, y entre estas idealizaciones y las experiencias prácti
cas de vivirlas. Es posible ver maneras en que estas series de
contradicciones encuentran forma simbólica en las variadas
actividades expresivas y ritualizadas que acompañan al movi
miento. Por lo tanto, para usar los ejemplos de quizás las más
publicitadas comunas rurales, el altamente complicado, acti
vo, incluso frenético estilo de danza y uso de drogas
epitomizado por Kesey40 y los Pranksters (ver Wolfe, 1969a)
39 Para una comparación de cálculos, ver Rigby (1974a) y Melville (1972). 40 N. del T.: Ken Kesey ( 1935-2001). Escritor estadounidense. A partir de 1964, él y un grupo de amigos, The Merry Pranksters o los «Alegres Bromistas», fueron pioneros en la experimentación lúdica y espiritual con LSD y marihuana. Kesey y Timothy Leary representaron dos enfoques complementarios de la naciente Contracultura.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
existió incómodamente cerca, pero dentro de la misma tra
yectoria abarcadora, del meditativo, reflexivo, pasivo, «Cool»,
de toga blanca, trascendental estilo de Leary y sus acólitos en
M:llbrook (ver Leary, 1970).
Las legitimaciones del movimiento comunal, cuya composi
ción es aquella de la juventud de clase media urbana, funcionan
a través de la naturaleza, de metáforas, expectativas, y una
nostalgia por una experiencia de la naturaleza que ni ellos ni sus
antepasados realmente sobrellevaron. El retorno a los orígenes
es legitimado históricamente y practicado contemporáneamen
te considerando que los arquetipos son vistos en la historia
estadounidense y son actuados «ahora» como primitivismo,
pobreza voluntaria, un sesgo antitecnológico y una relajación
de las normas sexuales. Estas a veces encuentran su expresión
extrema como «nudismo escatológico» y libertad sexual, que
sirven como anticipaciones rituales del «Parafso». La base es
catológica de la temática rural también toma la forma del «fin
del mundo», tanto experimentalmente (el «desertor» experimenta
la finalización de su mundo de clase media urbano) como a
través del imaginario de la polución ambiental, las catástrofes
ecológicas, las luchas raciales, la guerra y el sistema tecnocrá
tico «demoníaco» que lo sostiene. La comuna se vuelve aquí un
«remanente de salvación» y anticipa ritual y prácticamente el
paraíso que vendrá luego de que la vieja «realidad demoníaca»
haya finalizado -aquí los aspectos mesiánicos del milenaris
mo41 se tornan dominantes-. Relacionado cercanamente con
esto se ubica la toma de conciencia de las posibilidades holísti-
41 N. del T.: el milenarismo es un concepto que alude a la espera de una súbita transformación del mundo. Muchas religiones, ante el advenimiento de un período de crisis, auguran un cambio cualitativo de índole sagrada que impondría una suerte de nueva realidad. Así pues, momentos como las grandes pestes, guerras devastadoras o cataclismos de diferente índole promueven diversas variantes de movimientos milenaristas. El término se asocia sin duda al cristianismo y la creencia en un reino de mil años antes o después del retorno de Cristo. Se trata, pues, de una interpretación del libro del Apocalipsis.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cas y de reterritorialización de los hombres mediada a través
del uso generalizado de alucinógenos (aunque también media
da en otras formas). Estas «visitas al paisaje interior» son con
trastadas con la exploración espacial indefinida en metáforas
de la naturaleza, donde el espacio natural es experimentado
como una frontera/barrera, la superación de lo que abre una
serie de opciones, anticipando posibilidades experimentales (en
el campo); y donde el urbanismo es entendido como la pérdida
de control al espacio experimental.
Estas legitimaciones son suficientes para garantizar elec
ciones serias, realizadas en la comuna rural, desde que está
construida sobre las bases de la experiencia postagraria: el
aislamiento resultante, el cambio radical en la estructura de la
vida cotidiana, aprender nuevas habilidades, y el profundo reto
a la identidad, contribuyen a hacer de la aventura rural la for
ma más pura del movimiento42•
Lo eutópico
Un momento de transición recurrente entre las historias de
vida de los «desertores» es utópico, o, más aceradamente,
«outópico». Pero, al no tener un lugar adonde ir, el desertor se
vuelve un «mendigo» que vive como parásito en los intersti
cios del Estado de Bienestar. El uso de drogas (entre otros
mediadores), dentro de las subculturas desviadas ocupadas
por la juventud desencantada de clase media, contribuye a la
ruptura de la ética protestante contemporánea. Esta pérdida
de lazos hacia la ideología dominante (futuro, cálculo, instru
mentalismo, gratificación diferida) puede resultar en un es-
42 Para referencias de la temática rural, específicamente dentro de la contracultura, ver McDermott (1971) y Kaufman (1971). Para más referencias generales del misticismo/milenarismo natural, ver Cohn (1971) y Roszak (1972).
243
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
fuerzo para la comuna, acorde a la disponibilidad de recursos.
Alternativamente, la fase transicional puede procurar otras
«soluciones», una de las cuales es el retorno al trabajo «con
vencional» (el desertor es incorporado). Cualquiera sea la so
lución que se adopte durante este momento transaccional, las
prioridades son estudiadas nuevamente, y este es a menudo
el período mencionado por el desertor como el momento de
«tomar conciencia»43 •
Lo monogámico
La esencia de las relaciones comunales es su fragilidad y
relativa ausencia de apuntalamiento estructural para soste
nerlas, cuando, y si, se tornan problemáticas. Hay muy pocos
matrimonios legales o empleos regulares, y poca inversión en
el aspecto ambiental local. La «orientación presente» de las
relaciones intensas es sostenida por una reticencia a creer en
la monogamia con proyección a futuro, y un deseo difuso a
continuar el «polimorfismo aniñado». El sostén compensato
rio para la fragilidad es una imagen romántica (que no se espe
ra que sea realizada) y la solidaridad comunal.
Paradójicamente, las parejas heterosexuales monógamas
constituyen la norma en la mayoría de las comunas. Respecto
de esto, las comunas expresivas difieren de las comunas ins
trumentales; las últimas, a menudo constituidas por «swin
gers» de clase media, donde la promiscuidad es la norma. En
las comunas expresivas existe a menudo una deriva hacia el
casamiento grupal a causa de la fragilidad, y esto ayuda a
disminuir la tensión que resulta de vivir momento a momento.
43 Lo Eutópico es un hilo que recorre toda la literatura sobre el movimiento Comunal, pero, más frecuentemente, la «mentalidad Utópica» en la historia es analizada por Mannheim (1972) y más adecuada y radicalmente (en el sentido de ir hasta las raíces) por Bloch (1970 y 1971 ).
244
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Una secuencia típica que ilustra esta tensión es la siguiente:
el comunero (hombre) escoge una mujer, con o sin hijos, y la
lleva a su hogar, donde se le confiere un ambiguo estatus de
«SU mujer». Esto es más pronunciado en comunas urbanas
donde el fenómeno «de desintegración» es sostenido por la
enorme disponibilidad de personas sin pareja. Es más, ningu
na norma toma prioridad por sobre la «búsqueda del yo» del
individuo (especialmente hombre). La frecuencia de mujer-con
hijos recibiendo una serie de hombres es vista como menos
disruptiva (y más seria en tanto ella provee el ingreso de asis
tencia social). Por consiguiente, una situación común en las
comunas es aquella que llamamos la mujer fuerte, que se es
tabiliza para sus hijos (norma de la «domesticidad»), situación
contrapuesta a la «travesía de descubrimiento» metafísica del
hombre (la realización de la norma individual). Esto se ve me
noscabado en las comunas urbanas que a menudo enfatizan
su preocupación por sobre el estatus de las mujeres, y donde
el «sostén del yo» queda más de manifiesto44•
La crianza
El compromiso aparente con la igualdad es más perceptible
en el área de la vida social comunal, donde la concesión de
autonomfa «adulta» a los hijos es una tendencia mayoritaria.
Pero aquí otra vez presenciamos contradicciones, en la medida
en que la afirmación de la solidaridad de la naturaleza en las
ceremonias de los nacimientos de niños (que simbolizan la pro
piedad colectiva como hogar y los individuos como miembros
de una familia única) está en tensión con la distintiva «teoría de
44 Específicamente en términos de lo que está ocurriendo en las Comunas, ver R. y Delia Roy (1972) y J. y H. Ogilvy (1971). La lucha sexual y la discusión sobre monogamia generalmente se encuentra en toda la literatura del movimiento de Mujeres para la Liberación, pero en relación con comunas urbanas ver R. Reiche ( 1968).
245
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
los hijos» comunal, en la cual tienden a ser vistos como perso
nas independientes, autónomas. A pesar de que la extensión
del «dominio de sí» del niño parece disminuir secuencialmente
mientras crece, el modo dominante sigue siendo madres-con
hijos, y la crianza comunal, hasta ahora, es usualmente consi
derada demasiado radical. Un desarrollo más amplio toma la
forma de asignaciones del estatus de «mujeres» y «niños» como
siendo colapsados dentro de la noción igualitaria de «gente»,
que, para estar segura, participa en las unidades cósmicas más
importantes («todos somos uno»). Los desarrollos problemáti
cos dentro de las relaciones interpersonales entre adultos y
niños son usualmente interpretados astrológicamente, y en
particular los niños son susceptibles a ser etiquetados como
«Guardián cósmico» con sus propios karmas (o destinos) que
los niños deben trabajar por sí mismos. La socialización del niño
es, por consiguiente, muy diferente de las normas de clase
media; pero cuán significante es esto todavía debe ser averiguado45.
Lo religioso
Bajo esta temática incluimos explícitamente a las comunas
religiosas, diferentes de aquellas consideradas en la temática
rural, que evolucionan menos conscientemente respecto de
las metáforas religiosas encastradas en la cultura y no profe
san abiertamente la fe. Las comunas de credo altamente in
tencional a menudo existen sobre la base de una ausencia,
simbolizada por una fuerza externa divina o sagrada y actuali
zada por un gurú autoritario, carismático o «líder divino», que
puede o no estar presente en la comuna o «ashran». Ejemplo
de esto son los «Templos» de la Sociedad Internacional para
45 El tema de la crianza es discutido en Berger, Hackett y Millar (1972), Bookhagen y otros (1973) y Zicklin (1973).
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
la Conciencia Krishna, los «ashrans» de la Misión de la Luz
Divina y las «comunidades» de los hijos de Dios. Podemos
llamar a dichos proyectos comunas «ascéticas-religiosas».
Alternativamente, la comuna «religiosa-mística» tiene una
creencia en una fuerza divina inmanente y un deseo de obte
ner la unidad con el todo (otra vez, «todos somos uno»). Esto
se relaciona de cerca con la temática rural en que hay una
pequeña preocupación por cambiar el mundo en tanto
externalidad, pero mucha preocupación en técnicas de libera
ción personal, practicadas más o menos reflexivamente46•
Lo urbano-activista
En relación con las comunas rurales, las comunas urbanas
generalmente enfatizan el entendimiento teórico del yo, mate
rializado tanto en políticas de estilo de vida, girando en torno
al tema de la «individuación como Praxis», como en prácticas
políticas, de las cuales la comuna es parte. Pero parecen me
nos capaces de sostener el estilo de vida comunal. Las Komu
nas 1 y 2 proveen un tipo ideal de comuna con intereses
urbano-activistas, enfocándose en los temas de emancipación
sexual y crianza, así como en cuestiones más abiertamente
políticas. Típico de los movimientos antiautoritarios que se
fortalecieron en Alemania desde 1968, las Komunas combi
nan una preocupación (siguiendo a Reiche, 1968) por los pro
cesos de formación de carácter y una preocupación (siguien
do a Marcuse, 1970) por el combate de los efectos de la
«desublimación represiva». El carácter interno de la sociedad,
46 Ver Rigby (1974 a y b) y el periódico Resurgence. Por otro lado, se ha publicado muy poca investigación sobre el tema. Para la tradición religiosa-utópica ver Cohen (1971), Roszak (1972) y, otra vez para una interpretación cabal, profunda, Bloch (1970 y 1971 ). Para un estudio de influencias contemporáneas sobre misticismo y religión juvenil/ contracultural, ver Needleman ( 1971 ). Además, observar las publicaciones de movimientos de las variadas sectas.
247
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
argumentan, está estructurado y modelado por las necesida
des de la función de consumo altamente expandida en el capi
talismo moderno; y la familia es vista tanto como la génesis
del consumo, así como el medio por el cual la «industria cultu
ral» (propaganda, los media, etc.) penetra la estructura de
carácter de los niños. Esta función de consumo requiere que
los instintos sexuales sean reprimidos y manipulados, pero es
la familia la que carga con esta «tarea» represiva en beneficio
del sistema, principalmente a través de sus prácticas domi
nantes de crianza. La familia, que era vista como defensora de
sus miembros en la era liberal, hoy, bajo el capitalismo mono
pólico, provee tanto un refugio de la comunidad (la privatiza
ción del individuo y su disolución se llevan a cabo al mismo
tiempo) como una reproducción de los requerimientos socioeco
nómicos del statu quo. Dirige las necesidades instintivas ha
cia una conformidad con las normas dominantes. Los objeti
vos comunales son la liberación racional «aquí y ahora» de los
instintos y las potencialidades como condición prioritaria de la
transformación revolucionaria vía una crianza de niños libera
toria y un trabajo sobre las relaciones sociales. Esta defensa
contra la desublimación represiva elude tanto las relaciones
objetuales promiscuas como las pseudogratificaciones del
consumismo. Menos reflexivamente, las comunas urbanas son
vistas a menudo como «puntos nodales», como fuentes de
afección, y como desestructurantes de la urgencia de la vida
citadina.
Otros tipos de comuna urbana, aunque manteniendo algu
nas relaciones con lo antedicho, toman la forma de una lucha
política-económica, tal como aquella del movimiento usurpa
dor instigado en Londres por libertarios como Ron Bailey. Esto
involucra el establecimiento de comunas en construcciones
vacías en el contexto del déficit de urbanización, creado por la
mala distribución de recursos en el mercado de la propiedad.
Grupos tales como los Provos en Amsterdam y los Diggers en
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
California establecieron proyectos de comunidades de
autoayuda, tomando una forma política abierta dentro de las
políticas de estilo de vida del movimiento. Generalmente, po
demos concluir que las comunas urbanas están creadas inva
riablemente como centros de activismo urbano y a menudo
poseen políticas de estilo revolucionario de un carácter de
«raíz de hierba»47 •
lo infraestructural
Existe evidencia de un conocimiento más científico sobre
el lugar del hombre en el ecosistema, dentro del movimiento
«tecnología alternativa». Periódicos de amplia distribución ta
les como Undercurrentes, Science for Peop/e y The Who/e
Earth Cata/og promocionan una mixtura única de tecnologías
tradicionales y futuristas, derivadas de Buckminster Fuller y
otros, donde se está generando una nueva ciencia y un nuevo
conocimiento, encarnado práctica y técnicamente en lo que
llamamos comuna infraestructura/. Esta temática es eviden~
ciada en una sofisticación de reglas teóricas y técnicas y en la
aplicación de tecnología alternativa en los centros comunales
(en particular en Escocia y Gales). La temática tiene una serie
de homologías complejas a las tendencias irracionalistas dis
cutidas en la temática rural. Las comunas/comunidades pro
ductivas son vistas como encargadas de formar la infraestruc
tura económica sobre la cual se recostará la nueva organiza
ción social, y, por lo tanto, de sobrellevar las dicotomías tradi
cionales entre el proceso productivo y las relaciones sociales,
el trabajo y el juego. Dentro de los debates utópicos/prácticos
se contrapone una suposición de una relación simbiótica entre
47 Sobre las Komunas 1 y 2 ver Bookhagen y otros (1973) y Reiche (1968). Sobre usurpación ver, por ejemplo, Bailey (1973), y sobre el movimiento estudiantil europeo, que se relaciona con esto, ver Statera (1975).
24Q
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
el hombre y la naturaleza, con una ecocatástrofe creada por la
«mistificación» de esta relación. Vegetarianismo y misticismo
(el hombre es uno con el ecosistema y el cosmos) se contra
ponen a la explotación descontrolada de la naturaleza. La or
ganización social humana compartiría identidad con la organi
zación ecológica y, por lo tanto, echaría hacia adelante las
temáticas de la Economía Budista, el uso de combustibles
orgánicos, diversificación y descentralización de la produc
ción, antiurbanismo y autosuficiencia. Los momentos irracio
nalistas de estos intereses son a menudo contenidos en ho
mologías contradictorias entre tecnologías futuristas, fanta
sías cibernéticas y de ciencia ficción, y primitivismo. Estas
son corporizadas en las homologías entre Pesimismo-Escato
logía-Apocalipsis48.
Lo terapéutico
Una «terapia» puede derivar de un ambiente físico y cultu
ral dentro del cual tipos particulares de gente, convencional
mente etiquetados como enfermos o desviados por la cultura
dominante, pueden ser cuidados, alentados para volverse au
tónomos y ayudados a crecer, en el sentido de volverse capa
ces de vivir una «vida con más sentido». Las comunas tera
péuticas van desde «comunas como grupos de apoyo» hasta
espacios en los cuales la gente se embarca en «Viajes a través
de la locura», tal como en la Comunidad Kingsway, en Lon
dres. La influencia de los psicoanalistas existenciales R. D.
Laing y David Cooper sobre este tipo de comunas, particular
mente en Gran Bretaña, ha sido advertida por Juliet Mitchell:
48 Ver los periódicos y revistas citadas en el texto. Hay poca investigación publicada aparte de las influencias escatológicas y milenaristas ya citadas, pero puede verse Schumacher (1974), Harper (en imprenta), y Bookchin (1971).
1
~
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
En los sesenta, el bebé de posguerra, una vez nutrido por su
madre en el hogar, se había vuelto un adolescente ... Al tiempo
que el culto de madre e hijo seguía su inexorable camino, el hijo,
que se había vuelto un adolescente, escapaba en sueños diur
nos de rebeldes sin causa, o crecientemente con una causa -
una causa contra sus padres. El final de los cincuenta o princi
pio de los sesenta marcó la emergencia de poHticas de juventud
-C.N.D., la Nueva Izquierda, el Comité de los 100, eran domi
nados por gente joven. La esquizofrenia prevalecía en los jóve
nes -¿era, también, un síntoma de la revuelta en contra de la
familia claustrofóbica?-. Laing tomó y ayudó a crear el momen
to con estas preguntas. ( 1 9 7 5: 230, las itálicas son nuestras)
No debería sorprendernos, a la luz de lo antedicho, que
Doris Lessing, en The Four-Gated City (1972), sugiera una
homología entre Locura (como «Regeneración»; cfr. Laing,
1967), Ciencia Ficción (cfr. Heineman, sin fecha) y Misticis
mo (cfr. Laing, op. cit.) 49•
Conclusión
En conclusión, prestamos atención a las tensiones y contra
dicciones que penetran en el movimiento comunal: entre temas
y prácticas racionales e irracionales; entre misticismo natural y
«naturaleza como ecosistema»; entre filosofías religiosas del «fin
del mundo» y nociones de ecocatástrofes; entre legitimaciones
místicas, ocultistas y astrológicas, y aquellas de carácter técni
co; entre mujer-con-hijo como «Madre Tierra» y mujer e hijo como
autónomos; entre locura y renacimiento, cuestiones personales
y políticas, comunidad y sociedad, individuo y colectivo, urbanis
mo y ruralismo; y, finalmente, entre Outopía y Eutopía.
49 Ver Rigby (1974a y b), Cooper (1967, 1972 y 1974) y Laing {1967). También la revista del movimiento de Apoyo: Se/f and Society.
251
REGGAE, RASTAS Y RUDIES
Dick Hebdige
Nota: este es un extracto de un estudio más extenso,
«Reggae, Rastas and Rudies: Style and the subversion of
Form», de Dick Hebdige, que forma parte de su tesis de
maestría, «Aspects of style in the Deviant. Sub-cultures of
the 1960's». El capítulo entero y otros artículos de su tesis
están disponibles en CCCS Stencilled Papers, No. 20, 21,
24 y 25. El extracto trata fundamentalmente con el contex
to cultural jamaiquino: la estructura de las creencias Ras
Tafarias: su evolución en forma musical, especialmente ska
y reggae: el significado cultural y social de la música: su
transplantación a Gran Bretaña: su incorporación parcial por
parte de los skinheads blancos y el uso que los «rude boys»
negros le dieron para subvertir y resistir esa incorporación.
El extracto omite un análisis más completo de las creencias
Ras Tafarias y su historia reciente como movimiento; una
discusión de la importancia y el uso por parte de la «cultura
rude boy» de elementos provenientes de las películas
hollywoodenses de mafiosos; un análisis de la interrelación
entre la cultura «negra» y del East End en Gran Bretaña; y
una sección sobre el método -todos incluidos en la versión
completa del capítulo-.
252
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
l. Babilonia la calle Beeston
Las rejas no pudieron contenerme
Muros no pudieron controlarme
Duppy conqueror, The Wailers
Nací con el idioma inglés y resultó ser mi enemigo
Entrevista a James Baldwin
Revolución pronto- ven
Bulldog, citado en Thomas ( 1973)
La experiencia de la esclavitud se recapitula a sí misma per
petuamente en las interacciones cotidianas de los negros
jamaiquinos. Es responsable principal de la inestable estructura
familiar (perturbando las tradicionalmente sólidas redes de tra
bajo consanguíneas que todavía hoy sobreviven entre los pue
blos del África Occidental) y obviamente sigue determinando
patrones de trabajo y relaciones con la autoridad. Permanece
como una invisible, moldeadora presencia, que asola los barrios
bajos de Ghost Town y todavía hoy desafía al exorcismo. De
hecho, es interpolada dentro de todo intercambio verbal que
ocurra en las calles llenas cada suburbio jamaiquino. Como se
ñala Hiro (1973): «la evolución de la lengua creole estuvo direc
tamente relacionada con la mecánica de la esclavitud». La co
municación era sistemáticamente bloqueada por el supervisor
blanco que juntaba esclavos de distintas tribus en las plantacio
nes, de manera que los vínculos culturales con África fueran
efectivamente cortados. Las leyes que prohibían la enseñanza
de inglés a esclavos significaban que el nuevo lenguaje era
secretamente apropiado (mediante tosca aproximación, lectura
de labios, etc.) y transmitido oralmente. El inglés del siglo xv11 hablado por los amos era refractado a través de los canales de
comunicación disponibles para los negros y usados para darle
253
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jiNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
cuerpo a la semántica subterránea de una cultura naciente que
se desarrollaba en oposición directa contra el deseo de los amos.
La distorsión era inevitable, tal vez hasta deliberada.
Subsecuentemente, el lenguaje desarrolló su propio voca
bulario, sintaxis y gramática; pero permanece esencialmente
como un lenguaje-sombra, llenando de manera más exagera
da y dramática esos requisitos, que bajo circunstancias nor
males se cumplen mediante acentos de clase trabajadora y
jergas de grupo. La forma implícitamente dicta el contenido, y
los polos de significado, fijados inmutablemente en una expe
riencia amarga e irreversible, silenciosamente reconstruyen esa
experiencia en el intercambio cotidiano. Como veremos luego,
este hecho es intuido por miembros de ciertas culturas de las
Indias Occidentales, y el lenguaje es utilizado como medio
particularmente efectivo de resistir la asimilación y prevenir la
infiltración por parte de miembros de grupos dominantes. Como
elemento de pantalla ha demostrado ser invaluable; y el «len
guaje Bongo» de los Rude Boys deliberadamente hace énfasis
sobre sus ritmos subversivos de manera que se transforme en
una agresiva afirmación de identidad racial y de clase. Como
índice vivo de lo extenso de la alienación de los negros res
pecto de las normas culturales y las metas de aquellos que
ocupaban las posiciones más altas de la estructura social, la
lengua creole es única.
La expulsión de los negros de una comunidad lingüística
más amplia significó que toda una cultura evolucionó mediante
una secreta y prohibida ósmosis. Privada de cualquier inter
cambio cultural legítimo, el esclavo desarrolló un excesivo indi
vidualismo y un conjunto de artefactos culturales que juntos
representan las vitales transacciones simbólicas que debían ser
hechas entre libertad y esclavitud, entre su condición material
y su vida espiritual, entre su experiencia en Jamaica y su me
moria de Á frica. En un sentido, la transición nunca fue llevada a
cabo exitosamente, y los jamaiquinos negros permanecen sus-
254
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
pendidos de manera intranquila entre dos mundos, ninguno de
los cuales demanda un compromiso total. Incapaz de reparar
esta brecha cultural y psicológica, tiende a oscilar violentamen
te entre uno y otro, y en último término idealiza ambos. En
último término, de hecho, es exiliado de Jamaica, de África, de
Gran Bretaña y de Brixton, y sacrifica su lugar en el mundo real
para ocupar una exaltada posición en alguna imaginaria dimen
sión interior donde la acción se disuelve en el ser, donde el
movimiento es invalidado o difícil en el mejor de los casos,
donde las soluciones son religiosas antes que revolucionarias.
De hecho, las racionalizaciones iniciales de la esclavitud
tomaron una explícita forma religiosa. Segregado de las igle
sias del hombre blanco, el esclavo aprendió la doctrina cristiana
oblicuamente y la injertó, con distintos grados de éxito, en el
cuerpo de creencias paganas que traía consigo de África. Las
supersticiones residuales (vudú, brujería, etc.) persisten toda
vía bajo la superficie de la fe cristiana y periódicamente se re
afirman en su forma original en las colinas y áreas rurales de
Jamaica, y son resucitadas en la música de las más esotéricas
bandas con base en las ciudades50• Las escuelas de adoración
cristiana nativas de Jamaica retienen las antiguas prácticas de
trance, posesión de espíritus y «hablar en lenguajes desconoci
dos», y estas iglesias (la Iglesia Pentecostal, la Iglesia de Dios
en Cristo, etc.) continúan atrayendo a enormes congregacio
nes. Como un medio de consolidar los lazos de grupo y de
articular una respuesta grupal a la esclavitud, estas iglesias
disconformistas demostraron ser efectivamente muy valiosas.
Apuntando a la vez a lo individual (al suscribir a la teoría de la
«gracia» personal) y a lo grupal (prometiendo la redención co
lectiva), proveyeron una solución irresistible -un medio no sólo
de cerrar el abismo, sino de trascenderlo por completo-. La
Biblia ofrecía un ilimitado rango para la improvisación e ínter-
50 Exuma, por ejemplo, canto del Obeahman, duppies (fantasmas) y zombies.
255
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
pretación. La historia de Moisés liderando a los sufrientes israe
litas en la liberación del cautiverio era inmediatamente aplicable
y se ganó un lugar permanente en la mitología de los negros
jamaiquinos. Los varios cultos persiguieron el Apocalipsis exac
tamente por los caminos trazados en otro lugar por Norman
Cohn (1970), proclamando en diferentes ocasiones revolucio
nes divinas, revelaciones post mortem. Donde sea que Dios
parecía estar posponiendo su tarea, siempre había cultos
milenaristas de las áreas rurales listos para apurar las cosas.
Aún hoy, en ocasiones, «Pocomania» (literalmente «una pe
queña locura») se desparrama con breve pero devastador efec
to por los pequeños pueblos de las colinas, y la Resurrección,
por supuesto, siempre está ahí para ser revivida. Un millón de
milenios contados en días y meses y minutos han venido y se
han ido y todavía Dios les habla a hombres extáticos en sue
ños. El Día del Juicio Final nunca está muy remoto: siempre es
el día después de mañana. Y el Día del Juicio Final tiene su
lugar en el corazón de cada Rasta y de cada Rudie; y para ellos
significa la redistribución de un poder exclusivamente secular.
El desplazamiento de problemas materiales a un plano es
piritual no es, por supuesto, peculiar de los negros jamaiquinos.
La manera en la que esta perspectiva esencialmente religiosa
es transmutada en otra de carácter utópico-existencialista es,
tal vez, más extraordinaria y ciertamente más pertinente al
fenómeno que está aquí en consideración. El cristianismo to
davía permea la imaginación de las Indias Occidentales y una
mitología bíblica continúa siendo dominante, pero en ciertos
puntos de la estructura social (entre los jóvenes desempleados
o los adultos cuyo comportamiento escapa de las normas),
esta mitología ha sido invertida de manera que la declarada
ascendencia de la cultura judeocristiana (con su énfasis en el
trabajo y la represión) puede ser severamente escrutada y en
último término rechazada. El rastafarismo fue instrumental en
esta reversión simbólica.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
El rastafarismo sostiene que el Emperador exiliado Haile
Selassie de Etiopía era Dios y que su ascensión al trono de ese
país completa la profecía hecha por Marcus Garvey: «Mirad
hacia África, cuando un rey negro sea coronado, porque el día
de la salvación es cercano». Pero las circunstancias religiosas
en las que el rastafarismo se desarrolló demandaba una mito
logía específicamente bíblica, y la misma debía ser reapropiada
y puesta al servicio de un conjunto diferente de necesidades
culturales, de la misma manera que la «ética protestante» en
Europa Occidental se había reapropiado de la forma judaica
original. Mediante un proceso dialectal de redefinición, las
Escrituras, que constantemente habían absorbido y bloquea
do el potencial revolucionario de los negros jamaiquinos, eran
usadas para dar lugar a ese potencial, para negar la cultura
judeocristiana. O, en el idioma más conciso de los chicos de la
calle jamaiquinos, la Biblia fue tomada, leída y «devuelta a lo
rude».
De esta manera, Halie Selassie no sólo era el Ras Tafari, el
Negus, el Rey de Reyes y el Dios viviente, sino específicamente
el León Conquistador de la tribu de Judá (más recientemente,
la simple apelación «Jah» es utilizada). En estas formulaciones,
los problemas raciales y religiosos que habían preocupado a
los negros jamaiquinos por siglos convergieron y encontraron
una solución inmediata y simultánea. Previsiblemente, el culto
encontró su apoyo fundamentalmente en los suburbios de
Kingston. El trabajo de investigación de U.C.W.I. de 1960, El
movimiento rastafari en Kingston, Jamaica, un estudio de pri
mera mano del movimiento, establece una base amplia de
creencias comunes a todos los rastafarios (M. G. Smith et al.,
1960). El manifiesto de cuatro puntos es el siguiente:
1. Ras Tafari es el Dios viviente.
2. Etiopía es el hogar del hombre negro.
3. La repatriación es la vía de redención para el hombre
negro. Ha sido anunciada y ocurrirá en breve.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
4. Los modos del hombre blanco son malignos, especial
mente para los negros.
El hecho más impactante es cómo las metáforas bíblicas
han sido elaboradas en un sistema total -un código para ver
al mismo tiempo holístico y flexible, universal en aplicación y
lateral en dirección. Las razas negras son interpretadas como
los verdaderos israelitas, y Salomón y Sheba como los ances
tros negros de Halie Selassie. Babilonia realmente cubre el
mundo occidental (aunque muchos Jocksman 51 excluyen Ru
sia, que ha sido identificada como el Oso con tres costillas
que «Vendrá a aplastar los residuos para que Babilonia sea la
desolación entre las naciones» -Libro de la Revelación XVIII-). La policía, la Iglesia y el gobierno (particularmente, viejos líde
res políticos como Bustamante y Manley) son los agentes del
imperialismo y compartirán el destino terrible de los opresores
blancos. Etiopía es el verdadero nombre para toda África. Desde
1655, el hombre blanco y su aliado mestizo han mantenido al
hombre negro en la esclavitud; y aunque la esclavitud física
fue abolida en 1838, continúa de incógnito. Todos los hom
bres negros son etíopes y el gobierno jamaiquino no es su
gobierno. Está subordinado a Gran Bretaña, que todavía con
sidera a Jamaica una colonia. El único gobierno verdadero es
la teocracia del emperador Halie Selassie, aunque el comunis
mo es mucho más deseable que el capitalismo -que es el
sistema de Babilonia-. El casamiento por iglesia es pecamino
so y el verdadero etíope debe meramente vivir con una «Reina
negra» a la que debe tratar con el máximo de los respetos
(ella, por otra parte, no debe nunca arreglar su pelo). El alco
hol está prohibido, al igual que las apuestas. Las creencias
jamaiquinas en obeah, magia y brujería son meras supersticio-
51 N. del T.: hemos preferido dejar el término original/ocksmen, que hace referencia a la apariencia y el peinado (llevan dread/ocks o, como vulgarmente se conocen en español, rastas) de este sector predominante entre los fieles del moviminto rastafari.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
nes sin sentido y carecen de validez empírica. El revivalismo
se traduce como esclavitud mental. La marihuana (Ganja) es
sagrada. Las posesiones mundanas son innecesarias en Ja
maica y la propiedad individual es desaprobada. El trabajo es
bueno pero cuando toma forma alienante es simplemente una
perpetuación de la esclavitud. Todos los fieles son reencarna
ciones de esclavos ancestrales: la reencarnación es la reafir
mación de una cultura y tradición perdidas. Todas las congre
gaciones que consideran a Ras Tafari como Dios consideran al
hombre un Dios. «Los hombres» son pecadores mortales y
opresores. «Hombre» es aquel que sabe quién es el Dios vi
viente, los fieles son inmortales y Uno, viviendo eternamente
en la carne de todo fiel (un locksman se dirige a otro como «bra»
-hermano- y duplica la primera persona del singular -«yo y yo»
en lugar de usar la construcción «tú y yo»).
Bajo estas «certezas» que permanecen relativamente está
ticas, ellocksman habitualmente recurre a los modos retóricos
de la Biblia -el acertijo, la paradoja, la parábola-, para demos
trar que está en posesión del «mundo verdadero». Michael
Thomas ( 1973) cita a un hermético /ocksman llamado
Cunchyman, que afirma que ha conquistado la tiranía del tra
bajo al «capturar» un hacha (que puede matar a trece hom
bres que la usen para derribar árboles toda su vida) y colgarla
en la pared. En una entrevista de 1973 con la revista Rolling
Stone, Bob Marley, el líder rasta de The Wailers (probable
mente la primer banda reggae con una verdadera afición inter
nacional), mostraba cómo «la destrucción proviene de las co
sas materiales» al usar su guitarra como metáfora reificada (la
guitarra arroja bella música pero puede matar si hay un corto
circuito). Tales patrones de pensamiento, sincréticos y
asociativos, hacen todo conocimiento (por ejemplo, el mági
co) accesible. De esta manera, cuando, suficientemente dro
gado, ellocksman, al decir de Michael Thomas (1973), puede
discutir literalmente cualquier cosa (por ejemplo, qué es más
259
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
poderoso: la luz o la electricidad; qué es más rápido: la marso
pa o el tiburón, etc.) con todo el convencimiento de un cura
jesuita. En último término, la tecnología se rinde ante la creen
cia; la creencia ante el conocimiento; y el pensamiento es en
realidad sentido. En este punto, la relación armoniosa entre
las dimensiones exterior e interior es posible y el «hermano»
es considerado como «descansando su cabeza sobre Jah».
Esta identificación explícita con Dios automáticamente deman
da una negación de sistemas lineales, un fin a toda distinción,
e invita a un subjetivismo extremo. El misticismo, por supues
to, significa inacción, y el movimiento se resintió en última
instancia debido a la posición quietista hacia la cual estaba
naturalmente inclinado52• La conversión de la ciencia en poe
sía no llevó a la esperada redistribución de poder real (aunque
este poder era meramente «aparente»; en la mitología
Rastafaria, una «idea fantasiosa» de la «vanidad» babilónica)53 •
Pero el crucial acto de fe constituye una técnica arquetípica
de apropiación que escapó al corrimiento religioso tradicional
al poner a Dios en la tierra, trajo aparejado una apropiación
radical del potencial de los negros jamaiquinos y le permitió al
locksman reafirmar su posición en la sociedad. Y si todo esto
parece demasiado esotérico, sólo necesitamos mirar al Rude
Boy para confirmar la validez de la perspectiva rasta. Ya que
la secularización del Dios Rasta coincidió con la politización
del desposeído Rude Boy, y la nueva estética que dirigió y
organizó las percepciones del locksman encontró una forma
perfecta en el reggae.
52 Nettleford ( 1970) sostiene que esta tendencia al quietismo fue acelerada por los excesos en los disturbios de Red Hills y Coral Gardens, que alejaron a muchos Locksmen de las soluciones violentas 53 Este fue tal vez la gran desilusión de los sesenta (cfr. el fin de los híppies, de los estudiantes parisinos de 1968, el fracaso del «meta-viaje» de Laing, que simplemente lo llevó a ningún lado -ver Juliet Mitchell, 1974: 225-292). Nettleford (1970) crítica la emergente conciencia negra en Jamaica al fracasar en adoptar un acercamiento más riguroso y analftico a los Estudios Africanos.
260
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
11. Música y el derrocamiento de la forma
Un hombre con hambre es un hombre con ira.
Rude boy citado en White (1967)
El predicador dice que Dios descenderá del cielo
Hará que todo el mundo se sienta feliz, elevado
Pero si sabes lo que vale la vida
Buscarás la tuya en la Tierra
Así que ahora he visto la luz
Voy a pararme por mis derechos.
Get up, stand up for your rights, The Wailers
El reggae en sí mismo es polimorfo -y concentrarse en un
componente a expensas de los demás implica un reduccionismo
de complejos procesos culturales-. El reggae es música «soul»
americana transfigurada, con una cobertura de ritmos africa
nos preservados, e, implícitamente, pura rebelión jamaiquina.
El reggae es Pentecostal trasplantado. El reggae es himno rasta,
el llanto del corazón de los Rude Boy de Kingston, así como el
himno nacional nativizado del nuevo gobierno jamaiquino. La
música es todas estas cosas y más -un mosaico que incorpo
ra todas las formas que hacen a la cultura negra jamaiquina:
los patrones de llamada y respuesta de la Iglesia pentecostal,
los evasivos estilos y rítmicas de ·la jerga callejera jamaiquina,
el sexo y la onda del Rhythm and Blues americano, la percu
sión insistente de las sesiones de improvisación dellocksman,
todos hayan una representación en el reggae.
Hasta la palabra «reggae» invita a la controversia. En Michael
Thomas ( 1973), Bulldog, un Rude Soy exitoso en West
Kingston, declama que la misma deriva de «ragga», que era la
manera en la que se refería al «raggamuffin» en los barrios
alejados del centro, y que la desaprobación implícita fue bien
venida por aquellos que gustaban de la música. Alternativa-
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
mente, ha habido lecturas que ponen el acento sobre la simi
litud entre la palabra raga (la forma india) y aun otros que
aseveran que «reggae» es simplemente una distorsión de Reco
(quien, con Don Drummond, fue uno de los músicos originales
de «ska»). El surgimiento de la música ha provocado debates
aun más intensos, y la respuesta de uno ante la música de
pende de sí uno cree que ha evolucionado espontáneamente
de una experiencia grupal o como parte de una política cons
ciente de «nativizacíón» dictada desde arriba. Patterson ( 1964)
tiende a restar importancia a los aspectos folklóricos del reggae
y otorga una correspondiente lectura en la que expresa su
poca simpatía con el fenómeno (que interpreta como
mistificación a través de «fantasía grupal»). Kallyndyr y
Dalrymple (sin fecha) mencionan sólo aquellos aspectos
folklóricos, y tienden a ser de alguna manera acríticos. En
McGiashan (1973), The King (una figura prominente entre los
sound-system man de la comunidad negra británica) ofrece
una explicación característicamente metafórica y no empírica
que provee otro ejemplo principal de la «lógica» Rasta.
El reggae es protesta, salida del sufrimiento ... Tenés que tener
ese sentimiento fuerte ... El sentimiento viene desde los pe
chos de tu madre, hombre, de la leche de pecho. ¡Es verdad! ...
la leche natural viene del pecho de la madre, hombre. Te da
esa ... esa ... pegajosidad en tu cuerpo, hombre, y ese sentir,
hombre, de crear cosas que se supone que deben ser creadas.
Reconociendo la poca confiabilidad que poseen tales exce
sos retóricos, yo apoyaría The King antes que a Patterson,
simplemente porque los intereses comerciales de los empre
sarios que controlaban la industria discográfica militaron con
tra cualquier tipo de intervención del gobierno central. Más
aun, el ímpetu hacia la africanización no requirió ningún estí
mulo desde arriba -estaba ya mostrándose en el desarrollo del
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
movimiento rastafario y en la desilusión y retirada de los jóve
nes desempleados-. Los locksmen no sólo eran el corazón
militante del movimiento Rasta; proveyeron además un nú
cleo alrededor del cual formas menos coherentes de protesta
podían reunirse, y el diálogo consiguiente encontró una expre
sión operativa en el reggae.
Antes que el «ska» (el antecedente del reggae), Jamaica
había tenido poca música distintiva de sí misma. El «mento»
jamaiquino eran más bien formas musicales entrecortadas,
combinaciones de canciones folklóricas en dialectos locales
con una versión respetable de ritmos africanos -una deriva
ción de lo que alguna vez había sido efectivamente material
muy potente-. Además de esto y de Harry Belafonte, la Costa
Norte tenía el samba en el canto de Willy Lopez y su delicada
orquesta latina. Pero en los cincuenta, en West Kingston, el
Rhythm and Blues importado de Estados Unidos comenzó a
llamar la atención. Hombres como Duke Reid fueron rápidos
para reconocer el potencial de rédito y se lanzaron como disc
jockeys, formando la pomposa aristocracia de los barrios ba
jos y suburbios; comenzó la era del sound-system. La supervi
vencia en el mundo altamente competitivo de las discos en los
patios traseros, donde disc-jockeys rivales buscaban el título
de «capo del sonido», demandaba una actitud alerta, ingenui
dad y emprendimiento; y cuando el ímpetu original del Rhythm
and Blues americano comenzó a declinar a fines de los cin
cuenta, un nuevo expediente fue intentado por los dj's más
ambiciosos, quienes se lanzaron a la producción de discos.
Usualmente sólo era necesaria una grabación instrumental, y el
dj improvisaba las letras (generalmente simples y formulativas:
«Work-it-out, work-it-out», etc.) durante las actuaciones en vivo.
Algunos importantes precedentes datan de estas primeras gra
baciones. Primero, los músicos generalmente eran selecciona
dos del vasto número de desempleados, utilizados por una se
sión, mal pagos y devueltos a la calle. La implacable explota-
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ción de talentos jóvenes continúa sin disminución en ciertas
secciones de la industria discográfica local. Segundo, la música
se mantiene, todavía hoy, esencialmente ligada a las discos y
diseñada para el baile. Tercero, la tradición de «scatting»54 alre
dedor de un simple y repetitivo fondo con letras improvisadas,
todavía produce parte del reggae más excitante e interesante.
Y, por último, y más importante, el ritmo «ska» hizo su debut
en estos primeros discos sin sello. El ska posee un arrastre
rítmico inestable, tocado en guitarra eléctrica con los agudos al
máximo. El énfasis está puesto en el upbeat en lugar del offbeat,
como en el Rhythm and Blues, y es acentuado por el bajo, la
batería y la sección de vientos (los trombones fueron una parte
indispensable del primer ska). El ska es básicamente una ver
sión invertida del Rhythm and Blues.
También aquí, como en el caso del lenguaje y la religión, la
distorsión de la forma original parece ser deliberada, así como
inevitable, y la inversión parece denotar apropiación, signifi
cando que una transacción cultural ha ocurrido. Sin embargo,
la alquimia que transformó al soul en ska no fue de ninguna
manera simple. La música importada interactuaba con las for
mas subterráneas establecidas en Jamaica. Las danzas Cumina,
Big Drum y burra habían resucitado hacía tiempo los ritmos
africanos, y el contexto en el cual aquellas formas evoluciona
ron determinó directamente su forma y contenido. Ellas deja
ron una marca indeleble en la semántica del ska.
La danza burra era particularmente significativa: tocada en
el bajo, funde55 y batería repetitiva, la burra era una celebración
abierta de la criminalidad. Desde temprano en los treinta, había
sido costumbre de los habitantes de los suburbios de West
Kingston dar la bienvenida a los presos liberados de vuelta a las
comunidades mediante este baile. La música consolidaba las
54 N. del T.: tipo de improvisación vocal de acuerdo a sílabas sin sentido, muy utilizada en el jazz. 55 N. del T.: instrumento de percusión caribeño.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
alianzas locales y las afiliaciones criminales a expensas de un
compromiso con la más amplia sociedad que habitaba los su
burbios. Mientras los locksmen comenzaban a tener frecuentes
encontronazos con la policía a fines de los cuarentas, un lazo
se desarrollaba entre ellos y los criminales más duros. Los
dread/ocks de los hombres rastas eran absorbidos dentro de los
arcanos de la iconografía de los parias y muchos rastas abierta
mente abrazaron el status de marginales que las autoridades
parecían tirarles encima. Aun más hicieron contactos perma
nentes con el bajo mundo jamaiquino mientras purgaban con
denas por ofensas relacionadas con la ganja. Esta tendencia
hacia una posición conscientemente antisocial y anarquista fue
reforzada por la policía al declarar a todos los /ocksmen como
potenciales criminales peligrosos que meramente utilizaban el
misticismo como pantalla para sus actividades subversivas.
Como ha sido observado muchas veces en otras situaciones,
predicciones como estas tienen la tendencia a cumplirse, y cri
minales como Woppy King, que luego fue ejecutado por viola
ción y asesinato, se unieron a la fraternidad rastafaria e incor
poraron el extravagante estilo de los dreadlocks. Con el tiempo,
los locksmen asimilaron completamente para sí la danza burra,
llamando a su percusión «akete». Inevitablemente, el ambiente
criminal que rodeaba a la música sobrevivió a la Transferencia,
y la danza Nyabingi, que reemplazó a la burra, tradujo la identi
ficación original con valores criminales en un compromiso abierto
con la violencia terrorista. El crimen y la música de West Kingston
estaban, entonces, unidos en una difusa y duradera simbiosis,
y así permanecieron aun luego de la infiltración por parte del
soul. Más aun, los locksmen continuaron dirigiendo la nueva
música e involucrándose directa y creativamente en su produc
ción. Mientras tanto, una encuesta de 1957 revelaba que el
18% de la fuerza laboral se encontraba desempleada, y, como
el Reporte Doxey iba a demostrar doce años después, era aho
ra concebible que «muchas personas jóvenes pasarán la ma-
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
yor parte de sus vidas sin haber sido nunca empleadas regu
larmente» (Doxey, 1969). La amargada juventud de West
Kingston, abandonada por la sociedad que decía servirles,
estaba lista para dirigirse hacia los locksmen para pedir expli
caciones, escuchar su música y emular su postura de recha
zo. De esta manera, difícilmente pueda sorprendernos que,
detrás del movimiento y el sexo, la violencia y la onda de la
música Rude Boy de los sesenta, permanece la conveniente
retórica y las abarcativas metáforas de los Rastaman.
De esta manera, el ska era música resistente, armada, «fuerte
y dura» de varias maneras. Sus comienzos la protegieron de
serias interferencias desde arriba o manipulaciones en el nivel
de su sentido. El estigma que fue originalmente vinculado al
ska por los árbitros oficiales del buen gusto en Jamaica se
relaciona directamente con las connotaciones criminales de la
danza burra, y los primeros intentos de parte del gobierno por
manufacturar el sonido nacional fueron francamente un fraca
so. Eddie Seaga, que iniciara una de las primeras compañías
discográficas en Jamaica (West lndies Records), fue uno de
esos empresarios «nacionalistas» de clase media que intenta
ron promocionar el ska en el mundo como una forma represen
tativa (y, por lo tanto, respetable) de lo «nativo». Su admisión
en el Gabinete Laborista lo impulsó aun más en este proyecto,
y, a la vez, en su intento de organizar West Kingston como
distrito electoral, reclutó a Byron Lee y los Dragonaires, un «nú
mero de clase» que se encontraba tocando en la costa norte, y
los envió primero a West Kingston a estudiar la nueva música y
luego a Nueva York a presentar el producto terminado. La mú
sica sufrió en este pasaje. Byron Lee era demasiado prolijo para
tocar ska correctamente, y el ska crudo era demasiado «rudo»
para interesarle al mercado mundial del momento.
Así, el ska fue de alguna manera dejado a su suerte. A prin
cipios de los sesenta, la industria discográfica se desarrolló bajo
el auspicio de Seaga y su West lndian Records, Ken Khouri en
266
Editado por Stuart Hall y Ton y Jefferson
Federal Studios y Chris Blackwell, un blanco hijo de un dueño
de plantaciones, en lsland Records. Pero Blackwell no se confi
nó a las Indias Occidentales, y rápidamente explotó el mercado
inglés, donde se vendían más discos a rudies expatriados que a
jamaiquinos en su país 56 • Blackwell compró establecimientos
en la calle Kilburn y comenzó a desafiar el monopolio hasta
entonces adquirido por el sello Bluebeat en el mercado de dis
cos de las Indias Occidentales, en Gran Bretaña.
Su triunfo sobre Bluebeat fue públicamente reconocido en
1964, cuando fue lanzada la primera grabación nacionalmente
popular de ska, «My Boy Lollipop», cantada con una atractiva
urgencia nasal por Millie Small, de dieciséis años. Blackwell
estableció otro sello, Trojan, que se encargaba de la mayoría
de los lanzamientos británicos, y dejó a Lee Gophtal para su
pervisar la distribución desde el sur de Londres. Entonces, en
algún momento del verano de 1966, la música se alteró de
manera reconocible y el ska se transformó en «rocksteady».
Los vientos fueron eliminados por completo o reducidos en
énfasis y el sonido se volvió de alguna manera más lento,
sonámbulo y erótico. El bajo comenzó a dominar y, a medida
que el rocksteady se volvió a su vez más pesado, comenzó a
conocerse como reggae. Con los años, el reggae atrajo tal
cantidad de seguidores que Michael Manley (entonces el Pri
mer Ministro) usó un tema reggae, «Better must come», en su
campaña presidencial de 197257 • El People's National Party al
que pertenecía ganó por abrumadora mayoría.
Pero esto no significa que la música fuera desactivada: si
multáneamente, durante este período, los Rude Boys desarro-
56 En Brixton, por ejemplo, el ochenta por ciento de la población negra vino de Jamaica, y las disquerías en el área pronto comenzaron a especializarse en bluebeat y ska. 57 Manley también tuvo su apoyo en áreas rurales donde la religión tipo Holly Soller todavía sobrevive, apareciendo en público mientras cargaba un palo que llamaba «La barra de la Corrección», con el que prometía castigar a todos los «duppies)> («fantasmas») y alejar la injusticia.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
liaron un estilo visual que hizo justicia a la estructura de mosai
co del ska. El elemento de soul americano se reflejaba más
claramente en la conducta de autoconfianza, la llamativa vesti
menta, la postura y manera de caminar de «compadrito» que
llevaban los jóvenes de la calle. Las políticas de proxenetería de
gueto encontraron su camino dentro de la jerga callejera de las
villas jamaiquinas, y todo Rude Boy recién llegado de alguna
remota localidad rural pronto comenzaría a hacerse con ellas en
los ubicuos bares de Ghost Town y Back O' Wall. El Rude Boy
vivía para momentos luminosos, jugando dominó58 como si su
vida dependiera del resultado, un oportunista en la gran ciudad
sin nada para hacer, y los omnipresentes ska, rocksteady y
reggae le daban los medios con los cuales moverse sin esfuerzo
-sin siquiera pensar-. La calma59 , esa cualidad distante e inde
finible, se volvió casi abstracta, casi metafísica, sugiriendo una
estilizada clase de estoicismo -supervivencia y algo más-.
Y, por supuesto, también estaban los choques con la policía.
La ganja, las armas y la «presión» produjeron una corriente cons
tante de Rude Boys desesperados por testear su fuerza contra la
ley, y los jueces respondieron con sentencias más y más largas.
En las palabras de Michael Thomas ( 1973), cada rudie estaba
«bailando en la oscuridad» con ambiciones de ser «el más capo
José Bien Malo de la calle Beeston». Este fue el período caótico
del ska, y Prince Buster ridiculizó la Justicia y cantó «Judge
dread», que en su lado 1 sentencia a los rudies llorones («¡Órden!
¡Órden! ¡Los Rude Boys no lloran!») a 500 años de condena y
10.000 latigazos, y en el lado 2 les otorga su perdón y da una
fiesta para celebrar su liberación. Las lúgubres mecánicas del
crimen y el perdón, de estigmatización e incorporación, se repro
ducen inacabablemente de forma tragicómica en estas grabacio
nes primeras, y los clásicos del ska, como la música del burra
58 Popular juego entre la clase trabajadora jamaiquina. 59 N. del T.: refiriendo al coo/ del idioma original, que como cualidad designa además una actitud de desapego, desafección, superación, frialdad.
268
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
que les precedió, fueron frecuentemente una simple celebración
de comportamientos desviados y violentos. Las rivalidades entre
sound systems, peleas callejeras60, encuentros sexuales61 , pe
leas de boxeo62, carreras de caballos63 y las experiencias en pri
sión64, fueron convertidas de manera inmediata en parte del fo
lklore e incorporadas a las canciones y al ritmo del ska. Los
condes y duques desheredados, los papas y princesas del primer
ska, eran vistos como mafiosos de music hall, y Prince Buster
advirtió con honestidad brutal y una media sonrisa que «las ar
mas de Al Capone no discuten»65 .
Pero en el mundo de «007» 66, donde los Rude Boys «roba
ban», «tiraban» y «se lamentaban» mientras «estaban en
probation», «los policías se hacen más altos» y «los soldados
se hacen más largos» a cada hora, y, en la confrontación final,
las autoridades siempre deben triunfar. Así que siempre hay
una confrontación más, y siempre hay una autoridad- todavía
más alta, y es allí donde el Día del Juicio Final vuelve sobre sí
mismo en la forma de reggae, y los rastas cantan sobre el fin
del sufrimiento en el día en que Judge Oread será consumido
por su propio fuego. La influecia rastafaria en el reggae había
sido fuerte desde los primeros días -desde que Don Drummond
y Reco Rodríguez tocaron canciones como «Father East», «Addis
Ababa», «Tribute to Marcus Garvey» y «Reencarnation» a una
audiencia receptiva-. Hasta Prince Buster, el Jefe, el Hombre,
el individualista por excelencia, en el pico de su anárquico pe
ríodo rude boy, pudo exhortar a sus seguidores en «Free lave»
60 Ver «Earthquake», en el que Prince Buster desafía a un rival a una pelea en Orange Street. 61 Ver cualquier otra grabación de este período. 62 Ver «Fiery Foreman meets Smokey Joe Frazier» de Niney. 63 Ver «Long shot kick the bucket» de The Pioneers, sobre un caballo que muere con el dinero de todos encima. 64 Ver «54-56», por The Maytals otra vez (este es el número que fue dado a Toots al ser arrestado por posesión de ganja). 65 Letra de «Al Capone», de Prince Buster. 66 De «Shanty town», por Desmond Dekker.
26
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jlNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
a «actuar sinceramente», a «hablar sinceramente», a «aprender
a amarse unos a otros», avisando a los rudies disidentes que
«la verdad es nuestro mejor arma» y que «nuestra unidad pre
valecerá». En el burlesque «Ten Commandments», Prince Buster
es típicamente ambivalente, haciendo proselitismo, predicando
y burlándose, todo al mismo tiempo, pero la internalización de
Dios que marca a la creencia· rasta está sin embargo detrás de
toda la bravuconería chauvinista.
Estos son los diez mandamientos para el hombre que una mujer
me dio a mí, Prince Buster, a través de la inspiración de Mr.
A medida que la década se desvanecía, la música viró
desde Estados Unidos a Etiopía, y los Rude Boys viraron con
la música. Las lealtades de clase y raciales fueron intensifi
cadas, y a medida que la música maduró, realizó determina
dos cortes cruciales con el R&B americano que había actua
do como catalizador original. Se volvió más «étnica», menos
frenética 67, más reflexiva, y las metáforas políticas y densa
mitología de los Jocksmen comenzaron a insinuarse de ma
nera más entrometida en las letras. Grupos como The Wailers,
The Upsetters, The Melodians y The Lionares, emergieron
con nuevo material que era frecuentemente revolucionario y
siempre intrínsecamente jamaiquino. Algunos Rude Boys co
menzaron a dejarse crecer los dreadlocks, y muchos también
a vestir gorras de lana tejida, generalmente con los colores
rojo, amarillo y verde de la bandera etíope para proclamar su
alienación de Occidente. Esta transformación (si tal cambio
de apariencia merece tan apocalíptica terminología) fue más
allá del estilo para modificar y canalizar la conciencia de cla
se y color de los Rude Boys. Sin sobreacentuar el punto,
había una tendencia a alejarse de la violencia indirecta, la
67 Cunchyman decía que los americanos «no saben como moverse lento». Ver Thomas (1973).
270
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
actitud de bravería y el individualismo competitivo de princi
pios de los sesenta, hacia una ira más articulada e informa
da, y si el crimen continuaba ofreciendo la única solución
posible, entonces había nuevas distinciones para hacer. Un
Rude Boy citado en Nettleford ( 1970) exhibe una «concien
cia elevada» en sus comentarios sobre la violencia:
No es al hermano sufriente al que deberías defender.
Es a esos grandes mercaderes que tienen todos esos doce luga
res ... con todo el cúmulo de diferentes instalaciones de lujo ... lo
que realmente queremos es iguales derechos y justicia. Que
cada hombre tenga decentes condiciones de vida, buena edu
cación, entonces siento que las cosas serán mucho mejores.
Mi impresión es que, en tanto los Rastas comenzaron a alejar
se de las soluciones violentas para dirigir una nueva estética, los
Rude Boys, emplazados en el ska, pronto adquirieron los térmi
nos de referencia de los /ocksmen y se conviertieron en el brazo
militante del movimiento Rasta. De esta manera, a medida que la
música evolucionaba y pasaba entre las manos de los locksmen,
había una expansión correlativa de la conciencia de clase y color
a través de la comunidad de las Indias Occidentales. Por supues
to, no aislaría la emergencia de una «conciencia elevada» de
mayores desarrollos en los guetos y los campus estadouniden
ses. Tampoco subestimaría el efecto estimulante del movimien
to Black Power jamaiquino que, para mediados de los sesenta,
era liderado por estudiantes de clase media y se aglutinaba alre
dedor de la Universidad de las Indias Occidentales88• Pero
68 Abeng, el órgano oficial del Black Power en Jamaica, traducía la «metafórica» rastafaria directamente en dialéctica marxista. El análisis económico se hacía lugar a la fuerza contra los intensos testimonios personales de «sufridores» individuales en las páginas de los diarios. Entre otros eventos, la prohibición del historiador del Black Power, Walter Rodney, por parte de la universidad ayudó a cristalizar el movimiento en una dirección política. Ver Rodney (1969).
271
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
remarcaría la manera única en la que estos desarrollos externos
eran meditados por los Rude Boys (tanto en Brixton como en
Back O' Wall), cómo eran digeridos, interpretados y reensamblados
por el omnisciente Lagos rasta situado en el corazón de la músi
ca reggae. A pesar de Manley y Seaga, el reggae permaneció
intacto. No era dirigible, protegido como estaba por el lenguaje,
el color y una cultura que había sido forzada, desde su misma
concepción, a cultivar el secreto y elaborar defensas contra las
intromisiones de la clase de los amos.
Más aun, la forma misma del reggae militaba contra cual
quier interferencia externa y garantizaba una cierta capacidad
de autonomía. El reggae invirtió el patrón establecido de la
música pop69, dictando bases de bajo fuertemente repetitivas
que se comunicaban directamente al cuerpo y le permitían al
cantante hacer «scat» a través de la superficie ondulante del
ritmo. En el buen reggae, la música y las palabras están
sincronizadas y coordinadas a un nivel que elude la interpreta
ción estática, fija. Los patrones lingüísticos se convierten en
patrones musicales; ambos convergen con el metabolismo
hasta que el sonido se vuelve abstracto, esto es, no específi
co. De esta manera, en la periferia «dura» del reggae, por
debajo de las lúcidas pero literales denuncias de The Wailers,
Count Ossie and The Mystic Revelation of Ras Tafari conde
nan las maneras de Babilonia implícitamente, llevando el reggae
de vuelta a África, y los dj's rudies (como Big Youth, Niney, 1-
Roy y U-Roy) amenazan con minar el lenguaje desde dentro
con la cadencia sincopada del creole y un ojo para lo inexpre
sable. El lenguaje abdica frente al habla del cuerpo, creencias
e intuiciones; en forma y por definición, el reggae resiste una
69 Aunque el «rack heavy» también tiene una lrnea de bajo empática e hipnótica, no hay nada equivalente al «scat» en el rack. Algunos modernos jazzeros juegan con el lenguaje a este nivel, pero este jazz es producido fundamentalmente por hombres negros (Albert Ayler, Roland Kira, Pharoah Sanders, John Coltrane, etc.).
272
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
definición70• Su forma, entonces, es inherentemente subversi
va, y fue en esta área que los chicos de la calle jamaiquinos
hicieron sus innovaciones más importantes.
111. El interludio Skinhead - Cuando el baile debió parar
Actualmente adulamos como a héroes a The Spades
-ellos pueden bailar y cantar ... Hacemos el shake y el
hitchiker en los temas rápidos, pero estamos volviendo a
bailar de cerca -porque The Spades lo hacen.
Mod de diecinueve años citado en Hamblett y Deverson,
eds. (1964: 22)
Dirijo mi atención ahora a la formación de una cultura equi
valente dentro de la comunidad de las Indias Occidentales en
Gran Bretaña, y al contexto en el que el reggae fue recibido en
el sur de Londres. Trataré de demostrar cómo fue utilizado por
los jóvenes negros para transmutar una situación de extrema
dependencia cultural a una de virtual autonomía.
No hay necesidad de reiterar la temprana historia del reggae
en este país. Ya he mencionado la importante tarea desempe
ñada por Chris Blackwell y Lee Gophtal en la importación de la
nueva música. Gradualmente, a medida que Trojan comenza
ba a inundar el mercado, el ska se impuso al bluebeat como el
pulso firme que marcaba el paso de la vida nocturna de los
70 De manera similar, la sintaxis del soul «duro» obvia la necesidad de significado lexical. James Brown mira la relación entre «pronunciación y realización» en «Stoned to the bone» y da un catálogo de las palabras utilizadas para denotar «poder mental»: («vibras ESP», «pensamiento positivo», etc.) pero las abandona todas al abandonar el lenguaje mismo: «Pero lo llamo eso, que es lo que es». Esta ecuación tautológica es repetida una y otra vez hasta sincronizar con el fuerte y repetitivo fondo y eventualmente es absorbido.
273
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jLNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
negros británicos. La era de los « waterfront boys» africanos que
describe Colín Maclnnes (1957) estaba definitivamente desva
neciéndose y los días de Billy Whispers estaban contados mien
tras los jamaiquinos proxenetas, traficantes y prostitutas irrumpían
en escena. La música se transmitía mediante una red subterrá
nea de shebeens (fiestas en casas), clubes negros y tiendas de
discos en Brixton, Peckham y Ladbroke Grave, que se dedicaban
casi exclusivamente a una clientela de las Indias Occidentales.
Casi, pero no del todo. Mientras que la primera música moviliza
ba una agresividad indefinida y generaba un culto de extremo
individualismo, su encanto no estaba confinado sólo a los miem
bros de la comunidad negra. Pronto se volvería también la músi
ca de los «mods duros», que solían vivir en las mismas áreas
venidas a menos del sur londinense, donde se congregaban los
inmigrantes, y que pronto comenzaron a emular el estilo del con
tingente Rude Boy. Comenzaron a vestir los sombreros «stingy
brim» y las gafas de los buscavidas jamaiquinos, e inclusive fue
ron más allá para abrazar los emblemas de pobreza que los
inmigrantes encontraban inevitables y más que probablemente
indeseables. Así, los pantalones de mal calce y botamangas al
tobillo, que usualmente sugieren que quien los lleva ha sido for
zado a aceptarlos de segunda mano, eran reflejados en los jeans
excesivamente cortos por los que los «hard mods» expresaban
marcada predilección. Todavía en 1964, entre Margate y Brighton,
los mods eran vistos en botitas y tiradores, llevando el pelo corto
que artificialmente reproduce la textura y apariencia de los esti
los cortos negros, preferidos entonces por los negros de las In
dias Occidentales. En 1965, «Mandes» de Prince Buster se con
virtió en algo así como un furor en algunos círculos mod y era
usualmente solicitada en los grandes bailes frecuentados por los
mods del sur de Londres. La ligazón entre las culturas Rude Boy
de blancos y negros, que iba a durar hasta el fin de la década e
iba a provocar una gran y confusa reacción entre los comentaris
tas de la cultura juvenil, había comenzado.
")"711
Editado por stuart Hall y Tony Jefferson
El ska obviamente llenaba necesidades que la música pop
establecida y dominante ya no podía proveer. Era un sonido
subterráneo que había escapado a la explotación comercial a
nivel nacional y cuyos «dueños» todavía eran las subculturas
que originalmente lo habían pergeñado. Además, fue un golpe
bajo de la manera más placentera posible al hablar de las simpli
cidades del sexo y la violencia con un lenguaje inmediatamente
inteligible por el borde de adolescentes cuasi-delincuentes de la
cultura de la clase trabajadora. La música «progresiva» blanca,
por entonces en expansión, se estaba convirtiendo en demasia
do cerebral y orientada hacia las drogas como para tener algu
na relevancia sobre los «mods duros», cuyas vidas se encon
traban totalmente aisladas del ambiente articulado y educado
en el que la cultura hippie germinaba. Y, por supuesto, la BBC
difícilmente era el medio ideal -el ska se volvía ruidoso y perdía
todo su impacto cuando era reproducido en un transistor: sim
plemente no había suficientes bajos-. Sobre todo, las letras de
grabaciones como «Ten commandments» de Prince Buster o
«Wet dream» de Max Romeo eran raramente aceptables, y la
mayoría de los nuevos lanzamientos eran inmediatamente de
clarados no aptos. Así, la música permaneció secreta y se dise
minó en la atmósfera masónica de las estrechas interacciones
comunales y subculturales. El Ram Jam en Brixton fue uno de
los primeros clubes en Londres donde jóvenes negros y blancos
se mezclaban en masa, y aun con disrupciones y violencia las
asociaciones comenzaban a acumularse alrededor de la nueva
música. Había cuentos de cuchillos y ganja en el Ram Jam, y
había más que suficientes riesgos para cualquier rudie blanco
que estuviera preparado para tomar su vida en sus manos al
pisar Brixton y probar su hombría.
Para 1967, los skinheads habían emergido de este estado
larval y fueron inmediatamente consignados por la prensa con
la categoría de «amenaza violenta» que la corriente dominan
te en la música pop del momento parecía cada vez más reluc-
275
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tante a ocupar. Mientras que la asombrosa flora y fauna de
San Francisco hacía un espectacular debut en King's Road en
el verano, Dandy Livingstone, la primera estrella británica de
reggae en ganar reconocimiento nacional, cantaba «Rudy a
message to you» a audiencias de los barrios menos opulentos
del sur de Londres, y movilizaba a sus seguidores alrededor de
un estándar distinto. Las conexiones que unían a los «hard
mods» a la subcultura rude boy eran aun más estrechos en el
caso de los skinheads. Los enormes tapados abiertos que usa
ba la gente proveniente de las Indias Occidentales fueron tradu
cidos por los skinheads en los abrigos «crombies» que se con
virtieron en una de las prendas de vestir más utilizadas por los
grupos con mayor inclinación al reggae (por ejemplo, aquellos
que se definían a sí mismos como deambulantes nocturnos
antes que hinchas del Arsenal, más adeptos al horario de la
tarde). Aun la erecta postura y el paso suelto que caracterizaba
a los chicos callejeros de las Indias Occidentales eran (más bien
imperfectamente) simulados por los aspirantes «blancos ne
gros». En clubes como el A-Train, Sloopy's y Mr. B's, los
skinheads se mezclaban con jóvenes de las Indias Occidenta
les, se llamaban entre sí «rass» y «pussy c/ot»71 , se sonaban
sus dedos como experimentados jamaiquinos, con el mayor
estilo y el menor estremecimiento posibles, hablaban «orses» y
«pum-pum» 72, y se movían con la mayor cantidad de (estudia
da) onda que pudieran.
Este movimiento espontáneo hacia la integración cultural
(sólo con las Indias Occidentales; no, como es innecesario re
marcar, con los inmigrantes paquistaníes e hindúes) no tenía
precedentes, pero no iba a traer efectos beneficiosos de mane
ra permanente en las relaciones interraciales dentro de las co
munidades de clase trabajadora del sur londinense. Y esto ya
71 Los jamaiquinos utilizan insultos que ni se acercan a una traducción. 72 Juego y mujeres.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
que, a pesar del hecho de que el skinhead pudiera bailar el
«shuffle» o el «reggay» con cierto estilo, a pesar de que fuera
capaz de murmurar algunas frases de patois con la necesaria
desatención por la sintaxis del idioma inglés, era todo un poco
artificial -un poco demasiado planeado para ser convincente-.
A pesar de todo, no podría jamás completar esa transición cul
tural. Y cuando se encontró a sí mismo incapaz de seguir el
fuerte dialecto y las densas alusiones bíblicas que marcaron al
reggae posterior, debió haberse sentido aún más desesperan
zadoramente alienado. Excluido aun entre los excluidos, fue
librado a su suerte, condenado a pasar su vida en Babilonia
porque el concepto de Zion simplemente no tenía sentido. Y
aun si pudiera hacer ese pasaje simpatético entre Notting Hill y
Addis Ababa, desde una blancura que no valía demasiado de
todas maneras, a una negrura que tal vez simplemente signifi
cara algo más, sólo se encontraba a sí mismo entrampado en
una contradicción irresoluble. Al haber llegado los Rude Boys a
la mayoría de edad y siendo los skins adolescentes perpetuos,
y a pesar de que Desmond Dekker llegó a la cima de las listas
británicas con «lsraelites» (un llanto para Etiopía), la breve cru
za de los sesenta llegaba a su fin73•
La «africanización» (o «rastificación») del reggae sobre la que
ya he hecho énfasis en las secciones de Jamaica militaba contra
cualquier contacto cercano permanente entre las culturas juveni
les de blancos y negros. Una vez más, el «momento» preciso en
el que la búsqueda de identidad racial produjo una ruptura signi
ficativa con patrones de conducta anteriores puede ser expresa
do míticamente. En un artículo de Gillman (1973) sobre el pro-
73 El estilo skinhead, por supuesto, sobrevivió en los setenta particularmente en los pueblos industriales del centro y norte de Inglaterra, pero no mantuvo sus tempranos y fuertes lazos con la cultura negra. Los skinheads de Birmingham (donde las relaciones raciales siempre han dejado mucho que desear) eran muchas veces abiertamente hostiles a personas de las Indias Occidentales, y el fútbol comenzó a desplazar al reggae como la preocupación central del grupo skinhead.
277
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
yecto Harambee en Holloway Road, un joven disc jockey de las
Indias Occidentales, residente del sur de Londres, describe el
impacto de la grabación «Young, gifted and black» en una au
diencia compuesta por rudies tanto negros como blancos:
Estaba esta canción, «Young, gifted and black», de Mike and
Marcia, y cuando la poníamos todos los skinheads sotran can
tar «Young, gifted and white» y cortar los cables de los parlan
tes, y tuvimos algunas peleas, y menos gente blanca comenzó
a venir desde entonces/4
Esta separación de caminos había estado preparándose
durante años fuera de los dance-halls, en la hora del día, del
trabajo y del colegio. Primero, como apunta Dilip Hiro, la proxi
midad en la que los niños blancos y negros eran arrojados en
la escuela tendía a romper con los mitos raciales más crudos.
La ilusión de superioridad blanca, templada en los padres ne
gros mediante una educación anglicana en las Indias Occiden
tales, difícilmente podía ser sostenida por sus hijos, que cre
cían al lado de sus supuestos superiores sin notar ninguna
superioridad aparente en potencial o performance. Sin embar
go, al dejar la escuela, los jóvenes negros se topaban con la
abierta discriminación de parte de quienes en prospectiva se
rían sus empleadores. Al disminuir la demanda de trabajo no
calificado, blancos y negros que terminaban la escuela eran
arrojados a una fiera competencia por el trabajo que quedara
disponible, y los jóvenes blancos, más tarde que temprano,
74 Luego, en el mismo artículo, dos chicos que viven en el hostel son reportados discutiendo los mejores puntos de «asaltar». Sus comentarios remarcan que están preparados para hacer distinciones raciales y se refieren frecuentemente al «sufrimiento», concepto clave del rastafarismo que parece ser usado como un índice de la elegibilidad del creyente para su salvación mediante juicio. Primer chico: No tocamos a nuestra gente. Nunca pensé hacerlo con un hombre negro. Segundo chico: Un hombre negro sabe que todos nosotros sufrimos de igual manera.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
obtenían la preferencia. Si el negro recién salido de la escuela
era más ambicioso y buscaba trabajo calificado, tenía grandes
chances de quedar aún más amargamente desilusionado. Un
corresponsal del Observer ( 14 de Julio de 1968) mostraba
que los jóvenes blancos en zonas con necesidades de
asentamientos negros, como Paddington y Notting Hill, tenían
casi cinco veces más chances de obtener un trabajo calificado
antes que un par negro. Michael Banton (1967) estimaba que,
para 1974, uno de cada seis egresados en el área interior de
Londres sería de color, y la rivalidad escalaría de manera acor
de. El predicamento de los negros que egresaban, de esta
manera, los hizo revisar su posición con un ojo más crítico
que el de sus padres. Para la primera generación de inmigrantes
de las Indias Occidentales, Inglaterra era la promesa de un
futuro dorado, y, si la misma no había sido cumplida, de todas
maneras no tenía mucho sentido buscar en otro lado. De he
cho, tal cosa sería admitir la derrota y fracaso, y de esta ma
nera los inmigrantes más viejos iban a trabajar a los buses o a
la cola para el seguro de desempleo, escondiendo su amargu
ra bajo su sonrisa de ocasión. Pero los jóvenes negros británi
cos tenían menos inclinación a resignarse y aguantar, y la
reevaluación de la herencia negra contemporáneamente reali
zada en los Estados Unidos y Jamaica iba a proveer canales
mediante los cuales dirigir la ira y recuperar la dignidad. El
llanto de los rastas por la redención africana era bienvenido
por la diáspora desilusionada del sur de Londres. Exiliados
primero de África, luego de las Indias Occidentales hacia las
frías e inhóspitas islas británicas, el deseo no consumado por
sanar la brecha era sentido aun con más tristeza por los Rude
Boys desposeídos de Shepherd Bush y Brixton.
Hiro contrasta la nueva conciencia negra de los adolescen
tes de color en Gran Bretaña contra la actitud más sobria de los
padres de las Indias Occidentales en el ejemplo de Noel Green,
nacido en Londres en 1958, cuyo padre Anthony se queja:
279
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jtNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
De chico quería que lo llamaran inglés ... pero ahora, en 1969,
se considera un negro de las Indias Occidentales. ( 1973)
Estas elaboraciones fueron traducidas a términos específica
mente jamaiquinos y los hombres de los dreadlocks comenzaron
a hacer una siniestra e incongruente aparición en las grises calles
de la metrópolis una vez más. Para 1973, McGiashan podía re
portar la bizarra conjunción de África y Ealing en el West London
Grand Rastafarian Ball, donde los rastas, dos veces expulsados
de su tierra natal, cantaban al unísono por un fin al sufrimiento
mientras chicas blancas bailaban y reían al son del reggae. El
culto a Ras Tafari seducía a la juventud negra británica al menos
tan fuertemente como lo hacía con sus primos jamaiquinos. Fue,
de esta manera, irresistible, dándole a la comunidad varada un
nombre y un futuro a la vez, prometiéndole a las Tribus Perdidas
de Israel una justa retribución por siglos de esclavitud, cultivan
do el arte del retraimiento de manera que el rechazo no encontra
ra rechazo a su vez. Todo esto era reflejado por, y comunicado a
través de, la música que había encontrado en Gran Bretaña una
mayor y más ávida audiencia que en su país de origen. Por su
puesto, los skinheads se retiraron con descreimiento al escuchar
a los Rastas cantar de «los que no tienen» buscando «armonía»
y a los «scatting» dj's exhortando a sus hermanos negros a que
«sean buenos en sus vecindarios». Aun más odioso para los
skinheads era la bienvenida de los Rastas al «paz y amor» que
muchos rudies jóvenes adoptaron (junto con los aplausos ras
tas). La rueda había dado toda la vuelta y los skinheads, que
habían buscado refugio de las posturas beatificantes de los hip
pies en el círculo de los jóvenes delincuentes negros, eran con
frontados con las que parecían ser las mismas actitudes que
habían originado su retirada. Debe haber parecido, a medida que
los rudies cerraban filas, que entre ellos también habían inter
cambiado bandos, y que las puertas estaban indudablemente
cerradas contra los skinheads.
280
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Sólo necesitamos volver a la mitología del rastafarismo
que ya he intentado descifrar, para ver que tal resultado era,
de hecho, inevitable tarde o temprano. La religión transpues
ta, el lenguaje, el ritmo, y el estilo de los inmigrantes de las
Indias Occidentales protegieron a su cultura contra la pene
tración profunda de sus pares de grupos blancos. Simultá
neamente, la apoteosis de la alienación en el exilio hizo posi
ble que mantuvieran su lugar en los confines de la sociedad
sin ningún sentimiento de pérdida cultural, y los distanció
suficientemente de manera que permitiera un análisis alta
mente crítico de la sociedad a la cual sólo le debía un com
promiso nominal. En cuanto al resto, los términos bíblicos, el
fuego, los dreadlocks, Haile Selassie et al., sirvieron para
resucitar políticas, proveyendo la envoltura mítica en la cual
los huesos de la estructura económica pudieran ser vestidos
de manera que la explotación pudiera ser revelada y respon
dida de las maneras tradicionalmente recomendadas por los
rastafarios. El metasistema así creado fue construido alrede
dor de precisos pero ambiguos términos de referencia y, mien
tras permaneció enraizada en el mundo material del sufri
miento, de Babilonia y la opresión, pudo escapar, literalmen
te de inmediato, a una dimensión ideal donde trascender la
escala temporal de la ideología dominante. Había ventajas
prácticas que ganar adoptando esta forma indirecta de co
municación, ya que, de haber optado por un lenguaje más
directo de rebelión, habría sido manejado con mayor facili
dad y asimilación por la clase dominante a la cual estaba
dirigido. Paradójicamente, los rastas sólo comunican en tan
to permanecen incomprensibles para quienes se intenta que
sean sus víctimas, sugiriendo los ritos inexpresables de una
venganza insaciable. Y el exotismo del rastafarismo proveyó
de pantallas de distracción tras las cuales la cultura Rude
Boy pudo perseguir sus propios mecanismos desviados, sin
interferencias ni testigos.
APÉNDICE: DESEMPLEO, EL CONTEXTO DE LA CULTURA DE LOS CHICOS DE LA CALLE
Rache/ Powe/1
En 1943, la tasa de desempleo en Jamaica era de 25,6%;
para 1 945 era exacerbada por el regreso de los hombres en
servicio y empleados en el Reino Unido durante la guerra
(Richmond, 1954: 140). Simey (1946: 136) analizó reportes
de comisiones previas y notó la contradicción entre la necesi
dad de una mayor productividad nacional para poder financiar
mejores servicios sociales (requeridos con bastante urgencia
en West Kingston) y la probabilidad de que una mayor produc
tividad individual, motivada por un deseo de mejores estándares
de vida, agravara aún más la falta de empleo. Durante los
cincuenta y sesenta, Jamaica alcanzó el máximo mundial de
aumento de la productividad per capita (Lowenthal, 1972:
297), y el desarrollo industrial, sobre todo en minería y turis
mo, se expandió considerablemente. La minería de bauxita,
explotada largamente por intereses canadienses, proveía tra
bajos relativamente bien pagos para algunos -a una media de
415 libras anuales, casi cuatro veces la paga promedio para
un hombre-, pero esos «algunos» eran menos del 2% del
total de la fuerza laboral, e incluían una proporción desconoci
da de trabajadores expatriados (Francis, 1963). Similarmente,
los números para 1958 (del Instituto para la Investigación Social
y Económica de Kingston) mostraban la distribución de los
beneficios provenientes de la expansión del turismo -un mi-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
llón de libras esterlinas, cerca del 6% del gasto total, pagado
en impuestos, aproximadamente 27% en salarios relaciona
dos con la actividad turística y 34% inmediatamente remitido
a organizaciones e individuos fuera de Jamaica-. Internamen
te, tal desarrollo significó que Jamaica también registró el re
cord mundial en la desigualdad de distribución del ingreso,
con el 5% más rico de la población obteniendo el 30% del
ingreso nacional, mientras que el 20% más pobre se repartía
el 2% (Ahiram, 1966). La preocupación externa sobre esta
situación potencialmente explosiva puede ser vista en un re
porte del Jamaica Week/y G/eaner ( 1 O de noviembre de 1 9 71 )
sobre un acuerdo que había sido alcanzado entre el gobierno
jamaiquino y el canadiense para tener seguro protector «con
tra ciertos riesgos normalmente no asegurables con asegura
doras comerciales ... incluyendo expropiación (nacionalización),
imposibilidad de repatriar capitales o bienes, pérdidas por in
surrección, revolución o guerra».
Individualmente, también, el desarrollo de posguerra signi
ficó cambio. En 1955, en áreas rurales, M. G. Smith encontró
que -en un muestreo de hombres menores de 25 años- sólo
el 16% había trabajado tiempo completo la semana anterior a
la encuesta, el 44% había trabajado medio tiempo o menos y
el 15% no había trabajado en absoluto. La familia rural tipo en
la muestra, incluyendo grupos de todas las edades, tenía aproxi
madamente 5 miembros y disponía de aproximadamente 2
libras esterlinas por semana para el total de sus gastos (Smith,
M. G., 1956). Comparaciones entre gastos «necesarios» y
«elegidos» sugieren que, contemporáneamente, tanto en Ja
maica como en el Reino Unido, un grado efectivo de elección
real en el gasto era obtenido solamente en ingresos de alrede
dor de 14 libras esterlinas por semana por familia (Powell,
1972). Tal vez de manera poco sorprendente, el censo
jamaiquino de 1960 mostró un marcado desplazamiento de
población desde las áreas rurales al distrito metropolitano,
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
donde casi el 40% de los habitantes habían nacido en otro
lugar de Jamaica (Francis, 1963).
La misma fuente revela que el 46% de los hombres resi
dentes en el área metropolitana ganaban menos de 4 libras
por semana, y casi el 8%, menos de una. Los cálculos de
empleo arrojaban unas cifras de desocupación en la ciudad de
11.9%, y un remarcable 6% para todo el país. Los críticos
han observado que la semana elegida para el censo, la prime
ra de abril, coincidía con la temporada de cultivo y decía poco
acerca de la situación de aquellos empleados sólo por la mitad
del año. El 13% de los trabajadores de la ciudad fueron regis
trados como subempleados, y las comunidades rurales, aun
en época de cultivo, mostraban una media de 30%. Ruscoe
( 1963: 67) citaba un estimativo del Dai/y G/eaner (2 de julio
de 1962) de 100.000 desempleados fijos, el 15% de la fuerza
laboral, más un porcentaje desconocido de semi-empleados, y
concluía mencionando que el gobierno consideraba los núme
ros y estadísticas de empleo como información clasificada.
De todas maneras, para abril de 1972, el flamante gobierno
del Partido Nacional del Pueblo fue suficientemente franco, en
una entrevista para la BBC, para incluir entre sus problemas
heredados los números de desempleo, en Kingston alcanzan
do el 15-20% en adultos, y casi el 30% para jóvenes buscan
do su primer trabajo.
UNA ESTRATEGIA PARA VIVIR: MÚSICA NEGRA Y SUBCULTURAS BLANCAS
lan Chambers
Nota: lan Chambers está trabajando en una crítica de los as
pectos más formalistas y ahistóricos de la aproximación semió
tica al análisis de la cultura e ideología. Su estudio sobre el
trabajo de Roland Barthes fue publicado en WPCS 6. Su trabajo
se ha aplicado fundamentalmente al área de los films y los
textos visuales. En este texto, plantea la pregunta acerca de
cómo los análisis políticos e históricos pueden ser combinados
con el análisis formal al estudiar la música negra. La experien
cia histórica y posición estructural de los negros norteamerica
nos, su subordinación a la hegemonía cultural de la América
blanca, es usada para explicar tanto las formas características
de la música, así como lo que ocurre cuando esta música es
adoptada y adaptada para expresar la experiencia -muy distin
ta- de la juventud blanca norteamericana y británica.
La liberación de los negros vendrá de la cultura revoluciona
ria, la conciencia y la experiencia de Afro-América.
Earl Ofari
En la noche lila caminé con cada músculo doliendo contra
las luces de la 2 7 y Welton, en el barrio negro de Den ver,
deseando ser un negro, sintiendo que lo mejor que el mundo
blanco había ofrecido no era suficiente éxtasis para mí,
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
no era suficiente vida, alegría, patadas, oscuridad,
música, no era suficiente noche.
Jack Kerouac ( 1958)
Las raíces del rock and roll yacen profundamente en la
experiencia de los hombres y mujeres negros de los Estados
Unidos, y es esencial en esa historia el pasaje del pueblo ne
gro hacia el Nuevo Mundo. Este pasaje fue producido por la
expansión de la Europa occidental iniciada a fines del siglo xv
y fue llevado a través del Atlántico por el colonialismo y el
comercio de esclavos. Por lo tanto, la emigración forzada de
hombres y mujeres de piel negra de su África occidental no
puede ser divorciada del desarrollo del capitalismo y su con
comitante ideología racista: la justificación de la explotación y
deshumanización de sectores de la sociedad en provecho de
intereses económicos. La música negra está inextricablemente
ligada a la conciencia afroamericana de su historia en un mun
do extraño donde las divisiones de clase fueron complicadas
por el agregado de las divisiones culturales de raza.
En esta situación, hombres y mujeres negros han trabajado
sus experiencias del pasado y el presente en una música que,
a la vez que refleja la interpenetración de lo negro y lo blanco,
de África y Europa, trata crucialmente acerca de la experien
cia negra, de la conciencia negra de las penurias sociales y
económicas, y del continuo sometimiento por una ideología
racista. Describir la música resultante como «autónoma» es
acentuar el sustrato político de la música negra: su relativa
independencia de la hegemonía blanca, a pesar de los inten
tos de la cultura blanca -desde las trovas de Stephen Foster a
los cantantes blancos de biues, pasando por el rag-time y las
grandes bandas de swing- de apropiarse de ella y neutralizar
la. En la historia de la expresión negra en EE.UU., es la músi
ca, fundamentalmente, la que ha mantenido sus raíces en la
experiencia negra. Uno sólo debe pensar en la más exitosa
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
incorporación de los negros en otras formas de expresión tal
como la literatura, el entretenimiento y el deporte, donde su
negritud es o bien convencionalmente ignorada o bien reificada,
volviéndolos «hombres invisibles». Los intentos de usar esos
canales para propósitos negros son fuertemente censurados,
tal como lo ejemplifican la carrera de Muhammad Ali, o el
alarido de furia contra el saludo Black Power usado por atletas
en las Olimpiadas de México, en 1968.
La herencia de todas las generaciones muertas acosa las men
tes de los vivos c.:>mo una pesadilla. (Karl Marx)
Producida por los descendientes de esclavos, la música ne
gra, en la forma híbrida del rack and roll, fue reproducida por
otro sector de la clase trabajadora norteamericana: los trabaja
dores rurales blancos y empobrecidos del sur de los Estados
Unidos. La evidencia empírica de esta apropiación en la historia
de los inicios del rack and roll es muy clara, pero las profundas
implicancias de esta conexión deben explicarse, ya que la ma
yoría de quienes la tratan la reducen al nivel de una apropiación
estilística, despolitizando y recortando su profundidad.
Incluso tras el trato de 1877 entre la burguesía del norte de
Estados Unidos y la aristocracia del sur que terminó la Recons
trucción (período en el que se abolió la esclavitud), los conflic
tos de clase norteamericanos han sido constantemente conver
tidos en conflictos raciales. Esto tuvo efecto manteniendo a la
clase trabajadora dividida contra sí misma y en la debilidad de
los trabajadores en su relación con el capital. Los primeros in
tentos importantes de organización de los trabajadores norte
americanos - The Knights of Labour- rechazaron tener trato
con los trabajadores negros. Los primeros años del siglo xx
estuvieron marcados por ríspidas tensiones interraciales, según
las cuales los blancos veían a los negros como una potencial
amenaza contra su seguridad laboral; estas divisiones fueron
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
agravadas por la severa recesión económica en las tres déca
das que llevaron a la Primera Guerra Mundial.
Hacia 1920, las primeras tentativas por parte de intelec
tuales negros para establecer algunos derechos básicos para
el pueblo negro (National Association for the Advancement of
Colured People) fueron dejadas de lado por el movimiento de
Marcus Grey que acentuaba los orígenes africanos de los ne
gros norteamericanos. En la oleada de insurgencia que tuvo
lugar durante la Primera Guerra Mundial y continuó durante
los años veinte, el movimiento de Garvey creó una base entre
los negros norteamericanos.
Dicen que el lunes es tormentoso
Pero el martes es igual de malo
(Biues tradicional)
La inmediata migración de posguerra desde el valle del
Missisipi a ciudades industriales del norte como Detroit, Gary
y Pittsburgh dio lugar a un choque entre las expectativas y la
dura realidad que iba a explotar en los años treinta. En esa
convulsionada década, aunque muchos negros estuvieron
desempleados, también jugaron una parte importante en el
movimiento extremadamente militante que alcanzó una cima
en 1937, con medio millón de personas participando en huel
gas y sentadas. Uno de los productos de esta militancia fue la
formación de la C .l. O. Pero fue realmente el fin de la década y
el cambio a una economía de guerra lo que proveyó a los
negros (o al menos a los hombres negros) una oportunidad de
avanzar y ganar más poder económico. Esto sentó el terreno
no sólo para una incipiente burguesía negra, sino también para
el llamado a un avance en los derechos sociales y políticos.
Aunque algunos negros eran capaces de explotar las con
tradicciones del capitalismo, el capital norteamericano había
aprendido la lección de 1929. Así como en los años treinta
288 :1
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
procedió, a través de medidas neokeynesianas y del New Deal,
a institucionalizar la lucha de clase en el sector industrial blan
co, en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, con
disturbios de negros en distintas ciudades, era necesario con
tener la insurgencia política negra. El principal foro para esta
contención fue el Partido Demócrata. En 1948, Truman usó el
ticket de los derechos civiles para llegar a la presidencia. En
1954, la Corte Suprema se pronunció en contra de la segrega
ción en las escuelas, trayendo aparejada una dura resistencia
en el sur que dificultó inmensamente su aplicación. Pero inclu
so estos progresos limitados se habían detenido en los días de
amenaza roja de la Guerra Fría, en los años cincuenta. Desde
entonces, la mayoría de los desarrollos -hasta las rebeliones
en los guetos de los años sesenta- han continuado reflejando
la exitosa integración de racismo en algunos sectores de la
sociedad llevada a cabo por el capitalismo.
La exitosa expansión del capital norteamericano tras los años
treinta ha mantenido divisiones entre las clases trabajadoras
-divisiones que dividen la clase por raza así como por sexo,
nacionalidad y cualificación laboral-. Es una expansión que se ha
movido desde la fábrica a toda la sociedad (la «Fábrica Social») y
ha asegurado la continuidad del capital y su relativa estabilidad.
Estas divisiones se juegan en el antagonismo que día a día parte
a la clase trabajadora: en la contienda entre negros y blancos por
trabajos, hogares, educación y poder político y social. Estas divi
siones continuaron plagando la escena americana en los años
sesenta y con efectos específicos en el nivel político. La emer
gencia del nacionalismo negro, del poder negro y de movimien
tos políticos separatistas negros de mediados de los sesenta fue
una respuesta a esta doble explotación de clase y raza.
Los movimientos negros de liberación nacional en África
fueron una inspiración muy importante para la creciente
militancia negra de la década, tal como fue expresado en las
sentadas, en las marchas por los derechos civiles, los distur-
28
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
bias en Watts y otras partes, los musulmanes negros y la
formación de los Panteras Negras. Pero la brutal y exitosa
supresión de estos últimos por la administración Nixon de
muestra la debilidad de una dirigencia política inmadura que
falló en lograr una base masiva. Las luchas de clase trabajado
ras continuaron siendo segmentadas: negros, mujeres, estu
diantes, pacifistas. Esto ha llevado a políticas sectoriales radi
cales pero no a un socialismo político: una serie de movimien
tos «anti» -antirracismo, antisexismo, antiimperialismo- ¡que
eran frecuentemente también anti-clase trabajadora!
Fue como si un vehículo sin conductor estuviese corriendo a tra
vés de la noche americana cuesta abajo por una calle sin luces,
hacia una pared de ladrillos, y fuese abordado al vuelo por un
fantasma sigiloso con cara jadeante y lasciva que, en el último
volantazo antes del caos, encarriló el vehículo hacia una suave
autopista que lleva hacia el futuro y la vida; y pedirles a los norte
americanos que entiendan que eran los pasajeros en este vehrcu
lo descontrolado y que el fantasma lascivo era el twist bolichero
de los sábados a la noche, o el Yeah yeah yeah que los Beatles
tomaron de Ray Charles, pedirles a estos derrochadores calvinistas
que vean estos vínculos lógicos y recíprocos, es más cruel que
pedirle a un fan de la Okie Music que se muera soportando los
sonidos de John Coltrane. (Eidridge Cleaver, 1970)
Retornemos ahora a la música y examinemos por qué la
música negra, particularmente el blues y el Rhythm and Blues,
fue tomada -y transformada- por otro sector de la clase tra
bajadora que era visiblemente antagonista a ella. El esbozo
dibujado arriba ha procurado marcar los intereses de clase
comunes a los dos sectores, pero también su división a través
de la explotación capitalista del racismo. El resultado es que la
clase trabajadora blanca está por encima de los trabajadores
negros, tanto económica como culturalmente. Esto permite a
290
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
los blancos tener el poder para redefinir la música producida
por aquellos que son objetivamente de la misma clase pero
que están culturalmente subordinados a la hegemonía blanca.
El otro lado de la moneda es que estos «marginales», la
clase trabajadora negra, están por lo tanto en una mejor posi
ción que los blancos al momento de producir una expresión
positiva y coherente de su opresión. De las plantaciones a los
guetos, la cultura negra, y especialmente la música negra, ha
provisto uno de los significados más fuertes del sobrevivir, un
lenguaje secreto de la solidaridad, un modo de articular la opre
sión, un modo de resistencia cultural, un grito de esperanza. No
es sorpresivo que las políticas negras de los años sesenta estu
viesen anunciadas por un masivo surgimiento de la cultura y la
conciencia negras. El hecho de que la reacción a la opresión
frecuentemente toma antes una forma cultural que una abierta
mente política se debe también al poder cultural de la sociedad
blanca para determinar qué aspectos de la experiencia negra
son aceptables y cuáles no. Mientras que el entretenimiento y
el arte negros se volvieron aceptados, ciertamente las políticas
negras no. Y la propia cultura negra quedó a tiro tan pronto
como los negros hicieron manifiestos sus significados políticos.
En los años cincuenta, la música negra fue ampliamente
adoptada por jóvenes trabajadores blancos del sur, buscando
marcar sus diferencias respecto de la generación de la Depre
sión en un período en el que incluso los sectores más retrasa
dos de la economía norteamericana -la agricultura sureña
estaban siendo regenerados por el boom estimulado por el
republicanismo de Eisenhower y las economías de la Guerra
Fría. Este establecimiento de una diferencia, de una nueva
identidad por parte de la juventud norteamericana a inicios de
los cincuenta fue puesto en escena por, ejemplarmente, la
enérgica protesta de los sureños contra el joven Elvis Presley
debido a que cantaba música negra. Y esto fue antes de las
grandes performances en vivo que siguieron, donde el conjun-
291
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
to de pelo, ropa, baile, música y manierismo -el estilo de
Presley- hicieron de él el punto de concentración de la furia
parental, tanto al norte como al sur de la línea Mason-Dixon.
Ella me compró un traje de seda
Puso algo de equipaje en mis manos
Y agarré viaje desde Albuquerque
Buscando la tierra prometida
(Chuck Berry, The Promise Land}
Esta relación contradictoria entre subcultura juvenil blanca
y música negra fue cancelada por el sello de aprobación de la
Avenida Madison. El matrimonio morganático fue legitimado;
a partir de esa alianza profana comenzó a avanzar la juventud
norteamericana. Algunos de estos «jóvenes campesinos po
bres» -Presley, Johnny Cash, Ro y Orbison, Jerry Lee Lewis
lo hicieron a lo grande, alienando, en el proceso, los últimos
vestigios de sus orígenes de clase rurales. A través de ese
proceso, todo fue succionado según el esquema de alimentar
y expandir el sueño del suceso adolescente. El bluesman
itinerante conoció al cowboy en las calles de la ciudad y la
expresión negra fue incorporada al armazón existencial del
romanticismo urbano blanco. El varón negro se convirtió en el
cowboy nocturno; el «Candyman» de Missisipi de John Hurt
se volvió el «vagabundo de medianoche» de los Rolling Stones.
Por fuera de este proceso de incorporación y castración
estaba la propia música negra: una expresión afectiva produ
cida y localizada concretamente en la experiencia
afroamericana. La dimensión de esa experiencia permaneció
intacta y sin modificaciones: esclavitud; privaciones económi
cas, sociales y políticas; racismo; vidas en los guetos. La música
continuó teniendo una amplia existencia subterránea e «invisi
ble». A lo largo de los años cincuenta y sesenta, la música
negra dio al rock y al pop sucesivas transfusiones de vida y
292
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
energía -es la fuente no escrita y no cantada de miles de
variaciones e imitaciones-. Pero son los imitadores blancos
quienes alcanzan la gloria y la publicidad -y el dinero-. Los
músicos negros quedan confinados a las fiestas de los guetos,
a los pequeños clubes nocturnos, a las sesiones de estudio.
Sin embargo, a pesar de esta despiadada explotación, la mú
sica negra continúa creciendo, desarrollándose y cambiando,
en sintonía con sus raíces y formas autónomas.
Como la música folk, la música negra es una música afectiva
en tanto opuesta a la creciente racionalidad y «matemática»
lógica (e ilógica) de la música occidental clásica contemporá
nea. Tal como la mayoría de las músicas folklóricas de Euro
pa, la música del oeste de África, de la cual deriva la mayoría
de la música negra, está basada en escalas de cinco notas (de
hecho, la música de gaitas europea -escocesa, siciliana, etc.
está más cerca del blues que la música clásica europea). Cuan
do es tomada por audiencias blancas y reproducida por músi
cos blancos, la música negra sufre una transformación en el
proceso de ser refundida en un nuevo contexto. Importante al
respecto es la simplicidad y aun asombroso potencial de desa
rrollo e improvisación contenidos en el patrón básico de los
blues de doce barras. Era una música cuyos rudimentos eran
fáciles de dominar y a la vez capaz de proveer las bases para
las exploraciones musicales tanto de Jimi Hendrix como de
John Coltrane (cuando, en 1955, Charlie Parker, uno de los
más complejos y avanzados músicos de jazz, estaba cerca de
morir, se preguntó en voz alta ante Art Blakey «cuándo los
jóvenes volverán a tocar blues». Hall y Whannel, 1964: 89).
En Inglaterra fue el patrón de doce barras, en la forma del
skiffle, el que dio lugar al vínculo entre las dificultades de
tocar el nuevo jazz y la democratización de la nueva música
encabezada por los cientos de grupos de skiffle que emergieron
a fines de los cincuenta e inicios de los sesenta. Pero el skiffle
era en sí mismo una imagen de la música negra -las bandas
2Q~
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
spasm de Nueva Orleans en 1890 y las bandas jump de Harlem
en los años cuarenta-.
La música negra era producto de las determinaciones ope
rantes sobre la clase trabajadora negra, pero también una for
ma que surgía de las condiciones materiales de esa existencia
particular: los patrones de llamada y respuesta y los cantos
gritados de campo desarrollados mientras se trabajaba la tie
rra están aún profundamente inscriptos en la música negra
contemporánea, ya sea en el Rhythm and Blue, el soul o el
jazz. Es generalmente aceptado que las notas arrastradas tan
características del blues resultaron de la ejecución de música
compuesta en escalas de cinco notas tocada con instrumen
tos diseñados para la igualmente dúctil escala de ocho notas.
Pero lo que es importante acerca de todos estos rasgos
estilísticos no es sólo cómo representan una respuesta a un
contexto cultural específico, sino también cómo el contexto
sirve para apuntalar la música como experiencia compartida
entre ejecutante y audiencia. Una situación mantenida por una
cultura que resiste y sobrevive, por una situación particular,
así como por fuerzas de clase unidas por el racismo. Este
complejo llev~ a una remarcada autoconciencia que no puede
dejar de ser articulada en la música.
La música negra sobrevivió por su capacidad para reflejar y
adaptar las diferentes experiencias y condiciones de la gente
negra -como esclavo, obrero manual, recolector de algodón,
entretenedor de bar, prostituta, sirvienta y camarera-. Una línea
de desarrollo más amplia fue abierta -una que facilitó enorme
mente la apropiación por parte de la subcultura blanca- con la
migración negra hacia las ciudades del norte de Estados Unidos.
En el corazón de las tierras de la clase trabajadora, la música
negra fue crecientemente refinada para dar cuenta de las expe
riencias de la vida interior a la ciudad. La guitarra fue electrifica
da y secciones rítmicas se agregaron para escenificar en el blues
los ruidos del gueto. El blues se volvió Rhytm and Blues. Hacia
294
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
los años sesenta, en Estados Unidos, «la ciudad es la tierra del
hombre negro» (James Boggs), y la música producida allí reverbera
desde Harlem hasta el mundo. El blues, tal como profetizó Jimmy
Rushing, se volvió «asunto de todo el mundo».
Fuera de la cocina y
Hacé vibrar las ollas y sartenes
(de «Shake, rattle 'n' roll»)
Me gustaría plantear este pensamiento acerca del modo en
que la música negra fue transformada en el curso de su apro
piación blanca, examinando dos versiones de «Shake, rattle
and ro JI», aparecidas durante los inicios del rack and ro JI a
comienzos de Jos años cincuenta. La exitosa versión de Bill
Haley and the Comets (la excepción que prueba la regla: Halley
fue uno de los pocos rockeros tempranos que no era joven ni
sureño) era un cover del hit Rhytm and Blues de Big Joe Turner.
El hecho de que Haley quitara de la letra las referencias sexua
les ha sido percibido por muchos escritores, pero Jo que es
igualmente significante es la dinámica diferente entre las vo
ces y los instrumentos en cada una de las versiones.
En la versión de Haley, la voz está al frente con la música
como fondo. Esto proviene de varias tendencias en la historia
de la música blanca estadounidense. Antes de volverse un
grupo de rack and roll, Bill Haley and The Comets fueron por
años un grupo de country and western. A pesar de su relación
compleja, el country and western es básicamente una amal
gama entre el blues y la música folk europea. En el country
and western había un énfasis fuerte en la música bailable, así
como lo había en muchos de los blues y Rhytm and Blues, con
alguien gritando los pasos de baile. En la versión de «Shake,
rattle and roll» de Haley esta herencia no está perdida: la letra
no está tanto cantada como gritada. Este énfasis en Jo vocal
también se vincula con la práctica de producción musical pro-
295
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
pi a del modo Tin Pan Alley, donde era el cantante -Crosby,
Sinatra, Como- lo que importaba y era el vehículo principal de
explotación comercial, y no en sí misma la canción.
Aquí debemos tener en cuenta la serie de mediaciones más
amplias involucrada en la manufactura de la música con la
gigantesca expansión de la industria de las grabaciones tras la
Segunda Guerra Mundial. Con esta expansión, el énfasis pasó
de la performance grabada a la grabación misma como perfor
mance, que a su vez estuvo asociada con el paso del vocalista
a la estrella de las grabaciones. ¡El rack and roll marcó otro
logro para el capitalismo! Fue la primera música en ganar po
pularidad fundamentalmente a través de las grabaciones. Esto
ocurrió a través de un proceso productivo conformado por
arregladores, compositores, productores y músicos cesionistas,
y fue luego puesto al alcance de la mano por los dj's, las
estaciones de radio y las performances en vivo. Fue básica
mente en la música popular negra de los años cincuenta don
de la performance grabada aún permaneció siendo importante
(sería injusto sugerir que algunas de las grabaciones tempra
nas de Presley y Jerry Lee Lewis no estaban en una categoría
similar; pero ambos fueron rápidamente deglutidos por la pro
ducción de música en serie y de alcance masivo y -en el caso
de Presley- por la producción cinematográfica).
En la versión original de «Shake, rattle and roll» de Joe
Turner escuchamos una integración más cercana entre los
instrumentos y la voz, participando esta última como un ins
trumento más y no desde un lugar de privilegio. Mientras que
el cantar a los gritos de Haley es producto del modo blanco de
hacer música, en la versión de Turner, con su integración en
tre la voz y los instrumentos, encontramos el producto de otra
tradición cultural: una tradición en la que el guitarrista de blues
o pianista usualmente compone la música, escribe la letra y
luego toca. Similarmente en el jazz, los temas estándares usa
dos formaban sólo la secuencia de acordes base para la verda-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
dera realización musical: la improvisación (el período del bebop
asociado a Charlie Parker y, tras él, al jazz progresivo, llevó
esta práctica de la improvisación a partir de un tema estándar
hasta límites extremos). La música resultante era una expre
sión sostenida y concretada en el contexto social y cultural
compartido por la audiencia y el músico ejecutante, debido a
motivos que espero que las secciones precedentes hayan he
cho manifiestos. En otras palabras, esta música es trabajada en
un contexto de vida social y cultural que luego era capturado
en la grabación. Esta relación entre un «líder» y los participan
tes, inaugurada por las tempranas canciones de trabajo, fue
mantenida y reproducida en las improvisaciones en vivo carac
terísticas de las ejecuciones de jazz más avanzadas.
Incluso cuando hubo intentos conscientes de músicos blan
cos, bajo la influencia directa de la música negra, por capturar
esta integración entre la voz y los instrumentos -los Stones, el
Dylan eléctrico, los Beatles en su primeros discos, cuando in
tentaban lograr en el estudio la sensación de tocar en vivo-, la
importancia de las voces raramente fue subvertida, excepto a
veces por los Stones en sus momentos más «pesados», siendo
«Tumbling Dice» el mejor ejemplo. Sólo para acentuar cómo los
estilos musicales pueden ser localizados en determinaciones
sociales y culturales, el énfasis diferencial entre las voces y los
instrumentos es claramente demostrado si se compara la ver
sión que en 1957 hizo Chuck Berry de su canción «Route 66»
con la de los Stones de 1963. Nuevamente, en el último caso,
encontramos a Jagger cantando al frente con el resto de los
Stones manteniéndose detrás como soporte, mientras que en
la versión de Berry la voz y la guitarra son intercambiables.
Realmente me gustó el modo en que comenzaron esta reunión con
una canción. Me recuerda que cuando era un joven trabajando en
los aserraderos del oeste de Washington venía a Seattle ocasional
mente e iba a Skid Road y al Wobbly Hall, y nuestras reuniones
297
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
comenzaban con una canción. Las canciones son la gran cosa que
mantuvo a los I.W.W. juntos. {Harvey O'Connor, militante de C.I.O.)
He intentado ubicar la música negra como una música pro
ducida por un sector particular de la clase trabajadora, cuyas
experiencias han sido mayoritariamente consideradas periféricas
según las definiciones sociales dominantes. He sugerido que
esto da a la música una tensión, abre grietas que revelan la
dialéctica entre su historia y su significación, y esto, a su vez,
nos permite contextualizar significados sociales y culturales tanto
en su producción como en sus varias apropiaciones. Esto apun
ta a la profundidad de la posición de la música en la cultura de
la clase trabajadora negra norteamericana. Como lo ha mani
festado un escritor, para las personas negras el soul «es un
arma poderosa en sus estrategias para vivir». Por otra parte, se
sugiere por qué la apropiación que los blancos hacen de la música
negra siempre aparece como más superficial. Una vez separada
de su contexto original, la música es redefinida como una face
ta estilística. De este modo, en la Inglaterra de los años sesenta
encontramos a los Skinheads reescribiendo canciones de orgu
llo negro como canciones de orgullo blanco. La aparente super
ficialidad es sin duda acentuada por las tensiones que emergen
cuando grupos blancos tratan de deshacerse de las contradic
ciones de apropiarse de una música que lucha en muchas for
mas contra la hegemonía blanca.
En este texto no he intentado trazar una analogía cruda entre
negros y jóvenes, por una parte, y blancos y padres, por otra.
Obviamente, la apropiación mediada de música negra por parte de
la juventud inglesa, y por la juventud de clase trabajadora en par
ticular, trata y expresa necesidades concretas muy diferentes. Sin
embargo, sumergirse en la cultura negra, en la música negra, es
manifestar valores opositores que en un nuevo contexto sirven
para simbolizar y sintomatizar las contradicciones y tensiones en
juego en la subcultura juvenil trabajadora de Inglaterra.
ESTRUCTURAS, CULTURAS Y BIOGRAFÍAS
Chas Critcher
Nota: este es un extracto de un panfleto de «Patoteada» es
crito por miembros del Centro y publicado por el Comité de
Apoyo de Paul, Jimmy y Mustafa. El panfleto, 20 años, se
ocupó del caso Handsworth, en el que se les había dado sen
tencias largas y disuasivas a tres jóvenes por «asaltar» a un
peón irlandés. A pesar de que «asaltar» no era exclusivamen
te un crimen de la gente negra, estaba muy asociado, en los
medios y en el imaginario público, con la juventud negra. Du
rante 1972-1973, había un serio «pánico moral» respecto del
crecimiento de los «asaltos»: el panfleto argumenta que este
fenómeno no puede ser entendido por fuera de una aprecia
ción de la situación de la juventud negra y de la «lógica» que
haría a los «asaltos» una opción racional para los niños negros
atrapados en una sociedad racista. Para completar esta no
ción de cómo las situaciones sociales conducen a ciertos indi
viduos a lo que el control cultural define como solución «Crimi
nal», el extracto hace uso de tres conceptos relacionados:
estructuras, culturas y biografías. Aunque aquí la aplicación
particular es para la juventud negra y el crimen, el ardid tiene
una referencia por lejos más amplia hacia la posición de gru
pos juveniles en general. 20 años está disponible en el Centro
de Acción, calle Villa 134, Handsworth. Informes más com
pletos del trabajo del Centro sobre «patoteo» están disponi-
299
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
bies en la tesis de maestría de Tony Jefferson, «Para una Teoría
Social de la Desviación: el caso del Patoteo, 1972-3», en Jefferson
y Clarke, 1974, Stencilled Paper No. 17, y en un estudio no
finalizado del Centro sobre Pánico al Patoteo, 1972-1973.
Las sentencias emitidas en el informe de Paul Sto rey, James
Duignan y Mustafa Fuat fueron el clímax de un proceso de
«pánico moral» que encontró satisfecha su necesidad de ven
ganza en la victimización de tres jóvenes. Las sentencias no
guardaban relación alguna con la naturaleza del crimen come
tido tal como lo entendemos, ni reflejaban los antecedentes
relativamente limitados y completamente no violentos de los
tres chicos. Incluso sin el pánico por los u asaltos», es dudoso
pensar si las formas existentes de explicar o tratar el crimen
habrían producido una salida muy distinta. Habría existido una
diferencia del grado pero no del modo de sentenciar. La rigi
dez extrema de los sistemas judiciales y penales significa que
mientras más dificultoso es interpretar un crimen, más fácil es
revertir la explicación a ideas de salvajismo primario como la
explicación más sencilla, y esto justifica las sentencias salva
jes. No es sólo la inflexibilidad en entender un crimen o una
serie de crímenes que conducen a dichas sentencias, sino que
una falla para entender el carácter de toda actividad criminal
es una dificultad para relacionar los actos criminales en la vida
de un criminal como miembro de la sociedad.
De este modo, deseamos ofrecer un esquema para com
prender el crimen que, usado para este caso particular, de
muestra que las formas tradicionales de interpretar y casti
gar el crimen no pueden comenzar a comprender o «tratar»
un crimen tan complejo como este. Queremos distinguir tres
elementos en la situación de vida de cualquier individuo que
corre con la posibilidad de verse implicado en actividades
criminales. Estos son los factores de estructuras, culturas y
biografías. Definimos estructuras como aquellos aspectos
300
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
«objetivos» de la situación de vida de cualquiera que aparece
más allá del control del individuo, teniendo sus fuentes en la
distribución del poder y la riqueza en la sociedad. Tomados
conjuntamente, dichos factores estructurales ubican al indi
viduo o la familia en relación con otros individuos o familias.
Trabajo, ingreso, vivienda y educación actúan perennemente
como las estructuras básicas de esta sociedad, pero en cier
tos lugares otros factores estructurales pueden asumir una
importancia crucial, como lo hace el factor racial en muchos
de los suburbios de nuestras grandes ciudades, donde se
vuelve el eslabón final en una cadena de discriminación. Pri
mero, entonces, una persona o agrupamiento social cercano
está situado en relación con las estructuras básicas de la
sociedad: circunscriben su experiencia presente y son los
límites de cualquier futuro previsible. No estamos diciendo que
estar en el extremo equivocado de estas estructuras -vivien
das pobres, pocas oportunidades educacionales, trabajos
destructivos para el alma y bajos ingresos- da lugar al cri
men en cualquier ocasión, o que si esas restricciones estruc
turales son removidas, entonces el crimen cesaría amplia
mente. La gente no responde a su entorno de forma tan cru
da. Crean, y han creado para ellos, maneras de pensar y
actuar que corporizan ideas, creencias, valores, nociones de
lo bueno y lo malo. A esto llamamos culturas.
Lo tomo por ahora porque no puedo hacer nada al respecto.
Debo tomarlo hasta que aparezca alguna opción. Luego me
puedo cargar a cualquiera. Recuperar lo que me pertenece.
Pero esa chanca no ha llegado aún. Tal vez tome tiempo. La
veré cuando llegue. En este país la generación más vieja de
gente negra todavía pone la otra mejilla y no podemos unirnos
mientras haya gente así. Todos debemos pensar que debemos
cargarnos a esta gente y recuperar todo lo que nos pertenece.
(Británico negro de 18 años, citado en Gillman, 1973)
~01
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Entonces tuve que hacer algo más robando porque estaba en
quiebra. Entré a un edificio en la calle Baker ... pero no conse
guí nada de dinero. Estaba cansado -como un hombre viejo,
porque estaba en las calles. Tenía ese tipo de actitudes en las
que no me preocupaba lo que sería de mí. Estaba tomando
drogas. Estaba tomando pastillas. (Británico negro de 22 años,
citado en Hines, 1973: 39)
Tengo cinco condenas. Dos de ellas son por estupideces. Las
otras tres eran robos y yo no hice ninguno de ellos. En una
ocasión pasé seis meses en prisión preventiva y fui a O Id Bailey75
y el jurado me halló culpable y el juez me multó con diez che
lines. Diez chelines y pasé seis meses adentro y el juez tuvo el
descaro de preguntarme si tenía los diez chelines conmigo ...
Yo no solía odiar a la gente blanca. Todavía no los odio a
todos. Pero ellos me enseñan cómo odiar ... En total estuve 15
meses adentro, encerrado por cosas que nunca hice ¿Cómo
me puede caer bien la gente que me encierra? (Joven jamaiquino
de 18 años, citado en Gillman, 1973)
Cuando lo hacés, en general lo hacés por un poco de dine
ro ... Cuando no tenés nada y obtenés una libra, es mucho
dinero ... Querés salir a la noche y no tenés forma de conse
guir dinero y estás caminando por una calle pensando una
forma de obtener dinero y de repente ves a este tipo y decís
bueno ... (Joven negro no identificado, citado en Gillman, 1973)
No hay sólo una cultura en la sociedad, tal como no hay
una sola idea del bien y del mal. Debe haber una definición
mínimamente acordada sobre qué conduce a la gente a no
estar dispuesta a aceptar lo permitido, y esto tal vez esté
contenido en algunas partes de la ley, pero muchas leyes en
75 N. del T.: Central Criminal Court in England.
302
Editado po~ Stuart Hall y Tony Jefferson
sus definiciones de crímenes graves reproducen los valores
de la cultura suscriptos por aquellos que son la autoridad. Lo
que es normal en una cultura, tal vez es una desviación en
otra. Esto incluiría patrones familiares, ideas de la propiedad e
incluso la aceptabilidad de la violencia. A menudo la persona
que se presenta en la corte acusada de actividad criminal no
ha hecho más que Jo que la cultura disponible para él ha defi
nido como la cosa natural y normal para hacer.
Cruciales son aquí las opciones culturales abiertas al indivi
duo a través de las culturas a las cuales tiene acceso. Tales
culturas pueden provenir de agrupaciones de la juventud, de
la clase, etnia o simplemente geográficas: un individuo puede
tener disponible una o varias culturas, y cada cultura puede
presentar valores morales claros o ambiguos. Otra vez, no
estamos tratando de decir que todo acto criminal se explica
simplemente por la situación cultural del individuo, sólo que
este factor requiere ser tomado en cuenta, particularmente
donde el individuo posee poco acceso a las culturas que la ley
establece.
Estructuras y culturas raramente reciben suficiente aten
ción en las políticas de sentenciamiento, excepto como refe
rencias vagas al «tener mala compañía» o «estar en un entor
no malo». Mucho énfasis se pone en la vida privada del indivi
duo: resultados escolares, estado psiquiátrico y, especialmente,
circunstancias familiares. Hay algún intento aquí de explicar
«qué ha ido mal», pero la perspectiva global es la que ve al
individuo en una situación social muy limitada, ligeramente
ligado a la sociedad por unos pocos trasmisores básicos de
valores morales, que pueden fracasar fácilmente a través de
un mal funcionamiento o falta de respuesta del individuo. Está
en boga, entonces, un sentido común acerca de la «familia
quebrada» como causa del crimen. Este sentido común es
limitado e incómodo. Es limitado porque no permite explicar
completamente una forma extrema del crimen, tal como la
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
violencia. Todavía existen algunos actos que son «intolera
bles», y la tendencia es revertirlos hacia ideas de salvajismo e
inmoralidad. Es incómodo porque no todas las familias «que
bradas» conducen al crimen, y, de este modo, nunca puede
ser una explicación suficiente en sí misma.
Esta vacilación resulta de una mala comprensión sobre el
rol de la biografía en la situación de vida total de un individuo.
No hay una concepción de la estructura o la cultura, y de ese
modo no hay contexto en el cual situar una biografía particu
lar. Implica, en efecto, una imagen bastante curiosa de cómo
funciona la sociedad: todos estamos, pareciera, más o menos
solos, luchando con el mal en nosotros, y salvados sólo por el
acogimiento y la calidez de la familia, los amigos y los maes
tros. El contexto social completo del crimen no puede jamás
ser comprendido desde tal punto de vista.
Para nosotros, la biografía es la interconexión de las cir
cunstancias personales, decisiones e (in)fortunios que ocu
rren dentro de una situación ampliamente estructurada y con
un número limitado de opciones culturales disponibles.
Una noche, cuando salimos del club en Bayswater, estaba llo
viendo pesadamente. Esperábamos poder ir al metro (a dormir);
pero estaba cerrado. Entonces caminamos un poco por la calle y
llegamos a una entrada en una cuadra de edificios realmente
lujosos. Cuando entrabas al vestíbulo, había alfombras en el piso
y todo eso. Nos sentamos en el sillón y cerramos la puerta del
frente, pero seguía corriendo aire frío. Entonces pensamos que
debíamos tomar el ascensor e ir a la parte de arriba, y luego
retornamos abajo. Nos sentamos en el vestíbulo donde habíamos
estado antes. Estuvimos media hora más o menos y dos policías
se acercaron y nos vieron. Entraron.
Dijeron que querían revisarnos. les preguntamos por qué, dado
que no habíamos hecho nada. Dijeron que estábamos merodean
do en un intento de robar. Nos revisaron y no encontraron nada.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Entonces nos metieron a la patrulla, por la que había telefo
neado el primer policía. Mientras estábamos sentados en el
auto, otros dos policías subieron a investigar. Se quedaron por
un momento y regresaron y dijeron que habían visto una cabi
na de teléfono con rayones. Dijeron que eso era lo que había
mos tratado de romper. Les dijimos que ni siquiera sabíamos
que allí había una cabina de teléfono. Entonces nos llevaron a
la Estación de Policía de Paddington Green y nos levantaron
cargos.
La siguiente mañana fuimos al juzgado y nos detuvieron. Fui
mos al Centro de Detención de Ashford. Dos semanas des
pués nos detuvieron otra vez, entonces volvimos a ir al juzga
do. Finalmente el caso se levantó y fue desestimado por falta
de evidencia. Entonces estuvimos alrededor de un mes «aden
tro)) por nada.
Los padres de mi amigo estaban en el juzgado y sabían lo que
estaba pasando (esto es, que su hijo había estado durmiendo
en la calle) y él volvió a vivir con ellos. Yo no estuve represen
tado en el juzgado. Quiero decir, tenía ayuda legal y todo eso,
pero mis padres no estaban allí.
Entonces, cuando el caso fue desestimado, yo estaba por mi
cuenta, y mi asistente social me halló un lugar. Ella me dijo
que era un hogar, y yo dije «otro hogar no)). Me dijo que no
había nada más que ella pudiera hacer.
Ella y yo fuimos a este hogar. Me quedé allí por un par de
horas y me fui. No me fui con la intención de no volver. Fui al
West End. Vi a un amigo y me dio algo de dinero, fui a un club
y me quedé toda la noche. Después de eso no me molesté por
regresar al hogar durante cuatro días. Volví al hogar, pero no
se me antojaba quedarme allí por más tiempo.
Estaba por mi cuenta. Pensé -«¿Qué voy a hacer?».
Realmente no quería robar. Como yo lo veía, sólo se me pre
sentaban dos alternativas: regresar al hogar o quedarme y con
seguir algo de dinero.
o
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Decidí quedarme en la calle. Empecé a robar por todo el lugar.
Solía arrebatar bolsos de mano. Solía ir a Ladbroke Grave, en
London East, y observar lo que estaban haciendo. Cuando ellos
arrebataban bolsos, yo arrebataba bolsos. (de la biograffa de
un negro nacido en Londres de -ahora- 22 años, hijo de
nigerianos, citado en Hines, 1973: 33-35)
Tal vez en última instancia esos factores biográficos (in
cluida alguna elección consciente) son cruciales en la última
estocada hacia la actividad criminal, pero los problemas que el
crimen «representa» han sido colocados por encima y por de
bajo del actor individual por la interacción de los factores es
tructurales y culturales.
Entonces, ¿cómo puede este marco ayudarnos a entender
un acto criminal o una serie de tales actos como una «ola» de
asaltos? Primero necesitamos ver si los agrupamientos socia
les distintivos están involucrados en tal actividad. No es coin
cidencia que muchos de los llamados asaltos son cometidos
por jóvenes de áreas penumbrosas o de los suburbios, o de la
desolación de los nuevos barrios de viviendas de protección
oficial. Las limitaciones estructurales actuando sobre los habi
tantes de tales áreas son, en efecto, severas: para aquellos
con poca participación visible en la sociedad parecería absur
do comportarse acorde a las prescripciones del status quo. Y
más todavía si hay culturas disponibles que ofrecen definicio
nes de identidad realizables, como aquella de los criminales
profesionales, o las pandillas. En algunas situaciones cultura
les, las «soluciones» pueden estar disponibles, aun rechazan
do un lugar en la sociedad «normal», sin quebrar inmediatamente las leyes básicas. Los hippies, por ejemplo, pueden
presentar el modelo de dicha opción. Esto no es decir que los
hippies son potencialmente criminales, o que un criminal pue
de ofrecer una crítica articulada de la sociedad como las que
profieren los hippies. Es simple reconocer que volverse hippie
:w6
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
o criminal es representar los problemas establecidos por la si
tuación de vida del individuo. En cuyo caso la «Solución» es
adoptada según se tenga amigos, parientes u otro tipo de co
nocimientos sobre la disponibilidad y viabilidad de tales cultu
ras. Esto no es decir que tales elecciones sean siempre cons
cientes. Nadie se sienta y decide «todos mis problemas se re
solverán si me vuelvo un asaltante». Pero para un joven des
ocupado y sin estatus en un área suburbana, «asaltar» puede
ser un medio disponible tanto de hacer una ganancia material
como de ganar algo de estatus. Y tal estatus tal vez no sea
buscado sólo a partir de los amigos, sino de manera invertida,
de algunas instituciones sociales importantes. Si la prensa de
cidiera que rellenar las orejas de los gatos con papas fuera la
nueva perversión juvenil y pudiera encontrar un ejemplo de que
está siendo realizado, entonces indudablemente ocurriría hasta
cierto punto, ya que para algunos jóvenes en algunas situacio
nes cualquier modelo de comportamiento desviado sería toma
do. De esa forma, actividades como «asaltar» pueden ser preci
pitadas por ciertos tipos de tratamiento mediático: se vuelve el
modelo de comportamiento más disponible para aquellos ex
cluidos de los modelos convencionales.
Por supuesto, la predisposición a tal comportamiento debe
estar presente, y no hay duda de que algunos factores pura
mente biográficos, tal como la ausencia de una figura paternal
estable, pueden ser cruciales en ciertas situaciones, aunque
en otras, donde se aplican diferentes condiciones estructura
les y culturales, tal vez no sea tan importante en el modelado
de la vida futura del niño (la ausencia de un padre es siempre
problemática en nuestra sociedad, por causa de una obsesión
con la familia nuclear). Precisamente en lo que hemos estado
insistiendo aquí es en que el crimen sólo puede ser entendido
como una actividad social con el actor ubicado en una situa
ción total: no sólo dónde vive o cómo le va en el colegio o si
tiene un empleo o cómo se relaciona con su padre, sino todo
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jlNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
esto y más, unido en una situación de vida total. Por supues
to, preguntar eso es preguntarse por una forma totalmente
nueva de pensar el crimen, donde los grupos dominantes pre
sentes no están cerca, y dispuestos a resistir. Podemos ver
esto más claramente si miramos los tipos de políticas penales
que se deducirían del marco de entendimiento que hemos es
tado bosquejando.
La gente que respalda las sentencias de Handsworth a
menudo ha preguntado a aquellos que se oponen qué piensan
que debía haberse hecho con los tres chicos que cometieron
tal crimen despiadado. La pregunta parece justa, pero sugeri
ríamos que su premisa básica la hace una pregunta tendencio
sa. Todavía parte de un acto solitario, aislado de actos simila
res, cometidos por individuos diferentes, y de otros actos co
metidos en ocasiones diferentes por estos individuos. Los crí
menes violentos no caen del cielo o brotan de la profundidad
satánica del pecho de cada hombre. Generalmente son (con la
excepción importante de los «crímenes pasionales») cometi
dos por gente que ya ha dado advertencia clara de intento
criminal. Si una sociedad mantiene una política penal básica
mente retributiva con una delgada apariencia de ideología de
procesamiento ingenua, corre el riesgo de fracasar al identifi
car los factores cruciales en la situación de vida de alguien
que lo hacen dirigirse a un comportamiento criminal. Sin un
intento de identificar y lidiar con causas subyacentes, la con
ducta criminal es apta para escalar, hasta que finalmente la
paciencia de la sociedad quede exhausta y la cuadrilla de la
delincuencia sea encarcelada. Por estos tiempos, a menudo
se ha permitido que las cosas lleguen muy lejos, y el individuo
está firmemente ligado con el crimen como una forma de vida.
Esto no es sólo una súplica para un sistema de advertencia
temprana, porque esto permanecería sin efecto hasta tanto
no haya intento de entender el crimen comprensivamente. Un
esfuerzo tal no es probable que suceda, ya que las considera-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
ciones de los factores estructurales y culturales cuestionan
algunos aspectos fundamentales del orden social existente,
tal como la distribución de la riqueza y el poder, el acceso
desigual a una vivienda y el mercado laboral.
Entonces, la contestación a esa pregunta -¿qué debería
haberse hecho?- debe ser que montones de cosas diferentes
debieran haber sido hechas antes, y que cualquier pequeño
intento de cambiar la situación de vida completa de un indivi
duo es como fracasar. La acusación de que tal contestación
es utópica y fracasa para lidiar con el aquí y ahora no acierta
el punto. La reyerta aquí no es con una sentencia particular o
una política penal mezquina; es con la forma total en que el
crimen es instalado como problema, y las ideas de estabilidad
social, motivación humana y retribución legítima, que subyace
a la respuesta social al crimen. No podemos ofrecer una sen
tencia «correcta>> en el marco de un sistema penal que está
basado en una concepción completamente errónea del cri
men. Tal vez somos capaces de ofrecer una estrategia com
plicada de cambio estructural y cultural dispuesta a abrir, más
que a cerrar, las opciones biográficas, que podrían reducir la
recurrencia al crimen como solución cultural, pero tal meta
revolucionaria estaría fuera de lugar aquí, y confiamos en que
su contenido sería obvio dado lo que ha sido dicho. Lo que
podemos decir es que, en este caso, el fracaso continuo de
los modos dominantes de pensar, incluso para comenzar a
tratar de entender la naturaleza de este crimen, ha resultado
en sentencias que no resuelven nada, aun para los individuos
interesados o para aquellos que desean prevenir la repetición
de tal actividad. La sentencia de «detención» es realmente un
paradigma de respuesta social al crimen: evasiva, hipócrita y,
por último, salvaje.
o
ESTILO
John Clarke
La creación del estilo
1. Las clases trabajadoras y el esparcimiento
Los estilos subculturales a los que este volumen ha estado
fundamentalmente dedicado no están limitados a la esfera del
esparcimiento, pero es centralmente en este dominio donde se
han manifestado más visibles. Esto puede parecer obvio, pero
requiere de explicaciones. El esparcimiento es frecuentemente
representado como «tiempo libre», un área de «libres eleccio
nes». De hecho, el esparcimiento de las clases trabajadoras no
es ni libre ni carece de determinaciones estructurales y cultura
les. Sin embargo, hay un sentido en el cual el esparcimiento
representa (y ha representado históricamente, al menos desde
que las clases trabajadoras tomaron forma en la segunda mitad
del siglo xx) un área de relativa libertad. Podríamos argumentar
que esto se da fundamentalmente porque la estrecha disciplina
del trabajo, mantenida a través de la organización técnica y la
supervisión patronal, así como por la estructura física de tareas
y la coordinación de las mismas, no puede ser mantenida del
mismo modo fuera del ámbito del trabajo. Deriva también del
hecho de que la relación de las clases trabajadoras con el es
parcimiento está «disciplinada» por una relación económica. El
310
r Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
esparcimiento de las clases trabajadoras está limitado por el
monto de presupuesto semanal que puede ser destinado a la
recreación: pero las clases trabajadoras tienen el poder de dis
poner qué tanto dinero entregarán a los proveedores de servi
cios de esparcimiento, y por lo tanto tienen una relativa libertad
para elegir entre una variedad de alternativas. Esto es particu
larmente evidente en la relación con aquellos que proveen ser
vicios exclusivamente a clientes de las clases trabajadoras (pe
queños comerciantes, dueños de pubs y bares). Forster (1974),
en su estudio de Oldham a mediados del siglo x1x, refiere a este
poder de «comercio exclusivo»: la amenaza de detener el con
sumo fue usada para persuadir a los comerciantes que no vota
ron por los candidatos Radicales en las elecciones de 1837. En
adición a estos «derechos del consumidor» de los clientes de
las clases trabajadores por sobre unos servicios proveídos por
alguien más, están las instituciones de esparcimiento provistas
por las mismas clases trabajadoras -sociedades, clubes, aso
ciaciones-. Una instancia entre estas dos posiciones es el caso
del fútbol, el cual, a pesar de su financiación y estructura patro
nal no-trabajadora, ha sido, desde 1880, constituido masiva
mente por sus hinchas.
Esta «relativa libertad» en el esparcimiento ha sido comba
tida permanentemente: ha habido, de hecho, una interminable
lucha sobre el control en el ámbito del esparcimiento de las
clases trabajadoras. Las actividades dirigidas a controlar, dis
ciplinar y «mejorar» el esparcimiento de las clases trabajado
ras han sido constantes y esforzadas. Esta imposición ha to
mado diversas formas: el intento de suprimir el fútbol popular
a inicios del siglo x1x76; o el muy exitoso esfuerzo moderno
para «levantar el nivel» y «comercializar» los pubs de las cla
ses trabajadoras77; la extensión de reglamentaciones y accio-
76 Ver Malvin ( 1975). 77 Ver Hutt (1973).
311
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
nes voluntarias (por ejemplo, los servicios juveniles contem
poráneos o las cuasi-militares «brigadas juveniles») para darle
a las clases trabajadoras «algo constructivo que hacer». Estos
últimos intentos han sido limitados por la mano de obra nece
saria para monitorear el esparcimiento «ilegítimo» y la necesa
ria naturaleza voluntaria de los propósitos de esparcimiento
más constructivos.
Gran parte de la cultura de las clases trabajadoras, desde
mediados del siglo XIX, ha tomado forma en torno a la esfera
del esparcimiento -fútbol, pubs, clubes de hombres, activida
des en las calles, etc.-. Estas no son sólo instituciones o
siquiera valores expresados en actividades específicas, sino
formas de expresión de la experiencia de clase en su totali
dad. Los rigores del trabajo no se olvidan cuando comienzan
las indulgencias del entretenimiento. Pero la «relativa liber
tad» del esparcimiento ha permitido un desplazamiento de las
preocupaciones y valores centrales de estas clases, desarro
lladas en el trabajo, hacia las actividades simbólicas de la es
fera del esparcimiento. El ethos de la «masculinidad» en la
cultura del fútbol, por ejemplo, no puede ser entendido fuera
de las relaciones homólogas que tienen con el foco masculino
y la organización de la gran parte de la producción industrial:
un «hombre», como un jugador de fútbol, tiene que ser capaz
de «recibir algunos golpes y regresar aún por más» ... Una de
las cuestiones más complejas respecto del esparcimiento de
las clases trabajadoras y el deporte es entender completa
mente esta combinación simultánea de rechazos a, y repro
ducciones de, los ritmos del trabajo en las actividades aparen
temente libres del esparcimiento.
El foco en el esparcimiento de la juventud de clase trabaja
dora se vuelve plenamente comprensible cuando se lo ubica
en este marco. Como explicamos antes, esto es intensificado
por las actitudes de la clase trabajadora hacia la juventud,
especialmente hacia los muchachos, cuando la adolescencia
312
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
es considerada como tiempo de relativas indulgencias y liber
tades antes de que comiencen las responsabilidades adultas,
siendo, por lo tanto, un tiempo en el cual el esparcimiento es
preeminente. Esto, a su vez, fue altamente intensificado y
reconstituido por la expansión y la inversión, en la posguerra,
del «mercado de la juventud».
La posición privilegiada del esparcimiento como esfera de
la juventud de posguerra es clara. Pero ahora debemos consi
derar una diferencia cualitativa: el punto donde la juventud no
sólo desarrolla muchas de sus actividades e intereses en tor
no al esparcimiento, sino donde además emplea esta área para
la construcción de estilos culturales bien distintivos. El estilo,
argumentamos, no puede ser considerado aisladamente res
pecto de las estructuras de los grupos, respecto de sus posi
ciones, relaciones, prácticas y autoconciencia. Sin embargo,
aquí daremos atención privilegiada al «momento» de la crea
ción estilística. Este es el momento donde la visión de activi
dades, prácticas, se cristaliza en torno a formas expresivas
muy limitadas y coherentes. En lo que sigue, por lo tanto,
consideraremos la existencia de una subcultura como un he
cho, y pensaremos cómo esto dirige a los grupos hacia la
apropiación selectiva de objetos simbólicos del «campo de los
posibles» y cómo las relaciones y prácticas de los grupos se
vuelve entonces fijada en los términos en que estos «frag
mentos» son organizados en grupos estilísticos.
2. Generando el estilo
Al describir el proceso de la generac1on estilística hemos
hecho un uso parcial y un tanto ecléctico del concepto de bri
colage de Levi-Strauss -el reordenamiento y recontextualización
de objetos para comunicar nuevos significados, en el contexto
de un sistema total de significaciones, el cual incluye signifi-
313
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
cados previos y sedimentados adheridos a esos objetos utili
zados (Levi-Strauss, 1966; 1969)-. Juntos, objeto y signifi
cado constituyen un signo, y, en cualquier cultura, esos sig
nos son ensamblados, de modo regular, en formas de discur
so características. Sin embargo, cuando el bricoleur relocalizar
el objeto significante en una posición diferente dentro de ese
discurso, usando el mismo repertorio general de signos, o cuan
do el objeto es ubicado en un ensamblaje diferente, un nuevo
discurso es constituido, un nuevo mensaje es emitido.
La formulación de Levi-Strauss sobre la naturaleza precisa
del signo original, y la relación entre ese original y el nuevo
está adaptada, por supuesto, a las demandas analíticas de su
material primario -fundamentalmente de aquel derivado de
sociedades en pequeña escala donde las comunicaciones «ideo
lógicas» han sido institucionalizadas en la forma de mitos o
sistemas totémicos-. Allí, el mito es el discurso característi
co, y existe como tal porque se ha hecho tradicional y ha sido
aceptado por toda la sociedad. Nosotros, en cambio, estamos
considerando estilos «no-oficiales» recientes y actuales, en
los que la esencia estilística (si es que hay una) puede ser
localizada en la expresión de una oposición parcialmente ne
gociada a los valores de la sociedad mayoritaria78 •
Sin embargo, allí aún permanece una forma básica de dis
curso, a la que el bricoleur subcultural debe referirse si el
mensaje ha de ser comunicado. En este caso, el discurso es el
de la moda. Como el brico/eur de mitos de Levi-Strauss, el
practicante del bricolage subcultural está también determina
do por los significados existentes en un discurso -los objetos,
las «piezas» usadas para ensamblar un nuevo estilo subcultural
no sólo deben ya existir, sino que también deben cargar signi
ficados organizados en un sistema lo suficientemente cohe-
78 El contraste es particularmente notorio en relación con los sistemas totémicos, que ofrecen un marco de clasificación coherente y dominante a través de signos que rigen tanto para el mundo natural como para el social.
314
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
rente como para que su relocalización y redisposición puedan
ser una transformación. No hay cambio alguno si el nuevo
ensamblaje se ve exactamente como el previamente existen
te, o si carga el mismo mensaje.
Por otra parte, mientras los elementos de los brico/ages
míticos son fundamentalmente objetos naturales, naturalmente
disponibles para la contemplación, aquellos objetos adopta
dos por el brico/eur subcultural son físicamente apropiados
-usados y desgastados- y son mercancías, artículos produci
dos para mercados específicos. Esto es, su existencia pre
transformada era un hecho para otros grupos existentes, ma
yormente subsecciones de la clase dominante, que original
mente habrían comprado, usado y expresado sus propios esti
los de vida a través de estos objetos-signos.
El significado opositor de gran parte de los bricolages
subculturales -en tanto distinto del significado tradicional per
cibido por Levi-Strauss- no debe, sin embargo, confundirnos.
Dado que el capitalismo y el conflicto de clase son caracterís
ticos de nuestra sociedad -lo cual no se da en las sociedades
tribales-, los significados opositores deben ser considerados
a través de dos rutas de transformación, ninguna excluyente
de la otra. Los significados alternativos a aquellos preferidos
por la cultura dominante, generados en la experiencia y la
conciencia de un grupo social oprimido, pueden emerger en la
superficie, transformando así el discurso original. Esa trans
formación depende de la existencia de clases opuestas. O
bien la forma de las mercancías mismas puede generar nue
vos significados opuestos. Esas mercancías deben existir en
el mercado. Deben ser financiadas por los creadores de estilo
antes de ser usadas. En tanto han sido producidas (en otra
parte) para un mercado específico, ya cargan significados,
mensajes, implicando un acceso desigual a los bienes y acer
ca de estilos de vida valuados diferencialmente. Transforma
ciones y resignificaciones, para revaluar estilos de vida pre-
315 .
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
viamente descalificados o para expresar conflictos de clase,
pueden tener lugar debido a que mensajes de ese orden ya
habían sido «escritos» allí, en esos bienes: los objetos-signos
ya habían sido depositados sobre una sociedad dividida, a
pesar de lo mucho que sus significados preferidos intenten
enmascarar esta realidad.
La generación de estilos subculturales, entonces, implica
diferentes selecciones al interior de la matriz de lo existente.
Lo que ocurre no es la creación de objetos y significados de la
nada, sino más bien la transformación y reacomodación de lo
que está dado (y «concedido») en un diseño que actualiza un
nuevo significado, su traslación a un contexto nuevo y su
adaptación. Por ejemplo, el «look edwardiano» (una moda re
vivida por la clase alta y los estudiantes), apropiado por los
Teddy Boys, recombinado con elementos extraños, la corbata
de cordón [bootlace tie] y los brothel-creepers, emergieron
con un significado nuevo y previamente inusual. El texto de
Dick Hebdige sobre el estilo Mod (en la sección Etnografía)
describe una transformación aparentemente menos ajustada
a las resonancias de la oposición de clases y más fiel al modo
original, pero donde un sutil reordenamiento de los objetos
altera profundamente el significado del conjunto simbólico.
3. La semántica de la selección
Habiendo dicho esto acerca de la creación de estilo en ge
neral, necesitamos ahora plantear la cuestión acerca de por
qué un grupo particular adopta un conjunto particular de obje
tos simbólicos y no otros. El punto importante aquí es que el
grupo debe ser capaz de reconocerse a sí mismo en el poten
cial más o menos reprimido de ciertos objetos simbólicos. Esto
requiere que el objeto en cuestión deba tener la «posibilidad
objetiva» de reflejar los valores particulares e intereses del
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
grupo en cuestión como uno entre los que están en el rango
de los significados potenciales que puede sostener. También
requiere que la autoconciencia del grupo esté lo suficiente
mente desarrollada en sus miembros como para ser capaces
de reconocerse a sí mismos en el rango de objetos disponi
bles. Esta autoconciencia, tanto en términos de sus conteni
dos (su propia autoimagen, etc.) y en términos de su orienta
ción hacia objetos simbólicos, constituye los medios a través
de los que el estilo es generado. La selección de objetos a
través de la cual el estilo es generado es la materia de las
homologías entre la autoconciencia y los significados posibles
de los objetos disponibles. La descripción más neta de una
relación de homología tal entre objeto y grupo es quizás la
famosa descripción del Rack n' Roll como música para
«empernar y golpear» de los Teds (1972: 36).
Paul Willis (1972) ha argumentado que, aunque en un sen
tido formal el temprano Rack a' Roll y el «rock de la costa
oeste» tienen el potencial de cargar y expresar diferentes sig
nificados, hay una clara homología o conformidad entre el
intenso actívismo, corporalidad, externalización de conducta,
tabú sobre la introspección y el amor a la velocidad y a la
máquinas de los motoqueros y la temprana música Rack n'
Roll a la que estaban exclusivamente sujetos; así como hay
una homología entre la «desestructuración», la introspección
y la falta de afiliación grupal de los «híppies» y sus músicas
preferidas. Es el potencial objetrvo de la forma cultural (en
este caso, de la música) y su conformidad con la orientación
subjetiva del grupo el que facilita la apropiación de la primera
por el último, llevando (a veces) a una suerte de fusión estilís
tica entre objeto y grupo. Sin embargo, el estilo eventualmen
te producido es más que la simple amalgama entre elementos
-deriva su cualidad simbólica específica del arreglo de todos
los elementos juntos en una misma composición, corporizando
y expresando la autoconciencia del grupo-.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
4. Las bases de las diferencias est!1ísticas
Lo que también debe ser acentuado es lo específico de cada
estilo. Esto implica no sólo sensibilidad a las variaciones objeti
vas de cada estilo, en el sentido de los diferentes objetos con
los que cada uno está visiblemente compuesto, sino también a
los diferentes materiales y condiciones culturales bajo los cua
les los estilos son generados. De este modo, los aspectos sim
bólicos de un estilo particular están construidos a partir de una
matriz de inquietudes grupales, centrándose alrededor de un
conjunto particular de actividades, las que tienen lugar en un
conjunto característico de instituciones. Este nexo grupal espe
cífico está generado a partir de la red más amplia del contexto
material y cultural de la comunidad de la clase trabajadora, que,
tal como vimos en nuestra revisión teórica, es construida y
reconstruida tanto por, y en respuesta a, los principales movi
mientos de la sociedad como un todo a través de sus conse
cuencias particulares y locales. De este modo, los aspectos
simbólicos de las vestimentas del estilo Ted son sólo una parte
de la particular respuesta del grupo a la complejidad de su posi
ción social mediada. Para hacer una recapitulación más com
pleja del estilo deberíamos, en principio, analizar la posición
material y cultural del grupo en relación con sus experiencias
de reorganización social de posguerra en el sur de Londres.
Luego, deberíamos examinar la naturaleza general de las rela
ciones y autoconciencia del grupo, antes de finalmente consi
derar cómo estas están encarnadas en los objetos usados por
el grupo en la formación de los aspectos visibles del estilo. Este
análisis también debe tener en cuenta las relaciones entre los
objetos específicamente elegidos y los grupos, y cómo esos
objetos funcionan en la objetivación de la autoimagen del gru
po. (Un comentario sobre pasos posteriores en esta suerte de
análisis sobre los Teds puede ser encontrado en la contribución
de Tony Jefferson a la sección Etnografía.)
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
5. Estilo e identidad de grupo
Hasta aquí hemos tratado con el proceso interno en la selec
ción y apropiación de varios objetos simbólicos en la generación
del estilo. Ahora debemos ampliar ese foco para considerar las
funciones del estilo para el grupo en su relación con otros gru
pos. Hemos dicho que el estilo objetiva la imagen que el grupo
tiene de sí mismo. Ahora debemos acentuar que su (auto) iden
tidad es generada no simplemente a través del proceso interno
del grupo, sino en el desenvolvimiento del grupo en relación con
su situación -una situación que incluye, sin duda, grupos de
otros-. El proceso de formación de la identidad de un grupo se
debe en gran parte a reacciones «negativas» a otros grupos,
eventos, ideas, etc., así como a reacciones positivas hacia cier
tas direcciones específicas. Una de las funciones fundamentales
de un estilo subcultural distintivo es definir las fronteras de sus
miembros en contra de otros grupos. Esto es usualmente pensa
do en términos de oposiciones entre grupos juveniles (Mods con
tra Rockers, Skinheads contra Hippies y Greasers, etc.). Aunque
hay muchas cuestiones importantes para decir respecto de tal
dimensión de la diferencia en particular, el rango de grupos
involucrados es, al menos potencialmente, mucho más amplio
que la simple consideración de subculturas juveniles «opuestas».
Posiblemente, el mejor ejemplo del rango de grupos contra el que
la subcultura se define a sí misma es el repertorio tomado de The paint house, donde un rango de grupos es clasificado como per
teneciente a «El sistema gobernante», «La gente a nuestras es
paldas» o «traidores»; cada una de esas posiciones carga una
concepción particular de la relación de ese grupo con la imagen
de la comunidad local, que fue uno de los centros de organiza
ción primarios más importantes de la subcultura Skinhead. Esto
da una dimensión concreta tanto al sentido de comunidad -de
«territorio»- como al sentido de «opresión» experimentado por
los Skinheads. Identifica fuentes de ataque y opresión que los
319
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Skinheads experimentan, y también apunta a la «defensa» sim
bólica y colectiva que los Skinheads hacen de esa idea de comu
nidad. Este ejemplo plantea un nuevo punto respecto de la rela
ción de las subculturas con otros grupos -su reacción contra
ciertos grupos no se manifiesta necesariamente de forma prime
ra en los aspectos simbólicos del estilo (vestimentas, música,
etc.), sino que debe buscarse en todo el rango de actividades,
contextos y objetos que juntos constituyen el ensamble estilístico-.
De este modo, la reacción de los Skinheads contra los Hippies no
es únicamente manifestada en la oposición entre sus peinados y
sus vestimentas, sino en los maltrados físicos a los Hippies (a
veces bajo la apariencia de «ataques a maricones» o sus «inva
siones» en los conciertos gratuitos de Hyde Park). Similarmente,
su defensa de la comunidad aparece no sólo en una variedad de
fenómenos simbólicos (ropas de trabajo, eslóganes pintados, etc.),
sino, otra vez, en acciones físicas y violentas (ataques a
paquistaníes, batallas entre pandillas), así como en su
«reocupación» de las instituciones tradicionales del esparcimien
to de la clase trabajadora -pubs y canchas de fútbol-.
6. Consecuencias de la diferenciación estilística
Sin embargo, es también cierto que una parte significativa
del desarrollo de estilos particulares parece haber evolucionado
en relación con otro grupo subcultural específico. Los Mods y
los Rockers son el mejor caso de este desarrollo en oposición.
La investigación de Barker-Little de los injuriadores de Margate
da otro ejemplo de cómo dos grupos definen su propia imagen,
en parte, por referencia a sus diferencias con otros grupos:
Los Mods y los Rockers tienen una imagen positiva y negativa
de sí mismos: la positiva revela cómo se ven a sí mismos, la
negativa cómo ven a sus rivales. Ambos se ven a sí mismos
320
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
fundamentalmente en términos de vestimentas, ya sea el bien
conocido atuendo pulido de los mods, o las chaquetas de cue
ro y los jeans gastados de los rockers.
Las imágenes negativas son diferentes. Los Rockers ven a los
Mods como afeminados. «Pueden vestir polleras si les gustan,
siempre y cuando no me los confunda con una chica»; opinión
tolerante. Los Mods ven a los Rockers como descuidados y
sucios: «Pelos largos y grasientos, usan aceite para camiones.
Apestan a petróleo». ( 1 964: 1 21 )
Otros puntos similares se repiten en los comentarios sobre
los episodios entre los Mods y Rockers: los Mods ridiculizan la
imagen de los Rockers como cruda, masculina al sentido tra
dicional, y contraponen a ella su propia «onda» y sofistica
ción; los Rockers apuntan a lo «afeminado» en los estilos de
los Mods. Sin embargo, el análisis de Stan Cohen sobre las
reacciones sociales a los Mods y Rockers ( 1973) nos previene
sobre la importancia de no tener una visión demasiado simple
de esta creación de imágenes «en oposición». Cohen argu
menta que las disputas y peleas originales estaban basadas
en divisiones, no entre Mods contra Rockers, sino entre loca
les y aquellos provenientes de las afueras de Londres (aunque
parece posible que las membresías de Mods y Rockers bien
puedan haberse distribuido hasta cierto punto a través de esas
divisiones). Sin embargo, la cobertura mediática trató estas
«batallas» en términos -a lo West side story- de entre dos
«superpandillas», considerando su divisiones esencialmente
como una «batalla entre estilos». Murdock toma en cuenta las
consecuencias de esto:
No es sorprenden que esta imagen de polarización haya pene
trado en la propia imagen de sí de los miembros de los grupos,
con el resultado de que elementos del estilo que antes habían
sido neutrales se volvieron cuestiones de antagonismo y con-
321
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
flicto entre ellos. Este conflicto, a su vez, sirvió para confirmar
y ampliar la imagen mediática original. (1 974: 21 7)
El análisis de Cohen nos da dos advertencias generales: en
primer lugar, no reducir el largo y complejo proceso de desa
rrollo estilístico a un análisis demasiado estrecho, ignorando
así cómo ciertos aspectos son tomados o considerados con
un significado especial en momentos particulares y en rela
ción con eventos particulares. En segundo lugar, nos advierte
contra el hecho de ver el desarrollo del estilo como un proceso
interno al grupo una vez que ha sido puesto en movimiento.
Las relaciones externas y principios estructurantes que ubi
can al grupo en una situación específica no desaparecen una
vez que el estilo de grupo está formado, sino que continúan
como parte del ambiente determinado en el que el grupo se
mueve y actúa.
Finalmente, en esta sección debemos prestar cierta aten
ción a las consecuencias que la existencia del estilo tiene para
el grupo. La creación de un estilo distintivo no es sólo cues
tión de darle cuerpo a la propia imagen e identidad subcultural.
También desempeña la función de definir los límites del grupo
más nítidamente en relación tanto con sus miembros como
con quienes están fuera, una función que tiene consecuen
cias particulares para la continuidad de la existencia del gru
po. Por ejemplo, el análisis de Jefferson muestra cómo la crea
ción de un estilo Teddy Boy distintivo representa para el grupo
uno de los pocos medios a través del cual el grupo puede
lograr un estatus particular y ejercer cierto control. La conse
cuencia de esto fue hacer de la apariencia un tópico de espe
cial sensibilidad para sus miembros. Jefferson argumenta que
esto da cuenta de su sensibilidad y «exaltación» a los insultos
(reales o imaginarios) provenientes de otros. De otro modo,
las argumentaciones de Fletcher sobre el desarrollo de una
pandilla de Merseyside en torno a la música beat ( 1966) ilus-
322
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
tra cómo las cambiantes inquietudes del grupo, y su creciente
compromiso con la música como interés principal del grupo,
cambiaron las relaciones grupales (llevando a ciertos miem
bros a desertar), modificaron sus actividades recurrentes y
alteraron los tipos de contexto en torno a los cuales las activi
dades del grupo tomaban lugar regularmente. No menos im
portante es considerar que la génesis de un estilo distintivo
identifica a un grupo, pero también lo vuelve más vulnerable a
la intervención de varias formas de la reacción social. De este
modo, Rock y Cohen ( 1970) dan ejemplos de salones de baile
y cines impidiendo que cualquiera que vistiese ropas
eduardianas usase sus instalaciones; y el trabajo de Cohen
sobre los Mods ilustra cómo la policía vigilaba a los «Mods» (o
a cualquiera que se pareciese a la imagen pública de los mis
mos) y cómo los comerciantes y dueños de espacios de entre
tenimiento rechazaban a los jóvenes que se veían como Mods
o Rockers. Cuando se tomaron medidas policiales contra el
hooliganismo en el fútbol, a fines de los años sesenta, los
jóvenes que lucían como Skinheads estaban acostumbrados a
sufrir el hostigamiento policial, incluso siendo sus botas, bra
zaletes y cinturones quitados por la policía fuera de los esta
dios; y esto sumado a la rutina policial dentro de las canchas
de expulsar y arrestar a hinchas. Incluso tenemos cierta evi
dencia para sugerir que la policía ejerció presión en algunos
dueños de discotecas para que no admitiesen a jóvenes ne
gros vestidos de ciertos modos distintivos de los «Rudies»,
aun cuando las discotecas son bien conocidas por sus reper
torios Reggae y Soul.
En definitiva, la evolución de un estilo tiene consecuen
cias, tanto para el grupo como para el modo en que el grupo
es visto, definido y tratado por los otros. Los estilos
subculturales se han vuelto el principal modo en que los me
dios reportan o visualizan a los jóvenes. Los jueces, la policía
y los trabajadores sociales usan estereotipos basados en la
323
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
apariencia y la vestimenta para etiquetar grupos y relacionar
los con ciertos modos de comportamiento característicos.
Aspectos de la vestimenta, el estilo y la apariencia juegan, por
lo tanto, un rol crucial en la estigmatización de un grupo y, de
este modo, en la operación y escalada de la reacción social.
Aunque está más allá de nuestros objetivos en esta sección,
debemos tener en cuenta que tales reacciones generadas en
tre diferentes grupos por la existencia de un estilo identifica
ble han de tener consecuencias para la propia posición del
grupo en relación con el estilo que han desarrollado. Si esto
intensifica su compromiso hacia solidaridades de grupo más
grandes o desarrolla las mismas en un nuevo nivel, o si, final
mente, la reacción social es exitosa en disuadir a los miem
bros identificados de sus intenciones, es una cuestión empíri
ca que debe ser establecida más precisamente. Como sea, los
comentarios de Jefferson sobre los Teds sugieren que la reac
ción pública a su apropiación original de la indumentaria
eduardiana fue instrumental para el desarrollo de sus propias
acentuaciones distintivas y adaptaciones de la indumentaria
básica. Argumenta que la elección del uniforme fue inicial
mente «un intento de adquirir estatus (en tanto dichas ropas
eran originalmente de dandys de clase alta) que, siendo rápi
damente abortado por una dura reacción social, fue seguido
por un intento de crear un estilo propio ... >>.
324
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
MEDIACIONES Y LA GÉNESIS DEL ESTILO
RELACIONES REALES - a espaldas de todos
~ ...... ·esrRüCii)RAS •üEóiADAs;o·v·cuLtURA§ !eSCUELA TRABAJO: ~-······•·d• ..... ' ..................... i
1 "-.\ 1 ESTRUCTURAS ·siTUADAS" Y CULTURAS ..
1 '\ t . '1 :-~~-=E
1 \L·.\F~~s : -~~j=~-~~-~z~·~ \,_ ; GRUPO ' \ ! conciencialre4aciones propias
·--~.-~T~:::~:.-~.r---·'
\!.-.es-~~: -oBJETOS~
para apropiación
OCIO
DIFUSIÓN Y DIFUMINACIÓN DEL ESTILO
1. Difusión
La discusión sobre la difusión de estilos está expuesta a
varias trampas; imágenes demasiado fácilmente a la mano,
explicaciones demasiado generalizadas -aquellas basadas
exclusivamente en la publicidad mediática, o en la manipula
ción comercial, o en términos de contagio epidémico-. Lo
que queremos acentuar es, en primer lugar, la relativa aper
tura del proceso de apropiación estilística y, en segundo lu
gar, la parte significante jugada por las contradicciones inhe
rentes a los intentos, realizados en la cultura dominante, de
explotar estilos subculturales autóctonos. A cierto nivel, las
contradicciones son evidentes en el desarrollo comercial, entre
las demandas del mercado -novedad, rápido cambio de mo
das, vanguardia y discontinuidad- y las demandas de la pro
ducción, que busca la estandarización, la facilidad y conti
nuidad de la escala productiva. A otro nivel, la explotación
del estilo subcultural por la cultura dominante tiene en ella
misma dos aspectos opuestos: en el lado positivo, una pode
rosa inversión comercial en el mundo juvenil de la moda y las
tendencias, y, en el lado negativo, un uso persistente de
caracterizaciones de estilo como estereotipos convenientes
para identificar y, si se tiene éxito, aislar grupos dominante
mente observados como «anti-sociales». En esta última ma-
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
niobra, la «apertura» del proceso es particularmente crítica,
en tanto las caracterizaciones selectivas utilizadas (ej:
Mods =violencia/drogas; Hippies =drogas/inmoralidad;
Skinhead =violencia grosera) son ellas mismas simbolizacio
nes y están, por lo tanto, sujetas a potenciales discontinui
dades entre la «codificación» del mensaje y la «decodifica
ción» practicada por el receptor79•
Como un ejemplo del complejo proceso en marcha, pode
mos considerar entonces la difusión del estilo Skinhead, el
cual puede, primero, ilustrar los mecanismos de la difusión a
través del contacto cara a cara. Porque las partes en las
canchas de fútbol estaban ya bien «organizadas» antes de
que apareciera el estilo Skinhead, y porque los Skinheads se
posicionaron en el fútbol como en uno de sus mayores tea
tros sociales, encuentros frecuentes y amplios entre diferen
tes grupos ocurrieron en un marco estructurado. Aun cuan
do estos encuentros fueron breves y de naturaleza más o
menos violenta, el estilo pudo ser transmitido de sus proge
nitores a otros grupos que pudieron identificarse con él al
menos en ciertos significados comunes. Pero acá debemos
notar nuevamente cómo tales contactos producen una «apre
ciación» selectiva del estilo original por parte de aquellos
que lo toman y adaptan.
En segundo lugar, los medios noticiosos seleccionan aque
llos aspectos del estilo que se hacen públicos de acuerdo
con la percepción de su significado por la cultura dominante.
En el caso de los Skinheads, como en otros, la imagen es
presentada a la audiencia con connotaciones completamen
te negativas. Para aquellos que comparten la percepción cul
tural dominante, esa «Codificación» puede ser «decodificada»
sin deformaciones serias. Pero las lecturas «desviadas» pue
den ser realizadas por grupos de adolescentes ya involucrados
79 Aunque no podemos abarcar aquí toda la complejidad del proceso mediático, ver para referencia, entre otros, Hall (1973).
327
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
con el hooliganismo en los partidos de fútbol. De ese modo,
reportes mediáticos sobre grupos de constitución similar, pero
distinguidos por las ropas que visten y sus cortes de pelo,
puede proveer a los hinchas «sin estilo» los medios para la
entrada en un estilo subcultural completo. Sus propias es
tructuras de relevancia (fútbol/violencia/membresía) les per
miten interpretar nuevos conceptos sobre las pandillas de
Skinheads de un modo positivo, leyendo conexiones poten
ciales entre el estilo y sus propias actividades. Como sea,
estas conexiones potenciales están, y si permitimos una suer
te de «espacio cultural» donde los antes sin estilo puedan
retrabajar las presentaciones simbólicas ya doblemente defi
nidas (grupos Skinehads «originales» + cobertura mediática)
a sus propios estilos grupales de vida, podremos explicar
mejor las variaciones que aparecen entre versiones del estilo
ubicadas en diferentes geografías.
En ese ejemplo hemos considerado las representaciones
de los medios de noticias, así como el lado negativo de la
explotación del estilo subcultural por la cultura dominante.
Pero al menos un punto en tal análisis es igualmente relevan
te para la discusión de las formas de explotación positiva,
comercial y «recreativa». Donde los medios deshacen y dis
locan el estilo original a fin de constituir su propia (y despec
tiva) comunicación, deben de hecho ampliar el «espacio cul
tural» que permite el reprocesamiento selectivo y la reapro
piación del estilo por grupos geográficamente dispersos. Si
milarmente, las motivaciones del marketing puntualizan la
generalización y desarmamiento del estilo subcultural origi
nal; los elementos simbólicos pierden su relación primera e
integral con contenidos de vida específicos y se vuelven, de
este modo, abiertos a la variación en la estructuración de
sus reapropiaciones por otros grupos, cuyas actividades,
autoimágenes e intereses principales no son precisamente
los mismos.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Es necesario acentuar ese grado de restructuración «espon
tánea», fuera de los mecanismos comerciales, en tanto es fácil
mente oscurecida por manifestaciones paralelas creciendo de
las contradicciones entre las demandas de la producción y el
marketing. Para los intereses comerciales de gran escala, el
movimiento contrario de la estandarización económica de pro
ductos y novedades vendibles puede ser parcialmente alivianado
por la práctica de desarrollar una «fórmula» para una tendencia
particular y explotarla hasta la última venta -como, por ejem
plo, en la febril búsqueda, siguiente al suceso de los Beatles, de
tantos grupos como fuese posible con relaciones con Liverpool80-.
Pero la respuesta continúa dominada por las demandas de la
producción, y la estandarización de una tendencia se opone a
la necesidad marketinera de producir nuevas tendencias para
reemplazar a las antiguas. A pesar de valientes (y, en términos
financieros, poco provechosos) esfuerzos en esa dirección, la
industria de la música y la moda ha estado generalmente limita
da a trabajar sobre «variaciones de un mismo tema», y ha sido
con frecuencia muy fácil para las actuales variantes de un esti
lo, acordes a un complejo de actividades e interpretaciones
específicas, caer subsumidas bajo este proceso comercial.
Más aún, los mayores desarrollos comerciales en la Cultu
ra Juvenil se han derivado de innovaciones originadas fuera
del mundo comercial, al nivel de sus raíces. Para ser exitoso,
un ímpetu de esta clase debe desarrollarse a partir de inte
racciones y contextos locales y satisfacer «necesidades» lo
cales, antes de atraer involucramientos comerciales de gran
escala (ver como referencia el análisis de Herman sobre el
«Mersey Sound», 1971 ). Otra vez, hay una compleja serie
de paralelismos e interpenetraciones. En lo que respecta a
los intereses de la Industria Juvenil, los estilos existen como un
8° Considerar también los comentarios de Laing ( 1969) sobre los intentos de reproducir la imagen de Presley.
329
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
valor de cambio potencial en el mercado de la juventud sólo en
tanto puedan ser suficientemente generalizados como para cu
brir «necesidades» similares en una escala mayor. Pero no se
debe descuidar el rol que los propios jóvenes tienen en este pro
ceso de difusión. En cierta época, las compañías grabadoras
empleaban regularmente a jóvenes músicos de grupos desarma
dos para que ayudasen a definir, testear y, si fuese posible, anti
cipar nuevas tendencias musicales -e incluso a veces intentar,
infructuosamente, crearlas-. En vestimentas, modas o cosméti
cos, tanto como en la «manufactura» y comercialización de «looks
juveniles» específicos, los jóvenes emprendedores, en contacto
con sus mercados, han tenido un rol clave. Estos emprendimien
tos de moda, y desarrollos tales como los sellos menores de
grabación, han anticipado tendencias y explorado mercados, fre
cuentemente en pequeña escala y sobre la base de inversiones
relativamente bajas, antes de que las compañías de producción
masiva se ocupasen de estos terrenos.
La difusión de estilos juveniles desde las subculturas al mer
cado de la moda no es entonces un simple «proceso cultural»,
sino una verdadera red o infraestructura de nuevos tipos de
instituciones comerciales y económicas. Los negocios de dis
cos de pequeña escala, las compañías grabadoras, las boutiques
o las pequeñas empresas -estas versiones de capitalismo
artesanal, fenómeno bastante generalizado y poco específico
' sitúan la dialéctica de la «manipulación» comercial. Toda la
explosión a mediados de los años sesenta en torno al «Swinging
London» estuvo basada en la masiva difusión comercial de lo
que original y esencialmente fue el estilo Mod, mediado a tra
vés de estas redes y llegando finalmente a ser un fenómeno
cultural y comercial «masivo». La era de los Beatles es uno de
los ejemplos más dramáticos del modo en que un estilo en
principio subcultural fue transformado, a través de crecientes
organizaciones comerciales y expropiaciones a la moda, en un
estilo «de mercado» o «para consumidores».
330
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
2. Difuminación
Aparte de la continua posibilidad de redefinición y reapropia
ción cultural, dos procesos de masa son identificables. Uno es
contrario a la genuina reapropiación de base: la distensión de
un estilo particular a fin de hacerlo más ampliamente comercia
ble. El otro es la emergencia aliada de la idea de una Cultura
Juvenil generacionalmente específica. Ambos procesos inten
tan evadir las realidades concretas de clase.
Por «difuminación» entendemos que un estilo particular es
dislocado del contexto y grupo que lo generaron, y es tomado
haciendo énfasis en aquellos elementos que lo vuelven una
«propuesta comercial», especialmente su novedad. Desde la
perspectiva de la subcultura que lo ha generado, el estilo exis
te como un estilo de vida total; a través del nexo comercial, es
transformado en un nuevo estilo a ser consumido. Típicamen
te, los elementos más «aceptables» son acentuados, y otros
apaciguados. El comentario de Herman en Ready, Steady, Gol y el estilo Mod es un ejemplo perfecto de este proceso:
Reddy, Steady, Go! era un programa pop inmensamente popular,
en la línea del más antiguo 6.5 Special, con una audiencia en vivo
en el estudio y grupos haciendo la mímica de sus grabaciones. Era
parte de la vasta máquina publicitaria que aseguró beneficios a los
productores de artículos de estilo Mod. Cada miembro de la au
diencia recibía una cortés carta donde se le recordaba vestirse con
estilo, bailar lo mejor posible, no fumar y comportarse durante el
show como un ejemplo para la juventud británica ... Más que nada,
promocionaba tendencias ya existentes ... De hecho, más de una
vez RSG se manifestó a favor de cierto tipo de Mod castrado, sin
pastillas, sin trompadas; sólo el loo k. RSG fue uno de los muchos
lugares en los que los Mods fueron «restringidos por incorporacio
nes parciales»; los aspectos menos amables debían ser ignorados
si se les permitía a los Mods bailar frente a las cámaras. ( 1971 : 54)
331
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Los elementos simbólicos, principalmente la vestimenta y
la música, son separados del contexto de relaciones sociales,
mantenidos como los elementos más dóciles para «promocio
nar» la ampliación de las bases del mercado juvenil. Y la for
mulación comercial es precisamente la mayor dimensión don
de ha sido depositada la existencia de una única cultura
generacional. El mercado hacia el cual está dirigido el consu
mo de estilo es concebido como generacional -la identidad de
los objetos que se venden es definida por su «juventud»; no
se contempla en función de ninguna base de clase-. Este pro
ceso no es una conspiración de parte de los industriales y
vendedores, sino más bien una función «natural» del proceso
burgués de producción ideológica y mercantil. La producción
para un mercado específicamente juvenil fue planteada en la
imagen de una sociedad cada vez menos clasista; esta defini
ción fue específicamente encarnada en la idea de una «brecha
generacional» y en la creciente opulencia de los jóvenes. Es
tas definiciones mercantiles soportan todo un rango de proce
sos de «producción juvenil», intensificados por la naturaleza
«generalizadora» de la producción burguesa de mercancías
como un todo. Esto, a su vez, reforzó la evidencia de la exis
tencia de una Cultura Juvenil generalizada y generacional,
proveyéndola con los artefactos que parecían remarcar sus
diferencias con la Cultura Adulta. Los estilos comerciales, como
sea que hayan llegado, sirvieron para definir el cambiante con
tenido de la «cultura juvenil» independientemente de los esti
los de los diferentes grupos locales.
Los límites del estilo
Phil Cohen ha sugerido que las subculturas intentan una
«resolución mágica» de las contradicciones de clase (1972).
Queremos completar esta idea de «resolución mágica» consi-
332
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
derando los límites del estilo en el contexto de la relación
entre la cultura hegemónica y la subordinada. Por «resolución
mágica» entendemos no sólo un intento de arreglar los proble
mas que surgen de las contradicciones de clase, sino también
un intento de resolverlos que, fundamentalmente, no monta
sus soluciones en el terreno real en el que las mismas se ha
cen presentes, y que falla por lo tanto en postular una solu
ción alternativa y potencialmente contra-hegemónica. La he
gemonía es precisamente la dominación de aspectos mayores
de la sociedad a través del control de las mayores institucio
nes sociales y la formación de la cultura social a imagen y
semejanza de esa clase dominante. En esta dimensión, los
retos ofrecidos a dicha dominación son sólo parciales o secu
lares y son inmanentes y funcionales a lo que Gramsci llama
«las corporaciones».
En el caso de las subculturas de clase trabajadora, una
fuente general de sus limitaciones es la adopción intensifica
da de la parte de la problemática cultural de sus padres que ve
el esparcimiento como una arena de significativa «relativa li
bertad de clase». Planteando sus «soluciones» sólo en esta
arena, los movimientos subculturales hacen un intento «mági
co» de resolver las contradicciones que enfrentan, en tanto el
desplazamiento hacia el esparcimiento implica más bien la
supresión antes que la trascendencia de aquellas otras áreas
claves en las que se generan las contradicciones. Esta supre
sión toma la forma de una trascendencia puramente mágica
de las áreas del trabajo y la familia.
En el caso de los Mods, su intento para solucionar la opre
sión y mecanización experimentada en el trabajo fue disolver
lo en su explotación intensificada del tiempo de esparcimiento
y su «subversión» de las mercancías usadas en el entreteni
miento. El fracaso del estilo en generar una alternativa, tal
como insiste Hebdige, debe ser parcialmente entendido en
términos de sus propias contradicciones inherentes, así como
333
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas jtNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
en términos de fuerzas opuestas a él. Por ejemplo, la preocu
pación de los Mods por expresarse a sí mismos a través de
una imagen y un estilo los hizo susceptibles de ser incorpora
dos por el sector comercial y mediático precisamente en esos
términos, siendo una incorporación hecha desde la perspecti
va de la cultura dominante. Similarmente, su subversión de
las mercancías tomó lugar puramente en el punto de su con
sumo; la supresión de sus experiencias laborales en la bús
queda de un uso subversivo del tiempo de esparcimiento dejó
al modelo productivo, del cual -en última instancia- depende
la forma de las mercancías, completamente impoluto.
La reconstrucción de la imagen de la comunidad de clase
trabajadora por parte de los Skinheads fue esencialmente una
respuesta defensiva; pero, más importante, la afirmación sim
bólica del «territorio» ocultó el declive de las bases materiales
reales de la comunidad tradicional que estaban intentando re
crear. Ese nuevo trabajo sobre la comunidad fue llevado a
cabo únicamente en la arena del esparcimiento y careció de
las relaciones que, en su forma real, conectan al mundo de la
comunidad con el mundo del trabajo. Los límites impuestos
por una solución puramente basada en el esparcimiento pue
den llevar a la propia disolución de la subcultura. Phil Cohen
comenta esto:
La subcultura representa los puntos más débiles en la cadena
de la socialización, entre el nexo familia/escuela, y la integra
ción en el proceso laboral que marca el reanudamiento de la
cultura parental para la próxima generación ( 1972: 25-26).
Son precisamente estos puntos débiles que hemos plan
teado los que permiten al esparcimiento ser experimentado
por las clases trabajadoras juveniles como el área dominante
de la vida, y los que permiten el «espacio» para la forma en la
que el esparcimiento es experimentado y desarrollado -la
334
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
subcultura-. Para ilustrar la naturaleza transitoria de estos
puntos débiles, hemos elegido un aspecto particular del estilo
Skinhead. Uno de los aspectos de este estilo de vida subcultural
fue el énfasis en las imágenes tradicionales del comportamiento
masculino, y una de las formas que tomó esta imagen fue la
de un «chauvinismo colectivo» hacia las chicas en torno a la
subcultura. Estas chicas, pertenecientes al mundo colectivo
del grupo, estaban «disponibles» para experimentaciones
sexuales individuales o colectivas, y eran conocidas como «fá
ciles» o «busconas» -distinguiéndolas de las «chicas bue
nas»81-. Este chauvinismo colectivo sólo puede ser manteni
do en tanto la arena del esparcimiento y la forma subcultural
asociada a ella son el foco dominante en la vida de los miem
bros. Una relación estable con una chica buena implicaba una
ruptura con las rutinas colectivas de la vida grupal, un movi
miento hacia una forma de sexualidad más individual. Los dos
procesos son mutuamente excluyentes, demandando el com
promiso de recursos escasos (tiempo y dinero) en direcciones
diferentes. Consecuentemente, con la mira en patrones de
noviazgo individuales, la vida grupal y su involucramiento con
ella declina, la alternativa subcultural se disuelve a través de
sus fallas para mantener una alternativa viable a los términos
dominantes de la sexualidad a largo plazo.
La subcultura que fetichiza el esparcimiento es viable sólo
en tanto los parámetros colectivos de esparcimiento puedan
ser mantenidos como predominantes contra otras áreas. Cuan
do las demandas laborales o familiares llegan para asumir sig
nificaciones mayores, el estilo de esparcimiento colectivo, pre
cisamente porque no provee soluciones alternativas en estas
áreas, se disuelve.
81 Acerca de esta distinción entre los Skinheads, ver Daniel y Maguire, comp. (1972: 35-36; 52-53). Sin embargo, la división no atañe sólo a los Skinheads; ver, por ejemplo, Willmott (1969) y Parker (1974).
335
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Estos límites de las subculturas de clase trabajadora pue
den quizás ser mostrados en comparación con las carreras
relativamente largas de la subcultura de clase media de los
Hippies. Esto parte del hecho de que, aunque ahí también el
esparcimiento aparece como el foco principal de atención, hay
también intentos (aunque limitados) de generar estrategias
alternativas para el trabajo, la producción y la sexualidad. Esto
no implica decir que la subcultura Hippie no tenga sus propias
contradicciones y limitaciones82 : sólo que sus intentos de crear
alternativas sobre un rango más amplio de áreas de la vida le
ha dado mayor viabilidad como forma cultural alternativa.
Escrito en colaboración con SH, T J, RP, BR.
82 Para análisis sobre los Hippies en estos términos, ver Young (1973).
,, 1
CONCIENCIA DE CLASE Y CONCIENCIA DE GENERACIÓN
Graham Murdock y Robín McCron
Juventud vs. Clase: el espectro del socialismo
Nuestras imágenes modernas de la juventud y la adolescen
cia fueron esencialmente las creaciones de la clase media
victoriana. Aunque la mayoría de los elementos esenciales han
estado en existencia mucho antes de ella, no fue sino hasta
1850 que empezaron a converger alrededor de temas familiares
como la separación y la dependencia. Al igual que con muchos
otros segmentos de la ideología victoriana, el ethos emergente
de la juventud fue forjado en las «nuevas» escuelas públicas y
publicitado en la avalancha de magazines y novelas que seguían
al exitoso lanzamiento de Boys' Own Magazine en 1855, y la
aparición de Tom Brown's Schooldays un año después. Al prin
cipio, esta nueva definición de juventud estuvo confinada a los
niños de las clases medias. Sin embargo, en las décadas sucesi
vas, fue despojada en forma creciente de su base social original
y generalizada en una descripción de una etapa universal de la
maduración individual, de modo que en vísperas del cambio de
siglo las normas sociales de la clase media se habían consagrado
per se los atributos «naturales» de la juventud83• Desde el exte
rior, esta imagen de la juventud traía una carga cultural peculiar-
83 La «democratización» de la adolescencia es iluminadamente analizada en el Capítulo 3 de John R. Gillis (1974).
337
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jlNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
mente poderosa y estuvo íntimamente amarrada con las espe
ranzas y miedos de una lucha de clase media por sujetar lo suyo
contra amenazas en el hogar y en el extranjero.
El crecimiento del poder naval germano estuvo extensamente
visto como una seria amenaza para las posesiones imperiales bri
tánicas y las rutas oceánicas que dependían de su seguridad, pero
la desastrosa Guerra Sudafricana que se había revelado por la
pobre condición física de las tropas y la ineficiencia del comando
militar había hecho poco para consolidar la confianza en la habili
dad británica de mantener el Imperio unido. En esta situación, el
patriotismo y la elevación del «Interés Nacional» por sobre los
reclamos de clase estaban en apremio. Al mismo tiempo, la in
fluencia creciente del socialismo y la fuerza cada vez mayor del
trabajo organizado en las esferas industrial y política prometían
una intensificación más que una disminución del conflicto de clase
en el país. Por consiguiente, la burguesía británica se sintió ame
nazada en dos frentes: por el enemigo germano afuera y el enemi
go socialista adentro. Consecuentemente, la cuestión de cemen
tar la unidad nacional era vista más o menos como un sinónimo
del problema para contener la militancia de la clase trabajadora.
Con la extensión de las franquicias en 1867 y 1884, el pivote
de contención se había corrido de la coerción hacia la ideología.
En orden de preservar la imagen del Estado como una democra
cia liberal, gobernada por la libertad de elección, las estrategias
de incorporación se vieron obligadas a proceder fundamental
mente a través del incentivo y la persuasión más que por medio
de la coerción y la fuerza. Sin embargo, la represión no fue des
cartada completamente. Durante las huelgas de 1893, por ejem
plo, los mineros recibieron disparos en Featherstone84 y las lan-
84 N. del T.: Masacre de Featherstone (7 de septiembre de 1893). En 1893, la pequeña ciudad de Featherstone fue la escena de una trágica confrontación entre el dueño local de la mina, apoyado por las tropas, y una muchedumbre de mineros. Descrito a veces como «disturbio», «alboroto» o aun «masacre», fue un acontecimiento que sería recordado por largo tiempo en las comunidades mineras.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
chas cañoneras aparecían de las dársenas del río Hull; un pa
trón que se repetiría en 1 911, con los disparos sin ton ni son
desde cañoneros amarrados en el Río Mersey. Sin embargo,
estas apariciones públicas de la fuerza de Estado eran las ex
cepciones más que la regla. Más importante fue la penetrante y
continua lucha por establecer la hegemonía de la ideología do
minante, una lucha cuyos intentos por capturar los corazones y
mentes de la generación naciente jugaron un rol clave. Desde el
principio, la pregunta por la juventud y su conciencia estuvo
inextricablemente amarrada a la cuestión de la conciencia de
clase y el conflicto de clase.
La lucha por la hegemonía sobre la juventud se centró en el
sistema escolar de subvención estatal establecido a comienzos
de la década de 1870. Pero durante un tiempo considerable el
alcance de la escolarización fue decididamente limitado. Hasta
1918, cuando la edad de escolaridad obligatoria llegó a los 14
años, una sección considerable de los adolescentes de clase
trabajadora dejó sus estudios antes de esa edad, evadiendo de
ese modo la influencia escolar que los comentaristas vinieron a
considerar un escenario decisivo en su desarrollo mental y mo
ral. Fue en un amplio esfuerzo por alcanzar a estos «prófugos»
que las agencias se abocaron a penetrar y organizar el esparci
miento de los adolescentes de clase trabajadora. Incluyeron la
Brigada de los Chicos, la Brigada de las Señoritas de la Iglesia,
la Asociación Cristiana de Jóvenes85 y, la más influyente de
todas, los Boy Scouts de Baden Powell86•
85 N. del T.: Boy's Brigade, Church Lads' Brigade, YMCA (Young Men's Christian Association). 86 N. del T.: el scoutismo comenzó en 1907, cuando Robert Baden-Powell, teniente general en la Armada Británica, montó el primer campamento de scoutismo en la Isla Brownsea en lnlgaterra. Baden-Powell escribió los principios del scoutismo en Scoutismo for Boys (Londres, 1908), basado en sus libros militares antiores, con influencia y apoyo de Frederick Russell Burnham (Jefe de Scouts en África Británica), Seton de los Indios Woodcraft, Smith de la Brigada de los Chicos, y su editor Pearson.
339
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Detrás de las preocupaciones por la salud, la limpieza y la
abstinencia con las que el scoutismo es usualmente asocia
do, residía una preocupación sobrecontrolada con la necesi
dad de promover la unidad de clase en los intereses de la
defensa nacional e imperial. Como lo dijo Baden Powell en su
manual best seller de 1908, Scoutismo For Boys:
Si un enemigo fuerte quiere nuestro comercio rico y nuestros
Dominios, y nos ve divididos unos contra otros, se abalanzará
y los conquistará. Para eso ustedes comienzan, como chicos,
no a pensar en otras clases de chicos para que sean sus ene
migos. Recuerden, ricos o pobres, desde un castillo o una po
cilga, son todos británicos en primer lugar, y deben mantener
alto a Gran Bretaña contra los enemigos externos. ( 1930: 280).
Estas exhortaciones al patriotismo y la unidad nacional
fueron acompañadas con ataques sobre el socialismo. «Mu
cha gente)), argüía 8aden Powell, «se deja llevar por algún
político nuevo con alguna idea extremista ... Las ideas
extremistas rara vez son buenas ... Más ahorro en lugar de
un cambio de gobierno traerá dinero para todos. Y un Impe
rio fuerte y unido nos dará poder, paz y prosperidad tal como
ningún sueño socialista podrá dar)) (citado en Wilkinson, 1969:
11). Aunque los Scouts eran sin duda la más grande organi
zación de la Juventud Eduardiana, el movimiento extrajo la
mayoría de sus miembros de las clases media y media baja,
y nunca se dirigió a capturar una base amplia de apoyo entre
la juventud de clase trabajadora. No obstante, hay pocas
dudas de que el ethos encarnado en el scoutismo y publicitado
en magazines y cómics para la juventud permearon el pensa
miento popular y ayudaron a crear «esa atmósfera de patrio
tismo sostenido entre la juventud sumida al voluntarismo
masivo en el estallido de la guerra en Agosto de 1914»
(Springhall, 1971: 1 51). Sin embargo, luego del armisticio
340
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
hubo un recrudecimiento de antimilitarismo al que Baden
Powell rápidamente se acomodó. Por consiguiente, en su
libro Scoutismo Towards Reconstruction de 1918, la tensión
temprana sobre la defensa imperial fue reemplazada por lla
mados a la cooperación y la hermandad internacional. Sin
embargo, al mismo tiempo, el éxito de la Revolución Rusa
revivió los espectros mellizos del socialismo y la lucha de
clases y guió a Baden Powell a renovar su llamamiento a la
juventud para unirse contra la insinuación del Bolchevismo:
Hay hombres que, a través de sus oradores y su literatura,
predican el odio entre clases y quieren dar por tierra con todo ...
Es sencillamente disparatado el Bolchevismo tanto cuanto po
dría traer no simplemente la caída de los capitalistas, sino la
ruina de la gran masa de ciudadanos tranquilos y bien encami
nados y de los asalariados. (citado en Wilkinson, 1969: 16)
Si las imágenes emergentes de la juventud estuvieron
permeadas con temores del socialismo y el conflicto de cla
se, también cargaron las propias dudas de las clases medias
sobre el estado presente del capitalismo. Estas insegurida
des fueron codificadas e investidas con el sello de la ciencia
en el texto seminal de 1904 de Stanley Hall, Adolescencia.
De acuerdo con Hall, la maduración del individuo recapitulaba
el desarrollo de la raza y la transición de la infancia a la
madurez en correspondencia con el salto de la barbarie a la
civilización. Por consiguiente, el futuro de la civilización gira
ba sobre lo que sucedía durante la etapa intermedia crucial
de la adolescencia. La condición de la juventud de ahí en
más proveyó un criterio contra el cual el progreso o la deca
dencia de la sociedad capitalista podían ser medidos. «Sólo
aquí», argüía Hall, «podemos esperar encontrar normas ver
daderas contra las tendencias de la civilización en general»
(1905: viii). Hacia donde Hall se dirigía otros rápidamente
341
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jLNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
siguieron y construyeron una imagen de la juventud como
una fuerza de regeneración y renovación, portando la antorcha
de idealismo y espiritualismo en medio de la penumbra rondante
de materialismo desenfrenado. Aquí, por ejemplo, está la emi
nente reformadora social, Jane Addams, en un completo vuelo
lírico en 1909:
¿ ... estamos tan bajo la influencia del Zeitgesif87 que sólo po
demos detectar valores comerciales en los jóvenes al igual que
en los mayores? Es como si nuestros ojos estuviesen amarra
dos a la belleza mística, a la alegría redentora que los jóvenes
deberían suministrar a nuestras dignas ciudades.
Debemos escuchar las voces jóvenes en claro levantamiento
por encima del rugido del industrialismo y de los prudentes
consejos de comercio, o debemos hipnotizarnos por el énfasis
repentino y nuevo ubicado sobre la riqueza y el poder, y olvi
dar la supremacía de fuerzas espirituales en los asuntos de los
hombres. (1972: 9, 161)
Esta imagen de la juventud como una fuerza regenerativa
obtuvo renovado poder del entusiasmo de reconstrucción que
siguió al armisticio de 1918. La juventud, se sentía, traería
una revolución sin sangre que aboliría las desigualdades de
clase y la explotación sin guerra de clases y sin socialismo.
Como lo sostuvo el editorial de un diario de 1919:
Esta revolución social que estamos emprendiendo no es una
cuestión de clases. Tiene raíces más profundas. Es la subleva
ción de la Juventud contra lo Viejo ... Las víctimas serán aque
llos que no han tenido la visión ... hombres ricos que sujetan
amplios acres, mujeres arrogantes que destilan perfumes exóti-
87 N. del T.: expresión germana que significa «espíritu de la época», literalmente traducida como tiempo (Zeit), espíritu (Geist).
342
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cos del sudor y trabajo duro de las masas que desdeñan,
especuladores vulgares con bolsillos hinchados y barrigas hin
chadas ... los medio educados, intoxicados agitadores que pre
sumen organizar y conducir a los trabajadores manuales ... 88
Esta corriente de retórica popular encontró su expresión
académica en una teoría conservacionista de historia de la
cual Ortega y Gasset fue su principal exponente.
Si la Revolución Rusa había triunfado, el intento de Alema
nia había fracasado; un fracaso que en la visión de Ortega
marcó el «ocaso de la revolución» en Europa y la muerte del
materialismo histórico como una teoría plausible de cambio
social. «Los cambios de carácter industrial o político son su
perficiales», argumentaba, y dependen esencialmente del com
plejo de ideas encajadas en la «sensibilidad vital» de la época.
Más aun, argumentaba, estos «cambios en la sensibilidad
vital que son decisivos en la historia» aparecen bajo la forma
de una generación, con el resultado de que «La Generación>>
es «la concepción más importante de la historia» y «el pivote
responsable para el movimiento de la evolución histórica»
( 1931: 15). En el esquema de Ortega, entonces, la juventud
reemplazaba al proletariado como el sujeto primario de la his
toria y la sucesión generacional sustituía la lucha de clases
como el motor principal del cambio. Excepto por presunciones
vagas de «capacidad orgánica», Ortega nunca se direccionó a
sí mismo hacia la pregunta vital de cuán exactamente los gru
pos de edad desarrollaban una conciencia común y empeza
ban a actuar como una fuerza histórica coherente, y fue deja
da a Karl Manheim la tarea de retomar esta cuestión en su
celebrado escrito de 1927, El problema de las Generaciones.
88 «Collum», «The New England: Social Transformation to be led by Young Men Back from he War», Daily Chronicle (16 de junio de 1919: 4).
343
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Generaciones, Clases y los Sociólogos: el debate oculto
Para Manheim, la conciencia generacional tuvo sus orígenes
en las actitudes y respuestas desarrolladas por «grupos concre
tos» entretejidas en el curso de respuestas hacia su situación
social compartida. Sin embargo, una vez formadas «estas acti
tudes y tendencias formativas son», argumenta, «capaces de
ser distanciadas de sus grupos concretos de origen y de ejerci
tar una fuerza atractiva y vinculante» sobre los miembros de las
generaciones en situaciones sociales similares que «encuen
tran en ellos la expresión satisfactoria de su posición» (1952:
307). Como resultado, argumenta Manheim, allí se desarrolla
entre estas «unidades generacionales» de coetáneos
similarmente posicionados «una identidad de respuestas, una
cierta afinidad en la forma en la que todo se mueve y son for
mados por sus experiencias comunes» -en síntesis, una con
ciencia compartida (!bid.: 306). Una vez cristalizada, esta con
ciencia de «Unidad generacional» puede ampliar su base toda
vía más y formar el núcleo de un nuevo «estilo generacional»
separado de, y quizás opuesto a, el estilo dominante de la ge
neración adulta. El modelo que Manheim tenía en mente aquí
era el movimiento Wandervogel que se originó en 1901 entre
un pequeño grupo de adolescentes de Berlín y que rápidamente
obtuvo el apoyo de incontables jóvenes alemanes de clase media
en los años anteriores a 1914. Pero si el Wandervogelen ilus
traba la tesis de Manheim, también indicaba sus limitaciones.
En particular, el hecho de que el movimiento había tenido poco
impacto en la juventud de la clase trabajadora, planteando la
cuestión crucial de la relación entre conciencia generacional y
conciencia de clase. Manheim reconoció tácitamente esto como
un problema y calificó su tesis señalando que «dentro de cada
generación puede existir un número de unidades generacionales
diferenciadas, antagonistas» (!bid.). Sin embargo, al mismo tiem
po, las bases de estas diferenciaciones y antagonismos no se
344
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
hicieron explícitas y la relación entre edad y clase fue conse
cuentemente dejada sin explorar. No obstante, la formulación
de Manheim al menos fue más allá del sentido liviano con el
que «generación» había sido empleado hasta ese momento, y
comenzó a especificar los niveles necesarios de análisis. Des
afortunadamente, estas distinciones cuidadosas fueron ignora
das en su mayoría por escritores posteriores.
El ensayo de Manheim no fue traducido hasta comienzos de
los cincuenta, y por eso durante veinte años continuó siendo
virtualmente desconocido entre los sociólogos británicos y ame
ricanos, e incluso, cuando finalmente fue publicado, pasó larga
mente inadvertido. El problema que formuló, sin embargo, no fue
abandonado. Al contrario, desde mediados de los veinte en ade
lante, sociólogos de ambos lados del Atlántico se preocuparon
cada vez más por la cuestión de la conciencia generacional y su
relación con el cambio social. Esta literatura sociológica emer
gente tendía por dentro más que en contra de las definiciones de
la situación establecidas por los comentaristas populares en ju
ventud. Pero había una diferencia significativa. Mientras que la
mayoría de los escritores tempranos no habían ocultado el hecho
de que veían la cuestión de la juventud y su conciencia amarrada
al asunto más amplio de la estratificación social y la lucha de
clases, el acoplamiento creciente de los sociólogos a las nocio
nes de metodología «científica» y libertad de prejuicios los llevó
a disimular o devaluar la dimensión política de su trabajo. El de
bate con el fantasma de Marx y con el espectro más sustancial
del socialismo organizado por supuesto que continuó, pero fue
conducido subrepticiamente. Por consiguiente, en muchos de
los trabajos sociológicos dominantes en juventud, hasta las re
cientes comparaciones, la nocjón de clase ha sido evacuada en
conjunto o tratada como relativamente poco importante89•
89 El ~ugar problemático de «clase» en los trabajos dominantes británicos y americanos en juventud es discutido más acabadamente en Graham Murdock, en imprenta.
~45
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
En el mismo año que el ensayo de Manheim se publicó en
Alemania, Estados Unidos vio la publicación del influyente
libro de Frederic Thrasher, The Gang (1927), donde el autor
argüía que los adolescentes del centro de Chicago habían
reaccionado a la desorganización social de los barrios pobres
creando una red de pandillas separadas e independientes,
sostenida por una cultura distintiva. Allí, las pandillas opera
ban en una especie de «tierra de nadie» social que comenza
ba en el punto donde las instituciones convencionales ha
bían fracasado. Cuando cayó Wall Street y comenzó la De
presión dos años después, había un sentimiento general de
que la desorganización social había desbordado los subur
bios y se había extendido y tornado endémica. Por lo tanto,
fue apenas sorpresivo que los sociólogos empezaran a ver la
ruptura de las relaciones generacionales y el desarrollo de
grupos culturales autónomos de coetáneos como caracterís
ticos no sólo de la vida de los barrios pobres, sino del estado
general de la nación. Pero fue dejado a Parsons en 1942
sugerir que estos grupos culturales de coetáneos en vías de
desarrollo eran de hecho expresiones localizadas de una con
ciencia generacional sustentada más ampliamente, que se
estaba cristalizando alrededor de una «cultura juvenil» dis
tintiva centrada en el consumo hedonístico. La «cultura juve
nil» de Parsons era la cultura de una generación que consu
mía sin producir -una generación cuyo confinamiento pro
longado en instituciones educativas de edad específica era
visto como un elemento excluyente, no sólo del sistema pro
ductivo, sino también de las relaciones de clase arraigadas
en ese sistema-. Este énfasis en la centralidad creciente de
las divisiones de edad y la correspondiente irrelevancia de
las desigualdades de clase, asociado con el hincapié en el
consumo y el esparcimiento como los pivotes de la concien
cia juvenil, estaba destinado a dominar la sociología de la
juventud en las tres décadas siguientes.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Después de 1945, estos temas fueron amplificados y re
cargados por la extendida suposición de que en el período de
posguerra el eje de las sociedades del capitalismo avanzado
se estaba moviendo del trabajo al esparcimiento, y que las
nuevas relaciones de consumo estaban reemplazando rápida
mente a las viejas relaciones de producción en el centro de la
vida social.
El bien publicitado aumento de la «cultura juvenil», arraiga
do en los estilos de esparcimiento, patrocinados por la indus
tria burguesa del entretenimiento orientado al joven, tipificaba
este cambio perfectamente. Donde los clubes para jóvenes y
los Scouts habían fracasado, los Beatles y Mary Quant apare
cieron para sucederlos. La generación naciente estaba en pro
ceso de trascender las clases mientras preservaba el capitalis
mo. Una igualdad nominal de acceso a los nuevos estilos de
esparcimiento parecía estar cancelando los últimos vestigios
restantes de las desigualdades de clase en las oportunidades
de vida. La juventud de la posguerra, los herederos de la pros
peridad, aparecieron entonces como la vanguardia de la «so
ciedad del esparcimiento» venidera, en cuya estela marchaba
la «nueva» clase trabajadora con sus equipos de televisión y
sus botellas de Beaujolais. Era la vieja visión de renovación sin
revolución, engalanada en el imaginario de la publicidad.
Aunque descategorizada, la clase no desapareció comple
tamente de los análisis de la juventud. Al contrario, estudios
tanto del sistema escolar como de comportamientos desvia
dos repetidamente demostraban las formas en que las opcio
nes de vida y los estilos de vida de los adolescentes de clase
trabajadora estaban estructurados por la posición de clase.
Sin embargo, al mismo tiempo, los aspectos de la desigualdad
educacional y la delincuencia juvenil eran definidos cada vez
más como «problemas» individuales y autónomos, que po
drían ser completa y adecuadamente entendidos y tratados
por investigación especializada y reformas terapéuticas. Con-
347
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
secuentemente, las implicaciones más amplias de estos estu
dios fueron dejadas en gran parte inexploradas, y la escritura
imperante en juventud permaneció firmemente casada al mito
del desclasamiento.
La visión de la juventud como la vanguardia del cambio
social alcanzó su cenit con la emergencia de la «contracultura»
a finales de los sesenta. Este desarrollo tomó a la mayoría de
los comentaristas casi completamente por sorpresa, y, en
ausencia de un análisis coherente de clase, la mayoría giró
hacia teorías idealistas. El libro de Charles Reich, The Greening
of America, un best seller en ambos lados del atlántico,
tipificaba el tren dominante del argumento:
Antes siempre los jóvenes se sentían más amarrados a sus
situaciones inmediatas que a una «generación». Pero ahora
una cultura entera, incluyendo música, ropas y drogas, empe
zó a distinguir a la juventud. Al hacerlo, el mensaje de concien
cia fue con ella.
La conciencia es capaz de cambiar y de destruir el Estado Cor
porativo, sin violencia, sin tomar el poder político, sin derrocar
a ninguno de los grupos existentes ... ( 1972: 189, 253).
Al parecer, la juventud estaba en el proceso de volverse
una generación «en sí misma» con estilo y conciencia distinti
va, y los Hippies aparecieron como una guardia de avanzada,
«ensayando in vivo posibles soluciones culturales a los pro
blemas centrales de la vida planteados por la sociedad emer
gente del futuro» -una sociedad de prosperidad y esparci
miento (Davis, 1970: 330)-.
El final de los sesenta marcó un punto de quiebre, pero el
movimiento significativo no fue un avance hacia la abundan
cia, sino un retorno a la austeridad. Mientras la situación
económica de las sociedades del capitalismo avanzado em
peoraba, se volvió cada vez más aparente que los conflictos
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
clave del futuro no serían contestaciones entre generaciones
sobre modos de conciencia y estilo cultural, sino luchas entre
clases y facciones de clase sobre recursos y opciones básicas
de vida. Pero no era simplemente cuestión de quitarle el polvo
a viejas teorías. La complejidad de los cambios sociales que
habían tenido lugar con la guerra quizá no había disuelto la
estructura de clases, pero ciertamente había alterado muchas
de las formas en que la gente la experimentaba y sobrelleva
ba. Consecuentemente, los sociólogos que reconocían la
centralidad de la clase se vieron enfrentados con el problema
de desarrollar un análisis lo suficientemente sensitivo para
sobrellevar las complejidades de la situación contemporánea.
Esto nos remite a nuestra tarea básica.
La juventud presenta un problema particularmente dificulto
so para analizar. El período de posguerra ha visto la
institucionalización final de la adolescencia a través del estable
cimiento de la escolaridad secundaria universal y la emergencia
de un completo complejo de instalaciones de esparcimiento y
entretenimiento apuntados específicamente a la juventud. Es
tas agencias no han alejado a los adolescentes del sistema de
clases como sostuvieron los teóricos de la «cultura juvenil»,
pero han ubicado a la juventud en una relación especial con ese
sistema. Así, la edad se ha vuelto una mediación cada vez más
importante de la clase (especialmente para las mujeres),
estructurando tanto las formas de la experiencia de clase como
las maneras en que estas experiencias son atravesadas. Al mis
mo tiempo, las ideologías que apuntalan las nuevas institucio
nes de la juventud -ideologías de oportunidades equitativas, de
soberanía del consumidor y, sobre todo, de la adolescencia
como un período especial y de importancia sin igual- continua
ban disimulando la centralidad de las desigualdades de clase y
enfatizando la primacía de las divisiones etarias. Por consiguiente,
la retórica de la separación generacional y la igualdad entre
jóvenes se mantuvo muy disponible, ofreciendo un marco apre-
349
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
miante para los entendimientos de sentido común sobre la es
tructura y el cambio social. Como resultado, la edad es impor
tante, no sólo como una mediación de la experiencia de clase,
sino además como una mediación de la conciencia de clase.
La relación entre conciencia de generación y conciencia de
clase constituye así un tópico importante para la investiga
ción. Es importante no sólo porque es indispensable para re
construir una sociología de la juventud, sino también porque
es central para un análisis adecuado de cómo se forma la
conciencia de clase y de cómo esta formación puede ser blo
queada o impedida. En este tiempo, las exploraciones sobre
esta relación se han desarrollado en dos direcciones principa
les: la primera brota de un resurgimiento de interés en el es
quema de Manheim, y la segunda, de los avances en el análi
sis subcultural.
Mapeando la conciencia: Manheim y más allá
La ráfaga inicial de especulación sociológica que saludaba
la emergencia de la «contracultura» fue muy rápidamente se
guida por un sinnúmero de averiguaciones empíricas en el ori
gen social e ideologías de los Hippies y Comuneros. Estos
estudios confirmaron lo que los comentaristas más perceptivos
habían dado cuenta largamente -que la ucontracultura» era
esencialmente un movimiento de la juventud educada de cla
se media-. Esto trajo a su vez un resurgimiento del interés en
el esquema de Manheim, y más particularmente en su con
cepto de la «unidad generacional». Así la «contracultura» fue
cada vez más caracterizada, no como la conciencia cristaliza
da de la juventud, sino como un «estilo» distintivo de una
«unidad generacional» particular.
Sin embargo, no sólo fue recuperado el esquema de
Manheim, también fue extendido en tanto los investigadores
350
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
reconocieron que la juventud contemporánea no sólo conte
nía «un número de unidades generacionales diferenciales, an
tagonistas», sino que esas divisiones se arraigaban en la es
tructura más amplia de las inequidades de clase. Tal como lo
expresaron dos de los «nuevos» sociólogos americanos:
Un aspecto crucial pero subdesarrollado del análisis generacional
se ocupa de la importancia de los agrupamientos de clase en el
desarrollo de los aspectos basados en lo generacional, y la
necesidad de examinar la manera en que los agrupamientos de
clase superordinados y subordinados median la experiencia de
la pertenencia a una cohorte de edad. (Laufer y Bengston,
1974: 181, la cursiva es nuestra)
Aunque estos comentaristas admiten la importancia de la
clase, continúan tratando a la edad como el foco primario de
análisis. Por consiguiente, la clase aparece como una variable
secundaria que es primariamente relevante en tanto media
ción de la experiencia generacional. Poco sorprendente es que
el trabajo empírico generado bajo esta formulación haya eludi
do la cuestión de la conciencia de clase, y en cambio se haya
concentrado sobre el punto en el que la juventud de varias
posiciones de clase comparte la conciencia y estilo corporizado
en la «contracultura»90• Aun así, esta investigación marca un
avance distintivo sobre el trabajo reciente de Frank Musgrove,
que continúa devaluando la importancia de la clase e insistien
do que la «contracultura es el espíritu dominante de una nue
va generación» ( 1974a: 35) 91• Sin embargo, estudios recien
tes sobre conciencia de clase entre adolescentes están igual
mente desorientados, en tanto ignoran completamente la cues
tión de la conciencia generacional92•
90 Ver, por ejemplo, Patricia Kasschau, Edgard Rasnford y Vern Bengtson (1974). 91 Ver también Frank Musgrove (1974b). 92 Ver, por ejemplo, Robert Stradling y Elia Zuriek (1973).
351
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
El siguiente paso es moverse hacia un análisis más com
prensivo que explore la relación entre conciencia de clase y de
generación, y la relación de ambos con las concepciones globales
de los adolescentes sobre la estratificación social. Para empe
zar, necesitamos detallar mapeos de las categorías y teorías del
sentido común a través de las cuales Jos adolescentes en dife
rentes posiciones sociales describen y explican el sistema de
estratificación. Hasta ahora, Jos intentos más consistentes y
mejor trabajados en mapear Jos entendimientos cotidianos so
bre la estratificación han venido desde sociólogos interesados
en la conciencia de clase. Consecuentemente, trabajos recien
tes en esta área proveen un punto de partida conveniente para
un examen crítico de metodologías disponibles.
En un trabajo reciente, Michael Mann ha distinguido prove
chosamente cuatro niveles de conciencia de clase: identidad -la definición de uno mismo en tanto compartiendo una posi
ción de clase particular-; la percepción de la estructura de
clase como centrada en la oposición permanente entre capital
y trabajo; totalidad -la aceptación de los primeros dos niveles
como la característica decisiva de la situación social propia y
de la sociedad como un todo-; y, finalmente, la visión de un
orden social alternativo hacia el cual uno se mueve a través
de la lucha de clases (1973: 13). Generalmente, el trabajo
británico reciente sobre conciencia de clase se ha concentra
do en los primeros dos niveles, enfocándose en las identifica
ciones de clase de la gente y en las imágenes globales de la
estructura de clase.
Casi todos estos estudios están basados en una batería de
preguntas más o menos estándares formuladas en un cuestio
nario o en el curso de una entrevista. A primera vista, estas
preguntas parecen ser perfectamente categóricas, por ejem
plo, «Mucha gente habla de las diferentes clases sociales en
Gran Bretaña. ¿Qué piensa que se quiere decir con el término
'clase social'? ¿Cuántas clases sociales hay?» (Stradling y
352
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Zuriek, 1973: 298). Sin embargo, preguntas como estas se
apoyan en la crucial pero no testeada suposición de que los
que responden tienen una definición clara de «clase» que for
ma la base de una imagen coherente de la estructura de clase
global. Este supuesto es altamente problemático.
Estudios recientes, incluyendo nuestra propia investigación
en curso, han indicado que las concepciones de clase son
tangenciales o irrelevantes para la comprensión sobre la estra
tificación por parte de un gran número de personas. Esto no
significa que no están enterados de las profundas divisiones y
antagonismos sociales, sino simplemente que este conocimiento
no se ha cristalizado alrededor de la noción de clase. De allí
que, como recientemente nos han hecho recordar dos sociólo
gos británicos, los «sentimientos de subordinación, discrimina
ción, injusticia y hostilidad que son la esencia de la oposición
de clase ... pueden surgir en un número de sectores de la vida
social y ser expresados en términos en los cuales la palabra
'clase' jamás es usada» (Moorhouse y Chamberlain, 1974: 390).
Esta no es una percepción particularmente asombrosa o nueva.
Ha sido aprovechada por incontables trabajadores sociales y
maestros confrontados con la hostilidad de sus cargos de clase
trabajadora. Como lo expresó un profesor harto de una escuela
conflictiva en el Londres Victoriano:
... aquí la apariencia de la chaqueta de uno es para ellos una
insignia de clase -aunque tal vez no conozcan el significado de
la palabra, saben muy bien, o al menos sienten, que nosotros
somos la representación de los seres con quienes alguna vez
consideraron estar en guerra. (citado en Carpenter, 1968: 60)
Tal vez los etnometodólogos estén en lo correcto al afirmar
que cada cual en su propia forma es un sociólogo, pero esto
no significa que todos piensen y hablen como un sociólogo.
Consecuentemente, no podemos dar por sentado que la clase
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
constituye una categoría central en el vocabulario cotidiano
de la gente. Al contrario, cuán lejos se está de esto es materia
para investigación empírica, y debemos prestar particular aten
ción a los casos donde las situaciones de clase son descriptas
en otros términos. De hecho, necesitamos restaurar la cate
goría de «falsa conciencia» al centro del análisis.
No obstante, incluso donde el término «clase» es usado,
podría tener resonancias que evadan las clasificaciones socio
lógicas estándar. Por ejemplo, un estudio australiano reciente
halló que un número considerable de entrevistados vio prima
riamente a la clase en términos de una división entre gente que
era esnob y se mantenía distante y gente que se mezclaba
fácilmente con un rango amplio de grupos sociales (Hillier, 1975).
Puede ser, como lo sugiere el propio autor, que el esnobismo es
un concepto particularmente resonante entre los australianos,
pero también suena muy frecuentemente en el contexto britá
nico, como en este extracto de The Paint House:
... cuando iba a la escuela pensaba que era de clase media,
¿sabés? Entonces decía a mi mamá «somos de clase media» y
ella decía «Vos no sabés un carajo; los de clase media son
esnobs». Y yo no entendía. Yo pensaba que si no eras un vaga
bundo eras de clase media. Pensaba esto porque siempre había
gente más pobre que uno en la escuela ... entonces uno debía
ser de clase más alta. (Daniel y McGuire, eds., 1972: 73)
Este tipo de concepciones localizadas de clase son de he
cho la regla más que la excepción, como lo ha señalado tan
elocuentemente David Lockwood:
En su mayor parte, los hombres visualizan la estructura de
clases ... de su sociedad desde las posiciones ventajosas de su
propio medio particular, y sus percepciones de la sociedad más
amplia variarán acorde a sus experiencias de la inequidad so-
354
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
cial en las sociedades más pequeñas donde viven sus vidas
diarias. ( 1966: 249)
Un conocimiento detallado de los contextos sociales con
cretos se vuelve esencial para un análisis adecuado de la con
ciencia social. Esto significa ir más allá de los crudos indicadores
de posición de clase y examinar los modos en que la estructu
ra de clase es en efecto experimentada y entendida al nivel de
la vida cotidiana.
Sin embargo, al mismo tiempo es importante no perder de
vista el hecho de que las concepciones localizadas de clase
son desarrolladas dentro de un marco global provisto por la
ideología hegemónica. Son consecuentemente los productos
no sólo de los esfuerzos persistentes de la gente por imponer
significado a su propia experiencia inmediata de la inequidad y
subordinación, sino además sus propios intentos de apropiar
se y reelaborar las definiciones de la situación ofrecidas por
los medios masivos de comunicación y Jos sistemas educati
vos. El resultado característico es una amalgama incómoda de
extrapolaciones desde la experiencia personal y de elementos
derivados de la ideología dominante93• De hecho, «una situa
ción social que establece una imagen coherente de la socie
dad podría bien ser la excepción más que la regla» (Cousins y
Brown, 1972: 3). Consecuentemente, estudios que pasan por
alto estas inconsistencias inevitablemente ocultan la comple
jidad de la conciencia social.
Disyuntivas y contradicciones sobre la conciencia de clase
parecen ser particularmente características de los adolescen
tes, precisamente porque están enredados en instituciones
que explícitamente devalúan y disimulan la centralidad de las
desigualdades de clase y ofrecen una concepción alternativa
que enfatiza la importancia de las diferencias de edad. El im-
93 Este punto es iluminadamente discutido en Theo Nichols (1974).
355
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
pacto que esta celebración insistente de la juventud tiene so
bre la conciencia de clase de los adolescentes mantiene un
tópico clave para la investigación futura. El trabajo reciente de
gente como Richard Brown, Jim Cousins y Theo Nichols sugie
re que, sensiblemente manipuladas, las entrevistas y los regis
tros a sistemáticos todavía tienen mucho para dar. Pero incluso
en su mejor intento estas técnicas tienen un inconveniente se
rio. Porque se concentran exclusivamente en la verbalización
de la conciencia, ignoran los modos en que la conciencia social
es objetivada y expresada a través de otras formas de acción
social y cultural94• Eventualmente, entonces, es necesario para
el análisis «ir más allá de las concepciones cotidianas particula
res ... y mostrar las consecuencias de estas formulaciones y su
aplicación en acción» (Hillier, 1975: 22). El intento de desarro
llar tal análisis ha formado una de las trayectorias principales de
investigación reciente sobre subculturas juveniles, incluyendo
el trabajo del Centro de Birmingham.
Leyendo el Estilo: direcciones en el análisis subcultural
La versión particular del análisis subcultural que nos pre
ocupa aquí se enfoca en la forma en que las experiencias de
adolescentes compartidas socialmente -en posiciones de cla
se particular- son expresadas y negociadas colectivamente a
través de la construcción de estilos de distintivos esparcimien
tos. Los estilos subculturales son constituidos por una amal
gama de elementos extraídos de dos fuentes principales -las
culturas de clase «situadas», arraigadas en la familia y el ba
rrio, y los sistemas de símbolos «mediados», patrocinados por
los sectores de la industria del entretenimiento orientados a la
juventud-. Sin embargo, estos elementos no son tomados en
94 Para una discusión perceptiva de las limitaciones de las técnicas que recaen en las verbalizaciones, ver Paul Willis (1974).
356
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
orden. Al contrario, los estilos subculturales son el producto
de un proceso acumulativo de selección y transformación a
través del cual objetos, símbolos y actividades disponibles
son removidos de su contexto social normal, despojados de
algunas o todas sus connotaciones convencionales y
reelaborados «por miembros del grupo en un nuevo y cohe
rente todo con su propia significación especial» (Ciarke y
Jefferson, 1974: 15). Una parte central de este proceso su
pone apropiarse de los artefactos y mercancías, ostensible
mente desclasados, de la industria de «cultura adolescente» e
investirlos con significados y resonancias basadas en la clase.
Los estilos subculturales pueden de esta manera ser vistos
como expresiones codificadas de conciencia de clase trans
puestos en el contexto específico de la juventud y como refle
jo de la manera compleja en que la edad actúa como una
mediación tanto de la experiencia de clase como de la con
ciencia de clase.
Desde que los estilos subculturales son expresiones codifi
cadas de la conciencia, el acto primario de análisis es un acto
de decodificación. Por consiguiente, «leer» el estilo, en el sen
tido de revelar los significados ligados a sus elementos cons
titutivos y a las relaciones entre ellos, es visto como prove
yendo un método para mapear la conciencia de clase de la
juventud como un todo complejo y contextualizado. A través
de su «lectura» sensitiva y elaborada del estilo, sostenido por
un grupo de chicos de clase trabajadora en el norte de París,
por ejemplo, Jean Monod (1967) es capaz de presentar una
explicación texturada con precisión de sus concepciones sub
yacentes de la estratificación social. Pero, hasta la fecha, los
intentos más exhaustivos de «lectura» de estilo han venido de
la investigación inglesa sobre la juventud de clase trabajado
ra, en particular el informe pionero de Phil Cohen sobre las
subculturas del East End ( 1972) y el subsiguiente trabajo lle
vado a cabo por el Centro de Birmingham sobre el estilo de los
357
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Teds, Mods y Skinheads95• Tomados en conjunto, estos estu
dios ofrecen un enfoque original a las relaciones entre clase,
edad y conciencia, que nadie seriamente interesado en las
posibilidades de desarrollar una sociología más adecuada de
la juventud contemporánea puede darse el lujo de ignorar. Sin
embargo, al mismo tiempo, el enfoque presentado en estos
estudios está sometido a varias limitaciones importantes.
El análisis subcultural contemporáneo tiene sus raíces en
la investigación sobre delincuencia y aún refleja las preocupa
ciones de esa área. Por lo tanto, las investigaciones recientes
continúan aquel trabajo al enfocarse en lo desviado más que
en lo convencional, en adolescentes de clase trabajadora más
que en aquellos de clases medias e intermedias, y, lo más
crucial de todo, en muchachos más que en chicas. Como re
sultado de estos desequilibrios y hiatos, el alcance de los es
tudios recientes continúa siendo relativamente restrictivo. El
dejar de lado a los adultos es otro vacío significante en la
literatura disponible.
En contraste a la insistencia simplista de los teóricos de la
«cultura juvenil» en la creciente «brecha» entre generaciones,
los defensores del análisis subcultural siguen a David Matza
( 1961, y Matza y Sykes, 1961) en acentuar los patrones com
plejos de continuidad y disyunción entre las subculturas juveni
les y las culturas de los adultos en las cuales están alojadas.
Phil Cohen, por ejemplo, argumenta que «la función latente de
la subcultura es ... expresar y resolver, aunque 'mágica mente',
las contradicciones que continúan ocultas o irresueltas en la
cultura parental» (1972: 23). Asimismo, John Clarke y sus co
laboradores sugieren «que los Skinheads pueden ser 'leídos'
como un intento de revivir una cultura que estaba cambiando y
siendo incorporada dentro de nuevas negociaciones propias con
la cultura dominante como una respuesta a su posición estruc-
95 Ver, por ejemplo, John Clarke, Dick Hebdige y Tony Jefferson (1974).
358
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
tural cambiada» (1974: 155). A pesar de la importancia teórica
asignada a las culturas parentales en estos estudios, no las
examinan empíricamente, y, consecuentemente, las relaciones
culturales cruciales entre las generaciones son dejadas en gran
parte al nivel de la aserción. Por lo tanto, el paso siguiente es
moverse hacia un análisis más simétrico, que tome adolescen
tes y adultos en las mismas posiciones básicas de clase y exa
mine en detalle las correspondencias y variaciones en sus res
pectivos patrones de experiencia de clase, conciencia de clase
y acción cultural. Tal análisis es indispensable si estamos por
arribar a un entendimiento más adecuado y fundamentado de
la forma en que la posición de edad actúa como una mediación
de la posición de clase.
Los estudios subculturales están basados en la suposición
muy razonable de que, ya que las opciones de los adolescen
tes para la acción probablemente están bastante restringidas
dentro de la situación laboral, sus respuestas a la posición de
clase estarán más completamente articuladas en las esferas
del consumo y el esparcimiento. En su conjunto, este supues
to nace de la evidencia disponible. Sin embargo, al mismo
tiempo, este énfasis en la importancia del esparcimiento ha
orientado a los investigadores a concentrar casi todo su es
fuerzo en esta área y a prestar relativamente poca atención a
las experiencias laborales de los adolescentes. Esto ha produ
cido la paradójica situación en la cual un enfoque, que explíci
tamente establece los vínculos entre la posición de clase y la
conciencia de clase, carece de un análisis adecuado de la
mediación más poderosa e insistente de la posición de clase:
la situación laboral. Sin una detallada comprensión de las for
mas en que las desigualdades de clase son experimentadas y
negociadas al punto de la producción, cualquier intento por
relacionar formas particulares de conciencia y respuestas cul
turales a posiciones de clase particulares será necesariamente
parcial.
359
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Evidentemente, llenar estos vacíos es una prioridad obvia
para la investigación futura, pero no es sólo cuestión de su
mar más estudios. También hay problemas importantes de
método para ser confrontados y trabajados.
Los estudios de subcultura comienzan tomando estilos
subculturales distintivos y los grupos que los involucran, y
luego trabajan hacia atrás para descubrir su base de clase. El
resultado es una elegante y eminentemente plausible explica
ción de la relación homóloga entre estilos culturales y situa
ciones estructurales. Sin embargo, si este procedimiento es
invertido, y el análisis empieza desde la posición de clase más
que de las respuestas culturales, se presenta un serio proble
ma en tanto pronto se vuelve aparente que la misma posición
estructural puede generar y sostener una variedad de respues
tas y modos de adaptación.
Estudios recientes en áreas de la clase trabajadora, por
ejemplo, sugieren que varias subculturas juveniles distintivas
pueden coexistir dentro de la misma localidad, cada cual dibu
jando sus emblemas y seguidores de chicos ubicados esen
cialmente en la misma situación de clase. La investigación de
Stephen Buff en Chicago (1970), por ejemplo, mostró que,
mientras la mayoría de los chicos en el área mantenían el
estilo dominante «Greaser»96, una minoría significativa había
gravitado hacia el estilo «hippie» generado por dentro de la
clase media. Peter Willmott ( 1968) halló un grupo similar de
«desertores» de clase entre los chicos Bethnal Green a media
dos de los sesenta. A partir de allí, el problema no es sólo
explicar por qué estilos como los Teds, Greasers y Skinheads
se desarrollan entre grupos particulares de la juventud de cla
se trabajadora en puntos específicos en el tiempo, sino ade
más por qué adolescentes que comparten la misma posición
de clase pueden sentirse atraídos por estilos desarrollados por
96 «Greaser», porque andaban en auto y por la grasa que se ponían para el jopo.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
otras facciones de clase. Para explicar estas variaciones suti
les en las afiliaciones subculturales y conciencias subyacen
tes, necesitamos de alguna forma ir más allá de los indicadores
relativamente crudos de posición de clase que son usados a
menudo -ocupación parental, posición escolar, etc.- y exa
minar las mediaciones concretas a través de las cuales las
desigualdades de clase son en efecto experimentadas y com
prendidas al nivel de la vida cotidiana.
Los estudios de Willmott y Buff también plantean otro pro
blema para el análisis subcultural, y uno del que hemos venido
dando cuenta cada vez más en el curso de nuestra reciente
investigación en Leicester. Es la cuestión de la juventud «con
vencional».
La teoría subcultural proveyó originalmente uno de los prin
cipales pilares teóricos del estudio. Consecuentemente, comen
zamos a esperar que los estilos subculturales nos proveyeran el
canal dominante a través del cual los adolescentes articulaban
sus definiciones de sí mismos y de su situación social, una
expectativa que parecía ser sostenida por los resultados de un
estudio piloto anterior (Murdock y McCron, 1973). Sin embar
go, cuando la fase principal del trabajo de campo estaba inicia
da, se volvió cada vez más claro que un número de encuestados
no estaba involucrado en ninguna de las subculturas disponi
bles en la ciudad. En cambio, tendían a orientarse alrededor de
los estilos patrocinados por las agencias oficiales de juventud o
por la industria dominante de entretenimiento adolescente. En
contraste con las formaciones subculturales, estos estilos no
eran reconfigurados o adaptados en mayor medida, sino que
eran tomados más o menos intactos. Lejos de desafiar u opo
nerse al sistema de significación dominante, eran de hecho sus
expresiones o extensiones. Sin embargo, un análisis compren
sivo de la juventud necesariamente debe ser capaz de acomo
dar y explicar no sólo la desviación y el rechazo, sino también la
convención y la complacencia. Por definición, sin embargo, las
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
subculturas sólo pueden existir debajo de la cultura dominante;
no pueden existir dentro de ella, y, consecuentemente, el aná
lisis subcultural no puede sobrellevar los estilos juveniles «con
vencionales». Este no es un argumento para echar por la borda
el análisis subcultural, pero es un argumento para reconocer
sus limitaciones.
Conclusión
En el presente, la compleja y sutil interacción entre posi
ción de clase, posición etaria y conciencia social ha comenza
do a atraer la atención de sociólogos a ambos lados del Atlán
tico, y ha generado hasta el momento varias líneas de análisis
diversas y en gran parte autosuficientes. Pero, si los estudios
disponibles aún no han resultado en un enfoque coherente y
unificado al área, al menos han cristalizado, aunque sólo por
omisión, qué supone un acercamiento de ese tipo.
En primer lugar, debe ser comprensivo e incluir aquellos
grupos juveniles que han sido ignorados o relegados a la peri
feria de los informes disponibles. En segundo lugar, debe ser
simétrico y lidiar no simplemente con adolescentes, sino tam
bién con adultos, y con las relaciones entre ambos. En tercer
lugar, debe estar anclado en un examen empírico detallado de
los contextos concretos de trabajo y no-trabajo a través de
los cuales las desigualdades de clase son en efecto mediadas
en la experiencia cotidiana. Sin embargo, al mismo tiempo,
debe ser capaz de mostrar cómo las formas de la conciencia y
acción generadas en estos contextos son insertadas en, y
modeladas por, formaciones estructurales e ideológicas más
generales. Esto requiere un análisis estructural e histórico de
las relaciones entre los cambios en la posición social y cultural
de la juventud y los cambios en la estructura de las relaciones
de clase y los sistemas de significación basados en la clase.
' Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Sin ese nivel de análisis macro, el poder explicativo del enfo
que se volverá severamente restringido. En consecuencia,
desarrollar enlaces conceptuales y empíricos entre instancias
específicas y procesos sociales y culturales generales presen
ta un problema central. Pero es un problema que debe ser
confrontado y sobrellevado para que, en última instancia, la
adecuación del enfoque bosquejado aquí dependa de su capa
cidad de iluminar las relaciones entre biografía e historia. Cla
ramente, tal enfoque no puede ser erigido sobre las bases de
ninguna metodología individual. En efecto, hacer un fetiche
de procedimientos particulares y técnicas empíricas es casi la
manera más rápida de llevar a la quiebra una línea de análisis
promisoria. Procurando que sus limitaciones sean reconoci
das y tenidas en cuenta, el análisis subcultural, las entrevistas
sensitivas y la «nueva» historia social, todos tienen algo dis
tintivo para contribuir.
Reconstruir la sociología de la juventud entre las líneas
perfiladas aquí no será fácil, pero argumentaremos que el es
fuerzo vale la pena. Es importante no sólo porque contiene la
promesa de un análisis más comprensivo de la juventud de
estos días, sino además porque es indispensable para un en
tendimiento más adecuado de la formación de la conciencia
de clase y las dinámicas de la «falsa» conciencia en la Gran
Bretaña moderna. Tal como las imágenes tempranas de la ju
ventud fueron embrujadas por el espectro del socialismo, el
socialismo contemporáneo está encantado por la mitología
dominante de las generaciones. La desmitificación es así un
paso necesario hacia el exorcismo.
CHICAS Y SUBCULTURAS: UNA EXPLORACIÓN
Ange/a McRobbie y Jenny Garber
Más arriba, en este mismo volumen, fue marcado que las
subculturas «proveyeron a una parte de la juventud de clase
trabajadora, fundamentalmente varones, una suerte de estra
tegia para negociar su existencia colectiva concreta» (subra
yado nuestro). La ausencia de las chicas en la literatura de
esta área es un poco llamativa y demanda explicación. Muy
poco parece haber sido escrito acerca del rol de las mujeres
en los agrupamientos juveniles en general. Están ausentes de
los estudios etnográficos clásicos sobre subculturas, de las
historias del «pop}> (como la de Nutall, de 1970), de los rela
tos personas (como los editados por Daniel y McGuire en 1972)
o de las investigaciones periodísticas (como la de Fyvel, de
1963). Cuando aparecen, es o bien de modo que acríticamente
refuerzan la imagen estereotipada con la que somos tan fami
liares -por ejemplo, según la referencia de Fyvel, en sus estu
dios sobre los Teddy Boys, a «adolescentes tontas y pasivas
crudamente pintarrajeadas)) ( 1963)- o bien son presentadas
de modo evanescente y marginal:
Es como si todo lo que se relacionase con nosotras fuesen
sólo notas al pie del texto principal, sólo merecedoras de un
comentario excepcional. Aparecemos en escena en algún lu
gar entre la «juventud» y «otros asuntos». Nos encontramos
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
en la cultura de los hombres como «de paso» y periféricamente.
De acuerdo con todas las reflexiones, no estamos ahr.
(Rowbotham, 1973: 35)
La dificultad es cómo entender esta invisibilidad. ¿Acaso
las chicas, por razones que podríamos descubrir, realmente
no están activamente presentes en las subculturas juveniles?
¿O acaso hay algo en el modo en el que estas investigaciones
están hechas que las vuelve invisibles?
Cuando las chicas son consideradas en la literatura
etnometodológica, tiende a ser en términos de su grado, o
falta, de atractivo sexual. Pero esto es también difícil de inter
pretar. Tomemos, por ejemplo, el comentario de Paul Willis
sobre las chicas independientes en la subcultura motoquera
que investiga:
Lo que parece unirlas es un deseo común de estar vinculadas
con un hombre y una común incapacidad para atraer al hombre
a relaciones de largo término. Tienden a ser más desarregladas
y menos atractivas que las chicas con compromiso. ( 1972)
¿Es esto simplemente un tratamiento típico y despectivo
de las chicas reflejando el vínculo natural entre el investigador
masculino y aquellos hombres a los que interpela? ¿O sucede
acaso que el investigador, que está estudiando a los moto
queras, sumido en el contexto de su trabajo, encuentra difícil
no tomar seriamente las actitudes y apreciaciones que los
muchachos hacen de las chicas, reflejándolas en su lenguaje
descriptivo e incluso adoptándolas como una perspectiva pro
pia? Willis toma en cuenta alguna de las respuestas de las
chicas a sus preguntas -risitas, reluctancia a hablar, repliegue
en clichés, etc.-. Otra vez, estas respuestas son complejas y
difíciles de interpretar. ¿Son respuestas típicas a un investiga
dor masculino, influenciadas por el hecho de que es un hom-
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
bre, por su apariencia personal, atractivo, etc.? ¿O son res
puestas influenciadas por el hecho de que es identificado por
las muchachas como «con los muchachos», estudiándolos y
en cierto sentido acompañándolos en sus apreciaciones de las
chicas? ¿O son estas respuestas características del modo en
que las chicas acostumbran a tratar el espacio que se les
asigna en una cultura dominada y definida por hombres? De
bemos ser capaces de localizar e interpretar estas respuestas,
que son extraordinariamente complejas, antes de que poda
mos entender las experiencias y posiciones que están siendo
mediadas a través de ellas. Por ejemplo, las chicas -especial
mente las jovencitas-, ante situaciones definidas masculina
mente (donde son etiquetadas y juzgadas sexual mente), pue
den replegarse en una postura «groupie» o en clichés de los
cuales las «risitas» son un signo evidente. En otras situacio
nes (por ejemplo, en las aulas), la solidaridad de grupo entre
chicas puede empujarlas hacia respuestas más agresivas, donde
usan su sexualidad para abrir caminos de acercamiento hacia
el joven profesor, o para perturbarlo y minar su autoridad. El
punto importante es que tanto las respuestas defensivas como
las agresivas están estructuradas en reacción contra una si
tuación donde las definiciones masculinas (y, por lo tanto, el
etiquetamiento sexual, etc.) son dominantes. Por lo tanto,
tenemos que interpretar estas respuestas antes de poder defi
nir apropiadamente el territorio en el que las chicas realmente
operan, el espacio en el que están tanto sexual como social
mente localizadas.
Lo que sigue es simplemente un primer intento por esbo
zar algunos de los modos en que podríamos pensar e inves
tigar la relación entre las chicas y las subculturas. Al hacer
lo, adoptamos algunas de las perspectivas bocetadas por los
muchachos en otras partes de este libro: por ejemplo, la cen
tralidad de la clase; la importancia de las esferas de la escue
la, el trabajo, el esparcimiento y la familia; el contexto social
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
general en el que las subculturas emergen; los cambios es
tructurales en la sociedad británica de posguerra que definen
parcialmente las diferentes subculturas. Debemos, sin em
bargo, agregar la dimensión crucial de las estructuras de sexo
y género. La cuestión, entonces, es ¿cómo esta dimensión
modifica al análisis en su conjunto? Se ha argumentado que
la clase es una variable crítica al definir las diferentes opcio
nes subculturales disponibles a los muchachos de clase me
dia y trabajadora. Las subculturas de clase media, por ejem
plo, ofrecen más «carreras» de tiempo completo, mientras
que las subculturas de clase trabajadora tienden a estar re
ducidas a la esfera del esparcimiento. Esta estructuración de
necesidades y opciones por clase también debe funcionar
para las chicas. De este modo, para las chicas es probable
mente más fácil encontrar carreras alternativas en, digamos,
las subculturas hippie o en las nuevas comunidades (ejempla
res de la clase media) que, digamos, en la subcultura Skinhead.
Sin embargo, en general, los muchachos tienden a tomar
opciones subculturales más que las chicas. Semejante análi
sis sugiere que lo que es cierto para las subculturas de los
muchachos -por ejemplo, los efectos estructurales de cla
se- es similarmente cierto para las chicas, sólo que no tanto. Esto asume que los patrones subculturales son, en líneas
generales, los mismos para los muchachos y las chicas, sólo
que las chicas son necesariamente más marginales en todo
sentido.
Sin embargo, puede ser que la marginalidad de las chicas
no sea el mejor modo de representar su posición en las
subculturas. La posición de las chicas podría ser no marginal
o periférica, sino estructuralmente distinta. Puede ser que
sean marginales no simplemente porque las chicas son em
pujadas por la dominación masculina hacia ~os márgenes de
cada actividad social, sino porque están centralmente en un
conjunto de actividades diferentes y necesariamente subor-
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
dinadas. Tal análisis dependería no de la consideración de su
marginalidad, sino de su secundariedad estructurada. Si las
mujeres son «marginales» respecto de la cultura masculina
del trabajo (de clase media y obrera), es porque son centrales
y pivotales en un área subordinada, que refleja, pero en un
modo complementario y subordinado, las «arenas» masculi
nas dominantes. Son «marginales» respecto del trabajo por
que son centrales a la esfera subordinada y complementaria
de la familia. De modo similar, la «marginalidad» de las chi
cas en las subculturas activas y de foco masculino del espar
cimiento de la juventud de clase trabajadora puede dar cuen
ta de que las chicas tienen una posición poderosamente pre
sente en las subculturas «complementarias», pero más pasi
vas, de los fans y los clubes de fans.
Teniendo en cuenta este argumento general, ahora po
demos tratar de identificar un número de cuestiones claves
a las que trabajos subsecuentes pueden dirigirse. (1) ¿Real
mente las chicas están ausentes de las principales subcul
turas de posguerra? ¿O están presentes pero invisibles? (2)
Donde están presentes y visibles, ¿fueron sus roles iguales
a los de los muchachos, sólo que más marginales? ¿O fue
ron diferentes? (3) Ya sea marginal o diferente, ¿la posición
de las chicas es específica a las opciones subculturales? ¿O
sus roles reflejan la subordinación social más general de
las mujeres en las áreas centrales de la cultura establecida
-hogar, trabajo escuela, esparcimiento-? (4) Si las opcio
nes subculturales no están inmediatamente disponibles para
las chicas, ¿cuáles son los modos diferentes pero comple
mentarios en que las chicas organizan su vida cultural? ¿Y
son estos modos, considerados en sus propios términos,
susceptibles de ser pensados como subculturales? (Las sub
culturas femeninas pueden haberse vuelto invisibles porque
el propio término «subcultura» ha adquirido tonos masculi
nos tan notorios.)
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
¿Las chicas están realmente ausentes de las subculturas?
El factor que más obviamente hace difícil de responder esta
pregunta es la dominación del trabajo «sociológico» (en la
mayoría de las áreas de la escolaridad académica) por hom
bres. Paradójicamente, la exclusión de las mujeres ha sido tan
característica en las nuevas teorías «radicales» o escépticas
como lo ha sido en la criminología tradicional. Los editores de
Critica/ Crimino/ogy argumentan que la «nueva teoría de la
desviación», a menudo dedicada a «una celebración en lugar
de un análisis de las formas desviadas con las que el teórico
de las desviaciones podría identificarse morbosamente -iden
tificación de intelectuales débiles con desviados que parecen
tener más éxito en el control de los eventos» (Taylor, Walton
y Young, 1975)-. Con la posible excepción de la desviación
sexual, las mujeres constituyen una categoría social poco ce
lebrada por los teóricos radicales y críticos. Esta invisibilidad
general ha sido, por supuesto, consolidada por la reacción
social a las manifestaciones más extremas de las subculturas
juveniles. La prensa popular y los medios se han concentrado
en los incidentes sensacionalistas asociados a cada subcultura
(ej.: las matanzas de los Teddy Boys, las batalles entre los
Mods y los Rockers). Una consecuencia directa del hecho de
que son siempre los aspectos violentos de un fenómeno los
que califican como noticias es que son esas precisamente las
actividades subculturales de las que las mujeres tienden a estar
excluidas. La imagen popular de una subcultura tal como es
codificada y definida por los medios tiene inequívocamente su
énfasis en la membresía masculina, en las «inquietudes» mas
culinas y en los valores masculinos. O, tal como ocurre con la
subcultura hippie, cuando las mujeres aparecen como compo
nentes del pánico moral generado, se las muestra usualmente
como relegadas a roles relativamente más inocuos -por ejem
plo, como sexualmente permisivas-.
~6q
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
La invisibilidad femenina en las subculturas se vuelve en
tonces una profecía autocumplida, un círculo vicioso, por una
variedad de razones. Puede ser que las chicas/mujeres no ha
yan jugado un rol vital en estos agrupamientos. Por otra parte,
el énfasis en la documentación de estos fenómenos, en lo
varonil y masculino, refuerza y amplifica nuestra concepción
de la subcultura como predominantemente masculina. Nues
tro «adentramiento» en las relaciones entre las chicas y las
subculturas no es fácil. Evidencias secundarias sugieren, por
ejemplo, que hay pequeños grupos de chicas que se veían a sí
mismas como Teddy Girls, que se identificaban con la cultura
de los Teddy Boys, que bailaban con los Teds en sus boliches,
que iban al cine con ellos y que aparentemente sentían cierto
placer morboso al estar relacionadas con la naturaleza violen
ta de los hechos instigados por los Teddy Boys. Pero hay
buenas razones por las cuales esto no pudo ser una opción
abierta para muchas chicas de clase trabajadora.
Aunque las chicas participaron en el incremento general de
los ingresos disponibles para la juventud durante los años cin
cuenta, su disponibilidad de dinero no era tan alta como la de
los chicos. Más importante aún, los modos de gastar han sido
poderosamente estructurados en direcciones diferentes para
chicas y para chicos. Las chicas de clase trabajadora, aunque
estaban parte de su tiempo en el trabajo, permanecían más
enfocadas en sus casas, en la maternidad y en el matrimonio
que sus hermanos o que sus pares varones. Pasaban más tiem
po en sus hogares. La cultura Teddy Boy era un escape de la
familia y hacia la calle y el café, así como hacia la noche y a los
viajes de fin de semana «a la ciudad». Las chicas ciertamente
se arreglaban y salían, ya sea con sus novios o, como grupo de
chicas, con un grupo de chicos. Pero ellas merodeaban menos
y permanecían menos en las calles y esquinas. En el sistema de
valores parentales se esperaba que los chicos se divirtiesen
cuando pudieran (aunque muchos padres de clase trabajadora
370
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
consideraban el tipo de «diversión» de los Teddy Boys como
bastante excéntrico); pero las chicas estaban expuestas al do
ble requerimiento de divertirse en tanto no se metiesen en pro
blemas. El tabú sexual y el marco moral regulatorio en el que
estaba encarnado continuaron trabajando más notoriamente
contra las chicas que contra los chicos. Mientras los chicos
podían pasar mucho tiempo merodeando por el territorio, la
pauta para las chicas estaba más firmemente estructurada por
el estar en casa, prepararse para salir (frecuentemente con otras
chicas) para tener una cita, y salir. Los muchachos que estaban
de juerga social y sexualmente podían luego moderarse y
estabilizarse, mientras que, para las chicas, las consecuencias
de ser conocidas en el barrio como adeptas a la juerga podían
ser drásticas e irreversibles.
Ciertamente, había más atención en el mercado del espar
cimiento adolescente y sus manifestaciones (conciertos, gra
baciones, revistas) que en la cultura juvenil de preguerra, y
chicos y chicas compartían esto. Pero muchas de estas activi
dades fueron fácilmente apropiadas y encausadas hacia el es
pacio cultural tradicionalmente definido de la casa o las ami
gas -operando en lugares familiares y sin exposición a los ries
gos de merodear por las calles y cafés-. Había lugar para un
buen trato entre la nueva cultura de consumo juvenil y la «cul
tura de dormitorio» -experimentando con maquillaje, escuchando
grabaciones, leyendo revistas, debatiendo sobre novios, con
versando, charloteando: dependía, fundamentalmente, de cier
to acceso de las chicas a las habitaciones y al espacio dentro
(más que fuera) del hogar-, incluso si el dormitorio era incómo
damente compartido con una hermana mayor.
Esto lleva a sugerir que las chicas estaban presentes, pero
en modos marginales o altamente estructurados, en la
subcultura de los Teddy Boys, pero que -siguiendo la posición
marcada arriba- su involucramiento estaba sostenido por un
patrón subcultural complementario, aunque diferente. El pun-
371
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
to puede marcarse más concretamente diciendo que, mien
tras la respuesta de muchos chicos a la emergencia del rock
and roll en este período fue volverse ejecutantes activos aun
que fuesen altamente amateurs (la emergencia de los grupos
de skiffle), las chicas participantes en esta cultura se volvie
ron o fans o coleccionistas de discos y lectoras de revistas
sobre héroes adolescentes. De hecho, no hay ni una graba
ción de ningún grupo de skiffle femenino.
La situación es acentuada si tomamos una cultura igual
mente dura y orientada a los hombres de dos décadas más
tarde, los Skinheads de los años setenta. Para juicio de los
medios populares sensacionalistas, comentado arriba, la ima
gen mediática de los Skinheads es fundamentalmente mascu
lina. Actualmente hay pequeños grupos de chicas Skinheads;
y, aunque su número no es significativo comparado con el de
los chicos, su presencia en los partidos de fútbol en un rol
activo -tratándose de un deporte y una ocasión tradicional y
masivamente masculinos- puede considerarse relevante. Por
otra parte, mientras las novias de los Teddy Boys lucían y se
vestían diferente de los chicos con quienes salían, algunas
chicas Skinheads lucen, se visten y actúan de modos simila
res a los de sus novios Skinheads. Hay cierta leve evidencia
para sugerir una mayor participación directa de algunos gru
pos de chicas en estas subculturas masculinas de clase traba
jadora de los años setenta de la que, quizás, había en los años
cincuenta. Pero esto no está lo suficientemente documentado
como para permitir una hipótesis. Ciertamente, hoy hay ma
yor cobertura mediática haciéndose preguntas acerca del
involucramiento de las chicas en actividades de grupos o pan
dillas (incluyendo la violencia) que la que había en el período
de los Teddy Boys. Pero esto podría estar reflejando simple
mente la contemporánea creciente visibilidad de las mujeres y
mayor atención a la pregunta por su posición en la cultura.
Nuevamente, es difícil sopesar cuánto ha cambiado realmente
372
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
el rol de las chicas en las subculturas o cuánto su rol se ha
vuelto simplemente más públicamente visible. Ciertamente,
un párrafo como el que sigue, con su implícita atribución de
una conexión causal entre la violencia y la emergencia de los
movimientos de mujeres, no podría haber aparecido en los
años cincuenta:
¿Por qué las mujeres, tradicionalmente el sexo gentil, estén
tan predispuestas a recurrir a la fuerza? ¿Es simplemente por
que la sociedad misma se esté volviendo más violenta, o es
parte de una lucha por la igualdad, una suerte de «todo lo que
un hombre puede hacer lo puedo hacer mejor»? (Berry, 1974)
Si queremos bocetar tentativamente algunas de las cosas
que formaron una suerte de puente entre la relativa ausencia
de chicas en la cultura de los Teddy Boys (excepto secunda
riamente) y la pequeña indicación de presencia de chicas en la
cultura Skinhead, deberemos considerar al menos cuatro ras
gos intermedios. En primer lugar está, a mediados de los años
sesenta, la emergencia de una subcultura de clase trabajadora
más suavizada en la cual las chicas participaron más abierta y
directamente (aunque permanecieron, por supuesto, subordi
nadas a los muchachos). Esta es la subcultura Mod (discutida
más completamente abajo) en la que (a) había, claramente,
chicas Mod así como muchachos; y (b} las chicas y chicos
Mod lucían más similares entre sí, lo cual ocurría parcialmente
por que hecho de que (e) el estilo Mod y la preocupación Mod
por el estilo y la apariencia hizo a los muchachos, a ojos de
sus competidores Rockeros así como para sí mismos, más
«femeninos». En segundo lugar está la aparición, a fines de
los años sesenta, de una subcultura de clase media -los
Hippies-, en la que algunas chicas y mujeres jugaron un rol
activo y visible (aunque, debemos remarcar nuevamente, per
maneciendo en una posición subordinada). En tercer lugar está
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
el crecimiento -sin duda relacionado con cómo los estilos Mod
y Hippie fueron difundidos y difuminados por el mercado de la
moda y la industria de la imagen- de los estilos unisex, con
ropas diseñadas para ser usadas igualmente por chicas o chi
cos, y el subsiguiente borroneamiento de las imágenes de moda
sexualmente distintivas. En cuarto lugar está la emergencia,
en el seno de la industria pop, de la estrella o cantante de rack
deliberadamente femenino, amanerado o bi o transexual. Esto
formó ciertas posiciones intermediarias en el trayecto que las
chicas han tomado desde una total invisibilidad a una relativa
visibilidad en las subculturas entre los años cincuenta y seten
ta. Nuevamente, esto constituye un material cultural difícil de
ser adecuadamente documentado o interpretado. Sería impor
tante, en cualquier interpretación más sustancial, notar simul
táneamente el relativo cambio en la visibilidad cultural de las
chicas en relación con ciertas tendencias subculturales, y el
hecho de que, sin importar qué tan activo y visible pueda ser
un pequeño grupo de chicas, o qué tanto se difuminen las
imágenes basadas en uno u otro sexo, la subordinación relati
va de las chicas en las subculturas aún permanece. Tal como
lo revelaría cualquier estudio de la iconografía de Mick Jagger,
Gary Glitter y David Bowie, es posible para las estrellas pop
masculinas ser a la vez más femeninos y agresivamente
chauvinistas de la masculinidad al mismo tiempo y con la mis
ma imagen. La feminización de la imagen masculina puede no
revelar en ningún modo señal de liberación complementaria de
las mujeres de los dominios de la imagen femenina.
El hecho de que, a pesar de estos cambios superficiales en
la cultura actual, las actitudes tradicionales hacia la posición
de las chicas en las subculturas puedan no haber cambiado
mucho en dos décadas es evidente en las actitudes sexuales
de los muchachos Skinheads citada en The Paint House (Da
niel y Maguire, eds., 1972). No hay nada nuevo en el tipo de
etiquetaciones crudas usadas, por ejemplo, por los mucha-
374
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
chos citados en el capítulo «Jilly Crown, the Certified Whore»97 •
Lo que no sabemos es cómo las chicas responden a este
etiquetamiento -nuevamente, típicamente, en The Paint House
no hay contribuciones de chicas Skinhead-.
En resumen, la evidencia acerca de qué tan activas y pre
sentes están las chicas en las principales subculturas de pos
guerra es difícil de establecer finalmente, de un modo u otro,
en base a lo que es actualmente conocido. Ciertamente, el
peso de la evidencia que tenemos sugiere que la mayorfa de
las chicas organizan su vida social casi como una alternativa
al tipo de cualificaciones y riesgos que implica la entrada di
recta a la cultura de los muchachos (sea sub o sea comercial).
Aunque las chicas saben que en lo que concierne al sexo los
chicos la tienen más fácil, no tienen un sentido de solidaridad
con las chicas que entre los muchachos son categorizadas
como fáciles.
Esto podría ser una evidencia no de la ausencia o presencia
de las chicas en las subculturas, sino de toda una red alterna
tiva de respuestas y actividades a través de las cuales las
chicas negocian sus relaciones con las subculturas o incluso
toman movimientos positivos hacia afuera de las opciones
subculturales.
Donde las mujeres son visibles, ¿cuáles son sus roles? ¿Reflejan estos la subordinación general de la mujer en la cultura?
Tres imágenes habrán de ser importantes aquí, imágenes
en las que las chicas están claramente presentes, pero donde
el modo en que lo están sugiere el modo en que su subordina
ción cultural es retenida y reproducida. La primera es la ima-
97 N. del T.: «Jilly Crown, la puta certificada».
375
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
gen de las chicas motoqueras, vestidas de cuero, una suerte
de modelos de calendario subculturales -tal como aparecen
en la prensa-, representantes de una nueva especie de sexua
lidad amenazante y agresiva. Esta imagen ha sido frecuente
mente usada para anunciar en la prensa y los medios la nue
va permisividad sexual. Pero es importante notar cómo esta
presencia fue codificada de un modo puramente sexual (aun
que nuevo, moderno y audaz): los labios pintados, los ojos
oscurecidos, la expresión desganada y la campera de cuero
ligeramente abierta. Esta imagen subcultural estaba a sólo
un pelo de distancia de, por una parte, la nueva sexualidad
de la publicidad y el mercado moderno de la moda y, por otra
parte, del clásico fetichismo de la industria pornográfica. En
la apariencia de esta nueva permisividad sexual se mistifica
ba la real subordinación sexual de la subcultura motoquera.
En la cultura motoquera en general, una chica permanece
excluida del centro de la cultura: depende del ofrecimiento
de un asiento trasero por parte de un muchacho motociclis
ta. Pocas chicas penetraron en el núcleo simbólico de la sub
cultura: la moto misma, el conocimiento técnico de la máqui
na, de sus limitaciones y capacidades. La membresía de una
chica en el grupo dependía del muchacho con el que estaba,
era siempre condicional, siendo fácilmente expulsada del gru
po en consideración del estado de su relación con los chicos.
En la versión más estrecha de la cultura de las motocicletas
-por ejemplo, en el grupo Hell's Angels- el foco del grupo
era abrumadoramente masculino: un machismo cultural de
hombres rudos. Sólo las pocas mujeres que podían ser tan
duras como los muchachos podían entrar al grupo, e incluso
entonces sólo siendo la mujer de un líder o una especie de
madre para el grupo. Hunter Thompson sugiere, en Hell's
Angels ( 1967), que los Ángeles frecuentemente trataban a
sus mujeres como objetos sexuales: eran o bien madres o
bien objetos de la pandilla. Los contenidos e imágenes de las
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
relaciones en esta subcultura podrían haber sido nuevos y
altamente anormales: pero los Ángeles del Infierno tendían a
dividir a las mujeres entre aquellas mujeres con corazón de
oro que cuidaban de ellos y las prostitutas, usando una opo
sición binaria tan vieja como las rocas.
Como sugerimos antes, la alta visibilidad de las chicas en
la cultura Mod es probablemente aún más relevante para
nuestro argumento. Las chicas siempre han tenido alguna
clase de trabajo en el breve espacio entre la escuela y el
matrimonio; pero, a inicios de los años sesenta, había más
jóvenes mujeres trabajando, y ciertamente se estaban abrien
do nuevos tipos de ocupaciones, especialmente trabajos
glamorosos en boutiques, comercios de cosméticos o ropa,
y trabajos como secretarias, los cuales, aunque en última
instancia eran rutinarios y no ofrecían mucho futuro, tenían
la distinción de permitirles lucirse e ir a trabajar a la ciudad.
En las boutiques, el glamour y el estatus frecuentemente
compensaban los magros ingresos. La cambiante estructura
económica y laboral puede haber ayudado a las chicas ocu
padas en estos trabajos a tomar una parte más activa en el
consumismo de la cultura Mod. Pero este mayor
involucramiento también estaba estructurado culturalmente.
La esencia Mod de un individuo «cool» podía ser más fácil
mente sostenida por las chicas, en sus casas, escuelas y
trabajos, sin provocar reacciones de sus padres u otros adul
tos, tal como sí ocurría con otros estilos subculturales más
agresivos. Los padres y maestros sabían que las chicas lu
cían extrañas, con sus caras blancas y sus cabellos muy
cortos, pero, tal como Dave Laing señaló acerca de los Mods,
«había, en el modo en que se movían, algo que los adultos
no podía descifrar» (Laing, 1969). Esta relativa fluidez y
ambigüedad de la cultura significaba que una chica podía
andar por ahí sin necesariamente estar directamente asocia
da a un muchacho: podía ser una Mod en una pareja Mod, en
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
una multitud de chicas Mods o incluso sola. La participación
tenía mucho que ver con las vestimentas, la apariencia y el
look estilizado -como su contrapartida masculina, la chica Mod
demostraba la misma atención para el detalle al vestir, la
misma preocupación por la apariencia-. Las chicas Mods
pueden haber sido más visibles porque ellas y los chicos se
veían de modo similar -fue probablemente la difusión del
estilo Mod lo que llevó a la industria de la moda a la confec
ción del género Unisex-. Pero, como hemos sugerido, puede
haber ocurrido porque la subcultura, como un todo, compa
rada ya sea con los Teddy Boys o la cultura motoquera, se
veía, en conjunto, más «femenina» -imagen reforzada por la
elegancia de los Mods y su preocupación con el estilo y el
consumo de looks-. Es imposible decir a esta altura por qué
las actitudes severamente chauvinistas, comunes en otras
partes parecieron no ser tan preponderantes en los grupos
Mods; pero esta es ciertamente la impresión general que pre
valece. La posición de la cultura Mod en el lado más femenino
del espectro subcultural tal vez reflejaba simplemente su opo
sición a otras subcultura masculinas más duras que estaban a
su alrededor (la fuente de gran parte de la competencia entre
Mods y Rockeros). Tal vez reflejaba la ambición de ascender
socialmente como orientación de esta subcultura. Tal vez te
nía algo que ver con la relativamente mayor confianza de las
chicas involucradas -una confianza en cuya constitución no
pasó desapercibida la emergencia, en esta época, de la cre
ciente disponibilidad de pastillas anticonceptivas para las jó
venes chicas solteras-. Por supuesto, no podemos afirmar
qué grupos tomaron ventaja en primer lugar de esta nueva
posibilidad, pero disponer de la misma debe haber aumentado
la confianza sexual; y, como hemos sugerido, para chicas en,
y alrededor de, una subcultura enfocada en los hombres, la
confianza sexual lógicamente ha tenido un impacto en la con
fianza social y cultural.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
La tendencia general de las chicas a volverse más visibles
y relativamente autónomas en la subcultura Mod debe ser
tomada en consideración junto al sostenimiento continuado
de la estructura social y material básica determinante de las
vidas de las chicas y !imitadora de su relativa visibilidad/
autonomía/espacio. Como ha sido sugerido, la subcultura Mod
ha habilitado a algunos participantes experimentar ciertas
«relaciones imaginarias» en esas condiciones restrictivas, pero
sin trascenderlas. La relativa autonomía de las chicas Mods
reflejaba su prosperidad de corto término, los trabajos que
les daban dinero extra alcanzaban satisfacciones de corto
plazo, pocas oportunidades de hacer carrera, sin posibilida
des de bonos de productividad o por horas extras, así como
tampoco incrementos salariales sustanciales una vez supe
rados los veinte años. A la larga, si no tiene mayor educa
ción, la chica en cuestión probablemente quedará expuesta
a desarrollarse sólo en cuestiones domésticas o femeninas,
cuidar a los niños, cultivar relaciones personales, prácticas
comerciales y clericales (Newson, 1948; 1963). No hay nada
que sugiera que la participación en la subcultura Mod de
repente cortara los lazos entre madres e hijas, o que haya
minado significativamente la autoconcepción y orientación
de las chicas hacia el matrimonio y la familia.
El término Hippie es, por supuesto, un término paraguas
que cubre una variedad de diversos grupos y tendencias. El
aspecto que es aquí más directamente relevante es el punto
a través del cual la mayoría de las chicas habría entrado de
algún modo en esta cultura amorfa: la cultura estudiantil de
clase media. Está disponible, para las chicas de clase media,
un mayor espacio desestructurado, ubicado en alguna parte
entre los confines de la actual subcultura Hippie y la cultura
de mercado de la cultura de la clase media. De este modo,
para la colegiala de clase media, o para la estudiante en su
primer año universitario, el departamento, en el que vive o al
379
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
que visita, simboliza una adquisición negociada de territorio
que no puede ser penetrado por los padres, y que, debido a la
relativa naturaleza desestructurada de la vida estudiantil, no
puede ser prohibido. La chica estudiante de clase media tiene
más tiempo, horarios más flexibles, tres o cuatro años en los
que el matrimonio es positivamente desalentado y, finalmen
te, un ambiente más relajado, una experiencia más total no
sólo estrictamente demarcada entre trabajo y esparcimiento,
todo lo cual permite el desarrollo de un estilo personal.
Por otra parte, dada esta flexibilidad, parece justo marcar
que hay poco cambio notable, tanto en esta cultura periférica
como en el cuerpo principal de la subcultura Hippie, respecto
de los roles tradicionalmente femeninos. Las imágenes típicas
que más asociamos a la cultura Hippie son las de la Madre
Tierra, la niña de pecho o la frágil dama prerafaelista. De nue
vo, por supuesto, debemos estar prevenidos de los peligros
de aceptar acríticamente las imágenes que emergen de la co
bertura mediática como parte de un pánico moral, aunque lo
más probable sea que este pánico represente un doble lazo
-permisividad sexual asociada con maternidad es más agra
dable que una simple agresividad femenina-. Ciertamente,
como en áreas más convencionales de la música, es siempre
en tanto cantantes que las mujeres han logrado existir, y esto
debido presumiblemente a la singularidad única de la voz fe
menina. Dado esto, los tipos de imágenes generalmente dis
ponibles parecen ser muy limitados; las pocas mujeres que
han logrado ingresar en esta esfera generalmente dan con el
perfil de la gentil/lírica/introspectiva imagen de, digamos, Jony
Mitchel, o bien con la agresiva/marimacho/empapada en whisky
imagen asociada a Janis Joplin o Maggie Bell.
Como sea, sería errar el rumbo no percatarse del espa
cio que la cultura subterránea provee para ocupaciones y
estilos de vida en los que las mujeres han figurado notoria
mente.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
¿Tienen las chicas modos alternativos de organización para su vida cultural?
Parte de lo que ha sido conjeturado antes puede llevarnos
a la conclusión de que la mayoría de las chicas encuentra
estrategias alternativas a aquellas de las subculturas de chi
cos. Lo que entonces importa es tal vez no la presencia o
ausencia de las chicas en las subculturas masculinas, sino los
modos complementarios en que las chicas actúan entre ellas
y con otros para formar por sí mismas una cultura distintiva.
Una de las formas más significantes de subcultura alternativa
entre las chicas es la cultura de las Teeny Booper. Aunque no
es de ningún modo un fenómeno nuevo (la relación entre la
chica y el ídolo pop ha existido en tos últimos veinte años), es
una de las formas disponible de subcultura más altamente
industrializadas -de hecho, está casi totalmente empaqueta
da-. Evidencia de esto puede ser citada a través de toda la
trayectoria del pop, pero lo que es significativo acerca del
síndrome Teeny Bopper de tos años setenta es que estaba
expresamente dirigido a un mercado aún más joven, por ejem
plo, a chicas de diez o quince años, demasiado jóvenes para
haber escuchado a los Beatles y que ciertamente no tendían
hacia el nuevo rack pesado (E.L.P, Ves, Led Zeppelin o Deep
Purple) que sus hermanos y hermanas mayores escuchaban
tan ávidamente. El atractivo de este mercado con su inestable
potencial (esta semana Mark Botan, David Cassidy la próxima)
ofrecía a maltrechas compañías de Fitms y promoción la chance
de obtener también sus beneficios.
Aun en relación con una red tan industrializada, podemos
localizar una variedad de procesos de negociación entre las
propias chicas.
a. La cultura Teeny Bopper puede desplegarse fácilmente, para
chicas de diez a quince años, en el hogar, requiriendo sólo
un dormitorio y un reproductor de audio y permiso para
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jtNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
invitar amigas; pero esta situación puede ofrecer a las chi
cas la oportunidad de tomar parte en un ritual cuasi-sexual
(es importante recordar que las chicas no tienen acceso a
los rituales masturbatorios comunes entre los chicos). Esta
cultura, a su vez, ofrece una chance para manifestaciones
tanto públicas como privadas: la habitación llena de pósters
o el concierto de rock.
b. La cultura Teeny Bopper es lo suficientemente flexible como
para permitir que cualquiera se una; no opera reglas de
exclusión o cualificación para el ingreso a la misma, siendo
así diferente del ambiente colegial, donde la participación
en ciertas actividades demanda cierto grado de competen
cia y dinero.
c. No hay riesgos de humillación o degradación personal, de
sufrir exclusión o expulsión. Algunas de las Teeny Boppers
con las que hemos ~ablado muestran una notable concien
cia del hecho de que los chicos están todos preocupados
por «una única cosa», y que las chicas tienen muchas
chances de perder en ese juego. El involucramiento en la
cultura Teeny Bopper puede entonces ser visto como un
refugio defensivo contra la posibilidad de ser etiquetadas
sexualmente, pero también un modo de desarrollar un alto
grado de autosuficiencia al interior de los agrupamientos
de chicas: «la pasamos bomba entre nosotras».
d. La obsesión con estrellas específicas, Donny Osmond, etc.,
puede ser vista como una reacción significativa contra las
estructuras autoritarias y selectivas que controlan las vi
das de las chicas en el colegio. Esto es, la «obsesión» pue
de ser un modo de alienar al maestro, y, si es compartida,
puede ofrecer una solidaridad defensiva, especialmente para
aquellas que se consideran a sí mismas como académica
mente fracasadas.
Mientras pueda haber ciertamente elementos en la cultura
Teeny Bopper que permitan a las chicas negociar espacios por
r i ¡ ' Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
sí mismas, también debe ser dicho que las relaciones entre las
chicas y los ídolos están teñidas por elementos fantasiosos,
con el desplazamiento y la desexualización de los íconos del
mercado Teeny Bopper, patentemente comerciales y sexual
mente manipulados. Aquí, el elemento de fantasía y fetichiza
ción presente, en todo momento aunque en grados diferentes,
en el involucramiento comprometido -ya sea por las chicas o
los chicos- con las imágenes emblemáticas de la cultura pop
comercial está enraizado en un punto particularmente impor
tante y poderoso. No caben muchas dudas respecto del hecho
de que las relaciones fantasiosas que caracterizan esta resis
tencia dependen para su propia existencia de la adoradora mu
jer subordinada que contempla al hombre en su pedestal. La
cultura también tiende a anticipar la forma de futuras relacio
nes «reales», y, tal como está articulada en artículos de revis
tas e historias, dirige a la chica hacia la esperanza del romance
y eventualmente hacia una versión idealizada del matrimonio. A
través de todo el espectro Teeny Bopper, la dialéctica es estre
cha. El espacio pequeño y altamente industrializado para las
chicas de diez a quince años, disponible para crear áreas perso
nales y autónomas, parece ser ofrecido sólo en el entendimien
to de que estas estrategias simbolizan una futura subordina
ción general, así como la presente.
Conclusión
Nuestro foco en este texto ha sido apartarse del simple
fenómeno subcultural de grupo, en tanto, según nuestra pers
pectiva, el grupo subcultural puede no ser el mejor lugar en el
que encontrar el desarrollo de los rituales, respuestas y nego
ciaciones. Creemos que, cuando la dimensión de la sexuali
dad es incluida en el estudio de las subculturas juveniles, las
chicas pueden ser vistas negociando un espacio diferente,
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ofreciendo un diferente tipo de resistencia a la que puede ser
vista, al menos en parte, como su subordinación sexual. Por
lo tanto, aunque pueda ser el caso que la cultura juvenil feme
nina corresponda, en sus formas o actividades, a agrupamientos
masculinos no subculturales, tendemos sin embargo a acor
dar con Jules Henry, quien, describiendo la experiencia de las
adolescentes norteamericanas, señalaba que:
A medida que se acercan a la adolescencia, las chicas no ne
cesitan grupos; de hecho, para muchas cosas que hacen, ser
más de dos es un obstáculo. Los muchachos andan en banda
das; las chicas raramente se juntan entre más de cuatro, mien
tras que para los chicos un grupo de menos de cuatro es casi
inusual. Los chicos son dependientes de la solidaridad mascu
lina con un grupo relativamente grande. En los grupos de chi
cos el énfasis es la unidad masculina; en las camarillas de
chicas el propósito es dejar afuera a otras chicas. ( 1963)
Partiendo de nuestras investigaciones preliminares, debe
mos agregar que la cultura de las chicas está tan bien aislada
que opera excluyendo efectivamente no sólo a otras chicas
indeseables, sino también a chicos, adultos, maestros e in
vestigadores.
UNA NOTA SOBRE MARGINALIDAD
Rache/ Powe/1 y John Clarke
Es claro por todo lo dicho en el artículo previo que el análisis
de las formas de participación (o no participación) de las chicas
en subculturas plantea ciertas cuestiones teóricas importantes
que aún no han sido contestadas completamente. En esta nota
queremos enfocarnos en un concepto que, creemos, es em
pleado incluso por aquellos analistas que están preocupados
por dar una explicación simétrica de la situación de las jóvenes.
Ese concepto -usado implícitamente y de forma inarticulada
lo describiremos tentativamente como marginalidad.
Marginalidad se aplica tanto a las construcciones teóricas em
pleadas, de forma cuasi-analítica, como a las percepciones de
la «realidad». En el primer modo es como si la totalidad social,
y la actividad subcultural dentro de ella, pudiera ser explicada
en términos de lo que Jos varones hacen, y entonces la activi
dad de las chicas puede ser explicada a través de una más
amplia y sutil subdivisión de categorías. En el modo perceptual,
las actividades reales de las mujeres son vistas como teniendo
lugar en el mismo nexo estructural-cultural que las de los hom
bres, pero en toda instancia la participación de las mujeres es
percibida como periférica a las tensiones, conflictos y negocia
ciones principales que componen una situación de clase espe
cífica. Creemos que este modelo {si, en efecto, es lo suficiente
sustancial como para ser llamado un modelo) es inadecuado.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Gráficamente sugiere una serie de círculos concéntricos:
mientras más lejos del círculo, más marginales son sus habi
tantes para el centro de la cultura dominante -el mundo de la
clase media masculina adulta-. De este modo:
Diagrama A
El diagrama está esquematizado y seleccionado acorde a un
foco teórico: la actividad de las chicas potencialmente desvia
das. Es como intentar elaborar un modelo de la sociedad com
pleta a partir de un estudio de los Skinheads, y sus deficiencias
se vuelven más aparentes si preguntamos dónde deberían ir
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
otras mujeres. Por ejemplo, ¿están las mujeres adultas de clase
media más cerca de las de clase media menos marginales que
de los hombres adultos de clase trabajadora? Una pregunta de
ese tipo no tiene una respuesta satisfactoria única, pero sí
mengua la validez de tal modelo. El modelo tiene cierto poder
descriptivo que deriva de suposiciones sobre la centralidad y el
carácter privado de la familia, y la familia concebida como la
esfera apropiada de las mujeres.
Desde estos supuestos, no hay problema sobre dónde situar
a las «otras mujeres» -sabemos dónde están, no están allí, son
absorbidas por la privatizada y socialmente invisible vida fami
liar-. Se mantienen fuera del mundo del poder, la competencia
y el conflicto, y consecuentemente sólo las chicas que están
por fuera de la familia (y, más recientemente, chicas y mujeres
«violentas») entran en esa arena del desafío y el control. Esa
ubicación ideológica de las mujeres puede ser diagrama así:
Diagrama B
MUJERES
HOMBRES
mujeres Violentas
Mundo Competitivo del Trabajo, 111 Cla11 y el Poder
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Desde el punto de vista de la cultura dominante, hay en
efecto un tipo de problema de marginalidad representado aquí;
es la problemática específica de una formación particular de
ideología y control. Desde ese punto de vista, el «problema de
las mujeres» puede ser formulado así: ¿Cómo manejar el ((pa
saje peligroso}} de las chicas jóvenes, desde el cuidado parental
-fuera de un faml'lia- y hacia un rol maternal -de vuelta en una
nueva familia-?
Argumentaremos que tal concepción de un problema de
control nos conduce a pensar el problema de la marginalidad de
una manera muy diferente: mirar el problema como identifican
do un potencial «Vínculo débil» en la reproducción de las rela
ciones sociales nos conduce a mirar las relaciones de las chicas
con las estructuras institucionales más importantes diseñadas
para efectivizar esa transición. Esto permite la posibilidad real
de un análisis simétrico, analizando las relaciones diferenciales
de chicos y chicas en la misma serie de instituciones mayores.
Por diferencial entendemos un reconocimiento de la relativa
notabilidad y poder de cada institución en relación con chicos o
chicas a través de ese pasaje. Hemos señalado anteriormente
en este volumen que las subculturas (masculinas) habitan los
puntos débiles entre hogar/escuela y trabajo. Un análisis simé
trico respecto de las chicas nos guía a la naturaleza de esa
transición (a la pregunta de si las chicas se ubican en la misma
relación de marginalidad que los chicos con esas instituciones)
y a formas disponibles en que pueden habitar dicho pasaje.
Como punto de partida debemos (sobre)esquematizar los dos
pasajes como sigue:
Diagrama C
HmiBRE Clase trab~ ad.or<&
~IL1ER Clase traba.j ad.or<&
Notas:
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
FAMILIA--- escuela.---- trabajo ----TRABAJO
bamo ESPARCIMIENTO ESPARCIMIENTO
............................... FAMILIA .......................... ..
FAMILIA ----------
escuela. banio espa.rcimi.ellto
es pa.Eimi.ento
FAMILIA
TRABAJO
esptrdm.intt.o
1 . La familia de origen ejerce un sostén ajustado y más perma
nente sobre las chicas que sobre los chicos, ambos en tér
minos de sus funciones para su economía interna y como
una capacitación práctica para su pasaje a lo siguiente.
2. La reproducción de la muchacha como «esposa/madre» es
reforzada en otras esferas institucionales (escuela: dismi
nución de oportunidades, capacitación «vocacional» feme
nina, etc.; esparcimiento: feminidad consumible, romance,
etc.).
3. El trabajo existe como una fuente potencial de relativa liber
tad (económicamente, etc.), pero es contrarrestado por: (a)
la concepción dominante de este como una interrupción en
la carrera dominante basada en la familia; y (b) los patrones
de la residencia hogareña entre chicas trabajadoras -en par
te impuestos por los niveles salariales de las mujeres-.
Nuestro argumento es, entonces, que las mujeres no habi
tan una parte separada e invisible de la formación social, sino
que están involucradas exactamente en las mismas estructu
ras institucionales que los hombres, pero en relaciones dife-
~so
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
rentes. Es la división ideológica dominante entre Hogar y Tra
bajo la que estructura la invisibilidad de las mujeres, y no su
ausencia real del mundo del trabajo. Su identificación única
mente con el mundo «privatizado» de la familia ha enmascara
do, en primer lugar, el histórico (no natural y por mucho tiem
po muy desigual) traslado del trabajo al hogar, y, en segundo
lugar, la continua presencia de mujeres trabajadoras (además,
enmascara la presencia del hombre en el hogar). Hombres y
Mujeres no habitan dos mundos separados empíricamente,
sino que pasan a través de las mismas instituciones en rela
ciones diferentes y en trayectorias diferentes.
Podríamos, bruscamente, diagramar la estructura entrela
zada como en el Diagrama O.
Notas al Diagrama D:
1. Como el diagrama intenta sugerir, el «espacio social» tanto
de hombres como de mujeres, de jóvenes y de adultos,
está firmemente estructurado por la clase.
2. Dada esa división básica, sin embargo, las barreras socia
les de edad, sexo y en algunos casos la clase misma mani
fiestan grados variados de permeabilidad acorde a la posi
ción real dentro de la estructura. La permeabilidad relativa
está definida por la economía básica y las formas ideológi
cas, pero es experimentada principalmente como una cir
cunstancia biográfica (ver Critcher, abajo).
3. Las dimensiones de posible actividad para ambos sexos
están construidas alrededor de ciertas oposiciones, pero
donde para el hombre las oposiciones dominantes son aque
llas de trabajo/no trabajo, administración de mano de obra
y trabajo/esparcimiento, la experiencia de la mujer de esas
mismas oposiciones está fuertemente revestida por la en
fática oposición familia/no familia.
390
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
4. Para las chicas, entonces, el «espacio» real para la activi
dad subcultural no es marginal, pero sí más ajustadamente
estructurado que el disponible para los chicos. Está delimi
tado por una subordinación doblemente estructurada, y los
elementos disponibles para un bricolaje subcultural (ver
artículo de Estilo, abajo) llevan una carga incluso más pe
sada de significado previamente establecido.
Diagrama D
cine trabajadora
""'-.,1 ----
1
"""" --------- 1 1 "~--
1 1 -----------~ 1 ..~<:'__- FAUIUA '
J_-..--- """-, (prestigio) ~PERMISIVIDAD""""
s "glamorosas") '
1 --------- SUBCULTURAS adulto CLASE
391
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Finalmente, entonces, nos gustaría hacer un esbozo tentati
vo de alguna de las formas en que las chicas pueden habitar la
transición hacia la «maduración», junto con algunas observa
ciones sobre sus consecuencias para la reproducción de los
roles femeninos. Para la chica de clase trabajadora, un reperto
rio áspero de estas formas -no exhaustivo y de ninguna mane
ra discreto o aun elegido- puede ser de la siguiente manera:
Diagrama E
«Madre «Cultura de la «Chicas «Grupos» de «Mujer «Escorias»,
joven» habitación» de casa» la discoteca Profesional» «Putitas»
Estas formas (probablemente hasta incluyendo la de «Mujer
Profesional», cuya trayectoria puede ser vista como una aco
modación dentro de la antítesis familia/no familia, pero sobre
cuyas actividades de esparcimiento no podemos decir nada aquí)
giran todas alrededor de definiciones particulares de la femini
dad: incluyen tanto las relaciones reales («noviecitas») como
las relaciones cruzadas sexualmente potenciales/imaginadas,
reproducen en variadas formas una u otra de las formas de la
sexualidad y subordinación femenina, incluso donde no hay
empíricamente presente ningún hombre. Podrían romper la con
cepción familiar dominante de la sexualidad (por ejemplo, las
«putitas»), pero, incluso haciéndolo, refuerzan otra concepción
de las relaciones sexuales hacia el hombre, reproducen la sub
ordinación. Involucran la aceptación de, o la negociación con,
el componente fundamental de su propia identidad. Negocia
ciones que involucran la exploración de las contradicciones en
la definición de la sexualidad femenina. La más ampliamente
publicitada de estas formas, especialmente, presenta estas ten
siones ideológicas claramente: Teeny Bopper (adolescentes que
392
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
bailan música de moda) como en Sexo-en-tensión-con-la-mino
ridad (¿cuándo es apropiado el sexo?); fans de Sexo-en-ten
sión-con-la-distancia (¿dónde es el sexo, en la cabeza o en el
cuerpo?); groupies de Sexo-en-tensión-con-la-familia (¿para qué
sirve el sexo?).
Pero las chicas, además, están ideológicamente motivadas
a ver su identidad sexual como una avenida de movilidad so
cial, tanto si es definida (como es lo normal para los chicos)
como un pasaje a través de las fronteras de clase o como un
pasaje temprano en el estatus de la madurez, volviéndose Ma
dre en la «propia» familia. Donde el Diagrama D sugiere que,
para los jóvenes de clase media, las fronteras de edad pueden
ser vistas como relativamente permeables, para las chicas de
clase trabajadora otras formas de permeabilidad se pueden su
ceder -semi-fantaseadas, ciertamente, pero también posibles
en algún grado-. Esto es, en contraste con la experiencia de los
chicos de clase trabajadora, la actividad de esparcimiento de
las chicas puede ofrecer en sí un elemento de «carrera». Algu
nas formas de pasaje, a través de las fronteras entrelazadas,
minimizan claramente este elemento -transiciones en zonas
ocupadas por hombres jóvenes de clase trabajadora, como con
algunas chicas Skinheads rudas, o algunas chicas Mod duras-.
Otras, sin embargo, involucran transiciones hacia el territorio
de los jóvenes de clase media, como algunas de las chicas
hippies de la clase trabajadora, algunas «estrellas» Mods incor
poradas altamente exitosas, pueden ofrecer un considerable
mente amplio prospecto de «Carrera». E ir derecho y ser «chi
cas de casa» -atravesando los límites de edad en un matrimo
nio y la maternidad tempranos, territorio adulto de la clase tra
bajadora- ofrece la carrera más reconocida de todas.
Estas notas, por supuesto, se tornan esquemáticas. Lo que
necesitamos ahora son estudios etnográficos detallados para
ver si nuestro modelo funciona.
393
LAS POLÍTICAS DE LA CULTURA JUVENIL
Paul Corrigan y Simon Firth
Como nos ocupamos de las implicancias políticas de la
cultura juvenil, debemos empezar por subrayar que nuestras
aseveraciones son tentativas y, en un sentido, negativas -ya
que parten de una crítica a las conclusiones y asunciones de
la mayoría de los estudios existentes sobre la juventud británi
ca-. Nuestro análisis continuará con lo delineado por Phil Cohen
(1972) al poner en contexto la subcultura juvenil en un marco
de clase -nuestro interés está en las políticas de la cultura
juvenil de clase trabajadora98-, pero nuestra estrategia es algo
diferente de la suya: lo que queremos sugerir es que los erro
res en los que caen los analistas de la juventud en particular
están relacionados con los que cometen los analistas de la
clase trabajadora británica en general: en otras palabras, una
comprensión de las implicancias políticas de la cultura juvenil
de la clase trabajadora debe estar basada en entender la cul
tura de la clase trabajadora como un todo.
98 El análisis político de la cultura juvenil ha sido horriblemente confundido con el desarrollo, desde mediados de los sesenta, de la «contracultura» de la juventud burguesa. Tanto estudiantes como hippies son objeto de un tipo de análisis que es inapropiado para los adolescentes de clase trabajadora (aun si la distinción entre un grupo y otro no es absoluta, como algunos escritores -por ej., Gram, Murdock- han sugerido), y a este respecto no prestamos atención a, por ejemplo, Blackburn y Cockburn, eds. ( 1969), o Neville ( 1971). Hay mucho trabajo por hacer todavía sobre las relaciones entre los diversos grupos juveniles.
394
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
La literatura existente sobre la cultura de la clase trabaja
dora británica -sea esta literatura de sociología académica o
de marxistas activos- está unida por un hilo común, la noción
de incorporación ideológica. Cualesquiera sean las diferencias
en su lenguaje, la lógica de los teóricos de derecha o izquierdá
es remarcablemente similar: el problema -la clase trabajadora
británica es políticamente no revolucionaria/quieta/pasiva-;
razón -la cultura de la clase trabajadora tiene su raíz en valo
res no revolucionarios/quietos/pasivos-; explicación -la clase
trabajadora ha sido ideológicamente incorporada, sus valores
reflejan una profunda aceptación de la cultura burguesa-. Este
tipo de argumento puede encontrarse en una variedad de so
ciólogos (Marshall, 1963, Runciman, 1966, Goldthorpe et al.,
1969) y marxistas (especialmente los escritores de New Left
Review, siguiendo a Gramsci, 1971 ). Aun aquellos autores
que han criticado parcialmente este acercamiento (Frank Par
kin, 1971, y John Westergaard, 1974, por un lado, y Edward
Thompson, 1965, por el otro), fracasan en explicitar sus cru
ciales reduccionismos. Apuntaremos a dos en particular: pri
mero, el argumento que iguala cultura con ideología pero no
logra ubicar a la ideología en su contexto estructurado e institucional; segundo, el argumento que trata a la clase trabaja
dora como un receptor pasivo de esta cultura y no logra ras
trear los procesos activos por los que una cultura es creada
desde una experiencia material. Resumiendo, las políticas de
la clase trabajadora son explicadas haciendo referencia a pro
cesos intelectuales e ideales, procesos que, más aun, no invo
lucran conflicto alguno.
El análisis de la cultura juvenil de la clase trabajadora des
cansa exactamente en el mismo tipo de simplificación, tal vez
de manera no tan obvia. La sociología de la cultura juvenil ha
sido en general la prerrogativa de teóricos de la conducta «des
viada» y superficialmente se ha focalizado así en aquellos jó
venes que parecen actuar contra los valores burgueses. Pa-
395
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
radójicamente, sin embargo, las explicaciones para este com
portamiento dependen de un argumento que acentúa la acepta
ción de los valores burgueses por parte de estos grupos -el
«desvío» es resultado de una contradicción (para el desviado
como individuo) entre estos valores y la posibilidad material de
vivir de acuerdo con ellos-; el acercamiento subcultural a la
delincuencia, desde A. K. Cohen (1955), pasando por Cloward
y Ohlin ( 1960), hasta David Downes ( 1966), es una teoría de la
incorporación un tanto equivocada. Inclusive el cambio de én
fasis de Stan Cohen ( 1973) (del proceso en el cual la desvia
ción es creada por el analista) deja el punto básico intacto: la
juventud «desviada)) sólo puede ser entendida en referencia a
los valores burgueses. Para los sociólogos, la cultura juvenil
sólo tiene implicancias políticas negativas: los delincuentes son
chicos incorporados sin problemas99• Hay poco desacuerdo con
estas conclusiones de parte de los marxistas que, casi sin ex
cepción, interpretan la experiencia diaria de los adolescentes
de clase trabajadora como una total (y completamente satis
factoria) manipulación de un potencial proletario en el modelo
mismo del consumidor capitalista. Las mismas asunciones son
hechas sobre la juventud como sobre la clase trabajadora como
un todo: no hay un estudio sobre el contexto institucional en el
cual la gente joven se confronta con la ideología burguesa; no
hay estudio sobre la manera en la que los jóvenes crean su
cultura de acuerdo con su experiencia.
La conclusión que sacamos de la literatura existente sobre
la cultura juvenil es que nada puede ser dicho sobre sus
implicancias políticas porque esas políticas no han sido consi-
99 La bibliografía sociológica sobre la juventud de clase trabajadora no delincuente es liviana y tiende a focalizarse solamente en aspectos particulares de su vida (por ej., la escuela o la transición de la escuela al trabajo, o el juego). El único intento de un análisis general en el que podemos pensar es Willmot ( 1969), un libro importante aunque más no sea por su punto inmediato: que la «cotidiana» cultura juvenil de la clase trabajadora no es burguesa.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
deradas en la discusión. Si las instituciones están excluidas
del análisis, si no se presta ninguna atención al rol activo de la
gente joven en su cultura, entonces nada puede ser dicho
acerca de las luchas concretas en las que los jóvenes pueden
(o no) estar involucrados: la cultura joven es no-política por
que así ha sido definida. De acuerdo con nuestro propio traba
jo sobre el tema 100, una descripción emerge del comporta
miento y las ideas que ciertamente no son burguesas (aun en
el sentido de ser una formación por reacción a valores burgue
ses); el problema es cómo evaluar esta realidad políticamente,
cómo desarrollar un acercamiento a la cultura juvenil en el
cual las políticas sean el centro del análisis.
Otra vez tomamos nuestra guía del problema más amplio so
bre cómo analizar la cultura de la clase trabajadora como un
todo. Si observamos a esta cultura históricamente es claro que
lo que estamos observando es la historia de una clase luchando
por sobrevivir y lidiar con una variedad de instituciones burgue
sas (el mercado, el lugar de trabajo, la educación, el sistema
político, la ley, etc.). La cultura de la clase trabajadora no puede
ser comprendida sin referencia a estas instituciones, pero tam
poco puede ser entendida sin referencia a las luchas involucradas
-la clase trabajadora no ha sido (ni podría ser, dada su base
material) incorporada dócilmente, simplemente al nivel de las
ideas-. Tomando nuestra propia guía de Gramsci (1971 ), cree
mos que la historia de la cultura de la clase trabajadora no puede
ser comprendida sin referencia a la historia del Estado, a la histo
ria de esas instituciones que funcionan para reproducir y mante
ner las relaciones sociales del capitalismo, en parte, precisamen
te, buscando incorporar a la clase trabajadora ideológica e
institucionalmente. El Estado tiene fuerzas materiales e ideológi
cas, la incorporación ha significado tanto la destrucción como la
creación de instituciones, ha involucrado una variedad de luchas
100 Ver Corrigan (en preparación) o Frith (en preparación - a).
397
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subcutturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
además de la que se da en el plano de las ideas. Las políticas de
la cultura de la clase trabajadora sólo pueden ser comprendidas
en referencia a todas las luchas en las que la clase trabajadora
está envuelta. Esto puede ser ilustrado de mejor manera en refe
rencia a la historia de la educación.
Educación: la clase trabajadora en una institución burguesa
¿Cuál es la naturaleza y altura de la reja con la que el patio
de juegos ha sido cercado?
Pregunta en el reporte de los Inspectores de
Escuelas de Su Majestad, 1840-1841
Una mirada superficial al memorando del Comité del Consejo
para la Educación (y el subsecuente Departamento de Educa
ción) para 1840-1870 revela la manera en la que el Estado pro
ducía una compleja maquinaria para regular la educación de la
clase trabajadora. A través dellnspectorado, el entrenamiento y
la certificación de los maestros, el recorte en subsidios para las
escuelas, y similares, una particular definición de educación ganó
ascendencia. Este proceso es definido en un número de estu
dios, todos los cuales muestran el éxito de la burguesía en esta
blecer su dominación de las estructuras educacionales (ver, por
ejemplo, Jonson, 1970; Hurt, 1972; Frith, en preparación - b.).
Este proceso puede ser (y ha sido) visto aislado, simplemente
como el crecimiento de la educación estatal; pero lo que estaba
involucrado no era sólo la imposición de la educación desde arri
ba; había además, igualmente, una lucha contra las formas de
educación; contra, en particular, las instituciones organizadas
por la clase trabajadora para sí misma.
La educación nacional no era simplemente un asunto de pro
veer una educación elemental a una clase que de otra manera
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
estaba intelectual y moralmente desprovista: antes bien, era
un asunto de proveer una forma particular de educación a una
clase que tenía disponibles (aunque asistemáticamente) for
mas alternativas de aprendizaje. (Frith, en preparación - b)
El crecimiento de la educación estatal no era simplemente
el crecimiento de su intervención en las vidas de la clase tra
bajadora; era un proceso complejo que incluía a su vez la destrucción de instituciones. Los medios alternativos de educa
ción eran vistos como antitéticos respecto de las necesidades
para el desarrollo de una sociedad capitalista. Por ejemplo:
La educación en la escuela Zion difería de maneras significativas
de los procesos nacionales que estaban siendo desarrollados
contemporáneamente en las escuelas nacionales de Leeds. No
tenía especificidades por edad -chicos y adultos iban conjunta
mente a las escuelas de los domingos y de la tarde, la biblioteca
y los salones de lectura. No requerfa presencia de tiempo comple
to -era una educación diseñada para gente con ocupación de
tiempo completo. No había currículo obligatorio, sino una varie
dad de actividades y contenidos educativos (enseñanza de las
tres «R», mejoramiento mutuo, instrucción religiosa, lectura de
diarios, etc.). Y, de todas maneras, la educación provista por la
escuela Zion no estaba relacionada sólo con el maestro -el acen
to en el mejoramiento mutuo, la progresión natural de alumno
grande a maestro joven, borraba tales distinciones ... (/bid.)
Tales currículos y organizaciones (y, de hecho, experiencias educacionales) basadas en la comunidad eran de un tipo
con el que los Inspectores Estatales de Escuelas se encontra
ban frecuentemente:
Los mineros tienden, en general, a preferir mandar a sus hijos al
viejo tipo de escuelas diurnas mantenidas por miembros de su
399
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
propia clase ... pocos de los maestros parecían realmente califi
cados para enseñar, a su propio modo, todo lo que pretendían:
lectura, escritura, aritmética; pero la mayoría de ellos son, como
puede ser previsto, hombres de requerimientos muy humildes.
Los libros que usan son aquellos que los padres eligieron enviar.
Consecuentemente, no puede haber cursos regulares de ins
trucción sobre nada. La Biblia o El testamento son leídos, pero
muy pocas explicaciones son intentadas. A cada niño es ense
ñado el Catecismo que traiga consigo. (Tremenheere, 1844)
Uno puede ver el horror en la descripción de este inspec
tor: tal educación era la anarquía -¡Los libros que ellos elegían
leer! ¡No hay maestros adecuados! ¡No hay organización! ¡No
hay estructura moral!-.
En todo lo relacionado con el conocimiento de su mundo circun
dante, los trabajos de la sociedad, los muchos problemas eco
nómicos y sociales que irrumpen diariamente en la atención del
trabajador, la mente de la juventud en crecimiento era librada a
su propia dirección, apta de esa manera a tomar los hechos y
principios como dictara la suerte. Generalmente son llevados a
error y perseveran con el mismo en tanto quieren que el conoci
miento los posibilite para ver dónde se han equivocado. (!bid.)
A pesar de tales criticismos, estas instituciones indudable
mente proporcionaban una «educación» de la misma manera en
que las escuelas nacionales financiadas por el Estado proveían la
suya. El punto es que estas dos formas de institución eran opues
tas, una con el poder del Estado detrás suyo, la otra con presio
nes particularizadas, locales, de su comunidad. Desde mediados
del siglo x1x en adelante, el poder del Estado era usado para crear
las estructuras que proveían a la burguesía con una definición de
educación y para destruir y desacreditar alternativas; este era el
proceso mediante el cual los corazones y las mentes de la clase
400
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
trabajadora eran «capturados por» la ideología burguesa, a tra
vés de los cuales la clase era «incorporada». Muchos marxistas
leyeron tal historia con un suspiro: la dominación burguesa está
establecida, la clase trabajadora no tiene el poder para resistir en
sus propias instituciones o recrearlas: dada la falta de estas ins
tituciones, los trabajadores se convierten, inevitablemente, en
participantes de la versión burguesa de la educación -van a es
cuelas burguesas, aprenden hechos y teorías burgueses, acep
tan los valores burgueses-. Pero hay una asunción injustificada
en este argumento -lo que la historia de la educación describe es
un proceso de incorporación institucional-. Obviamente, este
proceso involucra una lucha ideológica, pero era una peleada en
términos de instituciones: un tipo de experiencia educacional era
reemplazado por otro. Ciertamente, la clase trabajadora estaba
enredada en la educación burguesa -la autoeducación localizada
del siglo x1x puede ser vista como el fútil gesto final en la lucha
de la clase trabajadora británica contra su incorporación101-;
101 Este comentario más bien críptico es una referencia a un punto que emerge en el debate Thompson/Anderson. Mucha de la evidencia que Thompson utiliza al pasar revista sobre cómo se hizo la clase trabajadora inglesa es de hecho evidencia de una fuerza de trabajo luchando para no volverse proletariado (disciplinado, atado al mercado, poder laboral). Esta (heroica) lucha ciertamente alimentó a la cultura que el proletariado inglés subsecuentemente desarrolló, pero es importante subrayar que esta clase trabajadora no se creó a sí misma, fue «hecha» (para utilizar la importante palabra de Thompson) por la lucha entre las demandas capitalistas y la respuesta de los trabajadores a estas demandas. En el debate Thompson/NLR, los protagonistas frecuentemente toman posiciones que representan sólo una faceta de la dialéctica (Thompson enfatizando la autocreacíón de los trabajadores, Anderson y Nairn enfatizando su dependencia de la burguesía). El historiador de la educación estaría cometiendo el mismo error sí se moviera simplemente de un sobre-énfasis del rol burgués en la educación a uno sobre la autoayuda de los trabajadores. Fue parte de la lógica del capitalismo que una fuerza de trabajo estuviera adecuadamente educada, pero el hecho de que la resistencia fue de allí en más (y en este respecto) fútil no es para decir que la lucha no fue vitalmente importante para el subsiguiente desarrollo de la cultura de la clase trabajadora. (La principal referencia para el debate Thompson/NLR es: Thompson, EP, 1963, Anderson, 1964, Nairn, 1964 a, by e, Anderson, 1965 a, Thompson, EP, 1965, Anderson, 1965 b, Poulantzas, 1966.)
401
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ciertamente, la cultura de la clase trabajadora debe ahora dar
cuenta de esta experiencia «burguesamente determinada», pero
«dar cuenta» de una institución no necesariamente implica aceptarla. Para remarcar el punto de otra manera: la incorporación
institucional (que ha sido la experiencia de la clase trabajadora
británica durante los últimos 1 50 años) no es necesariamente incorporación ideológica, y nuestra objeción al análisis de la
cultura de la clase trabajadora (de derecha e izquierda) es que
esta distinción es confundida. Estos análisis leen la historia de
las instituciones como evidencia directa de la historia de la cul
tura, esconden la complejidad real de esta relación, sus conclu
siones políticas son, por lo tanto, sospechosas.
Las dificultades para un correcto análisis, a este respecto,
se vuelven claramente aparentes en el punto en que la expe
riencia educacional se vuelve parte de la cultura juvenil. ¿Cómo
podemos dar cuenta políticamente de los chicos estudiantes de
clase trabajadora? Ellos van a escuelas burguesas, sus ideas
sobre lo que es la educación, para qué sirve y cómo debería
estar organizada son ideas incorporadas en sus escuelas, no
hay instituciones «educativas» alternativas, de clase trabajado
ra, ni una noción de educación de resistencia como educación a secas. Y aun así, la evidencia demuestra que los chicos de la
clase trabajadora, en mayor o menor medida, sí resisten en el
sistema escolar -¿cómo explicar si no la sobrecogedora evi
dencia (que cualquier maestro puede confirmar) de que una
escuela es un campo de batalla, variando las armas de los alum
nos desde la apatía a través de la indisciplina a la ausencia?-. Y
en esta batalla la escuela siempre es (precisamente en términos
de ideología) la perdedora. Cada uso de poder represivo y for
mal refuerza la experiencia de la clase trabajadora de educación
como imposición (y no como una gran-cosa-que-extenderá-mis
horizontes-y-me-hará-una-buena-persona); cada experiencia (re
gular) de fracaso confirma la realidad de que «en este lugar no
hay nada para mí» (Corrigan, en preparación).
402
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Lo irónico de esta situación (algo que la mayoría de los
analistas no logran ver) es que la resistencia ideológica de los
chicos a la educación burguesa (su rechazo a un conjunto de
normas y valores) ocurre en un contexto de, y como resultado
de, su incorporación a las instituciones burguesas 102• El punto,
de hecho, es obvio: la experiencia de la clase trabajadora, aun
la de las instituciones burguesas, no es experiencia burguesa;
la situación de la clase trabajadora, aun con y entre institucio
nes burguesas, no es una situación burguesa -esta es la reali
dad del conflicto de clase (en cada esfera de la vida) que parece
haberse esfumado de los análisis funcionalistas-. Para resumir
esta discusión con referencia a la cultura juvenil (muchas otras
preguntas pueden hacerse acerca de la educación que no pode
mos discutir aquí): la cultura juvenil debe ser entendida como
una respuesta a los problemas enmarcados en instituciones
burguesas, pero esa respuesta proviene de una experiencia de
clase trabajadora a ellas. El problema es ver en qué sentido aquí
respuesta equivale a resistencia y bajo qué circunstancias esa
resistencia tiene implicancias políticas.
Actualmente, no tenemos el tipo de conocimiento en el cual
basar respuestas claras a preguntas de este tipo, y queremos
concluir, en lugar de esto, sugiriendo líneas posibles para la
investigación que debe ser realizada. Primero, entonces, el aná
lisis político de la cultura joven debe focalizarse en la medida en
la que es «de clase trabajadora» por sobre «joven» (de la misma
manera en la que las políticas educativas deben focalizarse en
102 La contradicción aparente de esta situación se refleja en el confuso y vago estado del pensamiento político de izquierdas sobre la ecuación. Por un lado, tenemos a los partidos políticos organizados de la clase trabajadora, marxistas y no marxistas por igual, liderando los movimientos durante los últimos cien años hacia aumentar la educación estatal que todos los días sus hijos resisten; por el otro, la izquierda menos organizada, enfocada en los chicos y de inspiración libertaria, que trata a las escuelas como directamente represivas, el ausentismo como práctica revolucionaria y buscan liberar a los chicos de la clase trabajadora de la educación (cfr. el debate sobre desescolarización).
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
factores de clase y no sólo en las relaciones en el aula}. Esto no
implica negar que los jóvenes están en una situación «especial»
(en gran parte debido a su relativa -y sólo relativa- libertad
respecto de la familia y deberes ocupacionales), pero enfati
zar esto hace imposible el análisis político. Para comenzar,
esto significa exagerar las diferencias entre la cultura juvenil y
su contexto de clase a expensas de las continuidades. El con
cepto de «brecha generacional» (derivado de teorías sobre la
juventud de clase media) es inapropiado e incorrecto para los
adolescentes de clase trabajadora; aun si están involucrados
con diferentes instituciones provenientes de sus padres (la
escuela, etc.), la evidencia muestra que su respuesta a ellas
está basada en valores similares: si los adolescentes actúan
de manera «no adulta», la respuesta adulta sigue siendo tole
rancia e incentivación -«los chicos son chicos», «pasa la bien
mientras puedas», «Ojalá yo tuviera tus oportunidades» 103-.
Hacer foco en la juventud de la cultura juvenil es hacerlo so
bre las características psicológicas de la gente joven -su ado
lescencia, sexualidad incipiente, dudas individuales, y así- a
expensas de sus características sociológicas, su situación en
la estructura de las relaciones sociales del capitalismo.
Los jóvenes de la clase trabajadora son, en términos socio
lógicos, una actual y potencial fuerza de trabajo, y es esto (y
no su juventud) lo que determina su situación social y estruc
tura sus relaciones institucionales (y es esto lo que unifica sus
diversas experiencias, los une con sus mayores y le da a su
cultura su potencial político). Nuestra segunda regla para in
vestigadores es que todas las instituciones relevantes deben
estar conectadas en el análisis sociológico, tal como lo están
103 En una encuesta-cuestionario para chicos de quince-dieciséis años en Keighley (Yorks) en 1972, descubrí que la mayoría de estos chicos de clase trabajadora (a diferencia de sus coetáneos de clase media) no comprendían las nociones de cultura juvenil o brecha generacional, no se pensaban a sí mismos como diferentes, en ningún aspecto, de sus padres (Simon Frith).
404
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
en la experiencia de la clase trabajadora. La realidad del mun
do adolescente es una combinación de familia, escuela, apren
dizaje, policía, trabajo, juzgados, boliches, trabajadores socia
les, comercio y medios masivos, y es esta combinación a lo
que la cultura juvenil es una respuesta -deberíamos desistir
de aislar la cultura juvenil con respecto sólo al esparcimiento
comercial o a la escuela o a la ley-. No es accidente que los
componentes institucionales de la cultura juvenil coincidan con
la lista althusseriana de aparatos del Estado (Althusser, 1971 ).
La experiencia de la gente joven es precisamente la experien
cia del intento del Estado (más estridente que para sus mayo
res debido a que su posición es aún menos segura) por asegu
rar su contribución a la reproducción del capitalismo. Es en este
contexto que la noción de resistencia se vuelve posible: la pre
gunta no es si los chicos de la clase trabajadora pueden perma
necer independientes de las instituciones burguesas (no pue
den), sino cuál es la naturaleza de su «dependencia», cuáles
son sus efectos sobre el trabajo de instituciones particulares,
por un lado, y sobre el proceso general de reproducción, por el
otro. El punto que queremos subrayar aquí es que es la misma
«sobredeterminación» de la cultura juvenil (la misma intensidad
y variedad de ataques del Estado que reciben los jóvenes) lo
que determina las posibilidades de resistencia -pensamos, por
ejemplo, en la manera en la que los chicos pueden usar los
símbolos de la cultura pop como fuente de poder colectivo en
su lucha con las escuelas o la policía-.
Y esto nos lleva a nuestro punto final (que podemos aplicar
especialmente a los teóricos de izquierda). No hay duda de
que los símbolos del esparcimiento comercial (la música pop,
la moda) tienen un rol crucial en la cultura juvenil 104 y que la
104 La importancia de la música pop en particular ha sido confirmada (y nunca analizada) por cada estudio sociológico de gente joven desde fines de los cincuenta, y la clásica descripción de Mark Abrams del adolescente como consumidor nunca ha sido revisada (1959).
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
izquierda ha respondido a esto con distintas variaciones sobre
el tema de «la corrupción de los inocentes». Ya hemos suge
rido que los jóvenes no son, en este sentido, inocentes -están
ya embebidos en la estructura institucional del capitalismo-,
y queremos ahora cuestionar la noción de corrupción. Cierta
mente, los agentes de la cultura pop (compañías discográficas,
revistas para adolescentes, tiendas de ropa y así) explotan a
la gente joven (difícilmente un aspecto sorprendente del capi
talismo); la pregunta es hasta qué punto los manipulan. La
fotografía que la izquierda ofrece es la de adolescentes como
consumidores enteramente pasivos, comprando, jugando, ac
tuando como dicta el mercado, aceptando los valores que los
medios corporizan, carentes de cualquier fuente autónoma de
disfrute, creación o rebelión -para cuando han crecido, estos
adolescentes corrompidos por lo pop son poco más que ove
jas adormecidas105-. Esta imagen, suficientemente vívida en
las páginas de «Marxism today» 106 se desvanece de algún modo
ante la realidad del North End en West Ham o de un concierto
de Slade. ¿Son estos exuberantes, orgullosos, beligerantes,
sólidos chicos realmente mejor comprendidos como puros
consumidores? ¿Las criaturas descerebradas del mercado? Una
vez más, la distinción que debe hacerse es entre incorpora
ción institucional e ideológica -el hecho de que los jóvenes
estén fuertemente involucrados en instituciones comerciales
no significa que su respuesta esté determinada de manera
simple; necesitamos saber mucho más sobre la reacción de la
audiencia joven y su uso de los medios; no podemos basar
nuestros argumentos solamente en las intenciones de los ex
plotadores-.
105 Esta visión del joven como participante pasivo de una cultura impuesta yace debajo de la teoría más sofisticada de la «amplificación del desvío» -cfr. el análisis de los Mods de Stan Cohen (1973)-. 106 Para el más gráfico ejemplo de este acercamiento, ver la contribución de John Boyd al actual debate sobre cultura juvenil en «Marxism Today» (1973).
406
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Para resumir nuestro argumento: cualquier juicio político
sobre la cultura juvenil debe basarse en tratarla primero como
una cultura de la clase trabajadora, secundariamente como
una respuesta cultural a una combinación de instituciones, y
Juego como una respuesta que es tan creativa como determi
nada. Nuestro propio, asistemático juicio es que aun si la cul
tura juvenil no es política en el sentido de ser parte de una
lucha con conciencia de clase por el poder del Estado, de
todas maneras sí provee de una necesaria precondición para
esa lucha. Dada la falta de poder estructural de los jóvenes de
clase trabajadora y la cantidad de presión estatal que deben
absorber, sólo podemos maravillarnos ante la diversión y la
fuerza de la cultura que soporta su supervivencia como cual
quier otro grupo. Si la pregunta final es cómo construir sobre
esa cultura, cómo organizarla, transformar resistencia en re
belión, entonces esa es la pregunta que nos saca del terreno
de la cultura joven y nos pone en el análisis de las políticas de
la clase trabajadora en general 107•
107 En este fragmento hemos (al igual que cualquier otro escritor sobre cultura juvenil) ignorado a las mujeres -nuestra noción de «chico de la clase trabajadora» es masculina-. No tenemos excusas salvo la ignorancia -sabemos muy poco acerca de la cultura de las adolescentes-, pero no queremos esconder los serios problemas políticos del sexismo de la clase trabajadora, joven y adulta.
MÉTODO
INVESTIGACIÓN NATURALISTA EN SUBCULTURAS Y DESVIACIÓN: UN INFORME
SOBRE UNA TENDENCIA SOCIOLÓGICA
Brian Roberts
Aparte de los informes periodísticos, el estudio de las
subculturas ha sido, principalmente, llevado a cabo dentro del
marco de la indagación sociológica más que, digamos, dentro
de la historia social. Pero, por buenas y comprensibles razo
nes, el estudio sociológico de «subculturas desviadas» ha sido
(como su materia de estudio) en sí mismo «desviado» respec
to de la sociología dominante. La tradición «imperante» en
sociología es positivista. Apunta hacia una exhaustividad cien
tífica objetiva -aquí «ciencia» no significa, como en Alema
nia, el estudio serio, riguroso y sistemático de un área o fenó
meno, sino, más precisamente, un modo de indagación lo más
cercano posible a lo que muchos cientistas sociales mal infor
mados creen que son los métodos de la «ciencia natural»-. El
hecho de que el modo de trabajo de los cientistas naturales
sea visto como anticuado, una concepción del siglo diecinue
ve más que del veinte, no ha impedido a la sociología perse
guir lo que podría ser su verdadero, aunque difícil de alcanzar,
«último gol». La dependencia en la cuantificación, el uso del
método analítico, la adopción de un punto de vista ahistórico,
el registro de «Causalidad objetiva», es todo parte de esta
búsqueda filosófica más profunda -no para la verdad, sino
para un tipo particular de certeza-. La idea de que las socieda
des son un «todo» de funcionamiento estructurado, integrado
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
alrededor de un «sistema de valor central» con un orden social
y moral único, ha sido también parte de esa búsqueda, aun
que ha saltado a primera plana con una fuerza ideológica in
contenible especialmente en el período más reciente. Los
métodos positivistas de indagación, en sociedades concebi
das como un «todo» de funcionamiento integrado, natural
mente hallaron conflicto y «desviación» de las normas y el
orden social dominante, aunque los intentos de Merton de
allanar el campo al estructural-funcionalismo no deben ser ol
vidados (Merton, 1968: 175-248).
El estudio de la «desviación» ha estado asociado con una
tradición y perspectiva sociológica un tanto diferente -una
más cercana en algunos aspectos a los métodos de investiga
ción de la antropología etnográfica que a aquellos de la socio
logía positivista-. En Estados Unidos, donde se ha producido
la gran masa de trabajo en subculturas, la perspectiva adopta
da ha sido definida como Naturalismo (ver Matza, 1969); y la
práctica de investigación empleada ha sido, principalmente,
aquella asociada con las variadas formas y estrategias de la
«observación participante». El «naturalismo» fue impulsado
por la Escuela de Chicago en las décadas de 1920 y 1930 (ver
Faris, 1967); aunque menos prominente en la década del cua
renta y a comienzos de los cincuenta, cuando Parsons y Merton
establecieron el campo, fue considerablemente recuperado,
con especial referencia a las áreas de desviación, crimen y
delincuencia, en los tardíos cincuenta y sesenta.
En los términos más simples, y como su nombre lo indica,
la Observación Participante (OP) es llevada adelante cuando
el sociólogo entra «al campo» para observar de primera mano
«cómo funciona». Se retira periódicamente a su base de
investigación para asentar sus observaciones y conversaciones
y sacar conclusiones sobre la naturaleza del fenómeno que ha
estado estudiando. Como reconocen George McCall y J. L.
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Simmons ( 1969: 1) la OP es una práctica similar en muchos
aspectos a aquella de un reportero sofisticado de un diario; y,
en efecto, la sociología de Chicago le debe mucho a las
tradiciones periodísticas y «de chimentos», en tanto varios de
los pioneros de Chicago -tal como Robert Park- habían sido
periodistas (ver Faris, 1967). Esta práctica difiere en ciertos
aspectos cruciales de las formas dominantes de la empresa
sociológica, y sus practicantes han estado usualmente atentos
a estas diferencias. Gran parte del trabajo de OP se ha inspirado
en un linaje de escritores que incluye a Georg Simmel, Wilheim
Dilthey, John Dewey y George Herbert Mead108• Todos eran
humanistas liberales con amplios intereses en «las ciencias
humanas»: de este modo proveen una alternativa, tradición
menos respetable que aquella inaugurada por Augusta Comte,
Frederic le Play, Emite Durkheim, Beatrice y Sidney Webb, y
por la psicología social conductista, que proveyó la metodología
positivista de la ciencia social establecida109• Pero la OP no se
ha vuelto una alternativa completa al positivismo en la
sociología. A menudo ha estado a la defensiva, con respecto
a la empresa sociológica dominante; y a veces, y en algunos
aspectos, se ha convertido para estar situada torpemente sobre
el mismo piso. La buena observación puede seguir a las
hipótesis explicativas; pero no es objeto de toda la disciplina
el «control de variables», y la «replicabilidad del diseño», la
lógica del testeo de hipótesis, el calcado cuantitativo de las
cadenas causales «objetivas», que es demandada por el método
positivo. La OP jamás ha confrontado completamente al método
108 Para Simmel ver Wolff, ed., (1964); para Dilthey ver Rickman, ed., ( 1961), y Habermas, ( 1972) (capítulos 7 y 8); para Dewey ver Milis, (1966) (Parte IV); y para Mead ver Strauss, ed., (1965). 109 Para Comte ver Andreski, ed., (1974: 137-198). Referencias y comentarios en los otros contribuidores a la «tradición positivista» pueden ser encontradas en Easthope (1974), que provee una bibliografía muy útil. Easthope tiene una simpatía considerable por los «positivistas», que da un sesgo restrictivo a su capítulo sobre OP e Historias de Vida.
410
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
positivo en sus propios términos. En su lugar, ha formado una
especie de «subcultura» sociológica propia: un enclave más
humanístico y «empático» dentro del campo dominante.
En la perspectiva naturalista, la investigación se vuelve no
un estudio objetivo, sino un intercambio a través de un len
guaje compartido (no la variable de lenguaje «científico»: ver
Blumer, 1956) entre el observador y las personas con las que
participa («los anfitriones»). Está basada en la psicología so
cial lnteraccionista Simbólica, derivada primariamente de Mead
( 1943). Entiende la acción como informada siempre por el dar
y recibir significación. La acción no es comportamiento, sino
«acción significante», un intercambio entre actores cargado
de significación. La investigación de la OP naturalista es cer
cana también a la propuesta de Jos antropólogos sociales que
entran en un mundo extraño e intentan -a través de la explo
ración, observación y participación- figurarse cómo funciona
este mundo. Pero, mientras a menudo el antropólogo real
mente es un extraño en el mundo de la cultura nativa, el «cam
po» en el que el etnógrafo de OP moderno se embarca tal vez
esté más al alcance de la mano y sea «familiar» -o desconoci
do- como un distrito más de su propia ciudad. La asimilación
de la «etnografía» por la OP cambia el foco desde la objetivi
dad y la cuantificación hacia el «entendimiento empático» (en
tendimiento desde adentro, tomando la perspectiva del nati
vo) y el trabajo cualitativo. Pero la práctica real de la OP refle
ja una continua pérdida de paciencia ante las demandas del
positivismo. De este modo, la OP rara vez ha sido ejercida de
una forma rigurosamente etnográfica y cualitativa. En la prác
tica no es un método aislado, sino un repertorio de métodos,
incluso utilizando técnicas de sondeo y estadística 110• La ma-
110 Siguiendo el ataque de Herbert Blumer a la metodología de medición (Biumer, 1954 y 1956), Howard S. Becker y Blanche Geer elogiaron la observación participante como el método que producía (rendía) los informes más completos de eventos sociales para cualquier estudio sociológico
411
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
yoría de los observadores participantes respaldan la observa
ción con otras técnicas, algo más «objetivas». La OP es, en
tonces, una «mezcla o combinación de métodos y técnicas»
(McCall y Simmons, eds., 1969: 1) definida mejor por la esca
la y el carácter de su materia de estudio (sociedades primiti
vas, subculturas desviadas, organizaciones complejas, movi
mientos sociales, comunidades, pequeños grupos informales)
que por sus métodos.
Los métodos positivos distancian al investigador del objeto
de indagación y sirven para neutralizar su impacto en el cam
po. La OP explota el intercambio entre el investigador y su
campo: de alguna manera, mientras más cerca, mejor. El ob
servador no sólo debe familiarizarse lo suficiente como para
ser capaz de reconstruir el campo tal como lo ve y experimen
ta el «nativo»: debe, en algún grado, «experimentarlo» por sí
mismo (en este sentido, la OP está por definición más cerca
en perspectiva al criterio de Weber de «significado subjetivo»
que al mandato de Durkheim sobre «tratar los hechos sociales
como cosas»: su énfasis en la «experimentación» e identifica
ción comprensiva la hace, aunque no filosóficamente,
fenomenológico). Pero la cercanía tiene su costo. ¿Cómo se
puede describir y definir un campo sin tomar en cuenta el
impacto de la «participación» del investigador en él (su «efec
to Hawthorne», por llamarlo de alguna manera)? ¿Cuáles son
las reglas éticas que le permiten distinguir entre observación y
distinción? ¿Cuáles son los peligros de que el investigador «se
vuelva nativo»? ¿Y pueden los resultados de su cercanía -una
(Becker y Geer, 1957). Fueron abofeteados en una réplica lógica de Martin Trot, coautor de grandes mediciones sobre sindicalismo, votantes de ideas fascistas y estudiantes secundarios («Todo zapatero cree que el cuero es la única cosa». Trow, 1957); y ellos parcialmente se retractaron, dándole un lugar a los métodos de medición. Subsecuentemente, Becker desarrolló un procedimiento para medir el peso de la evidencia en apoyo a un hipótesis de la OP con notas de observación de campo en una forma rule-of-thumb a la que llamó «quasi estadrsticas». Ver Becker et al., 1961: 43-45 (reimpreso en McCall y Simmons, 1969: 252-254).
412
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
descripción cualitativa completa- ir más allá de la descrip
ción, al nivel de la «ciencia»? La OP coloca al investigador una
pesada carga de tacto y tácticas: empatía sin identificación,
entendimiento sin que le «tomen el pelo», buena comunica
ción sin compromiso. Curiosamente, el investigador partici
pante, como su colega positivista, también tiene problemas
con la «neutralidad» (aunque no son los mismos problemas
que el positivismo tiene con la «neutralidad científica»). El
Naturalismo se ha asimilado al «Extranjero» de Simmel: está
en pero no es de la cultura (ver Wolf, ed., 1964: 127).
Las ventajas de la OP residen en la calidad de conocimien
to del campo que indaga. Los investigadores llegan a conocer
la superficie íntima de su «campo» y también cómo transcurre
el mundo real bajo la superficie. Recoge tanto la cultura «in
formal» como la formal. Es sensibilizado por los matices de la
experiencia de los miembros nativos. Su enfoque es modela
do por una afirmación humanística de la realidad y validez de
otras vidas y experiencias además de la suya -una creencia
humana en contacto social-. Una visión menos generosa es
que el investigador es seducido en un acoplamiento vicario,
romántico hacia «Otras culturas». Esta trampa es a menudo
tácticamente compensada mediante la adopción de un cierto
estilo endurecido: el investigador participante es el hombre (y
la imagen es característicamente masculina) que miró a la «Vida
real» directo a los ojos, el «tipo que ha hecho el trabajo pesa
do», la persona que lo «ha visto todo». Quizás el hecho de
que mucho trabajo de OP haya sido hecho en Chicago ha
contribuido a esta imagen de «sabueso». Pero, como los lec
tores de Raymond Chandler sabrán, cada sabueso disimula,
bajo su pistolera, un cálido y romántico corazón.
Chicago puede también dar cuentas en parte por el hecho
de que gran parte del trabajo del Observador Participante ha
sido realizado en el «lado oculto» de la vida de ciudad -entre
marginados (bohemios, desertores, linyeras, delincuentes,
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
desviados y criminales)-. Algo del romance del «marginado»
ha sido indudablemente frotado fuera de él. Y viceversa. La
mirada comprensiva de Becker en el «mundo» del músico de
jazz debe mucho al hecho de que él comenzó su vida como
pianista de jazz (Becker, 1963). Polsky fue un jugador veterano
de pool antes de escribir su estudio sobre «la buscavidas de la
sala de pool» (Polsky, 1971 ). Y demás. Pero el escenario de
Chicago es realmente una explicación demasiado simple y me
dio ambiental. El hecho es que, cuando el investigador requiere
situarse a sí mismo categóricamente en el lugar «del otro» y ver
la vida desde esa posición, el método y la perspectiva de la OP
lo equipa óptimamente para entregar a la sociedad superficial
las «buenas noticias» sobre la lógica subterránea, la vida y la
visión de mundo de personas y grupos que miran la sociedad de
la superficie desde el «underground». El carácter apreciativo de
su enfoque lo ha hecho el aliado natural científico del Margina
do -una especie de Marginal de Adentro-.
La materia de estudio de la indagación Naturalista es a me
nudo exótica, pero el tratamiento es a menudo de «sentido
común». Aquello que los investigadores científicos ven como
raro y desviado (desde el punto de vista del «sistema de valor
común») no sorprende y escandaliza a los «Naturalistas». No
sólo su práctica es «naturalista» (por ejemplo, ir a los ambien
tes naturales de la ciudad más descuidados por otros investiga
dores), sino que su práctica naturaliza lo extraño, lo bizarro.
Los mejores libros en esta tradición son tan fieles a la vida que
describen lo que parecen ser meras «recreaciones» naturalistas
de ella; a veces provocando la reacción, «lo que encontraste es
lo que siempre hemos sabido. ¿Por qué molestarse en escribir
un libro sobre ello?»; por supuesto, el Naturalismo puro, en
sociología como en el arte, es una ilusión. Lo que el investiga
dor ve y entiende es un producto de quién es él, qué supuestos
introduce a su estudio, qué pedazos selecciona como impor
tantes para describir, cómo ingresa al campo, qué le sucede en
414
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
sus «primeros días», si es lo suficientemente afortunado para
encontrar o no un informante particularmente- sensitivo y agu
do, etc., etc. Pero el ideal del Naturalismo continúa -a reflejar y
describir fielmente, sin distorsión o preconceptos- para arribar
a una reflexión fiel de un mundo social.
Más recientemente ha habido un intento de formular el pro
ceso de la OP más formalmente, para diseñar protocolos para
la práctica, para definir las reglas del «acto investigativo», o
para mostrar cómo la «teoría anclada» puede ser sacada a la
fuerza de un tratamiento comparativo de etnografías (ver, por
ejemplo, Glaser y Strauss, 1968; Denzin, 1970). Pero estas
tematizaciones de «nivel superior» no han alcanzado la nece
saria tarea de hacer explícitos los marcos y supuestos de los
investigadores, o de ubicar descripciones y etnografías dentro
del contexto más amplio de teorías explicativas (de las cuales
no todas, después de todo, necesitan ser positivistas). Exis
ten, por supuesto, dificultades teóricas en hacer un puente
entre la etnografía totalmente descriptiva y las teorías de ca
rácter estructural o funcional o histórico, como la antropolo
gía social, que ha estado en este juego por más tiempo y lo
conoce muy bien. Pero, además, es preciso señalar que, no
estando dispuesto a aceptar el marco ofrecido por la sociolo
gía dominante o a elaborar un marco alternativo, el Naturalis
mo ha eludido algunas de las cuestiones más generales. Este
corrimiento, este paréntesis estratégico, es obvio incluso des
de algunos de los términos más comúnmente usados en la
OP: por ejemplo, «el campo» (ver Geer, 1969), con su noción
implícita de terreno con fronteras «naturales», un escenario
bien definido (pero, ¿cómo «el campo» intercede con las otras
áreas, digamos, de la ciudad?). O «mundo», con su noción
implícita de espacio existencial cerrado en sí mismo (pero,
¿qué ocurre cuando el «mundo» de la policía intercepta el
«mundo» dellinyera o el adicto?). El Naturalismo, por supues
to, debe su nombre además a la idea de la Escuela de Chicago
415
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
de que la ciudad fue dividida y organizada en estás áreas distin
tivas, ecológicas, cada cual con su propio «mundo» -espacios
sociales casi naturales, distinto uno de otro (ver Faris, 1967;
Park y Mackenzie, eds., 1967)-. Cuales sean las razones -y
son ciertamente complejas-, es verdad que el Naturalismo ha
sido mejor para investigar comprensivamente los distintos «mun
dos» de tipos particulares de colectivos sociales de lo que ha
sido para definir qué sucede cuando «mundos» con diferentes
recursos y poder a disposición se conectan y colisionan. Por
supuesto, la típica materia de estudio del Naturalismo -desvia
ción, crimen, delincuencia- forzó la cuestión clave del control
social en la agenda del Naturalista. Pero esto ha sido estudiado
principalmente en términos de «interacciones» inmediatas y lo
calizadas con la cultura del control: el delincuente en la esquina
y el trabajador social; el adicto y el policía local; el vagabundo y
la agencia de bienestar. Sólo raramente, y recientemente, el
Naturalismo ha ido más arriba en la escala del poder institucio
nal y la jerarquía de la credibilidad, o mirado la relación entre el
pobre y el poderoso en lo estructural tan bien como (o más que)
términos interaccionistas. Esto ha venido a proveer uno de los
puntos clave de giro en el campo todo (cfr. la crítica de Nico
laus, 1969, y el intercambio Becker, 1967, Gouldner, 1968).
Produjo algunas modificaciones cruciales en el campo mismo
del Naturalismo (por ejemplo, el giro de un enfoque interaccio
nista a uno transaccional, discutido más abajo), así como algu
nas conversiones más personales (por ejemplo, Matza, 1969).
Esto no ha provenido únicamente de ciertas contradicciones
internas en la lógica de la OP. Fueron ubicadas en la agenda de
la OP por los aplastantes eventos políticos en EE.UU. a media
dos de los sesenta, y una de las cosas que más efectivamente
destruyeron fueron la inocencia e ingenuidad de la perspectiva
naturalista temprana.
Los últimos diez años han visto la emergencia y crecimien
to, desde dentro de la perspectiva del Naturalismo, de una
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
nueva sociología de la desviación, distinguida por la importan
cia que le otorga a un tipo particular de «interacción social»:
aquella que está involucrada en el ejercicio del control social.
Los grupos sociales no interactúan simplemente: interactúan
con algún fin. Y uno de los «fines» más sobresalientes es el
ejercicio de control de un grupo sobre otro, y, a través de esto,
el mantenimiento y la defensa del orden social. Esto reintrodu
ce la dimensión del poder en lo que a veces se había presenta
do como un mundo «nulo», de interacciones recíprocas. Des
viación o delincuencia son vistas ahora no como surgidas natu
ralmente del mundo de lo «marginado», sino como parte de una
identidad social a la que se adscribe, surgida en la interacción
entre grupos que son desiguales frente a la distribución del
poder. La «desviación» de un grupo no es «natural», sino el
resultado de un tipo específico de construcción social; y uno de
los mecanismos clave de este proceso es el poder para definir
situaciones para otros, y el poder para etiquetar a otros -y
hacer que esas etiquetas queden pegadas-. El trabajo ínter afia,
de Becker (1963; ed., 1964), Goffman, (1961, 1968), Ericsson
( 1962), Kitsuse ( 1962) y Lemert ( 1967), pertenece a esta fase
«transaccional» en la evolución del Naturalismo. El etiqueta
miento es entendido como parte de un proceso o una secuen
cia de eventos. Los grupos tanto como los individuos se some
ten a «carreras». En estas carreras, identidades, autoconcep
ciones y responsabilfdades de grupos e individuos son altera
das. Dependiendo de sus tratos y transacciones con otros
grupos, los desviados pueden volverse más o menos apega
dos a su compromiso para con una carrera de desviación. Se
hace una distinción entre el acto original (desviación primaria)
y los actos que prosiguen una vez que la identidad del desvia
do ha sido cristalizada y estabilizada a través de la adscripción
a una etiqueta (desviación secundaria).
La etiquetación o teoría transaccional, mientras desarrolla
y preserva mucho del espíritu del Naturalismo «etnográfico»
417
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
temprano, centra su atención ya no en el mundo y los proce
sos internos del grupo o campo, sino en las transacciones
(reales y simbólicas) entre grupos. Continúa siendo interac
cionista en el sentido que la etiqueta y control por el poder del
desviado no es tratado como una entrada «estructural» o de
comportamiento, sino como un acto o serie de actos signifi
cantes que es significativamente interpretada y resistida por
el desviado (por ejemplo, un mayor compromiso con la desvia
ción que se le ha atribuído). Se entiende que el control· opera
a través de la generación de «reglas»; la desviación, enton
ces, es acción que rompe las reglas definidas y mantenidas
por otros. Esto mina la autenticidad absoluta del «campo»
común a la temprana OP, en tanto el campo está claramente
estructurado por, y respondiendo a, reglas hechas por otros.
En efecto, algunos críticos han manifestado que esto ubica
ahora a la desviación demasiado en relación con «romper-las
reglas», demasiado en términos de la «reacción» de las agen
cias de control social, y deja muy poco a entender la forma en
que el sujeto o grupo controlado mira el mundo desde su pun
to de vista. Otros críticos argumentan que la perspectiva de la
«etiquetación» no va lo suficientemente lejos respecto de cómo
las transacciones son en sí enmarcadas por la historia y por
las estructuras. Milton Mankoff ha indicado muy claramente
algunas de las deficiencias en la perspectiva de la «reacción
social»:
Dentro de los problemas teóricos están las ... fallas de conside
rar los efectos continuos de la estructura social y las fuentes
psicológicas del «romper-las-reglas» inicial en el desarrollo de
la carrera de desviación, la falta de preocupación hacia la vul
nerabilidad de ciertos «rompe-reglas» con los procesos de auto
etiquetamiento que podrfa reducir la significación de las prác
ticas de etiquetamiento objetivo en la determinación de carre
ras de desviación, y la emparentada omisión de todo análisis
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
serio de los tipos y severidad de la sanción social real que
facilita el etiquetamiento «exitoso». ( 1971: 216)
Otros han ido más lejos en tratar de delimitar cómo el
interaccionismo puede ser compatibilizado con un marco so
cial, estructural e histórico más amplio, consiguiendo de ese
modo poder explicativo tanto en los niveles más «amplios»
como en los más «inmediatos» (por ejemplo, Taylor, Walton y
Young, 1973, 1975; ver también las críticas anteriores desde
varios puntos de vista por Akers, 1967, y Gibas, 1966).
Estos desarrollos en la práctica estadounidense del
Naturalismo sociológico han sido reflejados en Inglaterra, so
bre todo (aunque esto no significa exclusivamente) en el tra
bajo de la Conferencia Nacional de Desviación 111 (CND) (ver
Cohen, ed., 1971; Taylor y Taylor, ed., 1973; Rock y Mclntosh,
eds., 1974). Esto es lo más cercano que los sociólogos ingle
ses han estado de configurar una base institucional compara
ble a la Sociedad Americana para el Estudio de Problemas
Sociales 112, que le dio al Naturalismo estadounidense una pre
sencia poderosa. Aquí, el intento fue realizado para desarro
llar teóricamente esta «revolución escéptica», así como para
generar aplicación empírica de la OP y el transaccionalismo a
casos ingleses. La inspiración estadounidense fue bastante
directa y estaba abiertamente reconocida dentro de la CND, a
pesar de que su aparición en Inglaterra en ese momento sin
duda tuvo otras -más profundas- causas estructurales (la
expansión masiva en la sociología británica en la década del
cincuenta, la necesidad de la gente de un «respaldo» socioló
gico y de trabajo social en el expandido Estado de Bienestar,
111 N. del T.: Conferencia Nacional de Desviación es el nombre dado a un grupo de criminólogos y teóricos de la desviación del Reino Unido que se reunían regularmente en la Universidad de York entre 1967 y 1975. Estaban fuertemente identificados con la teoría de la etiquetación. 112 N. del. T.: «Society for the Study of Social Problems» en el original.
419
RESISTENCIA A TRAV~S DE RITUALES. Subculturas jlNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
las estructuras administrativas y gerenciales, el crecimiento de
los movimientos de protesta social -a menudo relacionados a los
problemas sociales y la desviación- en la década del sesenta, el
surgimiento de los movimientos estudiantiles y la «contracultura»).
La CND fue delineada por un grupo de sociólogos y criminólogos
completamente comprometidos con la perspectiva «escéptica»:
no sólo atraía a los jóvenes graduados e investigadores, muchos
de los cuales eran partícipes activos del movimiento estudiantil o
la contracultura, sino además a las variadas organizaciones de
«trabajo social radical» y las alternativas que brotaban al desper
tar del nacimiento del «Underground» (Case Con para trabajado
res sociales radicales, Red Rat para psicólogos radicales, Ass para abogados radicales, movimiento como la nueva unión de
prisioneros, PROP, y el viejo pero reactivado Consejo Nacional
para las Libertades Civiles). Proveyó un foco para diversas «so
ciologías alternativas»: neomarxistas, libertarias tanto como na
turalistas y transaccionales en perspectiva. En la CND (como
anteriormente en los días de la Escuela de Chicago}, la línea
estuvo difusa una vez más entre el trabajo sociológico y los
mundos de desviados que estaban siendo estudiados. Jock Young,
cuyos estudios de subculturas de drogas son un testimonio de lo
fructífero de esta relación dentro-fuera, ha llamado, irónicamen
te, a los «sociólogos de desviación/desviados» los «Cuidadores
del Zoológico de la Desviación» (1970). Los principales practi
cantes de la CND ciertamente combtnaron varios objetivos: el
desarrollo de una crítica a la sociología y criminología positivistas;
la investigación empírica desde el enfoque transaccional y de la
OP; el contacto directo con, y la implicación en, las causas radi
cales y circunscripciones más cercanas a sus preocupaciones.
En su visión general de la historia de la CND, Stan Cohen ( 1974)
ha hablado de los problemas que se le plantean a los sociólogos
radicales al encontrar «una manera de permanecer dentro sin
venderse». En sus días tempranos, la CND era inmensamente
productiva y catalítica. Sus conferencias eran bien atendidas
420
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
-foros para un rango completo de causas y grupos radicales más
que reuniones para sociólogos profesionales en sentido estricto-,
incluso las radicales. En este período, además, un número de
estudios clave de tipo «etnográfico» o «transaccionalista» fue
publicado en tanto, para algunas tendencias dentro del entorno
de la CND, intento de delinear una completa teoría criminológica
o sociológica «alternativa». Inevitablemente, sin embargo, las
tensiones y contradicciones se volvieron más obvias, y hubo
alguna fragmentación, más separación en tendencias diferentes,
y una pérdida de dirección e ímpetu.
Mirar esta situación a la distancia es valioso en tanto mucho
trabajo de importancia en teoría subcultural y de desviación fue
originado bajo el «paraguas» de la CND; pero, además, porque
las contradicciones son de tipo teórico y metodológico, tanto
como personales o sociales o políticas, y relacionadas a cuestio
nes sobre cómo el trabajo en esta área puede ser provechosa
mente ejercido de la manera más efectiva. Las opciones para la
escolaridad radical y la intervención política no emergen de ma
nera simple. Las estrategias alternativas deben ser confrontadas
y defendidas, si es que la avanzada pionera que estableció la
CND es proveer una nueva base para el avance sólido, más que
meras comisiones de campo para sus tropas originales.
Nos parece que hay, básicamente, tres cuestiones para
señalar aquí. La primera es una cuestión de teoría. ¿Es una
teoría general -una teoría de la formación social completa-,
generalizable o abordable desde su desarrollo «regional» en el
área de la desviación, o desde su temprano comienzo Natura
lista interaccionista o transaccional? ¿Qué se ganó, qué se
perdió, qué necesita ser sostenido pero modificado, en qué
formas, en tanto se hizo este giro desde las etnografías de la
desviación o la cultura del control social hacia el nivel de la
formación social como un todo? Parte del trabajo -de ninguna
manera en forma concluyente- ha sido realizado a lo largo de
estas líneas, y los «criminólogos críticos» claramente esperan
421
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jLNeniles en la Gran Bretaña de la posguerra
que una «economía política» de la sociedad pueda ser desa
rrollada fuera de algunos de estos puntos clave en la perspec
tiva Naturalista. Sus críticas argumentarían que esto no es
posible sin una ruptura con los principios fundamentales del
«interaccionismo simbólico». Este debate -que se nos pre
senta como absolutamente crucial para cualquier desarrollo
teórico detallado del campo- ha ido, desafortunadamente de
masiado lejos, hacia un nivel implícito, largamente personal y
desorganizado. La CND se debe a sí misma, así como la pro
mesa que estimuló entre aquellos que han sido influenciados
por su trabajo, tomar otra vez este argumento central. Clara
mente, queda todo por hacer con la interfase entre el
interaccionismo simbólico, la teoría transaccional y las varie
dades del marxismo.
El segundo asunto es, entonces, la pregunta por Jos méto
dos, que es más profundamente discutida abajo por Steve
Butters. Pero los métodos no pueden, últimamente, ser separa
dos tanto de las perspectivas teóricas, o, en efecto, del tercer
asunto, la cuestión de las intervenciones. ¿Qué tipos de inter
vención social y política siguen a, y son consistentes con, la
práctica intelectual y teórica? De alguna manera, mientras la
«sociología radical» continuaba amarrada a la perspectiva Na
turalista, inevitablemente sus estrategias de intervención esta
ban más cercanamente vinculadas con las circunscripciones
que se estudiaban -la politización y apoyo de la desviación, la
delincuencia, las subculturas criminales-. Hay una «adecua
ción» cercana entre un Naturalismo radical y cierto tipo de in
tervención radical-libertaria. Pero tanto la perspectiva teórica y
el clima histórico están cambiando. ¿Qué cambia en las formas
de la intervención a partir de aquí? Existe también el argumento
de que una estrategia intervencionista no puede ser
«circunscripta» a una práctica intelectual, por decirlo así, des
pués y desde fuera de esta forma. Mejor dicho, la perspectiva
teórica debe derivar de una «política» activa.
422
LA LÓGICA DE lA INDAGACIÓN EN LA OBSERVACIÓN PARTICIPANTE
UNA RESEÑA CRÍTICA
Steve Butters
Introducción
Los trabajos sobre las subculturas desarrollados en el Centro
para Estudios Culturaies Contemporáneos de la Universidad de
Birmingham no surgen de ninguna inversión formal en una «meto
dología» sociológica. El estudio de Paul Willis sobre los motoqueros
( 19 71 ) , la investigación de Dick Hebdige sobre las subculturas
actuales en Fulham (1974), representan un trabajo original sobre
hechos sustantivos, no la puesta en uso de un estilo de investiga
ción profesional. Pero, mientras el grupo de estudios sobre las
subculturas desarrollaba sus trabajos sobre la delincuencia, los
estilos juveniles y la industria cultural, las preguntas acerca del
estatus lógico y la consistencia de los métodos de observación
participante (OP) se mantenían en la agenda. La transmisión, por
parte de la NDC, de escritos de practicantes estadounidenses de
la OP inculcó algo así como una conciencia metodológica en los
estudiantes de las subculturas: un grupo de textos convergió para
proveer algunas codificaciones a los procedimientos de trabajo de
campo y al análisis de los resultados allí obtenidos, asociado con
los logros prácticos en la OP de Howard S. Becker (1971 ), Norman
Denzin (1970), Herbert Gans (1963 y 1968), Blanche Geer (1964
y 1970), Barney Glaser y Anselm Strauss (1965, 1968 y 1975) y
Leonard Schatzman (1973). La amplitud y los límites de esta codi-
423
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUAlES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
ficación están ejemplificados en el canónico trabajo Text and Reader
editado por McCall y Simmons (1969); mientras que Denzil (1971)
indica la conexión orgánica de la metodología de la OP con los
esfuerzos por formular de modo sistemático la teoría de la
Interacción Simbólica de Rose (1962), Strauss (1959), Blumer
(1969) y Meltzer (1975). Desde fines de los años sesenta, se ha
sugerido cada vez con más fuerza que la OP practicada bajo la
égida de la Interacción Simbólica constituye un paradigma de teo
rías y métodos que rivalizan con el enfoque positivista/funcionalista.
El objetivo de este artículo es examinar con cierto detalle las «re
glas metodológicas» que han sido escritas bajo el paradigma de la
observación participante y discutir los puntos de tensión que sur
gen de la implementación de estos principios y reglas, a la luz de
una aserción hecha por Brian Roberts (arriba) según la cual la
oposición entre sociología positivista y observación participante
está muy mediada, implicando la contaminación de la última por la
primera. Como se muestra en otras partes de esta edición, ha
habido, entre los miembros del grupo de estudios subculturales,
serios intereses en los enfoques de la fenomenología, el
estructuralismo y el materialismo histórico, en adición a los de la
«Sociología naturalista». Mi argumentación tiene la intención de
ayudar, abriendo terreno, a la búsqueda continua de modos de
incorporar a una nueva sociología de la cultura las mejores carac
terísticas de los métodos documentales y de observación partici
pante, haciéndola así lo menos susceptible posible a la «cerrazón
ideológica» propia de anteriores paradigmas del trabajo de campo.
1 . Empirismo y métodos inductivos
a. Sociología positivista y el ideal de las ciencias naturales
Muchos textos sociológicos ofrecen un racconto de las
reglas generales del empirismo como fundamentación para
424
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
sus argumentaciones: un ejemplo reciente es el de Krausz y
Miller (1972). Lo que se asume es que hay un modelo univer
sal del procedimiento y razonamiento científico, derivado de
los hallazgos de las ciencias físicas; y, a partir de ello, que
las ciencias sociales deben encontrar modos de formular sus
problemas que permitan la posibilidad de un mismo orden de
procedimientos que garanticen certeza en los resultados de
su investigación. Esto es bastante engañoso, en tanto hay
una furibunda controversia en torno al estatus de los presu
puestos, metáforas y métodos que constituyen la lógica de
la investigación de las ciencias naturales (para algunas con
tribuciones recientes de interés, ver Hindess, 1973a: 51-58;
y Lecourt, 1975}. La noción de teoría sistemática basada en
la jerarquía de axiomas y teoremas dentro de un todo arqui
tectónicamente estructurado y en el testeo de hipótesis en
contraste con los cánones de la lógica clásica, a los que a
veces se recurre para legitimar trabajos sociológicos, perte
nece a una peculiar e híbrida teoría de la ciencia que aúna el
racionalismo con el empirismo: son en todo caso inapropia
dos para la clase de teorización que contempla proposicio
nes como «mientras más x, más frecuente es y» y «la com
binación de p y q es usualmente de una cierta incidencia de
y». Un libro reciente de David y Judith Willer (1973) ha do
cumentado algunos de los modos en los que mitos metodo
lógicos específicos llevan a los sociólogos a hacer afirmacio
nes injustificadas según el tipo de conocimiento que los mé
todos positivistas vulgares producen bajo la etiqueta de «em
pirismo científico». Esto incluye:
l. La idea de que «afuera» hay una realidad social objetiva
que tiene la capacidad de representarse a sí misma direc
tamente en la experiencia del observador cuidadoso y sin
prejuicios (es la «representación» lo que resulta proble
mático).
421:;
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
11. La idea de que el conocimiento científico es producido por
un Sujeto (el científico) que dirige su atención a un Objeto
existente en la realidad acerca del cual teoriza en térmi
nos que implican lograr un correcto modo de nombrar al
objeto (filósofos más sofisticados, como Bachelard -ver
Lecourt, 1975-, reconocen que el científico trata de construir las formas con que desea representar el mundo
fenoménico, no sólo registrar formas ya dadas).
111. Una explicación de cómo trabaja la «inducción», en tanto
técnica de la que dependen los estudios científicos y
teorizaciones de todo tipo: esta explicación surge de John
Stuart Mili, a quienes Willer y Willer dedican un capítulo.
Lo que Mili llama el «método hipotético-deductivo» impli
ca tanto la deducción (predecir eventos que deben seguir
se de ciertas condiciones y reglas iniciales) y la inducción
(inferencias a partir de eventos observados que una hipó
tesis ha ejemplificado o confirmado, dada la validez de
ciertas reglas); pero, en definitiva, caracteriza la dirección
general de la investigación empirista como inductiva.
Willer y Willer muestran que, cuando los sociólogos ponen
su fe y práctica a disposición de estos mitos, sus trabajos fre
cuentemente se desarrollan en la búsqueda de modos económi
cos de contabilizar descripciones de formas de organización
sociales y culturales; y que el trabajo verdaderamente teórico
requiere que un modo de razonamiento diferente de la induc
ción sea puesto en juego durante el análisis y la crítica de los
«hechos» empíricos. Brian Roberts ha indicado antes que la
observación participante estaba motivada por la revuelta natu
ralista contra el positivismo vulgar: queda por examinar qué tan
exitosos han sido los practicantes de la OP en su búsqueda de
una lógica de investigación que quiebre las profundamente arrai
gadas «reglas generales del empirismo» para las que el positi
vismo sociológico provee sólo un estilo de implementación.
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
b. Modelos alternativos de investigación sociológica
En este breve recorrido por los modos de razonar que han
servido a los propósitos de la investigación sociológica cualita
tiva, me voy a concentrar en el momento del análisis de datos.
Esto va en paralelo con el tercero de los mitos mencionados, la
consideración de que el razonamiento inductivo es igual al mé
todo científico. Por supuesto, definiciones del fenómeno y su
mundo y concepciones del proceso de investigación empírica
también deben ser tratadas en cualquier revisión exhaustiva de
las lógicas de investigación, pero deberé tratar sobre esto sólo
tangencialmente. Aquí presentaré cuatro modos alternativos
de tipos de estrategias analíticas, y comentaré acerca de los
modos de razonamiento que movilizan a cada uno:
Tipo 1: <<Entendimiento apreciativo>>
La antropología social clásica basa sus teorías en la organi
zación preliminar de la recolección de información en descrip
ciones etnográficas que «mapean» los significados usuales,
los roles y la estructura social dentro de un sistema cultural
presumidamente cerrado. La OP aún produce muchas descrip
ciones etnográficas; pero su clave ha pasado a un registro
más «fenomenológico», en el que la textura del intercambio
simbólico es remarcada a fin de escenificar el compromiso
práctico de los individuos para comprender sus encuentros
sociales de modo significativo. La búsqueda por el entendi
miento apreciativo de «significados vivientes» en situaciones
subculturales no es puramente arbitraria: Bruyn ( 1966) ha
explicado algunas de las técnicas involucradas en esta forma
de inducción. Pero el estilo de razonamiento contiene fuertes
elementos intuitivos, y no lleva por sí mismo a la producción
de análisis teoréticos.
427
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Tipo 11: Inducción analítica
Alfred Lindesmith ( 1 94 7) creía que la adicción a los opiáceos
era un fenómeno tan «cristalizado» que las trayectorias de los
usuarios de drogas podían ser analizadas dando lugar a genera
lizaciones de largo alcance acerca de las características de uso
de opiáceos como forma cultural. Empleando la estrategia de
Znaniecki ( 1972) de inducción analítica, trataba de abstraer de
contextos locales los principales patrones de comportamiento
de los usuarios de drogas pesadas, esperando a la vez preser
var significativas variantes subculturales y elaborando, a través
de prueba y error, modelos de las características culturales de
la adicción. Entonces, debía reconciliar todos sus modelos o
hipótesis parciales unos con otros: si surgía alguna evidencia
contraria, el modelo entero debía cambiar para dar cuenta de
ella. El resultado final era una soldadura de todas las proposi
ciones parciales en una «hipótesis total» bastante tortuosa: un
racconto explicatorio, cargado de cualificaciones y desvíos, del
carácter real del fenómeno. Esta estrategia inductiva combina
la codificación sistemática y mapeo de evidencias con un
escaneo más creativo de la información, a fin de lograr
submodelos más plausibles y susceptibles de ser testeados.
Sus desventajas (discutidas definitivamente en Turner, 1953)
radican en que sólo puede trabajar sobre un número restringido
de problemas sociológicos; y, más seriamente, que no genera
verdaderos «universales» elaborados por una teoría científica,
sino sólo una serie de perspectivas y patrones de «hechos» de
ciertas formas culturales ampliamente observados.
Tipo 111: El método constantemente comparativo
Esta estrategia analítica también busca generar modelos
ampliamente aplicables mediante la codificación y escaneo de
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
información a fin de construir conglomerados de hipótesis. Pero
aquí los propósitos de la comparación sistemática están más
claramente manifiestos, y están integrados con la estrategia de
recolectar y codificar observaciones en el trabajo de campo de
la observación participante. Lo que se asume es que la selec
ción de contextos en los que buscar información significante
dentro de un área problemática puede ser guiada de mejor ma
nera por el análisis emergente, que es producido en simultanei
dad con las notas y reflexiones que tienen lugar en el trabajo de
campo. Hay un proceso espiral de «muestreo teórico» (como
opuesto al muestreo estadístico) de lugares y eventos; graban
do y codificando observaciones; escribiendo hipótesis de prue
ba en «memos analíticos»; y procurando comparaciones más
detalladas y concretas de informaciones con informaciones, y
de informaciones con conceptos e hipótesis, avanzando de ese
modo, logrando a continuación muestreos más sociológicamente
informados.
Las categorías de tipo social, transacción interpersonal y
forma ideológica que son identificadas de este modo deben ser
ahora cruzadas, comparadas y relacionadas con sus lugares de
origen dentro de patrones establecidos de organización social:
esta es la tarea del método de comparación constante, tal como
es explicado por Glasser (1965). El foco está siempre puesto
en la diferencia hecha por la introducción de una nueva dimen
sión analítica en las relaciones entre subgrupos e incidentes,
personas o formas sociales, dado que las distinciones impues
tas por esta nueva dimensión las cruzarán y reagruparán. Los
procedimientos de esta lógica son muy similares a los desarro
llados por Paul Lazarfeld para el «análisis multivarial» de infor
mación estadística (ver Lazarfeld y otros, eds., 1972: 119-217).
Pero en este caso se dirigen específicamente a información
cualitativa, porque Glasser y Strauss (1968), sus autores, es
tán interesados en evadir las variables preseleccionadas y ya
definidas antes de que la investigación entre al campo. El mé-
Ll20
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
todo está orientado a generar hipótesis («descubriendo teoría
de campo») antes que a testearlas.
La estrategia apunta al establecimiento de reglas generales
acerca de ciertas formas culturales en contextos sociales e his
tóricos limitados. Estas generalizaciones no son obtenidas in
mediatamente, sino sólo tras la revisión y ordenamiento jerár
quico de una serie de hipótesis provisionales sobre modelos
parciales. Su modo de interferencia analítica está cerca de lo
que C.S. Pierce caracterizó como abducción (ver Habermas,
1972: 334): empezando por un resultado sorpresivo (un inci
dente anómalo), el analista busca una regla {hipótesis socioló
gica o modelo) que explicará el caso {el incidente en el contexto
ya entendido). Pero, tal como indica Habermas, hay considera
bles dudas acerca de cómo esta inducción realmente trabaja.
Tipo IV: El método progresivo-regresivo
Una debilidad importante del método de comparación cons
tante es que falla en dar cuenta de los modos en los que la
teoría preconstituida provee un marco de reglas para el análi
sis: la teorización de Glaser y Strauss no puede mantenerse
independiente de sintaxis y estilos. Jean-Paul Sartre { 1963)
enfrenta este problema en relación con los estudios culturales
marxistas. Nota que el marxismo de los días de Stalin selec
cionaba sus materiales de estudio únicamente por su (presun
ta) capacidad para ilustrar las leyes del materialismo histórico.
La investigación teórica era restringida a la especulación acer
ca de las varias formas de expresión de estas leyes en diferen
tes contextos sociohistóricos. A esta «ubicación» del fenó
meno dentro de una teoría la denomina el momento regresivo
del análisis; pero lo contempla como un momento necesario,
en tanto los tópicos deben ser elegidos de acuerdo con prefe
rencias teoréticas dentro de las limitaciones del estado actual
430
l Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
de la teoría. Pero una vez que el análisis ha entrado en una
relación concreta con el fenómeno, al que debe subordinar su
sensibilidad, el movimiento cambia a un trazado progresivo de
las conexiones causales y culturales («mediaciones») entre la
experiencia humana y el proceso social que se desarrolla a
espaldas de todos nosotros.
Cuestionando la procedencia y la pertinencia de más y más
determinaciones de un fenómeno, este trazado de mediaciones
reabre constantemente cuestiones encasilladas por la teoría
inicial. El subsiguiente conocimiento de niveles y tipos de me
diaciones primero enriquece y luego -en un nuevo momento
regresivo- reestructura la teoría. El programa de Sartre para los
estudios culturales requiere un modo de razonar que sostendrá
movimientos repetidos entre los análisis progresivo y regresivo:
este es el tema de su mayor (e inacabado) trabajo metodológico
(Sartre, 1960). Su método está fundado en una concepción
historicista de la interrelación de fuerzas culturales contradicto
rias que acentúan el valor heurístico de los momentos de resis
tencia contra los significados dominantes de un orden social.
Mientras el método comparativo trata el ida y vuelta de tales
momentos como parte del patrón de la organización humana, la
estrategia analítica de Sartre asume que las formas culturales y
las fuerzas sociales es:án relacionadas unas con otras de modo
asimétrico. En una sección posterior retomaré la discusión so
bre el quiebre entre los dos modos analíticos.
2. Algunos principios de la investigación de campo naturalista
La investigación de campo es un «paraguas» de activida
des unidas por el horizonte y el espíritu en el que es pensada
la estrategia del investigador. La observación participante, dice
Schatzman (1973: 14), debe ser: «una pragmática, funda-
431
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
mentalmente en tanto no está constreñida a articular por ade
lantado una técnica o problema específico». Esta visión de
carácter abierto de la investigación de campo es más radical
que la del vocero clásico del pragmatismo, John Dewey (1938),
quien simplemente exploraba las características cuasi-experi
mentales de toda investigación. Da cuenta de la dinámica
psicosocial de las relaciones entre el investigador y el investi
gado. Permite al investigador ayudarse a lo largo del proceso
que está estudiando, o incluso desviarlo. Requiere del investi
gador que, a través de una apropiación enfática y consciente
de los estudiados, se corra de los significados privados de sus
experiencias. Alienta al investigador de subculturas y desvia
ciones a someter su propio carácter a los agenciamientos
resocializadores del estudio etnográfico, a reescribirse a sí
mismo en la articulación de su análisis. Debo dar cuenta aquí
de algunos «principios generales» de método propios a la orien
tación naturalista, bajo etiquetamientos que refieren a los ni
veles del recorrido de investigación; pero contemplando que
los niveles no son pasos fijos en una secuencia inalterable.
Las secciones restantes de este artículo examinan algunas de
las reglas de método a través de las cuales estos principios
son implementados, de acuerdo con mi reconstrucción de la
lógica de la observación participante.
a. Construir relaciones en el campo: la relaciones con los in
vestigados deben ser negociadas de un modo abierto y
recíproco, de modo que el investigador dará cuenta de su
identidad y propósitos. Pero el esfuerzo puesto en la nego
ciación de una relación particular dependerá del plan de
«muestreo teórico» y de la estimada productividad (en can
tidad y calidad de información) de un futuro informante.
b. Trabajar el plan de investigación: el investigador debe en
trar al campo con una concepción definitiva de las cuestio
nes disponibles al alcance de sus manos, así como de sus
intereses sociológicos; pero el foco y la estrategia del tra-
432
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
bajo de campo debe evolucionar a través de la exploración
de patrones y características de los incidentes de campo,
estando atento al racconto que hacen los investigados acer
ca de lo que es problemático para ellos mismos.
c. Gestionar procesos de trabajo de campo: el investigador
debe tratar sus encuentros de campo y relaciones de modo
de asegurar una combinación manejable entre lo instru
mental (usando el flujo de información para ayudarse a
generar hipótesis), las intervenciones (plantear nuevas si
tuaciones para iluminar o catalizar un proceso naturalmen
te escenificado) y lo meramente sociable (haciendo amigos
más allá de la relación con los investigados): el código
humanístico requiere que los tres niveles sean
implementados.
2. Analizar información cualitativa: la fase analítica está
dirigida hacia la producción de teoría coherente y defen
dible; deberá entonces ejercer cierto control retroactivo
sobre el pragmatismo del estilo de la observación parti
cipante en el trabajo de campo. Cuando el investigador
confía, desde su propia perspectiva, en que la teoría
emergente es convincente y adecuada al contenido fac
tual de la información, debe concluir su análisis; y -
cuando sea posible- publicarlo completamente, sin
mostrar miedo o favor hacia los partidos que puedan
desear utilizarlo o descartarlo.
3. Estrategias para ingresar
El famoso apéndice de W.F. Whyte a Street corner society
( 1955) muestra cuánto poder reside en las relaciones de cam
po iniciales para construir o derruir la investigación; y Herbert
Gans ( 1968) testifica sobre la continua dificultad de este mo
mento en el proyecto de la OP. Una vez que el tópico de
433
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
investigación ha sido definido (y retornaremos a esto en la
próxima sección), la negociación del acceso a la gente, a los
lugares y a las informaciones determina gran parte de la inves
tigación. Esta negociación depende de la competencia del in
vestigador para (1) unirse al grupo, (11) asumir un apropiado rol
como guía, (111) predecir las principales variantes del rol de
guía que debe desarrollar, y (IV) preparar historias de cobertu
ra que puedan ser intercambiadas con los investigados para
conocer a los individuos personalmente.
l. Schatzman ( 1973: 19-21) nos cuenta que la articula
ción cubierta se lleva a cabo para producir juicios acer
ca de los sitios en los que observar (¿cuáles son los
mejores pubs donde escuchar el argot de los homosexua
les en London?); acerca de la factibilidad de las tareas
(¿cuánta habilidad para el baile se espera de los clientes
de los salones de taxi-dance?); y acerca de la idoneidad
de las estrategias de ingreso (¿se puede ingresar a un
hospital a través de su director o a una secta a través
de su líder?). Las técnicas para la articulación encubier
ta derivan significativamente de las analogías obvias con
los detectives privados, informantes y similares: el prin
cipal requerimiento es que el investigador desarrolle ol
fato para encontrar situaciones de campo en las que
poder trabajar, que sean ricas en materiales, que ofrez
can aperturas para la decodificación de sistemas
lingüísticos (la factibilidad para desarrollar el trabajo de
campo debe estar vinculada con la totalidad de la estra
tegia de investigación, punto que será discutido en la
próxima sección).
11. Buford Junker ha caracterizado los cuatro «roles cla
ves» para la observación participante, y estos están cla
ramente resumidos por Raymond Gold ( 1958). El obser
vador puro se mantiene en los bordes de la situación y
registra la escena pasivamente desde una distancia se-
434
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
gura. El observador como participante se compromete a
breves encuentros con los sujetos anfitriones, pero se
aleja de las reglas de la entrevista directa sugiriendo
una conversación/relación más positivamente afectiva
y flexible, haciendo que su «entrevista» se mantenga
indeterminadamente abierta. El participante como ob
servador se zambulle en la acción de un modo más atre
vido. Se une a sus sujetos en una empresa común, e
incluso intenta permitirles cierta participación en su
empresa de investigación. El caso límite de este rol en
la sociología clásica es el trabajo de campo del
antropólogo, donde el investigador está circunscripto
por el entramado total de normas, roles y creencias del
grupo anfitrión. Sin embargo, debe mantener su distan
cia respecto del «vocabulario de motivos» de sus anfi
triones, a fin de cuidarse de no perder el control sobre la
estrategia de trabajo de campo (Albert Reiss, 1968, da
testimonio de un observador en una comisaría que se
volvió «nativo» al punto de demandar que se le permita
trabajar sobre el próximo sospechoso negro que llegase
para ser interrogado). El participante completo es un
investigador subrepticio, observando secretamente y
registrando a escondidas. Este rol enfrenta serias difi
cultades; y claramente se superpone con otro modo de
búsqueda, implicando la escritura de la vida de uno mis
mo desde la perspectiva de los estudios culturales.
111. Varios criterios teóricos, prácticos y éticos pesan sobre
la elección de un «rol clave»; pero una vez hecha la
elección, los modos variables de llevarla a cabo también
deben ser atendidos. Esto tendrá que ver con los tipos
de informante con los que da el investigador en base a
su mapeo temprano del trabajo de campo. John Dean y
otros (1967) ofrecen una taxonomía que incluye.al in
formante ingenuo, que dirá todo lo que sabe, por lo cual
435
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
resulta valioso, el políticamente frustrado, el viejo, y el
neurótico ávido por el reconocimiento en una conversa
ción. El investigador observador participante competen
te puede manipular cada tipo de respuestas para su pro
pia autopresentación, si entiende los principios básicos
del juego de roles (ver E. Goffman, 1959, 1963 y 1969).
IV. Las tácticas e historias encubiertas deben ser testeadas:
es mejor probarlas primero en ensayos con anfitriones
que no sean cruciales para el acceso a los temas funda
mentales de la investigación. Cuando el ·;nvestigador in
fiera del tenor de sus transacciones que ha establecido
una buena relación en sus intentos, retendrá esos aspec
tos para su historia (por ejemplo, versiones de su biogra
fía y pasado) que hayan contribuido más positivamente.
Esto es una suerte de competencia del sentido común.
Los problemas lógicos de la fase de entrada cuyas técnicas
hemos esbozado surgen por el carácter problemático del «acuer
do de acceso»: ¿qué se está dando o recibiendo a cambio de
qué, cuándo el investigador da incentivos a sus anfitriones
para que le ofrezcan suficiente acceso al campo como para
explorar las conexiones internas del fenómeno que le intere
sa? El dilema práctico central es:
«El investigador de campo necesita crear situaciones en las
que invite a otros a la visibilidad y revelación» (Schatzman,
1973) conservando a la vez la indeterminación de su propio . rol, a fin de no ejercer demasiada influencia en el modo en que
se muestran a él; ¿cómo puede cerrar el trato de acceso sin
estar atado, posteriormente, a obligaciones surgidas del pro
ceso de negociación?
Las reglas que permiten atravesar este dilema al investiga
dor de campo surgen del arsenal de conocimiento del
Editado por Stuar:: Hall y Tony Jefferson
lnteraccionismo Simbólico. Debe tratar de persuadir a los otros,
durante las cuatro fases del desarrollo de roles delineado por
Ralph Turner ( 1962), de que tomen roles mientras él los cons
truye. Esto implica trabajar en la separación entre roles de in
vestigación y roles de vida, para así mantener la imparcialidad y
el instrumentalismo como los modos primarios de la conciencia
del investigador: ver Diesen y Whittaker (1967). Debe preser
var la libertad para maniobrar al autopresentarse, sugiriendo
para sí mismo -a través de sus vestimentas y maneras- un
estatus social marginal, a mitad de camino entre en un funcio
nario burocrático y un miembro afiliado a la subcultura (los «es
tudiantes investigadores» dan bien con este rol). Debe negociar
el acceso a un escenario por vez, siempre mostrando interés
por los sentimientos de los anfitriones, de modo que vayan
relajando gradualmente su interdicción en la información sobre
sus asuntos privados. Las restricciones que se acepten inicial
mente deben entenderse como «renegociables más tarde, en
momentos más propicios» (Schatzman, 1973). Las habilidades
lógicas requeridas en la implementación de estas reglas son del
orden de un juego de suma cero. Ned Polsky reconoce la super
posición entre sus habilidades laborales como sociólogo y aque
llas de sus sujetos en sus estudios sobre los jugadores de pool
chantas, aunque niega vigorosamente la sugestión de que su
inmersión en el campo haya hecho de él un estafador antes que
un cientista social (Polski, 1971: 115-14 7).
Comentario
El estatus de las competencias implícitas para estas reglas
parece claramente obvio, en vistas de su origen. El pragmatismo
instrumentalista está al mando. La perspectiva dramatúrgica
de Goffman advierte al investigador sobre la preparación de
rol que es necesaria entre bastidores y las estrategias para
4~7
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
controlar la autopresentación en escena (ver Messinger, 1962).
La recapitulación de Scheff de los modos en que los profesio
nales retienen la iniciativa al negociar la «definición de reali
dad» con sus clientes revela la pertinencia del poder en las
negociaciones de orden moral y epistemológico (Scheff, 1968).
Pero estas relevancias de fondo sugieren la importancia crucial
de la metáfora al dar forma a nuestro entendimiento de lo que
está en juego en el seguimiento de las reglas del investigador,
tanto práctica como filosóficamente. Dos metáforas colisionan
en esta recapitulación de estrategias para ingresar al campo.
La metáfora de la interacción estratégica nos recuerda que los
anfitriones también tienen poder de discreción e iniciativa (si
no problemas de accesibilidad) y que pueden ganar algunas
manos en el juego de póker establecido, a través de estrate
gias defensivas ante las que no hay mediación de negociacio
nes. La discusión de Ervin Goffman ( 1969) reclama la pregun
ta acerca de qué condiciones permiten a una parte establecer
transacciones de intercambio de conocimientos a fin de lograr
un provecho, tal como la CIA ha hecho con frecuencia en
Sudamérica; pero su orientación a los juegos teóricos permite
sólo el mantenimiento contingente de una suerte favorable.
Alternativamente, la metáfora de la apropiación excedente
provee un detalle mucho más completo de cómo, en un siste
ma formal de encuentros e intercambios, una parte puede, sin
riesgo de falla, asegurar la realización y creación de produc
ción excedente. M. Godelier ( 1966) muestra cómo el análisis
de intercambio de mujeres a través de los sistemas aboríge
nes de parentesco y los análisis de Marx sobre el intercambio
de fuerza de trabajo viva con el trabajo muerto de las mercan
cías son análogos en sus formas. La construcción y moviliza
ción de las relaciones entre el investigador y el anfitrión pare
cen ser del mismo orden, lo que explica la gran atención que
los investigadores de campo a los problemas de acceso: las
reglas que tratan con el dilema central de la negociación de
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
acceso (cómo obtener beneficio de un intercambio justo de
signos culturales y mercancías) son tan importantes para el
observador participante como las reglas de la contabilidad lo
son para el capitalista. Esto no es enunciado con intención de
hacer una conclusión crítica de tipo moral, en tanto es difícil
ver cómo cualquier desenvolvimiento progresivo del conoci
miento en las ciencias humanas podría evitar fundarse en un
«intercambio desigual» estructural de tal tipo. Mi punto va,
más bien, a que la metáfora interaccionista falla en explicar
los procesos más profundos detrás del proceso de negocia
ción del observador participante; y esta falla sugiere que el OP
tiene una conciencia mistificada de su propia práctica.
4. Estrategia para desarrollar el diseño de investigación
Los estudios socioculturales tienen pocos axiomas o teore
mas que estén ya generalmente aceptados, así como tampo
co cánones estandarizados para testear hipótesis que puedan
servir para solucionar «puzzles» teoréticos fundamentales,
usando el planteo de Kuhn. 113 El OP trabaja sobre esta ausen
cia de «ciencia normalizada» bajo la aserción de que:
113 El trabajo de Thomas Kuhn acerca de la producción de conocimiento en las ciencias naturales da cuenta de la dominación de la empresa científica -sostenida durante mucho tiempo- por un paradigma consensuado de axiomas, conceptos y métodos, que dicta qué debe ser estudiado y cómo. En tales período de «ciencia normal», quienes aprueban y sostienen el paradigma aseguran haber establecido las cuestiones centrales acerca de cómo está constituido el mundo, y la atención del investigador queda dirigida al detalle fino del encastrado del piezas residuales que se mantienen en la periferia del conocimiento científico, continuando con un tipo de investigación práctica concordante con las reglas institucionales. Antes de que un campo científico se torne «ciencia normal», hay una competición abierta entre pre-paradigmas, que compiten por el lugar de preponderancia en la preferencia de los científicos. Si intentásemos aplicar el modelo de Kuhn (que tiene gran impronta alegórica) a las ciencias sociales, podríamos identificar a las sociologías «positivistas» y a las «naturalistas» como las principales contendientes en esta puja entre pre-paradigmas.
439
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
a. La sugestión de hipótesis plausibles relacionadas con la in
formación recolectada, preferentemente dentro de un grupo
de hipótesis simultáneamente presentes y relacionadas es
más valedera que el testeo meticuloso de ideas existentes.
b. La coherencia o credibilidad de hipótesis generadas a tra
vés de la articulación de colecciones, codificaciones y aná
lisis de información cualitativa puede ser estimada (bajo
ciertas circunstancias) en tan alto porcentaje como aque
llas científicamente verificadas.
Sobre estas premisas, el OP prescribe que el lugar para la
formulación de detalles o del diseño de la investigación debe
ser un espacio movible, y, en todo caso, un modo de adentrarse
en el camino del proceso de investigación. Sólo cuando el plan
de investigación crece fuera de la exploración de nuevo terreno
empírico, y así se modifica a sí mismo a la luz de evidencias
emergentes en el campo, podemos atender con sensibilidad
reflexiva la realidad del fenómeno considerado. Los primeros
días del investigador en el campo deben ocuparse en hacer un
ejercicio de mapeo que determinará el diseño de decisiones: a
dónde ir, qué buscar, con quién relacionarse. Glasser y Strauss
( 1968) argumentan que estas decisiones deben animar la cons
tante búsqueda de sitios apropiados para explorar las propieda
des o dimensiones de las categorías cuyas definiciones prelimi
nares enmarcan el tópico de investigación. Algunas categorías
serán tomadas de la experiencia cotidiana, mientras otras deri
van del discurso científico. El proceso comandado por la evolu
ción del diseño se llama muestreo teórico, y lleva a su vez al
método de comparación constante en la fase de análisis. En
tanto el diseño, la recolección de información, la codificación y
el análisis son todos interpretativos, nuevas muestras compa
rativas de eventos o situaciones personales pueden ser volca
das al diseño en cualquier punto donde la elaboración de análi
sis sobre datos sugiera la necesidad de una corroboración.
440
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
El dilema central para el diseño de investigación es:
El compromiso con ciertos conceptos sensibles e hipótesis
intuitivas para el trabajo de sus propiedades determina la tra
yectoria de la investigación para la búsqueda de información
comparable. ¿Cómo puede el investigador evitar usar sus pri
meros días en el campo como modo de convencerse a sí mismo
de que sus pálpitos lo están llevando por el camino correcto?
El atractivo normal de los primeros días en el campo es que
provee shocks culturales y estimula agudas concientizaciones
psicológicas, de modo que el investigador es llevado casi in
conscientemente a penetrar en el sentido común o en las in
terpretaciones de los grupos sobre interacciones y eventos, y
a plantear preguntas desilusionadas acerca de lo que está
pasando. En un artículo clásico, Blanch Geer (1964) hace un
recorrido por sus notas de campo (y de algunas de sus cole
gas) de las tres primeras semanas de un estudio de observa
ción participante sobre la vida en la Universidad del Estado de
Kansas. La investigación comienza asumiendo que un campus
universitario de clase media estaría gobernado por la conven
ción social de que la universidad es una escala necesaria para
jóvenes que sólo se tomarían sus actividades diarias seria
mente cuando se estableciesen en un trabajo; pero las notas
surgidas de las entrevistas, de la observación participante y
en las reuniones de egresados llevaron a una discusión acerca
de la dimensión de seriedad que los estudiantes tienen acerca
de ir a la universidad: la competición académica por grados
resultó ser un punto de referencia y negociación central para
todo tipo de estudiante. Este inicio de comprensión, junto a
otras ideas sobre métodos, que fueron cristalizadas en el «re
ceso analítico» posterior al frenético período de los primeros
días, sentó la guía para el resto de la investigación. El estudio
se volvió un recorrido crítico por el sistema universitario de
441
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas jweniles en la Gran Bretaña de la posguerra
estratificación y por sus efectos, el cual concluyó con la reco
mendación política de que las gradaciones universitarias de
berían ser abolidas.
Las reglas básicas para tratar nuestro dilema parecen ser:
1) siempre usar la experiencia de los primeros días en el cam
po como recurso para la revisión de las ideas preliminares
acerca del problema a ser investigado, así como para revisar
la naturaleza y posibles fuentes de la información; y 2) em
plear la herramienta del muestreo teórico a fin de asegurar
que las categorías conceptuales puedan ser complementadas
con evidencias sobre sus formas empíricas y manifestacio
nes, y con categorías con las que puedan relacionarse, a tra
vés del desarrollo de nuevas hipótesis. La codificación explíci
ta puede ser una ayuda importante en este segundo proceso.
A medida que el investigador descubre nuevas propiedades
de sus conceptos, o nuevos vínculos entre los fenómenos, va
trabajando sobre sus notas de campo, revisando las notas de
sus observaciones y las notas teoréticas para futuros casos.
Los ítems tratados en las notas luego pueden ser codificados
y recodificados, y todo el aparato de codificación moverse
acompañado con el esquema analítico emergente: es, por lo
tanto, clara la importancia de que las notas tomadas durante
los primeros días sean lo suficientemente extensivas como
para permitir la elaboración de codificaciones claras.
Comentario
Sin embargo, los informes de Glasser y Strauss (1968),
Becker ( 1958) y Geer ( 1964) dejan dudas acerca de qué tanto
los diseños de investigación son siempre criticados en modos
que invoquen un cambio de perspectiva en el problema inicial.
La mayor parte del trabajo acerca del etiquetamiento de las
tendencias subculturales ha fallado en encontrar una explica-
442
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
ción para el origen de estas etiquetas que vaya más allá de la
temprana noción de «emprendedores morales» de Becker. Pro
bablemente, las tareas de diseño y comparación constantes
están implícitamente entendidas por los investigadores obser
vadores participantes y estrechamente anudadas con un reper
torio bien establecido de perspectivas e imaginerías. Ciertamente,
el estudio de Geer sobre los estudiantes, una vez que cambió
su foco hacia el trabajo académico y las gradaciones, generó
un análisis muy predecible, en el cual el etiquetamiento de los
estudiantes por los profesores universitarios era considerado
sólo en los términos de negociación de tareas y criterios dentro
de un sistema que permitía mantener la iniciativa para la acade
mia: las cuestiones más amplias de la sociología del conoci
miento y de la experiencia intelectual no fueron tratadas.
5. Dirigiendo el trabajo de campo
El trabajo de campo de la observación participante impone
en el investigado¡ tres conjuntos de requerimientos:
l. Debe tener sensibilidad a lo externo y accesibilidad a
lo interno, contra la tendencia a rutinizar el trabajo de
observación participante. Debe hacer esto simplemen
te practicando una mirada abierta como la de un niño
atento a todo; o puede cambiar repetidamente su sitio
de observación; o tomando cada oportunidad para ocu
par imaginativamente el papel de otros con quienes se
encuentra.
11. Debe desarrollar constantemente su capacidad para ob
servar lo que está ocurriendo, descubriendo más en ello,
o junto a ello. Puede hacer esto considerando regular
mente: (a) si necesita o no desarrollar conceptos dedi
cando más tiempo a observar sus propiedades; (b) si ha
dado con una persona o situación que deba ser referida
443
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
a observaciones previas; (e) si tiene un panorama claro
para observar eventos, en términos de perspectivas
apropiadas que ayuden a caracterizarlos; (d) si necesita
realizar un giro teórico cambiando el foco y los propósi
tos de su OP; y (e) si debe moverse rápidamente hacia
la formulación precisa de una hipótesis o modelo, y lue
go pasar al trabajo de búsqueda sistemática de eviden
cia para su confirmación (o no). Schatzman (1973: 53-
58) presenta una clara explicación de las razones para
moverse de uno a otro de estos terrenos de observa
ción a lo largo de las distintas etapas del trabajo de
campo; pero remarca que la cuestión de cuándo hacer
el cambio es, a fin de cuentas, una decisión llevada a
cabo por el juicio del investigador.
111. Debe encontrar tácticas por las cuales implementar su
rol fundamental como coordinador. Por ejemplo, dentro
de su rol de participante en tanto observador, puede ele
gir o bien una «interacción limitada», esperando ser invi
tado a adentrarse más en la acción de la conversación, o
bien puede elegir su posición «tolerada» para comprome
ter a los anfitriones en una entrevista estrechamente con
trolada. Lo que intente depende de su juicio sobre la po
tencialidad de la situación a la luz del plan general: Donald
Roy (1970) describe cómo se movía de una estrategia a
la otra durante un estudio de observación participante
sobre una campaña de reclutamiento sindical.
Pero, aunque los trabajadores de campo puedan tener un
sentido para saber cuándo cambiar de estrategia y cuándo
desplegar su imaginación para integrar piezas dispersas de
trabajo de observación, permanece aún un dilema mayor para
la gestión de la coordinación:
¿Cómo puede el investigador testear y juzgar la validez y origi
nalidad de sus «modelos parciales» o hipótesis cuando está
444
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
enmarcado por la perspectiva de su estrategia de trabajo de
campo?
Las implicaciones de este dilema llegan lejos. La presencia
del observador puede introducir algunos de los muchos tipos
de efectos perturbadores sobre los anfitriones: puede (desde
su propia visión) ser incorporado como un supernumerario útil;
puede ser catalogado como un incordio poco confiable (pero,
por lo tanto, disponible para los solitarios o desafectados); se
puede volver un catalizador pasivo que da coraje al desarrollo
de conversaciones previamente suprimidas; puede tener un
rol interventor, liderando nuevas acciones; y se puede volver
un ojo de tormenta para la disensión y la disputa, con efectos
catastróficos sobre los efectos científicos de la investigación.
Los libros de texto ofrecen pocas advertencias sobre el mane
jo de estas formas perturbadoras: simplemente requieren que
los trabajadores de campo permanezcan en los espacios que
construyen para sí mismos. «El asunto paradójico de cambiar
o no cambiar ... no debe preocuparnos ni a nosotros ni a nues
tro trabajador de campo modelo. Este último ... no tiene otro
recurso que actuar como se hubiese esperado que actúe un
investigador de campo ... » (Schatzman, 1973: 64). Pero, :n
efuso si esto fuese verdad, el investigador debe usar su con
ciencia de las contingencias del campo para mantener para sí
un cálculo de los efectos del investigador sobre la escena de
la acción, tanto para juzgar cómo hubiesen sido las cosas sin
esa intervención, como para usar los resultados observados
de la investigación como si fuesen datos de una investigación
experimental. La lógica de tal cálculo debe ser crucial para los
procesos de recolección de datos, codificación y análisis; aun
que parece haber habido muy poco avance en este sector
metodológico desde que Weber discutió la lógica por la cual
los historiadores podrían evaluar los efectos de la Batalla de
Maratón (Weber, 1949: 171-174).
44'i
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
Los procedimientos y medios que han sido explícitamente
adquiridos al ganar cierta distancia respecto del alboroto del
trabajo de campo residen en el registro de las observaciones y
reflexiones obtenidas en el campo, así como en la organiza
ción de las notas de campo. Las notas de campo son el medio
a través del cual se juega la dialéctica del involucramiento y el
alejamiento. Mientras más notas se tengan, mayor es la dis
tancia posible, a través de la posibilidad de luego revisar y
chequear las observaciones y codificaciones. En un trabajo de
equipo, el intercambio de opiniones y la crítica de las notas
diarias obtenidas en el campo conforman el principal modo de
desarrollo para la estrategia de investigación. El trabajo de
campo extensivo siempre es puntualizado por «recesos meto
dológicos» en los cuales los investigadores van a conferen
cias, hacen grupos y debaten adelantos analíticos, revisan
programas alternativos para conectar sus hipótesis y patrones
de datos. Schatzman ilustra las diferentes inclinaciones por
tres tipos de notas de campo: Observaciona/es, Metodológi
cas y Teoréticas, y muestra cómo cada una de ellas contribu
ye al trabajo analítico posterior. Glaser y Strauss (1975) han
publicado recientemente instrucciones detalladas acerca de
cómo escribir un informe analítico y cómo usarlo para dar nue
va forma a las actividades en el trabajo de campo.
Comentario
El quid del proceso de objetivizar las experiencias de cam
po es la deconstrucción de la confección de roles y el inter
cambio de significados que se logran en las diferentes nego
ciaciones durante los encuentros que hacen al trabajo de cam
po. De estas experiencias, el investigador debe abstraer cono
cimiento acerca de los procesos sociales (o conocimientos
acerca de cómo dar cuenta de sus formas y apariencias). Esto
446
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
se logra «envolviendo» lo que obtiene de sus encuentros con
los anfitriones -en su papel de investigador social- en un pa
quete finamente perspicaz. Schatzman dice: «El paquete es
entonces preparado como para luego ser revisado y compren
dido en una mirada ... El investigador se disciplina a sí mismo
para pensar en términos de unidades de información, sea cual
sea su contenido» ( 1973). Aunque la lógica del registro, la
codificación y la revisión no han sido aún explicadas, pode
mos ver ahora su condición operativa esencial: el carácter
ambiguo y por lo tanto provocativo de los encuentros en el
campo debe ser reducido a unidades de investigación que ten
gan un contenido específico, un valor direccional para la cons
tante verificación del plan de investigación. Este es el punto al
interior de la observación participante en el cual el pragmatismo
humanista y libertario de Mead y Dewey debe saldar cuentas
con el racionalismo de la tradición científica natural del siglo
x1x. Es en este punto que la lógica del razonamiento inductivo
es afirmada para dar cuenta de los criterios del método hipo
tético deductivo de J.S. Mili, anclado con seguridad en los
procedimientos de la demostración silogística y la prueba ex
perimental (ver Willer y Willer, 1973: cap. 4).
6. Analizando información cualitativa
El análisis siempre implica la reorganización de proposicio
nes que ya incluyen una interpretación, una representación de
las formas de la realidad social; por eso, en el campo de los
estudios socioculturales, sería imposible evitar usar amplia
mente las formas metafóricas de «los puntos de vista». ¿Qué
es lo que acá está en cuestión? Es la pregunta por cuál estra
tegia particular es más adecuada para generar análisis a partir
de observaciones participantes para lograr explicaciones
teoréticas que den al lector una visión de las relaciones entre,
447
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
y al interior de, las formas culturales en las que el discurso
metafórico es o bien asumido o bien seguramente adecuado
-para la teorización- a un lenguaje riguroso. Los cuatro tipos
de razonamiento analítico identificados en la Parte 1 ofrecen
tres distintas respuestas a esta cuestión. En primer lugar, el
entendimiento apreciativo ayuda explícitamente a preservar la
textura metafórica de las formas culturales en su calidad origi
nal, reflejando, tan bien como sea posible, las maneras en que
son vividas por los sujetos. El proceso analítico es necesario
incluso aquí, pero limita sus objetivos a encontrar patrones en
la información, de modo que las observaciones participantes
del investigador puedan ser presentadas en un modo que sea
etnográficamente convincente: las metáforas e imágenes de
la cultura (o subcultura) anfitriona son reagrupadas, aunque
aún sin ser traducidas. En segundo lugar, el investigador debe
buscar imponer una metáfora maestra sobre aquellas origina
rias presentes en su material: esta es la estrategia de cons
truir modelos a la que pertenecen tanto la inducción analítica
como la comparación constante. El compromiso de la induc
ción analítica a la construcción de un modelo cerrado y unita
rio que de cuenta de rasgos supuestamente universales de un
cierto fenómeno cultural hace de esta estrategia un caso lími
te (según la visión crítica de Turner en 1953) que dejaré de
lado. Examinaré la estrategia de comparación constante para
elucidar los principales pasos en el proceso de construcción
de un modelo, y criticar así la relación arbitraria entre el mode
lo de teoría base que produce y el dominio de interpretación
modelo. En tercer lugar, argumentaré que la única interpreta
ción posible de la estrategia progresiva-regresiva de Sartre
conlleva la búsqueda de mediaciones estructurales/históricas,
un modo de análisis que podría permitirnos superar algunas de
las contradicciones del método de comparación constante.
Los cuatro tipos de estrategia analítica enfrentan el mismo
dilema central; aunque el primero de ellos deniega su premisa,
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
y reniega de una relación con los elementos no observables de
una realidad social (ver H.S. Becker, 1971: v-vi). El dilema es:
Dado que el analista debe subsumir los elementos
observacionales en el marco de las proposiciones de una expli
cación teorética de las relaciones interiores a las formas cultu
rales, ¿cómo debe conservar y desplegar su comprensión so
bre las propiedades concretas de escenas sociales que estén
impresas en su propia información?
a. El método de comparación constante
Glaser y Straus presentaron primero su estrategia en un
artículo ( 1965) que acentuó la velocidad a la que la investiga
ción se puede mover a través de los grupos a ser comparados,
cuando estos están especialmente seleccionados para colec
tar categorías para los propósitos de una construcción modelo
particular, y las «credibilidad» que la comparación constante
da a las hipótesis generadas a través de la recolección, codifi
cación y análisis de la información. Su último libro (1968) da
una explicación más extendida de los racionamientos para el
muestreo teórico de grupos e incidentes; y también trata de
codificar las principales tareas de la etapa de análisis. En una
secuela reciente ( 1975) muestran cómo las prácticas de la
escritura de notas de ayuda en el trabajo de campo están
gobernadas por los requerimientos de su estrategia analítica.
En sus explicaciones, «propiedades» y «enlaces» son térmi
nos clave. Los primeros días en el campo enfocan la investiga
ción en los conceptos sensibles que llevan al investigador a
proponer la existencia efectiva de ciertas categorías. Estos
son síndromes socioculturales cuyas propiedades deben ser
descubiertas a través de la investigación comparativa; sólo
cuando en la búsqueda de materiales para una categoría se
449
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
han ya clasificado todos los callejones sin salida a los que lle
van las mismas, puede el investigador asumir que la «Satura
ción teórica» de sus categorías por sus propiedades ha sido
finalmente lograda. En el curso de buscar propiedades, el inves
tigador construye hipótesis con la intención de encontrar co
nexiones temáticas entre lo que lo ayudará a construir un mo
delo sociológico para el fenómeno en cuestión. De este modo,
gradualmente, el campo abierto a la exploración y comparación
constante es angostado y cerrado; tal como lo dice Schatzman
(1973: 111 ): «Una vez que el analista logra un Enlace Clave
-esto es, una metáfora, modelo, esquema general, un patrón o
línea argumental primordial- se puede volver crecientemente
selectivo sobre las clases de personas o eventos con los que
necesita tratar». Eventualmente, todas las hipótesis en pie se
rán reorganizadas, jerárquicamente, al interior de esta metáfora
modelo, y la llamada saturación teorética de categoría será com
plementada por una saturación del modelo en la información
obtenida. La teoría anclada sustantiva resultante será teñida de
colores cuya combinación articula las tonalidades arquitectóni
cas de una doble adecuación de la información a los concep
tos, y de los conceptos al modelo. Cuatro fases de análisis nos
llevan del trabajo de campo temprano a la finalización: compa
rar incidentes como modo de clarificar y elaborar categorías;
integrar las propiedades descubiertas en definiciones categoriales
(una subrutina tomada de la inducción analítica); delimitar la
teoría enlazando y fusionando hipótesis para reducir la comple
jidad; y, en la retirada final del trabajo de campo, escribir el
modelo teórico completamente organizado en una explicación
que sea satisfactoria estética y sociológicamente. Glaser y
Strauss dan una útil ilustración paso a paso de la operación
práctica de esta secuencia en la investigación que hicieron acerca
de los modos en que las contingencias en el cuidado de gente
moribunda son manejadas en las subculturas de los enfermeros
(1968: 105-114).
450
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
Comentario
Estudios sobre subculturas trabajadoras o formas de vida
organizadas producidos de acuerdo con las reglas del método
de comparación constante manifiestan una palpable credibili
dad y validez (ver, por ejemplo, Strauss y otros, 1964; Glaser
y Strauss, 1965; y Becker y otros, 1968). Pero esto trae la
pregunta de qué constituye una negociación exitosa de nues
tro dilema sobre la estrategia analítica. Creo que la credibili
dad lograda depende de los criterios racionales para la crítica
del conocimiento teórico. Glaser y Strauss afirman:
El análisis sistemático permite al trabajador de campo escribir
prescripciones para que otros espectadores externos puedan
introducirse en la esfera de la vida y la acción ... No es infre
cuente que gente apueste exitosamente su dinero, reputación
e incluso vidas, así como la fe de los otros, debido a su inter
pretación de otras sociedades. Lo que hace el trabajador de
campo es hacer de esta estrategia normal de personas reflexi
vas una estrategia de investigación exitosa. ( 1968: 226-227).
Esta concepción pragmática de las funciones prescriptivas
del modelo de construcción asume que la teoría anclada será
consumida por un lector competente en los códigos del mode
lo y sus subrutinas: la Proyección sobre la que este «mapa
cognitivo» es predicado no está ella misma disponible para el
testeo crítico. De este modo, los cánones de la demostración
racional y la prueba son dejados de lado: a fin de darle sentido
al modelo, el lector debe encerrarse a sí mismo dentro de los
dominios de su interpretación (en adición, ha sido argumenta
do persuasivamente por Barry Hindens, 1973b: 242-247, que
el modelo sociológico no puede ser relacionado con la teoría
social general por un conjunto riguroso de reglas semánticas,
tal como sí pueden serlo los modelos matemáticos respecto
451
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturasjuveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
de los sistemas formales: la teoría de campo es más una cues
tión de estilo que de gramática). El método de comparación
constante mantiene su privilegio de autovalidación en parte
parcelando su dominio interpretativo en áreas problemáticas
substantivas que están restringidas en espacio y tiempo al
fenómeno particular ceñido por el sociólogo. Colín Fletcher
(1974) sugiere que la tradición de «a cada antropólogo su
propia tribu» ha corrompido la capacidad de soportar verdade
ra teorización crítica. Podría haber citado como evidencia el
estudio sobre las evaluaciones académicas hecho por Becker
y otros ( 1968), el cual culminó con la sugerencia de que sea
abolido todo el sistema de gradaciones. Su pedido por el fin
de todos los etiquetamientos opresivos es presentado tan
abstractamente que hay pocas chances de que sea tenido en
cuenta como una intervención política real en la arena de los
conflictos sobre la clasificación cultural.
b. La búsqueda de mediaciones históricas/estructurales
La estrategia de Sartre intenta un pasaje de ida y vuelta
desde una teoría presuntiva de la totalidad del orden social, al
nivel de los nexos culturales negociados en los que los indivi
duos hacen y viven sus experiencias, y luego otra vez a la
totalidad, trayendo ahora algunos significados que criticarán
el estado de cosas original. Cualquier juicio sobre la adecua
ción de esta estrategia para lidiar con nuestro dilema debe
sopesar cómo el evaluador maneja tanto el momento progresi
vo como el regresivo de su análisis. La formulación del tópico
de investigación acarrea desde el principio que el fenómeno
sea situado dentro de una concepción explícita de las dinámi
cas y estructuras centrales de un todo social (momento regre
sivo). La exploración del tópico de investigación requerirá una
continua elaboración y reelaboración de las conexiones empí-
452
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
ricas entre procesos correspondientes a los «niveles» de la
biografía, la familia y el vecindario, comunidad, economía y
Estado-nación (momento progresivo). Frecuentemente, las
conexiones empíricas sugieren la existencia de procesos que
trabajan en dimensiones de la realidad social que están des
viados respecto de estos niveles, como ocurre en los casos de
los estilos juveniles «delincuentes>> y el discurso de la ley y el
orden. Un punto tal se encontró durante los análisis del fenó
meno de los ataques callejeros; ver Clarke y otros (1975).
Aquí, los métodos de la observación participante -conocimiento
de una comunidad local adquiridos a través de un centro barrial
o asistencial; análisis de diarios y otros documentos; interven
ción en campañas- pueden ser vistos como una «contamina
ción necesaria>> usada en el marco de un estudio progresivo
regresivo cuya finalidad era abrir y reorganizar el raconto reci
bido por la hegemonía monopólica capitalista en la Gran Bre
taña de posguerra, así como establecer una nueva historia
social de la ley y el orden contra la «delincuencia» en los
teatros de la ideología y la política durante el cambio de co
yuntura de mediados de los años sesenta a los setenta.
Cuando una rica extensión de materiales trae un nuevo
complejo de mediaciones, mucho del marco del estudio es
puesto en cuestión, y el esfuerzo por lograr una nueva
totalización teórica antes de que caiga la estrategia de inves
tigación se vuelve azaroso. Este momento «deconstructivo»
hace surgir problemas metodológicos, cuyo centro de grave
dad está claramente expuesto en la reciente discusión de Stuart
Hall acerca de las ideas y métodos de Marx (Hall, 1974b:
1 50-160), como la tensión entre los modos historicistas de
estudiar una formación social total y aquellos otros cuyo en
foque es estructuralista. En el primero, la relación entre un
proceso social específico y otro está referida a una explica
ción genética del movimiento histórico general que dio lugar a
ambos: en nuestro ejemplo, la amplificación de los incidentes
453
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
con los ataques callejeros y las repuestas a los mismos están
situadas en la explicación de una crisis de consenso ideológi
co y político cada vez mayor en la Gran Bretaña de fines de los
años sesenta. En el segundo, la exposición de mediaciones
lleva a una elaboración de una compilación de antinomias y de
un complejo de contradicciones, «dominantemente estructu
rado»: el plano ideológico de la administración judicial y social
es mostrado como insertando ese conflicto en la cultura juve
nil como para generar «estructuralmente» una mutua interfe
rencia en los discursos del otro. El problema central es enton
ces encontrar un modo de documentar las prácticas ideológi
cas de la cultura joven (etc.) que lleve a un entendimiento de
la «efectividad estructural» del complejo de contradicciones
en el que tienen sus determinaciones, abriendo simultánea
mente un camino para identificar los procesos del movimiento
histórico en el cual esa efectividad es sólo un momento co
yuntural.
Comentario
La exposición de Sartre de su estrategia analítica enfatiza
la necesidad de comandar la caracterización del movimiento
histórico, como para permitir una genuina totalización crítica
en la explicación de un fenómeno cultural, y para revelar las
posibilidades de trascender el estado de situación presente.
Pero es vago en la cuestión crucial de los procedimientos y
controles teóricos sobre la construcción de esas explicacio
nes. Estos controles no son tanto materia de una lógica en
general, aunque las reglas lógicas no pueden ser evadidas,
sino una pregunta sobre las formas sociales y culturales a
través de las cuales debemos aprender las conexiones que
trabajan entre las estructuras más profundas de las clases
sociales: modo de producción, ideologías hegemónicas y su
454
Editado por Stuart Hall y Tony Jefferson
repertorio combinatorio, los modos del poder político. El pro
yecto sobre el fenómeno de los ataques callejeros, y el trabajo
de los grupos subculturales en general, debe encontrar aún un
modo de anclar crítica ideológica en Jos resultados de una
adecuada crítica económica (modificando así a ambas); e in
cluso entonces debe llevar toda la explicación a un mayor
nivel de análisis de las coyunturas políticas -y analizar quié
nes confrontan las verdaderas posibilidades de intervención
en las actuales luchas entre grupos y, en última instancia,
clases-. Mientras tanto, estas dimensiones son mejor trata
das por las analogías históricas y metáforas que si no se las
tratase, así como en los intentos sociológicos profesionales
por descubrir una teoría anclada delimitada para la localiza
ción de las subculturas y sus desviaciones.
7. Conclusión
He puntualizado algunas debilidades en la lógica de inves
tigación del paradigma de la observación participante, tal como
este es representado en algunos textos metodológicos guías:
significativamente, estas debilidades aparecen justo en aque
llos lugares en los que los textos proveen reglas para el mane
jo y el procedimiento respecto de los dilemas teóricos. He
sugerido que los estudios críticos de formaciones culturales
podrían adoptar fructíferamente la versión de Sartre del méto
do progresivo-regresivo -una versión modificada como para
modificar su historicismo poco preciso balanceándolo con una
síntesis más completa de métodos estructurales e históricos-.
Pero no he sido capaz, aquí, de ofrecer un acercamiento
metodológico que vaya más allá de Jos inigualados logros del
reciente trabajo de los Grupos Subculturales, cuyos resulta
dos se han registrado en la primera sección de este volumen.
Lo que está en juego aquí no es la lógica universal de la inves-
455
RESISTENCIA A TRAVÉS DE RITUALES. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra
tigación sociológica, sino las lógicas específicas de las dife
rentes técnicas con las cuales los estudios culturales críticos
pueden tratar conexiones entre diferentes tipos de elementos
en las formaciones sociohistóricas, y las articulaciones a tra
vés de las cuales logran su estructura compleja determinada.
El trabajo de desarrollar métodos de estudio no puede ser lle
vado a cabo en abstracto, pero le sacaremos fruto al punto
que esos modos hagan justicia a las contradicciones de nues
tra sociedad en una confrontación adecuada de sus proble
mas teóricos y políticos 114•
114 Fui introducido al tópico de la lógica de investigación de los métodos sociológicos a través del trabajo del profesor Gild Baldamus de la Universidad de Birmingham, el cual señala la contradicción, en gran parte de la práctica sociológica, entre el rigor lógico y la importancia teórica. Este artrculo se ha beneficiado de muchas crrticas y sugerencias hechas por Rachel Powell.
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