PROUDHON, Pierre Joseph, Apuntes autobiográficos

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COLECCIÓN POPULAR

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APUNTES AUTOBIOCRAFfCOS

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Traducción de

JuAN DAMONTE

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PIERRE-JOSEPH PROUDHON

APUNTES AUTOBIOGRAFICOS Textos ese o gidos y ordenados

por Bernard Voyenne

/ ' COLECCION

D FOPULAil

FONDO DE CULTURA ECONóMICA MÉXICO

Page 6: PROUDHON, Pierre Joseph, Apuntes autobiográficos

Primera edición en francés, 198 3 Primera edición en espaftol, 1987

Título original: Mbnoires sur ma víe. Textes choisis et ordonnés par Bernard

Voyenne © 1983, tditions La Décóuverte, París ISBN 2-7071-1366-2

D. R. © 1987, FoNDO DE CuLTURA EcoNÓMICA, S. A. DE C. V. Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F.

ISBN 968-16-2614-1

Impreso en México

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INTRODUCCióN

-Prevengamos al lector sin rodeos: estas memorias son ficticias. Sin embargo, no hay una sola linea que no $ea auténtica. Aun el titulo proviene de un estudio redactado por Ptoudhon. A no ser por algunos peque-6oS aaeglós que están siempre indicados, los textos reunidos aqut han sido tomados, en su forma exacta, de alpno de los tres elementos que componen esta obn: alrededor de cincuenta volúmenes, que se pu· Micaron en vida del autor o despnés de su muerte; su correspondencia, considerable desde cualquier punto de vista; y sus anotaciones penonales, recopiladas por Pierre Hanbtmann y cuya edición está preparándose. La Bibliografia, presentada al final del h'bro, nos per· tnitint remitimos a cada uno de sus trabajos.*

Sólo el ordenamiento es responsabilidad ~nestra, con todos los riesgos que comporta y que, por supuesto,

· iSumimol. Esta ¡>resentaci6n ha querido ser, ante todo, fiel, pero su pnneipal propósito es . poner al público actual en contacto con un escritor que se ha vuelto

, ~ffcilmente accesible. Sin pretender engafiar a mdie, :~ ha parecido que esta forma de relato continuo ::,evitarla la aridez de los "fragmentos escogidos'' -los hay, por lo demú, excelentes- al posibilitar un acceso más directo al hombre y su pensamiento. Proudhon no tuvo nunca tiempo (sin duda, tampo<io el deseo) de élen'bir esta biograffa intelectual, aunque los elementos . : • Los cuadrados (O) que tachonan el tato separan lds ~tos entre sf. Hemos destacado nuestms notas expliai­tms por medio de ·un asterisco. ,

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biográficos abunden en su obra. Nuestro intento de reconstruirla tendrá, tal vez, la ventaja de mostrarnos en su fluir aqueiio que sus contemporáneos, en la mayoría de los casos, han comprendido tan mal y que la posteridad se ha esforzado, de manera más o menos deliberada, en ocultar. Esperemos haber alcanzado nues­tro objetivo.

Frente a los ataques de.la prensa, que ya rivalizaban en indecencia con los de ahora, el autor de Justicia siempre proclamó su desprecio por esos chismorreos, tanto los que le halagaban como los malintencionados, y se negó a darles importancia: "Las cosas de mi vida, escribió, son menos que nada. . . no es bueno, para la libertad y . el honor de un pueblo, que los ciudadanos exhiban su vida íntima, tratándose entre ellos como personajes de comedia o como saltimbanquis." Este pudor privado, este rechazo a las anécdotas más o menos legítjmas, no niega sin embargo que el hombre y su obra estén íntima01ente ligados. ¿Cómo explicar, si no, que la misma obra que pronuncia esta condena nos ofrezca también los pasajes más abundantes y más her­mosos en los que el sociólogo se nos muestra en toda su verdad? :€1 prefería decir personalmente aquello que el público tenía derecho a saber.

Discreto, pero no secreto. Nada resultaba más. ajeno , a su forma de ser que la duplicidad del hombte de letras: su divisa fue Dictum Factum. Era hombre de una sola pieza, enteramente comprometido en un combate en el cual, según su forma de ver, su per­sona no contaba en absoluto. ¿Qué podría haber tenido que esconder de su vida? Es recta y, además, banal, si se la compara con la de otros revolucionarios: un Blanqui, un Bakunin, un Lenin. Sin embargo, comq a todos los grandes creadores, su infancia, única como lo

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son todas y de una dureza ejemplar, lo· había marcado profundamente. Sin haber caído nunca en el roman .. ticismo, conoció todas las tendencias de su época. Per­seguido por la Monarquía de Julio, representante del pueblo en 1848, encarcelado por la República y exiliac.lo por el Imperio, amigo, interlocutor por correspondencia o, más a menudo, impugnador de gran número de con· temporáneos importantes,· nadie podrá sostener que Proudhon no ha sido un testigo importante. Unido firmemente a su trabajo, jamás; desertó del foro -por asqueado que estuviera- y sólo ppdríamo~ ·acusarlo· de algunas dispersiones ocasionales.

Este filósofo, en el sentido que se le daba a la pala­bra durante el siglo pasado, quería ser juzgado exclusi­vamente por sus ideas. Sin desconocer, empero, la carga de lágrimas y de sangre que éstas guardaban inevita­blemente en su base. Su obra es vastísima y no son es· casas las compilaciones de sus libros. Sin embargo, lo esencial proviene de su contenido, no sólo de sus reflexiones, y de su rebeldía. "Todo lo que· sé, lo, debo a la desesperación", le confió tina vez a uno de sus íntimos. Un pesar sin duda vano~ porque la miseria de su familia no le había permitido seguir estudios más ortodoxos, obligándolo a descub:rir con grandes esfuer­zos aquello que otros habían aprendido· fácilmente. Pero también está el rechazo de una estructura social fundamentalmente injusta, que probablemente . había hecho morir a uno de sus hermanos y que, al llevar a la quiebra a su padre, un hombre l;wnrado, le obligó a él mismo a abandonar el colegio prematuramente. Desde ese día juró venganza, no por él, puesto que el resentimiento le era ajeno, sino por el honor de los pobres de quienes quería ser heraldo y mensajero.

De todos los fundadores del socialismo, Proudhon es

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el único que venía directamente del pueblo. Tanto en lo fisico como en lo moral, se describía a si mismo como "rústico, un verdadero campesino", y todo el mundo lo veía de la misma manera, llegando a pro­longar esos rasgos basta lo caricaturesco. Era, en todos los msgos de su personalidad, un aldeano del Franco Condado, con sus costumbtes rústi~ su dignidad, su tozudez, su irritabilidad. Tenía desp1antes de señor · ("¡Yo soy UD. hombre noblel.,), y al mismo tiempo completa ausencia de p¡ejuicios jerárquicos. Dicho de oba forma, puesto que todos eran sus iguales y él era igual a todos, nadie podfa atropelJarlo sin que se sintie~ ra apviado. Por otra parte, quienquiera que se diri­giese a él en forma respetuosa, as{ fuera un advenario, podía estar seguro de ser tiatado de la misma manera. No babia bajeza en su polémica, por encendida que ésta fuera.

Reconocía deberle a su proviucia, lo mismo que su sentido iuuato de igualdad, el culto a la libertad. Con la firmeza que le daba una amplia experiencia, no se dejaba impresionar por los bablad01es de la ciudad: ''Siempre he querido ser como los de mi región: franco y leal aunque discutidor, p~nte, cáustico, brom~ ta y .burlón, implacable con todos esos minuslurbens que quieten hacemos creer en aquello que no existe." Aisla~ do del mundo el9nte de Parls, despreciado por ·éste (aunque el sentimiento era mutuo), siempre vivió con la nostalgia por BU región natal.

Lo que le era propio era ese análisis poderoso que va dd efecto a la causa, buscando siempre (y no sin peligros) una generalización que fuera lo más amplia posible. Tomaba el absurdo como una ofensa personal. Pero se sobreponfa a sus sentimientos para encontrar una ley univmal. Aunque no podía soportar que un

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hombre dominara a otro por medio del poder o del dinero) y menos aún que lo humillara, tampoco estaba hecho para predicar un igualitarismo vulgar. Por el COQtrario, lo que él quería era Wla sociedad en la cual todos fueran diferentes, sin que nadie pudiera hacer 4e su singularidad un instrumento de explotación. Todo tipO de subordinación, según él, no podía estar basada más que en la impostura. Cualquiera que la justificara por fatalismo era culpable de un crimen contra la hu­manidad, al mismo tiempo que ultrajaba los descu­brimientos de la ciencia: ésa fue la razón de su ruptura con la Iglesia, a cuyo servicio había pensado poner­se alguna vez.

Este plebeyo orgulloso estaba muy lejos de ser una fueJza de la naturaleza. Instintivo, si; afectivo, jamás. Su pensamiento era esencialmente cerebral -tal vez demasiado en ciertos aspectos-; potente por la ampli­tud de sus conocimientos, su forma de percibir las correlaciones) su capacidad de síntesis. Em todo lo con­trario a un especialista, en ese siglo que comenzaba a especializarse. Ya sea que consideremos este hecho como un acto de fuerza o de debilidad, el peor contra­sentido con respecto a él sería el de encasillarlo en al­guno de esos dominios en los que incursionó: metafl. sica, historia) economía, sociología, saber político. Nada de lo humano le era extraño.

Hemos mencionado la interrupción de sus estudios, lo cual ciertamente desempefi6 un papel importante en la orientación de su vida. Sin embargo, acerca de este tema -tan fácil- del Proudhon autodidacto ha­bría que aclarar, mejor aún, corregir, muchas cosas. Es indudable que no hizo más estudios secundarios que los de retórica, pero le fueron suficientes pam conocer a fondo el latfn, además, por supuesto, de su propia

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lengua; en otro lado aprobó después el bachillerato, necesario para obtener la beca que le posibilitaría ;¡1-canzar un mejor nivel. Convertido una_ vez más en estudiante después de los treinta años, el becario Suard frecuentó el Colegio de Francia y aprendió hebreo; contaba entre sus amigos varios estudiantes, y discutía con ellos de igual a igual. Tomaba notas sobre todos los temas con un hambre canina tan insaciable como antigua. Hasta que la enfermedad llegó para detenerla, su capacidad de trabajo fue inmensa. A partir de los años cincuenta, alimentará a su familia solamente con sus trabajos como escritor. Aunque leía mucho, no lo bacía al azar; tamizaba, al contrario, todo aquello que iba a ser importante para la ciencia de su siglo. Era para sacar sus propias conclusiones, al abrigo de cual~ quier conformismo y arriesgando perderse en esas nuevas tierras. Aunque solitario, no fue de ninguna manera un hombre aislado; marchaba al paso de su época, y casi siempre se le adelantaba.

Por lo demás, esa cultura distaba de ser solamente la que se encuentra en los libros. Amén de 1as reali­dades del trabajo del campo, el joven Proudhon cono~ ció íntimamente los pormenores de un oficio, tal vez el más completo, puesto que fue tipógrafo. Ampliando más tarde su campo, llevado por las circunstancias aunque también por una decisión deliberada, trabajó cu la administración de una empresa de transportes fluviales. En esa época el que después se irguió como terror de los propietarios defendió palmo a palmo los intereses de sus patrones, quienes, es cierto, también eran amigos suyos. Este éxito le dio confianza en sus dotes de hombre de negocios, hasta el punto de hacerle decir que estaba a veces persuadido de que ése era su verdadero camino. Menos afortunado en sus empresas

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prsonales, se le vería más tarde como director de un lieriódico y banquero, interesándose en la bolsa y en los lerrooarriles, concibiendo una de las primeras máqui­MS de la exposición universal. Lo que deberíamos re­.rener de todo esto es que dicho "utopista'' fue uno de los pocos que tuvieron un conocimiento directo del trabajo y de la economía. Sin hablar del derecho, en e] que demostró aptitudes inequívocas en ocasión de sqs varios procesos. Cuando quiso ser reformador, sabía muy bien de qué hablar, y siempre respaldaba sus pun-tos de vista con su experiencia. . · Desde· esa posición, la de quien impedía ~onstante­

meote que el pensamiento se encerrara en un círculo \ricioso, Proudhon se sentía a sus anchas en el centro de ese inmenso siglo XIX, al que combatía aunque tam· 'hién compartiera su cultura, sus ·~speranzas, sus ilusio­nes y sus· desilusiones. La mayoría de los temas de la época fueron tratados por él, y varios de ellos lo t\lVÍe­ron como introductor. Todo esto en forma original, influyente, penetrante, que. podía llegar .a irritar, _pero que, sin duda alguna, era estimulante. E;n forma· §­caitdalosa, los pontífices de la derecha y de la izquierda pretendieron menospreciarlo mientras que -a sabien­das o no- a menudo no hacían más que repetir lo qt1e él ya había dicho. Sin duda alguna, esto lo explica todo.

1!:1 fue uno de los primeros en realizar estudios en .profundidad sobre la Revolución francesa y, por lo . tanto, sobre todas las revoluciones. Fue, antes. que Manr -quien se aprovechó de ello-, el que descubrió el ~or de~" o ~~svalía, esa grieta oculta· que rt&tu ereat1icio de Iberalismo económico. Figuró en el pelotón de vanguardia de aquellos que reconocie­ron a la ciencia su papel principal en la transforma­ción del mundo (¿para crear un nuevo poder?, nos lo

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preguntaremos más tarde). Fue quien estableció, o enriqueció notablemente, la idea del socialismo, la de mutualidad, de cooperación, de anarquismo, de federa­lismo; y, en un sentido más amplio, uno de los gran­des iniciadores de la conciencia obrera. Fue el creador, también, de una cantidad de ideas·nuevas sobre la reli­gión, la dialéctica, el trabajo, el trueque, los derechos de la persona, la educación y tantas cosas más. Los hombres de su talla no son avaros.

Por muy luminosas que sean las propuestas de este infatigable buscador, no dejan de pertenecer a una época. Un siglo y medio ha pasado -¡y no fue un siglo cualquiera!-, transformando a fondo el panorama y acrecentando fabulosamente la complejidad de esos problemas. u~ actualización es, por lo menos, nece­saria. Tomar al ~por tanto inmov!\!_~r, ac¡üieii nunca renE!l~Q_ ~ _moy_imieutn Séí'G .la. ... ñuma ih~J.~~ Tiii.Lcj,Q_narlo. :21 consideraba la bósqueda de un sistema ·úef:initívo como "la más execrable men­tira que se le pueda prop&ner a un hombre". Por lo tanto, alinearse en el proudhonismo, o aun pensar que éste pueda existir, es no haber comprendido nada. NO' se puede dogmatizar el antidogmatismo.

Lo que en realidad cuenta y se conserva intacto son ese movimiento y ese espfritu, que se mantienen más actuales que nunca. Cuando se estaban forjando esos ídolos con mayúsculas destinados a devoramos, Proudhon asumió la vanguardia de la resistencia. Ni la Nación, ni el Estado, ni la Clase, ni el Partido ·le impresionaban. Por el contrario, denunció hasta su úl­timo momento esos manejos asesinos, proclamando que todos los absolutos solamente podían llevamos al te­rror. Para Proudbon el mal supremo era esa verdad a medias con la cual se hace un dios, a fin exclusiva-

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mente de justificar la dominación del hombre por el hombre.

Así fue desde su primer combat~ tan mal compren­dido, contra la propiedad desme8urada y, al mismo tiempo, contra cualquier fonna de poder. Aquel a quien quisieron limitar a su famosa fórmula de "La propiedad es un robo", en realidad no queda destruir la propiedad, sino salvarla, expurgándola de sus ex-cesos.

De igual manera, siendo anarquista, nunca disimu­ló su apego al orden, en el cual buscó sin descanso .. la creaci6n". Pero la condición previa era suprimir la explotación del hombre por el hombre, ese desorden primordial que engendra los otros. La propiedad huma­na sólo podfa conducir a los abusos; el orden humano era necesariamente liberador. Contenido en cada no­ción debfa estar aquello que la contradice, de otra manera nada tenfa sentido. La justicia, único valor su­premo, es tal porque encierra a la vez equilibrio y ten­sión, respetando siempre en los demás aquello que se exige para uno mismo.

Quien ha comprendido esto se halla definitivamente vacunado contra el virus del totalitarismo. El valor incomparable de esta obra es el de estar consagrada, del principio al fin, a la búsqueda de un socialismo que no avasalle la libertad. Así fuera sólo como antídoto de los horrores de nuestro tiempo, deberíamos meditar cada dfa en esta obm, junto con esas otras, tan conta­das que nos ayudan a vencer nuestras tentaciones in­teriores. De proponer el pensamiento del justo medio, de actitud •'pequefíoburguesa" la acusan aquellos doc­trinarios que ella expone al desnudo. ¡Como si ellos hubieran tenido la misma mesura, manteniendo la misma alegrfal Lo cierto es que las tiranías de todas

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las tendencias, aunque del mismo aspecto, han tenido pocos enemigos tan irreductibles como él.

Omi~iriamos mencionar un aspecto esencial de la vida de Pierre-Joseph Proudhon -el verdadero, no el "hombre-terror'' con el cual nada tiene que ver- si no evocáramos sus virtudes privadas. Una de sus tantas paradojas es aquella que desmiente en todos sus as­pectos la imagen del demoledor convencional. Siempre mantuvo un modo de vida de artesano responsable, afable y de costumbres austeras. Este moralismo in­transigente sorprenderá sin duda a los revolucionarios de salón, para quienes la sociedad sólo puede ser cam­biada destruyendo de antemano la dignidad de sus miembros. Hijo de un tonelero y de una empleada, no tenia necesidad de formarse en la bohemia para sen­tirse "avanzado". Haciendo de ·la justicia un verdadero culto, Proudhon siempre quiso practicarla por sí mismo.

Su conducta en la vida privada nunca fue distinta de la de su vida pública. No se podia frecuentarlo sin apreciarlo. Hijo afectuoso, hermano de una paciencia eje~plar, amigo perfecto, buen vecino y hasta escritor agradecido hacia sus editores. . . Soltero durante largo tiempo, de una austeridad casi clerical, se casó movido por la razón y mantuvo siempre un alto concepto del matrimonio. Fue un padre de familia casi tardío -afirmaba que ésta era su vocación profunda-, se­vero y tierno a la vez, haciendo su parte de los queha­ceres de la casa aunque también gobernando su peque-' ño mundo como un romano. ¡Cuántas cosas se han dicho sobre su antifcminismol ti mismo se encargó de alimentar, sin el menor asomo de falsa vergüenza, aquello que no es leyenda sino, en muchos casos, ex­presión de deseos. En alguna ocasión; pocas fórmulas estrepitosas y pecadillos menores lo perjudicaron. Hace

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falta explicar que lo que inspiraba esas pullas contra lb que consideraba sinceramente simples vaivenes de la moda era, de hecho, su respeto por la . mujer. ~adie estaba obligado a saberlo, pero al menos jamás ~gió sentimientos que no fueran suyos. ···Sin buscar diferenciarse sistemáticamente, sin duda

no era un hombre común. Agitador por amor al orden, adversario de Dios y de la Iglesia por culto a la me­tal, crítico de las ideas expuestas en nombre del senti­do común, tan apasionado como racional (y discutidor), sus provocaciones nunca fueron gratuitas. Como Só­crates, a quien quería parecerse, exorcizaba los delirios con ironía, la "verdadera libertad", tomándo distancia de las locuras del mundo y de las de él mismo. Su voz está alimentada por la Biblia, la elocuencia latina y la savia del pueblo. Escuchémosla sin prejuicios. Es la voz de un gran escritor francés.

B. V .

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REFERENCIAS

Salvo indicación en contrario, en las notas al· pie de _página nos remitimos a la edición de Bouglé-Moysset

:. de las Oeuvres de P.-J. Proudhon, utilizando las SÍ· guientes abreviaturas: · A~nt: AvertiBBement aux prOprlBt:aires ( 1841). Capacité: De la capacité politique des classes ouvrieres

(1865). . . Cel. dim.: De l'utüíté de la ce'lébration du dimanche

(1839). Confessions: Les confessions d'un révolutionnaire . .. (1849). (::ontr. écon., 1, II: Systeme cks cont;radicticms écono­.-· miques ou Philosophie de la misere (1846). Contr. pol.: Contradictions politiques. Théorie du · mouvement constil:utionnel (p6stumo,.l870).

Création: De la crécttion de fordre dans fHunumité (1843).

Dém. liSS.: Les Démocrates ctSSermentés et les réfrac­taires (1863).

Deuxieme Mém.: Deuxieme Ménwire sur la pr~ (1841).

Féd. It.: La Fédération et fUnité en Itdlk (1862). F.R.: France et Rhin (p6stumo, 1867). G.P.: La Guerre et la Paix (1861). IcUe générale: Idée générale ele la Révolution au XIX•

IÍecle ( 1851). JUBtice, I, JI, III, IV: De la Justice dans la Révolution

et dans ft;!glise (1858-1860).

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Justice poursuivie: La Justice poursui:vie par rt.,;Í$e (1858).

Nouv. Obs.: NouveUes observations sur l'unité ita-lienne ( 1865). ·

Phil. Prog.: Philosophie du Progres (1&53). Premier Mém.: Qu' est-ce qfM1 la Propriété? Premier

mémoire sur la Propriété ( 1840). Principe féd.: Du Príncipe fédératif et de la nécessité

de reconstituer le {1drti ds la Révolution ( 1863) . Probl. soc.: Solution du Probleme socktl (1&48). Rév. dém.: La Révolution démontrée par le coup

d'Jf.tat du 2 décembre (1852). Th. Propr.: Théorie ds la Propriété (póstumo, (1865). Trctités: Si les Traités de 1815 ont cessé cfexister

(1863). Las referencias de la correspondencia se remiten a

la edición de Lacroix (1874-1875) con la abreviatura Cor. seguida por"el número del tomo de que se trate, o bien por el título completo de cada volumen. Las referencias de los Camets se remiten a la edición de Haubtmann, publicada por RivU:re.

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l. POBRE, HIJO DE POBRES

NAd en Besanzón el 15 de enero de 1809, hijo de Claude-Fran~ Proudhoii, tonelero, cervecero, nativo de Chasnans, oerca de Pontarlier, departamento de Doubs, y de Catherine Simonin, de Cotdiron, pano­quía de Burgille-les-Mamay, del mismo departamen­to-.1 O Mi padre, hombre simple, no pudo jamás com­prender que la sociedad en la cual vivía estaba basada eit el antagonismo, y que el bienestar que todo indus­Mal trata de procurarse es botín de gueria. tanto como p)tGducto del trabajo; que, en consecuencia, el precio ea dinero de la mercancía no está basado en su pre­eib de costo, sino en aquello que la necesidad de los cOnsumidores, su poder adquisitivo, el estado de la

. competencia, etc., permite arrancar por la fuerza. m sumaba sus gastos, agregaba una cantidad por su traba­jo 7 decfa: "&te es mi precio." No quiso escuchar ningún consejo y se arruinó. Yo no tenía aún doce atíos cuando, trabajando como peón en una bodega y re­flexionando sobre la experiencia personal de mi padre y las observaciones de sus amigos, razonaba, sin sa­berlo, sobre la oferta, la c1emanda y el producto neto, al igual que Pascal reflexionaba sobre geometría mien­tras trabajaba con sus barras y sus círculos.* Entendía perfectamente aquello que tenía de leal y regular el

l Nota manuscrita titulada "Mémoires sur ma vie" y publi· cada al principio de los Carnets, edición de Haubtmann, 1960, I, 3.

• "Ba:aes et rondes". Se refiere a las batras y círculos que hacen los nifios para aprender a escribir. [T.J

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método paterno, pero no dejaba de ver el riesgo que implicaba. Mi conciencia aprobaba lo uno, pero el sentimiento de seguridad me empujaba hacia lo otro. Era para nif un enigma que me llevaba a un enfren­tamiento con la teorfa cristiana, enigma que, de llegar .a: resolverse, amenazaba destruir mis sentimientos re­iigiosos.2 ó Mi padre, a los 66 afios, desgastado por ~1 trabajo y con la hoja, como se dice, embotada por la vaina, sintió de pronto que su fin estaba próximo.* .[ ... ] Quiso entonces prepararse para el largo viaje e impartió él mismo sus instrucciones. Los parientes y amigos fueron convocados: se sirvió una cena mo­desta, amenizada: por una dulce charla. Al terminarse ésta, comenzó con las despedidas, lamentando la muer­te prematura de uno de sus hijos, ocurrida diez afios antes. Yo estaba ausente por servir. . . a la familia. Su hijo m~or, malentendiendo la causa de su emoción, le dijo: "Vamos, padre, olvida esas ideas tristes. ¿Por qu~ des~rar? ¿Acaso no eres un hombre? Tu hora .no ha llegado aún." "Te equivocas, replicó el anciano, si crees que le temo a la muerte. Te digo que es .el fin; lo presiento, y he querido morir rodeado de us­tedes. ¡Vamos, que sirvan el café! ... " Bebió algunas cucharadas. "He tenido muchas dificultades en mi vida, dijo; no he tenido éxito en nada de lo que em­prendí (¡pobre inocente!); pero los he amado a todos ustedes, y muero sin reprocharme nada. Dile a tu her­mano que lamento dejarlos tan pobres; pero que per­severe ... "

Un pariente de la familia, un poco devoto, creyó

2 fU8tice, II, S. * Fue el 30 de marzo de 1846. Proudhon estaba enronces

en Parfs, trabajando para la empresa Gauthier, mientras prepa· raba su Systeme des contradictions économiques. ·

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su deber reconfortar al enfermo diciéndole;. como en el catecismo, que no todo termina con la muerte; que ése es el momento de rendir cuentas, pero que la mise­ricordia de Dios es grande. . . "Primo Gaspard, respon­dió mi padre, yo no sé nada de esas cosas; y ni siquiera pienso en ellas. No tengo ni miedo ni deseos; muero rodeado de lo que amo, llevo el paraíso en mi coraz6n:•

Hacia las diez se durmi6, murmurando unas últimas buenas noches con amistad, la conciencia en paz,- la esperanza de un destino mejor para aquellos a quie­nes dejaba, todo esto reuniéndose en él para darle una perfecta calma en sus últimos momentos. Al día siguiente, mi hermano me escribió, casi en delirio: "¡Nuestro padre murió honrado! . . . Los curas no lo canonizarán pero yo, que lo he conocido, lo prócla­mo honrado, y no deseo para mí otra oración fúne­bre que no sea ésa." 3 O Mi madre [era una] mújer de palabra, de buena cabeza y buen juicio; a ella le debo casi todo lo .que soy. Por su constitt:rción física debería haber vivido un siglo, pero a los 73 años es­taba en un estado de extrema decrepitud. Durante t.:>s últimos seis meses de vida, ya casi no podía ver, oír, actuar ni pensar. [ ... ] Los pesares y las desgracias habían matado a esta mujer. [ ... ] Murió -sin agonía,* como mi padre, en una especie de suefio letárgico que duró diez horas. [ ... ] Mi padre era un hombre de palabra, activo, emprendedor, impulsivo, de alma apa-

a Ibid., II, 439-440. * Fue el 17 de diciembre de 1847. Proudhon, tal eomo'Io

cleplora, estaba ausente. Aunque el año anterior estuvo siempre al lado de su madre, enferma grave y desahuciada por los m& díoos, atendiéndola en todo momento y calmándola cou 1111 cuidados. Conservó siempre por ella un verdadero culto y llamó a su primera bija Catherine, aunque este nombre "ya pasado ele moda" haya hecho "reir mucho" (Cor., IV, 60).

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sionada pero de corto razonamiento; mi madre [ ... ] modelo de entrega, de abnegación, de sacrificio. No pude asistir a ninguno de los dos en sus últimos mo­mentos. La necesidad de trabajar y de vivir no me lo permitió. Me consuela al menos que mi padre y mi madre hayan muerto en paz, en una especie de dulce ensueño, sin dolor ni agonia. Sus corazones se queda­ron con sus hijos, y sn recuerdo no morirá jamás para nosotros.• O Fue entre los veinte y los veintidós ai'iOs de edad cuando senti verdaderamente lo que es el amor filial. Si mi madre hubiera vivido y conservado sus fuemtS, yo no me hubiera casado, y hubiera come­titfo un error. De la misma manera en que la función primordial de una mujer joven es la del matrimonio, la función primordial de una madre es la de casar a sus hijos varones. Mi madre, lo sé, se hubiera sentido feliz al ver que yo la habfa remplazado; me atrevo a creer que mi mujer [ ... ] le hubiera gustado a mi ma­~ y que la pobre anciana hubiera muerto más con­tenta.11 O Estoy hecho de pura piedra calcárea jurásica. Mi t~ tan clara, revela mi origen: la Biblia, que nombró al primer hombre tierra-roja, me hubiese lla­mado Leroux.6 * O El hombre pertenece al pais que habita y que lo ha producido, tal como el alma perte­nece al cuetpo; están hechos el uno para el otro, son expresión el uno del otro.1 O El sentimiento de patria es, tal como el de familia, de posesión territorial o de corporación industrial, un elemento indestructible de la conciencia de los pueblos. Y aun podemos decir,

" Cttmets, 11, 339. 1 Al señor Maurice, 8 de septiembre de 1859, Cor., IX, 150. 8 "Mémoires sur ma vie", Carnets, I, 4. • Leroux quiere decir "el pelirrojo". [T.] 1 G.P., 49.

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si asi lo deseamos, que la noción de patria implica las de independencia y soberanía, de manera que ambos términos, Estado y nación, se adecuan el uno al otro y pueden considerarse sinónimos. Pero la idea del re­conocimiento de las nacionalidades está lejos de poner­las al servicio de ciertas restauraciones que se han vuelto inútiles, por no decir peligrosas. [ ... ] La Revolución, al hacer que los hombres sean iguales y libres a través del equilibrio de fuerzas y el intercambio de servicios, excluye esas inmensas aglomeraciones, objeto de la am­bición de los potentados, que empefian a los pueblos en una servidumbre irreparable.8 O Creo que la nación francesa no puede renacer sino de sus fragmentos. Cuando pienso en esa raza de hombres que desde hace dos o tres mil afios habita las dos vertientes del Jura y que se conservó, soportando tantas catástrofes, casi inalterada v sin mezclarse; cuando considero esas na­turalezas sérias y contemplativas, religiosas pero poco crédulas, capaces de entusiasmo, pero no de fanatismo; esa gente que ha ofdo pasar y rugir las revoluciones y que aún no ha visto otra cosa que su cielo y sus pinos, siento que hay allí elementos preparados para la regeneración nacional. Que los hombres de fe y buena voluntad se unan entonces y que por fin hagan qut nuestro pueblo del Franco Condado ocupe un lugar en el mundo; que hagan una cadena a su alrededor para preservarlo de la corrupción universal; que lo ins­truyan, lo convenzan, lo persuadan, y que además es­peren todo de él. No busquemos nuestra gloria ni nuestro interés personal; existamos solamente para nues­tra patria.9 D La libertad es el espfritu de Francia, pero ésta deja de existir cuando las afecciones de la

8 fustice, Il, 288-289. 9 Al sefior Pérennes, 21 de febrero de 1838, Cor., I, 44-45.

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sensibilidad o los arrebatos de la imaginación se vuel­ven dominantes. No se conoce aún ese espirito francés. Ha sido calumniado. Ha sido traicionado durante se­tenta u ochenta años; háy que hacerlo renacer.10 O Pase lo que pase [ .•. ] con nuestm raza fatigada, la posteridad reconocerá que la tercera era de la humani­dad tiene su origen en la Revolución francesa.11 O ¡Oh patria, patria francesa, patria de los cánticos eternos de -la Revolución! ¡Eres la patria de la libertad porque, a pesar de tu servidumbre, no hay ningún lugar en la Tierra, ni en Europa ni en América, donde el espíritu, que lo es todo en el hombre, sea tan hore como en tu casal ¡Patria que amo con ese amor acumulado que el hijo que crece siente por su madre y que el padre siente crecer con sus hijos! ¿Deberé verte sufrir aún por más tiempo, sufrir, no por ti misma, sino por aquellos que te pagan con su envidia y sus ultmjes; sufrir inocente sólo porque no te conoces? .•. ¡Creo que ésta es tu última prueba! ¡Despierta, madre! Ni tus pdncipes, ni tus bai~ nes, ni tus condes pueden hacer ya nada por tu saludr ni tus prelados podrían reconfortarte con sus bendiciones. Conserva, si así lo quieres, el recuerdo de aquellos que te han hecho algún bien, ve de cuando en cuando a rezar frente a sus monumentos: pero no les busques suceso­res. ¡Se han terminado! ¡Comienza tu nueva vida, oh primera entre las inmortales; muéstmte en toda tu belleza, Venus Urania; regálanos tu perfume, flor de la humanidad!

Y la humanidad rejuvenecerá, y tú serás quien cree su unidad: porque la unidad del género humano es la

10 Al señor Gustave Chaudey, 14 de marzo de 1859, Cor., IX, 33. -

11 Justice, I, 28-i.

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unidad de mi patria, tal como el espíritu del géne~o humano es el espíritu de mi patria.u O

Mis antepasados paternos y maternos fueron todos labradores francos, eximidos de prestaciones personales y ·del pago de derechos al sefior desde tiempo· inmemo­rial Jean-Claude Simonin, mi abuelo materno, apodado Tournési porque había hecho las guerras de Hannover con el regimiento del mismo nombre ( conserva111os durante largo tiempo, como una reliquia, un Nuevo Testamento en francés que le había regalado el cape· llán de su regimiento), fue célebre en el pueblo por su audacia para resistir a las pretensiones de los sefio­res, por su matrimonio c:;on Marie GJ~ron, hija única, requerida por su figura y su buena conducta, y por sus querellas con los guardias forestales, agentes de los sefiores, quienes lo arruinaron ~n sus multas, aunque uno de ellos las pagó por todos.18 O La comuna donde él vivía tenía el derecho, otorgado por viejos documen­tos~ de cortar lefia en un bosque de la vecindad llamado la Récompense, que formaba parte de un feudo de los sefiores de Beauffremont. El guardia Brézet, extreman­do cuidados, decidió un día impedir a los pobres usuarios el ejercicio de sus derechos: a cada contra­ventor, un proceso verbal. Toumési, más osado que los otros, quiso alegar: era una lucha perdida de an~ tem~o; además, era la justicia del sefior la que dictaba las sentencias. Quedó arruinado por las multas. Un día, a plena luz, el guardia Brézet lo sorprendió con su carro y sus caballos, reincidiendo. Había ido a bus~ar un árbol que necesitaba para la cubierta del tejado de su casa, y, como a peSar de las condenas ni siquiera pen­saba en dejar que su derecho se extinguiera, no se

12 Rév. dém., 296-297. 1s ''Mémoires sur ma vie", Carnets, 1, 3.

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escondía. "¿Cómo te llamas?, le dijo el guardia. Te inicio proceso verbal." "Me llamo Retoumes-y, * res­pondió el otro, jugando con su apodo." "Dame tu hacha." "¡Tómalal" Y la arrojó al suelo entre los dos, cada uno en su terreno. Allí estaban los dos hombres, el guardia de un lado desenvainando su sable, el cam­pesino del otro esgrimiendo su hacha. No sabria decir que fue lo que ocurrió: basta con saber que el guardia volvió a su casa deslomado y entregó su alma veinte dias después. En su lecho de muerte rehusó delatar a su asesino, conocido por todos; se limitó a decir que le habían dado lo que se merecía. [ ... ]

No quiero [ ... ] calificar de ejemplar la conducta de mi abuelo: ¿quién puede saber mejor que yo que una sociedad civiliYada no se modela con estas acti­tudes bárbaras? Solamente me pregunto quién fue el verdadero responsable de esa muerte. ¿Quién había fundado la sociedad feudal? ¿Quién había creado ese sistema, en el cual la autoridad administraba justicia, el respeto y el derecho no eran recíprocos, la ley era la expresión de un estado de ánimo, la balanYa del juez se inclinaba siempre del lado del poder, y la moral sólo encontraba refugio en la desesperación de los .. oprimi­dos? ¿No era acaso la Iglesia, con ese espantoso dogma de la caída cuya consecuencia es la miseria, su coro­lario la servidumbre y su regla la predestinación?

Si el sei'ior pretende ejercer sobre mí su justicia, yo, a mi vez, pretendo ejercer mi justicia sobre el sei'ior: ése fue el razonamiento que armó el brazo de Tourné­si. Hubiera golpeado al mismfsimo sefior. ¿Por qué no? ¿Acaso no era en ese momento el vengador del derecho imprescriptible contra una tiranía insolente, objeto de

* "Regresa." [T.]

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la reprobación pública? 1" O He recibido de mis ante· pasados algo más que lecciones de asesinato; escuchen ustedes ésta:

Toumési, siempre razorutdor y escasamente devoto, se llevaba mal con el capellán de la parroquia, el cum Blessemaille. Una vez, a sabiendas de que em objeto de la maledicencia, decidió celebrar las pascuas. ¿A quién piensan ustedes que se dirigió pam pedir la abso­lución? Al mismísimo cum Blessemaille, a ese sacerdote vengativo, quien fue presa del horror al ver a su ene­migo, el critico de su conducta, entrando al confesiona­rio. Con santa ira intentó despedirlo. "Diríjase a otro, le dijo." "Sólo conozco a mi pastor, replicó humilde­mente Toumési." Y Blessemaille se vio obligado a absolverlo, además de darle la comunión con su propia mano. ~No es cierto [ ... ] que ésta fue una hermosa treta de soldado campesino? ¡Ah, cum!, tú dices que soy orgulloso, buscapleitos, envidioso, impío. Pues bien, te haré levantar la mano pam jurar sobre la hostia que no has encontmdo nada que reprocharme. [ ... ] Un hombre como Toumési, que reúne todas las vir­tudes domésticas y sociales, que no tiene más defec­tos que los de golpear al guardabosque y burlarse del capellán es esencialmente moml; sólo le falta la gracia.

Toumési murió en el invierno del 89 a consecuencia de una caída que tuvo sobre ese maldito hielo del ca­mino que jamás olvidaré. Iba de casa en casa cantando canciones revolucionarias en las cuales, de acuerdo con lo que se esb'laba en esos tiempos, las instituciones feudales se presentaban como castigo divino, y la mi· seria que oprimía al pueblo como su consecuencia:

1. JUBtice, 11, 247-248.

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Chrétiena,- contemplons les fléaux Dont Dieu punit nos crimesl

{¡Cristianos, contemplemos las calamidades/con las cuales Dios castiga_ nuestros crímenes!J

Mi madre aún nos las cantaba, pero ya olvidé la con~ tinuación.111 O Para ser justo y evitar que se confundan los inocentes con los culpables, deberfa de haber agre­gado que la rama de la familia de la cual proviene el célebre jurisconsulto* es perfectamente conservadora y piadosa, lo que no le envidio en absoluto, y que siempre se ha mantenido en buenos términos ron el gobierno, del cual ha recibido hace poco distinciones, lo cual tampoco me preocupa mucho; en fin, que no ha producido más que hombres de la ley, aunque también los hay de la Iglesia. Es la rama bendita de la familia de la cual, desgraciadamente, un gajo se ha separado. [ . .. ]

El prafesor [ ... J decfa un dfa, hablando de la rama de la cual tengo la desgracia de provenir: "Habfa una gota de sangre mala entre los Proudhon y ésta pasó de ese lado." No lo decfa por maldad, ya que jamás rehusó un favor o un consejo a esos testarudos litigantes de la rama nueva de la familia; lo dijo" por pura impaciencia; En cuanto a él, prefería dejarse robar a litigar: oorrfa el peligro de perder. ·

E8cuché esa expresión cuando era mucha~;IO. ¡La gota de sangre mala! -Ustedes comprenderán [ . .. J que eso lo dice todo: la doctrina de la predestinación entera

15 Ibid., 11, 251-2)2. · * Se trata de Iean-Baptisre-Victor Proudhon, primo del_ pa­

dre del autor, miembro del directorio del departamento de Doubs después del Termidor, y luego profesor y decano de la escuela de derecho de Besanz6n. - - · -

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está ahí. :€sta es la idea funesta que se infiltra en el alma de las naciones para justificar sus luchas y presen~ btr como providencial la palabra de los gobiernos. Por eso yo y los demás miembros de esa rama de mi familia estábamos predestinados a la pobreza, a la rebelión, a ser llevados a juicio, a la prisi6n, ¡predestinados a ser Anticristos! ¿Se imaginan ustedes el efecto que esta sentencia, dictada por un célebre jurisconsulto, quien además habfa llevado la sotana, podfa tener sobre el cerebro de un muchacho de trece añ.os? 18 O Pues sí, soy pobre, hijo de pobres; pasé la vida entre los pobres y, por lo que parece, moriré pobre. ¿Qué quieren uste­des? Nada me gustaría tanto como enriquecerme; creo que la riqueza es buena por naturaleza y que le sienta bien a cualquiera, aun a los f116sofos. Pero no estoy de acuerdo con los métodos utilizados para lograrla, y los que yo podría utilizar no están a mi alcance. Por otra parte, nunca podría hacer fortuna en tanto existan pobres. [ . .. ] Quienquiera que sea pobre ~ de mi familia. Mi padre [y] mi madre [ ... ] se casaron lo más tarde que pudieron, lo cual no les _impidió echar al mundo cinco hijos, de los cuales yo soy el mayor, y a quienes dejaron después de haber arrastrado su pobreza. Yo haré lo mismo: dentro de poco cumpliré cuarenta afios de trabajo y, como un pobre pájaro impulsado por la tormenta, todavía no encuentro la verde rama donde posar mi nido. Nunca hubiera dicho nada sobre toda esta miseria si no hubieran convertido en una especie de crimen el romper la prohibición que pesa sobre· la indigex1cia, cuando me permití razonar acerca de los principios de la riqueza y las leyes de su distribución. ¡Ah, si el problema estuviera . resuelto

te Ibid., II, 244-ZH.

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para todo el mundo y yo fuem el único pobre de la Tie­rra! Entoncest me olvidarla de todo y dejarla de deshon~ rar a mi país y a mi siglo con mis protestas insolentes.11

O La causa que defiendo es la de los pobres.18 O La pobreza es decente, sus vestidos no llevan los agujeros del manto de los cínicos; su habitación es limpiat salu­dable y cerrada; cambia las sábanas por lo menos una vez a la semana; no está pálida ni hambrienta. Como los compafieros de Danielt rebosa en salud aunque coma solamente legumbres; tiene su pan cotidiano y ti feliz.

La pobreza no es el bienestar; eso serfa la corrupción para cualquier trabajador. No es bueno que el hombre tenga bienestar; por el contrariot necesita sentir siempre el aguijón de la necesidad. El bienestar serla peor aún que la corrupciónt serfa servidumbre; y lo importante es que el hombre puedat llegado el casot ponerse más allá de la necesidad y poder prescindir aun de lo nece­sario. Pero la pobreza tiene sus alegrías íntimast sus fies­tas inocentest sus lujos de familia, lujo conmovedor que resalta la frugalidad de su modo de vida.

Es evidente que no podemos ni sofiar con sustraemos de esta pobreza inevitablet ley de nuestra naturaleza y de nuestra sociedad. La pobreza es 'buena y debemos considerarla como el principio de nuestra alegría. La razón nos ordena adaptar nuestra vida a la frugalidad de nuestras costumbres, a la moderación de nuestros placerest a la asiduidad al trabajo y a la subQrdinación absoluta de nuestros apetitos a la justicia.19 O Si bien en nuestro siglo la pobreza no debe intimidar a un hom­bre sincero, es también un grado del cual jamás hay que

17 lbid., 11, 2-3. 1s Al sefior Micaud, 7 de agosto de 1851, Cor., VI, 400. 1t1 G.P., 338-339.

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descender. La sociedad está democratizada ante la opi­nión pública y ante la ley; el hombre que se forja a sí mismo siempre es, por lo tanto, bienvenido; eso ya lo sé. Pero, desgraciadamente, pertenezco a una raza que no ha sabido o no ha podido [ ... ] salir de la ~­seria; a mi alrededor, entre mis aliados y vecinos, no veo más que lisiados. Es sabido de todos y eso me molesta. Por mi pensamiento y por mi conciencia siem­pre estuve muy por encima de ese barro proletario, pero las realidades de la vida siempre me vuelven a zambullir en él.20 O ¡Cuánta piedad me inspiran esos recitadores de homilías lloriqueantes, esos amigos ckl pueblo, amigos ck la clase obrera, amigos del género humaoo, esos filántropos de toda clase que meditan cómodamente sobre los males que aquejan a sus se­mejantes, que sufren desde la ociosidad porque el pobre pasa seis días de fatiga y porque su salario es insufi­ciente, pero que nunca llegan a más conclusión que "hay que trabajar, hay que ahorrar". Como esos médi. cos que tratan a un enfermo aplicando sin cesar un nuevo emplasto a cada nueva úlcera, sin siquiera inten­tar purificarle la sangre porque tienen siempre a mano algún remedio de reciente invención y de gran eficacia: no dejan nada de lado, salvo una cosa de la que no se avergüenzan, y que es atacar el mal de raíz. Pero no es de temer que se comprometan en una búsqueda que los lleve precisamente allí donde jamás querrán investigar: a ellos mismos. Con sus capitales, sus má­quinas, sus privilegios, lo invaden todo y después se indignan porque hay obreros sin trabajo; hasta donde pueden, impiden que nadie haga nada y luego gritan que el pueblo pierde su tiempo; gloriosos en su fr~;.

ao Al señor Manrice, 5 de diciembre de 1855, Cor., VI, 279.

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tífera ociosidad, dicen al compañero sin empleo: ¡traba­ja! Y luego, cuando el cáncer de la pobreza viene a quitarles el suei'io con su espantoso aspecto, cuando el enfermo agotado se retuerce en su camastro, cuan­do el proletariado famélico ruge en las calles, entonces hacen donaciones para la extinción de la mendicidad, dan bailes en beneficio de los pobres, asisten a espec· táculos, hacen colectas, juegan entre ellos loterías que ayuden a los.,_~, gozan haciendo limosnas y luego se aplauaen entre ellos mismos. ¡Ah!, si hemos sacrificado la sabiduría de los tiempos modernos en ~ras de resultados tan magníficos, no era ése el espíritu Y~t~~~gad ni el de las ensefianzas de ~ucristo. -

-~=e6fl'6cernos la parábola relatada en el capítulo 20 del evangelio de San Mateo, en la cual Jesucristo exhibe como modelo a un padre de familia quéSe le­vanta al alba para enviar a 1'óS obreros a la viña. Les pagaba un denario al día. Puesto que había pasado varias veces por la plaza pública ese día, cada vez que veía un jornalero sin trabajo lo enviaba a su vii'ia. Cuan­do llegó la noche, este padre de familia entregó su de­nario a cada trabajador. Hubo protestas y mumuracio­nes: "¡Hemos soportado el peso del trabajo y del calor durante todo el día, decían unos, mientras que a los que no hicieron casi nada se les trata igual que a nosotros!" "Amigo mío, dijo el padre de familia a uno de los descontentos, no te estoy engafiando ... ¿Acaso no estabas de acuerdo en trabajar por un dena­rio? Toma lo que te pertenece y vete. Quiero pagar a uno lo que le pago al otro. ¿No puedo acaso hacer lo que me parece justo y debo dejar de ser humano porque tú eres envidioso? En mi casa los últimos son como los primeros y los primeros son iguale's a los últimos."

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Pido perdón a la divina sabiduría del autor del Evan­gelio por haberme escandalizado, en otros tiempos, ante esta apología que tanto irritó la razón de los filó­sofos. ¿Cuál es la verdad que aprendemos en esta lección del padre de familia? [ ... ] Es que toda díferen­ciil de nacimiento, de edad. de fuerza o de capacidad de6aparece ante el derecho de producir lo necesario para la propia subsistencia, el cual se expresa a través de la ~d de condiciones y de bienes; es que las dSfereÍlclas de habiliOiaes o de aptitudes en el obre­ro, de cantidad o de calidad en la ejecución del txabajo, desaparecen en la obra social cuando todos los parti­cipantes han hecho lo que han podido, porque enton­ces han cumplido con su deber; esto quiere decir, en pt)cas palabras, que las diferencias de capacidad entre lOs individuos se neutralizan por medio del esfuerzo geneml. Otra vez nos encontramos con la condena a todas esas teorías de repartición proporcionada al mé­rito y a la capacidad individual, que crecen o dismi­nuyen de acuerdo con el capital, el trabajo o el talento; teoifas estas de una inmoralidad flagrante, ya que se oponen diametralmente al ~ia, base del ~~ec_h~sjy¡ft_ y porque violan-la !IOertaa de los trabajadOres al desconoc_e_! el _h~ho de la ._E!odu~9..§1_1 cglectiv:~ úmca salvaguaroa ante lós abusos Te toda ~ñCiad relativa. Estas teorías se basan en los sen­timientos más repugnantes y en las pasiones más viles, puesto que ~tán fundadas solamente en el, ~mo; teorfas que, finalmente y para vergüenza de sus sober­bios autores, defienden tan sólo el rejuvenecimiento y la rehabilitación, bajo formas tal vez iñTs" reguladas, de esa·misma civilización que también ellos denigran pero que a su vez imitan; que no tiene ningún va­lor, pero que ellos resucitan. Dicen los sectarios que

'S

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en campo abierto, haciendo pequeños trabajos rústi­cos o cuidando vacas. Fui boyero durante cinco años. No conozco otra forma de vida tan contemplativa y tan realista a la vez, tan opuesta a ese absurdo espiritua­lismo base de la educación cristiana, que la vida del hombre de campo. En la ciudad me sentía desarraiga­do. El obrero no tiene nada de campesino; además de su vocabulario distin~ maneja un l~uaje diferente, adóri a otros "dioses; se le nota qu'e pasado por el tamiz, que está entre el cuartel y el seminario, entre la academia y el palacio municipal. ¡Qué exilio el mío cuando tuve que ir al colegio, donde solamente existía por mi cerebro, donde, entre otras tonterías, pretendían ensefianne, con nanaciones y con estudios, lo que era esa naturaleu que yo acababa de abandonar!

El campesino es el menos romántico y el menos . idealista de los hombres. Zambullido en la realidad, es 'lo opuesto al dilettante, y jamás dará un centavo por la mejor de las telas que representan un paisaje. Ama la naturaleza como el niño ama a su nodriza, no se preocupa por sus encantos, que conoce bien, sino por su fecundidad. [ ... ] El campesino ama la naturaleza por sus potentes tetas, por la vida que expele con violencia. No la roza con el ojo del artista sino que la abraza plenamente, como el enamorado del Can­tar de los Cantares la devora, Veni, et inebriemur uberibus. [ ... ]

¡Qué placer experimentaba revolcándome entre la alta hierba, que hubiera querido comer como las vacas; corriendo descalzo por esos senderos que bordeaban los setos; trasplantando las verdes turquías, sumidos los pies en esa tierra profunda y fresca! Más de una vez, en esas calurosas mañanas de junio, me desnudé y me di un baño de rocío sobre el césped [ ... ] En ese

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entonces, apenas distinguía mi yo de mi no-yo. Yo era todo aquello que podía tocar con las manos y al­canzar con la vista y que me servía para algo; no-yo era lo que me molestaba o se me resistía. La idea de personalidad se confundía dentro de mf con la de bien­estar, y era precisamente allí donde yo buscaba esa sustancia inextensa e inmaterial. Me hartaba de moras, campánulas, rapónchigos, salsifies de la pradera, gui­santes verdes, semillas de adormidera, bayas, ciruelas, mostellas, cerezas silvestres, escaramujos, uvas y otros frutos silvestres; devoraba una cantidad tal de legum­bres que hubieran podido matar a un pequefioburgnés cñado entre cuidados, y el único efecto que esto me producía era el de darme, por la noche, un apetito lormidable. La madre naturaleza no hace daño a quie­nes le pertenecen. [ ... ]

,¡Cuántos chaparrones he soportado! ¡Cuántas veces, empapado hasta los huesos, dejé secar mi ropa sobre liÚ cuerpo, al sol o al viento! ¡Cuántos bafios tomé, a ctlalquier hora, en el río durante el verano y en las vertientes durante el invierno! Trepaba a los árboles, me metía en las cavernas, atrapaba ranas y cangrejos en sus escondrijos a riesgo de encontrar una homole sala­mandra; luego, sin esperar, asaba mis presas al carbón. El hombre siente por las bestias simpatías u odios se­cretos que la civilización hace olvidar. Me gustaban las vacas, pero era un afecto indiferente; tenia prefe­rencias por las gallinas, los árboles o las rocas. Me habían dicho que las lagartijas eran amigas del hombre, y yo lo creía sinceramente. Pero les babia declarado la guerra a las serpientes, los sapos y las orugas. ¿Qué cl4ño me habfan hecho? Ninguno. No sé por qué, pero la experiencia de los seres humanos me había forzado a detestarlos para siempre. [ ... ]

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Mientras vivía esta vida tan espontánea ni siquiera pensaba en la desigualdad producida por el dinero, o en los misterios de la fe. Cuando no hay hambre no hay deseos. En casa de mi padre nos desayunábamos un cocido de maíz llamado gaudes; a mediodía comía­mos papas; a la noche una sopa de tocino, y así durante toda la semana. A pesar de que los economistas alaban el régimen inglés, nosotros, con esa alimentación vege­tal, estábamos gordos y fuertes. ¿Por qué? Porque res­pirábamos el aire puro de nuestros campos y comíamos de lo que se producía. El pueblo revela conocer esta verdad cuando dice que el aire del campo alimenta al campesino, mientras que el pan que comemos en París no sirve ni para matar el hambre.

Sin saberlo, y a pesar de haber sido bautizado, yo era una especie de panteísta práctico. El panteísmo es la religión de los niños y de los salvajes; es la reli­gión de aquellos que, mantenidos por la edad, la edu­cación o el lenguaje en su vida sensitiva, no han llegado aún a la a bstraccíón o al ideal, los que, según creo, deberían de ser aplazados durante el mayor tiempo posible. [ . .. J

:€sa fue mi educación, la de un hijo del pueblo. Re­conozco que no todos tienen la misma fuerza para resistir o para investigar, pero todos tenemos la misma capacidad para hacerlo. Fue este contraste entre la vida real, tal como la mostraba la naturaleza, y la educación falsa que nos enseñaba la religión lo que hizo nacer en mí ]a duda filosófica y me puso en guardia en con­tra de las opiniones de las sectas y las instituciones de la sociedad.29 O En mi casa, no éramos muy fer­vientes. [ ... ] Pero tampoco éramos blasfemos o incré-

29 Justice, Il, 402-408.

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dulos; teníamos la fe del carbonario; preferíamos pre­sentamos ante el cura a investigar por nuestra propia cuenta. "La religión, decía mi tío Brutus, es tan nece­saria para el hombre como el pan, pero puede ser_ tan ~mroosa como el veneno." Ignoro de dóndé había

--- src'a o esta frase antiiiOrnica que yo no estaba todavía en condición de comprender. Pero sí sé que, aunque aceptáramos ese pan sin preguntarnos de dónde venía la harina, tenfamos miedo a ese veneno, lo que nos mantenía permanentemente al borde de la increduli­dad. A pesar de todo esto -y creo ser el único de la familia que lo ha hecho- me convertí para siempre en un incrédulo y en el más grande blasfemo del siglo (tal como se relata en mi biografía*). Conviene ex­plicar cómo llegué a esto.

Mis primeras dugas sobre la fe se me presentaron cuando estaba por cumplir los dieciséis años, después de la misión que se predicó en :W"efañZón y de la lec­tura que hice de la Démonstrcttíon de l' existence de Dieu de Fénelon. Daniel Stem, en su Histoire de la Révolution de 1848, relata esta anécdota, que es cie$. Cuando supe, por el preceptor del Duque de Borgoña, que existían los ateos (escribo este nombre tal como se lo pronuncia en Besanzón), esos hombres que nie­gan la existencia de Dios y que explican todo por el movimiento del átomo o, como diría Laplace, por la materia y el movimiento, ~ en ensueños extraordi-

* Se trata de la obra de Eugene de Mirecourt, autor del folleto de la colección Les Contemporains, publicado en 1854. Proudhon, convencido de que el folleto estaba instigado por el cardenal Matthieu, ar2:0bispo de Besanzón, su ciudad natal, envió directamente una larga respuesta al prelado: De la Justice danB la Révolution et dans l'~gliss. en la cual desarrollaba la filosofía de la inmanencia, con todas sus consecuencias morales, que opcnrlíí"a los dogmas cristianos.

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narios. Hubiera querido oír a estos hombres defender sus tesis ellos mismos, leerlos tal como leía a F~. Curiosidad peligrosa, si se quiere, que no prondhl""CiDa nada bueno, pero que daba fe de mi deseo de instruir­me, y si debo decirlo, de mi sinceridad, puesto que ¡tal vez no hubiera ningún Dios! O hubiera otra cosa que no fuera Dios. O D~_9.S no fuera lo que el pueblo piensa ni lo. que. TOS- .~~~s P!.f9jcag_. ¿Y si el papel que este persona¡e miSterioso aesempefl.a en el mundo fuera lo contrario de lo que nuestra religión supone? 80 O

Aunque soy, tal vez, de todos los mortales aquel a quien menos preocupa el !emgr de Dios, no me con­sirlero ateo; siempre me ne opuesto sinceramente a esta calificación. Sin discutir la naturaleza o los atri· butos de Dios, atengámonos a la definición vulgar del ateísmo: todo aquel que niega sistemáticamente la existencia de Dios. Yo, por mi parte, creo y digo que n2._$~p~ede negar ni afirmar legftimamente nada sobre ·to amolilto; ésa . es una de las causas por las ""Ctlales~ae lado el concepto de la moral divina. Podrfan decirme que una duda tal es insostenible y que por eso mismo sólo Dios es posible y no puede permanecer indiferente ante dicha objeción; la com­prendo, y si alguien me la hace, intentaré responder­la. Pero que no se haga de mí un ateo cuando mi propia filosofía se opone a ello.31 O ¿Es acaso mi culpa si la fe en la Divinidad se ha convertido en una opi­nión sospechosa? ¿Si la simple sospecha de la existen­cia de un Ser superior es interpretada como la marca de una inteligencia débil, y si de todas las utopías filosóficas es la única en que el mundo ya no cree?

so Ibid., II, 328-329. a1 Ibid., 1, 448.

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¿Es mi culpa que la h!¡pesía y la im~ilidad se escondan tras esa santa · queta? ~

Si un doctor afirma que en el universo hay una fuerza desconocida que actúa sobre los soles y los átomos, y que hace mover toda esa maquinaria, se considera que esta suposición, aunque gratuita, es sim· plemente natural; es bien recibida y fomentada: prueba de ello es la teoría de la atracción, hipótesis impo· sible de verificar y que sin embargo ha llevado a la gloria a su inventor. Pero si para explicar los asuntos de la humanidad propongo, aun con todas las reser­vas imaginables, la intervención de un Dios, estoy seguro de faltar a la seriedad científica y de ofender a los oídos severos: a tanto ha llegado nuestra piedad en el formidable descrédito de la Providencia, y la charlatanería de todo tipo demuestra la hipocresía de ese do~a y de esa ficción. He visto a los teís­tas de la época y la blasfemia se paseaba por mis la­bios. Estudié la fe de un pueblo, ese pueblo que Brydaine llamaba el mejor amigo de Dios, y temblé ante la negación que no terminaba de comprender. Atormentado por sentimientos contradictorios, recu­rrí a la razón, y es esa raz6n la que, entre tantas contra­dicciones dogmáticas, me lleva hoy a la hipótesis. El dogmatismo a priori, aplicado a la idea de Dios, se mantiene estéril: ¿quién sabe adónde nos condu­cirá esta hipótesis? 32 D Dijo Voltaire, el enemigo de las religiones: "Si Dios no existe, habría que in· ventarlo." ¿Por qué? Sigue diciendo Voltaire: "Por­que si hubiera un príncipe ateo que quisiera ñiacbá- ·

,-.~~rme S.!! _u~ Ill..Q!!ero, estoy s~u~C?. .. g~ queJp ;h_aría." ¡EXtfafia aberración de un espfntu tan grande! ¿Y

32 Contr. écon., 1, 33.

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si el príncipe fuera creyente y su confesor le mandara, de parte de Dios, que lo quemara vivo, no seria usted quemado? ¿Olvida usted acaso, usted el Anticristo, la Inquisición y la noche de San Bartolomé, las piras de Vanini y de Bruno, la tortura de Galileo y el martirio de tantos librepensadores? No intente usted hacer diferencias entre la costumbre y el abuso porque yo le replicarla que para un príncipe místico y sobrenatural, un príncipe que abraza la idea de Dios, todas las consecuencias de sus actos son legí­timas y el celo del creyente será el 'Único juez de :sus actos.

"En otra época yo creía, dijo Rousseau, que se podia ser un hombre honesto sin creer en Dios: ahora com­prendo que estaba en un error." En el fondo es el mismo razonamiento que el de Voltaire y la misma justificación de la intolerancia: el hombre hace el bien y se aparta del mal solamente porque considera que la Providencia lo vigila: ¡anatema para aquellos que lo niegan! Y, para colmo de disparates, el mismo hom·

· bre que reclama para nuestra virtud la sanción de una Divinidad remunerativa y vengadora es aquel que en­seña como dogma de fe la bondad natural del ser humano.

Pues yo digo que el principal deber de un hombre inteligente y libre es el de apat!~r para siempre de su conci~cia y de su espíritu la. idea ~os. Puesto que Dids, si existe,. es esencialmeñté- ho~ffl a nuestra nafU9Ueza y nci ganamos nada con sú~t9.,rldad. Lle­gamos a la ciencia a pesar dé él, al bienestar a pesar de él, a la sociedad a pesar de él: cada uno de nues­tros avances es una victoria con la cual a.p~os a la Divinidad. ,. __ :

¡Que dejen ya de decirnos que los caminos de Dios

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son impenetrables! Hemos penetrado esos caminos y hemos leído escritas con sangre las pruebas de la impotencia de Dios, si no las de su mala voluntad. Mi razón, por tanto tiempo humillada, se eleva poco a poco al nivel del infinito; con el tiempo ésta des­cubrirá todo lo que su falta de experiencia le impide ver; con el tiempo dejaré de ser artesano de desgra· cias y por las luces que habré adquirido, por el per­feccionamiento de mi libertad, me purificaré, ideali· zaré mi ser y me volveré jefe de la creación, seré igual a Dios. Un solo instante de desorden, que el Todopo­deroso hubiera podido evitar, pero que no evitó, acusa su Providencia y desmiente su sabiduría; hasta el me­nor de los progresos que el hombre ignorante, aban­donado v traicionado realiza hacia el bien lo honra desmedidamente. ¿Con qué derecho podría Dios de­cirme: Sé santo porque yo soy santo? ¡Espíritu menti­roso, le respondería, Dios imbécil, tu reino ha ter­minado! ¡Búscate otras víctimas entre las bestias! Sé que no soy ni podré jam'1Sser santo: ¿cóm'!Ypodrías serlo tú si yo me parezco a ti? Padre eterno, Júpiter o Jehová, hemos aprendido a conocerte: tú eres, fuis­te y serás siempre el ~ de Adán, el tl!i!~o de Prometeo. ·-.~Ño .. caigo en el sofisma refutado por San Pablo cuando prohíbe al jarro decir al alfarero: ¿por qué me has hecho así? No le reprocho al autor de las cosas el habermeñecho una creatura inarmónica, un con­junto inc<ib·~~~te; solamente podría existir con esa condición'":"Me contento con gritarle: ¿por qué me en­gaíias? ¿Por qué, con, ~.SÍ-º• me has hecho e~fs­tq,?....¿Por qué me has s o a la tortura de la duaa universal con la ilusiólf:fiñarga de lasideas antagÓni­cas que pusiste en mi entendimiento? Dudas sobre la

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verdad, dudas sobre la justicia, dudas sobre mi con­ciencia y mi libertad, dudas sobre ti ... ¡Oh, Dios! ¡Y como consecuencia de esa duda, la necesidad de una guerra contra mí mismo y contra mi prójimo! Esto es, Padre supremo, lo que has hecho por nuestra felicidad y por tu gloria, éstos fueron desde el prin­cipio tu voluntad y tu gobierno, éste fue el pan em­papado en sangre y lágrimas con el que nos alimen­taste. Las faltas por las que te pedimos pe~n nos las has hecrrcr comete~, ltí; las tzs de las que te conjuramos a sacarnos nos las ten 1ste tú: y el Satán que n~ ac~~~a, ese S<!!j.n eres t!!. - -

Triunfabas, y nadie ··osaba contradecirte, cuando después de haber torturado en cuerpo y alma al justo Job, imagen de nuestra humanidad, insultabas su cándida piedad. No éramos nada ante tu majestad invisible, a la que dábamos el cielo por palio y la tierra por asiento. Y ahora estás destronado y que­brado. Tu nombre fue durante mucho tiempo la pa­labra del sabio, la sanción del juez, la fuerza del prín­cipe, la esperanza del pobre, el refugio del culpable arrepentido. Pues bien, ese nombre incomunicable estará en lo sucesivo destinado al desprecio y al ana­tema, y será abucheado por los hombres. ~(}rg:!!~J2i2L es estupid,~z y cQ!?ardía; Dios es hiprgq:e$(ª _ _¡ mentira; Dios es ti;ania y mj~-~~ia; Dios es el. ~1. Mientras la humanú:lad se indine ante un altar, esclava de los reyes y de los c~~,as, será desaprobada; mientras un hombre reciba el juramento de \?,lro en el ~om­bre de Dios, la sociedad eStará basada ... en el ~; la p~z y el amor estarán proscritas para los m.<;>.r.ta­les. ¡Dios, vete ·')'a! Porque desde hoy, ya curado del temor hacia ti y convertido en sabio, juro con la mano extendida hacia el cielo que no eres más que

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el verdugo de mi razón y el espectro de mi con-ciencíP ·O ... ,... ~·

Siempre cuidadoso de la dignidad de los demás aun cuando la mía está en la picota; respetando de la religión la conciencia ingenua del pueblo y en el cura al ministro de esta conciencia, no vengo aquí a [ ... J manifestar una impiedad. fuera de lugar, es­carnecer los símbolos sagrados o abofetear al Altísi­mo. [ . .. J Busco las leyes de lo justo, del bien y de lo verdadero: solamente por eso me permito interro­gar a la religión.

¡La religión! Pertenece a la humanidad, es fruto de sus entraí'ias. ¿Quién podría despreciarla? Honremos a la conciencia humana en toda fe religiosa, en toda Iglesia reconocida o no por el Estado; honrémosla aun en el Dios que ella adora; practiquemos . la caridad y la paz con aquellas personas que respetan la fe. Es nuestro deber y no pienso faltar a él. Pero una vez satisfecha la piedad pública, el sistema de la teología está sujeto a mi critica: la ley del. Estado me lo per­mite." O Fuente de terror y de alegría, de resignación y desesperanza, principio de discordia, de flojera y de pereza. __ Los males queJ:m .o .~ón son bien conoclaos: eñ esñis, sus l'ñasOiái,!ecorde­mos solamente sus buenas obras, sus altas inspira­ciones. Fue ella la que cimentó los fundamentos de la sociedad, la que dio unidad y personalidad a las naciones, la que sirvió de sanción a los primeros legis­ladores, la que animó con su soplo divino a los poetas y a los artistas y, ubicando en el cielo la razón de todas las cosas y el lugar de nuestra esperanza, dis­tribuyó a manos llenas serenidad y entusiasmo en un

aa Ibid., I, 382-384. S' Justice, I, 291-292.

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mundo de dolores. Fue también ella la que, ya cubier­ta por un velo fúnebre, hizo arder en tantas almas generosas la llama de la verdad y la justicia y, a través de sus ejemplos, las leyes de la igualdad. ¡Cuánto embellece nuestros placeres y nuestras fiestas! ¡Qué perfume de poes.ia da hasta a nuestros actos más pe­queños! ¡Cómo supo embellecer el trabajo, aliviat el dolor, humillar el orgullo del rico y defender la dig­nidad del pobre! ¡Cuántas valentías encendió con sus llamas! ¡Cuántas virtudes hizo florecer! ¡Cuánta abne­gación suscitó! ¡Qué torrente de amor puso en los corazones de Teresa, de Francisco de Sales, de Vicente de Paul, de Fénelon; y con qué lazo fraternal une a los pueblos al fundir con sus tradiciones y sus plegarias a las épocas, las lenguas y las razas! ¡Con qué ternura consagra nuestra cuna y con qué grandeza acompafia nuestros últimos momentos! ¡Qué delicio­sa castidad puso entre los esposos! [ ... ] La religión creó modelos a los cuales la ciencia no puede agregar nada: seremos felices si aprendemos de ésta a realizar en nosotros el ideal que nos enseñó aquélla.35 O

Es innegable que ante esta proscripción decisiva que pone a salvo su d~dad, el hombre pierde algo, pierde inmensamente; ·prerde sus espe.raniliS· de in­mortalidad; pierde ese ~~ .. _<~9!1. rn i\Wpito que da una satisfacción tan ·gfffide a su orgullo y a su sentido íntimo; sacrifica su propia eternidad a fin de ser, por un instante, algo y poder afirmarse a sí mismo; se coloca voluntariamente EN EL CREPÚScULo, in tenebris et in umbra mortis, entre la causa prime­ra, a la cual renuncia, y la causa final, que no alcan­zará jamás, y todo para poder decir, a lo largo de

35 Création, 72-74.

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una vida sin precedente y sin porvenir que se va con la rapidez del myo: ¡rol

Mi conciencia es mfa, mi justicia es mía y mi h'bertad es soberana. Que yo muera por toda la eter~ nidad, pero que al menos pueda ser hombre dur.mte un dfa.• ·

" "JéstW', 'tcrits IU1' ltt rdl¡jon, ediciones Riviere, pp. 526-527.

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11. INTRODUCIR LA CIENCIA EN LA MORAL

Poa consejo de un amigo de mi padre, ingresé como alumno externo becado en el colegio de Besanzón. Pero ¿qué podia hacer este ahorro de 120 francos por una familia para la que vivir y vestir habfan sido siempre un problema? Me faltaban constantemente los libros más necesarios; hice todos mis estudios de la tfn sin tener un diccionario; después de traducir de memoria todo lo que podfa, dejaba en blanco las palabras desco­nocidas para llenar los espacios vaclos en la puerta del colegio. Fui castigado cien veces por haber olvidado mis libros: era porque no los tenia. Todos mis dfas de asueto los dedicaba al trabajo del campo o de la casa para ahorrar asf un jornal de mano de obra; en vacacio­nes, iba yo mismo a buscar al bosque la provisión de madera para el taller de mi padre, tonelero de profe­sión. ¿Qué estudios pude haber hecho con un método semejante? [ ... ]

Hice mis estudios de humanidades mientras mi fa­milia estaba en la miseria y yo pasaba por todos los disgustos por los que puede pasar un joven sensible y con el más irritable amor propio. Además de las enfer­medades y del mal estado de sus negocios, mi padre enfrentaba un juicio que lo llevada a la ruina. El mismo dfa en que se dictaba la sentencia yo iba a ser laureado con el grado de excelencia. Llegué muy triste a esta solemnidad donde todo parecfa sonrefrme; padres y madres besaban a sus hijos laureados y aplau~

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diau sus triunfos, mientms mi familia estaba en el tri~ bunal esperando la sentencia.

Siempre recordaré que el rector me preguntó si que­rla;que fuera. algún pariente o amigo quien me coronara.:

-No tengo a nadie conmigo, señor rector -le tapondi.

· ........¡>ues bien -me contestó-, yo mismo lo coronaré y le daré el abrazo. · Nunca [ ... ] me sentí tan sobrecogido. Encontré a

mi familia consternada y a mi madre llorando: el juicio estaba perdido. Esa noche cenamos todos pan y agua.

Alcancé a llegar hasta retórica: ése fue mi último afto.tie colegio. Me vi obligado entonces a mantenerme a· .lA{ mismo. "Ya deberías conocer tu oficio, me dijo JÍii padre; a los dieciocho afios yo ya me ganaba el pan Y! :jto había hecho un. aprendizaje tan largo como el tuy&." Concedí que tenia razón y entré a trabajar en una imprenta.1 O Recuerdo aún ese delicioso día en que mi caja tipográfica se convirtió en el instrumento de mi libertad. No tienen ustedes idea de la inmensa volup­tuosidad que se apodera del corazón de un hombre de ·~te años cuando se dice a si mismo: 44¡Tengo una

posición! Puedo ir a donde yo quiera; ¡no necesito de Dadie!" [ ..• ] Honor, amistad, amor, bienestar, inde­~dencia. soberanía, todo eso le promete el trabajo al obrero, le gara.~tiza todo; solamente la existencia de privilegios desmiente esa promesa. Pasé dos años ha­ciendo esta vida incomparable en Francia y en el extranjero. Por amor a ella, rechacé más de una vez la literatura., cuya puerta me abrían algunos amigos, prefiriendo el ejexcicio del oficio. ¿Por qué este sue­fto de juventud no pudo durar más tiempo? No fue

1 "Lettre de candidature a la pension Suard", 31 de mayo de 1837, Cor., I, 2)-27.

)1

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exactamente por vocación literaria [ ... ] que me trans­fonné en escritor.2 O Como corrector de imprenta, ¿qué podía hacer entre las horas de trabajo? La jornada era de diez horas. A veces tenia que leer en ese lapso las primeras pruebas de obras de teología y devoción, ocho fojas en dozavo: trabajo excesivo al cual debo mi miopía. Envenenado por un aire malsano, los mias­mas del metal y las emanaciones humanas; descomzo­nado por esta lectwa insípida, me apresuraba a inne fuera de la ciudad para sacudinne esa infección. [ ... ] Caminando por el campo huía de esa oficina eclesiás­tica que se tmgaba mi juventud. Para buscar el aire más puro recorrla los altos montes que rodean el valle de Doubs contemplando a veces el espectáculo de al­guna tonnenta. Acurrucado en alguna cueva podía ver cara a cara a Júpiter fulgurante, cmlo tOJ'lLUl'tem, sin desafiarlo y sin temerle. No estaba a11i por ser sabio ni artista. [ ... ] Lo que yo sentía en mi contemplación era algo muy distinto. Me decía que el relámpago y el trueno, el viento, las nubes y la lluvia formaban aún parte de mí. . . Las mujeres de Besanzón tienen la cos­tumbre de persignarse cuando escampa. Yo pensaba que el origen de esta piadosa costumbre provenfa del mismo sentimiento que yo experimentaba, a saber, que toda crisis en la natwaleza es un reflejo de lo que ocurre en el alma del hombre. [ .•• ]

Desde entonces, me vi obligado a civilizarme. Pero debo confesar que lo poco que logré en esto me da asco. Encuentro 'Jue en esta pretendida civUimción saturada de hipocresm, la vida no tiene color ni sabor y las pasiones carecen de. energía y de franqueza; la imagi­nación es estrecha y los esb1os son o rebuscados o chatos. Odio esas casas de más de un piso en las cua-

• JU8tice, III, 103-lM.

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les, al revés de la jerarquía social, los pequeños son amontonados en lo alto y los grandes se establecen cerca del suelo; detesto por igual las cárceles, las igle­sias, los seminarios, los conventos, los cuarteles, los hospitales, los asilos y las casas cuna. Todo esto me desmoraliza. Y cuando recuerdo que la palabm pagano, (JaFus, significa CB.Il!pesino; que el ~o, el ser ciñipesino, es decif;efcwto a las di.viri~des del cam­~o, el panteísmo rural, ha sido vencidO y aplastado por sü rival; cuando pienso que el cristianismo ha conde­nado a la naturaleza al igual que a la humanidad, me pregunto si la Iglesia, al tomar el partido contrario al de esas religiones caídas no ha terminado por tomaz el partido contrario al sentido común y a las buenas costumbres! O

Esperaba que mi oficio de corrector me permitiera continuar mis estudios, interrumpidos en el momento en que exigieron mayores esfuerzos y nuevas activi­dades. Pasaron por Inis manos las obms de Bossuet, de ~~ etc.; aprendí las l.p del ~P:riélto y del'estilo con estos grandeS maestros. [ .. 'T

. Pero las conmociones políticas y mi propia miseria me alejaron de estas meditaciones solitarias para zam­bullirme en el torbellino de la vida activa. Tuve que abandonar mi ciudad y mi región y recorrer Francia buscando, de imprenta en imprenta, algunas líneas para componer, algunas pruebas que corregir. Un día vendí mis premios de colegio, que eran la única bi­blioteca que alguna vez babia tenido. Mi madre lloró; a mi me quedaban los extractos manuscritos de mis lecturas. Estos extractos, que no se podían vender, me acompafiaron y me consolaron por donde iba. Recorrí asi parte de Fmncia, expuesto a veces a que-

a Ibid., II, 407-409.

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darme sin trabajo y sin pan por atreverme a decirle la verdad en la cara a algún patrón que, por toda respuesta, me despecHa brutalmente. [ ... ]

La vida de un hombre no es nunca tan sufrida y desamparada como para que no encuentre, a veces, algún consuelo. Había hallado un amigo en un joven a quien la fortuna atormentaba igual que a mi, con sus contradicciones morales y con el aguijón de la pobreu. Se llamaba Gustave Fallot. Estaba en el fondo de un taller cuando recibi una carta invitándome a abandonarlo todo y a unirme a él •.. * "Es usted in· feliz, me decía, y la vida que está llevando no le con· viene. Proudhon, somos hermanos: mientras me quede algo de pan y una pieza. los compartiré con usted. Venga, y venceremos o pereceremos juntos." f ... ] se había presentado [ ... ] como candidato a la beca Suard. Sin decirme nada, se proponía transferirme la beca, en caso de que la ganara, reservándose para él solamente la gloria del titulo ( ... ] "Si obtengo el nombramiento en el mes de agosto, me decía sin más explicaciones, nuestra carrera comenzará en el mes de agosto." Acudí a su llamado solamente para ver­lo atrapado por el cólera, gastando en mf sus ú}. timos recursos, llegando a las puertas de la muerte sin que me fuera posible continuar con mis cuidados. La falta de dinero no nos permitía permanecer juntos; debimos separamos y lo abracé por última vez.' O Fue en 1832, en la época de la primera epidemia de cólera ( ... ] Yo había dejado la capital, donde no pude emplearme en ninguna de sus noventa imprentas. La

* Véase el anexo a este capitulo ("Usted será una de 'fs luminarias de este siglo''). [E.]

" "Lettre de candidature a la pension Suard", 31 de mayo de 1837, Cor., 1, 27-29.

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revolución de Julio babia acabado con la libreria ecle­siástica, que era la que daba la mayor parte del tra· bajo a la tipografía, y el poder no tenfa la intención de remplazada por una librerfa filosófica y social [ ..• ] •

Como viese que en París babia tantas grandes mi­serias como grandes fortunas, decidí volver a mi provin· cia. Después de algunas semanas de trabajo en Lyon y luego en Marsella, siempre escaso de labor, me di· rigf a Tolón, adonde llegué con tres francos y cincuenta centavos, mis últimos recursos. Nuru:a estuve tan ale­gre ni tan confiado como en esa época crítica. Aún no babia aprendido a calcular el debe y el haber de la vida; era joven. En Tolón no habfa trabajo: llegué demasiado tarde, lo perdí por veinticuatro horas. Tuve entonces una idea, verdadera inspiración de la época: mientras en París los obreros sin trabajo atacaban al gobierno, yo, por mi parte, me decidí a emplazar a la autoridad.

Fui al palacio municipal y pedí una entrevista con el alcalde. Una vez en su despacho le presenté mi pasaporte: "He aquí, sefior, le dije, un papel que me ha costado dos francos y que, además de infonnación sobre mi persona facilitada por el comisario de policia de mi barrio y corroborada por dos testigos conocidos, me ase­gum, y así lo ordena a las autoridades civiles y milita· res, asistirme en caso de necesidad. Debe usted saber, sefior alcalde, que soy cajista de imprenta, que des­de que salí de París busco tmbajo sin encontmrlo, y que ya he gastado mis ahorros. El robo es castigado, la mendicidad está prohibida. Me queda sólo el tm· bajo, cuya garantia me parece ser el objeto de este pasaporte. En consecuencia, sefior alcalde, vengo a ponerme a su disposición."

Yo era del parecer de aquellos que un poco más

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tarde adoptaron la divisa: rVivir. traba¡<mdo o morir combatiendo!, quienes en 1848 acordaron un plazo de tres meses de miseria a la República, y quienes en junio escnbieron sQbre su bandera: 1fktn o plomol Hoy con­fieso que estaba equivocado: espero que mi ejemplo les sirva a mis semejantes. . .

La persona a quien yo me dirigfa. era un hombre pequefio, redondo, regordete, satisfecho, de ante­ojos con armazón de oro, que seguramente no se esperaba esta intimación. Tomé nota de su nombre porque me gusta saber algo de quienes me simpatizan. Era un tal sefior Guieu, apodado Tripette o Tri¡1clfte, antiguo procurador judicial, hombre nuevo descubierto por la Monarquía de Julio y que, aunque rico, no .rechazaba una beca para los estudios de sus hijos. Debe haberme tomado por un fugitivo de la insurrec­ción que acababa de sacudir .a París [ ... ]. "Sefior, me dijo inc01:porándose sobre su sillón, su reclamación es insólita e interpreta usted mal su pasaporte. Esto significa que si es usted atacado o robado, las autori­dades asumirán su defensa: eso es todo." "Perdone usted, sefíor alcalde, pero la ley francesa protege a todo el mundo, aun a los culpables que reprime. Un gendarme no tiene derecho a golpear al asesino que captura, salvo en caso de legítima defensa. Si un hom­bre es puesto en prisión, el director no tiene derecho a -apropiarse de sus efectos personales. Tanto el pasa­porte como la hbreta, de los cuales estoy provisto, implican para el obrero algo· más que eso, de otra ma­nera no tienen ningún sigirlficado." "Sefior, le voy a hacer entregar quinre cen~vos · por legua para. que regrese usted a su región. Es todo lo que puedo hacer por usted. Hasta ahí llegan mis atribuciones." "Eso serfa una limOSIJ.I!, sefior alcalde, y yo no la quiero.

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Cuando llegara a mi región tendrla que ir a ver al jefe de mi comuna en las mismas condiciones en que me encuentro ahora, de manera que mi regreso le habrá costado 18 francos al Estado y no habrá sido de utilidad para nadie." "Seiior, eso no entra en mis atribuciones ... " No lograba sacarlo de ahí.

Sintiéndome. perdedor en el terreno legal, decidi in­tentar otro recurso. Me dije que tal vez el hombre era mejor que el funcionario. Tenfa aspecto plácido y aire de cristiano, aunque sin pizca de mortificación; pero pensé que los bien alimentados continuaban sien­do los mejores. "Sefior, proseguí, puesto que sus atribu­ciones no le permiten satisfacer mi pedido, déme usted un consejo. Tal vez pueda ayudar en otro lugar que no sea una imprenta, y ningún trabajo me repugna. Usted conoce la localidad. ¿Qué me aconseja?" "Sefior, que se retire usted.''

Miré al personaje de arriba abajo. La sangre del viejo Tournési me subfa a la cabeza. "Muy bien, sefior alcalde, le dije apretando los dientes: le prometo a usted que me acordaré de esta audiencia.'' Salí del palacio municipal y abandoné Tolón por la puerta de Italia. [ ... ]

¿Qué estaba haciendo yo [ ... ] cuando reclamaba trabajo en nombre del orden y la justicia, y que con la mejor buena voluntad del mundo y mis veintitrés afios, con mi instrucción clásica y mi oficio de tipó­grafo, me descubría inútü para todo, evitado por la sociedad, como un miembro inservible? Interpretando el sentir popular, protestaba como protestó el pueblo en 1848 y como protesta todos los días; protestaba contra ese régimen de abs.ad inconcebible que entrega . a los patrones el p4Ícto neto del trabajo del obrero sin garantizar siquiera la continuidad de ese

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trabajo por el cual se enriquecen.1 O Establecido por mi cuenta como productor y cambista, mi trabajo cotidiano y la instrucción que había adquirido fortale­cieron mi razón como para penetrar el problema [de la repartición de bienes] un poco más de lo que lo había hecho antes. Pero estos esfuerzos eran inútiles: las . .t:ln!dias se espesaban cada vez más.

Tóffii los días me decía, profundkando en el pro.. blenut, que si de alguna: manera los productores se pu~ sieran de acuerdo para vender sus productos y servicios a un poco más de lo que cuestan y, por consiguien­te, de lo que valen, habría menos enriquecidos, sin duda, pero también habrla. menos quiebras; y, estando todo más barato, habría menos indigencia. [ ... ]

Ninguna experiencia real [ ... ] demuestra que las voluntades y los intereses no puedan ser equilibrados de tal manera que la ~ una paz imperturbable, sea la consecuencia, y la riqueza, un estado generali­zado. Nada prueba que el vicio y el crimen, de los que se dice son el principio de la miseria y del anta­g~nismo, no estén causados precisamente por esa mi­seria y ese antagonismo [ ... ]. Todo el problema se reduce a encontrar un principio de armonía, de contra­peso, de equilibrio, 8 O [ ... ] un estado de igualdad social que no sea ni comunidad, ni despotismo, ni 1

reparticiones, ni anarquía, sino libertad dentro de] '· orden e independencia en la unidad.7 O Debo (me decía a mí mismo) destruir, en un duelo a ultranza, tanto la desigualdad como la propiedad.8 O t.-

5 Justictl, III, 10+108. • Ibid., II, 6. '( Ce'l. clim., 61. 8 Al sefíor Ackermann, del 12 de febrero de 1840, Cor.,

I, 185.

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Mi vida pública comienza en 1837, en plena co:rrup~ ci6n fe1ipista. ~

La Academia de Besanz6n debfa entregar la pen~ sión trienal que legaba Suard, el secretario de la Acade· mia Francesa, a los j6venes del Franco Condado que no disponían de medios para cursar la carrera de letras o de ciencias. Me inscribf como candidato.* [ ... ]

Mi socialismo recibió su bautismo de una compafífa sabia; mi madrina fue una academia y si bien la vo­cación que sentfa desde hacia tanto tiempo tuvo mo­mentos de debilidad, el empuje que recibí entonces de mis honorables compatriotas la confiimó plenamente.

Puse de inmediato manos a la obra. No fui a bus­car la luz en las escuelas socialistas que subsistían en la época y que ya comenzaban a pasar de moda. Me alejaba igualmente de los hombres de partido y de los periodistas, demasiado ocupados en sus luchas coti· dianas como para pensar en las consecuencias de sus propias ideas. Tampoco empleé más tiempo en cono­cer o buscar sociedades secretas:** me parecfa que todo el mundo estaba tan alejado de las metas, que buscaba como los eclécticos o los jesuitas.

Comencé mi trabajo de ~n~iración solitaria con .~

* Véase el anexo a este capítulo ("Carta de candidatura"). [E.] * * Sin embargo, se aólió como aprendiz fxancmasón a la

logia de Besanz6n, llamada "Sinceridad, Unidad_Per(Wa... )' Amistad", en la cual uno deTus ·¡)!míos, uñéi cura tenía

--et-grliaO' de venerable. La ceremonia tüVó lugar el~ero de IW, y en eilít'CI postulante se comportó, segt1ñ"TT-dice él mismo, en forma un tanto p~ora. Podemos encontrar el relato de esta ceremonia en ra---sexta parte de J.fl8tice._ (W. 6 3-65). En los afi.os siguientes, Proudhon parece no~ .. te-­nido más que contactos ~cos con la aaaonerlá y no conquistó ningún gr.tdo, aunque nunca neg6 haber pertenecido a ella.

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el estudio de los socialistas antiguos, considerando que me era necesario pam determinar las leyes teóricas y prácticas del movimiento. las primeras formas anti­guas las encontré en la Biblia. Dirigiéndome a cris­tianos, la Biblia debfa ser pam mf la primera autori­dad. Un estudio sobre la institución sabática con· siderada desde el punto de vista de la mor~ la higient; las relaciones familiares y sociales me valió una medalla de bronce de mi Academia. De la fe en la cual me habían educado me precipitaba sin du­darlo a la razón pura, y ya recibía. aplausos por habex presentado a Moisés como ñ16sofo y socialista, lo que me pareció bastante $ingular y de buen augurio! D

[Sin embargo;] el encargado de los informes de la Academia, el abad Doney, quien hoy es obispo de Montauban, sostuvo en un informe largamente deta­llado que mis puntos de vista sobre Moisés no coinci­dían en absoluto con los suyos y que, en consecuencia, no podfa premiar mi infoiille porque eso implicaría aceptar la responsabili<lad por una interpretación ten­diente nada menos que a desnaturalizar la tra4!s:ión de la Iglesia y el espíritu de una iñStitiiCión respetable.

Ante esta observación del encargado de infoiilles respondí que no me refería a las intenciones de Moisés sino a las necesidades de nuestra época; que la Aca­demia, al someter a concurso la observación del Do­mingo bajo los cuatro aspectos de la higiene pública, la moral y las relaciones fa:nu1útres y soc:ú:tks no inten­taba dar a conocer el estrecho sentido judaico del sabat sino el carácter universal y práctico del domingo.

Fue lo que me hizo decir en el prefacio: "El domingo, sabat cristiano hacia el cual el res-

• Confessjons, 172-173.

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peto parece haber disminuido, revivirá en todo su esplendor cuando se haya conquistado la libertad de trabajo con su bienestar consiguiente. La clase traba· jadora estará interesada en mantener esta institución para que jamás desaparezca. Todos celebrarán esta fiesta aunque nadie acuda a la misa; entonces el pue­blo comprenderá, por este ejemplo, cómo una religión puede ser falsa aunque su contenido sea legítimo, etc."

Esto es lo que yo decía y la Iglesia [ ... ] no quería escuchar. ¿Cuál era la base de esta divergencia? Era que la revolución que yo evocaba en nombre de Moi· sés y a propósito de la ley del egoísmo tendía hacia la Justicia, mientras que la Iglesia, sujeta a los sa· cramentos y a la letra, se queda en la ley del amor, en la caridad.

¿Cómo podía tratar la cuestión de una forma lógica desde un punto de vista diferente del que babia adop~ tado sin dejar de atenerme al contenido del Penta· teuco? La ensefianza que debía proponerle a la bur· guesfa contemporánea era que, según Moisés, no está permitido golpear a un trabajador ni venderlo como esclavo; que todo burgués tiene derecho de pernada sobre su mujer, y aun sobre cuatquier muchacha del pueblo, mientras pague; que el descanso dominical, que fue establecido por caridad y para atenuar la servidumbre, no es op!!gaWiio para el patrón más 'que por respeto a sus obreros; que la propiedad tie­ne por condición compensatoria espigar los campos, rastrillar los prados, la vendimia, los préstamos de dinero sin interés, etc.10 O Pero si estudiaba era sobre todo por realizar cosas. No me interesaban las pal· mas académicas; no tenía interés en convertirme en

1o JUitic•, III, 'k).

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un sabio y menos aún en literato o arqueólogo. Me interesé luego por la economía política.n O

Hojeando el catálogo de la biblioteca del instituto, me encontré con esta materia: EOO.NOMfA POÚTICA. Hacia ochenta años justos que Quesnay había publi­cado su Tablelru y yo nunca había oido hablar de

_ él. "¿Quiénes son estas personas?", me pregunté. Y comencé a leer.

La lectura de los economistas me convenció rápi­damente de dos cosas que para mi son de importan4

cia capital: La primera es que durante la segunda mitad del

siglo xvm una ciencia babia sido estructurada y fun­dada prescindiendo de la tradición cristiana y de todo supuesto religioso, y su objetivo era determinar, inde­pendientemente de las costumbres establecidas, de las hipótesis legales, de los prejuicios y mtinas que regían esta materia, las leyes naturales de la produccron, de la DISTRmua6N y del consumo de la riqut=. Cierta~ ment~ ése era mi problema.

La otra cosa de la que quedaba. también con­vencido era que en la economfa poUtica, tal como la babfan concebido sus fundadores y la enseñaban sus discfpulos, la noción de derecho no se tomaba en cuenta y sus autores se limitaban a exponer los hechos prácticos como sucedían ante sus ojos, deduciendo las consecuencias independientemente de que estuvieran de acuerdo o no con la Justicia. [ ... ]

Por todos lados se percibe una inmoralidad que se desarrolla proporcionalmente al efecto económico obtenido, de manera que la sociedad parece basarse en esa dualidad fatal e indisoluble: riqU~tZa y rniserí4,

11 Confessions. 173.

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mejoramiento y de(Jravt.tción. Y como los economistas ( demuestran, por otra parte, que alli donde se come-, ten in¡~cias, ya sea por escl!.Y}tüa, por des~mo, \ por fa a de seguridades, etc., la producción es da~ . ~. la riqueza disminuye y reaparece la barbarie, se <re<ruce que la economía politica y, por ende, la socie­dad entera, está en contradicción consigo misma [ ... ] .

Ante esta antinomia ( ... ] ¿qué partido toma el mundillo ilustrado y oficial?

Unos, discípulos devotos de Malthus, se manifi~ tan valientemente contra la Justicia. Ante todo quieren la riqueza, cueste lo que cueste, de la cual esperan sacar una buena tajada: hacen un buen negocio con la vida, la libertad y la inteligencia de las masas. Con el pretexto de que ésa es una ley económica, de que así lo quiere la fatalidad, sacrifican sin remor­dimientos la humanidad a Mammón. La escuela ero­nomistd se ha distinguido por esto en su lucha contra el socialismo. Que su crimen la cubra de vergüenza ante la historia.

Los otros retroceden espantados ante el movimiento económico, y se vuelven angustiados hacia los tiempos de la simplicidad industrial, las hilanderías domésticas y el horno rústico: se vuelven retrógrados. [ ... ]

Creo ser el primero que, con plena comprensión del fenómeno, se atreve a sostener que la Justicia y la economía deben compenetrarse sistemáticamente, y que la primera debe servir de ley a la segunda, sin limitarse mutuamente o hacerse vanas concesiones, lo que las llevada a una mutilación recíproca y a no avanzar absolutamente nada. De esta manera, en lugar de restringir el desarrollo de esas fuemt.S económicas que nos asesinan, habría que EQUILIBRARLAS entre sí, de acuerdo con el poco conocido y menos compren-

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dido principio de que los contrarios deben equili, brarse en lugar de destruirse, precisamente porque son contrarios.12 O

Todo lo que sé lo debo a la desesperación. Puesto que la pobreza me impedfa adquirir algo, intenté un dfa crear una ciencia para mí solo con los jirones recogidos durante mis cortos estudios.18 O Hay 'ima ciencia de las cantidades. que excluye todo disenti­miento, que no permite arbitrariedades, que rechaza toda utopfa; una ciencia de los fenómenos físicos que re­posa en la observación de los hechos; una gramática y una poesfa fundadas en la esencia del lenguaje, etc. Debe existir también una ciencia de la sociedad que sea absoluta, rigurosa, basada en la naturaleza del hom­bre y de sus facultades y en su interrelación; ciencia que no hay que inventar sino descubrir.14 O

Por la instrucción y por el .contacto con las ideas, el hombre llega a descubrir la idea de ciencia, es de­cir, la idea de un sistema de conocimiento confonne a la realidad de las cosas y deducido de la observa­ción. Busca entonces la ciencia o el sistema de los cuerpos simples, el sistema de los cuerpos compuestos, el sistema del espíritu humano, el sistema del mundo: ¿por qué no buscar entonces el sistema de la sociedad? Pero cuando llega a esa etapa comprende que la verdad, o la ciencia política, es algo totalmente inde­pendiente de la voluntad soberana, de la opinión de las mayorías y de las creencias populares; que la vo­luntad de reyes, ministros, magistrados y pueblos no significa nada ante la ciencia y no merece nin-

12 lustice. u. 58-60. u Cr~ 128 (carta donde dedica el capítulo m a 111

amigo Bergmann). . 1" Cél. dim., 89.

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guna consideración. Simultáneamente comprende que si bien el hombre es un ser sociable, 1a autoridad paterna caduca el dfa en que, formado su raciocinio y acabada su educación, se transforma en el asociado de su padre; que no tiene más jefe ni rey que la ver­dad demostrada; que 1a poUtica es una ciencia y no una patrafia, y que 1a función del legislador se reduce, en un último análisis, a la búsqueda siste­mática de 1a verdad.

Asf. vemos que en una sociedad organizada, 1a auto­ridad del hombre sobre el hombre se encuentra en relación inversamente proporcional al desarrollo inte­lectual al que ha llegado dicha sociedad, y que la vi­gencia de esa autoridad puede ser calculada basándose en la voluntad I1W o menos general de un gobierno verdadero, es decir, de un gobierno que se rija por la ciencia. Y de la misma manera en que el dere­cho .de la fuerza y el derecho del engaño retroceden ante 1a determinación cada vez más firme de 1a justi­cia ·Y se doblegan ante la legalidad, el gobierno de la voluntad cederá ante el de la razón y terminará por desaparecer ante el socialismo científico. La propie­dad y 1a realeza están siendo demolidas desde el co­mienzo del mundo; y asf. como el hombre busca la justicia en la igualdad, la sociedad busca el orden en 1a a~ufa.11 O .

Una nueva ciencia, ¿comprenden ustedes? [ ..• ] con sus axiomtiS, sus determinaciones, su método, sus pro­pias certezas [ ... ]. Creo que es lo menos que po­demos hacer por la Revolución.18 O La introducción de lo científico en lo relativo a la moral, a la política

111 Premier Mérn., 338-339. 16 Al sefi.OI Charles Edmond, del 10 de enero de 1852, Cor.,

IV, lBS.

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y a la economfa es lo que imposibilitará el despotismo, el fanatismo y las fantasfas populares. Yo digo que esta idea representa el carácter de nuestro siglo y asegura la gloria de las nuevas generaciones. Seré feliz si puedo mostranne digno de estas generaciones.u O

[Y] quiera Dios que yo no me ponga [ ... ] en el papel de descubridor y pretenda haber ¡INVENTADO UNA IDEAl Veo, observo y escribo. Puedo decir como el salmista: Credidi, f:11'0I*r quod locutus suml 18 O

Se ha dicho de Newton, para dar una idea de la grandeza de sus descubrimientos, que revel6 el abisnw de la ignordnCÍcl humana. [ •.. ] Nadie puede reivin­dicar, en el campo de las ciencias económicas, un lugar igual al que la posteridad asigna a este gran hombre en la ciencia del universo. Pero me atrevo a decir ·que tenemos aqui mucho más de lo que descubrió Newton. La profundidad del cielo no se puede comparar con la profundidad de nuestra inteligencia, dentro de la cual se mueven sistemas maravillosos. [ ... ]

Alli se apremian, entrechocan y se equilibran fuer­zas eternas; allf. se develan los misterios de la Provi­dencia, y los secretos de la fatalidad se muestran sin embozo. Es lo invisible vuelto visible, lo impalpable vuelto material, la idea transformada en realidad, una realidad mil veces más maravillosa, más grandiosa que las mayores y fantásticas utopfas. Hasta el mo­mento no podemos ver, en esta simple fónnula, la unidad de esta gran maquinaria: la sin tesis de estos gigantescos engranajes donde se preparan el bienestar y la miseria de las futuras generaciones, y que están obrando una nueva creación. Pero ya sabemos que

lT AI· sefior Larramat, del 2S de junio de 1856, Cor., VII, 87.88.

1s Idée gén4rak, 179.

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nada de lo que ocurre en la economía social tiene paralelo en la naturaleza; estamos obligados, por he. chos sin precedentes, a inventar constantemente nue­vos nombres, a crear un nuevo lenguaje. Es un mundo trascendental, cuyos principios son superiores a los de la geometría y el álgebra, cuya potencia no pro­viene de la atracción o de otms fuerzas ffsicas, pero que se sirve de la geometría y del álgebra como elemen­ros subalternos y utiliza como material las mismas fuerzas de la naturaleza; un mundo finalmente libe. rado de las categorías de tiempo, espacio, generación, vida y muerte, en el cual todo parece a la vez eterno y accidental, simultáneo y sucesivo, limitado e ilimi­tado, ponderable e imponderable ... ¿Qué mú puedo decir? ¡Es la creación misma descubierta en plena acción!

. Y este mundo que se nos muestra como una fábula, que tmstrueca nuestras formas de juicio y desmiente nuestra razón; este mundo que nos envuelve, nos pe. netra, nos agita, sin que podamos verlo más que con los ojos del espfritu, tocarlo sólo a través de sus signos; este mundo extrafio no es otro que la sociedad, ¡somos .-osotros mismos!

. ¿Quién puede advertir el :polio y la competen­da sino por sus efectos,· es - 'r, sus signos? ¿Quién puede tocar con ·la mano al crédito o a Ir propiedad? ¿Qué soñla fuerza ·-col$Pva, 11-· divjsión derQ:abajo y el vali? Y, sin embargo, ¿qué haf más fuerte, más seguro, ás inteligible, más real que todo esto? [ ... ]

¿Y cuá serian los moldes de estos conceptos de trabajo, de valor, de cambio, de circulación, de con­sumo, d~ responsabilidad, de propiedad, de solidaridad, de asociación, etc.? ¿Quién ha hecho los originales? ¿Qué es ese mundo mitad material, mitad inteli-

~ ..,.::"'··: ...

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gible, mitad necesidad y mitad ficción? ¿Qué es esa &leiza llamada ~bajo, que n~arrastra con más ímpetu en la medida en que nos creemos más libres? ¿Qué es esa vida colectiva que nos quema con su llama inextingw.1>le, causa de nuestras alegrías y nues· tro tormento? Por el solo hecho de vivir sin damos cuenta de ello, en la medida de nuestras facultades y según la especialización de nuestro trabajo, somos resortes pensantes, ruedas pensantes, engranajes pen­santes, pesas pensantes, etc., de una inmensa máquina que también piensa y que funciona por sí sola. La ciencia [ ... ] tiene por principio el acnerdo entre la razón y la experiencia; pero no ha creado a ningu­na de las dos. Y he aquí que se nos aparece una cien­cia en la cnal nada se logra, a l'rlorl, ni por la expe­riencia ni por la raz6n; una ciencia en la cnal la humanidad debe tomar todo de ella misma, n~os y fenómenOs, lo universal y las categorfas, h~Jiós e ideas; una ciencia, en fin, que en lugar de consistir simplemente, como todas las otras ciencias, en una descripción razonada de la realidad, ¡es la creación en sí misma y la realidad de la razón!

De esta manera, el autm de la :raz6n económica es el hombre; el creador de la materia económica es el hombre; el arquitecto del sistema económico también es el hombre. Después de haber producido la razón y la experiencia sociales, la humanidad está constru­yendo una ciencia social de la misma manera en que construyó las ciencias naturales; coordina la razón y la experiencia que ha adquirido, y por el más in­Ciel'Dle de los prodigios, cnando todo se vuelve utó­pico, tanto en los principios como en los actos, llega a reconocerse solamente a través de la exclusión de lo utópico.

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El socialismo tiene razones para impugnar a la eco­nomfa política y decirle: "No es usted más que una rutina y ni siquiera está en condiciones de compren­derse a sí misma." La economfa política tiene razones para decirle al socialismo: "No es usted más que una utopfa sin realidad ni aplicación posibles!' Pero aun­que ambos nieguen alternativamente el socialismo1 la experiencia de la humanidad, la economia política o la razón de la humanidad1 ninguno de los dos reúne las condiciones esenciales de la verdad humana.

La ciencia social es la concordancia· de la razón y la práctica sociales. Esta ciencia1 de la cual nuestros maestros no han visto más que vagos destellos1 está ~mada a mostrarse en este siglo en todo su esplendor t,· annonfa sublimes. [ ... ) , : ~ero ¿cuál es la cond1ci~ para que una ciencia ~ existir? . · La de reconocer su campo de observaci6n y sus

Uftutes1 determinar sus objetivos y organizar su mé-t.i;)do. [ ... ] . . ·,El campo de observación de la filosofía. es el yo. El campo de observación de la ciencia económica es la: socieda~ es decir1 también el yo. Para conocer la so­ciedad es preciso estudiar al hombre. El hombre y la sociedad se alternan como sujeto y objeto; el parale­liSmo y la identidad de ambas ciencias son absolutos.111

.,.

11 Contr. écon., 11, 388-393.

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ANEXO

USTED SERA UNA DE LAS LUMINARIAS DE ESTE SIGLO

{Carta de Gustave Fallot a su amigo Proudhon)

EsTIMADO camarada, no pude dejar de entrever en su carta, a pesar de ese vuelo brillante y bajo esa franca e ingenua chispa de alegria del Franco Condado, una sombra de tristeza y de desaliento que me aflige. No es usted feliz, amigo mío, y el trabajo que está realizando ahora no le conviene: no es ésa una vida para alguien como usted, no es un trabajo hecho para usted y está muy por debajo de su capacidad. [ •.. ] No es usted feliz porque no se ha encaminado aún por la senda que su personalidad le seftala. Pues bien, ¡alma pusilánime!, ¿es ésa una razón para dejarse vencer? ¿Se dejará usted arre. batar por la desesperación? ¡Luche, maldita sea! ¡Luche y persevere si quiere alcanzar el triunfo! J.-J. Rousseau anduvo luchando a tientas hasta que C1llllpli6 cuarenta años antes de que su genialidad se revelara ante él. Us.. ted me dirá que no es J.-J. Rousseau, pero escúcheme: cuando yo tenía veinte afios no estoy seguro de habez podido decir quién era el autor de Emilio, ni aun su­poniendo que hubiéramos sido contemporáneos y que hubiera tenido el honor de conocerlo. Pero a usted lo he conocido, lo he querido, lo he adivinado, por así decirlo. Por primera vez en mi vida, voy a arriesgarme a predecir el futuro. No se deshaga de esta carta, consér­vela, reléala dentro de quince o veinte afios, tal vez vein-

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ticinco, y si en ese entonces la predicción que voy a hacerle no se ha cumplido, quémela como si fuera la carta de un loco, aunque sólo sea por caridad o por respeto a mi memoria. He aquf mi predicción: Proudhon, inevi.. tablemente, a pesar suyo, y porque ése es su destino, usted será un escritor, un autor, un filósofo; usted sem una de las luminarias de este siglo I ... ]. ¡l!:se será su destino! Por ahora, haga lo que usted quiera, componga tipografía, eduque nifios, sumérjase en retiros profun­dos, escóndase en pueblecitos oscuros y apartados, todo esto no cambiará nada; no podrá usted escapar de su destino; no podrá deshacerse de la parte más noble de usted mismo, de esa inteligencia activa, fuerte e inquieta de la cual está dotado; su función en esta tierra ya está sefialada y usted no podrá rehuirla. Venga como pueda, lo espero en Paris, filosofando, platonimndo; vendrá us.. ted aun a ~esar suyo. Por mi parte, para que yo le diga esto, necesito estar muy seguro de ello para atreverme a transmitirselo, ya que corro el riesgo, sin ventaja algu­na para mi talento adivinatorio -en el cual no creo en absoluto, se lo aseguro-, de pasar por tonto si me equi­voco; es mucho arriesgar el jugarse la inteligencia al :mu-, cuando la única ganancia posible seria ese mérito tan ligero y tan frágil de haber descubierto a un hombre joven. rcarta del 5 de diciembre de 1831 citada por J ... A. LangloiS en su introducción a la Corresfxm.dance, pági. nas XIV-XVI.]

CARTA DE CANDIDATURA

El 31 de mayo de 1837, Pierre.Joseph Proudhon pre­sentó su candidatura para la beca Suard en la Academia de BCSFzón· La carta, en la cual el tipógrafo de vein.. tiocho afios exponía las razones por las cuales quería· re. comenzar sus estudios, terminaba con este ambicioso

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programa y con una orgullosa reivindicación de sus orígenes:

''Buscar nuevos campos para la psicología y abrir nue. vos caminos para la filosofía; estudiar la naturaleza y el mecanismo de la mente humana allf donde son más evi­dentes y comprensibles: la palabra; determinar, a partir del origen y los procedimientos de un leuguaje, la fuente y la evolución de las creencias del hombre; ·en pocas palabnls, aplicar la metafisica y la moral a la gramát;ica, y desentra.fiar asf el enigma que atoDDenta a los gmndes sabios [ ..• ] es, sefiores, la tarea que me impondré si ustedes me proveen de b'bros y de tiempo. • • 1 Especial. mente de libros! Jamás me faltará el tiempo.

"Luego de pasar por todas las vicisitudes de las ideas y por el largo parto de mi alma, be debido teDDinar, he terminado por ctearme un sis~ completo y coherente de creencias religiosas y filosóficas que puCdo reducir en esta simple fómula:

"Existe una filosofía o religión primitiva que ha sido alterada desde. antes de la historia y de la cual todos los pueblos han conservado vestigios auténticos y simila­res. La mayor parte de los dogmas del cristianismo no es otm cosa que la expresión sumaria de un · mismo nú. mero de proposiciones demostrables; y por el estudio comparativo de los sistemas religiosos y el examen aten­to de la formación de las lenguas, independientemente de toda otm revelación, podriamos comprobar la rea­lidad de las verdades que la fe católica nos impone, verdades inexplicables en sf mismas, pero accesibles al entendimiento. De este principio podremos deducir, en una serie rigurosamente consecuente, una filosofía tradi­cional cuyo conjunto constituya una ciencia exacm.

"&te es actualmente, sefiores, el compendio de mi profesión de fe. Nacl.: y me crié en el seno de la clase

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obrera, a la cual aún pertenezco * de corazón y por mis afectos, pero sobre todo por compartir sus sufrimientos y sus esperanzas. No lo duden, seftores: mi mis grande alegría seria, en el caso de que obtuviera su aproba. ción, el poder trabajar sin descanso en aras de la ciencia y la filosofia, con toda la energfa de mi voluntad y toda la fuerza de mi espíritu, por el mejoramiento moral e intelectual de aquellos a quienes me honro en namar hermanos y compafieros; el poder difundir entre ellos ~s bases de una doctrina que yo defino como la ley del mundo moral y, en espera de que fructifiquen mis esfuer­~os, dirigidos por la prudencia de ustedes, el poder conside. rarme, de alguna manera, representante de ellos ante ustedes." [Cor., 1, 31-33.]

:. • Proudhon habfa agregado en esta. pañe "hoy 1. para siem­pre", y más adelante, en lugar de mencionar solamente "el mejoramiento moral e intelectual" escn'bi6 "hasta la liberación total". Fue su antiguo maestro, el seftor Pérennes, miembro ele la Academia, quien le aconsejó que moderase sus expre-siones. (Cf. Cor., I, 52.) ·

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111. NI PROPIEDAD NI COMUNISMO

HACÍA sólo tres meses que estudiaba economía politica cuando me di cuenta de dos cosas: la primera, que existía una relación intima, aunque no entendfa cuál, entre la estructura del Estado y la propiedad; la segun­da, que todo el edificio económico y social se basaba en esta última y que, sin embargo, su existencia no estaba justificada ni por la economía politica ni por el derecho natural. Non daf:ur dominium in mcono­mi4, me dije, parafraseando el aforismo del antiguo físico sobre el vado; la propiedad no es un elemento económico, no es indispensable a la ciencia y no hay nada que la justifique. ¿De dónde puede· provenir? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Qué quiere de nosotros? :€se fue el tema de lo que llamé mi primer Mémoire. Me daba cuenta de que era una materia extensa y que el tema estaba aún lejos de agotaiSe.1 O

L06 hombres, iguales en la digniddd de su per80t14, iguales dnte la ley, deben tener iguctlddd de condicio­nes; ésa es la tesis que propuse y desarrollé en [este] estudio, titulado: Qu'est-ce que la propriété? ou Re­cherches sur le (Jri:ncipe du droit et du gouvemenumt.2

O Considerando las revoluciones de la humanidad, las vicisitudes de los imperios, las metamorfosis de la propiedad y las innumerables formas de la justicia y del derecho [me preguntaba]: ¿acaso los males que nos afligen son inherentes a nuestra condición humana,

1 Th. f1rof1r., edición de Lacroix, p. 200. 2 DeuxiBme Mém., 22.

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o provienen solamente de un error? ¿Esta desigual­dad de fortunas en la cual todo el mundo ve la causa de los problemas de la sociedad entera es aaso, como algunos afirman, un efecto de la naturaleza? ¿No ha­brá algún error de cálculo en el reparto de los produc­tos del trabajo y de la tierra? ¿Acaso cada trabajador recibe lo que debe y nada más que eso? En pocas palabras, en las actuales condiciones de trabajo, de salario y de intercambio, ¿no resulta nadie perjudica­do?, ¿están claras las cuentas?, ¿el equilibrio social es justo?

Entonces debf hacer el más exhaustivo de los in­ventarios: tuve que descifrar escrituras informes, obje­tar títulos contradictorios, responder a observaciones capciosas, negar pretensiones absurdas, denunciar deu­das ficticias, transacciones fraudulentas y afirmaciones de sentido equivoco; para biunfar sobre estos enga­fios tuve que refutar la autoridad de las costumbres, someter a examen la razón de los legisladores, comba­tir la ciencia con la ciencia misma y, una vez termi­nadas todas estas operaciones, dictar una sentencia de arbitraje.

Entonces declaré, con toda tranquilidad de con­~cia, ante Dios y ante los hombres, que todas las eausas de la desigualdad social se reducen a tres: 1) la· tJflrOI1iación gratuita de la fuerza colectiva de trttbtt,. jD; 2) la desigtraldad en los intercambios; 3) los im.­fJU14Btos y las renftls.

Y puesto que esta triple forma de apoderarse de bienes ajenos entra principalmente en el dominio de la propiedad, negué la legitimidad de la propiedad y pro­clamé su identidad con el robo.• O

En este lastimoso camino descubrí varios hechos in-a Ibid., 125-126.

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teresantes [ ... ] . Pero debo decir que desde un princi­pio reconocl que jamás habfamos comprendido nada del sentido de esas palabras tan vulgares y tan sagradas: fusticia, equiddd, Ubert:ad; que. sobre esos temas nues· tras ideas no eran aún nada claras, y que la ignorancia era la única causa de la miseria que nos devora y de todas las calamidades que afligen a la especie humana.

Mi espfritu se aterrorizó ante este extrafto resultado: dudaba de _mi razón. Me decfa: "¿Acaso has descubier­to lo que ningún ojo ha visto, ningún oído ha escu­chado y ninguna inteligencia penetrado? ¡Tiembla, in· sensato, porque confundes las visiones de tu cerebro enfermo con las verdades de la ciencia! ¿No sabes acaso que los grandes filósofos han dicho que el error uni­versal no puede existir en la práctica de la moralt'

Decidí entonces revisar mis conclusiones y me impu­se las siguientes condiciones ante este nuevo trabajo: ¿Es posible que la humanidad se haya equivocado du· rante tanto tiempo y en forma tmiveiSal en cuanto a la aplicación de los principios de la moral? ¿Y si es tm error ,ij)l.J!ersal, por qué . .!!,? puede;_ r~e? .,;;... .

EstaS pregtmtas, cuyas respuestas aanan la razón a mis observaciones, no resistieron el análisis por mucho tiempo. [ ... ] ¡Sí, todos los hombres creen y repiten que no hay igualdad de derechos sin igualdad de ~ndi­ciones; que propiedail y ro~o son sitrommos;"qlietoda preeminencia social obtenidi o, mejor dicho, 1l8...1JIP,_~a con el pretexto de la superioridad de dotes o,_ de servicios, es iniquidad y bandidaie: yo digo que todos los hombres s'bñ féStigós ae""esta verdad y que se tra· ta solamente de hacérsela comprender! ' O

Quienquiera que trabaja se transfonna en propieta· rio: éste es un hecho_ que no puede ser negado por los

• Premier Mém., 13-4-135.

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' principios actuales de la economía politi<:a y del dere­cho. Pero cuando digo propietario no me refiero sola­mente a su sueldo, salario o jornal, como lo hacen nuestros economistas hi~~; quiero decir ~eta­rio del valor que ha crea(!cf"y único duefio de 108"']eñe-

'1fcios ·<tftf por él se ~n: ( ... 1 4 ••

~ué nos vieñen a cóñft'r sobre los salarios? El dinero que ustedes pagan en j~es a los trabajadores apenas alcanza para cnbrir aigUnos afios de la ~ón per­petua que ellos les en~. El salario er--ltpenas el

. *lo n~o para f!rmantenimiento y la recupera-cotidiana de un trabajadot'; no es cierto 1llfé- sea

el pago dé una y~ta. El obrero no ha vet:t4itl.o nada: desconoce sus aerechos, el montif"ile lo que Jíilpr~ ducido y el verdadero sentido C:l'él contrato que ustedes pretenden haber fiiJDado con .~1. Por·-parte ~"'ª ~o· mncia co_!Bpleta; por la de ustedes, errores t Sorpresas, ~r no decir fl:aude. [ ... ] ·· ·· · · -··-

En este siglo de momlidad burguesa en el cual tuve la suerte de nacer, el sentido moral está tan debilitado

·.que no me sorprendería que algún honesto propietario '·ime preguntara qué es lo que encuentro en todo esto ~;de inigsto e ilegítimo. ¡Almas de barro! ¡Cadáveres ~galva~osf ¿cóiño puedo-esperar roñvencerios-Sí ese ~robo no les parece manifiesto? Un hombre, valiéndose · de palabms dulces e inSinuantes, encuentra el -~ecreto por medio del cual puede hacer trabajar a los ~s en su p~io proys;cho; luego, cuando se ha enrique­cido por el esfuerzo común, rebufa contribuir al bien­estar de aquellos que hicieron su fortrtna invocando condiciones que él mismo ha impuesto:··¡y me pregun­tan ustedes qué es lo que tiencf ae fntudulenta una conducta como ésta! Con el pretexto de qrie .. ha pagado a sus obreros, de que no les debe riada, de que no puede ·- 77-

' ,/

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ponerse al servicio de los demás porque sus propias ocupaciones lo reclaman, rehúsa, digo bien, ayudar a los demás a que se hagan de una posición, aunque los demás lo hayan ayudado a él. Y cuando, impotentes y aislados, estos trabajadores se ven obligados a ven­der lo poco que tienen, ese propietario ingmto, ese bnbón advenedizo, está ya listo a apresurar su ruina y a consumar su expoliación. ¡Y ustedes encuen­tran que todo esto es justo! ¡Cuidado! Puedo ver en sus miradas sm:pren.didas el reproche de la con· ciencia culpable y no la azomda ingenuidad de una ig­norancia involuntaria.

Se dice que el capitalista ha pagado los jonuiles de los obreros; pero pam ser exactos debemos decir que el capitalista ha pagado un jornal multiplicado por el número de obreros que empleó cada dfa, lo cual no quiere decir lo mismo, ya que no ha pagado por esa fuezza inmensa que resulta de la unión y armonfa de los trabajadores, de la convergencia y la simultaneidad de sus esfuerzos. Doscientos granaderos levantaron so­bre su base el obelisco de Luxor en sólo unas horas. ¿Acaso un solo hombre lo htib"rera logrado en <b.~en­tos dla.s? Sin embargo, en las cuentas del capitan'Stá, ra suma de los salarios es la misma. Pues bien, cultivar un campo desierto, construir una casa, explotar una fá. brica, es como levantar ese obelisco, es como cambiar de lugar una montafia. La IIi1S"'¡;éc¡uefia fortuna, el es­tablecimiento más simple, la puesta en marcha de la industria más raquítica exigen una diversidad tal de tia· bajos y habnidades que un hombre solo jamás podría realizarlos. Es sorprendente que los economistas jamás lo hayan notado. Hagamos entonces un balance de lo que el capitalista recibe y lo que paga.

El trabajador necesita un salario pam vivir mientms

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trabaja, ya que no puede producir a menos que con­auna. Quien dé trabajo a un hombre debe proveerlo de alimento y manutención o bien de un salario equi­valente. ~ta es la base de toda la producción. [ ... ] . Es necesario que el trabajador cuente con una ga­

rantía. de subsistencia en el futuro, además de su sub-­sistencia actual, porque de lo contrario se secaría la fuente de producción, agotándose su capacidad produc­tiva. En otras palabras, el trabajo futuro debe renacer constantemente del trabajo ya realizado. h es la ley universal de la reproducción. Por eso el agricultor pro­pietario eneuentra: 19 En sus cosechas, no sólo los medios de vida para él y su familia, sino los de manil> ner y mejorar su capital y de criar su ganado, es decir, 8 seguir trabajando y de reproducir siempre; 29 en la propiedad, un medio de producción, la seguridad permanente de contar con un fondo de explotación y de trabajo. • · ¿Cuál es el fondo de explotación del que alquila sus servicios? El suponer que el propietario tiene ne­cesidad de él y la voluntad, que gratuitamente le su­.pone, de ocuparlo. De la misma forma en que anti­~ente el plebeyo obtenía su tierra de la caridad, por ]a simple voluntad del señor, y de las necesidades del patrón y del propietario: esto es lo que se llama posesión precaria. Pero esa posesión precaria es una injusticia, puesto que implica desigualdad en el mer­cado. El salario del trabajador apenas le alcanza para eabrir lo que consume y no le asegura trabajo en el futuro, mientms que el capitalista encuentm en el pro­ducto del trabajador una garantia de independencia y de seguridad.para el futuro.

Asf, este fermento reproductor, este germen eterno de vida, esta creación de capital y de instrumentos de

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producción es lo que el capitalista debe al trabajador y que jamás le devuelve: ésta es la apropiaci6n frau~ dulenta que produce la indigencia del trabajador, el lujo del ocioso y la desigualdad de condiciones. En esto consiste principalmente lo que con acierto llama­mos explotación del hombre por el hombre.r

Hay tres opciones: o bien el trabajador tiene parti~ cipación en las ganancias de lo que produce, además de su salario; o su jefe le rinde un equivalente en ser­vicios productivos, o bien el jefe se compromete a darle trabajo de por vida. Reparto de ganancias, reciprocidad de servicios o garantía de t:mbajo perpetuo: el capita­lista no deberla poder escapar de estas opciones. Pero es evidente que no puede cumplir ni con la segunda ni con la tercera de dichas condiciones. No puede po­nerse al servicio de esos miles de obreros que, directa o indirectamente, le han procurado su establecimien~ to, ni puede tampoco proporcionar tmbajo a todos y para siempre. Queda entonces la participación en la propiedad. Pero si la propiedad es repartida, todos estarán en igualdad de condiciones; ya no existirán, entonces, los grandes capitalistas ni los grandes terra· tenientes. [ .•• ]

. Divide et impera: divide y reinarás; divide y serás · rico; divide y engañarás a los hombres, y conftmdirás su

razón y te burlarás de la justicia. Tomemos a los t:mba~ jadores por separado y puede ocurrir que el jornal que cobran sea superior al valor del producto individual; pero no se trata de eso. Una fuerza de mil hombres que trabaja durante veinte dias se paga igual que la fuerza de uno solo dumnte cincuenta y cinco afias; pero esta fuerza de ID11 ha hecho en veinte días lo que la fuerza de uno solo no podria realizar aunque trabajam un millónde siglos: ¿es éste un mercado equitativo? Una

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vez más: no; aunque hayan pagado por las fuerzas individuales, no han pagado por la fuerza colectiva; por lo tanto, queda siempre un derecho de propiedad colectiva que no se ha pagado y del cual se sirven iri­justamente.11 O

Si abolimos la propiedad, ¿qué forma tomará la so­ciedad? ¿Acaso la de comunidad? * [ ... ]

Nadie ha concebido jamás una sociedad que no sea la de la propiedad o la de la comunidad. Este deplorable error es lo que causa la propiedad. Los inconvenientes de la comunidad son tales que sus críticos no necesitan emplear mlléba elocuencia pani que los hombres la re­chacen. Lo irreparable de sus injusticias, la violencia que ejerce sobre las simpatías y los rechazos, el yugo de hierro que impone a la voluntad, la tortura moral a que somete la conciencia, la monotonía en que su­merge a la sociedad y, para terminar, la uniformidad beata y estúpida con la cual encadena a la petsonali­dad libre, activa, razonada e insumisa del hombre, han sublevado el sentido común en general y provocado su irrev~ble condena. [ .•. ]

Cosa singular, la comunidad sistemática, siendo una negación refleja de la propiedad, está concebida bajo la influencia directa del prejuicio de la propiedad; y es la propiedad lo que encontramos en el fondo de todas las teorías de los comunistas.

Es cierto que los miembros de una sociedad comu-

a Ibid., 212-217. • Proudhon, como todos sus contemporáneos. emplea tanto

el término "comunidad" como el de "comunismo" para de­signar los regimenes de propiedad colectiva. Pero ub1iza sobre tOdo el segundo para referirse a. quienes proponen también la propiedad en común de las mujeres, como en su célebre apóStrOfe de Contradiction8 économiques {II. 277): "¡Vad6 retro, comunistas, su presencia es maloliente, y verlos me asquea!"

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nitaria no tienen nada en propiedad, pero la comuni· dad sf. es propi~, y no sólo de los bienes, sino de las peiSonas y las voluntades. Por este principio de vo­luntad soberana en toda sociedad comunitaria el traba­jo, que no deberla ser pam el hombre más que una condición impuesta por la naturaleza, se tmnsforma en un mandamiento humano, y por ello repugnante: la obediencia pasiva, inconciliable con toda voluntad refle­xiva, se prescnbe rigurosamente; no admite excepción alguna en la fidelidad manifestada a reglamentos que son siempre defectuosos aunque parezcan sensatos; la vida, el talento y todas las facultades del hombre son propiedad del Estado, el cual, a su vez, tiene dere­cho a utilizarlos como mejor le plazca en nombre del interés general; las sociedades particulares están rigu­rosamente prohibidas a pesar de las simpatlas o anti­patías de dotes y de carácter, :porque el tolerarlas implicarla introducir pequeñas sociedades dentro de la grande y, por consiguimte, propiedades; el fuerte debe hacer el tmbajo del débil, aunque éste deberla ser un tmbajo de beneficencia y no obligatorio, aconsejable pero no por precepto; el diligente debe hacer el del perezoso por injusto que esto sea; el inteligente, el del idiota, por absurdo que resulte: el hombre, en fin, debe despojaiSe de su yo, de su espontaneidad, su genio, sus afectos, para postrarse humildemente ante la ma· jestad y la inflexibilidad de la ley común.

La comunidad es desigualdad, pero en sentido in· VeiSO al de la propiedad. La propiedad es la explo­tación del débil por el fuerte; la comunidad es la ex­plotación del fuerte por el débil. En la propiedad, la desigualdad de condiciones resulta de la fuerza, bajo cualquiera de los nombres con que se disfrace: fuerza fisica o intelectual; o fuexza de los acontecimientos,

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1 azar, suerte; fuerza de la propiedad adquirida, etc. En Ja comunidad, la desigualdad consiste en glorificar la mediocridad del talento y del trabajo, igualándolos con Ja fuerza bruta. Esta ecuación injuriosa hace que la

: conciencia se rebele y le niegue todo mérito, puesto · que, si puede constituir un deber para el fuerte ayudar

al débil, debe serlo por generosidad, y aquél jamás aceptará compararse con éste. Que sean iguales en las condiciones de trabajo y en salario, pero que jamás aparezcan celos que los hagan sospechar recíprocamen­te de infidelidad a la causa común.

La comunidad es opresión y servilismo. El hombre se somete voluntariamente .a la ley del deber, a servir

. a su patria, a comprometerse con sus amigos, pero él quiere trabajar en lo que quiera, cuando quieta y

. tanto como quiera; desea ser duefio de su tiempo, obe­decer solamente a la necesidad, elegir a sus amigos, sus diversiones, sus disciplinas; obedecer razones y no órde~ nes, sacrificarse por voluntad propia y no por obligación servx1. La comunidad es esencialmente contraria al libre ejercicio de nuestras facultades, a nuestras más nobles

. tendencias, a nuestros sentimientos más íntimos: todo ! lo que podamos imaginar para conciliada con las exi­: gencias de la razón individual y de la voluntad no sería :· más que cambiarle de nombre y mantener un mismo ·orden de cosas, de manera que, si buscamos la verdad de buena fe, debemos saber evitar las discusiones sobre simples palabras.

La comunidad viola la autonomía de la concienccia y la igualdad: a la primera, comprimiéndole la espon­taneidad del espíritu y del corazón, y el libre arbitrio en la acción y el pensamiento; a la segunda, recompen­sando igualmente el trabajo y la pereza, el talento y la estupidez, el vicio y la virtud. Si la propiedad no sirve

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porque _ impli<:a una voluntad general de acumular, la comunidad tampoco porque pronto implicará una vo­luntad general de holgazanear.• O

¿Cu:U es el principio fundamental de la sociedad antigua, ya sea burguesa o feudal, en estado de revo­lución o de derecho divino? Es la autoridtld, ya sea que provenga del cielo o que la concibamos, como Rousseau, como procedente de la colectividad nacional. Los co­munistas lo hacen de la misma manera. Remiten todo a la soberatúa del pueblo y a los derechos de la colec­tividad; su concepto de poder y de Estado es exactamen­te el mismo que el de sus antiguos patrones [ ••. ]. Una democracia compacta, fundada aparentemente en la dictadura de las masas, pero en la cual las masas no tienen más poder que el indispensable para asegurar la servidumbre universal, basada en las siguientes fórmulas y máximas, que a su vez proceden del antiguo absolu­tismo: hegemonía del poder; centralización absorbente; destrucción sistemática de toda fonna de pensamiento individual, coxpo:rativo o local, a los que se califica de separatistas; inquisición policial; abolición o, por lo menos, restricción de la fanu1ia y más aún de los dere­chos de herencia; su. nniyersal organizado de ma­nera tal que puécrlfF a perpetuidad a esta ti:ranfa anónima, dando prepond~ncia a personajes mediocres e incapaces, quienes son siempre mayorfa sobre los ciu­dadanos capaces y los espíritus independientes, a su vez decla:rados sospechosos.7 D

El lector debe comprender aho:ra cuál es la diferen­cia que existe entre posesión y PROPIEDAD. Solamente a esta última he calificado de robo. La propiedad es e] mayor problema de la sociedad actual. Hace ya unos

• Ibid .. 318-327. T Ct!pacit4, liS.

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veinticinco afios que lo estudio; pero, antes de dar mi última palabra acerca de esta institución, quisiera re­sumir aquí las conclusiones de mis estudios anteriores.

En 1840, cuando publiqué [este] primer Mémoire BUT la Propri.été, me cuidé bien de diferenciarla de la posesión o del simple derecho de uso. Cuando no existe el derecho de abuso, cuando la sociedad no se lo reco­noce a las personas, decla yo que no poclla. existir el derecho de propiedad; existe simplemente el derecho de posesión. Y hoy sostengo aún lo que decla en mi primer estudio: el propietario de a1go -ya sea tierra, una casa, un instrumento de trabajo, materia prima o elabomda, o lo que sea- puede ser una persona o un grupo, un padre de familia o una nación: en cualquiCIIl de estos casos sólo puede ser propietario con una con~ dici6n: 1a de que sea el amo exclusivo, dominus; y que esta propiedad esté bajo su domitúo, dominium.

Por lo tanto, en 1840, me opuse directamente al de­recho de propiedad. Todos los que leyeron mi primer estudio saben que lo refutaba tanto para el individuo como pam el grupo, la nación o el ciudadano: lo cual ex:clufa, de mi parte, toda afirmaci6n comutústa o gu­bernista. Refuté el derecho de propiedad, que es el de abusar de cualquier cosa, aun de aque1las a las que llamamos nuestras facultades. El hombre tiene tan poco derecho de abusar de sus facultades como la sociedad de abusar de su fuerza. "El sefior Blanqui, * decla yo en respuesta a la carta que este estimado economista me había enviado, reconoce que hay en la propiedad una cantidad de execrables abusos; por mi parte, yo llamo fn'OPi.edad a la totalidad de estos abusos. Tanto

• Se trata de Adolphe Blanqui, pro~ de economfa poH· tica en el Conservatorio de Artes y Oficios. y hermano mayor de Louis Auguste, a quien llamabari el Encerrado.

s;

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para él como para mí, la propiedad conforma un polígo­no al que hay que limarle los ángulos; pero la diferen­cia es que el seí'ior Blanctui sostiene que la figura resul­tante será siempre un polfgono (hipótesis admitida por las matem,ticas, aunque nunca haya sido comprobada), mientras que yo defiendo que esta figura será un círcu­lo. Dos personas honestas podrfan ponerse de acuerdo aun con menos puntos en común." (Prefacio a la se­gunda edición, 1841.)

Decla yo en esa época que el hombre, como tra· bajador, tiene un innegable derecho personal sobre lo que produce. Pero ¿en qué consiste ese producto? En la forma que le ha dado a la materia. En lo que se refiere a la materia, ésta no ha sido creada por él. En cuanto a esta materia que él no ha creado y de la cual ha tenido el derecho de apropiarse, es evidente que no lo ha hecho a título de trabajador, sino a título de alguna otra cosa. [ ••• ]

Alli donde la tierra no le falta a nadie, donde cada quien puede encontrar en forma gratuita la extensión que necesita, admito la exclusividad del derecho del primer ocupante; pero lo admito solamente a título provisorio. En el momento en que esas condiciones cambian, admito solamente el reparto a partes iguales. De otra manera aparece el abuso. Estoy de acuerdo en que el primero que la ha trabajado tenga derecho a una indemnización. Pero no estoy de acuerdo en que el hecho de haberla trabajado implique su apropiación. Y es importante hacer notar que los propietarios tam­poco lo están. ¿Acaso le reconocen a sus campesinos el derecho de propiedad de las tierras que éstos han trabajado y mejorado? ...

Decfa yo en mi primer estudio que, si queremos ha­cer justicia, el reparto igualitario de la tierra no debe

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existir sólo como punto de partida; es necesario, para que no haya abuso, mantenerlo de genemción en generación. Esto en cuanto a los trabajadores de las industrias extractivas. En cuanto a los trabajadores de las otras industrias, cuyos salarios deben ser igua4

les a los de aquéllos en la medida en que haya igualdad de eifuezzos, deben tener el disfrute gratuito de la materia que necesitan para sus industrias aunque no sean ocupan'b:s de la tiena que la produce. Es nece­sario que, al pagar con su propio trabajo o, si se prefiere, con sus productos, los productos de quienes poseen la tiena, no paguen más que la fonna dada a la materia; es necesario que sólo el trabajo sea pa­gado por el trabajo y que la materia sea gratuita. Si ocurre de otra manera, si los propietarios pe.teiben una renta para ellos, aparece el abuso. [ ••• ]

¿Qué era lo que atacaba principalmente en 1&40? Ese derecho de renta, inhexente a la propiedad, que le es tan fu.timo que aDí donde no existe el primero,

· desaparece la segunda.8 O Y como consecuencia de mi análisis, al mismo tiem­

po que repudiaba la propiedad que se acogfa al derecho romano, al derecho francés, a la economfa política y a la historia, repudiaba en términos igualmente en6r· gicos la hipótesis contraria: la comunidad. [ ..• ]

¿CtWI fue mi forma de pensar a partir de ese momento? Fue que, siendo la propiedad un concepto absolutista y una noción contradictoria, o, tal como dedamos junto con Kant y Hegel, una ttntinornia, ésta debfa ser si~ en una fónnula superior que, dando igual satisfacción al interés colectivo y a la inicia­tiva individual, reuniera todas las ventajas de la pro-

a Th. f1ropr., of'· cit., pp. 1)-ZO.

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piedad y de la asociación sin ninguno de sus incon­venientes. [ ... ]

Asi quedaron las cosas durante varios afios. Mantuve todos los puntos de vista de mi critica a pesar de los ataques de la derecha y de la izquierda que tuve que soportar, y anuncié una nueva concepción de la propie­dad con la misma seguridad con que babia negado la antigua, aunque no pudiera expresar en qué consistfa esta nueva idea. Mis esperanzas, en el fondo, no fueron vanas; [ ••. ] pero la verdad que yo buscaba no podia encontrarse sin rectificar mi método.

Proseguia en ese entonces, sin dejar que los ataques que se sucedian en contra mia me confundieran, mis estudios sobre los temas más difíciles de la economfa polftica: el crédito, la población, los impuestos, etc., hasta que en el invierno de 1854 me di cuenta de que la dialéctica de Hegel que yo babia [ ... ] utilizado, por asf decirlo, con toda confianza, tenfa una falla en uno de sus puntos y servfa más para confundir las ideas que para a.clararlas. Me di cuenta entonces de que, si bien la antinomia es una ley de la naturaleza y de la inteligencia y un fenómeno del entendimiento, asf como todas las nociones que le son relativas, nunca termina de resolverse; sigue siendo eternamente lo que es: causa elemental de todo movimiento, principio de la vida y la evolución por la misma contradicción de sus términos; solamente podemos equilibrarla, ya sea por el contrapeso de sus contrarios o por la opo­sición a otras antinomias. [ ... ]

Desde ese momento la propiedad, que al principio ba­bia entrevisto como en una especie de penumbra, quedó completamente aclarada para mf; comprendf que, como me la babia presentado la critica, con esa natumleza absolutista, abusiva, rapaz, libidinosa que siempre babia

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escandalizado a los moralistas, de esa misma forma de­bia ser llevada al sistema social, donde se transformaria. t Estas explicaciones eran indispensables para hacer ¡comprender que la negación teórica de la propiedad era el primer paso hacia su confirmación y su des-arrollo prácticos. Si estudiamos la propiedad desde su

~~n.;:-:;·~~=_;;¡· ción 1 con la ayucl4 ele otras instituciones, en la base y el engranttje de todo el sistema social. [ .•• ]

Por formular esta crítica de la cual ahora cualquiera puede reconocer su importancia, se me acusó de haber plagiado a Brissot. Estoy seguro de que se dirá que, en cuanto a la parte teórica [ .•. ] no soy más que el plagiario de un autor sin importancia desaparecido en­tre el polvo de las bibliotecas hace doscientos o tres­cientos afios. Tanto mejor si me encuentran ptedece­sores; esto me dará más confianza en m{ mismo y más audacia. [ ••• ]

Otros me acusaron de haber intentado alcanzar la celebridad por vfa del escándalo en 1840, 1816 y 18-48. ¿Qué respuesta se le puede dar a una inteligencia tuer­ta? Fourier los hubiera tratado de simplistas, fanáticos de la unidad en la lógica, la metafísica y la política, incapaces de comprender esta proposición tan simple: que tanto el mundo moral como el ffsico están forma­dos por una pluralidad de elementos irreducboles y antagónicos cuya contradicción produce la vida y el movimiento del universo.9 D

Adopté como regla para mis deducciones que todo principio que resultara contradictorio cuando fuese analizado hasta las últimas consecuencias debfa ser con­siderado falso, y negado; y que si este principio babia

9 Ibid., pp. 204-213.

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dado lugar a la formación de alguna institución, ésta también deberla ser considerada falsa y utópica.

Basándome en este criterio, elegí como sujeto de ex­perimentación lo ~ antiguo, lo más respetable, lo más universal y lo menos controvertido de lo que había encontrado en la sociedad: la Propiedad. Ya sabemos lo que ocurrió. Luego de un análisis largo, minucio­so y especialmente imparcial llegué, como a través de ecuaciones algebraicas, a esta sorprendente conclusión: ¡la idea de propiedad es contradictoria desde cual­quier punto de vista, aunque la relacionemos a cualquier principio! Y uesto la n ción de la ~i~d~<!_ __ implica la negaaón de la auton ta­men e e a es comla®JiUC-m es menos

'parad6jfoo:la verc1aaeñtroñiia de gobierno es la cmar­. qalli. !l'iñiilmente, después de descubrir, como por una demostración matemática, que ninguna mejora en la economía de la sociedad era posible por la sola poten­cia de su constitución primitiva y sin el concurso y la voluntad reflexivos de todos; reconociendo así que había un momento en la vida de las socieda­des en el cual el progreso, en un principio irracio­nal, exigía la intervención de la razón libre del hom­bre, llegué a la conclusión de que esa fuerza de impulso espontánea que llamamos Providencia no es la causa de todo lo que ocurre en este mundo: a partir de ese momento, y sin ser lo que tan poco filosóficamente se llama un ateo, dejé de adorar a Dios. A propósito de esto, en Le Constitutioññel me <léáan un dfa que él no necesitaba de mi adoración ... Puede ser.

¿Acaso mi torpeza en el manejo del instrumental dialéctico se debía a alguna ilusión producida por este mismo recurso que fuera inherente a su constitución,/

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o tal vez la conclusión a la que había llegado era sola­mente la primera etapa de una fórmula que no podía completar a causa del estado insuficiente de desanollo de la sociedad y, por tanto, de mis estudios? No lo sabía en ese momento y tampoco me ocupé en veri­ficarlo.

Pensé que mi trabajo era lo suficientemente intere­sante para merecer la atención del público y despertar inquietudes académicas. Envié mis apu~tes a la Aca­demia de Ciencias Morales y Políticas: la favorable acogida que tuvieron y los elogios que el sefior Blanqui, el encargado de los informes, dirigió a su autor, me hicieron pensar que la Academia, sin responsabilizarse por mi teoría, estaba satisfecha de mi trabajo, y con. tinué con mis investigaciones.

Las observaciones del sefior Blanqui no hacían nin­guna referencia a la contradicción que yo sefialaba re­ferente al principio de la propiedad: contradicción que consiste principalmente en que, por un lado, la apro­piación de algo, ya sea por el trabajo o por cualquier otro medio, conduce natural, necesariamente, dado el estado de imperfección económica en que la socie­dad se encuentra, a la institución del arrendamiento, de la renta y del interés [ ••. ]; mientras que, por otra parte. el arrendamiento, la renta y el interés, o sea el precio del préstamo, son incompatibles con las leyes de la circulación y tienden constantemente a aniqui­larse. Sin IIegar al fondo de la controversia, el sabio economista se limitaba a oponer a mis razonamientos una objeción que habría sido decisiva si hubiera tenido bases: "En lo concerniente a la propiedad, decía el sefior Blanqui, la práctica desmiente estrepitosamente a la teoría. Está comprobado, de hecho, que si bien la propiedad es j!egítima ante la razón filosófica,

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se encuentra en constante progreso en la razón social. De manem que o bien la lógica es insuficiente e ilu­soria, cosa que los filósofos confiesan que ha ocurrido más de una vez, o bien la razón social está equivocada, lo cual es inadmisible.'' &tas no son las palabras tex· tuales del sefior Blanqui, pero expresan el sentido que les dio.

Establecí en un segundo apunte que los hechos ha· bian sido malinterpretados por el sefior Blanqui; que la verdad em precisamente lo contrario de lo que él había creído ver; que la propiedad que él considemba en estado de progreso se hallaba por el contrario en decadencia, o mejor dicho, en metamorfosis, al igual que la religión del poder, y en general como todas aquellas ideas que, lo mismo que la propiedad, presentaban un aspec­to positivo y otro negativo. Las vemos en un sentido, mientras que ya están existiendo en otro: para repre­sentárnoslas claramente debemos cambiar de posición, dar vuelta a la lente, por así decirlo. Y pam completar mi exposición, expliqué las mzones económicas de este fenómeno. En ese terreno sabía que llevaba ventaja: los economistas, cuando se trata de ciencia, creen tan poco en la propiedad como en el gobierno.

En un tercer apunte que dirigí al sefior Considémnt volví a exponer, con cierta vehemencia, mis conclu­siones; e insistí en que, en interés del orden y de la seguridad de los propietarios, debería reformarse lo más pronto posible la ensefianza de la economía políti­ca y del derecho. La dialéctica me transportaba: cierto fanatismo, tan particular a los lógicos, se había apode­mdo de mi cerebro y había convertido mi apunte en un panfleto. El ministerio público de Besanzón se creyó en el deber de castigarme por este folleto y fui llevado ante la audiencia provincial del departamento

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de Doubs, bajo la cuá.druple acusación de ataque a la propiedad, incitación al desprecio del gobierno, ultraje a la religión y ofensa a las costumbres. Hice lo que pude para explicar al jurado de qué manera, en el estado actual de la circulación mercantil, el valor de uso v el valor de cambio son dos cantidades iñconriieñ~ 8urabl~y en perpetúa oposición -de hecho la propie~ dad es ilógica e inestable-, y que ésa es 1a razón por la cual los trabajadores son cada ve:t más pobres y los propietarios menos :rioos. El jurado no pareció com~ prender gran cosa de mi exposición: declaró que se trataba de un asunto científico y, por lo tanto, fuera de su competencia, y rin<ii3'en mi favor un veredicto de absolución. [ .•• ] ;

Sin embargo, la crítica no debe ser solamente demo­ledora, también debe afinnar y reconstruir. De otra manera, el socialismo seña solamente un objeto curio­so, alarmante para 1a burguesía y sin ninguna utilidad para el pueblo. Esto me lo repetfa todos los dfas: no necesitaba para ello de las advertencias de los utopis­tas ni de las de los conservadores.

El método que había servido para destruir se volvía impotente para edificar. El procedimiento por el cual el espíritu afirma no es el mismo con el que niega: ne­cesitábamos salir de la contradicción para poder cons­truir y crear un método de invención revolucionaria, una filosofía que ya no fuera negativa sino, para utilizar el término del señor Auguste Comte, .positiva. SoJa.. mente la sociedad, el ser colectivo, puede seguir su instinto y abandonarse a su hbre arbitrio sin caer en un error absoluto e inmediato; la razón superior que está en ella, y que se h'bera poco a poco por las manifestaciones de la multitud y la reflexión de los indi­viduos, la devuelve siempre al camino correcto. Pero el

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filósofo es incapaz de descubrir la verdad por intuición¡ y si se propone dirigir la sociedad, corre el riesgo de confundir sus propios puntos de vista, siempre defec. tuosos, con las leyes eternas del orden y de empujar a la sociedad hacia un abismo.

Hace falta una gufa: ¿no puede ser la ley del des­arrollo, la lógica inmanente a la humanidad misma? Sosteniendo en una mano mis ideas y en la otra el lulo de la historia, pensaba que debía penetrar los pensa­mientos íntimos de la sociedad; me transfonnaba en profeta sin dejar de ser filósofo.

Con el título de Création de l' ordre dans l'humanité, comencé una nueva sene de estudios, los más abstru­sos a los que pueda dedicarse una inteligencia humana, pero que, dada la situación en la que me encontraba, me eran absolutamente indispensables. La obra que pu­bliqué entonces, aunque tenga muy pocas cosas por las que deba retractarme, no me satisface: y, aunque hubo una segunda edición, me parece que fue poco aprecia­da por el público, tal vez justamente. Este libro, ver­dadera ~guina infernal que debfa contener todos los instrumentos de--creaCión y de destrucción, está mal realizado y muy por debajo de lo que hubiera podido producir si me hubiera tomado el tiempo de sel~r y o~ el material. Pero, como ya lo he diclio, no buscaba la gloria; como todo el mundo en aquellos tiempos, estaba apurado en terminar. La necesidad de reformas se había transformado para mí en una causa de gu~J:!a, y los conquistá'áores no esperan. A pesar de su originalidad, mi trabajo es menos que mediocre: ¡que esto me sirva de castigol

De cualquier manera, por defectuoso que pueda pa· recer ahora, me sirvió entonces para llegar a mi objeti­vo. Lo importante era ponerme de acuerdo conmigo

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mismo: así como la Contradicción me había servido para demoler, la Serie debía servirme pam edificar. Mi formación intelectual estaba completa. La Création de l' ordre estaba apenas terminada cuando, al aplicar en­tonces el método creador, comprendí que pam entender las revoluciones de la sociedad lo primero que se debía hacer era construir una Serie completa de sus antino­mias, el Systeme de ses contradictions. [ ... ]

En mis primeros apuntes atacaba de frente el orden establecido, diciendo, por ejemplo: ¡La propiecltJd es un robo/ Se trataba entonces de protestar, de hacer re­saltar, por así decirlo, la nulidad de nuestras institucio­nes. No tenía entonces que ocuparme más que en eso. También en el apunte en que demostraba matemática­mente esta sorprendente proposición, me cuidé bien de objetar toda conclusión comunista.

En Systeme des contradictions écorwmiques, después de haber recordado y confirmado mi primera defini­ción, agregué una que le es contraria, fundada en otras consideraciones, que no podía ni destruir la primera argumentación ni ser destruida por ella: La propiedad es la libertad. La propiedad es un robo, la propiedad es la libertad: estas dos proposiciones están igualmente demostradas y subsisten una junto a la otm en Systeme des contradictions. De la misma forma trabajé con cada una de las categorías económicas, la división del trabajo, la competencia, el Estado, el crédito, la comu­nidad, etc., demostrando de qué manera cada una de esas ideas, y en consecuencia cada una de las institucio­nes que en ellas se originan, tiene un lado positivo y uno negativo; cómo dan lugar a una serie de resultados paralelos y diametmlmente opuestos, y siempre llegué a la conclusión de que se necesita llegar a un acuer­do, a una conciliación o a una síntesis. La propiedad era

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presentada, junto con los otros elementos económicos, con su razón de ser y de no-ser, es decir, como elemento ambivalente dentro del sistema económico y social.

Así presentado, esto parecía un sofisma, algo contra­dictorio, cargado de equívocos y de mala fe. Intentaré hacerlo más inteligible recurriendo de nuevo al ejem­plo de la propiedad.

La propiedad, considerada dentro del conjunto de las instituciones sociales, tiene, por decirlo así, dos cuentas abiertas: una es la de los bienes que procu­ra y que son consecuencia directa de su esencia; la otra es la de los inconvenientes que produce, de los gastos que implica y que resultan, al igual que esos bienes, también producto directo de su naturaleza.

Lo mismo es válido para la competencia, el monopo­lio, el Estado, etcétera.

Tanto en la propiedad como en todos los elementos económicos, lo malo o el abuso es inseparable de lo bueno, tal como en la contabilidad el debe es insepara­ble del haber, por partida doble. El uno engendra al otro necesariamente. Suprimir los abusos de la propie­dad sería destruirla, tal como suprimir un artículo del débito de una cuenta implicada destruir el crédito. Lo único que podemos hacer para evitar los abusos e incon­venientes de la propiedad es fusionarla, sinteti2arla, organizarla o equilibrarla con un elemento contrario; que sea a éste lo que el acreedor es al deudor, el accionista al comanditario, etc., de forma tal que sin que los dos principios se alteren o se destruyan mutua­mente, las ventajas de uno compensen las desventajas del otro, como ocurre en un balance cuando las partes se han comparado recíprocamente y se obtiene un re­sultado final que es todo pérdida o todo ganancia.

La solución al problema de la miseria consistiría

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~entonces en llevar a una expresión más alta la ciencia , ·.de la contabilidad, en hacer las escrituras de la socie-:/ ~ dad, en establecer el tiCtivo y el fJtt8ivo. de cada instí-¡ tución, de manera que las divisiones del gmn libro ~social no fueran ya las de la contabilidad común:. ~ Cti/Jitdl, ca¡~ ~ fJedidos y entregps, etc.; sino . las divisiones de la filosofía, la legislación y la polftica: ·

icompetencitt y monopolio, propiedad y comunidad. ; ciudadttno y Estado, hombre y Dios, etcétera. Final-mente, pam terminar con mi comparación, hay que :

. tener esas escrituras al dút, es decir, determinar con : . exactitud los derechos y los deberes para pcxler ve-· 'iificar en todo momento el orden o el desorden y :'tealizar un BALANCE.

·• · Dediqué dos volúmenes a explicar los principios de esta contabilidad que podrlamos llamar trascendente; he recurrido cien veces [ .•• ] a estas ideas elementales que son comunes a la contabilidad y a la metafisica .

., Los econOII'Jstas rutinarios se rieron en mis narices; los iide6logos políticos me invitaron cortésmente a dedicar­. me a escribir para el pueblo. En cuanto a aquellos que vefa:n peligrar sus intereses, me trataron con mayor encono. Los comunistas no me perdonaron haber criti­cado la comunidad, como si una nación fuese un pó­lipo gigantesco y el derecho individual no pudiera existir frente al derecho social. Los propietarios desearon mi muerte por haber dicho que la protiedad, ¡@á si sola y en si misma. es un roQQ.i_como si a propi d no de­péñldiera de la circiiliíCión de los productos para crear SU valor (la __ . I~ ), y no dadiera asimismo de la fuerza cólectiva y de la soliñ~ del trabajo, que le son superiores. Los pollhcos, cualquiera que sea su bandem, sienten una repugnancia invencible por la ~-.!la-~~;:.!?rden; como

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si la democracia no fuera otra cosa que la distribución de la autoridad, como si el verdadero "Sentido de la palabra democracia no fuera el de la destitución de todo gobierno. [ ... ]

El Systeme des contrctdictions éoonomiques o LIBRO

MAYOR de las costumbres e instituciones -poco im· portan las divisiones en cuadros, su recuento o sus ca­tegorías- es el verdadero sistema de la sociedad, no en la forma en que se ha desarrollado históricamente y en las generaciones sucesivas, sino por lo que aquélla tiene de necesario y de eterno [ ... ]. Para la sociedad, la teorla de las antinomias es a la vez la representa· ción y la base de todo movimiento. Las costumbres y las instituciones pueden variar de un pueblo a otro, tal como los oficios y las técnicas vadan de un siglo a otro o en distintas ciudades, pero las leyes que rigen su evolución son .tan infle:xillles como el álgebra. Don­dequiera que baya hombres agrupados por el trabajo; dondequiera que la idea de valor comercial haya echado raíces; ahi donde la diversificación de las in­dustrias produzca la circulación de valores y de pro­ductos; alH, si se quieren evitar las perturbaciones, el déficit, la bancarrota de la sociedad ante sí misma, la miseria y el proletariado; las fuerzas antinómicas de la sociedad, inherentes a todo tipo de actividad colectiva, así como a toda razón individual, deben ser mantenidas en un equilibrio continuo, y el antago­nismo -perpetuamente reproducido por la oposición fundamental entre la sociedad y el individuo- de­berá siempre conducirse a una síntesis. [ ... ]

Había publicado en 1846la parte antinómica de este sistema; trabajaba en su síntesis cuando estalló la Revolución de febrero,to

to Confessions, 173-183. J. 98

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ANEXO

KARL MARX Y P.-J. PROUDHON

. Cuando Karl Marx estaba exiliado en París, y siendo áÚn un desconocido, se entrevistó con Proudhon, quien ya era un hombre notorio, durante el inviemo de 18#-1845. Se vieron en casa de amigos comunes, en particular de Karl Grün, quien se convertiría en el traductor de Proudhon al alemán. A la sazón Marx profesaba un huma­nismo socializante, y por aquella época escribió lA Sagrada fdmilict, panfleto que marcó su ruptura con el hegelianis­JPO oficial. Unas cincuenta páginas de este libro nos hablan, con gran admiración, del trabajo de Proudhon titulado Qu' est.ce que la Propriété?: , "Proudhon somete la base de la economia nacional, que t;s la propiedad privada, a un examen critico, al primer examen serio, absoluto y la vez cientifico. :€ste es el gran avance cientifico que ha realizado, un avance que re­V9luciona la economía nacional y plantea, por primera Vez, la posibilidad de una verdadera ciencia de esa eco­nomía nacional." [Ed. Costes, 1, 53.]

Condenado a la expulsión, Marx abandonó París el J9 de febrero de 1845 y se refugió en Londres. En mayo de 1846, escribió a Proudhon para proponerle partici­par en una organización de correspondencia entre socia­listas que tendria, entre otros objetivos, el de "ejercer una vigilancia sobre los escritos populares". Pero su verdadero objetivo era inmiscuir a Proudhon en una intriga en con. tra de Grün, con quien Marx y Engels se habian recien­temente enemistado. El 17 de mayo, Proudhon respon­cJió con una carta cortés pero firme, en la cual, habiendo presentido la intolerancia de su corresponsal alemán, se n~ba a erigirse en inquisidor:

'Investiguemos juntos, si usted quiere, las leyes de la

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sociedad, la forma en que esas leyes se realizan, los avan­ces por medio de los cuales logramos descubrirlas; pero, ¡por Dios!, después de haber rechazado todo dogmatismo a priori, no intentemos nosotros adoctrinar al pueblo; no caigamos en la misma contradicción que vuestro compa­triota Martín Lutero, quien después de haber derribado la teología católica, se encargó en seguida, a pesar de la excomunión y los anatemas, de fundar una teología pro­testante. Desde hace tres siglos Alemania está intentando destruir esa revocación hecha por Lutero; no impongamos al género humano nuevas necesidades y nuevos enredos. Apfaudo de todo corazón su idea de sacar a la luz todas las opiniones; hagamos una polémica buena y leal; dé­mosle al mundo el ejemplo de una tolerancia sabia y previsora, pero, por el hecho de estar a la cabeza del movi­miento, no nos convirtamos en los jefes de una nueva intolerancia, no nos convirtamos en apóstoles de una nue­va religión, aunque esta religión sea la de la lógica y la razón. Recibamos y alentemos todas las protestas; conde­nemos toda exclusión, todo misticismo; no consideremos jamás un tema como agotado, y cuando hayamos ubñza­do hasta el último argumento, empecemos de nuevo, si es necesario, con elocuencia e ironía. Con estas condiciones formaré parte, gustoso, de vuestra asociación; si no, no." [Cor., 11, 198-99.]

No hubo respuesta. Pero Marx encontró ocasión de responderle un poco más tarde, cuando leyó el libro que Proudhon publicó en octubre de 1~1§: Systeme des con­tradictiom économiques. Jugando con el subtítulo de la obra, "Philosophie de la Misere·~. Marx escribió a vuela­pluma un panfleto titulado Miseria de la filosofía, que rto tenia otro objetivo, tal como él mismo reconocería más tarde, que el de arreglar cuentas con Proudhon, quien lo había exasperado anteriormente. Desde la introducción se puede ver, por el tono utilizado, que no quedaba ya nada de esa admiración deferente de su periodo de formación.

"El sefior Proudhon tiene la desgracia de estar particu-

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:larmente malinterpretado en Europa. En Francia se per­:mite ser un mal economista, porque allí se le considera un buen filósofo alemán. En Alemania se permite ser un mal filósofo, porque allí se le considera uno de los mejores economistas franceses. En tanto que economistas, a la :vez que alemanes, hemos querido protestar ante este .'doble error." [Ed. Pléiade, 1, 7.]

Esta vez fue Proudhon quien no respondió: no veía mzón alguna para llamar la atención sobre ese trabajo malintencionado que babia pasado casi inadvertido. No era ésta la forma en la cual él concebia la polémica inte­lectual, tal como ya se lo babia dicho al mismo Marx. Pero hizo algunas furibundas anotaciones en su ejemplar, de las cuales hay una que resume su forma de pensar al respecto:

"La verdadera motivación de esta obra de Marx es que él lamenta que yo siempre baya pensado y dicho, antes que él, lo que él pensó después. El lector se dará cuenta por sí solo de que es Marx quien, después de haberme leído, ¡lamenta pensar como yo! .. [Citado por P. Haubt. m&nn, Marx et Proudhon, p. 90.1

Posteriormente, después de haber preparado un proyec­to, escn'be esta frase vengativa que resume su opini6~ y que, manifiestamente, ante sí mismo, cierra el debate:

"Marx es la tenia del socialismo." [Carnet 5, p. 164, 24 de septiembre de 1847.J

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N. UNA REVOLUCióN SIN IDEAS

EN LOS últimos meses de 1847, trabajaba yo en Lyon como encargado de la correspondencia de una empresa comercial que se dedicaba a 1a explotación de la hulla y a los transportes.

Mientras trabajaba y me ocupaba en mis procesos, seguía con inquietud el acontecer político y la lucha ciega y apasionada de la oposición, representada pot los sefiores O~on Barrot y 'Thiers, contra el partido conservador, representado por :Cuis Felipe y el sefior Guizot. ··

El Partido Republicano estaba en franca ~QIÍa y seMa. de punto de apoyo a todos los adversarios del gabinete.

Advertía que las discusiones entre los diversos sec­tores del Partido M~~~~'l.uic~ Constitucional eran cada vez más encendidas, y con estos deplorables debates como fondo, vefa abrirse un abismo en el seno de la sociedad, fomentado por las prédicas democráticas y sociales.

El banquete del CMteau~Rouge, al cual la o:e_~sici6!1 asistió en pleno, con el sefior Odilon Barrot a la cabeza, fue para mí el aviso de la inminente catástrofe.

Desde la base del edificio social, en el seno de la masa obrera y siendo yo mismo uno de los primeros en atacar sus cimientos, veía lo que estaba ocurriendo mejor que los hombres de Estado, que no hacían más que discutir mientras el peligro se aproximaba jun~ to con todas las consecuencias de la ruina. En unos

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pocos días, ante la menor tormenta parlamentaria, la monarquía se derrumbarla y con ella caería la vieja sociedad.

La tormenta comenzó a desatarse en las reuniones por la reforma. Los sucesos de Roma, Sicilia y Lom­bardía contribuyeron a enardecer a las distintas partes; la guerra civil de los suizos fue lo que hizo que la irri­tación contra el ministerio llegara al colmo. Vergon­zosos escándalos y procesos monstruosos haclan aumen­tar constantemente la indignación pública. Aun antes de que se reunieran las Cámaras para el periodo de 1847-1848, me di cuenta de que todo estaba perdido: me trasladé inmediatamente a París.

Los dos meses anteriores a la explosión, entre la apertura de las Cámaras y la caída de la Corona, fueron para mí los más desoladores de mi vida. Ni siquiera la muerte de mi madre, ocurrida en ese entonces, pudo distraerme de la angustia que sentía; no recibí, en el momento, más que una leve impresión. Entonces sentí que la patria, para el ciudadano, es más importante aún que la familia: comprendí mejor a Régulo y a Bruto.

Aunque era republicano consumado, republicano de colegio, de taller y de escritorio, temblaba de terror al ver aproximarse la República. Temblaba porque veía a mi alrededor que nadie creía en el advenimiento ~Ja .. Rep.ÚQP9a y menos aún en que.fueriliiii próXimo·.

Los acontecimientos se desarrollaban, las etapas se iban cumpliendo y la revolución social surgía sin que nadie, en el poder o fuera de él, pareciera darse cuenta de ello. ¿Qué se puede hacer de una revolución que carece de ideas?

Los republicanos, poco numerosos al principio, creían en la República, pero no sabían cómo manejarla.

Los _socialistas, casi desconocidos en esa época, cuyo

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nombre no se mencionaba aún en la escena política, creian también en la R~b.lica, pero tampoco sabian qué hacer con ella.

Se hacian numerosas criticas al anterior orden social, en su mayor parte imprecisas, cargadas de sentimenta­lismo y misticismo, aunque algunas más filosóficas y racionales; pero nadie lograba sacar nada en limpio de todo este caos de discusiones declamatorias; la gran mayoría de los lectores simplemeñte"" ño las tomaba en cuenta.

Mientras tanto, la Revolución, la República y el socialismo, apoyándose entre sf, llegaban a paso rápido. Podfa verlos, podía percibirlos, y huia de ese monstruo democrático y social cuyos enigmas no podfa. desci­frar; un terror indescriptible se apoderaba de mf, lle­gando hasta impedirme pensar con claridad; deploraba la conducta de 1a oposición, a la que veia destruir con furia incomprensible los fundamentos de la sociedad; intenté convencer a aquellos de mis amigos que esta­ban comprometidos con el movimiento de que no se merelaran en estas querellas sobre prerrogativas, absur­das para cualquier republicano, de las que finalmente saldría la República en forma totalmente inesperada. Nadie me creyó ni me comprendió.

Lloraba por los pobres trabajadores, a quienes de antemano veia arrpjados al desempleo y a varios años de miserias; por los trabajadores a cuya defensa me había consagrado y que ahora no podia socorrer.

Lloraba por la burguesía, a la que veia arruina­da, empujada a la bant~rrota, enardecida en contra del proletariado y contra la cual el antagonismo de las ideas y la fuerza de las circunstancias me habían obligado a combatir, aunque fuera el primero en de­plorarlo.

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Aun antes de que naciera la República, yo ya llevaba luto por ella y pedia. perdón por sus pecados.

Cualquiera que hubiera compartido mis puntos de vista, ¿no albergaría los mismos temores?

Esta revolución, que iba a alterar el orden político, era el punto de partida de una revolución social que nadie se esperaba. Contradiciendo todas laréítperien­cías anteriores y alterando el orden, seguido invariable­mente hasta entonces, del acontecer histórico, el hecho se produciría antes que el concepto, como si esta vez la Providencia hubiera querido golpeamos sin prevenirnos de antemano.

Cuando consideraba este porvenir que se hacia rea­lidad minuto a minuto, todo me parecfa perturbador, insólito y paradójico.

Devorado por esta ansiedad, me rebelaba contra la forma en que se desarrollaban los acontecimientos y maldecla al destino. Desaprobaba la revuelta de los sicUianos contra un amo a quien detestaban: me iirita­ba ante el hDera.lismo de ese papa que ahora, en el exilio, hacía penitencia por sus veleidades de reforma; desautorizaba la insurrección de los milaneses; hacía votos por la buena marcha del Sunderbund y, a pesar de ser socialista, discipulo de Voltaire y de Hegel, aplaudía las palabras de Montalembert defendiendo la causa de los jesuitas de Fn'burgo ante una cámara aristocrática. Hubiera querido tener un periódico para atacar al National, a la Réforme, y a todos los órganos de opinión reformistas y republicanos; encomendaba a los infiernos al redactor en jefe de La Presse.

Mi alma agonizaba: soportaba por adelantado el peso de los dolores de la República y el fardo de calum­nias que se forjarían contra el socialismo.

La noche del 21 de febrero, seguía exhortando a

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mis amigos a no combatir. El 22 sentí cierto alivio al ver retroceder a la oposición. Pensé que mi martirio habfa terminado. La jornada del 23 disipó todas mis esperanzas. Esta vez, como dijo el señor De Lamartine, la suerte estaba echada, jacta erat alea. El tiroteo en los Capucines confirmó mis temores ... 1 O

Una revolución es algo que puede comprenderse cuando se estudian sus crónicas, pero que resulta muy dificil de explicar cuando se es testigo a causa de la con~ fusión y el vado que produce. r ... ] Los errores de la oposición, encabezada por O. Barrot, fueron garrafa­les, y los acontecimientos posteriores probaron basta qué punto estos personajes estaban ciegos ante la rea­lidad. Fue un error provocar una verdadera insurrec­ción valiéndose de un banquete como pretexto; fue un error aún mayor retroceder ante la provocación. Si no hubieran cedido terreno, O. Barrot y su partido hubie­ran sido los héroes de la jornada, pero hoy es innegable que lo fueron los republicanos. La oposición se condu~ jo en forma absurda en todo momento.

El lunes por la mañana anuncia que el banquete tendrá lugar. La insurrección se organiza de inmediato.

El lunes por la noche, el banquete es cancelado, pero la insurrección continúa.

El martes todo Parfs está en la calle. La oposición es amargamente acusada de cobardía. Para enmendar este error, acusa directamente al ministerio; era echar leña al fuego. Las barricadas comienzan a levantarse y el ministerio presenta su renuncia; todo parece haber terminado; pero Luis Felipe negocia; anuncia los nom­bramientos de Thiers y de Molé. Se cree que esta me­dida es insuficiente y continúan los tiroteos.

1 Articulo ar,arecido en Peuf>le, 19 de febrero de 1849, en M8anges, edictón de Lacroi:x:.

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El jueves las cosas siguen igual cuando, ante la in­sistencia de los insurgentes, O. Barrot es nombrado ministro en un intento de apaciguar los ánimos. Pero Barrot había perdido toda popularidad por haber fir­mado una proclama totalmente ridícula que terminó de desprestigiarlo. Al mismo tiempo, el gran charlatán y gran imbécil, que tiene 80 mil hombres para apoyar

( su ascenso al poder, ordena a las tropas disparar; era dejarle el campo h'bre a la insurrección. Mientras tanto, el pueblo avanzaba tanto y tan bien [que] a las tres las Tullerías estaban en su poder. En ese momento, Luis Felipe abdicó y O. Barrot todavía tenía esperan­zas. El discurso que dio desde la tribuna, cuando fue lo bastante torpe como para hablar de guerra civil, resultó poco menos que lamentable. Los revoltosos llegaban ya al Palais-Bourbon. ¿Quién quería entonces la guerra civil, sino él mismo?

A las cinco fue proclamada esa República que se sentía temerosa el día anterior, insegura durante la ma­ñana y que a las dos de la tarde ya no creía en sí misma. [ ... ]

El jueves salí por la mañana y decidí hacer un reco­nocimiento. Más de quinientas barricadas cerraban las calles de París: un laberinto de quinientas Termópilas. Al mediodía, cuando hube visto todo cuidadosamente, me presenté en las oficinas del periódico Réforme, en la calle Jean-Jacques Rousseau, cerca del correo central. El mismo comité radical que el día anterior pedía solamente la derogación de las leyes de septiembre y otras menudencias; que a la mañana había agregado a su pedido la reforma electoral, sobre bases amplÜI8; que al mediodía reclamaba, además, la organización del trabajo junto con otros pedidos sin importancia que ya no recuerdo, a las dos de la tarde hablaba de pro-

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clamar la República. Después de que el presidente F1ocon nos arengó con una cita de Robespierre, como un capitán que distribuye aguardiente entre sus solda­dos, se me encomendó que hiciera imprimir esta frase tan enfática: "¡Ciudadanos, Luis Felipe os hace ase­sinar como lo hizo Carlos X; mandémoslo a juntarse con Carlos XI"

Creo que ésta fue la primera manifestación repu­blicana.

"Ciudadano, me dijo el maestro F1ocon en la impren­ta donde yo estaba trabajando, usted ocupa un puesto revolucionario; contamos con su patriotismo." "Puede usted contar, le dije riéndome, con que no abandonaré mi tarea basta no verla terminada."

Un cuarto de hora después de que dicha proclama fue distn'buida, el tiroteo recomenzó en el Palais-Royal y las Tullerfas fueron abandonadas. De esta manera participé en la Revolución.

Estaba en el centro de la insurrección, y en un mo­mento se pensó que el ejército empujaba a los insurrec­tos hacia el lugar donde estábamos con la finalidad de recuperar el edificio de correos; nuestra situación era bastante comprometida. Las oficinas del Réforrne fue­ron abandonadas. No me jacto de ser valiente, pero puedo asegurar que me sentí feliz de ver la emoción que embargaba a toda esa gente, a la vez que presen­ciaba actos que iban desde lo sublime hasta lo grotesco.

Debo confesar que arranqué un árbol en la plaza de la Bolsa, forcé una reja en el bulevar de Bonne­Nouvelle y transporté adoquines para construir barri­cadas.

Un joven de uniforme, alumno de la Escuela de Bosques y Recursos Hidráulicos, pasó cerca de la ba­rricada donde me hallaba y fue saludado al grito

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de: "¡Vivan las escuelas!'' Respondió haciendo gestos graciosos y aristocráticos con las manos. "Pero, le dije con severidad, ¿adónde va usted? ¡Hay que quedar­se aquí y tmbajar con los demás!'' Nunca he visto a un hombre tan desconcertado, y le di la espalda para que no me viera reir. Estoy seguro de que me tomó por un terrible jacobino.

Se pudo comprobar ~e los obreros valen más que quienes los conducen. e son al mismo tiempo ale­gres, valientes, de buen umor e íntegros. Los 80 mil hombres que rodeaban Paris no lograron más que lo que hubiera logrado una simple patrulla. Los únicos que tuvieron miedo fueron los burgueses y la gente con sentido común. Hay que reconocer que, si bien los obreros dieron muestms de valentía, no encontraron una resistencia muy fuerte. Fue la desmoralización del poder y del ejército lo que precipitó las cosas. El éxito de una insurrección no depende, como general­mente se piensa, del desarrollo de una verdadera bata~ lla; depende única y principalmente del grado de ge. neralización y de la velocidad de movimientos. [ ... ] Aunque estoy seguro de que un general que hubiera podido disponer de 10 mil hombres de tropa dispuestos a cumplir con su deber hubiera sofocado fáct1mente la revuelta, también temia un nuevo Vendimiario.111 O

¡Hemos hecho una revolución sin ideasl 3 O Desde el primer momento previne contm los diferentes pe. ligros que acechaban a la Revolución: 19 La democra~ cia doctrinaria, representada por el Nation4l. 29 El viejo jacobinismo, representado por Ledru-Rollin. 39 El comunismo, representado por L. Blanc.

La alianza de estos tres principios, si se puede llamar 2 Al sefior Maurice, 25 de febrero de 1848, Cor., 11, 278-283. a Camets, 111, 1 O.

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así a tres viejas ideas que solamente deberían mencio· narse en los libros de historia y en las novelas, ha tenido un éxito enorme en sus intentos por desorgani· zar el país, desviar la Revolución de su verdadero curso y sofocar a sangre y fuego, con una guerra civil, toda demanda social.• O

Los integrantes del gobierno provisorio hicieron de la República sinónimo de MORALIDAD. Fueron piadosos, modestos, honorables y escrupulosos, dispuestos al sacri­ficio, esclavos de la legalidad, guardianes incorruptibles del pudor democrático y, por sobre todo, sinceros. Supie­ron dar muestras de heroísmo republicano. De todas las cosas que podrlan haber hecho por la Revolución, su religión les permitió sólo una, que resultó luego de­masiado apresurada y totalmente contraproducente: ¡el sufragio universal! ...

Se hablaba de Revolución, pero no se la hacía. El gobierno provisorio no se atrevió por miedo a caer en el vacío. ¿Qué se podía esperar de esa situación?

No es dificil de comprender. La finalidad de toda revolución es producir un des­

plazamiento en la gran masa de intereses, perjudicando a algunos para favorecer a la mayoría. Por esto la re. volución tiene como enemigo natural a los intereses que se ven amenazados por ella y por aliado a los in­tereses que defiende.

De acuerdo con esta ley, dictada por la experiencia histórica y el sentido común, la República, al estar encargada de realizar la Revolución, tendría por ene­migos a todos los representantes de los intereses que ésta amenazaba, enemigos que se habían vuelto impla­cables porque veían acercarse el peligro y porque sa-

• Al sefior Gaudon, 10 de abn1 de 1848, Cor., VI, 369,

u o

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bían que la Revolución, al verse engañada y decepcio­nada, se debatiría aún con más furia y no aceptaría imposiciones. ¡Lo núo es núo y lo tuyo, tu.yol Nadie le iba a regalar a la Revolución lo que ésta no había sabi­do conquistar. Se formó una coalición antideroocrática integrada por todos aquellos que, con razón o sin ella, tenían motivos para temerla: propietarios, fabricantes, el comercio, la banca, la Iglesia, los campesinos, las organizaciones constituidas, los estados mayores, en fin, los dos tercios del pafs. El 15 de mayo y el 24 de junio la democracia revolucionaria intentó retomar el con­trol de la situación: se la combatió con la ley que ella misma había dictado, la del sufragio universal;"Y sufrió una derrota aplastante. La lucha pasó entonces al te­rreno de la nueva Constitución, pero em precisamente esta nueva Constitución lo que representaba la derrota de los demócmtas.

No voy a negar que contribuí con todas mis fuerzas a la desorganización política; no lo hice por impacien­cia revolucionaria ni por afán de prestigio, tampoco por ambición, envidia u odios, sino por anticiparme a una reacción inevitable, teniendo en cuenta que la demo­cracia, dadas las circunstancias, no podía servimos para nada. En cuanto a la masa, me inspiraba menos temo­res en plena anarquía que en 1a votación, porque co­nocía su carencia de virtudes y su falta de inteligencia. Para el pueblo y para los nifios, los crímenes y los delitos se atnbuyen a la violencia de las emociones y no a la perversidad; y encontraba que el camino de la vanguardia republicana era educar al pueblo en pleno caos polftico y no tratar de hacerle exigir el respeto por su soberanía, aunque tuviera ciertas probabilidades de éxito, por la vía electoral.

El desarrollo de los acontecimientos me obligó a

lll

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comprender que mi desesperado trabajo táctico, que me sirvió para ganam1e la desaprobación pública, era inútil. A partir de ese momento y sin ninguna resetva, cerré filas con los hombres honrados de todos los parti­dos que comprenden que democraci4 es sinónimo de demopedia, educación del pueblo; que advierten en esta educación su tarea y que buscan sinceramente la LI­

BERTAD ante todo, junto con la gloria de la nación, el bienestar de los trabajadores, la independencia de las distintas naciones y el progreso espiritual de la humanidad.6 O

A mi modo de ver, la tarea del gobiemo provisional, después • del 24 de febrero, era clara y simple.

Lo que tenía que hacer era levantar las barricadas y volver a poner en su lugar los adoquines de Parls. Después de proclamar la República deberla ha­ber vuelto inmediatamente al orden; gastar 50 nu1lo· nes, aun 100 en ayuda para los obreros; dar seguridades al comercio y a la propiedad, mantener intactos los ob­jetivos de la Revolución y aclarar la situación a través de la publicidad, la prensa y la Asamblea Nacional.

El gobiemo provisional, después de pasar por las manos de varias camarillas improvisadas sobre la mar­cha, con el viejo jacobinismo, la democracia parlamen­taria y el comunismo disfrazado, se dedicó a prometer, a intimidar, a legislar, a reformar y a decretar a ton­tas y a locas sin conocer siquiera lo más elemental de sus funciones, sin comprender el espfritu de la nueva Revolución y sin el menor conocimiento de los formidables problemas que habían puesto al descubier­to los acontecimientos del 24 de febrero. [ ... ]

Acuso formalmente al gobiemo provisional de haber

6 Rév. dém., 150-152.

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fomentado la lucha entre la clase trabajadora y la bur­guesa, sin ningún motivo y en forma injusta. Lo acuso también de haber comprometido la tranquilidad del pafs y el porvenir de la Revolución valiéndose de esta política detestable.

Lo acuso de haber sacrificado la dignidad del Es-· tado y el tesoro público en aras de una aventura desor­ganizada [ .•• ]; de haberse extralimitado en el ejercicio de los poderes que le otorgaba una dictadura necesaria, derogando o reformando ciertas leyes, y de abusar de sus atribuciones en el aspecto ministerial, lo cual nos ha hecho retroceder hasta esta democracia del 93, que representa tanto la voluntad del pueblo como lo repre­sentaba la autoridad de Napoleón.8 O.

Me cuidé bien de no caer en el enredo político­socialista donde el señor De Lamartine declamaba en prosa poética los lugares comunes de la diplomacia; donde se hablaba de nacionalizar el comercio, la in­dustria y la agricultura; comprar todas las propiedades y encargarse de administrarlas; centralizar los capita­les y el trabajo en el Estado, e imponer a los demás pueblos de Europa valiéndose de nuestros ejércitos triunfantes, este régimen de gobierno. Me convencí de que la única forma que tenfa de servir a la Revolución era proseguir mis estudios por mi propia cuenta, sabien­do de antemano que ni el gobierno provisional ni los neojacobinos harlan lo mismo.

Las dos primeras partes de ese trabajo se publicaron a fines de marzo.* Los demócratas no les prestaron atención. Yo era poco conocido y no creo que les haya gustado mi comienzo. ¿Qué podía interesarles de un

8 A los electores de Doubs, 3 de abril de 1&48, Cor., 11, 301-303.

* Solution du probleme social.

J.l3

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folleto en el que se intentaba demostrar la legitimidad de la Revolución basándose en consideraciones sobre el derecho público y la historia, y que además aconseja­ba a quienes estaban en el poder que se abstuvieran de todo tipo de reformas? Pensaban que era inútil consi­derar este tipo de controversias y que la democracia era soberana. ¿Acaso el gobierno provisional no sabía ha­cerse obedecer? 1 Cuántas razones hacen falta para con­vencer a aquellos que están subyugados por un hecho consumado! Para ellos, la República era como el sol y cualquiera que la negara estaba ciego.

Pues bien, ¿qué piensan hoy los poderosos de en­tonces? Está claro ahora que la soberanía popular, lo único que puede legitimar una revolución, no es esta violencia brutal que devasta los palacios e incendia los casb"llos; ni ese despliegue de fanatismo que, después de hacer un 17 de marzo, un 16 de abril y un 15 de mayo, culmina su serie de errores con un 10 de diciem­bre; ni la opresión alternada de las mayorlas a las minodas y de las minodas a las mayorfas. ¿Dónde está esa soberanía de la que se hablaba?, ¿dónde la razón del pueblo? [ ... ]

Yo estaba en lo cierto cuando les decfa a estos fa­bricantes de decretos: "¡Grandes políticos, ustedes ame­nazan con el pufio en alto al capital y luego se proster­nan ante un pufiado de monedas! ¡Quieren exterminar a los Judíos, reyes de la ctetualidcld * y adoran (aunque por juramento, es cierto) al Becerro de Oro! Dicen, o dejan decir, que el Estado expropiará los ferrocarri­les, los canales, los transportes fluviales, los transportes terrestres, las minas y las salinas; que solamente los ricos pagarán impuestos, impuestos suntuarios, impues-

* Titulo de un panfleto virulento de Toussenel, reeditado en 1847. En francés: Juifs, rois de fépoque.

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tos progresivos, impuestos sobre los empl~dos domés­ticos, los caballos, los vehículos y todos los objetos de valor; que se reducirá la cantidad de empleos públi­cos y los sueldos de los funcionarios; que bajarán de precio las rentas y la propiedad. Están ustedes pro­vocando una baja de todos los valores financieros, industriales e inmobiliarios; están agotando la fuente de todos los ingresos; están congelando la sangre en las venas al comercio y a la industria y luego pretenden que el dinero circule; les suplican a los ricos aterro­rizados que no lo retengan. Créanme, ciudadanos dicta­dores, que si ésa es toda vuestra ciencia harían bien en apresurarse a reconciliarse con los judíos; renun­cien ya a esas manifestaciones de terrorismo que hacen que los capitales huyan de la Revolución como huye un perro del perrero. Vuelvan a ese sUttu quo conser­vador que ustedes no pueden superar y del cual nunca hubieran debido apartarse, porque, en la ·situación equi­voca en la que se encuentran, están obligados a atacar la propiedad; y si atacan la propiedad están perdidos. Están ustedes con un pie en la bancarrota ...

". . . No, ustedes no saben lo que es una Ievolu­ción. No conocen ni sus principios, ni su lógica, ni su justicia; ustedes no hablan ese idioma. Lo que ustedes toman por la voz del pueblo no es más que un mugido de la multitud, tan ignorante como ustedes de las necesidades de ese pueblo. Rechacen estas exigencias que les imponen. Respeten a las personas y toleren todas las opiniones; pero desháganse de todas esas sec­tas que se arrastran a vuestros pies y que sólo les acon­sejan hacer lo que a ellas les conviene. Las sectas son las vfuoras de la revolución: el pueblo no pertenece a ninguna secta. Eviten en todo lo que puedan las re­quisas y las confiscaciones, sobre todo en lo legislativo,

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y sean prudentes en las destituciones. Conserven intac­ta la República y dejen que las cosas se aclaren por sí solas. La patria les quedará agradecida.''

Después de las jornadas de junio, no protesté contra los abusos que algunos ignorantes cometieron con mis aforismos, distorsionando su sentido popular; no quise insultar al león que agonizaba. Pero tampoco esperé las jomadas de junio para atacar las tendencias del gobier­no y manifestarme a favor de un conservadurismo inte­ligente. Siempre estuve y estaré en contra del poder: ¿quién podria acusarme de ambición o de cobardía?

Al hacer un estudio del poder, comprobé que la de­mocracia gubernamental no es más que una monarquía invertida; demostré que nos costada aún más cara que la monarquía, basándome en el principio elemental de economía que dice que los gastos de producción dismi­nuyen cuando quien produce lo hace por sí solo, sin . necesidad de tener obreros o empleados; de la misma forma que en toda empresa en expansión los gastos generales crecen más rápidamente que la producción y las ganancias. [ ... ]

Había muchas propuestas en este trabajo, pero mis ideas chocaron contra los prejuicios. El error fatal del socialismo ha sido y sigue siendo el de creer que los gas­tos generales, en relación con la producción, dismi­nuyen cuanto más grandes son las operaciones y más se aumenta el personal empleado. Basándose en esta idea planificaron la estructura de la comunidad, de las asociaciones y de la organización del trabajo por el Estado. Yo, en cambio, sostenía que si todo lo que se producía podía ser realizado por trabajadores inde­pendientes entre sf, la suma total de gastos generales serfa nula, y que, por el contrario, si se reunían todas las industrias, profesiones y oficios en una sola empresa,

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el total de dichos gastos aumentaría cien por ciento. Es evidente que, para ellos, estas ideas sólo podían prove­nir de una mente enferma. Mi trabajo carecía de todo sentido común. Este hombre, decían refiriéndose a mí, es un amargado; quiere demoler todo, la propiedad pri­vada, la propiedad común, la monarquía y la democra­cia, Dios y el diablo. ¡Ni siquiera está de acuerdo con­sigo mismo! ...

¡Dichosos aquellos que pueden estar satisfechos de si mismos! Durante seis meses tuve la paciencia de es­cuchar a los encargados de finanzas en la .Asamblea Constituyente manifestarse en contra del sistema de la organización del trabajo por parte del Estado; ni uno solo hizo las observaciones que acabo de explicar y que ya había presentado en el mes de marzo ante mis ciegos correligionarios.

Devorado por la impaciencia, decidí suspender mi publicación para resumir, en unas cuarenta páginas, mis ideas sobre el crédito. En ese trabajo expuse por primera vez, en forma inequívoca, la necesidad de rea. lizar la revolución desde abajo, haciendo un llamado a la razón y a los intereses de cada ciudadano, y limi­tando la tarea del gobierno a la difusión y a la defensa de las ideas, tal como sólo él puede hacerlo en la actua­lidad. No proponía un nuevo sistema, solamente apor­taba una fórmula simple, práctica y dentro de la lega­lidad, comprobable por miles de ejemplos, qne tan sólo necesitaba ser explicada y puesta en práctica.

Es evidente que nadie comprendió lo que proponía. Mi proyecto no era otra cosa que una incitación a deponer el poder. Yo proponía que se sentara un precedente que, en caso de prosperar, tendría como consecuencia directa la supresión gradual de toda la estructura de gobierno. El Estado quedaba reducido a

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la nada, ese Estado que tiene un ejército de 500 mil hombres, 600 xm1 empleados y un presupuesto anual de 2 mil millones. Era una idea. monstruosa e incon­cebl"ble.1 D

No quiero discutir aquí las ventajas del crédito gra­tuito ni las medidas económicas con las cuales los fundadores del Banco del Pueblo intentaron realizar su tarea. Ya he publicado bastantes artículos y folletos sobre el tema [ .•. ] como para no tener que abrumar al lector con una disertación sobre la función de la moneda. [ ... ] Quiero solamente dar las bases de la idea original que, aparte de todo tipo de especula­ciones financieras, proponia. la fundación de un Banco del Pueblo destinado a refoonar el sistema de las ins­tituciones crediticias y, en consecuencia, toda la estruc­tura económica de la sociedad.

El Banco del Pueblo fue concebido con tres objetivos: 19 aplicar esos principios de trasfondo social [ ... ]

y anticiparse a la reforma política dando un ejemplo de asociación espontánea, independiente y de índole social;

29 atacar al gobierno, que no es más que la exage­ración del comunismo, favoreciendo la iniciativa po­pular y acercándose gradualmente a la conquista de las h'bertades individuales por medio de las organizaciones colectivas;

39 asegurar el trabajo y el bienestar de todos los que producen, organizándolos y convirtiéndolos en cau­sa y efecto de la producción, es decir, en capitalistas y consumidores.

El Banco del Pueblo nunca hubiera podido trans­formarse en un banco del Estado por cuestión de prin-

1 Confessions, 183-187.

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cipios. El Estado no puede otorgar créditos porque no tiene valores ni hipotecas, no puede hacerse banquero, industrial ni comerciante.

No era un banco perteneciente a una sociedad de accionistas, que ofrecía créditos al pueblo en condicio· nes más o menos ventajosas, pero que defendía sus propios intereses, como lo hacen la asociación de coci­neros y la de sastres. Una asociación bancaria del pue­blo concebida de esa manera se hubiera convertido en poco tiempo en una asociación monopolista, como lo son todas las asociaciones obreras en la actualidad. Son entidades que otorgan privilegios a un solo sector, lo cual desequilibra la situación y a la larga resulta anti­social.

El Banco del Pueblo sería propiedad de todos los que utilizaran sus servicios, quienes a su vez lo finan­ciarían con su capital en caso de que lo considerasen necesario; de esta forma los clientes se beneficiarían con créditos baratos y el banco les quedaría agradecido. El Banco del Pueblo trabajaría en beneficio de sus clientes, sin cobrarles intereses o comisiones: sólo perci­biría una retribución mínima para pagar los salarios y los gastos. Entonces, ¡el crédito sería GRArorro! Una vez puesto en práctica, el proceso se desarrollaría hasta el infinito.

¿Por qué esta idea no se les ocurrió jamás a nuestros economistas, capitalistas, grandes industriales, todos estos amigos del orden, filántropos, partidarios del tra­bajo, del bajo costo de vida y del progreso? ¿Por qué la rechazaron unánimemente cuando fue propuesta por un socialista que buscaba fomentar la producción, la circulación y el consumo en defensa de los intereses de los obreros, de los comerciantes y de los agricultores? ¿Por qué quieren ellos que los campesinos, que con este

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sistema pagarían 0.5% de interés a largo plazo, tengan que pagar 12 o 15% de interés sobre préstamos que se ven obligados a renovar cada tres o cuatro afios? ¿Por qué se alegmron tanto al ver que la asociación colecti­'V4 que formaba el Banco del Pueblo, privada de su jefe, se vio obligada a disolverse? ¿Acaso el Banco del Pueblo representaba un peligro para ellos? ¿Exigia algo a los capitales o a las rentas? ¿Atacaba a la propiedad o al gobierno? ... Podrfa hacerles muchas preguntas más, pero me conformaría con que me explicaran la razón de este rechazo sorprendente por parte de ellos, a quie­nes no quiero suponer obligados por un pacto entre usureros.

El Banco del Pueblo, dando un ejemplo de inicia­tiva popular al gobierno y a las finanzas públicas, las que quedarlan identificadas en una síntesis, se habría convertido en un elemento de emancipación del pro­letariado porque creaba la libertad politica e industrial. Y de la misma manem en que toda ffiosoffa y toda religión reflejan, de una manera metafísica o simbó­lica, la economía de cada sociedad, el Banco del Pueblo, al cambiar las bases materiales de la sociedad, era el preludio de la revolución filosófica y religiosa: esto era lo que quedan lograr sus fundadores. [ ... ]

Lo que diferencia, a priori, al socialismo tal como lo concebía el Banco del Pueblo del socialismo de las otras escuelas; eso que lo hace ser distinto, aparte de su valor especulativo y de síntesis, es que no admite otra condición ni medio de realizarse que la h'bertad. Sin atacar las tmdiciones, respetando la Constitución y 1~ leyes, no es más que la solución en gran escala de un problema particular de la producción industrial. No pide nada al Estado, no ataca ningún interés legítimo y no amenaza ninguna h'bertad.

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Hay que decir que ésta no es la forma en que se concibe el socialismo en otros lados.8 O

La demagogia estaba en el peder; aun el socialismo estaba representado. ¿Cómo contando con todas las fuerzas vivas de la República, el apoyo de los trabaja­dores y la humilde sumisión de los burgueses, estos ciu­dadanos tan abnegados, estos patriotas tan puros del gobierno provisional no pudieron lograr absolutamente nada? ¿Que el plazo de tres meses de miseria que les dio el pueblo finalizara sin dar frutos? Si todos estaban de acuerdo en buscar lo mejor, ¿por qué no pudieron lograrlo? Por el contrarío, se demolieron entre si acu­sándose recíprocamente de estar equivocados. ¿Cómo contando con los medios de comunicarse con el pueblo le permitieron cometer el enorme error del 15 de mayo? La única respuesta que obtuvieron los 100 mil hombres de los talleres nacionales fue tiros de fusil. ¿Cómo es posible que esa Constitución plagada de errores se vota­ra a espaldas del pueblo? ¿Cómo en diciembre un so­brino del EmE~fcldor que carecia de cualidades, títulos y fortuna se lifi;o elegir Presidente de la República por cinco millones y medio de votos, triunfando sobre Led~~R_ollin, CaY!$nac y De Lamartine? Se dijo de mí ~ era un utopista, que no hacía nada más que criticar y que noiica estaba contento con nada. Había que conservar intacto el poder, que el pueblo había conquistado en febrero, y ejercerlo en su beneficio, pero la monarquía sólo lo utilizó para favorecer la corrupción.

Llegaron las elecciones de abril. Se me ocurrió presen­tarme como candidato. En la circular que el 3 de abril de ~-ªi8. dirigí a los habitantes de la región de Doubs

8 lbid., 246-252.

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decía: "No podemos dejar de lado los problemas socia· les. Para resolverlos, se necesita atemperar todo extre­mismo radical y conservador. ¡Trabajadores, tiéndanle la mano a sus patrones! ¡Patrones, no se opongan a los adelantos que exigen aquellos que fueron sus asa· lariados!"

Cuando me expresaba de esta forma, las fuerzas de­mocráticas estaban aún en la plenitud de su fuerza. No necesité esperar un cambio desafortunado para asegurar que la meta del socialismo era la reconcilia­ción universal.

El 16 de abril acabó mi candidatura. Después de esta jornada deplorable, nadie quería siquiera ofr hablar de radicalismo extremo; se prefiri6 el conservadurismo extremo. Me gustaría que mis honorables compatrio­tas me dijeran qué creen haber ganado con esta medida de precaución egofsta. ¿Qué se ha logrado con esta actitud centrista de la Asamblea. Constitu· yente? ¿Qué se va a lograr con el absolutismo de la Asamblea Legislativa? [ ... ]

Candidato frustrado y autor sin lectores, me dedi­qué al periodismo. Se me dice que los libros tienen más valor que los periódicos. Estoy de acuerdo, pero los libros nadie los lee [ ... ]. Un autor pasa diez años de su vida escribiendo un libro que solamente va a ser leído por cincuenta personas, luego vienen los periodis­tas y lo destrozan con sus criticas y ahí se acaba todo. Los libros sólo sirven para que los periodistas hagan su aprendizaje. El género literario que más difusión ha alcanzado en nuestro siglo es el folletinesco. [ ... ]

El malestar que produjo en los departamentos el envío de comisarios, las declaraciones intrascendentes de las distintas agrupaciones, etc., me convencieron de que los revolucionarios de febrero tenían una tenden-

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cia retrógrada. El objetivo principal de Le Représentant du Peuple fue combatir a estos imitadores de los ja­cobinos y encauzar la Revolución en su verdadera ruta. Mis colaboradores y yo nos esforzábamos por hacer comprender que, puesto que la propiedad ya no era independiente, debido precisamente a la separación de las distintas industrias, y a que no babia ya circulación de valores, la Francia actual, aunque fuera más rica que la anterior, no estaba en condiciones de soportar diez años de revolución; que la Revolución de febrero no tenia nada que ver con la de 17&9"l?.J~; que babia que cambiar de forma de proceder, abandonar las uto­pias y obtener resultados positivos de una VeL por todas. Fueron esfuerzos inútiles. Aunque Le Représentant du Peuple logró cierto reconocimiento y se conquistó su lugar en el periodismo, no logró hacerse escuchar lo suficiente como para impedir que se produjera lo que temiamos.

En esa época conocí al señor De Girardin. El emi­nente escritor no puede negarlo, sobre· tó<Tó ahora que su teoria sobre los impuestos presenta tantos puntos en común con la mia: él estaba de acuerdo con mis propuestas sobre el crédito; pero, como todo hombre de Estado, rechazaba las iniciativas populares y creía solamente en la autoridad. "Se hace más en una hora de estar en el poder que con dieL afios de periodismo", decia. Esta frase nos explica la conducta polftica y las oscilaciones del sefior De Girardin. [ ... ]

Cuando pienso en todo lo que be dicho, escrito y publicado [ ... ] sobre la función del Estado ante la sociedad, me inclino a pensar que mi vict~ria electoral, en junio de 1848, fue el resultado de un .~or de inter­pretación por parte del pueblo. Estas propuestas datan de mi primera época, cuando me comenzaba a sentir

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atraído por el socialismo. Mis ideas evolucionaron lue­go, gracias al estudio y a la experiencia; estuvieron siem­pre presentes en mis trabajos y rigieron mi conducta; [ .•. ] es emafio que por estas ideas, las más evolucio­nadas que cualquier innovador haya propuesto hasta ahora y las que ofrecen más posibilidades de aplicación, se me haya considerado un agitador, tanto desde el poder como por la sociedad, a quien invoco como juez de mis actos! O

La simpatía de algunos demócratas, que yo nunca busqué, y los ataques injustificados de los periódi­cos me lanzaron a la actividad política; fui elegido rep!~enta!!~ .4el ~~9; en la Asambl~ los ata-

ques C:rei Partido· COiiSéiVador, por su virulencia, me obligaron a actuar como lo hice.18 O

Luego de las jornadas de junio, lo más importante que babia que hacer antes de emprender nada era levantar las banderas socialistas, animar a la opinión pública y cahnar los ánimos. Hasta ese momento, el socialismo no era más que una s~ o, peor aún, un conjunto de sectas: todavia no se ñaDfa fogueado en el eje1"Cicio de k'Vida política. Había que conformar un partido multitudinario, enérgico y definido. Las corrien­tes reaccionarias nos impedían avanzar: teníamos que producir una contracorriente que nos llevara hacia ade­lante. El odio de clases era cada vez más virulento: había que aplacar las bajas pasiones del pueblo, discu­tiendo con él las cuestiones económicas; disuadirlo de amotinarse convirtiéndolo en protagonista de la lucha parlamentaria; inducirlo a la paciencia, mostrándole la grandeza de la Revolución; interesarlo por esta actitud

9 Ibid., 187-190. 1o Al sefior .Bergmann, S de marzo de 18)4, Cor., VI, 6.

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pacífica haciéndole ver que de ella dependía su segu­ridad, enseñándole a reflexionar sobre su propia miseria.

La empresa tenia sus peligros. Por un lado, al plan­tear la cuestión revolucionaria en amplitud y profun­didad, se alarmada a la reacción y ésta desataría nuevas persecuciones en contra de los innovadores; por otro lado, si se predicaba en forma demasiado insistente la necesidad de calma y de paciencia, nos arriesgábamos a pasar por retardatarios y traidores: la popularidad del socialismo estaba en juego. Pero además de los incon­venientes babia ciertas ventajas. Mientras el socialismo respetara el orden y se mantuviera en la legalidad, la reacción quedada reducida a la impotencia; mientras los hombres de acción no actuaran sistemáticamente y su politica se basara en recuerdos, preocupados sólo por llegar al gobierno, tenninarían por convencerse ellos mismos de que no eran más que doctrinarios disfraza­dos y de la insignificancia de su oratoria.

Se puede decir que, en ese momento, la dirección de las conciencias estaba a la disposición del primero que llegara. No había. necesidad de alta política ni de largos discursos. Bastaba con aparecer enfrentándose a la reacción pam ser apoyado por las masas. La menor manifestación opositora, aun siendo legal y pacífica, era vista como un signo de audacia: nada se podía perder si se segufa ese camino. El éxito fue de tal magnitud que un día, en la Asamblea Nacional, el ministro )).ufau_re nos sotpfe!J.dió a todos alabando la voluntaa de orden, de paz y de sincera discusión que animaba a los sectores socialistas. Por mi parte, me volvi sospechoso para los montañeses, escandalizados por mis buenas relaciones con el gobierno. Estas sos­pechas me persiguen aún.n O

11 Confessfuns, 207-208.

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A partir del 31 de julio me convertí, según la expresión de un periodista, en un hombre-terror. No creo que haya habido jamás un tal ejemplo de desenfreno. Fui ob­jeto de sermones, burlas, sátiras, biografías, caricaturas, reprobaciones, ultrajes y maldiciones; fui sefialado como objeto de desprecio y de odio, entregado a la justicia por mis propios colegas, acusado, juzgado y condenado por aquellos mismos que me habían otorgado mi manda­to objeto de las sospechas de mis amigos políticos, espia­do por mis colaboradores, denunciado por mis adeptos y negado por mis correligionarios. Los devotos me amena­zaron, en cartas anónimas, con la ira de Dios; las mujeres piadosas me enviaban medallas religiosas; de las pros­titutas y los presidiarios recibía felicitaciones cuya ironía obscena indicaba claramente su desacuerdo con mis opiniones. llegaron peticiones a la Asamblea Nacional para exigir mi expulsión por falta de dignidad. Cuan­do .Dios autorizó_ .. ll S~tanás que atormentara a Job, --~ le diJo: "Te entrego su cuerpo y su alma, pero te prohíbo que atentes contra su vida." V$ es sinónimo de pensamiento. Yo fui más maltratado que Job porque ~entos fueron indignamente tergiversados. Fui considerado, durante un tiempo, como el instigador del robo, el apologista de la pros­titución, el enemigo personal de Dios, el Anticristo, un ser incalificable. Ocurrió lo que yo había previsto: así como el pescador, al recibir el cuerpo de Jesucristo, estaba comiendo y bebiendo su propia condena, la so· ciedad se condenaba a si misma al calumniar a los socialistas; ella misma se estaba llevando a juicio.

Tuve oportunidad, por efecto de las circunstancias y sin haberlo buscado, de remover la conciencia de todo un pueblo hasta una profundidad nunca antes conocida, y de hacer una experiencia con la sociedad

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que tal vez ningún otro filósofo podrá volver a rea~ zar. Me preguntaba si esta raza tan escéptica, tan li­bertina y tan corrompida había renunciado a su Dios y a su alma. ¿Había acaso perdido todo respeto por la moral? ¿Qué pensaba de la familia y del matrimonio? ¿Qué opinaba este mundo sensual y ávido de la teoría atilitaria en su fuero interno? Estos maltusianos que no quieren privarse de los placeres pero que al mismo tiempo no quieren aceptar sus productos ¿son acaso los discípulos de Fourier y de Saint-Simon? ¿En qué creen verdaderamente, en la pasión o en la razón Ubre? ¿Pueden estos voltairianos ser tan firmes en sus con­vicciones y a la vez parecerse, en su incredulidad, a esos tenderos feroces por su egoísmo? Mientras exe­craban mi persona por ser un apóstol de la abomina~ ción, yo les dedicaba alegremente la frase con que Luis XIV definió al duque de Orleáns: "¡Son fanfarro­nes de sus vicios!" Sí, esta sociedad licenciosa y sacríle­ga tiembla de pensar que hay otra vida; no se atre­ve a reírse de Dios, piensa que hay que creer en .AUX>. Estos adúlteros se indignan ante la idea de la poliga­mia comunitaria; estos ladrones públicos son quienes glorifican el trabajo. El catolicismo ha muerto en todos los corazones: el pensamiento humano está más vivo que nunca. Rechazan la continencia: adoran la castidad. No hay uno solo entre ellos que no se haya apoderado de bienes ajenos: todos rechazan la doctrina de los intereses legítimos. ¡Valor, alma m.ía., Francia aún no está perdida! ¡Bajo su cadáver aún palpitan las cualidades de la humanidad; renacerá de sus cenizas: puedo jurarlo por mi cabeza, que caiga victimada por los dioses infernales! ... 12 O

12 Ibid., 202-204.

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Desde antes del 2 de diciembre, ya me sentía satu­rado de polémicas, ensordecido por el alboroto, cansado de mi papel de hombre-terror [ ... ]; necesitaba descan­sar. Entonces comprendí que una nación no puede mantenerse en revolución durante mucho tiempo; que una revolución que se arrastra es una revolución apla­zada. Luego de producido el golpe de Estado, cuando nuestras ideas positivas fueron dejadas de lado y redu­cidas al silencio, cuando todos aquellos que rechazaban el nuevo régimen estaban reunidos en una comunidad de lágrimas, no demostré ningún rencor a mis antiguos adversarios y les tendí la mano a todos aquellos que me ofrecieron la suya. No hacía esto por una cuestión de tctctica; no renegué de mi pasado ni de mi divisa, tam­poco buscaba nuevas amistades. Acepté los testimonios de simpatía que se me ofrecieron sin creer, cuando esta simpatía era sincera, que nadie estuviera en deu­da conmigo. Si actuando así podía agregar nuevos miembros a nuestra familia, esto no tenía nada de malo. Guardé silencio [ ... ] ante muchos ataques; dejé pasar muchas injurias; estaba agotado, casi insen­sible por el cansancio. Luego pensé que lo mejor que se podía hacer ante la ceguera de la reacción era elevar el pensamiento socialista hasta un grado aún más alto de lo que lo habíamos hecho; de ganar la delantera, mientras nuestros enemigos se retrasaban, atascados en su vieja mtina.13 O

Esto no podía durar; la Corte me condenó, autori­zada por la Asamblea, a tres años de prisión.* Al tra-

13 Al señor Langlois, 17 de enero de 1862, Cor., XI, 343. • Poco antes de la elección de Luis Napoleón Bonaparte,

el 10 de diciembre de 1848, Proudhon había escrito en su periódico Le Peuple un artículo muy violento titulado "La

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tatme con tanto rigor, los jueces me salvaron la vida. Desde entonces [ .•• ] he trabajado mucho, he visto muchas cosas, he aprendido mucho; es cierto que no he cambiado en nada, pero me desarrollé al máximo de mis pOSI'bilidades; y espero que en lo porvenir se com~ proba~ ante mis amigos y enemigos, que soy mejor de lo que dice mi reputación, y que tengo muchas cosas que ofrecer.1 ' O La prisión me devolvió mi libertad.11 -D Quise que los demás fuesen tan libres como yo; encontraron que tenía demasiadas libertades y me metieron en prisión. ¿Qué ganaron con esto? Nada. ¿Qué perdí yo? Si hiciera un balance exacto también diría que nada. Sé diez veces mis cosas de las que sabia [ ... ] y diez veces mejor de lo que las sabia: sé positivamente todo lo que he ganado y, en verdad,. no creo haber perdido nada.16 O La prisión es favorable a la reflexión. ¿Qué se fJf.teCk lutcer cuan­do se est4 acostado sino meditar? Al no poder par­ticipar directamente en la actividad polltica, me dediqué a estudiar la mecánica de las revoluciones.n O Si bien mis ideas 8obre la Providenciá no sÓn bs mismas que las del vulgo, a veces me parece que fue algún poder desconocido, tal vez algún hada, quien me envió

Presidencia": "Dicen de ti que no eres m4s que un cretino, un aventurero y un loco .•• Ven entonces, Napoh:6n. ven a sefiorearte de esta raza de tartufus, de este pueblo de cortesanos" (IcUet révolutionnaires, pp. 176-177). La Corte decidió proce­sarlo y la Asamblea dio su consentimiento. El 28 de marzo de 1849, Proudhon fue condenado a tres afios de prisión y. tres nu1 francos de multa. Se le encarceló primero en Sainte-Pélagie y luego fue trasladado a la fortaleza de Doullens.

14 Al sefior Bergmann, 5 de marzo de 1854, Cor., VI, 6-7. 15 Carnets, 111, 232. 16 Al sefior Guillemin, 26 de abril de 1852, Cor., VI, 269. 17 Camets, IV, 133.

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expresamente a Sainte-Pélagie para que trabajam en la tarea revolucionaria con la ciencia y con las ideas.1•

ANEXO

EL~~~MITEDELP~BW

Despu~ de una primem tentativa infructuosa en Doubs, Proudhon es elegido pam la Asamblea Nacional en las elecciones complementarias del 4 de junio de 1848 como representante de Seine, al mismo tiempo que Luis Napo­león y Thiexs. Mal orador, expuesto simultáneamente a la animosidad déla<Ierecha. y de la izquierda, se JlliiDi­festó pocas veces. Sin embargo, poco después de su elec­ción, presenta un proyecto de fey cuya finalidad expre. sa es proponer la supresión gradual de la propiedad de bienes rafees y, en lo inmediato, una moratoria de un ter~ cio, compartida por el deudor y el Estado, de todas las deudas por alqw1eres, arrendamiento de campos, rentas, etc. Después de largas discusiones con el Comité de Fi~ nanzas, presenta su proyecto el 31 de julio. Encuentra inmediatamente la desaprobación general. &la es la tmn~ cripci6n taquigmfica que publicó Le Moníteur.

"EL CIUDADANO PBoUDBON: Jnd~ndientemente de los medios y fonnas que acabo de analu:ar, éste es, entonces, el sentido de mi proyecto: 19 Anunciar ya a los ¡ropie. tarios y a la clase burguesa el sentido y la finalida de la Revolución de febrero. 29 Intimar a los propietarios a proceder a la liquidación de sus bienes y, simultáneamen­te, contn"buir por su parte a la obra revolucionaria, reser-

18 Al seftor Micaud, 17 de diciembre de 1849, Cor., VI, 387-388.

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vándose el derecho de hacer responsables a los propieta­rios de las consecuencias de sus actos en caso de que lo rehúsen. (Enérgicas interrupciones.)

"V ARIOS MIEMBROS: ¿Qué quiere decir '~dose el derecho'? ¡Explíquese!

"EL ClUDAD.ANO DuPIN (de Nievre) : ¡Está muy clarol ¡Significa la bolsa o la vidal

"NuMEROSAS vocEs: ¡Sefior Presidente, pídale al omdor que se explique!

"EL CIUDADANO Pu.sl:DENTE: El omdor ha escuchado la reclamación. • • Lo invito a que se explique.

"EL CIUDADANO PB.OUDRON: Significa que; en caso de que rehúsen, nosotros mismos procederemos a la liquida­ción sin ustedes. (Violentos munnullo8.)

"NUMEJ:lOSAS VOCES: ¿'Ustedes•, quiénes? zQuiénes son 'ustedes'? ( Agitaci6n.)

"EL CIUDADANO E1tNEST DE GilWtDIN: ¿Se refiere nsted a la guillotina? (Ruidos. Se interpela al or-'or deacfe di. versos sectores.)

"EL CIUDADANO PREsiDENTE: Invito a todos a que hagan silencio. El omdor tiene la palabm pam explicarse.

"EL CIUDADANO PROUDHON: Cuap.do utilicé los dos pronombres U8tedes y nosotros es evidente que, en ese momento, yo me estaba identificando con el proletariado y que a ustedes los identificaba con la clase burguesa. (Mós exclamaciones.)

"EL CIUDADANO SAINT-PRIEST: ¡Sería la guerra social "UNO DE LOS MIEMBROS: ¡Es el 23 de junio llevado a

la tnounal "VARIAS VOCES: ¡Déjenlo hablarl ¡Escuchen! ¡Es­

cuchen! (Proudhon continúa su discurso, entre interrupciones

y risa8. No se comprende bien lo que dice, ralvo cuando retoma el tema de la propiedad.)

"EL CIUDADANO PRouDHON: Ustedes no se dan cuenta de que la propiedad está abolida [ •.•• 1. ¡No he sido yo quien lo ha hecho, sino ustedes! La abolieron ~ 24 de

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febrero con el decreto que aseguraba el derecho al trabajo y daba garantías para su organización; ustedes la abolie­ron cuando proclamaron el carácter de la Revolución .•.

"V .uuAS VOCES: ¡Es usted un sedicioso! "EL CWDAD.ANO PROUDHON: [ ... ] No hablen ustedes

de sedición; sediciosos son quienes no reconocen más de­recho que la i~-~ y se niegañ a reconocerles dere­chos a los deiiiás. Los lii~J2§.0S son aquellos que abusan, para realizar sus ve~ ·ere· esta fuerza que les ha siao confiada par.r qüe la. utllicen en bien de todos."

El discurso termina con lo que Le Moniteur describe como "una agitación ruidosa y prolongada". Después de confusos debates, la Asamblea vota la siguiente moción:

"La Asamblea Nacional, considerando que la propuesta del ciudadano Proudhon es una execrable afrenta a los .principios de la moral pública; que va en contra de la propiedad; que fomenta la delación; que despierta las más bajas pasiones; considerando además que el orador ha calumniado la Revolución de febrero de 1848 al preten­der hacerla cómplice de las teorías que él ha elaborado, pasa ahora al orden del dfa."

De 693 votos, solamente hubo dos a favor del proyecto: el del mismo Proudhon y el del representante Greppo, tejedor de Lyon. En el campo contrario, Thiers, quien había encabezado la oposición a las "elucubraciones" prondhonianas, em calurosamente felicitado por una de­recha que jamás lo olvidaría.

&ta es la forma en que un buen_ observador, M •= también miembro de la Asamblea, descn a

· "Subió a la tnonna un hombre de unos cuarenta y cinco · afios, rubio, de cabell6 ralo y grandes patillas. V es}ia ¡ un chaleco negro y una levita también negra. Fue un 1 disctmo leído. Tenfa las manos crispadas sobre el tercio..,' pelo rojo de la tnouna y su disctmo entre ellas. Su voz: . era vulgar, la pronunciación común y ronca y usaba! 1 t . . an OOJOS •.

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"Al principio se le escuchó con atención, luego la Asam­blea entera comenzó a reírse y a murmurar, y finalmente todo el mundo se puso a conversar. La sala quedó vacía y el orador terminó en medio de la indiferencia el dis­curso que había comenzado en medio de una especie de terror. A Proudhon no le faltaban talento ni fuerza. Sin embargo se doblegó visiblemente ante su fracaso y no mostró en ningún momento nada de la audacia sublime de los grandes innovadores.

"Lamennais escuchó el final del discurso de Proudhon cubriéndose los ojos con su pañuelo rojo, como si llorarat [Choses vues.] · ··

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V. EL ACTO MAS LIBRE DE MI VIDA

QUIERo mencionar especialmente que una de las cau­sas que atenuaron mi existencia de condenado fue mi matrimonio con Euphrasie Piégard, la más simple, la más· d6cil de las criaturas; y, hasta el momento de su matrimonio, la más inacente.1 .O Siempre había que~ rido tener un hogar, un nido que fuem mio. Hi~ por la República el mayor acto de confianza que jamás hombre alguno haya hecho por su patria. o por su prln~.I_Je; preso, sin dinero, con un porvenir de lo más sombño, y teniendo solamente el odio como perspec­tiva, ese odio atrm: de los reaccionarios y de los revo­lucionarios, me casé tras las rejas, armé mi lecho nup­cial siendo un presidiario.• O Siempre me han dicho que pensaría de otra maneta si tuviera una mujer.3 O El matrimonio tiene sus momentos insulsos y sus mo­mentos estrepitosos, pero en él encontmmos también, si lo queremos, un trasfondo de voluntad, de indepen­dencia, un cierto aplomo, una seguridad, una grandeza de alma que el ceh'bato no nos puede dar. . . Es el secreto de aquellos hombres que saben casarse, no tanto por el amor o paza encontrar una dote, lo que es muy diferente.' O. Soy casto; lo soy naturalmente, por in­clinación, por incompatibilidad de humor, por así de­cirlo; lo soy, más que nada, por respeto a la muj.er. [ ... ]

1 C4met8, III, 283. 2 Al seíior Micaud. 19 de marzo de 1851, Cot., VI, 392. 8 Al seíior Antaine Ganthier, 18 de diciembre de 18+8, Cor.,

u. 349. • ' Al señor Gnillemin, 26 de abril de 1852, Cor., VI, 270.

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Esto no quiere decir que haya sido siempre de una continencia perfecta. Existe [ ..• ] una gran diferencia entre estas dos cosas, puesto que 1a castidad no es lo mismo que la continencia. Hasta me atrevería a decir que la continencia es la virtud de aquellos que no son castos, porque cuanto más casto es el hombre, más fácil le resulta la continencia y su amor tiene menos necesidad de realizarse en la carne. Epicuro, siguiendo este postulado, llegó hasta a pretender que voluptoosi~ dad y castidad son sin6nimos.11 O He amado con e1 amor más apasionado, con la mayor entrega, a una joven beldad; este amor sin esperanzas me poseyó desde los 17 hasta los 22 afíos: finalmente llegó el matri~ monio; entonces me descubrf con una profunda indi­ferencia hacia él. Es un recuerdo que me cosquillea, me divi~ pero no siento ningún pesar hacia esa persona. [ ... J Más tarde amé a ~ con no menos pasión pero con más reserva y menos abandono: puesto que debió esperar demasiado, la joven se separó por su propia voluntad y se casó con otro, estoy seguro de que pensando en mí. Esto me ocurrió dos veces!' O

La paternidad es para mf como un desdoblamiento de la existencia, como una especie de inmortalidad ... soy un hombre tan profundamente de familia y patriar~ cal, que durante muchos afios, luego de que mi primer y único amor desapareciera, quería ser padre, indemni­zación pecuniaria de por medio, y mantener a alguna joven pobre que habría seducido, por utilizar esta pa­labra repugnante, a tal propósito. Y lo hubiera hecho de no haber pensado en qu~ una vez nacido e1 nifio, hubiera terminado por casarme con la madre por una cuestión de justicia, cosa que valfa más hacerla antes

5 Justice, IV, +5. 6 Carnets, I, 320.

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y no después.' O Me casé entonces, a los cuarenta y un años, con una simple obrera parisiense, sin for­tuna, pero de costumbres severas y perfecta abnega­ción r ... ]. Ella es catorce años menor que yo.• O [Me 1ie casado] no por pasión [ ... ] sino por simpatfa hacia su posición, por estima hacia su persona, porque después de muerta mi madre, me encontraba sin una familia; porque [ ... ] a falta de amor, tenfa la fantasfa del hogar y de la PATERNIDAD. No hice ninguna otra reflexión.• O

Exa una resolución que habfa tomado desde antes de los acontecimientos de febrero; puesto que mi arresto no cambió en nada los sentimientos de la joven, cumplí con mi promesa. [ ... ] Estoy de acuerdo con mi elección. Mi mujer podrfa ser más instruida, lo que no me parecerla mal; pero esto no ha dependido ni de ella ni de mf. El trabajo y el sufrimiento le han dado, en cambio, buen sentido, lo cual también tiene su valor. Al casarme comencé la seria gt!eria que me pro­pongo sostener contxa el clero: mi mujer consintió en que no nos casáxamos por1i1'glesia [ ... ].10 O Mima­trimonio [ ... ] no se ha contxaído por la Iglesia, y precisamente porque no ha sido celebxado ante ella constituye el acto más libre de mi vida, el más refle­xionado, el más desinteresado, el más libexado de toda ambición, de capricho, de pasión o de apremio, el más puro desde todo punto de vista, y me atrevo a decir que por esta xaz6n es el más digno y meritorio.U O

7 Camets (1859), citado por Daniel IBlevy en Le Marrittge de Proudhon, p. 31.

8 Al sefior Tissot, 28 de octubre de 1851, Cor., IV, 123. 8 Al se.ftor .Bergmano, 5 de mano de 1854, Cor., VI, 8.

10 Al se.ftor Tissot, 28 de octubre de 1851, Cor., IV, 123-124. 11 Justictl, IV, 3.

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¡Qué cosa tan seria y tan digna es el matrimonio, y cuán lejano a él está el amor que asesinal 12 D En el amor, lo natural es el voto de perpetuidad, la incliso­lubilidad de la unión. Es natural en nosotros apegamos a todo por la posesión; este principio es universal, ne­cesario, ineludible: y es un síntoma de enfennedad moral que el individuo se entregue a los goces hasta el hartazgo, cuando se separa por esa causa de aquello que deberla servir a retenerlo, la posesión.18 D

La buena voluntad de mi mujer me otorgó tres hijas * rubias y pelinojas a quienes su madre amamantó sola y cuya existencia ha llenado [ ... ] casi toda mi al­ma. Que me digan cuantas veces quieran que me comporté de forma imprudente; que no es bastante el traer niños al mundo, <J.Ue hay que darles una edu­cación, una dote; lo que Sl es seguro es que la paterni­dad llenó un inmenso vacío que había dentro de mi; que me dio un aplomo y una fuerza que nunca había conocido. Lamento no haber sido, en 1848, padre de fa. milia desde, por lo menos, ¡cinco o seis años antesl 1" O

Considero funestos y estúpidos todos nuestros en­sueños sobre la emancipación de la mujer; le niego toda clase de derecho e iniciativa políticos; creo que para la mujer, la libertad y el bienestar consisten única­mente en el matrimonio, la maternidad, los trabajos domésticos, la fidelidad del esposo, la castidad y el

1 2 Al sefior Gustave Chaudey, 15 de diciembre de 1859, Cor., IX, 278.

ts Ccti'IWts, I, 2 S4. * Más tarde nació una cuarta hija. Dos de ellas murieron

a temprana edad, otra a los 20 afios. La mayor, Catherine, casada con Félix Henneguy, vivió casi hasta los cien afios y murió en abril de 1214, sin dejar de profesar un culto apa­sionado a la memorul1le su padre.

14 Al sefior Bergmann, 5 de marzo de 1854, Cor., VI, 8.

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retiro.u O El trabajo de la casa es el sueño dorado de una joven: los que tanto hablan de atracción y quieren suprimir los trabajos de la casa deberían ex­plicamos mejor esta depravación del instinto del sexo. De mi parte, cuanto más lo pienso, menos puedo con­cebir un destino para la mujer que no sea el de la familia y los traba.jos caseros. Cortesana o trabajadora de la casa (trabajadora, digo, y no sirvienta), no veo ningún otro matiz: ¿qué tiene esta alternativa de hu­millante? ¿En qué el papel de la mujer, encargada de conducir los trabajos de la casa, es inferior al del hombre, cuya función es la de dirigir el taller, es decir, el manejo de la producción y del cambio?

El hombre y la mujer se necesitan el uno al otro porque son los dos principios constitutivos del traba­jo: el matrimonio, en su dualidad indisoluble, es la encamación del dualismo económico, que se manifies­ta, como bien lo sabemos, en términos generales de consumo y de producción.

En este sentido han sido ordenadas las aptitudes de cada sexo, el trabajo para uno, la administración de la casa para el otro; y ¡ay de aquella pareja donde uno de los dos falte a su deber! ¡La felicidad que se habian prometido se transforma en dolor y amargura; y ellos serán los únicos culpables! ... 18 O Por obsti­nado que sea en cuanto a mi teorla de la dominación en lo relativo al sexo débil, yo soy el hombre que más lo idolatraP O La mujer es la conciencia del hombre personificada. Es lo que encama su juventud, su razón y su justicia, aquello que hay en él de más puro, más

1$ Al señor Robín, 12 de octubre de 1851, Cor., IV, 377. 16 Contr. écan., Il, 197. 11 Al señor Jean·Auguste Bourges, 22 de junio 1858, Cor.,

X, 363-364.

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íntimo, más sublime y cuya imagen vi~ parlante y actuante, se le ofrece para reconfortado, aconsejarlo, amarlo infinitamente y sin medida. Ella nació de ese triple rayo que parte del rostro, el cerebro y el eotazón déf hoñibre y que se matérializa eñ cuerpo, espmtu y conciencia, produciendo como ideal de humanidad a la mejor y más sublime de las criaturas.

¿Y por qué [ .•. ] esta creación poética, en la cual la naturaleza parece haber actuado más como artista que como ec6noma? ¿Por qué le fue siempre necesario al hombre tener permanentemente ante sus ojos y cerca de su corazón a este idolo de si mismo como si fuera su alma personificada? [ ••. ]

La mujer le ha sido dada al hombre para servirle de auxiliar: Facúlmus ei adjutorium simile sibi, dice el Génesis. No propongo que la mujer ayude al honibre a ganarse el pan, sino todo lo contrario. La capacidad de producción de la mujer no llega a la tercera parte de la del hombre [ ... ] . Cuanto más se civiliza la socie­dad, más importante es la función de la mujer en la administración del hogar: en el fondo, el hombre se con­tenta con reparar y mantener su maquinaria y no traba­ja más que pam su mujer y sus hijos.

La mujer es un auXIliar del hombre porque al mos­trarse ante él como su propio ser idealizado, se con­vierte en una base de motivaciones, una bendición de buenas formas, de prudencia, de justicia, de pacien­cia, de valentfa, de santidad, de esperanza y de con­suelo, sin la cual él no serfa capaz de soportar el peso de la vida, de salvaguardar su dignidad, de cumplir con su destino y de procur.u:se el sustento. [ ... ]

La mujer es el auxiliar del hombre, en primer lugar, en su trabajo, con su cuidados, su dulce compaiiia, su vigilante caridad. Ella es quien enjuga el sudor de

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su frente, quien hace reposar sobre sus rodillas su cabeza fatigada, quien apacigua la fiebre de su sangre y l!ierte Mlsamo sobre sus heridas. Auxilium christidnorum, Salus infirmorum. Ella es pam él como una hermana de la caridad. ¡Oh, con que solamente le dirija una mirada, con que condimente con su ternura el pan que él trae a la casa: él será fuerte como dos hombres y trabajará por cuatro, y no permitirá que ella se desgarre con las mismas espinas, que se manche con el mismo barro, agitada y sudorosat ¡Que la vergüenza y la desgracia caigan sobre aquel que hace trabajar a su mujerl La naturaleza, que es el más sabio de los filósofos, no conformó esta pareja de trabajadores como dos seres iguales; tomó en cuenta que un :par de compafieros no producirfan nada y se limitarían a divertirse. Por poco que su mujer lo apoye, el tra­bajador vale por dos: es un hecho comprobable que, de todas las posibles formas de producción, la que da un rendimiento mayor en proporción a los gastos es el trabajo de la casa.

Auxiliar espiritual por su reserva, su simplicidad, su prudencia y por la vivacidad y el encanto de su intuición, la mujer no tiene más que pensar por sí misma: ¿acaso podemos imaginar a una mujer sabia que sepa buscar en el cielo planetas perdidos, calcular la edad de las montafias o discutir sobre problemas de derecho y sus procedimientos? La naturaleza, que nunca crea objetos ambiguos, le ha asignado otro papel a la mujer. Por ella y por la gracia de su palabra divina el hombre puede dar vida y realidad a sus ideas, transformarlas constantemente de algo abstracto en algo concreto; en el corazón de la mujer el hombre deposita lo secreto de sus planes y de sus descubri­mientos, esperando el día en que pueda presentarlos

HO

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t'On todo su poder y su brillo. Ella es el tesoro de su sabiduría y la marca de su genio: Mater divinae gratiae, Sedes sapientiae, V as spirituale, Virgo fmL· dentissima.18 O

La naturaleza [ ... ] ha hecho justicia al separar los sexos, y de la misma forma en que el ser humano debe ser la expresión de la libertad organizada, la pareja conyugal debe ser la expresión de una justicia organizada. Producir justicia, ése es el objetivo su· perior de la división andrógina: la reproducción y sus consecuencias no son en este caso más que temas secundarios.

Esto no es todo. Al igual que las otras potencias, la justicia es susceptible de cambios, de acuerdo con el grado de desarrollo en que se encuentre; puede desa­rrollarse en la cultura o atrofiarse en la barbarie. Si consideramos a la justicia solamente en su aplicación y la separamos de las condiciones psíquicas que pro­dujeron su evolución, veremos que se trata de la facultad de sentir nuestra dignidad depositada en los demás y, recíprocamente, la dignidad de los demás depositada en nosotros. De manera que esta dignidad es tanto más agradable en la medida en que aquel que la representa es él mismo más agradable y ac· cesible. El amor propio, que es un reflejo del amor, aparece aquí como la base o el embrión de la justicia. Cuanto más ame más me preocuparé por no ser desagradable y, en consecuencia, más me respetaré; de manera que cuanto más me respete a mí mismo más respetaré a los demás: en consecuencia, seré más jus­to. No es suficiente, para formar el órgano jurídico, que los cónyuges tengan temperamentos opuestos y

1s Justice, IV, 272-274.

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diferentes facultades y cualidades, debe existir entre ellos una atracción reciproca que los haga desearse mutuamente, y que esta atracción los haga ser y sen­tirse hermosos, divinos; en pocas palabras, para produ­cir justicia se necesita un poco de premunición, un poco de gracia, como dicen los teólogós; hace falta AMOR.19 D

Para formar una familia, para que el hombre y la mujer encuentren la alegría y la calma que merecen y sin las cuales, unidos por el deseo, estarían unidos en forma incompleta, se necesita una fe conyugal, que no sería más que un sentido de la dignidad mutua y que, llevándolos más allá de los sentidos, los haga verse mutuamente más sagrados que queridos, con· VIttiendo esa comunidad fecunda en una religión que sea aún más dulce que el amor. Sin esto el matrimonio se convierte en una asociación onerosa, llena de re­pugnancias y de hastíos, que es remplazada rápida y necesariamente por el amor libre.20 O

Este amor familiar hace que mi vida normal se vuel­va límpida, fáCil, libre, elevada más allá de cualquier temor, aun el de la muerte misma. ¡Hijos míosl ¿Qué puedo desear para ustedes que sea mejor que un nombre limpio? Y vosotros, ¿qué más podréis ofrecerme, en testimonio de vuestro agradecimien­to, que transmitirlo puro y honesto a nuestra des­cendencia?

¡Qué tontos son aquellos que cuestionan a la fami­lia y quieren poner a sus hijos bajo la tutela del Es­tado! Yo digo, como Luis XIV, ¡el Estado soy yol ¡Ay de aquel que toque a alguno de mis hijos en contra de mi voluntadt Tener hijos y criarlos me hace más dulce

111 Ibid., IV, 264-265. 20 Ibid., I, 253.

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la idea de la muerte; no me importa morir si ellos viven, si les dejo algo que los ayude a vivir y los haga buenos y felices.~u

ANEXO

PETICióN DE MANO DE UN FILóSOFO

El 7 de febrero de 1847, Proudhon, quien tenúa perder a su madre, escribió esta carta a una joven ohreta que había encontrado en su barrio y a 9uien habfa tenido la osadía de ~lar, lo que era aJenO a sus costum­bres. IntempeStiVamente, le propuso matrimonio. El ma­trimonio tuvo lugar el 31 de diciembre de 1848, estando él en prisión. · ·

"Sefíotita: "Debo parecerle una persona singulannente original

a rafz de mi conducta de ayer, que de seguro ha en­contrado usted muy extraña. ¡Abordar en plena calle a una joven de la que no conozco ni su condición, ni a su familia, ni siquiera su nombre! Verdaderamente, si no es un acto de locura es por lo menos sospechoso.

"Por eso le escn'bo para darle una explicación, sefío­rita, al mismo tiempo que declararle mis sentimientos .

.. ¿Y si usted pudiera juranne, con la mano sobre su conciencia, que su corazón y su razón corresponden a su figura, no es cierto que mi conducta no seña, des. pués de todo, tan desconsiderada como parece?

••No vaya usted a creer por esto, sefiorlta, que juzgo a las personas solamente por su aspecto exterior y que

21 C4mBt lO (30 de enero de 1852), citado por Do116ans. Ptoudhcm, Gallimard, 1948, p. 170.

li3

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una fisonouúa destacada sea para mí signo infalible de un carácter análogo. Si partiéramos de esta base usted no tendrfa nada que perder mientias que yo lo perdería todo y, en consecuencia, cualquier tipo de acercamien­to sería imposible entre nosotros, y eso es precisamente lo que no deseo. Por lo tanto, creo que debo explicar en qué circunstancias y a partir de qué reflexiones me fijé en usted.

"En primer lugar, estoy decidido a establecerme. "Razonando conmigo mismo, me dije que, si me ca­

saba, quería hacerlo con una mujer que fuera joven y bonita, aunque puede usted creer, sefiorita, que no creo que estas dos cualidades puedan suplantar o excluir a ninguna de las otras. Sentí que necesitaba una compa­fiexa tanto para mis ojos como paxa mi corazón y mi espíritu: y de la misma manera en que considero que una mujer tonta o mala no es una mujer, pienso que una persona fea o vieja tampoco es, paxa mí, una mujer.

"En cuanto a fortuna, ya sea por filosofía o, si usted lo prefiere, por imposición, no la tengo. Conozco el valor de una dote y los gastos en que debe incurrir un marido: estoy decidido a no cambiar mis costumbres modestas. Como usted notam, sefiorita, la mujer que se case conmigo debem resignarse, al igual que yo, a llevar una vida modesta. Esta cualidad la hace suficien­temente pródiga ante mis ojos: sobre este punto estoy completamente convencido. . "Luego de las considexaciones de edad, fortuna, as­

pecto y costumbres, se toma en cuenta la educación. En cuanto a esto, permítame expresarle, sefiorita, que siempre me mantuve alejado de las mujeres que se dan gxandes aires, de las mujeres artistas o escritoras, ya que las más instruidas y aun las más ilustres me han parecido siempre débiles de genio, y considero que un hombre seguro de sí mismo no debe siquiera tomar­las en cuenta. Por el contrario, que la obrera, simple, graciosa, ingenua, entregada al trabajo y a sus deberes,

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tal como la mujer que creo haber percibido en usted, es la que merece mi homenaje y mis sinceros resrectos." [Lettres a sa femme, Grasset, 1950, pp. 21-23.

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VI. EL TRABAJO ORGANIZADO HARA DESAPARECER A LOS GOBIERNQS

PARA aprovechar el ocio de una larga condena, cuando el poder, después de romper mi pluma de periodista, me [tenia] apartado de la polémica cotidiana, mi alma revolucionaria se dedicó a viajar por el país de las ideas.1 O Enuncié [entonces] cinco o seis propo­siciones que considero de importancia capital [ ... 1 :

}Q Todo gobierno que llega a su fase más alta de perfección está necesariamente organizado pam some­ter y explotar a las mayorías.

29 Debemos sustituir el sistema del poder político por un sistema de fuexzas económicas.

39 Las asociaciones, en el sentido preciso y jurídico del término, no son una fuerza económica sino que forman parte del gobierno; aunque debo decir que hay casos en los cuales esta modificación de las liberta­des individuales parece indispensable.

49 Este sistema, o más bien este equilibrio de fuer­zas económicas, no puede ser impuesto por vfas auto­ritarias; debe ser el resultado de un consenso, tácito o expresado, entre los ciudadanos, por un contrato libre .. . 2 o

Pam explicar en unas cuantas palabras lo que pien­so, por poco edificante que parezca, creo que los revolucionarios fracasaron como tales en el mismo momento de la toma de la Bastilla, como fracasaron

1 Idée générak, 96. 2 Al señor Langlois, diciembre de 1851, Cor., IV, 158-159.

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después en febrero por un motivo semejante: falta de nociones económicas, el prejuicio de gobernar y la desconfianza que sentfan por el proletariado. En el 93, aprovechándose de que la resistencia ante la invasión <."Xigia una enorme concentración de fuerzas, consuma­ron la desviación. El principio de centralización, al que tanto recurría el Comité de Salvación Pública, pasó a ser un principio dogmático para los jacobinos, quienes, a su vez, lo transmitieron al Imperio y a los gobiernos posteriores. l!:sta es la desgraciada tradición que de­temúnó, en 1848, que el gobierno provisional ini~ ciara su marcha retrógrada y que, aún hoy, constit:o.­ye la única ciencia y la única polftica del Partido Republicano.

De esta manera, al dejar sin dirección desde el primer momento la oxganización económica, cuya consecuencia necesaria hubiera sido la abolición del feudalismo, y al dar preferencia a la politica sobre la industria [ ••• ] fue inevitable que la nueva socie­dad, apenas concebida, quedara en estado embrio­nario; que en lugar de desarrollarse económicamente, de acuerdo con sus leyes, languideciera en el consti~ tucionalismo; que su vida fuera una contradicción perpetua; que en lugar del orden que le correspondia ofreciera en todos sus estamentos cotrupción sistemá~ tica y miseria legal; en fin, que el poder, expresión de esta sociedad, reprodujo en todas sus instituciones, y con la fidelidad más escrupulosa, la antinomia de los principios, lo que lo llevó a la situación de com­batir permanentemente a la nación, y puso a ésta en la necesidad de golpear sin cesar al poder.

Resumiendo, la sociedad que debía crear la Revo­lución del 89 no existe: hay que hacerla.• O

a Idée générdle, 127.

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La República tenía que fundar una sociedad y no hizo más que pensar en el gobierno. Se fortaleció tanto la centralización, ante una sociedad que no tenía ninguna institución que oponerle, que las cosas llegaron, por exageración de ideas políticas y ausencia de ideas sociales, al punto en que la sociedad y el gobierno no pueden convivir, porque la existencia de éste se halla dirigida al avasallamiento y a la subordinación de aquélla.

De esta manera, mientras que el problema plan­teado en el 89 estaba resuelto oficialmente, lo único que había cambiado era la metafísica gubernamen­tal, aquello que Napoleón llamaba ideologja. La li­bertad, la igualdad y el progreso, junto con todas sus consecuencias oratorias, se leen en los textos de las constituciones y de las leyes pero no se encuentran ni vestigios de ellas en las instituciones. Un feudalis­mo despreciable -basado en el agio mercantil e in­dustrial, el estado caótico de los intereses, el antago­nismo de los principios, la depravación del derecho­ha remplazado a la antigua jeta'fquía de clases; el abuso ha cambiado la fisonomía que tenía antes del 89 para organizarse de otra fonna; no ha disminuido en cantidad ni en gravedad. De tanto preocupamos por la política, hemos perdido de vista la economía social. Aun el Partido Democrático, heredero de la primera Revolución, intenta reformar la sociedad por iniciativa del Estado, crear instituciones por la prolí­fica virtud del poder y, en pocas palabras, corregir abusos por medio del abuso.

Con todas las inteligencias dominadas por esta fas­cinación, la sociedad gira en tomo a un círculo de decepciones, produciendo acumulaciones de capital cada vez más aplastantes, un Estado que extiende de

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forma paulatinamente más tiránica sus prerrogativas y una clase trabajadora que se ve empujada a una irreparable decadencia ffsica, moral e intelectual.

Decir que la Revolución del 89, que no ha ful:}­dado nada, no nos ha liberado sino que nos ha cambiado de miseria y decir, en consecuencia, que necesitamos una Revolución nueva, organimdora y reparadora, para llenar el vacío dejado por la primera, es para mucha gente una proposición parad6jica, es­candalosa, que presagia la agitación y el desastre. Los partidarios más o menos seguros del régimen consti­tucional no están de acuerdo; los demócratas ligados a -la declaración del 93, a quienes tal proposición espanta, se oponen. Tanto unos como otros dicen que los problemas son solamente accidentales, debidos sobre todo a la incapacidad de los que detentan el poder y que serian resueltos con una democracia vigo­rosa. Esto explica las inquietudes, por no decir la .an~~~· que les inspira la revolución [ ... ] • - Stn embargo, la evidencia de los hechos es tal [ ... ] que tiene que haber tontería o mala fe para argumen­tar que se puede mejorar la politica cuando por todos lados es posible ver las contradicciones y la impotencia del gobierno.

En lugar de este régimen gubernamental, feudal y militar, imitado del de los antiguos reyes, hay que construir el nuevo edificio de las instituciones indus­triales; en lugar de esta centralización materialista y absorbente de los poderes políticos, debemos crear la cenbalizaclón intelectual y liberal de las fuetzas económicas. Debemos hacer leyes sobre babajo, co­mercio, crédito, educación, propiedad, moral pública, filosofía y bellas artes.6 O

& Ibid., B2-154.

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¿Qué quiere el sistema? . Mantener~ ante todo~ los derechos del feudalis­

mo capitalista; asegurar y aumentar la preponderancia del capital sobre el trabajo; reforzar~ si es posible, a la clase pa!~ita colocándola en puestos públicos hechos solamente para satisfacer sus propias necesi­dades [ •.. ]; poner bajo el patronugo supremo del Estado, finalmente, las ayudas, recompensas, pen­siones, adjudicaciones, concesiones, explotaciones, au­torizaciones, puestos, títulos, privilegios, ministerios, sociedades anónimas, administraciones municipales, etcétera.

~se es el motivo de esta venalidad cuyos escándalos bajo el último reinado nos sorprendieron tanto, pero que no lo habrían hecho si la opinión pública hubiera podido descifrar el enigma. ~sa es la meta principal de esta centralización que, con el pretexto del interés general, explota y aplasta los intereses locales ·y pri­vados para vender en remate y a quien mejor pague la justicia que reclaman.

La corrupción [ .•. ] es el alma de la centraliza­ción. No hay monarquía ni democracia que se le resista. El gobierno es inmutable en su espíritu y en su esencia ... 5 O

Si volteamos la sociedad de dentro hacia fuera, todas ··iás relaciones quedan invertidas. Ayer llevába­mos la cabeza baja; hoy la llevamos con la frente en alto, y esto sin que haya habido interrupción alguna en nuestra forma de vivir. Sin perder nuestra perso­nalidad, hemos cambiado de vida. Así es la revolución en el siglo XIX.

¿Acaso la idea capital y decisiva de esta revolución

s Ibid., 147-148.

150,

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no es BASTA DE AUTOIUDAD, de Iglesia, de Estado, de tiems y dinero?

Basta de autoridad quiere decir que veremos lo que jamás habíamos visto, lo que nunca habíamos com­prendido: poner de acuerdo el interés de cada uno con los intereses de los demás, identificar la soberanía colectiva con la soberania individual.

¡Basta de 8;~_toridadL Es decir, deudas pagadas, ser­vidumbres abolidas, hipotecas suprimidas, arrenda­mientos devueltos, supresión de los gastos de culto, de justicia y del Estado; créditos gratuitos, igualdad en los intercambios, asociación libre, valores regulados; garantia de educación, trabajo, propiedad y domicilio baratos; erradicación de antagonismos, guerras, cen­tralización y sacerdocios. ¿No es esto sacar a la so­ciedad de su esfera y hacerla marchar eu el sentido inverso? 1

¡Basta de"autoridad! Es decir, contrato libre en lugar de ley absolutista; la transacción voluntaria en lu· gar del arbitraje del Estado; la justicia equitativa y recíproca en lugar de la justicia soberana y desigual; la moral racional en lugar de la moral revelada; el equili­brio de fuerzas sustituyendo el equilibrio de poderes; la unidad económica en lugar de la centralización polí­tica. Esto es lo que podríamos llamar una conver­sión completa, una vuelta sobre si mismo, una re­volución.6 O

Una revolución es una ~ contra la cual no puede prevalecer ninguna potencia divina o humana, cuya naturaleza es la de fortalecerse y crecer por la misma resistencia que encuentra. Podemos dirigir, moderar, retardar una revolución [ ... ] . No podemos

e Ibid., 342-343.

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hacer retroceder una revolución, engañarla ni desna­turalizada, mucho menos vencerla. Cuanto más se la comprime, más aumenta su capacidad de respuesta y su acción se vuelve irresistible. L ••• ] La revolución no suelta presa: por la simple razón de que no puede estar equivocada.

Toda revolución aparece como una queja del pue­blo, como una acusación contra un estado de cosas enviciado en el cual los más pobres son los que más sufren. Las masas solamente se sublevan conha aque­llo que las hace sufrir en lo físico o en lo moral. ¿Puede esto justificar la represión, las venganzas y las persecuciones? ¡Qué locura! Un gobierno cuya política consiste en evadir la voluntad de las masas y en rechazar sus prt>festas se est! aenunciando a sí mismo: es como un malhechor que combate sus re­mordimientos cometiendo nuevas fechorías. Ante cada atentado la conciencia roge en forma más terrible, hasta que la razón del culpable termina por obnubi­larse y entregarlo al verdugo.

Hay una sola manera de conjurar los peligros de una revolución: [ ... ] haciendo justicia. El pueblo sufre v está descontento de su suerte: es un enfermo que gime, un niño llorando en su cuna. Acercaos a él, escuchad su queja, estudiad las causas y las con­secuencias, si es necesario llegad hasta la exageración; luego ocupaos inmediatamente, sin descanso, en ali· viar al paciente. Entonces la revolución se producirá sin estrépito, como una consecuencia natural y feliz del antiguo orden de cosas. Ni siquiera se la sentirá llegar, nadie dudará de ella [ ... ] .

Desgraciadamente parecería que una revolución pa­cífica es algo demasiado ideal para que nuestras beli­cosas humanidades se adapten a ella. Es muy raro ver

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a los acontecimientos seguir el curso más natural, el menos daíiino: tampoco faltan los pretextos. Puesto que la revoj!ción nace de la violencia de las necesi­dades, la reaCción encuentra su principio en la autori­dad de las costumbres. [ ... ]

Las dos causas que se oponen a la realización nor­mal de las revoluciones son los intereses establecidos y el orgullo de los gobiernos. [ ... ] Estas dos causas actúan siempre en connivencia. De un lado están la riqueza, el poder y la tradición; del otro la miseria, la desorganización y ese desconocido que es el otro: cuando el partido dominante no quiere hacer conce­siones y el partido dominado ya no puede resignarse, el conflicto se vuelve inevitable.7 O

En 1848 el proletariado interviene inesperadamente en la lucha entablada entre la burguesía y la Corona y hace ofr su grito de miseria. ¿Cuál era la causa de esta miseria? La falta de trabajo, decía. El pueblo no pedfa más que trabajo: su protesta no iba más allá. Abrazó con ardor la causa republicana cuando aquellos que habían proclamado la República en su nombre les prometieron trabajo. A falta de elementos más positivos, el pueblo contrajo un compromiso con la República. Esto bastaba para que la tomaran bajo su protección. ¿Quién hubiera pensado que desde el dfa siguiente aquellos que habían firmado el com­promiso 'no pensaban en otra cosa que en f»JTW~? La petición de la clase obrera en 1848 fue trabajo, y a cambio del trabajo, pan: ésa fue la base incon­movible que le dio a la República, ésa es la revo­lución. [ ... J

Al principio, esta demanda de trabajo no parecía

1 Ibid., 101-103.

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tener nada de exorbitante para los nuevos jefes, de los cuales ninguno se había ocupado jamás en estudiar economía política. Era para ellos, al contrario, una causa de felicitaciones mutuas. ¡Qué pueblo aquel que en el día del triunfo no pide ni pan ni espec· táculos, como en otros tiempos hacía el populacho romano: panem et circenses, sino solamente trabajo! ¡Qué garantía de moralidad, de disciplina, de docili· dad, por parte de la clase trabajadora! ¡Qué garantía de seguridad para un gobierno! Hay que reconocer que con la mejor buena fe y movido por los más loables sentimientos el gobierno provisional procla­mó el dereclw al trabajo. Sin duda sus palabras in­dicaban ignorancia; aunque la buena intención exis­tía. ¿Y qué no podemos hacer con el pueblo francés con la expresión de buenas intenciones? [ .•. J

Pero no es bastante prometer: hay que cumplir. Cuando se estudió el problema de cerca, pronto se

vio que lo del derecho al trabajo era más complicado de lo que se creía. Después de mucho debatir, el gobierno, que gastaba 1 592_ millones anuales nada más en guardar el orél!ri, se -vio obligado a confe­sar que ya no tenía un céntimo para ayudar a los obreros; que para darles trabajo y pagarles adecua­damente tendría que aplicar nuevos impuestos, lo que constituía un circulo vicioso ya que dichos impuestos tendrían que ser pagados por los mismos g quienes se trataba de socorrer; que el Estado no podía ha­cerle la competencia a la industria privada, la cual estaba ya escasa de abastecimientos y necesitada de mercados; que, además, los trabajos dirigidos por la autoridad costaban generalmente más de lo que valían, lo que hacía que cualquier iniciativa industrial del Estado solamente agravaría la posición de los trabaja-

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dores. En consecuencia, por estos motivos y otros no menos perentorios, el gobierno daba a entender que no había nada que hacer, que babia que resignarse, mantener el orden y tener paciencia y confianza.

Hay que reconocer que el gobierno tenía razón hasta cierto punto. Para asegurar el trabajo de todos y, en consecuencia, el intercambio, es necesario r ... ] cambiar de dirección, modificar la economía de la sociedad: cosa muy importante y que estaba fuera de la competencia del gobierno provisional, para lo cual se veían obligados a consultar antes al pafs.S D

Los intrépidos creen que ésa es la solución. Que todos los ciudadanos participen en la votación; pues no habrá poder que los resista ni seducción que los corrompa. [ ... ]

Algunos agregan: que el mandato sea obligatorio y el representante revocable en cualquier ·momento; entonces la integridad de la ley estani garantizada y la fidelidad del legislador, asegurada.

Empiezan los enredos. Tengo motivos para no creer en absoluto en la capa~

cidad adivinatoria de la multitud, la cual la llevaría a discernir, al primer vistazo, los méritos y la honorabi~ lidad de los candidatos. Abundan ejemplos de persona~ jes elegidos por aclamación y que, desde la tarima en que se mostraban ante el pueblo jubiloso, estaban ya tejiendo la trama de sus tmiciones. El pueblo, en sus comicios, apenas puede encontrar un hombre hones­to por cada diez pillos ...

¿Y de qué me sirven a mí estas elecciones? ¿Qué necesidad tengo de mandatarios o de representantes? ¿Por qué no puedo expresar mi voluntad sin ayuda

s Ibid •• 104106.

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de nadie? ¿Acaso me será más dificil? ¿No puedo tener más confianza en mí mismo que en mi re­presentante?" O ~:; --

Rousseau estaba en lo cierto cuando dijo que nadie , debe obedecer a ninguna ley que no baya aprobado él

mismo; y el sefior Rittinghausen * también tiene razón cuando afirma y compmeba que la ley debe e~minar

· directamente del pueblo, sin la intermediaci6n de re­presentantes. · Pero en lo que se equivocaron estos dos escritores

: es en la ~plicaci6n. ~ r: sufr~~ uni~ ' resulta ~1dente que .EL es dir J!!.~al, ·~éóñíó lil~co co1~va. La ley de Ti ~ no es

.:.· mi ley,es Ial~ la fuerza; en consecuencm,ergoDier­. no que resulta de iTh! ·ño· es ~-- ~'!>l~!!g_, sino el_go­_!>iern_g_~. · · · Para mantenerme libre, no puedo obedecer otra ley que la mfa y debo gobernarme ~· ~)!: q_ue re-

.--cb~-'[:_~E:~t!dad del ~~~y-decir a_di~.!l__v~. ilá represe;t!;lci6n y a la monarquía. Hay que S_!!Prúmr, en pocaSiiialiiiS; todo lo que aún qu~ de di_yiñ_g -éjí el gobierno de la ~~ y roo.:>nstiú.fr el edificio so­bre la idea humana del CONTRA.TO.

Cuando ooñSldero- uñ· .objeto cualquiera con uno o

9 Ibid., 210. • Tratadista alemán, an~uo diputado del Parlamento de

Francfort refugiado en FranCJa. Publicó, en diciembre de 18)0, un txabajo titulado Ugirl4tion directe par k peuple ou la vraie cUmocratie, cuya tesis fue en seguida retomada por Víctor Con­sidérant en Lt Solution ou le Gouvemement direct do Peufiles. Se produjo una polémica con Ledm-RolJin y otros que causó gran revuelo en los medios republicanos, divididos en cuanto a las causas del fracaso de 1848. Naturalmente, Proudhon partici­pó, y a partir de estas reflexiones intentó dar a su teoña un contenidO positivo, que seña el punto de partida del federalismo.

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varios de mis conciudadanos, queda claro que en ese momento mi voluntad es mi_!~; soy yo mismo el que, al cumplircoñ1aOliirgaci6xíacoidada, me constituyo en mi gobierno. .---- ·· ---- · · -Si ·pÜedo hacer un contrato con algunos, también lo puedo hacer con todos; si todos pudieran renovarlo entre ellos; si todos los grupos de ciudadanos, comu~ nas, cantones, departamentos, corporaciones, compa· fifas, etc., formados por contratos análogos y considera~ dos como personas morales pudieran a su vez, y siempre en los mismos términos, tratar con cada uno de los otros grupos y con todos, serfa exactamente como si mi voluntad se repitiera hasta el infinito. Yo podría estar seguro de que esa !g-, hecha. en todos los puntos de la República por IlliTI"""ones de iniciativas diferentes, jaiiW serla otra cosa que (t 19', y que si este nuevo orden de cosas fuera llama o gobierno, este gobierno serfa el mio.

De esta manera el principio ~~~ªct~--~~or al principio de autoridad, harla la um6n de los produc~ tores, centralizaría sus fuerzas y asegurarla la unidad y la solidaridad de sus intereses .

.. -~!JIJ.!c.i~~---~---~~.$-~ enb~ustitudcilónh delbrerégimendel ~ ""'les, sena Q veruauero go 1eruo e om y ciudadano, la verdadera espontaneidad popular, seria la REl'ÚBLICA.

El contrato es la ~~d, primero de los términos deiTeiiia republíCái:io [ .. ~J. No soy libre en la medida en ue t ue recibir de ot:rO-iñísaliiñO~-iñftñi.oa·o, "iiiíSq.d~~- ~--iñís obuga~ones, aunque ese otro iea ·iani'ay~o la sociedad:Tampoco soy hore en mi s~ beraiitiO.enmlS aCciones cuando estoy obligado a que mi ley sea redactada por otro, aunque ese otro sea el ma:s-· ~st:o de 1ós árbitros. Ya no soy hore en absoluto

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cuando me veo forzado a elegir un mandatario para que me gobierne, aunque este mandatario sea el más devoto de los funcionarios.

El contrato es la esencia más p1ufunda y espiritual de la igualdad. ¿Es acaso igual a mi quien se presenta como ~Rtªgpr o como amo, que ~ de mí ~s de lo que me conviene gar y sin tener intena'On de devolv,Srmelo; que fne ft~Iara.~¡z de hacer mis pro­pias leyes y que preteD.de que yo cumpla con las suyas?

El contrato es Ia~ fraternida<l porque identifica-los intereses, reunifica todas las divergencias, resuelve todas las contradicciones y, en consecuencia, impulsa los sen­timientos de buena voluntad y de dedicación que eran imposibles bajo la anarquía económica, el gobierno de representantes y las leyes extranjeras.

El contrato, finalmente, es el orden porque cons­tituye la organización de las fuerzas económicas que remplaza la alie~ón de las h'bertades, el sacrificio de los derechos y la subordinación de las voluntades.10 O

La justicia conmutable, el reino del contrato, en otros términos, el reino económico o industrial son si­nónimos de la idea que al imponerse abolirá los viejos sistemas de justicia distributiva, de reino de las leyes, de regímenes feudales, gubernamentales o müitares. De esta sustitución depende el porvenir de la humanidad.

Pero, ¡cuántos debates estériles nos esperan antes de que esta revolución de las doctrinas sea formulada y comprendida; antes de que cunda entre la pobla­ción, que es la única que puede realizarla! ¡Cuánta somnolencia de las ideas! ¡Qué época de agitadores y sofistas! Desde las discusiones de Jurieu con Bossuet hasta la publicación de El contrato social de Rousseau

10 Ibid., 267-268.

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pasó más de un siglo; y cuando este último aparece no toma la palabra para reivindicar la idea sino más bien para asfixiarla.

Rousseau, cuya autoridad nos ha regido por más de un siglo, no comprendió nada del contrato so­cial. tl es el principal responsable de la desviación del 93 [ ... ] que varios espíritus más exaltados que inteligentes pretenden hacemos retomar ahora como tradición sagrada.

El concepto de contrato excluye el de gobierno [ ... ). Lo que caracteriza al contrato, 1a convención conmutativa, es que en virtud de esta convención la libertad y el bienestar del hombre aumentan, mien­tras que por la institución de una autoridad tanto la _ una como el otro disminuyen necesariamente. Esto resulta evidente cuando vemos que el contrato es el acto mediante el cual dos o más individuos acuerdan organizar entre ellos, con medidas y tiempos deter­minados, esta potencia industrial que llamamos inter­ca.mbw; esto hace que estén obligados el uno hacia el otro y se garanticen recíprocamente cierta cantidad de servicios, productos, ventajas, deberes, etc., que están en condiciones de procurarse y entregarse, reco­nociéndose al mismo tiempo independientes tanto en el consumo como en la producción.

Entre contratantes, hay para ambas partes intereses reales y personales. Implica que una persona defienda a la vez su libertad y sus ingresos. Por el contrario, entre gobernantes y gobernados, cualquiera que sea la forma de la representación, delegación o función del gobernante, existe necesariamente alienación de una parte de la libertad o de la fortuna de los ciuda­danos [ ... ].

El contrato debe ser esencialmente bilateral y no pue-

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de imponer otra obligación a los firmantes que la que resulta de su promesa personal de reciprocidad; no está sometido a ninguna autoridad externa; el contra­to es la única ley entre las partes y solamente de la iniciativa de éstas depende su ejecución.

Si éste es el contrato en su forma más común, ¿cómo será el contrato social, del que se espera que reúna a todos los miembros de una nación alrededor de un interés común?

El contrato social es el medio por el cual cada ciu­dadano entrega a la sociedad su amor, su inteligencia. su trabajo, sus servicios, sus productos y sus bienes a cambio del afecto, ideas, trabajo, productos, servicios y bienes de sus semejantes: la medida de los dere­chos de cada uno estará determinada solamente por la importancia de sus aportaciones, y la remuneración será exigible contra cada entrega.

De esta manera, el contrato social debe abarcar a la totalidad de los ciudadanos, con sus intereses y re­laciones. Si un solo hombre quedara excluido, si uno solo de los intereses tratados por los miembros de la nación, seres inteligentes, industriosos y sensibles, fue­ra omitido, el contrato sería entonces más o menos relativo o especial; no social.

El ~ontrato ~Qf!aJ debe ~umentar el bienestar y la libertad de cada ciudadano. Si se hiclenCcií'condicio. nes. leoninas; si una parte de los ciudadanoS" ·seen­. contram;·· en virtud de este contrato, a merced de la otra parte o c:xpl9tada.por -~;-dejarla dé .. ser-·un con­trato para convertirse en .. ~c, y entoncei1aresci8i0ñ podría ser invocada exi cualquier momentó"'y"'éon p~nos dereclios.

El contrato social debe ser discutido libremente, individualmente consentido, firmado manu propTÚl 160

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por todos aquellos que participan en él. Si su discu-\ sión resultara obstaculizada, truncada o escamoteada; si el consentimiento fuem obtenido por medio de en­gafios; si fuera entregado en blanco, sin firmar, sin f leer los artículos y sin explicación previa; si, CO!llO : el juramento militar, fuera prejuicioso y fOI~ado, el contrato social no seria entonces otra cosa que una conspiración contra la ~ibertad y el bienestar de los individuos más ignoranta;'ííiás débiles y más nume­rosos; una estafa sistemática contra la cual cualquier forma de resisJincia y aun de r~esalia resultada un dC!~h~__y_:J.Lll...d.e~. [ ... ]

-----m-· contrato social es esencialmente un contrato conmutativo: no sólo deja en libertad al contratante sino que aporta algo a su libertad; no sólo deja sus bienes intactos sino que agrega algo a sus propieda­des; no condiciona en nada su trabajo porque depende solamente del intercambio ... u D

La idea de contrato, aparecida durante la Reforma, en oposición a la que sostenía el gobierno, pasó por los siglos xvn y xvm sin que ningún editor la pu­blicara y. sin que ningún revolucionario se fijara en ella. [ ... ]

Fue Saint-Simon quien retomó el hilo de la discu­sión, aunque en un lenguaje tímido y con una con­ciencia no muy clara.

"La especie humana, escribió en 1818, vivió en un principio bajo los regímenes gpbernamental y feudal.

"Estaba destinada a pasar del régimen guberna­mental o militar al administrativo o industrial, des­pués de haber hecho progresos considerables en las ciencias positivas y en la industria.

"Finalmente, por su forma de organización debió _de 11 Ibid., 187-189.

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atravesar una crisis larga y violenta antes de pasar del sistema militar al sistema pacífico." [ ... ]

¿Qué quiso decir Saint-Simon? A partir del momento en que, por un lado, la

filosofía toma el lugar de la fe y remplaza la antigua noción de gobierno por la de contrato; y por otro, como consecuencia de una revolución que abolió el sistema feudal, la sociedad exige desarrollar y armo­nizar sus fuerzas económicas: se vuelve inevitable que el gobierno, impugnado por la teoría, se destruya pro­gresivamente en la práctica. Y cuando Saint-Simon, para designar este nuevo orden de cosas utilizando el antiguo estilo, eptplea la palabra gobimt.o junto con el epíteto administrativo o industrial, es evidente que estas palabras tienen para él un significado meta­fórico, o más bien analógico, sue no puede entusias­mar más que a los profanos. L ••• ]

La negación de Saint-Simon [ ... ] no proviene de la idea de contrato que Rousseau y sus sectarios ha­bfan deshonrado y corrompido por cuarenta afios; es consecuencia de otro tipo de noción, experimental y a {Josteriori, como podrfa enunciar un observador de los hechos. Lo que. la teorla del contrato, inspirada por una lógica providencial, había dejado entrever desde los tiempos de Jurieu en el porvenir de la so­ciedad era el fin de los gobiernos; Saint-Simon apare­ció en la parte más dura de 1a lucha parlamentaria y lo verificó de acuerdo con la ley de las evoluciones de la humanidad. [ ... ]

A mi vez llegué a la misma conclusión, si se me permite citarme a mí mismo en este momento en que soy el único representante de la idea revolucionaria, a .partir del análisis de las funciones económicas y de 1a teoría del crédito y del intercambio. [ ... ]

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Así la idea, esa semilla incorrupbble, pasa a f:Ia· vés de los siglos, iluminando cada tanto al hombre de buena voluntad, hasta el dfa en que una inteli­gencia que no se deja intimidar la recoge, incuba y luego lanza como un meteoro sobre las masas electrizadas. [ ... ]

Finalmente se apodera de la opinión pública entre gritos y escándalo; pero entonces, o vanas hominum mentes, o pectora CCJWt4 ¡las reacciones determinan las revoluciones! Cuando apenas la idea anárquica entra en contacto con el pueblo, aparecen los auto­denominados conservadores para cubrirla de calum­nias, hacerla objeto de sus violencias y de su odio basados en sus más estúpidas reacciones. Gracias a ellos, la idea representa hoy los conceptos antigu­bernamentales, la idea del trabajo y la idea del con­trato; e~ se agranda, se apodera como, un torbellino de las asociaciones obreras y pronto, como la pequeña semilla del Evangelio, formará un inmenso árbol que cubrirá la tierra entera con su ramaje.

Puesto que: La soberanía de la razón ha sustituido a la de la

revelación; La idea de contrato ha sustituido a la de gobierno; La evolución histórica conduce fatalmente a la hu­

manidad a una nueva práctica, y La crítica económica . ha verificado que, en este

nuevo régimen, la institución política desaparecerá ante el organismo industrial,

Podemos concluir sin temor a equivocamos que la fórmula revolucionaria ya no puede ser legislaci6n directa, ni gobierno directo, ni gobierno simf>lificado. Debe ser BASTA DE GOBIERNO.

Ni monarquía ni aristocracia ni siquiera democracia,

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en tanto este término se refiera a cualquier gobierno que actúe en nombre del pueblo y se autodenomine popular. ¡Basta de autoridad, basta de gobierno, aun el popular~ la Revolución es ésa!

[ ... ] Directo o indirecto, simple o compuesto, ei gobierno del pueblo será siempre el engafio al pue­blo. Siempre será el hombre mandado por el hombre; la ficción violentando a la libertad; la fuerza bruta resolviendo los problemas que sólo la justicia puede re­solver; la ambición perversa aprovechándose de la devoción y la credulidad.12 ·O

Cuando afirmo [ ... ] que el principio capitalista y el principio monárquico y gubernamental son la misma cosa; que la abolición de la explotación del hombre por el hombre y la abolición del gobierno del hombre por el hombre son una y la misma fórmu­la; cuando, a>mbatiendo a la vez el comunismo y. el absolutismo, dos caras del mismo principio autorita­rio, hago notar que si la familia fue la base de la sociedad feudal, el trabajo organizado es la base de la nueva sociedad, está muy claro que considero [ ... ] que el problema político y el económico son el mismo problema. [ ... ]

Pero si la cuestión del trabajo y la cuestión del Es­tado están interrelacionadas y son en el fondo la mis­ma cosa, ¿debemos deducir que no hay que distinguir­las y que no tenga cada una su solución propia? Puesto que estas dos cuestiones son idénticas en principio, ¿quiere decir esto que debería haber una organiza­ción propia del Estado antes que una absorción del Estado por el trabajo? Ninguna de estas conclusiones es correcta. Las cuestiones sociales son como los pro-

12 Ibid., 195-199.

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blemas de geometría; pueden resolverse de distintas maneras, de acuerdo con la forma en que se los con­sidere. Y no sólo es útil sino indispensable que propon­gamos diferentes soluciones porque, al multiplicar los aspectos de la teorla, se extienden los dominios de la ciencia.

En cuanto al Estado, a pesar de esa diversidad de aspectos, la conclusión definitiva es que el problema de su organización se confunde con la organización del trabajo y que podemos y debemos deducir que lle­gará el momento en que el trabajo, oxganizado de acuerdo con sus propias leyes, no tendrá ya necesidad de legisladores ni de soberano y hará desaparecer al gobierno. Esto es lo que afirmo ... 13 O-

La institución del gobierno [ ... ] tiene su origen en la ~nar~~fa~nómica. Si la revolución pone fin a esta anarqu orgañlZándo las fuerzas laborales, no hay más pretextos para la centmlización política. :!Ssta desaparece ante la solidaridad de los trabajadores, so­lidaridad que consiste exclusivamente en su regla gene­ral, que podemos enunciar como Pascal enunció la del universo y que dice que su centro está en todos lados y su circunferencia en ningu.n4 {kzrte.

Por lo tanto, una vez abolida la institución del gobierno y remplazada por la organización económi­ca, el problema de la república universal queda re­suelto. El sueiio de Napoleón se hace realidad, la quimera del abate de Saint-Pierre se transforma en necesidad.

Fueron los gobiernos los que, con la pretensión de establecer el orden de la humanidad, convirtieron a

1s Al señor Pierre Leroux, 14 de diciembre de 1849, Cor., XIV, 289-290.

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los pueblos en cuerpos hostiles: puesto que su única ocupación era 1a de mantener la sexvidumbre en el interior, se dedicaron a producir en el exterior, ya fuera de hecho o en perspectiva, la guerra.

La opresión de los pueblos y el odio entre los mismos son dos hechos correlativos, solidarios, que se reproducen el uno al otro y que sólo pueden desa­parecer juntos, destruyendo su origen común, que es el gobierno.

Por eso los pueblos, mientras estén bajo la vigi­lancia de reyes, tribunos o dictadores; mientras sigan obedeciendo a una autoridad visible, constituida en su seno y de quien emanen las leyes que los gobier­nen, estarán inevitablemente en guerm: no hay santa alianza, congreSo democrático, antifictiónico, o comi­té central europeo que pueda hacer nada al respecto. Grandes cotporaciones como éstas defienden necesa­riamente intereses opuestos; ya que rehúsan fundirse no pueden hacerse justicia: sea por la guerra o por la diplomacia, que no es menos inmoral ni menos funesta que aquélla, deben siempre luchar y combatirse.

La nacionalidad, imbuida por el Estado, opone una resistencia invencible a la unificación mundial de la economía: esto explica por qué la monarquía no ha podido jamás ser universal. La monarquia universal es en política lo que la cuadratura del círculo o el movimiento petpetuo son para las matemáticas: una contr~dicción. Una nación P;t~t? ~C?po~r __ '!ll __ g~~~!­no mientras su pooeiro~g'Pg!ll.IC9 no esté organiZado y ese gobierno séaersúyo: la na~i~mªlidad cl~l_pPder es un engafío que sirve de principio y el gobierno se

-mantiene a través de una sucesión interminable de moparquías,_ ari.stq_cracias y democracias. Pero si el po­der es extranjero a la nación, ésta lo toma como

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injb~; la -~~~-·se apoc!~'t:.~e_}!?!_~!!es: ese go 1emo no pucue ~muc.uo.

Lo que ninguna monarquía, ni aun la de los Césa­res, ha podido alcanzar; lo que el cristianismo, com­pendio de las antiguas religiones, no ha podido obtener y que es la república universal, será realizada por la revolución económica. No puede ser de otra fonna.

En economfa poliüca ocuue lo mismo que con todas las otras ciencias: es inexorablemente igual en to­das partes del mundo; no depende de los intereses de los hombres ni de las naciones y no se somete a los caprichos de nadie. No hay una economfa política rusa, inglesa, austriaca, tártara o hind~ como no hay una ffsica o una geometría húngam, alemana o norte­americana. En todos lados la verdad es igual a sí misma: la ciencia es la unificación del género humano.

Por lo tanto, si en lugar de la religión o la autori­dad, cada pafs toma como Ieg1a de la sociedad y como árbitro sobemno de los intereses a la ciencia, el go­bierno desaparece y todas las legislaciones del mundo se ponen de acuerdo. Ya no hay más nacionalidades ni patrias en el sentido polftico de la palabra; no hay más que lugares de nacimiento. El hombre, de cual· quier raza o color, es realmente un indigena del uni­verso; el derecho de residencia le pertenece en todos lados. De la misma forma en que, en una circnns­cripción dada, la comuna representa a la república y ejerce su autoridad, cada nación de la Tierra repre­senta a la humanidad y actúa. en nombre de ella dentro de los limites que le impone la naturaleza. Rei­na la armonfa entre las naciones sin necesidad de diplomacia ni concilios: nada puede alterarla.

¿Qué es entonces lo que podría motivar y mante­ner las relaciones diplomáticas entre los pueblos que

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hubieran adoptado el programa revolucionario? A saber:

¡Basta de gobiernos, Basta de conquistas, Basta de aduanas, Basta de policía internacional, Basta de privilegios comercial~, Basta de exclusiones coloniales, Basta de proteccionismo de un pueblo a otro, de

un Estado a otro, Basta de líneas estratégicas, Basta de fortalezas! f ... ] Digámoslo de una vez por todas: el resultado

más característico y decisivo de la revolución es, después de haber organizado el trabajo y la propiedad, anular la centralización política, es decir, el Estado y, como consecuencia de esta anulación, suprimir las relaciones diplomáticas entre las naciones, a medida que se sus­criben al pacto revolucionario. Todo retomo a las tradi­ciones políticas, toda preocupación sobre el equilibrio europeo fundada en el pretexto de la nacionalidad y la independencia de los Estados, toda proposición de formar alianzas, de reconocer soberanías, de restituir provincias, de cambiar fronteras, indicaría que dentro del movimiento se desconocen las necesidades que im­pone la época, que se desprecian las reformas sociales y se albergan ideas contrarrevolucionarias.

Ya es tiempo de que los reyes afilen sus espadas y se preparen para emprender su última campaña. En el siglo xrx:, la meta de la revolución no es atacar a las dinastías sino destruir hasta el germen de su institu­ción. ¿Cuál podría ser su papel en una sociedad de trabajo y de paz si han nacido de la guerra, han sido forlllildas para la guerra y mantenidas por ella misma,

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ya fuera interna o externa? De ahora en adelante, lo único que puede justificar una guerra es el rechazo al desarme. Si la fraternidad universal se constituye so­bre bases sólidas, lo único que les queda por hacer a los representantes del despotismo es irse a su casa. [ ... ]

En cuanto a aquellos que, después de la renuncia de los reyes, continuaran soñando aún con consulados, presidencias, dictaduras, títulos de mariscales, almiran­tes o embajadores, harían bien en seguir el mismo ca­mino. La revolución no necesita de sus servicios y puede privarse de sus virtudes. El pueblo ya no acepta la moneda de la monarquía: comprende, cualquiera sea la fraseología que se utilice con él, que régimen feudal, régimen gubernamental, régimen militar, régimen par­lamentario, régimen policial, de leyes o de tnbunales, y régimen de explotación, de corrupción y de miseria son todos sinónimos. Sabe, también, que suprimiendo los pagos por arrendamiento de tierras y el préstamo con intereses, últimos vestigios de la esclavitud, la revolu­ción suprime de un solo golpe la espada del verdugo, la mano de la justicia, el garrote del policía, la exacción del aduanero y los garabatos del burócrata, insignes personajes de la política que la joven libertad aplasta bajo su talón ... 14 O

Entre el régimen político y el régimen económico, entre el régimen de las leyes y el régimen de los contra­tos no hay fusión posible: hay que optar. El buey que sigue siendo un buey no puede transformarse en águila, ni el murciélago en caracol. De la misma forma, si la sociedad conserva, en el grado que sea, su forma políti­ca, no puede organizarse de acuerdo con leyes eco­nómicas. ¿Cómo podemos permitir iniciativas locales

14 Idée générale, 333-337.

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si hay una preponderancia de la autorídad central? ¿El sufragio universal, si persisten las jerarquías de los fun­cionarios? ¿O el principio de que nadie debe obediencia a una ley que él mismo no haya consentido directa­mente, si sólo respetamos el derecho de la mayorfa? ... El escritor que, conociendo estas contradicciones, se vanagloriara de poder resolverlas no daría siquiera prue­bas de osadía: no sería más que un miserable charlatán.

Esta incompatibilidad absoluta de ambos regímenes, verificada tantas veces, no es suficiente, sin embargo, para convencer a aquellos que, aun reconociendo los peligros de la autoridad, se aferran a ella invocando que es la única forma de mantener el orden y que no ven, cómo opción, nada más que vacio y desolación. Al igual que ese enfermo de comedia a quien decfan que lo primero que tenfa que hacer para curarse era deshacerse de los médicos, se preguntan qué puede hacer un hombre sin doctor o una sociedad sin go­bierno. Harán un gobierno tan benigno, republicano, liberal e igualitario como les sea posible; ofrecerán todo tipo de. garantías, se humillarán ante la majestad del ciudadano. Nos dirán: ¡son ustedes los que harán' el gobierno! ¡Ustedes mismos se gobernarán, sin presi­dente, representantes o delegados! ¿De qué pueden entonces quejarse? Pero vivir sin gobierno; abolir sin reservas y de manera absoluta toda autoridad; hacer anarquía pura: esto les parece inconcebible, ridículo· y un atentado contra la república y la nacionalidad. Se preguntan qué van a poner en lugar del gobierno aquellos que proponen suprimirlo.

No nos molesta responderles. Lo que proponemos en lugar del gobierno [ ... ] es

la organización del trabajo. Lo que proponemos en lugar de las leyes son los

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contratos. ¡Basta de leyes votadas por mayorías o por unanimidad! ¡Que cada ciudadano, comuna o corpo­ración haga sus leyes!

Lo que proponemos en lugar de las fuezzas politicas son las fuerzas económicas.

Lo que proponemos en lugar de las antiguas clases de ciudadanos, nobles y villanos, burgueses y proleta­rios, son las categorías dadas por la especialización de funciones: agricultura, industria, comercio, etcétera.

Lo que proponemos en lugar de la fuerza pública es la fuerza colectiva.

Lo que proponemos en lugar de los ejércitos perma­nentes son las compañías de trabajadores.

Lo que proponemos en lugar de la policía es la iden­tidad de intereses.

Lo que proponemos en lugar de la centralización política es la centralización económica.

¿Entendéis ahora lo que sería este orden sin funcio­narios? ¿Esta unidad profunda e inteligente? ¡Ah, uste­des jamás supieron lo que es la unidad, porque no pueden concebirla sin un rebaño de legisladores, de prefectos del procurador general, de aduaneros y de gen­darmes! Lo que ustedes llaman unidad y centralización no es otra cosa que un eterno caos que sirve de base a un sinfín de arbitrariedades; es la justificación del despotismo a causa de la anarquía de las fuerzas socia­les fom~tada por el mismo despotismo.

Pues bien, ¿para qué necesitamos de un gobiemo si podemos llegar a un acuerdo? ¿Acaso la banca nacional no está centralizada y unificada gracias a sus sucursa­les? ¿Por qué los pactos entre trabajadores no po­drían conducir a obtener compensaciones, a movilizar, a lograr indemnizaciones por las propiedades agrlco­las y a la unidad? ¿Acaso las compañías obreras creadas

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para explotar las grandes industrias no podrlan ser, des­de otro punto de vista, una expresión de unidad? [ ... ]

No preguntéis entonces lo que proponemos en lugar de un gobierno ni lo que será la sociedad cuando ya no haya gobierno; puedo decirlo y jurarlo: en el futuro será más inteligente concebir una sociedad sin gobierno que una sociedad con gobierno.15 D ~-.ib.Y.t~li..~d humanal ¿Es posible que hayas permanecido dumxite'"JCreñfa siglos sumergida en la abyección? Te dices santa y sagrada y no eres más que una prostituta ...&!!tt!i.!f y penñiñente de tus la~, tus moíijéSyfiíS guardias. ¡Lo sabes, y par-éso sufres!

- Ser GOBERNADO implica estar en libertad condicional, inspeccionado, espiado, dirigido, l~lado, reglamenta­do, acorralado, adoctrinado, sermoneado, controlado, medido, evaluado, censurado y comandado por seres que no tienen ni los titulos ni la ciencia ni las vir­tudes para hacerlo. . . Ser GOBERNADO implica estar, en cada opemción, transacción o movimiento, anotado,· registmdo, .censado, tarifado, estampillado, medido, co­tizado, patentado, despedido, autorizado, recomenda· do, amonestado, impedido, reformado, reprendido y corregido. Con el pretexto de la ub'lidad pública y del interés general, implica ser obligado a pagar contri­buciones, extorsionado, explotado, monopolizado, exac- · donado, presionado, mistificado, robado; y ante la · menor resistencia, ante la primera palabra de queja, reprimido, multado, vilipendiado, vejado, acosado, za­marreado, golpeado, desarmado, apaleado, aprisionado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, tmicionado y, para colmo, juzgado, burlado, ultrajado y deshonrado. ¡Eso es el gobierno, ésa

15 Ibid., 301-303.

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es su justicia, ésa su moral! ¡Y pensar que hay entre nosotros ciertos demócratas que pretenden que el gobierno tiene algo de bueno; socialistas que apo­yan esta ignominia en nombre de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad; proletarios que propo­nen su candidatura a la presidencia de la República! H'pó 't 1 18 o ¡ 1 en as ..•.

¿Acaso el Partido Republicano no está aún domina­do por esa mentalidad gubernamental llevada hasta la más furiosa dictadura? ¿Acaso nuestros amigos no hacen gala de una embriaguez y una lujuria proverbiales? Cuando 1as acusaciones reaccionarias nos exigen la más extrema severidad en nuestra conducta, ¿no vemos aca­so a los más notables de entre ellos exhibir pública y oficialmerite su concubinato? Parecería que el terier un certificado de civismo los eximiera de cultivar las virtu­des domésticas. Hemos heredado de la monarquía la cómoda distinción eritre el hombre público y el particu­lar, en virtu~ de la cual cualquier bribón miserable se cree un personaje demasiado grande, un genio demasia­do sublime como para rebajarse a la modestia y a la honestidad de la vida de hogar. ¡Hipócritas! .. .U O

Por mi parte, cuando más confundidas veo esas men­talidades, más libre y cómodo me siento. s~. libre, puesto que no soy esclavo de nada en este mundo como no sea de mis necesidades naturales;_ !!.o estoy avasallado por los curas, )os magistrados_() _ _lps. señóreS;· ·no es'fuy a1iido

a-ñiñgnn 'pai-tido,·no tengo prejuicios y no necesito el respeto humano ni la popularidad.18 O

Dispuesto a todo e indiferente a todo, con excepción del crimen, sabré servir a mi causa bajo cualquier

16 Ibid., 334. lf Al señor L.A. Langlois, 'i de enero de 1851, Cor., IV, 11. l.8 Al señor Guillcmin, 26 de abril de 1852, Cor., IV, 269.

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poder sin ceder un ápice. [ •.. ] Democrtlci4 es para mi sinónimo de demopedia o educación del pueblo. En ese terreno soy invencible.111

19 Al señor Madier-Montjan, 23 de fcb~~eto de 1852, Cor., IV, 217.

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VII. LO QUE SE CONQUISTA POR EL SABLE SE PIERDE POR EL SABLE

EL JACOBINISMo era impotente porque, a la vez que rechazaba las únicas ideas que hubieran podido legiti­mar su poder, era acusado de querer imponerlas por la violencia, por el fuego y por el saqueo, aunque dichas ideas le fuer.m ajenas. Para liberarnos de esa dictadura, la dictadura socialista, nos entregamos a la imperial. ¿Acaso no era de esperarse? 1 O

He escuchado tan poco a Bonaparte, he tenido tantas quejas en su contra que siempre temi haber sido in­justo con él. Pero, finalmente, ¿qué se podía esperar de este hombre, viéndolo ~uir tercamente un solo objetivo, que em el de mutar a su tío en forma tidicu­la? Si lo hubiera querido, hubiera podido hacerse reele­gir sin dificultad. Dio su golpe de Estado en fonna casi gratuita, solamente para darse el gusto de repetir el 18 Brumario.2 O •

Jamás un ser nms indigno fue llamado a gobemar una nación, ya sea por haber heredado un nombre, por error popular o por intrigas de partido. Lo sorprendi un día en un momento en que no sabia que lo observaba; él estaba detrás de mi, en uno de los pasillos de la Asamblea, solo, en momentos en que discu'tfamos los articulas de la Constitución relativos a las elecciones r era el 8 o el 9 de septiembre de 1848]. Hizo UD gesto

1 Al señor Charles Edmond, 10 de enero de 1852, Cor., IV, 190.

a Al señor Maguet, 8 de julio de 1852, Cor., IV, 2.95.

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que denotaba la actitud de un hombre sin fe, sin ley y sin genio. En su cara se notaba su desprecio por los hombres, su desprecio por los convenios colectivos y todo lo que podamos concebir en cuanto a imperti~ nencia e insolencia, a depravación moral e intelectual. Calígula o Comodo, de haberse visto obligados a fingir y a pactar, hubieran sido como él. Hijo y nieto de mujerzuelas, rama dudosa de la familia Bonaparte, parecía haber nacido expresamente para acabar con la idolatrfa hacia los grandes apellidos. Será la eterna ver~ güenza de aquellos que como Thiers y como Molé mancharon con esta basura infame las vestiduras in­mortales de Francia. Será para nú un gran honor, algún día, haberlo combatido casi sin ayuda, con energfa sin igual, desde el primer mes en que tomó el poder (yo acababa de dejar mi cama) en forma despiadada; ha· berlo perseguido sin descanso, haberme burlado de él desde las profundidades de la cárcel, con una ironía aguda y amarga. Mi opinión y mi repugnancia no han cambiado.3 D

Este hombre es contrahecho y feo. De piernas cortas, camina de lado y con un trote torpe, como diría Ra~ belais, de :éiSgos infames, de pi'opoÍC.iones disparejas y mal equih'b:mdas, COO'"" un ojo más alto que el otro, de frente sin majestad ni inteligencia y de mi:mda torva. Cuando lo vi por primera vez, en 1848, tuve la confusa sensación de estar ante un hombre que había perdí~ do todo pudor o que, más bien, nunca lo habfa tenido. como la prostituta de Marcial que no recordaba haber sido alguna veL virgen. Estas revelaciones confusas de mi instinto produjeron el panfleto que escribi a fines de noviembre de 1848, donde lo describo como

a Camets, IV, 138.

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un monstruo impúdico que algún día haría sujetar a la República -por cuatro bandidos para poder vio­larla ... • D ~/

El 26 de septiembre de 1848 * [ ... ] recibí con sor­presa una invitación a la casa del seíior Luis Bonaparte. El seíior Schmelz tuvo la amabilidad de acompaíiar­me. [ ... ] No quería estar solo en este primer encuen­tro del seíior Luis Bonaparte con el socialismo y la Montafia.

En la cita nos encontramos con el seíior Joly pa­dre [ ... ], el confidente del seíior Ledru-Rollin. El se­íior Joly me dijo que Ledru-Rollin estaba al tanto de la entrevista que tendría lugar, y que había sido el mismo seíior Joly quien aconsejó a Bonaparte que se entrevis­tara conmigo. Estaba entonces perfectamente en regla con mis colegas de la extrema izquierda; por otra parte, ¿acaso el mismo Louis Blanc no había recibido, en Londres, la visita del señor Luis Bonaparte? ¿No había intercedido por él en junio, junto con el seíior Jules Favre, sin dejar por eso de ser un perfecto socialista y un perfecto republicano? .

La conveiSaci6n giró sobre la organización del tra­bajo, las finanzas, la política exterior y la Constitución. El seíior Bonaparte habló poco, me escuchó con bene­volencia y pareció estar de acuerdo conmigo en casi todos los temas. No se había dejado engaíiar por las calumnias lanzadas contra los socialistas; condenó sin disimulo la política del general Cavaignac, las clausuras

• Carnet, citado por Daniel Halévy, op. cit., p. 227. * El sobrino del Emperador, después de haber sido elegido

por primera vez el 4 de junio, al mismo tiempo que Proudhon, renunció al cargo. Acababa de ser elegido nuevamente, en las elecciones complementarias del 17 de septiembre, en ocho departamentos. El señor Scbmelz era el hombre de confianza de E. de Gimrdin.

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de los periódicos, el estado de sitio y ese ejército de los Alpes que parecía decirle a la Italia sublevada que buscaba su independencia: "Ahom quiero, ahora no quiero"; encontraba totalmente ridículas las medidas financieras [ ... ] que, salidas de la inspiración del Comité de Finanzas, no podían satisfacer las exigen­cias que se le hacían de organizar el crédito más que con las palabms ctBignación de fondos y f1a(Jel moJWda.

Recuerdo que, entre otras reflexiones que le hice a mi ilustre colega, le dije que en el caso de que se pre­sentam como candidato a la Presidencia, baria bien en declarar que no pensaba aprovecharse de la declam­ción del Senado de 1804; * que si en otras épocas, du­rante el gobierno de julio, había considerado subrepti­cio e ilegitimo el advenimiento de Luis Felipe al trono, v había reclamado una corona a la cual la vo­luntad ·del empemdor le daba más derecho que el que la elección de la Cámara de 1830 otorgaba a Luis Felipe; ahom ~ue Francia se había constituido libre­mente en Republica, su mayor ambición debería ser la de dar públicamente ejemplo de obediencia a la soberanía del pueblo y de respeto a la Constitución. El señor Bonaparte respondió negando, de una manera geneml, las calumnias que se habían levantado contra él, aunque sin explicarse en términos formales y cate­góricos. Finalmente, los sefiores Joly, Schmelz y yo comenzamos a creer que el hombre que estaba ante nosotros no tenia ya nada en común con el conspimdor de Estrasburgo y de Boulogne, y creímos en la posibi­lidad de que tal como la República había sucumbido, en otros tiempos, en manos de un Bonaparte, podía

* Que establecfa en favor del primer Bonaparte el llnperio hereditario.

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ser fundada, en nuestros días, por la mano de otro Bonaparte.

El señor Luis Bonaparte salió. Cuando s~e dijo al señor De Bassano, * quien me lo contó, que estaba encantado de haberme conocido; que yo valía más de lo que mi reputación daba a entender y otras cosas, que el pueblo llama puro "bla, bla, bla". Yo hubiera preferido una buena profesión de fe republicana.

Encuentro entre mis notas estas líneas, fechadas el 26 de septiembre, que transcribo textualmente:

"26 de septiembre. Visita a Luis Bonaparte. Este hombre parece bien intencionado: mentalidad y cora­zón caballerescos; vive la gloria de su tío y no parece ambicioso .. Por lo demás, inteligencia mediocre. Vién­dolo de cerca y conociéndolo un poco, dudo que haga una gran carrera. DESCONFÍo. Es costumbre de todos los candidatos buscar el apoyo de los jefes de partido."

J!:sa fue mi entrevista con el señor Luis Bonaparte. La Montaña estaba representada allí, al igual que el socialismo: precisamente por sugerencias de la primera yo había sido invitado. Por esto podemos deducir que ningún sector de la extrema izquierda ni de la Asam­blea Nacional tenía nada en contra de Luis Bonaparte: había solamente cierta desconfianza provocada por sus antecedentes. Por mi parte, dejo a los demás [ ... ] la tarea de juzgar si mi desconfianza estaba fundada o no. Luis Bonaparte fue acaparado por los más hábiles en cuanto apareció.5 O

* Se trata de Napoleón-Joseph Maret, duque de Bassano, hijo del jacobino y ministro de Napoleón I. Secretario de em· bajada en Bruselas, en 1848 se puso a las órdenes de Luis Bonaparte y fue nombrado gran chambelán después del golpe de Estado.

5 Al sefior J!:mile de Girardin, 11 de julio de 1849, Cor., III, 15-18.

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Durante las elecciones presidenciales combatí con todas mis fuerzas la candidatura de Luis Napoleón, aunque lo preferla a él antes que al general Cavaignac. Lo hice en razón de los recuerdos que el nombre de Napoleón amenazaba revivir y que parecían tan peli­grosos como extemporáneos. [ ... ]

A partir del mes de enero de 1849 comencé a atacar la política presidencial, que me parecía cada vez más reaccionaria. Estos ataques me valieron tres procesos, uno de los cuales culminó con una condena a tres afias de prisión. ( ... ] En 1857 publiqué un Manuel du spécul.q.teur a la Bourse, el cual tuvo tanto éxito como mi folleto sobre el golpe de Estado. Fue después del 2 de diciembre, el primer ataque contra el feuda­lismo industrial. Sé que en algunos sectores se discutió, durante varios días, la posibilidad de demandarme. El gobierno imperial prefirió dejar las cosas tal como estaban [ ... ].

Al afio siguiente, 1858, apareció [el] libro De la fustice [ ... ] . Aún conmocionado por los atentados de V erger y de Orsini, el gobierno imperial, que además nunca le negó nada al episcopado, autorizó la de­manda: cuatro acusados, cuatro condenas, prisión, mul­tas y costas [ ... ].

A partir [de 1860] publiqué apreciaciones diversas sobre el gobierno imperial que, naturalmente, no esta­ban hechas para halagarlo [ ... ]. ¿Qué decían estos boletines * que finalizaban siempre con un estudio de los acontecimientos del momento de acuerdo con prin­cipios ya expuestos anteriormente en mis trabajos? Que

* Los "Nouvelles de la Révolution" que acompaiiaban cada fasclculo de la segunda edición de Justice, impresos en Bélgica, y que trataban muchos de los problemas politicos contemporá· neos en forma a la vez analltica y crítica.

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el gobierno imperial tenia <:amo principio oscilar cons­tantemente entre la bancocracia reaccionaria y la de­mocracia socialista, que habfa mezclado la Revolución con la Iglesia, que era autoritario en su política in· terior y liberal en la exterior, que en nombre de la causa preten~idamente conservadora confundta la administra­ción con la justicia y el derecho con la fuerza, que carecía de principios, de dirección, de planificación, de legalidad claramente demostrada y de moral; que se reducía a lo arbitrario y a los expedientes; que tanto su politica interior como la exterior eran tan ajenas a los ideales del 89 como a la realidad europea; que al no gobernar por las ideas, ni siquiera por los intereses, sino por el instinto de la nación, tan caprichoso como ciego, estaba jugando con su suerte y con los destinos de Francia [ ... J.

Napoleón III es quien decide por la paz o por la guerra, y se hará solamente lo que él quiera. La sangre que se derrame le será justamente reclamada. Que siga sofiando: las responsabilidades de los soberanos tienden a ser tardías, pero inevitablemente llegan.8 O

En cuanto a creer que este régimen es eterno [ ... ] dice un proverbio que lo que viene por las flautas se va por los tambores; lo que se conquista por el sable se ('ierde por el sab'lll. [ .•. ] Y yo agrego que la ven­ganza será tan grave como la afrenta.'~ O

Cuando el golpe de Estado del 2 de diciembre, y luego de que la insurrección fuera sofocada, me sentí, durante cinco días, como un condenado a muerte. No temía por mi persona, pero el golpe que había recibido la República me llevó a la desesperación. [ ... J Enton-

e Justice, IV, 331-337. 1 Al sefior Charles Edmond, Zi de enero de 1852, Cor.,

IV, 196.

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ces, intenté consolarme [ •.. ] demostrándome a mí mismo [ ... J que Luis Napoleón eta, aunque no nos gustara, el representante de esa Revolución que mis ami~ gos y yo habíamos sido capaces de realizar.

¡Luis Napoleón, me dije, debe ser el realizador de la Revolución o sér destronado!

Expuse entonces mis opiniones en un libro * [ ... ] . No niego que este libro, al justificar el golpe del 2 de diciembre, de alguna manera también lo legitimaba; que el gobierno se fortalecerla al encontrar una justifi~ cación histórica y que la frase esaita por mí: "Luis Napoleón es el realizador de la Revolución" aumenta­rla su popularidad, tantas veces fatal para los republi~ canos, en siete nullones de votos.

Esto pensaba yo en tanto que hombre de partido, pero no en tanto que revolucionario. [ .•. ] Tenía en­tonces la esperanza f ... ] de que Fmncia comprendiera su situación real [ •.. ] y se atreviera por fin a afrontar cara a cam el prOblema que se le había planteado en febrero. Espetaba entonces que nuestro país, que siem~ pre estuvo a la cabeza de los movimientos intelectua­les [ .•. ], pudiese continuar sin peligro la revolución filosófica y social comenzada en el siglo XIX f •.• 1; es­peraba, en fin, que desde el exilio o en el fondo efe las cárceles la democracia pudiese :rea'bir algún alivio de mis palabras, y que tal vez se les pennitiría a 'aquellos que compartían mi resignaci6n ante el presente y mi confianza en el porvenir volver a ver, honorables e inofensivos, a sus amigos y a sus familiares.

No creo haber jamás subordinado los intereses ge­nerales de la Revolución a mis sentimientos partidis­tas, lo que hubieta dado motivo de alegrarse por nuestro

• Ld R.wo'luticm BOCÚ1le démontrée par le coup l''E:tat du 2 Décembre (julio de 1852). _

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infortunio a aquellos viejos partidos que, con su serie de traiciones, aseguraron el éxito del golpe de Estado y que, junto con el clero, se mostraron siempre impla­cables ... 8 O

Analicemos las cosas friamente. [ ... ] Nadie duda que la mayoría planeaba hacer, por su

cuenta, lo que hizo L.B.; arrestar al Presidente, entre­garle el mando a Changarnier, asegurarse la lealtad de aquellos que podían tener Wla cierta influencia sobre la opinión pública y gritar "¡Cuidado con el lobo socialista!", o sea, hacer del socialismo un chivo ex­piatorio[ ... l; ése eta el plan. Ante una situación como ésta, ¿qué debfa hacer la Montaiia, viéndose amenazada por los dos flancos?

La Montafia optó por cruzarse de brazos majestuo­samente y los acontecimientos posteriores comprobaron lo errados que estaban sus cálculos; de acuerdo con las leyes de la guerra, deberla de haberse aliado con una de las dos partes, ser facción triunfante si no quería contarse entre los derrotados. [ ... ] Ante Wl decreto * que, a pesar de lo que se diga, violaba la Constitución; ante una alianza entre la derecha y la izquierda con­tra el hombre que representaba simultáneamente e] sufragio universal, el orden y aun la Revolución [ ... ] la izquierda no tenía otro camino que tratar con el gobierno. Pero esto no entraba en los cálculos de los sefiores Cavaignac y Ledru-Rollin.

Así se llegó al 2 de diciembre y quedaron destruidas todas las ilusiones insurreccionales de nuestros repre­sentantes. Las masas, con las cuales se contaba, se

8 Al seíior Presidente de la República, 29 de julio de 1852, Cor., N, 301·304.

* La ley del 31 de mayo, que excluía a cerca de tres millones de electores del sufragio universal.

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regocijaron con lo que estaba ocurriendo: les parecía divertido que representantes que ganaban veinticinco francos fueran echados a la calle. Los arrestos de los sefiores Thiers, Berryer y Changamier fueron motivo de risa para el pueblo. Es cierto que se pensaba que e] Presidente llevaba las cosas un poco Ze¡os; había remor­dimientos ocultos tras esa cobanle satisfacción de de­seos; pero los deseos de resistir estaban paralizados: 1a deserción fue de proporciones gigantescas y no hubo exhortación que la detuviera. Mientras los ciudadanos más generosos se hadan fusilar en la oscuridad en forma implacable, los fanfarrones de los barrios juga­ban tranquilamente su partida de billar, como los bur­gueses. El pueblo demócrata y socialista dejó que se asesinara a la República haciendo gala de la más abso­luta indiferencia: la Montafia, que pagó sus protestas con sangre, encontró tan poco apoyo como la. derecha, que llamaba en vano a los ciudadanos a tomar las armas por boca de Berryer y de sus cómplices. Nuestros tribunos necesitaban de esta lección para comprobar que el pueblo es una bestia monstruosa y que lá tarea por realizar debe ser no tratar con los hombres, sino convertir a 1a humanidad. [ ... ]

El 2 de diciembre de 1851 la democracia murió, como el 13 de junio de 1849, como en el 48, por sus propias contradicciones, por su ignorancia del movi­miento y por su oposici6n al progreso.9 O

Después de todo esto, no podemos sorprendemos ante los 7 600 000 votos obtenidos por Luis Napoleón el 20 de diciembre. Si, Luis Napoleón ha sido verda­deramente el elegido del pueblo. Dirán ustedes que el

9 Al sefior Charles Edmond, 19 de diciembre de 1851, Cor., IV, 1#-149.

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pueblo no era libre, que ha sido engafiado y que estaba atemorizado. Vanos pretextos. ¿Acaso un verdadero hombre se deja atemorizar o engatiar en un caso como ése? ¿Acaso no tenían suficientes libertades? Fuimos nosotros mismos, los republicanos, quienes repetimos tantas veces nuestra profesión de fe, una de las más sospechosas: "La voz del pueblo es la voz de Dios." Pues bien, la voz de Dios ha elegido a Luis Napoleón. Como expresión de la voluntad popular, es el más le­gitimo de los soberanos. ¿A quién pretendían ustedes que el pueblo diera sus votos? Lo conocemos bien, a ese pueblo del 89, del 92 y del 93; lo único que conoce es la leyenda del imperio. ¿Acaso sabe quiénes eran el conde de Mirabeau. el sefior Robespierre, su amigo Marat, el padre Duchesne? El pueblo sólo conoce dos cosas, que son Dios y el Emperador, tal como anti­guamente sólo conocía a Dios y a Carlomagno. Si bien es innegable que la conducta del pueblo ha mejorado considerablemente desde el 89, no podemos decir lo mismo de su nivel de raciocinio. En vano hemos inten­tado que este monarca imberbe defendiera los derechos del hombre y del ciuiladano; fue también en vano que lo conjuráramos con este adagio: "La República es más importante que el sufragio universal"; siempre confunde sus polainas con sus piernas y cree que quien grita más fuerte es quien tiene la razón.

Debemos comprender que la República no puede basarse en los mismos principios que la monarquía y que confundir el sufragio universal con la base del derecho colectivo implica defender la petpetuación de la monarquía. Hemos sido refutados por nuestros propios principios; fuimos vencidos porque, tal como Rousseau y los demás detestables oradores inflamados del 93, nos negamos a reconocer que la monarquía era

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producto, directo o indirecto, de la voluntad popular: porque luego de abolir los gobiernos que nos cafan del cielo por gracia de Dios, intentamos, valiéndonos de otro engaño, constituir un gobiemo por la gracia del pueblo; porque, en lugar de ser los educadores de las multitudes, nos convertimos en sus esclavos. Al igual que ellas, necesitamos aún de manifestaciones, de sím­bolos visibles y de cuentos chinos. Una vez destronado el rey, pusimos a la plebe en el trono, sin querer com· prender que ella era la raíz de la cual surgiría el brote de la monarquía, el bulbo del cual brotarfa la flor de lis. En cuanto nos liberamos de un ídolo sólo aspiramos a fabricamos otro. Nos parecemos a los soldados de Tito, quienes, después de la toma del Templo, se sor~ prendfan de que en el santuario de los judíos no hubie­se estatuas, ni bueyes, ni asnos, ni falos, ni cortesanas. No podfan concebir a este Jehová invisible, de la misma manera en que nosotros no podemos concebir una h'bertad sin proxenetas.

Espero que se le perdonen estas amargas observacio­nes a un escritor que desempeii6 tantas veces el papel de Casandra. No entablo proceso contra la democra· cia, como tampoco impugno los sufragios que renovaron el mandato de Luis Napoleón. Pero ya es tiempo de que desaparezca esta escuela de falsos revoluciona­rios que, especulando con la agitación más que con la inteligencia y con los golpes de mano más que con las ideas, se creen tan vigorosos y lógicos que se vana· glorian de ser quienes mejor representan a las capas inferiores de la plebe. ¿Acaso creen que es para fo­mentar esta barbarie y esta miseria, y no para com· batirlas y curarlas que somos republicanos, socialistas y demócratas? ¡Cortesanos de la multitud! ¡Vosotros sois quienes embrollan las revoluciones, agentes secre-

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tos de las monarquías que la libertad y el sufragio universal arrasan1 10 O

El golpe del 2 de diciembre y el régimen que éste produjo [ .•. ] no han sido gestados por un hom­bre ni por un incidente de la historia: son producto de una situación. Una generación espuria, nacida en parte de la restauración, jamás comprendió del h'beralismo otra cosa que el libertinaje, de la filosofia del siglo xvm la impiedad, de la revolución la disolución. deJ eclecticismo el escepticismo, del sistema parlamen~ tario la intriga y de la elocuencia la verborrea; [estaJ generación ávida y grosera como la gleba que la p~ dujo, sin ninguna dignidad, comenzaba a dominar el país, y aún lo domina ahora. Es ella la que, escon· diéndose tras la restauración imperial, inauguró el reino de la impúdica mediocridad, de la propaganda oficial y del robo descarado. Ella es la que deshonra y enve­nena a Francia.

Cualesquiera que fueran las causas que produjeron tan bruscamente el fin del equilibrio republicano-mo­nárquico, hay una cosa cierta: es, por un lado, que el miedo de caer en un estado de revolución o de contra· rrevolución hizo que las masas aceptaran el golpe de Estado, y por otro que la Francia, antes católica, mo­nárquica y feudal, luego ft16sofa y demócrata, y final­mente ecléctica, conciliadora y moderada (no quiero utilizar el epíteto de doctrinaria que tan mal me suena), no tiene ya principios, ni sentido de lo público, ni tradición ni ideas ni siquiera conducta.

La Francia del Z de diciembre no sigue ni el Evan­gelio ni la Declaración de Derechos; no es ni una monarquía de derecho divino, ni una democracia re-

to Rcfv. dém., 169-170.

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volucionaria, ni un gobierno de todas las clases con poderes equilibrados, mmo lo quería la Carta de 1814 y la de 1830. Es la arbitrariedad pura, una arbitrarie­dad fantástica, como no podemos encontrar otra en la tradición nacional, ni el primer Imperio, que a pesar de sus exigencias militares tenía al menos sus princi­pios; ni en la dictadura del 93, que también tenía los suyos; ni en la monarquía de Luis XIV, de la que tampoco podemos decir que no los tuviera; un grado de arbitrariedad, finalmente, como ni siquiera Maquia­velo podría haber imaginado, ya que si bien éste aprue­ba el despotismo, lo pone al menos al servicio de una idea: ésta es la Francia del 2 de diciembre.11 O

Así, desde 1848, aunque podría remontarme más atrás en el tiempo, un sortilegio se apoder6 de los jefes políticos de Francia; ese sortüegio es el problema del proletariado, la sustitución de la política por la econo­mía, de la autoridad por los intereses; en pocas pa­labras, las ideas sociales. Por eso la misión de Luis Napoleón no es otra que la de Luis Felipe y los re­publicanos, y los que vendrán después de él harán exactamente lo mismo. En politica no se puede ser el heredero de un hombre, se debe ser el defensor de una idea. Aquel que mejor la comprenda es el único herede­ro legítimo. [ ... ]

Y puesto que ésta es la condición del poder en Francia, y el que no sabe, no puede o no quiere servir a la revolución será seguramente conmocionado por ésta, ¿qué mejor para nosotros, socialistas y no socia­listas, radicales y moderados, que estudiar sin descanso el enorme problema de conciliar nuestras ideas, que ejercer desde ahora sobre cualquier poder las presiones

11 Justice, 1, 236-237.

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legítimas e incesantes de la ciencia y del derecho? Que Luis Napoleón, puesto que ocupa el cargo que ocupa, se convierta, si es que quiere, por el mandato revo­lucionario del 2 de diciembre, en alguien superior a lo que fue el Emperador; que lleve a cabo la tarea impuesta por el siglo XIX; que pueda tener el orgullo de no dejarle nada por hacer a su sucesor y que, cuando la nación se maneje a sí misma y tenga una constitución económica sólida, no tenga ya nada que temer, sea de un partido, de una secta o de un príncipe, ni usurpaciones ni res­tauraciones ni dictaduras; que pueda despedirse de la razón de Estado; entonces yo personalmente no sería jamás un detractor de Luis Napoleón. Le descontaría sus errores cometidos contra la democracia en la medi­da de sus servicios; le perdonaría por su golpe de Estado y le agradecería haberle dado al socialismo certeza y realidad.12 O

Lo que no se le puede negar a Luis Napoleón es el mérito, que es decisivo, de haberse atrevido a la

' hora de las revoluciones; es el de haber intervenido en todo en pocas semanas, estr~ecido todo, cuestio­nado todo, propiedad~ rentas~· intereses, inamovili­dades, privilegios de ciertos cargos, burguesías, dinastía, constitucionalismo, Iglesia, ejército, enseñanza, justicia, etc. Aquello que el socialismo atacó solamente con opiniones, el movimiento del 2 de diciembre lo atacó con actos, y logró probar el estado caótico de s~Jqeas, la confusión de sus integrantes, las contradicclones de sus decretos, los proyectos propuestos, luego retirados y después desmentidos, la fragilidad de las estructuras, la pobreza de principios y lo superficial que era esa estabilidad. Hizo bailar como si fueran sombras chines-

12 Rév. cUm., 118-119.

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cas a esas viejas instituciones, esas tradiciones sagradas, esos pretendidos monumentos del genio nacional; gra­cias a él, ya no podemos creer que sean necesarias o que esté justificada la duración de ninguna de las cosas que fueron objeto, dmante treinta afios, de los de­bates parlamentarios y cuya defensa, tan mal entendi­da, costó tanta sangre y tantas lágrimas a la República. Que la democracia, vencida en diciembre, regrese cuando quiera: encontrará a la gente preparada, el camino abierto, el arado en el surco, el -~~~ en el cuello de la bestia; podrá compartir ahol'á también, tal como lo hizo en 1848, los méritos del radicalismo, los de la moderación y la generosidad.18 O

El golpe de Estado es un hecho consumado; no lo apruebo de ninguna manera, pero digo que, ya que Francia entró en ese camino, lo quisiera o no, no puede salir de él volviendo sobre sus pasos, sino marchando hacia adelante. Ni la sociedad ni el tiempo retroceden jamás. u

ANEXO

PROUDHON Y HUGO EL 2 DE DICIEMBRE DE 1852

No podemos dejar de seíialar que el 2 de diciembre Proudhon, quien estaba legalmente detenido cumpliendo una condena, en el mismo momento en que llevaban ile­galmente a la cárcel a los representantes sin respetar sus

18·lbid., 219. 14 Al sefíor Marc Dufraisse, 30 de junio de 1852, Cor.,

IV, 282-283.

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f11eros, fue liberado, cuando pudieron haberlo retenido. Proudhon había aprovechado su libertad para venir a vemos.*

Conocía a Proudhon por haberlo visto en la Conserjería donde estaban encerrados mis dos hijos y mis ilustres amigos Auguste Vacquerie y Paul Meurice, y los valientes escritores Louis Jourdan, Erdan y Suchet. No podía dejar de pensar en que, ciertamente, ese dia no habian dejado salir a ninguna de esas personas.

En ese momento, Xavier Durleu me habl6 al oído. "Acabo de dejar a Proudhon, me dijo, quiere verlo a usted. Lo espera abajo, cerca de aquí, en la entrada de la plaza; lo encontrará usted acodado en el patapeto del canal."

-Voy a ir, le dije-. Bajé. Efectivamente, encontré en el lugar indicado a Prou­

dhon pensativo, con los codos apoyados sobre el parapeto. llevaba el sombrero de alas anchas con el que lo había \isto a menudo pasearse a grandes pasos, solo, en el patio de la prisi6n.

Fui hacia él. -¿Desea usted hablarme?, le pregunté. -sí. Y me estrech6 la mano. Estábamos en un lugar solitario. Tenfamos a nuestra

izquierda la Plaza de la Bastilla, profunda y oscura; no

• En la casa de Lafon, representante de Lot, en el muelle de Jemmapes, donde se habian reunido varios republicanos no­torios para intentar formar un comité de resistencia. La sospe­cha, que se manifiesta al principio del rexto, es una camcterls· tica que siempre suscit6 el anticonformismo de Proudhon en ese medio. En realidad, tal como él mismo lo explica, "el 2 de diciembre me habian dado permiso de salida porque mi mujer, que estaba por dar a luz, se hallaba indispuesta" ( A.E. de Girardin, delll de diciembre de 1851, Cor., IV, 138). No tiene nada de sorprendente que en medio de la confusi6n se le baya otorgado esta autorización, que era, además, perfectamente normal.

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se veía nada y se escuchaba una multitud; había regimien­tos en orden de batalla: no descansaban, estaban listos para marchar; se escuchaba el sordo rumor de los alientos; la plaza estaba llena de ese hormigueo de reflejos pálidos que producen las bayonetas en la noche. Por encima de ese abismo de tinieblas se erguía derecha y negra la Columna de Julio.

Proudhon continuó: -Vengo a prevenirlos, como amigo. Se hacen ustedes

ilusiones. El pueblo está mezcJado en esto. No se moverá. Bonaparte triunfará. Esta ~~--del S1l~fclgio univers¡d engaña a los bobos. Bonaparte se hace pasar por socialista. Ha dicho: "Seré el emperador del populacho ... Es una insolencia, pero las insolencias tienen oportunidades de triunfar cuando pueden servirse de esto.

Y Proudhon sefialó con el dedo los siniestros reflejos de las bayonetas.

Siguió diciendo: -Bonaparte tiene un objetivo. La República hizo al

pueblo, él quiere rehacer el populacho. m triunfará y ustedes fracasarán. :tl cuenta con ]a fuerza, los caí\ones, los errores del pueblo y las tonterías de ]a Asamblea. Los pocos hombres de izquierda que son ustedes no pueden impedir el golpe de Estado. Ustedes son honestos y él los aventaja porque es un bellaco. Ustedes tienen escrú­pulos y él los aventaja porque no los tiene. Dejen de resis­tir, créanme. La situactón no tiene remedio. Hay que es­perar, luchar en este momento sería una locura. ¿Qué esperan lograr?

-Nada, le respondí. -¿Y qué van a hacer? -Todo. Por mi voz se dio cuenta de que sería inútil insistir. -Adiós, me dijo. Nos separamos. Se hundió en las sombras; nunca más

volví a verlo. [VICTOR Huco, Histoire d'un crime.]

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VIII. SUPREMACíA DE LA JUSTICIA

EL 22 de abn1 [de 1858], los hermanos Gamier, edi­tores de Patís, publicaron una obra mía que llevaba por fitnlo De la Justice dans lcJ Révolution et ckms ftf:glise. Nouveaux principes de phílosophis prtlf.ique, adressés e) son Eminence Monseigneur Matthieu, Car· dinal-archevlque de Besatl{(On * [ .•. ] en tres volúme­nes, en 189, con este epígrafe tomado de los Salmos: Misericordia et V eritas obviaverunt sibi; Justiti4 et Pax oscukttae sunt. ** 1 O [Su finalidad exa] exponer la fi. losofia de 1a revolución. El mundo antiguo era com­pleto; tenía su teología, su filosofía, su poesía, su esté­tica, su economia, su política, su moral, etc. La re­volución no puede existir si no remplaza todo eso, es decir, si no reconstruye completamente la sociedad. ¿Alguna vez lo hizo, hasta ahora? ¡Ay! La revolución fue traicionada desde el primer día por su propia gente, pam la cual sólo se trat6 de un impulso espontáneo, potente, pero no reflexionado y menos comprendido. La Revolución estaba plagada de concepciones del An­tiguo Régimen, se alió con la Iglesia, se hizo mojigata,

• Esta gran obra evolucionó a partir de un articulo pe­riodfstico en contra de Proudhon firmado por un tal Eugene de Mirecourt. Pensando que los chlsmorreos que relataba sólo

: podrlan provenir del cardenal Matthleu, arzobispo de su ciudad natal, a este prelado Proudhon dirigió su respuesta: en realidad, esto no era más que un pretexto pam exponer el conjunto de sus ideas filosóficas.

•• "La Misericordia y la Vero.n'l se conocen; la Justicia y la Paz se abrazan" (Salmos, 85').

1 Justice {'Oursuivie, 178.

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se contradijo en todas y cada una de sus partes. Es cierto que no fue por falta de buena voluntad, sino a causa de la ignorancia colectiva. ¡Es una obra tan vasta!

Me atrevo a creer que, por primera vez, el pensamien­to sintético y profundo de la Revolución quedacl libe­rado, expuesto en su totalidad ante los ojos del mundo antiguo, que aún nos domina y nos posee, intua et cute. f ••. ] A mi modo de ver, la justicia debe regir todo: 1a vida ciudadana y la familiar, la economía, el trabajo y aun las artes y las letras. La Iglesia, órgano del pensamiento religioso, pertenece al mundo antiguo. La justicia, en cambio, lo abarca todo, domina todo, detennina todo; por esto todo orden humano se estruo­tura de acuerdo con la fonna en que la justicia sea interpretada: por la Iglesia o por la Revolución.• O

En lugar de enunciar las leyes de la ñ1osoffa a partir de la relación entre yo, que me considero en el pináculo del ser, y aquello que hay de inferior en la Creación y que defino como no-pensante, buscarla estas leyes en la relación existente entre yo y otro yo que no fuera yo, entre el hombre y el hombre. Puesto que sé que todo hombre, mi semejante, es la manifestación orgánica de una inteligencia, es un yo, creo también que los ani· males, dotados de sensibilidad, de instinto y- aun de inteligencia, aunque en grado menor, son un yo, de una categorla inferior, por cierto, pero creados de acuerdo con un mismo esquema; y como no puedo trazar una demarcación entre el animal y las plantas, ni entre éstas y lo mineral, me pregunto si los seres inorgáni­cos no son espfritus dormidos, un yo en estado embrio-

2 Al sefior Marc Dufraisse, 28 de octubre de 1857, Cor., VII, 291-292.

~~-

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nario, o tal vez poseedores de un yo del que desconozco su forma de vida y de acción.

Si consideramos entonces que todo ser es yo y no-yo, lo mejor que podemos hacer ante esta ambigüedad ontológica es tomar como punto de partida la relación no entre yo y yo-mismo, según lo emprendió Fichte, como si quisiera hacer fa. ecuación de mi espíritu, un ser simple, indivisible e indescifrable; sino la relación entre yo y otro yo que sea igual a )DÍ pero que no sea yo, lo cual ya no constituye una dualidad metafísica o antinómica, sino una dualidad real, viva, suprema.

Al actuar de esta manera, no COitO el riesgo de in· juriar o agraviar a nadie; al estudiar las cosas desde la perspectiva de lo humano, tengo la ventaja de no perder nunca de vista el conjunto; por diferente que sea la naturaleza de los objetos de mi investigación, estaré menos expuesto a equivocarme en la medida en que considere que, en un último análisis, todo ser que no es igual a mí está dominado por mí, forma parte de mí, o bien pertenece a otros yoes que son mis semejantes, de manera que podemos presumir racionalmente que las leyes que rigen las relaciones entre los sujetos son las mismas que las que rigen entre los objetos, porque si no la subordinación de éstos a aquéllos seria imposible y habrfa una contradicción entre la naturaleza y la humanidad.

Observemos entonces que, ante esta interrelación innegable, la filosofía deja de ser especulativa para vol­verse totalmente práctica: las reglas que rigen mis actos son idénticas a los juicios que enuncio.

¿Cuál es esta idea principal, al mismo tiempo objeti­va y subjetiva, real y precisa en cuanto a la naturaleza y a la humanidad, especulativa y sentimental, que abarca la lógica y el arte, la política y la economía;

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razón práctica y razón pura que rige simultáneamente el mundo de la Creación y el de la fi1osofia, y que sirve de base para que se construyan el uno al otro; esa idea que, aunque dualista por su fórmula, excluye cualquier tipo de prioridades o de superioridad y abarca en su sfntesis lo real y lo ideal?

Es la idea de derecho, la ~CIA.8 O. Hasta el presente [ .•• ] los teólogos y los filósofos

están de acuerdo en deducir los principios del derecho y de las costumbres a partir de alguna especulación, teorfa o doctrina, no importa cómo la llaniemos, que es siempre teológica o metaffsica. Para todos ellos la moral está fundamentada en el dogma; la razón prác­tica se deduce de la razón especulativa, la que a su vez la legitima con sus propias reglas. Este sistema lleva a esas conclusiones porque jamás se consideró que la justicia fuera otra cosa que una idea, un producto de la especulación, tal como el tiempo, el espacio, la causa, la sustancia, lo bello, lo úb1, etc. A lo sumo la ca­lificaron como un mandamiento de Dios, lo cual no contradice la tesis.

Yo pienso, por el contrario, que la moral existe por s{ misma: ésta es la innovación que introduce mi obra. La moral no emana de ningún dogma, de ninguna teorfa. En el hombre, la conciencia es la facultad rec­tora, la mayor de las aptitudes, a la cual las demás sirven de instrumento y de asistentes. Y así como pien­so que Ilj? es la religión la que hace al hombre ni es el sistema polftico el que hace al patriota o al ciudadano, pienso también que ni a partir de la metafisica, ni de la poesía, ni de la teología elaboro las reglas de mi forma de vida personal o social; por el contrario, a

S Ju8tice, J, 214-215.

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partir del dictamen de mi conciencia formulo las reglas que dirigen mis juicios, porque mi conciencia es la única que puede garantizar la veracidad de mis opinio­~es. Creo que la noción de lo justo es simultáneamente ·~ e instinto y, puesto que el instinto constituye la

manifestación primaria, la principal fuemt de mi alma y el pafs de mi libertad, fuera del cual encuentro sola­mente vergüenza y miseria, me pareció lógico invertir las enseñanzas que habfa recibido desde la infancia y, en lugar de hacer que mis deberes y mis derechos se subordinaran al estado más o menos precario de mi razón, hice por el contrario que mi razón y mis opinio­nes se subordinaran al conocimiento instintivo que tengo de mis deberes y de mis derechos.

Debo decir que esta tendencia de mi carácter es na­tural en mí. Me dominó desde la infancia; mucho antes de que tuviera la conciencia clara, me inspiraba y me dirigía en mi trabajo crítico: esto explica el porqué de todas mis afirmaciones y mis negaciones. Pronto en~ contré que este método, inverso a todos los demás, tiene la ventaja de que puedo equivocarme en mis ideas sin experimentar vergüenza ni pesar, mientras que no podrfa equivocarme a partir de la conciencia sin ser de alguna forma el culpable y sin sufrir por ello. De todo esto resulta que esta religión mfa, mi f:Ho­soffa, si se me permite este calificativo ambicioso, no podrfa ser jamás condenada por un anatema irrevocable porque la humanidad no puede desear su propia de&­trucción. Me siento en comunión con todos los seres humanos de todas las épocas. Al igual que aquellos cristianos que eran indiferentes a todo lo mundano y a toda riqueYa temporal porque conoclan y tenfan a Jesucristo, Roe unum scio, fesum Christum, et hunc crncifixum, puedo renunciar a todo si estoy con la jus-

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ticia; puedo ser feo, sufrido, de inteligencia mediocre y pobre, pero si me mantengo justo no perderé jamás mi dignidad. Y serla aún más digno y estimable si, cuanto más feo, sufrido, mediocre y pobre fuera aún más justo me tomase. El conocimiento de las ciencias, del cual carezco; la brillantez del genio, que envidio en otros, me sirven para fortalecer mi respeto por las leyes, me demuestran que aparte de ellas nada existe, Vanitas wmitatum, prazter üli soli servire, y al hacerme olvidar mis ambiciones me facilitan el vivir en la virtud.

Sé bien que los aficionados a las altas especulaciones encontrarán que esta manera de enfocar las cosas es más bien banal y que se me acUsará de ignorancia. Pero para responderles me basta con remitirlos a ellos mismos; con señalar las incoherencias y contradiccio­nes que hay en sus teorlas; con recordarles que el único punto en que más o menos están de acuerdo esas teo­rias es la moral, objetivo final de sus especulaciones, lo cual prueba irrefutablemente que, tanto en ellos como en los hombres simples, la conciencia es más sólida que la inteligencia; con hacerles ver, finalmente, que toda esa metafísica, de la cual ellos dicen que es el origen de la moral, implica esta propuesta abomina­ble contra la cual protestan todas las peiSonas honestas: ¡Si mi filosofia es errónea, entonces la justicia, la virtud y la humanidad no son más que palabras! ... " O

Si consideramos el tema en forma aislada, el estudio de la conducta humana, cualesquiera que sean las influencias externas, no parece ofrecer grandes dificul­tades. Mientras digamos que el hombre domina a la naturaleza, que antepone su dignidad a todo y que la búsqueda de la felicidad es su única met~, no obser­vamos en esto ninguna contradicción.

" Ibid., IV, 492-494.

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No ocurre lo mismo si estudiamos al sujeto a partir de su relación con sus semejantes y con la sociedad en que vive; entonces nos preguntamos si es posible ela­borar una ciencia de la conducta humana a partir de una colectividad formada por seres inteligentes y libres. La variedad de formas de conducta entre las distintas naciones es infinita. ¿Podremos encontrar, entonces, alguna constante social? Aquí comienza una serie de problemas que configuran la desesperación de los filó­sofos y el triunfo de los teólogos.

r ... ] Desde el punto de vista del sujeto, ya sea un individuo o un grupo, como algo aislado, y sin tomar en cuenta sus relaciones con otros individuos o grupos de su misma especie, las reglas de conducta son su más alto logro, son lo que llamamos máximas de la felicidad. Pero puede ocurrir, y la experiencia demuestra que ocu­rre todos los illas, que tanto los intereses in!dividuales como los colectivos estén diametralmente opuestos. ¿Qué hacer para conciliar esos intereses divergentes si, para todo el mundo, la búsqueda de la felicidad sigue siendo el objeto de las reglas de conducta? ¿Cómo satisfacer simultáneamente esos deseos antagónicos cuando cada uno exige para si lo que todos los demás también reclaman? G .O

Para que la gente viva en una sociedad razonable, deben existir una serie de libertades, transacciones voluntarias y compromisos recfprocos. Nada de esto podrá realizarse si no recurrimos al principio mutua­lista del derecho. La justicia es mutual por naturaleza en sus manifestaciones, aunque en una sociedad se considere que ésta es más importante y que va más allá del individuo, tal romo ocurre en las sociedades

6 Ibid., I, 298.

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comunistas. La sociedad no podrla existir sin indivi~ duos; es el producto de acciones reciprocas y del es~ fuerzo común; es su expresión y su síntesis. Gracias a este organismo, los individuos, que nacen iguales en su ignorancia, se especializan de acuerdo con sus capa~ cidades, oficios y funciones; desarrollan y multipli~ can en alto grado sus aptitudes y sus libertades. Así llegamos a una conclusión decisiva: si hacemos lo que se nos da la gana en nombre de la libertad, la restringimos; pero si la obligamos a transigir, la multiplicamos.• D

Todas las cuestiones polfticas y económicas depen~ den [ ..• ] de las cuestiones fundamentales de la circu~ lación y del intercambio, las cuales se resuelven por la ley de recifmJcidad, que no es otra cosa que el aspecto positivo de la ley de las contradicciones, que es en sí ~isma negativa.' O La ~bra ~IJ!I.l!~cción no debe.} mteq>retarse en su acepcrón vulgir, como cuando al­guien se desdice de lo que acaba de afirmar. Por el con­trario, se trata de una oposición inherente a todos los elementos y a todas las fuexzas que constituyen la sociedad, y que hace que esos elementos y esas fuerzas se combatan y se destmyan mutuamente si el hombre, por medio de la raz6n, no encuentra la fonna de coro~ prenderlos y mantenerlos en equilibrlo.8 O

No intentemos evitar el problema de la contradicción porque es inevitable. Debemos manejamos con y por

~~· la contradicción.9 -D La antinomia es uno de los fenó­menos, una de las formas de la inteligencia; la ecuación

s Ibid., 1, 304. 1 Al señor Delarageaz. 4 de mayo de 1848, Cor., V, 369. 8 Al señor !mile Charpentier, 24 de agosto de 18)6, CCJT.,

VII, 117. 9 Cametr, I, 133.

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es otra de sus formas; ambas se estimulan mutuamente; si no existiera la primera no existiría la segunda; pero, puesto que el funcionamiento conjunto de todos los conocimientos implica un equilibrio, que la exactitud del cálculo implica equilibrio, que la actividad intelec­tual producida por la antinomia tiene por finalidad el equih'brio, que la razón se basa en el equilibrio o saber, y que el equilibrio no tiene ya nada de antinómico porque si lo tuviem no existirlan ni 1a exactitud ni la verdad, y el pensamiento no serfa más que un movi­miento pendular perpetuo, resulta de todo esto que tanto la inteligencia como la conciencia comprenden y abarcan todas las antinomias y no se puede ni se debe calificarlas de antin6micas.10 O

Hacia 1854, descubri que la dialéctica de Hegel, de la cual me había servido para desarrollar mi Sy&teme des contradictions économiques, en una forma un poco ingenua, por asf decirlo, estaba errada en uno de sus puntos y servía más bien para confundir las cosas que para aclararlas. Me di cuenta entonces de que, siendo la antinomia una ley tanto de la naturaleza:; ·, como de la inteligencia, un fenómeno del entendimien­to, no se resuelve nunca; se mantiene eternamente como lo que es, causa primaria de todo movimiento, principio de vida y evolución, por la contradicción de sus términos; solamente podemos cantrapesarla ya sea oponiéndola a otras antinomias o equilibrando los opuestos.11 O Es evidente que las ciencias del dere­cho, la economía política, la metafísica, etc., se desarro­llan en una perpetua antinomia. [ ... ] Pero, en el fon­do, esta antinomia no proviene de la justicia en sf; la conciencia no es antinómica por naturaleza, como la in-

10 Al señor Langlois, 17 de enero de 1862, Cor., XI, 345. u Th. propr., op. cit., p. 206.

201 /,.

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teligenci.No existiría una moral positiva si fuera as{, y tendrfafuos que quedamos de brazos cruzados, como hacen los maltusianos. La justicia, en si, no es más que la armonía de las antinomias, es decir, lo que reduce al equilibrio las fuerzas en pugna, la ecutlCÍÓn de sus respectivas pretensiones. Por esto no adopté como divisa la libertad, esa fuerza indefinida y absor­bente a la que se puede aplastar pero no convencer; preferi la justicia porque juzga, regula y distribuye. La libertad es la fuerza de la soberanía colectiva; la justicia es su ley.11 O

¿Qué es esta fueiZa? ¿Cómo comprenderla? ¿Cómo definirla? !se es ahora nuestro ptoblema.

Se ha dicho que la justicia no es más que una rela­ción de equilibrio concebida por- la inteligencia y li­bremente aceptada por la voluntad, a causa de su utili­dad, tal como cualquier otra especulación de la razón; de esta manera la justicia se reducida a ser una me­dida de precaución y de seguridad, un acto de buena voluntad y aun de simpatfa, pero siempre en función del amor a sf mismo, y que, fuera de eso, no podrfa ser más que un producto de la imaginación, algo inexistente.

Pero aun sin tomar en cuenta que esta opinión se ve desmentida por el sentimiento universal que r~ noce y afirma que la justicia no es un simple cálcu1o de probabilidades o una medida de precaución, pode­mos observar, en primer lugar, que en un sistema como ése, que no es otro que el de la duda moral, la sociedad no puede existir: lo estamos comprobando hoy, tal como lo comprobaron los griegos y los romanos; en segundo lugar, si no existiera en las almas esa fuerza de la justicia, la violencia y el fraude se co~vertirfan en

1a Al seftor Langlois, 30 de diciembre de 1861, Cor., XI, 308.

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ley, la libertad seda destruida a pesar de cualesquiera medidas policiales y de seguridad, y el hombre se tran~ _ . formaría en una fi~, lo cual acaRlría con la crítica.

Volviendo entonces al tema, podemos decir que: Cualquiera que sea el nombre que le demos a la

justicia, es innegable que existe la necesidad de un principio que actúe sobre nuestra voluntad como una fuerza y que la canalice en el sentido del derecho o de la reciprocidad de intereses, independientemente de toda consideración egoísta. La sociedad no puede depen· der de cálculos e intereses egoístas; lo atestigua la his­toria de la humanidad.

Se trata de verificar la existencia, analizar la natura­leza y encontrar la fórmula de este principio o fuerza. La única ética de hoy consiste en comprobar la rea­lidad de la justicia y definirla, indicando cuáles son sus aplicaciones generales: es la tarea más importante de la filosofía moral actual.

Sin embargo, hay dos maneras de concebir la justicia: como una presión exterior aplicada al yo; o bien como una facultad del yo que, deslcle su fuero interno, siente su dignidad en la persona de su prójimo con la misma intensidad con que la siente en la suya prOpia, iden­tificándose y adaptándose al ser colectivo sin perder su individualidad.

En el primero de los casos, la justicia es exterior y superior al individuo, ya sea que provenga de la colec­tividad considerada como ser sui generis, como en el caso de la teoría comunista que ya analizamos,* y su dignidad sea superior a la de todos los miembros de dicha sociedad; o que provenga de una instancia de jus­ticia aún más alta, del ser transparente y absoluto que anima e inspira a la sociedad y que llamamos DIOS.

* Cf. su{'ra, p. 66 y siguientes.

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En el segundo caso, la justicia es inherente al indi­viduo, homogénea a su dignidad e igual a esa misma dignidad multiplicada por el número de relaciones que impone la vida en sociedad.

El primero de estos sistemas es el de TRASCENDENCIA, comúnmente llamado de revelación; es el más antiguo que se conoce y aún continúa vigente en todo el mWJ.~ do, aunque cada día pierda terreno entre las naciones civilizadas. El objeto de todas las religiones o formas religiosas es inculcarlo: desde la época de Constantino, el cristianismo es su organismo principal. A los teólogos debemos sumar una multitud de reformadores que se separaron de 1a. Iglesia y aun del teísmo, pero que siguen siendo fieles al principio de subordinación ex­tema, y que remplazaron a Dios por la Sociedad, la Humanidad o por cualquier otra Entidad Soberana que sea más o menos visible y respetable.

De acuerdo con la doctrina generalmente aceptada, cuyas teorías disidentes no pasan de ser mub1aciones, · el principio moral, formador de la conciencia, fuerza que le otorga virtud y dignidad, es de origen superior al del hombre y actúa sobre él como una influencia que viene de lo alto, gratuita y misteriosa.

De acuerdo con esta génesis, la justicia es sobrenatu­ral y sobrehumana; emana de Dios, quien la comunica, la insufla en el alma hecha a su imagen y semejan7Jl, la cual puede recibir el mensaje de su divino autor por estar modelada con la misma sustancia. [ ... ]

El otro sistema, opuesto radicalmente al primero, y que la Revolución trataba de imponer, es el de la INMANENCIA, y dice que el sentimiento de justicia es inherente a la conciencia.

Esta teoría afirma que el hombre, aunque haya na­cido en estado salvaje, tiende constantemente a crear

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la sociedad en forma natural y espontánea. Seria una abstracción tratar de considerarlo aislado y sin otra ley que la del egoísmo. Su conciencia no es doble, como afirman los trascendentalistas; no proviene del animal por un lado y de Dios por el otro; está solamen· te polarizada. Como parte integrante de una existencia colectiva, el hombre siente su dignidad en si mismo y a la vez en el otro, y por esto lleva en su interior un principio moral superior a su individualismo. Este prin· cipio es inherente a él, inmanente, y no lo recibe de fuera. Constituye su esencia y la de la sociedad. Es la forma particular del alma humana, que se define y se perfecciona cada vez más por medio de las rela­ciones cotidianas que impone la vida en sociedad.

La justicia, en pocas palabras, es pam nosotros como ei amor, como la noción de belleza, de lo útil, de la verdad, como todas nuestras habilidades y facultades. Y puesto que nadie dice que provengan de Dios ni el amor ni la ambición ni el espírit;n <!~ladón o de empresa, no veo por qué delséi1imos ba.cer una excepción con la justicia.

La justicia es h001ana, íntegramente humana y nada más que humana: se la distorsiona cuando se la trata de relacionar, de cerca o de lejos, en forma directa o indirecta, con algún principio superior o anterior a la humanidad. Que la filosofa se ocupe de la naturaleza de Dios y en sus atributos todo lo que quiera, tal vez ése sea su derecho y su deber. No creo que tenga nada que ver esta noción de Dios con nuestras constitu­ciones políticas y nuestros tratados de economía o de álgebra. La teoría de la ra:Wn práctica existe por sí misma; no formula la existencia de Dios y la inmorta­lidad del alma ni necesita hacerlo; sería una mentira si necesitara de ese tipo de fundamentos.

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rute es el significado preciso de la palabra inmanen­cia, sin ningún tipo de reminiscencias teol6gicas o so­brenaturales. La única sede de la juSticia es la huma~ nidad, es progresiva e irreversible para la"humanidad y pertenece a ésta: he aquí, pues, mi forma de pensar, que está arraigada en lo más profundo de mi con­ciencia.18 O

La ffiosofia es la búsqueda de la raz6n de las cosas, entendiéndose por C08d8 todas las manifestaciones hu­manas; puesto que de acuerdo con esta definici6n toda búsqueda sobre la naturalem o el en-sf. de las cosas, su sustancia, su materialidad, al igual que sobre cualquier tipo de absoluto, queda excluida de la filosofía, se deduce que el principio de certidumbre, la idea arque­típica con la cual se relacionan todos nuestros conoci­mientos debe. ser ante tcx:lo un principio racional, lo más francamente racional, lo más eminentemente inte­ligible, lo menos COIS'tl, por decirlo asf..

La idea de justicia cumple con esta primera condi­ci6n. Su principal caractedstica es la de ser la expresi6n racional, voluntaria y con pleno conocimiento de causa entre dos seres racionales, dos personas. La justicia es un contrato recíproco; * no es el producto de una im­presi6n del no-yo sobre el yo y de la acci6n de éste sobre aquél, sino un int.ercambio entre dos yoes que se conocen el uno al otro como se conocen a si mismos, y que se juran, sobre la mutua garantia de su honor, una alianza perpetua. No encontraremos una idea tan elevada en toda la historia del conocimiento.

Pero la justicia no es solamente la relación entre dos

13 Jmtice, I, 315-334-. • Aquf Proudhon utiliza el término ttynallagmatiqut~. El reco­

pilador aclara, en una llamada al pie de página: "De BUJUJlktgma, contrato: que implica obligaciones reciprocas." [N. del T.]

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personas: no alcanzaría a cumplir con su función si no fuera más que eso. Debe ser realidad e idea y, pqr su poder de síntesis, servir de fundamento a la filosofia y de principio a todo el conocimiento. Además, la justicia reúne las siguientes ventajas: es el punto de transición entre sensibilidad e inteligencia, realidad e idea, especulación metaffsica y percepción por la experiencia.

Tendrlamos un concepto estrecho de la justicia si pensáramos que existe solamente en los códigos y que sólo se la encuentra en las asambleas nacionales o en los tribunales. Sin duda su carácter de soberanía políti­ca se apodera de nuestro pensamiento y domina la hu­manidad. Pero esta justicia impuesta por mandato para regir las relaciones con nuestros semejantes se impone también, de forma autoritaria, a nuestra inteligencia, a nuestra imaginación y a nuestra conciencia; su fórmu­la domina el mundo entero y nos sermonea con sus preceptos y pautas.

La justicia toma d,iferentes nombres, de acuerdo con las facultades a las que esté referida. Con respecto a la conciencia, que es la más elevada, es la JUSTICIA pro­piamente dicha, y reglamenta nuestros derechos y nuestros deberes; en el terreno de la inteligencia, la ló­gica, las matemáticas, etc., es la igualdad o ecuación; en la esfera de la imaginación, lleva el nombre de ideal; en la naturaleza, es el equiljbrio. La justicia se impone a cada una de estas categorlas de ideas o de hechos bajo un nombre particular y como condición sir~e qw non; al hombre, ser complejo cuyo espllitu abarca y unifica actos de h'bertad y operaciones de la in­teligencia, cosas de la naturaleza y creaciones de la imaginación, se le impone por la síntesis con una auto­ridad que nunca mengua; por eso el individuo que falte

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a las leyes de la naturaleza o del espirito en sus relacio­nes con sus semejantes está faltando a las leyes de la

•. justicia.14 O Podemos ahora dar una definición de justicia [ ... ]. l. El hombre, en virtud de su raciocinio, tiene la

facultad de sentir su dignidad en la persona de su pró­jimo como si fuem. en la suya propia, y de afirmarse a la vez como individuo y como especie.

2. La JUSTICIA es la consecuencia de esta. facultad: es el respeto por la dignidad hu11U1114, aparecido en forma espontánetr y gar~ redprocxnnente; Tulcia cualquier persona y en cualquier circunstancia en que ésta se encuentre comprometida, crceptando cualquier riesgo al que nos exponga su defensa.

3. Este respeto se encuentra en una forma infe­rior entre los bárbaros, que lo complementan con la religión; pero se fortifica en el hombre civt1izado, que practica la justicia por la justicia misma, y que se li­bem. constantemente de sus intereses personales y de consideraciones sobre la divinidad.

4. La justicia concebida de esta forma es implícita­mente adecuada a la beatitud, principio y fin del des­tino del hombre, porque lo identifica con la humanidad al hacer que las condiciones sean iguales y solidarias para todos.

5. De la definición de justicia se deducen las de derecho y tkber.

El derecho es para el individuo la facultad de exigir a los demás el respeto a la dignidad de su persona; el deber es la obligación que tiene cada uno de respetar esta dignidad en los demás.

En el fondo, derecho y deber son términos idénti-

t4 Ibid., 1, 216-218.

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cos, puesto que constituyen siempre la expresión del respeto, ya sea exigido o debido; exigible porque es debido y debido porque es exigible; solamente difie­ren en el sujeto cuya dignidad está comprometida: yo o tú.

6. La igualdad ante la justicia proviene de la iden­tidad de la razón de todos los hombres y del respeto mutuo que los lleva a defender a cualquier precio su dignidad mutua.16 O

¿Qué es, en realidad, esta justicia sino la esencia soberana que la humanidad de todos los tiempos ha adorado con el nombre de Dios; que la filosofia siem­pre ha buscado bajo distintos nombres, ülett de Platón y de Hegel, ctbsoluto de Fichte, r~n pura y rcón prdctica de Kant, derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución? ¿Acaso desde el comienzo del mundo, el pensamiento humano, religioso y filosófico, no se ha movido constantemente sobre ese mismo eje? [ ... ]

Para el ser racional, la justicia es, simultáneamente, principio y forma del pensamiento, garantfa de discer­nimiento, regla de conducta, meta del saber y razón de la existencia. Es sentimiento y noción, manifestación y ley, idea y realización; es la vida, el espíritu y la razón universales. En la naturaleza, todo coincide, todo conspira y todo condesciende, según la expre­sión de un antiguo;* en pocas palabras, todas las cosas del mundo tienden al equilibrio y a la armonía. De la misma forma, en la sociedad, todo se subordípa a la justicia, todo sirve a sus fines, todo está sujeto a sus órdenes, de acuerdo con ella y proporcionado a ella; ella es quien dicta las prioridades del conocimiento. La justicia no se subordina a nada, no reconoce nin-

15 lbid., I, 423. • La Sumfmoia panta de Leibniz.

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guna autoridad que no sea la suya y no siive de instru­mento a ningún interés, ni siquiera a la libertad. Es el m4s claro de nuestros ideales, el único de nuestros sentimientos que los hombres respetan sin reservas; es indestructible. Los ignorantes la comprenden tan bien como los sabios, y saben defenderla con el ingenio de un catedrático y con la valentfa de un héroe. Hasta la precisión de las matemáticas palidece ante la mag­nificencia del derecho. La gran tarea del género hu­mano es la estructuración de la justicia, ciencia magis­tral, obra de la espontaneidad colectiva y no de la imaginación de los legisladores, y que se desarrollará hasta el infinito.

¡Pueblos del mundo! La justicia es severa y no pode­mos burlamos de ella. Todo el mundo se inclina y se descubre ante ella. Ella es la 6nica que permite, tolera, prohibe o autoriza: no serfa justicia si necesitara de permisos, autorizaciones o indulgencias. Cualquier in­tento de entorpecer la marcha de la justicia constituye un ultraje que los hombres deben reparar con las armas. No ocurre lo mismo con la religión, que se vio obligada, para prolongar su vida, a volverse tolerante, y que ya no podrla existir si no fuera porque cada vez cede más terreno. Esto indica claramente que ya no sirve para nada. La justicia, por el contrario, se impone sin aceptar condiciones; no tolera que nada se le oponga y no admite ningún tipo de rivalidades, ni en la conciencia ni en el espfritu; y cualquiera que renuncie a ella, aun­que sea por un ideal, o por amor, queda automática­mente excluido de la raza humana. ¡Demócratas, no hay pacto posible con la injusticia! Que éste sea vuestro lema en la paz y vuestro gdto de batalla en la guerra.11

1e Ibid., 223-225.

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ANEXO

TESTIMONIO DE SAINTE-BEUVE .

No puedo concebir a Proudhon si no es relacionado con la actividad poUtica. Teníamos el mismo editor, Gamier. Yo conocía su obra y respetaba su talento. Me llegaron, de su parte, comentarios elogiosos sobre mi persona, los cuales, proveniendo de un crítico tan severo, me fueron particularmente valiosos. Nos dieron ocasión de reunir­nos: la conversación giró sobre temas fllos6ficos, más bien sociales que pollticos. Estuvimos de acuerdo en la necesi­dad de un futuro mejor, la intensidad del sufrimiento actual y la necesidad de reparación y de justicia que expe­rimenta la gran masa de trabajadores. ru se expresaba con autoridad, con peso y convicción. Yo lo bacía a partir de mÍ$ inclinaciones naturales y mis deseos. Un tema que tratamos en esa primera entrevista fue el de la influencia de la literatura sobre la sociedad. Cuando abandoné la reunión, me senti bastante sorprendido de haberme en­contrado con un hombre tan conciliador y tan abierto, cuando su fama lo precedía presentándolo como un lu­chador rudo e intransigente. Proudhon se adelantó a mis pensamientos y me dijo: "Dejé mis pasiones en la puerta.'' Como si hubiera querido decirme: "No soy as{ con todo el mundo ni todos los días.''

En esos afios (1856-1857) nos volvimos a ver varias veces: yo me conducía con discreción. Mientras preparaba su libro De la Justice dans la Révolution et dans ft!.glise, me mandó decir que deseaba encontrarse conmigo para comentar juntos a varios autores del momento a quienes él no conocía muy bien. En un primer momento le había dedicado a la literatura una parte más amp1ia y detallada de su libro. Había leido a muchos de los autores moder­nos de renombre, entre ellos a Alfred de Musset, lo que

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hizo que suprimiera una parte de su libro que ya estaba escrita donde emitía apreciaciones que hubieran escan­dalizado a los artistas y a los susceptibles. Quería discutir conmigo principalmente sobre George Sand. Hice todo lo poSible para que la juzgara con menos severidad ( ... ] . Se me hacía dificil que aceptara mis explicaciones y mis razones atenuantes este espíritu riguroso [para el cual} la moral social aplicada a la literatura se imponía como re­gla y como deber de conciencia.

Dej6 Francia poco tiempo después, y ya no nos volvimos a ver. Pero le envié a Bélgica mi obra Port-Royal en cuanto estuvo tenninada; era el juez más competente que podía desear para este retrato de un cristianismo austero r ... ] . Proudhon me contestó con una carta que es para mi un testimonio invalorable y que considero un título honorí­fico. {C...A. SAINTE-BEUVE, P.-J. Proudhon, sa vie et sa correspondance, 1872, edición de Alfred Costes, 1974, pp. 1-4.]

; 'l ..

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IX. DE LA GUERRA A LA PAZ

LUBOO de la condena que me aplicó [ ... ] el tribunal comccional de Seine * [ ... ] interpuse una apelación y comencé inmediatamente a preparar una exposici6n para mi defensa.

Cuando terminé mi trabajo y a pesar de que la ley del 17 de mayo de 1819 autoriza plenamente este tipo de publicaciones me fue imposible encontrar quién . lo imprimiera en Parls. No era suficiente que al lado de mi firma estuviera la firma de un abogado; querlan tener la seguridad de que no habrla nuevas acusacio­nes en mi contra, pero el procurador general Chaix d'Est.Ange se negaba a asegurarlo. En nuestra patria siempre han existido excepciones a todo tipo de de­recho.

* Su b1>ro De Lt lusP cfans 14 AAolution et dans 'fl:glile fue decomisado y su -rutar condenado a tres afios de prisión y 4: müftancós de multa. Luego de una luchaa:ülorosa pm de· clarar income:¿¡tente al tn'bunal que lo j~ba, sus abogados lo convenaeron e ta inutm<T:ia de sus esfUerzos. Para no regresar

, a la prisión, y con fa"'W!Ma a su cargo, pasó a Bélgica el 17 de julio de 1858 y se instaló en Bruselas, utilizando el nombre de Durfort, haciéndose pasar por profesor de matemáticas. A principios de diciembre, la sefiora Proudhon y sus dos bijas se reunierón eon él. En el exilio, el escritor retomó el ritmo frugal. y laborioso de vida al que estaba acostumbrado, y se encontraba, según decfa, "casi en el Parls en que vivfa, es decir, tan extranjero para el mundo como lo fui en Bruselas" (a Charles Edmond, 13 de.septiembre de 1858, Cor., VIII, 190). Este periodo, no~blemente fecundo, fue oscurecido por pro· blemas económicos agudos y serios quebrantos de saluil, tanto para él conto para su familia.

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Por eso vengo a pedir a la prensa belga que publi­que mi exposici6n.1 O

Puedo asegurar que jamás hubo condena de trasfondo más ~lítico que la mfa. En cuanto a la parte formal, parec1a otra cosa. [Fui] condenado por ultraje a la rooral páblica 1 relitjcsa: ahora bien, salta a la vista que esta acusación era falsa y que un delito de esa fndole tam­poco podfa considerarse delito f'olitico. [ ••. ]

¿Debfa recurrir, como última instancia, al Empera· dor? A esta pregunta respondo que, de haberlo hecho, jamás hubiera salido de Francia; s6lo tenfa que dejarme condenar sin decir nada y dejar que mis amigos se en-

. cargaran de ello, y es seguro que, un poco antes o un poco después, hubiera llegado la amnistía. Rechacé esa instancia: después de haber escrito un libro sobre la justicia en el que hacia un proceso a la Iglesia, no querfa aparecer como un suplicante; organicé mi defen­sa tomando esto en cuenta. [ ... ] Hoy puedo decir que estoy perfectamente de acuerdo con mi conduc­ta.11 O [Sin embargo] decía la verdad cuando afirmaba que la cárcel es menos dura que el e:u1io, pero tres años era demasiado tiempo y mi pensamiento se asfi­xiaba.8 o

El sefior Bouquié * y yo hicimos el viaje sin el me­nor inconveniente. Ni un solo curioso indiscreto, ni un gendarme. S61o que nos vimos obligados a perder una hora y media en Lille y tuvimos que alquilar un ve-

1 Al seftor Ministro de Justicia, Bruselas. 22 de julio de 1858, Cor., VIII, 113-114.

111 Al sefior Langlois, 21 de septiembre de 1859, Cot., IX, 160-161.

a A su mujer, 20 de julio de 1858, op. cit., p. 143. • Militante republicano que se encargó de" hacer pasar la

frontera a Proudhon y lo albergó durante los primeros dfas de su estadfa en Bélgica.

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hículo particular hasta Toumay, que llegó a su destino después de aproximadamente nueve horas de viaje, en plena noche y cuando todas las oficinas estaban ya cenadas. [Al dfa siguiente] abandonamos Toumay a las nueve, y llegamos a Bruselas al mediodía:' O En· contré que Bélgica era hospitalaria; me relacioné con excelentes personas, y si no hubiera dejado en Francia tantos seres queridos, creo que me habria instalado de-­finitivamente entre los belgas.• O Mientras tanto, no tuve más relaciones con Francia que las imprescindibles; quise aclimatarme por un tiempo, wlverme belga, pen­sando que ésta era la mejor manera de aprovechar mi posición; hice algunas amistades, conocí gente, establee( algunas relaciones; en pocas palabras, trabajé para con· quistarme simpatías en esa tierra extranjera y hacerme de un público reducido como el que tengo en Francia, y creo que tuve bastante éxito.• O La patria de un escritor es el lugar donde publica.' O

En mi opinión, la raza no está a la altura de la nues. tra. Pero esto es lo que la hace más modesta, más es. merada, más práctica. Los defectos más grayes que les reprocho los han tomado de nosotros.8 O

En Bélgica preparé la continuación de mis estudios y publicaciones para el resto de mi carrera, con objeto de poder introducir nuevos temas sin tener que apar· tarme de mi linea de pensamiento ni de mis estudios

' Al seftor Charles Beslay, 18 de julio de 1858, Cor., VIII, 106.

o Al seftor y la seftora (ilegft"e], 8 de mayo de 1859, Cor., IX, 76.

e Al sefior Suchet, 27 de junio de 1861, Cor., XI, 130·131. T Al seftor Joseph Ferrari, 7 de noviembre de 1859, Cor.,

IX, 229. · 8 Al seftor y señora [ilegible], 8 de mayo de 1859, Cor.,

IX, 77.

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de economía. Después de dedicarme durante veinte afios a la critica y a la Z6{f)ca, publiqué [ ... ] por prime­ra vez la serie de mis principios positivos, el conjunto de mis afirmaciones, tratando de abarcar todo lo anterior en la forma más general. Este trabajo es mi libro De la Justice. *Sin duda la crítica ocupa una gran parte de la obra, pero no más de lo que me resultaba necesario para fundamentar mis conclusiones.9 O

Una interesante aplicación j ... ] de mi teoría sobre la justicia [ ... ] 10 .O lleva el título de La Gusrre et la Paix, étude sur le droit des get'l3. Es J ... ] un eñsayo··­sobre la filosoffa de la guerra y la po ítica internacio­nal.11 O Este libro me costó un trabajo titánico. Para realizarlo debi aventurarme en un terreno desconocido, sin ningún punto de referencia. No podía contar con los numerosos escritores que habían tratado anteriormen­te la materia; tuve que refutar todo, rehacer todo, reconstruir todo fntegramente.12 O

Experimentando, al igual que todo el mundo, la ne­cesidad de aclarar la verdad sobre esta cuestión de la paz y la guerra, analizo con toda conciencia y paciencia este fen6rneno; comienzo por observar que la guerra contiene un elemento de rru:mtl, jurf.dico; que es la pre­sencia de este elemento de moral junto con el derra­mamiento de sangre y las masacres, cosas que no son nada morales, lo que da a la guerra ese carácter miste-

* De hecho, sólo una edición, considerablemente aumenta­da, fue publicada en Bélgica. La primera, como ya sabemos, motivó su exilio. ·

11 Al seiior Gustave Chaudey, 15 de enero de 1859, Cor., VIII, 349-350.

1o Al sefior Bergtnann, 23 de abn1 de 1861, Cor., XI, 26. 11 Al séiior Marc Dufraisse, 25 de abril de 1861, Cor.,

XI, 38. 12 Al señor Charles Beslay, 5 de abril de 1861, Cor., X, 332.

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rioso, divino; para comprender este mito es preciso es­tudiar la guerra no sobre los campos de batalla sino en el interior de la conciencia de la humanidad, por~ que de otra manera no comprenderemos nada, y al no comprender nada, seguiremos siendo sus victimas eter­namente. ¡Y se me acusa de defender el pretorianis­mo! . . . Partiendo de esta base demuestro que el ele­mento de moral de la guerra es justamente el derecho de la fuerza, que ha sido tantas veces explicado des­pués de que se establecieron otros derechos de indole superior; que el sistema íntegro del derecho está basado en ese derecho de la fuerza, el cual se transfoillla rápi­damente en derecho de la guerra. Hago notar, de paso, los errores, equívocos y falsas soluciones de los hombres de leyes; compruebo que el derecho de gentes, cuya base y ratificación eran desconocidas, aparece con todas sus garantias justamente a partir de la guerra; lleno de esta manera la deplorable laguna que quedaba en la ensefianza de 1a jurisprudencia; finalmente, dejando de lado a quienes practicdn el derecho de la guerra y refutando sus inexorables aberraciones, demuestro que este régimen de sangre y de violencia no puede desem~ bocar más que en el reconocimiento y la constitución del derecho de la fuerza, y cuando he llegado a este punto, se me grita: ¡ANATEMAI Mis amigos quedan consternados y mis ad-versarios se alegran. [ .•• ] Yo fui el primero en sorprenderse cuando· llegué a esta conclusión en mis estudios sobre la guerra entre los seres hunumos. ¿Creen acaso que no me estremecí de terror cuando descubrí que la guerra había sido el gran motor de ]a civilización? Y cuando comprendí cuánto había avanzado la humanidad gracias al a~ pecto moral de la guerra, ¿no debería de haberme sen­tido feliz ante esta glorificación de nuestra especie?

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Lo que agrego ahora es que este hecho tan gran­dioso no es más que transitorio; que la civilización está entrando en una etapa en la cual el tribunal guerrero ya no cumple ninguna función; que los pro­blemas planteados ya no son más de su competencia, y me gritan: ¡Abajo los pretorianos! ¡Abajo el dere­cho de la fuemtl ¡Abajo los Hércules!

[ ... ] No me es posible resumir en fórmulas trivia· les y chatas los hechos más sublimes de nuestra na· turaleza y de nuestra historia. Por eso tengo que renun· ciar a ser comprendido por los de La Palisse y los Prudhomme.18 D

He aquí por qué me decidí a retomar la palabra después de tantas desventuras [ ... ]. En 1859 estalla la guerra entre el Piamonte y Austria: Francia toma partido por los piamonteses. Ya sabemos cuál fue el resultado de esta acción relámpago: los hechos ya esta· ban consumados y la opinión pública aún no había tenido tiempo de fonnular un juicio acerca de esta empresa. Aún hoy [ ... ] la mayorla de la gente sigue en la más completa incertidumbre en cuanto a las implicaciones morales, políticas e históricas del aconte­cimiento. Mucha gente cree que la guerra ya no debe existir en nuestro siglo: la gloria de las armas y las conquistas interesan poco a una sociedad mercanti­lista que sabe bien cuánto cuesta una batalla, y que sabe que no podrá sacar ningún provecho de ella. En cuanto a los problemas de nacionalidad, de unidad, de fronteras y otros, sin criticar a nadie puedo afirmar que están llenos de contradicciones. La nacionalidad sería totalmente respetable, tal vez, si no fuera porque va en contra de tantos intereses que la niegan y a

1ll Al señor [ileg¡'ble], 5 de junio de 1861, Cor., XI, 112-lH.

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favor de los prejuicios que la afuman; la unidad, acta~ macla por unos, es reprobada ~r los otros: resumien­do, en este laberinto de la pohtica internacional [ ••. ] la única cosa positiva que un hombre inteligente puede descubrir es que no hay camino ni salida posibles.

Como todo el mundo, cuando vi que los cañones remplazaban a la discusión, quise saber el porqué de esta manem extradialéctica de resolver ]as dificultades internacionales; saber qué llevó a pueblos y gobiernos a destruirse en lugar de convencerse y, puesto que los acontecimientos tenfan la palabra, averiguar qué sig­nificaban estos acontecimientos.

Estudié entonces hasta el · , como tantos o os, a JStona y a re aCiones existentes entre Italia y Austria, la legítima influencia de Francia, los tra­tados de 1815, el principio de ]as nacionalidades y las fronteras naturn.les, y me di cuenta, no sin cierta ver­güenza, de que mis conclusiones eran simples, arbitm­rias conjetums, producto de mis simpatías o antipatfas secretas, y que no se basaban en ningun principio. [ ... ]

Me decfa que tenfa que haber principios. Los prin­cipios son el alma de la historia. Es un axioma de la filosofía moderna que todas las cosas responden a un principio; todo hecho está adecuado a un principio; todo lo que ocurre en el universo obedece a un princi­pio. Una piedm que rueda tiene el suyo, así como una flor o una mariposa. Aun el caos responde a un prin~ cipio; ]as revoluciones y las catástrofes de la humanidad tienen su principio. La guerm tiene su razón superior, su concepto y su principio, al igual que el trabajo y la libertad. Hay leyes que rigen una tempestad, y también un combate. Hay principios que explican la forma de vida de un pueblo y la momlidad de las constituciones. Hay leyes que rigen los movimientos de los Estados, la

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muerte y la resurrección de las sociedades. Busco estos principios, pero no los encuentro. Nadie me da una respuesta, ni en Francia ni en el extranjero.

Lo peor de todo es que nos vanagloriamos de nues­tros descubrimientos y de nuestro progreso. Sin duda tenemos razones pam hacerlo. Pero también es cierto que no sabemos nada de la psicología de las sociedades ni del funcionamiento de los Estados; ni siquiera CO· nocemos los rudimentos. Nos manejamos con hipótesis: en el siglo más civilizado que se haya conocido, las naciones viven sin garantlas, sin principios, sin fe y sin derechos. Y puesto que no estamos seguros de nada ni tenemos fe en nada, la confianza, por la que tanto se combatió desde 1848, se ha convertido en una utopfa, tanto en el mundo de la politica como en el de los negocios. [ ... ]

Por fin, decidido a develar el enigma, crei divisar un fugitivo myo de luz a pesar del laberinto de los juristas, en el fárrago de la historia, en lo más oscuro de la conciencia del pueblo. Fijé, multipliqué y con­centré este rayo. [ ... ]

Decidí rehabilitar un derecho que todos los juristas habfan vergonzosamente dejado de lado y sin el cual ni el derecho de gentes, ni el derecho político, ni el derecho civil pueden tener una base sólida; este dere­cho es el derecho de la juena. He sostenido y compro­bado que el derecho de la fuerza, o del más fuerte, del cual se dice es una ironfa de la justicia, es un derecho real, tan respetable y sagrado como cualquier otro df>­recho, y que es en este derecho de la fuerza en el que siempre ha creído la conciencia humana y sobre el cual está basado todo el edificio social. Pero no he dicho con esto que la fuerza hizo al derecho, que fuem el único ni que fuem prefen'ble a la inteligencia. Por el

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contrario, siempre me manifesté en contra de tales errores.

He rendido homenaje al espiritu guerrero, calum­niado por el espiritu trabajador, pero no he dejado de reconocer que el heroísmo debe ceder su lugar al trabajo.

Le devolvf a la guerra su antiguo prestigio; demostré, en contra de la opinión de los hombres de leyes, que es esencialmente justiciera, pero no pretendf transformar los tnbunales en consejos de guerra: por el contrario, comprobé que, según todas las posibilidades, nos enca­minamos hacia una época de paz interminable. u O

Este h'bro, cuya lectura conmueve tan profundamente el espfritu, [se propone probar] que para terminar con la guerra no habfu que limitarse a hacer declara­ciones en su contra, tal como lo hacen los amigos de la paz; había que comenzar por reconocer lo que la guerra tiene de grandeza, de moral; sf, de moral, de jurí­dico, de sublime; demostrar sus principios, su papel, su misión, su·finalidad; solamente después de hacer esto podiamos esperar alcanzar nuestro objetivo o acercar­nos a él, el fin de la guerra. Y no se acabarla porque las naciones o los gobiernos lo desearan sino porque su mandato estaría cumplido.

Reconozco que todo esto parece bastante extraordi­nario y no corresponde a la idea que se tenia anterior­mente, pero [ .•. J no hay nada tan maravilloso como el hombre, y aún no sabemos casi nada de él.111 O

Es evidente, para cualquiera que considere con aten­ción y en su conjunto la historia de la guerra, que la tendencia de la humanidad no es hacia su propia extin­ción, sino a transformar los antagonismos en eso qu;t-:.

14 G.P., 7-H. 15 Al sefior Charles Beslay, 17 de junio de 1861, Cor., XI,

118-119.

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desde el comienzo de las sociedades, se ha convenido en llamar PAZ. Podemos convencemos de esto si, d~ pués de haber estudiado cuidadosamente 1a evolución de la guerra, le pedimos a ella misma que nos dé su interpretación. Ya no será más la tazón del historiador la que nos hable, sino e~echiet~e =~·

La finalidad de la gu es deteaninar cuál de las dos fuerzas en litigio tiene la prerrogativa de la fuexza. Es una lucha entre fuexzas, no su destrucción; láTtiétía entre los hombres, no su exterminio. Debe abstenerse, una vez terminados los co:di6!ii!'S y cuando se vuelve a la actividad folf.tica, de atentar contra las personas o los bienes. [. . . Deducimos por esto que el antagonismo, que aceptamos como ley de la humanidad y de 1a natu­ralem, no consiste esencialmente pata el hombre en un pugilato o en una lucha cuerpo a cuerpo. Puede convertirse también en una lucha de~ y de pro­greso, lo cual serfa una forma de que los altos principios de civilización que rigen la guerra se aplicatan de dis­tinta manera. "EJJ~o pata el más valiente", dice la Guerra. Sea, respOriCíeilei Trabajo, la Industria y la Eco­nomfa; pero ¿qué hace entonces la valentía de un hombre o de una nación? ¿No es acaso su inteligencia, su virtud, su carácter, las ciencias que desarrolla, la industria, el trabajo, la riqueza, la sobriedad, la libertad, la devoción patriótica? ¿No dijo el gran capitán que la fuerza moral está en relación de tres a uno con la fuerza física? ¿Acaso las leyes de la guerra y del honor caba-­lleresco no nos enseiian que debemos ser honrados en el combate, abstenemos de toda injuria, traición, robo y pillaje? Luchemos entonces: expongámonos a los ataques, a la bayoneta y a los tiros de fusil. El derecho, al igual que la guerra, pasó de ser algo personal en sus comienzos para convertirse en algo real. En estas nue·

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vas batallas tendremos también que dar pruebas de resolución, de entrega, de desprecio por 1a DnJerte y las voluptuosidades; habrá también heridos y muertos; y todo aquel que sea cobarde, débil, grosero, sin valen.tfa física ni moral, sólo puede esperar 1a opresión, el des-­precio y la miseria. El tmbajo asalariado, 1a miseria y 1a mendicidad, la peor de las vergüenzas, es lo que le espera al vencido.

La tr.msformación del antagonismo resulta de sus principios, de su evolución, de sus leyes; resulta atm de su finalidad. El antagonismo, en efecto, no tiene por finalidad la destrucción pura y simple, un desgaste improductivo, el exterminio por el exterminio; tiene por objeto 1a organización de un or.den siempre supe­rior, de un pedecéionaniielihdnfiriito. Visto de esta manem, debemos reconocer que el trabajo ofrece al antagonismo un campo de acci6n mucho más vasto y fecundo que la guena.1• D

¡Desgraciado de aquel que, desconociendo la tenden­cia de este siglo, empuje a 1a civilización a nuevas luchas! ¡Desgraciada de la nación que, olvidándose de sus posibilidades, trate de conseguir por las mnas lo que sólo la ciencia, el tmbajo y 1a libertad pueden

1 rod . \p UCJII

Al igual que toda magistmtura, la guerra ha come­tido abusos de poder y arbitrariedades. Ha producido grandes irregularidades y tem'bles actos de violencia. Pero el trasfondo de derecho subsiste, y en nombre de éJ pasamos por alto los vicios de forma, la crueldad de las ejecuciones, la ignominia del botfn. ¿Quién po­dría sostener que las sentencias dictadas hace cuatro­cientos afios, tanto en lo civil como en lo criminal, fue-

1e G.P., 482-483.

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ron injustas y nulas porque los jueces recibían sobomos, las audiencias eran secretas, los culpables eranronu­radóS y Süs bienes confiscados? Lo mismo ocurre con la guerra: lo que ha hecho por el progreso de la civi­lización permanecerá para siempre; lo demás carece de importancia.

Que nos deje ya, y celebraremos sus altos logros; releeremos sus poemas y exaltaremos a sus héroes. Nuestra tarea ya no es la de llevar a las distintas fuer­zas a la lucha, sino al equilibrio. ¿No es esto lo que, en el fondo, se buscaba con la guerra? De cualquier forma en que lo veamos, la guerra conduce a la paz: sería no reconocer sus méritos e injurlarla si la creyé­ramos eterna. La guerra y la paz son dos hermanas jus­ticieras: lo que la batalla produce en una, la oposición entre sectores lo crea en la otra; el contenido y la forma son los mismos. La guerra tenia por finalidad comparar las fuexzas y reglamentar los derechos, era una lucha preparatoria, indispensable. Todas las na­ciones civilizadas la practicaron; no nos preocupemos por las otras: ya sabemos que su debilidad las exime de toda acusación. Ahora la prueba ha terminado, la experiencia se ha consumado. El equilibrio político se afirma cada vez más: toca ahora a la ciencia econó­mica y a las artes de la paz consolidarlo.11

17 Ibid., 466-467.

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ANEXO

Y: TOLSTOI Y PROUDHON

"La mayoría de los biógrafos franceses de Tolstoi ( mu­chos de los cuales no parecen conocer la obra de Proudhon más que en forma superficial) mencionan solamente la visita de Tolstoi a Proudhon, en marzo de 1861, y el per~ miso que éste le pide para utilizar el titulo de sn h"bro La gumra y la paz."

Son raros aquellos que, como Henti Troya~ citan la carta de Proudhon a Gustave Chaudey (donde relata esta entrevista). Y nadie antes que él babia hecho mención de 1~ op.!P.J..ones so~d~tes que Proud~on ~tió sobre RuSia- dtír.ñite sus iitt'reVistas con To1Srox. [ . • :']

Sin embargo, la influencia que Proudhon ejerció sobre Tolstoi fue profunda, durable y múltiple. Y no sólo ac-­tuó sobre sus concepciones económicas y pollticas, sino ptincipahnente sobre su obra literaria. [ ... ]

El primer elemento de prueba consiste en la influencia {Jfgfunda que P1V?..f!4hon '!if¡p6 en ~ sobre tOClá la in~lJ.igentsia (particularmente por inteiinedio de He¡zen, ferviente disclpi.llo de Proudhon y amigo de Tolstoi).

El segundo elemento, verdaderamente determinante, lo constituyen las declaraciones mismas de Tolstoi (en su mayoría inéditas en francés) .

Un tercer elemento probatorio, que refuerza particu~ larmente los precedentes, consiste en la importancia que los propios críticos rusos atribuyeron a esta influerwia de Proudhon sobre el prín~ de la literatura rusa.

El último elementb"~efíalado a menudo por los crí~ ticos rusos con toda convicción- son los numerosísimos pasajes textuales, los temas y comentarlos múltiples y esenciales que Tolstoi tom6 prestados de Proudhon.

La extraordinaria celebridad y la sorprendente difusión

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del pensamiento y de los libros de Proudhon han sido sobradamente probadas por Raoul Labry, el eminente es­pecialista en Rusia, en su obra HeT%8n et Proudhon, y por el critico soviético Eikhenbaum. En la Unión Soviética, la obra de Proudhon es comentada y difundida con ardor infatigable. Herzen le escribió en 1865: "Usted es el único pensador autónomo de la Revolución ... En el Norte tenemos un culto por usted." Cada libro del gran socialista es traducido inmediatamente, cuando la censura lo per­mite, o distribuido en forma clandestina y leido con avidez.

Sus ideas y sus tesis son profusamente comentadas en los periódicos. Sus opiniones sobre la mujer, los derechos de autor, la guerra y la paz provocan en las revistas en­carnizadas controversias. Los intelectuales rusos de todas las tendencias le escriben pidiéndole consejos. Se cita su nombre constantemente como uno de los maestros del pensamiento contemporáneo. [ ... ]

Como podemos ver por estos acontecimientos previos, el ascendiente de Proudhon sobre Tolstoi habfa comen­zado antes de estos primeros dfas de marzo de 1861 (la fecha del primer encuentro fue el 4 o 5 de maiZO).

Tolstoi babfa leido ya múltiples comentarios sobre la obra de Proudhon, pero además, incitado sin duda por el infatigable entusiasmo de Herzen, leyó algunos de los libros del francés. [ ... ]

Una nota, hasta entonces inédita, publicada por el seiior Mendelson en 1934 [ .•. ] es un testimonio persO­nal de Tolstoi sobre este famoso encuentro. Es un frag. mento de un artículo encontrado entre sus borradores sobre pedagogfa. Aunque en forma limitada, resulta esen­cial para darse una idea de la profunda impresión que produjo a Tolstoi este encuentro en Bruselas. Lo tmns­cn"bo fntegro: "El afio pasado, tuve ocasión de hablarle al sefior Proudhon sobre Rusia. g1 estaba escribiendo en­tonces un libro sobre el derecho de la guerra. Le relaté los últimos acontecimientos ocurridos en Rusia -la libe­ración de los campesinos- y le dije que entre las clases

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dirigentes se observaba una fuerte tendencia a fomentar la educación del pueblo, aunque esta tendencia asumiera a veces ribetes cómicos y se transformara en una especie de moda. '¿Es posible que eso sea cierto?', me dijo. Le respondí que, en la medida en que yo puedo juzgar, la sociedad rusa comienza a comprender que, sin instruc­ción para el pueblo, ningún Estado puede organizarse sobre bases sólidas. Proudhon se levantó y se puso a cami­nar por la pieza. 'Si es cierto lo que usted afirma, me dijo con una especie de envidia, el porvenir les pertenece a ustedes, los rusos! Si cito esta conversación con Proudhon es para demostrar que de acuerdo con mi experiencia per­sonal, él era el único que comprendía la importancia que tienen la educación y la imprenta en nuestra época!'

Es un elogio considerable si pensamos que proviene de un hombre que habfa hecho dos giras por Europa para consultar a todos los especialistas en educación, y que ya habfa encontrado en la lectura de Proudhon un programa extremadamente preciso de educación popular, sobre todo en ~e: quinto estudio sobre "La educación.. y sexto sobre "El trabajo". UEAN B.ANCAL, "La Rencontre de deux cultures: Proudhon et Tolstoi", extracto de los procesos judiciales y memorias de la Academia de BesanzóD, volu­men 181, 1974-197), pp. 6-14, {Jassim.]

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X. LA FEDERACióN AGRíCOLA INDUSTRIAL

EN 18i0, las conclusiones que saqué de mi crítica a la idea de un gobierno me llevaron a proponer la cmttrquút; esto me condujo luego al concepto de fed~ rtteión, base necesaria del derecho europeo y, más tarde, de la organización de todos los Estados. En todo esto es fácil ver que predominan la lógica, el derecho y la liber­tad, de manera que, si el orden público depende directa­mente de la libertad y la conciencia de cada ciudadano, la anarquúz, que es la ausencia .de todo tipo de apre­mios, de policía, de autoridad, magistratura, reglamen­to, etc., ~ye la expresión de la más alta de las virtudes ~~J.~~_y__!;t id~l . d~ 1~§.e_mo.1 O

--ut añ.arqufa es, por así clecrr o, una forma de gobier­no, o constitución, en la cual la conciencia pública y la privada, formadas por el desarrollo de la ciencia y del derecho, bastan por si solas para mantener el i orden y garantizar todo tipo de libertades, haciendo,! en consecuencia, que el principio de autoridad, las; instituciones policiales, los medios de prevención o . de represión, la burocracia, los impuestos, etc., que- ' den reducidos a su mínima expresión; con mayor razón/ desaparecen la monarqufa y la centralización para SeJi' remplazados por instituciones federativas y por usos comunales. Cuando la vida política y la doméstica sean idénticas; cuando la solución de los problemas econó-

1 Al sefior Milliet, 2 de noviembre de 1862, Cor., XII, 220-221.

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micos haga que los intereses sociales y los individuales sean equilibmdos y solidarios, es evidente que desapa· recerá todo tipo de apremios y que viviremos en plena libertad o anarquía. Las leyes sociales se cumplirán sin necesidad de vigilancia ni órdenes, por esponta­neidad universaV1 O Aún no hemos llegado a esa etapa, sin duda, y deberán pasar siglos antes de arribar a este estado ideal; pero nuestm LEY nos hace marchar en esa dirección y acercamos constantemente al obje­tivo; y de esta manem [ ... ] concibo el principio fede­rativo. a O La teoría del sistema federativo es aún muy nueva: creo que se podrla decir qu.e todavía no ha sido expuesta por nadie. Pero está íntimamente ligada a la teoría general del gobierno; aún más, podríamos decir que es su conclusión inevitable. [ ... ]

El orden politico depende fundamentalmente de dos principios contrarios: la AUTORIDAD y la libertad. El primero lo instituye y el segundo lo determina; uno tiene como corolario la fe obediente y el otro la razón libre.

No creo que haya una sola persona que pueda estar en desacuerdo con esta primera definición. La auto­ridad y la h'bertad son tan viejas en el mundo como la raza humana: nacen con nosotros y se perpetúan en cada uno de nosotros. Observemos solamente una cosa, a la que pocos lectores prestarían normalmente aten· dón; estos dos principios forman, por así decirlo, un binomio de fuerzas en el cual los dos elementos, a pesar de hallarse indisolublemente unidos entre sf, son irreductibles el uno en el otro y se mantienen, no im·

2 Al setior [ilegible] (colaborador del Grand Dictionrutire de Larousse), 20 de agosto de 1864, Cor., XIV, 32.

a Al setior Milliet, 2 de noviembre de 1862, Cor., XII, 221.

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porta lo que hagamos, en lucha perpetua. La autoridad i presupone inevitablemente una libertad que la reconO'L~ · ca o que la niegue; la libertad, a su vez, en el sentido político del ténnino, presupone también una autoridad que trate con ella, que la refrene o que la tolere. Si se suprime una de las dos, la otm no tiene razón de ser: la autoridad, sin una libertad que cuestione; resista o se someta, es solamente una palabra; la libertad, sin una autoridad que le sirva de contrapeso, es un con~ trasentido.

El principio de autoridad, principio familiar, patriar­cal, magistral, monárquico, teocrático, jerarquizante, centralizante y absorbente, es un principio natural, inevitable o divino, como se quiera. Su capacidad de acción, combatida y dificultada por el principio con­trario, puede ampliarse o restringirse indefinidamente, pero jamás anularse.

El principio de h'bertad, personal, individualista, cri­tico; capaz de manejar la división, la elección y la tran­sacción, proviene de la inteligencia. Es el principio que nos permite juzgar, por eso mismo resulta superior a la naturaleza y a la fatalidad; sus aspimciones son ili­mitadas; al igual que su contrario, puede expandirse o restringirse; pero jamás agotarse en un crecimiento exa­gerado ni desaparecer por la restricción.

De esto se infiere que en toda sociedad, aun la más autoritaria, sobrevive necesariamente ese principio de libertad; de la misma fonna en que en toda sociedad, aun en la más libre, hay n~riamente elementos de autoridad. &ta es una condición de rigor; no hay posi­m1idad de combinaciones políticas sin ella. A pesar de la tendencia permanente a resolver la diversidad en la unidad, estos dos principios están permanentemente presentes y se mantienen siempre opuestos el wo al

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otro. De esta tendencia ineludible y de sus reacciones mutuas depende el movimiento político." O.

Esta forma de razonamiento es esencialmente mate­mática. La causa de nuestras equivocaciones no consis­te en errores de aplicación de ciertas nociones; proviene de las exclusiones que, con el pretexto del razona­miento lógico, nos pennitimos hacer en el momento de la aplicación.

a} Autoridad-Hbertad: ~tos son los dos polos de la política. Por su misma oposición antitética, diametral y contradictoria, son garantfa segura de que un tercer elemento no puede existir. Entre el si y el no, entre el ser y el no-ser, la lógica no puede admitir nada.

b) La interrelación de estas dos nociones irreduo­h'bles y su movimiento se demuestran por si solos. No existe la una sin la otra; no se puede suprimir ninguna de las dos ni reducirlas a una expresión común. Basta que estén en presencia la una de la otra para que en­tren inmediatamente en acción, porque tienden a ab­sorberse mutuamente y se desarrollan una a partir de la otra.

e) A partir de estas dos nociones se desarrollan dos regfmenes sociales diferentes, que ·llamamos régimen autoritario y régimen libertario; cada uno de ellos pue­de presentarse bajo dos formas diferentes, ni una más ni una menos. La autoridad se presenta en todo su esplen­dor solamente en una colectividad social: en conse­cuencia, no puede expresarse ni existir, como no sea a partir de la colectividad o de un sujeto que la re­presente; de la misma forma, la -libertad sólo pue­de ser perfecta cuando se la garantml a todos, ya sea porque todos participen en el gobiemo o porque no

4 Príncipe féd., 270-272.

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se la haya delegado en ninguna persona. No se pue­den concebir otras altemativas: gobierno de todos y manejado por todos o gobierno de todos y manejado por uno solo sería el régimen de autoridad; gobierno de. cada uno con la participaci6n ik todos o gobierno de cada uno por sí mismo sería el régimen 1ibertario.11 O :

Enunciemos [también] este principio, confirmado ¡ por la experiencia y conocido por la razón: En todo organismo, la fuerza de cohesión se encuentra en pro- ' porci6n inversa a la masa; en consecuencia, en tcxút \ colectividad, la fuerza orgdnica pierde en intensidad lo que gana en extensi6n, y viceversa.

Esta ley es universal; resulta tan válida para lo espi­ritual como para lo material [ .. ·J· Apliquemos este principio a la política: la ciudadama es esencialmente una sola, indivisible e inviolable: cuanto más se desa­rrolle en número d~oblación y en extensión temro=

. nal, ñias" oebentñ .. <Iisui~TrSu fuerza de cohesión y su un_!dad política, <Ieotra manera se llegará a la !!m:_

ñía_ y, 1íiiilmeñte,-a la ruptura. Aunque se establezcan colonias o sucursales a cierta distancia, tarde o tempra· no estas colonias o sucursales se transformarán a su vez en nuevas ciudades, que no mantendrán con la ciudad original más que un vínculo de federación y, en algunos casos, no mantendrán vínculo alguno.6 O

Toda república dividida deberá desaparecer: esto es cierto y seguro y justifica el culto que tienen los repu· blicanos por la unidad y su temor a la división. Por eso se equivocan y acaban proponiendo una tiranía des­pótica, puesto que no comprenden que, allgüal que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, en los comi­cios electorales todas las ciudades son iguales en so-

6 lbid., 280-281. 6 Contr. pol., 229-230.

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bemnía y ~ su derecho a gobernarse, en tanto que son personas morales y tienen una individualidad colec­tiva, y que no se puede someter a todos los grupos a una sola autoridad, a una administración única. &te es el principio de la tirania republicana o democrática, que es la más violenta y, por esa misma causa, la más efúnera. [ ... ]

El ideal democrático sería que la multitud gober­nada fuese al mismo tiempo gobernante; que la socie­dad y el Estado fueran la misma cosa; que el pueblo fuera lo mismo que el gobierno, tal como en economia política productores y consumidores son también lo mismo. [ ... ] Si la extensión de los dominios de un Estado no fuera nunca más allá de la de una ciudad o una comuna, podria dejarse a cada tmo pensar como quisiera y no habría nada que criticar al respecto. Pero no debemos olvidar que se trata de vastas aglomera­ciones territoriales, donde las grandes ciudades, las pequefias y las aldeas se cuentan por millares, y que los hombres de Estado de todas las tendencias preten­den gobernarlas o regirlas de acuerdo con leyes patriar­cales, basadas en el derecho de conquista o en el de pxopiedad, lo cual me parece virtualmente absurdo como propuesta de tmidad.

Insisto en que este tema es de importancia capital en el ejercicio de la política.

En cualquier lugar en el que un grupo de hombres, seguidos de sus mujeres y de sus nifios, decidan coha­bitar en un mismo lugar y compartan su vida y su cultura, pronto se advierte el desarrollo de oficios diver­sos y el establecimiento entre ellos de relaciones de vecindad, las cuales, de una u otra manera, imponen ciertas condiciones de solidaridad, que son las que conforman lo que yo llamo un grupo natural, el ~ual

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se convierte en una ciudad o en un organismo politico, que se afirma a través de su unidad, su independencia, su vida o movimiento particular ( autokinesis) y su autonomía.

Podemos concebir que haya grupos análogos entre sí que, a pesar de la distancia, tengan intereses en co­mún y que formen asociaciones, que se compxendan mutuamente y que, basados en esta seguridad que se brindan reclprocamente, lleguen a confonnar un gmpo mayor; pero es inconcebible que, por el solo hecho de unirse para garantizar sus intereses y aumentar sus riquezas, lleguen a una especie de inmolación de sí mismos ante este nuevo Moloc. Un sacrificio de este tipo es irrealizable. No importa lo que estos grupos piensen o hagan de si mismos, se han convertido en ciudades y por eso son organismos indestrucbDles. Entre ellos pueden existir lazos jurídicos, contmtos mutuos, pero no pueden renunciar a su independencia soberana porque el miembro de una ciudad ya no está en con· diciones, precisamente por ser ciudadano, de renunciar · a sus prerrogativas de hombre hñre, de productor y de propietario. Lo único que se lograría con una pro­puesta semejante seria provocar un antagonismo irre­conCJ1iable entre la soberanía general y cada una de las sobemnías particulares; una autoridad se sublevaría contra la otra; en pocas palabras, por fortalecer la unidad sólo se conseguiría fomentar la desunión.' O

Entre estos dos principios de autoridad y libertad, sobre los cuales se basa el orden social, es inevitable una transacción ya que, por un lado, son contrarios y se combaten pennanentemente y, por el otro, no pueden ni excluirse ni resolverse el uno sin el otro.

' Ibid., 236-238.

234¡; 1 _,

1

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Cualquiera que sea el sistema que consideremos, mo-­nárquico o democrático, comunista o anárquico, la institución no se sostendrá a no ser que se apoye, en una proporción más o menos considerable, en la eJCis. tencia de su principio antagónico. [ ..• ]

Todo gobierno existente, independientemente de las causas que lo motivaron o que lo combaten, sólo puede e}.-presarse a través de una de estas dos fórmulas: su­bordinación ele la autoridad a la libertad o subordina­ción ele la libertad a la autoridad. [ ..• ]

En conclusión: puesto que la arbitrariedad es un elemento que fatalmente forma parte de la política, la corrupción se convierte, de manera inevitable, en uno de los elementos básicos del poder, y la sociedad se ve arrastrada, sin descanso ni piedad, hacia esa pendiente interminable de las revoluciones.

En esa etapa se encuentra el mundo. No es la con· secuencia de una maldición satánica, ni de un defecto en nuestra naturaleza, ni de un capricho de la suerte .o del destino: así son las-cosas y eso es todo. Nos co­rresponde a nosotros aprovechar de la mejor manera posible esta situación tan particular.

No olvidemos que desde hace más de ocho mil afios -la historia no registra hechos anteriores a esa época­sucesivamente se han intentado, abandonado, retoma­do, modificado, disfmzado y agotado todas las formas de gobierno y todas las combinaciones políticas y so-­ciales, y que el fracaso ha sido el inevitable resultado ''<lel trabajo de los reformadores y de la esperanza de los pueblos. La bandera de la h'bertad siempre ha servido para proleger al despotiSmo; lis clases prívlfegiadas siempre . se valíeroñ-ae-·mstituciones liberales e iguali­tarias para defender mejor sus privilegios; todos los partidos han traicionado sus programas políticos, la

~-~ .-..... ..--·

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indiferencia siempre remplazó a la fe y la corrupción al civismo, haciendo que los distintos Estados pere­cieran a causa del mismo desarrollo de las nociones sobre las cuales estaban basados. [ ... ] La sociedad moderna parece haber llegado a su punto de máxima angustia. Hay que desconfiar de esos agitadores que gritan Libertad, Igualdad, Nacionalidad: ellos no saben nada de todo esto; no son más que muertos que tienen la pretensión de resucitar a otros muertos. El público los escucha unos instantes, como a los bufones y a los charlatanes, y luego los abandona, sin haber encon­trado nada nuevo y en estado de desolación.8 O

Si consideramos que, a lo largo de la historia, la autoridad y la libertad se suceden en una especie de polarización;

Que la autoridad pierde fuerzas a medida que la libertad avanza;

Que resulta de esta situación que cada día la au­toridad cede más terreno ante la libertad; y que, en otras palabras, el régimen h'beral o contractual avan­za día a día ante el régimen autoritario, es la idea del contrato la que debemos tratar de imponer en la politica. [ .•• ]

El con_trato politico sólo adquiere significado moral cuando~lV Es mutuo y conmutable, y 29 Cuando está delimitado claramente. Se supone que estas dos condiciones existen en todo régimen democrático, pero [ ... ] a menudo no son nada más que una fic­ción. ¿Podremos decir que en una democracia repre-· sentativa y centralizadora, en una monarquía consti­tucional o aun en una república comunista a la manera de Platón, existe, entre el ciudadano y el Estado, un

8 Príncipe féd., 288-308.

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contrato político igualitario y recíproco? ¿Podremos decir que este contrato, que le quita al ciudadano la mitad o los dos tercios de su soberanía y la cuarta parte de lo que produce, está basado en condiciones justas? La experiencia nos confirma demasiado a me­nudo que ese contrato, en todos los sistemas, es dis­paratado, oneroso, puesto que no ofrece compensación alguna, y aleatorio, puesto que las ventajas que ofrece, que de por si son insuficientes, ni siquiera están ase­guradas.

Para que el contrato político llene las condiciones igualitarias y recíprocas que exige un estado de demo­cracia; para que sea ventajoso y c6modo para todos sin salirse de ciertos límites, es necesario que el ciuda­dano, al asociarse, 19 Rec~.'ba del Estado tanto como lo que le otorga, y 29 Que conserve todas sus h'ber­tades, su soberanía y su iniciativa, a ex:cepci6n de lo que cede al Estado al concertar el contrato en el cual éste es el garante. Concebido y reglamentado de esta manera, dicho contrato político es lo que yo llamaría una~n.

Una FEDERACIÓN, del latín fmdus, en genitivo fmde­ris, es decir pacto, contrato, tratado, convención, alian­za, etc., es un convenio por el cual uno o varios jefes de familia, comunas o grupos de comunas o Estados se comprometen recíprocamente y en forma equitativa los unos con los otros a cumplir con uno o varios trabajos particulares, a través de los delegados de cada federación. [ ... ]

De acuerdo con estos principios, el contrato federa­tivo tiene por objeto, en términos generales, garantizar a los Estados confederados su soberanía, la integridad de su te¡ritorio y la hbertad de sus ciudadanos; zanjar sus diferencias; tomar medidas generales para proveer

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a la seguridad y la prosperidad comunes. A pesar de la grandeza de estos objetivos, el contrato debe ser restringido. La autoridad encargada de su ejecución no puede nunca ser mayor que la de los que consti­tuyen la federación, es decir, las atribuciones federales no pueden jamás ser mayores que las de las autorida­des comunales o provinciales, de la misma fonna en que éstas no pueden exceder los derechos y prerroga­tivas del hombre y del duda~ Si fuera de otra manera, la comuna se transfonnaría en una comuni­dad; la federación volvería a la centmlización monár­quica; la autoridad federal, en lugar de ser un simple mandatario subordinado, tal como debe serlo, sería preponderante; en lugar de estar limitada a un servicio especial, tenderla a abarcar todas las actividades e ini­ciativas; los Estados confederados se convertirían en­tonces en prefecturas, intendencias, sucursales o empre­sas estatales. El cuerpo político, transformado de esta manera, podría llamarse república, democracia o como se quiera, pero ya no sería un Estado constituido en la plenitud de su autononúa. y tampoco sería una confe­deración. Lo mismo ocurriría si, por falsas razones económicas, por deferencia o por cualquier otra causa, las comunas, cantones o Estados confederados encar­garan a uno de ellos la administración o el gobierno de los otros. La república, en vez de ser federativa, seria uni!iria y estada ya camino del ~~mo.

- -~Umiendo, el sistema federativo es el opuesto ru. de la jerarquía o ceniralización administrativa y guber­namental, que es el sistema. de las democracias impe­riales, las monarquías constitucionrues y las repúblicas unitarias. Su ley fundamental y caracterfstica es ésta: en la federación los atributos de la autoridad central se especializan y se restringen, disminuyen en número y,

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si puede decirse así, en intensidad a medida que la con­federación se amplía con la anexión de nuevos Esta­dos. Por el contrario, en los gobiernos centralizados. los atributos del poder supremo se multiplican y se extienden, abarcando los asuntos de las provincias, comunas, corporaciones y particulares, en razón di­recta de la superficie territorial y de la cantidad de población. tsa es la causa de la o~n que ha~e desaparecer todas las libertades, no 80ramente las co­munales y provinciales, sino también las individuales y nacionales." O -

El sistema federativo es aplicable a todas las nacio­nes y ocurre en todas las épocas porque todas las ge­neraciones de la humanidad son proazesistas, en cual­quier raza, y la po1lBCa:CrerederaClones, que es la política ~esista por excelencia, se puede aplicar a todos los pUeblos y en cualquier momento, siguiendo un régimen que haga disminuir gradualmente la auto­ridad y la centralización de acuerdo con el grado de desarrollo cultural y las costumbres de cada uno.10 O La federación [ ... ] es libertad por excelencia, plura­lismo, división y gobierno por y para sí. Su máxima es el DERECHO [ ••• ] determinado por el contrato libre. En este sistema, el estatuto que arbitrará las volun­tades está compuesto por la ley, el derecho y la justicia, y por eso mismo es superior a toda autoridad o creen­cia, a toda Iglesia o religión, porque la autoridad y la fe, la religión y la Iglesia, puesto que provienen exclu­sivamente de la conciencia individual, se consideran a si mismas superiores a todo pacto, que es la expresión del consenso universal, la más alta autoridad que puede haber entre los hombres. En la federación, al ser el

9 lbid., 315-321. 10 lbid., 331.

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principio de autoridad algo subalterno, y al darse preponderancia al de hbertad, el orden político se convierte en una jerarquía invertida en la cual la mayor parte de capacidad de decisión, de acció~di<Lriqueza_. y de poder ~~_en manos -~~Jas ~riiúltitud~ . ~<JI!fe-

--deradas;-siñpooer jamas"pasar a aepeñaercte una au­Wridad central.11 D

Pero esto no es todo. Por irreprochable que sea desde el punto de vista de la lógica la constitución de una entidad federativa y por más garantías que ofrezca para su aplicación, no logrará mantenerse a menos que resuelva los problemas de la economía pública, que son causa permanente de disolución. Dicho de otra forma, el derecho político debe estar complementado por el derecho económico. Si la producción y la distribución de las riquezas quedan horadas al azar; si el orden fe­derativo no hace más que fomentar la anarquía capi­talista y mercantil; si a consecuencia de esa falsa anarquía la sociedad se divide en dos clases, una de propietarios-capitalistas-empresarios y otra de proleta­rios-asalariados; una de ricos y otra de pobres; el edificio polftico será siempre inestable. La clase obrera, la más numerosa y la más pobre, terminará por decepcionarse; los trabajadores se unirán en contra de los burgueses, quienes a su vez se unirán en contra de los obreros y, si el pueblo es el más fuerte, la confederación dege­nerará en una democracia unitaria; si triunfa la bur­guesía degenerará en una monarquía constitucional.

En previsión de la eventualidad de una guerra social se han constituido [ ... ] los gobiernos fuertes, objeto de la admiración de algunos escritores para quienes las confederaciones son fruslerías incapaces de conservar

n Ibid., 409.

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el poder ante la agresión de las masas, es decir, los intereses del gobierno contra los derechos de la nación. Porque [ ... ], no nos equivoquemos, todo poder se es­tablece, toda ciudadela se construye y todo ejército se organiza para defenderse contra lo que está en el interior tanto como contra lo que está en el extenor. Si la misión del Estado es convertúse en amo absolu­to de la sociedad, y el destino del pueblo es servule de 1nstrumento, entonces debemos reconocer queet"siste­iña féa"'erativo no tiene nada que hacer comparado con el unitario. En él ni el poder central ni la diferencia de tendencias de la multitud pueden atentar contra las libertades públicas. [ ... 1 Es cierto que si la civiliza­ción y la econouúa de las sociedades quisieran mante­ner el sttttu quo antiguo, seda más útil para los pueblos la unidad imperial que la federación.

Pero todo indica que los tiempos han cambiado, y que después de la revolución de las ideas, deberá llegar, como legitima consecuencia, la revolución de los inte­. reses. Ei siglo xx será la era de las federaciones y la humanidad volverá a sufrir un purgatorio de :gDl~. El verdadero problema que hay que resolver no es ciertamente el polftíco sino el . económico. [ ... 1 111 O

Aun el Estado que esté constituido de la manera más racional, más liberal y animado por las intencio­nes más justas, es una enorme fuerza capaz de destruir todo lo que está a su alrededor si no lo contrapesamos. ~¿Cuál puede ser este contrapeso? La fuerza del Estado reside en el apoyo de los ciudadanos. El Estado es la reunión de la generalidad de los intereses, apoyada poi la voluntad general y servida por el conjunto de las fuerzas individuales. ¿Dónde encontraremos una fuerza

1 2 Ibid., 354-356.

241 . -'l

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capaz de equilibrar este poderío formidable del Estado? Tomemos la totalidad de las propiedades y tendremos una fu._erza i&!faT a lii del Estado. [ ... ] ... .-•

Para que una fuerza pueda hacerse respetar por otra fuerza, aquélla tiene que ser independiente de ésta; que sean dos fuerzas, no una. Para que el ciudadano represente algo dentro del Estado, no es suficiente que sea una persona libre; su personralidad debe estar apoyada, como la del Estado, en algo material que él posea en completa soberanfa, tal como el Estado es soberano en los asuntos públicos. Esta condición la llena la propiedad.

La función principal de la propiedad en un sistema político es la de servir de contrapeso al poderlo público, equilibrar al Estado, y de esta manera asegurar las libertades individuales. [ ... ]

Resulta claro que, para que este sistema funcione, es imprescindible que el gobierno se haya despojado de todo resto de .despotismo; que sea francamente repre­sentativo, parlamentario, de formas republicanas, ba- . sado en responsabilidades serias, no de un príncipe, sino de sus ministros. En pocas palabras, se necesita que la nación esté gobernada por si misma, de mane­ra que la relación entre las prerr_ogativas del Estado y las prerrogativas del propietario no de'penda del libre arbitrio de un homlie, un dlij)ota, lo que convertirla el sistema en una báscula, sino de la razón de Estado expresada en la representación nacional. De otra ma­nera la propiedad queda a la disposición de los de­signios de un autócrata y expuesta a los peligros del feudalismo. [ ... ]

La propiedad moderna, constituida sobre las bases de un doble absolutismo y aparentemente en contra de toda noción de derecho y del buen sentido, puede

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ser considerada como el triunfo de la libertad. Ha sido lograda por la libertad y no, como parece a pri­mera vista, en contra del derecho sino por una con­cepción superior del mismo. ¿Qué es la justicia sino el equilibrio entre fuerzas? La justicia no es una relación simple, un concepto abstracto, una ficción de la inte­ligencia o una profesión de fe de la conciencia: es algo real, obligatorio porque se basa en realidades, en fue:aas libres.

Del principio que dice que la propiedad, irreverente ante el príncipe, rebelde ante la autoridad, anárquica, es la única fuemt que puede contrarrestar el poder del Estado, se deriva este corolario: la propiedad es un ~~!!tismp dentro de otro a~l~mo y constituye para efEstado un factor de diVJslon. El poder del Es­tado es un poder de concentración; si se le permi­te hará desaparecer rápidamente toda individualidad, que será ~bida por la col~vidad; la sociedad cae en el comunismo; la propiedad, por el contrario, es una fue:aa descentralizante porque es ab~ta, anti­desp6tica y anti]W!:aria; en ella reside el pnncipio de toda federación: por eso la sociedad, autocrática en esen­cia, al ser tmnsportada a una sociedad politica se vuelve republicana.13 O

La justificación de la propiedad no está en sus orígenes -ocupación por el primero que llegue, usu­capión, conquista, apropiación por el trabajo- sino en sus fines: es esencialmente politica. Alli donde la po­sesión es colectiva [ ... ] no hay más que feudalismo, vasallaje, jerarquías y subordinación; en consecuencia no hay libertad ni autonomia. Para acabar con el do­minio de la soBERANfA OOLECTIVA, tan exorbitante y

ts Th. propr., op. cit., pp. 137-145.

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tan poco confiable, se ha recurrido a la propiedad, verdadero símbolo de la soberanfa del ciudadano; y que le ha sido atribuida al individuo, haciendo que el Estado solamente maneje aquello que por su forma no es divisible y es propiedad común [ ... ] . La pro­piedad alodial * es particularmente odiosa al poder y a la democracia. Al primero porque atenta contra su omnipotencia; es el adversario de la autocracia, tal como la hbertad lo es de la autoridad; disgusta a los demócratas, que buscan febrilmente la unidad, la centralización y el absolutismo. El pueblo se alegra cuando ve que se combate a los propietarios. Y, sin embargo, el derecho alodial es la base de la repú­blica. [ .•. ]

De manera que todas mis criticas anteriores y todas., las conclusiones que deduje reciben una confirmaciól,l innegable. El principio de propiedad es ultJ:alegal, eX­trajurídico, absolutista y egoísta por nattifaleza hasta la ignominia: tiene que ser así.

Se contrapone a la razón de Estado, absolutista, ultralegal, no hberal y gubernamental hasta la opre­sión: tiene que ser así.

De esta forma, de acuerdo con las previsiones de la razón universal, el principio del egoísmo, usurpador por naturaleza e ímprobo, se transforma en instrumento de justicia y de orden, hasta el punto de hacer que propiedad y derecho sean ideas inseparables y casi sinónimas. La propiedad es el egoísmo idealizado, consagrado, investido de una función política y jurídica.

* El derecho alodial, o francoalodial, es la libertad de la tierra en oposición al derecho feudal: una forma de propiedad democrática que, al oponerse al absolutismo del poder, defiende, según Proudhon (Th. Pr., 140 y siguientes), "la propiedad del ciudadano frente a la propiedad del Estado.,.

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TienB que ser así porque nunca. se respeta tanto al derecho como cuando encuentra un defensor en el egoísmo y en una coalición de egofsmos. Nunca se podrá defender la libertad en contra del poder si no tiene una fortaleza inexpugnable.

Que el lector no piense que estos an~nismos, estas oposiciones y estos equilibrios son Sliñ.Plemente un juego de mi ima.,2.ación. Sé bien que una teoría sim­plista, como el comunismo o el absolutismo de Estado, es mucho más fáCil de comprender que mi teoría de las amroomias. Pero no es mi culpa, soy un simple observaelOr e investigador. Oigo decir a ciertos refor­madores: "Suprimamos todas estas complicaciones de autoridad, de libertad, de posesión, de competencia, de monopolio, de impuestos, de balatm1 comercial y de servicios públicos; planifiquemos una sociedad uni­forme y todo quedará simplificado y resuelto." [ ... ] Nuestro sistema social es mucho más complicado de lo que crefamos. Si bien tenemos todos los datos en la actualidad, debemos coordinarlos, sintetizarlos de acuer­do con sus propias leyes. Alli descubrimos un pensa· miento, una vida íntima colectiva que no se rige por las leyes de la geometría y de la mecánica; impoSible de asimilarlo con el movimiento rápido, uniforme, in· fahble de la cristalización; imposible de explicar por la lógica ordinaria, silogista, fatalista y unitaria; pero en cambio se explica perfectamente a través de un sistema filosófico más amplio, que admite en un mismo sis­tema la pluralidad de principios, la lucha entre los distintos elementos, la oposición de los contrarios y la síntesis de todo lo que es indefinible y absoluto." O

Respecto a la federación, no quiero presentar todo

14 I5id., pp. 225-229.

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el conjunto de la ciencia económica y demostrar en detalle todo lo que habría que hacer en ese orden de ideas. Solamente digo que el gobierno federativo, después de haber reformado el orden politico, tiene necesariamente que operar una serie de reformas en el orden económico: he aquí, en pocas palabras, en qué consisten estas reformas.

De la misma forma en que, en lo político, dos o más Estados independientes pueden confederarse para garantizarse mutuamente la integridad de sus territo. rios o para proteger sus libertades, en lo económico podemos confederarnos para la protección recíproca del comercio y la industria, lo que llamamos unión ctduanerct; podemos confederamos para la construcción de vias de comunicación, rutas, canales, ferrocarriles, para organizar los créditos y los seguros, etc. El objeto de estas federaciones particulares es evitar que los ciu­dadanos de los Estados contratados sufran la ~ ción ca i lista bancocrática tanto en el interior como

- en e extranjero; e as con rman, en oposición al feu-. dalismo financiero ahora dominante, lo que yo llamarla la federación ctgrícolct-inclustrictl.

No me extenderé desarrollando este terna. Los lec­tores que [ ... ] han seguido más o menos mis trabajos saben bastante bien lo que quiero decir. El feudalismo financiero e industrial tiene la intención de provocar la decadencia política de las masas, la servidumbre económica del salario y la desigualdad de condiciones y de fortunas, valiéndose para esto de la monopoliza­ción de los servicios públicos, los privilegios en la edu­cación, la división· del trabajo, los intereses sobre el capital, la desigualdad en los impuestos, etc. La federa­ción agrícola industrial, en cambio, tiende, a través de la organi:zación, a lograr la igualdad en todos los servi-

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cios públicos al precio más bajo, quitándolos de las I!l!WOS del Estado; tiende a la mntúabzaci6n del crédito y de los seguros, la1gtaalación -creios impuestos, la garantía de babajo y de educación, y a una combina­ción de trabajos que permitan a cada trabajador trans­formarse de ~~~n en artista y de asalariado -- -en amo. -:ESevidente que esta revolución no podría ser lle­vada a cabo ni por una monarquía burguesa ni por una~ demo~ia .;nita~ Sólo puede ser producto de una federacion. o pn e provenir de un contrato uní· ~~ ni de las instituciones~ Caridad; sólo puede provenir de un contrato recíproco y conmutativo.

Si consideramos esta idea de una federación indus­trial que sirva de complemento y de sanción a la fede­ración politica, veremos que está apoyada en forma inequívoca por los principios económicos. Es la más alta expresión de la aplicación de los principios de mutualidad, de división del trabajo y de solidaridad económica, que el pueblo transformará en leyes que regirán al Estado.

Que el trabajo siga siendo libre; que el poder, aún más peligroso para el trabajo que la propiedad común, se abstenga de intervenir desde el principio. Las in­dustrias están hermanadas, relacionadas las unas con las otras; no puede sufrir una sin que sufran todas las demás. Que se federen entonces no para confundirse y absorberse, sino para garantizarse mutuamente las condiciones de prosperidad que tienen en común y que ninguna de ellas puede monopolizar. Con un pacto de esa índole no podrán afectar ninguna de sus liber­tades; solamente les darán más seguridad y más fuerza. Serán como los distintos poderes que conforman un

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Estado, como en el animal es la diversidad de funcio­nes de los distintos órganos lo que hace su fuerza y su armonia. [ ... ]

Los príncipes y los reyes, si los tomamos al pie de la letra, pertenecen a la Antigüedad: ya los hemos conmtucional~do; no está lejano el día en que no sean más que presidentes fedemles. Entonces será el fin de las aristocracias, de las democracias y de todas las. cracícts, esa gangrena de las naciones, espantapá­jaros de la hDertad. ¿Acaso esta democracia, que se cree hoeral y que sólo sabe latmlr anatemas en contra del federalismo y del socialismo, tal como lo hicieron sus antecesores del 93, tiene aunque sea una idea de lo que es la hoertad? Pero todo ensayo tiene un final. Ahora comenzamos a considerar el pacto federal; creo que no es demasiado esperar de la candidez de esta generación el retomo de la justicia debido precisa­mente al cataclismo que la alcanzará.

Por mi parte, aunque ciertos órganos de prensa se empeiian en cortarme la palabra, ya sea por un silencio calculado o por la distorsión de mis ideas y la 1ñjuria: ptmao1anzar este desafio a mis ~os: '---'-

Todo mi trabajo económico, elaborado a través de veinticinco afios, puede resumirse en estas tres pala­bms: !!der~n ~grícokrindustrial.

MiS puntos e VISta polM:icos se reducen a una fórmu­la: fe~ación..p.o~itif~ desc0ntralizaci6n.15 O

De esta manera, lo qiie··lmstaáliora se llamó mutua­lismo o garantismo, transportado a la esfera política tomará el nombre de federalismo. En esta simple sino­nimia está comprendida toda la revolución, tanto polftica como económica.18

l5 Principe féd., 357-361. 16 Capacité, 197.

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XI. ¡OH MUERTE, ESTOY PREPARADO!

GRANDE fue mi sorpresa cuando los periódicos belgas me acusaron de proponer la anexión de su país a Francia, a rafz de un articulo que publiqué sobre Italia en el cual defendfa la federación en contra del unitarismo. Puesto que no sabía si me hallaba ante una alucinación del público o una. trampa de la po­licia, lo primero que se me ocurri6 hacer fue pregun­tar a mis detractores si me habfan leído; y, si ése era el caso, querfa saber si el reproche que se me hacla no era alguna especie de broma. [ •.. ] Hasta. ese mo­mento no me habfa apresurado a beneficiarme de la amnistfa que me permitfa volver a Francia, después de casi cuatro años de exilio, y rápidamente hice mis maletas.*

Pero cuando volví a mi país y vi que, a rafz del mismo problema, la prensa democrática me acusaba, no de anexionismo, sino de haber abandonado la causa

* Proudhon, que acababa de dar los últimos retoques a La Guerre et la Pttix. se lanz6 abiertamente a la polémica contra los partidarios de los principios nacionalistas, cuya preocupación era, en ese momento, la unidad italiana. En un articulo, donde explicó que esta unidad hubiera tenido "como consecuencia inevitable la realización de la unidad francesa", sugerla que el nacionalismo francés deberla un dfa reclamar la ~ de Bélgica. Era una ironfa evidente. Pero la prensa belga; ya sea porque no comprendió o quiso aprovecharse de la situación, ro atacó con dureza, acusándolo de anexionista. Hubo maní· festaciones populares frente a su casa de Ixelles, y el periódico donde trabajaba por un misero sueldo lo despidió. El escritor decidió entonces dirigirse a Paris, el 17 de septiembre de 1862, para instalarse en Passy. Le quedaban menos de tres afios de vida.

249/ ::···

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revolucionaria y de apostasía, confieso que llegué a sentirme completamente estupefacto. Me pregunté si no seria yo un Epiménides salido de su caverna des­pués de un siglo de suefio, o si tal vez la democracia francesa, por entorpecer el paso al h'bemlismo belga, habfa iniciado un movimiento retrógrado. Estaba de acuerdo en que los términos federaci6n y anexi6n, o contrarrevolución, eran incompatibles; pero lo que me resultaba difícil de creer era que el partido con el cual, hasta ese momento, yo me sentía identificado, no con­tento con renegar de sus principios, llegaba hasta a traicionar a su pafs a causa de su obsesi6n por el uni­tarismo. ¿Acaso me estaba volviendo loco, o el mundo se habfa puesto a girar en sentido contrario?

Como la rata de La Fontaine, sospechando que allí habí4 otra trampa mb, pensé que lo mejor que po­día hacer era no responder en ese momento y observar, durante cierto tiempo, el desarrollo de los aconteci­mientos. Sabía que tendría que tomar una resolución enérgica, y necesitaba, antes de actuar, orientanne en ese terreno, que me parecía. tan distinto del que había dejado cuando sali de Francia, entre esos hom­bres que conocí y que ahora me parecfan personajes extrafios.1 O

Siento que se me asesina cada vez que escucho esa frase que se difunde por todos lados: "¡Francia está despertando!" [ ... ] Puedo ver el malestar, el aburri­miento, el descontento y, como si esto fuera poco, el alboroto. ¡Pero no puedo hablar de un despertar! Lo que está ocurriendo [ .•• ] me parece una prueba de que Francia vive en un suefio profundo, apenas torbadq por algunas pesadillas ocasionales. Me resistfa todo

1 Princi¡Je fhl., 25>-2)8.

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lo que pude a pensar 'Cie esta. fonna, pero creo que Francia ha perdido la iniciativa.2 O

Desde las jornadas de marzo de 1848, veo que la revolución económica y moral a la cual me consagré se aleja cada vez más; hoy la veo más lejana que nunca.

Me gustaría poder persuadirme de que soy yo quien se equivoca y de que son nuestros demócratas que pre­dican la unidad y otras cosas tan bonitas quienes tienen la razón; desgraciadamente la historia, la filoso­fía, la economía política, la creciente desorgani:mción, la miseria y la inmoralidad que se ecpanden y las desilusiones sucesivas me demuestran todo lo con­trario.3 O

Cuando esta democracia impmdente haya puesto en manos de los reyes y de los burgueses de toda Europa un poderío formidable; cuando los gobiernos unificados y monarqui:mdos se solidaricen entre ~ y cuando estén todos consagrados por el sufragio univer­sal, entonces comenzará un movimiento retrógrado imparable y el régimen ya no cambiará tal vez ni siquiera en el transcurso del siglo siguiente.• O

Nos encaminamos hacia la formación de cinco o seis grandes imperios, cuyo objetivo común es el de restaurar el derecho divino y explotar a la vil plebe. 6 O Una vez que se fprmen estos grandes imperios, ya nada podrá hacer que cambie la situación; consideremos también que, tarde o temprano, tendrán que hacerse la guerra entre sf.8 O

2 Al sefior Verdean, 7 de marzo de 1862, Cor., XII, 17-18. a Al sefior Auguste Defontaine, 22 de agosto de 1862, Cor.,

XII, 171. 4 Ibid., 170. G Al sefíor Charles Beslay, 3 de mayo de 1860, Cor., X, 39. e Al sefior Gouvemet, 3 de mayo de 1860, Cor., X, 47.

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Los Estados pequeños serán los primeros en ser sacrificados, como lo fue Polonia en otra época.

Entonces ya no habrá en Europa ni derechos ni libertades ni principios ni conducta. Entonces comen· zará la gran guerra entre los seis grandes imperios, unos contra otros.

¿Qué quería la Revolución? ¿Qué quería la Re· pública?

Querian hacer desaparecer esta era de infelicidad y de ignominia, y asegurar la vigencia del derecho, la libertad, la paz, el reino fecundo de las ideas, el tra· bajo y la buena conducta.

La Europa culpable será castigada por la Europa armada. ¡Que la ejecución llegue pronto, y que sea rápida! 7 O

Veo que en Europa el panorama es cada vez más tenebroso, sobre todo en Francia, en donde se ha re­nunciado definitivamente a toda tradición, a todo tipo de principios, a toda clase de planes, para vivir al día y siguiendo una marcha en zigzag que los tontos con· funden con una demostración de habilidad cuando no es otra cosa que exhibición de impotencia. Los aconte. cimientos están fuera de control; el mundo está diri· gido por su propia fatalidad. Tal vez esto sea bueno, en el fondo; veo a los hombres tan tontos, tan intri· gantes, tan desprovistos de conciencia y de sentido común, que considero una suerte el que, ante el fra· caso de la razón del hombre, le quede a la civilización el apoyo de la razón de los hechos.8 O Europa está ~ctualmente en la misma situación que en la época de Jesucristo. Un viejo sistema se va, uno nuevo llega.

' Al seftor Charles Beslay, 3 de mayo de 1860, Cor., X, 39. s Al setior Charles Edmond, 23 de abn1 de 1861, Cor.,

XI, 30.

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Los grandes Estados desaparecerán, y tal vez con ellos Francia, hogar de la decadencia moderna.9 O

Francia ha perdido su conducta. Los hombres de nuestra generación no son [ ... ]

peores que sus padres: la historia, que hoy conocemos n1ejor, lo desmiente con energfa. Las generaciones se suceden y evolucionan: ésta es la conclusión que pode­mos sacar después de observar cuidadosamente la vida de los pueblos, a pesar de los incesantes vaivenes y de las deplorables desviaciones.

Cuando digo que Fxancia ha perdido su conduct::t, quiero decir que ha dejado de creer en sus principios. Ya no tiene ni inteligencia ni conciencia moral, ha perdido la noción de lo que es conducta.

A través de la critica hemos llegado a esta triste conclusión: que lo justo y lo injusto, que a menudo creemos poder discernir, no son más que términos con~ vencionales, vagos, indetemtinables; que las palabras derecho, deber, moral, virtud, etc., tan mencionadas en el púlpito y en la escuela, no expresan más que puras hipótesis, vanas utopías e indemostrables prejuicios; que esos principios de respeto humano y de dBcoro no se aplican en la vida cotidiana; que quienes más ha~ blan de justicia demuestran, por el origen sobretlatural que le asignan, por presentarla como algo más allá de las cosas de este mundo, por los sacrificios que jamás dudan en hacer en pro de sus propios intereses y por su propia conducta, lo poco que creen en ella; que la única regla que rige las relaciones entre los hombres es el egoísmo, y que el más honesto es quien reconoct; abiertamente su egoísmo, porque al menos no se con~ vertirá en traidor.

9 Al señor Auguste Defontaine, 12 de abn1 de 1862, Cor., XII, 55.

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En pocas palabras, el escepticismo, después de haber devastado la religión y la política, ha hecho presa de la moral: en eso .consiste esta tendencia moderna a la disolución. No es un caso sin precedentes en la historia de la civilización: ya se dio en ocasión de la decaden~ cia griega y de la romana, y me atrevo a decir que se presentará una tercera vez. Estudiémoslo entonces con la mayor atención; ya que no podemos escapar de esta nueva epidemia de la plaga, al menos sabremos a qué atenernos.

La moralidad francesa está destruida en su fuero intemo por la acción de la duda, sin que por eso ob~ servemos que el crimen se haya vuelto más frecuente o la virtud más rara. Ya no queda nada que resista: la denota es completa. No hay pensamientos de ju~ ticia, ni estima por la h'bertad, ni solidaridad entre los ciudadanos. No se respeta ni una sola institución, no hay un solo principio que no sea cuestionado y ul­trajado. Ya no hay autoridad espiritual ni temporal: las almas sin apoyo, sin gufa, deben refugiarse en sí mismas. Ya no hay por quién ni por qué jurar; nues­tros juramentos carecen de sentido. Puesto que se duda de todos los principios humanos, no podemos creer en la integridad de la justicia. o en la honestidad del poder. Aun el instinto de conservación parece ha­berse extinguido junto con el sentido moral. La direc­ción de todo proceso está confiada al empirismo; una aristocracia bancaria se lanza sobre el tesoro público ante el escándalo de los socialistas; la clase media se muere lentamente de pereza e ignorancia; la plebe se hunde en la indigencia y en los malos consejos; las mujeres están ebrias de lujo y de lujuria, la juventud es impúdica, la infancia envejece. [ ... ] "El sfileen se apodera de mi", me decfa un joven sacerdote. Alguien

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como él, que por sus funciones, su fe y su edad ten­dria que estar a salvo de esta enfermedad inglesa, sentía que su vida moral se desmoronaba. ¿Es ésta una forma de vivir? ¿No parecería más bien una expiación? El burgués expía, el proletariado expía y hasta el mismo poder, que sólo puede gobernar por la fuerza, expía a su vez. [ ... ]

"Esta nación carece de principios", decia de nosotros, en 1815, Lord Wellington. Ahora nos damos muy bien cuenta de ello.10 D

En el fondo, somos una nación desagradable e inso­portable. Puede ser que en lo individual y en nuestras re1aciones personales seamos más sociables que los demás pueblos; pero como cuerpo político hemos sido prodigiosamente sobrevalorados. Desde 1801, nuestra decadencia ha sido continua; esto es comprobable por estadísticas y cifras; quiero decir que el nuestro es el país donde el progreso es más lento desde cualquier punto de vista. En cuanto a moral pública, a espíritu de grupo, a libertad y a orden interno, estamos en 1a impotencia.

Europa marcha hacia adelante sin nosotros, con­tra nosotros y sin tomar en cuenta nuestros ejemplos ni nuestra influencia porque somos una llaga para ella. [ ... ] Por mi parte, me siento cada vez más cos­mopolita.. Seguiré diciendo aquello que me parezca útil y cierto, aunque tenga que burlarme de los partidos y chocar con la oposición; tengo la inquietud constante de la libertad y del derecho; me he despedido de la supremacía francesa. No pereceremos porque en los tiempos que vivimos una nación de treinta y seis mi­llones de hombres ya no puede perecer; porque el

10 Justice, 1, 250-252.

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progreso que ya hemos alcanzado nos mantendrá de alguna manera. Pero perdemos terreno a ojos vistas a causa de nuestra cobardía, tontería y vanidad. En el ex­tranjero se nos desprecia; ya no se cuenta más con nosotros; las cosas se hacen sin nuestra participación. Nuestras pretensiones injustificadas de emancipar a las naciones y de conducir el mundo civilizado pro­vocan risa; lo único que hacen es mantenerse en guardia contra nuestras 500 mil bayonetas. [ ... ] No será una tarea fácil curar nuestras heridas y volver al camino correcto; no se trata de vencer solamente al Imperio, hay que echar por tierra los partidos; tenemos que convertir nuestro espíritu público; para lograrlo, nece­sitamos varias generaciones o milagros.

No soy pesimista, no renuncio a mi país. [ ... ] Pero veo en dónde está el mal, y ese mal es enorme. Lo primero que tenemos que hacer es convencernos de ello.11 O

Pero [ ... ] nuestra nación es tal vez la menos mala.13 O Pase lo que pase [ ... ] con nuestra raza fatigada, la posteridad reconocerá que la tercera era de la humanidad tiene su origen en la Revolución francesa.18 O

¡Oh patria, patria francesa, patria de los cánticos eternos de la revoluci6nl ¡Eres la patria de la libe$d porque, a pesar de tu servidumbre, no hay ningún lugar de la Tierra, ni en Europa ni en América, donde el espíritu; que lo es todo en el hombre, sea tan libre como en tu casal ¡Patria que amo con ese amor acu­mulado que el hijo que crece siente por su madre y

11 Al señor Gustave Chaudey, 7 de marzo de 1862, Cor., XII, 12-14.

12 Al seiior Buzon, 30 de octubre de 1864, Cor., XIV, 84. 1a Justice, 1, 284.

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que el padre siente crecer con sus hijos! ¿Deberé verte sufrir aún por más tiempo, sufrir no por ti misma, sino por aquellos que te pagan con su envidia y sus ultrajes; sufrir inocente solamente porque no te conoces? ¡Creo que ésta es tu última prueba! ¡Despierta, madre: ni tus príncipes ni tus barones ni tus condes pueden hacer ya nada por tu salud, ni tus prelados podrlan reconfortarte con sus bendiciones! Conserva, si asf lo quieres, el recuerdo de aquellos que te han hecho algún bien, ve de vez en vez a rezar frente a sus mo­numentos: pero no les busques sucesores. ¡.Se han ter. minado! ¡Comienza tu nueva vida, oh primera entre las inmortales; muéstrate en toda tu belleza, Venus Urania; regálanos tu perfum~ flor de la humanidad!

Y la humanidad rejuvenecerá, y tú serás quien cree su unidad: porque la unidad del género humano es la unidad de mi patria, tal como el espíritu del género humano es el espíritu de mi patria.14 O

Es decir [ ... ], que no me hago muchas ilusiones y no espero ver mafiana, como por un golpe de varita mágica, el renacimiento de la libertad, del respeto por el derecho, la honestidad pública, la franqueza de opiniones, la buena fe de los periódicos, la moralidad en el gobierno, el razonamiento entre los burgueses y el sentido común entre los plebeyos. No, no; la deca· dencia ha sido nuestra ganancia, y eso por un lapso que no puedo calcular y que no será menor que el

, de una o dos generaciones. Seria para mí un periodo interesante de vivir y estudiar si aún tuviera treinta afios. Tal vez pudiera estudiarlo todo si llegara hasta los ochenta. Pero ya be pasado de los cincuenta, no veda más que la peor parte, moriría sin tener nada

l~ Rév. dém., 296·297.

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en claro, perseguido por mis antecedentes, que me han valido la reprobación de una sociedad ~a; no pue­do pretender ejereer ninguna influenCia positiva, y deseo poder representar honorablemente y hasta el fin mi papel de Casandra. Algunas personas honestas apro­barán mis trabajos y tal vez logre formar un pequefio grupo, una élite en medio de las ruinas; eso es todo lo que ambiciono. Cuando llegue la hora del renaci­miento, tal vez el público pensante, analizando los hechos, intentará saber lo que ocurrió y se le hará justicia a mi pensamiento, si es que todavia se le recuerda.15 O

Hice siempre más o menos lo que debía hacer, y quiero terminar con dignidad.a O Lo que domina en todos mis estudios, lo que hace el principio y el fin, la cima y la base, la razón; lo que constituye la clave de mis controversias, de todas mis disposiciones, de todas mis digresiones; aquello que constituye, en fin, mi originalidad como pensador, si es que puedo atri­buirme tal cosa, es que afirmo resuelta, irrevocablemen­te, en cualquier circunstancia, la existencia del progreso, y que niego, con la misma resolución, en cualquier circunstancia, la existencia de lo absoluto.

Todo lo que, durante mi vida, he escrito, afirmado, atacado o combatido, lo he escrito, negado o afirma­do en nombre de la misma idea: el progreso. [ ... ] ¿Qué quiere decir progreso? Todo el mundo lo menciona sin que haya avanzado un ápice como doctrina. [ ... ] ¿Qué quiere decir absoluto o, para definirlo mejor, absolutismo? Cualquiera se atribuye el derecho de re­pudiarlo, nadie quiere defender tal concepto y, sin em-

u Al sefior Mathey, 29 de octubre de 1860, Cor.. X, 206-207.

18 Al sefior Maurice, lS de febrero de 1861, Cor., X, 321.

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bargo, no hay nadie que no sea crisijano, protestante, judío o ateo, monárquico o demócrata, comunista o maltusiano: todos los que se permiten blasfemar en contra del progreso permanecen encadenados a lo absoluto.

Si al menos hubiera podido, por una sola vez, dar una idea de la diferencia que considero que hay entre estos dos conceptos, explicar lo que entiendo por pro­greso y lo que defino como absoluto, hubiera podido exponer el principio, el secreto y la clave de toda mi polémica; ustedes conocerlan la base lógica de toda mi ideologfa. [ ..• ] Entonces ustedes me conocerfan intrus et in cute, tal como yo soy, tal como fui durante toda mi vida y tal como seré dentro de mil aiios: una persona cuyo pensamiento avail2Ul constantemente y cuyo programa de trabajo no podría detenerse jamás. Y en cualquier etapa de mi pensamiento en la cual ustedes me abordaran, sólo podrlan tomar dos actitudes críticas con respecto a mi trabajo: o absolverme en nombre del progreso o condenarme en nombre de lo· absoluto.

El progreso, en la acepción más pura del término, es decir, la menos empirica, se refiere al movimiento de las ideas, (:1rocessus; movimiento innato, espontáneo, esencial, irrefrenable e indestructible, que es al espf... rito lo que el peso es a la materia (partiendo de la suposición vulgar, que comparto, de que espirito y ma~ teria sean alguna cosa, haciendo abstracción del movi· miento), y que se manifiesta principalmente en la marcha de las sociedades y a través de su historia.

De esto se infiere que si la esencia del espirito es el movimiento, la verdad, es decir, la realidad, tanto en la natu&aleza como en la civilización, resulta esen· cialmente hist6rictt, sujeta a progresiones, conversio-

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nes, evoluciones .y metamorfosis. Lo único estable y eterno son las leyes del movimiento, cuyo estudio es el objeto de la lógica y de las matemáticas.

En general, tanto la mayoría de los estudiosos como los ignorantes entienden el progreso en un sentido uti­litario y material. Acumulación de descubrimientos, proliferación de maquinaria, mejoramiento del bienes­tar general, expansión de la enseñanza y mejoramiento de los métodos; en pocas palabras, aumento de las riquezas materiales y morales, y una participación cada vez más numerosa de los hombres en los goces de la fortuna y del espíritu: ésta es para ellos, más o menos, la definición de progreso. Sin duda esto también es progreso, y la filosofía progresiva nos serviría de poca cosa si en sus especulaciones dejara de lado el tema del mejoramiento físico, moral e intelectual de la clase más numerosa y mcís pobre, como dice la fórmula de Saint-Simon. Pero ésta es una expresión restringida, una imagen, un símbolo, más aún: un producto. Desde un punto de vista filosófico, esta definición de progreso carece de todo valor.

El progreso es la afirmación del movimiento univer­sal y, por consiguiente, la negación de toda forma o fórmula inmutable, de toda doctrina eterna, de la in­movilidad, de la perfección, etc., aplicadas a cualquier cosa; de todo orden permanente, sin exceptuar si­quiera el del universo; de todo sujeto u objeto, ya sea empírico o trascendental, que no cambie.

Lo absoluto o el absolutismo, por el contrario, es la afirmación de todo aquello que el progreso niega o la negación de todo lo que éste afirma. Es la búsqueda en la naturaleza, la sociedad, la política, la moral, etc., de lo eterno, lo inmutable, lo perfecto, lo definiti­vo, lo incambiable, lo indivisible; es, para servirme de

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una expresión que se volvió célebre en nuestros debates parlamentarios, el statu quo. [ ... ]

De esta definición doble y contradictoria del pro-­greso y de lo absoluto podemos deducir, como corola­rio, esta propuesta que parecerá bastante extrafia a nuestros espfritus, acostumbrados desde hace tanto tiempo al absolutismo: que en todas las cosas lo ver­dadero, lo real, lo positivo, lo practicable, es aquello que cambia, o al menos aquello que es susceptible de progresión, conciliación, transformación; mientras que lo falso y lo ficticio, lo imposible, lo abstracto, y todo aquello que se manifiesta como fijo, entero, completo, inalterable, indefectible, no suscephble de modifica­ción, conversión, aumento o disminución es refrac­tario a todo tipo de combinaciones y a toda sfntesis.

De esta manera la noción de progreso nos permite inmediatamente y en todo tipo de experiencia elaborar, no lo que llamamos un criterio, sino, como dice Bossuet, un prejuicio favorable, por ~edio del cual es posible distinguir, en la práctica, aquello que nos puede ser úh1 como empresa o como tmbajo de aquello que puede resultar peligroso o funesto; lo cual es importan· te para el manejo de un Estado y de sus asuntos.

En efecto, entre todos los proyectos de mejoras y de reformas que se presentan cada dfa en una sociedad, es indudable que hay algunos útiles y convenientes y otros que no lo son. ¿Cómo reconocer entonces, antes de comprobarlo por la experiencia, a priori, qué es lo bueno y qué lo malo, cómo diferenciar lo que es prac­ticable de lo que es solamente especulación inúh1? Por ejemplo: ¿cómo elegir entre la propiedad privada y 1a propiedad común, federalismo y centralización, gobier­no directo del pueblo y dictadura, sufragio universal y derecho divino? Estas cuestiones son tan diffciles

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que no encontraremos sociedades o legisladores que no hayan tomado como regla uno u otro de esos prin· cipios y que no hayan tenido, en su momento, su jus· tificaci6n histórica.

Para mf, 1a respuesta es fácil. Todas las ideas son falsas, es decir, contradictorias e irmcionales, si les da, mos un significado exclusivo y absoluto, o si nos dejamos llevar por ese significado; todas son verdaderas, es decir, suscepbbles de ser realizadas y utilizadas, sí las podemos combinar con otras o hacerlas evolu-cionar. [ ... J

ll:sta es [ ... ] mi profesión de fe. Hasta ahora no la habfa escrito jamás; confieso que he reflexionado sobre ella muy pocas veces. Me dejé llevar por la marea de este siglo, avanzando siempre sin mimr hacia atrás, apoyando el movimiento, buscando integrar mis ideas, negando las concepciones anaUticas, defendiendo la Ubertad aun por encima de la religión, luchando, en nombre de 1a justicia, por 1a causa del asalariado y del pobre, defendiendo la igualdad, o más bien, la ecua· ción del progreso en cuanto a las funciones y los des­tinos; por otra parte, nunca cref en los actos desin­teresados, siempre consideré que el martirio no tenfa ningún mérito, a pesar de mis prisiones; pienso que la amistad es fr.igil, 1a razón vacilante y la concien­cia no siempre confiable; considero que la caridad, la fmtemidad, los atractivos del trabajo, la emancipación de la mujer, la legitimidad del gobierno, el derecho divino, el amor perfecto y la felicidad no son más que versiones disfrazadas de lo absoluto.

Si alguna vez, llevado por la polémica o la mala fe del espfritu de partido, o por lo que fuera, traicioné esta doctrina fue debido a un lapsus ettlcnni, a un argu· mento ad hominem, provocado por alguna debilidad

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del espíritu o del com:ón, de la cual reniego y me retracto.

Por otra. parte, esta humildad ñ1osófica no me cuesta nada. La idea de progreso es tan universal, tan flexible, tan fecunda, que todo aquel que se guíe por ella no tendrá casi necesidad de saber si sus proposiciones confonnan un cuerpo doctrinario: existe la armonía entre ella~ existe el sistema por el solo hecho de que se encuentran en progreso constante. [ ... ] Ja­más releo mis obtas y ya olvidé las primeras que publiqué. ¿Qué importancia puede tener esto, si avan­zaba [entonces] y aún avanm ahora? ¿En qué pueden afectar a la rectitud de mis ideas o a las bondades de mi causa algunas desviaciones o algún paso en falso? Lejos de avergonzarme de tantas caídas, ciertamente estoy tentado de vanagloriarme y de medir mi valentía por el número de golpes recibidos.11 O

Comencé a estudiar tarde y solo; como ~o pionero solitario, hice muchas investigaciones que luego me resultaron inúh1es o que me habría podido ahon:ar si hubiese sido más instroido.18 O

Si algo me distingue de los demás escritores es que hay un progreso continuo que va desde mi primem publicación hasta la última, cosa que jamás he negado y que, por el contrario, me interesa hacer notar. Este progreso es lo que da unidad y concatenamiento a mis ideas [ ... ]. Solamente los escritores que no piensan son los que jamás cambian.19 O

La verdad es el premio de un largo trabajo; tiene muchas facetas diferentes y a menudo parece contra-

u Phil. fwogr., 47-51 y 105-107. 18 Al señor Bergmann, 15 de noviembre de 1861, Cor., XI,

287-288. 10 A les hermanos Garnier, 9 de julio de 1851, Cor., IV, 71.

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decirse; por eso siempre estamos en peligro de distor­sionarla al intentar ponernos todos de acuerdo, cada día y sobre todos los temas, en tomo a lo que pensamos y lo que percibimos. Por esta razón no desapruebo a un autor que se contradiga, siempre y cuando lo baga de buena fe y no por ignorancia; y por esto me inquieta tan poco el hecho de que aparezcan contradiccionc."S en mis trabajos, ya sean reales o aparentes. La. socie~d humana y el mundo moral conforman un calidoscopiO infinito: ¿c6mo se puede pretender que siempre sea perfectamente lógico, consecuente y adecuado conmigo mismo? Es imposible.20 O ¡Es extrafio que se me acuse justamente a mí de ser contradictorio, cuan­do me paso la vida demostrando la existencia de la contradicción en nuestra naturaleza! 21 O

Nunca escritor alguno ha sido tan serio, tan cons­ciente en todas sus publicaciones, y [ ... ] me veo acu­sado de ser un sofista ruidoso, un Er6strato literario, dispuesto a cualquier cosa con tal que se hable de él. Hay momentos en que esto me exaspera en forma inexpresable.22 O

Siempre se me ha considerado un escritor excéntrico, inc6modo, inoportuno y desagradable; se me trata poco menos que a puntapiés, se me ponen banderillas y hasta las mujeres se meten en el asunto, con esto ya queda todo dicho. La democracia jacobina está enfu­recida contra mí, el orleanismo no me soporta, los legitimistas se sirven de mí para azuzarme contra los partidos rivales y el imperialismo se contenta con guardar silencio. A veces algún hijo perdido del perlo-

2o Al señor Clerc. 4 de maxzo de 1863, Cor., XII, 338-339. n Contr. icon., 11, 258. 22 Al doctor Cretin, 20 de noviembre de 1863, Cor., XIII,

176.

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dismo me ataca, aunque esto no despierta ningún eco. A veces me pregunto si pertenezco a este mundo, si se me toma en cuenta o si debo verme como un alma en pena que regresa a asustar a los vivos, quienes se niegan a mencionarla en sus plegarias. Mis éxitos literarios alcanzan para la subsistencia de mi familia y satisfacen mi amor propio como autor; pero quisiera poder ~ sobre los hechos y me veo ex~luigo de estas es·feras.23 ··o- ···- ----

Es iiidñcrable [ ... ] que hay mucho de culpa de mi parte. No se me comprende; no hablo como todo el mundo. Mi estilo tiene algo de extraño que descon­cierta a los lectores. Hay algo de verdad en este repro· che, y no puedo menos que reconocerlo, en cierta medida. Sin embargo, si reflexionamos un poco, se diría que no soy enteramente dueño de mis propias palabras; que el estilo es parte de la idea, así como la poesía es parte de la naturaleza; que por cada pen­samiento que produce la inteligencia se forma una expresión especial; que esto ocurre así en las ciencias matemáticas y físicas, y que con mayor raz6n sucede lo mismo en las ciencias morales y políticas: de manera que cualquiera que sea el talento de un autor o su facilidad de expresión, si lo que expresa es justo, nece­sariamente desorientará al público.

[ ... ] Si ocurre que a veces utilizo palabras extrañas, tomadas de todos los idiomas [ ... ] no es porque yo lo busque; esto está provocado por mi impaciencia de espíritu y por una especie de desesperación. Al no encontrar palabras o locuciones que expresen lo que yo quiero expresar, me forjo mi propio lenguaje, tomo

28 Al sefior Gouvemet, 19 de diciembre de 1861, Cor., XI, 296-297.

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todo lo que me cae en las manos y aprovecho todos los recursos.2• D

Sé que [también] se me acusa de hacer el papel de verdugo tú todas las cabe~ con mis polémicas; pero si reflexionamos un poco, veremos que ésta no es más que una táctica, una forma como cualquier otra de hacer valer mis razones. Y hay tanta pereza, cobardía y titubeos entre los críticos de la actualidad, que es necesario que algún cocinero ponga un poco de con· dimentos en sus salsas.25 -D Mi temperamento me lleva a burlarme un poco de todo, aun de aquello en lo que creo, y esto se halla en la base de mi conciencia. 26 O

Experimento la más soberana repugnancia tanto por los panegíricos como por las diatribas que se hacen por o en contra de mi persona. Me hacen parecer que estoy asistiendo a la autopsia de mi propio cadáverP O

Mi vida es un combate.28 O ¿Acaso [ ... ] un hombre que está adelantado a su siglo [puede] te· ner razón y volverse popular? [ ... ] Aquello que un país tiene de más atrasado y más retrógrado es la masa [ .•. ]. Es cierto que trabajo para ella; pero sé muy bien lo que ésta vale, y no quiero traicionar su causa ante la razón y ante la historia defendiéndola en la forma que ella quiere que yo la defienda. La democracia [ ... ], desde el punto de vista de los principios, no tiene peor enemigo que ella misma, y conservo la esperanza, ya que mi carrera sigue avan­zando, de que no podrá llegar a reprocharme el ha-

u Al señor [ilegible], 5 de junio de 1861, Cor., 113-114. 2ó Al sefior Antaine Gauthier~ 2 de mayo de 1841, Cor.,

I, 324. 2e Al señor Maurice, 26 de febrero de 1848, Cor., II, 268. 2f Al sefior Paul Robert, 15 de abril de 1850, Cor., 111, 207. 2s Camets, III, 290.

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ber sacrificado sus verdaderos intereses en aras de sus utopías. [ ... ]

Sé bien [ ... ] que no se puede producir tuJda de grande en este mundo sin el ttpuyo de las masas: éste es el abecé de la táctica revolucionaria. Pero hace falta que las masas tengan una idea y que sea una idea co­necta, porque de lo contrario lo único que logran es peijudicaiSe a si mismas.211 O

No me gusta la cbadataneria y tengo sed de justi­cia. Nada de halagos inútiles, sino hechos; hay un aspecto de mi canem que es poco conocido y que creo seria conecto revelar: soy más bien un hombre de práctica que de teoria. El gobierno imperial lo sabe muy bien [ ... ] : mis ideas sobre los ferrocarriles, la navegctción, la bolsa. el crédito, los impuestos, son hoy más aplicables que nunca; se me plagia, se me imita, se me toman cosas en préstamo, se me falsifica, todo lo cual no impide que sea considerado siempre como el primero de los utopistas. [ .•. ]

La idea de la exposición permanente es mia y de Fran~is Coignet; podria citar muchas otras cosas en las cuales he contribuido, a menudo siendo atacado; o decir que muchos de los que me contradicen no hacen más que aplicar mis propias f6rmulas disfrazadas. Podría presentar documentos sobre este tema ... 80 O

Me acusan de ser un demoledor. Este apodo lo lle­varé para siempre; nadie está dispuesto a aceptar mis trabajos: hombre de demolici6n, ¡incapaz de producir nada! Sin embargo, ya he demostrado sobradamente

1111 Al seiior [ilegible], 12 de octubre de 1861, Cor., XI, 221-222.

so Al señ.or Gustave Chaudey, 28 de diciembre de 1861, Cor., XI, 303.

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la existencia de elementos positivos en mi obra7 tales como:

l. Una teorfa de la fuerza colectiva: metafísica del grupo [ ... ].

2. Una teorfa dialéctica: formación de géneros y es-­pecies por el método de la serie; ampliación del silo­gismo, que no sirve si no se admiten las premisas.

3. Una teorla del derecho y de la ley moral (doctrina de la inmanencia).

4. Una teorfa de la libertad. 5. Una teorfa de la cafda, es decir, del origen del

mal moral: el idealismo. 6. Una teorfa del derecho de la fuerza: derecho de

la guerra y derecho de gentes. 7. Una teorfa del contrato: federación7 derecho pú­

blico o constitucional. 8. Una teorfa de las nacionalidades. deducida de la

teorfa de la fuerza colectiva: indigenismo7 autonomía. 9. Una teorla de la división de poderes: ley de la

separación, correlativa de la fuerza colectiva. 10. Una teorfa de la propiedad. 11. Una teorfa del crédito: la mutualidad, correlati-

va de la federación. 12. Una teorfa de la propiedad literaria. 13. Una teorfa del impuesto. 14. Una teorla de la balanza de comercio. 15. Una teorfa de la población. 16. Una teorfa de la familia y del matrimonio. Todo esto sin contar una cantidad de verdades in·

cidentales. Fui el primero en descubrir el fenómeno de la anti­

nomia en la economía política. Liberé a la justi­cia de ]a religión; y al elemento moral del elemento religioso. ·

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Como filósofo, dejo de lado todas las hipótesis me­tafísicas, absolutistas, que no tienen ningún sentido, y propongo como punto de referencia, como ley de la naturalem, del espíritu y de la conciencia, estos hechos universales: justicia, igualdad, ecuación, equilibrio, acuerdo y armonía.

Soy un demoledor. Pero, ¿cuál es el principio en el que me baso para demoler? Porque se necesita un principio. ¿Cuál es la idea, el antecedente o la teoría?, porque también son necesarios. Me baso en los prin­cipios del derecho y de la justicia. Toda mi critica de la propiedad, toda mi teorla del amor y del matrimonio, de la paz y de la guerra, reposan sobre la noción de justicia; mis Contradictions économiques son una ope­ración de equilibrio. Soy un demoledor; pero hoy puedo presentar el sistema politico y social desde un nuevo punto de vista. Entonces, contra los abusos irreparables de la soberanía exijo, y hoy más que nunca, el des­membramiento de la soberanía; contra la fantasía del poder personal, exijo la alianza entre el egoísmo propie-

. tario y la libertad; contra los excesos en los impuestos y las prodigalidades del fisco, exijo una reforma impo­sitiva, basada en la renta como punto de referencia; contra la lista civil exijo, junto con el reparto de las propiedades, la participación en la renta de los bienes raíces; contra el inmovilismo feudal que nos oprime, contra los mayorazgos y las corporaciones que prolife­ran, exijo la propiedad exenta del pago de tributos. Se me ocurre que hay aquí tantas propuestas positivas como negativas. ¿Pero a quién le importa? Yo soy un demoledor, ¡incapaz de construir! ... 31 O

[En realidad] soy uno de los más grandes defensores

at Th. propr., op. cit., pp. 215-217.

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del orden, uno de los progresistas más moderados, uno de los reformadores menos utopistas y más prácticos que existen. Todo el misterio de mis trabajos consiste en que opino que, si queremos avanzar en el estudio de las ciencias sociales, no debemos atemorizamos ante ninguna conclusión de la crítica, nos lleve a donde nos lleve; porque, si una parte de la verdad nos espanta a veces, la totalidad de ésta nos tranqw1iza. y sa­tisface [ ... ] •

Se me reprocha que mis opiniones coincidan con las del Imperio y las del episcopado; pero esta coincidencia es fortuita y circunstancial; lejos de avergonzarme, me felicito por ello. No soy tan hip6crita como para atacar a aquellos que, guiados por principios diametralmente opuestos a los míos, llegan accidentalmente a las mis­mas conclusiones que yo. Encuentro que tenderles una mano hospitalaria implica una actitud de mqor gusto, una conducta sensata y una política más sana.82 O

Trabajé mucho, cometí muchas torpezas y muchas faltas; aprendi algo e ignoré mucho; creo tener algún talento; pero ese talento es incompleto, abrupto, desi­gual, siempre cambiante, plagado de negligencias, de inmoderación, de extravagancias. Hubiera tenido más éxito si me hubiera ocupado menos en educar mi in­teligencia; si no hubiera hecho otra cosa que confor­marme con ser un tribuno o un propagador. Ll"bre de todo principio, hubiera podido comenzar mi carre111

diez años antes, y a partir de 1840, y sobre todo des­pués de 1848, hubiera tenido un impulso formidable. Como escritor popular y como pensador no hubiera sido más que un hombre a medias; no me preocupa mucho. Pero creo que siempre he sido un hombre

sa Al señor Milliet, 2 de noviembre de 1862, Cor., XII, 220-221.

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honrado; en cuanto a esto me puedo considerar a la altura de todos los maestros.33 O

¡Dichoso el hombre que sabe encerrarse en la sole­dad de su corazón! Allí puede acompañaiSe a sí mismo; su imaginación, sus recuerdos y sus reflexiones son sus interlocutores. Puede entonces paseaiSe por las popu­losas calles, detenerse en las plazas públicas, visitar los monumentos; o, más dichoso, puede errar a través del campo y de las praderas y respirar el aire de los bos­ques, eso es lo de menos; él medita y sueña; sus pensa· mientas siempre le pertenecen, ya sean tristes o alegres, elegantes o sublimes. Entonces puede juzgar conecta­mente que su corazón se h'bera, que su conciencia se refresca, que su voluntad se fortifica, que siente la virtud latir dentro de su pecho; entonces puede conver­sar con el mismo Dios y aprender interiormente, por conveiSaciones que nadie jamás conocerá, lo que es VJ:Vm y lo que es MORIR. ¡Hay que ver cómo, entonces, las cosas se aprecian en su justo valor! ¡Qué pocas de esas cosas nos parecen dignas de dqlicarles nuestra vida, de que por ellas afrontemos la muerte! Uno se pregunta con honor cuál podría ser el remedio a este contagio de tendencias suicidas que todos los días cobra nuevas víctimas. Este remedio, tan buscado en todos los lu­gares donde no se encuentra, debería descubrirlo la homeopatía. Cuando la vida se vuelve despreciable ya no se quiere renunciar a ella: solamente aquellos que la estiman encuentran que se convierte en una carga. El estoico que, en la prosperidad, sabia sacrifi· car su existencia, sabía también soportar el dolor y aun negar que éste fuera un mal. El disclpulo de Epicuro, cobardemente enamorado de la vida, la maldecia cuan·

33 Al señor Bergmann, 14 de mayo de 1862, Cor., XII, 92-93.

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do ésta no le producía ningún goce. Entre las tumbas, con una cabeza de muerto en las manos, se debe pre­dicar contra el suicidio.3' -D

[Por mi parte] comienzo a estar muy cansado de la vida y lo único que busco es poder decir lo que llevo en mi corazón antes de morir. Cuando lo consiga podré decir: ¡Maldito sea yo misrrw y todo el géwzro hu­mano! 35 O El desaliento me invade poco a poco cuan­do contemplo la tontérla y la mala fe de los seres humanos. Mi indignación juvenil se desgasta; con toda lucidez advierto que la inercia se apodera de mi, y me pongo triste. Para sobreponerme a este sentimiento tan negativo, no veo otra posibilidad que trabajar se­riamente y a largo plazo, en función del porvenir y de otras generaciones. No espero nada de mis contem· poráneos.36 O Ya no podemos permitimos más erro­res: la ~ivilizaciótL afronta u_na gmve crisis, como la que afron_!§ .!!!YU9la .. Y~~~ la historia; me refier_o a la qllif .. produjo el advenimien~<C~ristl.l!nism<>:- Ya no existen m-as tra9íCioñes·y ·todas .. Ias-·ereencias han sido abolidas; por otra parte, el nuevo programa aún no existe, quiero decir que aún no ha penetrado la con­ciencia de las masas; eso es lo que yo llamo disolución. Es el momento más atroz de la existencia de todas las sociedades. Todo se conjuga para desanimar a los hom­bres de bien: prostitución de las conciencias, triunfo de la mediocridad, confusión de lo verdadero con lo falso, especulación con los principios, bajeza de las pa­siones, cobardía en las conductas, opresión de la verdad, recompensa de la cobardía, de la adulación, del char-

a• Cél. dim., 68-69. aG Al señor Villiaumé, 13 de julio de 1857, Cor., VII, 265. as Al señor Gustave Chaudey, 26 de abril de 1859, Cor.,

IX, 71.

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latanismo y del vicio. Estos males no son exclusivos de Francia, sino que se extienden por todos lados.87 O Por momentos siento que poco me falta para asquearme de los hombres y de los pueblos. Ya nadie sabe pen· sar ni actuar ni expresarse; se ha llegado al colmo del reblandecimiento de las costumbres. Todo se hace a tientas; es la muerte de los espfritus justos y de las rectas conciencias.88 O Vislumbro la posibilidad de un extravfo definitivo e irremediable de toda la especie.88 O

Aceptemos al mundo tal cual es y contentémonos con echar leña al fuego.40 -D ¡Al diablo con la especie humana! ¡Tomemos el látigo de la ironía, de la ironía lúriente, contra los hombres y contra las cosas! [ •.. ] ¡Nos reiremos a carcajadas aunque nos manden a la guillotina. ¡Luchemos sin cuartel! ¡Solamente cuando se es libre se puede ser fuerte y alegre! 41 O ¡Oh ironía, verdadera h'bertad, eres tú quien me h'bera de la ambi­ción de poder, de la servidumbre partidaria, del respeto a lo rutinario, de la pedantería de la ciencia, de la admiración por los grandes personajes, de la mistifi­cación de la politica, del fanatismo de los reformado­res, de la superstición de este gran universo y de la adoración a mf mismo! Te revelaste a menudo ante el Sabio sentado al trono cuando decía, al ver este mundo que lo trataba como a un semidiós: "¡Oh, vanidad de vanidades!" ¡Tú eras el demonio familiar del Filósofo cuando desenmascaró de un solo golpe

31 Al señor Mathey, 29 de octubre de 1860, Cor., X, 205-206. as Al sefíor Langlois, 21 de septiembre de 1859, Cor., IX,

165. se Al señor Langlois, 18 de mayo de 1850, Cor., III, 260. 40 Al señor Charles Edmond, 16 de diciembre de 1857, Cor.,

VII, 317. 4t Al sefior A1fred Darimon, 14 de abn1 de 1850, Cor.,

III, 198.

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al dogmático y al sofista, al hipócrita y al ateo, al epicúreo y al cínico! Tú consolaste al Justo que expi­raba cuando rezó desde la cruz por sus verdugos: "¡Per­dónalos, Señor, porque no saben lo que hacen!''

¡Dulce ironial ¡Sólo tú eres pura, casta y discreta! Tú otorgas gracia a la belleza y al amor; tú inspiras la caridad por la tolerancia; tú disipas las ansias homici­das; tú enseñas a la mujer a ser modesta, al guerrero a ser audaz y al hombre de Estado a ser prudente. Tú apaciguas con tu sonrisa las desavenencias y las guerras civiles; tú pones en paz a los hermanos y curas a los fanáticos y a los sectarios. ¡Tú eres maestra de la ver­dad, eres la providencia del genio, y la virtud, oh diosa, eres también tú!

Ven, soberana, a derramar tu luz sobre mis conciu­dadanos; enciende en sus almas una chispa de tu es­píritu para que mi confesión pueda servir para recon­ciliarlos ... 42 O

No temo ver llegar mi última hora, pero me aferro a la vida; siento que no he dicho todo lo que tenía que decir, y que las duras verdades que aún podría publi­car serían una forma de vengar a nuestros muertos, sirviéndome de dulce consuelo ante su pérdida."3 O Lo que temo más que nada, al contrario de César, es morir sin darme cuenta de ello."" O La muerte, si se me permite utilizar esta figura tomada de la econ01;nía y que no creo que aquí esté fuera de lugar, es el balan­ce con el que se liquida nuestra carrera. Si la carrera ha sido plena, hemos obtenido ganancias; es como la euta­nasia, la muerte en un estado de embeleso. Si, por el

42 Confessions, 341-342. 43 Al señor Altmeyer, 18 de julio de 1860, Cor., X, 374-375. H Al señor Cretin (padre), 19 de enero de 1861, Cor., X,

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contrario, se ha recorrido el camino del vicio y del infortunio, estaremos en déficit: es la muerte en la desesperación, la bancarrota de la existencia.

Hoy, cuando la Revolución no ha hecho más que mostrarse ligeramente al mundo, una muerte feliz es tan rara como la libertad y la justicia: la mayorfa de nosotros morimos como malhechores. Sin comu­nión social, no puede haber paz para nuestros últimos instantes. La familia podría tal vez consolamos, pero está en vfas de disolución; aquellos que más hablan de ella son quienes más la deshonran, y en sus últimos

. momentos sólo sentirán arrepentimiento. El traba­jo, con todo lo que tiene de repugnante y lastimoso; sin reciprocidad para el mercenario; despojado de toda dignidad por el capitalista y el empresario, que no ven en él más que una fonna de enriquecerse; no podrfa consolar a un monoundo con su rostro esquelético. Va­clos de amor y de virtudes, llegamos al fin de la joma­da; deberemos dormimos como hombres vacíos: ¿qué tiene, pues, de sorprendente que en lugar de los goces de•la plenitud no encontremos más que la agonfa del fin? 4& o

Nada puede suplir el trabajo y la justicia, son ~remplaza bies.

Si no se cumplen estas condiciones, se vive una existencia ansiosa; el hombre, sin poder vivir ni morir, es entonces presa de la miseria.

Si, por el contrario, estas condiciones se cumplen, se vive una existencia plena, una fiesta, un canto al amor, un entusiasmo perpetuo, un himno intermina­ble a la felicidad. El hombre estará listo a cualquier hora en que reciba la señal: porque está siempre en la muerte, es decir, en la vida y en el amor. ~ fustice, II, 438-439.

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Esa hipótesis de la desesperación, convertida en un principio religioso en las sociedades tiranimdas, que dice que "Hay otra vida después de la muerte.,, no tiene para .nú ningún sentido desde el punto de vista de la moral ni del destino.

¿Qué utilidad pueden tener para mí, en el presente o en el futuro, como regla de mi conducta, para la felicidad de mi vida y la tranquilidad de mi muer­te, las concepciones de una ontologfa asustadim que encuentra que la contradiccióiiPresente en tooa vida, tlf'atecet '1--~aparecer, se soluciona por la eternidad déf -ser;-cuyas tOnilas pasajeras se reproducen mfiñl· tamente; donde las personas y las fisonomías se vuel­ven a encontrar; donde cada quien, agotada su primera evolución, resucita para una segunda; donde cada or­ganismo, que llegó a la vida por una combinación de circunstancias que no se repetirá,. sea concebido como una individualidad sustancial, alma o ~óna.d.a, reaparezca con sus costumbres, sus facultades, su ca· rácter y sus recuerdos? Una especulación que no se detiene ante nada es lo que hay detrás de estas curiosi­dades psicoteo~ --

Por nu nacumento, por mi familia, por mis amores, me sé en comunión orgánica con toda mi especie; por mi trabajo, me sé en comunión con la sociedad: estoy en comunión con todo el universo. Por ·.esta comunión, nuestra vida solamente alcanza su plenitud cuando nacen nuestros hijos. No hacen daño a nadie y nos llenan de alegría. Nos regalan su sonrisa, su mirada, su gracia tan pura, sus palabras tan hermosas. Incapaces de conocer la muerte, llegan a la perfec­ción; y, si los hemos amado, jamás los habremos perdido.*

* Proudhon vio morir a dos de sus hijas de corta eda!l y

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¿Qué puede entonces vuestra inmortalidad agregar a mi felicidad y a mi virtud? ¿Acaso no soy ya in­roo~ para utilizar vuestros términos, puesto que vivo en el pasado, en el presente, en el futuro y en el infinito? Sólo pueden ofrecerme la gloria, ya sea que yo ame o que produzca, o que obre siempre de acuerdo con la justicia. Pero esa gloria ya la poseo; depende sólo de mí y del uso que yo haga de mis facultades: vuestra inmortalidad jamás la superará." O

Hay que morir en la brecha."7 O Mi decisión ya está tomada: quiero luchar, luchar hasta la muerte. Sólo tengo mi pluma, y pienso seguir utilizándo­la." O Debemos trabajar porque ésa es nuestra ley, porque ésa es la condición para que apreniiamos, nos fortifiquemos, disciplinemos y aseguremos nuestra exis­tencia y la de los demás. Pero ésa no es nuestra finaJi.. dad, no hablo de finalidades trascendentes, religiosas o sobrenaturales; ni aun finalidad terrena, finalidad real de todo ser humano. Nuesto fin es ser hombres, ele­varnos por encima de la fatalidad ·terrena, reproducir en nosotros la imagen de la divinidad, como dice la Biblia; realizar finalmente sobre la Tierra el reino del espíritu.411 O

¡Oh muerte! ¡Hermana mayor de todos los amores, siempre virgen y siempre fecunda! ¿Cómo podría te­merte si te conozco desde el primer suspiro de mi juventud, si te sentí en cada impulso de mi entusiasmo

se sintió, como él mismo lo dijo, "herido en el corazón'' ( cf. Cor., VII, 166·171, passim).

46 Ibid., II, -436-437. 47 Al sefior Delhasse, 9 de octubre de 1864, Cor., XIV, 64. 48 Al sefior Charles Edmond. 10 de junio de 1852, Cor.,

IV, 184. 49 Al señor Pénet, 31 de diciembre de 1863, Cor., XIII,

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do ésta no le producía ningún goce. Entre las tumbas, con una cabeza de muerto en las manos, se debe pre­dicar contra el suicidio.34 O

[Por mi parte] comienzo a estar muy cansado de la vida y lo ónico que busco es poder decir lo que llevo en mi corazón antes de morir. Cuando lo consiga podré decir: ¡Maldito sea yo mismo y todo el género hu­mano! 85 O El desaliento me invade poco a poco cuan­do contemplo la tontéría y la mala fe de los seres humanos. Mi indignación juvenil se desgasta; con toda lucidez advierto que la inercia se apodera de mí, y me pongo triste. Para sobreponerme a este sentimiento tan negativo, no veo otra posibilidad que trabajar se­riamente y a largo plazo, en función del porvenir y de otras generaciones. No espero nada de mis contero· poráneos.36 O Ya no podemos permitimos más erro­res: la civilización... afronta upa wve crisis, como la que afrontó .Y!!ª-...~.913--Y~-~ la histo~; me refiero a la qwf .. prooujo el advenimientcCaélcris~_gismo:--Ya no existen más tradíéiones-y todas·las-ereencias han sido abolidas; por otra parte, el nuevo programa aón no existe, quiero decir que aón no ha penetrado la con­ciencia de las masas; eso es lo que yo llamo disoluci6n. Es el momento más atroz de la existencia de todas las sociedades. Todo se conjuga para desanimar a los hom­bres de bien: prostitución de las conciencias, triunfo de la mediocridad, confusión de lo verdadero con lo falso, especulación ron los principios, bajeza de las pa­siones, cobardía en las conductas, opresión de la verdad, recompensa de la cobardía, de la adulación, del char-

a' Cél. dim., 68-69. 35 Al sefior Villiaumé, 13 de julio de 1857, Cor., VII, 265. 36 Al seiior Gustave Chaudey, Z6 de abril de 1859, Cor.,

IX, 71.

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latanismo y del vicio. Estos males no son exclusivos de Francia, sino que se extienden por todos lados.87 O Por momentos siento que poco me falta para asquearme de los hombres y de los pueblos. Ya nadie sabe pen· sar ni actuar ni expresarse; se ha llegado al colmo del reblandecimiento de las costumbres. Todo se hace a tientas; es la muerte de los espiritus justos y de las rectas conciencias.88 O Vislumbro la posibilidad de un extra vio definitivo e irremediable de toda la especie.88 O

Aceptemos al mundo tal cual es y contentémonos con echar leña al fuego . .o ·D ¡Al diablo con la especie humana! ¡Tomemos el látigo de la ironia, de la ironfa hiriente, contra los hombres y contra las cosas! [ ... ] ¡Nos reiremos a carcajadas aunque nos manden a la guillotina. ¡Luchemos sin cuartell ¡Solamente cuando se es libre se puede ser fuerte y alegrel•1 ·D ¡Oh ironfa, verdadera libertad, eres tú quien me libera de la ambi­ción de poder, de la servidumbre partidaria, del respeto a lo rutinario, de la pedanterfa de la ciencia, de la admiración por los grandes personajes, de la mistifi­cación de la política, del fanatismo de los reformado­res, de la superstición de este gran universo y de la adoración a mf mismo! Te revelaste a menudo ante el Sabio sentado al trono cuando decfa, al ver este mundo que lo trataba como a un semidiós: "¡Oh, vanidad de vanidades!" ¡Tú eras el demonio familiar del Filósofo cuando desenmascaró de un solo golpe

ar Al sefior Mathey, 29 de octubre de 1860, Cor., X, 205-206. as Al sefior Langlois, 21 de septiembre de 1859, Cor., IX,

165. as Al sefior Langlois, 18 de mayo de 1850, Cor., III, 260. o~o Al sefior Charles Edmond, 16 de diciembre de 1857, Cor.,

VII, 317. u Al sefior Alfred Darimon, 14 de abril de 1850, Cor.,

III, 198.

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al dogmático y al sofista, al hipócrita y al ateo, al epicúreo y al cfnicol Tú consolaste al Justo que expi­raba cuando rezó desde la cruz por sus verdugos: "¡Per­dónalos, Sefior, porque no saben lo que hacen!"

¡Dulce ironfal ¡Sólo tú eres pura, casta y discreta! Tú otorgas gracia a la belleza y al amor; tú inspiras la caridad por la tolerancia; tú disipas las ansias homici· das; tú ensefias a la mujer a ser modesta, al guerrero a ser audaz y al hombre de Estado a ser prudente. Tú apaciguas con tu sonrisa las desavenencias y las guerras civiles; tú pones en paz a los hermanos y curas a los fanáticos y a los sectarios. ¡Tú eres maestra de la ver­dad, eres la providencia del genio, y la virtud, oh diosa, eres también tú!

Ven, soberana, a derramar tu luz sobre mis conciu­dadanos; enciende en sus almas una chispa de tu es­píritu para que mi confesión pueda servir para recon· ciliarlos ... 41 O

No temo ver llegar mi última hora, pero me aferro a la vida; siento que no he dicho todo lo que tenia que decir, y que las duras verdades que aún podrla publi· car serían una forma de vengar a nuestros muertos, sirviéndome de dulce consuelo ante su pérdida.'8 O Lo que temo más que nada, al contrario de César, es morir sin darme cuenta de ello." O La muerte, si se me permite utilizar esta figum tomada de la econom.fa y que no creo que aquí esté fuera de lugar, es el balan­ce con el que se liquida nuestra carrera. Si la carrera ha sido plena, hemos obtenido ganancias; es como la euta· nasia, la muerte en un estado de embeleso. Si, por el

41 ConfessioJUJ, 3+1-342. 4 B Al señor Altmeyer, 18 de julio de 1860, Cor., X, 374375. 44 Al seflor Cretin (padre), 19 de enero de 1861, Cor., X,

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contrario, se ha recorrido el camino del vicio y del infortunio, estaremos en déficit: es la muerte en la desesperaci6n, la bancarrota de la existencia.

Hoy, cuando la Revolución no ha hecho más que mostrarse ligeramente al mundo, una muerte feliz es tan rara como la Hbertad y la justicia: la mayoría de nosotros morimos como malhechores. Sin comu­nión social, no puede haber paz para nuestros últimos instantes. La familia podría tal vez consolamos, pero está en vías de disolución; aquellos que más hablan de ella son quienes más la deshonran, y en sus últimos momentos sólo sentirán arrepentimiento. El traba­jo, con todo lo que tiene de repugnante y lastimoso; sin reciprocidad para: el mercenario; despojado de toda dignidad por el capitalista y el empresario, que no ven en él más que una forma de enriquecerse; no podría consolar a un mon'bundo con su rostro esquelético. Va­clos de amor y de virtudes, llegamos al fin de la joma­da; deberemos dormirnos como hombres vaclos: ¿qué tiene, pues, de sorprendente que en lugar de los goces de•la plenitud no encontremos más que la agonfa del fin?'~~ O

Nada puede suplir el trabajo y la justicia, son irremplazables.

Si no se cumplen estas condiciones, se vive una existl:ncia ansiosa; el hombre, sin poder vivir ni morir, es entonces presa de la miseria.

Si, por el contrario, estas condiciones se cumplen, se vive una existencia plena, una fiesta, un canto al amor, un entusiasmo perpetuo, un himno intermina­ble a la felicidad. El hombre estará listo a cualquier hora en que reciba la seiíal: porque está siempre en la muerte, es decir, en la vida y en el amor. ~ Justice, 11, 438439.

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Esa hipótesis de hi desesperación, convertida en un principio religioso en las sociedades tiranizadas, que dice que "Hay otra vida después de la muerte .. , no tiene para .mí ningún sentido desde el punto de vista de la moral ni del destino.

¿Qué utilidad pueden tener para mf, en el presente o en el futuro, como regla de mi conducta, para la felicidad de mi vida y la tranqm1idad de mi muer­te, las concepciones de una ontología asustadiza que encuentra que la contradiccióñ"presente en tooa vida, afJarecer __1 desaparecer, se soluciona por la eternidad dér ser; Cüjas-Toñnas pasajeras se reprodn<:en--mi:iñi­tamente; donde las personas y las fisonomías se vuel­ven a encontrar; donde cada quien, agotada su primera evolución, resucita para una segunda; donde cada or­ganismo, que llegó a la vida por una combinación de circunstancias que no se repetirá, sea concebido como una individualidad sustancial, alma o mónada, reaparezca con sus costumbres, sus facultades, su ca­rácter y sus recuerdos? Una especulación que no se detiene ante nada es lo que hay detrás de estas curiosi­dades psicoteol~ -

Poiñññiiéfmxento, por mi familia, por mis amores, me sé en comunión orgánica con toda mi especie; por mi trabajo, me sé en comunión con la sociedad: estoy en comunión con todo el universo. Por_· esta comunión, nuestra vida solamente alcanza su plenitud cuando nacen nuestros hijos. No hacen dafio a nadie y nos llenm de alegria. Nos regalan su sonrisa, su mirada, su gracia tan pura, sus palabras tan hermosas. Incapaces de conocer la muerte, llegan a la perfec­ción; y, si los hemos amado, jamás los habremos perdido.*

* Proudhon vio morir a dos de sus hijas de corta eda~- y

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¿Qué puede entonces vuestra inmortalidad agregar a mi felicidad y a mi virtud? ¿~ no soy ya in~ mortal, para utilizar vuestros términos, puesto que vivo en el pasado, en el presente, en el futuro y en el infinito? Sólo pueden ofrecerme la gloria, ya sea que yo ame o que produzca, o que obre siempre de acuerdo con la justicia. Pero esa gloria. ya la poseo; depende sólo de mí y del uso que yo haga de mis facultades: vuestra inmortalidad jamás la superatá.'" O

Hay que morir en la brecha.47 O Mi decisión ya está tomada: quiero luchar, luchar basta la muerte. Sólo tengo mi pluma, y pienso seguir utilizánd~ la."' O Debemos trabajar porque ésa es nuestra ley, porque ésa es la condición para que aprenClamos, nos fortifiquemos, disciplinemos y aseguremos nuestra exi~ tcncia y la de los dem~. Pero ésa no es nuestra fina1.i. dad, no hablo de finalidades trascendentes, religiosas o sobrenaturales; ni aun finalidad terrena, finalidad real de todo ser humano. Nuesto fin es ser hombres, ele­varnos por encima de la fatalidad ·terrena, reproducir en nosotros la imagen de la divinidad, como dice la Biblia; realizar finalmente sobre la Tierra el reino del espfritu.411 O .

¡Oh muerte! ¡Hermana mayor de todos los amores, siempre virgen y siempre fecunda! ¿Cómo podría te~ merte si te conozco desde el primer suspiro de mi juventud, si te sentf en cada impulso de mi entusiasmo

se sinti6, como él mismo lo dijo, "herido en el corazón" ( cf. Cor., VII, 166-171, passim).

48 Ibid., JI, 436-437. 47 Al sefior Delhasse, 9 de octubre de 1864, Cor., XIV, M. 411 Al sefior Charles Edmond, lO de junio de 1852, Cor.,

N, 184. 49 Al señor Pénet, 31 de diciembre de 1863, Cor., XIII,

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clvico, al que llevo ya dedicados más de treinta años de trabajo, dulce y feliz muerte? ¿No te adoro acaso con amor y amistad? ¿No te concibo acaso como la verdad eterna? ¿No te cultivo acaso en esta natura­leza, cuya .comunión conmigo me hace incluso olvi­darme de mi pobreza? ¿No te he erigido un templo en mi alma, no te invoco constantemente, oh soberana JUSTICIA?

Si vienes hoy a buscarme, me encontrarás preparado: amo a los míos y ellos me aman a mí; he combatido bien, bonum certamen certavi; si he cometido errores, al menos jamás me aparté de la virtud, y siempre supe reincorporarme. He comenzado mi testamento, que otros acabarán, y tengo plena confianza en que cual­quiera que lo lea comprenderá estas palabras recias; y no por semlismo he hecho un pacto con la muerte. Y si llegas mañana, entonces estaré aún mejor prepa­rado; aún más, te abrazat"é con una efusividad ardiente. Si tardas diez años, entonces partiré hacia el triunfo.

¡Oh muerte! Tú que has sido calumniada durante tanto tiempo, y que sólo eres ternble para los malos, los únicos a quienes deberíamos tratar de inmortales, ¿no serás el enigma fatídico cuya solución hará desa­parecer a la esfinge de la religión, hberando asf a la humanidad de sus terrores? Aún no me has dicho todo lo que sabes; me escondes más de un secreto. Dame tus enseñanzas y yo difundiré tu mensaje; y todas las naciones reconocerán que tú eres el único Cristo vivo y verdadero.50

•o Justice, II, +H.

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ANEXO

UNA DE LAS úLTIMAS CARTAS DE P.~J. PROUDHON

Dictada a su hija Catherine, de 14 ai'ios, y dirigida al doctor Maguet

Amigo Maguet, el hecho de que sea yo quien escriba y firme esta carta le indicará clammente que en nuestra casa están ocurriendo cosas muy tristes y que cuando el jefe de la familia queda imposibilitado, les corresponde a los jóvenes la tarea de requerir a los viejos amigos. No deje usted que la palabra "requerir'' lo alarme demasiado, estimado amigo de mi padre; solamente quiero que sepa que su nombre ha sido mencionado muchas veces en nuestm casa en estos últimos días.

Este afio, el viaje al Franco Condado, del cual esperá­bamos obtener tan buenos resultados pam la salud de su amigo, no ha dado prácticamente ninguno.

Opinaba usted, amigo Maguet, que em porque el en­fermo no había tomado unas vacaciones lo suficientemente largas; asi razona la amistad, sobre todo cuando se mez­cla con la medicina. Lo cierto es que mi padre ha prácti­camente agotado su salud, y que si supem este tmnce, aparentará, a partir del 15 de enero de 1869, setenta años, en vez de los cincuenta y seis que le asigna el paso del tiempo.

Comenzó a perder el apetito. Debió despedirse de las excursiones al bosque, los recorridos por el campo y los bafios en el rio. Ya no podía caminar, comenzó a des. hacerse y a perder su compostura, tenía cada vez más di­ficultades, y se podía ver claramente que el saludable clima de Dampierre ya no ejercía sobre él su benéfica influen. cia. Su estado empeoró; ése fue el único resultado de este

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paseo que nos trajo al país sin ningún plan y sin ningún método. [ ..• ] .

Al principio, mi padre, siempre dedicado al trabajo, podia permitirse caminatas cuando el tiempo estaba bueno y seco; recorria hasta cinco kilómetros y almorzaba y cenaba con un apetito excelente.

Luego debió restringir excesivamente sus salidas; el ape.. tito disminuyó y la tos se hizo más frecuente. Hace quin­ce dias, el enfermo tenia aún fuerzas para hacer una comida; actualmente, rehúsa comer porque se fatiga y se ahoga al masticar. Hace quince dias, no guardaba cama; ahora, si de él dependiera, ya no se levantaria. Hace quince dias también, sus crisis, tal como ya se lo he di­cho, eran apenas una o dos por semana; ahora vive en una crisis continua. [ ... ]

Se ha realizado ya el divorcio del cuerpo y el ·alma. Aquello que llamamos vida se ha transformado en una verdadera imposibilidad. [P ... J. Proudhon murió quince dias más tarde, el 19 de enero de 1865.]

HOMENAJE FúNEBRE DE CHARLES BAUDELAIRE

"Proudhon es un escritor que Europa nos envidiará siem­pre." [La Semaine Théatrale, 27 de noviembre de 1851, <Euvres completes, Pléiade, p. 619.]

Adi6s a P.-J. Proudhon

La muerte del sefior Proudhon ha sido el acontecimiento que, aunque previsto, ha ocupado de preferencia la aten­ción del público. La personalidad de este escritor es lo suficientemente conocida como para que tengamos que descnoirla aquf: fue durante muchos afios el terror de la clase burguesa y de los espfritus conservadorer;, y esta

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celebridad le valió, después de 1848, figurar en una pieza de vaudeville aristofanesca titulada La propied4.d es un robo. El actor Delannoy reproducla en forma exacta los rasgos conocidos del terrible socialista; pero un cuplé muy cortés, al final de la obra, moderaba un poco la virulen­cia del ataque dirigido contra él. Es sabido que el señor Proudhon había cambiado claramente sus ideas en estos últimos tiempos y que más de una vez sus trabajos coinci.­dieron con los de los legitimistas y los clericales en un mismo terreno, principalmente en su oposición a la unidad italiana. Pero por extraños que hayan parecido los c:am~ bios de ideas del señor Proudhon, no se pueden negar ni la buena fe de sus evoluciones políticas ni su talento como escritor. El señor Proudhon murió tal como babia vivido: pobre; y a pesar de que parecla aspirar a disolver la sociedad, pasó sus últimos momentos rodeado de los consuelos de su familia.

Al margen del manuscrito: "¡Este monstruo amaba a su fa.milial Igual que Catilina, lo cual sorprendió mucho al señor Mérimée." [VIndépendance Belge, 20 de enerQ de 1865, illuvres compl6tes, Pléiade, pp. Bn-1378.]

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BIBLIOGRAFlA

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Pro{'osition relative a r imp6t sur J. revenu, .présent4e le 11 ;ttillet 1848 par le citoyen Proudhon, su.ivie du discours qu' il a prononcé a r .Assemblée nationale, le 31 juillet 1848 (de acuerdo con la cita del Moniteur U ni· versel), Paris, Garnier frW. 1848.

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Proces des citoyens Proudhon et DucMne; plaidoiríc et réplíque du citoyen Madícr de Montfau cáné, et dis­cours du citoyen Proudhon devant la Cour d' Assises de la Seine du 28 mars 1849, París, Imprenta de Boulé, 1849.

Actes de la révolution. Résistance: Louis Blanc et Pierre Leroux; précédé de: Qu' est-ce que le Gouvemement? Qu'est-ce que Dieu?, París, Archivo del periódico La Voix du Peuple, editado por Gamier, 1849.

Au Président de la République le socialisme reconnaissant (31 de enero de 1850. Firmado: P.-J. Proudhon}, Pa­rís, 47, muelle de Grands-Augustins, 1850.

Intér6t et Principal, discusión entre los señores Proudhon y Bastiat sobre el interés del capital, del periódico La Voix du Pcuple, París, Garnier freres, 1850.

Gratuité du crédit. discusión entre el señor F. Bastiat y el señor Proudhon, Parfs, Guillaumin, 1850.

Proposition a l' Assemblée nationale et pour l' organisation d'un service de transport entre Avignon et Chalon-sur­Safme, impreso por Boulé, Paris, 1850.

Idée générale de la Révolution au XIX6 siecle, selección de estudios sobre la práctica revolucionaria e indus­trial, París, Garnier freres, 1851.

La Révolution sociale dérnontrée par le Coup d'1!:tat du 2 décembre, París, Gamier freres, 1852. ·

Phüosophíc du Progres, programa por P.-J. Proudhon (Primera carta: De l'idée de progres, Sainte-Pélagie,

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26 de noviembre de 1851; Segunda carta: De 14 certi­tude et de 80n critérium, Sainte-Pélagie, 19 de di­ciembre de 1851), Bruselas, A. Le~e, 1853.

Des réformes ~ O/J4rer dans r exploitation des cheminB de fer et des conséc¡uences qui peuvent en ráulter, 80it fJOUr t tlfgztmentation du revenu des compagnies, Boit fXmt r ttbaissement des prix de transport, r organisation de 'findustrie voitumre et 14 corJBtitution konomi­que de la 80ciété, Paris, Garnier fretes, 185 5.

Manuel du BfJéculateur a la Bourse, 31l- edición, París, 1856, Garnier freres, 1855 {la primera edición. publica~ da en 1853, y la segunda, del afio siguiente, no esta­ban firmadas por Proudhon, quien explica, al comienzo de ésta, las razones que lo llevaron a salir del anoni~ mato. la obra fue realizada en colaboración con Geor­ges Duchble, antiguo redactor del Peu{Jle) •

De la Justice dans la Révolution et dans l''EgiJse, nott­veaux príncipes de philosophíe pratique tldreBBá ~ S. Em. Mgr. Matthieu, cardinctl archev~ de .Besangon, París, Garnier freres, 1858 {la segnnda edición, co~ siderablemente aumentada, se publicó en fasclculos en Bruselas, por la Office de Publicité, 1860).

La Juatice pouTBui'Vie par f:tglise, apelación al fallo emi~ tido por el tribunal de policla correccional de Seine, el 2 de jnnio de 1858, contra P.-J. Proudhon, junto con una consulta a su abogado Gustave Chaudey, Bru­selas, Office de Publicité. 18 58.

La Gume et la Pctix, recherches sur le príncipe et la constitution du droit des gens, París, Michel Lévy fr~res, 1861.

Théorie de f1mp6t. Question mise au concours par le Conseil d'J!:tat du canton du Vaud en 1860, Paris, E. Dentu, 1861.

La Fédération et fUnité en Italie, París, Librairie Dentu, 1862.

Les Majorats littéraires, examen de un proyecto de ley con el fin de crear, a beneficio de autores inven-

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tores y artistas, un monopolio perpetuo, Bruselas, Office de Publicité, 1862.

Du Príncipe fédératíf et de la nécessité de reconstituer le parti de la Révolution, Paris, Librairie Dento, 1863.

Les Démocrates rmermentés et les réfractdires, Paris, E. Dento, 1863.

Si les Trctités de lBlS ont cessé tfexister? Actea du futur Congres; Paós, Librairie Dentu, 1863.

NouveUea observations sur l'unité italienne, Paós, E. Dento, 1865.

Publicaciones p6stumas

De la Capctcitd politique des claB8es oti.'VfWres, Paós, Li­brairie Dento, 186.5 (la Conclusión fue redactada de aeuerdo con las notas de Proudhon por el albacea de su testamento, Gustave Chaudey).

Du Principe de f Art et de BtJ destination soc:icile, Paós, Librairie Lefme, 1865.

Théorie de la ProfJr'Ut6, suMe d'un Nouveau fJlan d'ex­position perpétuelle, Paós, Lx'brairie lnteriiationale, 1865.

lA Bible annotde (Nouveau Testament). Les :t-vangiles annotés, Paós, A. Lacroix, Verboeckoven et Cie. 1866.

France et Rhin, publicado por Gustave Chaudey, Paós, Librairie lntemationale, 1867.

Contradictions politiquea: thdorie du mouvement consti­tutionnel au XIX• Biecle (L'Em(Jire parlementaire et fopposition Ugale), carta al señor Rony, jefe de redac­ci6ri de lA Presse a favor del abstencionismo, Paós, Librairie Intemationale, 1870.

lA Pornocratie, ou les FemmeB dans les tem(Js modernes, Paós, Librairie lntemationale, 1875.

Amour et Mariage, Paós, A. l.acroix, 1876. Cdsarisme et Christianisme (del año 4S a.c. al 4 76 d.c.),

coh un prefacio de J.-A. Langlois, Parls, C. Marpon y E. Flammarion, 1883.

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Page 291: PROUDHON, Pierre Joseph, Apuntes autobiográficos

Conclmions 8Ur la vie de Jésus, prefacio y manuscritos inéditos clasificados por E.-J. Chapeyroux, París, Havard fils, 1896.

Jésus et les origines du cbristianisme, prefacio y manus­critos inéditos clasificados por Clément Rochel, París, Havard fils, 1896.

Napoléon 1", manuscritos inéditos y carta del general Brialmont, publicados con una introducción y notas de Clément Rochel, París, Montgrédien, 1898.

Commentaires 8Ut les mémoíres ck Fouché, 8UÍVÍS du parallele entre Napoléon et Wellington (junto con ano­taciones sobre los tratados de 1814-1815, por Clément Rochel), París, P. Ollendorf, 1900.

Napoléon III, manuscritos inéditos de P.-J. Proudhon, Clément Rochel, París, P. Ollendorf, 1900.

Les Femmelins: les grandes figures romantiques (I.-J. Rousseau, Béranger, Lamartine, Mme Roland, Mme de Stael, Mme Necker de Saussure, George Sand), con una introducción de Henrl Lagrange, París, Nouvelle Librairle Nationale, 1912.

Correspondencia

Correspondance de P.-J. Proudhon, editada y precedida de una reseña sobre P.-J. Proudhon escrita por J.-A. Langlois, París, Librairie Intemationale, A. Lacroix et Cíe., 14 vols., 1874-1875.

Proudhon expliqué par lui-~me, cartas inéditas de P.-J. Proudhon al sefior N. Villiaumé (del 24 y 29 de enero de 1856), sobre la coincidencia de los principios de ambos y especialmente sobre su propuesta: "La propiedad es un robo", Paris, Librairie Alcan-Lévy, 1866.

Trois lettres inéditet~ adressées d favil, imprimeur el Arbois, fechadas el 8 de febrero de 1842, el 12 de octubre de 1848 y e114 de enero de 1850, publicadas por Bemard Prost, Lons-le.Saunier, Imprenta de H. Damelet, 1871.

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Lettres inédites e) Gustave Chaudey et a divers Comtois, publicadas por Edouard Droz, Besanz6n, Imprenta de Dodivers, 1911 (extracto de Mémoires de la Société d'tmulation du Doubs, t. V, 1910).

Lettres au Citoyen Rolland (del 5 de octubre de 1858 al 29 de julio de 1862), presentadas con una in­troducción y notas por Jacques Bompard, Parls, Grasset, 1946.

Lettres de Proudhon a sa femme, prefacio. de Suzanne Henneguy, Parls, Grasset, 19 50.

"Lettres inédites" en L'Actualité de rHistoire, enero-marzo de 1954, marzo, mayo y octubre de 1955.

Cuadernos

Los Camets, en un total de once, de diversos formatos y número de páginas, van de 1843 a 1860. Fueron objeto de publicaciones parciales hasta su edición integral, co. menzada en 1860 por Pierre Haubtmann con la ayuda del CNRS. Hasta ahora se han publicado cuatro volúmenes:

I. 1843-1846. Prefacio de Daniel Halévy, miembro del Instituto, con presentación de Suzanne Henneguy y Jeanne Fauré-Frémiet. Anotaciones { críticas de Pierre Haubt. mann. París, Librairie Maree Riviere et Cie., 1960.

II. 1847-1848, París, Librairie Maree! Riviere et Cie., 1961.

III. 1848-1850, París, Librairie Marcel Riviere et Cie., 1968.

IV. 1850-1851, París, Librairie Marcel Riviere et Cie., 1974.

Esta publicación, interrumpida debido a la muerte de su editor, será terminada por Jean Bancal, profesor de la Sorbona. Comprenderá ocho volúmenes. Los ejemplares dactilografiados de la copia integral han sido depositados, junto con los originales legados por las nietas de P.-J. Proudhon, al Departamento de Manuscritos de 1a: Biblio. teca Nacional (Fonds imprimé 49 890, 11 volúmenes).

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Obras compktas

Ninguna de las dos ediciones de las llamadas Obras completas de Proudhon es integral. A la primera le faltan ciertos trabajos inéditos y la segunda no está terminada. Son las siguientes: CEuvres com¡ilBtes de P.~J. Proudhon, 26 vols. en 189

publicados de 1867 a 1870 por la Llorairie lnternatiO­nale, A. Lacroix, Verboeckoven et Cie., y luego retoma­dos por l!:ditions Emest Flammarion · (los tomos XVII, XVIII y XIX están dedicados a los "Brochures et articles de journaux", aparecidos en diversas publica. clones entre 1840 y 1852: aparte de los originales, con­tinúa siendo actualmente la única via de acceso a esta parte importante de la obra de Proudhon).

muvres completes de P.-J. Proudhon, nueva edición enri­quecida con notas y documentos inéditos bajo la direc­ción de C. Bonglé y H. Moysset, 19 vols. en 89, pn· blicados entre 1926 y 1959 por la Librairie Maree} Riviere (en su mayoría agotados) •

Textos eBCOgidos

Abrégé des O!.uvres de Proudhon, por Hector Merlin, 2 vols., París, Flammarion, 1896 y 1906.

Proudhon et f enseignement du peuple, textos escogidos con una introducci6n y notas de Aimé Berthod y Geor~ ges Guy-Grand, París, E. Chiron, 1920.

Lettres choisies et cmnotées, por Daniel Halévy y Louis Cuilloux, París, Grasset, colección Les 1!:crits, edición de 1929.

Proudhon, por C. Bouglé, colección Réforrnateurs Sociaux, París, Alean, 1930.

Proudhon, por Armand Cuvillier, estudio seguido de textos escogidos, colección Socialisme et Culture, "gditions Sociales Internationales, París, 1937. [Hay edición en espafiol: FCE, 1931.]

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Page 294: PROUDHON, Pierre Joseph, Apuntes autobiográficos

La Pensée vivante de Proudhon, por Lucien Maury, co.. lección JStudes Fran~, 2 vols., Parfs, Stock, 1942.

Proudhon, por Alexandre Marc, colección Le Cri de la France, Fn1>urgo, Librairie de l'Université, y Parfs, Egloff, 1945.

P.-J. Proudhon, textos escogidos y presentados por Bemard Voyenne, colección Classiques, Parfs, Club Fran~is du Livre, 1952.

P.-J. Proudhon, estudio y selección de textos por Joseph Lajugie, Parfs, Da11oz, 1953.

Prottdhon: Justice et Liberté, textos escogidos por Jacques Muglioni, Parfs, Presses Univcrsitaires de France, 1962.

Proudhon, reuvres choisies, textos presentados por Jean Bancal, colección Idées, Parfs, Gallimard, 1967.

EsTUDIOS

Ansart, Pierre, Sociologie de Proudhon, Parfs, Presses Universitaires de France, colección SUP. Le Sociologue, 1967, 225 pp.

--, Naissance de l' anarchisme. Esquisse d'une explica­tion sociologique du proudhonisme, Parfs, Presses Uni­versitaires de France, colección Bibliotheque de Socia­logie Contemporaine, 1970, 264 pp.

Bancal, Jean, Proudhon, pluralisme et autogestion, 2 vols. (I. Les fondements, II. Les réalisations), Parfs, Aubier­Montaigne, colección Recherches :JSconomiques et SO­ciales, 1970, 253 y 239 pp.

Dolleans, Edouard, Proudhon, Parfs, Gallimard, colección Leurs figures, 1948, 529 pp.

Gurvítch, Georges, Proudhon, París, Presses Universitaires de France, colección Philosophes, 1965.

Guy-Grand, Georges, Pour connaítre la pensée de Proud.. hon, París, Bordas, 19-47, vn-237 pp.

Halévy, Daniel, I.a Vie de Prottdhon. I. La Jeunesse de Proudlzon {la segunda parte de la obra está compuesta

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por la reedición de la obra de Sainte-Beuve, }unto cori notas y apéndices: P.-J. Proudhon, sa vie et sa corres­{xmdance, 1872), París, Stock, 1948, 448 pp.

--, Le Mariage de Proudhon, Paris, Stock, 1955, 215 pp.

Haubtmann, Pierre, La Philosophie sociale de P.-J. Proud­hon, Presses Universitaires de Grenoble, 1980, 294 pp.

-, Piene-Joseph Proudhon. Sa vie et. sa pensée ( 1809-1849), París, Beauchesne, 1982, 1 140 pp.

Guérin, Daniel, Proudhon oui et non, París, Gallimard, 1978, 248 pp.

Langlois, Jacques, Défeme et Actualité de Proudhon, pre­facio de Jean Bancal, Petite Bibliotheque Payot, nÚ­mero 295, 1976, 214 pp.

Voyenne, Bernard, Le Fédéralisme de P.-J. Proudhon, prefacio de Alexandre Marc ("Histoire de l'idée fédé­raliste", t. Il), París-Niza, Presses d'Europe, 1973, 208 pp.

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tNDICE

Introducci6n . .

ReferenLias •

I. Pobre, hijo de pobres •

U. Introducir la ciencia en la moral Anexo: Usted setá una de las luminarias de este...­siglo, 70; (Carta de Gustave Fallot a su amigo_ Proudhon), 70; Carta de candidatura, 71

7--

19-

21-

III. Ni propiedad ni comunismo • . • • 74-­Ancxo: Karl Marx y P.-J. Proudhon, 99-

IV. Una revolución sin ideas . . . • . 102-

Anexo: El n:presentantc del pueblo, 130,.....

V. El acto más libre de mí vida • . . • 134-

Anexo: Petici6n de mano de un filósofo, li3 .-

VI. El trabctjo organizado hará desaparecer a l01 gobiernos • . • • • • • • H6-

VII. Lo que se c:onquista por el sable se pierde por el sable . . . . • . • • • 175-

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Anexo: Proudhon y Hugo el 2 de diciembre de...._... 1852, 190

VIII. Supremctcía de la ¡usticia . Anexo: Testimonio de Saintc-Beuvc, 211 -""'

IX. De ltÍ guerra a la (xlz .

Anexo: To1stoi y Proudhon, 225 -

X. La federctci6n agrícola industrial

XI. ¡Oh muerte, estoy preparadol . Anexo: Una de las últimas cartas de P.-J. Prou­dhon, 279; Homenaje fúnebre de Charles Bau­delaire, 280; Adiós a P.-J. Proudhon, 280

Bibliografía

294

193-

21~

22&

249-•

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Este libro se terminó de imprimir el dia 30 de octubre de 1987 en los talle­res de Gráfica Panamericana, S. C. L., Parroquia 911, 03100 México, D. F. Se imprimieron 3 000 ejemplares y en su composición se utilizaron tipos Elec-

tra de 10:11, 9:10 y 8:9 puntos.