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CRITICA DE LIBROS Rafael Böcker Zavaro José D. E. Sovarzo Lucas Poy Es toy m u y so lo y t riste en es te m u nd o avan d o n ad o. Te n g o la id ea d e ir a es e lu g ar q u e yo m Æ s q u ie ro .

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Política económica en Argentina y Tesis Doctoral de Axel Kicillof: Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes*

Economic policy in Argentina and Axel Kicillof’s PhD thesis: Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes

por Rafael Böcker Zavaro**

* Axel Kicillof, Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes, Buenos Ai-res, Eudeba, 2008, 498 p.** El autor es Profesor de Sociología de la Universitat Rovira y Virgili e in-tegrante del Grupo de in-vestigación Análisis social y organizativo. [email protected]

Al economista Axel Kicillof1 se le atribuye la redacción del proyecto de ley de expropiación del 51% de las acciones de YPF en manos de Repsol, que

Cristina Fernández de Kirchner envió al Congreso en abril de 2012. Kicillof se graduó con diploma de honor en la facultad de Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fundó en 1992 la asociación estudiantil TNT (Tontos pero No Tanto). Después ingresó en la asociación peronista juvenil La Cámpora. En 2004 fundó también junto a otros economistas el Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (CENDA). A sus 41 años ha sido autor de tres libros y cerca de cincuenta artículos y documentos de trabajo. Doctor en Economía de la UBA, desde principios de 2011 tiene una licencia sin goce de sueldo como docente e investigador otorgada por la UBA y el CONICET, para desempeñar primero el cargo de subgerente general de la estatal Aerolíneas Argentinas Austral y después el de secretario de Política Económica y Planificación del Desarrollo del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas.

El objetivo principal de Kicillof en su Tesis doctoral -publicada como libro y comentada en estas páginas- fue echar luz sobre los fundamentos propuestos por Keynes. Se trata de una Tesis producto de una investigación desarrollada entre fines de 1998 y principios de 2005, en el marco de la UBA. Según el propio Kicillof, los interrogantes que le dieron vida nacieron durante sus años de formación como economista: por un lado, la carrera de economía que estaba basada en libros de texto y papers inscriptos en su mayoría dentro de la síntesis neoclásica; por otro lado, toda su actividad “extracurricular” que conducía hacia las obras clásicas de Smith, Ricardo y especialmente hacia Marx, autores casi del todo ausentes en las teorías ortodoxas o neoclásicas. Para Kicillof “encontrar que Keynes entabla en su Teoría General un diálogo frontal con las preocupaciones de los autores clásicos fue para mí un descubrimiento liberador. A contramano del relato metabolizado por la síntesis, el economista más importante del siglo XX ofrece su propia perspectiva acerca de los fundamentos de la economía: la teoría del capital, la teoría del dinero y la teoría de la mercancía. Se revelaba así, ante mí, una verdad olvidada: detrás de la infinidad de modelos fragmentarios que pueblan los programas de estudio de la economía tradicional, se encuentran ocultas, en un submundo actualmente inexplorado, sus propias explicaciones últimas acerca del origen del valor y del excedente. Hay, pues, otra economía detrás de la economía. Este trabajo se convirtió así, en su propio desarrollo, en lo que hoy es: un ajuste de cuentas con la formación que me ofreció la economía

1 La reseña fue escrita con anterioridad a la asunción de Axel Kicillof como ministro de Economía [N del E].

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mainstream”.

En 1936 John Maynard Keynes publicó su Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, obra que lo convirtió en el economista más influyente del siglo XX. Kicillof destaca que su nombre aún sigue ligado férreamente a las políticas económicas expansivas y en general a todo avance de la intervención del Estado en los asuntos económicos.

Si bien el tipo de políticas públicas que Keynes defendió era frecuente en la década de 1930, sus teorías representaron un esfuerzo consciente por retratar los cambios profundos que modificaron al Estado y al sistema capitalista a principios del siglo XX. Así, pues, para Kicillof la Teoría General es la manifestación de una crisis en la teoría económica ortodoxa en el marco de la más grande crisis del capitalismo. Keynes creía que esta teoría había sido concebida para una etapa histórica ya pasada, razón por la que sus enseñanzas eran engañosas y en la práctica negativas. En palabras de Kicillof, “cuando llegó el turno de lidiar con la inflación de posguerra como cuando, poco después, sobrevino la depresión, la ortodoxia defendió y pretendió aplicar –y lo hizo en muchos casos– las tradicionales políticas contractivas, encaminadas a reducir el gasto público, restringir el crédito y la liquidez, y a presionar para que se produjera una reducción generalizada de los salarios. Tanto en un contexto de inflación como de alta desocupación, la contracción es la panacea de la ortodoxia, porque supone que cuando el mercado actúa por sí mismo es infalible; de modo que la respuesta consiste en evitar toda intromisión en sus mecanismos” (esto es, del Estado y los trabajadores organizados).

No obstante, mientras la figura de Keynes conquistaba un enorme protagonismo en la economía, en la política y en el debate público, la Teoría General se perdía en el olvido. Y lo paradójico para Kicillof está en que fueron los propios seguidores de Keynes, desde un principio y hasta el presente, quienes llegaron al sorprendente consenso que la Teoría General no sólo está mal escrita y es confusa, sino que, además, sería inconsistente el argumento del libro considerado como un todo. Y peor aún, esta obra fue sometida a un proceso de “apropiación selectiva”: algunas de sus ideas fueron absorbidas por la teoría económica, pero otras, en cambio, fueron desechadas sin ser siquiera sometidas a crítica.

Según Kicillof, el principal reproche que puede hacerse a los detractores pero también a los seguidores de Keynes es que no intentaron reconstruir el argumento completo de la Teoría General, una tarea que debe preceder a toda intención crítica. Además, muestra que el objetivo expresado por Keynes en su obra consistió en hacer compatibles la teoría del valor con la teoría del dinero, alcanzando así la representación de una economía monetaria. Cuando el atribulado mainstream se enfrentó a la Teoría General, se inclinó por adoptar sólo el “modelo” que Keynes ofrecía, pero despreció sus fundamentos teóricos, y con ello tuvo que pagar un alto

costo: dividir la teoría económica en dos ramas inconexas: la microeconomía y la macroeconomía. En el campo de la primera se conservaron los viejos fundamentos del marginalismo aportados fundamentalmente por Marshall y Walras, mientras que la macroeconomía se acostumbró a construir sus modelos sin discutir los conceptos de dinero, de capital y de valor. Para Kicillof “esta separación, ahora naturalizada, es ajena al pensamiento de Smith y Ricardo, pero también de los fundadores del marginalismo; sólo cobró cuerpo luego de la embestida de Keynes”. A partir de ese momento comenzó a tomar forma la llamada síntesis neoclásica con el objetivo de ocultar y posponer su propia crisis teórica, sin resolverla. Así, pues, la crítica “de Keynes estuvo dirigida hacia las ideas centrales del mainstream de su época, ideas que, en lo fundamental, eran idénticas a las que sostiene aún hoy la teoría microeconómica”. El saldo más significativo de la llamada síntesis neoclásica es para Kicillof que ninguno de sus dos compartimientos se reservó un lugar para discutir los fundamentos teóricos, esto es, la naturaleza misma de las categorías económicas. Ni la microeconomía ni la macroeconomía se han ocupado de la naturaleza del dinero y del capital, del origen del interés y de la ganancia, de la teoría del valor y de las determinaciones históricas del capitalismo.

En su libro Kicillof mostró que Keynes no se proponía con la Teoría General fundar la macroeconomía como una rama nueva en el marco de la teoría económica, sino denunciar las fallas históricas, lógicas y empíricas de la teoría neoclásica y reemplazar sus fundamentos teóricos sobre el valor, el dinero y el capital. Desde su punto de vista, a pesar que Keynes no encuentra una respuesta adecuada a los interrogantes que intentó responder, su crítica a la economía neoclásica no ha perdido nada de su profundidad y vigencia en el presente. Por todo ello, Kicillof se propuso demostrar que la contribución más importante de la Teoría General no se reduce al “modelo” que propone para determinar el nivel de empleo, sino que está contenida en otros dos aspectos: su agudísima crítica a la teoría ortodoxa y la búsqueda de unos fundamentos teóricos distintos de los ofrecidos por ella. Y si bien en su libro Kicillof no defiende las conclusiones a las que arriba la Teoría General, sostiene que es necesario volver a discutir los fundamentos mismos de la teoría económica y que en ese debate Keynes tiene algo que decir.

De este modo, podemos plantear que la metamorfosis a la que fueron sometidas las ideas originales de Keynes dejó de lado un conjunto de elementos centrales que son imprescindibles para comprender algunas causas de la crisis actual, diseñar políticas para impulsar la actividad económica y regular a los mercados financieros. Ante todo, la pregunta no es si los Estados deben intervenir o no en la economía, ya que los mercados no existen por sí solos, siempre existen en un contexto de reglas, leyes, regulaciones y políticas públicas. Una de esas ideas esenciales es que el nivel de actividad está determinado por el gasto, por la demanda efectiva. De este modo, que Keynes invirtió la causalidad vigente en las teorías

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ortodoxas otorgando un lugar predominante a la demanda efectiva. Así, para impulsar el nivel de actividad se requiere inversión y gasto público y privado. A pesar de la fortaleza lógica y empírica de ese razonamiento, la visión de Keynes fue abandonada. En su reemplazo se instaló la reducción del déficit fiscal mediante el ajuste como mecanismo para reactivar la actividad económica.

Política económica en Argentina.

Los estímulos desplegados hoy por Estados Unidos no son suficientes para reactivar los niveles de actividad y los ajustes aplicados en Europa recuerdan aquellos aplicados durante los años noventa en América Latina, producto también de políticas neoliberales en el marco de crisis de deudas soberanas. En ese contexto que desencadenó la crisis económica y social, Argentina declaró la cesación de pagos más grande de la era moderna en 2001. El gobierno kirchnerista en el poder desde 2003, concretó un exitoso canje de deuda por el porcentaje de quita de capital, la extensión del plazo de pago y la baja de la tasa de interés de los bonos que reemplazaron a los del default. Se consiguió además una aceptación muy elevada a la propuesta del trueque de papeles, alcanzando el 93 por ciento del total de acreedores en dos operaciones, realizadas en 2005 y 2010. A partir del cierre del primer canje, el kirchnerismo se ha convertido en el período político que más deuda ha pagado en forma neta desde el regreso de la democracia en 1983. Argentina abandonó el tipo de cambio fijo y reestructuró su deuda, lo que le permitió salir de la crisis y retomar la senda del crecimiento.

Uno de los grandes mitos que se repite permanentemente en gran parte de las corporaciones mediáticas nacionales e internacionales es que el rápido crecimiento de la economía argentina durante la última década se ha debido a un auge de la exportación de commodities. Tal y como destacan economistas como Paul Krugman o Mark Weisbrot, predominan artículos en la prensa internacional con un tono muy negativo sobre la situación actual de la Argentina. La realidad es que su expansión económica se debió a la inversión y al consumo interno, producto de cambios fundamentales en sus decisiones macroeconómicas y políticas de redistribución del ingreso. Es decir, la estrategia exitosa seguida por Argentina poco tiene que ver con el “viento de cola” de la exportación de commodities. Y menos aún tiene que ver con los planes de austeridad impuestos a los países periféricos en Europa.

A finales de 2011, luego de la reelección de Cristina Fernández de Kirchner, Kicillof desembarcó en el Ministerio de Economía junto con otros economistas graduados en la UBA como Emmanuel Alvarez Agis, Nicolás Arceo y Javier Rodríguez. A los pocos meses se activó una campaña mediática en su contra en notas de prensa como la de “Axel Kicillof, el marxista que desplazó a Boudou” (La Nación, 12/03/2012), en donde su autor Carlos Pagni sostiene premeditada y falazmente que “en los últimos tiempos Kicillof se concentró más en Marx. Está aprendiendo alemán para leerlo en su versión original. Hijo de un psicoanalista, bisnieto de un

legendario rabino llegado de Odessa, la genealogía de Kicillof parece ser una sucesión de dogmáticas”. Punto por punto, estas calumnias de tipo macartista y antisemita fueron desmontadas por el aludido. Desde entonces el relato mediático genera operaciones para instalar internas y conflictos entre diversos funcionarios oficialistas, con el objetivo de desgastar la imagen del gobierno. Además, el proceso antes mencionado de formación de un equipo económico heterodoxo que pudiera planificar el desarrollo es presentado por los medios hegemónicos argentinos con titulares del tipo “Los apóstoles de Kicillof, los antiguos amigos y los números de las eléctricas” (Clarín, 04/05/2012).

La realidad es que en enero de 2012 se reestructuró el organigrama del Ministerio de Economía, con lo que se dispuso el traspaso del área de la que dependen los directores del Estado que participan en la conducción de las empresas privadas, como es el caso de Kicillof en Siderar. En total, el Estado tiene participación en unas 40 firmas, coordinados por la Dirección de Gestión Empresaria, que comenzó a depender de la Subsecretaría de Coordinación Económica y Mejora de la Competitividad.

En calidad de viceministro de Economía y secretario de Política Económica, Kicillof presentó el pasado mes de septiembre de 2012 en el Congreso los principales lineamientos macroeconómicos del proyecto de Presupuesto 2013. Primero enmarcó el debate en un recorrido histórico, que fue desde la última dictadura militar, período que dio inicio al neoliberalismo en Argentina, cuya continuación fue la década menemista y los dos años de la Alianza. En este derrotero, sostuvo que a partir de 2003 se inició una nueva etapa de industrialización del país, donde el Estado pasó a jugar un rol clave en la economía. Y que para sostener la economía hay que poner el gasto público al servicio de la producción y el empleo.

En un encuentro en el Ministerio de Trabajo sobre formación laboral y competitividad donde participaron cámaras empresarias y sindicatos, Kicillof aseveró que “no les vamos a dar el gusto de aplicar las recetas de ajuste; el camino para lograr mejoras genuinas de competitividad es más difícil, requiere más Estado, mejores salarios, capacitación, diálogo y planificación” y que “el cambio estructural es un proceso de largo plazo. Para que la reindustrialización sea exitosa va a tomar más tiempo que los 30 años que duró la política neoliberal iniciada en 1976” (Página 12, 9/11/2012). “No quieren que nos industrialicemos, quieren que Argentina sea un paraíso financiero y agroexportador”, apuntó el secretario de Política Económica, quien aprovechó su intervención para cuestionar “la política de privatización de servicios públicos con tarifas altas”, así como “la falta de inversión privada en materia energética”. Kicillof explicó que las recetas de industrialización ortodoxas para los países periféricos como Argentina exigen “industrias poco calificadas, bajos salarios, malas condiciones laborales, impedir la sindicalización para eliminar los conflictos

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y mega devaluaciones de la moneda (…) Aplicar las políticas neoliberales de industrialización es muy sencillo, pero sería una derrota para nuestro proyecto y no les vamos a dar el gusto”, aseveró.

Las experiencias traumáticas de las fases recesivas en el ciclo económico argentino predisponen a creer que toda crisis necesariamente concluirá en resultados devastadores. Los antecedentes de varias décadas ofrecen como prueba fuertes devaluaciones de la moneda nacional, incremento de la desocupación, quiebra de empresas y bancos, deterioro social y fuerte aumento de la pobreza. Uno de los aspectos más destacados del actual ciclo económico es que la crisis de 2009 y la de 2012 no han tenido la resolución prevista teniendo en cuenta las precedentes: se ha comprobado que existe otra manera de transitar el trayecto recesivo de la economía amortiguando sus efectos y no profundizándolos. El actual contexto económico internacional fue una señal contundente para rectificar el rumbo en el frente fiscal que exige expansión en la fase negativa del ciclo económico. El mayor financiamiento del Banco Central al Tesoro dentro de los límites establecidos por la nueva Carta Orgánica es una medida adecuada para retomar el impulso de la demanda agregada eludiendo las políticas de ajuste.

La economía estaba caminando hacia el abismo de la restricción externa, por el tipo de crecimiento en los últimos años con una fuerte alza de las importaciones, desequilibrio de la balanza comercial energética, acelerada fuga de capitales y excedentes de producción de las potencias presionando sobre el mercado local. Una fuerte devaluación con el consiguiente shock inflacionario ha sido históricamente la respuesta a la escasez estructural de divisas. El gobierno se propuso desafiar ese desenlace que viene acompañado de elevados costos sociales y políticos mediante un estricto régimen de administración del comercio exterior y de divisas. Esa fue la estrategia elegida para eludir la restricción externa por estrangulamiento de divisas en la balanza de pagos.

Por otro lado, la decisión del gobierno argentino de expropiar el 51% de YPF en abril de este año permitió recuperar el manejo estratégico de la petrolera para lograr el autoabastecimiento energético. Así, se está revocando una política neoliberal de los años `90 enormemente negativa para el país, a pesar que recientemente Repsol demandó al Estado argentino en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) del Banco Mundial. Luego de la expropiación de YPF, Kicillof fue designado vice interventor de la compañía y fue objeto de una campaña mediática en España, que podemos ejemplificar con las notas de prensa “Axel Kicillof, el seductor intelectual de Cristina Kirchner” (El Mundo, 15/04/2012), “Irreverente, pero no tanto” (El País, 19/04/2012) y “El planificador del saqueo” (ABC, 17/04/2012), en las que se subraya el acceso directo que tendría a la presidenta y por su supuesto perfil radical, dogmático y oportunista.

Es interesante destacar que a tres años de la estatización

de Aerolíneas Argentinas de manos del Grupo Marsans, en la que Kicillof fue también vice interventor, se informa en los medios españoles e internacionales el procesamiento de Gerardo Díaz Ferrán: el juez de la Audiencia Nacional de España ha decretado el ingreso en prisión eludible bajo fianza de 30 millones de euros para el ex presidente de la cámara patronal española (CEOE) por el supuesto vaciamiento patrimonial del Grupo Marsans para evitar el pago a sus acreedores.

Más allá de ello, la recuperación de YPF fue una decisión estratégica, ya que se apostó por un plan para garantizar el autoabastecimiento energético, incrementar los proveedores locales y alcanzar una mayor sustitución de importaciones, como eje central de las políticas públicas nacionales. Asimismo, recientemente se creó la empresa YPF Tecnológica SA, un proyecto del que participan el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y el CONICET, que nace con el objetivo de impulsar la formación de recursos humanos que puedan aportar su conocimiento al desarrollo de la industria de los hidrocarburos. De manera complementaria, recientemente la Comisión Nacional de Valores está evaluando alternativas de inversión, como la suscripción en bancos del nuevo bono de YPF para pequeños ahorristas, con un monto mínimo de mil pesos y una tasa de retribución del 19 por ciento. Se espera que sea una opción más rentable que atesorar en dólares.

En 2012 el gobierno argentino también convirtió en ley la nueva Carta Orgánica del Banco Central, lo que permitió revocar las reglas de la convertibilidad y ampliar el mandato de la institución para perseguir objetivos múltiples que incluyen el crecimiento, una distribución del ingreso más equitativa, la promoción del crédito sectorial y la estabilidad de precios. Con ello se propone la reconstrucción de una banca central que interpela la experiencia argentina de los noventa y la europea actual. En el largo período que predominó la ortodoxia en el Banco Central fue cuando más descalabros se registraron en el sistema monetario y bancario. Desde 1976, cuando la dictadura liberalizó el mercado financiero y el Banco Central quedó en manos de los liberales, se sucedieron crisis bancarias, estafas a ahorristas, estatización de la deuda externa privada, estallidos inflacionarios y cambios de moneda. En la Argentina de los años ’90, la política económica operó bajo la carga de una forma extrema de ese diseño limitado, un régimen de caja de conversión, con un tipo de cambio fijado al dólar y una base monetaria estrictamente vinculada con la evolución de las reservas internacionales. Entre 1997 y 2002, la debilidad inherente de esta política monetaria generó un colapso económico y alta inflación. No obstante, el diseño neoliberal de los bancos centrales exige que persigan como objetivo exclusivo una meta de inflación, y el único instrumento disponible para lograrlo es la tasa de interés.

Con la nueva Carta Orgánica del Banco Central y su accionar de los últimos años se impide que la especulación privada del dólar afecte su nivel de reservas. La experiencia

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argentina indica que el Banco Central debe tener una importante cantidad de reservas internacionales como dique defensivo a los intentos de instalar un escenario de incertidumbre y gobiernos frágiles, y para enfrentar con éxito corridas cambiarias. La administración de divisas y los consiguientes controles para comprar dólares de los últimos meses, puso fin a un aceitado mecanismo para favorecer y facilitar la compra de dólares y fuga de capitales, que incluía una participación directa de grandes bancos locales e internacionales.

La fiscalización de las operaciones con dólares es una herramienta necesaria para disminuir la evasión y combatir el lavado de dinero y forma parte de una política de administración de divisas. El mercado muy liberal de acceso a moneda extranjera era inequitativo para la sociedad en su conjunto. La regulación del mercado de divisas fue una respuesta de emergencia ante la intensidad de la fuga de capitales: el mecanismo de control y administración de divisas fue el recurso para evitar que unos pocos acumularan una ganancia de capital por una fuerte devaluación con costos para el resto. Esta mayor regulación pudo instrumentarse porque antes hubo recuperación de márgenes de autonomía en la política económica y monetaria. De todos modos, la restricción externa por el déficit de divisas se acercó peligrosamente, sabiendo que es uno de los eslabones débiles de la economía argentina, cuyo desenlace no es otro que la crisis con una fuerte devaluación e inflación posterior, acompañada de inestabilidad política y social. El objetivo del régimen de compra de moneda extranjera fue evitar este escenario, sabiendo que las opciones son una fuerte devaluación, el ajuste fiscal o el endeudamiento a tasas de interés muy altas. Todas opciones más perjudiciales para la economía y los sectores vulnerables, incluso la clase media, que un régimen de administración de divisas.

A estas políticas se sumó la propuesta de proyecto de ley que abre la posibilidad para operar en el mercado de capitales y termina con su autocontrol. En línea con la tendencia internacional post crisis 2008 se modificará el actual mercado de capitales, que funciona como un club cerrado que se autoregula, autocontrola y se sanciona a sí mismo, que no logró el objetivo de convertirse en un canalizador del ahorro para el desarrollo, sino que ha privilegiado los componentes especulativos. Esta iniciativa que despertó duras críticas por parte de algunos sectores empresariales, otorga mayor poder de regulación al Estado sobre los grupos financieros.

Se implementaron también dos medidas importantes para una mejor gestión e inversión pública. Por un lado, el programa Pro.Cre.Ar de créditos para la vivienda y la obra pública municipal, presentado por Kicillof y el ministro de Planificación Federal, con el que el gobierno argentino espera llegar a fines de 2013 con una inyección de más de 40 mil millones de pesos para reactivar la construcción y recuperar el empleo. Por otro lado, se creó el Registro de Subsidios e Incentivos, conformado por el padrón de beneficiarios de subsidios de programas

y planes de promoción productiva, con excepción de los programas sociales implementados en el área del Ministerio de Desarrollo Social. Si bien cada ministerio conservará la potestad de fijar su política de subsidios, será contralada por la Subsecretaría de Coordinación Económica y Competitividad. Esta subsecretaría, que depende de Kicillof, será la autoridad de aplicación y permitirá potenciar las políticas y la eficiencia del aparato estatal. En sus propias palabras, “la intervención del Estado en la planificación de la economía debe ser inteligente y para eso se requiere un control. El registro no tiene fines estadísticos, sino que será una herramienta que también utilizarán los distintos organismos del Estado” (Página 12, 15/11/2012). Tal y como se plantea en los fundamentos del decreto, “la experiencia acumulada desde el año 2003 revela la necesidad de mejorar y profundizar las acciones del Estado nacional en la planificación del desarrollo económico, actuando sobre el diseño, la elaboración y la propuesta de lineamientos estratégicos para la programación de la política económica... A tal fin, corresponde optimizar las políticas económicas y productivas aumentando los grados de eficacia en la utilización de los recursos públicos, con el objetivo de lograr una acción coherente y eficiente del conjunto de medidas de política pública”.

Podemos decir, para concluir, que el estallido de la crisis internacional volvió a poner en evidencia las falencias del pensamiento económico dominante. La incapacidad de las teorías ortodoxas para abordar las causas de la crisis y la de las políticas de austeridad para salir de ella dejan en evidencia la necesidad de superar el modelo económico y social neoliberal. Y si bien el liberalismo económico de Adam Smith ofrecía una alternativa capitalista al Estado Absolutista y a la sociedad feudal, el neoliberalismo del siglo XX es una reacción conservadora contra el Estado keynesiano y la sociedad del bienestar: las políticas de austeridad están dirigidas a los recursos y capacidades del Estado y a los salarios de los trabajadores en beneficio de los sectores concentrados. Con ello se sustrae de la economía real enormes recursos que minan el bienestar de la población y la demanda agregada en tanto palanca de crecimiento económico y generación de empleo. De este modo, los países entran en números rojos, y en lugar de recaudar más a través de impuestos a las altas rentas y al sector financiero, deben hacer frente a los condicionamientos de ajuste de los organismos internacionales de crédito y a las crecientes tasas de interés para contraer nueva deuda. Todo ello explica en gran parte que Europa no sólo esté estancada económicamente desde hace un año, sino que según los últimos datos del Eurostat el espacio europeo terminó el año 2012 en recesión.

Recibido: 29/11/2012

Aceptado: 20/12/2012

Misceláneas en torno a una vieja (¿nueva?) discusión. Crítica del libro Debates y diagnósticos sobre las sociedades coloniales latinoamericanas*

Miscellaneous around an old (new?) discussion. Book Review Debates y diagnósticos sobre las sociedades coloniales latinoamericanas

por José D. E. Sovarzo**

* Antonio Galarza (compilador) De-bates y diagnósticos sobre las socie-dades coloniales latinoamericanas, Mar del Plata, GIHRR-UNMdP, 2010, 120 p.** Profesor en Historia UNLP/Estu-diante/becario de posgrado de la Uni-versidad de Tres de Febrero.

[email protected]

¿Qué modo de producción fue el dominante en América durante los siglos de dominación española? Esta pregunta que pone en aprietos a cualquier investigador

del periodo, no hace muchos años fue una cuestión esencial para todos aquellos que pensaban transformar la realidad social mediante una revolución, sea del tipo que fuera.

Como se menciona habitualmente durante los años sesenta y setenta en América Latina la posibilidad cierta del cambio social no era cuestionable, sino más bien la pregunta giraba en torno a el carácter y a el momento en que ésta debía desarrollarse. En su mayoría los intelectuales no podían influir directamente sobre la decisión del cuando debía ocurrir la revolución, pero si podían influir sobre cuál es la que correspondía para esa coyuntura económica1.

Conociendo el final de la película ahora nos cuesta dimensionar la importancia dada por los actores a la hora de comprender el pasado, en pos de generar una opción política futura. Por ello es que ésta discusión teórica lejos de quedar saldada más bien fue superada por los cambios políticos-económicos coyunturales del pasado reciente. Así es como la importancia de detectar y poder comprobar fehacientemente la pertenencia de América a un nivel de desarrollo estructural determinado, pasó de ser una polémica central a alejarse disimuladamente de la discusión académica2.

Es en este punto donde el libro “Debates y diagnósticos sobre las sociedades coloniales latinoamericanas” compilado por Antonio Galarza y publicado por el Grupo de Investigación en Historia Rural Rioplatense de la Universidad Nacional de Mar del Plata demuestra su verdadero valor, que es ni más ni menos, volver a poner sobre el tapete discusiones no resueltas del pasado americano; habilitando de esta forma la posibilidad de pensarlas en el presente.

Ahondando en las características del libro, este se compone de cuatro capítulos

1 Si bien comprendo que esta afirmación puede ser discutible, me refiero con ella a que los intelectuales aquí trabajados, excepto el caso de Mariátegui, mantuvieron sus discusiones dentro de una organización la cual no era liderada por ellos pero si influida.2 Uno de los últimos resabios de esta discusión y justamente publicado en 1988, (un año antes de la caída del muro de Berlín), se encuentra en el Anuario de Estudios Históricos Sociales (IEHS). En este caso Ruggiero Romano sostendrá la “emigración de formas feudales de la Península hacia el nuevo mundo” para convalidar su firme convencimiento de la existencia de un sistema feudal en América. Romano, Ruggiero.“Entre encomienda castellana y encomienda indiana: una vez más el problema del feudalismo americano (siglos XVI-XVII)”, Anuario IEHS, (Tandil, Argentina), nº 3, 1998, p. 38,

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realizados por diferentes autores, articulados cada uno de ellos en base a tres ejes fundamentales. El primer de ellos gira en torno al recorrido vital de estos intelectuales, a partir de una descripción del contexto social en el cual se desarrollaron, sus militancias políticas, exilios y avatares. El segundo eje, está marcado por el “calor del debate”, es decir, la contextualización histórica de las formulaciones y con quienes polemizaron y por qué. Por último se encuentra el estudio de las elaboraciones particulares de cada uno de los intelectuales, los ejes de elaboración e hipótesis.

Las producciones de Mariátegui, Puiggrós, Frank y Assadourian, exceptuando el último de ellos, se puede englobar dentro de la categoría del ensayo historiográfico. Lejos de menoscabar sus obras, este tipo de trabajo les dio mayor libertad para polemizar que los encorsetados trabajos de la historia “científica” del momento.

El primero de los trabajos es el de Silvana Ferreyra sobre José Carlos Mariátegui. Este artículo se inicia con un racconto biográfico de la vida del peruano, en donde sobresale su viaje a Europa y su regreso a Perú, en donde comenzará a integrar toda su formación marxista al contexto americano y especialmente al de la economía peruana para conformar el llamado “socialismo indigenista”. De obra breve pero de calidad el peruano lleva sobre sus espaldas el título del “fundador del marxismo en América”3.

Con respecto al debate sobre la feudalidad o no del continente, Mariátegui no andará con vueltas y claramente se posicionará dentro de los que consideraban feudal a las economías americanas. Argumentando que este “retraso” fue provocado por la colonización hispánica, la cual sólo desarrolló economías primero extractivas-minerales y luego de producción ganadero-agrícola hacia necesidades externas, además de destruir las formas de producción “superiores” prehispánicas. Bien señalado por la autora resulta paradójico como en la fuerza del discurso de Mariátegui por denostar la colonización española cae en una particular cortesía al imperialismo británico.

También un punto central del análisis propuesto por Ferreyra se relaciona con las “taras”4 del coloniaje que, según Mariátegui, impidió que la revolución de independencia peruana liquide el lastre del pasado colonial. Un colonialismo sustituyó al otro, y la economía peruana continúo siendo dependiente de la exportación de materias primas durante el siglo XIX y XX. Resolver el problema del indio como sujeto económico-social, la falta de una burguesía nacional, la escasez de trabajadores asalariados sumado al carácter colonial de la economía será parte del razonamiento propuesto por Mariátegui para poder superar

3 Este apelativo seguramente comenzó a tomar fuerza a partir de las distintas publicaciones de José Arico, quien tenía en Mariátegui tanto a un padre intelectual como así también a una figura con el cual discutir su propio pensamiento. Ver Arico, José. “Marx y América Latina”, FCE, Buenos Aires, 2010.4 Las taras refieren en forma coloquial a las trabas impuestas por un sistema económico anterior que impide el pleno desarrollo del sistema posterior.

el atraso de la economía peruana.

En síntesis este primer artículo cuenta con la doble dificultad de sintetizar el pensamiento de Mariátegui en unas pocas hojas, y segundo, extraer de la obra del peruano las bases de su pensamiento relacionado con el período y la discusión a la cual se acota el libro. Sorteando estos dos obstáculos, Silvana Ferreyra, cumple con creces este acercamiento al pensamiento del Amauta5.

El segundo trabajo es el de Roberto Tortorella sobre Rodolfo Puiggrós. Como se mencionó anteriormente el artículo comienza con una introducción en donde el dato que nos permite entender los planteos puiggroseanos será su doble pertenencia ideológica, primero como comunista y luego como peronista. Para la organización de este capítulo el autor separará el texto en sólidos apartados lo cual demuestra el conocimiento del biografiado intelectualmente (al cual ya ha dedicado otros trabajos), como así también un orden en la lectura que el lector agradecerá.

La escritura de Puiggrós se encuentra dentro del marco intelectual de la época en donde las ideas planteadas tienen relación con el proyecto político a realizar. Es allí donde también podemos encontrar un hilo conductor de los personajes analizados: su pregunta por la existencia o no de una revolución burguesa en los distintos países americanos. Puiggrós es claro en esto: en la historia americana no existe aún una “revolución democrática-burguesa”.

Dentro del marco del ensayo historiográfico el intelectual argentino encontró una clave (paradójica) en la conquista española de América, ya que el reino europeo expandió un modo de producción que había entrado en decadencia.6 Sin embargo España no pudo imponer un feudalismo similar al del viejo continente ya que las formas indígenas también forjaron una particular relación de producción y circulación propiamente americana.

Dentro de las contribuciones realizadas por la obra puiggroseana cabe mencionar la de “la revolución inconclusa” ,en la cual se analiza a los hechos sucedidos en mayo de 1810 como parte integrante del ciclo mundial de revoluciones liberales abiertos por la Revolución Francesa; y que no fue concluida al existir revolucionarios pero no una clase revolucionaria.

En suma con respecto a este apartado Tortorella con buen tino aclara que la finalidad de los escritos de Rodolfo Puiggrós era realizar una relectura en clave marxista del pasado nacional, visiblemente utilizando la historia como herramienta política.

5 Si bien es señalado en el texto la crítica de Miroshevski a Mariátegui en los cuadernos de Presente y Pasado, éstos también produjeron enormes contribuciones para analizar el trabajo del intelectual peruano que el artículo no considera.6 Claramente podemos ver los hilos que acercan el pensamiento de Puiggrós con Mariátegui en el sentido de que la conquista española significó una “tara” para el desarrollo de las economías americanas.

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Misceláneas en torno a una vieja (¿nueva?) discusión...

Davis Mayer, investigador de la Universidad de Viena, se encargará en el tercer apartado de trabajar sobre la figura intelectual de André Gunder Frank. Desde el mismo título “Del subdesarrollo a la determinación por el conjunto sistémico: el vagabundaje intelectual de André Gunder Frank.” el autor nos plantea la dificultad de sistematizar un pensamiento tan versátil como influyente del economista, historiador y sociólogo alemán. A diferencia de los otros intelectuales trabajados, Gunder Frank es el único extranjero entre ellos y sin lugar a dudas el que más ha producido, según Mayer, podemos hablar de 40 monografías y más de 500 contribuciones a libros y revistas.

La figura de Gunder Frank ha sido vinculada directamente con la teoría de la dependencia, sin embargo David Mayer nos menciona que éste no fue ni su creador ni un adherente a la teoría, sino que mediante sus contactos en casi la mayoría de las grandes universidades europeas y norteamericanas sirvió a manera de portavoz de los dependentistas. De igual modo y tal vez producto de lo acotado del texto, Mayer no logra brindarnos una acabada idea acerca de las concepciones de Gunder Frank sobre el desarrollo americano7.

En definitiva el capítulo dedicado a la obra de André Gunder Frank se ajusta con la obra de éste en su carácter de intransigente polemista. Con respecto a ello y relacionado con la finalidad del libro es importante para el lector observar el enfrentamiento que tendrá el pensamiento de Frank con el de Assadourian, relacionado con que el primero creía en la destrucción de los sistemas económicos internos de América durante el dominio español, en clara contraposición de las tesis presentadas por Carlos Sempat Assadourian.

También en estas páginas podemos comprender que más allá de idas y venidas en sus planteos, lo fundamental de la obra de Frank se encuentra en pensar que el sistema es más que sus partes integrantes sobredeterminando sus elementos a largo plazo, por ello en oposición a los otros intelectuales analizados será el único que sostiene el dominio del modo de producción capitalista desde el comienzo de la conquista española.8

Por último, y como cierre del libro, se presenta el texto de Antonio Galarza y Leandro González sobre la obra de Carlos Sempat Assadourian. El autor cordobés construyó una influyente carrera dentro del ámbito académico con sólidos trabajos sobre historia económica serial e investigaciones con distintas fuentes que le permitieron plantear su más acabada sistematización de la economía americana colonial: el espacio peruano.

Perteneciente al Partido Comunista Argentino, Assadourian sin embargo se encargó de criticar a la interpretación

7 También es posible que no pueda encontrarse una forma acabada de la teoría de Frank ya que con el tiempo fue variando y modificando sus consideraciones acerca del pasado y la estructura económica de América Latina. 8 Como crítica a la edición existe citas ineludibles del propio Frank que para una edición en castellano de modo inexplicable se conservan en su idioma original provocando dificultades en la lectura que podrían haber sido subsanadas.

dominante dentro del partido, “el etapismo”, como así también de la por entonces en boga teoría de la dependencia. Asimismo en su obra la marca del análisis marxistas sin lugar a dudas dejo una huella ya que es fácilmente rastreable en la mayor parte de sus escritos.

Los autores del artículo resaltan de buena manera, como es que más allá de las distintas polémicas protagonizadas por Assadourian, lo que verdaderamente subyace en esas discusiones es la importancia de encontrar las herramientas teórico-metodológicas para analizar a las sociedades americanas, y no repetir modelos que fueron armados para otros desarrollos sociales. Por ello es que gran parte de los esfuerzos del historiador cordobés se destinaron a trabajar los distintos desarrollos del “mercado interno” americano, lo cual llevó a que algunos investigadores lo encuadren dentro de la tradición teórica “endogenista”.

Finalmente el escrito realiza unas últimas consideraciones en donde ambos autores nos remarcan la propuesta renovadora de Carlos Sempat Assadourian que prioriza el análisis del concreto histórico latinoamericano como herramienta metodológica, la cual será tomada a posteriori por toda una corriente de investigación.

Como podemos apreciar, el libro ofrece una mirada panorámica sobre el debate que durante varias décadas del siglo XX mantuvo ocupado a un número importante de intelectuales que trabajaban el pasado (presente) americano. En las dos últimas décadas, a partir de la llamada agenda historiográfica se ha intentado borrar el camino trazado. La principal virtud de este libro es el de encabezar el resurgir de este tema no resuelto y plantear la posibilidad de seguir pensándolo hoy en día. El conocer las huellas de quienes nos precedieron en esta discusión, es al menos, el primer paso para pensar su actualidad tanto como debate intelectual como su importancia para el presente de los países latinoamericanos.

Dentro de la columna del debe el texto carece de un escrito, en su parte final, que integre la obra de los cuatro pensadores. De esta forma se enriquecería la posibilidad de contrastar las diferentes perspectivas que todos ellos sostenían con respecto a este tema y que inclusive solapadamente en varios pasajes del libro podemos encontrar estos entrecruces que generaban mayores debates. Tal vez es allí donde encontremos la posibilidad cierta de pensar en continuar con esta discusión.

Por último, el libro se enmarca dentro de una serie llamada “Discutir la Historia de América”, lo cual nos genera enormes expectativas acerca de su posible continuación con la publicación de otros intelectuales que también participaron de este debate. De este modo esperemos que la amplia difusión de su pensamiento sobre viejos problemas del pasado americano nos siga haciendo repensar la historia y el presente de nuestro continente.

Recibido: 19/03/2013

Aceptado: 20/04/2013

Crítica del libro de Leon Fink Sweatshops at sea. Merchant seamen in the World’s First Globalized Industry, from 1812 to the Present*

Book Review of Leon Fink Sweatshops at sea. Merchant seamen in the World’s First Globalized Industry, from 1812 to the Present

por Lucas Poy**

* Leon Fink Sweatshops at sea. Merchant seamen in the World’s First Globalized Industry, from 1812 to the Present, University of North Carolina Press, 2011, 288 p.** Universidad de Buenos Aires - [email protected]

Sweatshops at sea es el último libro de Leon Fink, profesor de la Universidad de Illinois en Chicago y destacado referente dentro del campo de la historia

de los trabajadores en los Estados Unidos. Fink, nacido en 1948, obtuvo su grado en Harvard, fue estudiante de E.P. Thompson en la Universidad de Warwick, a fines de los años 60, y de Herbert Gutman en la Universidad de Rochester, donde se doctoró en 1977. Si bien este es su primer libro en el campo de la historia marítima, su interés por los estudios comparativos y transnacionales no se inaugura con esta obra: también en 2011 editó una compilación titulada Workers Across the Americas: The Transnational Turn in Labor History (Oxford University Press) y en 2003 había analizado la experiencia de los migrantes latinos contemporáneos en The Maya of Morganton: Work and Community in the Nuevo New South (University of North Carolina Press). Fink es actualmente el editor de Labor: Studies in Working Class History of the Americas, una de las revistas académicas más importantes dentro del campo de estudios de la historia obrera, surgida en 2003 como producto de una división en el comité editorial de Labor History, otra de las más importantes publicaciones de los EE.UU., de la cual él mismo había sido editor hasta entonces.

A pesar de lo amplio de su objeto de estudio, el libro es relativamente corto, y sus poco más de doscientas páginas se estructuran en tres partes. La primera, “Mastered and Commanded”, examina cómo, en el contexto de una creciente consolidación de relaciones laborales “libres” de tipo capitalista, hacia comienzos del siglo XIX todavía predominaban en el ámbito de la industria marítima una serie de disposiciones de carácter coercitivo, que limitaban la libre movilidad de los trabajadores embarcados. Fink se concentra en la práctica conocida como impressment, llevada adelante por la Royal Navy británica, consistente en interceptar barcos en altamar para apropiarse de supuestos “súbditos” de Su Majestad que se encontraban embarcados en navíos de otras banderas. Para la época de la guerra de 1812, la armada británica había apresado y puesto a trabajar en sus naves a varios miles de marineros norteamericanos. Fink pone de relieve cómo, en torno a una cuestión relativa a las prácticas laborales de los trabajadores embarcados, se estaba jugando en realidad la soberanía de la nueva república norteamericana frente a su vieja metrópolis, que de hecho se convertiría en uno de los puntos centrales de la guerra que enfrentó a los EE.UU. con Gran Bretaña en la segunda década del siglo XIX. La práctica del impressment, por otra parte, era parte de un entramado de relaciones coercitivas más amplias, que

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implicaban, por ejemplo, que los marineros debían firmar “compromisos” que los obligaban a prestar servicio en un determinado navío hasta completar su ruta, impidiéndoles cambiar de empleo en alguno de los puertos en que éste hiciera escala.

Fink muestra cómo este tipo de prácticas fueron perdiendo terreno, conforme avanzaba en la opinión pública una prédica reformista. En realidad, además de las críticas morales e ideológicas, el impressment se había convertido en una práctica innecesaria con la formación de una milicia naval, un sistema de reservistas basado en un registro de los marineros mercantes, y más tarde con la aparición de una marina militar profesional. En Estados Unidos, mientras tanto, si bien no existía una práctica similar, las condiciones de explotación en los navíos eran cotidianas. En el capítulo 2, el autor examina la mirada desarrollada sobre las duras condiciones que caracterizaban al trabajo marítimo en el siglo XIX por parte de la literatura de la época. El autor muestra cómo, durante varias décadas, la cuestión de la libertad y los derechos de los hombres de mar se convirtió en un tópico recurrente en importantes obras literarias. En un interesante ejercicio de utilización de fuentes literarias desde una perspectiva vinculada a la historia social, Fink lee obras como The Pilot (1823) de James Fenimore Cooper, Two Years Before the Mast (1840), de Richard Henry Dana, y por supuesto Moby Dick, de Herman Melville.

Fink analiza también el lugar de los marineros en las disposiciones y reglamentaciones estatales. En lo que constituye uno de los ejes del libro, el autor destaca que la industria marítima siempre atrajo especial atención por parte de las instituciones gubernamentales, que desde épocas muy tempranas establecieron ciertas regulaciones que combinaban tanto limitaciones a la libertad de movimiento de los trabajadores como disposiciones de tipo “paternalista”. Fink pone de relieve cómo a lo largo del siglo XIX, si bien de manera lenta, comenzaron a plasmarse diversos mecanismos de protección y campañas contra los abusos a los marineros, como la práctica del “flogging”, consistente en azotar a la tripulación que no respetara las normas impuestas por los patrones. Lo fundamental de esos avances, de todas formas, se dio recién en las décadas finales del siglo XIX y en las primeras del siguiente, cuando se avanzó en una serie de medidas de reforma de más amplio alcance. Es el tema de la segunda parte del libro, “Strategies of Reform”.

En ella, a lo largo de dos capítulos, Fink explora los procesos de reforma que tuvieron lugar en esas décadas tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña. El capítulo 3 está dedicado a las reformas conseguidas a partir de la iniciativa de Samuel Plimsoll, un miembro del Parlamento británico conocido como el “amigo

de los marineros” que se abocó a apoyar la causa de los hombres de mar y consiguió imponer una serie de reformas en sus condiciones de trabajo. Plimsoll atrajo un gran movimiento popular en su apoyo, que contó con la participación activa de los gremios marítimos y del Trades Union Congress, el organismo que nucleaba al conjunto de las sociedades obreras británicas. El capítulo 4 presenta un esquema similar: concentrándose ahora en Estados Unidos, Fink analiza el impulso reformista que tuvo como principal protagonista al senador republicano Robert La Follette y se plasmó en la aprobación de la U.S. Seamen’s Act, promulgada en 1915 durante la presidencia de Woodrow Wilson.

En ambos capítulos, el interés de Fink está puesto fundamentalmente en analizar el papel que jugaron estas primeras reformas en el plano de las relaciones laborales en el marco más general de agotamiento de la tradición liberal y anti-estatista que había dominado desde el fin de las guerras napoleónicas. En el caso de la U.S. Seamen’s Act, Fink destaca que el debate en torno a la ley iba más allá de la discusión sobre cuestiones laborales y abordaba las dificultades de los navíos mercantes norteamericanos para competir en el mercado mundial. Por un lado, eliminaba elementos precapitalistas que impedían el completo desarrollo de un mercado de trabajo capitalista, que permitiese a los marineros cambiar de empleo a voluntad como cualquier otro trabajador. Al mismo tiempo garantizaba una serie de derechos a los trabajadores embarcados, convirtiéndose en uno de los primeros antecedentes del welfare state de décadas posteriores. Pero además la ley establecía que las autoridades norteamericanas debían hacer cumplir las nuevas disposiciones a cualquier navío que atracara en sus puertos, sin importar cual fuera su bandera: Fink muestra cómo, de este modo, los Estados Unidos buscaban evitar que su flota se viera imposibilitada de competir con la de otros países, obligando a estos a aumentar el costo de la fuerza de trabajo al obligarlos a cumplir con su nueva reglamentación.

Ambos capítulos examinan mucho menos el papel jugado por los propios trabajadores en la lucha por estas reformas que el rol jugado por los líderes parlamentarios como Plimsoll o La Follette. Incluso las referencias incluidas a la actividad de los sindicatos en este período están concentradas en un análisis de sus principales líderes, John Havelock Wilson en Inglaterra y Andrew Furuseth en los Estados Unidos, antes que en examinar los períodos de conflictividad o la experiencia cotidiana de los propios marineros. El lugar histórico de la organización obrera es visto a través del prisma de estas inquietudes: así, Fink sostiene que la presencia del sindicalismo, “combinada con un reforzamiento general de la presencia política del movimiento obrero organizado, estimulará y reforzará el

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régimen regulatorio impuesto a la industria marítima. Más que una alternativa al “plimsollismo”, el sindicalismo se demostró su aliado más efectivo” (p. 85).1

De hecho, es el capítulo 5, “Workers of the Sea, Unite?”, el único de todo el libro que está concentrado en los propios trabajadores marítimos, aunque con el foco puesto mucho menos en su propia dinámica de lucha que en las vicisitudes de algunas de sus organizaciones y dirigentes. Fink destaca que fue entre los trabajadores marítimos y portuarios donde los intentos de articular organizaciones internacionales tuvieron más desarrollo, sobre todo en las décadas inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial. El autor analiza los avances en dicha articulación, que llevaron finalmente a la formación de la International Federation of Ship, Dock and River Workers en 1896, y a una gran huelga internacional en 1911. Fink muestra cómo, a pesar de las dificultades, en el período primaba la búsqueda de priorizar la solidaridad internacional entre los trabajadores marítimos de diferentes países; destaca incluso que las organizaciones sindicales de los marineros funcionaron durante años como una “correa de transmisión para las ideas radicales” (p. 132). La guerra, sin embargo, puso de manifiesto todos los límites de estos avances y bloqueó el desarrollo posterior de esta unidad internacional de los trabajadores.

La tercera parte del libro, “A World Fit for Seafarers?”, aborda el período que va desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad. Fink propone un examen, si bien menos detallado y rico que el desarrollado en capítulos previos acerca del siglo XIX, sobre las características fundamentales del mercado de trabajo de la industria de la navegación en nuestro tiempo. Una primera transformación tiene que ver, por supuesto, con las modificaciones tecnológicas vinculadas con la generalización de los barcos a vapor y luego a diesel, que promovieron un incremento de la descalificación de todo un sector de la tripulación, al tiempo que una demanda de una minoría de trabajadores mucho más especializados (ingenieros, técnicos, etc). En este punto Fink vuelve a examinar el lugar otorgado a los marineros en la cultura y la literatura, proponiendo un contraste con la imagen que daban las obras del siglo XIX: toma como ejemplo a Joseph Conrad, en cuya obra “la época idílica, masculina y preindustrial de la navegación a vela da paso a la rutina conflictiva degradada y regimentada del barco de vapor” (p. 146).

Fink aborda luego el papel jugado por la International Labor Organization en sus esfuerzos por “llevar orden y estabilidad a las líneas marítimas mundiales”, en esta época marcada por el desarrollo de una fuerza de trabajo descalificada y políglota. La ILO surgió en los años

1  Las traducciones son nuestras en todos los casos.

posteriores a la Primera Guerra Mundial, en un contexto de expectativas acerca de la creación de instituciones que pudieran “estabilizar” un orden internacional que se había visto quebrado por el estallido de la guerra. Las dificultades que llevaron al fracaso a la principal de esas instituciones, la Liga de las Naciones, no fueron ajenas a la ILO. Fink muestra las dificultades que surgieron en diferentes congresos internacionales cuando, a pesar de la explicitada voluntad de llegar a regulaciones internacionales, las negociaciones se empantanaban a la hora de intentar fijar una jornada laboral unificada de ocho horas para los trabajadores marítimos de todo el mundo.

Las transformaciones tecnológicas en la industria no fueron, de todos modos, el único factor que modificó las características del mercado laboral marítimo. El principal problema que aborda Fink en el tramo final del libro es la contradicción entre los avances alcanzados por los trabajadores marítimos sindicalizados de los países desarrollados, por un lado, y el desarrollo de una fuerza de trabajo crecientemente internacionalizada y con peores condiciones laborales, proveniente fundamentalmente de países asiáticos, por el otro. En efecto, después de la Segunda Guerra Mundial las flotas mercantes de los países desarrollados de Europa y de los Estados Unidos contaban con una fuerza de trabajo sindicalizada y con importantes conquistas laborales, en un contexto de relación estrecha entre las cúpulas sindicales y el Estado. Hacia la década de 1970, sin embargo, procesos de “desregulación” y flexibilización laboral impulsaron el desarrollo de las llamadas “banderas de conveniencia” (FOC): navíos con bandera de países como Liberia, Honduras o Panamá, en los cuales la legislación laboral garantizaba mínimos derechos a los trabajadores.

En las últimas décadas la práctica de las FOC se generalizó masivamente, y en la actualidad la mayor parte de la marina mercante internacional está constituida por navíos de este origen, que utilizan fuerza de trabajo de origen asiático con salarios y condiciones de trabajo muy inferiores a los que existían en los países más avanzados algunos años atrás. El autor sostiene que los intentos de la International Transport Workers Federation para forzar a los operadores a abandonar las FOC y retornar al uso de navíos con bandera de los países desarrollados no resultó exitoso y eventualmente se priorizó la negociación para tratar de lograr mejorar en algo las condiciones de trabajo en estas virtuales “tercerizadas” de la navegación internacional.

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La publicación de Sweatshops at sea por parte de uno de los más importantes labor historians de los Estados Unidos representa un fuerte respaldo al campo de los estudios marítimos: el trabajo fue objeto de numerosas

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reseñas bibliográficas en las más importantes revistas académicas, incluso aquellas que no se dedican a la historia de los trabajadores. Fink utiliza un amplio repertorio de fuentes primarias, como reportes de cronistas, registros de organizaciones sindicales, debates parlamentarios, fuentes periodísticas y obras literarias, además de discutir buena parte de la amplia bibliografía secundaria existente.

Los estudiosos y el público interesado en la historia de los trabajadores, sin embargo, pueden encontrar el libro algo decepcionante: en efecto, a pesar del subtítulo del trabajo, la obra de Fink dedica un lugar verdaderamente secundario a esos merchant seamen de los últimos dos siglos, que aparecen solo esporádicamente en su trabajo. El propio Fink lo admite en la introducción, cuando señala que se trata de un libro “sobre las leyes y las relaciones laborales de los marineros que recorrían las aguas de un sistema mercantil basado en el Atlántico en los últimos doscientos años” (p. 2).

El resultado, en efecto, es un libro que es “es, tal vez, menos una historia social que una historia política de la navegación” (p. 2). El objetivo del trabajo es en realidad analizar los distintos regímenes regulatorios que rigieron la actividad marítima antes que un examen de las condiciones de trabajo, las experiencias o las luchas llevadas adelante por los propios trabajadores en esos sweatshops at sea a los que hace referencia el título. A Fink le interesa mostrar cómo el esfuerzo de distintos líderes reformistas, de dirigentes sindicales y de legisladores y funcionarios estatales fue modificando las condiciones de trabajo de los marineros, que así pasaron de situaciones de virtual servidumbre a modernas relaciones capitalistas, al tiempo que las transformaciones más recientes en el marco del llamado “neoliberalismo” y la desregulación y flexibilización de los mercados han planteado nuevos desafíos con una fuerza de trabajo precarizada.

Al presentar un abordaje de conjunto, en un período de dos siglos, Fink pone de manifiesto que la industria marítima permite una perspectiva privilegiada para este enfoque, dado que desde un período muy temprano se convirtió en un área de fuerte intervención estatal. El autor considera que un análisis de la historia del trabajo marítimo puede ser de utilidad en la actualidad, en tanto la industria de la navegación anticipó muchos mecanismos de tercerización, movilidad internacional de la fuerza de trabajo y precarización. En este sentido, el libro contribuye a mostrar que la historia del trabajo, en realidad, es “global” desde hace siglos, y esto particularmente en la industria marítima.

Pero además, para Fink un análisis de la historia del trabajo marítimo permite ilustrar sobre las posibilidades de “regular” este mercado internacional y globalizado, una preocupación que se revela persistente a lo largo de la obra. En distintos tramos del libro, en efecto, el autor examina cómo el carácter internacional de la industria marítima planteó una serie de problemas en torno al establecimiento de regulaciones que eran establecidas por diferentes estados pero debían regir relaciones laborales que excedían los marcos soberanos de los distintos países. Si, por un lado, la importancia de la industria marítima obligó desde épocas muy tempranas a promover algún tipo de regulación, por otro lado el carácter transnacional de la misma industria puso en cuestión el alcance de regulaciones que eran establecidas por diferentes estados nacionales. El libro muestra los alcances y los límites de esas regulaciones, y su conclusión fundamental es que es posible basarse en los avances realizados en el pasado para proyectar una mayor institucionalización y control de la industria, aun en estas épocas de creciente precarización y desregulación.

Recibido: 15/10/2013

Aceptado: 10/11/2013