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Episkenion 3/4 (julio 2015) Nunca es siempre en teatro ISSN 2340–4485 Reflexiones en torno a un montaje de hace veintidós años Inma Garín Directora ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Vamos o venimos? ¿O tal vez hemos estado siempre aquí? ¿Y si estuvieron otros iguales a nosotros, pero no nosotros? Veo como ven. Me están mirando. Ellos me miran. Yo me veo mirada por ellos. Y, al ver cómo me ven, me veo. Me veo en ellos. Ellos se ven en mí. Yo soy todos ellos. Todos están en mí. Hay que llenar el planeta, pues cuantos más seamos más consumiremos. Eso era así hace veintidós años, pero ahora ya no diríamos eso. Somos más, muchos más todavía. Y consumi- mos menos. Bueno, algunos. Otros consumen más. Pero nos reproducimos menos. Aunque otros se reproducen más. Hay otros cuya reproducción misma colma la nuestra. Ellos necesi- tan una planificación. Por eso José Ricardo Morales inventa al Ministro Liberón, el Ministro de Planificación (Ramón Sáez en el montaje de la Universitat de València de 1992) para terminar con la repro- ducción indiscriminada, planificada. El Ministro sabe lo que hace. Ellos, los ministros, siempre lo saben. Por eso los que no somos ministros somos obedientes. Debemos obedecer, pues ellos nos guían. Sin embargo, caemos en la alienación pues pensamos que sus deseos, los de los minis- tros, son los nuestros. Es falsa conciencia. No hay oposición a los deseos del ministro. Estamos todos adocenados. Igualmente adocenados por esta maravilla tecnológica que nos dice cómo hemos de actuar. Ellos, como nosotros. Espejismos de humanos que se reflejan en otros hu- manos. Y estos, en otros más, hasta la infinitud. Hasta la conciencia indiscriminada. O hasta la no conciencia, tal vez. Pues somos paisaje. Eco visual de la reproducción en masa. Antes de la Edad del Consumo. Antes, máquinas. Ahora, máquinas. Seres sin espíritu. Sin individualidad. Esto es lo que denuncia José Ricardo Morales en Prohibida la reproducción (1964).

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Episkenion 3/4 (julio 2015)

Nunca es siempre en teatro

issn 2340–4485

Reflexiones en torno a un montaje de hace veintidós años

Inma GarínDirectora

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Vamos o venimos? ¿O tal vez hemos

estado siempre aquí? ¿Y si estuvieron otros iguales a nosotros, pero no nosotros?Veo como ven. Me están mirando. Ellos me miran. Yo me veo mirada por ellos. Y, al ver

cómo me ven, me veo. Me veo en ellos. Ellos se ven en mí. Yo soy todos ellos. Todos están

en mí.

Hay que llenar el planeta, pues cuantos más seamos más consumiremos. Eso era así hace

veintidós años, pero ahora ya no diríamos eso. Somos más, muchos más todavía. Y consumi-

mos menos. Bueno, algunos. Otros consumen más. Pero nos reproducimos menos. Aunque

otros se reproducen más. Hay otros cuya reproducción misma colma la nuestra. Ellos necesi-

tan una planificación.

Por eso José Ricardo Morales inventa al Ministro Liberón, el Ministro de Planificación

(Ramón Sáez en el montaje de la Universitat de València de 1992) para terminar con la repro-

ducción indiscriminada, planificada. El Ministro sabe lo que hace. Ellos, los ministros, siempre

lo saben. Por eso los que no somos ministros somos obedientes. Debemos obedecer, pues

ellos nos guían.

Sin embargo, caemos en la alienación pues pensamos que sus deseos, los de los minis-

tros, son los nuestros. Es falsa conciencia. No hay oposición a los deseos del ministro. Estamos

todos adocenados. Igualmente adocenados por esta maravilla tecnológica que nos dice cómo

hemos de actuar. Ellos, como nosotros. Espejismos de humanos que se reflejan en otros hu-

manos. Y estos, en otros más, hasta la infinitud. Hasta la conciencia indiscriminada. O hasta la

no conciencia, tal vez. Pues somos paisaje. Eco visual de la reproducción en masa. Antes de la

Edad del Consumo. Antes, máquinas. Ahora, máquinas. Seres sin espíritu. Sin individualidad.

Esto es lo que denuncia José Ricardo Morales en Prohibida la reproducción (1964).

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«Pero el futuro no existe; vayamos al presente», dice Ernestina (Hermelinda Rasal), mien-

tras critica a las grandes damas que recuerdan el esplendor desvanecido de sus veinte años.

Ella es el alter ego del autor pues nos recuerda que no hay que fiarse de los ministros que nos

remiten siempre al «futuro perfecto». «Los avisados sitúan el bienestar y la felicidad en el futu-

ro que nadie disfruta. Me río y lloro. El futuro: la panacea de todos los males. Lloro y me río.

Los mortales reímos y lloramos porque vivimos en presente. Se ve el pasado. Se ve el futuro,

pero ¿quién sabe cómo vive cuando vive?»

El montaje de Prohibida la reproducción, premio de Ajudes a la Creativitat de la Universitat

de València (1992), fue un trabajo que se hizo con mucho amor y entusiasmo. El proyecto fue

presentado por Rosa Peralta. Yo acepté la dirección de actores. Tal como recuerda la actriz

Hermelinda Rasal «creamos una relación preciosa entre todos nosotros». Peralta resultó ser una

estupenda productora ejecutiva y organizadora, además de artista —escenógrafa y creadora–

de un espacio insólito en aquel 1992. Consiguió trasladar el espíritu de la obra mediante un

dispositivo plástico contundente. Le dio la vuelta al Salón de Actos. Los espectadores eran el

paisaje. La colina humana de Morales. Los actores, mezclados con los espectadores, todos con

caretas que los hacían reproducciones unos de otros —los actores sin embargo maquillados

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con una máscara— y vestidos todos con sacos de arpillera, tanto actores como espectadores.

Sacos que los espectadores se colocaban —ayudados por Rosa y otros voluntarios— a la en-

trada del Salón de Actos de la Facultad.

En las esquinas del patio de butacas se sentaban jefes de fila que sabían cuándo la fila de-

bía desplazarse o levantarse, siguiendo las indicaciones del autor en las acotaciones del texto

de Prohibida la reproducción. Sobre el escenario había una cámara sujeta a un trípode con la que

filmaba Domingo Mestre, otro artista plástico, como Rosa, y activista. Lo que grababa se pro-

yectaba en directo en una gran pantalla: la imagen de la masa de espectadores uniformados,

ecos visuales unos de otros en tiempo presente. Esa montaña humana, esa humanidad, que

invadió toda la superficie terrestre, tal como indica el inicio de la pieza. En los pasillos laterales

estaban los cuatro trípodes iluminando el patio de butacas.

Así, el lenguaje poético de José Ricardo Morales surgía potente de la boca de los actores,

con la fuerza y color resultado del trabajo. Con un efecto impensable antes de contar con la

sala llena el día del ensayo general. La emoción de las réplicas estallaba haciendo brotar una

sonrisa o carcajada, ¡tan viva era la expresión del diálogo, la fuerza y la verdad de los intercam-

bios! Morales es un dramaturgo muy potente, aunque su teatro no muestra conflictos realistas

entre personajes con una honda psicología, sino la impotencia del ser humano frente al poder.

Hay que entrar en el juego que propone y encontrar su lógica interna. Una vez aceptada esta,

todo fluye de maravilla.

Entre los cuatro personajes —Hilario / Vicente Villanueva y Pedro /María Dolores Iriarte,

además de los dos ya mencionados— se creó una verdadera complicidad de equipo. Se te-

nían que buscar con la mirada, sentirse y olerse entre la multitud que los rodeaba. Interpretar

sentados junto a los espectadores. Rodeados por ellos. La Facultad de Geografía e Historia

no podía reconocer su Salón de Actos. El elemento visual dominaba el ojo completamente,

miraras donde miraras el espacio había quedado metamorfoseado en colina humana. Peralta

consiguió plasmar la idea de alienación de la Humanidad en ese mar de caras y caretas, de

uniformes de arpillera y de voces perdidas en el no espacio.

Los actores interpretaron sus papeles maravillosamente. Y, para terminar, el autor nos

brindó su presencia, lo que añadía una nota entrañable a una velada entrañable. Las preguntas

siguen ahí para que las contesten otros. ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Vamos o tal vez

venimos? ¿Y si hubiéramos estado siempre aquí? ¿Y si estuvieron otros iguales a nosotros?

Rocafort, 7 de setiembre de 2014.

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