Redes sociales y pánico moral - Servindi

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Redes sociales y pánico moral Published on Servindi - Servicios de Comunicación Intercultural (https://www.servindi.org) Imprimir articulo Exportar a PDF Volver Redes sociales y pánico moral El documental El dilema de las redes sociales aborda la problemática de la adicción a las redes sociales y el auge de los discursos de odio. Sin embargo, la simplificación y las teorías de la manipulación (que suponen que los seres humanos solo son conejillos de indias del poder tecnológico) empobrecen el debate. El documental, que rechaza las nuevas teorías conspirativas que surgen en las redes, también apela a una de ellas: la que sindica a los villanos de Silicon Valley como responsables de todo. Por Mariano Vazquez* Nueva Sociedad, 9 de octubre, 2020.- El gran hackeo (2019), el documental de Netflix sobre Cambridge Analytica, comienza con una sentencia interesante. David Carroll, profesor asociado en la Parsons School of Design de Nueva York, está sentado frente a un pequeño grupo de estudiantes y pregunta: — ¿Quién no ha visto un anuncio que le haya hecho pensar que su micrófono está escuchando sus conversaciones? Entonces, se escuchan las risas incómodas de los alumnos. Y Carroll afirma: — Nos cuesta imaginar cómo funciona (...). Los anuncios que parecen increíblemente precisos nos hacen pensar que nos espían, pero es muy probable que sean una evidencia de que el targeting funciona y que puede predecir nuestra conducta. La respuesta de Carroll plantea interrogantes que no han perdido vigencia. ¿Qué datos almacenan las plataformas de redes sociales? ¿Son usados solo para la publicidad? ¿Tiene un límite el extractivismo de datos? ¿Qué hacen las empresas con toda esa información de los usuarios? Page 1 of 5

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Redes sociales y pánico moral

El documental El dilema de las redes sociales aborda la problemática de la adicción a lasredes sociales y el auge de los discursos de odio. Sin embargo, la simplificación y lasteorías de la manipulación (que suponen que los seres humanos solo son conejillos deindias del poder tecnológico) empobrecen el debate. El documental, que rechaza lasnuevas teorías conspirativas que surgen en las redes, también apela a una de ellas: laque sindica a los villanos de Silicon Valley como responsables de todo.

Por Mariano Vazquez*

Nueva Sociedad, 9 de octubre, 2020.- El gran hackeo (2019), el documental de Netflix sobreCambridge Analytica, comienza con una sentencia interesante. David Carroll, profesor asociado en laParsons School of Design de Nueva York, está sentado frente a un pequeño grupo de estudiantes ypregunta:

— ¿Quién no ha visto un anuncio que le haya hecho pensar que su micrófono está escuchando susconversaciones?

Entonces, se escuchan las risas incómodas de los alumnos. Y Carroll afirma:

— Nos cuesta imaginar cómo funciona (...). Los anuncios que parecen increíblemente precisos noshacen pensar que nos espían, pero es muy probable que sean una evidencia de queel targeting funciona y que puede predecir nuestra conducta.

La respuesta de Carroll plantea interrogantes que no han perdido vigencia. ¿Qué datos almacenanlas plataformas de redes sociales? ¿Son usados solo para la publicidad? ¿Tiene un límite elextractivismo de datos? ¿Qué hacen las empresas con toda esa información de los usuarios?

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El documental también pone el foco en el escándalo de Cambridge Analytica, los problemas deprivacidad de Facebook, las fake news y la consecuente «manipulación de las personas» y tomacomo casos de análisis el Brexit y la campaña presidencial de Donald Trump de 2016.

La confirmación de lo que ocurría tras bambalinas en Cambridge Analytica se valida en la voz deBrittany Kaiser, una exempleada de la consultora que ahora se muestra arrepentida.

El hilo narrativo del film acompaña a Brittany mientras expía sus pecados en el festival Burning Mano en un lujoso hotel en algún lugar de Tailandia. Después del éxito y el frenesí, la hija pródigaregresa [1] para reconocer sus errores y tratar de enmendarlos.

Sin embargo, el documental da por sentados hechos que vale la pena poner en tela de juicio. Sobretodo, uno central: ¿por qué se asume que las personas pueden ser manipuladas por unacombinación de big data, algoritmos y tácticas de psicología conductual?

El dilema de las redes sociales retoma algunos temas que ya fueron enunciados en El gran hackeo.Entre ellos, se destacan la polarización, las fake news y el extractivismo de datos. Pero se incorporaun nuevo elemento: el del vínculo entre la adicción a la tecnología y la manipulación de la que sonvíctimas los usuarios.

Sin embargo, la liviandad de la denuncia queda en evidencia cuando se pone el foco en cuestionestécnicas como las notificaciones emergentes, el scrolleo infinito y la recomendación de contenidopersonalizado.

Los testimonios de diseñadores y exejecutivos –todos arrepentidos– pretenden darle más espesor ala denuncia y son entrelazados con una ficción que pone en la piel de los personajes la adicción y lapermeabilidad que se atribuye a quienes utilizan las redes.

La historia ficcional está construida sobre un tendal de estereotipos y posiciones «políticamentecorrectas» y un centrismo casi ingenuo en el plano político. Así, se puede ver a una familiaétnicamente diversa, en la que los padres, ligeramente amables y desconcertados, tratan de lidiarcon la tecnología, mientras sus tres hijos presentan un abanico de posibilidades.

La conciencia ética recae sobre la hermana mayor (que no usa celular y lee a Shoshana Zuboff),mientras que la más pequeña es presa de su adicción (con la que se pretende mostrar a una«generación perdida»). El plato fuerte, sin embargo, puede verse en la lenta y permanente caída delhijo adolescente, que se aleja de los deportes y de sus amigos para sumergirse rápidamente en unaespiral de odio y fanatismo gobernado por el contenido personalizado de las redes sociales.

Todo el set de críticas que plantea El dilema de las redes sociales pueden ser resueltas por el Centerfor Humane Technology (fundado, entre otros, por Tristan Harris, principal orador del film).Identificar el problema, difundirlo y vender la solución. El punto central es exactamente ese: que losproblemas sociales que ocasiona la tecnología solo serán resueltos por –y a través de– la tecnología.Evgeny Morozov llamó a esto la «locura del solucionismo tecnológico».

En este entramado, una decena de arrepentidos de Silicon Valley reconocen haber trabajado paragenerar que los usuarios pasen más horas frente a la pantalla, pero también aseguran haberpadecido ellos mismos esa adicción que los convirtió en víctimas.

Tim Kendall, exejecutivo de Facebook y expresidente de Pinterest, reconoció que no podía soltar elcelular cuando llegaba a su casa. La solución sugerida, una y otra vez, es desactivar notificaciones ymedir el tiempo de uso.

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Portada del documental El dilema de las redes sociales

Uno de los riesgos que involucra este documental y su estrategia panfletaria es el incremento delpánico moral (algo similar ocurrió con la campaña #DeleteFacebook, después de que se conociera elescándalo de Cambridge Analytica). Aunque se denuncia que el problema radica en el modelo denegocios que sostiene a las plataformas, la acusación se desdibuja y deja pasar la oportunidad degenerar una crítica más sólida, para entregarse a los golpes de efecto.

El film se engolosina señalando la forma en que la inteligencia artificial (IA) que administra los datospersonales está apuntada contra el cerebro de los usuarios. En definitiva, afirma que los manipula ylos vuelve adictos. Una vez más, se pierde de vista uno de los aspectos más perjudiciales del uso deestos sistemas de mediación algorítmica.

Diversos estudios, como los de Virginia Eubanks [2], Cathy O'Neil [3]y Safiya Umoja Noble [4],analizan cómo estas decisiones automáticas involucran datos incompletos y algoritmos sesgados, yconcluyen que, si son usados para apuntalar políticas públicas, terminan aumentando ladesigualdad, reforzando estereotipos e intensificando la discriminación racial y sexual.

A lo largo de El dilema de las redes sociales opera todo un conjunto de simplificaciones que buscanel impacto sensacionalista antes que el estímulo de una mirada reflexiva. En primer lugar, el relatoestá centrado en Estados Unidos, pero se pretende extenderlo a todo el planeta, desconociendo loscontextos particulares en que son usadas las redes sociales.

Por otra parte, hay una generalización sobre Facebook en primer lugar –seguido de lejos por Twitter–y su funcionamiento, que no da cuenta de las particularidades de otras plataformas, tanto en lo queremite a usos como a sus principales características.

El tercer punto es que ignora el ecosistema de medios donde se insertan las redes sociales: estas nofuncionan en el vacío, sino que establecen vínculos y relaciones con otros agentes en la esferapública.

Los entrevistados y entrevistadas afirman en repetidas ocasiones que las redes sociales constituyenuna amenaza sin precedentes. De ese modo, no solo parecen desconocer los centenares de estudiosrealizados sobre la radio y la televisión (y su influencia sobre los usuarios, como apuntaban Robert K.Merton y Paul F. Lazzarfeld en un famoso análisis de la década de 1940, «Comunicación de masas,

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gusto popular y acción social organizada»), sino que además omiten los diversos análisiscomparativos entre estas nuevas plataformas y las ya clásicas.

El documental sostiene también supuestos equívocos, como el que considera que la exposición a losdiscursos de odio implica comulgar con aquello que propugnan. Según los creadores de este film, elhecho de estar expuestos a una mentira resulta suficiente para creer en ella.

Por último, se ocluye la dimensión creativa que flota y atraviesa las redes sociales. En este sentido,la periodista Evan Greer desarrolló un hilo de tuits [5] en el que enuncia una serie de omisiones quebien podrían haber enriquecido el documental, pero que, con miras al pánico social y moral que sebuscó generar, lo habrían debilitado.

Las redes sociales no son el único nicho para el florecimiento de los discursos de odio, aun cuandoresulta indudable que estos discursos y teorías se han valido de los algoritmos de personalización yrecomendación (de YouTube y Facebook, particularmente) para circular a una mayor velocidad.

Sitios como 8chan, 4chan [6] o Stormfront, entre otros, fueron la cuna de esos movimientos y ellugar donde se cocinaron muchas teorías conspirativas. Asimismo, resulta extraño que unaplataforma como Netflix, cuyo sistema de recomendación estuvo en la mira varias veces por el usode los datos de sus usuarios, hoy contribuya a denunciar estas problemáticas.

Los algoritmos filtran la información, la jerarquizan y la ordenan y exhiben una determinadaconcepción del mundo, mientras las plataformas compiten entre sí por la atención de los usuarios y,con ese propósito, agregan funcionalidades, se modifican sobre la base de los usos desviados (noplanificados), cambian y se homogeneizan (Twitter pasó de la estrellita al corazoncito).

Pero afirmar que estas empresas compiten por la «hora-pantalla» de los usuarios es muy distinto asostener, como lo hacen los «arrepentidos» de Silicon Valley en El dilema de las redes sociales, queal monopolizar la atención generan adicción y «manipulan las conciencias».

Este pánico para dummies, que desconoce la historia de los medios masivos de comunicación, queconfunde la adicción a los cigarrillos con el uso desmedido de las redes sociales, que compara lainvención de la bicicleta con las plataformas de redes y que sindica todos los males contemporáneoscomo parte de una conspiración de algunos «villanos» de Silicon Valley, también pretende ofreceruna «solución». Apela a una receta de varios pasos y a una iglesia en la que tramitar la adicción: elCenter for Humane Technology. Para El dilema de las redes sociales todo es sencillo: el caos creadopor las redes sociales puede deshacerse simplemente reescribiendo el algoritmo. El problema esque, cuando se erra en el análisis, no puede crearse ningún tipo de solución.

---*Mariano Vazquez es licenciado y doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacionalde La Plata (UNLP), Argentina. Es docente de Comunicación Digital en la misma universidad. Escriberegularmente en medios nacionales y extranjeros sobre política y redes sociales.

----Fuente: Nueva Sociedad: https://www.nuso.org/articulo/redes-sociales-social-dilemma-documental/ [7]

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