René Guénon - Oriente y Occidente

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    Occidente(1924)

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    PREFACIO

    Rudyard Kipling escribi un da estas palabras:East is East and West is West, and

    never the twain shall meet, literalmente Oriente es Oriente y Occidente es Occiden-

    te, y los dos no se encontrarn nunca. Es cierto que, en la continuacin del texto,

    modifica esta afirmacin, admitiendo que la diferencia desaparece cuando dos hom-

    bres fuertes se encuentran cara a cara despus de haber venido de las extremidades de

    la tierra, pero, en realidad, ni siquiera esta modificacin es muy satisfactoria, ya que

    es muy poco probable que el autor haya pensado ah en una fuerza de orden espiri-

    tual. Sea como sea, la costumbre es citar el primer verso aisladamente, como si todo

    lo que quedara en el pensamiento del lector fuera la idea de la diferencia insuperable

    expresada en este verso; no se puede dudar que esta idea representa la opinin de la

    mayora de los Europeos, y en ella se siente apuntar todo el despecho del conquista-

    dor que est obligado a admitir que aquellos a quienes cree haber vencido y sometido

    llevan en s algo sobre lo que no podra tener ningn poder. Pero, cualquiera que sea

    el sentimiento que puede haber dado nacimiento a una tal opinin, lo que nos interesa

    ante todo, es saber si esta opinin est fundada, o en qu medida lo est. Ciertamente,al considerar el actual estado de las cosas, se encuentran mltiples indicios que pare-

    cen justificarla; y sin embargo, si furamos enteramente de esta opinin, y si pens-

    ramos que ya no es posible ningn acercamiento y que ya no lo ser nunca, no habr-

    amos emprendido el escribir este libro.

    Quizs ms que ninguna otra persona, tenemos consciencia de toda la distancia

    que separa Oriente y Occidente, sobre todo el Occidente moderno; por lo dems, en

    nuestra Introduccin general al estudio de las doctrinas hindes, hemos insistido

    particularmente sobre las diferencias, hasta tal punto que algunos han podido creer en

    alguna exageracin por nuestra parte. Sin embargo, estamos persuadidos de que nohemos dicho nada que no fuera rigurosamente exacto; y al mismo tiempo, en nuestra

    conclusin, considerbamos las condiciones de un acercamiento intelectual que, con

    ser verdaderamente muy lejano, no por ello nos pareca como menos posible. As

    pues, si nos hemos levantado contra las falsas asimilaciones que han intentado algu-

    nos occidentales, es porque stas no son uno de los menores obstculos que se opo-

    nen a este acercamiento; cuando se parte de una concepcin errnea, los resultados

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    van frecuentemente en contra de la meta que uno se ha propuesto. Al negarse a ver

    las cosas tales como son y a reconocer algunas diferencias al presente irreductibles,uno se condena a no comprender nada de la mentalidad oriental, y as no se hace ms

    que agravar y perpetuar los malentendidos, cuando sera menester dedicarse ante todo

    a disiparlos. Mientras los occidentales se imaginen que no existe ms que un solo

    tipo de humanidad, y que no hay ms que una sola civilizacin en diversos grados

    de desarrollo, no ser posible ningn entendimiento. La verdad es que hay civiliza-

    ciones mltiples, que se despliegan en sentidos muy diferentes, y que la civilizacin

    del Occidente moderno presenta caracteres que hacen de ella una excepcin bastante

    singular. Admitiendo incluso que sean efectivamente comparables, no se debera

    hablar nunca de superioridad o de inferioridad de una manera absoluta, sin precisar

    bajo qu aspecto se consideran las cosas que se quieren comparar. No hay civiliza-

    cin que sea superior a las dems bajo todos los aspectos, porque al hombre no le es

    posible aplicar igualmente , y a la vez, su actividad en todas las direcciones, y porque

    hay desarrollos que aparecen como verdaderamente incompatibles. nicamente, es

    permisible pensar que hay que observar una cierta jerarqua, y que las cosas del orden

    intelectual, por ejemplo, valen ms que las del orden material; si ello es as, una civi-

    lizacin que se muestra inferior bajo el primer aspecto, aunque sea incontestablemen-

    te superior bajo el segundo, se encontrar an desaventajada en el conjunto, cuales-quiera que puedan ser las apariencias exteriores; y tal es el caso de la civilizacin

    occidental, si se la compara a las civilizaciones orientales. Sabemos bien que esta

    manera de ver choca a la gran mayora de los occidentales, porque es contraria a to-

    dos sus prejuicios; pero, aparte de toda cuestin de superioridad, es menester que

    admitan al menos que las cosas a las que los occidentales atribuyen la mayor impor-

    tancia no interesan forzosamente a todos los hombres al mismo grado, que algunos

    pueden tenerlas incluso como perfectamente desdeables, y que se puede hacer prue-

    ba de inteligencia de otro modo que construyendo mquinas. Ya sera algo si los eu-

    ropeos llegaran a comprender eso y si se comportaran en consecuencia; sus relacionescon los dems pueblos se encontraran algo modificadas por ello, y de una manera

    muy ventajosa para todo el mundo.

    Pero ese no es ms que el lado ms exterior de la cuestin: si los occidentales re-

    conocieran que no todo es forzosamente despreciable en las dems civilizaciones por

    la nica razn de que difieren de la suya, nada les impedira ya estudiar esas civiliza-

    ciones como deben serlo, queremos decir, sin una toma de partido por la denigracin

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    y sin hostilidad preconcebida; y entonces algunos de entre ellos no tardaran quizs

    en apercibirse, por este estudio, de todo lo que les falta a ellos mismos, sobre tododesde el punto de vista puramente intelectual. Naturalmente, suponemos que esos

    habran llegado, en una cierta medida al menos, a la comprehensin verdadera del

    espritu de las diferentes civilizaciones, lo que requiere otra cosa que trabajos de

    simple erudicin; sin duda, todo el mundo no es apto para una tal comprehensin,

    pero, si algunos lo son, como es probable a pesar de todo, eso puede bastar para aca-

    rrear pronto o tarde resultados apreciables. Ya hemos hecho alusin al papel que

    podra jugar una elite intelectual, si llegara a constituirse en el mundo occidental,

    donde actuara a la manera de un fermento para preparar y dirigir en el sentido ms

    favorable una transformacin mental que devendr inevitable un da u otro, se la

    quiera o no. Por lo dems, algunos comienzan a sentir ms o menos confusamente

    que las cosas no pueden continuar yendo indefinidamente en el mismo sentido, e in-

    cluso a hablar de una quiebra de la civilizacin occidental, lo que nadie se hubiera

    atrevido a hacer hace pocos aos; pero las verdaderas causas que pueden provocar

    esta quiebra parecen escaprseles an en gran parte. Como, al mismo tiempo, estas

    causas son precisamente las que impiden todo entendimiento entre Oriente y Occi-

    dente, se puede sacar de su conocimiento un doble beneficio: trabajar para preparar

    ese entendimiento, es esforzarse tambin en desviar las catstrofes por las que Occi-dente est amenazado debido a su propia culpa; esos dos fines estn mucho ms cer-

    canos de lo que se podra creer. As pues, no es hacer obra de crtica vana y puramen-

    te negativa denunciar, como nos proponemos hacerlo aqu en primer lugar, los erro-

    res y las ilusiones occidentales; en esta actitud, hay razones mucho ms profundas, y

    a eso no le aportamos ninguna intencin satrica, lo que, por lo dems, convendra

    muy poco a nuestro carcter; si hay quienes han credo ver en ns algo de ese gnero,

    se han equivocado extraamente. Por nuestra parte, querramos mucho mejor no te-

    ner que librarnos a este trabajo ms bien ingrato, y poder contentarnos con exponer

    algunas verdades sin tener que preocuparnos nunca de las falsas interpretaciones queno hacen ms que complicar y embrollar las cuestin como por gusto; pero nos es

    forzoso tener en cuenta estas contingencias, puesto que, si no comenzamos por des-

    pejar el terreno, todo lo que podramos decir correr el riesgo de permanecer incom-

    prendido. Por lo dems, incluso all donde parezca que slo estamos descartando

    errores o respondiendo a objeciones, podemos no obstante encontrar la ocasin de

    exponer cosas que tengan un alcance verdaderamente positivo; y, por ejemplo, mos-

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    trar por qu ciertas tentativas de acercamiento entre Oriente y Occidente han fracasa-

    do, no es hacer entrever ya, por contraste, las condiciones en las que una tal empresasera susceptible de prosperar? As pues, esperamos que nadie se equivoque sobre

    nuestras intenciones; y, si no buscamos disimular las dificultades y los obstculos, si

    al contrario insistimos en ellos, es porque, para poder aplanarlos o remontarlos, es

    menester ante todo conocerlos. No podemos detenernos en consideraciones demasia-

    do secundarias, ni preguntarnos lo que agradar o desagradar a cada quien; la cues-

    tin que consideramos es mucho ms seria, incluso si uno se limita a lo que podemos

    llamar sus aspectos exteriores, es decir, a lo que no concierne al orden de la intelec-

    tualidad pura.

    En efecto, no entendemos hacer aqu una exposicin doctrinal, y lo que diremos

    ser, de una manera general, accesible a un mayor nmero que los puntos de vista

    que hemos tratado en nuestraIntroduccin general al estudio de las doctrinas hind-

    es. No obstante, esa obra misma no ha sido escrita de ninguna manera para algunos

    especialistas; si ha ocurrido que su ttulo ha inducido a error a este respecto, es

    porque estas cuestiones son ordinariamente el patrimonio de los eruditos, que las

    estudian de una manera ms bien cargante y, a nuestros ojos, sin inters verdadero.

    Nuestra actitud es completamente otra: para ns no se trata esencialmente de erudi-

    cin, sino de comprehensin, lo que es totalmente diferente; no es entre los especia-listas donde se tienen ms opciones de encontrar las posibilidades de una compre-

    hensin extensa y profunda, lejos de eso, y, salvo muy raras excepciones, no es con

    ellos con quienes sera menester contar para formar esa elite intelectual de la que

    hemos hablado. Quizs haya quienes han encontrado mal que ataquemos a la erudi-

    cin, o ms bien a sus abusos y a sus peligros, aunque nos hayamos abstenido cuida-

    dosamente de todo lo que habra podido presentar un carcter polmico; pero una de

    las razones por las que lo hemos hecho, es precisamente porque esa erudicin, con

    sus mtodos especiales, tiene como efecto desviar de algunas cosas a aquellos mis-

    mos que seran los ms capaces de comprenderlas. Muchas gentes, al ver que se tratade las doctrinas hindes, y pensando inmediatamente en los trabajos de algunos

    orientalistas, se dicen que eso no es para ellos; ahora bien, ciertamente, hay quie-

    nes cometen un gran error al pensar as, y a quienes no les sera menester mucho es-

    fuerzo, quizs, para adquirir conocimientos que faltan y que faltarn siempre a esos

    mismos orientalistas: la erudicin es una cosa, el saber real es otra muy diferente, y,

    si no son siempre incompatibles, tampoco son necesariamente solidarios. Ciertamen-

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    te, si la erudicin consintiera en atenerse al rango de auxiliar que debe corresponderle

    normalmente, no encontraramos nada ms que decir a su respecto, puesto que poreso mismo dejara de ser peligrosa, y puesto que entonces podra tener alguna utili-

    dad; as pues, en estos lmites, reconoceramos gustosamente su valor relativo. Hay

    casos en los que el mtodo histrico es legtimo, pero el error contra el que nos

    hemos levantado consiste en creer que es aplicable a todo, y en querer sacar de l otra

    cosa que lo que puede dar efectivamente; pensamos haber mostrado ya en otra parte1,

    y sin habernos puesto en contradiccin con ns mismos, que somos capaces, cuando

    es menester, de aplicar ese mtodo tan perfectamente como cualquier otro, y eso de-

    bera bastar para probar que no somos en modo alguno un partidista. Cada cuestin

    debe ser tratada segn el mtodo que conviene a su naturaleza; y es un singular

    fenmeno que esta confusin de los diversos rdenes y de los diversos dominios sea

    el espectculo habitual que nos da el Occidente moderno. En suma, es menester saber

    poner cada cosa en su lugar, y por nuestra parte no hemos dicho nunca nada ms;

    pero, al hacerlo as, uno se apercibe forzosamente de que hay cosas que no pueden

    ser ms que secundarias y subordinadas en relacin a otras, a pesar de las manas

    igualitarias de algunos de nuestros contemporneos; y es as como la erudicin, all

    mismo donde es vlida, no podra constituir nunca para ns ms que un medio, y no

    un fin en s misma.Estas pocas explicaciones nos han parecido necesarias por varias razones: prime-

    ro, tenemos que decir lo que pensamos de una manera tan clara como nos sea posible,

    y cortar de raz todo equvoco que llegue a producirse a pesar de nuestras precaucio-

    nes, lo que es casi inevitable. Aunque reconociendo generalmente la claridad de

    nuestras exposiciones, se nos han prestado a veces intenciones que no hemos tenido

    nunca; tendremos aqu la ocasin de disipar algunos equvocos y de precisar ciertos

    puntos sobre los que quizs no nos habamos explicado suficientemente con anterio-

    ridad. Por otra parte, la diversidad de los temas que tratamos en nuestros estudios no

    impide la unidad de la concepcin que los preside, y tenemos que afirmar tambinexpresamente esa unidad, que podra no ser apercibida por aquellos que consideran

    las cosas muy superficialmente. Estos estudios estn incluso tan ligados entre s que,

    sobre muchos de los puntos que abordaremos aqu, habramos debido, para ms pre-

    cisin, remitir a las indicaciones complementarias que se encuentran en nuestros

    otros trabajos; pero no lo hemos hecho ms que all donde eso nos ha parecido estric-

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    El Teosofismo, historia de una pseudoreligin.

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    tamente indispensable, y, para todo lo dems, nos contentaremos con esta advertencia

    dada de una vez por todas y de una manera general, a fin de no importunar al lectorcon referencias demasiado numerosas. En el mismo orden de ideas, debemos hacer

    observar tambin que, cuando no hemos juzgado a propsito dar a la expresin de

    nuestro pensamiento un matiz propiamente doctrinal, por eso no nos hemos inspirado

    menos constantemente en las doctrinas cuya verdad hemos comprendido: es el estu-

    dio de las doctrinas orientales el que nos ha hecho ver los defectos de Occidente y la

    falsedad de muchas ideas que tienen curso en el mundo moderno; es ah, y ah sola-

    mente, donde hemos encontrado, como ya hemos tenido la ocasin de decirlo en otra

    parte, cosas de las que el Occidente no nos ha ofrecido nunca el menor equivalente.

    En esta obra, como en las otras, no tenemos la pretensin de agotar todas las cues-

    tiones que tendremos que considerar; nos parece que no se nos puede reprochar no

    ponerlo todo en un solo libro, lo que, por lo dems, nos resultara completamente

    imposible. Lo que aqu slo indicaremos, podremos quizs retomarlo y explicarlo

    ms completamente en otra parte, si las circunstancias nos lo permiten; si no, eso

    podr al menos sugerir a otros reflexiones que suplirn, de una manera muy prove-

    chosa para ellos, los desarrollos que ns mismo no hayamos podido aportar. Hay co-

    sas que a veces es interesante anotar incidentalmente, cuando uno no puede extender-

    se en ellas, y no pensamos que sea preferible pasarlas enteramente bajo silencio; pe-ro, conociendo la mentalidad de algunas gentes, creemos deber advertir que es me-

    nester no ver en esto nada de extraordinario. Sabemos muy bien lo que valen los su-

    puestos misterios de los que se ha abusado tan frecuentemente en nuestra poca, y

    que no son tales ms que porque aquellos que hablan de ellos son los primeros en no

    comprender nada; no hay verdadero misterio ms que en lo que es inexpresable por

    naturaleza misma. No obstante, no queremos pretender que toda verdad sea siempre

    igualmente buena de decir, y que no haya casos en los que una cierta reserva se im-

    ponga por razones de oportunidad, o que no haya cosas que sera ms peligroso que

    til exponerlas pblicamente; pero eso no se encuentra ms que en algunos rdenesde conocimiento, en suma bastante restringidos, y por lo dems, si nos ocurre a veces

    hacer alusin a cosas de este gnero1, no dejamos de declarar formalmente lo que es,

    sin hacer intervenir nunca ninguna de esas prohibiciones quimricas que los escrito-

    1 Eso nos ha ocurrido efectivamente en varias ocasiones en nuestra obra sobre El error espiritista,a propsito de algunas investigaciones experimentales cuyo inters no nos parece compensar sus in-convenientes, y cuya preocupacin por la verdad nos obligaba no obstante a indicar su posibilidad.

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    res de algunas escuelas exhiben a propsito de todo, ya sea para provocar la curiosi-

    dad de sus lectores, ya sea simplemente para disimular su propia confusin. Talesartificios nos son completamente extraos, no menos que las ficciones puramente

    literarias; no nos proponemos ms que decir lo que es, en la medida en que lo cono-

    cemos, y tal como lo conocemos. No podemos decir todo lo que pensamos, porque

    eso nos llevara frecuentemente muy lejos de nuestro tema, y tambin porque el pen-

    samiento rebasa siempre los lmites de la expresin donde uno quiere encerrarle; pero

    no decimos nunca ms que lo que pensamos realmente. Por eso es por lo que no

    podramos admitir que se desnaturalicen nuestras intenciones, que se nos haga decir

    otra cosa que lo que decimos, o que se busque descubrir, detrs de lo que decimos, no

    sabemos bien qu pensamiento disimulado o disfrazado, que es perfectamente imagi-

    nario. Por el contrario, estaremos siempre reconocidos a aquellos que nos sealen

    puntos sobre los que les parezca deseable tener aclaraciones ms amplias, y nos es-

    forzaremos en darles satisfaccin a continuacin; pero es menester que quieran espe-

    rar a que tengamos la posibilidad de hacerlo, que no se apresuren a concluir con datos

    insuficientes, y, sobre todo, que se guarden de hacer responsable a ninguna doctrina

    de las imperfecciones o de las lagunas de nuestra exposicin.

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    PRIMERA PARTE

    ILUSIONES OCCIDENTALES

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    CAPTULO I

    CIVILIZACIN Y PROGRESO

    La civilizacin occidental moderna aparece en la historia como una verdadera

    anomala: entre todas aquellas que nos son conocidas ms o menos completamente,

    esta civilizacin es la nica que se ha desarrollado en un aspecto puramente material,

    y este desarrollo monstruoso, cuyo comienzo coincide con lo que se ha convenido

    llamar el Renacimiento, ha sido acompaado, como deba de serlo fatalmente, de una

    regresin intelectual correspondiente; no decimos equivalente, ya que se trata de dos

    rdenes de cosas entre las cuales no podra haber ninguna medida comn. Esa regre-

    sin ha llegado a tal punto que los occidentales de hoy da ya no saben lo que puede

    ser la intelectualidad pura, y ya no sospechan siquiera que nada de tal pueda existir;

    de ah su desdn, no solo por las civilizaciones orientales, sino inclusive por la edad

    media europea, cuyo espritu no se les escapa apenas menos completamente. Cmo

    hacer comprender el inters de un conocimiento completamente especulativo a gentes

    para quienes la inteligencia no es ms que un medio de actuar sobre la materia y deplegarla a fines prcticos, y para quienes la ciencia, en el sentido restringido en que la

    entienden, vale sobre todo en la medida en que es susceptible de concluir en aplica-

    ciones industriales? No exageramos nada; no hay ms que mirar alrededor de uno

    para darse cuenta de que tal es enteramente la mentalidad de la inmensa mayora de

    nuestros contemporneos; y el examen de la filosofa, a partir de Bacon y de Descar-

    tes, no podra sino confirmar tambin estas constataciones. Recordaremos slo que

    Descartes ha limitado la inteligencia a la razn, que ha asignado como nico papel, a

    lo que l crea poder llamar metafsica, servir de fundamento a la fsica, y que esa

    fsica misma estaba esencialmente destinada, en su pensamiento, a preparar la consti-tucin de las ciencias aplicadas, a saber, la mecnica, la medicina y la moral, ltimo

    trmino del saber humano tal como l lo conceba; las tendencias que Descartes afir-

    maba as no son ya esas mismas que caracterizan a primera vista todo el desarrollo

    del mundo moderno? Negar o ignorar todo conocimiento puro y suprarracional, era

    abrir la va que deba conducir lgicamente, por una parte, al positivismo y al agnos-

    ticismo, que sacan su provecho de las ms estrechas limitaciones de la inteligencia y

    de su objeto, y, por otra, a todas las teoras sentimentalistas y voluntaristas, que se

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    esfuerzan en buscar en lo infrarracional lo que la razn no puede darles. En efecto,

    aquellos que, en nuestros das, quieren reaccionar contra el racionalismo, por ello noaceptan menos la identificacin de la inteligencia entera nicamente con la razn, y

    creen que sta no es ms que una facultad completamente prctica, incapaz de salir

    del dominio de la materia; Bergson ha escrito textualmente esto: La inteligencia,

    considerada en lo que parece ser su medio original, es la facultad de fabricar objetos

    artificiales, en particular tiles para hacer tiles (sic), y de variar indefinidamente su

    fabricacin1. Y tambin: La inteligencia, incluso cuando ya no opera sobre la mate-

    ria bruta, sigue los hbitos que ha contrado en esa operacin: aplica formas que son

    las mismas de la materia inorganizada. La inteligencia est hecha para ese gnero de

    trabajo. Solo este gnero de trabajo la satisface plenamente. Y es eso lo que expresa

    al decir que slo as llega a la distincin y a la claridad2. En estos ltimos rasgos, se

    reconoce sin esfuerzo que no es la inteligencia misma la que est en causa, sino sim-

    plemente la concepcin cartesiana de la inteligencia, lo que es muy diferente; y, a la

    supersticin de la razn, es decir, la filosofa nueva, como dicen sus adherentes, la

    ha sustituido otra, ms grosera todava por algunos lados, a saber, la supersticin de

    la vida. El racionalismo, impotente para elevarse hasta la verdad absoluta, dejaba

    subsistir al menos la verdad relativa; pero el intuicionismo contemporneo rebaja esta

    verdad a no ser ms que una representacin de la realidad sensible, con todo lo quetiene de inconsistente y de incesantemente cambiante; finalmente, el pragmatismo

    acaba de hacer desvanecerse la nocin misma de verdad al identificarla a la de utili-

    dad, lo que equivale a suprimirla pura y simplemente. Si bien hemos esquematizado

    un poco las cosas, sin embargo no las hemos desfigurado de ninguna manera, y, cua-

    lesquiera que hayan podido ser las fases intermediarias, las tendencias fundamentales

    son efectivamente las que acabamos de decir; puesto que van hasta el final, los prag-

    matistas se muestran como los ms autnticos representantes del pensamiento occi-

    dental moderno: qu importa la verdad en un mundo cuyas aspiraciones, que son

    nicamente materiales y sentimentales, y no intelectuales, encuentran toda satisfac-cin en la industria y en la moral, dos dominios en los que se prescinde muy bien, en

    efecto, de concebir la verdad? Sin duda, no se ha llegado de un solo golpe a esta ex-

    tremidad, y muchos europeos protestarn de que no estn todava ah; pero aqu pen-

    samos sobre todo en los americanos, que estn en una fase ms avanzada, si se

    1LEvolution cratrice, p. 151.

    2Ibid., p. 174.

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    puede decir, de la misma civilizacin: tanto mentalmente como geogrficamente, la

    Amrica actual es el Extremo Occidente; y, sin duda ninguna, si nada viene a dete-ner el desarrollo de las consecuencias implicadas en el presente estado de cosas, Eu-

    ropa seguir en la misma direccin.

    Pero lo que es quizs ms extraordinario, es la pretensin de hacer de esta civili-

    zacin anormal el tipo mismo de toda civilizacin, de considerarla como la civiliza-

    cin por excelencia, e incluso como la nica que merece este nombre. Como com-

    plemento de esa ilusin, est tambin la creencia en el progreso, considerado de

    una manera no menos absoluta, e identificado naturalmente, en su esencia, con ese

    desarrollo material que absorbe toda la actividad del occidental moderno. Es curioso

    constatar cun rpidamente llegan a extenderse y a imponerse algunas ideas, por poco

    que respondan, evidentemente, a las tendencias generales de un medio y de una po-

    ca; ese es el caso de estas ideas de civilizacin y de progreso, que tantas gentes

    creen gustosamente universales y necesarias, aunque, en realidad, son de invencin

    completamente reciente, y aunque, hoy da todava, las tres cuartas partes de la

    humanidad al menos persisten en ignorarlas o en no tenerlas en cuenta para nada.

    Jacques Bainville ha hecho observar que, si el verbo civilizarse encuentra ya con la

    significacin que nosotros le prestamos en los buenos autores del siglo XVIII, el sus-

    tantivo civilizacin no se encuentra ms que en los economistas de la poca que pre-cedi inmediatamente a la Revolucin. Litre cita un ejemplo tomado de Turgot. Li-

    tre, que haba devorado toda nuestra literatura, no ha podido remontarse ms atrs.

    As pues, la palabra civilizacin no tiene ms de un siglo y medio de existencia. No

    ha acabado por entrar en el diccionario de la Academia ms que en 1835, hace un

    poco menos de cien aos La antigedad, de la que vivimos todava, no tena tam-

    poco ningn trmino para llamar a lo que nosotros entendemos por civilizacin. Si se

    diera a traducir esta palabra en un tema latino, el joven alumno estara bien apura-

    do La vida de las palabras no es independiente de la vida de las ideas. La palabra

    civilizacin, sin la que nuestros antepasados se entendan muy bien, quizs porque latenan, se ha extendido en el siglo XIX bajo la influencia de ideas nuevas. Los descu-

    brimientos cientficos, el desarrollo de la industria, del comercio, de la prosperidad y

    del bienestar, haban creado una suerte de entusiasmo e incluso de profetismo. La

    concepcin del progreso indefinido, aparecida en la segunda mitad del siglo XVIII,

    concurri a convencer a la especie humana de que haba entrado en una era nueva, la

    de la civilizacin absoluta. Es a un prodigioso utopista, muy olvidado hoy da, Fou-

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    rier, a quien se debe el haber llamado al periodo contemporneo el de la civilizacin

    y el haber confundido la civilizacin con la edad moderna As pues, la civilizacinera el grado de desarrollo y de perfeccionamiento al que las naciones europeas haban

    llegado en el siglo XIX. Este trmino, comprendido por todos, aunque no fue defini-

    do nunca por nadie, abarcaba a la vez el progreso material y el progreso moral, pues

    uno conlleva el otro, uno va unido al otro, inseparables los dos. La civilizacin, que

    era en suma la Europa misma, era un ttulo que se otorgaba a s mismo el mundo eu-

    ropeo1. Eso es exactamente lo que pensamos tambin ns mismo; y hemos tenido

    que hacer esa cita, aunque sea un poco larga, para mostrar que no somos el nico en

    pensarlo.

    As, estas dos ideas de civilizacin y de progreso, que estn asociadas muy

    estrechamente, no datan una y otra ms que de la segunda mitad del siglo XVIII, es

    decir, de la poca que, entre otras cosas, vio nacer tambin el materialismo2; y fueron

    propagadas y popularizadas sobre todo por los soadores socialistas de comienzos

    del siglo XIX. Es menester convenir que la historia de las ideas permite hacer a veces

    constataciones bastantes sorprendentes, y reducir algunas imaginaciones a su justo

    valor; y lo permitira sobre todo si fuera hecha y estudiada como debe serlo, es decir,

    si no fuera, como sucede por lo dems con la historia ordinaria, falsificada por inter-

    pretaciones tendenciosas, o limitada a trabajos de simple erudicin, a investigacionesinsignificantes sobre puntos de detalle. La historia verdadera puede ser peligrosa para

    algunos intereses polticos; y uno est en su derecho de preguntarse si no es por esta

    razn por lo que, en este dominio, algunos mtodos son impuestos oficialmente con

    la exclusin de todos los dems: conscientemente o no, se descarta a priori todo lo

    que permitira ver claro muchas cosas, y es as como se forma la opinin pblica.

    Pero volvamos a las dos ideas de las que acabamos de hablar, y precisemos que, al

    asignarlas un origen tan reciente, tenemos nicamente en vista esa acepcin absoluta,

    e ilusoria segn nosotros, que es la que se les da ms comnmente hoy da. En cuanto

    al sentido relativo del que las mismas palabras son susceptibles, es otra cosa, y, comoese sentido es muy legtimo, no se puede decir que se trate en ese caso de ideas que

    hayan tomado nacimiento en un momento determinado; poco importa que hayan sido

    1LAvenir de la Civilisation: Revue Universelle. 1 de marzo de 1922, pp. 586-587.

    2 La palabra materialismo ha sido imaginada por Berkeley, quin se serva de ella solamente paradesignar la creencia en la realidad de la materia; el materialismo en el sentido actual, es decir, la teorasegn la cual no existe nada ms que la materia, no se remonta ms que a La Mettrie y a Holbach; nodebe ser confundido con el mecanicismo, del que se encuentran algunos ejemplos desde la antigedad.

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    expresadas de una manera o de otra, y, si un trmino es cmodo, no es porque sea de

    creacin reciente por lo que vemos inconvenientes para su empleo. As, ns mismodecimos gustosamente que existen civilizaciones mltiples y diversas; sera bastan-

    te difcil definir exactamente ese conjunto complejo de elementos de diferentes rde-

    nes que constituye lo que se llama una civilizacin, pero no obstante cada uno sabe

    bastante bien qu se debe entender por eso. No pensamos siquiera que sea necesario

    intentar encerrar en una frmula rgida los caracteres generales de toda civilizacin, o

    los caracteres particulares de tal civilizacin determinada; eso es un procedimiento

    un poco artificial, y desconfiamos mucho de esos cuadros estrechos en los que se

    complace el espritu sistemtico. De igual modo que hay civilizaciones, hay tam-

    bin, en el curso del desarrollo de cada una de ellas, o de algunos periodos ms o

    menos restringidos de ese desarrollo, progresos que afectan, no a todo indistinta-

    mente, sino a tal o a cual dominio definido; eso no es, en suma, sino otra manera de

    decir que una civilizacin se desarrolla en un cierto sentido, en una cierta direccin;

    pero, lo mismo que hay progresos, tambin hay regresiones, y a veces incluso las dos

    cosas se producen simultneamente en dominios diferentes. Por consiguiente, insis-

    timos en ello, todo eso es eminentemente relativo; si se quieren tomar las mismas

    palabras en sentido absoluto, ya no corresponden a ninguna realidad, y es justamente

    entonces cuando representan esas ideas nuevas que no tienen curso sino desde hacemenos de dos siglos, y nicamente en Occidente. Ciertamente, el Progreso y la

    Civilizacin, con maysculas pueden hacer un excelente efecto en algunas frases tan

    huecas como declamatorias, muy propias para impresionar a las masas para quienes

    la palabra sirve menos para expresar el pensamiento que para suplir su ausencia; a

    este ttulo, eso juega un papel de los ms importantes en el arsenal de frmulas de las

    que los dirigentes contemporneos se sirven para llevar a cabo la singular obra de

    sugestin colectiva sin la que la mentalidad especficamente moderna no podra sub-

    sistir mucho tiempo. A este respecto, no creemos que se haya destacado nunca sufi-

    cientemente la analoga, no obstante evidente, que la accin del orador presenta conla del hipnotizador (y con la del domador que es igualmente del mismo gnero); se-

    alamos de pasada este tema de estudios a la atencin de los psiclogos. Sin duda, el

    poder de las palabras ya ha sido ejercido ms o menos en otros tiempos que el nues-

    tro; pero de lo que no hay ejemplo, es de esta gigantesca alucinacin colectiva por la

    que toda una parte de la humanidad ha llegado a tomar las ms vanas quimeras por

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    incontestables realidades; y, entre esos dolos del espritu moderno, los que denun-

    ciamos al presente son quizs los ms perniciosos de todos.Nos es menester volver an sobre la gnesis de la idea de progreso; si se quiere,

    diremos la idea de progreso indefinido, para dejar fuera de causa esos progresos es-

    peciales y limitados cuya existencia no entendemos contestar de ninguna manera. Es

    probablemente en Pascal donde se puede encontrar el primer rastro de esta idea, apli-

    cada por lo dems a un solo punto de vista: es conocido el pasaje1 donde compara la

    humanidad a un mismo hombre que subsiste siempre y que aprende continuamente

    durante el curso de los siglos, y donde hace prueba de ese espritu antitradicional

    que es una de las particularidades del Occidente moderno, al declarar que aquellos a

    los que llamamos antiguos eran verdaderamente nuevos en todas las cosas, y que as

    sus opiniones tienen en realidad muy poco peso; y, bajo este aspecto, Pascal haba

    tenido al menos un precursor, puesto que Bacon haba dicho ya con la misma inten-

    cin:Antiquitas sculi, juventus mundi. Es fcil ver el sofisma inconsciente sobre el

    que se basa una tal concepcin: este sofisma consiste en suponer que la humanidad,

    en su conjunto, sigue un desarrollo continuo y unilineal; ese es un punto de vista

    eminentemente simplista, que est en contradiccin con todos los hechos conoci-

    dos. La historia nos muestra en efecto, en todas las pocas, civilizaciones indepen-

    dientes las unas de las otras, frecuentemente incluso divergentes, de las que algunasnacen y se desarrollan mientras que otras caen en decadencia y mueren, o son aniqui-

    ladas bruscamente en algn cataclismo; y las civilizaciones nuevas no siempre reco-

    gen la herencia de las antiguas. Quin se atrever a sostener seriamente, por ejem-

    plo, que los occidentales modernos han aprovechado, por indirectamente que sea, la

    mayor parte de los conocimientos que haban acumulado los caldeos o los egipcios,

    sin hablar de las civilizaciones cuyo nombre mismo ni siquiera ha llegado hasta noso-

    tros? Por lo dems, no hay necesidad de remontar tan lejos en el pasado, puesto que

    hay ciencias que eran cultivadas en la edad media europea, y de las que en nuestros

    das ya no se tiene la menor idea. As pues, si se quiere conservar la representacindel hombre colectivo que considera Pascal (que le llama muy impropiamente

    hombre universal), ser menester decir que, si hay periodos donde aprende, hay

    otros donde olvida, o bien que, mientras que aprende algunas cosas, olvida otras;

    pero la realidad es an ms compleja, puesto que hay simultneamente, como las ha

    habido siempre, civilizaciones que no se penetran, que se ignoran mutuamente: tal es

    1 Fragmento de un Trait du Vide.

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    efectivamente, hoy ms que nunca, la situacin de la civilizacin occidental en rela-

    cin a las civilizaciones orientales. En el fondo, el origen de la ilusin que se expresaen Pascal es simplemente ste: los occidentales, a partir del Renacimiento, han toma-

    do el hbito de considerarse exclusivamente como los herederos y los continuadores

    de la antigedad grecorromana, y de desconocer o de ignorar sistemticamente todo

    el resto; es lo que denominamos el prejuicio clsico. La humanidad de la que habla

    Pascal comienza en los griegos, contina con los romanos, despus hay en su exis-

    tencia una discontinuidad que corresponde a la edad media, en la que no puede ver,

    como todas las gentes del siglo XVII, ms que un periodo de sueo; finalmente viene

    el Renacimiento, es decir, el despertar de esa humanidad, que, a partir de ese momen-

    to, estar compuesta del conjunto de los pueblos europeos. Es un error singular, y que

    denota un horizonte mental singularmente limitado, el que consiste en tomar as la

    parte por el todo; se podra descubrir su influencia en ms de un dominio: los psic-

    logos, por ejemplo, limitan ordinariamente sus observaciones a un solo tipo de

    humanidad, la occidental moderna, y extienden abusivamente los resultados as obte-

    nidos hasta pretender hacer de ellos, sin excepcin, caracteres del hombre en general.

    Es esencial observar que Pascal no consideraba an ms que un progreso intelec-

    tual, en los lmites en los que l mismo y su poca conceban la intelectualidad; es

    hacia finales del siglo XVIII cuando apareci, con Turgot y Condorcet, la idea deprogreso extendida a todos los rdenes de actividad; y esa idea estaba entonces tan

    lejos de ser aceptada generalmente que Voltaire mismo se apresur a ridiculizarla.

    No podemos pensar en hacer aqu la historia de las diversas modificaciones que esa

    misma idea sufri en el curso del siglo XIX, ni de las complicaciones pseudocientfi-

    cas que le fueron aportadas cuando, bajo el nombre de evolucin, se la quiso apli-

    car, no slo a la humanidad, sino a todo el conjunto de los seres vivos. El evolucio-

    nismo, a pesar de mltiples divergencias ms o menos importantes, ha devenido un

    verdadero dogma oficial: se ensea como una ley, que est prohibido discutir, lo que

    no es en realidad ms que la ms gratuita y la peor fundada de todas las hiptesis;con mayor razn ocurre lo mismo con la concepcin del progreso humano, que no

    aparece ah dentro ms que como un simple caso particular. Pero antes de llegar a

    eso, hubo muchas vicisitudes, y, entre los partidarios mismos del progreso, hay quie-

    nes no han podido impedirse formular reservas bastante graves: Auguste Comte, que

    haba comenzado siendo discpulo de Saint-Simon, admita un progreso indefinido en

    duracin, pero no en extensin; para l, la marcha de la humanidad poda ser repre-

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    sentada por una curva que tiene una asntota, a la que se acerca indefinidamente sin

    alcanzarla nunca, de tal manera que la amplitud del progreso posible, es decir, la dis-tancia del estado actual al estado ideal, representada por la distancia de la curva a la

    asntota, va decreciendo sin cesar. Nada ms fcil que demostrar las confusiones so-

    bre las que se apoya la teora fantasiosa a la que Comte ha dado el nombre de la ley

    de los tres estados, y de las que la principal consiste en suponer que el nico objeto

    de todo conocimiento posible es la explicacin de los fenmenos naturales; como

    Bacon y Pascal, Comte comparaba los antiguos a nios, mientras que otros, en una

    poca ms reciente, han credo hacerlo mejor asimilndolos a los salvajes, a quienes

    llaman primitivos, mientras que, por nuestra parte, los consideramos al contrario

    como degenerados1. Por otro lado, algunos, al no poder hacer otra cosa que constatar

    que hay altibajos en lo que conocen de la historia de la humanidad, han llegado a

    hablar de un ritmo del progreso; sera quizs ms simple y ms lgico, en estas

    condiciones, no hablar ms de progreso en absoluto, pero, como es menester salva-

    guardar a toda costa el dogma moderno, se supone que el progreso existe no obs-

    tante como resultante final de todos los progresos parciales y de todas las regresiones.

    Estas restricciones y estas discordancias deberan hacer reflexionar, pero bien pocos

    parecen darse cuenta de ellas; las diferentes escuelas no pueden ponerse de acuerdo

    entre s, pero sigue entendindose que se debe admitir el progreso y la evolucin, sinlo cual no se podra tener probablemente derecho a la cualidad de civilizado.

    Otro punto que tambin es digno de observacin: si se investiga cules son las

    ramas del pretendido progreso del que se habla ms frecuentemente hoy, aquellas en

    las que todas las dems parecen confluir en el pensamiento de nuestros contempor-

    neos, uno se da cuenta de que se reducen a dos, el progreso material y el progreso

    moral; son las nicas que Jacques Bainville haya mencionado como comprendidas

    en la idea corriente de civilizacin, y pensamos que es con razn. Sin duda algunos

    hablan tambin de progreso intelectual, pero, para ellos, esta expresin es esen-

    cialmente sinnima de progreso cientfico, y se aplica sobre todo al desarrollo delas ciencias experimentales y de sus aplicaciones. Por consiguiente, se ve reaparecer

    aqu esa degradacin de la inteligencia que termina identificndola con el ms res-

    1 A pesar de la influencia de la escuela sociolgica, hay, incluso en los medios oficiales, algu-

    nos sabios que piensan como ns sobre este punto, concretamente M. Georges Foucart, que, en laintroduccin de su obra tituladaHistoire des religions et Methode comparative, defiende la tesis de ladegeneracin y menciona a varios de aquellos que se han sumado a ella. M. Foucart hace a ese

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    tringido y el ms inferior de todos sus usos, a saber, la accin sobre la materia en

    vista nicamente de la utilidad prctica; el supuesto progreso intelectual no es as,en definitiva, ms que el progreso material mismo, y, si la inteligencia no fuera

    ms que eso, sera menester aceptar la definicin que Bergson da de ella. Ciertamen-

    te, la mayora de los occidentales actuales no conciben que la inteligencia sea otra

    cosa; para ellos se reduce, no ya a la razn en el sentido cartesiano, sino a la parte

    ms nfima de esa razn, a sus operaciones ms elementales, a lo que permanece

    siempre en estrecha relacin con este mundo sensible del que han hecho el campo

    nico y exclusivo de toda su actividad. Para aquellos que saben que hay otra cosa y

    que persisten en dar a las palabras su verdadera significacin, no es de progreso

    intelectual de lo que puede tratarse en nuestra poca, sino al contrario de decaden-

    cia, o mejor todava de decadencia intelectual; y, porque hay vas de desarrollo que

    son incompatibles, ese es precisamente el pago del progreso material, el nico cuya

    existencia es un hecho real en el curso de los ltimos siglos: progreso cientfico si se

    quiere, pero en una acepcin extremadamente limitada, y progreso industrial an mu-

    cho ms que cientfico. Desarrollo material e intelectualidad pura van verdaderamen-

    te en sentido inverso; quien se hunde en uno se aleja necesariamente del otro; pero,

    por lo dems, obsrvese bien que aqu decimos intelectualidad, no racionalidad, ya

    que el dominio de la razn no es ms que intermediario, en cierto modo, entre el delos sentidos y el del intelecto superior: si la razn recibe un reflejo de este ltimo,

    aunque le niegue y se crea la facultad ms alta del ser humano, es siempre de los da-

    tos sensibles de donde se sacan las nociones que elabora. Queremos decir que lo ge-

    neral, objeto propio de la razn, y por consiguiente de la ciencia que es la obra de

    sta, aunque no es del orden sensible, procede no obstante de lo individual, que es

    percibido por los sentidos; se puede decir que est ms all de lo sensible, pero no

    por encima; transcendente no es ms que lo universal, objeto del intelecto puro, a

    cuyo respecto lo general mismo entra pura y simplemente en lo individual. sta es la

    distincin fundamental del conocimiento metafsico y del conocimiento cientfico, talcomo la hemos expuesto ms ampliamente en otra parte1; y, si la recordamos aqu, es

    porque la ausencia total del primero y el desarrollo desordenado del segundo consti-

    tuyen las caractersticas ms sobresalientes de la civilizacin occidental en su estado

    actual.

    propsito una excelente crtica de la escuela sociolgica y de sus mtodos, y declara en propiostrminos que es menester no confundir el totemismo o la sociologa con la etnologa seria.

    1Introduccin general al estudio de las doctrinas hindes, 2 parte, cap. V.

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    En lo que concierne a la concepcin del progreso moral, representa el otro ele-

    mento predominante de la mentalidad moderna, queremos decir la sentimentalidad; yla presencia de este elemento no nos hace modificar el juicio que hemos formulado al

    decir que la civilizacin occidental es completamente material. Sabemos bien que

    algunos quieren oponer el dominio del sentimiento al de la materia, hacer del desa-

    rrollo de uno una suerte de contrapeso a la invasin del otro, y tomar por ideal un

    equilibrio tan estable como sea posible entre estos dos elementos complementarios.

    Tal es quizs, en el fondo, el pensamiento de los intuicionistas que, al asociar indiso-

    lublemente la inteligencia a la materia, intentan liberarse de sta con la ayuda de un

    instinto bastante mal definido; tal es, ms ciertamente an, el pensamiento de los

    pragmatistas, para quienes la nocin de utilidad, destinada a reemplazar la nocin de

    verdad, se presenta a la vez bajo el aspecto material y bajo el aspecto moral; y aqu

    vemos tambin hasta qu punto el pragmatismo expresa las tendencias especiales del

    mundo moderno, y sobre todo del mundo anglosajn que es su fraccin ms tpica.

    De hecho, materialidad y sentimentalidad, muy lejos de oponerse, no pueden ir ape-

    nas la una sin la otra, y juntas las dos adquieren su desarrollo ms extremo; tenemos

    la prueba de ello en Amrica, donde, como ya hemos tenido ocasin de hacerlo ob-

    servar en nuestros estudios sobre el teosofismo y el espiritismo, las peores extrava-

    gancias pseudomsticas nacen y se extienden con una increble facilidad, al mismotiempo que el industrialismo y la pasin por los negocios se llevan hasta un grado

    que confina la locura; cuando las cosas han llegado a eso, ya no es un equilibrio lo

    que se establece entre las dos tendencias, son dos desequilibrios que se suman uno al

    otro y, en lugar de compensarse, se agravan mutuamente. La razn de este fenmeno

    es fcil de comprender: all donde la intelectualidad est reducida al mnimo, es muy

    natural que la sentimentalidad asuma la primaca; y, por lo dems, sta, en s misma,

    est muy cerca del orden material: en todo el dominio psicolgico, no hay nada que

    sea ms estrechamente dependiente del organismo, y, a pesar de Bergson, es el sen-

    timiento, y no la inteligencia, la que se nos aparece como ligada a la materia. Vemosmuy bien lo que pueden responder a eso los intuicionistas: la inteligencia, tal como la

    conciben, est ligada a la materia inorgnica (puesto que es siempre el mecanicismo

    cartesiano y sus derivados lo que tienen en vista); el sentimiento, lo est a la materia

    viva, que les parece que ocupa un grado ms elevado en la escala de las existencias.

    Pero, inorgnica o viva, es siempre materia, y en eso no se trata nunca ms que de las

    cosas sensibles; a la mentalidad moderna, y a los filsofos que la representan, les es

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    decididamente imposible librarse de esta limitacin. En rigor, si nos atenemos a que

    haya ah una dualidad de tendencias, ser menester vincular una a la materia y la otraa la vida, y esta distincin puede servir efectivamente para clasificar, de una manera

    bastante satisfactoria, las grandes supersticiones de nuestra poca; pero, lo repetimos,

    todo eso es del mismo orden y no puede disociarse realmente; estas cosas estn situa-

    das sobre un mismo plano, y no superpuestas jerrquicamente. As, el moralismo

    de nuestros contemporneos no es ms que el complemento necesario de su materia-

    lismo prctico1; y sera perfectamente ilusorio querer exaltar uno en detrimento del

    otro, puesto que, siendo necesariamente solidarios, ambos se desarrollan simult-

    neamente y en el mismo sentido, que es el de lo que se ha convenido llamar la civi-

    lizacin.

    Acabamos de ver por qu las concepciones del progreso material y del progre-

    so moral son inseparables, y por qu la segunda tiene, de manera casi tan constante

    como la primera, un lugar tan considerable en las preocupaciones de nuestros con-

    temporneos. No hemos contestado de ningn modo la existencia de un progreso

    material, sino slo su importancia: lo que s sostenemos, es que no vale lo que hace

    perder del lado intelectual, y que, para ser de otra opinin, es menester ignorar todo

    de la intelectualidad verdadera; ahora bien, qu es menester pensar de la realidad del

    progreso moral? sta es una cuestin que apenas es posible discutir seriamente,porque, en ese dominio sentimental, todo es nicamente un asunto de apreciacin y

    de preferencias individuales; cada uno llamar progreso a lo que est en conformidad

    con sus propias disposiciones, y, en suma, no hay que dar la razn a uno ms bien

    que al otro. Aquellos cuyas tendencias estn en armona con las de su poca no pue-

    den hacer ms que estar satisfechos con el presente estado de las cosas; y esto es lo

    que traducen a su manera cuando dicen que esta poca est en progreso sobre aque-

    llas que la han precedido; pero frecuentemente esta satisfaccin de sus aspiraciones

    sentimentales no es an ms que relativa, porque los acontecimientos no se desarro-

    llan siempre al gusto de sus deseos, y es por eso por lo que suponen que el progresose continuar en el curso de las pocas futuras. Los hechos vienen a veces a aportar

    un desmentido a aquellos que estn persuadidos de la realidad actual del progreso

    moral, segn las concepciones que se han hecho de l ms habitualmente; pero stos

    se usan para modificar un poco sus ideas a este respecto, o para remitir a un porvenir

    1 Decimos materialismo prctico para designar una tendencia, y para distinguirla del materialismofilosfico, que es una teora, de la que esta tendencia no es forzosamente dependiente.

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    ms o menos lejano la realizacin de su ideal, e incluso podran salir del atolladero,

    ellos tambin, hablando de un ritmo de progreso. Por lo dems, lo que es an mu-cho ms simple, ordinariamente se apresuran a olvidar la leccin de la experiencia;

    tales son esos soadores incorregibles que, a cada nueva guerra, no dejan de profeti-

    zar que ser la ltima. En el fondo, la creencia en el progreso indefinido no es ms

    que la ms ingenua y la ms grosera de todas las formas del optimismo; as pues,

    cualesquiera que sean sus modalidades, es siempre de esencia sentimental, incluso

    cuando se trata del progreso material. Si se nos objeta que ns mismo hemos reco-

    nocido la existencia de ste, responderemos que no le hemos reconocido ms que en

    los lmites en los que los hechos nos lo muestran, y que no estamos de acuerdo por

    eso en que deba, y ni siquiera que pueda, proseguirse indefinidamente; por lo dems,

    como no nos parece que sea lo mejor que hay en el mundo, en lugar de llamarle pro-

    greso, preferiramos llamarle simplemente desarrollo; no es por s misma como es

    molesta esta palabra de progreso, sino en razn de la idea de valor que se ha aca-

    bado por asociarle a ella casi invariablemente. Esta observacin nos lleva a otra: es

    que hay tambin una realidad que se disimula bajo el pretendido progreso moral, o

    que, si se prefiere, mantiene la ilusin de ste; esta realidad, es el desarrollo de la

    sentimentalidad, que, aparte de toda cuestin de apreciacin, existe en efecto en el

    mundo moderno, tan incontestablemente como la de la industria y del comercio (y yahemos dicho por qu la una no va sin la otra). Este desarrollo, excesivo y anormal

    segn nuestra apreciacin, no puede dejar de aparecer como un progreso para aque-

    llos que ponen la sentimentalidad por encima de todo; y quizs se dir que, al hablar

    de simples preferencias como lo hacamos hace un momento, nos hemos quitado de

    antemano el derecho de no darles la razn. Pero no hay nada de eso: lo que decamos

    entonces se aplica al sentimiento, y al sentimiento solo, en sus variaciones de un in-

    dividuo a otro; si se trata de poner el sentimiento, considerado en general, en su justo

    lugar en relacin a la inteligencia, las cosas son enteramente diferentes, porque en eso

    hay que observar una jerarqua necesaria. El mundo moderno ha invertido propia-mente las relaciones naturales de los diversos rdenes; todava una vez ms, el em-

    pobrecimiento del orden intelectual (e incluso ausencia de la intelectualidad pura), y

    la exageracin del orden material y del orden sentimental, todo eso va junto, y es

    todo eso lo que hace de la civilizacin occidental actual una anomala, por no decir

    una monstruosidad.

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    He aqu como aparecen las cosas cuando se las considera al margen de todo pre-

    juicio; y es as como las ven los representantes ms cualificados de las civilizacionesorientales, que no les aportan ningn partidismo, ya que el partidismo es siempre

    algo sentimental, no intelectual, y su punto de vista es puramente intelectual. Si los

    occidentales tienen algn problema para comprender esta actitud, es porque estn

    invenciblemente inclinados a juzgar a los dems segn lo que son ellos mismos y a

    prestarles sus propias preocupaciones, como les prestan tambin sus maneras de pen-

    sar y no se dan cuenta siquiera de que pueden existir otras, tan estrecho es su hori-

    zonte mental; de ah viene su completa incomprehensin de todas las concepciones

    orientales. La recproca no es verdadera: los orientales, cuando tienen la ocasin de

    ello y cuando quieren tomarse el trabajo, apenas sienten dificultad para penetrar y

    para comprender los conocimientos especiales de Occidente, ya que estn habituados

    a especulaciones mucho ms vastas y profundas, y quien puede lo ms puede lo me-

    nos; pero, en general, apenas se sienten tentados a librarse a este trabajo, que conlle-

    vara el riesgo de hacerles perder de vista o al menos de descuidar, por cosas que es-

    timan insignificantes, lo que es para ellos lo esencial. La ciencia occidental es anli-

    sis y dispersin; el conocimiento oriental es sntesis y concentracin; pero tendremos

    la ocasin de volver sobre esto. Sea como sea, lo que los occidentales llaman civili-

    zacin, los dems lo llamaran ms bien barbarie, porque carece precisamente de loesencial, es decir, de un principio de orden superior; con qu derecho pretenderan

    los occidentales imponer a todos su propia apreciacin? Por lo dems, no deberan

    olvidar que no son ms que una minora en el conjunto de la humanidad terrestre;

    evidentemente, esta consideracin del nmero no prueba nada a nuestros ojos, pero

    debera causar alguna impresin sobre gentes que han inventado el sufragio univer-

    sal y que creen en su virtud. Si todava no hicieran ms que complacerse en la afir-

    macin de la superioridad imaginaria que se atribuyen, esa ilusin no les hara dao

    ms que a ellos mismos; pero lo ms terrible, es su furor de proselitismo: en ellos, el

    espritu de conquista se disfraza bajo pretextos moralistas, y es en el nombre de lalibertad como quieren obligar al mundo entero a imitarles! Lo ms notable es que, en

    su infatuacin, se imaginan de buena fe que tienen prestigio entre todos los dems

    pueblos; porque se les teme como se teme a una fuerza brutal, creen que se les admi-

    ra; el hombre que est amenazado de ser aplastado por una avalancha, est por eso

    tocado de respeto y de admiracin? La nica impresin que las invenciones mecni-

    cas, por ejemplo, producen sobre la generalidad de los orientales, es una impresin de

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    profunda repulsin; todo eso les parece ciertamente ms molesto que ventajoso, y, si

    se encuentran obligados a aceptar algunas necesidades de la poca actual, es con laesperanza de liberarse de ellas un da u otro; eso no les interesa y no les interesar

    nunca verdaderamente. Lo que los occidentales llaman progreso, no es para los orien-

    tales ms que cambio e inestabilidad; y la necesidad de cambio, tan caracterstica de

    la poca moderna, es a sus ojos una marca de inferioridad manifiesta: aqul que ha

    llegado a un estado de equilibrio ya no siente esa necesidad, del mismo modo que

    aquel que sabe ya no busca. En estas condiciones, es ciertamente difcil entenderse,

    puesto que los mismos hechos dan lugar a interpretaciones diametralmente opuestas

    por una y otra parte; qu ocurrira si los orientales a su vez, siguiendo el ejemplo de

    los occidentales, y por los mismos medios que ellos, quisieran imponerles su manera

    de ver? Pero que nadie se inquiete: nada es ms contrario a su naturaleza que la pro-

    paganda, y esas son preocupaciones que les son perfectamente extraas; sin predicar

    la libertad, dejan que los dems piensen lo que quieran, e incluso lo que se piense

    de ellos les es completamente indiferente. En el fondo, todo lo que piden es que se

    les deje tranquilos; pero es eso precisamente lo que se niegan a admitir los occidenta-

    les, que, es menester no olvidarlo, han ido a buscarles a su casa, y se han comportado

    de tal manera que los hombres ms apacibles pueden a buen derecho estar exaspera-

    dos por ello. Nos encontramos as en presencia de una situacin de hecho que nopodra durar indefinidamente; y para los occidentales no hay ms que un medio de

    hacerse soportables: es, para emplear el lenguaje habitual de la poltica colonial, que

    renuncien a la asimilacin para practicar la asociacin, y eso en todos los domi-

    nios; pero eso solo exige ya una modificacin de su mentalidad, y la comprehensin

    al menos de algunas de las ideas que exponemos aqu.

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    CAPTULO II

    LA SUPERSTICIN DE LA CIENCIA

    Entre otras pretensiones, la civilizacin occidental moderna tiene la de ser emi-

    nentemente cientfica; sera bueno precisar un poco cmo se entiende esta palabra,

    pero esto es lo que no se hace ordinariamente, ya que es del nmero de aquellas a las

    que nuestros contemporneos parecen prestar una suerte de poder misterioso, inde-

    pendientemente de su sentido. La Ciencia, con mayscula, como el Progreso y laCivilizacin, como el Derecho, la Justicia y la Libertad, es tambin una de

    esas entidades que vale ms no intentar definir, y que corren el riesgo de perder todo

    su prestigio cuando se las examina un poco ms de cerca. Todas las supuestas con-

    quistas de las que el mundo moderno est tan orgulloso se reducen as a grandes

    palabras detrs de las cuales no hay nada o casi nada: sugestin colectiva, hemos di-

    cho, ilusin que, por ser compartida por tantos individuos y por mantenerse como lo

    hace, no podra ser espontnea; quizs algn da intentaremos aclarar un poco este

    lado de la cuestin. Pero, por el momento, no es de eso de lo que se trata principal-

    mente; slo constatamos que el Occidente actual cree en las ideas que acabamos de

    decir, si es que a eso se le puede llamar ideas, de cualquier manera que esta creencia

    le haya venido. No son verdaderamente ideas, ya que muchos de aquellos que pro-

    nuncian estas palabras con ms conviccin no tienen en el pensamiento nada claro

    que se les corresponda; en el fondo, en la mayora de los casos, en eso no hay ms

    que la expresin, se podra decir incluso la personificacin, de aspiraciones sentimen-

    tales ms o menos vagas. Son verdaderos dolos, las divinidades de una suerte de

    religin laica que no est claramente definida, sin duda, y que no puede estarlo,

    pero que por eso no tiene menos una existencia muy real: no es religin en el sentidopropio de la palabra, sino lo que pretende sustituirla, y que merecera mejor ser lla-

    mada contrarreligin. El primer origen de este estado de cosas se remonta al co-

    mienzo mismo de la poca moderna, donde el espritu antitradicional se manifest

    inmediatamente por la proclamacin del libre examen, es decir, de la ausencia, en

    el orden doctrinal, de todo principio superior a las opiniones individuales. La anarqu-

    a intelectual deba resultar de ello fatalmente: de ah la multiplicidad indefinida de

    las sectas religiosas y pseudoreligiosas, de los sistemas filosficos que apuntan ante

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    todo a la originalidad, de las teoras cientficas tan efmeras como pretenciosas; caos

    inverosmil al que domina no obstante una cierta unidad, puesto que existe un espri-tu especficamente moderno del que procede todo eso, pero una unidad enteramente

    negativa en suma, puesto que es propiamente una ausencia de principio, que se tradu-

    ce por esa indiferencia respecto a la verdad y al error que ha recibido, desde el siglo

    XVIII, el nombre de tolerancia. Que se nos comprenda bien: no entendemos censu-

    rar la tolerancia prctica, que se ejerce hacia los individuos, sino slo la tolerancia

    terica, que pretende ejercerse hacia las ideas y reconocerlas a todas los mismos de-

    rechos, lo que debera implicar lgicamente un escepticismo radical; y, por lo dems,

    no podemos impedirnos constatar que, como todos los propagandistas, los apstoles

    de la tolerancia son muy frecuentemente, de hecho, los ms intolerantes de los hom-

    bres. En efecto, se ha producido este hecho que es de una irona singular: aquellos

    que han querido invertir todos los dogmas han creado para su uso, no diremos que un

    dogma nuevo, sino una caricatura de dogma, que han llegado a imponer a la genera-

    lidad del mundo occidental; as se han establecido, so pretexto de una liberacin del

    pensamiento, las creencias ms quimricas que se hayan visto nunca en ningn

    tiempo, bajo la forma de esos diversos dolos de los que enumerbamos hace un

    momento algunos de los principales.

    De todas las supersticiones predicadas por aquellos mismos que hacen profesinde declamar a todo propsito contra la supersticin, la de la ciencia y la razn

    es la nica que, a primera vista, no parece reposar sobre una base sentimental; pero

    hay a veces un racionalismo que no es ms que sentimentalismo disfrazado, como lo

    prueba muy bien la pasin que le aportan sus partidarios, el odio del que dan testi-

    monio contra todo lo que es contrario a sus tendencias o rebase su comprehensin.

    Por lo dems, en todo caso, puesto que el racionalismo corresponde a una disminu-

    cin de la intelectualidad, es natural que en su desarrollo vaya a la par con el del sen-

    timentalismo, as como lo hemos explicado en el captulo precedente; solamente,

    cada una de estas dos tendencias puede ser representada ms especialmente por algu-nas individualidades o por algunas corrientes de pensamiento, y, en razn de las ex-

    presiones ms o menos exclusivas y sistemticas que son llevadas a revestir, puede

    incluso haber entre ellas conflictos aparentes que disimulan su solidaridad profunda a

    los ojos de los observadores superficiales. El racionalismo moderno comienza en

    suma con Descartes (aunque haba tenido algunos precursores en el siglo XVI), y se

    puede seguir su rastro a travs de toda la filosofa moderna, no menos que en el do-

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    minio propiamente cientfico; la reaccin actual del intuicionismo y del pragmatismo

    contra este racionalismo nos proporciona el ejemplo de uno de esos conflictos, yhemos visto no obstante que Bergson aceptaba perfectamente la definicin cartesiana

    de la inteligencia; no es la naturaleza de sta la que se cuestiona, sino slo su supre-

    maca. En el siglo XVIII, hubo tambin antagonismo entre el racionalismo de los

    enciclopedistas y el sentimentalismo de Rousseau; y no obstante uno y otro sirvieron

    igualmente a la preparacin del movimiento revolucionario, lo que muestra que en-

    traban bien en la unidad negativa del espritu antitradicional. Si relacionamos este

    ejemplo con el precedente, no es porque prestemos a Bergson ningn trasfondo pol-

    tico; pero no podemos evitar pensar en la utilizacin de sus ideas en algunos medios

    sindicalistas, sobre todo en Inglaterra, mientras que, en otros medios del mismo gne-

    ro, el espritu cientificista es ms honrado que nunca. En el fondo, parece que una

    de las grandes habilidades de los dirigentes de la mentalidad moderna consiste en

    favorecer alternativa o simultneamente una u otra de las dos tendencias en cuestin

    segn la oportunidad, estableciendo entre ellas una suerte de dosificacin, por un

    juego de equilibrio que responde a preocupaciones ciertamente ms polticas que

    intelectuales; por lo dems, esta habilidad puede no ser siempre querida, y por nues-

    tra parte no tratamos de poner en duda la sinceridad de ningn sabio, historiador o

    filsofo; pero stos no son frecuentemente ms que dirigentes aparentes, y puedenser ellos mismos dirigidos o influenciados sin darse cuenta de ello en lo ms mnimo.

    Adems, el uso que se hace de sus ideas no responde siempre a sus propias intencio-

    nes, y sera un error hacerles directamente responsables o reprocharles no haber pre-

    visto algunas consecuencias ms o menos lejanas de ellas; pero basta que esas ideas

    sean conformes a una u otra de las dos tendencias de que hablamos para que sean

    utilizables en el sentido que acabamos de decir; y, dado el estado de anarqua intelec-

    tual en el que est hundido el Occidente, todo pasa como si se tratara de sacar del

    desorden mismo, y de todo lo que se agita en el caos, todo el partido posible para la

    realizacin de un plan rigurosamente determinado. No queremos insistir ms en esto,pero nos es muy difcil no volver a ello de vez en cuando, ya que no podemos admitir

    que una raza entera sea pura y simplemente sacudida por una suerte de locura que

    dura desde hace varios siglos, y es menester que, a pesar de todo, haya algo que d

    una significacin a la civilizacin moderna; no creemos en el azar, y estamos con-

    vencidos de que todo lo que existe debe tener una causa; aquellos que son de otra

    opinin son libres de dejar a un lado este orden de consideraciones.

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    Ahora, disociando las dos tendencias principales de la mentalidad moderna para

    examinarlas mejor, y abandonando momentneamente el sentimentalismo que reto-maremos ms adelante, podemos preguntarnos esto: qu es exactamente esta cien-

    cia de la que Occidente est tan infatuado? Un hind, resumiendo con una extrema

    concisin lo que piensan de esta ciencia todos los orientales que han tenido la oca-

    sin de conocerla, la ha caracterizado muy justamente con estas palabras: la ciencia

    occidental es un saber ignorante1. La relacin de estos dos trminos no es una con-

    tradiccin, y he aqu lo que quiere decir: es, si se quiere, un saber que tiene alguna

    realidad, puesto que es vlido y eficaz en un cierto dominio relativo; pero es un saber

    irremediablemente limitado, ignorante de lo esencial, un saber que carece de princi-

    pio, como todo lo que pertenece en propiedad a la civilizacin occidental moderna.

    La ciencia, tal como la conciben nuestros contemporneos, es nicamente el estudio

    de los fenmenos del mundo sensible, y este estudio se emprende y se conduce de tal

    manera que, insistimos en ello, no puede estar vinculado a ningn principio de orden

    superior; ciertamente, al ignorar resueltamente todo lo que la rebasa, se hace as ple-

    namente independiente en su dominio, pero esa independencia de la que se glorifica

    no est hecha ms que de su limitacin misma. Ms an, llega hasta negar lo que

    ignora, porque ese es el nico medio de no confesar esta ignorancia; o, si no se atreve

    a negar formalmente que pueda existir algo que no cae bajo su dominio, niega al me-nos que eso pueda ser conocido de cualquier otra manera, lo que de hecho equivale a

    lo mismo, y pretende englobar todo conocimiento posible. Por una toma de partido

    frecuentemente inconsciente, los cientificistas se imaginan como Augusto Comte,

    que el hombre no se ha propuesto nunca otro objeto de conocimiento que una expli-

    cacin de los fenmenos naturales; toma de partido inconsciente, decimos, ya que

    son evidentemente incapaces de comprender que se pueda ir ms lejos, y no es eso lo

    que les reprochamos, sino solamente su pretensin de negar a los dems la posesin o

    el uso de facultades que les faltan a ellos mismos: se diran ciegos que niegan, si no

    la existencia de la luz, al menos la del sentido de la vista, por la nica razn de queestn privados de l. Afirmar que no slo hay lo desconocido, sino tambin lo in-

    cognoscible, segn la palabra de Spencer, es hacer de una enfermedad intelectual un

    lmite que no le est permitido traspasar a nadie; he aqu lo que nunca se ha dicho en

    ninguna parte; y nunca se haba visto tampoco a hombres hacer de una afirmacin de

    1The Miscarriage of Life in the West, por R. Ramanathan, procurador general de Ceiln: Hibbert

    Journal, VII, 1; citado por Benjamn Kidd,La Science de Puissance, p. 110 (traduccin francesa).

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    ignorancia un programa y una profesin de fe, tomarla abiertamente como etiqueta de

    una pretendida doctrina, bajo el nombre de agnosticismo. Y stos, obsrvese bien,no son y no quieren ser escpticos; si lo fueran, habra en su aptitud una cierta lgica

    que podra hacerla excusable; pero, al contrario, son los creyentes ms entusiastas de

    la ciencia, y los ms fervientes admiradores de la razn. Es bastante extrao, se

    dir, poner la razn por encima de todo, profesar por ella un verdadero culto, y pro-

    clamar al mismo tiempo que es esencialmente limitada; eso es algo contradictorio, en

    efecto, y, si lo constatamos, no nos encargaremos de explicarlo; esta actitud denota

    una mentalidad que no es la nuestra a ningn grado, y no es incumbencia nuestra

    justificar las contradicciones que parecen inherentes al relativismo bajo todas sus

    formas. Ns tambin, nos decimos que la razn es limitada y relativa; pero, muy lejos

    de hacer de ella toda la inteligencia, no la consideramos ms que como una de sus

    porciones inferiores, y vemos en la inteligencia otras posibilidades que rebasan in-

    mensamente las de la razn. En suma, los modernos, o algunos de entre ellos al me-

    nos, consienten en reconocer su ignorancia, y los racionalistas actuales lo hacen

    quizs ms gustosamente que sus predecesores, pero a condicin de que nadie tenga

    el derecho de conocer lo que ellos mismos ignoran; que se pretenda limitar lo que es,

    o solo limitar radicalmente el conocimiento, es siempre una manifestacin del espri-

    tu de negacin que es tan caracterstico del mundo moderno. Este espritu de nega-cin, no es otra cosa que el espritu sistemtico, ya que un sistema es esencialmente

    una concepcin cerrada; y ha llegado a identificarse al espritu filosfico mismo, so-

    bre todo desde Kant, que, queriendo encerrar todo conocimiento en lo relativo, se ha

    atrevido a declarar expresamente que la filosofa no es un instrumento para entender

    el conocimiento, sino una disciplina para limitarle1, lo que equivale a decir que la

    funcin principal de los filsofos consiste en imponer a todos los lmites estrechos de

    su propio entendimiento. Por eso es por lo que la filosofa moderna ha terminado por

    substituir casi enteramente el conocimiento mismo por la crtica o por la teora del

    conocimiento; es tambin por lo que, en muchos de sus representantes, no quiere serms que filosofa cientfica, es decir, simple coordinacin de los resultados ms

    generales de la ciencia, cuyo dominio es el nico que reconoce como accesible a la

    inteligencia. Filosofa y ciencia, en estas condiciones, ya no tienen que ser distingui-

    das, y, a decir verdad, desde que el racionalismo existe, no pueden tener ms que un

    solo y mismo objeto, no representan ms que un solo orden de conocimiento y estn

    1Kritik der reinen Vernunft, ed. Hartenstein, p. 256.

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    animadas de un mismo espritu: es lo que llamamos, no el espritu cientfico, sino

    antes el espritu cientificista.Tenemos que insistir un poco sobre esta ltima distincin: lo que queremos desta-

    car con esto, es que no vemos nada de malo en s en el desarrollo de algunas ciencias,

    incluso si encontramos excesiva la importancia que se les da; no es ms que un saber

    muy relativo, pero no obstante es un saber, y es legtimo que cada uno aplique su

    actividad intelectual a objetos proporcionados a sus propias aptitudes y a los medios

    de que dispone. Lo que reprobamos es el exclusivismo, podramos decir el sectaris-

    mo de aquellos que, deslumbrados por la extensin que han tomado esas ciencias, se

    niegan a admitir que exista nada fuera de ellas, y pretenden que toda especulacin,

    para ser vlida, debe someterse a los mtodos especiales que esas mismas ciencias

    ponen en obra, como si esos mtodos, hechos para el estudio de algunos objetos de-

    terminados, debieran ser universalmente aplicables; es cierto que lo que conciben,

    como universalidad, es algo extremadamente restringido, y que no rebasa el dominio

    de las contingencias. Pero se sorprendera mucho a esos cientificistas si se les dije-

    ra que, sin salir siquiera de ese dominio, hay una multitud de cosas que no podran

    ser alcanzadas por sus mtodos, y que, no obstante, pueden constituir el objeto de

    ciencias completamente diferentes de las que conocen, pero no menos reales, y fre-

    cuentemente ms interesantes en diversos aspectos. Parece que los modernos hayantomado arbitrariamente, en el dominio del conocimiento cientfico, un cierto nmero

    de porciones que se empean en estudiar con exclusin de todo el resto, y haciendo

    como si ese resto fuera inexistente; y, a las ciencias particulares que han cultivado

    as, es completamente natural, y no sorprendente ni admirable, que les hayan dado un

    desarrollo mucho mayor de lo que hubieran podido hacer hombres que no les daban

    la misma importancia, que frecuentemente ni siquiera se preocupaban de ellas, y que

    se ocupaban en todo caso de muchas otras cosas que les parecan ms serias. Aqu

    pensamos sobre todo en el considerable desarrollo de las ciencias experimentales,

    dominio en el que el Occidente moderno destaca evidentemente, y en el que nadiepiensa contestar su superioridad, superioridad que, por lo dems, los orientales en-

    cuentran poco envidiable, precisamente porque ha debido ser comprada con el olvido

    de todo lo que les parece verdaderamente digno de inters; no obstante, no tememos

    afirmar que hay ciencias, incluso experimentales, de las que el Occidente moderno no

    tiene la menor idea. Tales ciencias existen en Oriente, entre aquellas a las que damos

    el nombre de ciencias tradicionales; en Occidente mismo, las hubo tambin en la

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    edad media, que tenan caracteres completamente comparables; y esas ciencias, de las

    que algunas dan lugar incluso a aplicaciones prcticas de una incontestable eficacia,proceden por medios de investigacin que son totalmente extraos a los sabios euro-

    peos de nuestros das. ste no es el lugar para extendernos sobre este tema; pero de-

    bemos explicar al menos por qu decimos que algunos conocimientos de orden

    cientfico tienen una base tradicional, y en qu sentido lo entendemos; por lo dems,

    eso nos lleva a mostrar precisamente, ms claramente an de lo que lo hemos hecho

    hasta aqu, lo que le falta a la ciencia occidental.

    Hemos dicho que uno de los caracteres especiales de esta ciencia occidental, es

    pretenderse enteramente independiente y autnoma; y esta pretensin no puede sos-

    tenerse ms que si se ignora sistemticamente todo conocimiento de orden superior al

    conocimiento cientfico, o mejor an, si se le niega formalmente. Lo que est por

    encima de la ciencia, en la jerarqua necesaria de los conocimientos, es la metafsica,

    que es el conocimiento intelectual puro y transcendente, mientras que la ciencia no

    es, por definicin misma, ms que el conocimiento racional; la metafsica es esen-

    cialmente suprarracional, y es menester que sea eso o que no sea en absoluto. Ahora

    bien, el racionalismo no consiste en afirmar simplemente que la razn vale algo, lo

    que slo es contestado por los escpticos, sino en sostener que nada hay por encima

    de ella, y por consiguiente que no hay conocimiento posible ms all del conocimien-to cientfico; as, el racionalismo implica necesariamente la negacin de la metafsi-

    ca. Casi todos los filsofos modernos son racionalistas, de una manera ms o menos

    estrecha y ms o menos explcita; en aquellos que no lo son, no hay ms que senti-

    mentalismo y voluntarismo, lo que no es menos antimetafsico, porque, si se admite

    entonces algo diferente de la razn, es por debajo de ella donde se busca, en lugar de

    buscarlo por encima; el intelectualismo verdadero est al menos tan alejado del ra-

    cionalismo como puede estarlo del intuicionismo contemporneo, pero lo est exac-

    tamente en sentido inverso. En estas condiciones, si un filsofo moderno pretende

    hacer metafsica, se puede estar seguro de que aquello a lo que da este nombre notiene absolutamente nada de comn con la metafsica verdadera, y ello es efectiva-

    mente as; no podemos acordar a esas cosas otra denominacin que la de pseudome-

    tafsica, y, si no obstante, a veces se encuentran en ella algunas consideraciones

    vlidas, se refieren en realidad al orden cientfico puro y simple. Por consiguiente,

    ausencia completa del conocimiento metafsico, negacin de todo otro conocimiento

    que el cientfico, limitacin arbitraria del conocimiento cientfico mismo a algunos

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    dominios particulares con exclusin de los dems, stos son caracteres generales del

    pensamiento propiamente moderno; he aqu hasta qu grado de bajeza intelectual hallegado el Occidente, desde que sali de las vas que son normales al resto de la

    humanidad.

    La metafsica es el conocimiento de los principios de orden universal, de los que

    todas las cosas dependen necesariamente, directa o indirectamente; as pues, all don-

    de la metafsica est ausente, todo conocimiento que subsiste, en cualquier orden que

    sea, carece verdaderamente de principio, y, si con eso gana algo en independencia (no

    de derecho sino de hecho), pierde mucho ms en alcance y en profundidad. Por esto

    es por lo que la ciencia occidental es, si se puede decir, completamente superficial; al

    dispersarse en la multiplicidad indefinida de los conocimientos fragmentarios, al per-

    derse en el detalle innumerable de los hechos, no aprende nada de la verdadera natu-

    raleza de las cosas, que declara inaccesible para justificar su impotencia a este res-

    pecto; as su inters es mucho ms prctico que especulativo. Si a veces hay ensayos

    de unificacin de ese saber eminentemente analtico, son puramente artificiales y no

    reposan nunca ms que sobre hiptesis ms o menos arriesgadas; as se derrumban

    unas tras otras, y no parece que una teora cientfica de alguna amplitud sea capaz de

    durar ms de medio siglo como mximo. Por lo dems, la idea occidental segn la

    cual la sntesis es como una resultante y una conclusin del anlisis es radicalmentefalsa; la verdad es que, por el anlisis, no se puede llegar nunca a una sntesis digna

    de este nombre, porque son cosas que no son del mismo orden; y la naturaleza del

    anlisis es poder proseguirse indefinidamente, si el dominio en el que se ejerce es

    susceptible de una tal extensin, sin que por ello se est ms avanzado en cuanto a la

    adquisicin de una visin de conjunto sobre ese dominio; con mayor razn es perfec-

    tamente ineficaz para obtener un vinculamiento a principios de orden superior. El

    carcter analtico de la ciencia moderna se traduce por la multiplicacin sin cesar

    creciente de las especialidades, cuyos peligros Augusto Comte mismo no ha podi-

    do evitar denunciar; esta especializacin, tan elogiada por algunos socilogos bajoel nombre de divisin del trabajo, es con toda seguridad el mejor medio de adquirir

    esa miopa intelectual que parece formar parte de las cualificaciones requeridas del

    perfecto cientificista, y sin la cual, por lo dems, el cientificismo mismo no

    tendra apenas audiencia. As pues, los especialistas, desde que se les saca de su

    dominio, hacen prueba generalmente de una increble ingenuidad; nada es ms fcil

    que imponerse a ellos, y eso es lo que suscita una buena parte del xito de las teoras

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    ms descabelladas, por poco cuidado que se tenga en llamarlas cientficas; las

    hiptesis ms gratuitas, como la de la evolucin por ejemplo, toman entonces figu-ra de leyes y son tenidas por probadas; si ese xito no es ms que pasajero, se dejan

    a un lado para encontrar seguidamente otra cosa, que es siempre aceptada con una

    igual facilidad. Las falsas sntesis, que se esfuerzan en sacar lo superior de lo inferior

    (curiosa transposicin de la concepcin democrtica), no pueden ser nunca ms que

    hipotticas; al contrario, la verdadera sntesis, que parte de los principios, participa de

    su certeza; pero, bien entendido, para eso es menester partir de verdaderos principios,

    y no de simples hiptesis filosficas a la manera de Descartes. En suma, la ciencia, al

    desconocer los principios y al negarse a vincularse a ellos, se priva a la vez de la ga-

    ranta ms alta que pueda recibir y de la direccin ms segura que pueda drsele; ya

    no es vlido en ella ms que los conocimientos de detalle, y, cuando quiere elevarse

    un grado, deviene dudosa y vacilante. Otra consecuencia de lo que acabamos de decir

    en cuanto a las relaciones del anlisis y de la sntesis, es que el desarrollo de la cien-

    cia, tal como le conciben los modernos, no extiende realmente su dominio: la suma

    de los conocimientos parciales puede crecer indefinidamente en el interior de ese

    dominio, no por profundizacin, sino por divisin y subdivisin llevadas cada vez

    ms lejos; es verdaderamente la ciencia de la materia y de la multitud. Por lo dems,

    aunque hubiera una extensin real, lo que puede ocurrir excepcionalmente, serasiempre en el mismo orden, y esa ciencia no sera por eso capaz de elevarse ms alto;

    constituida como lo est, se encuentra separada de los principios por un abismo que

    nada puede, no decimos hacerle franquear, sino disminuir siquiera en las ms nfimas

    proporciones.

    Cuando decimos que las ciencias, incluso experimentales, tienen en Oriente una

    base tradicional, queremos decir que, contrariamente a lo que tiene lugar en Occiden-

    te, estn siempre vinculadas a algunos principios; stos no son perdidos de vista nun-

    ca, y las cosas contingentes mismas parecen no valer la pena de ser estudiadas sino

    en tanto que consecuencias y manifestaciones exteriores de algo que es de otro orden.Ciertamente, el conocimiento metafsico y el conocimiento cientfico no permanecen

    por ello menos profundamente distintos; pero no hay entre ellos una discontinuidad

    absoluta, como la que se constata cuando uno considera el estado presente del cono-

    cimiento cientfico en los occidentales. Para tomar un ejemplo en Occidente mismo,

    no hay ms que considerar toda la distancia que separa el punto de vista de la cosmo-

    loga de la antigedad y de la edad media, y el de la fsica tal como la entienden los

  • 7/31/2019 Ren Gunon - Oriente y Occidente

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    REN GUNON, ORIENTE Y OCCIDENTE

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    sabios modernos; nunca, antes de la poca actual, el estudio del mundo sensible haba

    sido considerado como bastndose a s mismo; jams la ciencia de esa multiplicidadcambiante y transitoria habra sido juzgada verdaderamente digna del nombre de co-

    nocimiento si no se hubiera encontrado el medio de ligarla, a un grado o a otro, a

    algo estable y permane