Przeworski Adam_Igualdad_Que Esperar de La Democracia

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■■Biblioteca

Qué esperarde la democraciaLímites y posibilidadesdel autogobierno

Adam Przeworski

v y y i siglo veintiuno / S i \ l editores

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siglo veintiu no edito res argentina, s.a.Guatemala 4824 (C1 4 2 5BUP), Buenos Aires, Argentina

siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.Cerro del Agua 248 , Delegación Coyoacán (0 4 3 1 0 ), D.F., México

siglo veintiuno de españa edito res, s.a.Sector Foresta n° 1, Tres Cantos (28760), Madrid, España

igualitariaCentro de Estudios sobteDemocracia y C onstitucionalismo

Esta colección comparte con IGUALITARIA el objetivo de difundir y promover estudios críticos sobre las relaciones entre la política, el derecho y los tribunales. www.igualitaria.org

Przeworski, AdamQ ué es pe rar de la dem ocracia: límites y posibilidades delautogobierno . - 15 ed . - Bu enos Aires: Siglo Veintiuno Ed itores, 2010.288 p.; 21x14 cm. - (Derecho y Política / dirigida po r Ro bertoG argare lla y Paola Bergallo)

T radu cido por: Stella M astrangeloISBN 978-987-629-140-8

1. Ideolog ías Políticas. 2. D emocracia. I. Stella M astrange lo, trad. II.TítuloCDD 320.5

Título original: Democracy and the Limits o f Self-Government © 2 0 1 0 , Press o f the University of Cam bridge© 2 0 1 0 , Siglo V eintiuno E ditores S. A.

I S B N 978 -987 -62 9 -140-8

Im preso en G rafinor / / Lam adrid 1576, Villa Ballesteren el mes de septiembre de2010

H ech o el depósito que m arca la ley11 .723Impreso en A rgentina / / Made in A rgentina

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A Joanne, largamente demorado.

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3. Igualdad

INTRODUCCIÓN

Para que un a co m unida d se gobierne a sí misma, es necesario qu e todos sus miem bros puedan ejercer idéntica influencia en sus decisiones. N ingún individúo o g rup o p uede ser favorecido en razón de sus características particulares.

Esta condición no es tan obvia como podría parecer.57 Nótese,ante todo, que la definición de igualdad no supone el deber de participar. En cambio , sí requiere que (1) todos los m iembros tengan efectivamente la misma op or tun idad de participar y (2) si participan, sus preferencias tengan todas igual peso. Tener “oportun idad efectivamente igual” no es lo mismo que tener “derecho a”.Estoy cansado del lenguaje de los derechos: un a op ortunidad efectivamente igual implica no sólo derechos sino también condiciones, algunas condiciones materiales e intelectuales mínimas, “salario decente y lectura”. E incluso si todos tienen esas condicionesmínimas, es posible qu e las condiciones individuales sean desiguales. Por lo tanto , pa ra que la influencia política sea idéntica en unasociedad desigual, es necesario que la desigualad de condicionesno pu eda transformarse en desigualdad de influencia.

Definida de este modo, la igualdad no equivale a anonimato.58Anon imato significa solamen te que los ciudadanos democráticos

57 Agradezco a Jo shu a C ohé n po r ha berm e impulsado a aclarar más este punto .

58 Com o hem os visto, la teor ía de la elección social trata igualdad yan on im ato , y a veces tam bién “sim etría”, com o equivalentes. May

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no se distinguen en cuanto ciudadanos por ninguna característica, incluyendo aquellas que los revelan como desiguales. Se

puede decir “un hom bre rico” o “un hom bre apuesto”, pero noun ciudadano rico o apuesto. Las cualidades individuales que danen la pu erta de la po lítica dem ocrática; pa ra la calidad de ciudadano, todas son irrelevantes. Pero eso sólo significa po ner u n velosobre la desigualdad que existe en la sociedad.

Los ciudadanos democráticos no son iguales, son solamenteanónimos. A pesar de su pedigrí igualitario, la democracia nó puede caracterizarse po r la igualdad, y no se caracteriza por ella.Incluso el ún ico sentido en el que se pu ed e decir que la igualdades el rasgo pre do m inan te de la dem ocracia -igu alda d ante la ley-deriva del an on im ato: la ley tiene qu e tratar a todos los ciudadanos igual po rq ue éstos son imposibles de distinguir. Adem ás, incluso la n o rm a d el anon imato se pasaba po r alto en los primeros

sistemas representativos m edian te un a elabo rada construcc ión intelectual que justificaba las restricciones del sufragio. La a rgu m entación sostenía que el pap el de los represen tan tes es prom over el

bien de todos, pero la capacidad intelectual de reconocer el biencomún y las cualidades morales necesarias p ara b uscarlo no sonuniversales. Esas características se pueden reconocer mediante eluso de algunos indicadores, com o la riqueza, la edad o el género.

Por lo tanto, confiar en ellos pa ra res tringir el sufragio no viola lasnormas democráticas. La lógica del argumento es inobjetable, pero los supuesto s son cuestionables y, de hecho, han sido cuestionados.

Igno rar las distinciones no es anularlas. La dem ocracia fue u narevolución política, no económica. Y a pesar de las expectativas

llama a esta condic ión “sim etría” y la define co mo sigue: “La seg und acon dición es que cada individuo sea tratado igual en lo que se refierea su influencia en el res ultad of.. .]. Esta con dición bien p od ríallamarse an on im ato[. . . ] . U na etiqueta más com ún esigualdad” (1952, p. 6S1; el resaltado está en el orig in al). Rae (1969, p. 42, ft.8 ) dicec¡ue anonimato e igualdad están “estrechamente relacionados”, y enotro artículo también se refiere a esta condición como “simetría”(Rae, 1975, p. 1271). Dahl (1989, p. 139) considera el anonimatocom o equivalente a la igualdad.

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casi universales -tem ore s para unos y esperanzas para otro s-, resultó ser com patible con grados variables, y en ocasiones grandes,de desigualdad económica. Funciona en sistemas económicos enlos que la mayoría de los recursos son distribuidos po r los merca

dos, y los m ercados (re)generan desigualdad perpe tuam ente. N ohay ningún sistema político, incluyendo la democracia, capaz degen erar y m ante ner u na igualdad perfecta en el terren o socioeconómico. Sencillamente, es difícil redistribuir ingresos. En realidad, todo el lenguaje político de “redistribución” es anacrónico,evoca los tiempos an tiguos en los que el activo productivo más im portante era la tierra. La ti erra es divisible y puede ser explota da por unidades fam iliares. Pero no hay n ingún otro insum o productivo que se pueda redistribuir con la misma facilidad. En consecuencia, es posible que haya barreras simplemente tecnológicas para la ig uald ad económica. Y como ningún sistema político es ca paz de superarlas, no debemos culpar a la democracia po r no lograr lo que ning ún sistema de instituciones políticas pu ede lograr.

Sin embargo, la desigualdad económica tiene maneras de infiltrarse en el terreno político. Si las características que se están ignorando afectan diferencialmente la capacidad de ejercer derechos políticos o si pesa en form a desigual la influencia política deindividuos desiguales, se está violando la condición de igualdad

política.Estos argum entos se desarrollan a continuación.

PEDIGRÍ: ARISTOCRACIA Y DEMOCRACIA

¿Cómo fue que la “democracia” reapareció en el horizonte histó

rico y qué significaba pa ra sus pro ponen tes y oponentes?Como el surgimiento de la democracia en la época m od ern a esel tema del monumental tratado de Palmer (1959 y 1964), aquíno hará falta más que un breve resumen. El punto principal deeste auto r es que la democracia no fue una revolución co ntra unsistema existente sino un a reacción contra el creciente po de r dela aristocracia. Lo que minó la monarquía fue la aristocracia: la

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dem ocracia la dejó atrás siguiendo sus pasos. Palm er sostiene q(1) pa ra comienzos del siglo XVIII, el sistema aristocrático de

b ie rn o estaba institucionalizado en distintos tipos de asamblead onde la participación estaba reservada a grup os legalm ente caficados (cuerpos constituidos) qu e siem pre inclu ían a la noblehereditaria; pero, a'lavez, en diferentes lugares (países, regione

principados, cantones, ciudades-república) tam bién participabam iem bros del clero, categorías selectas de burgueses, y en Suecincluso campesinos. En todos los casos, esos organismos estaba políticam ente dom inados po r la nobleza hereditaria. (2) Con curso de los siglos, la influencia política de esos cuerpo s basaden estamentos aum entó. (3) Al m ism o tiem po, el acceso a la n bleza, com o quiera que ésta se definiese en los diferentes lugarese fue ce rrando cada vez más: la no blez a se convirtió e n aristocr

cia. (4) El sistema aristocrático resu ltante sufría po r varias tensines, notoriam ente por la tensión en tre el nacim iento y la comptencia. (5) Un conflicto políticamente crucial se debía a lexclusión d e los privilegios de person as que pose ían todas las caficaciones para participar -riqu ez a, talento, p o rte - salvo el nacm ien to. En palabras de Sieyés (1970, p. 29): “Al pu eb lo se le dec‘cualesquiera que sean tus servicios, cualesquiera qu e sean tus

len tos, llegarás sólo hasta aqu í; no superará s a o tros’”. (6) La dmocracia surgió como demanda de acceso a esos cuerpos, ncom o un movimiento contra la mon arquía.

Po r lo tan to, para fines del siglo XVIII “dem ocracia” era u n eslgan dirigido contra el reconocim iento legal de distinciones de unsituación política heredada. Los demócratas eran los que hacíacampaña en conü'a de los aristócratas o la aristocracia. Como o

serva Dunn (2003, p. 10): “La dem ocracia fue un a reacción, po r ecima de todo, no contra la m onarquía, m uch o m enos con tra la tinía, sino contra oü'a categoría social relativamente concretainicialmente demasiado bien arraigada, pero ya no alineada efo rm a plausible con funciones sociales, económicas, o incluso poticas o militares: la nobleza o aristocracia [...] . D em ócrata e ra unetiqueta en y pa ra el combate político; y ese com bate se dirigía cotra los aristócratas, ocomo mínimo contra la aristocracia”. Así, en1794, un joven inglés se describía a sí mismo com o “m iem bro d

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esa odiosa clase de hom bres llamados demócratas po rqu e desapro

baba las distinciones hereditarias y los órdenes privilegiados decualquier índole” (Palmer, 1964, p. 10). “Si hiciera falta prueba ulterior de la com plexión repub licana de este sistema”, escribía Madi-son en el número 39 deThe Federalista “la más decisiva podría hallarse en su absoluta prohibición de los títulos de nobleza”. EnFrancia, la Asamblea Constituyente decidió qu e el privilegio aristocrático estaba en conflicto con el princip io mismo de la soberanía popular (Fontana, 1993, p. 119). La República (holandesa) de Ba-tavia exigía que los votantes ju ra ra n creer q ue todos los cargos y dignidades hereditarios eran ilegales. En Chile, el general O ’Higgins, prim er Director del Estado, abolió en 1818 todos los signos exteriores y visibles de la aristocracia (Collier y Sater, 1996, p. 42).

Hay un enigma. Aun cuando los dem ócratas lucharan contra laaristocracia, como sistema de gobierno (en el sentido original dela palabra) o com o po sición social, esa lucha no necesariamenteten ía qu e con du cir a la abolición de todas las demás distinciones:un tipo de distinción pod ría h ab er sido sustituido p or otro. El casoflagrante es el de la Constitución Po laca del 3 de mayo de 1791, dirigida contra los aristócratas, definidos como grandes terratenientes, magnates, que , bajo el lem a de igualdad para la burguesía ru

ral en general ( szlachta , que constituía alrededor del 10% de la población) ,59 conservaba al mismo tiempo la distinción legal de lasegunda. Los rasgos sociales qu e podían servir de base a distinciones legales eran muchos: p rop ietarios y jorna leros, habitantes del burgo y campesinos, habitantes de localidades diferentes,60 clero y

59 El lem a era:“Szlachcic n a zagrodzie ríxvny wojewodzié\ que puedetraducirse aprox imad am ente com o “U n p eque ño propietario en suranch o es igual a un señ or”.

60 Palm er (1964) destaca el hech o de que los franceses trataron deerrad icar todas las diferencias subnacionales, m ientras que losestadou nidense s las recon oc iero n. Seg ún Rosanvallon (2004, p. 34),la división de Francia e n de pa rtam ento s se hizo con el objeto de crearun a división pu ram en te funcional, que no hiciera referencia anin gu na re alida d social, política b cultural. Por lo tanto, en Francia,los dem ócra tas fue ro n centralizatlores, y en Estados Unidos,descentralizadores.

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fuerzas armadas,61 blancos y neg ros. Sin em bargo , los dem ócratasse volvieron también contra esas distinciones: ‘Todos los privile

gios”, afirmaba Sieyés (1970, p. 3), “son p o r la natu ralez a de las cosas injustos, despreciables y contra rios al objetivo sup rem o de todasociedad política”. El enem igo dejó de ser la aristocracia para ser ladistinción. Así, en el lejano Brasil, los cuatro m ulatos qu e fuero ncolgados y descuartizados tras el fracaso de la conju ra repub licanade Bahía en 1798 fuero n acusados de “desear las imaginarias ventajas de u na rep úb lica dem ocrá tica en la que todos serían iguales[...] sin diferencia de color o condición” (Palmer, 1964, p. 513).La Revolución F rancesa em ancipó a pro testantes y jud íos y liberóesclavos, no sólo campesinos católicos.

Rosanvallon (2004, p. 121) afirma que “El imperativo de igualdad, necesaria para hace r de cada un o un sujeto de la ley y ciudadano pleno, implica de hecho considerar a cada hombre despo

jad o de sus determ inantes particularistas. Todas sus diferencias ydistinciones deberían colocarse a cierta distancia”. ¿Pero dedónde provenía ese imperativo de igualdad? Pensando en términos de elecciónracional d e la ciencia política m ode rna, sospecharíamos que los dem ócratas se volvieron en co n tra de todas las distinciones sociales en form a ins trum ental, sólo para movilizar a lasmasas contra la aristocracia. Finer (1934, p. 85), por ejemplo,

acusa a Mo ntesquieu de “yux tapon er deliberad am en te al Ciudadano con todos los po deres existentes, tan to con el rey com o conla aristocracia: er a u na antítesis conven iente, llamativa y útil; no se podía pensar nada m ejor p ara ganar el apoyo de todos los hom bres”. Hay alg unos hechos que favorecen esa hipótesis: en Polonia, Tadeusz Koíciuszko hizo promesas vagas a los campesinos para in ducirlos a adherir a la insurrección an tirrusa en 1794; los

miembros de la Convención francesa manifiestamente actuaban“para la galería” llena de gente ordinaria de París; Simón Bolívar

61 Tenían un status especial, o fu tnos [en castellano en el original, N. dela T.], en la Constitución cíe Cádiz de 1812 y lueg o en variasconstituciones latinoam ericanas.

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hizo llamados interraciales a fin de reclutar soldados contra Es paña. No obstante, tam bién es fácil suponer que los dem ócratas

realmente creían que todos los hombres son iguales, como afirm aba la Declaración d e Indep enden cia, o que todos los hom bresnac en iguales, como lo form ulaba la Declaración de D erechos delHombre y del Ciudadano. La idea de la igualdad innata ciertam ente p recedió a los conflictos políticos concretos. Podía en contrarse ya en elSegundo tratado de Locke (1988), como e l principiodel “igual derech o que to do hom bre tiene a su Libertad Natural,sin estar sometido a la voluntad o la autoridad de ningún otrohomhre”. No tenemos una teoría de la acción según la cual las

personas se m ueven po r la lógica, hacen cosas porque no puedento lera r contradicc iones lógicas. Y, sin em bargo, si estamos dispuestos a aceptar q ue los seres hum anos p ue de n ser movidos po r ficciones, los dem ócratas se habrían vuelto co ntra otras distinciones

po r la pu ra lógica de su ideología: los aristócratas n o son distin tos porque todos los hom bres nacen iguales; como todos los hom bresnacen iguales, no pueden ser tratados de diferentes maneras.Abolir todas las distinciones sería entonces un resultado lógico dela lucha con tra la aristocracia.

El hecho es que los dem ócratas se volvieron contra todas las distinciones. El único atributo del súbdito democrático es que, en

tanto tal, no tiene n ing un o. Simplemente, carece de cualidades.62 No son iguales, no son hom ogéneos, son anónimos. Como dijoRousseau (1964 [1762], p. 129): “El soberano [el pueblo unido]conoce sólo el cuerpo de la nación y no distingue a ninguno de losqu e lo com pon en ”. Dado q ue los ciudadanos son indistinguibles,no hay nad a qu e le perm ita a la ley distinguirlos. El ciudad ano democrático n o es más que un individuo fuera de la sociedad.

62 Pasquino (1996, p. 31) afirma que esa conce pción fue introd ucid a p o r H obbes en el contexto de las dis tin cio nes religiosas: “A la vista d eeste tipo de co nflicto [religioso], pa ra Hob bes el or de n político sefun da en un consenso general y se basa en una anatomía de la ciudadcom o u na sociedad sin cualidades”.

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DEMOCRACIA E IGUALDAD

A pesar de su ped igrí igualitario, la dem ocracia no se caracterin i puede caracterizarse por la igualdad. “No deb eríam os dejarnatrap ar po r las palab ras”, advierte Pasqu ino (1998, pp . 149-15“la ‘soc iedad sin cualidades’ no es un a sociedad de iguales, es si

plem ente una sociedad en la que los privilegios no tienen estato recon ocim iento jurídico-institucional.”

Consideremos los diferentes significados de igu aldad qu e haparecido en la ideología democrática. ¿Por qué son o seríaiguales las personas? Po drían serlo porque Dios o la naturalez a hic ieron así, po rque la sociedad o la ley las hacen así. La iguald

puede ser innata o generada por transformaciones sociales e spotáneas, pe ro también pu ed e ser instituida p o r la ley. Así, la iguda d dem ocrática pod ría ser reflejo de u na igualdad p reexistenen un terreno no político, o po dría ser im puesta po r las leyes.

Volviendo a las Declaraciones, su pu nto de par tida e ra la iguada d inna ta de los seres hum anos. La igualdad d em ocrática no sino el reflejo de una igualdad natural. Sin embargo, las implicciones de una igualdad preex istente no se definen . Como obsvaba Schmitt (1993, p. 364): “Del hecho de que todos los hombr

son h om bres no se puede deducir na da específico sobre m oralsobre religión n i sobre política ni sobre econo m ía”. Aun si las psonas nacieran iguales, po drían distinguirse p o r sus méritos y tos pod rían ser reconocidos po r otros. Además, para m an tenerord en es necesario que en cada mom ento algunas personas ejzan au toridad sobre otras. Como dice Kelsen (1988, p. 17): “Deidea de qu e todos somos iguales, idealmente iguales, se pu ed e d

du cir que nad ie debería darle órden es a otro. Pero la experiencenseña que, si queremos seguir siendo iguales en la realidad, preciso, por el conü'a rio , que aceptem os que nos den ó rdene

Por otro lado, aunque todos los seres humanos nacen siendsimp lemen te seres humanos, la sociedad ge ne ra diferencias entellos. De hech o, si sus pad res son desiguales ellos se vuelven diguales desde el mom ento e n que nacen . Para hacerlos iguales

nuevo es necesario recurrir a la ley. Así, Montesquieu (1995, 261) observaba que “en el estado de naturaleza, nacen iguale

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IGUALDAD 12 9

pero no saben cómo seguir siéndolo . La sociedad les hace perder

igua ldad y no vuelven a ser iguales salvo por las leyes”.Pe ro ¿debe la sociedad hacer desiguales a las personas? Rosan-

vallon (1995, p. 149) documenta que, cuando el término “democracia” llegó a ser ampliamente usado en Francia después de1814, significaba la sociedad igualitaria moderna, no los regímenes políticos asociados con las repúblicas clásicas griega o romana, sino lo que Tocqueville llamaría igualdad de condiciones.La tendencia a la igualdad social era inevitable. Tomando untema del marqués de Argenson, Tocqueville (1961, p. 41) observaba que “el desarrollo gradual de la igualdad de condiciones[...] es universal, es duradero, escapa cada día a la intervenciónhumana; todo acontecimiento, así como todo hombre, fomentasu desarro llo”.63

Si las sociedades m od ern as de ben volverse más iguales o no esun a cuestión compleja. Lo que im porta aquí es que no todos esta

ban dispuestos a confiar en la evolución espontánea de la sociedad para la generación de la igualdad política. Robespierre pensaba que “La igualdad de riqueza es una quim era” (cit. en Palmer,1964, p. 109). Madison{The Federalisi, núm. 10) enumeraba diferencias y gradaciones sociales de todo tipo, dando por sentado

que iban a perdu rar. La mayoría dé los demócratas creía, al contrario de Tocqueville, que la ciudad anía crea la igualdad, y no quelos iguales se vuelven ciudadanos. Pasquino (1998, p. 109) resum eesa creencia: “Los ciudadanos no son simplem ente iguales ante laley, en el sen tido de que la ley no le reconoce a ninguno derechosni privilegios especiales, sino que se vuelven iguales po r la graciade la ley y po r la ley m ism a”.

Los demócratas adherían a lo qué Beitz (1989,p. 4) llama unaconc epción simple de la igualdad política, es decir, el requisito deque las instituciones dem ocráticas den a los ciudadanos oportunidades procedimentales iguales de influir en las decisiones políti-

63 En un herm oso pastich e sobre un a visita de Tocqueville a México,Ag uilar Rivera (1999) im agina corno hab ría reaccionado frente a un asociedad del nuevo m und o ex trem ada m ente desigualitaria.

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cas (o igual po der sob re los resu ltados ). Criticando esa idea, señala que la igualdad de la fuerza abstracta que los procedim ientos

dan a cada participante no implica igualdad de influencia concreta sobre los resultados: esta última depende de la distribuciónde los recursos habilitadores. La educación era un instrumentoque equ iparía a las personas p ara ejercer sus derechos de ciudadanía. Varias constituciones tempranas (las de las repúblicas italianas entre 1796 y 1799, la de Cádiz de 1812) establecían sistemasde educación universal y gratuita, a un qu e no obligatoria. Mien

tras tanto, la mayoría resolvía el prob lem a restringiendo los derechos políticos a los que estaban en condiciones de ejercerlos. Sinembargo, cuando el sufragio se hizo universal y la democraciaechó raíces en los países más pobres, el problem a reap arec ió conmás fuerza: masas de personas adqu irieron op ortunidad es proce-dimentales iguales sin disfru tar de las condiciones necesarias paraaprovecharlas. La ausencia de la capacidad efectiva de ejercer derechos políticos formales sigue estando en el corazón de las críticas a las dem ocracias existentes en la realidad. ¿Pueden las personas ser políticam ente iguales si son socialm ente desiguales?

Pero la igualdad política no sólo es vu lnerable a la desigualdadsocial sino también a distinciones políticas específicas. SegúnSchm itt (1993, p. 372), la dem ocracia es “la ide ntidad de los dominadores y los dom inados, del go bierno y de los go bernad os, delque manda y el que obedece”. Pero la cuestión es si la facultadmisma de go bernar no crea una distinción, un a clase política. La“aristocracia po lítica” era vista com o u n peligro igual que la aristocracia social. Los Antifederalistas temían que si los gobernanteseran otros que los gobernad os, “la corrup ción y la tiranía estaránrampantes como siempre han estado cuando los que ejercían el

' poder no sentían mayor con exión con el pueb lo. Esto, además, sería cierto pa ra los represe ntan tes electos, igual que para los reyes,los nobles y los obispos” (cit. en Ketcham, 1986, p. 18). Por lotanto, los dem ócratas se pre oc upa ban po r la du ración de los m andatos -q u e en cierto m om en to en New Jersey llegaron a ser deapenas seis meses-, sus limitaciones, las restricciones a la capacidad de los represen tantes de dete rm inar sus propios salarios y los

procedim ientos de censura.

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cia la igualdad, las desigualdades existentes han sido y son sufi

cientes para reclam ar remedios políticos. A su vez, la igualdad política instituida po r la ley es efectivamente m ina da p o r la desigualdad social. Es igualdad a los ojos del Estado, pero no en larelación directa entre dos personas. Por lo tanto, en ningún sentido es la form a correcta de caracterizar la dem ocracia. Si los fundad ores utilizaron los lenguajes de la igualdad , fue pa ra justificao tra cosa, que se describe m ejor como igno ran cia de las distinciones sociales, anonimato.

¿VIOLAN LA IDEOLOGÍA DEMOCRÁTICA LAS RESTRICCIONES DEL SUFRAGIO?

No obstante, hay un hecho que parece m inar el anonim ato: lasrestricciones del sufragio. De hecho, la Declaración francesa de1789 calificaba su reconocimiento de la igualdad en la siguientefrase: “Los hom bres nacen y perm anece n libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pu ed en fund arse en la utilidadco m ún”. Pero aun que los argum entos fue ran retorcidos, los que p roponían las restricciones del voto no las presentaban como desigualitarias.

Co nsiderem os la justificación de esas distinciones que p lanteaMontesquieu (1995, p. 155), quien partía del principio de que“Bajo la democracia toda desigualdad d eb ería derivar de la na turaleza de la dem ocracia y del p rincipio mismo de la dem ocracia”Su ejemplo era que las personas que tienen qu e trabajar para vivi

no están preparadas para desempeñar un cargo público o tendrían que descuidar sus funciones. Como lo expresaban los abogados de París la víspera de la Revolución: “Por m ás respe to queun o quiera mostrar po r los derechos de la hu m an idad en generalno se pu ede negar la existencia de un a clase de ho m bres que, envirtud de su educación y del tipo de trabajo al qu e su pobreza loha co nd ena do , es [. . .] incapaz po r el m om ento de participar ple

namente en los asuntos públicos” (cit. en Crook, 2002, p. 13). “Enesos casos”, con tinua ba M ontesquieu, “la igualdad de los du da da

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nos se pu ede suspend er en u na dem ocracia po r el bien de la democracia. Pero lo que se suspende es sólo la igualdad ap arente .”El argum en to genérico era que: (1) ia representación significa actuar en el mejor interés de todos. (2) Para de term inar el mejor interés de todos es necesaria la razón. (3) La razón tiene determina ntes sociales: no ten er q ue trabajar para vivir (“des interés”), ono estar emp leado o no ser -e n alguna m ed ida - dependiente de

otros (“independencia”). Como lo expresó un estadista chilenoen 1865, para ejercer los derecho s políticos es necesario “tene r lainteligencia de reconoce r la verdad y el bien, la voluntad de quererlo y la libertad de ejecutarlo” (cit. en Maza Valenzuela, 1995, p. 153). A su vez, la afirmación de que lo que se viola es la igualdad apa ren te se constru ía en tres pasos: (1) actuar en el mejor interés com ún es con siderar a todos po r igual, de modo que todos

están igualmente representados.64 (2) La única cualidad que sedistingue es la capacidad de reconocer y buscar el bien común.(3) A nadie se le im pide buscar ésa cualidad, de m anera que potenc ialm ente el sufragio está abierto a todos.

Los últimos dos puntos son esenciales. Las distinciones legalesde situación social son válidas ún icam ente como indicadores de lacapacidad de gob ernar y no hay barreras de ningún tipo que im

pidan a las personas adquirir esa capacidad y así ser señaladascomo relevantes. La Constitución Polaca del 3 de mayo de 1791ilum ina la distinción e ntre el régimen censitario democrático y elrégimen no democrático de las distinciones legales. En su parágrafo VI afirma que los “diputados a los parlamentos locales [...]deb en ser consideradosc o m o ‘representantes detoda la nación' (destacado en el original). Pero para llegar a ser dipu tado de unode los par lam entos locales ( seymiki , los que, a su vez, elegían diputados a la legislatura nacional, o s ‘-;m) era necesario ser miembro

64 C on do rcet (1986 [1787], p. 212'> llegab a incluso a afirmar que "Los propieta rios tienen el mismo ir ie rés que los no pro pie ta rios en todoslos aspectos de la legislación: sc¡o tie ne n mayor interés en las leyes

civiles y en las leyes relativas a los impuesto s. P or lo tan to, no hay peligro en hacerlo s depositario s y p rote cto res de los in te reses delresto de la sociedad".

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de un g rupo legalm ente definido, la burguesía ru ral(szlachta ) . Almismo tiempo, sólo los m iem bros de la szlachta po dían poseer tie

rras que les conferían derechos políticos”.65 Por lo tanto, ése noera un rég im en censitario en el sentido definido más arriba: (1)cerraba el acceso a la política a Cualquiera que n o fuese m iem brode un gru po legalm ente reconocido, y (2) cer raba el acceso a la

burguesía terrateniente.En realidad, la justificación polaca del privilegio aco rda do a la

burguesía rural no era la razón sino el “respeto por la m em oria denuestros ancestros como fundadores del gobierno libre” (art. II).Simón Bolívar (1969, p. 19) em pleaba el mismo princip io en 1819cuando ofrecía cargos hereditarios de senador a “los libertadoresde Venezuela”, quienes “son acreedores a ocupar siempre un altorango en la Repúb lica que les debe su existencia”. Su celebrado discurso, conocido com o el Discurso de Angostura, merece atención porque la com binación de llamados a la razón con la aceptación de ladesigualdad pasó a ser típica de las posturas antidem ocráticas en laAmérica española. Bolívar observaba que “los más d e los hom bresdesconocen sus verdaderos intereses” y sostenía que ‘Todo no sedebe dejar al acaso y a la ventura de las elecciones: el pu eb lo se engaña más fácilmente que la naturaleza perfecc ionad a por el a rte”.Su solución era la institución de un Senado hereditario: los futuros

. senadores “Aprenderían las artes, las ciencias y las letras que ador-- nan el espíritu de un ho m bre público; desde su infancia sabrían aqué carrera la providencia los destinaba, y desde muy tiernos elevarían su alma a la d ign idad que los espera”. Y todavía se atrevía a afirmar que “De ningún m odo sería una violación de la igualdad po lítica la creación de u n Senado hered itar io”.66

65 De ac ue rdo con la ley sobre poblac iones del 18 de ab ril de 1791 todoslos residentes en los burg os.debían disfrutar de las mismas protecciones de la burguesía rural (sobre to do elhabeos corpus , que e nPolonia databa de 1433), podían ocupar puestos públicos (salvo losobispos) y pos eer y com pra r tierra adyacente a las ciudades, p ero no partic ipar en los parlam entos locales (Kowecki, 1991).

66 Lo digo así po rqu e los motivos de Bolívar me pa rece n sospechosos:estaba tratando de abland ar a los futuros senadores pa ra que leconcedieran la presidencia hereditaria.

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En cambio, aun cua nd o la reform a del sufragio de 1832 en Inglaterra restringía el derecho al voto mediante criterios de in

greso, Seym our (1915) estaba en lo cierto al destacar qu e la consecuencia fund am ental de la reforma h abía sido abrir a todos la posibilidad de adquirir derechos políticos reuniendo dinero . Esconocido el hecho d e que Guizot replicaba a las objeciones al criterio de la riqueza diciendo “¡Enriquécete!” (cit. en Crook, 2002,

p. 32). Según el argum ento en favor del suffrage censitaire, ladesigua ldad política se justificaba por la de las condiciones socia

les, pero no había ninguna ley que prohibiera el ascenso social.Por lo tan to, se podía sostener que la desigualdad política no violaba la no rm a de universalismo.

Las restricciones de los derechos políticos basadas en la religióntam bién se revestían de u n lenguaje universalista, pero no apela

ban a la razón sino a los valores comunes. De Rousseau y Kant a J.S. Mili, todos creían que u n gob ierno sólo podía fun cionar si se basaba en intereses, norm as o valores comunes. En Am érica Latina el cem ento que d ebía m anten er unidas a las sociedades era elcatolicismo: de las 103 constituciones latinoam ericanas estudiadas po r Loveman (1993, p. 371), 83 p roclamaban el catolicismo comoreligión oficial y 55 pro hib ían el culto de otras religiones. M uchosde los argu m en tos en favor de restringir el voto a los católicos sedirigían abiertamente contra el principio de soberanía popular-e l pueb lo n o deb e cam biar lo que existe por voluntad de Dios-, pero tam bién los había pragmáticos. Por ejemplo, en 1853 el pensado r m exicano Lucas Alamán sostenía que “la religión católicamerece ser apoyada por el Estado, aun cuando no la consideremos divina, po rque constituye el único lazo común que conec ta atodos los mexicanos, cuando todos los demás se ha n r o to ” (cit. en

Gargarella, 2005, p. 93, quien también ofrece otros ejem plos).El prob lem a más difícil es el de las restricciones al sufragio delas m ujeres. Los primeros defensores del sufragio fem enino observaban que la razón no se distribuye po r líneas de géne ro, pero el principal argum ento en contra de concederles el derecho a votarera que ellas, igual que los niños, no tenían voluntad propia. Yestaban representadas por los varones de su casa y sus intereses

debían ser protegidos a través de una conexión no electoral, sino

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tutelar. P or lo tanto, el criterio justificativo no era el géne ro sino

la dependenc ia. En realidad, esa justificación se de rrum bó en Inglaterra en la década de 1880 cuando un estudio descubrió quecasi la m itad de las mujeres vivían en hogares dond e no hab ía ningú n hom bre, y en adelante sólo el p uro prejuicio retrasó la extensión del sufragio.

Pero ¿por qué las mujeres no eran inde pen dien tes del mismom odo que lo eran los hombres? Si no p od ían ten er propiedades

estaban legalmente impedidas de calificar pa ra el sufragio, de manera q ue eso violaría la ideología democrática. Pero cuando sí podían tener, y tenían, prop iedades a su nom bre, ¿por qué el hechode tener propiedades no era un indicad or suficiente? Condorcet(1986 [1785]), q ue defendía las calificaciones relativas a la propiedad , pensaba que debía serlo: “Las razones p or las que se cree queellas debe rían estar excluidas de la func ión pública, razones quesin embargo, son fáciles de destruir, no pueden ser motivo para privarlas de un derecho que sería tan sencillo de ejercer [votando], y que los hombres tienen no por su género, sino por sucualidad de ser razonables y sensatos, lo qu e tienen en com ún conlas mujeres”. Y las sufragistas chilenas afirmaban que “Esposas ym adres, viudas e hijas, todas tenem os tiempo y dine ro p ara ded icar a la felicidad de Chile” (cit. en Maza Valenzuela, 1995, p. 156)

Como éste es un problema acerca del cual es fácil caer en anacronismos, perm ítanm e procesarlo con u n ejemplo. Supongamosqu e es en el m ejor interés de todas y cad a un a de las personas evacuar un a población costera si hay un hu racán inm inente y no evacua rla si el peligro es remoto. La decisión correcta es bu en a paratodos: todos los hombres, las mujeres y los niños. La decisión corre cta sólo pu ed e ser alcanzada p o r las personas capaces de inter

p retar los pronósticos del tiempo. Esto excluye a los niños, de manera que la decisión deberá ser tom ada po r los padres en el m ejointe rés de los niños. Sospecho qu e —con algunas d iscusionesacerca de dó nd e trazar la línea divisoria- la mayoría de las personas hoy acep taría este razonam iento: todas las constituciones contemporáneas lo aceptan. ¿Pero po r qué e n la toma de esa decisión

deb en pa rticipa r sólo los hom bres? Si la razón es que las mujerestiene n pro hib ido tomar cursos de m eteoro logía en la escuela, es

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tamos de vuelta en Polonia en 1791. Pero supongam os que sí tom an tales cursos. Ahora el argum en to sería que, aun si tuviesen lamisma capacidad de ejercer la razón, siempre seguirían las opiniones de sus pro tectores masculinos, inde pend ientem ente de las

propias. Esto, entonces, es o tra suposición sociológica, igual quelas que vinculaban la razón con la propied ad, el ingreso o la educación.

Ahora bien, Schumpeter (1942, p. 244) afirmó que si se aceptacualquier distinción, entonces se acepta también el principio dehacer tales distinciones: “El punto más notable es que, dadas lasopiniones apropiadas sobre este asunto y otros por el estilo, lasdescalificaciones basadas en la posición económica, la religión y elsexo entrarán en la misma clase que otras descalificaciones quetodos consideramos compatibles con la democracia”. Sin em

bargo, cada distinción se basa en una suposic ión específica-porejemplo, que los chicos de 12 años no están preparados para votar—que se vincula con la capacidad de ejercitar la razón. Hoy rechazaríamos, y rechazamos, la mayoría de esas suposiciones, aunque no las que se basan en la edad o la salud mental legalmentegarantizada. Además, algunas de el as apenas encubrían los intereses particulares que las motivaban.

Pa ra decirlo en form a analítica, la desigualdad no viola el autogo bierno si (1) las preferencias de los excluidos son idénticas a lasde los que tienen derecho a influ ir en las decisiones colectivas, y(2) los que son elegidos para decidir están claramente calificados

para hacerlo . Las teorías de la representación difieren en si consideran com o aporte a las decisiones colectivas las preferencias reales o las ideales; estas últimas, por su parte, están limitadas por

algunos requisitos normativos, corno el hecho de incluir preocu pación por los demás, considerar el bien común, etc .67 Obviam ente, esta distinción desaparece si todas las personas tienen naturalmente tales preferencias ideales. Si no es así, se hace recaersobre las instituciones la carga, ya sea de promoverlas educando a

67 Para un tratam iento reciente de esta distinción, véase Ferejohn(1995) y Sunstein (1995).

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los ciudadanos -tema común de Montesquieu a Mili- o bien detratarlas de alguna manera privilegiada, restringiendo el sufragioo atribuyendo peso a los votos. Como observa Beitz (1989, p. 35),esta última solución -defen d ida po r Mili en 1857- no es injusta silos que no tienen esas preferencias ideales ni las condiciones necesarias para desarrollarlas están dispuestos a aceptarla. Ademásese sistema, aunq ue desigual, se pu ede justificar en térm inos un iversalistas si todos pueden adquirir esas preferencias o las condi

ciones para hace rlo.Cualquiera sea nue stra op inión sobre esta lógica, el resultado final fue que el nacim iento fue reem plazado p o r la riqueza, la aristocracia po r la oligarquía. Todavía unos pocos elegidos iban a go

bernar en el m ejor interés de todos. La sociedad se dividiría en“los ricos, los pocos , los gobernan tes, y los pob res, los muchos, losgobernados”: lo que un representante de Connecticut, Samuel

Dana, consideró que era muy apropiado (cit. en Dunn, 2004, p. 23). El au tor deí borrador de la Constitución Francesa de 1795,Boissy d’Anglas, declaró que “Debemos ser gobernados por losmejores. [. . .] un país gobe rnado p or prop ietarios está den tro delorden social, el que está dom inado po r no prop ietarios está en estado de naturaleza” (cit. en Crook, 2002, p. 46). A mediados delsiglo XIX, en Colombia, el consenso era: “Queremos una democracia ilustrada, u na dem ocracia en la que la inteligen cia y la p ro piedad dirijan el desuno del pueblo: no querem os un a dem ocracia bárbara en la que el pro letarianism o y la ignoranc ia ahoguenlas semillas de la felicidad y lleven a la sociedad a la confusión y eldesorden” (Gutiérrez Sanin, 2003, p. 185). El derecho de hacerleyes per ten ece a los más inteligentes, a la aristocracia de l conocimiento, creada po r la naturaleza, declarab a en 1846 un constitu-cionalista peruano, Bartolomé Herrera (cit. en Sobrevilla, 2002,d. 196); el teórico pe ru an o José M aría Pando sostuvo que “unaaristocracia pe rp etu a [... ] es un a necesidad imperativa”; el venezolano Andrés Bello quería que los gobernantes constituyeran uncuerpo de sabios,* m ientras que el escritor conservador españo l Do

* En castellano en el original. [N. de laT.l

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noso Cortés yuxtaponía la soberanía de los sabios a la soberan íadel pu eb lo (Gargarella, 2005, p. 120). Todavía en 1867, W alter Ba-gehot (1963, p. 277) advertía que

Es preciso reco rda r que una combinación po lítica de lasclases más bajas, com o tales y pa ra sus propios fines, esun m al de la prim era magnitud; que un a comb inación

perm anen te de ellas (ahora que m uchas de ellas tienen

el sufragio) las ha ría supremas en el país; y qu e su sup rem acía, en el estado en que hoy están, significa la sup remacía de la ignorancia sobre la instrucción y del núm erosobre el conocimiento.

E n los mismos términos se presentaban las justificaciones del colonialismo. Desde las primeras conquistas españolas, la do m ina

ción se justificaba con la afirmación de que los pueblos incivilizados necesitaban “po r su propia naturaleza y en su prop io interés,ser colocados bajo la autoridad de príncipes o n aciones civilizadosy virtuosos” (Juan Ginés de Sepúlveda, cit. en Young, 1994, p. 59).Hasta Cecil Rhodes declaró que el colonialismo servía a interesesuniversales: “Cuanto más del m un do habitemos, m ejor será parala raza humana” (cit. en Young, 1994, p. 89).

Tal vez no fuese un círculo com pleto, pero era un círculo. Y de jab a un legado que dio origen a conflictos que en m uchos paísesdu raro n más de cien años. Las nuevas distinciones pron to fueron percibidas com o pruebas de que la dem ocracia no cum plía sus propios ideales. Ni los pobres ni las mujeres creían que los hom bres con propiedades representasen sus mayores intereses: iban aluc ha r por el sufragio, y el sufragio era un arm a peligrosa.

DEMOCRACIA Y PROPIEDAD

En una soc iedad desigual, la igualdad política, si es efectiva, abrela posibilidad de que la mayoría iguale po r ley la prop ied ad o los beneficios de su uso. Es éste un tema central en la historia de la

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dem ocracia, tan vivo y polém ico hoy com o el día que se inventó ego biern o representativo. Porque, a diferencia de la libertad o lafelicidad, la propiedad, el tipo de propiedad que se puede usar para generar ingresos, siempre ha sido y sigue siendo de u na mino ría, y po r eso, el derecho a la pro pied ad tiene que chocar conel interés de las mayorías. De ahí un a tensión e ntre la dem ocraciay la propied ad que era previsible, y fue prevista.

Pa ra esbozar la historia de esa tensión debem os empezar p or los Levellers o “Niveladores”, quienes, según Wootton (1993, p. 71),fuero n los prim eros demócratas que pensa ron en término s de go b ierno representativo dentro de un Estado nacional. Aun cuandoellos lo nega ron reiteradam ente y con vehem encia, sus opositorestemían que quisieran hacer a todo el m un do igual a través de un aredistribución de la tierra.68 En palabras de H arring ton (1977, p

460): “Por ‘nivelar’, los que usan la palabra parecen entender:cu an do un pueblo, sublevándose, invade las tierras y los patrimonios de los más ricos, y los divide po r igual entre todos”. Algunosde ellos -lo s que se llamaban a sí mismosTrue Levellers [Verdaderos Niveladores] o Diggers [Excavadores]- realmente establecieron un a com unidad en tierras comunes.

La dem anda d e igualdad económ ica apareció d ura n te la Re

volución Francesa en el “Manifiesto de los plebeyos” de Babeufde 1795. H asta ese m om ento, si bien el go bierno revo lucionariohab ía con fiscado tierras de la Iglesia y de nobles em igrados, nofue ron redistribuidas entre campesinos sino vendidas a bu rgu eses ricos (Fontana, 1993, p. 122). Ba be uf no qu ería igualar la

p rop iedad , sino eliminarla: “No proponem os dividir las p rop iedades, po rqu e ning un a división igualitaria du raría. P ropo nem os

abolir por completo la propiedad privada”. Afirmando que losestóm agos son todos iguales, B abeu f qu ería que cad a u n o colocara sus productos en un fondo com ún y recibiera de él un a p or

68 E n Am érica Latina la exigencia de un a redistribución d e la tierra ha

sido sostenida en forma interm itente, en p articular en México, po rH idalgo y Morelos, y en Uruguay (entonces B anda O rien tal), porArtigas en 1813.

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ción igual. P or lo tan to, nad ie po dr ía aprovecharse de su mayorriqueza o habilidad. F un da m en taba su prog ram a comunista conel princ ipio dele bonheur commun que debe ría conducir a “lacom- munauté, comodidad para todos, educación para todos, igualdad, libertad y felicidad para todos” (las citas son de Palmer,1964, pp. 240-241). Su exigencia de igualdad económica se basaba en principios morales. Babeuf afirmaba que la igualdad,

tanto política como económica, era el desenlace natural de laIlustración y ambas estaban den tro tíel espíritu de la RevoluciónFrancesa. ¿Por qué el hecho o el postulado de que todos losho m bres nace n iguales debía justificar la igua ldad política perono la económ ica? ¿Por qué las razones deb ían ser tratadas comoiguales pero los estómagos no? Si Ja lógica no dicta esa distinción, po dem os sospechar q ue sólo la dictan los intereses.'¿Acaso

la com pulsión econ óm ica a vender los propios servicios a otrono ata también la subordinación a otro tanto como el sojuzga-m ien to político? Por lo meno s Rousseau (1964, p. 154) pensabaque “ningún ciudadano debería ser tan opulento que pudieracomprar a otro, y ninguno tan pobre que se viera obligado avenderse”.

Pe ro tam bién podem os pensar, sóbre bases no morales sino pu

ramente positivas, que la democracia, por la vía de la igualdad política, debe conducir a la igualdad económica. En realidad, enalgún momento ambas llegaron a estar conectadas por un silogismo: el sufragio universal, com binado con el gobierno de la mayoría, con cede el poder po lítico a la mayoría. Y como ésta es siem pre pobre, confiscará las riquezas. Posib lemente ese silogismohaya sido en un ciado po r prim era vez po r H enry Ireton en el de

bate sobre la franquicia en Putney en 1647: “Así [el sufragio masculino universal] pued e llegar a destru ir la propiedad. Es posibleque se elijan ho m bres, por lo m enos la mayor parte de ellos, queno tengan ningún interés local o perm anen te. ¿Por qué entoncesesos hombres no votarían en contra de toda propiedad?” (cit. enSharp, 1998, pp. 113-114). Se hizo eco un polemista conservadorfrancés, J. Mallet du Pan , quien en 1796 insistía en que la igualdadlegal debe cond uc ir a la igualdad de riqueza: “¿Quieren una repú blica de iguales entre las desigualdades que los servicios públicos,

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las herencias, los matrimonios, la industria y el comercio han introducido en la sociedad? Tendrán que eliminar la propiedad”(cit. en Palmer, 1964, p. 230).

Nótese que, a pesar de que con frecuencia se lo cita mal -y deeso también yo soy cu lpab le- ,69 M adison(The Federalist, núm. 10)creía que esa consecuencia era aplicable a las democracias directas, pero n o a las represen tativas. Tras identificar la “dem ocracia

pura” como un sis tema de gobierno directo, Madison continuabadiciendo que “tales democracias n u nc a ha n sido espectáculos deturbulencia y con tención ; nunc a ha n sido halladas incom patiblescon la segu ridad personal o el de rech o de pro pieda d, y en gen eral su vida ha sido tan breve com o violenta su m uer te” (el resaltado es m ío ). Sin embargo , “una repúb lica, y con esto q uiero d ecir un go bierno en el que func iona el esquema de representación,abre una perspectiva diferente y promete la cura que hemos es

tado buscando”. No obstante, algunas décadas más tarde no sem ostraba tan optimista: “No es posible disimular el peligro paraquienes tienen prop iedades, si no tienen defensa contra un a mayoría sin propiedades. Los g rupos d e hom bres n o son m en os arrastrados p o r el interés qu e los individuos [...]. De ahí la cargade los de rechos d e p ro p ied ad ...”.70

Desde que fue acuñado , ese silogismo pasó a do m inar los temo

res y las esperanzas ligados a la democracia. Los conservadoresconcuerdan con los socialistas71 en qu e la dem ocracia, y en par ticular el sufragio universal, necesariamente deben m inar la propiedad. La natura leza interesada de los retorc idos a rgum entos utilizados para restringir el voto los propietarios se hizo evidente: elsufragio e ra peligroso p orque am enazaría a la propiedad. El filósofo escocésjam es Mackintqsh predijo en 1818 que “si las clases la

69 El er ro r consistía en elim inar el “tales" de la cita que sigue. Véase,! po r ejemplo, H anso n (1985, p. 57), o Przeworski y Limongi (1993, pp. 51-69).

70 N ota escrita en algún m om ento en tre 1821 y 1829, cit. en Ketcham(1986, p. 152).

71 Según R osanvallon (2004), esta palabra en particular apareció enFrancia en 1834.

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boriosas obtienen el voto, la consecuencia necesaria deberá serun a animosidad pe rm anen te entre la opinión y la pro p iedad ” (cit.

en Collini, W inch y Burrow, 1983, p. 98). David Ricardo estaba dis puesto a extender el voto sólo a “la parte de ellos que no se puedesup on er que tenga interés en anu lar el derecho a la pro p ied ad ”(cit. en Collini, Winch y Burrow, 1983, p. 107). Thomas Macaulay(1900, p. 263), en su discurso de 1842 sobre los cartistas, resumíavividamente el peligro que rep resentaba el sufragio universal:

La esencia d e la Carta es el sufragio universal. Si se n iegaeso, no importa mucho qué otra cosa se concede. Si seconcede eso, no importa en absoluto qué otra cosa seniega. Si se concede eso, el país está perdido [...]. Mifirme convicción es que, en nuestro país, el sufragio universal es incompatible, no sólo con tal o cual forma degobierno, y con todo aquello para lo cual el gobiernoexiste: es incompatible con la propiedad, y en consecuencia, es incom patible con la civilización.

Nueve años más ta rde, desde el otro extrem o del espectro político, Karl M arx (1952, p. 62) expresó la misma convicción de quela propied ad privada y el sufragio universal son incom patibles:

Las clases cuya esclavitud social la Constitución debe perpetuar, el proletariado, el cam pesinado, la pequeña burguesía , en tran en posesión de poder político a travésde l sufragio universal. Ya la clase cuyo viejo poder socialsanciona, la burguesía, le quita las garantías políticas deese poder. Obliga al dom inio político de la burguesía a

acep tar condiciones democráticas, que a cada m om ento po nen en peligro las bases mismas de la sociedad burguesa. A unos les exige que no sigan adelante, de laem anc ipac ión política a la social; a los otros, que no retrocedan de la restau ración social a la política.

Según Marx, la democracia inevitablemente “desencadena la lu

cha de clases”: los pobres la utilizan para expropiar la riqueza; los

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ricos se ven amenazados y la subvierten “abdicando ” el po der po

lítico en favor de las fuerzas armadas siem pre organizadas. Así, lacombinación de democracia y capitalismo es una forma intrínsecamente inestable de organización de la sociedad, “sólo la forma política de revolución de la sociedad burguesa, pero no su conservadora forma de vida” (1934, p. 18), “sólo un estado de cosas es- pasmódico, excepcional [.. .] imposib le como form a norm al de lasociedad” (1971, p. 198).

La “contradicción fundamental de la Constitución republicana”identificada por Marx no se materializaría si la posesión de pro piedades se expandiese espontáneam ente o si los desposeídos, po r alguna razón, se abstuvieran de utilizar sus derechos políticos para confiscar la propie dad.72 Por otra parte, Maier (1975, p. 127)seña la que “si el observador tem ía que la nivelación social continu ara hacia la proletarización, enton ces el prog reso de la dem ocracia tiene que aparecer como un a tendencia alarm ante. Porqueeso sugeriría [ ...] que todas las dem ocracias deben ten der en realidad hacia la democracia social. Es decir, que el advenimientodel gobierno popular y la expansión del electorado inevitablem ente condu cirán a program as para imp ulsar la ulterior igualación social y la redistribución de la riqueza”. De hecho, la idea deque la democracia en el terreno político debe lógicamente conduc ir a la igualdad social y económ ica llegó a ser la pied ra fundamental de la Socialdemocracia. Como observa Beitz (1989, p. XVI), en la historia, un objetivo principal de los movimientosdemocráticos ha sido tratar de reparar en el plano político losefectos de las desigualdades de la econ om ía y la sociedad.

Los socialistas en traron a las elecciones con fines extrem os. El

Congreso de La Haya de la Prim era Intern aciona l proclamó: “Laorganización del proletariado en un partido político es necesaria

72 Jam es Mili, p or m enc iona r sólo uno , desafió a los opositores a“prese ntar un caso, solam ente un caso, desde la prim era pág ina de lahistoria hasta la última, en el que el pu eb lo de cua lquie r país hayam ostrad o hostilidad hacia las leyes gen erales d e la prop ied ad , o

manifestado el deseo de subvertirlas” (cit. en Collini, Winch y Burrow,1983, p . 104).

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para asegurar la victoria de la revolución social y su objetivo úl

timo, la abolición de las clases”. El primer programa socialistasueco especificaba que “la Socialdemocracia difiere de los demás

partidos en que aspira a transformar com pletam ente la organización económ ica de la sociedad burguesa y hacer realidad la liberación social de la clase trabajadora” (Tingsten, 1973, pp. 118-119).Hasta el más reform ista de los socialistas, Alexandre Millerand, advertía que “el que no admita la necesaria y progresiva sustituciónde la pro piedad capitalista po r la pro pieda d social no es un socialista” (cit. en Ensor, 1908, p. 51). Sin embargo, en el camino haciaesos objetivos últimos, los socialistas veían numerosas medidas ca paces de reducir las desigualdades sociales y económicas. El Parti Socialiste Français, dirigido po r Jean Jaurès, proclamó en, el congreso de Tours de 1902: “El Partido Socialista, rechazando la política de todo o nada, tiene un programa de reformas cuya realización busca de inmediato”, y enumeraba 54 medidas específicas(Ensor, 1908, pp. 345 y ss.). En 1897 los socialdemócratas suecosreclamaban imposición directa, desarrollo de actividades productivas estatales y municipales, crédito público, legislación sobre lascondiciones de trabajo, seguro contra la vejez, la enferm edad y losaccidentes, así como los derechos propiamente políticos (Tingsten, 1973, pp. 119-120).

La cuestión que perseguía a los socialdemócratas era si, como lo planteó en 1886 H jalm ar Branting, “la clase alta respetaría la volun tad popular aun c uand o exigiera la abolición de sus privilegios”(Tingsten, 1973, p. 361). ¿Había límites a la soberanía popular,ejercida por mayorías electorales? ¿No sería necesaria la revolución, como temía en 1905 August Bebel, “como medida pura

mente defensiva, destinada a salvaguardar el ejercicio del poderadqu irido de m od o legítimo a través del vo to”? (cit. en Schorske,1955, p. 43). De todos modos, hay una cuestión previa que no consideraban: ¿hay algún ordenamiento político capaz de generarigualdad económica? ¿Es posible establecer la igualdad po r mediode leyes, aun cuando la clase alta iva acceda a la abolición de sus privilegios? ¿O es que cierto grado de desigualdad económica es

inevitable aunque todos q uieran aboliría? ¿Fracasaron los socialdemócratas o hicieron todo lo posiblé?

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LA DEMOCRACIA Y LA DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO

Según Dunn (2003, p. 22), la democracia sorpresivamente pasóde ser un programa revolucionario a un programa conservador:

El origen de la fuerza política de la idea d e democraciaen esta nueva época era su com binación de igualdad social formal con un orden práctico basado en la protec

ción y reproducción de un sistema cada vez más dinámico de desigualdad económica [.. .]. En 1750 nadieveía ni p od ía hab er visto la demo cracia como un nom bre natu ral o un a form a institucional adecuada para la protección efectiva de la riqueza productiva. Pero hoy yalo sabemos. A pesar de las prob abilidades percibidas po ranticipado , eso es exactam ente lo que la dem ocracia re presentativa ha dem ostrado a largo plazo.

¿Debemos sorpre nd ern os noso tros también?Mi argu m ento es que el peca do fue original. En la segunda mi

tad del siglo XVIII la dem ocracia e ra una idea revolucionaria, perola revolución q ue ofrecía era es trictamente política. Según mi lectura, en su origen la democracia era un proyecto simplementeciego a la desigualdad económica, por muy revolucionario quehaya sido en cuan to a lo político. Los argum entos de base m oral

para la redistribución o la abolición de la propiedad fueron marginales y efímeros. Además, al restringir el sufragio, las institucionesrepresentativas sustituyeron la aristocracia po r la oligarquía.

Sin embargo, es difícil entender la coexistencia del sufragio

universal con la distribución desigual de la propiedad. El silogismo según el cual los pobres usarían su posición de mayoría para expropiar a los ricos fue aceptado en form a casi universal. Ytodavía hoy lóg icam ente tiene sentido. C onsiderem os tan sólo el

juguete favorito de los economis tas políticos, el m odelo de la m ediana del votan te (Meltzer y Rjchards, 1981): cada individuo se caracteriza po r u n a do tación de trabajo o capital y todos pueden or

denarse del más rico al más pobre. Los individuos votan sobre latasa de im puesto qu e se debe aplicar a los ingresos. Las sumas ge

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neradas por éste se distribuyen por igual entre todos los individuos o se gastan en bienes públicos valorados igua lmente, de m anera qu e la tasa de impuesto es lo único que determ ina la extensión de la redistribución. Una vez decidida esa tasa, los individuosmaximizan las utilidades decidiendo en forma descentralizadacuá nto de sus dotaciones destinarán a la producción. El teo rem ade la m ed iana del votante afirma que el equilibrio de la regla dela mayo ría ú nica existe, y es la elección del votante con prefe rencia m ediana, y que el votante con p referencia m ediana es el que

posee ingresos m edianos (en el sentido estadístico). Y cuando ladis tribución de los ingresos está sesgada hacia la de rec ha , es decir,si el ingreso m ediano es m enor que el medio, como lo es en todoslos países de los que existen datos, el equilibrio de la regla de lamayoría se asocia con un alto grado de igualdad de ingresos a partir de los impuestos y transferencias fiscales, atem pe rada sólo por

las pérd idas del peso m uerto de la redistribución.De todos m odos, la dem anda de igualdad social y econ óm ica persiste . Las élites ven la dem ocracia en términos in stitucionales, pero los públicos masivos, por lo m enos en Europa oriental y enAmérica Latina, la conciben en términos de “igualdad social yeconó m ica”. En Chile, el 59% de los que respondieron esperabanque la dem ocracia a ten uara las desigualdades sociales (Alaminos,

1991), mientras que en Europa oriental la proporción que asociaba la dem ocracia con igualdad social oscilaba en tre el 61% enChecoslovaqu ia y el 88% en Bulgaria (Bruszt y Simón, 1991). Lagente espe ra qu e la democracia produzca igualdad social y económica. Por lo tanto, la coexistencia de la dem ocracia y la desigualdad sigue siendo un misterio.

Consideremos prim ero algunos hechos:(1) Si dicotom izamos los regímenes políticos en dem ocrac ias

autocracias, descubrimos que la extensión de la desigualdad, medida po r la prop orc ión de los ingresos del 20% más alto en relación con los del 20% más bajo de todos los que perciben ingresos,no difiere m ucho en tre ellos en cada nivel de ingreso per cápita.73

73 A quí las democracias son regímenes en los que hay elecciones conalgu na oposición, d e la base de datos ACLP. Las autocracias son

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Figura 11. Proporción de ingresos del 20% más alto al más bajo (por regímenes e ingreso p er cápita).

PIB/cap

Fpfil. El 95% de las áreas sombreadas son intervalos de confianza.Fuente: Deininger y Squire (1996).

Nótese que algunas democracias aparecen en países con altos niveles de ingreso en los qu e no hay autocracias. La par te inc linadahacia arriba de las democracias ricas se debe a Estados Unidos,qu e es extraordinariam ente desigual pa ra su nivel de desa rrollo.74

Análisis estadísticos muestran que las estimaciones de la diferen cia prom edio e ntre regím enes son pequeñ as y no robustas.

simplem ente no d emocracias. Los datos provienen de D eininge r ySquire (1996) y cubren, con núm eros muy variables de observaciones p or país, el período poste rio r a 1960. No incluye a los grandesexportadores de petróleo.

74 Estados Un idos es el país más desigual, en térm inos de ingreso realdisponible, entre 24 democracias de alto ingreso estudiadas porB randolini y Sm eeding (2008, Tabla 2.1).

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Tabla 3. Diferencias entre autocracia y democracia en la razón

del 20% más alto al 20% más bajo de los que reciben ingresos.Variable Autocracia Democracia Diferencia

n 93 238

Observados 10,5 9,19 1,31

Match 3,84

2SLS -1,25

Heckman 2 11,27 10,75 0,52Heckman 1 -1,38

Nota: los resultados se basan en d iferentes estimadores de selección. “Observados” da los medio s observados. “M atch” se basa en Imbensnn match con un match. “2SLS” (regresión con mínimos cuadrados en dos fases) es el estimador de variables instrumentales. “Heckman 2 ” es el estimador de

Heckman con regresiones separadas para los dos regímenes. “Heckman 1 ” es un estimador com binado con términos d e interacción. Los modelos de selección se basan en el ingreso per cápita y en experiencias pasadas de democracia. Las regresiones de resüitados usan el ingreso per cápita y su cuadrado.

(2) Las distribuciones del ingreso pa recen ser asombrosamenteestables en el tiempo. La evidencia más fuerte, aunque para un

período relativamente corto , proviene de Li, Squirey Zou (1997),quienes reg istran que a lreded or de¡ 90% d e la variación total delos coeficientes Gini se explica po r la variación en tre distintos países, al tiempo que son pocos los que muestran alguna tendencia

en el tiempo. Los ingresos ganados n o o frecen casi ningu na variación d uran te el siglo XX (Piketty, 2003).(3) Los aum entos de la desigualdad p arecen ser mucho más rá

pidos que sus declinaciones. En particular, después de 1982, huboalgunos aum entos de la desigualdad espectaculares. En Polonia,do nd e bajo el comunismo la distribución era bastante igualitaria,la propo rción del ingreso me diano al medio (forma conveniente

de caracterizar las distribuciones lognorm ales del ingreso) era de0,82 en 1986, mien tras qu e en Mé> ico, en 1989, era de 0,59. En

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mos acercando a los límites de la dem ocrac ia, es preciso de sarrollar esta argum entación con cierto cuidado .

Nótese, ante todo, que hay distin tas m aneras de igualar ingresos. Una es gravar los ingresos del m ercado pa ra o bien financiarel consum o de los pobres o gastar lo recaud ado en bienes de consum o público valorados igualmente p o r todos. Esto es lo que h acen muchos gobiernos, en diversos grados: la redistribución esmás amplia bajo gob iernos de izqu ierda (para referencias y análisis, véase Beram end i y Anderson, 2008). La redistribución por lavía de impuestos y transferencias (“el fisco”), sin em bargo, no reduce la subyacente desigualdad de la capacidad de g enerar ingresos. Así se financia el consumo privado o público con escasoefecto sobre el po tencial para gen era r ingresos. Po r lo tanto, esaform a de redistribución debe ser em pre nd ida un a y otra vez, año

tras año, sólo pa ra aliviar la des igualdad de los ingresos obtenidos.Y com o es costosa, tanto en térm inos de incentivos com o en losmeros gastos administrativos, se vuelve una solución no perman en te sino urgente.

El segundo mecanismo es a través de u na igualación de los potenciales pa ra ob tener ingresos. Com o los ingresos son generados

po r esfuerzos aplicados a recursos productivos -ya sea tierra, capi

tal físico, educación o habilidades-, para igualar las capacidadesde ob tener ingresos debemos pensar en términos de la distribución de esos ingresos.

¿Pero cuáles son los recursos que p ued en igualarse en las sociedades m odernas? C uando surgió po r prim era vez la idea de pro piedades iguales, recursos productivos significaba tierra. La tierraes bastante fácil de redistribuir: basta con qu itársela a unos y dá r

sela a otros. Por lo tanto, las reform as agrarias han sido frecuentesen la historia del mundo: sólo en tre 1946 y 2000 hub o p o r lo m enos 175 refo rm ar agrarias con redistribuc ión . Sin embargo , hoy ladistribución de tierras tiene un pap el relativamen te m en or en lagen eración de la desigualdad de ingresos. En cambio, otros recu rsos productivos se resisten a una o peració n tan sencilla:

(1) Los comunistas redistribuy eron capital industrial colocdo lo en m anos del Estado y pro m etiend o qu e los beneficios queno se invirtieran serían distribuidos entre las familias por igual.

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Ese sistema gen eró un grado considerable de igualdad, pero -p o r

razones en las que no hace falta en trar a qu í- resultó ser dinámicamente ineficiente: in hib ía la innovación y el progreso técnico.

(2) Alternativamente, se pueden redistribuir títulos de propiedad en form a de acciones. Pero esto tiene sus propios problemas.Uno, que mostró la experiencia checa de privatización, es que

pueden ser, y probablem ente serán, reconcentrados de modo rá pido. En general, las personas que son más p obres se los venden alas más ricas. O tro es que la dispersión de la pro piedad reduce losincentivos de los accionistas para monitorear a los administradores. Se han propuesto varias soluciones a esos problemas, peronin gu na parece ser muy eficaz.

(3) Muchos países igualan el capital humano inviniendo eneducación. Pero las personas en contacto con el mismo sistemaeducativo a dq uiere n diferentes capacidades de gan ar ingresos enfunción de sus distintos anteced en tes sociales y económicos. Además, como nacen con diferentes talentos y com o el uso de éstos essocialmente beneficioso, se deseará e ducar más a las personas mástalentosas.

(4) Por último, es posible generar capacidades de ganar ingresos mediante políticas que apunten estrictamente a auijnentar la

productividad de los pobres (“crecim iento pro pobres”), comosuavizar las limitaciones del crédito, capacitar para técnicas específicas, subsidiar la infraes tructu ra necesaria, concentrarse en lasenfermedades a las que los pobres son más vulnerables, etc. Sinembargo, esas políticas requieren un alto nivel de competenciaadm inistrativa para d iagnosticar las necesidades y dirigir, las políticas hacia los blancos específicos. • i

Así, igualar los recursos productivos parece ser difícil por razones pu ram en te tecnológicas, no sólo políticas o económicas.Por último, incluso si se equ ipa rara n los recursos productivos,

la igualdad perfecta no puede sostenerse en una economía demercado. Montesquieu (1995, pp. 151-155) se pregunta: “¿Cómolas leyes establecen la igualdad en una democracia?” -título delcapítulo 5 del Libro 5 - y tom a como pu nto de partida la igualdad

de la tierra. Luego continúa:

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Si el legislador, cuando hace esa división, no dicta leyes para m antenerla, hace solam ente una Constitución tran

sitoria; la desigualdad en tra rá p o r el costado qu e las leyes no defienden, y la república estará perdida. Por lotanto, aun cuando la igualdad real será el alma del Estado, es tan difícil de establecer que un rigor extrem o eneste aspecto no siempre es conveniente. Es suficientecon reducir las diferencias hasta cierto punto, despuésde lo cual co rresp on de rá a leyes particulares igualar, po rasí dec irlo, las desigualdades, m ed ian te los gravámenesque im po ne n a los ricos y la ayuda que con ceden a los

pobres.

Recuérdese qu e B abeu f creía que la redistribución de la pro piedad no resolvería el pro blem a de la desigualdad, “puesto que nin

guna división igual durará nunca”. Supongamos que se han igualado los recursos productivos. Sin embargo, los individuos tienencapacidades diferen tes, imposibles de observar, para convertir losrecursos productivos en ingresos. Además, están sujetos a las vicisitudes de la suerte. Supongamos que diferentes individuos (o proyectos em prend idos po r ellos) tienen tasas de re to rno ligeramente distintas: algunos p ierden a razón de -0,02 po r añ o y otros

ganan a razón de 0,02. Después de veinticinco años, el individuoque ge ne ra un re torno del 2% será 2,7 veces más rico que el que pierde 2% al año; y después de cincuenta años (digamos de los 18a los 68 años de edad), ese múltiplo será de 7,4.77 Por lo tanto,aunque se igualaran los recursos productivos la desigua ldad volvería a infiltrarse.

El tema -que examinaremos en el próximo capítulo- es hasta

qué p unto las opciones redistributivas están ríg idam ente limitadas, porque la lógica de la com petencia electoral obliga a los partidos a

77 El supu esto de q ue las tasas de re torn o an uales están correlacionadas para cada in div iduo a ló la rgo del tiem po re fle ja el hecho de que las personas dif ieren en rasgos no observados que afectan su capacid adde utilizar los recursos productivos.

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ofrecer y seguir políticas similares, y hasta qué punto es poco loque los gobiernos pu ed en hacer. Esta cuestión es im po rtante porque afecta nu estro juicio sobre la democracia. Supongam os quefuera posible reducir la desigualdad económica po r debajo de losniveles existentes en democracias desarrolladas sin dism inuir losingresos futuros, y que no se está reduciendo debido únicam ente alos rasgos institucionales de la democracia, cualquiera que seanues tra op inión sobre ellos. Resulta evidente que el ju icio sobreese intercambio[trade-off¡ dependerá de otros valores a los quetendríamos que renunciar si optamos por la igualdad. Pero noexiste tal intercambio. Simplemente, cierto grado de desigualdadeconóm ica es inevitable. La dem ocracia es impotente respecto dela desigualdad, pero lo mismo sucede con cualquier otro o rdenamiento político concebible. Piénsese en Brasil: en los últimos dossiglos ha sido una colonia, un a m onarquía indepen dien te, un a re

pública oligárquica, una dictadura militar populista, una dem ocracia con u n a presidencia débil, un a dictadura militar de derecha yun a dem ocracia con una presidencia fuerte. Y, sin em bargo, hastado nd e sabemos, la desigualdad permaneció. H asta los comunistas,que qu eríanuravnit (igualar) todo y que efectivamente igualaronrecursos en forma de propiedad pública, tuvieron que tolerar ladesigualdad que surge de las aptitudes y las motivaciones diferen

tes. La búsqueda de igualdad tiene sus límites.Esto no quiere decir qu e n o debamos hacer nada. A menos que

los gob iernos la com batan continuam ente, a m enos que m antengan un papel activo en la pro tección de los pobres y en la transferencia de recursos productivos a los que tienen m enos capacidadde ganar ingresos, la desigualdad tiende a aumentar. Como h a dem ostrado el exp erim ento neoliberal, cuando los gobierno s dejande desempeñar ese papel, este aumento puede ser muy rápido.Además, en varias democracias la m agnitud de la desigualdad económ ica es simplemente aterradora. E ntre las con temporáneas, larazón del 20% más alto al 20% bajo, que es pro ba blem en te la m edida más intuitiva de la desigualdad, va de menos de 6 en Finlandia, Bélgica, España y Corea del Sur a alrededor del 33% en Brasil y Perú. Aun la razón de 6 es demasiado grande: significa que enun país con un ingreso p er cápita de 15 000 dólares (más o menos

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el promedio para esos países en 2002, en dólares PPP de 1995),

un m iembro del 20% más alto tiene un ingreso de 27 000 dólares,m ientras que u n m iembro del 20% más bajo recibe 4500. La mayoría de los que respondieron a la encuesta en España y Corea delSu r pensaba que esa desigualdad era excesiva. No obstante, la diferencia entre muchas democracias latinoamericanas y las euro peas, más igualitarias, es enorm e. Es verdad que la dem ocracia encuentra límites, pero hay muchas democracias que están muy

lejos de esos límites.

CERRANDO EL CÍRCULO

La dem ocracia es un mecanismo que trata a todos los participantes po r igual. Pero cu ando individuos desiguales son tratados enfo rm a igualitaria, su influencia en las decisiones colectivas es desigual. Imaginemos un partido de básquetbol. Hay dos equipos,reglas perfe ctam en te universalistas y un juez imp arcial para adm inistrarlas. Pero un equipo está form ado p o r jugad ore s de 1,90de estatura y el otro por hombres que apenas pasan de 1,50. Elresultado del partido está determinado de antemano. Las reglasdel jueg o tratan a todos los jug ad ores po r igual, pero eso sólo significa que el resultado del ju eg o de pen de de los recursos quecad a uno lleve a la cancha.

En un a p en etran te crítica de los “derechos bu rgueses”, Marx(1844) caracteriza esa dualidad en tre reglas universalistas y recursos desiguales del siguiente modo:

El Estado, a su manera, anula las distinciones de nacimiento, rango social, educación, ocupación, cuando declara que el nacimiento, el rango social, la educación y laocupación no son distinciones políticas, cuando proclama, sin considerar esas distinciones, que todos losm iembros de la nación participan po r igual en la sobera

nía nacional [...]. Sin embargo, el Estado pe rm ite que la propiedad privada, la educación y la ocupación actúen a

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su manera, es decir, como propied ad privada, como edu

cación, como ocupación, y ejerzan la influencia de su particular naturaleza.

Desde entonces, la misma dualidad ha sido diagnosticada reiteradamente. El presidente del Comité de Redacción de la Constitución de la India de 1950, B. R. Ambedkar (cit. en Guha, 2008,

p. 133), veía a la futura república india entrando en una “vida de

contradicciones”:

En la política reconoceremos el principio de un voto po r cada hom bre y un valor por cada voto. En nuestravida social y económ ica, en razón de n ue stra estructurasocial y económica, continuaremos negando el princi pio de un valor por cada hom bre. ¿Hasta cuándo seguiremos viviendo esa vida de contradicciones? ¿Hastacuánd o continuaremos negando la igualdad en nuestravida social y económ ica? Si con tinuam os neg ánd ola porm ucho tiem po, lo haremos al precio d e po ner en peligro nu estra dem ocracia política

¿Cómo es que la desigualdad socioeconómica se transforma endesigualdad política? ¿No es posible mitigar el impacto de la desigualdad socioeconómica mediante medidas regulatorias o la organ ización política de ios pobres?

Lamentablemente, sabemos muy poco acerca del papel de losrecursos no políticos -y m e concen tro estrictamente en el din ero -en la conformación de los resultados políticos. Una conclusiónge nera l que surgió de encuestas realizadas en 22 países po r el National Democratic Institute for International Affairs (Bryan yBaer, 2005, p. 3) es que “Muy poco es lo que se sabe sobre los detalles del dinero en los partidos polí ticos o en las campañas. Los

patrones de ñnanciam iento de los partidos políticos son extremadamente opacos”. En gran parte, esa falta de conocimiento sedeb e a la naturaleza misma del fenóm eno: de m anera legal o no,el dinero se infiltra en la política en formas que quieren ser opacas. Además, los mecanism os p or los cuales los recursos financie

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ros afectan políticas concretas son difíciles de identificar, auncuando se disponga de la información.

Esquemáticamente, se po dr ía pensa r qu e el dine ro sesga los resultados del proceso dem ocrático si (1) los pobres tiene n m enos

probabilidades de votar, (2) las contribuciones políticas afectanlas plataformas que p ropon en los partidos, (3) los fond os de cam

paña afectan decisiones burocráticas o ju diciales, (4) las contribuciones políticas afectan el proceso legislativo, (5) en decisiones

burocráticas o judiciales influye el soborno. Considerem os esoscanales po r separado.

Fuera de Estados Unidos, las diferencias de clase -ingreso oeducación- en la asistencia electoral son pequeñas. Calculandocon los datos qu e presenta Anduiza Perea (1999, p. 102) p ara 14 países del oeste de Europa, vemos que la d iferencia prom edioen tre la asistencia del 25% de ingresos más altos y el 25% con los

ingresos más bajos es de apenas 6%. La mayor diferencia, enFrancia, era del 16,4%. De acuerdo con Norris (2002, pp. 93-94), a partir del análisis de datos de 22 países, la diferencia enasistencia entre el 20% más alto y el 20% más bajo era de 9,6, pero su m uestra incluye a Estados Unidos. En 1996, Norris(2004, p. 174) ag rupa datos de 31 países, de nuevo incluyend o aEstados Unidos, y allí la diferencia es del 8%. Pasando de Eu

ropa y sus vástagos más ricos a los países más po bre s, d e nuevoencontram os qu e el ingreso no t ienemayor impa c to en la asistencia, o nú m ero de votantes. Yadav (2000) ob servaba que e n laInd ia los miem bros de las castas reco nocidas y de las tribus registradas tenían tasas de asistencia más elevadas que la gente másacomodada durante la década de 1990; hallazgo que confirmaKrishna (2008) para aldeas del norte del mismo país. Emple

and o datos del A froba róm etro p ara 15 países africanos, Bratton(2008) encontró que los pobres tenían ligeramente mayores

probabilidades de votar que los no pobres. B ooth y Seligson(2008) realizaron un estudio reuniendo los datos de 6 paísescentroam ericanos más México y Co lomb ia y en co ntra ron que nohay relación en tre la asistencia y el ingreso. Estados Unidos estáclaramente del otro lado: según Verba, Schlozman y Brady(1995, p. 190), el 86% de los que tenían ingresos de 75 000 dó

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lares o más iban a votar, pero de los que tenían ingresos m en ores de 15 000 sólo la m itad asistía.

El impacto d e la educación parece variar más entre diferentes países. Tanto Bratton (2008) como Booth y Seligson (2008) encuentran que las personas educadas tienenalgo más d e probabilidades de votar en sus respectivas regiones. Norris (2002, pp . 93-94)estima que la diferencia de asistencia entre los que te rm ina ron elcollege y los qu e desertaron de la secundaria es del 9,5%, mientras

que su m ues tra de 31 países en 1996 manifiesta una diferencia del14% (2004, p. 175). Sin embargo, destaca que la educación notiene nin gún efecto sobre la asistencia en Eu ropa occidental. Losdatos de Anduiza Perea (1999, p. 99) señalan que la diferenc ia deasistencia entre los de educación “superior” y los de “inferior” esde apenas 2,3% en 15 países europeos, y hay 6 países donde lagente con m eno r educación acude a votar en mayor nú m ero que

los más educados. La m áxima d iferencia en favor de los más educados se da en Suiza, que se destaca de lejos con 19,2%. Los datosde Goodrich y Nagler (2006) muestran que la diferencia prom edioen tre el 25% más alto y el más bajo en cuan to a la edu cación es de8,3% en 15 países, sin incluir a Estados Unidos, con Suiza denuevo muy lejos con 22,7%. Pero también evidencian q ue p ara Estados Unidos esa diferencia es de 39,6%.

En consecuencia, en conjunto parecería que los más pobres novotan a tasas claram ente más bajas que las de los más ricos. Es posible que sea verdad que muchas personas muy po bres votan -acambio de favores clien telares - po r candidatos más ricos que, unavez elegidos, buscan su propio interés antes que el de quienes loseligieron (Bratton, 2008; Gallego, 2009). Por eso, la elevada tasade asistencia de los pobres no significa que el dinero no pese. Dehecho, en 22 países estudiados por Bryan y Baer (2005, p. 13), lam itad de los gastos de cam paña provenía de “fondos personales”,cualquiera q ue fuese su procedencia, y podem os sospechar queesas contribuciones no eran desinteresadas. Sin em bargo , subsistela cuestión de que , fue ra de Estados Unidos, la relación en tre laclase y la asistencia es muy débil.

Los efectos de las contribuc iones políticas en las plataform as delos partidos, las decisiones de voto individuales y el proceso legis

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lativo son difíciles de identificar. Consideremos dos posibilidad

diferentes, pero no mutuamente excluyentes. (1) Los grupos dinterés particulares,“lobbies”, utilizan las contribucion es políticas

para influir en las plataformas de los partidos. Sí un grupo de iterés consigue persuadir a todos los partidos grandes de quad op ten program as de su preferencia, entonces no le preocu pqu é p artido gane y no necesita hacer contribuc iones a las campñas destinadas a influir en los votantes. Además, si unlobby lograestablecer un a relación a largo plazo con un partido, n o necesicom prar votos legislativos cada vez que aparece en la agen da utem a qu e afecta sus intereses. (2) Los candidatos tienen preferecias diferen tes en relación con las políticas. Loslobbies saben quiénes quién. Contribuyen a los candidatos cuya posición los llevara ad op tar políticas favorables a ellos. Los fondos de cam pañ a com pran votos. Los candid ato s elegidos, m ientras ocupan su cargapoyan las políticas qu e prefieren, y así defiend en los intereses algunos lobbies. (3) Los lobbies com pran legislación al con tado , esdecir, hace n con tribuciones a los legisladores a cambio de sus vtos sobre determ inados asuntos.

Grossman y Helpm an (2001) in ten tan d istingu ir el pape l del dnero en la com pra de plataformas y de votos en el con texto de Etados Unidos. En su modelo, los partidos maximizan la posibidad de ganar un a mayoría de los puestos, mientras que los grupode interés especial maximizan el bienestar de sus m iembros. Ntese q ue hay dos clases de votantes: los estratégicos maximizan l

beneficios esperados, m ientras que los im presionables son ifluenciados favorablemente po r la prop aga nd a electoral. Los intreses especiales pue de n hacer con tribucion es a las campañas, l

políticos eligen políticas y los votantes votan; no necesariam enen ese orden p orq ue las contribuciones pu ed en desem peña r u papel doble: pueden ser utilizadas al com ienzo de la cam pañ para inducir a los partidos a anunciar plataform as de acuerdo gusto de loslobbies, o bien pu eden ser utilizadas después de que seha n anun ciado las plataformas para lograr que los votantes se iclinen po r el pa rtido más cercano a éstos. Si hay un solo gru po d

interés, el resu ltado es que: (1) para influir en sus plataform as, grupo contribuye a los dos partidos, dando más al que de ant

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m ano es su favorito pa ra ganar. (2.1): Si las plataform as resultantesson iguales, al interés especial le es indiferente qué partido gana yya no contribuye más. (2.2) Si las pla taformas resultantes difieren,aporta fondos adicionales para inclinar la elección en favor delque va delante. “En general”, concluyen Grossman y Helpman(2001, p. 339), “las contribuciones sesgan el resultado políticoapartán do lo del interés público, influyendo en las posiciones delos partidos y posiblem ente tamb ién m odificando las posibilidades de cada un o en las elecciones.” El motivo electoral -co ntr ibuciones pensadas para inclinar las elecciones en favor del partidocuya posición anunciada es del gusto del interés especial en mayor m edida que las otra s- es más débil cuando son varios los gru pos de interés que com piten po r la in fluencia, porque cada uno puede aprovechar el im pulso de las contr ibuciones de los demás.

Por último, las plataform as reflejan las contribuciones y se apartan del bienestar del votante prom edio. Los partidos actúan comosi estuvieran m aximizando un prom edio p ond erado de contribuciones d e cam paña y de la suma del b ienestar de votantes estratégicos.

Los estudios empíricos del impacto del dinero están limitadoscasi exclusivamente a Estados U nidos y gene ran resultados diver

gentes; con frecuencia, muestran que el dinero no tiene mayoresefectos (Stratman, 2005). La dificultad de esos estudios es identificar la dirección de la causalidad en dos relaciones; (l) ¿ lo s partidos (los candidatos) ganan porque gastan más dinero o tienenmás dinero para gastar po rque se esoera que ganen? (2) ¿Los legisladores votan en favor de intereses especiales porqué recibencontribuciones de ellos o reciben coatribuciones porque se per

cibe que sus preferencias coinc iden con los intereses de loslobbies? Por último, sabemos que los ganadores gastan más dinero en lascam pañas que los pe rded ores y que ios legisladores tienden a votar en favor de los grupos de los que reciben contribuciones, perolos mecanismos que generan esas correlaciones siguen siendoopacos.

La regulación referente a la transparencia, la financiación pú

blica y la financiación privada difiere mucho entre los países. Pie-rre, Svásand y Widfeldt (2000) informan que, hasta 1989, la pro

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gobiernos locales tienen arreglos sistemáticos de sobornos con lasgrandes empresas constructoras, es una lista interminable. Además, esos escándalos en m odo alguno se limitan a los países m enos desarrollados o a las democracias jóvenes: los ejemplos dados

provienen de Alemania, España, Francia , Ita lia y Bélgica. Pero reducir el papel político del dinero a casos de “corrupción” sería

profundam ente equívoco y políticam ente erróneo. Conceptuali-zada como “co rru pció n”, la influencia del dinero se convierte en

algo anóm alo, fue ra de lo norm al. Se nos dice que cuan do intereses especiales sob ornan a legisladores o gobiernos, la dem ocraciase ha c orrom pido. Y entonces no hay nad a que decir cuan do intereses especiales hacen con tribuciones políticas legales. Los británicos aprendieron a fines del siglo XVIII que “influencia” no esotra cosa que un eufemismo para referirse a “co rrupc ión ”, pero laciencia po lítica con tem po ránea ha preferido olvidar esa lección.

Para existir y participar e n las elecciones, los partidos políticos necesitan d inero ; com o los resultados de las elecciones son im po rtantes pa ra los intereses privados, éstos com prensib lem en te buscan hacerse amigos de los partidos e influir en los resultados delas elecciones: la lógica de la competencia política es inexorab le.Por último, es de importancia secundaria que los mismos actossean legales en algunos países e ilegales en otros; las prácticas delfinanciam iento político en Estados Unidos constituirían co rru pción en varias democracias. La corrupción de la política po r el dinero es un rasgo estructural de la democracia en las sociedadeseconómicamente desiguales.

Dada la escasez de información sistemática y las dificultades para distinguir el papel de diferentes mecanismos de acceso al dinero en la política, la conclusión sólo puede ser especulativa. Es

posible regular el acceso del dinero a la política hasta cierto punto, pero éste tiene incontables maneras de infiltrarse en la política. La regulación pu ed e red ucir la medida en que la desigualdad política refleja la desigualdad económica, pero no es posibleelim inar po r com pleto la influencia de la propied ad privada, laeducación o la ocupación. La regulación pu ede em parejar hastacierto pun to el campo de juego, pero es difícil que los actuales ganadores, los qu e están e n el poder, adopten un a regulación dise

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ña d a p ara favorecer a los pe rded ores de hoy. Además, pu ede genera r efectos perversos. Stratman (2005, p. 140), po r ejemp lo, señala que si el dinero tiene escaso efecto en el voto p or los qu e están en el poder, pero en cambio tiene un efecto mayor en el voto

po r los que los desafían, la lim itación de los gastos de cam paña favo recería a los que están en el poder. Al mismo tiem po , si las diferencias marginales en los gastos de cam pañ a tien en u n efecto im po rtan te en la proporción de los votos, dicha lim itación de losgastos favorecería a los tramposos no detectados.

La igualdad política perfecta no es posible en sociedades econó m icam ente desiguales. Pero las democracias no p ued en faltar su com prom iso con la igualdad política. Aun cuando cierta dosisde desigualdad política pue da ser inevitable, aun si no en tendem os del todo cóm o es que los recursos económ icos afectan los re

sultados políticos, la influencia co rru p to ra del d ine ro es la plagade la democracia.